A Pleno Sol - Constantino P. Kavafis
A Pleno Sol - Constantino P. Kavafis
A Pleno Sol - Constantino P. Kavafis
Comentario [LT1]:
A pleno Sol
Fui de excursión al campo y me divertí mucho. Éramos bastante gente, unas treinta
personas, hombres y mujeres. Estábamos muy alegres. Pero no os contaré los incidentes
de este día porque no viene el caso."
Aquí mi amigo D. observó:
- Y estaría de más, por lo menos en lo que a mi respecta. Yo, si mal no recuerdo, fui a
esa excursión.
¿Fuiste? No te recuerdo.
¿No era la excursión que organizó Marcos G. antes de partir definitivamente para
Inglaterra? ¡Si, claro! ¿Recuerdas qué bien lo pasamos? Buenas épocas aquellas. 0 más
bien, épocas pasadas. Que es lo mismo.
"Pero volviendo a nuestro tema: regresé bastante cansado y bastante tarde. Apenas tuve
tiempo de cambiarme de ropa y comer, y después fui a la casa de una familia amiga
donde se daba una velada y habría juego de naipes. Allí me quedé hasta las dos y media
de la madrugada. Gané 150 francos y volví a casa muy contento. Me acosté, pues, con el
corazón muy feliz y me dormí inmediatamente a lo que no contribuyó poco el cansancio
del día.
Pero apenas el sueño se había apoderado de mi, me pasó algo extraño. Vi que había luz
en la habitación y me pregunté por qué no la había apagado antes de acostarme, cuando
vi venir del fondo - era bastante grande mi cuarto - del lado de la puerta, un hombre al
cual reconocí inmediatamente. Estaba vestido con el mismo traje negro y llevaba el
mismo sombrero de paja. Pero esta vez parecía disgustado y me dijo.
- Te esperé por la tarde hasta las cuatro en el café. ¿Por qué no viniste? Te propongo
hacerte rico y no te inmutas. Estaré hoy por la tarde otra vez en el café, desde mediodía
hasta las cuatro. Espero que no faltes.
Después desapareció como la primera vez. Pero yo ahora me desperté muy
sobresaltado. La habitación estaba oscura. Encendí la luz. El sueño había sido tan real,
tan vivo que me quedé asombrado, abrumado. Tuve la debilidad de ir a ver si la puerta
estaba cerrada con llave. Y estaba cerrada. Como siempre. Miré el reloj. Eran las tres y
media. Me había acostado a las tres.
No os lo oculto y no me avergüenzo en absoluto de decirlo, estaba enormemente
impresionado. Tenía miedo de cerrar los ojos, no sea que al dormirme volviera a ver a
mi fantástico visitante. Me senté en una silla muy agitado. A eso de las cinco comenzó a
amanecer. Abrí la ventana y miré hacia la calle que despertaba poco a poco. Varias
puertas se habían abierto y pasaban algunos lecheros madrugadores y los primeros
carros de los panaderos. La luz me tranquilizó un poco y me acosté de nuevo y dormí
hasta las nueve.
A las nueve, cuando me desperté y recordé la agitación de la noche la impresión
comenzó a perder mucha de su tensión. Me preguntaba entonces por qué me había
conmovido tanto, se tienen tantas pesadillas ¡y yo mismo he tenido tantas en mi vida!
Por otra parte eso casi ni era pesadilla. Es cierto que lo había soñado dos veces. ¿Y con
eso qué? Y, en primer lugar, ¿era cierto que lo había soñado dos veces? ¿O era que soñé
que había visto antes a ese hombre? Pero, escrutando bien mi memoria abandoné esa
idea. Era seguro que había existido ese sueño la noche anterior. ¿Pero, aún así, qué
había de extraño? Parece que el primer sueño habla sido muy vivo y me había dejado
muy impresionado: por eso lo volví a soñar. Aquí, sin embargo, mi lógica fallaba un
poco. Porque recordaba bien que el primer sueño no me había causado gran impresión.
Durante todo el día que le siguió no había pensado en él ni por un momento.
En la excursión y en la velada pensé en cualquier otra cosa menos en el sueño. Pero
esto, ¿qué importaba? ¿No sucede a menudo que se sueña con personas que no se han
visto durante muchos años y en las cuales tampoco se ha pensado por mucho tiempo?
Parece, pues, que el recuerdo de esas personas queda grabado en algún lugar del alma y
de pronto surge en el sueño. Entonces ¿qué hay de extraño que uno vuelva a soñar cosas
que se han visto veinticuatro horas antes, aun cuando en el transcurso del día no se haya
pensado en ello? Después me dije que quizás había leído algo sobre algún tema
parecido.
Finalmente me cansé de pensar y me dispuse a vestirme. Tenía que ir a una boda y, al
momento, el hecho de pensar y elegir lo que vestiría apartó por completo de mi
memoria el recuerdo del sueño. Después me senté a desayunar y para pasar de algún
modo el tiempo me puse a leer una revista editada en Alemania "La Tarde", creo.
Fui a la boda, a la que había concurrido toda la alta sociedad de la ciudad. yo tenía
entonces muchas relaciones y por eso repetí infinitas veces, después de la ceremonia,
que la novia estaba muy hermosa, sólo que un poco pálida, y que el novio era un buen
muchacho y que además tenía dinero y cosas por el estilo. La boda terminó más o
menos a las once y media de la mañana y después me fui a la estación Bulkly para ver
una casa que me habían recomendado, y que debía alquilar para una familia alemana de
El Cairo que pensaba pasar el verano en Alejandría. La casa, realmente, estaba bien
ventilada y tenia una buena distribución aunque no era tan grande como me habían
dicho. Sin embargo prometí a la propietaria recomendar la casa como adecuada. La
señora se deshizo en agradecimientos y para conmoverme me contó todos sus
pensamientos, cómo y cuándo había muerto su marido, cómo había visto Europa, cómo
no era mujer para alquilar su casa, cómo su padre había sido médico de no recuerdo qué
Pachá, etc. Cumplido ese deber volví a mi casa. Llegué a la una y comí con gran apetito.
Cuando terminé de comer, y después de haber bebido mi café, salí para ir a ver a un
amigo que vivía en un hotel próximo al café Paraíso a organizar con él algo para la
tarde. Era el mes de agosto y el sol estaba bastante ardiente.
Bajé, lentamente para no transpirar, la calle Sherif Pachá. La calle, como siempre, a esa
hora estaba desierta. Encontré solamente a mi abogado, que se ocupaba de las escrituras
de venta de un pequeño terreno en Moharembey. Era el último lote de un terreno
bastante grande que yo iba vendiendo poco a poco para cubrir en parte mis gastos. El
ahogado era un hombre honesto y por eso lo había escogido. Pero era charlatán. Hubiera
sido mejor que me robara un poco y no que me torturara la cabeza con sus
imbecilidades. Por la menor cosa comenzaba un interminable discurso, que si el derecho
mercantil, me decía, que si el derecho romano; metía a Justiniano, aludía a antiguos
procesos que había tenido en Esmirna, se autoelogiaba, me explicaba miles de cosas que
no venían a cuento para nada; y me agarraba de la ropa, cosa que odio. Tenía que
soportar la charla de ese imbécil, porque en algún momento, cuando se extinguía el flujo
de su palabrerio, trataba de enterarme de cómo iba el asunto de la venta, lo cual para mi
era de vital interés. Estos intentos me apartaron de mi camino y me hicieron seguir el
suyo. Pasamos la Plaza de los Cónsules por la acera de la Casa de Cambio, pasamos la
callejuela que une la Plaza Mayor con la Plaza Menor y, por fin, cuando llegamos al
centro de la Plaza Menor, había reunido todas las informaciones que quería y mi
abogado me dejó recordando que tenía que visitar aun cliente que vivía por allí. Me
quedé parado un momento y le miraba alejarse maldiciendo ese palabrerío que en medio
de tanto calor y tanto sol me hizo desviarme de mi camino.
Me disponía a volver sobre mis pasos para dirigirme a la calle del café Paraíso cuando,
de pronto, la idea de que me encontraba en la Plaza Menor me pareció extraña. Me
pregunté por qué y recordé mi sueño. Aquí es donde el famoso poseedor del tesoro me
dio cita, me dije a mí mismo, y sonreí; mecánicamente volví la cabeza hacia el lugar
donde había varias herrerías.
¡Horror! Allí estaba el pequeño café y allí, sentado, él. Mi primera impresión fue de
total mareo y pensé que me desplomaría. Me apoyé en una columna y lo miré otra vez.
El mismo traje negro, el mismo sombrero de paja, la misma fisonomía, la misma
mirada. Y me observaba sin pestañear.
Mis nervios se tensaron de tal manera que mi interior se había convertido en hierro, tal
era mi impresión. La idea de que era pleno mediodía, que pasaba gente indiferente
pensando que nada de extraordinario sucedía, que yo, sólo yo sabía que estaba pasando
algo terrible, que había allí un fantasma cuyos poderes nadie conocía y que venía de
quién sabe qué desconocida esfera - de qué Infierno o de qué Erebo - me paralizaba y
me puse a temblar. El fantasma no apartaba sus ojos de mí. Entonces se apoderó de mí
el terror de que se levantara y se me acercara y acaso me llevara con él, y si eso sucedía,
!a qué poder humano podría yo pedir auxilio! Me precipité y di al cochero una dirección
lejos de allí, no recuerdo cuál.
Cuando reaccioné un poco, vi que casi había llegado a Sidi Gabir. Estaba un poco más
tranquilo y comencé a analizar las cosas. Ordené al cochero volver a la ciudad. Estoy
loco, pensé, sin duda me engaño. Seguramente era alguien que se parecía al hombre de
mi sueño. Tengo que volver para comprobarlo. Posiblemente se ha ido y eso será una
prueba de que no era el mismo, porque él me dijo que me esperaría hasta las cuatro.
Pensando en esto había llegado hasta el teatro Sizinia y allí, apelando a todo mi coraje,
ordené al cochero llevarme hasta la Plaza Menor. Mi corazón parecía a punto de estallar
cuando me acercaba al café. A poca distancia hice detener el coche. Di un tirón del
brazo tan violento, al cochero, que por poco se cae de su asiento, porque yo veía que se
acercaba demasiado al café y porque el fantasma estaba todavía allí.
Entonces me puse a mirarlo detenidamente tratando de encontrar alguna diferencia con
el hombre de mi sueño, como si no bastara para convencerme de que era él la causa de
estar yo sentado en el coche mirándome fijamente; porque si él hubiera sido otra
persona eso le hubiera extrañado y me hubiera pedido explicaciones. Al contrario, el
correspondía a mi mirada con una mirada igualmente fija y con una expresión de gran
inquietud frente a la decisión que yo iría a tomar. Parece que penetró mis pensamientos
como los había penetrado en mi sueño y para quitarme toda duda sobre su identidad
volvió hacia mi su mano izquierda y me mostró - tan claramente me lo mostró que tuve
miedo que lo observara el cochero - la sortija, con la esmeralda que me había
impresionado la primera vez que lo soñé.
Se me escapó un grito de horror y dije al cochero - que comenzaba a dudar ahora de la
salud mental de su cliente - que marchara hacia la Avenida Ramilíou. Mi única
intención era alejarme. Cuando llegué a la Avenida Ramilíou le dije que se dirigiera
hacia San Esteban, pero como vi que el cochero vacilaba y murmuró algo, bajé y pagué.
Paré otro coche y le ordené que me llevara a San Esteban.
Al llegar me sentía mal. Cuando entré en el salón del Casino me asusté al ver mi cara
en el espejo. Estaba pálido como un cadáver. Afortunadamente no había nadie en el
salón. Me dejé caer en un sofá y comencé a pensar en lo acontecido. Volver a mi casa
era imposible. Volver otra vez a aquella habitación donde había entrado por la noche,
como sombra sobrenatural, AQUEL a quien acababa de ver sentado en el café, bajo la
forma de un hombre común, estaba fuera de cuestión. Esto era ilógico, porque
seguramente él tenía la posibilidad de encontrarme en cualquier parte. Pero ya hacia rato
que yo había dejado de pensar de manera coherente. Finalmente tomé una decisión.
Pensé dirigirme a mi amigo G.B., que vivía entonces en Moharembey.
- "¿Cuál G.B. - pregunté -, aquel excéntrico que se dedicaba al estudio de la magia?"
"El mismo. Y eso precisamente es lo que me hizo escogerlo. Cómo tomé el tren, cómo
llegué a Moharembey, cómo miraba a derecha e izquierda como enloquecido, no fuera
que apareciese el fantasma otra vez a mi lado, cómo me presenté en la casa de G.B., lo
recuerdo sólo confusamente. Sólo recuerdo que cuando me encontré junto a él comencé
a llorar histéricamente y a temblar de pies a cabeza mientras le contaba mi horrible
peripecia. G.8. trataba de tranquilizarme y medio en serio medio en broma me dijo que
no temiera, que a su casa no se atrevería a venir el fantasma y que si viniera él lo echaría
inmediatamente. Debía conocer esa clase de presencias sobrenaturales y sabia la manera
de ahuyentarlas. Por otra parte me rogó que me convenciera de que no había ningún
motivo de temor porque el fantasma había venido a mi con una intención determinada:
apoderarse de la "caja de hierro", la cual no podía tomar al parecer sin la presencia y la
ayuda de algún hombre. Que este intento había fracasado y que ya comprendería, por mi
miedo, que no quedaba más esperanza de conseguirlo. Indudablemente iría a convencer
a otro. G.B. solamente lamentaba que yo no le hubiese informado a tiempo, para así ir él
mismo a ver el fantasma y hablarle, puesto que, agregó, en la Historia de los Fantasmas
la aparición de esos espíritus o demonios a la luz del día es muy rara. Sin embargo todo
esto no me tranquilizó por completo. Pasé una noche muy agitada y a la mañana
siguiente me desperté con fiebre. La ignorancia del médico y la excitada situación de mi
sistema nervioso me produjeron una fiebre encefálica por la cual podría haber muerto.
Cuando mejoré un poco, pregunté qué día era. Me había enfermado el 3 de agosto y
suponía que sería el 7 ó el 9. Era el 2 de septiembre.
Un pequeño viaje a una isla del Egeo aceleró y completó mi convalecencia. Durante
todo el tiempo de mi enfermedad estuve en la casa de mi amigo B., que me atendió con
la bondad que conocéis. Lamentaba sin embargo en su interior no haber tenido
suficiente carácter para echar al médico y curarme con sus medios mágicos, los cuales,
creo yo también, que, por lo menos en este caso, me hubieran curado más rápidamente
que el médico.
He aquí, amigos míos, la oportunidad que he tenido de ser millonario. Pero no me
atreví. No me atreví y no me arrepiento...
Aquí terminó Alejandro. La profunda convicción y la gran simplicidad con que
desarrolló su narración nos impidió comentarla. Por otra parte eran las 12 y 27. El
último tren para la ciudad partía a las 12 y 30: tuvimos que despedirnos y salir
apresuradamente.
FIN.
Libros Tauro
http://www.LibrosTauro.com.ar