Harris, Loteria Solana Llorente, Nora

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THE SURVIVAL LOTTERY, J.

HARRIS

NORA SOLANA LLORENTE

DNI: 52061590D
En este pequeño artículo, el autor pretende poner de manifiesto que un esquema utilitarista
debería admitir lo que llama “la lotería de la supervivencia”. La razón para afirmar esto es que lo que
se propone es sacrificar una vida para, al menos, salvar otras dos; si dicha acción puede traer al estado
de cosas actual más bien que mal, debería aceptarse como lo correcto. Sin embargo, el propio Harris
se da cuenta de las dificultades que adoptar un sistema así traería consigo. Se sacrifica a un donante
aleatorio para salvar la vida de dos o más personas; de este modo, aunque las tres personas serían en sí
mismas inocentes, es mejor salvar la vida de dos inocentes a cambio de sacrificar la de uno solo que a
la inversa. A primera vista, encaja bien con un esquema utilitario: cuanto mayor bien se pueda realizar,
mejor. No importa cómo o de qué forma este esté repartido, siempre serán mejor 10 unidades de bien
que 5. Así pues, si acordamos llevar a cabo dicha lotería, no sería algo injusto; cuando hubiese alguien
en necesidad de un órgano, lo tendría.

Puede que nos parezca despiadado, pero no es sencillo atacar la propuesta desde el punto de
vista de la inocencia de las personas elegidas —pues los enfermos que necesitan los trasplantes también
pueden considerarse inocentes—, ni desde el enfoque de la santidad de la vida humana—pues,
aceptándolo, se podría defender que, en cualquier caso y, siendo la vida humana santa, mejor salvar
dos vidas que una—. Pero algo aún más importante sobre lo cual el autor quiere llamar nuestra atención
es sobre lo siguiente: ¿existe una diferencia moral significativa entre realizar una acción o una omisión,
teniendo en cuenta que cualquiera de los dos cursos de acción elegidos traerán consigo consecuencias
iguales o similares? Para Harris, si un defensor de la ética deontológica no puede mostrar una diferencia
significativa entre ambas, no podrá defender que no es lo mismo dejar morir y matar.

Al inicio del texto, esto es lo que plantean los dos hipotéticos enfermos que necesitan los
trasplantes; si el doctor no los realiza cuando, en realidad, sí hay órganos disponibles (se podría matar
a una persona para salvar a estas dos) estaría siendo responsable de su muerte por la omisión de dicho
acto. Harris trata de decir algo así como “bueno, diríamos que el médico es un asesino si, teniendo los
órganos disponibles no los trasplanta, pero para que haya órganos disponibles tiene que matar a otra
persona, así que no podríamos culparlo de dejar morir a sus dos pacientes”. Así pues, con este punto
de partida nos ofrece el planteamiento de la lotería. “Vale, tal vez la omisión que el doctor hace de la
acción requerida por sus dos pacientes es razonable, pues matar a un inocente cualquiera que pase por
allí para salvar otras dos vidas, no estaría justificado. Pero ¿qué pasaría si dicha idea se sistematizara,
a modo de una lotería institucionalizada?” Si el sacrificio de una persona sana para salvar a dos
enfermas estuviera permitido y consensuado por la sociedad ¿dónde estaría el dilema?

La omisión de dicha acción, bajo este esquema, sí sería considerada injusta e, incluso, ilegal.
Algunos argumentos en contra, mencionan el hecho de que intervenir así seria jugar a ser Dios (se
decide quién vive y quién no). Sin embargo, Harris argumenta que cuando se decide no llevar a cabo
la lotería, también se decide sobre ello, pues la decisión de no actuar es ya, en sí misma, la decisión
sobre un curso de acción que conlleva como resultado la muerte de unos y la vida de otros. Si lo
planteamos desde la tesis del velo de la ignorancia de J. Rawls, no tendríamos muchas pegas que poner
al respecto; en este sistema, tú no sabes de antemano si serás el sacrificado o el salvado y, en caso de
que necesites ser salvado, puedes tener por seguro que así será.

Para subrayar que un sistema así no sería problemático por sí mismo, sino por el modo en que
se articularía, nos propone que imaginemos otro planeta que fuera igual que el nuestro, con los mismos
preceptos morales, con la diferencia de que allí sí se practica la lotería, ¿sería un planeta peor o menos
justo que el nuestro? ¿Cuál es el problema real de matar al inocente o dejarle morir? Nuestra actual
forma de pensar -y de sentir- nos impele a rechazar la lotería más por repulsión que por alguna carencia
en la racionalidad del sistema de esta. En ese otro planeta imaginario, aquellos que fuesen llamados a
dar su vida para salvar a otros no serían víctimas, sino salvadores; por el contrario, el que se negase a
tal cosa no sería un inocente tratando de salvar su existencia, sino un asesino.

Cuando las reglas del juego están escritas (acordadas de antemano), antes de saber quién ganará
—quién se beneficiará de dichas reglas—, no habría que rechazarlas cuando, al final, se vea qué rol
tocó jugar a cada uno (si aceptas la lotería porque, a lo mejor, podrías necesitar un órgano y, cuando
esta comienza, eres tú el que ha de donar, no te puedes negar). Por lo tanto, el problema no es la
inocencia de las personas o una supuesta santidad que rodea la vida humana, sino otras que bien podrían
ser consideradas también de corte utilitarista y que se analizarán a continuación.

Este texto ha sido fruto de muchas discusiones, veamos qué criticas o apuntes se le pueden
hacer. Hemos comentado someramente algunas de las críticas que se le han realizado a este
planteamiento, ahora vamos a examinarlas más de cerca. La primera de ellas está relacionada con la
inocencia de aquel que da su vida para salvar a otros, también con la responsabilidad - ¿debe o no un
tercero cargar con la responsabilidad de curar a dos enfermos inocentes, siendo él igualmente inocente?
- que se transferiría de unos individuos a otros. ¿Qué pasaría si las dos personas enfermas lo estuvieran
por haber mantenido hábitos de vida poco saludables mientras que, la tercera persona en cuestión fuese
alguien sano y con buenos hábitos, que se vería obligado a morir por salvar a dos que podríamos
considerar culpables de su propia desgracia? Esto parecería injusto, pero la lotería habría de ser
arbitraria y encontraríamos muchos problemas a la hora de decidir hasta qué punto alguien es
responsable de sus propias enfermedades o no; ¿hasta dónde se situaría el margen para elegir qué vida
vivir o cómo se podría medir el nivel o el grado de culpabilidad de alguien enfermo? Si pensamos en
los casos que aporta el autor, podría ser fácil decidir: si has sido un fumador empedernido o un
alcohólico, estaría bastante clara la conexión de causa-efecto, pero en otros casos y teniendo en cuenta
otros hábitos que vayan más allá del tabaquismo o el alcoholismo, la línea se desdibuja.

Peter Singer, en su comentario a este texto, llama la atención sobre este problema, pues si bien
es cierto que habría casos donde sería fácil decidir hasta qué punto uno debe hacerse responsable de su
propia miseria, en otros no lo sería tanto: consumo de azúcar, de carne, falta de ejercicio…Para
controlar todo esto e incentivar a llevar vidas rectas y saludables, habría que ejercer un control sobre
la población que, a todas luces, dañaría severamente el derecho a la libertad individual. Además, ¿qué
ocurre si, puestos el vicio y la salud en una balanza, alguien decide que le vale más la pena la
enfermedad a cambio del goce que al revés? Solo este aspecto de legislar a niveles muy profundos en
los hábitos de cada uno plantea un dilema de difícil solución.

Por otro lado, tal vez el número de “inocentes” disminuiría de manera considerable: si sé de
antemano que, en caso de enfermar y requerir un órgano, lo tendré sí o sí ¿por qué cuidarme, cuando
sabiendo que si enfermo, tendré a mi disposición otro órgano? Dado que el planteamiento es
provocativo y busca que repensemos nuestros esquemas morales, no hay que perder de vista que aquí
subyace una realidad; los pacientes que, tras recibir un trasplante han seguido dañándose a sí mismos
(no entramos aquí en disquisiciones acerca del porqué), bajan en las listas de espera, de modo que una
persona sana sin un trasplante aún será seleccionada antes que una persona con las características que
se han mencionado. Así que este es un problema que ya se da en la vida diaria, solo que en el texto se
ve agudizado por medio de la idea de implantar una lotería.

Por lo tanto, en lo que concierne a la inocencia, tenemos bastantes problemas para considerar
quién es inocente y quién no, y, en cualquier caso, mejor salvar la vida de dos inocentes que salvar la
de uno solo al precio de dos. Aun con todo, teniendo en cuenta que la gente podría empezar a
descuidarse a propósito de dicho esquema, se acabaría consiguiendo todo lo contrario a lo que se
perseguía en un principio: salvar más vidas y tener personas más sanas.

Otro tipo de controversia acerca del texto -muy conectada con la cuestión de la inocencia- es la
de la santidad de la vida humana, que se comentó por encima en el primer párrafo. Las acusaciones de
los deontologistas, los cuales defienden que la vida humana no tiene precio, sino un valor inestimable,
tanto que no se puede intercambiar mediante un cálculo el valor de una vida por la de dos vidas; se
resumen en que dos vidas juntas no valen ni más ni menos que una sola. ¿Cómo podríamos determinar
qué vidas son las más valiosas y cuáles aquellas disvaliosas, que no merecerían ser salvadas? Es
evidente que cuando se trata de trazar este tipo de limites surgen problemas insolubles, algo similar a
lo que pasaba con la imposibilidad de definir y determinar hasta qué punto una persona podía ser
señalada como culpable o inocente de sus propias circunstancias.

Más aun, admitiendo el argumento de la santidad de la vida ¿no sería mejor salvar dos vidas
que solo una? Pues de esta forma se traería más valor al mundo, pensando que, si la vida es sagrada,
mejor dos vidas sagradas salvadas que solo una. Este argumento no es un buen contrapunto, pues el
utilitarista siempre podría aducir dicho razonamiento; como la vida es sagrada, cuantas más se puedan
salvar, mejor. Es más, podría considerarse un argumento a favor de la lotería porque si ninguna vida
vale más que otra y son importantes y valiosas, sería un error dejar morir a dos personas o más solo
por no arrebatar la vida a otra; es decir, si nadie merece la vida más que otro, tampoco la muerte, por
lo tanto, lo justo sería conservar el mayor número de vidas posible. Como la lotería ayudaría a disminuir
el número de muertes y, a su vez, multiplicar el número de vidas salvadas, parece que satisface el
respeto a la vida en general.

Por último, respecto al problema de la responsabilidad y de cómo podrían desplegarse las


consecuencias de los actos de una persona sobre otra inocente, en el caso de la lotería, es una
exageración provocativa de lo que representan los sistemas del bienestar. Por medio de los impuestos
que son pagados a la seguridad social, el dinero de un grupo de personas ayuda a pagar el tratamiento
contra el cáncer de una persona fumadora, pero también el de aquella persona perfectamente sana que,
por desgracia, sufre del mismo tipo de cáncer. Lo que nos hace negarnos a la lotería, pero no a un
sistema público de la seguridad social es el hecho de que, en el primer caso, se paga con la vida; en el
segundo, solo se trata de dinero. Pero, en realidad, el esquema no deja de ser el mismo.

Hay cierta distribución de cargas sobre toda la población, así que el inocente y el que
supuestamente se habría buscado su propio mal estarían cubiertos. De nuevo, tenemos ante nosotros el
velo de la ignorancia: podemos criticar que paguemos por los malos hábitos de otras personas, pero
nunca sabemos en qué momento la persona con necesidades en cuestión seremos nosotros mismos, así
que todos nos vemos beneficiados por el sistema. En ambos casos se distribuyen las cargas de unos
hacia los otros, solo que, como ya he mencionado, el precio a pagar difiere entre ambos.
Otro de los argumentos que examina Harris, en nombre de Z e Y, es que ellos no querrían que
muriera nadie para salvarse, lo que quieren es salvarse. Aquí entra el principio del doble efecto: para
salvarme hay que matar a alguien, pero yo no quiero matar a nadie, sino salvarme; la acción que sí
quiero realizar conlleva otra como efecto secundario no deseado, pero al no quererlo, diríamos que yo
no quiero matar a nadie. La intención no es matar, sino salvarme.

Las críticas examinadas no serían injustas por la idea de la lotería de la supervivencia en sí, sino
por la imposibilidad de delimitar márgenes justos respecto a la culpa individual y la dificultad de no
ver subvertido el fin que se quería alcanzar: el de salvar más vidas. Si bajo este esquema los incentivos
para cuidarse y llevar una vida saludable fueran tan bajos, se daría lugar a una sociedad más enferma
y menos saludable, lo cual era justo lo que el utilitarista quería evitar. Bajo sus mismos parámetros de
que cuanto más bien, mejor, tendrían que aceptar que su sistema trae consigo más mal que bien,
viéndose obligados a rechazarlo. No obstante, lo que Harris comenta al final del artículo, es que sólo
por medio de nuestra intuición ética podemos decir que es algo terrible y negarnos; mas no por medio
de una argumentación racional.

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