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Formación virtual

Latín para la oración


Entrega 1: La lengua de la Iglesia
Fundamentación espiritual del uso del latín

SALVE!
Esta formación deberás leerla como fue escrita: con pasión. Por eso, comenzando, ves
que ya aprendiste una bella palabra latina. Un saludo típico de ayer y hoy, que puede
encabezar bellamente tu correspondencia, tus mails y quizás hasta tuits o comentarios de
Instagram y Facebook; y todo aquello que se te ocurra escribir. “Salve” (plural: “Salvete”) es
el imperativo de “salvere”, “tener salud” o “salvar”. Significa tanto “Te saludo” como
“Ten/Tené salud”. Un equivalente al “Shalom” hebreo: es un deseo de paz, de plenitud, de
alegría y de todos los bienes. Por eso, también es un “Hola” pero mucho más suculento. Ya
vas anticipando la fuerza y vitalidad que tiene la hermosa lengua de la Iglesia.
Otro anticipo para que te relajes y leas con tranquilidad: La intención de esta formación
no es hacer un estudio exhaustivo de la gramática latina, porque sería difícil hacerlo con
agilidad como pretendemos. Tampoco encontrarás en adelante un listado de cómo hacer
búsquedas en el diccionario o cosas por el estilo. Las normas y reglas que aprenderás serán
muy, muy prácticas. Y serán solo con dos grandes fines: amar la lengua católica (universal) en
que ora la Iglesia de Cristo y conocer cómo utilizarla correctamente. Amar y conocer no por
la lengua en sí, sino para conocer y amar más a Dios Nuestro Señor. Ese es el fin último, sin el
cual no tiene sentido ningún fin ni ninguna actividad o conocimiento humano. Si ese no es tu
objetivo, te invitamos a dejar esta formación con la misma pasión con que te invitamos a
seguirla. No despreciamos el estudio formal y académico de la Lengua Latina, al contrario,
simplemente te aclaramos de entrada que esa no es esa nuestra intención. Así que, ya ves:
estás invitado a afrontar con gran ánimo el desafío que tenés delante.

1- Primero Dios
¿Por qué enseña la Iglesia algo, aparentemente, tan alocado como rezar u oficiar su culto
en una lengua que no es la lengua cotidiana que maneja el fiel de a pie? ¿Qué intención mueve
a la enseñanza de la Iglesia durante siglos hasta el día de hoy? Estas preguntas no son
menores, pero menos aún las respuestas. Porque es genial hacer buenas preguntas pero
puede ser desastroso obtener malas respuestas.
Lo primero: Hay que recordar que lo que la Iglesia enseña no es un capricho. Claro que hay
jerarquías de verdades y de importancia en las enseñanzas de la Iglesia; y claro que,
dependiendo de qué estemos hablando, la opinión de la Iglesia y su enseñanza, puede
modificarse con los siglos. Pero no vamos a ser tan tontos de pensar que la Iglesia de Dios
enseña cosas solo porque se le ocurren. ¿Qué decimos cuando decimos “La Iglesia enseña”?
Es algo más que la opinión de una institución solo humana, que un grupo de personas más o
menos letradas. Ni siquiera se reduce a la opinión de los Papas o los Obispos como una
venerable autoridad que es sensato tener en cuenta. Cuando hablamos de la Iglesia,
hablamos del Cuerpo Místico de Cristo, de esa realidad humana y divina (como su Divino
Fundador que es Dios hecho hombre) sostenida por el Espíritu Santo, edificada sobre el
sólido fundamento del Apóstol Pedro y el Colegio Apostólico. Es el Pueblo de Dios, con Cristo
como Cabeza. Cuando habla la Iglesia, entonces, hablan los hombres que la guían; pero
también por ella nos habla Dios, de una forma misteriosa, con distintos niveles de autoridad
de acuerdo a lo que se diga y el modo, pero nos habla Dios al fin. Si descuidamos esto,
rápidamente podemos caer en la tentación de reducir las cosas a una discusión, a un
despliegue de opiniones, a una sucesión de argumentos o, peor, responder a las ideologías
del momento, abstrayéndonos de la autoridad que Dios puso en su Iglesia para enseñar.
Corremos el riesgo de descuidar las palabras de nuestro Señor: “Qui vos audit, Me audit; et,
qui vos spernit, me spernit; qui autem me spernit, spernit Eum qui me misit”1 (Lc. 10, 16) Quien
a ustedes escucha, a Mí me escucha. Quien los rechaza, me rechaza a Mí y a Aquel que me ha
enviado. ¿A quién dirige el Señor estas palabras? A sus Apóstoles. El fundamento de la
autoridad apostólica no es su cualidad moral sino la palabra infalible del Salvador. Él es quien
dio a la jerarquía de la Iglesia (Sucesores de los Apóstoles) la autoridad para enseñar y ser
obedecida, no por ella misma sino en atención al tesoro de la que ella es custodia y no dueña:
el Depositum fidei, el Depósito de la fe. Esto tuvieron claro todos los Santos de todos los
tiempos y debemos tenerlo claro nosotros también hoy.
¿Quién envió al Señor Jesús? Dios Padre. ¿Y a quién envió, a su vez, el Hijo del Padre? A sus
Apóstoles: a enseñar el Evangelio de la Verdad y la Vida, a curar enfermos y expulsar
demonios en su Nombre y, además, nos envió a todos a llevar esa Buena Noticia hasta el
confín de la tierra, a toda creatura. Puede parecer exagerado tanto despliegue, pero no lo es:
¿Por qué? Porque ese espíritu de religioso asentimiento, de obsequio de la mente y del
corazón, es el que debe mover siempre nuestros actos y nuestros criterios como buenos
cristianos, nuestros proyectos y nuestras palabras. Entonces, no te equivoques… No
debemos fundamentar nuestras ideas solo con buenas razones, que (sí) son buenas y
necesarias, sino que debemos cribarlas y respaldarlas con la Fe de la Iglesia, con la Fe de
nuestros padres, con la Fe católica recibida de los Apóstoles, de boca de Aquel que es la
Palabra de Dios, Verbum Dei. Si no, corremos el riesgo de estar defendiendo buenas ideas
pero arrancadas de su raíz, o defenderlas por sí mismas, haciendo una bandera; cuando la
única bandera que debe flamear en nuestro corazón y en nuestras realidades cotidianas debe
ser la Cruz, el Santo Nombre de Jesús…

“Ut in Nomine Iesu omne genu flectatur


caelestium et terrestrium et infernorum,
et omnis lingua confiteatur “Dominus Iesus Christus!”,
in gloriam Dei Patris”. (Fil. 2, 10)2

1
Todas las citas bíblicas latinas se toman de la Nova Vulgata, Bibliorum Sacrorum Editio, edición típica
promulgada por San Juan Pablo II en 1979. La traducción castellana se toma de La Biblia: El Libro del
Pueblo de Dios, traducción argentina de la misma Editorial Vaticana.
2
“Para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua proclame «Jesucristo es el Señor», para gloria de Dios Padre”.
2- Una referencia y aclaración obligada
Bueno… Muy linda introducción. Pero, entonces: ¿Qué dice la Iglesia?
Imaginarás que a lo largo de los siglos, la Iglesia ha dicho muchísimo y aún le queda mucho
por decir sobre este tema que nos proponemos profundizar. Por eso, centraremos nuestro
aporte, principalmente, en un documento clave: La constitución apostólica3 Veterum
Sapientia del Papa San Juan XXIII, el “Papa Bueno”. San Juan XXIII, en el siglo Giuseppe
Roncalli, fue un pastor de corazón noble y entero, un hombre de Dios que supo ser dócil al
Espíritu Santo. Todas las anécdotas de su vida son un constante relato de su humildad, pureza
de costumbres y su corazón paterno y afable. Se esperaba que su papado fuera una mera
transición, nadie esperaba de él más que un instinto de conservación del statu quo4 eclesial.
Sin embargo, Dios, que es quien gobierna y guía a su Iglesia, hace las cosas más inesperadas
con los instrumentos más inesperados. San Juan XXIII pasó a la posteridad por ser el Papa
que convocó al II Concilio Vaticano, que fue un evento trascendental de los últimos siglos y
que tuvo, hablando a grandes rasgos, una mirada profética sobre el presente de la Iglesia,
sobre la realidad que iba a sobrevenirse y sobre la evangelización en este último tiempo de
la historia.
Este mismo Papa es quien escribe este brillante documento que fue también de una
intuición profética. Por eso, en comunión con la Tradición de la Iglesia, las enseñanzas del
Concilio y los Papas de los últimos siglos, es que ofrecemos las razones por las cuales la Iglesia
sostiene el uso de la lengua del Lacio como un instrumento valioso. Conozcamos la
enseñanza de la Iglesia en todo lo que ella, como Mater et Magistra5 nos provee.

3- Hablan los héroes, los poetas y los sabios


“Veterum Sapientia”: La antigua sabiduría. Así se llama la mencionada constitución
apostólica. El Papa Bueno comienza, con esto, explicando una verdad muy hermosa y
sorprendente.
Quizás alguna vez pensaste que solo los cristianos hablamos de Nuestro Señor Jesucristo;
que, hasta que Él nació del seno purísimo de la Virgen Santa, en el portal de Belén, nadie había
pensado ni hablado sobre Él antes. Bueno, te llevarás la sorpresa de que no es así. No solo
que muchos hablaron de Jesús antes de que naciera, sino que (¡atención!) TODA LA
REALIDAD HABLA DE CRISTO. Mirá estas gloriosas palabras que recoge la Sagrada Escritura,
un himno cristológico de los primeros siglos:

“Quia in ipso condita sunt universa


in caelis et in terra, visibilia et invisibilia […]
Omnia per ipsum et in ipsum creata sunt,
et ipse est ante omnia, et omnia in ipso constant”6. (Col. 1, 16-17)

3
Una constitución apostólica es el documento legal de más alto nivel que dicta el Sumo Pontífice.
4
Lit: “El estado en que”. Se refiere a la preservación de las circunstancias actuales así tal como están.
5
“Madre y Maestra”. Título tradicional. Encíclica homónima de San Juan XXIII.
6
“Porque en Él [Cristo] fueron creadas todas las cosas, tanto del cielo como de la tierra, los seres visibles
y los invisibles […] Todo fue creado por medio de Él y para Él. Él existe antes que todo y todo subsiste en
Él”.
Toda la realidad tiende a Cristo pues de Cristo viene. El Hijo es el Amado del Padre y, por
Él, Dios Verdadero de Dios Verdadero, Dios Padre Eterno creó todas las cosas. Cristo es
modelo de hombre y es motivo de la existencia de todo cuanto vemos (y lo que no vemos
también). ¿Cuál es el sentido de la historia? Cristo. ¿Cuál es la aspiración más alta que buscaron
todos los pueblos, incluso sin saberlo? Cristo. Toda la Creación, el cielo y la tierra, los Ángeles
y los hombres. Todas las culturas de todos los tiempos, toda la sabiduría del hombre desde
nuestros primeros Padres hasta el último que nacerá; toda la historia y el arte de todos los
hombres. En definitiva: Todo corazón humano ha palpitado por Cristo y seguirá palpitando
por Él, aunque no lo conozca o, incluso, lo niegue. ¿Por qué? Porque para Él estamos hechos,
de Él venimos, en Él nos movemos y existimos y hacia Él vamos.
De entre esta sabiduría de la historia humana, descuella y fulgura con una luz particular
aquella recogida en la literatura griega y romana, y también las preclaras doctrinas de los
pueblos antiguos. Dice el Papa que estas son tenidas como una aurora anunciadora del
Evangelio que el Hijo de Dios, árbitro y maestro de la gracia y de la doctrina, luz y guía de la
humanidad anunció sobre la tierra. Es decir, todo aquello que los hombres alcanzaron
intuitivamente por su razón y su intuición, se refería a Cristo, que es la Belleza, el Bien y la
Verdad. Fue como una antesala, una preparación para lo definitivo: el advenimiento de
Nuestro Señor en la carne, la autorevelación que Dios hizo de sí en su Hijo Unigénito, por sus
palabras y obras.
Los Padres y Doctores de la Iglesia reconocieron en aquellos antiquísimos e
importantísimos monumentos literarios de los clásicos, cierta preparación de las mentes
para recibir las riquezas divinas que Jesucristo, en la plenitud de los tiempos, comunicó a los
hombres; no se perdió, por tanto, con la introducción del cristianismo en el mundo, nada de lo
que los siglos precedentes habían producido de verdadero, justo, noble y bello.
Explica San Juan XXIII que, por este motivo, la Iglesia siempre tuvo un respeto y
veneración por esta sabiduría y por las lenguas que la transmitieron: el latín y el griego. La
llama el “aurea vestes” de la sabiduría misma, es decir, como el ropaje dorado, áureo, lleno
de luz. La expresión del Papa es muy feliz por ser tan gráfica. El latín es como una ropa
resplandeciente que ennoblece a los poetas clásicos, a los héroes griegos, sus epopeyas, su
teatro; así como los versos exquisitos, la belleza de los monumentos romanos; toda esta
maravilla viene engalanada por la majestuosa lengua del Lacio.

4- Es del Lacio pero no del equipo de fútbol


Veremos que el Latín es el idioma universal de la Iglesia católica. Pero, antes: ¿de dónde
viene esta lengua y por qué se hizo tan importante para el mundo y para la fe católica? El latín
fue el idioma de los habitantes de una región llamada Latium (al español: Lacio), en la antigua
Italia, donde se situaba la ciudad de Roma. En la península itálica se hablaban docenas de
dialectos, pero el idioma de la que sería la Urbe más importante del momento fue el que
prevaleció y conquistó los pueblos a medida que conquistaba la tierra. Los romanos
gradualmente conquistaron a sus vecinos. El Latín se expandió por los Alpes y en los desiertos
africanos. Galia, España, Noráfrica, el mundo mediterráneo entero: todos fueron unidos en
un gran imperio bajo Roma y bajo una lingua franca: el Latín.
Así como el español y el portugués se volvieron las lenguas predominantes en Suramérica
a causa de la conquista por parte de España y Portugal, así el Latín se volvió en el idioma
predominante del Imperio romano. Aun después de la caída del imperio, el latín continuó
siendo hablado por toda Europa. Durante la Edad Media, fue el idioma universal del saber y
la ciencia. Aún hoy, los que estudian medicina, leyes, matemáticas, idiomas y varias ciencias
naturales deben conocer algo de la lengua latina. El español, el portugués, el francés, el
italiano y el rumano son todos ediciones modernas del latín, y todavía muestran una similitud
estrecha a la antigua lengua madre. Es por esto que al que tiene conocimiento del latín se le
facilita el aprendizaje de los idiomas modernos.
Dice el Papa Bueno que en esta diversidad de lenguas en las que la Iglesia sembró el
Evangelio, sobresale, sin duda, esta: la nacida en el Lacio, que llegó a ser luego un admirable
instrumento de la propagación del cristianismo en Occidente. Pues, por una especial
providencia de Dios, esta lengua, que había agrupado durante muchos siglos a tantos pueblos
bajo la autoridad del imperio romano, se convirtió en la lengua propia de la Sede Apostólica y,
conservada para la posteridad, une entre sí, con estrecho vínculo de unidad, a los pueblos
cristianos de Europa. Es muy fuerte la explicación del Papa. La lengua latina fue un
instrumento providencial para la evangelización. Rápidamente fue reemplazando y uniendo
bajo una misma lengua a los pueblos donde llegaba el Evangelio del Señor. Compartir una
misma lengua da también una misma visión de las cosas. También preservó la fe de la
manipulación de las herejías de los primeros siglos.

5- I can’t speak English


San Juan XXIII continúa fundamentando sólidamente.
La lengua latina, por su naturaleza, se adapta perfectamente para promover toda forma
de cultura en todos los pueblos (así como lo hizo Roma): no suscita envidias, se muestra
imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es bien aceptada por todos. No se puede
olvidar que la lengua latina tiene una estructura noble y característica; un estilo conciso,
diverso, armonioso, lleno de majestad y dignidad, que contribuye de una manera singular a
la claridad y a la solemnidad.
Fijate cuántas cualidades cita el Papa. Expliquemos mejor. ¿En qué lengua debe hablar la
Iglesia Universal? ¿En la lengua que la mayoría habla? Eso excluiría a las minorías lingüísticas
de culturas más pequeñas. ¿O debería usar la lengua más de un país importante? ¿Por qué un
hispanoamericano o un francés, históricamente enemistados con Inglaterra, por ejemplo,
deberían aprender el idioma de su rival político? No, es necesario usar un instrumento que no
pertenezca a ninguna Patria, que no promueva divisiones innecesarias o enemistades
surgidas de una coyuntura actual. Nadie es “dueño” del Latín más que la Iglesia, nadie la usa
como propia salvo la Esposa de Cristo.
Continúa el Papa Juan que, por este motivo, y muchos otros que luego señalaremos, la
Sede Apostólica ha procurado siempre conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha
juzgado digna de usarla como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las leyes
Santísimas, en el ejercicio de su sagrado magisterio, y de hacerla usar a sus ministros.
Dondequiera que estos se encuentren, por el conocimiento y el uso del latín, pueden conocer
exactamente cuanto proviene de la Sede Romana y por medio de él libremente comunicarse
entre sí.
Otra maravilla: ¿Cómo hace la Iglesia para expresar verdades y formulaciones sacrosantas,
corazón de nuestra fe como los dogmas, si no es en una Lengua que le garantice la
“imparcialidad”, la sacralidad? Lo sagrado es aquello separado, apartado para Dios, para el
culto. ¿Cómo expresa la Iglesia ese Misterio insondable del Dios que se reveló al Hombre?
¿Con qué palabras hablará, que no estén sometidas a la manipulación o a la modificación
arbitraria? Nuevamente, la Iglesia Católica aún hoy sigue escribiendo sus documentos en la
lengua del Lacio, para que a todos los pueblos llegue su palabra desde una lengua común. Así
como los héroes griegos y los poetas latinos venían ennoblecidos por las grandes lenguas
antiguas, la Iglesia pretende vestir sus dogmas, su culto, sus santos y sus cosas más preciadas
con una ropa fulgurante e inmortal.

6- Dime quién eres y te diré cómo debes hablar


A continuación, queremos darte una de las más maravillosas citas que el Papa Juan XXIII
inmortalizó en su magisterio: “El pleno conocimiento y el conveniente uso de esta lengua, tan
íntimamente unida a la vida de la Iglesia, interesa más a la religión que a la cultura y a las
letras”, dijo esto citando a su predecesor Pío XI. Esto que sigue a continuación es, a nuestro
criterio, fascinante. El Papa Juan continúa la enseñanza de Pío XI, que también estudió en
profundidad los fundamentos científicos del Latín. Estos Sumos Pontífices nos dejarán tres
dotes, tres notas características, que tiene el Latín que se adaptan admirablemente a la
naturaleza misma de la Iglesia de Cristo. Explica Juan junto con Pío: “De hecho la Iglesia, al
abrazar en su seno a todas las naciones, y estando destinada a durar hasta el fin de los siglos,
exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable y no popular”.
• Universal: La Iglesia toda tiene como cabeza al Obispo de Roma, la Iglesia de Roma
preside en la caridad. El Sumo Pontífice tiene potestad ordinaria e inmediata sobre
todas las Iglesias y sobre todos los pastores y fieles. De todo rito, lengua y pueblo.
Por ende, el instrumento de comunicación mutua debe ser universal. El latín, dice el
Papa, es la voz de la Madre común.
• Inmutable: Como adelantamos, dice el Papa que no pueden confiarse las verdades
de la Iglesia católica a alguna o a varias lenguas modernas, aunque no fuera ninguna
superior a las demás, porque sucedería ciertamente que, siendo diversas, no
aparecería claro y suficientemente preciso el sentido de tales verdades, y, por otra
parte, no habría ninguna lengua que sirviese de norma común y constante, que
pudiera regular el sentido exacto de las demás. Pues bien, la lengua latina, sustraída
desde hace siglos a las variaciones de significado que el uso cotidiano suele producir
en las palabras, debe considerarse como fija e invariable, porque los nuevos
significados de algunas palabras latinas exigidos por el desarrollo, por la explicación
y defensa de las verdades cristianas, han sido ya desde hace tiempo determinados
establemente7.

7
Aquí una importante nota aclaratoria: A menudo escuchamos discusiones entre los que afirman que el
Latín es una lengua muerta y los que no. Se suceden argumentos y fundamentaciones varias. Debemos
decir algo superador: El Latín es, ciertamente, una lengua muerta, porque, aunque ciertamente se siga
• No popular: Aclaremos de entrada que esto NO significa un desprecio o rechazo al
Pueblo de Dios o a quienes no tienen un latín perfecto. Sino que, como la Iglesia
católica, al ser fundada por Cristo supera en mucho la dignidad de las demás
sociedades humanas, es justo que no se sirve de una lengua popular aunque sea
noble y augusta. La Iglesia no se identifica con ningún pueblo, ni el más pequeño ni
el más grande. Ella es una unidad humana y divina, muy superior a otra asociación de
personas.

7- Lo santo para los santos


Explicaremos en la próxima formación, el magisterio más reciente sobre el uso del Latín,
concretamente el del Concilio Vaticano II y los Papas posteriores a él. Pero vamos
adelantando algo importante.
En algunos ritos orientales católicos, como el bizantino, cuando se hace ostensión del
Corpus, de la Hostia Consagrada durante la Santa Misa, el sacerdote exclama: “Lo santo para
los Santos”. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Sancta sanctis [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la
mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos dones antes de la
distribución de la comunión. Los fieles (sancti: los santos) se alimentan con el Cuerpo y la Sangre de Cristo
(sancta: lo santo o las cosas santas) para crecer en la comunión con el Espíritu Santo y comunicarla al
mundo”. (CATIC 948)

¿Qué decimos con esto? La Iglesia siempre distingue muy bien el ámbito de lo profano y
de lo sagrado. No puedo hacer de un templo un centro comercial mientras se celebra la Santa
Misa, debo dimensionar que el lugar es sagrado y más sagrado aún lo que se está celebrando:
el Sacrificio del Altar, el Banquete del Cielo. Del mismo modo, no puede el sacerdote usar una
ropa cualquiera para celebrar, hay vestiduras litúrgicas, que destacan adecuadamente que lo
que se está haciendo no es una actividad más de las que cotidianamente se hacen (algo
profano) sino algo separado para Dios, una actividad hecha solo para el Señor (algo sagrado).
Así como las vestiduras, el espacio físico, la música y los elementos puestos al servicio del
Sacramento del Altar, no pueden profanos; la Iglesia enseña desde hace siglos y aún hoy
(como en la próxima formación veremos) que la lengua que utiliza para el Misterio más
grande de los Cristianos, no puede tener tampoco un uso profano. Sin rechazar las lenguas
locales de cada pueblo, la Iglesia sigue afirmando que la Lengua Latina es la que más refleja
la universalidad y la unidad de la Familia de Dios, del Cuerpo Místico de Cristo.
El Latín es, dicho de algún modo, explica San Juan XXIII una lengua que se tornó
consagrada por el continuo uso que ha hecho de ella la Sede Apostólica, madre y maestra de
todas las Iglesias. Por ello, afirma el Papa Bueno que hay que guardarla como un tesoro... de
incomparable valor, una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas
transmitidas por la tradición y con los documentos de la doctrina de la Iglesia y, finalmente,
un lazo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad la Iglesia de hoy con la de
ayer y la de mañana”.

usando no está sometida al uso cotidiano de ningún pueblo y sus normas son fijas desde hace siglos. Pero
esa misma característica la hace apta para ser más viva y usada que nunca, con la garantía de que seguirá
siendo inmutable.
Esto es fascinante. Usando la lengua de la Iglesia, rezo las mismas palabras que vienen
repitiéndose incluso desde tiempos apostólicos, rezo con el mismo fervor las sublimes
oraciones que rezaba San Agustín, San Antonio, San Francisco de Asís, Santo Domingo, Santa
Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, San Juan Pablo II, Santa Teresita de Lisieux. Así, esta
interminable lista podría extenderse y podríamos emocionarnos cada vez más de saber que
nos unimos a los cristianos de todo tiempo y lugar, de toda condición y oficio, de toda clase
social.
Digamos otra cosa fundamental sobre el sentido de lo sagrado. Sagrado quiere decir
separado, como dijimos; separado de lo que es cotidano (no extraño pero sí distinto), para
que el hombre sea más divino. Por eso la Madre Iglesia para su culto delimita un espacio (el
templo), por eso se santifica el tiempo (año litúrgico) y por eso también se emplea una lengua
que no es la usada en la calle para ciertas circunstancias más o menos solemnes (el latín).

8- Es para pensar
Sumemos una pintoresca anécdota que introduzca el siguiente aporte. Una vez le
preguntaron al P. Leonardo Castellani, famoso pensador y jesuita argentino8 por qué se
empeñaba tanto en enseñar el Latín a sus muchachos. “Padre, ¿qué van a hacer ellos con el
Latín?”. Castellani, como todo sabio que sabe responder simplemente lo complejo, le
respondió: “No me preocupa tanto, amigo, lo que los muchachos hagan con el Latín sino lo que
el Latín puede hacer con ellos”.
El Papa Juan XXIII dice que no hay nadie que pueda poner en duda la especial eficacia que
tienen la lengua latina para el desarrollo y formación cultural de los jóvenes. Pues ella cultiva,
madura, perfecciona las principales facultades del espíritu; proporciona agilidad mental y
exactitud en el juicio, desarrolla y consolida las jóvenes inteligencias para que puedan abarcar
y apreciar justamente todas las cosas y, finalmente, enseña a pensar y a hablar con un gran
orden.
Pero, ¿por qué se produce esto? ¿Qué tiene el Latín que lo hace tan particular para formar
la mente? Veamos algunas razones:
• La gramática latina es profundamente lógica y tiene un sistema admirable de carácter
sintético: Se percibe bien dicho carácter al comparar el latín con las lenguas
romances. Estas deben emplear más vocablos que el latín, y recargar la frase para
expresar la misma idea. Ello se debe a que no tienen tantas declinaciones que en una
sola palabra expresan mejor la idea. Un ejemplo bello: “De María nunquam satis” es
un hermoso apotegma clásico. Sin embargo, al traducirlo es muy difícil expresar la
precisión y amplitud a la vez que tiene la frase latina: Sobre María, nunca se podrá
hacer lo suficiente; es decir, nunca bastará lo que se escriba, lo que se diga, lo que se
cante, lo que se pinte. Para amar a María y referirnos adecuadamente a ella, nada es
mucho, todo es poco. Toda esa magnífica espiritualidad se condensa en una sola
frase.

8
Llamar a Castellani solo pensador es una tremenda injusticia. Es uno de los pensadores más luminosos y
olvidados de la inteligencia argentina, autor de obras muy diversas y tremendamente variadas: Economía,
sociedad, educación, teología, idiomas, filosofía. De todos los temas era una voz autorizada y profética.
Férreo enamorado de Cristo y su Iglesia. Intransigente hijo de San Ignacio, jesuita.
• Este carácter sintético de la lengua latina se hace patente en múltiples inscripciones,
epitafios, sentencias, escritos sobre piedras o pergaminos que se inmortalizaron para
siempre. “Hay lenguas que cantan; otras que dibujan y pintan. El latín graba (esculpe) y
eso que graba es imborrable. Se podría decir que aquello que no es universal o eterno
no es latín” (Brunetière, literato francés).
• La libertad en su uso: El Latín tiene la capacidad de ser muy preciso, tan bien ligados
van los sustantivos, adjetivos, etc. que su orden puede cambiarse casi como un
rompecabezas y seguirá conservando su fuerza y su sentido la frase. Por ello, el latín
es una lengua magnífica para la poesía y la belleza de las letras. Deja clarísimo el
proceso lógico de las ideas pero rompe con soltura y libertad genial el orden
monótono, frío y meticuloso con que en las lenguas modernas (por ejemplo el inglés)
se van colocando unas tras otras las palabras por una necesidad gramatical. La lengua
del Lacio, así, permite una brillante libertad y vivacidad en la expresión, como surgido
más puramente del alma.
• El pueblo romano era un pueblo campesino, amante del terruño. De allí el realismo y
la solidez de la lengua, y la predilección por los términos concretos. Por ejemplo: en
lugar de decir “aceite”, los romanos decían “olea”. El primero es un término
abstracto; el segundo, concreto (aquello que es producto del olivo).
• Por ser el romano un pueblo guerrero el latín tiene una gran concisión, ama las
fórmulas lapidarias: “Veni, vidi, vici” dijo el César al Senado: “Vine, vi y vencí”.
También fue un pueblo de juristas y moralistas. Por eso amantes de las sentencias y
del equilibrio en las frases.
Si se entienden bien estas cosas, se entenderá claramente porqué la Iglesia aún hoy pide
a sus futuros pastores el estudio de la lengua de Roma.

9- Si yo no tengo amor
“Deus Caritas est”, Dios es Amor dice el Apóstol Juan. El Amor es su identidad. Él no tiene
amor, Él ES el Amor. Al Amor debe conducirnos todo este esfuerzo, como decíamos al
principio. No parece importante terminar explicando algo que el Papa Bueno dice con
maravillosa síntesis: “Hay muchos que extrañamente envanecidos por el maravilloso progreso
de las ciencias, pretenden relegar o reducir el estudio del latín y de otras disciplinas parecidas...
Nos, por nuestra parte, justamente debido a la insistente necesidad, juzgamos que hay que
seguir un camino diverso, ya que en el alma penetra y se fija lo que más corresponde a la
naturaleza y dignidad humana, con más ardor hay que adquirir cuanto forma y ennoblece el
alma, para que los pobres mortales no se conviertan, como las máquinas que construyen, en
fríos, duros y sin amor”.
Dejamos por último un bello texto del Apóstol de Gentes, San Pablo, que suena
maravilloso y que es bueno que dejes que penetre en el corazón. Podés luego buscarlo en
castellano:
1 Cor. 13, 1-8.13

“Si linguis hominum loquar et angelorum, caritatem autem non habeam,


factus sum velut aes sonans aut cymbalum tinniens.
Et si habuero prophetiam et noverim mysteria omnia et omnem scientiam,
et si habuero omnem fidem, ita ut montes transferam,
caritatem autem non habuero, nihil sum.
Et si distribuero in cibos omnes facultates meas et si tradidero corpus meum,
ut glorier, caritatem autem non habuero, nihil mihi prodest.
Caritas patiens est, benigna est caritas, non aemulatur, non agit superbe, non inflatur,
non est ambitiosa, non quaerit, quae sua sunt, non irritatur, non cogitat malum,
non gaudet super iniquitatem, congaudet autem veritati;
omnia suffert, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet.
Caritas numquam excidit. Sive prophetiae, evacuabuntur;
sive linguae, cessabunt; sive scientia, destruetur.
Nunc autem manet fides, spes, caritas, tria haec; maior autem ex his est caritas”.

Próxima entrega: Lunes 8/11

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