Yawar Fiesta
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I. PUEBLO INDIO.
Entre alfalfares, chacras de trigo, habas y cebada sobre una lomada desigual, está el
pueblo; se ve grande, sobre el cerro, los techos de paja, eucaliptus, se acaban en la
cumbre, ahí está el jirón Bolívar. En las faldas de los cerros, las casas de los comuneros,
los ayllus (Barrio comunidad indígena) de Puquio, se ven como pueblo indio, sobre la
lomada junto a un riachuelo. ¡Pueblo Indio! Hablan con desprecio los viajeros. Pero en
la costa no hay abras, ellos no conocen sus pueblos desde lejos. Tres ayllus se ven desde
el abra del Sillanayo¨k: Pichk´achuri, K´ayau y Chaupi. Los techos de las casas siempre
de tejas, tejas de los K´ollanas y K´ayau. Llegando de la costa se entra al pueblo por
estos ayllus. ¡Pueblo Indio! Con casitas y calles torcidas, anchas en un sitio angosto en
otro. En el sitio de los mestizos, ni comuneros ni principales allí viven los chalos
(mestizos), las tiendas son de las mestizas, que visten percala y se ponen sombrero de
paja. En la cima de la lomada, se entra al jirón Bolívar; allí viven cómodamente los
principales. Al otro lado está el ayllu de K´ollana. La plaza de armas es también de los
principales, allí se encuentran: la iglesia principal, la sub prefectura, el puesto de la
guardia civil, el juzgado, la Escuela Fiscal, la municipalidad, la cárcel, el coso para
encerrar a los “daños”; todas las autoridades que sirven a los vecinos principales con los
que hacen respetar; con que mandan. Por eso el jirón Bolívar es como una culebra, la
plaza de armas es su cabeza, allí está los dientes, los ojos, la cabeza, la lengua. En otras
palabras; cárcel, coso, sub prefectura y juzgado. El cuerpo de la culebra es el jirón
Bolívar. Quizá hace trescientos años llegaron a Puquio los mistis negociando las minas.
Antes Puquio era pueblo indio. Los mistis fueron con su cura, con su Niño Dios
“estranguero”, hicieron su plaza de armas, su iglesia, y fueron levantando su calle sin
respetar la pertenencia de los ayllus. Y así comenzó el despojo. Pero los puquios
aprendieron a comprar a las autoridades y a defender sus pleitos. El agua lo
administraba los ayllus, pero los mistis lo tomaban a la fuerza, pero no conocían la
fuerza de la naturaleza. Los mistis no saben hacer nada entonces los comuneros
triunfaban. Los chalos son los mestizos algunos son trabajadores otros no lo son.
II. EL DESPOJO.
En otros tiempos la puna grande era para todos; los indios vivían libremente con sus
animales, con sus pastos, con sus vientos fríos y sus aguaceros. Los echaderos eran los
límites de ayllu a ayllu. Los Pichk´achuris fueron siempre los punarunas (gente de la
puna). En esos pueblos mandan los varayok´s (alcalde indio), allí no hay teniente, no
hay gobernador, no hay juez. Los mistis venían a la puna a comprar carne y se iban. De
repente solicitaron ganado de la costa, especialmente de Lima, entonces los mistis
empezaron a quitar sus chacras a los indios para sembrar alfalfa. Año tras año, los
principales fueron sacando papeles diciendo que eran dueños de todas las tierras.
Aprovechando de la presencia de todos los indios, el juez ordenaba la ceremonia de la
posesión: entraba al pajonal seguido de los vecinos y autoridades, leía un documento a
daba como posesionario al misti y celebraban. A continuación el cura decía: con la ley
ha aprobado don Santos que estos echaderos son de su pertenencia. Dios del cielo
también respeta ley. Entonces comenzaron los abusos, los indios fueron desplazados
hacia las alturas, donde la nieve, junto al K´arwarasu, a las cumbres; así fueron
acabándose los pastores de los echaderos de chaupi y k´ollana. Otros vendían su
ganado al nuevo dueño, sus ovejas, sus vacas, luego enterraban su dinero. Y ya pobres
se quedaban como vaqueros del patrón. De vez en vez el patrón mandaba comisionados
a recolectar ganado. Escogían al toro allk´a, al callejón, o al pillko. Entonces los
punarunas con sus familias hacían una despedida a los toros que se iban a la quebrada.
Entonces si sufrían los indios al ver partir a sus toros. Pero los mak´tillos (jóvenes),
sufrían más, lloraban en las noches oscuras como para morirse.
IV. K´AYAU.
El primer domingo de julio entraron, a la casa de don Julián Arangüena los cuatro
varayok´s de K´ayau. La finalidad pedir permiso para traer al Misitu de K´oñani, sus
tierras. Es concedido, toman cañazo y brindan. Todo el pueblo estaba asombrado, los
niños las mujeres los mistis decían; ¡para estos indios no hay imposibles! Entonces todo
el ayllu de K´oyau s reúne en cabildo. El varayok´ alcalde, habló en quechua. Informó
sobre su entrevista con don Julián. De todos los ayllus llegaban comuneros para ver el
cabildo de los K´ayaus. Ese domingo, toda la tarde y en la noche, los wakawak´ras
atronaron en los cuatro barrios. La competencia se había dado entre los barrios de K
´oyau y Pichk´achuri. Los capeadores se preparaban entre ellos el “Honrao” Rojas, que
con dinamita en mano destrozaba el pecho de los toros; y se iba riéndose, así era los K
´oyaus y los pichk´achuris, el resto de los barrios no contaba. Los danzak´s (bailarines)
ingresaban a la plaza, los mistis, las niñas y señoras se admiraban, los indios decían;
¿Dónde habiendo de los mistis? Se preguntaban. Todos hablaban de la corrida del 28 de
julio. El subprefecto era iqueño y los mistis le hicieron saber sobre la costumbre
especialmente del turupukllay y el Tankayllu que era un danzante de tijeras indio.
Decían que sin ellos no hay fiesta el 28, “se llevará usted un recuerdo imperecedero de
nuestro pueblo”.
V. LA CIRCULAR.
Llegó un documento (circular), enviado por el gobierno en la que se prohibía las
corridas de los indios, sin toreros profesionales. El subprefecto se reunió con los
principales y ordenó a la alcaldía con la finalidad se cumpla con la ordenanza. ¿No
habría corrida en la plaza de Pichk´achuri? Ya no estaría el “Honrao” Rojas y los demás
cholos. ¿Y entonces como iba a ser la corrida? Don Pancho se embriagó con
aguardiente, reclamando se realice las corridas tal como le gusta a los indios, acudió
allí el subprefecto para ver lo que pasaba, don Demetrio se acomodó al lado de la
autoridad e increpó a don Pancho, el cual le echo aguardiente en la cara, el subprefecto
mando detener con dos guardias civiles a don Pancho. El alcalde cito para las 9 p.m. a
todos los vecinos y al señor cura, a fin de dar a conocer la circular. Se reunieron y el
alcalde hablo: “señores concejales, señor vicario, señores contribuyentes, enterado de la
circular del director de gobierno prohibiendo las corridas sin diestros. Hemos
convocado a este cabildo para que todos se comprometan a respetar la circular y acordar
sobre la corrida.” El señor Vicario y presentes lo aprobaron. La corrida se realizaría
contratando un torero profesional de Lima. Cuando los vecinos principales estuvieron
saliendo de la plaza sonaron los wakawak´ras. En el hondo de la conciencia de don
Demetrio, de don Antenor, de don Julián, se levantó la alegría y anduvieron más rápido.
VI. LA AUTORIDAD.
Entonces toda la indiada avanzó hacia la plaza. El subprefecto se incomodo
maldiciendo. El alcalde explicó en quechua a los ayllus garantizándoles el turupukllay,
la indiada se movilizó hacia las esquinas. La voz de los indios se oía en la subprefectura
como murmullo grueso que parecía sonar dentro de la tierra. Se fueron por las cuatro
esquinas a los barrios.
¡Oiga, sargento! ¡Tráigame a ese Pancho Jiménez! Ordenó el subprefecto. Cuando vino
le pregunto: ¿Por qué es tan feo su pueblo don Pancho? Éste respondió: ¡como pues no
va a ser feo para usted!, usted es nacido en pueblo de la costa, así como el sargento es
arequipeño. Pero yo soy pues de aquí, mi cuerpo ha crecido en este aire; Puquio no es
feo. Yo he probado a vivir en otros pueblos, pero no se puede. Como usted triste vivía.
Entonces tomaron pisco. Se confrontaron en un cruce de palabras. El subprefecto
amenazó a don Pancho diciéndole que no aliente a la indiada y vayan en su contra, sino
le costaría el pellejo. Don Pancho se fue haciendo retumbar el salón. El subprefecto
quería matarlo pero el sargento no acepto.
VIII. EL MISITU.
El Misitu, vivía en los k´eñwales, no tenía, padre ni madre, los K´oñani decían que
corneaba a su sombra, que araba la tierra, con sus cuernos. De día rabiaba mirando al
sol. De noche perseguía a la luna. Todos tenían miedo al Misitu. Todos menos don
Julián el patrón, mandó ensillar su caballo overo, el caballo más valiente de la quebrada
y se fue en su busca. En un claro del monte don Julián paró el caballo, se puso dos
dedos de su mano izquierda en la boca y silbó fuerte. Entonces mientras hablaban se
remeció el monte junto al rio; sonó el agua, se oyeron romperse las ramas de los
árboles. Desde arriba gritó el vaquero como diablo: ¡corriychiq! Cristianos, todos
corrieron menos don Julián, se paró sereno y echo lazo al Misitu, y cuando pretendía
jalarlo el lazo hizo resistencia, un instante y zafó. Con la ira que le invadía con su
revolver echó balazos al aire, de rabia como de alegría. Luego persiguió a sus
mayordomos y los trato de cobardes. Enseguida retorno a Puquio y se emborracho como
en un día de fiesta. Los K´oñani se alegraron de ver al patrón e hicieron una ofrenda al
cerro; para que nunca se lleven al Misitu de sus tierras.
IX. LA VISPERA.
El subprefecto en reunión amedrentó a don Julián Arangüena. ¿Ustedes pueden
ayudarme a fregar a ese salvaje? Les preguntó de golpe a los tres vecinos principales
reunidos. Nadie quería meterse con don Julián lo consideraban peligroso y advierten al
subprefecto que también no lo haga. Solamente querían que se cumpla la circular con
ello él quedaría como un “gran subprefecto.” Dicho esto se calmó y pidió a los vecinos
un “préstamo” de mil quinientos soles para salir de un apuro. Los ojos de los vecinos se
pusieron turbios levantando un arrepentimiento grande. El misti don Jesús estaba
descontento y callado. Al subprefecto le bailaban los ojos de contento. Pero el 28
pondremos torero en la plaza y los guardias impedirán que los indios entren a capear
aseveró. Por otro lado el Vicario conversaría con los ayllus de K´ayau y Pichk´achuri
para hacer una plaza chica con asientos y eucalipto. Para que la competencia sea legal y
se vea mejor. Dicho esto se levantaron los tres principales para retirarse. Don Jesús no
quería dar ni un centavo para el préstamo estaba descontento.
El presidente del Centro Unión Lucanas, contrató al torero español Ibarito II. Por
quinientos soles. No me gusta torear en los pueblos de la sierra, porque los toros que le
echan a uno deben ya tres o cuatro vidas; dijo el tal Ibarito.
X. EL AUQUI.
El auki K´arwarasu tiene tres picos de nieve; es el padre de todas las montañas de
Lucanas. Los viajeros indios esparcen aguardiente en señal de respeto. El auki, el vigía,
el cuidador de toda la tierra Lucana. Su nieve de lo más blanco y frio, salen peñas
negras y hacen sombra sobre la nieve. El layk´a de Chipau se encomendó al K
´arwuarasu para traer al Misitu. Decía que le había dado poder sobre todos los toros de
todas las punas que pertenecían al auki. El ayllu K´ayau estaba hirviendo. Saldrían a
medianoche, cada quien llevaría su lazo y su fiambre, traerían al Misitu de K´ollana.
Entretanto don Pancho detenido en el calabozo rogaba al sargento para que lo deje ir a
ver a los K´ayau; ellos pasaban callados. Y los wakawak´ras retumbaban en las
quebradas. Don Julián entregó un quintal de trigo para el fiambre. Los K´ayau
avanzaban dispersados por la pampa. Los wakawuak´ras tocaban sin cesar. Entonces los
K´oñani formaron una tropita delante de la hacienda grande. Los varayok´s hablaron en
quechua: “Taytakuna vamos a llevar al Misitucha” Don Julián manda. Jatun auki
molestará, Misitu, es su criatura, su animal dijeron los K´oñanis. El layk´a de Chipau les
dijo, que el jatun auki k´arwarasu le había dado permiso y licencia para llevar al Misitu
para la corrida de Pichk´achuri y que él vera la fiesta desde la cumbre.
Cuando el último K´ayau llegó al k´eñwal, todos gritaron juntos, entonces salió el
Misitu corriendo y mató al layk´a. El Raura gritó y echo su lazo bien, midiendo, y los
enganchó en las dos astas, sobre la misma frente del Misitu.
Los K´ayau se acercaron para ver al Misitu, era gateado, pardo oscuro, con gateado
amarillento. No era grande, era como toro de puna, corriente; pero su cogote estaba bien
crecido y redondo y sus astas gruesas y afiladas. Eran seis lazos sobre las astas del
Misitu, tres para el arrastre y tres para el temple. Entonces lo enrumbaron hacia Puquio,
hacia la plaza de los Pichk´achuri.
Enterado don Julián, va a pedir permiso al subprefecto para ver a don Pancho Jiménez,
detenido en el calabozo, el permiso es concedido y en el momento en que también entra
al cuarto es encerrado por el cabo, que estaba en custodia, por orden del subprefecto. El
tankayllu danzante de tijeras bailaba y los residentes lucaninos llegaron con el torero
Ibarito. Y el pueblo quedó en silencio asustado. Los Pichk´achuri correteaban en el
ayllu. Ya el Misitu estaba llegando de Pedrork´o.
Don Julián y don Pancho detenidos en el calabozo charlaron como buenos amigos hasta
entrada la noche. Don Pancho le decía: Usted ha sido bueno con los indios por eso lo
quieren pero yo no porque siempre los he abusado. Al día siguiente anunciaron la misa
con un dinamitazo. ¡Alto! ¡Allí no más! Era la orden para no dejar entrar a la indiada a
la plaza. ¡Primero vendrán las autoridades! Dijeron. El canto de los wakawak´ras que
sonaban todos los años desde Pichk´achuri, sacudía esa tarde el corazón de los
principales, los alocaba. Todos se reunían para ir, hacían cargar aguardiente y cerveza a
la plaza. Era una fiesta, una fiesta grande en cada alma.
Y de entre los lok´os (gorros) que el sol quemaba; en el fuego del cielo, de los tejados y
de la tierra blanca de las calles; en ese cielo limpio y caldeado cantaban triste,
sacudiendo el corazón de toda la gente, los wakawak´ras de los ayllus, el turupukllay del
28 en la tarde.
Entonces llegaron las autoridades y los principales junto con el torero Ibarito, todos los
miraban, los indios abrieron paso y entraron a su respectivo palco. Después entraron los
indios llenando la pequeña plaza, estaba repleto. Se llenó la plaza de canto. Parecía un
ruedo oscuro de indios, macizo y ancho, con su adorno en medio, por el color de las
rebozas.
Saltó el Misitu, se fue de frente; pero con el griterío que salió de toda la plaza sacudió la
cabeza y se quedó en medio del ruedo, con el cogote bien levantado, bien alto,
apuntando hacia arriba con sus astas.
Entonces don Antenor, el alcalde, grito: ¡que entre el “Honrao”, carajo!, ¡que entre el
Tobías!, ¡que entre el Wallpa!, ¡el Kencho! De inmediato saltaron los capeadores al
ruedo.