Galheigo Correa Olive y Carvallo 2024

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

La terapia ocupacional comunitaria desde


una perspectiva crítica: diálogos históricos
y contemporáneos hacia la construcción y
emancipación de colectivos

Sandra Maria Galheigo, Fátima Corrêa Olive y


Marta Carvalho de Almeida

Comunidad: múltiples sentidos y prácticas comunitarias

Muchos son los entendimientos sobre la noción de comunidad, si se


considera su trayectoria histórica como objeto de estudios y reflexiones.
Agotar sus sentidos y abordar a todos los autores que participaron de esa
trayectoria sería una tarea que excede las posibilidades de este capítulo.
La comunidad, considerada como el espacio social, amplía el sentido
de seguridad de sus miembros y remite a ideas de proximidad, cohesión,
pertenencia, intimidad, proyectos compartidos y solidaridad (Pereira,
2001, p. 36; Sawaia, 1996, p. 51). Como afirmó Bauman (2003), los signi-
ficados y las sensaciones son interdependientes de las palabras; comuni-
dad remite a la sensación de “algo bueno”, “agradable”, “un lugar cómodo
y acogedor” (Bauman, 2003, p. 7). Sin embargo, la comunidad puede ser
entendida como el locus de la tradición con exigencias de homogeneidad
en los modos de vivir, pensar y actuar. También puede ser identificada
con la “vida rural”, lugar de cuidado de las costumbres y de la cohibición
de lo nuevo en contraposición a lo urbano, considerado el lugar de la no-
vedad y del cambio social intenso, donde la diversidad cultural compone
un escenario en que la libertad de elección y la realización de deseos son
valorados (Pereira, 2001, p. 37; Sawaia, 1996, p. 40).
Frente a la exacerbación de la pobreza y la desigualdad social, desde
el siglo XIX el espacio comunitario es accionado como un dispositivo
de resistencia política y lucha por mejores condiciones de vida (Sawaia,
1996, p. 35; Pereira, 2001, p. 39). En esa perspectiva de comunidad como
espacio de objetivación de relaciones democráticas dirigidas a la cons-
trucción de poderes locales y de formas de buen vivir, en los años sesen-
ta, en Brasil, surgieron acciones comunitarias en barrios o localidades
pobres y favelas. En oposición al régimen militar en vigor, muchas bus-
caban la concientización política, inspiradas en la educación popular de

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terapias ocupacionales latinoamericanas

Paulo Freire (1967, pp. 61-67). En ese período, se crearon las Comuni-
dades Eclesiales de Base que, ligadas a la Iglesia católica y orientadas por
la teología de la liberación, se difundieron en Brasil y en Latinoamérica.
Como resume Pereira (2001): “Los rasgos identificatorios en torno al
significante comunidad —reales o imaginarios, tradicionales e impues-
tos, instituidos e instituyentes— llegaron a formar en muchas esferas del
pensamiento la imagen de una buena sociedad” (p. 35).
El crecimiento de grupos identitarios a finales de los años sesenta en
los países del Norte —y posteriormente, en América Latina— agregó a la
noción de comunidad un sesgo identificatorio y distintivo de otro orden,
sea por exclusividad étnica, de género o de orientación sexual.
Además, con las profundas transformaciones sociales, políticas
y económicas resultantes de la revolución tecnológica, de los cambios
geopolíticos, del proceso de globalización y de reestructuración del ca-
pitalismo, las formaciones en red reconfiguraron las conectividades y los
procesos de identificación de sujetos y colectivos (Castells, 2000, p. 442).
La llegada de las comunidades virtuales puso en jaque la necesidad de
proximidad física para construir comunidades, considerando que el sen-
timiento de pertenencia y proximidad no son dependientes de recortes
geográficos. En esta diversidad de significados entra en escena el concep-
to “local” que, para Bourdin (2001, p. 36), aunque no se constituya por
una rígida demarcación territorial, representa un espacio definido por
identidad e historia, que evoca sentimientos de familiaridad y vecindad
y contrasta con lo que es lejano. El local refleja donde la vida sucede, una
baliza para la vida cotidiana. En constante redefinición, lo local se distin-
gue por no ser “global”, aunque con este tiene sinergismo, ya que forman
parte de un mismo proceso social.
Se puede mencionar, todavía, el gran debate en las ciencias sociales
sobre la influencia de los procesos de globalización sobre las realidades
locales, poniendo en cuestión la permanencia de las comunidades lo-
cales en el mundo contemporáneo. Appadurai (1997), por ejemplo, re-
conoce la fuerza de los procesos de globalización en la generación de
desigualdades y de exclusión social, pero considera que la globalización
no es sinónimo de homogeneización de los territorios. La desterritoria-
lización de las identidades culturales no es un fenómeno completo, aun-
que el enorme flujo de cosas y personas ha llevado a que las culturas es-
tén cada vez menos vinculadas a territorios geográficos específicos. Para
el autor, la formación de localidades permanece. Pero su producción y
reproducción oponen a “globalidad” y “localidad” cada vez menos, dada

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

la integración de estos elementos en una red de flujos que hace que las
relaciones entre global, nacional y local sean cada vez más complejas.
En ese sentido, las localidades continúan operando como “mundos de
vida constituidos por asociaciones relativamente estables, historias rela-
tivamente conocidas y compartidas y espacios y lugares reconocibles y
colectivamente ocupados” (1997, p. 34).
Appadurai (1997), considera, también, que parte de la función na-
tural de la vida local es desarrollar sus propios contextos de alteridad
(espacial, social y técnica), lo que normalmente confronta con las ne-
cesidades de estandarización social y espacial del Estado-nación para
producir identidades nacionales. Así, cree en la existencia de nuevas so-
ciabilidades, que pueden poner en cheque la soberanía y el futuro del Es-
tado-nación en su forma clásica. Su interés se vuelve, entonces, a lo que
llamó “políticas de la esperanza”, o sea, las movilizaciones colectivas que
envuelven esperanzas y aspiraciones y nacen en mundos marcados por
desigualdades y carencias profundas. Para él, esas políticas han surgido
en los lugares de límites extremos en la distribución de bienes. En las
comunidades más pobres, dice, se encuentran tanto las políticas de ani-
quilamiento, incluso los etnocidios, como también los movimientos de
resistencia a esos ímpetus (Freire-Medeiros y Cavalcanti, 2010, p. 195).
Por tanto, cuando hoy nos referimos a “comunidad”, debemos huir
de la trampa de mitificarla —como sociedad sin conflictos o como socie-
dad sin cambios—, al mismo tiempo que notamos los significantes que
marcan su uso como espacio de producción de sentidos que se oponen a
las exclusiones, al autoritarismo y al individualismo cuando privilegian
el compartir la vida y la construcción de proyectos comunes.
De Negri (2005), al analizar la realidad social y política contempo-
ránea, nos presenta tres categorías que, articuladas, nos ayudan a pensar
la constitución de lo común: multitud, común y singularidad. La mul-
titud es entendida como un “conjunto de singularidades operantes que
se presentan como una red” (p. 2), ya que lo “común” depende del re-
conocimiento de todos y de la relación con el otro. La idea de que la
interpretación teórica debe corresponder a la capacidad práctica invita
a superar la búsqueda de realidades presupuestas, tales como la de co-
munidad profunda basada en el concepto de tierra y naturaleza, o de un
comunalismo restringido a elementos orgánicos o identitarios. Así, afir-
ma que “además de la propiedad pública, la definición jurídica de lo co-
mún es aquella que posibilita hacer actuar dentro del carácter público la
construcción de espacios comunes reales, que son estructuras comunes,

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terapias ocupacionales latinoamericanas

y hacer actuar en esos espacios de voluntad la decisión, el deseo y la ca-


pacidad de transformaciones de las singularidades” (p. 5).
En América Latina, donde la lucha por la dignidad en la vida de los
sujetos y colectivos continúa, afirmamos la importancia de la comuni-
dad como un dispositivo de resistencia política y defensa de los derechos
humanos en las prácticas sociales. Así, hay que conectar su sentido a lo
que es público, a lo que es de todos, a la construcción de espacios comu-
nes reales donde suceda decisión, deseo y capacidad de transformación.
Hay que mantener el rescate de los ideales históricos de emancipación
social que nutrían utopías y posibilitaron, mediante el embate político, la
ampliación de los derechos y la renovación de la idea de constituir algo
que es común a nosotros, que valora y defiende la vida tejida a partir del
compartir y del cuidado mutuo.

Los abordajes comunitarios y territoriales en Brasil y la


terapia ocupacional: una retrospectiva histórica

La realidad social brasileña es multifacética y compleja. En ella, las pre-


carias condiciones de vida contrastan con la riqueza de los recursos na-
turales, siendo uno de los países con más altos índices de desigualdad
social en el mundo, la ausencia de niveles aceptables de protección social
afecta distintamente a blancos y negros, hombres y mujeres, personas
con y sin discapacidad (Programa das Nações Unidas para o Desenvol-
vimento [PNUD], 2017, pp. 13-18). Las discriminaciones se suman a
las condiciones de vulnerabilidad social, oprimiendo y excluyendo de la
participación social a las camadas desfavorecidas. Persisten significativas
diferencias regionales y los datos expresados en “promedios” esconden
inequidades históricas.
La participación de la terapia ocupacional en programas comuni-
tarios se inició entre los años setenta y ochenta en un contexto social y
político marcado por la represión política de la dictadura civil-militar y
la profundización de las desigualdades. Estaba fragmentada en proyec-
tos diversos, sean fundados en ideales libertarios o en lógicas asistencia-
listas, disciplinares y demagógicas, de orden gubernamental (Galheigo,
2003, p. 30). La redemocratización del país trajo cambios sustanciales al
implementar políticas sociales que establecieron referencias territoriales
para la gestión y la oferta de servicios en el ámbito de la seguridad social.

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Desde entonces, intervenciones profesionales comunitarias se vincu-


laron a políticas y programas asistenciales en los campos de salud (Oliver
et al., 2003, p. 142), asistencia social (Barros et al., 2005, pp. 403-406),
educación (Lopes et al., 2008, p. 69) y cultura (Costa y Macedo, 2016, pp.
221-240) exigiendo reflexiones y profundizaciones. Aun así, hoy coexis-
ten distintos entendimientos sobre las acciones comunitarias. A veces,
el término comunidad se reduce a su carácter meramente espacial. En
otras, se relaciona con principios de solidaridad, autonomía y amplia-
ción de la participación social, proyectando metodologías alternativas
que respetan la singularidad de los contextos y rechazan la imposición
de modelos y protocolos supuestamente universales.
Además, las reivindicaciones de los movimientos sociales, la crítica a
las instituciones totales realizadas por Goffman (1974, pp. 16-17) en los
años sesenta y la creación de las comunidades terapéuticas en países an-
glosajones influenciaron la formulación de alternativas similares en Brasil
(Mângia y Nicacio, 2001, p. 69). Paralelamente, la medicina comunita-
ria desarrollada en los centros de salud-escuela de las universidades en
los años setenta (Nunes, 2008, p. 913), trajo nuevas perspectivas para las
acciones del equipo de salud, que pasó a implicarse en la atención a un
amplio conjunto de necesidades de la población. Por su parte, a partir de
la década de los ochenta, principios de la Rehabilitación Basada en la Co-
munidad (RBC), concebida para ampliar la cobertura asistencial y com-
batir la segregación (Cardenal, 1991, p. 163), pasaron a figurar —aunque
de modo accesorio— en algunos planes y políticas brasileñas como una
de las formas de enfrentamiento de necesidades de salud.
Estos acontecimientos también son tributarios del compromiso de
las universidades brasileñas en la vida social, donde actividades de en-
señanza, investigación y extensión en proyectos comunitarios ilustraron
posibilidades reales de cambio (Escorel, 2009, p. 394). En este proceso,
una mayor problematización sobre la acción emancipatoria, inspirada
en ideas de Gramsci, Foucault, Sartre y Basaglia, cuestionó el papel de
reproducción del status quo de los técnicos e intelectuales, y parte de esos
profesionales inició un proceso de autocrítica.
Puede decirse, entonces, que la implementación de políticas públicas
brasileñas de afirmación de derechos a partir de los 1990, con territo-
rialización de la atención en salud y asistencia social, institucionalizó
la gestión y oferta de servicios locales, ampliando y complejizando las
prácticas ancladas en las nociones de comunidad. Esta reestructuración
tuvo como norte la idea de protección social y ciudadanía refrendada

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terapias ocupacionales latinoamericanas

por el discurso constitucional de garantía del acceso a derechos como un


deber del Estado, donde el control social de las políticas públicas es un
poder facultado al ciudadano. De esta forma, el ideario comunitario de
los años setenta posibilitó institucionalizar la atención en la comunidad,
a veces referida como “territorio”, noción que no supone sólo un espacio
delimitado geográficamente, sino también “construido históricamente y
con relaciones socioeconómicas y culturales a desentrañar. En él se pue-
den observar diferentes maneras de existir, soñar, vivir, trabajar y realizar
todos los intercambios sociales posibles” (Oliver et al., 1999, p. 5).
En el ámbito de la rehabilitación, el abordaje territorial propuesto
por profesionales brasileños (Oliver et al., 1999, p. 16) implicó un cam-
bio de perspectiva en relación a la RBC desarrollada en otros países. Para
estos, la preocupación principal no debía circunscribirse a la “ampliación
de la cobertura asistencial, simplificación de tecnología o reducción de
costos…, sino al cambio de enfoque…, un desplazamiento del objeto de
la rehabilitación de la persona con discapacidad, individualmente com-
prendida, para [su] territorio” (p. 4). Así, desde un contexto sociocultu-
ral específico, las necesidades de las personas con discapacidad deben ser
tomadas como producción social, sea por la concepción de discapacidad
de aquel entorno, sea por las oportunidades y derechos a los que este
grupo poblacional accede.
En esta perspectiva territorial en terapia ocupacional se plantea la
tarea de construir propuestas de atención que superen los procesos de
institucionalización y la lógica de invalidación social, de modo “que bus-
quen la ampliación y potenciación de los espacios, de las posibilidades
de expresión subjetiva y de las redes de intercambios sociales; que tengan
como punto de partida la validación y la legitimidad de la existencia del
otro, a partir de su historia, de sus capacidades, de sus deseos y proyec-
tos” (Oliver y Nicacio, 1999, p. 65).
También, se iniciaron en los años noventa, en el ámbito de la tera-
pia ocupacional social, proyectos territoriales y comunitarios con niños
y jóvenes, así como con personas en situación de calle, agregando do-
centes, estudiantes y profesionales de las universidades. Sus estrategias
enfatizaron la acción colectiva y territorial, las relaciones entre persona,
grupo, comunidad y sociedad y privilegiaron el fortalecimiento de redes
de apoyo social de grupos vulnerables o con derechos violados (Barros
et al., 2007, p. 354).
Por último, el abordaje comunitario de la terapia ocupacional brasi-
leña actual, avanzó en consistencia y fundamentación teórica en relación

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

con los enfoques comunitarios desarrollados hasta los años ochenta.


No obstante, frente a la realidad social que permanece profundamente
desigual, persiste la necesidad de que las premisas de concientización,
transformación, participación y emancipación de aquel período perma-
nezcan potentes. Ante los riesgos de que el movimiento de territoria-
lización de la asistencia en el ámbito social y de salud resulte sólo en
una gestión administrativa del territorio, donde el actor social sería un
consumidor pasivo de políticas sociales, cabe también a los profesionales
concretarlas en acciones y compromiso técnico-político.

Autonomía y prácticas comunitarias

El término “autonomía” ganó destaque en la terapia ocupacional bra-


sileña a partir de la década del ochenta, cuando la democratización y
el respeto a los derechos humanos repercutieron en las prácticas asis-
tenciales. Progresivamente se amplió su centralidad en los enunciados
profesionales, desplazándose de esa posición el concepto de “indepen-
dencia funcional”. Sin una definición precisa, su porosidad permitió que
se creará un campo semántico de expresión del compromiso profesional
con la complejidad de la condición humana, articulando dimensiones
como emancipación, libertad y autogobierno. Ese cambio proponía nue-
vas formas de aproximación a sujetos de la intervención, en diálogo con
perspectivas teórico-metodológicas que valoran contextos, historias y
saberes de la comunidad y comprenden al hombre como sujeto de dere-
chos. Ya no la relación emanada del poder disciplinar (Foucault, 1984,
pp. 153-204) torna útil y modela cuerpos y acciones, sino el accionar
del vigor de sujetos reales, conectados a sus lugares sociales, tanto por el
sufrimiento como por la capacidad de transformación.
El concepto era también compatible con el surgimiento de la “nueva
salud pública”, que enfatiza acciones de salud más amplias, considerando
sus relaciones con las condiciones de vida. Desde esa perspectiva, el for-
talecimiento de la autonomía de sujetos y colectivos fue señalado como
cuestión central, porque instaura el respeto a la condición de sujeto de
aquellos que, por mucho tiempo, fueron tratados sólo como objetos de
la acción técnica, sin voz ni decisión (Czeresnia, 2009, p. 6). Sin embar-
go, es importante recordar que, teniendo su origen en el contexto de las
sociedades capitalistas neoliberales, la adhesión a esta perspectiva puede
hacerse mediante una visión conservadora que entiende a la autonomía

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terapias ocupacionales latinoamericanas

por el prisma de la “libre elección”, asociada a la lógica de mercado y a la


individualización de problemas y soluciones. Este punto de vista interesa
mucho a las prácticas que quieren la disminución de las responsabilida-
des del Estado y la delegación a los propios sujetos, de la carga de alcan-
zar, por sus medios, alguna protección social y vida digna (Czeresnia,
2009, p. 1).
En oposición, la autonomía que se defiende aquí es menos tributaria
de Kant —que enfatiza el valor de la elección racional e individual— y
más cercana a la perspectiva de Paulo Freire, que la comprende como
proceso histórico y culturalmente construido, o sea, por medio de rela-
ciones humanas. Es una praxis que se opone activamente a la opresión
(condición de heteronomía) y a las diversas formas de impedimento
de las posibilidades de autodeterminación de los hombres. Así, la au-
tonomía es potencia del ser humano como ser social y capaz de cono-
cer críticamente la realidad. Es condición que, en ejercicio, conecta a los
hombres entre sí y con el mundo circundante, para cualificar el poder de
actuar sobre sí mismo y el contexto.
Kinoshita subraya la interdependencia humana como expresión de
la autonomía, porque la autonomía de una persona tiene como base las
posibilidades de establecer múltiples relaciones de interdependencia,
sin las cuales no podría realizar elecciones(1996, pp. 57-59). Es a partir
de conexiones entre sujetos que los hombres se crean y recrean. Actuar
para ampliar las redes sociorrelacionales de las personas, especialmente
de aquellas que sufren procesos de exclusión social, sería, entonces, au-
mentar sus posibilidades de ejercitar la autonomía, colaborando con la
construcción de una cultura de validación social de todos los modos de
existencia.
Además, se puede considerar la autonomía como un proceso in-
tersubjetivo de coconstrucción o coproducción, ya que es dialéctico y
siempre operado entre un yo y los otros (Campos y Campos, 2006, p.
672). Para lograrlo, la autonomía es dependiente de varios factores y cir-
cunstancias del sujeto, siempre corresponsable de esa producción, y de
la colectividad, como sus leyes, cultura, economía, régimen político y
también la existencia de políticas públicas.
Procesada en los desafíos aparentemente banales del cotidiano, la
autonomía vislumbrada por las prácticas comunitarias en terapia ocu-
pacional está siempre presente y, al mismo tiempo, escapa: retrata ten-
siones, conquistas, poderes y el movimiento propio de los territorios en

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

construcción colectiva permanente donde los significados de las accio-


nes humanas adquieren sentido.

Políticas públicas y prácticas comunitarias


en terapia ocupacional

Desde los años noventa, se desarrollan programas con actividades co-


munitarias en la Atención Primaria en Salud (APS). Principalmente, a
partir de la Estrategia de Salud de la Familia (ESF), se buscó extender la
comprensión del proceso salud-enfermedad considerando sus determi-
nantes sociales. Desenvuelta como componente esencial de la universa-
lización de la atención en salud, la estrategia prevé que el equipo (ESF),
compuesto por un médico, preferentemente especialista en salud de la
familia y comunidad, un enfermero, un técnico o auxiliar de enferme-
ría y entre cuatro y seis agentes comunitarios de salud (ACS) —nuevo
profesional habitante de la comunidad donde el servicio se inserta— se
enraíce en esas comunidades (Departamento de Atenção Básica do Mi-
nistério da Saúde do Brasil, 2012, p. 55). Ese enraizamiento evidenció la
necesidad de ampliar las alternativas asistenciales de otras estructuras
o servicios de apoyo a la APS para lidiar con la complejidad del perfil
epidemiológico y sociodemográfico de la población.
En 2008, el Ministerio de Salud propuso la creación de los Núcleos
de Apoyo a la Salud de la Familia (NASF) con la contratación de equipos
(eNASF) compuestos por médicos (geriatras, ginecólogos, psiquiatras,
clínicos generales, entre otras especialidades), fisioterapeutas, psicólo-
gos, nutricionistas, educadores físicos y terapeutas ocupacionales, entre
otros profesionales. Desde 2012, los eNASF cuentan con alrededor de
cinco de estos profesionales para apoyar entre cinco y nueve eESF, es
decir, unos 40.000 habitantes. Los eNASF, junto con los eESF y repre-
sentantes de la comunidad, delinean proyectos de salud locales, funda-
mentados en las necesidades provenientes del perfil de la población y
de sus condiciones de vida, realizan apoyo matricial a la formación y al
desarrollo de las actividades de los eESF, y acompañan a los usuarios en
los servicios y en la red de atención.
La participación anterior de terapeutas ocupacionales en servicios
comunitarios facilitó su inclusión en eNASF y en el Programa de Aten-
ción Domiciliaria y de Consultorios en la Calle, también integrantes de
la APS. Estas alternativas, aliadas a la participación del profesional en

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terapias ocupacionales latinoamericanas

equipos de los Centros de Atención Psicosocial, desde 2002, también


han buscado inserción comunitaria, conforme a lo previsto en la política
nacional de Salud Mental. Estas inserciones favorecen que el profesional
contribuya directamente en constituir experiencias comunitarias, acer-
cándolo a la vida cotidiana y a las situaciones de desigualdad experimen-
tadas por la población brasileña, tanto en municipios distantes de los
centros urbanos como en las regiones metropolitanas.
Así, fundamentada en la visión compleja de las cuestiones enfren-
tadas por la población que acompaña, y participando de servicios in-
sertados en los territorios y la vida comunitaria, la terapia ocupacional
ha desarrollado tecnologías que apoyan los procesos de participación en
la vida cotidiana. Está atenta a las condiciones del vivir, de apropiarse
material y simbólicamente de un lugar de vivienda, así como de la cons-
trucción y usufructo de lugares de convivencia comunitarios proponien-
do acciones que potencien redes sociorrelacionales y de soporte social,
conforme discutirán Oliver et al., (2016, p. 350).
En la práctica comunitaria como profesional de equipos, colabora
para reconocer las condiciones materiales y subjetivas de vida de las per-
sonas y su comunidad, la historia local, los flujos de actividades que en
ella se realizan, las expresiones culturales, los bienes y servicios produ-
cidos, los liderazgos y las formas de organización social en vigor. Estos
elementos contribuyen a la comprensión de los problemas locales y com-
ponen un proceso compartido de construcción de alternativas, que apo-
yan el acompañamiento de personas, familias y grupos de la comunidad.
Pueden ser integrados a procesos de validación de saberes y experien-
cias personales, familiares y sociales, constituyéndose en componentes
de una intervención sobre y con el colectivo. En las oportunidades de
circular y compartir espacios sociales, las cuestiones enfrentadas por las
personas dejan de ser parte sólo de la esfera de la vida privada y pueden
emerger como cuestiones colectivas, implicadas en la vida y espacios
públicos.
En el proceso histórico de lucha por la afirmación y ejercicio de de-
rechos, tanto la aprobación de enmienda constitucional que reafirma la
Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Disca-
pacidad (Decreto Nº 6.949, 2009) como de la Ley Brasileña de Inclusión
(Lei Nº 13.146, 2015) reforzaron la relevancia de acciones integrales que
intervienen sobre las diversas barreras sociales que están en el origen
del estigma y del prejuicio practicado contra personas que experimentan
limitaciones en la realización de actividades y participación en la vida

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

social. Por lo tanto, la conciencia de la necesidad de abordajes intersec-


toriales, ganó fuerza.
La acción del terapeuta ocupacional junto a las comunidades se
amplía de las políticas de salud para los proyectos en el ámbito de la
asistencia social, de la cultura, de la educación, junto a comunidades
tradicionales, a poblaciones inmigrantes, a jóvenes pobres de las perife-
rias y, aún, envolviendo la diversidad de género y de orientación sexual
(Lopes y Malfitano, 2016, pp. 17-25). La emancipación de colectivos dis-
criminados ha movilizado a los profesionales brasileños insertados en
diferentes políticas fundamentadas en la universalidad de los derechos.

Desafíos hacia una práctica reflexiva y de


compromiso con el ejercicio de los derechos

La universalización del acceso y respeto a los derechos, guarda relación


con la capacidad de los servicios y profesionales para identificar condi-
ciones de vulnerabilidad personal o social, sufrimientos, limitaciones,
discapacidades y/o deficiencias como consecuencia de desigualdades y
de la constitución del estigma y del preconcepto, inclusive en los con-
textos comunitarios. De este modo, es importante operar con la lectura
histórico-crítica que servicios, profesionales y comunidades presentan
sobre las nociones de desigualdad social, autonomía, interdependencia
y emancipación y sus repercusiones en la vida concreta de las personas
que experimentan dificultades de participación social. Esa lectura es in-
fluenciada por la posición social de los diferentes actores y su identifica-
ción y cuestionamiento permanentes orientarán estrategias y acciones.
Si esta lectura considera que el problema de personas con discapacidad
o trastorno psíquico se sitúa prioritariamente en el campo del desarrollo
o de la recuperación de funciones (motoras, sensoriales, mentales y/o
cognitivas) —desconsiderando las desigualdades sociales como factores
constituyentes de sus condiciones y limitaciones—, se pueden priorizar
estrategias para la adquisición de habilidades o recuperación de funcio-
nes y suponer que la participación en la vida social será consecuencia
espontánea del aumento de esas habilidades. De otro modo, la construc-
ción de procesos participativos puede considerarse parte de estrategias y
acciones para aumentar o adquirir habilidades y funciones materializa-
das en el ejercicio cotidiano de la participación familiar, escolar, laboral
y en las actividades culturales y sociales. En otras palabras, las personas

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terapias ocupacionales latinoamericanas

deben ser provocadas a constituirse como sujetos de derechos y no de


tutela, actuando contra la desatención histórica de sus necesidades.
Construir procesos participativos en el cotidiano de las prácticas co-
munitarias consiste en apostar al reconocimiento y fortalecimiento de
lazos sociales que favorezcan el cambio de las representaciones sobre la
vida en condiciones de desigualdad social, el respeto a los derechos hu-
manos, y la construcción de autonomía de sujetos y comunidades, per-
mitiendo al terapeuta ocupacional contribuir a ampliar las posibilidades
de justicia social.
Experimentar espacios colectivos posibilita la construcción de pro-
cesos emancipatorios, apoyados en las posibilidades de convivencia fun-
dadas en la realización de actividades significativas para las personas y
en las experiencias y deseos de los participantes. Estos, muchas veces,
“denuncian” la invisibilidad de sujetos y colectivos, así como las trampas
generadas por la simplificación de la atención a esos grupos o por las
falacias técnicas que subyugaron sus necesidades. Además, los espacios
colectivos construidos a través del desarrollo de actividades sociocul-
turales pueden favorecer que los participantes, en las dinámicas de las
actividades comunitarias, se experimenten como sujetos de derechos en
la dimensión de su grupo social específico, o como parte de una colecti-
vidad, usufructuando bienes o acervo cultural, descubriendo el espacio
público de las ciudades que habitan. O bien, participando en el desa-
rrollo de foros de derechos, ejercitando diálogo, debate y negociación
política permanente, en busca de viabilizar mayor validación, autonomía
y emancipación social.
En el trabajo comunitario, el terapeuta ocupacional también puede
participar en la formación y educación permanente de interlocutores en
diferentes escenarios, para sensibilizar a profesionales de servicios (sa-
lud, educación, trabajo, asistencia social y cultura) en relación a la cons-
trucción de la vida cotidiana de diferentes grupos poblacionales, para
defender la acogida favorable de aquellos que tradicionalmente estuvie-
ron al margen de políticas sociales.

Consideraciones finales

Es importante considerar que, aunque la definición de comunidad sea


una cuestión abierta, está presente como matriz conceptual y práctica
orientadora en experiencias sociales las más distintas. Puede a veces

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la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

expresar una visión conservadora y tradicionalista de la sociedad, que


encubre y silencia desigualdades y opresiones en nombre de una armo-
nía basada en la obediencia. Con ese sentido, su foco es el repudio a lo
que se considera ser los “males” de la modernidad —como la disocia-
ción de la convivencia y la mecanicidad de las interacciones humanas—
y opera con la construcción de imaginarios ingenuos o hipócritas, que
evocan el retorno a la vida de las comunidades medievales rurales.
Las experiencias comunitarias pueden también insertarse en una ra-
cionalidad que libera el Estado y sus instituciones de sus deberes, hacien-
do pensar que la autogestión comunitaria podrá solucionar problemas
mucho más amplios, estructurales y socialmente complejos. Esta versión,
presente en las políticas públicas restrictivamente focales de orientación
neoliberal, transfiere la política pública de la óptica del derecho a la del
gasto social (Ivo, 2004, p. 61). De esta perspectiva, la implementación de
políticas sociales se relaciona esencialmente con la “elección pública efi-
ciente” y “racional” ante “recursos escasos”. La comunidad es vista como
mero recurso y el trabajo con ella asume la función de control, manipu-
lando la potencia de la acción colectiva para atender al interés primario:
la reducción de costos. En esas circunstancias es posible que los profesio-
nales involucrados, incluso los terapeutas ocupacionales, aunque sin esa
intención, acaben por fortalecer acciones que, en esencia, culpabilizan
a las víctimas por sus problemas. Cuando no son inocuas, esas acciones
sólo mitigan algún sufrimiento más grave de modo de emergencia. En
este escenario, cierta noción de “autonomía” —generalmente restringi-
da a la dimensión del individuo— colabora con un discurso ideológico
que transforma cada sujeto individualmente en un exclusivo autor de sus
condiciones de existencia.
Por otro lado, la noción de “comunidad” puede movilizar cambios
sociales importantes, relacionados con las necesidades de las personas
que las comparten. O, además, apalancar la resistencia a los procesos de
homogeneización que destruyen identidades y/o convivencia local. Estas
situaciones pueden ser parte, o emerger, de la acción de políticas públi-
cas comprometidas con la producción de cambios en las condiciones de
existencia de las comunidades. En estas, el sentimiento común de ser
partícipe de un todo es producto y productor de acciones compartidas,
evidenciando el carácter político de la solidaridad y de la horizontalidad
de las relaciones. De este modo, para que el terapeuta ocupacional enca-
re el desafío de integrar esas propuestas con coherencia, es importante
orientarse por la necesidad de crear y mantener, en el ámbito del trabajo

345
terapias ocupacionales latinoamericanas

comunitario, espacios públicos y plurales de convivencia y de articula-


ción interpersonal en direcciones diversas, instituyendo prácticas que
refuercen los intercambios sociales inter y extra comunidad, con miras a
ampliar las posibilidades de autonomía de personas y colectivos simul-
táneamente. Para ello, es necesario evitar o interrumpir flujos unilate-
rales de comunicación, convirtiendo oyentes en hablantes y viceversa, y
legitimando a todos aquellos que actúan colectivamente. Es esencial dar
visibilidad a los diferentes intereses representados en la comunidad, en
lugar de ocultarlos. La confrontación de las diferencias debe suceder y, si
es necesario, ser mediada.
Por último, no hay práctica comunitaria que pueda proyectar cam-
bios sin costos y aplicación de conocimientos apropiados. Problemas
complejos, como aquellos que son fruto de las desigualdades sociales
expresadas en las comunidades, no se abordan con estrategias simpli-
ficadoras y voluntaristas. Por el contrario, exigen que los terapeutas
ocupacionales estén preparados técnica, ética y políticamente para esa
dimensión de la praxis profesional.

346
la terapia ocupacional comunitaria desde una perspectiva crítica

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terapia ocupacional en el ámbito comunitario entre la práctica hegemónica y contrahegemonía

Terapia ocupacional en el ámbito comunitario


entre la práctica hegemónica y contrahegemonía

Andersson Ospina Benavides

Con nitidez absoluta recuerdo la génesis de las ideas que me llevaron


entre muchas cosas más a proponer la escritura de este capítulo. Realiza-
ba por esos días mi ejercicio de trabajo de grado para optar por el título
de Terapeuta Ocupacional en Toribío, departamento del Cauca, una de
las zonas más afectadas por acciones militares del conflicto colombiano
(Departamento Nacional de Planeación de Colombia [DNP], 2016) du-
rante los años agudos de la guerra más prolongada del hemisferio occi-
dental (Estrada, 2016), en los que, sin el menor atisbo de dramatismo o
exageración, en múltiples ocasiones las actividades eran abruptamente
asaltadas por el estruendo de los disparos o las explosiones. Me sentí por
esos días agobiado por la amarga impotencia de mis capacidades como
futuro profesional. No tenía claro entonces si eran mis habilidades o las
posibilidades reales lo que frustraba mis intenciones.
Difícilmente —concluí uno de esos días— un niño va a lograr un
equilibrio en su desempeño ocupacional o conseguirá desarrollar sus
dispositivos básicos de aprendizaje si vive con múltiples falencias nu-
tricionales, limitaciones para acceder a servicios de salud, distancias in-
mensas hasta los centros educativos y, como si fuera poco, sorteando
los peligros cotidianos de una guerra irregular. El trasegar del tiempo
y las experiencias hizo ver luces entre las sombras, dentro de ellas com-
prendí el valor de la comunidad organizada en el territorio disputando
el control, las condiciones de vida y el acceso a los derechos humanos,
construyendo contrahegemonía.
Los saltos cualitativos del pensamiento me llevaron a profundizar
en los alcances y limitaciones de la práctica profesional, no solamente
frente a las condiciones de vida material que son evidentes antes los ojos,
sino frente a esa especie de jaula invisible cernida sobre nuestras posi-
bilidades, generando una coacción sofisticada sobre las orientaciones y
posibilidades reales de nuestro ejercicio más allá de nuestra voluntad.

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