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3
Créditos

Traducción y corrección
Nelly♥

Diseño
Lectora

4
Índice
Sinopsis 17
Prólogo 18
1 19
2 20
3 21
4 22
5 23
6 24
7 25
8 26
9 27
10 28
11 29
12 30
13 31 5

14 Epilogo
15 Acerca de la autora.
16
Sinopsis

M
ilo le vendió su alma al diablo para salvar a un ángel.
Ahora busca venganza.
Hay peores prisiones que la exuberante propiedad de un
famoso narcotraficante en México. Mercy vive sus días sola y
escondida del mundo, pero su sueño está plagado de pesadillas sobre los muti
y todos los niños y niñas como ella que no tuvieron la suerte de escapar.
Si las personas que la retuvieron cuando era niña están en México, ¿es
posible que pueda encontrarlos?
Lo que comienza como una justicia vigilante desenreda una red de trata
de personas más profunda y oscura de lo que Milo y Mercy podrían haber
imaginado. Cuando se encuentra cara a cara con las personas que alguna vez
consideró familia, demuestra que está lejos de ser el ángel para el que la
criaron.

6
Prólogo
En la actualidad

Milo

M
irando a través de la mesa los fríos ojos sin emoción del detective
Roth, me pregunto si está completamente preparado para la
información que está a punto de recibir. ¿Me creerá? No lo
creería yo mismo si no hubiera pasado los pasados cuatro meses viviéndolo, y
tengo las cicatrices físicas y mentales para probarlo. Resido con los vívidos
recuerdos que cambiaron de fantasía hasta casi todas las pesadillas de muerte
en minuto de cada día.
Hice un lío de mi vida. No a propósito. Siempre pensé, en ese momento
que estaba haciendo lo mejor por los que quiero.
Ya saben lo que dicen. La comprensión retrospectiva es una perra.
Ajusté mi posición, pero la fría silla de metal todavía se me clava en la
espalda. La unidad de AC zumba mientras bombea aire fresco hacia la
sofocante habitación llena de poderosos hombres que me observan con
anticipación.
No es que me sorprenda. Tengo la llave para encerrar un cartel que fue
una espina en sus traseros durante años. Quieren lo que solo yo puedo darles
aunque signifique firmar mi propio certificado de defunción.
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No les importa lo que esta confesión me costará, pero tampoco me importa
la vida que me asegurará.
—¿Por dónde quieren que comience? —Pregunto y deslizo mi mirada del
detective al jefe Bastilla y luego a un sargento del Departamento de Policía de
San Ysidro.
El detective se mueve hacia atrás y apoya el tobillo en su rodilla. Casual,
como si fuéramos solo un par de compañeros de cuarto tomando una cerveza
en lugar del policía cuestionando a un conocido pandillero.
—Comienza por el principio.
Me rasco la mejilla y me río. ¿Por el principio? Nah… algunas cosas son
demasiado personales para compartirlas, y no todos los esqueletos merecen la
luz. Cruzo los brazos e inclino la cabeza mientras fijo la mirada en la suya.
—Prometen que una vez que escuchen la historia harán lo que puedan...
—Haremos lo que podamos.
Muerdo el interior de mi boca. No siento la cálida confianza difusa de que
cumplirán su palabra, por lo que mantengo la boca cerrada.
Después de unos minutos de silencio, se mueve en su asiento para captar
los ojos de los hombres alrededor de él. Bastilla asiente.
El detective se inclina con los codos sobre la mesa.
—Todo lo que necesitamos son pruebas.
—Se da cuenta de que podría ser asesinado por lo que haré.
Asiente y frunce el ceño.
—Podrías terminar muerto si no lo haces. —Gira un dedo alrededor de la
habitación, señalando a los otros hombres y a la cámara en la esquina con la
luz roja que arde como un rayo láser señalando mi cabeza—. Hablas, nos
volvemos tus aliados.
Aliados. De la policía.
—Joder. —Gemí y dejé caer la cabeza en mis manos y froto mis ojos tan
fuerte que me toma tiempo recuperar mi visión.
El detective vuelve a su expresión casual
—¿Por qué no nos dices qué sucedió después de que escaparon de sus
padres adoptivos y cruzaron la frontera a México?
Mis ojos se posan en el gran cuadro de cristal, y veo mi propio reflejo. Me
pregunto quién estará al otro lado. Tal vez nadie... tal vez todo el mundo. Tal 8
vez ese y único alguien.
Mis labios se curvan un poco, pero los aplasto cuando vuelvo al detective.
—Fuimos a ir a vivir con mi... Padre. —La palabra sabe a ácido.
—¿Tal vez oyeron hablar de él? ¿Esteban Vega?
La habitación ya está en silencio pero se las arregla para quedarse
imposiblemente quieta como si todos hubieran dejado de respirar. El único
movimiento que veo es el ensanchamiento de los ojos del hombre frente a mí.
—Tomaré eso como un sí.
El detective Roth se aclara la garganta.
—Continúa.
—Fui a México y necesitaba un lugar para quedarme, pero la hospitalidad
de Esteban tiene un precio.
—¿Y por qué escapaste? —El buen detective prepara su pluma.
Buen intento.
—¿Alguna vez estuvo enamorado, detective?
No responde.
—La mujer que amaba fue traumatizada de las peores formas, y después
del accidente de mi hermano, estaba aterrorizada de ser encerrada en una
institución psiquiátrica por el resto de su vida. No dejaría que eso sucediera. —
Todas mentiras, pero no puedo decirle que ayudamos a un criminal africano
metido en el tráfico de personas en su intención de desaparecer y
preocuparnos de que pudiera estar tras nosotros.
—¿Ella quiso ir, o tú la convenciste? —dice el jefe Bastilla ganándose una
mirada de mí.
Puse mis manos debajo de la mesa.
—Se está concentrando en lo incorrecto. Ahora, ¿quiere mi historia o no?
—Bastilla. —La voz calmado, tranquila del detective Roth tiene al jefe
calmándose.
—Para vivir con Esteban, Me hizo aceptara trabajar para él.
Principalmente en las entregas.
—¿Qué tipo de entregas?
Me encogí de hombros.
—Drogas. Armas. Solo que subestimé el problema de peaje de Mercy sobre 9
su pasado, y se apoderó de ella. El peaje me fue cobrado a mí. De repente estar
en México no se trató de mantenerse a salvo. Fue de venganza. Quería que la
gente que la lastimó pagara. Desafortunadamente... No era el único.
1
Hace tres meses

Mercy

H
ace un año, nunca hubiera creído que algún día sería esta chica.
Con la parte delantera de mi camiseta llena con unas
cuantas docenas de pequeños limones y mis dedos fragantes con
el aroma a fresco de los cítricos recogidos, me imagino que no me siento
diferente a cualquier otra chica de veinte años. En la intimidad de mi mente,
pretendo que estoy recogiendo fruta de mis propios árboles fuera de una casa
en la que crecí. Pretendo que estoy viviendo en una ciudad donde la gente sabe
mi nombre en la tienda de comestibles y es perfectamente seguro pasear por la
noche.
Agarro otra pálida fruta y cae al suelo.
—¡Toro, no!
El perro gris corre con la fruta escondida con seguridad en su papada.
—No te perseguiré.
Se voltea, meneando la cola.
—¡Adelante! Tómala, pero no te gustará.
Vuelve a correr solo para detenerse y girar en otro intento de seducirme a 10
jugar. Sacudo la cabeza y trato de agarrar un poca de fruta más antes de tener
que ir a la cesta que dejé cerca de los árboles de naranja.
Los hombres en la guardia delantera de la choza de corteza dicen algo en
español antes de que la pesada puerta de metal chille cuando se abre. Toro
despega, la fruta que se robó es dejada babosa y olvidada en la tierra. Me dirijo
al borde de la línea de árboles mientras algunos de los otros perros salen de
detrás de la casa principal para perseguir el auto.
No puedo ver mucho desde esta distancia, pero por la forma y el color del
auto, lo reconozco como uno de los de Esteban. Aprieto la tela de mi camiseta y
doy un paso más cerca con la esperanza de echarle un vistazo a quién esté
detrás del volante.
El vehículo se detiene cerca de la puerta principal en lugar de tomar el
camino al garaje subterráneo donde los autos por lo general se mantienen. La
esperanza burbujea en mi pecho, y mis pies me llevan más cerca. Un hombre
sale del lado del pasajero. Es demasiado bajo para ser Esteban. ¿Sancho tal
vez? Mis pies se vuelven lentos. No conozco bien al hombre, pero las pocas
veces que lo he visto al pasar, no me gustó la forma en que me ve. Tal vez sea
la forma en que Milo siempre me mete debajo del brazo o camina casualmente
delante de mí cuando Sancho está alrededor lo que me condiciona a pensar
que no es un buen chico.
Sea lo que sea, si Sancho está con Esteban o con cualquiera de sus otros
hombres, prefiero volver a estar felizmente perdida en el huerto.
Entrecierro los ojos cuando la puerta del lado del conductor se abre.
Incluso desde la distancia, sin poder ver los detalles de su cara, sé que es Milo,
su cuerpo alto, hombros anchos, y su gorra de béisbol azul lo identifican. Mis
labios se abren para llamarlo, pero ya está rodeando el frente del auto y trota
hacia mí.
Mis pies se mueven rápidamente para encontrarse con él a mitad de
camino, y mientras se acerca, su sonrisa entra en mi vista.
—¡Milo, estás en casa!
En casa. No es la palabra correcta, pero es lo más cercano a lo que
tenemos aquí, aunque a veces se siente más como una prisión. Esos ingratos
pensamientos se disuelven mientras sus brazos me envuelven. Es cálido y
huele a detergente para ropa, a su desodorante, y a una pizca de humo.
Presiono mi mejilla contra su pecho y lo respiro.
—Mi alma —dice, sus grandes manos frotan círculos en mi espalda.
—No estaba segura de verte hasta mañana. —Mi voz se resquebraja. Odio 11
sonar tan necesitada y dependiente de él cuando no tiene elección en la
frecuencia con la que trabaja. Sin embargo, la verdad es que estoy necesitada y
soy dependiente de él.
—¿Estás bromeando? —Se retira suficiente para agarrar mi cara, e inclina
la cabeza para evitar golpearme con la visera de su gorra mientras presiona sus
cálidos y carnosos labios en los míos—. ¿Piensas que me perderé tu
cumpleaños?
Mi pecho se llena de calor que se extiende a mis mejillas.
—No es técnicamente mi cumpleaños.
Me besa de nuevo. Y otra vez. El último lo hace más profundo, usando su
lengua para persuadir la fuerza de mis piernas hasta que me muevo en él. Se
ríe y me sostiene en posición vertical
—Hace un año desde que fuiste encontrada en la frontera. —Su
mandíbula se endurece como siempre cuando habla de cómo me encontraron—
. Tu identificación dice que hoy es tu cumpleaños, así que hoy celebraremos. —
Sonríe, y sus ojos se iluminan con emoción.
—¡Apúrate!
La emoción de Milo muere y su expresión se vuelven dudosa con el sonido
de la voz de Sancho.
—¡Esteban está esperando!
Milo se voltea hacia Sancho, manteniéndome detrás, y escupe algo en
español que suena como una amenaza. No puedo ver la cara del hombre, pero
oigo sus pies pisar la tierra, subir las escaleras, e ir dentro de la casa. Los
hombros de Milo se levantan y caen con dos exageradas respiraciones antes
darse la vuelta para verme.
—¿Qué dijo? —Me inclino hacia un lado, derramando limones de mi
camisa para ver alrededor del cuerpo de Milo y asegurarme que Sancho no está
escuchando.
—Nada importante. —Con mi cuestionante mirada, continúa—. Solo
tenemos que actualizar a Esteban en algunas cosas —.Presiona un rápido beso
en mi frente—. Déjame ayudarte con estos antes de entrar.
—No tienes que hacerlo.
Levanta el dobladillo de su camisa y trato de no ver fijamente sus
vaqueros colgando bajo en sus recortadas caderas. Los músculos que siempre
12
tuvo son ahora más grandes y definidos bajo su piel oscura y figura una
pequeña línea de oscuro vello desaparece detrás del botón de sus vaqueros
—Mercy —susurra con un filo en la voz al que me acostumbré—. Me estás
matando.
—Oh, um... aquí. —Dejo la fruta en su camisa. Tengo miedo de mirarlo
por temor a que vea lo mucho que lo deseo.
—No es lo que quise decir.
Parpadeo hacia él, y nuestras miradas se enredan en unos pocos pesados
latidos de desenfrenado deseo.
Mis labios se separan, y cuando camina hacia adelante, choco contra su
pecho solo para tropezar atrás con las pocas docenas de limones que hay entre
nosotros.
—También estás emocionada por esta noche, ¿eh?
Asiento.
—Mucho.
Se ríe y hace un gesto con un tirón de su barbilla para volver a la línea de
árboles.
—Vamos. Saquémoste del sol.
Sonríe, mirándome mientras caminamos de regreso al huerto.
—¿Cuánto tiempo estuviste por aquí?
—No lo sé.
Su sonrisa cae.
—¿Ya terminaste? Estás roja.
Me encogí de hombros.
—Me gusta aquí afuera. María dijo que llevara algo de fruta cuando fuera
de regreso. No dijo cuánta.
Murmura como para decir que me oye, pero algo me dice que tiene más
que decir.
—Nadie me está haciendo trabajar. Quiero ayudar. Me vuelvo loca estando
dentro. Las paredes, el encierro, la soledad.
Un escalofrío me sube por la espalda mientras los recuerdos del pasado
me asaltan.
—Lo entiendo. —Ve mi canasta en la base de un naranjo y se agacha para
volcar su camisa llena de fruta. Unas pocas ruedan lejos, por lo que las agarra 13
antes de levantar la canasta y ponerse de pie—. Es solo... Que si vas a estar
aquí, necesitas bloqueador solar y un sombrero. ¿María no te consiguió algo la
última vez que estuvo en la ciudad?
Me doy la vuelta, pretendiendo buscar a Toro, para que no me vea poner
los ojos en blanco.
—Pasé mi vida temiéndole al sol. —Me vuelvo hacia él—. Tengo bloqueador
solar puesto. Un poco de exposición no me matará.
Se estremece, y me gustaría poder tomar las palabras de regreso. Espero
que arremeta, pero su expresión se suaviza.
—Lo siento. Tienes razón. Solo me preocupo, y como no estoy aquí todo el
tiempo...
Solo entonces me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño.
—Bien, bueno, tenemos todo el tiempo del mundo para hablar de mierda
que apesta, pero hoy solo hablaremos de ti. —Mete la canasta debajo de un
brazo y me acerca—. Y de cuanto te amo.
—Yo también te amo.
—Me amarás más. —Me engancha alrededor de la cintura y me guía hacia
la casa—. Una vez que veas lo que te conseguí para tu cumpleaños.
—¿Un regalo? —Mi pecho explota con nerviosa emoción—. Nunca me
dieron regalos antes.
—Acostúmbrate. —Me besa la sien, y sus labios permanecen allí.
—Porque planeo consentirte por mucho, mucho tiempo.
¿Fingirá también? En su cabeza, ¿Estamos viviendo una vida normal? ¿No
somos dos personas escondiéndonos de la amenaza de los mutila albinos muti?
Cuando nuestros pies pisan los escalones de la casa, también lo hace la
seriedad de nuestra realidad. No se sabe lo que el futuro tiene para nosotros
¿Estaré atrapada viviendo detrás de las protectoras paredes de este compuesto
por siempre?
Milo le lleva la cesta de frutas a María y murmura algo en español.
—Lo siento. —Ella se inclina y se retira de la habitación—. Lo siento.
Tan pronto como se va, me giro hacia Milo.
—¿Por qué está diciendo lo siento?
Besa la punta de mi nariz. 14
—No es nada.
—Milo…
—Mi alma. —Su mirada se posa en la mía—. Por favor. —Desliza sus
dedos a través de mi cabello y me sostiene por la nuca. Su pulgar hace algunos
perezosos pases a lo largo de mi pómulo. Un suave toque, apenas allí.
—Relájate y déjame cuidarte, ¿está bien?
—No quiero que piense que me importa ayudarla.
—¡Emilio!
Salto con el sonido de la voz de Esteban, pero Milo ni siquiera se
estremece. Su mirada permanece fija en la mía, y aunque su mandíbula se
tensa, sonríe.
—Te veré esta noche, ¿está bien chica del cumpleaños?
—Bien.
Presiona un beso más en mis labios y me conduce a las escaleras. Planeo
volver afuera, pero algo en el firme conjunto de su mandíbula me hace pensar
que me quiere en nuestra habitación donde sabe que estaré a salvo.
Solo cuando finalmente estoy subiendo las escaleras se vuelve y va hacia
Esteban.

Milo
Si cierro los ojos cuando me enfrento al océano, puedo pretender que
Mercy y yo estamos en una costa diferente. En Florida, tal vez. O incluso en
Hawái. No es que sepa lo que cualquiera de esos lugares es, pero puedo
imaginarlo.
La brisa fresca que viene del agua a esta hora de la noche lleva el olor a
sal y a vida marina, similar a las playas de Los Ángeles, pero sin la
contaminación de miles de personas. Sí, si me esfuerzo suficiente, puedo
pretender escapar de la vida de Emilio Vega, hijo de un contrabandista de
drogas, el matón traficante de armas, y solo ser Milo.
El sonido de la apertura de las puertas del patio detrás de mí trae una
sonrisa a mi cara, pero me quedo viendo hacia el agua.
—Está bien —dice Mercy, su voz suave y ligera, como una campana
lejana—. Puedes ver ahora. 15
Me doy la vuelta y me apoyo contra la barandilla del patio. Mis manos se
apoyan en el intrincado hierro forjado para evitar agarrarla y tirarla sobre
nuestra cama.
—Yo... —Mi voz se quiebra como si tuviera quince años, así que me aclaro
la garganta y lo intento de nuevo, pero las palabras todavía no vienen
fácilmente—. Guau. Tú... —No hay un descriptor en el idioma español que le
haga justicia a la manera en que Mercy se ve—. Mi tesoro.
Alisa sus pálidas manos contra la tela de seda en su estómago. La simple
lencería azul marino se vería promedio en otra mujer, pero en mi Mercy, es
fenomenal.
—¿Tesoro? —Sus blancas cejas se elevan en confusión.
Borro la distancia entre nosotros con un par de largas zancadas y camino
hacia atrás con mi cuerpo para poder encerrarnos dentro de nuestra
habitación.
—Sí. Significa mi tesoro. —Agarro sus caderas y la acerco—. Valiosa,
oculta, y solo mía.
Sus mejillas se tiñen de rosa, pero no oculta sus ojos. Los deja encerrados
con los míos.
—¿Te gusta? —Deslizo el dedo debajo de la delicada correa de espagueti y
la muevo de su hombro para salpicar besos en su impecable, piel incolora.
Levanta la cabeza, y un suave suspiro cae de sus labios.
—Me encanta. Gracias por mi regalo de cumpleaños.
—Es solo uno. Hay más por venir.
Una risita retumba en su garganta cuando baja a la cama. Reviso su
expresión por nerviosismo pero solo veo bendita anticipación.
Tirando de mi camiseta arriba y sobre mi cabeza, pongo una rodilla en la
cama y me arrastro sobre ella. Su mirada fija en el tatuaje en mi cuello
segundos antes de que sus dedos sigan el ejemplo. Su toque envía piel de
gallina a correr por mis brazos como siempre. Mercy logró convertir mi cuello
en una zona erógena, y su atención a él nunca deja de disparar mi sangre.
—No tenías que comprarme regalos.
Sus dedos hacen otra pasada antes de ir a mi cabello.
16
—Hubiera sido feliz solo con tenerte.
Sus uñas rasguñan a lo largo de mi cuero cabelludo, y me doblo para
presionar mis hambrientos labios contra los suyos.
—No te puedo dar algo que ya posees, mi alma. —Su boca sabe al pastel
de tres leches de María.
Preparada, dulce, cremosa y rica.
—Además… —Miro su cuerpo, toda esa piel suave y blanca en marcado
contraste con la exuberante seda azul:
—Verte en esto se siente más como un regalo para mí más que para ti.
Bebo su suave sonrisa y muerdo su cuello, besando a lo largo de su
mandíbula hasta sus labios. Pasaron días desde que pudimos estar tan cerca.
Esteban me tuvo fuera casi todas las noches, y para cuando llego, Mercy está
dormida.
El sexo entre nosotros terminó siendo exactamente lo que pensé que sería.
Una conexión de almas, un acto de amor que supera cualquier emoción que
haya sentido por cualquiera de las otras mujeres con las que había estado.
Nuestra primera vez juntos sucedió la noche que me mudé. Con nuestro
abrupto escape de Los Ángeles, ambos estábamos desesperados por sentir algo
más que preocupación y culpa por dejar nuestras antiguas vidas y familia
atrás. Fuimos despacio. Me aseguré de mantenerla tan cómoda como
posiblemente pude, y al final, fue la experiencia más erótica de mi vida.
Suelta el botón de mis vaqueros, y sigo sus ocupados dedos con mi mano
libre.
—Tranquila allí, chica del cumpleaños. —Llevo sus nudillos a mis labios—
. Será tu segundo regalo.
Paso mis labios por su cuello y entre sus pechos, donde me acerco para
sentir su acelerado pulso contra mi lengua. Cierro los ojos y absorbo sus
latidos corriendo, empapado en el conocimiento de que está segura y viva y en
mis brazos. Un silencioso zumbido se desliza de sus labios, y sus rodillas se
abren para acunar mi peso entre sus muslos.
Beso su cuerpo, perdido en el suave aroma de su piel. Cambió de alguna
manera desde que estamos juntos. La inocencia que llevaba como un abrigo
fue derramada por la vida de una oculta mujer. Una mujer que vio más en sus
veinte años de vida de lo que debería. Por fuera, es una frágil muñeca de
porcelana, pero vine a conocer la feroz fuerza de Mercy. Su capacidad de
adaptarse y de prosperar.
17
—Eres tan hermosa —le susurro mientras deslizo sus bragas de encaje
azul marino por sus largas piernas.
Su pecho sube y baja con caliente aliento, y sus puños se amontonan en
las sábanas de la cama. Hago estallar el botón de mis vaqueros y los deslizo
fuera de mis caderas, agradecido de estar descalzo para poder patearlos
fácilmente. Pasamos la noche en nuestra habitación y María nos trajo una cena
de cumpleaños apta para la realeza: langosta fresca, vieiras, arroz y verduras.
Brindamos con agua gaseosa y me río de las historias de Mercy sobre el
pit bull que prácticamente adoptó. Lo llamó Toro por la forma en que apunta
sus orejas y su estatura muscular en cuclillas que lo hace parecer un toro. La
cena fue casual, relajada, y la manera perfecta de celebrar y conectarnos
después de casi una semana de apenas vernos. Nada hace que me olvide de la
vida que me veo obligado a vivir como entregarme a la mujer de la que me
enamoré.
Después de deslizarme la protección, caigo entre las piernas de Mercy y
sus talones se cierran detrás de mis muslos. Gemí y solté mi frente en su
cuello.
—Me encanta cuando haces eso.
Su respuesta es un largo rasguño de sus cortas uñas en mi espalda, y es
todo el permiso que necesito para hundirme lentamente dentro de ella.
Me levanto sobre los codos mientras toma aliento.
—¿Estás bien? ¿Es demasiado?
Sacude la cabeza y persigue mis labios, donde susurra.
—Nunca será demasiado.
Nuestras lenguas se deslizan juntas, y me trago el suave gemido de sus
labios. Nunca me sentí digno de Mercy, ni antes y sobre todo no ahora. El
hedor de la delincuencia cuelga como niebla sobre mi cuerpo, y odio exponer
eso a una mujer tan pura y bella como es ella. No importa cuántas veces me
diga que estoy haciendo lo que tiene que hacerse, que no tengo una mejor
opción, no alivia la culpa de en lo que me convertí.
Afortunadamente, logré mantener a Mercy lejos de lo peor. Sabe suficiente
para entender que trabajo para Esteban ahora, y que esa habitación y la
comida gratis viene con estar a su entera disposición. Lo que no sabe es lo que
me veo obligado a hacer cuando salgo del estado cada noche. Y eso, me lo
llevaré a la tumba.
—Milo... 18
Suavizo mis movimientos, le marco el rostro con mis manos, y la beso.
—¿Sí?
—Yo... —Sus labios se separan. No pierdo una perfecta oportunidad,
deslizo mi lengua dentro. La chupa con avidez, lo que mueve mis caderas hacia
adelante—. Sí.
Los músculos de mi estómago se doblan, y un hormigueo se desliza por mi
espina para quedarse ahí e intensificarse entre mis piernas. Sus dientes
sostienen mi labio inferior, su forma silenciosa de pedir más. Quiere la carrera
final; Yo quiero el maratón, la lenta experiencia deliberadamente prolongada
que podría tener todas las noches.
Entierro mi cara en el hueco de su cuello y pienso en lo cerca que estuve
de perderla, lo cerca que estuve de nunca tener esta experiencia con la mujer
que amo. La habría perdido para siempre si no le hubiera pedido ayuda a los
Saints.
¿Estaría viva?
Un bajo gruñido se forma en la parte posterior de mi garganta. Le debe
gustar, porque agarra mi trasero y se mueve para mantenerse al día con mi
profundo y penetrante ritmo. Su respiración se vuelve más agitada, y sus
muslos se contraen alrededor de mis caderas. Las estrellas amenazan la parte
de atrás de mis párpados, pero las rechazo.
Con el primer suspiro, su talón presiona con fuerza justo debajo de mi
trasero. Arquea la espalda de la cama. Sus labios se separan y grita mi nombre
de una manera que excita cada célula de mi cuerpo.
—Te amo. —Deslizo mi mano por su cuerpo y pongo mi mano en su
garganta—. Eres mía, mi alma.
Asiente y presiona su mejilla contra la almohada, exponiéndome su
garganta.
El simple acto de abrir tal vulnerable parte de su cuerpo tiene a la
posesión rugiendo a través de mí.
Mi piel se estremece. La tensión entre mis caderas se vuelve insoportable
cuando intento de nuevo retrasar mi liberación. Empujo hacia arriba mis
palmas y veo a Mercy parpadear hacia mí con necesidad y sin aliento. Sus
dedos se deslizan en mi cabello, y jala mis labios a los de ella.
Subo más alto. Tiro más apretado. Entonces chasqueo.
19
Cierro los ojos y gimo en su boca. Se traga con entusiasmo mis gritos
ahogados de liberación hasta que mis labios se entumecen. Mi visión es
borrosa mientras suavemente me muevo entre las piernas de Mercy, ordeñando
lo último de nuestros orgasmos de mis músculos.
Renuncio y caigo sobre su pecho.
—Guau. —Pongo los ojos en blanco por mi propia estupidez—. Quiero
decir, eso fue… —Suelto una respiración y lucho por encontrar las palabras
correctas en mi niebla post-orgasmo cerebral.
—Lo sé. —Me envuelve en sus brazos y en sus piernas al recobrar su
aliento.
Cuando la siento luchando por inhalar, me levanto de ella y la acerco a mi
pecho, asegurándome de agarrar las sábanas para cubrirla mientras lo hago.
—Me gusta la forma en que festejas los cumpleaños.
Le doy un beso en la cabeza y me demoro un segundo demasiado largo
para respirar el olor de su champú.
—Sólo estamos empezando.
Levanta la barbilla y sonríe.
—Y es el mejor cumpleaños que he tenido.
—Es el único cumpleaños que has tenido.
—Cierto.
—Sé que no tienes nada con qué compararlo, pero no te preocupes, planeo
levantar el listón todos los años. —Le toco la cadera, y se aleja suficiente para
que la levante—. Vuelvo enseguida.
Me dirijo al baño a limpiarme y a agarrar su siguiente regalo, mi pulso
martillea pesado en mi garganta.

Mercy
Tantas veces como me he preguntado cómo se sentiría flotar en las nubes,
nunca imaginé que tendría esa sensación acostada sobre mi espalda en la
cama.
Ya no tengo que imaginar que estoy usando mis alas para volar por el cielo
porque ser amada por Milo tan completamente me hace sentir como si
estuviera altísimo. 20
Deja la puerta del baño abierta, y oigo el inodoro y el grifo funcionando.
Abro los ojos con el sonido de sus pesados pasos.
—No te estás durmiendo, ¿verdad mi alma?
Lleva un par de pantalones cortos sueltos, del tipo con el que haces
ejercicio y duermes. Jalo las sábanas a mi pecho y me volteo para enfrentarlo
mientras se sienta al borde de la cama.
—No. —Odio dormir. Es cuando mi mente se queda sola para llevarme a
lugares terroríficos, pero no se lo digo a Milo—. Estaba disfrutando la
sensación de flotar y sentir lo que tengo después de que estamos juntos así. —
La esquina de su boca se mueve hacia arriba en la forma más dulce—. Sí, lo
entiendo también. Bastante bien, ¿eh? —Saca algo del cajón superior de la
mesa de su cama—. Es porque estamos haciendo el amor, ¿sabes? No es solo
sexo con nosotros.
Cuando se vuelve hacia mí, un mechón de su cabello negro cae sobre su
frente. Me muevo para quitarlo de su cara, cualquier excusa para pasar mis
manos por su negro, sedoso cabello - cuando levanta una pequeña y borrosa
caja negra con un lazo rojo en la parte superior.
El sentimiento flotante de antes se disuelve con una embestida de
mariposas.
—¿Para mí?
Levanta las cejas de una manera que suaviza las líneas más duras de su
cara a algo parecido a un chico juguetón.
—¿Hay alguien más en esta habitación recibiendo regalos de cumpleaños
esta noche?
Me empujo para sentarme y apoyar la espalda contra la cabecera de
madera tallada.
Miro fijamente la caja hasta que la empuja hacia mí.
—Vamos, tómala.
Es ligera, suficientemente pequeña como para caber en mi palma, y se
siente suave como el terciopelo de las sillas del comedor de abajo. Tiro de la
cinta roja de la parte superior y abro la tapa y…
Parpadeo.
Y parpadeo de nuevo.
Abro la boca para hablar pero no puedo encontrar las palabras correctas,
21
así que vuelvo a cerrarla.
—¿Lo jodí? —Su voz es suave, casi herida—. Mierda. Lo siento.
Alza la caja.
—Debería haber…
—No. —Acuno la caja a mi pecho y paso mi dedo sobre el oro brillante
dentro—. Es... Perfecto.
—¿Estás segura? —Frota la parte de atrás de su cuello nerviosamente—.
Porque puedo regresarlo.
—¡No!
Se ríe y sus hombros parecen liberar algo de su tensión.
—Bueno. Uf. Bien.
Miro de nuevo hacia él…
—¿Qué es?
—Oh, um... —Arranca el objeto de la caja y toma mi mano izquierda.
Ahora que está libre de sus límites, veo que es un anillo. Mis mejillas se
calientan. Claro que es un anillo.
—Nunca tuve joyas antes —murmuro a modo de explicación.
—Eso pensé. —Desliza el anillo en mi dedo—. No estaba seguro sobre
las... acerca de…
—Las alas. —Miro fijamente el brillo de las alas doradas que atrapan la
luz y mi corazón se calienta mientras se envuelven alrededor de mi dedo—. Son
hermosas.
—Quería que tuvieras este anillo porque aunque ya no eres un ángel para
el mundo, siempre serás un ángel para mí. Sé que crees que eres una chica
normal con piel anormal, pero, Mercy. —Lleva mis manos a sus labios y besa
mis nudillos, sus ojos marrones brillan con amor y aceptación.
—Eres mucho más. No el ángel de tu pasado, sino que siempre te veré
como mucho más.
El calor de las lágrimas me quema los ojos. ¿Cómo podría significar tanto
para alguien cuando no hago nada por él? Soy por lo que dejó a sus hermanos,
su casa. Se alejó de todo lo que conocía por mi culpa, y no hice nada en
retorno. Intento no pensar demasiado en todas las formas en las que le estoy
fallando a Milo.
Le lanzo los brazos alrededor del cuello. 22
—Gracias. Me encanta. Te amo —no te merezco.
Me abraza fuertemente por unos pocos tranquilos segundos antes de
retirarse.
—Hay una cosa más.
—¿Más regalos?
—No, solamente... —Toma mi mano con el anillo y frota las doradas
plumas con la yema de su pulgar.
—Cuando compré este anillo, estaba comprándolo para algo un poco
más... permanente. —Se asoma hacia mí a través de sus gruesas y oscuras
pestañas—. Supongo que lo que quiero decir es que somos jóvenes y tenemos
tiempo para resolverlo más tarde, pero planeo reemplazar este anillo
eventualmente.
Arrugo la frente.
—¿Por qué? Es perfecto.
—Quiero reemplazarlo con un anillo de bodas. —Sonríe suavemente—.
Con mi anillo de bodas.
Esas mariposas de antes me dan patadas.
Levantándose de nuevo, se instalan en mi pecho.
—¿Estás...
—¿Proponiéndote matrimonio? —Su pulgar frota las doradas alas en mi
dedo—. Sí. Supongo que lo estoy haciendo. Cuando finalmente podamos salir
de aquí e ir a donde sea que decidamos comenzar nuestras vidas juntos, quiero
hacerlo como tu esposo.
—Yo también quiero eso.
—¿De verdad? —Sus cejas saltan a lo alto de su frente, y casi me rio de su
sorpresa—. ¿Entonces es un sí?
Mi corazón quiere gritar mi respuesta, mi alma rebosa de más felicidad de
la que alguna vez pensé posible, pero me muerdo los labios.
—Hmm... tal vez debería pensar en... —Salta, tomando fácilmente mi
cuerpo sobre mientras yace sobre su espalda.
—¡Está bien, está bien! —Me río mientras me hace cosquillas en las
costillas—. ¡Sí! Mi respuesta es sí.
—Esa la respuesta correcta. —Su expresión se vuelve seria—. Siempre. Tú
y yo. Ni una sola cosa en la tierra alguna vez se interpondrá entre nosotros.
23
Presiono un beso en sus labios.
—Nunca.
Espero que tenga razón. Porque temo que no la tenga.
2
Mercy

E
l sol acaba de salir cuando me asomo por la puerta de nuestro
dormitorio y escucho el bajo murmullo de voces desde la cocina. La
habitación de Esteban está al otro lado de la casa y, por lo general,
no muestra su rostro hasta mucho después de la hora del almuerzo. Me doy la
vuelta para ver a Milo todavía profundamente dormido.
Después de darme el anillo, me abrazó hasta que me quedé dormida. Fue
un sueño tranquilo y sin pesadillas, hasta que lo sentí escabullirse para
vestirse en el armario y salir de la habitación.
Me quedé dormida con visiones sangrientas de niños siendo
descuartizados por el muti. Agradecí despertarme al amanecer cuando Milo
volvió a meterse en la cama. Me quedé despierta en sus brazos después de que
me atrajo hacia su pecho, y observé cómo el sol cambiaba lentamente el cielo
de púrpura a azul, esperando que hubiera suficiente luz para bajar las
escaleras.
Me ato la bata y me escabullo, mis calcetines hacen un silencioso escape
mientras bajo los escalones de mosaico. El aroma de panes dulces recién
horneados y de tortillas de maíz se vuelve más fuerte cuando llego al arco que
conduce a la cocina.
María lleva puesto uno de sus muchos delantales de colores mientras está
de pie frente a la estufa plana y voltea tortillas con la mano desnuda. Su
oscuro cabello está tirado hacia atrás con fuerza, como siempre, y no por
24
primera vez, me pregunto cuánto largo será cuando se lo suelta. Si alguna vez
se lo suelta.
Me mantengo en la entrada para evitar acercarme sigilosamente a ella.
Aprendí que mi apariencia puede ser inquietante cuando aparezco
inesperadamente. También hay algo sagrado en que María trabaje en la cocina.
No puedo explicarlo, pero siento que necesito que me inviten a entrar.
—Buenos días, María.
Sus ojos color chocolate se levantan bruscamente de la estufa y no parece
sorprendida de verme.
—Buenos días, Mercy.
—Gracias por la cena. Um. . . de mi cumpleaños. Gracias.
Sonríe cálidamente y espero haber sido suficientemente clara para que
comprenda lo agradecida que estoy por la comida y el postre que preparó para
Milo y para mí anoche.
Cuando no dice más, mi mirada se desliza de ella a la puerta de la
despensa detrás. Justo en el momento exacto, se gira, dándome la espalda.
Corro al almacén y me deslizo adentro, cerrando la puerta. El espacio huele a
cebolla, ajo y a especias exóticas. Está mayormente oscuro, pero voy hacia el
taburete en la esquina más alejada. Estirándome detrás de un gran contenedor
de arroz seco, busco a ciegas el dispositivo, lo agarro entre dos dedos en forma
de pinza y lo saco.
El jefe instruyó que no se me permita tener acceso a computadoras ni a
teléfonos. Al principio pensé que era injusto, pero Milo me explicó que su padre
no confía en nadie a simple vista, que hay que ganárselo. Me parece una
tontería, después de todo, ¿a quién llamaría? ¿A la policía? ¿A Chris y a Laura?
No me secuestraron. No necesito que me rescaten. Estoy aquí por mi propia
voluntad, incluso si a veces se siente como una versión más grande de la jaula
en la que crecí.
El aburrimiento me golpeó fuerte estas pasadas dos semanas. Con Milo
ocupado trabajando para su padre, me quedé sola en el complejo. Leí tantas
revistas como pude encontrar, que en su mayoría estaban en español, así que
solo vi las fotos. Ayudaba a cuidar parte de la jardinería, pero a Milo no le
gusta cuando estoy al sol y odio decepcionarlo.
Hace dos mañanas, mientras ayudaba a María a limpiar la cocina después
del almuerzo, noté que su hijo Julio, de nueve años, jugaba con un dispositivo
de pantalla táctil similar al que había usado en la clase de la señorita Murphy
en la Preparatoria Washington. Pregunté al respecto en mi roto Spanglish y
María actuó como si no pudiera entenderme, pero luego lo deslizó en la
despensa y se alejó. Reconocí una chispa en sus ojos y la forma en que su boca
se levantó en las puntas. Lo que realmente estaba diciendo era que el
dispositivo se mantendría allí, pero si me atrapaban usándolo, estaría sola.
25
Desde ese día, cuando llego temprano a la cocina, pasamos por el mismo
programa en el que me da la espalda y me deslizo dentro del armario de
almacenamiento para pasar el rato con el dispositivo.
Abro la pantalla de búsqueda y escribo esas cuatro letras que se han
convertido en mi obsesión.
MUTI.
Múltiples enlaces a artículos de noticias e investigaciones aparecen en la
pantalla. Docenas de historias sobre diferentes chicos perseguidos por turbas y
mutilados en sus partes del cuerpo. Algunos quedaron vivos. Duele leer los
relatos, ver las imágenes de cuerpos sin brazos o de manos sin dedos de un
niño, leer las historias de los padres que entierran lo poco que queda de sus
hijos mutilados debajo de sus camas para mantener sus restos a salvo porque
hasta los huesos de un albino tienen valor.
Me froto los ojos y parpadeo para concentrarme en las palabras. La
combinación de mi débil visión y el cuarto oscuro contra la iluminada pantalla
hace que mi cabeza palpite, pero sigo para recopilar tanta información como
pueda memorizar. Todo el tiempo, me pregunto qué tiene que ver eso conmigo.
Buscar algún tipo de conexión con la vida que conocía.
¿Por qué me criaron para creer que era un ángel mientras esos pobres
niños eran tratados como objetos por la misma condición?
Me muevo a través de fotos de ensangrentadas partes del cuerpo. Mi
estómago se agria, y trago el grueso nudo en mi garganta.
Un golpe en la puerta me hace correr para empujar el dispositivo, pero
está demasiado oscuro. Busco a tientas, lo dejo caer y me inclino cuando la luz
atraviesa el oscuro espacio. Me doy la vuelta para ver la silueta de María en la
puerta. Me levanto de un salto y me apresuro a irme, pero me detiene con los
ojos muy abiertos y aterrorizados.
—¿Masa? —pregunta.
Masa. Está pidiendo masa. Me giro, localizo el dispositivo en el suelo y lo
empujo debajo del taburete con el pie.
—Sí. —Agarro la primera que puedo encontrar y se la entrego.
Me agradece, fingiendo que le entregué lo que necesitaba cuando en una
luz más brillante, puedo ver que le di sal. Salgo y me encuentro a Milo con la
cadera apoyada en la encimera y me está viendo directamente.
—Buenos días —digo y muevo la cabeza hacia abajo, con la esperanza de
que no vea el color de culpa en mis mejillas.
—Buenos días. —Su voz es rasposa. Se levanta mucho antes de lo
normal—. Estoy sorprendido de encontrarte aquí abajo.
—¿Por qué? —Me ocupo limpiando el espacio de trabajo ya limpio, todas
las tortillas de maíz y el pan dulce de antes se fueron.
—Porque son las once y media y por lo general ya estás afuera jugando 26
con los perros.
¿Las 11:30?
Milo divaga algo en español. María me lanza una mirada de disculpa por el
rabillo del ojo, luego le sonríe a Milo y le responde.
Los ojos de Milo brillan con orgullo y tal vez incluso con un poco de alivio
mientras me ve.
—¿Está bien? A Mercy le gusta cocinar, ¿eh? Tal vez si soy amable, me
prepare la cena. ¿Qué dices, Güera? —Me guiña un ojo y todas las mariposas
vuelan en mi vientre.
No, porque todo lo que dijo María para encubrirme sea mentira. Sino
puedo cocinar.
—Por supuesto.
Cruza hacia mí con sus holgados pantalones cortos de dormir y su
camiseta y se coloca detrás de mí para envolver sus brazos alrededor de mi
cintura. Su mano izquierda agarra la mía y llevo mi dedo anular hacia
adelante.
—Me encanta ver esto en ti.
Se lleva el anillo a los labios y besa no solo mi dedo anular sino también
todos los demás dedos. Me relajo en su pecho y odio la culpa hundida que
presiona mi pecho. Si supiera que estuve rompiendo las reglas de Esteban para
investigar cosas que me dan pesadillas, estaría furioso.
Con su barbilla en mi hombro, acaricia mi cuello y susurra:
—¿Qué tal si nos vamos de aquí?
Mi columna se pone rígida y la esperanza florece en mi pecho.
—¿En serio?
—Por supuesto.
Me doy la vuelta y lanzo mis brazos alrededor de su cuello.
—Pero pensé… Quiero decir, ¿a dónde iremos? Tal vez haya un pequeño
pueblo cerca y no tenga que usar mi sudadera.
Su sonrisa cae y su expresión se torna tensa.
—¿Qué?
Presiona un beso en la punta de mi nariz.
—Lo siento, quise decir salir de la cocina. Tengo una hora antes de
reunirme con Esteban. Esperaba llevarte de regreso a la cama.
No sé cómo se ve mi cara, pero sé que mi decepción debe ser fácil de leer
en mi expresión.
Milo se ríe y dice: 27
—Está bien, mala idea. ¿Qué tal si vamos a dar un paseo por el recinto?
¿A tomar un poco de aire fresco?
Dejo caer mis brazos de sus hombros y asiento.
—Sí. Por supuesto.
Desliza sus grandes manos por mis costados hasta mis brazos,
levantándolos y colocando mis manos detrás de su cuello.
—Oye . . . Lo siento, sé que es difícil para ti. Te prometo que no siempre
será así. Solo quiero mantenerte a salvo.
—¿De quién? Mikkel se fue. ¿Quién más podría estar detrás de mí?
Con su frente presionada contra la mía, susurra:
—No lo sé. Es el problema. Sólo tienes que permanecer oculta durante un
poco más de tiempo. No puedo funcionar a menos que sepa que estás en el
lugar más seguro posible, y es detrás de las paredes de este recinto.
Asiento y acepto. Debería asentir y estar de acuerdo, pero las imágenes de
niños descuartizados parpadean en mi mente y despiertan un fuego en mis
entrañas que no puedo controlar.
—Liberada de una jaula solo para ser puesta en otra.
Da un paso atrás, su expresión dura.
—No, no es así.
Mi piel se eriza y una fuerza detrás de mis costillas quiere gritar que soy
una persona, no un objeto y que la gente, los niños, están sufriendo mientras
estoy aquí recogiendo fruta y jugando con perros.
—Quieres mantenerme a salvo, pero encerrarme para siempre…
—No será para siempre. Sólo… —Se pasa una mano por el cabello,
dejándolo sobresalir por todas las puntas—. Necesito un poco más de tiempo y
luego regresaremos a Los Ángeles, ¿de acuerdo?
—Cuánto tiempo más porque me estoy volviéndome loca aquí. —Mi
respiración es más rápida ahora—. Estás fuera la mayor parte del tiempo.
Todos los demás aquí están trabajando o me ignoran. Mis únicos amigos son
los perros, Milo…
Sus manos toman mis mejillas y presiona un suave beso en mis labios,
silenciando mi rabia y calmando un poco mi pulso.
—Lo sé. —Otro beso—. Lo siento. Hay algunas cosas más que tengo que
hacer en México, luego haremos un plan.
La derrota pesa mucho en mi pecho mientras la inutilidad me inunda.
Su pulgar hace un golpe lento en mi mejilla hasta mi labio inferior.
—Aguanta ahí para mí. Te prometo que te daré la vida de la que 28
hablamos. Solo aguanta un poco más.
¿Qué elección tengo?
—Lo haré.
—Buena chica.
Me derrito en su pecho y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura.
Puedo aguantar un poco más, pero eventualmente tendré que salir de aquí.
¿Para hacer qué? No lo sé. Solo sé que no puedo vivir así de protegida, de
mimada mientras gente como yo está luchando por la suya.
Milo
—¿Estás listo?
Mis hombros se contraen ante el sonido de la voz de Esteban a mi espalda
mientras observo a Mercy con los perros en el jardín delantero. Con un bolsillo
lleno de pan duro, intenta enseñarles cómo sentarse y, por un momento, finjo
que estamos en nuestra propia casa en Los Ángeles sin las amenazas de la vida
de las pandillas y de su brumoso pasado.
Un pasado que, a pesar de mis mejores esfuerzos, no se aclara.
—¿Hablaste con tu contacto? —No quito los ojos de Mercy mientras les
ofrece la golosina, sus labios dicen siéntate una y otra vez mientras la baba se
desliza de las mandíbulas del pitbull.
—Sí, pero… —Me doy la vuelta cuando Esteban, quien lleva su
característico negro sobre negro, frunce el ceño a través de su grueso bigote y
perilla—. No querrás meterte con esos cabrones. Son malas noticias.
—¿Y nosotros no?
Se chupa los dientes frontales y niega.
—No hay ningún nosotros en esto, mijo.
Aprieto los dientes por la facilidad con la que puede llamarme hijo al
mismo tiempo que me dice que no me respaldará. No me importa lo que haga o
cuánto me ayude a localizar a las personas que podrían darme algunas
respuestas; nunca más será sangre para mí. Todavía creo que es el
responsable de la muerte de mi madre, y nada de lo que diga o haga cambiará
eso.
—Estás solo —agrega.
—Bien. ¿Dónde están?
Saca una hoja de papel de su bolsillo. Tiene una dirección garabateada, y
cuando la tomo, la sostiene con más fuerza.
—¿Si mueres? No me quedaré con la chica.
—¿Qué diablos se supone que significa eso?
—Un incentivo para que no la cagues. No vale más que pesos para mí, ese.
—Suelta el papel y se dirige hacia la puerta. 29
Observo su espalda mientras se mueve por la casa como un maldito
príncipe del infierno. Con la dirección bien apretada en la palma de mi mano,
lo sigo y rezo para que esté mintiendo.
3
Milo

L
as ocupadas calles del centro de Tijuana a las dos de la mañana
tienen un olor distinto. Aprieto la nariz mientras la combinación de
cerveza, maleza, meadas, moho, y carne cocinada asaltan mis
sentidos. Un grupo de universitarias metidas en minúscula faldas y zapatos
altos tropiezan conmigo, riendo, hablando alto, y trayendo una potente mezcla
de perfume. Sus brillantes vestidos dejan poco a la imaginación y atraen el tipo
equivocado de atención. Digo una pequeña oración para que terminen en el
lado correcto de la frontera antes de desmayarse.
Estoy recostado contra el capó de El Camino, con las piernas extendidas y
con los tobillos cruzados, esperando encontrarme con mi contacto. No se sabe
cuándo aparecerá el chico. Me recuerda los días en Los Ángeles cuando Laura
echaba pestes sobre el chico del cable viniendo entre las diez y las dos. No
tienes más remedio que sentarte, salir y esperar.
Mi mente me saca de la humedad de las calles de Tijuana y vuelven al
cálido hogar de mis padres adoptivos. Jules viendo el canal de Disney y Miguel
con sus auriculares, ignorando al mundo efectivamente. Siento que la esquina
de mi boca se levanta antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo y fuerzo
un ceño fruncido. Nunca sé quién estará mirándome cuando estoy corriendo
para Los Latino Saints, y la felicidad de cualquier tipo puede ser vista como
30
vulnerabilidad. Después de todo, la gente feliz tiene algo que perder.
Me digo que así es como soy feliz. ¿Cómo podría no serlo? Mis hermanos
están a salvo en hogares de acogida, y ahora que estoy de regreso y con los
Saints, mis hermanos más pequeños se quedaron solos.
Y luego está Mercy. Mi alma. Es la razón por la que le vendí mi futuro a El
Jefe. Es mi centro ahora. No es suficiente simplemente mantenerla a salvo. La
he escuchado llorar mientras duerme, observar la vida en sus ojos oscurecerse
a medida que pasa cada día. Pensé que proteger su cuerpo sería suficiente.
Estaba equivocado. Para que esté libre de las visiones que la atormentan, para
movernos adelante juntos, necesito ayudarla a curar su alma. Solo hay una
manera de hacerlo.
Necesita retribución. Tiene que enterrar a los monstruos de su pasado
para encontrar esperanza en nuestro futuro.
Una contundente fuerza golpea la punta de mi zapato.
—¡Ay! —Una mujer tropieza después de enganchar el dedo de su zapato de
su tacón alto en mi pie. Su torso se tambalea hacia adelante, con los brazos
agitados, y agarro su cintura antes de que se dé de cara en el concreto.
—Calma. —Una vez que está estable, la suelto.
Se vuelve hacia mí con sangre inyectando sus ojos. Se ve joven. Me
sorprendería si tuviera dieciocho años, pero viendo como está claramente
intoxicada en alcohol y lo que sea la otra cosa, tiene una identificación falsa o
cara de bebé.
—Gracias muchacho. —Su ridículo intento de acento español me hace
querer llevar su trasero a la frontera y tirarla en el lado de Estados Unidos. Las
chicas en su condición podrían fácilmente tambalearse con el tipo equivocado
de persona.
Una vocecita me susurra que soy ese tipo equivocado de persona.
Fui de Milo el hijo de crianza, a Emilio Vega, hijo de Esteban, príncipe de
los LS – una activa pandilla contrabandista de drogas y armas, y ejecutor.
Demonios, tengo una llave en mi bolsillo que encendería una gran camioneta
móvil llena de heroína. Todo sobre mí, incluyendo los nueve mil metros
escondidos en la cintura de mis vaqueros, dice que no soy el tipo de chico con
el que quieres encontrarte en un oscuro callejón. Drogas y armas son lo que
mantienen a El Jefe en el rico estilo de vida al que se acostumbró. El mismo
estilo de vida que mantiene a mi Mercy segura. No me gusta, pero seguro como
la mierda tengo que jugar como lo hago.
La chica se balancea sobre sus pies. La apoyo de regreso, mirándola, listo 31
para abalanzarme si cae otra vez. Probablemente piensa que venir a Tijuana es
todo sobre menores de edad bebiendo y bailando hasta que sale el sol. Lo que
no sabe es que esta ciudad es un semillero de trata de personas.
Es la segunda razón por la que estoy aquí. No para comprar y vender
cuerpos, sino para descubrir quiénes son los grandes jugadores en ese
comercio. Para recopilar información que me conduzca a estar más cerca de
descubrir quién es responsable del cautiverio de Mercy, y de hacerlos pagar
finalmente.
—Donde... um... —Se frota la frente, y el movimiento la hace moverse a un
lado—. Estás en la calle —oh en la frontera... ¿Oh?
Esta chica está en mal estado.
—¿Dónde están tus amigos?
Parpadea hacia mí a través de ojos llenos de rímel.
—¿Hablas inglés?
Estoy bastante seguro de que acabo de hacerlo, por lo que no respondo y
solo inclino la cabeza, esperando.
—No lo sé. —Suelta un brazo para moverlo a alguna parte—. Nos
separamos en Coko Bongo. He estado caminando alrededor por siempre. Mis
pies me están matando...
—Chica bonita... —Sancho, mi vigilante, se pasea con las dos manos
llenas de tacos callejeros y me ofrece uno mientras mantiene su mirada en la
joven. Sus oscuros ojos se iluminan cuando se mueven sobre su cuerpo.
—No. —Agito su oferta de tacos y miro para agarrar el taxi más cercano.
Me digo que estoy haciendo esto porque es lo que Mercy querría que hiciera,
aunque no estoy seguro de si estoy comprando mi propia mierda ya.
—Hola —la chica le responde a Sancho.
—Um... gracias y eh... um… —Se muerde el labio luego estalla en risas—.
Saqué B en español este semestre. Creo que estoy realmente borracha.
Claramente es tan inteligente con las calles como lo es en español, pero
una mala nota en elecciones inteligentes aquí podrían significar la vida o la
muerte.
Sancho se lame los labios.
—Bien. Joven. Apuesto que sabes igual de dulce...
—¡Chale*! —Sacudo la cabeza en un firme ―Ni siquiera lo pienses‖
mientras le hago señas a un taxi. 32
Me mira fijamente, el pinchazo. Sancho solía ser la mano derecha del Jefe,
y no le gusté desde el segundo en que entré en el compuesto Vega. Esteban le
explicó dónde era mi lugar. La jerarquía y Sancho fueron degradados. Pero es
un obstinado trasero. Sonríe y vuelve sus ojos hacia la chica.
—¿Tienes hambre, bonita?
—No tenemos tiempo para esto —le gruño por lo bajo.
Sus ojos se abren, y ella toma los tacos.
—Sí, gracias. —Se acaba la cosa en tres mordidas, y Sancho le da otros
mientras un taxi se detiene en el bordillo.
—Vamos. —La engancho por el codo y la alejo de Sancho hacia la puerta
trasera del taxi, que abro y me muevo para que entre.
Intento llamar la atención del chofer, pero sus ojos están fijos en Sancho.
Miro entre los hombres, preguntándome si terminamos o si tal vez se conocen
uno al otro no-me-importa-malditamente. Es entonces que noto un rápido tirón
de la barbilla de Sancho.
Los ojos del taxista van a los míos.
—No la meta, señor. Estoy fuera de servicio.
¿Fuera de servicio?
La chica vuelve a caer sobre la acera cuando el taxi se aleja, pero parece
contenta, masticando su taco. Giro la cabeza y observo a Sancho mientras
desliza su celular hacia atrás en su bolsillo.
*Chale: equivalente mexicano para ¡vaya!
—Tengo un paseo en camino —dice en un inglés muy acentuado—. Te
llevará a la frontera, bonita. —Sancho se encoge de hombros—. Será mejor de
esa forma. Menos testigos de que estuvimos aquí —dice en español.
—Es una tontería. —Intento hacerle señas a otro taxi pero los encuentro a
todos con tarifa o se apresuran sin siquiera ver.
Una camioneta de dos puertas azul se detiene, y Sancho la encuentra en
la calle. Le dice unas cuantas cosas al chofer y luego abre la puerta del lado del
pasajero.
—César te llevará a la frontera sin cargo.
La chica sonríe y parece un poco más sobria. Tal vez estoy
malinterpretando a Sancho y realmente está tratando de ayudar. 33
Todavía un poco incómodo, sigo a la chica a la camioneta.
Una vez que está dentro, me inclino a través de su ventana abierta y
pongo los ojos en el chofer.
—Va a la frontera. No te detengas en nada. Sólo allí.
El chico parpadea en reconocimiento. Sabe claramente quién soy, pero
actúa como si no entendiera inglés. Repito mi demanda en español, luego solo
en caso de que la intimidación no sea suficiente, lanzo mil pesos en su regazo.
Toma los billetes y los empuja en su bolsillo asintiendo, aceptando llevarla
allí a salvo. La chica se agita mientras la camioneta se aleja y vuelve a unirse al
tráfico.
Sancho se apoya contra la puerta del auto.
—Solo porque estamos en un trabajo no significa que no podemos tener un
poco diversión —murmura en español.
Lo que sea. Lo ignoro, reanudo mi posición, y continúo escaneando mis
alrededores. Todo lo que quiero hacer es ir a casa, bañar la mugre criminal de
mi piel, y meterme en la cama con Mercy.
Me la imagino acurrucada de lado, sus manos metidas debajo de la
almohada y todo ese cabello largo y pálido atrapando la luz de la luna a medida
que fluye a través de la ventana. Una sensación de paz me recorre con el
constante pellizco de decepción que se volvió habitual en mi estómago. El dolor
con el que vivo a diario después de alejarme de mi antigua vida y de hundirme
yo mismo de cara a la vida que desprecio.
Murmuro una cadena de maldiciones y retrocedo la imagen en mi cabeza
de Mercy durmiendo tranquila y segura en la mansión de el Jefe, rodeada de
guardias armados.
Mi sacrificio es un pequeño precio a pagar por su seguridad
—Es él. Ernesto —dice Sancho en español luego se aleja para conseguir
algo de distancia y mantener su vigía.
Un hombre bajo que parece estar en sus sesenta viene a mi lado.
—¿Cerveza?
En lugar de contestar, me inclino hacia la pequeña cantina estilo agujero
en la pared dos puertas abajo de donde me estacioné. Es oscura, fuera de
vista, y el dueño está en la nómina del jefe por lo que no hay cámaras ni
34
federales en el interior.
Tomamos asiento en la barra y pedimos un par de Modelos. No me gusta
beber especialmente cuando estoy en un trabajo. Prefiero mantener la mente
clara. Pero por el bien de las apariencias, le doy un trago a la amarga cerveza.
Charlamos brevemente sobre la última carrera de perros y cuales
boxeadores apoyamos, pero la pequeña charla me pone inquieto. Con la llave
en mi palma, la golpeo en la barra y la deslizo hacia él solo para que la atrape
rápido y sin esfuerzo.
—Una cosa más —murmuro en español con los labios en mi botella de
cerveza antes de tomar un trago. Me apoyo en mis antebrazos y mantengo los
ojos hacia adelante.
—¿Sabes dónde puedo conseguir una mujer?
Me da una lista de diferentes puticlubs de la zona, ninguno nuevo o poco
común.
—Estoy buscando algo un poco más... único. Subterráneo. Dónde
mantengan producto realmente especial. —Volteé a mirarlo y fruncí el ceño
cuando lo vi realmente confundido.
Mierda. Callejón sin salida.
—No, ese. No sé nada sobre eso... —Dice en español acerca de lo
hermosas que son las mujeres de Mirabonita y sobre como un chico como yo no
debería tener que pagar por vaginas.
Ya escuché suficiente. Pongo cincuenta pesos en la barra para pagar por
nuestras bebidas y asiento.
Vuelve a tomar su cerveza mientras salgo del bar y me dirijo a El Camino.
Le doy a Sancho unos segundos para entrar antes de encender el motor y
regresar al complejo.
—¿Todo bien? —Pregunta en español.
—Sí.
Enciendo la radio y me dirijo hacia el viaje de hora y media en auto a casa.
Cuanto más me acerco, más ansioso estoy de llegar con Mercy.
Sé que está bien protegida. Sé que Mikkel Vanderburg ya no es una
amenaza, pero una sensación de fatalidad perdura sobre nosotros como una
nube oscura, como si en cualquier momento, alguien de su pasado se precipite
y la robara en la noche. Lo único que me calma es el peso de mi pisada en el
pedal del acelerador mientras me apresuro hacia ella.
Cuando llegamos a las puertas compuestas, el guardia nos deja entrar. 35
Conduzco hacia el garaje subterráneo y salgo antes de que Sancho tenga
oportunidad de perder mi tiempo con pequeña charla. El sol ya está subiendo y
necesito a mi chica en mis brazos durante unas horas antes de que se
despierte.
La mansión está callada ahora, pero en una hora más o menos, estará
ocupada con actividad. Los sirvientes viven en la propiedad, algunos con sus
hijos, y antes de las comidas, la cocina aquí es lo más cercano a la casa. Lo he
visto desde antes de perder a mi mamá.
Te refieres a antes de que el Jefe la asesinara.
Rechino los dientes y corro por las escaleras, tomando los escalones de
dos en dos hasta que estoy en las puertas dobles de nuestro dormitorio. Me
empujo dentro lentamente, en silencio, mis ojos hambrientos por Mercy. En el
momento en que su durmiente figura aparece, exhalo un suspiro que parece
que estuve sosteniendo todo el tiempo que estuve fuera. Debería ducharme,
pero esta noche fue bastante desordenada y no puedo osar perder un tiempo
valioso. Cierro la puerta. El susurro de la cerradura la tiene moviéndose en la
cama, sus pálidas piernas blancas están enredadas en crujientes sábanas
blancas. Es difícil decir dónde termina su piel y dónde comienza la decadente
ropa de cama.
Me desvestí rápidamente y fui hasta las sábanas. Me detengo con una
rodilla en la cama estudiando a Mercy. Su largo cabello es un desastre a través
de las almohadas, pestañas blancas se abanican contra sus pálidas mejillas, y
esos labios separados mientras respira fácilmente.
Segura.
Me acuesto a su lado, y murmura algo y se escapa al lejano fin.
—Oh no, no lo harás —le susurro mientras la engancho alrededor de la
cintura y la arrastro a mis brazos.
Me acaricia el cuello, e inclino la cabeza, lo que le permite acercarse a la
Santísima Virgen que está tatuada allí.
Sintiéndola respirar contra mi piel, sus cálidos labios se presionan contra
mi garganta, un recordatorio de que mi alma que está viva y segura.
—¿Acabas de llegar a casa? —Su voz es pesada con sueño.
—Sí. No quise despertarte, mi alma. —Paso la mano por su largo cabello
antes de frotar firmemente su cuero cabelludo—. Shhh, vuelve a dormir.
Su brazo se aprieta alrededor de mi cintura y mis párpados se cierran.
Todas mis preocupaciones del futuro se disuelven cuando estamos así. Todos 36
mis arrepentimientos y preocupaciones por mis hermanos, cada pequeño odio
hacia sí mismo por lo que me vi obligado a ser, todo desaparece cuando está en
mis brazos.
Mercy puede estar convencida de que no es ya un ángel.
Estoy en desacuerdo.
Ninguna otra mujer podría llevarme tan cerca del cielo.

Mercy
Estoy sonriendo antes de abrir los ojos presionada contra el pecho de
Milo, su mano enredada en mi cabello mientras me sostiene cerca de su
garganta, respiro el fresco olor al aire libre de su piel. Milo es cálido y su pulso
es lento y constante contra mi palma que está extendida en su pecho.
Podría estar aquí todo el día así, a salvo en sus brazos. Por desgracia, mi
vejiga insiste en que me levante, así que me alejo, y rueda sobre su lado,
murmurando algo incoherente. Llegó temprano esta mañana. Frunzo el ceño
cuando veo su ropa en una pila al lado de la cama. Debe haber estado
demasiado cansado para meterla en el cesto.
El azulejo de Saltillo está frío bajo mis pies a pesar del clima de veintisiete
grados afuera.
Me digo que no debo inspeccionar la encimera del baño, no buscar la
toalla mojada de Milo para ver si está manchada de sangre, pero lo hago de
todos modos y encuentro una superficie limpia y una toalla seca. Termino, me
lavo las manos y me muevo tranquilamente hacia la cama para recoger su
ropa. La recojo del suelo, y algo pesado cae y suena contra el azulejo.
Jadeo y agarro la ropa de Milo contra mi pecho mientras miro fijamente la
pistola negra. Entonces algo más atrae mi atención. El olor que sale de su
camisa es claramente femenino y me pica la nariz con un amargo ponche de
humo y alcohol.
Mi estómago se tambalea cuando considero lo que estuvo haciendo
anoche. Pienso de regreso en Carrie, la bella rubia de la escuela, que parecía
no poder mantener las manos fuera de Milo. No la culpo... es muy guapo con
su cabello oscuro y ojos castaños claros, su mandíbula firme, y labios
carnosos. Seguramente otras mujeres lo encuentran atractivo. Otras mujeres
37
hermosas.
Arrojo su ropa al cesto y atrapo mi reflejo en el espejo. No me veo nada
como las mujeres aquí en México. Parezco casi juvenil en comparación con las
mujeres con curvas, con figuras completas que he visto aquí. Las mujeres
mexicanas tienen piel del color del caramelo tostado mientras la mía parece
enfermiza. Y no es solo mi piel. Mi cabello, mis labios, incluso mis pestañas
son del color de la leche. Solía pensar que mi color confirmaba que soy
especial, pero observando mi reflejo ahora, nunca me sentí más ordinaria.
Plana. Aburrida.
Falta en todos sentidos.
Recojo el arma de Milo y voy a su lugar en su mesita de noche donde no
tengo que verla. Viviendo aquí en el recinto, me acostumbré a ver armas de
fuego en los guardias y en las pocas personas que vienen a las reuniones con el
padre de Milo, Esteban, pero todavía tener que ver una cerca de donde duermo.
Deslizo el arma en la mesita de noche.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Milo me asusta, y dejo caer el arma
en el cajón con un golpe—. Cuidado.
—Lo siento. —Levanto las manos—. No estaba husmeando.
Su ceño fruncido se profundiza.
—Está bien. Debería haber guardado eso antes de llegar a la cama. —Se
frota los ojos—. No me gustas tocando esa mierda.
Asiento y meto mis manos en el frente a mi camiseta mientras se empuja
hacia arriba para sentarse.
—¿Dónde estuviste anoche?
Se detiene por unos segundos antes de sentarse contra la cabecera de
madera tallada a mano y me mira a través de sus ojos hinchados, privados de
sueño.
—Trabajando.
—¿Haciendo qué? —Me resulta imposible ocultar mis nervios y mi
inquietud.
—Cosas de trabajo. —Engancha el lado de mis pantalones cortos y me tira
a la cama, donde me coloca entre sus caderas y pongo las manos sobre sus
hombros. Con un largo suspiro, me acerca para descansar su frente en mi
cuello, luego besa la sensible piel alrededor de mi clavícula.
38
Paso los dedos por su grueso cabello y agarro las desordenadas hebras,
haciéndolo gemir.
—¿Qué tipo de cosas de trabajo?
Mueve la cabeza hacia atrás y me observa durante tanto tiempo que
necesito mucha fuerza para no apartar la mirada.
—No quiero que te preocupes por lo que hago...
—No puedo evitarlo.
—No te preocupes.
Me estremezco ante su despido.
—Todo de ti me preocupa.
—Bueno, no debería...
—Llevas un arma.
—No te preocupes, no la uso.
—No puedo controlar mi preocupación por…
—Mercy, estuve fuera y ahora estoy de regreso en casa sano y salvo. Es
todo lo que necesitas saber.
—¿Quién es la mujer?
Su mirada es firme en la mía, así que puedo ver cómo la culpa le oscurece
los ojos. Me empujo hacia atrás y salgo corriendo de la cama sólo para hacer
que me siga y me envuelva por detrás.
—No —gruñe en mi oído—. Detente. No dejes que tu mente vaya allí. No es
lo que piensas.
—Estuviste con otra mujer.
Su agarre se aprieta.
—No, no estuve absolutamente con otra mujer.
—Entonces, ¿por qué tu ropa huele cómo a una? —Mi voz bordea la
histeria y mis manos se hacen puños. ¿Qué es esto que estoy sintiendo?
—¿Oliste mi ropa?
—No, la recogí. —Salgo de su agarre y me suelta—. Vienes y vas a todas
horas de la noche. Tu ropa huele a mujer o está salpicada de sangre... —Me
alcanza, pero le quito el brazo—. Dime por qué estás escondiendo esa parte de
tu vida de mí. No seguiré viviendo así.
Ahora es su turno de retroceder. 39
—¿Qué diablos significa eso?
—¡Significa que estoy asustada!
—Estás a salvo aquí, lo sabes. Nada puede lastimarte...
—Excepto tú.
Se estremece como si lo hubiera abofeteado.
—Nunca te haría daño.
—Perderte me mataría.
Mis palabras lo empujan hacia adelante, y me envuelve en sus brazos.
—Nunca me perderás, güera. Es una cosa que puedo garantizarte. Nunca
¿me escuchas?
—¿Qué pasa con la sangre que encontré en tu ropa?
La tensión vuelve y no responde.
—No era tu sangre.
—Fue hace semanas. —Su barbilla descansa sobre mi cabeza y suelta una
respiración—. No te puedo decir todo, sabes eso. Pero puedo prometerte que no
estuve con una mujer anoche, no en la forma que piensas. Había una chica
americana sola y estaba borracha. Se resbaló y le impedí caer, es todo. Te lo
prometo. En el segundo en que estuvo de pie, la puse en un auto a la frontera.
—Sus labios se presionan en mi cabeza—. No tienes nada de que preocuparte
cuando se trata de mí y otras mujeres, Mercy. Eres la única mujer para mí.
Quiero volver a preguntarle por la sangre, pero sé que, como siempre, no
me lo dirá. Dice que lo que hace para que Esteban no tenga nada que ver nada
con nosotros, pero es todo lo que tengo. No puedo perderlo. No lo haré.
—Me preocupa que le des a otra mujer lo mismo que compartimos.
Sus músculos se ponen rígidos.
Cierro los ojos y sigo confesando mis miedos mientras todavía tengo el
valor.
—No me gusta cómo se siente, no saber dónde estás, olores extraños en tu
ropa. No puedo explicar lo que siento que se me mete en el estómago. No lo
entiendo.
Dice mi nombre en una suave exhalación.
—Solo dime lo que necesito hacer. —El calor de las lágrimas me quema la
nariz y la parte de mis ojos—. Sé que no me veo como otras mujeres Si tú...
—Suficiente. —Agarra mis hombros y me retiene para atrapar mis ojos—. 40
No hay nada malo en ti. —Su mirada se mueve sobre mi cara, y frunce el
ceño—. Eres perfecta. Tan dulce, y hermosa y.… pura. Lo que estás sintiendo
es normal. Yo siento lo mismo con la idea de que otro hombre te toque.
El final de su declaración vibra con un gruñido. Cierra los ojos y respira
por la nariz antes de volver a concentrarse en mí.
—Se llaman celos. Es lo que sucede cuando te enamoras de alguien hasta
el punto de que el pensamiento de que te sea quitado hace que te vuelvas loco.
También me preocupo por eso. Cada puto día me preocupo de que algo…
alguien... te rapte de nuevo. —Toma mis mejillas y mira fijamente mis ojos—.
Te amo, mi alma. Nunca cuestiones eso.
—Yo también te amo, pero...
—No. Sin peros. Eres la única mujer que quiero. Nunca habrá otra para
mí. —Gime y deja caer las manos de mis hombros y se deslizan hacia abajo y
agarra mis dedos. Pasa su pulgar por mi anillo—. ¿No entendiste lo que
significó este anillo cuando te lo di?
Miro nuestras manos unidas mientras el arrepentimiento baja por mis
hombros.
—Lo siento. —Me inclino y presiono mi frente en su pecho—. Estos
sentimientos... todo es tan nuevo. Yo no... —Sacudo la cabeza, incapaz de
encontrar las palabras adecuadas.
—Lo sé. Las cosas son intensas justo ahora, pero no iré a ninguna parte.
—Muéstramelo. —Presiono un beso en su pecho desnudo, y gime—.
Necesito sentirlo.
Agarra mis caderas y desliza sus manos arriba de mi camisa, pasando las
yemas a lo largo de mis costados en un lento juego hasta que se detienen justo
debajo de mis pechos. Muevo la cabeza hacia arriba mientras la baja para
reclamar mi boca. Sus pulgares acarician mis sensibles pezones. Me muevo
contra él, ansiosa por más de su toque, y arranca su boca de la mía.
Está respirando fuerte, sus párpados son pesados.
—Necesito tomar una ducha.
Una lenta sonrisa levanta mis labios.
Sonríe, hace una rápida sentadilla, y me toma en sus brazos.
—Creo que podría necesitar ayuda.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y acaricio su tatuaje,
41
bañándolo en besos y sonrío.
Soy una chica tan tonta, pienso mientras atrapo el reflejo de la luz en mi
anillo. Milo me ama. En lugar de preocuparme por el tiempo que no me puede
dar, disfrutaré cada segundo del que pueda darme.
4
Mercy

P
asaron las semanas y me las arreglé para dejar a Milo en paz con lo
que hace cuando se va la mayoría de las noches. Todavía llega a
casa oliendo a humo y a alcohol o al persistente olor a perfume,
pero con su anillo en mi dedo, supero las ganas de preguntarle dónde estuvo.
Para mantener mi mente ocupada, me lancé a investigar al muti. Ya no
vuelvo a dormirme en los brazos de Milo una vez que se mete en la cama. En
cambio, espero a que se duerma, luego bajo a la despensa para saciar mi
devoradora necesidad de información.
Esta mañana no es diferente.
Chica atraída por su novio para ser asesinada por muti.
En letras oscuras sobre un brillante fondo blanco, varios artículos cubren
la historia y los leí al menos una docena de veces. Un chico de diecisiete años
asesinó y mutiló a su novia albina porque un curandero tradicional le prometió
que lo haría rico.
Me imagino sosteniendo la mano del hombre que amo mientras me lleva a
un campo oscuro y aislado. Me pregunto qué pensó cuando otros hombres
saltaron de la oscuridad para tirarla al suelo. ¿Qué debe haber estado
pensando cuando miró los ojos del chico que le había dicho que la amaba, con
42
sus manos apretando su cuello hasta sacarle la vida de su cuerpo?
Probablemente se preguntó cómo no había visto su propia muerte en el
horizonte. Probablemente se golpeó a sí misma por no saber quién era
realmente.
Un escalofrío de pavor me recorre la espalda y me doblo alrededor del
dispositivo. ¿Tuvo un momento de arrepentimiento cuando le cortó los brazos,
las piernas y la cabeza? Cuando roció lo que quedaba de su cuerpo con
gasolina y le prendió fuego, ¿alguna vez se preguntó si tal vez había cometido
un error?
Las lágrimas caen libremente por mis mejillas y tiemblo de miedo y de
vulnerabilidad. ¿Puede alguien en mi posición realmente confiar en alguien?
Respiro la emoción y toco otro artículo, leyéndolo una vez más mientras…
La puerta de la despensa se abre. La luz atraviesa mis ojos, cegándome
temporalmente.
—¿Qué diablos estás haciendo con eso?
Antes de que mis ojos se ajusten, el dispositivo es arrancado de mis
manos. Esteban se eleva sobre mí. Agacho la cabeza entre mis brazos y me
encojo, esperando sentir el fuerte golpe de su puño. En cambio, agarra mi
brazo y me pone de pie.
—Lo siento —digo.
Mis pies descalzos tropiezan detrás mientras me arrastra a la cocina y me
empuja contra los gabinetes, lo único que me mantiene de pie. No me doy la
vuelta, pero mantengo la cara pegada a la encimera, con miedo de verlo a los
ojos, y sigo disculpándome.
Escucho el apresurado español de María desde la puerta de la cocina. No
puedo entender lo que está diciendo, pero lleva la misma cadencia de mi
disculpa. Esteban le ruge, y me estremezco cuando el sonido me golpea.
—Deténganse, por favor —me escucho decir a través de mi miedo.
Cuando no se detienen, me pongo de pie y encuentro a María, con el
rostro pálido mientras se prepara en la puerta para resistir la violenta diatriba
de Esteban. Me giro lentamente para enfrentarlo y veo que tiene la tableta en la
mano. Su rostro está rojo brillante por la ira, y se lanza hacia mí.
Retrocedo, pero me quedo frente a él.
—Que es mi culpa. Ella no lo sabía. Es mi culpa, yo la tomé.
—¡Eres una maldita mentirosa y una ladrona! —Golpea la cosa contra el
azulejo y se rompe en un millón de pedazos. 43
Algo dentro de mí muere cuando todas las astillas de vidrio se esparcen
por el suelo.
—¿Por qué hiciste eso?
Esteban parece sorprendido por mi pregunta, y sus ojos se tensan.
—¿Te estás comunicando con la policía?
—¿Con la policía?
—¡Eres una maldita soplona! —Levanta la mano.
Me doy la vuelta para taparme la cara cuando un ladrido fuera de la
ventana llama su atención. Un auto se detiene en la puerta principal.
Deja caer la mano y le frunce el ceño a María.
—¡Limpia esta mierda!
Ella se apresura al armario de suministros para sacar una escoba, y él se
acerca a mí, tan cerca que sus caderas se clavan en mi estómago y me duele la
parte inferior de la espalda contra la encimera. El frágil cristal cruje sobre el
azulejo bajo sus pies calzados con botas.
Huele a colonia y a sudor cuando acerca sus labios a mi oreja.
—Si la policía aparece en mi puerta, haré que los veas morir antes de
tirarte a la calle. Dime que lo entiendes.
Respiro entrecortadamente.
—Sí.
—Bien. Si le cuentas a Milo sobre esto, me lo quedaré para mí y te haré
desaparecer. ¿Entendido?
Asiento y el movimiento me marea. Mis dedos duelen en la encimera
detrás de mí mientras me mantengo erguida. Esteban retrocede, agarra un
puñado de mi cabello y me empuja fuera de la cocina. Las lágrimas queman
mis ojos, y tan pronto como me suelta, corro escaleras arriba y me encierro en
mi habitación. El sonido de la ducha de nuestro baño me ayuda a controlar
mis emociones.
—Está bien. Milo no escuchó. —Tomo algunas respiraciones cerradas y
calmo mi acelerado corazón. Un vacío llena mi pecho porque perdí la capacidad
de averiguar más sobre el muti, pero un miedo mayor me hace deslizarme por
la puerta y estrellarme contra el suelo.
Amenazó con matar a su propio hijo.
44
Mis pulmones se aprietan y lucho por respirar por completo mientras un
sollozo se arrastra por mi garganta. Sabía que el padre de Milo no era un buen
hombre, pero no sabía que era capaz de matar a su propia sangre. Las
lágrimas llegan aún más rápido, y cuando la ducha se cierra, me escabullo a la
cama, tiro las cobijas sobre mi cabeza y pretendo dormir. Milo no puede
enterarse de las amenazas de su padre.
Cierro los ojos y quiero que mis ojos se sequen.
Mikkel. El muti. Esteban.
Hay tanta maldad en el mundo.
No importa lo que haga, parece que no puedo escapar de ella.

Milo
Me paso un peine por el cabello y me aplico una pasada rápida de
desodorante, emocionado por bajar las escaleras y encontrar a Mercy. Mi
ducha matutina me proporcionó un buen tiempo para pensar y se me ocurrió
una idea que la mantendría ocupada en la finca, pero quiero explicársela
primero.
Aprieto la toalla alrededor de mi cintura y salgo del baño para ver un bulto
del tamaño de Mercy debajo de las sábanas. La preocupación se disipa en mi
mente, y le doy la vuelta a la cama para ver que se puso las sábanas sobre la
cabeza y su respiración es lenta y constante. Debe haberse vuelto a dormir.
Tiro hacia atrás el edredón y quito el cabello de su cara. Sus mejillas están
sonrojadas. Compruebo su frente. Parece un poco caliente. Reemplazo mi
mano con mis labios y la beso suavemente, sin querer despertarla.
Rápidamente, me pongo la ropa y los zapatos y salgo de la habitación para
bajar las escaleras. La cocina está vacía. Miro el reloj del microondas. Diez y
media de la mañana, ¿dónde están todos?
Me sirvo una taza de café y me siento cerca de la ventana, preguntándome
qué tendrá Esteban para mí hoy. Si tengo algo de tiempo libre, saldré corriendo
y conseguiré lo que necesito para Mercy, así cuando se sienta mejor, podré
contarle mi idea. Saco mi teléfono y hago una lista: lienzos, pinturas, pinceles,
cuadernos de bocetos, lápices y carboncillo. Bebo mi café. Probablemente
tendré que ir a Tijuana por los suministros.
Mi mente vuelve al dibujo de un ángel en la pared de Mercy en Los
Ángeles. No puedo contar cuántas veces la vi hojear algunos libros en la mesa
de café que estoy seguro que María colocó alrededor de la casa para que 45
Esteban pareciera culto. Están llenos de pinturas famosas por los que vi a
Mercy pasar los dedos, imitando pinceladas.
—No puedo creer que no pensara en hacer eso antes —susurro y sigo
trabajando en mi lista.
A las once y cuarto, me pregunto si soy el único en la propiedad y decido
cazar a María. Si Mercy está enferma como creo que está, necesito que María la
cuide mientras estoy fuera hoy.
Abro la puerta principal y casi aplasto a un tipo que está caminando
adentro, a solo unos metros por delante de Esteban.
—¿Dónde está todo el mundo? —Le pregunto a Esteban en inglés.
—Le di a María el día libre —responde y pasa junto a mí—. Invitaremos a
algunos miembros del equipo esta noche. —Continúa hacia su puerta debajo
de las escaleras, gritando por encima del hombro en inglés:
—Espero que estés allí.
Abro la boca para decirle que no puedo cuando la puerta se cierra de
golpe. Mierda. De ninguna manera expondré a Mercy a una de las notorias
fiestas en casa de Esteban. Supongo que es bueno que no se sienta bien. La
mantendrá en nuestra habitación toda la noche. Pienso en cuánto tiempo
llevará poner un candado en la puerta para poder activarlo desde el exterior
para evitar que entren los cabrones. Niguel, quien administra la propiedad,
podría hacer eso por mí.
Hay un dicho que aprendí en la secundaria acerca de que el camino al
infierno está pavimentado con buenas intenciones. Esas palabras zumban en
mi cabeza como un molesto mosquito, pero las ahuyento y corro hacia casa de
Niguel.

*
Después de correr a la ciudad para comprar algunas cosas para Mercy,
vuelvo y la encuentro sentada a la sombra en el porche con Toro acurrucado a
su lado.
Recojo mis bolsas de El Camino y me aprieto junto a ella en el sofá de dos
plazas, ganándome una serie de gruñidos de Toro.
—Oye, ¿cómo te sientes?
Sonríe, pero se ve mal y sus ojos están vidriosos.
—Me siento bien.
46
—Noté que estabas durmiendo. ¿Estás enferma?
Niega, pero sus mejillas se sonrojan cuando presiona su palma contra su
estómago.
—Ah... —Asiento entendiendo—. Problemas femeninos.
No lo confirma ni niega, lo cual no es una sorpresa. Siempre fue muy
reservada con esas cosas.
—Recogí algunas cosas para ti hoy. —Sostengo las bolsas.
Su expresión se aclara un poco mientras estudia mi botín.
—¿Qué es?
—Vamos arriba y te las mostraré. —Me levanto de un salto y tomo su
mano, agradecido cuando su sonrisa se vuelve más animada y un poco más
genuina.
En la parte superior de las escaleras, veo la cerradura adicional en la
puerta. Mercy no parece darse cuenta. Le dije a Niguel que la pusiera después
de que se despertara para no molestarla.
La tomo por los hombros y la siento en la cama.
—Sé que has estado muy aburrida aquí sola. —Meto la mano en la bolsa y
saco un par de docenas de pinturas y de diferentes pinceles, que dejo en una
mesa junto a las puertas del patio—. Tengo un montón de lienzos en el auto.
De todos los tamaños que puedas necesitar. Y un caballete.
Entrecierra los ojos hacia la mesa, pero parece feliz.
Froto la parte de atrás de mi cuello, preguntándome si debería haberle
preguntado primero.
—¿Crees que te gustaría pintar?
—Sí, lo haría, pero nunca pinté antes. —Se levanta de la cama y recoge y
estudia cada tubo de pintura, sosteniéndolos cerca de sus ojos.
Espero, observo cómo cada nuevo color que toma parece disolver un poco
la tensión en sus hombros.
—¿Qué debo hacer?
—Te mostraré. —Saco las llaves de mi bolsillo—. Déjame ir a buscar el
resto.
Corro escaleras abajo y vuelvo con un montón de lienzos y un pequeño
caballete de mesa. Lo coloco en la mesa frente al océano, luego saco una de mis
camisas blancas abotonadas del armario. 47
—Ponte esto.
Se pasa la camisa por la cabeza para revelar su pálido torso a la tenue luz.
Su sostén rosa es de algodón simple, pero es delgado y puedo distinguir la
perfecta forma de sus pezones. Dejo de estudiarla y deslizo la camisa por sus
brazos. Sus manos se mueven para cerrar los botones.
—¿Me dejarías hacerlo, por favor?
Su expresión se calienta y asiente. Me tomo mi tiempo para abotonar la
camisa y rozo mis nudillos contra las protuberancias de sus pechos,
haciéndola reír.
—¡Ahí, espera! —Corro para tomar una de las cintas para el cabello de
Mercy del baño y me acerco detrás, juntando su cabello largo y blanco en un
moño y asegurándolo en la parte posterior de su cuello—. Ahora estás lista.
Después de una breve explicación sobre cómo usar los colores acrílicos y
cómo limpiar los pinceles, la pido que se siente frente a un lienzo en blanco.
—Puedes intentar recrear algunas de las pinturas en los libros que te
gustan abajo.
Sus mejillas se sonrojan, pero continúa inspeccionando el lienzo.
—O puedes pintar lo que veas aquí. —Señalo la habitación, el océano, las
enredaderas en flor que crecen alrededor de nuestro balcón—. O lo que veas
aquí. —Beso su frente.
—Estoy nerviosa. —Está sonriendo. Es una gran señal.
—Tómate tu tiempo. No hay una respuesta incorrecta cuando se trata de
estas cosas.
Pasan unos minutos antes de que finalmente tome un pincel y un tubo de
pintura azul. Me siento en la cama y cruzo las manos detrás de mi cabeza. Sus
golpes son tentativos al principio y se vuelven más seguros con cada minuto
que pasa.
Niguel asoma la cabeza en la habitación.
—Tengo la llave de la cerradura —dice en español, sus ojos se lanzan a
Mercy y luego vuelven a mí con un toque de juicio en su mirada.
No tiene ni puta idea de por qué me veo obligado a encerrarla.
No le agradezco, y palmeo las llaves antes de cerrar la puerta, ansioso por
volver a ver pintar a Mercy. Todavía no puedo distinguir la forma de lo que está
pintando, pero no importa. Se está divirtiendo, con suerte suficiente como para 48
poder bajar las escaleras durante una hora más o menos, sin importar el
tiempo que tarde en mostrar mi esfuerzo antes de poder largarme de allí.
Me refresco en el baño, me pongo una camisa limpia y guardo mi nueva
por si acaso. Me pongo la camisa por encima del cinturón para asegurarme de
que el arma esté oculta de Mercy antes de agarrar la llave de la nueva
cerradura y salir para encontrarla en el mismo lugar, pintando y contenta.
—Es una ola. —Me acerco detrás de ella y froto sus hombros.
—¿Puedes decirlo? —Inclina la cabeza, su nariz se arrugó adorablemente
con un toque de pintura azul en la mejilla.
—Por supuesto. Eres natural. —Beso la parte superior de su cabeza y me
detengo unos segundos para empaparme de ella—. Escucha, necesito bajar las
escaleras durante una hora, pero quiero que tú... Creo que deberías quedarte
aquí.
Mueve la cabeza hacia atrás para verme.
—¿Por qué?
Trato de actuar de manera informal sobre el hecho de que probablemente
ya haya una docena de pendejos del cartel y la misma cantidad de prostitutas
abajo.
—Por una reunión de trabajo y María tiene la noche libre. Me sentiría
mejor si te quedaras aquí. No tardaré. Traeré la cena cuando regrese.
Parece notar por primera vez la música y la conmoción que se filtran
débilmente a través de la puerta de madera maciza. Sus cejas se juntan.
—Suena como una fiesta. —Hay un toque de acusación en su voz.
—No me mires, Güera. Solo voy a donde me dicen, y esta noche me dijeron
que apareciera. Estarás bien. Volveré tan pronto como pueda. —Con miedo de
que haga otra pregunta, cubro sus labios con los míos, saboreando la dulzura
de su lengua—. Me tengo que ir.
—Te veré más tarde. —Toma su pincel y continúa trabajando en su
pintura.
Cierro la puerta detrás de mí, la bloqueo lo más silenciosamente que
puedo. Sigo el sonido de voces murmuradas y música hasta que estoy de pie en
medio de la sala de estar, rodeado de extraños que me ven como si me
conocieran. Soy respetuoso, pero no amistoso y veo a Esteban en una
conversación con un tipo que parece un George Clooney mexicano, con traje y
todo. Su lenguaje corporal haría parecer como si estuvieran inmersos en
49
discusiones de negocios si no fuera por la mujer que usa nada más que un
sostén, una ceñida falda y tacones altos que tiene su mano en los pantalones
de Esteban.
Compruebo la hora en mi teléfono.
Tres minutos abajo.
Sólo cincuenta y siete minutos para el final.

Mercy
La música y las voces murmuradas al exterior de mi puerta se hacen más
fuertes a medida que el cielo fuera de mi ventana se oscurece. Mi pincel sobre
el lienzo pasó de trazos suaves y fluidos a cortes enojados mientras mis nervios
pinchan con irritación. Intento suavizar las líneas de la imagen, pero termino
dejando el pincel con un gruñido de frustración.
No. Ese sonido salió de mi estómago.
El reloj dice que son las nueve cuarenta y cinco. ¿A qué hora se fue Milo?
Estiro los músculos de mi cuello, hombros y espalda y decido que debe
haber pasado más de una hora desde que Milo se fue. Ahora que me levanto y
me muevo, mi estómago patea furiosamente por ser alimentado. Milo me dijo
que se sentiría mejor si me quedaba en nuestra habitación, pero no me
prohibió bajar a buscarlo. Además, tengo mucha hambre.
El chillido de una mujer viene del otro lado de mi puerta, seguido por la
risa de un hombre y pesados pasos. Mi pulso se acelera con una sensación de
déjà vu, tal vez de un recuerdo. Me sudan las palmas de las manos y la
necesidad de encontrar a Milo es abrumadora.
A pesar de las cálidas temperaturas, me pongo una de las sudaderas de
Milo y me coloco la capucha sobre la cabeza, luego me pongo las chancletas.
Agarro el pomo de la puerta y tiro, la puerta no se mueve. Giro y tiro de nuevo,
esta vez con más fuerza. Bloqueada.
Mi garganta se hincha y mi pulso ruge en mis oídos.
Trato de tragar, pero mi boca está repentinamente seca.
Utilizo ambas manos y tiro.
—No. —Giro, empujo, giro las cerraduras de un lado a otro, y la puerta
sigue atascada—. Encerrada. —Mi estómago se revuelve sobre sí mismo y 50
golpeo mis puños en la puerta—. ¡Milo!
Mi visión se nubla y estoy mareada mientras el pánico inunda mis venas.
Las visiones parpadean detrás de mis ojos.
El cuarto.
Los muros.
La puerta, siempre cerrada por fuera.
Golpeo mis palmas contra la puerta.
—¡Milo! —Presiono mi frente contra la madera hasta que me duele—.
¡Déjame salir! ¡Milo!
Me duele la garganta y las lágrimas corren por mis mejillas. Hay voces
afuera de la puerta, pero están hablando en español y realmente no puedo
escucharlas por mi llanto.
Mis piernas fallan y me deslizo por la puerta para disolverme en un charco
en el piso mientras soy atormentada por sollozos que me aplastan el alma.
—¡Por qué!
La puerta hace clic y me escabullo hacia atrás, esperando que papá
irrumpa con una mano castigadora.
—Mercy... —La expresión de Milo está torcida por la angustia mientras cae
de rodillas frente a mí. Extiende la mano y me alejo de su toque—. Joder, lo
siento. Mi alma, lo siento mucho.
Sus ojos se mueven sobre mí en una frenética búsqueda de algo, y los
míos hacen lo mismo con él mientras mi mente intenta convencerme de que no
es papá y de que estoy a salvo.
—Por favor déjame... —Me tira de la sudadera y caigo en sus brazos.
—Dijiste que volverías.
—Lo sé, lo intenté. Era imposible escapar y Esteban…
Mis lágrimas se acumulan en sollozos de tos.
—Maldita sea. Lo jodí. Lo intenté. Debería haberme esforzado más.
—Tú... —Respiro entrecortadamente—. Me encerraste.
—Lo siento mucho. Solo quería mantenerte a salvo. —Las palabras salen
de sus labios tan rápido que me cuesta seguirlas, pero las repite una y otra vez
hasta que siento que la tensión de mi cuerpo desaparece—. No lo hice para
mantenerte dentro. Lo hice para mantener a la gente fuera. No estaba
51
pensando. Joder, no estaba jodidamente pensando. Perdóname por favor. Lo
siento mucho.
—No puedo... —Mis pulmones se aprietan más—. Respirar... No puedo…
—Shh, estoy aquí. Te tengo. —Sus labios presionan la parte superior de
mi cabeza—. Estoy aquí. Lo arruiné. Nunca lo volveré a hacer. Por favor
perdóname.
Me aferro a él en busca de consuelo, odiando el hecho de necesitarlo tanto
como lo hago.
5
Mercy

A
lgo se rompió por dentro después de que Milo me encerrara en
nuestra habitación. No puedo explicar qué es, pero perdí la
voluntad de hacer algo más que simplemente existir. Las cosas que
alguna vez llamaron mi atención (las comidas, Toro, el tiempo con Milo)
parecen insignificantes. Cada día que pasa, pierdo un poco más de fe en la
humanidad y, al hacerlo, pierdo un poco de fe en mí misma.
—Hola. —La cálida mano de Milo se desliza por mi cabello para colocarlo
detrás de mi oreja—. Te traje algo de cenar.
No tengo hambre. Las palabras están en mis labios, pero cuando veo los
ojos de Milo, que cada día cansándose más, no puedo obligarme a decirlas.
—Gracias.
Cuando no hago ningún movimiento para sentarme, coloca sus manos
debajo de mí y me levanta sobre su regazo, sentado en el borde de la cama.
Acercó la mesa de nuestra habitación y sobre ella hay un humeante plato con
una especie de sopa. Sus largos y poderosos dedos agarran la cuchara que
sumerge en el oscuro caldo, sacando trozos de carne y bolas de maíz blanco. Le
sopla y luego lleva el trozo a mis labios con una ternura que derrite mi corazón.
Abro la boca y le permito alimentarme. La explosión de sabor golpea mi lengua:
rica, salada y con una suave especia que calienta mi garganta.
Cuando abro la boca para el segundo bocado, la tensión en sus músculos
se disuelve y sonríe. 52
—Es pozole. ¿Te gusta?
—Sabe bien. —Tomo otro de los bocados que me ofrece.
—¿Sí? Bien. No estaba seguro de recordar las proporciones correctas.
—¿Tú lo hiciste?
Me da otro bocado en la boca y asiente.
—Es la receta de mi mamá. Fui suave con las especias.
—Puedo alimentarme sola. —Me muevo para bajarme de su regazo, pero
me abraza con más fuerza.
—No. —Sus cejas caen y besa la comisura de mi boca—. He estado
preocupado por ti. Yo eh. . . —Me da otro bocado entre los labios—. Necesito
esto.
Entiendo lo que quiere decir. Probablemente lo necesite más que él, así
que me acomodo y sigo tomando cada bocado que me ofrece.
—Es mi culpa —murmura, la culpa oscurece su expresión.
Compartimos un momento, nuestras miradas se cruzan y un millón de
palabras no dichas pasan entre nosotros.
—Estaré bien. —Es una mentira. He estado durmiendo la mayoría de los
días y cuando estoy despierta, me quedo en nuestra habitación y miro el
océano, sintiéndome medio muerta.
—Deja que te ayude. —Coloca la cuchara en el cuenco y deja un beso en
un lado de mi cabeza—. Haré lo que sea. —Habla en contra de mi cabello.
—Sácame de aquí. —Escucho mi voz decir esas cinco palabras sin tener
permiso para hacerlo y me estremezco mientras espero su desaprobación.
Sus labios se mueven contra mi cabello.
—Está bien, hagámoslo. —Intento retroceder para ver sus ojos, pero me
abraza y acerca sus labios a mi oreja—. Siento haber tardado tanto. Tenías
razón. Necesitamos escaparnos juntos un par de días a solas.
Es un sueño. Tiene que serlo.
Me recuesto y esta vez me suelta. Hay tristeza en sus ojos pero una
pequeña sonrisa en sus labios.
—¿Me estás gastando una broma?
Sonríe, pero es tímido y un poco triste.
—No. Empaca una maleta para dos noches. Saldremos a primera hora de
la mañana. —Presiona un beso en mi boca abierta y atónita, luego me deja a
un lado y se dirige al baño.
Incluso después de que la puerta del baño se cierra, no puedo
convencerme de moverme y hacer lo que me pide. Mi mente se queda en blanco 53
y miro impotente hacia la puerta mientras intento reconstruir lo que acaba de
pasar.
Nos iremos.
Fuera de los terrenos del complejo.
Y así, todo mi cuerpo se llena de energía. Me levanto de un salto y corro
hacia el armario con el oxidado sonido de mi propia risa resonando en mis
oídos.

Milo
Veo mi reflejo, escuchando la risa de Mercy desde el otro lado de la puerta,
y observando mi sonrisa convertirse en un ceño fruncido.
¿Qué carajos estoy haciendo?
Apoyo mi peso en la encimera y miro ciegamente hacia el lavabo, sin ver
nada más que el dolor en sus ojos. Lo jodí. Enormemente. Está perdiendo la
pelea por lo que hice y necesito arreglarlo.
Pensé que la había perdido. Así que le di lo único que había estado
rogando. Exposición al mundo exterior.
—¿Qué estaba pensando?
Soy estúpido al sacar a Mercy del único lugar donde sé que estará a salvo.
Si pensaba que se destacaría en Los Ángeles, estoy seguro de que se destacará
aquí en México.
Puedo decirle que surgió algo, explicarle que tengo que hacerlo. Gimo y
sacudo la cabeza. Nunca me perdonará por quitarle esto. Tendré que tomar
todas las precauciones para mantenernos lo más aislados posible. Un poco de
tiempo libre debería darle a Mercy el descanso que necesita y al mismo tiempo
darme tiempo para arreglar lo que rompí dentro de ella. Entonces haré que
acepte quedarse aquí conmigo un poco más.
—Puedo hacer esto —murmuro mientras saco mi cepillo y mi pasta de
dientes.
Soy un jodido gánster narcotraficante, el heredero de sangre de los Latino
Saints. Soy un ejecutor que exige pagos atrasados con castigo. Seguramente
puedo mantenerla a salvo durante cuarenta y ocho horas. Solo. Sí, esto será
genial. Tendré que permanecer alerta.
Me cepillo los dientes y me desnudo para meterme en la ducha,
agradecido por la oportunidad de devolver a mi Mercy a la normalidad. El agua
tibia golpea mi cabeza y pretendo que me limpia de todas las mentiras y
actividades criminales. Durante un fin de semana, quiero fingir que los
negocios de LS no me afectaron. Quiero pasar la noche con Mercy y abrazarla 54
mientras me siento digno en lugar de sentirme culpable. Quiero devolverles a
sus ojos esa ligereza que me dio esperanza para nuestro futuro. Quiero
hundirme en su cuerpo con ella envuelta en mis brazos y sentir, por una vez,
que puedo darle todo lo que necesita.

*
Asiento mientras María tacha la lista de artículos en la bolsa que me
entrega, pero no le presto atención. Cuando bajé las escaleras esta mañana
para permitir que Mercy se preparara, le dije a María que llevaría a mi chica
fuera de la ciudad por dos noches. Insistió en empacarnos comida para el viaje,
diciendo que no hay mucho para comer en el camino y que quiere asegurarse
de que no pasemos hambre.
No tengo el valor de decirle que sólo conduciremos un par de horas hacia
el sur y que seguramente sobreviviremos sin comer. Además sé cómo son las
mujeres mexicanas cuando se trata de comida. Si insisten en que la tomes,
será mejor que la tomes, te la comas y la disfrutes muchísimo.
—Gracias. —Dejo el bolso junto a mi maleta y reviso los mensajes de texto
en mi teléfono.
La mayoría están en un código especial utilizado únicamente por la LS.
Ciertas frases inofensivas en español, como ―¿Quieres tomar una cerveza?‖ o
―¿Qué tal cenar mañana?‖ significan que se está planeando una entrega. ―No
puedo, pero gracias‖ significa que el trato se comprometió y ―A qué hora‖
significa literalmente a qué hora. Tengo cinco mensajes nuevos, uno de Sancho
y algunos de otros miembros del equipo de Esteban, intentando obtener
información en código. Respondo y tomo un sorbo de café frente a mí. María
remata y le doy las gracias.
—¡Buenos días! —dice María, y sé, incluso antes de girarme para ver, que
es Mercy.
Lleva una larga y colorida falda, una camiseta verde sin mangas y
chanclas, un conjunto que María le compró en una de sus salidas a la ciudad.
El cabello de Mercy está recogido sobre su hombro y trenzado en una cuerda
que casi le toca la cintura. Se mueve incómoda y su mirada se mueve alrededor
como si esperara que una araña saltara de una de las paredes. Debe estar
nerviosa por salir de casa. No tan nerviosa como yo, pero nunca se lo haré
saber.
Extiendo mi mano y camina hacia mí. Saco su mochila del hombro y la
arrastro entre mis rodillas. Se muerde el labio mientras la veo y sonrío.
Tomo su mandíbula y paso mi pulgar por la suave piel blanca de su
mejilla.
—¿Te dije alguna vez que eres la chica más bonita que he visto en mi
vida?
Espero a que el rubor llegue a sus mejillas y no me decepciona. 55
Inclinándome, presiono mi boca contra la de ella. La mezcla de café en mis
labios y pasta de dientes de menta en los de ella es una combinación deliciosa.
María suspira y hace que Mercy sonría contra mi boca. Me retiro y le agradezco
a María por la comida y el café en español antes de tomar todas nuestras
cosas.
—¿Estás lista? —Le pregunto.
—Sí. —Mercy le da a María una tímida sonrisa mientras salimos de la
cocina hacia la puerta.
Los perros corren hacia Mercy en el momento en que salimos. Puedo decir
que la extrañaron mientras estuvo encerrada en nuestra habitación. Ella se
inclina y les da una palmadita a todos mientras arrojo nuestras maletas en la
parte trasera del auto. Hice que uno de los muchachos de la propiedad lavara
El Camino y me lo trajera, pensando que sería el mejor auto para conducir por
la costa.
—Volveré enseguida. —Frota la cabeza de Toro justo detrás de su oreja, lo
que hace que su pierna trasera patee a toda velocidad—. Es sólo por un par de
días.
A pesar de que estoy jodidamente cansado de haber dormido casi nada en
las pasadas veinticuatro horas, la emoción de Mercy me inyecta adrenalina. ¿O
es el pánico lo que hace que mi corazón lata un poco más rápido? Estoy seguro
de que todo estará bien, pero no puedo evitar obsesionarme con los peores
escenarios que no pueda manejar por mi cuenta.
Me digo que lo tengo y lo repito como un mantra. Mantengo la puerta
abierta para Mercy.
Me mira con ojos que bailan de emoción.
—¿Tienes un plan o simplemente conduciremos y veremos dónde
terminaremos?
—Es una sorpresa, Güera. —Presiono un beso en la parte superior de su
cabeza—. Ahora mete tu buen trasero en el auto.
Sonríe y se mueve para saltar adentro, pero se detiene abruptamente con
los ojos pegados a su asiento. Sigo su línea de visión hasta la sudadera con
capucha azul que arrojé antes en el auto.
—Es para ti —digo sin convicción.
Su boca se convierte en una apretada línea, pero asiente de todos modos y
agarra la sudadera antes de dejarse caer en el asiento con expresión en blanco.
¿Está enojada?
Me dirijo al lado del conductor y subo para encontrar la sudadera hecha
un ovillo en su regazo. Dirigiendo el auto hacia la salida del complejo, me
siento mal por lo que tengo que hacer, pero perderla hará la vida mil millones 56
de veces más horrible. Pongo el aire acondicionado al máximo y subo las
ventanillas antes de detenerme justo antes de la vigilada salida.
Su barbilla sobresale como si supiera lo que tiene que hacer pero me va a
hacer preguntar, lo cual apesta porque odio molestarla. Especialmente después
de que la recuperé.
—Mercy, nena. . .
Su mejilla salta cuando los músculos de su mandíbula se aprietan.
Suspiro y coloco mi mano sobre su muslo. Se sacude ante el contacto y
froto círculos tranquilizadores, esperando que se calme.
—Sabes que tienes que…
—Bien. —Levanta la sudadera y se la pasa por la cabeza, golpeando las
mangas con los brazos con tanta fuerza que tengo que moverme para evitar
que me golpeen. Se pone la capucha sobre la cabeza y se gira hacia mí—. Allí.
¿Podemos irnos ahora?
Agarro el dobladillo de la capucha a cada lado, la tiro más sobre su cara,
luego la muevo para acercar sus labios a los míos, donde susurro:
—No dejes que esto arruine el fin de semana. Es sólo ropa.
Sus ojos brillan, luego se suavizan y la beso suavemente hasta que siento
que se relaja.
—Tienes razón. Lo lamento.
Con un último beso, la suelto.
—Es genial. Sé que lo odias, pero no podemos arriesgarnos a que
destaques demasiado.
Pongo el auto en marcha y los guardias abren la puerta para dejarnos
pasar. Mercy mantiene la cabeza gacha hasta que salimos a la carretera, luego
ve por la ventana pero mantiene la capucha en su lugar.
Presiono algunos botones de la radio FM hasta que encuentro música sin
estática. Mercy mira desde los parlantes hacia mí y sonríe.
—Mariachis —digo.
Su sonrisa crece y un poco de la tensión en mi pecho se desvanece.
Recuerdo la primera vez que Mercy estuvo en mi auto, cómo metió las manos
más profundamente en las mangas de su sudadera para evitar el sol. En aquel
entonces, su sudadera era su consuelo y protección, y ahora apenas puede
soportarla.
Ahora soy su consuelo y protector.
Una sensación de orgullo crece en mi pecho mientras aceleramos por la
carretera hacia un pueblo costero sin nombre donde espero que Mercy pueda
sentirse libre, aunque sea sólo imaginario.
57

Mercy
—. . . Quiere irse a casa pero. . . —Milo escucha las palabras en español
que fluyen de los parlantes y sonríe—. Su mamá lo echó. . . su . . . esposa lo
echó. . . no tiene dónde dormir.
Con la barbilla apoyada en el codo y en la consola central, me río mientras
Milo traduce la letra de la canción.
—Se está acostando con los…
—¡Perros! —Grito—. Perros. Conozco esa palabra.
Me mira con esa sonrisa torcida que tanto amo.
—Así es, Güera. Perros. Traduce el resto.
Entrecierro un ojo, escucho atentamente y trato de captar tantas palabras
que tengan sentido como pueda.
—Sin . . . ¿hogar?
—Una casa.
—Correcto . . . casa. Sin casa, sin. . . amor, estoy. . . ¿Perdido?
Sus ojos marrón pálido se fijan en los míos, y aunque es sólo por una
fracción de segundo, se siente mucho más largo cuando dice:
—Perdido.
—Sí.
Sonríe con la mirada fija en el camino.
—Buen trabajo. Si sigues así, serás bilingüe en poco tiempo.
Su sonrisa me hace olvidar la sudadera que tengo en la cabeza. Intenté no
ser infantil cuando me di cuenta de lo que me pedía que hiciera. Quería patear
y gritar e insistir en que podía salir sin taparme, pero no puedo negar las
preocupaciones de Milo. No me parezco a los demás, y si alguien me busca, no
tardará en encontrarme si camino expuesta. Para estar a salvo, tengo que
pasar lo más desapercibida posible. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cuántos años
más de mi vida estaré presa?
Cuando vi por primera vez esa sudadera en el asiento del auto, tuve un
horrible pensamiento. Ojalá me hubiera ido con Mikkel. El sentimiento era
irracional, pero había anhelado que todo el escondite terminara sin importar el
costo. La idea era tan aterradora que me sentí terrible y culpable por ser tan
egoísta. Milo dejó todo por mí, continúa manteniéndome a salvo y protegida, y
al oponerme a sus demandas, solo estoy escupiendo en la cara su amor por mí.
—¿Ves eso? —Señala hacia adelante, hacia un gran edificio azul con 58
adornos blancos que se encuentra en el acantilado con vistas al océano.
A medida que nos acercamos, parece que hay una señal, pero no puedo
leerla.
—¿Es ahí a dónde vamos?
—No, es el único restaurante en el área, pero es bastante elegante. Mira
más allá, justo al final de la playa.
Entrecierro los ojos hasta que me duelen las sienes.
—No veo nada.
—Es un pequeño hotel. —Me observa, sonriendo—. Nos conseguí la mejor
habitación que tienen para ofrecer.
Me duelen las mejillas de tanto sonreír cuando Milo sale de la autopista
hacia un camino sin pavimentar. Señala una tienda de cebos en un pequeño
muelle y explica que también vende bocadillos y recuerdos. Después de eso,
hasta donde puedo ver no hay más que playas de arena abiertas, que en
realidad no está tan lejos.
Milo baja el volumen de la radio y saca el teléfono del bolsillo.
—Sí.
Todo el buen humor en su voz desaparece mientras murmura un español
ultrarrápido a quien esté al otro lado de la línea. Igual que con la canción, trato
de captar sus palabras, pero una palabra se funde con la siguiente y no puedo
entender lo que está diciendo.
El camino está lleno de baches, así que subo la ventanilla para evitar que
me llenen la cara de tierra. Nos detenemos ante un edificio de dos pisos de
color naranja brillante con un techo circular de paja. Más que un hotel parece
una gran casa. Hay un patio con sombrillas de paja y escalones que conducen
a la playa, donde parece que hay más sombrillas plantadas en la arena.
Milo ladra algo en español y luego cuelga el teléfono. Lo veo recuperar la
compostura antes de estacionar el auto y abrir la puerta.
—Vamos, alma mía. Haremos que el botones recoja nuestras maletas. —
Me guiña un ojo y mi estómago se calienta ante su tranquila sonrisa. Pasó
tanto tiempo desde que su felicidad parecía genuina en lugar de estar
ensombrecida.
Me ajusto la capucha antes de saltar del auto y encontrarme con Milo, con
la mano extendida hacia mí. La brisa del mar contrasta frescamente con el
calor del sol cuando cae con fuerza sobre mi sudadera, y espero que este lugar
tenga aire acondicionado que funcione. Me meto en su costado y me derrito
cómodamente contra él mientras trato de no pensar demasiado por qué su
agarre parece más fuerte de lo habitual.
Solo hay otros dos autos en el estacionamiento, y cuando caminamos 59
hacia el arco de ladrillo que supongo conduce a la puerta principal, el débil
sonido de la música proviene de viejos parlantes colocados a lo largo de la
entrada. Entramos y vamos a una habitación con un sofá y dos sillas a la
izquierda y una gran cocina a la derecha. Un hombre vestido con una
guayabera blanca, pantalones cortos color caqui y sandalias baja corriendo las
escaleras con una sonrisa.
—¡Emilio! —Llega al último escalón con los brazos extendidos.
Milo le da un abrazo con un solo brazo, asegurándose de mantenerme a
su lado. Eso parece satisfacer al hombre mientras mira a Milo de arriba abajo,
divagando en español sobre lo grande que se volvió Milo. Sus ojos siguen los
míos y bajo la cabeza instintivamente.
Milo no me presenta, pero en español pregunta por nuestra habitación y
dice que nuestras maletas todavía están en la parte trasera del auto. El hombre
le entrega a Milo una llave antes de pasar corriendo junto a nosotros mientras
nos hace señas para que subamos. El sonido de sus zapatos golpeando las
baldosas resuena en las paredes.
—Vamos. —Milo toma mi mano y me guía escaleras arriba y hacia la
derecha.
Cuento las puertas numeradas del uno al cuatro. Milo mete una llave en
la que tiene la etiqueta tres, y sólo me suelta una vez que estamos dentro y la
puerta está cerrada.
La habitación es un poco más pequeña que nuestra habitación en casa,
pero la vista es igual de hermosa. Grandes puertas francesas se abren a un
pequeño patio que tiene una mesa y dos sillas con vista al océano. La cama y el
sofá están cubiertos con mantas de brillantes colores.
—¿Qué opinas? —Milo se deja caer en la cama con los brazos detrás de la
cabeza y una sonrisa en su perfecto rostro.
—Me gusta. —Me bajo la capucha y me pregunto si estaría bien si me
quitara la sudadera por completo.
Milo parece entender. Se sienta y me hace un gesto para que me acerque a
él. Me paro entre sus rodillas y agarra los costados de mi sudadera, con sus
ojos pálidos mirándome.
—Estaremos a salvo aquí. Alquilé todo el hotel, así que solo seremos
nosotros.
—¿Cómo pudiste permitirte eso?
Su expresión se oscurece, pero es sutil.
—Me pagan bien por lo que hago.
Estaremos aquí solos. Eso debería hacerme sentir mejor, pero la punzada
de decepción en mi pecho es difícil de ignorar. Me digo que al menos no estoy
encerrada detrás de los muros del complejo, al menos puedo experimentar algo
nuevo, pero el aislamiento del mundo exterior es lo que me hace sentir tan 60
sola.
Me levanta la sudadera y levanto los brazos para que la saque de mi
cuerpo. El aire en mi piel empapada en sudor me refresca y se me pone la piel
de gallina en los brazos. Milo pasa su palma desde mi hombro hasta mi mano y
aprieta.
—Mercy. —Su voz es baja y retumba en su pecho—. Lamento que me haya
tomado tanto tiempo alejarte.
Cierro mis manos detrás de su cabeza y lo atraigo hacia mi pecho. Sus
brazos rodean mi cintura y exhala larga y fuertemente, como si estuviera
liberando el estrés que ha estado cargando durante meses.
—¿Cuánto tiempo podemos quedarnos?
—Dos noches. —Sus hombros se desinflan en lo que asumo es decepción
porque refleja la mía. O tal vez esté sintiendo alivio.
—Si es todo lo que tenemos, será mejor que comencemos. —Pongo una
rodilla en la cama y me permite empujarlo hacia atrás.
Un gemido retumba en su pecho cuando me siento a horcajadas sobre sus
caderas y apoyo mis brazos a cada lado de su cabeza. Mi trenza cae para rozar
su cuello, y la levanta, frotando los gruesos nudos entre sus dedos antes de
tirar de ella para acercar mis labios a los suyos.
Nuestras bocas se fusionan y aunque…
Alguien llama a la puerta.
—¡Tengo sus maletas!
Me levanto de la cama y Milo se ríe mientras se endereza.
—Son nuestras maletas, es todo.
Maldigo a mi corazón palpitante. No tengo motivos para tener miedo. El
golpe fue fuerte y repentino. Me asusté, es todo. Milo abre la puerta lo
suficiente para tomar nuestras maletas y pasarle algo de dinero al hombre,
luego las deja cerca del sofá y se vuelve hacia mí.
—¿Cómo lo sabes?
Camina hacia mí. Si no supiera que es imposible, juraría que sus ojos se
oscurecen con cada paso.
—Sal. Es amigo de un amigo.
—Parecía que te conocía desde que eras más joven.
Levanta las cejas y mis mejillas se calientan al hacer referencia a su
conversación anterior. Una que se suponía que no debía entender.
—Tu español está mejorando. —Se acerca a mí y me rodea la cintura con
sus brazos—. Sal fue a Estados Unidos varias veces cuando era más joven.
Hace negocios con Esteban.
Abro la boca para preguntar qué tipo de negocio, pero Milo presiona su 61
pulgar contra mis labios.
—Tienes dos opciones. Podemos continuar donde lo dejamos antes de que
Sal trajera nuestras maletas. —Reemplaza su pulgar con sus labios y me besa
hasta que me balanceo sobre mis pies—. O podemos ir a la playa.
Mi mirada se desliza hacia la ventana y la contemplo durante unos
segundos antes de soltar:
—A la playa.
Frunce el ceño y sus labios se levantan en una sonrisa torcida.
—¿Escoges la playa antes que a mí?
Me encojo de hombros.
—Me imagino que puedo tenerte esta noche.
—Cualquier noche. Cada noche. —Sus manos se deslizan en mi cabello
para acariciar mi rostro y su mirada se clava en la mía—. Ha pasado
demasiado tiempo desde que pude quedarme contigo toda la noche. Quiero
estar dentro de ti.
Todo mi cuerpo se vuelve gelatina, y si no fuera por su agarre, temo que
me habría derretido en un charco en el suelo.
—También quiero eso. —La esperanza en mi voz sería vergonzosa si no
fuera por la emoción en sus ojos que la alimenta.
—Si no salimos de esta habitación y vamos a esa playa en los próximos
diez minutos, te arrojaré en esa cama. —Desliza sus manos por mis brazos,
roza la parte exterior de mis senos y clava sus dedos en mis costillas.
—¡Oye! —Me río, apartando sus manos y me hace cosquillas—. ¡Detente!
—Solté una carcajada cuando tocó un punto especialmente sensible en mi
cadera.
—¡Ve a ponerte el traje de baño!
Le doy una palmada en las manos.
—¡Lo haré si me sueltas!
Nos reímos juntos mientras me libero de su agarre y corro hacia mi bolso
para agarrar mi traje. Me mira con ojos hambrientos mientras entro al baño
para cambiarme y recuperar el aliento. Me apoyo contra la puerta y respiro
lentamente para calmar mi acelerado corazón.
No me di cuenta de cuánto extrañaba el lado juguetón de Milo. Las
oscuras sombras en sus ojos todavía están ahí, pero apenas. Escaparnos es
exactamente lo que necesitábamos, y después de dos días, sólo puedo imaginar
lo mejores y más fuertes que seremos cuando finalmente nos veamos obligados
a regresar.
62
6
Milo
Todo estará bien.

M
e repito eso mientras veo a Mercy caminar vestida únicamente
con un traje de baño negro, su piel blanca como el papel a la
vista de todos. Mercy recoge conchas en la costa, el viento atrapa
mechones de su cabello y lo libera de su trenza suelta debajo de una de mis
gorras de béisbol.
—No hay nadie aquí —murmuro mientras observo desde la sombra de un
paraguas—. Está a salvo.
No dudo que los ojos de Sal estén pegados a Mercy desde el pequeño hotel
detrás de mí. Pensé que se caería sobre sí mismo y se ahogaría con su propia
lengua cuando nos vio bajar las escaleras hacia la playa. Me aseguré de darle
una mirada que decía que sería mejor que mantuviera la boca cerrada o cosería
la maldita cosa para cerrarla.
Hizo lo que cualquier hombre temeroso de la muerte en su posición
debería hacer cuando se enfrenta a alguien más poderoso que él. Bajó la
mirada y se alejó. Pero sé que su curiosidad se apoderará de él, y si me doy
vuelta ahora mismo, veré los brillantes ojos de ese cabrón puestos en mi futura
esposa.
63
Esposa.
Nunca tuve una relación con una mujer desde que he estado con Mercy y,
sin embargo, la palabra apenas roza la superficie de lo que significa para mí.
Por supuesto, las circunstancias son diferentes a las de cualquier relación
tradicional, pero no cambia el hecho de que es mía. Mía para proteger. Mía
para codiciar. Mía.
Y no puedo tener suficiente de ella. Toda esa suave piel cubierta por una
generosa cantidad de SPF, calentándose bajo el sol. Sus sonrosadas mejillas
que enmarcan el par de pálidos labios más perfecto y la sonrisa más dulce. Mi
bañador se aprieta con solo verla moverse.
Examino nuestros alrededores por enésima vez. El pequeño muelle tiene
dos barcos atados, pero parece que han estado allí durante semanas. Todavía
tengo que ver a una sola persona. Ella está a salvo. Aislada.
El movimiento llama mi atención y me giro justo a tiempo para ver el
hermoso trasero redondo de Mercy mientras se inclina para recoger otra
concha. Mi sonrisa se desvanece cuando pienso en Sal, así que veo al hotel,
esperando que me vea y que eso lo asuste muchísimo. Mi teléfono suena en mi
mochila y gimo mientras lo alcanzo. La única condición para que me pudiera
alejar con Mercy era que tenía que estar disponible para el equipo de Esteban.
Es curioso: recuerdo cuando compré mi primer teléfono cuando tenía doce
años. Apreciaba esa cosa. También podría haber sido adherido
quirúrgicamente a mi cuerpo. Ahora no quiero nada más que tirar ese cabrón
al océano abierto.
Hubo una falta de comunicación con una entrega delicada, así que escribo
y hago una llamada rápida mientras mantengo mis ojos en el hotel para
asegurarme de que no me escuchen. Después de un rápido intercambio con
Sancho, coloco el teléfono y vuelvo hacia Mercy, solo para descubrir que no
está sola.
Mi pulso late y la adrenalina me pone de pie y me lleva hacia ella en
segundos. Está hablando con una mujer con pantalones largos y camiseta.
Parece bastante inocente, pero ¿de dónde viene y qué diablos hace hablando
con Mercy?
—... joyería... venderla...
—¿Conchas? —Me acerco detrás de Mercy—. ¿Qué está sucediendo? —
Se gira hacia mí y se aparta el cabello de la cara.
—Oh, oye, mira estas conchas… 64
—¿Quién eres? —Le pregunto a la mujer quién es y digo que rondará los
cincuenta.
—Milo —dice Mercy.
—Disculpe. —La mujer retrocede, leyendo claramente mi advertencia—. Lo
siento.
Mercy da un paso hacia ella.
—Por favor, no te arrepientas. Está bien.
Tomo a Mercy por el codo para evitar que se acerque a la mujer.
Gira la cabeza para mirarme y luego suelta su brazo de mi alcance.
—¿Perdiste la cabeza?
—¿Lo hiciste tú?
El dolor se refleja en su rostro y se vuelve hacia la mujer.
—Toma... eh estas.
La mujer niega y su mirada pasa de mí a Mercy.
—No. No, no.
—Por favor. Toma estas. —Mercy arroja las conchas en las manos de la
mujer—. Quiero que las tengas.
La mujer murmura una serie de palabras en español, agradeciéndole a
Mercy una y otra vez antes de regresar en la dirección en la que supongo que
vino.
Tan pronto como está fuera del alcance del oído, Mercy se gira hacia mí.
—¿A que se debió todo eso?—
Me pongo mis Ray-Ban en la cabeza.
—¿Dímelo tú? No tienes idea de quién es esa mujer y estás aquí hablando
con ella como si fuera una amiga perdida hace mucho tiempo.
Sus blancas cejas caen.
—Perdida hace mucho tiempo... —Niega—. Usa las conchas de esta playa
para hacer joyas, o al menos creo que es lo que dijo.
Pienso en un fragmento de su conversación que escuché cuando me
acerqué, y la culpa me punza el cráneo. Es lo que estaba diciendo.
—Aun así, no puedes…
Levanta una mano y pasa a mi lado.
—No. 65

La sigo pero mantengo mi mirada en nuestro entorno, en caso de que


alguien pueda... no lo sé. No podemos estar demasiado seguros en una
apartada playa en medio de la nada... ay, joder. Está en lo correcto. Soy un
idiota paranoico.
—Mercy.
Me ignora y se deja caer sobre su toalla, boca abajo. Por un momento, me
quedo absorto estudiando el tatuaje que se asoma por la licra de su traje de
baño de cobertura total. Con qué facilidad olvido todo lo que ya pasó, todo lo
que sobrevivió, todo sin mí.
—Mercy es más fuerte de lo que piensas.
Las palabras de Laura regresan a mí como una patada en el pecho.
Mercy pasó por el tipo de cosas que deberían hacerla enojar y desconfiar,
pero sigue siendo el tipo de persona que cree en la bondad de las personas.
Incluso una extraña en la playa. ¿Realmente quiero ser la persona que la
disuada de confiar en sus instintos?
Me acuesto de lado junto a ella y apoyo mi cabeza en una mano. Trazo las
delicadas curvas y las intrincadas sombras de sus alas. Se estremece pero deja
escapar un suspiro como si no pareciera feliz con la respuesta de su cuerpo
hacia mí.
—Lo lamento.
—Otra vez —escupe.
Sonrío ante el rápido recordatorio de su fuerza.
—Sí, Güera. Lo siento de nuevo. Soy un tonto.
Parece pensar en eso durante unos segundos antes de girarse hacia un
lado, con la cabeza apoyada en la mano, imitándome.
—¿Podemos por favor, sólo por unas horas, fingir que estoy a salvo y que
no necesitas protegerme?
—Siempre te protegeré.
—¡Finge!
—Pero…
—Estamos prácticamente solos aquí.
—Lo sé, pero es la parte práctica que… 66
—Por favor. Luego volveré a estar encerrada en el complejo, pero hasta
entonces, ¿podemos vivir un día normal?
—Depende. ¿Cómo será exactamente lo normal?
—Quiero ir a cenar.
—Sal tiene un chef. Cenaremos en nuestra habitación.
Ya está negando.
—Quiero salir a cenar. En una cita real en ese elegante restaurante en los
acantilados. —Sus ojos azul pálido me suplican—. Como una pareja real.
—Somos una pareja real.
—Si haces eso, regresaré a la finca y estaré feliz de quedarme todo el
tiempo que quieras. Sólo quiero una noche... —Sus ojos se cierran y sé que
está luchando contra el llanto.
Bien... Mierda. Parte de proteger a la mujer que amo debería ser
mantenerla a salvo de hacerla llorar.
—Bien.
Sus ojos se abren de golpe.
—Pero no pienses que puedes...
—¡Gracias! —Se lanza hacia mí, tirándome de espaldas, y con su cuerpo
sobre el mío, entierra su rostro en mi cuello—. Te amo, te amo, te amo.
Me agacho con ambas manos y tomo su redondo trasero, apretando hasta
que se mueve.
—También te amo.
Rechazo la pizca de ansiedad que siento detrás de mis costillas. Dos
meses de servicio en LS me convirtieron en un paranoico hijo de puta, y me
desquitaré con Mercy. Está en lo correcto. Necesito encontrar mi calma y
rapidez, o me arriesgaré a ahuyentarla.
No podría soportar perderla.

Mercy
—¿Por qué sigues viéndome así? —Miro a Milo por el rabillo del ojo
mientras subimos las escaleras hacia el restaurante.
Después de nuestra discusión en la playa, Milo se calmó muchísimo. 67
Incluso se animó suficiente como para chapotear en las olas conmigo y logré
hacerlo reír. Cuando el sol se puso en el horizonte, volvimos a nuestra
habitación para ducharnos y Milo se quedó dormido. Me sentí mal al
despertarlo (después de todo, apenas había dormido anoche), pero era la única
noche que me había prometido y la aprovecharía.
—Es ese vestido.
Me congelo a medio paso.
—Pensé que te gustaba este vestido. Tú lo elegiste. —Paso mis manos
sobre el suave algodón azul marino, sintiendo como si hubiera sido hace años
cuando Milo lo escogió para mí.
—Oh, me gusta el vestido. —Me acerca y, con él en un escalón más bajo,
nos encontramos cara a cara. Su cabello todavía está mojado por la ducha y
sus labios se abren justo antes de morderse el labio inferior y gemir—. Pero me
encantas con ese vestido.
Mis mejillas arden. Ojalá hubiera llevado el cabello suelto en lugar de
recogido en una cola de caballo para poder ocultar mi cara detrás de él.
—Gracias.
—¿Sabes qué me encantará más?
La sonrisa que dibuja mis labios es vergonzosamente grande.
—Creo que puedo adivinarlo.
—Que te quites ese vestido.
Echo la cabeza hacia atrás y me río, y me guía escaleras arriba. El aroma
a carne mantecosa, especias y tortillas frescas proviene de la puerta abierta.
Nos saluda una mujer baja y fornida, de cabello gris y profundas arrugas. Sus
ojos se posan en mí durante un segundo antes de que Milo pida una mesa en
español. Con un movimiento de muñeca y dos menús presionados contra su
pecho, nos indica que la sigamos. Milo sostiene su palma contra mi espalda
baja, manteniéndose cerca mientras caminamos por el restaurante medio lleno.
Mantengo la barbilla en alto y finjo no darme cuenta de la forma en que la
gente me observa.
Milo debe sentir mi nerviosismo porque desliza su mano por mi espalda
para agarrar mi cuello, me acerca y me susurra al oído:
—Los barcos de pesca traen sus capturas a diario y la gente viene de
todas partes en busca de comida. 68
Me siento aliviada cuando nos detenemos en una mesa cerca de la
ventana donde podemos observar las pequeñas olas romper en la rocosa playa
de abajo. Milo nos pide Coca-Colas.
Levanto la mano y luego me siento tonta por hacerlo y la pongo en mi
regazo.
—Disculpe... oh... perdón.
La mujer me ve a través de rendijas arrugadas en lugar de ojos.
—Margarita, por favor.
Ella asiente y se aleja.
Milo toma mi mano y pasa su dedo por mi anillo.
—Margarita, ¿eh?
—Es mi primera cena real. Pensé por qué no.
Se recuesta, su cabello negro revuelto tan perfectamente que parece como
si lo hubiera hecho a propósito.
—Nuestra primera cita para cenar... —Se cruza de brazos—. Mmm... ¿Qué
hace la gente en las primeras citas? Supongo que deberíamos conocernos.
Cuéntame sobre ti.
Sonrío y me inclino hacia él, con los codos sobre la mesa.
—Bien, veamos. Tengo veinte años, no voy a la escuela, no tengo trabajo y
paso la mayoría de los días con mi mejor amigo, Toro, que es un perro. —
Frunce el ceño y lamento haber sido tan patéticamente honesta—. ¿Y tú?
—Dentro de dos meses cumpliré veintiún años, aunque a veces me siento
de sesenta, y estoy enamorado de la mujer más increíble.
—¿En serio? ¿Cómo es ella? —Mi estómago se revuelve ante el ridículo
juego que estamos teniendo, pero pasó mucho tiempo desde que tuvimos una
conversación tan alegre. A juzgar por la forma en que me sonríe, diría que está
disfrutándolo esto tanto como yo.
—Es inteligente, linda y divertida. Cada vez que la beso, lo siento durante
horas, como si dejara un pulso eléctrico en mis labios.
—Tal vez sea veneno.
—Bien para mí. —Se inclina, con los codos sobre la mesa y su mirada fija
en la mía—. Me arriesgaría a morir por tener oportunidad de volver a tener sus
labios sobre mí.
Lo encuentro a mitad de camino como si sus palabras me hubieran 69
atraído, y presiona su boca contra la mía. Un encrespado zumbido vibra desde
su boca antes de alejarse.
—Suena bastante extraordinaria —murmuro a través de la neblina de
deseo que su beso arroja sobre mí.
—Oh, lo es. De hecho, si...
Una niña golpea el respaldo de su silla mientras estaba sentada con sus
padres detrás de él. Milo empuja su silla hacia adelante y el hombre (supongo
que el padre de la niña) se disculpa en español. Milo acepta amablemente y
luego se vuelve hacia mí.
La vista de la niña se dirige a la mía y, por un momento, quedo cautivada
por su amplia mirada. Probablemente nunca vio a nadie que se parezca a mí.
No quiero asustarla, así que sonrío y me devuelve la sonrisa. Me pregunto
cuántos años tiene. Si tuviera que adivinar, diría que es más joven que Jules,
el hermano pequeño de Milo. ¿Cinco, tal vez? Su madre le grita en español y la
niña se da vuelta para ver a sus padres nuevamente mientras hablan entre
ellos.
Recuerdo dónde estaba cuando tenía su edad.
Horas que se convirtieron en días y semanas en meses pasados sola en un
dormitorio sin nada que me ocupara aparte de los libros de la Señora y las
visitas diarias. En ese entonces no tenía idea de que me estaba perdiendo un
mundo entero más allá de las paredes de esa habitación. No tenía idea de que
me estaban arrebatando mi infancia.
—¿Quieres una?
Me concentro en Milo, cuya mirada está fija en la mía, y me pregunto
cuánto tiempo lleva mirándome así.
—¿Qué?
Señala con la barbilla a la niña.
—Una hija. ¿Crees que querrás una algún día?
Un vaso de margarita del tamaño de mis dos manos juntas se coloca
frente a mí y una Coca-Cola frente a Milo.
Me pregunta si sé lo que quiero y le doy permiso para que haga el pedido
por mí. Tomada por sorpresa por el recordatorio de mi pasado y la pregunta de
Milo sobre hijos, me siento, observo la vista y bebo el helado brebaje agridulce.
Le entrega nuestros menús a la camarera y vuelve a centrarse en mí.
—No sé cómo ser madre.
70
Su sonrisa es triste.
—Creo que estás equivocada. Lo que te pasó... —Ve a su alrededor, luego
se inclina y hago lo mismo—. Lo bueno es que tienes más compasión que nadie
que haya conocido. Amas tan fácilmente. Serías una fantástica mamá.
Escondo mi sonrisa y mis ardientes mejillas detrás del gran vaso de
margarita y bebo un sorbo mientras repaso las palabras de Milo.
—Tal vez. Si las cosas fueran diferentes. Pero no así.
—No. —Se mueve hacia atrás e inclina la cabeza, mirándome—. Pronto.
Prometo que volveremos a Los Ángeles, regresaremos con mis hermanos y
retomaremos la vida que dejamos atrás. Esto… —señala a nuestro alrededor —
…es temporal. Pasaremos toda una vida juntos después de todo esto. ¿Está
bien?
No tengo más remedio que confiar en él. No tengo otro lugar a donde ir, e
incluso si lo tuviera, nunca querría vivir un día sin Milo, así que asiento.
El restaurante nunca se llena demasiado, pero la gente va y viene a
nuestro alrededor. Si nos están viendo, estoy demasiado perdida en Milo para
darme cuenta. Durante nuestro primer plato de ceviche, veo que los ojos de
Milo se dirigen a la mesa detrás de mí, y luego, durante nuestras vieiras y
lubina, parece distraído por un grupo de hombres sentados a nuestro lado.
Estaban hablando en español demasiado rápido para que pudiera entenderlos,
pero claramente algo de lo que decían preocupó a Milo.
Cuando la camarera recoge nuestros platos, Milo pide una cerveza y flan
de postre. Estoy llena, pero supongo que no importa porque de todos modos él
se comerá la mayor parte.
—¿Quieres bailar?
Giro mis ojos hacia los suyos.
—¿Aquí?
Asiente.
—¿Recuerdas el baile de graduación? No sé bailar.
—Yo lideraré. Sólo espera. —Me ofrece su mano.
Después de ponerme de pie, me lleva a una parte vacía del restaurante
cerca del bar. La música es lenta y no entiendo lo que dice el cantante ni me
importa. Envuelta en los brazos de Milo, nada más importa. Me conformo con
aguantar y balancearme simplemente. Sus grandes manos me acunan
mientras se mueve en lo que parece una lenta provocación.
Su nariz acaricia mi cuello. 71
—Me encanta cómo sabes aquí. —Coloca un húmedo beso en el sensible
punto debajo de mi oreja y tiemblo en sus brazos—. Me encanta cómo
respondes cuando te toco.
Inclino la cabeza.
—No te detengas.
Roza su nariz contra mi garganta y aparta la tela de mi vestido para tener
acceso a mi hombro. Sus labios se mueven de un lado a otro, su lengua sale
para probarlo y mis piernas se tambalean.
—¿S-sobre qué canta ese tipo? —Intento concentrarme en la música en
lugar de en lo que Milo me está haciendo en el cuello.
—En su pepino mascota.
—¿Qué?
Se ríe contra mi piel y continúa con su tortuoso toque.
—Se siente tan bien.
—Mmm. —Me muerde el hombro, el cuello, la garganta y, en poco tiempo,
prácticamente me sostiene.
—Milo... —Susurro.
Su nariz roza mi oreja.
—¿Estás lista para partir?
Asiento demasiado rápido, haciéndolo reír.
—Sólo necesito ir al baño.
Sus oscuras cejas caen sobre sus ojos.
—Déjame darme prisa y pagar la cuenta y podrás ir al hotel...
Lo silencio con un beso.
—Sólo iré al baño. —Señalo en dirección a los baños que vi cuando
entramos—. Estaré allí. Tú pagas la cuenta y te veré al frente.
Mira detenidamente a su alrededor y finalmente asiente.
—Bien.
Le doy un último beso y me dirijo al baño, mi rostro se divide en una
ridícula sonrisa. Abro la puerta que dice Chicas. No hay otras mujeres ahí, así
que respiro hondo y me dirijo al primer puesto abierto.
Un tiempo fuera del recinto es exactamente lo que necesitábamos. Pensé
72
que lo estaba perdiendo cuando en realidad planea llevarnos de regreso a Los
Ángeles, lejos de su horrible padre, de regreso con Miguel, Jules, Laura y
Chris. Mi mente reconstruye nuestro futuro. Que algún día tendría la suerte de
casarme con Milo y podríamos formar una familia es un sueño demasiado
grande para imaginarlo, pero lo hago de todos modos.
Una sensación de vértigo se agita en mi estómago. Me lavo las manos y
veo mi reflejo en el espejo: mi cara está rosada por la margarita y, en la
penumbra, luzco casi normal. Me inclino más cerca. Pestañas blancas, cejas, el
blanco de mis ojos está un poco rojo. Me paso las manos por el cabello, hago
retroceder el hilo de inseguridad y me aferro a la esperanza que florece en mi
pecho. Pasó demasiado tiempo desde que me sentí entusiasmada con mi
futuro.
Tal vez en el camino a casa, Milo y yo podamos hacer planes, elegir fechas
para volver a casa. Estoy segura de que ganó suficiente dinero trabajando para
Esteban como para poder conseguir ese apartamento en la playa de la que
habló antes de irnos.
Estoy prácticamente flotando cuando salgo del baño, tan atrapada en la
bruma que tomo un giro equivocado y termino en la parte trasera del
restaurante junto a la cocina. Me giro y choco contra un camarero que se
disculpa frenéticamente en español.
—Está bien... mmm... mi culpa... lo siento. —Mi pulso late de pánico. Me
digo que estoy bien, que todo lo que necesito hacer es encontrar el camino de
regreso a los baños.
Camino entre las mesas y no puedo evitar sentirme como si me hubieran
exhibido mientras la gente me ve con sus tenedores y bebidas suspendidas en
el aire. Es sólo mi imaginación. No todos me están observando. Me digo eso
una y otra vez mientras escaneo la habitación, buscando la salida. Mis palmas
sudan y las paredes se cierran. El miedo se apodera de mi garganta.
Recuerda lo que dijo Laura.
Concéntrate en una persona en la habitación.
Mantén tu mente en esa persona.
Esa persona es Milo, pero no está aquí.
Veo que la mesa en la que comimos ahora está vacía y giro hacia la
dirección de la puerta. Un pie delante del otro, Mercy. Respira... respira... Veo la
alta figura de Milo elevándose por encima de las mesas, de espaldas a mí
mientras ve en dirección a los baños. La presión sobre mis pulmones
73
disminuye y me limpio las sudorosas manos en los muslos. Mis pies no pueden
llevarme suficientemente rápido.
Me detengo de golpe cuando una mujer se pone delante de mí. Agacho la
barbilla.
—Lo siento.
Intento esquivarla, pero se mueve para bloquear mi camino. Mi mirada
encuentra la de ella.
Sus ojos son enormes. Su mandíbula está floja. Apoya temblorosos dedos
sobre las numerosas joyas en su garganta.
—Ángel.
7
Milo
¿Porqué diablos está tardando tanto?
No puedo apartar la vista del pasillo que conduce a los baños. Pensé en
entrar pisando fuerte hasta allí e irrumpir en el baño de mujeres. Pero esta
noche fue tan perfecta para Mercy que no quiero arriesgarme a arruinarla
siendo un idiota paranoico y sobreprotector.
Le daré otro minuto.
Quizás treinta segundos.
—¡Eres tú! —grita una mujer en español detrás de mí.
Por lo general, no es el tipo de cosas que me llamaría la atención; después
de todo, ¿cuántas personas se encuentran en los restaurantes y se emocionan
demasiado después de unos Cuervos? Pero la forma en que lo dice, la inflexión
de su voz, me hace darme la vuelta lentamente. No es un estallido de emoción
el proveniente de la voz de la mujer. No la alegría de la familiaridad.
Sus palabras están llenas de miedo.
Allí, en el centro del restaurante, hay una mujer que lleva un largo vestido
de seda, su cabello negro recogido en la cabeza y está frente a Mercy.
Me muevo lo más rápido que puedo, pero siento como si estuviera 74
hundido hasta las rodillas en el barro mientras la escena se desarrolla. La
expresión de Mercy pasa del shock a la confusión mientras está frente a frente
con la mujer.
—¡Ángel!
Esa única palabra le da un puñetazo tan grande a Mercy que la hace
retroceder un paso.
—No. ¡No!
Me lanzo detrás de ella y la atraigo hacia mi pecho.
—Está bien. Estoy aquí.
La mujer nos mira fijamente a Mercy y a mí, con los ojos llenos de
lágrimas. Las demás personas en las mesas susurran confundidas.
—¿Todo está bien? —El gerente del restaurante viene a nuestro lado.
Le aseguro que todo está bien.
—¿Cómo la conoce? —Exijo en español.
—Aye dios mío, aye dios mío... —Su rostro pierde el color.
—Milo, yo... —Mercy lucha por mantenerse en pie—. Necesito sentarme.
—Bien, bien. ¡Mierda!
Saco una silla vacía cercana y la siento. Es el contacto más cercano que
he tenido con el pasado de Mercy. No puedo dejar que esta mujer se vaya sin
decirme lo que sabe.
—Por favor —le digo a la mujer que ahora también está sentada mientras
se abanica la cara—. ¿Puedo hablar con usted?
Sus ojos se dirigen a los míos y se concentran.
—No.
Me agacho hasta su nivel.
—Es importante. Necesito que me diga cómo la conoce.
Les dice a sus amigos en español que necesita irse, y después de
asegurarles que está bien, todos asienten en silencio. Toma su bolso y se dirige
a la salida.
Todo lo que veo a su paso es una perdida oportunidad de cazar a los
cabrones que usaron a Mercy. Salgo tras ella, pero agarro la mano de Mercy y
la arrastro conmigo, disculpándome con el personal durante todo el camino.
—¡Vamos! ¡Tenemos que darnos prisa! 75
—¡Milo! —Las lágrimas en su voz amenazan mi control.
He estado buscando durante meses, hice cosas por las que me odio, con la
esperanza de poder obtener un poco de información sobre el origen de Mercy.
Que me condenen si esta mujer cree que puede marcharse sin darme nada.
La veo caminando rápido por el estacionamiento y dejo caer la mano de
Mercy para correr mientras busca a tientas las llaves. La agarro por detrás y la
aviento contra su auto.
Grita, pero me apresuro a taparle la boca.
—Grita de nuevo y estás muerta. —Su cuerpo se convierte en piedra y sus
lágrimas mojan mi mano, haciendo que la culpa pese mucho en mis entrañas—
. Lo lamento. No quiero lastimarla, solo necesito información. ¿Lo entiende?
Niega y un sollozo brota de su garganta.
Puse mis labios en su oreja.
—La conoce. La llamó Ángel. ¿Cómo?
Gime.
¡Mierda! ¿Por qué no habla?
—Sólo asienta, ¿está bien?
No responde, pero continúo de todos modos.
—Fue en una ceremonia de curación, ¿verdad?
Pasan los segundos y estoy a punto de rugir de frustración cuando asiente
una vez.
—Bien. Bueno. ¿Recuerda la ubicación?
Nada.
La rabia recorre mis venas. La clave para encontrar a los captores de
Mercy está dentro de esta mujer y la abriré de punta a punta y extraeré la
información con mis propias manos si no comienza a hablar. Agarro su cara
con más fuerza.
—Si cree que no la mataré, estás equivocada.
Gime de dolor detrás de mi mano.
—¡Sólo dígamelo, joder!
Noto a través de la ventana delantera del restaurante que la gente se
reúne casualmente para irse. Pronto saldrán y nos verán. ¡Se me acaba el
tiempo! Alcanzo mi cintura y saco mis nueve milímetros. 76

Le meto el cañón en la caja torácica y rezo pidiendo perdón.


—Joder, dígamelo o apretaré el gatillo...
—Milo, detente.
La suave orden en la voz de Mercy es imposible de ignorar. Me giro hacia
ella.
Sus lágrimas se secaron. La debilidad desapareció y en su lugar hay una
confianza que vi antes en ella. La autoridad. Como si fuera la misma
encarnación de la Santísima Madre.
—Déjame con ella. —Mira a la mujer que ya no pelea bajo mi agarre.
Por un momento, me pregunto si se desmayó. Pero cuando retrocedo un
poco, se retuerce.
Mercy se acerca e inclina la cabeza para ver a la mujer a los ojos. Sé el
momento en que se encuentran porque ella solloza en mi mano.
—Te recuerdo. —La mujer se queda quieta y Mercy me ve—. Déjala hablar.
Mantengo mi arma a mano en caso de que pierda la cabeza y grite cuando
le suelte la boca. Respira profundamente, empapada en lágrimas, y murmura
una serie de palabras en español que suenan más a una confesión que a una
oración.
Mercy se acerca y, vacilante, coloca su mano sobre el hombro de la mujer.
—Estará bien.
—Güera —susurro sólo para ganarme una feroz mirada de su parte.
Media docena de personas salen del restaurante y Mercy se acerca.
Susurra algo y la mujer responde entre dientes.
—Necesito saber dónde te retuvieron. Pregúntale si se acuerda.
Mercy me observa. ¿Cómo puede permanecer tan tranquila? Es entonces
cuando me doy cuenta de que no puede preguntarle nada a la mujer: no habla
español.
—¿Dónde la vio? ¿Ubicación? —Digo.
Mercy le repite las palabras a la mujer. Cuando habla, me acerco para
asegurarme de captar cada palabra.
—No lo sé. Me vendaron los ojos. Pero... —Huele y mira fijamente a Mercy,
sus ojos se agrandan antes de volver a sollozar—. No pude embarazarme. Mi
77
marido dijo que fui yo, que estaba maldita. Dijeron que podrías ayudarme. —Sus
palabras se disuelven en otra ronda de lágrimas.
Observo a las personas que salieron del restaurante caminar hacia sus
autos al otro lado del estacionamiento, agradecido de que no parezcan darse
cuenta de nuestra pequeña reunión.
—Dijo que le prometieron que la ayudarías a embarazarse.
Las cejas de Mercy se convierten en cortes blancos en su rostro.
—Le mintieron a esa gente. —La ira transforma su rostro angelical—. Se
aprovecharon de los deseos de dinero de sus corazones.
—¿Está segura de que no recuerdas nada? ¿Dónde se encontraban y qué
distancia recorrieron? ¿Sonidos? ¿Olores? Cualquier cosa.
La mujer niega y Mercy la consuela con suaves murmullos en inglés que
la mujer no entenderá pero que aun así tendrán el mismo efecto.
—Era un lugar sagrado. Muy lejos, tal vez a una hora de donde nos
recogieron, tal vez más. Seguían diciendo que estábamos en tierra santa, pero….
Recuerdo el olor. Recuerdo los sonidos.
—¿Qué?
Ve a Mercy y dice:
—Por favor, perdóname.
—Dile que no hay nada que perdonar si nos ayuda. —Mis dedos se doblan
contra mi arma.
Mercy repite las palabras.
La mujer huele y se limpia el maquillaje que le corre por las mejillas.
—Prostíbulo.
Los ojos de Mercy se dirigen a los míos, su limitado español se traduce
con tanta facilidad.
—¿Prostitutas?
Asiento y me dirijo a la mujer.
—¿Está segura?
—Saqué a mi marido de demasiado para saberlo. Lo olí en él más veces de
las que me gustaría recordar.
—Gracias.
—Pregúntale —dice Mercy mientras toma las manos de la mujer—. Eh...
¿él bebe? —La mujer niega y los hombros de Mercy se desploman—. Lo siento. 78
Lo siento mucho.
Los ojos de la mujer se estrechan y una nueva ronda de lágrimas se forma
en sus ojos.
—No eres realmente un ángel, ¿verdad?
Mercy, incapaz de entender la pregunta de la mujer, frunce el ceño.
—No. Es mucho más —respondo por ella.
Ayudo a la mujer a subir a su auto, me disculpo por haber sido brusco
con ella y le explico brevemente que Mercy estuvo cautiva y que planeo arreglar
las cosas. No parece importarle y se mueve aturdida como si su interacción con
Mercy la hubiera agotado tanto como a mí.
La vemos alejarse. Guardo el arma en mi espalda baja antes de llevar a
Mercy a nuestro auto unas filas más abajo. Abro la puerta y entra sin decir
palabra. El camino de regreso al hotel es silencioso. Odio no saber lo que está
pensando, pero estoy demasiado metido en mi cabeza para intentar sonsacarle
lo que piensa.
De regreso en nuestra habitación, Mercy se quita los zapatos y se mete en
la cama, acurrucándose debajo de las sábanas. Con qué rapidez nuestra velada
de coqueteo y juegos previos se convirtió en tristeza y fatalidad. No es así como
vi que terminara la noche, pero Mercy claramente necesita espacio para
procesar esta nueva información y tengo algunas llamadas telefónicas que
hacer.
Me dejo caer en el costado de la cama y paso mis dedos por su cabello.
Saco la banda elástica de su cola de caballo y masajeo su cuero cabelludo,
observando cómo sus párpados se vuelven pesados.
—No te preguntaré si estás bien porque dirás que sí y sabré que estás
mintiendo.
Esos ojos azul cristalino parpadean hacia mí.
—Tienes razón.
—Haré que todo esto sea mejor para ti. Te doy mi palabra.
Su pequeña sonrisa quita un poco del hielo que se formó alrededor de mi
alma desde que huimos a México.
—No sé si es posible, pero te amaré por siempre por intentarlo.
Le doy un beso en la sien.
—Ve a dormir. Saldré para hacer un par de llamadas telefónicas. 79
Cierra los ojos y asiente sobre la almohada.
Paso mi pulgar por su mejilla.
—Te amo, mi alma.
—Te amo.
Juego con su cabello por unos minutos más hasta que estoy convencido
de que está dormida, luego salgo al patio, cierro la puerta y marco el número
de Esteban.
Un puto prostíbulo.
Esteban conoce todos los prostíbulos de Baja.
Ahora es el momento de que confiese la mierda.
8
Mercy

E
lla llora para que la ayude. No en un idioma que entienda, pero el
sonido de la súplica es universal. Miro hacia abajo, a su cuerpo
postrado, a los brazos extendidos, y noto el contraste de sus oscuras
manos contra mis pálidos pies.
Murmuro palabras que no sé, sílabas y letras unidas que no tienen
significado y, sin embargo, significan mucho para la mujer. Papá me tira hacia
atrás suavemente. Tropiezo cuando la mujer me agarra los tobillos.
La oscuridad entra y sale de mi visión. Quiero luchar para liberarme de sus
garras pero no tengo la voluntad ni la energía.
Mi cabeza está nublada por una apremiante necesidad de escapar, sin
embargo mis extremidades se niegan a obedecer. Quisiera…
—Mercy.
Me despierto de golpe y la luz atraviesa mis ojos.
Ya no estoy en una oscura habitación llena de aire espeso y olores acres,
parpadeo y asimilo un entorno familiar. Estoy en El Camino con Milo. Milo
toma mi cara mientras se agacha para verme a los ojos.
La preocupación aparece en su expresión, pero rápidamente la cubre con
una sonrisa. 80

—Oye. Estamos en casa.


Me incorporo y me doy cuenta de que estamos estacionados en el garaje
subterráneo del complejo.
—Me quedé dormida.
Su sonrisa es pequeña y fugaz.
—Lo sé. Me alegro de que lo hayas hecho después de todas las vueltas y
vueltas que diste anoche. —Toma mi mano para ayudarme a salir del auto—.
¿Pesadillas?
Lo miro y frunzo el ceño.
—Más bien recuerdos.
Sus cejas se elevan sobre su frente.
—¿En serios? ¿Tienes flashbacks?
—No lo sé, creo que sí. Es difícil saber si realmente sucedió o si es algo
que inventé en mi cabeza. —Le explico el sueño de la mujer del restaurante,
sus manos en mis pies y que me apartan ante su negativa a soltarme.
Parece decepcionado. Creo que espera que tenga un recuerdo que pueda
dar paso a una dirección, pero nunca me sacaron de las cuatro paredes de esa
habitación ni del santuario, al menos no que recuerde.
Saca nuestras maletas de atrás y toma mi mano para llevarme adentro.
—Eh, sí, probablemente tengas nueva información y tu mente esté
reconstruyéndola e intentando llenar los espacios en blanco.
Nos dirigimos a la cocina y María se sobresalta detrás de la plancha
mientras asa pimientos. Dice algo en español.
Milo responde rápidamente con una frase corta que suena algo así como
―No te preocupes por eso‖. Cuando lo miro, se encoge de hombros.
—Se preguntaba por qué llegamos temprano a casa, es todo.
Por mucho que quisiera quedarme otra noche, supe que cuando me
desperté y vi que Milo había empacado nuestras maletas, nos obligaría a irnos.
La mujer de anoche podría tener amigos que sepan de mí, ¿y si descubrieran
dónde estoy? Era hora de ponerle fin a la fantasía y regresar a la seguridad del
complejo.
Milo me lleva a nuestra habitación y me detengo en la puerta por un
momento. Cama, mesa, ventanas... No es tan diferente de la habitación en la
que estuve recluida la mayor parte de mi vida. Excepto que ésta conlleva la
81
ilusión de libertad.
Es todo. Una ilusión.
No soy más libre ahora que entonces.
Milo deja nuestras maletas en el armario.
—Mercy.
¿Eh? Me está viendo desde el otro lado de la habitación. Por cuanto
tiempo, no lo sé.
—Estoy bien. —Cruzo la puerta hacia el baño.
Me sigue.
—Está bien que no lo estés.
Deja mi neceser en el mostrador frente a mí y nos observamos en el
espejo.
—¿La habrías matado?
Espero que mi pregunta lo haga retroceder un paso, pero ni siquiera se
inmuta.
—No habría tenido que hacerlo.
Me vuelvo para mirarlo.
—Amenazaste con matarla. ¿Lo habrías hecho? Si no hubiera hablado, ¿lo
habrías cumplido?
Baja la barbilla y niega.
—No hagas preguntas cuyas respuestas no quieras.
Retrocedo y golpeo mi trasero contra el borde del fregadero.
—Milo…
—Tengo que irme —dice, negándose a verme a los ojos.
—Déjame adivinar, Esteban llama. —Odio el tono de mi voz. Odio la ira
que se agita en mi pecho. Detesto odiar en absoluto.
—No…
—¿Matas para él? ¿De ahí viene la sangre?
Su cuerpo se convierte en una estatua en la puerta del baño, de espaldas
a mí.
—¿Es lo que te dijo? ¿Te convertiste en.…? —Me ahogo con la emoción
que me atasca la garganta. La trago y respiro las lágrimas—. ¿Te convertiste en
un asesino? 82

Apoya su peso en la puerta con un largo y poderoso brazo.


—Haré que María te traiga algo de comida…
—¡Detente!
Se da vuelta para verme, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—¿Crees que no me doy cuenta de cómo evitas mis preguntas y tus
intentos de distraerme?
—Estoy tratando de protegerte.
—¡Haciéndome prisionera!
Levanta las manos para alcanzarme, pero niego. Deja caer los brazos.
—Por tu protección, es mejor que no lo sepas.
—Entonces no te hace mejor que ellos. —Lo empujo y salgo de la
habitación.
—¿Adónde vas? —Me llama, pero no respondo.
Sabe que cualquier lugar al que corra será dentro de los muros del
complejo. Bajo corriendo las escaleras y salgo por la puerta principal hacia el
sol. Me quedo momentáneamente cegada y parpadeo antes de lanzarme hacia
los árboles de cítricos. Mi pulso se acelera en mi pecho y siento el ardor de las
lágrimas, pero me niego a llorar.
Me estuvo ocultando cosas y no sé cómo perdonarlo por eso. Todo lo que
quiero es ser libre de valerme por mis propios pies, pero ¿cómo puedo lograrlo
cuando insiste en tratarme como si fuera incapaz e incompetente? Me hundo
contra el tronco de un limonero para recuperar el aliento y tratar de hacer
retroceder el miedo y la furia que hierven debajo de mi piel.
No puedo vivir así.
No tengo ningún propósito. Milo está ahí afuera haciendo... ni siquiera
puedo imaginarlo, y yo estoy aquí, viviendo mi vida tan despistada como me
mantiene. Puede que piense que me ama, pero no es amor; es lealtad. Hizo un
juramento para protegerme y es un hombre de palabra. En realidad, es sólo
otro de mis captores.
Cuando era niña, no tuve más remedio que someterme a los deseos de
quienes me retenían. Ahora sé suficiente como para ponerle fin a esta
encarcelada existencia y comenzar una vida como mujer libre. No tengo que
vivir una vida dictada por otra persona. Ya no necesito un salvador. Puedo 83
salvarme sola.

Milo
No la persigas. Dale espacio. Necesita espacio para respirar.
Canto las palabras una y otra vez en mi cabeza, pero no hacen nada para
frenarme mientras la persigo.
Doy vuelta alrededor de la ornamentada barandilla y salto escaleras abajo
de tres en tres. La puerta principal está abierta de par en par, lo que me da
una pista de la dirección que tomó. Se me revuelve el estómago cuando pienso
en lo que debe estar pasando por su cabeza. Tengo que arreglar esto sin
contarle todo. Sólo se preocuparía...
—¡Emilio, ven aquí!
La orden de Esteban proviene de la habitación detrás de las escaleras, de
su oficina, si un hombre que se dedica al tráfico ilegal de armas y drogas
necesita una oficina. Supongo que por eso está situada debajo de las escaleras.
Un lugar secreto que puede ocultarse fácilmente si los federales asaltan la
finca.
Estoy en un tira y afloja entre ir tras Mercy y volverme hacia él cuando las
palabras se filtran por mi cabeza otra vez. Dale espacio. Déjala respirar.
Después de lo de anoche, necesita algo de tiempo para procesarlo. Además,
está a salvo aquí. No hay manera de que pueda escapar sin que alguien la vea.
Giro sobre mis talones y cruzo la puerta abierta de la oficina de Esteban.
Aunque la puerta es pequeña, una vez dentro, el espacio se abre con techos
altos, vigas de oscura madera contra pintura blanca y una masculina araña de
hierro del tamaño de un Buick que cuelga del centro.
—¿Qué?
Levanta una ceja y me hace un gesto para que tome asiento en una de las
dos desgastadas y mullidas sillas de cuero.
—Parece que la escapada romántica no funcionó. Tienes peor aspecto que
cuando te fuiste.
—Estoy bien. —Escupo las palabras con dientes apretados, lo que sólo
confirma su observación. Aflojo la mandíbula.
—Necesitas echar un polvo, ese. —Se recuesta en su silla.
84
—¿Qué deseas? —Ve al grano para poder largarme de aquí.
—Tengo algo de información para ti.
Una risa sin humor brota de mis labios.
—¿Sí? Porque te llamé anoche y parecías no tener ni idea.
Se encoge de hombros, se rasca la mandíbula y luego frunce el ceño.
—No doy información gratis. Lo sabes.
—Entonces tienes algo ahora. ¿Qué quieres por ella?
Se inclina con los antebrazos apoyados en el escritorio de madera oscura
que parece pesar mil kilos.
—Tendrás una entrega esta noche. Tu contacto debería poder responder
cualquier pregunta que tengas.
—¿Dónde? —Recita una dirección y rápidamente la grabo en mi
memoria—. ¿Tiene un nombre?
—Tomás. Sancho tendrá la camioneta cargada y esperando. A la
medianoche. En punto. No llegues tarde.
Lo que sea. Me empujo para ponerme de pie, sintiéndome pesado por el
hedor a criminal en mi piel. Mercy tenía razón. Sacrifiqué mucho para
garantizar su seguridad. Vale la pena. Hasta ahora pensaba que lo volvería a
hacer si tuviera la opción. Pero tengo que preguntarme, al hacerlo, ¿ya no soy
el hombre del que se enamoró? ¿Renuncié a las mejores partes de mí mismo, a
las partes con las que veía un futuro? ¿Podría alguna vez aprender a amar a la
persona en la que tuve que convertirme para conservarla?
—¡Ah, y Emilio!
No me detengo en mi camino hacia la salida.
—Haz que Tomás te conecte con una pequeña vagina mientras estás allí.
Dile que corre por mi cuenta.
Su risa me sigue desde debajo de las escaleras, donde murmuro con
fiereza:
—Te odio.

*
Desde el exterior, El Paraíso se parece a cualquier otro club nocturno
mexicano: el letrero neón con forma de palmera, una sólida estructura
85
rectangular sin ventanas y música tecno que sale con fuerza por una sola
puerta. Sancho me da un empujón y apenas me contengo diciéndole que se
vaya a la mierda.
Entro a grandes zancadas sólo para ser detenido por un maldito tipo
grande que usa demasiada colonia y gafas de sol por la noche.
—Estoy aquí para ver a Tomás. Me envió Esteban.
El tipo se hace a un lado y señala una cortina de terciopelo rojo a la
derecha que parece estar custodiada por el gemelo de este tipo. Me dirijo hacia
allí, sorteando algunos grupos de personas bebiendo y bailando.
El gemelo de Franken tiene el dedo presionado contra la oreja y, cuando
me acerco, aparta la cortina y dice en español:
—Te está esperando.
Detrás de la cortina de terciopelo hay una estrecha escalera iluminada
sólo con luz negra. El bajo del club vibra a mi alrededor y, cuando llego a lo
alto de las escaleras, se desacelera hasta convertirse en algo más sensual. Paso
a través de otro juego de cortinas hacia un bar. Es una versión mucho más
elegante del club nocturno de abajo, como una sección VIP. La barra de
madera oscura no está abarrotada, así que me acerco y llamo al camarero.
Está vestido mejor que el personal de abajo, con una abotonada camisa negra y
las mangas arremangadas hasta los codos.
—¿Dónde puedo encontrar a Tomás?
El camarero mueve los dedos en el aire y, segundos después, una mujer
se acerca a mí. Roza sus pechos contra mi brazo, lo que habría parecido
accidental si estuviera lleno de gente. Pero con sólo un par de docenas de
personas llenando el espacio, fue muy obvia. La miro y me alejo para poner
algo de distancia entre nosotros.
—Puedo llevarte con Tomás —dice en español y me hace un gesto para
que la siga.
La sigo a través del oscuro cuarto y me doy cuenta de que lleva un largo y
ajustado vestido que tiene una red en la espalda y que no lleva nada debajo.
Todo encaja en su lugar.
Es lo que me está dando Esteban.
Me está dando tiempo cara a cara con alguien en el juego de la
prostitución.
Mi entusiasmo lucha contra la molestia. Por muy interesado que esté de 86
hablar con el chico, odio que esté sucediendo en algún tipo de prostíbulo de
alto nivel. Estar aquí me hace sentir como un cabrón. Pero claro, la mayor
parte de lo que hago por Esteban sirve.
La mujer me lleva unos pasos más hasta un pasillo lleno de puertas. En la
última, llama dos veces y luego la abre y da a una especie de espacio súper VIP
del tamaño de un dormitorio normal. Tres de las paredes están pintadas de un
intenso rojo. La cuarta es un ventanal unidireccional de suelo a techo que da al
interior del club. Supongo que está ahí para que quien esté dentro pueda elegir
a su acompañante para pasar la noche mientras permanece en el anonimato y
permanece oculto mientras recibe los servicios por los que paga.
Mullidos sofás de cuero se encuentran en medio de la habitación con una
barra en una pared y un televisor de pantalla plana en la otra. Un hombre
hispano mayor está descansando en un sofá entre dos chicas que parecen
suficientemente jóvenes como para ser sus nietas. No hace ningún movimiento
por ponerse de pie ni saludarme de ninguna manera más que mirarme como
un halcón mientras cruzo para sentarme en el sofá frente a él.
—Tomás.
Asiente y cuando lo hace, el cabello blanco pegado a su cabeza no se
mueve, como si fuera de plástico.
—Emilio Vega. Te pareces a tu padre.
Retrocedo pero espero recuperarme suficientemente rápido como para que
no se dé cuenta. Está hablando inglés, lo que debe significar que no quiere que
las mujeres en la habitación entiendan nuestra conversación.
—Me pidió que te dejara un regalo.
—Llévalo a la parte de atrás y haré que mis hombres te lo quiten de
encima. —Acaricia el muslo de la mujer de su izquierda. Ni siquiera parece
sentirlo, tiene los párpados bajos y la cabeza colgando hacia un lado—. Puedes
servirte tú mismo... —Le sonríe a la mujer que me acompañó hasta aquí y
luego a cada una de las chicas a su lado—. Lo que quieras mientras estés aquí.
—Me alegra oírte decir eso. Hay algo que me interesa.
La primera mujer se sienta a mi lado y apoya su peso en mi costado. Mi
instinto es alejarla, pero no quiero revelar una debilidad, así que finjo que no
existe.
—Haré que Yolanda te muestre una habitación...
—No hay necesidad. —Me inclino, con los codos sobre las rodillas—. Lo
que quiero no lo tienes aquí en el sitio. 87
Se ríe y su sonrisa se desvanece un poco. Tal como pensaba, su debilidad
es su orgullo.
—Te aseguro que, sean cuales sean tus gustos, podré proporcionártelo.
Esperaba que dijera eso. Lo miro a los ojos, listo para buscar cualquier
indicio de que lo que estoy a punto de decir significa algo. Cualquier cosa.
—Estoy buscando a un Ángel.
Sus ojos brillan tan minuciosamente que me lo habría perdido si no lo
hubiera estado buscando.
—¿Sabes dónde puedo encontrar uno?
Sus hombros se desploman en lo que parece un acto de forzada
indiferencia.
—Llámalos como quieras, no les importará…
—A una sanadora. Alguien que puede traerme suerte, éxito, dinero...
—Si lo que buscas es inocencia, tengo muchos jóvenes...
—Piel, ojos y cabello pálidos. Una chica fantasma.
Parpadea lentamente.
—Sólo un hombre como tú podría encontrar algo tan raro, ¿verdad?
Se aclara la garganta y despide a todas las mujeres en español. Cuando
sus compañeras de sofá no se mueven suficientemente rápido, ladra:
—¡Lárguense!
Todas corren hacia la puerta.
Una vez que se cierra, sus ojos se estrechan hacia mí.
—Lo que estás pidiendo no es demasiado difícil de encontrar. Las mujeres
blancas no son raras...
—No me mientas. Tengo el dinero. Di tu precio, dime la dirección correcta
y listo.
Se pone de pie y me levanto junto con él, colocándome directamente frente
a él para que pueda sentir la diferencia de altura de nuestros pies.
—Todo lo que se habla de un Ángel capaz de las cosas que dices son
rumores. Es todo —dice.
—Entonces los escuchaste. Si existe, ya sabes dónde puedo encontrarla.
—Escuché rumores. Es todo.
88
—Si son sólo rumores, entonces no tendrás problema en compartirlos
conmigo. —Los rumores no son mucho para continuar, pero son un comienzo.
Su mirada se dirige al tatuaje en mi cuello.
—¿Eres un hombre religioso? —No le respondo, pero claramente no
esperaba que lo hiciera mientras continúa—. Hay rumores de que esas
curaciones son obra de velada magia negra en símbolos católicos. —Se acerca a
la barra y destapa una botella de lo que supongo es tequila. Después de
servirse un chupito, toma un sorbo—. Si buscas ese tipo de magia, es muy
posible que obtengas más de lo que esperas.
Acertijos. Todo. Sacudo la cabeza y aprieto las manos con irritación.
—¿Tienes una ubicación?
—Los rumores los colocan en casi todos los clubes de caballeros de Baja.
Me pellizco el puente de la nariz, rezándole a la Santísima Madre por darle
un golpe con los nudillos a este tipo en la nuca y hacerlo escupir lo que sabe.
—¿Y, tú qué piensas?
—Yo comprobaría la Zona Norte.
Parpadeo y sacudo la cabeza. La Zona Norte es el barrio rojo de Tijuana.
—¿No es un poco… obvio?
Se acerca y su rostro es remoto, sin emociones.
—Si alguien me pregunta si tuvimos esta conversación, les diré que nunca
sucedió.
—Bien por mí.
—Pues buenas noches. Y por favor dile a Esteban que se vaya a la mierda
por mí. —Y dicho eso, sale de la habitación dejando la puerta abierta.
Las tres mujeres regresan al interior, pero no les doy oportunidad de
volver a hacerme proposiciones. Las empujo hasta la puerta, recorro el pasillo,
las escaleras y salgo al aire fresco de la noche.
Sancho apaga su cigarrillo y se levanta de su apoyo contra la camioneta.
—El Jefe estará feliz de saber que te tomaste tu tiempo allí. Tomás tiene
las perras más dulces, eh, ese…
Lo empujo contra la camioneta con mi antebrazo en su cuello.
—Cierra la puta boca. No toqué a ninguna de esas mujeres.
Nunca le haría eso a Mercy. Nunca me haría eso a mí mismo. La 89
prostitución es demasiado triste para ser sexy.
Su ronca risa se transforma en una tos de fumador y levanta los brazos en
señal de rendición. Me aparto de él y doy la vuelta hacia el asiento del
conductor. Enciendo el motor y pongo el pie demasiado fuerte en el acelerador,
saliendo del estacionamiento para rodear la entrada de carga en la parte
trasera del club. Espero que esta mierda no tarde mucho. Siempre anhelo los
brazos de Mercy después de estas noches, pero hay un lugar al que debo ir
antes de volver a casa. Y necesito deshacerme de Sancho antes de hacerlo.
Afortunadamente, la casa de Tomás tiene muchas distracciones.
9
Mercy

—O h, no seas tan bebé.

Tiro de la correa de Toro y pone todo su peso en sus patas traseras para
evitar acercarse al agua. Es el perro más duro e intimidante de la propiedad,
pero le teme a las burbujas del baño.
Soplo un mechón de cabello pegado a mi sudorosa cara y libero la tensión
de la correa. Se acuesta y me mira con ojos grises tristes.
—Lo sé, amigo, pero apestas.
Tiro de nuevo y no llego a ninguna parte, luego dejo caer la correa.
Necesito un nuevo plan. Veo una tubería que sube desde el suelo cerca. Si
pudiera atarle la correa allí, podría llevarle el cubo de agua con jabón.
Usando un trozo de carnitas que sobraron de mi desayuno, atraigo a Toro
unos pocos metros hacia la tubería. Cuando ato bien la correa, cruzo el jardín
hasta el cubo de agua con jabón que hice hace horas, dándole tiempo
suficiente para que se caliente al sol.
Toro tira de su correa cuando se da cuenta de lo que estoy a punto de 90
hacer. Coloco el cubo cerca de él y luego me arrodillo. Después de un poco de
persuasión, finalmente se deja caer de costado y le rasco el vientre.
Cuando sus párpados se cierran, tomo la esponja del cubo y froto círculos
jabonosos en su plateado vientre. Sus párpados se abren cuando se da cuenta
de que lo engañaron, pero poco a poco se calma y me permite continuar.
—Mira, no es tan malo, ¿verdad?
Se pone boca arriba y sigo bañando al perro en el césped mientras trato de
no pensar en la hora a la que oí llegar a Milo anoche.
Es más, trato de no pensar en cómo olía. El poderoso aroma del perfume
de mujer lo siguió hasta la ducha y quedó en su ropa que estaba metida
profundamente en el cesto.
—Es un buen niño.—Las palabras suenan tristes mientras baño al perro.
A pesar de ser un canino, se convirtió en mi mejor amigo. En mi único
amigo.
Extraño a Laura y la forma en que podía leer mi rostro y saber cuando
algo me sentía mal antes que yo. Extraño a Miguel y sus tímidas sonrisas y sus
pensativas expresiones de preocupación. Extraño a Jules y cómo me
arrastraba a la televisión todas las noches para ver otra película de Disney. El
hueco dolor en mi pecho se intensifica cuando pienso en todo lo que dejé
atrás...
El portazo de la puerta trasera hace que Toro se ponga de pie y tiemble
con fuerza, rociándome con agua jabonosa.
—¡Uf!
Ladra cuando Milo cruza el patio hacia mí. Lleva pantalones cortos
deportivos negros, Nikes negros y no tiene camisa. Su piel brilla por el sudor, lo
que hace que sus tatuajes parpadeen a la luz del sol y que su cabello esté
húmedo alrededor de su cara.
—Te estuve buscando por todas partes. —Se detiene suficientemente cerca
como para que su gran cuerpo bloquee el sol, convirtiéndolo en una gran
sombra amenazante.
—No debería haber sido demasiado difícil encontrarme. —Me levanto
desde una posición de rodillas con la misma facilidad que siempre lo he hecho.
Vieja costumbre, supongo. Me limpio la cara con el dobladillo de mi camiseta—
. No es como si me hubiera estado escondiendo.
No es del todo cierto. Después de nuestra pelea en el baño, lo he estado 91
evitando.
Sus cejas caen sobre sus ojos.
—Sí, sé que no lo hacías. Es solo que... —Encoge sus grandes hombros—.
Te extraño.
Sé a qué se refiere. Esta mañana, cuando me abrazó, como lo hace cada
vez que regresa a nuestra cama, acercando mis labios a su cuello, donde solía
encontrar consuelo, fingí que tenía que ir al baño. Cuando volví a la cama,
estaba profundamente dormido y el sol ya había salido, así que bajé y lo dejé
solo.
—¿Tienes hambre? —Señala por encima del hombro hacia la casa—.
Podría pedirle a María que nos prepare el almuerzo en el patio.
—No, gracias.
—¿Te sientes bien?
Me niego a mentirle, así que no respondo.
Deja caer la barbilla y se frota la nuca.
—Bien. Esto no me gusta, Güera. —Mueve un dedo hacia el espacio entre
nosotros—. Todo esto... la distancia.
—Eres quien la puso ahí al no ser honesto conmigo.
Se lleva las manos detrás de la cabeza y ve hacia arriba durante unos
segundos, como si le pidiera paciencia a la Santa Madre, luego me mira
fijamente.
—Nunca haría nada que te lastimara.
Toro se levanta de un salto y planta dos sucias patas en mi camiseta, con
la boca abierta, la lengua colgando y la nariz cubierta de barro. Excelente.
Supongo que el baño fue un desperdicio total, aunque huele mejor.
—Me ducharé y luego tengo que salir corriendo un rato, pero ¿tal vez
podamos cenar juntos esta noche?
—Suena bien. —Me agacho para acariciar al perro. Ya estoy sucia, así que
dejé que me pisoteara y se dejara caer entre mis piernas.
Milo parece dudar en irse, pero finalmente regresa corriendo a la casa.
—¿Que hago? —Le pregunto a mi amigo de cuatro patas, quien responde
con un estornudo que me rocía mocos de perro—. Qué asco. —Me río de su
gran sonrisa tonta, luego me inclino y le susurro al oído que parece un cuerno:
—Cuando tenga oportunidad de salir de aquí, te llevaré conmigo.
92
Se mueve sobre su espalda como si estuviera de acuerdo y feliz de dejar
atrás esta vida de servidumbre para encontrar la libertad conmigo.

Milo
El sol ya se puso cuando entro corriendo a la cocina después de llegar a
casa. Pasé horas caminando por las calles de la Zona Norte, hablando con todo
el mundo, desde prostitutas hasta proxenetas y traficantes de drogas.
Amenacé, supliqué y pagué por información, pero tan pronto como mencioné al
ángel, todos se callaron o se hicieron los tontos.
Saben algo. Todos lo hacen. ¿Cuál es el gran puto secreto?
Una prostituta me dijo que le preguntara a un hombre al que llaman El
Tiburón, y me explicó que fue parte de la industria desde antes de que la
mayoría de ellas nacieron. Me tomó demasiado tiempo localizarlo, y una vez
que lo hice, me engatusó, ofreciéndome todo tipo de combinación sexual
imaginable solo para terminar también en un callejón sin salida. A pesar de su
interminable lista de diversiones, pude ver en sus ojos que sabía más.
Volveré esta noche. Después de que Mercy se duerma, regresaré y usaré
más fuerza para que me diga lo que sabe.
María está limpiando los mostradores cuando la llamo en español.
—¿ La cena ya está servida?
Se gira con la mano en el pecho y luego tira de un cable que saca un
auricular de su oreja.
—Milo, lo siento, no te escuché entrar.
—¿Ya todos comieron?
—Sí. Estaría feliz de prepararte un plato.
—¿Mercy ya comió?
Frunce un poco el ceño y niega.
—No, nunca bajó a cenar.
—¿Puedes preparar dos platos y llevarlos a nuestra habitación, por favor?
—Sí.
Va al refrigerador para sacar las sobras, y giro bruscamente a la derecha
en la escalera y salto cuatro escalones a la vez hasta la cima. La puerta de
nuestra habitación está cerrada y, por un segundo, me pregunto si la 93
despertaré. Estas pasadas dos semanas ha estado muy distante y se acostó
cada vez más temprano. Una parte de mí espera que esté dormida para no
tener que sufrir la decepción que seguramente encontraré en sus ojos azul
cristalino. Odio que mi ausencia la haga sentir como si la hubieran olvidado. Si
tan solo pudiera explicarle lo cerca que estoy de encontrar dónde estuvo
detenida en México. Si tan solo supiera que todo lo que hago, es por ella.
Empujo la puerta, pero la habitación está vacía. Las puertas del balcón
están abiertas; tal vez esté ahí afuera. La fresca brisa del océano me lame la
cara, pero no hay señales de Mercy. Reviso el baño, el armario. No está aquí.
Mi pulso se acelera y me digo que me relaje; que tiene que estar en alguna
propiedad.
Busco en el segundo piso, echándole un vistazo a las habitaciones libres,
a los baños libres e incluso a los armarios del pasillo. Bajo las escaleras para
buscar en el nivel inferior y todavía nada. Salgo corriendo y paso junto a un
par de perros tumbados en el césped.
—¡Mercy!
Pero no hay señales de ella.
—Hola —les grito a los guardias en la puerta—. ¿Vieron a Mercy?
Sacuden la cabeza. Corro hacia los árboles de cítricos, pero ¿por qué
estaría allí después del anochecer? Dándole la vuelta a la mansión hasta la
parte trasera donde se encuentran las habitaciones de los sirvientes, la llamo
nuevamente.
—Estoy buscando a Mercy, ¿la vieron?
El jardinero sacude la cabeza y regresa a su lugar.
—Mierda. —Veo por las ventanas y corro alrededor de los pequeños
edificios parecidos a cabañas, pero no la veo por ninguna parte.
No te asustes. Está por aquí en alguna parte. Tiene que estarlo.
Me dirijo hacia el final de una hilera de bungalow. Lejos de las luces de la
casa principal, la oscuridad dificulta la visión. Se me revuelve el estómago
cuando pienso que Mercy podría estar aquí afuera y perdida debido a su mala
visión. ¿Quizás esté en el garaje? Es el único otro lugar que no revisé fuera de
las habitaciones privadas de Esteban.
Me giro hacia la entrada del estacionamiento subterráneo cuando un
destello de cabello pálido me llama la atención. Allí, escondida en un gran
saliente de buganvillas, se encuentra Mercy. 94
Está arrodillada, su largo cabello suelto y cayendo sobre su espalda, con
la cabeza inclinada. Mi instinto es llamarla, pero algo en lo quieta que está me
hace moverme lentamente para no molestarla. A medida que me acerco,
escucho el susurro de su voz flotando en un ritmo constante, casi musical. Un
destello de luz ilumina la escena ante ella.
Una estatua de la Virgen María de un metro de altura está rodeada por
media docena de velas de oración del santo patrón encendidas y parpadeando
en la oscuridad. Las manos de Mercy están entrelazadas en su regazo mientras
mechones de su cabello cubren su rostro de mi vista.
Me quedo sin aliento mientras la observo. Vender a Mercy como un ángel
habría sido fácil para sus captores. Incluso ahora me siento como si estuviera
en terreno sagrado.
—¿Mercy?
No se sobresalta, pero sus labios dejan de cantar frenéticamente y levanta
la cabeza para mirarme. La luz de las velas contra su rostro la hace hermosa y
aterradora a partes iguales mientras parpadea para salir de cualquier
meditación de oración en la que se encontraba.
Me acerco.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera?
Vuelve a concentrarse en la estatua.
—¿Cómo me encontraste?
Me arrodillo para sentarme cerca de ella, tan cerca que nuestros muslos
se tocan.
—Siempre te encontraré, mi alma. ¿No querías que te encontraran?
—Encontré este santuario hace un tiempo. —Su falta de respuesta me
hace pensar que está decepcionada de que esté aquí—. No sé cuánto tiempo
pasó desde que se usó. Estaba cubierto de enredaderas demasiado grandes,
pero lo limpié.
—¿Vienes aquí todas las noches?
—No, sólo cuando tengo algo por qué orar.
Me arriesgo a tocarla y desenredo sus manos, colocando una de las suyas
entre las mías en mi regazo.
—¿Por qué estabas orando?
—Estaba orando por respuestas. —Entonces se gira hacia mí, sus ojos 95
brillan, pero no puedo decir si está luchando contra las lágrimas o si es una
ilusión óptica de las velas.
—¿Recibiste alguna?
Vuelve a ver al frente.
—Lamento haberte dejado plantada en la cena. —Me aclaro la garganta—.
Yo…
Apaga cada vela con una rápida bocanada de aire y se eleva con un fluido
movimiento, el único sonido que deja el crujido bajo sus pies. La sigo, la
necesidad de tenerla en mis brazos es innegable. No puedo explicarlo, sólo que
siento que se me escapa y no sé cómo arreglarlo más que agarrarme más
fuerte.
Sus brazos me rodean la cintura y su mejilla presionada contra mi pecho
me tranquiliza.
—¿Tienes hambre?
Asiente y aprieta.
—Lo lamento.
—Oye. —Me muevo hacia atrás para captar su mirada—. No tienes nada
de qué lamentarte. Estas semanas pasadas fueron duras para ti. Sé que te
preocupas por las cosas que no puedo decirte, pero por favor… —le beso la
frente y hablo contra su piel —… por favor, recuerda que todo lo que hago es
por nosotros.
—Bien.
Sorprendido por su fácil acuerdo, miro hacia abajo sólo para encontrarla
sonriéndome.
Toma mi mano y tira de mí hacia la casa principal.
—Estoy hambrienta.
—Oye. —Clavo mis talones y se ve obligada a darse la vuelta. Estudio la
suavidad de sus ojos, la pequeña curvatura de sus labios. Parece... bien—.
¿Estás segura? Quiero decir, ¿estás realmente bien ahora?
—Sí. —Sonríe y se da la vuelta.
Eh. Si hubiera sabido que pasar tiempo en este santuario la habría
tranquilizado, habría colocado uno en cada habitación de la casa.
Me cuenta sobre su día, y sigue y sigue sin una pizca de la irritación que
vi en ella esta mañana. Intento permanecer anclado en el momento, pero no
96
puedo ignorar el destello de advertencia que me dice que algo no se siente bien
con respecto a su total cambio de humor.
Subimos los escalones de nuestra habitación mientras María sale de ella,
seguida por el aroma de chiles verdes asados al fuego. Le doy las gracias y llevo
a Mercy al interior antes de cerrar la puerta.
La mesa está puesta con manteles individuales tejidos y dos platos de
humeante chile relleno frente a las puertas abiertas del patio. Saco la silla de
Mercy para ella antes de tomar la mía.
Estaba tan absorto en mi misión en la Zona Norte que no había comido
nada en todo el día y no me di cuenta del hambre que tenía hasta el primer
bocado. Mercy está tranquila mientras da pequeños bocados. Desearía que
comiera más, pero no digo nada para evitar sonar como un abrumador imbécil.
—Hoy le enseñé a Toro a hablar. —Bebe un sorbo de agua y sus
juguetones ojos brillan justo por encima del borde de su vaso.
—¿Oh sí? ¿En español o en inglés?
Se ríe y diablos, el sonido se hunde en mi pecho y esparce calidez por todo
mi cuerpo. Al poco tiempo, mi plato está vacío y deja el tenedor.
—¿Terminaste?
—Sí. —Se mueve para levantarse y recoger los platos, pero me adelanto.
—Lo tengo. Los llevaré a la cocina y volveré. —Apilo los platos y dejo la
jarra de agua y los vasos—. ¿Puedo traerte algo mientras estoy abajo?
—No gracias.
Llego a la cocina y regreso con Mercy lo más rápido que puedo. Tengo un
irracional miedo a que parpadee y que su buen humor desaparezca.
Cuando regreso a la habitación, ya no está en la mesa. Se oye un sonido
de arrastrar los pies desde el baño y la puerta está abierta, así que cruzo la
habitación para ver cómo está. Tropiezo en la puerta cuando la encuentro
completamente desnuda, de espaldas a mí. Sus alas tatuadas están a la vista.
Tiene todo el cabello recogido sobre un hombro y se pasa los dedos por él. Los
delicados hombros se estrechan hasta una pequeña y suave cintura y se
ensanchan hasta convertirse en caderas femeninas que suplican por mis
manos. Las alas negras y grises se extienden desde la punta de sus hombros y
terminan en los redondos globos de su trasero. Mi sangre bombea furiosamente
y mis dedos anhelan recorrer cada centímetro cuadrado de su hermosa figura.
Se da vuelta y se me corta el aliento en la garganta.
—Es eh... —Trago a través del espesor de mi garganta—. ¿Te ducharás? 97
Se acerca a mí y es todo lo que puedo hacer para contenerme y no
abalanzarme sobre ella.
—No.
Gracias a Dios.
—¿Es para mi?
Se detiene frente a mí, pero no suficientemente cerca como para que
pueda tocarla.
—Sí.
Doy un paso adelante y miro su piel perfectamente blanca. Deja caer las
manos y se ofrece a mí. Le empujo el cabello hacia atrás para exponer sus
pechos desnudos rematados con pezones de color rosa pálido. Mis dedos
patinan a lo largo de su suave cuello hasta su clavícula y más abajo. Su pecho
sube y baja más rápido, y se le pone la piel de gallina tras mi toque.
—No tienes idea de cuánto te necesito. —Necesito que me quite las
horribles cosas que hice. Que purifique mi alma como sólo ella puede hacerlo.
Sólo por ella puedo justificar los niveles en los que me hundí.
Cierra el espacio entre nosotros, deslizando sus manos por mi pecho hasta
mis hombros y cerrándolas detrás de mi cuello. Igual que la primera vez, me
siento atraído por los charcos azules de sus ojos mientras la electricidad
zumba a través de mi cuerpo, uniéndose al de ella.
—Entonces tómame.
Agarro sus caderas y nos acerco bruscamente, su frente encaja
perfectamente con la mía.
—Fuiste hecha para mí, mi alma.
Se traga las últimas palabras mientras nuestras bocas se unen en un frío
beso. Mis manos se hunden en su cabello, inclinando su cabeza mientras me
acurruco sobre ella, profundizando y bebiendo de sus labios como un hombre
al borde de la muerte. Sus piernas ceden y la atrapo con un brazo alrededor de
su espalda, acercándola y manteniéndola erguida.
Camino torpemente hacia atrás, sin querer renunciar a su boca pero
necesitando llevarla a la cama. Sus dedos se clavan en mis brazos como si
estuviera aferrándome a su vida mientras el poder de nuestra pasión amenaza
con destruirnos. Tropiezo y me estiro hacia atrás para sentir una silla, luego
caigo en ella y la llevo conmigo. Se sienta a horcajadas sobre mi regazo y
devora mi boca como nunca antes lo había hecho. Mi cuero cabelludo
hormiguea cuando pasa sus cortas uñas por mi cabello, arañando para 98
acercarse como si quisiera arrastrarse dentro de mi cuerpo.
—Milo —resopla contra mis labios—. Por favor.
Abro el botón de mis vaqueros, pero aparta mis manos y termina el
trabajo. Mi estómago da un vuelco ante la desesperada forma en que me libera.
Rasga mi camisa y me siento para ayudarla mientras me la quita por la cabeza.
—Mercy…
Su boca cae sobre la mía. Gimo y la acerco más para sentir su piel
desnuda contra la mía.
Mi mente da vueltas y vueltas, un millón de pensamientos diferentes se
desvanecen para ser reemplazados por una terrible petición.
—Quiero estar dentro de ti.
Sus caderas se mueven hacia adelante y mi cabeza cae hacia atrás
mientras me acepta en su cuerpo.
—Oh mi... —Respiro a través del Entumecedor calor que me envuelve y el
fuerte agarre que amenaza con debilitarme—. Te amo.
Se inclina y muerde el tatuaje en mi garganta.
—Te amo.
Sus labios encuentran los míos y, durante unos segundos, respiramos.
Nuestras miradas se cruzan, nuestros cuerpos se conectan mientras
compartimos cada respiración. Ella se acomoda más profundamente en mi
regazo. Cambio de posición y jadea contra mi boca.
Nos movemos al unísono como si lo hubiéramos hecho un millón de veces
antes, pero todo parece tan nuevo. Inexplorado y emocionante, al mismo
tiempo que te sientes como en casa. Nos consolamos uno al otro con palabras
susurradas de agradecimiento y de aliento. Hacer el amor no se parece a nada
que haya experimentado en mi vida y escalamos juntos. Lamo su cuello hasta
su pecho y chupo sus pechos hasta que llega a la cima y echa la cabeza hacia
atrás en éxtasis. Agarro su garganta y su pulso ruge contra mi palma. Siento la
vibración de su gemido deslizarse por mi brazo y directamente entre mis
piernas para lanzarme al borde justo detrás de ella.
Me muerdo el labio, mi aliento entra y sale por mi nariz mientras me vacío
dentro de ella. Mi visión se vuelve borrosa mientras mi orgasmo parece durar
una eternidad y mis dedos se doblan contra su cuello. Sus manos agarran mi
muñeca y me preocupa estar abrazándola demasiado fuerte, pero cuando me
muevo para soltarla, solo me abraza a ella. Utilizo mi agarre para acercar su
rostro y besarla suavemente mientras uso mi pulgar en su mandíbula para
99
calmarla y que suelte mi brazo.
Finalmente me suelta y quito mi mano de su cuello solo para reemplazarla
con mis labios. Baño su garganta con besos de adoración.
—Eres increíble. Te sientes perfecta envuelta a mi alrededor, como si
fuéramos diseñados para encajar.
Me rodea el cuello con los brazos y, con los labios en su oreja, puedo
sentir su sonrisa.
—Lo siento mucho.
Cuando capta mi expresión, junta las cejas.
—¿Por qué?
Mis mejillas se calientan y desearía con todas mis fuerzas no tener que
decir nada, pero ¿qué clase de imbécil no lo haría?
—Sin condón.
Ve hacia donde todavía estamos conectados. Realmente desearía que no lo
hiciera porque me está poniendo duro otra vez y no quiero ser egoísta, más
egoísta de lo que ya fui con ella.
—Oh, está bien.
—No, no lo está. Yo solo... —Me paso una mano por el cabello, todavía
sintiéndome un poco mareado—. Me quedé atrapado.
Por la expresión pacífica de su rostro, no parece demasiado molesta.
—No me importa. Me gusta cuando te atrapo.
Me río entre dientes y paso mis manos por sus muslos desnudos. Con un
poco de ayuda, la levanto de mi regazo y nos llevo a ambos a la cama. Después
de quitarme los vaqueros, me meto dentro y nos meto a ambos bajo las
sábanas antes de acercarla a mi pecho.
Es la primera vez en mucho tiempo que me siento completamente en paz.
Las cosas que estuve haciendo por Esteban, la búsqueda de las personas que
lastimaron a Mercy, en este momento, ninguna de esas cosas existe. La única
persona en mi mente es la mujer en mis brazos. Acaricia mi cuello y sonrío en
la oscuridad.
—¿Te quedarás? —pregunta.
—En ningún lugar preferiría estar que aquí contigo, Güera.
Por ahora. Hasta que la ira de la venganza regrese y me obligue a salir de
esta cama y volver a cazar a las personas que lastimaron al alma más pura de
este planeta. 100
10
Mercy

P
or la forma en que mi corazón late y mis pensamientos dan vueltas,
no es de extrañar que no pueda conciliar el sueño. Mi torso
desnudo está presionado contra las costillas de Milo, y espero que
no pueda sentir mi martilleante pulso. Cierro los ojos y controlo mi respiración.
Al final debo quedarme dormida porque me despierto de golpe cuando
suavemente desenreda mi cuerpo del suyo y se desliza fuera de la cama. Me
cubre con las sábanas y besa mis labios antes de verlo desaparecer en el
armario. Hace clic en la luz justo antes de cerrar la puerta detrás.
Me levanto del costado de la cama y corro para vestirme con la ropa que
escondí debajo de la cama hoy. Me pongo unos holgados vaqueros y un
sujetador, dejando a un lado la sudadera con capucha negra antes de
apresurarme a volver a meterme bajo las sábanas para fingir que estoy
dormida.
Milo finalmente sale vestido con ropa oscura. Se detiene junto a la cama y
contengo la respiración para no delatarme. Afortunadamente no se queda
mucho tiempo y se da la vuelta para irse, encerrándome dentro de la
habitación.
Me muevo rápido, me quito las sábanas y me pongo la sudadera. Mis
palmas sudan y mi cabello se pega a mis dedos mientras meto los rebeldes 101
mechones debajo de la capucha.
Camino de puntillas hacia las puertas del patio y salgo. Tengo la boca
seca y mis extremidades tiemblan mientras trepo por la barandilla hacia los
enrejados de hierro que recubren las paredes exteriores de la casa.
No había notado las estructuras en forma de escalera cubiertas de espesas
enredaderas en flor hasta ayer, mientras observaba al jardinero podar las
enredaderas. ¿Por qué me habría fijado en ellas? Nunca necesité un plan de
escape hasta ahora.
Las espinas me apuñalan las palmas y me muerdo el interior de la boca
para no gemir. Sólo tengo unos minutos para llegar al garaje sin ser vista. Mi
pie resbala y soy arrastrada hacia abajo por mi propio peso. Lucho por
recuperar el agarre, pero pierdo y me deslizo. Golpeo la tierra y las flores de
abajo con un ruido sordo y grito en silencio. Mis pulmones arden y me toma un
minuto recuperar el aliento. Sin tiempo para comprobar si estoy herida, me
arrastro entre los macizos de flores para llegar a la puerta de servicio detrás del
garaje y espero que todavía esté abierta.
El beneficio de estar atrapada en una propiedad durante meses es que
aprendí dónde están cada puerta y entrada privada. Caminé por el lugar y
conozco la rutina de cada empleado, lo que hace que mi plan de pasar
desapercibida sea más fácil de lo que esperaba.
Desde la ventana de la cocina, encima de mi cabeza, llegan voces: Milo y
otro hombre hablando en español.
Me agacho y corro por el césped hasta la parte trasera del garaje
subterráneo. Cuando giro la manija, contengo la respiración y digo una
silenciosa oración de agradecimiento cuando se abre. Me lanzo hacia adentro.
La escalera está oscura y uso el pasamanos para guiarme hasta el nivel
inferior.
Me detengo a medio paso ante el sonido de movimiento y voces que vienen
desde lo más profundo del garaje. Milo no podría haberme alcanzado aquí.
Debe haber más personas en el garaje. Con la espalda pegada a la pared, me
esfuerzo por escuchar una voz familiar. Son demasiados murmullos para poder
captar algo específico, así que aprovecho la oportunidad y me arrastro por la
puerta antes de esconderme detrás de un gran camioneta.
Entrecierro los ojos en dirección a las voces y veo una camioneta negra
con las puertas traseras abiertas. Los hombres cargan el vehículo con cajas
llenas de algo.
102
Milo debe hacer una entrega esta noche. Necesito subirme a esa
camioneta para salir de aquí, pero hay demasiada gente para hacerlo sin que
me vean.
El desánimo por haber llegado hasta aquí sólo para tener que darme la
vuelta y arrastrarme de nuevo a la cama me hace hundirme contra la áspera
pared de hormigón.
Una puerta se cierra de golpe y me sobresalto. Me agacho para ver los pies
calzados con botas de dos hombres. Deben ser Milo y Sancho. Una vez que
pasan, me arrastro hasta el siguiente auto y luego al siguiente, y solo me
detengo cuando los pies de Milo se detienen en la puerta del lado del conductor
del auto detrás del cual me escondo.
Milo ladra algo en español y se desliza al volante del El Camino. Enciende
el motor. Si no me apresuro, perderé mi oportunidad.
Salto con pies suaves y me escondo en la cama de El Camino. Meto las
manos en mis mangas y la barbilla en mi pecho. Se me cae la capucha de la
cabeza, pero no puedo arreglarla o me atraparán, así que trato de hacerme lo
más pequeña posible. Milo pisa el acelerador y tengo que encajar mi cuerpo en
la esquina más cercana a su espalda para evitar deslizarme por la cama.
Calculo mentalmente dónde estamos: salimos del garaje, atravesamos los
terrenos de la propiedad y luego nos detenemos ante lo que supongo es la
puerta de seguridad. Contengo la respiración y rezo para que Milo no se sienta
conversador. Les daría a los guardias la oportunidad de ver atrás y
encontrarme.
Escucho el crujido del metal de la puerta al abrirse y presiono mi cuerpo
contra la esquina. El auto da un bandazo hacia delante. Mi cabeza golpea el
metal y mi cabello queda atrapado en algo. Me alejo con un fuerte escozor en el
cuero cabelludo y un gemido retumba en mi garganta, pero afortunadamente,
el sonido se pierde entre los azotes del viento.
Después de algunos ajustes, meto la cabeza profundamente en el capó y
encuentro una posición suficientemente cómoda calzándome entre el hueco de
la llanta y el panel de la cama.
Cualquier secreto que Milo esté ocultando, lo descubriré esta noche.

*
No mucho después de que salimos del complejo, me estiré para aliviar mis
músculos doloridos y ver pasar las estrellas. No me doy cuenta de cuánto
103
tiempo pasó mientras el suave estruendo del Camino me arrulla.
Con el tiempo, la noche oscura da paso a las farolas que aumentan en
número. Debemos estar acercándonos a una ciudad. Me vuelvo a hacer una
bola, haciéndome lo más pequeña posible mientras me pego a la esquina del
lado del conductor. El zumbido del tráfico y el ritmo de la música confirman
que estamos en una ciudad.
Después de que el parar y seguir continúa por un tiempo, finalmente
llegamos a una parada completa. Contengo la respiración cuando el motor se
apaga y Milo abre la puerta. Mi pulso late en mis oídos mientras espero su
enojado gruñido, pero no hay ningún sonido excepto el portazo seguido de sus
pasos alejándose.
Cuento hasta cien antes de levantarme de mi lugar protector y sentarme.
Mi visión lucha por adaptarse al brillante letrero neón que me devuelve la
mirada.
Mirabonita está escrito con luces rosas y estoy en un oscuro
estacionamiento.
Salto del auto y escondo mi rostro lo mejor que puedo detrás del capó
mientras me apresuro hacia la puerta. Sale un hombre y bajo mi cara al pasar
junto a él. La música del interior se vuelve más fuerte cuando entro por la
puerta.
Mis pies se aquietan cuando me golpean los sonidos de lo que deben ser
cientos de personas a mi alrededor. El instinto me hace retroceder un paso,
pero choco contra alguien que me empuja hacia adelante. Tropiezo pero
afortunadamente no caigo. El aire está cargado del almizclado olor de los
cuerpos humanos: sudor, perfume y el dulzón y enfermizo hedor del alcohol.
Camino por el espacio con piernas temblorosas mientras la gente habla en
voz alta y ríe aun más fuerte. No puedo ver adónde voy y termino siendo
empujada un par de veces, seguida de malas palabras en español.
Esto fue un error. Nunca encontraré a Milo entre esta multitud y no puedo
ver suficientemente bien como para encontrar la salida.
Me arriesgo a ver hacia arriba y al instante me arrepiento.
Mujeres vestidas únicamente con bragas y zapatos de tacón bailan sobre
las mesas. Algunas están con hombres, permitiéndoles tocar sus senos y
besarlos.
Mi estómago se revuelve dolorosamente y anhelo salir de aquí. Mi pulso se
acelera y el sudor brota de mi frente mientras busco a Milo, mientras me siento
mal que alguna vez quisiera venir a un lugar como este. 104

—Salida —le digo a quien pueda oírme—. ¿La salida?


Ninguna respuesta.
Me muevo entre la multitud hasta el mostrador donde un hombre sirve
bebidas. Pasa a mi lado varias veces para servirles a los demás, sin haber
notado que estoy metida en la seguridad de mi sudadera.
—Disculpe. —Agito mi mano, pero no me ve.
Los cuerpos se apiñan a mi alrededor. Me limpio el sudor de la frente y mi
pulso se acelera. Me tiemblan las manos y, presa del pánico, me quito la
capucha sólo para respirar una gran bocanada de aire.
—¡Disculpe!
El hombre detrás del mostrador no responde, pero esta vez, cuando pasa,
me ve y se queda paralizado.
Eso es mejor.
—Salida, por favor.
Parpadea un par de veces y luego señala algún lugar desconocido sobre mi
cabeza.
—Ay, muy bonita. —Un hombre se acerca a mí y toca mi cuerpo.
Me alejo de él y me muevo en la dirección que señaló el hombre detrás del
mostrador. Mi piel está húmeda mientras la gente se ve y se grita en español.
Después de darme la vuelta dos veces, finalmente encuentro la puerta y
salgo, pero no hay estacionamiento. Sólo un largo corredor, similar a un
callejón, enmarcado por una deteriorada estructura de un piso.
Me alejo del gran edificio, tratando de recuperar la compostura. Tomo
profundas bocanadas de aire fresco, pero también descubro que desprende un
desagradable hedor. La gente reflexiona, yendo y viniendo por las numerosas
puertas que bordean el callejón. Algunas están cerradas, pero otras están
abiertas mientras una mujer se encuentra en la puerta, casi vestida.
Lo que la mujer dijo en el restaurante vuelve a surgir. Son prostitutas.
Por favor, debes saber que todo lo que hago es por nosotros. Recuerdo las
palabras de Milo de anoche.
¿Es por lo que Milo vino aquí? ¿No por sexo, sino en busca de las
personas que me retuvieron?
Mi mirada sube las paredes de cada edificio, buscando algo familiar de mi
pasado (un muro alto que llega al cielo, algo), pero todo es breve, sucio y 105
ruidoso. Habría escuchado la música si hubiera crecido cerca. Incluso mi corta
experiencia de estar al aire libre me habría presentado el acre olor del escape
de los automóviles, el humo y la basura.
Las mujeres me llaman en español mientras sigo por el callejón. Sólo
puedo captar unas pocas palabras: bonita, dinero y me gusta. Los hombres
salen a trompicones de las habitaciones, sonriendo mientras otros les pasan
dinero a las mujeres antes de ser invitados a entrar. Busco a Milo lo mejor que
puedo, pero es difícil saber dónde buscar. Me vuelvo hacia el club y me
pregunto si todavía estará dentro. Mi corazón palpita ante la idea de volver allí.
¿Qué pasa si nunca encuentro la salida?
Un firme agarre se aferra a mi codo.
—Belleza blanca.
Me doy vuelta para encontrar a un hombre con un espeso bigote negro, su
calculadora mirada recorre mi cara y mi cabello.
—Déjame ir. —Intento taparme la cabeza con la capucha con la mano
libre, pero antes de que pueda, otro que huele a alcohol y a humo me tira del
brazo detrás de mí.
El hombre del bigote sonríe, sus dientes torcidos y amarillos, y su aliento
hace que se me revuelva el estómago.
—Americana. —Continúa diciéndole algo en español al hombre que está
detrás de mí antes de volver a mirarme—. No perteneces aquí.
—No entiendo. —Intento liberar mis brazos, pero son demasiado fuertes—.
Mi novio, está conmigo. Estará aquí...
Sus dedos se hunden profundamente en mi codo y mis palabras se
disuelven en un gemido.
—Yo soy tu novio ahora. —Se ríe y me arrastra hacia adelante.
Intento pelear contra él. Clavo mis pies en el asfalto, pero el hombre
detrás de mí me empuja hacia adelante y me hundo en su agarre. Grito cuando
el dolor me atraviesa el hombro. Una mujer parada en una puerta cercana mira
con lástima en sus ojos pero no hace ningún movimiento para ayudar.
—¡Por favor, ayúdame!
Con una penetrante mirada del hombre del bigote, se mete dentro y cierra
la puerta. Los hombres hablan en entrecortado español mientras busco
desesperadamente a alguien que me ayude, pero todas las mujeres parecen 106
demasiado aterrorizadas cuando me arrastran por el callejón.
—¡Puedo pagarte! ¡Por favor! —Les ofrezco dinero en inglés y hago lo mejor
que puedo para hacer lo mismo en español, pero cuanto más suplico por mi
vida, más se ríen los hombres.
Doblamos una oscura esquina hacia un auto que nos espera con el motor
en marcha.
—No, no, no, no... —Dedico todas las fuerzas que me quedan a la paliza.
El hombre a mi espalda pierde el control. Me giro y me volteo para liberar
mi otro brazo. El hombre maldice en español y mi brazo se suelta. Tropiezo, me
doy vuelta y el dolor atraviesa mi mandíbula segundos antes de que el mundo
se vuelva negro.
Milo
Arturo Fuentez, alias El Tiburón.
Pasé los últimos dos días con el hombre, y cada vez que siento que me
estoy acercando a él revelando la información sobre el ángel misterioso y dónde
estaba guardada, se congela.
Aquí, en su lujosa oficina, rodeado por el tipo de mobiliario que sólo puede
permitirse el hombre que dirige la mayor parte de la Zona Norte, hago girar dos
dedos de tequila Don Julio Real en mi vaso. Mi reloj dice que se fue durante
diez minutos después de recibir una llamada telefónica y disculparse
cortésmente. Como soy hijo de Esteban Vega, me ofreció variedad de drogas y
sus putas de primerísima calidad para mantenerme ocupado. Qué jodido
caballero.
Las rechacé a todas, diciendo algo acerca de estar feliz con mi bebida, pero
en realidad, me estoy poniendo furioso al estar tan cerca de lo que necesito.
¿Cuánto tiempo le tomaría a su seguridad entrar aquí y cortarme la
garganta si le saco la información a golpes? Me pregunto si aceptaría con
amabilidad una amenaza tradicional de daño físico o si sería mejor cortarle el
suministro de armas y drogas, algo que podría hacer con unas simples
llamadas telefónicas.
La puerta se abre con un clic y entra el jodido gordo. Por su aspecto,
nunca sabrías que tiene suficiente dinero para comprar Baja. Lleva una camisa
de cuello blanca con una mancha marrón en el pecho, probablemente debido a 107
la cena. Sus regordetas piernas están metidas en pantalones negros que
parecen unos centímetros demasiado largos, y su fino cabello canoso parece
haber pasado un mes después de un lavado.
—Perdón por hacerte esperar —dice en español mientras cruza hacia la
barra y se sirve una bebida—. Surgió algo. —Se sienta en el sofá frente a mí—.
Tú entiendes—. Le da un trago de su bebida.
Siento que mis manos tiemblan con furia apenas contenida.
—Dime lo que sabes sobre el ángel y te dejaré en paz.
Este idiota está empezando a parecer un callejón sin salida y no me gusta
perder el maldito tiempo.
Frunce el ceño y sus ojos se vuelven astutos.
—Ya te lo dije, no sé nada…
Mi brazo vuela y el vaso de tequila sale disparado sobre su cabeza y se
hace añicos contra la pared detrás de él.
—¡Estás mintiendo!
Las puertas se abren de golpe cuando dos miembros de la seguridad
personal de Arturo entran corriendo. Arturo los detiene levantando la mano.
Dan un paso atrás pero se quedan en la habitación.
—Sé que estás ocultando algo. He estado sentado aquí con tus malditos
juegos y no me diste nada.
—¿Cuánto vale esa información para ti?
Me inclino para apoyar los codos en las rodillas y ver al rechoncho idiota.
—Ya te lo expliqué. Pon tu precio. Será tuyo.
Toma un sorbo de su bebida y mi mandíbula se tensa con la fuerza
necesaria para contenerme y no atacarlo. Se encoge de hombros.
—No tengo nada para ti, pero haré correr la voz de que estás dispuesto a
comprar información. Si escucho algo, te lo haré saber.
—Es una tontería —murmuro.
Me levanto y salgo antes de que termine su última frase. Empujo al matón
contratado junto a la puerta y salgo al pasillo, bajo las escaleras hacia un club
lleno de gente y me dirijo a la puerta a través de la multitud de personas en
diversos estados de borrachera y suciedad.
Una vez afuera, saco mi teléfono y le envío un mensaje de texto a Sancho,
108
diciéndole que llegaré a tiempo al intercambio de esta noche. Podría haberme
quedado en casa un poco más con Mercy, sostenerla en mis brazos, hacerle el
amor otra vez, pero en lugar de eso pasé una hora persiguiendo mi propia puta
cola, o mejor dicho, la de Arturo el Pinchazo.
Golpeo mi palma contra el volante de El Camino.
Realmente pensé que podía hacer esto. Pensé que podría cazar a sus
captores y darle un cierre.
Tal vez no necesite reunirme con ellos para dejar todo esto atrás. ¿Es
posible que pueda curarla de otra manera?
Quizás no sea la que necesite reivindicación. Quizás soy quien necesitó
venganza todo el tiempo.

*
El cielo está aclarándose cuando vuelvo al estacionamiento subterráneo.
El cansancio me hace arrastrar los pies hasta las escaleras que conducen del
garaje a la cocina. Me duelen los nudillos después de haberme visto obligado a
maltratar a nuestro comprador esta noche, a quien casualmente le faltó la
mitad del pago que nos debía. No soy muy violento, pero en el estado de ánimo
en el que estaba, estuve feliz de darle una paliza durante lo que terminaron
siendo casi cuatro horas antes de que sus hombres aparecieran con el dinero.
La casa está en silencio. Ni siquiera el personal está despierto todavía.
Subo corriendo las escaleras hasta nuestra habitación y abro lentamente
la puerta. Mi ropa huele a humo y mi piel está cubierta por una barra de
humedad, establecimientos de mala muerte y sangre. Me dirijo al baño, no sin
antes girarme y ver el delicado cuerpo de Mercy durmiendo profundamente
debajo de una montaña de ropa de cama y almohadas.
La tensión en mis hombros desaparece y continúo en la ducha para
limpiarme y poder meterme en la cama con ella durante el tiempo que tenga
hasta que se despierte para comenzar el día.
Todo este tiempo estuve pensando que tenerla no era suficiente, que tenía
que arreglar las cosas. Arreglar sus pesadillas. Vengar de su pasado.
Me equivoqué.
Es suficiente.
Somos suficientes.
Mañana a primera hora hablaré con Esteban sobre volver a Los Ángeles.
109
Extraño a mis hermanos. Quiero recuperar nuestras vidas, e incluso si tengo
que hacer negocios con LS mientras estoy allí, tiene que ser mejor que la
mierda de contrabando estuve haciendo aquí.
Me doy una ducha rápida y caliente y guardo mi ropa sucia en el cesto del
armario.
La habitación está un poco más iluminada ahora y, mientras me meto en
la cama, extiendo la mano para tomar a Mercy entre mis brazos.
Mis dedos se aprietan alrededor de las almohadas.
Me acerco y tiro mi brazo sobre ella solo para encontrar más almohadas.
¿Qué carajos?
Me siento y enciendo la luz de la mesita de noche. Arranco las almohadas
de la cama y las tiro al suelo. Ella se fue.
Mi pulso golpea mi cuello.
¿Dónde carajos está?
Mis músculos se contraen, preparándose para un alboroto, pero en lugar
de eso, respiro profundamente.
—Está bien.
Probablemente esté abajo en la cocina con María. Mi ducha debe haberla
despertado. Quizás esté en el santuario donde la encontré anoche.
Me dejo caer sobre mi almohada, agarro la de ella y la pongo sobre mi
cara. El aroma de azahar de su cabello me inunda y me calma los nervios.
¿Cuándo fue la última vez que dormí?
Me imagino a Mercy de rodillas, con la cabeza inclinada y las manos en el
regazo, con Toro a su lado mientras le reza a la Virgen, y mi preocupación
desaparece.
Esteban no se levantará hasta dentro de unas horas y entonces hablaré
con él sobre volver a Los Ángeles. Unas horas de sueño me vendrían bien.
Podrían ser nuestros últimos días en México. No puedo esperar a decírselo a
Mercy.
Con imágenes de su sonriente rostro bailando en mi cabeza, me quedo
dormido.

110
11
Mercy

M
e despierto con un grito ahogado en la oscuridad. La adrenalina
me recorre. Me siento y golpeo mi cabeza contra el techo bajo. El
rugido de un motor y el olor a escape me recuerdan cuando
crucé la frontera con Milo. Palpo a mi alrededor, me palpita el cráneo, pero no
hay nada más que alfombra áspera y metal.
Estoy en un maletero.
Mi estómago se da vuelta sobre sí mismo.
Milo tenía razón.
No era seguro fuera del complejo.
Me hago a un lado cuando el auto se detiene abruptamente. Entonces nos
volvemos a mover.
—¡Déjenme salir! —Me estremezco ante el dolor desgarrador en mi
mandíbula—. ¡Hola! —Me acuesto boca arriba y pateo las paredes del reducido
espacio—. ¡Déjenme salir! ¡Por favor! —Golpeo el techo con los puños, pero el
auto sigue girando y girando.
La combinación del escape y los espasmódicos movimientos hacen que me
duela el estómago. Me levanto y agarro mis rodillas contra mi pecho.
111
Debería haber escuchado a Milo.
Debería haber escuchado.
Me duele la cabeza y se hunde antes de dar vueltas hasta marearme. Una
violenta oleada de vómito sube por mi garganta y se extiende por todo el
hombro de mi sudadera. Escupo y tengo arcadas, pero no puedo alejarme en el
reducido espacio. Tengo sed y mi cabeza da vueltas con la oscuridad que me
rodea hasta que no sé en qué dirección es arriba o abajo.
Me agarro la palpitante mandíbula, preguntándome si estará rota,
mientras otra ola de náuseas sube desde mi estómago. Toso y escupo mientras
todos los músculos de mi cuerpo se tensan hasta el punto de romperse. Jadeo
para respirar profundamente. Mis ojos se ponen en blanco sin mi permiso. Ya
sea por los vapores, el miedo, el dolor o el agotamiento, no lo sé.
Cuando el vehículo se detiene y el motor se apaga, estoy entrando y
saliendo de la conciencia dando saltos. El maletero se abre de golpe y una
oleada de aire fresco me envuelve.
Les digo a mis extremidades que se muevan, que peleen, pero siento como
si me hubieran atado ladrillos de cuatrocientos kilos a mis muñecas y tobillos.
Unas ásperas manos me levantan como si no pesara nada y mi cabeza cae
pesadamente hacia atrás.
—Por qué... ¿estás haciendo esto? —Me escucho murmurar.
El hombre que me carga me ignora, pero ladra algo en español que hace
que el otro hombre se acerque corriendo y abra las puertas. Luces
fluorescentes perforan mis ojos y entrecierro los ojos mientras parpadean como
luces estroboscópicas, lo que empeora el dolor en mi cabeza. Me llevan por un
largo pasillo. Pruebo mis extremidades mientras poco a poco vuelven a la vida.
Mis captores se hablan en español y luego se oye el sonido de una puerta
de metal al abrirse. Intento mirar a mi alrededor y ver dónde estamos, pero de
repente estoy en el aire. Agito los brazos para tratar de protegerme la cara, pero
no se mueven suficientemente rápido y choco con la barbilla primero contra el
implacable cemento húmedo.
Un horrible gemido resuena en las paredes a mi alrededor, y no es hasta
que siento el ruido en mi garganta que me doy cuenta de que el sonido vino de
mí. Me levanto sobre mis manos y rodillas, pero el dolor en mi barbilla es
demasiado. Dejo caer la cabeza sobre mis antebrazos y lloro.
112

Milo
Dormí unas buenas cuatro horas antes de que el sol brillara a través de la
puerta del patio y me despertara directamente en los ojos. Con ropa deportiva
limpia, supongo que iré al gimnasio después de encontrar a Mercy y espero que
no haya almorzado todavía.
Bajo las escaleras hacia la cocina donde María está preparando lo que
parecen flautas de carne. Me entrega una taza de café. Nunca fui un gran
bebedor de café en Los Ángeles, donde podía dormir ocho horas completas por
noche. Aquí en México la líquida energía es una necesidad.
—Buenos días —saludo a María en español.
—Es casi mediodía. —Se ríe y continúa rellenando y enrollando tortillas.
Tomo un sorbo de mi café y me acomodo mi lugar junto a la ventana, con
los ojos hambrientos de Mercy. Normalmente está en el césped con Toro, pero
hoy no. Me inclino de un lado a otro para intentar ver toda la extensión del
jardín, pero no está.
—¿La señorita Mercy está enferma? —dice María.
Me giro hacia ella y frunzo el ceño.
—No lo sé. ¿Es así?
Sus manos se detienen a medio rodar y parece confundida.
—Se levantó temprano esta mañana. —Tomo un sorbo de mi café—.
¿Mencionó que no se sentía bien?
—No la he visto hoy, por eso pregunté.
Algo parecido al miedo líquido carga mi sangre.
Las cejas de María se juntan, pero vuelve a enrollar la carne en las
tortillas.
—Por lo general, baja por la mañana. Pensé que tal vez todavía estaba en
la cama.
Dejo mi café y me digo que no debo reaccionar de forma exagerada. Hay
una explicación lógica. Tiene que haberla. Me repito esas palabras a pesar de
que mi instinto me dice que algo anda muy mal.
Salí corriendo por la puerta principal. El sol está alto y me golpea la
cabeza.
113
Corro por la finca hasta las habitaciones de los sirvientes y, como anoche,
veo por las ventanas. Busco entre los árboles de cítricos y en los jardines. Toro
y un par de pitbulls de la propiedad me siguen, olfateando el suelo y trotando
para mantener el ritmo.
—¡Mercy! —Mierda, sueno frenético.
Reduzco mi trote y respiro profundamente unas cuantas veces antes de
llamarla de nuevo. Doblo la esquina hacia la pared trasera de la propiedad
donde crecen las buganvillas, esperando verla en su santuario. La sangre sale
de mi cara cuando lo encuentro vacío. De hecho, parece que nadie lo ha tocado
desde que encontré a Mercy aquí anoche.
Pasos frenéticos vienen detrás de mí.
—Los guardias no han visto nada —dice María en español antes de
detenerse a mi lado—. ¿Que es todo esto? —Sus mejillas están rosadas y hay
una ligera capa de sudor en su frente.
—Supongo que será una especie de altar. Mercy dijo que lo encontró.
Estuvo aquí anoche, orando.
—Emilio, esto no estaba aquí antes —.María se agacha e inspecciona las
velas—. Debe haber encontrado esto en la despensa.
Cierro las manos en mi cabeza y respiro más allá del miedo que aprieta
mis pulmones.
—¿Qué quieres decir?
—Cada vela tiene un santo y está destinada a pedirle a Dios en nuestro
nombre. —Toma una—. San Judas es el santo de las causas desesperadas. —
Toma otra y la inspecciona—. El Arcángel San Miguel, es para protección. —Y
otra—. Nuestra Señora de Guadalupe. —Toma la última, la estudia, la vuelve a
dejar, luego se levanta y me ve cara a cara.
—¿Qué sucede? ¿Cuál es la última?
—San Cristóbal para un viaje seguro.
—¡Mierda! —Salgo corriendo hacia el frente de la casa, con el pulso
acelerado en la garganta. Entro corriendo por la puerta y subo las escaleras
corriendo hacia la habitación de Esteban. No toco, sino que abro la puerta y
encuentro a una mujer, sorprendida, en su cama—. ¿Dónde está Esteban?
Dice que no lo sabe y me dirijo a su oficina debajo de las escaleras. Una
vez más, no toco y empujo hacia adentro para encontrarlo tirado en su sofá,
apoyando un vaso de licor de color ámbar en su estómago.
—¡Ella se fue! —Me acerco a él, pero estoy demasiado ansioso como para 114
quedarme quieto, así que camino de un lado a otro de la habitación. Me tapo el
cabello con las manos—. ¿Cómo diablos pudo salir del recinto sin ser notada?
Debería haberlo visto venir. Su depresión de las semanas pasadas, su
repentino giro de anoche cuando hicimos el amor. Tenía todas las señales de
advertencia, pero las ignoré. ¿Por qué no la recogí y la llevé a casa cuando me
lo pidió por primera vez?
Porque estaba empeñado en vengarme.
—No puedo decir que esté sorprendido. La chica se sentía miserable.
Me congelo y lo miro.
—¿Cómo puedes decir eso? Ni siquiera hablaste con ella.
—No era necesario, ese. Se veía miserable.
¡Vete a la mierda!
—¿Y ahora qué? Necesito conseguir algunos chicos en esto. Necesitamos
buscar en todos los escondites posibles entre aquí y la frontera de Estados
Unidos. Tiene que estar cerca.
—Es tu problema, no el mío. —Bebe un sorbo de su bebida y su cabeza
cae hacia un lado—. Déjala ir. Estás mejor sin ella —murmura y se ríe
mientras bebe.
Que se joda. Necesito pensar. ¿Dónde estará?
Me dirijo al garaje, me lanzo a El Camino y salgo del estacionamiento con
un chirrido de llantas y humo. ¡Maldita sea, Mercy! ¡Le dije que se quedara
quieta!
—¡Piensa lógicamente, Milo! ¡Piensa!
Aprieto el volante mientras freno bruscamente, esperando a que se abran
las puertas de seguridad. En el momento en que puedo atravesarlas, pisé el
acelerador y patiné hacia la carretera.
—Se fue a pie, lo que significa que no podría estar muy lejos, a menos... —
¡Mierda! A menos que hiciera autostop. ¿Pero cómo carajos iba a pasar a través
de los guardias y las paredes de seis metros?
Saco mi teléfono y marco el número de la casa. María responde después
de un timbre.
—Pídele a alguien que revise las paredes en busca de algún tipo de…. No
sé, una escalera o alguna forma en la que hubiera pasado.
—Ya lo hicieron, Emilio. 115
—Llámame si encuentran algo. —Cuelgo antes de que tenga oportunidad
de decir adiós.
Me froto los ojos y busco el desolado borde del camino. Tiene que estar
cerca de los treinta y dos grados. Nunca sobreviviría un día bajo este sol.
El camino se vuelve borroso. Parpadeo para aclarar mi visión y maldigo
mis cansados ojos cuando solo empeoran. No es hasta que la primera gota se
acumula en mis pestañas que me doy cuenta... Que estoy jodidamente
llorando.
Mercy
—Santísima madre, perdóname... —Apenas puedo oír mi propia voz
mientras saco las palabras de mi dolorida garganta—. Madre Misericordiosa. —
Calientes lágrimas calientan mis ojos y caen detrás de mis párpados cerrados.
Milo vendrá por mí.
Al final me encontrará.
Reprendo la voz en mi cabeza que susurra que ni siquiera sabe que me
fui. Cree que estoy en casa, durmiendo en la cama que compartimos, a salvo
detrás de las paredes del recinto. Pasarán horas antes de que se dé cuenta de
que desaparecí. No podrá encontrarme si no sabe por dónde empezar.
Cierro los ojos con fuerza y rezo. Las palabras se juntan y mis dientes
castañetean, pero no es por frío. Es por miedo. Conozco las posibilidades del
destino que me espera, y ninguna es buena. Es lo que me pasa por mi
impaciencia. Mi castigo es la condenación o la muerte... si tengo suerte.
Con las rodillas apretadas contra el pecho, me giro y me hundo más en el
rincón de cemento mientras voces resuenan por el pasillo.
—Por favor, madre, sálvame, protégeme, bendita madre, mantenme a
salvo, rezo...
Gimo ante el chirrido de metal contra metal seguido de una discusión
entre hombres en español. Me concentro en sus palabras, tratando de descifrar
lo que dicen, pero las pocas palabras que puedo captar no me dan nada.
116
Una firme mano agarra mi brazo y envía un punzante dolor a través de mi
hombro mientras me levantan. El hombre con una espesa mata de cabello en el
labio superior y mal aliento me ladra en la cara. Me golpea contra la pared y
me suelta el brazo. Lo acuno contra mi estómago mientras una poderosa fuerza
golpea un costado de mi cara y me envía de golpe al suelo. Grito mientras cada
hueso de mi cuerpo grita de agonía.
Se ríe, obviamente disfrutando de mi dolor, y la puerta de metal se cierra
de golpe con el chirrido de una oxidada cerradura. Los dolores en mi cuerpo se
vuelven demasiado y me desmayo.

*
—¿Por qué están haciendo esto? —Murmuro en el oscuro espacio de mi
prisión.
No sé cuánto tiempo llevo aquí tumbada. Días, tal vez. He estado entrando
y saliendo de la conciencia, y sólo me desperté cuando los hombres que me
llevaron bajaron para ponerme de pie y desnudarme hasta dejarme el sostén y
la ropa interior.
Luché contra ellos lo mejor que pude, temiendo que me hicieran daño con
algo peor que una bofetada en la mejilla, pero solo pusieron mis manos sobre
mi cabeza y me mantuvieron allí para tomar mi foto. El acto debería haber sido
humillante, pero estaba tan agradecida de que no me lastimaran que no pude
sentirme avergonzada.
Incluso ahora, mientras están afuera de mi puerta y discuten en español,
no sé qué pretenden hacer conmigo. Me acurruco más profundamente en mí
misma.
—Por favor. Solo... Déjenme ir. —Dudo que puedan oírme. Apenas puedo
oírme a mí misma.
Hay un cegador dolor detrás de mis ojos. No recuerdo si me golpeé la
cabeza recientemente o... Lamo mis labios secos y trago la poca saliva que me
queda en la boca.
Finalmente vuelvo a la oscuridad y espero soñar con una libertad que tal
vez nunca tenga.
Un gemido retumba en mi pecho pero se convierte en una santa súplica de
liberación justo cuando las lágrimas vuelven a brotar.
Es inútil.
117
Aquí es donde terminará mi vida.
12
Milo

S
eis horas, Seiscientos cuarenta y tres kilómetros y ninguna señal
de Mercy.
Me detuve en cada pueblo y pregunté si alguien había visto a
una chica albina. En contra de todo lo que estuve practicando
desde que llegamos aquí, no tuve más remedio que mostrarles su foto.
Ese hermoso rostro sonriente mirando al sol, con los brazos extendidos
como si absorber sus rayos le diera energía. Su piel y cabello se iluminaron
como si estuviera enchufada a una toma de corriente.
No es el tipo de gente que ve caminando por Baja en un día cualquiera. La
buena noticia es que si alguien la vio, la recordará. La mala noticia es que
nadie lo hizo.
Entro al garaje y espero que María tenga mejores noticias, aunque
probablemente sea poco probable. Estuve reportándome cada pocas horas y no
tiene nada nuevo que informar.
Cierro la puerta del auto y me guardo las llaves mientras una oleada de
dolor me hace hundirme contra El Camino. Apoyo mis manos en el borde de la
plataforma de la camioneta y hago retroceder la emoción que amenaza con
liberarse.
118
—Detente. —No puedo pensar con claridad si soy un puto desastre.
Pasé la mayor parte del día odiándome por no buscarla una vez que me di
cuenta de que no estaba en la cama esta mañana. Tal vez si hubiera ido a
buscarla en ese momento, la habría encontrado antes de que se fuera.
Apoyo los codos en el costado del auto y entierro la cara entre las manos.
—¿Dónde estás?
Me froto los ojos y luego parpadeo para concentrarme cuando algo me
llama la atención. Entrecierro los ojos dentro de la caja de la camioneta para
ver la cabeza de un tornillo que sobresale de donde está sujeto el revestimiento
de la caja.
Y colgando de ese tornillo hay un mechón de puro cabello blanco.
Quito los tiernos mechones y los llevo a mi nariz. El olor es débil, pero está
ahí.
—Flores de azahar.
¿Qué estaba haciendo Mercy en la parte trasera de la camioneta?
Miro a mi alrededor y veo las diferentes formas de entrar y salir del garaje
subterráneo. Está la rampa principal por donde entran y salen los autos, la
entrada que conduce directamente a la cocina y una más al otro lado del gran
espacio. Una sola puerta, la entrada de servicio que conduce al nivel del suelo
en la parte trasera de la estructura. Hasta donde sé, siempre está cerrada. Sólo
los sirvientes y la seguridad tienen acceso a las llaves.
Corro hacia la puerta y me sorprende encontrarla entreabierta. No sólo sin
seguro, sino entreabierta. La atravieso y subo las escaleras. Cuando llego a la
puerta al nivel del suelo, espero que el pomo esté cerrado: se abre.
Salgo al aire fresco de la tarde y doy una lenta vuelta, mi mirada se dirige
al suelo en busca de alguna señal de que Mercy estuvo aquí hace menos de
veinticuatro horas. Cruzo el césped hacia la casa, buscando huellas, pero no
hay nada. Me detengo justo debajo del balcón de nuestra habitación y pienso
en todas las veces que miré hacia arriba y vi a Mercy contemplando impotente
el océano.
Mi pecho se aprieta cuando pienso que quizás nunca volveré a ver su
rostro y mis rodillas amenazan con ceder. En lugar de luchar contra ello, me
permito agacharme y luego volver a dejarme caer sobre mi trasero en el césped.
—¡Emilio! ¿Alguna suerte? —María sale por la puerta principal, buscando
con los ojos con urgencia.
Sacudo la cabeza. 119

Reduce el paso y mete las manos en los bolsillos del delantal mientras se
acerca.
—¿No?
—No.
Murmura una larga serie de oraciones, pero apenas presto atención
mientras mi mente no sabe qué hacer a continuación. ¿Es posible que
estuviera en mi auto anoche? La habría visto, ¿verdad? Seguramente miré
hacia atrás aunque solo fuera por mi paranoia diaria.
—¿Qué pasó con las flores?
Parpadeo hacia María porque qué cosa más rara de decir cuando perdí mi
alma por Dios sabe qué.
—¿A quién carajos le importa?
Se adelanta a mí hacia la hilera de flores moradas y amarillas que
salpican el suelo.
—Aplastadas. Esos estúpidos perros.
Quiero decirle a María que a los perros les importan una mierda las flores,
pero observo que los arbustos pisoteados están justo debajo de nuestro balcón.
Dejo que mi vista recorra un camino desde las flores hasta nuestro dormitorio,
y entonces me doy cuenta de que lo único que hay entre ellas es una
gigantesca enredadera.
—Oh, mierda. —Piso las flores ya arruinadas, meto la mano dentro de las
enredaderas y diablos... —A la. Mierda. ¡Yo! —Me giro hacia María—. ¡Se
escapó de nuestra habitación y viajó conmigo anoche!
—Es una locura…
—Encontré su cabello en la parte trasera de El Camino. ¡Conduje El
Camino anoche!
—¡Bueno, está bien! Entonces, ¿a dónde fuiste? Probablemente todavía
esté...
Sus palabras se disuelven en una avalancha de estática entre mis oídos.
—¡Hijo de puta!
A la Zona Norte.

*
Llegué al estacionamiento de Mirabonita en medio de una nube de polvo y 120
arrojé El Camino al estacionamiento. Cerca de las seis de la noche, el lugar no
está tan lleno, pero está suficientemente ocupado como para tener que sortear
autos para llegar a la entrada del club.
No le doy tiempo a mis ojos para adaptarse a la tenue iluminación y me
topo con un par de personas en mi carrera hacia la oficina de Arturo. Casi allí,
choco contra una sólida pared de su equipo de seguridad.
—Necesito ver a Arturo. —Mierda. Repito las palabras en español y trato
de pasarlos, pero me detienen.
—No llega hasta las nueve —responde el grande en español y me empuja
hacia atrás.
Maldita sea. Entrelazo los dedos sobre mi cabeza, tratando
desesperadamente de respirar profundamente mientras camino por el pequeño
pasillo. Necesito hablar con Arturo. En la Zona Norte no pasa nada sin que lo
sepa.
Si alguien aquí vio a Mercy anoche, la recordaría. Vuelvo al club y
examino mi entorno, mi corazón anhela vislumbrar un cabello pálido. Las
chicas trabajadoras se cuelgan de los hombres mientras se balancean en la
pista de baile, y algunas se juntan en las esquinas. El bar está casi vacío,
excepto por dos hombres bebiendo solos y algunas chicas trabajadoras que
están al final de la barra y que parecen aburridas.
El camarero está cambiando las botellas viejas por otras nuevas,
probablemente preparándose para el ajetreo que llega después del anochecer.
No parece haber estado trabajando todo el día, con la camisa limpia y sin
arrugas y los ojos alerta. Quizás acaba de llegar aquí para el turno de noche.
Quizás estuvo aquí anoche.
Sacando el teléfono de mi bolsillo, me dirijo directamente a la barra. Saco
la foto de Mercy y llamo al camarero.
—Qué puedo conseguirte…
—¿Viste a esta mujer? —Le empujo la foto en la cara tan rápido que lo
hace estremecerse—. Lo siento, necesito encontrarla. Puede que haya estado
aquí anoche.
Da un paso adelante con cautela y se inclina para inspeccionar la foto.
Sus ojos se fijan en los míos.
—Sí. Estuvo aquí anoche.
121
—La viste. ¿Hablaste con ella? ¿Dijo a dónde iba?
Ya está negando.
—No lo hizo. Sólo preguntó por la salida.
Miro alrededor del espacio casi vacío y veo varios letreros de neón que
dicen Salida.
—¿Sabes por qué puerta salió? ¿La viste salir?
Señala la puerta de salida justo detrás de mi hombro izquierdo.
—Esa es la que le mostré, pero no, no la vi salir.
Me giro hacia la puerta y corro hacia ella, saliendo a un largo callejón.
La acera está llena de paraditas, prostitutas paradas en las puertas de
habitaciones pequeñas y lúgubres sin nada dentro más que una cama. Me
imagino a Mercy tropezando con una de esas habitaciones. Me la imagino
viendo las calles sucias, oliendo el aire acre y preguntándose qué estaban
haciendo los hombres y mujeres aquí. ¿Se habría detenido y habría pedido
ayuda?
Cruzo la calle hacia una chica que parece no tener más de dieciocho años
y le muestro la imagen de Mercy en mi teléfono.
—¿La viste?
Los ojos de la chica están cubiertos de maquillaje negro y azul, mira
fijamente la imagen y luego niega.
—No, pero si quieres fingir que soy ella... —Ronronea en español y desliza
una mano por mis costillas.
Detengo su movimiento en mi pecho.
—No. Gracias.
Paso a la siguiente chica y a la siguiente, mostrándoles a todas la foto de
Mercy y obteniendo la misma respuesta.
Nadie la vio.
Al final del callejón, dejo caer las manos en mis caderas y veo ciegamente
la pared de ladrillos frente a mí. Un callejón sin salida. Como mi búsqueda.
¿A dónde carajos pudo haber ido?
Me vuelvo hacia la puerta por la que debe haber salido.
Quizás tomó una salida diferente. Necesito volver a entrar y preguntarle al
camarero si hubo clientes habituales anoche. Si la vio, seguramente otros
también la vieron. Esperaré a Arturo. Tendrá imágenes de seguridad. 122
Corro de regreso al club cuando escucho a una mujer gritar:
—¡Oye, señor!
Me detengo y me giro para ver a una mujer que me hace señas para que
baje desde la puerta de su habitación. Está con la joven con la que hablé
primero.
—¡No gracias!
—¡Espera! —Despide a la joven y corre hacia mí descalza y con un vestido
corto y ajustado. Es mayor que la primera chica con la que hablé. Si tuviera
que adivinar, a juzgar por las suaves líneas alrededor de sus ojos, diría que
tiene unos cuarenta años. Podría ser más joven, es difícil saberlo, porque las
líneas de su ojo izquierdo están acentuadas por un desagradable hematoma
rosa y morado—. Escuché que estabas buscando una chica. A una güera.
Mi corazón se aprieta tan dolorosamente que me agarro el pecho.
Hace un gesto hacia mi teléfono que no me di cuenta de que lo había
agarrado con tanta firmeza como si fuera la propia Mercy y estuviera tratando
de sujetarla.
—¡Bien! Sí. —Le muestro la foto a la mujer. No hablé con ella antes. Debe
haber estado... ocupada—. ¿La viste? Creo que estuvo aquí anoche.
—Si. —Asiente y luego mira a su alrededor como si tuviera ojos mirándola
desde todas direcciones—. Ven. —Se apresura a regresar a su habitación y me
invita a entrar.
Me quedo en la puerta, sin estar seguro de si se trata de una estratagema
para conseguir negocios o si realmente tiene información sobre Mercy.
Debe entender porque hace movimientos por la habitación.
—No hay cámaras aquí.
Hago una rápida revisión de la habitación casi vacía y no encuentro
señales de cámaras.
—¿Hay cámaras ahí fuera?
Asiente y se pone una gran camiseta, lo que me hace sentir más cómodo
estando a solas con ella.
Entro y cierro la puerta, pero me recuesto contra ella.
—¿La viste anoche?
—Sí. —Se sienta a los pies de la cama, con las manos agarrando la
pechera de su camiseta—. Estaba perdida.
123
Me levanto de la puerta y cruzo hacia ella.
—Sí. Sí que lo estaba. Necesito encontrarla. Podría resultar herida o.....
¿Estás bien?
La mujer se seca las lágrimas de los ojos y hace una mueca cuando se
toca la cara magullada.
—Debería haberlos detenido…
—¿Detenido a quién? —Ríos de lágrimas mezcladas con maquillaje negro
corren por su rostro y mi pulso late con tanta fuerza que me marea—. ¡Dime a
quién!
—No sé sus nombres. —Huele—. Estaban aquí, conmigo. —Sus mejillas se
sonrojan y se señala el ojo—. Fueron rudos y... —Más olfateo—. Se fueron.
Cuando lo hicieron, fui a avisar a seguridad y los vi con ella.
—¿Qué quieres decir con que los viste con ella? ¿Cómo? —Dios, vomitaré.
Perderé el estómago por todo el piso de esta pobre prostituta.
—Estaban... acosándola, creo. Debería haber dicho algo, pero tenía miedo.
Corrí a buscar seguridad, pero cuando regresé, ya no estaban.
—Se habían ido.
—Ambos. —Sus ojos inyectados en sangre y llenos de lágrimas se
encuentran con los míos—. Y la chica.
—Mierda. —Camino por la habitación y busco algo que lanzar, golpear o
patear, pero controlo mi temperamento cuando considero por lo que pasó esta
mujer—. Mencionaste cámaras. ¿Quién las controla?
Parpadea hacia mí.
—El Tiburón.
—Gracias. —Meto la mano en mi bolsillo y saco un fajo de pesos—. Aquí.
Ve el dinero con los ojos muy abiertos:
—No, señor, no puedo.
—Por favor, tómalo. —La dejo en la habitación y vuelvo a Mirabonita.
Necesitaré revisar ese video. Arturo no fue exactamente comunicativo,
pero no hay manera de que me vaya hasta que vea ese metraje.

*
—Armas. Drogas. Lo que quieras. Lo que quieras y será tuyo, pero me 124
mostrarás ese maldito video.
El tipo de seguridad escribe un mensaje de texto rápido en su teléfono y
me mira.
—Arturo está en camino.
—¿No lo entiendes? ¡Cada segundo cuenta! Necesito ese video desde la
una hasta las tres de la mañana.
El tipo me observa como si no hubiera dicho nada en absoluto, y por
mucho que me gustaría darle una paliza, lo necesito de mi lado si quiero llegar
a ese video.
—Arturo es el único que tiene acceso a las imágenes de seguridad.
Gimo y dejo caer la cabeza hacia atrás, luego cruzo los brazos,
encerrándolos debajo del otro para evitar que uno vuele sin permiso.
Pasan treinta minutos. Con cada uno, me siento cada vez más enfermo,
imaginando lo que le pasó a Mercy anoche. ¿Pudo escapar de esos hombres y
esconderse? ¿O los pendejos que la acosaron también son responsables de su
desaparición? Quiero una bebida para calmar mis nervios pero no me
arriesgaré a alterar mis decisiones de ninguna manera, así que renuncio a la
oferta de bebida de la camarera que pasa.
Mi pie golpea furiosamente el suelo de cemento y justo cuando siento que
me voy a salir de mi propia piel, Arturo entra al club. Saluda a algunos
invitados al pasar junto a ellos y me encuentro con él en medio del bar.
—Necesito ver esos videos.
—Eso escuché. —Continúa caminando hacia su oficina—. Pero, ¿qué te
hace pensar después de la forma en que actuaste en mi oficina esta mañana
que te mostraré algo?
Mi piel prácticamente vibra de preocupación y miedo que hasta mi voz
tiembla cuando digo:
—Me mostrarás esos videos o te mataré.
Eso lo detiene en seco y se gira hacia mí.
—¿Me amenazas?
—Sé que sabes más de lo que me cuentas y estoy harto de seguir tus
malditos juegos.
—No te diré nada…
—Me mostrarás el vídeo o... —Me inclino—. El cartel de Esteban destruirá 125
todo lo que construiste aquí. No quedará nada en pie. ¿Estamos claros?
Me mueve hacia atrás en el tiempo para ver un destello de miedo cruzar
su expresión.
—Podemos hacer esto de la manera fácil o de la manera difícil, pero debes
saber que la manera difícil terminará contigo en una caja de pino. Pregúntate
si un par de horas de video valen la guerra que comenzarías con Esteban.
Se queda boquiabierto por un momento antes de que sus mejillas se
pongan de un rojo brillante y tiemblen.
Hago un gesto hacia su oficina.
—Después de ti.
Lo sigo el resto del camino hasta su oficina y le grita a su seguridad que
nos dejen solos. Creo que podría ser algo bueno, pero si quiere meterme una
bala en la cabeza, no habrá testigos.
Para un poco de seguridad adicional, me puse el teléfono en la oreja.
—Sí, Esteban.
Los ojos de Arturo se cruzan con los míos al oír el nombre del hombre más
respetado y poderoso en el negocio de las drogas de Tijuana.
—Lo hace. Sí, estamos viendo las imágenes ahora. Lo haré. Gracias. —
Finjo colgar el teléfono y volver a guardarlo en mi bolsillo—. Tendré que verlo
todo a partir de la una de la mañana.
Golpea algunos números y letras en el teclado, luego hace clic un poco
antes de girar la pantalla de la computadora hacia mí.
—Aquí. Es el callejón de atrás una hora después de medianoche.
Me inclino para ver más de cerca la imagen granulada en blanco y negro.
La noche se desarrolla ante mis ojos, los hombres desaparecen detrás de las
puertas con una prostituta y salen sonriendo.
—¿Hay un avance rápido?
Presiona un botón y la imagen en la pantalla se acelera hasta que grito:
—¡Alto! —Afortunadamente, cuando lo hago, Arturo presiona Pausa y me
quedo mirando la imagen que tengo delante.
Mercy. ¡Lleva puesta su sudadera pero sin la capucha! ¿Por qué haría eso?
Camina por el callejón como una mujer que está en París por primera vez y
quiere disfrutar de todas las vistas. Nada anormal, hasta...
Dos hombres salen a trompicones de una habitación, la misma habitación
126
en la que estuve hoy.
Están claramente borrachos. Uno se detiene y habla con Mercy.
Entrecierro los ojos con más fuerza, pero no puedo distinguir sus rasgos en el
granulado blanco y negro. Mercy parece estar tratando de ignorarlos pero
tampoco quiere parecer antipática: uno la agarra. Observo desde lo que parece
ser a miles de kilómetros de distancia mientras la acorralan y la arrastran por
el callejón hasta desaparecer en una esquina. Miro el pequeño espacio negro en
el video, esperando que reaparezca, pero nunca lo hace. En cambio, pasa un
automóvil. No puedo decir la marca y el modelo, sólo que es algún tipo de
sedán compacto plateado.
—¡Rebobínalo! —Giro el monitor hacia Arturo y me levanto para reunirme
con él detrás de su escritorio—. Allí. Detente.
El vídeo se reproduce de nuevo y señalo a los hombres que salen a
trompicones de la habitación.
—Esos dos. ¿Los conoces?
—No.
Lo agarro por detrás del cuello y acerco su rostro al monitor.
—¡Mira! ¿Los conoces?
Pasan un par de segundos y Arturo asiente.
—Sí.
Libero mi agarre de su cuello.
—¿Quiénes son?
Suspira.
—Harás que me maten.
—Si me das esa información tendrás la protección de Esteban. —Miento—.
Si no lo haces, se convertirá en tu peor maldita pesadilla. —Todas mentiras.
Gime.
—José y Julio.
—¿Y quienes son? ¿Para quien trabajan?
Arturo se encoge de hombros.
—No lo sé. Hasta donde sé, trabajan solos. Pero dirigen a la gente.
Principalmente a chicas.
—Necesito encontrarlos. Serás compensado. Necesito toda la información
que tengas sobre esos dos hombres muertos. 127
—No quiero involucrarme en esto.
—¿No quieres ninguna participación? ¡Una mujer fue secuestrada en tu
propiedad por dos hombres que golpearon a una de tus chicas! Te guste o no,
¡estás involucrado! Ahora dime dónde puedo encontrar a esos dos y podrás
seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Si no me lo dices, entonces
tendremos un maldito problema importante.
—Vienen aquí con frecuencia. Llamaré la próxima vez que estén aquí...
—Podrían pasar semanas antes de que vuelvan a aparecer. ¡Para entonces
podría estar muerta!
—¡Es lo mejor que puedo hacer! No sé nada más.
Todo lo que tengo son dos nombres y algo que puedo hacer al respecto.
13
Milo

—E milio, necesitas comer y agarrar fuerzas. —María coloca una

bandeja con comida en la mesa junto a las puertas del balcón de mi


habitación.
Ya pasaron tres días desde que salí de la oficina de Arturo y no he tenido
suerte de encontrar a Mercy ni a los hombres que se la llevaron. Caminé por
las calles de la Zona Norte y le mostré la foto de Mercy a cualquiera que
quisiera verla. La búsqueda de José y Julio en México resultó en un millón de
hombres diferentes y ninguno es el que se llevó a Mercy. Dejé mi número de
teléfono a lo que parecen ser cientos de personas diferentes, prometiéndoles
una compensación por cualquier pista, y no tuve más que callejones sin salida
e información falsa.
El agotamiento resultó ser el mayor problema y me hizo desmayarme en el
auto en las calles de la ciudad. El propio Esteban apareció y me obligó a
regresar a casa, probablemente temiendo que hiciera que su organización
pareciera débil al caminar como un zombi con el puto corazón roto.
María dice que necesito dormir, pero que se joda el sueño. Cada vez que 128
cierro los ojos, sólo la veo a ella.
A Mercy.
A mi alma.
Cada día que pasa, me siento cada vez menos seguro de volver a verla.
Recuerdo el día que mi mamá desapareció. Recuerdo el dolor y el malestar
al no saber si estaba viva o muerta. Recuerdo especialmente el presentimiento
que me decía que había sido asesinada. Esperaba no volver a sentirme así
nunca.
Sin embargo, aquí estoy otra vez con el corazón en el estómago. ¿Cuántos
corazones rotos puede atravesar un hombre antes de que la pérdida le robe la
vida?
—¿Me escuchaste? —María se inclina para verme cara a cara, donde estoy
tendido como un cadáver en mi cama, usando la misma ropa que he estado
usando durante tres días—. Comer. Por Mercy.
El sonido de su nombre me saca de mi estado comatoso, pero sólo
suficiente para parpadear y rodar hacia mi lado.
—No tengo hambre.
—¿Qué pasa si recibes esa llamada y no tienes la energía para perseguir a
esos hombres? ¿Qué pasa si te peleas y te matan porque estás débil y cansado?
Y si…
—Bueno. Bien. Lo intentaré.
Me levanto para sentarme y la habitación gira a mi alrededor. Agarro la
cama a mis costados y me aferro hasta que se detiene. Mierda, tal vez María
tenga razón. Estoy deshidratado, débil y con falta de sueño.
Después de unos segundos, puedo levantarme y cruzar hacia la mesa. Me
dejo caer en una silla y miro la comida. Mi cerebro registra que la comida debe
oler increíble, pero el olor hace que se me revuelva el estómago. Empiezo con la
botella de agua y trago pequeños sorbos, temiendo no poder retenerla. Cuando
lo hago, agarro el tenedor.
—Emilio.
Cierro los ojos con fuerza ante el sonido de la voz de Esteban.
—María.
Con la cara hacia la comida, no sé qué silenciosa demanda le dio, pero el 129
sonido de sus zapatos arrastrándose hacia la puerta me dice que le envió un no
verbal ―piérdete‖.
Meto un bocado de hojaldrado pescado blanco en la boca sólo para no
tener que ver a Esteban. Verlo significaría reconocer su presencia, y prefiero
meterme este tenedor en mi propio maldito ojo que hacer eso.
—Necesito que tú y Sancho vayan a...
Sí, puede irse a la mierda si cree que ahora moveré un dedo por él. Lo
peor que puede hacer es matarme por insubordinación, y en este punto, con
mucho gusto recibiría su bala.
—¡Emilio!
Meto más pescado en mi boca y me resulta extraño que el ennegrecido
condimento no sepa a nada.
—¿Cuánto tiempo estarás deprimido por esa mujer? Demonios, si quieres
un reemplazo, te conseguiré uno. Incluso te encontraré a una chica blanca...
—Detente. —Me las arreglo para decir la palabra entre mis dientes
apretados.
—Puedes elegir entre una docena.
—Dije... —Lo miro ahora y espero que Dios vea la advertencia en mis
ojos—. Detente. Ni una palabra más.
Resopla y se deja caer al final de la cama. Quiero decirle que se vaya de mi
cama y de la de Mercy. Quiero que sepa que siempre significará más para mí
que él.
—Te daré un día más para ser marica, y es ser generoso. Mañana volverás
al trabajo. Sancho está...
Vuelvo a mi comida y trato de tragar bocados de arroz. Incluso los pocos
bocados que tomé, combinados con el agua, me hacen sentir más alerta.
—¿Me entiendes?
—Sí lo que sea. —No escuché una palabra de lo que dijo y no tengo planes
de hacer nada más que buscar a Mercy. Una vez que la encuentre, la llevaré a
casa, de regreso a Los Ángeles, y Esteban tendrá que matarme para detenerme.
Los músculos de mis hombros se relajan un poco cuando lo oigo cruzar la
habitación y marcharse. Después de unos minutos de silencio y algunos
bocados más de comida, mi mente se vuelve un poco más clara. Podría volver
con Tomás. Está en el negocio de comprar mujeres. Una mujer tan única como 130
Mercy tendría un precio muy alto. Juan y Julio no eran más que un par de
matones callejeros. No están en esto a largo plazo; están en esto para conseguir
y vender rápidamente.
Si puedo descubrir a quién le vendieron a Mercy, tal vez pueda
recuperarla.
Es decir, si todavía está viva.

Mercy
He estado atrapada en la oscuridad durante tanto tiempo que perdí la
noción del tiempo. Pasaron los días, de eso estoy segura. Incluso semanas. El
tiempo aquí se ralentiza. Parece una eternidad desde la última vez que vi el
mundo bañado por los rayos del sol.
Cierro los ojos e imagino que estoy en la playa. El sol ciega el océano y su
calor me impregna. El brazo de Milo está sobre mi hombro y huelo el especiado
aroma de su cuello mientras transporta la cálida brisa.
En esos momentos, nunca hablábamos. Ni sobre el pasado ni el futuro.
Simplemente nos sentábamos en un espacio donde el tiempo nunca se movía.
Sonrío y mis secos labios se agrietan y arden, recordándome dónde estoy.
Al instante la playa se disuelve. Abro los ojos al frío y oscuro espacio, mi
única compañía es un pequeño balde para usar como baño y ocasionalmente
un vaso de agua. El tiempo pasa a un ritmo enloquecedor. Me dieron poca
comida y cada día siento que mis costillas sobresalen más.
Supongo que al final moriré de hambre, pero ¿cuánto tiempo tardaré?
¿Meses? ¿Un año? Mi mente no sobrevivirá tanto tiempo. Ya siento que mis
pensamientos se desvanecen.
Mi cabeza se balancea contra el cemento en un rítmico movimiento que
me castiga cuando empiezo a perderme. Me calma y me recuerda que todavía
no estoy muerta. Que todavía hay esperanza mientras respire.
Una vez que me calmo, cierro los ojos y vuelvo a la playa en mi cabeza. El
choque de las olas, las risas de los niños, el sonido de la respiración de Milo,
todo suena en estéreo y me escabullo a un mundo que ya no existe para mí.
Una poderosa patada en el muslo me saca de mi ensueño. Mis párpados
se abren para encontrar al hombre del bigote parado frente a mí. El inglés de
mi captor es limitado, pero conocen órdenes básicas y me las lanzan cuando
pueden. 131
—¡Arriba!
No quiero levantarme. No quiero darles la ilusión de tener control sobre mí
cuando puedo escabullirme en cualquier momento y dejar atrás mi repugnante
realidad.
Me patea de nuevo, esta vez más fuerte. Me acurruco de costado, me
agarro el muslo y gimo.
—¡Arriba! ¡Dije arriba!
—No…
Me patea las costillas y murmura algo en español. Me arrastro para
alejarme de él, pero me agarra la sudadera y me arroja al otro lado de la
pequeña habitación, donde está el cubo.
Zarcillos de ira atraviesan mi cuerpo y se doblan en mi pecho.
—¡Arriba!
Todavía tratando de recuperar el aliento y superando los calambres en mis
piernas, me pongo de rodillas. Utilizo la pared para ayudarme a levantarme
sólo para que me patee las piernas.
Me dejo caer con fuerza a mi lado en medio del sonido de su risa. Sólo
quiere que me ponga de pie para poder jugar conmigo. Es un juego enfermizo
para él.
—¡Arriba! —dice entre una fea carcajada.
—Bien. —Asiento—. Arriba. Bien.
Lucho de nuevo por ponerme de pie, pero con una renovada pasión, puedo
agacharme. Agarro el cubo de mi orina y me levanto tan rápido que no me ve
volteando el cubo hacia su cara hasta que es demasiado tarde.
Farfulla y se aleja tambaleándose, goteando un pútrido líquido que satura
su bigote. Una risa maníaca brota de mi pecho y caigo contra la pared cuando
me alcanza, tan poderoso que apenas emite algún sonido. Las lágrimas brotan
de mis ojos mientras lucha frenéticamente por limpiarse la cara.
Cuando se concentra en mí, sé que estoy a punto de enfrentar un dolor
peor que la muerte. Puedo ver mi muerte en el infierno de fuego de sus ojos y,
en lugar de temerla, le doy la bienvenida.
Ronda hacia mí y me levanta del suelo para golpearme contra la pared con
tanta fuerza que me duelen los dientes. Me dan arcadas y arcadas ante el olor
de su cara mientras la frota contra la mía, diciéndome malas palabras al oído.
132
Intento alejarlo, pero estoy demasiado débil para hacer algo más que presionar
mis palmas contra su estómago. Me hace girar y presiona mi cara contra la
pared.
El sonido de la hebilla de su cinturón al abrirse inunda mis venas de
adrenalina. Lucho más, pero es inútil. Me inmoviliza contra la pared con sus
caderas y rasga mis vaqueros. Caen fácilmente alrededor de mis tobillos.
—¡No! ¡Por favor deje de hacerlo!
Aprovecha su peso con su antebrazo en la parte posterior de mi cuello
mientras tira y juguetea con mi ropa interior. Un impío rugido sale de mis
pulmones mientras lloro pidiendo rescate, pero no le impide tocar mi cuerpo.
Oh, Madre misericordiosa, por favor. Sálvame de esto. ¡Te lo ruego!
El calor de su cuerpo presiona mi espalda desnuda un segundo, y al
siguiente, desaparece. La presión de él sosteniéndome en mi lugar desaparece
por completo.
Me dejo caer al suelo y me alejo corriendo, subiendo mis bragas y
vaqueros y llorando incontrolablemente. Otros dos hombres están en la
habitación. Uno es mi captor, pero el otro sujeta al hombre del bigote por el
cuello. Sus pies luchan por mantener el equilibrio con los pantalones bajados
hasta los muslos.
El aire en la habitación está cargado de autoridad mientras Bigote jadea
para respirar. Un ahogado sonido sale de su boca, seguido de un gorgoteo,
antes de que su cuerpo se debilite. Sólo entonces el hombre más grande deja
caer su cuerpo al suelo. Mi otro captor levanta las manos y murmura algo en
español que, a juzgar por su lenguaje corporal, debo asumir que es una
disculpa.
El hombre más grande con el largo abrigo negro se gira hacia mí, cierro
los ojos y me encojo, girándome hacia la pared y deseando que me trague y me
lleve lejos de aquí. Unos pasos arrastrados se acercan y se detienen en lo que
suena a sólo unos centímetros de mí. Se oye un crujido de ropa y luego la
sensación de una pesada y reconfortante tela cae sobre mis hombros. Abro los
ojos y veo que el hombre me cubrió con su chaqueta.
—Ay, qué te han hecho, ángel mío.
Mi mirada se fija en la suya mientras una sola palabra sale de mi garganta
en un sollozo.
—¿Papá?
Sin pensarlo ni razonar, me lanzo hacia papá y me atrapa. En todos los
niveles, sé que está mal. Es quien me mantuvo cautiva toda mi vida, me 133
mintió, pero en este momento aceptaré y perdonaré sus mentiras y engaños
aunque sólo sea para sentirme segura nuevamente.
Me atrae hacia su pecho y su familiar aroma me inunda y me hace sentir
protegida. Querida.
—Mi hermoso ángel.
No puedo lograr que mi boca forme palabras, así que lo aprieto con más
fuerza. Me levanta del suelo y me acuna en sus brazos.
—Lárgate de mi puto vista —dice papá, lo que hace que el otro hombre se
apresure a dejarnos pasar.
No puedo controlar mis emociones mientras salen a la superficie todas a
la vez.
—Shh, está bien —murmura contra mi cabeza—. Estás a salvo ahora.
Finalmente volverá a casa, a donde perteneces.
14
Milo

U
na semana. Diecisiete horas. Cuarenta y dos minutos.
Estoy caminando sin rumbo por las calles de la Zona Norte,
como lo hice todos los días, buscando cualquier señal de Mercy o
de los dos cabrones que se la llevaron. Mis pies se arrastran
contra el agrietado cemento y el sol golpea directamente mi cabeza,
provocándome mareos y letargo. Pero no es suficiente para hacerme rendir.
Recorrí cada callejón, detrás de cada contenedor de basura, en cada bar y
club, y no encontré señales de Mercy ni de nadie que la haya visto. Esteban ha
estado encima de mí para que regrese al trabajo, pero es bastante fácil evitarlo
cuando estoy fuera de casa antes de que despierte e ignoro sus llamadas
telefónicas.
Podría enviar a alguien a buscarme, arrastrarme de vuelta a la finca y
amenazarme, pero perdió su única moneda de cambio. Sabe que mi vida no
significa nada para mí ahora que Mercy se fue. Por lo tanto, no tiene más poder
sobre mí que yo sobre él.
Supongo que, en cierto modo, es lo que quería. Cuando le quitas a un
hombre todo lo que ama, no tiene nada que perder. Si Esteban es inteligente,
esperará a que vuelva en mí. Esperará a que finalmente me rinda y acepte que
Mercy es…. Joder, ni siquiera puedo pensarlo y mucho menos decirlo en voz 134
alta. Nunca aceptaré que ella está…. desaparecido.
Así que perdido en mis pensamientos, salí de la Zona Norte y camino
inútilmente por las calles de Tijuana. Me toma un momento orientarme y
darme cuenta de que estoy en una parte de la ciudad por la que sólo conduje
antes. La calle está llena de puestos turísticos que venden desde joyas hasta
cerámica. Incluso los niños pequeños tienen los brazos adornados con mierda
para vender.
Tropiezo en la acera y el sudor me quema los ojos. Más adelante hay una
zona de sombra procedente del toldo de una tienda. Me apoyo contra la pared
de la pequeña tienda sin nombre. En el cartel situado encima de la puerta sólo
está pintada una estrella negra de cinco puntas. Necesito conseguir algo de
sombra y beber agua rápidamente o terminaré plantado de cara en medio de la
calle.
Abro la puerta y oigo el sonido de palos chocando sobre mi cabeza.
Esperen, esos no son palos. Entrecierro los ojos en la oscuridad y distingo las
distintas formas de los huesos que cuelgan de cuerdas como una especie de
mórbido carillón de viento.
La buena noticia es que el lugar tiene un decente aire acondicionado y de
inmediato me siento un poco menos de mal humor. Este lugar es jodidamente
extraño: hierbas, partes secas de animales, velas de diferentes colores. Es
como un CVS para brujas. En la pared cuelga una lista de precios de
maldiciones y hechizos que cuestan desde unos pocos hasta unos miles de
pesos.
Se oye un ruido detrás de un mostrador de cristal y un hombrecito sale de
una puerta con cortina de cuentas. No puede medir más de uno sesenta y
cinco y tiene que girar la cabeza completamente hacia atrás para mirarme.
Cuando lo hace, desearía que no lo hubiera hecho. Uno de sus ojos es de un
blanco lechoso que me recuerda a un idiota poseído que vi una vez en una
película de terror.
—¿Estás perdido? —pregunta en español.
—¿No lo estamos todos? —Respondo.
Sonríe y diablos... Espero que no pueda ver bien con ese ojo, porque
entonces habría una posibilidad de que no me sorprendiera avergonzándome
por su falta de dientes sanos. El tipo sólo tiene cuatro, por lo que puedo ver, y
todos son del color de la madera flotante.
—Sólo estoy mirando alrededor —digo y me vuelvo para ver la vitrina llena 135
de platos que me recuerdan a las placas de Petri que usábamos en biología.
Cada uno está lleno de lo que parecen huesos diminutos, tal vez de ratones o
lagartos. Reprimo un escalofrío—.¿Que es todo esto?
Coloca una nudosa mano sobre la vitrina.
—Son para maldecir a los enemigos o desatar espíritus malignos.
Frunzo el ceño ante los estantes llenos de botellas de pociones que dicen
ayudar en el amor, el sexo y la fortuna.
—¿La gente realmente compra esta basura?
La expresión del anciano permanece fría.
Hay latas llenas de tabaco, hojas de té e incienso. Estatuas de todos los
diferentes tamaños (una parca con una túnica blanca, la Virgen María y
muchas calaveras) se alinean en los estantes.
Tomo una estatua de la Virgen María y la estudio.
—No creo que a María le parezca bien todo esto.
Estudia mi cuello con su ojo bueno.
—A veces los hombres necesitan un tipo diferente de fe.
—¿Es así como llamas a todo esto? ¿Fe?
—No hay ningún nombre. Es la mejor de todas las religiones, magias y
medicinas.
Un pensamiento me hace cosquillas en la parte posterior de mi cerebro,
pero tengo tanta falta de sueño que no puedo concentrarme suficiente para
sacarlo, así que paso a estudiar lo que ofrece la tienda.
—¿Necesitas medicamentos?
Estoy estudiando una exhibición de velas negras.
—¿Tienes algo para un corazón roto?
—Sí.
Giro la cabeza para verlo mirándome directamente, o más bien a través de
mí.
—¿Qué es?
Saca del estante lo que parece una botella de alcohol de tamaño de viaje.
—Una poción.
El líquido del interior es rojo. La etiqueta blanca tiene un gran corazón del
mismo color. Lo empuja hacia mí.
136
—¿Crees que un Kool-Aid arregle lo que tengo mal? —Una risa sin humor
brota de mis labios—. Puede que esté desesperado, compadre, pero no soy
tonto.
—Puedo maldecir a la perra que...
—No. —Mis fosas nasales se dilatan mientras trato de respirar a través de
la furia que se dobla en mi pecho—. Cuida tu maldita boca, viejo.
Sus muy arrugados párpados caen sobre sus ojos segundos antes de abrir
su enorme agujero negro de boca con una risa jadeante.
—Loco hijo de puta —susurro y me giro para irme. Tengo que volver a la
finca y elaborar un plan mejor para encontrar a Mercy.
—Me gustas. —Me señala con un dedo torcido y arrugado—. Estás mucho
más enfermo de lo que pensé.
—No jodas. —Agarro la manija de la puerta.
—Creo que puedo ayudarte. Si puedes permitírtelo.
—¿Cuánto costará? —En realidad no me creo esta mierda vudú, pero
tengo un poco de curiosidad. ¿Cuál es el precio actual para sanar un corazón
roto?
—Veinte mil pesos.
—Bueno, joder, si estás ganando ese tipo de moneda, ¿por qué estás
encerrado en este agujero de mierda? —Son dos mil dólares.
—No lo estoy. —Sacude el dedo de nuevo y cojea alrededor del mostrador
para alcanzar algo—. Aquí. —Me desliza un trozo de papel.
Hay dos números en él.
—¿Qué es?
—Una ubicación. —Apuñala el papel con el dedo—. Pagas e irás a ese
lugar.
Miro al suelo, sintiendo la picazón de la familiaridad en mi pecho.
—Espera... ¿Qué... —Me froto los ojos—. ¿Qué es esto?
Se acerca, su fétido aliento hace que sea difícil no estremecerse cuando
susurra:
—Un ángel sanador.

Mercy 137

El asiento trasero del auto de papá se siente como una lujosa cama debajo
de mi magullada piel y de mis doloridos huesos. Lucho por mantener los ojos
abiertos contra el sol que parpadea sobre mi rostro mientras nos alejamos a
toda velocidad de donde estaba siendo retenida. La impaciencia por mi
incapacidad para sentarme y evaluar dónde estoy me tiene ansiosa, pero estoy
demasiado cansada para hacer mucho más que simplemente permanecer
despierta.
—No puedo creer mi suerte, Ángel. Nunca esperé volver a verte.
En todos mis años con papá, nunca lo había escuchado tan emocionado,
tan esperanzado y desenfrenado.
—Cómo.
—¿Cómo? ¿Cómo te encontré? —Se gira para verme, pero sólo brevemente
antes de que sus ojos vuelvan a la carretera—. Hay lugares a donde ir, gente
que se especializa en cosas de esta naturaleza. Cuando escuché que había una
chica que encajaba con tu única descripción, hice una oferta que sería
estúpida si rechazaran. —Agarra mi mano y la sostiene firmemente mientras
sus ojos permanecen pegados a la carretera. Sonríe—. Las cosas serán mucho
mejor ahora, Ángel. Lo prometo.
Trago el nudo que se forma en mi seca garganta. Un nombre late con
tanta furia en mi cabeza como en mi corazón. Milo.
Quiero ir a casa.
A salvo por ahora, cierro los ojos y dejo que el sueño me lleve. Necesito
encontrar una manera de volver con Milo, pero la deshidratación, el hambre y
la falta de sueño hacen que mis pensamientos se vuelvan lentos y
descoordinados. Dormir, luego haré un plan.
Demasiado pronto, me despierto con la sensación de que estoy volando y
me aferro a todo lo que puedo para no caer.
—Shh, cálmate ahora. —La voz de papá retumba contra mi sien—.
Estamos en casa.
Me relajo en la cuna de sus brazos, pero mis ojos se abren de par en par
cuando pasamos a través de un gran conjunto de puertas de madera
ornamentadamente talladas y llegamos a un largo y oscuro pasillo. Intento
captar algo que pueda identificar dónde estoy: un edificio, una casa, un
almacén. La falta de luz me impide ver con claridad. Giramos y giramos por
sinuosos pasadizos, y aunque puedo escuchar voces murmuradas provenientes
del otro lado de las paredes, no veo a otra persona. Unos cuantos pasos más, 138
otra vuelta y pronto se detiene ante una solitaria puerta.
—¿Puedes pararte?
Asiento contra su pecho. Me baja lentamente y me sostiene hasta que está
seguro de que estoy estable. Me apoyo pesadamente contra él mientras busca a
tientas un juego de llaves y abre la puerta.
No necesito ver para saber qué hay más allá de la puerta. Mi cuerpo lo
reconoce a nivel celular. Los olores, el sonido de las llaves en las cerraduras, el
vacío que habita en mi interior me llaman como un viejo amigo. La puerta se
abre con un chirrido, invitándome a regresar a la jaula en la que viví desde que
tengo memoria.
—Tu cuarto. —Papá me guía al interior—. No cambió mucho. Supongo que
siempre esperé que regresaras.
Me odio por sentirme aliviada de estar en un lugar familiar, agradecida
por mi rescate, en paz porque finalmente estoy a salvo. Sin pensar
conscientemente en hacerlo, me encuentro envuelta en los brazos de papá.
—Gracias, papá. —Mi cara se calienta con lágrimas de humillación. Es el
diablo del que me vi obligada a depender.
Pasa su palma sobre mi cabeza y baja por mi espalda.
—Ángel, siempre serás mía. No importa a dónde vayas, te encontraré.
La primera pizca de inquietud me atraviesa. Las palabras de papá suenan
similares a las de Milo. Me libero de su agarre y me giro hacia la cama.
—Espera.
Mis músculos responden instantáneamente, congelándome en mi lugar.
—Estás sucia. Enviaré a alguien para que te ayude a bañarte antes de
dormir...
—Puedo bañarme yo misma. —Me estremezco por dentro, esperando la ira
de papá por mi nueva independencia.
Se aclara la garganta.
—Muy bien. Enviaré a alguien con comida.
—Eso estaría bien. —Envuelta en mis harapos sucios y apestosos, me
inclino como el ángel que alguna vez fui—. Gracias.
Sus pasos se acercan y se detienen justo detrás de mí, pero no me toca.
—Parece que tu aventura en el mundo te enseñó mucho, Ángel. 139
Quiero que crea que soy el complaciente ángel que solía ser. Quiero que
piense que tiene todo el poder o me verá como una amenaza.
—No te dejé voluntariamente, papá. Nunca te habría dejado.
—¿Es verdad?
Me giro y fijo mis ojos en los suyos.
—Los de mi especie no pueden mentir.
Su expresión se suaviza y asiente una vez.
—Muy bien. Ahora, límpiate, come, duerme. Tenemos mucho que discutir.
Me inclino profundamente y aprieto los dientes a pesar del dolor en mis
huesos mientras mantengo la posición. Afortunadamente, se va con el familiar
sonido de la cerradura cerrándose detrás de él.
*
Después de un baño caliente, todavía me duele la cabeza, me duele la cara
y el corte en mi labio se abrió mientras me frotaba furiosamente para librarme
del mal que me tocó. Me pongo una de las blancas batas de dormir y me
arrastro entre suaves sábanas que huelen a detergente y a polvo y rápidamente
me quedo dormida.
Una suave voz femenina me despierta de un descanso sin sueños. Su
rostro no me resulta familiar y se niega a verme a los ojos. Si se siente
incómoda o tiene miedo, no estoy segura. Deja una bandeja con carne asada y
pan seco. Hambrienta como estoy, como todo en cuestión de minutos y me
vuelvo a dormir antes de que la mujer salga de la habitación.
Con la barriga llena, mis sueños se desmoronan en Technicolor. Milo me
alcanza y nunca hace contacto, me deslizo por el borde de un acantilado al que
no puedo agarrarme hasta que despierto en un charco de sudor enredada en
mi bata.
Me siento, respiro con dificultad y me limpio las lágrimas que corren por
mi rostro.
—Solo un sueño.
Me levanto y me quito la tela empapada de sudor sobre mi cabeza. Miro mi
cuerpo y veo moretones en todas las etapas de recuperación: algunos azules y
negros, otros con anillos amarillos.
¿Cuánto tiempo llevo aquí? Por instinto, veo hacia la ventana, medio 140
esperando ver el sol antes de recordar que no hay nada más que una pared de
ladrillos. Me acerco y presiono mi mejilla contra el frío cristal, mirando hacia
arriba y veo que el cielo es violeta. Por el amanecer o por el atardecer, no lo sé.
Agarro otra bata y me la pongo, luego hago mi cama y me siento con las
piernas cruzadas. Nunca pensé que volvería aquí y, a pesar de los muchos
momentos de debilidad en los que deseaba poder volver aquí, donde la vida es
sencilla y segura, ahora que estoy aquí, estoy desesperada por volver a ser
libre.
Dejo caer la cabeza entre mis manos.
—Lo siento mucho, Milo. Nunca debí haberme ido.
¿Qué debe estar sintiendo ahora mismo? ¿Me estará buscando? ¿O cree
que estoy muerta? Me dejo caer en mi cama y observo el desvencijado
ventilador del techo que gira en lentos círculos. Necesito salir de aquí. Pero
primero necesito averiguar exactamente dónde estoy.
Mis dedos tamborilean contra mi vientre mientras un plan toma forma.
Tomará algo de tiempo, pero si hago esto bien, tal vez pueda salir de aquí como
una persona libre.

141
15
Milo
32.430416—116.900101

V
uelvo a ver los números y los comparo por millonésima vez con el
mapa de mi teléfono. Me duele el trasero por estar sentado en el
auto durante las pasadas diez horas, así que salgo y respiro
profundamente, luego desearía no haberlo hecho. El cercano río Tijuana no es
exactamente un puto ramo de flores frescas. Más bien como un pozo negro de
muerte de una semana atrás.
Es la cuarta noche consecutiva que me siento esperando el misterioso
vehículo que se supone me llevará hasta el ángel sanador. No tengo pruebas de
que encontraré a Mercy allí, no hay indicios de que la hayan llevado allí, pero
tengo que intentarlo.
Me siento en el capó de El Camino y me recuesto para ver las estrellas
como lo hacía cuando era niño. Estoy suficientemente lejos de la ciudad como
para que el cielo se ilumine con mil millones de puntos de luz. Me pregunto si
Mercy también estará ahí observándolas. ¿Me extrañará tanto como yo a ella?
Eso espero, porque la alternativa es que haya abandonado este mundo por
completo, y la idea de que nunca volveré a ver su hermosa sonrisa, a escuchar
su risa, a tocarla es suficiente para hacerme querer tragarme una bala.
—No, no vayas allí. —Me froto los ojos con los puños hasta que me 142
duelen—. Está ahí afuera en alguna parte. La encontraré.
Los minutos se convierten en horas, y cuando sale el sol, empaco mis
cosas y salgo del terreno de tierra entre una lluvia de polvo y rocas. Llego al
viejo depósito de magia negra mucho antes de que abra y tomo una rápida
siesta en el auto antes de irrumpir para hablar con el viejo que tomó mis dos
grandes por esta mierda.
Abro la puerta con tanta fuerza que la estructura del timbre de la puerta
golpean al otro lado de la habitación.
—¡Anciano! —No me molesto en esperarlo, rodeo el mostrador y luego
empujo la cortina de cuentas negras hacia la trastienda de la tienda—. ¿Estás
aquí?
Al encontrar el lugar vacío, abro otra puerta que conduce a una
habitación exterior y encuentro al viejo cabrón arrojando semillas en un corral
de gallinas.
—¿Volviste por más? —dice en español y arroja un puñado de semillas a
un grupo de pollos.
—Quiero mi dinero de regreso.
Vuelve ese nublado ojo hacia mí.
—No hay reembolsos.
—Mentiste. He estado esperando durante días y no hubo ninguna puta
recogida. No hubo nada.
Deja la bolsa de semillas y me hace un gesto para que lo siga de regreso al
interior.
Echo un último vistazo al espacio y pienso que debe haber unas cincuenta
gallinas.
—¿Tienes algún tipo de fetiche por las aves?
—Son para hechizos de protección, rituales, sacrificios.
Por un momento, me golpea una abrumadora sensación de error. Todo
esto es muy jodido. Sin embargo, la gente está tan desesperada por tener
buena fortuna, suerte y amor, que llegarán hasta este extremo de mierda para
conseguirlas. Dios no permita que la gente consiga un maldito trabajo y tome
mejores decisiones en la vida.
143
Veo mi propio reflejo en un espejo justo dentro de la trastienda.
¿Hablando de eso? Yo.
—Las curaciones sólo ocurren durante la luna llena —murmura el
anciano a través del enorme agujero negro en su rostro.
Lo sigo hasta la tienda principal.
—No me dijiste eso.
—Lo hice. —Mete la mano en uno de los gabinetes para sacar una bandeja
con platos pequeños llenos de Dios sabe qué—. No escuchas. —Guarda
algunos de los artículos en una bolsa de lona con cordón—. Toda la magia es
más poderosa durante la luna llena.
—Esta bien... Joder, ¿cuándo será la próxima luna llena? No tengo tiempo
para esta mierda. —¡Cada día que Mercy está afuera, hay un día más en el que
podría estar en peligro, herida o algo peor!
Se vuelve hacia un calendario negro colgado en la pared adornado con un
gran pentagrama blanco.
—Dos noches después de esta.
—¿Tres noches más? —Me tapo el cabello con las manos.
—Tres noches más, sí. —Continúa metiendo mierda en su bolso.
—¿Y me estás diciendo que no tienes idea de dónde se guarda ese ángel
sanador? ¿Ni una sola maldita pista?
Gruñe y sacude la cabeza.
—¿Ni por cincuenta mil pesos?
Se encoge de hombros.
—Te diré lo que quieras oír por cincuenta mil pesos.
—Los números que me diste, la longitud y la latitud, ¿estás seguro de que
los números son correctos?
Asiente.
—Recibo unos nuevos cada pocas semanas. Siempre los cambian para
que la gente no pueda encontrarlos.
—¿Cómo puedes estar seguro de que no están esquivando?
—Estoy seguro de eso.
Me froto la cara con ambas manos.
—Bien. Lo intentaré de nuevo dentro de tres noches.
144
Asiente, pero continúa preparando cualquier brebaje que esté mezclando.
Me doy la vuelta y salgo de allí. ¿Qué carajos haré durante los próximos
tres días esperando la luna llena?
Conduzco a casa sintiéndome cada vez más deprimido a medida que voy.
Recorrí cada centímetro de Tijuana, de la Zona Norte, visité cada contacto que
tengo y no hubo noticias. Es mi única esperanza de acercarme a donde podría
estar.
Me quedan tres noches más de espera. Sólo espero no morir intoxicado
por alcohol durante el proceso.

*
Con una mano agarro el cálido cuello de una botella y con la otra acaricio
a un perro mientras me siento y contemplo el oscuro huerto de cítricos. Mi
visión se vuelve borrosa y juro que puedo ver a Mercy asomándose detrás de
las hileras de troncos de árboles, tentándome a ir a buscarla.
—Lo estoy intentando, mi alma. —Me llevo la botella a los labios y tomo
otro sorbo de tequila. La quemadura que me causó el primer sorbo apenas se
nota ahora que la botella está medio vacía—. Te encontraré —le murmuro a la
noche.
Hago girar el anillo con alas doradas alrededor de mi meñique. Lo
encontré en el baño la mañana que desapareció. Siempre tuvo mucho miedo de
bañarse con eso puesto. Odio que dondequiera que esté ahora no lo tenga.
Mi cabeza cae hacia un lado y veo los plateados ojos de Toro.
—¿Por qué la dejaste ir, eh? —Tomo otro descuidado sorbo—. Perro malo.
Gime y se acuesta, mirando hacia los árboles de cítricos.
—Sí, lo sé. También la echo de menos. —Una solitaria lágrima cae por el
rabillo de mi ojo, pero no la limpio. Me estoy acostumbrando a ellas y ya no
tengo que pelear contra la derrota y la culpa que todo lo consumen—. Y es mi
culpa. Se fue por mi culpa.
—¿Fiesta de lástima para uno?
Mi labio se curva con disgusto ante el sonido de la voz de Esteban
mientras sale del oscuro camino y sube los escalones del porche. Me llevo la
botella a la boca y asiento. Se sienta a mi lado, se encorva y me observa con
unos fríos ojos marrones que se parecen mucho a los míos.
—¿Qué? ¿Un tipo no puede llorar en privado? 145
Guardé para mí mi búsqueda de Mercy. Sabe que la he estado
persiguiéndola, pero me niego a darle algún detalle. No estoy convencido de
que no sea parte de la razón por la que ella se fue. Su influencia se extiende
por la costa de México y desde Los Ángeles hasta Santa Cruz. Después de todo,
hacer desaparecer a la gente es lo suyo.
—Yo no lo hice, ese —dice.
—Nunca dije…
—No me mientas. Lo veo en tu cara. Crees que tuve algo que ver con su
partida. —Se pasa una mano por la perilla.
—No sería la primera vez —murmuro en la botella antes de tomar un buen
trago.
—Estás jodido.
Giro la cabeza hacia un lado para encontrar su mirada.
—Y tú eres un pinche pendejo.
La comisura de su boca se levanta un poco, pero inmediatamente vuelve a
tener una pétrea expresión.
—Yo no maté a tu mamá.
—Lo que sea. —Echo mi silla hacia atrás y me levanto sólo para ser
detenido por esa maldita fuerza imprevista llamada gravedad y tropiezo de
nuevo en mi asiento—. Mierda.
—Amaba a Josefina.
—Si, claro. —Intento levantarme de nuevo.
—Nos dejó porque odiaba la vida.
Apoyo los codos sobre las rodillas para esperar a que pase el giro de mi
cráneo al que me lancé al tratar de ponerme de pie.
—Odiaba la vida que teníamos nosotros, Miguel, Julián y yo.
Me quita la botella de tequila y bebe dos largos tragos.
Cuando siento que puedo hacerlo sin caerme de la silla, me giro y lo veo.
—No la dejaste irse. Escuché que amenazaste con matarla si intentaba
irse.
Me mira fijamente y no lo niega.
Me encojo de hombros.
—Entonces. Ahí está.
146
—El amor es una debilidad, ese. Mira lo que esa mierda te hizo.
Ya estoy negando.
—Qué no lo es. —No quiero parecer un marica delante de Esteban, pero a
las lágrimas no les importa y caen por mi nariz hasta caer entre mis pies—. Me
hizo más fuerte.
—Oh, sí, ¿como ahora? Pareces una puta panocha.
Me río porque tiene razón. Soy un puto marica, pero no es por amar a
Mercy. Soy un mejor hombre por conocerla, incluso si hice cosas horribles por
LS. Soy un mejor ser humano por amarla.
—Sólo dime la verdad. Sé que sabes dónde está mi mamá. ¿Por qué no
puedes simplemente decirme si está muerta o no? Si está viva, ¿por qué no
volvería por Miguel y Julián? Son niños... malditos niños... —Le susurro las
últimas palabras al viento, extrañando a mis hermanos, a Laura y a Chris, a
Damian, a la Tía Carla, a todos ahora más que nunca.
—Quiso irse. No la dejé. Amenazó con ir a la policía y llevárselos, a los
muchachos. Le dije que desapareciera o la haría desaparecer. Así lo hizo.
—No te creo.
—¿No? ¿Pero te sientas aquí llorando por una mujer que parece un
maldito fantasma y que se las arregla para desaparecer en el aire sin un solo
testigo?
Me froto los ojos.
—Dijiste que Mercy era feliz aquí. No lo era. Te dejó, cabrón. Lidia con ello.
—Se levanta y me devuelve la botella—. Yo lo hice. —Camina hacia la puerta.
—No la dejaré ir.
—¿Qué?
Me levanto y esta vez logro mantenerme de pie mientras lo encaro de
frente.
—¿La diferencia entre tú y yo? —Toco mi pecho—. Es que yo no la dejaré
ir.
Y con eso, paso a su lado, logro subir las escaleras y me dejo caer en mi
cama con la cara enterrada en la almohada de Mercy antes de desmayarme.

147
Mercy
—Puedo hacerlo.
La boca de papá forma una fina línea.
—Solo pasaron dos días. No creo...
—Por favor. —Parpadeo hacia él desde mi posición de rodillas y trato de
forzar la inocencia en mi expresión cuando todo lo que siento es un descarado
desafío—. Déjame servirte a ti y a mi gente, papá. Es lo mínimo que puedo
hacer después de que me salvaste la vida.
Parece feliz con mi respuesta mientras me recompensa con una caricia en
mi mejilla. Lucho contra el impulso de resistirme a su toque y, en lugar de eso,
me presiono contra su agarre como lo haría si ansiara el contacto.
Mi gratitud por haberme rescatado de lo que seguramente sería una
muerte larga y dolorosa no eclipsa el conocimiento de que pasé de una forma
de cautiverio a otra. No pertenezco detrás de cuatro paredes por el resto de mi
existencia. Pertenezco afuera, al mundo, viviendo la vida de una mujer libre
con Milo y mi familia. Y sólo se me ocurre una manera de volver con él.
—No lo sé, Ángel. Pasaste por mucho. Tu labio ni siquiera está curado.
Estás cubierta de moretones. —Deja caer su mano y se sienta en el borde de mi
cama.
Respiro profundamente y hago lo mejor que puedo para estabilizar mi
acelerado corazón. Presiono las sudorosas palmas contra mis muslos y le rezo
una rápida oración a la Santa Madre para que mi plan no resulte
contraproducente.
—Estuve en el mundo.
Sus ojos se fijan en los míos y se estrechan un poco.
—Sé lo del muti.
Esas cinco palabras dan un puñetazo tan feroz que le quita el color al
rostro de papá.
—Mikkel. Vino por mí. —Agacho la cabeza para captar su mirada que cayó
al suelo entre sus pies—. Estabas tratando de salvarme de él. ¿No?
Se mueve incómodo.
—Él te lo dijo.
Asiento.
—Casi no escapé. —Si no fuera por Milo y los Saints, nunca habría
148
logrado escapar de él—. Corrí aquí, de regreso a ti.
Eso le llama la atención y el orgullo brota de su expresión. Bien, está
funcionando.
—Ahora me doy cuenta de que tenías razón. El mundo fuera de estos
muros no es seguro para alguien como yo.
—Sí, Ángel, no lo es. —Se levanta de la cama y camina por la habitación—
. Podría volver por ti.
No lo hará. Pero no puedo decirle eso a papá.
—Aprendí lo terrible que es el mundo, papá. Sé lo mucho que me necesita.
Ahora mas que nunca.
Su paso disminuye y se acerca para observarme.
—Es cierto. Tus poderes…
—Son mentira.
La declaración lo hace retroceder un paso y frunce el ceño.
—Está bien, ahora lo entiendo. Sé por qué lo hiciste. Este mundo necesita
esperanza y pagan un alto precio por ella.
Permanece tan quieto que me pregunto si siquiera respira.
—El propósito de mi vida es dar esperanza. Puedo hacer eso. Sin la
mentira, sin el suero, puedo ser el ángel que necesitas que sea. Mejor del que
era antes.
—¿Qué estás diciendo?
—Haré esto por ti. Sólo permíteme mi libertad.
—No puedo hacer eso, es demasiado arriesgado.
—Estoy aquí por mi propia voluntad. Mis ojos vieron y sintieron el dolor
que conlleva vivir fuera de estos muros. Te lo aseguro, papá, que no quiero eso.
—La mentira hace que se me quiebre la voz. Quiero recuperar mi antigua vida,
mi vida con Milo.
Sus ojos se contraen en lo que parece escepticismo, y me pregunto si dije
demasiado, si parecí demasiado audaz, así que me inclino ante sus pies.
—Sólo deseo servirte a cambio de tu protección, pero no detrás de puertas
cerradas.
—¿Quieres vagar libre? Dejar este lugar…
—No. —Sacudo la cabeza—. Este lugar no. Sólo esta habitación.
—No puedo permitir eso, Ángel, lo siento. 149
Lo miro y mis ojos se llenan de lágrimas al darme cuenta de que tal vez
nunca vuelva a ser libre de este lugar.
—Viste lo que esos hombres me hicieron. —Incluso mientras pronuncio
las palabras, mi labio partido palpita y me duelen los moretones—. Sabes lo
que pretendían hacerme si no hubieras aparecido cuando lo hiciste. —Las
lágrimas se escapan para correr como ríos salados por mis mejillas—. No
puedo volver a salir allí. Seguramente moriré si lo hago.
El silencio se extiende entre nosotros.
Finalmente se gira hacia la puerta.
—Pensaré en ello. Mientras tanto, tu comida del mediodía debería estar
disponible pronto. Cómela toda, por favor.
—Sí, papá —susurro mientras el peso de la derrota presiona la parte
superior de mi cuerpo contra el suelo.
Apoyo mi mejilla en las tablas de madera y rezo para que vea las cosas a
mi manera. Sería más fácil para él estafar a esa gente desesperada si me
permitiera ser su socia en lugar de su reclusa. Mi súplica se desvanece en el
silencio mientras me quedo dormida en posición de oración.
Cuando escucho pasos afuera de mi puerta, salto hacia la cama y me
acuesto sobre ella mientras las cerraduras se abren y entra la mujer que
estuvo aquí antes. Deja la bandeja con mi almuerzo en la mesa y se da la
vuelta para irse.
—Disculpa.
Se vuelve hacia mí con ojos aterrorizados.
—Te recuerdo. Me trajiste la comida después de que la señora se fue.
Niega rotundamente.
Me acerco a ella y parece como si estuviera luchando contra el deseo de
huir de mí. Ese solo pensamiento me hace sentir poderosa, así que inclino
ligeramente la cabeza y la veo a los ojos, manteniendo el contacto visual como
Milo me enseñó en la Washington High.
Cierro el espacio entre nosotras y sus labios tiemblan.
—¿Me tienes miedo?
Sus ojos se llenan de lágrimas.
Lo tiene. Sé que está mal, pero estoy desesperada, así que me aprovecho.
Soy unos buenos cinco centímetros más alta que ella y la observo con ojos
entrecerrados. 150
—¿Dónde está la señora ahora?
—N-no lo sé.
—¿A dónde fue?
Sus ojos recorren la habitación.
—No puedo decirlo.
—Nadie te escuchará, pero si no me lo dices, le diré a papá que fuiste
desobediente.
Sus ojos se cierran y llora.
—Ella... —Huele—. Tu papá cree que fue quien te robó. Creo... —Niega.
—¿Piensa, qué? —Cuando no responde, le pongo la mano en el hombro y
la aprieto tan fuerte que sus rodillas flaquean—. ¡Dímelo!
—No la he visto desde entonces.
Quito mi mano como si su piel me quemara y tropiezo hacia atrás.
—¿Esta muerta?
—No lo sé. Sé que te quería. Quizás te liberó.
—¿Tú eres libre? —No sé por qué lo pregunto, pero necesito saberlo.
Su mirada cae a mis pies.
—No. Ni yo ni los demás somos libres.
Una profunda y hundida sensación se instala en mi pecho.
—¿Los demás?
—Sí, Ángel. A los demás les gusto. —Su mirada llega a la mía—. Y a los
demás les gustas.

151
16
Milo

—¿A lgo más?

—No. —Le pago al cajero, tomo el teléfono desechable y la botella de agua


del mostrador de la tienda y giro hacia la salida—. Lo siento —le murmuro al
chico con el que me tropiezo mientras empujo la puerta.
Quito la tapa en el agua y la bebo mientras camino por el
estacionamiento. Mi boca se siente menos borrosa y sabe un poco mejor
después de algunos tragos de H2O. Fui un idiota al beber tanto anoche. Si las
cosas van según lo planeado, necesitaré cada gramo de fuerza que tenga para
la próxima luna llena, y me llevará ese tiempo recuperarme de esta resaca.
Enciendo el aire acondicionado del auto al máximo y salgo a la autopista,
en dirección a algún lugar apartado. La música está apagada porque no puedo
escuchar nada sin que me recuerde a Mercy. Hacia el este, mi cabeza palpita
con la luz del sol y me pongo mis gafas de sol. Con el pequeño pueblo detrás de
mí, encuentro un abandonado camino de tierra y salgo de la autopista para
estacionarme y marcar números en el teléfono.
El timbre parece durar una eternidad. Cuando escucho un clic en el otro 152
extremo, espero que sea un mensaje de voz, pero en lugar de eso escucho a mi
hermano confundido:
—¿Hola?
Exhalo aliviado.
—Miguel.
—Oh Dios mío, M…
—Shh, que nadie sepa que soy yo.
—Espera. —Se mueve de un lado a otro y luego lo escucho murmurar:
—Saldré por un rato.
—Bien, seguro. Si no estarás en casa para la cena, llámame y avísame.
Laura. El sonido de su voz me tranquiliza incluso desde aquí.
—Está bien. —Más movimiento—. Julio.
Mis ojos se abren hacia adelante y miro ciegamente por el parabrisas
mientras escucho a mis hermanos discutir sobre Jules manteniendo sus
manos alejadas de la Xbox de Miguel.
—¡Dije bien! —Sólo pasaron unos meses desde que me fui, pero Jules
parece años mayor.
Laura interviene. Sus voces se desvanecen con un portazo y luego el
retumbar del motor de un auto.
—Milo, ¿qué está pasando? ¿Estás bien? ¿Dónde están chicos?
Resoplo. Con el codo contra la ventana, apoyo la cabeza en la mano.
—Los extraño chicos.
Está en silencio por un par de segundos.
—Nosotros también los extrañamos. —Más silencio—. ¿Qué ocurre?
—Nada, manito. —No puedo decírselo. Sólo se preocupará—. Sólo estoy
reportándome.
—Estás mintiendo. Puedo decirlo.
—No, ese, tengo resaca.
—¿Dónde estás? No apareció nada en el identificador de llamadas.
—No puedo decirte eso.
Todo lo que escucho es el leve zumbido probablemente causado por la
ventanilla abierta de su auto. 153

—Yo solo... Lamento haberme ido como lo hice. Mercy estaba en


problemas y no supe qué más hacer.
—Laura y Chris creen que se escaparon para estar juntos. Laura ha sido
un desastre. Se culpa por no aceptarlos mejor a ustedes dos, ya sabes, como
pareja o lo que sea.
—Probablemente sea mejor dejarla pensar eso. —Mejor a que sepa la
verdad.
—Recibí tu carta de Damian. Sé que huyeron, pero no sé por qué. ¿Tuvo
algo que ver con su papá? Nadie puede encontrar al hombre, así que Laura
también se siente como una mierda por eso. Supongo que el tipo se asustó o
algo así y se fue sin decir palabra.
Suspiro larga y profundamente.
—¿Están teniendo un buen verano?
—Milo…
—¿Jules estaba jugando béisbol como habló?
—¡Emilio! Deja de mentirme. Dime qué carajos está pasando. Sebastian y
Omar siempre pasan conduciendo. ¿Papá está en problemas? ¿Estás de
regreso en los Saints?
Me froto los ojos y sólo intensifica el incesante palpitar en mi cráneo.
—Esteban está bien. Sebastian y Omar los están vigilando a ti y a Jules.
—¿Y tú? ¿Estás en algo? ¿Es por lo que nos están vigilando?
—Me tengo que ir. Dile a Jules que lo extraño.
—Milo, espera…
Cuelgo antes de cometer un desliz y contarle demasiado. Me duele el
pecho por la pérdida de mis hermanos y de Mercy. Esto tiene que terminar. No
sé cuánto tiempo más podré seguir así, pero no me iré de México sin ella.

Mercy
Ya pasaron días desde que vi a papá salir de mi habitación con la promesa
de pensar en mi propuesta. En aquellos días, me ocupé de las mismas rutinas
de hace años: leer, dibujar y soñar despierta sobre la vida fuera de estos
muros. Los sueños ya no son pensamientos ficticios surgidos de la fantasía, 154
sino recuerdos de una vida a la que tengo toda la intención de volver.
Cada atardecer trae una renovada ira. Saber que estas noches podría
haberlas pasado acurrucada en la cama con Milo en lugar de sola y
preocupándome por él me dejó desesperada y rogando por el amanecer. Cada
nuevo día llega con más resolución, y aunque todavía no sé cómo lograrlo,
estoy segura de que es mi destino terminar lo que aquí comenzó.
Estoy acurrucada de costado, viendo ciegamente los estantes de libros que
memoricé de principio a fin. Las palabras, las historias y las imágenes que
debía estudiar, ahora las veo como lo que realmente son: instrumentos de
influencia utilizados únicamente para mi lavado de cerebro.
No me inmuto cuando, uno por uno, los cerrojos de la puerta hacen clic
para abrirse, y no le dedico una mirada a la chica que entra, trayendo una
bandeja de comida. Se acerca a la mesa, coloca mi comida allí como lo hace
tres veces al día y no habla.
—Gracias —digo y me siento a comer aunque mi apetito es inexistente.
Hace una reverencia y retrocede hacia la puerta.
—Espera. —Me giro para observarla y deja de moverse pero no me ve a los
ojos—. ¿Te importaría compartir esta comida conmigo?
Sacude la cabeza y se acerca más a la puerta.
—Por favor. —Me acerco a la comida para ver que, igual que las demás
desde que regresé, es mucho más sustanciosa que cuando era más joven—.
Hay suficiente para dos.
Sus ojos se mueven nerviosamente.
—No puedo…
—Me siento sola, por favor. Le diré a papá que te obligué. Le diré que
amenacé con lastimarte si te ibas.
Su rápida inhalación de aire me dice que me ve más poderosa de lo que
realmente soy. Parece que no soy la única a la que papá le lavó el cerebro.
—Por favor, perdóname... —Por lo que me veo obligada a hacer.
Se acerca.
—Tal vez unos pocos minutos no harían daño.
Reorganiza algunas cosas en mi tocador mientras me siento a comer
huevos fritos con jamón, tortillas y rodajas de naranja. Mantiene su espalda 155
hacia mí mientras quita y vuelve a colgar mis vestidos y batas.
—¿Cuanto tiempo llevas aquí? —Mordisqueo una tortilla.
Sus manos se congelan sobre una bata blanca de ceremonia antes de
volver a levantarse.
—Mucho tiempo. —Mantiene la voz suave y me pregunto si papá le habrá
ordenado que no se comunique conmigo.
—¿Recuerdas cuántos años tenías…
—Por favor. —Su barbilla cae a su pecho hasta el punto de que su cabeza
prácticamente desaparece de mi vista—. Ya dije demasiado.
—Mmm. —Mastico y trago un par de bocados de huevos antes de adoptar
una táctica diferente—. No recuerdo haber venido aquí. Creo que me criaron
aquí desde la infancia. —Le doy otro mordisco, esperando que parezca casual
mientras mis entrañas saltan de nervios—. Me fui por poco más de un año.
Lo que dije captó su atención y me miró por el rabillo del ojo.
—Me preguntaba si alguna vez habías estado afuera.
Asiente.
—He estado afuera. —Cuelga una bata—. Pero no muy frecuentemente.
—Puedo ver eso. —Asiento hacia su pálido brazo blanco—. Estás
empezando a parecerte a mí.
No sonríe.
—¿Estás segura de que no tienes hambre?
—No podría tomar la comida destinada a ti. —Sin nada más que
reorganizar, se mueve hacia la estantería, manteniéndome de espaldas a mí.
—¿Te gusta leer?
—No leo. Nunca aprendí a hacerlo.
La objetiva forma en que habla sobre cómo la trataron, cómo la privaron
de cualquier tipo de educación cuando a mí al menos me la dieron, me hace
tener un sentimiento de culpa en el pecho. La observo de cerca mientras se
mueve por la habitación. Su descolorido vestido verde no tiene forma en su
esbelta figura, y sus tacones cuelgan de la parte trasera de unas gastadas
zapatillas. Su cabello castaño es largo y fibroso y parece que necesitaría un
lavado, y su piel parece que debería ser naturalmente más oscura de lo que es.
Todas las veces que pensé en este lugar, sintiéndome como si hubieran
abusado de mí, y sólo ahora me doy cuenta de que había otros aquí que fueron
tratados mucho peor. Aparto la comida y me ahogo con el peso de la vergüenza. 156
—¿Terminaste? —Mantiene la cabeza inclinada.
Ya no deseo la compañía.
—Si, gracias. —Se apresura a retirar la bandeja de comida y, cuando sus
delgados dedos agarran los bordes, le pregunto:
—¿Cómo te llamas?
Sus ojos finalmente se encuentran con los míos, y parecen muertos por
dentro.
—Todos me llaman niña.
El nudo en mi garganta se espesa, no de tristeza sino de furia.
—Eres mucho más que una simple niña.
Su rostro se ilumina como si nunca lo hubieran hecho un cumplido. Me
doy cuenta de que no soy un ángel, que no tengo poderes sobrenaturales, pero
no significa que no pueda marcar una diferencia en la vida de una persona.
Me levanto de la silla y ella retrocede. Me acerco lentamente para no
asustarla. Me inclino para ver su rostro más de cerca. Sus labios son carnosos
pero secos, sus mejillas hundidas y sus ojos son del color del chocolate opaco
pero carecen del brillo de una vida bien vivida.
—¿Puedo mostrarte algo?
Su mirada se dirige a la puerta y, en lugar de darle tiempo a responder,
me acerco a la estantería. Saco el libro apropiado y hojeo las páginas mientras
camino de regreso a la mesa.
Encuentro lo que estoy buscando con bastante facilidad y abro las
páginas para señalar la imagen.
—Te pareces mucho a Santa Philomena.
La chica ve para estudiar la página, sus pies la acercan distraídamente.
—Era joven y muy hermosa, como tú.
Un destello de color sube por las mejillas de la muchacha.
—Era una princesa griega que hizo voto de celibato, una promesa a Dios
de permanecer pura durante toda su vida. —Dejo de hablar y veo mientras
estudia la página, sus manos todavía agarran firmemente la bandeja de comida
mientras sus ojos se mueven rápidamente sobre las palabras a pesar de que no
puede comprender lo que dicen. 157
—No es nada... —Se aclara la garganta y la tristeza se desprende de cada
palabra que pronuncia—. Nada como yo.
Miro las páginas, apenas puedo distinguir las palabras desde esta
distancia, pero no importa. Recuerdo la trágica historia. La leí muchas veces
mientras estaba confinada en esta habitación, y sus inquietantes detalles se
me quedaron grabados.
—Tenía trece años cuando un emperador romano se enamoró de ella.
Esos ojos muertos suyos permanecen fijos en el libro.
—Lo rechazó y por eso él la torturó.
—¿La torturó? —susurra.
—La azotaron, le dispararon flechas, incluso le ataron un ancla y se
ahogó, pero después de cada ataque, los ángeles acudían en su ayuda y la
sanaban.
—¿Entonces vivió?
—No. Finalmente el emperador hizo que la decapitaran.
Su rostro se arruga y retrocede unos pasos.
—Es una historia terrible.
Paso la mano por las suaves y desgastadas páginas, pensando en las
muchas veces que leí las mismas historias una y otra vez, todas sobre fuerza,
sacrificio y honor. Me trajeron paz hasta que pude encontrar la mía.
—Philomena mostró una inquebrantable fuerza frente al insondable mal.
Fácilmente podría haber roto sus votos y pedirles que le perdonaran la vida,
pero se mantuvo firme. —Fijo mis ojos en ella—. Un día serás libre de todo
esto, Philomena.
Se estremece cuando la llamo así, pero sus hombros se enderezan y se
vuelve más alta.
—Eres valiente, perseverarás y tu recompensa será tu libertad.
—¿Y si no lo hago? ¿Si en lugar de eso muero, como la mujer de la
historia?
—Entonces morirás con honor, y aun así, en la muerte obtendrás tu
libertad...
La puerta se abre y asusta tanto a Philomena que deja caer la bandeja de
comida y la sigue rápidamente para limpiar.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz de papá es áspera y llena de
158
reprimenda.
Cierro el libro mientras la chica tropieza disculpándose. Me agacho y
ayudo a recoger los trozos de mi comida, que en su mayoría no me comí.
—Lo siento señor. Sólo estaba aquí para recoger los platos. Me estaba
yendo. —Sus manos se mueven frenéticamente y quedan ocultas a los ojos de
papá.
Agarro una y lo sostengo con firmeza y luego susurro:
—Fuerza, hermana mía.
Ella respira con dificultad y parece calmarse antes de ponerse de pie y
salir corriendo por la puerta.
—¡Niña!
Me estremezco por la forma en que dice su nombre como si fuera un
objeto y no un valioso ser humano que respira.
—Dame tus llaves.
Ella reorganiza la bandeja en sus brazos para entregarle las llaves, luego
pasa junto a él y sale por la puerta. La cierra y se vuelve hacia mí.
—Perdóname, papá. —Dejo caer la barbilla, me arrodillo e inclino la
cabeza hasta que mi frente queda suspendida sobre el suelo, aunque necesito
todas mis fuerzas para hacerlo—. Estaba sola. Sólo quería alguien con quien
hablar.
No me responde, pero el ruido de sus pasos se acerca. Pienso en
Philomena y rezo para demostrar su fuerza. El chirrido de las patas de la silla
sobre las baldosas suena justo antes de que la madera cruja, lo que indica que
se sentó cerca de la mesa.
—Pensé en tu oferta y decidí ampliar tus privilegios siempre que aceptes
trabajar conmigo de buena gana.
Podría llorar por la oleada de emoción y victoria que inunda mis venas,
pero en lugar de eso me hundo a sus pies.
—Gracias, papá.
—Aun tienes prohibido salir y tu puerta permanecerá cerrada, pero te
permitiré comer en el comedor.
—Me gustaría tener compañía para mis comidas.
—¿Disculpa? —No está haciendo una pregunta real. La ofensa pesa
mucho en su tono.
Sigo de todos modos porque debo hacerlo. 159
—La chica. ¿Puedo compartir comidas con ella?
—No, absolutamente no.
Me pongo de rodillas y pienso en cómo redactar mi siguiente frase con
suavidad y respeto.
—Me volveré loca sin interacción y, para curarme, necesito estar tranquila
y en control. —Cuando no comenta, continúo—. Sería lo mejor para nuestros
mutuos objetivos si no estuviera constantemente al borde de la cordura.
—Bien —gruñe—. Pero sólo una comida al día, y no si está en medio de
sus deberes.
¿Qué tipo de deberes?
Se levanta rápidamente y camina hacia la puerta. Asumo que se irá hasta
que me hace señas para que lo siga.
—Vamos. Te mostraré el comedor.
Tan tranquilamente como puedo, me pongo de pie. La pequeña victoria
puede parecer insignificante, pero si logré usar mi influencia para convencer a
papá de esto, es posible que pueda convencerlo de más.
Volveré a casa contigo, Milo. Al final estaremos juntos de nuevo.

160
17
Mercy

S
algo de mi habitación y al pasillo que recuerdo cuando papá me
trajo aquí hace días. La luz es tenue, las paredes pintadas de un
rojo intenso y el aire está estancado como si no hubiera salida al
aire fresco.
—¿Vienes? —La voz de papá es suave. La diferencia llama mi atención
mientras me quedo congelada en la puerta abierta.
Este paso es la diferencia entre cautiverio y libertad. Cuantas veces lloré y
soñé con poder salir de aquí por mi propia voluntad. Cuantas veces anhelé
pasar por esa puerta y seguir caminando.
—¡Ángel!
Me sobresalto ante la firme orden de papá y corro a su lado. Caminamos
por el pasillo que tiene algunas puertas cerradas, cada una con múltiples
cerraduras. Me pregunto qué podría haber detrás de cada una, o mejor dicho,
quién.
A los demás les gustas.
Las palabras de Philomena regresan rápidamente y hacen que mis pies
vacilen frente a una de las muchas puertas.
—¿Qué hay detrás de esas puertas? 161

Fija su mirada en la puerta frente a mí.


—Nada de lo que debas preocuparte. —Continúa por el pasillo y no tengo
más remedio que seguirlo.
—¿Dónde duermes tú?
Sus pies se detienen de golpe y se gira para verme.
—Olvidas tu lugar, Ángel. Te estoy permitiendo esta pizca de libertad, pero
no significa que seas libre. No somos iguales, no puedes hacer preguntas. ¿Se
entiende eso? —Cuando no respondo de inmediato, espeta:
—¡Se entiende!
Inclino la cabeza en falsa sumisión.
—Sí, papá. Perdóname.
Me agarra del codo y me arrastra hasta el final del pasillo, donde abre una
puerta que conduce a otra puerta cerrada. Me pregunto por qué tomó tales
precauciones para mantenerme encerrada. Me viene a la mente la malvada
sonrisa de Mikkel. Se le permitía acceder libremente a mí, pero siempre sentí la
incomodidad de papá. Quiero preguntar, pero temo que al hacerlo pierda el
pequeño privilegio que logré obtener.
—Aquí es donde se te permitirá comer. —Señala una gran habitación con
una mesa y sillas; con un comedor, ahora lo sé después de mi breve tiempo en
el mundo. Esteban tenía uno grande en el que María organizaba cenas
privadas, de esas a las que a mí nunca me invitaban—. Vamos.
Lo sigo por otra puerta que conduce a una gran cocina. El olor a comida
cocinada flota en el aire y me pregunto cuántas personas viven y trabajan en
esta propiedad. No hay ventanas en ninguna de las habitaciones y, aunque el
espacio parece habitado, no hay ni una sola alma alrededor. Me pregunto si
papá lo planeó de esa manera para asegurarse de que comprenda que mi
libertad de estar en el comedor no curará mi soledad y dependencia de él. La
ilusión de libertad es peor que ninguna libertad porque me hace tener
esperanza en cosas que nunca podrán ser.
Se pone delante de mí con los brazos cruzados.
—Aquí es donde comenzaremos.
Asiento y camino por el espacio. Paso la mano por las elegantes encimeras
de azulejos y me detengo cuando veo una colección de cuchillos cerca del
fregadero. Casualmente, muevo la cabeza hacia atrás para estudiar el techo y
162
vislumbrar a papá observando todo lo que hago, sin importar cuán minuciosa
sea.
—Tengo hambre.
—Bueno, entonces deberías haber desayunado.
—Sí tienes razón. Mi estómago no ha estado bien desde... —Dejo que las
palabras se apaguen, sabiendo que entenderá mi significado. La noche en que
me encontró segundos antes de que fuera brutalmente violada.
Sus cejas se juntan y parece pensar en algo antes de dirigirse al gran
refrigerador. De espaldas a mí, tomo un cuchillo y lo escondo detrás de mi
espalda. Se da la vuelta con un par de bolsas de plástico en la mano. La
imagen es extraña. El simple hecho de preparar un refrigerio lo hace parecer
más humano de lo que lo había visto antes.
—Es posible que te lleve algún tiempo recuperar las fuerzas y el apetito
después de todo lo que pasó. —Saca un poco de carne y queso de las bolsas y
los coloca sobre una toalla de papel antes de envolverlos en un paquete—.
Puedes llevarte esto a tu habitación.
Un timbre sale de su bolsillo y lo alcanza mientras me sacude el bocadillo
con impaciencia. Agarro la comida, esperando que no se dé cuenta de que mi
mano izquierda todavía está segura detrás de mi cuerpo.
Responde su teléfono en español. Sus ojos se abren y se dirigen a una
puerta en el otro extremo de la habitación mientras habla sobre la necesidad
de estar en algún lugar. No puedo distinguir los detalles exactos, sólo la
urgencia.
Ve desde su teléfono hacia mí.
—¿Crees que podrás encontrar el camino de regreso?
—Sí, papá.
—Bien. —Lanza un brazo hacia la puerta por la que entramos—. Ve
rápido. No te detengas, ve directo a tu habitación y enciérrate dentro. Enviaré a
alguien para que cierre la puerta. —Presiona el teléfono contra su oreja—. Sí.
—Me mira y luego señala con la barbilla hacia la puerta—. No me decepciones.
Otro feroz movimiento de su barbilla y salto, rodeándolo y juntando el
cuchillo en mi estómago para envolverlo en la holgura de mi vestido blanco. Mi
corazón late con fuerza al imaginar cómo respondería si me sorprendiera
llevando un cuchillo. Ni siquiera sé qué haré con él, pero tenerlo cerca me da
esperanzas de tener una oportunidad de salir de aquí.
Camino a través de la serie de puertas abiertas hasta que llego a la
163
entrada del largo pasillo que alberga mi habitación. Paso silenciosamente por
cada puerta, esforzándome por escuchar, buscando cualquier señal de vida. En
un momento me detengo, y después de asegurarme de que estoy sola, meto mi
cuchillo robado en la cintura de mi ropa interior antes de presionar mi oreja
contra la sólida madera. Toco dos veces con los nudillos. Cuando no hay
respuesta, vuelvo a tocar. Nada. Agarro la manija y la giro, pero está cerrada.
Un almacén tal vez.
Miro detrás de mí y me muevo hacia otra puerta al otro lado del pasillo.
Papá podría aparecer en cualquier momento, y si me atrapa, nunca volverá a
confiar en mí para salir de mi habitación. La adrenalina inunda mis venas
cuando considero todo lo que estoy arriesgando, pero presiono mi oreja contra
la puerta de todos modos. Toco, pero igual que la anterior, no hay respuesta.
¿Por qué todas estas están puertas cerradas si no hay nadie?
—¿Hola? —Una suave voz viene del otro lado.
Me tambaleo hacia adelante con las palmas presionadas contra la madera
mientras un miedo helado inunda mis venas.
—Hola, ¿hay alguien ahí?
Los segundos pasan sin ruido. Busco frenéticamente por el pasillo,
esperando más allá de toda esperanza que papá no aparezca.
—Por favor háblame. —Presiono mi oreja contra la madera—. Dime tu
nombre.
Se oye un roce contra la puerta y el pulso me late en el cuello. Quien esté
al otro lado también queda presionado contra la madera.
—Me llamo... —La última palabra se desvanece en la vocecita.
Un niño.
Presiono mi palma sobre mi otra oreja y me esfuerzo por escuchar.
—¿Cuál es? No puedo oírte.
—Me llamo Ángel…
—¡No deberías estar aquí! —La voz resuena desde el final del pasillo, pero
no puedo moverme.
Ángel.
Como yo.
Un firme agarre me agarra la parte superior del brazo y me arrastra por el
pasillo. No siento nada excepto el llanto de mi alma por el niño detrás de esa
puerta. 164
Cuando me arrojan a mi habitación, es sólo entonces que veo los furiosos
ojos de papá. Su mirada marrón brilla con rabia apenas contenida mientras
levanta la mano. Me muevo para cubrirme la cara, pero no soy suficientemente
rápido. El golpe me envía con fuerza al suelo. Gimo cuando un agudo dolor me
atraviesa el muslo. El cuchillo me cortó la carne con la fuerza de mi caída.
—¡Confié en ti!
Levanto una mano, esperando que amortigüe el siguiente golpe.
—Perdóname. Me pareció oír una voz. Lo siento, papá. —Las lágrimas
brotan de mis ojos mientras anticipo otro golpe y trato de pensar rápido—. No
había nadie allí, lo prometo. Simplemente lo imaginé.
—¡Eres una chica tonta!
—Sí. —Inhalo y me ahogo con las lágrimas—. Lo soy, papá. Perdóname
por favor.
—No se puede confiar en ti. Fuiste contaminada por el mundo exterior.
¡Eres inútil para mí!
—¡No! No lo soy, todavía puedo ayudarte, por favor. —Mantengo una mano
en mi muslo, presionando hacia abajo, mientras me pongo de rodillas. Presiono
mi cara contra el suelo—. Cometí un error…
—No puedes seguir instrucciones simples.
—Por favor, dame otra oportunidad. —Siento la humedad entre el muslo y
el torso, y el cuchillo se liberó y descansa contra mi estómago. Si me obliga a
ponerme de pie, me verá sangrando. Encontrará el cuchillo.
—Ángel, eres mi orgullo, pero continúas decepcionándome.
—Lo sé, lo siento.
—¿Te gustaría que te lleve de regreso con los hombres de los que te salvé?
Sollozo en el frío suelo y sacudo la cabeza.
—Por favor no. Perdóname.
—Tu voluntad es demasiado fuerte ahora. Debes estar destrozada. —
Suenan sus pasos.
Temo que vaya a ponerme de pie cuando en lugar de eso escucho el
portazo seguido del clic de las cerraduras. Con cautela, miro y descubro que
estoy sola. Mi cuerpo se siente abrumado por el alivio y caigo al suelo como un
peso muerto. Palmeo el cuchillo.
¿Romperme? Me gustaría verlo intentándolo.
165

Milo
—Sancho necesita que te encuentres con él en…
—No iré. —Me meto un bocado de carnitas en la boca.
Dejé de comer en mi habitación desde que perdí a Mercy. No soporto los
constantes recordatorios. Todo lo que hay allí lleva su esencia, y nunca la
encontraré si todo lo que quiero hacer es acurrucarme y morir.
Esteban le da a María una mirada que la hace alejarse de los platos en el
fregadero y dejarnos solos en la cocina. Una vez que está seguro de que se fue,
toma asiento a mi lado y apoya los pies en la mesa cerca de mi plato,
cruzándolos a la altura de los tobillos.
Idiota.
—Te encontrarás con Sancho como te dije, o te irás de mi casa a la
mierda.
Termino de masticar mi comida y dejo caer el tenedor, luego me recuesto y
miro al hombre. Está vestido, recién duchado y afeitado, probablemente
saliendo a pasar una noche de bebidas y de Dios sabe qué más, mientras sus
hombres y yo arriesgamos nuestras vidas y nuestra libertad por él.
—No puedo esta noche. —Hay luna llena—. Tengo un lugar donde estar.
—Llevas semanas arruinando el negocio. Lo estuve dejando pasar, pero no
esta noche. Si no apareces, te consideraré un desertor y les diré a los guardias
que no eres bienvenido aquí. Entonces, ¿a dónde irás?
—No tendré que preocuparme por eso porque te asegurarás de que esté
muerto antes del amanecer. —Nadie sale del LS a menos que lo haga en una
bolsa para cadáveres.
La comisura de su boca se levanta.
—Rápido aprendiz.
—¿Cuándo y dónde? —Tengo que hacerlo o hará que me maten y nunca
llegaré al lugar de recogida donde, con suerte, me llevarán a Mercy.
—En Las Pulgas. A la medianoche.
¡Mierda! Agarro mi plato y lo llevo al fregadero como excusa para esconder
mi cara porque no puedo dejar que vea que no hay ninguna puta manera de
que esté allí.
—Entiendo. 166
—Sabes lo que pasará si no lo haces. ¿Comprendes, cabrón?
Fijo mis ojos en él y asiento. Seré hombre muerto.
Parece satisfecho y se levanta para irse mientras estoy atrapado tal o cual
juego...
Seguir ese ejemplo que puede conseguirme o no a Mercy y luego tener que
huir por el resto de mi vida.
O.
Seguir las órdenes de Esteban y perder la oportunidad de encontrar a
Mercy pero al menos seguir con vida para otra oportunidad.
Mierda.

*
Observo las velas que rodean la estatua de la Virgen María aquí en el
lugar de oración personal de Mercy. Esperaba que venir aquí me hiciera sentir
conectado con ella de alguna manera, que trajera paz a mis entrañas en
guerra, pero mientras las velas parpadean en la oscuridad, no siento nada más
que arrepentimiento.
Debería haber escuchado.
Debería haber estado más preocupado por consolarla que por arreglar lo
que estaba roto dentro de ella. Pasé horas repasando las mejores formas en
que podría haber manejado a Mikkel. Tenía que haber una manera de
protegerla sin involucrarla en la LS, sin traerla a México. No puedo cambiar la
historia, pero estoy seguro de que puedo hacer las cosas bien para ella.
La mochila que llevo sobre los hombros tira con fuerza por el peso de
nuestras pertenencias combinadas: algo de ropa, todo el dinero que pude
conseguir y agua para mantenernos durante un día más o menos.
Cierro los ojos y levanto la cabeza hacia el cielo.
—Madre Bendita, si alguna vez te necesité, es ahora. Dondequiera que
esté, mantenla a salvo. Protégela hasta que pueda llegar hasta ella, por favor.
No puedo soportar una vida sin saber si está viva y a salvo. Guíame a
respuestas, muéstrame dónde está. Te prometo que...
—¿Emilio?
Me giro cuando María se acerca a mí. Lleva lo que parece un pijama con
un abrigo de punto alrededor de los hombros y el cabello recogido hacia atrás.
Sus ojos lucen hinchados y cansados. 167

—Pensé que podrías ser tú —dice en español.


—¿Te desperté?
—No, no podía dormir. —Sus ojos se dirigen hacia el altar de oración de
Mercy—. Sigo esperando ver y encontrarla aquí. Cuando vi a alguien parado
aquí, pensé que tal vez...
—Lo lamento.
—No lo hagas. De todos modos, es una ilusión. —Me mira por un
momento, observando mi sudadera negra con capucha y mi mochila. Lo que no
puede ver son los nueve mil a mis costados.
—¿Vas a algún lugar?
—A hacer un trabajo para Esteban esta noche, es todo.
Entrecierra los ojos y, para evitar delatarme, vuelvo a estudiar las velas.
—Bien entonces. —Se arrodilla y alcanza una de las velas. Un encendedor
naranja que no recuerdo haber visto antes está sobre una roca cerca de la
estatua, y María lo usa para encender la vela—. Deberíamos orar.
Cuando vuelve a dejar la vela, reconozco que no es una de las cuatro que
Mercy tenía aquí originalmente.
—¿De quién es?
—De San Antonio. He estado viniendo aquí todas las noches, orando por
su intercesión en nuestro nombre. —Entrelaza los dedos en posición de oración
en su pecho y cierra los ojos, murmurando una sincera oración en español,
pero habla demasiado bajo para que la escuche—. Amén. —Sus manos caen
sobre su regazo, pero permanece arrodillada frente al santuario.
—¿Quién es? San Antonio. ¿De qué es el santo patrón?
Me mira y la parpadeante luz de la vela proyecta sombras en su rostro que
la hacen parecer siniestra.
—De las causas perdidas.
Mi corazón late y mi garganta se hincha cuando me doy cuenta de que
María sabe que me iré esta noche para encontrar a Mercy y que hay muchas
posibilidades de que no regrese. Cierro los ojos y digo mi propia oración, una
oración de orientación, de protección y de éxito. Cuando escucho las hojas
muertas crujir bajo los pies de María, abro los ojos y la encuentro de pie con
una suave expresión.
—Ten cuidado. —Señala al cielo—. Hay luna llena.
168
—Lo tendré.
—Que la paz esté contigo.
—Y también contigo.
Aprieta mi brazo y se aleja, dejando encendida la pequeña vela. No sé
cuánto tiempo más me quedaré allí, pero finalmente me obligo a alejarme hacia
el garaje subterráneo. Marco el código de cinco dígitos que abre la puerta y
corro hacia El Camino.
Piso el acelerador y salgo por las vigiladas puertas como lo haría cualquier
otra noche trabajando para Esteban. Giro a la derecha y voy hacia el lugar de
las coordenadas. El viento silba a través de las ventanas, haciendo que mis
oídos zumben de una manera que coincide con el sonido de mis venas. Repaso
los posibles resultados de esta noche y cómo responderé a cada uno, pero cada
vez que me imagino teniendo a Mercy en mis brazos nuevamente, pierdo todo
sentido de planificación y me imagino echándola sobre mi hombro y corriendo
tan lejos como pueda. Pensar más allá de eso es difícil. Decido hacer lo que sea
necesario para liberarla y afrontar las consecuencias más tarde.

169
18
Milo

M
enos de una hora después de salir de casa de Esteban, me
detengo en el mismo lugar cerca del río Tijuana. Esta noche es
diferente a las demás, ya que un puñado de autos ya están
esperando. Me estaciono, pero no salgo y observo cómo la gente en los otros
autos hace lo mismo. Son tan cautelosos como yo, nerviosos por lo que
pagaron y por el misterio detrás.
Miro mi reloj y veo que es casi la medianoche. Probablemente Sancho esté
llegando al punto de encuentro en Las Pulgas. Sonrío cuando imagino su
respuesta ante mi no aparición, lo que demuestra lo jodidamente perdida que
está mi cabeza en este momento. Ningún hombre debería sonreír ante la
perspectiva de su propio brutal asesinato.
La noche avanza a medida que la luna se eleva. La adrenalina y la
anticipación de obtener nueva información sobre Mercy hacen que mis rodillas
salten y mis dedos tamborileen contra el volante.
A lo lejos, dos faros brillan cuando un vehículo se acerca. Al principio creo
que es otro cliente potencial, pero a medida que me acerco veo que es una
camioneta. Una negra camioneta sin ventanas.
Tomando eso como mi señal para salir y hacer acto de presencia, empujo
mi mochila en el asiento trasero y me aseguro de que las dos pistolas 170
enfundadas en mis costillas todavía estén en su lugar antes de salir del auto.
Otras personas siguen mi ejemplo hasta que un grupo de siete estamos
parados en grupo donde la camioneta se detiene y estaciona.
Un hombre sale y nos ve.
—Siete. —Parece satisfecho de que seamos siete y abre la parte trasera de
la camioneta—. Dejen sus billeteras y teléfonos aquí. Si los encontramos, no
los recuperarán —dice en español.
Algunas personas regresan corriendo a sus autos para dejar sus cosas. No
traje el mío porque no necesito que estos imbéciles sepan quién soy o puedan
cazarme. Nos introducen dentro del pequeño espacio como ganado. Hay cinco
hombres, incluyéndome, y dos mujeres que se toman de la mano. Debieron
haberse unido.
La parte trasera de la camioneta está cargada, pero afortunadamente tiene
aire acondicionado, así que puedo usar mi sudadera sin despertar sospechas.
El hombre que conduce se disculpa a medias por el viaje y señala las botellas
de agua apiladas en la esquina, luego cierra las puertas y les pone con seguro.
Estoy alerta y trato de seguir la dirección en la que nos dirigimos, pero
mientras conducimos, tengo la sensación de que el chofer recibió instrucciones
de tomar giros y de vueltas para confundirnos.
Uno de los hombres, un tipo mayor de unos sesenta años que parece tener
algo de dinero, a juzgar por su bonita ropa, su reloj y su gran arete de
diamantes, habla primero.
—¿Para qué están todos aquí?
Responde la mujer que tiene el brazo sobre la otra señora.
—Mi hermana está enferma. Nos dijeron que el ángel podía curarla. ¿Qué
pasa con ustedes?
—Espero que pueda ayudarme a recuperar el dinero que me deben y
maldecir a quienes me robaron. —Debe sentir mi mirada de incredulidad—. Yo
no realmente. Tengo un amigo que se encontró con el ángel y funcionó.
También estaba enfermo, pero ella lo sanó. Ahora está casado con una chica
que le dobla la edad. —Se ríe con una carcajada gutural.
La imagen de Mercy, de mi Mercy, poniendo sus manos sobre este
hombre, presionando su cuerpo contra el suyo como hizo con el mío esa noche
en Los Ángeles cuando intentaba ―curarme‖ me hace querer destrozarlo con
mis propias manos. Respiro profundamente, concentrándome en el hecho de 171
que todos aquí mencionan a un ángel. ¿Cuántas otras mujeres albinas podría
haber en México? Tienen que estar hablando de Mercy.
—¿Hace cuánto tiempo? —Pregunto.
Se encoge de hombros desde su posición encorvada en el acolchado
asiento frente a mí.
—Unos meses, tal vez seis.
No tiene sentido. Mercy estuvo a salvo conmigo hace seis meses, lo que
significa que hay alguien más. Un fuerte sentimiento de derrota se apodera de
mí y me inclino con la cabeza entre las manos, diciéndome que no me rendiré.
Al menos ahora sabré dónde la mantuvieron. Después de esto, podré volver a
Los Ángeles y contarle a Laura lo que sé.
Entonces saldré huyendo, porque después de esta noche, el LS buscará
mi sangre.
Mercy
Hay más. Más como yo: niños enjaulados y utilizados.
Camino por mi dormitorio. El dolor en mi mandíbula causado por la mano
de papá desapareció con la descarga de adrenalina. Envolví la pequeña herida
en mi muslo con sábanas rotas y un pensamiento late en mi mente.
Tengo que salvarlos.
Todo este tiempo deseé no haber abandonado nunca la seguridad de los
brazos de Milo, los protectores muros de la finca, pero tengo un propósito
mayor.
—Es mi destino —susurro mientras siento el duro cuchillo atado a mi
vientre con una tira de las sábanas—. Me llamaron para salvarlos.
Mis pensamientos dan vueltas, se dispersan y se reforman como si me
hubiera vuelto loca, y lucho por aferrarme a cada pizca de cordura que me
queda. Necesito mantener la cabeza lúcida si voy a idear un plan.
Mi mirada se dirige al respiradero sobre la puerta y a la gran estantería
que esconde una secreta puerta que conduce al santuario. Vagos recuerdos de
personas entrando por una puerta abierta en el santuario asaltan mi mente.
Seguramente esa puerta conduce a la salida... a dónde, no tengo idea.
Corro hacia la estantería y deslizo mis dedos a lo largo de la unión donde
la madera se une a la pared. Excavo con las yemas de los dedos, con las uñas. 172
Saco el cuchillo, meto la punta en el hueco e intento hacer palanca para
abrirla, pero es inútil.
Los confusos recuerdos entran y salen como la marea en la playa. Antes
de que pueda agarrar uno el tiempo suficiente para obtener información, sale
corriendo de nuevo, dejándome persiguiéndolo pero sin captar un recuerdo.
Envaino mi cuchillo y me dirijo a la puerta que da al pequeño patio de paredes
altas. Hay tantas cerraduras, tanto de llave como táctiles, que ni siquiera
sabría por dónde empezar. Y si lograra salir, ¿a dónde iría?
Sin muchas más opciones, me dejo caer en la cama, desanimada y
enojada por haber sido atrapada tratando de comunicarme con el niño que está
unas puertas más abajo. Si no me hubieran atrapado, papá todavía confiaría
en mí e incluso podría dejarme volver a salir, pero esas oportunidades ya no
existen.
Me dejo caer en la cama y me pongo de lado.
—Mi última esperanza... —es una ceremonia.
Tengo que encontrar una manera para que papá me permita la
oportunidad de reunirme con gente, entonces tal vez, de alguna manera, pueda
enviarles un mensaje. Pero las posibilidades de que algún día me permitan
entrar al santuario después de lo que hice son poco probables.
Presiono mi mejilla contra la almohada y hago una mueca por el dolor en
mi mandíbula. Nunca me había levantado la mano en el pasado. Nunca le di
una razón para hacerlo.
Pasan las horas y no importa lo que intente hacer para que el tiempo pase
más rápido, no funciona. Mi cena nunca llega y me pregunto si pasar hambre
es parte del plan de papá para doblegarme. Con cada gruñido de mi estómago,
la habitación se vuelve más y más oscura. Sigo viendo la pared al otro lado de
la habitación, pensando en Milo.
Por primera vez desde que regresé aquí, siento que es poco probable que
vuelva a verlo.
Mis párpados se cierran mientras el sueño me atrae con promesas de
alivio del dolor de mi corazón. Sueño que estoy al sol con el cuerpo de Milo
envuelto a mi alrededor, pero no siento ninguna quemadura. Ni calor. Sólo a él.
Pasa sus dedos por mi cabello, sonríe y me dice que estaré bien. Le ruego que
no se vaya y...
—Ángel, despierta.
173
La voz me saca de mi sueño. Sorprendida, me siento en la cama. Busco el
cuchillo debajo de mi bata y encuentro consuelo al saber que todavía está
oculto allí.
Papá se chupa los dientes mientras me estudia.
—Te ves mejor. —Toma mi barbilla con brusquedad y tira de mi cara de
un lado a otro, inspeccionándola.
Hago una mueca cuando sus dedos se clavan en mi dolorida mandíbula.
No he visto, pero seguramente habrá un desagradable moretón.
—Qué pena que me hayas hecho lastimarte así, Ángel —dice en un tono
mucho más suave que el que me despertó. Suelta mi cara con un empujón que
me habría hecho caer de nuevo sobre la cama si no estuviera preparada para
ello—. Tendrá que bastar.
No me atrevo a preguntar qué quiere decir, pero espero instrucciones en
silencio.
—Prepárate para una ceremonia.
Mi mirada se desliza hacia la suya. Mantengo mi expresión impasible para
evitar que vea mi emoción.
Con los brazos cruzados, inclina la cabeza para estudiarme más a pesar
de que está a menos de dos metros de distancia.
—Tendrás que hacerlo sola. Demostraste que no puedo confiarte a nadie:
primero entretienes a la chica en tu habitación y luego me desobedeces.
Sé que todo lo que diga en este momento estará mal, así que me quedo
callada.
Se dirige a mi armario y saca un vestido ceremonial largo y blanco, con la
espalda tan escotada que deja al descubierto la parte superior de mi trasero.
—¿Crees que podrás manejarlo?
—Sí, papá.
—Bien, ahora prepárate y volveré con el suero.
—Con el debido respeto, papá, no necesito...
—No estás en condiciones de hacer solicitudes. Usas tu voz para decir ―Sí,
papá‖ y listo, o te quedas encerrada en esta habitación para siempre. ¿Se
entiende eso?
Me inclino profundamente y apoyo la frente en el suelo, a sus pies.
—Sí, papá.
Deja escapar un apresurado gruñido y se va, no sin antes cerrar las cinco 174
cerraduras.
Es mi oportunidad.
Me baño rápidamente, me hago un apretado moño en la nuca y me aplico
aceite en el cuerpo. Me pongo la bata. Con mi espalda expuesta, ya no puedo
sujetarme el cuchillo alrededor de la cintura. Busco un nuevo lugar para
esconderlo y me conformo con la venda en mi muslo. Puedo ocultar el cuchillo
entre mis piernas, el único lugar al que sé que papá no se acercará.
Miro mi reflejo en el espejo. Aparte de las viejas heridas descoloridas y del
reciente moretón en mi mejilla, parezco tan ángel como siempre. Si alguien lo
supiera mejor, si viera con suficiente atención, notaría lo que veo brillando
detrás de mis ojos, más brillante que cualquier hueste celestial. Determinación.
Cuando estaba en California, fue fácil descubrir quién solía ser. Mi lado
angelical salió a la superficie sin que lo intentara. Cuando Jules estaba
enfermo o Milo sufría, podía convertirme en sanadora y ahora hay gente que
me necesita. Hay otros que nadie fuera de esta prisión sabe que existen, y mi
trabajo es salvarlos.
Me arrodillo, cruzo las manos en el regazo, inclino la cabeza y cierro los
ojos, concentrándome en mi respiración, buscando desesperadamente la fuerza
interior que necesitaré para hacer lo que tengo que hacer. El metal del cuchillo
se calienta entre mis muslos y hago un silencioso voto de usarlo si alguien se
interpone entre mi objetivo y yo.
—Perdóname por el pecado que estoy a punto de cometer —susurro en el
vacío de la habitación.
¿Es malo el pecado mortal cuando se utiliza para salvar la vida de otros?
¿Estoy preparada para cargar con el peso de la condenación eterna para
rescatar a alguien que ni siquiera conozco?
A medida que las preguntas pasan por mi mente, también lo hace la
contundente respuesta. Sí.
Es mi propósito. Mi destino. Como Santa Bernadette y Santa Philomena,
estoy llamada a hacer algo más grande de lo que jamás podría comprenderse
en el corazón de los hombres.
Fuertes pasos se hacen más duros fuera de mi puerta. Las cerraduras
hacen clic y la puerta se abre. Permanezco con la cabeza inclinada e imagino,
por la quietud de la persona en la puerta, que estoy siendo estudiada.
—Hermosa, mi ángel —dice papá y luego cierra la puerta.
175
Se oye el ruido de una bandeja de comida colocada sobre la mesa y luego
el tintineo de porcelana. Permanezco quieta, tan quieta que incluso mi
respiración es superficial.
Sus pies se acercan y los resortes de la cama crujen cuando se sienta a mi
lado.
—Eres impresionante.
—Gracias, papá. —Agacho la cabeza, esperando que crea que mi sumisión
es sincera.
—Vamos, es hora de beber.
Me siento erguida y fijo mis ojos en los suyos. No me pierdo el ligero salto
en su mandíbula cuando encuentra mi mirada, y me pregunto si ese salto es
por miedo. ¿Cree en sus propias mentiras, en las mentiras que les cuenta a
otros para ganarse su confianza, su fe y su dinero?
Lleva la taza a mis labios.
—Bebe.
Cierro los ojos y trago el amargo y tibio té.
—Todo.
No sé lo que me está dando. No tengo más remedio que tragarlo, pero a
diferencia del pasado, cuando me alimentaba del sentimiento de euforia que
me provocaba, esta noche pelearé con todo lo que tengo.
—Buena chica. —Lleva la taza a la mesa y ve su reloj—. Tu gente debería
estar aquí en cualquier momento. Ya no pasará mucho tiempo.
—Sí, papá.
Se agacha frente a mí, me ve a los ojos, inclina la cabeza para estudiarme
y bajo la mirada para evitar que vea mis verdaderas intenciones. Mi cabeza da
vueltas y parpadeo para concentrarme en las vetas de madera que se mueven y
bailan a mi alrededor.
¡No! ¡Combátelo!
Me lamo los labios y el calor de mi lengua se extiende como el sol sobre mi
piel hasta mis mejillas, orejas, cuello y pecho.
—¿Qué me diste? —Me balanceo sobre mis rodillas sólo para ser atrapada
por su firme agarre en mi bíceps. En mi debilidad, hablé fuera de turno, pero
no siento ira en su toque.
—¿Cómo te sientes, Ángel?
176
—Me siento... poderosa.
Su pulgar roza la desnuda piel de mi hombro, enviando una ola de
hormigueo por todo mi cuerpo.
—Y sensible.
—Es la MDMA. —Hay una sonrisa en su voz.
Me lamo los labios y es imposible no caer en la increíble sensación de mi
propia lengua.
Se ríe.
—Sí, te gusta eso, ¿no? ¿Qué más sientes?
Lo miro a los ojos y parpadeo para concentrarme.
—Relajación.
—Es el Valium. Diría que estás lista. —Se levanta y, agarrándome por los
hombros, me pone de pie.
Me balanceo sobre mis pies y le dejo soportar la mayor parte de mi peso
mientras me lleva a la estantería. Saca un dispositivo de su bolsillo y presiona
una serie de botones a los que lentamente siento que debería prestarles
atención pero no puedo. El mecanismo de bloqueo se libera, levantando la
estantería de la pared para revelar una puerta con una sola cerradura.
Después de abrirla, me guía a través de un oscuro pasillo mientras el rítmico
golpe de los tambores calienta mis oídos. Si no fuera por el cuchillo atado a mi
muslo, podría olvidar fácilmente por qué estoy aquí, qué debo hacer, pero hago
retroceder la niebla de las drogas y me concentro en el cálido acero que es mi
única promesa de escape.
Un humo muy perfumado llena mi nariz mientras me llevan al santuario.
El espacio es más grande que mi habitación, pero solo tiene una alfombra roja
y una silla alta. Papá se sienta en la silla y me coloca en su regazo. Mis piernas
se sienten temblorosas y me aseguro de mantener mis muslos apretados
mientras me coloco sobre su rodilla derecha. Pasa sus dedos arriba y abajo por
mi columna, enviando arcoíris de placer por todo mi cuerpo, encendiendo mi
piel con la necesidad de ser tocada. Mis ojos arden con una feroz necesidad de
Milo, de sus manos, su beso y sus palabras susurradas en mi oído.
Mi alma.
Su voz grita en mi cabeza, reduciendo mi éxtasis inducido por las drogas a
una molestia.
177
—¡Tráelos! —grita Papá perezosamente hacia la puerta.
Una columna de luz atraviesa la habitación a oscuras. Retrocedo y me
acerca a su pecho, acunándome en sus brazos con mi nariz enterrada en su
cuello. Huele mal, pero el toque se siente bien.
—Shh, Ángel, te tengo —susurra—. Una vez que estén todos dentro,
podrás abrir los ojos con seguridad.
19
Milo

—O ye, ¿estarás bien? —Estoy investigando a la mujer que

vomitó en la parte trasera de la camioneta.


Hemos estado conduciendo durante aproximadamente una hora. Los giros
y vueltas finalmente la afectaron y vomitó a sus pies. Afortunadamente, está
dos asientos más abajo y sentada en el lado opuesto, así que mis zapatos
todavía están limpios, que es más de lo que puedo decir del pobre imbécil
sentado a su lado.
—Se marea —responde su amiga en español mientras frota la espalda de
la mujer.
Una por una, las personas se levantan las camisas para cubrirse la nariz y
la boca mientras el hedor del vómito hace que todos se sientan un poco
mareados. Me levanto el cuello de mi sudadera y hago lo mismo, ofreciéndole a
la pobre chica una mirada de disculpa cuando se acurruca avergonzada.
La camioneta finalmente reduce la velocidad y se detiene.
—Gracias a Dios —dice un tipo mientras se desliza hacia la puerta
178
trasera, esperando ser liberado de nuestro sofocante y apestoso confinamiento.
La puerta trasera se abre y el chofer está allí con un puñado de tela negra.
—Salgan uno a la vez y pónganse esta venda en los ojos.
—Oye, no pagué cincuenta mil pesos por esta mierda. —Felipe señala el
vómito y luego la venda—. ¿Por qué tanto secreto, hombre? No se lo diremos a
nadie.
El chofer le entrega a Felipe una venda en los ojos.
—Si quieres entrar, te la pondrás.
Nos reparte las bolsas de tela negra y, una a una, nos las pasamos por la
cabeza. Por el pequeño vistazo que tuve antes de envolver mi cabeza en tela
negra, parecía como si estuviéramos en una especie de garaje de concreto, pero
no me dice una mierda si alguna vez necesito regresar aquí sin escolta.
Mido mis pasos para evitar el vómito en la camioneta y salgo solo para que
me digan que me detenga y presiono mis palmas contra la pared. Un cacheo.
Debería haberlo esperado.
Las ásperas manos del chofer golpean mis hombros y luego se congelan en
mis costillas. Me golpeo de cara contra la pared.
—¿Tienes permisos para estas armas?
—No se puede estar demasiado seguro.
Gruñe y saca las nueve de sus fundas.
—¿Hay algo más que deba saber o tendremos que registrarte desnudo?
¿Tendremos? Entonces no está solo.
—No, sólo las dos armas. Es todo lo que tengo.
Gruñe en mi oído y me da un minucioso cacheo antes de alejarse de mí,
ladrándome para que mantenga mi maldita cara hacia adelante.
Cegados y torpes, nos guían a través de una puerta y me golpea el olor a
algo quemado. No tanto un fuego como una especie de humo aromatizado. Me
empujan bruscamente hacia adelante y aprieto los puños para evitar agarrar al
chico agresivo y golpearle el trasero. Llegué hasta aquí; No puedo estropearlo
ahora si me echan.
La débil música se vuelve más fuerte a medida que avanzamos hacia lo
que estoy empezando a pensar, gracias al chofer que me golpea el trasero
contra las paredes, que es un pasillo o corredor. De repente me agarran los
hombros, me giran y me guían a través de una puerta. Choco contra un cuerpo 179
y me quedo quieto.
—Quítense las vendas —dice un hombre con una voz diferente a la del
chofer.
Me arranco la tela de los ojos y busco a Mercy en la habitación, a alguien
que pueda parecerse a ella o que me dé algún tipo de pista sobre si es o no el
lugar donde alguna vez estuvo guardada, pero me siento profundamente
decepcionado cuando todos Lo que veo es una habitación insípida y en blanco.
—¿Qué es esto?
—¡Nos estafaron!
—¿Es algún tipo de broma?
La tensión en la habitación aumenta a medida que la gente se enoja, pero
el chofer levanta la mano.
—El santuario está a través de esta puerta. —Señala por encima del
hombro con su rechoncho pulgar—. Deben permanecer en la alfombra roja en
todo momento. Les pedimos que guarden silencio y que mantengan las manos
quietas, ¿me oyen? Bajo ninguna circunstancia toquen a la sanadora. Si
infringen las reglas, no sólo serán expulsados inmediatamente, sino que
ustedes y sus familias serán maldecidos.
Hay un colectivo grito ahogado, pero me importan un carajo las
maldiciones. Sólo quiero recuperar a mi Mercy. Mi corazón late violentamente y
mi piel hormiguea al saber que está cerca, lo cual es una jodida locura. Ilusión,
esperanza, sea lo que sea este sentimiento, lo uso como si fuera ropa.
—¡Tráelos! —La orden viene del otro lado de la puerta.
La música sube de volumen cuando el chofer abre la puerta detrás de él.
Miro alrededor de los cuerpos para echar un vistazo al interior, pero es
imposible ver algo en el espacio poco iluminado. Caminamos silenciosamente
en fila india hacia la habitación, y mis ojos tardan un minuto en adaptarse a la
oscuridad después de salir de la brillante luz de la sala de espera.
El incienso arde a lo largo de cada pared, empañando el aire. Los
tambores suenan en los parlantes colocados en cada rincón de la habitación.
Entrecierro los ojos hacia el frente de la habitación mientras una estructura se
enfoca.
Una silla, de color rojo sangre, con el respaldo tan alto que debe medir
casi dos metros de alto. Una figura en sombras está sentada en la silla.
Parpadeo más fuerte, me froto los ojos y maldigo ese maldito humo. Al avanzar
180
hacia el frente, tropiezo y me detengo cuando la punta de mi zapato golpea el
borde de la alfombra roja.
Parpadeo.
Me concentro.
La vista es una imagen que ni siquiera mis peores pesadillas podrían
evocar.
Un hombre se sienta alto y orgulloso en su silla que parece un trono con
mi Mercy envuelta en sus brazos.
—Hijo de puta. —Me muerdo la lengua mientras partes iguales de alivio y
miedo se mezclan en mis venas. Mis músculos se tensan para pelear, mis
piernas pican por arremeter y mi pulso ruge en mis oídos, pero concentro mis
instintos y solo trato de respirar.
Está aquí. ¡Está jodidamente aquí!
Este pedazo de mierda me la quitó.
Por eso morirá.
—Están en tierra santa —dice en español el hombre que sostiene mi vida,
a mi puta alma—. Permanecerán quietos. El ángel irá a donde la lleve el
espíritu.
Acaricia la parte superior de su cabeza que enterró en su cuello, y una
punzada de violentos celos me hace casi saltar para tomarla. Obligo a mis pies
a permanecer pegados a la alfombra. No se mueve de inmediato. Empiezo a
preguntarme si está herida hasta que finalmente levanta la cabeza.
Doblo los dedos mientras la nerviosa energía me recorre. Quédate quieto,
Milo. No arruines esto.
El hombre que asumo es papá la ayuda a ponerse de pie. Aprieto los
dientes porque el maldito enfermo la tiene sentada en su regazo. No puedo
respirar profundamente cuando imagino el poder que tuvo sobre ella, las cosas
que podría obligarla a hacer sin su consentimiento. Mis músculos se tensan
cuando tropieza ligeramente. La tiene jodidamente drogada.
Él, ese imbécil, la estabiliza y ella dirige su mirada hacia nosotros siete,
pero sé, aunque está mirando directamente hacia nosotros en la oscuridad,
que no ve nada.
Camina hacia nosotros y no puedo evitar notar lo hermosa que se ve.
Parece extraño sentir atracción en un momento como este, pero todo su pálido
cabello está arrancado de su rostro y su largo y delgado cuerpo está envuelto
en un vestido que ondea alrededor de sus pies mientras camina para que 181
parezca como si estuviera flotando. Se gira para responder a algo que dice el
imbécil, y su espalda está tan desnuda que las dos picaduras de abeja sobre su
trasero, así como sus alas tatuadas, están a la vista. Besé cada centímetro de
esa piel, memoricé cada curva de su delicada columna, adoré su cuerpo junto
con el mío. No la he visto en lo que parece una eternidad, y nunca se vio más
hermosa.
Si no lo supiera mejor, creería que era exactamente el ángel sanador que
nos dijeron que esperáramos.
—Ángel, por aquí —murmura el chico a mi lado.
—No la llames —responde Cara de Idiota en español—. Irá a dónde la
lleven. —Asiente hacia Mercy—. Continúa, no te demores. —Lo dice en inglés
con sólo un ligero acento.
No es de extrañar que Mercy no tuviera ni idea de hablar español a pesar
de que vivió en México la mayor parte de su vida.
Mercy va primero hacia la mujer que vomitó en la camioneta, justo dos
personas más abajo de donde estoy. Está a poco más de un brazo de distancia
y me encuentro inclinándome hacia ella. Mi mente se dispersa al pensar en un
plan que no haga que nos maten a ambos. Tengo bastante experiencia en
detectar a aquellos capaces de matar y a aquellos que simplemente hablan de
grandes cosas, y estas personas nos cortarían el cuello y nos arrojarían a una
tumba en el desierto sin pensarlo dos veces.
Mercy levanta sus pálidas manos y toma el rostro de la mujer, haciéndola
jadear y luego romper a llorar. Mercy observa con absorta atención, sus
pestañas blancas se mueven lentamente sobre los párpados caídos. La mujer
murmura una y otra vez sobre cómo perdió a sus hijos a causa de una
enfermedad y cómo está enferma y cree que es una maldición ancestral. Le
pide a Mercy que rompa la maldición y que lance un hechizo de protección
sobre su familia. Sé que Mercy no puede entender una palabra de lo que dice la
mujer, pero nadie más lo sabría al verla mientras absorbe la tristeza de la
mujer.
El idiota se acerca detrás de Mercy y coloca su mano en su cadera
mientras baja sus labios hasta su oreja, supongo que está traduciéndole. Su
mano agarra y aprieta, y Mercy vuelve a fundirse en su toque.
¿Qué carajos?
Mis pensamientos caen en espiral mientras me pregunto si a Mercy le
182
gusta estar de regreso aquí. Me pregunto si mintió y supo dónde estaba papá
todo el tiempo, si vino aquí por propia voluntad. ¿Es posible que me haya
usado para regresar a este lugar? Dijo que no fue rescatada, sino que la
raptaron. Podría estar tan jodida de la cabeza por todo esto que piense que
toda esta mierda de ángel es normal, que aquí es donde pertenece.
No. Sacudo la cabeza. No, no lo creo. Cualquier droga que tenga la está
poniendo así.
En mis minutos de pánico, me perdí las palabras susurradas por Mercy
que fueron rápidamente traducidas por el hombre a su espalda. Cuando pasa a
la siguiente persona, es más de lo mismo, está cerca, su toque, sus ojos fijos en
los de ellos.
Recuerdo cómo se sintió su mirada de otro mundo. Cuando estábamos en
su habitación en Los Ángeles y todavía era Ángel, el que me tocó, el que fijó su
mirada en la mía y hurgó en mi alma. Entonces habría jurado sobre la tumba
de mi madre que era un ángel. Mi piel vibró con la conciencia de su toque, y
sus misteriosos ojos azules se clavaron profundamente como si pudieran
arrancarme la verdad.
Mi corazón late con fuerza detrás de mis costillas y mis palmas están
empapadas de sudor cuando se dirige hacia la siguiente persona, el hombre
que está a mi izquierda. Justo cuando levanta las manos para acariciarle la
cara, se congela y vuelve su mirada hacia mí.
Con todo el control de una experimentada estafadora, su expresión no
flaquea. Da un paso a un lado y se para directamente frente a mí. Oh Dios,
quiero tocarla. Quiero agarrarla y tirarla a mis brazos y encerrarla a salvo allí.
Quiero enterrar mi cara en su cuello y decirle que lo siento, que nunca más la
dejaré ir, que de ahora en adelante haré lo que quiera y a la mierda las
consecuencias.
Pero sigo quieto. Mis ojos están fijos en los de ella mientras me observa. A
esos orbes azules que vi bailar con humor y vida les falta su chispa, pero veo
un fuego parpadeando detrás de su esmalte inducido por las drogas. Mi Mercy
está allí y está peleando por liberarse.
No me toca como hizo con los demás, y me pregunto si estará tan
desordenada que no me reconoce. No es hasta que sus ojos bajan a mi cuello y
su labio tiembla que sé sin lugar a dudas que lo hace. Se acerca y me baña el
aroma de los costosos aceites que hacen que su piel prácticamente brille en
condiciones de poca luz. Levanta sus temblorosas manos y, en el momento en
que sus palmas tocan mi mandíbula, gime.
183
—¿Ángel? —Cara de Idiota se acerca, demasiado cerca—. ¿Estás bien?
Ella asiente.
—Tristeza. —Sus ojos permanecen pegados a los míos y los veo llenarse de
lágrimas—. Tanta tristeza.
—Por eso está aquí —le dice en inglés. Me mira y pregunta:
—¿No es cierto?
—Sí. Perdí mi amor. A mi alma.
Mercy ahoga un sollozo.
—La quiero de regreso.
—Perdió a su amor —traduce Idiota—. A su alma. La quiere de regreso.
Ella asiente y da un paso adelante hasta que nuestros cuerpos están al
ras. Se pone de puntillas y acerca mi rostro al de ella antes de inclinarse y
poner sus labios en mi oreja.
—Te amo. —Sus labios rozan mi cuello, un beso oculto colocado en el
tatuaje de la Virgen María—. Esto termina esta noche. —Sus palabras son
lentas y confusas, y justo cuando creo que se va a alejar, se acerca a mi otro
oído—. No me dejes aquí.
Oculto de la vista, agarro la tela de su vestido a la altura de su estómago,
apretándolo con fuerza. Su mano agarra la mía y discretamente deslizo su
anillo nuevamente en su dedo. Jadea pero no se aleja.
Dejo caer la barbilla para que mis labios rocen su sien, donde susurro:
—Nunca.
Retrocede y me veo obligado a soltarla. Hace un globo en la mano con el
anillo como si estuviera tratando de protegerlo y lo mete en la manga de su
vestido.
Cuando se aleja, el aturdimiento en el que estoy se aclara y me doy cuenta
de que se nos está acabando el tiempo. ¿Qué carajos haré para sacarla
desapercibido de aquí? Si elimino al gran hombre aquí, sus hombres entrarán
corriendo. Quién sabe cuántos más tiene además de los dos que nos escoltaron
hasta aquí.
Tengo un arma más a mi disposición. No será suficiente para matar, pero
sí para frenar a alguien y poder sacar a Mercy de aquí a salvo. Es mi única
esperanza. 184

Cuando esto termine, sacaré el músculo y luego correré y buscaré a Mercy


en el lugar.

Mercy
Estoy nadando contra la corriente de mi mente. Las drogas en mi sistema
me dicen que me relaje, que no me importe que Milo esté aquí, que me haya
encontrado. Me dicen que no es gran cosa, pero mi corazón grita ante la
apagada reacción. Mi alma atraviesa la neblina y me aferro a esa pelea. Papá
me acompaña hasta la silla de terciopelo rojo y me dejo caer, fingiendo
cansancio mientras mi cuerpo zumba de energía.
Papá mira a la gente en la habitación. Aunque no puedo ver bien a Milo,
siento que me observa. El discurso que papá da en un español lleno de veneno
sin duda tiene como objetivo infundirles miedo para asegurar su silencio.
Capto palabras como ―muerte‖ y ―castigo‖. Cuando se abre la puerta en la parte
trasera del santuario, la luz brilla en mi cara, pero esta vez evito apartar la
mirada. Le doy la bienvenida al energizante ardor en mis ojos, el despertar de
mi sangre, y me obligo a sentarme mientras los veo salir de la habitación.
La alta sombra al final de la línea es Milo. Me imagino que me está
observando, tratando de comunicar algo que mi débil visión no puede captar.
Demasiado pronto, la puerta se cierra detrás de él y papá me levanta y me guía
de regreso a mi habitación.
Finjo que las drogas me volvieron descuidada y tropiezo por el pasillo sólo
para desplomarme en la cama.
—Estuviste maravillosa esta noche. —Le da la espalda para cerrar y
bloquear la puerta.
Deslizo mi mano debajo de la larga falda de mi vestido y la llevo entre mis
muslos.
—Gracias, papá.
—Quería comenzar con un grupo más pequeño. La próxima vez habrá
más. —Está cerrando la estantería y busca en su bolsillo con el dispositivo que
la sella.
Saco el cuchillo de mi muslo y me muevo rápidamente, en silencio. Se gira
justo a tiempo para atraparme, pero no suficientemente pronto como para 185
detener el arco de mi brazo.
—Sí, papá.
No se mueve suficientemente rápido. Entierro el cuchillo en su garganta.
Un espantoso chorro de sangre baña mi cara y mi brazo. Sus ojos se abren
como platos y cae contra las estanterías. Retrocedo, temiendo que me agarre,
pero busca a tientas su cuello, tratando de liberar el cuchillo.
Un gorgoteo sale de su boca, junto con un río de sangre.
—Era la única manera —susurro mientras su cuerpo cae con fuerza al
suelo, inmóvil.
Me acerco para ver un gran charco rojo arrastrándose debajo de él,
haciéndose más y más grande por segundo. Tiene la boca abierta mientras la
sangre brota de sus labios, pero no hay movimiento. Saco un juego de llaves de
su bolsillo, y cuando no reacciona ni responde en absoluto, me sorprende la
realidad de lo que hice.
Soy un asesina.
Rechazando los vertiginosos efectos de las drogas y la adrenalina, corro
hacia la puerta del pasillo. Hay múltiples cerraduras e incluso más llaves. Me
tiemblan las manos mientras pruebo cada una, esperando que Milo no se haya
ido todavía y que pueda encontrarlo. El tiempo se acaba. Si no llego hasta Milo
antes de que se vaya, me quedaré atrapada aquí. Una vez que encuentren a
papá, seguramente me matarán.

186
20
Milo

D
espués de ser acompañado a la sala de espera fuera del santuario,
todavía estoy vibrando de ira e impaciencia. El grupo está callado,
pero a juzgar por las sonrisas y las expresiones menos llenas de
tensión, diría que todos están contentos con lo que obtuvieron y esperanzados
en su futuro. Todos menos yo. Todavía tengo que conseguir lo que vine a
buscar.
—¡Pónganse las vendas! —nos indica el chofer a todos que arroja al centro
de la habitación.
Está solo esta vez. Supongo que el músculo extra está esperando junto a
la camioneta, lo cual es bueno. Eliminar a un tipo será más fácil que eliminar a
dos.
Mientras los demás distribuyen las vendas, me acerco a la sudadera con
capucha y tiro del cordón. Fijo mi mirada firmemente en el chofer, quien está
preocupado vigilando la puerta. Su mirada se desliza alrededor para
asegurarse de que todos estén correctamente cubiertos, y cuando su vista se
encuentra con la mía, asiento y me aseguro de que me vea ponerme la mía.
Les dice a todos que nos iremos por el mismo camino por el que vinimos,
luego se oye el clic de una cerradura y el crujido de las bisagras cuando se abre
la puerta de la camioneta. Me quedo quieto mientras los otros seis se van 187
arrastrando los pies con sólo pequeños gruñidos y disculpas.
—¡Tú! —ladra el chofer en español—. ¡Ven!
Finjo estar confundido sobre qué dirección tomar. Hace un gruñido de
frustración, luego me agarra del hombro y me lleva hacia la puerta.
—Gracias, señor. —Me coloco detrás de él, sosteniendo su hombro
mientras me lleva hacia adelante.
Golpeo el marco de la puerta y tropiezo, usándolo como excusa para
retroceder. Agarro el cordón de mi sudadera con ambas manos. Cuando me
levanto, extiendo la mano, toco su cabeza y enrollo la cuerda alrededor del
cuello.
Deja escapar una enojada maldición. Utilizo toda la fuerza de mi peso,
salto sobre su espalda, con mis rodillas en sus caderas, y me tiro hacia atrás.
Sus pies se resbalan y ambos regresamos a la habitación. Sus manos se agitan
mientras intenta arrancarme de su cuerpo. Mis manos arden y mis músculos
tiemblan mientras tiro de la cuerda increíblemente más fuerte. Me golpea en la
cara, haciendo que la venda se salga de su lugar. Su rostro se vuelve de un
enojado color púrpura mientras se agita. Observo la puerta, esperando que
nadie entre, y agradezco que el grandulón finalmente se desmaye.
Me pongo de pie y me quito la venda de los ojos. Busco al chofer en busca
de un arma y saco una pistola de la parte posterior de su cintura, luego corro
de regreso por la puerta hacia el santuario. El persistente aroma del incienso
arde, pero la silla de terciopelo rojo está vacía. Corro hacia allí y busco en la
habitación otra posible salida.
Paso mis manos por la pared, pero no hay nada. No podría haber
desaparecido en el aire. No tengo mucho tiempo y la única salida es que mi
mano rozando una costura. Una puerta escondida. No hay cerradura ni
manija, solo un corte de dos metros que recorre la pared. Corro de regreso a la
sala de espera y paso por encima del cuerpo del chofer, luego salgo corriendo al
pasillo. Las otras personas lograron salir con los ojos vendados y sin guía, pero
no pasará mucho tiempo antes de que se den cuenta de que estoy desaparecido
y que su confiable chofer también.
Giro a la derecha por un pasillo que conduce a una serie de túneles
parecidos a pasillos y me pregunto si estamos bajo tierra. Meto el arma en los
bolsillos dobles de mi sudadera con capucha, pensando que lo haré mejor
disuadiéndome de una confrontación si no me ven con un arma. Hago algunos
cálculos mentales sobre en qué dirección girar cuando llego a una bifurcación.
El santuario está a la derecha, la puerta oculta en esa misma dirección. Corro 188
por el pasillo que está en declive. Definitivamente bajo tierra.
Las paredes están llenas de puertas, cada una con múltiples cerraduras.
Muevo el mango de una, luego de otra, temeroso de llamar y llamar la atención
equivocada. Se oyen pisotones en el techo encima de mí. Me pregunto si el
chofer se levantó e hizo una llamada telefónica.
Joder.
Llamo a la puerta de al lado.
—¿Mercy? ¿Estás ahí? —Al no obtener respuesta paso a la siguiente—.
Mercy, ¿estás ahí?
E incluso si lo está, hay tantas cerraduras en las puertas que la única
forma de llegar hasta ella es dispararles y arriesgarme a dejarnos atrapados sin
balas.
Con el corazón acelerado y el impulso de encontrarla ardiendo detrás de
mis costillas, golpeo cada puerta y llamo a Mercy, sin obtener respuesta. Una
puerta se cierra de golpe al final del pasillo y me agacho cerca de una de las
puertas empotradas con el arma bien guardada a mi lado. Pasos frenéticos
vienen corriendo por el pasillo. Cuando estoy a punto de levantar mi arma y
disparar, una mujer se detiene de golpe justo frente a mí.
—No digas una maldita palabra o te mato.
Sus ojos se abren y niega.
—No entiendo. —Su labio tiembla y sus ojos se llenan de lágrimas.
Ahora me doy cuenta de que lleva una sucia camiseta sin mangas amarilla
y pantalones cortos igualmente sucios. Su cabello parece no haber sido lavado
en tanto tiempo como su ropa, y es pequeña, nada más que piel y huesos.
Levanta las manos temblorosas como para impedir que una bala llegue a
su cabeza.
—Eh... Por favor, eh, por favor no dispares.
La última palabra se disuelve en un gemido y bajo mi arma.
—Está bien. No te lastimaré, pero necesito tu ayuda.
Se queda quieta y parpadea como sorprendida al oírme hablar en inglés.
—¿Dónde guardan a Mercy? Necesito llegar a ella ahora. —Me vuelvo,
temiendo que una pandilla de compadres del chofer llegue en cualquier
momento.
189
—¿Mercy?
—El Ángel.
Sus apagados ojos marrones se mueven por el pasillo y se muerde el labio
inferior antes de asentir.
—Por aquí.
Mantengo el arma en la mano y sigo a la mujer por el pasillo, pasando
volando por las puertas y preguntándome qué carajos esconde ese imbécil
detrás de cada una. El olor del incienso desapareció hace mucho tiempo y fue
reemplazado por el hedor a humedad de los cuerpos sucios y el sudor.
Continúo siguiendo a la mujer en la que ni siquiera sé si puedo confiar.
Por lo que sé, me está llevando al mismísimo diablo. Bien por mí. Hay una bala
en esta arma con su nombre.
La sigo ciegamente cada vez más hacia el interior del edificio mientras el
reloj corre. Agarro su codo y la tiro hacia atrás.
—Será mejor que no me jodas.
Sus ojos ya parecen enormes en su rostro delgado, pero se abren aun
más.
—Sé dónde está.
—Si me estás mintiendo, te mataré.
—Si digo la verdad, ¿me llevarás contigo?
Lo contemplo durante medio segundo.
—Sí.
Parece ansiosa estando quieta y se suelta de mi agarre.
—Bien, entonces vamos.
La sigo y damos una vuelta más a la derecha hacia otro pasadizo que
ahora siento que nos llevó en un círculo completo alrededor del santuario. Si
veo todo esto claramente en mi cabeza, deberíamos estar alineados detrás...
Se abre una puerta.
Levanto mi arma y apunto. Mi dedo en el gatillo presiona hasta que un
destello blanco sale tambaleándose de la habitación.
—Mercy.
Paso junto a la chica y la oigo susurrar:
190
—Es ella.
Mercy parece perdida mientras se tambalea y cuando se gira hacia mí,
tiene la cara y el cuello salpicados de sangre. Corro hacia ella.
Me ve y se desploma en mis brazos.
—Milo, yo... estás aquí.
—Joder, ¿estás herida? —La acerco y, temiendo que estemos demasiado
expuestos, la empujo de regreso a la habitación de donde salió.
Cuando se da cuenta de que estamos de regreso en la habitación, lucha
por soltarse.
—No, tenemos que huir. Tenemos que salir de aquí.
La mujer de la ropa sucia nos sigue al interior y cierra la puerta, luego
jadea y gime, tapándose la boca para no gritar.
—¿Qué? —Sigo su mirada y... —Santo cielo. —El hombre de la ceremonia
yace sobre un charco de sangre que le brota del cuello y la boca—. Mercy,
¿hiciste eso?
Ella asiente contra mi pecho y la aprieto con más fuerza.
—Era la única manera. —Su declaración es decidida, como si hubiera
considerado todas las alternativas posibles y hubiera descubierto que el
asesinato era su única oportunidad.
—¿Es papá?
—Sí.
—Está bien, está bien, está bien. —La aparto de mí para poder verla a la
cara.
Sus ojos azul pálido tardan en seguir el movimiento, pero levanta la vista
y se fija en mí. Ahora puedo ver que tiene un viejo corte en el labio y un oscuro
moretón estropea la perfecta piel de su mandíbula.
—¿Qué carajos te hizo?
—Estoy bien. —Sus pechos se levantan contra el vestido y se pasa los
dientes por el labio inferior.
No me importa que esté cubierta con la sangre de otra persona; La atraigo
hacia mis brazos y la sostengo. Su espalda se arquea hacia mí y sus manos
suben por debajo de mi camisa. Un erótico gemido se desliza de sus labios
mientras sus uñas muerden mis pectorales, lo que hace que mi mente grite en
el momento equivocado, en el lugar equivocado. 191
La aparto y la miro a los ojos, que están vidriosos de deseo.
—¿En qué estás?
Las lágrimas llenan sus ojos como si sintiera dolor.
—MD-algo es como lo llamó.
—¿Éxtasis? Hijo de puta. —Golpeo mi pie contra sus malditas costillas
muertas.
—Tenemos que irnos —dice la otra chica—. Estamos perdiendo tiempo.
Está en lo correcto. Giro la cabeza hacia ella y Mercy parece menos
enloquecida por el sexo y un poco avergonzada, lo que me hace querer matar a
este cabrón una vez más.
—¿La conoces? ¿Se puede confiar en ella? —Pregunto.
Mercy ve de reojo a la chica que se acerca como si supiera que lo necesita
para ser vista claramente.
—Sí, es Philomena.
Perfecto. Ahora que terminaron las presentaciones, acerco a Mercy
nuevamente y le pregunto a la chica:
—¿Hay alguna salida?
—Podemos salir por el santuario. O tendremos que atravesar los pasillos y
existe la posibilidad de que nos atrapen.
—No. —Mercy se aleja de mi pecho, con un ligero tono borroso en su voz,
lo que me hace pensar que tomó mucho más que MDMA. Si Mercy no hubiera
acabado con su vida, yo felizmente lo habría hecho—. Tenemos que abrir todas
las puertas.
—No, tenemos que salir de aquí ahora. Antes de que nos encuentren.
Se para sola y dejo caer mis manos a mis costados. Su mirada es feroz y
su mandíbula fuerte mientras la ira emana de su cuerpo.
—No me iré sin ellos.
—¿Ellos?
Mercy se mantiene estoica, así que veo a Philomena, quien lo confirma con
un sombrío gesto.
—¡Mierda! —Paso una mano por mi cabello y aprieto los mechones—. No
sé cómo lo haremos. No sé si podremos llegar a todos.
192
—Tenemos que intentarlo.
Me giro hacia Mercy. Al verla así, con la columna recta, con la mandíbula
apretada y los ojos cada vez más claros, es exactamente el ángel como la
vendieron, aunque esta vez no es un ángel de curación. Es un ángel de
venganza.
—Está bien, alma mía. Bueno.
Su postura se suaviza un poco y entra en acción acercándose al cadáver.
—Yo puedo hacer eso. —Me acerco para ayudar, pero cuando llego hasta
ella, ya tiene un pequeño dispositivo negro en la mano, que no se ve afectado
en absoluto por el cuerpo sin vida.
—Abriremos las puertas una por una y los guiaremos hasta aquí. Una vez
que los tengamos todos, pasaremos por la puerta oculta al santuario.
Philomena da un paso adelante.
—Dame las llaves. Iré primero a las habitaciones.
—No. —Mercy se dirige a la puerta—. Iré contigo.
Agarro el brazo de Mercy y la giro para verme, asegurándome de estar
suficientemente cerca como para que pueda ver mis ojos sin dudar.
—No te perderé de vista. Ni siquiera por un segundo. Dondequiera que
vayas de ahora en adelante, iré contigo.
—De acuerdo entonces. Vamos.
Tomo su mano y nos dirigimos como un equipo de tres para rescatar a
Dios sabe cuántos cautivos en esta versión del infierno con un agujero en el
suelo.

193
21
Mercy

Q
uizás es la emoción de tener a Milo de nuevo en mis brazos o tal vez
las drogas estén desapareciendo, pero de cualquier manera, me
siento un poco más como yo y estoy recuperando el control de mi
cuerpo. Todavía hay una espesa niebla en mi cabeza y cada toque se siente
eléctrico, pero mi necesidad de sobrevivir reduce los efectos de la droga.
—Déjenme ir primero —dice Philomena mientras alcanza la manija de la
puerta—. Me aseguraré de que no haya nadie en el pasillo y luego
comenzaremos a abrir las puertas.
—¿Sabes cuántas hay? —Debe hacerlo, ya que es responsable de llevarles
comida, de asegurarse que estén bañados y preparados para cualquier cosa
para la que papá los use.
—Sí. —Philomena sale por la puerta y nos hace un gesto para que la
acompañemos.
Nos movemos para salir, pero Milo me pasa un brazo por el pecho y me
detiene.
—Espera.
Quiero gritar que estamos perdiendo el tiempo y que...
—Para ti. —Se acerca al dobladillo de su sudadera y se la quita por la 194
cabeza para revelar una camiseta Henley negra de manga larga.
Deslizo mis brazos a través de la gran sudadera y levanto la capucha.
—Bien.
Agarra mi mano mientras salimos al pasillo. Philomena está en una
puerta justo enfrente de la mía. Abre cerradura tras cerradura y luego
desaparece en una oscura habitación. Aprieto la mano de Milo, aterrorizada
por lo que podría ver mientras la seguimos al interior. Milo maldice y mi visión
tarda unos segundos en enfocarse.
Philomena se sienta en el borde de la cama y le susurra algo a una
persona que se incorpora al oír su voz. No sólo es una persona. Es un niño.
Suelto la mano de Milo sólo para que se acerque y me agarre con más
fuerza. Lo arrastro conmigo hasta el niño y enciendo la luz al lado de la cama,
pero retrocedo inmediatamente.
Un niño me mira fijamente con ojos del mismo color que los míos. No
puede tener más de diez años, y cuando se quita las sábanas del cuerpo, me
doy cuenta de que le faltan tres dedos de una mano.
Todas esas historias que leí sobre la mutilación de niños albinos vuelven a
mí.
El murmullo de voces resuena a mi alrededor, pero no puedo apartar la
vista, imaginando los horrores que debió haber soportado. Salta de la cama,
vistiendo una bata similar a la que usé toda mi vida mientras vivía en esta
cueva de pesadillas.
—Ponte unos zapatos. Tenemos que movernos —le dice Milo al niño.
—No tenemos zapatos. —El tono apagado y sin vida de mi voz me
sorprende incluso a mí considerando el fuego que arde dentro de mí—. No les
sirve de nada.
—Tengo miedo.
La pequeña voz que habla en inglés con mucho acento me arranca los ojos
de Milos. Me suelta y me acerco al niño quien me ve con un atisbo de asombro
en sus ojos que estoy segura coincide con el asombro que ve en los míos. Es la
primera vez que veo a alguien como yo, y la forma en que sus ojos muy abiertos
y me estudian dice que soy la primera que ve también.
—¿Cómo te llamas? —Pregunto.
—Me llamo Demonio.
Me estremezco ante el sonido de la feroz maldición de Milo y me giro hacia 195
él sólo para ver sus ojos encendidos con vengativa ira.
Debe sentir la pregunta en mi mirada.
—Demonio. Lo llamaron demonio.
Me lamo los labios y trato de ponerme una máscara de serenidad cuando
me vuelvo hacia el chico.
—Me decían Ángel, pero cuando me fui me tuve que cambiar el nombre.
Mira a Milo con cautela pero vuelve a concentrarse en mí.
—¿Cómo te llaman ahora?
—Mercy.
Repite mi nombre y asiente.
—Entonces escucha, cuando nos vayamos de aquí, las cosas podrían
ponerse aterradoras, pero quedarnos aquí será aun peor. Cuando vengas con
nosotros, al menos no estarás solo. —Extiendo la mano.
La observa durante unos segundos antes de tomarla. Mientras mis dedos
se envuelven alrededor de los suyos, mi yema roza los botones donde solían
estar su dedo índice y medio. Me duele el pecho, pero empujo hacia adelante y
hacia la puerta de al lado.
—Apúrense. —Philomena abre la misma puerta a la que llamé hoy.
Después de algunos intentos con diferentes llaves, logra que la puerta se
abra y Milo nos hace entrar mientras se deja a sí mismo como una protectora
barrera detrás de nosotros, revisando el pasillo antes de cerrar la puerta.
—Despierta. —Philomena enciende la luz—. Tienes que darte prisa.
Otra joven, más pequeña que el niño, se aferra a mi mano como si
estuviera aferrándose a su vida.
—¿Por qué? —La vocecita es tan ligera como una campana y
definitivamente femenina.
Me acerco para verla mejor, y cuando lo hago, nos ve a mí y al niño y nos
mira con los labios entreabiertos. Es como nosotros, como yo cuando tenía esa
edad. Pequeña, tal vez de siete años, pero en lugar de tener el cabello largo y
pálido como el mío, el suyo está formado por apretados rizos cerca de su
cabeza.
Me acerco con cautela y escucho a Philomena decir:
196
—Está bien.
Eso parece calmar a la chica mientras estudio sus dedos de manos y pies,
notando que tiene los veinte. Doy un suspiro de alivio.
—Vamos a sacarte de aquí.
—No quiero irme. Papá...
—Papá está muerto —dice Milo, atrayendo la mirada de la niña va hacia
él.
Las lágrimas llenan sus ojos azul pálido y sus labios tiemblan.
Tomo suavemente su rostro y limpio sus lágrimas con mi pulgar.
—Está bien, te lo explicaré todo, pero papá se fue y no puedes quedarte
aquí. No habrá nadie aquí para cuidar de ti, ¿entiendes?
Asiente, pero no estoy convencida de que salga de aquí voluntariamente.
Mi mente me recuerda el día en que me desperté atada a una cama con Laura
explicándome cómo me habían ―rescatado‖ cuando sentí que me habían
arrancado de mi casa. No me sentía segura, me sentí robada, sacada de la
seguridad del retorcido castillo de papá y arrojada a un mundo que me era
completamente extraño. Tenía más del doble de la edad de esta niña.
—Ven ahora —le digo—. Te prometo que estarás a salvo. Sólo tenemos que
actuar rápido antes de que alguien resulte herido.
Su columna se endereza.
—¿Herido? Pero puedo curarlos. Papá dice que soy muy poderoso para...
—Ese enfermo hijo de puta —dice Milo con ambas manos en el cabello,
agarrando los mechones con los nudillos blancos.
Los sonidos de gritos y pies pisando fuerte sobre nuestras cabezas nos
obligan a volver a la realidad.
Extiendo mi mano hacia la joven ángel.
—Debemos irnos. Ahora. Tendrás que confiar en mí.
Camina como un cangrejo hacia atrás sobre la cama, retrocediendo.
—Ángel. —Milo da un paso adelante y asusta aun más a la niña.
Probablemente no esté acostumbrada a ver mucha gente aparte de
Philomena y papá. Pero Milo tiene habilidad con la gente como nosotros. Fue la
única persona que me brindó consuelo de una manera que aun ahora no
puedo explicar. Fija sus ojos en la chica y ve el tatuaje en su cuello. Engancha 197
mi sudadera y tira de mí hacia adelante antes de girarme para que esté de
espaldas a la chica. Luego se levanta la sudadera y oigo a la joven respirar
profundamente.
—¿Como puedes ver? Es un ángel como tú —dice.
—Pero…
—Sabes que los ángeles no pueden mentir, sólo pueden hacer el bien,
¿verdad?
—Sí —dice la vocecita.
Milo deja caer mi sudadera y se aleja para que ocupe su lugar.
—Estarás a salvo conmigo. —Asiento hacia la chica, que vuelve a rodear
los míos con sus brazos—. Con Dom. Todos somos iguales. Tenemos que
permanecer juntos y ayudarnos unos a otros.
—Papá dijo que no puedo irme, que el sol…
—Es por lo que debemos irnos ahora, mientras está oscuro.
Las voces y los pisotones se hacen más fuertes y una puerta se cierra de
golpe al final del pasillo.
Milo se inclina y susurra:
—Si no se levanta, la echaré sobre mi hombro. Encontrarán el cuerpo y
luego estaremos todos jodidos.
Asiento y saco a la chica de la cama.
—Lo lamento. Tenemos que irnos.
La niña se retuerce por un segundo pero rápidamente se rinde y se
desploma en mis brazos. Philomena agarra las pantuflas del ángel y Milo se
queda detrás de mí para no asustar a los niños mientras empuña su arma.
Philomena, Milo y yo respiramos colectivamente como si nos estuviéramos
preparando para una inmersión profunda bajo el agua.
Milo abre el camino y abre lentamente la puerta, mirando hacia afuera. Se
vuelve hacia Philomena.
—No tenemos tiempo para conseguir más. Tenemos que huir. Ahora.
Los brazos del angelito me rodean con más fuerza, robándome el aliento, y
agradezco que no esté gritando pidiendo ayuda.
—Milo…
—Lo siento, pero si no salimos ahora, terminaremos... —No dice la palabra 198
delante de los niños, pero no es necesario. Puedo leerlo en sus ojos—. Si nos
vamos ahora, lo lograremos para poder regresar.
Quiere decir que al menos si nos vamos ahora, saldremos con vida para
poder traer a las autoridades de regreso a este lugar. Si nos quedamos, nadie
sobrevivirá y el lugar seguirá torturando y abusando de niños.
—¡Mierda! —Vuelve a entrar—. Hay hombres afuera. Están golpeando
todas las puertas. No hay manera de que los superemos a menos que... —
Señala con la barbilla a Philomena—. ¿Hay otra salida?
—No, sólo está el pasillo.
—Y la estantería —dice inocentemente el angelito, señalando una
estantería similar a la de mi antigua habitación—. Así es como me voy cuando
papá me lleva.
Las voces se hacen más fuertes y las puertas se cierran de golpe.
—El dispositivo está en mi bolsillo.
Milo arranca el pequeño dispositivo negro de mi sudadera.
—Ay Dios, espero que funcione.
Corremos como una unidad hacia la estantería y Milo presiona el botón,
pero no pasa nada.
—¡Sigan buscando! ¡Tiene que estar escondido aquí en alguna parte!
—No se den por vencidos. —Milo vuelve a presionar los botones—. Me
están buscando.
Acerco a los niños a mí y siento a Philomena acurrucarse sobre mi
espalda mientras Milo presiona la serie de tres botones en orden aleatorio. El
tiempo pasa y me doy cuenta de que bien podría ser mi último momento. Que
todos moriremos y posiblemente de las formas más horribles.
Cierro los ojos.
—Madre Misericordiosa, por favor, libéranos de esta prisión.
—Madre misericordiosa, por favor... —La voz de Dom susurra la misma
oración.
—Ayúdanos a estar seguros, oh Madre de la liberación —se une la
cantarina voz del angelito.
Incluso Philomena se suma a la oración.
Un puño golpea la puerta.
—¡Abierta! —El sonido de llaves moviéndose en las cerraduras. 199
Milo se da la vuelta y apunta con su arma.
—Solo cerré dos de las cuatro. —Su pulgar continúa presionando botones,
pero sus ojos y su arma siguen apuntándole a la puerta—. Agáchense,
acuéstense en el suelo…
La estantería hace clic y se abre. No dudo, lanzo mi cuerpo hacia adelante,
llevando a los niños al oscuro pasillo, aunque no tengo idea de a dónde lleva.
Se dispara un arma, aprieto a los niños contra mí y rezo para que Milo salga
con vida.

Milo
Disparé dos tiros hacia la puerta cuando se abrió, pero no me quedé para
ver a quién había sido alcanzado. Tampoco me quedé suficiente para ver quién
nos perseguía. Solo necesitaba que ambos se detuvieran y cayeran mientras
me metía detrás de la puerta de la estantería y presionaba los botones
correctos para cerrarla. Cuando el pestillo encaja en su lugar, las voces de los
desgraciados que nos persiguen suenan más allá de la puerta.
Mi sangre ruge en mis oídos. Aun no estamos a salvo.
Guardo el dispositivo en el bolsillo y me giro para perseguir a Mercy,
Philomena y los niños. No tenemos idea de con qué nos toparemos cuando
lleguemos al final de este túnel. El espacio es oscuro excepto por unas pocas
bombillas parpadeantes que iluminan cada tres metros aproximadamente. El
túnel es suficientemente estrecho como para poder pasar las manos por ambas
paredes. El hormigón está caliente. Debemos estar cerca de la superficie o
haría más frío aquí abajo.
Tiene que haber algo por encima de estos niveles subterráneos donde se
mantuvo a Mercy y a los niños. Posiblemente un prostíbulo como dijo la mujer
del restaurante. Sería el encubrimiento perfecto para un lugar como este.
—Milo —susurra Mercy cuando finalmente me acerco suficiente para
escuchar. Está acurrucada con los niños y Philomena camina frente a otra
puerta secreta—. Necesitamos que la abras.
Le entrego el dispositivo a Mercy y se pone a trabajar presionando los tres
botones en una serie de patrones. Mantengo mi cara hacia el camino por el que
vinimos. Si esos tipos encuentran una manera de atravesar esa puerta, estarán
200
aquí en segundos y todos seremos un blanco fácil.
—¡Lo tengo! —Mercy lleva a los niños a su lado y se dirige hacia la puerta.
—Déjame ir primero. No tenemos idea de dónde nos estamos metiendo.
Me inclino lentamente hacia la habitación que se parece a las otras
habitaciones en las que estuvimos. Sin embargo, en lugar de una cama y una
cómoda, esta habitación tiene un escritorio y archiveros.
—Es una oficina. —Les hago señas a todos para que entren a la
habitación—. Mercy, intenta cerrar esa cosa. Cuantos más obstáculos
pongamos entre ellos y nosotros, mejor.
Debe recordar la serie de botones que la abrieron, porque después de un
par de intentos, la puerta se cierra y se vuelve casi invisible contra la pared.
No puedo ni empezar a imaginar la información que hay encerrada en esos
archiveros o la tonelada de mierda ilegal almacenada en esa computadora, y no
tenemos tiempo para averiguarlo. Los niños se abrazan mientras Mercy busca
en el escritorio.
—No hay tiempo para eso —digo, extendiendo mi mano para que se una a
mí en la puerta. La necesito cerca para poder protegerla.
—Espera, tiene que haber algo... —Su encapuchada cabeza desaparece
debajo del escritorio y regresa con una pistola. La mira fijamente y le da vuelta
en su mano, mientras la apunta por toda la habitación.
Levanto una palma.
—Mercy, detente.
Sus ojos se mueven hacia los míos.
—Dámela.
—Puedo protegernos…
Ya estoy sacudiendo la cabeza, y me la acerca y la deja en mis manos.
—No necesito que mates accidentalmente a uno de nosotros.
La ve. Dios, cómo extrañé su chispa y su sutil desafío.
—¡Aquí! —Philomena está a medio camino de la puerta—. Apúrense. Creo
que sé a dónde lleva.
Conduzco a Mercy y a los niños hacia la puerta y me coloco delante de
ellos para asegurarme de que la salida esté despejada.
—Esta bien, vamos.
Philomena corre por un pasillo, es diferente a los anteriores. Hay baldosas 201
en el piso y una cálida pintura gris en las paredes que no son solo concreto
vertido, sino que también tienen paneles de yeso y luces decorativas.
Fuera del subsuelo y en la vida real de quien llamaban papá.
Dos tramos de escaleras hasta una puerta que, de nuevo, está cerrada con
llave. Busco cámaras de vigilancia pero no encuentro ninguna. Parecería que
fuera lo que fuese lo que este imbécil estuviera haciendo en este lugar, no
quería que se registrara.
Retrocedo, apoyando todo mi peso en la planta del pie y pateo la puerta.
El sonido de la madera astillándose me da esperanza y vuelvo a patear. De
nuevo. Gotas de sudor en mi frente y la urgencia sangra en mis venas. De
nuevo. Un chasquido de madera al romperse resuena a nuestro alrededor.
Vuelvo a patear y la cosa se abre en una lluvia de polvo y astillas de madera.
Aunque está oscuro, sé que logramos salir cuando una cálida ola de aire
del desierto me golpea en la cara y me despierta.
—Corran. —Salgo a trotar lentamente para mantener el ritmo de los niños
mientras corremos hacia la noche. Las únicas luces son las que brillan
alrededor de la casa de varios niveles, y cuando me vuelvo para ver de qué
estamos huyendo, me alegra ver que nadie nos persigue.
—¿A dónde vamos? —dice el niño a quien Mercy apodó Dom mientras
tropieza con rocas y pequeñas plantas—. Mis pies, no puedo hacerlo.
El angelito hace lo mismo, aminorando el paso y pisando con cautela con
sus pantuflas. Nunca saldremos de aquí a este ritmo.
—Necesitamos alejarnos lo más que podamos lo más rápido posible. —Me
agacho y señalo mi espalda—. Sube.
—Yo... —Dom niega.
Mercy lo trae hacia mí y le explica cómo subirse a mi espalda y agarrarse
de mis hombros. Se pone en cuclillas y le hace un gesto al angelito para que se
suba a su espalda.
—Mercy…
—La tengo. —Sus brazos rodean a la joven quien se aferra a los hombros
de Mercy como un mono. Mercy se levanta y sale corriendo, no tan rápido como
se movía antes de decidir llevar a la niña, pero impulsada por la adrenalina y la
necesidad de sobrevivir, lo logra.
—Philomena, ¿sabes dónde estamos? 202
Entrecierra los ojos y busca en los alrededores.
—No lo creo. Hace años que no salgo.
—Está bien, sólo necesitamos encontrar algún refugio. —Miro alrededor
del espacio y no veo nada más que negra noche sobre un paisaje llano y
desértico.
Una vez que salga el sol, todos seremos blancos fáciles. Sin mi teléfono o
un auto, no hay manera de obtener ayuda, e incluso si pudiera llamar a
alguien, ¿a quién llamaría? Después de saltarme la recogida de esta noche, el
equipo de Esteban me buscará.
Sólo espero que no hayamos escapado de la muerte para morir aquí en
medio de la nada, tomados por los elementos.
22
Milo

—T engo miedo —se queja el angelito en la espalda de Mercy

mientras su paso disminuye debido al cansancio.


Subo a Dom un poco más, mi espalda finalmente está entumecida
después de las horas de caminata. Tomamos descansos periódicos, pero no
dejo que nadie se quede sentado por mucho tiempo.
—Mercy, déjame cargarla.
—Yo la llevaré. —Philomena se tambalea para relevar a Mercy como lo ha
estado haciendo cada pocos minutos, pero su cuerpo está más débil y no llega
muy lejos.
—Yo la tengo. —Gruñe Mercy. —Sólo tenemos que seguir moviéndonos—.
Sus zapatillas están rotas y manchadas de algo que bien podría ser sangre. Si
es de ella o de su captor, no estoy seguro.
—Tomemos un descanso. —El cielo es de un color violeta intenso y el sol
ilumina el este, lo que me daría una buena idea de qué dirección tomar si
tuviera alguna idea de dónde estamos para empezar.
203
—¿Podremos volver allí? —Mercy pasa a mi lado, los músculos de sus
delgados brazos visiblemente acalambrados por soportar la carga de la joven—.
¿Estás realizando un seguimiento para que sepamos cómo regresar?
Frunzo el ceño ante el pánico en su voz.
—En este momento nuestra prioridad somos nosotros…
—¡No! —Se da vuelta para mirarme—. No, Milo. ¡Nunca volveré a
descansar hasta saber que cada alma humana en ese infierno fue salvada!
No... —Su voz se quiebra en un sollozo—. No puedo seguir adelante con mi vida
sabiendo que dejamos algo atrás.
El angelito en la espalda de Mercy coloca sus pequeñas manos en las
mejillas de Mercy y dice:
—Shhh, te lo quitaré.
Sacudo la cabeza y el cuerpo de Mercy se desmorona. Se las arregla para
dejar a la niña en el suelo antes de doblarse y disolverse en sollozos.
—Quédate aquí, amigo. —Dejo a Dom en el suelo y mis hombros gritan
con calambres, pero los hago a un lado y tomo a Mercy en mis brazos.
Mientras la acuno contra mi pecho, solloza sobre mi camisa. Su cuerpo
tiembla por el cansancio, y me maldigo no tener un mejor plan, tener un auto,
tener un lugar donde ponerla para mantenerla a salvo y alejarla de todo esto.
Hay un pequeño claro cerca, escondido detrás de un grupo de cactus
Saguaro, lejos de los niños ante los cuales sé que quiere parecer fuerte, pero en
este momento necesita un lugar seguro para derrumbarse. La llevo al claro y la
coloco en mi regazo, y aprieta mi camisa mientras es atormentada por
desgarradores sollozos. Le froto la espalda y los hombros, con la esperanza de
aliviar algo de la tensión en sus músculos mientras la dejo llorar. La dejo llorar
por las personas que fueron lastimadas bajo el mismo techo bajo el que vivía,
la dejo llorar por las mentiras que le dijeron y que la obligaron a creer, por las
vidas que tuvo que dejar atrás, por el miedo a lo desconocido. Por la vida que
tomó con sus propias manos.
—Fuiste tan fuerte, mi alma, tan jodidamente fuerte. Tienes que dejarlo
salir, todo el mundo tiene un punto de quiebre.
El tiempo pasa mientras se disuelve en mis brazos. Observo cómo el cielo
sigue iluminándose. Joder, si es todo, si así es como terminaremos, al menos
moriré con la mujer que amo más que a la propia vida en mis brazos. Que es
más de lo que podría haber dicho hace veinticuatro horas. Se calma y
204
finalmente se queda en silencio. Probablemente esté durmiendo y no tenemos
ni un minuto libre, pero le doy tiempo a soñar, a escapar. Muy pronto tendrá
que despertar y afrontar todo esto de nuevo.
—Nunca debí haberte traído aquí. —Susurro al aire del desierto esperando
que Mercy pueda oírme incluso mientras duerme—. Estaba desesperado
cuando te saqué de Los Ángeles. Seguí lo que pensé que era más fácil, lo que
pensé que era algo seguro. No sabía que terminaríamos aquí, varados en el
desierto, responsables de las vidas de otras tres personas. Mierda...—Dejo
escapar un áspero suspiro y siento que mi propia armadura se resquebraja—.
No sé qué haremos.
—Seguiremos moviéndonos. —Su voz es áspera por el llanto y el sueño y
se mueve en mis brazos—. No nos rendimos porque tenemos mucho que
perder.
Beso la parte superior de su cabeza.
—Te amo mucho.
—Lamento haberme ido. Nunca debí haber...
—Shh, no. Sé por qué lo hiciste. Te sentías encerrada. Ahora lo entiendo.
Me lo dijiste, pero estaba tan cegado por la necesidad de mantenerte a salvo
que no te escuché.
—Nunca debí haberme ido. Si hubiéramos trabajado juntos, podríamos
haberles encontrado otra manera.
—Tal vez. ¿Cómo terminaste de regreso aquí? ¿Te estaba buscando?
Se levanta lentamente para sentarse, rígida y probablemente adolorida.
—Esos hombres, me llevaron y.…
—Los mataré, joder, lo juro por Dios...
Se queda en silencio por unos segundos antes de soltarse de mis brazos.
—Guardaré esa historia para otro día.
La alcanzo.
—Mercy, lo siento.
No parece molesta.
—Por ahora... —Se pone de pie, con su largo vestido blanco amarillento y
manchado de polvo y de sudor—. Hay que mantenerse en movimiento.
Está en lo correcto. Afrontaremos una pesadilla a la vez, y en la que nos
encontramos ahora tiene una fecha de caducidad directamente relacionada con
el amanecer. 205

Me duele todo el cuerpo cuando me pongo de pie. Estiro los brazos por
encima de la cabeza cuando un destello en la distancia llama mi atención. No
me molesto en preguntarle a Mercy si lo ve. Sé que con su débil visión, no
puede hacerlo.
—Necesitamos ir en esa dirección —digo.
Ve entre mí y el invisible destello de esperanza en el horizonte.
—¿Qué es?
—No lo sé, pero hay algo ahí fuera. Un auto, tal vez una casa abandonada.
De cualquier manera, nuestra mejor esperanza es sacarlos a ti y a los niños del
sol.
Nos tomamos de la mano y regresamos con Philomena y los niños, quienes
están desplomados juntos, profundamente dormidos. Odio despertarlos, pero
pronto todo el desierto quedará bañado por la luz del sol, y tenemos dos chicos
que creen que los rayos del sol los destruirán.

Mercy
Hemos estado caminando durante lo que parecieron horas y todavía no lo
veo, pero sé que debemos estar acercándonos a medida que Milo acelera el
paso. Cubro más terreno si mantengo mis ojos en el suelo del desierto para no
tropezar con arbustos espinosos y rocas, y con el angelito en mi espalda, me
quedo atrás.
—¿Recuerdas cuando fuiste a vivir con papá? —Me pregunta, su voz suave
y tranquila tan cerca de mi oído.
Le di la sudadera de Milo para proteger su piel, y aunque Dom no parece
tan nervioso por el sol, Milo insistió en que usara su camisa de manga larga.
Algo me dice que Dom fue usado de diferentes maneras, no enaltecido y tratado
como realeza, sino que lo hicieron sentir como un esclavo, un rechazo del reino
santo.
Me arde la piel y el sudor la enfría bastante como para hacerla miserable
pero no tortuosa.
—No.
Ella suspira.
—Yo tampoco. 206

Recuerdo lo que me dijo Laura cuando llegué por primera vez a Los
Ángeles.
—No tiene por qué importar de dónde vienes. —Gruño cuando una afilada
fresa atraviesa mi zapatilla, pero sigo moviéndome—. Tú decides lo que importa
o lo que no.
—No entiendo.
—Lo sé —digo, sin aliento mientras sigo tambaleándome—. No te
preocupes, lo harás.
Me aprieta más fuerte.
—Tengo miedo.
—Yo también.
Ambas nos quedamos en silencio mientras sigo a Philomena quien a su
vez, sigue a Milo.
Mis piernas se vuelven más pesadas y voy más despacio, a punto de pedir
un descanso, cuando escucho a Milo gritar:
—¡Es una casa!
Miro hacia arriba a tiempo para verlo correr hacia una pequeña estructura
que se destaca como un bloque marrón en medio de la árida tierra.
Philomena se acerca sigilosamente a mi lado.
—¿Cómo sabemos que podemos confiar en quién vive allí?
—No lo hacemos, pero ¿qué opción tenemos?
Me quito al angelito y con renovadas fuerzas aceleramos el paso hacia la
casa. Intento concentrarme en el techo de metal mientras el paisaje ante mí se
desvanece. La figura de Philomena se hace cada vez más pequeña y la
oscuridad se filtra en mi visión.
—Oye... espera... —La voz que sale de mis labios no suena como la mía. El
volumen es demasiado bajo y las palabras son confusas.
Levanto la barbilla para tratar de concentrarme en la vista que tengo
delante, para que esté quieta y clara, pero el impulso es demasiado, y de
repente estoy boca arriba, mirando un cielo perfectamente azul.
El dolor en mi cuerpo se desvanece.
Un escalofrío recorre mi columna y agradezco el hielo que parece formarse
207
en mis venas de la nada. La piel de gallina se esparce por mi piel.
Todavía tengo sed y quiero mantener los ojos abiertos para ver al cielo,
pero estoy cansada y mis párpados luchan contra mí.
Entonces es cómo se siente morir.

*
Me duelen los músculos del muslo, tanto que trato de alejar lo que sea
que esté sobre ellos, pero hago una mueca cuando el dolor me recorre ambos
brazos. Mis dientes castañetean y mi piel pica.
Recuerdo estar atada. Sé dónde estoy.
—¿Laura? —Trago con la garganta áspera y seca—. ¿Estás aquí? —Mi voz
es tan débil que ni siquiera puedo oírme.
Voces murmuradas zumban a mi alrededor.
—Soy yo... —Pero en mis oídos suena como si fuera yo—. Mercy.
Las voces se hacen más fuertes y algo húmedo gotea en mi boca. Intento
tragarlo, pero toso y tengo arcadas hasta que se me revuelve el estómago. El
dolor es tan fuerte que mis ojos se abren de golpe sólo para atraerme hacia los
más suaves charcos de ojos marrón pálido.
Te conozco, pienso.
El consuelo me inunda y cae más líquido en mi boca. Las voces se hacen
más fuertes, pero no puedo distinguir las palabras. Esos ojos marrones se
oscurecen por la preocupación.
—Dónde... —¿estoy?
Pierdo esos ojos cálidos y veo sus labios carnosos moverse mientras habla.
No puedo entender porque habla español.
Milo.
Intento sentarme.
Me empuja hacia atrás.
—Relájate. —Sonríe, pero está preocupado, puedo verlo en el ligero
movimiento hacia abajo en las comisuras de sus labios—. Estás segura.
Gotea más agua en mi boca. Esta vez puedo tragar y luego gotea más.
—Ahí tienes. —Me quita el peso de encima y con él se va el frío.
Me estremezco.
—Lo siento, estaba tratando de bajar la temperatura de tu cuerpo. Te 208
sobrecalentaste ahí fuera.
—¿Dónde estamos? —Me limpio las telarañas de la garganta.
—En una casa. —Su expresión se vuelve más clara—. No hay teléfono,
pero Manuel dijo que nos llevaría a la ciudad.
—¿Los niños?
Me aparta el cabello de la frente.
—Están bien. Seguros. Con un poco de miedo pero bien. —Se ríe—.
¿Desde cuándo empezamos a sonar como un matrimonio de ancianos?
Me río, pero es débil. Deja caer sus labios sobre los míos, teniendo
cuidado con mi piel sensible. Una voz masculina dice algo en español y Milo
responde, luego se vuelve hacia mí y sonríe.
—Deberíamos irnos —digo.
—No hasta que se ponga el sol.
—¿Iremos a la policía?
—No, no confío en los federales. Esteban no puede saber dónde estoy.
No entiendo por qué no podemos llamar a Esteban, pero la mirada de ―no
preguntes‖ en el rostro de Milo me dice que también es una historia para otro
momento.
—Entonces, ¿a dónde iremos?
—Sólo puedo pensar en una persona que nos ayudará. Para mantenernos
seguros y ayudar a quienes dejamos allí, tenemos que llegar a la frontera.

209
23
Milo

P
ensé que la había perdido.
Después de llegar finalmente a la pequeña casa y de cerrar la
puerta, tuve que explicarle con calma al dueño, a quien ahora
conozco como Manuel, que nos habíamos perdido en el desierto y
que necesitábamos ayuda. Me costó un poco convencerlo, pero cuando vio a
Philomena cargando al angelito, nos dejó entrar. El único problema fue que no
había señales de Mercy.
A pesar de lo cansado y mareado que estaba, me sorprendió cuando pude
correr. Mis pies se clavaron en la arena, en la tierra y en las rocas hasta que
llegué a Mercy, quien estaba boca arriba y cociéndose al sol. La levanté y casi
lloré cuando escuché la pequeña ráfaga de aire que salió de sus labios. Manuel
nos dejó entrar, donde puse a Mercy en el sofá y se acercó con bloques de hielo
envueltos en plástico para tratar de refrescarla.
Entonces se despertó.
Gracias a la mierda que despertó.
Mientras Mercy, Philomena y los niños se rehidrataban y comían unas
tortillas con mantequilla para recuperar fuerzas, yo me sentaba en la cocina de
Manuel y conocí al viejo. Quería asegurarme de que vivir solo en medio del
210
desierto no fuera una señal de advertencia de que el tipo estaba jodidamente
loco.
Resulta que Manuel era dueño de un exitoso restaurante en San Felipe. Él
y su esposa dirigieron el lugar durante veinte años y se ganaron la vida
dignamente, suficiente como para criar a un puñado de hijos, pero un líder del
cártel de la zona (a quien Manuel ni siquiera quiso nombrar por temor a que lo
escuchara de alguna manera) hizo algunos de sus negocios en el restaurante.
Una noche ese negocio acabó en balazos, uno de los cuales se posó en la
cabeza de su esposa. Sabía que no podía acudir a la policía porque el cartel
haría que lo mataran, así que vendió el restaurante por nada y se mudó aquí
con el dinero adecuado para construir una pequeña casa y vivir hasta que se
quedara sin dinero y muriera.
Mientras hablaba, sus ojos se llenaron de humedad y los músculos de su
desgastada mejilla saltaron. Reconocí la emoción al instante: furia y dolor. Una
maldita combinación enfermiza.
No pude evitar sentirme culpable. Los tratos de Esteban en México
estaban lejos de ser la organización de bajo presupuesto que dirigía con los
Latino Saints en Los Ángeles. ¿La mierda con la que trataba, la gente con la
que andaba aquí? No se inmutarían ante un inocente que quedara atrapado en
un fuego cruzado.
Pero me guardo esos pensamientos para mí. Cuando Manuel pregunta por
mí, le digo que acabo de graduarme de la preparatoria en Los Ángeles, que
estos son mis amigos y que necesito llevarlos de regreso a Estados Unidos. No
hace preguntas, pero por la forma en que ve a Mercy y a los niños, puedo decir
que tiene curiosidad. Incluso que es cauteloso.
Ahora Mercy y los niños están en el sofá, todos dormidos, y Philomena
está en el suelo, con las piernas dobladas detrás de ella y la cabeza sobre un
cojín mientras duerme tranquilamente. Estoy frente a ellos desde mi asiento en
una silla plegable de plástico mientras Manuel se mueve por su pequeña casa,
haciendo quién sabe qué. Me desperté bruscamente un par de veces, pero
fuerzo mis ojos a abrirse, tengo tanto miedo de parpadear y desaparecer. El
tiempo pasa lentamente mientras esperamos el atardecer.
Mis párpados se abren de par en par y una suave mano en mi cara me
lleva a los pálidos ojos de Mercy.
—Lo siento, no quería despertarte, pero tenemos que irnos.
211
—Me alegro de que lo hayas hecho. —Me froto los ojos—. No era mi
intención quedarme dormido. —Me siento erguido desde mi posición
desplomada en la silla y mis músculos gritan y se acalambran.
Mercy se interpone entre mis rodillas y la acerco, apoyando mi frente
contra su pecho mientras pasa sus manos por mi cabello.
Tarareo ante el consuelo de su toque.
—Sigue así y me volveré a dormir. —Cuando no se ríe, levanto la barbilla
para mirarla. Un pequeño ceño frunce sus bonitos labios pálidos—. ¿Qué
sucede?
Se encoge de hombros.
—Quiero que esto termine, pero parece que tenemos mucho camino por
recorrer.
La acerco y la pongo a mi regazo.
—Hay tantas cosas que necesitamos resolver. Hay muchas cosas que
necesito decirte y cosas que quizás no te gusten.
—No me importa…
La silencio con un beso y se funde más profundamente en mí.
—Más tarde. Primero, llevemos a todos a un lugar seguro y hagamos que
las autoridades vayan a limpiar el circo psicópata de papá.
Su mirada se dirige hacia abajo.
—No recuerdo mucho, pero sé lo que hice. ¿Lo digo?
—Recuerdo que Laura dijo que te dieron algo que alteraba tu memoria.
Mantendremos en secreto lo que te obligaron a hacer por ahora, ¿está bien?
Una vez que las personas adecuadas vean lo que está pasando allí, vean dónde
fuiste retenida toda tu vida, no habrá manera de que presenten cargos por
hacer lo que tuviste que hacer para escapar.
—¿Y ellos? —Asiente hacia Philomena, Dom y el angelito—. ¿Que será de
ellos?
—No lo sé, pero puedo prometerte que dondequiera que vayan, será
muchísimo más saludable que el lugar de donde vinieron.
—Amor joven. —Manuel está cerca con expresión suave, pero veo el dolor
que le pellizca los ojos—. Aférrate a él.
—Amor joven —susurra Mercy.
La acerco más.
212
—¿Qué más dijo? —pregunta.
—Me dijo que me aferrara a ti. —Paso mi mirada de los suaves ojos de
Mercy a Manuel—. Planeo hacerlo. ¿Estamos listos?
—Si. —Él se dirige a la puerta.
—¿Qué dijiste? —dice ella.
—Le dije que planeo hacerlo. —La abrazo fuerte para puntualizar mis
palabras. Tengo toda la intención de aferrarme a Mercy ahora y durante el
tiempo que me lo permita. Haré todo lo que pueda para evitar ahuyentarla de
nuevo. Ayudo a Mercy a bajar de mi regazo—. Es hora de irnos.
Los niños y Philomena están despiertos y esperando en la cocina. Me
estremezco cuando veo la abrasadora quemadura roja en la cabeza y en las
mejillas de Dom. Necesitará atención médica tan pronto como lleguemos a la
frontera. La cara de Mercy también está de color rojo brillante, y su espalda,
donde tiene el vestido abierto, habría quedado igual de quemada si no fuera
por el protector solar humano que llevó a través del desierto.
Me agacho hacia Dom.
—¿Te sientes bien?
—Sí. Me duele la cara. —El niño parece haber estado desnutrido durante
la mayor parte de su vida.
—Te conseguiremos algún medicamento para eso tan pronto como
podamos. —Levanto mi mano y la mira fijamente, sus cejas blancas fruncidas
hacia adentro contra la piel roja llameante.
—Aquí. —Tomo su brazo por la muñeca y presiono su mano de dos dedos
en mi palma—. Se llama chocar los cinco. —En el momento en que la palabra
sale de mi boca, desearía muchísimo poder retractarme, pero Dom no parece
darse cuenta ni importarle y levanta la mano para estrecharla—. Genial,
vámonos.
El angelito se ve bien. Está nadando con la sudadera negra que le compré
a Mercy, y tiene los ojos muy abiertos y mirando fijamente a la pared. Estuvo
mayormente callada desde que llegamos a casa de Manuel, pero creo que el
shock es bastante normal después de lo que pasó. Philomena ayuda a los niños
a subir a la parte trasera de la minivan de Manuel antes de subir. Yo ayudo a
Mercy a subir y luego me siento en el asiento delantero.
Manuel gira la llave cuatro veces, haciendo que el motor gima y aúlle en
señal de protesta antes de finalmente cobrar vida. El interior huele a humo de
tabaco y a sudor, pero el sudor podría proceder de nosotros. La música 213
duranguese (de la ciudad mexicana de Durango) suena por los pequeños
altavoces. El del lado derecho está completamente fundido, lo que le da un
sonido estático y amortiguado.
Salimos de la casa de Manuel en medio de una nube de polvo antes de
llegar a una carretera asfaltada. Todos en la parte de atrás hablan de comida y
de querer un baño y algo de ropa limpia mientras estudio nuestro entorno para
explicarles cómo regresar.
—Estás bastante aislado aquí —le digo en español.
—Me gusta de esa forma.
—¿Dónde está el vecino más cercano? —Me pregunto cuánto sabe sobre lo
que ocurre a unos quince kilómetros de su casa.
—La ciudad más cercana, si es que se le puede llamar ciudad, es Héroes
del Desierto.
Hago el cálculo mental en mi cabeza. Ese pueblo está a poco más de una
hora de Tijuana, lo cual tiene sentido teniendo en cuenta el largo viaje en
camioneta. Hay pocas señales u otras personas en la árida carretera que nos
lleva hacia la frontera. A medida que pasa cada marcador de kilómetro, me
siento cada vez más tranquilo de ponernos a todos a salvo, lo que me deja
preocupado por Esteban y el LS. No hay lugar adecuadamente lejos del alcance
de Esteban.
Eliminó a mi mamá por su desafío.
No dejaría pasar eliminar a su propio hijo.
Estamos casi en la marca de una hora cuando las luces de Tijuana
atraviesan la espesa oscuridad. Manuel planea dejarnos en la frontera, donde
espero poder llamar la atención de los guardias estadounidenses, explicarles
que somos ciudadanos estadounidenses y exigir hablar con quien esté a cargo.
Necesitaré hacer un par de llamadas telefónicas. Después de eso, nuestro
destino estará en sus manos.

*
—Gracias Manuel. —Me quito el reloj y se lo ofrezco, pero sólo lo rechaza.
Señala con la barbilla hacia la parte trasera de la camioneta.
—Sácalos de aquí y mantenlos a salvo. Será pago suficiente.
Le doy la mano y ayudo a sacar a los niños de atrás y a llevarlos a la
acera, donde Mercy los reúne. Las calles y pasillos están llenos de gente:
vendedores con cien tipos diferentes de especialidades mexicanas, turistas y 214
federales.
Mercy y los niños reciben la mayor cantidad de miradas, los jóvenes
todavía con sus ropas sucias y Mercy usando la sudadera con la capucha
puesta. Su vestido está manchado de sangre y ahora que estamos tan cerca de
la libertad, no necesito la complicación de que alguien la vea.
—Todos tómense de la mano y permanezcan juntos —digo.
Agarro la mano de Mercy, entrelaza sus dedos con los del angelito, que
sostiene a Dom, con Philomena redondeando el extremo. Todos caminamos
rápidamente, abriéndonos paso entre la multitud y evitando a los vendedores
que no respetan el espacio personal.
La entrada principal al edificio fronterizo tiene cuatro puertas corredizas
de vidrio que se abren automáticamente cuando nos acercamos. En el interior,
algunos agentes detienen en los puntos de control para verificar los
documentos antes de hacerle señas a la gente para que pase. Llegamos a la fila
más corta con solo unas pocas personas delante de nosotros. El agente mira
dos veces cuando nos acercamos, pero mantiene su profesionalismo mientras
revisa los pasaportes. Mercy aprieta mi mano mientras damos unos pasos
hacia adelante.
Los ojos del guardia saltan de los pequeños niños de cabello pálido a
Mercy y luego a mí, como si estuviera listo para una explicación pero solo
pregunta:
—¿Cuál es su ciudadanía?
—Estadounidense.
—¿Puedo ver tu identificación?
—No tenemos ninguna.
Frunce el ceño y.
—Lo siento, no puedo...
—Míralos. —No necesito especificar de quién estoy hablando.
Sus ojos van directamente a los niños. Debe ver sus pies descalzos
magullados y con costras que sobresalen de pantuflas rotas y sucias, ropa
sucia, labios agrietados y graves quemaduras. Sus ojos se abren cuando Dom
se rasca el pecho con su mano mutilada.
—Si pudiera usar tu teléfono, sería de gran ayuda.
Saca un walkie de su cadera y presiona el botón.
215
—Tenemos una situación. Necesitaré al jefe aquí.
Nos pide que nos hagamos a un lado mientras revisa los documentos de
las personas que se alinean detrás de nosotros. Cada uno pasa y nos ve con
distintos grados de disgusto y compasión.
El hombre que supongo es el jefe sale luciendo como si estuviera
preparado para una pelea, pero cuando nos mira, específicamente a los niños,
toda la tensión en su expresión se desvanece.
—¿Que está pasando aquí?
Mercy se quita la capucha, dándole una sacudida al hombre.
—Estuvimos cautivos toda nuestra vida y finalmente escapamos. Cuanto
más tiempo nos permitan permanecer aquí al aire libre, mayor será el riesgo de
que nos capturen nuevamente. —Da un paso adelante, lo más cerca que puede
de los agentes con la media pared que nos separa—. Por favor. Ayúdennos.
El jefe abre la puerta y nos hace pasar, indicándonos que lo sigamos hasta
su oficina. Por ilógico que parezca, el solo hecho de saber que nuestros pies
están de regreso en suelo estadounidense me hace dar un suspiro de alivio. Los
niños, Mercy, Philomena, todos estarán a salvo aquí.
¿Pero yo? Podría terminar muerto de cualquier manera.

216
24
Mercy

E
l jefe Bastilla nos da a todos agua embotellada, bolsitas de papas
fritas y suficiente Coca Cola para mantenernos despiertos. Milo
explica nuestra historia, comenzando con el lugar donde nos
rescató pero dejando de lado la parte en la que asesiné al hombre que me
retuvo toda mi vida. Cuando le pregunté al respecto antes, sacudió la cabeza y
me pidió que confiara en él.
Milo le da al jefe la ubicación donde nos retuvieron y le hace saber que
sospechamos que hay otros.
El jefe pasa el dedo por un mapa de papel que desdobló sobre su
escritorio.
—¿Estás diciendo que está a unos treinta kilómetros al sureste de Héroes?
—Sí, está en medio del desierto y la mayor parte está bajo tierra.
El jefe se vuelve hacia su computadora y presiona una docena de botones.
Estoy bastante seguro de que el lugar ya fue allanado antes.
—¿Qué? —Miro a Milo, quien parece tan confundido como yo.
—Sí, parece... —Escribe más—. Hace un par de años. No encontraron
nada importante. Se vende sexo, pero nada como lo que estás describiendo.
217
¿Estuvieron ahí? Y no nos encontraron. Me deslizo hacia el borde del
asiento.
—Nos mantuvo escondidos, en los túneles. La gente es…
—¿Él? —El jefe me ve por encima de sus gafas de lectura, con sus
pobladas cejas grises enarcadas—. ¿Sabes su nombre?
Milo me aprieta el muslo debajo de la mesa.
—No, todos lo llamaban papá.
—Eh. —Toma su celular—. Muy bien, veremos qué podemos hacer para
dejarlos salir. Mientras tanto, ¿por qué no haces esa llamada telefónica y
vuelvo con Servicios de Protección Infantil?
Milo toma el teléfono del escritorio y aprieta botones.
—¿A quien estás llamando? —Pregunto.
Presiona el altavoz y el timbre llena la habitación.
—¿Hola?
Mis ojos se abren de par en par ante el sonido de la voz de Laura.
—¡Laura!
—¿Mercy?
—Si, soy yo.
—Oh Dios, Mercy, cariño, ¿dónde estás? —Hay murmullos de fondo y las
refunfuñadas preguntas de Chris—. ¿Estás bien?
—No lo sé, eh... —Me encuentro con los ojos de Milo en pregunta, y sonríe
con tristeza.
—Laura, soy Milo.
—¡Milo! Oh mi... ¿dónde estás? Iré a buscarlos a los dos, por favor
díganme que se encuentran bien.
—Estamos bien, pero tenemos un pequeño problema y realmente
necesitamos tu ayuda.
—Por supuesto. Cualquier cosa. ¿Qué sucede?
—Estamos en la frontera en San Ysidro. Necesitaremos un abogado, un
doctor y quizás quieras llamar a Andy. Hay algunos niños como Mercy a
quienes realmente les vendría bien un poco de ayuda.
—Ay dios mío... Milo, quédate ahí. —Su voz es severa y muy profesional—.
Estoy en camino.
Bastilla entra a la habitación y se guarda el celular en el bolsillo. 218
—Espera, Laura —dice Milo.
—¿Sí?
El jefe señala el teléfono con la cabeza.
—Hay alguien aquí que quiere hablar contigo.
El jefe guarda silencio durante unos segundos hasta que Laura dice:
—Está bien.
—Habla Jefe Bastilla —dice y se deja caer en la chirriante silla de su
escritorio.
—Jefe Bastilla, esos son mis hijos, y si no los mantienen a salvo hasta que
llegue allí, juro por Dios que lo haré personalmente responsable.
Se sonroja y agarra el auricular, sacando a Laura del altavoz, pero aun
puedo oírla despotricar desde el pequeño altavoz que presiona contra su oreja.
— …sí, señora. Yo... ajá, le aseguro que estarán... —Aprieta los labios y
nos mira fijamente a Milo y a mí—. Comprendido. —Cuelga el teléfono y deja
escapar un suspiro—. Muy bien, chicos, aguanten. Su madre llegará pronto y
arreglaremos todo esto.
Noto que Milo no lo corrige diciendo que no es nuestra madre y que somos
adultos legales, no chicos, así que también mantengo mis labios sellados.
Milo se vuelve hacia mí y toma mis manos. Sus cálidos ojos se funden con
los míos.
—¿Estás bien?
—Creo que sí. Sí.
Busca mi cara como si tratara de determinar si estoy mintiendo. Todavía
no sabemos qué pasará a partir de aquí. ¿Volveremos a casa de Laura? ¿Los
niños estarán seguros y recibirán el tipo de atención que recibí cuando tuve
que aprender a aclimatarme a la vida fuera de la misma habitación?
Salimos de la oficina de Bastilla y encontramos a los niños en una sala de
espera, acurrucados en un rincón y rodeados de botellas de agua vacías y de
envoltorios de bocadillos. Philomena está cerca, desplomada en un sofá,
luciendo pequeña y agotada.
Mi mente me lleva de regreso a ese lugar y me pregunto cuántos más
necesitan ser rescatados. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que alguien salga a
salvarlos y, para algunos, sea demasiado tarde?

* 219

La mayor parte de mi vida, el concepto de tiempo fue irrelevante. Mi vida


estaba formada por oscuridad y luz, y así medía mis días.
El tiempo entonces no significaba nada, pero ahora el tiempo lo es todo.
Observo cómo las manecillas negras del reloj marcan un lento círculo y
cada clic del minutero parece tardar el doble de lo que debería.
Laura nos envió a servicios sociales poco después de colgar. Una amable
mujer llamada Miranda nos trajo ropa y trató de hacernos preguntas que Milo
dejó muy claro no responderíamos sin un abogado.
Dom fue menos amigable cuando conoció a Miranda. Presionó su cuerpo
contra la pared como si esperara que lo tragara para poder desaparecer. Milo
tuvo que convencerlo para que se pusiera una holgada camiseta y un par de
pantalones deportivos, sobornándolo con una barra de Snickers.
Philomena y el angelito ahora están dormidas en el sofá, y si no fuera por
su desordenado cabello y sus sucias caras, no se verían diferentes a cualquier
otro niño estadounidense con sus camisetas, pantalones cortos y sandalias.
Algo me dice que la recuperación de Dom será mucho más difícil que la de
las chicas.
Milo está dormido en la silla a mi lado, con la barbilla pegada al pecho,
con los ojos cerrados y el sonido de su suave respiración llena la habitación.
Nuestras manos están entrelazadas y sus dedos se mueven con cualquier
sueño que esté teniendo y que haga que sus párpados salten.
—¡Abra esa puerta inmediatamente o haré que lo arresten!
Me levanto para pararme al escuchar la voz de Laura.
—¡Son mis hijos ahí dentro!
Mis pies se mueven antes de que se abra la puerta, y en el momento en
que Laura entra corriendo a la habitación, me lanzo contra su pecho. No duda
y sus brazos me rodean con tanta fuerza que jadeo su nombre. No hay
lágrimas de ninguna de las dos, solo un dulce reencuentro rodeado de tensión
y de tantas preguntas sin respuesta. Espero que Laura nos regañe por huir. Sé
que exigirá respuestas y temo que las que obtenga la decepcionarán.
Se retira y toma mi cara, sus ojos buscan.
—¿Estás bien?
Asiento y parece ser suficiente para satisfacerla. No me suelta, pero ve a
Milo y le tiende un brazo para que se acerque. Cuando está bastante cerca, lo 220
abraza y me intercala entre ellos.
—Milo, estoy tan feliz de que estés bien.
Él le da unas palmaditas en la espalda y luego se aleja mucho antes de lo
que a ella o a mí nos gustaría. Se aclara la garganta y asiente solemnemente.
—Aun no estamos fuera de peligro.
Laura parpadea y ve a su alrededor, posando su mirada en los niños. Dom
la observa desde el suelo con los ojos muy abiertos, como un animal asustado
a punto de correr y esconderse. Philomena parpadea con ojos cansados y el
angelito sigue profundamente dormida en una enredada bola de brazos y
piernas largos, flacos y quemados por el sol.
—Mierda —susurra Laura.
—Sí —dice Milo.
—Los encontramos. —Me volteo completamente hacia los niños y trato de
darles mi sonrisa más tranquilizadora, aunque estoy aterrorizada por lo que
significa el futuro para ellos—. Y creemos que hay más.
Laura avanza y Dom regresa a su esquina, doblado y alerta. Se agacha
donde está, a buena distancia, y da esa sonrisa cálida y acogedora que
funcionó tan bien para tranquilizarme cuando me desperté atada a una mesa.
—Hola, soy Laura y estoy aquí para ayudarte.
Dom mira a Milo en busca de confirmación.
Milo se pone en cuclillas junto a Laura, y sus seis pies se vuelven
pequeños y no amenazantes mientras le habla en voz baja a la niña.
—Esta es mi... mamá. —Laura respira hondo y Milo continúa—. Está aquí
para ayudarnos. Para ayudarte. —Se vuelve hacia mí y, cuando lo hace, los
ojos de Dom lo siguen—. Ayudó a Mercy, a mí y a mis hermanos que no son
mucho mayores que tú. Te prometo, Dom, que puedes confiar en ella.
—¿Es tu nombre? ¿Domingo?
—Yo... —El niño vuelve a ver a Milo, quien le indica con un gesto que
continúe—. Me llamo Demonio.
Laura dirige su mirada hacia Milo, quien frunce el ceño y tensa la
mandíbula.
—Lo llamamos Dom.
—Dom —dice Laura con una amable sonrisa—. Me gusta eso. —Debe
sentir que Dom necesita un descanso, porque recurre a Philomena—. Hola, soy 221
Laura. ¿Cómo te llamas?
—Me llaman niña, pero Ángel... —Sus mejillas se sonrojan bajo su piel ya
quemada por el sol—. Mercy me llama Philomena.
—Mercy es inteligente al llamarte así. Es un nombre fuerte para una chica
muy valiente.
Philomena observa a Laura como si acabara de decirle que tiene una
tercera pierna.
—¿Y quien es esta? —dice Laura en voz baja, probablemente para no
despertar al angelito.
—Es Ángel. —Intento disimular la ira en mi voz, pero fallo.
Laura ve mi hostilidad y retrocede, levantándose y girándose hacia
nosotros.
—Tenemos mucho de qué hablar.
—Sí. —Miro a Milo, quien rápidamente toma mi mano y se para a mi lado,
tan cerca que nuestros cuerpos se tocan desde el hombro hasta los dedos
entrelazados.
No parece sorprendida en absoluto de vernos unidos y apoyándonos
mutuamente.
—Entonces comencemos.

222
25
Milo

E
L motel San Ysidro no tiene ropa de cama de lujo de cinco
estrellas, pero nunca lo sabrías al ver las caras dormidas que
actualmente están acurrucadas en las camas. Laura y Mercy en
una, Ángel y Philomena en la otra, Dom en una cama plegable y yo en un sofá
que es aproximadamente sesenta centímetros más pequeño que mi cuerpo. No
es que la comodidad importe mucho. No puedo dormir de todos modos.
Contamos nuestra historia, casi toda la historia, dejando de lado el
necesario homicidio de Mercy. Las autoridades nos pidieron que nos
quedáramos en la ciudad a pasar la noche, y debido a que Laura es una
certificada madre adoptiva y debido a que lidió con la frágil y única situación
de la historia de Mercy, le dieron la custodia temporal de los tres niños.
Quieren que nos quedemos cerca hasta que asalten la casa de los horrores,
para lo cual se estaban preparando incluso antes de que saliéramos de la
oficina fronteriza.
Ocho horas más tarde, estoy viendo la luz del sol que se filtra a través de
la rendija de las opacas cortinas, pero mi inquietud no tiene nada que ver con
la redada.
Estoy buscando a los Saints. Sin duda, a Sancho y a todos los demás
miembros del equipo de Esteban se les ordenó que me encuentren. Cuando lo 223
hagan, no me tomarán desprevenido. No quiero que nadie aquí salga herido.
A última hora de la noche decidí que iría voluntariamente en lugar de
obligar a Mercy a ver cómo me mataban a tiros, o algo peor. No se sabe qué les
harían a los testigos.
Un escalofrío de terror recorre mi espalda.
Estuve haciendo enojar a Esteban durante tanto tiempo que estoy seguro
de que obtendrá satisfacción al sacarme. Si es adecuadamente hombre para
hacerlo él mismo. Hay muchas posibilidades, como mi mamá, de que envíe a
uno de sus gamberros para hacerlo. Manteniendo sus manos limpias.
Cobarde.
Una suave mano se desliza sobre mi hombro desnudo antes de que Mercy
aparezca a mi lado. Su largo cabello cae por la parte delantera de su cuerpo en
una cascada de color blanco puro mientras rodea el sofá y se aprieta conmigo.
Le doy la bienvenida a mis brazos, el calor de su piel se filtra a través de
su camiseta y llega a mi pecho desnudo. Sus piernas están entre las mías, de
modo que prácticamente está tumbada encima de mí y su peso es como una
cálida manta. Entierro mi nariz en su cabello. Aunque huele a champú barato
de motel, su aroma subyacente es suficiente para calmarme. Acaricia mi cuello
y gimo suavemente, levantando la cabeza para darle todo el acceso que
necesita.
—¿Por qué no estás durmiendo? —Su aliento retumba sobre mi clavícula.
Quiero besarla, besarla de verdad, pero no puedo como quiero en una
habitación llena de gente, así que la aprieto más fuerte contra mí.
Cuando no respondo, los músculos de su espalda se tensan.
—¿Es de lo que necesitabas hablar? ¿Las cosas que mencionaste antes y
que tal vez no me gusten?
¿Hasta cuándo podré seguir acosándola con medias verdades y evasivas?
Estoy cansado de engañarla. Agotado realmente.
—Sí.
Se apoya sobre los codos. Su mirada se clava en la mía.
—¿Qué sucede?
—Deberíamos salir.
Asiente y la ayudo a levantarse del sofá antes de ponerme la camiseta que
me prestó y salir silenciosamente. Entrecierro los ojos bajo el sol de la mañana,
agradeciendo que el aire todavía esté fresco. Señalo hacia un banco en una 224
sombreada parte del motel que no está cerca de ninguna ventana. Nos
sentamos e inclina su cuerpo hacia el mío.
Me paso una mano por el cabello, sintiéndome teniendo un millón de
años.
—Estoy seguro de que descubriste que el trabajo que estaba haciendo
para Esteban no era exactamente legal.
—Sabía que era reservado, pero... ¿legal? —Niega—. Todavía hay muchas
cosas que no entiendo sobre la vida.
A la mierda si no me hace sentir como el idiota más grande que jamás
haya existido.
—La noche que fui a buscarte… —Dios, ¿fue hace sólo dos noches? —…
Esteban me hizo elegir. Tú o un trabajo importante.
—¿Me elegiste? —dice, aunque es jodidamente obvio.
—Por supuesto que lo hice. Nunca fue una elección para mí.
—¿Entonces está enojado contigo? ¿Es por lo que no quisiste llamarlo
para pedirle ayuda?
Un largo suspiro se escapa de mis pulmones.
—Está más que enojado. Amenazó con...
Sus ojos se abren. Si no estuviera tan quemada, sé que su cara perdería el
poco color que tiene.
—¿Te matará?
—Dijo lo mismo.
—Milo... —Agarra mi rodilla—. Necesitamos decírselo a la policía. Tenemos
que…
—Mi única opción es huir, mi alma.
—Entonces iré contigo…
—No te haré eso otra vez. —Agarro su rostro con ambas manos y apoyo mi
frente sobre la de ella. Me calmo instantáneamente a pesar de hablar de mi
propio inminente asesinato. Cierro los ojos—. No volveré a hacernos pasar por
eso.
—Pero si te encuentra... —Su voz no tiembla, es firme, como si estuviera
reuniendo datos para tomar una deductiva decisión.
—No quiero saber qué pasará cuando me encuentre.
Su cuerpo se queda quieto, incluso su respiración, como si estuviera 225
conteniéndola.
—Dijiste cuándo, no si.
Me aparto y dejo caer mis manos de su cara.
—Lo lamento.
Sus cristalinos ojos se llenan de lágrimas que parecen sorprenderla
incluso a ella mientras parpadea y se quita la humedad de las mejillas.
—Tiene que haber una manera de hacerlo feliz, de lograr que te deje en
paz.
Sacudo la cabeza y apoyo los codos en las rodillas.
—Nunca me dejará en paz. Le di mi lealtad y, a cambio, nos dio un lugar
donde escondernos. Estoy en deuda con él de por vida, pase lo que pase, y no
hay forma de evitarlo.
—No estás en deuda con él. Vio tu debilidad, yo, y la usó como una
oportunidad para manipularte. —Sus manos se aprietan en su regazo y su
mandíbula se endurece—. También me manipuló.
Todo en mi cuerpo se calma. Como si todos mis órganos internos
estuvieran en un apagado temporal.
—Amenazó con matarte y arrojarme a la calle si...
—¿Cuándo hizo eso?
Una puerta se cierra de golpe cerca y una pareja me ve mientras caminan
hacia su auto. Aprovecho la interrupción para respirar rápido y calmarme.
—Antes de ir a la playa ese fin de semana. —Niega como si nada de eso
importara.
Bueno, a mí me importa.
—Amenazó con...
—¿Y si muere?
Me estremezco ante la práctica forma en que sugiere la muerte de alguien
como una respuesta lógica.
—No hables así. No eres una asesina...
Frunce el ceño y niega.
—¡Eso fue diferente!
—No es diferente. Aquí afuera es matar o morir. Si llegamos a él primero,
no podrá llegar a ti. 226
—No, deja de hablar así. Escucha, lo resolveré, ¿de acuerdo?
No lo haré. No hay nada que resolver. Esteban nunca hizo una amenaza
que no haya cumplido. Mi mamá es un ejemplo perfecto de eso.
—No iré a ningún lado, ¿está bien? —Una mentira. La acerco a mis brazos
y la abrazo con fuerza—. Acabo de recuperarte. Pelearé por mantenernos
unidos. —Otra mentira—. Nunca dejaré que el LS ni Esteban se acerquen a ti
otra vez. —Tendré que acudir a ellos—. Estás a salvo ahora y esos niños de ahí
te necesitan. Haré todo lo que sea necesario para que suceda. —Y esa, era la
verdad.

*
—Sabe divertido. —Ángel se lame los pegajosos dedos, cortesía de un rollo
de canela preenvasado del minimercado de la esquina.
Después de considerar todas nuestras opciones de desayuno, una vez que
todos se despertaron, decidí que, en lugar de sacar a los niños, sería mejor
para mí traer algo. Afortunadamente, el minimercado tenía una amplia
variedad de productos para el desayuno con exceso de azúcar que ahora se
distribuían como el picnic de un pobre sobre las ásperas sábanas blancas.
—Aquí, prueba esto. —Mercy le entrega un cartón de leche. Cuando Ángel
no sabe cómo abrirlo, Mercy se lo muestra y luego se lo devuelve.
Veo hacia la puerta por la que Laura salió hace unos minutos, mi
curiosidad se vuelve loca por quién la llamó y por qué la llamada debía ser
atendida fuera del alcance del oído de los niños pequeños. La expresión de su
rostro cuando respondió hace que mis músculos se tensen. Vuelvo a ver a los
niños comer mientras miran la televisión, hipnotizados por una vieja caricatura
de los Looney Tunes.
Dom está en su segundo paquete de mini donas de chocolate y Philomena
pone cara de amargura con cada sorbo de jugo de naranja.
—Así que supongo que la comida que les dieron fue bastante insípida,
¿eh? —Pregunto.
Parpadean hacia mí distraídos y luego vuelven a mirar la televisión.
Mercy sonríe. Es pequeña, pero hace cosas enormes en mi interior.
—Sí. Principalmente caldo con fideos y algún tipo de carne hervida. Y sólo
agua para beber. Me tomó un tiempo acostumbrarme a los sabores más fuertes
del exterior.
227
Quizás debería haber tomado unas cuantas cajas de galletas saladas.
—Puedo ir corriendo.
—Todo está bien. De todos modos, eventualmente tendrán que
acostumbrarse. —Mercy bebe sorbos de su leche con chocolate que deja el
bigote de leche más dulce en su labio superior.
La cerradura mecánica de la puerta permite que los cinco pares de ojos
entren en la habitación. Laura entra, con su taza de café de poliestireno en la
mano, y su rostro es ilegible.
—¿Qué sucede? —Digo en voz baja mientras pasa a mi lado.
Se detiene, se vuelve hacia mí y respira profundamente.
—Nos están pidiendo que volvamos a la estación. Quieren ver si los niños
pueden identificar a alguna de las personas que sacaron de la casa.
—¿Los atraparon? —dice Mercy.
La sonrisa de Laura es suave y cariñosa.
—Lo hicieron.
¿Por qué querrían interrogar a los niños? ¿Creen que estaban
involucrados en cualquier mierda ilegal que estuviera sucediendo en ese lugar?
—Estos niños nunca fueron sometidos a lo que sucediera en esa casa.
¿Por qué les piden que participen? Son menores traumatizados.
Laura ve a Ángel, quien parece muy interesada en lo que estamos
hablando. Dom volvió a sus donas y Philomena parece casi culpable.
—Iremos. —Mercy me mira antes de que pueda protestar—. Podríamos ser
útiles y los niños necesitan esto para cerrarlo.
Philomena hurga en la etiqueta del jugo de naranja.
—¿Y si nos envían de regreso? ¿Qué pasa si mienten o, no sé, nos
devuelven?
Laura se pone en cuclillas a la altura de sus ojos.
—Nadie podrá alejarte de mí, ¿entiendes? No los dejaré. El Estado de
California no los permitirá.
Algo pesado pasa entre las dos mujeres y Philomena se levanta.
—Terminemos con esto.

228
26
Milo

E
l regreso a la frontera sólo dura unos minutos. Mercy y yo estamos
apretados en el asiento delantero, permitiendo que los niños y
Philomena ocupen el asiento trasero. El sedán de la vieja escuela
de Laura tiene un asiento central al frente, pero mantengo a Mercy en mi
regazo, mis brazos firmes alrededor de su cintura y mi nariz enterrada en su
cabello.
Esquivamos la fila de autos que se dirigen a México y nos desviamos hacia
el estacionamiento de la estación de la patrulla fronteriza. Todos han estado en
silencio desde que recibimos la noticia de que teníamos que regresar aquí.
Incluso cuando salimos del auto, el aire a nuestro alrededor está cargado de
tensión y miedo.
Mercy se mantiene cerca de mi lado, esperando hasta que todos pasen
antes de atravesar las puertas corredizas de vidrio.
Agarro su mano y le susurro al oído:
—No hiciste nada malo.
Me ve con incredulidad, como diciendo que no hay nada más malo que el
asesinato.
La acerco y beso su sien. 229
—Todo saldrá bien.
Laura le avisa a la recepcionista que estamos allí, y pronto nos escoltan a
todos por un largo pasillo con habitaciones que parecen seguras a cada lado.
Nos llevan a una sala donde nos esperan tres personas: el Sr. Abram, nuestro
abogado; la señora Tumali, representante de servicios humanos; y el detective
Roth del grupo de trabajo contra la trata de personas de Estados Unidos.
Dom y Ángel están acurrucados cerca de Laura, y Philomena se mueve
inquieta sobre sus pies. Mi mano está atrapada alrededor de la de Mercy y su
palma está húmeda de sudor.
La puerta se abre y entra el Jefe Bastilla, como si aun no se hubiera ido a
casa desde que estuvimos aquí anoche.
—Tomen asiento. —Señala las sillas de plástico que se alinean en las
paredes.
Demasiado nerviosos, ninguno se sienta.
—Nos mantendremos de pie. ¿Podemos terminar con esto de una vez? —
Pregunto.
La mirada de Laura se encuentra con la mía. Espero que me reprenda
pero sólo encuentro solidaridad. Nadie quiere someter a estos niños a los
recuerdos del infierno que dejaron atrás más tiempo del necesario para poner
tras las rejas a las personas adecuadas.
El jefe se cruza de brazos y frunce el ceño.
—Conseguimos entrar fácilmente al edificio y lo registramos de arriba a
abajo. —Sus ojos se fijan en los de Mercy—. Quiero disculparme por no
encontrarte cuando allanamos el lugar hace años. Gracias a su información,
logramos encontrar todos los pasajes ocultos donde creemos que se
escondieron la mayoría de los hombres y mujeres cuando...
—¿Hombres y mujeres? —Dice Mercy, su voz atormentada y hueca que
resuena en las cuatro paredes.
—Sí. —Sostiene su mirada—. Vamos a necesitar ver si pueden identificar
a alguno. Encontramos una farmacia con medicamentos recetados. Por lo que
sabemos, se utilizaron para que los habitantes fueran más dóciles. Pensamos
que, si se sienten cómodos, nos gustaría que todos echaran un vistazo y vieran
si pueden darnos información, identificaciones, lo que sea que tengan.
La señora Tumali de servicios humanos da un paso al frente.
—Le dirán lo que saben, pero si alguno muestra señales de malestar,
230
terminaré con esto.
—Comprendido. —Hace un gesto hacia la puerta—. Los llevaremos a una
sala de observación. No podrán verlos, pero ustedes podrán observarlos.
—¿Cuántos son? —dice Mercy y se presiona contra mí como si necesitara
un poco de apoyo extra.
Paso mi brazo alrededor de sus hombros y aprieto, decidida a sostenerla
mientras me necesite.
—¿De los que no podemos identificar? Ocho.
Mercy se aclara la garganta y luego asiente.
—Está bien, síganme.
Espero en la puerta mientras Laura y el resto salen de la habitación para
seguir al jefe por el pasillo. Le doy la vuelta a la retaguardia con Mercy todavía
metida a salvo bajo mi brazo. Un corto paseo nos lleva a otra sala, esta más
grande con asientos en filas, todos frente a un gran ventanal.
Laura les indica a los niños y a Mercy que se sienten lo más cerca posible
de la ventana para poder ver, y Philomena la sigue. El peso de Mercy es más
pesado contra mí cuando la llevo a un asiento al frente. Exhala suavemente
cuando me siento a su lado. El jefe explica que las luces se apagarán y
acompañarán a la gente a la habitación al otro lado del cristal.
Me inclino sobre Mercy hacia Dom.
—¿Estás bien?
Él se encoge de hombros.
—Creo que sí.
La expresión de Ángel está en blanco, como si no estuviera muy segura de
su nueva realidad. Las luces se apagan. Philomena salta, pero los susurros de
aliento y la mano de Laura la calman rápidamente.
Luego, las dos primeras personas capturadas o rescatadas de la casa de
los horrores entran en fila. Mercy gime cuando se da cuenta de que son niños.
La acerco y la abrazo fuerte.
—Ahora están a salvo —susurro contra su mejilla—. Gracias a ti y a tu
valentía, están a salvo.
Philomena se sienta más erguida, con los hombros rectos y decididos.
—Esos son los gemelos. Se supone que deben, um...—Señala con su
cabeza—. Pueden hablar con los espíritus del otro lado. 231
Todos los funcionarios en la sala garabatean notas en libretas de papel y
el jefe le indica con un gesto que continúe.
—O.… —Philomena mira a Mercy—. Es lo que le decían a la gente.
—¿Sabes cuántos años tienen? —El detective Roth levanta la vista de sus
notas.
—No. Fueron a vivir allí cuando eran jóvenes. No creo que recuerden de
dónde vienen y nunca se habló de ello. —Philomena se recuesta en su asiento,
pareciendo derrotada por no poder darles más.
—¿Algo más?
El resto de nosotros sacudimos la cabeza y Mercy dice:
—Nunca los había visto antes.
El jefe golpea un altavoz y los niños son sacados de la habitación. Luego
viene un tipo corpulento que inmediatamente reconozco como el chofer.
—Lo conozco. —Le explico todo lo que sé, cómo fue nuestro escolta, cómo
estaba con otro hombre que, según explica el jefe, no estaba en la propiedad y
aun debe estar prófugo. Le doy toda la información que puedo.
Luego entran una fila de cuatro mujeres. Todas parecen tener más o
menos la misma edad que Philomena, todas muy bonitas pero delgadas y
descuidadas. No veo demasiado, pero observo las expresiones de Mercy, Dom,
Ángel y Philomena para ver si alguno muestra signos de saber quiénes son.
—Deben ser las chicas del nivel superior —dice Philomena con tristeza.
—¿Como sabes eso? —El tono del detective Roth no es firme ni duro, sólo
curioso.
Ella se aclara la garganta y se pasa la larga cola de caballo marrón por
encima de un hombro para tirar de los extremos.
—Ahí estaba yo antes de que me sacara para servirles a los niños.
—¿Cuáles son los deberes de las chicas de nivel superior? —Está tomando
notas y me pregunto si lo hace para darle a Philomena la privacidad que podría
necesitar para decir lo que todos sabemos que sucederá.
—Él nos vendió. No a nosotras, sino el acceso a nosotras.
El detective coloca su bolígrafo sobre la libreta y dice en voz baja:
—Lo siento, pero debemos ser claros. ¿Quieres decir que te vendió a ti y a
estas mujeres por sexo? 232
Cada músculo de la Mercy se tensa. No es la única mientras esperamos la
confirmación.
Philomena traga.
—Sí.
Mercy se gira hacia mí y entierra su rostro en mi cuello. Gracias a Dios
que mató a ese cabrón. Merece pudrirse en el infierno con...
Parpadeo y me concentro en la chica que está al final. Parece familiar.
Cuando me inclino para ver más de cerca, debo molestar a Mercy, porque se
sienta. El aire fresco de la habitación golpea mi cuello y reprimo un escalofrío.
Pero no es el aire lo que prácticamente tiene a mis nervios ardiendo. Es su
cara de bebé.
—La conozco —digo.
—¿Disculpa? ¿Dijiste que reconoces a una de las chicas? —La voz del
detective Roth aparta mis ojos del rostro de la chica.
—Oh, um… —Mi estómago se retuerce y el sudor me brota de la frente.
Entrecierro los ojos, pero es todo por apariencia. Es la chica que tropezó
conmigo esa noche en Tijuana—. No lo creo.
—¿Seguro?
—Mmm-hm. —Con cada gramo de aliento que sale de mis pulmones, me
obligo a sentarme y a actuar con indiferencia. Siento los ojos de Mercy sobre
mí, incluso registro sus manos agarrando mi bíceps para llamar mi atención,
pero estoy tan hundido en mi cabeza que no puedo pensar ni respirar.
La mujer.
La chica americana que Sancho despidió en una maldita camioneta.
Maldito Esteban.

Mercy
Lo perdí.
Sentí el momento en que sucedió. El cuerpo de Milo se tensó cuando
murmuró algo acerca de conocer a una de las chicas en esa habitación.
Entrecierro los ojos y trato de concentrarme en los detalles de las mujeres
al otro lado del cristal, pero ninguna me resulta familiar. ¿Cómo podría Milo 233
conocer a una de esas mujeres y por qué oculta el hecho de que la conoce? Me
duele el estómago y me encuentro frunciendo el ceño mientras arrastran a las
mujeres delgadas y de aspecto triste de la habitación. Me vuelvo hacia Milo sólo
para encontrar su expresión en una máscara de tranquilidad casual y no
afectada.
Una mentira.
Siento la aceleración de su pulso en su antebrazo. Cuando el jefe anuncia
que hay una persona más que traer, busco la expresión de Milo, rogándole que
me lo diga, instándolo a que me asegure que no tiene antecedentes con
ninguna de esas mujeres.
—¿Estás bien? —Susurro cerca del oído de Milo.
Se gira con un brusco movimiento y se inclina para dar un fuerte beso en
la comisura de mi boca.
—Sí. Lo estoy. Esto es simplemente... —Sacude la cabeza y su mandíbula
se pone firme como si estuviera procesando algo grande, algo que lo lleva del
shock a la furia—. Hay mucho que asimilar.
—Sí. Así es. —Decido que no obtendré ninguna información de él ahora y
me resigno a preguntarle al respecto más tarde.
El movimiento desde el otro lado de la ventana atrae mis ojos. Conducen a
otra persona a la habitación. Una mujer de complexión pequeña y cabello
hirsuto de color gris y negro se arrastra hasta el centro de la pared y luego se
vuelve hacia nosotros.
Mi corazón golpea mi garganta.
—¡La señora! —Me levanto de un salto y golpeo la ventana con las palmas
de las manos—. ¡Señora!
No puede oírme ni verme, pero tiene que sentir la vibración del cristal
mientras sus cansados ojos buscan la ventana. Mi garganta arde cuando noto
la piel cenicienta de su mandíbula, sus ojos carentes de emoción y el sucio
vestido que cuelga de sus esqueléticos hombros.
Me giro hacia el jefe.
—Necesito verla. Es la mujer que me crió, es mi... mi... —La necesidad de
decir la palabra mamá me hace cosquillas en la garganta, pero todo está mal.
Después de todo, me mantuvo cautiva la mayor parte de mi vida.
Parpadeo mientras estudio la silueta de una mujer, tan diferente de la
sólida y severa mujer que recuerdo. Su voz todavía resuena en mi cabeza. La
234
sola idea de que me cepille el cabello me provoca dolor en el cuero cabelludo.
—Oye. —Las manos de Milo me agarran bruscamente, y sólo entonces me
doy cuenta de que caí de nuevo en mi silla. Se pone frente a mí y su mirada
exige la mía—. Mercy, mírame. Está bien, ¿verdad? Estarás bien.
—Sí. —Sé que no puede llegar a mí. Estoy a salvo, pero... —Quiero verla.
El jefe se ajusta su grueso cinturón que sujeta armas y quién sabe qué
más.
—No creo que sea una buena idea.
—Necesito verla.
Laura se acerca.
—Mercy, ¿estás segura? —Hay tristeza en su voz.
No puedo apartar los ojos de la frágil mujer detrás del cristal.
—Sí. Te diré todo lo que sé, pero necesito unos minutos para hablar con
ella.
Laura y el jefe intercambian acaloradas palabras, pero no escucho
ninguna. Mis oídos están llenos de estática. Milo no habla, pero distraídamente
pasa una mano por mi espalda antes de girar sus dedos en mi cabello mientras
sus ojos permanecen pegados a algún lugar lejano más allá de la pared. El
detective ladra, la señora de los servicios sociales charla y luego se queda en
silencio.
—Mercy, tendrás unos minutos a solas con la mujer...
—¿Cómo se llama? —Mi voz suena más fuerte de lo que siento, pero
necesito saber cómo llamarla. El ángel que la hubiera llamado Señora ya está
muerto en mí.
—No lo sabemos. No nos habló, pero tal vez sí lo haga contigo —responde
el jefe Bastilla—. Terminemos y te reuniré cara a cara con ella.
Le cuento todo lo que sé sobre ella, que no es mucho. Solo sé que fue mi
cuidadora, lo más parecido que tuve a una madre, hasta el día en que dejó de
aparecer.
Muy pronto, el detective se queda sin preguntas. El jefe dice que estará
esposada cuando la encuentre y que habrá un agente de patrulla en la
habitación. Explica que nuestra conversación podría ser grabada.
No me importa ninguna de esas cosas. Sólo tengo una pregunta para ella
y no me iré hasta obtener una respuesta.
235
27
Mercy

E
stoy entumecida.
Volver a ver a la Señora me hizo retroceder a una época en la
que confiaba en ella para todo. Volver a una época en la que la
quería.
Philomena confirmó lo que ya temía. La señora estuvo involucrada en esto
con papá. Era su compañera.
Cualquier amor que sintiera por ella se marchitó instantáneamente, y
junto con él se fue un pedazo de mi corazón.
—¿Estás segura acerca de esto? —dice Milo y aprieta la mano que coloqué
alrededor de su codo mientras seguimos al Jefe Bastilla por un pasillo hacia
una habitación más segura—. Estoy seguro de que podrás obtener las
respuestas que necesitas sin tener que sentarte en la misma habitación que
ella.
—Estaré bien.
Bastilla se detiene ante una puerta donde espera un guardia. Le dice algo
al hombre y luego se vuelve hacia mí.
—No estarás sola. Este es el patrullero Mike Hughey y permanecerá
contigo en todo momento. 236

Asiento. Cuando Bastilla abre la puerta, veo a la Señora inmediatamente.


Está sentada en una silla de plástico del tamaño de las que había en la
habitación en la que estábamos, pero la suya de alguna manera parece más
grande. O tal vez sea la que parece más pequeña.
El patrullero me hace un gesto para que entre y, cuando doy el primer
paso, Milo me suelta la mano. Mi corazón late detrás de mis costillas y mis
dedos aprietan su antebrazo. Su mirada encuentra la mía y se suaviza como si
lo supiera sin que tuviera que preguntar. Se adelanta a mí, asegurándose de
mantener nuestras manos entrelazadas con fuerza.
Pensé que podía hacer esto por mi cuenta, pero al estar en su presencia
nuevamente, en esta pequeña habitación juntas, me siento como una niña
indefensa. El firme agarre de Milo me tranquiliza, y cuando tomo asiento con
piernas temblorosas, Milo apoya una mano de apoyo en mi hombro.
Los ojos de la señora se elevan para encontrarse con los míos. Aparte de
un destello de reconocimiento, ninguna emoción cruza su rostro. Recuerdo
mucho de ella. Era buena reprimiendo cualquier sentimiento real cuando se
trataba de mí. Hasta las últimas veces que la vi, no me dio nada más que su
labio rígido y su distante interacción.
—Ya se acabó —me escucho decir y me siento un poco más alto mientras
mantengo el contacto visual como Milo me enseñó en la preparatoria—. Nunca
más podrás volverle a hacer daño a los niños.
—Nunca lastimé a un niño. —Su voz y su acento traen una cálida
sensación de familiaridad a mi pecho que trato de ignorar—. Me importaban.
Sacudo la cabeza.
—No eres juzgada por mí. No me importan tus débiles defensas y
justificaciones.
Parece cansada, como si la hubieran sacado a rastras de la cama y la
hubieran obligado a caminar sobre la arena profunda.
—¿Solo quiero saber de dónde vengo?
La mano de Milo convulsiona sobre mi hombro y su nerviosa energía llena
la habitación.
—No sé…
—Era un bebé cuando fui a quedarme contigo, tan joven que no tengo
ningún recuerdo, y los únicos recuerdos que tengo te tienen a ti. Por favor,
dime de dónde vengo. 237
Parece contemplar eso.
—No es un cuento de hadas. ¿Estás segura de que quieres saberlo?
Puedo decir que quiere que diga que no. Quiere que me encoje como
antes, que me someta a su poder sobre mí, pero ya no puede controlarme. El
peso de la mano de Milo sobre mi hombro me da fuerzas.
—Nada de lo que digas puede ser peor que lo que viví bajo tu generoso
cuidado.
Sus cansados ojos se estrechan mientras un fuego chispea en su mirada.
—No tienes idea de los sacrificios que hice por ti.
—¡Era un bebé! Esos niños ni siquiera recuerdan una vida antes de vivir
en casa de papá. No tienen una identidad fuera de las mentiras con las que los
criaste.
No dice una palabra, solo mira fijamente al frente como para evitar que
mis palabras penetren.
—¿De dónde vengo? —Pregunto de nuevo.
Milo pasa su mano hasta la parte posterior de mi cuello posesivamente
como si me estuviera preparando para el dolor entrante. Su firme agarre me
asegura que no importa de dónde venga, siempre tendré un hogar con él.
Mira al guardia de una manera tan altiva como si su andrajoso vestido
estuviera hecho de seda fina.
—Te compraron.
Parpadeo, registrando sus palabras. ¿Me compraron? ¿Cómo comida o
ropa?
—¿De quién?
—De tus padres, supongo. No hay manera de saber estas cosas. Y tu papá
invirtió cada dólar que tenía en ti.
—¿Mis padres me vendieron?
—No parezcas tan sorprendida. Tienes suerte de que tu papá te
encontrara cuando lo hizo, o te habrían vendido a uno de esos bárbaros a los
que les compramos a Demonio.
—Mi alma —la voz de Milo llega como un suave susurro contra mi oído —
que se joda esta perra. Déjame sacarte de aquí.
—No. —Tomo su mano libre y la acerco, colocando su palma sobre mi
238
corazón y sosteniéndola allí—. Estoy bien. Necesito esto.
—Odio esto —murmura Milo, y entiendo lo que está diciendo. Su uso del
español llama la atención de la Señora.
—Debes ser quien lo mató —le dice a Milo.
Está diciendo algo sobre quién lo mató. Supongo que está hablando de
papá.
La mano de Milo se dobla en la parte posterior de mi cuello y me inclino
para ver su rostro. La comisura de sus labios se levanta en una sonrisa
malvada.
—Eso hubiera deseado. —Otro apretón en mi cuello—. Ese honor se lo
llevó alguien que merecía otorgarlo más que yo.
Su expresión se desmorona y sus ojos llorosos se fijan en los míos.
—¿Fuiste tú?
Pregunta si fui yo. Sacudo la cabeza.
—No hablo español.
Milo emite una suave risa y sus dedos se entrelazan con los míos en mi
pecho.
Su rostro pierde el color.
Me dirijo al patrullero.
—Ya terminé aquí.
Él asiente y cruza hacia la puerta para escoltarnos fuera. Cuando me
levanto, Milo me acerca para abrazarme, envolviéndome con tanta fuerza que
es difícil respirar profundamente, pero no me importa. La respiración ocupa el
segundo lugar después de mi necesidad de que Milo me consuele.
Aquí yo pensando que me habían quitado de padres amorosos que me
querían, cuando en realidad, mi destino quedó sellado en el momento en que
mis padres biológicos vieron el color de mi piel. Mis anomalías genéticas le
pusieron precio a mi cabeza y me vendieron como una posesión. Claro, las
cosas podrían haber sido mucho peores, y si no fuera por todo lo que pasé,
podría estar muerta. O peor aun, nunca habría conocido a Milo.
Aprieto su cintura y entierra su nariz en mi cabello. Por muy equivocado
que sea, en realidad me siento agradecida por cómo se desarrolló mi vida. No
puedo arrepentirme de las circunstancias que me llevaron a este momento con
Milo, lo que me recuerda...
—Una cosa más. —Me dirijo a la señora. 239
Milo se pega a mi espalda, con una mano extendida sobre mi estómago y
la otra agarrando mi brazo. No sé si está tratando de detenerme en caso de que
decida atacar o si me está sosteniendo en caso de que caiga.
—¿Quién me dejó? Me encontraron al otro lado de la frontera. ¿Fuiste tú
quien me salvó?
Huele sus emociones.
—Te iban a vender. Sabía que las cosas para las que te utilizarían serían...
impuras. Tenía que sacarte de allí.
—Pero me dejaste sola con él meses antes de eso. Me dijo que estabas
enferma.
—Le rogué que no te vendiera a ese hombre. Me castigó negándome a
dejarme verte. Sabía que nunca te irías sola, así que drogué su bebida y luego
te drogué a ti. Me ayudaron a llevarte a un auto, pero no pude cruzar la
frontera yo sola. Encontré a un coyote. Te llevó al otro lado y te dejó. No estaba
segura de que lo hiciera, así que le dije que si no hacía lo que le pedía, tu
espíritu lo maldeciría en esta vida y en la siguiente. Me sorprende que no te
haya matado ni te haya vendido, pero dice mucho sobre el poder que la gente
creía que tenías. La muerte habría sido un regalo comparado con lo que ese
horrible hombre tenía reservado para ti.
—Mikkel —susurro.
—Así que ya lo sabes. Sé que quieres odiarme, pero no puedes hacerlo.
¡Porque la única razón por la que estás aquí ahora es por mí!
—Es suficiente. —Milo me da la vuelta y me guía hacia la puerta.
Mi mente lucha con la nueva información. El bien, el mal y el espacio
intermedio donde las cosas malas se hacen por amor y nada tiene sentido.
Tropiezo en el pasillo y me apoyo contra la pared.
—Mercy... —Milo me sostiene, mi mejilla se presiona contra su pecho, y
me susurra al oído:
—No la escuches. Esa gente está enferma. Lo único que importa es que
todos estén a salvo. Ya no pueden hacerte daño ni a ti ni a nadie más.
—Quiero ir a casa.
—Está bien, mi alma. —Presiona sus labios contra mi cabeza. Cuando lo
miro, su expresión irradia tensión—. Te llevaré a casa. Sólo hay una cosa que
debo hacer primero.

240
28
Milo

L
o hice.
Delaté a Esteban y a toda su operación en México.
El jefe Bastilla y el detective Roth se excusaron de la pequeña
habitación hace casi una hora, después de que terminé de contar mi historia.
Me dejaron con el sargento del Departamento de Policía de San Ysidro, lo cual
no puede ser buena señal. Denunciar a Esteban y a sus hombres podría no ser
suficiente para sacarme del apuro por las cosas que hice. Porque al ser metido
en prisión con Esteban y sus hombres firmarán mi certificado de defunción.
Al menos Mercy estará a salvo. Volverá con Laura. Tendrá a Miguel y a
Jules. Me presiono los ojos con las palmas y trato de borrar la decepción. Hice
lo correcto. Aun está por determinarse si es suficiente o no para salvar mi vida.
Se abre la puerta de la habitación y entra el detective Roth con un vaso de
papel en una mano y su bloc de notas amarillo en la otra. Ya llevo horas aquí y
cuando Roth me entrega el café, tengo la sensación de que apenas acabamos
de empezar.
Acepto la taza y sorbo el amargo brebaje.
—Será una larga noche. —Sus pálidos ojos son de disculpa—. Tu familia
regresó al hotel. 241
Es una buena señal. Si hubieran planeado arrestarme, los habrían
enviado de regreso a Los Ángeles, ¿verdad?
La cafeína me devuelve un poco la vida, o tal vez sea la esperanza de que
eventualmente salga de aquí como un hombre libre.
—¿Estoy bajo arresto?
Roth resopla y toma asiento frente a mí.
—Tu abogado está allí trabajando en un acuerdo de culpabilidad. Nos
diste mucho para seguir adelante, y si estás dispuesto a testificar...
—Lo haré. Lo que sea necesario.
—Milo... —Se frota el labio superior y mira sus notas, pero no parece estar
leyéndolas—. Con lo que nos diste podemos conseguir a Esteban, pero los
Latino Saints... —Niega—. Son una bestia diferente. Si puedes darnos
información sobre ellos, aceptar testificar...
—No. No he estado involucrado con los Saints desde que era niño y
Esteban no me dijo mucho.
Mentiras. Todas mentiras. Pero no puedo delatar a tipos como yo, tipos
que le dedicaron sus vidas a Esteban y que se quedaron atrapados, sin poder
salir en ninguna condición que no fuera la de muertos. Cholos que arriesgaron
el trasero para ayudarme a liberar a Mercy de ese malvado idiota de Mikkel.
—Mientras los Saints sean un grupo activo en Los Ángeles, no podremos
protegerlos.
—Entiendo.
Sus ojos se estrechan.
—¿Lo haces? Porque una vez que sepan que entregaste a Esteban, no se
sabe cómo responderán.
—Solo quiero mantener a Mercy y a mis hermanos a salvo.
—Es posible, ya que los LS se hayan estado manteniendo sin tu papá...
Hago una mueca cuando llama a Esteban mi papá.
—Puede que no les importe lo que le pase. ¿Pero y si lo hacen?
—Lo sé. —Completo el resto de lo que está diciendo.
Salir de aquí como un hombre libre podría significar que tan pronto como
regrese a Los Ángeles, seré hombre muerto.
—Bien. —Se levanta y se dirige a la puerta—. Espera. Tenemos algunas
preguntas de seguimiento y necesitaremos que firmes algunos documentos. 242
Serán unas cuantas horas más.
Asiento y se disculpa nuevamente, esta vez llevándose al sargento con él.
En el momento en que se cierra la puerta, exhalo el aliento que estuve
conteniendo y apoyo mi frente en la mesa.
—Ya casi terminó —le susurro a nadie.
Una voz en mi cabeza me susurra:
—¿O recién comenzó?
—Mierda.

*
Deseo que conducir por la I-5 Norte desde San Ysidro hacia Los Ángeles
me trajera una sensación de alivio, pero cada marcador de kilómetro que pasa
solo aumenta mi paranoia.
El jefe me dejó en el hotel alrededor de las dos de la madrugada. Logré
dormir un par de horas antes de despertarme, listo para cumplirle mi promesa
a Mercy y llevarla a casa.
Laura, Philomena y los niños tuvieron que quedarse con servicios sociales,
por lo que Chris saldrá directamente del trabajo para ir a recogerlos esta
noche. Los niños y Philomena tendrán que ir al mismo centro psiquiátrico en el
que estuvo Mercy para prepararlos para la vida fuera de los muros de papá.
Los jóvenes tienen historias similares a las de Mercy: pocos recuerdos de
su vida antes de ir a vivir con papá. Dom recuerda que una vez tuvo una mamá
y un papá. También recuerda la noche en que perdió los dedos y habló de un
―hombre de ojos claros‖ que suponemos era Mikkel. Creo que Mikkel usó la
casa de papá como una pensión para albinos, un lugar donde se podía usar a
esos niños y lavarles el cerebro hasta que fuera y los reclamara para sus
propios fines. Dom fue usado como un auto viejo para repuestos. Ya mutilado,
no podía ser un ángel, por lo que siguieron cortándolo para que en una
eventual matanza se entregara al mejor postor.
La historia de Philomena fue diferente al resto. Tiene recuerdos de estar
en una escuela donde todos hablaban inglés. También recuerda haber seguido
a un hombre que decía tener un cachorro en su auto. Tenía seis años el día
que la secuestraron y Laura cree que ahora tiene aproximadamente quince.
Si tuviera la oportunidad, desenterraría los cuerpos de papá y de Mikkel y
los mataría de nuevo.
Mercy está dormida, hecha una bola en el asiento del pasajero del auto de
243
Laura. Sus pálidas piernas están dobladas debajo y su cabeza descansa sobre
la puerta en un extraño ángulo. Mantengo una mano en el volante y la otra en
su tobillo desnudo, necesito el contacto para mantenerme firme.
Las señales de la autopista hacia Los Ángeles indican que estamos cerca,
y mi corazón libra la guerra entre la emoción de ver a mis hermanos y el temor
de quién puede o no venir a buscarme.
Ahora que el jefe sabe sobre la participación de Sancho en el secuestro de
la estudiante en Tijuana, es sólo cuestión de tiempo antes de que Esteban
descubra que estuve detrás de la filtración de información. Será mejor que la
policía llegue a él antes de que llegue a mí. Incluso bajo arresto, podrá enviar a
los Saints tras de mí. Harán lo que puedan para mantener a Miguel y a Jules
fuera del fuego cruzado, así que tendrán que llevarme solo para lograrlo. Un
paseo en auto es demasiado arriesgado.
—¿Estás bien?
Me sobresalto ante el sonido de la cansada voz de Mercy. Está en la
misma posición, pero tiene el cabello apartado de la cara y sus ojos están
puestos en mí.
—Por supuesto.
—Estás tan callado.
Aprieto su tobillo y paso mi mano por su pantorrilla.
—Estabas durmiendo.
Se empuja para sentarse y, aunque extraño la conexión de su pierna,
entrelaza nuestros dedos y sostiene mi mano en su regazo.
—No más mentiras.
Lo pienso dos veces. En estos momentos, me pregunto si Mercy realmente
tiene algún tipo de don extrasensorial. Parece ser capaz de leer mi mente.
—Estoy emocionado de ver a mis hermanos.
Se inclina y mueve la cabeza para captar mi expresión, entrecerrando los
ojos.
—No me parece emocionante.
Me encojo de hombros.
—Estoy nervioso. Miguel no estará contento de que nos hayamos ido.
Odiaba abandonar a Jules. Todos sus seres queridos lo abandonaron y me
preocupa que no me perdone.
Aprieta mi mano, luego se la lleva a los labios y besa mis nudillos. 244
—Una vez que escuche que su hermano mayor es un superhéroe, lo
entenderá.
Toso una carcajada.
—Estoy lejos de ser heroico.
Se vuelve hacia mí, con expresión sin humor.
—Olvidas a cuántas personas salvaste. Tarde o temprano tendrás que
verte como el salvador que eres.
Ya estoy negando.
—En los pocos meses que estuvimos con Esteban, entregué suficientes
drogas y armas para armar a un pequeño país. No son las obras de un
salvador.
Se encoge de hombros y ve por la ventana delantera.
—Entonces eres un tipo diferente de salvador.
El tráfico intermitente de la 405 nos adormece en un cómodo silencio
hasta que finalmente llegamos a nuestro antiguo vecindario. Mercy se sienta
más erguida mientras navego por las calles del barrio suburbano. Nada
cambió: las mismas casas, el mismo parque recreativo, los mismos árboles,
pero todo parece diferente. Como si estuviéramos aquí por última vez en una
vida diferente cuando en realidad sólo pasaron meses.
Pasamos por la gasolinera abandonada, el lugar donde nuestras vidas
cambiaron irrevocablemente. Mantengo mi mirada en Mercy mientras estira el
cuello para ver el estacionamiento, casi como si esperara ver a Mikkel
esperándola. Estoy agradecido cuando doblamos la esquina. Deja escapar un
suspiro de alivio cuando nuestra antigua casa aparece a la vista.
Voy por el camino de entrada y agarro el muslo de Mercy.
—¿Estás lista?
Asiente con entusiasmo y se inclina para estudiar la casa. Me imagino que
está notando lo mismo que yo. La casa de Laura y Chris parece mucho más
pequeña de lo que solía ser y tiene muy poco que ver con su tamaño. La escala
de nuestras vidas era mucho menor en aquel entonces. Cómo extraño esos
días, antes de que cosas como los cárteles de las drogas y el tráfico
internacional de personas se convirtieran en parte de nuestro vocabulario.
La puerta trasera se abre de golpe y Jules sale corriendo, salta los
escalones y corre hacia el patio. Toda la creciente tensión de los días pasados
palidece cuando los brazos de mi hermano se extienden y mi nombre se 245
desprende de su garganta.
Salto del auto justo a tiempo para atraparlo mientras se lanza hacia mí.
Joder, siento como si mi pecho fuera a colapsar.
—Jules, te extrañé mucho, ese. —Beso el costado de su cabeza y su
cuerpo tiembla de emoción.
—¡Emilio! Sabía que volverías. Lo sabía.
—Claro que sí. —Mi corazón y mis pulmones dan un vuelco ante la idea de
dejar a Jules otra vez, pero la próxima vez de forma permanente.
Siento el momento en que ve a Mercy, porque se libera de mi agarre y
corre hacia la parte delantera del auto mientras ella rodea el capó.
—¡Mercy! —Salta hacia ella, pero en lugar de atraparlo, ella se agacha y lo
toma en brazos.
—Sé amable, manito —le digo.
La puerta se cierra de golpe detrás de mí y me doy la vuelta cuando Miguel
baja saltando las escaleras. Lo encuentro a mitad de camino y espero que
simplemente se encoja de hombros y diga:
—¿Qué pasa?
No dice una palabra, pero me agarra del hombro y me abraza con fuerza.
—Mano, finalmente.
—Los extrañé. —Me pican los ojos, pero contengo las lágrimas y me
concentro en el hecho de que, por ahora, estoy en casa con las personas que
más quiero en el mundo.
Jules se aprieta entre nosotros y envuelve sus brazos alrededor de mi
cintura. Libero a Miguel para arrastrar a Mercy a mi costado.
Miguel la saluda con una sonrisa.
—Así que realmente son una pareja, ¿eh?
Mercy levanta la barbilla, sonríe y le doy un beso en la parte superior de la
cabeza. Miguel sonríe aun más.
Jules me suelta y levanta la mano de Mercy, con los dedos alrededor de su
anillo.
—¿Se casaron o algo así?
—Aun no. —Digo.
Lucho contra el nudo que se forma en mi garganta cuando pienso en lo
que mi muerte les hará a Jules, a Mercy y a Miguel. Un día Mercy encontrará a 246
alguien que, como yo, no será suficientemente bueno para ella, pero caerá bajo
su hechizo tal como yo. Me imagino su cuerpo hinchado por una vida que creó
con alguien que no sea yo. Alguien que conozca su historia y la consuele
cuando llore por su primer novio que fue asesinado a tiros por los Latino
Saints.
—Joder —susurro.
Miguel frunce el ceño.
—Lo siento. —Sacudo la cabeza—. Fueron unos días muy largos.
Entramos y preparo algo de comer mientras Mercy se ducha. Su
habitación no cambió desde que nos fuimos, como si Laura y Chris estuvieran
esperando a que regresara a casa, y la culpa pesa mucho en mi pecho.
Mercy se une a nosotros en la cocina para comer espaguetis, vestida con
una camiseta y pantalones cortos para dormir. Intento responder tantas
preguntas de Miguel y Julian como puedo, y cuando llegan las nueve, estoy
mental y emocionalmente exhausto de tejer una docena de verdades a medias.
Me doy una ducha rápida y, cuando salgo del baño envuelto únicamente en
una toalla, Mercy está esperando.
Su mirada se desliza a lo largo de mi pecho hasta mi cuello. Tomo su
mano.
—Es el lugar exacto donde nos conocimos. —El recuerdo de verla por
primera vez, el miedo de no entender qué era, hace que mi corazón lata un
poco más rápido.
Sus labios se abren mientras su mirada pasa de mi cuello a mis labios y
finalmente se posa en mis ojos.
—¿Podemos dormir en tu habitación esta noche?
—Creo que, por el bien de los chicos, deberías quedarte adentro y yo...
—No. —El calor en su expresión se disuelve en un miedo helado—. No me
quedaré sin ti. Ni esta noche ni nunca. Nunca más.
—Bien, bien... —Mierda. Esperaba mantenerla adentro en caso de que los
LS viniera a buscarme, pero no puedo decir que no cuando su miedo es tan
reciente—. Entonces dormiremos en tu habitación.
Sus palmas se deslizan por mis costillas en una lenta provocación que me
hace morderme el labio para evitar un gemido.
—¿Podemos irnos a la cama ahora?
A pesar del hambre que escucho en su voz, no es sexy en un sentido 247
juguetón, sino desesperado por el deseo de reconectarme que refleja el mío.
Deslizo mi mano en su cabello y luego tomo su mandíbula, pasando mi pulgar
por su labio partido en curación y por su magullada mejilla. Me convencí de
que podía protegerla de cualquier cosa. Me equivoqué.
—Ojalá pudiera curarte.
Se acurruca más cerca de mí.
—Creo que podrás hacerlo. Podemos curarnos uno al otro.
El sonido de la Xbox en la sala de estar significa que mis hermanos están
ocupados, así que acompaño a Mercy hacia su habitación antes de cerrar la
puerta con llave.
—Tendremos que guardar silencio.
Ella asiente y alcanza el dobladillo de su camiseta, pero la detengo.
—¿Qué?
—Permíteme.
Deja caer su mano, tomo su rostro y acerco nuestros labios suavemente.
Mantengo el ritmo lento hasta que bebo su frustrado aliento.
Sonrío contra sus labios.
—¿Necesitas esto?
Su gruñido de respuesta es tan adorable como sexy.
—Sí.
Me arranca la toalla de la cintura y la tira al suelo. Sus uñas muerden mi
trasero mientras junta nuestras caderas. Su cuerpo completamente vestido
contra mi piel desnuda imita la vulnerabilidad que siento cuando estoy con
ella. Su alma es mi ancla y me alimento de su toque.
No sé qué nos deparará el mañana, lo que sólo se intensificará con cada
momento que nos quede juntos.

Mercy
Mis manos tieblan mientras trato de contener la urgencia de acercarme a
Milo. La habitación está en silencio excepto por nuestra frenética respiración
mientras desliza sus manos debajo de mi camiseta.
Sus dedos suben por mis costados y levanta la tela sobre mi cabeza. Un 248
estruendo de voces proviene del otro lado del muro.
—Está bien —susurra—. Están jugando Fortnite. Estarán así durante
horas.
—¿Y si vienen a buscarnos?
—La puerta está cerrada. Sólo tenemos que asegurarnos de que estamos
en silencio. —Toma mis manos y las coloca alrededor de su cuello, luego se
inclina para besarme. Sabe a pasta de dientes de menta y su lengua es cálida
cuando se desliza contra la mía. Un gemido retumba en su garganta.
—Shh... —Sonrío contra su beso—. Sin sonidos, ¿recuerdas?
Sus largos dedos desabrochan mi sujetador y cae de mi cuerpo.
—Será imposible quedarme callado contigo. —Toma mis pechos y sus
pulgares hacen lentos movimientos sobre mis pezones.
Respiro profundamente mientras el calor irradia a través de mi cuerpo con
cada movimiento de sus dedos. Lamo su pecho, su piel aun está caliente por la
ducha. Me acompaña de regreso a la cama y, cuando me siento, el armazón de
metal chirría. En el cuarto oscuro, su silueta se destaca contra la luz de la luna
que entra por la ventana, y observo su hermoso cuerpo descender hasta las
rodillas entre mis pies.
Pasa sus grandes manos por mis muslos, debajo de mis pantalones cortos
y agarra mis huesos de la cadera.
—Esta cama podría ser un problema. —Las partes más oscuras de sus
ojos caen hacia mi pecho y se lame los labios.
Arqueo la espalda, ofreciéndole lo que claramente quiere, y no duda en
aceptarlo, chupando mi pezón profundamente en su boca. Me muerdo el labio
para evitar gritar mientras el placer recorre mi columna hasta acumularse
entre mis piernas. Mis muslos lo rodean en un intento de mantenerlo allí.
—No te detengas.
—Tranquila, alma mía. —Su suave aliento roza mi húmedo y sensible
pecho, haciéndome temblar de anticipación—. Tan sexy.
Lame y provoca hasta que mi inquietud se vuelve demasiada. El armazón
de la cama vuelve a chirriar y Milo me levanta del colchón y me coloca a
horcajadas sobre sus muslos. Agarra mi trasero para abrazarme, su erección
acunada entre mis piernas. Doblo las caderas y un entrecortado aliento sale de
sus labios. Ve hacia abajo entre nosotros y empuja lentamente. Sus brazos
tiemblan por el esfuerzo. Observo, asombrada de poder hacer que un hombre 249
tan grande y fuerte como Milo se debilite ante mí.
Suavemente, me acuesta en la alfombra y me quita los pantalones cortos
de las piernas. Me sorprende que no me haya quitado las bragas también. Pasa
sus nudillos arriba y abajo por la parte superior de mis muslos con deliberados
movimientos.
—Se siente tan bien. —Clavo mis talones en el suelo y me empujo hacia su
toque—. Pero...
Cambia la presión, robándome el aliento.
—¿Pero qué, Ghostgirl?
Hace mucho que no me llama así, y escuchar el apodo que me puso, dicho
con tanto amor y cariño, me tiene derritiéndome en un estanque ante él.
—Quiero más. Por favor, Milo. —Gimo suavemente y me muerdo los labios
para silenciarme.
—Eres tan hermosa cuando suplicas. —Engancha el elástico entre mis
piernas y lo aparta. Sus dedos trabajan entre mis piernas, haciéndome
retorcerme de necesidad.
El esfuerzo que se necesita para permanecer en silencio hace que gotas de
sudor caigan en mi frente mientras Milo lentamente me lleva al borde solo para
convencerme de que retroceda. El placer es frustrante mientras subo ola tras
ola hasta que finalmente me quita las bragas, abre mis muslos y se arrastra
entre ellos.
—No tengo protección —dice, y su voz suena como si le apretaran el cuello
con un puño fuerte—. Me saldré.
Mi piel zumba y mis músculos se contraen como si me hubieran
conectado a una corriente eléctrica. Cierro mis talones alrededor de los muslos
de Milo y lo guío más cerca. El suave calor de su excitación roza mi necesitada
carne y sus labios se abren con dificultad para respirar.
—¿Estás segura de que está bien? —susurra mientras sostiene sus
caderas hacia atrás.
—Pensé que nunca te volvería a ver. —La emoción hace que se me quiebre
la voz y mis ojos se llenan de lágrimas—. Ahora que estás aquí, necesito sentir
que eres real. —Mi mente vuelve al horror de estar en una celda con los
hombres que me secuestraron, y las lágrimas se acumulan detrás de mis
pestañas. Me ahogo con un nuevo sollozo mientras el miedo que pensé que
había superado surge de nuevo—. Tenía tanto miedo de que me lo quitaran...
Sus músculos están bloqueados mientras flota sobre mí, irradiando 250
tensión.
—¿Quitarte qué?
Sacudo la cabeza, furiosa por lo que intentaron robarme, furiosa conmigo
misma por arruinar este momento y furiosa porque me siento en deuda con
papá por salvarme. Papá, el hombre que maté para poder estar aquí con Milo.
—Lo lamento. No puedo hablar de eso. Ahora no. Así no.
Se hunde, dándome su peso, y la pesadez es un consuelo que nunca
esperé. Me está cubriendo, pesándome como para fijarme en mi lugar para
recordarme quién soy y a dónde pertenezco.
—Cuando estés lista. —Me llena la cara de besos y, cuando me calmo y la
tristeza disminuye, presiona sus labios contra los míos—. Hablaremos de todo.
Pruebo la sal de mis lágrimas hasta que el sabor se disuelve entre nuestro
frenético beso. Como todo, Milo logra borrar el dolor y reemplazarlo con su
amor.
La música del videojuego al otro lado de la pared ahoga el sonido de mi
jadeo mientras presiona sus caderas hacia adelante, hundiéndose lentamente
dentro de mí hasta que nuestros cuerpos están conectados. Deja caer su frente
sobre mi cuello y baña mi piel con largos y relajantes movimientos de sus
labios. Me relajo y lo tomo más profundamente, sumergiéndome en la plenitud
de mi corazón, alma y cuerpo mientras Milo consume cada parte de mí.
Construyo un escudo mental contra los horrores de mi pasado y me aferro
a su cuerpo mientras mi mente hace lo mismo para permanecer presente. Se
mueve sobre mí como olas en un día sin viento: un ritmo lento y constante que
crece pero que no llega a su punto máximo. Sus ojos permanecen fijos en los
míos como si estuviera absorbiendo cada sensación mientras nos permitía
encontrar el refugio uno en el otro que tan desesperadamente necesitábamos.
—Te tengo —dice, su voz llena de emoción apenas contenida.
—Sé que lo haces. —Paso mis manos por su espeso cabello y acerco su
boca a la mía, donde susurro:
—Siempre lo hiciste.
Sus ojos se cierran de golpe y niega, pero cuando estoy a punto de
preguntarle al respecto, me roba las palabras con un beso desgarrador que me
hace olvidar que no estamos solos. Me hace callar con una tierna sonrisa y me
muevo debajo de él, indicando mi necesidad de más. 251
Como cuando el viento golpea el agua, sus caderas se mueven hacia
adelante con más fuerza y mi sangre se agita. Más rápido. Más duro. Más
fuerte. La sensación crece dentro de mí hasta que clavo mis uñas en sus bíceps
y muerdo su hombro con desesperación.
—Joder —gruñe y sus brazos tiemblan para sostener su peso mientras se
desliza, me arrastra y me empuja hasta la cima—. Bésame.
Levanto la cabeza y acepto sus labios. Su lengua se desliza dentro y me
voy. La luz parpadea detrás de mis ojos y mi cuerpo se pone rígido, levantando
mi cabeza del suelo mientras Milo se traga mi grito de liberación. Extrae hasta
la última gota de placer con movimientos largos y deliberados hasta que me
quedo sin huesos debajo de él.
Suelta mi boca y aspiro una bocanada de aire justo cuando recupera su
apresurado ritmo. Entonces, demasiado pronto, lo pierdo. El aire frío golpea
mis muslos mientras el líquido caliente se derrama sobre mi estómago. La luz
de la luna baila a lo largo de las caídas y curvas de sus tensos músculos,
haciéndolo parecer como si estuviera hecho de mármol en lugar de carne y
hueso. Exhala profundamente, luego la tensión se disipa y sus hombros se
hunden.
—Me gusta cómo se siente esto —susurro, feliz de que no pueda ver mi
rostro con claridad para distinguir el rubor que seguramente colorea mis
mejillas.
—¿Qué, alma mía? —Hay una sonrisa de satisfacción en su voz.
Muevo la mano hacia mi estómago, pero me agarra la muñeca y su cabeza
se inclina en lo que parece confusión.
—No me molesta.
Su agarre se afloja, pero no me suelta. En cambio, se acerca a mí, toma la
toalla que llevaba y la coloca sobre mi estómago.
—Te mereces algo mejor que esto…
—Te dije que me gusta. —Pongo mi mano sobre la que todavía está
limpiando.
Continúa hasta quedar satisfecho.
—Me alegra escuchar eso, pero después de todo lo que pasaste...
—Pasé toda mi vida siendo tratada como un caro juguete. Todo lo que
quiero es que me traten como a una mujer que tiene el amor de un hombre
como tú.
252
Tira la toalla a un lado y cae sobre mí, tomándome en sus brazos y rueda
sobre su espalda.
—Lo sé, y me llevará algún tiempo dejar de tratarte como si fueras frágil,
aunque vi lo fuerte que eres.
Me acaricio contra su cuello, dejando besos a lo largo de su mandíbula.
Mueve la cabeza, abriéndose a mí mientras lamo para...
La manija de la puerta se mueve.
—¿Mercy?
Salto de Milo y él se apresura a agarrar su toalla.
—¡Espera, Julian! —Grito mientras corro para encontrar mi ropa en la
oscuridad.
—¿Viste a Milo?
—Oh... Sí, estoy aquí. Yo estaba, eh... —Enciende la luz para que pueda
encontrar mis pantalones cortos y mi camiseta. Estoy vestida y metiendo el
sostén y las bragas debajo de la cama justo cuando Milo abre la puerta—. Hola.
Me siento con las piernas cruzadas en mi cama, esperando no parecer tan
culpable como me siento. A juzgar por la forma en que Jules nos ve a Milo y a
mí, diría que no estoy mostrando indiferencia.
Jules se frota la nariz y mira fijamente a su hermano.
—¿Estaban aquí besándose?
Una fea risa brota de mis labios y Milo se muerde el interior de la boca
mientras aprieta la toalla en sus caderas.
Cuando ninguno responde, el rostro de Jules se arruga con disgusto.
—¡Uf! ¡Se estaban besando!
Miguel asoma la cabeza por encima del hombro de Julian y ve a Milo en
toalla.
—Vaya... mmm... —Le da la vuelta a Julian—. Vamos, manito. Tienes que
cepillarte los dientes y acostarte.
—Se estaban besando allí. ¡Qué asco! —dice Jules y luego cierra la puerta
del baño detrás de él.
—¿Es tan obvio? —le dice Milo al mayor de los dos hermanos.
La mirada de Miguel se dirige a los hombros de Milo.
—A menos que tengas un gato allí, sí, diría que es bastante obvio. 253
Milo extiende sus enrojecidos brazos por las marcas de mis uñas.
Me tapo la boca mientras toda la sangre de mi cuerpo corre hacia mis
mejillas. Milo se vuelve hacia mí y me guiña un ojo mientras Miguel se ríe
desde la puerta. Por primera vez desde que huimos a México, tengo la
esperanza de que podamos dejar atrás nuestro pasado y encontrar la vida
normal, feliz y predecible que soñamos.
29
Mercy

Y
a pasaron cuatro días desde que llegamos a casa. Pensé que la vida
volvería a la normalidad, a la forma en que vivíamos antes de irnos
a México. Me equivoqué.
Ahora que finalmente tengo la libertad por la que estuve peleando, tengo
miedo de salir de casa con alguien excepto con Milo. Me llevó a la iglesia, pero
los símbolos religiosos sólo me recuerdan cómo se usaban para controlarme.
Me llevó a la playa, pero la multitud me ponía nerviosa y odié sentirme tan
débil.
No soy la única afectada. Incluso Milo parece nervioso, siempre ve por
encima del hombro y sospecha de cualquiera que haga contacto visual o
aparezca demasiado cerca.
Volver a ser como eran las cosas es más difícil de lo que pensábamos y me
temo que nunca volvamos a la tranquilidad de la vida antes de México.
Pasamos la mayor parte del tiempo en la habitación de Milo, revisando el
periódico en busca de posibles trabajos. Él está buscando algo en un taller.
Todo lo que considero lo descarto rápidamente porque implica trabajar con
demasiada gente o requiere una educación de preparatoria. Milo me sugirió
que vuelva a la escuela, pero la idea de caminar por los pasillos sin él me hace
sudar. 254

Doblo el periódico y me froto los ojos. Entrecerrar los ojos para leer las
pequeñas palabras me produce dolor de cabeza. Me dejo caer en la cama de
Milo y extiende una mano para calmarme.
Está en su escritorio, rodeando anuncios clasificados con un bolígrafo
azul.
—¿Estás bien? —Levanta los ojos hacia mí y las comisuras de sus labios
se levantan.
—Sólo con dolor de cabeza.
Su sonrisa se hace más amplia.
—Tú, eh... —Me hace un gesto a la cara.
—¿Qué?
Me levanto de la cama y me acerco al espejo de cuerpo entero en la
esquina de su habitación. Al principio no veo nada diferente: pies descalzos,
pantalones cortos verdes suaves, una de las camisetas de los Raiders de Milo,
mi cabello recogido en lo alto de mi cabeza. Me acerco y entrecierro los ojos
solo para ver tinta negra manchando toda mi cara.
—Oh. —Miro hacia abajo. Mis dedos están aun más negros. Me río y me
doy vuelta para ver a Milo sonriendo, sus hombros saltan de risa—. ¿Entonces
estás diciendo que no es un buen aspecto para mí? —Agito las pestañas y poso
como las modelos de las revistas.
—Ven aquí. —Todavía se ríe y extiende una mano.
Lo alcanzo mientras su teléfono suena en el escritorio, el ruido fuerte y
rápido me hace gritar. Me tapo la boca con la mano. Milo frunce el ceño. Odio
lo mucho que se preocupa por mí, pero Laura me asegura que este nuevo
nerviosismo es parte del proceso de curación.
Me sugirió que volviera a recibir terapia para ―superar eventos
traumatizantes‖. Accedí a ir porque tampoco soporto ver la preocupación en
sus ojos. Me asegura que las sesiones me enseñarán a cómo sentirme segura
nuevamente.
Presiona un botón en su teléfono y lo pone contra su oreja.
—¿Hola? Sí. —Su mirada se dirige a la mía—. Sí, Jefe Bastilla, se lo
agradezco.
Mi corazón late un poco más fuerte y me bajo de nuevo a la cama con
piernas temblorosas. 255

Milo murmura una serie de ―Ajá‖ y ―Mms‖ y me pregunto si tendrá algo


que ver conmigo. Si encontraron algunas huellas dactilares y están preparados
para presentar cargos por el asesinato de papá. Mi cabeza se vuelve confusa.
Con la habitación en un silencio mortal, trato de captar la voz de Bastilla pero
no puedo distinguir nada que me dé una pista sobre el propósito de su
llamada.
Sin previo aviso, la mano de Milo se extiende y agarra la mía. La aprieto
con fuerza, pero todavía evita mis ojos, manteniendo su mirada en el suelo.
Es todo. Deben saberlo.
Me imagino lo que le diré a Milo una vez que me dé la noticia y decida que
tengo que ser fuerte para él. Si piensa que estoy bien, él estará bien.
—Entiendo. Gracias por el aviso. —Deja el teléfono y lo arroja sobre el
escritorio pero no dice nada.
—¿Qué sucede? —Trago con la boca seca.
Fija sus ojos en los míos.
—Lo atraparon.
Mis pensamientos se detienen bruscamente.
—A Esteban.
—A él, a Sancho, a una docena más. Todos fueron arrestados y
registraron la propiedad. Bastilla dice que obtuvieron suficiente para
mantenerlos encerrados de por vida.
—Es bueno, ¿verdad? —No puedo leer en su expresión en blanco cómo lo
hace sentir esta noticia. Esperaba que se sintiera más aliviado.
Parece reflexionar sobre la pregunta y luego sonríe.
—Por supuesto que es bueno. —Se levanta de la silla de su escritorio y se
arrastra encima de mí—. La mejor noticia que recibimos en mucho tiempo,
¿verdad?
—Estaba asustada. Pensé... —Ni siquiera quiero decirlo, por temor a que
alguien escuche y sepa el mal que hice.
—Bastilla dijo que no había ningún cuerpo, solo sangre. Creen que papá
resultó herido pero que escapó. Nosotros sabemos mejor. El tipo estaba
muerto.
—¿Qué pasa si nos equivocamos? ¿Qué pasa si regresa...?
Presiona un suave beso en mis labios que me calienta por dentro. 256
—Estaba muerto, alma mía. No tenía pulso.
—¿Por qué alguien robaría su cuerpo?
Se deja caer a mi lado y desliza una mano por mi camisa para descansarla
sobre mi estómago.
—Tal vez es lo que quería. Quizás los tipos que se lo llevaron temieron que
sus huellas dactilares pudieran usarse para desbloquear información. ¿Quién
sabe? Lo único que importa es que se fue para siempre, está muerto, fuera de
tu vida para siempre y, con suerte, pudriéndose bajo el sol mexicano.
Mi labio se curva con disgusto.
Milo se ríe y pasa su dedo por mis labios. Su expresión se vuelve
pensativa.
—Nada en el mundo parece estar bien, entonces estamos juntos así y es
como si los planetas se alinearan.
Cierro los ojos y absorbo la sensación de su suave toque. Tiene razón.
Cuando estamos solos, todo dentro de mí se calma y todo lo que está mal se
arregla solo.
—Si me pasa algo…
Mis ojos se abren de par en par y el mundo se sale dolorosamente de su
eje.
—Quiero que sepas que me cambiaste. Sé que no crees...
—¿Por qué dirías eso? —Me siento y me alejo de su toque—. ¿Qué estás
diciendo?
—Mercy. —Sus ojos están bajos y un líquido miedo corre por mis venas.
—¿Qué más dijo Bastilla? ¿Por qué estás hablando así?
—Shh... —Me agarra por los hombros y me pone encima de él,
enmarcando mi rostro con sus manos—. Bésame.
—No hasta que me lo digas.
—Ya te lo dije. Atrapó a Esteban. Ahora Bésame. —Levanta la cabeza para
rozar sus labios contra los míos—. Te amo. Es todo.
Mi piel se calienta. Intento mantener mis manos a los costados pero cedo
a su seductor beso y agarro su camisa. Me ayuda a levantarla y a pasársela por
la cabeza, y rápidamente nos deshacemos de la mía. Mi sostén es el siguiente,
y me pone boca arriba mientras desliza su mano dentro de mis pantalones
cortos. Muerdo su hombro para mantener silencio y sus caderas se mueven
hacia adelante como si me buscaran con una desesperada necesidad. 257
—Yo también te amo, Milo. —Simplemente no estoy segura de creerte.

Milo
Estoy entrando en Tyler MacMillan Auto Repair, sintiéndome esperanzado
sobre mi futuro por primera vez en mucho tiempo.
Pasaron dos semanas desde que Bastilla me llamó para informarme que
Esteban estaba encerrado. La información conllevaba una doble dosis de
sentimientos encontrados. Por un lado, agradezco que hayan encerrado al tipo.
Por otro lado, sé que los LS estarán buscando al responsable. Me garantizaron
que debido a las afiliaciones de Esteban a carteles y pandillas, no se le
permitiría recibir visitas ni cartas hasta después del juicio, lo que podría llevar
años debido a la cantidad de pruebas reunidas. Pero no soy tan ingenuo como
para creer que impida que alguien descubra que fui el soplón.
Aunque en dos semanas no he visto ni un solo vehículo o cara sospechosa
en la casa o cuando corro por el vecindario.
Para colmo, Damien, quien ya comenzó sus clases en la San Diego State,
consiguió que su padrastro me consiguiera una entrevista con uno de los
talleres de carrocería más grandes de Los Ángeles. Esta ubicación está en El
Segundo, lo que significa que podríamos mudarnos y conseguir nuestro propio
lugar cerca. Es decir, si puedo concretar esta entrevista.
Entro por las puertas de la bahía. El lugar parece bastante nuevo. El
espacio es mucho más limpio de lo que esperaría de un taller, hasta el piso de
epoxi gris bronce.
Un tipo con un mono azul levanta la barbilla en mi dirección.
—¿Puedo ayudarte?
Me ajusto mi nueva camisa de vestir blanca y espero que la cremallera de
mis pantalones color canela esté cerrada.
—Tengo una entrevista a las cuatro en punto. —Extiendo una mano—.
Milo Vega.
El hombre se limpia las manos con un trapo y me devuelve el apretón.
—Llegas justo a tiempo. Soy Travis O'Neil. Frank tenía muchas cosas
buenas que decir sobre ti. ¿Por qué no te doy un recorrido y luego charlamos
en la oficina? 258
—Excelente.
El tour y la entrevista fueron mejor de lo que esperaba. Resulta que el
padrastro de Travis y Damian, Frank, se graduaron de la Washington High.
Travis incluso dijo que tuvo al Sr. Yuki en ciencia y compartimos historias
sobre todas las cosas raras que guarda en frascos.
Después de una hora de hablar, me ofrece el trabajo a veinte dólares la
hora para empezar, beneficios y un aumento después de noventa días a
veintidós dólares la hora. El salario no es mucho para vivir en Los Ángeles,
pero con cuarenta horas a la semana más la posibilidad de hacer horas extras,
podría cuidar de Mercy y de mí. Acepto inmediatamente y completo todos los
trámites.
Mientras vuelo por la 405 de camino a casa en Mercy, decido que, aunque
estoy emocionado por compartir mis noticias, dejaré que Mercy hable sobre su
día primero. Fue al centro psiquiátrico para ver a Philomena y a los niños y sé
que tendrá historias, ojalá todas buenas.
Camino por el vecindario, ansioso por llegar a casa y saltar del auto, y veo
el auto de Laura en el camino de entrada. Volvieron de su visita con los niños.
El auto de Chris no está, pero mencionó que si las cosas iban bien en las
instalaciones, intentaría sacar a Laura de la casa para cenar y ver una
película. Con todo lo que sucedió estas pasadas semanas, ambos merecen un
poco de descanso y relajación.
Estaciono mi auto al lado del de Laura y corro hacia la puerta, pero me
congelo cuando llego a la ventana que da a la cocina.
Mercy está poniendo la mesa, de espaldas a mí, con su perfil a la vista.
Está viendo a Miguel mientras revuelve una olla de lo que supongo son
macarrones con queso, y se ríe de algo que debe haber dicho. Mi corazón
brinca cuando Jules pone un trozo de papel delante y ella deja servilletas y
tenedores para prestarle toda su atención. Él le sonríe como si fuera el sol
saliendo después de una noche fría mientras ella le señala los detalles de su
dibujo. Sus labios se mueven y él asiente y diablos... Me agarro el pecho para
tratar de aliviar la presión que se forma allí.
En este momento, nunca la amé más, y el sentimiento que todo lo
consume amenaza con nivelarme.
Me aclaro la garganta, sintiéndome estúpidamente emocional mientras
Mercy lleva el dibujo de Jules al refrigerador y lo coloca allí con un imán. Infla
su pecho con orgullo. Mercy no lo sabe, pero Miguel lleva la misma estúpida
259
sonrisa que yo mientras la vemos interactuar con nuestro hermano pequeño.
Me lamo los labios, tengo la boca seca por la emoción de compartir mis noticias
y la anticipación de sumergirme en sus historias de lo que parece ser un día
fantástico con los niños.
Doy el primer paso, luego el segundo, antes de que el rugido del motor de
un automóvil y los graves de la música rap llamen mi atención. Enciendo mi
instinto, pensando que probablemente no sea nada. Un auto que vibra con
graves potentes en Los Ángeles es tan común como la silicona, pero mi
paranoia me hace comprobarlo de todos modos.
Mi corazón late con fuerza cuando los faros y el capó del Cadillac de
Sebastian aparecen a la vista. Mis músculos se tensan para correr, pero mi
cerebro me dice que sería inútil. Miro por encima del hombro y veo a Mercy,
Miguel y Jules sirviendo comida, completamente ajenos a lo que sucede afuera.
Bien. El pavor y la tristeza pesan mucho en mi pecho.
—¡Hola, primo ! —Sebastian me llama desde el lado del conductor.
Veo que Omar va de copiloto y hay dos sombras en el asiento trasero. Le
doy una última mirada a Mercy, con un tenedor a medio camino de su boca
mientras habla animadamente sobre algo. Dios, quiero decirle adiós pero...
—¡Emilio! —grita de nuevo.
Levantando la barbilla, corro hacia el auto, esperando que no me disparen
en el patio para que mis hermanos me vean. Si fuera su plan, ya lo habrían
hecho.
Estoy a dos metros del vehículo cuando se abre la puerta trasera y sale
Nesto. Su camisa está metida detrás de la culata de su arma, que está metida
detrás del plano metal de la hebilla de su cinturón, y mis pies se ralentizan.
¿Realmente haré esto? ¿Caminar hacia mi muerte sin pelear?
Me detengo a más de un brazo de distancia.
—Así que es todo, ¿eh?
—Entre el auto, Emilio. —Los ojos de Omar están tan apagados como su
voz.
—Esperas que simplemente entre allí y te deje llevarme a...
—¿Milo?
Mis ojos se abren ante el sonido de la voz de Jules.
Me doy la vuelta mientras Sebastian murmura:
—Joder. 260
Jules está parado afuera de la puerta trasera con Mercy y Miguel. Mercy
entrecierra los ojos con fuerza. Miguel se aparece, pero no intenta ver; está
viendo.
—¡Bastian! —Jules sale corriendo, pero Miguel lo agarra por la camiseta y
lo empuja hacia atrás con tanta fuerza que Jules casi se cae.
—¡Vayan adentro! —Intento comunicarle a Miguel lo jodidamente serio
que hablo acerca de que ponga a Jules y a Mercy detrás de puertas cerradas—.
¡Ahora!
Los ojos de Miguel brillan con humedad, pero hace entrar a Julian.
Cuando intenta hacer lo mismo con Mercy, se suelta de sus brazos y baja las
escaleras pisando fuerte.
—¡Mercy, no! —Grito, pero las palabras parecen perderse en el viento
mientras continúa hacia mí—. Denme un segundo —les digo a los chicos. Me
encuentro con Mercy en medio del patio, tomo su rostro entre mis manos y
fuerzo su mirada hacia la mía—. Mi alma, necesito que vuelvas adentro.
Intenta ver a mi alrededor, pero mantengo su mirada en la mía.
—¿Quiénes son?
—Me encargaré de ello, pero no podré hacerlo hasta que entres.
Su labio tiembla y cierra los ojos, sacando una lágrima de cada uno.
—¿Estás seguro de que estarás bien?
—Mercy.
Sus ojos azul claro se abren de par en par y me estudia como si tratara de
succionar la verdad desde mi interior.
—Tengo miedo.
—Lo sé. —Presiono mis labios contra su frente—. Te amo, Ghostgirl.
Nunca olvides eso.
—Milo, no... —Sus palabras se disuelven en un sollozo desgarrador—. No
vayas con ellos.
—Sólo hablaremos. Es todo. —Miento—. Guárdame algo de cena, ¿está
bien? —Todas mentiras.
—¿Estás seguro? Volverás enseguida, ¿verdad? —Huele y le limpio las
lágrimas de las mejillas.
—¡Emilio! ¡Vámonos! —grita Omar, probablemente preocupado porque
Miguel llamó a la policía y estarán aquí pronto. 261
—Me tengo que ir. —Presiono mis labios contra los de ella, saboreando
sus lágrimas, agradecido de que al menos de que tenga la oportunidad de vivir
libre del dolor que conlleva estar enamorada de un gánster—. Te amo.
—Yo también te amo.
La suelto y me alcanza, pero troto y salto a la parte trasera del auto. Nesto
entra detrás de mí y Sebastian se aleja antes de que la puerta trasera esté
completamente cerrada.
—Fue jodidamente adorable, Milo. —Bastian me mira a través del espejo
retrovisor, sonriendo—. Casi derramo una lágrima, ese.
Le frunzo el ceño, ocultando el dolor en mi pecho.
—Que te jodan.
30
Milo

H
ubiera pensado que los minutos pasados antes de morir habrían
estado llenos de destellos de mi pasado. Me imaginé que cuando
finalmente llegara el momento, recibiría algún tipo de
conocimiento sobre la vida y la fe y..... Joder, no existe nada de esa mierda.
Simplemente miedo puro y mucho arrepentimiento.
No hay vendas en los ojos ni amenazas mientras nos dirigimos a un viejo
almacén abandonado a las afueras del este de Los Ángeles. Tiene sentido,
supongo. No es necesario mantener la ubicación en secreto para un hombre
muerto. Sebastian mete el auto por la puerta abierta del garaje. En el momento
en que el auto está dentro, unas sombras salen de la oscuridad para cerrar la
puerta detrás de nosotros.
Hago un rápido escaneo de los números. Parece que lograron traer a todos
los LS aquí para presenciar mi muerte. Mi pulso late en mi garganta. Aunque
estoy jodidamente aterrorizado por lo que está por venir, que me condenen si
se los hago saber a estos hijos de puta.
Nesto y Ramon abren las puertas traseras y se bajan. Se supone que debo
seguirlos, pero dudo.
Me muerdo el labio mientras el miedo sube por mi columna y se instala en
mi maldito cráneo. Fijo mis ojos en los de Sebastian a través del retrovisor. 262

—Realmente lo harás, ¿eh?


Su mirada es la de un asesino frío como una piedra, completamente
impasible.
—¿Puedes hacerlo rápido?
Se encoge de hombros.
—Sal del auto y descúbrelo.
Asiento, pero no puedo mover las piernas. Podría correr, pero sólo me
dispararían por la espalda. Con al menos ochenta tipos aquí, todos con armas,
no hay manera de que dé más de tres pasos antes de que me derriben.
Julian y Miguel siempre sabrán que morí como un cobarde.
Me aclaro la garganta y salgo del auto. Apoyo mi peso en la puerta
mientras la sangre hace un lento viaje desde mi cabeza hasta mis piernas. Los
hombres me rodean lentamente. Omar y mi primo se unen a ellos. Por mucho
que odie admitirlo, no puedo seguir escondiéndome detrás de la puerta de un
auto, y una vez que saquen sus armas, de todos modos no servirán de nada
para protegerme.
Mi destino quedó sellado el día que me alejé de Esteban para ir a Mercy.
Aunque mi muerte es inevitable, no me arrepiento de mi elección.
Doy un paso alrededor de la puerta del auto y la cierro de golpe mientras
mi miedo se transforma en ira. El fuego de una vida injusta enciende brasas en
mis entrañas. La falta de opciones, la incapacidad de encontrar mi propio
camino, agita esas brasas en llamas de furia y mis manos tiemblan a mis
costados. Las golpeo con el puño y mi respiración se vuelve más fuerte y
rápida.
Extiendo los brazos y todos los años reprimidos de dolor y agonía salen
disparados de mi pecho en un rugido de injusticia.
—¿Qué están esperando?
Todos permanecen en silencio.
—Todos son sus malditos peones, ¿lo sabían? Ninguno tiene otra puta
opción, ¡así que háganlo!
Sebastian me estudia con curiosidad como si fuera un rabioso animal en
una jaula. Palmea su Glock y usa el cañón para rascarse la mejilla.
—No pude hacerlo, ¿sabes?
Parpadeo hacia él, preguntándome qué carajos es... 263
—¿Josephina? —Niega.
Mi pecho se aprieta ante la mención de mi mamá y mis músculos se
tensan dolorosamente.
—Él dio la orden, pero no mato a mujeres ni a niños, y quería a tu mamá.
—Quién… —Mi voz se quiebra y me aclaro la garganta—.¿Quién lo hizo?
—Examino la multitud de soldados de los LS en busca de cualquier señal de
culpa.
—No lo sé. ¿Mi conjetura? Uno de sus cholos al sur de la frontera.
Rostros del equipo de Esteban en México pasan por mi mente y sigo
aterrizando en Sancho, ese lame traseros cabrón. Un silbido sale de mi boca
mientras respiro entre dientes con la necesidad de sangre.
—Ya sabes… —Sebastian da unos pasos hacia mí, pero mantiene la
distancia como si fuera a morderlo —…Nunca más me gustó Esteban después
de eso.
Hay algunas quejas del grupo. Noto por el rabillo del ojo que Omar
asiente.
—¿Sabes cuántas veces asumí la culpa por Esteban?
No sé el número exacto, pero supongo que Sebastian sí.
—Cuando se fue a México para meterse en el negocio de los cárteles, me
sentí jodidamente feliz.
No puedo hacer nada más que ver impotente mientras espero que vaya al
grano.
Sebastian fija sus fríos y oscuros ojos en los míos.
—Esteban se fue por tu culpa.
Me muevo sobre mis pies, mi cuerpo me dice que corra mientras mi
cabeza me dice que no tiene sentido.
—Nos hiciste un favor.
Parpadeo, seguro de haber escuchado mal, y me balanceo mientras la
adrenalina me deja mareado.
—Entonces, que... ¿qué es esto?
Omar se acerca y mis ojos se mueven entre ellos, esperando ver quién
saca un arma primero. 264
—Decidimos que en lugar de matarte, te liberaremos.
—¿Liberarme? —Qué carajos.
Sebastian enfunda su arma.
—Te lo ganaste.
Los más de ochenta miembros avanzan lentamente hasta que estoy en el
centro de un círculo.
—Estas diciendo…
—Sólo hay una manera de entrar... —La expresión de Sebastian se vuelve
fría nuevamente, perdiendo la pequeña emoción que vi cuando habló de mi
mamá.
—Y una de salir —digo y me preparo para lo que viene.
Mi primo se acerca, tanto que puedo sentir el calor de su aliento cuando
dice:
—Es la única manera, primo.
Y en esas cinco palabras, escucho:
—Lo siento.
—Sí. —Asiento—. Estoy listo…
Su puño golpea mi cabeza antes de que la última sílaba salga de mi boca.
Caigo duro. Me hago un ovillo para proteger mis órganos vitales mientras me
asaltan los Latino Saints.
Sólo rezo por sobrevivir.

Mercy
La llamada llegó horas después de que Milo se fuera con su primo
Sebastian y algunos otros chicos que reconocí de la noche en que me
rescataron. Después de que se marcharon, le pregunté a Miguel si debíamos
llamar a la policía. Dijo que decírselo a la policía empeoraría las cosas.
Así que nos sentamos y esperamos a que Milo volviera a casa. Intentamos
jugar y empezamos una película para entretener a Jules.
Milo dijo que todo estaría bien. Que sólo hablarían. Le creí.
Cuando sonó el teléfono de Miguel, presioné mi mejilla contra la suya para 265
escuchar. Una voz de hombre dijo que podíamos encontrar a Milo en el
Hospital Comunitario de Los Ángeles y colgó.
—Tenemos que irnos —dice Miguel y salta para agarrar sus llaves.
Lo sigo y luego vuelvo hacia Jules, quien está obsesionado con Big Hero 6.
Laura y Chris están cenando y viendo una película, así que tenemos que
llevarnos a Jules con nosotros.
—¿Julio? Tenemos que ir a buscar a Milo. —Creo que debería ser
suficiente información para que se mueva sin asustarlo.
Sus ojos se dirigen a los míos brevemente y luego regresan a la película.
—¡Pero es la mejor parte! Beymax consigue su traje y...
—¡Jules! —Miguel le arroja los zapatos de su hermano—. Vamos.
Un destello de preocupación cruza el rostro de Jules. Recojo sus zapatos y
me agacho para ayudarlo a ponérselos.
—¿Qué le subió por el trasero a Miguel?
Me obligo a parecer tranquila aunque no lo siento.
—Milo resultó herido. Iremos a verificarlo al hospital.
Jules parpadea hacia mí.
—¿Le dolió como cuando me golpearon en mi bicicleta?
—Algo así. Tal vez. No lo sé.
—¡Vamos! —grita Miguel desde la puerta trasera.
Agarro la mano de Jules y lo llevo hacia el auto, luego me aseguro de que
esté abrochado antes de subir al lado del pasajero. Miguel corre hacia el
hospital, con la mandíbula dura y la boca en una firme línea. Quiero
consolarlo, pero me resulta difícil cuando su emoción coincide con la mía.
—Estará bien, muchachos. —La voz de Jules se escucha desde atrás—. Lo
estará. Mamá lo mantendrá a salvo hasta que Mercy lo traiga de regreso. Tal
como lo hizo conmigo.
Cierro los ojos mientras un feroz dolor se apodera de mi garganta.
Si tan solo pudiera ser un verdadero ángel sanador.
Si Milo se va, no podré hacer nada para traerlo de regreso.

266
31
Mercy

E
l resto del viaje al hospital es borroso mientras mis pensamientos
corren con lo que estamos a punto de ver. ¿Qué pasó con Milo
después de que se fue con esos hombres?
Aprieto los dientes cuando pienso en el mal que esos hombres son capaces
de hacer. El único pensamiento que me mantiene de pie es que los heridos van
al hospital. Los muertos no.
Miguel detiene el auto en el estacionamiento de entrada de emergencias y
agarro la mano de Jules, tratando de seguirle el ritmo a Miguel mientras corre
hacia la puerta. El cristal corredizo no se abre suficientemente rápido. Lo abre
y corre hacia el escritorio, esquivando a la gente en la fila.
—¡Emilio Vega! ¿Dónde está?
—Disculpe. —La mujer detrás del escritorio mira a Miguel—. Tendrán
que…
—¡Dígame dónde está mi hermano!
Ella se aleja de su computadora. Tengo miedo de que se vaya, así que doy
un paso adelante con Jules delante de mí y mis brazos sobre sus hombros.
Parpadea y le doy un momento para comprobar la conmoción que se muestra
claramente en su rostro. 267
—Le pido disculpas. Sólo está preocupado por su hermano —digo.
Ella parece calmarse cuando escucha la firmeza en mi voz. Me está
tomando cada gramo de energía que tengo para evitar gritar como Miguel.
—¿Emilio Vega? ¿Recibimos una llamada telefónica diciendo que lo
trajeron hace un rato?
Sus ojos se dirigen a la fila de personas detrás de nosotros. Me vuelvo y
les pido disculpas, pero cuando me ven, todos asienten en una especie de
atónito silencio.
—Eh... Está bien, déjenme ver. —Escribe algo en el teclado de su
computadora mientras Miguel camina con ambas manos en puños sobre su
cabello—. Tenemos a un hombre hispano que fue traído hace una hora.
—¡Es él! —Miguel se inclina sobre el mostrador.
Pongo una mano sobre su hombro en silencio pidiéndole que se calme.
—Oh, bien, bueno, me alegro de que estén aquí. Está bastante
somnoliento debido al analgésico y necesitamos información...
—¿Analgésicos? —La pequeña voz de Julian llama la atención de la mujer.
Su expresión se suaviza y levanta el teléfono.
—Déjenme traer a alguien aquí para que los lleve.
Le doy las gracias y nos movemos para pasar junto a las grandes puertas
dobles que conducen al centro del centro de urgencias. Miguel continúa
caminando mientras mira las puertas, y Julian se queda conmigo, sus manos
agarran las mías.
—Querida Santa Madre, que esté bien. —Repito susurrada mi oración.
Jules inclina su cabeza sobre mí y susurra conmigo. Las lágrimas me
queman los ojos, pero me niego a dejarlas caer. No puedo ser el ángel sanador
de Milo, pero puedo ser la fuerza para sus hermanos.
Después de unos minutos, la puerta se abre y sale un hombre con bata
blanca y nos ve. Dr. Michael Monroe está cosido encima del bolsillo del pecho y
su mirada está fija en Miguel.
—¿Eres familiar de nuestro paciente?
Miguel asiente.
—Recibimos una llamada.
—Interesante. —Me estudia, pero sólo por un segundo, y no parece tan
sorprendido como la mayoría de las personas que me ven por primera vez. Me
268
pregunto si es su experiencia médica lo que me hace menos rara ante sus
ojos—. Vayamos dentro.
Lo seguimos a través de las puertas y de una serie de pasillos que, a pesar
de sus luces brillantes, me hacen sentir como si estuviera de nuevo en el
sótano de la casa de papá. Mi corazón se acelera y mis palmas sudan. Jules
parece notar un cambio en mí porque sigue mirándome con sospecha.
Sonrío y aprieto su mano.
—Estoy bien.
Entramos en una gran habitación llena de camas separadas por cortinas.
El Dr. Monroe nos lleva a una cama pero se vuelve hacia nosotros.
—Está en bastante mal estado, pero nada que parezca poner en peligro su
vida.
Ante nuestros colectivos suspiros de alivio, abre la cortina. Mi aliento se
queda atrapado en mi garganta. La persona en la cama está irreconocible. Me
acerco y dejo a Julian con Miguel.
Mi mirada se posa en el cuello de Milo, el tatuaje de la Santa Madre está
descolorido por los moretones, pero aun así...
—Es él.
Sus párpados son una dolorosa mezcla de color púrpura y rojo, están
cerrados por la hinchazón y enmarcados por cortes y moretones recientes. Su
mandíbula está en un extraño ángulo y sus labios son negros y azules.
—Sufrió tres costillas rotas, un brazo roto y múltiples contusiones, pero
todos sus escáneres cerebrales resultaron limpios. Su mandíbula está
hinchada pero no rota. Tuvo suerte.
Miro al doctor y parece un poco avergonzado.
—¿Tuvo suerte?
—La mayoría de las víctimas de asaltos de pandillas que vemos están en
peores condiciones...
—¿Asaltos de pandillas? —gruñe Miguel desde el lado opuesto de la cama.
—Oh. —El doctor frunce el ceño—. Supuse que con el tatuaje de los Latino
Saints y la forma en que lo dejaron caer en las puertas del hospital, creo que a
tu hermano lo acaban de meter en una pandilla.
—No puede ser todo. Ya lo estaba... —Las palabras susurradas por Miguel
son interrumpidas por un brusco movimiento de cabeza. 269
No sé qué hacer con todo eso. Miguel se cruza de brazos y le frunce el
ceño al doctor como si no se creyera la historia.
—¿Eres su pariente consanguíneo? —pregunta el médico.
Asumo que no me está hablando, así que lo ignoro mientras Miguel
responde sus preguntas. Me estiro para tocar la mano de Milo pero dudo
cuando veo los severos moretones y cortes.
—Oh, Milo... ¿que te hicieron?
Por primera vez desde que recibimos la llamada telefónica, me permito
llorar. Las lágrimas caen en silenciosos arroyos, ocultos para todos excepto
para Milo, y afortunadamente está dormido. Observo el suave subir y bajar de
su pecho y le rezo mi gratitud a la Santa Madre por perdonarle la vida.
—Por favor, que sea el final de todo —susurro.
Las cejas de Milo saltan y sus hinchados párpados luchan por abrirse.
—¿Milo? —Envuelvo mis manos alrededor de una sección de su antebrazo
que no parece tan descolorida como el resto—. Soy yo. Estoy aquí.
Se lame los labios.
—Mi alma. —Su voz es muy débil.
—Si, estoy aquí. Miguel y Julian también. Estamos tan felices de que estés
bien... —La última palabra se rompe en un sollozo, y odio no poder mantener la
compostura y ser fuerte por él.
—No... —Hace una mueca como si hablar le doliera la garganta—. Llores.
—Lo sé, lo siento. —Le doy un beso en el costado de la cabeza.
—Está despierto, genial. —El doctor rodea los pies de la cama para
pararse frente a la cabeza de Milo, frente a mí. Saca una luz que parece un
bolígrafo y levanta el párpado de Milo para iluminar su ojo.
Me estremezco al ver el blanco de sus ojos, que están rojos como la sangre
con los vasos rotos, pero no parece sentir mucho dolor. El doctor realiza
algunas pruebas, revisa los monitores y le hace preguntas a Milo sobre su nivel
de malestar.
—Lo dejaré internado durante la noche para que podamos monitorearlo y
asegurarnos de que no nos perdimos nada. Lo derivaré a un especialista en
ortopedia para que le ponga un yeso en el brazo aproximadamente una semana
después de que baje la hinchazón. Con algo de control del dolor e instrucciones
estrictas para cuidar esas costillas, debería estar bien para irse a casa 270
mañana, o al día siguiente a más tardar.
Le damos las gracias al doctor y, cuando nos quedamos solos, Milo vuelve
a quedarse dormido. Los tres nos sentamos en silencio, simplemente mirándolo
respirar.
Al oír el bostezo de Jules, veo la hora en la pared.
—Laura y Chris se preguntarán dónde estamos.
Miguel levanta su teléfono.
—Acaban de enviarme un mensaje de texto. Están en camino.
Asiento y miro fijamente mi conexión con Milo, mi pálida mano sobre su
brazo muy magullado pero no roto.
—Deberían irse. Me quedaré con él.
—No tienes que…
—No lo dejaré. —Siento la necesidad de disculparme por mi rápida y
enojada respuesta, pero en lugar de eso me muerdo el labio.
El costado de la boca de Miguel se levanta un poquito.
—Está bien.

Milo
Despierto de un sueño sin sueños a más oscuridad. Al principio creo que
debe ser media noche, pero cuando intento darme la vuelta para volver a
dormir, mi cuerpo grita de agonía. Gimo y busco una luz, pero mi brazo no
escucha la orden. Me duele como si estuviera atrapado entre mi cama y mi
escritorio y lo hubieran retocado de manera extraña.
Cuando abro la boca para hablar, mi voz no suena bien.
—Shhh, está bien. —Un suave toque se desliza contra mi mejilla y la voz
de Mercy me envuelve—. No te muevas demasiado.
—No puedo ver.
Se oye un clic y la oscuridad se vuelve un poco más clara. Parpadeo, pero
mis párpados apenas se mueven. Entonces es cuando todo vuelve
rápidamente.
Extiendo la mano hacia Mercy con el brazo que se mueve (debo haberme
roto el otro) y no tengo que buscar mucho antes de que tome mi mano.
271
—Lo siento mucho. Por todo…
—Yo también. —Sus labios rozan mi sien ligeramente.
Desesperado por verla, fuerzo mis ojos a abrirse y vislumbro su pálido
rostro, sus ojos rojos e hinchados, pero una sonrisa en sus labios pálidos y
borrosos.
—Estás hermoso.
—Tú también. —Sonríe con tristeza.
—¿Oh sí? —Mi risa se convierte en una tos de la que me arrepiento
cuando el dolor atraviesa mi costado—. Oh, joder.
—Deja de moverte. ¿Quieres que consiga una enfermera?
—No. —Agarro su camiseta con dedos rígidos e hinchados—. Quédate
conmigo.
Se sienta en el borde de la cama con tanta suavidad que apenas mueve el
colchón.
—¿Fue el castigo por entregar a Esteban?
—No. —Me aclaro la garganta—. Fue un regalo.
—No tiene sentido. La vida era mucho más sencilla cuando el bien era
bueno y el mal era malo, pero aquí, las cosas malas pueden ser buenas y las
cosas buenas pueden ser malas y...
—Es la belleza de la vida, mi alma. —Gimo y trato de respirar
superficialmente para evitar que el dolor en las costillas me robe las palabras—
. Todo es un viaje, un viaje salvaje con constantes sorpresas.
—No quiero el viaje. Se acabaron las sorpresas. Estoy lista para lo fácil y
predecible.
Hago lo mejor que puedo para consolarla pero sólo logro rozar su muñeca
con mi pulgar.
—Estoy fuera. Los Saints me dejaron ir. —No sé si son las drogas o mis
conductos lagrimales en mal estado y sobreproducción, o si es el torbellino de
emociones que se arremolina en mi pecho, pero una lágrima cae de mis ojos—.
Se acabó. Todo. Finalmente somos libres.
—¿Lo somos? —Escucho la sonrisa en su voz más de lo que la veo.
—Ahora podremos comenzar nuestro felices para siempre.
—Tengo miedo.
272
—Está bien. Llegaremos ahí. Juntos.
—Nunca te dejaré ir, Milo.
—Eso es bueno, Ghostgirl. —Aprieto su mano lo mejor que puedo—.
Porque necesitaré a mi ángel para ahuyentar a estos demonios.
—Y yo necesitaré que mi salvador persiga al mío.
Epílogo
Siete meses después

Mercy

—¿Q ué quieres decir con que no sabes a dónde te llevará?

¿Qué dicen las señales?


Presiono el teléfono con más fuerza contra mi oreja e intento leer las
señales de salida de la autopista, pero pasan demasiado rápido para que mis
débiles ojos puedan enfocarlos.
—Parece que tal vez sea la costa.
—¡Deja de hacer trampa! —Milo aprieta mi pierna justo por encima de mi
rodilla, el lugar donde su mano ha estado descansando desde que dejamos a
Laura en este viaje sorpresa—. Dile a Mena que si arruina la sorpresa, nunca
más la llevaré a la hamburguesas In-N-Out.
Philomena jadea al otro lado de la línea.
—¿Me acaba de amenazar? ¡No interfieras con mis adicciones, Vega!
Díselo... ¿Mercy?
—Sí —digo con una sonrisa—. Estoy aquí. 273

—Dile que por mí está bien. Haré que Miguel me lleve.


—Espero que no crea que conseguirá que Miguel la lleve. —Milo sonríe
mientras mantiene la vista hacia adelante y maniobra entre el tráfico de Los
Ángeles—. No soporta estar tan cerca de los productos cárnicos producidos en
masa.
—¡Es una mentira! Me llevó ayer a Filibertos. Sea como sea, nos estamos
saliendo del tema. Llámame tan pronto como hayas terminado... ¿qué, Belle?
Los trabajadores del hospital psiquiátrico dejaron que el angelito eligiera
su propio nombre. Después de conocer Disney, se decidió por Tinkerbell, pero
estuvo de acuerdo en acortarlo a Belle porque, bueno, también le encanta La
Bella y la Bestia.
—Belle dice que si vas a la playa, le traigas algunas conchas para su
colección.
—Dile que haré lo mejor que pueda. —Cubro la mano de Milo con la mía y
entrelazo nuestros dedos—. Mejor me voy. Los veré en casa esta noche.
El agarre de Milo se vuelve un poco más fuerte alrededor de mis dedos. Se
desvía de una salida y se incorpora a más tráfico.
Cuelgo y guardo el teléfono en mi bolso, donde llevo con orgullo mi licencia
de conducir, mi tarjeta bancaria y el talón de mi primer cheque de pago en
Hugga Mug Café. Solo llevo un par de meses trabajando, pero me encanta
pasar tiempo con la gente todo el día y ganar dinero mientras lo hago.
Finalmente aprendí a conducir, pasé mi examen de GED y encontré un trabajo
que disfruto. Milo y yo compartimos su auto y Miguel terminó comprándose el
viejo Buick de su tía, que es tan grande como un barco. Lleva a Dom y a Belle a
la escuela, y Mena viaja con él a la Washington High, donde se adapta mucho
mejor que yo.
—¿Cómo sonaba? —Pregunta Milo. En un semáforo, se toma un momento
para verme con preocupación en sus ojos.
—Realmente bien, en realidad.
—No puedo creer que todavía no hayan encontrado a sus padres
biológicos. Puedo ver por qué Belle y Dom no se presentan, ya que fueron
vendidos cuando niños pequeños, igual que tú. Pero Mena fue secuestrada.
Pensaría que sus padres estarían buscándola.
No digo lo que estoy pensando: que tal vez sus padres planearon el
secuestro. Tal vez sean los culpables de que terminara en casa de papá a una
edad tan temprana, y ahora que tiene diecisiete años, probablemente ni 274
siquiera los reconocería si aparecieran.
—Quién sabe. Quizás sus padres estén muertos.
—Eso espero —dice.
Para el oído externo puede parecer duro, pero ninguno puede imaginar un
hogar mejor que el que Chris y Laura nos proporcionaron a todos.
Aparece a la vista la gran extensión del Océano Pacífico.
—¡Iremos a la playa!
—¡Shhh, se supone que no debes adivinar!
—¡Me dejaste adivinarlo todo este tiempo!
—No pensé que fueras a acertar…
—¿Cuál?
—¿Puedo guardar algo como sorpresa?
—Bien. —Bajo la ventanilla y el aire salado del océano me golpea la cara
formando una refrescante niebla.
Hay algo muy relajante en estar cerca del agua. Ambos estuvimos tan
ocupados (Milo en el taller de carrocería y yo en la cafetería) que pasaron
semanas desde que logramos escaparnos juntos, aunque fuera por una tarde.
El sol es una brillante bola naranja que se hunde más en el cielo. El
tráfico del domingo se aleja de la playa y me pregunto por qué nos dirigimos
hacia allí tan cerca del anochecer. Milo se detiene junto a un edificio de dos
pisos y llega a un lugar con un letrero que no puedo leer.
—¿Estás seguro de que podemos estacionarnos aquí?
Él apaga el motor y abre la puerta.
—Sí, está bien. Conozco a un chico que vive aquí. Dijo que podríamos
usarlo. —Antes de que pueda preguntar quién, dice:
—Vamos.
Salto y lo encuentro en la parte trasera del auto, donde me toma de la
mano y me lleva por un callejón que nos deja en una calle de doble sentido.
Esperamos a que esté despejado y corremos hacia el otro lado hacia la playa.
—Quiero pintar este atardecer. —Los colores varían del azul al rosa
brillante, al amarillo e incluso al morado.
—Si lo haces, dile a Gerry que es mío. El café ya tiene suficientes cuadros
tuyos. Pondré mis manos en esto ahora.
Tiene razón. Mi jefe vio algunas fotos de mis cuadros e insistió en 275
comprarlos para la cafetería.
—Pero Gerry me paga por mis cuadros. ¿Cuánto me pagarás por él?
—Di tu precio. O.… —Sonríe y me ve de reojo—. Te pagaré con algo mejor
que dinero, mi alma.
Muevo mi cadera hacia él y me detengo cuando la playa aparece a la vista.
Al principio, lo único que noto es el colorido atardecer que se refleja en la
tranquila agua y en la pálida arena que besa las olas mientras llegan a la orilla.
Mientras mis ojos se adaptan, aparece un camino.
Milo me lleva directo a él.
Me agacho y estudio los objetos de brillantes colores que forman una
especie de sendero a través de la arena hacia el agua. Tomo uno y es suave.
—Pétalos de flores.
Miro a Milo, quien se quitó las gafas de sol para engancharlas en el cuello
de la camiseta. Extiende su mano para ayudarme a ponerme de pie.
—¿Quieres ver adónde lleva? —Hay un brillo en sus ojos, o tal vez sea el
reflejo del moribundo sol.
Mi estómago da un vuelco de emoción y asiento. Se quita los zapatos y
también me quito los míos antes de que me acompañe hacia la orilla.
—¿Qué es todo esto? —Me duele la cara de tanto sonreír mientras lo veo
con ojos entrecerrados.
—¿Qué tienes en contra de las sorpresas? —Me engancha por los hombros
y me acerca a su lado mientras nuestros pies se hunden en la arena fría y en
los suaves pétalos.
Llegamos al final del camino y nos paramos en el centro de un corazón
hecho con al menos una docena de flores de diferentes colores. Milo me gira
para verlo y toma mis manos. Me estremezco cuando una ráfaga de viento me
quita el cabello del cuello y me observa sin una pizca del humor juguetón que
tenía antes.
—Mercy, siempre supe que había algo diferente en ti...
Resoplo y sacudo la cabeza ante el poco femenino sonido, pero la seriedad
de este momento me hace retorcer.
—No tuvo nada que ver con el color de tu piel. —Se aclara la garganta y
parpadea rápidamente como si estuviera reprimiendo una emoción—. Desde el
momento en que entraste en mi vida, supe que había cambiado. Todas las
276
cosas que parecían importantes palidecían en comparación con mi necesidad
de estar cerca de ti. Recuerdo... —Sonríe y se ríe entre dientes, pero hay
lágrimas en sus ojos—. El solo hecho de escucharte reír parecía hacer que todo
lo que estaba mal en mi mundo desapareciera. —Lleva mis nudillos a sus
labios—. Tomar tu mano me hacía sentir como... como si Dios me estuviera
confiando una de sus creaciones más preciadas.
Me arden los ojos y me duele la garganta mientras reprimo la emoción que
sus palabras me provocan.
—Tenía razón, ¿sabes? Aquí, ahora, no porque fueras un Ángel, no por lo
que pudiste hacer, sino sólo porque respiras, eres lo más valioso en mi vida.
Eres mi alma. Mi corazón. Deseo... —Parece tener dificultades para encontrar
las palabras—. Quiero que seamos una familia.
Respiro profundamente mientras Milo me suelta las manos y se arrodilla
en la arena y en las flores.
—Milo —susurro, sin estar segura de por qué digo su nombre, aparte de
eso, no se me ocurre nada más que decir excepto...
—Sí.
Sostiene una pequeña caja negra y sonríe.
—Ni siquiera te lo pregunté todavía.
Me río y el primer chorro de lágrimas recorre mis mejillas.
—¡No me importa! ¡Sí!
—¿Ni siquiera quieres ver el anillo?
Me lanzo hacia él y caemos al suelo en una nube de arena. Me pone boca
arriba e inclina la cabeza, sus labios cubren los míos y me abro a él. La fría
arena en mi espalda y el cuerpo cálido y fuerte de Milo me cubren, su promesa
de atarse a mí para siempre recién salida de sus labios.
El débil sonido de palmas se hace más fuerte hasta que Milo sonríe contra
mis labios y se aleja rodando de mí. Me pone de pie y grita:
—¡Dijo que sí!
Entierro mi roja cara en su pecho y miro hacia nuestra audiencia:
—¿Es?
Me abraza y, a medida que las sombras de la gente se acercan, mi pulso
se acelera de emoción.
—¿Mena?
En el segundo en que su nombre sale de mi boca, se lanza hacia nosotros. 277

—¿Tienes idea de lo difícil que fue guardar ese secreto?


Belle, Dom, Jules, Laura y Chris aparecen a la vista.
—¿Todos sabían sobre esto?
Laura me abraza.
—¿Quién crees que puso todos estos pétalos aquí?
Dom levanta su mano de dos dedos.
—¡Fui yo!
Belle le frunce el ceño.
—No, no lo hiciste. Cavaste un hoyo mientras yo lo hacía.
—¿Le darás el anillo, ese?
Me doy la vuelta cuando Miguel se acerca y nos apunta con su teléfono.
—Todavía estoy grabando. —Asiente hacia el teléfono.
Miro a Milo, quien abre la caja para revelar una pequeña banda de oro con
un único diamante blanco. Mi vista del anillo se ve perturbada cuando agarra
mi mano izquierda. Me quita el anillo con alas de ángel y lo coloca en su
meñique, luego desliza el nuevo anillo en mi dedo. Levanto la mano y
contemplo el diamante bajo la tenue luz del sol.
—¿Mercy Bernadette? —dice Milo—. ¿Serías mi esposa?
—Sí. —Me aseguro de decirlo alto y claro, y espero a que se acaben todos
los aplausos antes de saltar de nuevo a los brazos de Milo.
Me levanta de la arena, mis piernas rodean su cintura y sus labios llegan
a mi oído.
—Gracias, alma mía. Pero no te pongas demasiado cómoda, ¿está bien?
Queda una sorpresa más.

Milo
Mi corazón late con fuerza e irradia estática en mis oídos. No recuerdo
haber estado nunca tan emocionado y nervioso al mismo tiempo.
Sé que preocuparme por su respuesta puede parecer tonto; después de
todo, ya aceptó casarse conmigo una vez antes, pero ganó mucha
independencia desde que regresamos a Los Ángeles. Ya no me necesita de la
misma manera que antes, y me pregunté si podría haber estado confundiendo 278
su necesidad por mí con amor. Me quedé al margen y la vi ganar piernas, su
confianza florecía cada día más, y me dije que cuando fuera capaz de valerse
por sí misma sin mi apoyo, solo entonces le pediría que se comprometiera con
nosotros para siempre.
Dijo que sí.
—¿Entonces? ¿Qué es? —Sus ojos buscan los míos y su radiante sonrisa
me calma un poco.
—Es tan genial que te asustarás. —Dom agarra a Belle y la arrastra hasta
la playa—. ¡Síganos!
Mercy levanta una ceja blanca perfectamente esculpida.
—¿Todos también participarán en la segunda sorpresa?
Me encojo de hombros y siento mis mejillas calentarse. Necesitaba que
toda la familia participara en esta próxima sorpresa. No pensé que los
pequeños pudieran guardar un secreto, pero supongo que tiene sentido que lo
hicieran.
Toda su existencia fue un secreto hasta hace siete meses.
—Hay un gran lugar para comer tacos de pescado al final de la calle —dice
Chris mientras camina de la mano de Laura hacia la derecha de Mercy—.
Deberíamos ir a tener una cena de celebración después de esto...
—Chris —murmura Laura y sacude la cabeza discretamente.
—¿Qué? —dice él.
—Tal vez a Milo y a Mercy les gustaría celebrar su compromiso solos.
Mercy me ve y asiento para que decida. Al fin y al cabo, es su noche de
sorpresas.
Se vuelve hacia Laura y Chris.
—Creo que una cena familiar suena perfecta.
—¡Apresúrate! —Dom nos hace señas desde la acera.
—¡No te atrevas a cruzar esa calle tú solo! —grita Laura y corre hacia
ellos.
—No puedo creer que se vayan a casar. —Miguel nos toma una foto y
luego apunta con el teléfono a Mena.
Ella levanta la mano para taparse la cara. 279
—¡Detente! Me veo asquerosa.
—No. —Se acerca e intenta tomarle una foto, pero le golpea el brazo—. ¡Ay!
Necesitas aprender a aceptar un cumplido, mujer.
—¡Empujarme una cámara en la cara no es un cumplido, es un acto de
guerra!
Me río entre dientes y Mercy sonríe mientras los observa ir y venir. No soy
experto, pero las peleas de Miguel y Mena suenan mucho a coqueteo.
—¿Te digo que eres bonita y es la guerra?
—No dijiste que era bonita, dijiste que no luzco asquerosa. ¡Gran
diferencia!
Todos cruzamos la calle juntos y regresamos a donde estacioné el auto. En
lugar de ir al auto, entro en el complejo de apartamentos.
La barbilla de Mercy se mueve hacia atrás mientras observa las pequeñas
paredes del patio cubiertas de enredaderas y la fuente que nos rodea con el
sonido del agua goteando. Subimos un tramo de escaleras, donde Dom, Belle,
Laura y Chris nos observan con tontas y expectantes sonrisas. Miguel y Mena
nos siguen, todavía discutiendo.
—¿Quien vive aquí? —pregunta Mercy mientras alcanzo la manija de la
puerta, asumiendo que nuestra familia la dejó abierta después de seguir mis
detalladas instrucciones.
Giro la manija y empujo la puerta con el pulso acelerado en mi cuello.
—Tú.
Su mirada se fija en la mía.
—¿Qué?
Mis labios se levantan hasta que me duelen las mejillas.
—Me escuchaste. —Muevo la cabeza hacia el interior—. Entra, mira
nuestra nueva adquisición.
Los ojos de Laura están llenos de lágrimas y las emociones de Chris no
parecen muy lejos de la superficie.
Dom y Bell corren dentro del estudio y se dirigen directamente a la cama.
—Mercy, tienes que saltar sobre ella. ¡Es tan saltarina!
Ella se vuelve hacia mí y sus ojos se llenan de lágrimas.
—¿Obtuviste esto para nosotros? 280
—Te dije que lo haría.
Mena y Miguel finalmente se callan mientras Miguel nos graba con su
teléfono.
Mena se acerca a Mercy para apretarla hacia su lado.
—¿No es asombroso? Tienes un vestidor y un enorme baño con bañera.
Hacen un rápido recorrido por el apartamento amueblado que la familia
limpió, hizo la cama y convirtió en un hogar antes de que Mercy lo viera. Laura
incluso insistió en llenar el refrigerador. Aun no lo comprobé, pero hay saleros
y pimenteros al lado de una pequeña cafetera que antes no estaba allí, lo cual
es una buena señal.
Observo cómo Mercy revisa la habitación individual con sus débiles ojos.
El espacio de trescientos setenta y siete metros cuadrados con la cama tamaño
Queen está compuesto por sábanas blancas y un edredón azul. La cocina no
tiene mucho de qué presumir, pero tiene estufa, fregadero, horno e incluso
microondas.
Presionando su torso contra el mío, rodea mi cintura con sus brazos y
suspira.
—Es perfecto. Me encanta.
Beso su cabeza.
—Aun no viste la mejor parte.
La guío al baño y abro la cortina de la ducha antes de entrar en la bañera.
Hay una esmerilada ventana en la ducha. Cuando la abro…
—Ahí está. —Muevo mi brazo hacia la vista—. Tu vista al mar.
La franja de azul se puede ver entre los altos edificios, y estar en el último
piso nos brinda una gran brisa del mar.
—Lo hiciste —dice en voz baja.
—Te prometí que algún día tendríamos un lugar en la playa. —Salgo de la
bañera y me acerco a ella, amando la forma en que no quita los ojos de la
ventana, aunque sé que no puede verla bien, si es que puede verla.
—No es nada como lo que tuvimos en México —susurro.
—Sabes que no me importan esas cosas.
—Mercy, quiero que sepas que soy un hombre de palabra. Te hice una
promesa hoy en esa playa. —Agarro sus manos y las llevo a mi pecho, un poco
nervioso de que pueda sentir lo fuerte que late mi corazón—. Quiero que sepas 281
que tengo la intención de cumplir esa promesa y todas las demás que te haré
por el resto de nuestras vidas. Sin excepciones.
Sus ojos se llenan de lágrimas y sonríe.
—Realmente eres mi salvador.
—No, te salvaste, mi alma. Tu fuerza es una de las muchas cosas de las
que me enamoré. —Beso sus labios manchados de lágrimas—. Tuve la suerte
de que te enamoraras de mí.
Resulta que, después de todo, los milagros y la magia son reales. No nos
los paga ni nos los otorga alguien a quien se le haya dado el derecho divino
para hacerlo. La capacidad de sanar, de consolar y de bendecir a otros vive
dentro de todas y cada una de las almas.
El poder está en nuestra capacidad de amar.

FIN
J. B. Salsbury

V
ive en Phoenix con su esposo y sus dos hijas, donde tiene la suerte
de poder hacer algo que adora y aun así estar en casa para hacer
malabarismos con los viajes compartidos, las excursiones y las
tareas de quinto grado.
Cuando no está escribiendo, leyendo o pasando tiempo con su familia, la
pueden encontrar en cualquiera de los senderos de montaña locales o en el
gimnasio cuando las temperaturas del desierto se vuelven insoportables. Le
encanta estar al aire libre, las vacaciones en la playa y pasar tiempo con sus
amigos.

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