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1—.

Tinta seca

quier otra. Pero ahora, la pers Sin embargo, el omega se rindió finalmente a sus
atenciones, su suave olor abarcó toda la cama y sus manos atrajeron a Louis en un
delicado abrazo.ona que despertaba cada día acompañado en su lech
enían en su poder el conocimiento, y todavía no habían hecho nada con de el bien y
el mal dejan de existir.
Aquí tu orden es nuestro deseo.
Regocíjate en eello; quizá porque esperaban el momento adecuado, la vulnerabilidad
perfecta, alguna grieta para abrirse paso y salir victoriosos en su cometido.
Gemma Cox, legítima princesa de Vitrum Maritima, renunció a sus derechos de
nacimiento sobre el trono de aguas cristalinas. Fue exiliada del reino que la vio
nacer, y no sabían bajo qué condiciones se había visto obligada a ello.
Harry, su Harry, ahora era quien por ley respaldaba el reinado de Damon a los ojos
de todos. Había despertado en la corte una ola de rumores y desconfianzas, de
miradas acusadoras y curiosas que buscaban algún motivo para señalarlo de alguna
traición.
Apenas podía soportar ese pensamiento. Por lo que prefirió concentrarse en ser un
monarca y hacer lo que mejor sabía: Planear una estrategia.
—Danielle tiene razón. Ante la incertidumbre, nuestra mejor arma es la preparación
para varios escenarios. Que el contenido de la misiva se dé a conocer a los nobles,
y aún peor, el pueblo a través de un rumor es algo que no nos podemos permitir. Nos
rebajaría autoridad, no sólo ante los nuestros, sino quienes intenten desafiarnos.
Necesitamos mover nuestras fichas por el tablero, anticipar los movimientos de
nuestros enemigos y nuestra propia corte. Ante cualquier represalia, de cualquier
naturaleza, nuestra respuesta debe ser inmediata. De lo contrario...
—Nos obligaría a bajar la cabeza y admitir que mentimos, o recurrir a más farsas de
las que podemos sostener. —Danielle suspiró.
—Unos gobernantes sin credibilidad —comentó una de las ancianas, la encargada del
bienestar civil, apenas Danielle finalizó sus palabras.
El resto de los presentes tardaron apenas unos segundos en aceptar su mensaje. El
escribano que se encargaba de recopilar todo lo conversado en la sesión, remojó la
afilada pluma en el tintero y trazó diligentemente.
Danielle asintió.
—Haré que mis damas controlen cada susurro de la corte. Si pueden evitarlo, ninguna
habladuría escapará de los salones. —Tomó aire y jugueteó con el abanico que estaba
sobre la mesa y le pertenecía. Toda la información de palacio, de alguna forma, era
administrada por la princesa—. A la vez, desviaré la atención a un tema que no
podrá ser ignorado o desplazado. No es un secreto para los presentes, sin embargo.
Y, en efecto, no lo era.
El compromiso de la única corona que jamás había contraído nupcias en esa
generación. El último gran premio de Aurea.
En unos meses, quizá menos, un noble se instalaría en las recámaras reales como
nuevo consorte.
—Enviaremos a nuestros representantes para pautar un encuentro. Su majestad, la
princesa Danielle, tiene algunas condiciones que ameritan ser expuestas antes de
firmar algún acuerdo a través de un vínculo nupcial. —Un consejero que apenas
vislumbraba algunas canas en su melena oscura, y pocas arrugas recorriendo su
semblante elevó su voz—. Como debe ser.
Louis afirmó el codo sobre la mesa y apoyó la barbilla en la palma de su mano. Miró
a la princesa esperando encontrar algún vestigio de duda o incomodidad respecto al
tema. Como la mayoría de las veces, la búsqueda fue infructífera. Bien porque lo
que buscaba no existía, o estaba ágilmente oculto.
—¿Realmente quieres esto? —preguntó, sin embargo. Olvidando la frialdad que debía
mantener sobre ese asunto.
Danielle imitó su postura sobre la mesa y sonrió ladina.
—Es lo que necesitamos, no lo que queremos. Y eso es suficiente. —Extendió su
sonrisa—. ¿Qué te atormenta, primo? ¿Nostalgia? ¿Quieres regalarme un consejo?
En sus vidas, todo se resumía a eso. A lo que era necesario, lo que tenía que
hacerse, el beneficio siempre por encima del costo. Era el peso de sus coronas de
metales preciosos.
Él mismo se había encontrado en esa posición hacía poco más de un año. Aunque había
tenido sus dudas sobre el tema, Danielle parecía lo suficientemente segura de su
decisión.
—De acuerdo. Confío en ti, obtendremos un buen trato de esto. —Accedió entonces, y
recuperó el control de la reunión. Todavía había demasiados asuntos que tratar,
alertas que no dejaban de excavar en su mente.
—El siguiente asunto... —Uno de los consejeros se atrevió a resaltar, para ser el
próximo en exponer su idea, pero Louis lo detuvo.
—Quiero que encuentren a la princesa Gemma Cox —exigió tajantemente.
Cada anciano en la reunión apartó la mirada de sus pergaminos y misivas,
concentrándose en el príncipe.
—Renunció a su derecho de nacimiento, ahora sólo es lady Lioncourt. —comentó uno de
los ancianos, ganándose en unos segundos la gélida mirada del príncipe, el primero
que había hablado de todos. El hombre tragó grueso y no tardó en desviar la mirada
para no enfrentar a Louis.
—Quiero que la encuentren —repitió—. Es la hermana de mi consorte. Y la única
ventaja que tendremos respecto a información y peso político. Así que la quiero en
nuestras tierras y a salvo.
Danielle se mantuvo callada y con una pequeña sonrisa perfilando sus labios
mientras turnaba la atención de su mirada entre los consejeros y Louis. El
consejero de Avance Naval ojeó algunos mapas antes de hablar.
—No sabemos qué ruta tomó para escapar, Majestad. Desconocemos si continua en la
mar o siguió su odisea en un camino por tierra. Podría estar en cualquier
provincia, ciudad o isla... Quizá pidió refugio en alguna familia aliada y desea
permanecer bajo perfil hasta que todo encuentre la debida calma.
Lo último que Louis necesitaba en ese momento era lidiar con excusas e ineptitud.
Nadie quería enfrascarse en la idea de una guerra, pero ignorar las señales como
pretendían algunos de sus consejeros, no evitaría una catástrofe si está ya había
iniciado su travesía.
—¿Acaso no tenemos una flota competente? Hace dos años fuimos capaces de localizar
embarcaciones enemigas que se daban por perdidas. Rescatamos busques secuestrados,
reclamamos barcos de prisioneros y esclavos de la guerra —espetó, perdiendo poco a
poco la paciencia—. ¿Y osas manifestar ahora que no somos capaces de localizar el
navío de un noble?
—Levantaríamos sospechas, Majestad. Movilizar flotas sin motivos aparentes es...
—Encuentra los motivos —instó, sin permitir que su petición fuese anulada—. Decreta
una misión de expedición o toma un barco de cargas y alega que lo están escoltando.
Dudoso y afectado con el tono del príncipe que en cada palabra dejaba a relucir
cada vez más su carácter de alfa, ll consejero de Avance Naval parpadeó un segundo
antes de decidir seguir firme a sus vacilaciones.
—Eso no evitaría que los marineros requirieran unos días de preparación, y que
hicieran preguntas. De los muelles al pueblo hay una corta brecha, Su Majestad. Si
lo que estamos necesitando es silencio y prudencia…
—Necesito respuestas. Y si no puedo conseguirlas de pate de mis consejeros, buscaré
a otros que estén dispuestos a resolver mis demandas.
Parecía lejano el tiempo que el príncipe de Aurea tuvo que expresarse así con
alguien bajo su comando, un consejero, miembro del cuerpo de hombres y mujeres
encargados de administrar sus órdenes y meditar sus acciones. Entre la corona y el
Consejo siempre existió una relación de respeto y comunicación bilateral, libre de
hostilidades.
Hasta que la mirada de Louis anunció que podría empuñar su espada en ese preciso
momento si era desobedecido.
El consejero pareció pesar en una balanza sus opciones, y optó por asentir con una
reverencia.
—Se hará como usted comande, Majestad. —aseguró, conteniendo un suspiro—. Reportaré
mis avances al final del día.
Louis sintió que respiraba nuevamente, como si hasta ese momento algo le estuviera
comprimiendo el pecho y llenando su corazón de impotencia.
—Lo esperaré —aceptó, e hizo un ademán con la mano para advertir al resto de
consejeros en la mesa—. Pienso que podemos dar por finalizada la sesión. La corona
agradece su asistencia.
Los hombres y mujeres que conformaban el cuerpo de gobierno de Aurea fueron
escoltados fuera de la sala. No fue hasta que los pasos no fueron más que un rumor
y la última puerta se cerró, que Louis se permitió desparramarse en la silla.
El silencio colmó las lagunas entre los gobernantes, y en el exterior la vida de la
corte llegaba como una canción a sus oídos, el olor del vino se intensificó, el
calor del día hizo que sus ropas se sintieran pesadas.
La princesa rompió el silencio con un suspiro, la mueca en sus labios siendo una
alerta para un Louis. Un tema desagradable se avecinaba.
—Desterraste a propósito el asunto que conversamos antes del desayuno.
La idea de excusarse era poco atractiva y, para ese punto del día, demasiado
agotadora. Asintió y luego se majaseó el puente de la nariz con la mano izquierda,
como si con eso pudiera enviar lejos la tensión que sentía.
—¿Por qué? —negó suavemente, con cierta decepción destilando del movimiento—. Es
forzoso pero inevitable.
—Rumié la situación y todas las cuestiones que debatiríamos hoy. Percibí oportuno
que desplazáramos la elección para una sesión cuyo único punto sea ese.
Danielle se levantó de su silla y caminó hasta una de las ventanas, el abanico con
el que jugueteaba ahora colgaba de su muñeca por un cordón trenzado con hilo de
oro.
—¿Hay candidatos? En otras circunstancias, te asistiría en esto, pero tengo
suficiente en mente como para añadir más peso —Louis sólo podía ver la delgada
trenza que caía por el escote de su vestido en la espalda, mas no su rostro—. Me
tranquilizaría pensar que cuentas con el apoyo de Malik, pero no es algo que
tengamos garantizado.
—No puedo consultar a mis soldados, la cantidad de posibilidades seria
desfavorable. Además, lo último que necesito es que sus creencias personales
fragmente las tropas en grupos que podrían enfrentarse.
—No es alguien a tu comando. ¿A quién tienes en mente entonces?
—Sabes bien a quién. —recalcó, sintiéndose tenso repentinamente.
—Si quieres llamar a ese hombre, Cesar Brönte, tendrás que mover tus piezas
rápidamente, primo.
Danielle había virado un poco el cuerpo, su elegante perfil recortándose por la
luz, no lo miraba, pero Louis alzó la mirada nuevamente hacia ella mientras una
cruel duda trepaba por su mente.
—¿Crees que se negará?
Un bufido cortó la tensión que se quiso formar entre ambos, y la omega comenzó a
andar por la sala. A cada paso que daba, su aroma evidenciaba la inconformidad y
rechazo que sentía por el asunto. O en ese caso, la persona de la que se hablaba.
—Al contrario, pondría en garantía mi corona a que aceptará tras la primera copa
que dispongas a su mesa.
Louis miró su propia copa, vacía y anhelante. No tuvo más opción que asentir.
—Y no lo apruebas —aseguró sin problema.
—Él es fuerte, Brönte es un alfa excepcional en su trabajo, bastante... Dispuesto y
se podría decir diligente. Y opuesto a sus fallos personales, nuestro antiguo Lord
Comandante fue famoso por tomar decisiones y reaccionar con pensamiento frío.
—Liam no puede regresar, Danielle. —sentenció duramente—. Simplemente no puede.
—No te pido que lo reintegres a su puesto. Lo que se decretó, hecho ya está, no
está entre nuestras opciones el privilegio de retractarse. Sólo apunto algo
imposible de negar: Brönte es peligroso.
Era tinta seca, un hecho que pocos lograban ignorar.
—Entiendo mejor que nadie. Sin embargo, necesitamos que esté de nuestra parte.
Necesitamos su nombre...
Esta vez ella se detuvo junto a él, y que Louis permaneciera en la silla colaboró a
que la omega pudiera verlo desde arriba, con sus ojos verdes que nunca dejaban de
ser altivos teñidos por la oscura desconfianza.
—Lo entiendo, primo. —Alzó ligeramente la barbilla—. ¿Cuándo sabremos de él?
—Quizá demasiado pronto. Esta noche, su barco debe llegar por la tarde al puerto.
Reservé una reunión con él fuera de palacio. Amerito tener su respuesta y confianza
antes de hacer la propuesta al Consejo.
—Entonces que los dioses te asistan.
Por alguna razón, el tono en la voz de Danielle desalentó al príncipe, hizo que
dudara de las sentencias que había cavilado toda la noche mientras permanecía en
vela.
—¿Acaso tienes una opción más certera y prometedora? —demandó, con cierto disgusto
destilando de su voz.
La omega apretó los labios un segundo, probablemente ofendida por el tono que había
utilizado con ella. Louis no recordaba la última vez que le había siquiera dirigido
una mala palabra a su prima.
—Podría ofrecerte una solución si me otorgaras el tiempo para ello. —aseguró,
reprimiendo algún impulso que rompería su compostura mediante una respiración.
—Yo no puedo esperar hasta tu matrimonio, Danielle. Mañana podríamos tener una
amenaza a nuestras puertas, ¿y dónde se hallaría tu solución?
Aquella afirmación se acentuó ante ellos como una barrera y aunque Louis era un
alfa temido incluso por los de su misma casta, la mujer frente a él no mostró
sentirse intimidada, no en sus gestos ni en el aroma de su piel. En cambio, la
acidez del conflicto estaba llenando cada espacio de la solución.
—Reitero que, si esta decisión está en tus manos, los dioses sean misericordiosos y
te asistan, primo. —dijo con aquella neutralidad que sólo reservaba para los nobles
que no toleraba.
—Danielle...
—Porque si tus decisiones van a estar ahogadas en esa copa de vino. —Señaló el
objeto que reposaba sobre la mesa, cerca de donde Louis reposaba su mano—. Entonces
tenemos mucho por qué orar en los templos, a mi parecer.
Sin darle tiempo a réplicas o prolongaciones a esa discusión, la princesa abandonó
la sala y Louis sólo pudo escuchar el ajetreado parloteo de las doncellas que
intentaban dar con la causa del malestar en su ama. Los guardias se movieron con su
usual silencio y la puerta emitió un chasquido al cerrarse.
El león del desierto miró la copa vacía, las vistas de la ciudad a través de las
ventanas cuando la débil brisa movía las cortinas, y luego suspiró, preguntándose
cuánto podría resistir antes de admitir que tal vez era cierto.
Estaba perdiendo el control de sí.
—♕—
El almuerzo que intentó llevar con los nobles no fue tan fructífero como esperaba.
Principalmente porque el deleite de los nobles era comer y charlar animadamente;
actividades que Louis no tenía la voluntad para disfrutar o fingir por el momento.
Sólo los acompañó con la bebida, mesuradamente, hasta que estos parecieron
demasiados mareados e incapaces de levantarse de sus cojines en la sala sin la
ayuda de sus sirvientes.
Al finalizar, su único deseo era ingresar a su recámara y encontrar la paz que sólo
una persona podía darle. Pero al cruzar las puertas y entrar a la recámara apenas
lo recibió el olor dulce y suave de Harry. Su omega no se encontraba allí, le
informó una muchacha beta que estaba recogiendo las sábanas para cambiarlas. El
baño ya estaba listo para él, la ropa dispuesta en el biombo y los sirvientes
listos para asistirlo.
Desilusionado, deshizo los nudos de la chaqueta en su cuello y dejó que la prenda
se deslizara por sus hombros.
—Tomaré un baño y quiero saber dónde está mi esposo para cuando salga —anunció, en
un susurro plano pero demandante que despertó ansiedad en los omegas presentes,
quienes no pudieron ocultar su olor, y tensión en la postura de los betas.
Obtuvo su respuesta, renovado y sintiéndose más decente tras el baño, dejó que sus
pasos lo guiaran hasta un sitio que no visitaba a menudo. El protocolo le demandaba
que acudiera al menos una vez por semana para presentar sus respetos, pero Louis
siempre copaba sus días de obligaciones para evitar aquello.
Siempre había una mirada intrigada y recelosa, de irises esmeraldas, que le
cuestionaba cuando declinaba sus invitaciones. Le hacía sentir un dejo de culpa,
que desaparecía luego cuando le regalaba sonrisas. Pero la culpa que estaba
sintiendo en ese momento quizá no se borraría tan fácilmente.
La presión de mantener la paz del reino era un peso tortuoso sobre sus hombros, e
irónicamente le estaba haciendo tomar acciones egoístas.
Los guardias permanecieron fuera, no cruzaron el gigantesco umbral, y sus botas
resonaron a cada paso.
Dejó caer el peso de su cuerpo en el banco de piedra del Templo. Sólo se
encontraban los sacerdotes que supervisaban las ofrendas entregadas por los fieles.
El ambiente era un poco más sofocante allí, ya que todos los inciensos estaban
siendo renovados y el fuego de los altares alimentado.
Todos los aromas, de los objetos, ofrendas y ocupantes presentes se mezclaba.
Louis sintió sed nuevamente, como si su garganta fuese el árido desierto de las
fronteras. Esperó a que los sacerdotes se ocuparan en los altares más alejados, y
entonces finalmente relajó los hombros. Allí estaba inclinada una figura de
elegante túnica azul, rizos rebeldes que intentaban liberarse de un rodete de hilo
de oro y manos adornadas de elegantes anillos que formaban una plegaria.
Los viejos vocablos de una oración encontraban sonido en una dulce y profunda voz.
—... y que mi plegaria encuentre un camino entre el campo de los dioses como una
grata brisa; para que así podamos enfrentarnos a la oscuridad que somos capaces de
combatir.
Louis tensó la mandíbula y se inclinó, el peso del cuerpo sostenido por sus codos y
apoyado en sus rodillas.
—Dejaste los aposentos antes. Te rogué explícitamente que no vinieras aquí, Harry.
—Lo interrumpió finalmente, respetando las normas que tenían en el templo respecto
a las plegarias en los altares—. No por tu cuenta.
Harry no se levantó, pues la agilidad que presumió alguna vez por sus
entrenamientos, ahora estaba algo limitada por su estado. Así que sólo ladeó el
cuerpo y ofreció una sonrisa tímida de labios suaves.
—Lo hizo, príncipe. —Aceptó diligentemente, mientras giraba un anillo de plata en
su dedo índice—. Pero sin tener una amenaza que acompañara esa petición, combatir
la tentación de seguir mis deseos fue inevitable.
—¿Dónde están tus acompañantes? —Inspeccionó los alrededores, y no vio rastro de
Cara o Ashton—. Saben que no pueden dejarte solo.
—Les ordené que marcharan tras dejar las ofrendas, quería estar solo para orar —
justificó a sus sirvientes, quienes eran mucho más que eso para el omega. En la
postura que estaba era incómodo hablar, por lo que Harry intentó darse la vuelta y
levantarse por su cuenta.
Pero en un respiro Louis estuvo a su lado, le tomó de un brazo y le rodeó la
cintura con cuidado, protector, levantándolo sobre los pies. Fue una reacción de
crudo instinto, simplemente no pudo evitarlo. Su anhelo por proteger a Harry, darle
todo lo que necesitara, tocarle y dejar su aroma sobre él como una marca era una
necesidad que a veces lo abrumaba.
Harry le dio una de sus pequeñas sonrisas de labios apretados y hoyuelos en las
mejillas. En las sombras de la débil luz del Templo sus pecas se notaban algo
difusas.
—Gracias, príncipe. No era necesario —comunicó en un espontáneo ronroneó cuando
Louis le acarició la mejilla con los nudillos, y descendió por el cuello, curvando
los dedos sobre su nuca. Apenas había tenido tiempo de hablar con él en la
madrugada cuando dejó la cama. Le había besado los sonrosados labios cuando todavía
no escapaba del todo del mundo onírico y acariciado el abultado vientre en un
momento que se le hizo demasiado fugaz.
—No deberías estar aquí —replicó nuevamente, con el deseo por hundir el rostro en
el costado de la pálida garganta quemándole el estómago. Ese no era el lugar
adecuado, sería demasiado escandaloso.
—Debo estar aquí, Majestad. Quiero estar aquí —justificó, hablando despacio y con
respeto. Las réplicas de Harry no solían ser así, no cuando se encontraban en la
intimidad y rápidamente el humor podía ascender a una discusión. Pero fuera de los
aposentos, Louis no era únicamente su esposo y alfa, sino su soberano también, y
debía rendirle respeto.
No obstante, la muda protesta estaba allí, en esos expresivos y grandes ojos.
—Harry...
—Me pidió que fuese pétreo de voluntad y estoy rogando por ello —suspiró, dejando
caer los párpados cuando Louis le acarició un costado del vientre—. Estoy orando
por nosotros. Por nuestro hijo, por el valor que necesito y la tranquilidad que Su
Majestad no puede hallar —expresó con tanta sinceridad que Louis sintió que su
pecho se oprimía—. Ruego por la salvedad de mi hermana... Si yo no clamo a nuestros
dioses, ¿quién lo hará?
La fe era un aspecto complejo que Louis no terminaba de descifrar en su omega.
Quizá porque nunca había sentido algo así, tal devoción y entrega por algo que no
podía ver o sentir. No era como dar su vida por el reino o su familia, que él daría
sin pensarlo. Y en ocasiones le hacía sentir frustrado, incluso celoso, pues no
podía comprender cómo Harry tenía tanta fe y dedicación por dioses que no le
hubiesen aceptado de no haber dado su lealtad y juramento de abandono a su anterior
nación. El joven muchacho entre sus brazos creía ciegamente que encontraría la
fortaleza requerida en plegarias, y aunque como soldado lo encontraba sin sentido,
ese día concluyó que por el momento debía respetarlo.
—Juré que encontraría a tu hermana, Harry. ¿Mi palabra alguna vez ha sido en vano
para ti? —preguntó, a lo que el omega negó en respuesta, aferrando suavemente sus
manos a él—. ¿Entonces por qué te angustias, mi amor? Te agotarás sin razón, y bien
sé lo que los nervios hacen en ti. No quiero que descuides tu salud.
—El niño y yo nos encontramos bien, pero ¿qué hay de su salud, príncipe? —Alzó las
cejas un instante y luego las frunció. Le examinó detenidamente, hizo una búsqueda
exhaustiva hasta dar con señales que Louis esperó haber cubierto, pero falló.
Sintió el pulgar de Harry sobre sus labios y quiso golpearse a sí mismo—. Tiene la
piel quebradiza, ¿si quiera ha tomado alguna copa con agua de la bandeja de los
sirvientes? —negó, contrariado—. Ruego más que nadie por mi esposo, quien lleva una
corona demasiado pesada, capaz de aplastarlo si se descuida. Mi esposo es un hombre
excepcionar, pero ser un gobernante quizá puede ser...
Louis no le dejó finalizar, no quería escucharlo. Besó los dedos sobre sus labios.
Le tomó la mano y besó sus nudillos.
—Debo irme, tan sólo deseaba cerciorarme que estabas con bien y avisarte que te
acompañaré a cenar al final de la tarde. —Sin darle tiempo a réplicas, se colocó a
su lado y enlazó el brazo de ambos—. Camina conmigo, por favor.
—¿Adónde...? —balbuceó confundido, ignorante de los sacerdotes que se habían
acercado en busca de captar un atisbo de la conversación—. ¿Es un viaje...? —
inquirió al no tener una respuesta, sólo un firme paso hacia la salida del Templo—.
¡Yo también iré!
El resplandor del exterior lastimó los ojos de Louis, le hizo dar unos pasos a
ciegas, guiándose por el resto de sus sentidos. Enseguida sus guardias los
flanquearon, dándoles la privacidad oportuna para hablar cómodamente, sin la
etiqueta debieron guardar minutos antes.
—Tranquilo, no es un viaje. —Se apresuró a desmantelar esos escenarios. Sabía que
Harry tenía miedo. Miedo de lo que suponía la tensa situación del reino, de las
responsabilidades que cargaban ambos como matrimonio a cuestas. Miedo porque no
podía evitar ponerse en el lugar de su amiga fallecida y pensar que él podía sufrir
tanto como ella—. No es un viaje, Harry. Jamás viajaría mientras te encuentres así.
No podrías acompañarme, y yo me volvería loco si estoy lejos de ti, si no puedo
dormir a tu lado y protegerles a ambos.
No lo estaba diciendo simplemente para calmar la ansiedad que se disparó en Harry,
explotando una bruma de preocupación en su olor. En lo absoluto. Era sincero, y
prueba de ello era la actitud que adquiría en las consultas, acorralando de
preguntas al pobre fisiólogo, el viejo Ambrose.
—Pero estás vestido para salir. —Observó, mirándolo de pies a cabeza, evaluando las
botas de cuero marrón, el pantalón de lana cruda sin teñir, de ese tono ocre
rosáceo. La camisa impecable, casaca azul marino de botones planos y redondos, una
capa del mismo tono oscuro—. Vas fuera de Palacio. No estarás durante la noche —
concluyó acertadamente, sintiendo brevemente la fábrica de la capa.
Aunque no quiso que fuese así, sonó acusador, y Louis no podía reprocharle por
ello.
—Guardas la razón. Pero no es algo que planeaba ocultarte, acudí a nuestros
aposentos para conversar contigo, pero no estabas —anunció, tratando de igual
manera no imprimir resentimiento en su voz—. Iba a contarte de la reunión con el
consejo... Quizá no hubieses tenido necesidad de venir al Templo si esperabas un
poco más por mí.
—Me indicaron que estabas atendiendo a unos nobles, no pensé que te desocuparías
antes de mi retorno.
—Esos nobles se agotaron rápido, sucumbieron muy deprisa a la bebida.
—¿Por eso hay una pizca de vino revoloteando alrededor de ti? —indagó, haciendo que
los músculos de Louis se tensaran irremediablemente—. Lo lamento, no puedo
evitarlo. No tolero sentir ni la mínima gota. —Se cubrió la boca con la mano libre,
su voz sonando algo ahogada—. Hace que incluso las náuseas que ya creía olvidadas
retornen.
Y Louis podía sentirlo, el disgusto manando de Harry en oleadas, parecido a esos
primeros meses del embarazo donde no podía mantener nada en el estómago y
desfallecía con facilidad.
—¿No quieres saber el resultado de la reunión? —consultó, tratando de desviar
rápidamente la información—. Les di un plazo límite para que encuentren la
embarcación de Gemma. —Detuvo el paso y aprovechando la intimidad del pasillo donde
se encontraban, frotó su nariz contra la del omega—. Tendrás a tu hermana aquí,
bajo mi protección, Harry. Aunque tenga que mover el mar y los médanos del
desierto.
Harry respiró, el alivio combatiendo la ansiedad de la noticia. Se apoyó en Louis,
sus labios temblaron en una sonrisa indecisa.
—¿Y Edward? ¿Lord Lioncourt?
—Ellos también, por supuesto. Edward es tu sobrino, lord Lioncourt es un alfa que
respeto y socio comercial del reino. No pienso abandonarlo, y el Consejo tampoco.
—Gracias, Louis. —Lo besó en los labios, las mejillas, y le abrazó, guardando el
rostro en su cuello. Le sentía sonreír contra la piel, y de nuevo el pinchazo de
culpa lo embargó. Por el olor, por el vino al que había resignado su voluntad
durante todo el día.
—Puedes confiar en mí —musitó, tan bajo que no supo si lo decía más para sí o para
el muchacho en sus brazos—. Siempre.
—Sí, siempre. —repitió, y esta vez sí sonrió con firmeza, aunque Louis no pudo
corresponderle. Harry le acarició el rostro, como si sus manos pudieran borrar la
tensión que atenazaba sus facciones—. Ven conmigo a la recamara. Pediré que nos
preparen una infusión, descansaremos de este día, y te prometo que mañana haré todo
lo que me pediste —ofreció, callándose un momento mientras los guardias alejaban a
unos nobles curiosos que pasaban cerca—. Por favor.
—No puedo, amor —rehusó con pesar, deshaciendo el abrazo con cuidado, pero
sintiendo la desilusión de Harry una vez estuvieron separados—. Tengo que partir.
—¿Por favor? —Trató nuevamente, con aquella mirada suplicante, con las manos
envueltas en torno a su redondo vientre—. Quiero... necesito estar contigo. No he
podido estar tranquilo en días.
—Volveré para dormir, y mañana estaré para tomar el desayuno, asistir a la consulta
—prometió, negándose a tocarlo. Porque si lo hacía, la añoranza que despedía el
menor de la piel lo mantendría atrapado y sin esperanzas de encontrar las fuerzas
para dejarlo.
—¿Qué es tan urgente? Ya viste a los consejeros, Danielle se está ocupando de sus
asuntos. No te vestirías así para ir a ver a Malik... —Enumeró todas las
posibilidades, y su rostro se ensombreció por un momento—. ¿Irás con Payne?

Un terreno demasiado escabroso y delicado entre ellos. Uno donde no tenían un punto
medio donde sus opiniones no se volvieran una ofensa para el otro.
—No. Iré a ver a un familiar que ha vuelto. —respondió desapasionadamente. Tomó la
barbilla de Harry y depositó un rápido beso, luego utilizó su voz, ese comando de
alfa que pocas veces Harry resistía—. Mi guardia te llevará a la recámara. Solicita
a Ashton y ordénale que se quede contigo hasta mi retorno.
Harry miró indeciso, por un segundo, al guardia en cuestión. No le conocía, y no
podía ser de otra forma. Era un beta del escuadrón que Louis dirigió en la guerra.
Louis confiaba en sus hombres, pero entendía que su omega no se sintiera a gusto
entre desconocidos.
—Su nombre es Balgair, fue conmigo a la guerra. Entrenó y capacitó a Luke para
entrar a la guardia. —Esperaba que esa información tranquilizara a Harry y, en
efecto, le vio relajar los hombros.
—Esperaré por ti entonces, confío en ti. —Asintió al beta, quien le devolvió una
reverencia y luego miró nuevamente a Louis—. Te extrañaremos.
Desde los jardines, un grupo de nobles dobló por el pasillo y Harry no pudo
prolongar la despedida, comenzó a caminar, con el guardia prudentemente a su lado.
Louis le vio marchar, anclado al piso, hasta que un sirviente le indicó que su
caballo ya estaba ensillado y los escoltas listos.
—¿Mi tío llegó al hospedaje que dispusimos para él? —interrogó, comenzando también
su marcha.
—Sí, Majestad. —contestó el muchacho, con la cabeza gacha y el paso apresurado—. Me
dio unas monedas para hacer

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