La Soberanía PDF
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A) Bodin
El concepto político jurídico de soberanía elaborado por Jean Bodin, en su obra Los
seis libros de la república, publicada en 1576, fue el cimiento y andamiaje que sustentó a
las monarquías absolutas del siglo XVI en adelante.
Como se describiera, la Europa del Siglo XVI se encontraba en pleno proceso de
transformación, lo que producía convulsiones de toda índole, motivada por la
descentralización del poder que llevaba a las rivalidades de los señores feudales entre si, y
de estos con los reyes y príncipes; divergencias entre el Emperador y al Papado y que
además eran cuestionados en su autoridad por parte de los reinos; sumados a estos
desordenes políticos, existían problemas de tinte religiosos, generando intolerancias de
todo tipo. Ante esta situación, Bodin va a proponer la vigorización de la monarquía
francesa, ya que en la unidad de un gobierno radica su eficacia. En base a ello, construye la
doctrina de la “soberanía”, porque el Estado necesita de una autoridad central de la cual
emane el poder, toda vez que sin ese poder centralizado el Estado no sería tal.
Para el jurista francés, la soberanía, es el poder supremo ejercido sobre súbditos y
ciudadanos sin restricciones legales; “es el poder absoluto y perpetuo de una república”2.
La soberanía es una cualidad del poder, que se ejerce sobre todos y que no se
encuentra sujeta a restricciones de carácter jurídico, es decir de derecho positivo. Es
además perpetuo, sin tiempo determinado de existencia; no podría llamarse príncipe
soberano a quien ostenta un poder por el solo hecho de ser depositario o custodio hasta que
el pueblo o el príncipe puedan revocarlo. La soberanía no es limitada ni en poder, ni en
responsabilidad, ni en tiempo. Si el pueblo instituye a varios superiores, con poder absoluto
por tiempo limitado o con poder revocable al arbitrio del pueblo, sin plazo predeterminado,
en ambos casos no contamos con un poder soberano. El príncipe soberano solo es
responsable ante Dios3.
Asimismo, la palabra perpetua se ha de entender por la vida de quien tiene el poder.
También la soberanía es absoluta, queriendo significar que se la ejerce sobre todas las
cosas y los individuos; y esto es así porque cuando el pueblo da el poder absoluto en forma
pura y simplemente a una persona (no a título de comisario, o de magistrado, ni en forma
de precario), despojándose de su poder soberano, para darle posesión e investirlo, poniendo
en él todo su poder, prerrogativas y soberanías, nos hallamos ante el monarca soberano4.
La manifestación esencial de la soberanía es el poder para crear la ley, a la cual el
príncipe se halla exento de cumplimiento, pudiendo de ésta manera dictar leyes para los
súbditos o anular o enmendar las leyes inútiles y que por otra parte no pueden ser
aplicables a ellos. Las únicas limitaciones que tiene el soberano y por ende se ve obligado
a respetarlas, son la ley divina, la ley de la naturaleza o razón, la ley que es común a todas
1
Profesor Titular de Derecho Internacional Público, Cátedra “A”, de la Facultad de Derecho de la UNNE,
Doctor en Derecho Público, Política y Gobierno. Magister en Integración Regional
2
BODIN, Jean, Los seis libros de la República, Orbis S.A. Hyspamérica, Barcelona, 1989, p. 79.
3
ZIMERMAN, Héctor, Poder y soberanía, IDEC, Corrientes, 1991, p. 68.
4
BODIN, Jean, ob. cit., p. 81.
las naciones y las leges imperii o leyes del gobierno. Por lo tanto, el poder del Estado no es
arbitrario o irresponsable, sino derivado de una ley que es superior a él. Para tener validez
la ley positiva deberá conformarse a aquella ley suprema y la soberanía es en esencia un
principio de orden interno5.
Por lo visto, en el orden externo, los que son soberanos no pueden estar sometidos
al imperio de otros; por ello Bodin pregona que en los tratados firmados entre príncipes
iguales, ambas partes “se reservan siempre la soberanía, porque de otro modo quien
recibiera la ley estaría sometido al que la da y el más débil debería obediencia al más
fuerte, todo lo cual no se hace en los tratados de alianza igual”6, ya que lo que determina a
un Estado es el poder soberano de dar la ley a cada uno de sus súbditos.
Bodin considera que el poder debe recaer en la República, “La República es un
recto gobierno de varias familias y de lo que le es común con poder soberano”; en otro
lugar de su obra expresa que el Estado es una multitud de familias con sus posesiones
comunes gobernadas por un poder supremo y por la razón; existiendo para éste autor tres
tipos de república: la monarquía (el gobierno de una sola persona), la aristocracia (el
gobierno de la menor parte que detenta el poder soberano) y la democracia (el gobierno de
todo el pueblo o la mayor parte en corporación que ostenta la soberanía), y si bien, todas
ellas tienen valor estimable en teoría, se vuelca como mejor forma de gobierno hacía la
monarquía, en función de lo que sucede en la realidad. “La experiencia demuestra que
cuanto mayor número de individuos participan en la señoría, más numerosas son las
disputas y más difíciles de adoptar las decisiones” y “En una República solo uno puede ser
soberano; si son dos, tres o muchos, ninguno es soberano, ya que nadie por sí solo puede
dar o recibir ley de su igual” 7.
Asimismo señala que, para determinar quien detenta el carácter de soberano, es
necesario conocer los atributos que lo diferencian de los súbditos, siendo estos: 1) La
potestad de dictar leyes a todos en general y a cada uno en particular, sin consentimiento
de nadie, superior, igual o inferior; si no fuera así no tendría un poder soberano. Este
atributo en realidad es el más importante, por cuanto de él derivan prácticamente los
demás; así lo hace saber concretamente Bodin al añadir que, “bajo este mismo poder de dar
y anular la ley están comprometidos todos los demás derechos y atributos de la soberanía,
de modo que hablando en propiedad, puede decirse que sólo existe este atributo de la
soberanía”8; empero como la ley puede ser demasiado general, estipula los otros atributos
que devienen de la ley, tales: 2) Declarar la guerra o negociar la paz; 3) Poder nombrar los
oficiales principales y magistrados más importantes; 4) La facultad de última instancia o
ley sagrada de apelación, es decir de resolver en grado de apelación, la súplica de los
súbditos y como consecuencia conceder el indulto a los que fueran condenados, por encima
de las sentencias y contra el rigor de las leyes; 5) El derecho de dictar leyes de pesas y
medidas y acuñar moneda, y 6) La autoridad para poner impuestos y contribuciones; Todos
estos atributos mencionados son derivaciones de la potestad principal del soberano de
dictar la ley, que es privativa de él, sin que nadie más pueda hacerlo9.
Prélot resume el pensamiento de Bodin manifestando que: “Queriendo que la
soberanía sea una e indivisible, la ha concebido monárquica desde el principio; no
queriéndola delegada, ha desechado la elección; queriéndola irrevocable, la ha fundado
sobre una donación, es decir, sobre un acto realizado de una vez por todas; queriéndola
5
MONCAYO, G. R., VINUESA, R. E., GUTIÉRREZ POSSE, H. D. T., Derecho Internacional Público, t.1,
Víctor de Zavalía, Buenos Aires, 1985, ps.29/30.
6
BODIN, Jean, ob. cit., p. 78.
7
BODIN, Jean, ob. cit., ps.178/179.
8
BODIN, Jean, ob. cit., p.91
9
BODIN, Jean, ob. cit., ps. 92/95.
perpetua, la ha imaginado hereditaria; queriéndola suprema, ha estimado que ningún otro
poder estaba capacitado para pedirle cuentas: ni el Papa, ni el emperador en el exterior, ni
en el interior los estados o los parlamentos”10.
Los pensamientos desgranados por Bodin sobre la soberanía, serán tomados por
escritores posteriores que darán sus propios aportes y opiniones al respecto, pero es
sumamente importante, tener el cabal conocimiento del verdadero alcance y sentido del
significado que Bodin le dio a la soberanía, para poder comprenderlo y aplicarlo
correctamente cuando corresponda.
B) Hobbes
En el Leviathan (1650), Tomás Hobbes, va a plasmar todo su pesimismo y
sentimiento de miedo y temor, que le había tocado vivir en su propia vida.
El insistía en que la naturaleza humana está fundada en el egoísmo, lo que es
peligroso y funesto; los hombres siendo iguales en estado de naturaleza, se encuentran
siempre en guerras “unos contra otros”, “todos contra todos”, ya que al no existir una
norma que establezca que cosas corresponden a cada quien, todos tienen igual derecho a
las mismas y por ello todos las codician y luchan por obtenerlas. En ese estado de
naturaleza “las nociones del bien y del mal, justicia e injusticia no tienen allí lugar”,
porque “donde no hay poder común, no hay ley” y “donde no hay ley, no hay injusticia”11,
puesto que no hay quien pueda garantizar el cumplimiento de la norma.
Para sortear este atolladero, Hobbes asevera, que el hombre sale del estado natural
y pasa a un estado civil a través de la comunidad, en busca de su propio interés, por tanto
los acuerdos que celebran los hombres para vivir en sociedad, lo hacen para encontrar la
seguridad, que el estado de naturaleza no les brindaba.
Esa unión por mutuo acuerdo entre los hombres que tiende a garantizar la paz,
configura la República (el Estado). Por consiguiente sólo cuando los hombres abandonaron
el estado de naturaleza, apareció el derecho. Es el Estado con su fuerza coercitiva, a través
de las leyes civiles, el que da nacimiento a la obligación de respetar la propiedad de los
otros 12.
El hombre, entonces, debe observar los contratos porque es la única forma de
mantener la paz. Mas, para constituir un Estado, los individuos deben dejar de ser
independientes, para formar una sola voluntad. Todos los poderes pasan al Estado y los
hombres a su vez renuncian a la resistencia y a la posibilidad de la retractación del poder
que delegaron al Estado. Es así como, los hombres -según Hobbes-, se ven obligados a
asociarse entre sí y además generar un “...poder común que los mantenga en el temor y
dirija sus acciones al beneficio común”13, defendiéndolos de las invasiones extrajeras,
como de las discordias internas. Ese poder y fuerza se lo pueden conferir a un hombre o a
una asamblea de hombres, comprometiéndose a someterse a su autoridad suprema en
forma absoluta e incondicional. Estas son las condiciones necesarias para constituir la
soberanía. El Estado formado por la fusión completa de los individuos, ejerce una
soberanía absoluta. El mantenimiento de la paz interior y seguridad exterior exigen que el
soberano posea una autoridad completa.
Hobbes, participa de la idea de que el gobierno debe ser ejercido por la monarquía,
que es uno de los tipos de la República, además de la democracia (asamblea de todos) y la
aristocracia (asamblea de una parte del pueblo), siendo su fundamento no una cuestión de
poder sino de conveniencia; ya que en las asambleas es más probable que exista
10
PRELOT, Marcel, Historia de las ideas políticas, La Ley, Buenos Aires, 1971, p. 336.
11
HOBBES, Thomas, Leviatan, Nacional, Madrid, 1980, ps. 222/227.
12
HOBBES, Thomas, ob. cit., p. 273.
13
HOBBES, Thomas, ob. cit., p. 266.
contraposiciones entre el interés público y el privado, prefiriendo los asambleístas el
privado, en cambio en una monarquía el interés público, se halla íntimamente unido al
interés privado, asimismo el monarca nunca puede estar en desacuerdo consigo mismo, en
cambio en una asamblea puede haber divergencias entre los miembros14, etcétera.
El Estado, forma una persona distinta de todos los individuos que la integran y el
poder que detenta es supremo e ilimitado. El soberano, para los efectos del ejercicio de la
soberanía debe elegir a sus representantes, magistrados y funcionarios, tanto en la paz,
como en la guerra; al mismo tiempo añade que el soberano puede dar poder a otros para
que elijan a nuevos hombres que cubran las vacantes, pero no por eso deja de hacerse la
elección mediante la autoridad soberana, por lo que dicha atribución puede ser revocada
por el soberano15, ya que los magistrados no gobiernan en su propio nombre sino en el del
soberano16.
Como conclusión, en lo referente a la soberanía, Hobbes entiende que ésta no se
cede, pero lo que sí debe hacer el soberano para la acción de gobierno, es nombrar
representantes, manteniendo siempre la facultad de revocar el mandato.
C) Locke
Locke, en su Ensayo sobre el gobierno civil (1690), considera que los hombres
inicialmente se hallan en estado de naturaleza, donde reina la perfecta libertad e igualdad,
para disponer de sus personas y bienes, sin pedir permiso o depender de la voluntad de
nadie17.
En ese estado de naturaleza, prima la “ley natural”, que son cierta reglas de la
naturaleza que gobiernan la conducta humana, accediendo a tal conocimiento por el uso de
la razón, y que en resumen prescribe, que al ser los seres humanos libres e independientes,
nadie puede perjudicar a otro en su vida, libertad, salud o posesiones18.
En ese estado de naturaleza no hay nadie superior a otro, por ende, tampoco hay
terceros o jueces con autoridad para resolver las eventuales controversias.
En tanto que los hombres cumplan con la ley de la naturaleza; ese estado natural es
pacífico y placentero.
Pero es el caso, que se pueden producir discordias debido a que algunos tratan de
aprovecharse de otros o por la ausencia de un tercero que tenga la potestad de juzgador,
que pueda dirimir las controversias con poder que la sostenga y asista19, por lo que
entonces, el más fuerte vence al débil.
Para paliar estas situaciones, por consentimiento expreso o tácito20, suscriben un
pacto social para conformar la sociedad civil, que tiene por cometido garantizar la
seguridad de la propiedad de los individuos (vida, libertad y bienes), a diferencia de la
inseguridad existente en el estado de naturaleza.
Surge además de las explicaciones dadas por Locke -aunque algo confuso-, que
habiéndose conformado la sociedad civil; por otro contrato, se elige al gobierno (sociedad
política). Ahora bien, el gobierno está subordinado a la sociedad civil y ésta al individuo.
14
HOBBES, Thomas, ob. cit., ps. 280/282.
15
HOBBES, Thomas, ob. cit., ps.274/276.
16
HOBBES, Thomas, ob. cit., p. 311.
17
LOCKE, John, Ensayo sobre el gobierno civil, Fondo de Cultura Económica, México, 1941, p. 3.
18
VÁRNAGY, Tomás, “El pensamiento político de John Locke y el surgimiento del liberalismo”, en La
filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, Atilio Borón, CLACSO, Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales, Buenos Aires, 2000, ps.53 y 55
19
LOCKE, John, ob. cit., ps. 79/80.
20
LOCKE, John, ob. cit., p. 76.
Pero el verdadero poder soberano -en realidad reside- en el pueblo, quien tiene la
facultad de tomar decisiones por mayoría21, delegando el poder en el gobierno, pero sin
someterse a él.
En ese orden, esta abdicación de los hombres en el soberano: el pueblo, no tiene un
sentido absoluto, sino limitado al cumplimiento de lo pactado.
El poder del pueblo -la comunidad-, se transfiere o delega a funcionarios para que
gobiernen y hagan las leyes, que estén de conformidad a la ley fundamental de la
naturaleza, que no es otra cosa que el bien público de la sociedad y la preservación de la
humanidad; caso contrario, el poder se revierte al pueblo –pues es imposible que un poder
inferior pueda prescribir a uno que es soberano22-
En otras palabras, “permanece siempre en el pueblo el poder supremo de remover o
alterar el legislativo, cuando descubriere funcionar este contrariamente a la confianza en él
depositada”23. El poder vuelto a las manos del soberano, es depositado en otros que
entienda que sean más aptos para el sosiego y la seguridad.
No caben dudas que para Locke, la soberanía se halla depositada en el pueblo.
D) Rousseau
Juan Jacobo Rousseau, en su célebre libro intitulado El contrato social -publicado
en el año 1761-, parte de la convicción de Rousseau, de que efectivamente como lo dijeran
Hobbes y Locke, el hombre comienza su existencia en un estado de naturaleza, pero se
diferencia de estos dos últimos en función de lo que implica dicho estado natural.
Para Rousseau el hombre en su estado de independencia primitiva no tiene
relaciones con otros hombres, por lo que no existe ni el estado de paz, ni el de guerra, es
decir que los hombres no son enemigos por naturaleza; sin embargo serán las relaciones
que se entablarán por las cosas, las relaciones reales, las que generarán posteriormente las
rencillas y las guerras24.
Este autor señala también que la asociación más antigua y la única natural es la
familia, siendo el primer modelo de sociedad política, de tal forma que los hijos
permanecen ligados a los padres el tiempo necesario para cumplir con la primera ley de la
naturaleza humana que es la propia conservación, por ello, cuando ésta necesidad
desaparece, los hijos se vuelven independientes y libres al igual que los padres y si los
vínculos se mantienen desde ese entonces, sólo es por convención25.
Empero, el estado de naturaleza en un determinado momento es insuficiente para
que los hombres puedan conservarse por sí mismos, por lo que es necesario para poder
seguir subsistiendo, unirse con otros sumando fuerzas a través de la cooperación y
suscribiendo un pacto o contrato, por el cual se debe renunciar a la libertad natural para
adquirir la libertad convencional, la que consiste en la enajenación total de cada asociado
con todos sus derechos a favor de toda la comunidad; “cada uno de nosotros pone en
común su persona y todos sus poderes bajo la suprema dirección de la voluntad general,
recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo”26.
De esa manera se forma una persona moral y colectiva -el pueblo-, compuesta por
todos los miembros asociados, tomando el nombre de república, llamándose ciudadanos en
21
LOCKE, John, ob. cit., p. 61.
22
LOCKE, John, ob. cit., p. 83.
23
LOCKE, John, ob. cit., p. 97.
24
ROUSSEAU, Jean Jacques, El contrato social, Altaya, Barcelona, 1993, p. 10.
25
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., ps. 4/5
26
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., ps.14/15.
tanto conforman la autoridad soberana o súbditos en cuanto se hallen sometidos a las leyes
del Estado27.
En realidad, siguiendo a Rousseau, los particulares, por el contrato social no hacen
una renuncia, sino un cambio ventajoso, porque sustituyen una forma de vida precaria e
incierta por otra más segura; “la independencia natural por la libertad, el poder de
perjudicar a los demás por su propia seguridad y su fuerza que otros podían sobrepasar, por
un derecho que la unión social hace invencible”28.
Por el contrato social, el hombre pasa del estado de naturaleza al estado civil,
cambiando el instinto por la justicia, dándole moralidad a sus acciones, ya que el deber y el
derecho reemplazan a la fuerza física.
Con el pacto social el hombre pierde la libertad natural y el deseo ilimitado a todo
lo que le apetece, lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee29. Por
otra parte, el acuerdo social garantiza la igualdad moral y legítima por la convención y el
derecho, sustituyendo las desigualdades físicas del estado de naturaleza30.
El ginebrino considera que el conjunto de los asociados conforma la voluntad
general y el ejercicio de la misma es la soberanía, siendo ésta inalienable, indivisible y
absoluta. “El soberano es un ser colectivo que no puede ser representado más que por sí
mismo: el poder puede ser transmitido, pero la voluntad no”31; a su vez la soberanía es
indivisible porque la voluntad o es general o no lo es 32, indicando que “la autoridad
soberana es simple y una y no se la puede dividir sin destruirla”33.
La voluntad general tiende al bien común o interés común y la soberanía a pesar de
ser absoluta -ya que se ejerce sobre todos-, tiene como límite lo pactado en el contrato
social. Entonces el cuerpo del pueblo es el soberano que se halla compuesto por todos los
particulares que lo integran y la voluntad general que emana de él, se obtiene por la
mayoría, salvo el contrato social primitivo para el cual se requiere la unanimidad 34, por lo
que siendo la voluntad general la expresión de la voluntad de la mayoría, la minoría debe
respetarla como tal.
Argumenta asimismo, que toda acción libre tiene dos causas: la voluntad (querer
hacer algo), que es el poder legislativo y la facultad (poder hacer algo) que es el poder
ejecutivo. El poder legislativo, pertenece al pueblo, en tanto que el poder ejecutivo no, ya
que éste último tiene la función de realizar actos particulares que no incumben a la ley
general; el poder ejecutivo es el que pone en acción las directrices de la voluntad general;
por ende el ejecutivo es el ministro del soberano; por ello el gobierno (ejecutivo) es el
cuerpo establecido entre los súbditos y el soberano para su interrelación, que se encarga de
la ejecución de las leyes y el mantenimiento de la libertad tanto civil como política,
recibiendo el nombre de magistrados o reyes, es decir gobernantes. Ahora bien, los
gobernantes cumplen con una mera comisión, como “simples oficiales del soberano y
ejercen en su nombre el poder del que se les ha hecho depositarios y que éste puede limitar,
modificar y retirarles cuando le plazca”35.
Por último Rousseau manifiesta que “la soberanía no puede ser representada, por la
misma razón de que no puede ser enajenada”, por ello, “los diputados del pueblo no son, ni
pueden ser sus representantes, sino sus simples comisarios, no pudiendo acordar nada en
27
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p.16.
28
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p.33.
29
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., ps.19/20.
30
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 23.
31
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 25.
32
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 26.
33
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., ps.90/91.
34
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 107.
35
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 56.
forma definitiva”; por lo que “toda ley no ratificada en persona por el pueblo, es nula, no
es una ley”36.
En definitiva como se puede apreciar, Rousseau, comulga con la idea de que si bien
la soberanía es intransferible, pueden delegarse funciones específicas o comisiones en el
ejecutivo o en los diputados, quedando dichas funciones subordinadas a ratificación del
pueblo, por lo que el pueblo, puede desautorizar en cualquier momento a sus meros
comisarios.
E) Sieyes
El concepto de “soberanía nacional”, se ve en la elaboración que efectúa el abate
Sieyes, a través de diferentes escritos, que entre los más importantes se pueden mencionar
a Ensayos sobre los privilegios (1788) y ¿Qué es el Tercer Estado? (1789).
Para éste autor el Tercer Estado contenía la idea de la Nación y por ello, allí se
encontraba el sentido de la soberanía.
Es bien conocida en las ciencias políticas, el grupo de tres preguntas con escuetas
respuestas planteadas por Sieyes, a saber: “1) ¿Que es el Tercer Estado?. Todo; 2) ¿Que ha
sido hasta ahora en el orden político?. Nada y 3) ¿Que pide?. Llegar a ser algo”37.
Oponiéndose a los estados privilegiados (el clero y la nobleza) de la Francia de su
época, Sieyes, asevera que “debe entenderse por Tercer Estado al conjunto de ciudadanos
que pertenecen al orden común”38, porque el Tercer Estado se halla constituido por la
gente útil y laboriosa, del que por supuesto no forman parte o están excluidos los órdenes
privilegiados; de tal manera que sin el orden privilegiado, el Tercer Estado sería “todo,
pero un todo libre y floreciente”, agregando además que sin el Tercer Estado “nada puede
funcionar...”, y por otra parte “todo marcharía infinitamente mejor sin los demás”
(refiriéndose a los ordenes privilegiados)
Asimismo, el abate, identifica al Tercer Estado con la nación, aduciendo que “el
Tercero posee, pues todo lo perteneciente a la nación y todo lo que no es el Tercer Estado,
no puede considerarse como parte integrante de la nación. Que es el Tercer Estado?. Todo”
39
, por lo tanto, ambos “...se confunden en una misma idea”40. Esto es así porque el Tercer
Estado “representa a veinticinco millones de hombres y protege los intereses de la nación,
en cambio el clero y la nobleza representan en conjunto a sólo doscientos mil individuos,
que piensan sólo en sus privilegios”41.
Como el Tercer Estado en realidad carece de participación política, no es nada, por
lo que para revertir esa situación, para poder llegar a ser algo, deberían admitirse sus
peticiones a saber: a) que en la elección de sus representantes, éstos provengan de sus
propias filas, que sean auténticos y verdaderos miembros del Tercer Estado; b) que el
número de sus representantes sea igual al conjunto de los otros dos órdenes (nobleza y
clero) y c) que en los Estados Generales se vote, no por órdenes, sino por cabeza.
Sieyes, señala que las sociedades políticas pasan por tres etapas. En la primer etapa,
las voluntades son individuales y se asocian para vivir en conjunto; en la segunda etapa, las
voluntades conforman una voluntad común, pero para ejercer dicha voluntad (debido a la
gran cantidad de individuos y su dispersión geográfica), confían el ejercicio de esa
voluntad nacional a algunos de ellos, que gobernarán por procuración, representación; así
“la comunidad no se priva del derecho de querer. Es su propiedad inalienable. No puede
36
ROUSSEAU, Jean Jacques, ob. cit., p. 94.
37
SIEYES, Emmanuel, Que es el Tercer Estado?, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1989, p. 84.
38
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., p. 94.
39
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., p. 91.
40
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., p. 97.
41
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., ps.163/164.
sino comisionar su ejercicio”42. En consonancia con la representación, los delegados, no
pueden alterar los límites del poder que le fuera confiado; por último en la tercer etapa, la
voluntad común real, deviene una voluntad representativa, en el que los delegados no
ejercen el poder sino como una comisión de la voluntad general y limitados por la
constitución (las leyes fundamentales), a la que no pueden modificarlas, ya que la
Constitución es obra del poder constituyente, no del constituido43; y si un Estado no cuenta
con una constitución debe hacerla.
Sólo la Nación tiene el derecho de construir una constitución, que deberá ser
observada sin poder reformarla por los legisladores, y esto es para evitar usurpaciones. Si
fuera necesaria la modificación de la ley suprema, el mismo pueblo, debe conceder un
mandato expreso y especial a una convención constituyente la revisión.
A la luz de lo analizado, para Sieyes, la mayoría representa la nación y así debe
mantenerse en el aspecto representativo; infiriéndose de esta concepción, la idea de la
democracia representativa44.
En resumen, para este autor entonces, la soberanía que reposa siempre en la nación,
no es enajenable, pero para poder expresarse, delega sus funciones a determinados
representantes, con las limitaciones que emanan de la Constitución, como ley suprema, que
los comisionados no pueden modificar, siendo esta una facultad pura, exclusiva e ilimitada
de la nación misma, como poder soberano.
42
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., p.143.
43
SIEYES, Emmanuel, ob. cit., ps.143/145.
44
Conf., ZIMERMAN, Héctor, Las transformaciones de la soberanía: “Del Estado nación a la
Supranacionalidad, UNNE, Secretaría General de Extensión Universitaria, Corrientes, 2005, p. 96.
Asimismo, como toda construcción intelectual, de fuerte contenido filosófico
político, se ha visto expuesta no solo a evoluciones, sino a refutaciones y negaciones. Hoy
se asiste a una idea generalizada de que el concepto de soberanía en la forma originaria con
que fue construida, se halla en crisis45, o ha debido ser reformulada conforme a los nuevos
tiempos; en este sentido, Jellinek tiene “...la convicción de que la soberanía no es una
categoría absoluta, sino histórica”46. Por tanto lo que se entiende en la actualidad por
soberanía dista mucho de su acepción inicial.
La doctrina de la soberanía en su forma primigenia fue evolucionando en la teoría
de los autores, como pudo apreciarse, pero además hubieron posiciones que tendieron a
desvirtuar los atributos originarios esenciales de “suprema”, “absoluta” e “indivisible”, al
plantear la posibilidad de la pluralidad de la soberanía y otros hubieron que llegaron
incluso a argumentar acerca de la negación de la existencia misma de ésta.
Entre las primeras, corresponde hacer mención a las que consideran que la
soberanía puede dividirse en base al territorio, y esto fue así, para dar fundamentación al
“Estado federal”, en el sentido de que tanto los Estados miembros, como el Estado federal
que los engloba son ambos soberanos, según Gierke. Podestá Costa-Ruda47, señalan que en
el siglo XIX, a consecuencia de la transformación de las monarquías absolutas en
monarquías constitucionales, la soberanía se fue despersonalizando, hasta convertirse en
una idea abstracta, lo que sumado al hecho de la existencia de Estados confederados y de
Estados federales, se afianzó la convicción de que la soberanía admite restricciones, por lo
no es ni indivisible ni absoluta. En esta línea de pensamiento, se inscribe James Madison,
habiendo también prevalecido en la Corte Suprema de los Estados Unidos, para quien,
coexisten equilibradamente la soberanía nacional -soberanía del Estado federal- con la
soberanía federal -soberanía de los Estados particulares-. Sin embargo la mayoría de los
autores entienden que en esos casos, los Estados miembros no son soberanos, o bien se les
niega el carácter de Estados, otorgándole sólo el atributo de autónomos (opinión de Story,
Jellinek, etc.), residiendo la soberanía únicamente en el Estado federal en forma total y
exclusiva. Otras posiciones pluralistas de la soberanía, no en lo tocante al “territorio”, sino
a la “función”, es decir, a la posibilidad de competencias con el Estado, fue dada entre
otros por Harold Laski y J.N. Figgs48.
Las tesis negatorias de la soberanía se fundan en que el concepto de soberanía es
incompatible con el Estado de derecho, con la organización jurídica internacional, con el
federalismo y con la vida plena de asociaciones interiores. Siguiendo a Duguit, éste
advierte de que no puede existir la soberanía del Estado por la sencilla razón de que la
soberanía es atributo de la voluntad y de que la voluntad no puede existir fuera de las
personas reales; sustenta que el Estado no es una persona, siendo ésta una mera ficción; lo
que el Estado implica es un compuesto de “gobernantes” y “gobernados”49; “los
gobernantes son los servidores de los gobernados, es decir que están obligados a crear,
organizar y asegurar todos los servicios que son indispensables para atender
cumplidamente al sistema de las necesidades públicas, es decir al sostenimiento y al
45
DALLA VÍA, Alberto; “La elaboración de un Derecho de la Integración en el ámbito del MERCOSUR. Su
gravitación en nuestro Derecho Constitucional. Escenarios de la Integración”, en Revista del Consejo Federal
de Inversiones, Nº4, Agosto 1993, p. 52, DÍAZ CISNEROS, César, Derecho Internacional Público, Vol I,
TEA, Buenos Aires, 1966, p. 490.
46
JELLINEK, Georg, Teoría General del Estado, Albatros, Buenos Aires, 1954, p. 356.
47
PODESTA COSTA, L. A. - RUDA, José María, Derecho Internacional Público, T.1, TEA, Buenos Aires,
1985, p. 67.
48
LÓPEZ, Mario Justo, Introducción a los estudios políticos, T.I, Kapelusz, Buenos Aires, 1970, ps.
356/357.
49
DÍAZ CISNEROS, César, Derecho Internacional Público, t.1, Tea, Buenos Aires, 1966, p. 491.
desarrollo de las solidaridad social bajo sus dos formas”50; por lo tanto, en lugar de hablar
de soberanía ya que no existe, hay que referirse a la noción de servicio público, como nota
esencial y característica del Estado. A su vez, Jacques Maritain va a concluir, que los
conceptos de soberanía y absolutismo fueron “forjados juntos sobre el mismo yunque, por
lo que, los dos deben ser pulverizados juntos”51.
Por ende, con el paso del tiempo, el concepto de soberanía en la forma originaria
que fuera expuesta tan brillantemente por Bodin en adelante, se fue desnaturalizando en su
esencia, conforme a los cambios que iban acaeciendo en la formación de los Estados en su
orden interno y en el orden internacional; ésta posición, en otras palabras, la manifiesta
Zuppi, haciendo mención a De Vischer, al señalar que “las sucesivas concepciones
jurídicas de la soberanía son el reflejo de las transformaciones históricas que ha ido
sufriendo el poder político, participando, en consecuencia, del carácter eminentemente
contingente de todas las concepciones que tengan esa naturaleza”52. Por ello, en base a lo
indicado, es corriente que los estudiosos de la materia, consideren que la idea de soberanía
debe abandonarse, por lo menos como una característica de la cualidad del Estado, en la
comunidad internacional, utilizando en su lugar la palabra “competencia”, porque se
supone que en el campo internacional, el Estado no ejerce sino “una atribución de
competencias” 53.
Cabe advertir que, en todas las visiones referidas a la soberanía, ésta era pensada
como formando parte del orden interno de los Estados exclusivamente. Por tal motivo
entonces, es pertinente hacerse la pregunta de cómo debía analizarse la soberanía en las
relaciones entre los Estados en la esfera internacional?.
Fue Jellinek, el que le dio un sentido totalmente distinto, partiendo de la base de
que, como todos los Estados son soberanos, no podría ser aplicable el concepto de
soberanía en su interpretación de orden interno, por lo tanto, en la relación de los países
entre sí, debía distinguirse la soberanía en el Estado (la doctrina clásica), de la soberanía
del Estado, llegando a explicar que la soberanía del Estado significa “la negación de toda
subordinación o limitación del Estado por cualquier otro poder. Poder soberano de un
Estado es, por tanto, aquel que no reconoce ningún otro superior a sí; es por consiguiente,
el poder supremo e independiente”54, catalogándose por ello, como el poder de
independencia, la facultad de los Estados de no depender de ningún otro poder superior.
Jellinek muestra así las dos notas fundamentales e inseparables, a saber: a) ser
obedecido por todos, en el orden interno de los Estados, siendo este su aspecto positivo y
b) no obedecer a nadie en la vida exterior de los Estados, siendo éste su aspecto negativo,
dándole un contenido esencialmente jurídico al establecer la autolimitación del poder del
Estado por el derecho. En definitiva, los elementos definitorios del concepto de “soberanía
del Estado”, son los siguientes: a) calidad de supremacía y dominación. Supremacía, por
cuanto el Estado no debe obedecer a nadie ni a nadie rendir cuentas de las propias
decisiones, ni de los propios actos y dominación, por cuanto el Estado debe ser obedecido
por toda la población de su territorio. Este doble aspecto -negativo por una parte y positivo
por la otra- se proyecta sobre el interior. b) calidad de independencia, con relación a otras
unidades políticas, a las que el Estado no debe obedecer ni rendir cuentas. Al carácter
50
DUGUIT, León, Soberanía y Libertad”, Francisco Beltrán, Madrid, 1924, p. 248.
51
Citado por LÓPEZ, Mario Justo, ob. cit., p. 358.
52
ZUPPI, Alberto, “La noción de la soberanía en el nuevo orden internacional”, en Revista “El Derecho”, de
fecha 31/3/93.
53
Confs. PODESTA COSTA, L. A. - RUDA, José María, ob. cit., p. 68, PASTOR RIDRUEJO, José, Curso
de Derecho Internacional Público y Organizaciones Internacionales, Tecnos, Madrid, 1992, ps. 305/308.
54
JELLINEK, Georg, ob. cit., p. 356.
positivo de la soberanía según la tesis de Jellinek fue llamada por algunos, soberanía
interna y al carácter negativo, soberanía externa55.
Empero, muchos analistas prefieren referirse al concepto de independencia, en vez
de utilizar el concepto de soberanía externa para no confundirlo con la concepción clásica
de la soberanía interna56, pero es el caso que, con bastante frecuencia, el vocablo
“soberanía” a secas, es empleado, contrariamente a la opinión mencionada, para calificar la
posición o situación de un Estado con respecto a los demás.
Se podría decir por ende, que casi, es usado únicamente en el orden de las
relaciones internacionales, aunque parezca paradójico. Efectivamente, a guisa de ejemplos,
el art.2, punto 1, de la Carta de las Naciones Unidas, establece que “la Organización esta
basada en el principio de igualdad soberana de todos sus Miembros”, y el art.78, a su vez,
lo reitera, al indicar “...la calidad de Miembros de las Naciones Unidas, cuyas relaciones
entre sí, se basarán en el respeto al principio de la igualdad soberana”. Por otra parte, al
consagrar en el art.2 punto 4, la prohibición del uso de la fuerza, y consignar que los
Estados Miembros “se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la
integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado...” hace referencia a la
idea de independencia. Asimismo, la Carta de la Organización de los Estados Americanos,
en el art.5, estipula que “el orden internacional está esencialmente constituido por el
respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los Estados”.
Por ello, en realidad, cualquiera sean las expresiones o vocablos que se utilicen para
hacer mención al relacionamiento de los Estados en el ámbito interestatal, tanto el
principio de soberanía exterior o el de independencia -que tienen la misma connotación
jurídico-política-, es sólo una cuestión terminológica, encontrando su expresión más
acabada en la comunidad internacional, en el principio de la igualdad jurídica de los
Estados, siendo éste, su corolario y demostración más contundente.
Ser exteriormente soberano o independiente, no significa poder hacer lo que se
quiere, fuera de las propias fronteras, sino que dentro de las propias, no puede otro Estado
hacer lo que desee. En definitiva, lo que el significado del vocablo simboliza, es la
igualdad jurídica de los Estados, vale decir que no hay o no debería haber relación de
sujeción entre ellos, ni que un tercer poder a ellos extraños, se pueda imponer por la fuerza.
Son los mismos Estados, dentro del marco de la igualdad, quienes deben fijar las normas
internacionales con arreglo a las cuales hayan de regular sus relaciones recíprocas57.
Es que los Estados soberanos no viven aislados, sino insertos en la sociedad
internacional y que por lo tanto, tal medio social impone necesariamente limitaciones a la
soberanía estatal interna. La existencia de la sociedad internacional permite rechazar las
tentativas de explicar y comprender el derecho internacional, sólo y exclusivamente desde
la óptica del Estado nacional, y proponer en cambio una visión interpretativa desde la
comunidad internacional y de los límites que ésta impone al subjetivismo,
discrecionalidad, voluntarismo y relativismo que la soberanía imprime al derecho inter-
nacional.
Así, para que los Estados soberanos puedan convivir y coexistir, tener por lo
menos, un mínimo de relacionamiento entre ellos, se requiere de un conjunto de normas de
conducta que deben respetar en forma obligatoria, ya sea que estas se construyan a partir
de los Estados (Jellinek) o provengan de un orden normativo superior a ellos (Kelsen),
55
LÓPEZ, Mario Justo, ob. cit., ps.354/355.
56
Ver por ej. FAYT, Carlos, Derecho Político, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1962, p.264, BIDART
CAMPOS, Germán, Derecho Político, Aguilar, Buenos Aires, 1962, ps. 449-455.
57
ARBUET VIGNALI, Heber, Derecho Internacional Público, Temas de la teoría general, Colección
Jurídica y Social nº49, Secretaría de Posgrado y Servicios a Terceros, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1995, p. 23.
pero que en ambos casos, restringen su soberanía interna, ya que si bien, la soberanía es
incompatible con la subordinación a una voluntad concreta, no lo es respecto del
sometimiento a un orden jurídico; en esa perspectiva Arbuet Vignali 58, afirma que “el
sometimiento a un orden jurídico es imprescindible para proteger la soberanía evitando que
ésta pueda desaparecer” y agrega “por consiguiente no sólo pueden, sino que deben existir
normas jurídicas que se impongan a los Estados, pero su modo de producción tiene que ser
especial: no deben provenir de la voluntad de un tercero, sino de la voluntad coordinada de
sus propios sujetos”.
En base a lo expuesto, para evitar la sujeción, en el ámbito internacional, a un poder
superior a los Estados, la idea de soberanía exterior o independencia, exige el respeto por
parte de estos, a ciertas reglas jurídicas que establecen determinados límites, para asegurar
su mantenimiento a la pluralidad de Estados que gozan de ella.
Pero tampoco en el orden interno de los Estados nacionales, el concepto de
soberanía, es totalmente absoluto; desde luego que también tiene limitaciones y
restricciones que provienen del orden internacional. De tal manera que, es muy atinada la
definición dada por Podesta Costa-Ruda59, al expresar que “la soberanía es la función de
regir al Estado, ejercida por el poder público dentro de su respectivo territorio y con
exclusión, en principio, de cualquier otro poder”. El concepto, reduce la soberanía al
territorio del Estado y consiste en el poder público que en principio es exclusivo; por lo
cual, a contrario sensu se extrae, que la soberanía en el interior de los Estados, también se
encuentra expuesta a sufrir algunas limitaciones.
Actualmente se consideran como derechos inherentes de la soberanía, a los
siguientes: a) el derecho de jurisdicción, o sea la facultad de legislar y aplicar la ley, esto
es, expresar el derecho; derecho que lo ejerce el Estado sobre las personas y las cosas, sean
nacionales o extranjeros que se hallan en su territorio y b) el derecho de policía, en virtud
del cual el Estado ejerce la función preventiva y represiva indispensable para asegurar el
cumplimiento de las leyes60.
Pero, la costumbre internacional, fue incorporando lentamente algunas limitaciones
importantes a la soberanía interna de los Estados, tales como el derecho que todo buque
tiene de navegar en el mar territorial de los Estados extranjeros ejerciendo el derecho de
paso inocente; los Jefes de Estado, los agentes diplomáticos y las naves de guerra, a su vez,
tienen inmunidad de jurisdicción en territorio y mar extranjero; la sede de las embajadas y
legaciones diplomáticas, están exentas de jurisdicción local, etc..
Posteriormente, con las firmas de los tratados, es decir, normas escritas, los Estados
van asumiendo obligaciones que restringen aparentemente su soberanía interna, cada vez
más, en mayores asuntos, desde cuestiones económicas y culturales hasta políticas, es por
ello, que como se señalara ut-supra, algunos autores prefieren abandonar el concepto de
soberanía y utilizar en cambio la palabra “competencia”.
En ese sentido es el derecho internacional el que a través del principio de igualdad
soberana de los Estados, distribuye las competencias de estos, como una exigencia de los
hechos. Estas competencias pueden ser regladas o discrecionales, en la medida que el
derecho internacional establezca determinados condicionamientos o no a los Estados
nacionales, que las aceptan por la libre decisión de sus voluntades soberanas. Las
circunstancias de que una materia se encuentre dentro de una competencia reglada o
discrecional, es un asunto esencialmente relativo que depende del desarrollo de las
relaciones internacionales. La interdependencia creciente de fines del siglo XX, motivada
por la aparición de nuevas tecnologías, cambios de situaciones, modificaciones en las
58
ARBUET VIGNALI, Heber, ob. cit., p. 23.
59
PODESTA COSTA, L. A. - RUDA, José María, ob. cit., p. 66.
60
PODESTA COSTA, L. A.- RUDA, José María, ob. cit., p. 68.
actitudes políticas y otras incidencias análogas, van perforando cada vez con mayor
extensión y profundidad, la malla protectora de la soberanía estatal interna.
En resumen, a mediados del siglo XVII aparecen unos nuevos actores protagónicos
de las relaciones internacionales, que para legitimarse recurrieron a la idea de soberanía,
cualidad que los hacía supremos y absolutos en lo interno e independiente en lo externo, y
para preservar este atributo estatal, admitieron la subordinación a un orden jurídico
internacional voluntariamente acordado, en la medida que no les lesionara el concepto
jurídico de soberanía. Nació así el derecho internacional público.
Este orden normativo permitía primigeniamente a los Estados soberanos, el
máximo desarrollo de su capacidad de obrar discrecionalmente. La libertad de acción sólo
se restringía cuando resultaba absolutamente incompatible con el orden jurídico y político
existente. El sistema se basaba en el principio básico de autotutela, el que consistía en
recurrir a cualquier medio, con total libertad de acción, cuando se afectaba el interés
nacional en cuestiones que se consideraban vitales y que permitía que se hiciera todo lo no
prohibido, aunque se perjudicara a los demás (ej. el derecho de hacer uso de la fuerza
armada), para preservar la soberanía. Los Estados disponían del jus legatione activo y
pasivo y del jus tratatun, como así también de un amplio espectro de poderes
discrecionales sobre todo en su orden interno. Las materias que regulaba el derecho
internacional de ese tiempo eran reducidas, por no decir escasas: la actividad diplomática,
el jus ad bellum y jus in bellum (derechos y obligaciones de los beligerantes y neutrales),
los modos de adquirir territorios, el establecimiento de fronteras, las formalidades para
celebrar tratados, las dignidades y honores de los Estados, etc. Con el pasar del tiempo, ya
no resultó suficiente este sistema tan laxo y permisivo que reglaba sólo algunas actividades
específicas.
Los avances tecnológicos del siglo XX, generaron una mayor interdependencia
entre los Estados, obligando a una mayor regulación jurídica en campos como el comercio,
las finanzas, la industria, las comunicaciones, la cooperación judicial, la cultura, el medio
ambiente, etc.
Esta mayor interdependencia obliga a los Estados a actuar con mayores dosis de
cooperación y en forma más coordinada; aumentando notablemente las competencias
regladas.
A impulso de la voluntad soberana de los Estados entran en el campo jurídico
internacional muchas actividades hasta entonces discrecionales de los Estados y se
comienza a limitar por ej. el uso de la fuerza en las relaciones internacionales y a reconocer
la existencia de ciertas normas de carácter imperativas en el derecho internacional,
llamadas jus cogens, que van a adquirir consagración definitiva en la Convención de Viena
sobre el Derecho de los Tratados, de 1969, en cuyo art.53 se dispone: “Tratados que estén
en oposición con una norma imperativa de derecho internacional general (jus cogens). Es
nulo todo tratado que, en el momento de su celebración, esté en oposición con una norma
imperativa de derecho internacional general. Para los efectos de la presente Convención,
una norma imperativa de derecho internacional general es una norma aceptada y
reconocida por la comunidad internacional de Estados en su conjunto como norma que no
admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser modificada por una norma ulterior de
derecho internacional general que tenga el mismo carácter”61.
Este aumento de las interferencias intersubjetivas de los Estados, que
necesariamente limitan sus capacidades discrecionales, para el mejor desenvolvimiento de
las relaciones interestatales, no afectan sin embargo el atributo de la soberanía exterior de
los mismos, ya que estos conservan la capacidad de decidir libremente si mantienen -y en
61
GARCÍA GHIRELLI, José, Tratados y Documentos Internacionales, Zavalía, Buenos Aires, 1988, p.783.
que medida- vinculaciones con otros Estados. Por decisiones soberanas, los Estados
nacionales extendieron el marco normativo del derecho internacional, acordando
considerar como ilegítimas algunas actividades que pueden poner en peligro la soberanía
de todos; procuraron acotar y supervisar en común otras que pueden conducir al mismo
peligro; decidieron cooperar en ciertas áreas asumiendo compromisos; etc. La erosión del
concepto de soberanía en su idea original que esto pueda significar, no debe entenderse
como condicionante de la personalidad jurídica de los Estados62.
Estas conductas, no conducirían a la pérdida de sus respectivas soberanías, porque
las mismas no le han sido impuestas por un poder ajeno, sino que son consecuencias
necesarias de una interdependencia que se agudiza cada vez más.
62
ZUPPI, Alberto L, ob. cit..
comercial globalizada, que está signando primordialmente, las relaciones internacionales
en la actualidad.
Conclusión
En conclusión, se puede inferir de todo lo analizado, que la doctrina de la
“soberanía”, es funcional al surgimiento de los Estados y al nacimiento del derecho
internacional público; es decir, el conjunto de normas que regulan la relación de los
Estados soberanos (con poder absoluto y perpetuo) entre sí y que con importantes
modificaciones va a perdurar hasta nuestros días.
En otros términos, el concepto de soberanía se construyó para justificar la
concentración del poder territorial del monarca y de esa forma oponerse al sistema vigente
medieval diárquico, donde el Emperador y el Papa, tomaban decisiones que eran
obligatorias para las unidades territoriales que se hallaban debajo del vértice superior de la
pirámide de poder; revelándose el derecho internacional público, que se construye con dos
pilares básicos: los Estados modernos y el principio de la soberanía.
Con el correr del tiempo, la noción del concepto de soberanía, necesariamente, se
irá modificando, conforme van mudando las relaciones en el escenario internacional.
Por lo tanto, respecto del análisis del concepto de soberanía cabrían dos
posibilidades: si la idea de soberanía, tiene que ver con la potestad de adoptar decisiones,
por un sujeto distinto, que se encuentra normativamente por encima de los Estados, es
atinente suponer que en tal caso, los Estados en la actualidad van perdiendo o resignando
porciones de soberanía. Pero si de lo que se trata es que, debido a la complejidad e
interdependencia del mundo moderno, los Estados se ven compelido a adoptar decisiones
en conjunto; en muchos supuestos incluso a regañadientes, pero sabiéndose partes
integrantes del todo; en la inteligencia de que, por ser justamente soberanos, participan de
las tomas de decisiones normativas globales, la concepción de la soberanía se mantiene.