Modelos-Educativos en La Historia de Amércia Latina-Páginas-Fusionado
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Consideraciones preliminares.........................................................................................77
Capítulo 4. Emancipación..............................................................................................189
Bibliografía........................................................................................................................... 299
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Su título original es mucho más sugeridor: Les mécanismes de la conquête colonial: les
conquistadores.
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Modelos educativos en la historia de América Latina
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Entre las obras introductorias más recientes y útiles, véase L. Séjourné (1971). Es-
casos son, en cambio, los trabajos panorámicos referidos al tema educativo; en este
campo recordemos uno de E. Oltra (1977), aunque poco satisfactorio y con serias limi-
taciones metodológicas y bibliográficas. Por otro lado, de arquitectura muy desigual,
dedica un centenar de páginas a los aztecas, y a los mayas e incas, apenas una treinte-
na a cada uno.
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Modelos educativos en la historia de América Latina
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Citamos, según la versión castellana, incompleta, del mencionado trabajo: “La edu-
cación en una sociedad tribal” (Fernandes, 1970). Aunque nos ha resultado imposible
consultar en Buenos Aires “Notas sobre a educação na sociedade tupinambá”, de to-
das maneras pudimos cotejar el citado texto español con su versión portuguesa origi-
nal tal como aparece en Fernandes (1964: 79-96), bajo el título ligeramente modificado
de “Aspectos da educação na sociedade tupinambá”.
4
Mencionemos solo algunas obras clásicas e indispensables: Ramos (1943), quien de-
dica varios capítulos a los tupi-guaraní; así, el II a su distribución lingüística, el III a
su cultura material y el IV a su cultura no material (pp. 67-137). Métraux (1948: 95-133).
Fernandes (1949; 1952: 7-423).
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Gregorio Weinberg
los durante una época del año, los condena en la otra a la privación.
Permanecían, sin embargo, dependientes de la naturaleza para la ob-
tención de productos de caza y pesca, también sujetos a una estacio-
nalidad marcada por épocas de abundancia y de privación (Ribeiro,
1969: 31-32).
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Si bien esta obra no aborda los aspectos específicamente educativos y culturales, es
del mayor interés puesto que estudia en detalle sus creencias y mitos. Quizá sea más
importante, por cierto, por lo menos a los efectos que aquí importan, del mismo A.
Métraux (1928a), La civilisation matérielle des tribus tupi-guarani.
6
J. Staden (1944). Edición ilustrada con reproducción de los numerosos grabados de
la original: (Marburgo, 1557).
De
Léry (1578), que utilizamos según una edición moderna (De Léry, 1927) con introduc-
ción de C. Clerc, en especial, tercera y cuarta partes; los pasajes que aquí nos interesan
fueron cotejados con la versión portuguesa: (De Léry, 1951). Si notable por sus descrip-
ciones, lo es mucho más aún por el carácter apologético del “buen salvaje” que De Léry
señala sin que dejara él de advertir lo que llama su ateísmo, antropofagia, poligamia,
etc. De este modo, “la requisitoria contra la barbarie” se transforma a poco en una
“requisitoria contra la civilización”.
Histoire
d’André Thevet angoumoisin, cosmographe du Roy, de deux voyages par lui faits aux
Indes Australes, et Occidentales. Contenant la façon de uivre des peuples Barbares, et ob-
servation des principaux points que doivent tenir en leur route les Pilotes, et mariniers,
pour eviter le naufrage, et autres dangers de ce grand Ocean […] (1585?), que, junto con La
cosmographie universelle d’André Thevet cosmographe du Roy. Ilustrée de diverses figures
des choses plus remarquables veues par l’Auteur, et incongneues de noz Anciens et Modernes
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(París, 1575) y otros trabajos del mismo autor se reproducen en Lussagnet (1953), con
textos escogidos y notas de S. Lussagnet e introducción de C. Julien. Hay una antología
reciente de A. Thevet (1983) Les singularités de la France antarctique. Le Brésil des can-
nibales au XVle siecle, con selección de textos, introducción y notas de F. Lestringant.
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Precisamente, y con referencia a su espíritu belicoso e indómito, sabemos que
“muestran a sus hijos varones, de tres o cuatro años, una suerte de arcos y flechas,
y los alientan durante la guerra, recordándoles siempre la venganza de sus enemi-
gos, exhortándolos a no perdonar jamás a nadie, y preferir más bien la muerte antes
que humillarse. De esta suerte, cuando caen prisioneros, jamás se les escuchará pedir
perdón, o humillarse ante el enemigo que los retiene [...] pues para ellos sería locura,
puesto que solo aguardan la muerte, anticipo de grandes honores y glorias, [puesto
que la muerte recibida durante esta querella será valientemente vengada” (Thevet,
1575, La cosmographie universelle, citado en Lussagnet, 1953: 207-208). Y en otro texto
del mismo autor leemos: “Ejercitan a sus hijos para que sepan eludir con destreza y
escapar a las flechas, primeramente con pequeños dados embotados, y luego, para
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Gregorio Weinberg
mejor adiestrarlos, les disparan flechas más peligrosas, con las cuales a veces hieren a
algunos, [y entonces les dicen:] ‘prefiero que mueras por mi mano antes que por la de
mis enemigos’” (Thevet, Les deux voyages, citado en Lussagnet, 1953: 293-295).
Amplían
y complementan las señaladas algunas observaciones de Gabriel Soares de Sou-
sa (1974 [1587], Cap. CLIV, Parte II), quien advierte que los tupinambá no castigan a sus
hijos sino que los adoctrinan, tampoco los reprenden por cosa alguna que hagan; y
añade –lo que ya sabemos a través de diversas fuentes– que a los varones les enseñan
a tirar, con arcos y flechas, al blanco, y luego a los pájaros.
Como
epígrafe del ya citado trabajo de F. Fernandes (1952), leemos este texto, de suyo
elocuente: “Como os tupinambás são muito belicosos, todos os seus fundamentos são
como farão guerra aos seus contrários” (G. Soares de Sousa, Tratado Descritivo do Bra-
sil em 1587, 1974: 389).
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“En realidad, no he notado un derecho especial entre ellos fuera de que los más
jóvenes son obedientes a los mayores en hacer lo [que] traen sus usanzas”, observa J.
Staden (1944: 121).
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Sigue siendo útil la obra ya clásica de W. Krickeberg (1961), con varias reimpresio-
nes posteriores. Este autor utiliza el método de “cronología inversa”, es decir, partien-
do de los aztecas, retrocede en el tiempo hasta las culturas arcaicas. Más reciente y
actualizada, la obra de J. L. Lorenzo y otros (1975) y La Historia general de México, Tomo
I constituyen una excelente introducción para conocer “Los orígenes mexicanos”
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los aztecas de lengua náhuatl, pueblo originario del norte, que se ins-
taló primero en Tenochtitlan y que al cabo de poco tiempo se adueñó
del valle y aun lo trascendió) alcanzaron un alto grado de desarrollo,
pues tuvieron conocimientos avanzados en diversas materias, así de
cultivos, escritura y calendario, rudimentos de metalurgia al servi-
cio de objetos suntuarios de valor artístico, aunque desconocieron la
rueda y el aprovechamiento de la fuerza animal para el transporte de
carga.10 Este pueblo impuso un “modelo” de dominación cuyos rasgos
esenciales pueden inferirse hoy con relativa seguridad de los nume-
rosos testimonios disponibles, tanto indígenas como europeos. No
trataron de aplicar su poder directamente sobre los grupos someti-
dos a su autoridad, sino que los fueron convirtiendo en tributarios, es
decir que los vencidos obligadamente aportaban sus contribuciones
bajo la forma de alimentos y también de hombres para los sacrificios
rituales, aunque conservando casi siempre sus propias autoridades.
Pueblo predominantemente guerrero que en una etapa anterior ha-
bía desarrollado un notable sistema productivo, así, el método de las
chinampas, considerado uno de los más rendidores en la agricultura
de pequeños espacios, su vida, desde el punto de vista económico,
fue en cierto modo “parasitaria” pues dependían de los aportes de
los sometidos, del comercio y también, por supuesto, de las exaccio-
nes y botines que arrancaban durante sus campañas de carácter ex-
pansivo, belicoso y punitivo. Esta particularidad requirió, como es
obvio, una singular forma de organización, con fuerte imperio de
grupos militares, sacerdotales y una nada escasa burocracia admi-
nistrativa; dicha característica, lo veremos enseguida, imprimió un
viso particular a la educación.11 Los ocupantes, usufructuarios de las
grandes culturas precedentes (imperios toltecas, chichimecas y
(Lorenzo, 1976), “La formación y desarrollo de Mesoamérica” (Bernal, 1976), y “La so-
ciedad mexicana antes de la Conquista” (Carrasco, 1976).
10
Copiosísima es la bibliografía sobre los aztecas; recordemos, por tanto, solo una
obra entre las más difundidas en nuestro idioma, con varias reediciones: G. C. Vaillant
(1973 [1944]).
11
En este punto seguimos, salvo indicación en contrario, el excelente estudio de Ko-
bayashi (1974), en especial pp. 1-114.
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Sin apartarnos demasiado del tema, antes bien con el solo propósito de señalar
su llamativa universalidad y actualidad, creemos pertinente recordar el relato “La
muralla y los libros” de Jorge Luis Borges (1974: 633-635), donde atribuye al supuesto
emperador chino Shih Huang Ti un propósito idéntico: “la rigurosa abolición de la
historia, es decir del pasado”, para de ese modo lograr que “la más tradicional de las
razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero”.
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El autor sigue en este pasaje la edición facsimilar de los valiosos Textos nahuas de los
Informantes de De Sahagún (1907). Repárese, en el fragmento transcrito, en el carácter
minoritario que se atribuye al conocimiento de la historia y al alcance de su mensaje.
14
Notable semejanza tiene esta ceremonia mexica con la señalada por Jean de Léry
(1927: 242) quien recuerda que, al nacer un varón entre los tupí, el padre le obsequiaba
“una espada (sic) de madera, y un pequeño arco y pequeñas flechas empenachadas
con plumas de papagayo”.
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Además de numerosos estudios modernos y sobre todo testimonios contempo-
ráneos, el conocimiento de la educación formal tiene dos fuentes fundamentales,
que están entre las obras mayores de la historiografía de época. Nos referimos a De
Benavente o Motolinía (1971), en su nueva transcripción paleográfica del manuscrito
original, con inserción de las porciones de la “Historia de los Indios de la Nueva Espa-
ña” que completan el texto de los Memoriales…, con edición, notas, estudio analítico,
etc. por E. O’ Gorman. Véanse los Capítulos 3 y 4 de la segunda parte (“De la disciplina
y honestidad y cuidado con que se criaban los hijos e hijas de los señores de la Nueva
España, y del castigo que les daban, aun por pequeños defectos” y “Como los indios
naturales de esta nueva España criaban, amonestaban y castigaban a sus hijos, y de
cómo se criaban en comunidad con maestros y capitanes hasta llegar a edad de ser
para casar, y de las amonestaciones y consejos que daban a sus hijos e hijas al tiempo
del casamiento”).
La
otra obra aludida es la De Sahagún (1938) con “Prólogo” de W. Jiménez Moreno; para
lo que aquí nos interesa véanse en especial los Capítulos IV, V, VII, y VIII del Apéndice
del libro tercero (“De cómo la gente baja ofrecía sus hijos a la casa que se llama telpo-
chcalli y de las costumbres que allí les mostraban”; “De la manera de vivir y ejercicios
que tenían los que se criaban en el telpochcalli”; “De cómo los señores y principales y
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gente de tono ofrecían sus hijos a la casa que se llamaba Calmécac y de las costumbres
que allí les mostraban”; y “De las costumbres que se guardaban en la casa que se lla-
maba Calmécac, donde se criaban los sacerdotes y ministros del templo desde niños”,
respectivamente).
Por
otra parte, las valiosas ilustraciones del llamado Códice Mendoza (s/d) enriquecen la
comprensión de muchos elementos y factores vinculados al proceso educativo. Este
precioso documento nos permite seguir paso a paso las características que adquirían
tanto la enseñanza doméstica como la escolar, según la edad de los educandos, desde
la imposición del nombre hasta su conversión en soldados, sacerdotes o artesanos.
16
Unas interesantes consideraciones etimológicas del citado J. M. Kobayashi (1974: 33;
n. 63) permiten precisar las diferencias de fondo. Pilli (singular de pipiltin) “significaba
una cosa que se deriva de otra. Su concepción es, por lo tanto, muy semejante a la
del término español ‘hidalgo’, hijo de algo. Se suele traducir por noble”. Macehualli
(singular de macehualtin) originalmente significa, según López Austin, simplemente
“hombre, pero con una carga religiosa peculiar de los nahuas, porque quiere decir
el merecido por la penitencia de los dioses’. En la época histórica, su degradación se-
mántica es evidente frente al pilli”.
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Para el telpochcalli, véase el Cap. IV del Apéndice al libro tercero en De Sahagún
(1938: t. 1, 288-291), y para el calmécoc, el Cap. VII (294-296).
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El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahúma.
Un espejo horadado, un espejo agujereado por ambos lados.
Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices, de él son los códices.
El mismo es escritura y sabiduría. Es camino, guía veraz para otros.
Conduce a las personas y a las cosas, es guía de los negocios humanos.
Hace sabios los rostros ajenos; hace a los otros tomar una cara (una
personalidad), los hace desarrollar.
Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace
que en ellos aparezca una cara [(una personalidad).
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Este autor dedica una veintena de páginas de texto al comentario y glosa de cada
uno de los versos de este rico testimonio.
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[...] Estableció muchas leyes, entre las cuales dize por más principa-
les las que siguen. Que convenía que los hijos de la gente común no
aprendiessen las sciencias, las cuales pertenescían solamente a los
nobles, por que no se ensoberveciessen y amenguassen la repúbli-
ca. Que les enseñassen los oficios de sus padres, que les bastavan.
Que al ladrón y al homicida, al adúltero y al incendiario, ahorcassen
sin remissión alguna. Que los hijos sirviessen a sus padres hasta los
veinticinco años, y de allí adelante se ocupassen en el servicio de la
república. Dize que fué el primero que puso escuelas en la real ciu-
dad del Cozco, para que los amautas enseñassen las sciencias que al-
cançavan a los príncipes Incas y a los de su sangre real y a los nobles
de su Imperio, no por enseñança de letras, que no la tuvieron, sino
por práctica y por uso cotidiano y por experiencia, para que supies-
sen los ritos, preceptos y ceremonias de su falsa religión y para que
entendiessen la razón y fundamento de sus leyes y fueros y el núme-
ro dellos y su verdadera interpretación; para que alcançassen el don
de saber governar y se hiziessen más urbanos y fuessen de mayor
industria para el arte militar; para conocer los tiempos y los años y
saber por los ñudos las historias y dar cuenta dellas; para que supies-
sen hablar con ornamento y elegancia y supiessen criar sus hijos, go-
vernar sus casas. Enseñávanies poesía, música, filosofía y astrología;
esso poco que de cada sciencia alcançaron. A los maestros llamavan
amautas, que es tanto como filósofos y sabios, los cuales eran tenidos
en suma veneración […] (De la Vega, 1945 [1609]: t. I, 214).19
Y en el capítulo XXXV del libro VI, aunque ahora con relación a Pa-
chacútec, “que es reformador del mundo”, leemos:
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Citamos según la ejemplar edición al cuidado de Rosenblat, con “Prólogo” de R.
Rojas.
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Este Inca, ante todas cosas, ennobleció y amplió con grandes honras
y favores las escuelas que el rey Inca Roca fundó en el Cozco; au-
mentó el número de los preceptores y maestros; mandó que todos
los señores de vassallos, los capitanes y sus hijos, y universalmente
todos los indios, de cualquier oficio que fuessen, los soldados y los in-
feriores a ellos, usassen la lengua del Cozco, y que no diesse govierno,
dignidad ni señorío sino al que la supiesse muy bien. Y por que ley
tan provechosa no se huviesse hecho de balde, señaló maestros muy
sabios de las cosas de los indios, para que los hijos de los príncipes y
de la gente noble, no solamente para los del Cozco, mas también para
todas las provincias de su reino, en las cuales puso maestros que a to-
dos los hombres de provecho para la república enseñassen aquel len-
guaje del Cozco, de lo cual sucedió que todo el reino del Perú hablava
una lengua [...]. Todos los indios que, obedesciendo esta ley, retienen
hasta ahora la lengua del Cozco, son más urbanos y de ingenios más
capaces; los demás no lo son tanto (De la Vega, 1945: t. II, 81).
20
Para un juicio crítico de toda la copiosa bibliografía sobre el tema, véase Porras
Barrenechea (1954).
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La bibliografía sobre el autor es abrumadora. En la obra arriba citada podrán en-
contrarse algunas orientaciones básicas para profundizar el tema.
22
Infortunadamente, parte nada desdeñable de la abundante bibliografía existente es
anticuada, idealizadora o simplificadora, más o menos arbitraria o tendenciosa; así,
para solo citar un ejemplo, los difundidos libros de L. Baudin (s/d). Para una breve y
sustanciosa introducción al tema, véase: Métraux (1975 [1961]). Si bien un tanto anti-
cuado en ciertos aspectos sigue siendo valioso el estudio de Rowe (1946).
23
De diversas civilizaciones anteriores (chauín, moshica, chimú, nazca, etc.) heredaron,
en distintas épocas y en diferentes regiones, tradiciones culturales y conquistas técni-
cas, que supieron asimilar y enriquecer.
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Una fuente insustituible y admirablemente ilustrada: Guaman Poma de Ayala
(1936, reedición facsimilar de 1968).
25
Recordemos, entre otros: L. E. Válcarcel (1943, 1949, 1959), D. Válcarcel (1961) y Del
Busto Duthurburu (1970).
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con autoridad y también dirigir las grandes obras públicas o las gue-
rras de conquista que invariablemente los llevaban a consolidar y
ampliar el imperio. Y allí los jóvenes cuyo destino era constituirse
en clase dirigente aprendían por tanto a mandar. Los medios de los
cuales se valían eran el conocimiento sutil y refinado del idioma, de
los quipus (“[…] a estos hilos añudados llamavan quipus […]”, Comen-
tarios Reales, L.VI, Cap. VII), del calendario, etc. Los transmisores de
esos conocimientos eran los amautas (“[…] sabios, filósofos y docto-
res en toda cosa de su gentilidad […]”, Comentarios Reales, L. VII, Cap.
XXIX), quienes gozaban del mayor respeto y veneración por parte
de la sociedad.26 Su enseñanza era, por supuesto, oral y memorista, y
para facilitar el aprendizaje se recurría a versificaciones de carácter
mnemotécnico que escribían los haravicus (“[…] que son poetas […]”,
Comentarios Reales, L. II, Cap. XXVII). Imperaba, y tampoco podía ser
de otra manera dado el “estilo” impuesto, una rígida disciplina refor-
zada por severos castigos corporales. El yachayhuasi, establecido en
un lugar privilegiado del barrio de las escuelas, era, como lo definió
Vázquez de Espinosa con acierto sumo, “la universidad, donde vivían
26
Este punto parece requerir una aclaración. Ha perdurado una idealizada imagen
del amauta, aunque algunos estudiosos ya señalaron este carácter tiempo ha. Por
ejemplo, J. Eugenio Garro, quien sin dejar de reconocer que “amauta quiere decir sa-
bio, prudente; y según algunos, filósofo”, prefiere subrayar que constituía una verda-
dera casta que cayó en el refinamiento, la sensualidad, la molicie y contribuyó con su
enseñanza al sometimiento del pueblo. Y, siempre según el mismo autor, los amautas
favorecieron y estimularon el orgullo de los príncipes, ponderando sus glorias y sus
hazañas, inculcando en el resto de la población formas de obediencia que contraria-
ban las posibilidades de desarrollo individual (Garro, 1926: 38-39). Aparentemente,
esta apreciación acerca del carácter aristocrático de la enseñanza impartida por los
amautas estaría en contradicción con el espíritu de la revista del mismo nombre don-
de se publicó el artículo señalado. Pero esto se explica si leemos con cierto cuidado la
“Presentación” del número inicial de Amauta firmada por su propio director e inspi-
rador, José Carlos Mariátegui (1926): “[…] No se mire en este caso a la acepción estricta
de la palabra. El título no traduce sino nuestra adhesión a la Raza, no refleja sino
nuestro homenaje al Incaísmo. Pero específicamente la palabra Amauta adquiere con
esta revista una nueva acepción. La vamos a crear otra vez”.
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los sabios amautas, y los haravicus, que eran los poetas que enseña-
ban las ciencias […]” (Vázquez de Espinosa, 1948: L. IV, 518).27
En cierto sentido, semejante al yachayhuasi de los varones, tenían
los incas establecimientos para la educación femenina llamados ac-
llahuasi (“[…] quiere dezir casa de escogidas […]”, Vázquez de Espinosa,
1948: L. IV, Cap. 1), donde se formaban las mujeres que luego serían
las sacerdotisas o vírgenes del Sol. Resultado de una severa y reitera-
da selección, pocas de ellas alcanzaban el carácter religioso, al cual
de todas maneras llegaban sin abdicar de su voluntad, pues, en úl-
tima instancia, debían dar su consentimiento. La mayoría prefería
quedar a disposición del Inca, quien las asignaba en matrimonio a
miembros de la nobleza de la corte o a curacas; esto último era, por
lo visto, una forma sutil de influir sobre las poblaciones conquista-
das a través de los gobernantes locales o de los delegados del poder
central. La semejanza de las sacerdotisas con las monjas católicas,
las ceremonias de ordenación, el voto de virginidad, etc., llamaron la
atención de los españoles desde hora temprana; esto explica que la
abundancia de los testimonios sea tan numerosa que nos dispensa
abundar al respecto.28 Pero lo que sí importa destacar es que eran es-
cogidas entre la nobleza por su hermosura y dotes de inteligencia, no
solo en las grandes ciudades sino también en los poblados dispersos
por su vasta geografía. Para concluir con este punto digamos que si
27
Como lo destaca su autorizado editor, del texto se desprende que la peregrinación
americana de Vázquez de Espinosa se desarrolla entre 1612 y 1621, fechas límite expre-
samente citadas. Recuerda este autor, Vázquez de Espinosa, cómo los incas imponían
su lengua “general” a todas las naciones en detrimento de la natural o materna, de
manera que la primera se “hablaba en todo el reino del Perú, la cual corre en todas
aquellas naciones que conquistaron por espacio de 1500 leguas; háblase desde Popa-
yán hasta Chile y Tucumán, con lo cual las entendían y gobernaban, y eran amados
y obedecidos por sus vasallos, aunque en tierras y regiones tan distantes” (Hemos
modernizado la grafía y modificado la puntuación del texto citado).
28
Citamos una sola fuente y la empleamos tanto por la extensión del texto como por
los ricos pormenores que ofrece: Esteve Barba (1968: 169-174). La discusión acerca de la
autoría de este texto del llamado “jesuita anónimo”, que para algunos estudiosos seria
el P. Blas Valera, la analiza F. Esteve Barba (1968: XLIII-LI).
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Los orífices y orfebres, los tejedores de tapices y ropa fina, los cera-
mistas que fabricaban vasos no utilitarios, los que lapidaban piedras
finas, los que componían mosaicos de plumas de delicados colores,
los arquitectos de templos y palacios eran preparados por “maes-
tros”; algunos probablemente recibían la enseñanza tradicional den-
tro de su grupo dedicado de generación en generación a algunas de
tales artes (Válcarcel, 1949: vol. 11, 24).
29
Aunque algo anticuada, la obra de Capitan y Lorin (1948) trae interesantes refe-
rencias no solo sobre aspectos sociales del trabajo y sus diversos significados (tanto
en la etapa tribal como en las posteriores a la colonización), sino también sobre el
desarrollo de diferentes técnicas y actividades. La edición francesa original, Le travail
en Amérique (Capitan y Lorin, 1914) trae grabados e ilustraciones en color omitidos en
la versión española.
30
La expresión “tiempo loco” está tomada de esa hermosa cosmogonía que es el Chi-
lam Balam.
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Esta obra reproduce el texto completo de la elegía en la versión castellana de J. M.
Arguedas (León Portilla, 1970: 179-184).
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