Caminos, M (SF) Adolescencia y Transgresión

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

Adolescencia y transgresión

CAMINOS, MARIANO DANILO


Filiación Institucional: Lic. en Psicología. Docente de la Cátedra de Psicoanálisis. Fac. de
Psicología. Universidad Nacional de Córdoba.
Fuente: https://sites.google.com/a/fundpsicsigmundfreud.org/trabajos-2do-congreso-de-
investigacion/home/caminos-mariano-danilo

Resumen: Si bien la bibliografía de recorte sociológico nos brinda importantes consideraciones


respecto de las características que adquieren hoy la adolescencia y la transgresión, se propone
indagar la relación adulto – joven desde una perspectiva psicoanalítica. Partiendo de dos viñetas
que tienen como centro el relato que hacen los adolescentes de su relación con los adultos, se
analiza la importancia y el modo en que se imbrican los conceptos de asimetría y transferencia.
Con este planteo situado en el plano clínico se consideran las posibilidades de emplazar un
principio de causalidad compartido como condición para instalar un análisis, en tanto colabora
con producir la implicancia subjetiva del sujeto. En la misma perspectiva encuentran lugar las
conceptualizaciones de autoridad, responsabilidad y herencia, al tiempo que se marcan las
posibilidades de revertir una lógica que pone en primer plano al acto y opaca el lugar del sujeto,
sobre todo cuando se interviene desde instituciones destinadas al trabajo con adolescentes en
conflicto con la ley penal. El trabajo procura establecer los ejes de articulación entre la
producción de subjetividad y la constitución del psiquismo.

Palabras Claves: Adolescencia – Transgresión - Causalidad Psíquica – Asimetría - Transfrencia


Introducción

Cuando se repasa la bibliografía que actualmente aborda los puntos más conflictivos de
fenómenos con fuerte impacto social, nos encontramos con autores y textos que coinciden
(salvando algunos matices en cuanto a la forma en que se nomina) en poner de relieve la
importancia que adquieren hoy las nuevas formas de producción de la subjetividad. En términos
generales estas conceptualizaciones presentan ciertos isomorfismos que podrían resumirse,
sucintamente, en el hecho de que a partir del replegamiento del estado de la arena pública
(sobre todo a partir de los 90), se produjeron profundas modificaciones en la producción de
subjetividad, con marcados efectos en la familia y escuela. Este planteo, que a su vez vino a
imbricarse en otro de mayor alcance (el de los efectos del pasaje de la modernidad a la
posmodernidad), postula la pérdida de confianza en las instituciones, la degradación de las
figuras de autoridad, la disolución de la esperanza en un futuro mejor, la consideración de que
tanto el adulto como el niño pueden ser pensados desde la fragilidad [Corea, C., Lewkowicz, I.
(2004) Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas. Bs. As.: Paidos], entre
varios otros aspectos.

Si bien nos parece del todo necesario explicitar el recorte sociológico desde el cual abordamos
el tema, sabemos que muchas veces una perspectiva macro lleva el riesgo de desplazar una
explicación desde lo singular. En nuestro caso no se trata sólo de restaurar una pregunta por las
vicisitudes de lo particular, sino también de indagar el modo en que los predicados de esta época
son alojados en lo individual; precisar el punto de intersección entre la producción de
subjetividad y la constitución del psiquismo [Bleichmar, S. (1999) Entre la producción de
subjetividad y la constitución del psiquismo. En revista Ateneo Psicoanalítico. Subjetividad y
propuestas Identificatorias. Número 2. Bs. As.].

Con este breve prólogo como marco, haremos algunas consideraciones respecto de las
características que adquieren hoy la relación adolescente – adulto.

Respecto de la transgresión

Proveniente del latín, transgredi significa “pasar a través”. Se vincula con la idea de quebrantar,
violar un precepto, ley o estatuto. Se define en relación a la norma [Corea y Duschatzki (2006)
Chicos en banda. Bs. As.: Paidos. • Urresti, M. Jóvenes excluidos totales. El cuerpo «propio» como
última frontera. Exposición en las 2das. sobre problemáticas juveniles: Violencia-lenguaje y
políticas públicas. Extraído de www.institutodelparana.com.ar], y si bien la transgresión puede
implicar la agresión o el comportamiento violento, no por ello deben plantearse como sinónimos
[Bleichmar, Silvia (2002). Dolor País. Bs. As.: Libros del Zorzal].
En relación a la adolescencia, sabemos que la transgresión le es propia. No resulta posible hablar
de la una sin la otra, aunque resulte claro que las posibilidades para el despliegue de la
transgresión están dadas por las características del contexto. Según el espacio donde discurra se
presentará como indisciplina, consumo, peleas callejeras, delito, faltas de respeto, etc. Guarda
una íntima relación con el contexto, en tanto este moldea sus formas. Es más, no sólo la
transgresión es parte de la adolescencia, sino que el adolescente la necesita.

Mirando lo que sucedía tiempo atrás podríamos preguntarnos por qué los signos de la
transgresión se han mudado hacia lo negativo. Es decir, hubo una época donde personificada en
los jóvenes formaba parte de un entramado cultural naciente o iba de la mano con una voz
combativa que se encarnaba en ideales. Hoy, en cambio, es llevada hacia su negatividad, y
termina asociándose con términos tan fuertes como violencia y/o delincuencia.

Respecto de la adolescencia

En consonancia con las conceptualizaciones que citáramos, se ha propuesto también, comenzar


a hablar de “adolescencias” y ya no de adolescencia [Sternbach, S. (2006) Adolescencias: tiempo
y cuerpo en la cultura actual. En Hornstein Rother, C. (comp.) (2006). Adolescencias: trayectorias
turbulentas. Bs. As.: Paidos. • Nuñez, V. (2004) Políticas públicas y adolescencias: adolescentes y
ciudades. En Frigerio, G (comp.) La transmisión en las sociedades, las instituciones y los sujetos.
Un concepto de la educación en acción”. Bs. As.: Noveduc. ]. Esta apuesta al plural tiene como
finalidad desterrar la idea de un sujeto estándar, y evidenciar que los contextos en que se da le
imprimen matices muy diferentes. En la misma línea diremos que tampoco puede definirse sólo
por los limites de una franja etaria. Para hablar de ella resulta necesario ubicar la presencia de
los procesos que la caracterizan, aún cuando los extremos de la edad de inicio y fin se hayan
modificado sustancialmente. Lo que lleva a pensar que en determinadas circunstancias no sólo
que no puede darse por sentado que estamos frente a un “adolescente”, sino que nuestro
trabajo estará destinado a que el joven encuentre las formas de ingresar y transitar lo que se
llama adolescencia.

La relación

En un instituto que alberga jóvenes en conflicto con la ley, un adolescente (Pablo) intenta explicar
las razones de un motín. Entonces dice: “¿sabe qué pasa Mariano?, cuando los grandes (en
alusión a los adultos encargados del instituto) comienzan a hacer los mismos chistes y las mismas
cosas que nosotros, ahí todo se va a la mierda”.
Si tomamos a la frase como un diagnóstico, la causa / origen de un motín (cuya principal
característica es la violencia que pone en juego), está en que los adultos se volvieron iguales,
armaron la relación por el lado de la especularidad. Esto nos pone en alerta respecto de la
importancia de la asimetría de lugares. La disparidad subjetiva necesaria para sostener la
relación se disuelve cuando los adultos la horizontalizan. Del diagnóstico de Pablo se infiere una
demanda: hace falta otro distinto, otro que brindando un soporte identificatorio lo rescate de la
propia imagen. Ahora bien, ¿se trataría de un otro que simplemente vire los términos y ocupe
por oposición un lugar verticalista?

Intentemos una respuesta desde lo que sucede con Gabriel.

Llega al gabinete sin preguntarse ni cuestionarse por nada en especial. Había probado algunas
drogas, le gustaba el rock metálico, vestía de negro con cadenas y tachas. Fue detenido por
lesiones graves a una joven. Su padre había fallecido dos años antes.

Durante las primeras entrevistas se dedica a relatar permanentes episodios de provocación y


confrontación con la madre, con tíos, y con diferentes profesores. Con sus compañeros: “de lujo”.

Un día llega contento porque “entró un profe que es una masa: nadie le gana discutiendo, sabe
una banda el chabón”.

- Y qué te gusta de este profe?

- Nos da tarea y cuando terminamos salimos, le pedimos salir antes, pero siempre nos da algo y
terminamos saliendo más tarde”.

A partir de este episodio comienzan a generarse nuevos planteos, lo felicitan por su conducta,
trae notas del Martín Fierro para leer en la sesión. Otro día llega sorprendido porque el profesor
le dijo lo mismo que alguna vez le había dicho su papá: que si estudia se la puede ganar y dejar
de cara a cualquiera. Luego relata que discutió con Testigos de Jehová y se las ganó.

Los otros que desde su inamovible verticalidad dicen qué y cómo hacer las cosas (lo que
podríamos traducir como una posición hermética y anacrónica), se tornan objetos de
confrontaciones que lo llevan a violencia. El nuevo profesor (¿su aparición es posible por el
análisis, o a la inversa: su aparición hace posible instalar un principio de análisis?), tiene una clara
trascendencia en él. Puede acercarse sin perder el lugar, escucha sin pelear y sin renunciar al
lugar que lo obliga en su función: dar clase.
Cuando en un marco institucional se trabaja con adolescentes en conflicto con la ley, se hace
imprescindible una instancia que propicie el pasaje del acto al sujeto [Caminos, Mariano. (2004)
Del acto al sujeto. Revista Psicoanálisis contemporáneo. Bs. As.: Asociación Escuela Argentina de
Psicoterapia para Graduados]. Si todo el engranaje judicial y las medidas e intervenciones que
se generan no hacen más que enaltecer el acto, lo que queda por hacer es rescatar al sujeto que
lo soporta. Desde la clínica esto no encuentra más posibilidad que pasando por una relación
transferencial. Incluso podríamos agregar que la posibilidad de instalarla no sólo es un
requerimiento técnico, sino que constituye una necesidad propia de los adolescentes de hoy. La
asimetría en tanto disparidad no desemboca necesariamente en una relación transferencial. La
degradación y corrupción de las figuras que ocupan este lugar, obligan un permanente y singular
trabajo. Si a ello le agregamos la connotación con la que viene cargada la imagen del “psicólogo”
que trabaja en la institución, la cuestión se complejiza más aún.

Tanto en Pablo como en Gabriel queda claro que la fecundidad y potencialidad del encuentro
con el otro está dada por la calidad de la diferencia. Ni siquiera puede decirse que ante lo mismo
no sucede nada, ya que ante lo mismo lo que estalla es la violencia (en esto se asienta la
explicación de Pablo). Si con este planteo nos remitimos al estadio del espejo, resulta claro que
se trata de la misma agresividad producto de la disyuntiva el otro o yo, cuyo drama se juega en
presencia de la imagen.

Ahora bien, ¿por qué decimos que la transferencia puede vincularse con un viraje de la primacía
acto - sujeto? Digamos que “En cuanto hay, en algún lugar, el sujeto que se supone saber (...) hay
transferencia” [Lacan, J., (1987) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Bs. As.:
Paidos], entendiendo este saber en relación al deseo (inconsciente), lo que implica un
corrimiento respecto del acto, y una irrupción de la subjetividad, de aquello que lo implica en lo
que de él no sabe. De este modo toda la lógica alienante del sujeto respecto del acto encuentra
su reverso cuando el sujeto inicia un proceso de resimbolización, ligando su historia a las
vicisitudes en que este se produce. Desde esta conceptualización de la transferencia, abrimos
paso al criterio de causalidad, es decir “solo puede haber análisis e interpretación cuando la
causalidad está compartida” [Bleichmar, S. (1997) La clínica psicoanalítica como lugar de
producción simbólica. Conferencia organizada por ECAP, 3ra. clase. Córdoba. • La autora alude
al concepto de “causalidad psíquica”, propuesto por Piera Aulagnier.], por cuanto indica cuándo
la transferencia se abrocha al concepto mismo de inconsciente: “Interpretar en el sentido
analítico del término, exige en el intérprete y en aquel a quien se interpreta la adhesión – antes
de toda interpretación- a los mismos principios de causalidad” [Aulagnier, P. (1987). La violencia
de la interpretación. Bs. As.: Amorrortu]. Con este cambio no solo se produce un
reposicionamiento del sujeto con respecto a su deseo (a partir de lo cual podrá cuestionarse
como sujeto de goce alienado a su acto), sino que el “psicólogo” puede librarse del lugar que la
institución le tiene asignado, situándose en correspondencia con lo consensuado como causa
del sufrimiento del otro. Instalar un criterio de causalidad compartido, implica allanar el camino
para el advenimiento de la transferencia, en tanto alguien deviene sujeto supuesto saber no en
relación al acto sino al inconsciente. De esta manera se vislumbra la importancia del trabajo
preliminar, sobre todo si contamos con que no se parte de una demanda inicial clara.

Pero instalar una causalidad que no se limite a la inmediatez del acto y el momento, resulta
impensable si no es en el marco de una relación con otro cuya disparidad pasa por lo subjetivo.
De allí que Horacio diga “tengo un montón de amigos, pero no es lo mismo, no es lo mismo que
ellos me digan mmhhm (se ríe), en serio, además con ellos no hablo de estas cosas”

Si bien es cierto que la triada edípica y patriarcal que la sociedad le ofreció a Freud para armar y
explicar las vicisitudes de la constitución psíquica, resulta prácticamente obsoleta hoy; también
es cierto que si nos despojamos de esta matriz (recordando que nuestro punto de engarce está
en la transferencia) podemos decir con Laplanche [Laplanche, L. (1989) Nuevos Fundamentos
para el Psicoanálisis. La seducción originaria. Bs. As.: Amorrortu] que si quitamos del medio al
Edipo lo que permanece y permanecerá como invariable es la situación de asimetría como punto
constitutivo: el Otro no sólo es condición de supervivencia del cachorro humano, sino y sobre
todo condición de constitución. Se trata de la misma línea que se pregunta por la vigencia o no
de las teorías sexuales infantiles, el falocentrismo freudiano, la perversión atada a lo genital, etc.
En ese planteo la transferencia en tanto sujeto supuesto saber adquiere mayor pertinencia aún,
y echa luz sobre un concepto de autoridad entendido como construcción que se torna posible
cuando el otro la supone. No hay autoridad [Tizio, Hebe (2002) Actualidad de la conexión
psicoanálisis – pedagogía. En Seminario de otoño: el cuerpo en la clínica psicoanalítica. Córdoba:
Ed. Hugo Baez] por imposición, sino por el reconocimiento del que en una relación asimétrica lo
supone y reconoce al otro en un lugar que hace diferencia.

De allí que Derrida [Derrida, J; Roudinesco, E. (2005) Y mañana qué... Bs. As.: FCE] afirme que la
idea de responsabilidad no puede ser pensada sino es en relación a una ética que enfatiza el
lugar de la herencia. Herencia en relación a lo que nos ha sido legado, y en relación a las
generaciones venideras. Trabajar no con lo que un sujeto es sino con lo que puede ser. Cuando
la inmediatez atraviesa las expectativas, no sólo interfiere promoviendo la ilusión de efectos
rápidos y visibles, sino que también se presenta como el camino más corto para la frustración.
Los tiempos de tramitación de un adolescente son harto complicados, llenos de interrupciones
y fragmentaciones. Por supuesto que una vez más la época muestra su mano en estas
expectativas, y nos lleva a esperar resultados rápidos.

En el caso de Gabriel resulta evidente cómo, a partir de la transferencia que se pone en marcha,
el nuevo profesor es ubicado en la misma serie en la que se encuentra su padre. A partir de
entonces la transgresión pegada a la violencia es llevada al plano del conocimiento, o del saber.
Gabriel ensaya formas de discusión y debate con los testigos de jehová. Pero también nos
muestra la diferencia con Pablo cuando explica el motín. Podríamos decir que ambos rechazan
los extremos: la asimetría infranqueable, y la simetría que iguala y confunde.

Volvamos a los riesgos que marcábamos al principio: el de tomar lo sociológico para explicar lo
que corresponde a lo singular. Con recurrencia se afirma que en la actualidad de esfumó la
distancia entre la adolescencia y la adultez, y para eso se recurre a cuestiones como que la
vertiginosidad de los cambios científicos y tecnológicos borraron la distancia generacional ya que
los chicos son quienes saben; que el ideario de nuestra época ubica al adolescente en el centro
de la escena y quien en realidad adolesce es el adulto; que la masificación de la estética
adolescente pone a todos en el mismo plano por lo homogeneizador de la moda, etc.

La adolescencia necesita tanto de los adultos como de la transgresión. Nuestro desafío (y en él


incluimos a cualquier adulto que trabaja y se vincula con la problemática desde algún lugar de
responsabilidad), pasa por ofrecerle espacios para que se despliegue sin negativizarse, sin
vaciarse. Creemos haber demostrado que estas consideraciones no pueden obtenerse si sólo
nos atenemos a explicaciones cuya causalidad es puesta en lo macro (enfoque que se realiza
desde la sociología). Ahora bien, el modo en que las nuevas formas de subjetividad se encarnan
y presentifican en la adolescencia (desde la transgresión a la violencia) necesitan un abordaje
desde el psicoanálisis.

Bibliografía complementaria

• Caminos, Mariano (2008) Tres apartados sobre Violencia. Córdoba: Revista Nuestra Ciencia, Nº
13. (Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba).
• Caminos, Mariano. (2004) Del acto al sujeto. Revista Psicoanálisis contemporáneo. Bs. As.:
Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.
• Foucault, M. (1996) La vida de los hombres infames. La Plata: Altamira.
• Goffman, E. (1970) Internados. Bs. As.: Amorrortu.
• Huyssem, A. (2001) “En busca del futuro perdido”. Bs. As.: FCE.
• Laplanche, J. (1990) La cubeta. Trascendencia de la Transferencia. Bs. As.: Amorrortu.

También podría gustarte