El Primer Amor Obediencia y Es William Jimmy Chamorro Cruz

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Serie Obediencia y Esfuerzo

Jimmy Chamorro
Zaidy Mora

De Familia a Pueblo
El primer amor
2022 Año del Primer Amor. Serie Obediencia y Esfuerzo. De Familia a Pueblo
© Asociación Cruzada Estudiantil y Profesional de Colombia. Bogotá, enero de 2022
© Jimmy Chamorro, Zaidy Mora

ISBN (digital): 978-958-8505-41-1

Fundación Editorial Publimundo


Calle 127 No. 7B-65, barrio Bella Suiza. Bogotá, Colombia www.publimundo.com.co

Producción Editorial
Corrección de estilo: Camilo Andrés Cuéllar Mejía Diagramación: Juliana Baquero

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta
obra y su tratamiento o transmisión por cualquier medio o método sin autorización escrita
de la Asociación Cruzada Estudiantil y Profesional de Colombia y sus autores.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión
Reina Valera, traducción de 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.
Índice
Introducción

Capítulo 1
Volver al primer amor

1. El significado del primer amor


1.1La iglesia de Éfeso
1.2“Yo conozco tus obras”
1.3Dejar el primer amor
1.4Conservar el primer amor
1.5Al que venciere

2. ¿Cómo volver al primer amor?


2.1Recuerda
2.1.1 Recordar que Dios es misericordioso y bueno
2.1.2 Recordar de dónde nos sacó y cómo nos sacó Dios
2.1.3 Recordar la causa de la lepra de María
2.1.4 La obediencia activa
2.1.5 Cuidar el corazón para no olvidar al Señor
2.1.6 Recordar que Dios da la provisión
2.1.7 Recordar que hemos provocado la ira de Dios
2.1.8 Acordarnos de Jesucristo, del linaje de David
2.1.9 Recordar lo que hemos recibido y oído
2.2Arrepentimiento
2.2.1 Tiempo para arrepentirse
2.2.2 Autoidolatría
2.2.3 Servir a dos señores
2.2.4 El verdadero arrepentimiento
2.2.5 Llamar a pecadores al arrepentimiento
2.2.6 Misericordia y no sacrificio, lo que Él quiere
2.2.7 Benignidad, paciencia y longanimidad
2.2.8 La dureza y el corazón no arrepentido
2.2.9 Obras dignas de arrepentimiento
2.2.10 Perdón y arrepentimiento
2.2.11 Tristeza para arrepentimiento
2.2.12 Recaer
2.2.13 Las señales y el arrepentimiento
2.2.14 Arrepentimiento para poder creer
2.3Hacer las primeras obras
2.3.1 Bautismo de arrepentimiento y bautismo del Espíritu
2.3.2 Frutos dignos de arrepentimiento
2.3.3 Dejar el primer amor no es perder la salvación
2.3.4 Árbol que no da buen fruto, se corta
2.3.5 Mayores obras
2.3.6 Guardar los mandamientos
2.3.7 El Espíritu Santo nos recordará

Capítulo 2
Evidencias de haber dejado el primer amor

1. Su corazón se deleita en alguien o en algo más de lo que se


deleita en el Señor
1.1 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón
1.2 Deleitarnos en Dios y su Palabra
1.3 Amar los deleites temporales
1.4 Esclavos de deleites diversos

2. Su alma no anhela tiempos de comunión con Dios


2.1 Dios mío eres Tú
2.2 De madrugada te buscaré

3. En los momentos de ocio sus pensamientos no honran a Dios


3.1 En esto pensad
3.2 El amor es la clave

4. Se justifica cuando hace aquello que contraría la voluntad de


Dios
4.1 Sacrificio vivo
4.2 Dios nos da la salida a la tentación

5. Se vuelve rencoroso o recae en el rencor


5.1 La grandeza del perdón y de la gracia de Dios
5.2 Perdonar lo imperdonable
5.3 Raíces de amargura
5.4 El caso de Joab

6. Su amor y trato a otros cambia para mal


6.1 Como yo os he amado
6.2 El derrotero es el amor
6.3 Tomar la iniciativa

7. Considera los mandamientos de Dios como restricciones de


su felicidad, en lugar de expresiones del amor de Dios
7.1 Sus mandamientos no son gravosos
7.2 Jesucristo nos liberta

8. Busca quedar bien con el mundo, en lugar de agradar y


complacer al Señor
8.1 No somos del mundo
8.2 No améis al mundo

9. Rehúsa compartir de Cristo por temor al rechazo


9.1 También a vosotros os perseguirán
9.2 Nuestras costumbres sin avaricia
9.2.1 Contentos con lo que tenéis ahora
9.2.2 El Señor es mi ayudador

10. Se niega a dejar de hacer cosas que sabe que ofenden a los
demás
10.1 Daremos cuenta de nosotros mismos
10.2 No ser tropiezo para el más débil
10.3 Considerar a los demás superiores a nosotros mismos
11. Se vuelve complaciente con aquello que contraría la Palabra
de Dios
11.1 Sed sobrios y velad
11.2 Resistir firmes en la fe

12. Deja a un lado la generosidad


12.1 La generosidad
12.2 Dar de corazón
12.3 La regla de oro
12.4 Dar es servir

13. Otros signos de dejar el primer amor


13.1 Su alabanza se convierte en una formalidad
13.2 Está más preocupado por su apariencia, que por el estado de su
corazón y de su alma
13.3 Su corazón es frío e indiferente, y no tierno como un día lo fue
13.4 Su servicio a Dios es motivado por un sentido del deber y
obligación
13.5 Las cosas espirituales se vuelven mecánicas y se desarrollan
de manera acartonada en vez de actuar con gozo
13.6 Cada vez cuestiona más, es argumentativo frente a la dirección
que recibe
13.7 Prefiere la compañía de aquellos que no conocen de Dios, que el
compañerismo de su familia espiritual
13.8 Está más preocupado por tener la posición correcta que por tener la
disposición correcta
13.9 Está más preocupado por ganar un argumento que por ganar un
alma

Capítulo 3
Permanecer en el primer amor

1. El caso de Salomón
1.1 Corazón perfecto
1.2 Amigos del Señor
1.3 Con todas tus fuerzas
1.4 ¿Quién soy yo?
1.5 La conversión
1.6 Dios oye mi oración
1.7 Salomón no permaneció en su primer amor
1.7.1 Salomón no guardó el pacto
1.7.2 Dios ha elegido a Jerusalén

2. Perseverando en el primer amor


2.1 El primer amor es lo único
2.2 Le amo, le obedezco y le sirvo
2.3 El amor de muchos se enfriará
2.4 Perseverar hasta el fin
2.5 Haced esto en memoria de mí
2.6 Conocer al Señor para permanecer en su amor
Introducción

Desde el punto de vista biológico, el paso de los años en los seres


humanos conlleva la aparición de enfermedades de carácter
crónico. Patologías que no se habían manifestado a lo largo de
nuestra vida pueden aparecer, y otras que padecíamos de manera
leve se pueden agudizar, hasta convertirse en un mal crónico en
nuestro organismo. Un ejemplo pueden ser las dolencias en la
espalda o en las rodillas, como consecuencia de muchos años de
sobrepeso. Con los años se va acelerando el proceso degenerativo,
el cual en algunas personas puede ser lento y en otras puede ser
rápido, pero es natural e inevitable para todos los seres humanos.

Espiritualmente puede pasar algo similar, por eso debemos


cuidar nuestra salud espiritual con los años. Sin embargo, hay una
gran diferencia entre los fenómenos biológico y espiritual: en la vida
espiritual no debería presentarse un proceso degenerativo, pero
para muchos sí ocurre así, cuando vamos dejando nuestro primer
amor, mediante un proceso degenerativo de enfriamiento del
corazón.

A partir del nuevo nacimiento, la vida espiritual no debe ser


degenerativa, porque Cristo no vino a morar en mí para que luego
con los años la decadencia continúe en mi vida. No podemos recibir
a Cristo y experimentar su sanidad y restauración, para luego recaer
en un proceso degenerativo; pero esto ocurre cuando tomamos la
decisión de dejar nuestro primer amor.

Por eso el Señor nos dice: “Tengo contra ti que has dejado tu
primer amor” frente a lo cual podemos argumentar diciendo: “es
que han pasado los años”. Pero los años nunca pueden ser un
pretexto para dejar mi primer amor, ni mucho menos para finalizar mis días lleno de
rencor y amargura, con un corazón cargado, resentido y adolorido, como consecuencia de
dejar a un lado el primer amor.

La Palabra de Dios en Apocalipsis 2:4 nos dice: “Pero tengo


contra ti, que has dejado tu primer amor”. ¿A quién le está
escribiendo esto Dios? Recordemos que este es el mensaje que
recibe Juan para las siete iglesias, y aquí estamos hablando de la
iglesia de Éfeso. Continúa diciendo en el versículo 5 “Recuerda,
por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las
primeras obras: pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu
candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.

En el mensaje a las siete iglesias podemos ver que cada


situación es distinta, pero hay algunas concordancias entre una
iglesia y otra. De estas siete iglesias hay dos que están en grave
peligro: Laodicea y Éfeso. ¿Por qué? En el caso particular de Éfeso
hay una reprensión: “dejaste atrás tu primer amor”.

Esto suele ser un proceso lento de enfriamiento, no sucede de la


noche a la mañana, es un proceso gradual, no repentino. En
muchos casos tarda varios años, y suele ocurrirle a los que
tenemos mucho tiempo sirviendo a Dios, cuando ya el fundamento
de la Palabra de Dios es conocido, nos vamos profesionalizando y
ya nada calienta nuestro corazón; vamos dejando nuestro primer
amor.

Podemos tener muchos años de conocer a Dios, ser líderes


maravillosos, con resultados. Podemos decir que somos
perseverantes, pero realmente nuestra salud espiritual puede estar
en peligro. Cuando preparar un tema se nos hace muy fácil y ya
sabemos qué dice cada versículo, ya no necesitamos que Dios nos
llene de su sabiduría, de su Espíritu, por medio de la oración. Nos
hemos vueltos expertos en corregir, reprender. La vida cristiana se
ha convertido en “no haga esto, no haga aquello”, pero no le
decimos al hijo, o al discípulo, qué es lo que tiene que hacer.

El Señor como un Padre lleno de amor hacia nuestra vida nos


dice: “Recuerda de dónde has caído…”. Viene la reprensión de parte
de Dios pero llena de amor, como cuando un padre reprende a un
hijo, pero a diferencia de muchos padres que solo reprenden pero
no muestran el camino a seguir, nuestro padre Dios en su sabiduría
nos da la salida para volver a nuestro primer amor: “arrepiéntete,
haz las primeras obras”.

De esta manera, el mensaje para la iglesia cristiana de Éfeso


continúa vigente también para nosotros como iglesia, como familia
espiritual. Y se convierte en una exhortación para mi vida, mi familia,
para todo hijo y siervo de Dios.

Jimmy Chamorro
Director Mundial ICT
1. El significado del primer amor
Como hijos y siervos de Dios, es posible que estemos en la
condición en la que se encontraba la iglesia de Éfeso: trabajando
arduamente pero dejando nuestro primer amor a un lado. Para
entender el significado del primer amor en nuestra vida es necesario
recordar a Pablo, quien concluye en 1 Corintios 13 que “sin amor,
nada soy”. Es ese mismo amor con el que el Señor nos exhorta a
volver, porque “sin el primer amor, nada soy”.

El primer amor fue lo que recibimos alguna vez de parte del


Señor, y estamos llamados a mantenerlo: conservarlo y hacerlo.
Para profundizar más sobre el concepto del primer amor, es
necesario observar el contexto de la iglesia de Éfeso, haciendo
hincapié en el significado de la expresión “conozco tus obras”. De
esta manera, comprendemos cómo el primer amor se puede dejar
y reconocemos la necesidad de conservar este amor, cumpliendo
con los propósitos eternos en nuestra vida y el anhelo que el Señor
tiene de que seamos vencedores.

É
1.1 La iglesia de Éfeso

“Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos,
y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y
has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no
has desmayado.”
(Apocalipsis 2:2-3)

La iglesia en Éfeso era muy trabajadora; no era una iglesia


holgazana, negligente o pasiva, tal y como lo indica la Palabra de
Dios en Apocalipsis 2:2-3. Esta iglesia, sin embargo, se encontraba
en peligro, no por ser pasiva ni negligente, ni por haber perdido la
paciencia, pues la iglesia de Éfeso había sido una iglesia
perseverante, sufrida, que no había desmayado y tampoco había
sido fluctuante como otras.
¿Cómo puede una iglesia así estar en grave peligro? En
Apocalipsis 3:4, el Señor le dice: “Pero tengo contra ti que has dejado
tu primer amor”

Treinta años antes de que Juan escribiera estas palabras, la


iglesia de Éfeso era reconocida por su amor. Había sido fundada
por Pablo, mucho antes de que se escribiera el libro de Apocalipsis.
En Efesios 1:15-16 Pablo nos describe sus características: “Por esta
causa también yo, habiendo oído de vuestra de en el Señor Jesús,
y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias
por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones”. La
iglesia de Éfeso era reconocida por su amor en la carta de Pablo,
¿qué paso entonces desde el libro de Efesios hasta Apocalipsis?
1.2 “Yo conozco tus obras”

Lo que llama la atención de la iglesia de Éfeso, lo comprendemos


al profundizar lo que el Señor quiere mostrar cuando dice: “Yo
conozco tus obras”. Dios conoce nuestras obras, nuestro arduo
trabajo, nuestra paciencia. Éfeso era una iglesia que hacía obras;
de esta misma manera, nosotros como hijos y siervos de Dios
podemos estar sirviéndole al Señor y haciendo obras. No obstante,
cuando perdemos el primer amor experimentamos una dificultad
espiritual que puede permanecer oculta detrás de nuestras obras.
Podemos hacer obras una y otra vez, y estas obras muchas veces
seguirán creciendo, hasta el punto de volverse repetitivas, insípidas,
y alejarnos del amor que sentimos la primera vez que las hicimos.
Entonces el Señor nos dice: “recuerda, arrepiéntete y haz las
primeras obras”. ¿Qué es lo que tenemos que hacer cuando nos
enfrentamos a esta situación? Volver al primer amor, hacer las obras
como si fuera la primera vez, es lo que tenemos que hacer.

Con el pasar del tiempo, los hijos y siervos de Dios tendemos a


refugiarnos en hacer muchas obras, pero cuando dejamos enfriar
nuestro corazón nos es más difícil recordar y arrepentirnos. No
queremos arrepentirnos porque creemos que dejar el primer amor no
es tan grave; creemos que seguir adelante, el hacer las obras y
trabajar persistentemente, es muestra de nuestro arrepentimiento.
Pero la Palabra de Dios es clara cuando nos dice que no solo se trata
de hacer obras, sino que hemos de hacer obras dignas de
arrepentimiento.

¿De qué sirven nuestras obras si no nos hemos arrepentido? La


falta de arrepentimiento nos lleva a alejarnos del primer amor, hasta
tal punto que actuamos de manera mecánica y abandonamos los
verdaderos asuntos de Dios. En estos casos el amor decae de tal
manera que se puede afirmar, recordando Apocalipsis 3:4, que
hemos perdido nuestro primer amor.
En nuestra familia en la fe, a lo largo de 58 años de historia
hemos visto siervos de Dios que han abierto ministerios en países y
ciudades, como también en pueblos pequeños, llevando la Palabra
de Dios, la buenas nuevas del evangelio de Cristo a muchas
personas y familias. Estos transcendentales momentos han sido
acompañados de la extraordinaria alegría que produce el servicio
cuando este es el fruto del amor. El entusiasmo que causa el saber
que una iglesia es resultado del amor y está caracterizada por el
amor, de la misma manera como Pablo da gracias a Dios por Éfeso.

Tal y como lo exhorta Pablo, este es el tiempo para nosotros de


mantener vivo el primer amor, el cual nos permite conocer y
sumergirnos más en la Palabra de Dios. Crecer en el Señor de una
manera sana, madurar para creerle a Dios, a la vida de fe, a la
vida de esperanza, permaneciendo en ella como resultado de
persistir en el primer amor, como lo dice 1 Corintios 13:13: “Y ahora
permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor
de ellos es el amor”.

Un estudioso del cristianismo de hace ya varias décadas, decía:


“El verdadero cristianismo no consiste en recordar el amor pasado,
sino en mantener el mismo amor ardiente a Cristo, esa actitud
reverente hacia Él. El pan puesto sobre la mesa de oro del templo
debía ser fresco, no pasado; así debe ser el amor del cristiano,
siempre nuevo, porque el amor es el alma del cristianismo. Cuando
el cristianismo carece de amor hacia Cristo, entonces, se torna un
final muerto”. Por eso la iglesia de Éfeso estaba en peligro, pero era
un peligro latente, una alerta.
1.3 Dejar el primer amor

El primer amor no se pierde, el primer amor se deja. No se


extravía, como cuando perdemos las llaves de una puerta,
perdemos el apetito, o como algunos suelen expresar: “se me
perdió el amor, ya no te amo”. Esto ocurre gradualmente, lo vamos
dejando por fuera de nuestra vida, de nuestras decisiones.
Entonces ya el amor no es el derrotero de nuestra vida y no lo
perdemos, lo dejamos, porque nos amamos más a nosotros
mismos.

Al dejar el primer amor, dejamos de obedecer como lo hacíamos


antes, comenzamos a cuestionar. La Biblia nos habla de algunos
reyes que comenzaron muy bien, pero dejaron su primer amor. Un
ejemplo es Salomón, sus muchas mujeres alejaron su corazón de
Dios, pero él fue quien tomó la decisión. Otro ejemplo es Saúl, el
primer rey de Israel, sobre quien algunos dirán que él nunca tuvo
primer amor, pero Dios en su soberanía lo escogió a él. Dios lo tenía
todo para él, pero Saúl despreció a Dios, lo fue dejando, sacándolo
de sus decisiones. De la misma manera puede estar sucediendo en
nuestra vida y poco a poco estamos sacando al Señor de nuestras
decisiones, dejando nuestro primer amor.

Nuestro primer amor lo recibimos del Señor y lo terminamos


dejando, y eso es lo que el Señor tiene contra nosotros, que lo
abandonamos, lo sacamos de nuestra vida. Nos hemos estado
enfocando más en la obra del Señor que en el Señor de la obra, y
estamos amando más a su obra que a Él, que es el Señor. Nuestro
primer amor ha de ser hacia Él, hacia Cristo.

Volvernos al primer amor es arrepentirnos y hacer las primeras


obras como consecuencia de ese arrepentimiento. Que nuestros
ojos brillen cuando compartimos de Cristo, porque el verdadero
primer amor es el primero en todo; es sobre todo, es aquel que
marca mi vida.
1.4 Conservar el primer amor

“Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los
apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; […] conservaos en el amor de Dios”
(Judas 1:17, 21ª)

“Recuerden, tengan memoria”. Esas fueron las palabras dichas por


los apóstoles para nosotros, descritas en el libro de Judas en el
capítulo1. En referencia al amor, específicamente nos dicen:
“conservaos”. La vida cristiana es nunca dejar, nunca abandonar el
primer amor de mi vida. Cuando lo vamos dejando tenemos una
alerta y debemos estar preparados para aceptar la reprensión de
Dios a través de uno de sus siervos. Es un mandamiento el
conservar, mantenernos en el amor de Dios, no abandonar y no
sacar ese primer amor de nuestra vida.

La reprensión de Dios para nuestra vida viene a través de su


Palabra, cuando nos dice: “recuerda de dónde has caído,
arrepiéntete y haz las primeras obras”. Es posible que nosotros
como aquellos efesios, hemos estado trabajando arduamente, pero lo
hemos hecho dejando nuestro primer amor. Y si este es nuestro
caso, debemos recordar lo que decía Pablo en 1 Corintios 13: “sin
amor, nada soy”. Nada soy sin el primer amor, sin mantenerlo,
conservarlo y hacerlo. No debemos olvidar que cada vez el amor va a
ser mejor y esto lo recordamos con el mensaje de las bodas de Caná:
“el mejor vino se sirve al final”. El amor, cuando se conserva, con el
tiempo será cada vez mejor.

Sorprendentemente, Dios nos llama a regresar de donde una vez


habíamos caído, pero no para ver cuánto nos caímos, sino para
recordar de dónde hemos caído. Él no nos llama a recuperar el
tiempo perdido, pues muchas veces el tiempo es un argumento del
cual nos aferramos para decir: “no voy a recuperar el tiempo perdido”.
El Señor no nos llama a esto, nos llama a regresar a ese fuego de
amor hacia Él, pero también a hacerlo; es un llamado a la acción, a
dejar la rutina y comenzar a cultivar los hábitos espirituales de la
gracia de Dios, para cumplir el mandamiento de mantenernos en el
amor de Dios.
1.5 Al que venciere

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu


dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está
en medio del paraíso de Dios”.
(Apocalipsis 2:7)

Apocalipsis 2:7 nos habla al principio de lo que pasa con la iglesia,


pero luego recae en la persona, de modo que individualiza la
decisión; la decisión es de la persona, más allá de lo que pase en
la iglesia. En este contexto, ser vencedor es volver, es convertirse,
ser niños como cuando nacimos de nuevo; volver a Cristo, a ser
como Él. El primer amor es volver a aquella pasión por compartir del
Señor.

El Señor es el Dios de amor, Él es el que ocasionó en nosotros el


primer amor. De esta manera, nuestra decisión debe ser conservar
ese amor todos los días de nuestra vida, en nuestro paso y
peregrinaje en la tierra.

No nos dejemos vencer por el activismo, por la frialdad, por la


experiencia, por el mucho conocimiento o por nuestro
profesionalismo. Dejémonos vencer siempre por el amor de Dios,
como consecuencia de ello nos rendiremos ante su amor y esta
reacción es el primer amor. Aquel que es vencido por el amor de
Dios, expresa y vive su primer amor hacia Aquel que lo vence que es
el Señor. Hoy podemos decidir ser vencedores. La Palabra de Dios
me habla en particular a mí, “al que venciere”, por eso esta es una
decisión individual, la de dejar la frialdad, la sequedad, y volver al
Señor para recordar, arrepentirme y hacer las primeras obras. El
que vuelve siempre al primer amor es aquel que es vencedor.
2. ¿Cómo volver al primer amor?
“Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras…”.
(Apocalipsis 2:5)

El Señor es claro y específico, mostrándonos en Apocalipsis 2:5 el


paso a paso que debe incluir nuestra decisión personal de
volvernos a nuestro primer amor. Aquí podemos resaltar tres
verbos: recordar, arrepentirse y hacer. Lo primero que nos dice es
“recuerda”, indicándonos lo importante de recordar de dónde
hemos caído. La segunda indicación que nos da es “arrepiéntete”,
mostrándonos la necesidad de reconocer nuestros errores
acompañada de un verdadero cambio de actitud. Por último, nos
lleva a la acción y nos dice: “haz las primeras obras”. De esta
manera, el Señor no solo exhorta, sino que nos indica de manera
precisa qué hacer.
2.1 Recuerda

“Y acuérdate de que fuiste siervo en Egipto; por tanto, guardarás y cumplirás estos
estatutos”.
(Deuteronomio 16:12)

El libro Deuteronomio en la Biblia invita al pueblo de Israel, y por


ende a nosotros, a recordar. Son pocos los acontecimientos que
ocurren propiamente en el libro de Deuteronomio, pero su contenido
trae a memoria algunos de los acontecimientos que hacen parte de
otros libros del Pentateuco. Por eso la memoria es fundamental
para el pueblo de Israel, y Moisés nos hace un llamado en este libro
hacia lo que es recordar.

El contexto de este pasaje bíblico tiene que ver con las


fiestas solemnes, instituidas por Dios para el pueblo de Israel. Y
es aquí cuando la Palabra nos dice: “Y acuérdate de que fuiste
siervo en Egipto”. Debemos tener memoria de dónde nos sacó
Dios, acordarnos de dónde hemos caído, esa es la exhortación
de Dios para nosotros, los efesios de hoy: recordar de dónde Dios
nos sacó, de Egipto, para que de esta manera podamos seguir,
arrepentirnos y hacer las primeras obras.
2.1.1 Recordar que Dios es misericordioso y bueno

“Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle
un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.
No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues
vosotros érais el más insignificante de todos los pueblos”.
(Deuteronomio 7:6-7)

El mensaje para el pueblo de parte de Dios también va dirigido para


cada una nosotros. Siempre debemos partir del eterno amor de Dios
hacia nuestras vidas y al tenerlo claro, vamos a entender que Dios es
misericordioso y bueno. De esta manera, podemos entender dónde
nos tiene ahora Dios y podremos visualizar dónde quiere Él que
estemos. Cada día Dios tiene más cosas para nosotros; nos tiene la
tierra prometida de Canaán, la tierra que fluye leche y miel. El gran
riesgo es que al saber esto podamos infatuarnos y terminemos
jactándonos sin justificación alguna. Así es como vamos dejando
nuestro primer amor.

El mensaje constante por parte de Moisés para con su pueblo


describe cómo Dios ha escogido a Israel para ser un pueblo
especial, y de la misma manera lo entendemos para nuestra propia
vida. Si bien somos un pueblo especial para Él, tenemos que
guardar nuestro corazón de creer que esto es por algún mérito propio
y tener presente que solo es por su eterno amor, que se manifiesta
en su misericordia y gracia, por la cual ha derramado todo su bien
sobre nosotros.

El gran error es que comenzamos a creer que nosotros somos


especiales. Dios no nos escoge como en un concurso de méritos, ni
mucho menos como en un reinado de belleza; no somos especiales
por nuestra propia fuerza, cada uno de nosotros es especial porque
Él nos ha escogido. La Palabra de Dios nos dice que fuimos
escogidos no porque fuéramos más que todos los pueblos, sino
porque Él nos ha amado, porque éramos el más débil de todos los
pueblos. Nosotros no éramos especiales, y nos hace especiales
que Él nos ha escogido.
Nuestra reacción ante este sobrenatural amor de Dios hacia
nuestras vidas, es entenderlo y conservarlo como nuestro primer
amor, de la manera que lo indica el apóstol Judas. Conservar el
primer amor es actuar como un pueblo especial, como un hombre
especial y un siervo especial que responde al amor sobrenatural de
Dios para su vida, aquel que nunca olvida de dónde ha caído y que
era de los más débiles de todos. Cuando no entendemos y vivimos
diariamente esto, vamos cayendo en orgullo y vamos creciendo en
soberbia.
2.1.2 Recordar de dónde nos sacó y cómo nos sacó Dios

“Si dijeres en tu corazón: Estas naciones son mucho más numerosas que yo; ¿cómo las
podré exterminar? no tengas temor de ellas; acuérdate bien de lo que hizo Jehová tu Dios con
Faraón y con todo Egipto”
(Deuteronomio 7:17-18)

Dios nos sacó de Egipto, como hijos de Dios no lo podemos olvidar,


por eso nos dice el Señor: “recuerda por tanto de dónde has caído”.
Debemos acordarnos de lo que hizo Jehová a faraón y a todo
Egipto para que su pueblo fuera libre. Como hijos de Dios, tenemos
que saber que antes de aceptar al Señor en nuestro corazón,
estábamos esclavos en Egipto. No solo debemos recordar que Dios
nos sacó, sino también cómo nos sacó.

Entender el Egipto en nuestra vida, nos lleva a recordar siempre


de dónde hemos caído. En Deuteronomio 7:8, Moisés le afirma al
pueblo que Dios lo sacó de Egipto porque lo ha amado. Eso
representa para nosotros de dónde salimos y adónde nos ha llevado
Dios por su amor. De esta manera, cuando dejamos el primer amor,
la expresión “de dónde hemos caído” cobra todo el sentido.

“sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os
ha sacado Jehová con mano poderosa…”
(Deuteronomio 7:8)

Este pasaje de la Biblia también es específico al decir cómo nos


sacó el Señor de Egipto: con la mano poderosa de Dios. Recordar
es reconocer que sobre todas las cosas y sobre cada situación,
siempre está el poder de Dios. Esto es necesario para que nosotros
sigamos dependiendo con humildad de Él, aun cuando tengamos
que enfrentar numerosas situaciones difíciles, adversarios y
adversidades. Es por ello que Moisés insta al pueblo a no temer a
las naciones, no dudar en el corazón ante la vulnerabilidad y ante
cualquier riesgo, porque si lo hacemos, dudaríamos de la mano
poderosa de Dios. Esto sucede cuando no recordamos el poder de
Dios: empezamos a flaquear y a llenarnos de temores e
incredulidad.
2.1.3 Recordar la causa de la lepra de María

“En cuanto a la plaga de la lepra, ten cuidado de observar diligentemente y hacer según todo
lo que os enseñaren los sacerdotes levitas; según yo les he mandado, así cuidaréis de hacer.
Acuérdate de lo que hizo Jehová tu Dios a María en el camino, después que salisteis de
Egipto”.
(Deuteronomio 24:8-9)

El contexto de todo este pasaje bíblico tiene que ver con lo que
denominamos “leyes humanitarias”. Aunque en principio parece
referirse a la lepra solo desde el punto de vista clínico y de salud
física, el pasaje también hace alusión a nuestra salud espiritual
cuando menciona el suceso de María. Por ello debemos aplicar
literalmente el “observar diligentemente” y hacer conforme,
entendiendo cuál fue la causa de la lepra.

María y Aarón murmuraron contra Moisés su hermano, aquel


a quien Dios había escogido. Deducimos que María y Aarón eran
mayores que Moisés, pero Dios había escogido a este último para
sacar a su pueblo de Egipto, y llevarlo a lo largo de todo el desierto
hasta la tierra de Canaán. La murmuración fue la causa de la lepra
en María, y Moisés nos exhorta a no olvidar esto, pues como hijos y
siervos de Dios debemos cuidarnos de la murmuración, la queja y la
querella, que fueron constantes en la generación que salió de
Egipto y no entró a la tierra prometida.

A tantos cristianos en momentos de complejidad se les olvida


fácilmente lo que dice la Biblia. Cristianos maduros, con muchos
años de servicio al Señor, olvidan lo que le pasó a María y fácilmente
murmuran, y cuando esto sucede ya no hay temor de Dios, han
dejado su primer amor.

Moisés era un hombre manso y de esa manera actuó, con


mansedumbre. De él aprendemos que cuando alguien se enfrenta
contra un manso, no es este el que responde, sino que es Dios
directamente el que actúa. Solo actúa contra un hombre manso
aquel que no tiene temor de Dios. Nunca debemos murmurar o
hacer mal contra un manso, y también debemos aprender de
Moisés sobre la forma como se defiende un manso, es decir, ser
defendidos por Dios. Si nos defendemos en nuestras propias
fuerzas, la pelea va ser solo nuestra y no de Dios.

El perfecto amor de Dios es el que hecha fuera todo temor, pero


tenemos que preguntarnos cuál es nuestra reacción al perfecto
amor de Dios, la cual debe ser mantener este primer amor, pues es
el que nos mantiene temerosos de Dios. Cuando dejamos el primer
amor, comenzamos a perder el temor de Dios y damos rienda suelta
a la murmuración y a todo lo que venga. Se nos olvida la Biblia y los
años que tenemos conociendo a Dios. Olvidamos la responsabilidad
que tenemos con las ovejas del Señor. El peligro de la iglesia de
Éfeso al dejar el primer amor, es el mismo al que hoy estamos
expuestos, y que se manifiesta en lo que hizo Jehová a María, como
lo describe Deuteronomio 24:8-9.
2.1.4 La obediencia activa

“Cuando vendimies tu viña, no rebuscarás tras de ti; será para el extranjero, para el huérfano y
para la viuda.
Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto; por tanto, yo te mando que hagas esto”.
(Deuteronomio 24:21-22)

Al acordarnos de que fuimos siervos en Egipto, recordamos de


dónde caímos y reconocemos la gracia de Dios, que se manifiesta
por medio de su amor. Y el Señor nos dice, “pero yo te mando que
hagas esto”, mostrándonos también que hay instrucciones precisas
qué seguir, lo cual entendemos en el contexto del pasaje de las
leyes humanitarias.

El “acuérdate” en Deuteronomio es un llamado que Dios nos hace


y tiene que ver con el primer amor: “tengo contra ti que has dejado el
primer amor”. Cuando dejamos de reaccionar al amor sobrenatural de
Dios como debe ser, con el temor de Dios, olvidamos que el amor de
Dios es eterno y siempre debe ser correspondido por nosotros con
el primer amor, hoy, mañana y siempre. Este es el mensaje que el
Señor Jesús le daba a los efesios, pero hoy es un llamado para
nosotros.

Cuando no recordamos, vamos dejando el primer amor y con


ello estamos tomando un curso de “fariseísmo”. Entonces, mientras
la curva del primer amor es decadente, hay otra curva ascendente,
exponencial, que va creciendo: la del legalismo. Cada vez más van a
estar distanciadas estas curvas, debido a la frialdad de nuestro
corazón.
2.1.5 Cuidar el corazón para no olvidar al Señor

“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios…”


(Deuteronomio 8:11ª)

El rey Salomón, en Proverbios 4:23, nos dice: “Sobre toda cosa


guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. Algo
fundamental para guardar nuestro corazón es el cuidarlo.
Seguramente nos enfocamos en cuidar otras partes de nuestro
cuerpo, como por ejemplo, el cabello, el cual lavamos y peinamos,
invirtiendo tiempo y atención para estar bien presentados. Pero,
¿cuánto tiempo le estamos invirtiendo al cuidado de nuestro
corazón? ¿Qué pasa si va decayendo y fallando mi corazón? Poco
a poco voy adquiriendo una falla cardiaca que me puede llevar a la
muerte.

Podemos asemejar el corazón físico con ese corazón intangible


del que nos habla la Palabra de Dios. Aunque no lo vemos, ese
corazón es real, está es nuestro interior y tenemos que cuidarlo. Y
la mejor forma de cuidarlo es no olvidarnos de Jehová nuestro Dios,
para cumplir los estatutos que él nos prescribe hoy.
2.1.6 Recordar que Dios da la provisión

“que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido,
afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la
fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”.
(Deuteronomio 8:16-17)

Dios nos sustenta con maná en medio del desierto, es por ello que
no podemos olvidar al Dios de la provisión. Muchos buscan la
provisión de Dios y no al Dios de la provisión. No podemos olvidar
que Él nos sustenta y nos prueba en el desierto, pero siempre es
para hacernos bien, pues el fin que Dios tiene planeado para
nuestras vidas siempre es de bendición. Tenemos que cuidar
nuestro corazón para no llenarnos de soberbia que nos lleve a
decir: “mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”.
El llamado de atención es para no olvidar el sustento de Dios, la
provisión de Dios.

Deuteronomio, en este versículo, anuncia la provisión de Dios


futura para nuestras vidas, aquello que Dios nos va a dar. Entonces
es una advertencia para no olvidarnos, para siempre recordar. Es
un anuncio de lo que podría pasarnos a futuro, pues Dios nos dará
riqueza, pero debemos cuidarnos de creer que “mi poder y la fuerza
de mi mano me han traído esta riqueza”.

Cuántas veces los hijos de Dios no recuerdan quién es su


proveedor y terminan adjudicando sus bienes al sudor de su frente,
a su propia sabiduría y elocuencia, a su carisma y simpatía, a la
asertividad con que se relacionan con otros. También llegan a creer
que la clave del éxito es su disciplina personal, la manera como
trabajan la tierra y el sacrificio que hacen para trabajar mientras
otros se divierten. Entonces concluyen en su corazón que son su
propio poder y fuerza los que les han traído esta riqueza.

“Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de
confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día”
(Deuteronomio 8:18)
Debemos recordar lo que nos dice el versículo 18 de Deuteronomio
8, y examinar nuestro corazón a la luz de este pasaje para
asegurarnos que hemos entendido que es Dios el que tiene el
poder. Él es el que me lo da, no yo; todo lo que tenemos nos lo ha
dado Dios.

El gran autoengaño es creer que tenemos el poder para hacer


que las cosas salgan bien; no es así, pues esto solo viene de Dios,
es un don de Él. Podemos envanecernos creyendo que somos
como el rey Midas, aquel que todo lo que emprendía le salía bien,
pero realmente tenemos dos caminos: seguir en el engaño de que
son nuestro poder y fuerza los que nos han traído hasta donde
estamos; o recordar que Él nos provee de todo lo necesario, aun en
los momentos de dificultad. Si estamos viviendo un desierto,
sabemos que vamos a salir de él porque el Señor nos va a sacar y
nos llevará a abundancia, pero definitivamente después de esto no
podemos terminar diciendo: "mi poder y mi fuerza me han provisto
todo".
2.1.7 Recordar que hemos provocado la ira de Dios

“Por tanto, sabe que no es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para
tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú. Acuérdate, no olvides que has provocado la ira
de Jehová tu Dios en el desierto; desde el día que saliste de la tierra de Egipto, hasta que
entrasteis en este lugar, habéis sido rebeldes a Jehová.”
(Deuteronomio 9:6-7)

En Deuteronomio 9:6-7 vemos una dura exhortación para nuestras


vidas: debemos recordar de dónde hemos caído, recordar que
fuimos siervos en Egipto, que Dios nos ha sustentado, que es Él el
que nos da el poder para producir abundancia, pero también nos dice
el Señor “Acuérdate, no olvides que has provocado la ira de tu
Dios en el desierto”

Somos pueblo de dura cerviz, nunca es por nuestra justicia ni


porque nos merezcamos algo de lo que Dios no ha dado. El pueblo
de Israel hasta ese momento había provocado la ira a Dios en
muchas ocasiones, siendo rebelde por el largo tiempo de cuarenta
años, lo que demuestra que a pesar de la dureza y de la
provocación de su pueblo, Dios siempre ha estado allí, ese es el
amor de Dios.

Fácilmente podemos caer en esta condición y debemos tenerlo


presente siempre, para no llegar a hacernos la pregunta: ¿por qué
me pasa esto? No podemos olvidar que también hemos provocado
la ira del Señor, y lo hacemos cuando nos apartamos y dejamos
nuestro primer amor.
2.1.8 Acordarnos de Jesucristo, del linaje de David

“Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi


evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la
palabra de Dios no está presa”.
(2 Timoteo 2:8-9)

El segundo libro de Timoteo nos habla de ser soldados de


Jesucristo y nos da instrucciones precisas para ello, mencionando
que debemos acordarnos de Jesucristo como el que venció la
muerte, sufriendo y superando todo tipo de penalidades.
Acordarnos de Jesucristo es acordarnos que Él resucitó de los
muertos, triunfante.

Los versículos 3 y 4 de 2 Timoteo 2 nos dicen: “Tú, pues,


sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que
milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a
aquel que le tomó por soldado”. Como hijos y siervos de Dios
podemos sufrir por dos tipos de penalidades: el primero es
causado por las malas decisiones que podemos tomar, aun
aquellas que tomamos como consecuencia de haber dejado el
primer amor, por haber sacado a Dios de nuestras vidas; y el
segundo tipo, se refiere a las penalidades que se viven por el
evangelio, por servirle al Señor en su obra, como buen soldado de
Jesucristo.

Cuando estemos pasando por momentos de adversidad, de


dificultad, sufriendo penalidades, ¿qué tenemos que hacer?
Acordarnos de Jesucristo. Si no lo hacemos nos quedamos
sumergidos en los problemas, prisioneros en las limitaciones.
Cuando recordamos a Jesucristo y lo buscamos, Él siempre nos
dará la salida aunque nos sintamos aprisionados, porque Él venció,
porque Él resucitó.

Cuando entendemos que el Señor venció, cualquiera que sea


la adversidad que vivamos, estaremos siempre seguros confiando en
Dios y su Palabra, y de esa manera estamos llamados a
esforzarnos por la gracia de Dios. Como lo dice 2 Timoteo 2:1: “Tú,
pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús”.
Enfrentando cualquier penalidad, esforzándonos en la gracia que es
en Cristo Jesús, así tenemos por delante el desafío de vivir en esta
década de la obediencia y el esfuerzo (2020-2030).
2.1.9 Recordar lo que hemos recibido y oído

“Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas,
vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”.
(Apocalipsis 3:3)

Para ir concluyendo este primer punto de “recordar”, dentro de los tres


puntos que la Palabra de Dios nos muestra para volver al primer amor,
es bueno resaltar lo que nos dice Apocalipsis 3:3: “Acuérdate de lo
que has recibido”. También nos hemos de acordar de todo aquello que
hemos recibido, lo tangible e intangible. Recordemos siempre lo que
hemos oído de la boca de Dios, de su Palabra, para guardarla y
arrepentirnos.

Sin embargo, no podemos quedarnos solo con el recordar. Ahora


el mensaje para la iglesia de Sardis es aquel que ya había sido
compartido a Éfeso: “arrepiéntete”. Este es nuestro segundo paso
para volver al primer amor.
2.2 Arrepentimiento

“Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.
(Apocalipsis 3:19)

Arrepiéntete es el segundo término que vemos en Apocalipsis 2:5, el


cual nos conduce a volvernos al primer amor. Es el mensaje para la
iglesia de Éfeso, es el mensaje para la iglesia de Laodicea y también
para nosotros: arrepiéntete. Recordemos que estás dos iglesias
estaban en grave peligro. Pero también en Apocalipsis 2:16 se nos
dice: “Por tanto, arrepiéntete; pues si no; vendré a ti pronto, y
pelearé contra ellos con la espada de mi boca”, haciendo
referencia al mensaje para la iglesia en Pérgamo. Son siete iglesias
a las cuales Dios les envía un mensaje a través de Juan. Y este
mensaje tiene que ver con el arrepentimiento, independiente de
cual sea el caso de cada iglesia.
2.2.1 Tiempo para arrepentirse

“Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación”.


(Apocalipsis 2:21)

Dios es tan misericordioso que nos da tiempo para el


arrepentimiento- to; es sumamente paciente, por eso Él prolonga su
misericordia. El mensaje para Tiatira y para los efesios sigue siendo
sobre el arrepentimiento. Si vamos dejando nuestro primer amor,
Dios siempre nos da tiempo para que nos arrepintamos, y nos dice:
“recuerda, arrepiéntete, haz las primeras obras”.

El mundo no quiere arrepentirse, el mundo quiere seguir haciendo


las obras, pero sin arrepentimiento. Dios ha dado tiempo, pero las
personas no quieren arrepentirse de los males que han hecho. Y
ese es el problema que tienen tantos hijos de Dios, que no quieren
arrepentirse. Entonces vienen argumentos desde su corazón para
no hacerlo, tales como: “cómo arrepentirme si llevo tantos años en
las cosas de Dios, si soy un líder y tantos han conocido de Dios y de
su Palabra a través de mi vida, si le he servido a Dios desde cuando
era muy joven”. No recuerdan de dónde Dios los ha sacado, no
recuerdan que eran el más pequeño de todos. Muchos dicen: “no
quiero acordarme de mi pasado”. Las cosas viejas han pasado, he
aquí todas son hechas nuevas, pero nunca nos debemos olvidar de
dónde Dios nos sacó ni de la misericordia de Dios.
2.2.2 Autoidolatría

La autoidolatría es hacer lo que yo quiero hacer y no hacer lo que


Cristo quiere hacer a través de mi vida; y no solamente eso, sino
ser lo que yo quiero ser y no ser como Cristo. Es un culto al “yo”, a
mis pareceres y a mis deseos, donde el ídolo más grande que tengo
ter- mino siendo yo mismo. Autoidolatría es no arrepentirnos,
porque el arrepentimiento no hace parte de la idolatría o de los
autoidólatras. Contrario a esto, la Palabra de Dios nos enseña que el
arrepentimiento es tomar nuestra cruz y seguirlo. El mismo Señor
Jesucristo nos enseñó el significado de tomar la cruz, y es
precisamente negarnos a nosotros mismos, ese es el
arrepentimiento que nos permitirá de una manera genuina seguir a
Jesús.

A nuestro Señor Jesucristo no le importa nuestra condición o


circunstancia, lo que tenemos que hacer es tomar nuestra cruz y
seguirle. Muchos piensan que es un sufrimiento seguir a Cristo,
pero no es cierto, lo único que tenemos que hacer es negarnos a
nosotros mismos. Es posible que por seguir a Cristo seamos objeto
de aflicción y de padecimientos, pero el seguir a Cristo como tal
nunca es un sufrimiento; si llegamos a padecer por Causa de Cristo
seremos bienaventurados. Lo que tenemos que hacer es negarnos
a nosotros mismos a la autosatisfacción para satisfacer a Cristo;
dejar de ser lo que yo quiero ser, para ser más bien como Cristo. Y
nos podemos hacer la pregunta, ¿quién es el Señor de mi vida?
Porque, o Él es Señor, o yo lo soy.
2.2.3 Servir a dos señores

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará
al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
(Mateo 6:24)

La Palabra de Dios en Mateo 6:24 nos habla de dos señores,


refiriéndose a Dios y a las riquezas, y definiendo que donde está
nuestro tesoro, ahí está nuestro corazón. No podemos servirle a dos
señores: o le servimos a nuestro Señor Jesucristo, o nos servimos a
nosotros mismos. O yo le adoro a Él, o yo me autoidolatro para hacer
lo que yo quiero, de acuerdo a mi saber o entender. La Palabra de
Dios nos dice: “o aborrecerá a lo uno y amará al otro”, o “estimará al
uno y menospreciará al otro”.

Esto nada tiene que ver con la autoestima, pues no estamos


hablando de no tener autoestima, sino de saber quién es el Señor
de mi vida. Por eso dice, “no podéis servir a Dios y a las riquezas”,
pues entonces, ¿dónde estaría mi corazón? Cuidado, no podemos
servir a dos señores: o vivimos de acuerdo a nuestros impulsos y
anhelos, o vivimos de acuerdo al Señor.
2.2.4 El verdadero arrepentimiento

“Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”.
(Lucas 5:31-32)

Esta es la respuesta que Jesús da a los escribas y fariseos que


estaban murmurando: el Señor no vino a llamar a justos, sino a
pecadores al arrepentimiento. Cuando recibimos a Cristo le
reconocemos a Él como nuestro Señor, nos reconocemos como
pecadores para aceptarle como nuestro salvador. Este
arrepentimiento es el que nos lleva al perdón de pecados y por
cierto, nos lleva a la salvación. Pero una vez que conozco de Cristo,
he de conservar mi primer amor. Cuando empiezo a dejar mi primer
amor, tengo que reconocer mi estado y arrepentirme. Es de este
arrepentimiento que estamos hablando, no del arrepentimiento que
fue para salvación, el cual se efectuó cuando recibimos a Cristo.

Lo primero que tenemos que hacer es reconocer que hemos


pecado contra Dios, que somos pecadores. Lastimosamente,
mientras más años pasan en la vida de un hijo y siervo de Dios, más
le puede costar reconocer y arrepentirse, porque le pesa más su
cargo y posición de líder o sus años de experiencia, y muchas
veces nada pasa, no hay arrepentimiento. Preferimos más bien
seguir trabajando, seguir haciendo obras para que se evidencie
que sentimos demasiado lo que hemos hecho, queriendo
enmendar los actos pero sin ningún arrepentimiento. Sin embargo,
es necesario, indispensable y mandatorio vivir el verdadero
arrepentimiento, el que incluye recordar de donde hemos caído y
después hacer las primeras obras.

No nos podemos creer justos por nosotros mismos, porque el


Justo es Él, quien no vino a llamar a justos; Él no es Dios de justos,
porque no hay ningún hombre que sea justo. Por eso Él no vino a
llamar a aquellos que se creen justos. Después de que conocimos
del Señor, nosotros mediante Cristo fuimos justos por Él. Es bueno
precisar que, a partir de ese momento, no es que iniciemos una
carrera para hacernos justos como Cristo. La manera como
tenemos que vivir es de la misma manera como le recibimos, “por
gracia”.

Tenemos que andar en Él, entendiendo que no vino a llamar a


justos, sino a justificarnos. Es el Señor Jesús quien nos justifica
para vida eterna, no nuestra propia justicia. Él es justo a pesar de
nuestras injusticias, aún en nuestro caminar diario Él es el justo. En
eso consiste la vida del Espíritu, en eso consiste la madurez
cristiana, en ir creciendo de conformidad a la estatura de Cristo.
Pero debemos andar de la misma manera como lo recibimos, por
gracia, y cada día saber que la vida eterna es un regalo de Dios
para nosotros. “Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los
pecadores al arrepentimiento”. Entonces, arrepiéntete.
2.2.5 Llamar a pecadores al arrepentimiento

“Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con
los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de
médico, sino los enfermos”.
(Mateo 9:11-12)

Recordemos quiénes eran los fariseos. Eran los que habían dejado su
primer amor desde hace rato, incluso hace generaciones. Y en su
crítica, su murmuración y sus querellas, cuestionaban por qué Jesús
está con los publicanos, con aquellos hombres públicos, bandidos y
pecadores. ¿Por qué su maestro come con ellos? Le preguntaban a
sus discípulos.

Jesús responde claramente a quienes ha llamado al


arrepentimiento y aquellos que lo necesitamos: los enfermos, los
que necesitamos sanidad, porque los sanos no tienen necesidad. Él
es nuestro médico, el Señor es nuestro sanador, el único sanador, el
sanador que vino a sanar a aquellos que se arrepienten.
2.2.6 Misericordia y no sacrificio, lo que Él quiere

“Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio”.


(Mateo 9:13a)

Cuando alguien experimenta el primer amor y vive de acuerdo al


primer amor, y su respuesta a Dios es el primer amor, es una
persona misericordiosa; por lo tanto, como dice Judas, nosotros
hemos de conservar el primer amor, hemos de conservar la
misericordia y hemos de ser perseverantes en ella.

La misericordia identifica que alguien está conservando el primer


amor, no lo ha dejado, no lo ha abandonado, no lo ha sacado de su
vida. Es una evidencia porque está haciendo lo que Dios quiere:
“misericordia quiero y no sacrificio”, dice el Señor.

Como el caso de los efesios, muchas personas hacen obras y


trabajan arduamente, y como lo menciona la Palabra de Dios: “yo
conozco tus obras, tu arduo trabajo, trabajas incesantemente, no
has desmayado”. Pero el Señor en su Palabra nos reitera que lo
que quiere es misericordia. Dios no acepta nuestro arduo trabajo
para Él, porque lo que al Señor le agrada y lo que Él quiere es
misericordia y no sacrificios.

Por demás está si nos acostamos tarde en la noche y nos


levantamos muy temprano en la mañana, haciendo muchos
esfuerzos hasta el cansancio, haciendo muchas obras, como era el
caso de los efesios, pues realmente lo que Dios quiere es
misericordia. La misericordia es una evidencia de no dejar el primer
amor, de experimentar el primer amor, a pesar de que hayan pasado
años y décadas de haber conocido al Señor.

La Palabra del Señor nos enseña respecto al sacrificio que Dios


quiere que le demos. Dios quiere nuestro cuerpo como sacrificio
santo, agradable a Él. También nuestro sacrificio es la alabanza, y
actuar de acuerdo a su palabra, es decir, la obediencia. Estos
sacrificios se aprenden, por eso Mateo 9:13 nos dice, “aprended lo
que significa”.

El que no se arrepiente no es misericordioso. Cada persona que


se rehúsa a arrepentirse, continúa seguramente haciendo obras.
Pablo nos dice que no es por obras, para que nadie se gloríe, sino
por la gracia del Señor, por medio de la fe, que yo soy salvo. Pero el
error que podemos cometer después de que recibimos a Cristo es
creer que la comunión con Dios se refleja por medio de mis obras,
mientras que lo que realmente refleja mi primer amor es la
misericordia. Por eso Pablo advierte, “comienzan por la gracia y
terminan caminando dentro de la ley, como fariseos”. El que no se
arrepiente no es misericordioso.
2.2.7 Benignidad, paciencia y longanimidad

“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que


su benignidad te guía al arrepentimiento?“.
(Romanos 2:4)

Muchos menosprecian las riquezas de Dios, y la Palabra de Dios


nos habla acerca de sus riquezas en Romanos 2:4: las riquezas de
su benignidad, de su paciencia y su longanimidad; en otras
palabras, de su generosidad. Dios es generoso, y qué difícil es
encontrar a alguien que es el dueño de algo, humanamente
hablando, porque Dios es el dueño y creador de todo. Ninguno
como Él en longanimidad, en generosidad, en paciencia y en
benignidad, valores que muestran las riquezas de Dios, a diferencia
de las riquezas de los hombres. Aquel que tiene riquezas aquí en la
tierra, difícilmente es benigno, paciente y generoso, pero así es
Dios. La Palabra de Dios nos dice: “ustedes menosprecian las
riquezas de Dios”. Pero también nos dice que su benignidad es
aquella que nos guía al arrepentimiento.

Podemos seguir en nuestra ruta para recuperar el primer amor,


teniendo memoria y arrepintiéndonos. Pero, ¿cómo nos podemos
arrepentir? La Palabra de Dios nos brinda la mejor guía para el
arrepentimiento, es “su benignidad la que nos guía al arrepentimiento”.
Si nos dejamos guiar por la benignidad del Señor, comprobaremos
siempre que nuestro Padre tiene todo lo bueno para nosotros, así
que hoy es el día para arrepentirnos y volvernos al Señor.
2.2.8 La dureza y el corazón no arrepentido

“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de
la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”.
(Romanos 2:5)

¿Por qué se endurece el corazón? Porque no hay arrepentimiento,


nos podemos llenar de soberbia, obstinarnos y embriagarnos de
terquedad, características de la dureza del corazón. Lo vemos en
Romanos 2:5, el corazón endurecido es aquél corazón que no se
arrepiente. El arrepentimiento es necesario porque hemos dejado,
hemos abandonado nuestro primer amor, y esto es de lo primero
que nos tenemos que arrepentir porque es la señal de alarma, y es
fundamental detectarla porque estamos en peligro.

Después del arrepentimiento vienen a ser importantes las


obras que hagamos. Romanos 2:10-11 nos dice: “Pero gloria y
honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío
primeramente y también al griego; porque no hay acepción de
personas para con Dios”. No hay acepción de personas para
con Dios, y esto se puede entender en un doble sentido: primero,
que Dios no hace acepción de personas, no hay discriminación
alguna, que este mensaje es para todos. Pero lo segundo que
podemos entender es que no hay acepción en el sentido de que no
hay uno solo que en su corazón no necesite arrepentimiento:
“recuerda por tanto de dónde has caído y arrepiéntete”.

Cuidado con la dureza de tu corazón, ese corazón duro es un


corazón no arrepentido. Cuando un siervo va endureciendo su
corazón es porque tiene un corazón que no necesita
arrepentimiento, y la dureza de corazón solo puede ser
transformada cambiando por medio del arrepentimiento. Nuestro
corazón se fosiliza, se vuelve duro como piedra. Desde el punto de
vista espiritual ocurre un desastre espiritual en nuestra vida, y ese
desastre es que hemos dejado nuestro primer amor.
Si hay una raíz de amargura en nuestro corazón y no nos
arrepentimos, sino que alimentamos nuestra amargura, entonces
no es suficiente con cambiar nuestras obras, lo que tenemos que
cambiar es ese corazón duro, de piedra, por uno de carne, y hacer
obras dignas de arrepentimiento, que vengan como consecuencia
del arrepentimiento. Cuando no es así, las obras serán
consecuencia del remordimiento, y no es lo mismo remordimiento
que arrepentimiento. El remordimiento nos lleva hacer obras en las
que se busca lavar la conciencia, se busca quedar bien, dejar de
sentirnos mal, tratar de engañar a Dios, echándole quizás la culpa,
entrando en un juego engañoso de culpas.
2.2.9 Obras dignas de arrepentimiento

“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente
a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se
arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”. (Hechos
26:19-20)

Para avanzar en nuestro camino de volver al primer amor no


solamente es necesario hacer obras, sino que estas obras deben
ser dignas de arrepentimiento. Juan el bautista, en Mateo 3:8,
hablaba sobre el hacer frutos dignos de arrepentimiento. Hoy
podemos preguntarnos si nuestras obras han sido dignas de
arrepentimiento, es decir, que en ellas se refleja inequívocamente
nuestro arrepentimiento. ¿Cómo estamos llevando a cabo nuestras
obras?, ¿a cuenta de qué son nuestras obras? Esas obras deben
ser consecuencia de nuestro arrepentimiento.

Las obras que no se deriven del arrepentimiento, no son de Dios,


tarde o temprano se desvanecen; y aquel que las hace, a través de
un proceso de enfriamiento, va a dejar su primer amor. El apóstol
Santiago nos habla sobre la confianza en Dios y su Palabra, y que
esta se demuestra por nuestras obras, al decir “muéstrame tu fe por
tus obras”. Confiamos en aquel que amamos, aquel en el que
perseveramos en el amor, sin altibajos, pues sin amor no hay
confianza.
2.2.10 Perdón y arrepentimiento

“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así
está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer
día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén”.
(Lucas 24:45-47)

En Lucas 24 encontramos una de las primeras apariciones de Jesús


después de la resurrección, explicando a un grupo de discípulos la
importancia de que se predicase en su nombre el arrepentimiento y
el perdón de pecados. Aprendemos de nuestro Señor que para que
haya perdón debe haber arrepentimiento.

La única manera de manifestar el perdón es a través de los


hechos. Muchas veces se pretende que las cosas sigan como si
nada hubiera pasado, porque podemos defender la falsa
concepción de que no tenemos nada de qué arrepentirnos;
queremos que todo siga bien, pero sin arrepentirnos, sin perdón.
Realmente la manera genuina de manifestar el perdón es a través
de nuestros hechos y no de nuestras palabras.

Podemos poner un ejemplo para aprender acerca de la


necesidad del verdadero arrepentimiento: cuando hablamos acerca
del prójimo y somos conscientes de que se ha actuado contra el
prójimo, murmurando, acusando, hablando a las espaldas,
escarneciendo en los corrillos, pero no existe iniciativa para pedir
perdón de parte de nosotros, podemos optar por distintas
reacciones. Una de ellas es decidir apartarnos de la persona,
porque nos da vergüenza y no pedimos perdón. También podemos
actuar como si nada hubiera pasado, o tratar de congraciarnos con
esta persona, para que vea que cambiamos con ella y que estamos
arrepentidos, pero en realidad nunca hablamos del tema.

No nos podemos saltar puntos tan importantes en el proceso del


perdón, pues las obras son las que reflejan nuestro arrepentimiento.
La manera correcta es buscar a la persona, recordando nosotros de
dónde hemos caído, y empezar reconociendo y pidiendo perdón,
tomando la iniciativa para ello. Después de esto se empiezan a
hacer las obras dignas de arrepentimiento. Si hay que llevar a cabo
algún tipo de acción, si se ha hecho daño, es necesario repararlo y
si es preciso, debemos hacerlo en público. Muchas personas
ofenden en público, pero luego en privado piden perdón, sin que
nadie lo sepa. Reciben el perdón sin que nadie más pueda darse
cuenta, sin que se divulgue, porque no quieren reconocer
públicamente que han fallado. El arrepentimiento es algo que
cuesta, porque tenemos que negarnos a nosotros mismos.

Si recordamos cómo cuando vivíamos en el primer amor era más


sencillo pedir perdón a otros, porque el ego y el orgullo no importaban,
pues nos apropiábamos de la promesa de ser nuevas creaturas,
vemos que ahora ha pasado el tiempo y ya no es tan fácil que un
hijo y siervo de Dios se arrepienta y pida perdón, pues a veces ser
de los más antiguos, estar en algún lugar de privilegio y liderazgo,
hace que cueste más hacerlo. Entonces el Señor nos dice: “porque
tengo contra ti que has dejado tu primer amor”, y para eso vino Él,
para predicar en su nombre el arrepentimiento. De esta manera, en
el nombre de Cristo debemos manifestar nuestro arrepentimiento y
pedir perdón.
2.2.11 Tristeza para arrepentimiento

“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para
arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida
padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento
para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”.
(2 Corintios 7:9-10)

La tristeza que acompaña el arrepentimiento, es una tristeza que


no es eterna, que no dura, pero que es necesaria en el momento,
pues muestra que el arrepentimiento es de corazón, y entonces
somos contristados, nuestro corazón es contristado y tal como lo
comparte Pablo, eso ha de ser causa de gozo, no porque hayamos
sido entristecidos, sino porque lo somos para arrepentimiento. Este
tipo de tristeza es bienvenida en la vida de un hijo y un siervo de
Dios, porque es cuando Dios cambia “nuestro lamento en baile” y
podemos experimentar libertad, al quitarnos un peso de encima. El
fruto de ello va a ser alegría, porque sabemos que al final todo es
para bien.

Cuando somos contristados según Dios viene la tristeza como


consecuencia, aquella que es para arrepentimiento. Si no nos
arrepentimos, no hay tristeza. Podemos decir entonces, “me
entristece haber fallado, haber insultado o hablado mal de esta
persona”, pero si nunca buscamos a la persona para empezar a vivir
el proceso del perdón, entonces esa tristeza es mentira. La tristeza,
según Dios, produce arrepentimiento para salvación, pero la
tristeza del mundo produce muerte. Seguramente nos ha pasado
que hemos fallado, le hemos fallado a Dios, le hemos fallado a
alguien y experimentamos tristeza, que nos lleva al arrepentimiento
genuino.
2.2.12 Recaer

“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y
fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios
y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento,
crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.
(Hebreos 6:4-6)

La Palabra de Dios nos dice que es imposible una renovación para


arrepentimiento, cuando ya hemos sido partícipes del don celestial,
del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios. Pero la palabra clave que
nos ayuda a entender este pasaje es “recaer”, porque no nos está
diciendo de aquellos que cayeron, sino que habla específicamente
de los que recayeron; hay personas que caen y recaen una y otra
vez. La recaída ocurre cuando caemos y nuestro siguiente estado
no es ponernos bien, sino caer más abajo. Es distinto cuando el
comportamiento pasa de ser crítico a ser ascendente: caemos, nos
mantenemos y luego nos levantamos a un lugar más alto, a un lugar
mucho mejor. Recaer es distinto, es caer de donde yo ya estoy
caído.

La Biblia afirma que es imposible una renovación para


arrepentimiento, porque hay casos en los que en realidad no hay un
arrepentimiento; todo lo contrario, muchos son felices cayendo y
recayendo, una y otra vez. Para evitar esto, primero debemos
reconocer de dónde hemos caído, luego arrepentirnos y tomar la
decisión de recibir a Cristo, ese es el paso cuando el
arrepentimiento es para salvación. Cuando ya hemos recibido a
Cristo y caemos, debemos reconocer de dónde hemos caído,
arrepentirnos, seguir creciendo en nuestra vida de fe, decidir
agradar al Señor, quien nos permite apartarnos del mal y no recaer
en lo mismo.
2.2.13 Las señales y el arrepentimiento

“Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus
milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: Ay de ti, Corazín! Ay de ti, Betsaida!
Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en
vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza”.
(Mateo 11:20-21)

Mateo 11:20-21 era un mensaje directo y claro de parte del Señor


para Corazín y para Betsaida, pues en estas ciudades se hicieron
muchos milagros y el problema es que, a pesar de ello, sus
habitantes no se arrepintieron. Muchas personas suelen creer que
las señales son necesarias para que haya arrepentimiento en la
gente, pero no es así. Las señales manifiestan el poder de Dios, su
eterno amor, su misericordia, su gracia y sobre todo, su soberanía,
pero la decisión del arrepentimiento en el corazón de cada persona
no depende de las señales, esto lo corroboramos en todos aquellos
sobre quienes el Señor derramó milagros, pero no estaban cuando
Cristo estaba en la cruz.

Podemos ver milagros que nos dejan perplejos, ver montañas,


colinas y cordilleras enteras moverse de un lado para otro.
Podemos ver que se abren los cielos para decirnos “porque de tal
manera amó Dios al mundo, que envió a su Hijo Unigénito”, pero
eso no nos lleva al arrepentimiento; es la benignidad de Dios, su
bondad, la que nos lleva al arrepentimiento. Es necesario el
arrepentimiento, en eso consiste el volver a vivir el amor de Dios.

La vida de un hijo y siervo de Dios no puede convertirse como la


de Corazín y Betsaida, que tantas señales y milagros hicieron, pero
no se arrepintieron. En nosotros, cuando hemos recibido a Cristo en
nuestros corazones, se ha obrado el milagro más grande de la vida:
el nuevo nacimiento a través de Cristo.
2.2.14 Arrepentimiento para poder creer

“¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De
cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.
Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las
rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle”.
(Mateo 21:31-32)

El Señor Jesucristo dejó una gran enseñanza explicando cómo los


pecadores y rameras irán delante al reino de Dios, porque aquellos
hicieron la voluntad del Padre. Vino Juan y no le creyeron, pero los
publicanos y las rameras le creyeron, ¿cuál es la diferencia? Que
estos últimos se arrepintieron, pero quienes lo estaban escuchando
no lo hicieron, concluyó Jesús. Este relato lo podemos entender
poniendo el ejemplo de aquel padre que da una instrucción a su hijo
y el hijo le dice “no”, pero luego lo hace, mientras que otro hijo le dice
a su padre: “sí papá, lo voy a hacer”, pero realmente termina no
haciéndolo.

Hay un interrogante que surge respecto al momento de creer


antes de recibir a Cristo en el corazón. ¿Cómo es posible, si
tenemos el espíritu muerto, tomar una decisión de fe para recibir a
Cristo, para que el espíritu viva? Y si nuestro espíritu está muerto,
¿cómo nos comunicamos con Dios, si es por medio de nuestro
espíritu que tenemos comunión con Él? Aquí Dios nos da la
respuesta a una pregunta que es sencilla, pero compleja al mismo
tiempo, y lo dice claramente: “arrepiéntete para poder creerle”.
¿Cómo recibimos a Cristo, cómo le creemos a Él, cuando antes no le
creíamos? Lo hacemos por el arrepentimiento, pues a la decisión de
creer siempre le antecede el arrepentimiento, y este es el inicio de la
vida de fe (Juan 1:12).

La guía del arrepentimiento es la benignidad de Dios. Cuando a


nosotros se nos comparte la benignidad de Dios, entendemos que
Dios nos ama, que tiene un plan maravilloso para nosotros, así
nuestra vida sea terrible y difícil, así nuestros pecados nos separen
de Dios. Pero en medio de esto nos comparten que Jesucristo es el
camino y en ese instante, empezamos a hacer memoria de quiénes
somos ahora y qué ha pasado con nuestra vida, y nos comparten
de la benignidad de Dios que se expresa en Juan 3:16. Esa es la
benignidad de Dios, la manifestación de su amor para con nosotros,
sin importar el pasado ni nuestro estado actual, y ella nos guía para
el arrepentimiento y cuando nos arrepentimos, estamos preparados
para recibir a Cristo en el corazón y hacerlo por fe.

El orden correcto para hacer la oración de fe es que de una


manera consciente nos arrepintamos y le digamos al Señor: “te
recibo porque estoy arrepentido”. Arrepentirse para después creer.
El orden es importante, porque sin este orden ¿para qué la oración
de fe?
2.3 Hacer las primeras obras

La Palabra de Dios en el libro de Apocalipsis, capítulo 2, versículo 4,


nos dice: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. Y el
ver- sículo 5 nos brinda la ruta para volvernos al primer amor:
recuerda de dónde has caído, arrepiéntete, haz las primeras obras.

El vínculo de recordar que nos lleva al arrepentimiento es


entender de dónde hemos caído y el vínculo que hay entre
arrepentirnos y hacer las primeras obras es creer. Me arrepiento y
luego le creo, y por supuesto, mis obras deben ser reflejo de mi
creencia, es decir, de mi fe, con ello tenemos la ruta exacta para
volver a nuestro primer amor.

Santiago, el discípulo del Señor Jesucristo, en el capítulo 2 de


su libro en el Nuevo Testamento, nos enseña qué tiene que ver el
creer con las obras. El versículo 18 nos dice: “Pero alguno dirá: Tú
tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te
mostraré mi fe por mis obras”. Así aprendemos que mostramos
nuestra fe por nuestras obras; si creemos, lo mostramos a través
de las obras.

Con el apóstol Pablo encontramos algo maravilloso, cuando le


responde a Agripa en medio del juicio, en presencia también de
Festo, diciéndole: “yo he llevado este evangelio del arrepentimiento,
de hacer obras dignas de arrepentimiento”. Entonces definimos que
nuestras obras reflejan el arrepentimiento y así mismo la fe. El
arrepentimiento para recibir a Cristo es un paso de fe, que luego se
manifiesta por medio de las obras, las primeras obras, el primer amor.
Para volver al primer amor, hay que volver a las primeras obras.
2.3.1 Bautismo de arrepentimiento y bautismo del Espíritu

“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.
(Mateo 3:1-2)

El mensaje de Juan fue el del arrepentimiento, así como fue el


mensaje de su bautismo. Recordemos que el bautismo de Nuestro
Señor Jesucristo, desde un ángulo doctrinal, era el bautismo del
Espíritu, pero muchas veces no se distinguen el uno del otro, y
cuando se hace la diferencia, puede surgir la duda sobre si el
arrepentimiento no es del Espíritu. No podemos pasar por alto esto,
pero lo entendemos a la luz de lo que nos dice Apocalipsis:
“recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras
obras”. Recordemos que el Señor nos dice que es necesario
arrepentirse para después creerle, por eso el bautismo de Juan era
el bautismo de arrepentimiento.

Por eso Juan vino para allanar y preparar el camino, por medio
de la palabra del arrepentimiento, el bautismo del arrepentimiento.
Pero el bautismo de Jesús es el bautismo concerniente al Espíritu,
entonces cuando yo me bautizo es porque tomé la decisión de dar
fe pública de con quién es que yo me he identificado, porque me he
arrepentido y después he creído. Me arrepiento y tomo una decisión
de fe, mediante la cual creo en su palabra: “arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado”. Es Cristo el que se ha
acercado, haciéndose hombre.
2.3.2 Frutos dignos de arrepentimiento

“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros


mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a
Abraham aun de estas piedras”.
(Lucas 3:8)

Recordemos que Apocalipsis nos habla de hacer las primeras


obras, y esas primeras obras son fruto del arrepentimiento, y hacen
referencia a ese momento en que nosotros nos arrepentimos. No
podemos olvidar que la benignidad de Dios, de acuerdo con Judas,
es aquella que me guía al arrepentimiento, y es la que encontramos
claramente en su Palabra: “Porque de tal manera amó Dios al
mundo…”. La benignidad de Jesús en la cruz, cuando murió por
nosotros; su sufrimiento, sus palabras agonizantes, su oración al
Padre por nuestra vida para que nos perdonara porque no
sabíamos lo que hacíamos: eso es benignidad de Dios. Y es
precisamente la que nos debe llevar al arrepentimiento, porque
¿cómo es posible que alguien haya ido a la cruz por mí y yo no me
arrepienta? ¿Cómo es posible que yo permanezca sin inmutarme
ante semejante muestra de benignidad?

Lastimosamente, la indiferencia ante la benignidad de Dios es la


de- cisión que ha tomado la inmensa mayoría, pero nosotros no.
Nosotros nos arrepentimos porque la benignidad es el camino que
nos lleva al arrepentimiento.

Juan el bautista nos habla de frutos dignos de arrepentimiento,


esto significa que nos hemos arrepentido de corazón antes de hacer
la oración de fe; hubo arrepentimiento guiado por la benignidad.
Entonces el evangelio son las buenas nuevas de Jesús. Miremos
que el evangelio ha de presentarse benignamente, por eso no
creemos en el evangelio de la condenación que trae consigo la
amenaza. Nosotros creemos en la benignidad que nos lleva al
arrepentimiento, eso es lo que hemos aprendido en esta familia. Lo
aprendimos de nuestro padre en la fe; tomamos una decisión de fe
y de creer, y de inmediato experimentamos el primer amor, el cuál
debemos conservar, como dice Judas.

Nosotros, desde luego, manifestamos obras, como dice


Santiago, que expresan nuestra fe; son esas primeras obras fruto de
experimentar el primer amor, las cuales reflejan el arrepentimiento.
Pero hoy también debemos experimentar el primer amor, hacer
siempre frutos dignos de arrepentimiento.
2.3.3 Dejar el primer amor no es perder la salvación

Lucas 3:8 nos permite reflexionar sobre lo que muchos dicen: “es
que Dios me ama independientemente de lo que yo haga”. El
versículo termina diciendo: “…y no comencéis decir dentro de
vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os
digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas
piedras” Tenemos a Abraham por padre, esto significa que
recibimos al Señor, Él es nuestro Papá y nosotros tenemos la
salvación, independientemente de lo que hagamos o dejemos de
hacer. Nadie nos va a quitar la paternidad de Dios, pero esto es lo
mismo que decían en su momento los escribas y fariseos de la
época. Juan está advirtiéndoles antes de que ellos intentaran
justificarse con ese discurso, como tantos hoy lo hacen de una
manera mediocre; son hijos de Dios que, aunque tengan muchos
años caminando con Él, expresan exactamente lo mismo.

Cuando el Señor nos dice: “tengo contra ti que has dejado tu


primer amor”, no nos está hablando de perder la salvación, lo que
nos está diciendo es que nuestro Papá tiene esto contra nosotros.
Tenemos la salvación, por supuesto, pero Dios tiene una queja, y a
nosotros nos corresponde decidir si vamos a seguir ofendiendo a
nuestro Padre.

A veces nos convencemos a nosotros mismos de que por


tener la salvación y a Dios como Padre, todo va a estar bien.
Nos lo repetimos tanto, que nos lo creemos, así como en el
mundo nos intentan animar con estrategias de ,
pidiéndonos que nos repitamos que somos hermosos, exitosos,
capaces de todo. Juan se anticipó a estas mediocres estrategias, y
dejó claro que lo único real es el arrepentimiento, y llevar las obras
que son el fruto que este trae consigo. Entonces, en vez de
mirarnos en un espejo para darnos ánimo, debemos mirarnos
para recordar de dónde hemos caído, de dónde nos tomó Dios.
Recordemos a Egipto, recordemos al faraón, arrepintámonos y
hagamos las primeras obras.

Á
2.3.4 Árbol que no da buen fruto, se corta

“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da
buen fruto se corta y se echa en el fuego”.
(Mateo 3:10)

Nuestro discurso no puede ser que Dios nos ama,


independientemente- te de lo que nosotros hagamos, para convertirlo
en un pretexto justificativo, porque realmente son nuestras obras las
que reflejan “en quién hemos creído”, lo cual a su vez es muestra de
nuestro arrepentimiento.

Al arrepentimiento le sigue el creer, y el creer va acompañado de


obras: “muéstrame tu fe por tus obras”. Al igual que lo expresa
Juan, el Señor a través de la parábola de la vid y los pámpanos,
nos deja claro el mismo concepto, cuando dice: “todo árbol que no
da buen fruto se corta”. Y esto sucede porque el pámpano no
permanece en la vid, entonces por eso se echa en el fuego, porque
deja su primer amor.
2.3.5 Mayores obras

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y
aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.
(Juan 14:12)

¿Cómo así que podemos hacer mayores obras? Este versículo


parece que pusiera en duda lo que hemos aprendido de hacer las
primeras obras. Podríamos pensar que nos pone en el dilema entre
hacer las primeras obras o hacer mayores obras, reflejando nuestra
fe en Dios y en su Palabra, pero realmente a esto no se refiere la
Palabra de Dios. Lo que nos indica es que nuestras obras siempre
deben ser frutos dignos de arrepentimiento, como cuando yo me
arrepentí por primera vez.

El Señor nos pide que hagamos las primeras obras, y esto refiere
a que nuestras obras hoy sean dignas de arrepentimiento; pero si
nuestras obras son escasas, quiere decir que nuestro
arrepentimiento fue muy escaso. Entonces, nuestras obras deben ir
en concordancia con nuestro arrepentimiento. La restitución, por
ejemplo, es un reflejo de nuestro arrepentimiento; restituir el buen
nombre si ofendimos públicamente es manifestar el arrepentimiento
a través del perdón, y debemos procurar que si la ofensa fue en
público, el perdón se pida de igual manera. Porque si ofendemos en
público, pero pedimos perdón en privado, parecería más bien una
estrategia para hacer un lavado de conciencia, donde el fin justifica
los medios.

La expresión “El que en mí cree”, en el versículo 12 de Juan 14,


nos lleva a recordar la importancia de arrepentirnos para creer, pero
también podríamos analizar razones por las cuales dejamos de
creer. Algunos pueden decir: “ya no creo porque a mí me han fallado
los unos, los otros; me han fallado los líderes, me han fallado mis
pastores”. Pero, ¿qué tiene que ver Dios con todo eso? Aun si eso
fuera cierto, entonces, ¿dónde está aquel niño Samuel? ¿Dónde
está aquel joven David? ¡Tanto que podemos decir! Cuando somos
presa de la angustia es porque se nos olvidó la Biblia, no
recordamos la Palabra de Dios, y eso es porque no estamos llenos
del Espíritu Santo que nos enseña todas las cosas.

Cada dificultad es formación para nosotros, como lo fue para


Samuel y para David. Dios los estaba formando, todo lo que
vivieron fue necesario para la grandeza que Dios tendría para David,
preparándolo para el Pacto Eterno, que se cumple por medio de
Cristo. Entonces, entendemos que a los que amamos a Dios todas
las cosas nos ayudan para bien, pero cuando llega la prueba, se
nos olvida que hay cosas a través de las cuales Dios nos forma,
porque Él nos tiene para cosas grandes. Nosotros queremos que
Dios nos tenga para cosas grandes pero sin formarnos, pero así no
es como funciona; esa no es la mente de Cristo.

Es importante que no olvidemos que entre arrepentirse y hacer


las primeras obras está el creer. Podemos decir, “arrepentirse para
creer”, porque Juan 14:12 comienza diciendo: “El que en mí cree”. Y
aquí entendemos que el que cree en Él es porque ya se ha
arrepentido, ha visto de dónde ha caído, entonces ahora sí podrá
hacer las mismas obras de Cristo, y aun mayores. El Hijo, nuestro
Señor Jesucristo, está en la diestra de Dios, allí habita, y está
intercediendo por nosotros, para que hagamos mayores obras. Él no
es envidioso, como a veces somos sus hijos. Él es nuestro hermano
mayor y está intercediendo para que hagamos mayores obras
dignas de arrepentimiento, pero para glorificarle a Él.
2.3.6 Guardar los mandamientos

“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino
del Padre que me envió”.
(Juan 14:24)

La Palabra de Dios en Juan 14:15 nos dice: “si me amáis, guardad


mis mandamientos”. Si amamos a Cristo no hacemos lo que se nos
da la gana; por el contrario, cumplimos con los mandamientos del
Señor, eso es el primer amor. La única manera de cumplir con esta
demanda del Señor es conservando nuestro primer amor, haciendo
las primeras obras, aquellas que reflejan nuestro arrepentimiento.
“El que no me ama, no guarda mis palabras”, nos dice Juan 14:24.
Esto quiere decir que el que va dejando su primer amor no guarda la
Palabras del Señor; y continúa el versículo diciendo “y la palabra que
habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. Entonces,
quien no guarda las palabras de Dios, no ama a Cristo y tampoco al
Padre.
2.3.7 El Espíritu Santo nos recordará

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará


todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
(Juan 14:26)

Juan 14:26 nos lleva de nuevo a mencionar nuestro primer punto


para volvernos al primer amor: “recuerda de dónde has caído”.
Recordar todas las palabras de nuestro Señor, es fundamental, pues
cuando ya no las recordamos no las podremos tener presentes en
los momentos más críticos para tomar decisiones. Cuando a los hijos
de Dios les pasa esto, comienzan a señalar como unos demonios
irreconocibles. Se les olvida la Biblia que aprendieron y enseñaron
durante muchos años.

El Espíritu Santo es el que nos recuerda la Palabra de Dios.


Cuando se nos olvida, el problema es nuestro, porque no tenemos
una vida en el Espíritu, que nos permita permanecer llenos del
Espíritu Santo. Cuando se nos olvida la Biblia en los momentos
críticos es porque hace rato dejamos de estar llenos de Él y de su
plenitud. Nosotros no sabemos cuándo va a venir la prueba, cuándo
tendremos que tomar una decisión que puede causar confusión en
nuestra vida. Pero Dios no es Dios de confusión, entonces cuando
tenemos la Palabra clara en nuestra vida, cuando conservamos
nuestro primer amor, no se nos olvida la Biblia, y no vamos a entrar
en crisis ni a entrar en angustia, sino que vamos a estar seguros.

Lo primero que se menciona respecto al fruto del Espíritu Santo


precisamente es el amor. Así, en nuestra vida el Espíritu Santo es
nuestro ayudador, consolador, y es quien mantiene vivo el primer
amor. Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, el primer amor es
conservado en nuestra vida, ese fuego permanece dentro de
nosotros, porque para esto el Señor nos dio el Consolador, el
Espíritu Santo que nos enseña todas las cosas, y nos las recuerda
permanentemente para que no se nos olviden.
Entonces, cuando hay momentos de crisis el Espíritu Santo nos
recuerda su Palabra, pero si no estamos llenos de Él no vamos a
recordar nada, y podremos entrar en crisis, llegando a actuar como
bestias oprimidas. Somos vencidos y no es por los argumentos, ni
por las razones, no es por los que nos engañan, es porque hemos
dejado el primer amor, y porque no hemos sido perseverantes en
el caminar del Espíritu Santo ni nos dejamos enseñar por Él, que
siempre nos recuerda y nos enseña la buena Palabra del Señor.

En el mismo capítulo 14 de Juan, nos dice la Palabra de Dios que


nos enviaría al Espíritu Santo. Para eso vino el Espíritu Santo de
Dios, para glorificar al Hijo, y para que nosotros hagamos mayores
obras, en el entendido, por supuesto y como el mismo Señor Jesús
lo expresa, de que nosotros no somos los que hacemos estas obras,
sino el Padre que está en cada uno de nosotros, por medio de su
Santo Espíritu. Nosotros somos su instrumento.
Todos los hijos de Dios debemos estar conscientes del peligro y
la amenaza latente de dejar nuestro primer amor por el Señor.
Recordemos que hace mucho tiempo, la iglesia en Éfeso, a la cual
se está refiriendo Juan al relatar aquella visión en Apocalipsis 2,
estaba muy ocupada, haciendo muchas cosas para Dios. Se
caracterizaba por su arduo trabajo, su alto nivel de compromiso,
y Jesús así lo resalta cuando dice “yo conozco tus obras”. Y
efectivamente Él las conoce mejor que cualquiera, pero también
dice en el versículo 4: “tengo contra ti que has dejado tu primer
amor”. El Señor entonces les amonesta en el versículo 5, diciendo:
“Recuerda, por tanto, de donde has caído, y arrepiéntete, y haz las
primeras obras; pues si no; vendré a ti, y quitaré tu candelero de su lugar,
si no te hubieres arrepentido”.

Hay varias cosas que pueden indicar que nos estamos alejando,
o que estamos dejando nuestro primer amor, las cuales son
situaciones que se van presentando en nuestras vidas. Si hacemos
una comparación con nuestro cuerpo, es semejante a cuando una
persona tiene que estar alerta frente a cualquier situación que
puede ocurrir en su organismo, y el médico le advierte sobre
algunos síntomas específicos. Algo muy común en muchas
enfermedades o patologías, es que no se detectan a tiempo, y se
dejan avanzar, convirtiéndose en algo crónico y progresivo que está
haciendo daño, hasta que se presenta como algo muy difícil de
tratar. Por ejemplo, una falla cardiaca que no se trata con el debido
cuidado, podría pasar desapercibida por la lentitud con la que
avanza. Solamente se siente algún tipo de cansancio o mareo
cuando nos levantamos, pero en el fondo es un problema de salud
que puede causar la muerte.

Otro ejemplo es el cáncer, cuyo más grande problema es la no


detección temprana tanto en hombres como en mujeres, y por
supuesto, no hacerse las revisiones de manera periódica. Incluso
cuando se lleva a cabo este último procedimiento, se presentan
muchos casos delicados; imaginémonos cuanto más si no se toman
medidas. Así mismo, hay muchos síntomas que indican que
podemos estar dejando nuestro primer amor, y en la medida en
que veamos que se presentan, es necesario que en la intimidad
dejemos que Dios examine y redarguya nuestro corazón.

Todo cristiano debe estar consciente del peligro de dejar su primer


amor por el Señor, para que Él no tenga que decirnos: “tengo contra
ti que has dejado tu primer amor”. Hace mucho tiempo, la iglesia
en Éfeso estaba muy ocupada haciendo obras para Dios. Así
como ellos trabajaban arduamente, nosotros muchas veces nos
dedicamos al activismo, pero como lo muestra el versículo 5,
podemos recibir la amonestación del Señor en los siguientes
términos: “Recuerda, por tanto, de donde has caído, y arrepiéntete, y
haz las primeras obras; pues si no; vendré a ti, y quitaré tu candelero de
su lugar, si no te hubieres arrepentido”.

Podemos identificar a través de la Palabra de Dios algunos


síntomas que indican que estamos dejando nuestro primer amor por
el Señor, que nos estamos alejando y lo estamos sacando de
nuestra vida. Recordemos que eso es lo que Dios tiene contra
nosotros, por eso debemos tomar esto como una enseñanza
personal: siempre será necesario escuchar la reprensión de Dios
para nuestra vida, porque es un bálsamo para nosotros. A
continuación abordaremos algunas de las evidencias de haber
dejado el primer amor.
1. Su corazón se deleita en alguien o en algo más de lo
que se deleita en el Señor
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”.
(Marcos 12:30)

El término “deleite” no es extraño en la Palabra de Dios. Lo


encontramos principalmente en el Antiguo Testamento, en libros
como Salmos y Proverbios. El deleite tiene que ver con el amor por
nuestro Señor, el cual debe estar en el primer lugar de nuestro
corazón, superando incluso el vínculo de cualquier otra relación.

Hay quienes buscan su deleite en “alguien más”, o incluso en “algo


más”, pues encuentran placer compartiendo con otra persona, o en
alguna actividad que hacen. Hoy estamos en un mundo intangible
por todas las prácticas que se derivan de la virtualidad, y hay
quienes se deleitan grandemente en las redes sociales, entonces su
corazón ya no se deleita en el Señor como lo hacía antes.

La comunión con Dios debe ser el preferente asunto de nuestra


alegría, así como tener clara cada una de las visiones que tenemos
en esta familia en la fe. Recordemos que si tenemos una clara
visión de Dios, podemos tener una visión correcta de nosotros
mismos, de Capernaum, de Israel y del mundo. En este momento,
el deleite en el Señor puede estar en un segundo, tercero, u otro
lugar lejano en nuestras vidas. No importa qué tan lejos esté del
primer lugar, pues desde el segundo lugar en adelante ya es
superado por otro vínculo, relación, objeto o actividad, que estamos
enalteciendo. Nuestro amor por Dios debe estar en primer lugar de
nuestro corazón, superando el vínculo de cualquier otra relación.
1.1 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”, nos dice la Palabra


de Dios en la primera parte de Marcos 12:30. Estamos
precisamente hablando de nuestro corazón, pues cuando este se
inclina o se deleita por alguien distinto al Señor, es una alerta que se
está encendiendo, un indicador de que algo no está bien y nos
estamos apartando. Jesús identificó el amar a Dios como el más
grande de todos los mandamientos, pero nosotros nos deleitamos
mucho más con aquel a quien amamos. Si amamos a Dios con todo
el corazón, quiere decir que nos deleitamos con Él y en Él.

¿Qué es lo que está sucediendo en nuestra vida cuando nuestro


corazón se deleita en algo más que en el Señor? El deleite es darle
la preferencia y la prioridad a aquello o aquel a quien más amo;
podemos decir entonces que “donde está mi amor, ahí está mi
deleite”. Hay muchas cosas en las cuales seguramente nos
podemos deleitar, como por ejemplo con nuestra familia, haciendo
cierto tipo de actividades o estando en algunos lugares, pero la
pregunta clave es: ¿quién es el preferente asunto de nuestra alegría
y deleite? La respuesta es clara en este versículo: “amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón”.

Al único que podemos amar con todo el corazón es a Dios. Hay


cosas en las cuales nos podemos deleitar, pero solo en el Señor lo
podemos hacer con todo el corazón. Cuando nos deleitamos en
algo distinto a Dios, debemos tener mucho cuidado, porque
entonces estamos dejando nuestro primer amor.

El Señor aquí lo identificó como el mayor de todos los


mandamientos: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”. Es el
mayor de todos y naturalmente va más allá de amar al prójimo, pero
está dentro de un solo paquete, y al hacer esto, estamos
cumpliendo con toda la ley y los profetas. Recordemos que la ley
son manifestaciones del amor de Dios para nosotros, para que nos
vaya bien, para que seamos felices y totalmente realizados.
Entonces cuando amo al Señor estoy cumpliendo con toda la ley, es
decir, con todo aquello que me hace feliz, por eso la importancia de
deleitarme en el Señor y en su Palabra.
1.2 Deleitarnos en Dios y su Palabra

“Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, Y en sus mandamientos se deleita en gran


manera”.
(Salmo 112:1)

Cuando nos deleitamos en algo mucho más de lo que nos


deleitamos en el Señor, debemos tener mucho cuidado porque nos
estamos alejando de nuestro primer amor. El Salmo 112:1 nos habla
de ser bienaventurados, felices y dichosos, lo cual produce el
deleite. Entonces un hombre bienaventurado y dichoso es aquel
que se deleita en la Palabra de Dios, diciendo, como lo expresa el
Salmo 119, “cuánto amo tu ley”, “cuánto amo tus estatutos”. Pero
tenemos que preguntarnos si cuando vamos a la Palabra de Dios
por la mañana no nos deleitamos en ella como antes. Si es así,
seguro estamos dejando nuestro primer amor.

Somos bienaventurados cuando nos deleitamos en su Palabra.


Lo que se busca con el deleite del que habla la Palabra de Dios es
ser dichoso, sonreír, ser feliz, porque los mandamientos son
manifestaciones del amor de Dios. Por eso la Palabra de Dios
nos dice: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”,
“bienaventurado el que se deleita en gran manera”, como algo
preferente y prioritario. Pero si esto lo aplicamos a la inversa,
podríamos decir que es desdichado el hombre que no teme a Dios,
aquel que no se deleita en gran manera en sus mandamientos.
Aquel deleite que se fundamenta en algo distinto a Dios y a su
Palabra nos hará infelices, desdichados y miserables, porque hacia
ese estado vamos cuando nos deleitamos en gran manera en algo
que contraría lo que dice la Palabra de Dios, y por supuesto, eso se
manifiesta a corto, mediano o largo plazo.

Debemos tener mucho cuidado entonces cuando nos


deleitamos más en otra relación que en la comunión con el
Señor y la obra de Dios, la cual es un mandato para todos. No
olvidemos que los mandatos son manifestaciones del amor de
Dios para hacernos felices y bienaventurados. Hablamos del
mandato superior en Mateo 28:18-20, que quiere decir:
“bienaventurado aquel hombre que se deleita en la gran
comisión”. Por otra parte, el Salmo 112:1 se aplica totalmente a
los mandamientos establecidos en la Biblia: “Bienaventurado el
hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en
gran manera”.

Sin embargo, hay muchos que están llevando a cabo el


ministerio como una obligación y no se deleitan en ello. Dicen “lo
hago porque toca, pero no estoy de acuerdo en ello”. Se deleitan
más en sus caminos, y luego, de manera inmadura, concluyen:
“como no me deleito, entonces me voy”. ¿Es esa la respuesta
correcta hacia Dios? Él mismo nos dice “tengo contra ti que has
dejado el primer amor”. El problema es que antes nos deleitábamos
y ya no lo hacemos porque supuestamente “somos más maduros”,
pero sería mejor decir “somos más mañosos”, pues tenemos malos
hábitos.

Hay literatura que podemos leer para enriquecernos y


documentarnos, pero jamás puede haber comparación alguna
con el deleite de la Palabra de Dios. A pesar de los años en los
caminos del Señor, aprendemos de ella cosas nuevas cada día.
Nos sorprende, nos deleita, y necesitamos de ella en todo
momento.

Como aquel que sufre una enfermedad grave, cuando el dolor es


tan fuerte que no hay libro que sirva, sino que lo único que se
necesita es alguien compasivo y amoroso que nos lea la Biblia; así
es el deleite en el Señor. Aun en aquellos momentos complejos
cuando debemos tomar una decisión difícil, cuando estemos
enfrentando una situación grave dentro del matrimonio o con los
hijos, lo que debemos hacer es buscar a aquel en quien nos
deleitamos, y buscar la Palabra de Dios que es el único deleite para
nuestra vida. En momentos de pérdida de un ser querido, por
ejemplo, el consuelo no es un lujo, ni una opción, es una necesidad,
pero solo nos consuela Dios y su Palabra. El consuelo es la
esperanza que está en la Biblia, no aquella motivación que ofrecen
algunos libros que se promocionan en la actualidad, ninguno de los
cuales debería hacer parte de nuestra lectura personal.

No podemos ser oidores olvidadizos, como aquellos que


simplemente no oyen para guardar y poner por obra. Como lo dice el
Señor en Deuteronomio 28, un hombre fiel es aquel que ha oído, ha
guardado y ha puesto por obra, y por lo tanto es idóneo para
enseñar también a otros. Esa es la voluntad de Dios para nuestra
vida, que oigamos y pongamos por obra en nuestro corazón,
deleitándonos, porque cuando nos deleitamos es cuando podemos
enseñar a otros de manera efectiva, eficiente y eficaz.
1.3 Amar los deleites temporales

“Hombre necesitado será el que ama el deleite, Y el que ama el vino y los ungüentos no se
enriquecerá”.
(Proverbios 21:17)

Este versículo no está hablando del hombre que ama el deleite en


el Señor, sino el que ama el deleitarse en algo distinto a Dios y su
Palabra, el cual nunca será saciado, siempre tendrá carencias, y
este tipo de necesidad es característica de la necedad. Cosa
distinta es cuando necesito de Dios, le busco y soy saciado, y
cuando soy saciado me deleito. Pero el necio siempre va a estar en
necesidad, “y el que ama el vino y los ungüentos no se
enriquecerá”.

Miremos que esta parte nos habla de tres términos importantes:


necesidad, deleite y amor. Todos necesitamos amor, y Él nos sacia
completamente, pero ¿qué pasa cuando amamos algo distinto a
Dios? Buscaremos deleite en algo, pero nuestra real necesidad
nunca será saciada. No podremos seguir adelante, no podremos
emprender, y si lo hacemos fracasaremos, nos empobreceremos en
todas las áreas de nuestra vida, por eso debemos “amar al Señor tu
Dios con todo el corazón”. Tenemos un corazón necesitado, pero
preguntémonos: ¿quién es el que ha sanado nuestro corazón?,
¿quién es el que nos sacia?, ¿con quién está mi deleite?, ¿en qué
está mi deleite?

Nuestro Padre Dios envió a su Amado Hijo, a nuestro Señor


Jesucristo, para que fuéramos bienaventurados, para que nuestra
vida acá en la tierra fuera un deleite. En esto consiste la vida
abundante, debemos volver a nuestro primer amor para encontrar el
deleite en el Señor y su Palabra, en hacer su voluntad. Eso nos
hace felices y dichosos, pues no necesitamos probar todos los
deleites que el mundo ofrece.
1.4 Esclavos de deleites diversos

“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos
de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros”.
(Tito 3:3)

Pablo se involucra en las palabras que le está refiriendo a su


discípulo Tito, utilizando el término “nosotros”, e indicando con ello
que “en otro tiempo éramos así”: insensatos, rebeldes, extraviados,
esclavos de diversos deleites. Pablo había vivido en el mundo,
experimentó y llevó a cabo muchas cosas que aparentemente eran
para su deleite pensando que estaba en lo correcto; pero eso no era
deleite, porque no era bienaventurado, era insensato, rebelde y
extraviado. Porque buscaba deleite en muchas cosas, pero nada lo
saciaba; era un esclavo de sus concupiscencias, no era libre.

Hay algo particular en Pablo, y es que conocemos muchas cosas


de su vida porque él mismo las cuenta, no las oculta, las comparte
como testimonio, y puede que muchas veces nos identifiquemos
con él por lo que nos ha sucedido. Nosotros también éramos en
otro tiempo maliciosos, envidiosos y nos aborrecíamos unos a otros.
Hoy en día también es así, las personas se reúnen pero se critican
el uno al otro, obviamente manejando la hipocresía, aparentando
ser diplomáticos. La mayor diplomacia no está en las embajadas ni
en las cancillerías del mundo, está en nuestro entorno, en la misma
sociedad que nos rodea.

Existen diversidad de deleites y todos ellos profundizan nuestra


necesidad, hasta llevarnos a volvernos esclavos de nuestros
propios deleites. Existe desde tiempos antiguos un fenómeno raro,
ridículo, vergonzoso y absurdo, denominado el hedonismo, la
búsqueda de los placeres. Hoy en día se manifiesta como una
moda que se va moviendo y universalizando, impulsando deleites
diversos, aquellos que están al alcance de los necesitados, quienes
cada vez más profundizan su necesidad.
Cuando el deleite en el Señor ya no es preferente en nuestras
vidas, es secundario, y se convierte en algo que ocupa lugares cada
vez más descendentes. Cuando tenemos este tipo de deleites
diversos, es la primera señal de alerta que puede vivir aquel que ha
empezado a dejar el primer amor. En momentos en que tenemos
problemas, intentamos ubicar al Señor en primer lugar, nos
acordamos de su Palabra, pedimos oración y respaldo, pero luego
volvemos a lo mismo. Conocer al Señor Jesucristo como la verdad
es la respuesta cuando tenemos estos deleites, porque la verdad es
la que nos hace libres.
2. Su alma no anhela tiempos de comunión con Dios
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma”.
(Marcos 12:30ª)

Nuestra alma es la que debe anhelar aquellos tiempos de comunión


con Dios, y cuando no lo hace, estamos contrariando lo que dice el
Señor en su Palabra: “amarás con toda tu alma”, que significa
anhelar tiempos de oración cada mañana e ir a la Palabra de Dios.
Muchos pueden llegar a creer que conocen la Biblia de memoria,
pero cuando nos deleitamos en su Palabra, es como si fuera la
primera vez que la leyéramos.

Seguramente llevamos muchos años de conocer al Señor, pero


esto no es garantía para no dejar el primer amor; por el contrario,
entre más años tengamos de conocerlo, más alerta debemos
estar. A medida que los años van pasando, tengo que guardar mi
corazón porque de él mana la vida. Muchos ven entonces la
Palabra de Dios como algo ordinario y mecánico, pero en esta área
nunca podemos tener la ilusión de estar graduados o ser
profesionales, porque cada vez vamos aprendiendo más y más de
ella. Cuando oímos la Palabra de Dios y nos produce un profundo
sueño y pereza, perdemos la humildad y la capacidad de
sorprendernos, entonces estamos dejando nuestro primer amor.
2.1 Dios mío eres Tú

“Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
En tierra seca y árida donde no hay aguas”.
(Salmo 63:1)

Es muy importante resaltar algo en el Salmo 63:1. No solamente dice


“Dios eres tú”, sino “Dios mío eres tú”, y así es como deberíamos
iniciar nuestra oración. Hoy en día decimos mecánicamente “Padre,
gracias te damos”, pero, ¿dónde queda el sentido de pertenencia al
decir “mi Dios”? Así como decía David: “tú eres mío”.

Claramente, Dios es el creador de la tierra, es eterno, es


omnipotente, pero es mío, porque por medio de Cristo Él es mío y
yo soy de Él. En eso consiste también el primer amor cuando Él es
mi Dios, pero no es así cuando se convierte en el Dios, el Padre, el
Señor y no en mi Dios, mi Señor, mi Padre, como nos lo enseña
Jesucristo en aquella oración del “Padre nuestro”.
2.2 De madrugada te buscaré

“De madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti”; es nuestra


alma la que tiene sed, nuestra carne le anhela. Cuando esto no
sucede, estamos dejando el primer amor. En ocasiones nuestra alma
no quiere buscarle, y cuando lo hace, es con afán porque estamos
ocupados para estar a solas con nuestro Señor, nuestro Dios,
nuestro Padre.

Entre más ocupados estemos y más desafíos tengamos, más


debemos estar con Dios. Normalmente, las personas desocupadas
son las que menos están con Dios, y los más ocupados son los que
más le buscan, lo que nos recuerda un dicho popular: “mente
desocupada, laboratorio del diablo”. Nuestro padre en la fe y
fundador de esta familia decía: “si quieres que algo se lleve a cabo,
delégaselo a alguien que esté ocupado”. A veces pensamos lo
contrario, que deberíamos entregarle esa delegación a alguien que
esté desocupado, pero muy seguramente no lo va a hacer, habrá
que insistirle y siempre tendrá una justificación y un pretexto para no
hacerlo.

Debemos tener cuidado cuando nuestra voluntad y emociones se


desvían del amor y la devoción a Dios. Nuestra relación con Dios se
profundiza a medida que pasamos más tiempo en su Palabra y
cuan- do más nos comunicamos con Él en oración. Si
abandonamos esta comunión, nuestra vida espiritual se volverá
opaca, perderá brillo.
3. En los momentos de ocio sus pensamientos no
honran a Dios
“Y amarás al Señor tu Dios… con toda tu mente”
(Marcos 12:30)

El término ocio se relaciona con algo que no necesariamente es


favorable o positivo, y se da en aquellos momentos en que
seguramente estamos más relajados, por ejemplo, durante un fin de
semana, cuando salimos a caminar o a trotar un poco. En medio de
estos momentos nuestra mente no está en blanco, siempre hay
pensamientos. Nos podemos preguntar: ¿en esos momentos,
nuestros pensamientos honran a Dios? Esa es la gran pregunta,
porque cuando estamos ocupados, por ejemplo, con una pastoral,
preparando un tema o haciendo alguna diligencia importante, la
mente también se ocupa en ello, pero cuando no estamos tan
ocupados, ¿qué pasa con nuestros pensamientos?

Marcos 12 nos dice “Y amarás al Señor tu Dios con toda tu mente”;


de esta manera, las cosas que cautivan nuestros pensamientos en
los momentos de ocio revelan mucho sobre las prioridades de
nuestro corazón. La Palabra de Dios también expresa: “por sus
frutos los conoceréis”. Los frutos son aquellos que podemos ver,
pero, ¿quién puede ver los pensamientos? Cada uno de nosotros
es el único que puede conocer sus propios pensamientos, y si se
exteriorizaran estaríamos en problemas. Pero hay alguien que
conoce los pensamientos mejor que cualquiera de nosotros y ese
es el Señor; no solo los conoce, sino que los discierne. Él conoce
nuestros pensamientos e intenciones.
3.1 En esto pensad

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad”.
(Filipenses 4:8)

Mis pensamientos deben honrar a Dios. Sobre todo en los


momentos de ocio debo amar a Dios con toda mi mente, debo
pensar en todo aquello que es verdadero, puro, honesto, justo y
amable, no en la malicia, sino en todo lo que es de buen nombre. Y
solamente hay una manera de hacerlo, y es con base en el amor.

Muchos motivadores del mundo dicen “no piensen en nada


negativo”. Entonces nos repetimos una y otra vez que no debemos
pensar en ello, pero no es así, porque la mente está pensando en lo
negativo, ya que es lo que le estoy diciendo. Hay una clave que tiene
que ver con los pensamientos y es el amor: “amarás al Señor tu
Dios”. El amor todo lo hace perfecto, todo lo reconcilia, todo lo sana,
y es así como empieza a actuar en mi mente y en mis
pensamientos, por eso dice el apóstol Pablo: “en esto pensad”.
3.2 El amor es la clave

La mente es de donde salen los pensamientos. He de ocupar mis


pensamientos en lo verdadero, no en las mentiras; en aquello que
es honesto, no en las trampas; en aquello que es justo, no en la
injusticia; en lo que es amable y no en lo que puede agredir. Pero
podemos experimentar en ocasiones que malos pensamientos se
vienen a nuestra mente y no sabemos qué hacer con ellos.

Muchos motivadores charlatanes, recomiendan para el manejo de


los pensamientos una práctica que es la repetición. Nos piden que
repitamos que no vamos a tener pensamientos negativos, pero lo
primero que llega a la mente es todo lo negativo, así repitamos
miles de veces lo contrario. Estos creen que se trata solo
de programar la mente, pero realmente este tipo de prácticas
basadas en pseudociencias, terminan siendo un engaño.

La Palabra de Dios nos dice: “amarás al Señor tu Dios”, y cuando


amamos a Dios, esto tiene un efecto sobre los pensamientos. El
secreto que encontramos en la Biblia es el amor. Cuando amamos
a Dios y al prójimo como a nosotros mismos, eso invade nuestros
pensamientos, porque el amor todo lo hace perfecto, y es el amor
el único que me permite cumplir con la ley, como lo enseña nuestro
Señor. Cuando vamos dejando nuestro primer amor, en los
momentos de ocio nos dejamos vencer por aquellos pensamientos
que no honran a Dios, y cada vez nos cuesta más amar a Dios y
amar al prójimo.
4. Se justifica cuando hace aquello que contraría la
voluntad de Dios
“Amarás al Señor tu Dios… con todas tus fuerzas
(Marcos 12:30)

El que empieza a evidenciar que ha dejado el primer amor se


justifica con una frase que es muy común: “errar es de humanos,
¿quién no comete un error?”. Hay personas que buscan razones
para todo, tal como lo hizo Saúl con el anciano Samuel en aquella
ocasión que se justificó, dando sus razones del porqué no llevó a
cabo lo que Dios le había mandado respecto de Amalec. Aquí
entendemos que Saúl dejó su primer amor, porque quiso agradar y
complacer a otros más que a Dios.

Cuando nos justificamos constantemente, y todo lo justificamos


argumentando que “yo solo soy un ser humano y tengo todo el
derecho de equivocarme”, debemos entender que la equivocación
no es un derecho. Por supuesto, tenemos un derecho importante,
aunque más que un derecho, es la potestad de ser hechos hijos de
Dios, pero no tenemos ningún derecho a equivocarnos. Esto no
quiere decir que no nos vayamos a equivocar, pero creer que esto
es un derecho es muy distinto, porque un derecho se reclama a
alguien, y no tendría sentido reclamarle a Dios ese derecho.
4.1 Sacrificio vivo

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos
en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
(Romanos 12:1-2)

Lo que Dios quiere de nuestras vidas es un sacrificio vivo, no un


sacrificio muerto. Pero un holocausto o sacrificio está relacionado
con el morir, entonces aquí no se trata de estar dispuesto a morir
por el Señor, lo cual suena muy bien desde un atril, pero muy pocos
en realidad están dispuestos a hacerlo. La Palabra de Dios nos
hace referencia al sacrificio vivo porque debemos entender que
Cristo entregó su vida y el Padre lo ofreció a muerte para que
nosotros viviéramos, entonces nosotros tenemos que ofrecerle a Él
nuestra vida; que vivamos para Él, de eso se trata.

Lo que hacemos es un sacrificio vivo, discerniendo su voluntad


en todas las cosas y caminando en obediencia a Él, quien como
buen pastor, “nos guiará por sendas de justicia por amor de su
nombre”, como lo dice el Salmo 23:3. No hay excusas ni pretextos
para desobedecer al Señor, su fidelidad es suficiente para
rescatarnos incluso de la tentación.
4.2 Dios nos da la salida a la tentación

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar”.
(1 Corintios 10:13)

La fidelidad de Dios es aquella que nos rescata de toda tentación. No


podemos justificarnos en que somos hombres y argumentar
presentando razones del porqué caemos, porque ninguna de ellas es
válida. Si hemos argumentado diciendo que es por nuestra condición
de humanos, este un síntoma de que estamos dejando el primer
amor.

“Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado,
siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis”
(Santiago 1:14-16)

También de Santiago 1 aprendemos que no podemos argumentar


que Dios es el que nos pone la tentación, pues es muy clara la
Palabra de Dios cuando indica que somos tentados desde nuestra
propia concupiscencia. Mucho menos podemos decir que Jesús no
pecó porque era Dios y nosotros lo hacemos en nuestra condición
de humanos, porque ese argumento es una mentira, ya que el Señor
Jesucristo fue completamente hombre en su paso por la tierra, pues
no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se
despojó de su divinidad, y ha venido para proveernos la salida en
cualquier situación, en cualquier tentación. Y el amor sigue siendo la
clave, pues nuestra obediencia a Dios demuestra el amor por Él.

La Palabra de Dios en Juan 14:15 dice: “Si me amáis, guardad


mis mandamientos”, y Juan 15:10 nos amplía un poco más al
afirmar: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor”. Nuestra mejor decisión debe ser
permanecer siempre en el amor de Dios.
5. Se vuelve rencoroso o recae en el rencor
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no
ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”.
(1 Juan 4:20)

Muchos siervos de Dios a medida que pasan los años se vuelven


rencorosos y amargados, comenzaron en la gracia y terminan en la
ley. Si nos ocurre esto es porque hemos dejado el primer amor.
Guardar rencor a otra persona indica que estamos perdiendo de
vista la grandeza del perdón de Dios, por el pecado propio y la
necesidad de gracia. Y nos comportamos como aquel siervo que
recibió el perdón y la misericordia de su señor, pero él no tuvo
misericordia de su consiervo y lo echó a la cárcel. Y encontramos
en la Palabra de Dios una gran pregunta: “¿No debías tú también
tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”
(Mateo 18:33).
5.1 La grandeza del perdón y de la gracia de Dios

“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no
ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”
(1 Juan 4:20)

Si decimos amar a Dios, pero somos rencorosos con nuestro


hermano, ya sea hermano en la sangre o en la fe, estamos
mintiendo. El amar a Dios significa perseverar y mantener el primer
amor y hacer las primeras obras, es decir, aquellas que nacen del
primer amor. En contraste, el guardar rencor a otra persona indica
algo que es muy grave: se ha perdido de vista la grandeza del
perdón de Dios por nuestros pecados y la necesidad de su gracia.
Perdemos de vista la grandeza del perdón de Dios, no por el
pecado del otro, no por el pecado del hermano, sino por nuestro
pecado. ¿En qué consiste esa grandeza? Es la grandeza del
perdón de Dios para con nosotros, que ha obrado en nuestra vida, y
la grandeza de la gracia de Dios.

Hay dos cosas demasiado importantes para nuestra vida que


nunca debemos perder de vista: el perdón de Dios y la gracia del
Señor para con nosotros. La grandeza del perdón y la grandeza de
la gracia se evidencian en que una no es más grande que la otra,
las dos son inmedibles, inconmensurables, porque el amor de Dios
es eterno. Cuando perdemos eso de vista empezamos por la gracia,
pero seguimos con la ley: para nosotros la gracia, pero para los otros
la ley.
5.2 Perdonar lo imperdonable

“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano


que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta
setenta veces siete”.
(Mateo 18:21-22)

En Mateo 18:21-30, el Señor Jesucristo no solo enseñó a Pedro, a


través de la historia de los dos deudores, que debemos perdonar
todas las veces, sino la grandeza del perdón de Dios sobre nuestras
vidas.

“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus
siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que
tenía, para que se le pagase la deuda”.
(Mateo 18:23-25)

En la historia se hace referencia a los talentos, pero aquí no nos


dicen qué tipo de talento era, lo más posible es que fueran talentos
de oro, más que de plata. Si hacemos una operación aproximada,
podemos decir que un talento podría haber pesado hasta 34
kilogramos, y eran 10.000 talentos. Si usamos la onza troy, que es la
medida que actual- mente se emplea para medir el peso de los
metales preciosos (que equivale a 31,1 gramos aproximadamente),
encontramos que el total de la deuda era de casi 11 millones de onza
troy, las cuales pueden tener un valor aproximado de $1.800 USD por
unidad. Era una deuda enorme, la cual obviamente el siervo no
podía pagar. El señor de esta historia debió ser una persona
sumamente rica, entonces ordenó ven- der al siervo junto con todo
lo que tenía hasta que pagara su deuda.
¿Qué pasaría si alguien nos llegara a deber esa cantidad de
dinero?

“Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo
te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la
deuda”.
(Mateo 18:26-27)
El siervo le pedía tiempo para poder pagarle toda la deuda, pero
aquel señor, movido a misericordia, le perdonó la deuda por
completo, a pesar de ser una deuda tan grande. Pero luego de que
aquel deudor fue perdonado, salió y halló a uno de sus consiervos
que le debía 100 denarios, una cifra pequeña que está muy lejos de
ser una fortuna o de ser algo significativo; sin embargo, ahogaba
permanentemente a su consiervo diciéndole “págame lo que me
debes”.

“Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y
yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la
deuda”.
(Mateo 18:29-30)

Aquel siervo hizo efectiva la deuda y echo a la cárcel a su


consiervo hasta que pagara, entonces encontramos la pregunta
que nos confronta para entender la grandeza del perdón hacia
nuestra vida: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve
misericordia de ti?” (Mateo 18:33). Estas palabras las dijo el señor de
todos cuando se dio cuenta de que su siervo no tuvo
misericordia con un consiervo.

En la primera deuda operó el perdón y la gracia movida por la


misericordia, y recordemos que la misericordia de Dios es eterna,
tanto que llevó a aquel señor a perdonar esa gran deuda. Pero
entonces se nos olvida la grandeza del perdón, la grandeza de la
gracia y también de la misericordia de Dios sobre cada uno de
nosotros, y entonces aborrecemos a nuestro prójimo, nos vamos
contra él, somos intransigentes y le aplicamos toda la ley, como lo
hacían los fariseos.

¿Acaso el perdón no consiste en perdonar lo imperdonable?


Debemos comprender que cada uno de nosotros también es
deudor; es más, somos el más grande deudor porque esta parábola
así nos lo dice. Pase lo que pase con cualquier consiervo, nuestra
deuda es tremendamente mayor a la deuda que todos nuestros
consiervos juntos puedan tener contra nosotros.
5.3 Raíces de amargura

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que
alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe,
y por ella muchos sean contaminados”.
(Hebreos 12:14-15)

Cuando vamos dejando el primer amor es un proceso lento


de enfriamiento, es una curva exponencialmente decadente.
Normalmente cuando se habla de una curva exponencial se piensa
en crecimiento, pero en realidad esta figura puede representar
crecimiento o decrecimiento. En eso consiste la entropía, después
de la caída del hombre, nos vamos alejando, vamos sacando de
nuestra vida el primer amor y nos volvemos rencorosos, de modo
que surge en nuestras vidas la amargura. La antigüedad no nos
blinda, no nos hace inmunes ni nos vacuna contra esto; por el
contrario, entre más pasan los años somos más vulnerables a este
virus decadente de enfriamiento que se llama “dejar el primer amor”,
de manera que debemos tener cuidado con esto.

La amargura es el fruto natural de la falta de perdón, pero


nosotros como hijos y siervos del Señor debemos hacer como está
escrito en su Palabra: “Seguid la paz con todos”. Debemos
tener cuidado con la amargura y el rencor. Cuando no tenemos
claro lo que es la gracia de Dios en nuestra vida, la grandeza del
perdón y de la misericordia de Dios, estamos abriendo la puerta a
la amargura porque estamos dejando el primer amor, y cuando
dejamos el primer amor la amargura viene al acecho; va
brotando la raíz de amargura, es una maleza que crece porque me
estoy alejando. Donde hay amor no hay amargura, donde no hay
amor brota amargura.

Muchos hijos y siervos de Dios son contaminados por la


amargura. No es posible que dejemos el primer amor y estemos
protegidos de la amargura, pues un espíritu de perdón es esencial
para todos los hijos de Dios. La Palabra de Dios es clara cuando nos
dice en Marcos 11:26: “Porque si vosotros no perdonáis, tampoco
vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”.
Haciendo un paralelo entre lo que nos dice aquella parábola de los
dos deudores y este versículo, si no perdonamos, nuestro Padre
tampoco lo hará con nosotros. Un espíritu no perdonador no tiene
justificación alguna, y si la tiene, se desvanece, no es válida porque
es demasiado insignificante, por grande que sea el agravio frente a
la grandeza del perdón, la gracia y la misericordia de Dios. No
olvidemos, somos aquel que debe 10.000 talentos, somos aquel
gran deudor, pero ya no lo somos porque esa deuda quedó
perdonada, condonada por medio de Jesucristo para nuestra vida.
Es por ello por lo que no podemos olvidar la gracia de Dios sobre
nuestra vida, y la amargura es el principal enemigo que nos lleva a
olvidar la gracia de Dios: “No sea que alguno deje de alcanzar la
gracia de Dios”.

Como hijos y siervos de Dios podemos tomar la mala decisión en


nuestras vidas de contaminar a otros, y lo que refleja esta decisión
es que en nuestro corazón hay amargura, pero realmente no hay una
sola raíz de amargura que se justifique. Es muy importante
identificar las raíces de amargura en nuestro corazón, examinando
la consecuencia para conocer la causa; pero también se puede
conocer cuál es la causa y cuál puede llegar a ser la consecuencia.
Donde hay contaminación es que hay una raíz de amargura, y
donde hay una raíz de amargura es porque se dejó el primer amor
hace mucho tiempo.

Cuando conocimos al Señor, seguramente escuchamos que


era necesario perdonar, y así la otra persona nos hubiera
ofendido debíamos ir a buscarla, y no tuvimos problema en hacerlo.
Pero pasa el tiempo y ahora nos queda difícil hacerlo porque impera
el orgullo, impera la razón cuando “Has dejado tu primer amor”
5.4 El caso de Joab

Joab había estado junto con David desde que era perseguido por
Saúl. Se convirtió en la cabeza militar del pueblo de Israel bajo la
dirección de David, y luego, cuando el hijo de David, Adonías, quiso
usurpar el trono en la transición a Salomón, termina apoyándolo y
llevándose a sus hermanos con él. De viejo, a Joab se le dio por
cometer tonterías.

La familia es un aspecto de mucha atención, porque cuántas


veces sucede que un hombre como Joab, que tiene una familia,
comete una falta grave y se lleva a su familia por delante. Joab era el
mayor de sus hermanos, pero, ¿cuál era el criterio de su hermano
Abisai? Donde estuviera Joab, ¿ahí iban a estar sus hermanos, así
Joab cometiera el peor error de su vida?

Como hijos y siervos de Dios y partícipes de una familia en la fe,


nos podemos encontrar con situaciones que lamentablemente
llevan a algunos a tomar malas decisiones. Por ejemplo, si alguien
toma una decisión de carácter personal y quiere contaminar para
que muchos otros lo secunden en su decisión, la cual lleva a la
rebeldía y genera división en medio de la familia de la fe, entonces
debemos tener el criterio guiado por Dios y su Palabra, y de manera
firme respaldar los principios de Dios. Debemos recordar que Dios
nos llamó a estar en unidad en nuestra familia en la fe, nos ha
bendecido, nos ha fortalecido y debemos seguir adelante.

Este tipo de situaciones suelen complicarse cuando el que está


al frente de las malas decisiones es un líder, un siervo de Dios,
alguien que como Joab representa autoridad. En medio de los
argumentos que promueven para contaminar y dividir está una
estrategia que utilizan y es el victimizarse, pues todos quieren tomar
el papel de víctimas. Por eso no podemos confiar en un siervo de
Dios que se victimiza, porque está engañando y es un mentiroso.
No podemos confiar en las víctimas espirituales, no podemos
confiar en los perseguidos, en los que dicen: “es que me cortan las
alas”.

La amargura que contamina es fruto natural de la falta de perdón.


Cuando una persona llega a ciertos años en su vida andando por
los caminos del Señor pasa algo extraño con algunos, van
creciendo en amargura. Algunos son bastante precoces y al poco
tiempo ya se llenan de amargura. Qué triste finalizar nuestros días
llenos de amargura por el orgullo. La amargura representa que hace
rato dejamos el primer amor, no lo estamos sacando, sino que hace
mucho lo sacamos.

El problema es que a la amargura le gusta estar acompañada,


y logra dañar el corazón de las personas que están alrededor. A la
amargura le gusta el compañerismo amargo, y ese compañerismo
se va multiplicando. Pero este compañerismo amargo no va a durar
por- que lo que le gusta a la amargura en últimas es contaminar, eso
es lo que hace, contamina el entorno. La amargura es el fruto de la
falta de perdón, de un corazón no perdonador. No podemos olvidar
que Dios no solo nos perdonó 10.000 talentos, sino que nos
perdonó todas nuestras ofensas, y por grave que sea lo que nos
hayan hecho el per- dón de Dios ha sido inmenso sobre nuestra
vida. Entonces estamos perdiendo el primer amor al darle cabida al
rencor y la amargura.

Debemos hacer las primeras obras; aquellas que eran movidas


por el amor, causadas por el amor, originadas por el amor de Dios
hacia nuestra vida, en nuestro amor hacia Dios. Recordando
siempre que la gracia de Dios fue aquello que nos conmovió y nos
llevó a postrarnos delante del Señor, el perdón y la misericordia
de Dios fue aquello que enterneció nuestra vida; su amor. Ya para
nosotros no hay deudores, no puede haberlos porque hemos sido
objeto de la misericordia, la gracia y el perdón. La misericordia de
Dios sobre nuestra vida es eterna y la necesitamos.
6. Su amor y trato a otros cambia para mal
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros”.
(Juan 13:34)

Cuando se empieza a dejar el primer amor, la manera como


tratamos y amamos a otros comienza a cambiar para mal. Es
triste ver esto aun en la familia en la fe para con los consiervos.
Esto va limitando nuestra vida porque va alimentando el egoísmo y
un rechazo hacia los demás, mirándolos como menos que nosotros.
Esto es contrario a lo que nos dice Juan 13:34, en donde no nos da
una sugerencia sino un mandato: “como yo os he amado”. Este
debe ser el derrotero que enmarca nuestra convivencia y nuestra
relación con los demás, para nosotros como seres humanos, como
hijos de Dios y siervos de Dios, relacionarnos con los demás es algo
esencial.

Este versículo no dice solamente “que os améis unos otros”,


porque podríamos malinterpretarlo diciendo que amamos al prójimo,
y hasta a nuestros enemigos, pero a nuestra manera. El Señor nos
cierra esa puerta y nos dice incluso cómo hacerlo: “como yo os he
amado”. Esto quiere decir que debemos amarnos los unos a los
otros no como queramos o nos parezca, sino que debemos amar
como Dios nos ha amado. No podemos separar una cosa de la
otra. Y, ¿cómo nos ha amado Dios? Con su gracia que es eterna,
con su perdón que es eterno porque su amor es eterno, con su
misericordia que es eterna. Así es como Dios nos ha amado, así es
como Cristo nos ha amado, dando su vida por nosotros, dándolo
todo por nosotros. Cada uno de nosotros también puede dar de su
conocimiento para ayudar a otros, podemos dar pan para ayudar a
nuestros consiervos, podemos dar de nuestro tiempo y de nuestra
vida para los demás.
6.1 Como yo os he amado

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó
a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha
amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”.
(1 Juan 4:10-11)

Juan escribe de esta forma porque precisamente fue lo que vio,


escuchó y aprendió del Señor, porque estuvo pendiente en Juan 13
cuando el Señor Jesús dijo: “Que os améis unos a otros; como yo os he
amado” . Es claro que todo amor parte de Dios porque Él nos amó
primero con amor eterno; no hay otra respuesta para Dios que el
amarnos unos a otros.

Los mandamientos son manifestaciones del amor de Dios para


que nos vaya bien en nuestra convivencia con otros; cuando
violentamos esto, entonces nos irá mal. Este es un mandamiento
para cuyo cumplimiento Dios nos capacita por medio de su Espíritu
Santo. Pensemos un momento, ¿hemos sido demasiado rápidos
para condenar y juzgar a los demás?, ¿hemos sido ligeros para
señalar y prejuzgar a lo demás? Si es el caso, seguramente es un
síntoma de que estamos dejando el primer amor, porque nuestro
amor y trato hacia los demás cambia. El Señor nos pone un
parámetro muy alto al decir “como yo os he amado”. Cuando se
nos dificulte el amar a otros, solo detengámonos a pensar cómo
Dios nos ha amado a nosotros. Consideremos ese amor hacia
nosotros, y amemos a los demás, que es lo mínimo que Dios nos
puede exigir. Sin duda alguna los que ganamos somos nosotros
porque seremos felices, dichosos y bienaventurados cuando así lo
hagamos.

Cuando tenemos una correcta visión de Dios podemos tener una


correcta visión de nosotros mismos. Todos queremos ser amados,
anhelamos ser amados, queremos que Dios nos ame y Dios nos
ama, y así es como nos amamos a nosotros mismos. Me amo a mí
mismo porque amo el amor que Dios me da, y de esa misma
manera debemos amar a los otros, amar al prójimo como a mí
mismo, amar al prójimo como Dios me ama.
6.2 El derrotero es el amor

Recordemos la historia de los deudores, así es como tenemos que


amarnos y perdonarnos, y ser misericordiosos unos con otros.
Nuestra deuda es imposible de pagar, es enorme frente a la deuda
que otros puedan tener con nosotros. La misericordia de Dios sobre
nuestra vida ha sido mucho mayor que la misericordia que nosotros
hemos tenido con otros. Así como Dios ha sido misericordioso con
nosotros, debemos serlo con los demás; por supuesto que la
grandeza de nuestra misericordia no puede ser la misma, jamás
podría ser la misma porque, ¿cómo poder ser misericordioso como
Dios lo es? Estamos en un proceso de crecer y madurar más en la
gracia, la misericordia y el perdón.

El derrotero de nuestra convivencia con los demás es el amor.


¿Por qué tenemos conflictos aquí en la tierra? Por el egoísmo, por
lo que está en el corazón, porque no hay amor. En la Teoterapia
entendemos que nos relacionamos con otros por medio del alma,
pero el fundamento de la relación con otros es el amor. No podemos
legislar acerca del amor porque este mandamiento está escrito en el
corazón; no podemos ponerlo en letra muerta, porque si no lo
escribimos en el corazón de nada funciona. Y el que lo escribe en el
corazón es Cristo, entonces tenemos que recibir a Cristo, que es
una decisión personal.

Tenemos un parámetro acerca del amor: “Que os améis unos a


otros; como yo os he amado”. Para nosotros como familia espiritual,
el amor es el derrotero de nuestra convivencia y de todos los
procesos que llevamos a cabo; por ejemplo, en que velemos los
unos por los otros. El amor es un mandamiento que estamos
capacitados para cumplir, pero por medio de la obra de nuestro
Señor Jesucristo a través del Espíritu Santo de Dios en nuestra
vida.
Hay que recordar el amor de Dios, hay que recordar Juan 3:16,
aquel que después de tantos años los hijos de Dios empiezan a
menospreciar porque ya se lo saben hasta de memoria. Pero hay
que recordarlo una y otra vez. Hay que arrepentirse y hacer las
primeras obras, es decir, mantener y conservar el primer amor, el
cual debe ser un presente constante. “Amarás al Señor tu Dios”,
quiere decir que debemos mantenernos amando a Dios
permanentemente, y lo que mantenemos es ese primer amor.

Consideremos el amor de Dios por cada uno de nosotros


siempre, y consideremos el mandato de amar a los demás con el
amor de Dios. Entonces la amargura, el rencor y el aborrecer a otros
no tienen fundamento alguno, cuando tenemos clara la grandeza
del perdón, de la gracia, de la misericordia y del amor de Dios, el
cual es eterno.
6.3 Tomar la iniciativa

Tomemos la decisión de amar primero. Tomemos la decisión de


perdonar primero, de ser misericordiosos y no que otros lo sean con
nosotros, primeramente. En eso consiste el primer amor, en tomar la
iniciativa, así como lo hizo el Padre para con nosotros. Dios lo hizo,
y nosotros somos los deudores, los ofensores, los escarnecedores;
somos los que le hemos desafiado, somos aquellos que
gritamos:
¡crucifícale! Si el amor de Dios está en nosotros, tomemos la decisión
de siempre amar primero, porque Dios siempre ha tomado la iniciativa
de amarnos primero. Si nos preguntamos, ¿por qué debemos tomar
la iniciativa si no somos los culpables? Debemos hacerlo porque
somos hijos de Dios, y el hijo hace lo que ve en su padre.

Ese primer amor es el cual debemos recordar, y si nos hemos


alejado debemos arrepentirnos, y debemos hacer las primeras
obras, es decir, tomar la iniciativa y hacerlo de manera oportuna, con
mayor razón si somos los ofensores. El problema es que nadie se
ve como ofensor, sino que todos se ven como los ofendidos.
7. Considera los mandamientos de Dios como
restricciones de su felicidad, en lugar de expresiones del
amor de Dios
“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será
amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.
(Juan 14:21)

Podemos relacionar algunos argumentos que pueden empezar a


surgir en aquel que empieza a dejar su primer amor: “Dios está
restringiendo tantas cosas en mi vida”, “la Palabra de Dios es un libro
de prohibiciones”, “Dios me limita y me corta las alas y yo quiero ser
feliz porque la razón de este mundo es buscar la felicidad”. Quien
dice esto, poco o nada conoce de Dios y de su Palabra, y puede
llegar a creer que Dios y su Palabra le están restringiendo su
felicidad.

Abundan muchos ejemplos de siervos de Dios que después


de muchos años siendo líderes, estando bien con su ministerio
y su familia, con fruto, consagrados, realizados, de repente se
apartaron, dejaron la misión, abandonaron su llamado en esta
familia en la fe e incluso dejaron su hogar. Esto sucede solo porque
estaban buscando “su felicidad”, entonces se sintieron limitados y
encontraron quienes los respaldaran en esas decisiones. Aquellos
que los apoyaron también habían dejado su primer amor, por eso
renunciaron al llamado.

Debemos tener claro que de la irresponsabilidad no puede nacer


algo edificante; la transgresión a Dios y la maldad no se pueden
ocultar bajo ninguna circunstancia. Cuando dejamos el primer amor
somos demasiado vulnerables, pero somos los únicos responsables
de ello. Los mandamientos, e incluso los procedimientos, siempre
son una expresión de amor. Los mandamientos de Dios, la Palabra
de nuestro Padre Dios, nuestro Padre sabio y bondadoso, nos guía
a hacer lo bueno, no a apartarnos y hacer lo malo.
7.1 Sus mandamientos no son gravosos

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no
son gravosos”.
(1 Juan 5:3)

La Palabra de Dios es sabia, misericordiosa y bondadosa; es la que


nos guía a todos nosotros hacia lo bueno y lejos de lo malo. Para
mantener vivo nuestro primer amor, lo que debemos hacer es tener
siempre vivos sus mandamientos en nuestras vidas, guardar su
palabra siempre, que sean siempre expresiones y manifestaciones
de su amor para nosotros. No son restricciones; por el contrario,
éramos esclavos del pecado, pero al conocer a Cristo, Él nos hizo
libres.

Juan, el discípulo amado de Jesús, nos enseña que los


mandamientos de Dios no tienen por qué ser gravosos, es decir, no
son carga ni restricciones para nuestra vida. No nos aplastan, no
son una camisa de fuerza, no son asfixiantes; el que cree eso, es
porque está generando pretextos y justificaciones, porque con el
Señor somos completamente libres y vivimos tranquilos.

Este es el amor hacia a Dios, que perseveremos guardando su


Palabra, sus mandamientos que no son gravosos, porque incluso
su reprensión es necesaria, es un bálsamo para nosotros. Lo que
pasa es que el dejar el primer amor nos lleva a que poco a poco
nos vayamos enfriando, hasta que nuestro corazón se convierte
en un témpano de hielo, entonces comenzamos a vivir en la
carne y cualquier cosa puede ocurrir. Este es el amor a Dios, que
guardemos siempre sus mandamientos. Los mandamientos no son
gravosos, no limitan nuestra felicidad, no nos cortan las alas, pero si
los interpretamos como gravosos, debemos tener cuidado con el
estado de nuestro corazón.
7.2 Jesucristo nos liberta

“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres”.
(Juan 8:31-32)

Ser discípulo del Señor no puede ser gravoso, porque cuando


permanecemos en su Palabra y la guardamos, entonces somos sus
verdaderos discípulos. Para muchos hijos de Dios muchas cosas
generan carga, incluso las instrucciones recibidas a través de esta
familia en la fe. Cuando empezamos a experimentar esto, es señal
de que estamos dejando nuestro primer amor.

La Palabra de Dios en Juan 8:36 nos dice: “ A s í q u e , s i e l


h i j o o s l i b e r t a r e , s e r é i s v e r d a d e r a m e n t e l i b r e s ” . Y Para
eso vino nuestro Señor, para liberarnos de esa dependencia que
tenemos de los diversos deleites, los cuales siempre nos
mantienen necesitados. Quien necesita de los deleites jamás será
libre porque se convertirá en esclavo de ellos, y la necesidad
permanecerá igual y se va a profundizar aún más. Esto explica por
qué somos esclavos del pecado. Pero al conocer al Señor somos
verdaderamente libres de esos deleites y ya no necesitamos nada
de ellos en nuestras vidas; lo que necesitamos es apropiarnos de
Dios y de su Santo Espíritu y seremos saciados.
8. Busca quedar bien con el mundo, en lugar de
agradar y complacer al Señor
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os
elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”.
(Juan 15:19)

Muchas veces lo que se quiere es quedar bien con Dios y con el


mundo. Pero debemos tener claro que el Señor no es segundo plato
de nadie, debemos escoger si agradamos a los demás o al Señor.
Recordemos aquella historia mosaica que se dio en el desierto,
cuando el pueblo levantó un becerro de oro. No es posible tener
un becerro de oro y el tabernáculo del Señor en el mismo lugar y al
mismo tiempo, por eso viene la reacción y el celo de Moisés, porque
siempre agradaremos a uno y aborreceremos al otro.

Pero el Señor nunca estará al mismo nivel del mundo como para
decir que hay un empate entre los dos; no podemos agradar a los dos
en paralelo. Estas personas se justifican diciendo: “tengo un becerro
de oro, pero no he desplazado o sacado a Dios de mi vida, una cosa
es mi vida espiritual y otra mi vida personal o social”. Estos
argumentos son totalmente engañosos. No se puede quedar bien con
el mundo y agradar a Dios, porque Dios jamás comparte ni su gloria, ni
su trono, ni su lugar.

No existe en las cosas de Dios el triunvirato que se dio en Roma.


Tampoco existe lo que llaman hoy en día la codirección, es decir,
como ocurrió en algún momento en el fútbol, que hubiera dos
directores técnicos manejando un equipo, lo cual no dio resultado.
Dios no comparte eso, Él no va a ser parte de ningún triunvirato en
nuestra vida porque Él es el único Dios verdadero. En medio de mi
vida solo puede estar el tabernáculo de Dios que representa la
presencia de Dios, y nosotros somos el templo de Dios y su Santo
Espíritu es la presencia de Dios en nuestras vidas.
Cuando tratamos de quedar bien con el mundo y con Dios,
estamos dejando el primer amor; con mayor razón, cuando estamos
procurando quedar bien con el mundo y a Dios lo ponemos en
segundo lugar. Pero nadie va a admitir esto, nadie va a reconocer
que Dios ocupa el segundo lugar en su vida, que es como un
codirector.
8.1 No somos del mundo

“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os
elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”.
(Juan 15:19)

El Señor Jesucristo enfrentó el rechazo de la gente debido a su


obediencia al Padre, nosotros también tendremos situaciones
similares, pero es muy claro a quién escogió el Señor siempre, por
eso cuando Jesucristo fue bautizado por Juan el Bautista se
escuchó aquella voz del cielo que dijo “este es mi Hijo amado en
quien tengo complacencia”. Él dedicó su vida aquí en la tierra para
complacer al Padre.

¿Qué pasaría si el mundo nos aborrece? En ocasiones esto no


nos sucede por defender la causa de Cristo, sino por nuestro mal
testimonio, por nuestro fariseísmo, por no tener amor, por lanzar
mensajes de condena. Muchos creen que compartir del Señor es
condenar a todo el mundo, pero en esta familia nos han enseñado
que no es así; la condena y el señalamiento es la manera más fácil
de que nos aborrezcan.

Condenar el pecado de otros, levantar y lanzar la piedra es muy


sencillo, lastimosamente así no llegaremos hasta lo último de la
tierra, es imposible cumplir así con la gran comisión. Lo que el Señor
requiere de nosotros es el amor, ganar a las personas amándolas, y
el amor requiere que seamos pacientes y sabios, y si nos rechazan
no importa. Debemos preguntarnos, ¿en qué estamos fallando?,
¿por qué están rechazando el mensaje de nuestro Señor?, ¿en qué
no estamos siendo sabios? Lo más fácil es señalar, pero eso no es
valentía, es facilismo, y no es lo que nos han enseñado en esta
familia porque eso no está en la Biblia.

Si fuéramos del mundo, el mundo nos amaría porque el mundo


ama lo suyo; aunque ese amor del mundo no es el amor perfecto de
Dios. Si el mundo nos ama es porque somos del mundo, nos
estamos identificando con él y hemos dejado el primer amor.
8.2 No améis al mundo

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo.


Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo,
los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo.
Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre”.
(1 Juan 2:15-17)

Cuando se deja el primer amor se ama al mundo y las cosas que


están en él: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la
vanagloria de la vida. Las redes sociales son una herramienta
fundamental para divulgar la Palabra de Dios, pero especialmente
son empleadas para amar al mundo, y lo que se ve en ellas en su
mayoría es una farsa que la gente cree que es realidad. El mundo
pasa y sus deseos, lo que era un anhelo ayer ya es diferente al anhelo
de hoy, y a la gente no le importa, pero el que hace la voluntad de
Dios permanece para siempre.

Lo que el mundo ofrece nunca sacia nuestra necesidad,


solamente Cristo lo hace. Entonces somos esclavos de aquello que
nunca va a saciarnos; el mundo ofrecerá cosas diferentes todo el
tiempo y si vamos tras ellas nuestras necesidades siempre serán
más y más grandes.

Los deseos de la carne se están normalizando, esto se está


viendo cada día más en las legislaciones de nuestros países, de ahí
que vamos asumiendo una situación compleja en medio de un
mundo que cada vez se está tomando los centros legislativos de
todas partes. ¿Cómo enfrentar esta situación? Con sabiduría y con
inteligencia, porque “con ingenio guer ”, nos dice la
Palabra de Dios. Hay que hacerlo con ciencia, porque la ciencia
siempre ratifica lo que hay en la Palabra de Dios, pero esto requiere
de disciplina, de estudio, de estar siempre dispuestos para presentar
defensa de la fe que está en nosotros; debemos estar
preparados, pero con mansedumbre. ¿De qué nos sirve solo
condenar? Así no se hace la guerra de manera inteligente y sabia.
El Señor se sentó en mesa de publicanos, no para buscar
aceptación en medio de gente importante de la época; se sentó para
convertirlos a ellos, para que lo siguieran a Él. Los hombres públicos
eran rechazados, buscaban aceptación porque el pueblo los
detestaba, eran los políticos de la época. Nuestra fidelidad a Dios no
depende de quién nos rodea, debemos saber claramente a quién
estamos sirviendo.
9. Rehúsa compartir de Cristo por temor al rechazo
“Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los
hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo”.
(Gálatas 1:10)

Esto sucede en muchos cristianos, rehúsan compartir de Cristo por


temor al rechazo. Dejan de darle la gloria a Dios, dejan de
agradecerle e incluso de orar. Si nuestra fidelidad a Dios depende
de la reacción de quienes nos rodean, entonces estamos sirviendo
a los hombres en lugar de servirle a Dios. Esto sucede en muchos
hijos de Dios, y es necesario entonces volver al primer amor.

Debemos compartir de Cristo con nuestro testimonio, pero también


a través de nuestro lenguaje. Si nuestra fidelidad a Dios depende de
la reacción de aquellos que nos están rodeando, entonces estamos
sirviendo a los hombres en lugar de servir a Dios. Pablo menciona el
“ahora” porque antes buscaba el favor de los hombres, era su estilo
de vida, pero todo eso cambió, por eso pregunta a los gálatas:
¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios?

En el momento en que buscamos agradar a los hombres


dejamos de servir a Cristo. No olvidemos que el que ama sirve y
tengo que servir a Dios con todo el corazón, con toda nuestra alma,
con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas. Antes de su
conversión, Saulo estaba al servicio de las autoridades religiosas de
la época, quienes le daban licencia para hacer lo que quisiera
porque él vivía para agradarle a ellos. Le daban carta blanca para
entrar a cualquier sinagoga y perseguir al que quisiera, y los
resultados que entregaba eran muy buenos para la mirada de esos
hombres. Saulo agradaba a los hombres, pero Pablo agradó y
buscó el favor de Dios, de aquel que es el único que puede saciar
toda necesidad.

Frente a lo que concierne el complacer al mundo en lugar de


agradar a Dios, debemos preguntarnos para quién estamos
viviendo. Recordemos que la base de nuestra relación con otros es
el amor, esto es algo revolucionario que nadie ha logrado entender.
Los sociólogos se preguntan, ¿cuál es la causa de lo que hoy
vemos: la criminalidad, el maltrato, etc.? Seguramente hay muchas
razones para ello, como el apartarnos de Dios y la crisis de valores
que esto conlleva. Pero hay algo fundamental y es el amor, porque
el amor es la base de la convivencia, de la familia, del matrimonio,
de la relación con otros, incluso en nuestro trabajo con los
compañeros, con aquellos que están bajo nuestra dirección o con
nuestros superiores.

Qué es lo que queremos, ¿el favor de los hombres o el de Dios?


El versículo nos habla acerca del “favor” y el “agradar”. Tratamos de
favorecer a los hombres para buscar aceptación, se favorece para
luego pedir algo. Pero también hablamos del “agradar”, y en muchas
ocasiones lo que tratamos es de agradar para que nos acepten
dentro de su corazón. Esto obedece por supuesto a un faltante de
amor, y nos convertimos en mendigos de amor. Mendigamos amor y
buscamos aceptación por todas partes, y esto nos lleva a agradar a
otros, a buscar el favor de los hombres, pero lo hacemos porque
hemos dejado el primer amor.

Cuando vivimos dentro del primer amor, entendemos que


amamos a Dios porque Él nos ha amado primero, y Dios nos sigue
amando y su amor es eterno. Entonces no tenemos por qué
permanecer en la mendicidad o volver a ella, sino que Dios es aquel
que nos sacia por completo. Nuestra relación con otros está
fundamentada en el amor, pero no para ser mendigos de amor o de
aceptación, no para buscar agradar o tener el favor de los hombres,
sino que si los buscamos es para ser de testimonio ante ellos, para
hablarles del Señor.
9.1 También a vosotros os perseguirán

“Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me


han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también
guardarán la vuestra”.
(Juan 15:20)

La obediencia de nuestro Señor Jesucristo a su Padre puso a


muchas personas, incluidas las autoridades de la época, en contra
de Él, pero el Señor nunca dejó de compartir, nunca dejó de
hablarles a pesar del rechazo que manifestaron contra Él.

En el pasaje de Juan 15:20, Cristo nos recuerda que es nuestro


Señor, nosotros somos sus siervos, y si a Él lo han perseguido y
señalado entonces también lo harán con nosotros por el hecho de
ser sus siervos, siempre y cuando hayamos guardado su Palabra. A
los hijos de Dios nos debe sorprender que no nos rechacen; es más,
si no nos están rechazando es porque sencillamente no estamos
hablando y seguramente los estamos agradando a ellos.
9.2 Nuestras costumbres sin avaricia

“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No
te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi
ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”.
(Hebreos 13:5-6)

Recordemos lo que nos compartía nuestro padre en la fe a los


agentes de cambio: “estamos para traer las costumbres de los
cielos a la tierra”, entre ellas, esta que nos menciona el pasaje. Una
costumbre tiene diferentes tipos de aplicación de acuerdo con la
disciplina a la que se aplique. Desde el punto de vista del derecho,
se dice que la costumbre se vuelve ley y se convierte en fuente del
derecho.

La costumbre es algo que no está prescrito, pero que se lleva a


cabo. Hay costumbres en nuestros países de diferentes tipos; por
ejemplo, países como Colombia y México tienen costumbres
religiosas que se vuelven ley. Las costumbres son, por ejemplo,
festividades que se celebran en alguna época del año e implican
atuendos, música, adornos, entre otras cosas. Hay costumbres que
se vuelven el estilo de vida de las relaciones, como por ejemplo
reunirse con otros y hablar de aquellos que no están presentes, es
decir, murmurar.

La Palabra de Dios nos dice: “Sean vuestras costumbres sin


avaricia”, porque la avaricia no obedece a una cultura en particular,
sino que es una actitud universal que nace del corazón del hombre,
no de una cultura. Todos somos descendientes de Adán, esto lo
hemos heredado y tenemos esa naturaleza en nosotros, pero viene el
segundo nacimiento que es el nacimiento espiritual, el que
verdaderamente vale. Todas las costumbres tienen algo en común: la
avaricia. No quiero decir con esto que la avaricia sea una
costumbre, sino que las costumbres se inspiran en la avaricia.
Tampoco queremos pretender que no tengamos costumbres, pero
debemos tener las costumbres del reino de los cielos. Nuestras
costumbres han de ser sin avaricia, porque la avaricia es la que
caracteriza el mundo.
9.2.1 Contentos con lo que tenéis ahora

En todas las culturas se fomenta el que no estemos contentos con


lo que tenemos en este momento, y es necesario aclarar que el
versículo no dice que seamos conformistas con lo que tenemos,
sino que debemos estar contentos con lo que tenemos hoy, y de
esta manera mañana vamos a estar contentos con lo que tengamos
mañana. Si dentro de una semana tenemos más que lo que
tenemos hoy, debemos estar contentos con eso.

Es triste que digamos que estaremos contentos cuando


tengamos “esto o aquello”, o cuando alcancemos cierto estatus
económico porque no sabemos cuándo lograremos eso. Si lo
logramos dentro de 20, 40 o 50 años, entonces tendremos 50 años
de infelicidad e insatisfacción completa, y cuando lo logremos
tampoco estaremos contentos porque habremos acumulado muchos
años de infelicidad, por eso no es recomendable construir la
felicidad sobre una infelicidad de varios años. Pero cuando estamos
contentos con lo que tenemos todos los días, podemos tener un
objetivo, un plan de trabajo, y cuando logremos lo que queremos,
estaremos satisfechos y habremos vivido durante muchos años
contentos con lo que teníamos cada día, con el esfuerzo que se
hizo.
9.2.2 El Señor es mi ayudador

Si estamos en un entorno secular, podemos notar que la gente no


está contenta con lo que tiene, entonces, para agradar a los demás
también tenemos que manifestar que no estamos contentos con
lo que tenemos, porque solo así es como nos van a aceptar. Por
supuesto que no podemos dar lugar a un malentendido que se
presenta de manera muy simplista, la Palabra de Dios no habla de
ser conformistas, sino que estemos contentos con lo que hoy
tenemos y seguramente si mañana o en un año tenemos más que
hoy, también estemos contentos.

Nunca conformistas pero siempre contentos, porque Él nunca


nos desamparará y nunca nos dejará, de esta manera podemos
andar confiadamente. Y si mañana tenemos menos que hoy,
también debemos estar contentos porque Él es nuestro ayudador.
Pero en sentido contrario, normalmente cuando llegamos a tener
menos de lo que teníamos ayer entramos en miedos y en angustias.
En este caso, recordemos que la Palabra de Dios nos dice “no
temeré” cuando eso suceda, mucho menos temeremos a los
hombres.

No vamos a temer lo que nos pueda hacer el hombre, no


temeremos al rechazo del hombre porque Dios es nuestro ayudador.
Debemos estar contentos con lo que tenemos en medio de un
mundo que no lo está, y por eso se termina vendiendo tanta
expectativa, por eso hay tanto charlatán, y tanta gente que termina
creyendo a la charlatanería. Hay tanta ignorancia en todos los
estratos y a todo nivel social, porque no hay conocimiento de Dios.
10. Se niega a dejar de hacer cosas que sabe que
ofenden a los demás

“De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. Así que, ya no nos
juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de
caer al hermano. Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; más
para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es. Pero si por causa de la comida tu
hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se
pierda aquel por quien Cristo murió”.
(Romanos 14:12-15)

Nosotros vamos a dar cuenta de nosotros mismos a Dios, no vamos


a dar cuenta de otros. En el cielo no opera el principio de
oportunidad, donde si delatamos a otros a nosotros nos va bien o
tenemos rebaja de pena. Pero en la tierra este principio sí opera,
porque siempre terminamos justificándonos en otros, estamos
siempre acusando a otros, resaltando y publicando las faltas de
otros. En cambio, en el cielo no ocurren estas cosas porque
tenemos que dar cuenta a Dios de nosotros mismos.
10.1 Daremos cuenta de nosotros mismos

Aquí vemos que cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo


delante de Dios. Entonces no nos juzguemos unos a otros, sino que
más bien, tomemos la decisión de no ser tropiezo para nadie, ni para
un hermano.

Recuerdo una historia que me aconteció estando en el colegio.


Teníamos una profesora malgeniada, ofensiva y estricta en las
calificaciones. Los estudiantes nos quejamos de ella con nuestros
padres, por lo que el problema trascendió y llegó a rectoría. Pero
entonces recibí una lección del rector, el cual por cierto era cristiano;
un hombre muy serio, pero que yo consideraba una persona justa.

Si suponíamos que teníamos razón en nuestra queja, no quiere


decir que realmente la tuviéramos, hoy lo reconozco.

El rector llegó al salón de clase, estábamos presentes todos los


estudiantes pero la profesora no estaba. Entonces preguntó qué
había pasado y nos pidió ser muy precisos en lo que teníamos que
decir. Nos escuchó rápidamente para enterarse de primera mano de
lo que había acontecido. Entonces nos preguntó algo: “ahora
ustedes, ¿qué van a hacer al respecto?”. Alguien levantó la mano y
dijo: “lo que hay que hacer es cambiar a la profesora”. El rector dijo:
“lo que les estoy preguntando es ¿qué van a hacer ustedes al
respecto?, ¿qué puede hacer usted para que esto cambie? Cambiar
a la profesora no depende de ustedes, si quieren que las cosas
cambien”.

Aprendí una lección y es que debo dar cuenta de mi mismo, y


aprendimos todos en la clase que no éramos tan inocentes como
nosotros estábamos dando a entender. Entonces dijimos todos los
compañeros de clase que queríamos tener un diálogo con ella, pero
un dialogo informal, donde traeríamos algunos pasabocas. El rector
nos concedió el permiso para hacerlo, pero nos preguntó: “¿y
ustedes que van a hablar con ella?”. Y la conclusión fue: “vamos a
pedirle perdón a ella por lo que hemos dicho y hecho”.

Esto se hizo y las cosas cambiaron para bien, no quiere decir


que ella haya sido complaciente con nosotros desde el punto de
vista académico; por el contrario, nos exigió más, pero las
relaciones cambiaron. Qué gran lección me dio a mi Michael Wayelt,
el rector del colegio; han pasado 45 años y no lo he olvidado.
10.2 No ser tropiezo para el más débil

Es común escuchar frases como las que dicen: “¿por qué tengo que
dejar de hacer lo que me gusta?” “si no le gusta a los demás lo que
hago, no me importa, eso es pura envidia”. Pero si un hijo de Dios
piensa de esta manera, entonces, ¿dónde está el amor?, sobre todo
hacia aquel que es más débil. Debemos amar al prójimo porque Dios
nos ha amado a nosotros, quienes actúan de manera contraria es
porque en realidad son los más débiles.

A pesar de tener tantos años en las cosas de Dios, de aprender y


enseñar a otros, somos débiles. Dejar el primer amor nos hace
vulnerables, nos va debilitando, y nos volvemos cada vez más
inmaduros. Llegamos a actuar nuevamente como niños en la fe, y
una señal de inmadurez es que ya no pensamos en el débil porque
dejamos nuestro primer amor.

Tal vez tengamos la razón en decir que son débiles aquellos que
nos ven o escuchan, pero no se trata de tener la razón, se trata de
amar. Si se tratara de razones, no habría ninguna razón para que
Cristo viniera al mundo, para que el Padre enviara a su Hijo y este
último fuera inmolado por nosotros que lo hemos rechazado,
escupido, golpeado, escarnecido y extraditado de nuestras vidas.
Es que la cruz no es razonable, la muerte del Señor no es
razonable porque el amor de Dios no es humanamente razonable.
¿Entonces cómo hemos de amar al prójimo? No razonablemente,
sino como Cristo lo hizo. Recordemos que todo pasará menos la fe,
la esperanza y el amor, porque si tuviéramos toda sabiduría y toda
ciencia “nada somos”; de nada sirven, ni siquiera como un buen
argumento.

Tenemos que pensar en el débil y no ser tropiezo para ellos.


La Palabra de Dios, en Romanos 14:14, nos dice: “Yo sé, y
confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí
mismo; más para el que piensa que algo es inmundo, par
él lo es”. Desde el punto de vista doctrinal nada es inmundo, el
que piensa que algo es inmundo es porque es débil, pero debemos
pensar en el débil para que no seamos de tropiezo. El versículo
15 nos dice: “Pero si por causa de la comida tu hermano es
contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que
por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió”.
Si ganamos un argumento, pero perdemos una vida, ¿de qué nos
sirve?
10.3 Considerar a los demás superiores a
nosotros mismos

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno
a los demás como superiores a él mismo”.
(Filipenses 2:3)

Es posible que nos creamos superiores a otros, que tengamos más


conocimiento que otros, que sepamos más de la Biblia que otros,
pero debemos estimar a los demás como superiores a nosotros
mismos. Aquel que es maduro en la fe, considera a los demás como
superiores a él mismo. Muchos pueden decir que han madurado en
las cosas de Dios, que tienen mucho que aportar, pero solo aquel
que considera a los demás como superiores a sí mismo, incluso a
los que son débiles, es maduro espiritualmente, es fuerte en la fe.

Recordemos que, así como Dios tomó la iniciativa de amarnos a


nosotros, así debemos tomar la iniciativa de amar a otros. Así como
Dios tomó la iniciativa de perdonarnos, así debemos tomar la iniciativa
de perdonar a otros, igualmente ocurre desde el punto de vista de la
misericordia. Debemos amar a otros como Cristo nos ama. Así como
Cristo se despojó debemos hacerlo nosotros.

Obedezcamos lo que nos dice la Palabra de Dios. El Señor


nos manda a amarnos los unos a los otros con amor fraternal
(Romanos 12:10), también nos dice: “No mirando cada uno por
lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”
(Filipenses 2:4). Todo el ejemplo nos lo dio nuestro Señor
Jesucristo que por amor se humilló hasta lo sumo, se despojó a
sí mismo para ser semejante a hombres y fue obediente hasta la
cruz por amor a nosotros. Dios no nos pide que seamos
obedientes hasta la muerte de cruz porque para eso envió a su
Hijo, Él lo que quiere es que seamos obedientes simplemente
porque le amamos.
11. Se vuelve complaciente con aquello que contraría
la Palabra de Dios

“Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”


(Mateo 24:12)

Aquel hijo y siervo de Dios en el cual se evidencia que ha dejado su


primer amor, empieza a ser complaciente con aquello que contraría
la Palabra de Dios. Mira a un lado y hace de cuenta que no ha
pasado nada, asume una posición de “yo no creo en eso, a mí no
me gusta, pero guardo silencio”; se vuelve un silencio cómplice. En
Mateo 24:12 la Palabra de Dios nos dice que el primer amor de
muchos se enfriará, y se refiere al amor de aquellos hijos de Dios,
de los siervos de nuestro Señor, porque se multiplicará la maldad.
Habrá maldad aquí en la tierra, pero no olvidemos que aquello que
contamina al hombre sale del corazón.

La Palabra de Dios nos advierte sobre la necesidad de ser firmes


cuando se presenta la perversidad en medio de un mundo que está
corrompido. La perversión, la maldad, la corrupción del mundo del
cual somos testigos, debe motivarnos a seguir a nuestro Señor, a
estar firmes en la fe, en el amor y la esperanza, con una
determinación aun mayor. Esto es lo que vemos en casos de la
Palabra de Dios, por ejemplo, en el caso de Jeremías, Habacuc o
los apóstoles, cuanto mayor era la perversión del mundo que los
rodeaba, mayor era la determinación de perseverar en seguir al
Señor, perseverar en el amor, la fe y la esperanza. Esta situación
que se vive en el mundo tiene que causar un efecto incluso de
mayor compromiso por parte de nosotros, de mayor fidelidad, por
eso no podemos lavarnos las manos como Pilatos, y decir: “aquí
nada se puede hacer al respecto”.
11.1 Sed sobrios y velad

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar”.
(1 Pedro 5:8)

“Sed sobrios”, en algunas versiones de la Biblia quiere decir ser


discretos. Es un llamado para nosotros como siervos de Dios: hay
que ser discretos, hay que ser sobrios y velar; entonces no
podemos ser complacientes con el mundo. Hay que ser sobrios, hay
que ser de palabra, hay que ser serios con el mundo en el cual
estamos; por supuesto, llenos de amor y misericordia. Debemos ir y
sentarnos en mesa de publicanos para convertirlos al Señor, y no
para convertirnos a ellos. Estar sobrios es también un mecanismo a
través del cual Dios nos protege y nos cuidamos a nosotros
mismos. Debemos ser sobrios en todo; por ejemplo, en la manera
como hablamos, miramos y gesticulamos, e incluso como nos
presentamos ante otros.

El velar es estar vigilantes, pero esto no quiere decir que estemos


paranoicos o neuróticos. Debemos velar para que nuestra comunión
con Dios esté bien, velar para que no dejemos nuestro primer amor,
para que no estemos sacando a Dios de nuestras decisiones.
Debemos velar por la salud espiritual de nuestra familia.

Nosotros tenemos un adversario del cual nos advierte el apóstol


Pedro. Adversario viene de adverso, que es algo totalmente
contrario, que va en dirección contraria para chocar con nosotros,
para hacernos flaquear. Tenemos un adversario que no solo choca
con nosotros, sino que también ataca por los lados, por detrás, por
debajo; a veces ni siquiera sabemos por dónde va a llegar, por eso
tenemos que ser sobrios y velar. De nada sirve velar si no somos
sobrios. La sobriedad no es contraria a ser una persona jovial,
alegre, feliz, a disfrutar del compañerismo, a reírnos; es más, de los
primeros que debemos reírnos es de nosotros mismos, porque eso
es sano.
Seguramente en algún momento hemos visto algún documental
sobre animales; por ejemplo, los que muestran a un león que está
buscando a quién devorar, ya sea una cebra, un jabalí u otro animal.
Lo primero que sucede es que trata de acercarse y después
comienza la persecución, pero algo interesante de los leones es que
ellos cazan en manada normalmente. Eso es lo que sucede también
en nuestro caso, está el adversario que es el diablo, el cual también
se sirve de otros para buscar a quién devorar, y lo hace de una
manera discreta, por eso debemos ser sobrios y estar vigilantes.

Vigilemos y guardemos nuestro corazón porque tenemos un


adversario que está por todos lados buscando a quién devorar. Y
por cierto, la presa favorita del león o del devorador, es la presa
débil porque es la más fácil de cazar, tomar y devorar. Cuando
estamos pasando por un momento de debilidad, tengamos cuidado
porque en esos momentos está el león rugiendo, buscando a quién
devorar. Pero si estamos fortalecidos y vigilantes, si nuestro primer
amor está firme y estamos conservándolo, aunque esté el león
rugiente acechándonos, no nos va a devorar. Qué importante es el
estar fortalecidos en la fe, la esperanza y el amor; cuando estamos
viviendo constantemente el primer amor, nada nos va a pasar.

Un siervo de Dios que esté conservando su primer amor, que la


base de sus decisiones sea el primer amor, cuyo estilo de vida sea
el primer amor, que la base de su convivencia sea el primer amor,
va a estar protegido por Dios, por eso el amor no puede ser
itinerante.
11.2 Resistir firmes en la fe

“Al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo
en vuestros hermanos en todo el mundo”.
(1 Pedro 5:9)

La Palabra de Dios nos dice que no somos los únicos que estamos
siendo acechados. Las mismas cosas tienen que enfrentar y
padecer en todo el mundo nuestros hermanos en la fe. Todos
tenemos que resistir firmes en la fe; es muy importante la fe, porque
difícilmente podemos hablar del amor exceptuando la fe.
12. Deja a un lado la generosidad
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Juan 3:16)

Dar es la esencia de Juan 3:16. Cristo representa la esencia del dar


del Padre para con nosotros, “Porque de tal manera amó Dios
al mundo”, y es evidente el amor manifiesto a través de una
acción específica: dar a su hijo unigénito. La expresión “de tal
manera”, explica cómo el dar a su hijo unigénito parte es del
amor. El dar es algo que se deriva del amor; en otras palabras, sin
amor no existe el dar. Cuando entendemos este concepto podemos
describir exactamente en qué consiste la generosidad, cuando lo
que doy parte del amor.

El dar es parte esencial y es parte del carácter Santo de Dios que


únicamente es de Dios y, por supuesto, de sus hijos; de aquellos que
hemos nacido de nuevo, de aquellos que hemos sido objeto de la
salvación de Dios y por medio de ella se nos ha concedido la vida
eterna.

Aquel hijo o siervo de Dios que va dejando su primer amor, va


dejando también su generosidad. Esto va pasando a través de los
años, y es un punto muy diciente, un signo vital que es clave y que
nunca falla: la generosidad. La generosidad es parte del carácter santo
de Dios.
12.1 La generosidad

Juan 3:16 es quizás el primer versículo que memorizamos iniciando


nuestra vida cristiana, y podemos ver claramente que su esencia es
el amor, pero aparece también el verbo dar. Cuando hablamos del
dar, estamos hablando de generosidad; el dar debe ser parte de
nuestros genes, de aquellos genes que tenemos por medio del
nuevo nacimiento. No se entiende entonces cómo un hijo de Dios,
hijo del único Dios y Padre, no es generoso.

La generosidad es un signo vital fundamental, pero, ¿qué es lo


que pasa en los hijos y siervos de Dios? Pasan los años y suelen
aparecer muchos pretextos que surgen en la vida de los siervos de
Dios. Ellos no los argumentan públicamente, pero sí los empiezan a
pensar, los contemplan en su corazón y los comparten con su familia,
con su esposa y sus hijos. Estos argumentos van en contravía de lo
que comparten a sus discípulos sobre la importancia del dar.
Podemos ver una contradicción terrible, como si fueran dos personas
en una. El dar es un signo vital, el no ser generoso se puede ir
agudizando con los años; se deja a un lado el primer amor y se deja
a un lado la generosidad.

Cuando definimos el amor de Dios respecto a su magnitud,


decimos que el amor de Dios es grande. Pero cuando definimos que
el amor de Dios es eterno, los adjetivos de la grandeza del amor de
Dios se pueden quedar cortos frente al significado del amor eterno de
Dios hacia nuestras vidas. “Porque de tal manera amó Dios al
mundo”; el amor de Dios es eterno y no solo estamos hablando en
cuanto a lo que concierne al tiempo, tal y como los seres humanos lo
definimos, pues debemos recordar que el tiempo fue creado por Dios
y debemos entender que Él no se sujeta al tiempo, sino que Él es el
creador del tiempo.

No solo podemos mencionar la grandeza del amor de Dios, sino


también entender que el amor de Dios no fluctúa porque es eterno:
“Con amor eterno te he amado”. Aun cuando caigamos, Dios nos
ama, su amor hacia nuestra vida no es fluctuante. Aun cuando
dejemos nuestro primer amor Él nos ama; así yo no lo ame y mi vida
espiritual sea fluctuante, Él me ama. Dios me ama y por eso me ha
dado a su Hijo y por eso el ofrecimiento del Hijo aún está vigente
para todos aquellos que todavía no han recibido al Señor, porque el
amor de Dios es eterno, de la misma manera como fue vigente
cuando le conocimos a Él, y también fue vigente hace más de 2.000
años. El dar ser deriva del amor, porque de tal manera debo amar a
Dios que yo doy; vivo la generosidad en mi vida porque es parte del
carácter santo de Dios.
12.2 Dar de corazón

“Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios
ama al dador alegre”.
(2 Corintios 9:7)

Podemos ver lo contradictorio de la vida de un siervo de Dios que


está enseñando y exhorta a otros sobre este principio del dar que
vemos en 2 Corintios 9:7, cuando entendemos lo que él mismo vive
frente al dar y la generosidad. Nos podemos preguntar por qué
ocurren esas cosas, y definitivamente no es por falta de visión, pues a
un siervo de Dios no hay que decirle lo que hace muchos años
conoce y comunica a otros permanentemente. Y la respuesta es:
porque ha dejado su primer amor.

Hay siervos de Dios que ya dejaron su primer amor hace mucho


tiempo y le sirven a Dios de una manera mecánica, y el dar es un
reflejo inequívoco de eso. Entendemos en la Palabra de Dios que
cada uno da como propuso en su corazón. Tengo que dar como yo
me he propuesto en mi corazón, pero si mi corazón está lleno de
tristeza porque tengo que dar, o porque tengo alguna necesidad,
entonces me propongo el dar para recibir respuesta. Pero la
Palabra de Dios es específica cuando nos dice: “ni por necesidad,
pues Dios ama al dador alegre”. Dios me ama independiente de
cualquier cosa, pero en este pasaje aprendemos que Dios
manifiesta más y más su amor frente a aquél que es un dador
alegre, pues el dar y la generosidad hace parte del carácter santo
de Dios.

Podemos recordar que, en la Palabra de Dios, en Mateo 4:44-


45, cuando dice: “ P a r a q u e s e a m o s h i j o s d e n u e s t r o
P a d r e q u e e s t á e n l o s c i e l o s ”, esto no nos hace hijos de Dios,
pero refleja que somos hijo de Dios. El amor, el primer amor, el
conservarlo siempre, es un reflejo de que somos hijos de Dios. No
quiere decir que entonces vamos dejando nuestro primer amor y
dejamos de ser hijos, lo que pasa es que esto refleja que somos
hijo de Dios.
Si nuestra vida es una vida fluctuante seguimos siendo hijo de
Dios, pero perdemos fácilmente nuestra comunión con Dios y
terminamos actuando como si no fuéramos hijos de Dios.
12.3 La regla de oro

“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores
aman a los que los aman.
Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?
Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis
recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para
recibir otro tanto”.
(Lucas 6:32-34)

Lucas 6 nos habla acerca del amor hacia los enemigos, en un pasaje
que también es denominado en diferentes versiones de la
traducción de la Biblia como “la regla de oro“, el cual nos habla
claramente sobre el amor. Pero si el amor que profesamos es un
amor condicional, no es el amor de Dios, pues este último es
incondicional, como aquel amor que es expresado en Juan 3:16,
pues el amor es el dar. Y el dar refleja que estamos conservando
nuestro primer amor, mientras la falta de generosidad evidencia lo
contrario.

Muchas veces buscamos el mérito cuando amamos, pero


realmente, ¿qué merito tiene? Porque estamos amando a los que
nos aman, pero los pecadores y la gente del mundo también hacen
lo mismo. Si amamos y hacemos el bien, ¿lo hacemos porque
estamos buscando mérito? ¿Será que nuestra vida es aquella que
busca méritos? Pero lo que el Señor nos enseña es que el amar y el
hacer bien hacia los enemigos es la regla de oro, la cual tiene que
ver con el amor.

“Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues
haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”.
(Romanos 12:20)

En la Biblia, en Romanos 12:20, Pablo nos enseña sobre el dar a


los enemigos. Cuando lo hacemos, ocasiona ascuas de fuego y los
amontona sobre la cabeza del enemigo. Solo podemos dar a nuestros
enemigos por la gracia de Dios y la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo, pues tal como lo dice Romanos 12:1-2, es Él el que
renueva nuestra mente y nuestro entendimiento. Él nos enseña a
caminar siempre, teniéndolo a Él como nuestro único modelo de
imitación, nuestro están- dar de crecimiento y caminando en
obediencia a su voz y a su Palabra. Es tiempo de que regresemos a
nuestro primer amor por el Señor.

En la Palabra de Dios en 1 de Juan 3:17, se nos dice: “Pero el


que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano teniendo
necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo ha de morar el
amor de Dios en él?”. Vemos cómo todo tiene que ver y se origina
en el amor, en el dar. La clave del todo tiene que ver con el amor, y
va mucho más allá de nuestra definición de amor porque el Señor
nos enseña que debemos amar a nuestros enemigos: “Al que te
pida; dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo
rehúses”. La Palabra de Dios no hace distingo alguno en lo que al
dar se refiere, así lo vemos en Mateo 5:42.
12.4 Dar es servir

Dios nos dio a su Hijo y cuando comprendemos esto, siempre


debemos dar, no esperando nada a cambio. La razón por la cual
damos siempre debe ser porque nosotros amamos a Dios. Es
necesario dar siempre lo que nos proponemos en nuestro corazón y
hacerlo con pleno conocimiento de que somos hijos de nuestro
Padre que está en los cielos. Dios manifiesta de múltiples maneras
el amor sobre la vida del dador alegre y de tal manera debemos
amar a Dios, dando; de esta manera nos estamos volviendo al
primer amor y también conservamos el primer amor.

Dar para un siervo de Dios es también tomar la decisión de servirle


al Señor, de ofrecer toda la vida, los tiempos, los talentos, todo para
el servicio de la casa de Dios. El servicio es la evidencia de que se
ha aceptado el dar que viene del Señor y del Padre Santo.
Consagrarnos todos los años en la tierra para hacer la voluntad de
Dios.

El Señor nunca culmina el dar. El Señor suple para hacer


cualquier milagro en nuestra vida. Él da y sigue ofreciendo porque su
fuente es eterna. Él es autor de lo sobrenatural porque todo milagro
es posible en el nombre de Cristo, y solo en su nombre lo imposible
se hace posible. Los gigantes son derrotados, las montañas se
mueven, los enfermos son sanados.

El Dios bueno y generoso nunca cesará de dar y hacer milagros,


dan- do la respuesta que necesitamos. Él nunca cesará de dar
porque nos ama, este es el milagro del primer amor en mi corazón y
en mi vida.
13. Otros signos de dejar el primer amor
Vamos a mencionar otros signos vitales que van fallando, que no son
normales en nuestra vida espiritual, y que nos están avisando que
estamos dejando el primer amor.
13.1 Su alabanza se convierte en una formalidad

Nuestros tiempos de búsqueda de Dios por medio de la alabanza se


secan, son limitados, sin sentido ni vida. Eso ocurre sobre todo en los
hijos de Dios que llevan más tiempo conociendo de Dios y su Palabra.

Son buenísimos dirigiendo una alabanza, pero cuando participan


de una son los peores adoradores. Algunos dicen que adoran en su
interior, pero cuando están dirigiendo le dicen a la gente que
exprese su alabanza, que no se cohíban.

Cuando estamos en los congresos en nuestro campamento El


Redil, cada conferencia se inicia con un tiempo de alabanza, y
algunos piensan que el tiempo de alabanza no es importante y se
quedan afuera. La gente nueva, cuando comienza la alabanza,
participa de ella. Los más antiguos piensan que cuando empieza la
alabanza es cuando tienen que ir a recoger su Biblia, cuando tienen
que ir al baño, comprar algo, o cualquier otra ocurrencia. Esto pasa
porque ya la alabanza se convierte en algo más, una opción más,
que podemos escoger si la hacemos no. Esto lo único que
demuestra es que se ha dejado el primer amor.
13.2 Está más preocupado por su apariencia, que por el estado
de su corazón y de su alma

Otra de las señales es que se invierte más tiempo en la apariencia


física. No hay ningún problema con arreglarse y peinarse e ir a un
salón de belleza, pero se invierte más tiempo en eso que en cultivar
la espiritualidad y la belleza interna para agradar al Señor. Se vuelve
más importante la forma que el fondo. Cuando se comparte un tema
es más importante el cómo se ve la persona que la preparación del
tema.
13.3 Su corazón es frío e indiferente, y no tierno como un día lo
fue

“y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he


pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y
malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice
Jehová”.
(2 Reyes 22:19)

El corazón del que no permanece en el primer amor es un corazón


que se va enfriando. Recordemos que es un proceso de
enfriamiento lento, no es un viento frío que todo lo congela en un
segundo. Algunas personas podrían argumentar su manera de ser o
su carácter, diciendo que la ternura no es su característica.

La Palabra de Dios hace mención al enternecimiento de


corazón en 2 Reyes 22:19 con la expresión: “Y tu corazón se
enterneció”, refiriéndose a Josías, un joven rey de Israel, en quien
resaltaba la ternura. Josías volvió a Dios todo su corazón, estableció
nuevamente la pascua que ninguno de sus padres había
implementado, y eso creó un avivar del Espíritu Santo muy grande.
Recordemos que Cristo es nuestra pascua, y representa nuestro
primer amor.
13.4 Su servicio a Dios es motivado por un sentido del deber y
obligación

Hay unas frases que pueden empezar a ser comunes en aquellos


que van dejando su primer amor: “tengo que hacer esto”, “debo
hacer aquello”. En el ejercicio del liderazgo ministerial en esta familia
de la ICT, los misioneros, los paulinos y los líderes de célula madre
pueden caer en este discurso de responsabilidad. Pero en realidad
el servicio a Dios se les convierte en una obligación, una
responsabilidad. Por ejemplo el recibir a la gente en la puerta y
darle la bienvenida, se convierte en un deber y no en un motivo de
alegría, pues no nos damos cuenta de que estamos sirviéndole al
Señor y somos instrumentos maravillosos suyos, y al ser la primera
impresión de alguien que llega nuevo, representamos la primera
imagen. En muchas ocasiones lo que más les llama la atención a
las personas nuevas es la forma en que los reciben y los despiden
en los eventos y sedes de esta familia en la fe.

Cuando se convierte en una obligación decimos: “yo no estoy de


acuerdo, pero lo voy a hacer porque soy obediente”. Entonces con
ese juego de palabras supuestamente quedamos bien, pero no se
trata de eso. Muchos hijos de Dios caen en esa trampa y lo
expresan incluso a sus discípulos, y eso es señal de que estamos
dejando el primer amor. Frente a una instrucción terminan
diciéndole a sus discípulos: “no estoy de acuerdo con eso, pero
igual lo vamos a hacer”. Muchos líderes no están ministrando, sino
que están haciendo una especie de catarsis espiritual porque
entonces se sienten bien compartiendo sus cosas a otros, pero
¿qué pasa si hay uno que es débil? Pues termina siendo afectado
aquel que es débil.
13.5 Las cosas espirituales se vuelven mecánicas y se
desarrollan de manera acartonada en vez de actuar con gozo

Cuando una persona recién llegada a un distrito tiene una


prevención, es normal porque es alguien nuevo, pero aquel que
lleva tantos años en las cosas de Dios y se vuelve prevenido, dejó
que pasará el tiempo y empezó a hacer las cosas como una rutina
que va perdiendo el sentido y todo lo que hace para el servicio de la
casa de Dios empieza a ser mecánico, pierde la capacidad de
sorprenderse y se llena de prevenciones, porque cree ya saber
“cómo funcionan las cosas”. Un hijo de Dios prevenido está dejando
su primer amor.
13.6 Cada vez cuestiona más, es argumentativo frente a la
dirección que recibe

Su corazón se endurece a tal punto que obedece sin estar de


acuerdo. Es argumentativo no frente a quien debe presentar lo que
cree y piensa, sino ante otros a quienes no debe y puede terminar
afectando.
13.7 Prefiere la compañía de aquellos que no conocen de Dios,
que el compañerismo de su familia espiritual

Habitar los hermanos juntos en armonía garantiza la unidad


espiritual como familia en la fe. Es necesario buscar el compañerismo
entre hermanos en Cristo porque es un regalo de amor de Dios el
poder compartir y disfrutar los unos de los otros. Cuando esto no
sucede en la vida del hijo y siervo de Dios, está experimentando
enfriamiento del amor en su vida.
13.8 Está más preocupado por tener la posición correcta que
por tener la disposición correcta

El que va dejando el primer amor, cada vez busca más posición, pero
cada vez ofrece menos disposición. La esencia de esta familia en la
fe es la gran comisión, esa es nuestra visión, y algo fundamental
para lograrlo es la disposición, la cual permite que las cosas sean
ágiles.
13.9 Está más preocupado por ganar un argumento que por
ganar un alma

Un hijo de Dios que prefiere ganar un argumento que ganar un alma,


viene dejando su primer amor. ¿Cuántas veces ganamos
argumentos, pero perdemos almas? Se nos olvida lo que Pablo
nos exhorta: “A todos me he hecho de todo, para que de
todos modos salve a algunos”. Muchas señales Dios nos da y
nos presenta para que caigamos en cuenta de que algo está mal en
nosotros. Aquellos signos vitales sobre los que Pedro nos advertía,
y en los cuales debo estar vigilante, porque cualquiera de ellos es
un indicador de que estoy dejando mi primer amor.

Que Dios entonces nos dé discernimiento frente a estos


puntos que hemos compartido para tomar aquellas decisiones:
“Recuerda, arrepiéntete y haz las primeras obras “
1. El caso de Salomón
En 1 Crónicas, el rey David le habla a su hijo Salomón para darle
instrucciones precisas sobre cómo debe ser su próximo mandato.
Lo primero que le dice es: “Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de
tu padre”, y después le dice: “sírvele con corazón perfecto”.
Debemos recordar en cuanto al primer amor que el corazón juega
un papel trascendental y crítico: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con
todas tus fuerzas”
1.1 Corazón perfecto

El amor es el vínculo perfecto. El amor es aquello que todo lo hace


bien, y por qué no decirlo, todo lo hace perfecto, porque el amor
viene de Dios. Cuando hablamos de servir en la vida de un hijo de
Dios, para permanecer en este primer amor, es necesario hacerlo
con un corazón perfecto. El corazón del siervo ha de estar lleno de
amor hacia Dios, debe permanecer en el primer amor.
1.2 Amigos del Señor

Y continúa el pasaje diciéndonos, “y con ánimo voluntario”. Ánimo


viene del latín “ánima” que es sinónimo de “alma”. Entonces yo debo
amar a Dios con todo mi corazón, y servirle con ánimo voluntario.
Quiere decir, con un alma voluntariosa. En el alma está la voluntad,
por eso la Palabra de Dios se refiere al “ánimo voluntario”.

Corazón perfecto y ánimo voluntario, sometiendo mi voluntad a


Él para servirle, porque Jehová escudriña los corazones de todos y
entiende todo intento de los pensamientos. El término
“pensamiento” tiene que ver con la mente, recordando que
debemos amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro
corazón y con toda nuestra mente, que es donde están nuestros
pensamientos.

Si reflejamos algo contrario al ánimo voluntario, algo diferente al


corazón perfecto, con el cual estamos sirviendo a Dios, ese es un
síntoma de que estamos dejando el primer amor, que está
relacionado con todo lo anterior. El señor nos deja muy claro cómo
debemos amarlo, y Él no solo conoce los pensamientos, sino todo
lo que antecede a ellos, es decir, el intento de los pensamientos. En
muchas ocasiones los pensamientos anteceden a las acciones,
pero hay otros momentos en que pienso y nunca llevo a cabo eso
que pensé.
1.3 Con todas tus fuerzas

La Palabra continúa diciendo: “Si tú lo buscares lo hallarás, más si


lo dejares, Él te desechará para siempre”. Amar a Dios con todas
mis fuerzas implica busca a Dios permanentemente, amar a Dios
resistiendo los momentos de tentación.

En el versículo 20 de 1 Crónicas 28 continúa diciendo: “Dijo


además David a Salomón su hijo; anímate y esfuérzate”.
Esfuérzate, quiere decir con todas tus fuerzas. Anímate hace
referencia al ánimo, o sea, con toda el alma. “Y manos a la obra”,
termina diciendo, es decir, a poner por obra. Vemos que están los
mismos cuatro términos que son fundamentales cuando pensamos
en cómo hemos de amar a Dios, y por supuesto, es la misma
manera como debemos servirle. Cuando hablamos del esfuerzo es
en la obra de Dios, aquella que yo hago con ánimo voluntario, y
termina diciendo: “No temas ni desmayes, porque Jehová Dios
estará contigo, no te dejará ni te desamparará hasta que acabes toda
la obra al servicio de la casa de Jehová”.

Cuando amamos a Dios con corazón perfecto, con todo el ánimo,


con toda la mente y todas las fuerzas, solo así podemos poner
manos a la obra, pero muchos lo que hacen es ponerse manos a
la obra, sin cumplir antes con estos cuatro puntos. Recordemos lo
que nos dice Apocalipsis: “Pero tengo contra ti que has dejado
tu primer amor, recuerda, arrepiéntete y haz las primeras
obras”. Eso es lo que le está diciendo David a su hijo.
1.4 ¿Quién soy yo?

“Porque, ¿quién soy yo y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer


voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos.
Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres;
y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura”.
(1 Crónicas 29:14-15)

Enfaticemos nuevamente: ¿quién soy yo? Esto me hace referencia


a “Acuérdate de dónde has caído”. Yo tengo que recordar
permanentemente de dónde me ha sacado el Señor, porque cuando
lo hago es que viene el arrepentimiento.

Para permanecer en el primer amor, el siervo del Señor nunca


olvida, siempre está recordando quién es, consciente de que no le está
haciendo un favor a Dios al actuar de esta manera y ofrecer
voluntariamente, pues es para él una bendición; es un honor que Dios
le concede a muy pocos.
1.5 La conversión

“Y ellos volvieren en sí en la tierra donde fueren llevados cautivos; si se convirtieren, y oraren


a ti en la tierra de su cautividad, y dijeren: Pecamos, hemos hecho inicuamente, impíamente
hemos hecho; si se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma en la tierra de su
cautividad, donde los hubieren llevado cautivos, y oraren hacia la tierra que tú diste a sus
padres, hacia la ciudad que tú elegiste, y hacia la casa que he edificado a tu nombre”.
(1 Crónicas 29:14-15)

En 2 Crónicas 6, ya el rey David había partido a la presencia de


Dios y vienen las palabras de Salomón para dedicar el templo de
Dios. Nuevamente nos habla de la conversión que le sigue al
arrepentimiento: “Si se convirtieran a ti de todo corazón y de toda su
alma”. Seguramente no son sinónimos, pero quien se convierte es
porque se ha arrepentido.

La conversión debe ser de todo corazón y con toda el alma. Aquí


se refiere nuevamente al alma. ¿Para qué convertirse a Dios de
todo corazón? Para amarle y servirle con todo el corazón.
Convertirse con toda el alma para ofrecerle y servirle
voluntariamente.

La voluntad no consiste simplemente en hacer las cosas porque


toca, sino en hacerlas de corazón y con toda el alma. Entonces aquí
no cabe lo que algunos creen, y es necesario seguir enfatizando en
esto: “es que hay cosas con las que no estoy de acuerdo, pero toca
hacerlas”. Eso no es hacer las cosas con todo mi corazón, con toda
mi alma, teniendo un alma voluntariosa, como aquella de la que
David le hablaba a su hijo. Este es un síntoma de un corazón
endurecido, y lo peor de todo es que lo comparten; algunos son,
incluso, misioneros con alto nivel de liderazgo, que hablan así con
sus discípulos. Eso refleja que su corazón está duro.

Estamos en el tiempo en el que debemos volver al primer amor,


porque eso es lo que Dios tiene en contra nuestra: “tengo contra ti
que has dejado el primer amor”. No miremos alrededor, ni miremos
para abajo, esto es para nosotros. ¡Qué poderoso este tema! Hacer
las cosas con toda nuestra voluntad se trata de servir con amor,
porque el amor lo hace todo perfecto.
1.6 Dios oye mi oración

“Tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada, su oración y su ruego, y ampararás su
causa, y perdonarás a tu pueblo que pecó contra ti”.
(2 Crónicas 6:39)

Dios oye desde los cielos, por eso debo arrepentirme, por el bien de
mi corazón y mi alma, para servirle a Dios como debe ser. Cuando
lo experimento en mi vida lo puedo aplicar a otros yo también:
“perdonando a aquel que ha dejado su primer amor”. No seamos
como aquella iglesia de Éfeso. De nada vale trabajar arduamente si
hemos dejado el primer amor.
1.7 Salomón no permaneció en su primer amor

“Pero el rey Salomón amó, además de la hija de Faraón, a muchas mujeres extranjeras; a
las de Moab, a las de Amón, a las de Edom, a las de Sidón, y a las heteas; gentes de las
cuales Jehová había dicho a los hijos de Israel: No os llegaréis a ellas, ni ellas se llegarán a
vosotros; porque ciertamente harán inclinar vuestros corazones tras sus dioses. A estas,
pues, se juntó Salomón con amor. Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas;
y sus mujeres desviaron su corazón. Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres
inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios,
como el corazón de su padre David”.
(1 Reyes 11:1-4)

Lo que sucedió aquí con Salomón fue que él dejó su primer amor,
aquel que su padre le había advertido cuando estaban en ese
proceso de transición. “Sírvele a Jehová tu Dios, a Jehová mi Dios con
corazón perfecto, con ánimo voluntario, porque Él entiende el intento de los
pensamientos”. Y por eso le dijo: “Esfuérzate, anímate, manos a la
obra”.

Salomón llevó a cabo esa obra magnífica en gran manera y


trabajó arduamente, pero cuando pasaron los años, a pesar de que
Dios lo había bendecido a causa de ese trabajo magnífico, su
corazón no era perfecto delante de Dios. Dejó de ser perfecto; por
eso David, su padre se lo había advertido, ese fue su legado.
Algunos piensan que el legado fue que le dejó todo listo, incluyendo
los materiales y hasta la gente con la que habría de trabajar, y le dio
instrucciones precisas para la construcción de la casa de Dios; pero
aquí vemos que la instrucción más importante era respecto a su
corazón.

Cuando Salomón permitió que su deleite estuviera en algo


distinto a Dios, fue tras dioses ajenos. Su corazón ya no era
perfecto, porque ya no iba detrás de Dios. Salomón tuvo muchas
mujeres que inclinaron su corazón; él le sirvió a Dios con ánimo
voluntario, pero ahora no estaba haciendo su voluntad, sino la de
las mujeres. Ya las cosas de Dios no lo animaban tanto, sino que lo
animaban mucho más otras cosas.
Lo que más debe animar nuestra vida es hacer la voluntad de
Dios. Es una decisión del alma, que es donde está la voluntad. Pero
Salomón se fue tras dioses ajenos y su corazón ya no era perfecto,
porque dejó su primer amor. Salomón llevó a cabo una obra
extraordinaria, y aquí recordamos el mensaje para la iglesia en Éfeso:
“Yo conozco tus obras y conozco tu arduo trabajo, pero tengo contra ti
que has dejado tu primer amor”.

En el caso de Salomón, recordamos lo que dice Dios en 2


Crónicas 7: “si se humillare mi pueblo sobre el cual mi nombre es
invocado…”. Este ha sido uno de nuestros pasajes insignes para
tomar visión de Israel y miremos lo que envuelve en el fondo todo
esto, lo que está detrás de la entrega de este legado de David a
Salomón, con respecto a la casa de Dios.

Lo que nos dice el Señor en su Palabra es que debemos servir


a Dios de corazón perfecto. Este es el corazón de aquel que ama a
Dios, el que vive: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”. En el versículo
6 nos dice que Salomón hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y ya
de aquí en adelante no hay nada bueno qué esperar.

Miremos el proceso de enfriamiento que ocurrió en Salomón, y


veamos que no podemos seguir pensando que nosotros somos
inmunes. No importa cuántos años tengamos de caminar con Cristo,
o que algunos podamos ser considerados “ancianos” para las cosas
de Dios. No importa que podamos decir que ya hemos pasado
“las verdes y las maduras”, como decimos coloquialmente. Nunca
estaremos tan viejos como para que no podamos dejarnos llevar.

Salomón era viejo, pero dejó su primer amor, no prestó atención


a aquellos síntomas que estaban alertando su vida, e hizo caso
omiso. No recordó las palabras de su padre, no recordó que somos
extranjeros y advenedizos, y dejó de preguntarse: ¿quién soy yo
para servir a Dios? ¿Quién soy yo para poder ofrecer algo a Dios?
No importó cuán majestuosa hubiera sido la obra que había llevado
a cabo, ni la poderosa respuesta de Dios, porque finalmente hizo lo
malo ante sus ojos. No siguió cumplidamente a Jehová como David
su padre, sino que comenzó a seguir a otros dioses.
1.7.1 Salomón no guardó el pacto

“Y le había mandado acerca de esto, que no siguiese a dioses ajenos; mas él no guardó lo
que le mandó Jehová. Y dijo Jehová a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has
guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu
siervo”.
(1 Reyes 11:10-11)

Fue una mala decisión lo que ocurrió con Salomón, por aquellas
mujeres que tomó para sí. No guardó el pacto davídico que era su
legado. Por eso no debemos creer que somos inmunes, lo cual
representa un grave peligro porque podemos adquirir cierto tipo de
sobrada altivez, una especie de fariseísmo, y por supuesto, la
llamada idolatría. Existe una forma de idolatría en la que el ídolo soy
yo, como es el caso de aquel que no necesita que le digan nada,
porque cree que ya todo lo ha leído u oído.

Sigamos con el versículo 13: “ P e r o n o r o m p e r é t o d o e l


reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a
David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he
e l e g i d o ” . Aquí vemos que Dios rompe el reino, sin embargo, el
pacto no es roto a pesar de que Salomón sí lo transgredió, no lo
guardó. Pero Dios es fiel, y todos sabemos lo que pasa con la tribu
de Judá, y es cuando vemos lo que pasa desde el reinado de
Roboam en adelante: los reyes de Israel y los reyes de Judá.
Todo esto Dios lo permitió por amor a David, aquel siervo que lo
amó con corazón perfecto, aquel que le sirvió con ánimo
voluntario, con todas sus fuerzas, y de quien Dios entendía la
intención de sus pensamientos.
1.7.2 Dios ha elegido a Jerusalén

“Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y
por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido”.
(1 Reyes 11:13)

Finalmente, este pasaje nos dice: “Y por amor a Jerusalén, la cual yo he


elegido”. Todo hijo y siervo de Dios debe anhelar subir a la casa de
Dios, a Jerusalén, mantener el amor por su tierra, la cual Dios escogió en cumplimiento de
su Pacto. Subir a su tierra, ¿qué representa? Que nuestro Dios es el Dios de pactos, y
sabemos que todavía quedan algunos vestigios de la casa de Dios. Por supuesto, estamos
hablando del tercer templo, vamos también allá a aquel Kotel, aquel muro, para decirle a
Dios: “Señor, yo quiero volver, y hoy vuelvo a mi primer amor. Ya no quiero que estés
contra mí”. Vayamos juntos entonces, y hagamos memoria recordando de dónde hemos
caído, para arrepentirnos y para nuevamente hacer las primeras obras.

El Dios de David y de Salomón, de la manera que escogió a


Jerusalén, también nos ha escogido a nosotros. Jerusalén
representa el amor de Dios, el amor al pacto, el amor a su siervo
David, que tuvo corazón perfecto. Aquel corazón perfecto es el
corazón que ama a Dios, que nunca deja su primer amor. Nuestra
decisión debe ser tener un corazón perfecto que ame a Dios por
encima de todas las cosas, que le sirva con ánimo voluntario.
Nuestra decisión también debe ser cambiar nuestro lenguaje,
nuestros pensamientos, nuestra mente. Decirle al Señor siempre en
oración que cambie nuestra mentalidad porque es Dios poderoso,
omnipotente, porque es el único que entiende las intenciones de
nuestros pensamientos. Nuestra decisión es amarle sirviéndole con
todas nuestras fuerzas, entonces en ese momento es cuando
ponemos manos a la obra.
2. Perseverando en el primer amor
“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
(Mateo 22:36-37)

La respuesta del Señor Jesús ante una pregunta tan contundente


sobre el gran mandamiento de la ley es el amar. “Tú amarás al
Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu
mente”, es lo que el Señor le responde a este especialista de la ley
y nos lo estaba respondiendo a nosotros también. “Te mantendrás
amando al Señor, tu Dios, con todo tu corazón; siempre debes
obedecerlo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente”. Porque recordemos que en esto se manifiesta el amor, en
obedecerle a Él y en guardar sus mandamientos. Debemos
permanecer en este amor sin fluctuar, es decir, permanecer en el
primer amor.
2.1 El primer amor es lo único

Entonces el primer amor tiene que ver con el primer mandamiento


de la ley, además de que el Señor nos añade ahora que cumpliendo
esto, estamos cumpliendo con toda la ley. Así que el primer amor es
fundamental: no solamente es lo primero, básicamente es lo único.
Ahora bien, uno se mantiene cumpliéndola, no de manera puntual,
sino permanente. Por ejemplo, una ley de tránsito que encuentro
todos los días en mi trayecto, y que indique un “pare”, sé que debo
detenerme en esa señal, porque es la ley. Así mismo, todos los días
debo detenerme ante un semáforo en rojo, porque el día que no lo
haga, aparte del peligro que representa, puedo recibir una multa.

Veamos qué interesante lo que nos dice la Palabra de Dios, que


no nos habla de manera negativa; las leyes de los países, por el
contrario, siempre tienen una connotación negativa. Por ejemplo, el
asesinato y el robo están penalizados de manera drástica en todos
los países, y si contradigo estas leyes seguramente habrá
consecuencias. En cambio, este mandamiento de Dios es el único
que comienza de esa manera: “Amarás al Señor tu Dios”.

No olvidemos que todos los mandamientos de Dios son una


expresión de su amor, porque al obedecerlos a mí me va a ir muy
bien. Vemos entonces que el segundo mandamiento es semejante a
este: “amarás al prójimo como a ti mismo”. Y de esos mandamientos
dependen toda la ley y los profetas. Entonces, al dejar el primer
amor estoy dejando toda la ley y todas sus palabras. Al dejar la
Palabra de Dios no solo la estoy descartando, sino que me estoy
alejando de ella.
2.2 Le amo, le obedezco y le sirvo

“Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a


Jehová vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma…”
(Deuteronomio 11:13)

Vamos a revisar Deuteronomio 11:13, versículo que nos ayuda a


profundizar sobre los dos mandamientos de los cuales depende la
ley y los profetas. El Señor nos lo dice de una manera clara desde
el Antiguo Testamento. Aquí Moisés le recuerda a su pueblo la
necesidad de obedecer a todos los mandamientos del Señor,
“amando a Dios”, porque del amor depende toda la ley. Podría verse
esto como una forma de reglamentar o legalizar el amor, pero lo
cierto es que no es posible obedecerle a Él si no lo amo. No es
posible que yo pueda cumplir con todo lo que está en la Palabra de
Dios si no fuera por el amor, porque de estos dos mandamientos,
amar a Dios y amar al prójimo, depende toda la ley y los profetas.

Podemos definir tres cosas muy importantes: si yo amo a Dios,


por lo tanto yo le obedezco, pero también le sirvo. Hemos hablado
acerca del servicio, el cual debemos llevar a cabo con alegría, con
todo nuestro corazón, con toda nuestra alma. Así es como debemos
servirle, si es que le amamos.

Si yo le amo le obedezco. Siempre nos hemos detenido en el


tema de la obediencia como expresión del amor, pero en este
contexto también está el servicio, entre otras cosas, porque gran
parte de sus mandamientos tienen que ver con el servirle a Él pero
con todo nuestro corazón, no sirviéndole por obligación.

Recordemos que uno de los puntos que hemos mencionado, que


sería uno de los síntomas de que me estoy alejando de Dios, es que
hago las cosas porque toca, porque es un deber o una obligación,
pero así no es, porque esta no sería una expresión del amor, debe
ser un servicio con todo el corazón y con toda el alma. Amando a
Dios, obedeciéndole a Él, crecemos en el área espiritual; pero con
nuestra alma y corazón, con nuestra mente, emociones y voluntad.
2.3 El amor de muchos se enfriará

“Y estando Él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte,


diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del
siglo?” […] Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es
necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin […] Muchos tropezarán entonces,
y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se
levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de
muchos se enfriará”.
(Mateo 24:3,6,10-12)

Mateo 24, nos describe cuáles serán las señales antes del fin. Hay
cosas que ocurrirán, pero no es el fin. En el versículo 10 menciona
una señal inequívoca: “ E l a m o r d e m u c h o s s e e n f r i a r á ” .
Hoy en día, muchos pastores hablan acerca de guerras. Solo
basta ver las redes sociales, donde todo el tiempo aparecen esas
guerras y los rumores de guerras; y muchos dicen que el fin está
cerca y la iglesia tiene que prepararse, pero no se han dado cuenta
de que ninguno habla acerca del amor que se enfriará en muchos.
El primer amor se dejará, nos apartaremos del primer amor, eso es
lo que dice Apocalipsis 2: “Pero tengo contra ti que has dejado tu
primer amor”.

Otra señal importante que no hemos mencionado es que se


multiplicará la maldad. Esto significa que comenzaremos a pensar
de manera maliciosa, a actuar con maldad y a pensar con maldad;
se multiplicará la maldad en nuestro entorno. Pero aquí tenemos
que ver lo que hay desde el punto de vista personal e individual: “Y
por multiplicarse la maldad el amor de muchos se enfriará”.

Debemos tener cuidado y no malinterpretar este pasaje. Esto no


quiere decir que lo que pase a nuestro alrededor justifique que
dejemos nuestro primer amor. Hoy vemos cómo se levantarán
falsos profetas que engañan a muchos, y precisamente son los que
están anunciando que viene el fin, porque hay guerras y rumores de
guerras. Incluso, están relacionando la situación de la pandemia
con las señales antes del fin, pero nada de eso es una señal, no
tiene nada que ver con el fin de este siglo; es un engaño de los
falsos profetas, que sí engañarán a muchos, porque estamos llenos
de falsos profetas, los que nunca hablan de la señal que se
menciona después: “el amor de muchos se enfriará”. Es que para
comenzar, estos falsos profetas ya han dejado su primer amor hace
rato, y están llevando a otros a que lo hagan.

Pero el mensaje de esta familia de la ICT será el mismo: “Porque


de tal manera amó Dios al mundo”, y será la gran comisión, servir al
Señor con alegría y con todo nuestro corazón, con toda nuestra
alma, y con toda nuestra mente.
2.4 Perseverar hasta el fin

“Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo.


Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las
naciones; y entonces vendrá el fin”.
(Mateo 24:13-14)

En cuanto al amor, debemos perseverar en amar a Dios siempre,


como lo indica Mateo 24:13; perseverar en el amor, en el primer
amor. Qué bueno que podamos recordarnos eso permanentemente
los unos a los otros, que nos animemos unos a otros a perseverar en
el primer amor. Perseverar es obedecer a sus mandamientos y
sirviéndole con todo mi corazón, con toda mi alma, y con toda mi
mente.

En el versículo 14 podemos identificar que cuando habla del fin


se refiere al enfriamiento. Así que el perseverar debe ser hasta el
fin. Es decir, que el evangelio será predicado de una manera
eficiente y efectiva por aquellos que perseveren en el primer amor.
Es que las buenas nuevas son las buenas nuevas de Jesús, y
consisten en lo que nos dice Juan 3:16, entender y aceptar que Él
me dio a su Hijo en manifestación de su amor.

Es común que escuchemos decir que, si cada uno de los


cristianos de todas las iglesias le comparte de Cristo a diez
personas, lograremos cumplir la gran comisión, pero esto no
funciona así, no es un tema matemático, porque el amor de la
mayoría de los hijos de Dios se enfriará, el primer amor será dejado
por la inmensa mayoría. Pero será predicado el Evangelio del reino
y el testimonio que se dará a todas las naciones será el amor,
porque del amor es de donde parte nuestro lenguaje teoterápico, el
tratamiento amoroso de Dios para el hombre.

Esta familia es grancomisionista, y por lo tanto, esta familia


perseverará en el primer amor. Volvamos a nuestro primer amor;
aquí no estamos para mirar a otros sino para mirarnos a nosotros
mismos. El mensaje del primer amor es de manera particular para
cada uno de nosotros, para mi vida en esta familia de la ICT.

Recordemos lo que nos dice Apocalipsis 2:2: “Yo conozco tus


obras, y tu arduo trabajo y paciencia”. Podemos hacer todo lo que
queramos, mover una montaña de un lado al otro, trabajar
arduamente, podemos hacer lo que sea, podemos dejar, incluso,
que nuestro cuerpo sea inmolado o quemado, pero nada de eso
nos sirve si en nosotros no está el primer amor. El núcleo de
nuestro ánimo, de nuestras intenciones, de nuestras acciones, es el
amor; por eso, Pablo nos dice en la primera carta a los Corintios: el
mayor de todos es el amor, más que la misma fe.
2.5 Haced esto en memoria de mí

“Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por
vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después
de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las
veces que la bebiereis, en memoria de mí”.
(1 Corintios 11:24-25)

Cuando el Señor me pide hacer memoria de Él, me está diciendo


que recuerde de dónde me ha tomado Él, de dónde me salvó, a
dónde caí y de dónde fui rescatado. Todo esto viene de una
respuesta dada a través de una persona, y es la persona de Cristo,
Jesucristo hombre. Cuando dice: “haced esto en memoria”, es en
memoria de Cristo.

Entonces, yo recuerdo dónde estaba, de dónde fui salvado, y algo


más importante, tengo que hacer memoria de quién lo hizo; tengo
que hacer memoria de quién fue el que me tomó cuando yo estaba
en lo más profundo del abismo, cuando yo estaba caído, y él fue el
que me levantó. Pero lo más importante es recordar quién lo hizo, y
cuando yo olvido esto es porque he dejado mi primer amor.

Por eso, la Santa Cena tiene un significado tan profundo, esta es


la única explicación para esto. La razón de la Santa Cena es hacer
memoria, porque mientras haga memoria del cuerpo que fue partido,
y haga memoria de mi Señor Jesús, nunca dejaré el primer amor. Y
si yo he dejado mi primer amor, este es el primer paso para volver a
él, para arrepentirme y hacer las primeras obras.

La Palabra de Dios nos habla también acerca de la copa, que


nos invita a hacer memoria del pacto, y que cada vez que la veo
siempre hago memoria de él. Lo que resalta este pasaje es la
memoria, hacer memoria de Cristo. Esto tiene que ver con la muerte
de mi Señor, que fue por causa mía, porque yo estaba en Egipto,
porque estaba caído, perdido. Dios podría habernos dicho que
celebráramos la cena sin entender por qué, pero nos quiso dejar
muy clara la razón, para que nuestro corazón, como el de Josías,
vuelva a ser enternecido, para que nuestro corazón permanezca
enternecido; para que siempre celebremos la pascua, nuestra
Pascua que es Cristo, y así mismo, con la sangre hagamos
memoria del pacto, que es Jesús; el pacto que se consumó por
medio de su sangre, la cual representa el cumplimiento del pacto.

Y hacemos memoria de la fidelidad de Dios, porque Él es Dios de


pactos. Hacemos memoria de Él, porque fue el que derramó su
sangre por nosotros; hacemos memoria de aquel que nos salvó,
nos rescató y nos levantó cuando estábamos totalmente caídos.
Hacemos memoria del que nos sacó de Egipto, y nos concedió la
gracia, el perdón, la vida eterna y toda la misericordia. Ese es
nuestro Señor Jesús.
2.6 Conocer al Señor para permanecer en su amor

“Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino,
para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo”.
(Éxodo 33:13)

Moisés, a través de una oración que hace al Padre en Éxodo 33:13,


nos da una guía de la meta para guardar siempre nuestro corazón
y permanecer siempre en el primer amor. El anhelo de nuestro
corazón debe ser conocer a Dios cada vez más, y entre más lo
amo, más anhelo conocerle, más debo conocerlo, conocerlo cada
vez más y más íntimamente. Esta es la razón de conocer sus
caminos, como dice Moisés. Yo le amo, por lo tanto yo quiero
conocerle, esta es la promesa de Dios para con sus hijos.

“Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.”


(Jeremías 29:13)

Propongámonos de corazón a volver al primer amor, a hacer todo


lo que sea necesario para ello. La promesa que encontramos en
Jeremías 29:13, es la respuesta de Dios a que busquemos a Dios
de todo nuestro corazón. Si nuestro amor por Dios se ha enfriado es
el tiempo para tomar medidas para que renovemos nuestra
comunión con Él. Volvamos a nuestro primer amor, porque Dios
como aquel padre de aquella parábola que Jesús nos compartía,
nos esperará siempre con los brazos abiertos, y siempre tendrá el
banquete preparado para aquellos que vuelvan a su primer amor.

Vendrán cosas grandes porque es el tiempo de volver a nuestro


primer amor. Los padres de la fe, hace 58 años empezaron en sus
vidas con las primeras obras de fe de esta familia, y hoy hemos
crecido, y para seguir creciendo saludablemente es necesario
volver al primer amor. Hacer las primeras obras de corazón, como
yo me propongo en mi corazón.

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