Trascendentales Del Ente

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El ente (aquello que es) ó es simple, o es compuesto.

Es una entidad distinta y única no


divisible; por esto es uno.
El ente simple es aquel que es indiviso o indivisible según su definición. Por otro lado, el
compuesto es aquel que no está dividido en sus partes, es decir, es indiviso, ya que, si se
separaran esas partes, dejaría de ser lo que es.
La verdad es la adecuación del entendimiento y de la cosa. Ésta reside principalmente en
el entendimiento por cuya razón se ha definido.
Todas las cosas se hallan entre dos entendimientos: infinito y creado. Siendo referido
éste a la inteligencia finita, reflejo y partícipe de la mente divina: razón por la cual puede
conocer las cosas como son en sí mismas, sobre todo si estas cosas presenta la aptitud
de la inteligibilidad. Esta aptitud funda la verdad metafísica (conformidad del
entendimiento y las cosas), la cual añade una relación del mismo ente al entendimiento
que le busca conocer. Por esto decimos que la verdad de las cosas es su mismo ser.
Y aquel es una referencia a la realización de las ideas típicas del Soberano Artífice; por
ende hay una conformidad esencial y necesaria con el mismo entendimiento de Dios.
La verdad de las cosas es aquello que propone al entendimiento para que éste le
conozca.
Lo que se propone al entendimiento como objeto perceptible es la entidad misma de la
cosa, según que se conforma con el entendimiento.
La razón formal es el constitutivo de aquello que se busca conocer. No es solo aquello
con que se conoce, sino también lo que lo constituye, es decir, lo que lo funda (constituye
formalmente) o determina.
La razón formal de la verdad es la conformidad. Su fundamento es la entidad que
respecto el entendimiento cognoscente se presume, o intuye en sí misma o en otro ente.
Aquino define la verdad de tres modos: Según aquello en que se funda (la verdad es lo
que es); según lo que perfecciona a la verdad (adecuación del entendimiento y la cosa
que se busca conocer); y según su efecto consiguiente (la verdad es aquello con lo cual
se manifiesta lo que hay).
No puede decirse que la verdad de las cosas es causa de la verdad en el entendimiento
infinito debido a que no hay antecedentes del Soberano Artífice. Mas sí puede ser
verdadero este antecedente si hablamos en el sentido del entendimiento creado. Esto es,
en el sentido de que las cosas son como la medida de este mismo entendimiento. Aun
así, no es verdadero en el sentido de que la verdad se funda formalmente en las cosas sin
el entendimiento.
Las cosas creadas, que son consideradas entes, se pueden conocer sin necesidad del
entendimiento divino. Si se las considera en sus relaciones con su causa ejemplar, para
conocerlas se deben relacionar con el entendimiento divino, pero para esto basta con el
raciocinio.
La tercera propiedad trascendente del ser es la bondad (apetibilidad del ente). Como se
dijo que en la relación del ser con la verdad, es y es verdadero, decimos que en su
relación con la voluntad, se dice y es bueno.
La apetibilidad del ente es la aptitud que todo ser tiene para mover hacia sí el apetito y
tendencia de la voluntad.
El ser no apetece sino lo que le perfecciona. El fundamento de la voluntad es la
conveniencia de un ser respecto de otro, por cuanto el primero perfecciona al segundo.
Esta perfección que un ente otorga a otro puede ser real o aparente; luego el bien se
divide desde luego en real o aparente.
Se divide también en útil, honesto y deleitable. Bien útil es el medio que conduce al
conseguimiento de un fin. Bien honesto es aquello que se apetece por sí mismo, por
cuento de suyo contribuye a la perfección del ser que le apetece, y es conveniente a su
naturaleza. Bien deleitable es aquel cuya posesión aquieta y le sosiega en sus
movimientos; es el reposo y sosiego del apetito en el bien poseído.
Divídese igualmente el bien en absoluto y relativo. El primero es digno de apetecerse y
amarse por sí mismo y por su propia perfección (así es Dios). El segundo es aquel que no
se apetece ni ama por sí mismo, sino con relación a alguna otra cosa. También se divide
el bien en espiritual y corpóreo, en físico y moral. Es bien espiritual aquel que perfecciona
el alma. Es corpóreo aquel que perfecciona al cuerpo. Es físico el que perfecciona la
naturaleza. Es moral el que perfecciona las costumbres.
Al bien se opone el mal; San Agustín lo describe como la privación del bien.
No cualquier ausencia de bien es un mal, sino tan solo aquella por la cual un ser está
despojado de una perfección debida a su naturaleza.
La falta de un bien no es un mal, su privación sí lo es.
El mal se distingue en tres especies: metafísico, físico y moral.
El mal metafísico es la carencia de ulterior realidad en un ser finito. Mas como el mal no
consiste en una simple negación, este primer miembro es inadmisible; por cuanto la
simple limitación de una criatura es carácter esencial de la misma.
Mal físico es la privación de una perfección física de un ser considerado en su naturaleza
y en el orden de la pura existencia.
Mal moral es la privación voluntaria y libre de una perfección debida a la naturaleza
racional en sus relaciones con el fin a que está llamada, mediante el libre
desenvolvimiento de sus potencias naturales.
También se divide el mal en mal de culpa y mal de pena. El primero es la libre
transgresión del orden moral impuesto a las criaturas racionales por Dios. El segundo es
el castigo o sanción decretada por el mismo Dios contras los transgresores de la ley.
El mal relativo no es un mal absoluto, por ende es un bien. El mal de pena no se impone
sino por la culpa.
ALGUNOS CONCEPTOS:
Perfección: Se dice perfecto de una cosa totalmente, completamente hecha, acabada.
Aquello que posee todo lo que requiere su naturaleza, condición o su fin.
Orden: La apta disposición de cosas iguales y desiguales en su lugar respectivo. También
puede decirse que orden es la apta disposición de los medios al fin.
El orden es relativo; solo la inteligencia puede concebir relaciones, así es que
esencialmente supone el orden, una inteligencia ordenadora. También puede decirse que
el orden es la reducción de la muchedumbre a la unidad.
La unidad y variedad son los elementos esenciales del orden. (La multitud sin unidad es
confusión).
Belleza: El alma se complace en la contemplación de la belleza y hermosura. Son bellas,
se ha dicho, las cosas que agradan vistas, es decir, que han sido conocidas.
La diferencia entre bueno y bello se da en que el apetito de la voluntad descansa en el
bien poseído, mientras que se sosiega y aquieta en el conocimiento o contemplación de lo
bello.
La belleza tiene una relación directa con las potencias cognoscitivas (los sentidos mpas
cognoscitivos son los que más refieren a ella → el jardín que VE es hermoso; la melodía
que se OYE es bella; pero nadie hablará de fragancias bellas).
Tres cosas son necesarias para que en el alma, por medio de a contemplación, se
promueva este sosiego:
1. Integridad o perfección del sujeto.
2. La debida proporción de las partes (orden).
3. La claridad o resplandor que permite a la mente una plácida y completa contemplación.
La belleza es el esplendor del orden. En el orden hay variedad, pero es íntegra y perfecta,
en el orden hay proporción y armonía, porque es la unidad de la muchedumbre. En el
orden se hallan los dos elementos de la belleza. Esto no basta, por ende añadimos la voz
esplendor: aquella claridad que se difunde en las cosas ordenadas, y permite a nuestra
mente su plácida contemplación.
Especies: Lo bello se divide en sensible y espiritual. El primero es el esplendor del orden
en las cosas materiales (orden de partes reales integrantes, y una claridad mental). El
segundo es el esplendor del orden en las cosas espirituales (orden de partes virtuales y
claridad espiritual).
Lo bello espiritual se divide a su vez en intelectual y moral. El primero es lo anteriormente
descrito; el moral es el esplendor de la honestidad.
La belleza espiritual y moral es muy superior a la belleza sensible, como es más noble y
excelente el espíritu que el cuerpo, el orden moral que el físico.
No puede darse belleza objetiva sin verdad, bondad y contra la honestidad, ya que donde
hay orden, hay ser; donde hay desorden, tienden las cosas a la nada.
Pero todo ser es verdadero y bueno: en el orden hay verdad y bondad; lo que se opone a
la honestidad está privado de ser moral; es una imperfección y un desorden a la
naturaleza y concepto de hermosura.
Lo sublime: La belleza supone cierta comprensión. Pero cuando el objeto es tan
excelente, que supera la potencia cognitiva, se origina el concepto de sublima (exceso de
perfección que supera la intuición del sujeto cognoscente).
Hablamos de exceso para indicar que lo sublime se presenta en realidad solo por un lado
a la potencia cognoscitiva; hablamos de intuición para significar que lo sublime excede al
conocimiento inmediato, más no al raciocinio.
El ente infinito es sublime; aunque esta sublimidad no impide que nosotros, discurriendo,
deduzcamos sus atributos y perfecciones.
Lo bello excita admiración y amor; lo sublime produce estupor, asombro y nos inclina a la
veneración.
Esto nace de la excelencia del objeto que hiere a la mente y del exceso de perfección
que domina violentamente, en cierto modo, la facultad cognoscitiva.
Dios es sublime absoluto, porque con su infinidad traspasa y aventaja todas las fuerzas
de nuestra comprensión. Fuera de Dios, o sublime es relativo según que excede los
límites comunes de la aprensión ó que lo concebimos indefinido por medio de la
abstracción de límites.
Podemos considerar tres especies de sublime: ontológico, dinámico y matemático.
El primero se funda en la excelencia de la naturaleza, como Dios; el segundo se funda en
la excelencia de la virtud física (de la naturaleza) o moral (defensa de la verdad, justicia y
derecho). Y el tercero se funda en la excelencia de la magnitud o cantidad, sea discreta o
continua (variables discretas son aquellas que se representan con números enteros, y las
continuas con números reales).
A lo sublime se opone lo hórrido; esto excita la abominación y el horror. La inteligencia
humana tiende a Dios, que es infinito; por esto la arrebata la contemplación de las cosas
sublimes, y la afligen y oprimen las cosas deformes y horrorosas.

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