Arrogancia o Pasión Farrell's Revenge 03 Rose Lowell

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Farrell's Revenge

Arrogancia o pasión

Rose Lowell
© Rose Lowell
Arrogancia o pasión
Primera edición: julio de 2024

Diseño de cubierta: Nerea Pérez Expósito | Imagina Designs


Corrección y edición: Mareletrum Soluciones Lingüísticas | [email protected]

Sello: Independently published


Inscrito en Safe Creative: 2404197690699

Reservados todos los derechos.


Para V.
Gracias por tu generosidad. Y por tus rapapolvos.
Es un honor considerarme tu amiga.
«La arrogancia es solo una expresión del miedo.
La gente teme no obtener lo que desea».
RALPH FIENNES
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Prólogo
Archer House, Berkshire.
Inglaterra, agosto de 1813.

La pareja de jóvenes conversaba a orillas del río Kennet, que atravesaba las
propiedades del ducado de Merton en Berkshire.
El muchacho, de apenas dieciocho años, alto, estilizado, muy apuesto, de
expresivos ojos verdes y cabello rubio oscuro, disfrutaba de sus vacaciones
antes de su ingreso en la universidad. Se hallaba sentado a los pies del tronco
en el que se había acomodado la muchacha.
La joven, de estatura media, cabello castaño claro y cálidos ojos del color
del chocolate, a sus recién cumplidos diecisiete tenía las manos entrelazadas en
su regazo, pendiente de las palabras de su amigo.
Eran amigos desde la infancia. El ducado de Merton colindaba hacia el sur
con las tierras del conde de Alston, padre de la muchacha, en Bradfield.
El joven ―huérfano desde que sus padres habían fallecido en un accidente
de carruaje cuando él apenas tenía trece años y su hermana solo contaba con
dos veranos de vida― estaba nervioso, mientras pensaba en la mejor manera
de plantear su petición.
Conocía a lady Jocelynn de toda la vida, se encontraba cómodo con ella,
eran amigos, y suponía que a ella también le agradaba él. Sin embargo, eso no
quería decir que ella aceptase lo que estaba a punto de proponerle. Estaba
enamorado, todo lo enamorado que se puede estar con dieciocho años de su
primer amor. Esperaba que la vida a su lado resultase cómoda, sin sobresaltos.
Bastantes había tenido ya. Ella había recibido una buena educación, de
acuerdo a su rango como hija de los condes de Alston, y esperaba que, si
aceptaba, pudiesen, entre los dos, criar a Tessa, su hermana de apenas siete
años, ahora bajo la tutela de sus tíos, los marqueses de Saint―Jones.
―¿Estás nervioso por tu ingreso en la universidad? ―preguntó curiosa la
joven, al verlo intranquilo.
El muchacho levantó su mirada hacia ella.
―No, no es la cercanía de mi marcha a Cambridge lo que me tiene
inquieto.
Jocelynn enarcó las cejas.
―¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo con tu hermana? ―A ella le importaba
muy poco la hermana de su amigo. Una cría de siete años, a la que había visto
tres o cuatro veces, y que no le merecía mayor interés.
El muchacho suspiró y se armó de valor. Lo aceptaría, estaba seguro. Su
rango, mucho mayor que el de su padre, le garantizaría la conformidad de la
muchacha. Podía, por supuesto, hablar directamente con el conde de Alston,
pero ella tenía derecho a ser la primera en saber sus intenciones.
Alargó una mano y tomó una de las femeninas. Carraspeó y se decidió a
hablar.
―Jocelynn, nos llevamos bien, ¿verdad?
―Por supuesto, Merton. Somos amigos.
Que siempre se dirigiera a él por su título, cuando él siempre le había
llamado por su nombre de pila, sin que la muchacha mostrase disgusto alguno,
le tendría que haber puesto sobre aviso, sin embargo, en su inexperiencia, lo
achacó a rigidez de la educación recibida.
―Sabes que me esperan tres años en la universidad. Cuando regrese, estaré
en posición de hacerme cargo de mis propiedades y de mi hermana. Jocelynn,
¿me esperarías?
La joven se ruborizó.
―¿Esperarte?
―Bueno, serás presentada en sociedad la temporada próxima. Eres muy
hermosa y seguramente tendrás muchos pretendientes. Quisiera saber si podría
tener la esperanza de que me aceptases. Me gustaría hablar con tu padre, tener
su palabra de un compromiso entre nosotros y que, después de mi paso por la
universidad y de que hayas disfrutado de tus temporadas en Londres, podamos
casarnos. Estoy enamorado de ti, Jocelynn, ¿podría esperar que me
correspondieses?
Ruborizado, continuó:
―Lady Jocelynn Bale, ¿me harías el honor de aceptar convertirte en mi
esposa?
Jocelynn apartó su mano bruscamente de las del muchacho, al tiempo que
se levantaba del tronco donde permanecía sentada. El joven, sorprendido, se
irguió a su vez.
―¿Qué ocurre, Jocelynn? ¿Acaso te he molestado de alguna manera?
Ella clavó sus oscuros ojos en él. Hubo en ellos una chispa de… ¿triunfo?,
que se desvaneció lo suficientemente rápido como para que el muchacho no lo
notase. Mientras sonreía con timidez, contestó.
―Por supuesto que no, solo… me ha sorprendido tu propuesta, la verdad,
no lo esperaba. ―Ruborizada, bajó la mirada con recato―. Será un honor
convertirme en tu esposa, Merton ―susurró con voz suave.
El joven volvió a tomar la mano de Jocelynn entre las suyas al tiempo que
las alzaba para depositar, gentilmente, sendos besos en ellas. En su regocijo
por ser aceptado ni se percató de que ella no había expresado ningún
sentimiento hacia él.
―Me haces muy feliz, Jocelynn. Hablaré con tu padre cuanto antes, sin
embargo, se hará como desees. Si prefieres esperaremos para anunciar el
compromiso hasta que acabe la universidad y disfrutar de tus temporadas sin
tener que soportar las miradas vigilantes de la nobleza puestas en ti al saber
que te convertirás en mi duquesa, o por el contrario anunciarlo antes de que
me vaya y entrar en sociedad como la prometida del duque de Merton.
―Preferiría anunciarlo cuanto antes, ―Jocelynn añadió coqueta―: eso me
permitirá disfrutar tranquila de las temporadas sin tener que estar pendiente de
otros posibles pretendientes.
Merton tomó a la muchacha por la cintura. Con una mano, alzó su rostro
hacia él.
―¿Puedo besarte, Jocelynn? ―susurró.
La joven, como toda respuesta, alzó sus brazos y le rodeó el cuello con las
manos. Merton bajó la cabeza y rozó los labios femeninos con los suyos.
Inmediatamente, la boca de Jocelynn se abrió y la lengua femenina se internó
en la cavidad húmeda de él. Pasado el primer momento de sorpresa, el joven
correspondió apasionado, haciendo que sus lenguas comenzaran una danza
ardiente. Estrechó a la muchacha contra él, haciendo que se notara su dureza.
Cuando las manos masculinas comenzaron a vagar por el cuerpo de ella,
Merton se detuvo. Alejó suavemente a la joven de su excitado cuerpo.
―Debemos parar, Jocelynn. Si continuamos no podré contenerme y no
podemos anticipar nuestros votos. No antes de que disfrutes de tu estancia en
Londres y de que yo acabe mis estudios.
Completamente ruborizada, la muchacha asintió.
―¿Cuándo hablarás con mi padre?
―Inmediatamente, en cuanto llegue a Archer House le enviaré una nota
solicitando una entrevista. Espero que en la mañana pueda recibirme.
―Por supuesto que te recibirá, eres un duque, estará encantado. ―Jocelynn
alzó una mano para acariciar el rostro del joven―. Debo irme, Merton, se
acerca la hora de la cena y debo prepararme ―anunció dulcemente.
―Te acompaño…
―No es necesario, sabes que hay poca distancia hasta Alston Park. Será
mejor que regreses y envíes esa nota. Me encantará ver la cara de mi padre
cuando la reciba ―contestó, sonriendo con picardía.
El joven duque correspondió a su sonrisa.
―Tienes razón, deseo entrevistarme con tu padre cuanto antes, mi amor.
Los jóvenes se despidieron con un tierno beso y el duque se dispuso a
encaminarse a su residencia decidido a enviar la nota con premura.

y
El conde de Alston recibió al joven duque de Merton complacido y
orgulloso del gran partido que había conseguido su hija. Decidieron que ese
mismo día el conde enviaría el anuncio del compromiso a los principales
periódicos de Londres.
Merton solicitó que fuese avisada Jocelynn, y en cuanto esta se presentó,
ruborizada y nerviosa, le hizo entrega del anillo de compromiso que traía con
él. Era una de las joyas más llamativas de las que componían el joyero ducal.
Sabía que a Jocelynn le encantaban las joyas y esperaba que la sortija,
compuesta por un espectacular diamante rodeado de pequeños rubís, le
agradase.
―¡Es maravillosa! ―exclamó la joven al ver la espectacular joya en su dedo
anular.
―Sabía que sería perfecta para ti ―admitió Merton con petulancia.
Jocelynn se acercó al duque, coqueta. El conde los había dejado solos
tomando la debida precaución de dejar la puerta entornada. La joven echó un
fugaz vistazo a la puerta y, mientras apoyaba sus brazos en los hombros del
duque, le besó con ardor. Merton respondió al beso fascinado ante lo
apasionada y desinhibida que había resultado ser Jocelynn. Se separaron
jadeantes.
―Debo irme ―murmuró Merton cuando recobró el habla―, debo escribir
a Tessa para comunicarle nuestro compromiso. ¿Puedo verte mañana, en el
claro, a la hora de siempre?
Después de disimular una mueca de desprecio al escuchar el nombre de la
hermana del duque, Jocelynn respondió mientras miraba fascinada el anillo.
―Por supuesto. ―Levantó la mirada hacia él―. Ahora podremos vernos
siempre que queramos, ¡estamos comprometidos! ―exclamó alborozada.

y
Merton se dirigía dando un paseo hacia Alston Park, había decidido darle
una sorpresa a Jocelynn presentándose antes de la hora convenida para
recogerla en su casa. De repente, unas risas llamaron su atención. Se detuvo
para poder precisar de dónde procedían y se dio cuenta de que venían de la
orilla del río donde solía reunirse con Jocelynn.
Sorprendido porque alguien estuviese allí, no en vano las tierras
pertenecían al ducado, se acercó discretamente dispuesto a averiguar quiénes
eran los intrusos.
Casi se le desencaja la mandíbula cuando los vio. Jocelynn reía entre los
brazos de un hombre, al que Merton no pudo identificar, mientras levantaba la
mano haciendo que el anillo que él le había regalado refulgiese con el brillo del
sol. El hombre, mientras tanto, besaba su cuello y recorría con las manos el
cuerpo femenino en caricias sumamente atrevidas. Jocelynn enredó los dedos
en el cuello masculino y se besaron con pasión. Perplejo, Merton observó
cómo el hombre bajaba el corpiño del vestido de ella y comenzaba a chupar y
lamer los pechos femeninos. La tumbó en el suelo y, entre risas y gemidos, le
levantó la falda del vestido hasta que con un gruñido la penetró. Jocelynn
comenzó a moverse contra él mientras gemía de gozo hasta que, mientras ella
soltaba un grito, ambos obtuvieron su liberación.
Humillado y avergonzado, Merton se volvió y se alejó a trompicones del
lugar. Después de caminar durante lo que le parecieron horas se detuvo,
intentando orientarse. Estaba cerca de Alston Park.
Se apoyó en un árbol y se dejó caer hasta quedar sentado contra el tronco.
Maldita ramera. Escenas y conversaciones pasadas le vinieron a la mente. Su
dominio del arte de besar, al que no había prestado atención, y que acababa de
comprobar dónde y cómo lo había aprendido; recordó cuando le había
confesado su amor, sin ninguna respuesta por su parte; el que siempre se
refiriese a él por su título; su prisa por anunciar el compromiso. Por Dios, él se
había enamorado como un idiota y ella solamente lo había utilizado. Su
intención era convertirse en duquesa y continuar su romance con ese hombre.
Daba gracias por haberlos visto, se temía que, si no hubiera sido así, esa mujer
destrozaría su vida, eso sin contar con que en algún momento podría hacer
pasar al bastardo de su amante por su heredero. Furioso, se levantó y se dirigió
a la residencia del conde de Alston.
Cuando llegó, ordenó que se avisase sin demora al conde. Este acudió
presuroso cuando le comunicaron que el duque de Merton exigía verlo.
―Merton, ¿qué ha ocurrido? ¿Jocelynn está bien? ―preguntó, preocupado,
el conde.
El duque soltó una carcajada sarcástica. «¿Bien? ¿Jocelynn? Estaba
estupendamente, completamente saciada y satisfecha después de su revolcón»,
pensó con cinismo.
―Jocelynn está perfectamente ―contestó con frialdad―. He venido a
comunicarle que tengo la intención de romper el compromiso. Mañana saldrá
el anuncio de la ruptura en todos los periódicos. Ah, y exijo que la sortija que
pertenece a mi familia sea devuelta sin tardanza a Archer House ―le espetó al
conde con toda la arrogancia ducal que le era posible.
El conde lo miraba desconcertado.
―¿Romper el compromiso? Pero… ¿por qué?, ¿qué ha ocurrido? Merton,
no pienso tolerar que suma a mi hija en el escándalo. ¿Se da cuenta de lo que
supondrá para su reputación que Su Excelencia rompa el compromiso
anunciado hace apenas un par de días?
―¿Su reputación? ―contestó el duque con sarcasmo―. De su reputación se
encarga ella solita, milord. Si desea saber las razones, pregúntele a su hija el
nombre del hombre con el que retozaba en el río, y ahí tendrá las razones que
solicita.
―¿Hombre? ¿Qué hombre? Mi hija no ha tenido contacto alguno con
ningún caballero, y por supuesto, no se le ocurriría ni siquiera mirar al personal
de servicio, no hay nadie con quien pueda… ―El conde se detuvo. Merton se
dio cuenta de que acababa de ponerle nombre y apellido al amante de su hija.
Conocedor de los cargos empleados en las residencias campestres, Merton
aventuró:
―Quizás su administrador se esté excediendo un poco en sus…
obligaciones. ―El sarcasmo era patente.
El conde enrojeció de vergüenza, mientras mascullaba entre dientes.
―Anthony Holland.
Alston miró a Merton y, en ese momento, al ver su mirada dolida y
humillada, el duque sintió lástima por el hombre. Ambos habían sido víctimas
de Jocelynn.
―Lo siento, Excelencia, por supuesto que se le devolverá su anillo. Reciba
mis más sinceras disculpas por el vergonzoso comportamiento de mi hija. Si
desea alguna compensación…
Merton compadecía al conde. Tener que lidiar con una hija con la
reputación arruinada no era plato de gusto para un padre. No tendría más
opciones que repudiarla o casarla con algún anciano que, con tal de tener
herederos, no le importase la catadura moral de su esposa.
―No tengo necesidad de ninguna compensación. Gracias, Alston. ―Se
disponía a girarse para salir de la residencia cuando fijó su mirada en la
apesadumbrada del conde―. Yo también lo siento, milord, de verdad que sí.
―Entonces se giró para dejar atrás Alston Park.
Al día siguiente, el anuncio de la ruptura del compromiso entre el duque de
Merton y lady Jocelynn Bale estaba en todos los periódicos, y fue la fuente de
cotilleos y rumores durante mucho tiempo, todos ellos especulando sobre las
carencias que podría tener la dama para provocar que el duque rompiera la
palabra dada, sin casi dar tiempo a que se hubiese secado la tinta del anuncio
del acuerdo nupcial.
Weston James Nicholas Archer, duque de Merton, no olvidaría nunca esa
humillación. Sus vacaciones en Berkshire se habían acabado. Se iría a Dorset:
allí, con sus amigos, se lamería las heridas. También hizo una promesa: nadie,
jamás, volvería a humillar a su gracia el duque de Merton.
Capítulo 1
Londres, octubre de 1826.

En Merton House, Weston James Nicholas Archer, duque de Merton,


desayunaba tranquilamente mientras repasaba lo sucedido la noche anterior.
Sabía que había dejado a sus amigos desconcertados ante el anuncio de sus
intenciones de cortejar a Jocelynn, y no le sorprendía en absoluto, él mismo se
había quedado perplejo cuando en la misma frase utilizó las palabras cortejo y
Jocelynn. No entendía qué le había impelido a hablar de cortejar a lady
Hampton, sabiendo además que tanto Aidan como Vadim habían soportado
su furia y humillación aquel verano cuando les relató lo sucedido en Berkshire.
West se consideraba un hombre sensato, trabajador, leal a sus amigos y, en
cuanto a amistades femeninas, si bien no era un libertino, no había tenido
problemas nunca en encontrar alguna dama bien dispuesta. De hecho, eran
ellas las que lo buscaban a él. Alto, estilizado, ancho de hombros y con
músculos bien definidos donde debían estar, se consideraba un hombre
atractivo para las damas. Bien fuese por su título, bien por el añadido de su
rostro de pómulos altos, nariz recta, boca de labios generosos, quizá
demasiado generosos para lo habitual en un hombre, pero que parecían
resultar muy atrayentes a las damas, cabello rubio y ojos verdes, se sentía
cómodo con su actual situación de soltero. Con treinta y un años quizá debería
empezar a plantearse el contraer matrimonio y pensar en el futuro del ducado,
sobre todo teniendo en cuenta que sus dos mejores amigos, Aidan Shelton,
conde de Devon, y Vadim Lennox, marqués de Rutland, habían contraído
nupcias en el último año.
Sin embargo, cada vez que se decidía a sopesar a alguna dama como
posible duquesa de Merton, algo hacía que descartara la idea. No creía que
ninguna de las jóvenes debutantes que cada temporada poblaban los salones
pudiesen conservar su interés más allá del primer año, y eso con suerte. Ni
siquiera las amantes que había tenido, y habían sido de lo más variadas y
expertas, consiguieron interesarlo más allá de un par de encuentros. Y desde
luego, no tenía intención alguna de soportar a ninguna cabeza hueca como su
duquesa. No se veía con la paciencia suficiente, ni las ganas, para el caso. Y si
pensaba en las viudas… Bueno, puede ser que pecase de arrogancia, pero su
duquesa tendría que ser su duquesa, no haber sido la consorte de ningún
caballero, razón por la cual lady Hampton estaba totalmente descartada para el
puesto. Y no solamente por su anterior matrimonio, sino por sus anteriores…
indiscreciones. Solamente había una dama que le atraía poderosamente, sin
embargo, se temía que ella no lo mirase con los mismos ojos, y no volvería a
pasar por la humillación de aquel verano.
Por esas razones no entendía sus imprudentes palabras de la noche
anterior. Quizá el anuncio del enlace del duque de Normamby, padre de
Vadim, con la condesa viuda de Devon, madre de Aidan, así como ver a sus
amigos con sus esposas, había hecho que su lengua se soltase. Que en aquella
habitación todos estuviesen felizmente enamorados le había ocasionado un
punto de resquemor. Bueno, todos no, pero ella no contaba, ella era… era
completamente diferente a las demás damas que conocía, y era la hermana de
uno de sus dos mejores amigos. Intocable según el código no escrito entre
caballeros.
Él era un duque, por Dios, no debería tener problema alguno para
encontrar a su duquesa perfecta.
Recordó el momento en que había vuelto a hablar con Jocelynn. Había
acudido solo a una fiesta, atendiendo a un compromiso que no implicaba a sus
amigos. La había visto allí. De hecho, la dama era asidua a los salones de la alta
y ya se la había encontrado en otras ocasiones, la jovencita que había sido su
primer amor y que tan cruelmente se había burlado de él se había convertido
en una espectacular mujer. Sin embargo, aparte de notar un ligero cosquilleo
en el estómago cuando sus caminos se cruzaban ―supuso que a causa de que
el primer amor nunca se olvida, o eso decían― no había sentido nada más que
una leve irritación. Jocelynn llamaba la atención en los salones con su
espectacular belleza, eso, y que todavía quedaban rescoldos del descomunal
escándalo de hacía tantos años y que solía reavivarse en susurros y
comentarios cuando coincidían en algún evento.
Ella fue la que dio el primer paso al acercarse a él. Se encontraba en la
mesa de las bebidas cuando la suave voz que recordaba tan bien, a su pesar, lo
sobresaltó.
―Buenas noches, Excelencia. ―Al girarse para mirarla, le impactó su belleza. No
pudo evitar el ramalazo de excitación que lo recorrió, sin embargo, ignoró el repentino
movimiento que lo sacudió por debajo de su cintura. Ella realizó una profunda reverencia, lo
que le permitió disfrutar por un instante de la vista de sus turgentes senos, que el profundo
escote de su vestido mostraba en todo su esplendor.
―Milady ―respondió con frialdad. Sabía que su padre, apenas un mes después de lo
ocurrido, la había casado con un anciano barón, el barón Hampton, cuya propiedad se
hallaba en Kelston, en el condado de Somerset y a poca distancia de Bath.
Jocelynn observó al duque. Lo había visto en infinidad de salones a lo largo de los dos
últimos años, después de salir del luto y regresar a Londres. Sabía que, si acudía a un baile,
únicamente bailaba con su hermana y la amiga de esta, lady Violet Barton, ahora marquesa
de Rutland. Había intentado en multitud de ocasiones un acercamiento, sin embargo, la
constante presencia de sus amigos, el conde de Devon y el marqués de Rutland, se lo había
impedido. Por las confidencias que habían compartido en su juventud sabía que no les
ocultaba nada, y presumía que estaban al tanto de su compromiso y posterior ruptura… y
de la causa. Sin embargo, tenía imperiosos motivos para retomar la relación. Merton había
estado muy enamorado de ella, y se sabía capaz de volver a avivar ese amor.
―Excelencia, disculpe mi atrevimiento, pero ¿podríamos hablar? Nos hemos encontrado
con anterioridad en multitud de salones y, aunque varias veces tuve la intención de dirigirme
a usted, no había encontrado el momento oportuno hasta este momento.
West no la dejó acabar. Alzó una ceja y la observó con frialdad.
―Lady Hampton, han pasado… ¿cuántos… doce, trece años? A estas alturas no llego
a comprender de qué podemos hablar usted y yo.
Jocelynn se ruborizó como una debutante. Había tenido mucho tiempo para perfeccionar
el comportamiento propio de una dama recatada. Después del escándalo y el consiguiente
exilio en Kelston, supo que si quería conseguir ciertas cosas debía ser más discreta. Ya no era
la jovencita imprudente y alocada de sus diecisiete años.
―Sin embargo, si me lo permite, desearía…
―¿Lavar su conciencia, milady? ―contestó West con desdén.
Jocelynn se armó de paciencia. No iba a ser fácil, él parecía todavía dolido por lo
sucedido, sin embargo, tenía que intentarlo.
―Excelencia, éramos muy jóvenes y yo cometí un error del que me he arrepentido
durante todos estos años. ―Colocó una mano sobre el brazo masculino, que apartó con
rapidez al ver la mirada que el duque le dirigió, como si se hubiese posado en su brazo una
víbora―. Por favor ―suplicó, mientras lo miraba anhelante.
West estudió el rostro de la mujer. Parecía sinceramente deseosa de congraciarse con él.
Se encogió de hombros interiormente, «¿por qué no?», nada de lo que dijese podría cambiar el
pasado, la humillación y la vergüenza, así que… él era un caballero, escucharía lo que
tuviese que decir aunque no se fiaba de que sus palabras fuesen sinceras, al fin y al cabo, ya
lo había engañado una vez y era una maestra en ello. Una vez la hubiera escuchado,
enterraría el pasado definitivamente.
Sin embargo, West no contaba con la capacidad de persuasión de Jocelynn, así como su
dominio del victimismo, eso sin hablar de la innegable atracción que todavía ejercía sobre él.
West le indicó que salieran a los jardines, donde podrían hablar con más privacidad, ya
no eran dos jovencitos que necesitasen carabina alguna. Sin embargo, se cuidó muy mucho de
ofrecerle la cortesía de su brazo.
Llegaron a una zona de los jardines donde había varios bancos. West eligió uno y le
ofreció asiento a Jocelynn. Él, sin embargo, no se sentó, apoyó un pie en el banco, se acodó
sobre la rodilla doblada y esperó.
―Él era el administrador de mi padre, y yo era muy joven ―comenzó Jocelynn, con voz
temblorosa―. Era mayor que nosotros y con experiencia, además de muy atractivo. No supe
evitar que me sedujera. Aunque estaba enamorada de ti, ―La baronesa obvió a propósito el
tratamiento. Debía procurar que Merton evocase los ratos compartidos―, estaba
deslumbrada por las atenciones que él me dispensaba. Sabía cómo conquistar a una mujer,
no digamos a una jovencita. ―West enarcó una ceja con escepticismo al observar cómo una
lágrima rodaba por la mejilla de la mujer. Jocelynn, sin embargo, continuó con su relato―:
Aquel día en que nos viste, tenía la intención de romper la relación con él. Iba a casarme
contigo, que era lo que en realidad deseaba, y no quería continuar engañándote, no te lo
merecías.
West resopló.
―Para ser una despedida, resultó muy apasionada y, sinceramente, milady, en ningún
momento te vi mostrar rechazo a sus… avances.
―Le mostré el anillo mientras le explicaba que teníamos que dejar de vernos, que estaba
comprometida y que tú eras lo único que me importaba, pero… él estaba desesperado y me
pidió una última vez. ―Otra lágrima rodó por su mejilla. West pensó, cínico, que Jocelynn
escatimaba el llanto hasta el punto de soltar las lágrimas de una en una―. Cedí, tonta de
mí, pensando que sería la última vez, que quedaría por fin libre para ti. Y cuando volví a
casa después de esperarte en vano, el infierno se desató. Quise ir a Archer House a
explicarte… pero mi padre lo impidió. Dijo que bastante daño y vergüenza había provocado
ya, a él y a ti, y que no consentiría que lo avergonzara más. El resto me temo que ya lo
sabes, puesto que se habló durante mucho tiempo de ello. Despidió al señor Holland y a mí
me encerró en la casa hasta que pactó mi matrimonio con el barón Hampton. Lo siento
tanto, Merton, siento haberte hecho tanto daño a causa de mi irresponsabilidad. En mi
descargo diré que era casi una niña, el señor Holland estaba en Alston Park durante todo el
año, mientras que tú venías durante las vacaciones, sé que no debí ceder a su seducción, mi
única excusa, si se puede considerar como tal, es que era muy joven y no había salido nunca
de Berkshire, ni conocido a ningún caballero más que a ti, ¿podrías al menos perdonarme
por haber cometido un error, error que me costó todo lo que me importaba? ―Jocelynn lo
miró anhelante, en este momento sí había más lágrimas en sus ojos.
West, sin embargo, aún tenía sus dudas.
―¿Cuándo pensabas explicarme tu falta de inocencia, quizá en la noche de bodas
cuando no hubiese solución alguna? ―murmuró.
―¡Pensaba explicártelo ese día! ―exclamó Jocelynn, sollozando―. Una vez hubiera
resuelto mi vergonzosa situación con el señor Holland, te lo habría contado. Si me
rechazabas, pues que así fuese, pero no tenía intención alguna de entrar en un matrimonio
contigo basado en mentiras. No contigo, Merton, debes creerme.
―¿Qué esperas de mí, Jocelynn? ―Sin darse cuenta, West obvió el cortés y distante
tratamiento que había empleado para pasar al familiar con el que se dirigía a ella en su
juventud, cosa que Jocelynn captó al momento y aprovechó.
―Que me des una oportunidad, Merton. Yo no te he olvidado, y creo que tú a mí
tampoco ―respondió, mientras bajaba la mirada y se limpiaba las lágrimas con la mano―.
Siempre he estado enamorada de ti. Solo te pido que lo intentemos… Que veamos si todavía
existen los fuertes sentimientos que nos unieron en el pasado. Ahora somos adultos, Merton,
podemos tomarnos las cosas con calma y ver a dónde nos conducen. Ya no hay secretos entre
nosotros, te ruego que nos demos una oportunidad.
En ese momento West no supo qué contestar. Había estado muy enamorado de ella, y su
traición lo había destrozado. Sin embargo, Jocelynn tenía razón en algo, ahora eran adultos,
y West había notado que cuando ella le habló, algo se había agitado en su interior. Al fin y
al cabo no se había vuelto a enamorar ―en su cabeza se coló la imagen de unos grandes ojos
verdes, que rápidamente relegó―, no sabía si porque en su interior seguía enamorado de ella,
o porque la traición sufrida se lo había impedido.
Observó a la mujer, que lo contemplaba esperanzada. Durante mucho tiempo, primero
en su juventud, y después al recordar la vergonzosa humillación, estuvo obsesionado con ella,
preguntándose cómo era posible que no se hubiese dado cuenta de nada hasta que fue
demasiado tarde.
―De acuerdo, Jocelynn. ―Cedió, al fin. Él también deseaba superar, de una manera u
otra, aquella parte de su vida. Quería averiguar si la inquietud que le había producido verla
era a causa de que todavía sentía algo por ella o, por el contrario, simplemente era esa
incomodidad propia de una herida que no había cerrado adecuadamente. De cualquier
forma, Jocelynn no conseguiría volver a engañarle, no tropezaría dos veces en la misma
piedra―. Podemos intentar retomar nuestra amistad y ver a dónde nos conduce, si todavía
existe algo entre nosotros.
West no tenía intención alguna de que esa «oportunidad» consistiese en hacerla su
duquesa. Eran adultos, la acompañaría a algunos eventos y, si surgía la oportunidad,
bueno… ella era muy atractiva, quizá pudiese resarcirse de haber sido el único que no había
conseguido disfrutar de su cuerpo.
Una expresión de triunfo pasó fugazmente por los ojos de Jocelynn, que rápidamente
ocultó.
―Gracias, Merton ―respondió, con una trémula sonrisa.
West asintió.
―¿Entramos ya?
Ayudó a Jocelynn a levantarse del banco y esta vez se permitió ofrecerle su brazo.

y
En esos momentos, Aidan Shelton, conde de Devon, arrellanado en su
sillón detrás de la mesa de su despacho del Revenge, recordaba lo sucedido la
noche anterior durante la cena en casa de su abuelo, el marqués de Atherton,
cuando el duque de Normamby y su madre, la condesa viuda de Devon, se
comprometieron. Esbozó una sonrisa de satisfacción. Su madre y Normamby
se merecían un poco de felicidad. Sobre todo, su madre, después de su nefasto
matrimonio; y llamar matrimonio a aquello era un eufemismo, tratándose del
difunto conde de Devon.
Sin embargo, otra cuestión le había impedido conciliar el sueño y lo había
llevado más pronto de lo habitual a sus estancias privadas del club, donde
podría pensar sin interrupciones debido a lo temprano de la hora.
West había anunciado su decisión de cortejar a lady Jocelynn Hampton, la
hija del conde de Alston, y aunque al principio la evocó como una más en los
salones de la alta, incluso el apellido lo desconcertó, el recuerdo que había
pasado por su mente se aclaró y por fin pudo ubicar a la mujer.
Recordó aquel verano cuando iban a comenzar la universidad y cómo West
apareció en Dorset. West pasaba temporadas en Dorset, pero siempre al final
del estío, unas semanas antes de tener que viajar a Eton o, en este caso, a
Cambridge. Al verlo aparecer semanas antes de lo habitual, supo que algo
había ocurrido.
West les contó a él y a Vadim ―aunque este en aquel momento solo tenía
catorce años, su vida en las calles lo había hecho muy maduro para su edad―
su proposición de matrimonio a lady Jocelynn y cómo después de aceptarlo,
hablar con su padre y publicar el anuncio de compromiso había descubierto su
traición con el administrador del conde.
Se había desahogado con ellos, desatando toda la arrogancia ducal que
raras veces dejaba ver cuando estaba en Dorset. Aidan nunca había visto a
West tan frustrado y humillado, y en aquel momento rogó porque la tal lady
Jocelynn no volviera a cruzarse en el camino del duque. ¡¿Y anoche había
declarado que se sentía predispuesto a cortejarla?! ¿En qué momento los
caminos de ella y de West se habían vuelto a cruzar?
Sí, la habían visto rondar por los salones, una mujer casi en la treintena,
hermosa todavía, pero algo no le gustaba en ella, quizá la falsa imagen de
recato que proyectaba, que en una debutante era lo esperado, pero en una
dama de su edad resultaba poco menos que engañosa. Recordó a la infame
señorita Elizabeth Walden, que tanto daño había hecho a Tessa con sus
maledicencias en el pasado.
Y, sin embargo, West nunca se había acercado a ella, salvo algún saludo con
una inclinación de cabeza en la distancia. Ni siquiera había bailado con ella,
claro que West solamente bailaba con Tessa y Violet, ―lady Rutland, la esposa
de Vadim― y en contadas ocasiones, con Drina, hermana de Vadim e hija del
duque de Normamby.
¿Recordaría Vadim aquella conversación? Decidió que hablaría con él. Algo
en la decisión de West no le acababa de encajar, para el caso su elección de
esposa, y la intuición de Vadim sería de gran ayuda.
En ese momento la puerta de su despacho se abrió y su amigo y socio,
Vadim Lennox, marqués de Rutland, hizo su aparición como si hubiese sido
convocado.
―Le he estado dando vueltas toda la noche, y ya sé por qué me resultaba
conocido el nombre de lady Jocelynn Hampton ―espetó mientras tomaba
asiento en una de las sillas frente a la mesa de Aidan―. Si es la hija del conde
de Alston, ¿no es la misma lady Jocelynn que traicionó a West aquel verano?
Aidan asintió.
―También yo he pasado parte de la noche intentando recordar, hasta que
he conseguido ubicarla. Sí, es la misma.
―¿Y West pretende hacerla su duquesa? ¿Es que ha perdido la cabeza?
―inquirió, desconcertado, Vadim―. Porque de verdad que no lo entiendo.
―De repente, un pensamiento cruzó su mente y miró a Aidan mientras fruncía
el ceño―. ¿No tratará de darle un escarmiento? Sin embargo, no veo a West
capaz de arruinar a una mujer por desquitarse, y menos después de tantos
años. ―Movió la cabeza, confuso―. No puedo imaginar qué puede moverle a
cortejar a esa mujer.
―No lo sé ―contestó, pensativo, Aidan mientras se pellizcaba la barbilla―.
De todas maneras, hablar de arruinar resulta un poco exagerado, no hablamos
de una virginal debutante, sino de una mujer que ha estado casada durante
años, por no hablar de su… inexistente reputación.
―Sin mencionar que esa mujer no me gusta ―prosiguió Vadim―, mi
intuición me dice que no es de fiar.
Aidan sonrió.
―Mi intuición me dice lo mismo, pero esperaba tu opinión. Al fin y al
cabo, el romaní eres tú. ―Vadim era medio romaní por parte de madre.
―Intuición romá1 o no, esa mujer me repele. Cada vez que me he cruzado
con ella en algún salón se me ha erizado el vello del cuerpo, y desde luego no
la quiero cerca de Violet ―continuó el marqués de Rutland.
―A Tessa tampoco le agrada. Coincidieron algunos veranos en Archer
House y, aunque era solo una niña, recuerda que nunca fue agradable con ella.
A pesar de que era amiga de su hermano, a mi esposa siempre le pareció que a
lady Jocelynn le estorbaba su presencia.
Vadim sonrió, malévolo.
―West se ha entrometido lo suficiente en nuestra vida como para que se
merezca que nosotros intervengamos en la suya.
―Esperaba que dijeras eso. Si West está decidido a seguir adelante con
ese… despropósito, tendremos que intervenir. Además, contamos con un
nuevo aliado, y con una mente muy lúcida para su edad ―continuó, divertido,
Aidan―. Y, por encima, me dio la sensación de que a él la noticia tampoco le
agradaba. ―Se refería al hermano de Violet y cuñado de Vadim, Michael
Barton, vizconde Strathern, que aunque había comenzado a trabajar en el
Revenge, todavía no había aceptado convertirse en un socio más.
Vadim se levantó.
―Esto de planear estratagemas me ha dado hambre, ¿bajamos a desayunar?
Soy incapaz de pensar con el estómago vacío.
Aidan soltó una carcajada. Vadim siempre tenía el estómago vacío.
Cuando se disponían a levantarse para comenzar con su trabajo en el club,
después de finalizar el desayuno, el objeto de sus maquinaciones apareció.
Los dos hombres observaron al duque con tanta intensidad que este acabó
por hablar, incómodo.
―¿Qué? ―Miró hacia abajo para revisar su vestimenta―. ¿Acaso mi ayuda
de cámara ha pasado por alto alguna mancha en mi ropa? Mills suele ser muy
concienzudo.
Vadim no pudo reprimirse más. No estaba en su condición andarse con
rodeos.
―¿Hablabas en serio cuando dijiste que te propones cortejar a lady
Hampton? ―preguntó, al tiempo que enarcaba una ceja.
―¿Bromearía sobre algo así? ―respondió West con indolencia mientras
tomaba asiento.
―¿Te has vuelto loco? ―espetó Vadim―. Te pasaste todo aquel verano
maldiciéndola…
―Y todo aquel invierno en Cambridge ―intervino Aidan.
Vadim continuó después asentir mientras señalaba con la mano el acertado
comentario del conde de Devon.
―Y planeando mil y una venganzas hacia ella, el dichoso administrador y, si
me apuras, medio personal de Alston Park. Creo que el único que se salvó de
tus tortuosos planes fue el pobre conde de Alston.
―Hasta que, al regresar de las vacaciones de Navidad, conoció a la hija del
profesor de griego ―volvió a intervenir Aidan― y se olvidó de los libros
medievales a los que cogió tanto aprecio por lo detallado de las torturas que
narraban. Me atrevería a decir que en Merton House debe de haber varias
hojas llenas de los apuntes que tomaba.
―Estáis exagerando ―contestó West con ademán displicente.
―¡¿Exagerando?! ―exclamó Vadim―. Todo el verano aguantando tus
lloriqueos por… y cito tus palabras: «esa maldita ramera engendro de Satanás», y
todo el maldito invierno en la universidad, hasta que apareció…
―La hija del prof… ―volvió a intervenir Aidan.
―¡Quien sea! ―espetó, exasperado, Vadim― ¡¿Y trece años después,
decides que todo ese suplicio que pasamos no tiene importancia?!
―¡¿Que pasasteis?! Te recuerdo que a quien engañaron fue a mí
―respondió West.
―Quien debe recordarlo eres tú, antes de plantearte siquiera acercarte a esa
mujer. ―Vadim a duras penas podía contener su frustración.
―Por cierto, ―Aidan levantó un dedo apuntando al duque―, puede que
fueses tú el engañado, pero las consecuencias las sufrimos nosotros teniendo
que aguantar tus gimoteos y tu orgullo herido. ¿Pretendes volver a hacernos
pasar por todo eso cuando esa mujer vuelva a hacer de las suyas? Ya somos
mayorcitos, West, como para que te metas tan alegremente en una relación con
alguien que sabes a ciencia cierta que no es de fiar. Mucho menos que pienses
hacer tu duquesa a esa condenada mujer.
―Hemos hablado ―se justificó West.
―¡Santo Dios! ―exclamó Vadim mientras alzaba las manos exasperado.
―Habéis hablado ―afirmó Aidan, perplejo―. ¿Sobre qué, si puede
saberse? ¿Te dio los nombres de sus amantes por si los conoces y poder
compartir experiencias? Ah, mis disculpas, tú no tienes ninguna experiencia
que compartir con respecto a… olvidaba que ella respetó tu inocencia virginal.
―Sobra el sarcasmo ―respondió West, molesto―. Me explicó su situación,
en realidad era muy joven para prever las consecuencias de sus acciones.
―West sentía que de alguna manera tenía que justificar su decisión con sus
amigos, tal vez porque ni siquiera él estaba convencido de que hubiese tomado
la decisión correcta retomando su amistad con Jocelynn.
Las cejas de Vadim se alzaron tanto que casi le dan la vuelta a la cabeza.
―¿Muy joven para saber que una dama que casi acaba de salir de la
guardería no debe acostarse con el primer caballero que se le pone delante?
¿Quién fue su institutriz, una loba? ¡Por Dios, ¿desde cuándo eres tan
ingenuo?!
―¿Y la has creído? ―habló Aidan, desconcertado―. Santo Dios, West, si
hasta Tessa sabe que esa mujer no es de fiar.
«No, no la he creído, sin embargo, ahora no puedo desdecirme delante de
vosotros», pensó West.
West clavó su mirada en Aidan.
―¿Tessa?, ¿qué tiene que ver ella en todo esto? Ella ni siquiera estaba en
Archer House cuando le propuse matrimonio a Jocelynn. Tenía seis años
cuando dejó de pasar sus vacaciones en Berkshire. ―Su mirada se volvió
suspicaz―. ¿No le habrás contado lo que ocurrió? ―preguntó mientras se
tensaba.
Aidan suspiró.
―West, pocas veces, por no decir ninguna, he visto a Tess tan alterada
como cuando volvimos a casa después de tu… anuncio. Algo ocurrió entre ellas
durante los veranos que compartieron, y recuerda que le escribiste anunciando
tu compromiso con esa mujer. Tuve que contarle por qué retiraste tu oferta.
No pretenderás que se entere por los rumores que surgirán cuando la alta
vuelva a veros juntos. Aquel escándalo saldrá otra vez a relucir y no voy a
consentir que mi esposa se entere de los pormenores por cualquier cotilla
entrometida.
―No pudo suceder nada entre ellas, Tess apenas era una niña y no le
divertía salir con nosotros cuando paseábamos. De hecho, se aburría en
Berkshire ―murmuró, pensativo, Merton.
Aidan y Vadim intercambiaron una mirada.
Vadim, armándose de paciencia, cosa que, por cierto, no le sobraba,
intentó hacer entrar en razón a su amigo.
―West, con dieciocho años estuviste ciego a las maquinaciones de esa
mujer, y me temo que con treinta y uno continúas estándolo. Si tu intención es
tratarla, darte un revolcón y cerrar de una vez esa herida, adelante, pero por
Dios bendito, desconfía de sus intenciones. Esa mujer nunca fue trigo limpio.
West se encogió de hombros, de hecho, si era sincero consigo mismo, esa
era en realidad su intención.
―Solo hemos quedado en que la acompañaría a algunos eventos y
relacionarnos como adultos. Nos daremos una oportunidad de averiguar si
queda algo de los sentimientos que compartimos en el pasado.
―¿De los sentimientos que compartisteis? ―Aidan estaba estupefacto ante
la capacidad de manipulación que todavía tenía lady Hampton sobre West―.
Te recuerdo que esos sentimientos fueron unilaterales, y únicamente por tu
parte.
West iba a responder cuando la entrada de Drina interrumpió la
conversación.
Los tres hombres se levantaron mientras ella se acercaba a su hermano
para besarlo en la mejilla, le guiñaba un ojo a Aidan y saludaba con la mano a
West.
―Voy a salir ―comentó la muchacha―, no me esperéis hasta la tarde,
llegaré a tiempo para supervisar los preparativos para abrir el club.
―¿A dónde vas, si puede saberse? Nunca sales del club por las mañanas y,
para el caso, casi nunca por las tardes ―inquirió su hermano.
―Bond Street. Mamá y yo vamos de compras ―contestó Drina
alegremente.
―¿Compras? ―exclamó, espantado, Vadim―. Drina, tienes uno, no, dos
armarios a rebosar de vestidos, eso sin contar los que tienes en Normamby
House.
Su hermana lo miró altanera.
―Puede ser, pero mamá me ha dicho que necesitaré otro tipo de ropa, algo
más… adecuado.
―¿Adecuado para qué? ―medió Aidan.
―Para los planes que tenemos en mente.
Vadim frunció el ceño al tiempo que su mirada se tornaba suspicaz. Se le
pasó por la cabeza un pensamiento fugaz. ¿Estaría planeando su hermana algo
contra lady Hampton? Meneó la cabeza. Imposible, Drina nada sabía de lo que
había ocurrido hacía años ni de la inquina de Tessa hacia la baronesa y, aunque
lo supiese, no se necesitaba ropa nueva para matar a alguien, ¿verdad?
―¿Qué clase de planes? ―West no le había quitado la vista de encima a la
muchacha desde que había entrado en el comedor donde ellos estaban.
Drina giró su rostro hacia él y le clavó la mirada. Pareció sopesar lo que iba
a decir.
―No es asunto tuyo ―respondió, desdeñosa.
West se acercó a ella con un brillo peligroso en los ojos. Esa muchacha
conseguía alterarlo solamente con entrar en la misma habitación en la que él
estaba.
―Escucha, pequeña…
Drina enarcó una ceja. «¿Pequeña? Se va a enterar este arrogante
sabelotodo».
―¿Pequeña? ―respondió mientras golpeaba su barbilla con un dedo,
pensativa―. Supongo que comparada con la anciana que estás cortejando, sí, lo
soy ―contestó, mordaz.
Aidan y Vadim abrieron los ojos como platos al escuchar las palabras de la
romaní. Aidan miró a su amigo. «Es tu hermana, detén esto o correrá la
sangre» pareció decirle con la mirada. La arrogancia de West no hacía buenas
migas con la audacia de la muchacha.
No hizo falta que Vadim interviniera. West, perplejo, no atinó a responder,
lo que aprovechó Drina para girarse hacia la puerta.
Cuando estaba a punto de salir volvió su cabeza hacia West, que seguía
mudo mientras la observaba con atención, y soltó, jocosa:
―Puede que aproveche la jornada de compras y busque un bastón
adecuado para una dama de su edad. Me atrevería a decir que agradecerá
semejante regalo. ―Y, con una pícara sonrisa, abandonó el comedor.
West dirigió su perpleja mirada hacia los otros dos hombres, que ya se
habían sentado, encogido más bien, en sus sillas. Abrió la boca y la cerró al
momento. Se enderezó y salió del comedor mascullando entre dientes
maldiciones entre las que Aidan y Vadim solo pudieron distinguir descarada y
azotaina.
Capítulo 2
La cena se celebraba en la residencia de los marqueses de Rutland. Había
preparativos que discutir para la próxima boda del duque de Normamby y
Adara, la condesa viuda de Devon. Todos conversaban animadamente
expresando sus ideas y sus opiniones sobre la ceremonia hasta que, tras
intercambiar una mirada con su prometida, Richard, el duque de Normamby,
se decidió a intervenir.
―Os agradezco vuestras intenciones de ayudar, sin embargo, he de decir
que ya no somos unos jovencitos. No necesitamos una gran boda en St.
George, ni varios meses de preparativos. ―El duque y la condesa se miraron
cómplices―. Nos casaremos en una semana en Normamby House, he
conseguido una licencia especial, por tanto, de lo único que debéis ocuparos es
de acompañar a mi prometida a Bond Street y ayudarla a elegir su ajuar, ¡ah! y
aseguraos de no escatimar en gastos.
Mientras Adara se ruborizaba como una jovencita, Drina preguntó:
―¿Deseáis invitar a alguien en especial o solamente acudirá la familia?
―Solamente la familia ―contestó su padre―. Sin embargo, tres días antes
celebraremos un baile para… digamos, evitar malos entendidos y suspicacias
entre la alta. Por supuesto ―añadió, mientras miraba a West―, podréis haceros
acompañar por quien deseéis, en el caso de los solteros ―finalizó, mientras
pasaba su mirada hacia Strathern.
Michael hizo un gesto vago con la mano.
―Oh, no deseo pecar de presuntuoso, pero si la suerte me acompaña creo
tener ya acompañante. ―Se volvió hacia Drina―. ¿Me haría el honor de ser mi
pareja, milady? ―preguntó, sonriente, mientras lanzaba una rápida mirada de
reojo a West.
―Por supuesto, milord. Será un placer ―contestó Drina en el mismo tono.
Ambos jóvenes habían congeniado desde que se habían conocido durante
el cortejo, si es que podía llamársele así, de Aidan a Tessa. Se habían hecho
buenos amigos y habían desarrollado una gran complicidad cuando Michael
empezó a trabajar en el Revenge. De edades similares, los dos compartían un
gran sentido del humor, más cáustico en el caso del muchacho.
West frunció el ceño al observar el intercambio de sonrisas entre los dos.
¿No era el cachorro muy joven para coquetear con Drina? Y para colmo, la
muchacha se mostraba encantada. Tendría que hablar con su hermano.
Strathern era demasiado joven para pensar en establecerse con veintidós años,
y Drina no necesitaba un jovenzuelo correteando tras ella. No es que le
importara quién correteara tras ella, y no quería detenerse a pensar la razón,
pero no le gustaba que fuese Michael.
Cuando la cena finalizó, los jóvenes se dirigieron al Revenge. Aidan
escoltaría antes a Tessa hasta Devon House.
Una vez llegaron al club, West redujo el paso para dejar que Michael se
adelantase y detuvo a Vadim. Este lo miró sorprendido.
―¿Te parece bien? ―preguntó mientras fruncía el ceño.
Vadim alzó las cejas, confuso.
―Si me parece bien ¿el qué? Santo Dios, West, qué manía la tuya de hablar
en acertijos. ¿De qué demonios hablas?
West rodó los ojos.
―De que Strathern sea el acompañante de Drina en el baile de tu padre
―masculló.
―¿Por qué no iba a parecerme bien? Strathern es un buen hombre.
―¡Es un crío, por el amor de Dios!
―Solo tiene un año menos que Drina, no es como si lo fuéramos a sacar
de la guardería para llevarlo al baile ―contestó Vadim mientras contenía una
sonrisa.
―Si acompaña a tu hermana, habrá rumores ―insistió el duque.
―¿Rumores? Por todos los demonios, West, es mi cuñado y ella es mi
hermana. Podría decirse que son familia.
―Pero en realidad no lo son ―contestó exasperado.
―¿A ti qué te pasa? ―Vadim lo observó suspicaz―. ¿Qué te puede
importar el acompañante de mi hermana? ¿O acaso ibas a proponérselo tú y te
molesta que Michael se te adelantase?
―¿Yo? Por supuesto que no ―contestó escandalizado―. Ya tengo mi
propia acompañante ―mintió. Pensaba acudir con Jocelynn, pero todavía no
había coincidido con ella para poder pedírselo.
―Entonces, querido amigo, come y deja comer ―comentó crípticamente
Vadim mientras se alejaba, dejando a West perplejo.
Vadim iba sonriendo para sí. ¿Era el monstruo de los ojos verdes el que acababa
de asomar en West?

y
El baile de compromiso del duque de Normamby y la condesa viuda de
Devon había comenzado. En la línea de recepción se hallaban, además de los
prometidos, los herederos del ducado y el marquesado con sus respectivas
esposas. Richard había insistido en que formaran parte de la recepción como
una forma de expresar su apoyo al enlace, aunque en realidad no fuese
realmente necesario.
―¡Maldición! ―masculló Vadim por lo bajo, lo que le valió un disimulado,
pero certero, codazo de Violet.
Aidan, situado ente Violet y Tessa, echó un vistazo por encima de la cabeza
de Violet a su amigo, interrogándolo con la mirada. Vadim hizo un gesto
disimulado hacia la escalinata por donde subían dos de los invitados.
―¡Por todos los demonios del infierno! ―siseó Aidan a su vez, mientras
disimulaba un respingo al notar el pellizco en una cadera que le había
propinado su esposa.
Tessa lo miró irritada.
―¿Dónde os creéis que estáis? ¿En el club? Por favor, controlad vuestro
lenguaje.
Aidan, con el ceño fruncido, le respondió al tiempo que le indicaba con un
gesto de cabeza la escalinata de entrada.
―A ver si te contienes tú cuando veas quién acompaña a tu hermano
―masculló mordaz.
Tessa iba a soltar un exabrupto aún peor que el de los dos hombres, pero
totalmente impropio en una dama, sin embargo, se mordió la lengua. West con
esa… esa… ¡¿La némesis de su infancia?! «Maldita sea», pensó.
West llegó a la altura del duque de Normamby con una sonrisa de
satisfacción en su rostro mientras llevaba de su brazo a Jocelynn, espectacular
con un escotado vestido de un color rojo oscuro, casi granate, y un aderezo de
perlas compuesto de pendientes y collar de varias vueltas. Presentó a su
acompañante como la baronesa viuda de Hampton. Después de presentar sus
respetos a los anfitriones, continuaron en la línea hasta los marqueses de
Rutland y los condes de Devon.
Mientras Jocelynn realizaba una perfecta reverencia, y los caballeros
tomaban su mano para acercar sus labios a los nudillos enguantados, las dos
damas se limitaron a hacer una fría inclinación de cabeza. Violet conocía por
Tessa los desplantes y el rechazo al que fue sometida por la baronesa cuando
era niña. Violet sabía que Tessa no le había contado toda la verdad sobre el
tratamiento que su amiga recibía de Jocelynn a espaldas del duque, sin
embargo, lo ignorara o no, cualquiera que se atreviese a hacer daño a su
amiga…
Después de los saludos y mientras se dirigían a la mesa de refrigerios en
busca de una copa de champán, West observó a Drina y a Michael
conversando animadamente en una esquina del salón. Algo se retorció en su
estómago, sin embargo, lo achacó a su incomodidad a causa de la juventud de
Strathern.
―Recordaba a tu hermana cuando era una niña, muy guapa, y se ha
convertido en una mujer muy hermosa ―observó Jocelynn.
―Sí. Al margen de su belleza, Tessa es una mujer espléndida, sensata,
inteligente y leal.
―Veo que continúa con su amistad con lady Violet.
West no pudo reprimirse y contestó mordaz:
―Lady Rutland.
Jocelynn hizo una mueca.
―Por supuesto, lady Rutland. Sus maridos son muy apuestos ―continuó.
―Y muy casados ―replicó West.
―¿Esa joven no es la hija de nuestro anfitrión? ―señaló Jocelynn mientras
observaba a Drina―. Es muy hermosa, nadie diría que es mitad gitana.
―Tiene la misma mitad gitana ―Odiaba esa palabra― que su hermano, y,
sin embargo, cuando admiraste su apostura no mencionaste su ascendencia.
Jocelynn lo miró con fingida inocencia.
―Oh, no pretendía ser descortés, quise decir…
―No importa, Jocelynn ―contestó West―, tengo imaginación suficiente
como para tener una idea de lo que has querido decir.
La tomó del brazo y la dirigió hacia donde se encontraban Strathern y
Drina. Pensó que cuanto antes acabara con las presentaciones, mejor. Sabía
que la presencia de Jocelynn les provocaba incomodidad a sus amigos.
―Strathern, lady Drina ―saludó West al llegar junto a los jóvenes―. ¿Me
permitirían presentarles a mi acompañante? Lady Hampton, baronesa viuda
Hampton ―y continuó―: baronesa, lord Strathern, vizconde Strathern y lady
Drina Lennox, hija del duque de Normamby.
Mientras Jocelynn realizaba una cortés reverencia, Michael se inclinó
respetuoso y Drina simplemente inclinó la cabeza mientras dirigía una fugaz
mirada hacia West con un brillo de diversión en los ojos.
Cortés, Drina se dirigió a la mujer.
―Baronesa, espero que esté disfrutando de la fiesta.
Sonriendo por dentro, Drina pensó si debería indicarle a la baronesa que
había sillas muy cómodas dispuestas para que pudiesen descansar las damas de
su edad. Sin embargo, al ver la mirada ceñuda que West le dirigía, decidió no
tentar a la suerte.
―Oh, por supuesto, es una fiesta muy agradable ―respondió.
Strathern eligió ese momento para dirigirse a Drina.
―Milady, creo que es nuestro baile. ―Miró a la otra pareja―. ¿Nos
disculpan?
―Por supuesto ―contestó West.
―Hacen una bonita pareja, ¿no crees? ―inquirió Jocelynn con malicia. No
le habían pasado desapercibidas las miradas que West dirigía a la hija del
duque. Durante su peregrinaje por los salones, mientras esperaba el momento
adecuado para retomar su amistad con Merton, había observado la complicidad
de este con los marqueses de Rutland y los condes de Devon, así como con la
joven hija del duque de Normamby, hermosa, joven, soltera… y peligrosa para
sus propósitos.
Jocelynn no era tonta, contaba ya con treinta años, edad suficiente como
para no ser tenida en cuenta por los caballeros elegibles. Únicamente podía
aspirar a otro matrimonio con un hombre mayor, y ya había tenido suficiente
con un marido casi anciano. Cuando por fin pudo establecerse en Londres, no
perdió tiempo en buscar en los salones al duque de Merton. Había
comprobado que huía como de la peste de las debutantes y sus ambiciosas
madres, y que cuando se dignaba a acudir a algún baile, solamente bailaba con
dos damas, su hermana lady Tessa, ahora condesa de Devon, y su amiga lady
Violet, ahora marquesa de Rutland, para después retirarse al salón de
caballeros o marcharse directamente. Continuaba soltero, seguramente no le
costaría mucho conseguir otra propuesta. Se sabía hermosa y atractiva para los
hombres y, teniendo en cuenta el rechazo aparente de Merton por las
debutantes, ella podría tener su oportunidad.
West la miró de reojo.
―Supongo ―contestó conciso, para cambiar de tema acto seguido―.
Bailemos ―propuso, mientras la tomaba del brazo.
Mientras tanto, en la pista de baile, Michael observaba de reojo a su pareja.
Drina parecía indiferente a la pareja formada por Jocelynn y West, sin
embargo, el vizconde decidió tantearla.
―No me gusta esa mujer ―comentó mientras la miraba y esperaba su
reacción.
Drina alzó sus ojos hacia él, al tiempo que sonreía. Michael observó que su
sonrisa no llegaba a los ojos.
―En realidad no tiene que gustarte a ti, con que le guste a él es suficiente,
¿no crees?
―Ni siquiera estoy seguro de que a Merton le guste ―contestó pensativo.
―Michael, West ha dejado claro su deseo de cortejarla, me atrevería a decir
que algo sentirá por ella. ―Drina no estaba al tanto del pasado de Jocelynn y
West. Ella era solamente una niña de once años.
La hija del duque de Normamby intentó concentrarse en el baile y alejar
los funestos pensamientos que la obsesionaban desde la noche anterior cuando
escuchó a West plantear la posibilidad de cortejar a la baronesa viuda de
Hampton. En el momento en que oyó sus palabras, algo se retorció dentro de
ella. Puede que fuese que no lo esperaba. West parecía cómodo con la vida que
llevaba hasta el momento, su libertad, el Revenge y sus amantes, y que de
repente pensase en el matrimonio… Decidió alejar esos pensamientos. Él no
era nada para ella; sí, eran amigos, y en muchas ocasiones cómplices, y hasta el
momento nunca le había molestado saber que tenía amantes, ni siquiera
cuando casi se casa con Violet para librarla de un compromiso indeseado…
bueno, en ese caso algo había sentido, sin embargo, no se había parado a
pensar si era pena por Violet porque en realidad a quien amaba era a Vadim, o
tristeza porque West se casara. Porque era tristeza lo que había sentido al
pensar en el duque casado con Violet, ¿verdad?
¿Por qué entonces, las palabras de West la habían inquietado, si sabía que
en algún momento tendría que dejar su soltería y pensar en su sucesión al
frente del ducado? Se encogió de hombros interiormente, quizá fuese que no
esperaba tal anuncio referido a una mujer que a todas luces estaba a punto de
rebasar la treintena, no le habría sorprendido ni desasosegado tanto si hubiese
mencionado a una de las muchas jóvenes debutantes, o al menos eso creía.
Michael frunció el ceño mientras observaba a la susodicha pareja, que
bailaba ajena a todo.
―Yo no apostaría por ello ―masculló para sí mismo.

y
En otro lugar del salón, dos parejas comentaban la presencia de la
baronesa del brazo de West.
Tessa observaba furiosa a su hermano y a su pareja de baile. Aidan la
observó de reojo. Maldito fuera, se temía que West iba a causar muchos
problemas en su matrimonio con su desafortunada elección.
―Cariño, si continúas fulminando con la mirada a la baronesa, me temo
que acabarás llamando la atención de los demás invitados.
Tessa bebió un sorbo de su copa de champán.
―Ojalá mi mirada la fulminara en el acto ―contestó.
Vadim soltó una risilla.
―Siempre puedes utilizar tu gancho de derecha. Quizá si le rompes la
nariz, West no la encuentre tan atractiva.
―¿Tú crees? ―contestó Tessa con una sonrisa ladina.
―No podemos mostrar rechazo alguno hacia ella, o provocaremos el
efecto contrario: que West, aunque solo sea por llevar la contraria, insista en su
cortejo.
Vadim enlazó por la cintura a su esposa y la acercó a él mientras la miraba
con orgullo en sus ojos.
―Pero qué sensata es mi monisha2 ―comentó, al tiempo que posaba sus
labios en los de ella.
―Vadim, estamos en público ―protestó sin mucha gana Violet, ya
acostumbrada a las muestras de afecto de su marido, estuviesen donde
estuviesen.
El romaní se encogió de hombros con indiferencia, mientras esbozaba una
sonrisa torcida.
―No lo tendrán en cuenta, todos conocen mi salvaje mitad romaní.
Sus amigos y su esposa soltaron una carcajada. A Vadim le importaban un
ardite los prejuicios de la alta, y no le preocupaba en absoluto escandalizarlos.
Al fin y al cabo, era uno de los socios de uno de los clubs más prestigiosos de
Londres y, por si eso no bastase, era marqués, heredero de un ducado, rango
que utilizaba cuando le convenía.
―Algo tendremos que hacer ―insistió Tessa―. Esa mujer hizo de mis
veranos en Archer House un infierno, alejándome de mi hermano, y no pienso
tolerarla de nuevo, mucho menos como su duquesa. Ahora sí que puedo
defenderme.
Aidan entrecerró los ojos mientras observaba a su esposa.
―Exactamente… ¿qué te hizo esa mujer?
Tessa, al notar la expresión tensa de su marido, intentó tranquilizarlo.
―Te lo contaré en otro momento, no estamos en el lugar adecuado.
―Tendremos que reunirnos y pensar en un buen plan para deshacernos de
esa… baronesa ―comentó, despectivo, Vadim.
En ese momento, Strathern se acercó a ellos.
―¿Drina? ―preguntó Violet.
―Ha subido a la sala de damas, algo de una doblez ―contestó Michael.
―Será un dobladillo ―aclaró Tessa, divertida.
―Eso, lo que sea ―aceptó el vizconde con indiferencia mientras observaba
el salón―. ¿Dónde está la baronesa? ―inquirió preocupado.
Los demás miraron en derredor, hasta que vieron a West conversando solo
con unos caballeros.
―¿Qué ocurre, Strathern? ―preguntó Aidan al ver la mirada intranquila del
vizconde.
Michael clavó la mirada en Vadim.
―Puede que sea mi imaginación, pero no me gustó la manera en que
miraba a Drina.
Tessa agarró de la mano a Violet y, mientras la arrastraba, murmuró:
―Si se atreve a ser grosera con ella, te juro que sea la acompañante de West
o no, la sacaré tomada por la oreja de la fiesta, y a mi hermano con ella si
intenta impedirlo.
Mientras ambas muchachas se apresuraban al salón de damas, los
caballeros se miraron entre ellos.
―Mañana cenaremos en casa de mi abuelo. West no se imaginará que
estamos allí ―sentenció Aidan, y prosiguió―: ni una palabra a Drina, ella no
conoce los pormenores de la pasada relación entre West y esa mujer y, por
ahora, es mejor que no lo sepa. Es completamente leal a West, en realidad, a
todos nosotros, y me temo que si llegase a enterarse de la traición de la
baronesa no podría contener su temperamento.
Los demás asintieron en silencio.

y
Jocelynn había seguido a Drina cuando la vio subir. No era tonta, y notaba
a Merton muy pendiente de la muchacha y del joven que la acompañaba. Si
quería conseguir al duque, tendría que ir un paso por delante.
Entró cuando Drina revisaba el bajo de su vestido. Componiendo una falsa
sonrisa, se acercó solícita.
―¿Se le ha soltado el dobladillo, milady?
―Me temo que sí ―contestó la muchacha―. Estoy esperando a la doncella
encargada de la costura.
―Oh, permítame ayudarla. ―Jocelynn se dirigió hacia el tocador donde se
hallaban dispuestos los útiles necesarios para solventar cualquier percance que
surgiera con el vestuario de las damas y cogió un puñado de alfileres―. Creo
que con esto bastará. ―Comenzó a prender el dobladillo que se había
soltado―. Es muy poco lo que está suelto, esto evitará un mal mayor ―añadió,
mientras prendía los alfileres en el bajo del vestido.
―Es usted muy amable, baronesa ―agradeció Drina mientras observaba
los hábiles movimientos de la mujer mientras arreglaba el desaguisado.
―Oh, no es nada. Las mujeres debemos ayudarnos unas a otras, ¿no es
cierto?
Drina alzó la mirada hacia el rostro de la baronesa, extrañada no solo por
la contestación, sino por el tono. Sonaba a advertencia.
―Por supuesto ―contestó.
―Hablando de ayudarnos entre nosotras… ―Jocelynn ocultó una sonrisa
astuta―. Tengo entendido que es usted amiga del duque de Merton.
―Sí ―contestó Drina―, hace años que nos conocemos. Es muy amigo de
mi hermano. ―«¿A qué viene esta pregunta personal?», pensó Drina mientras
miraba suspicaz a Jocelynn.
―Oh, mis disculpas, no pretendía ser indiscreta, pero me imagino que
sabrá que Merton y yo hemos retomado nuestra amistad. Éramos amigos
cuando niños, y más tarde, bueno… ―continuó, mientras se ruborizaba―
estuvimos muy enamorados.
Drina mantuvo una expresión indescifrable mientras permanecía callada.
La baronesa no necesitaba de ningún aliciente para decir lo que quería decir.
―Nos hemos vuelto a encontrar, y… ―Soltó una risilla que a Drina le
puso el vello de punta, a pesar de que Jocelynn intentó que sonara tímida― me
temo que nuestros sentimientos han renacido al vernos. Las circunstancias de
la vida nos separaron, pero ahora que la misma vida nos ha vuelto a reunir, no
permitiremos que nada ni nadie nos separe.
Drina enarcó una ceja al oírla. ¿Le estaba lanzando una advertencia? ¿A
ella?
Jocelynn, ajena a los pensamientos de la romaní, continuó:
―Ambos hemos sufrido con nuestra separación y, mientras yo tuve que
casarme por imposición de mi padre, Merton se ha mantenido soltero.
―Jocelynn bajó la voz hasta convertirla en un susurro que quiso hacer pasar
por confidencia―. Creo que no me ha olvidado, que sigue enamorado, por lo
menos eso me ha insinuado… Disculpe ―continuó con un tono que quiso
hacer pasar por avergonzado― si la hago sentir incómoda con confidencias tan
personales, al fin y al cabo, acabamos de ser presentadas, sin embargo, estoy
tan feliz por retomar mi relación con el duque, que no he podido evitar
compartir esa felicidad con usted, conociendo además la amistad que le une a
Su Gracia. ―afirmó Jocelynn con una sonrisa.
En ese momento, la puerta de la sala se abrió y Tessa y Violet irrumpieron
en la habitación.
Jocelynn, al verlas, se levantó del escabel donde estaba sentada mientras
arreglaba el vestido de Drina.
―Esto ya está ―exclamó.
Echó un vistazo a las dos damas que habían entrado y, con una inclinación
de cabeza, se despidió.
―Miladies.
―Gracias, baronesa ―agradeció Drina.
―Un placer.
Las tres amigas observaron la salida de Jocelynn y, cuando la puerta se
cerró tras ella, escrutaron a Drina.
―¿Qué te ha dicho? ―preguntó, sin ambages, Tessa.
Drina alzó las cejas.
―No tengo ni idea ―contestó confusa―. Algo sobre que ella y West
estuvieron muy enamorados y que siguen enamorados. No entiendo la razón
por la que deba contarle a una desconocida un tema tan personal y privado
―comentó, mientras se encogía de hombros. Levantó un poco su vestido―.
Bueno, esto ya está, ¿vosotras tenéis algún problema con vuestra ropa?
―No ―contestó Violet―. Subimos para ayudarte por si lo necesitabas.
Drina se dirigió hacia la puerta.
―Pues bajemos, o los caballeros se impacientarán, y Vadim es muy capaz
de subir a buscarte ―comentó sonriente, mientras miraba a Violet y le guiñaba
un ojo.
Tessa y Violet se miraron mientras Drina salía. Si ellas habían captado, en
la escasa explicación que la romaní les dio, el velado aviso de Jocelynn, Drina,
que no era tonta, tuvo que haber notado la advertencia; sin embargo, no
parecía molesta por la imprudencia de lady Hampton, y Drina no era de las
que toleraban ni las amenazas ni los avisos, velados o no.
Tenían que solucionar este embrollo, Jocelynn empezaba a marcar terreno
y Tessa la conocía: destrozaría a quien se pusiera en su camino hacia el ducado
de Merton.
Cuando regresaron al salón y se reunieron con los caballeros, Tessa buscó
con la mirada a su hermano. Verlo bailar sonriente con Jocelynn le suscitó un
sentimiento de tristeza.
Aidan tomó de la cintura a su esposa.
―¿Me contarás en algún momento lo que ocurrió durante aquellos
veranos? ―preguntó suavemente. No se trataba de que a Tessa no le gustase la
baronesa para su hermano, cosa que podría ocurrir con cualquier dama,
debutante o no. Tessa sufría por West y Aidan suponía que por cosas muy
graves, tan serias que ni siquiera era capaz de hablarlas con él.
―Volverá a hacerle daño, mi amor, y esta vez no es un joven muchacho
que pueda recuperarse fácilmente. Esta vez lo destrozará ―musitó ella
mientras seguía con la mirada a la pareja, que bailaba ajena a todo.
Aidan suspiró.
―¿Te parecería bien que bailase con ella? ―Ante la mirada inquisitiva de su
esposa, Devon añadió: ―Quizá, si hablamos, mi intuición me diga algo.
La frase de Aidan contribuyó a aligerar el ambiente entre ellos. Tessa soltó
una risilla.
―Siempre pensé que para esas cosas teníais a Vadim ―respondió sonriente.
―Mi querida esposa, aunque el romaní sea él, permíteme decirte que yo no
le ando a la zaga en cuanto a perspicacia. ¿Debo recordarte acaso mi
presentimiento sobre la honorable señorita Elizabeth Walden? ―Aidan acarició
disimuladamente la cintura de su esposa―. Además, necesito que entretengas a
Vadim, baila con él. No quiero que piense que me he pasado a las filas
enemigas si ve que estoy bailando con esa mujer. Puede que en el club sea
famoso por saber contener su temperamento, al fin y al cabo, hablamos de un
negocio, pero te puedo asegurar que cuando pisa un salón de la nobleza esa
contención desaparece, no soporta a las hordas de cretinos que se llaman a sí
mismos aristócratas, mucho menos a las que presumen de damas y no son más
que cortesanas con título.
Esperaron hasta que el baile cesó y, mientras Tessa se encaminaba hacia
Vadim al tiempo que le dirigía una discreta mirada a Violet indicándole con un
suave gesto de cabeza quién sería la próxima pareja de danza de Aidan, este
interceptó a West y a Jocelynn.
West miró a Aidan con recelo. ¿Qué se proponía? Si se tratase de Vadim
esperaría un escándalo, pero ¿Aidan? Frunció el ceño cuando escuchó a su
amigo dirigirse a Jocelynn.
―Milady, ¿me concedería el honor del siguiente baile? ―preguntó,
obsequioso, Aidan. Demasiado obsequioso, al parecer de West.
Jocelynn esbozó una brillante sonrisa.
Aidan la observó con atención. Era muy hermosa, no le extrañaba que
West hubiese estado encandilado con ella en su juventud, y que siguiese
estándolo.
Después de hacer una perfecta reverencia, Jocelynn aceptó.
―Por supuesto, milord, será un placer. ―Tomó el brazo que Devon le
ofrecía y ambos se encaminaron hacia la pista de baile.
Jocelynn se mostraba encantada, parecía que los amigos de Merton habían
decidido respetar los deseos de este.
West miró a su alrededor: su hermana bailaba con Vadim y Violet con
Strathern. Condenación, solo quedaba Drina. No podía ser tan descortés
como para no sacarla a bailar cuando él también estaba sin pareja. Resopló y se
dirigió hacia la romaní.
―¿Me haría el honor, milady? ―espetó mientras tendía su mano hacia la
muchacha.
Drina miró hacia la pista de baile y, al ver a las conocidas parejas, se tragó
la réplica jocosa que pensaba responder. En su lugar, asintió.
―Por supuesto, Excelencia.
Cuando se tocaron, a pesar de los guantes, algo pasó entre ellos. Se habían
tocado innumerables veces, sin embargo, esta vez fue como si sus manos se
reconociesen, como si tanto la mano femenina como la masculina hubieran
encontrado la adecuada armonía. Mientras Drina se ruborizaba violentamente,
West carraspeó.
Al enlazarse para el baile, la sensación se intensificó. ¿Qué demonios había
ocurrido? West estaba desconcertado. No había sentido esa sensación de…
unidad con ninguna mujer, si es que esa era la palabra adecuada, ni siquiera con
Jocelynn, a pesar de que le atraía enormemente y acababa de bailar con ella.
Observó disimuladamente el rostro ruborizado de Drina. Parecía, por su
inusual reacción, que ella había sentido lo mismo. Santo Dios, estaba
relacionándose con otra mujer, no podía pensar en tener sentimientos por
Drina. ¡Era Drina, por el amor de Dios! Meneó la cabeza, no tenía sentimientos
por ella, maldita sea, era la hermana de Vadim, preciosa, inteligente, audaz, con
unos ojos verdes en los que cualquier hombre desearía perderse… pero él no
tenía sentimiento alguno hacia Drina. Sin embargo, oyó una vocecita
traicionera en su interior: «¿Y si…?». Sorprendido por la repentina vocecita
intrigante, amén de sus confusos pensamientos, durante un instante perdió el
paso.
Drina lo miró desconcertada. ¿Qué le pasaba? West era un consumado
bailarín, había estado a punto de mandarlos a los dos al suelo. Miró en
derredor, quizá fuese que estaba pendiente de la baronesa, pero lo descartó al
instante, ella bailaba con Aidan y, desde luego, este se cortaría un brazo antes
de coquetear con otra mujer.
Frunció el ceño, pensativa. Él ni siquiera hablaba, cuando West era incapaz
de pasar el tiempo que duraba el vals sin cotorrear sobre cualquier cosa.
Cuando se tomaron la mano y luego, al colocarse en posición para el baile,
sintió cómo la recorría un escalofrío, algo que no supo identificar. Cómo iba a
saber identificar algo que nunca le había ocurrido con ningún hombre, ni
siquiera con West, para el caso… hasta este preciso momento.
Levantó el rostro hacia su compañero de baile. Este, malinterpretando la
mirada al creer que era de reproche por su traspiés, masculló azorado:
―Mis disculpas, me temo que me he distraído un segundo.
¿Distraído?, ¿West? Sin embargo, ella asintió cortés.
―No importa, te has recuperado enseguida y conseguiste evitar que
acabásemos rodando por la pista de baile ―respondió Drina con una sonrisa
turbada.
West asintió. Por Dios, ¿no iba a acabar nunca el condenado vals?
En el momento en que cesó la música, mientras West soltaba a Drina
como si quemara, Aidan condujo a una satisfecha Jocelynn junto al duque y
tomó del brazo a Drina para dirigirse hacia donde esperaban su esposa y los
marqueses de Rutland.
Tessa casi se abalanzó sobre él, ansiosa por conocer sus impresiones.
―¿Qué has averiguado? ―preguntó impaciente.
―Por Dios, cariño, no es como si hubiese ido a someterla a un
interrogatorio.
Su esposa frunció el ceño.
―Replantearé mi pregunta ―contestó―. ¿Qué te ha parecido?
Vadim observó divertido a su amigo. Por la expresión de este, entre
divertida y pensativa, nada bueno.
―¿Podría expresarme con claridad aunque estemos en un baile rodeados
de aristócratas, y haya damas presentes? ―inquirió Aidan mientras miraba
expectante a su esposa.
Esta bufó.
―Con respecto a esa mujer, puedes expresarte con toda la claridad que
desees.
―Una zorra manipuladora ―contestó sucintamente su marido, mientras se
cruzaba de brazos satisfecho.
Vadim no pudo reprimir una carcajada.
Tessa frunció el ceño.
―¿Eso es todo?
―Cariño mío, eso lo dice todo. Esa mujer no parará hasta convertirse en
duquesa de Merton. Intenta disfrazar su avidez por el título bajo capas de falso
recato, arrepentimiento y dulzura, tantas que me estaba dando la sensación de
estar hablando con una cebolla.
Vadim soltó otra carcajada que cortó de cuajo al ver las miradas que le
dirigieron su esposa y Tessa.
―Perdón ―musitó, mientras aguantaba la risa a duras penas.
Tessa volvió a dirigir su mirada interrogante hacia su marido.
Aidan notó la preocupación en los ojos de su esposa y decidió dejar de
disfrazar su nefasta opinión sobre la baronesa con bromas.
―Tess, no sé cómo se comportaría contigo a espaldas de West, sabemos
que con West daba la imagen de inocencia, dulzura y recato que necesitaba
mostrar al duque de Merton. Bien, pues ahora está haciendo lo mismo. Me
imagino que supondría que, si uno de los amigos de West bailaba con ella, es
que habíamos superado nuestros prejuicios. ¡Pero si hasta tuvo la audacia de
comentarme lo encantadora que eras de niña y la hermosa mujer en la que te
has convertido! Y estoy seguro de que sabe que me has contado cómo se
comportó contigo.
Tessa murmuró una maldición entre dientes.
―Esa mujer no tiene sentido alguno de la decencia.
―Todo en ella fue un despliegue de encanto y dulzura ―prosiguió Aidan―.
Y, por supuesto, no se reprimió en detallarme con pelos y señales lo
enamorados que estuvieron, su arrepentimiento y su intención de compensar a
Merton por todo el daño que pudo haberle causado. He quedado tan saturado
de dulzura que me temo que no volveré a probar un postre durante mucho
tiempo. ―Aidan simuló un escalofrío.
Violet y Tessa miraron a Vadim. Este, distraído, tardó en reaccionar.
―¡Oh, no! ―exclamó cuando se percató de los ojos de las dos damas
clavados en él―. No pienso acercarme a ella. Con uno que deje de comer por
su culpa es suficiente. Yo necesito alimentarme, no me puedo permitir perder
el apetito por aguantar las idioteces de esa cebolla dulzona.
Aidan soltó una risilla entre dientes.
Mientras tanto, Drina, que no perdía detalle de la conversación, se decidió
a intervenir.
―¿Alguien tendría la cortesía de aclararme de qué demonios estáis
hablando? ¿Qué es eso del comportamiento de la baronesa contigo a espaldas
de tu hermano? ―preguntó dirigiéndose a Tessa―. ¿Y qué daño tiene que
compensarle a West? Y, sobre todo, ¿por qué soy la única que está perdida en
esta conversación? ―finalizó, mientras entrecerraba los ojos.
Los demás se miraron unos a otros.
Vadim fue el primero en hablar.
―Me temo que Drina acaba de invitarse a la cena de mañana.
Su hermana lo miró belicosa.
―¿Pensabais reuniros sin mí? ―siseó entre dientes.
―Ya no ―susurró Aidan.
Capítulo 3
Habían respirado aliviados al saber que West tenía intención de acompañar a
Jocelynn al teatro, con lo cual, no hubo necesidad de buscar excusa alguna para
eludir su presencia y poder reunirse. En uno de los salones de Atherton
House, residencia del abuelo de Aidan, el marqués de Atherton, después de la
cena, y habiéndose retirado ya el marqués, Tessa le explicaba a una perpleja
Drina el comportamiento de la baronesa y cómo humilló a West.
―Y ahora regresa con la intención de recuperar lo que perdió por su
desvergüenza. Y tuvo la insolencia de amenazarte ―masculló Tessa, furiosa. «Y
esa mujer no amenaza en vano», pensó, mientras se retorcía las manos
nerviosa.
Drina estaba desconcertada. West, el soberbio, arrogante, altanero duque
de Merton, ¿había perdonado a la mujer que lo humilló de manera tan vil?
¿Consentía en darle una segunda oportunidad?
―Vamos, amor, no seas dramática. Simplemente dejó caer sus intenciones.
―Aidan intentaba aplacar a su belicosa esposa, al tiempo que la miraba
suspicaz. ¿Por qué estaba tan intranquila a causa de una simple conversación
entre damas, con o sin advertencias de por medio?
―Ya, ¿y me puedes explicar por qué razón habría de dejar caer sus
intenciones ante alguien a quien no conocía absolutamente de nada antes de
anoche? ―contestó molesta.
―Algo vio en el comportamiento de Merton ―intervino Michael―. Hasta
yo me di cuenta de que el duque no nos quitó el ojo de encima en toda la
noche, cuanto más, la baronesa. Y me atrevería a decir que, mientras recorría
los salones de la ton, ha estado observando a Merton hasta conocer al dedillo
sus costumbres y sus amistades.
―Tal vez sigan enamorados ―aventuró Drina mientras ocultaba su
decepción por la decisión de West.
Varias miradas incrédulas convergieron en ella. La joven se encogió de
hombros.
―¡¿Qué?! ―exclamó, al observar las miradas de los demás―. Es posible,
¿no?
―Drina, esa mujer ni siquiera estaba enamorada de West con diecisiete
años, con menos motivo lo estará trece años después ―intervino Vadim―. No
eres tan ingenua como para pensar que a la baronesa la mueve algún
sentimiento que no sea su propio interés. Phen3, eres socia de un club de
caballeros, estás completamente al tanto del comportamiento de las mujeres
que lo frecuentan, damas o no. Si una joven dama es capaz de tener la sangre
fría suficiente como para mantener una… doble vida, por decirlo de alguna
manera, qué no será capaz de hacer trece años después y con mucha más
experiencia.
―Sin embargo, a West se le ve ilusionado con ella ―insistió la romaní.
Aunque ella tampoco entendía a West, algún motivo tendría que tener para
relacionarse con la baronesa y, después de lo ocurrido, el único motivo en el
que podía pensar era que seguía enamorado de ella. Y ese pensamiento la
inquietaba.
―Quizá sigue enamorado y su orgullo le haya impedido reconocerlo.
―Drina se devanaba los sesos buscando una explicación razonable para que un
hombre como Merton admitiese de nuevo en su vida a esa mujer.
―Tal vez Drina tiene razón. Puede que continúe enamorado de ella y la
haya perdonado ―aventuró Violet.
―¿West? ¿Perdonar semejante humillación? ―exclamó Vadim mientras
alzaba las cejas, incrédulo―. ¿El duque arrogante?
Aidan hizo una mueca.
―Supongo que el primer amor no se olvida y West, debajo de todas esas
capas de arrogancia, tiene buen corazón, quizá ella se haya explicado, en
realidad han pasado muchos años, y lo que cuando eres joven parece
insalvable, una vez lo ves desde la distancia, pierde importancia.
Tessa miró irritada a su marido.
―¡¿Que no tiene importancia?! ¡Por Dios, Aidan, se comprometió con mi
hermano mientras lo engañaba con otro! Si eso no tiene importancia…
Vadim resopló mientras miraba pensativo a Aidan.
―Tal vez tengas razón. Es la única razón plausible que se me ocurre para
explicar el súbito interés de West por la baronesa.
Tessa miró a su marido.
―Esa mujer volverá a hacerle daño. Si mi hermano sigue enamorado de
ella, lo traicionará otra vez, os lo aseguro.
Aidan observó a su esposa. Quizá había llegado el momento de que de una
vez por todas Tess soltase las verdaderas razones del rencor que sentía hacia
lady Hampton.
―Vas a decirme, a decirnos, qué es exactamente lo que te hizo la baronesa
―dijo con una voz peligrosamente suave. Ni siquiera se molestó en preguntar.
―Aidan… ―intentó evitar su esposa.
Violet miró a su amiga. Sabía que lady Hampton no soportaba a Tess, pero
nunca supo la razón de que esta, el verano anterior al compromiso de su
hermano, se marchara repentinamente de Archer House y no quisiese volver
hasta que se cercioró de que lady Jocelynn se había casado y no volvería a
Berkshire.
Tessa palideció. Nunca había hablado de ello, ni siquiera cuando su
hermano rompió el compromiso le contó lo que sabía. Le bastaba con que ella
desapareciera de sus vidas. Sin embargo, había vuelto, y mucho se temía que
para convertirse en duquesa de Merton.
―Ahora, Tess. No quiero que nada de lo que haga esa mujer me coja
desprevenido. Mucho menos si te atañe a ti. Si no sabemos lo que ocurrió, no
podremos protegerte si se da el caso. ―Aidan tomó a su esposa por la cintura y
la sentó en su regazo. Tessa tomó una de las manos de su marido y, mientras
miraba las manos de ambos unidas, comenzó su relato.
―Yo tenía cuatro años cuando mis tíos me dejaron pasar unos días de
verano con West, que ya tenía quince, antes de que se marchase a Dover a
pasar el resto de las vacaciones con vosotros, desde allí ibais juntos a Eton.
Jocelynn y West ya eran amigos, pero yo no la conocía. El primer día que vino
a Archer House a buscar a West, me miró como si de repente hubiera visto
una cucaracha. Yo había bajado a conocerla ―Miró a su marido con tristeza―,
una amiga de mi hermano, otra chica… pensé que podríamos ser amigas,
aunque fuese mayor que yo. Mi institutriz no se dio cuenta de que yo había
bajado y estaba sola con ella. Después de mirarme de arriba a abajo, tan solo
me preguntó fríamente qué hacía allí. Le contesté que era mi casa, que era la
hermana de Merton, y entonces…
Aidan apretó la mano de su mujer.
―¿Entonces?
―Soltó una desagradable carcajada, se inclinó hacia mí y me dijo que sería
mejor que no anduviera correteando detrás de Merton mientras ella estuviese
allí. Que no tenía intención alguna de estar pendiente de una cría. En ese
momento, West bajó y su actitud cambió. Comenzó a halagarme delante de él
y cuando mi hermano propuso que los acompañase en su paseo, la mirada que
me dirigió hizo que yo misma rechazase la propuesta. No me acuerdo qué
excusa puse, como no me acuerdo de todas las demás excusas que utilicé para
no acompañarlos. ―Tessa hablaba casi sin tomar aire, como si tuviese miedo
de que, si se detuviese, no fuese capaz de continuar.
»West creía que nos llevábamos bien e insistía en que cuando Jocelynn
llegase le hiciese compañía. Ella aprovechaba esos momentos para ser cruel
conmigo. Despreciaba mi ropa de niña, me decía que ningún hombre se fijaría
en mí cuando creciese, que West, en cuanto saliese de la universidad, haría su
vida y yo solamente le estorbaría, que cuando ella fuese la duquesa, me
mandaría a una escuela de señoritas lejos de mi hermano. Algún pellizco que
otro cuando mi institutriz estaba distraída…, o me manchaba el vestido
mientras tomábamos el té y luego me acusaba de ser una patosa.
»Sin embargo, una vez… ―Tessa hizo una pausa para darse ánimo, estaba a
punto de revelar lo que tanto le había marcado cuando era niña y la razón por
la que nunca podría confiar en Jocelynn―. Había salido a pasear sola, ya tenía
seis años, fue el año anterior a que West le propusiera matrimonio. Me había
subido a un árbol que colindaba con las dos fincas para esconderme de mi
institutriz, y los vi: ella y un hombre. Si ya West a mi edad me parecía un
hombre, aquel me parecía un viejo. Estaban desnudos en un claro y él…
―Tessa miró azorada a su marido, que acarició su rostro con los nudillos.
―Suéltalo todo, cariño, ya no eres aquella niña y te hará bien soltar todo el
rencor que le tienes guardado ―murmuró suavemente Aidan.
―Ahora sé lo que es hacer el amor, Aidan. ―Aunque todos los presentes
escuchaban en silencio, pendientes del relato de la condesa, Tessa solamente
era capaz de mirar a su marido―. Y sé que hay muchas formas de obtener
placer y que algunas implican dolor, pero entonces solo era una niña, ni
siquiera había visto a una mujer desnuda, mucho menos a un hombre.
Estaban… él tenía una fusta en la mano, ella estaba boca abajo sobre el campo,
tenía los brazos extendidos sobre la cabeza con las manos atadas a un palo
clavado en la hierba y ese hombre la golpeaba en la espalda y en el trasero. Por
un instante, se me pasó por la cabeza saltar del árbol y ayudarla, pero ella no
gritaba de dolor, fue lo que me sorprendió y me paralizó, ni pedía ayuda, al
contrario, gemía y pedía más. ―Tess hizo una mueca de asco―. El hombre,
después de golpearla, se tumbó sobre ella, le levantó la cintura y la penetró.
―Bueno… ―susurró Aidan en su oído sin que los demás pudiesen captar
sus palabras, intentando sacarla de su azoramiento―. Ahora sabes que entre las
parejas…
―No, Aidan ―contestó Tessa, clavando su mirada en la de su marido―.
Pasaba veranos en el campo, había visto en alguna ocasión algún animal
apareándose y nunca me había llamado la atención. Sin embargo, aquel día…
aquello… nunca había visto a ningún animal mostrar tal grado de violencia.
Aidan tragó en seco. Ese espectáculo fue contemplado por una niña de
apenas seis años, que no podría entenderlo. Sintió que la bilis le subía por la
garganta, pero la animó a seguir, intuía que había más.
―Se desplomó sobre ella, entre gemidos de ambos, y después la soltó, solo
para volver a empezar, pero cambiando los papeles. Ahora era Jocelynn quien
tenía la fusta, y lo golpeaba; sin embargo, él no estaba tumbado boca abajo
sino tumbado de espaldas, y ella… pareció que perdió el control mientras lo
fustigaba sin mirar dónde descargaba los golpes, porque de repente él soltó un
grito de dolor, se incorporó, le arrebató la fusta y le golpeó en la cara. Pensé
que ella se pondría a llorar, sin embargo, se rio, lo tumbó de espaldas y se
montó encima de él. Yo debí de hacer algún sonido con la sorpresa porque de
repente, ella, sin dejar de moverse sobre el hombre, levantó la cabeza y me vio
en el árbol.
―Nunca olvidaré esa mirada, cariño ―prosiguió Tessa, azorada―. Mientras
sus ojos me miraban con maldad, alcanzó su… y me sonrió con malicia.
Fue… asqueroso. Tardé muchos años en entender aquellas expresiones. Si
hubiera tenido que explicar en aquel tiempo lo que vi, no hubiera sabido
hacerlo. Bajé del árbol a trompicones y eché a correr hacia la casa. Vomité
antes de llegar.
»Al día siguiente me sorprendió que pidiera verme y que le dijese a West
que le apetecía pasar una tarde solo de chicas. Yo estaba aterrada, sobre todo
cuando me condujo al claro del día anterior. Pensé… no sé… que estaría el
hombre allí… no recuerdo lo que pasó por mi cabeza del miedo que sentía. Al
llegar al claro, el hombre no estaba, estábamos solas. Me colocó frente a ella y
me dio una bofetada que me tiró al suelo. Me preguntó si me había gustado, ya
que parecía tan interesada el día anterior. Me levantó y me volvió a pegar; lo
repitió varias veces, murmurando cosas que no entendía, hasta que se debió de
fijar en mi rostro ya morado por los golpes y se detuvo. Entonces me dijo que,
si le decía algo de lo que había visto a Merton, me mataría, y que le resultaría
muy fácil, habida cuenta de mi querencia por subirme a los árboles: «Los niños
se suben y pueden caerse y, a veces, si la altura es considerable, pueden
desnucarse», me dijo, venenosa. Me tomó del brazo y salió corriendo hacia la
casa mientras chillaba desesperada que me había caído de un árbol. Nadie puso
en duda su versión.
»Al día siguiente le pedí a mi institutriz volver a Londres, donde al año
siguiente recibí la carta de mi hermano comunicándome su compromiso con
lady Jocelynn. El terror me invadió al pensar que esa mujer tendría el poder de
hacer conmigo lo que quisiese. Cuando mis tíos me comunicaron que West
había roto el compromiso, no me atreví a preguntar las razones. Solamente
podía pensar que mis oraciones habían sido escuchadas y me había librado de
esa mujer. No fui capaz de regresar a Archer House hasta tres años después,
cuando supe que se había ido de Berkshire, durante todo ese tiempo solo tenía
la oportunidad de ver a mi hermano en Navidad.
Aidan abrazó a su mujer. Tessa no había soltado ni una lágrima. Sabía que
lo que su esposa sentía era ira y frustración por tener que soportar a esa mujer
de nuevo.
―Y pensar que está cortejándola ―exclamó ella, contrita.
Aidan la giró hacia él haciendo que lo mirase a los ojos.
―Escúchame. Ahora eres adulta, no estás sola y eres la condesa de Devon.
Ella no se atreverá ni a respirar cerca de ti. Y en cuanto a que tu hermano la
esté cortejando, aún tenemos que comprobar si en realidad es un cortejo, cosa
que por otra parte me parece impensable en West, o simplemente está
cerrando esa herida del pasado. Como sea, si esa mujer te altera de alguna
manera, tendré unas palabras con él… y, por supuesto, con ella. ―Aidan
sonrió malévolo.
Tessa recordó la venganza de Aidan sobre la honorable Elizabeth Walden
cuando esta se atrevió a soltar comentarios injuriosos sobre ella y manchó su
reputación. Lo abrazó con fuerza, sintiéndose segura. Su marido destrozaría a
Jocelynn solo con que mirase en su dirección.
Las reacciones de sus amigos no se hicieron esperar. Vadim lanzó una
mirada a Aidan, sobre la cabeza de Tess, que al conde le puso los vellos de
punta, conociendo como conocía al romaní.
Drina sollozaba frente a una de las ventanas, de espaldas a ellos, y Violet,
con lágrimas en los ojos, esperó paciente a que Aidan calmase a Tessa, para
acercarse y abrazarla.
―Debiste decírmelo ―musitó la joven marquesa―, no tenías que haber
cargado con todo ese peso tú sola.
―Estaba tan avergonzada… ―respondió Tess.
En ese momento, Drina, después de tranquilizarse, se giró hacia las dos
amigas. Se conocían desde hacía relativamente poco tiempo, pero las tres se
trataban como hermanas. La romaní había vivido en las calles de Londres
durante su infancia y había visto muchas cosas que una niña jamás debería ver,
sin embargo, había contado con la protección de su hermano, que siempre
había evitado que ella se contaminase con la basura que los rodeaba. Pero Tess
había pasado por todo esto ella sola. Imaginó cómo debió de sentirse cuando
West le escribió diciendo que se había comprometido con esa maldita mujer.
Tess, al ver los ojos hinchados de la romaní, abrió los brazos y la muchacha
corrió hacia ellos. Las tres amigas estuvieron abrazadas largo rato mientras con
sus lágrimas dejaban salir toda la tensión acumulada.
Los tres hombres se habían retirado frente a uno de los ventanales del
salón después de servirse unos necesarios y reconfortantes brandis. Strathern
no había dicho una sola palabra durante el relato de Tessa, sin embargo, se
encontraba tanto o más alterado que los otros dos caballeros. Conocía a Tessa
desde que llevaba pañales y, llevándose apenas dos años con Violet, los tres
habían compartido juegos en multitud de ocasiones, fuese en Barton Manor o
en Archer House. Que aquella chiquilla de expresivos ojos grises hubiese
llevado tal carga sobre los hombros sin que ninguno sospechase nada… ¿Y
con esa ramera pretendía casarse el duque de Merton?
Un músculo palpitante en su mandíbula era lo único que delataba la
tensión que recorría el cuerpo de Vadim.
Aidan lo miró de reojo y, después, trasladó su mirada a Michael, que
mostraba la misma tensión.
Suspiró.
―Sabéis que si West ha decidido que esa mujer merece una oportunidad,
nadie le hará cambiar de opinión ―afirmó sin mirar a ninguno de los otros dos
hombres, con la mirada perdida en los jardines que se divisaban desde el
ventanal delante del cual se habían colocado.
―Si West continúa con esa mujer, nuestra amistad sufrirá las
consecuencias. Te lo había advertido y no tengo problema en repetirlo: no
quiero a esa ramera cerca de Violet, y si eso significa tomar decisiones poco
agradables como romper una amistad de años, que así sea ―siseó Vadim.
―Vadim… ―Aidan intentó frenar la ira del romaní.
―No, Aidan, esa chiquilla, porque no era más que una niña, sufrió lo
indecible y vivió aterrorizada por esa mujer durante los años que debían ser los
más felices y despreocupados de su vida. ¿Y dónde estaba su hermano? Su
protector hermano ni se molestó en averiguar por qué la pequeña Tessa, que
solamente podía disfrutar de su compañía durante unos pocos días en verano,
rechazaba su compañía cuando estaba con esa… Ni por qué el año anterior a
su compromiso la chiquilla no quiso volver a Archer House, sabiendo que era
el único tiempo en el que podía estar con su hermano.
―Vadim ―intervino, conciliador, Michael―, conozco a Tessa desde
pequeña y me duele tanto como a ti lo sucedido, pero Merton también era un
crío. Con dieciocho años…
―¡Maldita sea, Michael! ―explotó Vadim―. ¡Con dieciocho años ya eres un
hombre! Yo solo tenía diez años cuando tuve que cuidar de mí y de mi
hermana en las calles de Londres. Me hubiera cortado un brazo ante de pasar
por alto cualquier cosa que le afectase a ella o que pudiese afectarla. Y te
aseguro que no cerraría los ojos ni miraría hacia otro lado si alguien se
atreviese a amenazarla, hombre o mujer.
―Él no lo sabía, Vadim. Tessa no le contó…
―Tampoco se molestó en averiguarlo. Ni se preocupó cuando ella
desapareció de Berkshire. ¿Y todo para qué? Ni siquiera pudo follársela, eso ya
lo hacía otro ―exclamó.
―Vadim, hay damas ―advirtió Michael.
―No nos escuchan. Y aunque así fuese, me importa un ardite. Son mujeres
casadas, demonios.
―Todas no ―intervino Aidan.
―Mi hermana pasó cinco años rodando de campamentos gitanos a las
calles de Londres, esa palabra es de las más suaves de la cantidad de salvajadas
que ha escuchado ―respondió molesto.
―Como sea, no podemos oponernos frontalmente a esa relación ―opinó
Michael―, solo podemos estar atentos a su comportamiento e intentar
encontrar la manera de desenmascararla.
―Michael tiene razón ―comentó Aidan―. Si hablamos con West no nos
creerá, y toda la arrogancia que ha olvidado con esa mujer, la arrojará contra
nosotros. No vamos a dejarlo solo en esto, Vadim. No, sabiendo que puede
volver a traicionarlo y, lo que es peor, si la convierte, Dios no lo quiera, en su
duquesa, no parará hasta alejarlo de nosotros y del club.
Vadim echó un vistazo hacia donde las damas estaban reunidas.
―Ahora entiendo la inquietud de Tessa y su obsesión sobre si había
amenazado a Drina. ―Volvió su mirada hacia los dos hombres, que lo
observaban preocupados―. Se hará como decís, no lo dejaremos solo
―condescendió a regañadientes―, pero si esa mujer vuelve a insinuarle algo a
mi hermana, no tendré piedad alguna.

y
En esos instantes, West y Jocelynn abandonaban el teatro. West había
ejercido de perfecto anfitrión presentando a la baronesa a varios de sus
conocidos. Jocelynn estaba radiante, poco a poco comenzaba a integrarse en la
vida de Merton. Era cuestión de tiempo que recibiese una proposición.
Subieron al carruaje con los blasones ducales. Cuando llegaron a la
residencia que Jocelynn tenía alquilada, West, cortés, bajó para ayudar a la
baronesa.
Mientras la tomaba del brazo para conducirla a la puerta de entrada, que ya
había abierto el mayordomo, bajó la cabeza para musitarle al oído.
―¿Podría esperar que me invitases a tomar una copa? ―El decoro estaba
bien para una debutante, sin embargo, Jocelynn era viuda. Siempre y cuando
fuesen discretos…
Jocelynn batió las pestañas.
―Me temo que ha sido una noche muy larga, Merton, quizá en otra
ocasión ―contestó coqueta.
―Por supuesto, mis disculpas. ―West se preguntó por qué su respuesta le
había molestado. No se trataba de seducir a una virginal debutante, por Dios,
si estaba jugando a la virtuosa viuda, él, desde luego, no iba a consentir más
juegos por su parte. Por lo que conocía de ella, no había tenido reparos en
acostarse con cualquiera, ¿qué pretendía negándoselo a él?
Tomó la mano de la baronesa y acercó los labios a sus nudillos.
―Que descanses, Jocelynn ―murmuró mientras se daba la vuelta para subir
a su carruaje.
Jocelynn observó la partida del duque con una mirada malévola.
Subió a sus habitaciones, donde la esperaba su doncella. Alice llevaba al
servicio de la baronesa desde que esta había cumplido los dieciséis años. Tres
años menor que ella, la conocía a la perfección, había recibido la misma
educación que la hija del conde de Alston por imposición del propio conde,
ante la sorpresa de Jocelynn. Sin embargo, lady Jocelynn nada dijo sobre
criarse junto a la hija de su ama de llaves. Conocía a su padre y, si este tomaba
una decisión, nada podía conseguir que se volviese atrás. Jocelynn pensaba que,
por mucho que se educasen juntas, ella era la hija del conde de Alston y Alice
no pasaba de ser la hija de una criada, aunque esta fuese el ama de llaves.
Alice sabía de su carácter caprichoso, aquel que la había llevado a traicionar
a un buen hombre como el duque de Merton por un cazador de fortunas con
más edad y experiencia que la había conducido a un matrimonio con un viejo
barón que, aunque siempre la trató bien, la condenó a una vida en el campo,
lejos de los salones de Londres, que había esperado conquistar con su belleza.
Sus malas decisiones, aunque, en su soberbia, nunca las reconocería, le
habían agriado el carácter pese a que se cuidaba mucho de no mostrarlo en
público. Los malos modales y el despotismo los dejaba para el servicio y, por
ende, para Alice, puesto que era la más cercana a la baronesa. Alice sabía de las
intenciones de Jocelynn de conseguir convertirse en la duquesa de Merton.
Conocía el daño que le había hecho al joven duque hacía tantos años y se
temía que volver a entrar a su vida no le causaría a Merton más que problemas.
Suspiró cuando la baronesa entró en la alcoba con gesto airado. Con la
paciencia que había adquirido durante todos los años al servicio de Jocelynn,
Alice comenzó a recoger las prendas que esta tiraba después de quitárselas.
Jocelynn se sentó delante del tocador mientras se quitaba los aderezos que
había llevado al teatro.
―Tengo que conseguir una proposición ―masculló irritada, mientras se
contemplaba en el espejo.
―Milady, Su Gracia apenas la ha invitado a salir… ¿cuántas?, ¿dos o tres
veces? Debería tener un poco de paciencia ―comentó Alice intentando
apaciguarla.
―Son suficientes ―replicó airada―. Aunque hayan pasado años, Merton
estaba loco por mí y continúa estándolo, o me habría costado mucho más
conseguir sus invitaciones. ―En su soberbia, Jocelynn se había construido una
historia sobre su relación con el duque que poco o nada tenía que ver con la
realidad de lo sucedido―. Además… ―La baronesa se interrumpió mientras
miraba de reojo a su doncella.
―¿Sí, milady?
―Ayúdame a quitarme el vestido ―contestó con brusquedad―. No tenía
intención alguna de hacer partícipe a su doncella de sus planes.
Alice se acercó a su señora, obediente. Sabía que ocultaba algo. Algo había
ocasionado su repentino interés por conseguir al duque de Merton y se temía
que ese algo había sucedido durante su estadía em Bath durante el verano.
Capítulo 4
West llegó al Revenge cuando el club estaba en plena actividad. Buscó con la
mirada hasta encontrar a Aidan, que conversaba con unos caballeros. Se acercó
a ellos y, después de intercambiar algunas frases corteses, los hombres se
dirigieron a las mesas de juego.
Aidan lo miró de reojo.
―¿Qué tal tu noche?
―Podría haber estado mejor ―contestó con una mueca de fastidio.
Devon soltó una risilla sin dejar de observar la sala.
―Entiendo que la baronesa no ha sido muy… hospitalaria ―comentó
Aidan con un deje de sarcasmo.
―No tiene por qué serlo, es una dama. ―Aunque compartía la opinión de
su amigo, no pensaba reconocerlo.
―Por supuesto. No me atrevería a insinuar lo contrario. ―Dama o no,
Aidan notaba la frustración de West.
West recorrió el salón con la mirada.
―¿Conoces a los caballeros que conversan con Strathern? ―preguntó,
mientras se fijaba en el vizconde y los dos hombres que lo acompañaban.
―No. Son sus invitados.
―¿Y no ha tenido la cortesía de hacer las presentaciones? ―inquirió West
mientras fruncía el ceño.
―¿Por qué habría de hacerlo? Está mostrándoles el club, son invitados
personales, ¿quién sabe si volverán? Los presentará si lo considera oportuno.
―Aidan giró la cabeza para mirar a su amigo―. ¿Desde cuándo te preocupan
los invitados de Michael? Además, parecen jóvenes, serán amigos de la
universidad. ¿Echas de menos corretear por Londres con cachorros imberbes?
West bufó.
―Por supuesto que no. Simple curiosidad.
Aidan disimuló una sonrisa.
―West, no puedes controlarlo todo.
―Esa es tu opinión ―masculló Merton.
En ese momento, Drina se acercó a ellos. Sonriente, se dirigió a West.
―Por lo que veo, has encontrado un momento libre en tu romance para
venir a visitarnos ―comentó jocosa.
West frunció el ceño.
―Siempre encuentro un momento para venir al Revenge. Debo encontrar el
momento oportuno para cobrarme mi apuesta ―susurró mientras acercaba su
rostro al de ella. Se refería al beso que habían apostado sobre si Drina había
reconocido a su hermano en la mascarada del Revenge cuando había vuelto de
Lennox House con Violet.
Drina se ruborizó.
―Pues me temo, Excelencia, que va a resultarle un tanto… difícil.
Estaba cortejando a otra mujer, no se atrevería a besarla, ¿verdad?
―¿Y eso por qué? ―contestó West, sonriendo con picardía―. Dije que me
lo cobraría cuando yo lo decidiese, ―Se cruzó de brazos―, sin embargo, aún
no lo he decidido.
―No vas a besarme, West ―siseó Drina―. Estás cortejando a una dama,
no sería correcto.
―Querida mía, una apuesta es una apuesta. Las deudas entre caballeros hay
que pagarlas.
West se estaba divirtiendo con el apuro de Drina. Sin embargo, algo lo
impulsó a pasar por alto la mención al cortejo que había expresado ella.
Ella entrecerró los ojos.
―Yo no soy un caballero ―masculló.
―No, eres una dama, lo que viene a ser lo mismo en cuanto a la
honorabilidad de pagar lo que se debe.
Drina levantó la barbilla, altanera.
―Ni lo sueñe, Excelencia. Precisamente porque soy una dama, no voy a
besar al prometido de otra mujer.
―Todavía no estamos prometidos ―respondió West, incómodo de repente.
―Cuestión de tiempo, Excelencia. Me temo que la oportunidad de cobrarse
la deuda ya ha pasado ―comentó mientras hacía un gesto desdeñoso con la
mano y se giraba para irse.
West observó alejarse a la romaní. «Te equivocas, pequeña, todavía no ha
llegado la oportunidad».

y
Mientras tanto, Strathern conversaba con su mejor amigo, el vizconde
Doyle, James Henry Doyle, y con el tío de este y hasta ahora tutor, Matt
Jonhson. Matt era el hermano de la madre de James, americana, fallecida junto
con su marido hacía apenas dos años cuando se dirigían a visitar a los padres
de ella en Boston. El hombre, devastado, había regresado a Inglaterra con los
cadáveres de su hermana y su cuñado para que fuesen enterrados en la
residencia familiar en Kent y dispuesto a proteger los intereses de su sobrino
mientras él finalizase la universidad.
Johnson y su hermana pertenecían a una de las mejores y más antiguas
familias de Boston. Era dueño de empresas de manufacturas, exportación e
importación y de una naviera, de las que se hizo cargo cuando finalizó sus
estudios universitarios en Harvard y su padre delegó en él todas las
responsabilidades de sus negocios. Inteligente y con buen ojo para detectar
una buena inversión donde la veía, observaba el Revenge con ojos expertos.
―¿Y dices que lleva abierto apenas siete años? ―preguntó Matt mientras su
mirada recorría la sala de juegos.
―Sí ―contestó Michael―. Devon y sus socios lo crearon de la nada e
hicieron muy buen trabajo. La alta sociedad de Londres puede ser bastante
esnob, y que el Revenge esté considerado a la altura de los tradicionales clubs
de caballeros como el White's, Brook's o Boodle's y que su prestigio esté
aumentando entre la ton, dice mucho de la capacidad de trabajo de los socios.
―¿Considerarían una inversión? ―Matt nunca dejaba pasar la oportunidad
de un buen negocio allí donde lo viese.
―No lo creo ―contestó Michael―, el Revenge se podría considerar como
un negocio familiar. De puertas para fuera, nadie conoce los pormenores de la
sociedad. Pero los que trabajamos en él sabemos que los socios son íntimos
amigos desde niños y ahora, además, están unidos por lazos familiares. Dudo
que aceptasen a un extraño, pero puedo tantearlos si te interesa.
Matt asintió pensativo.
―¿Influiría en ellos el hecho de que soy americano? ―inquirió suspicaz.
Sabía que la alta sociedad inglesa no admitía con facilidad extranjeros entre sus
filas. Su propia hermana había tenido que esforzarse mucho para ser
completamente aceptada.
Michael soltó una carcajada.
―¡Como si eres chino! A Devon y a sus socios les importa un ardite la
procedencia de otros. De hecho, dos de los socios de pleno derecho tienen
ascendencia romaní; mitad romaní, para ser exactos. Les importan otras cosas:
la lealtad, la honradez y la capacidad de trabajo. La procedencia de una
persona, socia o no, no es relevante para ellos. ¿Quieres que haga las
presentaciones? ―interrogó Michael.
―Me temo que en estos momentos no será posible. ―Miró a su pupilo―.
Deberíamos retirarnos, James, mañana nos espera un viaje a Kent.
Doyle asintió. Admiraba a su tío enormemente y debía aprovechar todas
sus enseñanzas, para poder gestionar su legado con inteligencia, mientras
permaneciese en suelo inglés. No en vano, en los dos años desde la muerte de
sus padres, su patrimonio se había duplicado gracias a la habilidad de Matt con
los negocios.
―¿Cuándo regresaréis? ―habló Michael mientras ponía una mano en el
hombro de su amigo.
―Tres semanas a lo sumo ―contestó James―. Además de seguir
formándome en gestionar la propiedad del campo, debo volver y hacer frente
a los compromisos con la alta ―prosiguió, mientras hacía una mueca de
fastidio―. Menos mal que podré contar con tu compañía, ―Miraba sonriente a
Michael.
―Por supuesto ―contestó el aludido―. No será tan malo, ya verás. Una vez
que acudes al primer evento, los siguientes son todos iguales.
Michael acompañó a sus amigos hasta la salida, donde se despidieron
esperando coincidir antes de que la ton se retirase al campo para pasar las
fiestas navideñas.

y
A la noche siguiente, el grupo cenaba en la residencia de los marqueses de
Rutland a excepción de Drina, que cenaba con sus padres los duques de
Normamby, y de West, que había acudido a un baile acompañando a la
baronesa.
De repente, las palabras de Vadim desconcertaron a sus amigos.
―Me preocupa Drina, está demasiado centrada en su trabajo en el club.
Necesita conocer caballeros, frecuentar los salones, hacer lo que toda dama de
su edad. No pienso quedarme de brazos cruzados mientras todos estamos
formando nuestras propias familias y ella se queda al margen. Mi hermana
tiene mucho amor que ofrecerle a un hombre y sé que los niños le encantan.
Tres pares de ojos observaron al romaní, perplejos. ¿Vadim hablando de
amor, sin que nadie le pusiera una pistola en la sien? ¿El reservado Vadim? Las
miradas se giraron hacia Violet, que miraba a su marido con adoración. El
cambio que había logrado la marquesa en su cauteloso marido era espectacular.
Michael entrecerró los ojos, pensativo, mientras observaba a Vadim.
―Puede que tengas razón. Ni Drina ni yo tenemos ningún interés
romántico el uno en el otro. Se merece encontrar un buen hombre.
―Drina necesita ser cortejada ―musitó Tessa, pensativa―. No podemos
permitir que toda su vida se reduzca a su trabajo en el club y, en circunstancias
ocasionales, acudir a algún evento. ¿Os habéis dado cuenta de que solamente
acude a los bailes o fiestas que organiza la familia o los muy allegados? Mi
hermano, equivocado o no, ya ha decidido. Que a nosotros no nos guste su
elección, no es asunto nuestro. ―Aunque a regañadientes, Tessa debía
aceptarlo. Tenía su propia vida como condesa de Devon, que su hermano se
responsabilizase de sus elecciones―. Debemos centrarnos en Drina.
Aidan observó a su esposa.
―Amor, ¿he entendido mal o acabas de dar a entender que una mujer no
es nadie sin un caballero a su lado?
Tessa le dirigió una furiosa mirada.
―No he dicho tal cosa. Drina es una mujer muy capaz, pero merece ser
amada, merece tener una ilusión al margen de su trabajo. Vosotros habéis
encontrado a alguien, sin embargo, ella sigue sola, como bien ha expuesto
Vadim. Y sobre la soledad creo que ambos sabéis bastante ―prosiguió,
mientras miraba a Vadim y a Aidan.
Los dos amigos se miraron. Tessa tenía razón. Después de levantar el club
de la nada y solucionar sus propios problemas personales, si no hubiera sido
por el amor de Tessa y Violet… se habrían convertido en meros cascarones
vacíos. Y ninguno de los dos quería ese futuro para Drina.
Violet intervino una vez los hubo escuchado.
―Dudo que Drina necesite de vuestra intervención.
Ante las miradas extrañadas, continuó.
―Creo que la duquesa de Normamby ya ha tomado cartas en el asunto
―afirmó, mientras esbozaba una astuta sonrisa.
Vadim sopesó las palabras de su mujer. Y, de repente, recordó algo.
―¡Por supuesto! Bond Street, el día que salió de compras con mamá
poniendo de excusa que sus vestidos no eran adecuados.

y
La proximidad de la boda del duque de Normamby y la condesa viuda de
Devon propició la primera discusión entre West y Jocelynn.
West había recogido a la baronesa en su residencia, dispuesto a cumplir
con una de las normas no escritas de la alta, el consabido paseo por Hyde Park
a la hora que marcaban las costumbres. Ver y ser vistos. Cuál sería su sorpresa
cuando, después de un rato saludando a unos y a otros en el parque, a Jocelynn
se le antojó que la acompañase a Bond Street. Merton no tenía interés alguno
en pasarse la mañana contemplando escaparates, mucho menos entrando en
ninguno de los talleres de modistas que poblaban la calle. Por Dios, ni siquiera
acompañaba a sus amantes. Solo había pisado uno de dichos talleres en su
vida, y fue a causa de escoltar a su hermana y a la madre de Aidan.
―Mi intención no era pasarme la mañana correteando por Bond Street,
Jocelynn, si tenías pensado ir de compras, haberte hecho acompañar por tu
doncella ―masculló irritado, cuando la baronesa le comentó sus intenciones.
Jocelynn se apretó aún más contra el brazo del duque mientras componía
un gesto de inocente súplica.
―Por favor, Merton, será solamente una visita. Me sentiría más tranquila si
me aconsejaras sobre el vestido más adecuado para lucir en la boda.
West giró su cabeza hacia ella, desconcertado.
―¿Boda? ¿A qué boda te refieres? No tenía idea de que los periódicos
hubiesen anunciado un compromiso, mucho menos una boda. Y, en todo caso,
no he recibido ninguna invitación para acudir a ninguna. ¿Se trata de alguna
amiga tuya?
Jocelynn rio con afectación. ¿Amiga suya? Ella no tenía amigas. Su
juventud la había pasado en el campo, casada, y en Londres era demasiado
mayor para las debutantes y demasiado joven para las matronas.
―No, por Dios. Me refiero a la boda del duque de Normamby. Debo
acudir vestida acorde con lo que se espera de la acompañante del duque de
Merton.
West se paró en seco obviando las miradas sorprendidas de los demás
paseantes.
―¿Disculpa? Me temo que estás equivocada, Jocelynn. ¿Te he dado acaso la
impresión de que podrías acompañarme? La boda del duque de Normamby es
estrictamente familiar y, hasta donde yo sé, no perteneces a la familia.
―Merton empezaba a irritarse con la audacia de la baronesa.
―Pero… ―Jocelynn disimuló como pudo la rabia que comenzaba a
invadirla―. Me estás cortejando, Merton. Había supuesto que…
―Jocelynn ―la interrumpió el duque―, no te estoy cortejando. Te he
invitado varias veces sin la presión de tener que cumplir con unas
determinadas normas que tendría que seguir si fueses una debutante, que no es
el caso. Eres una viuda, somos adultos y hemos decidido darnos la
oportunidad de averiguar lo que sentimos el uno por el otro. ―«Si es que
queda algo, que empiezo a dudarlo», pensó―. No tenemos que cumplir con
algunas reglas que rigen el comportamiento de las jóvenes; de hecho, no se
requiere ni siquiera que salgamos acompañados de una carabina. Creo que has
supuesto demasiado ―continuó mordaz.
Jocelynn le lanzó una contrita mirada.
―Creo que me merezco respeto y que me des mi sitio, Merton, soy una
dama.
―¿Piensas que no te respeto por no acudir contigo a la boda de
Normamby? Santo Dios, Jocelynn, ya no eres una niña para determinados
caprichos, todo hay que decirlo. ―West empezaba a estar tan furioso con los
reclamos de la baronesa que no fue capaz de frenar su lengua. ¿Estaba
empezando a ver el verdadero carácter de Jocelynn? No tenía intenciones de
aguantar a una mujer que lo agotase con reclamos y exigencias. El duque se
calló que no era decisión suya, sino de los novios. No pensaba justificarse ante
ella de ninguna manera.
―Bien ―murmuró Jocelynn con semblante compungido―, si no tienes
intención de que te acompañe a esa boda, no tiene caso seguir el paseo, mucho
menos ir de compras. Creo que volveré a mi casa.
West bufó irritado.
―Te acompañaré…
―No hace falta, pediré un coche de punto. Como bien has dicho, a nuestra
edad podemos saltarnos algunas reglas. ―Jocelynn se giró mientras comenzaba
a andar hacia la salida del parque. En su interior esperaba que Merton la
siguiera mientras se deshacía en disculpas. Sin embargo, West enarcó una ceja
mientras la observaba alejarse. En su vida había consentido caprichos de
ninguna mujer, mucho menos de esa mujer que ya lo había humillado una vez.
Allá ella, sabía cuidarse sola.
West se dio la vuelta y, obviando las miradas curiosas de los paseantes que
habían visto la escena, se alejó con indolencia en dirección contraria a la que
había tomado Jocelynn.
Jocelynn subió al coche de punto furiosa y humillada. Había calculado mal.
West ya no era aquel jovencito nervioso que le propuso matrimonio hacía
años. Se había convertido en un hombre arrogante y seguro de sí mismo. Bien,
ella era una mujer con experiencia. Tendría que continuar con el papel de viuda
humildemente arrepentida de sus errores de juventud. Como rezaba el dicho:
se consigue más con miel…

y
La boda de Richard y Adara se celebró con afecto por parte de todos los
presentes. Todos, de una manera u otra, sabían de las desdichas por las que
había pasado la pareja en su juventud durante sus respectivos matrimonios.
Rebosaban de amor y complicidad y ninguno de los dos, a estas alturas de sus
vidas, tenía intención alguna de disimularlo, sino de disfrutarlo.
Una vez el párroco los hubo declarado marido y mujer, Richard atrajo a
Adara hacia él para besarla. El apasionado beso, correspondido por ella,
provocó que sus respectivos hijos, no precisamente virginales, se sonrojasen
azorados.
―Por Dios Santo, ¿no podrían esperar al menos hasta que salgamos hacia
el desayuno de bodas? Solo tendrían que retrasarse un poco mientras los
demás nos dirigimos al otro salón ―murmuró Aidan mientras miraba
incómodo hacia cualquier lugar que no fuese la fogosa pareja.
Vadim soltó una risilla.
―Dios bendito, Aidan, tu propio matrimonio te ha convertido en un
mojigato. Tú no te comportaste con mucha más discreción cuando te casaste
con Tessa.
―¡Son nuestros padres, por Dios! ―comentó turbado. Aunque
interiormente estaba encantado de que Adara por fin hubiese encontrado a
alguien que la amaba como merecía, al no haber visto jamás a su madre con su
padre, para el caso, con ningún hombre, la escena le resultaba un tanto
embarazosa.
―Vamos hermanito, precisamente… son nuestros padres. ¿Cómo supones
que has venido al mundo?
Aidan le dirigió una mirada asesina.
―Deja ya eso de hermanito. En cualquier caso, te lo tendría que decir yo a ti.
Te llevo cuatro años ―comentó irritado.
―¿Mejor si te llamo hermano mayor? ―contestó Vadim con una carcajada.
Aidan bufó mientras giraba su cabeza para observar a Drina, que intentaba
enjugar con disimulo alguna que otra lágrima. Sin quitar ojo a la muchacha, le
dio un codazo a Vadim.
―¡Oye, tranquilo! ―El marqués se encogió al notar el golpe de su amigo―.
Utilizaré palabras romanís, si esa va a ser tu reacción. Al menos así no
entenderás lo que digo.
―Mira a Drina ―susurró Aidan―, ¿crees que su emoción es por la boda o
por…?
Vadim fijó la mirada en su hermana e interrumpió a Aidan.
―¿Porque solo queda ella soltera? ―El romaní se encogió de hombros―.
No lo sé, aunque Drina es más expresiva que yo, no tengo ni idea de cuáles
son sus sentimientos al respecto, quizá se confiaría con otra mujer, pero con su
hermano… ―Miró de reojo a su amigo―. Y no, no hables con Tessa o Violet
para que la interroguen. Lo que necesita mi hermana es relacionarse y disfrutar
como cualquier dama de su edad, y eso es lo que procuraremos que haga.
Al mismo tiempo que ambos amigos conversaban sobre Drina, otros dos
caballeros no le quitaban el ojo de encima a la muchacha. West la observaba
con expresión inescrutable y Strathern no perdía detalle de las expresiones del
duque y de la romaní.
Más tarde, Richard y Adara partieron hacia Lennox House, donde pasarían
su luna de miel. Aidan y Vadim tenían preparada una sorpresa para celebrar los
esponsales. Irían todos a Vauxhall: habían alquilado un recinto privado,
cenarían y disfrutarían del baile y los espectáculos.

y
Ya habían acabado de cenar cuando Aidan y Vadim sacaron a bailar a sus
esposas. Strathern se había acercado a otro palco a saludar a unos conocidos y
Drina y West se quedaron a solas.
West observó a la muchacha. Estaba absorta contemplando a las parejas
que danzaban. Sorprendido, pensó que en otro momento no había tenido
ningún reparo en sacarla a bailar; sin embargo, en estos momentos se sentía
nervioso en su presencia y no era capaz de entender la razón de ello.
―¿Te apetecería bailar? ―preguntó, sorprendiéndose incluso a sí mismo.
Drina dio un respingo cuando sus pensamientos fueron interrumpidos.
―Por supuesto, gracias.
West se levantó y tomó de la mano a la muchacha para ayudarla a
levantarse y conducirla a la pista de baile.
―¿Te encuentras bien? Has estado muy callada durante todo el día. ¿Acaso
no te agrada el enlace entre Normamby y la condesa viuda?
Drina levantó su mirada hacia él, perpleja.
―Por supuesto que sí. Ambos se merecen ser felices y, lo que es más
importante, se aman.
―Pues por tu expresión nadie diría que disfrutabas de su felicidad
―respondió mordaz. Demonios, ¿qué le pasaba? No tenía por qué
comportarse de ese modo tan irritante con ella. Quizá la discusión con
Jocelynn le estaba pasando factura.
Ajena a los tormentosos pensamientos de West, Drina contestó pensativa.
―Simplemente pensaba que debería probar el mercado matrimonial. Ya sé
que no soy una jovencita debutante, pero aun así…
―Tú… ¿el mercado matrimonial? ¡¿Te has vuelto loca?! ―exclamó West
desconcertado. Drina no podía casarse. Agitó confuso la cabeza. ¿De dónde
había sacado esa estupidez de que ella no podía casarse? Ningún caballero era
merecedor de esa muchacha.
Ella le lanzó una furiosa mirada.
―¿Te parece que nadie se propondría por mí? ¿Acaso soy muy mayor para
que algún caballero decida cortejarme? Vaya, West, cada día mejoran más tus
modales.
―No es eso lo que quise decir ―musitó avergonzado.
―¿No? ¿Exactamente qué quisiste decir? Porque las palabras matrimonio y
locura casi en la misma frase…, ¿de qué otra manera se pueden interpretar? Y
te recuerdo que si a mí me consideras mayor para pensar en que alguien me
pueda cortejar, tú estás cortejando a alguien mucho mayor que yo. De tu
misma edad, para ser exactos. ―Drina paró en seco de bailar, lo que provocó
que West casi trastabillara.
―¿Qué demonios? ―masculló el duque molesto.
―No me apetece seguir bailando ―aclaró la muchacha mientras giraba para
dirigirse al reservado sin dedicar un momento a comprobar si el duque le
seguía o no.
¿La consideraba demasiado mayor para atraer a algún caballero? Maldito
fuera. Él mismo correteaba detrás de las faldas de una anciana.
West bufó irritado. Maldita sea, había sido grosero con Drina sin razón
alguna. No solía contener su lengua, no tenía necesidad de ello, al fin y al cabo,
era un duque, pero en este caso, pensar en Drina casada le había revuelto las
tripas y no había podido contenerse. No se detuvo a pensar la razón.
Simplemente debería disculparse, pero ¿cómo? O mucho se equivocaba, y con
ella no solía hacerlo, o Drina no le perdonaría fácilmente tamaña grosería.

y
Mientras Drina, seguida de Merton, se dirigía al reservado alquilado, dos
pares de ojos no perdían detalle de la escena.
―¿Ese es Merton? ―preguntó el hombre. Rozaba los cuarenta años,
estatura media, estilizado, se podría decir que atractivo. Con el pelo y los ojos
castaños, Anthony Holland seguía conservando el magnetismo sensual que
había encandilado a Jocelynn en su juventud.
―Sí ―contestó sucinta Jocelynn, mientras no perdía detalle de la pareja.
Anthony se pasó una mano por la barbilla.
―Ella es preciosa. ¿Quién es?
La baronesa le dedicó una mirada aviesa al hombre.
―Intocable para ti. Es la hija del duque de Normamby y hermana del
marqués de Rutland. No podrías ni respirar a su lado sin que el marqués te
destrozase y, si quedase algo de ti, el duque se encargaría después.
Holland soltó una risilla.
―No es mi intención respirar a su lado y, en caso de estar cerca de ella, lo
último en lo que pensaría sería en respirar ―contestó jocoso, mientras su
mirada no se apartaba de Drina.
―Si crees que con ella te iría mejor que conmigo, eres muy libre ―contestó
Jocelynn, furiosa por la atención que su amante le dirigía a la muchacha.
―¿Celosa, mi amor? ―Holland le pasó una mano por la cintura al tiempo
que la bajaba en una sensual caricia hacia el trasero femenino―. ¿Acaso no te
he demostrado que para mí eres la única mujer? También podría estar yo
celoso de Merton, al fin y al cabo, te casarás con él, sin embargo, me
perteneces, como yo te pertenezco. ―Apretó un poco más fuerte el
redondeado trasero de la mujer hasta que le arrancó un gemido―. Tú y yo
tenemos los mismos gustos, gustos que me temo que el duque no compartiría,
somos especiales en el lecho y nos complementamos a la perfección, gatita.
Jocelynn asintió pensativa. Holland le había enseñado todo lo que sabía
sobre los hombres y cómo complacerlos. Tenía unos gustos muy particulares
en cuanto a disfrutar del placer, no todo el mundo los entendería, pero a ella la
había instruido desde que había cumplido los dieciséis años y había
encontrado muy satisfactorias y placenteras las enseñanzas recibidas. La había
moldeado a su gusto, cerciorándose con ello de que solamente encontrase el
placer con él y, de hecho, así había sido. Solo de pensar en compartir el lecho
con Merton se le ponía el vello de punta, pero tendría que hacerlo si quería
conseguir lo que ambos se habían propuesto.
―Es mejor que nos vayamos, no esperaba encontrar a Merton aquí y no
tengo intención alguna de que, por un descuido, pueda vernos, él o alguno de
sus amigos.
Mientras Holland asentía, ambos se dirigieron a la salida de los jardines.
Cuando Drina y West regresaron al reservado, las otras dos parejas ya se
encontraban allí. Tanto Violet como Tessa escrutaron los rostros tensos de
ambos. Tessa frunció el ceño.
―¿Ha ocurrido algo? ―preguntó, observándolos a los dos.
Drina encogió los hombros, indiferente, mientras West esperaba, tenso, lo
que diría la muchacha. Si les comentaba que la había insultado, se temía que
tanto su hermana como Violet se lo comerían vivo, eso si conseguían atraparlo
antes del temperamental marqués romaní.
―No. Simplemente ha sido un día muy largo. ―Drina no pensaba contar lo
que le había dicho el duque. Ya era bastante humillante que él pensara que
debía considerarse en el estante, como para compartir esa humillación con sus
amigas.
Vadim clavó su mirada en el rostro tormentoso de West.
―Acompáñame un momento ―le comentó a su amigo bajo la mirada
suspicaz de Aidan que, prudente, se mantuvo al margen―. Creo que Strathern
quiere presentarnos a alguien.
West asintió y ambos salieron del reservado. El duque miró a Vadim,
desconcertado al ver que se dirigían en dirección contraria a donde se
encontraba Strathern con sus amigos. Vadim lo dirigía a la entrada de los
senderos oscuros.
―¿A dónde vamos? ―inquirió suspicaz―. ¿No pretenderás llevarme a los
senderos en busca de una mujer? Te recuerdo que sé buscármelas solito desde
hace muchos años.
Vadim no se anduvo con rodeos.
―¿Qué le has hecho?
Merton lo observó de reojo. A Vadim no se le escapaba nada, mucho
menos si atañía a su hermana. Mejor soltarlo de una vez y que fuese lo que
Dios quisiera.
―Me temo que, sin intención, he sido grosero con ella.
―Explícate. ―La voz de Vadim tenía un tono glacial.
―Me comentó su intención de entrar a formar parte del mercado
matrimonial y… bueno… supongo que pude hacerle pensar que era mayor
para eso ―contestó avergonzado.
―¿Supones? Exactamente, ¿qué le dijiste? ―Vadim se cruzó de brazos
mientras entrecerraba los ojos y observaba detenidamente las expresiones de
West.
West carraspeó.
―Bueno, planteé la posibilidad de que se hubiera vuelto loca. ―Cada vez se
sentía más avergonzado. Él era un caballero y decirle algo así a una dama era
impensable, mucho menos a Drina. Sintió que su cuello empezaba a acalorarse
y resistió el impulso de aflojar el nudo de su pañuelo, al menos delante del
romaní.
Vadim bufó.
―No voy a molestarme en darte el puñetazo que te mereces, supongo que
mi hermana ya te habrá dado tu merecido, sin embargo, ¿no crees que eres un
poco hipócrita? Drina tiene apenas veinticuatro años y te permites la grosería
de decirle que es muy mayor para ser cortejada mientras tú revoloteas con
fines… se supone que honrados, según tú mismo has dicho, tras unas faldas
que están en la treintena. Eso sin hablar de…
West frunció el ceño.
―¿Sin hablar de qué?
―Nada, cosas mías. ―Vadim no le iba a aclarar que mientras su hermana
era una belleza virginal inteligente, leal e instruida, gracias a la condesa viuda, a
la que cualquier hombre estaría loco por hacer su esposa, la tal baronesa dejaba
mucho que desear para que un hombre en su sano juicio se decidiese a
cortejarla, salvo West, cuyos motivos para hacerlo los sabría él, si es que los
conocía, cosa que dudaba.
»No voy a decirte que te disculpes, conozco a mi hermana y tus disculpas
le sonarán huecas ―continuó Vadim―, pero sí te voy a advertir algo, todos
nosotros, y digo todos, durante la próxima temporada, pasearemos a Drina de
salón en salón. Se merece ser cortejada, recibir las atenciones de los caballeros,
y… ―Vadim le dirigió una mirada letal― tú te concentrarás en tu propio
cortejo de la baronesa, ya que te has empecinado en ello. Solamente
intervendrás con respecto a Drina si se le acerca algún impresentable, y solo si
nosotros no nos hemos percatado de ello. ¿He sido claro?
―Por supuesto. ―West sintió que la bilis le subía por la garganta. ¿Drina
recibiendo las atenciones de otros caballeros y él teniendo que mantenerse al
margen? Ni loco pensaba hacerlo.
En esos momentos, a West ni se le pasó por la cabeza que su interés
acababa de ponerlo en otra mujer. Todo lo que podía pensar era en esos
preciosos ojos verdes mirando con adoración a otro hombre y su maravillosa
sonrisa dedicada a otro. Ni siquiera se planteó por qué sentía ese malestar casi
físico al pensar en Drina con otro hombre y no había dedicado ni un segundo
a detenerse a pensar si sentiría lo mismo si se tratara de Jocelynn. Quizá, si
tenía que pensarlo, la respuesta sería que no. Tampoco quiso darle vueltas a ese
pensamiento un tanto inquietante.
Vadim le pasó un brazo por el hombro.
―Volvamos con el grupo.
Capítulo 5
West no visitó a la baronesa durante varios días. Tras su discusión con ella
acerca de su asistencia a la boda de Normamby y lo ocurrido en Vauxhall con
Drina estaba demasiado confuso como para escuchar más reclamos de nadie.
Se dirigía hacia Regent Street dando un paseo. El tedio que lo embargaba
se estaba convirtiendo rápidamente en malhumor y había decidido recorrer la
calle comercial en busca de algo que le interesase. Quizá comprase una fusta
nueva, no es que la necesitara, lo que necesitaba era entretenerse con algo, y
mientras elegía la adecuada quizá aplacase un poco el aburrimiento y podría
encaminarse a White's de mejor ánimo.
Observaba con indiferencia la multitud de damas y caballeros que a esas
horas llenaban la calle. Supuso que la mayoría, al igual que él, buscaban
combatir el aburrimiento. De repente, dos damas seguidas por un lacayo
llamaron su atención. En realidad, lo que llamó su atención fue el lacayo con
los colores de la casa de Devon. «Maldita sea, Drina y Tessa».
Miró a su alrededor buscando desesperado una tienda en la que pudiera
colarse y evitar el encuentro. Había conseguido tomar la manilla de la tienda
más cercana, que ni siquiera sabía qué clase de artículos vendía, y para el caso,
no le interesaba en absoluto, cuando la voz de su hermana paralizó su mano.
―¿Merton?
«¡Condenación!». Se giró con una tensa sonrisa hacia las dos damas que se
acercaban a él. Saludó a su hermana con un beso en la mejilla y tomó la mano
que le tendía Drina para inclinarse sobre ella.
Tessa lo miró extrañada.
―¿Qué haces en una calle comercial a estas horas? Te suponía en tu club.
―Necesitaba hacer unas compras ―masculló molesto.
Su hermana enarcó una ceja e intercambió una mirada con Drina.
―¿Estás bien?
―¿Por qué no iba a estarlo? ―contestó cada vez más irritado.
―Es Mills quien se ocupa de tus compras ―respondió mientras lo
observaba con el ceño fruncido―. Tú ni siquiera te acercas a una calle
comercial, mucho menos entrar en una tienda.
―Estaré madurando ―respondió mordaz―. Como sea, ha sido un placer
veros ―comentó, mientras intentaba deshacerse de ellas.
―¿No vas a preguntarnos qué hacemos por aquí? ―respondió Tessa,
indiferente a las prisas por escapar que veía en su hermano.
―¿Debería?
―Posiblemente, no ―respondió la condesa al tiempo que sonreía
interiormente. Su hermano estaba de muy mal humor, pues bien, que se
aguantase―. Sin embargo, no creo que hayas olvidado tus modales. ―«O tal
vez sí, si tenemos en cuenta con quién te relacionas últimamente», pensó.
West resopló al tiempo que echaba una mirada de reojo a Drina, que se
mantenía extrañamente silenciosa.
―Muy bien. ―Rodó los ojos, exasperado―. ¿Qué os trae por estos lares?
―preguntó con sarcasmo.
Tessa sonrió. West notó que Drina miraba hacia otro lado para disimular su
sonrisa. Si ya estaba de mal humor, estas dos conseguirían que olvidase sus
intenciones de visitar el club y volviese a Merton House llevado del demonio.
―Vamos al taller de Madame Durand ―contestó, satisfecha, su hermana.
El nombre se le hizo conocido al duque. Ah sí, era el taller que había
tenido que visitar cuando tuvo que escoltar a Tessa y a la entonces condesa
viuda de Devon. Algo le impulsó a preguntar, al tiempo que se maldecía
interiormente por no haberse mordido la lengua.
―¿No tienes suficientes vestidos? No me digas que Aidan se ha convertido
en un avaro a la hora de gastar sus libras en llenar tu armario.
Tess hizo un gesto vago con la mano.
―No son para mí. Son para Drina.
La mirada de West se dirigió hacia la romaní.
―No es mi intención inmiscuirme en la capacidad del armario de una
dama, pero tengo entendido que los tuyos rebosan de ropa.
―Nada que le pueda valer para la temporada que viene, y si me apuras,
para lo que queda de esta ―medió Tessa.
West frunció el ceño mientras se encogía de hombros, confuso. No tenía
intención alguna de ponerse a conversar con su hermana sobre moda
femenina.
―Pues muy bien ―respondió mientras intentaba por segunda, o tercera
vez, zafarse de las damas―. Os deseo que paséis un rato agradable con
vuestras compras. Yo…
―¿Por qué no nos acompañas? ―preguntó Tessa con fingida indiferencia.
―¿Yo? ¿A una modista? ―West no salía de su asombro―. Aunque
estuviese dispuesto a pisar un taller de ropa femenina, que no es el caso, quien
va a comprar es Drina, por si no te has dado cuenta, una dama soltera. No
puedo acompañaros sin arriesgarnos a que surjan rumores.
Tessa era conocedora de que no resultaba adecuado que un caballero
soltero acompañase a una dama a visitar a su modista, a no ser que dicha dama
fuese… lo que no eran ellas, por supuesto. Sin embargo, era su hermano;
quien los viese supondría que a quien acompañaba era a ella y, además, se
divertiría mientras lo mortificaba un poco.
―Nadie sabe que la que va a comprar es Drina, podrías acompañarme a
mí, en realidad. Madame Durand es sumamente discreta, del mismo modo que
su personal ―insistió su hermana―. Además, ya has estado en su taller y has
salido encantado de las atenciones que tienen para los acompañantes
masculinos y de la privacidad de sus salas.
West escrutó el rostro falsamente inocente de su hermana. La verdad era
que el dichoso taller hacía que los hombres que no tenían más remedio que
acompañar a alguna dama se sintiesen como si estuvieran en su propio club de
caballeros. ¿Por qué no? Giró su mirada hacia Drina, que esperaba recelosa.
Poder ver ese maravilloso cuerpo cubierto de satenes y sedas sería el cielo para
cualquier hombre. Lo desechó al instante. Vadim lo mataría, y lentamente,
además. Debió de decirlo en voz alta porque al instante su hermana rebatió:
―Vadim no dirá nada, y si se le ocurre, le diré que fue idea mía.
―Dame tu palabra de que no permitirás ni siquiera que se le pase por la
imaginación que se me ocurrió a mí.
―Por supuesto.
En ese momento Drina tomó de un brazo a Tessa para alejarla un poco.
―No puede venir ―susurró azorada.
―¿Por qué no? Tiene muy buen gusto, sabrá aconsejarnos en cuanto a
colores y texturas ―respondió la condesa.
―Tess, es un caballero… soltero ―insistió Drina, cada vez más turbada.
―Es mi hermano, y va a ayudarme a elegir alguna ropa ―zanjó, altanera,
Tessa―. Deja de ser melindrosa, para todo el mundo me acompaña a mí. De
hecho, ya lo hizo una vez cuando visitamos el taller con la madre de Aidan, así
que a nadie le extrañará.
―Vadim lo matará ―masculló Drina.
―Déjame a Vadim a mí ―rebatió sonriente Tessa.
Tomó a su amiga por el brazo y se dirigió a su hermano.
―¿Vamos?
―Cuando Vadim esté a punto de matarme, recuerda que yo no quería
acompañaros ―murmuró West, intranquilo.
―Lo recordaré ―contestó tranquilamente su hermana.
Esperaba poder convencer a Vadim de que la idea había sido suya, si no,
mucho se temía que el ducado acabaría en manos de algún pariente lejano, si es
que los tenían.
Entraron en el taller de Madame Durand, donde fueron recibidos por la
mismísima dueña. La modista realizó una reverencia a las muchachas.
Tessa se volvió hacia su hermano.
―Merton, ¿recuerdas a madame Durand?
La modista realizó una profunda reverencia mientras el duque inclinaba la
cabeza con cortesía.
―Por supuesto, un placer volver a verla, Madame.
―Es un honor recibirlo de nuevo en mi taller, Su Gracia. ―Consciente de
la incomodidad del duque, Yvette se dirigió a las muchachas―. Por aquí, si'l
vous plaît 4―dijo mientras las conducía hacia una de las salas privadas.
Se repitió el mismo ritual de la vez anterior cuando escoltó a su hermana y
a la madre de Aidan, a petición de este. Lo condujeron a un cómodo sillón
situado en una esquina, le ofrecieron un excelente brandi y los periódicos del
día. West cogió uno de los periódicos, dispuesto a ojearlo, mientras en el otro
extremo de la sala las tres mujeres elegían telas y colores.
Drina subió a la plataforma central mientras la ayudante de Madame cerraba
las cortinas. Cuando se volvieron a abrir, West echó una distraída mirada
mientras tomaba un sorbo de brandi. Casi se atraganta cuando vio la bellísima
aparición que las cortinas habían descubierto: Drina envuelta en una
maravillosa creación en satén de un tono verde hoja que destacaba sus
preciosos ojos verdes. Ribeteado de encaje negro en escote y mangas, el
vestido se ceñía como un guante al magnífico cuerpo de la romaní.
West se removió inquieto en el sillón mientras intentaba recolocar aquella
parte de su cuerpo que se había alterado. ¡Cristo bendito!, sabía que no había
sido una buena idea dejarse convencer por su manipuladora hermana. ¡¿Cómo
es que nunca se había percatado de lo hermosa que era la hermana de Vadim?!
El caso es que nunca eran palabras mayores. ¡Claro que se había dado cuenta de
la espectacular belleza de Drina! Tendría que ser ciego para no hacerlo. Sin
embargo, nunca hasta este momento su belleza lo había alterado tanto. Bueno,
sin contar la extraña sensación que lo recorrió cuando la sacó a bailar en la
fiesta de compromiso del duque de Normamby y la condesa viuda de Devon.
Todavía no había atinado a explicarse lo ocurrido, seguramente porque había
procurado evitar por todos los medios pensar en ello.
Cuando Tessa, después de revisar con ojo crítico el atuendo de Drina, se
giró hacia él con una sonrisa satisfecha, West le lanzó una mirada asesina. ¿Qué
demonios pretendía su hermana?
―¿Qué te parece? Creo que el color es el adecuado para ella. ―Hizo un
gesto con la mano para que una ruborizada Drina se girara.
Cuando West observó la espalda desnuda de Drina, de la que el amplio
escote del vestido dejaba ver una parte bastante extensa, ya no lo soportó más.
Se puso en pie de un salto, sin olvidarse de tomar su sombrero para ocultar el
revuelo creado debajo de su cintura.
Dándose cuenta de que tendría que ponerse el sombrero al salir del taller,
cogió uno de los periódicos de la mesa. Que lo cargasen en la cuenta de
Devon, o de Normamby, pero el diario se iba con él.
Se dirigió hacia la puerta mientras mascullaba una disculpa, bajo la
sorprendida mirada de las damas que estaban en la habitación. Cuando llegó a
la calle, se colocó el sombrero como pudo mientras continuaba con el
periódico delante de su alborotado órgano reproductor. Inspiró hondo
mientras intentaba calmarse. Caminó unos pasos al tiempo que procuraba
disimular contemplando los escaparates de las tiendas cercanas. ¡Maldita sea,
qué situación más comprometida! Excitado como un jovencito imberbe en una
de las calles comerciales más frecuentadas.
La mataría, mataría a Tessa, y ya se apañaría con su viudo.
Mientras tanto, en la tienda, Drina miraba suspicaz el rostro satisfecho de
su amiga.
―¿Podrías tener la amabilidad de decirme qué te proponías al invitar a tu
hermano a acompañarnos? ―inquirió con recelo.
―¿Yo? ―El rostro de Tessa era el vivo retrato de la inocencia―. Nada,
simplemente pensé que la opinión de un caballero nos vendría bien.
―Y lo dice la dama a la que su marido jamás acompaña de compras.
―Precisamente ―contestó Tessa con indiferencia―. Aidan nunca quiere
acompañarme; sin embargo, luego se permite opinar sobre mis elecciones de
telas o colores. Intentaba evitarte lo mismo a ti.
La romaní enarcó las cejas.
―¿A mí? Aidan no es mi marido y, desde luego, West tampoco. ¿Por qué
tendrían que opinar acerca de mis gustos en ropa?
―Bueno… está Vadim, él es tu hermano y sí podría opinar, y no te gustaría
que criticase tus elecciones ―insistió la condesa.
Las cejas de Drina se elevaron todavía más, si era posible.
―¿Vadim? Ni siquiera se fija en mi ropa. Por él como si voy cubierta con
un saco, mientras vaya cubierta, claro está. Y si quisiera fijarse en el contenido
del armario de alguien, cosa que dudo, revisaría el de Violet.
Tessa hizo caso omiso al comentario de su amiga y se dirigió hacia Madame,
que se mantenía discretamente apartada, para hacer los encargos pertinentes.
Estaba muy satisfecha de sí misma a pesar de la incomodidad manifiesta de
su hermano y su amiga. No había sido muy ortodoxo lo que había hecho,
insistir en que West las acompañase, pero ya había conseguido cerciorarse de
algo que le llevaba rondando la cabeza desde hacía tiempo, así que,
parafraseando a Maquiavelo… el fin justifica los medios.

y
Había transcurrido una semana desde Vauxhall, y Jocelynn estaba inquieta.
Merton no la había visitado ni había recibido ninguna invitación por su parte
para asistir a algún evento. Decidió que tendría que dar el paso ella. No
contaba con mucho tiempo.
West recibió la nota de Jocelynn, invitándolo a cenar en su residencia, con
suspicacia. En la nota, ella se disculpaba por su imprudencia en insistir en
acudir a un enlace estrictamente familiar y le rogaba que acudiera a cenar para
poder disculparse adecuadamente.
«Bien», pensó West, «veremos lo que ella considera unas disculpas
adecuadas», mientras redactaba la contestación aceptando la invitación.
Las «disculpas adecuadas» comenzaron con Jocelynn exquisitamente
vestida, si lo que llevaba puesto se podía considerar un vestido, ya que la
creación en tafetán gris paloma dejaba al aire los hombros y buena parte del
escote al descubierto, así como la espalda.
Después de recibir a West y ofrecerle algo de beber mientras esperaban ser
avisados para la cena, Jocelynn se deshizo en excusas por su comportamiento.
Se sentaron en un amplio sofá uno junto al otro.
Mientras lo miraba de reojo a través de sus pestañas bajadas, Jocelynn
comenzó a hablar.
―Lamento muchísimo la escena del parque, Merton. Espero que puedas
perdonarme si te hice pasar un mal rato.
West bebió un sorbo de su copa.
―No tolero que se me exija hacer algo que no deseo, Jocelynn. La boda de
Normamby era un evento exclusivamente familiar. Tus reclamos para asistir
estaban completamente fuera de lugar.
Jocelynn se ruborizó. A West le desconcertaba ver cómo una mujer de su
edad todavía conseguía ruborizarse como una debutante, pero el sonrojo no
podía fingirse, ¿verdad?
―Lo entiendo, por supuesto que sí. Pero en ese momento me dejé llevar
por la ilusión de estar a tu lado y al lado de tu familia. Sé que no tenía derecho
alguno a acompañarte; sin embargo, nos conocemos desde hace tanto tiempo
que supuse… ¿Aceptarías mis disculpas?
A West se le pasó por la mente que no fue un impulso pasajero. Ella ya
tenía planeado, durante su salida, visitar a la modista en su compañía. Sin
embargo, lo dejó estar.
―No importa, Jocelynn, disculpas aceptadas. ―No tenía intención alguna
de seguir porfiando en el mismo tema.
En ese momento anunciaron la cena. Cenaron, para sorpresa de West, en
un ambiente cómodo. Jocelynn era una buena conversadora y la cena estuvo
llena de anécdotas sobre su matrimonio y su vida yendo y viniendo de Bath. Se
pusieron al día de sus vidas como buenos amigos, sin embargo, West se cuidó
muy mucho de darle detalles sobre su círculo íntimo. Se justificó ante sí
mismo, alegando que no era su vida para contarla.
Una vez finalizada la cena se retiraron a la sala en la que habían estado
anteriormente. Mientras Jocelynn servía unas copas, West se mantuvo de pie.
Se acercó a la ventana desde la que se veía la calle, a esas horas desierta,
cuando la mano de Jocelynn tendiéndole la copa se colocó entre él y la
ventana. Ella se había situado tras él y West sintió un ramalazo de anticipación.
No era tonto, tenía experiencia con las mujeres y sabía que Jocelynn aún tenía
disculpas pendientes.
Notó la mano de ella acariciar su espalda y subir hacia su cuello. Jocelynn,
suavemente, giró la cabeza de West y se acercó a él para abarcar su boca con
los labios.
¡Santo Dios, la mujer sabía besar! West dejó la copa en el saliente de la
ventana y enlazó a Jocelynn por la cintura. Su otra mano ascendió hacia el
cuello femenino y, mientras correspondía al beso, intentó tomar el control.
Las manos de ambos comenzaron a explorar sus respectivos cuerpos, West
comenzó a besar el cuello de la mujer hasta bajar hacia sus exuberantes y
expuestos pechos, alentado por los gemidos apasionados de ella.
De repente, algo pasó por su mente. Durante sus encuentros amorosos,
West había sido muy cuidadoso y estaba completamente seguro de que no
habría ningún reclamo por parte de alguna de sus amantes a causa de un
embarazo no deseado. West no soportaba la ligereza con que sus pares se
tomaban la posibilidad de engendrar algún bastardo, y mucho menos
desentenderse de ellos.
Separó suavemente a Jocelynn.
―Debemos parar ―musitó, todavía jadeante por la excitación.
La mujer lo miró desconcertada. Giró su rostro hacia un lado para evitar la
mirada de West.
―Lo siento, yo… creí… Entiendo que ya no me encuentres deseable
―musitó turbada.
West le levantó el rostro colocando dos dedos bajo su barbilla.
―Por supuesto que te encuentro deseable, cariño, muy deseable, para el
caso, pero me temo que no he venido preparado. ―No acostumbraba a salir de
su residencia pertrechado de fundas protectoras.
―¿Preparado? ―La mirada confusa de ella descolocó al duque.
¿Sería posible que fuese tan ingenua? Tenía experiencia. Sin embargo, si su
anciano marido había deseado tener herederos, seguramente ella no estaría al
tanto de los métodos para evitar quedarse embarazada. En realidad, le daba
igual, no iba a arriesgarse, no lo había hecho nunca.
―Protección, Jocelynn ―respondió gentilmente―. No se me pasó por la
cabeza la necesidad de traer nada para prevenir un embarazo.
―Oh ―exclamó la baronesa―, ¿te refieres a esas… fundas que los
hombres soléis utilizar?
―¿Las conoces? ―respondió West suspicaz.
―De oídas, he escuchado comentarios entre las damas. Nunca las he visto,
mi difunto marido jamás utilizó ningún tipo de método para prevenir el
embarazo. Él deseaba herederos.
Jocelynn empezaba a frustrarse. Necesitaba acostarse con Merton y el
tiempo se agotaba.
Acarició su cuello y avanzó hasta rozar con un dedo el borde de su oreja.
Se pegó más al cuerpo de West mientras se frotaba contra la dureza del
miembro del duque. Estaba muy excitado, quizá todavía hubiese una
oportunidad.
Volvió a besarlo con urgencia y, al tiempo que al separarse mordía el
masculino labio inferior, musitó desilusionada.
―Es una lástima que no haya otra manera.
West estaba tan excitado, tan deseoso de hacerla suya, por fin después de
tantos años, que no meditó sus palabras ni sus actos.
―En realidad, sí la hay.
Jocelynn lo miró esperanzada.
―¿La hay?
―Si me retiro antes de… soltar mi semilla, es improbable un embarazo.
Desde luego no es un método infalible, pero suele funcionar.
Sus deseos de disfrutar del cuerpo de Jocelynn le habían vuelto
imprudente, pero ¿qué podía ocurrir? Él se retiraría a tiempo y evitaría
resultados indeseados.
―¿Estás seguro? ―respondió Jocelynn con una pícara sonrisa.
Jocelynn se estaba divirtiendo por dentro al ver los apuros de Merton para
explicarle los diversos métodos para evitar el embarazo. Jocosa, pensó que
quizá le podría dar unas cuantas lecciones sobre ello. Satisfecha, se dio cuenta
de que el papel supuestamente ingenuo de jovencita casada con anciano le
estaba dando muy buenos resultados.
West tomó a la mujer en brazos.
―Completamente. ¿Tu habitación?
Subieron las escaleras entre besos y risas hasta llegar a la alcoba de la
baronesa, donde West se dedicó a desvestirla con premura. No podía esperar a
ver su precioso cuerpo. Ella lo desvistió con la misma urgencia, hasta que
acabaron tumbados en la amplia cama.
West acarició el cuerpo de Jocelynn.
―Eres aún más hermosa que antes ―musitó apasionado.
Jocelynn bajó una de sus manos hasta tomar el excitado miembro de West,
lo que provocó un gemido del duque. Alentada por su respuesta, la baronesa
comenzó a acariciarlo con habilidad. West llevó una de sus manos hasta el
centro de rizos de la mujer. Cuando sus dedos se internaron en su cavidad,
musitó con voz ronca:
―¡Dios, estás completamente mojada! ―La acarició durante unos instantes
hasta que las caricias de la mano de Jocelynn en su miembro y la impaciencia
de esta mientras se frotaba contra su cuerpo, le hizo exclamar:
―Tengo que estar dentro de ti, Jocelynn, no seré capaz de aguantar más.
Jocelynn abrió las piernas para permitir el acceso de West y, durante unos
instantes, se movieron al unísono hasta que un grito de Jocelynn y los
espasmos que le siguieron hicieron que West perdiese el control. Intentó
retirarse, pero Jocelynn había cruzado las piernas sobre su trasero mientras
disfrutaba de su liberación y West no pudo controlarse más. Se derramó
dentro de ella mientras soltaba un gruñido.
Hicieron el amor otra vez más. Esta vez Jocelynn permitió que West se
retirara a tiempo. Ya había conseguido lo que deseaba. Con una vez sería
suficiente, vaya si lo sería.
Acostarse con Merton no había sido del agrado de Jocelynn, pero no había
tenido más remedio que hacerlo. Ella no estaba acostumbrada, ni le gustaba
hacer el amor tan… suavemente. Holland la había marcado para otro tipo de
encuentros más… excitantes.
West se marchó antes del amanecer. Aunque había encontrado satisfactorio
acostarse con Jocelynn, sentía que algo faltaba. Desde luego no era su cuerpo,
tenía un cuerpo espectacular, quizá había notado su vientre un poco
prominente. En realidad, no era ya una jovencita y era lógico que eso se
reflejara en alguna parte de su cuerpo, y era apasionada en el lecho. Quizá
demasiado apasionada. Se tocó el labio que Jocelynn le había mordido. Notó
que lo tenía un poco hinchado, sin embargo, al mirarse la mano no halló restos
de sangre. Lo revisaría con más atención en cuanto llegase a Merton House.
No lo había sentido como un pequeño mordisquito de pasión, sino diferente,
como si buscara hacer daño. ¡Maldita sea!, empezaba a divagar otra vez.
Intentó centrarse. Jocelynn le gustaba, claro que no sentía el enamoramiento
juvenil de hacía años, era un hombre adulto, había estado con infinidad de
mujeres, no era cuestión de comportarse como un jovencito imberbe, por
mucho que ella hubiera sido su primer amor.
Parecía que todo funcionaba bien entre ellos. Se conocían. Su primer
acoplamiento había sido todo lo satisfactorio que esperaba, pero no mucho
más de lo que hubiese esperado de cualquier amante. Lujuria, simple y
llanamente. Quizá había llegado el momento de admitir que la antigua herida
estaba completamente cerrada y seguir con su vida.
Mientras tanto, Jocelynn, satisfecha, planeaba su siguiente paso. El primer
escollo había sido rebasado. Solamente tendría que esperar un mes, dos a lo
sumo, para continuar con su plan.
Capítulo 6
A primeros de noviembre, ya inmersos en la llamada pequeña temporada, la
marquesa de Rutland y la condesa de Devon, así como Adara, que ya había
regresado de su luna de miel, organizaban las invitaciones que les llegaban con
el fin de coordinarlas para que Drina coincidiera con ellos.
Se hallaban en el baile de los marqueses de Milford. West hizo su entrada
en compañía de Jocelynn mientras que Drina entró acompañada de los duques
de Normamby.
Cuando la vio entrar casi se le para el corazón. ¿Cómo pudo ser tan necio
como para decir que esa belleza había pasado la edad para que los caballeros
pudieran considerarla como merecedora de un cortejo y un enlace adecuado?
En realidad, él no quiso decir semejante grosería, simplemente la sorpresa de
que Drina, la independiente Drina, hubiese decidido que había llegado el
momento de casarse lo sacó de quicio y provocó que no midiese sus palabras.
La romaní era preciosa, incluso cuando la conoció, con apenas diez años, la
pequeña ya mostraba signos de la belleza en que se convertiría. Su piel, sin
mácula y de un tono dorado sumamente atrayente, su pelo negro y sus grandes
y expresivos ojos verdes, así como un cuerpo hecho para el pecado, pondría de
rodillas a cualquier caballero elegible que ella decidiese solo con chasquear los
dedos. Vestida con el modelo que le había visto probarse en el taller de la
modista francesa, estaba espléndida. La observó mientras se acercaba a saludar
a los marqueses de Rutland. Iluminaba los grupos a los que se acercaba con su
alegría contagiosa. Acostumbrado a verla durante su trabajo en el Revenge o
en fiestas más familiares, West había obviado que Drina era una mujer elegible,
muy elegible.
Jocelynn se había percatado de la atención que Merton prestaba a la hija
del duque de Normamby. No pensaba hacerle una escena de celos, eso solo
provocaría que el arrogante duque levantase una ceja y no tuviese reparo
alguno en dejarla plantada en medio del baile. De todas maneras, a ella le era
indiferente que Merton se fijase en una o en otra. En poco tiempo, ella se
convertiría en la duquesa de Merton. No tenía duda alguna de que él se
comportaría con honor. Apretó suavemente el brazo del duque y cuando él la
miró, sonrió con fingida dulzura.
―¿Podrías conseguirme una copa de champán? ―inquirió, sin mostrar
signo alguno de que se había percatado de hacia dónde dirigía el duque sus
miradas.
―Por supuesto. ―West la dirigió cortés hacia la mesa de bebidas, después
de echar un último vistazo al grupo formado por Drina y sus amigos.
En ese momento, el vizconde Strathern hizo su aparición acompañado de
dos caballeros.
Después de saludar a los anfitriones, Strathern dirigió al grupo hacia donde
se encontraban los duques de Normamby, Drina y Vadim y Aidan con sus
respectivas esposas.
Presentó al más joven como su mejor amigo de Eton y durante la
universidad, el vizconde Doyle, y al mayor como el tío de este, el señor Matt
Johnson, americano, hermano de la difunta madre del vizconde, lady Doyle.
West aprovechó que a Jocelynn la había invitado a bailar un caballero para
acercarse al grupo. Había reconocido a los dos hombres como aquellos que
habían acudido tiempo atrás al Revenge invitados por Strathern. Cuando
estuvo a su altura, fue presentado a los dos caballeros. El joven era más o
menos de la misma edad que Michael, sin embargo, el otro hombre le llamó la
atención. Aparentaba la misma edad que tenían Aidan y él. Alto, un poco más
alto que Vadim y Aidan, corpulento y, a pesar, o gracias a su traje
confeccionado a medida, se notaba su notable musculatura. De espeso cabello
castaño, un poco más largo de lo habitual en los caballeros de la ton, pero sin
llegar al largo de Vadim, nariz recta y unos ojos azul claro que observaban
todo con una chispa de diversión, se le podía considerar apuesto… muy
apuesto, para ser precisos.
Cuando el señor Johnson clavó su azul mirada en Drina y la invitó a bailar,
West sintió que el estómago se le retorcía. Los observó mientras danzaban y
no pudo evitar pensar que formaban una preciosa pareja. Desvió su mirada
hacia donde bailaba Jocelynn y sintió una fugaz sensación de incomodidad.
Alejó la frustrante sensación y esperó a que, en el momento en que el baile
cesara, la pareja de Jocelynn la acompañara junto a él.
Una vez que ambas parejas abandonaron la pista de baile y se reunieron
con el grupo, el ambiente se volvió un poco tenso al integrarse Jocelynn.
Aidan comenzaba a alargar su mano hacia la cintura de su esposa para
conducirla a la pista de baile cuando la palidez repentina de Tessa lo detuvo.
―Amor, ¿estás bien? ―preocupado, la tomó de la cintura, lo que salvó a
Tessa de caer redonda al suelo, desmayada.
Aidan la tomó en brazos mientras, al ver el revuelo, la anfitriona, lady
Milford, se acercaba a la carrera.
Condujo a Aidan a una de las habitaciones privadas no permitidas a los
invitados y, al tiempo que este tendía a su mujer en uno de los divanes, ella
salía dispuesta a buscar a un médico.
Regresó al cabo de unos instantes acompañada de otra dama, joven como
ella, a la que presentó como la baronesa Albans, médica.
Ante la atónita mirada de Aidan, la joven no perdió tiempo y se dispuso a
revisar a Tessa después de ordenar a lady Milford que sacara al conde de la
habitación.
―Señoría, esa dama… la baronesa… disculpe, pero… ¿no sería más
conveniente avisar a un médico? ―preguntó Aidan sin quitar ojo de la puerta
de la habitación donde se encontraba su esposa.
La marquesa sonrió.
―Milord, le puedo asegurar que lady Albans es una de las mejores galenas
del reino. Su padre fue un respetado oficial médico durante las guerras de la
península, y ella, pese a que vive en Hertfordshire, acude a menudo a Londres,
donde sus servicios son solicitados por muchas de las damas de la nobleza. Su
reputación como médica es intachable. No se preocupe, su esposa está en las
mejores manos.
En ese momento, el resto del grupo menos Strathern, sus amigos y
Jocelynn, a la que West había dejado en la compañía de otras damas, se
acercaron a ellos. La marquesa, al ver que comenzaban a llamar la atención del
resto de los invitados, abrió una puerta contigua a la habitación donde era
atendida Tessa.
―Pueden esperar aquí, nadie les molestará y resultará mucho más discreto.
―En ese momento, el marqués de Milford, acompañado de otro caballero,
hizo su entrada en la habitación. Después de dedicar una inclinación de cabeza
a los preocupados ocupantes de la sala, se dirigieron hacia la marquesa. Al
tiempo que lord Milford la enlazaba por la cintura y ella le susurraba algo, el
otro hombre permanecía a su lado, atento.
Lady Milford se separó de su esposo y se dirigió al grupo:
―Permítanme presentarles. A Su Señoría ya le conocen, y él ―Tomó al
caballero del brazo y lo adelantó un poco― es el barón Albans, marido de la
médica que está revisando a lady Devon.
A los pocos instantes de realizar las presentaciones pertinentes, la puerta se
abrió y apareció la baronesa. Después de intercambiar una mirada cómplice
con su marido, se dirigió a Aidan.
―Ya puede pasar, milord ―comentó sonriente.
―¿Está bien mi esposa? ¿Es grave? Es la primera vez que se desmaya desde
que la conozco.
―La primera en toda su vida ―añadió West.
―Milord, ella le explicará mejor que yo lo que le ocurre. ―Lady Albans
tomó a su marido de la mano mientras Aidan salía a la carrera hacia la
habitación contigua. Dirigió su mirada hacia lady Milford―. Darcy, me temo
que los invitados se pueden sentir un poco abandonados, deberíamos volver al
salón. Si nos disculpan… ―comentó, mientras miraba al grupo que
permanecía expectante―. Denles un poco de tiempo, me atrevería a decir que
en un momento ellos mismos les explicarán el motivo del malestar de la
condesa.
Después de realizar una inclinación de cabeza, los marqueses y los barones
Albans salieron de la habitación.
Aidan irrumpió en la habitación para encontrarse con su esposa sentada en
el diván en el que la había dejado, hecha un mar de lágrimas.
Con un nudo en la garganta, se acercó hasta ponerse de cuclillas delante de
ella.
―Mi amor, cariño, por favor, no llores, lo solucionaremos, sea lo que sea lo
que te ocurra, encontraremos el remedio ―musitó él, al borde de las lágrimas.
Si algo le ocurriese a Tessa…
Su esposa sonrió dulcemente y le echó los brazos al cuello. Aidan solo tuvo
tiempo de aferrarse a ella para evitar caer de espaldas sobre su trasero.
―Aidan, amor, soy tan feliz ―musitó contra el cuello de su marido.
Devon, perplejo, sujetó a su esposa mientras se sentaba a su lado en el
diván en busca de una posición más estable.
―¿Feliz? Tessa, estás llorando.
Tessa acunó el rostro de su marido entre sus manos y atrapó sus labios con
su boca. Cuando se separaron, jadeantes, susurró:
―Vamos a tener un hijo, cariño, lady Albans desea hacerme una revisión
más exhaustiva, acudirá mañana a Devon House para realizarme una
exploración más tranquila, pero cree que en seis, siete meses a lo sumo,
seremos padres.
―¿Padres? ¿Estás bien? ¿El desmayo?
Tessa contestó mientras acariciaba el rostro de su marido.
―Dijo que era normal, el calor del salón de baile. Nada por lo que
preocuparse.
Aidan la miró emocionado. Sus ambarinos ojos se habían vuelto casi
amarillos, Tessa adoraba ver cómo las emociones se reflejaban en sus ojos,
cambiando espectacularmente de color. La estrechó entre sus brazos hasta que
el jadeo de Tessa le hizo ver que quizá la estaba apretando demasiado contra
su cuerpo.
―¿Te he hecho daño? ―Ante la negativa de su mujer, Aidan acarició su
rostro mientras esbozaba una gran sonrisa de felicidad―. ¡Padre! ¡Voy a ser
padre! ―exclamó conmovido―. No puedo esperar a ver la cara de nuestra hija.
―¿Hija? ―contestó, divertida, Tessa―. ¿No prefieres un heredero?
―Me importa un ardite el condado, una preciosa niña con tus ojos y tu
sonrisa, eso es lo que prefiero… ¡Ah! y que tenga tu maravilloso gancho de
derecha ―contestó, mientras le guiñaba un ojo y soltaba una carcajada.
En la habitación contigua, los presentes se miraron los unos a los otros
desconcertados por las risas que procedían del otro lado de la pared, hasta que
la puerta se abrió y aparecieron, resplandecientes, los condes de Devon.
Aidan fue el encargado de dar la buena noticia, y mientras las mujeres se
precipitaban a abrazar a Tessa, él recibía las felicitaciones de los caballeros.
West se acercó a su hermana que, al verlo dirigirse hacia ella, se lanzó a sus
brazos.
Con el rostro enterrado en el pelo de Tessa, West susurró con la voz ronca
de la emoción:
―Me alegro tanto por ti, Tess. Dios mío, ayer eras una mocosa a la que
tenía que curar las heridas de las rodillas, y mírate, vas a ser madre ―murmuró
mientras separaba su rostro y acunaba el de su hermana con las manos―. Te
quiero, cariño.
―Te quiero, West. Tendrás una sobrina a quien mimar y curar las heridas
de sus rodillas ―comentó jocosa.
―¿Sobrina? ―preguntó West mientras fruncía el ceño.
Tessa encogió los hombros.
―Aidan se ha empeñado en que será una niña, y todos sabemos que a
terco no le gana nadie.
Ambos hermanos soltaron una carcajada. En verdad, si el conde de Devon
se empecinaba en que sería una niña, sería niña, tuviese la naturaleza algo que
opinar al respecto o no.
Mientras tanto, en el salón de baile, Jocelynn conversaba con otros
invitados mientras esperaba el regreso de West. Otra vez la habían dado de
lado alegando que no pertenecía a la familia. Sonrió interiormente, eso se
solucionaría pronto.

y
Lady Albans acudió a Devon House a la mañana siguiente, como estaba
previsto. El examen médico que le había realizado a lady Devon había sido
superficial, el lugar tampoco era el adecuado para un reconocimiento más a
fondo.
Aidan, nervioso, paseaba de un lado a otro de la sala de mañana donde
esperaba junto con Adara, Violet y Drina. Todas ellas habían quedado
impresionadas con la joven médica lady Albans.
El duque de Normamby le había comentado a Adara que lady Albans era
conocida en los círculos de la alta por ser una reputada médica, que había
seguido a su padre durante las guerras peninsulares y se había curtido en los
hospitales de campaña. Él mismo tenía una cierta amistad con su padre, el
conde de Moray, así como con el mejor amigo de este, el conde de Bedford, y
la había tranquilizado con respecto a que la joven estaba al tanto de los últimos
avances en medicina.
Cuando la exploración finalizó, Aidan subió a la alcoba de su esposa
mientras lady Albans era invitada a tomar un té por las damas.
Una vez Adara hubo servido, la baronesa se dirigió a las mujeres que
esperaban expectantes.
―Lady Devon me ha autorizado para que les informe de que todo va bien
―comentó sonriente―. Está embarazada de casi tres meses, no ha sufrido
apenas molestias matutinas, lo cual no significa que no pudiese padecerlas en
este tercer mes, para ello ya le he dado unas pautas a seguir.
Las tres damas observaban maravilladas a la baronesa. Joven, no llegaba a
la treintena, muy hermosa y de espeso cabello pelirrojo, lo que llamaba la
atención en su rostro eran sus espectaculares ojos color violeta.
Violet, curiosa, preguntó:
―¿Cómo puede estar tan segura del tiempo de embarazo, milady? No
pretendo parecer impertinente, pero me fascina su absoluta certeza.
Saffron sonrió divertida ante la curiosidad de la joven marquesa.
―Utilizo un relativamente nuevo invento llamado estetoscopio, un poco
más perfeccionado que el original, que permite escuchar los latidos del
corazón del bebé y proporcionarme una idea de su tamaño o, dicho de otro
modo, del tiempo de embarazo con poco o ningún margen de error. Cuanto
más avanzado el embarazo, más fuertes suenan los latidos.
Violet la observó pensativa.
―Milady, lady Milford nos ha dicho que es una reputada médica, sin
embargo… me preguntaba…
La baronesa inclinó la cabeza mientras esperaba que lady Rutland
continuase.
―Pregúnteme lo que desee, Señoría, estoy acostumbrada a todo tipo de
preguntas ―comentó sonriente.
―Bueno, me preguntaba, si en caso de que me… ¿me atendería a mí
también? ¿Podría contar con que fuese mi médica? ―inquirió Violet, azorada.
―Por supuesto, Hertfordshire no está a mucha distancia de Londres, y
suelo desplazarme con asiduidad, ya que hay varias damas que requieren mis
servicios. Será un placer atenderla, señoría. De hecho, lady Devon me ha
pedido que sea su médico durante el embarazo, así que creo que nos veremos
con frecuencia. ―La baronesa se levantó y, con ella, las demás mujeres―. Me
temo que debo irme, no suelo permanecer en Londres más tiempo del
necesario para resolver mis compromisos profesionales. Ha sido un placer,
miladies.
Las damas se despidieron de la baronesa encantadas de haber encontrado
no ya una mujer médica, sino alguien que entendiera la mente de las mujeres y
que tuviera ideas y estudios avanzados sobre su profesión, nada que ver con
los arcaicos métodos utilizados por los insignes médicos de la alta.
Sin embargo, una de ellas había permanecido sospechosamente silenciosa,
inmersa en sus propios pensamientos. Drina no había abierto la boca y se
había limitado a escuchar atentamente la conversación sostenida por lady
Albans y las otras damas.
Un par de horas más tarde, después de que Tessa se hubo reunido con las
damas y disfrutado de un reconstituyente té, las mujeres se despidieron.
Mientras Violet se subía a su carruaje para dirigirse a su residencia, Adara
tomaba a Drina del brazo. Había observado su mutismo durante la visita de
lady Albans, y la joven no era propensa a callarse, mucho menos durante tanto
tiempo.
―¿Te apetecería acompañarme a Normamby House a comer? Tu padre
tiene compromisos y comerá en el club. Sería agradable tener compañía. ―Si le
planteaba a Drina su interés en hablar con ella, la muchacha se cerraría como
una ostra.
―¿Por qué no? No hemos comido juntas desde tu regreso de Lennox
House ―contestó. Adara notó que su voz no tenía la viveza de otras veces.
Una vez llegaron a la residencia de los duques de Normamby y les fue
dispuesta la mesa con un almuerzo ligero, ambas degustaron la comida en
silencio, solamente roto por breves referencias al embarazo de Tessa.
Adara no solía evitar hablar de ningún problema que atañera a sus hijos.
De hecho, ellos acudían a ella en la confianza de ser escuchados y sabiendo
que no serían juzgados, por ello, el mutismo de Drina empezaba a alarmarla.
―¿Que ocurre, hija? Te has mostrado extrañamente callada en casa de
Tessa, me ha sorprendido en ti, sobre todo sabiendo de tu curiosidad por
absolutamente todo lo que te rodea. ―La duquesa posó una mano en la de la
muchacha―. Si necesitas tiempo, puedo esperar, pero me preocupas, cariño.
Drina apretó la mano de su madre, si no de sangre, sí de corazón.
―He estado pensando en… bueno, en tu sugerencia de entrar en el
mercado matrimonial la próxima temporada ―confesó ruborizada.
Adara estudió el rostro de su hija.
―¿Por qué? ―preguntó concisa. Sin embargo, añadió, al ver la cara de
confusión de Drina―: aclararé mi pregunta: ¿por qué te preocupa eso?
―¿Por qué? ―contestó Drina, confusa―. Mamá, todos están casados,
Aidan y Vadim han resuelto sus problemas y adoran a sus esposas, y empiezo a
sentirme sola. Disfruto con el trabajo en el Revenge, pero empiezo a necesitar
algo más. Y no es que me preocupe, me inquieta.
―Todos, no.
―¿Perdón? ―inquirió, desconcertada, la romaní.
―West no se ha casado ―manifestó la duquesa, sin apartar la mirada del
rostro de su hija.
Drina se encogió de hombros mientras quitaba un hilo imaginario de su
vestido.
―Lo hará pronto.
―¿Tú crees? ―La duquesa enarcó las cejas.
―Mamá, está cortejando a lady Hampton.
Adara hizo una mueca y susurró para sí:
―Si eso es un cortejo…
Drina la miró extrañada, pero no hizo ningún comentario.
―Bien ―continuó Adara―. Si tu intención es la de enamorarte de algún
caballero decente y llegar al matrimonio, ¿cuál es el problema, concretamente,
que te tiene tan preocupada? Porque supongo que te casarás por amor, no
necesitas ningún matrimonio de conveniencia.
La muchacha se ruborizó violentamente.
―Me han comentado que tal vez me había vuelto loca por decidirme a… a
ser cortejada. Y lo peor es que creo que tiene razón, mamá, tengo casi
veinticuatro años, es una edad muy alejada de las debutantes que se presentan
cada año.
Adara suspiró.
―¿Quién te dijo eso?
―¿Qué?
―Que quién te dijo que eras demasiado mayor para ser apropiada para
cualquier caballero.
―Bueno, no dijo eso exactamente ―murmuró Drina, azorada.
―¿Quién, Drina? ―El tono de Adara se había vuelto inusualmente severo.
―West ―musitó la muchacha.
Adara asintió pensativa.
―Y sin embargo, él está cortejando, según tú, a una mujer que tiene su
misma edad, ¿no te parece un tanto hipócrita por su parte?
―Por supuesto que sí. De hecho, eso mismo le contesté ―respondió,
molesta, Drina.
―¿Y qué respondió? Si no es indiscreción, claro.
De repente, el mantel de la mesa pareció requerir toda la atención de la
muchacha.
―No lo sé, no esperé a que me contestase.
Adara soltó una carcajada que sorprendió a su hija.
―Cariño, West es… bueno, es West. Era muy joven cuando accedió al
título por razones que escapaban completamente a su control, como fue la
muerte inesperada de sus padres. Su hermana era apenas un bebé. Necesita
sentir que es capaz de dominar su vida, y en ella están sus amigos. Recuerda
cuando intervino en los problemas de Aidan y Vadim, con mayor o menor
acierto, todo sea dicho, pero me atrevo a decir que, sin su intervención, tus
hermanos aún seguirían solos. West es arrogante, sí, pero esa arrogancia hace
que considere que él es perfectamente capaz de resolver los problemas de los
demás. Nunca te ha visto como una damisela que necesitase del matrimonio y,
simplemente, se ha encontrado con algo en lo que nunca había pensado y, en
su desconcierto, no supo gestionarlo.
»No te obsesiones ni con tu edad ni con tus posibilidades ante los
caballeros elegibles ―continuó la duquesa―. Ninguno de tus hermanos tenía
en mente el amor cuando este hizo su aparición, y ambos se resistieron a
reconocer lo que sentían por Tess y Violet. Lo mismo te ocurrirá a ti: el
hombre apropiado aparecerá cuando menos te lo esperes. ―«Si no ha
aparecido ya», pensó Adara.
Drina la miró escéptica. Adara, a causa de la vida que había tenido, era muy
observadora, y ninguno de sus hijos desdeñó nunca su consejo. Pero dudaba
que ella llegase a encontrar el amor. Quizá su oportunidad ya había pasado.

y
Esa noche, en el Revenge, los socios empezaban a estar hartos de la
perenne sonrisa bobalicona que se había instalado en el rostro de Aidan.
―Por el amor de Dios, phral5, no eres el primer hombre que va a ser padre,
mucho menos el último. Si vas a continuar sonriendo toda la noche, es
preferible que no bajes al salón de juego. Quédate en tu despacho y sonríe
todo lo que quieras, pero solo. No resulta adecuado que los miembros vean al
dueño del club deambulando por la sala con esa bobalicona expresión. Minas
tu autoridad, sin hablar de la nuestra ―exclamó Vadim después de soportar las
sonrisillas y la mirada soñadora de Aidan durante toda la tarde mientras
preparaban el club para su apertura.
Aidan no varió un ápice su expresión.
―Ya me lo dirás cuando Violet te dé la noticia ―contestó jovial.
Vadim, suspicaz, frunció el ceño.
―¿Noticia? ¿Qué noticia? ¿Acaso sabes algo que yo no sepa?
―¿Sobre qué? ―preguntó, confuso, Aidan.
―No lo sé, has dicho algo sobre que mi esposa me dé una noticia.
―Santo Dios, Vadim, cuando ella te anuncie que vas a ser padre. No dije
que estuviese a punto de entrar por esa puerta con lady Albans a rastras para
comunicártelo ―respondió Aidan mientras rodaba los ojos.
Mientras Vadim resoplaba irritado, West contemplaba con apatía el salón
de juegos, ya repleto de caballeros, hasta que los acompañantes de Strathern le
llamaron la atención.
Sin girarse, comentó:
―Strathern ha vuelto a invitar a su amigo el vizconde Doyle y a su tío.
Vadim simplemente le dirigió una afilada mirada, mientras Aidan, distraído,
comentó:
―Son amigos suyos, ¿por qué no iba a invitarlos? Si deciden solicitar la
membresía, serían bien recibidos, Doyle posee una fortuna nada desdeñable y
en cuanto a su tío, tengo entendido que es dueño de varios negocios que le
reportan ingentes beneficios.
―El tío del vizconde está prestando demasiada atención a Drina ―observó
West, sin quitar ojo de la sala.
Vadim se colocó a su lado al tiempo que echaba un vistazo hacia donde
estaba su hermana hablando con los caballeros.
―¿El tío del vizconde se ha propasado en algún momento con mi hermana?
―inquirió Vadim mientras miraba de reojo a West.
―No.
Vadim cerró el panel, tapando la vista de la ventana.
―Entonces no es asunto tuyo ―comentó, clavando una mirada de
advertencia en el duque.
―Supongo que no ―contestó West mientras se dirigía a la puerta del
despacho dispuesto a bajar a la sala de juegos.
Mientras tanto, al tiempo que Strathern conversaba con su amigo, Drina
hacía lo mismo con el señor Johnson.
―Mis felicitaciones por el feliz estado de la condesa de Devon. ―Matt
estaba bailando con Drina cuando Tessa se indispuso.
―Gracias, señor Johnson, ha sido una maravillosa noticia para toda la
familia. ―Drina observó al americano y lo que vio le agradó: un hombre muy
atractivo y con modales exquisitos.
―Michael… Disculpe, el vizconde Strathern, me ha comentado que ha
viajado a Inglaterra con el fin de poner al día a Doyle en sus obligaciones para
con el vizcondado. Siento mucho su pérdida, no tuve ocasión de decírselo en
el baile. ―Drina se refería a la muerte de los padres del joven vizconde.
―Gracias, milady. Mi cuñado había empezado a formar a mi sobrino en las
tareas del vizcondado, pero su prematura muerte cuando el chico todavía
estaba en la universidad me temo que dejó inacabada su formación. El
vizcondado produce una buena renta anual y James ha aprendido lo suficiente
como para llevarlo con sabiduría, mi labor es ayudarlo a elegir bien los
negocios en los que podría diversificar las rentas.
―Entiendo. Uno de nuestros socios, el duque de Merton, ha sabido invertir
con gran éxito en varios negocios, quizá podría serle de ayuda, por lo menos
en cuanto a las posibles inversiones aquí en Inglaterra, puesto que tengo
entendido que es usted un exitoso hombre de negocios en América.
Matt sonrió y observó a la preciosa mujer con la que hablaba. Con su pelo
negro como ala de cuervo, ojos verdes y un cutis con un tono de piel un poco
más oscuro que el de las enfermizas inglesas, así como un cuerpo que pararía
el corazón de cualquier hombre, resultaba muy atractiva; sin embargo, había
algo más: era inteligente, trabajadora, no en vano era socia de uno de los clubs
de juego más reputados de Londres. Le recordaba mucho a las mujeres
americanas, en especial a su adorada hermana, tristemente fallecida.
―¿Me haría el honor de concederme un baile? ¿O quizá podríamos pasear
por el salón? Me temo que no conozco las costumbres del club ―comentó con
una sonrisa vacilante.
Drina le devolvió la sonrisa.
―No puedo bailar con usted, sentaría un mal precedente puesto que no
bailo con los miembros del club. Sí podríamos pasear por el salón o bien, si
desea cenar, puedo acompañarle al comedor.
Matt echó un vistazo en derredor.
―Paseemos, pues.
En cuanto comenzaron a caminar, Matt sacó el tema que le había
insinuado a Strathern semanas atrás.
―Debo decir que el club me ha sorprendido gratamente. Disculpe mi
mentalidad americana, pero sé reconocer un buen negocio en cuanto lo veo. Se
lo he preguntado a Strathern hace semanas, pero me aclaró que él no es socio
y que debería dirigirme a alguno de ellos con mi pregunta.
Drina lo miró con interés.
―¿Y esa sería?
―¿Estarían interesados en admitir inversores? ―Ante la mirada de sorpresa
de Drina, continuó―: Strathern me ha dicho que los socios están unidos por
lazos familiares y que no admitirían de buen grado a un extraño, pero
comprenderá que no puedo dejar pasar una oportunidad como esta de invertir
en un buen negocio en Inglaterra. ―Matt dirigió una pícara sonrisa a la
muchacha.
Drina soltó una carcajada. Le caía bien el americano. No tenía la afectación
de los nobles ingleses. Su franqueza, y que no tenía prejuicios en cuanto a
hablar de cualquier tema con una dama, al menos con ella, había hecho que, ya
cuando fueron presentados en el baile de los marqueses de Milford, sintiera
una instantánea simpatía hacia el hombre.
―Dudo mucho que mis socios admitan inversores, como bien ha dicho es
un negocio familiar, aunque no sé si esa es la palabra adecuada. De hecho, el
Revenge fue creado por el socio mayoritario, el conde de Devon, y no veo a
Aidan admitiendo nuevas inversiones.
Matt clavó su mirada en los verdes ojos de Drina.
―Y usted, ¿estaría a favor o también rechazaría la idea?
Drina, para su sorpresa, se ruborizó.
―Me temo que no es mi decisión ―contestó azorada.
―¿Y si lo fuese? ―insistió Matt.
―A no ser que formase parte de la familia, no, no aceptaría extraños.
Drina se sonrojó todavía más, si eso era posible. «¿Qué formase parte de la
familia? ¿Qué demonios me ha llevado a decir tamaña imprudencia? Ni que
estuviera coqueteando con el señor Johnson. Y no lo estoy, ¿no?», pensó.
Matt asintió mientras escrutaba el rostro azorado de la muchacha.
En ese momento, alguien interrumpió la embarazosa situación.
―Drina, ¿podrías acompañarme un momento?, hay algo que debo
consultarte. ―West ignoró por completo al hombre que acompañaba a la
muchacha.
La romaní lo miró mientras enarcaba una ceja. Sin moverse un ápice,
molesta por la arrogancia del duque, contestó con un tono seco.
―Merton, permíteme, ¿recuerdas al señor Johnson, tío del vizconde
Doyle?
Matt observó entre perplejo y divertido al duque. ¡Vaya, los duques
también olvidaban sus modales! Pasó su mirada de uno a otro. Mientras Drina
miraba irritada a Merton, el duque mostraba una actitud casi beligerante. Matt
reconoció las señales y sonrió para sí. Merton estaba marcando su territorio. El
Revenge y sus socios resultaban cada vez más interesantes.
Johnson extendió una mano, que West estrechó con impaciencia.
―Disculpe mis modales, señor Johnson, pero es urgente que hable con
lady Drina. Si nos disculpa. ―Y, sin más, tomó por el brazo a la muchacha,
dispuesto a alejarse.
―Por supuesto. ―Matt inclinó levemente la cabeza―. Milady, ha sido un
placer conversar con usted, me sentiría muy honrado si pudiéramos
continuarla en otra ocasión. Excelencia ―saludó, mientras inclinaba la cabeza
hacia el duque.
Drina, al tiempo que ignoraba a West, extendió su mano hacia Matt, que la
tomó y besó sus nudillos enguantados.
―El placer ha sido mío, señor Johnson, y estaría encantada de poder seguir
conversando con usted en otro momento. ―La muchacha se despidió mientras
se giraba, no sin antes lanzarle una hostil mirada al duque.
West la tomó del brazo, hirviendo de furia. ¿Estaba coqueteando? ¿Drina
flirteaba con ese americano? Cuando se acercó a ellos y observó la sonrisa y el
rubor de la muchacha y las miradas sugerentes que le enviaba el tal Johnson,
tuvo que contenerse para no plantar un puño en su atractiva cara. ¿Quién se
creía que era? Drina era suya… ¿qué? ¡no! Santo Dios, qué pensamiento más
peregrino. Drina era del Revenge, y ese hombre… Cristo, si ni siquiera era
inglés.
Resopló irritado. Estaba empezando a divagar. Tantos matrimonios,
embarazos y demás estaban empezando a hacer papilla su cerebro.
Condujo a la muchacha a la puerta de acceso a las estancias privadas. Una
vez en el pasillo interior, se volvió hacia ella, que se había soltado bruscamente
de su agarre.
―¿Qué ha sido eso? ―masculló.
Drina lo miró perpleja.
―¿Eso? ¿El qué?
―Tu coqueteo con Johnson.
―¡¿Mi qué?! ―espetó la muchacha, cada vez más furiosa.
―No me negarás lo que he visto. Sé reconocer un flirteo cuando lo veo.
Drina entrecerró los ojos. Más valía que se tranquilizara o le plantaría un
puño en su perfecta nariz. Inspiró profundamente.
―No y repito no estaba coqueteando con el señor Johnson, simplemente
hablábamos del Revenge. Y si no fueses tan… ―Movió una mano,
desdeñosa―. Tan tú, te habrías dado cuenta. ―Levantó la barbilla con
altanería―. Además, si se diese el caso de que estuviéramos flirteando, ¿a ti que
puede importarte? ―espetó desafiante.
―A mí no me importa, pero tu trabajo no es coquetear con los caballeros.
―Tan pronto salieron las groseras palabras de su boca, tragó en seco. Otra vez
se había pasado de la raya. Maldita sea, ¿qué demonios le pasaba con ella?
Drina abrió los ojos como platos y, sin pensarlo siquiera, levantó un brazo
y le propinó un bofetón que hizo que la cabeza de Merton girase.
Mientras el duque, perplejo, se echaba una mano al rostro, Drina, furiosa,
espetó:
―¡Maldito dilo6 arrogante! ¡Dinili7 del demonio! No vuelvas a acercarte a
mí, o te juro que haré algo peor que darte una bofetada. ―Furiosa, se giró para
subir a su alcoba. Necesitaba calmarse antes de regresar al salón de juego.
«¿Quién se cree que es? Primero me insulta diciendo que soy mayor para
pensar en un matrimonio y ahora se permite insinuar que soy una cortesana»,
pensó irritada. Drina notó que una lágrima resbalaba por su mejilla. Nunca
hubiese esperado eso de West. Había sido siempre su cómplice, su amigo y, de
repente, ¿tanto desprecio sentía hacia ella? ¿Por qué? West siempre había sido
controlador, pero no grosero, y menos con una mujer. Se tomaría unos días.
No pensaba volver al Revenge hasta que… bueno, no sabía hasta cuándo, pero
durante una buena temporada evitaría encontrarse con ese… ese memo.
Vadim salió de las sombras del pasillo cuando contempló cómo su
hermana le propinaba tamaño bofetón a West, dispuesto a intervenir. No
porque pensara que su amigo podría ponerle la mano encima a Drina, antes se
cortaría un brazo, sino porque quizás Drina no hubiese quedado satisfecha con
una sola bofetada y West todavía no tenía todavía herederos para el ducado.
―¿Has tomado por costumbre ser grosero con mi hermana? ―preguntó
Vadim fríamente.
West se giró hacia la voz, con la mano en la roja mejilla. Contrito,
respondió:
―No sé qué me ha pasado. Me siento tan avergonzado. ―Se recostó,
desmadejado, contra la pared que tenía a su espalda.
―Van dos veces que la insultas, West. No consentiré una tercera.
West cerró los ojos, abochornado.
―No habrá una tercera ―susurró.
―Eso espero, amigo; por tu bien, eso espero. ―Vadim se dio la vuelta para
dirigirse al salón de juego.
No entendía el comportamiento de West… o sí. Solo había una explicación
que cualquier hombre reconocería: celos. Pero si ese era el caso, ¿por qué no lo
aclaraba? Vadim hizo una mueca. Esperaba que su amigo no fuese tan
arrogante, que lo era, como para desdeñar a Drina por su linaje medio romaní
y preferir, en cambio, cortejar a esa condenada baronesa. Si tal cosa fuese, que
Dios se apiadase de él, porque él no tendría piedad ninguna con su amigo.
Mientras Vadim desaparecía pasillo adelante, West golpeó con sus puños la
pared en la que se había recostado. ¿Qué demonios le pasaba? Era ver a Drina
y perder el control hasta el punto de olvidar los buenos modales. Entendía que
ella quisiese un marido, una familia, pero el solo pensamiento de Drina con
otro hombre, y que él tuviese derecho a deambular por el Revenge como su
marido, le revolvía el estómago. Seguramente sería eso, la posibilidad de que un
extraño se inmiscuyese en el círculo cerrado que formaban desde hacía tantos
años y, como marido de Drina, tendría perfecto derecho a hacerlo, formaría
parte de la familia, mientras que él… Vadim, Aidan, Drina, todos eran familia,
pero él no. Él solamente podía intentar formar parte de ella y de una manera
decepcionante, controlando todo lo que ocurría a su alrededor.
Poco a poco, la situación se le estaba yendo de las manos. Si seguía
perdiendo el control con Drina perdería a sus amigos, y no tenía intención
alguna de que eso sucediese. Sobre todo, porque no alcanzaba a entender a qué
venía su mezquino comportamiento con ella.
Capítulo 7
Drina se había trasladado a Normamby House. Con sus padres debería
encontrar la tranquilidad que buscaba, lejos del Revenge… y de West.
Participaba en las actividades de Adara como duquesa de Normamby,
acudía a los tés organizados por otras damas, así como a veladas musicales. Por
primera vez en su vida disfrutaba de la vida de una dama sin tener que
preocuparse por el trabajo en el club.
Además, estaba el señor Johnson. Le enviaba flores, la invitaba a pasear, y
lo mejor era que se sentía cómoda con él. No le parecía que hubiese
sentimientos románticos entre ellos, por lo menos de su parte. Johnson le
agradaba, hablaban de cualquier tema sin que en ningún momento él
desestimase sus opiniones o no las tuviese en cuenta solamente por ser una
dama, como solían hacer los caballeros de la nobleza, predispuestos a pensar
que las damas solo utilizaban sus cabezas para sujetar el cabello y las tiaras.
Era mediados de noviembre y la alta comenzaba a retirarse a sus
residencias campestres para pasar las fechas navideñas antes de que el mal
tiempo hiciese inviables los caminos.
Estaban desayunando cuando el mayordomo le presentó la bandeja con el
correo al duque. Richard entregó algunas misivas a Adara, que empezó a
seleccionarlas hasta que llegó a una en particular.
―Es de West ―dijo mientras rompía el lacre. Después de leer la misiva,
explicó―: Nos invita a pasar las fiestas navideñas en Archer House. ¿Qué os
parece? ―Volvió a repasar la carta―. Dice también que planea invitar a Vadim
y a Aidan. Sería divertido reunirnos todos en esas fechas.
Richard levantó la mirada de la misiva que estaba leyendo.
―Si a ti te agrada la idea, a mí también ―contestó, mientras sonreía a
Adara.
Adara giró su rostro hacia Drina, que permanecía en silencio.
―¿A ti qué te parece? Unos días en el campo, y estarán Tessa y Violet.
Suena estupendo, ¿no crees?
Drina se encogió de hombros.
―Claro, ¿por qué no? ―Sonrió a su madre mientras pensaba en la tortura
que sería la estancia de casi un mes en casa de West. Esperaba que la presencia
de Vadim y Aidan evitase situaciones desagradables entre el duque y ella.

y
―¿Pasar las navidades en Berkshire? ―Aidan dejó el libro de cuentas que
repasaba y miró a West―. Tessa estará encantada de pasar las fiestas en su
antigua casa familiar ―continuó sonriendo.
West observó a Vadim y preguntó inquieto por su posible respuesta.
―¿Tu qué dices? A Violet le agradará, solía pasar muchas temporadas allí
con Tess.
Vadim fijó la mirada en su amigo. Su rostro aparentaba indiferencia, sin
embargo, había en sus ojos una especie de anhelo. Conocía al duque y, debajo
de esa capa de arrogancia ducal, latía la necesidad de ser aceptado, de formar
parte de algo. Rutland pensó en sus respectivas infancias. Mientras que él
estuvo solo con su hermana durante cinco años (solamente se llevaba tres años
de diferencia con Drina) y podían consolarse y sacar fuerzas el uno del otro,
West llevaba en soledad desde los trece años. Tessa era tan solo un bebé y,
mientras ella era criada por sus tíos, West tuvo que aprender a estar solo,
primero en Eton y luego en la universidad. Su primer intento de formar una
familia con lady Jocelynn acabó en una humillación vergonzosa; sin embargo,
después encontró en la familia de Aidan su propio lugar. No le extrañaba que
se sintiera inquieto ante los cambios que habían ocurrido en sus vidas durante
el último año. West estaba aterrorizado de volver a encontrarse solo, y en su
arrogancia no era capaz de admitirlo. Quizá fuese esa la razón de sus
desplantes a Drina, el miedo a perderla a ella también si formaba una familia.
West, a su vez, pensaba que tal vez la estancia en Berkshire le ayudase a
aclarar su mente. De cualquier manera, tenía previsto romper toda relación
con Jocelynn en cuanto volviese de Archer House. La herida estaba cerrada
para siempre.
―Me parece una excelente idea. ―Vadim obvió cómo el cuerpo de West
pareció relajarse ante su contestación. Tal vez no estuviese muy equivocado en
sus razonamientos.
y
Una semana después, los planes tan cuidadosamente pensados por West
estuvieron a punto de quebrarse cuando Strathern expresó los suyos propios
para la Navidad.
―Parece que hemos coincidido en nuestros planes. Había pensado invitar a
James y a su tío a Barton Manor, y ya sabéis que la distancia entre ambas
residencias no es muy grande. Podremos hacer coincidir alguna cena en la que
estemos todos juntos. Será agradable.
Vadim observó a West, que, ante las palabras de Michael, se había girado
hacia el mueble de las bebidas ocultando su expresión. A West no le había
agradado la noticia de la presencia del americano tan cerca de su residencia.
Notó cómo se tensaba y esperó la reacción de su amigo. Se temía que a
ninguno le iba a gustar. West iba a defenderse de lo que él consideraba un
asalto a su cuidadosamente controlada intimidad atacando, y la presencia de
Johnson estaba empezando a considerarla una intromisión en su cerrado y
protegido círculo.
Sin girarse, West comentó con indiferencia:
―Seremos un grupo grande, entonces. Mucho mejor. ―A Vadim la última
frase le sonó forzada, pero nada dijo―. Lady Hampton también está invitada.
West quiso tragarse sus palabras nada más decirlas. No había tenido
intención alguna de invitar a Jocelynn, teniendo como tenía, intención de
romper con ella, sin embargo, cuando escuchó a Michael que el dichoso
americano había sido invitado, algo se retorció en su interior. Demonios, él
quería pasar un tiempo con sus amigos, solucionar las cosas con ella. Entendía
que Strathern invitase también a los suyos, pero no quería al tal señor Johnson
cerca de… No lo quería cerca, y punto.
«Ante la amenaza de Johnson, recurre a lady Hampton», pensó Vadim.
Aidan se tensó visiblemente ante las palabras de su amigo. No había
olvidado las palabras de Tessa acerca de cómo se había portado con ella esa
mujer durante su infancia. Vadim le lanzó al conde de Devon una mirada
indicándole que guardara silencio y su amigo se limitó a fruncir el ceño y callar.
West, notando que ninguno de sus amigos hacía comentario alguno sobre
la presencia de Jocelynn en Archer House, se giró hacia ellos después de beber
un trago de la copa que tenía en las manos.
―Yo saldré mañana. Debo dar instrucciones para prepararlo todo. ―Miró a
Aidan―. Te agradecería que me siguierais en cuanto pudieseis, al fin y al cabo,
Tessa ha sido la señora de Archer House durante mucho tiempo y me ayudaría
que ejerciera como mi anfitriona, si no tienes inconveniente, por supuesto.
Aidan se tragó la mordaz réplica que tenía en la lengua ante la mirada
admonitoria de Vadim.
―Por descontado. Aunque ahora sea la señora de su propia casa, no he
olvidado que Archer House es la residencia de su familia por nacimiento. Tess
estará encantada. ―«Sobre todo para evitar que la dichosa lady Hampton se
tome unas atribuciones que no le corresponden», pensó cáustico.
―Bien. ―West dejó la copa sobre el mueble―. Si me disculpáis, mañana
será un día muy largo. Buenas noches.
Cuando West hubo salido, los tres hombres se miraron unos a otros. Uno
molesto, otro desconcertado y el tercero pensativo.
Al final fue Aidan el que rompió el silencio.
―A Tessa no le va a gustar nada tenerla de invitada ―murmuró irritado―.
Y en su estado, si esa mujer le causa el menor disgusto, la sacaré a patadas de
Berkshire, aunque sea invitada de West.
Vadim se calló que su suposición era que West no había tenido intención
alguna de invitar a esa mujer hasta que escuchó a Michael decir que el vizconde
Doyle y su tío estarían en Barton Manor.
―Tessa ya no tiene cinco años, Aidan, sabe defenderse. Como algunos
hemos podido comprobar en nuestras propias carnes. ―Vadim se frotó
inconsciente el ojo que Tessa le había puesto morado―. Ella sabrá poner en su
sitio a esa mujer, y cuenta con la ayuda de Violet ―añadió conciliador―. Ah, y
no olvidemos a mamá.
―Has olvidado mencionar a Drina, dudo que tolere impertinencias de esa
mujer hacia Tessa ―intervino Michael.
―Drina no intervendrá en absoluto a no ser que vea un desplante evidente
contra Tessa, bastantes problemas tiene ya con West como para que este
piense que intenta sabotear su relación ―rebatió Vadim.
―¿Problemas? ¿Qué clase de problemas podría tener con West? ―inquirió
Aidan, desconcertado―. Siempre han sido amigos, yo diría que cómplices, en
realidad. West es el único que sabe calmar el temperamento de Drina y la
arrogancia de West nunca hizo mella alguna en tu hermana.
Vadim se acarició pensativo el mentón.
―Lo sé, sin embargo, últimamente West no cesa de espetarle groserías sin
motivo aparente.
Los ojos de Aidan se abrieron como platos mientras Strathern miraba
perplejo a Vadim.
―¿De qué hablas? West es incapaz de ser grosero con una mujer, mucho
menos con Drina. ―Aidan estaba desconcertado por las palabras de su amigo.
―Parece ser que, en ocasiones, sobre todo con ella últimamente, se le
olvidan sus modales. La ha intentado ridiculizar por querer participar en la
próxima temporada y, por si no fuese suficiente, insinuó que coqueteaba con
Johnson ―contestó Vadim con frialdad.
Aidan frunció el ceño mientras, confuso, dejaba vagar su mirada por el
despacho.
―No puedo entenderlo ―murmuró.
―¿Celos? ―aventuró Michael.
―Está enredado con esa maldita baronesa. Su gran amor ―rebatió,
sarcástico, Aidan―. La única explicación que se me ocurre es que esta vez no
puede intervenir en la vida de Drina, como intervino en las nuestras, y West no
tolera que algo se salga de su control.
―Posiblemente ―admitió Vadim―. De todas maneras, ya le he advertido
dos veces de que cese con sus tonterías con Drina. Dudo mucho que llegue a
necesitar una tercera advertencia.
Las inquietas miradas del vizconde y de Aidan se dispararon hacia el
romaní. ¿Vadim ya había advertido a West? Dios amparase al duque si se le
ocurría volver a soltar su lengua con Drina.
Michael carraspeó.
―De cualquier forma, le irá bien la visita de James y su tío. No se sentirá
tan incómoda en medio de tantas parejas.
―Tienes razón. Tengo entendido que Johnson y ella se han hecho buenos
amigos ―comentó Vadim mientras miraba a Michael, que asintió―. Además,
Tessa estará cerca de su médico. La propiedad de lord Albans está en
Hertfordshire, a poca distancia de Archer House.
―A todos nos vendrá bien la presencia del vizconde y del señor Johnson.
Nos distraerá de tener que soportar a esa mujer ―admitió Aidan―. No tengo
deseo alguno de desplegar mis buenos modales, y mucho menos cortesía, con
alguien que le hizo daño a mi esposa. Eso sin contar el estado en el que llegó
West a Dorset aquel verano.
―Sobre eso… West parece ser que lo ha perdonado. Como sea, sabe
cuidarse ―medió Vadim―. Y en cuanto a lo ocurrido con Tessa y esa mujer, tu
vena vengativa sigue intacta; dormida, pero intacta, así que supongo que en
algún momento será despertada ―continuó jocoso.
Aidan tenía un gran corazón, pero que Dios se apiadase de aquel que se
atreviese a dañar a alguien a quien amase. Su fama en el Revenge de que no
tenía escrúpulo alguno se la había ganado a pulso.

y
West llegó a Archer House mediada la tarde y de un humor de perros.
Cuando acudió a la residencia de Jocelynn para invitarla a pasar la temporada
navideña en Berkshire, empezaron los reclamos. Jocelynn deseaba partir con él
y, ante su negativa, alegando que era una invitada más y que se presentaría allí
en su momento y no antes, comenzó a reclamar una vez más su puesto al lado
de él. Él había decidido cuándo y cómo llegarían sus invitados, y nadie discutía
sus decisiones. Por Dios, si ni siquiera había tenido intención alguna de
invitarla si no fuese por la intrusión de ese maldito americano.
Harto, iba a espetarle que la invitación quedaba revocada cuando la mujer
se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos con sus reproches y se
deshizo en disculpas, aduciendo que llevaba unos días con un poco de malestar
que la tenía alterada. A West, en ese momento, el malestar de Jocelynn le
importaba un ardite, así que, sin ni siquiera molestarse en preguntar de qué se
trataba, salió llevado del demonio de la casa de la baronesa no sin antes
advertirle que su presencia se esperaba en cuatro días, antes quería pasar
tiempo a solas con sus amigos. Si llegaba aunque solo fuese un minuto antes,
ni siquiera bajaría del carruaje, sería devuelta a Londres en el acto.
Durante todo el camino a Berkshire, West se preguntaba qué demonios le
ocurría a esa mujer: en un momento era de una dulzura empalagosa, y al
siguiente comenzaba con absurdas exigencias. No podía volverse atrás en su
invitación, no cuando ya había avisado a sus amigos de que contasen con su
presencia, pero sí podía finalizar su relación cuando la Navidad acabase. No
deseaba una relación en la que tuviese que andar de puntillas, quería lo que
tenían sus amigos y eso no lo tendría jamás con Jocelynn.
Los condes de Devon llegaron al día siguiente. Tessa no hizo ningún
reproche por la invitación de lady Hampton, lo que tranquilizó un poco a
West. Sabía que su hermana nunca había soportado a Jocelynn, aunque no
tenía idea de las razones. El hecho de que Tessa no pusiese reparo alguno hizo
que volviese a comparar el comportamiento de las dos damas, tan diferente el
uno del otro.
Devon y Tessa subieron a la alcoba que les habían preparado, dispuestos a
darse un baño y prepararse para la cena. Sin embargo, cuando Tessa le dio la
espalda a su marido para que le ayudase con el vestido, Aidan no pudo
contenerse. No iba a permitir que nada ni nadie alterase a su esposa, mucho
menos en su estado. La giró y le puso las manos sobre los hombros.
―Tess, cariño. Eres la anfitriona de tu hermano, el duque de Merton. Si en
algún momento te sientes incómoda a causa de esa mujer, nos marcharemos
inmediatamente y al diablo con la reunión de West. ―Aidan sonrió malévolo―.
Por supuesto, después de que les deje claros a ambos los motivos de nuestra
marcha.

y
Con la presencia de los duques de Normamby, los marqueses de Rutland,
Drina y Aidan y Tessa, la cena transcurrió en un ambiente relajado y familiar.
West se encontraba tranquilo por primera vez desde hacía semanas,
rodeado de aquellos en los que confiaba. Solamente había algo que lo
carcomía: Drina, aunque se comportaba con cortesía, mantenía una actitud
distante con él, cosa que lo inquietaba. No pensaba permitir que las
imprudentes palabras dichas en un arrebato de… de lo que fuese, enfriaran la
complicidad que ambos tenían.
Cuando hubieron acabado de cenar y se dirigían a otro salón dispuestos a
tomar el té, West dirigió una mirada a Vadim. Aunque el duque de Normamby
era el padre de los dos romanís, cuando se trataba de algo que afectase a Drina
todas las miradas convergían en su hermano. A Richard no le importaba. Sabía
que sus hijos solamente se habían tenido el uno al otro durante muchos años y
entendía que Vadim fuese protector con Drina. Además, tenía la certeza de
que su hijo le consultaría en caso de necesitarlo.
En el momento en que las miradas de ambos se cruzaron, Vadim se acercó
a West.
―¿Qué? ―preguntó escueto.
West carraspeó nervioso.
―Tengo que disculparme con tu hermana, después de todo lo que hemos
pasado no puedo permitir que acabemos como extraños, o lo que es peor,
llenos de rencor por no aclarar malos entendidos.
―¿Malos entendidos? ―preguntó mientras enarcaba una ceja.
―De acuerdo, mis groseros comentarios ―admitió West, avergonzado―.
Te aseguro que no puedo entender qué los provocó ―continuó hablando
mientras bajaba la mirada―, sabes que no soy capaz de insultar a ninguna
dama. ―Volvió la vista hacia Vadim―. ¿Te importaría que invite a tu hermana
a salir un momento al jardín para poder disculparme?
Vadim observó el rostro de West. Sabía que se sentía culpable por su
comportamiento, y en cuanto a permitir que estuviese a solas con Drina…
West solo lo había solicitado como cortesía después de su actitud con ella y de
haber causado el malestar de Vadim. Drina y él habían estado multitud de
veces a solas, confiaba en West con su vida y sabía que no haría nada para
perjudicarla, salvo que no pudiese mantener su boca cerrada.
―Procura pensar primero lo que vas a decir ―asintió Vadim.
―Gracias.
West se dirigió hacia donde se encontraba la romaní, convenientemente
cerca de las puertas que daban a los jardines.
―¿Me permitirías hablar contigo un momento? ―preguntó mientras se
situaba a su lado.
Drina escrutó su rostro y algo debió de ver en sus ojos… anhelo o tristeza,
porque asintió.
West la tomó del brazo sin que ella hiciese ademán alguno de rechazarlo y
la guio a través de las puertas hacia los jardines.
Pasearon durante unos instantes en un cómodo silencio que sorprendió a
West, que esperaba más frialdad por parte de Drina.
El duque carraspeó.
―Drina, yo… debo disculparme por las groserías que… Te aseguro que en
ningún momento tuve la intención de insultarte. Te juro que no sé qué pudo
provocar semejante comportamiento por mi parte. ―West se detuvo para
girarse hacia ella y clavar su mirada en sus ojos―. Jamás te haría daño, Drina,
debes creerme, por favor.
El corazón de Drina se detuvo por unos instantes. ¿West disculpándose?
Jamás lo hacía. Si metía la pata, su arrogancia no le permitía más que bromear
al respecto para atenuar la falta, pero ¿disculpas?
―Sé que no me harías daño, pero no entiendo el porqué de tus crueles
palabras ―contestó suavemente.
―Te aseguro que ni yo me entiendo. ―West se pasó una mano por el
cabello―. Llevo unas semanas que no me reconozco ni a mí mismo, Drina.
Estoy tan confuso…
«Quizá deberías sacar de tu vida a esa mujer», pensó ella, «desde que llegó
no eres el mismo», pero se cuidó mucho de decirlo en voz alta. Solo faltaría
que pensase que estaba celosa… ¿lo estaba? En lugar de ello, comentó:
―Tal vez deberías distanciarte un tiempo de Londres, de todo lo que te
rodea. Vadim lo hizo y consiguió poner en orden sus ideas y sus sentimientos.
West la miró fijamente. ¿Marcharse de Londres? ¿Dejar el campo libre al
americano? Ni loco. Resopló y se alejó unos pasos de ella. Tuvo que morderse
la lengua para no volver a soltar un comentario mordaz que lo estropearía todo
definitivamente.
Se sentía condenadamente confuso. Solo pensó en Drina y el dichoso
americano rondándola. ¡Pero si hasta lo había complicado todo al invitar a
Jocelynn a causa de la presencia de ese hombre!
¿Qué demonios le pasaba? Se estaba disculpando y al momento se irritaba
por un consejo dado sin ninguna doble intención.
Drina se acercó a él hasta colocarse a su lado. Le puso la mano en el brazo
con cariño.
―¿Qué es lo que de verdad ocurre, West? ―musitó.
Él se giró hacia ella.
―¡No lo sé, te juro que no lo sé! ―exclamó exasperado.
West sentía que su interior bullía en un mar de sentimientos
contradictorios, cada cual más inesperado que el anterior, que no era capaz de
gestionar ni de aclarar. Se había empecinado en relacionarse con Jocelynn sin
sentir por ella absolutamente nada y, por su causa, estaba malogrando la
relación con Drina. Sin contar con lo que la romaní le hacía sentir. La observó
atentamente.
―¿Recuerdas nuestra apuesta? ―soltó sorpresivamente. Se refería al beso
que habían apostado sobre si Drina había reconocido a su hermano en la
mascarada del Revenge cuando había vuelto de Lennox House con Violet.
Drina contestó desconcertada.
―Sí. ―Lo miró suspicaz―. Dijiste que te la cobrarías cuando tú lo
decidieses.
West asintió.
―He decidido que me lo cobraré ahora.
Al momento, West lanzó su mano hacia la nuca femenina, atrayendo el
rostro de Drina hacia él. Ella no pudo hacer más que jadear y apoyar sus
manos en el pecho masculino cuando West bajó su cabeza y atrapó sus labios
con su boca. El beso comenzó dulce, suave, sugestivo. West rozó con su
lengua los jugosos labios de Drina hasta que esta, con un gemido, abrió su
boca dándole paso. Él gruñó en lo más profundo de su garganta mientras
recorría con su lengua la dulce cavidad femenina. Drina levantó sus manos
para deslizarlas por su cuello hasta clavar los dedos en su pelo. El gemido de
West la hizo más audaz y comenzó a imitar los movimientos de la lengua
masculina con la suya.
Las rodillas de Drina comenzaron a debilitarse. West sabía besar, sin
embargo, no era su pericia lo que le provocaba las maravillosas sensaciones
que recorrían su cuerpo, que hacían que quisiera acercarse aún más y fundirse
con él.
Era West, era él y solo él, quien hacía que su cuerpo se convirtiera en un
pudin tembloroso. No importaba nada más que su cuerpo, las manos que
empezaban a recorrer ansiosas su espalda mientras bajaban, posesivas, hacia su
cadera. Se apretó contra él intentando satisfacer la necesidad de algo que no
acababa de entender. Notó la dureza masculina contra su vientre y se retorció
contra ella buscando calmar la ansiedad que sentía entre sus propias piernas.
De repente, West deshizo el beso suavemente. Drina abrió los ojos,
confusa, para ver que él la observaba como si acabara de conocerla.
―¿Qué…? ―murmuró confusa, aún colgada de su cuello.
West la volvió a atraer hacia su cuerpo en un fuerte abrazo. Besarla había
sido como si hubiera por fin encontrado lo que ni sabía que buscaba. Mientras
se perdía en su boca, había sentido que estaba en casa. En ese momento
entendió todos los confusos sentimientos que le embargaban desde que ella
habló de participar en la temporada, la inquietud cuando veía a Johnson tan
atento con ella. Celos, simples y desesperados celos. Nunca los había sentido,
por eso la sensación le era tan ajena, le resultó más fácil pensar que lo que
sentía era sencillamente desasosiego por que Drina se escapaba de su control.
Se preguntó qué hubiese ocurrido si la hubiese besado antes, mucho antes, ¿se
hubiera dado cuenta de sus sentimientos como acababa de suceder ahora?
Enterró su rostro en el cuello femenino y, mientras depositaba suaves besos
donde el pulso de Drina latía furiosamente, susurró para sí mismo.
―Dios Santo. Eres tú, siempre has sido tú. ¿Cómo pude haber estado tan
ciego?
West ahora entendía la desazón que le había rondado desde que soltó
aquella estupidez de cortejar a Jocelynn. Amaba a Drina, siempre la había
amado, y su arrogancia, su miedo a ser rechazado, a que ella lo viese como un
amigo o lo que sería peor, como un hermano, le había impedido reconocerlo y
cometer la imprudencia de permitir a Jocelynn entrar en su vida. Ahora
entendía el porqué de sus groseras palabras: simples y puros celos. La suave
voz de Drina detuvo sus pensamientos.
―West… ¿qué ha pasado…? ―Él sonrió.
Separó el rostro de su cuello, alzó una de las manos que aún acariciaba la
espalda femenina y rozó su mejilla con los nudillos. La ternura lo invadió al ver
sus labios hinchados, y le sonrió.
―¿No lo sabes? ―susurró con la voz ronca por la pasión.
Drina bajó la mirada, temerosa de decir en voz alta lo que creía saber. ¿Y si
se equivocaba? Los hombres besaban por muchas razones y se dejaban llevar
por la lujuria sin que hubiese nada más de por medio. Para ella no había sido
un simple beso producto del deseo por un hombre atractivo. West siempre
había sido especial y se temía que era especial para ella porque estaba, siempre
estuvo, enamorada de él.
Recordó las palabras de su padre que ahora le parecían tan lejanas: «¿Y tú?
¿Qué mereces tú, Drina?». Y su propia respuesta: «Lo sabré cuando lo
encuentre». Pues bien, había encontrado lo que quería y merecía en West. Lo
amaba, siempre había sentido algo especial por él. Recordó los momentos en
que había sido él y solo él en quien había encontrado consuelo. Quien siempre
estaba pendiente de ella cuando sufría por el comportamiento de su hermano
con Violet, cuando posibilitó la entrada de Tessa en el Revenge para ver a
Aidan y que nunca le había reprochado, ¿pero él? Estaba cortejando a lady
Hampton, por el amor de Dios.
West, notando los confusos pensamientos y las dudas que rondaban la
cabeza de Drina, alzó su barbilla con dos dedos para obligarla a mirarle a los
ojos.
―Debo resolver un problema que he provocado por mi estupidez.
―Acarició con el pulgar los labios de ella―. Una vez resuelto, ¿podría esperar
que tú y yo tengamos una conversación sobre lo que acaba de ocurrir aquí?
―susurró, mientras le daba un suave y breve beso―. Entremos, no tengo
intención de provocar el temperamento de tu hermano.
Drina asintió sonriente. Mientras ambos se encaminaban hacia la casa, el
corazón de ella latía frenético. Él sentía lo mismo que ella, ¿verdad? Si no, no
tendría nada que resolver, si solo hubiera sido un momento de lujuria no
tendría sentido mantener ninguna conversación.
Ambos caminaban sumidos en sus pensamientos. Los de West oscilaban
entre la felicidad, por haberse dado cuenta de dónde estaban en realidad sus
sentimientos, y la impaciencia por deshacerse de Jocelynn. En cuanto llegase
tendría una conversación con ella y la devolvería de vuelta a Londres.
Cuando se reunieron con los demás, Vadim, que había permanecido atento
esperando su regreso, observó suspicaz los rostros de ambos. Algo había
ocurrido entre ellos y sonrió interiormente: mucho se temía que la estancia de
lady Hampton en Berkshire iba a ser muy corta.
Sin embargo, los planes de West se truncaron cuando lady Hampton llegó,
como era previsible, antes de tiempo.
Capítulo 8
A la mañana siguiente, la llegada de lady Hampton cogió por sorpresa a todos
los invitados, menos a West, que esperaba alguna imprudencia por parte de
Jocelynn.
Habían roto el ayuno y se disponían a salir hacia Barton Manor cuando un
carruaje llegó a las puertas de Archer House. West indicó al grupo que se
dirigiesen hacia la residencia del conde de Hennessy, él recibiría a la impaciente
invitada y los alcanzaría más tarde.
Después de que las miradas pasaran del carruaje que se acercaba a West,
que mantenía una expresión inescrutable, nadie habló cuando se encaminaron
hacia los carruajes que esperaban.
Drina observó el rostro de West. Tenso, miraba con expresión insondable
al carruaje que se aproximada. La inquietud la invadió y sintió que el corazón
se le subía a la garganta. Tenía un mal presentimiento. Recordó el momento en
que sintió esa misma sensación durante el baile de presentación de su hermano
y ella como hijos del duque de Normamby, y sin embargo no pudo evitar la
desgracia de Violet. Bajó la mirada y se introdujo en uno de los carruajes. No
pudo evitar que saliera a relucir el carácter fatalista de su lado romaní: pasaría
lo que estaba escrito que ocurriese.
Mientras los demás partían, West se dirigió hacia la puerta del carruaje de
lady Hampton, que ya había abierto uno de los lacayos. Obvió la mano tendida
de Jocelynn hasta que el lacayo la ayudó a bajar.
―¿No te dejé claro que no se te esperaba hasta mañana? ―Ese fue el
recibimiento que le dispensó a la mujer mientras la observaba con los brazos
cruzados y una expresión de frialdad en el rostro. Le importaba un ardite que
los lacayos lo escuchasen.
Jocelynn disimuló una mueca de fastidio.
―Debes disculparme, Merton. Envié a mi personal de vacaciones, sin
percatarme de las fechas. ―Compuso una expresión dolida―. Si lo deseas, veré
de buscar una posada cercana para pasar la noche y volveré mañana como
estaba previsto.
West suspiró exasperado.
―No seas absurda. Sabías perfectamente que, si te presentabas un día
antes, como caballero no sería capaz de echarte. ―West se giró hacia el ama de
llaves, que esperaba en el umbral de la residencia―. La señora Jackson te
conducirá a tus habitaciones, podrás asearte y descansar del viaje. Yo tengo un
compromiso, nos veremos en la cena.
Sin más explicaciones, West se subió a su propio carruaje, que esperaba
para salir, mientras dejaba a una furiosa Jocelynn al cargo de su ama de llaves.
Jocelynn no esperaba un caluroso recibimiento, por supuesto. Merton le
había dejado muy claro la fecha en la que se esperaba su llegada y sabía que no
iba a estar contento; sin embargo, no le importaba si el duque estaba feliz o no
de verla. Muy pronto no le quedaría otro remedio que disfrutar de su compañía
toda su vida.
Mientras tanto, West, en el interior del carruaje, intentaba contener su furia.
Maldita mujer, le inquietaba sobremanera tener a Drina y a Jocelynn bajo el
mismo techo. Quizá hace unas semanas no se había percatado de la razón, o
no quiso percatarse, sin embargo, después del beso que compartieron la noche
anterior y de darse cuenta de lo que sentía en realidad por Drina, pensar en esa
mujer cerca de ella le revolvía las tripas. Bien, se desharía de ella un día antes
de lo previsto. Al día siguiente aclararía las cosas con Jocelynn y la enviaría de
vuelta a Londres.
Cuando llegó a Barton Manor sintió sobre él las miradas curiosas de sus
amigos. Se encogió de hombros mientras sus ojos recorrían el salón en el que
estaban reunidos buscando el rostro de Drina. Al cruzarse sus miradas, le
sonrió tranquilizador al notar la preocupación en sus ojos. Verla tan inquieta
solo hizo que estuviese más decidido, si cabía, a sacar de su vida de una
maldita vez a Jocelynn.
Compartieron una agradable comida con el conde de Hennessy y Michael.
Al vizconde Doyle y al señor Johnson no se les esperaba hasta unos días
después.
Al regresar a Archer House se encontraron con una alterada señora
Jackson.
―Si me permite, Excelencia. ―La mujer se dirigió a West, mientras todos
menos Aidan y Tessa, que se detuvieron al lado del duque, se dirigían a sus
habitaciones.
―Dígame, señora Jackson ―contestó West.
La pobre mujer retorció sus manos, nerviosa.
―Se trata de su invitada.
Al momento, West se tensó visiblemente mientras Aidan tomaba de los
hombros a Tessa con afán protector.
―¿Que ocurre con lady Hampton? ―preguntó West con frialdad.
―Verá, Excelencia…
―No se preocupe, señora Jackson, diga lo que sea ―El duque intentó
calmarla al ver su apuro.
―El caso es que lady Devon ya había revisado y aprobado los menús de
toda la semana ―comenzó el ama de llaves―. Sin embargo, la baronesa me
pidió que le informara del menú previsto para la cena de esta noche y…
bueno, exigió hacer algunos cambios. No sabía qué hacer, Excelencia, es su
invitada y no me pareció correcto contradecirla; sin embargo, esperaba su
llegada para decidir…
―¿Ha realizado algún cambio sobre lo aprobado por lady Devon?
―inquirió West.
―No, Excelencia, esperaba su aprobación.
―No cambie nada. Se servirá lo previsto por lady Devon. No se preocupe
por nada, hablaré con mi invitada. Gracias, señora Jackson.
La mujer hizo una reverencia
―Excelencia.
Tessa bullía de furia. Esa mujer se había atrevido a intentar usurpar sus
funciones de anfitriona. Esta vez no conseguiría echarla de su propia casa,
aunque en realidad no lo fuese, pero era su hogar de la infancia. Si esa…
baronesa pensaba que podía ningunearla, se había equivocado.
Aidan observó el rostro tenso de West mientras presionaba los hombros
de su mujer.
―¿Hablarás con ella? ―preguntó.
―No. En la mañana, lady Hampton y yo tendremos una conversación que
pondrá todo en su lugar y después abandonará Archer House.
Aidan asintió y miró a su esposa. Suponía que solo tendrían que tolerar la
presencia de la condenada baronesa una única cena.

y
La dichosa cena transcurrió en un ambiente tenso, que comenzó cuando
llegó el momento de que los invitados se dirigiesen a sus asientos
correspondientes.
Jocelynn, que ya se veía dueña de la casa, decidió dejar a un lado toda
contención. Con todo descaro, se dirigió al asiento situado a la derecha de
West, que presidía la mesa, ante la sorprendida mirada de los demás. Por rango,
dicho puesto le correspondía a la duquesa de Normamby. Se miraron unos a
otros perplejos por el atrevimiento, hasta que West intervino:
―Me temo que ha equivocado su lugar, milady ―dijo, severo, mientras se
dirigía hacia la baronesa, la tomaba del brazo y, al tiempo que le separaba la
silla, la sentaba bruscamente en el lugar asignado para ella.
¿Qué demonios pretendía comportándose con esa falta de modales?
Mientras Tessa ahogaba una sonrisa, Jocelynn tuvo la audacia de intentar
justificar lo injustificable.
―Mis disculpas, Su Gracia ―habló dirigiéndose a la duquesa de
Normamby―. Me temo que me he despistado.
Adara simplemente inclinó la cabeza mientras cavilaba en qué manada de
lobos habría sido criada esa mujer.
A la llegada de los platos hubo otro momento tenso cuando Jocelynn
advirtió que no se habían hecho los cambios que había sugerido.
―¡Vaya! ―comentó con un mohín que resultaba ridículo en una mujer de
su edad―. Merton, había sugerido unos cambios en los platos que me
parecieron más adecuados teniendo en cuenta la temporada en la que estamos.
Veo que han ignorado mis sugerencias.
West lanzó una breve mirada al rostro de su hermana y, antes de que Tessa
pudiera soltar el exabrupto que suponía estaba pensando, habló él.
―En esta casa solo hay una anfitriona, y es lady Devon. Te informo, por si
se te ha olvidado el protocolo o te has despistado, de que cualquier arreglo,
disposición u organización le corresponde a ella. Si el menú no es de tu
agrado, puedes subir a tu habitación, con sumo gusto ordenaré que te suban
una bandeja con las viandas que prefieras. ―West se dirigió a ella, sin mirarla,
concentrado en la carne que estaba cortando, aunque bien podría utilizar el
cuchillo para cortar el hielo que había cubierto la habitación de repente.
―Por supuesto, solo me pareció… ―insistió Jocelynn.
West soltó los cubiertos bruscamente.
―Mire a su alrededor, milady, en vez de mirarse a sí misma. ¿Le parece que
alguien en esta habitación está mínimamente interesado en lo que a usted le
parezca o piense? ―espetó exasperado.
La frustración invadía a West. Notaba la incomodidad de sus invitados por
la presencia y la desfachatez de Jocelynn; sin embargo, lo que lo estaba
corroyendo por dentro era ver la tensión y la preocupación en el rostro de
Drina cada vez que la observaba disimuladamente.
Mientras el resto de los comensales comenzaron a estudiar con repentino
interés el contenido de sus platos, Jocelynn se envaró. Dejó su servilleta
encima de la mesa y se levantó, provocando que los caballeros hiciesen lo
mismo.
―Si me disculpan, me temo que se me ha levantado dolor de cabeza.
Buenas noches.
El suspiro de alivio fue generalizado al abandonar la baronesa el comedor.
Vadim, observando los rostros tensos, exclamó:
―¡Dios bendito! Esa mujer es encantadora, tiene un don especial para
hacer amigos allá por donde va.
Las carcajadas eliminaron cualquier vestigio de incomodidad.
Más tarde, cuando se encontraban conversando después de la cena, West se
acercó a Drina. No tenía intención de que ella se inquietase por la presencia de
Jocelynn. Una vez se hubo dado cuenta de sus sentimientos hacia Drina, y que
esperaba fuesen correspondidos, no pensaba permitir que la baronesa lo
estropease todo.
―¿Te apetecería un jerez? ―preguntó.
Drina asintió.
―Gracias.
West le acercó la copa y le indicó con un gesto las puertas francesas del
salón que conducían a la terraza. Se acercaron hasta ellas y contemplaron el
exterior un poco alejados de los oídos de los demás.
Decidió ser completamente sincero con ella, por lo menos con respecto a
Jocelynn. De los posibles sentimientos recién descubiertos entre ellos habría
tiempo de hablar en los próximos días.
La observó de reojo.
―No la estoy cortejando. De hecho, creo que volví a relacionarme con ella
porque fue Jocelynn quien se acercó con sus disculpas y explicaciones, y quise
curar mi herido orgullo. No debí permitir que esa mujer entrase otra vez en mi
vida.
Drina lo miró confusa.
―Pero en la cena de compromiso de mis padres dijiste…
―Sé lo que dije. Lo que no sé es por qué lo dije ―musitó pensativo―. Tal
vez me irritó ver a todos mis amigos con sus esposas, no lo sé. Y una vez
dichas esas palabras, ¿qué iba a hacer? No podía retractarme sin quedar en
ridículo, solamente podía fingir un cortejo ante ellos y al cabo de un tiempo
prudencial… ―West se pasó una mano por los ojos, decepcionado de sí
mismo―. ¡Maldita sea! No caí en la cuenta de que aquello estaba muerto, por
lo menos por mi parte. ―El duque encogió un hombro con desgana― Creo
que intenté sanar mi maltrecho orgullo de la manera equivocada.
―No tenías por qué hacerlo. Todos sabíamos que estabas feliz con tu
soltería, nadie te iba a acusar de envidiar a Aidan o a Vadim ―contestó Drina.
Su maldita arrogancia otra vez…
―Mi condenada arrogancia. ―West pareció leerle los pensamientos―. No
podía ser menos que ellos. Si ellos habían encontrado a sus compañeras de
vida, ¿por qué no yo?, y eso me llevó a cometer el mayor error de mi vida:
permitir entrar en ella a quien nunca lo mereció. Aunque en ese momento lo
disfrazara de generosidad al escuchar sus disculpas, fue mi soberbia lo que me
impulsó a relacionarme con ella y quizá querer darle una lección después de lo
ocurrido hace tantos años.
Giró su rostro hacia el de ella.
―Lamento tanto las estupideces que te dije. Solo puedo achacarlo a que me
sentía acorralado por la situación que había provocado yo mismo con esa
mujer y a la rabia que sentía al ver a Strathern o al señor Johnson dedicarte sus
atenciones, sin hablar de imaginarte en plena temporada, rodeada de caballeros
perfectamente elegibles.
West no intentó siquiera pronunciar las palabras celos o amor. Todavía no.
No hasta que esa mujer saliera de su vida.
―¡Maldita sea! ―exclamó frustrado―. Ni siquiera sé en qué estaba
pensando para invitarla a Archer House. Cuando escuché a Michael decir que
Doyle y el señor Johnson estaban invitados a Barton Manor… bueno, supuse
que, si la invitaba, no estaría tan pendiente de las atenciones de Johnson para
contigo ―masculló avergonzado.
El corazón de Drina saltaba de alegría. West estaba celoso del tío del
vizconde aunque no lo expresara, Dios sabría por qué.
―¿Qué vas a hacer? ―inquirió ella mientras lo miraba anhelante. Si
pudieran salir otra vez a los jardines… Ver a West, al arrogante duque de
Merton, frustrado y celoso por su causa, le calentaba el corazón. Deseaba
tanto volver a estar en sus brazos y que la besase de nuevo, que necesitó
mantener sus manos ocupadas entre la copa que sostenía y estrujando la falda
de su vestido para evitar arrastrarlo a los jardines.
―En la mañana hablaré con ella ―contestó, mientras clavaba su mirada en
los ojos verdes de Drina―. No me importa en absoluto lo que pueda pensar de
mí, pero se irá. Y después, tú y yo tendremos una necesaria conversación. ―La
mirada de West estaba llena de promesas, mientras su mano rozaba
disimuladamente la mano femenina que todavía aferraba la tela del vestido.
Fueron interrumpidos por Vadim, que se acercó a ellos después de
haberlos observado atentamente.
―Deberíamos retirarnos ya ―murmuró el romaní provocando el
sobresalto de la pareja, que estaba concentrada el uno en el otro.
―¡Santo Dios, Vadim! Acabaré colgándote un cascabel del cuello o me
provocarás un ataque al corazón con tanto sigilo ―exclamó Drina.
―¿Estás segura de que eso conseguirá que me oigas acercarme, phen?
―contestó mientras enarcaba una ceja y sonreía irónico.
Drina resopló. Seguramente, ni cien cascabeles podrían anunciar la
presencia de su hermano si este no lo deseaba.
West intervino.
―Es una buena idea, mañana será un día bastante ajetreado ―comentó
mientras lanzaba una breve mirada cómplice a Drina.
Ella asintió mientras dejaba su copa en una de las mesitas repartidas por la
habitación.
―Buenas noches. ―Se empinó para depositar un beso en el rostro de su
hermano y, después de un momento de vacilación, se giró hacia West para
besarlo también en la mejilla.
Mientras su hermana salía, Vadim miró a West con el ceño fruncido.
―¿Qué demonios ha sido eso? ―preguntó suspicaz.
West se encogió de hombros mientras dejaba a su vez la copa en la mesa.
―Un beso de buenas noches, deberías saberlo, te ha dado uno igual a ti.
―Yo soy su hermano ―masculló.
―Lo tengo muy presente ―contestó West mientras contenía una sonrisa.

y
Jocelynn había decidido desayunar en sus habitaciones. Después de la
debacle de la noche anterior, prefería esperar a que los invitados estuviesen
entretenidos con lo que fuese que hubieran planeado para el día antes de
buscar a Merton. Se habían acabado los fingimientos. Iba a ser la dueña de
todo en cuanto se convirtiera en duquesa de Merton, y solamente era cuestión
de tiempo. Una llamada en su puerta hizo que Alice se dirigiera a abrirla.
El señor Jackson intercambió unas palabras con la doncella y, después de
despedirlo, esta se giró hacia la baronesa, que daba cuenta de su desayuno en el
lecho.
―El mayordomo me ha comunicado que Su Excelencia requiere su
presencia inmediata en su despacho, milady.
La mano de Jocelynn se detuvo cuando se disponía a tomar la taza de té.
Sus ojos brillaron con astucia. Seguramente Merton iba a disculparse. Empujó
la bandeja hacia un lado y saltó de la cama.
―Ayúdame a vestirme ―ordenó a su doncella―. Ardo en deseos de ver a
Merton disculpándose por su grosería de anoche.
Alice obedeció mientras disimulaba una mueca. Mucho se temía que el
duque no tenía intención alguna de disculparse. Jocelynn le había contado lo
que había ocurrido anoche, y no creía que Merton tuviera razón alguna para
excusarse cuando la que se había comportado de manera grosera, y casi había
insultado a la anfitriona y a los demás invitados, todos de un rango muy
superior al suyo, había sido su señora.
Jocelynn fue conducida al despacho de West por el mayordomo que
esperaba en el pasillo.
Al entrar, y después de que Jackson cerrase la puerta tras ella, West se
levantó cortés.
―Siéntate, Jocelynn ―ordenó con frialdad.
La baronesa obedeció mientras intentaba ocultar su satisfacción por las
disculpas que esperaba recibir.
West apoyó su cadera en el escritorio frente al que estaba situado el sillón
que ocupaba Jocelynn.
―Te he mandado llamar porque, después de lo ocurrido anoche, me temo
que tu invitación ha sido revocada. Deseo que salgas de Archer House en
cuanto tengas tu equipaje preparado. Me atrevería a suponer que en una hora
estarás lista y, mientras, ordenaré que preparen tu carruaje.
Jocelynn palideció. ¿La estaba echando? No podía permitirlo, tenía que
quedarse por lo menos hasta finales de mes. Tenía que evitarlo como fuese. Se
echó una mano a la frente y compuso un gesto de dolor que no pasó
desapercibido para West, que la observaba con atención.
―¿Qué ocurre? ―preguntó él mientras empezaba a impacientarse.
―Lo siento, Merton, no me encuentro muy bien. Precisamente por eso no
he bajado a desayunar. Apenas he podido probar bocado ―musitó con voz
débil.
West enarcó una ceja con desconfianza.
―¿Estás enferma?
―Me temo que sí ―contestó, mientras fingía un tono de voz mucho más
débil―. Creo que he cogido algo de frío en el viaje, pero no importa, ordenaré
que preparen el equipaje. Descansaré al llegar a Londres, aunque sin personal
en la casa… pero no importa, Alice se bastará para atenderme ―susurró
lastimera.
West disimuló un bufido. Maldición, por mucho que la quisiera lejos de
Archer House, si en verdad estaba enferma no podía enviarla a Londres.
Todavía era un caballero, aunque no tuviera enfrente una dama.
―No es necesario ―contestó a regañadientes―. Vuelve a la cama y, cuando
estés mejor, hablaremos. Ordenaré que te suban las comidas a tu habitación
mientras guardes reposo. ―West se giró hacia un cordón situado en una de las
paredes y, después de tirar de él, la puerta se abrió dando paso al mayordomo.
―Jackson, acompañe a milady a sus habitaciones y avise a la señora Jackson
de que hará todas sus comidas en su alcoba. Lady Hampton no se encuentra
bien y deberá guardar reposo.
―Como ordene, Excelencia.
West echó una breve mirada a Jocelynn, cuya expresión era inescrutable.
―Espero que te mejores pronto de tu malestar ―espetó con frialdad.
Condenada mujer, no daba más que problemas.
Jocelynn siguió al mayordomo, con fingido paso vacilante, hasta la alcoba
que le habían asignado. La rabia la invadía. Había conseguido quedarse, sí, pero
encerrada en su habitación. Fingiría la enfermedad durante unos días y, más
tarde, aduciría debilidad y necesidad de descanso y conseguiría quedarse lo que
restaba de mes.
y
Cuando se reunieron para comer, West estaba de un humor de perros y no
se molestaba en disimularlo. La maldita Jocelynn le había trastocado todos sus
planes.
―¿Nuestra encantadora baronesa tampoco nos concederá el honor de su
presencia durante la comida? ¿Tendremos la misma suerte durante la cena?
―preguntó Aidan, esperanzado.
West resopló.
―Por lo visto, está enferma. Se ha retirado a sus habitaciones mientras se
repone ―contestó con irritación.
―¿Enferma? ―intervino Violet―. Ayer parecía gozar de buena salud
―comentó con suspicacia. Ninguno de ellos se fiaba de que no fuera una
argucia de la baronesa.
―Lo sabremos enseguida ―habló Tessa. No estaba dispuesta a tolerar
manipulaciones de esa mujer.
Los demás la miraron confusos.
―¿Pretendes examinarla? ―preguntó su marido, jocoso.
―¿Yo? No la tocaría ni con un palo ―contestó altanera, mientras
componía una mueca de asco―. Sin embargo, Hertfordshire no está lejos.
Envía una nota a lady Albans pidiéndole que acuda a examinar a esa mujer.
Antes de que acabe el día sabremos si dice la verdad o es otra de sus
manipulaciones.
West clavó la mirada en su hermana.
―¿A qué manipulaciones te refieres? ―Jocelynn se había comportado de
forma grosera, cierto, pero ¿manipular?, ¿en qué momento?
Tessa miró a su marido en busca de ayuda. En su furia no había medido
sus palabras y no se había percatado de que West no sabía hasta qué punto
había sido manipulado en el pasado por esa mujer.
Aidan acudió al rescate.
―Eso no es relevante ahora. ―Se encogió de hombros―. Cuestión de
semántica. Lo que importa es saber si está enferma o es un truco. Envía esa
nota, West. Cuanto antes salga, antes estará aquí lady Albans.
West asintió y se levantó para ir a su despacho, no sin antes lanzar una
mirada suspicaz hacia Tessa. La expresión que había utilizado le inquietaba. ¿A
qué se referiría ella cuando habló de manipulación? Decidió que en cuanto el
médico examinara a Jocelynn y se cercioraran de si estaba enferma o no,
tendría una conversación con su hermana.

y
Lady Albans llegó a la mañana siguiente acompañada de una joven a la que
presentó como su ayudante.
West y Tessa la recibieron a las puertas de la residencia.
―Gracias por acudir tan rápido, milady ―dijo West mientras tomaba la
mano de Saffron y besaba sus nudillos.
―No tiene importancia. Por suerte, no hay mucha distancia entre nuestras
respectivas residencias. ―Se giró hacia Tessa―: ¿Cómo se encuentra, lady
Devon? ¿Ha sufrido alguna molestia desde que la revisé? ―preguntó solícita.
Tessa sonrió mientras besaba la mejilla de Saffron.
―En absoluto, me encuentro muy bien, y en las escasas ocasiones en que
sufro algún malestar matinal, lord Devon se encarga de hacer que siga al pie de
la letra sus consejos, milady.
Saffron rio.
―Me temo que algunos hombres padecen más los embarazos que las
propias embarazadas. ―Su mirada se dirigió hacia West―. Y bien, Excelencia,
¿de qué síntomas hablamos con respecto a mi posible paciente?
West dudó. No le parecía caballeroso aclararle a lady Albans que creían que
era una argucia de su invitada. Sin embargo, Tessa tomó del brazo a la médica
y la dirigió al interior. Ella, de mujer a mujer, sabría explicarle la situación sin
resultar grosera.
Tessa puso al tanto a Saffron de lo que había ocurrido con Jocelynn. Le
explicó que sospechaban que su enfermedad era fingida. Aunque no eran lo
que se dice amigas, el carácter sereno y profesional de lady Albans había
permitido que desarrollasen una complicidad que le permitió sincerarse hasta
el punto de ponerla en antecedentes de su traumática experiencia infantil con
Jocelynn.
Saffron agradeció la sinceridad de lady Devon. Cuanto más supiera de su
supuesta paciente, mejor. Había veces en que conocer el pasado de alguien
permitía aclarar muchas cosas de su presente, sobre todo si se trataba de una
supuesta enfermedad. Ella lo sabía muy bien.
Acompañada de Tessa, Saffron subió a la alcoba de lady Hampton. Tessa
suponía que, si lady Albans subía sola con su ayudante, Jocelynn se negaría a
ser examinada.
Después de llamar a la puerta y ser recibidas por la doncella de la baronesa,
Tessa y Saffron entraron en la habitación.
Jocelynn se encontraba tumbada en la cama y se incorporó, sorprendida al
ver a las damas allí.
―Lady Hampton ―comenzó Tessa―, ante la preocupación de Su
Excelencia por su estado de salud, hemos decidido avisar a un médico. Todos
nos quedaremos mucho más tranquilos si es examinada y averiguamos el mal
que la aqueja. ―Disimuló una sonrisa al ver la expresión de fastidio de
Jocelynn.
Jocelynn miró alrededor de las dos mujeres.
―Por supuesto. ―Aún no entendía qué hacía aquella otra dama en su
habitación, pero no le pareció prudente protestar.
―Le presento a la médica que la examinará, lady Albans, baronesa Albans.
Milady, nuestra invitada es la baronesa viuda Hampton.
―¿Una mujer? ―exclamó, sorprendida, Jocelynn.
―Se trata de una de las mejores y más reputadas médicas de Londres, y
nuestra doctora personal. Le garantizo que estará en buenas manos ―contestó
mientras intercambiaba una mirada de complicidad con Saffron, que se
mantenía en silencio.
―¿Necesita que me quede, doctora? ―preguntó Tessa solícita.
―No es necesario, gracias. Mi ayudante bastará. ―La joven, que esperaba
fuera, entró en ese momento al oír a lady Albans.
Saffron dirigió su mirada hacia Alice, que esperaba órdenes.
―Espere fuera, por favor.
Jocelynn intentó protestar.
―Pero es mi doncella…
―Mi ayudante es perfectamente capaz de asistirla. ―Saffron hizo un gesto
a Tessa, que abandonó la habitación seguida de Alice.
―Por favor, milady, recuéstese. Lucy, ayuda a lady Hampton a quitarse el
camisón ―ordenó Saffron mientras comenzaba a sacar su instrumental del
maletín. Una vez hubo sacado lo necesario, se dirigió hacia la jofaina que había
en una esquina de la habitación para lavarse las manos concienzudamente.
Saffron observó con ojos expertos el cuerpo de la baronesa, tomando nota
de ciertas marcas en sus muslos y en su vientre. Le ordenó girarse y presentarle
la espalda. Después de comprobar las mismas marcas en las nalgas y muslos de
la baronesa, presionó delicadamente la zona de los riñones. Hizo que se girara
de nuevo y sacó una especie de tubo de su maletín.
Jocelynn la observaba con los ojos abiertos como platos.
Saffron, después de palpar delicadamente pero con seguridad el vientre de
la baronesa, apoyó el tubo en él y escuchó atentamente. Al cabo de unos
instantes, se incorporó y comenzó a guardar el instrumental.
―¿Y bien? ―murmuró Jocelynn. Esta había notado que no había hecho
ningún comentario al respecto de sus marcas.
Después de entregarle el maletín a su ayudante, Saffron cruzó sus manos
en la cintura.
―Milady, está usted embarazada. ―Saffron observó atentamente el rostro
de Jocelynn. Como supuso, no hubo expresión alguna―. Parece que todo sigue
su curso habitual, sin embargo, por el bien de su hijo, le recomendaría que
durante un tiempo cesase en determinados juegos carnales y en el uso del
corsé. Los latidos del corazón del bebé son un poco débiles, quizá a causa de
dichos juegos. Además, el corsé no resulta en modo alguno adecuado para una
mujer en su estado. Por lo demás, no veo ninguna complicación que deba
preocuparle.
―¿Puedo viajar o debería guardar reposo? ―preguntó ansiosa, sin prestar
atención en absoluto a la recomendación de la baronesa acerca de la salud de la
criatura.
Saffron suspiró decepcionada.
―Puede viajar sin ningún problema ―aclaró.
Jocelynn hizo una mueca que no pasó desapercibida a los ojos expertos de
la doctora. Bien, podría viajar, pero no lo haría. Gracias a esa médica podría
darle ya la noticia a Merton de que iba a ser padre. A duras penas se contuvo
para no saltar de la cama.
―Gracias, doctora ―dijo zalamera.
―Ha sido un placer.
Mientras descendía las escaleras precedida del mayordomo y seguida por su
ayudante, Saffron meditaba sobre la conversación que había tenido con lady
Devon. La dama estaba en lo cierto. Esa mujer era una manipuladora y
pretendía hacer todo el daño posible al duque de Merton. Bien, haría todo lo
que estuviese en su mano para prevenirlos. La baronesa, en su soberbia, no
había solicitado confidencialidad alguna y ella había sido llamada por el duque,
así que era a él a quien debía dar explicaciones sobre el resultado de su
examen.
La condujeron a un salón donde ya se hallaban todos reunidos y un
servicio de té preparado.
Una vez le hubieron servido una taza, observó las miradas preocupadas y
decidió ser directa.
―La baronesa se encuentra bien, sufre los normales malestares de su
estado ―comenzó.
Las perplejas miradas de los presentes pasaban de unos a otros.
―Disculpe, ¿a qué estado se refiere? ―musitó West una vez que hubo
encontrado su voz.
―Milady está embarazada.
En el salón solamente se oyó el jadeo sorprendido de Drina, que disparó
su mirada hacia un pálido West.
―¿Cómo puede saberlo? Ni siquiera hace dos meses… ―murmuró West,
cada vez más pálido.
―La baronesa está entrando en su sexto mes, Excelencia ―contestó
Saffron mientras le dirigía una apenada mirada.
―¿Se… seis meses? ―balbuceó el duque, estupefacto―. Pero… si es así,
debería ya de notársele, tendría que estar en su confinamiento.
Saffron apretó los labios, molesta con las argucias de esa mujer. Lo que
estaba haciendo para evitar que se le notara su estado no le estaba haciendo
ningún bien al bebé.
―Excelencia, milady sigue utilizando corsé, a pesar de lo dañino que
resulta para la salud de la criatura, lo que hace que no se advierta su estado.
West se pasó la mano por el rostro. El abultado vientre que él había
achacado a su edad no se debía precisamente a la edad. «¡Idiota, idiota, y mil
veces idiota!», se lamentó.
―¡Lo sabía! Maldita mujer, ¡sabía que su acercamiento era por alguna
razón! ―exclamó Vadim―. Pues va apañada si pretende endilgarte a su
bastardo.
―Una cosa más, Excelencia ―dijo Saffron.
―¡¿Mas?! ―exclamó Aidan mientras se pasaba las manos por el rostro.
―Mi recomendación es que cesen de inmediato determinados… juegos
eróticos. El latido del corazón del bebé es un poco débil para su tiempo de
gestación, y si se continúa con esa… digamos, afición, podría ser fatal para el
niño.
Por las palabras de la condesa de Devon, Saffron sabía que el duque no era
uno de los involucrados en dichos juegos y decidió ponerlo sobre aviso.
Tessa miró a Aidan mientras las lágrimas comenzaban a rodar por su
rostro, su estómago se había contraído de asco al escuchar las advertencias de
lady Albans sobre esos malditos juegos. Su marido la acercó y la estrechó entre
sus brazos.
―Calma, cariño, todo se resolverá.
Saffron, abatida por la desgracia y el sufrimiento que esa mujer había
llevado al grupo, se despidió al tiempo que explicaba que deseaba llegar a
Hertfordshire cuanto antes. Cuando los había conocido en la fiesta de Darcy le
habían gustado. Eran buena gente y se notaba que estaban todos muy unidos.
West miró a lady Albans sin verla, de lo afectado que estaba. Saffron,
entendiendo lo que pasaba por la mente del duque, comentó:
―No se preocupe, Excelencia, tienen mucho de lo que hablar. Su
mayordomo me acompañará y, si necesitan alguna otra cosa, no duden en
llamarme.
Tessa le dirigió una mirada de agradecimiento y una sonrisa trémula entre
lágrimas, y Saffron inclinó la cabeza y siguió al mayordomo hacia la salida.
En cuanto Saffron salió, Drina, pálida, se levantó dispuesta a dejar la sala.
¿Esa mujer estaba embarazada de West? Vadim había dicho que no, sin
embargo, no sabía qué pensar. ¿Juegos carnales que dañaban al bebé? Santo
Dios, tenía la cabeza a punto de estallar. Sin embargo, el grito de West la
detuvo.
―¡No! Nadie saldrá de esta habitación hasta que todo este despropósito
esté aclarado. ―Fijó su mirada en el pálido rostro de Drina y su semblante se
suavizó―. Siéntate, por favor.
Drina, al ver la mirada suplicante de West, obedeció. Su maldita intuición
romaní no le había fallado… de nuevo. Todo se había acabado entre ellos sin
ni siquiera haber tenido la oportunidad de empezar.
West paseó inquieto por la habitación mientras intentaba ordenar sus
pensamientos. Ante la trampa de Jocelynn, cuidadosamente planeada, lo mejor
sería empezar por el principio. Algo había ocurrido en Archer House de lo que
no estaba al tanto. Empezaría por ahí. Sin embargo, antes debería dejar claro
algo, sobre todo por Drina. No soportaba pensar que creyese que se había
burlado de ella.
―Antes de nada: ese niño no es mío. ―No hacía falta aclarar que solo se
había acostado con Jocelynn una única vez, no tenía necesidad de crear más
incomodidad. Al fin y al cabo, Drina era una dama soltera y estaban presentes
sus padres y su hermano.
―Lo sabemos, West, apenas llevas un par de meses relacionándote con ella
―respondió, comprensivo, Aidan.
West lo miró y asintió agradecido.
Se acercó al mueble de las bebidas y, mientras se servía, hizo un gesto a
Aidan invitándolo a seguirlo. Aidan se aproximó y comenzó a servir a los
demás. West, con la copa en la mano, se acercó a la chimenea y, después de
acodar un brazo en la repisa, giró su rostro hacia su hermana, que palideció
mientras tomaba la mano de su marido, sentado ya a su lado.
―¿Qué ocurrió entre vosotras? ―preguntó sin ambages mientras clavaba
su mirada en Tessa.
―West, fue hace mucho tiempo ―Ella intentó evadir la respuesta, asustada
por la frialdad y la cólera contenida que mostraba el duque.
―¿Qué ocurrió, Tessa? ―insistió con voz glacial.
Aidan apretó la mano de su esposa y le dirigió un gesto de asentimiento.
West tenía derecho a saber.
Tessa inspiró hondo y, por segunda vez, narró todo lo ocurrido con
Jocelynn durante sus estancias de verano en Archer House. Cuando llegó a la
parte en que había descubierto a Jocelynn y a su amante, se sintió sucia al tener
que relatárselo a su hermano, sin embargo, no se calló nada, ni siquiera la
paliza de Jocelynn y sus amenazas.
West palidecía por momentos mientras escuchaba las atrocidades que había
sufrido su hermana por parte de esa maldita mujer. Por Dios Santo, él estaba o
creía estar enamorado de ella, y Jocelynn lo sabía. Qué necesidad había de
amenazar y maltratar a una niña de apenas seis años. Él le hubiese creído
cualquier cosa. «De hecho», pensó con cinismo, «me lo he creído incluso trece
años después». Esa mujer, por lo tanto, había seguido con su amante durante
todos estos años. Y ahora pretendía endilgarle a su bastardo. Y fingiendo que
no sabía nada de medidas que pudieran evitar un embarazo. ¡Qué necio había
sido!
Cuando Tessa finalizó su relato, West, con un nudo en la garganta que
apenas le permitía hablar, se acercó a su hermana y, después de acariciarle el
rostro tiernamente, con la voz rota por la emoción y la vergüenza, susurró:
―Lo siento, pequeña. ―Su voz se quebró, mientras notaba que los ojos se
le llenaban de lágrimas. A duras penas prosiguió―: Siento tanto no haber
estado ahí para ti. No eras más que una criatura y yo no supe… ―West se
interrumpió y, bruscamente, se giró y salió de la habitación intentando
mantener la compostura, que sabía que perdería en cualquier momento.
La habitación quedó en el más absoluto silencio, roto solo por los sollozos
de Tessa. Esa maldita había destrozado a su hermano hacía trece años, y volvía
a hacerlo ahora solo que, en este momento, el daño era mucho, muchísimo
más grave.
Drina y Violet se sobresaltaron al oír el portazo cercano y se inquietaron
todavía más al escuchar los sonidos que provenían del despacho de West,
donde todos sabían que se había encerrado. Sonaba como si se hubiera
desatado el infierno.
Drina intentó levantarse para acudir junto a West. No soportaba que
estuviese sufriendo de esa manera, y completamente solo. Sin embargo, la
mano de Vadim en su hombro la detuvo. Alzó su rostro hacia él y en los ojos
de su hermano vio una pena infinita.
―Ahora no es el momento, phen. Necesita digerir todo esto solo ―susurró
con ternura.
―Vadim… ―intentó explicarse Drina.
―Shhh, cariño. Deberías saber que no hay nada que se me escape, mucho
menos con respecto a ti. Pensaremos en una solución.
Capítulo 9
West estuvo encerrado en el despacho hasta el amanecer. Si de él dependiese,
se habría pasado el resto de su vida en esa habitación. Solo pensar que en
algún momento tendría que salir y enfrentarse a las miradas de conmiseración
de sus amigos le provocaba náuseas. Y los duques de Normamby, por Dios.
Adara lo había tratado como a un hijo más, qué pensaría ahora de él. Que era
un imbécil, lo mismo que pensaba él de sí mismo. Que su estúpida arrogancia
al pensar que Jocelynn no podría engañarlo, ya que no era el mismo jovencito
inexperto, sino un hombre con experiencia, lo había llevado a esta situación.
Recordó las palabras de Violet cuando fraguaron el plan de huir a Gretna
con ella para evitar su matrimonio con el vizconde de Pimroy: «Me temo que tu
arrogancia solo te causará dolor». Se pasó las manos por el cabello. ¡Cuánta razón
había tenido la sensata Violet! Y lo peor es que no solo le había causado dolor
a él.
Drina, su mirada esperanzada, su brillante sonrisa cuando le aseguró que
resolvería el problema con esa mujer, el beso que compartieron. Todo le
parecía tan lejano en este momento…
Suspiró. Estaba agotado mental y físicamente. Sin embargo, debía tomar
decisiones, aunque lo que más le tentaba era decidir cuál sería la mejor manera
de estrangular a esa maldita mujer.
Hizo un listado mental de sus extensas propiedades, se levantó del sillón
donde había permanecido desmadejado y salió de su despacho. Necesitaba
asearse y mantener una conversación con Jocelynn, si a lo que tenía pensado se
le podía llamar así.

y
Mientras tanto, en el salón de desayuno, se respiraba un ambiente de
desolación.
Richard, el duque de Normamby, miró a su esposa.
―Tal vez deberíamos marcharnos. No quisiera incomodar todavía más a
Merton imponiendo nuestra presencia en estos momentos ―comentó.
Tessa miró al duque.
―Sois familia, y West necesita a su familia ―respondió―. La única persona
que incomoda a West, en realidad a todos nosotros, está en una de las alcobas
de invitados, y todavía viva, por desgracia.
Vadim hizo una mueca malévola.
―En cuanto a que todavía vive, eso tiene fácil solución ―comentó,
mordaz.
Tessa lo miró suspicaz. Ella había hecho un simple comentario producto
de la frustración. ¿Vadim no estaría pensando…? Meneó la cabeza. No, a
Vadim no se le ocurriría… ¿verdad? Dirigió la mirada a su marido, que
permanecía tan tranquilo a pesar del comentario del romaní. No, Aidan no
estaría tan calmado si pensase que su amigo podría haber hablado en serio.
―No es necesario que nadie se vaya. He cometido una tremenda
equivocación y debo asumirlo. ―La voz de West sonaba calmada y fría como el
hielo―. Esa mujer dejará Archer House en una hora. Regresa a Londres.
Aidan lo observó sorprendido.
―¿Sola? ¿Te fías de ella?
West esbozó una sonrisa torcida.
―Ya consiguió lo que quería. Y no es como si fuese a quedarse embarazada
de su amante.
Tessa lo miró preocupada.
―¿Y si intenta instalarse en Merton House?
Su hermano suspiró.
―Ya he mandado aviso de que, bajo ninguna circunstancia, se le permita el
acceso a la casa.
Dirigió su mirada a Drina.
―Normamby, Vadim, ¿sería posible que me permitierais hablar un
momento con Drina? ―inquirió, sin apartar la mirada de la joven.
En este caso, fue el duque quien tomó la palabra.
―Por supuesto.
―¿Vadim? ―insistió West.
El aludido asintió. West se acercó a donde se hallaba sentada la muchacha y
extendió su mano. Drina, sin apartar la mirada del rostro de West, tomó su
mano y ambos se dirigieron a través de las puertas francesas hacia los jardines.
Drina nunca pudo imaginar que el corazón doliera, sin embargo, dolía,
dolía como el demonio. Apretó la mano de West, que no había soltado, y habló
con voz queda.
―Te casarás con ella, ¿no es así? ―preguntó desolada.
Habían llegado a un rincón de los jardines en el cual había varios bancos.
West la dirigió a uno de ellos y ambos se sentaron sin soltar las manos.
―Debo hacerlo ―contestó. La única muestra de tensión que demostraba
West era el furioso latido de un músculo en su mejilla―. Nadie en Londres se
creerá que el niño no es mío. He sido el único con quien se la ha visto. Ha sido
muy cuidadosa al respecto ―masculló mordaz.
»No puedo destrozar mi reputación ignorando lo que todos suponen que
es mi error ―continuó abatido―. La reputación de esa mujer no me importa lo
más mínimo, pero sí la mía.
Drina asintió. Sabía que a West no le quedaba otro remedio que hacerse
cargo. Si rechazaba a esa mujer, la reputación de ella quedaría destrozada, pero
la del duque de Merton sufriría un grave daño. Al fin y al cabo, lo fuese o no,
era considerada una dama y se les había visto en público dando la apariencia
de un cortejo. Si se tratase de una amante, mientras West se hiciese cargo de
los gastos y la educación de la criatura, no pasaría nada. Sin embargo, la
honorabilidad de West se vería dañada al tratarse de una dama.
―Drina ―musitó West mientras clavaba su mirada en el rostro de la
muchacha―, nunca pude imaginar que todo acabaría de esta manera. Mis
intenciones eran muy diferentes y, desde luego, en ningún caso la incluían a
ella. Todo lo que te dije aquella noche, o lo que no llegué a decir, para el
caso… ¿Me creerías si te digo que cuando salimos del jardín en todo lo que
podía pensar era en que al día siguiente esa mujer se marcharía, y tú y yo…?
―West se calló bruscamente. Si aquella noche no había sido el momento, este
todavía era menos indicado.
―Nunca has mentido, West. Por supuesto que te creo.
West alzó una mano para acariciar el rostro de la muchacha.
Su mirada era de anhelo cuando preguntó.
―¿Puedo…?
No hizo falta que dijera más. En respuesta, las manos de Drina acariciaron
el rostro masculino y descendieron hasta enredarse en su cuello.
Ambos expresaron con el beso todo lo que no podían decirse con palabras.
Sus lenguas se enroscaron ávidas del sabor del otro. Sus manos acariciaban con
urgencia. Era una despedida, y ambos lo sabían.
Cuando se separaron, jadeantes, había lágrimas en los ojos de Drina. West
sintió que su corazón se desplomaba.
―Por favor, no llores, o no seré capaz de hacer lo que debo hacer y al
diablo con todo ―murmuró el duque, suplicante, mientras intentaba secar con
sus dedos el rostro de Drina―. Debes procurar ser feliz, cualquier caballero se
sentiría honrado si…
Drina se levantó bruscamente.
―No deseo a ningún otro caballero ―exclamó. No soportaría ser besada ni
tocada por otro hombre que no fuese West.
West se levantó y la enlazó por la cintura mientras la atraía hacia su cuerpo.
―Lo único que deseo es que al menos tú encuentres la felicidad; para mí ya
es tarde, pero no tiene por qué serlo para ti ―susurró en su cuello.
»Volvamos ―dijo, mientras acariciaba su cabello―. Aún debo hablar con
los demás, pero quería explicarte… Quería que tú fueses la primera en…
―Debían regresar, West notaba que si continuaba con el cuerpo de Drina
entre sus brazos perdería el valor que necesitaba para hacer lo que debía. ¿Qué
más podría decir?
Drina alzó una mano para bajar la cabeza del duque. Después de depositar
un suave beso en los labios masculinos, asintió.

y
Media hora antes, West se había dirigido a la habitación de Jocelynn y, sin
molestarse en llamar, abrió la puerta.
Jocelynn se encontraba reclinada en la cama degustando su desayuno. La
mirada de West se dirigió hacia la doncella, que se paralizó al verlo aparecer
mientras ordenaba la habitación.
―Fuera ―ordenó West.
Alice no lo dudó y salió de la habitación como alma que lleva el diablo. Ella
no tenía por qué pagar la furia del duque.
―¡Querido! ―exclamó Jocelynn mientras esbozaba una radiante sonrisa―.
Tengo magníficas noticias que, a buen seguro, te harán muy feliz.
West se sentó con indolencia en un sillón situado frente a la cama que
ocupaba la mujer. Cruzó una pierna sobre otra, apoyó los codos en los brazos
del sillón y esperó.
Jocelynn, ajena a los turbulentos pensamientos de West, continuó
hablando.
―¡Estoy embarazada! Estaba deseando verte para darte la feliz noticia. La
doctora que llamaste me aclaró que mi malestar era debido a mi estado. ¿No es
maravilloso? ―Al notar el rostro inexpresivo de West, Jocelynn se inquietó―.
¿Puedo esperar que harás lo correcto, Merton?
―Por supuesto, querida. ―West no varió un ápice su expresión.
―¡Lo sabía, sabía que eras un hombre honorable! ¿Crees que St. George
estará libre el mes próximo? Debemos casarnos antes de que se me note
mucho mi estado ―continuó Jocelynn.
―No tengo la menor idea de lo llena o vacía que pueda estar la agenda de
St. George, y tampoco me importa.
―Pero el duque de Merton debe casarse en St. George, es lo que esperará
la nobleza.
―El duque de Merton se casará donde él decida, y no será en St. George
precisamente.
―¿St. Paul? ―aventuró Jocelynn.
West esbozó una sonrisa torcida.
―No, querida. En mi propiedad de Branxton hay una capilla preciosa, es el
lugar perfecto.
―¡¿Branxton?! ―exclamó, desconcertada, Jocelynn.
Los ojos de West brillaron malévolamente.
―Branxton, Northumberland ―aclaró.
―¿Northumberland? ―inquirió Jocelynn confusa―. ¿Vamos a casarnos en
Northumberland? Pero… ¿eso no está cerca de Escocia?
―Branxton está exactamente a tres millas de la frontera. Y lo lógico es
casarnos donde esté nuestra residencia. Los arrendatarios agradecerán que el
duque de Merton se case en la propiedad que posee allí y en la que va a
residir… permanentemente.
―¿De qué hablas? ¿Residir en ese lugar dejado de la mano de Dios? Ni lo
sueñes, residiremos en Londres, en Merton House, como corresponde
―exclamó exasperada. ¿Qué demonios pretendía? No había planeado todo tan
cuidadosamente para no poder exhibirse como duquesa de Merton y madre de
su heredero.
―Querías ser la duquesa de Merton; mentiste, manipulaste y engañaste
para conseguirlo. Pues bien, el título será tuyo, pero nunca, jamás, tendrás la
oportunidad de presentarte en Londres como tal.
Jocelynn palideció.
―¿Qué quieres decir?
―Quizá no me he expresado con la suficiente claridad. Mis disculpas. ―El
tono de voz de West cortaba como un cuchillo―. Sé que ese niño no es mío y
que la única vez que nos acostamos ya estabas embarazada. Sé que ese…
Holland sigue siendo tu amante, y también sé, y de eso tengo la absoluta
certeza, de que no abandonarás Northumberland en todo lo que te quede de
vida. Es más, ―Por primera vez en días, estaba disfrutando de verdad―, ni
siquiera abandonarás la propiedad.
―¿Pretendes que viva en una especie de cárcel? ―Jocelynn comenzaba a
asustarse.
―Si lo quieres ver así… ―West se encogió de hombros con indiferencia.
Jocelynn entrecerró los ojos.
―¿Cuándo será la boda? ―siseó irritada.
―Quizá en tres meses, no lo he decidido. Primero deseo pasar unas
Navidades tranquilas antes de desplazarnos a Northumberland.
―¡¿Tres meses?! ―exclamó Jocelynn―. Pero estaré a punto de dar a luz.
Será un escándalo presentarme en un estado tan avanzado cuando debería
estar en confinamiento.
―Querida, hace meses que deberías haberte confinado. Además ―añadió
West sarcástico―, allá donde vamos te aseguro que nadie se escandalizará.
West se acercó a la puerta para abrirla. Con la mano en el pomo, se giró
hacia Jocelynn, que lo observaba con una mirada llena de rencor.
―Por cierto, haz que tu doncella prepare tu equipaje. Te marcharás en una
hora. Y no se te ocurra intentar retrasarlo, te irás con o sin equipaje.
―¿Me estás echando? Pero soy tu prometida, vamos a casarnos, debes
hacer el anuncio… ―Jocelynn estaba perpleja.
―El anuncio se hará cuando yo lo decida. Ya que tendré que soportarte el
resto de mi vida, quiero pasar estos días con mi familia y mis amigos y tú no
formas parte ni de lo uno ni de lo otro.
―¡Eres un miserable! ―exclamó furiosa.
West, que ya abría la puerta, se detuvo y respondió sin volverse.
―Tú me has hecho miserable. Tú misma te has preparado la cama,
Jocelynn, ahora tendrás que dormir en ella. Una hora, Jocelynn ―le advirtió
secamente.
Cuando salió de la habitación ordenó al mayordomo que se preparase el
carruaje de la baronesa y que no se la perdiese de vista hasta que estuviera en
el interior del mismo. Mientras bajaba para reunirse con los demás, pensó con
cinismo que sería la última vez que podría dejar sola a Jocelynn sin
supervisión. Si quería retozar con su amante, que lo hiciese, la trampa en la que
había caído ya se había cerrado, así que le era indiferente lo que ambos
hiciesen.

y
Cuando volvieron a entrar en la sala de desayuno, de donde nadie se había
movido, todas las miradas convergieron en Drina. La joven mantenía un
semblante sereno pese a la tormenta que recorría su interior.
No lloraría. No deseaba causar más infelicidad a West. «Lo hecho, hecho
está», pensó, con su típica mentalidad romaní. Sin embargo, algo dentro de ella
le impedía resignarse. El hombre que había ayudado a sus hermanos, que había
tramado planes (sonrió con ternura interiormente, mientras recordaba), a veces
inverosímiles, con tal de evitar que sus amigos incurriesen en los errores que
en su ceguera estaban dispuestos a cometer, ahora ¿estaba solo? ¿No había
manera alguna de que se pudiese impedir que esa mujer le destrozase la vida?
Ya no era solamente que tuviera que casarse con esa arpía, sino que además el
heredero del poderoso ducado de Merton sería una criatura que ni siquiera
llevaba su sangre.
West comenzó a explicar sus planes a sus amigos y a los duques de
Normamby.
Todos tenían claro que no le quedaba otra solución que casarse con la
baronesa. Pero que West se exiliase como un apestado por culpa de esa mujer,
en Northumberland, completamente solo, lo destrozaría. West era sociable y
encantador, con mucho carisma. Se convertiría en un cascarón vacío en poco
tiempo, aislado en el norte.
―¿De verdad es necesario que te vayas al norte? ―inquirió Tessa―. Esa
mujer deberá permanecer en su confinamiento, no os verán juntos.
―No tengo intención de darle a esa mujer la oportunidad de recibir en su
casa y alardear de que se convertirá en la próxima duquesa de Merton dando
un heredero al ducado. Me obligaría a hacer un anuncio y no voy a darle esa
satisfacción. ―La voz de West cortaba como un cuchillo―. Será duquesa, sí,
pero tendrá que pagar un precio muy alto por ello, al igual que lo pagaré yo
por mi soberbia. Sin embargo, regresaré a Londres durante las sesiones de la
Cámara ―continuó―. Ella se quedará en Branxton, vigilada, por supuesto.
―¿Vas a ponerle vigilancia? ―preguntó Aidan, confuso. West no era cruel.
West se volvió hacia su amigo. Mientras su rostro no expresaba
absolutamente nada, sus ojos eran puro hielo. Aidan pensó que quizá habían
subestimado la capacidad de venganza de su amigo.
―Con un bastardo como mi heredero es suficiente. No tengo la menor
intención de llenar el ducado con los hijos de ese hombre, y te puedo asegurar
que eso será lo que sucederá si no se la vigila estrechamente ―contestó.
El revuelo formado por los lacayos que bajaban el equipaje de la baronesa,
y la voz de la propia baronesa dando órdenes, interrumpió la conversación.
Jocelynn se marchaba.
West, sin perder la calma, se acercó a la puerta, la cerró y pasó la llave. No
tenía intención alguna de que Jocelynn montase ninguna escena delante de sus
amigos.
Se acercó hacia la bandeja con la correspondencia que esperaba su revisión
encima de la mesa del desayuno, en el lugar que él ocupaba. Necesitaba ocupar
sus manos, disimular su temblor. Ojeó las cartas hasta llegar a una misiva
procedente de Barton Manor.
Miró a Violet.
―Strathern nos invita a cenar.
―No te preocupes, rechazaré la invitación sin dar demasiadas explicaciones
―sugirió Violet. Entendía que West no estuviese de buen ánimo para cenas, de
hecho, ninguno de ellos lo estaba.
―No hay razón alguna. Nos vendrá bien a todos distraernos. ―Su voz
pareció quebrarse cuando prosiguió―. El señor Johnson parece un buen
hombre. ―Carraspeó―. Debo salir, creo que hay un problema en una de las
casas de los arrendatarios, volveré para acompañaros en la comida.
Vadim dirigió sus ojos hacia Drina, que había bajado la mirada al oír a West
y se frotaba las manos con nerviosismo. Sabía lo que West se proponía y,
aunque agradecía que su amigo pensase en la felicidad de su hermana, no pudo
evitar que la rabia lo embargase. Giró su rostro hacia su padre que, con la
mano de Adara entre las suyas, parecía pensativo.
―¿Podría hablar un momento contigo?
―Por supuesto, hijo.
―Podéis utilizar mi despacho ―ofreció West. Supongo que ya lo habrán
adecentado, murmuró mientras se encogía de hombros―. O la biblioteca, lo
que os resulte más cómodo.
―La biblioteca estará bien, gracias ―respondió Vadim.
West salió de la habitación bajo las miradas, algunas pensativas, otras
desoladas, de sus amigos.
Richard se levantó y siguió a su hijo después de besar a su esposa.
Vadim le hizo un gesto a Aidan para que los siguiese. Si citaba a los dos
hombres al mismo tiempo, West podría sospechar; sin embargo, que solicitase
hablar a solas con su padre no tenía nada de extraño, así que aprovechó la
ausencia de West para comentar sus planes con Aidan al mismo tiempo y no
tener que repetirlos más tarde.
Una vez cómodamente instalados en la biblioteca, Vadim comenzó a
hablar.
―No sé vosotros, pero yo no tengo ninguna intención de permitir que esa
zorra se salga con la suya, mucho menos que le endose un bastardo a West.
Vadim no se andaba con remilgos a la hora de utilizar un lenguaje vulgar,
sobre todo si estaba furioso. Y en estos momentos estaba invadido por la
cólera.
―¿Qué propones? ―Richard se pellizcó la barbilla con los dedos mientras
estudiaba el rostro de su hijo.
―Tenemos por lo menos tres meses para resolver esta maldita situación.
Hay que localizar a ese tal Holland.
―¿Y cómo demonios vamos a hacerlo? ―intervino Aidan―. No sabemos
nada de él, solo que era el administrador de Alston, y no pretenderás que
vayamos a preguntarle a esa mujer ―exclamó, mientras fruncía el ceño―. ¿O
sí? ―Con Vadim uno nunca podía estar seguro de nada, era imprevisible.
―¡Por supuesto que no! ―soltó el aludido, escandalizado―. No pienso
ponerla en antecedentes de mis planes.
Aidan enarcó una ceja. Si no fuera por no ponerla sobre aviso, mucho se
temía que Vadim le sacaría el paradero del tal Holland como fuese. Mujer o no.
―West me ha facilitado la búsqueda. Mientras esa mujer estuviese aquí,
sería difícil localizarlo, sin embargo, en Londres, volverán a verse. Enviaré a
Bill y Frankie (ambos eran dos exboxeadores callejeros que protegieron a los
hermanos romanís cuando murió su madre y ahora trabajaban en el Revenge)
un mensaje para que vigilen su casa y que la sigan si sale de ella, o si la visita
algún hombre, que lo sigan a él.
―¿Y cuando lo encuentres? ―Quiso saber Richard, porque Vadim lo
encontraría, de eso estaba seguro.
―Puede que tenga una conversación con él. Todo a su debido tiempo
―contestó con un brillo malévolo en los ojos.
Aidan y Richard intercambiaron una mirada de alarma. Durante un
brevísimo segundo Aidan se compadeció del tal Holland.

y
La cena en Barton Manor transcurrió en un ambiente agradable. Nadie,
observando a West, podría sospechar su desazón. Se comportaba como era
habitual en él, derrochando encanto y arrogancia ducal a partes iguales.
West intentaba no dirigir su mirada hacia donde se sentaban el señor
Johnson y Drina, uno junto al otro, mientras procuraba centrarse en seguir la
conversación de sus compañeros de mesa. A duras penas consiguió tragar la
exquisita cena servida, un nudo en la garganta hacía que pasar los alimentos
fuese una ardua tarea. Johnson se mostraba atento y galante con Drina,
mientras que esta, pálida como un cadáver, jugueteaba con su comida y
respondía cortés, pero ausente, al americano.
En un determinado momento, la atención de los comensales, incluido
West, se centró en el vizconde Doyle.
―A tío Matt le gustaría invertir en algún negocio en Inglaterra. De hecho,
el Revenge le causó muy buena impresión.
La mano de West se paralizó mientras se disponía a tomar su copa.
Rápidamente se repuso, pero no pudo evitar que su mano temblase
ligeramente al agarrarla. Aidan, situado enfrente de West, captó el nerviosismo
enseguida disimulado por su amigo.
―Es verdad, es un gran negocio, sin embargo, ya se me comunicó que su
gestión era exclusivamente de índole familiar ―respondió Johnson sonriendo.
West dudó un instante, sin embargo…
―Todo se puede negociar ―repuso con aparente indiferencia.
Drina disparó su mirada hacia él.
«No. Ni se te ocurra ceder tu puesto en la sociedad a Johnson. No hagas
eso, West, no intentes lanzarme a los brazos de otro», pensó. Sin embargo, sus
palabras fueron otras.
―El Revenge es un club familiar. Sus socios son los que son y eso es
innegociable ―contestó suavemente a la vez que con un matiz desafiante.
Vadim miró de reojo a West.
―Drina tiene razón, en este momento no tiene cabida otro socio.
―Aproximó un poco su cabeza a la de su amigo para susurrarle―: Déjalo ya,
West, el americano no se va a convertir en socio del club ni ahora, ni en un
futuro. No hay cabida para él en nuestras vidas. ―añadió mientras le lanzaba
una mirada de advertencia.
Vadim comenzaba a irritarse. Drina no era mujer para el americano, por
muy bien que se llevasen. Entendía el afán de West de intentar procurar la
felicidad de Drina y recordó cuando regresaron del jardín aquella noche en que
el duque les pidió permiso para hablar con ella. Sus rostros al volver lo
expresaban todo, y las palabras de West, al indicarles que al día siguiente la
baronesa se marcharía, acabó de convencerle de que entre ellos se habían
aclarado muchas cosas. Sin embargo, la debacle de la mañana siguiente había
destrozado todas las esperanzas que pudieran haber surgido la noche anterior.
Vadim ayudaría a su amigo aunque tuviese que estrangular él mismo a esa
mujer. No había olvidado cuando West intentó ayudarlo con Violet, aun a
riesgo de perder su amistad.
Cuando se despidieron, Johnson invitó a Drina a cabalgar en la mañana.
Drina dudó, pero al observar la mirada de súplica de West, decidió aceptar.
Había entendido esa mirada. Si ella a duras penas podía estar cerca de él sin
acabar derramando lágrimas como para llenar un lago, no quería ni pensar la
agonía por la que él estaría pasando.

y
Los días transcurrieron en una aparente calma. Mientras Drina salía a
cabalgar con Strathern y Matt, los demás se volcaban en hacerle compañía a
West. Todos eran conscientes de que después de esa temporada juntos
tendrían muy pocas ocasiones de ver al duque.
Drina y West intentaban evitarse todo lo que podían, sin embargo, las
miradas furtivas que a veces se dirigían no podían evitarlas.
La Navidad llegó y pasó, así como el Año Nuevo. Ninguno de los invitados
mostraba intenciones de abandonar Berkshire, sería la última vez que se
reunirían en mucho tiempo si West se exiliaba en Northumberland, y lo haría,
de eso estaban seguros.
Una semana después de Año Nuevo, West decidió que no podían ni debían
prolongar más su estancia en Archer House. Por mucho que retrasaran su
regreso a Londres, no evitarían lo que estaba por venir.
―Debemos volver a Londres ―comentó durante una cena―. Os agradezco
que no me hayáis dejado solo y que intentéis retrasar todo lo posible lo
inevitable, pero debo regresar y vosotros también. Saldré para
Northumberland la primera semana de febrero como muy tarde, y antes debo
poner muchas cosas en orden. ―Aunque ninguno dijo nada, todos se
percataron de que West nunca hablaba en plural cuando se refería a su futura
vida.
Estaban solos, ya que West había ordenado al servicio que se retirase.
Richard hizo la pregunta que rondaba por las mentes de todos.
―¿Enviarás un comunicado a los periódicos una vez llegues a Londres?
―No. Hasta que la boda sea un hecho no comunicaré absolutamente nada.
Aidan frunció el ceño.
―West, el protocolo exige que, además de comunicar tu compromiso y
próximas nupcias, sea presentada en la corte.
―Lo que menos me importa es seguir el maldito protocolo, y en cuanto a
ser presentada en la corte, en su actual estado no sería decoroso y, por otra
parte, me temo que Prinny no está en condiciones de preocuparse por quién se
le presenta o no. La mayoría del tiempo o está sufriendo de sus achaques o
está… remediándolos.
―Merton, eso podría ser considerado traición si llega a oídos equivocados,
estás hablando del rey ―repuso Richard mientras West se encogía de hombros
con indiferencia.
West soltó una carcajada exenta de alegría.
―¿Os imagináis su cara si después de tomarse tanto trabajo intrigando lo
pierde todo si a mí me juzgasen por traición y se me retira el título y todo lo
que conlleva?
Vadim frunció el ceño pensativo y contestó socarrón:
―Sería una solución, sobre todo si todavía no te has casado. La única pega
que le veo es que acabarías en la horca. ―El romaní le guiñó un ojo a West―.
Sin embargo, si lo gritas en medio de St. James Street y con la mínima ropa
posible, se te podría considerar un chalado y acabarías en Bedlam, y de ahí sí
podríamos sacarte.
El comentario irreverente de Vadim tuvo el poder de que, por un instante,
todos olvidasen el problema de West y estallasen en carcajadas.
West miró a Vadim agradecido. Había conseguido aligerar un poco el tenso
ambiente que se respiraba desde hacía semanas.
De repente, se dieron cuenta de que Aidan se había quedado extrañamente
silencioso. Tessa miró a su marido con suspicacia.
―¿Qué te está rondando por la cabeza? ―inquirió curiosa. Sabía que Aidan
no se había dado por vencido en cuanto al problema de West y no era
precisamente famoso por tener demasiados escrúpulos; en ocasiones, ninguno.
Aidan la miró pensativo y acto seguido se dirigió a West.
―¿Cuándo tienes pensado celebrar la boda? ―preguntó mientras
entrecerraba los ojos.
West observó a su amigo. Parecía estar sopesando algo.
―Tres meses ―contestó suspicaz.
―¿Estará… de cuánto… nueve meses? ―respondió Aidan, mientras se
frotaba la barbilla.
―Según lady Albans entraba en su sexto mes en diciembre ―intervino
Adara―, con lo cual, sí, casi a punto de tener el bebé.
―Retrasa la boda ―espetó Aidan mientras miraba fijamente a West.
Miradas asombradas convergieron en Aidan, excepto la de Vadim y West.
―¿Con qué fin? ―Se interesó Merton.
―Damos por hecho que tienes que casarte. Bien, eso no se discute. Lo que
sí se puede debatir es el momento.
―Insisto, y perdona si parezco obtuso. ¿Qué podría reportarme casarme
antes o después, si tengo que casarme de todos modos? ―respondió West―.
¿A dónde quieres llegar?
―Ella será duquesa, eso no vas a poder evitarlo, pero si el niño nace antes
de vuestro matrimonio, por lo menos el ducado no caerá en manos del hijo de
otro y, por consiguiente, de ella, si a ti te ocurriese algo.
―Eso marcará al niño como bastardo, Aidan ―terció Tessa.
Aidan se encogió de hombros.
―Lo es, ¿no?
―Eso resulta cruel hasta para ti ―intervino Adara, severa.
―Cruel es que West cargue, con engaños, con un niño que no es suyo y
para colmo que adquiera por nacimiento unos derechos que no le pertenecen.
Si esa mujer hubiera sido sincera y le hubiera contado de su embarazo, sería
otra cosa, pero intentó endosarle a ese niño como suyo. A eso le llamo yo
crueldad.
―Aidan, tiene razón ―intervino Vadim, que había estado escuchando
atentamente―. De todos modos, a ese niño no le faltaría de nada, no será el
heredero pero disfrutará de una buena educación y oportunidades.
―Si obviamos el hecho de que el estigma de la bastardía le perseguirá toda
la vida. ―Violet dudaba entre apoyar a su amigo a costa de perjudicar a un
niño.
―¿Crees acaso que ese niño no padecerá los rumores a su alrededor? Dudo
mucho que a ese tal Holland se le pueda considerar hermano gemelo de West.
En cuanto la sociedad vea que el crío no tiene parecido alguno con su
supuesto padre, ¿qué crees que ocurrirá? Ese niño va a sufrir de un modo u
otro por culpa de la zo… De su madre ―Aidan se contuvo a tiempo―. Es
preferible que sepa desde un primer momento que West no es su padre, a
condenarlo a rumores, cotilleos y desprecios.
Drina, callada, reflexionaba sobre las palabras de Devon. Ellos sabían de
desprecios por su linaje, pero en algo tenía razón Aidan, siempre habían sabido
quiénes eran, de dónde procedían. No se habían encontrado de golpe y sin
estar preparados con cotilleos sobre ellos. Si el niño conocía su procedencia,
estaría preparado para enfrentarse a cualquier rumor o desprecio con los que
se encontrase. Ahora no se trababa de esa mujer, ella había conseguido lo que
quería. La otra víctima, aparte de West, era ese niño.
West se frotó la barbilla, pensativo.
―Pongamos que hago lo que propones. El ducado quedaría sin herederos,
porque ni aunque me apuntasen con una pistola conseguirían que me metiese
en la cama de esa mujer. ―Miró a las damas presentes al darse cuenta de su
lenguaje―. Mis disculpas.
―Tranquilo, West, todas somos damas casadas ―lo dispensó Tessa.
―Todas no ―murmuró West sin apartar su mirada de Drina, que se había
ruborizado.
―Siempre podríamos solicitar una prerrogativa real para que, de no haber
herederos directos al ducado, el título pasase a uno de los hijos de Tessa
―comentó Richard.
―¿Lo ves factible? ―le preguntó Vadim a su padre.
Richard se encogió de hombros.
―Se han concedido distinciones de ese tipo por causas más peregrinas.
―De hecho, lady Albans es la heredera del condado de su padre ―adujo
Adara.
―Cariño, se le concedió por los servicios prestados por el conde de Moray
durante las guerras peninsulares ―replicó Richard―, pero ha habido casos en
que los implicados no lucharon en guerra alguna. Se podría intentar.
―Me preocupa el niño, no puedo evitarlo. Sé que a quien debería
preocuparle es a su madre, pero… ―murmuró Violet.
―Monisha, algo tendremos que hacer ―contestó su marido mientras la
tomaba por los hombros y la acercaba a él.
―Aidan tiene razón. ―La suave voz de Drina, que no había dicho palabra
en todo el tiempo, hizo que todas las cabezas se giraran hacia ella.
―¿La tengo? ―inquirió, sorprendido, el aludido. De entre todos los
presentes, de Drina era de la que menos esperaba que estuviese de acuerdo
con él. Quizá por el mestizaje de ella y los indisimulados desplantes que en
algún momento sufrió.
Drina miró a su padre como pidiéndole disculpas por lo que iba a decir.
Richard asintió mientras la animaba con una cariñosa sonrisa.
―Mi hermano y yo nos hemos criado entre dos mundos muy diferentes
―comenzó Drina―, pero ambos sabíamos de nuestra procedencia. Sé de lo
que hablo si os digo que cuando había alguna burla, desprecio o rechazo por
nuestro linaje mestizo, estábamos preparados para afrontarla. Ambos sabíamos
que nuestra madre era romaní y nuestro padre gadjo8, no hubo sorpresas
cuando intentaron insultarnos con eso. Sin embargo, si no lo hubiéramos
sabido, si se nos hubiera ocultado nuestro mestizaje, el dolor que hubiéramos
sentido ante los insultos y el desprecio hubiera sido enorme. Pero evitamos ese
dolor al saber la verdad de nuestra procedencia. Quizá ese niño merezca
también ese derecho, saber quién es y quién es su padre, lo críe quien lo críe.
Ese niño no debe crecer en la ignorancia. Si se convierte en un buen hombre,
¿creéis que no sufrirá si se entera entonces de que está usurpando un lugar que
no le corresponde? No hará falta que nadie le llame bastardo, se lo llamará él
mismo.
West no apartaba su mirada del rostro de Drina mientras hablaba.
Necesitaba a esa mujer a su lado. Nunca se había parado a pensar en ello, quizá
porque siempre lo estuvo y, ahora que la había perdido, solo podía pensar en la
miseria que sería su vida sin ella. Si aún tenía dudas sobre la opinión de Aidan,
Drina las había borrado de un plumazo.
―Haré lo que dice Aidan. No habrá boda hasta después del nacimiento del
niño.
La sonrisa que le dirigió Drina le hizo olvidar por un momento su aciago
futuro.
Capítulo 10
Partieron todos hacia Londres tres días después. West decidió no hacer
partícipe de sus nuevos planes a Jocelynn, tenía la intención de evitarla el
mayor tiempo posible hasta su inevitable partida a Northumberland. Sin
embargo, tenía que visitarla. Había cosas que aclarar mientras estuviesen en
Londres. No creía que ella pregonase a los cuatro vientos su compromiso,
tenía mucho que perder si tal cosa hacía, pero no podía permitirse fiarse de
ella.
Jocelynn se encontraba tumbada en uno de los canapés de su salón de
mañana. Había enviado una carta a Holland explicándole que Merton había
aceptado casarse con ella pero que sabía que el hijo no era suyo y que sabía
quién era el padre del niño. «El niño», pensó, «el maldito descuido de
Anthony». De acuerdo, gracias a ese descuido conseguiría el rango de duquesa
y el acceso a la fortuna de Merton; sin embargo, se encontraba incómoda,
pesada y temía perder su figura cuando naciese ese crío. Una sonrisa maliciosa
se dibujó en su rostro al recordar los apuros de Merton para explicarle los
posibles métodos de evitar un embarazo. Los conocía al dedillo, no en vano de
su matrimonio no había nacido hijo alguno. Nunca tuvo la menor intención de
perder su belleza y su figura con un embarazo. Continuaba llevando corsé.
Después de mirarse en el espejo cuando se ponía su ropa de dormir y ver su
abultado vientre, lo único que deseaba era verse atractiva.
Le explicó los planes del duque de llevarla a Northumberland y casarse allí.
Anthony, en su respuesta, se había negado a visitarla aduciendo por medio de
una nota que no deberían verse hasta que el duque le hiciera partícipe de sus
planes una vez regresase a Londres. Resultaría cuanto menos extraño que un
hombre la visitase si se iba a convertir en la duquesa de Merton. Debían seguir
guardando las apariencias un tiempo más.
Llevaba semanas esperando el regreso del duque y se sorprendió cuando el
mayordomo le anunció la visita de su gracia el duque de Merton, que apareció
detrás del sorprendido hombre.
West lanzó una arrogante mirada al hombre que, sin pararse a consultar
con su ama, salió de la habitación como alma que lleva el diablo. El duque
cerró la puerta y avanzó hasta tomar asiento en uno de los sillones de la
estancia.
Jocelynn se mantuvo callada. Aunque el honor de Merton y su inmaculada
reputación era lo que lo había forzado al compromiso, sabía que, si no tenía
cuidado, el duque podía mandar todo al diablo y cortar todos los lazos con
ella, y Holland no se lo perdonaría. Necesitaban esa boda y ese título. Anthony
no tenía recursos propios y los suyos tenían un límite. La fortuna del duque les
permitiría vivir tal y como se habían acostumbrado mientras vivió el difunto
barón.
West observaba a la mujer mientras se preguntaba qué había visto en ella.
Aparte de su belleza, no tenía nada que ofrecer a un hombre. Sarcástico, pensó
que, cegado como estaba por su soberbia, habría sido imposible que pudiese
ver nada.
―Saldremos para Northumberland la segunda semana de febrero. Mientras
tanto, te recomiendo que te mantengas alejada de los salones, aunque creo que
eso ya lo sabes, teniendo en cuenta que tu avanzado estado es evidente. No
toleraré ningún comentario por tu parte sobre nuestro compromiso. De hecho,
si llega a mis oídos alguna habladuría al respecto, lo tomaré como que los
rumores partieron de ti, con lo cual, me importará un ardite mi honor y
tendrás que contentarte con el padre de tu hijo.
―¿Significa eso que no vas a anunciar nuestro compromiso? Tienes que
notificarlo a tus pares ―intentó Jocelynn.
West enarcó una ceja.
―¿Tengo?
Jocelynn intentó recurrir a la caballerosidad de West.
―¿Vas a obligarme a viajar en un estado tan avanzado? ―preguntó,
nerviosa, la baronesa. Empezaba a pensar que no había sido buena idea
engañar al poderoso duque de Merton.
West esbozó una fría sonrisa que no le llegó a los ojos.
―¿Por qué no? ¿Acaso temes por la salud de tu hijo? No te preocupó
mientras lo exponías a tus repugnantes jueguecitos con tu amante.
Jocelynn abrió los ojos como platos. «¿También sabe eso? Vaya, su maldita
hermana se había decidido a contarle lo que vio en su momento», pensó. Se
encogió de hombros interiormente, ya no importaba.
―Te recomiendo que utilices este tiempo para preparar tu equipaje. No
retrasaré la salida, estés preparada o no. Te notificaré un día antes la hora a la
que te recogeré.
Sin esperar respuesta, West se levantó, se encaminó hacia la puerta y salió
de la casa de la baronesa.
Jocelynn, furiosa, tomó uno de los cojines para golpearlo con sus puños.
Tenía que ver a Anthony.

y
En cuanto llegó al Revenge, Vadim interrogó a Bill y a Frankie. Nadie se
había acercado a la casa de la baronesa, ni ella había salido durante todo el
tiempo transcurrido. Sin embargo, la casa seguía vigilada.
Cuando lo comentó con Aidan, ambos coincidieron en pensar que tenían
que comunicarse de alguna manera. La mujer había conseguido lo que ambos
habían planeado, con lo cual tendría que comunicarle que sus planes habían
funcionado, así como su futuro lugar de residencia.
―¿Mensajeros? ―aventuró Vadim.
―Si él no la visita y ella no sale, es la única manera que se me ocurre de que
puedan comunicarse: mediante cartas ―contestó Aidan.
―Hablaré con Bill, seguir al mensajero que llegue a la casa resultará cuanto
menos absurdo, Holland utilizará a algún pilluelo de la calle. Sin embargo, sí
tendremos una oportunidad si seguimos a quien salga de ella, sea un lacayo o
un crío.

y
West continuaba yendo al Revenge. Tenía que aprovechar el poco tiempo
que le quedaba en Londres. Cuando regresase para las sesiones del parlamento,
no pisaría el club. Para entonces, ya estaría casado y no se veía con la suficiente
presencia de ánimo como para revivir su antigua vida, mucho menos ver a
Drina.
Estaban, como era habitual, en el despacho de Aidan.
Observó a sus amigos ocupados en su rutina de trabajo, sintiéndose solo
por primera vez en aquel despacho.
West inició la conversación llevándola al tema que le preocupaba.
―Sé que no queréis ni oír hablar del asunto, pero tenemos que afrontarlo.
Yo ya no podré asumir mis responsabilidades como socio del Revenge. No
podéis permitiros mantener un socio en la distancia que no aporte ningún
beneficio al club.
Aidan abrió la boca para responder, pero West alzó una mano para
detenerlo.
―Por favor, dejadme acabar. ―Tenía que soltar todo lo que llevaba días
preocupándole―. Nos guste o no, es un hecho. Solamente pisaré Londres
mientras duren las sesiones del parlamento y seguramente muchas veces no
será necesaria mi presencia. Durante ese tiempo no voy a acercarme al
Revenge. Resultaría demasiado duro para mí y para vosotros. ―Se calló que no
sería capaz de soportar ver a Drina siguiendo con su vida y quizás siendo ya
cortejada por algún caballero―. Los beneficios que el club genere durante mi
ausencia y que me pudiesen corresponder los repartiréis entre vosotros.
Llegará un momento en que… ―West apretó los puños disimuladamente―.
En que Drina formará una familia, y mi puesto en el club le corresponderá a
su marido por derecho, el club debe seguir siendo exclusivamente familiar.
―No vamos a admitir tu dimisión como socio ―repuso Vadim―, ni ahora
ni en un futuro.
West cerró los ojos durante un instante.
―Vadim, sabes perfectamente que Drina entrará en el mercado
matrimonial la próxima temporada. Así se había previsto y así se hará.
Encontrará a algún caballero del que se enamore. ―El duque inspiró hondo
hasta encontrar la presencia de ánimo necesaria para seguir sin derrumbarse―.
La vida continúa y la distancia es el mejor recurso para el olvido. Ella debe
seguir con su vida, no podéis permitir que la desperdicie obsesionada con algo
que nunca podrá ser.
Un revuelo de faldas se abalanzó hacia West en ese momento. Drina había
acudido al despacho sin saber de la presencia del duque y, al escuchar su voz,
se había detenido ante la puerta entreabierta para escuchar la conversación. Al
oír a West renunciar a todo lo que había sido su vida hasta ese momento,
incluso resignarse a que ella encontrase la felicidad con otro hombre, algo se
revolvió en su interior.
Se lanzó contra él mientras sus puños golpeaban el pecho del duque. West
no hizo ademán alguno de detenerla, sabía que necesitaba ese desahogo. Se
mantuvo rígido con los brazos laxos a los costados.
―¡Maldito seas! ―Drina había perdido todo dominio de sus emociones―.
¿Por qué tenías que acercarte a ella, maldito arrogante? ¡No te atrevas a
decirme lo que debo hacer! ¡No deseo una condenada temporada! No…
―Cuando los golpes de Drina empezaron a aflojar, reemplazados por sus
sollozos, West la abrazó con ternura, intentando calmarla.
Los otros dos hombres, que ni siquiera se plantearon intervenir aunque ella
fuese la hermana de uno y una dama soltera, observaban la escena desolados.
Mientras acariciaba la espalda de la muchacha, West lanzó una mirada a
Vadim. O se hacía cargo, o él perdería el control por completo. Le estaba
costando sangre ver la desesperación de Drina. Vadim asintió y suavemente
separó a Drina de los brazos de West que, al momento, abandonó el despacho
dando grandes zancadas, completamente roto por dentro.
Vadim se sentó y colocó a Drina en su regazo sin dejar de abrazarla, hasta
que los sollozos empezaron a remitir.
Aidan se había dirigido a la ventana que daba al salón de juego y miraba,
sin ver, los movimientos de la sala. Condenado infierno, todo se estaba
desintegrando a su alrededor.
Cuando Drina se hubo calmado, y después de que Vadim sacase un
pañuelo de algún sitio y se lo ofreciese, clavó su mirada en la de su hermano.
―¿Vais a renunciar a él? ―preguntó beligerante―. Porque yo no. Así tenga
que matar a esa condenada mujer.
Vadim y Aidan se miraron. Por supuesto que no pensaban renunciar a
West ni servírselo en bandeja a esa zorra, pero no podían precipitarse. Habían
conseguido que West pospusiera su boda hasta el nacimiento, lo cual les daba
dos meses de margen para poder actuar. Pero no era el momento de hacer
partícipe a Drina de sus planes.
―No, phen, en ningún momento tuvimos intención de abandonarlo a su
suerte con esa mujer, pero necesitamos tiempo y, gracias a tu intervención,
West ha accedido a esperar para contraer matrimonio. Todo se arreglará.
―Vadim la miró con atención―. ¿Confías en mí… en nosotros? ―preguntó, al
tiempo que hacía un gesto con la cabeza en dirección a Aidan, que los
observaba en silencio.
Drina miró a uno y a otro. No, no dejarían a West solo. Y al observar sus
ojos preocupados y alertas, supo que ya estaban planeando alguna solución.
―Sea lo que sea que hayáis pensado, cuando sea puesto en práctica, quiero
saberlo. No os atreváis a mantenerme al margen. ―Lo último lo dijo en tono
de advertencia.
Se levantó del regazo de su hermano y, sin decir una palabra más, salió del
despacho.
Cuando llegó a sus aposentos, se tumbó en la cama. No se sentía
avergonzada por su explosión emocional. Durante todas esas infernales
semanas había intentado contenerse, sin embargo, oír a West sonar tan
desolado, resignado a su suerte pero intentando tranquilizar a sus amigos y
mirar a su vez por que ella fuese feliz encontrando a alguien, no pudo
soportarlo más. La fecha de la marcha de West se acercaba y, conforme
pasaban los días, un trozo más de su corazón se rompía. Su hermano y Aidan
encontrarían una solución, tenían que hacerlo.

y
―Esto nos costará años de vida a todos ―masculló Aidan.
―Dímelo a mí, tu esposa y la mía se reúnen todos los días con mamá en
Normamby House, y aquello parece un valle de lágrimas. Papá está a punto de
salir a buscar él mismo al maldito Holland ―repuso Vadim.
―Si esto repercute en el estado de Tess y afecta de la más mínima manera a
mi hija, ―Aidan estaba convencido de que el bebé que esperaban sería niña―,
mataré con mis propias manos a esa ramera. En Northumberland será fácil
hacer desaparecer el cuerpo. ―Los ojos ambarinos de Aidan se habían aclarado
peligrosamente.
―Esperemos no tener que llegar al asesinato. ―Vadim miró de reojo a su
amigo―. En principio, voy a mandar a Drina a Normamby House. Estará más
cómoda con sus amigas y mamá. Ya resultará duro para nosotros no ver a
West en el club, cuanto más para ella.
Aidan fijó su mirada en Vadim.
―¿Qué ocurrió exactamente entre ellos, en Archer House?
Vadim se encogió de hombros.
―Creo que al final se dieron cuenta de lo que sentían el uno por el otro.
Me imagino que la decisión de West de enviar de regreso a Londres a esa
mujer tenía como finalidad poder tener la libertad de expresar sus sentimientos
a Drina, una vez que se hubiera desembarazado de la maldita baronesa. ―Hizo
una mueca―. Vaya, me temo que he elegido la palabra más inadecuada.
―Si no hubiésemos llamado a la médica… ―reflexionó Aidan.
―Hubiera sido lo mismo, o incluso peor. West habría echado a esa mujer y
¿te imaginas si West se ofrece por Drina pensando que es libre y al cabo de
unos días aparece esa mujer diciendo que espera un hijo suyo? Lo único que la
condenada esperaba era el margen suficiente de tiempo para hacerle creer a
West que su… revolcón había dado sus frutos.

y
Drina había obedecido a su hermano. No se trataba de obedecerle en
realidad, ya que ella misma, por primera vez en años, no se encontraba a gusto
en el club. Veía a West en todos los rincones y cada uno de ellos le recordaba
una conversación, una broma. Se dio cuenta de que mientras su hermano y
Aidan se pasaban casi todo el día en el club y West aparecía cuando le apetecía,
sentía mucha más afinidad con él que con ninguno. Había estado siempre
pendiente de ella, aunque lo disimulase con bromas y, a veces, provocándola
con sus comentarios arrogantes. Aunque en esos momentos se hubiesen dado
cuenta de lo que sentían el uno por el otro, quizá tampoco lo hubieran
hablado, confiados en que habría tiempo para ello. Precisamente, tiempo era lo
que les había faltado.
Adara observaba atenta a su hija. Esperaban la llegada de Tessa y Violet
como cada tarde, solo que en esta disfrutarían, y era un eufemismo, de la
presencia de Drina.
―Se solucionará, hija. Todo tiene solución, de una manera u otra
―comentó mientras contemplaba a Drina, abstraída en sus pensamientos.
Drina dio un respingo. Tan ensimismada estaba que la voz de su madre la
había sobresaltado. La miró interrogante, hasta que fue consciente de las
palabras de Adara.
―Vadim y Aidan lo solucionarán, estoy segura ―replicó la muchacha.
―¿Qué solucionará mi marido? ―Se oyó la voz de Tessa.
―¿Y de paso el mío? ―Siguió el comentario Violet.
Ambas jóvenes, al igual que sus maridos, no eran anunciados en
Normamby House. Eran de la familia y, como tal, entraban y salían sin atender
a ningún protocolo.
―El problema de West ―respondió Drina mientras intentaba una sonrisa.
―¿Ahora le llamamos problema? ―masculló Tessa con una ceja levantada―.
Estaba segura de que nos referíamos a esa mujer con otros apelativos más
adecuados.
―¿Cebolla dulzona? ―aventuró Violet.
Drina y Adara no pudieron reprimir la risa al recordar el apelativo que le
había dado Vadim. Adara, al escuchar la risa de Drina no pudo por menos que
pensar que alejarse del Revenge y tener la compañía de aquellas dos muchachas
le harían mucho bien al espíritu atormentado de su hija.
―Tenía en mente otro un poco más… adecuado ―Tessa se encogió de
hombros―. Me temo que, después de todo, la cebolla dulzona se ha
desprendido de todas sus capas.
Mientras reían, Drina masculló por lo bajo:
―Ramera codiciosa sería mucho más adecuado.
Violet la miró sonriente.
―Seguramente. Pero no podríamos referirnos así a ella en público, no
olvidéis que somos unas damas. Debemos guardar el debido decoro ―dijo
Violet con sorna―. Alguna palabra romaní conocerás que signifique lo mismo,
―su mirada tenía un brillo pícaro―, nadie sabrá de qué hablamos y nosotras
podremos mencionarla por su nombre.
Drina sonrió malévola.
―Sé cuál es la palabra.
Violet y Tessa se acercaron a ella, expectantes.
―¿La compartirás? ―inquirió Tessa, ilusionada.
―Por favor ―suplicó Violet―. Vadim no quiere enseñarme las palabras
romá que me dice cuando… ―Se ruborizó violentamente y carraspeó―. El
caso es que me gustaría conocer alguna.
―Ya sabes una ―respondió Drina mientras alzaba una ceja.
El rubor de Violet se intensificó. Tessa pensó que en cualquier momento
estallaría en llamas.
―Esa no cuenta ―respondió.
―¿Cuál, cuál? ―preguntó Tessa impaciente.
―No necesitas conocerla ―contestó Violet mientras lanzaba una mirada de
advertencia a Drina, que sonreía maliciosa―. Ni tú ni Aidan habláis romaní.
―Tampoco tú, para el caso ―contestó Tessa.
―Mi marido sí. ―Violet levantó la barbilla con una falsa expresión de
altanería.
―Muchachas, por favor ―intervino, divertida, Adara―, no creo que sea
adecuado que Drina os enseñe determinadas palabras, ni siquiera que las diga
ella, por mucho que domine la lengua romá, sois unas damas, comportaos
como tales ―Les dirigió una mirada que quiso hacer parecer severa. Ella
también tenía curiosidad por la dichosa palabra.
―Lubni9 ―espetó Drina.
Las damas, incluida Adara, repitieron la palabra intentando imitar el acento
y la entonación de Drina.
Después de varios intentos en los que solo se oía en la habitación la
dichosa palabreja, Drina dio por aprobada la pronunciación de sus amigas,
incluida Adara, para diversión de su hija.
Violet, de espaldas a la puerta de la sala, continuaba repitiendo divertida la
palabreja, sin darse cuenta de que sus amigas habían callado repentinamente y
abierto los ojos como platos al tiempo que Tessa movía una mano de forma
extraña.
―Lubni, si hasta suena bien ―comentaba jocosa―. Lubni, lubni…
―¿Qué demonios estás repitiendo? ―La voz que tronó cerca de la oreja de
Violet hizo que esta, del susto, casi cayera de bruces. Los fuertes brazos de su
marido evitaron que se estrellara contra el suelo.
Vadim sujetaba a su esposa mientras la miraba fijamente.
―¿Violet? ―inquirió mientras entrecerraba los ojos.
La muchacha sintió que su rostro ardía. Condenación, ¿tenía que aparecer
en ese preciso momento? Miró a sus amigas, que se encogieron de hombros.
―Intentamos avisarte ―murmuró Tessa.
―¿Y bien? ―insistió Vadim sin dejar de mirar el rostro de su mujer, que ya
tenía el color de las cerezas.
Drina, viendo el apuro de su cuñada, intervino.
―Buscábamos una palabra adecuada, phral.
Vadim dirigió una mirada asesina hacia su hermana.
―¿Adecuada para qué? ¿Acaso tenéis previsto visitar Seven Dials?
La risilla que se le escapó a Tessa motivó otra mirada asesina, esta vez de
su propio marido.
Drina se mordió los labios. Adara, observando el enfado de Vadim, y
aunque se había divertido tanto o más que las tres jóvenes, intervino:
―Vadim, las muchachas solo se divertían un poco. ―Dirigió una mirada
severa hacia las tres, que bajaron sus miradas con expresiones de inocencia―.
Saben perfectamente que una dama ni siquiera debe conocer esa palabra, ¿no es
así? ―inquirió, mientras sus ojos recorrían los contritos rostros de uno en uno
con expresión severa.
―Por supuesto, mamá ―contestó Drina con un fingido candor.
―¿De qué palabra hablábamos? Se me ha olvidado ―espetó Tessa. No
pudo evitar la broma al ver los circunspectos rostros de los dos hombres que
acababan de entrar.
Aidan rodó los ojos mientras las otras damas no pudieron evitar soltar una
carcajada.
Tessa le guiñó un ojo a su marido. Aidan, en su estado de buena esperanza,
le consentiría hasta que gritara la dichosa palabrita en mitad de Regent Street.
Devon disimuló una sonrisa.
―Vamos, Vadim, las chicas solo se entretenían. Un poco de diversión en
medio del valle de lágrimas es de agradecer, ¿no crees?
―¿Sabes lo que estaban repitiendo con tanto alborozo? ―masculló Vadim.
―Pues no, pero no creo que sea para tanto ―contestó Aidan con
indiferencia.
―¿No? Tu mujer acaba de aprender la palabra romaní para ramera, ¿te
parece divertido?
La mirada de Devon se disparó hacia Tessa. Su esposa tragó en seco. Quizá
se había precipitado un poco al creer que, a causa de su embarazo, Aidan le
consentiría cualquier cosa. Tal vez lo de gritarlo en Regent Street resultaría un
tanto excesivo.
Otra voz masculina sonó en el umbral de la puerta.
―A mí me gustaría conocer esa palabra que está causando tanta agitación,
¿cuál es? ―Richard se acercó a su mujer para besarla, al tiempo que le
susurraba en el oído―. Si estos mojigatos que tenemos por hijos no me la
enseñan, ¿tendrías la bondad de instruirme, mi amor?
Mientras los demás reían la ocurrencia del duque de Normamby, Violet le
susurró a su marido, que todavía la tenía enlazada por la cintura.
―Solo quería aprender una palabra en tu idioma.
Vadim enarcó una ceja con escepticismo.
―¿Tenía que ser precisamente esa?
Violet alzó una mano para arreglarle el pañuelo del cuello, que por cierto
no necesitaba arreglo alguno, y rozar como al descuido la mandíbula masculina
con la punta de sus dedos.
―Es que eso de cebolla dulzona no nos resultaba muy adecuado, ahora que
ha perdido todas sus capas ―contestó, sonriendo pícara.
Vadim soltó una carcajada mientras acercaba sus labios a la oreja de su
mujer y susurraba, sugerente.
―Yo te enseñaré las palabras romanís adecuadas para que las utilices
cuando estemos solos.
Drina observaba a las tres enamoradas parejas con una pizca no de envidia,
quizá de anhelo. Su naturaleza no era ser envidiosa y sentía que no había nada
que pudiera codiciar, ella amaba a West y sabía, estaba segura, de que él
experimentaba el mismo sentimiento por ella.
Sus hermanos conseguirían arreglarlo, estaba segura de ello. Se habían
ayudado los unos a los otros para resolver situaciones difíciles y el resultado lo
tenía delante. Dos parejas locamente enamoradas. Ella y West también lo
conseguirían.
Capítulo 11
Averiguaron el paradero del escurridizo Holland la víspera de la partida de
West cuando, a media mañana, un lacayo con los colores del ducado de
Merton entregó una misiva en la casa de la baronesa y, al poco rato, uno de los
lacayos salió a toda prisa de la casa.
Los vigilantes apostados por Bill siguieron al hombre hasta que este entró
en un edificio y salió instantes después. Uno de ellos permaneció vigilando la
vivienda, mientras el otro se dirigía sin perder tiempo al Revenge.
Bill llamó a la puerta del despacho de Aidan. Al escuchar el permiso de
este, entró agitado.
―Lo hemos localizado.
Aidan y Vadim se miraron con alivio. Temían que la baronesa partiera y
entonces sería casi imposible localizar al dichoso Holland, a no ser que este
decidiese seguirla, en cuyo caso tendrían que perseguirlo hasta
Northumberland.
―¿Dónde? ―preguntó Vadim.
―Spitalfields ―contestó conciso Bill.
―¡Dios bendito! Nos hará recorrer medio Londres ―espetó Vadim.
―Mejor medio Londres que toda Inglaterra ―contestó Aidan socarrón.
Vadim se dirigió a Bill.
―Llévate más hombres si es necesario, pero no lo perdáis de vista. ―Ante
la mirada escéptica del exboxeador, aclaró―: Lo reconoceréis, debe conservar
algún vestigio de dignidad, por lo menos en su vestimenta, es un hombre
educado y en ese barrio destacará como una mosca en la leche. Si tenéis dudas,
procurad enteraros de quién vive en la casa y no perdáis de vista a inquilinos
que puedan tener un mínimo de apariencia de caballero.
―De acuerdo. ―Bill asintió al tiempo que se marchaba dispuesto a seguir
las órdenes de Vadim.
Este se volvió hacia Aidan.
―¿Tessa recordará alguna cosa sobre su apariencia? Color de pelo, estatura
aproximada… No me agrada hacerle revivir aquello, pero si conocemos al
menos algo sobre su aspecto, nos será de gran ayuda.
―Vendrá a comer al club. Le preguntaré ―ofreció Aidan al tiempo que
miraba fijamente a su amigo―. ¿Iremos a despedir a West?
―No. Vendrá en la noche al club. Sabe que Drina está en Normamby
House y lo prefiere así. Aprovecharemos para decirle lo que hemos averiguado,
y que ya no es necesario que salga de Londres, nuestro plan se puede realizar
perfectamente aquí.
Aidan asintió. Estaba impaciente por ver la reacción de West.

y
―¿Qué quieres decir con eso de que no es necesario que vaya a
Northumberland? Está todo previsto para salir en la mañana. ―West frunció el
ceño mientras miraba a Aidan, que era el que acababa de hablar.
Vadim, de espaldas mientras servía las copas para los tres hombres,
reunidos como era habitual en el despacho de Aidan, sonrió lobuno al tiempo
que se giraba para ofrecerles las bebidas a sus amigos.
―Hemos encontrado a Holland ―afirmó mientras tomaba asiento en uno
de los sillones.
West se enderezó en el sillón que ocupaba.
―¿Y eso en qué me concierne? Más concretamente, ¿qué tiene que ver él
con mi viaje? ―inquirió confuso―. Y lo que es más importante, ¿lo estabais
buscando y no me habíais comentado nada? ―añadió molesto.
―Por Dios, West, a veces haces que dude de que puedas tener algo dentro
de esa atractiva cabeza. La boda se celebrará, pero el novio será el padre del
niño. El auténtico padre ―concluyó Aidan.
―Y en lo referente a no decirte nada, no teníamos la certeza de poder
encontrarlo antes de tu partida. Preferimos no darte falsas esperanzas ―añadió
Vadim.
West esbozó una torcida sonrisa.
―Dudo que podáis convencerlo, y aunque lo consiguieseis, ella no
aceptará.
Vadim enarcó una ceja.
―Lo convenceremos, te lo aseguro, y esa mujer aceptará casarse con su
amante, es más, irá encantada hacia el vicario.
West pasó su mirada de Vadim a Aidan, que sonreía satisfecho mientras
escuchaba a su amigo. Cuando sus ojos se volvieron a posar en el rostro del
romaní, la expresión que vio en ellos le convenció de que Vadim conseguiría lo
que se había propuesto, de una manera o de otra.
Suspiró nervioso. Si sus amigos conseguían que se librase de esa mujer, no
le llegaría toda una vida para agradecérselo. Mientras procuraba reprimir la
esperanza que comenzaba a inundarlo, ya que el plan podía fallar de mil
maneras, preguntó sin dirigirse a nadie en particular.
―¿Qué deseáis que haga?
―Una hora antes de que sea el momento de partir, debes ir a la residencia
de esa mujer. Dile que el viaje se pospone, pon cualquier excusa, y dile que, en
vista de que sospechas que el retraso será de varios días, harás nuevos planes.
Que mantenga su boca cerrada y que, una vez resueltos los problemas que
hayas inventado, te pondrás en contacto con ella.
―¿Vosotros qué haréis mientras tanto? ―preguntó suspicaz.
Vadim soltó una risilla que a West, aun conociéndolo desde que era un crío,
casi le hiela la sangre.
―Ayudaremos al novio a tomar la decisión adecuada y, en vista de que
dichos novios no tienen madres que les puedan ayudar en los preparativos de
la boda, nos encargaremos de que sea un día inolvidable ―contestó con sorna.
El resto de la noche resultó agradable para los tres amigos. Más tranquilos
por que West no tuviese que exiliarse, disfrutaron de las bromas y recuerdos.
Después de cenar en las habitaciones privadas de Aidan, se situaron para
disfrutar de sus respectivas copas en el balcón desde el que se divisaba la sala
de juego.
―Las bodas me ponen melancólico ―soltó de repente Vadim, provocando
que, mientras Aidan lo miraba enarcando las cejas, West escupiese el sorbo de
la bebida que estaba tomando.
―¿Tú? ¡¿Melancólico?! ―preguntó una vez hubo limpiado el desastre
provocado por la sorpresa. Movió la cabeza, desconcertado―. Mejor no
pregunto qué está haciendo Violet contigo.
―Por lo visto, maravillas ―afirmó Aidan socarrón―. Tampoco es que
hayas acudido a tantas ―aseveró mientras miraba al romaní por encima de su
copa―. Que yo sepa, a la mía y a la tuya. Pocas bodas, para tanta melancolía.
West soltó una risilla.
Vadim soltó un resoplido.
―En realidad, la mía…
Aidan sonrió.
―La tuya fue muy divertida, no puedes negarlo. Hubo de todo: gritos,
cerveza, empujones… y no nos olvidemos del socarrón escocés… ¿Angus?
―Angus ―asintió West―. Y hubiera sido mucho más divertida si hubieras
cerrado tu bocaza después ―dijo, mientras soltaba una carcajada.
Los tres hombres rieron al recordar la accidentada boda en Gretna de
Vadim y Violet.
―¿Recordáis cómo Angus miraba hacia la puerta sin cesar, como si
esperara que en cualquier momento entrara otro pretendiente a la mano de
Violet? ―rememoró sonriente West.
Mientras reía a carcajadas, Aidan recordó otra situación en otra boda.
―Yo recuerdo mi boda.
―Solo faltaría que la hubieses olvidado ―contestó burlón Vadim.
―Lo que recuerdo con más nitidez ―Aidan le guiñó un ojo a West―
fueron los nervios… los tuyos ―dijo, al tiempo que miraba a Vadim.
Vadim notó calor en el cuello.
―¿Los míos? Eras tú el que se casaba.
―Y tú el que no paraba de mirar la puerta esperando la llegada de Violet.
Vadim esbozó una sonrisa lobuna.
―Bueno, era tu padrino, debía comprobar si la dama de la novia estaba a la
altura de mi atractivo ―espetó, mientras estallaba en una risa contagiosa.
Al cabo de unas horas de compartir recuerdos, West decidió irse.
Se puso de pie al tiempo que sus amigos lo imitaban.
―Debo irme. Si debo hacer una temprana visita ―masculló mordaz―, será
preferible que acuda descansado.
Ambos observaron marcharse a West.
―Mañana iré a comprobar si Spitalfields ha cambiado mucho desde que
Drina y yo abandonamos sus calles ―masculló Vadim―. Aunque antes
debemos pasar por Normamby House. Mi padre deberá utilizar sus influencias
para conseguir una licencia especial.
―¿Me permitirías acompañarte? Me temo que no conozco esa zona y
nunca está de más abrir nuevos horizontes.
Vadim soltó una risilla.
―Será un placer convertirme en tu cicerone.

y
Richard y Adara estaban desayunando cuando llegaron sus hijos. Después
de ponerlos al tanto del hallazgo de Holland y de los planes que tenían, el
duque no puso ningún obstáculo por ser él quien acudiese a solicitar la
licencia.
―Tengo buena relación con el arzobispo de Canterbury. Me acercaré al
Doctors' Commons en cuanto termine mi desayuno. Tendréis que facilitarme
los nombres de los contrayentes.
Vadim salió al momento en busca de pluma y papel. Richard enarcó una
ceja al ver a su hijo precipitarse fuera del comedor de desayuno. No creía
equivocarse al pensar que Curtis ya habría ido en busca de un escritorio
portátil. Al instante, Vadim regresó seguido por el mayordomo que portaba el
escritorio y, una vez el hombre depositó el pequeño mueble en la mesa,
garabateó algo y, después de secar la tinta, se lo entregó a su padre.
Sonriendo al ver las prisas de su hijo, Richard tomó el papel que este le
tendía.
―Santo Dios, hijo, no tenía intención de salir corriendo en este preciso
momento hacia Knightraider Street, desearía finalizar mi desayuno antes, si es
posible.
Vadim se encogió de hombros.
―No nos podemos permitir perder el tiempo ―respondió con una sonrisa
ladina.

y
Spitalfields permanecía tal y como lo recordaba Vadim. No resultaba tan
peligroso como Seven Dials o St. Giles, pero desde luego nadie lo calificaría de
barrio seguro.
Llegaron a donde se hallaban apostados los vigilantes enviados por Bill.
Uno de los hombres se dirigió a Vadim.
―Tercer piso. Es el único hombre solo que reside ahí. El resto son mujeres
y una familia.
―Gracias, Sam. Esperad aquí.
Subieron al tercer piso sin encontrar un alma por las escaleras. La casa,
aunque limpia, rezumaba abandono en su conservación. Después de llamar a
la puerta, oyeron una voz.
―¿Quién es?
Aidan susurró:
―Vaya, ¿lo perseguirá alguien más aparte de nosotros? Un poco
desconfiado, ¿no te parece?
Vadim sonrió.
―¿Señor Holland?, ¿señor Anthony Holland? ¿Sería posible que
hablásemos un momento? ―La mezcla del acento romaní con el aristocrático
inglés sorprendió a Aidan, que lo miró perplejo.
Vadim se encogió de hombros.
―Mestizo, ¿recuerdas?
La puerta se entreabrió.
―¿Quién es usted? ¿Qué desea? ―Holland solo había visto a Vadim a
través de la rendija.
Vadim no contestó, simplemente le pegó un empujón a la puerta, que casi
la saca de sus goznes, y mandó al hombre trastabillando al otro extremo de la
pequeña habitación.
―¡Oiga! ¡Esto es un atropello! Márchese ahora mismo o llamaré…
―Todavía, en su conmoción, no había reparado en la presencia de Aidan.
―¿A los runners10? Me temo que no se acercarían por aquí ni bajo
amenazas, eso si consigue que alguien vaya a avisarles, cosa que dudo
―respondió Vadim.
Holland reparó entonces en la presencia de otro hombre en la minúscula
habitación.
Aidan estaba entretenido observando al tal Holland. De pelo y ojos
castaños, con unos cuarenta años y estatura media, se podría decir que era
atractivo, quizá un poco enclenque para su gusto. Sus ojos comenzaron a
clarear cuando recordó que a ese hombre y a sus… diversiones, lo había visto
Tessa con solo seis años.
―¿Qué quieren? ―preguntó con una pizca de desafío―. Tengo previsto
salir de viaje y me están retrasando.
―¿A Northumberland, por casualidad? ―El tono de voz de Vadim pondría
el vello de punta a un hombre más bragado que el que tenían delante.
Los ojos de Anthony se abrieron como platos.
―¿Cómo sabe…?
Vadim esbozó una fría sonrisa.
―Mi amigo y yo sabemos muchas cosas, y una de ellas es que uno de
nosotros, o los dos, como prefiera, será su padrino en su próxima boda.
―¿Boda? ¿De qué demonios habla?
―Anthony ―intervino Aidan con tanta paciencia que parecía que le
estuviera hablando a un niño pequeño―, mi amigo habla de su boda con lady
Hampton, la madre de su hijo.
Holland palideció. ¿Quiénes eran esos hombres y cómo podían conocer su
relación con Jocelynn? Holland, durante la visita a Vauxhall, solo había
reparado en West y Drina. No valdría de nada negar lo que parecían conocer
tan bien, así que intentó otra cosa.
―Lady Hampton se casa con el duque de Merton. No entiendo a qué se
refiere cuando habla de mi boda con ella.
―Pues a que no será necesario que emprenda viaje a Northumberland, la
boda se efectuará en Londres y nosotros lo acompañaremos para hacer de la
baronesa una mujer honrada y evitar que su hijo nazca en el lado equivocado.
―¡Ese niño es de Merton! ―exclamó.
Vadim se acercó a él y lo tomó por la pechera de la camisa. Lo levantó
hasta ponerlo a la altura de sus ojos. Su voz se convirtió en un susurro que
rezumaba peligro.
―Mi amigo puede decirle que no soy famoso precisamente por mi
paciencia, y usted está peligrosamente cerca de agotarla. Por cierto, se me
olvidaba decirle que soy medio romaní. Quizá por ello mi paciencia es limitada
y mi temperamento, en cambio, no conoce límites.
Aidan se mordió los labios para evitar soltar una carcajada. Si Holland ya
estaba pálido, al oír a Vadim soltarle lo de su linaje romaní su rostro se volvió
de un blanco ceniciento. Si no fuese porque veía que por segundos pestañeaba,
creería que Vadim le había provocado al hombre un infarto al tomarlo de la
camisa.
―No pienso hacer tal cosa. ―Aunque los dos hombres le provocaban un
miedo cerval, sobre todo el oscuro romaní, Holland tenía mucho que perder si
Jocelynn no conseguía casarse con el duque. Sus deudas eran descomunales y,
por si eso no fuera suficiente, las tenía con gente, digamos… poco
comprensiva con los problemas de los demás.
Vadim lo soltó y le propinó una palmada en el hombro, supuestamente
amistosa, que lo envió contra la pared cercana. Encogido, mientras se
mantenía pegado a la pared, el atemorizado Holland utilizó la poca audacia que
le quedaba.
―No pueden obligarme ―masculló con suficiencia―, no daré mi
consentimiento aunque esté delante de un vicario.
La risilla que salió de la boca de Aidan le puso el vello de punta.
―¿Usted cree?
En ese momento un golpe en la puerta hizo que Aidan y Vadim se
mirasen. Vadim se acercó a la ventana y, después ver algo en el exterior,
ordenó a Holland:
―Abra. Y ni una palabra.
Holland ni se atrevió a discutir, abrió la puerta y tomó la misiva que le
entregaba un lacayo con los colores de la baronesa.
En cuanto cerró la puerta, Vadim le arrancó la nota de las manos. Después
de leerla con rapidez, se la pasó a Aidan. En ella Jocelynn avisaba a Holland de
que los planes de salir para el norte se posponían y que lo avisaría en cuanto
Merton decidiese algo.
―Oiga, esa nota es privada ―murmuró Anthony sin hacer ademán alguno
de recuperarla.
Vadim no dijo nada, sino que se dirigió a la pequeña ventana e hizo un
gesto hacia el exterior mientras Holland lo observaba con una mezcla de
temor y curiosidad.
Al momento, Sam y el otro vigilante se presentaron en el estrecho
cubículo. Vadim pensó que, si llegaba alguien más, tendría que quedarse en el
pasillo. Los cuatro formidables hombres y la… miserable figura de Holland
llenaban la habitación.
Vadim miró a su alrededor hasta que localizó un objeto que recogió. Los
demás ni se inmutaron por los movimientos del romaní y Holland había
dejado a un lado el temor por la curiosidad.
El objeto era una taza descascarillada, que lanzó hacia Holland. Este
levantó su mano derecha en un acto reflejo, para atraparla.
Vadim esbozó una malévola sonrisa. Mientras los dos vigilantes atrapaban
por los brazos a Anthony y lo acercaban a la mesa, Vadim sacó un puñal de su
bota.
―Veo que es diestro, Holland. Me temo que, con esa mano dañada, poco
podría ser capaz de hacer con la otra. ―Giró su mirada hacia Aidan―. ¿Crees
que podría ser capaz de jugar a las cartas con una sola mano?
Aidan se pellizcó la barbilla con dos dedos, pensativo.
―Jugar… puede que sí, con alguna dificultad, lo que ya le resultará
imposible es hacer trampas, en caso de que las haga. ―Clavó su mirada, cada
vez más clara, en Holland―. Mis disculpas, estoy seguro de que usted es un
jugador honrado, señor ―dijo, sarcástico.
―En realidad, me importa una mierda si puede jugar o no ―espetó Vadim
con su habitual lenguaje aristocrático.
Sam y el otro hombre colocaron la mano derecha de Holland extendida
encima de la mesa.
―¿Qu.. qué pretende hacer? ―balbuceó Holland, ahora sí, aterrorizado.
―Oh, ayudarle a tomar la decisión más conveniente para todos. ―Volvió a
mirar a Aidan―. ¿Resulto confuso en mis explicaciones?
Aidan inclinó la cabeza.
―Me temo que un poco sí. Habida cuenta de que este hombre no te
conoce, quizá deberías ser un poco más claro.
Vadim, sorpresivamente, clavó el puñal a escasos milímetros de la mano
del aterrorizado hombre, que no pudo evitar soltar un grito.
―Por favor, Holland, no escandalice. No es que este sea un barrio que se
preocupe demasiado por un grito más o menos, pero yo no estoy
acostumbrado a escuchar alaridos de nadie. Me molestan. ¿He sido lo
suficientemente claro esta vez? ―añadió dirigiéndose a Aidan, que procuraba
por todos los medios contener las carcajadas.
―Creo que sí, pero quizás deberías preguntárselo al interesado en
conservar su mano.
Vadim acercó el cuchillo a la palma de la mano extendida. Comenzó a
juguetear con la punta mientras murmuraba, pensativo.
―Puede que aquí sea un buen lugar, cogería este tendón. O quizás por aquí
que cogería varios y el daño sería mayor. ―Mientras se pellizcaba la barbilla
con la otra mano miró a Sam, reflexivo.
―¿Tú qué opinas, Sam? Has sido carnicero, sabrás algo sobre tendones,
digo yo. ―Sam no había pisado una carnicería en su vida. La única carne a la
que se había acercado estaba expuesta en un plato, y convenientemente
cocinada.
―Creo que la opción de los varios tendones sería preferible, dañarías toda
la mano y no se tendría que preocupar por poder recuperar el funcionamiento
de algún dedo. No le funcionaría ninguno ―zanjó, mientras se encogía de
hombros con indiferencia.
―Excelente razonamiento ―convino Vadim― Pues procedamos. ―Echó
una mirada de reojo a Aidan―. Si crees que tu delicada sensibilidad se puede
ver alterada, puedes salir. No tardaremos mucho.
―Creo que podré aguantarlo ―respondió Devon.
―¡No! ―bramó Holland mientras intentaba zafarse del agarre de los dos
hombres―. ¡Haré lo que deseen, pero, por favor, no me destroce la mano!
―gimoteó el hombre, aterrorizado.
―¡Oh! ―exclamó Vadim―. En este momento puede ser que acepte
colaborar, pero podría negarse más tarde ―contestó falsamente contrito.
Aidan intervino.
―Siempre llevas tu puñal encima, ¿no? ―Vadim asintió―. Si se arrepiente,
quizá podrías intentar volver a… convencerlo.
―¡No me arrepentiré, lo juro! ―exclamó Anthony.
No tenía la menor idea de quiénes eran esos hombres, pero le causaban
más terror que aquellos a los que les debía dinero.
Vadim pareció meditarlo durante unos instantes, que al aterrado hombre le
parecieron eternos. Se encogió de hombros.
―De acuerdo. Tenemos tiempo antes de que su futura esposa tenga a su
hijo.
Holland disimuló una mueca. Todos los planes tan cuidadosamente
trazados se habían trastocado cuando faltaba tan poco para hacerlos realidad.
Bien, por lo menos tenía una semana por delante para largarse. Sin él, la boda
de Jocelynn y Merton tendría que realizarse y, una vez que ella se convirtiera en
duquesa, se desplazaría a Northumberland y esos hombres no podrían hacer
absolutamente nada. Anthony no había llegado a leer la carta de Jocelynn en la
que le hablaba del cambio de planes de Merton.
Sin embargo, sus nuevos planes no tardaron en evaporarse cuando escuchó
al romaní mientras daba instrucciones a los hombres que parecían sus
empleados.
―Hablaré con quien regente el edificio. Dispondréis de la habitación de al
lado para asearos y cambiaros de ropa. Uno de vosotros permanecerá siempre
con él. Dudo que os cree problemas, pero si lo hiciese, resolvedlos como creáis
conveniente. Os traerán las comidas del club. Será solamente el día de hoy.
Anthony palideció. ¿Club? ¿Mitad romaní? Miró de reojo al otro hombre,
que no le quitaba los ojos de encima. ¡Cielo santo, eran los dueños del club
Revenge! El infame Farrell, que ahora tenía un título nobiliario, no recordaba
cuál, y su socio el gitano. Se tapó la cara con las manos. Se había acabado todo,
tendría que cargar con una esposa y un hijo por los que no tenía el menor
interés salvo el dinero que le podrían reportar como duquesa y heredero de
Merton. Gimió interiormente. Tal vez, si los ayudaba, ellos accederían a
ayudarle a él.
Vadim y Aidan salieron de la habitación sin dirigir una sola mirada a
Holland. Después de localizar al encargado del edificio, que a cambio de una
abultada bolsa de monedas accedió encantado a todos los requerimientos de
Vadim, salieron de la casa para dirigirse al club.

y
Debatían sobre qué hacer con la pareja después de la boda, cuando
Strathern entró en el despacho del Revenge.
Al verlos enfrascados en lo que parecía una importante conversación,
preguntó:
―¿Debo irme y volver en otro momento?
Ambos hombres dirigieron sus miradas hacia él.
―No, no es necesario ―respondió Aidan―. En realidad, esto también te
concierne.
Michael enarcó las cejas y tomó asiento.
―Os escucho.
Aidan le relató lo sucedido con West y Jocelynn en Berkshire, la trampa
tendida por ella y su amante, y sus planes para evitar la boda de West con esa
mujer, obligándola a casarse con Holland.
―¿Y cuál es el problema en todo esto? Por vuestras caras parece que algo
no os acaba de encajar. ―Si tenían todo previsto, ¿por qué seguían dándole
vueltas al asunto?
―El problema es esa maldita pareja. No pueden quedarse en Londres, no
me fío de que no vuelvan a causarle problemas a West de algún modo. ―Aidan
empezaba a perder la paciencia al no saber qué hacer con ellos.
Michael se arrellanó en el asiento.
―Enviadlos lejos.
Vadim y Aidan se miraron y luego observaron a Strathern.
―¿Dónde sugieres? ―inquirió Vadim.
―América.
―Es una buena idea ―asintió Aidan―. El único problema es que dudo que
encontremos algún barco que parta inmediatamente.
―Hablad con Matt. Tiene previsto salir para Boston en breve. Si acepta
llevarlos, podéis conciliar fechas.
―¿Crees que nos ayudará? ―El americano era un buen hombre, pensó
Vadim, pero hasta el punto de embarcar a una pareja, ella embarazada, en un
mercante…, aunque bien podían esperar unos días más hasta que ella tuviese a
su hijo. En realidad, no faltaba mucho para el parto. En fin, habría que
intentarlo―. ¿Podrías traerlo al club hoy en la noche?
―Por supuesto. ―Michael se levantó, dispuesto a irse―. Tengo un
compromiso con Doyle, me imagino que coincidiremos con su tío. ―Levantó
una ceja en dirección a los dos hombres―. Y supongo que vosotros tendréis
que poner a la familia al tanto de vuestros planes. No quisiera estar en vuestros
pellejos si intentáis ocultárselos a vuestras esposas, eso sin hablar de Drina.
En el momento en que Michael se marchó, Vadim suspiró. Sus esposas y
Drina eran la parte más peliaguda del plan.

y
En Normamby House todos escuchaban atentamente los planes de Vadim
y Aidan. Los únicos que estaban al tanto de todo eran Richard y Adara. De
hecho, Richard ya le había entregado a Vadim la licencia especial conseguida
en la mañana.
Drina escuchaba a sus hermanos. ¡Lo sabía, sabía que encontrarían una
solución! Su corazón parecía a punto de estallar.
―¿Podría esperaros en Merton House después de la boda? ―soltó la
muchacha, sorpresivamente.
―No.
―De ninguna manera ―Sus hermanos respondieron casi a la vez.
Drina entrecerró los ojos irritada.
―¿Por qué no?
―No va a ser agradable cuando esa mujer nos vea aparecer con su amante,
no sabemos lo que tardaremos en ayudarle a decidir lo más adecuado
―respondió Vadim―, y todavía habrá que resolver varias cosas después del
enlace.
Richard, en cambio, fue más expresivo.
―Hija, por mucho que Merton te haya hecho partícipe de sus intenciones
para contigo, no dejan de ser eso, intenciones. No ha habido una petición de
cortejo formal, mucho menos una petición de mano. Las cosas se pueden
torcer y no creo que sientas deseos de provocarle más aflicción si sabe que
estás esperando en su residencia. Eso sin mencionar que no resultaría
decoroso, destrozaría tu reputación. Merton decidió casarse con esa mujer por
honor, no le ayudarías en nada si echas a perder tu honra presentándote en la
casa de un hombre soltero.
Drina se levantó apretando los puños a sus costados.
―Él me necesitará. Conozco a West, sé que si solucionáis las cosas, se
sentirá avergonzado y humillado a causa de haberse dejado llevar por su
arrogancia, incluso puede que tenga dudas sobre permanecer en Londres. No
pienso dejarlo rumiar estupideces. Él me ama, y yo a él. ―Miró fijamente a su
padre, sus verdes ojos refulgían de decisión.
En ese momento Drina no podía saber cuán acertada había estado en sus
observaciones.
Richard no había alejado su mirada del rostro de su hija. Odiaba tener que
destrozar sus esperanzas, sin embargo, no podía permitir que Drina se hiciese
ilusiones basadas en un momento de confusión y angustia de un hombre.
―Cariño, no deseo inmiscuirme en algo de naturaleza tan privada, sin
embargo… ¿En algún momento llegó a decirte las palabras?
Drina miró a su padre con un brillo de sorpresa en los ojos ante la
inesperada pregunta, pero no podía mentir, y menos aún a sí misma. Ella
conocía sus sentimientos, pero West en ningún momento había hablado de los
suyos. ¿Y si había malinterpretado los sentimientos de él, basándose en sus
propios anhelos?
Bajó la mirada, mientras admitía lo que no se había detenido a pensar.
―No.
Richard miró a Vadim. ¿Y si Drina había malinterpretado los sentimientos
del duque?
Tessa lanzó una rápida mirada a su marido y luego miró a Drina con
tristeza.
―Drina, no puedes presentarte en Merton House. Además de que
destrozaría tu reputación, no sabemos lo que puede ocurrir en la residencia de
esa mujer. West pasará por momentos muy tensos y necesitará estar solo y
rumiar lo que ha ocurrido.
Tessa se levantó y se acercó a su cuñada. Le tomó las manos con cariño.
―Entiendo que desees estar con West, pero debes tener paciencia. El
honor y la reputación significan todo para él. Si manchas la tuya, West jamás se
lo perdonará. Lo conoces, se sentirá responsable. Eso sin mencionar que
volvería a sentirse acorralado.
La romaní pareció meditarlo. Quizá, en su ansia por estar con él, se estaba
precipitando. Estaba planeando casarse con él cuando ni siquiera estaba segura
de sus sentimientos hacia ella. West nunca le había hablado sobre lo que sentía
en realidad, quizá asumía que no podía permitirse la libertad de expresarlo si
su matrimonio con esa mujer se llevaba a cabo, o tal vez había sido todo
producto de la frustración por ser obligado a tomar decisiones que estaban
fuera de su control.
―De acuerdo, esperaré. ―Miró a Tessa mientras intentaba esbozar una
sonrisa―. Quizá me haya precipitado al hablar.
Vadim exhaló un suspiro de alivio. Conociendo a su hermana, estaba
temiendo que tendría que encerrarla para evitar que los acompañase.
Aidan miró a su esposa, gracias a Dios que Tessa había salvado la situación.
El temperamento de Drina no ayudaría en nada a West en esta situación.
Después de enlazar a su esposa para besarla, le susurró al oído.
―Gracias. ―Tessa reclinó la cabeza en su hombro.
―En el fondo ella sabe perfectamente lo inadecuado que sería seguir sus
impulsos.
Aidan asintió.
―Debemos irnos, todavía tenemos que entrevistarnos con alguien en el
Revenge. ―Aidan acarició el vientre de su mujer―. ¿Estarás bien?
La condesa sonrió. El nerviosismo de Aidan por su embarazo le calentaba
el corazón. Adoraba a ese hombre.
―Estoy… estamos perfectamente, mi amor. ―Tessa acarició el rostro de su
marido―. Vete ya, cuanto antes te reúnas con quien quiera que sea, antes
volverás a casa.
Después de que Vadim se despidiera de Violet, ambos volvieron al
Revenge.

y
Ya habían cenado cuando Strathern apareció con Matt Johnson.
Vadim y Aidan, después de saludar a sus invitados y ofrecerles una copa,
fueron directamente al asunto que les preocupaba.
―¿Le has puesto en antecedentes de la situación? ―inquirió Vadim al
tiempo que miraba a Michael.
Michael se encogió de hombros.
―No es mi… situación para contarla.
Mientras Vadim pensaba si el tío de Strathern sería discreto, Aidan decidió
preguntarlo directamente.
―¿Podemos confiar en su discreción? Lo que le vamos a contar no nos
afecta a nosotros directamente, sino a un amigo; un hermano, se podría decir.
Matt escrutó el rostro de Aidan para pasar acto seguido a observar a
Vadim. Decidió que la franqueza sería lo adecuado con ambos hombres.
―El duque de Merton puede contar con mi total reserva. Lo que aquí se
hable, pueden tener la seguridad de que no saldrá de esta habitación por mi
parte.
Vadim observó al americano.
―No voy a preguntar cómo sabe que nos referimos a Merton. Supongo
que gran parte de su éxito en los negocios se basa en su capacidad de
observación.
Matt asintió mientras levantaba su copa en un brindis silencioso.
Ambos socios pusieron en antecedentes a Johnson sobre la trampa tendida
por la baronesa, la marcha de West y cómo habían localizado a Holland. Hasta
que llegaron al motivo por el cual habían solicitado la presencia de Matt.
―Strathern nos ha comentado que tiene previsto salir para Boston en
breve. Es un gran favor el que queremos pedirle, y entenderíamos que se
negase ―comenzó Vadim.
―Les escucho ―contestó Matt.
Vadim continuó:
―Mañana está previsto que se celebre la boda, sin embargo, debemos
esperar a que esa mujer tenga a su hijo, ni nosotros seríamos capaces de
meterla en un barco en el avanzado estado en el que está. Calculamos que a
finales de marzo todo estará solucionado. ―Vadim miró a Aidan―. No
sabemos cuándo ha decidido partir hacia América, ese sería el gran favor.
¿Estaría dispuesto a embarcar a una pareja y a su hijo y llevarlos con usted a
Boston? Retrasar su viaje solamente por esperar a unos pasajeros algo…
indeseables, podríamos decir, sería un gran favor, entenderíamos que se
negase.
Matt se levantó y se acercó a la ventana desde donde se divisaba el salón de
juego. Los tres hombres no perdían detalle de sus movimientos.
Johnson se giró mientras se reclinaba contra la ventana.
―En realidad mi barco regresa vacío. No sería un gran contratiempo
puesto que no debo cumplir plazos de entrega como pasaría si llevásemos
carga.
Matt se acercó hasta una de las mesas y depositó la copa en ella. Cuando se
incorporó se dirigió hacia los dos hombres, que esperaban expectantes.
―De acuerdo ―asintió―, como he dicho puedo salir cuando me plazca,
solamente infórmenme de la fecha en la que esos pasajeros puedan embarcar.
―Matt se cruzó de brazos―. Tengo un par de condiciones.
―Usted dirá ―contestó Aidan. Le daba exactamente igual las condiciones
que pusiera. El hombre era sensato, así que aceptaría lo que pidiese.
―El barco es mío, la tripulación es mi tripulación, y es un mercante. No
llevamos mujeres a bordo. Si esa mujer o su… marido causasen algún
problema actuaré como crea conveniente, y no me andaré con remilgo alguno
aunque el… contratiempo sea causado por una dama. Es una larga travesía
hasta Boston, y no toleraré incomodidad alguna entre mi tripulación.
―Es justo ―aceptó Vadim.
―La otra ―Matt sonrió con sorna―, es que Merton se case con lady Drina.
Esa encantadora joven se merece ser feliz. Aunque me temo que esta última
condición está de más ―concluyó, enarcando una ceja.
Vadim y Aidan sonrieron.
―Tiene razón, esa última condición podemos obviarla ―respondió Vadim.
Matt extendió su mano, que ambos socios estrecharon.
―Gracias, señor Johnson ―correspondió Vadim.
―No se merecen. Un placer ayudar a milady. Esperaré sus noticias ―dijo,
mientras se dirigía a la puerta acompañado de un satisfecho Strathern.
Cuando ambos hombres abandonaron el despacho, Aidan frunció el ceño
al tiempo que miraba a Vadim.
―Lo hace por Drina. ¿Crees que…?
―¿Que tiene sentimientos hacia ella? ―interrumpió Vadim―. No. Creo que
le ha cogido cariño, quizá le recuerde a su hermana. Según lo que pude
averiguar, lady Doyle tenía más o menos la edad de Drina cuando se casó con
el vizconde.
Aidan tomó un sorbo de su bebida.
―El caso es que nos ayudará. Ahora solo queda conseguir que ese niño
nazca en el lado correcto de la cama.
Capítulo 12
A la mañana siguiente, Vadim y Aidan se dirigieron a la residencia de West.
Habían decidido que mientras ellos recogían a Holland y buscaban un vicario,
West se dirigiría a la casa de la baronesa para informarla de que la boda se
celebraría en unas horas, pero sin darle más información. Así mismo, le
pusieron en antecedentes de la ayuda de Johnson para llevarlos a América una
vez naciese el niño.
Al oír nombrar al americano, West frunció el ceño.
―¿Johnson ha aceptado ayudarme?
―En realidad a quien ayuda es a Drina ―contestó Vadim―. No por las
razones que puedas suponer, sino porque creo que la ve como a una especie de
hermana. De hecho, una de las condiciones que puso fue que te casaras con
ella.
Las cejas de West se alzaron.
―¿Johnson condicionó su ayuda a que yo me case con tu hermana?
―Bueno, fue una de sus condiciones. ―La mirada de Vadim se
endureció―. ¿Acaso te costaría aceptar ese requisito?
―¡¿Qué?! ¡No!, claro que no. Me ha sorprendido. Creí que…
―¿Que se había enamorado de Drina?
West asintió. Había pensado que el americano se sentía atraído por ella, y
que solo sintiese un cariño… fraternal, lo había descolocado.
―¿Los llevará a América? ―preguntó suspicaz.
Vadim se encogió de hombros.
―Eso si no los tira al mar en plena travesía. La otra condición fue tener
carta blanca para, digamos… meterlos en vereda si se ponen difíciles. En
cuanto esa mujer tenga a su hijo debemos enviarle un mensaje notificándole
que puede preparar la partida.
Aidan intervino, impaciente.
―Debemos irnos, tenemos mucho que hacer. ―Frunció el ceño mientras
miraba a Vadim―. ¿Encontraremos un vicario en Spitalfields?
―Alguno habrá que esté deseoso de ganar unas monedas y salir por unas
horas de esa cloaca ―contestó, sarcástico, Vadim.
En el momento en que sus amigos se marcharon, West salió hacia la
residencia de la baronesa.

y
Cuando West llegó a la residencia de la baronesa, su mayordomo le indicó
que su señora se encontraba descansando en la alcoba. West se dirigió hacia las
escaleras dispuesto a subir hasta la alcoba de Jocelynn bajo la sorprendida
mirada del mayordomo, que no se atrevió a impedirlo. Sus años de experiencia
le indicaron que no era buen momento para poner obstáculos en el camino de
un duque. Sin molestarse en llamar, entró en la habitación.
Jocelynn lo observó sorprendida. ¿Merton en su casa?, ¿y en su alcoba?
―Conviene que te prepares. En cuanto llegue el vicario se celebrará la
boda. ―West obvió decir quién era el novio, Jocelynn se llevaría una gran
sorpresa―. El enlace se celebrará aquí, en estos momentos me es imposible
salir de Londres.
El rostro de la mujer se iluminó. Por fin Merton había entrado en razón. Se
convertiría en duquesa y su hijo en heredero del ducado, tal y como habían
planeado Anthony y ella.
Mientras se giraba para abandonar la alcoba, West añadió:
―Te enviaré a buscar cuando todo esté preparado.
En el momento en que West salió de la habitación, Jocelynn se giró hacia
Alice.
―¿Qué haces ahí parada? Revisa el vestido color bronce, es el que más me
favorece.
―Milady, ese vestido… en su estado no podrá ponérselo.
―Pues ciñe el corsé todo lo que puedas ―contestó, altanera, Jocelynn. Si
tenía que aparecer en su boda con el duque de Merton redonda como un
tonel, por lo menos intentaría sentirse atractiva.
Alice observó el vientre de su señora. No era una experta en embarazos,
pero le parecía que, para estar a punto de nacer el niño, el tamaño de su tripa
no era el adecuado. Parecía más pequeño de lo normal. Se encogió de
hombros. Allá ella con sus decisiones.
y
Al cabo de tres horas, que a West se le hicieron eternas en esa maldita casa,
llegó el carruaje con los cinco hombres en su interior.
Una vez el mayordomo hubo abierto la puerta bajo la vigilante mirada de
West a su espalda, Vadim y los demás entraron en la casa.
West miró al desconcertado mayordomo.
―¿Una sala donde se pueda celebrar una boda? ―preguntó con frialdad.
El hombre se inclinó respetuoso.
―Por aquí, Su Gracia, síganme si son tan amables.
Sam y Holland entraron en la habitación señalada por el hombre seguidos
por el vicario, mientras West intercambiaba unas breves palabras con sus
amigos.
―¿Ha aceptado casarse con Jocelynn? ―preguntó con desconfianza.
Vadim esbozó una sonrisa torcida.
―Digamos que hemos tenido que animarlo un poco para que tomara la
decisión correcta. Y después de hacerme pasar por ese trayecto infernal
apretujado en ese maldito carruaje, te garantizo que no se echará atrás.
―¿Has…? ―En ese momento, West recordó la paliza recibida por el
vizconde de Pimroy a manos de Vadim.
Vadim levantó las manos con impaciencia.
―Santo Dios, ¿por quién me tomas? No le he puesto un dedo encima. Lo
hemos traído intacto. No estaría nada bien que un hombre se presentara a su
boda lleno de moratones, ¿no crees?
West, desconfiado, miró a Aidan. Este asintió.
―Te puedo asegurar que no ha habido necesidad de ponerle la mano
encima. Ya sabes que Vadim puede resultar muy convincente cuando quiere.
El susodicho sonrió petulante.
―Puede que ese hombre acepte el matrimonio, pero Jocelynn no aceptará
―comentó West con frustración.
Vadim sonrió malévolo.
―Aceptará, vaya si aceptará, te lo garantizo.
Aidan miró divertido a West al escuchar la voz imperiosa de Vadim.
―Te juro que durante estos últimos días ha llegado a darme miedo hasta a
mí ―repuso, mientras señalaba con un gesto de cabeza al romaní.
Entraron en la habitación donde aguardaban los otros tres hombres.
Después de saludar a Sam con un leve movimiento de cabeza, West fijó su
mirada en Holland. ¿Ese era el gran amor de Jocelynn? No parecía gran cosa.
Tenía un leve atractivo a pesar de rozar… elucubró, ¿los cuarenta años? Y
desde luego, su apariencia anodina no hacía pensar que sus gustos en la alcoba
fuesen tan… fogosos, aunque había sabido de cosas peores sobre caballeros
aún más insignificantes que este.
Sam, que se había levantado al ver entrar al duque, propinó un empellón a
Holland para que hiciese lo mismo. El hombre permanecía sentado con
expresión abatida.
―Según me han comentado lord Rutland y lord Devon, parece ser que
usted es el padre de la criatura que espera lady Hampton ―comenzó West sin
hacer ningún ademán de saludar al hombre.
―Resultaría absurdo negarlo a estas alturas, ¿no cree? ―contestó,
desafiante, Holland.
West enarcó una ceja con arrogancia.
Holland tragó en seco. Si el romaní le había parecido peligroso, este
hombre exudaba tal aura de poder que le ponía el vello de punta.
―¿… Excelencia? ―Finalizó la frase nervioso.
―Asumo que acepta contraer matrimonio con lady Hampton ―insistió
West.
Holland disparó una mirada temerosa hacia Vadim, que sonrió lobuno.
―Sí ―contestó escueto.
No tenía sentido negarse. De una manera u otra, Jocelynn no se convertiría
en duquesa, por lo menos le quedaría el acceso como su esposo a la pequeña
fortuna heredada del difunto barón.
Cuando West iba a ordenarle al mayordomo, que permanecía en la puerta
sin atreverse a mover ni siquiera una pestaña, que avisase a la baronesa, Vadim
se ofreció a ir él mismo. West miró inquisitivo a Aidan, que enarcó una ceja.
Vadim era muy capaz de, sin poner en antecedentes a la mujer, hacer que
aceptase la boda aunque no fuese con quien ella esperaba.
Rutland llamó a la puerta de la alcoba de Jocelynn y cuando Alice abrió,
casi se le salen los ojos de las cuencas al verlo. La voz de la baronesa se
escuchó desde el interior de la alcoba.
―¿Quién ha venido a escoltarme, Alice? ―preguntó, al tiempo que se
acercaba hacia la puerta donde esperaba Vadim.
―¡Señoría! ―exclamó Jocelynn, atónita. ¿Habían acudido los amigos de
Merton a la boda? Sonrió interiormente, parecía que por fin aceptaban el
hecho de que ella se convertiría en la próxima duquesa.
Jocelynn hizo una torpe reverencia.
―Es un honor que haya decidido acompañarnos en este día, Señoría
―comentó con coquetería.
Vadim enarcó una ceja.
―Le puedo asegurar, milady, que el placer es mío. ―Miró a la doncella, que
permanecía expectante―. ¿Podría dejarnos un momento?
Jocelynn manifestó confusa:
―Señoría, me temo que no resultaría adecuado quedarnos a solas.
―¿Qué teme, baronesa, que la pueda dejar embarazada? ―contestó
mordaz.
Jocelynn enrojeció de furia. Por lo que parecía, el que hubiese acudido a su
boda no significaba que ella contase con su aprecio.
En cuanto hubo salido la doncella, Vadim clavó sus oscuros ojos en el
rostro de la mujer. Un escalofrío de inquietud recorrió el cuerpo de Jocelynn.
Los negros ojos del romaní tenían un brillo peligroso. Lo miró intranquila, ese
hombre no le pondría la mano encima a una mujer, ¿verdad?
Vadim estaba disfrutando con el desasosiego que veía en el rostro de la
baronesa.
―Milady, como ve, he venido a escoltarla… ―Vadim se tragó una mueca
de asco al pensar que esa mujer tendría que tocarle para tomar su brazo.
Quemaría la chaqueta en cuanto acabase la ceremonia―. Y a darle un pequeño
consejo.
Jocelynn frunció el ceño. ¿Consejo? ¿Sobre qué, en el nombre de Dios, ese
hombre tendría que aconsejarla?
Ante el desconcertado silencio de la mujer, Vadim prosiguió:
―Ni lord Devon, que me ha acompañado ―aclaró―, ni yo, somos Merton.
Él debe pensar en su reputación, nosotros no. Si ha observado los
movimientos de Merton durante algún tiempo, como sé que ha hecho, debe
saber que somos los dueños del infame ―sonrió interiormente― club Revenge,
y sabrá también que, si lord Devon tenía fama de tener pocos escrúpulos,
estará al tanto de que a causa de mi mestizaje romaní, los míos son
inexistentes.
Jocelynn escuchaba al romaní atónita, ¿a dónde quería llegar?
Como si hubiese adivinado sus pensamientos, Vadim continuó:
―Todo esto viene a que, cuando esté en presencia de vicario y este le
pregunte si da su consentimiento, aceptará, milady, sin dudas, demoras, ni
vacilaciones. ¿He sido claro?
Jocelynn asintió. Por supuesto que iba a aceptar. Ese hombre había perdido
el juicio si pensaba que iba a rechazar un ducado.
Mientras reprimía un visceral rechazo, Vadim le ofreció su brazo.
―Bajemos entonces.
Al entrar en el salón que había sido dispuesto para la ceremonia, Jocelynn
se sorprendió al ver que el único hombre situado de cara a la puerta era el
vicario, de espaldas había cuatro hombres. Reconoció a Merton y a lord
Devon, sin embargo, los otros dos…
Uno de ellos le llamó la atención, parecía… no, era imposible; sin embargo,
no pudo evitar que su rostro palideciera. Cuando el hombre se volvió hacia
ella, no pudo sino jadear, sorprendida.
―¿Anthony? ―murmuró perpleja.
Vadim se inclinó y le susurró al oído.
―Recuerde, milady, sin dudas ni vacilaciones.
Sin embargo, Jocelynn tuvo la audacia de dirigirse furiosa a Merton.
―¿Qué significa esto?
―Esto ―masculló el duque― es tu boda, la que tanto ansiabas.
―No pienso… ―La mujer intentó rebelarse.
En ese momento, Aidan tomó del hombro al sorprendido vicario y,
mientras le hacía una seña a Sam, le murmuró al hombre:
―Señor Brown, ruego disculpe a la novia. ―Hizo un gesto señalando el
vientre de la mujer―. Su estado le provoca, digamos… un poco de
nerviosismo. Sam le acompañará mientras la tranquilizamos.
Se dirigió al empleado.
―Sam, acompaña al vicario a la biblioteca, porque supongo que habrá una,
y que este amable señor ―dijo mientras señalaba al cada vez más perplejo
mayordomo― os sirva una copa de oporto mientras esperáis a que la dama se
tranquilice.
Una vez el vicario hubo salido, Jocelynn se dirigió a Holland.
―¿Qué haces aquí? Lo has estropeado todo ―espetó rabiosa.
―Vamos a casarnos, Jocelynn ―contestó Holland―, no conseguirás nada
oponiéndote.
―No pienso hacerlo. No aceptaré ―insistió Jocelynn―. No pueden
obligarme.
En ese momento intervino Vadim. Su voz era peligrosamente suave
cuando se dirigió a la enfurecida baronesa.
―Creo que no ha entendido la situación, milady. Se casará con el padre de
ese niño, puesto que la otra opción puede que le agrade menos.
―¿Qué quiere decir? ―Si había alguien que conseguía que a la baronesa se
le pusiese el vello de punta, era ese romaní.
―Quiero decir que está dispuesto que, en cuanto tenga a su hijo, saldrán
los tres rumbo a América, preferiblemente casados, aunque eso ya depende de
usted. Si desea emprender el viaje como madre soltera con su reputación
arruinada, es cosa suya. De lo que puede estar segura es que se case o no con
su amante, no se convertirá en duquesa de Merton.
Jocelynn entrecerró los ojos.
―Si no nos casamos, el escándalo rodeará a Merton. Me encargaré de…
―Me temo que no me ha estado prestando atención, madame. No saldrá
de esta casa… su confinamiento, ¿recuerda? Y dudo mucho que tenga tiempo
de esparcir rumores desde América. En todo caso… ¿está segura de que habrá
rumores? ―sugirió con malicia―. Nadie en Londres conoce su estado y, en
cuanto a sus apariciones públicas con Merton y nuestra presencia aquí, incluida
la de Su Gracia… bueno, digamos que un buen amigo de la infancia ha tenido
la generosidad de mover los hilos adecuados para que su gran amor pudiese
regresar con premura ―Hizo un vago gesto con la mano― de donde quiera
que estuviese, para poder contraer matrimonio y embarcar juntos hacia una
nueva vida, al tiempo que nosotros, con la amabilidad que nos caracteriza,
hemos ido a recogerle al puerto donde acaba de amarrar el barco que lo ha
traído. Así que, baronesa, ¿cuál va a ser su decisión? ―inquirió fríamente.
Jocelynn levantó la barbilla con altanería.
―Haga pasar al vicario, milord ―repuso con frialdad.
―Excelente ―admitió Vadim.

y
Mientras el vicario celebraba la unión, West se fijó en los gestos de dolor
que surcaban de vez en cuando el rostro de Jocelynn. Hizo un gesto con la
cabeza a Aidan, que frunció el ceño al observar a la mujer.
Aidan se acercó a West.
―¿Crees que ya…?
―Eso me temo ―repuso el duque.
El vicario acababa de declarar marido y mujer a Holland y a Jocelynn.
Después de que estos firmaran el acta matrimonial, cuando West, Aidan y
Vadim habían firmado como testigos, un grito desgarrador de la nueva señora
Holland sobresaltó a todos.
Jocelynn se agarró el vientre en medio de gestos de dolor. Alice, también
presente en la habitación, se acercó a ella. Miró a su nuevo esposo con
preocupación.
―Señor, me temo que el momento ha llegado.
Mientras Holland la tomaba en brazos y la subía a la alcoba, West
consultaba con el mayordomo.
El hombre los tranquilizó diciendo que entre el personal había una mujer,
la ayudante de la cocinera, que solía ejercer de partera y que tenía mucha
experiencia. Sin embargo, una vez avisada la mujer y después de que West la
pusiese en antecedentes de lo que ocurría con su señora, cuando se disponía a
retirarse para preparar todo para el parto, su mirada vaciló en el fino reguero
de sangre que había dejado la baronesa tras sí. Sin decir nada, salió dispuesta a
ordenar que limpiaran y que comenzaran a preparar todo lo necesario para un
parto que se temía complicado.
Vadim había observado la mirada de la partera y visto también el rastro de
sangre mientras Aidan y West estaban ocupados despidiendo al vicario.
Se dirigió a Sam, que permanecía en una esquina de la habitación.
―Sam, avisa al doctor Samuels. ―El hombre asintió y salió a la carrera.
Una vez el vicario se marchó, muy bien pagado por las molestias, Vadim
indicó a sus amigos las manchas en el suelo.
West meneó la cabeza con pesar.
―Lady Albans le había advertido que se cuidase y ella no ha seguido en
absoluto sus consejos. Continuaba usando esos ajustados corsés y tomando
jerez y vino en las comidas cuando le apetecía. Salgamos, vayamos a la
biblioteca mientras limpian esto.
Aidan, al oírlo, dio gracias por que su hijo hubiera sido engendrado con
amor. Tessa jamás pondría en peligro la vida de su bebé por vanidad o
egoísmo.
―Ahora solo nos queda esperar ―murmuró Aidan.
Al cabo de unos instantes, mientras se disponían a esperar, un desolado
Holland se presentó en la biblioteca.
A pesar del daño que habían intentado hacerle, West se compadeció de él.
Puso una copa en las manos del abstraído hombre, que lo miró agradecido.
En ese momento, una llamada en la puerta de entrada les indicó que el
doctor había llegado. El mayordomo lo dirigió apresuradamente hacia la alcoba
de la baronesa.
Esperaron absortos en sus propios pensamientos, durante horas, hasta que
el médico entró en la biblioteca.
Los cuatro hombres se levantaron expectantes. El rostro del galeno no
auguraba nada bueno.
Se dirigió al señor Holland.
―Ya puede subir, señor. ―Al ver que el hombre se precipitaba hacia la
puerta, lo detuvo al tiempo que le informaba―: No hemos podido hacer nada
por el niño, ha nacido sin vida. Su esposa ha perdido mucha sangre pero
confío en que, si no hay infección, pueda salir adelante.
Holland asintió sin palabras y se encaminó a ver a su esposa.
West miró al médico.
―¿Qué es lo que no le ha dicho?
El doctor Samuels carraspeó.
―La criatura ya había muerto en el vientre de su madre. Según mis
cálculos, el niño llevaba muerto al menos quince días. Doy gracias a que el
cuerpo de la señora decidió expulsarlo, si no, me temo que habríamos perdido
a los dos por la infección pero, aun así, llevar ese cuerpecito muerto en el
vientre durante tantos días… Me temo que no hay muchas esperanzas,
Excelencia.
―Gracias, doctor Samuels ―musitó West. Después de acompañar al
hombre a la puerta y despedirlo, se sirvió una copa, se sentía desolado. No era
su hijo, de acuerdo, pero la muerte de un niño…
―Ese niño le estorbaba ―susurró hacia sus amigos, que lo observaban
preocupados―. Solamente era un medio para llegar al ducado, y ni siquiera esa
razón consiguió que se preocupase de protegerlo.
―Subiré a ver cómo está y si Holland necesita algo. En estos momentos,
no importa lo que hayan hecho ―murmuró Aidan―. Me temo que soy el único
con el que Holland no se sentirá amenazado.
―Ordenaré que le suban una bandeja con algo de comer, me atrevería a
decir que la noche va a ser muy larga. ―West sabía que no eran ni su casa ni su
personal; sin embargo, alguien debía tomar decisiones.
West estaba equivocado. Jocelynn Hampton, antigua baronesa viuda
Hampton y, durante pocas horas, señora Holland, murió por la infección antes
de que llegase la madrugada.
Vadim y Aidan regresaron a sus residencias, tenían mucho que hablar con
sus esposas. Mientras, West se dirigió a Merton House, él no tenía quien lo
esperase, sin embargo, tenía mucho en lo que pensar.

y
Se efectuó el entierro de la señora Holland en el camposanto situado a
poca distancia de la parroquia perteneciente al vicario que los había casado
horas antes. West no asistió. Había alegado que le parecía hipócrita dar el
último adiós a quien tanto daño le había hecho. Aidan y Vadim decidieron
hablar con Anthony. Como viudo de la antigua baronesa, le correspondían la
totalidad de sus bienes y, aunque no se sintieran cómodos con su presencia en
Londres, Holland no extendería rumores sobre lo ocurrido.
Sentados los tres en la biblioteca de la residencia, Aidan observó al abatido
Holland. Tal vez la mujer había sido una arpía, aunque no estuviese bien hablar
mal de los muertos, pero parecía que ese hombre había sentido de verdad su
muerte.
―¿Qué piensa hacer ahora, Holland?
―Me iré a América, tal y como habíamos acordado. ―El hombre, abatido,
se encontraba sentado e inclinado hacia delante con los brazos apoyados en
sus muslos. Se miró las manos, que mantenía cruzadas―. Ya no me queda nada
en Inglaterra.
―Como su viudo, tiene derecho a disponer de los bienes de su esposa
―aventuró Vadim.
Holland movió la cabeza, pesaroso.
―Si me quedo en Londres, esos bienes no tardarán en desaparecer. Debo
mucho dinero a gente no muy recomendable. Lo más adecuado será vender
todo y empezar una nueva vida… lejos. Sin embargo, en estos momentos, no
sé por dónde empezar.
Vadim miró a Aidan.
―¿Sabe cuál es la firma de abogados que llevaba los asuntos de su esposa?
Anthony asintió.
―Morrison & Holmes.
―Con el certificado de matrimonio puede ordenar a los abogados que
vendan los bienes e ingresen los fondos a una cuenta a su nombre en el banco
que elija. Una vez hecho esto, podrá ordenar transferirlos a cualquier banco
americano ―explicó el romaní.
Aidan se levantó.
―Le ayudaremos con las gestiones en la mañana. Suba y descanse. Le
subirán una bandeja con la cena. Nosotros regresaremos a nuestras residencias
y lo recogeremos para acompañarle a los abogados y, si es necesario, al banco.
Holland, desolado, obedeció la sugerencia de Aidan y salió de la biblioteca
con ademán cansado.
Los dos hombres, después de dejar a Anthony y de dirigirse a sus
respectivas residencias para asearse y cambiarse de ropa, fueron directos a
Normamby House. Aunque habían hablado con sus esposas, Richard, Adara y,
sobre todo, Drina, tenían que saber lo que había sucedido en los últimos dos
días. Pasarían por Merton House para recoger a West.
Cuando el carruaje del marqués de Rutland llegó a las puertas de Merton
House, Aidan bajó de un salto; sin embargo, se quedó desconcertado al alzar la
mano para tocar la aldaba. Se giró hacia Vadim, que esperaba delante del
carruaje.
―Han retirado la aldaba ―anunció estupefacto. La retirada del llamador de
una puerta de una residencia significaba que su dueño o dueños no se
encontraban en la ciudad.
Vadim se acercó mientras fruncía el ceño.
―Quizá haya ordenado que la retiren para no tener que soportar visitas
―comentó extrañado. Sin embargo, tenía un mal presentimiento.
Aidan llamó con los nudillos y, al cabo de unos instantes, Hobson, el
mayordomo de la residencia, abrió la puerta. Al ver al cuñado de su señor y al
marqués de Rutland, se hizo a un lado para permitirles el paso al vestíbulo. Los
dos hombres se miraron aliviados, por lo visto, West deseaba intimidad.
―Señoría, milord ―saludó Hobson.
―Hobson ―saludó Aidan―, tenga la bondad de avisar a Su Gracia de que
estamos aquí. Espero que recuerde que estamos invitados a cenar en
Normamby House ―murmuró, dirigiéndose a Vadim.
Por el rostro del mayordomo pasó un fugaz destello de incomodidad.
―Me temo, milord, que Su Gracia no se encuentra en la residencia.
Vadim se adelantó un paso. Su voz sonó helada cuando preguntó:
―¿Dónde está?
―Me temo que unos asuntos reclamaban su atención en Archer House,
Señoría.
El rostro de Vadim se transformó al escuchar al mayordomo. Aidan, al
notar la furia de su amigo, se despidió de Hobson.
―Gracias, Hobson.
El hombre se inclinó.
―Milord, Señoría.
Vadim salió de la casa y se introdujo en el carruaje sin decir una sola
palabra. Aidan subió tras él y golpeó el techo con el puño para indicar al
cochero que avanzara, luego miró atribulado al romaní. Vadim observaba las
calles con una glacial expresión.
―Vadim, quizá… ―Aidan intentó serenarlo, sin embargo, el aludido lo
interrumpió con un cortante gesto de mano.
―Ha huido como un cobarde.
―Estás siendo injusto. Sabes que West no tiene un solo pelo de cobardía
en su cuerpo ―Lo defendió Aidan.
―¡Me da exactamente igual! Llámalo cobardía, vergüenza, orgullo, su
maldita arrogancia, el caso es que mientras mi hermana lleva todos estos días
intranquila por él, dispuesta incluso a destrozar su reputación por estar a su
lado, el maldito duque arrogante, en el momento en que soluciona su
problema, pone tierra de por medio sin pensar en los sentimientos de Drina,
sin ni siquiera una explicación ya no a ella, por lo menos a nosotros.
Aidan reclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, desolado. A su pesar,
tenía que reconocer que Vadim tenía razón. Después de todo lo pasado y de
ver el sufrimiento de Drina, la actitud de West no tenía perdón. Y que no les
hubiera dejado aunque fuese una simple nota…, podía entender la ira de
Vadim, él mismo estaba sumamente decepcionado con el comportamiento de
West.

y
Nada más entrar en el salón donde se hallaban reunidos esperando el aviso
para la cena, todas las miradas convergieron en ellos. La de Drina, después de
comprobar la ausencia de West, se dirigió directamente al rostro de su
hermano y lo que vio en sus ojos hizo que su corazón se desplomase. Aunque
la expresión de Vadim era insondable, su hermana lo conocía perfectamente.
Por la fugaz expresión de tristeza que pasó por su mirada al verla, supo que
algo había ocurrido.
Comenzaron por relatar la boda entre Holland y Jocelynn y cómo, justo al
finalizar el enlace, Jocelynn alumbró un niño muerto. Tessa, aunque conocía lo
que había ocurrido, al volver a escucharlo se llevó una mano protectora al
vientre. Aidan, a su lado, y al notar el gesto, la tranquilizó cariñoso.
―Tranquila, mi amor, tú no eres esa mujer. A ella no le preocupaba ese
niño en absoluto, solamente estaba pendiente de su apariencia y de que no se
le notase su estado hasta haber cerrado la trampa.
Después de narrar la muerte de la ya señora Holland a causa de la
infección, explicaron la decisión de Anthony de vender los bienes heredados
de su esposa y viajar a América.
Violet no se anduvo por las ramas e hizo la pregunta que a todos les
interesaba.
―¿Por qué no ha venido West?
Aidan carraspeó. Ninguno de los dos se atrevió a mirar a Drina.
―Cuando fuimos a recogerlo, su mayordomo nos informó de que un
asunto urgente lo había reclamado en Archer House―. Aidan no se atrevió a
decir que ni siquiera había dejado nota alguna.
Drina escuchó el relato de la deserción de West sin que ninguna emoción
se reflejase en su rostro. Aparentando una indiferencia que no sentía, se sirvió
una copa de jerez consiguiendo milagrosamente que sus manos no temblasen.
«Bien, por lo que parece, West simplemente se dejó llevar aquella noche en
Archer House abrumado por las circunstancias, mientras que, tonta de mí, en
ese momento no supe o no quise darme cuenta de ello. Me utilizó, tal vez
como una especie de evasión, quizá porque necesitaba en ese momento a
alguien en quien pudiese confiar con la seguridad de que no habría reclamos
de ningún tipo», pensó la muchacha, «quizá sea lo mejor».
El carácter fatalista romaní salió a relucir. West simplemente se sentía
cómodo con ella, no había ninguna otra clase de sentimientos por su parte.
Decidiría en consecuencia. Él había tomado una decisión, ella tomaría las
suyas. La temporada había comenzado, haría lo que tenía previsto hacer,
disfrutarla y quizá algún caballero le hiciese olvidar… lo que ni siquiera había
comenzado.
Adara, mientras, observaba inquieta a su hija. Ninguna expresión, ni de
frustración ni de tristeza, había pasado por su rostro. Volvió su mirada a
Richard. Este, a su lado, la tomó de la mano.
―Lo sé ―susurró en su oído al adivinar lo que pasaba por la mente de su
esposa―. Yo también temo por ella. Es ferozmente leal, sin embargo, me temo
que comprobar que Merton no sintió impaciencia alguna por verla después de
todo lo ocurrido provocará que le cierre su corazón. Maldita sea, en qué
demonios estaría pensando ese hombre para no venir, libre por fin de esa
mujer, dando saltos de alegría.

y
En Archer House, West seguía con la rutina que se había impuesto. Visitar
a los arrendatarios, entrevistarse periódicamente con el administrador, salir a
cabalgar y cazar. Todo lo que un noble de su posición haría en cualquiera de
sus propiedades rurales.
Temía enfrentarse a Drina ya que había perdido gran parte de su seguridad
en sí mismo. Jocelynn le había hecho más daño del que había planeado. Le
había quitado de un plumazo su arrogancia, su altivez, su orgullo. No podía
presentarse ante Drina siendo una sombra de lo que fue, con miedo,
interiormente rogando, suplicando que aceptase a la maldita imitación de un
duque en que se había convertido. Sabía que la perdería. Drina no perdonaría
fácilmente que no volase junto a ella al saberse libre, después de que sus
hermanos moviesen cielo y tierra para liberarlo de esa mujer.
Estaría eternamente agradecido a sus amigos por lo que habían hecho por
él, pero también se sentía sumamente humillado por no haber podido resolver
el problema él mismo, acostumbrado como estaba a solucionar los problemas
de los demás, con mayor o menor acierto. Se había dejado llevar por la apatía y
la frustración, sin intentar luchar contra lo que esa mujer había tramado. Había
perdido por completo el control de su vida y le iba a costar recuperarlo.
Esperaría. Tal vez cuando la temporada estuviese a punto de finalizar
hubiese recuperado algo la seguridad en sí mismo y, en cuanto a las sesiones
del parlamento, por una vez, que se arreglasen sin él. Y si ella había encontrado
a alguien que la hiciese feliz, que así fuese, ella se lo merecía y él se lo habría
ganado por su estupidez.
Capítulo 13
En el mes de mayo la temporada estaba en pleno apogeo. Ni Vadim ni Aidan
habían recibido noticia alguna de West después de haber marchado hacía dos
meses y tampoco ellos se habían puesto en contacto con él. Nada había que
decir.
Drina, radiante, acudía a la mayoría de los eventos a los que era invitada. La
hija del duque de Normamby tenía su propia corte de caballeros deseosos de
ganarse su atención.
Esa noche habían acudido al baile de los barones Albans. Lord y lady
Albans residían de forma permanente en Hertfordshire, sin embargo, solían
pasar los meses más álgidos de la temporada en Londres y organizaban un
único baile.
Las damas, cuando la línea de recepción se hubo deshecho y la baronesa se
acercó a saludarlas, la pusieron al día en cuanto al desdichado fin de lady
Hampton y su hijo.
―Mentiría si dijese que no esperaba un final así ―comentó, contrita, la
baronesa―. Los corsés que vi desparramados por la habitación demostraban
que habían sido usados y eso en un embarazo es totalmente contraproducente,
ya entonces los latidos del corazón del bebé eran demasiado débiles para un
niño de ese tiempo. Lamento sinceramente lo ocurrido, sin embargo, no puedo
por menos que hallar algo de tranquilidad al pensar que Su Excelencia pudo
evitar caer en la trampa de esa mujer, incluso si ella no hubiese hallado un final
tan prematuro. Tener buenos y leales amigos es algo que no todo el mundo
sabe valorar.
Adara miró de reojo a Drina, que escuchaba atenta las palabras de lady
Albans, sin embargo, su expresión continuaba siendo enigmática.
Después de interesarse por el estado de Tessa en su confinamiento, la
baronesa se despidió al tiempo que se dirigía a saludar a otros invitados.
Vadim se acercó a invitar a bailar a su esposa y Adara y Drina se dirigieron
a la mesa de bebidas.
―¿Quién es el caballero que conversa con papá? ―preguntó la muchacha
sin apartar la mirada de su padre y del otro hombre.
Adara, sorprendida por la pregunta, se giró para ver a quién se refería su
hija. No tuvo tiempo a responder, puesto que el duque de Normamby,
acompañado del susodicho caballero, se encaminaban hacia ellas.
―Querida, permíteme presentarte al conde de Langley. Milord, mi esposa,
la duquesa de Normamby y mi hija, lady Drina.
El conde tomó la mano de la duquesa y posteriormente la de Drina para
realizar una inclinación sobre ellas.
―Lord Langley es vecino nuestro en Lincolnshire, querida, sus propiedades
lindan con las nuestras.
―Un placer conocerlas. Excelencia, milady.
―Milord ―respondió Adara.
Drina realizó una reverencia mientras observaba disimuladamente al
caballero. Alto, más o menos de la misma estatura de West, cabello castaño y
cálidos ojos avellana, con anchos hombros, el hombre era muy atractivo. Un
poco mayor que West, rondaría la mitad de la treintena. Absorta, no se percató
de lo que decía el caballero hasta que un codazo disimulado de Adara le hizo
prestar atención.
―Disculpe, milord, me temo que estaba distraída.
Langley sonrió. Una sonrisa perfecta mostró una dentadura impecable.
―Me preguntaba, milady, si me haría el honor de concederme este baile,
claro está, si no lo tiene ya comprometido.
―Por supuesto, milord, será un placer.
Ambos se encaminaron hacia la pista de baile bajo la atenta mirada de
Richard y Adara.
―Es un buen hombre ―comentó Richard.
―No recuerdo haberlo visto en los salones. ―A Adara le había causado
muy buena impresión.
―Hace tres años que quedó viudo y, después de pasar el luto, me temo que
no tenía mucho interés en venir a Londres. Lo ha pasado muy mal. ―Richard
observaba pensativo a la pareja que bailaba―. Su matrimonio era por amor. Su
difunta esposa y él se adoraban y recibió un golpe muy duro con su muerte.
Me atrevería a decir que todavía no se ha recuperado.
―¿Cómo murió lady Langley? ―preguntó Adara.
―Una caída de caballo. Cabalgaban juntos cuando la yegua de lady Langley
se asustó por algo y tiró a la dama. Se golpeó la cabeza y murió
instantáneamente. Su hijo y heredero apenas tenía tres años cuando su madre
murió.
―Dios mío ―susurró Adara, apenada―. Tan pequeño y perder así a su
madre.
―Langley lo adora. De hecho, ha venido a Londres con motivo de votar
una ley que le interesa, de otro modo, apenas sale de su sede familiar.
Mientras tanto, Drina intentaba centrarse en su pareja de baile. No podía
estar comparando a todos los caballeros que le eran presentados con West.
Irritada, pensó que hasta resultaba enfermizo. En realidad, caviló, al único que
había comparado con él había sido a lord Langley y no entendía la razón, ¿por
qué Langley precisamente?
Después de mantener una agradable conversación, y a punto de finalizar el
baile, Langley preguntó:
―¿Sería posible que me permitiera visitarla mañana, milady?
―Será un placer, milord.
Langley volvió a sonreír. A Drina le gustó su sonrisa. Le llegaba a los ojos,
no como las de otros caballeros cuyas sonrisas parecían ensayadas.
Lord Langley la escoltó hacia donde se encontraban sus padres y, a
continuación, se despidió. Drina notó que después de bailar con otra dama, el
conde abandonó el baile.

y
A la mañana siguiente, en medio de otros espectaculares ramos, uno
destacaba en particular ya que no era el típico ramo de rosas, lirios o incluso
alguna orquídea que poblaban el salón de recibir, sino un discreto pero
precioso ramo de jazmines blancos. La tarjeta que lo acompañaba pertenecía al
conde de Langley.
Adara entraba en el salón cuando Drina terminaba de leer la tarjeta.
―¿Sabes lo que significa el jazmín blanco? ―inquirió Adara mientras
admiraba la preciosa composición.
―Sí ―contestó Drina si quitar la vista de las preciosas flores―. Amabilidad,
amistad.
―Tu padre me ha comentado que es un buen hombre. ―Adara miró de
reojo a su hija.
―Es muy agradable, mamá. De hecho, ha solicitado poder visitarme hoy.
―Bien, tendremos que prepararnos. Vistos la cantidad de ramos que han
llegado, me temo que las visitas nos llevarán gran parte de la mañana, sino
toda―comentó sonriendo.

y
Langley no solo visitó a Drina ese día, sino que en todos los bailes en los
que coincidían se aseguraba de reservar al menos una pieza para bailar juntos.
Drina se encontraba muy a gusto con él. Era ingenioso, cortés,
responsable, conversaban sobre cualquier cosa, tenía en cuenta sus opiniones y,
sobre todo, no tenía un ápice de arrogancia en su cuerpo.
Comenzaron a salir a cabalgar juntos, por supuesto, con el acostumbrado
lacayo. Langley le había hablado de su familia, de la muerte de su esposa, de su
pequeño hijo. Drina intuía que seguía amando a su mujer.
Uno de esos días, mientras paseaban por Hyde Park, Langley pareció
meditar algo.
―Lady Drina, ―Carraspeó nervioso―, estos días en su compañía me han
resultado muy agradables y me gustaría ponerla al tanto de mis intenciones.
―Drina lo observó y, discreta, esperó.
―Antes de nada, milady, debo ser claro. Sigo enamorado de mi esposa
aunque ya no esté a mi lado y no me considero capaz de poder volver a amar a
otra mujer. De hecho, en ningún momento había pensado en la posibilidad de
contraer un nuevo matrimonio, mi esposa me dejó a mi heredero. Le digo esto
porque creo que hemos desarrollado una grata amistad, nos llevamos bien y
puede que en algún momento surja el cariño entre nosotros. ―Al ver que
Drina se disponía a contestar, Langley alzó una mano para silenciarla―.
Permítame continuar. Yo no me puedo imaginar amando a otra mujer y no
deseo olvidar a mi esposa en absoluto, en cambio, intuyo que usted sufre por
alguien y sí desearía poder olvidarlo. Quizá podríamos ayudarnos uno al otro.
»Lo que quiero decir, milady, ―Ambos se encontraban parados delante del
Serpentine contemplando a los niños que, vigilados por sus niñeras e
institutrices, alimentaban a los animales del lago. Se giró hacia ella―, es si me
permitiría cortejarla. Eso nos daría la oportunidad de conocernos mejor y
comprobar si para ambos sería suficiente con la amistad y el cariño. No
solicitaré el permiso de Su Excelencia sin contar primero con su aprobación.
Drina meditó las palabras del conde. Él le agradaba y había sido
completamente sincero con ella. Si el cortejo daba sus frutos, sería un
matrimonio muy agradable. No habría amor, por supuesto, los dos habían
cubierto ya esa etapa, sin embargo, había amistad, respeto y, quizá, como él
había señalado, surgiría el cariño entre ellos.
―Tal vez antes debería saber… ―Intentó ser tan sincera como lo había
sido él, pero Langley la detuvo.
―Lo único que debemos saber el uno del otro es que ambos hemos amado
con pasión y continuamos enamorados de otras personas. Si usted puede
afrontarlo, yo también. Lo único que pido es que entre nosotros haya
franqueza y lealtad, sin mentiras.
―Sin mentiras ―asintió Drina―. Puede hablar con mi padre cuando desee,
milord. Será un honor.

y
Cenaban en Devon House, ya que el embarazo de Tessa estaba muy
avanzado. Se esperaba el nacimiento para el mes siguiente.
La noticia de que Richard, con la conformidad de ella, había aceptado que
Drina fuese cortejada por el conde de Langley suscitó diferentes sentimientos
en sus hermanos y cuñadas.
Desconcierto y tristeza por parte de Violet y Tessa y resignada
conformidad por parte de Vadim y Aidan.
Ambos, sobre todo Vadim, sabían que Drina ni perdonaría ni esperaría
eternamente a West. Sin embargo, no todos parecían dispuestos a conformarse
con la decisión de Drina.
Tessa miró con tristeza a su cuñada.
―Drina, ¿estás segura de que eso es lo que quieres?
―Completamente ―contestó, segura, la romaní―. Es un gran hombre y en
ningún momento me ha ocultado nada, ni de su vida ni de sus sentimientos.
Hay lealtad, amistad y franqueza entre nosotros, ¿qué más base se puede pedir
para un matrimonio?
La suave voz de Violet se escuchó en ese momento.
―¿Amor?
―Existen sentimientos mucho más fuertes y menos volubles que el amor
―respondió Drina.
Descubrir que amaba a West había sido una revelación maravillosa, sin
embargo, no lo fue tanto comprobar que él no había estado a la altura.
―Supongo que no volverás al Revenge ―preguntó Aidan.
Drina lo miró confusa.
―¿Por qué no?
―¿Langley lo consentirá? ―insistió Devon.
―Sabe que trabajo allí y en ningún momento ha puesto obstáculo alguno a
que continúe con mi trabajo, además, ¿acaso crees que yo consentiría en
esperar a que un hombre me diese permiso para hacer algo? Si no me
respetara, si no respetase mi trabajo o mis decisiones, no sería el hombre
adecuado para mí.
Mientras se levantaban para retirarse a la otra sala, Aidan retuvo a Vadim.
―¿Se lo comunicarás a West?
Rutland lo miró con frialdad.
―No. Ni siquiera hemos recibido noticias suyas en todo este tiempo. No
parece que le importe mucho lo que pueda hacer Drina.
Aidan, pesaroso, meneó la cabeza.
―¿No estás siendo un poco injusto con él? Ha pasado por mucho.
―Todos hemos pasado por mucho. Quizá esté siendo irracional, pero,
francamente, no me importa en absoluto.

y
Estaban en la primera semana de junio y Tessa comenzó con su trabajo de
parto. Habían avisado a lady Albans y la médica ya se encontraba instalada en
Devon House a la espera del nacimiento.
Richard y Vadim se encontraban con Aidan en la biblioteca mientras Adara
y Violet acompañaban a Tessa en su alcoba.
―Debería estar con ella, no tendría por qué pasar por esto sola ―murmuró
un atribulado Aidan mientras caminaba nervioso de un lado a otro de la
habitación.
Vadim, concentrado en su copa, levantó su mirada hacia su amigo.
―Sola, precisamente sola, no está. Esa habitación está llena de gente.
Richard disimuló una sonrisa.
―Me temo que en este momento la habitación de tu esposa no es el lugar
adecuado para ti.
Aidan resopló.
―Preferiría estar con ella. Aquí no puedo ayudarla. ―Se pasó ambas manos
por el cabello―. Soy el que ha ocasionado esto, por Dios, debería poder hacer
algo, han pasado cuatro horas.
―¿Cree que lo soportaría? ―Escucharon una suave voz femenina. Lady
Albans estaba de pie en el umbral de la puerta.
Richard y Vadim que se encontraban sentados y se levantaron al instante.
Aidan miró desconcertado a ambos caballeros para después clavar una
mirada confusa en la médica.
―¿Disculpe? ―murmuró.
Lady Albans cruzó sus manos delante de su cintura. Lo que iba a decir lo
considerarían poco decoroso y solamente lo proponía cuando había plena
confianza en la discreción de sus pacientes y, si de algo estaba segura, era de
que esa familia merecía su confianza. Había comprobado que la presencia del
padre ayudando a la parturienta solía tranquilizarla y permitía que su marido se
sintiera útil.
―¿Cree que sería capaz de ver a su esposa sufrir? Habrá sangre, lo normal
en una primeriza suele ser que el trabajo de parto se alargue, no será agradable.
¿Se ve capaz de soportarlo?
―¿Me permitiría estar con ella? ―Aidan estaba atónito, al igual que los
otros dos hombres.
―Solamente si es completamente sincero. Esto no se trata de halagar su
vanidad masculina. Entraría en esa habitación para tranquilizar a su esposa.
Ella es lo único que me importa. Si cree que se desmayará, vomitará o sentirá
rechazo, dígalo ahora. Si tal cosa sucede intranquilizará aún más a lady Devon
y, por supuesto, no me preocuparé de usted, ella es mi prioridad.
Richard preguntó extrañado.
―¿Que el padre esté presente no va en contra de todo decoro?
―Excelencia ―contestó con serenidad la baronesa―, hablamos de la
privacidad de una alcoba, en un trabajo de parto le puedo asegurar que la
mujer suele perder todo recato. Mi opinión es que lo vergonzoso no es que un
marido ayude a su esposa en esos momentos, lo que resulta vergonzoso es que,
pudiendo ayudar, se mantenga al margen como si el que su mujer esté
sufriendo para darle un hijo no fuese con él. Por supuesto que muchos no lo
aprobarían. No suelo ofrecer esa posibilidad si no estoy convencida de que
será escuchada con la suficiente amplitud de miras. Entiendo que muchos
médicos varones se sientan incómodos y consideren poco decorosa la
presencia del padre, sin embargo, yo soy una mujer. Un hombre, el esposo en
este caso, no tendría por qué sentirse incómodo ante mí, lo que sí ocurriría en
el caso de un colega varón. Vuelvo a hacerle la pregunta, milord, ¿lo soportará
sin estorbar ni cuestionar mi criterio médico?
―Tiene mi palabra.
La médica asintió.
―Lo consultaré con lady Devon, si ella está de acuerdo, se le avisará. Tenga
en cuenta, milord, que para que usted esté presente, Su Excelencia y lady
Rutland deben salir. No necesito tanta gente en la habitación. ―Hizo una
breve reverencia―. Si me disculpan.
Una vez que la baronesa hubo abandonado la biblioteca, los tres hombres
se miraron desconcertados.
―¿Va a permitirte estar presente? ―Vadim estaba estupefacto.
Aidan sonrió emocionado.
―¡Veré nacer a mi hija! ―exclamó, sin prestar atención a la pregunta de
Vadim.
Richard se acercó a Devon.
―¿Estás seguro de que lo aguantarás? ―preguntó con preocupación.
―Tessa es la que tiene que soportar lo peor, sabré estar a su altura
―respondió Aidan. Lo haría, no le fallaría a Tessa.
En ese momento, Adara y Violet entraron en la biblioteca.
―Tess desea que subas ―dijo Violet.
Aidan no esperó más. Ante la mirada divertida de ambas damas salió de la
biblioteca como si le persiguieran los demonios hacia la alcoba de su esposa.
―Si se desmaya no pienso subir a recogerlo ―advirtió Vadim mientras le
guiñaba un ojo a su mujer.
Sin embargo, Aidan no se desmayó. Obedeció todas las indicaciones de la
médica como si se tratara de su institutriz y él tuviese solamente seis años
hasta que, al cabo de ocho infernales horas, una preciosa niña vino al mundo.
Una agotada Tessa pensó que, hasta en eso, Aidan se había salido con la
suya.
La baronesa y su ayudante salieron de la alcoba para dar un poco de
intimidad al joven matrimonio. Enviarían a las doncellas en unos minutos para
acabar con el aseo de lady Devon.
Aidan miraba maravillado a su hija, que reposaba en el costado de su
madre.
―Es preciosa, es igual que tú ―comentó mientras toqueteaba los deditos
de las manos y de los pies.
―Tiene todos los dedos, cariño, es perfecta. Se los has contado ya tres
veces. ―Tessa observaba a su vez a su hija―. ¿Querrías cogerla?
Aidan se reclinó al lado de su mujer y esperó que esta le colocase al bebé
en sus brazos.
―¿Has pensado en el nombre? ―preguntó, después de besar la cabecita de
la criatura.
―Si no te importa, me gustaría ponerle el nombre de mi madre, Cassandra,
y el segundo de la tuya, Sophie.
―Lady Cassandra Sophie ―repitió Aidan, mientras se inclinaba para besar
a su esposa―. Me gusta.
Cuando lady Albans y su asistente entraron en la biblioteca con la noticia
del nacimiento de la niña y que ambas, madre e hija, estaban perfectamente, la
habitación se llenó de sonrisas y exclamaciones de júbilo.
Una doncella apareció con un servicio de té y, mientras la asistente de lady
Albans tomaba asiento en una esquina de la sala, Adara, Violet y Saffron,
sentadas en sendos sillones, conversaban animadamente acerca del nacimiento
y, por supuesto, sobre la presencia de Aidan en la alcoba.
―La verdad es que me ha sorprendido agradablemente ―decía, satisfecha,
lady Albans―. Ha obedecido todas mis indicaciones sin poner obstáculo
alguno y su presencia ha ayudado a tranquilizar a lady Devon. En mi opinión,
la maravilla del nacimiento de una nueva vida es algo que ambos padres
deberían compartir. Tal vez llegue un día en que se dejen a un lado los
prejuicios y sea usual que el padre acompañe a la madre en su trabajo de parto.
―Se podría decir que usted es absolutamente partidaria de que los padres
estén presentes ―inquirió Adara.
―Sin duda alguna. Solamente en casos muy concretos, si hay algún
problema durante el parto o incluso si se estima antes en los reconocimientos
previos que podría haberlo, me negaría a que el padre estuviese presente.
―Saffron sonrió―. O, por supuesto, si el padre no se ve capaz de tolerarlo.
La conversación se llevaba a cabo entre ellas tres, alejadas de los caballeros.
No resultaría muy decoroso que los hombres participasen en una conversación
que tratase temas tan delicados para el pudor de las damas.
Violet dejó su taza en la mesa y miró a la baronesa.
―Milady, ¿podría hacerle una consulta de carácter… privado? ―susurró.
―Por supuesto.
Violet desvió su mirada hacia Adara, quien, entendedora, asintió.
―Puedes utilizar la sala verde, tiene un canapé bastante amplio.
Ambas conocían a la perfección Devon House, no en vano habían
ayudado a Tessa a acondicionarla y decorarla cuando los condes de Devon la
adquirieron.
La baronesa cogió su maletín y, mientras le hacía un gesto a su ayudante de
que se quedase en la habitación, salió en pos de Violet.
Al cabo de unos minutos, Vadim pasó su mirada por la sala y al notar la
ausencia de su esposa frunció el ceño, al tiempo que le preguntaba a Adara:
―¿Dónde está mi esposa? ―Miró en derredor y, al ver a la asistente de lady
Albans y la ausencia de esta, volvió a interrogar a la duquesa―. ¿La baronesa?
Adara dudó en contestar. Conociendo a Vadim se temía que estropease la
sorpresa que suponía le iba a dar Violet. Sin embargo, se sorprendería del
mismo modo, así que contestó.
―Están en la sala verde.
Maldiciendo por lo bajo, Vadim se dirigió presuroso hacia la mencionada
sala.
Abrió la puerta sin molestarse en llamar. Palideció al ver la escena. Su
esposa estaba tumbada en el canapé mientras la médica aplicaba un extraño
tubo en su vientre y escuchaba por uno de los extremos.
―¡Qué demonios!
―Shhh ―Su esposa giró el rostro hacia él mientras ponía un dedo en sus
labios indicándole que guardara silencio.
―¡Mi esposa no padece de flatulencias! ―exclamó indignado―. ¡Aleje esa
cosa de ella!
―Shhh ―Volvió a oírse en la habitación, esta vez por parte de la baronesa,
que separó el oído del tubo y se giró con una mirada de amonestación.
Al ver la palidez del marqués, la baronesa ofreció:
―¿Desearía escuchar?
Vadim pasó de la palidez al sonrojo.
―¡No tengo intención alguna de escuchar los sonidos íntimos de mi
esposa, faltaría más! ―exclamó indignado por la propuesta.
Saffron sonrió.
―Señoría, le aseguro que estos… sonidos le fascinarán. ―Hizo un ademán
para animarlo a acercarse.
Vadim miró a su esposa y, ante el gesto de asentimiento de esta, se
aproximó renuente. Se arrodilló delante del canapé mientras la médica se hacía
a un lado para que se posicionara más próximo al dichoso tubo.
El vestido de Violet se abotonaba por delante y no llevaba corsé. Había
optado por la comodidad con el fin de poder ayudar a Tessa. El vientre de
Violet se encontraba al descubierto y Vadim sintió que se acentuaba su
sonrojo. No porque no hubiese visto antes el vientre de Violet, y bastante más,
para el caso, sino porque hubiese otra persona delante, aunque esta fuese una
mujer y, por encima, médica.
Todavía reacio, aplicó la oreja al extremo que le indicaba la baronesa y lo
que escuchó hizo que diese tal respingo, como si hubiera escuchado la voz de
Satanás dentro del vientre de su esposa, que casi cae sobre su trasero.
―¡Dios bendito! ¿Qué es eso? ―exclamó aturdido.
―Eso ―contestó sonriente la baronesa, con una chispa de diversión en sus
ojos violeta― es el latido del corazón de su hijo… o hija.
Vadim miró incrédulo a lady Albans.
―¿Puedo…? ―preguntó con timidez, al tiempo que se acercaba al tubo.
―Por supuesto, escuche todo lo que desee. ―La baronesa se levantó del
costado del canapé donde se había sentado ayudada por el marqués―. Si le
preocupa hacerle daño, le puedo asegurar que no le ocasionará ningún
perjuicio. Si no escucha bien, mueva el tubo sobre el vientre de lady Rutland
hasta que los latidos se oigan con nitidez.
Mientras Vadim, maravillado, tomaba una de las manos de su esposa y
volvía a aplicar su oído en el tubo, la médica abandonó la habitación sonriendo
para sí.
―¡Lo oigo, monisha, estoy escuchando el corazón de nuestro hijo!
―exclamó emocionado. Vadim ni siquiera cayó en la cuenta de que acababa de
enterarse del embarazo de su mujer.
Violet soltó una risilla.
―Pensaba decírtelo cuando lady Albans me lo confirmase ―contestó ella
mientras acariciaba el largo pelo negro de su marido.
Vadim gateó hasta alcanzar con sus labios el rostro de su esposa. La besó
con tanta devoción y amor que a Violet casi se le saltan las lágrimas.
Él susurró, emocionado, contra sus labios.
―Un hijo, monisha, vamos a tener un hijo. ―De repente pareció reparar en
algo y la miró con el ceño fruncido―. ¿Cuándo? Tenemos que prepararlo todo,
la guardería, contratar una niñera competente…
Violet lo interrumpió.
―Cariño, hay tiempo. La baronesa me ha dicho que estoy en mi tercer mes,
aún queda mucho tiempo. Al menos seis meses más ―comentó divertida.
Vadim hizo un cálculo rápido.
―¿Navidad? Será nuestro regalo de Navidad ―murmuró conmovido.
Cuando, al cabo de unos minutos, muchos minutos, volvieron a la
biblioteca, Vadim se acercó a lady Albans para entregarle el milagroso tubo.
―Gracias, milady. Mis disculpas por mi abrupta interrupción. No puede
imaginarse la felicidad que me ha proporcionado. ― Se inclinó ante ella y, al
tiempo que le devolvía el estetoscopio, tomó su mano para besarla con
galantería.
―Un placer, Señoría ―contestó la baronesa con una amplia sonrisa.
Mientras los marqueses recibían las felicitaciones de Richard y Adara,
Vadim pensó que ese día lo recordaría toda su vida. No solo había nacido la
primera hija de Aidan y Tessa, sino que se había confirmado el embarazo de
Violet.
Capítulo 14
Casi cuatro semanas después del nacimiento de la hija de los condes de Devon,
West llegaba a Londres. Los meses pasados en Archer House le habían servido
para recuperar la seguridad en sí mismo que Jocelynn había mermado. Se había
equivocado, de acuerdo, nunca debió enredarse con esa mujer. Ni siquiera en
estos momentos se explicaba qué demonios lo había llevado a ello.
¿Arrogancia?, ¿venganza?, ¿orgullo?… o quizá una combinación de las tres.
Ilusionado, pensaba que por fin podría sincerarse con Drina, expresarle todo
lo que no había podido decirle mientras Jocelynn lo tuvo atrapado.
Recordó cuando Drina le había propuesto alejarse un tiempo de Londres
para poner en orden sus ideas. La estancia en Berkshire le había sentado bien a
su maltrecho ego. Pensó conmovido que, como siempre, su preciosa romaní
tenía razón.
Antes de dirigirse al Revenge decidió pasar por Devon House. Necesitaba
ver a Tessa, debía de estar a punto de tener a su hijo, si no lo había tenido ya.
―¡West! ―exclamó su hermana en cuanto lo vio aparecer en la sala de
mañana. Se levantó del sillón donde se hallaba sentada para acercarse a
abrazarlo. Las molestias producidas por el parto habían ido atenuándose, en
unos pocos días estaría como nueva, para alegría del impaciente Aidan.
West abrazó fuertemente a Tessa al tiempo que se percataba de la figura de
su hermana.
―Entiendo que el niño ya ha nacido ―comentó jocoso.
―Niña ―aclaró ella―, hace dos semanas que está con nosotros lady
Cassandra Sophie Shelton.
―Vaya, Aidan se salió con la suya, una niña. ¿Cassandra? ―preguntó,
mientras escrutaba el rostro de su hermana.
―La hemos llamado como mamá y el segundo nombre de Adara. ¿No te
parece bien? ―inquirió. preocupada. su hermana.
―¡Cómo no me va a parecer bien! Quién mejor que tu hija para llevar el
nombre de mamá ―contestó―. ¿Podría conocerla?
―Por supuesto.
Tessa guio a su hermano a la guardería, donde la niña dormía plácidamente
vigilada por su niñera.
Al ver que su hermana se disponía a tomar a la niña de su cuna, West
protestó.
―No la despiertes, me basta verla, la cogeré en brazos en otra ocasión.
La pequeña eligió ese momento para abrir los ojos.
―¡Dios Santo! ―exclamó West―. Ha heredado los singulares ojos de su
padre. No solo se sale con la suya empeñado en que su primogénito fuese una
niña, sino que encima tiene sus extraños ojos. Resulta desconcertante.
Tessa sonrió. Al ver que la pequeña volvía a dormirse, le comentó a su
hermano:
―Bajemos, pediré que nos preparen un té. ¿Has venido directo aquí o has
parado en Merton House? ―preguntó, mientras tomaba el brazo de su
hermano para bajar las escaleras y dirigirse a la sala que habían abandonado
minutos antes.
West contestó.
―He hecho una breve parada para asearme y he venido directamente a
verte.
Cuando se sentaron y se hubo servido el té, Tessa miró preocupada a su
hermano.
―Tenemos que hablar. Hay algo que debes saber.
Extrañado por la seriedad de su hermana, West dejó la taza sobre la mesa.
―Tú dirás.
Tessa bajó la mirada unos segundos. Cuando alzó los ojos para fijarlos en
los de su hermano, este notó en ellos una breve chispa de… ¿compasión?
―Es sobre Drina.
West se envaró.
―¿Sí?
―Verás… ―Tessa no sabía cómo decirle a su hermano lo que había
acontecido durante su ausencia.
―Di lo que tengas que decir, Tess, te aseguro que podré soportarlo.
―Drina lleva casi cuatro meses siendo cortejada por un caballero. Desde
que regresaron Vadim y Aidan y tú…
―Y yo me marché a Berkshire ―acabó West por ella―. ¿Quién es?
―preguntó con frialdad.
―El conde de Langley.
West hizo memoria. Langley. Lo conocía de las sesiones parlamentarias. Le
pareció recordar que había quedado viudo hacía unos años.
―Presumo que Normamby ha aprobado el cortejo ―aseveró.
Tessa asintió.
―Richard lo aprobó cuando Drina manifestó su conformidad.
―Entiendo.
―¿Por qué no te quedaste, West? Ella ansiaba verte, nos costó convencerla
de que no se presentara en Merton House para estar a tu lado y cuando se
presentaron solos…
―Parece ser que no ansiaba tanto mi regreso, cuando no perdió el tiempo
en poner su interés en otro caballero ―contestó mordaz.
―West, no estás siendo justo. ¿Qué era eso tan importante que te hizo
marchar a Berkshire cuando sabías que ella te esperaba?
West fijó la mirada en un punto por encima del hombro de su hermana. Ni
loco reconocería ante ella sus inseguridades.
―Ya no importa. ―Se levantó dispuesto a marcharse. La visita a su
hermana había resultado ser muy… fructífera.
―¿Irás al Revenge? Aidan y Vadim estarán encantados de verte en Londres,
por fin.
―Puede que no lo estén tanto ―murmuró West para sí, sin embargo,
contestó a su hermana―. Tengo bastantes asuntos que resolver antes, pero sí,
en algún momento pasaré por el club.
West abandonó la residencia de su hermana entre resignado y desolado.
Debería haber previsto que el carácter de Drina no le permitiría esperar
pacientemente a que él se dignara a regresar. No la culpaba. Al igual que sus
razones para enredarse con Jocelynn resultaban confusas, las razones para
marcharse a Archer House en vez de quedarse en Londres con sus amigos
resultaban igual de desconcertantes. ¿Cómo lo recibirían sus amigos? Suponía
que, pasados los primeros momentos de incomodidad, no tendría problemas
con ellos, al fin y al cabo, Drina había encauzado su vida. Si ella todavía
estuviese lamentándose o embargada por la tristeza, no daría un chelín por su
cabeza, Vadim le arrancaría la piel a tiras por provocar el sufrimiento de su
hermana, pero no era el caso. Drina había superado rápidamente el período de
sufrimiento, si es que lo había padecido en algún momento.

y
Tardó tres días en presentarse en el Revenge. Suponía que Tessa le habría
comentado su llegada a Aidan y este a Vadim. Si se lo habían mencionado a
Drina, ni lo sabía ni le importaba.
Aidan y Vadim lo miraron sin expresión alguna en sus rostros cuando
entró en el despacho del primero.
Mientras Vadim, sentado en uno de los sillones, estiraba las piernas y las
cruzaba en una indolente postura, Aidan se reclinaba en su sillón detrás del
escritorio.
―Parece ser que tus asuntos en Berkshire han sido solucionados
―comentó, sarcástico, Vadim.
―Eso parece ―contestó.
No podía sorprenderse de la frialdad de sus amigos. Habían removido cielo
y tierra para ayudarlo a librarse de Jocelynn y que pudiese continuar con la
cabeza alta en Londres y, sin embargo, los había dejado solos cuando sabía que
sus esfuerzos habían estado destinados a evitarle el forzado matrimonio y
consiguiente exilio en Northumberland. Decidió afrontar los problemas de
cara. Estaba harto de subterfugios y manipulaciones.
―Supongo que estaréis decepcionados.
―Supones bien ―contestó Vadim secamente.
Aidan estudió el rostro de West.
―No lo entendimos cuando te enredaste con esa mujer y tampoco
entendimos tu marcha de Londres. Tú sabrás tus motivos para tomar cada una
de esas decisiones.
―Quizá yo tampoco los conozco ―contestó.
―Oh, te iluminaré ―espetó, sarcástico, Vadim―. Después del primer mes
sin noticias tuyas comenzamos a captar tus razones, en realidad, tu única
razón: tu maldita arrogancia.
West miró pensativo a Vadim.
―Tienes razón.
El romaní enarcó las cejas.
―¿La tengo? ―Dirigió su mirada hacia Aidan―. ¿Acaba de darme la razón?
―preguntó atónito.
―Eso parece ―contestó el interpelado.
―Soy consciente de que he metido la pata ―comenzó West.
―Dos veces ―puntualizó, implacable, Vadim.
West asintió. No se lo iban a poner fácil.
―Dos veces. La primera al pensar que podía controlar a esa mujer al igual
que controlaba todo a mi alrededor, y la segunda cuando me negué a aceptar
que, si no hubiera sido por vosotros, las cosas hubieran resultado muy
diferentes. Estaba acostumbrado a dominarlo todo a mi alrededor con mayor o
menor acierto, es verdad, y que mi propia vida se me escurriese de entre las
manos sin poder evitarlo me resultó inaudito. No me quedé en Londres por
arrogancia, la misma que no me permitió presentarme ante… los demás, como
si fuese una mascota rescatada en brazos de mis salvadores.
»Lo lamento ―continuó―. Lamento haber sido tan soberbio como para no
haber apreciado lo suficiente lo que habéis hecho por mí. Y sobre todo
lamento que mi maldita arrogancia haya provocado aflicción a otras personas.
Vadim y Aidan se miraron boquiabiertos. West debía de haberlo pasado
francamente mal si había llegado al punto de las disculpas sin que nadie lo
amenazase. Nunca, jamás, se disculpaba.
Vadim suavizó su expresión.
―Sabrás que Drina…
West lo interrumpió.
―Tess me lo ha contado. Lo entiendo. No es mujer de estar sentada
esperando que un arrogante cretino decida regresar.
Una mirada evaluativa se posó en el rostro de West.
―¿Tu intención era la de ofrecerte por mi hermana?
―Sí.
―¿Vas a dejarlo así? ¿Esta vez tu arrogancia no te alienta a intervenir?
―continuó, mordaz, Vadim―. Me temo que tu arrogancia surge cuando te
conviene.
―Drina ha elegido. ―La frialdad en el tono de West era patente―. No
tengo derecho a intervenir en su elección.
―¡Qué considerado! ―intervino Aidan―. Interviniste en nuestras vidas sin
pararte a pensar en si tenías derecho o no. ¿Y en este momento que te
incumbe a ti, decides no reclamar algo que dejaste en suspenso? Estás
haciendo lo mismo que hiciste con respecto a esa mujer… nada. Tus famosas
buenas ideas las reservas para otros, sin embargo, ¿para ti no se te ocurre
ninguna? Empiezo a pensar que tanto tu situación con la baronesa como con
Drina te importan un ardite, o por lo menos, no lo suficiente para pelear.
―¿Que pretendéis que haga? ―exclamó, exasperado, West―. No debí
alentar sus ilusiones cuando no era libre para hacerlo. Si ella es feliz con
Langley, es suficiente.
―¿Suficiente para quién? ―Vadim empezaba a perder la poca paciencia con
la que contaba. Sabía que Drina no amaba al conde. Se sentía cómoda con él,
puede que se tuvieran un cierto cariño, pero ambos seguían enamorados de
otras personas. Si acababan en un compromiso, ese matrimonio sería un
desastre.
―Para mí.
―¿Y para ella? ―medió Aidan.
―Maldita sea, ¿qué queréis de mí? Si Drina ha aceptado su cortejo es que
siente algo por él. No le complicaré la vida. ¿Acaso pensáis que me sentiré feliz
al verla con Langley? Pero, si eso es lo que ha decidido, debo respetar su
decisión. ―West, irritado, se pasó una mano por el cabello.
Aidan hizo una mueca de resignación e intercambió una mirada con
Vadim. Verían dónde acababan sus caballerosas intenciones cuando hiciesen su
aparición los celos que, sin dudar, sentiría en el momento en que viese a Drina
junto al conde.
―¿Acudirás a la fiesta de tus tíos? ―Vadim cambió de tema.
―No es que esté impaciente por acudir, pero sí, haré acto de presencia y
me retiraré pronto.
―Bien ―apostilló Aidan―. Bajemos a la sala, conviene que los miembros
vuelvan a vernos juntos. Tu ausencia ha desatado muchos rumores que se
acallaron en cuanto comentamos tu diligencia para ocuparte de los asuntos del
ducado.
West interrogó con la mirada a su amigo.
Aidan se encogió de hombros.
―Tenías problemas que resolver en tus propiedades.
El duque elevó una rápida plegaria de agradecimiento por poder contar
con la incondicional lealtad de sus amigos.

y
El baile de los marqueses de Saint―Jones estaba resultado un éxito. West
llegó relativamente tarde, no deseaba ser anunciado y, mucho menos, esperar
su momento en la cola de recepción.
Echó una rápida mirada al enorme salón de baile hasta que divisó a los
condes de Devon y los marqueses de Rutland charlando cerca de la mesa de las
bebidas. Se dirigió hacia ellos.
Violet rápidamente se acercó a él para abrazarlo.
West la miró cariñoso.
―Creo que debo felicitarte ―murmuró turbado.
Matrimonios, embarazos, nacimientos, cortejos… Se preguntó si no
debería regresar a Berkshire, allí estaría solo pero por lo menos no se sentiría
tan solo como rodeado de todos sus amigos con sus vidas encauzadas. Quizá
lo hiciese. La temporada estaba a punto de finalizar y la alta se retiraría a sus
mansiones en el campo, sería el momento adecuado y a nadie le extrañaría.
Sobre todo, teniendo en cuenta que todos estarían demasiado ocupados con
sus propias vidas como para interesarse por la suya. Además, no sabía cuándo
se anunciaría el compromiso de ella y no tenía intención alguna de estar en
Londres cuando sucediese.
Violet esbozó una amplia sonrisa.
―Vadim está feliz. ¿Sabías que pudo escuchar el latido del corazón de
nuestro hijo?
West sonrió.
―Lady Albans y sus innovaciones.
―En efecto. ―Violet se acercó más para susurrarle―: Creo que, si hubiese
podido robarle el estetoscopio, lo hubiera hecho.
Ambos soltaron una carcajada. Vadim hubiera podido robarle el artilugio y
hasta el maletín de la médica sin que esta se percatase.
En ese momento, la pieza musical que estaba sonando cesó y las parejas se
dispersaron. La mirada de West se dirigió con indiferencia hacia la pista de
baile. Se tensó al ver a una sonriente Drina del brazo del conde de Langley. Se
acercaban conversando animadamente, pendientes el uno del otro. Un
ramalazo de celos lo recorrió.
Drina todavía no había visto al duque y cuando su mirada se dirigió hacia
donde esperaban sus hermanos y cuñadas, palideció y se envaró al verlo al lado
de Tess y Violet.
Sintió que su corazón se saltaba un latido. Estaba más guapo que antes de
su marcha. Su rostro estaba bronceado, supuso que por la vida al aire libre. ¿Su
cuerpo estaba más musculoso o eran imaginaciones suyas?
Langley la miró de reojo. No le había pasado desapercibida la reacción de
Drina. Así que el objeto de su amor era el duque de Merton. Y por la
expresión de este, Drina no le era en absoluto indiferente.
Cuando se acercaron, Langley extendió la mano a West, que este estrechó.
―Excelencia, es un placer verlo.
―Lord Langley, el placer es mío.
Miró a Drina, mientras se inclinaba.
―Lady Drina, encantadora, como siempre.
Drina enarcó una ceja. ¿Encantadora? ¿Eso era todo lo que se le ocurría?
Hizo una reverencia, pero ni ella extendió su mano ni él hizo ademán
alguno de tomarla.
El anuncio del siguiente baile hizo que Langley se girara hacia la romaní.
―Si me disculpa, debo encontrar a mi siguiente pareja. ―Después de
besarle la mano, el conde se alejó.
Drina lo observó marchar. Las pocas veces que bailaba lo hacía o con
damas casadas o con mujeres mayores. Se dio cuenta de que la única dama
joven con la que Langley bailaba era con ella.
Vadim tomó a su mujer del brazo y se alejaron hacia la pista. Aidan hizo lo
mismo, pero después de dar un paso, soltó a Tessa, se giró y, después de echar
una mirada a Drina, se acercó a West para susurrarle:
―Espero que no hayas olvidado tus buenos modales en Berkshire.
West le lanzó una mirada asesina mientras Devon, indiferente, se alejaba
con su esposa tomada de la cintura.
Merton carraspeó incómodo. Maldito fuera si deseaba bailar con ella.
Mucho menos siendo un vals, en el que tenía que enlazar su cuerpo. Suspiró y
decidió que mejor pasar el embarazoso momento lo más rápido posible.
Después bailaría con Tessa y Violet y dejaría la fiesta.
―¿Me honraría con este baile, milady?
Drina miró a su alrededor. Provocarían murmuraciones los dos parados
juntos cuando, en las muchas ocasiones en que habían coincidido en algún
evento, West siempre bailaba con ella, al igual que con su hermana y con
Violet.
―Con gusto, Excelencia.
Drina apoyó su mano en el brazo del duque y se dirigieron a la pista. Notó
la tensión del cuerpo masculino. Cuando se colocaron en posición para el vals,
Drina sintió un escalofrío en el momento que la mano derecha de West se
colocó en su espalda y la otra atrapó la suya. Echó un vistazo a la cara del
duque. Su expresión no revelaba nada, en realidad, mantenía el rostro
inexpresivo, sin mirarla en ningún momento.
Comenzaron a bailar y la tensión de sus cuerpos provocó que los primeros
pasos fuesen torpes. West era un gran bailarín, pero en ese momento se movía
con rigidez. Drina pensó que, si seguían así, o bien acabarían de bruces en el
suelo o llamando la atención de las demás parejas.
―Debería relajarse, Excelencia, o acabaremos tropezando con los demás
bailarines ―comentó, fijando su mirada en un punto por encima del hombro
de West.
―Supongo que el consejo se lo aplicará también a usted, milady. Es difícil
moverse con gracia mientras se arrastra una rígida figura de mármol ―replicó
él.
Drina jadeó. ¿La estaba culpando por su propia torpeza? Le dirigió una
furiosa mirada.
―Es el caballero quien guía a la dama, tarea difícil cuando el caballero en
cuestión parece que lleva un palo metido… ―Drina se calló cuando West le
dirigió una mirada asesina.
―¿Emplea ese lenguaje también en sus conversaciones con Langley,
milady? ―West no supo qué le impelió a nombrar al conde. Deseó haberse
mordido la lengua cuando escuchó la respuesta de Drina.
―No lo necesito, Excelencia. Langley y yo nos complementamos muy bien,
tanto en el baile como en otros aspectos ―contestó altanera.
―¿Puedo preguntar qué aspectos son esos? ―West empezaba a sentir que
la furia y los celos lo recorrían.
―Puede preguntar lo que desee, otra cosa es que le conteste.
Las demás parejas comenzaban a susurrar al darse cuenta de la tensión
existente entre ambos y ver sus rostros serios. El baile era un momento para
conversar mientras se intercambiaban sonrisas, falsas o no, pero sonrisas al fin
y al cabo, destinadas a que los demás las percibieran.
Vadim guio a Violet hacia la posición de su hermana y West. De espaldas a
Drina lanzó una mirada de advertencia al duque mientras enarcaba una ceja.
«Relájate, os están observando. No provoques que comiencen a correr los
rumores», pareció decir.
West lo entendió al punto. Él, más que nadie, sabía que no hacía falta
mucho, apenas una mirada airada o un paso realizado con torpeza, para desatar
las lenguas.
Compuso una sonrisa que no le llegó a los ojos. Y decidió elegir otra vía de
conversación que no suscitara tantas suspicacias.
―He conocido a la hija de Tessa. Es una criatura preciosa y ha heredado
los ojos de su padre.
La mirada de Drina se iluminó.
―Ha heredado lo mejor de los dos, la belleza de su madre y los ojos de
Aidan. Estoy impaciente por ver a mi hermano lidiando con la terquedad de su
hija, porque estoy segura de que también la heredará.
West sonrió sincero por primera vez en la noche.
―Esa chiquilla volverá loco a Aidan ―murmuró.
―Al igual que el futuro hijo o hija de Violet volverá loco a mi phral. Hace
apenas unas semanas que conoce la noticia y ya tiene harta a Violet, pendiente
todo el día de ella.
Al ver la mirada soñadora de Drina, West estuvo a punto de decirle que en
poco tiempo tendría los suyos propios si se casaba con Langley. Sin embargo,
algo le impidió hablar. Tal vez los celos que le invadieron al pensar en ella
portando un hijo del conde en su vientre. Inconscientemente, pensó en si se
casaba con Langley, no cuando se casara con él, como sería lo previsible.
West estaba hecho un mar de dudas. Su primer impulso era tomar la mano
de Drina, arrastrarla hacia su carruaje y salir disparados hacia Gretna Green.
Entendía que era un pensamiento irracional. Él le había fallado, no podía
esperar que Drina confiase en él de nuevo y, además, ella había encontrado a
otro hombre. Conocía a Langley, no pertenecía a su círculo de amigos pero
eran de pensamientos afines en el Parlamento. Era un buen hombre; él nunca
la decepcionaría.
No iba a cometer el error de preguntarle si ya tenían previsto hacer oficial
el compromiso, ni siquiera si tenían planes de boda. No quería saberlo de sus
labios. Se enteraría de todas formas. Pero el controlador West volvió a hacer
acto de presencia.
―¿Tenéis previsto hacer oficial el compromiso próximamente? ―Obvió el
tratamiento formal utilizado hasta entonces, más para intentar distanciarse
emocionalmente que porque necesitase utilizarlo. Notó que Drina se tensaba
ante la pregunta.
Su voz sonó helada cuando contestó.
―No lo hemos hablado todavía.
¿Por qué demonios le preguntaba eso? ¿Acaso tenía tanta prisa por verla
casada con otro y sacársela de encima? Ella no pensaba reclamarle nada. Tomó
una decisión, ¿verdad? Aquel momento, cuando la besó en Archer House,
simplemente fue algo que surgió debido a las circunstancias de West. No había
habido ninguna intención de un futuro juntos tras ese beso. Le había costado
mucho convencerse de ello y lo había asumido. Drina no pudo contener su
lengua.
―Me pregunto a qué viene tanta urgencia por que me case. No tengo
intención de reclamarte nada, puesto que nada hay que reclamar ―continuó
con frialdad.
El estómago de West se hizo un nudo. Él no lo había preguntado con esa
intención. Pensó abatido que ojalá le demandase explicaciones, ojalá todavía
tuviese el suficiente interés en él como para exigirle respuestas.
Inmerso en sus pensamientos, no se percató de que la música había cesado
hasta que notó un vacío en la mano que sujetaba la de Drina. Ella le estaba
haciendo la protocolaria reverencia y, sin esperarlo, se dirigía hacia donde se
encontraban los duques de Normamby. Después de un instante de duda, West
la siguió.
Al llegar junto a los duques se les unió Langley. Bien, no tenía por qué
tolerarlo más. Se disculpó y se alejó, dispuesto a encaminarse con disimulo
hacia la salida, cuando fue interceptado antes de conseguir llegar a ella.
―¿Ya te vas? Demasiado pronto incluso para ti ―La voz de Aidan tenía un
tono de suspicacia.
―Sabes que no suelo permanecer mucho tiempo en los bailes ―contestó
West mientras intentaba rebasar el obstáculo del alto cuerpo de Aidan.
Aidan asintió.
Cuando West pasó por su lado, tomó su brazo.
―En estos momentos es cuando debería hacer su aparición tu famosa
arrogancia ―murmuró enigmático.
West lo miró mientras enarcaba una ceja.
―Precisamente, amigo, precisamente ―afirmó Aidan al ver el gesto de
West―. Empieza por demostrarla con cierto caballero ―sugirió mientras
soltaba su brazo.
Capítulo 15
Durante los días que siguieron al baile, West evitaba como a la peste salir a
cabalgar durante las horas de moda. Se dirigía a Hyde Park cuando aún no
había amanecido y allí hacía volar a su castrado como si estuviese poseído por
los demonios del infierno. No tenía intención alguna de encontrarse con la
feliz pareja formada por el conde y Drina.
Ya había amanecido cuando regresaba a su residencia. Llevaba al trote a su
castrado cuando divisó una pareja que se dirigía hacia donde él se encontraba.
«Una dama y su lacayo», pensó. La dama debía de tener los mismos deseos que
él de soledad si estaba dispuesta a cabalgar a una hora tan temprana.
Entrecerró los ojos cuando algo le llamó la atención: los colores del lacayo que
la seguía eran… ¡Condenación!, eran los colores del ducado de Normamby,
con lo cual, la dama no podía ser otra que Drina. Adara hubiese venido
acompañada de su duque. Miró a su alrededor para buscar un camino por el
que poder desviarse sin tener que enfrentarla. Maldita sea, si él la había visto,
ella también, no podía ser tan grosero de hacerle un desplante si se desviaba
del camino.
Drina también había reconocido al jinete que se acercaba a ellos. Murmuró
una maldición en romaní: de entre todos los aristócratas que se podía
encontrar a esas horas, prácticamente ninguno, tenía que ser precisamente con
West con quien se encontrase. Había acudido varias mañanas a cabalgar y
nunca se había encontrado con él, para el caso, con casi nadie. Se tensó en la
silla, lo que provocó que su yegua se inquietase al notar la intranquilidad de su
jinete. Mientras la calmaba, se preparó. Saludaría educadamente y seguiría su
camino.
Cuando ambos llegaron a la misma altura, el castrado de West tenía otros
planes. Inquieto por el nerviosismo que mostraba la yegua, hizo un
movimiento que provocó que el animal que montaba Drina corcoveara y la
muchacha perdiese el equilibrio.
West saltó de su caballo casi en el mismo momento en que el cuerpo de
Drina tocaba el suelo. Al ver a la muchacha tendida en el camino, inconsciente,
su corazón se paró durante unos instantes. Se abalanzó sobre el cuerpo
desmadejado al tiempo que el atemorizado lacayo, mientras los caballos salían
al galope.
Palpó el cuerpo de Drina sin moverlo en busca de cualquier hueso roto
mientras el lacayo, azorado, intentaba detenerlo.
―Milord, no es decoroso…
West alzó su rostro y clavó una glacial mirada en el criado.
―Su Gracia, mis disculpas, no le había reconocido.
West volvió a centrarse en Drina mientras daba órdenes al hombre.
―Ve en busca de los caballos y tráelos. Yo me ocuparé de tu señora.
Cuando el lacayo marchó, y después de comprobar que ella no tenía
ninguna fractura, West levantó el cuerpo de Drina para recostarla sobre él.
Aterrorizado al ver que la muchacha no abría los ojos, acariciaba su rostro
y su cabello. «Por favor, despierta, cariño, despierta», repetía como una letanía,
al tiempo que depositaba suaves besos en las mejillas, los ojos, la frente de
Drina. Rogó por que no le pasase nada. Mientras la acunaba entre sus brazos,
besó con ternura los labios de la muchacha.
Estaba tan asustado que no notó el leve movimiento de los labios de Drina
bajo los suyos hasta que la muchacha exhaló un suave suspiro. Abrió los ojos
para observarla. Sus enormes ojos verdes estaban clavados en los suyos. Sin
poder contenerse, atrapó su boca con un beso con el que quiso expresar todo
su miedo, todo su anhelo y su amor por ella.
Drina había recuperado el conocimiento al oír las plegarias de West.
Todavía aturdida, se permitió disfrutar del dulce abrazo del duque y, cuando él
por fin la besó, no pudo evitar corresponder al beso al notar la desesperación
con que la abrazaba. Durante unos instantes ambos se perdieron el uno en el
otro mientras sus lenguas se entrelazaban impacientes por saborearse.
Ninguno de los dos supo el tiempo que estuvieron besándose hasta que la
pequeña mano de Drina empujó con suavidad pero con firmeza el pecho de
West. Este se separó renuente al tiempo que escrutaba su rostro con atención
mientras acunaba su mejilla con una mano. La otra la mantenía firmemente
apretada contra él.
―¿Estás bien? ―preguntó con la mirada teñida de preocupación.
Drina se movió un poco e hizo un gesto de dolor.
―Solamente estoy un poco magullada.
―No te muevas. Cuando tu criado regrese con los caballos te llevaré a
Normamby House.
Drina miró a su alrededor.
―Estamos en un sitio público. Cualquiera puede vernos, no resultaría
apropiado que nos viesen así. Ayúdame a levantarme.
―Acabas de caerte del caballo. ―West echó también una ojeada al sendero
del parque―. No se ve un alma. Te levantaré cuando lleguen los caballos.
―Soltó una maldición entre dientes cuando Drina empezó a rebullir
intentando ponerse en pie.
―¡Maldita sea, te harás daño! ―exclamó exasperado, mientras la ayudaba a
incorporarse.
―Estoy bien ―contestó Drina. No deseaba que los brazos de West la
abandonasen, pero a ninguno de los le convenía que los viesen en esa tesitura.
Solo faltaría que un escándalo les obligase a casarse. Por nada del mundo
permitiría que West se sintiese obligado a ofrecerse por ella―. Si alguien nos
ve, los dos nos veríamos seriamente perjudicados.
West se tensó al interpretar erróneamente las palabras de Drina. Mientras
la ayudaba, espetó con frialdad:
―Por supuesto, no querríamos que Langley se sintiese insultado y cesase su
cortejo.
Drina lo miró desconcertada. ¿Qué tenía que ver Langley en todo esto? De
pronto, se percató de que West había malinterpretado sus palabras.
―Langley no… ―intentó explicarle que no se refería precisamente al
conde cuando West la interrumpió.
―Ahí viene tu mozo ―afirmó, sin rastro alguno en su voz de la calidez y la
ternura que tenía minutos antes.
Drina suspiró. West, con indiferencia, la subió a su castrado para luego
subir él de un salto. Ordenó al lacayo que tomase las riendas de la yegua de
Drina y se encaminaron hacia Normamby House, cada uno perdido en sus
propios pensamientos. Los de West repletos de celos, todavía con el susto en
el cuerpo, y los de Drina, que apoyaba su cabeza en el hombro del duque,
deseosos de que Normamby House estuviera más lejos, no a unas cuantas
manzanas de Hyde Park. No deseaba abandonar el cobijo de los brazos de
West.
Cuando llegaron, el duque tomó a Drina en sus brazos.
―Bájame, soy perfectamente capaz de caminar ―afirmó la muchacha,
mientras interiormente deseaba que West no hiciera caso a su deseo.
Y West, efectivamente, hizo caso omiso a las palabras de Drina. Cuando
Adara salió a su encuentro alertada por el mayordomo, West le explicó que
Drina había sufrido una caída de caballo en Hyde Park.
Adara envió a buscar al médico mientras guiaba al duque hasta la
habitación de la muchacha. West depositó su preciada carga en la cama con
suavidad y, sin volver a dedicarle una mirada, se giró hacia Adara.
―Creo que no tiene nada roto ―explicó a la preocupada mujer―. Supongo
que solo serán magulladuras, sin embargo, estaría bien que la viese un médico.
Adara asintió.
―Ya he mandado a avisarlo. Gracias, West.
―No hay nada que agradecer. ―Tomó la mano que Adara le tendía y
abandonó la residencia de los duques de Normamby sin volver la vista a la
muchacha, por lo que no se percató de la triste mirada que ella le dirigió.

y
West regresó a su residencia y, después de darse un baño, cambiarse y
tomar un tardío desayuno, decidió que nada mejor que dirigirse a su club para
intentar tranquilizarse en un ambiente apacible.
Se hallaba en White's frente a una copa de brandi, leyendo uno de los
periódicos en un rincón apartado de los demás caballeros, cuando alguien se
detuvo delante de su mesa. Sorprendido al notar la intrusión, levantó la vista
de la gaceta para encontrarse con el conde de Langley.
Primero encontrarse con Drina, ahora Langley, Santo Dios, ¿es que no iba
a poder evitarlos? Lo último que necesitaba en estos momentos era
intercambiar cortesías con el conde.
Langley señaló uno de los sillones enfrentados al que ocupaba el duque.
―¿Me permite, Excelencia?
West disimuló rápidamente el enojo y la sorpresa.
―Por supuesto, Langley. ―Mientras hacía una seña a uno de los camareros
para solicitar una copa para el conde, el duque cavilaba acerca de la inesperada
compañía. No solían confraternizar. Si estaban en un grupo se trataban como
meros conocidos. ¿A qué venía este acercamiento?
―No le he visto durante las sesiones este año, Excelencia. Espero que
ningún problema grave lo haya apartado del Parlamento ―comenzó el conde.
West frunció el ceño. ¿Pensaba interrogarlo sobre su presencia o ausencia
en la Cámara? Sus buenos modales prevalecieron.
―No, por supuesto que nada grave. Simplemente unos asuntos en mis
propiedades requirieron mi inmediata atención.
El conde asintió, tomó la copa que le habían servido y bebió un sorbo.
Parecía estar cavilando otra cosa muy diferente.
―No he podido evitar fijarme en que en el baile de los Saint―Jones
solamente bailó con lady Drina y después abandonó la fiesta ―comentó con
cautela.
West enarcó una ceja.
―¿Disculpe? Me atrevería a decir que con quien baile o no y mi ausencia o
presencia en un baile no es asunto suyo, Langley.
―En realidad no lo es ―replicó el conde―. Sin embargo, cuando la única
dama que mereció su atención, al menos lo suficiente como para bailar con
ella, es la dama a la que estoy cortejando, digamos que… me intriga, por así
decirlo.
―No creo que sea adecuado nombrar a una dama en un club de caballeros
―contestó incisivo. West estaba estupefacto, ¿le estaba pidiendo explicaciones
sobre su baile con Drina? ¿Un conde a él, el duque de Merton?
Langley miró alrededor.
―Nadie nos escucha, Excelencia, y es una conversación privada entre dos
caballeros sobre alguien que parece que goza del aprecio de ambos.
West se envaró.
―¿Qué demonios quiere decir, Langley? Sea claro.
Después de suspirar, quizá para darse ánimos, no en vano hablaba con un
duque y no precisamente conocido por su tolerancia a la hora de que alguien
se permitiera opinar sobre su vida o la de sus allegados, el conde repuso.
―La dama y yo, no la nombraré si eso le produce incomodidad, llevamos
apenas cuatro meses de cortejo. En ese tiempo hemos desarrollado una gran
amistad y ambos decidimos ser sinceros desde un principio. Sé que cuando
empecé a cortejarla, ella amaba a otro. No me malinterprete, Merton, yo
todavía amo a mi difunta mujer. Eso quedó claro en nuestras conversaciones.
West, tenso, observaba al hombre. ¿A dónde quería llegar? Maldito si le
interesaban las conversaciones privadas entre ellos.
Langley continuó al ver que, aunque renuente, tenía toda la atención del
duque.
―No había observado en la dama ninguna muestra de inquietud ante
ningún caballero durante nuestros paseos ni en los eventos a los que
acudíamos, por lo que supuse que, quizá, el caballero residía, casado o soltero,
en otro lugar. Hasta que usted apareció la otra noche. En el momento en que
lo vio, ella se transformó por completo, por lo que no me cupo duda alguna de
que usted, Excelencia, es ese caballero. Asimismo, la tensión entre ambos
mientras bailaban no me pasó desapercibida. Lo que me lleva a cuestionarme
determinadas cosas.
―Disculpe, Langley, pero me temo que está llevando sus suposiciones
demasiado lejos ―replicó, mordaz, West―. ¿Acaso está dudando del afecto de
la dama? Porque si es así, encuentro sumamente grosero que lo comente
conmigo.
―Si me permite, Excelencia ―prosiguió el conde sin inmutarse―, no dudo
de nada, puesto que ya le he dicho que ambos hemos sido sinceros desde un
principio. Al igual que ella sabe dónde están mis afectos, yo sé dónde están los
suyos. La dama y yo nos hemos encontrado en un momento en que los dos
nos sentíamos solos. Si le soy sincero, no me encuentro preparado para
casarme otra vez…
―¿Está intentando decirme que está jugando con los sentimientos de…
ella? ¿Está cortejándola para después regresar a su residencia en el campo y
dejarla expuesta a los rumores que se desatarán? Me temo, Langley, que eso
debería hablarlo con su hermano y solucionarlo como caballeros. ―West
estaba a punto de propinarle un puñetazo al hombre, por mucho que
estuviesen en el sagrado White's.
―Si me permite continuar, Merton, entenderá que no tengo intención
alguna de implicar a la dama en un escándalo. ―Langley notaba que la
paciencia empezaba a abandonarlo al comprobar la soberbia arrogancia del
duque―. Ni yo me encuentro preparado para casarme, aunque eso pensara en
un principio, ni la dama en cuestión lo está tampoco, por lo menos conmigo.
El matrimonio estaría condenado al fracaso desde el comienzo si cada uno
guarda sentimientos hacia otras personas. Mientras los míos pertenecen a mi
difunta esposa y puede que los supere en algún momento, los de ella
pertenecen a alguien que está vivo, que pertenece a su mismo círculo social y
con el que coincidirá a menudo. Un matrimonio es de dos, no de cuatro. Sé a
quién pertenece el corazón de la dama y creo saber a quién pertenece el
corazón del caballero objeto del interés de ella.
»No tengo idea, ni quiero saberlo, eso pertenece a su privacidad, de qué ha
ocurrido entre la dama y su… enamorado. Sin embargo, algo sé con toda
certeza: en este mundo todo tiene solución menos la muerte. ―Una sobra de
tristeza pasó fugaz por los castaños ojos de Langley―. Esa es la razón que me
ha llevado a abordarlo sorpresivamente, por lo cual le ruego que me disculpe.
Yo regresaré a mi residencia en el campo en un par de días, mi hijo me necesita
y yo a él. Utilice esa arrogancia que ha demostrado conmigo para recuperar lo
que parece que es suyo. No habrá ningún escándalo por ello.
―Una pregunta, Langley. ¿Por qué solicitó cortejarla?
Langley giró su mirada hacia la ventana, con tristeza.
―No era mi intención venir a Londres dispuesto a encontrar esposa, sin
embargo, la vitalidad de la dama, su alegría, su franqueza, el que pueda
mantener una conversación interesante, eso es difícil de encontrar en una
debutante y, para el caso, en la mayoría de las damas que abundan en los
salones. Sin embargo, había algo en su mirada, fue como si me mirase en un
espejo, la añoranza de algo que se ha perdido. Con sinceridad, Merton, supuse
que podríamos formar un matrimonio agradable, pero no puedo hacerle eso a
esa muchacha, merece… En fin, yo ya no tengo la posibilidad de recuperar a
mi esposa, pero ella sí tiene una oportunidad y ni puedo ni debo quitársela.
Hablaré con ella durante nuestro habitual paseo. Le explicaré que debo
regresar al campo, que mi hijo me reclama y que, durante mi ausencia, debe
sopesar bien la posibilidad de un futuro compromiso. Si a mi regreso, continúa
interesada, reanudaré mi cortejo, ya con un compromiso oficial en mente.
Langley se levantó al tiempo que West hacía lo mismo. Extendió su mano y
West la estrechó.
―Buena suerte, Excelencia.
―Langley.
Cuando el hombre apenas había dado un par de pasos para retirarse, West
lo llamó.
―Langley.
El hombre se dio la vuelta y lo miró curioso.
West hizo una respetuosa inclinación de cabeza.
―Gracias… por todo.
―Ha sido un placer, Merton. ―Langley se dispuso a marcharse, sin
embargo, se giró hacia el duque al tiempo que le clavaba una dura mirada.
―Volveré la temporada próxima para las sesiones parlamentarias, si para
entonces no hay un compromiso entre ustedes, entenderé que ella ―El conde
le dio todo el énfasis que pudo a la palabra― le ha rechazado, en cuyo caso
daré por sentado que su corazón es libre para que la haga mi condesa.
West volvió a sentarse mientras observaba al hombre salir del salón.
Langley lo había sorprendido con su perspicacia. El hombre era inteligente, lo
había visto discutir y presentar propuestas en la Cámara y le había
impresionado. Algo que le dijo resonó en su mente: «yo ya no tengo posibilidad de
recuperar a mi esposa», sin embargo, él si tenía la posibilidad de recuperar la
confianza de Drina.

y
West llegó al Revenge sumamente nervioso. Debería explicar la
conversación mantenida con Langley a Vadim. Le debía esa cortesía. Era su
hermana y no resultaba decoroso que dos caballeros discutieran el futuro de
una dama sin, por lo menos, contar con el conocimiento de su pariente más
próximo, y Drina no movía una pestaña sin que Vadim estuviese al tanto, al
margen de que después hiciese lo que quisiese.
En el despacho estaba solamente Aidan.
Mientras se servía una copa, West preguntó con impaciencia:
―¿Dónde está Vadim? ¿Abajo en la sala?
Aidan enarcó una ceja. Ese tonillo imperioso…
―¿Disculpa? Por si no te has dado cuenta, ni soy su guardián ni tu lacayo.
Si deseas saber dónde está, búscalo.
―Perdona mis formas ―se disculpó West al tiempo que se dirigía al
ventanal. Recorrió el salón con la mirada hasta que lo localizó―. Allí está
―murmuró, mientras hacía un gesto a alguien en la sala.
Se sentó en uno de los sillones enfrentados a la mesa de Aidan mientras
depositaba su copa en ella.
A los pocos minutos, Vadim apareció en el despacho.
―¿Qué ocurre? Hay trabajo en la sala, por si no lo sabes. Claro que cómo
lo vas a saber si hace meses que no te pasas por aquí, y cuando nos honras con
tu ducal presencia es para hacernos una visita y largarte ―espetó molesto.
―Debo hablar algo contigo, de mucha más importancia y más urgente que
lo que sea que tengas que hacer abajo ―respondió West.
Aidan enarcó las cejas.
―¿Debo irme? ―Esperaba que no, la cosa prometía.
―No. Es preferible que lo oigas ahora, total, si te vas, él te lo contará
después ―repuso el duque.
―Me ofendes. ―Aidan se llevó una mano al corazón con gesto
exagerado―. Da la impresión de que nos consideras dos matronas cotillas.
West inclinó la cabeza mientras enarcaba una ceja, dando por sentado que
era eso precisamente lo que pensaba.
―Bien, ¿qué es eso que todos podemos escuchar? ―exclamó Vadim,
impaciente.
―Es sobre Drina…
―Maldita sea, West, ¿qué demonios le has hecho ahora? ―replicó Vadim,
irritado.
―¿Yo? ¿Por qué asumes que le he hecho algo?
―Si no has vuelto a molestarla, entonces no hay nada que hablar sobre ella,
está siendo cortejada por Langley. Mantente al margen, West.
―Precisamente sobre ese cortejo es de lo que debemos hablar.
Vadim lo miró mientras entrecerraba los ojos.
―Es un buen hombre, si lo has amenazado de alguna manera utilizando tu
rango…
West levantó los brazos, exasperado.
―¡Maldita sea! ¡¿Por quién me tomas?! Ni se me ocurriría hacer algo así. Te
dije que respetaría su decisión, que no le complicaría las cosas. ¡Parece ser que
mi palabra ya no tiene validez alguna! ―exclamó furioso.
Vadim observó a su amigo. Desde que había vuelto y se enteró de que
Drina era cortejada por otro, unas permanentes ojeras oscuras se habían
instalado en su rostro. Suspiró abatido, quizá estaba siendo injusto.
―Perdona ―se disculpó―. Te escucho.
«Y yo. Atentamente, además», pensó Aidan, que no perdía detalle del
intercambio verbal entre los dos.
―Langley ha hablado conmigo en el club…
―¿Contigo? ¿Por qué precisamente contigo? ―Lo cortó Vadim.
―Por favor, ¿podrías dejarme hablar sin interrumpirme? ―West estaba a
punto de perder la paciencia y plantarle una mordaza en la fértil boca de
Vadim.
El aludido hizo un gesto con la mano, animándole a seguir.
West les contó, sin dejarse nada, la conversación mantenida con Langley,
ante la mirada estupefacta de sus dos amigos.
Vadim espetó atónito:
―¿Langley va a interrumpir el cortejo… para ayudarte? Santo Dios, West,
habías renunciado a ella, ¿por qué Langley se apartaría?
―Te juro que no lo sé. La única vez que me acerqué a Drina fue en el baile
de mis tíos y únicamente bailamos un vals. Él dijo que fue en ese baile donde
se dio cuenta de que… bueno, de lo que fuese que se diera cuenta ―respondió
turbado.
Vadim se pasó una mano por los ojos.
―Sabes que Drina te echará la culpa de la… interrupción, ¿verdad? ―aseveró
mientras fijaba su mirada en West.
―Dudo que Langley le cuente que habló conmigo ―replicó―, y si lo
hiciese, en este caso yo no tengo nada que ver. Ha sido su decisión.
Mientras se llevaba las manos a la cabeza, Vadim murmuró.
―Dios te ayude.
Aidan abrió la boca por primera vez.
―¿A él? Me temo que la furia de Drina nos alcanzará a todos ―masculló.
―Yo no estoy para sobresaltos. Voy a tener un hijo ―murmuró, frustrado,
Vadim―. En estos momentos no puedo permitirme soportar el temperamento
de mi hermana.
―¡¿Tú?! Es Violet la que está embarazada ―exclamó West, estupefacto.
Vadim lo miró mientras entrecerraba los ojos.
―Necesito tranquilidad. Por si no lo sabes, un futuro padre sufre el
embarazo de su mujer igual que la futura madre. Aidan lo sabe, ya pasó por
eso ―repuso, mientras miraba al susodicho esperando que confirmara sus
palabras.
Aidan asintió repetidamente con la cabeza.
―Es verdad.
West rodó los ojos.
―Sois unos malditos gallinas, seré yo el único que soportará el
temperamento de Drina, se centrará en mí y os dejará en paz a vosotros.
Sus dos amigos sofocaron una sonrisa. Se temían que West lo iba a pasar
francamente mal.
y
El vaticinio de West se cumplió la noche siguiente.
Vadim y West se encontraban en el salón de juegos del Revenge
conversando, mientras observaban una particularmente animada partida de
faro, cuando Vadim miró con indiferencia en derredor y se tensó
repentinamente.
―¡Ay Dios! ―murmuró, mientras se alejaba a paso rápido.
West lo miró perplejo. Se disponía a seguirlo para averiguar qué ocurría
cuando una pequeña mano cogió con fuerza su brazo. Atónito, bajó la mirada
para encontrarse con el furioso rostro de Drina.
―Acompáñame ―siseó la muchacha, mientras comenzaba a arrastrarlo.
«Qué remedio, es eso o que me arranque el brazo de cuajo», pensó West.
Ambos se dirigieron hacia la puerta que comunicaba con las estancias
privadas del club. Una vez la traspasaron y llegaron al pasillo, Drina soltó el
brazo de West como si le quemase.
―¿Qué le has dicho a Langley, maldito entrometido? ―preguntó furiosa.
―¿Yo? ¿Qué te hace pensar que yo he hablado con él? ―respondió. No
creía que Langley le hubiese contado la conversación que mantuvieron.
―¿Por qué entonces ha interrumpido el compromiso? ―inquirió suspicaz.
―¡Y yo qué sé! Pregúntaselo a él. Me temo que no entiendo de dónde sacas
la idea de que yo haya podido influir en los planes de Langley.
―Todo iba bien hasta que llegaste ―siseó Drina.
West miró en derredor.
―¿De verdad vamos a mantener esta conversación en medio del pasillo?
―No pienso entrar en ninguna habitación contigo ―repuso, altanera.
―Muy bien. ―West se dio la vuelta para abrir la puerta y salir al salón de
juegos.
―¿A dónde vas?
―Tú no piensas entrar en una habitación para tener privacidad y yo no
pienso tener esta conversación, discusión, o lo que sea, en mitad de un pasillo
al alcance de cualquier oído.
Drina resopló.
―Muy bien, al despacho de Aidan. ―Se giró y comenzó a caminar cuando,
al cabo de unos pasos, se dio cuenta de que West seguía clavado en el mismo
sitio.
―¿Y ahora qué? ―espetó irritada.
―¿Dónde has dejado los modales? No estoy acostumbrado a recibir
órdenes, así que haz el favor de pedir las cosas con cortesía ―repuso West con
arrogancia mientras se cruzaba de brazos.
Drina rodó los ojos.
―Por favor, Excelencia, ¿sería tan amable de seguirme al despacho del
dueño del club?
West disimuló una sonrisa.
―Por supuesto, milady ―contestó, al tiempo que hacía un gesto con la
mano para indicarle que la seguiría.
Una vez entraron en el despacho, West cerró la puerta con tranquilidad.
―¿Qué haces? No es decoroso estar los dos a solas en una habitación
―comentó Drina.
―La privacidad saldrá por esa puerta en cuanto la abra. ¿Volvemos otra vez
con lo mismo? Y, por Dios, no es la primera vez que estamos a solas en este
despacho. ―La miró mientras enarcaba una ceja―. ¿Desde cuándo te has
vuelto tan mojigata?
―Debo proteger mi reputación ―repuso altanera.
―Es verdad, olvidaba que tu intención es conseguir un compromiso este
año.
―Lo dices como si estuviera desesperada por lograrlo ―murmuró Drina.
Y lo estaba, claro que lo estaba, tenía que quitarse a ese hombre de la
cabeza; o del corazón, lo que ocurriese antes.
Ambos se miraron durante unos instantes hasta que Drina meneó la
cabeza. Qué importancia podía tener si él había hablado o no con Langley. No
podía permanecer más tiempo a solas con West. Su sola presencia continuaba
alterándola y, si se le ocurría tocarla, se temía que se derretiría como la
mantequilla. Dio un paso hacia delante para salir de la habitación, sin embargo,
la voz de West la detuvo.
―¿Se ha acabado la conversación? ―preguntó con suavidad.
Si la pregunta hubiera sido hecha con su arrogancia habitual, Drina hubiera
abandonado el despacho sin dudarlo, pero la delicadeza que mostraba la voz
de West la desarmó.
Se encogió de hombros, sin mirarlo.
―Supongo que me equivoqué, la decisión la tomó Langley, dudo que
tuvieras razón alguna para influir en él.
―Mírame, Drina. ―Su voz era ya un susurro. West obvió las últimas
palabras de la muchacha. ¿Razones? Claro que tenía razones para influir en él,
pero se había comprometido a no intervenir, claro que eso ella no tenía por
qué saberlo. Él, sin embargo, sí tenía que saber lo que pasaba por su mente.
Sabía lo que le habría dicho Langley, pero quería conocer su opinión. Sus
preciosos ojos verdes le dirían la verdad.
Ella giró el rostro para clavar la mirada en él.
―¿Qué ha ocurrido con Langley exactamente? ―Su aterciopelada voz
provocó que un escalofrío recorriese el cuerpo de la muchacha.
Sin apartar sus ojos de él, Drina comenzó a hablar. ¿Qué tenía ese hombre
que con solo unas palabras suaves y su azul mirada hacía que pudiese contarle
cualquier cosa?
―Tenía que volver a su residencia en el campo. Echaba de menos a su hijo
y su hijo a él. Dijo que en este tiempo meditase bien sobre nuestra relación y
que, cuando volviese, en la próxima temporada, yo sería la que tomase la
decisión de continuar hacia un compromiso formal o no.
West observó que en sus palabras no había pesar alguno, solo la
constatación de un hecho. Quizá tuviese una oportunidad. Quizá Langley
tuviese razón y Drina simplemente estaba huyendo hacia delante.
―No te ha rechazado, pequeña, solamente te ha dado tiempo. ―Dios, esto
lo estaba matando.
―¿Tiempo para qué? Había aceptado su cortejo y conocía las
repercusiones que tendría en mi futuro cuando lo hice.
―Precisamente. ―West decidió arriesgarse―. ¿Lo amas, Drina? ¿Lo
suficiente como para pasar el resto de tu vida a su lado?
Drina desvió la mirada. Por supuesto que no. Su corazón pertenecía desde
hacía mucho tiempo a otro hombre.
West tomó con dos dedos la barbilla de la muchacha, haciendo que
levantara su rostro hacia él.
―Mírame. Mírame siempre a los ojos, ya sea para mentirme o para decirme
la verdad.
Santo Dios, no pretendería que le confesase que a quien amaba era a él,
¿verdad? No después de su ausencia sin ninguna carta que la explicase.
Mientras ella estuvo dispuesta a correr hacia él, olvidando su propia
reputación, él, una vez libre de aquella mujer, no tuvo prisa alguna por volver a
ella. Eso tenía que decir algo, ¿no?
Sin embargo, musitó en un susurro que West consiguió escuchar porque
estaba pendiente de su respuesta.
―No. No le amo. ―Tras decir esas palabras, Drina se giró bruscamente, y,
esta vez sí, abandonó la habitación sin que West pusiese ningún impedimento.
Al escucharla confesar que no amaba a Langley, West sintió que sus rodillas
se doblaban. No es que creyese que había amor entre el conde y ella, Drina no
era capaz de mudar sus sentimientos de un día para otro, y sabía, desde aquella
noche en los jardines de Archer House, que ella a quien amaba era a él. Elevó
una plegaria por que Langley, un buen hombre, encontrase otra vez el amor
que se merecía.
Cuando regresó al salón de juego, no vio a Drina pero sí a sus dos amigos,
que lo observaban expectantes. Lo escrutaban como si esperasen que regresase
con un ojo morado o algo peor.
Cautelosos, se acercaron a él. Vadim fue el primero en hablar.
―Por lo que veo, has conseguido salir indemne. Otra vez tu proverbial
carisma te ha salvado el trasero.
Mientras Aidan soltaba una carcajada, West rodó los ojos. Un instante
después la seriedad invadió su rostro.
Habló sin dirigirse a ninguno de ellos en particular.
―No le ama.
«¿Pero este hombre es tan memo?», pensó Vadim. Nadie que conociese a
Drina podría ni siquiera imaginar que amara a Langley.
―¿Te ha costado mucho llegar a esa conclusión? ―Vadim no perdió la
oportunidad de ser sarcástico.
West lo miró mientras fruncía el ceño.
―Me lo ha revelado ella.
Vadim enarcó las cejas, estupefacto.
―¿Drina te ha confesado que no ama a Langley? ¿Estás seguro de que era
Drina con la que hablabas?
»¡Auch! ―El puñetazo en el brazo hizo que Vadim se encogiese―. ¡No
hace falta llegar a las manos! ―exclamó, mientras se frotaba el lugar donde
había recibido el golpe―. He aguantado estupideces tuyas mucho peores que
esta.
Aidan intervino.
―¿Qué harás?
El duque se frotó la barbilla con la mano mientras reflexionaba. Después
de unos instantes, largos instantes durante los que sus amigos ya empezaban a
perder la paciencia, contestó.
―No tengo la menor idea.
Vadim resopló.
―Supiste cómo estropearlo al largarte en su momento a Berkshire sin ni
siquiera una explicación, ahora apáñatelas para arreglarlo.
―Sabes que no sería correcto que escribiese a una dama soltera ―replicó
West.
―No quieras hacernos creer que fue por proteger su reputación. Pudiste
habernos escrito a cualquiera de nosotros. ―Aidan no estaba dispuesto a que
West pasase de largo por algo que les había dolido a sus amigos.
Mientras cavilaba la mejor manera de llegar hasta Drina, West miró a
Vadim y este levantó una ceja, interrogante.
―¿Tengo tu confianza? ―preguntó nervioso por la posible respuesta de su
amigo. Sabía que, después de todo lo ocurrido, podía esperar una respuesta
negativa por su parte.
El romaní sonrió lobuno.
―Pese a todo lo que ha pasado, nunca la perdiste. Hagas lo que hagas, sé
que jamás provocarías rumores que afectasen a la reputación de mi hermana
―añadió con un matiz de advertencia―. Y si lo haces, lo repararás.
¿Cómo podría recuperar la confianza de Drina? ¿Un cortejo? No, eso no
valdría con ella. Lo aceptaría de cualquier otro, pero no de él. Tenía que
pensar, y rápido. Se acercaba el momento en que las familias de la nobleza
comenzarían su éxodo hacia sus residencias campestres y quizá ella decidiera
poner tierra de por medio y acompañar a los duques de Normamby a
Lincolnshire. Quizá si utilizase el club como excusa para retenerla…

y
Unos días más tarde, mientras supervisaban los preparativos para la
mascarada anual que se había convertido en una tradición en el Revenge
(después de que Aidan la ideara un par de años antes para recuperar a Tessa),
Drina apareció en el salón.
Se dirigió directamente hacia su hermano.
―Phral, nuestros padres parten para Lennox House en una semana, voy a
viajar con ellos.
Vadim miró a Drina mientras fruncía el ceño.
―Pero la semana que viene es la mascarada. ¿Pretendes decirme que no vas
a asistir? Te encanta ―respondió su hermano, confuso.
West escuchaba atento la conversación entre los dos romanís.
―Prefiero viajar a Lincolnshire. Todavía no he estado en la casa de nuestra
niñez y deseo volver. Además, ya he participado en dos mascaradas, al final,
todas son iguales.
Maldita sea, se iba y él no podría perseguirla hasta Lincolnshire, no al
menos sin una invitación previa de los duques y, aunque sabía que si hablaba
con Normamby este no pondría objeción alguna, en cuanto se presentara en
Lennox House Drina era muy capaz de regresar a Londres o a cualquier otro
lugar que se le ocurriese.
―Este año será completamente diferente ―espetó, sorprendiéndose
incluso a sí mismo.
Tres pares de cejas se enarcaron.
―¿Lo será? ―inquirió, desconcertado, Aidan mientras Vadim fruncía el
ceño observando a West.
―He pensado que hay que introducir novedades, no podemos permitir que
la mascarada, que tanto éxito ha tenido, caiga en la rutina.
Drina lo miró suspicaz.
―Supongo que tienes razón, no podemos hacer todos los años lo mismo.
―No tenía ni idea de lo que se proponía West, pero no iba a estar allí para
comprobarlo―. Os deseo suerte, podréis apañaros solos, no es necesario que
me quede.
―Eres imprescindible para lo que he ideado ―replicó West
apresuradamente.
Los tres pares de cejas volvieron a elevarse, esta vez un poco más.
West pensó que si seguía hablando, las cejas de sus amigos acabarían en sus
nucas.
―¿Yo? ¿Y exactamente… para qué soy imprescindible? ―respondió Drina,
recelosa. Si era otro de los trucos de West…
En su afán por que ella no se marchase, abrió la boca antes de tiempo.
―Necesito precisar algunas cosas, en cuanto todo esté concretado, te lo
haré saber ―replicó.
Drina entrecerró los ojos. Conocía a West y sus maquiavélicos planes. Sus
argucias, ideadas para ayudar a sus hermanos, eran ejemplo de ello. Si era una
excusa para manipularla…
West pareció adivinar sus pensamientos.
―No necesito manipularte. Eres tan socia del Revenge como nosotros,
debo suponer que te interesará que lo que se haga tenga éxito.
―Te doy tres días de plazo para explicar tu… innovadora idea, si para
entonces no la has concretado, me marcharé con mis padres ―repuso Drina
mientras ponía los brazos en jarras y acercaba hostil su rostro al del duque―. Y
más te vale que la idea sea buena.
Mientras la joven se marchaba en un revuelo de faldas, Vadim y Aidan
dirigieron sus estupefactas miradas hacia el duque, que seguía con los ojos la
altanera salida de la romaní.
―No tienes ni la más remota idea de lo que vas a hacer ―afirmó Vadim.
―No. Pero no podía permitir que se marchara. Fue lo único que se me
ocurrió.
Aidan se pasó la mano por los ojos.
―Ay Dios, como no se te ocurra algo original, y pronto, te verás en serios
problemas.
―Se nos ocurrirá algo ―repuso West, confiado.
―¡¿Qué?! ―exclamó Vadim.
―¡¿Nos?! Oh, no, tú te has metido en este lío, compóntelas como puedas
―replicó Aidan.
―¿No vais a ayudarme? No os he oído a ninguno expresar alguna idea para
evitar que Drina viajase al maldito Lincolnshire, así que tuve que decir lo
primero que se me ocurrió.
―¿Y lo primero que se te ocurrió es decir que ella es imprescindible para tu
idea? ¿Qué idea es esa? ¿Subirla a una mesa y que se ponga a cantar? ¿Que se
dedique a adivinar el futuro en las cartas a las damas? Podemos montarle una
tienda en medio del salón de juegos, al mejor estilo romaní ―espetó, mordaz,
Vadim.
Los calculadores ojos de West se clavaron en Vadim mientras se pellizcaba
la barbilla, reflexivo.
Un brillo de sospecha se instaló en los ojos de Vadim.
―¡No! ―exclamó.
―¿No? Exactamente, ¿no a qué? No he dicho nada.
―Lo estás pensando, lo que en ti significa lo mismo.
Aidan, entretanto, pasaba su miraba de uno a otro con perplejidad.
―No me negarás que has tenido una buena idea muy original ―replicó
West.
―Yo no he tenido ninguna idea, maldita sea ―espetó Vadim, exasperado.
Ese condenado siempre se las arreglaba para idear los mayores disparates.
Aidan, harto de que lo ignoraran, intervino.
―¿Seríais tan amables de explicarme esa idea vuestra?
Vadim lo miró belicoso.
―No es nuestra. Es suya.
―De quien sea, si es buena, qué más da a quién se le haya ocurrido.
―No es una buena idea, es… una locura ―insistió Vadim.
―Es perfecta ―contrarrestó West.
―¡Por todos los demonios! Que alguno me diga de qué idea se trata.
―Aidan cruzó los brazos sobre el pecho―. Yo decidiré si es buena o no.
―¿Por qué tú? ―inquirió, suspicaz, Vadim.
―Porque no pertenezco a ningún grupo de contendientes. Soy imparcial
―replicó Aidan con una sonrisa de suficiencia.
Antes de que Vadim intentase desviar la atención de Aidan, West soltó de
sopetón.
―Montaremos una tienda romaní y Drina interpretará las cartas. Por
supuesto, convenientemente disfrazada nadie podrá averiguar que es ella. No
sería apropiado que las damas de la nobleza supieran que la propia lady Drina
Lennox es la adivina, ninguno de nosotros desea que se vuelva a rumorear
sobre su linaje.
―¿Y cómo justificaremos la ausencia de Drina y la presencia de la
adivinadora romaní? Atarán cabos ―inquirió Aidan.
―Para cuando se celebre la mascarada, los duques ya habrán salido para
Lincolnshire, haremos correr la voz de que Drina se ha ido con ellos. ―West
estaba cada vez más convencido de que era una idea excelente.
Vadim intentó el último recurso.
―Drina no tiene el dook11.
―¿El qué? ―preguntaron West y Aidan a la vez.
El romaní se mesó los cabellos, ya desesperado.
―El don de ver el futuro ―respondió con un suspiro de resignación.
―Pero sabe leer las cartas. Yo la he visto hacerlo con mi madre en Dorset y
alguna vez en el club con algún miembro del personal ―replicó Aidan.
―¡Por el amor de Dios! ―exclamó Vadim―. Que lo haga por diversión no
significa que…
―Se trata de una diversión. ―Lo interrumpió Aidan―. ¿O supones que las
damas que acudan, o los caballeros, para el caso, esperan que la adivina les
vaticine desgracias? Drina conoce a la mayoría, con un poco de sentido común
y un poco de su intuición les dirá lo que desean oír.
―Muy bien ―admitió Vadim―. Si tan seguros estáis de que es una buena
idea, vosotros se lo diréis a mi hermana.
―Por supuesto ―asintió Aidan―. West se lo dirá, ha sido idea suya.
―¿Mía? ―respondió, espantado, el susodicho―. Vadim fue el que dijo de
montar una tienda…
Aidan levantó una mano para acallar las protestas del duque.
―Tú le has dicho a Drina que tenías una propuesta para este año
completamente diferente a años anteriores y que ella sería imprescindible para
llevarla a cabo, así que, en realidad, la idea partió de ti. Buena suerte cuando se
lo digas ―zanjó Aidan con sorna.

y
Al día siguiente, reunidos todos en el despacho de Aidan, este y Vadim
observaban expectantes a West. Ambos amigos, cómodamente arrellanados en
sendos sillones, esperaban el momento en que el duque le comunicara su idea a
Drina.
―¿Y bien? ¿Me habéis hecho venir para mirarnos los unos a los otros?
―dijo, impaciente, la romaní.
West carraspeó. Pensó que sería mejor soltarlo todo de golpe.
―Montaremos una especie de campamento gitano y tú echarás las cartas.
Drina asimiló lo primero, sin embargo, su sorpresa evitó que asimilara lo
segundo.
―¿Pretendéis meter a romanís en el Revenge? ¿Haciendo qué? ¿Traerán un
oso para que baile también? ¿Os habéis vuelto locos? ―Miró a su hermano,
que se mantenía en silencio en su sillón―. Vadim, ¿de verdad estás de acuerdo
en exhibirlos delante de esos pedantes prejuiciosos?
La muchacha estaba perpleja. Eso humillaría a una raza tan orgullosa como
los romanís. Una cosa es que se ganasen la vida con sus espectáculos de
pueblo en pueblo, eso era elección suya y en sus propias condiciones, y otra
exhibirlos en un club delante de un grupo de aristócratas como si fuesen
monos de feria.
Vadim dirigió su mirada hacia West. «Te lo dije», pareció decir.
Al ver que la mirada de su hermano se dirigía hacia el duque, Drina
explotó.
―¿Esa es tu maravillosa idea? ¿Humillar a mi pueblo?
Aidan gimió en su sillón. La cosa se estaba poniendo fea, muy fea.
West le lanzó una arrogante mirada a la muchacha.
―En primer lugar ―repuso con frialdad―, no es mi intención humillar a
nadie. En segundo lugar, se trataría de decorar el club como si fuese un
campamento romaní…
―Vitsa12 ―interrumpió Vadim.
―¿Qué?
―Si vas a hablar de romanís, habla correctamente, es un vitsa, no un
campamento ―repuso, indolente.
West resopló.
―Como sea. Y en tercer lugar, ―Dios lo ayudase, aquí venía lo difícil―,
solamente se montaría una tienda, la de la echadora de cartas, o sea: tú. ―El
duque se calló mientras se encogía, esperando la previsible explosión.
Drina abrió los ojos como platos.
―¿Yo echando las cartas?
―Aidan te ha visto hacerlo varias veces ―intentó justificarse West.
―¡Es una idea estupenda! ―exclamó Drina―. Será divertido.
Aidan y Vadim se miraron desconcertados.
―¿Sí? ¿Te parece bien? ―West esbozó una amplia sonrisa.
Drina miró a West dispuesta a asentir; sin embargo, cuando vio su
esperanzada sonrisa y su mirada anhelante, algo se removió dentro de ella. La
ternura la invadió. Dios Santo, parecía que ella le había concedido el sol y las
estrellas. Por unos instantes sus miradas se prendieron la una en la otra, hasta
que un carraspeo de Aidan los sobresaltó.
Ruborizada, Drina farfulló al tiempo que se giraba para salir del despacho.
―Tengo mucho que preparar para la mascarada.
West observó la salida de la muchacha. Todavía conmocionado por ese
instante en que ambos habían vuelto a sentirse cómplices, carraspeó, murmuró
algo y salió a paso ligero de la habitación.
Vadim y Aidan se miraron.
―¿Lo conseguirá?
―¿No has advertido cómo se miraban? ―respondió Aidan―. West sabe
que cometió un error y por ella dejará a un lado su fastidiosa arrogancia con tal
de recuperarla. Y Drina… bueno, le conoce incluso mejor que nosotros, se
siente insegura porque todo quedó en el aire durante las navidades en Archer
House y West no fue suficientemente claro con ella con respecto a sus
sentimientos. Si West olvidara su miedo por unos instantes y fuese claro sobre
lo que siente por ella…
―¿Miedo? ¿West? ¿A qué? ―inquirió Vadim, perplejo.
―Vadim, ¿acaso nunca te has fijado en cómo la mira? Ya no ahora, sino
cuando vivíais en Dorset. Entre ellos siempre ha habido una relación especial.
¿Cuántas veces ha sido West quien ha consolado a Drina, quien ha sabido
llevar y calmar su temperamento? El problema de West es que teme que ella lo
vea como un hermano. Incluso después de lo que suponemos que ocurrió
entre ellos en Berkshire, West tiene miedo de que Drina haya confundido sus
sentimientos en su afán de protegerlo de aquella mujer. Siempre se han
cuidado y protegido el uno al otro y, en este momento, él está aterrorizado de
haber podido malinterpretar el afecto de Drina. Ha visto cómo Drina estaba
dispuesta a casarse con Langley sin amarlo, simplemente por amistad y cariño,
y West no se conformaría con un matrimonio así, no con ella. De hecho, todos
los errores que cometió con ella fueron provocados por los celos. Si no
hubiese estado celoso de Johnson, esa mujer nunca habría pisado Archer
House.
Vadim tomó un sorbo de su copa y se levantó para acercarse al ventanal
del despacho.
―¿Estás seguro de que él ha decidido comportarse con humildad para
recuperarla?
―Nunca se puede asegurar nada con West, pero una cosa te digo: está tan
enamorado de ella, que el arrogante duque de Merton sería capaz de caminar
de rodillas si Drina se lo pidiese ―afirmó Aidan.
Capítulo 16
La noche de la mascarada había llegado. Tanto Tessa, completamente
recuperada, como Violet, a la que aún no se le notaba su estado, acompañaban
a sus maridos. Los duques de Normamby habían dejado la ciudad con la
supuesta compañía de lady Drina, de hecho, para que todo fuera más creíble,
se había visto a la hija del duque subirse al carruaje con su padre y Adara y
partir de Londres hacia Lincolnshire. Lo que nadie supo era que otro carruaje
esperaba a varias millas de distancia de Londres para recoger a la dama y
llevarla directamente al Revenge, donde no se dejaría ver hasta la noche de la
fiesta.
West sentía el estómago agarrotado. En realidad, era la tercera mascarada,
debería estar acostumbrado, pero en cada una de ellas algo trascendental había
sucedido para los socios del Revenge. ¿Sucedería así también para él?
El club había sido decorado con telas de colores vivos, antorchas imitando
los fuegos de los vitsas romanís y el personal masculino, el único permitido esa
noche, a pesar de ir todos vestidos con sus uniformes habituales, llevabas
anudados al cuello pañuelos con los colores verde o rojo, los tonos
primordialmente usados por el pueblo romá.
En un lateral de la sala se había instalado la tienda de la adivina. La parte
trasera de la tienda daba a una de las puertas de acceso a la zona privada,
disimulada con un cortinaje. La tienda estaba levemente iluminada para que
nadie pudiese identificar la verdadera identidad de la pitonisa. Un candelabro
había sido situado encima de la mesa donde se leerían las cartas, pero colocado
de forma que el rostro de Drina permaneciese siempre en la penumbra.
Faltaban unos minutos para abrir las puertas y West ya no pudo resistirse
más. Mientras Aidan y Vadim atendían a sus esposas y daban las últimas
instrucciones al personal, West se dirigió hacia la zona privada. Cuando llegó a
la puerta de los aposentos de Drina, inspiró para darse ánimos y llamó
suavemente. Al cabo de un instante, la puerta se abrió y West hasta se olvidó
de respirar.
Drina iba vestida con un colorido traje compuesto por una blusa que
dejaba sus hombros al descubierto hasta el nacimiento de sus senos, un
chaleco de variados colores y una amplia falda ceñida a la cintura con un fajín
que hacía que destacase su estrecha cintura y sus caderas. Llevaba un pañuelo
multicolor del que caían abalorios sobre su frente, distrayendo la atención de
sus verdes ojos, atado en la nuca y cubriendo su negro pelo, que caía suelto
desde la abertura del pañuelo por la espalda hasta la cintura. West solo podía
mirarla, enmudecido de repente.
―¿No resulta adecuado? ―preguntó, confusa, Drina al ver al hombre
paralizado en la puerta, sin decir palabra alguna.
West pestañeó.
Cuando consiguió encontrar su voz, simplemente atinó a murmurar.
―¿Perdón?
Drina frunció el ceño.
―La ropa… ¿es adecuada? Falta el velo que me tapará el rostro, pero en
conjunto creo que es lo suficientemente llamativa para que se fijen en el
vestuario y no en mi cara. ¿No crees?
Santo Dios, vaya si se fijarían en la ropa, para el caso, en lo que mostraba y
marcaba, por lo menos los caballeros. Y los malditos celos volvieron a hacer su
aparición.
―Permanecerás sentada todo el rato ―West habló en alta voz lo que
debería haber sido un simple pensamiento y que, en cambio, sonó como una
orden.
La muchacha se cruzó de brazos al tiempo que enarcaba una ceja.
―No esperarías que leyese las cartas de pie ―replicó mordaz.
―Por supuesto que no, estarás sentada todo el tiempo que dure la fiesta, y
Bill o Frankie estarán todo el rato delante de la puerta de la tienda. ―West
estaba sudando frío de pensar que algún caballero, sin conocer su identidad, se
sintiese impelido a propasarse con la supuesta romaní. Lo dudaba, los
caballeros invitados a esas mascaradas eran los más decentes que acudían al
club, y todos con sus respectivas parejas. Pero él no tenía intención de correr
riesgo alguno.
Drina frunció el ceño.
―Supongo que podré salir en algún momento hacia la zona privada a
estirar las piernas. ―Lo miró suspicaz―. ¿Y por qué razón hay que ponerme
escolta en la puerta? Estamos en el Revenge, no creo que se produzca ningún
tumulto para entrar a conocer lo que el destino les deparará a los invitados.
«Si llegasen a verte de pie, haría falta medio personal del club para contener
el tumulto que se organizaría», pensó West con sarcasmo.
―No saben quién eres, creen que eres una romaní, y alguno podría tomarse
libertades que no se tomaría con una dama.
―Por Dios, West, los invitados son escrupulosamente elegidos. Ninguno se
arriesgaría a ser expulsado del club y a perder su membresía por… ―Agitó las
manos, confusa― ¿Por exactamente qué? No es como si fuesen a seducirme en
la tienda ―replicó, mientras rodaba los ojos.
Maldita sea, ¿es que esa mujer no se había mirado al espejo?
―Claro que se arriesgarían, yo me arriesgaría ―afirmó.
―Vamos, West, no podrían intentar nada en una tienda de tela donde se
oye todo, y rodeados de gente.
West sonrió lobuno. Condenado estaría si no aprovechase la oportunidad.
―¿Tú crees? ―Lanzó una de sus manos hacia la cintura de la muchacha y
otra hacia la nuca, bajó su cabeza y atrapó sus labios en un beso.
De pronto, se detuvo, abrió los ojos y, al contemplar los femeninos todavía
cerrados, volvió a besarla, esta vez poniendo todo su anhelo por ella en ese
beso. Drina alzó los brazos para enlazar sus manos en la nuca de West
mientras acariciaba su cabello. El duque gimió mientras apretaba aún más el
suave cuerpo femenino contra el suyo. Había soñado tantos meses con poder
besarla otra vez.
Drina notaba sus rodillas flaquear. Se entregó por completo a él y al beso
que compartían. Lo había echado tanto de menos. Mientras sus lenguas
jugaban y se entrelazaban, los pensamientos de Drina solamente iban en una
dirección: el amor que sentía por West.
Él deshizo el beso suavemente. La situación se le estaba yendo de las
manos, y ni era el momento ni el lugar. Si fuese una noche cualquiera, por
Dios que la arrastraría hasta la cama y al día siguiente saldría a toda velocidad
en busca de una licencia especial.
Acarició con el pulgar los hinchados labios de la ruborizada muchacha y
susurró cariñosamente:
―Por poder besarte yo sí me arriesgaría incluso a recibir una paliza de Bill
―murmuró con voz ronca.
―West… ―Drina estaba tan conmocionada que solo pudo susurrar su
nombre antes de que el duque, después de darle un suave beso, abandonase la
habitación.
Drina se pasó los dedos por los labios. Maldita fuese la dichosa mascarada.
En este momento, su impaciente carácter le pedía que siguiese a ese
condenado hombre y hablasen claro de una vez por todas. Ella amaba a West
y, aunque no podía comparar puesto que no había sido besada por nadie más,
por su manera de besarla su instinto le decía que él también la amaba a ella.
Golpeó con frustración el suelo con un pie. ¿A qué demonios estaba
esperando para sincerarse con ella? Esbozó una sonrisilla maliciosa; bien, en lo
que a ella le atañía, se habían acabado las insinuaciones. Había estado a punto
de cometer un error de enormes proporciones al aceptar el cortejo de Langley,
no volvería a errar por la indecisión de West.

y
La fiesta era un éxito, el tabernáculo de la adivina era un hormiguero de,
sobre todo, damas deseosas de conocer su futuro. West, aunque Bill
permanecía estoico delante de la puerta, no perdía detalle de lo que sucedía en
las proximidades de la tienda.
En un momento dado, cuando la fiesta estaba bastante avanzada, West
decidió que Drina necesitaría un respiro. Se acercó a Bill y le susurró algo al
oído. El hombre asintió y, en cuanto West se alejó, se colocó delante de la
cortina que cerraba la tienda para advertir a las damas que esperaban que la
adivina se tomaría un descanso en cuanto acabase la sesión con la persona que
estaba en el interior. Las mujeres comenzaron a dispersarse y, en cuanto la
dama que estaba en el interior salió, West se introdujo en la tienda.
Drina estaba ordenando las cartas recién utilizadas. Sin levantar la vista de
ellas, se disponía a indicar a la visitante que se sentase, cuando un familiar
aroma hizo que levantase sus ojos con curiosidad. Reconocería la colonia que
usaba West entre miles, no solo por su olor, sino por el inconfundible aroma
de la fragancia mezclada con la piel de West.
Sonrió al verlo. Había entrado algún que otro caballero para que le
adivinase el futuro, sin embargo, la presencia de ninguno de ellos llenaba la
tienda como la alta figura de West. Agradeció llevar el velo cubriendo la parte
inferior del rostro al notar que comenzaba a ruborizarse ante su penetrante
mirada. Carraspeó, llevaba bastante tiempo bajando su tono de voz para evitar
que la reconociesen.
―¿Has venido a que te adivine el futuro? ―inquirió sin perder la sonrisa.
West, que se había detenido en la entrada mientras la observaba, se acercó
a ella. Drina levantó su mirada cuando él se colocó al lado del sillón que
ocupaba. Sin apartar los ojos de ella, West tendió su mano.
―Tengo muy claro cuál será mi futuro ―respondió, mientras la muchacha
posaba su mano en la masculina―. Necesitas descansar ―replicó West,
ayudándola a levantarse y guiándola hacia la puerta disimulada tras un cortinaje
que llevaba a la parte privada del club.
―West, habrá invitados esperando ―adujo Drina. Sin embargo, no se
resistió.
―Se les ha informado que la adivina se tomará un descanso. Bill se
encargará de que nadie entre en tu ausencia.
―¿A dónde vamos?
West abrió la puerta mientras le cedía el paso sin soltar su mano.
―Al balcón, me temo que encerrada ahí dentro no has tenido ocasión de
disfrutar de ver el salón repleto de satisfechos invitados. Además, ―La
observó con una chispa de preocupación en sus ojos―, deberías beber algo
para descansar esa garganta.
A Drina le daba absolutamente igual a dónde la llevase en ese momento,
siempre que no le soltase la mano que llevaba entrelazada en la suya.
Cuando entraron en el despacho de Aidan, West se dirigió hacia el mueble
de las bebidas. Desde que Aidan se había casado, siempre mantenía una
especie de vasija con agua fría que contenía varias botellas de champán. A
Tessa le encantaba esa bebida. Abrió una y sirvió dos copas. Después de
entregarle la suya, volvió a tomar su mano y la condujo hacia el balcón desde el
que se divisaba toda la sala.
West apoyó la cadera en una esquina del muro de la balconada y, al tiempo
que la enlazaba por la cintura, la atrajo hacia él. La situó entre él y el muro
mientras hacía que la espalda de Drina se recostase contra su pecho. La
postura de ambos no resultaba en absoluto decorosa, pero el duque tenía la
seguridad de que nadie podría verlos desde el salón.
Susurró en su oído:
―¿Quieres que te pida alguna cosa para comer?
El aliento de West en su cuello provocó que un escalofrío la recorriese.
Mientras apoyaba su mejilla contra la boca del duque, Drina negó.
―No. Quizá más tarde, cuando la adivina cierre su tienda.
West colocó la copa sobre una de las mesas del balcón y tomó con dos
dedos el mentón de Drina, girándolo hacia él. Alzó su rostro para besarla con
delicadeza. Lamió con su lengua los suaves labios, notando el sabor de
champán en ellos. Drina entreabrió su boca, dando acceso a la lengua
masculina que empezaba a volverse exigente. La mano libre de la muchacha
ascendió para acariciar el mentón de West y acercarlo más a ella. West gimió al
notar la apasionada respuesta de la romaní.
El beso se hizo más intenso, West la estrechó contra sí al tiempo que la
giraba hasta que los senos de Drina se aplastaron contra su pecho. Una de sus
manos comenzó a vagar por el cuerpo femenino. Casi podía tocar su piel a
través de las livianas ropas de romaní que vestía ella. Después de unos
instantes que parecieron minutos, durante los cuales sus lenguas jugueteaban,
lamían, succionaban, West separó su boca de los labios femeninos. La alejó un
poco para contemplar su rostro ruborizado y acarició con los nudillos su
mejilla.
―Drina, yo…
El sonido de la puerta del despacho de Aidan al abrirse provocó que
ambos se separasen sobresaltados. Al cabo de unos instantes la morena figura
de Vadim apareció en el balcón.
―Estás aquí ―afirmó―. Bill me dijo que te habías tomado un descanso.
¿Estás bien? Si es demasiado para ti, comunicaré que la adivina ha cesado su
actividad.
Drina tomó un sorbo de champán para serenarse un poco.
―Estoy bien, phral. West me ha rescatado del tedio de repetir casi lo mismo
a todas las damas ―respondió con una sonrisa.
Vadim pareció reparar en ese momento en la presencia del aludido.
―¿Qué demonios haces aquí?
West rodó los ojos.
―Ocuparme de que descanse y beba algo. Lleva horas forzando la garganta
para disimular su voz. Algo en lo que deberías haber pensado tú, eres su
hermano, ¿no? ―añadió mordaz.
Vadim miró contrito a su hermana.
―Lo siento phen, me ocuparé de explicar que la adivina ha decidido
retirarse. ―Esbozó una sonrisa torcida―. Parece ser que su don se ha saturado
por tantas consultas. ―Se acercó a ella para pasarle un brazo por los
hombros―. Ve a descansar, ordenaré que envíen algo de comer a tus
habitaciones.
Drina asintió después de mirar a West, que permanecía apoyado contra la
baranda con expresión indolente. Abandonó el balcón y el despacho de Aidan.
Vadim observó con suspicacia a West, que bebía de su copa de champán
con indiferencia.
―Bajemos, todavía tenemos invitados que atender.

y
Drina entró en su alcoba ensimismada por lo sucedido en el balcón con
West. Al momento, una doncella se presentó con una bandeja con la cena.
Comenzó a comer, distraída con sus pensamientos.
Dos veces la había besado desde que había regresado, y ambos momentos
fueron como si no hubiese pasado el tiempo desde aquella noche en Archer
House. Se tumbó en la cama, vestida tal y como estaba. Las dudas empezaron
a asaltarla. ¿Y si él solamente sentía lujuria por ella? Tampoco es que ella fuese
una experta, pero sabía distinguir una mirada lujuriosa en un hombre. Las
había visto demasiadas veces en el club dirigiéndose tanto a ella como a alguna
de las chicas, sin embargo, en los ojos de West al contemplarla no veía lascivia
alguna, solamente veía anhelo y, a veces, fugaces destellos de tristeza. ¿Acaso él
creía que ella tenía sentimientos por Langley? No, ella misma se lo había
confesado. Pero entonces por qué demonios estaba impidiendo que tuviesen la
conversación que él había prometido en Berkshire una vez hubiese acabado su
problema con aquella mujer.
Maldita sea, ella era una dama y, como tal, no podía enfrentarlo
directamente, tenía que esperar a que West tomase la iniciativa y, sin saber cuál
era la razón por la que no se decidía, ella no podía hacer nada al respecto. De
repente, una idea pasó por su cabeza. Mitad dama, mitad romaní, si el lado
aristocrático debía guardar el decoro debido, el romaní no tenía razón alguna.
Ninguna mujer romaní se quedaría de brazos cruzados esperando que su
hombre se decidiese, y West era suyo desde que lo había conocido con diez
años… aunque hubiese tardado otros diez en darse cuenta. Sonrió para sí
mientras se levantaba dispuesta a darse un baño. Lady Drina Lennox tenía que
guardar el decoro debido, Drina Shelby, la romaní, no.

y
Mientras observaba con indiferencia el ambiente festivo y los grupos de
parejas que conversaban o bailaban, los pensamientos de West en el salón de
juego seguían más o menos los mismos derroteros. Cada vez que estaba cerca
de ella las manos le hormigueaban por tocarla y si sus ojos se posaban en su
rostro recordaba su apasionada respuesta a sus besos. Tenía que decidirse, y
pronto. Una idea le hizo fruncir el ceño. Ella se había quedado para participar
en la mascarada, ¿y si decidía marcharse a Lincolnshire con los duques? Se
prometió que no iba a esperar más. Tendría la conversación que le había
prometido y, si ella no era capaz de confiar en él en estos momentos, no lo
haría nunca.
Decidido a regresar al día siguiente, incluso a no marcharse y utilizar la
alcoba de Aidan o de Vadim para dormir allí, no permitiría que Drina
abandonase el club sin que hubieran tenido la maldita conversación, aunque
tuviese que pasar la noche sentado delante de la alcoba de ella.
Absorto en sus pensamientos, no se había percatado de que la fiesta estaba
llegando a su fin. La mayoría de las parejas habían abandonado el club y
solamente quedaban los caballeros más jóvenes, aquellos que habían acudido
acompañados de sus hermanas o tías solteras.
Se fijó en un grupito de cuatro o cinco jóvenes que apuraban sus copas.
Sus acompañantes seguramente estarían en el cuarto de damas mientras
esperaban a que los caballeretes decidiesen acabar sus bebidas.
Se encaminaba hacia el grupo formado por sus amigos cuando el
comentario de uno de los caballeros reclamó su inmediata atención y detuvo
sus pasos. Se tensó y se giró hacia ellos.
―Disculpa, ¿qué has dicho, Hewitt? ―preguntó fríamente. Lord Hewitt era
el heredero del conde de Boyle. Joven, rozaría los veinticuatro años.
―Oh, buenas noches, Su Gracia. ―El joven se hinchó como un pavo
mientras se inclinaba, al ver que su gracia el duque de Merton se dirigía a él. El
duque solía ignorar a los jóvenes cachorros de la aristocracia―. Comentaba
―explicó, mientras miraba a sus amigos con suficiencia―, que es una lástima
que lady Drina se haya retirado al campo. Con su belleza y su dote, resulta ser
una dama muy elegible.
West lanzó una mano y agarró al joven por las solapas de su chaqueta,
alzándolo hasta que su rostro estuvo al nivel del suyo.
―Te he oído ―siseó con frialdad―, era una pregunta retórica. ¿Desde
cuándo los caballeros se permiten la grosería de hablar de una dama en
público? ¿Has olvidado tus buenos modales en el carruaje, Hewitt? ―West no
alzó la voz, pero el susurro tenía un tinte peligroso.
―Pe… pero no estamos en público, Su Gracia, solo conversábamos un
grupo de amigos.
West enarcó una ceja.
―Lo estás mejorando, Hewitt, al citar el nombre de una dama en medio de
una conversación entre cachorros borrachos.
Los otros jóvenes miraban a todos los lados, avergonzados. El duque tenía
razón, Hewitt, que era el que había sacado el tema, no debió haber citado el
nombre de la dama en cuestión en ningún momento, mucho menos teniendo
en cuenta en dónde se hallaban. Daban gracias por que quien lo hubiese oído
hubiera sido el duque de Merton, si lo llega a escuchar el hermano de la
aludida…
El susodicho hermano y su amigo, el conde de Devon, se percataron de la
tensión en el grupito. Después de avisar a sus esposas de que no se moviesen
de donde estaban, se acercaron a la carrera al ver que West tenía cogido a lord
Hewitt y en sus ojos brillaba una furia asesina.
Llegaron a tiempo de oír cómo el imprudente Hewitt, bien por el miedo o
bien por su juventud, intentaba calmar a West… de la manera más
inapropiada.
―Solamente comentaba que lady Drina es un buen partido para decidirse a
cortejarla.
West actuó. Le lanzó un puñetazo al tiempo que lo soltaba, lo que provocó
que el irreflexivo joven cayese al suelo. El joven, desde el suelo, lo miró
sorprendido mientras se tocaba la mandíbula. Esperaba no haber perdido
ningún diente.
―Si vuelvo a oírte nombrarla, sea en público o en privado, te aseguro que
te enviaré a mis padrinos. ―West se giró dispuesto a irse, pero antes lanzó otra
advertencia―. Procura no acercarte a la dama, si te veo cerca de ella, aunque
sea dando vueltas por una pista de baile, nos volveremos a ver las caras, y esta
vez en el campo de honor.
Mientras West se marchaba, furioso, Aidan observó al joven, que
permanecía en el suelo demasiado atemorizado para levantarse. Le tendió una
mano para ayudarlo y, cuando el muchacho se levantó, apretó la mano que le
tenía cogida hasta arrancarle un gemido de dolor.
―Has tenido suerte… por esta vez ―aseguró con una calma peligrosa―.
Te acaban de dar una lección bien merecida de buenos modales que parece que
tanto tu institutriz como tus tutores olvidaron en sus clases. Tómatelo como
una advertencia. Yo que tú evitaría el Revenge una temporada y, cuando
regreses, ten presente que observaré tu comportamiento. Otro olvido de tus
modales y perderás tu membresía antes de que puedas siquiera pestañear, eso
si no pierdes algo más. Y ahora, caballeros, mientras ordeno que avisen a sus
acompañantes, pueden esperarlas en el vestíbulo. Buenas noches.
Los jovenzuelos, después de despedirse con una inclinación ante el
marqués de Rutland, salieron a la carrera. Hewitt miró a Vadim, contrito.
―Señoría, ruego acepte mis más sinceras disculpas, le juro que no era mi
intención…
―Puede que no, Hewitt, pero has sido imprudente, muy imprudente, diría
yo. Recoge a tu acompañante y mantén la boca cerrada la próxima vez
―sugirió Vadim mientras le lanzaba una fría mirada.
Vadim y Aidan esperaron hasta que los jóvenes y sus acompañantes
abandonaron el club. Después de comprobar que las puertas se habían cerrado
tras ellos, se acercaron hacia donde esperaban Tessa y Violet, sentadas juntas
en uno de los amplios sillones de la sala.
En ese momento vieron acercarse a Drina, todavía vestida con sus ropajes
de romaní. Había oído el alboroto desde su habitación cuando se disponía a
bañarse.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó preocupada en cuanto llegó a su lado,
mientras tomaba asiento en el sillón situado al lado del que ocupaban sus
cuñadas.
Vadim resopló.
―Deberíamos poner un límite de edad para las membresías ―comentó con
sorna.
―Es una idea ―asintió Aidan.
―¿Qué demonios ha ocurrido? ―volvió a insistir Drina. Comenzaba a
perder la paciencia. ¿Qué habría llevado a West a perder los estribos de esa
manera?
―Sí, Aidan ―intervino Tessa―, ¿podríais explicarnos qué ha sido todo eso?
―inquirió, mientras se cruzaba de brazos.
Aidan se rascó la cabeza, incómodo.
―Bueno, Vadim creo que lo explicará mejor.
El susodicho rodó los ojos. Miró a su esposa, que a su vez lo observaba
interrogante, y compuso una mueca de resignación.
―West escuchó una conversación en la que se mencionaba tu nombre.
―miró a Drina al decir esto―. Y, bueno… digamos que les recordó sus
modales.
―¿Con un puñetazo? ―Violet abrió los ojos, asombrada― ¿West?
―preguntó perpleja.
―Creo que empiezo a sentirme un poco ofendido ―masculló Vadim―.
¿Acaso pensáis que soy el único aquí que tiene la mano, digamos… un poco
larga?
―Sí. ―Escuchó tres voces al mismo tiempo.
La cuarta voz tuvo la delicadeza de explicarse un poco más.
―Desde luego, West nunca ha perdido los nervios de esa manera ―afirmó
Aidan.
―¿Desde cuándo se le llama perder los nervios a poner en su sitio a un
hombre? ―replicó, ofendido, Vadim―. Él simplemente pierde los nervios,
mientras que yo me lío a puñetazos ―murmuró irritado―. Tenéis una manera
un poco subjetiva para explicar la misma acción en uno y en otro.
Drina no podría creer lo que había escuchado. ¿West golpeando a alguien?
Él solía utilizar su afilada lengua para poner a cualquiera en su sitio. Desde que
había permitido entrar otra vez en su vida a aquella mujer, West no era el
mismo. Antes, en su habitación, había ideado algo para resolver de una vez por
todas su situación, si es que había una situación, con él. Quizá había llegado el
momento adecuado. West estaba perdiendo el control de sí mismo y Drina se
temía que eso lo llevara a tomar más decisiones equivocadas.
Capítulo 17
West había llegado a Merton House hecho una furia, frustrado y confuso.
¿Qué demonios le había llevado a golpear a un simple cachorro imprudente
como Hewitt, cuando con unas simples palabras lo hubiese puesto en su sitio?
Sentado en la biblioteca, con una copa en la mano, observaba el fuego
mientras meditaba su situación. Ya había dado bastantes rodeos con respecto a
Drina. Siempre había sentido algo especial por ella. Su temor a que ella lo
considerase solamente un amigo, o peor, un hermano, había provocado que
adormeciera esos sentimientos. La aparición de Jocelynn y su absurda decisión
de volver a incluirla en su vida casi había conseguido que la perdiese
definitivamente, y su todavía más incomprensible decisión de escapar a Archer
House durante tanto tiempo, después de haber resuelto su problema con la
baronesa, no había mejorado la situación.
No iba a esperar más. Decidido, se levantó dispuesto a volver al club.
Vadim y Aidan ya habrían vuelto a sus residencias, sin embargo, Drina se había
quedado en sus habitaciones privadas. No era decoroso lo que iba a hacer,
nada propio de un caballero, pero si todo salía como esperaba, aunque tuviese
que abrir él mismo la puerta de Doctors' Commons a primera hora de la
mañana, conseguiría una licencia especial.
Se disponía a abandonar la biblioteca, decidido a resolver las cosas de una
vez por todas, cuando una llamada en la puerta lo sorprendió. Dio paso a su
mayordomo.
―¿Sí, Hobson? No necesito nada ―comentó al pensar que el pobre
hombre no se había retirado pendiente de sus necesidades―. Puedes retirarte
ya.
―Su Gracia, ―West miró a Hobson extrañado al notar la duda en su voz―.
Verá, una… una mujer solicita ser recibida.
West abrió los ojos como platos. ¿Una mujer? Él no recibía mujeres en su
residencia ducal, mucho menos a esas horas.
―¿Una mujer? ―preguntó desconcertado―. ¿Ha dicho su nombre o lo que
desea?
―Me temo que no, Su Gracia, solo ha comentado que es urgente que la
reciba.
―Despídela, Hobson, no tengo intención de recibir a nadie a estas horas,
mucho menos a una mujer.
―Su Gracia, lo he intentado, créame, pero se niega a marcharse. Insiste en
esperar el tiempo que sea necesario.
Maldita sea, no tenía tiempo para estupideces. Si esperaba mucho más,
empezaría a amanecer y le sería imposible ver a Drina.
―Yo me ocupo. No te preocupes, retírate ya, Hobson, deberías estar
descansando.
―Pero, Su Gracia…
―Retírate. De todas maneras, me disponía a salir, así que esa mujer no
tendrá más remedio que abandonar la casa también.
Mientras Hobson, después de inclinarse respetuoso, obedecía su orden y se
retiraba, West soltó un bufido de exasperación y se dirigió hacia el vestíbulo.
El vestíbulo estaba en penumbra y la mujer, cubierta con una capucha,
esperaba de espaldas contemplando uno de los cuadros cerca de la puerta de
entrada. Se acercó a ella a grandes zancadas, mientras maldecía interiormente.
―Disculpe, señora, pero me disponía a salir y me temo que me será
imposible atenderla, sin mencionar que no son horas para visitas, si es tan
amable de regresar en otro momento más adecuado, estaré encantado de
escucharla.
La mujer se giró al oírlo.
―¿Puedo preguntar a dónde te diriges con tanta prisa y a estas horas?
West abrió los ojos como platos al escuchar la familiar voz.
―¿Drina? ―balbuceó perplejo.
La muchacha se bajó la capucha y, al hacerlo, se abrió la capa dejando ver
los ropajes romanís que todavía llevaba y su largo cabello negro suelto.
―¿Qué demonios…? ―West estaba desconcertado. ¿Habría ocurrido algo
en el Revenge?―. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Hewitt no habrá…?
―Esperaba que el jovenzuelo no hubiese creado problemas. Él se había
marchado antes de que los jóvenes abandonasen el local, pero Vadim y Aidan
estaban allí, no hubieran permitido…
Drina se acercó al ver la confusión y la preocupación en el rostro de West.
―Cálmate, West, no ha pasado nada. Y respecto a Hewitt, Vadim se
encargó de él ―contestó mientras intentaba aparentar una serenidad que no
sentía. En el club su plan le había parecido fácil de llevar a cabo, pero una vez
en Merton House… ¿Y si la caballerosidad de West hacía que la llevase de
vuelta al club sin darle opción de explicarse?
West entrecerró los ojos.
―¿Qué haces aquí? Deberías estar descansando. ―De repente pareció
prestar atención a sus ropas―. ¡Y todavía estás vestida con las ropas de adivina!
¿Cómo, en el nombre de Dios, se te ocurre visitar la casa de un soltero? ¡Y a
estas horas! Espera aquí, he enviado al servicio a descansar, pero pararé un
coche de alquiler, te llevaré al club.
West estaba perplejo, si alguien la había visto entrar, o salir, para el caso, de
Merton House la reputación de Drina quedaría hecha trizas, sin hablar de que
tanto Vadim como Normamby pedirían su cabeza. Aunque su cabeza era lo
que menos le importaba, no podía correr el riesgo de que la honra de la
muchacha estuviese en boca de todos los corrillos de la alta. Una cosa es que él
acudiese al club, a nadie le extrañaría su presencia allí, eso suponiendo que se
encontrase con alguien a esas horas, y otra muy distinta es que una dama
soltera acudiese a la residencia de un soltero a esas horas de la noche; en
realidad, a ninguna hora, ni de la noche, ni del día.
Se disponía a salir cuando la voz de Drina lo detuvo.
―Ya estoy aquí, no me ha visto nadie y me ha traído el carruaje del
Revenge. No pienso marcharme hasta que diga lo que he venido a decir
―replicó con decisión.
West notó que su estómago se hacía un nudo. El que ella se hubiese
arriesgado a visitarlo a esas intempestivas horas no podía significar nada
bueno, al menos para él. Se tensó y se preparó para la desilusión que predecía
que iba a sentir.
Drina miró a su alrededor.
―¿Vamos a hablar en el vestíbulo? ―preguntó con sorna.
―¿Qué? ―West, al oírla, pareció darse cuenta de dónde estaban―. No, por
supuesto que no―. Tomó a la muchacha del brazo y la dirigió hacia la
biblioteca―. Siéntate por favor. ¿Una copa? ―Cuando iba a servirle, se giró y la
miró con suspicacia―. ¿Has comido algo? ―No tenía intención alguna de que
ella acabase borracha.
Drina sonrió.
―Me subieron una bandeja poco después de llegar a mi habitación.
West sirvió las copas, le tendió la suya a la muchacha y se sentó en el sillón
enfrentado al que ocupaba ella delante de la chimenea.
Nervioso, la observó. Santo Dios, esperaba que no viniese a despedirse
porque se dispusiera a marchar a Lincolnshire, o lo que era peor, a decirle que
pensaba retomar el dichoso cortejo de Langley. Su mente era un caos.
Drina también lo observaba con atención. Estaba nervioso. Su mano
temblaba ligeramente mientras sostenía la copa. Tenía que decidirse a hablar.
Últimamente, en su confuso estado, West tendía a malinterpretar los silencios,
y ya había bastantes malos entendidos entre ellos.
―He venido porque creo que hay bastantes cosas entre nosotros por
aclarar ―afirmó con voz serena.
¡Cristo bendito! West palideció. Intentó tranquilizarse mientras bebía un
sorbo del brandi y depositaba después la copa en la mesita de al lado, notaba
cómo la mano que la sostenía temblaba demasiado y temía provocar un
estropicio, o lo que era peor, ponerse en evidencia delante de ella.
Se reclinó en el sillón y cruzó los brazos intentando mantener la
compostura.
―Tú dirás ―replicó, mientras aparentaba una indiferencia que no sentía.
«Por favor, por favor, no te pongas a la defensiva, ahora no», rogó Drina
para sí. Lo conocía lo suficiente como para saber que, si sacaba conclusiones
precipitadas acerca de su visita, se equivocaría, se defendería atacando y
acabarían diciendo cosas que ambos lamentarían.
Drina suspiró y decidió cortar de raíz todos los posibles pensamientos
equivocados que suponía rondaban por la cabeza de West.
―Te amo. ¿Serías tan amable de aclararme cuáles son tus sentimientos? Si
es que los hay ―soltó de corrido al tiempo que su rostro tomaba el color de la
remolacha y levantaba la barbilla con altanería.
West, que, inquieto sin saber qué hacer con sus manos, había vuelto a
tomar la copa y en ese momento bebía un sorbo, escupió lo que todavía tenía
en la boca al tiempo que se atragantaba.
«Que te ahogases no era lo que esperaba», pensó Drina, mordaz.
West se levantó mientras intentaba detener el ataque de tos. Después de
unos instantes, se tranquilizó lo suficiente como para mirarla mientras fruncía
el ceño.
―Disculpa, pero me parece que no te he entendido bien ―replicó. Era
imposible que Drina hubiese dicho que lo amaba, ¿no?
―He dicho que te amo ―respondió concisa. Ahora le tocaba a él, y ella
rogaba que no hiciese su aparición su maldita arrogancia.
―Drina, yo… ―Intentó explicarse, pero su cerebro era un revoltijo entre la
sorpresa de verla allí, en su casa, y lo que le había confesado, no sabía qué
decir. Agachó la cabeza y se pasó las manos por el cabello, aturdido.
Drina malinterpretó la contestación. Si dudaba, es que no sentía lo mismo
que ella. El estómago se le revolvió. Se levantó dispuesta a marcharse antes de
ponerse en evidencia derramando las lágrimas que, notaba, empezaban a
formarse.
Al ver que se levantaba, West levantó el rostro.
―¿A dónde vas? ―inquirió desconcertado.
―Al club, necesito descansar, como bien has dicho, y me temo que ya he
recibido mi respuesta ―contestó con voz trémula.
Intentó caminar, pero la mano de West en su brazo la detuvo.
―No he dado ninguna respuesta ―afirmó con suavidad. «Simplemente
reaccioné como un idiota», pensó. Eso, si a balbucear el nombre de ella se le
podía llamar reaccionar de alguna manera.
Mientras Drina bajaba la cabeza, West la giró hacia él. La mano que
agarraba su brazo, se deslizó hacia su cintura. Alzó la otra mano para tomar su
mejilla, pero no intentó levantarle el rostro.
―Una vez te dije que me dijeses lo que me dijeses, me mirases siempre a
los ojos. Mírame, Drina, ahora eres tú quien debe ver los míos.
Ella levantó sus ojos. West se maldijo al ver los preciosos ojos verdes
cuajados de lágrimas todavía sin derramar.
Clavó su mirada en el verdor que lo observaba con anhelo. Su pulgar
acarició la mejilla de Drina y, mientras la mano que la mantenía sujeta por la
cintura la atraía más hacia su cuerpo, susurró:
―Te amo, Drina. ―Una solitaria lágrima se deslizó por la mejilla de la
muchacha, que él secó con su pulgar―. Creo que, sin saberlo, te he amado
desde que te vi en Dorset con apenas diez años. Aquella chiquilla de
expresivos y alegres ojos verdes me encandiló desde el primer momento.
Aidan ya me había hablado de vosotros, pero en cuanto te vi, después de saber
por lo que habías pasado y al ver que seguías conservando tu inocencia y tu
alegría… Eras una niña, no tenía pensamientos románticos, por supuesto, pero
sí de alguna manera te adoraba. Más tarde, cuando Aidan fundó el Revenge, ya
eras una mujer y, sin embargo, disfrazaba mis sentimientos hacia ti tratándote
como un amigo, tenía miedo de que solo sintieses amistad o, lo que sería peor,
me considerases como un hermano. Aquella noche en Vauxhall, cuando me
dijiste que pensabas entrar en el mercado matrimonial, algo se revolvió dentro.
No podía permitir que pudieses pertenecer a otro, mientras yo perdía el
tiempo en desquitarme absurdamente de alguien de mi pasado que ni siquiera
me importaba, en quien no había vuelto a pensar durante trece años.
»Y cuando apareció Johnson ―continuó. Debía sacarlo todo de una
maldita vez―, creí volverme loco de celos. Tenía toda la intención de dejar de
ver a aquella mujer, de hecho, en la invitación a pasar la Navidad en Archer
House ella no había sido incluida. Pensaba declarar mis sentimientos hacia ti y
hablar con Vadim, sin embargo, al saber que el americano estaría en Barton
Manor, otra vez mi arrogancia y mis malditos celos decidieron por mí. Cuando
esa mujer se casó con su amante gracias a tu hermano y a Aidan y me vi libre
por fin, no fui capaz de ir a ti. Pensaba que debería haber resuelto las cosas de
otro modo, que debí haber buscado yo mismo al tal Holland y obligarlo a
hacer lo que consiguieron tus hermanos, debí luchar por ti, pero otra vez mi
maldito sentido del honor se impuso. La vergüenza de aparecer como la
mascota rescatada, que todos viesen, que tú vieses que tuvieron que salvarme,
que no fui capaz de ayudarme a mí mismo… No me atreví a quedarme, y lo
siento tanto. Estuve a punto de perderte y nunca agradeceré lo bastante a
Langley que te diera tiempo. De nuevo otra persona resolvía mis problemas
por mí.
Drina no apartaba sus ojos de los azules de West, fascinada por sus
palabras. En ese momento estaba viendo al hombre despojado de toda su
arrogancia y prepotencia ducal. Estaba siendo humilde, quizá por primera vez
en su vida, y a causa de ella. Era tan necesario para ella escucharlo como para
él abrirse. Llevaba demasiado tiempo escondiendo sus verdaderos
sentimientos. Alzó una mano para acariciarle la mejilla, lo conocía demasiado
bien como para darse cuenta de que le estaba abriendo su corazón,
reconociendo todas sus inseguridades. La ternura la invadió al verlo tan
vulnerable.
West recostó su mejilla contra la mano femenina.
―Cuando Hobson me avisó de que una mujer deseaba verme ―continuó
West mientras su mano en la cintura de Drina apretaba su agarre―, me
disponía a regresar al club y confesarte de una vez todo lo que siento por ti. La
imprudencia de Hewitt no fue más que la gota que colmó el vaso. Mientras yo
me sentía frustrado, cansado de tener miedo de que no sintieras lo mismo por
mí, escuchar que otros estaban dispuestos a cortejarte… ―West suspiró―. Me
temo que perdí los nervios, decepcionado por ser tan cobarde contigo.
Drina decidió que ya era suficiente. Había confesado sus sentimientos y
ella no necesitaba más. La mano que tenía en su mejilla subió hasta su nuca
para bajar la cabeza masculina. La muchacha atrapó sus labios. Quiso expresar
al besarle todo su amor, la punta de su lengua rozó la boca de West y este,
mientras gemía, abrió sus labios tomando el control del beso.
West sabía a brandi, a ternura, a deseo tanto tiempo reprimido. Se besaron
con la serenidad de saber cada uno lo sentimientos del otro. Sin interrumpir el
beso, West tomó en sus brazos a Drina y comenzó a dirigirse hacia la puerta de
la biblioteca. Al notar que comenzaba a subir las escaleras que conducían a la
zona privada de la residencia, Drina interrumpió el beso y miró interrogante al
duque.
―¿A dónde me llevas? ―preguntó aun sabiendo a dónde se dirigían.
―A donde perteneces: a mi dormitorio, a mi cama, a mi vida.
Un fugaz destello de aprensión pasó por los ojos de Drina. West, al
interpretar los pensamientos de ella, murmuró:
―Ninguna mujer ha puesto un pie en esta casa, mucho menos en mis
aposentos privados. Siempre tuve claro que la única mujer que tendría ese
derecho sería mi duquesa ―afirmó, mientras examinaba atento su rostro. Se
detuvo―. Si no te sientes preparada, te devolveré al club ―ofreció mientras
rogaba en silencio por no haberse precipitado en sus conclusiones, después del
beso que habían compartido.
La respuesta de Drina fue sonreír mientras encajaba su rostro en el hueco
que formaban el cuello y el hombro masculino y sus brazos se aferraban más a
él. No era capaz de discernir qué era lo que la aturdía, si la confesión de West,
o poder inhalar tan íntimamente el particular aroma de él que tanto adoraba.
¿Preparada? Estaba más que preparada para reclamarlo, para sentirse suya de
una vez, para completar por fin el círculo en el que habían estado girando
todos estos años a causa de sus miedos. Cuando llegaron a la alcoba ducal,
West abrió la puerta y la cerró todo lo suave que pudo a causa de la carga que
llevaba en brazos. Una vez dentro, la depositó suavemente en el lecho.
Después de quitarse la chaqueta, el chaleco, las medias y los zapatos de noche
con una rapidez que hasta a él mismo sorprendió, se tumbó a su lado.
Mientras un dedo recorría suavemente el rostro de Drina y bajaba por su
cuello, su clavícula, y provocaba escalofríos de placer en el cuerpo de ella,
susurró cerca de su boca, al tiempo que clavaba su mirada azul en los verdes
ojos de Drina.
―En estos momentos me doy cuenta de que la razón primordial por la que
acudía al Revenge, al margen de la sociedad que formamos era verte, sentir tu
presencia, provocarte para que me respondieses con tu habitual impertinencia,
verte sonreír. En esos momentos, sentía que estaba completo, aunque
estuviesen presentes tus hermanos, para mí solo estabas tú. Hasta que después
de una broma que hubiera valido para cualquiera, desaparecías, y sentía otra
vez el vacío a mi alrededor.
»Nunca me había atrevido a soñar con estar así contigo. Cada vez que tu
imagen rondaba mi mente, aquí, en mi cama, mirándome como me miras,
procuraba apartarla con rapidez.
―¿Por qué? ―musitó ella, al tiempo que su mano se alzaba y acunaba el
mentón masculino.
―Tenía miedo de conseguirlo, y no precisamente por las razones que a mí
me hubiesen gustado.
―¿Qué razones serían esas?
―Te amaba, Drina, aunque no quisiese reconocerlo ni a mí mismo. Estaba
aterrado de que lo único que sintieses por mí era amistad y, si me atrevía a
expresar lo que sentía y me rechazabas, o lo que es peor, me aceptabas al
confundir amor con cariño, eso me habría matado.
―¿Porque el arrogante duque de Merton no consiguiese lo que deseaba por
primera vez? ―replicó ella, aunque sabía la respuesta.
―No. Porque el arrogante duque de Merton no hubiera podido conseguir que
la mujer que adoraba desde hacía años no sintiese lo mismo que él.
Drina acercó más la cabeza de West hacia ella, al tiempo que musitaba, tan
cerca de sus labios que sus alientos se confundían.
―Ah, pero ella te adoraba a su vez. ―Bajó la mirada hacia los atractivos
labios masculinos―. Bésame, duque.
West no se hizo de rogar, posó su boca sobre los labios de ella, primero
con reverencia y, al ver la ávida respuesta de Drina, entreabriéndolos, deseando
más e introduciendo su lengua al encuentro de la de ella. Una de sus manos
comenzó a acariciar el torso de la muchacha, con su pulgar rozando el ya
erecto pezón. El suave gemido de Drina hizo que la aventurera mano se
introdujese por el escote de la floja camisola de romaní que llevaba. Abarcó
uno de sus pechos con la mano, acariciando y amasando, mientras notaba que
ella se apretaba, necesitada, contra él.
Deshizo el beso para despojarla de la blusa. Después de quitársela
haciendo que levantase los brazos, su boca comenzó a regar su cuello y su
hombro de besos, hasta llegar a sus preciosos senos. Una mano acariciaba uno,
mientras su boca lamía, mordisqueaba y se amamantaba del otro, al tiempo que
con su rodilla abría los muslos femeninos para situarse entre ellos.
Mientras apretaba la cabeza de West con una mano contra ella, las
sensaciones eran tan deliciosas que no deseaba que se apartase, Drina notaba
cómo su centro de feminidad se humedecía aún más de lo que había
provocado West con su beso. Se retorció contra el muslo masculino hasta que
una suave risilla cosquilleó en su pecho.
―Tranquila, amor, tenemos mucho tiempo ―susurró West al tiempo que
levantaba su mirada hacia ella. Mientras bajaba su mano hacia la falda que
todavía llevaba puesta ella, añadió con una sonrisa pícara que hizo que el
corazón de Drina latiese frenético―: y mucha ropa también.
Se colocó a horcajadas sobre sus piernas, se fijó en que ya no llevaba el
fajín que ceñía sus caderas y, después de deshacerle los lazos que sujetaban su
falda en un lateral, comenzó a bajársela lentamente al tiempo que sus nudillos
acariciaban la piel que iba quedando expuesta. Lanzó la ropa a un lado de la
cama mientras contemplaba el precioso cuerpo desnudo de Drina. Ella se
sonrojó, sin embargo, no pudo resistirse a decirle con audacia:
―¿Y tú? Me gustaría verte.
Mientras esbozaba una sonrisa lobuna, West contestó juguetón.
―Me estás viendo.
Drina alargó una mano hacia la camisa que todavía llevaba puesta West.
―¿Puedo? ―preguntó, al tiempo que comenzaba a soltar los botones.
West abrió los brazos, dejándola hacer. Sin embargo, al ver que pese a su
audacia los dedos de Drina se movían nerviosos, apartó sus manos y de un
movimiento se sacó la camisa por la cabeza para tirarla al suelo donde
reposaba la ropa de la muchacha.
Drina sonrió mientras acariciaba los hombros de West. Después de clavar
una mirada pícara en sus ojos, bajó las manos hasta las marrones areolas y sus
dedos comenzaron a rotar en sus planos pezones hasta que, tras un gemido y
un estremecimiento de West, estos se endurecieron. Sus ojos no podían
apartarse del amplio pecho de él, salpicado de suave vello rubio. Sus manos
siguieron el vello que bajaba hasta perderse en la cinturilla de los pantalones.
Sin embargo, la mano de West la detuvo.
―Todavía no ―murmuró, mientras se tumbaba sobre ella apoyándose en
los antebrazos colocados a los lados del cuerpo de Drina. Bajó su rostro para
volver a besarla, al tiempo que una de sus manos acariciaba el cabello de la
muchacha. Drina respondió apasionada: una de sus manos se enredaba en el
cabello masculino mientras que la otra vagaba por sus hombros y sus brazos
hasta llegar a su ancha espalda.
Parecieron besarse durante horas, con labios necesitados y manos inquietas
mientras se exploraban mutuamente. En un determinado momento, la mano
de West se introdujo entre sus cuerpos y, mientras acariciaba su cintura y su
terso vientre, bajó hasta colocarse en sus suaves rizos. La maravillosa sensación
que sintió Drina hizo que gimiera y, por instinto, abriera más las piernas. West
introdujo uno de sus dedos en el mojado túnel mientras su pulgar rotaba en el
ya excitado botón.
La respuesta del cuerpo de Drina no se hizo esperar, elevó sus caderas
buscando más. West introdujo otro dedo mientras arreciaba la presión en el
húmedo e hinchado brote, hasta que notó que el cuerpo de ella comenzaba a
tensarse.
Drina se agarraba frenética a los hombros de West, mientras disfrutaba de
la anticipación de algo que sabía que llegaría.
―Mírame, amor ―susurró West al notar que su liberación estaba próxima.
Ella clavó sus ojos nublados por el deseo en él, ver los ojos de West sobre
ella, devorándola, la hacía sentir poderosa, segura y, en ese momento, algo
estalló dentro de ella. Sintió que maravillosas convulsiones recorrían su cuerpo.
No gritó cuando su cuerpo pareció emprender el vuelo, sino que de sus labios
solo salió una palabra como una plegaria.
―West…
Al oírla, al oír su nombre en medio del éxtasis de Drina, West solo pudo
besarla con pasión y, cuando ella pudo responder, el beso se transformó en
ternura, expresando todos los sentimientos reprimidos durante tanto tiempo.
Cuando los temblores de ella comenzaron a remitir, West soltó los botones
de su cinturilla torpemente y de un tirón se bajó los pantalones, que pateó
hacia un lado. Tenía que tomarla ya, estaba completamente preparada y él no
soportaría mucho más sin ponerse en evidencia.
Guio su miembro hasta la húmeda abertura mientras Drina, al notarlo,
volvía a estremecerse.
―Cariño, intentaré ser delicado, pero me temo que va a doler ―murmuró
con ternura sobre sus labios.
Drina soltó una risilla, que además de provocar que el miembro de West
situado en la entrada del caliente canal saltase de anticipación, hizo que él la
mirase sorprendido.
Ella, al ver la perplejidad en su mirada, le acarició el rostro.
―Mamá me explicó todo lo que debía saber antes de que viniésemos a
Londres. ―Se refería a cuando crearon el club―. Sé que a veces duele y a veces
es una ligera molestia. Solo hazlo, mi amor.
West introdujo su necesitado miembro poco a poco, mientras intentaba
contenerse a pesar de los movimientos de Drina empujando sus caderas en su
busca. Cuando notó la barrera femenina, West se detuvo, inspiró y empujó
hasta traspasarla. Drina solamente se tensó, al tiempo que West se detenía.
―Dios Santo, Drina ―susurró con voz ronca, sus ojos no se apartaban de
su rostro―. Estar dentro de ti es como haber cruzado las puertas del paraíso.
Drina se estremeció al oírlo, la opresión que sentía empezó a desvanecerse,
dejando tan solo una sensación de plenitud. West la llenaba, física y
emocionalmente. Deseaba que ese instante no acabase nunca, estrechamente
unidos, con sus miradas fijas el uno en el otro.
Besó los labios de la muchacha, su mejilla, mordisqueó el lóbulo de su
oreja, lamiéndolo después, al tiempo que le susurraba, ni él mismo sabía qué,
para relajarla. En el momento en que notó que Drina se movía bajo él
reclamándolo, West comenzó a empujar, al principio suavemente: entraba y
salía de ella sin apartar la mirada de sus ojos. Drina comenzó a seguir sus
movimientos, saliendo a su encuentro. Con un gemido, West arreció su
empuje, convirtiendo sus suaves movimientos en envites frenéticos.
Drina bajó las manos por la tersa espalda de West hasta llegar a su firme
trasero, lo apretó contra ella mientras levantaba sus piernas para cruzarlas
sobre él. West introdujo una de sus manos debajo del cuerpo de Drina, lo que
hizo que, al cambiar el ángulo, ella comenzase a sentir que la maravillosa
tensión que anunciaba su liberación se acercaba. La prodigiosa unión de sus
cuerpos no se parecía a nada que ella hubiese experimentado antes.
Sentía una de sus manos bajo ella, alzándola hacia él, mientras la otra la
acariciaba apasionadamente. West siempre mantenía el control, sin embargo,
verlo a punto de perderlo, y por ella, la excitó de una manera que su éxtasis
llegó de pronto y una ola de placer la invadió repentinamente. Drina gritó su
liberación mientras West la besaba ahogando su grito. La penetró una vez más,
y exhalando un ronco gemido se desplomó sobre ella mientras se cuidaba de
sostenerse con los antebrazos. Enterró la cara en su cuello mientras susurraba
casi sin aliento y con voz ronca:
―Te amo, Drina, no tienes idea de cuánto. No tenía idea de cuánto te he
echado de menos hasta que has llenado el vacío que sentía. Contigo estoy
completo, mi amor.
Drina acariciaba el húmedo cabello de West. Notaba los rápidos latidos de
su corazón latiendo al mismo ritmo agitado que el de West. Giró el rostro para
besarlo tiernamente.
―Yo también te amo, West. Creí morir cuando…
West levantó su rostro para besarla y acallar los malditos recuerdos de la
trampa de aquella mujer.
―Shhh, ya no existe nada que pueda separarnos, y si algo surgiese, pelearía
mis propias batallas por ti.
Todavía estaban unidos cuando, delicadamente, West se incorporó para
tumbarse a un lado y arrastrarla con él. Drina gimió suavemente al sentir el
vacío en su interior.
Enlazados, West, mientras acariciaba la espalda y el brazo de Drina con una
mano, murmuró:
―¿Debo hablar con tu padre o con Vadim? ―La pregunta arrancó una
sonrisa que él notó en su pecho, donde ella tenía reclinada su cabeza.
Drina no pudo evitar provocarlo.
―¿Hablar?
West alejó un poco su rostro para mirarla, confuso.
―Por supuesto. ¿Acaso pensabas que no lo haría? Tenía esa intención, y
con más motivo después de esto.
―Oh.
―¿Oh? ¿Qué significa eso? ―West enarcó una ceja. Esa muchacha lo
volvería loco. ¿Acaso pensaba que sus intenciones eran otras? No, ella no
podía pensar que…
―Bueno, pensé que tenías en mente hacerme tu amante ―murmuró Drina
contra el pecho masculino.
West saltó como si le hubiera mordido.
―¿Qué? ¿Mi amante? ¿Cómo, en el nombre de Dios, se te ha podido
ocurrir una idea tan peregrina? ―Estaba estupefacto.
La risita de Drina y los movimientos de sus hombros lo sacaron de su
desconcierto.
Sonrió lobuno, y una de sus manos se posó en su pecho al tiempo que el
pulgar y el índice pellizcaban suavemente su pezón. Drina gimió y se acercó
más a él mientras subía la pierna que tenía entre las masculinas hasta rozar con
su rodilla el miembro viril que comenzaba a despertar de su descanso.
West levantó su rostro para besarla con ternura.
―Te dije que en estas habitaciones solo entraría mi duquesa ―murmuró
contra su boca―. Por cierto, eso me recuerda… ―Después de volver a besarla,
esta vez como si no fuese a volver a verla, se levantó apresurado.
Drina observó el atractivo cuerpo que se dirigía hacia la zona de aseo.
Santo Dios, tenía un trasero precioso.
West se lavó el miembro y, cogiendo otro paño, lo empapó y se dirigió
hacia la cama donde esperaba Drina. La muchacha notó que no sentía
vergüenza alguna en estar completamente desnuda bajo la mirada de él. Ni
siquiera la mirada hambrienta que le dirigió provocó mucho más que un ligero
rubor. Se sentía segura y, sobre todo, amada.
West se colocó entre sus piernas y lavó dulcemente los restos de su sangre
virginal y su semilla.
―Debemos vestirnos. Te llevaré al club.
Drina se removió mientras levantaba sus brazos con abandono por encima
de su cabeza.
―¿Tenemos que irnos? ―preguntó insinuante.
West resopló. Iba a matarlo. Ya notaba su miembro rebullir alegremente, al
igual que ella, que no quitaba ojo de la parte baja de su cintura.
―Tenemos, debemos ―masculló mientras buscaba un pantalón, intentando
no mirar el insinuante y perfecto cuerpo tendido en su cama.
―¿Por qué tanta prisa? ―insistió Drina.
West se acercó a ella y tiró de las sábanas para cubrirla; si no, se temía que
no saldría de aquella habitación en mucho tiempo, puso sus manos a ambos
lados de la cabeza femenina y la besó.
―Porque, mi adorada lianta, no serás mi amante y, por lo tanto, debo
conseguir una licencia especial. No pienso pasar una noche más solo en esta
habitación después de haberla compartido contigo y, más tarde, debo hablar
con… ¿con quién? Si eres tan amable de iluminarme, te lo agradecería.
Drina se encogió de hombros.
―Seguramente con los dos. Tendré que enviar un mensaje a Lennox House
para que regresen.
West masculló una maldición por lo bajo.
―Visitaré a tus padres en cuanto regresen a Londres. Mientras tanto, no
pisaré el Revenge. No tengo intención alguna de que tu hermano conozca mis
intenciones antes que tu padre.
Capítulo 18
Richard y Adara llegaron a Londres al día siguiente, alertados por el mensaje
de su hija en el que les indicaba que West deseaba hablar con ellos. Cuando
llegó a Normamby House, a la hora del té, con la licencia en un bolsillo y
después de haberse pasado una mañana infernal recorriendo casi todas las
joyerías más prestigiosas de Londres hasta encontrar lo que quería, lo
condujeron al despacho del duque.
En la habitación se hallaban Richard, Drina y, maldición, Vadim. Después
de los corteses saludos, ya sentado en un cómodo sillón, intercambió una
sonrisa con Drina llena de recuerdos y promesas, mientras Vadim miraba a su
padre con una ceja levantada y una sonrisa torcida y Richard disimulaba una
sonrisa.
Drina había mandado una nota a Vadim, después de llegar al club y asearse,
pidiéndole que acudiese a casa de su padre en cuanto los duques regresasen a
Londres, simplemente les había comunicado a ambos que West deseaba hablar
con ellos. Cuando llegó a la residencia ducal se fue directamente a la salita
privada de la duquesa, donde estaban Adara y Violet. Las puso en antecedentes
de la razón de la visita de West y, cuando el mayordomo anunció la presencia
del duque de Merton, se reunió con su padre y hermano en el despacho.
Aunque una petición de mano era un asunto generalmente de hombres, ella
iba a estar allí, era parte implicada y no tenía intención de que la dejasen de
lado.
West carraspeó incómodo. Si ya le resultaba difícil dirigirse a Richard, con
Vadim allí aquello se parecería a rozar las puertas del infierno.
Se enderezó en el sillón, inspiró y, cuando por fin había encontrado el valor
para hablar, Richard lo hizo por él.
―Tengo entendido, Merton, que deseaba hablar conmigo, o con mi hijo.
«Vamos bien si empieza utilizando el tratamiento protocolario», pensó
West.
―En efecto, Normamby. Desearía una entrevista con usted. ―West recalcó
el usted, sin embargo, no le sirvió de nada.
―Ya tiene esa entrevista que ha solicitado. Me atrevo a pensar que mi hijo
puede escuchar lo que tenga que decirme y, en cuanto a mi hija, bueno… ha
insistido en estar presente. ―Richard se pellizcó la barbilla―. Sin embargo, si
lo desea, haré que mi hija abandone la habitación.
―¡No! ―exclamó West―. Mis disculpas. ―se excusó por haber levantado la
voz―. No es preciso que Drina se vaya. ―La quería allí. Le incumbía a ella
tanto como a él.
―Pues bien, usted dirá ―replicó Richard.
West echó un vistazo a Vadim, que, arrellanado en el sillón, parecía
totalmente indiferente a lo que allí sucedía.
―No me andaré con rodeos, Normamby. Estoy aquí para solicitar
formalmente la mano de su hija y fijar la fecha para el enlace.
Richard miró a Drina y luego a Vadim.
―Disculpe, Merton, pero mi hija está siendo cortejada ya por el conde de
Langley. ―Richard sabía que Langley había interrumpido el cortejo, sin
embargo, no pudo contenerse en hacerle pasar un poco de apuro al duque.
Drina había pasado meses sufriendo por su ausencia, un poco de tormento no
le haría ningún daño.
―El conde de Langley ha interrumpido su cortejo ―repuso West con
frialdad.
―Me consta que ha regresado a sus tierras, en realidad como casi toda la
nobleza en estas fechas, pero tengo entendido que el cortejo se reanudará la
temporada próxima ―insistió Richard.
En ese momento, toda la famosa arrogancia ducal de West salió a flote.
Estaba hablando con un par de igual rango que el suyo, así que no habría ni
humildad ni concesiones.
―Langley no reanudará el cortejo, tenga lo que tenga usted entendido. Y
aunque fuesen esas sus intenciones, que no lo son, insisto, Drina estará casada
conmigo para cuando llegue la próxima temporada ―replicó.
―Me temo que para casarse con mi hija necesitará mi permiso, Merton.
Drina estaba perpleja ante el cariz que estaba tomando la conversación. Su
padre no podía negarse a su matrimonio con West. Miró a Vadim en busca de
apoyo, sin embargo, la mirada de su hermano en ningún momento se dirigió
hacia ella. Desconcertada, se levantó de su sillón, lo que provocó que los tres
hombres se pusieran de pie de inmediato. Se acercó a West y lo tomó de la
mano.
―¿Por qué hacéis esto? ―exclamó furiosa―. Sabéis perfectamente que…
West apretó su mano, lo que hizo que ella se interrumpiera y lo mirase
interrogante. La serena mirada de él pareció calmarla. Recordó las palabras de
West: «Si algo surgiese, pelearía mis propias batallas por ti». Él lo haría, lucharía por
ella, estaba segura.
West miró a ambos hombres.
―Estoy intentando hacer las cosas bien, pero en realidad me importa un
ardite si tengo o no su consentimiento. Voy a casarme con Drina, de una
manera u otra. Si eso conlleva perder nuestra amistad, que así sea, yo estoy
dispuesto a asumirlo. Sin embargo, ella es otra cosa. Se trata de su padre y de
su hermano, no voy a obligarla a tener que elegir entre vosotros o yo, eso lo
estáis haciendo vosotros y, sinceramente, no entiendo las razones que tenéis
para hacer tal cosa, así que… ―Se giró hacia ella ignorando a los dos hombres.
―Te amo, pero es tu familia. No puedo forzarte a elegir. Sé que es pedirte
demasiado, pero la decisión es tuya.
Richard y su hijo intercambiaron una mirada. Era suficiente. Antes de que
Drina pudiese contestar, se oyó la voz de Richard.
―No es necesario que deba elegir. Será un honor concederte la mano de
mi hija, Merton ―accedió con familiaridad.
La pareja se giró sorprendida al oír al duque.
―¿Papá?
―¿Qué demonios? ―espetó West, entre el desconcierto y la furia.
Vadim, mientras encogía un hombro, habló por primera vez.
―No podíamos ponértelo tan fácil después de lo que vimos sufrir a Drina
durante tu ausencia.
―¿Ha sido idea tuya? ―siseó West.
Vadim esbozó una sonrisa petulante, al tiempo que extendía su mano hacia
su amigo y futuro cuñado.
―Bienvenido a la familia.
West sonrió lobuno. Soltó la mano de Drina y se acercó a Vadim. Al
tiempo que estrechaba su mano, lo acercó a él y, mientras lo soltaba
bruscamente, le propinó un puñetazo que hizo que el marqués de Rutland
cayese sobre su trasero ignominiosamente. Richard ahogó una sonrisa, sin
embargo, Drina no se privó en soltar una carcajada mientras miraba a su
hermano sentado en el suelo.
―Gracias por la bienvenida. ―Se inclinó hacia el sonriente Vadim y
añadió―: Estamos en paz, condenado romaní. ―Tomó a Drina por la cintura y
le murmuró al oído ―¿Podrías enseñarme los jardines? Necesito…
necesitamos un poco de privacidad.
Cuando llegaron a un punto de los extensos jardines de Normamby House
donde no podían ser vistos por los ocupantes de la casa, West detuvo a Drina
y, ante su mirada desconcertada, hincó una rodilla y tomó una de sus manos.
―Lady Drina Lennox, te he llevado en mi corazón desde que te conocí
mientras ocultaba a todos, y sobre todo a mí mismo, lo que sentía por ti. Solo
tú consigues que mi arrogancia se convierta en humildad, que necesite saber
en todo momento dónde estás, qué haces, que haya sentido dolor por tu
ausencia como duele la ausencia de una parte del cuerpo que hubiera sido
amputada, que haya conocido la angustia de los celos, que cada vez que te
miro, y pienso en el sufrimiento que te he causado por mi soberbia y que a
punto estuvo de provocar que te perdiese, lo único que deseo es hacerte
olvidar los errores que cometí y conseguir llenarte de felicidad. Te amo, Drina.
¿Me harías el gran honor de convertirte en mi esposa?
Drina contuvo las lágrimas que pugnaban por desbordarse. La humildad de
West mientras le pedía matrimonio casi provocó que sus rodillas flaqueasen. El
arrogante duque de Merton, escrutándola anhelante e incluso temeroso de su
respuesta, causó que su corazón casi estallase de felicidad. Por primera vez en
su vida no era capaz de pronunciar palabra alguna.
West apretó la mano que tenía entre las suyas antes de llevarla hasta sus
labios y besarla con ternura. Notando la emoción que embargaba a la
muchacha, quiso aligerar un poco el momento.
―Drina, cariño, no quisiera atosigarte, pero si pudieses darme tu
contestación antes de que oscurezca te lo agradecería, sobre todo porque creo
que tengo algo clavado en la rodilla y no desearía aparecer en nuestra boda
cojeando ―susurró sonriendo―. Eso si me haces el honor de aceptarme.
La muchacha pareció despertar de su ensueño. Con una amplia sonrisa de
felicidad se lanzó a los brazos de West sin tener en cuenta que el hombre
estaba en posición precaria con una rodilla en tierra. Al no prever semejante
reacción, West no pudo mantener el equilibrio y ambos cayeron al suelo
abrazados. Drina, sobre el cuerpo de West, besaba su rostro frenética.
―¡Sí! Claro que te acepto, dinili arrogante.
West atrapó su boca errante con sus labios, y después de besarla hasta que
ambos tuvieron que separarse jadeantes, acunó su rostro con una mano
mientras la otra la mantenía pegada a su cuerpo.
―Dos veces has utilizado esa expresión romaní conmigo. ¿Algún día serás
tan amable de traducirla? Al ver su mirada de fingida culpabilidad, meneó la
cabeza―. Olvídalo, me temo que será mejor para mí continuar en la
ignorancia. Sin embargo ―añadió con una sonrisa pícara―, me encantará que
me susurres en ese idioma cuando esté dentro de ti y consiga que toques las
estrellas con las manos.
La cara de Drina se tornó del color de las cerezas al escucharlo, sin
embargo, contestó audaz.
―Será un placer, si eso te excita.
Ahora fue el turno de West de removerse incómodo. El cuerpo de Drina
sobre el suyo y la sugerente conversación estaban consiguiendo que no hiciese
falta el romaní para que su miembro comenzase a removerse alegremente, y no
podía regresar a la casa en tal estado de contento.
Tomó a Drina por los brazos y la alzó.
―Desearía que comenzases en este momento a susurrar, pero me temo
que debemos volver. Vadim es capaz de aparecer y no me apetece que mi puño
intime demasiado con su rostro.
Drina soltó una carcajada al tiempo que West se levantaba y sacudía sus
ropas. Cuando se disponían a dirigirse hacia la mansión, él la detuvo.
―Espera. Todavía queda una cosa por hacer.
Ella lo interrogó con los ojos mientras West rebuscaba en sus bolsillos y
sacaba una cajita. La abrió y extrajo un anillo que colocó en el dedo anular de
Drina.
Cuando Drina bajó la mirada ya no pudo contener las lágrimas, ante el
desconcierto de West.
―Por Dios, cariño, no llores, si no te gusta lo cambiaremos por otro que te
agrade más, pero por favor, no llores ―musitó, mientras intentaba secar con
los dedos el río de lágrimas que corría por el rostro de Drina.
―Es… es precioso… West ―balbuceó la muchacha.
―¿De verdad te gusta? ―inquirió mientras enarcaba las cejas, confuso―.
Yo… al ver cómo mirabas el anillo que le regaló Vadim a Violet, me pareció
que algo parecido sería el adecuado para ti ―murmuró con repentina timidez.
―Es perfecto. ―Drina le echó los brazos al cuello para atrapar sus labios
con su boca. West abrió los suyos para admitir la insistente lengua de Drina
que intentaba abrirse paso con un poco de torpeza. Al instante, West tomó el
control del beso al tiempo que ella imitaba los movimientos expertos de la
lengua de West. Cuando se separaron, después de que él regase de besos el
cuello expuesto de la muchacha, Drina volvió a mirar maravillada el precioso y
original anillo.
Era una exquisita creación formada por una esmeralda y un rubí centrales
en forma de corazón, unidos por varias turmalinas azules talla brillante.
―¿Cómo conseguiste esta maravilla? ―inquirió Drina. Sabía que a su
hermano le había costado echar mano de toda su paciencia hasta conseguir el
joyero adecuado para la sortija que quería para Violet.
West se encogió de hombros.
―Recorriendo todas las joyerías de Londres. Pude haberle preguntado a
Vadim por el joyero, pero quise buscar yo mismo el adecuado.
Drina le echó los brazos al cuello mientras él la enlazaba por la cintura y la
estrechaba contra su cuerpo.
Ella clavó su verde mirada en sus ojos.
―¿Recuerdas cuando me preguntaste por la razón por la que Violet había
corrido hacia Lennox House después de la velada en el teatro?
West asintió sin despegar su mirada de la de ella.
―Fue por algo que le dijo Vadim cuando se despidió de ella ―musitó
Drina.
West simplemente esperó. Drina bajó la cabeza masculina lo suficiente
como para poder decirle al oído.
―Tut kamav13 ―susurró con voz temblorosa―. Tut kamav, mi amor.
West enterró su rostro en el cuello de la muchacha, embargado por la
emoción. No entendió las palabras, pero el tono que ella empleó al decirlas le
reveló más que la frase misma. En el momento adecuado le pediría que las
repitiera y, entonces, sí querría saber lo que significaban.
Enlazados, se dirigieron por fin hacia la casa para reunirse con su familia.
y
Decidir la fecha de la boda fue otro momento en el que el puño de West
casi estuvo a punto de acabar convirtiéndose en el mejor amigo del rostro de
Vadim.
A la mañana siguiente desayunaban todos en el Revenge. Aidan y Tessa
habían sido puestos al día de lo ocurrido la víspera y las dos parejas, en
realidad Aidan y Vadim, deliberaban cuál sería el mejor momento para el
enlace, mientras West y Drina los observaban resignados.
Vadim se había empeñado en que la boda debía celebrarse durante la
pequeña temporada, lo que significaba que tendrían que esperar al menos un par
de meses. Aidan compartía su opinión, no tanto porque estuviese de acuerdo
con el romaní, sino por provocar a West.
West soportaba todo el debate arrellanado en su silla, con los brazos
cruzados sobre el pecho y la mirada sospechosamente fija en el techo del gran
comedor del club hasta que, harto, se levantó y, con andar indolente, se acercó
a Vadim. Este lo miró suspicaz. Tanta tranquilidad en West cuando se debatía
algo que en realidad solamente le concernía a él hizo que se rebullese inquieto
en su asiento.
West plantó las dos manos en la mesa delante de donde estaba sentado
Vadim, se inclinó hacia este, que, previsor, empujó su silla hacia atrás y anunció
con voz peligrosamente suave:
―Nos casaremos en una semana.
Tessa intentó intervenir.
―Pero hay que hacer muchos preparativos, el vestido…, la iglesia…, no
todos los días se casa el duque de Merton.
La mirada que le lanzó su hermano la hizo enmudecer.
―Sobre el vestido, por mí como si va envuelta en una manta. ―La risilla de
Drina hizo que girara la cabeza hacia ella mientras enarcaba una ceja―. Nos
casaremos en Merton House y, en cuanto al boato que le correspondería a la
boda del duque, me es completamente indiferente. La familia y los íntimos,
absolutamente nadie más ―dirigió su mirada hacia Vadim y Aidan, que lo
observaban cautelosos―. ¿He sido lo suficientemente claro?
Ambos amigos asintieron.
―Bien, entonces todo solucionado. ―Se giró hacia Drina y le tendió una
mano―. Daremos nuestro paseo protocolario para que los cotillas tengan algo
de que hablar ―comentó, mientras rodaba los ojos.
Cuando la pareja salió, se escuchó un largo suspiro. Todas las miradas
convergieron en Vadim. Este, molesto, levantó las palmas de las manos.
―¿Qué? Entre su arrogancia recién recuperada y su nueva costumbre de
perder los nervios ―masculló, mientras se frotaba el moretón de la mandíbula―,
me está costando un poco adaptarme.
Capítulo 19
Una vez publicado el anuncio oficial del compromiso, West había limitado sus
encuentros con Drina, exclusivamente a paseos a las horas de moda, algún
baile de los pocos que se celebraban y acompañar a Drina a Normamby House
después del cierre del Revenge.
West no quiso ni oír hablar de que ella pasase alguna noche en el club
como solía hacer. No tanto por la proximidad de la boda, sino porque no se
fiaba de sí mismo. Si Drina se quedase en el Revenge en sus aposentos
privados, significaría una tentación demasiado grande para él y no tenía
intención alguna de volver a tocarla hasta que hubieran pronunciado sus votos,
aunque regresar a su alcoba en Merton House solo, después de haber
compartido aquella noche con ella, lo estuviese matando.
Para sorpresa de su hermano, Drina no protestó demasiado por la decisión
de West: tan solo unas pocas quejas dichas con la boca pequeña, destinadas a
cubrir su orgullo. Ella también deseaba que su próximo encuentro íntimo fuese
después de sus votos, no a escondidas en el club. Al fin y al cabo, gracias a la
insistencia de West, solo faltaban unos días para la boda.
La boda se celebró en Merton House exactamente al cabo de una semana,
en la más estricta intimidad, solamente con la presencia de los más allegados:
Los duques de Normamby y el marqués de Atherton, abuelo del conde de
Devon; el conde de Hennessy y su hijo el vizconde Strathern, padre y
hermano de la marquesa de Rutland, y los marqueses de Saint―Jones, tíos de
West.
West había pedido a Aidan que fuese su padrino, puesto que Vadim lo
había sido en la boda de este con Tessa.
Tessa, Adara y Violet habían decorado uno de los grandes salones de
Merton House con grandes centros de flores, en las que privaba el color rojo y
azul junto con el verde de las ramas y hojas que los complementaban. West
esperaba que los colores elegidos agradasen a la novia, por su parecido con los
colores emblemáticos romanís.
Mientras esperaban la llegada de la novia, Aidan observaba jocoso al
nervioso novio, que no cesaba de mirar su reloj de bolsillo.
―¿Temes que no aparezca? ―se burló el conde de Devon.
West lo miró al tiempo que levantaba la barbilla con ademán arrogante.
―Aparecerá. ―Un presentimiento causado por la pregunta de Aidan hizo
que girara su mirada hacia Vadim, arrellanado en uno de los sillones junto a
Violet. El semblante, demasiado beatífico, del romaní provocó que frunciera el
ceño. Se acercó a Vadim con los ojos entrecerrados. El romaní cesó la
conversación con su esposa y lo miró cauteloso.
―Aparecerá, ¿verdad?
Vadim y Violet se miraron, confusos.
―¿Quién? ¿Otra vez con tus acertijos? ―replicó, desconcertado, Vadim.
―Drina.
Vadim abrió los ojos como platos.
―¿Drina? ¿Por qué no va a aparecer?
―No lo sé, dímelo tú ―respondió West.
Vadim frunció el ceño mientras pensaba a qué rayos se referiría, hasta
que…
―Maldita sea, West. Que mi padre y yo te hiciéramos sufrir un poco, es una
cosa, ¿no pensarás que hemos secuestrado a mi hermana? ¿O sí? ―inquirió
perplejo.
West le dirigió una mirada asesina al tiempo que, sin contestar, se giraba
hacia su lugar delante del vicario.
Violet contuvo una sonrisa.
―Te advertí que no debíais provocarlo. Le hicisteis sufrir sin necesidad.
―Estuvo bien volver a ver al West arrogante de siempre ―respondió,
socarrón, Vadim―. En realidad, lo disfrutamos bastante hasta que… ―Se
interrumpió mientras frotaba su mentón, lo que provocó una risilla en su
esposa.
―¿Perdió los nervios? ―aventuró Violet, al tiempo que los dos soltaban una
carcajada.
En ese momento, Tessa entró en la habitación, lo que significaba que la
novia sería la siguiente del brazo de su padre, el duque de Normamby.
El novio y su padrino miraron hacia la puerta: el novio expectante y el
padrino observaba con una mirada cómplice a su preciosa esposa.
Cuando la novia hizo su entrada, el corazón de West se saltó un latido. Un
sencillo, pero exquisitamente cortado, vestido en muselina verde claro, sin
joyas, únicamente la sortija que él le regaló, y el pelo recogido con flores de
romero entremezcladas en sus rizos. West esbozó una amplia sonrisa que
Drina correspondió. Cristo, verla sonreír, y que esa sonrisa fuese
exclusivamente dedicada a él, hacía que quisiese caer de rodillas. Adoraba a esa
muchacha.
En el momento en que el duque de Normamby entregó a la novia, West se
inclinó para susurrarle.
―Estás preciosa. ―Echó un vistazo a las flores que adornaban su cabello
oscuro―. ¿Romero?
La sonrisa de Drina se hizo más amplia y asintió con un gesto de la cabeza.
La voz de West se hizo más ronca.
―¿Me dirás lo que significa?
―Te diré muchas cosas ―susurró Drina con una pícara mirada.
El carraspeo del vicario interrumpió los susurros entre los novios.
―Su Gracia, si están preparados, podemos empezar.
West asintió, miró hacia las manos de su prometida, entrelazadas delante de
su cintura, y tomó una de ellas con la suya. Mientras el vicario comenzaba la
ceremonia, e intercambiaban sus votos, sus manos no se soltaron en ningún
momento. West introdujo una sencilla banda de oro en el dedo anular de su
casi esposa.
West casi ni esperó a que el vicario los declarase marido y mujer. Ante la
benevolente mirada de este, enlazó a su esposa por la cintura y con la otra
mano sujetó su mentón para besarla apasionadamente. Drina alzó una mano
para agarrar su cuello y enredar sus dedos en el rubio cabello de West. Durante
unos instantes solo estaban ellos en la habitación, perdidos el uno en el otro,
hasta que tres carraspeos masculinos interrumpieron el momento, haciendo
que, reacios, se separasen.
Richard, Aidan y Vadim observaban a los recién casados con expresiones
jocosas.
―¿Nos permitirías en algún momento felicitar a la novia? ―inquirió Aidan
al tiempo que tomaba la mano de Drina para acercarla a él y abrazarla.
―Felicidades, pequeña ―murmuró, mientras la besaba en la mejilla―.
Siempre supe que estabais destinados el uno para el otro.
Drina lo abrazó emocionada. Aidan tenía razón, la conexión y la
complicidad que sintieron desde el primer momento en que se vieron, aunque
ella solo fuese una niña, se había mantenido durante todos estos años.
Vadim los interrumpió al tomar el lugar de Aidan.
Tomó de los hombros a su hermana para mirarla con cariño.
―Phen, aunque sea un arrogante duque del demonio, es un gran hombre, sé
que te hará muy feliz.
Drina besó a su hermano en la mejilla.
―Lo sé, phral.
Vadim carraspeó emocionado y, mientras los demás se acercaban para
felicitar a los novios, preguntó para intentar disimular su turbación:
―¿Podríamos, por favor, pasar al comedor? No es por apresurar, pero mi
estómago comenzará a protestar de un momento a otro.
West lo miró al tiempo que enarcaba una ceja.
―Acabarás acudiendo a los eventos con una cesta con comida para
contentar a tu protestón estómago.
Vadim se encogió de hombros mientras acercaba a su esposa hacia él.
Acarició el vientre de Violet.
―Tengo que alimentarme bien, en nuestro estado es esencial.
Violet rodó los ojos. Si Aidan se había obcecado en que su primer hijo
sería niña, su marido se había empeñado en vivir el embarazo como si fuese él
el que portase al niño en su interior.
Sonriendo, replicó:
―Tienes razón, mi amor, vamos antes de que desfallezcas.
Estaban finalizando el desayuno nupcial cuando West susurró al oído de
Drina.
―El carruaje nos espera en la puerta de servicio.
Drina miró a su alrededor entre divertida y avergonzada.
―Pero no podemos irnos ahora ―comentó, mientras fijaba su mirada en
su marido―. ¿No?
West enarcó una ceja.
―El arrogante duque de Merton y su duquesa se pueden marchar de su
propio banquete de bodas cuando ellos decidan, de hecho, es lo que se espera
de nosotros. ―Se levantó, tomó a Drina de la mano y, sin prestar atención a los
comentarios de los invitados, salió a grandes zancadas del comedor mientras
arrastraba a su sonriente esposa.

y
En el carruaje, West se contentó con colocar a Drina sobre su regazo, sin
embargo, los planes de Drina eran otros. Comenzó encajando su rostro en el
cuello de West al tiempo que lo besaba, cuando su boca atrapó el lóbulo de la
oreja de su marido y lo lamió delicadamente. West soltó un gemido mientras la
estrechaba más contra él. Esa mujer iba a matarlo. Pretendía contenerse hasta
llegar a Archer House y darle a Drina una noche de bodas en la comodidad de
su alcoba, sin prisas, con tranquilidad.
West giró el rostro para atrapar la boca de su mujer. Un beso lento e
irresistible que consiguió que Drina se retorciera en su regazo buscando más
de él. El duque, al notar la necesidad de su esposa, tiró toda contención. Sin
romper el beso, la alzó por la cintura para colocarla en mejor posición, con las
piernas de ella a ambos lados de sus muslos. Ya completamente excitado, sus
manos comenzaron a recorrer el cuerpo de Drina. Introdujo una de sus manos
por el escote del vestido para bajarlo y dejar al descubierto sus pechos. Rompió
el beso, su boca se desplazó por el cuello de la mujer, mordiendo y suavizando
después con su lengua, hasta llegar a los ya enhiestos capullos.
Drina notaba que sus senos hormigueaban de anticipación. Cuando notó la
boca de West en ellos, un escalofrío de placer la recorrió. Apretó la cabeza
masculina contra ella y la respuesta de él fue una suave lamida, seguida de, al
principio, una delicada succión, que pronto se convirtió en una libación más
brusca que enviaba ramalazos de deseo a través del vientre de Drina hacia su
húmeda feminidad.
Drina gimió cuando una de las manos de West se introdujo entre ellos y
encontró la abertura de sus pololos. Uno de sus dedos halló la empapada
entrada y, al tiempo que la penetraba, su dedo pulgar comenzó a rotar en su
hinchado brote.
Las manos de Drina bajaron hasta encontrar la cinturilla del pantalón
masculino. Nerviosa, comenzó a soltar los botones, sin embargo, la tensión
que empezó a recorrer su cuerpo que anticipaba su pronta liberación la detuvo.
West frotó su pulgar con más fuerza, al notar la rigidez del cuerpo de su mujer
hasta que, con un grito, Drina comenzó a convulsionar en medio de un
maravilloso éxtasis. Cuando los espasmos comenzaban a remitir, West acabó lo
que había comenzado su mujer, liberando su miembro.
La alzó sobre él y, poco a poco, la hizo bajar hasta que su vara quedó
ajustada en el húmedo canal. Drina, con la mirada todavía nublada por el deseo
y la pasión, lo observó interrogante.
La voz de West sonó ronca.
―Cariño, ahora muévete como desees. Tú tienes el control de mi cuerpo.
―Le mostró cómo hacerlo tomándola por las caderas y elevándola y bajándola
con suavidad hasta que ella encontró su ritmo. Apoyada sobre sus rodillas y
sus manos sobre los hombros masculinos, Drina comenzó a moverse al
principio con lentitud. Aunque West deseaba que sus movimientos fuesen más
rápidos, respetó el ritmo de ella hasta que la respiración de Drina comenzó a
hacerse irregular y los movimientos empezaron a hacerse más rápidos. West la
ayudó sujetándola, mientras los espasmos comenzaron a recorrer otra vez el
cuerpo de su esposa y, con un gemido, se dejó caer contra el cuello de su
marido, mientras que él, después de tres empujes más, liberó su semilla con un
gruñido.
Sin separarse, permanecieron abrazados mientras los latidos de ambos
corazones se calmaban.
Drina susurró contra el cuello de su marido, provocando escalofríos de
placer en él, que todavía saboreaba los rescoldos de su impactante clímax.
―No tenía idea de que se pudiese hacer así ―murmuró todavía jadeante.
West soltó una risilla, que reverberó en la íntima zona por donde todavía
estaban unidos y provocó un gemido en Drina.
―No tienes idea de cuántas maneras hay, mi amor.
Drina alzó un poco el rostro, que había encajado en el cuello masculino, al
tiempo que su mano giraba la cabeza de West hacia ella para clavar sus ojos en
los de él con atención y curiosidad.
―¿Hay más? ―preguntó, mientras abría los ojos como platos.
West sonrió lobuno.
―Oh, sí. Mucho más.
Ella correspondió a su sonrisa con una mirada pícara.
―¿Esta noche?
West la estrechó contra él. Sabía que era apasionada, pero que toda esa
pasión la destinase a él, y solo a él, lo maravillaba. Dios Santo, estaba
excitándose otra vez. Esa mujer acabaría por hacerlo papilla.
―Esta noche ―respondió, al tiempo que la besaba, esta vez con adoración
y ternura.
Después de unos instantes, West ayudó a Drina a recomponer sus ropas, al
igual que las suyas. Faltaba poco para llegar a Archer House y, aunque el
servicio sabía que se había casado, prefería que solamente supusieran lo
ocurrido en el carruaje, no que se cerciorasen de ello por el desaliño de las
ropas de su esposa. Aunque, pensó sonriendo para sí, mientras su mirada se
clavaba en los hinchados labios de Drina, los restos de su apasionado
encuentro en el rostro de su mujer iban a ser difíciles de disimular.
En el momento en que divisaron la impresionante mansión, Drina se
tensó. No pudo evitar recordar la última vez que estuvo allí. La desagradable
presencia de aquella mujer y el sufrimiento que causó. Sin embargo, también
recordó que, en ese lugar, West y ella se dieron cuenta de lo que sentían el uno
por el otro. Ese pensamiento anuló los otros tan perturbadores.
West, adivinando lo que pasaba por la mente de su esposa, le apretó
cariñoso la mano que tenía entre las suyas.
―No queda nada de ella ahí. La habitación que ocupó fue redecorada
completamente y ni uno solo de los muebles ha permanecido.
Drina apoyó su cabeza sobre el hombro masculino.
―Prefiero pensar en que, durante esos días, me di cuenta de que te amaba.
Quizá si ella no hubiese intervenido en tu vida aún seguiríamos sin reconocer
nuestros sentimientos.
West pasó su brazo por los hombros de Drina, para estrecharla contra su
costado.
―Lo dudo ―comentó juguetón―. El solo pensamiento de que Johnson
tuviera intenciones de cortejarte estaba haciendo mella en mí. No hubiera
consentido jamás que él o cualquier otro te tuviese. Siempre has sido mía, mi
osada romaní.
―Sigues siendo un pomposo arrogante ―replicó ella, sonriente.
West la besó en el cabello.
―Tal vez. Pero amas a este pomposo arrogante. Y él, a ti, te adora.

y
El personal al completo, con el señor y la señora Jackson al frente, estaba
esperándoles en las escaleras de la mansión. West bajó de un salto y ayudó a
Drina a salir del carruaje.
La tomó de la mano al tiempo que el matrimonio, compuesto por el
mayordomo y el ama de llaves, se acercaban a él.
―Ya conoces al señor y a la señora Jackson ―comentó West, y continuó―.
Mi esposa, la duquesa de Merton.
La pareja realizó una respetuosa reverencia.
―Su Gracia, es un placer y un honor recibirla ―respondió el señor Jackson.
―Si lo desea, el personal está preparado, Su Gracia. ―El ama de llaves se
dirigió a West.
―Por supuesto, señora Jackson.
Después de que el personal fuese presentado a la nueva duquesa, West
ordenó que se preparasen sendas bañeras en las alcobas ducales y que la señora
Jackson asignase una doncella provisional a su esposa hasta que ella eligiese
una de su agrado.
Una vez que subieron a la suite ducal, West la condujo hasta la habitación
perteneciente a la duquesa y susurró al oído de su esposa:
―Descansa un poco, la cena se servirá pronto.
Drina asintió, al tiempo que él después de besarla, abría la puerta de
comunicación y entraba en su propia alcoba.
Drina frunció el ceño. No pretendería que cada uno utilizase su alcoba y
visitarla de vez en cuando, ¿verdad? Sus hermanos no lo hacían, claro que él
era un duque, quizá le habían enseñado que el decoro… Sonrió para sí.
¿Decoro, West? Lo dudaba. Tal vez el arreglarse en estos momentos en alcobas
separadas fuese más por dejarla descansar que porque pensase continuar así.
Después de darse un prolongado baño y vestirse adecuadamente, ayudada
por la joven doncella que el ama de llaves envió, y que decidió conservar a su
servicio personal, Drina sopesaba qué hacer, si llamar a la puerta de
comunicación en busca de su marido o bajar directamente al comedor. Sin
embargo, West decidió por ella. La puerta que comunicaba las dos alcobas se
abrió y él apareció. Drina sintió que se le secaba la boca. West era sumamente
guapo, sin embargo, en ese momento lo encontraba devastador. Vestido
impecablemente con su traje de noche, su ardiente mirada la recorría de arriba
a abajo. A pesar de toda la intimidad que habían compartido, Drina notó que
se ruborizaba.
Al ver su sonrojo, West sonrió.
―¿De repente tímida, esposa?
Drina alzó la barbilla.
―Por supuesto que no ―respondió altanera.
West se acercó con pasos lentos sin separar sus ojos de los de ella, lo que
provocó que su sonrojo se acentuara para su consternación.
―Ya veo ―murmuró mientras la enlazaba de la cintura―. Mentirosa
―susurró sobre su boca al tiempo que deslizaba sus labios sobre los
femeninos, provocador. Se limitó a juguetear sobre la boca de su mujer,
mientras esta se aferraba a las solapas de su chaqueta.
―West… ―Su voz tenía un matiz de súplica. El condenado la estaba
atormentando a propósito.
―¿Sí? ―musitó sobre sus labios.
―Por favor, bésame de una maldita vez ―espetó con impaciencia.
West soltó una risilla sobre su boca que hizo que un ramalazo de excitación
recorriese el cuerpo de Drina. Alzó su mano y atrapó la mejilla de su esposa.
Con cuidado de no deshacer el elaborado peinado, West la besó; sus labios
presionaron los femeninos de forma exquisita y, cuando su lengua profundizó,
explorando su boca, Drina correspondió apasionada, imitando los
movimientos con su propia lengua. Se dejaron llevar hasta que West se separó,
renuente.
―Debemos bajar. No nos conviene decepcionar a la cocinera en nuestra
primera cena, tiene una vena vengativa muy acusada.
Drina asintió al tiempo que soltaba una carcajada.
Al final, la cocinera se había esmerado: la cena estaba exquisita. Estaban
completamente solos, pues West había ordenado al mayordomo que retirase a
los lacayos del comedor, entre cómodas conversaciones y caricias disimuladas y
no tan disimuladas. Se conocían demasiado bien, no eran como otros
matrimonios que empezaban a conocerse durante su matrimonio.
Cuando el postre señaló el fin de la cena. Drina miró a West interrogante.
―¿Deseas que me retire para que puedas tomar tu copa?
West soltó una carcajada.
―¿Desde cuándo tomo una copa sin que tú me acompañes, si es que estás
el mismo edificio?
Drina volvió a sonrojarse.
―Lo sé, pero no estamos en el Revenge.
West apoyó el codo sobre la mesa para tomar la barbilla de su esposa con
la mano.
―No ha cambiado nada, cariño. Mi duquesa seguirá haciendo lo que le
apetezca, como ha hecho toda su vida. Ni se te ocurra cambiar para
convertirte en una esnob… ―West frunció el ceño―. ¿Cómo nos llamáis a los
que no somos romanís?
Drina soltó una carcajada. Siempre sería el juguetón, bromista, arrogante y
carismático West que la enamoró.
―Gadjos, en este caso, gadji14 ―respondió.
―Pues eso, en una esnob duquesa gadji. El arrogante soy yo, recuérdalo.
Se levantó y la tomó de la mano, impaciente, casi arrastrándola de la silla.
―¿Qué…? ―preguntó, sorprendida, Drina.
―Nuestra noche de bodas, esposa, ¿acaso lo has olvidado? ―Sin permitirle
contestar, la tomó en brazos y subió de dos en dos las escaleras con su
preciosa carga hasta llegar a su propia alcoba. Después de cerrar la puerta de
una patada, la depositó en el suelo mientras observaba cómo la mirada de
Drina recorría su habitación al tiempo que él se despojaba de la chaqueta, el
pañuelo y el chaleco a una velocidad asombrosa.
―Espero que te guste, puesto que pasaremos mucho tiempo en ella
―comentó sugerente.
―¿Dormiré aquí? ―Drina quiso cerciorarse.
―¿Dónde si no? ¿Preferirías una de las habitaciones de invitados? ―replicó
jocoso.
―Yo…
―Mi amor, dormirás donde yo duerma, comerás donde yo coma y estarás
donde yo esté. Siempre a mi lado. ―La giró suavemente para comenzar a soltar
lentamente los botones del vestido al tiempo que sus dedos se deslizaban
acariciando la piel que iba quedando expuesta.
¡Santo Dios, el hombre se estaba tomando su tiempo! Drina contenía a
duras penas el impulso de tironear ella misma del dichoso vestido. Las caricias
de West en su espalda enviaban sacudidas de excitación por todo su cuerpo.
Por fin, las manos de su marido subieron por su espalda y, después de posarse
en sus hombros, deslizaron el vestido con una suave caricia. Mientras la boca
de West se posaba en el ángulo entre su cuello y su hombro, mordiendo y
lamiendo esa delicada y sensible zona, sus manos comenzaron el mismo ritual
con el corsé, para desatar las cintas.
Drina alzó una mano para acariciar la cabeza de West, metida en su
hombro. Después de unos instantes que le parecieron eternos, el corsé siguió
el mismo camino que el vestido. West la giró para comenzar a enrollar sus
manos en la fina camisola y subirla al tiempo que sus nudillos acariciaban su
torso y levantaban sus brazos para liberarla del último ropaje que la cubría.
Su mirada ardiente la recorrió entera.
―Eres preciosa.
Si Drina pensaba que no podía excitarse más después de notar sus manos
recorrer con calma todo su cuerpo, la voz ronca de él provocó que su vientre
se tensara. Llevó sus manos al pecho de su marido para quitarle la camisa que
todavía llevaba puesta. No había desabrochado más que unos cuantos botones
cuando él, con un movimiento brusco, separó sus manos, tironeó de los
faldones todavía metidos en sus pantalones y se la sacó por la cabeza. Las
manos de Drina volaron hacia la cinturilla del pantalón, sin embargo, West la
detuvo.
―Todavía no.
Mientras la enlazaba con un brazo para apretarla contra su cuerpo, la otra
mano atrapó su nuca para acercar el rostro de la muchacha. Cuando su lengua
profundizó en la exploración de su boca, Drina gimió. Él estrechó su abrazo y
ahondó el beso, reclamando, deseando. Su mano no se mantuvo quieta, sino
que comenzó a soltar las horquillas del recogido hasta que los oscuros rizos de
Drina se desparramaron por su espalda. La alzó y la condujo hacia la cama,
donde la depositó en la orilla. Al tiempo que apoyaba una rodilla en el borde,
la empujó suavemente hacia atrás sin romper en ningún momento el beso.
Su mano dejó de acariciar su cabello para pasar a masajear los hinchados
senos de su esposa. Mientras sus dedos hacían magia en sus enhiestos brotes,
Drina, completamente perdida en las sensaciones que las manos de West le
provocaban, dejaba vagar sus manos por su rostro, su cuello, sus hombros…
West separó su boca de la de ella para poner sus labios en el cuello de la
muchacha y morder el lóbulo de la oreja, para luego lamerlo suavemente.
―Tu boca es lo más dulce que he probado jamás ―susurró West en su
oreja.
―La tuya también es deliciosa ―replicó Drina con un suspiro.
Drina sintió la risa masculina mientras sus labios comenzaban a bajar por
su pecho, lamiendo y besando todo lo que encontraban a su paso, hasta que
llegó a su vientre, rodeó su ombligo y llegó hasta sus suaves rizos. Inmersa en
las excitantes sensaciones que la boca de West le provocaba, no se percató de
lo que se proponía hasta que la humedad de su lengua recorriendo su canal
femenino la sobresaltó. Intentó incorporarse, sin embargo, la mano de West en
su vientre se lo impidió.
―¿West? ―preguntó desconcertada.
Él alzó la mirada.
―Te gustará, te lo prometo.
Al notar la mirada apasionada de su marido, Drina olvidó todos sus recelos
y se recostó dispuesta a disfrutar de lo que él iba a ofrecerle al tiempo que
giraba su rostro para poder ver la rubia cabeza entre sus muslos.
La boca de West comenzó a sorber de su hinchado brote, alternando con
rápidos lametones que hicieron que el vientre de Drina se contrajera.
West, al oír los sollozantes balbuceos de Drina, arreció en sus embestidas
con su experta lengua hasta que el cuerpo femenino se tensó y, con un grito,
ella disfrutó del maravilloso éxtasis que le proporcionó. Continuó lamiendo
más suavemente hasta que los espasmos cesaron, entonces gateó sobre su
cuerpo para atrapar su boca.
Drina sintió aumentar su deseo cuando notó su propio sabor en la boca de
West.
―Por favor, te necesito dentro de mí ―gimoteó en sus labios.
West no se hizo de rogar, su miembro estaba a punto de estallar. La alzó
para recostarla contra las almohadas al tiempo que se deshacía de los zapatos,
las medias y los pantalones para tumbarse junto a ella.
Drina estiró un brazo para arrastrarlo sobre su cuerpo.
―Estás muy lejos ―susurró―, quiero sentirte.
West sonrió. Sabía que era apasionada, pero descubrir todo ese vehemente
deseo en el lecho hacía que la deseara todavía más.
Se posicionó entre sus muslos, que ella abrió para él como una ofrenda. De
un solo movimiento la penetró. Mientras sus manos vagaban por su cuerpo, se
movió al principio lentamente, ya que deseaba prolongar el momento todo lo
que pudiera. Cuando ella comenzó a seguirlo con movimientos más urgentes,
West levantó las caderas femeninas cambiando el ángulo. Los gimoteos de
Drina le anunciaron que su liberación estaba a punto de llegar y arreció las
penetraciones haciéndolas más profundas, hasta que ella gritó su nombre en
un sollozo y él ya no pudo contenerse, su espalda se tensó y con un gruñido la
siguió en un espectacular clímax.
West escondió el rostro en el cuello de su mujer maravillado. Había tenido
multitud de relaciones, sin embargo, lo que sentía con ella era como tocar el
cielo con las manos.
Entre la neblina de los restos de su pasión, escuchó el susurro de Drina.
―Tut kamav, mi amor.
Alzó el rostro para mirarla interrogante.
Drina acunó su rostro con una mano.
―Te amo, mi amor.
Al ver la mirada llena de amor de su esposa, West se sintió humilde y
agradecido al destino por haber puesto en su camino a esa maravillosa mujer.
―Te amo, Drina, con todo mi corazón.
Se besaron poniendo todos sus sentimientos en ese beso, sus almas
volcadas en sus labios. Después de clavar sus miradas el uno en el otro, West se
giró al tiempo que la arrastraba con él.
Drina acomodó su cabeza en el hueco que formaban el hombro y el cuello
de West, mientras su pequeña mano reposaba sobre el pecho de su marido.
Una mano masculina acariciaba el brazo de Drina, mientras el otro brazo
cruzaba su espalda para posarse en su cadera.
West sonrió cuando notó que la respiración de Drina se relajaba y levantó
un poco la cabeza para contemplar su rostro. Estaba profundamente dormida.
La estrechó contra él al tiempo que ella lo abrazaba por la cintura.
Completamente saciada, el ajetreo del día había hecho mella en ella. Subió la
sábana para cubrirla y se dispuso también a dormir.

y
Drina despertó con una deliciosa sensación entre sus muslos y en sus
pechos. De espaldas a West, las manos de él recorrían sus pechos y se
introducían entre sus muslos. Abrió las piernas para facilitar el acceso de los
diestros dedos de su marido y, al echar su trasero hacia atrás, notó la rigidez del
miembro. Se frotó contra él, lo que arrancó un gemido de West. Sus dedos
dejaron un instante su tarea para levantar la pierna de su esposa sobre su
muslo y que su impaciente miembro tuviese más acceso a ella. La mano de
Drina, al notar la ausencia de la de West entre sus piernas, voló para colocarla
donde estaba, lo que arrancó una risilla de su marido.
West subió una de las manos que amasaba los senos de su esposa para girar
su rostro y besar suavemente sus labios.
―Buenos días.
Drina sonrió contra su boca.
―Buenos días, amor. ―Mientras echaba su trasero hacia atrás, murmuró―:
Este sí que es un buen despertar.
West soltó una carcajada. Le encantaba la falta de prejuicios de su esposa,
así como su audacia. Colocó su mano sobre el montículo de rizos para levantar
su trasero.
―Puedo mejorarlo ―susurró, al tiempo que su miembro penetraba
suavemente el húmedo canal de su mujer, arrancando un gemido en ella y
haciendo que la mano femenina se echara hacia atrás para apretarlo contra sí.
Esta vez hicieron el amor con calma y ternura, deleitándose el uno en el
otro. Cuando ambos obtuvieron su liberación, permanecieron unos minutos
enlazados, disfrutando el uno del cuerpo del otro.
De repente, West la giró hacia él.
―Deberíamos bajar a desayunar, a no ser que prefieras tomar tu desayuno
en la cama. Como mujer casada puedes permitírtelo ―comentó con un guiño.
Drina hizo un gesto desdeñoso con la mano.
―Sabía que muchas casadas lo hacen, sin embargo, me parece una pérdida
de tiempo. No disfrutaría de mi desayuno metida en la cama, la cama es para
otras cosas, no para desayunar precisamente ―afirmó sugerente.
West se inclinó sobre ella para lamer el delicioso lóbulo de su oreja y
susurrar:
―Me encantará mostrarte dónde pueden realizarse también esas otras cosas.
Drina frunció el ceño. Su curiosidad casi le lleva a preguntar a qué se
refería, sin embargo, la mirada pícara de West la convenció de que sería más
gratificante esperar a que se lo mostrase.
West se levantó para recoger sus pantalones y ponérselos. Drina, mientras,
no apartaba los ojos de su precioso y duro trasero y sus anchas espaldas.
West, de espaldas a ella, soltó una risilla.
―Si sigues mirándome así, me temo que tu desayuno se juntará con la
cena.
Drina enarcó las cejas sorprendida.
―¿Cómo sabes…?
―¿Que me estás mirando como si fuera un pastel de limón? ―acabó West.
Se giró, al tiempo que le lanzaba una provocativa mirada.
―Porque, cariño…, es lo que haría yo si tuviese delante tu precioso trasero.
Drina soltó una carcajada al tiempo que se dejaba caer sobre la cama.
―Eres imposible.
―Parece ser que sí ―contestó jocoso, mientras se dirigía hacia el llamador
situado al lado de la cama―. Avisaré a Mills para que avise a tu doncella y nos
preparen el baño.
―West, estoy… tu valet… no puede entrar ―farfulló avergonzada.
―Cariño, no entrará, pero si te encuentras más cómoda… ―West se
acercó, levantó a su mujer en brazos y se dirigió a la puerta de comunicación.
Después de abrirla, la depositó en la cama―. Puedes esperar ahí a tu doncella.
Drina alzó los ojos hacia él.
―Gracias ―murmuró con una sonrisa.
―Lo que mi duquesa desee ―replicó West, y Drina tuvo la seguridad de
que lo decía completamente en serio.

y
Un mes después regresaron a Londres. En lugar de acudir al Revenge,
decidieron celebrar una cena en Merton House. West estaba pletórico. A pesar
de que no lo hubiese reconocido ni siquiera a sí mismo, de alguna manera
envidiaba los matrimonios de sus amigos. Cada vez le resultaba más duro
regresar a su residencia sabiendo que nadie lo esperaba. En este momento, con
su duquesa, aguardaba la llegada de su familia, porque ya era su familia gracias
a los matrimonios celebrados.
Mientras esperaban a que sonase la aldaba, West se acercó a su esposa,
sentada en uno de los sillones de la sala en la que se hallaban, degustando
sendas bebidas antes de la cena.
Posó su copa en una de las mesitas y colocó sus manos sobre los hombros
de Drina, al tiempo que sus pulgares acariciaban su cuello.
―¿Nerviosa?
―Por supuesto que no, al fin y al cabo, son mis hermanos. ―Drina alzó
una mano para posarla encima de la masculina.
West soltó una risilla.
Ella giró la cabeza hacia su marido.
―¿Qué es tan gracioso?
El sonido de la aldaba y los pasos de Hobson mientras acudía a abrir
evitaron que West contestara.
Dos parejas entraron en la sala. «Vaya», pensó West, jocoso, «por lo visto
han decidido inspeccionar a los recién casados todos juntos».
Mientras Tessa y Violet abrazaban a Drina, West saludaba a Vadim y
Aidan.
Vadim, después de echar una ojeada a su hermana, clavó su mirada en su
cuñado mientras le estrechaba la mano.
―Veo a mi hermana feliz.
West enarcó una ceja.
―¿Qué esperabas, que regresara desesperada por deshacerse de mí,
hermanito?
Vadim le lanzó una mirada asesina al tiempo que Aidan soltaba una risilla
entre dientes.
―¿Tú también? Maldita sea, solamente me lleváis cuatro años, estáis
comenzando a hartarme con vuestras bromitas.
Drina se acercó en ese momento y, mientras besaba en la mejilla a su
hermano, inquirió curiosa.
―¿Hartarte de qué, phral?
Mientras Vadim respondía con un gruñido, West contestó por él.
―A nuestro hermanito pequeño no le gusta que le recuerden su corta edad.
Drina sonrió mientras miraba pícara a su hermano.
―Phral, no deberías preocuparte, simplemente están celosos ―afirmó,
mientras daba unos golpecitos tranquilizadores en el brazo de Vadim.
―¿Celosos? ―preguntaron, casi a la vez, Aidan y West.
Vadim frunció el ceño al tiempo que miraba suspicaz a su hermana.
Drina rodó los ojos.
―Ellos pueden superarte en edad, pero tú les superas a ellos en sabiduría.
Nuestra mitad romaní, ¿recuerdas? ―contestó, mientras alzaba la barbilla con
altanería.
Vadim esbozó una petulante sonrisa al tiempo que West atrapaba a su
esposa por la cintura y la acercaba a él.
―Os dije hace tiempo que sería una estupenda duquesa. Desborda porte y
arrogancia ―aseveró orgulloso, mientras besaba la cabeza de su mujer.
―¿Nos exigirás que te hagamos la protocolaria reverencia, arrogante
duquesa? ―intervino Tessa, divertida.
Drina alzó la cabeza.
―Por supuesto. No puedo dejar en mal lugar al duque de Merton
permitiendo familiaridades ―soltó una carcajada que desmintió su fingida
altanería.
―Por Dios, por un momento me habías asustado ―comentó Vadim―,
llegué a pensar que se te había contagiado la arrogancia del duque.
Todavía riendo, las tres parejas se dirigieron al comedor dispuestos a
disfrutar de la cena.
Epílogo
Lennox House, Lincolnshire.
Inglaterra, agosto de 1830.

Hacía dos meses que el rey Jorge IV, conocido popularmente durante el
período de su regencia como Prinny, había muerto, y menos de un mes que
había sido enterrado, siendo sucedido por su hermano menor el duque de
Clarence, coronado como Guillermo IV.
La nobleza tuvo que posponer la salida hacia sus residencias campestres
hasta que hubieron pasado los funerales por el difunto rey y, en estos
momentos, toda la familia al completo, incluido el marqués de Atherton,
abuelo de Aidan, disfrutaba de un soleado día en los jardines de la residencia
ancestral de los duques de Normamby.
Las familias se habían ampliado con nuevos nacimientos. Los condes de
Devon habían dado a su pequeña lady Cassandra Sophie, de apenas tres años,
un hermano, lord Andrew Nicholas, de apenas un año de edad.
Los marqueses de Rutland habían sido bendecidos con la llegada del
heredero lord Richard Kavi, que cumpliría los tres años esas navidades, y de su
hermana, lady Eliza Jaya de seis meses.
Los duques de Merton disfrutaban del heredero del ducado, lord James
Thomas de dos años, y sus hermanos mellizos, lord Alexander Ethan y lady
Adara Rachel, que contaban con tres meses de vida.
Mientras las tres damas vigilaban a los pequeños de la familia, los
caballeros corrían por el prado jugando con sus inquietos hijos mayores.
West detuvo sus juegos para pararse a observar la estampa familiar. Sus
recuerdos se trasladaron a unos años atrás cuando, recién llegados de su Grand
Tour, Aidan decidió levantar el club Revenge decidido a utilizarlo para destruir
al difunto conde de Devon, su padre.
Durante esos años habían pasado por muchas cosas, la venganza de Aidan,
el orgullo mal entendido de Vadim que casi le cuesta el amor de su esposa
Violet, y su propia arrogancia que, por poco, consigue que acabase atado de
por vida a una mezquina mujer.
Su mirada pasaba de un hermano a otro, porque ya eran hermanos, si no
de sangre, sí por matrimonio y corazón. Vadim y Aidan, que no habían cejado
en su empeño de ayudarlo a evitar que cometiera un error de colosales
proporciones llevado por su equivocado sentido del honor, jugaban con sus
hijos sin reparo alguno a rodar con ellos por la hierba, cosa impensable en
otros nobles.
Recordó cuando, después de las bodas de ambos, comenzó a sentirse un
poco excluido. Su miedo a reconocer lo que sentía por Drina, temiendo que
ella no tuviese los mismos sentimientos hacia él. Su corazón elevó una plegaria
de gratitud por haber encontrado a tan leales amigos, incondicionales a pesar
de sus muchos errores, y por haber tenido el honor de conseguir el amor de
Drina, aquella vivaz y preciosa niña de grandes ojos verdes y cabello negro que
conoció con tan solo diez años en Dorset.
De repente, un cuerpo lo abrazó por la espalda y unas pequeñas manos lo
rodearon y se posaron en su pecho. Las apretó con las suyas.
―¿Qué piensas, mi amor?
Drina, siempre pendiente de él, era todo su mundo.
Sonrió con melancolía.
―Recordaba.
―¿Buenos o malos recuerdos?
West se giró para pasar un brazo sobre su esposa, apresar su cintura y
estrecharla contra su costado.
―Supongo que unos conducen a los otros. Quizá si no hubiésemos
conseguido vencer todos nosotros a nuestros propios demonios, no habríamos
llegado a esta felicidad de la que disfrutamos ―afirmó él mientras su boca
rozaba su cabello.
―Tal vez era necesario que la vida nos pusiese obstáculos para que
supiésemos reconocer lo que era importante para nosotros ―susurró Drina.
West rio entre dientes.
―¿Filosofía romá?
Drina soltó una carcajada.
―No, mi amor, simplemente he entendido que en esta vida hay que luchar
por lo que deseamos, sin miedo a conseguirlo.
West, al tiempo que con sus nudillos elevaba el rostro de su mujer, bajó la
cabeza para besarla con adoración. Si por su absurda altanería hubiese llegado
a perderla… No quería ni pensarlo.
En ese momento fueron interrumpidos por el heredero de Vadim. El
pequeño era el vivo retrato de su padre, tanto por sus penetrantes ojos negros
y su oscuro cabello como por su carácter reservado. Se limitó a plantarse
delante de West, observándolo con sus perspicaces ojos. Drina, al verlo, soltó
una carcajada.
―Santo Dios, este niño me hace sentir como cuando era pequeña, hacía
una travesura y su padre, simplemente, me miraba. Nunca hizo falta que dijese
una sola palabra de reprimenda ―comentó, mientras observaba con cariño a
su serio sobrino.
West rio a su vez.
―Aún es capaz de hacerlo ahora, y todos somos adultos.
En ese momento se oyó la voz del susodicho de mirada penetrante.
―Por el amor de Dios, West, ¿quieres dejar de ignorar a mi hijo?
Necesitamos otros hombros y los míos están ocupados con tu heredero.
West miró hacia donde provenía la voz. En efecto, mientras Aidan tenía
sobre sus hombros a su propio hijo, Vadim llevaba sobre los suyos al heredero
del ducado de Merton. Bajó la mirada hacia el pequeño, que seguía
observándolo con seriedad.
Después de besar suavemente a su esposa, susurró:
―Creo que debería subir a este pequeño romaní en mis hombros, me temo
que si le hago esperar más, me alcanzará una terrible maldición, a tenor por su
mirada.
Drina soltó una carcajada.
―No puedo discutírtelo. Me atrevería a decir que, de todos, este niño es el
que más carácter romá ha heredado.
West alzó sobre sus anchos hombros al pequeño hijo de Vadim que, al
momento, le obsequió con una amplia sonrisa.
«Cristo, este niño es mucho más peligroso con su encanto romaní que su
padre, menos mal que mi hija y él son primos. Que se preocupe Aidan por la
suya», pensó jocoso, al imaginar lo que se le venía encima al conde de Devon.
Fin.
Notas

[←1]
Romá: palabra romaní para referirse al pueblo gitano.
[←2]
Monisha: palabra romaní para «esposa».
[←3]
Phen: palabra romaní para «hermana».
[←4]
Si'l vous plaît: por favor.
[←5]
Phral: palabra romaní para «hermano».
[←6]
Dilo: palabra romaní para «tonto» o «idiota», muy u lizada para referirse a los no romanís.
[←7]
Dinili: palabra romaní para «idiota».
[←8]
Gadjo: palabra romaní para referirse a un hombre que no pertenece al pueblo romaní.
[←9]
Lubni: palabra romaní para «ramera».
[←10]
Runners: palabra u lizada popularmente para referirse a los policías que patrullaban las
calles de Londres.
[←11]
Dook: palabra romaní para referirse a la capacidad de ver el futuro y la magia en general.
[←12]
Vitsa: palabra romaní para referirse a un clan formado por familias estrechamente
relacionadas.
[←13]
Tut kamav: palabras romanís para decir «te amo».
[←14]
Gadji: palabra romaní para referirse a una mujer que no pertenece al pueblo romaní.

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