Libro - La Ley Del Crimen. - Los Vori V Zakone. - La Mafia Rusa Más Temible - Mark Galeotti

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LA LEY

DEL CRIMEN
MARK GALEOTTI
LA LEY
DEL CRIMEN
LOS VORÍ V ZAKONE:
LA MAFIA RUSA
MÁS TEMIBLE

Traducción de
Sergio Lledó Rando
Título original: The Vory. Russia’s supermafia.
Autor: Mark Galeotti.

Publicado originalmente en inglés por Yale University Press.

© Mark Galeotti, 2018.


© de la traducción: Sergio Lledó Rando, 2019.
© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2019.
Av. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona
www.rbalibros.com

Primera edición: mayo de 2019.

REF.: ODBO511
ISBN: 9788491874324

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma
de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que
será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro
Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear
algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.


CONTENIDO

Nota sobre la transliteración


Prólogo
Introducción

PRIMERA PARTE:
LOS ORÍGENES

1. La tierra de Kain
2. Comiendo sopa Jitrovka
3. El nacimiento de los vorí
4. Ladrones y perras
5. Vida de ladrón

SEGUNDA PARTE:
EMERGENCIA

6. Las trinidades sacrílegas


7. Los gánsteres de Gorbachov
8. Los «salvajes años noventa» y el ascenso de los avtoriteti

TERCERA PARTE:
VARIEDADES

9. Bandas, redes y hermandades


10. Los chechenos: el gánster de gánsteres
11. Los georgianos: el vor expatriado
12. El gánster internacionalista

CUARTA PARTE:
FUTURO

13. Nuevos tiempos, nuevos vorí


14. Evoluciones de la mafiya
15. Las guerras criminales
16. La Rusia bandida: ¿el robo de una nación?

Glosario
Notas
Bibliografía
Fotografías
Créditos fotográficos
Agradecimientos
NOTA SOBRE LA TRANSLITERACIÓN

Respecto a la transcripción de los nombres rusos que aparecen en el texto,


en esta edición se han seguido las convenciones gráficas y fonológicas del
español, respetando al máximo las normas de ortografía del ruso. Así, las
letras del alfabeto cirílico ruso se transcriben por letras que corresponden a
sonidos próximos en español. Por ejemplo, la «м» se transcribe «m», la «ф»
se transcribe «f», o la «а» se transcribe «a». En otros casos, como en los
diptongos, se han seguido siempre las mismas pautas: «е» se transcribe «e»
después de consonante, «ie» detrás de vocal, y «ye» a principio de palabra;
«я» y «ю» se transcriben «ia» y «iu» respectivamente, excepto a principio
de palabra, en que se transcriben «ya» y «yu», etc. Del mismo modo, para
mantener la pronunciación rusa la «г» delante de «i» o «e» se transcribe
«gu», el grupo consonántico «кс» se transcribe «x», el grupo «лл» se
simplifica en «l», etc.
También hay ciertas consonantes rusas que representan sonidos que no
corresponden a ningún sonido español. En esta obra se transcriben así: la
«ж» se transcribe «zh»; la «ш» se transcribe «sh» y la «щ» se transcribe
«sch».
Por último, cabe recordar que la vocal tónica de los términos rusos se
acentúa gráficamente siguiendo las normas de acentuación del español y
que puntualmente se siguen otras convenciones que se alejan de la
transcripción literal, como es el caso de la «о» átona rusa, que se transcribe
«o» en español, aunque en ruso se pronuncie /a/; o bien nombres propios
que tienen una forma tradicional de uso consolidado en español, como por
ejemplo «Moscú».
PRÓLOGO

Me encontraba en Moscú en 1988, durante los últimos años de la Unión


Soviética, a medida que el sistema caía en el abandono más mezquino,
aunque en aquel momento nadie sabía lo poco que faltaba para que llegara a
su fin. Durante la labor de investigación para mi doctorado sobre el impacto
que había tenido la guerra soviética en Afganistán, me entrevisté con rusos
que habían combatido en ese brutal conflicto. Siempre que tenía la
oportunidad, me reunía con aquellos afgantsi cuando retornaban a casa y
después volvía a visitarlos al cabo de un año para comprobar cómo se
estaban adaptando a la vida civil. La mayoría regresaba en un estado
vulnerable, conmocionados, enfurecidos, y los que podían contener las
historias de terror y barbarie se mostraban irascibles o completamente
abstraídos. No obstante, al año siguiente, casi todos habían cumplido con lo
que hace el ser humano en tales circunstancias: adaptarse, sobrellevarlo.
Las pesadillas eran menos frecuentes, los recuerdos menos reales, tenían
empleos y novias, ahorraban para comprar un coche o un piso, o para
tomarse unas vacaciones. Pero también estaban los que no podían seguir
con sus vidas o decidían no hacerlo. Algunos de estos jóvenes, por los
daños colaterales de la guerra, se habían enganchado a la adrenalina, o
simplemente no soportaban las convenciones y restricciones de la vida
diaria.
Vadim, por ejemplo, entró en la policía, pero no en un cuerpo policial
cualquiera, sino que era un OMON, un miembro de los «boinas negras», la
temida policía antidisturbios, quienes se convertirían en las tropas de asalto
reaccionarias en los últimos intentos por evitar la disgregación del sistema
soviético. Sasha se hizo bombero, lo más cercano a su vida de combatiente
como soldado de las tropas de desembarco y asalto en la caballería
aeromóvil. Su función era la de permanecer a la espera hasta que se diera la
alarma para embarcarse en uno de los helicópteros de ataque Mi-24 al que
los soldados llamaban «jorobados», repletos de contenedores de armamento
y cohetes, ya fuera para interceptar a una caravana rebelde o, con la misma
frecuencia, para rescatar a soldados soviéticos que habían quedado
atrapados en emboscadas. La camaradería del parque de bomberos, la
alarma repentina, el intenso fragor de la acción que pone en riesgo tu vida al
mismo tiempo que la dota de sentido, la sensación de ser una figura mítica
separada de la gris realidad diaria soviética, todo ello contribuía a recrear
los viejos tiempos en Afganistán.
Y después estaba Volodia, también conocido como «Chainik» («Tetera»)
por razones que nunca supe (aunque es un término que se usa en la cárcel
para referirse a los matones). Nervudo, intenso, sombrío, tenía una
indefinible disposición a la crispación y al peligro de las que te hacen
cambiar de acera para intentar evitarlo. Había sido tirador de élite durante la
guerra, y prácticamente lo único que podía transformarlo en un ser humano
relajado, abierto e incluso animado era tener la oportunidad de embelesarse
hablando de su rifle de francotirador Dragunov y sus habilidades para
usarlo. Los otros afgantsi toleraban a Volodia, pero nunca parecían estar
cómodos en su presencia, y tampoco hablando sobre él. Siempre tenía
dinero para derrochar en un tiempo en que la mayoría subsistían a duras
penas en sus vidas marginales, a menudo junto a sus padres o
simultaneando varios trabajos. Todo cobró sentido cuando supe que se
había convertido en lo que en los círculos criminales rusos llaman un
«torpedo», un sicario. Mientras los valores y las estructuras de la vida
soviética se desmoronaban y caían, el crimen organizado emergía entre las
ruinas, una vez liberado de su subordinación a los dirigentes corruptos del
Partido Comunista y a los millonarios del mercado negro. A medida que
surgía, congregaba a una nueva generación de reclutas, entre los que se
incluían los excombatientes desilusionados y damnificados de la última
guerra de la URSS. Algunos ejercían como guardaespaldas, recaderos o
matones, y después había otros, como Volodia y su amado rifle, que eran
asesinos.
Nunca supe qué pasó con Volodia. Tampoco es que nos enviáramos
felicitaciones por Navidad. Probablemente acabó siendo víctima de las
guerras entre clanes de la década de 1990 que se libraron con coches
bomba, tiroteos motorizados y cuchillazos nocturnos. Aquella década fue
testigo del inicio de una tradición de monumentos funerarios en la que los
gánsteres caídos eran enterrados con toda la pompa de El padrino,
limusinas negras que atravesaban senderos flanqueados con claveles
blancos y tumbas distinguidas mediante enormes lápidas mortuorias que
mostraban representaciones idealizadas del difunto. Extraordinariamente
caras (las más grandes costaban 250.000 dólares en una época en la que el
sueldo medio rondaba el dólar diario) y estupendamente horteras, estas
tumbas eran monumentos que mostraban a los muertos en posesión de los
botines obtenidos gracias a sus vidas como delincuentes: el Mercedes, el
traje de diseñador, las gruesas cadenas de oro. Todavía me pregunto si algún
día me hallaré caminando por alguno de los cementerios favoritos de los
gánsteres de Moscú, tal vez en Vvedenskoye al sureste de la ciudad, o en
Vagánkovo al oeste, y daré con la tumba de Volodia. No me cabe duda de
que ese rifle estaría representado en ella.
No obstante, fueron Volodia y aquellos como él quienes me convirtieron
en uno de los primeros académicos occidentales en dar la voz de alarma
sobre el auge y las consecuencias del crimen organizado en Rusia, cuya
presencia había sido ignorada previamente, salvo en honrosas excepciones
(normalmente, gracias a investigadores emigrados).1 Pero, dado que los
seres humanos somos esclavos de la ley de la compensación, tal vez fuera
inevitable que esa ignorancia sobre el crimen organizado ruso se convirtiera
en alarmismo. La alegría de Occidente por haber vencido en la Guerra Fría
no tardó en convertirse en consternación: los tanques soviéticos nunca
supusieron una verdadera amenaza para Europa, pero los gánsteres
postsoviéticos parecían presentar un peligro más real y presente. Antes de
que nos diéramos cuenta, los jefes de policía del Reino Unido predecían que
en el año 2000 los mafiosos rusos estarían pegando tiros en los frondosos
barrios residenciales de Surrey, y los académicos hablaban de una «Pax
mafiosa» global en la que las organizaciones criminales se repartían el
mundo entre ellos. Obviamente, nada de esto sucedió, y los clanes de la
mafia rusa tampoco vendieron bombas nucleares a los terroristas,
compraron países del Tercer Mundo, tomaron el poder del Kremlin ni
cumplieron ninguna otra de las extravagantes ambiciones que les habían
adjudicado.
La década de 1990 fue la época de gloria de los mafiosos rusos y desde
entonces, con el Gobierno de Putin, las actividades de los gánsteres en las
calles dieron paso a la cleptocracia del Estado. Las guerras de la mafia
quedaron zanjadas, la economía se asentó, y a pesar del régimen de
sanciones vigente durante la guerra fría posterior a Crimea, Moscú está
ahora tan repleta de cafeterías Starbucks y de otros iconos de la
globalización de ese tipo como cualquier otra capital europea. Los
estudiantes rusos continúan acudiendo en masa a las universidades
extranjeras, las empresas rusas lanzan sus ofertas públicas de venta en
Londres y los rusos ricos que no sufren las sanciones se codean con sus
homólogos globales en el Foro Económico Mundial de Davos, la Bienal de
Venecia y las pistas de esquí de Aspen.
En los años que han transcurrido desde que conocí a Volodia, he tenido la
oportunidad de estudiar el hampa rusa local y del extranjero como
académico, como asesor del Gobierno (incluyendo un período en el
Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth británico), como
asesor empresarial y, en ocasiones, también para la policía. He presenciado
su ascenso, tal vez no su caída, pero sí su transformación, cada vez más
asimilada por una élite política mucho más despiadada a su modo que los
viejos capos criminales. En cualquier caso, todavía tengo viva la imagen de
ese francotirador maltratado por la guerra, una metáfora de una sociedad
que estaba a punto de quedar engullida por una espiral prácticamente
incontenible de corrupción, violencia y criminalidad.
INTRODUCCIÓN

El lobo puede mudar de piel, pero no de naturaleza.

Proverbio ruso

En 1974, un cuerpo desnudo fue arrastrado hasta la costa de Strelna, al


sudoeste de Leningrado (como se conocía entonces a San Petersburgo). Tras
haber flotado durante un par de semanas en el golfo de Finlandia, su
aspecto no era agradable de ver. Aunque el cadáver no hubiera tenido que
lidiar con las bacterias y la devastación de los insectos que habría sufrido en
tierra, los habitantes marinos habían dado buena cuenta de él, deleitándose
especialmente en los ojos, labios y extremidades. La serie de profundas
heridas por incisión que presentaba en el abdomen era un claro indicador de
la causa de su muerte. No obstante, al carecer de huellas dactilares y ropa, y
tener la cara hinchada, golpeada por las rocas y parcialmente devorada, no
había ninguno de los indicios convencionales que se usan en la
identificación de cadáveres. Existía la posibilidad de revisar su historial
dental, pero esto sucedió antes de que entráramos verdaderamente en la era
de los ordenadores y, en cualquier caso, la mayoría de sus dientes eran
implantes de metal barato, fruto de una vida aparentemente marginal. No se
había notificado la desaparición de su persona. Ni siquiera procedía de la
región de Leningrado.
No obstante, lo identificaron en solo dos días. La razón es que su cuerpo
estaba decorado copiosamente con tatuajes.
Los tatuajes eran la marca de un vor, una palabra que significa «ladrón»
en ruso, pero también un término general usado para designar a un miembro
de los bajos fondos soviéticos, el llamado «mundo de los ladrones», o
vorovskói mir, y de la vida en el sistema de trabajos forzados del gulag. La
mayoría de los tatuajes todavía eran reconocibles, y se llamó a un experto
en su «lectura». En cuestión de una hora habían sido descifrados. ¿El ciervo
saltando que llevaba en el pecho? Simbolizaba un término utilizado en uno
de los campos de trabajo del norte. Eran conocidos por la dureza de sus
regímenes, y sobrevivir a ello era una señal de orgullo en el mundo varonil
del criminal profesional. ¿El cuchillo rodeado de cadenas que tenía en el
antebrazo derecho? Aquel hombre había cometido una agresión violenta
cuando estaba entre rejas, pero no un asesinato. ¿Tres cruces en los
nudillos? Tres condenas separadas cumplidas en prisión. Tal vez el más
significativo fuera el ancla oxidada que llevaba en la parte superior del
brazo, rodeada por un alambre de espinos que claramente había sido
añadido después: un excombatiente de la Marina que había sido sentenciado
a prisión por un delito cometido cuando estaba de servicio. Con estos datos,
fue relativamente rápido identificar al muerto como un tal «Matvei
Lodochnik», o «Matvei el Barquero», antiguo oficial de la Marina que unos
veinte años atrás había golpeado a un recluta hasta casi matarlo a resultas de
que saliera a la luz su negocio adicional de venta de provisiones del cuartel.
Matvei fue destituido y pasó cuatro años en una colonia penitenciaria,
dejándose arrastrar hacia el mundo de la delincuencia y siendo sentenciado
dos veces más, incluyendo un período en un duro campo de trabajo del
norte. Acabó convertido en un integrante del hampa de Vólogda, unos 550
kilómetros al este de Strelna.
La policía nunca llegó a averiguar la razón por la que Matvei se
encontraba en Leningrado ni por qué había muerto. Para ser sinceros,
probablemente no les importaba mucho. Pero la rapidez con la que fue
identificado da fe no solo del lenguaje particularmente visual del hampa
soviética, sino también de su universalidad. Sus tatuajes representaban tanto
su compromiso con la vida criminal como su historial.1
Obviamente, todas las subculturas criminales tienen una especie de
lenguaje propio, tanto oral como visual.2 Los yakuza japoneses llevan
elaborados tatuajes de dragones, héroes y crisantemos. Los pandilleros
callejeros estadounidenses portan los colores de su banda. Cada
especialidad criminal tiene sus términos técnicos, cada entorno delictivo
dispone de una jerga propia. Esto sirve para diferentes propósitos, desde
distinguir al iniciado del que es ajeno a ese mundo hasta demostrar el
compromiso que se tiene con el grupo. Sin embargo, los rusos se distinguen
claramente por la escala y la homogeneidad de sus lenguajes, tanto
hablados como visuales, una muestra patente de la coherencia y
complejidad de su cultura del hampa, pero también de su determinación a
rechazar e incluso desafiar activamente la cultura establecida. Descifrar los
detalles de los lenguajes de los vorí nos dice mucho acerca de sus
prioridades, sus preocupaciones y sus pasiones.
La subcultura de los vorí data en principio del tiempo de los zares, pero
fue radicalmente reformulada en los gulags de Stalin entre las décadas de
1930 y 1950. Primero, los criminales mostraron un rechazo inflexible e
impenitente hacia el mundo legítimo, tatuándose en zonas visibles como
gesto elocuente de desafío. Tenían su propio lenguaje, sus propias
costumbres, su propia figura de autoridad. Este era el llamado vor v zakone,
«el ladrón que sigue el código», o «ladrón de ley» literalmente, una
legalidad con un sentido propio, ajeno al del resto de la sociedad.
Ese código de los vorí cambiaría con el tiempo, al albor de una nueva
generación atraída por las oportunidades de colaborar en sus propios
términos con un Estado cínico y despiadado. Los vorí perderían su dominio
para adoptar un papel subordinado ante los barones del mercado negro y los
líderes corruptos del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS),
pero, durante las grises décadas de 1960 y 1970, no desaparecieron, y,
cuando el sistema soviético se precipitaba hacia su inevitable derrumbe,
resurgieron de nuevo. Volvieron a reinventarse para cumplir con las
necesidades del momento. Se fundieron con la nueva élite de la Rusia
postsoviética. Los tatuajes desaparecieron o quedaron ocultos bajo las
camisas blancas impolutas de una nueva hornada voraz de gánsteres-
empresarios, el avtoritet (la «autoridad»). En la década de 1990 se abrió la
barra libre, y los nuevos vorí cogieron a manos llenas. Los bienes del
Estado fueron privatizados por cuatro rublos, las empresas se vieron
forzadas a pagar por una protección que posiblemente no necesitaran y,
cuando cayó el Telón de Acero, los gánsteres rusos salieron a apoderarse del
resto del mundo. Los vorí eran parte de una forma de vida que a su modo
reflejaba los cambios por los que había pasado Rusia a lo largo del siglo XX.
En ese proceso, el crimen organizado —que en otro lugar he definido
como una labor continuada, separada de las estructuras sociales legales y
tradicionales, en la cual numerosas personas trabajan en conjunto siguiendo
una jerarquía propia para generar poder y beneficio propios a través de
actividades ilegales— alcanzó plenas facultades en una Rusia que también
empezaba a organizarse mejor.3 Desde la restauración de la autoridad
central con el mandato del presidente Vladímir Putin en el año 2000, los
nuevos vorí han vuelto a adaptarse, intentando pasar desapercibidos e
incluso trabajando para el Estado cuando es necesario. Por el camino, el
crimen organizado ruso se ha convertido de golpe en una pesadilla
internacional, una marca global y un concepto disputado. Algunos lo ven
como el brazo armado informal del Kremlin y desprecian airadamente a
Rusia como «Estado mafioso». Para otros, los descendientes de los vorí son
simplemente una colección incipiente de gánsteres problemáticos, pero
nada excepcionales. Sin embargo, a tenor de la representación que se hace
de ellos en los medios de comunicación occidentales, uno se ve tentado de
percibirlos como una amenaza global en todos los terrenos: los matones
más salvajes, los piratas informáticos más astutos, los asesinos más diestros.
Lo irónico es que la mayoría de estas percepciones son verdad hasta cierto
punto, aunque a menudo resulten engañosas o estén motivadas por las
razones equivocadas.
La pregunta sigue estando vigente: ¿por qué debería merecer especial
atención una fracción étnicocultural del hampa mundial en una era en la que
el crimen está cada vez más interconectado e internacionalizado y es más
cosmopolita?
El desafío que representa el crimen organizado ruso es formidable. A
nivel local desvirtúa los esfuerzos por controlar y diversificar la economía
rusa. Supone un freno a la tarea para dotar a Rusia de un mejor gobierno.
Ha penetrado en las estructuras financieras y políticas del país y también
mancha la «marca nacional» en el extranjero (el mafioso ruso y el
empresario corrupto son dos estereotipos generalizados). A escala mundial
también representa un desafío. El crimen organizado ruso o eurasiático,
como quiera que sea definido, opera alrededor del mundo de manera activa,
agresiva y empresarial, como una de las fuerzas más dinámicas de la nueva
hampa transnacional. Proporciona armas a los insurgentes y a los gánsteres,
trafica con drogas y personas y mercadea con todo tipo de servicios
criminales, desde el lavado de dinero al pirateo informático. Por todo ello,
es tanto un síntoma como una causa del fracaso del Gobierno ruso y de la
élite política para establecer e imponer la ley, mientras que gran parte del
resto del planeta permanece dispuesto —en ocasiones incluso encantado—
a lavar su dinero y venderles caros áticos de lujo.
Este libro trata sobre el crimen organizado, o quizá de manera más
específica sobre criminales organizados y, particularmente, sobre la
extraordinaria y brutal cultura criminal de los vorí. Esta subcultura criminal
se ha metamorfoseado periódicamente a medida que han ido cambiando los
tiempos y las oportunidades. Los matones tatuados, cuyas experiencias en
los campos de trabajo significaban que no tenían ningún temor a las
cárceles modernas, han desaparecido prácticamente de la vista. Los
criminales modernos rusos suelen evitar incluso el término vor e ignoran la
mayoría de estructuras y restricciones vinculadas con él. Ya no se alejan de
la cultura establecida. Renuncian a los tatuajes que los catalogaban
abiertamente como miembros del vorovskói mir (razón por la cual,
actualmente, sería más difícil situar a Matvei). Pero asumir que esto
significa que los vorí han desaparecido del todo o que el crimen organizado
ruso carece de distintivos sería cometer un gran error. Tal vez los nuevos
padrinos se hagan llamar avtoriteti, y sus negocios abarquen de lo
esencialmente legítimo a lo absolutamente criminal, quizá se impliquen en
política y se dejen ver en galas benéficas. Pero siguen siendo los herederos
del empuje, la determinación y la crueldad de los vorí, hombres de quienes
incluso un capo de la mafia de Nueva York dijo: «Nosotros, los italianos, te
matamos. Pero los rusos están locos, matan a toda tu familia».4
Así pues, los temas fundamentales del libro son tres. El primero es que
los gánsteres rusos son únicos, o al menos lo fueron. Surgieron a lo largo de
tiempos de rápido cambio político, social y económico —desde la caída de
los zares, pasando por el torbellino de modernización de Stalin, hasta el
colapso de la URSS—, lo que supuso unas presiones y unas oportunidades
específicas. Aunque hasta cierto punto un gánster sea un gánster en todas
partes del mundo, y los rusos supuestamente empiezan a formar parte de
una hampa global homogeneizada, la cultura, las estructuras y las
actividades de los criminales rusos fueron particulares durante mucho
tiempo, sobre todo en cuanto a su relación con la cultura establecida.
El segundo tema central es que los gánsteres son el espejo oscuro de la
sociedad rusa. Por más que quisieran presentarse como entes ajenos a la
sociedad general, eran y continúan siendo la sombra de esta, y se definen
según sus tiempos y formas. Explorar la evolución del hampa rusa también
es hablar sobre la historia y la cultura rusas, algo que es especialmente
significativo en la actualidad, un momento en que las fronteras entre el
crimen, los negocios y la política, si bien son importantes, se encuentran
difuminadas demasiado a menudo.
Finalmente, los gánsteres rusos no solo han sido moldeados por los
cambios de Rusia, sino que también han contribuido a ellos. Confío en que
parte del valor de este libro consista en abordar los mitos sobre el
predominio del crimen en la nueva Rusia, pero también en discernir las
formas en las que sus «altas esferas» han sido influenciadas por los «bajos
fondos». Que los expresidiarios tatuados hayan dado paso a una nueva
hornada de criminales-empresarios con orientación global, ¿es un síntoma
de la formación adquirida por los gánsteres en el país o de la
criminalización de la economía y la sociedad rusa? En el caso de que
estuviéramos ante un «Estado mafioso», ¿qué significa eso realmente?
¿Está Rusia gobernada por gánsteres? No, por supuesto que no, y he
conocido a muchos agentes de policía y jueces rusos determinados y
dedicados que se comprometen a luchar contra ellos. No obstante, tanto
políticos como empresarios utilizan métodos más propios del vorovskói mir
que de las prácticas legales, el Estado contrata a piratas informáticos y
proporciona armas a los gánsteres para combatir sus guerras, y se oyen
canciones y jerga vor en las calles. Incluso el presidente Putin recurre
ocasionalmente a esta forma de hablar para reafirmar sus credenciales
callejeras. Tal vez la verdadera pregunta, con la cual acaba este libro, no sea
hasta qué punto ha conseguido el Estado dominar a los gánsteres, sino hasta
qué punto han llegado los valores y las prácticas de los vorí a influir en la
Rusia moderna.
PRIMERA PARTE

LOS ORÍGENES
1

LA TIERRA DE KAIN

Incluso un obispo roba cuando tiene hambre.

Proverbio ruso

Vanka Kain, bandido, secuestrador, ladrón y, en ocasiones, confidente de las


autoridades, fue el azote de Moscú durante las décadas de 1730 y 1740.
Cuando la princesa Isabel I llegó al poder mediante un golpe de Estado en
1741, ofreció amnistía a los forajidos que delataran a sus compañeros. Kain
se decidió a aprovechar la oportunidad para limpiar un historial manchado
con casi una década de crímenes. Mientras trabajaba oficialmente como
confidente del Gobierno y cazador de ladrones, continuó su actividad
criminal, corrompiendo a sus supervisores del Sisknói prikaz, la Oficina de
Investigadores. Pero aquellas relaciones adquirirían después su propia
dinámica de dominación. Comenzó ofreciéndoles una parte de su botín, que
solía consistir en importaciones de lujo como pañuelos italianos y vino
renano. Con el tiempo, sus supervisores se volvieron más avariciosos y
exigentes, obligando a Kain a cometer delitos más atrevidos y peligrosos
para satisfacerlos. Esto acabó saliendo a la luz, y Kain fue juzgado y
condenado a una cadena perpetua de trabajos forzados.
Kain se convirtió en un héroe romántico del folclore ruso. Obviamente, la
figura del delincuente al que se considera un héroe está presente en la
cultura popular de todo el mundo, desde Robin Hood a Ned Kelly. Pero el
ladrón ruso, al contrario que Robin Hood, no lucha contra un usurpador que
lo explota. No es un incomprendido, ni una víctima de una infancia
desgraciada, y tampoco un buen hombre que se encuentra en una situación
crítica. Es simplemente un «ladrón honrado» en un mundo en el que solo se
distingue entre los ladrones que son sinceros respecto a su naturaleza y
aquellos que ocultan su criminalidad interesada bajo las capas de los
boyardos, los uniformes de los burócratas, las togas de los jueces y los
trajes de los hombres de negocios, según dicten los tiempos.
La historia de Kain podría ser perfectamente la de un vor del siglo XX, o
incluso actual: el gánster a quien las autoridades creen poder dominar, pero
que acaba corrompiéndolas. Cambiad los caballos por los BMW y las capas
de pieles por el chándal, y la historia de Kain podría reproducirse en la
Rusia postsoviética sin el menor atisbo de anacronismo.

HISTORIAS CRIMINALES

No soy ningún erudito, pero puedo decirte esto: los rusos han sido siempre los mejores
criminales del mundo y también los más valientes.

Graf («conde»), criminal de rango medio (1993)1

Irónicamente, aunque los vorí tienen un pedigrí histórico poderoso, nunca


han mostrado demasiado interés en él. Algunos criminales se deleitan en su
historia, aunque esta suele estar basada en mitos, haber sido romantizada o
simplemente inventada. Así, las tríadas chinas se representan como
descendientes de una tradición centenaria de sociedades secretas que luchan
contra tiranos injustos.2 Los yakuza afirman que sus orígenes no están en
los bandidos kabuki mono («los locos») que aterrorizaron el Japón del siglo
XVII,ni en los matones de alquiler de los jefes del trapicheo y las apuestas,
sino en la casta de guerreros samurái y en las milicias públicas llamadas
machi yakko («sirvientes de la ciudad») que se formaron para combatir a los
kabuki mono.3 El crimen organizado ruso moderno, por el contrario, parece
deleitarse en la negación de su historia y ni siquiera muestra un interés
folclorista en su pasado. Al rechazar la memorialización de su cultura (al
contrario que sus miembros actuales), se sitúa firmemente en el presente y
vuelve la espalda a su historia.4 Incluso se rechaza la cultura tradicional del
vorovskói mir, rica en folclore y costumbres brutales y sangrientas
generadas y transmitidas en los campos de prisioneros del gulag, ya que la
nueva generación de líderes criminales, los llamados avtoriteti
(«autoridades») desdeñan los tatuajes y las rutinas que distinguían a la
generación anterior.5
No obstante, a pesar de todo ello, el hampa rusa moderna de criminales-
empresarios, con trajes de diseño, guardaespaldas y matones armados hasta
los dientes, no surgió de la nada a partir de la transición tumultuosa de su
país a los mercados en 1991 tras el derrumbe del sistema soviético. Son
herederos de una historia que refleja en sus contratiempos y vicisitudes
procesos de mayor alcance que dieron forma a Rusia, desde los siglos de
aislamiento rural, pasando por la chapucera industrialización intensiva que
llevó a cabo el Estado a finales del siglo XIX, hasta llegar a la
modernización del régimen estalinista impulsada por el gulag. No obstante,
tal vez lo más sorprendente sea que la historia rusa, a pesar de estar llena de
bandidos inmisericordes y asesinos sanguinarios, haya permanecido
férreamente dominada por estafadores, malversadores y gánsteres que
entendieron cómo utilizar el sistema en su propio beneficio, cuándo tenían
que plantarle cara y cuándo pasar desapercibidos.
Una de las lecciones que aprendemos a partir de la evolución histórica
del crimen organizado ruso es que surge a partir de una sociedad en la que
el Estado solía actuar con torpeza, estar depauperado y ser profundamente
corrupto, pero también fundamentalmente despiadado, ajeno a las sutilezas
de los trámites legales y dispuesto a usar la violencia de manera desmedida
para proteger sus intereses cuando se sentía amenazado. Durante la década
de 1990 hubo un período en el que parecía que los criminales gobernasen el
país. Sin embargo, el Estado ha vuelto por sus fueros con mayor fuerza con
Vladímir Putin y esto ha afectado tanto al crimen como a la percepción que
se tiene del mismo. No obstante, esa mezcla de coacción, corrupción y
conformidad con la ley fue una parte esencial de la criminalidad rusa
incluso antes de la anarquía de la era postsoviética.

¿PUEDE LA POLICÍA CONTROLAR RUSIA?

Nunca digas la verdad a un policía.

Proverbio ruso

El crimen organizado ruso habría podido evolucionar presumiblemente de


dos formas diferentes, a partir de sus dos precursores posibles, uno rural y
otro urbano. En el siglo XIX parecía que los bandoleros rurales tuvieran un
mayor potencial. Al fin y al cabo, se trataba de un país prácticamente
imposible de patrullar. A finales de esa centuria, la Rusia zarista cubría casi
una sexta parte de la masa continental del mundo. Su población de 171
millones de habitantes en 1913 estaba compuesta de manera abrumadora
por un campesinado disperso a lo largo de este enorme territorio, a menudo
en pequeños pueblos y comunidades aisladas.6 Simplemente para que las
órdenes judiciales o los mandatos llegaran desde la capital, en San
Petersburgo, hasta Vladivostok, en la costa del Pacífico, podían pasar
semanas, incluso mediante el correo con posta de caballos. El sistema
ferroviario, el telégrafo y el teléfono ayudarían, pero el tamaño del país
supuso un impedimento para el Gobierno en muchos aspectos.
Es más, el imperio era un mosaico de climas y culturas diferentes
incorporadas en su mayor parte mediante la conquista. Lenin lo llamó la
«cárcel de las naciones», pero el Estado soviético aceptó voluntariamente
esta herencia imperial e incluso la Federación Rusa actual es un
conglomerado multiétnico con más de cien minorías nacionales.7 Al sur
estaban las ingobernables y montañosas regiones caucásicas, conquistadas
en el siglo XIX, pero nunca subyugadas realmente. Al este se encontraban
las provincias islámicas de Asia central. En la parte occidental se hallaban
las culturas sometidas más avanzadas de la Polonia del Congreso (o Polonia
rusa) y los estados bálticos. El núcleo de la cultura eslava también incluía
los fértiles campos de cultivo de la región de Tierras Negras ucraniana, las
extensas y superpobladas metrópolis de Moscú y San Petersburgo y la
helada taiga siberiana. En su conjunto, el imperio comprendía alrededor de
doscientas nacionalidades, de entre las cuales los eslavos representaban dos
tercios del total.8
Las fuerzas del orden público tenían que lidiar con una amplia variedad
de culturas legales de ámbito local frecuentemente ligadas a personas para
las que el orden zarista era una fuerza de ocupación brutal y extranjera, así
como con los desafíos prácticos que suponían la captura de criminales que
podían viajar a través de las diferentes jurisdicciones. La situación podría
haberse mitigado dedicando más recursos a esa causa, pero se trataba de un
Estado ahorrativo respecto a la cuestión policial. Al fin y al cabo, el Estado
ruso había sido relativamente pobre a lo largo de la historia, ineficaz en la
recaudación de impuestos, y estaba basado en una economía que solía ser
marginal. El gasto en cuerpos policiales y sistema judicial estaba en un
distante segundo plano respecto al presupuesto para el ejército. En 1900, la
proporción destinada a la policía era de un 6 por ciento, muy por debajo de
la media europea y posiblemente la mitad de lo que gastaba Austria o
Francia, y un cuarto de lo que empleaba Prusia.9 La policía rusa estaba
obligada a hacer más con un gasto proporcional mucho menor.
Los sucesivos zares fracasaron en su intento por controlar policialmente
el país. Todos, desde la Razbóinaia izbá, u Oficina contra el Bandolerismo,
establecida por Iván IV el Terrible [1533-1584], a las fuerzas urbanas y
rurales de Nicolás I [1825-1855], demostraron no estar a la altura de ese
reto.10 El control del Estado sobre el campo fue siempre mínimo y estuvo
centrado en la supresión de revueltas, dependiendo del apoyo de la nobleza
local (y del pago de su guardia). La policía, tanto urbana como rural, tendía
a ser una fuerza que se limitaba a reaccionar, ya que adolecía de falta de
personal y recursos, una moral y formación muy limitadas, un elevado
índice de abandonos, corrupción endémica (todo ello síntomas en parte de
unos salarios más bajos que los de un campesino sin cualificar) y escaso
apoyo popular.11 Es más, tenían que soportar una carga de obligaciones
adicionales que distraían su labor policial, desde la supervisión de los
oficios religiosos a organizar la captación de reclutas para el ejército. ¡El
«sumario» de obligaciones de la policía publicado en la década de 1850
contaba con cuatrocientas páginas!12
Y para colmo, la policía era tan corrupta como cualquier otra institución
del Estado, lo que parece formar parte de la tradición rusa. La historia
apócrifa cuenta que cuando el reformista y constructor del Estado Pedro I el
Grande propuso colgar a cada hombre que desfalcara al Gobierno, su
procurador general ofreció como sincera respuesta que esto lo dejaría sin
funcionario alguno, ya que «todos robamos, la única diferencia es que
algunos robamos en mayores cantidades y más abiertamente que otros».13
No exageraba mucho, pues incluso en el siglo XIX, aunque los funcionarios
tenían prohibido hacerlo oficialmente, se esperaba de ellos que practicaran
lo que en la época medieval se denominaba kormlenie («alimentarse»). En
otras palabras, no se espera que subsistieran gracias a sus inadecuados
salarios, sino que los complementaran mediante la aceptación de acuerdos
subrepticios y sobornos sensatos.14 La leyenda dice que el zar Nicolás I le
dijo a su hijo: «Creo que tú y yo somos las únicas personas de Rusia que no
robamos».15 Hasta 1856 no se llevó a cabo la primera investigación por
corrupción en el Gobierno y su dictamen fue que menos de 500 rublos no
debería considerarse soborno en absoluto, sino una mera expresión de
agradecimiento.16 Para hacer una comparativa, pensemos que en aquella
época un agente de la policía rural cobraba 422 rublos al año.17 Esto se
convertía en un problema particular cuando las personas sobrepasaban la
frontera de la «corrupción aceptable». Por ejemplo, el teniente general
Reinbot, el gradonachálnik (jefe de policía) de Moscú entre 1905 y 1908,
se hizo famoso por utilizar su puesto para la extorsión de pagos
desorbitados, estableciendo un ejemplo peligroso para sus subordinados.18
Dos mercaderes que testificaron ante una comisión de investigación de los
chanchullos de Reinbot, comentaron que:

La policía ha aceptado sobornos anteriormente, pero de una forma que en comparación era
decente… Cuando llegaban las vacaciones, la gente solía llevarles lo que podían permitirse, lo
que les sobraba, y la policía solía aceptarlo y mostrarse agradecida. Pero esta nueva extorsión
comenzó a partir de la Revolución [de 1905]. Al principio, las extorsiones eran cautas, pero
cuando se enteraron de que el nuevo teniente general, es decir, Reinbot, también cobraba
sobornos, ya no aceptaban unto, sino que comenzaron a robar directamente a la gente.19

Reinbot fue destituido en mitad de una investigación pública, pero la


mayoría de agentes de la policía eran mucho más discretos. Además, el
destino de Reinbot no se podía considerar como disuasorio: cuando
finalmente llegó a ser juzgado ante el tribunal establecido en 1911, más allá
de la pérdida de sus títulos y derechos especiales, fue sentenciado a pagar
una multa de 27.000 rublos y a un año de cárcel. La multa no suponía un
gran apuro, ya que Reinbot había recibido supuestamente 200.000 rublos
gracias a solo uno de sus tratos, y Nicolás II posteriormente intercedió por
él para asegurarse de que no llegara a entrar en prisión.
Las corruptelas eran un mal endémico en la policía en su conjunto, desde
hacer la vista gorda a cambio de algún favor a la extorsión directa. Ni
siquiera los agentes que eran esencialmente honestos veían problema
alguno en saltarse la ley en el cumplimiento de su deber, fabricar
confesiones o aplicar la «ley del puño» (kuláchnoie pravo) para enseñarles
una rápida lección a los malhechores mediante una buena paliza. Su lema
era «cuanto más severos seamos, más autoridad tendrá la policía», pero esa
autoridad no implicaba respeto ni apoyo alguno.20 Tal vez no pueda resultar
sorprendente (aunque tampoco es defendible) que la policía, alienada del
resto de la masa y sintiendo un escaso respaldo de un Estado que pagaba
poco y esperaba mucho de ella, decidiera quedarse con el sobrante y
llenarse los bolsillos.

LA JUSTICIA DEL CAMPESINO

Este es nuestro criminal, y lo castigaremos como queramos.

Un campesino21

La cultura rusa es especialmente rica en formas de resistencia del


campesinado frente a sus amos, ya se trate del Estado o de los terratenientes
locales, nobles o agentes que los asedian. En un extremo de ese espectro
tenemos las esporádicas expresiones de violencia rural conocidas como
bunt («batida»), que Alexandr Pushkin caracterizó como «la rebelión rusa,
sin sentido y sin piedad».22 Rusia se ha enfrentado a rebeliones
generalizadas en diferentes épocas, como el alzamiento de Pugachov de
1773-1774 o la Revolución de 1905, pero lo más común eran los casos de
violencia localizada, como los prendimientos de forajidos o las visitas del
«gallo rojo» (la jerga para denominar los incendios provocados, un delito
que los campesinos usaron como «arma efectiva de control social y
lenguaje de protesta en sus comunidades, así como contra aquellos a los que
consideraban intrusos»).23
En la práctica, Rusia estaba controlada en su mayor parte gracias a la
mano dura de la comunidad y al látigo de los terratenientes. Incluso el jefe
de la gendarmería paramilitar de 1874 opinaba que la policía local carecía
«de la posibilidad de organizar ningún tipo de vigilancia policial en
localidades con centros de manufactura densamente poblados», de modo
que no eran más que «espectadores pasivos de los actos criminales que allí
se cometen».24 En su lugar, el orden del pueblo se mantenía exclusivamente
a través del samosud («justicia personal»), una forma de ley del
linchamiento con una sorprendente variedad de matices, según la cual los
miembros de la comunidad aplicaban su propio código moral a los
delincuentes, independientemente de las leyes del Estado o incluso
desafiándolas directamente. Esto ha sido estudiado en mayor profundidad
por Cathy Frierson, quien concluyó, contrariamente a las opiniones de
muchos funcionarios de la policía y del Estado de la época, que no se
trataba de violencia sin sentido, sino de un procedimiento con una lógica y
unos principios propios.25 Por encima de todo, esta forma de control social
que en ocasiones era brutal, estaba fundamentalmente dirigida a la
protección de los intereses de la comunidad: se castigaban sin piedad
aquellos delitos que representaban una amenaza para la supervivencia o
para el orden social del pueblo. Eso incluía especialmente el robo de
caballos, que amenazaba el propio futuro de la comunidad al privarla de una
fuente de potros, energía, transporte y, llegado el momento, de carne y
pieles. El castigo impuesto solía ser la pena de muerte, que en ocasiones
implicaba métodos especialmente dolorosos e ingeniosos. Por ejemplo,
estaba el caso del ladrón al que se desollaba vivo antes de partirle la cabeza
con un hacha,26 u otro caso en el que se le daba una paliza hasta dejarlo al
borde de la muerte para después arrojarlo al suelo delante de un caballo de
tiro para que este le asestara su poético tiro de gracia.27
¿Podía considerarse esto un crimen o simplemente un acto policial
comunal? Ni que decir tiene que el Estado rechazaba y temía la idea de que
los campesinos impartieran la justicia por su cuenta, pero no podía hacer
mucho al respecto, debido a la fortaleza del código moral personal de los
campesinos y a las dificultades prácticas de realizar una vigilancia policial
diaria en un país tan extenso. Los efectivos policiales estaban muy
desperdigados a lo largo de los campos, no parecían capaces de prometer
justicia real o restituciones (resulta revelador que solo el 10 por ciento de
los caballos fueran recuperados) y rara vez realizaban grandes esfuerzos por
granjearse la simpatía de los lugareños.28 Por ejemplo, la guardia rural,
conocida como los uriádniki, era reclutada entre el campesinado, pero, al
llevar el uniforme del zar, eran considerados aliados del Estado. (Merece la
pena destacar en este punto que la prerrogativa de no luchar por el Estado
estará presente también en la cultura vor.) Los campesinos solían llamarlos
«perros» y los uriádniki les devolvían el favor: un observador
contemporáneo se quejaba de que «presumían de su superioridad de mando
y casi siempre trataban a los campesinos con desdén».29 De modo que no
puede resultar sorprendente que cierta fuente de la época indicara que solo
se denunciaba uno de cada diez crímenes rurales.30 No obstante, los
mecanismos de control interno del pueblo —la tradición, la familia, el
respeto por los ancianos y finalmente, la samosud— aseguraban que la
ausencia de control por parte de efectivos del Estado no supusiera una
anarquía absoluta.
Esto se debe especialmente a que los delitos rurales más comunes, aparte
del tipo de riñas interpersonales que la comunidad resolvía por su cuenta,
eran la caza furtiva o el robo de madera de los bosques de los terratenientes
o zares, en los que la moral de los campesinos no veía daño alguno. Estos
delitos conformaban el 70 por ciento de las condenas por robo en la Rusia
zarista.31 En ruso existen dos palabras diferenciadas para referirse al delito:
prestuplenie, palabra esencialmente técnica, el quebrantamiento de la ley, y
zlodeianie, que lleva implícita un juicio moral.32 Hay un proverbio del
campesinado elocuente a este respecto: «Dios castiga el pecado y el Estado
castiga la culpa».33 La caza furtiva bien podía ser prestuplenie, pero la
gente del campo no lo consideraba zlodeianie, ya que el terrateniente
disponía de madera más que suficiente para satisfacer sus necesidades
personales y «Dios hizo el bosque para todos».34 Podía ser interpretado
incluso como un acto de bandolerismo social, una redistribución mínima de
la riqueza del explotador al explotado. Según la visión del marqués de
Custine, un viajero del siglo XVIII, «los siervos tenían que estar en guardia
contra sus amos, que actuaban constantemente hacia ellos con una clara y
desvergonzada mala fe», así que respondían «compensando mediante
artificio lo que habían sufrido a través de la injusticia».35

LA VIGILANCIA POLICIAL EN EL CAMPO

¿Cómo se suponía que haría cumplir la ley en una población de sesenta mil personas
diseminadas en cuarenta y ocho asentamientos con solo cuatro sargentos y ocho guardias?

Jefe de policía rural (1908)36


Obviamente, nada de esto podía ser considerado «crimen organizado» en el
sentido estricto de la palabra. Aunque actos como el asesinato samosud en
serie eran crímenes que sin duda se cometían de manera organizada, no se
realizaban en beneficio propio. Ni siquiera la caza furtiva organizada y de
larga duración se acerca marginalmente a ese criterio, sobre todo porque
solía gestionarse en el contexto de las estructuras de autoridad tradicional
del pueblo. Aunque las reformas de Nicolás I fueron un comienzo
significativo, no supusieron más que eso. Ciertamente, no llevaron la ley y
el orden a la profundidad de los bosques, a los oscuros campos ni a las
fronteras sin delimitar de Rusia. Se esperaba que un cuerpo que a finales del
siglo XIX había crecido hasta los 47.866 agentes de diferente rango y
variedad vigilara un país de 127 millones de individuos.37 Es posible que en
las ciudades existiera cierto control policial (aunque incluso esto está
sometido a debate, como veremos después), pero el problema estaba en el
campo, donde 1.582 stanovíe prístavi (jefes de la policía rural) y 6.874
uriádniki tenían que patrullar los inmensos terrenos rurales del interior y
mantener a raya a 90 millones de personas.38 ¡Cada stanovói prístav era así
responsable de una media de 55.000 campesinos!
Como resultado de ello, el campo era terreno abonado para las bandas
establecidas o errantes, que a veces arraigaban en una comunidad y se
valían de foráneos dispuestos a robar a quien fuera. Esto no era nada nuevo,
pues hacía tiempo que el bandolerismo era una característica distintiva de la
vida rusa. Raras veces podía considerarse como crimen organizado a ese
bandolerismo de los primeros tiempos. Aunque existen relativamente pocos
datos fidedignos, no parece haber constancia de grupos criminales
autónomos importantes que operasen durante un período prolongado, como
los identificados por Anton Blok en los Países Bajos del siglo XVIII,39 por
ejemplo, o como el que representaba en el siglo XVI el líder de los bandidos
italianos Francesco Bertazuolo, que dirigía a varios cientos de hombres
divididos en «compañías» separadas, así como toda una red de espías.40 Ni
siquiera el famoso Vasili Churkin, un asaltador de caminos que aterrorizó la
región de Moscú durante la década de 1870, era tan influyente como el
folclore popular daba a entender.41 En lugar de ser el temido amo de una
banda de malhechores a gran escala, no era más que un asesino que apenas
tuvo un puñado de secuaces. Esa era la norma, y la mayoría de bandas eran
pequeñas agrupaciones de forajidos e inadaptados, a menudo efímeras, que
no suponían una gran amenaza para el orden rural. En cambio, lo que sí
suponía un reto era el sinnúmero de estos pequeños grupos.
Una excepción particular a esta exclusión del bandolerismo rural de la
definición de crimen organizado eran las pandillas de cuatreros, que
representaban tal preocupación para el campesinado ruso que reservaban
para ellos los asesinatos samosud más salvajes.42 Los cuerpos sin vida de
estas víctimas de la ley del linchamiento solían dejarse en el cruce de
caminos más cercano (a veces, decorados simbólicamente con bridas o
sogas de crin de caballo) como advertencia para otros posibles ladrones de
caballos que quisieran seguir sus pasos. Sin embargo, la amenaza de la
samosud también obligó a los criminales a organizarse.

LADRONES DE CABALLOS Y TRADICIÓN BANDOLERA

Las epidemias periódicas, las cosechas fallidas y otros desastres no pueden compararse a
los perjuicios que causan esos ladrones de caballos en el campo. Los ladrones de caballos
representan para el campesino un miedo perpetuo y continuo.

GEORGUI BREITMAN (1901)43

El ladrón de caballos vivía una vida violenta y peligrosa, amenazado tanto


por la policía como por los grupos de linchamiento del campesinado. Solía
formar una banda, apoderarse de un pueblo y establecer después redes
complejas para el comercio de caballos en otras regiones donde no pudieran
ser reconocidos. Esto representa un interesante paralelismo fortuito respecto
al gánster ruso moderno, que suele intentar crear una base de operaciones
mediante la corrupción o la amenaza de las élites políticas locales, como eje
para la formación de redes criminales que a menudo son transnacionales.
Estas bandas de cuatreros tenían que disponer de los efectivos, la
fortaleza y la astucia suficientes para esquivar no solo a las autoridades,
sino también a los propios campesinos, que eran mucho más peligrosos. En
algunos casos, su número ascendía hasta los cientos de miembros.44 Por
ejemplo, un investigador escribió acerca de la banda liderada por un tal
Kubikovski, que incluía a casi sesenta criminales y tenía su centro de
operaciones en el pueblo de Zbeliutka, donde se refugiaban en una cueva
subterránea en cuyo interior podían ocultar hasta cincuenta caballos. Si esta
se encontraba completa o impracticable, en cada pueblo había un agente
conocido como shevronist al que se llamaba para esconder caballos o
proporcionar información.45 Aunque tampoco tenían que ocultarlos durante
mucho tiempo. A pesar de que hubiera gran demanda de caballos, estos eran
relativamente fáciles de identificar, de modo que las bandas —como los
ladrones de coches actuales—necesitaban encubrir el nombre de su
propietario original (normalmente mediante su venta a un comerciante de
caballos que podía volver a marcarlos y camuflarlos entre su ganado
habitual) o venderlos a la suficiente distancia de su propietario original para
que resultara imposible saber de dónde procedían. Así, un estudio de las
redes criminales de la provincia de Sarátov descubrió que:

Los caballos robados se llevan por una ruta determinada hasta el río Volga o el Sura; en
prácticamente todos los asentamientos que hay a lo largo de ese camino existe una guarida de
ladrones que transfieren inmediatamente esos caballos hasta el pueblo siguiente […] Todos los
caballos robados acaban […] más allá de los límites de la provincia y son transferidos cruzando el
Sura a las provincias de Penza y Simbirsk, o cruzando el Volga hasta la de Samara, en tanto que
Sarátov en sí recibe los caballos robados en esas tres provincias.46

Albergar estos caballos robados podía atraer mayor prosperidad a la ciudad


(en gran parte porque los ladrones despilfarraban sus ganancias en alcohol y
mujeres locales) y tal vez incluso seguridad. En algunos casos, los ladrones
de caballos operaban como precursores de la extorsión a cambio de
protección, exigiendo un pago para evitar el robo de los caballos de la
comunidad.47 Al enfrentarse con la amenaza real que suponían esos ataques
y los costes económicos de tener que montar una guardia constante para
proteger sus preciosos caballos, así como a la ausencia de una policía del
Estado efectiva, consideraban como mal menor el pago de tal «impuesto», o
la contratación de un ladrón de caballos como pastor, lo que también
proporcionaba a este la posibilidad de ocultar los ejemplares entre los del
pueblo.48
En ocasiones, esos ladrones de caballos eran atrapados, ya fuera por los
campesinos o por la policía, pero en general prosperaban, y su número fue
creciendo durante los años previos a la Primera Guerra Mundial, como
parte de una ola de crimen rural más extensa.49 Aunque se tratara
simplemente de una especialidad individual del bandolerismo rural, los
ladrones de caballos representaban una forma rudimentaria de crimen
organizado. Operaban con un claro sentido de la jerarquía y la
especialización, poseían sus propias zonas de actuación, contaban con redes
de confidentes, agentes de policías corruptos, se vengaban de aquellos que
se resistían o proporcionaban información sobre ellos,50 intercambiaban
caballos robados con otras bandas y corrompían a los comerciantes de
caballos «legítimos».51 Los más exitosos operaron durante años y, aunque
podían desarrollar vínculos con las comunidades locales a través de la
extorsión, o como vecinos y protectores, no cabía duda de que no formaban
parte de la comunidad, y en muchos casos captaban a sus miembros entre
los fugitivos, expresidiarios, desertores y forajidos de poca monta.
No obstante, este particular fenómeno del crimen organizado estaba
destinado a ser una actividad sin futuro, y no sobrevivió durante mucho
tiempo en el siglo XX. La Primera Guerra Mundial hizo que el tráfico de
caballos resultara difícil y peligroso, dado que en muchos casos se
compraban y eran requisados por el ejército, y que el caos originado por la
Revolución (1917), la posterior Guerra Civil (1918-1922) y la hambruna
(1920-1922) alteró sus redes comerciales más si cabe. Las bandas rurales
prosperaron durante un tiempo en este período de relativa anarquía y
algunas de ellas se convirtieron prácticamente en ejércitos de forajidos.52
En algunos casos, bandidos individuales, o incluso grupos enteros,
acababan siendo asimilados por la estructura administrativa o militar de
cualquiera de los dos bandos: del mismo modo que Vanka Kain trabajó
durante un tiempo para el Estado, hubo famosos criminales que hicieron lo
mismo, como Lionka Panteléiev en San Petersburgo, quien trabajó para la
Cheka, la policía política bolchevique, antes de regresar también a su vida
como criminal (y de recibir un tiro en 1923 por los sufrimientos
ocasionados).53 Sin embargo, a medida que el régimen soviético comenzó a
imponer su autoridad en el campo, estos bandidos se enfrentaron a una
presión sin precedentes por parte del Estado. Aunque la vigilancia policial
rural en su conjunto seguía sin ser una prioridad, cuando se presentaban
desafíos serios la respuesta del Estado revolucionario era mucho más
urgente y contundente. Por ejemplo, para suprimir los ejércitos de bandidos
más grandes del Volga, los bolcheviques utilizaron más de cuatro divisiones
del Ejército Rojo, además de apoyo aéreo.54 Las fuerzas primigenias de las
«batidas» y el bandolerismo seguían estando latentes, dispuestas a irrumpir
en escena en cuanto el Estado mostrara síntomas de debilidad o impusiera
una presión insoportable en la gente del campo. Por ejemplo, durante la
espiral del terror y la colectivización estalinista, la delincuencia rural volvió
a convertirse en un serio problema. En 1929, Siberia fue declarada
«insegura debido al bandolerismo», y las bandas campaban a sus anchas por
gran parte del resto de Rusia.55 En palabras de Sheila Fitzpatrick, «el suyo
era un mundo fronterizo cruel, en el que los bandidos, que a menudo eran
campesinos “dekulakizados” [campesinos ricos desposeídos] que se
ocultaban en los bosques, estaban dispuestos a pegarles un tiro a los
agentes, mientras los malhumorados campesinos miraban hacia otro
lado».56 Sin embargo, aunque los bandidos siguieron robando caballos, el
fenómeno específico de las bandas de cuatreros organizadas no sobrevivió
por mucho tiempo en la era soviética.
Los ladrones de caballos ya mostraban algunos de los rasgos del posterior
gansterismo ruso del vorovskói mir. Formaban parte de una subcultura
criminal que se apartaba deliberadamente de la sociedad general, pero
aprendieron a manipularla. Durante este proceso, se relacionaron con esa
sociedad a través de la cooperación con funcionarios corruptos y ganándose
la adhesión de poblaciones desilusionadas. Cuando tuvieron la oportunidad,
los ladrones de caballos ocuparon las estructuras políticas y establecieron
«reinos bandidos» desde los que gestionaban operaciones en cadena.
Extremadamente violentos cuando lo consideraban necesario, también eran
capaces de llevar a cabo actividades muy complejas y sutiles. A pesar de
ello, para encontrar las raíces verdaderas del crimen organizado ruso, los
verdaderos antecesores de los vorí, es preciso examinar el lugar donde se
originaron sus Kain: las ciudades.
2

COMIENDO SOPA JITROVKA

La ciudad es maravillosa para los sinvergüenzas.

Proverbio ruso

Apenas a 20 minutos de camino a pie del Kremlin estaba el Jitrovka,


posiblemente el suburbio más famoso de toda Rusia. Destruido durante el
incendio de Moscú de 1812, sus terrenos fueron comprados por el teniente
general Nikolái Jitrovó en 1823 con planes de construir allí un mercado. No
obstante, Jitrovó murió antes de que sus proyectos pudieran ser llevados a
cabo, y en la década de 1860, tras la emancipación de los siervos, la zona se
convirtió en una oficina de empleo espontánea. Era un imán para los
desposeídos y esperanzados campesinos que acababan de llegar a la ciudad,
que estaban desesperados por encontrar un lugar en que les dieran trabajo y
eran al mismo tiempo la víctima perfecta para depredadores urbanos de
todo tipo. Había un auténtico laberinto de oscuros callejones y patios
comunales repletos de albergues y posadas baratas en los que proliferaban
los desempleados, sucios y habitualmente borrachos o drogados. Había un
espeso y maloliente manto de niebla permanente que venía de las aguas
estancadas del Yauza, el tabaco barato y las ollas abiertas de sus habitantes,
donde cocinaban la infame mezcla de comida afanada y desperdicios
conocida como la «delicia de los perros». El dicho popular que dicta que
«una vez que comes sopa Jitrovka, jamás te marcharás», expresaba tanto los
índices de mortandad como las escasas posibilidades de ascenso social.1 Se
trataba de un infierno en vida, un gueto en el que más de diez mil hombres,
mujeres y niños vivían hacinados en cobertizos, chabolas, casas vecinales y
cuatro truschobi infectos: los albergues Yaroshenko (originalmente
Stepánov), Bunin, Kulakov (originalmente Romeiko) y Rumiántsev. En
estas casas dormían en literas de madera de dos y tres pisos, situadas
encima de tugurios infames con nombres reveladores como Siberia, Kátorga
(«penal de servidumbre») y Peresilni («tránsito»).2 Este último era el
refugio particular de los mendigos; el Siberia, el de los carteristas y sus
receptadores; y el Kátorga era para los ladrones y los prófugos, que podían
encontrar empleo y anonimato en el Jitrovka.
El gánster urbano era un producto de los barrios marginales de la Rusia
zarista tardía que estaba siendo urbanizada apresuradamente, los
denominados yami, en los que la vida no valía nada y era miserable. Fue en
los antros tabernarios y los albergues de los yami donde emergió la
subcultura del vorovskói mir, el «mundo de los ladrones». Su código de
separación y desprecio por la sociedad general y sus valores —la nación, la
Iglesia, la familia, la caridad— se convirtió en una de las pocas fuerzas
unificadoras en ese entorno y sería una parte esencial de las creencias
varoniles de los vorí rusos del siglo XX. No se trataba de que los criminales
carecieran de códigos o valores, sino de que los adoptaban, escogían e
inventaban en función de sus necesidades.
Por ejemplo, Benia Krik, el héroe de los Cuentos de Odesa de Isaak
Bábel, era en muchos aspectos el epítome de dos arquetipos populares
combinados: el taimado líder de la comunidad judía y el benevolente
padrino del hampa. Personaje ficticio, aunque inspirado en la persona real
del llamado «Mishka Yapónchik» («Mishka el Japonés»), de quien
hablaremos más tarde, Krik descuella en esta serie de relatos escritos en la
década de 1920 con un sabor y un vigor que ninguna ficción podría
contener por sí sola. Es el producto y el símbolo del barrio de predominio
judío Moldavanka, en Odesa, el puerto del mar Negro —y núcleo
contrabandista— que en su día fue la ciudad más cosmopolita y descarriada
que pudiera encontrarse en todo el Imperio ruso. Tal vez el Moldavanka no
fuera un lugar que mereciera la pena visitar, con sus «desagradables tierras,
un barrio lleno de callejones oscuros, calles sucias, edificios derruidos y
violencia», pero era conocido por su vitalidad, ingenio, romanticismo y
oferta de oportunidades.3

PECADOS DE LA CIUDAD: CRIMEN Y URBANIZACIÓN

Un chico fornido del pueblo sin cualificar llega a la ciudad en busca de trabajo o
formación, y lo único que esta le ofrece es el humo de las calles, la purpurina de los
escaparates, el alcohol casero, la cocaína y el cine.

L. M. VASILEVSKI (1923)4

No cabe la menor duda de que el campo puede hervir con la misma


violencia, maldad y avaricia que las ciudades. Sin embargo, la urbanización
y su compañero inseparable, la industrialización, acarrean una cultura muy
diferente. La vida rural está impulsada por las horas de luz solar, por las
estaciones, por las experiencias vitales de los mayores y por la necesidad
que tiene una comunidad pequeña que solía ser relativamente estable de
permanecer junta para sobrevivir. En cambio, las ciudades rusas se verían
remodeladas por una rápida industrialización y expansión, ya que llegaron a
ellas oleadas de migrantes que procedían de los pueblos. Estaban
caracterizadas por un crecimiento de la población desmesurado, la anomia,
la pérdida de las viejas normas morales y una sensación de invisibilidad
entre todas esas caras nuevas. Aunque rompa con los patrones vigentes de
jerarquía y deferencia, la vida industrial está también indudablemente
organizada y aporta un nuevo sentido de estructura y disciplina en el cual el
liderazgo ya no se basa necesariamente en la antigüedad, sino en la
capacidad.
Ya en el siglo XVIII, en los tiempos de Vanka Kain, la ciudad tenía su
propia hampa. Se trataba de un reino de siervos fugitivos y desertores del
ejército, viudas de soldados empobrecidas (que a menudo se convertían en
receptadoras que compraban y vendían objetos robados) y bandidos
oportunistas.5 Instituciones como la Gran Corte de la Lana de Moscú y la
Escuela Cuartel de Moscú —fundada para los hijos de los soldados caídos
— daban la apariencia superficial de ser garantes del orden establecido,
pero también eran bases de reclutamiento para criminales callejeros,
refugios para los fugitivos de la justicia y almacenes de bienes robados. Lo
cierto es que Rusia pasaba por una Revolución industrial tardía, pero brutal,
desde mediados del siglo XIX, acelerada por la necesidad de modernizar la
capacidad defensiva del país tras la debacle de la Guerra de Crimea (1853-
1856). Entre 1867 y 1897 la población urbana de la Rusia europea se
duplicó, y después volvió a hacerlo en 1917.6 Aunque algunos de estos
nuevos trabajadores eran atraídos hasta las ciudades por sus oportunidades
de desarrollo económico y social, muchos otros eran empujados por las
presiones crecientes que se imponían sobre las tierras. A medida que la
población de Rusia aumentaba,7 la proporción de campesinos sin tierra
prácticamente se triplicó.8 Para muchos, trasladarse a la urbe por una
temporada o incluso para empezar una nueva vida era simplemente una
necesidad económica.
No es casual que las ciudades no solo propiciaran el nacimiento de
nuevas fuerzas políticas —entre ellas, la que se convertiría en el Partido
Comunista—, sino también de nuevos tipos de delitos y de criminales.
Entre 1867 y 1897, tanto San Petersburgo como Moscú casi triplicaron su
tamaño, pasando de 500.000 habitantes a 1.260.000 y de 350.000 a
1.040.000, respectivamente.9 Por lo general, los trabajadores vivían en los
bloques de barracas hacinadas, con poca ventilación e higiene, que les
proporcionaban los capataces, a veces compartiendo litera por turnos;10
pero solo los que tenían suerte. En la década de 1840, una comisión que
investigaba las condiciones de los pobres en la ciudad de San Petersburgo
dibujaba un panorama de sobrepoblación y miseria creciente, con
habitaciones que albergaban a veinte adultos. En uno de los casos, llegaron
a encontrar hasta cincuenta adultos y niños conviviendo en una habitación
de seis metros cuadrados.11 En 1881, un cuarto de la población total de San
Petersburgo estaba relegada a vivir en sótanos y había entre dos y tres
trabajadores en la ciudad por cada cama disponible.12 Las condiciones
laborales eran terribles, con turnos largos (lo normal eran 14 horas diarias, y
era habitual que el horario se extendiera más), salarios mínimos y normas
de seguridad prácticamente inexistentes.13
Los nuevos trabajadores sobrellevaban vidas llenas de explotación y de
miseria que, además, estaban totalmente desprovistas de los mecanismos de
apoyo y control social típicos de los pueblos. En el pueblo, la tradición y la
familia proporcionaban un contexto vital, en tanto que los mayores
representaban la autoridad. Sin embargo, en la ciudad, las tradiciones
rurales parecían carentes de sentido, la mayoría de los trabajadores eran
jóvenes y solteros, y los factores de estabilización alternativos, tales como
la «aristocracia trabajadora» cualificada o las responsabilidades generadas
al formar una familia, todavía no habían tenido tiempo de surgir. Muchos se
daban a la bebida como vía de escape. Es posible que uno de cada cuatro
residentes de San Petersburgo hubiera sido arrestado en algún momento a
finales de la década de 1860, normalmente por haber cometido algún delito
relacionado con la ingesta de alcohol.14 También había otras escapatorias
para los trabajadores jóvenes varones, generalmente sin casar.15 La sífilis y
otras enfermedades de transmisión sexual se expandían
descontroladamente, y la prostitución —tanto la de las profesionales
registradas con la «tarjeta amarilla» como la de las aficionadas—
aumentaba al mismo ritmo.16 También se formaron bandas callejeras,
aunque no hay mucha información al respecto. Los Roshcha y los Gaida,
por ejemplo, se hicieron fuertes temporalmente en los barrios pobres de San
Petersburgo, provocando peleas regularmente. Surgieron alrededor de 1900,
pero para 1903 ya se habían fragmentado —algunos de sus miembros
gravitaron hacia crímenes mercenarios más serios, y otros se apartaron de
esa vida de vínculos varoniles a través del vodka y la violencia—, dando
lugar a otras más violentas incluso.17 Eran tiempos de rápidos cambios,
incluso en el hampa, a medida que los chavales de ayer se convertían en los
jefes callejeros del presente para pasar a ser los cadáveres sin identificar
que yacían sobre la nieve del mañana.
Los peores de entre todos ellos se encontraban en los yami («fosos» o
«profundidades»). Estos barrios marginales ejercieron una fascinación
mórbida en los escritores rusos. En Crimen y castigo (1866), Fiódor
Dostoievski escribió sobre el yama de San Petersburgo, describiéndolo
como «lleno de prostíbulos y de patios sucios y pestilentes»,18 y Vsévolod
Krestovski, en su obra Bajos fondos de San Petersburgo (1864), los
caracterizaba como un lugar para el vicio y las fechorías.19 La novela de
Alexandr Kuprin, Yama (1905), describe los suburbios de Odesa de manera
más bien benigna, como «un lugar demasiado alegre, ebrio, camorrista y no
carente de peligros por la noche».20 Sin embargo, Maxim Gorki, un hombre
cuya familia había pasado de la vida acomodada de la clase media a la
pobreza y que fue un vagabundo antes de su transformación en escritor
emblemático, presenta un panorama bastante más pesimista en su obra Los
bajos fondos (1902). En esta, la ebriedad del yama no es tanto alegre como
un síntoma de una búsqueda de la inconsciencia desesperada e irredenta.21
Del mismo modo, Mijaíl Zótov, un escritor de las publicaciones populares
denominadas lubkí, describía a los «borrachos desesperanzados y ladrones
despiadados del Jitrovka de Moscú».22 Prácticamente todas las grandes
ciudades tuvieron su yama. Sin duda, eran los fondos más bajos, en los que
se hundían los perdidos y los desheredados, las prostitutas de 20 kopeks, los
alcohólicos exánimes y los drogadictos que matarían por conseguir una
nueva dosis.
Para el agitador comunista Lev Trotski, Odesa era «tal vez la ciudad más
infestada de policías en una Rusia plagada de ellos» y no cabe duda de que
sería un entorno peligroso para los revolucionarios, pero, a pesar de ello,
también se convirtió en sinónimo de todo tipo de crímenes.23 La
explicación para esta aparente paradoja es que la policía, en Odesa y en
todas partes, se concentraba en los crímenes políticos y en mantener a salvo
las zonas pudientes de las ciudades. En los barrios pobres se decantaban por
hacer la vista gorda respecto a muchos delitos, salvo que estos fueran
especialmente serios o socavaran los intereses del Estado o de las clases
más poderosas.24 Por ejemplo, las peleas multitudinarias entre bandas o
grupos de trabajadores, que estaban a la orden del día y sucedían de manera
casi ritual, solían permitirse hasta su conclusión habitual en sangre y
contusiones: solo cuando tenían lugar en el centro de la ciudad había
posibilidad de que fueran disueltas.25
Al menos, en los distritos obreros pobres, la policía solía estar presente,
pero, por lo general, solían dejar a su aire los yami y a sus habitantes. ¿Qué
suponía para ellos al fin y al cabo un asesinato, aparte de un problema
andante menos en la ciudad? Tal como funcionaban las cosas, se limitaban a
recoger los cadáveres de los caídos a la mañana siguiente. Cuando estaban
obligados a acudir a los barrios marginales con más decisión —
normalmente solo en respuesta a una espiral de violencia de la que podía
interpretarse que tendría posibles implicaciones políticas— entraban como
si fueran tropas que invadían territorio hostil, en escuadrones y con los
rifles preparados para disparar.26 No obstante, en otros casos, como
apuntaba un periódico de San Petersburgo sobre la célebre zona portuaria
de la isla Vasílievski de la ciudad, la «policía o, más frecuentemente, los
cosacos patrullan pasando por este lugar sin detenerse, ya que este “club”
no entra en su ámbito de operaciones: solo pasan por aquí en busca de
sediciosos».27

LAS «COLONIAS DE GRAJOS» RUSAS

En la penumbra a media luz de los sucios tugurios, en las pensiones de mala muerte
infestadas de chinches, en los salones de té y tabernas y en los antros de libertinaje barato
—en cualquiera de esos sitios en los que venden vodka, mujeres y niños—, encuentro gente
que ha dejado de parecer humana. Allí, en lo más bajo, las personas no creen en nada, no
tienen aprecio por nada y nada les molesta.

ALEKSÉI SVIRSKI, periodista (1914)28

Esta negligencia oficial no se debía solo a que a las autoridades no les


importara lo que sucedía en los yami, sino a que carecían de los recursos y
el apoyo político para hacer algo al respecto. Al contrario de lo que se creía
popularmente, el Estado zarista no estaba en absoluto lleno de mentecatos
retrógrados y chupatintas avariciosos. Más bien al contrario: resulta
asombrosa la cantidad de funcionarios diligentes que prosperaban en el
sistema, y el propio Ministerio de Interior (MVD) simpatizaba
históricamente con las peticiones de los trabajadores, aunque fuera por la
más interesada de las razones, ya que un trabajador contento rara vez se
implica en revueltas. Aunque apenas podía decirse que fuera un radical,
Viacheslav Plehve, quien sería después ministro de Interior, se quejó
durante su período como director del Departamento de Policía de que «el
trabajador individual de las fábricas se ve impotente ante los ricos
capitalistas», e incluso el cuerpo de policía política de la Ojrana había sido
«desde siempre, un defensor de las reformas en la fábrica y la mejora de las
condiciones de los obreros».29
Lo que sí es censurable es que sus evaluaciones y propuestas eran
ignoradas demasiado a menudo. Desde un principio era evidente que el
crecimiento de las ciudades supondría una amenaza política, criminal e
incluso sanitaria. El teniente general Alexandr Adriánov, el gradonachálnik
(o jefe de policía) de Moscú entre 1908 y 1915, no solo se esforzó por
mejorar la honradez y eficacia del cuerpo, sino que reclamó a la Duma
(Parlamento) que bajaran los altos precios de la carne y más tarde estableció
comisiones para combatir las epidemias.30 La mayoría de esas medidas, no
obstante, eran limitadas o quedaban bloqueadas. Lo que aconteció en su
lugar fueron unos tiempos de ley marcial rampante, a medida que el Estado
zarista intentaba cada vez con mayor ahínco pasar por encima de su propio
sistema legal para apoyarse en poderes de emergencia, a través de declarar
la «guardia extraordinaria» y realizar provisiones de «guardia reforzada».
Esto daba a los gobernadores y los gradonachálniki poderes de gran
alcance, pero generalmente se usaban para la supresión de las protestas, no
en la extensión de sus funciones o en la redefinición de la noción del
mantenimiento del orden público.31 En 1912 solo había cinco millones de
rusos de una población total de 130 millones que no estuvieran afectados
por esas provisiones de ley marcial.32
La cuestión del crimen urbano no se convirtió en un asunto político de
verdadera relevancia hasta principios de siglo. Pero, incluso entonces, esto
no vino estimulado por una evaluación sensata de las presiones reales que
estallaban, sino por un pánico moral avivado por el auge de una «prensa de
bulevar» sensacionalista respecto a la denominada amenaza del
«hooliganismo», que pesaba especialmente sobre los gentiles de San
Petersburgo.33 Los trabajadores jóvenes, que en su momento estuvieron
confinados a «su» parte de la ciudad, empezaron a invadir los barrios
centrales adinerados. Súbitamente, parecía que los camorristas, con sus
características chaquetas grasientas y boinas, invadían las aceras, bebiendo
y silbando a las chicas que pasaban por la calle, alborotando, insultando y
llegando en ciertos momentos al vandalismo, la violencia sin sentido y la
exigencia de dinero mediante navajas y amenazas. Para la opinión pública
rusa educada de las élites, esto era visto histéricamente como una prueba
del inminente declive del orden social, y, dado que no estaban dispuestos a
mezclarse con la plebe, exigían que «su» policía hiciera algo al respecto, es
decir, que mantuvieran a los trabajadores fuera de «su» ciudad y que
despilfarraran los saturados recursos de la policía en la protección de sus
derechos.

EL BANDO POLICIAL NO ES DE LOS MÁS ALEGRES

En la actualidad, el trabajo del policía común parece consistir plenamente en molestar a las
personas pidiéndoles el pasaporte, regular el tráfico durante el día y correr tras los
borrachos y las mujeres disolutas por la noche […] El policía de San Petersburgo no tiene
pulso […] Permanece apostado en ciertos lugares y solo se mueve para evitar helarse de
frío o quedarse dormido.

GEORGE DOBSON, corresponsal de The Times en la rusia zarista34

De modo que la policía tenía que limitarse a disuadir y lidiar con los delitos,
en lugar de impedir el desarrollo de las condiciones que los generaban. Es
obligado decir que no eran muy efectivos a ese respecto. Solían estar
sobrepasados y se veían obligados a confiar en el clamor popular para
convocar a ciudadanos solidarios, así como en sus ayudantes no oficiales,
los dvórniki. Estos eran los porteros que trabajaban en prácticamente todos
los edificios de apartamentos de la ciudad; se les pedía que denunciaran
delitos a la policía e incluso que informaran de las idas y venidas de sus
edificios, y ocasionalmente también servían de apoyo en las detenciones.
Los dvórniki tenían sus ventajas y sus inconvenientes. Aunque había
muchos incidentes en los que daban la voz de alarma y asistían a la policía,
ellos mismos solían ser personajes de vida dudosa. En 1909, el jefe de
detectives de Moscú sugirió que los propios dvórniki eran los principales
responsables o ayudaban en el 90 por ciento de los robos que tenían lugar
en locales cerrados.35
Es difícil asegurar hasta qué punto estaba saturada la policía. Ha habido
un interesante debate respecto al tamaño real de la fuerza policial rusa. Las
cifras de Robert Thurston sugieren que, a finales de 1905, Moscú tenía un
agente por cada 276 ciudadanos, lo cual sería superior a la proporción de
Berlín (1:325) y París (1:336).36 No obstante, Neil Weissman ha aducido
convincentemente que esas cifras no deberían tomarse al pie de la letra. El
propio ideal de los rusos era alcanzar una proporción de 1:500 en las
ciudades (reducido a 1:400 tras los alzamientos de la Revolución de 1905),
pero admitían tener problemas en la consecución de esos objetivos.37 Las
cifras oficiales solían hacer referencia a las fuerzas designadas y no a los
números reales: incluso en San Petersburgo, a finales de 1905, había 1.200
agentes menos de los planteados en el Departamento de Policía, lo cual
dejaba prácticamente la mitad de los puestos sin cubrir.38 Esas cifras
incluían también las «almas muertas» introducidas por los oficiales
fraudulentos (para poder quedarse con la paga de esos dobles inexistentes),
así como policías que jamás blandían la porra cuya actividad era
monopolizada por oficiales de mayor rango para los que ejercían de
recaderos, cocineros y asistentes. Weissman sugiere que en los pueblos y
ciudades fuera de Moscú y San Petersburgo la proporción era a menudo de
1:700 o incluso peor, una situación exacerbada por la apresurada
urbanización.39
No solo había escasez de efectivos policiales, sino que los rusos no eran
capaces de hacer el mejor uso de ellos, ya que carecían de la formación
apropiada y se aprovechaban de manera poco eficiente. Los gorodovíe, los
policías callejeros básicos, no solían patrullar como lo hacían sus
homólogos europeos o norteamericanos. Simplemente se mantenían en
puestos de vigilancia que solían estar muy cerca unos de otros y esperaban a
que los informaran sobre los problemas o a encontrárselos de frente.40 Este
enfoque pasivo y estático de la actividad policial significaba que los
agentes, por lo general, «dormían como osos en estado de hibernación» y
como mucho llegaban a parecerse más a guardias de seguridad que a
protectores públicos activos.41
Así no puede extrañarnos que los yami y otros suburbios, esencialmente
abandonados por el Estado, se convirtieran en enclaves criminalizados
parecidos a las llamadas «colonias de grajos» de los inicios del Londres
moderno, donde los ladrones podían planear sus asaltos y colocar su
mercancía, donde podías contratar fuerza bruta en cualquier taberna y
donde la vida y la muerte eran igual de baratas. El estudio del Jitrovka de
Vladímir Guiliarovski incluía esta mordaz valoración de su comisaría de
policía: «La caserna permanecía siempre en silencio por la noche, como si
no estuviera allí siquiera. Durante unos veinte años, el policía de ciudad
Rudnikov […] era su amo. Rudnikov no estaba interesado en las poco
lucrativas llamadas nocturnas en busca de ayuda, así que la puerta de la
caserna permanecía cerrada».42
Los yami llegaron a simbolizar tanto los apuros como los peligros de los
pobres indigentes urbanos —como ya apuntaba Daniel Brower, «en la
literatura popular, el Jitrovka adquiría cualidades de jungla y acabó
convirtiéndose en una especie de representación del “Moscú más
oscuro”».43 Estos barrios marginales provocaron también que se produjera
una mayor preocupación por el hecho de que la criminalización de esas
masas descontentas que merodeaban por las calles no solo generase un
caldo de cultivo revolucionario, sino que condujera además a la
profesionalización del hampa. Del mismo modo, en Odesa, las actividades
delictivas del distrito de predominancia judía Moldavanka eran
consideradas por los foráneos cada vez más como «criminalidad sistemática
profesionalizada».44

BANDAS DE CIUDAD

Querido camarada Pinkus:


El 4 de agosto a las nueve de la noche en punto, tenga la amabilidad de traer, sin falta,
100 rublos a la estación de tranvía que hay frente a su casa. Esta modesta suma le hará
conservar su vida, que sin duda es de mayor valía que 100 rublos. Cualquier esfuerzo para
evitar este pago le acarreará grandes inconvenientes. Si acude a la policía será asesinado
inmediatamente.

Aviso de extorsión (1917)45

A pesar de la exagerada cortesía de esta clásica exigencia, las bandas que se


dedicaban a la extorsión, el secuestro y la intimidación no tenían nada de
delicadas ni educadas. Eran producto de los tugurios de borrachos y la vida
en las barracas de los suburbios urbanos. A partir de estos había surgido una
nueva cultura criminal que, al contrario que su equivalente rural de los
ladrones de caballos, se adaptó para prosperar en la era posrevolucionaria.
Se trataba del vorovskói mir, el «mundo de los ladrones».
Obviamente, existieron bandas criminales antes de finales del siglo XIX.

Muchas eran en realidad la respuesta del hampa a los artel, una forma de
asociación laboral tradicional en Rusia que ya habían adaptado las
comunidades de mendigos.46 Un artel era una asociación voluntaria de
personas que ponían su trabajo y recursos para una causa común. A veces
estaba formada por campesinos del mismo pueblo que migraban juntos para
buscar trabajo en las ciudades, y, en ocasiones, un grupo de trabajadores
recibía una paga colectiva por su producción conjunta. De esta forma, el
artel funcionaba como una recreación del apoyo mutuo que ofrecía la
comuna de campesinos, pero de forma más reducida y con mayor
movilidad. Normalmente, el artel tenía un líder que era elegido por los
miembros, un stárosta («anciano», aunque en este caso se trataba de un
término honorífico y no tanto referido a la edad) que negociaba con los
capataces, gestionaba los arreglos comunes (como el alquiler de la
vivienda) y distribuía los beneficios.47 Los arteli solían tener sus propias
costumbres, reglas y jerarquías, que reflejaban las de sus pueblos de
origen.48 Del mismo modo, los criminales arteli también debieron de tener
sus propias costumbres, aunque no hay pruebas que confirmen este punto, y
mucho menos para demostrar un patrón de comportamiento común. Andréi
Konstantínov y Malkolm Dikselius, por ejemplo, han afirmado que, incluso
en los tiempos de Vanka Kain, había una cultura criminal en Moscú que
mostraba esas reglas comunes.49 No obstante, ha resultado imposible
respaldar esto con corroboraciones independientes, más allá de relatos
posteriores apócrifos que fueron escritos como forma de entretenimiento y
que, como mucho, reflejarían la cultura criminal percibida en los tiempos de
los narradores. En cualquier caso, el modelo artel solo fue una de las
formas de organizaciones sociales criminales que surgieron en las ciudades.
El criminólogo de aquella época Dmitri Dril se lamentaba cuando
escribía sobre el destino del joven desheredado y desarraigado que
«encontraba la compañía de los vagabundos veteranos, los mendigos,
maleantes, prostitutas, rateros y ladrones de caballos».50 O como lo
expresaba el profesor y orientador juvenil V. P. Semenov, quien decía que
cuando les llegara el momento tendrían que pasar inexorablemente «por la
escuela de los albergues para indigentes, los salones de té y la comisaría».51
En el interior de los yami nacería una nueva generación de criminales. Por
ejemplo, los hijos recién nacidos de la población base de prostitutas se
empleaban como útiles accesorios de los mendigos de la ciudad para apelar
a la sensibilidad hasta que alcanzaban gradualmente el rango de pedigüeños
ellos mismos. Al menos, tenían un progenitor y tal vez incluso un hogar:
muchos de los auténticos besprizórniki, los niños abandonados, vivían
realmente en las calles, durmiendo en cubos de la basura o peleando por
barriles desechados para encontrar cobijo.52 Los niños jugaban al «ladrón»,
un juego común y popular,53 antes de que les llegara el momento de
participar de manera activa en el mundo del hampa, desde permanecer
apostados vigilando hasta convertirse en fortach, uno de los astutos y ágiles
niños que se usaban para colarse por las ventanas abiertas y perpetrar
robos.54
La presencia de delincuentes especializados en diversas áreas, con su
propio título y modus operandi distintivo, suele ser un buen índice del auge
de una subcultura criminal organizada. No cabe duda de que los yami
demostraron ser un terreno de cultivo fértil para esta cultura, lo suficiente
para mantener un ecosistema criminal especializado y variado. Aunque
muchos de los delitos se llevaban a cabo de manera oportunista, el mundo
de los ladrones acogía un amplio espectro de oficios criminales. Sin duda,
existía una variedad asombrosa de tales especialidades, desde los schipachí
y los shirmachí (carteristas) al vulgar skókari (ladrones de casas) y los
poezdóshniki (que robaban los equipajes de los viajeros de los techos de los
carruajes). Con la especialización también vino la jerarquía, ya que los
profesionales de los bajos fondos se diferenciaban cada vez más unos de
otros. Al contrario del purista blatníe que dominaba el mundo de los
campos de prisioneros de principios del siglo XX y que daba la espalda
deliberadamente a la sociedad legítima, para la mayoría de los que se
incluían en el vorovskói mir de finales del siglo XIX el sueño era convertirse
en un miembro de la sociedad educada y mofarse de sus valores a la vez
que les robaban cuanto podían. Incluso Benia Kril, el héroe delincuente de
los Cuentos de Odesa, de Isaak Bábel, se aseguraba de que cuando se casara
su hermana se celebrara un grandioso festín tradicional «según la costumbre
de los tiempos antiguos».55 Tal vez por eso mismo la «aristocracia» del
vorovskói mir la conformaban los timadores y aquellos capaces de hacerse
pasar por personas pudientes con objeto de llevar a cabo sus delitos. En
Odesa, por ejemplo, se les tenía especial respeto a los maravijeri, carteristas
de élite que se disfrazaban de caballeros para trabajar el circuito de la alta
sociedad, desde el teatro a la bolsa de valores.56 Obviamente, la autoridad
de los timadores también tenía razones más prácticas, ya que aquellos que
tenían éxito podían conseguir mucho dinero, más del que podían gastar
fácilmente. Como resultado, algunos se convirtieron en banqueros virtuales
del vorovskói mir, prestando su dinero negro al mismo tiempo que ganaban
clientes e invertían en otros delitos.
De hecho, los delincuentes podían disponer de una variedad de servicios
criminales cada vez más variada. Por ejemplo, los raki («cangrejos de río»)
eran sastres que aceptaban cualquier artículo de vestir robado y los
transformaban de la noche a la mañana en una prenda diferente
inidentificable para las autoridades y lista para su venta. El truschoba de
Bunin, en el Jitrovka, era conocido por sus raki,57 en tanto que el barrio de
viviendas de alquiler Jolmushi de San Petersburgo era el lugar favorito para
colocar artículos robados a través de tiendas locales destartaladas, junto al
mercado de Tolkucha.58 Del mismo modo que, por ejemplo, las tabernas del
distrito portuario de Odesa ejercían como oficinas de empleo virtuales en
las que los contratistas y jefes de los artel podían contratar a quien
necesitaran para el día o la semana, también los antros de los yami se
convirtieron en lugares en los que se intercambiaba información y bienes
robados, se contrataba a matones y se acordaban tratos oscuros.59 Mientras
tanto, los taberneros generaban beneficios bajo el mostrador por derecho
propio, como receptadores y banqueros de su dudosa clientela.

EL «VOROVSKÓI MIR»

¿Quiere usted entender el mundo criminal actual? Lea a Bábel, lea a Gorki, lea sobre Odesa
en tiempos de los zares. Fue entonces cuando se forjó el mundo actual de los ladrones.

Policía soviético (1989)60

Esta cultura del hampa muestra una asombrosa coherencia y complejidad en


sus dos lenguajes: el argot criminal conocido como fenia u ofenia, y otro
visual, codificado en los complicados tatuajes con los que los criminales de
carrera solían adornar sus cuerpos. Las jerarquías, la organización interna y
la evolución patente de estos lenguajes, que son estudiados con mayor
profundidad en el capítulo 5, reflejaban el vorovskói mir como un todo. Esta
hampa prerrevolucionaria no estaba todavía dominado por organizaciones
criminales duraderas y sustanciales, sino que consistía en una miríada de
pequeñas bandas y grupos. El paralelismo con el artel no hace sino
aumentar con la industrialización, ya que solía proporcionar la estructura
social a través de la cual los campesinos podían viajar a las ciudades a
trabajar, especialmente en los inicios.61 Había grupos de ladrones que
trabajaban a largo plazo al estilo del artel, o trabajaban como aprendices o
secuaces de un veterano que les enseñaba el oficio, como en el caso del
«Morozhenshchik» («el Heladero»), un Fagin de Odesa que enseñó a su
pandilla de sobrinos y otros niños de la calle las artes del carterista y el
asaltador de viviendas.62 Estos grupos tendían a trabajar en profesiones
criminales específicas o, cuando menos, relacionadas entre ellas (de tal
manera que un grupo individual podía incluir a trileros u otros tipos de
estafadores de juegos callejeros y a carteristas que se aprovechaban de la
muchedumbre de espectadores), aunque la clase de grupos que después
pasarían a ser conocidos como kodlo solía ser más heterogénea, y podía
incluir hasta a treinta criminales, que no estaban unidos tanto en torno a su
especialidad como en función de un interés y una experiencia comunes.63
Estos criminales arteli tenían sus propias reglas y rituales, y de ellos
saldrían las costumbres del vorovskói mir, tales como la jura ante los
miembros del colectivo y los rituales de iniciación que exigían el dominio
de los fenia como prueba.
Eran tiempos de cultivo social, una época en la que la gente podía
trasladarse de una ciudad a otra dependiendo de las oportunidades
económicas que surgieran, y lo hacían, en el caso de los criminales, en
función de los enemigos que se crearan o de que las autoridades locales los
tuvieran fichados. Si combinamos eso con la forma en que el sistema penal
se convirtió en un poderoso canal para la transmisión de los códigos y
haceres del vorovskói mir, no es de extrañar que no solo resultara contagiosa
la cultura criminal general, sino también el fenómeno de la delincuencia
local. Ni que decir tiene que en tan vasto imperio las organizaciones
criminales variaban enormemente en cuanto a su tamaño y naturaleza.
Odesa, por ejemplo, próspera y cosmopolita, obtuvo reputación por sus
delincuentes ostentosos y emprendedores: «[…] los registros de los
investigadores de la policía desde San Petersburgo y Moscú hasta Varsovia,
Jersón y Nikoláiev, estaban repletos de nombres de ladrones de Odesa,
“reyes” y “reinas” del crimen cuyas fotografías adornaban los álbumes de
las “galerías de granujas” que circulaban por todo el imperio».64 Los
criminales especialmente notorios no solo eran buscados por la autoridades
en toda Rusia, sino que incluso se convertían en celebridades en el hampa
nacional. Figuras como Faivel Rubin, el famoso carterista,65 y el bandido
Vasili Churkin, eran a un tiempo inspiraciones para el hampa y objeto de
una exagerada preocupación y fascinación lasciva en el seno del mundo
legal.66
«Mishka Yapónchik» —cuyo nombre real era Mijaíl Vínnitski— fue una
de esas leyendas en su propio tiempo. Hijo de un cartero, aparentemente
debía su sobrenombre, «el Japonés», a su rostro huesudo y sus ojos
rasgados, un gánster audaz y ambicioso desde sus inicios, con el carisma
para atraer a otros de la misma calaña. No tardó en adquirir una formidable
reputación en Odesa, y se decía que la policía hacía la vista gorda con él,
siempre que los evitara y dejara en paz los barrios adinerados. A medida
que se convertía en el mafioso más importante de la ciudad, se enriqueció
gracias a los impuestos que pagaban otras bandas y la extorsión que ejercía
sobre los negocios. No hacía grandes esfuerzos por ocultar su estatus y se
paseaba por los sitios de moda con su traje de dandi de color crema, pajarita
y sombrero de paja, siempre acompañado por sus guardaespaldas. Tenía su
propia tertulia en el café Fankoni, donde siempre había una mesa reservada
para él y se reunía con otros empresarios exitosos de la ciudad. De vez en
cuando, como si fuera un magnánimo monarca, organizaba fiestas en la
calle con cubos de lata llenos de vodka y mesas con comida gratuita.
«Yapónchik» acabaría siendo víctima de la Guerra Civil posrevolucionaria
y fue asesinado en Voznesensk en 1920, pero, durante cinco años, el
llamado «Rey del Moldavanka» representó un símbolo del gánster de Odesa
que había prosperado. Incluso inspiraría a un sucesor en los últimos años
soviéticos, el famoso Viacheslav Ivankov, que fue enviado a América como
plenipotenciario virtual del hampa y también adoptó el sobrenombre de
«Yapónchik».67
La rígida jerarquía de la sociedad zarista, en la cual cada funcionario,
desde los oficinistas hasta los jefes de estación, tenían sus uniformes y
posición, se reflejaba también en los bajos fondos, que no solo tenían sus
propias castas y rangos, sino que también aprendieron a hacer que las
características de las «altas esferas» actuaran en su propia contra. Los
timadores eran reconocidos como la aristocracia del vorovskói mir, no solo
porque pudieran hacerse pasar por personas pudientes o incluso aristócratas
para dejar sin blanca a sus versiones mejoradas. Solían ser inteligentes, a
veces con muy buena educación —así como el crimen organizado ruso
moderno incorpora personas con doctorados— y demostraban que la
naturaleza corrupta y oligárquica de la Rusia zarista significa que, si podías
convencer a los demás de que tenías poder, podías hacer lo que quisieras.
Nuevamente, los paralelismos con la Rusia moderna son asombrosos, sobre
todo porque estos timadores también actuaban como patronos, banqueros e
intermediarios de los matones mafiosos, del mismo modo que muchos
empresarios rusos contemporáneos pueden convocar cuando lo necesitan a
policías, jueces corruptos o gorilas con chaquetas de cuero. Tal vez no sea
demasiado fantasioso indicar que en la década de 1990, cuando atravesaba
un período de terribles convulsiones socioeconómicas y de alteraciones
políticas, la Rusia postsoviética se alimentó con más de una cucharada de
sopa Jitrovka.
3

EL NACIMIENTO DE LOS «VORÍ»

Donde Dios construye su iglesia, el diablo tiene capilla.

Proverbio ruso

En el mar Negro había piratas. En 1903, el vapor de pasajeros Tsarevich


Georgui estaba justo a la entrada del puerto de Sujumi, en Abjasia
(Georgia), en la frontera sur del Imperio ruso. Súbitamente, más de treinta
asaltantes abordaron el barco, desvalijando el lujoso navío y a sus pasajeros
antes de marcharse en pequeñas barcas. En 1907, el Chernomor fue
saqueado de manera parecida justo al salir de Tuapsé, un poco más al norte,
a pesar de tener a seis guardias armados. Ese mismo año, en el mar Caspio,
dieciséis bandidos asaltaron el Tsarevich Alexandr en la ruta Krasnovodsk-
Bakú. No obstante, en ocasiones era preciso utilizar medios más sutiles. En
1908, el Nikolái I estaba amarrado en Bakú con una caja fuerte llena de
dinero y bonos por valor de 1,2 millones de rublos (el equivalente a 30
millones de dólares actuales). Tres hombres con uniformes de policía
embarcaron, afirmando llevar a cabo una inspección. Iban acompañados por
otro hombre que resultó ser «Ajmed», reconocido como el mejor abridor de
cajas fuerte de Europa. Sin duda, su pericia bastó para penetrar en la cámara
acorazada, que vaciaron antes de fugarse del barco limpiamente.1
En 1918, Yuli Mártov, un líder revolucionario disidente, afirmó que un tal
Iósiv Dzhugashvili era una de las figuras clave de los piratas del mar Negro.
Este denunció por difamación a Mártov, quien no recibió la aprobación para
llamar a testigos de la región sur que apoyaran su caso, el cual no es de
extrañar que acabara siendo desestimado. No obstante, Mártov sobrevivió a
aquel revés y acabó abandonando Rusia en 1920, lo que quizá fuera una
sabia decisión, dado que Dzhugashvili, que había adoptado el nombre
revolucionario de «Koba», era ya entonces mucho más conocido por su
último seudónimo: Iósiv Stalin.
Al contrario que muchos otros líderes bolcheviques compañeros suyos,
Stalin no había salido de la universidad ni de los salones. Se codeaba con
forajidos y gánsteres y, como revolucionario, fue una figura clave en la
campaña de «expropiaciones» —atracos violentos a los bancos— para
financiar al Partido Bolchevique. Stalin no parece haber sido personalmente
sicario ni abridor de cajas fuertes, sino más bien un «facilitador» que hacía
causa común con los «ladrones» que se dedicaban a ello por dinero, no por
ideología (o al menos, no únicamente por ello). Por ejemplo, en 1907
organizó la emboscada a una diligencia que llevaba dinero al Banco
Imperial de Tiflis, en la cual murieron cerca de cuarenta personas bajo una
lluvia de balas y granadas improvisadas. Los gánsteres huyeron con un
tercio de un millón de rublos, aunque la mayor parte del botín resultó ser
inservible, ya que estaba en billetes grandes cuyos números de serie
circularon rápidamente a través de Europa. Los asuntos realmente
escabrosos quedaban en manos de un armenio despiadado llamado Simón
Ter-Petrosián, conocido como «Kamó», que ya contaba con su propia banda
y era tanto un vor como un revolucionario.2
Esto más allá de suponer un página sangrienta de la truculenta historia
revolucionaria de Rusia, subraya un fenómeno fundamental: hasta qué
punto los bolcheviques —y en particular Stalin— estaban dispuestos a usar
a criminales como aliados y agentes. En el proceso no solo hipotecarían el
alma de la Revolución en pos de una ganancia inmediata; también
plantarían las bases para la escena de la transformación del hampa del país,
un proceso que ayudaría incluso a modelar la Rusia que surgiría después de
setenta años de gobierno soviético, en 1991.

GUERRA, REVOLUCIÓN Y CRIMEN

Si Lenin hubiera matado a más criminales y contratado a menos, habríamos podido ver una
Unión Soviética muy diferente.

Agente de policía soviético (1991)3

El vorovskói mir pasaría por sus propias revoluciones tras el caos de la


Primera Guerra Mundial, las revoluciones de 1917 y la Guerra Civil. El
bandolerismo tuvo su auge y su caída dependiendo de los niveles de control
y pobreza que se imponían en el campo, y las «batidas» explotaban en los
períodos de mayor presión, aunque solo para ser reprimidas con una
brutalidad y, lo que era peor, una eficacia, que los zares nunca habían
alcanzado. Los timadores seguirían siendo los aristócratas gentiles del
crimen, al menos en el imaginario popular, una visión reforzada por los
cuentos de Ilf y Petrov sobre el estafador ficticio de la década de 1920
Ostap Bénder, que abusaba por igual de los embaucadores y los burócratas
vanidosos, hasta que el lastre de la ortodoxia estalinista lo hiciera
desaparecer de las páginas impresas y lo devolviera a la tradición oral.4 La
samosud también reapareció durante la anarquía de la Revolución, no solo
en el campo, sino también en las ciudades rusas. A finales de 1917, Maxim
Gorki afirmaba con horror (aunque quizá también de manera exagerada)
que se habían producido diez mil linchamientos desde la caída del régimen
zarista.5 Estos también serían suprimidos por los sóviets, aunque seguirían
perviviendo ocultos en otras formas de ajusticiamiento popular.6
A pesar de la posterior mistificación de la Revolución de Octubre de los
bolcheviques, no se trataba de masas populares que se alzaban en calles
jubilosas llenas de multitudes que ondeaban banderas rojas y cantaban «La
Internacional». Era más bien un golpe de Estado. Lenin, avispado político
pragmático, se percató tras el derrumbe del orden zarista en febrero de 1917
de que el nuevo Gobierno Provisional no ostentaba realmente el poder de
ninguna forma determinante. Como supuestamente afirmaría después,
«encontramos el poder en las calles y lo recogimos de ellas».7 La Primera
Guerra Mundial representaba una prueba para la cual la Rusia zarista
demostró no estar en absoluto preparada. Murieron más de tres millones de
soldados y civiles rusos; otros tantos millones se convirtieron en refugiados
al huir de la línea del frente; la hambruna y las enfermedades los acosaron
en sus largas marchas desesperadas. Cuando el Gobierno Provisional se
comprometió a continuar la lucha, el lema de los bolcheviques de «Paz, pan
y tierra» ofreció lo necesario a los soldados, obreros y campesinos para que,
cuando menos, no tuvieran razones para interponerse en su camino. La
Guardia Roja de Lenin se apoderó de las principales ciudades y declaró un
nuevo gobierno, y entonces comenzaron los verdaderos problemas.
A pesar de ser capaces de negociar, con un coste terrible, el fin de la
implicación de Rusia en la Gran Guerra, el nuevo gobierno no tardaría en
verse inmerso en una feroz y confusa guerra civil. Un abanico variado de
monárquicos, demócratas constitucionalistas, nacionalistas, anarquistas,
fuerzas extranjeras, «señores de la guerra» y rivales revolucionarios
lucharon contra el Ejército Rojo y, a veces, entre ellos mismos. La Guerra
Civil rusa (1918-1922) fue la época de formación para los bolcheviques y,
en muchos sentidos, la razón de su duradera tragedia. Sus impulsos
reformistas y el idealismo quedaron relegados en nombre de la
supervivencia, y, aunque ganaran la guerra, los Rojos vendieron su alma. Lo
que quedó fue un régimen militar brutal y disciplinado en el cual los cínicos
y los despiadados prosperarían con celeridad.
No es extraño que todo tipo de bandidos se unieran a la causa
bolchevique y decidieran profesar el marxismo en nombre de las
oportunidades profesionales. Incluso muchos de los bolcheviques se
alarmaron al ver que la Cheka, su primera fuerza policial política, se
convertía, en palabras de Alexander Olminski, en un refugio para
«criminales, sádicos y elementos degenerados del lumpenproletariado».8
Un ejemplo de ello es que, en 1922, el ispolkom, o comité ejecutivo, que
gobernaba el pueblo del sur de Rusia de Novoleushkóvskaia, estaba
supuestamente dirigido por un tal Ubikón, un infame ladrón de caballos de
los tiempos prerrevolucionarios que había sido encarcelado por violar a su
hermana de doce años de edad. Su antecesor, Pásechni, había sido uno de
sus compañeros de la banda de cuatreros que había escapado por poco de
ser linchado en 1911, y entre los miembros del comité había un ladrón de
grano exiliado y un asesino.9 Incluso el famoso «Rey del Moldavanka»,
«Mishka Yapónchik», se vio sumido en la lucha. Tras la Revolución, lo
convencieron para unirse a la causa bolchevique. No obstante, tras ayudar a
reunir a un regimiento para ellos, se rebeló en 1920 en circunstancias que
no han sido aclaradas. Intentó regresar a Odesa, pero fue víctima de una
emboscada y asesinado en un tiroteo con las fuerzas bolcheviques en
Voznesensk, 130 kilómetros al norte de su casa.10

EL AMARGO PACTO DE LENIN

Los ricos y los delincuentes comunes son dos caras de la misma moneda, representan las
dos principales formas de parásito cultivadas por el capitalismo, estos son los principales
enemigos del socialismo.

V. I. LENIN (1915)11

Aunque su intención fuera generar polémica, había algo de verdad en lo que


dijo el líder criminal de Moscú Otari Kvantrishvili en 1994: «Se escribe que
yo soy el padrino de la mafia. [Pero] el verdadero organizador de la mafia y
quien estableció el Estado criminal fue Vladímir Ilich Lenin».12 Al
identificar a los ricos y a los delincuentes comunes como los enemigos del
socialismo, Lenin dejaba fuera de manera implícita a los delincuentes no
tan comunes, convirtiéndose en su aliado potencial. Este fue un pacto más
de los acordados durante la Guerra Civil que darían forma al resto de la era
soviética. A pesar de que el nuevo gobierno adoptaba políticas draconianas
—el Comité Revolucionario Militar advirtió de que «al primer intento por
parte de elementos oscuros de causar confusión, atracos, derramamiento de
sangre o tiroteos en las calles de Petrogrado, el criminal responsable sería
eliminado de la faz de la tierra»—, en la práctica, abundaban «la confusión,
los atracos, el derramamiento de sangre y los tiroteos».13 En 1918, el índice
de atracos y asesinatos se había multiplicado entre diez y quince veces
desde los tiempos de preguerra, y el propio Lenin no era inmune a la
anarquía de aquel período.14 El 6 de enero de 1919 iba en su Rolls-Royce
oficial junto a su hermana Mariya y su único guardaespaldas, Iván
Chabanov, cuando unos hombres de uniforme les hicieron detenerse.
Chabanov se mostró receloso, pero Lenin insistió en que estaban tan sujetos
a la ley como cualquier otro y ordenó que detuvieran el coche. Estos
hombres resultaron ser el famoso gánster Yákov Kuznetsov (conocido
como «Yákov Monederos») y sus secuaces, que necesitaban un vehículo
apropiado para perpetrar un atraco. Criminal de toda la vida, con no menos
de diez condenas bajo el sombrero, Kuznetsov no estaba al tanto de la
política actual y no reconoció el nombre de Lenin. Supuestamente, cuando
este dijo: «¿Qué sucede? Soy Lenin», el gánster replicó: «¿Y qué si eres
Lenin? Yo soy el Monederos y soy el jefe de esta ciudad cuando anochece».
De modo que Kuznetsov, sin más, se apropió del coche, de varios
documentos y de la pistola de Chabanov. Tras mirar los documentos, no
tardó en percatarse de que había desaprovechado una oportunidad de
embolsarse un valioso premio, y dio media vuelta con la idea de tomar a
Lenin como rehén. No obstante, Chabanov ya se había encargado de
alejarlo del camino. Lo que siguió a esto fue una cacería humana
descomunal en la que Kuznetsov siempre se escabullía por poco de las
autoridades, hasta que finalmente, en julio, cayó bajo una lluvia de balas.
He aquí su momento de gloria, como el hombre que pudo cambiar el curso
de los acontecimientos de la historia soviética en caso de haber sabido
quién era Lenin.15
Tal como sucedieron las cosas, Lenin lo tuvo fácil. La violencia
resentida, el caos y las penurias de la Guerra Civil se apilaron sobre la
montaña de calamidades generada por la Primera Guerra Mundial. Millones
de personas fueron desplazadas por ambas contiendas, y durante los años
venideros el país se vio enturbiado por la migración individual y grupal.
Ello generó todo un mundo de posibilidades para los criminales, que podían
perderse entre las mareas humanas y aprovecharse de personas a la deriva a
las que nadie conocía ni echaría de menos. Por ejemplo, el bandido Mijaíl
Ósipov, conocido como «Mishka Kultiapi» («Mishka el Tapón»), ejerció su
profesión sanguinaria en Siberia durante años, «girando» de ciudad en
ciudad, según explicaba él mismo, llevando a cabo atracos a casas y
allanamientos de viviendas, para después pasar a la siguiente.16 Su sello
particular era el «abanico», según el cual disponía los cuerpos atados de sus
víctimas prisioneras formando un arco, con los pies juntos y las cabezas
separadas, antes de destrozar metódicamente sus cabezas con un hacha. Se
le atribuyeron un mínimo de setenta y ocho asesinatos perpetrados junto
con su banda, y no menos de veintidós de ellos en esa forma de «abanico»
especialmente cruento. Ósipov fue finalmente llevado ante la justicia en Ufá
y condenado a muerte, no sin antes enviar una nota a Filip Varganov, el
detective que consiguió tumbarlo, felicitándolo por sus habilidades y su
compromiso, que concluía así: «El consejo que le doy es este: no cambie
sus tácticas y póngalas en práctica. Solo de esa forma es posible combatir el
crimen».17
Una cuestión que suponía un reto particularmente agudo era qué hacer
con los besprizórniki, los millones de niños sin hogar y abandonados que
solían formar pandillas por mera supervivencia. A principios de 1917, ya
había unos dos millones y medio, pero la tormenta perfecta de la
Revolución, las epidemias, las hambrunas y la guerra que asolaron Rusia
hizo que la cifra aumentara hasta unos extraordinarios siete millones como
mínimo.18 El nuevo gobierno bolchevique no era ajeno al problema y se
preocupó por ello. De hecho, en febrero de 1919 estableció un Consejo para
la Protección de los Niños con la intención de proporcionarles comida,
refugio y orientación moral, pero los recursos y la experiencia que tenían a
su disposición eran completamente inadecuados para llevar a cabo esa
empresa.
El fenómeno de los besprizórnost sobrevivió a lo largo de la década de
1920 y trajo consigo los retos asociados de la mendicidad, los robos e
incluso la violencia. Abundaban los relatos, a veces exagerados, pero
tristemente ciertos en demasiados casos, de bandas de adolescentes o
incluso niños más pequeños, que no solo se implicaban en robos de poca
monta, sino que también acosaban y a veces asesinaban en grupos de diez,
veinte y treinta individuos.19 Joseph Douillet, el último cónsul belga en la
URSS de preguerra, presenció este desenlace en sus cotas más elevadas en
el campamento de niños de Persiánovka, donde unos veinticinco jóvenes de
Novocherkask se armaron con cuchillos y armas y tomaron el control
durante casi una semana, hasta que los soldados llegaron para restaurar el
orden.20
De hecho, las autoridades tuvieron que adoptar medidas duras con
demasiada frecuencia para meter en cintura a los besprizórniki que se
habían asalvajado por sus trágicas experiencias, muchos de los cuales se
convertían en drogadictos antes incluso de cumplir los diez años, y que
habían comenzado a imitar a los adultos del vorovskói mir en el uso de
tatuajes y apodos. Aunque la política oficial era la rehabilitación, muchas
personas de la época consideraban que eran irredimibles, como afirmó un
policía abiertamente: «Extraoficialmente, mi opinión es esta: cuanto antes
mueran todos tus besprizórniki, mejor […]. Son un colectivo sin remedio
que no tardarán en convertirse en bandidos. Y ya tenemos suficientes sin
ellos».21 Esto también contribuyó al miedo ubicuo a la violencia callejera.
Douillet, que ciertamente no era el más empático de los observadores,
afirmó que «en la Rusia soviética, es peligroso aventurarse a salir a la calle
por la noche. Cuando anochece, las calles están completamente en poder de
numerosas bandas de hooligans».22
Y los besprizórniki tampoco eran el único reto, ni siquiera el principal.
En 1922, en una apuesta desesperada por reanimar la economía, Lenin dio
marcha atrás a la anterior política de «comunismo de guerra» maximalista,
basada en la nacionalización, las confiscaciones de grano y la militarización
del trabajo. La Nueva Política Económica (NEP) supuso una apertura
liberalizadora hacia el mercado: el Estado continuaba controlando los
llamados «puestos de mando» de la economía, como los bancos y la
industria pesada, pero ahora se estimulaba a los campesinos a comprar y
vender su producción y se permitían muchos otros aspectos del capitalismo
a pequeña escala, que incluso eran alentados. Fue una medida controvertida
para los puristas, que Stalin revertió en cuanto tuvo oportunidad, pero
mostró una eficacia sorprendente respecto a sus objetivos.

LOS BANDIDOS Y EL ARTÍCULO 49

Creo que los años veinte habrían sido una época interesante para trabajar.

«LEV YURIST» («Lev el jurista»), vor de bajo rango (2005)23

El auge de la empresa privada también generó sus propias oportunidades


criminales, desde el fraude y la evasión de impuestos a la depredación por
parte de los bandidos de la nueva clase de emprendedores de la NEP. El
cuerpo policial bolchevique, llamado «la milicia» para distinguirse de su
par zarista, podía abastecerse parcialmente de agentes e investigadores
veteranos de los tiempos prerrevolucionarios, pero estaba lastrado por la
falta de recursos y experiencia (la mayoría carecía de adiestramiento
formal).24 Mientras tanto, tenían que lidiar con las consecuencias de la
apertura de las prisiones zaristas y la pérdida o destrucción de muchos de
los archivos de la época. Violentos criminales andaban sueltos para repetir
sus viejos repertorios. La banda de Vasili Kotov y Grigori Morozov, por
ejemplo, aterrorizó la provincia de Kursk de 1920 a 1922. Se abalanzaban
sobre fincas y granjas aisladas, asesinaban a todos los que se encontraran en
su interior —a Morozov le gustaba usar un hacha— y desvalijaban todo
cuanto hallaban a su paso. En 1922 llegaron a Moscú y asesinaron a treinta
personas en una orgía de violencia que duró tres semanas antes de huir de la
ciudad. La banda fue finalmente cercada en 1923 y ejecutada por un pelotón
de fusilamiento, pero no antes de que quedara demostrado que Kotov había
sido liberado en 1918 por ser «víctima del Estado zarista».25
Nos encontramos de nuevo ante una época abierta a una especie de
bandolerismo anárquico que había pasado generalmente del campo a la
ciudad, y volvían a generarse héroes populares que estaban en contra de la
autoridad. Uno de ellos fue Lionka Panteléiev, un temible soldado del
Ejército Rojo y después policía secreta de los bolcheviques, que fue
despedido en 1922, posiblemente siguiendo órdenes de Stalin. Resentido, se
entregó a una vida criminal y reunió a una banda que en su momento álgido
perpetraba veinte o más atracos armados al mes en la región de Petrogrado
(San Petersburgo). De manera insólita, el mujeriego Panteléiev no solo
confiaba enormemente en las criadas y sirvientas como informadoras, sino
que su banda también incluía a numerosas pistoleras. Tras ser detenido y
juzgado, consiguió escapar, lo cual consolidó su estatus como héroe mítico.
Las autoridades soviéticas, presas de la ira, clausuraron virtualmente la
ciudad cuando protagonizó veintitrés atracos armados. Al final dieron con él
y lo asesinaron en un asalto policial masivo, pero a las autoridades les
preocupaba tanto acabar también con su memoria que exhibieron su cuerpo
como prueba de que había caído.26
Una vez que se produjo un receso en las necesidades de la Guerra Civil,
el Estado bolchevique volvió a tomarse en serio la delincuencia común, en
parte como respuesta a ello. Bajo el infame Artículo 49 del Código Penal
introducido en 1922, empezó a hostigarse a las personas, a menudo con
base en delitos de lo más comunes, tales como el hurto en tiendas, o incluso
por sus relaciones con lo que se denominó el «entorno criminal», y eran
desterradas de las seis ciudades principales (por lo que este castigo se
conocía como el «Menos Seis»).27 Estas víctimas del Artículo 49 eran
consideradas inherentemente un peligro social, y el tratamiento que se les
daba reflejaba una tensión central en la visión de los bolcheviques respecto
a la tarea policial. A pesar de que solían mantener posiciones
verdaderamente utópicas acerca de la rehabilitación y existía la noción de
que hasta cierto punto el crimen era un síntoma de la desigualdad entre
clases y el fracaso del sistema educacional, muchos de los nuevos líderes,
veteranos curtidos en la Revolución y la contienda civil, seguían
considerando que estaban en pie de guerra. Por ejemplo, en 1926, el jefe de
la policía política Félix Dzerzhinski —el famoso «Hierro Félix»— tenía
una solución simple para la escasez en el abastecimiento de textiles, de lo
cual culpaba a los «especuladores» que manipulaban el mercado: «Creo que
deberíamos enviar a un par de miles de especuladores a Turujansk y
Solovkí (campos de concentración)».28 Ese era exactamente el tipo de
tensión no resuelta que el sucesor final de Lenin estaría encantado de
explotar de manera sanguinaria.

LOS NIÑOS DE STALIN

El comunismo no supone la victoria de la ley socialista, sino la victoria del socialismo


sobre la ley.

PAVEL STUCHKA, jurista bolchevique (1927)29

Los tatuajes tan característicos de los criminales profesionales del siglo XX

de la URSS incluían numerosas imágenes de Iósiv Stalin, dictador que


gobernó desde la década de 1920 hasta su muerte en 1953. A veces lo
hacían por razones satíricas y otras era muestra de la creencia de que ningún
pelotón de fusilamiento dispararía a su propio amo. Pero también se trataba
de un tributo extrañamente apropiado al hombre que fue, en cierto modo, su
verdadero progenitor. A principios de la era soviética, a pesar de las
esperanzas de que se trataría simplemente de un fenómeno transitorio, el
crimen floreció en una época de escasez, incertidumbre y estructuras
estatales débiles. En la década de 1930, los términos del Artículo 49
empezaron a adaptarse a la agenda política de Stalin. En 1932, la policía
política (que en aquel momento se conocía como OGPU) proporcionó
instrucciones a las autoridades locales para que dieran mayor atención a los
«elementos criminales y parásitos sociales» y que los dividieran en nuevas
categorías que ponían en un mismo saco a los delincuentes desempleados y
a los niños de la calle.30 Las hambrunas y el caos del campo que generó la
campaña de colectivización de Stalin (que tomó el control efectivo de las
tierras de cultivo para el Estado) llevó a un resurgir del besprizórnost.
Niños que a veces no tenían ni ocho años, que no querían o no podían
demostrar su edad, eran enviados sin más a campos de trabajo como
«individuos con edad en torno a los doce años».31 Pero cada vez se hacía
una distinción más clara entre los criminales normales y aquel de quien
pudiera asumirse que tenía algún tipo de motivación política. Simples
matones y bandidos estaban «próximos socialmente» a los obreros que
habían perdido el rumbo. Necesitaban recibir un correctivo, un castigo. Pero
los tratamientos más salvajes se reservaban para los disidentes políticos,
quienes serían enviados en su debido momento a los campos de
concentración a miles y a millones.
La vorágine de terror, industrialización y encarcelamiento que propició
Stalin revolucionaría el vorovskói mir. El sistema del gulag (gulag es el
acrónimo de Glávnoie Upravlenie Lagueréi, Dirección General de Campos
de Trabajo) fue el motor de su proyecto de construcción del Estado.32 En
parte se debía a razones prácticas: millones de trabajadores convictos zek
talaban árboles, cavaban zanjas y extraían carbón en nombre de la
modernización. ¿Cuántos? No lo sabemos a ciencia cierta, pero Anne
Applebaum sugiere una cifra de 28,7 millones durante la época de Stalin
como una «estimación a la baja».33 No obstante, también tenía razones
políticas y psicológicas: los campos de trabajo eran lugares donde exiliar a
aquellos que se resistían a la colectivización de las tierras y a los que
mostraban una independencia y voluntad indebidas, además de suponer una
historia aleccionadora para amilanar a cualquiera que pudiera cuestionar al
Partido. Al fin y al cabo, las detenciones y el sistema del gulag no eran en
absoluto secretas, ya que había convictos trabajando incluso en las ciudades
principales (el sublime sistema del metro de Moscú fue construido gracias a
esta moderna forma de esclavización infernal) y el último vagón de los
trenes de pasajeros regulares era el «Stolipin», que transportaba prisioneros
con sus guardias armados y ventanas con barrotes. El principio de detener a
las personas de madrugada no era solo una cuestión práctica, para
apresarlos cuando había más probabilidades de que estuvieran en casa y
eran más vulnerables. También formaba parte de su entramado de teatro del
terror: la llegada de un vehículo a la puerta de la vivienda cuando las calles
se encontraban virtualmente vacías, a excepción de los «cuervos negros»,
las furgonetas de la policía política, las botas resonando en el hueco de la
escalera, el aporreo de la puerta, los lloros de los niños, las protestas, las
severas órdenes de las autoridades… Es posible que arrestaran a una sola
persona, pero todo el bloque de apartamentos quedaba inmerso en el terror
y el vergonzoso alivio de saber que esa vez no venían a por ellos.
La convincente imagen de Alexandr Solzhenitsin del «archipiélago
gulag», «un país prácticamente imperceptible» que coexistía espacialmente
con la Unión Soviética, puede llevarnos fácilmente a creer que existía una
línea divisoria entre estas dos naciones tan afilada como una alambrada,
pero ese no era el caso. Obviamente, había campos propiamente dichos, con
sus muros, vallas, verjas de seguridad y torres de vigilancia. Pero también
estaban los campos virtualmente abiertos en los confines remotos, cuya
seguridad consistía en su propio aislamiento, así como los grupos de trabajo
y los campamentos del interior de las ciudades. Incluso existían los
denominados «prisioneros sin escoltar», a los que se les otorgaba permiso
para viajar solos hasta sus lugares de trabajo asignados a lo largo de ciertas
rutas establecidas, o a veces incluso para vivir fuera del campamento, con la
amenaza de perder ese privilegio o incluso ser sujetos a un juicio sumario si
intentaban escapar.34 Había un mercado negro que se encargaba de
introducir en los campos contrabando de comida, medicina y otros bienes, y
vendía los escasos víveres de los campamentos a la población exterior. Un
prisionero del campo de Siblag, Yevséi Lvov, recordaba que: «La población
de alrededor está compuesta literalmente por personas vestidas con el
calzado, los pantalones, chaquetas acolchadas, el tabardo militar, los
sombreros, las blusas y los abrigos guateados del campamento».35 Mientras
tanto, la asistencia limitada que se proporcionaba a los antiguos prisioneros
que volvían a casa suponía que muchos campos convivían con barrios
miseria improvisados llenos de una «población flotante de exconvictos,
marginados y “pioneros” en busca de dinero fácil».36 En suma, el sistema
de campos de trabajo de Stalin se las ingeniaba para ser al mismo tiempo un
Estado dentro del Estado y una parte inextricable de la Unión Soviética. De
modo que no es nada extraño que lo que sucedía en los gulags se extendiera
a todas partes.
Muchos de los zeki eran «los del 58», prisioneros políticos que habían
sido víctimas del infame Artículo 58 del Código Penal sobre «actos
contrarrevolucionarios», que podría implicar cualquier cosa, desde contar
un chiste sobre Stalin a estar relacionado con alguien que había caído en
desgracia. Los otros eran simplemente delincuentes comunes o los llamados
bitovikí, «buscavidas», cuyos crímenes eran los que cualquiera acababa
cometiendo, desde llegar tarde al trabajo a escamotear un poco de comida
en medio de una hambruna. (En la época zarista eran conocidos como los
neschastnie, los «desgraciados».)37 En tiempos como aquellos de apuros
universales era fácil terminar al otro lado de la ley. El Estado buscaba
controlar los movimientos, incluso mediante el uso de pasaportes internos
que convertían a los vagabundos en criminales.38 Otros, que luchaban por
conseguir trabajo en las ciudades de provincia, teniendo el acceso legal
denegado a metrópolis algo más prósperas, se veían obligados a robar o a
trabajar en negro para sobrevivir. De nuevo, el caos que se vivía en el
campo espoleó también un patrón migratorio sanguinario de bandidos
urbanos y surgieron grupos como la «Banda de la Máscara Negra» y la
«Banda de los Diablos del Bosque», famosos por cometer a menudo
crímenes cruentos en una ciudad para después trasladarse a la siguiente.
Algunos estaban formados por criminales profesionales, pero otros,
especialmente los que se dedicaban a delitos como el hurto y los atracos,
solían ser en realidad producto de una lucha desesperada por la
supervivencia.

EL LADRÓN QUE SIGUE EL CÓDIGO

El vor es un ladrón honrado, un hombre al que no le importa la ley, pero que tiene palabra,
que sigue el código. El vor v zakone es el tipo de hombre que todo vor quiere ser.

«LEV YURIST» («Lev el jurista»), vor de bajo rango (2005)39

Pero después también estaban los criminales auténticos, los vorí, y la


cultura existente del vorovskói mir era magnificada y transmitida a medida
que los arrojaban a los campos de trabajo en camiones y vagones de tren
etap (convoy de transporte de prisioneros) y en las estaciones de tránsito
que se encontraban a lo largo de sus rutas. Al fin y al cabo, los prisioneros
eran trasladados de manera rutinaria, ya fuera para dispersar
concentraciones peligrosas, aliviar la superpoblación o ajustarse a nuevas
necesidades económicas. A través de esta constante reunión de criminales
por toda la Unión Soviética, el vorovskói mir se volvió incluso más
homogéneo e interrelacionado, un verdadero «archipiélago gánster».
Durante este proceso, el sistema de campos fortaleció y transmitió esta
subcultura distintiva que al mismo tiempo imponía y enseñaba la ortodoxia
del hampa. Así, por ejemplo, el campo Viatlag era descrito en su propio
diario de la prisión, el Za zheleznoi reshotkoi («Tras los barrotes de
hierro»), como una «escuela verdadera» que ofrecía «cursos del segundo
estadio de formación moral para futuros criminales “estilosos” con
aptitudes».40 No se trataba simplemente de adoctrinar a los criminales bajo
una cultura común, sino también de la transmisión de las habilidades
profesionales. A su propio modo despiadado, el régimen de Stalin
conllevaba una rápida urbanización e industrialización y, del mismo modo
que sucedió durante el final del zarismo, esto generó una especialización y
estratificación en el hampa, igual que en el resto de la sociedad. Esta
clasificación profesional iba desde los farmazónschiki, traficantes de
moneda falsa (que a menudo colocaban kukli, «muñecas», en sus objetivos
incautos: un fajo de billetes falsos o incluso recortes de papel con billetes de
verdad por encima y debajo a modo de señuelo), al gonsha («zapato»), un
carterista que operaba en los autobuses y tranvías ajetreados en las horas
punta.
No obstante, todos ellos formaban parte del vorovskói mir, y de esta masa
crítica surgió una nueva figura de autoridad, el vor v zakone (que se traduce
literalmente como «ladrón que sigue la ley», pero tal vez sea más adecuado
traducirlo como «ladrón que sigue el código»).41 Estos vorí v zakone no
eran necesariamente líderes de bandas, ni tampoco eran siempre los
criminales más importantes, ricos y duros, sino los jueces, profesores,
modelos a seguir y sumos sacerdotes del vorovskói mir, aclamados por sus
pares. «Valentín el Inteligente», el paján, o «jefe» con el que se encontró
Alexander Dolgun fue probablemente uno de estos vorí v zakone:

Por rango y autoridad, este tipo tiene el estatus de un rey de los ladrones. En la mafia sería como
un padrino, pero no quiero usar esa palabra porque en los campos de concentración existe un
padrino y es algo completamente diferente. Además, un paján puede surgir en cualquier parte y
no tiene que estar vinculado a ninguna familia en particular. Es un hombre respetado por todos en
el hampa por su pericia, experiencia y autoridad. Conocer a un urka (vor) tan distinguido de la
clase alta es un acontecimiento extraordinario.42

Valentín trataba a Dolgun con educación, pero una parte fundamental del
trabajo de un vor v zakone era ser un ejemplo del exigente código de los
ladrones y adoptar la responsabilidad de vigilar su cumplimiento mediante
los medios más feroces y estrictos. Si un aspirante a vor se hacía un tatuaje
que no le correspondía podían matarlo o simplemente arrancarle del cuerpo
ese trozo de piel que había causado la ofensa. Pero a menudo la disciplina
se ejercía de manera interna. Por ejemplo, un ladrón del campo de Kolimá
perdió tres dedos de su mano izquierda por fracasar en su intento de cumplir
con una apuesta (una obligación prácticamente sagrada en el vorovskói
mir): «Nuestro consejo de mayores se reunió para otorgarme el castigo. El
demandante quería que me cortaran todos los dedos de la mano izquierda.
Los mayores ofrecieron dos. Estuvieron regateando un rato hasta que
acordaron que fueran tres».43 El ladrón no se mostraba resentido con el
tratamiento, ya que «nosotros también tenemos nuestras leyes», y los vorí v
zakone ejercían así como mediadores, autoridades morales y brazos
ejecutores al mismo tiempo. Michael Solomon presenció un ejemplo más
dramático incluso de este varonil culto a la resistencia y la negativa a
postrarse ante los foráneos. Un joven ladrón fue acusado de vender a sus
hermanos a las autoridades. Se resistió estoicamente a argumentar nada en
su defensa, pero cuando le dieron la opción de morir «degollado o
ahorcado» se decidió por lo segundo. El mayor de los tres vorí que lo
juzgaban degolló al ladrón, después lavó con calma el cuchillo y sus manos
y aporreó la puerta para llamar al agente de guardia y enfrentarse a su
propio castigo.44
Este núcleo duro de los vorí se hacía llamar blatníe, junto a otros
términos como urki, urkagany y blatary. Minoría incluso entre los
criminales, solían contentarse con abusar de los delincuentes comunes y los
presos políticos. Los aterrorizaban y maltrataban, les robaban la comida y la
ropa, los echaban de los catres más calientes de las barracas, les pegaban e
incluso los violaban con total impunidad. Conocemos a los blatníe sobre
todo a través de los relatos de los presos políticos, que por lo general no
tenían muchas razones para escribir sobre ellos con simpatía, pero también
aparecen crudas valoraciones acerca de los mismos en los informes
oficiales e incluso en los pocos escritos que dejaron los agentes de los
campos. «Los criminales no eran humanos», escribió Varlam Shalámov; y
Eugenia Ginzburg sentía del mismo modo que «los criminales profesionales
estaban fuera de los límites de la humanidad».45 No sorprende que también
obligaran a otros prisioneros a que hicieran el trabajo que les tocaba a ellos,
ya que mover un dedo por el Estado era algo que iba en contra del código
del vorovskói mir. Un verdadero blatnói acabaría fingiendo estar enfermo,
mutilándose, o como último recurso se enfrentaría a las porras y las armas
de los guardias antes que postrarse frente a ellos. Ginzburg escribe sobre
cierto momento en que ella y sus compañeros presos políticos
«permanecimos de pie helándonos durante más de una hora mientras
continuaba la discusión acompañada por las canciones de los criminales
ordinarios, que saltaban en círculos mientras bramaban a pleno pulmón:
“nosotros no trabajamos los sábados, los sábados no trabajamos, y para
nosotros todos los días son sábado”».46
Sin embargo, aunque se negaran a doblegarse ante las reglas del gulag —
y muchos, de hecho, se negaban, como veremos en el siguiente capítulo—,
la experiencia los dejaba marcados. La rica y brutal cultura vor, con su
propia jerga, lenguaje visual y costumbres, se explorará en el capítulo 5. Lo
fundamental es que el sistema de los campos de trabajo supuso el crisol en
el que el vorovskói mir invertebrado que había surgido a finales del siglo
XIX en Rusia no solo empezaría a homogeneizarse cada vez más,
incluyendo también a nacionalidades no eslavas, sino que también adquirió
algo que le faltaba hasta entonces: cierto tipo de jerarquía. La lucha
despiadada por la supervivencia diaria en el gulag, resumida en el precepto
«hoy mueres tú, mañana yo», no hizo sino reforzar los vínculos entre los
blatníe y la brecha que había entre ellos y el resto de la sociedad.47
4

LADRONES Y PERRAS

Malvado es el ladrón que se aprovecha de su propio pueblo.

Proverbio ruso

Tras la Segunda Guerra Mundial, el sistema de los gulags quedaría dividido


por las luchas entre los ladrones tradicionalistas y aquellos a quienes
consideraban traidores por colaborar con el Estado. Al fin y al cabo, la ley
del vorovskói mir era muy clara respecto a lo que todos los «ladrones
honrados» debían hacer con aquellos apóstatas. Como decía la canción
criminal tradicional «Murka»:

Los días se tornaron noches de oscuras pesadillas,


muchos miembros de la banda fueron apresados.
Pero ahora debemos descubrir rápidamente a los soplones,
y castigarlos por su traición.
En cuanto alguien se entere de algo,
no debemos vacilar.
Afila tu cuchillo, coge lo pistola,
coge la pistola, déjala preparada.1

Por ejemplo, cuando se decidió reprimir por fin una revuelta


particularmente violenta que tuvo como escenario el campo de Gorlag en
1953, un zek que había sido coronel del Ejército Rojo antes de su detención
y encarcelamiento se detuvo ante la columna de cautivos cuando se los
llevaban e identificó a los líderes de los clanes. Firmó su sentencia de
muerte. Primero estuvo en el hospital del campo, donde esquivó un intento
de acabar con su vida gracias a que se había cambiado de cama. Finalmente
fue enviado a una celda de confinamiento en un campo de mujeres, pero ni
siquiera allí estaba seguro, y fue apuñalado por una de las internas, a pesar
de que aquello haría que el Estado la ejecutara. No importaba: como apunta
Michael Solomon, «la orden de ejecución había sido transmitida a través de
canales clandestinos y una vez que la propia mafia de los convictos había
dictado la sentencia de muerte, no existía ley divina alguna que pudiera
evitar que se llevara a término».2
Los sentimientos y vínculos personales de camaradería y confianza están
muy bien, pero cualquier comunidad social encapsulada, especialmente una
basada en la transgresión y la ambición personal, también necesita
mecanismos que juzguen y castiguen a quienes quebrantan sus leyes y
cuestionan sus valores. Esto, como veremos también en el siguiente
capítulo, es un elemento de especial relevancia en el vorovskói mir. De
hecho, también está presente en otros aspectos de la vida rusa, sobre todo en
la incesante búsqueda caníbal bajo el mandato de Stalin de «traidores»
reales e imaginarios, e incluso en el odio particular que hoy Vladímir Putin
profesa por quienes traicionan al Estado y su servicio. En términos
generales, los meros disidentes serán hostigados, silenciados o expulsados,
pero aquellos a quienes Putin considera chaqueteros suelen enfrentarse a
una venganza mucho más directa. Tal vez el caso más conocido sea el del
exoficial de los servicios secretos que se convirtió en desertor y acusador,
Alexandr Litvinenko, quien agonizó durante veintidós días en un hospital
de Londres tras ser envenenado con un isótopo de alta radiación llamado
polonio 210.
Si para los ladrones blatníe, fieles a su código, los presos comunes eran
simple carnaza, después, gracias a Stalin, su propia cultura generaría en el
debido momento a otros que abusaran de ellos. Si había una falla crucial, y
eventualmente fatal, en el código del vorovskói mir era la prohibición
absoluta de cualquier forma de cooperación con el Estado. Esto ayudó a la
definición de los ladrones y a construir una subcultura coherente, pero, en
aquella época de sueños totalitaristas y de inmenso poder del Estado, esa se
demostraría como una opción cada vez menos sostenible.

PERRAS DE LEY

El 20 por ciento de los criminales mantenía aterrorizados al 80 por ciento de los prisioneros
de moral pura. El 3 por ciento de los criminales (blatary) hacían que el resto del mundo
criminal les obedeciera ciegamente.

3
ALEXANDR SOLZHENITSIN

Así como las políticas de Stalin unificaron el vorovskói mir en ciertos


aspectos, en otros también lo dividieron, creando un nuevo cuerpo de
colaboradores, los llamados suki («perras»), que estaban dispuestos a
ayudar al Estado en el gobierno de los gulags, pero solo por interés propio.
El desafío para el Estado estalinista era cómo gestionar mejor el
internamiento masivo de convictos, hacerlo de manera barata y efectiva. En
tanto que la motivación principal inicial de las purgas y los
encarcelamientos masivos era política, el Estado también buscaba explotar
a esta fuerza laboral virtualmente esclavizada para sacar un rendimiento
económico de ello. Como expresó el zek de origen polaco Gustav Herling,
«en su conjunto, el sistema de trabajos forzados de la Unión Soviética, en
todos sus estadios, los interrogatorios y las escuchas, los encarcelamientos
preliminares y el propio campo, no tiene la intención primordial de castigar
al criminal, sino de explotarlo económicamente y transformarlo
psicológicamente».4
La respuesta fue incorporar a los peores elementos del hampa como
agentes y síndicos para mantener ocupados y bajo control a los del 58 y los
del 49, los presos políticos y los delincuentes comunes, respectivamente.
Obviamente, seguía habiendo guardias regulares de prisión, pero la gran
mayoría del trabajo de gestionar la población del gulag estaba de hecho
subcontratado a los internos. Al principio se ofrecía a los bandidos, agentes
corruptos y similares —delincuentes, pero no del vorovskói mir— un
estatus preferente en el interior de los campos, vidas más fáciles, ventajas e
incluso trabajos, a cambio de mantener a raya al resto de internos y que se
cumplieran las normas de producción. Pero, llegados a cierto punto, incluso
los blatníe se veían seducidos por las oportunidades.
Solomon decía que, aunque «permanecerían encerrados bajo llave, las
autoridades los consideraban como su brigada de choque contra los presos
políticos».5 Dado que se trataba de un trabajo miserable en unas
condiciones terribles, siempre había necesidad de personal para el gulag —
ya en el año 1947, a los guardias armados de la VOJR les faltaban cuarenta
mil hombres, tantos que resultaba crucial encontrar formas de controlar los
campos desde el interior.6 Muchos campos operaban efectivamente con una
zona de control exterior vigilada por la VOJR desde sus torretas con
ametralladoras, y una interior, conocida simplemente como la zona, en la
que la mayoría de las tareas de supervisión diaria recaía sobre estos
prisioneros. Como dijo el antiguo zek Lev Kópelev: «Dentro del campo —
en las barracas, las yurtas [tiendas], el comedor, los baños, las “calles”—
nuestras vidas estaban bajo el control directo de los internos de confianza».7
Estos internos de confianza ejercían como guardias, especialistas técnicos
y administradores e incluso podían ascender hasta llevar el mando de los
campos, a veces mientras seguían cumpliendo sus condenas. También
adquirían nuevas oportunidades para realizar actividades criminales. Los
internos de confianza tenían muchas más posibilidades de ser colocados en
puestos administrativos que implicaran contacto con el mundo exterior, o
que se les permitiera trasladarse «sin escoltar» más allá de los muros del
campo de trabajo. Para algunos, esto representaba una oportunidad
ocasional de buscar comida, holgazanear o incluso tomarse una copa
rápidamente a escondidas. Para otros, no obstante, era una oportunidad para
crear vínculos criminales entre los dos mundos. Un caso de la región de
Novosibirsk ejemplifica esto. En 1947 se descubrió que una banda de
internos de confianza bajo las órdenes de un tal Mijáilov, un criminal que
había sido nombrado contable jefe del campo, había establecido una estafa
de larga duración en connivencia con un par de agentes del mercado negro
de la ciudad.8 Fueron capaces de pasar comida destinada a los prisioneros a
Novosibirsk, donde la vendían por diez veces su valor oficial, mientras
Mijáilov simplemente trampeaba los libros de cuentas. Al final, cuando la
estafa salió a la luz, Mijáilov fue fusilado, y sus socios criminales,
sentenciados a condenas más largas. Sin embargo, las oportunidades de
vivir una vida diferente, incluso en el interior de los campos, significaban
que no había castigo alguno que impidiera el flujo constante de acuerdos
criminales, tanto a través del archipiélago gulag como dentro y fuera de
este.

FISURAS EN EL CÓDIGO

—A tu Código le ha llegado la hora. Todos los «hombres de Código» han caído…


—Yo procedo de una larga estirpe de ladrones rusos. He robado y volveré a robar.

Conversación entre un vigilante y un blatnói, en La zona, novela de SERGUÉI DOVLATOV9


Al final, las recompensas tenían que superar a los riesgos. Al aceptar esas
posiciones, los ladrones estaban rompiendo uno de los tabúes
fundamentales de su código. Como dijo un blatnói conocido como
«Bombero», «un ladrón no puede delatar a otro a las víboras [las
autoridades del campo de prisioneros]. Si lo hace, no es un ladrón, es una
perra».10 A pesar de ello, especialmente al final de la década de 1930,
incluso los miembros del vorovskói mir se veían tentados por las
oportunidades de colaboración. Se convertían en proscritos, los otoshedshie
(«difuntos»), más conocidos mordazmente como suki («perras»). Sus vidas
estaban perdidas a ojos de los blatníe, que empezaban a llamarse a sí
mismos chestniagui, «los no conversos». Como explica un paján en otra
canción popular criminal de la década de 1930, «tocan música en el
Modavanka», cuando oye que un antiguo compañero trabaja ahora para las
autoridades del campo:

Nosotros, ladrones pequeños, tenemos nuestras poderosas leyes,


y ellas rigen nuestras vidas.
Si Kolka se ha deshonrado a sí mismo,
lo amenazaremos con el cuchillo.11

Obviamente, matar a un suka significaba arriesgarse a que te matara el


Estado o que lo hiciera uno de los internos de confianza. Para unos
criminales que lucían con orgullo las condenas de prisión y que ya tenían
largas penas que cumplir, pensar que le añadirían más años no era algo a lo
que temieran en demasía. Sin embargo, había otras formas de cobrarse la
venganza, desde un simple cuchillazo en la oscuridad a encierros en una
celda helada durante una semana, obligarlos a soportar los vientos
subárticos vistiendo ropa mojada, o quedar a la intemperie en el verano de
Kolimá, cuando los mosquitos volaban en enjambres tan densos que no se
veía nada a varios metros de distancia. Esos criminales que no temían las
peleas no siempre veían con esa misma despreocupación la idea de la
congelación, la neumonía, la tuberculosis o el ser consumidos por los
insectos.
Así, en la década de 1930, se produjo un incómodo punto muerto entre
estos dos grupos, ya que se ignoraban entre ellos tanto como pueden hacerlo
unos enemigos acérrimos. La afirmación de la cita de Solzhenitsin, por la
que el 3 por ciento de la población de la prisión hacía que el resto de
criminales obedecieran «ciegamente» es cuestionable, sobre todo por
cuanto sabemos acerca de la violencia como factor constante en las
relaciones del gulag. Y lo que es más importante, los suki, en minoría, pero
respaldados por el régimen, no eran tan incautos como para obligar a los
blatníe a trabajar. Se concentraban en los prisioneros políticos y los
delincuentes comunes, que representaban la mayoría de la población de los
gulags. Por el contrario, los vorí, a pesar de cuánto aborrecían a los suki,
sabían que cobrarse la venganza en forma de asesinato que exigía su código
llevaría a que el Estado respondiera del mismo modo con ellos. En general,
intentaban ignorar a los suki y explotaban también a los del 58 y el 49. Las
autoridades, deseosas de evitar confrontaciones directas y la violencia que
conllevaba, cooperaban, intentando asegurarse de que los diferentes grupos
estuvieran apartados, tanto en los campos como, sobre todo, en los
transportes en etap, donde el control y la supervisión eran incluso más
livianos. De modo que durante un tiempo se produjo una guerra fría en los
gulags mucho más volátil y visceral de lo que llegaría a ser el conflicto
entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pero la situación no podía
prolongarse durante mucho tiempo.
LA BALANZA DEL TERROR SE DECANTA DE UN LADO

¿Estuviste en la guerra? ¿Empuñaste un rifle? Eso significa que eres una perra, una
auténtica perra y la «ley» debería castigarte. ¡Además, eres un cobarde! No tuviste la fuerza
de voluntad para abandonar el ejército. ¡Tendrías que haber aceptado una nueva condena o
incluso la muerte, pero nunca coger las armas!

Ladrón tradicionalista, en Collected Works, de VARLAM SHALÁMOV12

Aquel compás de espera llegó a un violento fin con la Segunda Guerra


Mundial. Cuando Alemania invadió la URSS en 1941, muchos de los
internos de los gulags, incluso algunos blatníe, acabaron en el Ejército
Rojo, algunos por voluntad propia y otros por obligación. La Orden del
Comité de Defensa del Pueblo N.º 227, promulgada tras el desastre que
supuso la aniquilación de la línea defensiva soviética en la acometida inicial
alemana, preveía que cientos de miles de convictos fueran enviados a
batallones penales que fueron anteriormente unidades de castigo para
desertores y descontentos. Durante los tres primeros años de la contienda,
casi un millón de internos del gulag fueron transferidos al Ejército Rojo.13
Algunos ladrones se resistieron: Dmitri Panin, por ejemplo, recordaba a un
infame bandido conocido como «Lom-Lopata» («Pala-Palanca») que mató
a otro prisionero solo para evitar que lo enviaran al batallón penal, un
clásico ejemplo de criminal cuya condena era tan larga que agregarle diez
años más no significaba nada.14 No obstante, aquellos que se ofrecieron
voluntarios (o fracasaron a la hora de cometer nuevos delitos que los
libraran del reclutamiento) sentían por lo general que simplemente
cumplían con su deber como patriotas: puede que fueran criminales, tal vez
despreciaran al régimen soviético, pero se imponía el sentimiento más
profundo de lealtad a la madre Rusia. No obstante, en un sentido estricto,
estaban violando el código del vorovskói mir.
En 1944, cuando se giraron las tornas, el Kremlin reconsideró sus
anteriores promesas de amnistía y libertad condicional. Los zeki, tanto los
que habían sido llamados a filas como los voluntarios, comenzaron a
retornar a los campos de prisioneros para encontrarse a sí mismos como
colaboradores ante los ojos de los tradicionalistas. La población del gulag,
que había menguado en los primeros años de la guerra gracias al servicio
militar, la mortandad y la necesidad de mano de obra para la agricultura y la
industria, volvió a aumentar, especialmente cuando Stalin quiso restablecer
su poder imponiendo una serie de nuevas leyes y reglamentos duros en el
país. Sin embargo, la población de convictos adquirió una composición
bastante diferente. A los vorí y los delincuentes comunes que habían servido
en el ejército de quienes se pensaba que habían quebrantado el código, se
unieron tal vez medio millón de anteriores soldados y partisanos cuyo único
«crimen» era haber sido capturados por el enemigo cuando Stalin esperaba
—exigía— que lucharan hasta la muerte. Para ellos, la «liberación» supuso
un ignominioso trasvase de un campo de prisioneros extranjero a uno
soviético. Aproximadamente trescientos mil soldados del Ejército Rojo
acabaron en los «campos de verificación y filtración» de la NKVD, y,
aunque la mayoría fueron finalmente liberados para hacer vida civil o
regresaron al ejército, al menos un tercio acabó en los gulags.15
Al encontrarse en un mundo dividido entre prisioneros políticos
explotados, colaboradores y criminales de carrera, tendieron a alinearse
junto a los suki. De hecho, estos «soldados» o «sombreros rojos», se vieron
obligados a aliarse con ellos, ya que los tradicionalistas les hacían el vacío o
intentaban intimidarlos, frecuentemente con resultados imprevistos. En un
incidente en Norilsk, por ejemplo, una banda de blatníe decidió perseguir a
ciertos presos políticos que resultaron ser antiguos oficiales del Ejército
Rojo, que «los despedazaron, a pesar de no tener arma alguna. El resto de
ladrones salieron corriendo en busca de los vigilantes y los funcionarios
[del campo de trabajo] profiriendo alaridos y suplicando ayuda».16
Según cuenta la historia, en 1948, los representantes de los líderes de la
voiénschina, la «soldadesca», se reunieron en un lugar de paso en Vánino y
discutieron largo y tendido para llegar a un acuerdo entre las viejas formas
y las nuevas oportunidades. Decidieron, en lo que en muchos aspectos era
alinearse conscientemente con los suki, que aceptarían la noción del código
de los ladrones, pero que eso no les impediría la colaboración con las
autoridades, y que trabajarían desde dentro del sistema. En realidad, esa
reunión era probablemente un reflejo de una tendencia existente en esta
fracción de la población zek, más que un nuevo enfoque radical. En
cualquier caso, las autoridades informaron sobre una mayor voluntad de
cooperación por parte de esos zeki. Poco a poco, no fueron reclutados solo
como oficinistas, capataces y guardias, sino también como informantes.
Sin embargo, la guerra también había dado alas a los grupos nacionalistas
antisoviéticos, desde los rusos que se habían unido al Ejército de Liberación
Ruso del general Vlasov y lucharon junto a los alemanes, a los partisanos
ucranianos que se unieron al Ejército Insurgente Ucraniano. Aquellos que
no fueron asesinados sin más trámite terminaron en los campos de trabajo.
Es más, a medida que el Kremlin se apoderaba de la zona centroeuropea,
había oleadas de bálticos, polacos y otros que acababan en el gulag, ya
fuera porque habían luchado contra los sóviets o simplemente porque eran
patriotas cuya presencia sería inconveniente cuando se instalaran las nuevas
marionetas del régimen. Cuando Joseph Scholmer —un médico alemán
comunista que ya había disfrutado de las bondades de la Gestapo— fue
arrestado en Alemania Oriental, en 1949, y enviado a Vorkutá, se encontró
en una celda en cuyos muros «los prisioneros de todas las naciones habían
grabado sus nombres. Las insignias de «SOS», la Estrella de David, la
esvástica, «Jeszce Polska nie zginela» («Polonia no ha sido conquistada») y
la SS convivían unas junta a otras.17
Muchas de estas etnias y grupos nacionales se unían para apoyarse
mutuamente y defenderse en los gulags, a veces hacían frente común con
otros, pero no compartían la cultura de los campos de trabajo. A menudo
eran capaces de girar las tornas contra los blatníe, que estaban
acostumbrados a abusar de los foráneos individualmente, pero no
anticipaban que sus compatriotas vendrían a ayudarles. Al contrario que los
voiénschina, estos no tenían interés alguno en colaborar con las autoridades
soviéticas y solían considerar igual de hostiles a los suki y a los blatníe. De
hecho, las violentas luchas entre las etnias se sobreponían frecuentemente a
las otras, como en la contienda a tres bandas que presenció el interno
Leonid Sitko, en la que una disputa entre bandas de trabajadores rusos,
ucranianos y chechenos «se transformó en guerra, una guerra sin cuartel».18
Un gánster checheno que había conocido a supervivientes del gulag de
aquella época recordaba un caso similar, cuando incluso los chechenos que
habían sido parte del vorovskói mir rompieron filas con los otros blatníe
para apoyar a otros chechenos: «El código es importante, pero la sangre lo
es todo».19 En otras palabras, estos grupos étnicos eran básicamente
factores imprevisibles, fuerzas de desequilibrio constante en un sistema de
campos que ya estaba bajo presión.
Entretanto, los tiempos cambiaban incluso para los criminales de baja
estofa de los campos: los del 49, los bitovikí, los timadores de poca monta,
los reincidentes sin importancia, a los que solían referirse colectivamente
como la shpaná (un término para presos habituales que se remontaba a los
tiempos zaristas) o shobla yobla («chusma»). Estos quedaban oprimidos
entre los dos bloques de poder de los gulags. En el pasado tendían a buscar
el liderazgo moral de los blatníe —si exponerlo en estos términos no es una
enorme contradicción en sí—, aunque tuvieran que obedecer a los suki en
muchos aspectos del día a día. Sin embargo, las viejas certezas y reglas ya
no parecían tan claras, como tampoco lo eran las jerarquías de poder en el
campo.
Ahora había una masa crítica de colaboradores, demasiados para que los
blatníe pudieran ignorarlos, y ya no estaban dispuestos a dejarse intimidar.
Ahora había grupos que no eran fácilmente controlables a través de los
viejos mecanismos. La lenta mejora de las condiciones de los campos tras
las desesperadas privaciones de los años de la guerra, lo que se recordaba
como la Gran Hambruna», irónicamente también actuaba como fuerza
desestabilizadora. Los zeki, que ya no estaban tan consumidos por su lucha
por la supervivencia diaria, podían organizarse: «El Gobierno les había
dado literalmente poco de comer y mucho que pensar, y esos pensamientos
giraban en torno a la rebelión».20 Surgían claras consignas escritas en las
paredes y en cualquier otra parte: los lemas contra el Gobierno aparecían
inscritos en los troncos de los árboles de los territorios de tala de los gulags,
rayados en los laterales de los vagones de prisioneros del «Stolipin»,
pintarrajeados en los barracones por la noche y garabateados en trozos de
papel que se arrojaban al otro lado de las alambradas.
Es más, justo en el momento en que esas tensiones internas iban en
aumento, los dirigentes del sistema de gulags empezaron a plantearse si tal
vez fuera la ocasión de asestar el golpe definitivo a los blatníe y a las
ineficiencias económicas que representaban. Las autoridades de los campos
de trabajo comenzaron a buscar con mayor ahínco la conversión o
disolución de los tradicionalistas. Por ejemplo, Varlam Shalámov recontaba
la historia que había oído en 1948 de los convictos que llegaban a la prisión
transitoria de Vánino y los obligaban a desnudarse para poder identificarlos
por sus tatuajes.21 Les daban a escoger entre el ritual de renunciar al código
o la muerte, y muchos elegían lo último. No está claro si esto llegó a
suceder realmente o si era solo uno de los mitos que circulaban en una
sociedad falta de información, pero no cabe duda de que las autoridades
usaban las costumbres de los blatníe en su propia contra, y la identificación
mediante la tinta no era la menos importante. También exigían que los
tradicionalistas se retractaran de sus viejos usos por medio del trabajo como
acto simbólico (como rastrillar la zona prohibida entre las vallas, que
siempre se mantenía despejada para que se vieran las huellas),
encerrándolos en los barracones y haciendo que se sentaran y comieran
junto a otros colaboradores. De tal modo se convertían irremisiblemente en
«difuntos» para la comunidad blatnói y ya no podrían regresar.22 En su
conjunto, el cambio de composición de la población zek y las políticas del
Gobierno acabarían con el sistema del gulag y reformularían el vorovskói
mir.

LA GUERRA DE LAS PERRAS

Un vigilante corría por el corredor y gritaba: «¡Guerra! ¡Guerra!». Ante lo cual todos los
ladrones, que eran menos numerosos que las perras, corrieron a esconderse en la celda de
castigo del campo. Las perras los siguieron hasta allí y asesinaron a varios de ellos.

LEONID SITKO, interno del gulag23

A finales de la década de 1940 y principios de la de 1950, el sistema de


gulags quedaría destruido por la guerra de las «perras» (suchia voiná), una
batalla por la supremacía en los campos, pero también por el alma del
vorovskói mir, una contienda que sería incitada inicialmente por las
autoridades, de lo cual tendrían que arrepentirse más tarde.24 Sin duda, el
hecho de que toda una serie de ataques suka sobre los blatnói sucedieran al
mismo tiempo en todo el sistema de campos en 1948 es un claro indicativo
de que la mano del Gobierno se ocultaba tras ello (y posiblemente provocó
la decisión en Vánino de los voiénschina de aquel mismo año).25 Por
ejemplo, en el campo minero de Intalag, ciento cincuenta suki equipados
con palas, hachas y armas en perfecto uso fueron dispersados
deliberadamente entre un centenar de blatníe. El resultado fue una masacre:
diez de los tradicionalistas se rindieron y se convirtieron, y los demás
fueron asesinados.26 El objetivo era claramente acabar con los blatníe, o al
menos obligarlos a abandonar su código y su resistencia. En términos
generales, la guerra se libraba entre los tradicionalistas y los suki, aliados
con la «soldadesca». Pero, en la práctica, las líneas de batalla solían ser
confusas. Había grupos nacionales, existían fracturas en ambas facciones,
tanto en los blatníe como en los suki, también había alianzas entre presos
ordinarios, y la lista suma y sigue.
Se trataba de una guerra que solía librarse en la sombra y también a
campo abierto, con víctimas individuales o en grupos de dos o tres, pero a
veces podía tratarse también de decenas o incluso de un número mayor. Era
una guerra en la que se luchaba con brutalidad y desesperación. A los
informantes les cortaban la cabeza y las clavaban en los postes de
vigilancia; había cuchillos, palas, barras de hierro, picos y tablones que se
arrancaban de las literas para usarlos como armas, y si todo fallaba siempre
estaban los puños y las botas. Un simple sumario de los asesinatos en un
solo campo, Pechorlag, durante un año, 1952, nos da una idea del feo
combate cuerpo a cuerpo: nueve hombres que ahogan a otro usando una
sábana, dos que asfixian a un tercero con una toalla; cinco individuos que
golpean a otro con un pico hasta matarlo; varios estrangulamientos en
grupo, normalmente una sola víctima que era ahogada mientras la sujetaban
otros cuatro o más internos; y el recuento del índice de crueldad continúa.27
En líneas generales ganaron los colaboradores, por varias razones. Solían
ser más numerosos, y los exsoldados aportaban experiencia militar: los
blatníe podían ser duros individualmente, pero sus enemigos también lo
eran, y muchos de ellos estaban acostumbrados a luchar como unidades. Y,
tal vez más importante, los suki contaban con el apoyo del régimen. Las
autoridades tenían múltiples formas de desequilibrar la balanza, ya fuera
permitiéndoles dominar las posiciones profesionales de los campos de
trabajo como la cocina y la barbería —lo que significaba disponer de
cuchillos y navajas— o dándoles acceso a herramientas de trabajo como las
hachas y las palas. También podían desplazar a prisioneros como si fueran
ejércitos de batalla, concentrándolos en campos individuales hasta que
acabaran con los blatníe para trasladarlos después hasta el siguiente.
Sin embargo, esto destrozó el viejo sistema de control, que, a pesar de ser
improvisado, era brutalmente efectivo. En particular, las bajas entre los
informantes disminuyó drásticamente la capacidad de las autoridades para
controlar e incluso comprender lo que sucedía dentro de la zona.28 La
violencia en los campos de trabajo era la norma, y los alzamientos y
huelgas se expandían por doquier. La guerra de las perras comenzó
esencialmente en 1948 —aunque, dado que no hubo declaraciones
formales, es difícil separarla de la violencia general que se vivía en los
gulags— y alcanzó su punto álgido entre 1950 y 1951, cuando se
denunciaban ataques diariamente. Las autoridades, que habían animado el
conflicto, o cuando menos permitieron su inicio con la idea de realizar una
purga de blatníe en los gulags, empezaban a preocuparse de que se les fuera
de las manos. Los derramamientos de sangre entre estos grupos
repercutieron drásticamente en la productividad del trabajo: entre 1951 y
1952 ninguna de las administraciones del gulag alcanzó sus objetivos para
el Plan Quinquenal y en 1951 se perdieron un millón de días trabajados por
hombre en huelgas y protestas.29 Y lo que es más importante, la guerra creó
una inestabilidad de violencia que incitaba a un círculo vicioso de protestas
y revueltas mayores. En 1952, una reunión de oficiales del gulag advertía
de que «las autoridades, que hasta el momento habían sido capaces de
obtener cierta ventaja de las hostilidades entre varios grupos de prisioneros,
empiezan a perder el control de la situación… En algunos lugares, ciertas
facciones comienzan incluso a gobernar los campos según sus propios
principios».30
El coronel Nikolái Zverev, un comandante del campo de Norilsk, redactó
incluso una circular para lidiar con la crisis en la que no se anduvo con
paños calientes. Si el sistema no se transformaba radicalmente habría que
duplicar el número de vigilantes, los VOJR, que nunca habían funcionado a
plena capacidad, dado lo difícil y desagradable que era el trabajo.31
Seguramente sabía que, debido a la reducción de los ingresos que
proporcionaba el «complejo industrial del gulag» y el resto de exigencias de
la tesorería soviética, esto no sería recibido con gran entusiasmo. ¿Su
propuesta alternativa? Liberar a prácticamente una cuarta parte de los
prisioneros.

DESPUÉS DE STALIN

La gran mayoría sabía y comprendía cuál era su esencia [de Stalin]. Entendían que era un
tirano […] que el destino de todos los prisioneros estaba ligado de alguna forma al destino
de Stalin.

Médico de un campo de concentración32

Resulta irónico que, tras la muerte de Stalin en 1953, fuera su último jefe de
la policía secreta, Lavrenti Beria, un hombre tan malvado como podría
esperarse de su puesto, quien empezara a presionar para emprender la
reducción de internos en los campos. Escribió en un informe que, de los
2.526.402 internos que había en el gulag en aquella época, solo 221.435
eran verdaderos «criminales de Estado peligrosos», y abogó por una
amnistía inmediata para alrededor de un millón de zeki, que acabó siendo
aprobada. Más tarde, seguramente en un intento de distanciarse de su
sanguinario pasado —que resultó infructuoso—, propuso que el Gobierno
«liquidara el sistema de trabajos forzados, con base en su poca eficiencia
económica y falta de perspectiva».33
Los gulags se hicieron algo menos brutales, pero, como suele suceder,
esa leve relajación no resultó satisfactoria, sino incitadora. Los prisioneros
se organizaron con confianza renovada, se vengaron de los informantes y en
algunos casos crearon conspiraciones. La violencia interna en los campos
cada vez derivaba más en huelgas en masa, protestas e incluso alzamientos.
En 1953, los campos de trabajo siberianos presenciarían una serie de
huelgas en las que hubo involucrados en su momento álgido más de diez
mil zeki.34 En el campo Gorlag de Norilsk, el disparo a uno de los
prisioneros durante la marcha hacia el trabajo provocó huelgas y
manifestaciones que acabaron en una protesta que abarcaba todo el
complejo. Mientras tanto, en el campo Rechlag de Vorkutá se vivía una
situación parecida. En ambos casos, Moscú lanzó primero amenazas hueras,
después abrió negociaciones deshonestas y finalmente envió al ejército.
Estas huelgas fueron masacradas, pero a pesar de ello habría represalias
contra aquellos que colaboraron en la respuesta del Estado.
A estas les seguirían nuevas huelgas y protestas, especialmente
encabezadas por los prisioneros nacionalistas ucranianos. La más grande y
peligrosa tendría lugar en la zona de campos de Kenguir perteneciente al
Campo Especial Steplag de Kazajistán en 1954. Esta sería reprimida
finalmente cuando los soldados irrumpieron en la zona de campos tras
tanques T-34, algunos de los cuales arrollaron despreocupadamente a los
prisioneros que se interponían en su camino. Pero estaba claro que el
sistema de gulags en su conjunto vivía una crisis, y posteriormente habría
amnistías y rehabilitaciones masivas. En 1960, la población de los gulags
representaba solo el 20 por ciento de lo que había sido en 1953.35
De modo que los suki habían ganado, aunque a costa de colaborar para
que los gulags fueran virtualmente ingobernables. No obstante, lo cierto es
que ganaron, y remodelaron el vorovskói mir a su imagen y semejanza.
Conservaron la mayor parte del código y también la cultura predatoria
descarada e inmisericorde de la ley de la jungla, pero reescribieron aquello
de la colaboración con el Estado. Ahora estaba permitido, siempre y cuando
fuera en interés del delincuente. Cuando se abrieron los gulags, estos
criminales colaboradores fueron de los primeros en ser liberados, y durante
la siguiente década impondrían su propia visión del código en el hampa
soviética mediante la amenaza, la persuasión y la violencia. Se abrían las
puertas a que una nueva generación de vorí colaborase con los funcionarios
deshonestos del Partido cuando les resultaba conveniente. Este fue el tóxico
legado que Stalin dejó a la Unión Soviética.
5

VIDA DE LADRÓN

El hombre puede acostumbrarse hasta a vivir en el infierno.

Proverbio ruso

Hay algo seductor en el ritual, en el conocimiento oculto, en la jerga del


iniciado. Te hace sentir especial, crea sentimiento de comunidad, te facilita
la entrada a un mundo de compromisos mutuos posiblemente difíciles y
peligrosos. Un gánster de rango relativamente bajo, «Lev Yurist», me
describió en cierta ocasión cómo se sintió cuando fue aceptado por la
hermandad criminal a mediados de la década de 1990.1 No quiso hablar
sobre ciertos detalles («eso no es para los no iniciados»), pero sí estaba
dispuesto a comentar otros aspectos. Tuvo que demostrar su valía, siendo
leal y eficaz en su papel como shestiorka, «recadero» o «mensajero»,
durante un período mínimo de un año y mediante la realización de tareas
específicas arriesgadas. Algunas de ellas estaban relacionadas con actos
criminales reales, otras, como robar un abrigo del guardarropa de un
restaurante checheno, eran simplemente para demostrar valentía y arrestos.
Debía disponer de tres criminales establecidos que estuvieran dispuestos a
dar la cara por él. Tenía que ser capaz de recitar una declaración —supongo
que un juramento de fidelidad al grupo— en la jerga criminal. Después
había un ritual con sangre, vodka y un icono.
Resultaba una historia fascinante, pero extrañamente anacrónica.
Demostrar tu fidelidad de por vida, implicarte en actos criminales, mostrar
valentía: todo esto es habitual y se espera de cualquier nuevo miembro de
una banda en todas las partes del mundo. Pero, a pesar de ello, parecían
unos requerimientos demasiado sutiles en comparación con las formas
inflexibles de los campos de concentración. Robar un abrigo de un
restaurante en la década de 1990 podría haberte costado una paliza en caso
de que te atraparan, pero de un verdadero blatnói se esperaba que estuviera
dispuesto a mutilarse para evitar el trabajo o que se apostara la muerte de un
espectador inocente jugando a las cartas. Es más, nunca oí que Lev usara
más jerga criminal que las palabras comunes en boca de todos en aquellos
tiempos, y admitió que tuvo que aprender su catecismo de memoria.
En cuanto al resto del ritual, sin saber los detalles es imposible juzgarlo,
pero lo que deja ver es que se trataba esencialmente de una reinvención de
los viejos rituales de los días de gloria del vorovskói mir, entre las décadas
de 1930 y 1950, mezclados con representaciones cinemáticas de las
iniciaciones de la mafia y organizaciones similares. Esta evidencia indica
que la cultura distintiva del vorovskói mir no murió en la década de 1960,
pero sin duda empezó a ser menos poderosa y omnipresente, solo para
recrearse de nuevo cuando los vorí se reinventaron a sí mismos a partir de
la década de 1970. Como tal, sus costumbres serían un reflejo pálido y casi
olvidado de la poderosa cultura, vital y brutal del apogeo de los vorí.

VIDA DE «VOR»

Como interno, he escogido el camino de los ladrones y juro ante mis pares que seré un
ladrón digno y jamás cooperaré con un chequista.

Juramento del ladrón2


Antes de los campos de concentración, el vorovskói mir era más una cultura
que una estructura. Las bandas individuales tenían sus propias jerarquías y
podía haber cierto organigrama informal en las ciudades y regiones, pero no
existían asambleas de poder más amplias. La emergencia de los vorí v
zakone como figuras de autoridad y la progresiva homogeneización de la
cultura criminal en la escuela intensiva de los campos de gulag, tampoco
generó un gobierno en la sombra a escala nacional. Los vorí eran demasiado
independientes, y el régimen de Stalin era demasiado paranoico como para
permitirlo. De hecho, ni siquiera los vorí v zakone individuales tenían por
qué ser líderes de una banda, y no cada líder de banda eran necesariamente
un vor v zakone. Los «ladrones que siguen el código» representaban una
autoridad moral dentro del vorovskói mir: personas a las que se escuchaba,
a las que había que mostrar respeto. Marlén Koralov, quien fuera interno del
gulag, apuntaba que había un vor v zakone, Nikola, que era protegido
celosamente y mimado por el resto de los criminales: le dieron la única
cama de metal de los barracones, se la pusieron en una esquina protegida, la
taparon con mantas para que tuviera privacidad y montaban guardia incluso
cuando no estaba para que nadie pudiera pensar siquiera en tumbarse en
ella.3 Los vorí v zakone eran, al fin y al cabo, un bien común para el
conjunto de criminales, los nodos alrededor de los cuales podía anclarse una
red poderosa y sorprendentemente eficaz.
Como se explicará más abajo, los criminales blatníe del mundo de los
ladrones tenían su propio lenguaje, tatuajes, jerga e incluso moda. También
poseían rituales propios, cada uno de los cuales poseía su propio valor para
los miembros. Los futuros miembros, los patsán, eran interrogados
informalmente, para comprobar que eran sinceros respecto a su pasado
criminal y también para cribar a posibles informantes. Tenía que haber un
mínimo de dos ladrones existentes que los avalaran, y finalmente se
celebraba una sjodka, un conciliábulo criminal para decidir si eran dignos.
Un participante exitoso que tuviera en su haber años de hazañas
distinguidas podía esperar que lo considerase paján, un ladrón de alto
rango, como simple marca de respeto, pero el proceso para ser escogido
como vor v zakone era mucho más formal e intensivo. Los candidatos
tenían que ser ampliamente reconocidos por la comunidad y tener valedores
que confirmaran que eran rectos ejemplares del código criminal. El traslado
regular de criminales entre los campos de concentración, así como la
corrupción de los empleados, facilitaba también el flujo de mensajes entre
ellos, ya fuera de palabra o en un pequeño trozo de papel al que llamaban
ksiva. Estos se utilizaban para confirmar el pedigrí de un ladrón en potencia
y consultar de manera más amplia, así como para entregar edictos y
sentencias de muerte cuando fuera necesario. Finalmente, el candidato
exitoso sería elevado en un ritual conocido como la «coronación», presidida
por vorí v zakone instituidos, que con ese proceso se responsabilizaban de
que mantuvieran su compromiso con la vida de los ladrones y su código.4
De esa manera, los rituales funcionaban incluso desde más allá de las
alambradas del gulag como una forma de descartar a quienes no fueran
sinceros o no llegaran a los mínimos requeridos. También proporcionaban
un aura de exclusividad y de apoyo casi religioso a la hermandad del
vorovskói mir y a la autoridad de los vorí v zakone. Del mismo modo, estos
tenían un papel primordial en la supervivencia y la prosperidad del hampa a
través de la resolución de disputas que de otra forma conducirían a la
violencia, y también mediante la administración de los fondos comunales
que llegarían a conocerse como obschak. Las bandas tenían sus propios
fondos obschak, y en ciertos casos también los conjuntos de criminales de
los pueblos, regiones o incluso campos de concentración, aunque en
realidad este término y concepto no sería de uso común hasta la década de
1950. Inicialmente, esos fondos habían sido una exclusividad de los gulags
para velar por las necesidades de los criminales en prisión, pero acabarían
siendo usados también para sobornar a los oficiales de los campos, obtener
mejor comida, asegurar que no obligaran a trabajar a los blatníe y hacer
todo lo posible para que las realidades diarias de la vida del gulag les
favorecieran sin tener que cooperar con el Estado.5
La mayoría de los vorí v zakone tenían a un hombre de confianza o más,
conocidos como smotriaschie, «vigilantes» o «supervisores», que eran sus
ojos y sus oídos, revisaban las credenciales de potenciales nuevos blatníe y
defendían a su jefe en caso de que fuera trasladado a otro campo. Aunque
hay quien sugiere que tenían otros subordinados, desde consejeros a
guardaespaldas, esto solo sucedería a raíz de la década de 1960, cuando los
vorí v zakone estaban fuera de los campos y tenían más posibilidades de
dirigir bandas. No obstante, en el contexto del hampa de los gulags entre las
décadas de 1930 y 1950, fueron simplemente hombres poderosos —muy
poderosos— relacionados con redes de información y alianzas a escala
nacional, protegidos y respetados por los ladrones, pero por lo general ni
buscaban ni esperaban mayor poder institucional que ese.

LA LENGUA CANALLA: EL LENGUAJE DE LOS LADRONES

Luchad decididamente contra las expresiones duras, las palabrotas y la jerga de los
ladrones profesionales.

BORÍS VOLIN, comisario del pueblo para la educación (1934)6

En algunos de los gulags de Stalin, aquellos que estaban en los terrenos


baldíos del norte o las densas frondas de pinares de Siberia, la última valla
de seguridad no eran las cercas con alambradas ni las armas de los
vigilantes, tampoco los perros de razas especializadas, y ni siquiera las
personas autóctonas de los alrededores a quienes se les pagaban cuantiosas
recompensas por los prisioneros a la fuga. Estaba conformada por el propio
aislamiento de estos lugares, la perspectiva de pasar interminables días
huyendo, a menudo bajo las condiciones más exigentes, sin encontrar
población humana y ningún lugar donde comprar comida, suplicar por ella
o robarla. Es por ello que, en ciertos casos, los blatníe que estaban
desesperados por escapar se hacían amigos de algún compañero ajeno a su
cultura y los invitaban a fugarse con ellos. Este, sin saberlo, desempeñaría
el papel de despensa andante para acabar siendo asesinado y comido cuando
lo dictara la necesidad, en un grotesco episodio de pragmatismo inhumano
que daba un nuevo sentido a la palabra «carnívoro». Hay muy pocos casos
en los que se informara a ciencia cierta de que esto ocurriera, pero el
fenómeno era lo suficientemente común o extraordinario, incluso para los
estándares de los blatníe, como para que su jerga adoptara un término para
esos desafortunados: myaso (carne).7
Ahora bien, el lenguaje no es un simple medio de comunicación, sino que
también expresa los valores, historias, influencias culturales y actividades
sociales. Está vivo, y los significados cambian constantemente, asimilando
nuevos usos y perdiendo otros más antiguos. Personifican el ámbito en el
que surgen y se desarrollan, y reflejan los pensamientos, inquietudes e
intereses de quienes los usan al mismo tiempo que les dan forma. Así, pues,
estudiar un lenguaje es también una forma de estudiar a quienes lo hablan.
Por ejemplo, es lícito esperar que un lenguaje proporcione una precisión
y matiz particular a los temas y actividades centrales en las vidas de los
hablantes. Así como los indígenas lapones que viven al norte de la
península rusa de Kola tienen al menos ciento ochenta palabras para
variados tipos de nieve y hielo, unas mil para reno, incluyendo lo que tal
vez sea el culmen de la especialización lingüística, la palabra busat, que
designa a un toro con un solo testículo de tamaño desmesurado.8 En ese
contexto, apenas resulta extraño que la fenia distinguiera entre un ladrón
que opera en los autobuses (marku derzhat, literalmente, «que sostiene el
hierro de marcar») y otro que opera en estaciones de trenes (derzhat sadku,
«que sostiene la jaula»).9 Del mismo modo, la necesidad de pasar noticias
entre las celdas y barracones a través de un código de golpes en las paredes
ayuda a explicar por qué stúkat («llamar a la puerta») se utilizaba para
referirse a «hablar».
Este lenguaje también enfatizaba constantemente la separación
consciente y despectiva entre los criminales y la sociedad en general.10 Las
personas comunes eran fráieri, una palabra derivada del yidis, lengua en la
que significa «cliente de prostituta» o «panoli». El término liudi («la
gente») se usaba específicamente para referirse a miembros svoí («los
nuestros») del vorovskói mir. Victor Herman, un estadounidense que pasó
dieciocho años en el gulag, contaba que luchó con tanto ahínco contra
algunos ladrones que intentaban intimidarlo que el padrino de los
criminales del campo de concentración asumió que era un blatnói. No
obstante, lo formuló de esta forma: «¿Tú quién eres…? ¿Eres una persona?
¿Eres un urka. . ?. ¿Eres uno de los nuestros?».11 De modo que solo los vorí
eran considerados personas de verdad; e incluso la única razón de ser de los
otros criminales, conocidos como muzhikí, «campesinos», o a veces
zhigani, «chivos expiatorios», era ser utilizados y explotados.12
Curiosamente, esto se veía reflejado también en los vigilantes del gulag,
que solían decir a los zeki, los prisioneros, que ellos eran ne liudi, «no
personas».13
No obstante, no se trataba de una simple colección de jerga especializada.
Cada profesión, legal o ilegal, tiene su vocabulario técnico, desde
coloquialismos a términos de artes que se refieren a actividades
particulares. Sin embargo, el fenia no se circunscribía a definir crímenes de
la vida del hampa, sino que incluso se extendía al uso de sustitutos para
todo tipo de vocablos de la vida diaria, como várezhka («manopla») por
«boca».
Obviamente, el fenia tenía el valor práctico de permitir que los criminales
se comunicaran sin temor a que los otros entendieran lo que decían. En las
historias del siglo XVIII acerca de Vanka Kain ya aparecían cierto tipo de
argots de ladrones. Uno de los relatos cuenta cómo introdujeron la llave de
sus grilletes escondiéndola en una hogaza de pan que iba acompañada de
una nota explicativa que los vigilantes no podían entender, ya que estaba
escrita en jerga.14 Era una salvaguardia que dificultaba que las autoridades
pudieran localizar agentes entre sus filas. También representaba un medio
de intimidación contra los foráneos: aunque no pudieran entender el argot,
sabían qué significaba que lo usaran. Incluso más que eso, representaba una
forma de requerir y demostrar el compromiso con este mundo alternativo, y
quien esperase ascender en el vorovskói mir tenía que aprender fenia y
usarlo. Esto también explica los periódicos intentos infructuosos de las
autoridades de acabar con el fenia: representaba otra forma más que tenía el
blatníe para distinguirse del hombre común. En 1934, Stalin advirtió que
«cualquier persona que hablara el argot de los ladrones dejaría de ser
ciudadano soviético».15 Seguramente se le escapara que precisamente se
trataba de eso.

UN MUNDO, UN LENGUAJE

Conoce el lenguaje, conoce el mundo.

Dicho criminal ruso


La homogeneización de este lenguaje criminal da cuenta de la
homogeneización del hampa rusa. Ahora es conocido ampliamente como
fenia u ofenia, tras un argot primigenio de los mendigos que se remonta al
menos al siglo XVIII, en el que se utilizaban sílabas añadidas, normalmente
«fe» y «nya», insertadas entre el resto de sílabas de las palabras normales.16
Así, tiurmá (cárcel) se convertía en tiurfemania. Al parecer está práctica en
particular cayó en desuso a partir de mediados del siglo XIX, pero el nombre
permaneció.17 Sin embargo, resulta plausible que en el período en que el
fenia se utilizó de manera más extendida, entre las décadas de 1920 y 1960,
solieran referirse a él en realidad como blatnaia múzika, «la música de los
blatníe», o mediante la forma más prosaica «lengua de los blatníe». El otro
lenguaje es —o fue, como discutiremos de manera extensa más adelante—
visual, codificado en los tatuajes habitualmente complejos con los que los
criminales de carrera decoraban sus cuerpos. Aunque no es algo exclusivo
del vorovskói mir ruso, ya que hay argots criminales en Europa que datan
del siglo XIV, sí que son únicos en cuanto a su amplitud e interacción.18
Incluso en el siglo XX, la lengua rusa hablada por los plebeyos todavía
estaba fragmentada, dividida en incontables dialectos locales. Pero tanto los
lenguajes hablados del vorovskói mir como los visuales eran universales,
promulgados no solo en los yami y en los antros tabernarios, sino, quizá
más importante, también en el sistema de prisiones. Resulta esclarecedor
que el término usado para la cárcel pasara a ser akademia, «academia».19
Fue a partir del siglo XIX cuando este argot de los ladrones empezó a
expandirse por toda el hampa. Es cierto que hay indicios que sugieren que
comenzó en la década de 1850. El pionero Diccionario explicativo de la
lengua rusa viva, de Vladímir Dal, publicado por primera vez en 1863, cita
las jergas distintivas de grupos como los mazúriki, la subcultura criminal de
San Petersburgo.20 Con todo, en principio se trataba de un argot muy
fragmentado, o tal vez de una serie de jergas conectadas, pero distintas.
Nunca fue un verdadero sustituto del ruso, sino que proporcionaba un
corpus paralelo de palabras nuevas, términos existentes con significados
renovados, y dichos que implicaban cosas que se sobreentendían, gracias a
lo cual los criminales podían aderezar sus conversaciones y demostrar su
identidad y alianzas a través de ello.
Como muchos otros argots, el fenia era una mezcla de préstamos de otras
jergas que solían estar más localizadas, desde la de los marineros hasta la de
los mercaderes, así como de palabras extranjeras y rusas a las que se
otorgaba un nuevo sentido. Así, músor, la palabra fenia para designar a la
policía, significa «basura» en ruso, pero en realidad procede del término
moser, que en yidis significa «informante». La palabra rusa para lince, ris,
adquirió el sentido de un criminal experimentado y ducho en las prácticas
carcelarias. La palabra amba, que designa a la muerte, era la misma en la
jerga criminal y la marinera, en tanto que shirmán, «bolsillo» (de ahí que
shirmachí sea uno de los términos para referirse a los carteristas), se oía en
boca de los estafadores, pero también de los comerciantes locales.21 El
fenia también incluía numerosos términos para diversas especializaciones y
actos criminales. Por ejemplo, la expresión alemana para «buenos días»,
guten Morgen, llegó a usarse para referirse al asalto a una casa por la
mañana. También poseía descriptores distintivos para los diferentes niveles
de estatus social, desde el humilde shestiorka (un «sacaséis», por la
puntuación más baja en un juego de cartas, que ejercía de recadero) hasta el
paján, un jefe, alguien esencial, dado el meticuloso sentido que se le daba al
estatus en el vorovskói mir. Para un ladrón importante, no bastaba solo con
serlo, tenía que demostrarlo y que los demás reconocieran su estatus.
No obstante, en la primer mitad del siglo XX, el fenia alcanzaría un nivel
de estandarización que hizo de él una auténtica lengua franca criminal. Este
era el perverso resultado del aumento de la reclusión de criminales en
prisiones y colonias penitenciarias de trabajos forzados. En 1901 había una
media de casi 85.000 prisioneros detenidos al mismo tiempo; para 1927 la
cifra había ascendido a 198.000; en 1933 ya eran cinco millones.22 La
abrumadora mayoría eran delincuentes comunes y presos políticos, pero el
sistema también arrastró a muchos criminales profesionales. Los largos etap
en los que se basaba el sistema del gulag podía implicar semanas o meses
de caminatas y ser hacinado en los famosos vagones de tren «Stolipin», que
iba recogiendo y soltando zeki por el camino. Incluso antes de que llegaran
a su campo de trabajos forzados, se mezclaba obligatoriamente a presos de
diferentes ciudades y regiones, una experiencia que volvía a repetirse
cuando llegaban a su destino. Es más, los internos eran desplazados de un
campo a otro en función de las necesidades burocráticas o económicas.
Una vez que hubo una mayor proporción de criminales profesionales
dispuestos en los gulags, con traslados habituales de presos de un campo a
otro —así como la tendencia de que aquellos presos liberados reincidieran y
volvieran a ser apresados—, el fenia se homogeneizó cada vez más a través
de la práctica y la intención. El hecho de que los ladrones profesionales
solieran aislarse de los políticos, incluso en los traslados o etap, también
significaba que tenían más posibilidades de mezclarse con los de su propia
clase. Al enfrentarse a nuevas oportunidades y nuevas tentaciones, la propia
identidad de los blatníe se hizo mucho más poderosa y aislada. Una de las
expresiones principales de esa identidad fue el auge, la transmisión y el uso
de un lenguaje propio, un lenguaje que se fue mezclando con el mundo más
extenso de la jerga del gulag, así como con el mat —que viene literalmente
de la raíz de la palabra «madre»—, la rica y distintiva jerga rusa de la
obscenidad.23
Aun así, a partir de finales de la década de 1950 los gulags, se abrirían y
el código de los vorí quedaría redefinido de tal modo que perdió su
desprecio por la sociedad general y también por el muzhikí del mundo de la
delincuencia común. Como se expondrá más adelante, el gánster de finales
de la época soviética extrajo su riqueza y sus oportunidades precisamente
de traficar con los oficiales corruptos y los agentes del mercado negro que
prosperaban a medida que el sistema empezaba a quedar en un punto
muerto. La jerga seguía abundando, pero ya no dividía ambos mundos de
manera tan acusada. Es más, la homogeneidad y exclusividad que la habían
caracterizado dejó de tener importancia y resultaba imposible de mantener.
En la década de 1970 se oían en las calles canciones fenia y del gulag, pero
también empezaban a aparecer de la nada progresivamente más términos
pertenecientes a una ciudad o región en concreto.

TATUAJES: ESCRIBIENDO LA RESISTENCIA EN EL CUERPO

¿Defiendes tus tatuajes?

Desafío habitual para los nuevos internos cuando llegaban a la celda24

El código de los tatuajes de los ladrones, como el fenia, solía inspirarse en


temas visuales tradicionales, a menudo en la iconografía religiosa. Sin
embargo, dado que los motivos clásicos incluían vírgenes María desnudas y
voluptuosas, así como ángeles disfrutando del sexo oral, la intención era
deliberadamente sacrílega. Esto demostraba el compromiso de por vida de
los criminales con su mundo y un deliberado y desafiante alejamiento de la
sociedad convencional. Después se harían populares nuevas formas de
blasfemia: las esvásticas nazis o las caricaturas obscenas de Marx, Lenin o
Stalin, tenían una intención iconoclasta parecida. Como expresó Alexandr
Solzhenitsin de manera tan evocadora en su Archipiélago Gulag, los vorí:

[…] rendían su piel bronceada al tatuaje, y de esta forma iban satisfaciendo sus necesidades
artísticas, eróticas e incluso morales: podían admirar poderosas águilas apostadas sobre un
acantilado o surcando el cielo en los pechos, estómagos y espaldas de los otros. O el gran martillo,
el sol, disparando rayos en todas direcciones; o mujeres y hombres copulando; o los órganos
individuales de su goce sexual: y, de repente, encontrabas junto a su corazón a Lenin, Stalin, o
incluso ambos […]25

Los más extremos, como el alambre de espinos tatuado en la frente o un


«NO DESPIERTES» en los párpados, no podían ocultarse y eso era intencional.
El tatuado extensivo que solía realizarse en el gulag con agujas caseras que
se higienizaban simplemente pasándolas sobre una llama y en las que se
usaba una tinta que era mezcla de hollín y orina, no era solo un símbolo del
compromiso permanente con el vorovskói mir, sino también una muestra de
hombría. Era doloroso y conllevaba el riesgo de contraer septicemia. El
mencionado tatuaje de «NO DESPIERTES» implicaba tener que meter una
cuchara bajo los párpados antes de empezar.26 Tenías que demostrar tu
disposición a soportar el dolor y arriesgar tu vida, así como tu separación
del mundo de los fráieri para ser un verdadero vor.
Es difícil datar con seguridad un «lenguaje» del tatuaje coherente, en
especial porque cualquier conclusión se apoya en gran medida en el dato
negativo que supone que aunque los informes de la policía de los primeros
tiempos se refieren a la jerga criminal, no se pronunciaron especialmente
acerca del código de los tatuajes. No obstante, parece haber surgido en los
albores del siglo XX. Originalmente, el vorovskói mir era simplemente una
cultura que surgió entre los forajidos excluidos de la sociedad general por la
pobreza y la mala fortuna. Con todo, poco a poco, fue emergiendo una rama
entre ellos que no solo aceptaban esta exclusión, sino que se entregaban a
ella y la celebraban. Volvieron la espalda a la sociedad general de manera
activa, comenzando un proceso que llevaría al ascenso de los criminales
blatníe.
Los tatuajes que reflejaban esto también codificaban la carrera y el rango
del criminal, con diseños que denotaban los tipos de crímenes que había
cometido, dónde y cuánto tiempo había cumplido condena y su ascendente
en el hampa.27 Un vor v zakone podía llevar una estrella en el pecho; una
daga revelaba a un asesino a sueldo; unos grilletes rotos en el tobillo
indicaban alguien que había escapado de prisión; una iglesia con una cúpula
con diferentes capas de cebolla expresaba el número de penas, una cúpula
por cada una de ellas. La mano era un currículo virtual, con tatuajes que
marcaban las condenas y especialidades criminales, si se trataba de un
ladrón escalador o un atracador armado reincidente. Otros representaban
acrónimos cuyos significados eran perfectamente conocidos, pero también
denegables. Por ejemplo, KOT («gato», literalmente) significaba «nativo de
las prisiones», NEZh «harto de esta puta vida», y ZLO significaba «venganza
contra los chivatos». La ironía también tenía un papel importante: NKVD, las
siglas de la policía política durante gran parte del régimen de Stalin, se
usaba para decir «no hay amistad más fuerte que la de los criminales». Los
tatuajes podían tener un propósito enunciativo, expresando sentimientos
como «si pierdes a las cartas paga tu deuda» o «la vida es corta». Podían
representar incluso una forma de comunicar un mensaje muy específico:
dos toros tatuados en los omóplatos señalaban la intención de retar al jefe
para alcanzar el liderazgo de la banda.
El lenguaje de los tatuajes también iría cambiando a través del tiempo.
Durante las «guerras de las perras» se tatuaban las declaraciones de
compromiso renovado con el código tradicional. Los tatuajes en los
hombros, por ejemplo, expresaban el compromiso de jamás ponerse
charreteras —símbolos de rango militar y también del voiénschina—,
mientras que llevar estrellas en las rodillas simbolizaba el rechazo a
arrodillarse ante las autoridades.28 Obviamente, se trataba de palabrería
bravucona, o al menos tinta. Es posible que las generaciones anteriores
llevaran sus propios tatuajes, pero no tenían esa disposición a considerarlos
parte de un lenguaje formal, no mostraban ese entusiasmo a la hora de
usarlos como marca permanente y desafío entre su mundo y el del sector
legítimo. Tampoco eran tan puntillosos respecto al significado «correcto»
de cada imagen, algo que después devendría esencial. En la década de 1930,
a un vor que llevara un tatuaje con algún tipo de distinción cifrada que no
hubiera merecido, los tradicionalistas, dispuestos a castigar la transgresión y
a preservar el legado de su lenguaje visual, podían arrancarle la piel a tiras.
Esto mismo hacía que los tatuadores del gulag fueran un grupo
privilegiado, preciado no solo por su habilidad para agenciarse y reunir la
tinta y los instrumentos necesarios, sino también por su papel casi sagrado
como cronistas sobre la carne de las identidades, ambiciones y logros de los
ladrones. Los internos que poseían este talento podían ser protegidos de los
blatníe por esta razón, aunque fueran muzhikí o presos políticos. Esto fue lo
que salvó, por ejemplo, a Thomas Sgovio, un comunista estadounidense que
se trasladó a la URSS atraído por un sentido de misión y que fue detenido
en 1938 cuanto intentó reclamar su pasaporte al ver en lo que se convertía
aquel paraíso de los trabajadores. Enviado al complejo de trabajos forzados
de Kolimá, tuvo la fortuna de ser capaz de demostrar sus habilidades como
tatuador, lo que le ayudó a ganarse comida y protección de los criminales de
los que se rodeó.29 De manera análoga, un tatuador que se atreviera a
realizar un diseño que el tatuado no merecía podía esperar una reacción
violenta contra él, incluso mortal. Al fin y al cabo, en un mundo en el que
no se dejaba constancia de nada por escrito y en el que el honor y la
apariencia lo eran todo, aquello era lo más cercano a un registro oficial que
el vorovskói mir pudiera tener.
Una brutal historia paralela es la del uso del tatuaje forzado para
degradar, aislar y castigar a aquellos que traicionaban a los ladrones y su
código. Había ocasiones en que los blatníe no tenían permiso para redimir
sus pecados a través del castigo físico, pero tampoco habían cometido una
ofensa que mereciera la muerte. Una opción para estos era que los sujetaran
por la fuerza y que los inmovilizaran físicamente el tiempo suficiente para
tatuarlos o que los obligaran a hacérselos bajo amenaza de muerte. Más
pernicioso aún era el tratamiento que se destinaba a los internos de los que
otros ladrones habían abusado sexualmente, cuya hombría se consideraba
mancillada para la cultura vor, ya que habían sido víctimas de su propia
debilidad. Se los trataba como parias sin siquiera permitirles comer al
mismo tiempo que los blatníe, y también podían tatuarles ojos en la
entrepierna o la palabra «esclavo» en la cara. A este respecto, el lenguaje de
los tatuajes era tan brutal, complejo y jerárquico como la subcultura del
hampa que la había generado.

CULTURAS, ROPA Y COSTUMBRES

Acabaron conmigo, esos bastardos, acabaron conmigo.


Destruyeron mi juventud,
Mi pelo dorado se volvió blanco,
Y estoy al borde de la ruina.

Canción del gulag30

Cuando se congregaba a los zeki para iniciar la marcha hacia un campo de


trabajo o para un traslado, los vigilantes siempre dictaban el mismo
catecismo: «Cualquier paso a la izquierda o a la derecha será interpretado
como intento de fuga. El escolta disparará sin previo aviso». Con todo, hay
otras formas de obligar a que las personas sigan un camino estrecho, y a
pesar de sus aires de despreocupación, las vidas de los ladrones estaban
muy restringidas. Su crudo código del «honor entre los ladrones» se
cumplía a base de palizas y asesinatos colectivos, una herencia directa de la
samosud, la ley del linchamiento campesino de los tiempos presoviéticos.31
No obstante, sus valores también estaban cifrados en las supersticiones y
los rituales del vorovskói mir, que servían a su vez para obligar a su
cumplimiento.
Disponemos de pocas pruebas acerca de cómo se llevaban a cabo y en
qué consistían estos rituales, más allá de referencias de oídas, pero Federico
Varese desveló un fascinante caso de una sjodka que tenía que decidir si un
nuevo acólito era digno de unirse a la hermandad mientras permanecía
encerrado en una celda de aislamiento de una cárcel de tránsito.32 Dado que
no podían reunirse ni hablar, tenían que comunicarse a través de unas notas
que la policía descubrió y confiscó más tarde, lo que ha supuesto una fuente
de primera mano única. Dos valedores recomendaron al candidato a los
otros, como se requería, escribiendo que «su comportamiento y aspiraciones
estaban completamente de acuerdo con la visión del mundo que tienen los
vorí», sin obviar que «desafió la disciplina del campo de concentración
durante un largo período de tiempo». Finalmente, de las otras nueve celdas,
dos de ellas se mostraron a su favor («si su alma es pura, que entre») y
ninguna de las otras objetó, de modo que concedieron su ingreso. Luchar a
su propio modo con el alma del patsán y su capacidad para desafiar al
sistema tuvieron más importancia que la simple enumeración de sus
crímenes.
Cuando se unía a la hermandad, el ladrón ganaba su klichka, su apodo
criminal, que servía a efectos prácticos y también como símbolo del
comienzo de una nueva vida. Dmitri Lijachov, cuya vida transcurrió entre el
gulag y una carrera como distinguido medievalista ruso, consideraba que
esto era «una necesaria transición hacia la esfera de los vorí» parecida a la
«profesión de los votos monásticos».33 La elección de este nombre era muy
importante, ya que por lo general no podía cambiarse (aunque con el tiempo
podían llegar a adoptar varios) y se convertiría en un elemento central de la
nueva identidad del ladrón. Aunque durante la iniciación se presentaba
como algo que se imponía en el nuevo miembro, en la práctica era algo que
se acordaba de antemano entre el ladrón en ciernes y sus valedores. La
mayoría de estos apodos eran permutas del nombre original o patronímico
del criminal (el segundo nombre, «hijo/hija de X» que tienen todos los
rusos), tal vez como reflejo de la forma en que su nueva identidad se
imponía a la antigua. Así, Alexandr Chapikin se transformaba en «Chapai»
y Miriam Mamedov en «Mirón». A menudo también se reflejaba el lugar de
nacimiento de la persona o dónde operaba: Eduard Asatryan pasaba a ser
«Édik Tibilisski» (Édik el de Tiflis), porque aquel fue el lugar donde nació,
y Nikolái Zíkov era «Yakutiónok», dado que era miembro de la minoría
yakuta. Otros, no obstante, eran juegos de palabras —Vadim Fedorchenko
pasaba a ser «Fedora» en honor al sombrero— o hacían referencias a otros
atributos físicos o morales, tales como «el Fiero», «el Bizco» o el
«Afortunado».34
A fin de cuentas, la suerte era algo importante, ya que las apuestas
constituían una parte central de la vida en el vorovskói mir. No era solo una
forma de pasar el tiempo en los campos de concentración, sino que
funcionaba como metáfora de su comportamiento altamente competitivo y
como un modo de mostrar habilidad, astucia y honor. No es mera
coincidencia que la expresión derzhat mast, «tener el palo» (en el sentido
que se le da en los juegos de naipes), era una palabra fenia para referirse a
quien ostentaba la autoridad sobre el resto de los prisioneros.35 No pagar las
deudas era, como se ha mencionado anteriormente, un crimen terrible
contra el código, que a buen seguro acarrearía consecuencias violentas. Una
de las formas comunes de expiación era tener que trepar las alambradas
hasta la zona exterior y morir bajo los disparos de los vigilantes. Pero estas
deudas solían ser simbólicas: por ejemplo, dos ladrones podían apostar las
posesiones de otro interno, un fráier o un muzhikí, y el perdedor tenía que
robarlas para entregárselas al ganador. De esa forma, el juego también
servía para reforzar el carácter depredador de la relación entre los ladrones
y el resto. Más sorprendente es lo que contaba el historiador encarcelado
Antón Antónov-Ovséienko, quien se había encontrado con un blatnói cuya
prenda era permanecer mudo durante tres años. Incluso cuando lo
trasladaron a otro campo sabía que debía permanecer en silencio, ya que su
situación había ido de boca en boca en el mundillo del hampa y «nadie
puede escapar a la ley de los ladrones».36
Las apuestas podían tomar múltiples formas, desde jugar a las damas con
fichas moldeadas a partir de pan duro humedecido y un tablero rayado en el
suelo, a apostar sobre el tiempo que haría o el vigilante que estaría de
guardia esa noche. Pero el auténtico deporte del vorovskói mir eran los
naipes, que adoptaban una importancia prácticamente mística por su
predicción del futuro (por lo cual también aparecían en los tatuajes de
manera exagerada). Incluso en la década de 1980, en una época más
relajada en la que los convictos podían poseer barajas de cartas
abiertamente, un soldado cuyo hermano había estado en prisión me contó
que uno de sus compañeros de celda se había ahorcado porque había sacado
cuatro jotas de una vez y lo consideró un presagio terrible.37 En tiempos
anteriores, incluso la fabricación de la baraja de cartas resultaba un ejercicio
complejo de ingenio y aprovechamiento. Se sacaban rectángulos de papel
de cualquier material imaginable que se pegaban con pan humedecido para
crear las cartas y después se secaban bajo una litera hasta que se
endurecían. Para imprimir las pintas se usaban tampones rudimentarios
fabricados con la base de una jarra de lata o grabados en el tacón de un
zapato; se hacía tinta negra a partir de cenizas, la roja con barro, sangre o
estreptomicina (un antibiótico que se usaba en los campos para lidiar con
los constantes brotes de tuberculosis).38 En casos particulares, cuando el
artesano podía conseguir lápices o tinta (normalmente a través de alguno de
los internos de confianza que trabajaban en la administración del campo), se
hacían dibujos a mano de las figuras, en ocasiones de manera muy artística.
Esas cartas, al fin y al cabo, no eran solo un pasatiempo, sino una posesión
preciada y símbolo de la suerte y el honor cruciales en las vidas de los
ladrones. Tal y como observó Vlas Doroshévich tras su estancia en prisión,
«los naipes son el terror que todo lo abarca y todo lo absorbe en el kátorga
[la colonia penitenciaria]. He visto [ladrones] que yacían en hospitales a
causa de la consunción: habían apostado sus raciones y dejado de comer
durante semanas enteras… apostando sus medicinas ante otros pacientes del
hospital».39
Los rituales, juegos y tatuajes no eran los únicos distintivos de esa
subcultura. Los vorí de mayor rango solían vestirse de manera particular
para diferenciarse de los fráieri y otros criminales de menor importancia.
Fue algo que prevaleció en el gulag: durante la Primera Guerra Mundial
predominaron las gorras militares, tal vez como un acto sacrílego más;
después, en la década de 1920 se utilizaron las gorras planas como las que
llevaban los clásicos repartidores de periódicos norteamericanos. En los
gulags tenía una importancia especial demostrar que podías acceder a
artículos de ropa particulares y retenerlos, ya que daban cuenta de tu
autoridad, protección, conexiones… o de lo duro que eras de pelar. En la
década de 1940, según el preso político Varlam Shalámov, los vorí de
Kolimá llevaban gorras de cuero y cruces de aluminio caseras, aunque
según Michael Solomon, que permaneció allí después de este, más tarde
preferían usar guardapolvos, como marca de rango personal y también por
razones prácticas, así como contraste ante las chaquetas largas de cuero que
llevaban los comisarios políticos de los campos.40 El franco-ruso
Maximilien de Santerre, sentenciado al gulag bajo la acusación de espionaje
en 1946, también menciona las cruces y que llevaban cazadoras y camisas
sin remeter por dentro de los pantalones.41 Georgi Feldgun, igualmente,
habla de gorras, cazadoras y camisas sin remeter en sus recuerdos de la vida
en el campo de prisioneros durante la década de 1940.42
Y cantaban. En los tiempos anteriores a que Uber transformara el mundo
del taxista de Moscú, cualquiera que usara un taxi recibiría una ráfaga del
sonido ronco dulzón de Radio Shansón, una estación específicamente
dedicada a la shansón, un género de balada que no estaba confinado a la
música de los gulags, pero sí muy influido por esta. Esto hacía que fuera
por definición la música del vorovskói mir, y las blatnaia pesnia
(«canciones de los ladrones») son un género popular incluso hoy en día. La
posterior popularización del género será debatida en el capítulo 16, pero,
para los ladrones del gulag, la música se convirtió en una forma segura de
expresar sus sentimientos, desde sus esperanzas y sueños del mundo
exterior hasta la rabia y desesperación que vivían en el interior de la zona.
Tal vez no sea de extrañar que uno de los términos comunes para vivir una
vida criminal fuera po múzike jodit, «moverse al ritmo de la música». Más
allá de ser una forma de pasar el tiempo y soportar la vida en el gulag, las
canciones también formaban parte de la historia oral de los campos, una
necesidad, dada la perentoria ausencia de materiales para escribir y la
incapacidad de salvar y distribuir los relatos de cualquier otra forma. La
canción «Kenguir», por ejemplo, es una cuenta detallada del alzamiento de
los prisioneros que tuvo lugar allí. «Aunque el enemigo es fuerte —advierte
—, las masas están rompiendo sus grilletes».43

LAS MUJERES EN EL MUNDO DE LOS LADRONES

El código moral del criminal profesional […] prescribe el desprecio a las mujeres […].
Esto se aplica a todas las mujeres sin excepción alguna.

44
VARLAM SHALÁMOV

Obviamente, los vorí impusieron sus propios grilletes y oprimieron y


abusaron tanto como el Estado estalinista de quienes estaban en su entorno,
con menos organización pero con el mismo entusiasmo. A ese respecto, tal
vez merezca la pena concluir este capítulo con un examen del papel que
desempeñaban las mujeres en el vorovskói mir, ya que enmarca las
tensiones existentes entre el machismo más crudo que residía en su interior
y las realidades prácticas y emocionales de cualquier colectivo de seres
humanos. Se trataba de una cultura misógina desagradable y a menudo
horrenda, que exaltaba una caricatura de la hombría en la que las mujeres
eran reducidas al papel de madre idealizada, prostituta lasciva, víctima
impotente, novia del gánster o agente externo excluido. Ya fuera en las
representaciones de mujeres de sus tatuajes —que solían ser objetos
sexuales desnudos— o las estrofas sentimentales de sus canciones, los
ladrones podían venerar o repudiar a las mujeres, pero jamás las respetaban.
Aunque en muchos casos se hacían esfuerzos para separar a los presos
varones y las presas femeninas, los memorias de los campos están
tristemente repletas de relatos que no solo incluyen violaciones
individuales, sino mujeres que eran obligadas mediante la violencia, la
intimidación o la promesa de una pequeña mejora en sus condiciones de
vida —algo que diera mayores opciones de supervivencia—, a mantener
relaciones sexuales constantes con blatníe, funcionarios y zeki cuyas
ocupaciones les otorgaran un mínimo nivel de privilegios e impunidad.45 En
ciertos casos, formaba parte de una estrategia despiadada deliberada en unas
circunstancias vitales literalmente atroces, pero la mayoría de las veces eran
un simple reflejo de las brutales relaciones sociales que se daban en la
época.
Para los ladrones eran relaciones destinadas precisamente a tener un
carácter de desigualdad e insignificancia. Varlam Shalámov, un foráneo con
razones poderosas en las que basar su opinión, pero no por ello menos
observador, dijo que aprendían «a despreciar a las mujeres desde la
infancia», creían que «la mujer, un ser inferior, había sido creado solo para
satisfacer las necesidades animales del criminal».46 Por desgracia, no se
equivocaba, y también tuvo la perspicacia de advertir el empalagoso pero
vacío culto que se hace a la bendita madre en la cultura vor: «Hay una
mujer que es romantizada en el mundo criminal […] Esta mujer es la madre
del criminal […] [Pero] no hay criminal alguno que le haya enviado un solo
kopek a su madre ni que haya realizado un solo intento por ayudarla».47
Como siempre, existía un abismo entre el código y la realidad. Así como
los cuentacuentos, cantantes o incluso deportistas famosos y aquellos que
simplemente tenían la suerte de caer en gracia a algún ladrón de mayor
rango debido a su ingenio o espíritu podían encontrarse bajo su protección,
aunque fueran fráieri, también surgían a veces relaciones diferentes entre
delincuentes masculinos y femeninos. El código del vorovskói mir de la
época anterior a Stalin exigía que, cuando alguien se unía a la hermandad
cortara con todos sus vínculos exteriores —la Iglesia, la familia, la esposa
— como muestra de su nuevo compromiso. En la práctica, muchos seguían
estando casados, pero en el hampa esa desafortunada mujer era considerada
poco más que una esclava de la banda, primero para su marido y después, si
este moría o lo encarcelaban, para cualquier otro miembro. Podía
considerarse afortunada si la tenían en mayor consideración que a una
prostituta —y sin duda no se trata de un listón demasiado alto—, pero, en
palabras de Valery Chalidze, «la relación de un ladrón con su mujer era la
del amo y la esclava».48 El expresidiario Gustav Herling recordaba una
escena en la que Marusia, la amante de un ladrón llamado Koval, había
escupido a la cara a uno de sus compañeros en respuesta a un insulto. En
lugar de defenderla, el ladrón se volvió inmediatamente contra su amante y
la obligó a someterse a una violación colectiva del resto del grupo como
forma de castigo.49 Ya fuera por miedo a las consecuencias que acarrearía
para su persona o por una indignación real ante esa transgresión —aunque
tampoco importa en absoluto—, Koval no dudó en anteponer a sus
camaradas por encima de su amante.
Como siempre, hay excepciones, como las de ladrones que albergaban
sentimientos de amor verdaderos hacia sus esposas y las de alguna que otra
mujer gánster que se ganó cierto grado de respeto en el hampa profesional.
No obstante, esos raros casos no afectan a la impresión general de una
subcultura en la que las relaciones de género son desequilibradas hasta
niveles prácticamente prehistóricos.
Esto también se percibía en el hampa femenina. Aunque formalmente el
vorovskói mir no tenía espacio para ellas, surgió un equivalente femenino
de este incluso antes de la época del gulag, que se asentó en el espacio de la
zona dedicada a las mujeres. Así como el vorovskói mir acabó siendo
definido por el gulag, esta subcultura criminal también se modeló a imagen
y semejanza de su equivalente masculino. Ya fuera individualmente o en
grupos, no cabe duda de que las ladronas también podían ser imponentes.
Eugenia Ginzburg describe su impactante encuentro con ellas:

Pero todavía quedaba la peor parte, nuestro primer encuentro con auténticas criminales
reincidentes […] tras la escotilla salieron en masa varios cientos de seres humanos, si esa es la
palabra adecuada para aquellas espantosas criaturas, los desperdicios del mundo criminal […] la
horda de descastadas se nos echó encima con sus cuerpos tatuados medio desnudos y extrañas
muecas en sus rostros simiescos.50

Aunque Chalidze opina que esas bandas «eran tratadas con respeto», esta
afirmación resulta difícil de sostener.51 Las mujeres, a las que los hombres
negaban cualquier tipo de estatus oficial, estaban relegadas a un papel
subalterno al cual parecían haberse entregado siguiendo las costumbres
masculinas de proferir improperios y hablar en fenia. Incluso sus propios
tatuajes solían ser un reflejo de la estética chovinista de los hombres, con
representaciones de las mujeres que se limitaban esencialmente a tres tipos:
la Virgen, la madre y la puta.52 Los vorí, a pesar de esa autoproclamada
libertad respecto a las costumbres y valores de la sociedad común, se las
ingeniaban para imponerse limitaciones alternativas de obligado
cumplimiento algo menos exhaustivas, aunque mucho más violentas, pero
esto no era nada comparado con las formas en que abusaban de la
subcultura de sus equivalentes femeninos y la maleaban. No cabe duda de
que se trataba en esencia de un producto de la zona, algo que solo podía
florecer realmente en el mundo artificial de las alambradas y los trabajos
forzados, la violencia diaria y el abuso institucionalizado. Una vez que los
ladrones fueron puestos en libertad para entrar en un mundo soviético
menos restringido, un mundo de libertad y opciones comparado con el
gulag, esa sociedad despiadada cambiaría radicalmente.
SEGUNDA PARTE

EMERGENCIA
6

LAS TRINIDADES SACRÍLEGAS

Los ladrones grandes ahorcan a los pequeños.

Proverbio ruso

Resulta irónico y perverso que para encontrar a los verdaderos promotores


del crimen organizado de la Rusia actual haya que dirigir nuestra mirada a
una inusitada y dispar trinidad de secretarios generales soviéticos: el tirano
Stalin, el gestor Brézhnev y el reformista Gorbachov. Stalin creó al criminal
colaborador dispuesto a trabajar con elementos de la élite en beneficio
propio. Brézhnev presidió una Unión Soviética caracterizada por la
corrupción y el mercado negro, haciendo que los nuevos vorí se dirigieran
paulatinamente hacia la economía informal. Y Gorbachov hizo añicos el
Estado, pero también liberó nuevas fuerzas de mercado que los vorí
demostraron saber explotar mejor que nadie.
Tal vez la mejor forma de ilustrar cómo conspiraron sus políticas para
modelar a los vorí sea examinar la carrera de Guennadi Karkov, «el
Mongol». A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, su
banda era el terror de los magnates del mercado negro de Moscú y marcaría
el tono del desarrollo de las relaciones entre gánsteres, empresarios
clandestinos y un Estado corrupto. También sería la escuela definitiva para
una generación de futuros capos, entre ellos Otari Kvantrishvili, quien a
principios de la década de 1990 parecía preparado para convertirse en el
jefe del mundo del hampa moscovita, y Viacheslav «Yapónchik» Ivankov,
que llevó los bajos fondos de Moscú al barrio de Brighton Beach en Nueva
York.
Karkov (también llamado Korkov) nació en 1930 en Kulebaki, 300
kilómetros al este de Moscú, hijo de la industrialización salvaje de Stalin y
de la Segunda Guerra Mundial. Según se cuenta, no tardó en huir del aire
viciado y la penumbra de las fundiciones de Kulebaki y los barracones de
trabajadores que la rodeaban para adentrarse en el hampa. Era inteligente,
rápido, despiadado y osado, un líder nato que estaba totalmente dispuesto a
ensuciarse las manos y se adaptó con rapidez al nuevo código permisivo de
los suki. Fue coronado como vor v zakone a la inusitada edad de veinticinco
años, apenas dos primaveras después de la muerte de Stalin en 1953, y le
pusieron como klichka «el Mongol» por sus rasgos asiáticos. Ese mismo
año lo detuvieron en Moscú acusado de robo. Cumplió seis de los diez años
de su condena antes de regresar a la capital en 1962 y volver a sus
actividades criminales, pero ahora con un plan más ambicioso. Antes era un
simple atracador; ahora sería extorsionador. En su ausencia, el mercado
negro de Moscú había crecido exponencialmente, y los tsejovikí, los
«tenderos» que lo dirigían, prosperaban gracias a ello. Reunió a una banda
de unos treinta criminales y empezó a acosar a estos capitalistas
clandestinos. Al principio, la banda se dedicaba a asaltar los apartamentos
de los tsejovikí, conscientes de que sus víctimas no acudirían a la policía, ya
que tendrían que explicar cómo habían acumulado el dinero y los artículos
de lujo que les arrebataban. Después pasaron gradualmente a la extorsión,
exigiendo pagos a cambio de una vida en paz y secuestrando a quienes se
negaban o habían ocultado sus ganancias ilícitas.
Tras inclinarse por el uso de uniformes de policía para acceder a las
viviendas sin que nadie hiciera preguntas, los hombres de Karkov
empezaron a usar la misma táctica para capturar a sus víctimas. Tras esto
conducían a los tsejovikí fuera de la ciudad, normalmente a los bosques o a
casas abandonadas, y los torturaban con ferocidad sádica hasta que cedían:
los quemaban con hierros candentes; los colgaban de árboles y no los
bajaban hasta que prácticamente se ahogaban; incluso los encerraban en
ataúdes claveteados, los cuales, el corpulento drogadicto con el apodo
imaginativo de «Ejecutor» comenzaba a serrar en dos como si de un truco
de magia se tratara. Les fue bastante bien durante un tiempo, y la banda de
Karkov llegó a duplicar su tamaño. Mientras tanto, con la llegada al poder
del secretario general Leonid Brézhnev en 1964, la corrupción del Partido
Comunista y la extensión de la economía sumergida cada vez eran más
profundas.
Karkov y la mayoría de sus secuaces fueron detenidos en 1972 en una de
las mayores operaciones de posguerra llevadas a cabo por el MUR, el
departamento de inteligencia criminal de Moscú. La mayoría de las
acusaciones no prosperaron, debido a que los testigos sufrían extrañas
pérdidas de memoria y a la desaparición de documentos, pero las
autoridades no pensaban permitir que «el Mongol» saliera en libertad. Lo
condenaron por dos delitos y lo sentenciaron a catorce años en una colonia
penitenciaria de régimen estricto. Acabaría cumpliendo la totalidad de su
sentencia y solo salió en libertad en 1986, un año después de que Mijaíl
Gorbachov llegara a la secretaría general del PCUS, en el estadio más
inicial y dubitativo de sus reformas. No obstante, su tiempo había pasado.
Intentó afianzarse a la fuerza en las grandes ligas criminales y consiguió
hacerse con un feudo en la región de Tushino, al norte de Moscú, pero no
llegó a tener relevancia. Acabó muriendo de cáncer o cirrosis —depende de
la fuente de la que proceda la información— en 1994.1
Su reinado en Moscú a lo largo de una década quedó interrumpido por las
detenciones y el tiempo que estuvo cumpliendo condena, pero eso no
impidió que «el Mongol» se convirtiera en una leyenda. Soy testigo de que
en la década de 1990, tanto los investigadores curtidos del MUR como los
gánsteres lo usaban como referencia para evaluar a quienes aspiraban a
controlar el hampa en aquella época. Esto, aparte de los talentos particulares
que poseyera, se debe a que fue el primero en apreciar verdaderamente
hasta qué punto el auge del mercado negro, con la inestimable ayuda de la
corrupción del Partido Comunista, estaban creando una nueva clase de
empresarios clandestinos con grandes cantidades de dinero en efectivo, pero
con una protección tan pobre que los convertía en presas idóneas de la
explotación. Karkov tenía dinero, pero también aceleró el proceso que llevó
al entendimiento entre los vorí, los tsejovikí y el Estado. Esto quedó
formalizado en 1979 con una reunión de capos de toda la Unión Soviética
que decidió las condiciones del «impuesto» que debían pagar quienes
operasen en el mercado negro a cambio de protección.2 El verdadero legado
de Karkov no consistió simplemente en una nueva generación de vorí, sino
en todo un nuevo mundo criminal en el que podrían operar. Esta alianza
sería crucial en la década de 1980, con el quijotesco programa de reformas
de Gorbachov, que en la práctica condenaría al Gobierno y otorgaría poder
a los gánsteres.

EL LEGADO DE STALIN

En ciertos círculos, las tendencias criminales empiezan ya a ponerse de moda. La jerga de


los ladrones está en boga, e incluso lo está su forma de hablar.

Carta a los líderes del Partido Comunista remitida por ciudadanos preocupados de Cheliabinsk3

El 5 de marzo de 1953, Stalin sucumbió a un ataque al corazón, una


hemorragia cardíaca y la paranoia (esto último se debe a que sus sospechas
de posibles asesinos supusieron que prohibiera la entrada a sus habitaciones
sin autorización previa, por lo que permaneció en estado moribundo durante
horas sin que nadie se percatara de ello). La Unión Soviética que dejó en
herencia a su sucesor era una colección perversa de paradojas. Se trataba de
una superpotencia incuestionable que poseía armamento nuclear y un
imperio en la Europa del Este. Era un país industrializado y electrificado en
el que se había conseguido alfabetizar a las masas, cultivar grano en la
estepa y que la tundra proporcionara oro y madera. Pero todo se había
conseguido gracias a un terror de masas sanguinario con el que el interior
del país quedó marcado por los gulags, las prisiones y las fosas comunes, y
el espíritu soviético, ensombrecido por los hábitos de colaboración,
oportunismo y mecanismos defensivos automatizados.
La presión también era patente. La élite estaba desesperada por no
arrojarse a las garras de un nuevo Stalin, pero al mismo tiempo les
preocupaba perder el control de la sociedad. La Guerra Fría estaba en su
pleno apogeo, y los campos de trabajo se habían vuelto incontrolables e
inviables, de ahí que se decidiera su apertura. El «robo de la propiedad
socialista» era un crimen serio, pero endémico. No se trataba solo de que en
tiempos de adversidad extrema y escasez la gente tuviera que robar al
Estado para subsistir, también era una consecuencia de la alienación que
provocaba el marcado contraste entre una narrativa oficial en la que se
empoderaba a los obreros, todo se compartía y había una democracia de
camaradería, y la realidad de la corrupción, la necesidad y el autoritarismo.
Estaba claro que si todo pertenecía a todos, nadie podía poseer nada, y si la
propiedad no existía, ¿cómo podía hablarse de robo? Todos robaban cuanto
podían, y quien no robaba bienes, robaba tiempo, ya fuera desapareciendo
del trabajo para hacer cola por comida o aprovechando para practicar el
estraperlo. Era algo que todos sabían e incluso se bromeaba bastante acerca
de ello:

—Yo creo que nuestro país debe de ser el más rico del mundo —dice Ivan a Volodia.
—¿Por qué? —pregunta este.
—Porque hace casi sesenta años que todos roban del Estado y sigue quedando algo que robar.4

El estalinismo estuvo marcado por una extraña disonancia cognitiva, un


síndrome de Estocolmo nacional, en el que un tirano sanguinario y
despilfarrador coexistía de alguna forma con la creencia continuada en el
sueño marxista-leninista, o al menos con la idea de que todo ese sufrimiento
servía a una causa más importante. Irónicamente, la denuncia de Nikita
Jruschov en aquel «Discurso Secreto» rápidamente filtrado de 1956 y el
subsiguiente programa de «desestalinización» acabó con gran parte de los
fundamentos ideológicos que pervivían en el Estado soviético. ¿Qué sentido
podía tener la vida si habían soportado a Stalin para nada? A partir de esta
anomia surgirían todo tipo de expresiones contraculturales. Los zeki
amnistiados trajeron consigo la música del gulag, hasta el punto en que,
como escribió el poeta disidente Yuli Daniel, «las canciones de los campos
empezaron a popularizarse. Empezaban a calar gradualmente desde Siberia
y la punta norte, y se oían fragmentos constantemente en las salas de espera
de los nudos ferroviarios […] Hasta que, al final, hicieron su entrada en la
ciudad en las maletas de los delincuentes “rehabilitados”».5 Surgieron
modas juveniles de influencia extranjera, como los beatniks stiliagui y los
rockers de las décadas de 1950 y 1960, los fanati obsesionados con el fútbol
y los heavies metalisti de la década de 1980. Estos no solo desafiaban la
ortodoxia del Partido, sino que solían expresarlo a través de la búsqueda de
indumentaria y música occidental.6 Incluso el robo al Estado y la
corrupción adquirieron una perversa legitimidad implícita como golpes
contra una élite hipócrita y explotadora. Se avecinaba un cambio, pero
nadie podía estar seguro de qué tipo sería.
Los vorí se encontraron ante este nuevo extraño mundo. La ironía era
que, en tanto que los suki habían ganado la guerra cultural —y
extremadamente física— en los campos y estuvieron entre los primeros
liberados en las amnistías tras la muerte de Stalin, emergían a una URSS
cuya hampa seguía estando dominado por los blatníe. El resultado fue una
lucha renovada, en la que sus activos principales —la capacidad para
organizarse y su disposición a trabajar con las autoridades y a través de
ellas— volvió a asegurarles la victoria. El suyo fue un éxito gradual, en el
que se fueron apoderando de vecindarios y barrios marginales. Un agente de
policía jubilado con quien hablé recordaba su infancia en Ekaterimburgo
(llamada entonces Sverdlovsk), una ciudad de la región de los Urales que
había padecido desde mediados de la década de 1950 la acción de las
«bandas azules» de expresidiarios, llamadas así por su profusión de
tatuajes. Al principio, esto supuso que había virulentas batallas callejeras
entre grupos blatníe y suki prácticamente a diario.7 No fue una victoria
sencilla para las «perras», por lo que no faltó derramamiento de sangre.
Gran parte del drástico incremento de la anarquía en la Unión Soviética —
552.281 delitos registrados en 1953 y 745.812 en 1957— se debió al
inevitable caos acontecido cuando se soltaron en el país cinco millones de
presos, con una ayuda ínfima; esto también ocultaba una revolución en el
hampa a escala nacional.8 Sin embargo, a tenor de las circunstancias, era
algo que resultaba inevitable.

GÁNSTERES BAJO PRESIÓN…

La verdadera tragedia de la década de 1980 es que, hasta entonces, las autoridades


[criminales] estaban bajo el dominio del Estado. Íbamos ganando. Y después lo echamos
todo a perder.

Agente de policía ruso (1990)9

No obstante, tras completar su reconquista del hampa soviética, los


gánsteres tuvieron que adaptarse rápidamente al lugar que ocupaban en ese
nuevo orden. En 1957, el viceministro del Interior, Mijaíl Jolodkov, se
quejó de que «en las zonas de los campos de concentración no es la
administración la que está al mando, sino los receptadores».10 Aun así,
fuera del sistema de campos de trabajo, la banda más importante del lugar
era sin duda el Partido Comunista y los oportunistas que habían surgido con
Stalin. David Remnick lo llama, con una exageración comprensible, «la
mafia más descomunal que haya existido en todo el mundo», pero esta era
también la visión que se tenía de ellos en el hampa.11 Como afirmaba el
carterista profesional «Zhora el Ingeniero», «sin duda existe una mafia
soviética. Y está muchísimo mejor organizada que la mafia estadounidense.
Pero tiene otro nombre. Se llama Partido Comunista. Jamás se nos ocurría
intentar competir con ella».12
El Estado era autoritario y poseía —en la forma de la militsia («policía»)
y de la policía política (conocida a partir de 1954 como el Comité de
Seguridad del Estado, el KGB)— la capacidad indudable de intensificar sus
esfuerzos contra los gánsteres si estos se convertían en una amenaza o una
vergüenza. De hecho, uno de los principales propósitos de la Ley sobre
Medidas para la Mejora del Rendimiento del MVD (Ministerio de Interior)
soviético de 1956 era precisamente suprimir las bandas que surgían de los
gulags, y la policía, el KGB y las agencias de control social y político no
tardaron en lanzar una campaña multidireccional. Incluso los suki podían
ser considerados elementos «contrarrevolucionarios» en lugar de meros
alborotadores si se metían en los asuntos de la policía o de sus ayudantes
voluntarios, los druzhínniki, lo cual podría considerarse una forma de
justicia dura, pero irónica. Esto solía tener como objeto retomar el control
de la situación y tranquilizar a la opinión pública, pero implícitamente
también formaba parte de la creación de un nuevo conjunto de poniatia,
acuerdos entre el Estado y el hampa.
Por lo general, a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 se mantuvo a los
vorí a raya, y existe un consenso generalizado respecto a que las bandas que
surgieron en la década de 1950 fueron en su mayor parte desmanteladas. El
crimen organizado volvió a reducirse a empresas a escala relativamente
reducida, y a pesar de los continuados casos esporádicos de atracos a mano
armada y actos similares, lo normal es que se limitaran a actividades como
el fraude y las apuestas ilegales. A finales de la década de 1960, por
ejemplo, convencieron a un viejo que había sido un trilero legendario en la
década de 1940 al que se conocía por el klichka de «Tiflis» para que
montara una academia informal en Moscú y legara sus habilidades a la
nueva generación. A consecuencia de ello, a principios de la década de 1970
la capital vivió un renacimiento de las apuestas profesionales que generó
sus propias especialidades, cada una de ellas con su lugar en la jerarquía,
desde los «jinetes» que jugaban en taxis que vagaban por las calles de
Moscú, al escalafón superior, los que tenían sus propios antros de apuestas
secretas en apartamentos y trastiendas de restaurantes.13
El vorovskói mir, sin una masa decisiva de miembros, diseminados como
estaban ahora por todo el país, sin los gulags como vivero para una nueva
generación y sin la capacidad para operar de manera abierta, comenzó a
morir como subcultura característica. Obviamente, seguía existiendo crimen
en abundancia y gran parte de este era organizado. Pero su estatus como las
únicas liudi («personas») auténticas, ese sentirse apartados del resto de la
población tan arraigado en los vorí, empezó a desvanecerse, y con él la
transmisión del código y el folclore del vorovskói mir. El padre del agente
de policía citado anteriormente también había formado parte de la militsia
en la década de 1960 y en su opinión, «los vorí ya empezaban a perder
fuerza en aquella época. Algunos creían en el viejo código y lo recordaban
bien. Intentaban enseñárselo a los jóvenes. Pero fuera de los campos era
diferente. Pensaban que por saberse todas las letras de Visotski ya conocían
el código. No era así».14
Vladímir Visotski, un icónico cantante y compositor de la época
postestalinista, sacó gran parte de su lenguaje e inspiración de la música de
los ladrones. Pero como observaba el policía jubilado, la esencia del
vorovskói mir no consistía en un mero cancionero compartido. El mundo de
los ladrones fue desapareciendo a lo largo de unos veinte años,
desarrollando un estatus mitológico en detrimento de su poder y
autenticidad. No obstante, se había adaptado al estalinismo, de modo que
volvería a renacer, reinventado y reinterpretado de nuevo a partir de la
década de 1970, en la última época de Brézhnev y en la de Gorbachov.
Resurgiría convertido en un hampa dominada por las oportunidades que
podían encontrarse en la economía informal y la corrupción, pero también
con menores posibilidades de usar la violencia abiertamente sin provocar la
ira del Estado. Así como los suki utilizaban el mismo lenguaje que los
blatníe, simplemente rescribiendo el código, la nueva generación de vorí
también buscaría usar el lenguaje y la cultura de una manera innovadora. La
historia de Karkov, de los vorí v zakone que advirtieron la oportunidad de
aprovecharse de la economía sumergida, fue de hecho la precursora de la
siguiente versión del vorovskói mir, que estaría redefinida por el mercado
negro.
… PANDILLAS CALLEJERAS EN AUGE

Decid lo que queráis, pero en Kazán se libran actualmente dos batallas. Una de ellas, con
navajazos y sangre, se libra a la vista de la opinión pública. Pero la otra es más horrible
incluso. Es una batalla surgida del odio que ha dividido Kazán entre «chicos podridos» y
«chicos buenos».

Revista Ogoniok (1988)15

Una de las perversas ironías de esta situación era que también contribuía al
auge de bandas callejeras marginales y violentas. En otro tiempo, muchos
de los jóvenes de la calle más agresivos y carismáticos solían introducirse
en el vorovskói mir y la disciplina asociada a él. En este caso, no obstante,
su tendencia antisocial, magnificada por la ausencia de salidas y actividades
alternativas más allá de las banalidades anquilosadas del movimiento de las
Juventudes Comunistas, tenía que encontrar otras válvulas de escape. El
denominado «fenómeno de Kazán» —debido a que fue reconocido
debidamente por primera vez en esa ciudad— siguió un patrón clásico,
impulsado por adolescentes agrupados en torno a divisiones territoriales,
afiliaciones particulares —como ser hinchas del mismo equipo de fútbol—
o incluso grandes fábricas, que alternaban juntos y salían a pelear.16 De
hecho, esto había formado parte de la vida en el pueblo hasta la década de
1960, y simplemente se traspasó a las ciudades. Las peleas, a menudo
dirigidas mediante rituales y reglas improvisadas, permitían que los jóvenes
se desahogaran, demostraran su virilidad y establecieran jerarquías. Fiódor
Razzákov recuerda que formó parte de una pandilla callejera en el Moscú
de la década de 1970 que reclamaba tres calles del nordeste de la ciudad —
Kazakov, Gorójovski y Tokmakov— cuyos aliados eran los chavales de las
calles Bauman y Pochtóvaia, en tanto que sus enemigos de sangre eran los
chicos de los callejones que había en los alrededores de los jardines
Bauman, a menos de media hora de distancia a pie. A pesar de ello, estas
pandillas se unían sin recelos para formar parte de una reyerta masiva
contra los rivales del barrio central de Chistie Prudí, que en ocasiones podía
implicar hasta a un centenar de jóvenes camorristas.17
En ocasiones, esas pandillas callejeras se convertían en grupos de crimen
organizado, que mercantilizaban el músculo por medio del control
territorial, o cuando menos con la capacidad de sacar réditos mediante la
extorsión de la economía local. En Kazán, varias pandillas callejeras
acabaron fusionándose en Tiap-Liap, organización dirigida por Serguéi
Antipov, un expresidiario adulto que concibió un proceso de aglutinación en
el que se obligaba a otras pequeñas pandillas a unirse o ser destruidas. A
finales de la década de 1970, Tiap-Liap contaba con unos doscientos
miembros, una estructura propia, fondos comunes obschak e incluso un
uniforme: chaquetas guateadas negras y una insignia (una corona con las
letras TK, que aludían a Teplokontrol, el barrio en el que había comenzado
todo). Estaban implicados en asaltos a casas organizados, proporcionaban
protección a los empresarios tsejovikí del mercado negro y escoltaban el
traslado de bienes ilegales. Su ejemplo animó o forzó a otras pandillas de
Kazán a pasar por esa misma transformación, pero las autoridades se
mostraban evidentemente reacias a admitir que en su ciudad se produjera
una criminalización tan obvia.18
Tiap-Liap acabaría siendo víctima de su propio éxito y de una excesiva
confianza en sus posibilidades. En agosto de 1978, en una demostración de
fuerza deliberada contra sus rivales Novotatarskaya Sloboda, utilizaron a
unos cincuenta matones con pistolas y barras de hierro que empezaron a
disparar y golpear indiscriminadamente en su territorio. Un veterano de
guerra de setenta y cuatro años de edad fue asesinado, y diez individuos
más —entre ellos, dos agentes de policía— resultaron heridos. Esto era algo
que las autoridades no podían ignorar, de modo que, como de costumbre,
pasaron de la ceguera voluntaria a tomar medidas draconianas. Se juzgó y
condenó a treinta pandilleros; dos miembros adultos fueron ejecutados.
Aunque la violencia pandillera de Kazán continuó hasta la década de 1990,
Tiap-Liap quedó desarticulada.
De modo que el crimen organizado siguió existiendo en su forma más
primaria e, irónicamente, tuvo la oportunidad de revivir en la década de
1970, en gran parte gracias al mismo Gobierno que lo había reducido.
Aunque contara con las leyes, los hombres y las armas, el Estado también
estaba impregnado de corrupción y cada vez dependía más del mercado
negro para satisfacer las necesidad del ciudadano soviético común y de las
élites. Surgió una segunda trinidad sombría, la de los funcionarios
corruptos, los gánsteres y los agentes del mercado negro. El Partido
Comunista se enfrentaba a un período prolongado de estancamiento y
descomposición. Bajo el mandato del secretario general Leonid Brézhnev
(1964-1982), la escalada de la corrupción en el Partido y en la sociedad se
extendió drásticamente. A medida que la economía planificada llegaba a un
doloroso punto muerto, la economía sumergida crecía para compensarlo.
Hasta cierto punto, esto era consecuencia natural de los fracasos del
sistema: el pueblo dirigía sus miras al soborno, el mercado negro y el blat
—la economía de favores— para cubrir el hueco.19 Sin embargo, se trataba
también de una política implícita: con el contrato social que los
sovietólogos occidentales dieron en llamar el «little deal», el Estado
otorgaba libertad a las masas para holgazanear, quejarse, robar y hacer
trueques con tal de que no desafiaran al orden establecido.20 Del mismo
modo, se contentaba a las élites mediante ventajas, acceso a bienes escasos
y una vida tranquila y segura. Este pacto mezquino funcionó durante el
tiempo en el que la economía creció al ritmo suficiente para proporcionar
los recursos que tuvieran a todos contentos, pero esto no duraría mucho.
Mientras tanto, el crimen organizado no solo se beneficiaba de la indolencia
y la venalidad del Estado, sino que adquirió un nuevo papel como
intermediario indispensable entre las figuras corruptas del Partido y los
tsejovikí.

EL PESCADO SE PUDRE POR LA CABEZA

¿Quién es en estos momentos el contrarrevolucionario más peligroso? El que acepta


sobornos.

Propaganda soviética (1923)21

En la década de 1970 en particular, los soviéticos de a pie se veían tentados


por los frutos de un incipiente consumismo: una nevera, una televisión, tal
vez incluso un coche. Pero los vlasti, los poderosos, habían utilizado desde
el principio su nueva posición para llenar sus bolsillos a escala mucho
mayor, construyendo para sí palacetes de verano, vistiendo ropa importada
y generalmente llevando vidas fáciles, a menudo fastuosas. Como dice el
proverbio ruso, el pescado se pudre por la cabeza, y la corrupción
institucionalizada de la élite soviética, además de generar un Estado cada
vez más disfuncional e ingobernable —y, como descubriría Gorbachov,
irreformable—, también contribuyó a la corrupción de la sociedad en
general.
Los bolcheviques originales consideraban que la corrupción era una falla
moral, pero también un síntoma de actitudes antirrevolucionarias y una
amenaza política. Sin embargo, no mostraban más capacidad para
controlarla que Stalin. De hecho, bajo su mandato, la maligna convergencia
entre hambre y desesperación por una parte, e impunidad y omnipotencia
oficial por otra, hizo que se convirtiera en algo inherente al propio sistema.
James Heinzen ha sugerido que la Segunda Guerra Mundial supuso un
aldabonazo decisivo no reconocido en la promoción de la clase de
corrupción que demostraría ser marca de la casa en períodos posteriores de
la historia soviética.22 Dado que sus bonificaciones y sus carreras
dependían de las a menudo poco realistas exigencias del Plan Quinquenal,
los patronos y oficiales utilizaban métodos ilegales para alcanzar sus cuotas
(o al menos para dar la impresión de que las alcanzaban). La mayoría de las
empresas tenía su tolkach, un «facilitador», cuyo trabajo era utilizar sus
conexiones para conseguir la mano de obra, las materias primas, las piezas
de repuesto, el transporte o cualquier otra cosa que fuera necesaria para
alcanzar los objetivos.23
Obviamente, en el entorno laboral —desde los campos de trabajos
forzados a las oficinas del Gobierno— aquellos que ostentaban poder
también exigían prebendas a quienes ocupaban posiciones inferiores a
cambio de ascensos, de ventaja, o, simplemente, de dejarlos tranquilos.
Mientras tanto, los ciudadanos soviéticos ordinarios pagaban sobornos para
conseguir aquello que les correspondía pero cuya oferta escaseaba y
también otros productos, servicios y oportunidades que no les tocaban.
Samuel Huntington sugirió en cierta ocasión memorable que «en términos
de crecimiento económico, lo único peor que una sociedad con una
burocracia rígida, demasiado centralizada y deshonrada, es una burocracia
rígida, demasiado centralizada y honrada».24 Seguramente, los ciudadanos
soviéticos habrían estado de acuerdo. Los sobornos, las conexiones y el blat
eran las formas mediante las cuales los ciudadanos podían tener cierto
control sobre sus vidas y sobre un mundo que de otro modo los dejaría a
expensas del Plan, la economía de mando y la escasez. Pero, aunque a nivel
microeconómico empoderaban al individuo, en general solo servían para
que la riqueza llegara a los niveles más altos, a quienes tenían la llave para
controlar el acceso a los bienes defitsitni (los más escasos), garantizar un
empleo o ascenso o aprobar tratamientos médicos. El llamado sistema
«socialista» se convirtió de hecho en una pirámide de la depredación, ya
que quienes estaban en la base pagaban a los de la cúspide, a menudo por
aquello que les correspondía por pleno derecho.
Más allá de la corrupción a medida que existiera a nivel individual,
también había tramas a escala industrial que surgieron gracias a la debilidad
y a las estructuras del Estado postestalinista. La dependencia del
clientelismo, la falta de un sistema de equilibrio entre los poderes del
Estado y la cultura extendida de la ilegalidad permitían que los cárteles de
funcionarios organizaran tramas que expoliaban la mayor alcancía de todas,
la del Estado, especialmente a escala regional. El mayor hito a este respecto
tal vez fuera el escándalo del algodón uzbeko, en el que el jefe local del
Partido, Sharaf Rashídov y una porción de funcionarios del Gobierno y del
Partido de la república asiática central de Uzbekistán, entre ellos el KGB
local, estuvieron implicados durante una década en una estafa que malversó
3.000 millones de rublos en pagos por un algodón que nunca se cosechó
procedente de campos y granjas que no existían. Enviaban informes a
Moscú sobre redes de irrigación excavadas y plantación de nuevos campos
e inflaban los registros sobre productividad, atestiguando una eficiencia y
disciplina inusitadas. No es de extrañar que el algodón fuera conocido como
el «oro blanco», ya que gracias a la connivencia de los conspiradores de
Moscú, entre ellos el yerno de Brézhnev y vicepresidente del Ministerio de
Interior, el injusta y burdamente ascendido Yuri Churbánov, fueron capaces
de ocultar el pequeño detalle de que ninguna de estas supuestas cosechas
existía realmente. Los círculos de obligaciones mutuas e intereses propios
eran tan estrechos que cuando Yuri Andrópov —un ermitaño que fue
director del KGB y llegó a la secretaría general del Partido Comunista en
1982— intentó llegar al fondo de la trama, tuvo que recurrir a medidas
extremas. Se redirigieron satélites de espionaje hacia los campos de algodón
uzbekos para tomar fotografías de ellos y pronto descubrieron que en su
lugar solo había estepa y matorrales. Ese fue el principio del fin. Rashídov
murió en sus oficinas en 1983 —algunos afirman que se suicidó— y cientos
de funcionarios fueron barridos de sus cargos tras sucesivas investigaciones.
Posteriormente, se produjeron despidos, condenas penitenciarias y más
suicidios.
Pero, aunque el escándalo del algodón sea un ejemplo indignante, el
hecho es que reflejaba las patologías generales de los últimos tiempos
soviéticos. Rashídov había sido honrado y festejado —recibiendo no menos
de diez Órdenes de Lenin— por su éxito real en mantener el control de
Uzbekistán a lo largo del Gobierno de tres secretarios generales y su éxito
aparente en la consecución y superación de los objetivos. Ni que decir tiene
que ese control tenía unos intereses propios y que sus logros tenían más de
ficción que de realidad. Como afirmó apropiadamente uno de los abogados
defensores en el caso del algodón, «los delitos como el soborno, los
informes de producción inflados y el robo se habían convertido en la norma.
No hay ningún intento serio de combatir estas cosas… De modo que no hay
cuestión alguna que pueda resolverse sin el pago de un soborno».25
¿Acaso puede sorprender que en una época en la que incluso las figuras
más poderosas y ensalzadas del sistema se implicaban de manera profunda
y entusiasta en la corrupción para mantener sus existencias privilegiadas,
los ciudadanos de a pie que experimentaban un relativo declive de sus
estándares de vida hicieran uso también de medios ilegales? En cierto
aspecto, eso significaba que había corrupción. Pero también significaba que
existía una relación más profunda que nunca con la economía sumergida.
LOS HOMBRES EN LA SOMBRA…

Nadie vive solamente de su sueldo. Recuerdo que cuando era joven ganábamos dinero
descargando trenes de mercancías. ¿Qué hacíamos? Pues por cada tres o cuatro cajas o
bolsas que descargábamos nos quedábamos con una. Así es como vive todo el mundo en
este país.

LEONID BRÉZHNEV, secretario general del PCUS26

Gran parte de la economía sumergida estaba en manos de fartsóvschiki de


poca monta, operadores del mercado negro, pero era un gran negocio y no
podría haberse desarrollado tanto sin que existieran vínculos cercanos con
los funcionarios corruptos del Partido. Los tsejovikí (o tenevikí, «hombres
en la sombra») necesitaban tener esas conexiones no solo para sobrevivir,
sino también para conseguir acceder a las materias primas, las instalaciones
y la mano de obra. Muchos fartsóvschiki traficaban con mercancías
defitsitni importadas ilegalmente, que iban desde ropa hasta la decadente
música occidental, o administraban fraudes de intercambio de divisa ilegal.
El legendario Yan Rókotov, «el Bizco», de quien se decía que había
amasado una fortuna de 20 millones de rublos antes de que lo detuvieran a
finales de 1960, empezó a ganar sumas importantes intercambiando vodka
por ropa occidental a expensas de los sedientos turistas finlandeses, hasta
que empezó a idear tramas más ambiciosas para traficar con divisas
extranjeras (creando un negocio suplementario con un fraude descarado).27
Sin embargo, la mayor parte de la economía sumergida se basaba en
mercancía local, ya fuera desviándola de la producción oficial o
manufacturándola en fábricas clandestinas.
Muchos de los operadores del mercado negro perdían su negocio o eran
detenidos: al fin y al cabo, se trataba de «especulación», que estaba definida
como la compraventa no autorizada para generar beneficio propio. Podían
condenarte hasta a siete años de prisión según el Artículo 154 del Código
Penal ruso de 1960 (que era la base para el resto de códigos de los estados
que formaban parte de la URSS) en caso de que se considerase un negocio
en sí, no una transacción aislada. De hecho, Rókotov fue fusilado en 1961,
cuando Jruschov modificó la ley sobre especulación de divisas para
habilitar la pena capital.
Muchos de los que construyeron imperios empresariales, que a menudo
prosperaron durante años, lo hicieron trabajando dentro de las estructuras
del Estado, y lo cierto es que enmendaban los fracasos de la economía
planificada. En 1981 se descubrió un escándalo trascendental relativo a
negocios clandestinos en la república de Chechenia-Ingusetia. Un
ambicioso empresario llamado Veniko Shenguelaia, consciente de la
demanda de productos de consumo básicos y la ínfima productividad de la
economía local, se fijó en una empresa que era completamente inoperante.
Tenía una fábrica de telas que trabajaba con el lino para la manufactura de
cedazos de harina industriales, por lo que estaba en su derecho de pedir
materiales. Shenguelaia y un consorcio de agentes del mercado negro ya
existente hicieron partícipes de su trama al supervisor de la planta y
establecieron dos instalaciones separadas para la producción de bolsas para
la compra. Los materiales procedían del sector estatal, los trabajadores que
hacían doblete con ese empleo recibían una paga adicional y las bolsas
cumplían una necesidad de mercado. Durante sus primeros dos años,
protegidos por juiciosos sobornos a variados altos funcionarios que llegaban
hasta el Ministerio de Industria Ligera, el negocio llegó a generar casi
medio millón de rublos. Llegado ese momento, como cualquier buen
propietario de una empresa emergente, Shenguelaia vendió el negocio a
otro empresario por una suculenta suma. Este prosperó y lo desarrolló más,
diversificando su producción con género de punto, cuero artificial y otros
mercados. Tuvieron que pasar cinco años para que llamara la atención de
las autoridades y solo porque uno de los conspiradores estaba enviando
dinero al extranjero, a su hermano que vivía en Italia, con quien esperaba
reunirse.28
Los conspiradores acabaron siendo sentenciados hasta a quince años de
prisión, pero lo que sorprende en muchos aspectos es la banalidad, e incluso
integridad, de la operación. No solo seguía en esencia la misma trayectoria
de cualquier negocio capitalista, sino que operaba completamente dentro
del sistema y, en lugar de competir con la economía oficial, más bien era un
complemento para esta. Los trabajadores estaban mejor pagados; los
consumidores recibían una mercancía de buena calidad que simplemente no
podían conseguir en las tiendas. Entonces, ¿cuál era el problema?
Obviamente, estos negocios no pagaban impuestos. A menudo podían
operar de manera precisa porque adquirían la materia prima barata a través
de pedidos del Estado y ocupaban las instalaciones del Gobierno. Pero lo
más peligroso para el régimen es que demostraban el fracaso de la
economía planificada en comparación con el dinamismo del mercado y
animaban a la ampliación de las redes de corrupción y acuerdos mutuos.
Esas redes podían llegar a las mismísimas cumbres del sistema, y de hecho
lo hacían, como había demostrado el escándalo del algodón uzbeko.
No obstante, el rey de los tsejovikí era el famoso Otari Lazishvili.
Georgiano, el éxito de su negocio dependía considerablemente de su íntima
relación simbiótica con Vasili Mzhavanadze, primer secretario del Partido
en Georgia entre 1953 y 1972. Desde finales de la decada de 1960,
Lazishvili desarrolló un imperio empresarial con recursos desviados de la
economía legal. Estableció una red de fábricas y talleres, muchas, como el
negocio de Shenguelaia, en instalaciones de plantas del Estado, en las
cuales se manufacturaban productos que iban desde bolsas de la compra a
impermeables para vender en toda la URSS con unas materias primas que
los supervisores pedían adicionalmente o declaraban como dañadas o
destruidas. Mientras Lazishvili sobornaba a funcionarios de bajo rango a
diestro y siniestro, Mzhavanadze era su auténtico krisha («tejado»), su
protector, y recibía a cambio el flujo continuo de regalos y tributos que
necesitaba para permitirse el tipo de vida de altos vuelos a los que su esposa
Viktoria y él no tardaron en acostumbrarse. Un alto funcionario del Partido
podía vivir como un príncipe, pero ellos aspiraban a vivir como reyes.
Lazishvili, entretanto, disfrutaba de su riqueza y de su impunidad. Se
decía que había mandado instalar en su casa grifos de oro —en una época
en la que el ciudadano soviético ordinario tenía que esperar años para
conseguir nuevos accesorios— y volaba a Moscú para ver los partidos del
Dinamo de Tiflis, donde gastaba miles de rublos, en una época en la que
una enfermera ganaba 1.000 rublos al año.29 Esta íntima trama acabó
cayendo también gracias a la campaña anticorrupción que acometió
Andrópov cuando todavía estaba al cargo del KGB. La historia apócrifa
cuenta que el ambicioso ministro del Interior georgiano, Eduard
Shevardnadze, vio a Viktoria Mzhavanadze con un exclusivo anillo de
diamantes enorme que Lazishvili le había regalado y cuyo robo había sido
denunciado por la Interpol. No obstante, es probable que se trate
simplemente de un mito, sobre todo porque los negocios de Lazishvili y la
venalidad de los Mzhavanadze estaban a la orden del día. En cualquier
caso, Shevardnadze lanzó una campaña contra el imperio empresarial de
Lazishvili y sus protectores con el apoyo entusiasta de Andrópov. Al final,
Mzhavanadze fue despedido deshonrosamente en 1972 y poco después
detuvieron a Lazishvili.30
Aun así, puede decirse que esta relación solo cayó porque sus
protagonistas eran inusualmente flagrantes y a causa de las ambiciones
políticas de Andrópov (cuya campaña de anticorrupción servía como arma
efectiva contra sus enemigos en una élite en la que todos guardaban algún
esqueleto en el armario) y Shevardnadze (que sustituiría a Mzhavanadze).
Aunque no se reconociera, la economía sumergida se había convertido en
un elemento crucial de la vida soviética desde la década de 1960, pero, para
alcanzar esa posición los tsejovikí tuvieron que llegar a acuerdos no solo
con los funcionarios, sino también con el crimen organizado.

… Y SUS AMIGOS LOS GÁNSTERES

Los gánsteres dejaban en paz a los barones del mercado negro e incluso los protegían. Por
un precio justo, obviamente, ya que nadie hace nada gratis. Y con el tiempo, vieron cómo
trabajaban los capitalistas clandestinos y cómo vivían, y se dieron cuenta de que ellos
también podrían hacerlo en cuanto tuvieran la oportunidad.

Agente de policía ruso (1990)31

Pocos de los tsejovikí llegaban a ser tan ricos y poderosos como Lazishvili,
del mismo modo que pocos jefes del Partido era tan descarados y estaban
tan bien establecidos como Mzhavanadze. Estos tenían el poder para
castigar o proteger y una autoridad prácticamente absoluta sobre sus
propios feudos, pero, por otra parte, no solían disponer de los medios para
transformarlo en el dinero y los objetos de consumo que codiciaban. Con su
protección, los magnates de la economía sumergida podían introducir
lujosos artículos de contrabando, comerciar con productos de gran demanda
y establecer fábricas y talleres donde producían desde tejanos falsos hasta
cigarrillos. Gracias a ello se hacían ricos, pero no podían arriesgarse a
gastar sus ganancias ilegales a menos que mantuvieran esa protección. Es
más, en la mayoría de los casos, ninguno de los dos bandos tenía una
manera segura de hablar o trabajar fácilmente con el otro.
Los gánsteres, que al principio cayeron en la tentación de aprovecharse
de los tsejovikí, siguieron el ejemplo marcado por «el Mongol» y se
convirtieron en intermediarios. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970
fueron el eslabón más débil de la cadena en muchos aspectos: necesitaban
el dinero de los empresarios del mercado negro y la protección de los jefes
del Partido. Pero también se hicieron indispensables y supieron valerse de
ello para ganar poder y libertad. A finales de la década de 1970, los tsejovikí
habían decidido que era mejor alcanzar un acuerdo con ellos. En 1979 se
reunieron representantes de ambos mundos en Kislovodsk, una ciudad
balneario del sur de Rusia; una reunión de la que indudablemente las
autoridades estaban al tanto y en la que es posible que ejercieran como
intermediarios. Aunque no he visto ninguna prueba que lo corrobore, un
agente del KGB jubilado que sirvió en la Quinta Dirección Principal
(responsable de vigilar la política interior) me aseguró que, de hecho, el
director de esta unidad había asistido como observador a este supuesto
«congreso». El resultado fue un acuerdo por el que, a cambio del pago del
10 por ciento de las ganancias, los tsejovikí se librarían de cualquier
interferencia.32
Todo empezó a institucionalizarse cada vez más: los operadores del
mercado negro pagaban un impuesto a los gánsteres locales, mientras que
los vorí, posiblemente burlándose de manera consciente del Partido, pero en
una más que probable asimilación de su lenguaje y métodos, empezaron a
celebrar más de esos llamados congresos de líderes de bandas para tratar
temas tales como el tráfico de drogas, su reacción ante los cambios en la
vigilancia policial, e incluso, como sucedió en una reunión de Tiflis en
1982, para decidir si entraban en política.33 (El resultado no fue
concluyente: los vorí georgianos querían estrechar los vínculos con los
funcionarios corruptos, los tradicionalistas rusos bajo el mando del vor
«Vaska Brillante» se mostraban reacios y la reunión acabó sin que se
tomara una decisión firme.) A medida que hacían más negocios con los
empresarios tenían que entender el mercado mejor, responder a las nuevas
oportunidades y demostrar su capacidad para resolver disputas y mantener
la disciplina. Es más, en un presagio de un proceso que adquiriría mucha
más importancia en la década de 1990, lo que comenzó como un simple
impuesto por permitirles trabajar a su aire condujo en muchos casos a una
cooperación más estrecha y productiva entre los operadores del mercado
negro y los gánsteres. Los vorí estaban pasando de ser los parias de los
gulags a acercarse al núcleo del sistema soviético. Y, por desgracia,
Gorbachov les permitiría entrar hasta el fondo sin saberlo.
7

LOS GÁNSTERES DE GORBACHOV

Los humildes sufren el sinsentido de la grandeza.

Proverbio ruso

En 1990, cuando era un imberbe estudiante de doctorado en Moscú que


observaba a mi alrededor el descarrilamiento a cámara lenta del sistema
soviético, tuve la oportunidad de concertar una reunión con el jefe adjunto
de Misión de uno de los estados más importantes del Pacto de Varsovia. Me
sentía pagado de mí mismo al estar en su apartamento, oyendo historias
sobre reuniones en el Kremlim y sesiones informativas confidenciales. Sin
embargo, al cabo de un rato se disculpó y recogió una bolsa de plástico
llena de licores traídos desde su patria natal. «Tendrá que excusarme —dijo
—, pero he de reunirme con una persona que vende papel higiénico —hizo
una pausa y añadió con gran respeto—. Del suave». A mí, que estaba
acostumbrado a nadar en la abundancia de Occidente, aquello me causó una
profunda impresión: incluso una de las pocas decenas de diplomáticos
importantes de Moscú tenía que ir de nalevo, «girar a la izquierda», a la
economía informal, simplemente para limpiarse el trasero con comodidad.
Pobre Mijaíl Gorbachov. Cuando lanzó su inútil apuesta por la reforma
de la Unión Soviética tras su acceso al puesto de secretario general y creó
su propia versión del «socialismo con rostro humano», ni él ni nadie tenían
idea de que ese proceso garantizaría el inesperado y repentino incremento
de las fortunas de los criminales. Las reformas que acometió durante la
Perestroika («reestructuración») los colocarían en una situación
inmejorable para beneficiarse del propio colapso de la URSS que esa misma
campaña aceleraría. En cualquier caso, él en realidad comenzó imponiendo
mano dura contra aquellos funcionarios corruptos que parecían demasiado
prometedores (o preocupantes, depende del lado de la barrera desde el que
uno lo mirase). Por ejemplo, Vladímir Kantor, director del univermag
Sokolniki (unos grandes almacenes), era un desacreditado usurero que
asumía que el patronazgo del líder del Partido en Moscú, Víktor Grishin, lo
mantendría a salvo. Es decir, hasta que lo detuvieron el 1 de abril de 1985,
mientras Grishin estaba de viaje oficial en Hungría. En su casa, tras lo que
se desveló como una puerta blindada, encontraron un tesoro oculto de
metales preciosos, joyería, antigüedades y artículos de lujo.1 Acabaron
condenándolo a ocho años en prisión y se le confiscaron más de 600.000
rublos en posesiones.
Hubo tres aspectos fundamentales en la era de Gorbachov que
revolucionaron el crimen organizado. El primero fue su campaña contra el
alcohol, bien intencionada, pero horriblemente planteada, que hizo por los
gánsteres soviéticos algo parecido a lo que la Ley Seca por sus homólogos
norteamericanos. El segundo, la liberalización parcial de la economía y la
creación de una nueva forma de empresa privada (las llamadas
cooperativas), que proporcionaron a los criminales nuevas víctimas para la
extorsión y oportunidades para lavar todo el dinero que generaban con la
venta de alcohol. En tercer lugar, el derrumbe de la autoridad del Estado
significó que, justo en el momento en que adquirieron inusitados recursos
financieros y coactivos (dinero y fuerza bruta), los criminales no tuvieron
que enfrentarse a controles serios. Ya no tenían que recurrir a los pagos de
los barones del mercado negro, ya que tenían su propia fuente de ingresos;
ahora habían cambiado las tornas, y los líderes corruptos del Partido
necesitaban su protección. En suma, la pirámide cambió drásticamente y los
gánsteres quedaron en la cúspide durante un tiempo.

LA REVOLUCIÓN DEL CONTRABANDO

Beber es un goce de todos los rusos. No podemos existir sin ese placer.

Comentario atribuido al príncipe VLADÍMIR DE KIEV (988)2

La campaña contra el alcohol fue un intento ingenuo y mal gestionado de


solucionar un problema serio: los niveles de alcoholismo que reducían la
productividad laboral y suponían una carga para el sistema sanitario. Los
ciudadanos soviéticos eran los más bebedores del mundo, consumían una
media de 11,2 litros de alcohol puro al año, y, en 1980, la familia media
gastaba más de la mitad de su presupuesto en bebida.3 A consecuencia de
ello, Gorbachov, que casualmente no era un gran bebedor, al contrario que
otras «esponjas» que le precedieron, como Brézhnev, presionó al Comité
Central del Partido para que aprobara su Resolución de Medidas para
Superar el Problema de la Bebida y el Alcoholismo. La idea era combinar
medidas represivas, como elevar el precio de la bebida, limitar la
distribución e imponer multas más duras por embriaguez pública, con
campañas de información más imaginativas y la provisión de alternativas,
tales como bebidas no alcohólicas y bares donde sirvieran zumos y la gente
pudiera seguir socializando. No obstante, eso no casaba con las costumbres
indigestas y esencialmente autoritarias del sistema, y, aunque se arrancaron
las viñas y se prohibió la venta de alcohol en los restaurantes hasta las dos
de la tarde, las alternativas mencionadas nunca llegaron a materializarse y
la propaganda seguía siendo tan plomiza y fácil de ignorar como siempre.
Gorbachov, gueneralni sekretar (secretario general), comenzó a ser
conocido burlonamente como mineralni sekretar (secretario del agua
mineral).
Se produjeron algunos éxitos, sin duda. El tiempo de trabajo perdido por
discapacidades relacionadas con el alcohol descendió un 30 por ciento entre
1984 y 1987, y el índice de muertes por conducción bajo los efectos del
alcohol se redujo en un 20 por ciento.4 Sin embargo, el alcohol se había
convertido en una vía de escape contra la monotonía y la desesperanza
rutinaria que, aunque fuera destructiva, tenía una importancia vital para un
número demasiado elevado de ciudadanos soviéticos. Acostumbrados a
utilizar el mercado negro para combatir la escasez de la economía legal,
decidieron obtener la bebida también mediante el nalevo. El resultado fue
una demanda que superó con creces las capacidades de los tsejovikí, sobre
todo porque, por lo general, nunca habían tenido que competir en cantidad
con el Estado, sino simplemente en calidad. Las redes del crimen
organizado, que llevaban muchos años acostumbradas al proceder de la
economía informal, explotaron ese nicho y estaban encantadas de
proporcionar todo tipo de bebida destilada en casa, importada o robada. La
destilación casera seguía siendo una industria artesanal que producía toda
clase de matarratas mezquinos en las despensas, cobertizos o incluso
bañeras personales. Los gánsteres ayudaban con la distribución a aquellos
cuya producción superaba el mercado al que podían acceder fácilmente a
través de sus propias redes informales. De hecho, hubo un incremento tal de
la producción ilegal de alcohol que provocó una escasez a escala nacional
del azúcar necesario para su elaboración. Arkadi Váksberg recordaba que en
Ucrania, solo en 1986, la demanda de azúcar aumentó hasta el 24 por
ciento.5 Los vorí desempeñaron un papel fundamental a lo largo de todo el
territorio mediante el uso de sus contactos para desviar las existencias de
alcohol de las fábricas que todavía estaban en funcionamiento y venderlas a
los precios inflados del mercado negro, o en otros casos, vendiendo la
bebida que el Gobierno pensaba destruir. En ocasiones, la robaban los
propios gánsteres, aunque mucho más a menudo eran los funcionarios
corruptos quienes las declaraban como perdidas, pero, como necesitaban
ayuda para introducirlas en el mercado negro, se veían obligados a acudir a
los vorí.
Esa industria ilegal, además de proporcionar un mercado a los criminales,
también les otorgó un conjunto de simpatizantes. Su papel clandestino en el
Estado soviético significaba que rara vez interactuaban directamente con la
mayor parte de la sociedad; los días en los que las personas comunes podían
encontrarse con criminales en los gulags habían pasado y los tiempos de
gansterismo descarado en las calles todavía estaban por llegar. Para la
mayoría de personas, su primer encuentro consciente con los vorí no fue en
la forma de depredadores, sino de proveedores. Los gánsteres advirtieron
que ganaban más dinero que nunca, y se vieron en el inesperado papel de
amigo y aliado. Un joven que en aquella época era un simple shestiorka, un
recadero para las bandas, describió la experiencia surreal que vivió la
primera vez que acompañó a un criminal mayor que él a hacer sus rondas
en una urbanización del barrio de Chertanovo, al sur de Moscú: «La gente
se alegraba de vernos, nos sonreían y bromeaban, nos ofrecían tabaco.
Preguntaban qué teníamos ese día, como si fuéramos tenderos».6
Porque, obviamente, eso es lo que eran. Los criminales que al principio
vendían alcohol estaban conectados con redes más amplias del mercado
negro que les permitían proporcionar también artículos defitsitni, desde
ropa y cigarrillos a productos para el hogar y medicinas, en una época en la
que se acentuaba la escasez y el racionamiento.7 Es más, sus relaciones con
funcionarios corruptos significaban que también podían ejercer como
intermediarios. Al fin y al cabo, no era la primera vez que el ciudadano de a
pie tenía relaciones con los agentes del mercado negro y que utilizaba la
corrupción para facilitarse un poco la vida. Los obstáculos eran más bien
relativos a las redes personales y la confianza. ¿Sabía esa persona en
particular a quién tenía que sobornar para conseguir cierto servicio? ¿Tenía
acceso a ella? ¿Sabía cuál era la tarifa «adecuada»? ¿Podía confiarse en el
receptor?
Los gánsteres surgieron como intermediarios a medida, capaces de
realizar las conexiones necesarias y también de garantizar la transacción,
unas veces implícitamente y otras de manera explícita. Su reputación
dependía de que el trato fuera como la seda, sobre todo porque estaban en
juego los negocios futuros. Federico Varese ha escrito de manera incisiva
sobre la mafiya como un medio de protección privada y para el
cumplimiento de contratos en la Rusia postsoviética, y, en muchos aspectos,
la génesis de todo ello está en los mugrientos vestíbulos y las derruidas
escaleras de las viviendas de protección oficial de la época de Gorbachov.8
En el deprimente Chertanovo, por ejemplo, el joven shestiorka recordaba
que la gente no tardaba en tomar la iniciativa y animar a los gánsteres a
diversificar su oferta: «Eh, colegas, gracias por las bebidas. ¿Y si traéis
cigarrillos la próxima vez?». O bien: «¿Conocéis a alguien en la
policlínica? Estoy seguro de que mi hija necesita una revisión». Para un
criminal novato resultaba una experiencia desconcertante que súbitamente
lo trataran como si fuera un mayorista local. Para sus jefes era algo
enriquecedor y una fuente inesperada de legitimación y revelación, a
medida que empezaban a apreciar las nuevas oportunidades que abría
Gorbachov para ellos sin ser él consciente.
EL GÁNSTER-EMPRESARIO

Estaba claro que la militia [policía] no serviría de nada […] así que acudí al capo del
crimen, una autoridad, e incluso llegué a conocer a un par de vorí v zakone […] Llegamos a
un acuerdo por el que si los admitíamos [en nuestros restaurantes] ellos no nos molestarían.

Empresario hablando sobre cómo conseguir protección para sus nuevos negocios9

El programa general de reformas de Gorbachov empezó a ser más


ambicioso (y desesperado) a medida que transcurría el tiempo, cuando
empezó a apreciar la dimensión real del desafío y el nivel de resistencia que
ejercía la élite corrupta. Los intentos primigenios de mejorar la economía
impulsados por el Plan fracasaron, de modo que tomó prestada una hoja del
libro de Lenin y emprendió su propia versión del liberalismo de la NEP de
su antecesor. En un esfuerzo similar por aprovechar las energías del
mercado, Gorbachov abrió la economía a las cooperativas y a empresas
privadas a pequeña escala como los restaurantes y las proveedoras de
servicios. Surgió una nueva generación de kooperatívniki que, en cierto
modo, era el equivalente legal de los tsejovikí del mercado negro.
Podría pensarse que eso supondría una ventaja, pero en la práctica
demostró ser una debilidad paralizante. Se mostraron más vulnerables
incluso que los tsejovikí en las décadas de 1960 y 1970, pues no contaban
con sus contactos ni con la protección que tenían estos, y no tardaron en
entrar en hostilidad, tanto con el público como con las autoridades. Las
cooperativas solían ofrecer mayor calidad y flexibilidad, pero a precios más
altos. La opinión pública, que veía el perverso declive de su nivel de vida,
tomó a estos «usureros» como cabezas de turco. Lo cierto es que no
siempre se equivocaban. Por ejemplo, la dirección de la fábrica de
cigarrillos Yava de Moscú vio una oportunidad de negocio, y, gracias a sus
alianzas con el sistema de distribución del Estado en la ciudad, organizaron
una escasez artificial. Al mismo tiempo, establecieron una cadena de
tiendas cooperativas a través de las cuales vendían el tabaco inflando los
precios.10 Mientras tanto, esa nueva generación de aprendices de
empresarios representaba un reto, tanto para la ortodoxia anquilosada como
para los tratos inmejorables a los que se había acostumbrado la élite.
Independientemente de la misión que tuviera el Kremlin para ellos, los
kooperatívniki se enfrentaban a la hostilidad del pueblo, la obstrucción de
las autoridades locales y la negativa deliberada de la policía a ofrecerles la
protección adecuada.
Los gánsteres, que buscaban lugares donde lavar dinero y reinvertir su
riqueza recién adquirida, además de tener la capacidad de intimidar
fácilmente a esos vulnerables emprendedores, consiguieron introducirse en
el sector a gran escala. La extorsión por protección abundaba, tanto, que
algunas bandas desesperadas por explotar esa nueva oportunidad tuvieron
que aprender a hacerlo desde cero. Un miembro de la banda Liúberi —de la
que hablaremos después— recordaba que «nuestros principales manuales
eran cintas de vídeo sobre la mafia estadounidense y hongkonesa: los
veíamos en salones de vídeo para obtener experiencia».11
Tomaron el control de muchos de los negocios, y otros fueron arruinados.
A finales de 1989, los criminales controlaban o recibían una cuota de
aproximadamente el 75 por ciento de todas las cooperativas.12 Como
admitía un reportaje de la revista Ogoniok:

Los mafiosos proporcionan una amplia variedad de servicios a un cierto porcentaje de ellos, desde
proteger la propiedad de la cooperativa a obtener productos y arruinar a sus competidores […] En
caso de que se rechacen los servicios del mafioso pueden pasar todo tipo de cosas: un café
cooperativo puede incendiarse, o los inspectores del gobierno pueden interesarse súbitamente por
cierto fabricante de ropa deportiva.13
En ese proceso, los criminales, que hasta entonces habían dependido en
gran parte del mercado negro y de sus operadores para obtener sus ingresos,
cada vez eran más solventes económicamente. Aquellos que gestionaban
extorsiones de poca monta empezaron a pensar a lo grande. En Perm, por
ejemplo, el gánster Vladímir Plotnikov («Plotnik») se había concentrado
principalmente en el fraude en juegos de azar callejeros hasta mediados de
la década de 1980, pero después se introdujo en el mercado negro y pasaba
de contrabando a toda la URSS las sierras eléctricas de la planta local de
Dzerzhinsk, doscientas en cada golpe que daba.14 En el 2004 llegó a ser
elegido parlamentario local. Otros gánsteres se convirtieron en proveedores
de servicios de manera más explícita aún; el vor moscovita Pável Zijarov
(«Pável Tsirul») comenzó como carterista en la década de 1950, pero a
finales de la de 1980 vivía en una mansión de tres plantas en las afueras de
la ciudad y prestaba dinero bajo mano a los kooperativniki que no podían
conseguir préstamos comerciales.15 Había una generación de depredadores
del hampa que se veía obligada a evolucionar si no quería que la nueva
camada de gánsteres-empresarios se introdujera en su negocio o los
remplazaran.

LAS NUEVAS BANDAS

¿Tú sabes lo difícil que era para nosotros acostumbrarnos a un modo de vida pacífico? Allí,
durante la contienda, sabías inmediatamente quién era quién. Lo blanco era blanco y lo
negro era negro.

Veterano de la guerra de Afganistán (1987)16

No obstante, incluso los gánsteres-empresarios necesitaban fuerza bruta, y,


de entre todas las expresiones de emprendimiento básico de la época de
Gorbachov, había pocas menos nocivas que el auge de los profesionales de
la extorsión. El sociólogo ruso Vadim Vólkov los llamó los «empresarios
violentos», que mercantilizaban con la fuerza bruta y convertían en recurso
la voluntad y la capacidad para hacer uso de la violencia física o las
amenazas.17 Muchos simplemente pasaban a engrosar los escalafones bajos
de las bandas, la mayoría de las cuales siempre tenían sitio para acomodar a
otro bik («toro», un matón) o a un torpedo (sicario). No obstante, en otros
casos, las bases de las bandas de crimen organizado se nutrieron de grupos
con una capacidad contrastada para el uso de la violencia como podían ser
los deportistas, los culturistas aficionados (kachkí) y los afgantsi, los
veteranos de la guerra librada en Afganistán por la Unión Soviética durante
diez años (1979-1988).
La Unión Soviética empleaba muchos esfuerzos en sus deportistas, tanto
para conseguir una rica cosecha de medallas en competiciones
internacionales —lo cual se había convertido en un campo de batalla
paralelo en la Guerra Fría— como para la generación de trabajadores y
soldados efectivos. En la década de 1980, los generosos salarios y subsidios
en los que se había apoyado la industria estaban sometidos a una presión en
aumento. Muchos jóvenes en buenas condiciones físicas, entre ellos,
luchadores, boxeadores y profesionales de las artes marciales, se
encontraban sin empleo y carentes de estima. Además existía una escena
floreciente oficial y clandestina del culturismo y las artes marciales que
proporcionaba más potenciales candidatos para los nuevos grupos de
extorsionadores.
Por ejemplo, el gánster más famoso de Leningrado durante un período
que abarcó aproximadamente desde 1985 hasta 1987 fue Nikolái Sediuk,
conocido como «Kolia Karate» por su destreza en las artes marciales, y su
séquito se componía de decenas de jóvenes extraídos de su gimnasio, el
Ring.18 Vadim Vólkov observa que ciertos empleados y estudiantes de los
tres centros especializados en entrenamiento deportivo de la ciudad —el
Instituto de Cultura Física Lesgaft, el Instituto Militar de Cultura Física
(VIFK) y la Escuela Superior de Maestría en los Deportes (ShVSM)—
formaron sus propios grupos criminales. El responsable del infausto grupo
Tambóvskaia de la ciudad era un entrenador y graduado de la Lesgaft. Los
cadetes de VIFK formaron la Brigada Shvonder, que extorsionaba a los
negocios de los alrededores de la estación Finlandia, mientras que los de
ShVSM tenían su propia Brigada de Luchadores.19 De manera similar, la
base de la banda Uralmash de Ekaterimburgo, de la que se hablará después,
estaba formada por un núcleo compuesto por deportistas del mismo tipo.
Una consecuencia de estas bandas de deportistas fue que algunas
pandillas callejeras desarrollaron una afición particular por el culturismo y
el entrenamiento en las artes marciales. Los más famosos eran los Liúberi,
cuyo nombre procedía del Liúbertsi, el mísero suburbio industrial del este
de Moscú del que procedían. A principios de la década de 1980, el
culturismo se convirtió en una moda local y los sótanos de los bloques de
viviendas se transformaban en gimnasios improvisados. Algunos de los
jóvenes kachkí de la clase obrera formaron bandas en las que se combinaba
el timo de poca monta con una ideología confusa que en cierto modo era un
revoltijo de la retórica de las Juventudes Comunistas, los impulsos fascistas
y altas dosis de racismo y envidia de clase.20 Un día podían marchar a la
ciudad a enseñar músculo y dar palizas a los no rusos, los hippies, o a
cualquier moscovita joven bien vestido de los mazhori («los privilegiados»)
que se cruzaran en su camino. Al día siguiente podían estar atacando a los
neofascistas o simplemente peleándose con una de las pandillas rivales de la
calle de al lado.
Al principio, la policía y las autoridades parecían hacer la vista gorda
ante gran parte de esa violencia. Veían en ellos un arma potencial contra los
agitadores antigubernamentales, pero las pandillas callejeras se mostraron
reacias a ejercer como disputados policías antidisturbios. Lo que es más,
cuando el fenómeno empezó a extenderse a otros suburbios más pobres
moscovitas y, de hecho, a otras ciudades, el resultado fue un pánico moral
que los retrataba como heraldos apocalípticos del caos enloquecido. El
paralelismo con la crisis del «hooliganismo» del período final del zarismo
es cautivador. Un artículo de la influyente revista Ogoniok que los
presentaba no como una colección dispar de matones musculosos, sino
como un movimiento con su propio uniforme y «reyes», que podía reunir a
varios cientos de soldados en unas horas, resultó decisivo a la hora de atizar
el fuego.21 Entre 1987 y 1988, la policía empezó a encargarse de ellos, pero
eso no hizo sino acelerar una tendencia que ya había comenzado: la
inscripción de estos jóvenes matones en bandas criminales organizadas.
En cuanto a los afgantsi, solían estar marcados por las experiencias
vividas tanto en la guerra como en tiempos de paz. Veteranos de un
conflicto que Moscú se negaba a reconocer (durante los primeros años el
Estado negaba tajantemente que hubiera soldados soviéticos en Afganistán
y los excombatientes tenían órdenes de mantener su silencio al respecto),
solían ser cabezas de turco de la sociedad y el Estado los tenía
abandonados. Las promesas de atención médica adecuada, empleos y
vivienda decente casi nunca se cumplían. Esto no se debía tanto a que
hubiera un prejuicio real en su contra como a que se trataba de un grupo
marginado políticamente que competía por los recursos en tiempos de
extrema escasez.22 En cualquier caso, la situación condujo a muchos a un
cierto nivel de «socialización en la sombra», en la cual se volvieron
activamente en contra de la sociedad general y de sus valores.
Obviamente, la mayoría del millón aproximado de afgantsi superó sus
experiencias, pero, a pesar de todo, un gran número —tal vez, una cuarta
parte— se implicó de algún modo en el movimiento de los veteranos,
uniéndose al Sindicato de Veteranos de Afganistán (SVA) o a otras
organizaciones. Gracias a ello muchos consiguieron un empleo en
educación militar patriótica, un sector enorme en la URSS, donde cada
escuela tenía su instructor militar y existía todo tipo de programas para
instilar las cualidades y aptitudes ventajosas para el futuro servicio a la
nación. La Ley sobre Asociaciones de Aficionados y Clubes de Pasatiempos
de 1987 puso las primeras bases para crear grupos verdaderamente
independientes, momento en el cual algunos afgantsi se implicaron mucho
más activamente en la lucha por los derechos de los veteranos. No obstante,
rara vez gozaban de gran éxito, dada la crisis que atenazaba al Estado y,
como consecuencia de ello, a menudo emprendían sus propios negocios,
desde la producción y venta de discos de canciones de la Guerra de
Afganistán a dirigir sus propias cooperativas.
Ni que decir tiene que las cooperativas que dirigían los veteranos de la
Guerra de Afganistán estaban menos dispuestas a soportar las amenazas de
los gánsteres. Un excombatiente me contó en 1990 lo que sucedió cuando
dos shestiorki esqueléticos intentaron intimidar al vendedor cojo de un
pequeño quiosco que dirigía su grupo en Leningrado: «Simplemente llamó
a la puerta de la trastienda y mis tres compañeros y yo les enseñamos a esos
vándalos lo que habíamos aprendido en la VDV [los paracaidistas]. No
volvieron».23 Teniendo en cuenta especialmente que uno de los sectores
particulares de mercado para los que estaban preparados eran la instalación
y dirección de gimnasios, estudios de artes marciales y similares, la
transición a la seguridad privada por una parte y al crimen por la otra era
relativamente obvia. La SVA, por ejemplo, estableció su propia compañía
de seguridad privada, Soyuznik.24 La policía también quería reclutar
veteranos, especialmente para su nuevo cuerpo antidisturbios OMON y para
unidades especiales similares. En 1989, el ministro del Interior, Vadim
Bakatin, dijo que esa «autoridad colosal y potencial sin descubrir debía ser
utilizada […] para actuar contra las afrentas de los bandidos, los
especuladores, los extorsionadores y otros delincuentes».25 No obstante, un
agente del batallón contra el crimen organizado del MVD admitió que los
afgantsi solían ser la primera elección cuando las bandas querían contratar
fuerza bruta.26
Tanto los deportistas como los veteranos de la Guerra de Afganistán
estarían en la cúspide de sus carreras criminales en la década postsoviética
de 1990. La combinación de una exención de impuestos generosa (que
generaba oportunidades para el contrabando), cuerpos policiales en apuros
y oportunidades aparentemente ilimitadas para la extorsión y la corrupción
abrió nuevas panorámicas sangrientas para ellos durante un breve período,
hasta que estas volvieron a quedar bajo el control del Estado y de los
gánsteres convencionales en la década de 2000. Sin embargo, ya a finales
de la década de 1980, se hizo patente que surgirían nuevos mercados para la
violencia y la protección, y el dinero y el poder fluirían hacia esos grupos
que fueran capaces de garantizarlas y ofrecerlas como servicio.

A ELLOS PERTENECÍA EL MAÑANA

Puede verse ya en las regiones, y probablemente también aquí y en Moscú: ahora las
autoridades del crimen organizado son personas admiradas […] En breve, los funcionarios
los invitarán a sus dachas y les ofrecerán una parte del negocio, porque así es como
funcionará todo en el futuro.

Agente de policía (Kiev, 1991)27

No obstante, en cierto modo, el acontecimiento más dramático fue el


derrumbe del Partido Comunista gracias a las reformas liberales de Mijaíl
Gorbachov. La Glasnost, una nueva forma de apertura respecto a los
asuntos contemporáneos y los horrores del pasado, socavó gran parte de la
legitimidad del Partido, y las penurias económicas provocadas por unas
reformas económicas chapuceras hicieron el resto. Gorbachov, que se
enfrentaba a la resistencia que oponía una élite alarmada y con intereses
propios, simplemente quedó caracterizado como radical, y se dedicó a librar
una campaña de democratización limitada que le otorgara una base de poder
independiente del Partido, fragmentando su ya de por sí frágil unidad. Esa
liberalización también animó a los movimientos nacionalistas locales, que a
su vez amenazaban la propia existencia de un Estado soviético que a pesar
de tener el estatus teórico de federación era en gran medida un imperio
multiétnico dominado por los eslavos.
En ese contexto, los funcionarios que en su día ostentaron literalmente el
poder para decidir sobre la vida o la muerte de los vorí, estaban demasiado
ocupados como para preocuparse por ellos. A veces se percataban de que
necesitaban sus servicios, ya fuera haciéndoles ganar votos o, con mayor
frecuencia, ayudándolos a amasar el dinero que necesitarían cuando dejaran
de tener garantizados sus puestos. Incluso el Partido Comunista central,
preocupado por tener los días contados, comenzó a desviar fondos para el
futuro.28 En 1990, un decreto secreto del Comité Central ordenó al KGB
que empezara a construir una red de empresas y cuentas fantasma asociadas
encubiertamente al Partido para cuando llegara el día en que no pudieran
contar con los fondos del Estado. Una suma de dinero desconocida —miles
de millones de dólares— fue expoliada de las arcas de un Estado que
apenas podía permitírselo y acabó yendo a parar a cientos de esas cuentas.
Nikolái Kruchina, jefe del Departamento Administrativo del Comité
Central, fue una figura clave en ello y, según algunos, era el único que sabía
dónde estaba todo el dinero. Cayó fatalmente desde el quinto piso de su
apartamento durante el caos de un efímero golpe de Estado contra
Gorbachov en agosto de 1991, o saltó, o fue empujado por la ventana.29 Ese
dinero nunca llegó a encontrarse oficialmente, pero no cabe duda de que
muchos de los individuos implicados, desde agentes del KGB a
supervisores y contables del Partido, no tenían grandes motivos para llorar
la pérdida inesperada y precipitada de Kruchina.
Todos esos procesos en su conjunto indican que a finales de la década de
1980 ya era posible ver los contornos de ese gansterismo abierto que tendría
lugar en la de 1990. El crimen organizado era cada vez más poderoso, rico y
autosuficiente. Las pequeñas bandas fragmentadas de la década de 1970,
sucesores espirituales de los criminales arteli zaristas, eran reemplazadas
por grandes y poderosos conglomerados o se fusionaban con ellos.
Empezaban a aumentar las tensiones interétnicas, que no tardarían en
explotar con gran violencia. Por ejemplo, desde alrededor de 1988 era
evidente la división que existía en Moscú entre las bandas eslavas y las de
la «hermandad chechena» (chechénskaia bratvá) y sus aliados de otros
lugares en el norte del Cáucaso. Las bandas dominadas por chechenos como
Avtomobílnaia y Ostánkinskaia —que recibían el nombre de los barrios que
controlaban— empezaban a ser mencionadas en discusiones públicas.30
El importante diario Literatúrnaia gazeta admitía ese año cómo habían
cambiado las cosas: «Hasta hace cinco años, el cuestionamiento sobre la
existencia de la mafia soviética provocaba estupor entre los líderes del
Ministerio de Interior de la URSS: “Ustedes han leído demasiadas novelas
de detectives”».31
Para cuando Gorbachov se vio obligado a rendirse a lo inevitable y firmó
el deceso de la URSS a finales de 1991, el crimen organizado se había
convertido en una presencia poderosa y visible en las calles, en la economía
e incluso en la escena política. Pocos días antes de la disolución de la Unión
Soviética, una treintena de vorí de alto rango de todo el país se reunió en
una dacha en las inmediaciones de Moscú para celebrar una sjodka.32 Su
objetivo no era otro que el de alcanzar un acuerdo sobre ciertos
compromisos del hampa soviética, a pesar de que el Estado como tal estaba
a punto de ser liquidado. Cerraron un pacto para hacer frente común contra
las bandas del norte del Caúcaso y hubo tentativas de acuerdo para
repartirse el país.
Lo que en cierto nivel parecía una maravilla de la coordinación, tuvo no
obstante un impacto práctico bastante marginal. Ya que el derrumbe de la
URSS haría que cambiaran las viejas certidumbres, arrojaría nuevas
oportunidades y sumergiría al hampa rusa en una lucha despiadada por los
mercados, el territorio y la supremacía que aparentemente obviaba al Estado
y a sus fuerzas del orden. Los gánsteres habían sido el socio más débil del
triunvirato del hampa que formaban junto con los funcionarios corruptos y
los magnates del mercado negro. Ahora, durante un breve período, serían la
fuerza dominante. En resumidas cuentas, si Gorbachov fue uno de los
promotores del crimen organizado ruso, el primer presidente de la Rusia
postsoviética, Borís Yeltsin, sería su patrocinador oficial.
8

LOS «SALVAJES AÑOS NOVENTA»


Y EL ASCENSO DE LOS «AVTORITETI»

Dos osos no pueden vivir en la misma guarida.

Proverbio ruso

La vida del hombre que espera ser rey es peligrosa, y como hemos sabido
después, aquel cuya vida es valiosa recibe como premio un coche familiar
Lada de tamaño medio. Otari «Otárik» Kvantrishvili era un hombre de
constitución poderosa que a los cuarenta y seis años de edad todavía daba
muestras de esa fortaleza física que lo coronó como campeón de lucha libre,
hasta que una condena por violación acabó con su carrera deportiva.
También era un hombre cauto, conocido por llevar un chaleco antibalas allá
donde fuera. Tal vez eso explique por qué el francotirador que lo mató
cuando salía de su balneario favorito disparase a través de su hombro
izquierdo, consiguiendo que las tres balas evitaran el chaleco pasando a
través de la sisa y alcanzaran su torso.
Eso sucedió en abril de 1994, en plena presidencia de Borís Yeltsin, un
momento en el que el nuevo Estado ruso postsoviético pasaba por tiempos
de violentas turbulencias y los asesinatos a sueldo eran el pan de cada día. A
pesar de ello, el de Kvantrishvili marcó un punto de inflexión en la historia
del hampa del país. Su hermano Amirán y él pertenecían a la etnia
georgiana y habían sido miembros de la banda de «el Mongol». Amirán era
un experto tahúr y Otari ponía la fuerza bruta, pero cuando aquel grupo fue
disuelto, «Otárik» decidió formar uno propio. Reunió a un conjunto de
deportistas entre los que se incluía «Alexandr el Toro», un campeón de
judo, e «Iván el Gitano», un boxeador, y se embarcaron en todo tipo de
actividades delictivas, desde la extorsión por protección al tráfico de divisas
ilegales.1
No obstante, Kvantrishvili no tardó en introducirse en el sector
aparentemente legal y fue uno de esos empresarios-gánster que
aprovecharon al máximo las oportunidades que ofrecía la liberalización de
la década de 1980. Estableció la Fundación para la Protección Social de los
Atletas, que servía como tapadera conveniente para reclutar y mantener
fuerza bruta asalariada y también funcionaba como organización para el
contrabando y el mercado negro. Después, en 1988, fundó la Asociación
Siglo XXI. Esta asociación organizaba conciertos y veladas benéficas y
aseguraba estar comprometida con la recaudación de fondos para los
deportes, pero en realidad era una especie de conglomerado de empresas
dedicado a un amplio espectro de negocios delictivos. A otra de sus
empresas, la Academia de los Deportes —que a pesar de su nombre era una
sociedad de capitales—, el propio Yeltsin le dio carta blanca para no pagar
impuestos de exportación e importación en 1993. No se dedicaba en
absoluto a los entrenamientos deportivos, sino que acabó convirtiéndose en
el agente para negocios de venta en el extranjero de cientos de miles de
toneladas de aluminio, cemento y titanio y millones de dólares en
importaciones de bienes de consumo que se vendían a través de las redes de
quioscos que el crimen organizado había monopolizado.2
No obstante, Kvantrishvili, lejos de ser procesado por ello, se convirtió
en una especie de celebridad que negaba su estatus de criminal, aun
asintiendo siempre con un guiño de complicidad. En 1990, por ejemplo, fue
fotografiado en un partido de tenis sentado al lado de Yeltsin.3 Se convirtió
en un elemento habitual de la alta sociedad moscovita y era amigo del
cantante Iósiv Kobzón, al que suelen llamar el «Frank Sinatra ruso» por sus
íntimos vínculos con supuestos gánsteres,4 así como del adalid de la
shansón Alexandr Rozenbaum, quien asistió a su funeral y lamentó que «el
país ha perdido —no me da miedo usar esta palabra— a un líder».5
Demostró ser un experto político del hampa, saliendo siempre airoso de
las disputas que arrasaban a otras bandas, especialmente a las rusas y las
chechenas, pero, al parecer, esto se le subió a la cabeza. A finales de 1993
declaró que se introduciría en el mundo político legítimo, formando el
Partido de los Deportistas. Al mismo tiempo, dejó claro en los círculos
criminales de Moscú que tenía la intención de declararse jefe del hampa de
la capital. Era sin duda el criminal individual más poderoso de la ciudad.
Sin embargo, no supo apreciar la naturaleza igualitaria del vorovskói mir,
que era contraria a ello. En 1994, los líderes de las otras bandas de Moscú
celebraron una sjodka. Decidieron que había que deshacerse de
Kvantrishvili y que Serguéi Butorin, jefe de la banda Oréjovo-Medvédkovo,
se encargaría de ello. Poco después, Kvantrishvili era acribillado por el
hombre que ejercía como mano derecha de Butorin, Alexéi Sherstobítov
(«Liosha el Soldado»), para dejar clara la lección de que nadie —y mucho
menos un georgiano— podía convertirse en jefe de los jefes al estilo
italiano. Como uno de los asistentes a esa reunión me contó después:
«Moscú no es Sicilia».6
Sherstobítov, que fue condenado por el asesinato catorce años después,
recibió un Lada por su buena puntería.7 El resto volvieron a reanudar esa
lucha de todos contra todos del hampa que reflejaba el caos que se vivía en
el conjunto del país. Así como en la década de 1990 Rusia atravesó crisis
financieras y políticas en su intento por definirse a sí misma y el lugar que
ocupaba en el mundo, su hampa pasó la mayor parte del tiempo
expandiéndose apresuradamente por cada rincón de la economía y la
sociedad, pero también implicándose en guerras territoriales, al mismo
tiempo que las bandas ascendían, caían, se unían, dividían y competían
entre sí. Aquella fue una década de tiroteos motorizados, coches bomba y el
robo virtual de industrias enteras, acciones ante las cuales las fuerzas del
poder parecían impotentes. En 1994, el presidente Yeltsin declaró que Rusia
era el «mayor Estado mafioso del mundo».8 Casi parecía decirlo con
orgullo, y sin duda, además de no hacer gran cosa por evitarlo, sus
compinches estaban implicados totalmente en esa absoluta criminalización
del país. Con todo, a medida que se formaban importantes alianzas en el
hampa, se establecía un orden jerárquico y fronteras territoriales, esa
anarquía daría lugar a un nuevo orden. Por lo que respecta a los vorí, eran
tiempos de más cambios, otra reinvención para adaptarse a las muy
diferentes necesidades y oportunidades del momento.

LA «SUPERPOTENCIA DEL CRIMEN» DE YELTSIN

Rusia se está convirtiendo en una superpotencia del crimen.

BORÍS YELTSIN (1994)9

La presidencia de Yeltsin fue la incubadora perfecta para el crimen


organizado. Fue una época de cambios extraordinarios, entre ellos un
aumento enorme de la brecha que separaba a quien tenía de aquel que no
tenía nada. Moscú empezó a cubrirse de neones ostentosos, y Mercedes-
Benz vendía más limusinas blindadas en Rusia que en la totalidad del resto
del mundo. Pero en la salida de las estaciones de metro se veían filas de
pensionistas desesperados vendiendo cualquier cosa que tuvieran —una
silla, un tubo de pasta dentífrica a medio usar, un anillo de bodas— para
intentar subsistir. La policía, con sueldos bajos y pocas armas, a menudo
carecía de gasolina para sus vehículos y balas para sus pistolas. En una
ocasión me invitaron a acompañar a un coche patrulla a través de
Golianovo, en la zona oriental de Moscú, muy lejos de las atracciones
turísticas y los focos de inversión. Ya era suficientemente alarmante que te
dieran un chaleco antibalas excedente del ejército, y el doble cuando te
percatabas de que apenas cumplía las expectativas, ya que tenía orificios de
bala limpios tanto en el pecho como en la espalda. Tal vez no sea de
extrañar que la «patrulla» fuera una carrera a toda velocidad por las calles
principales con el puente de luces encendido y un agente sentado a mi lado
aferrado a su subfusil AKR, en la que no nos detuvimos en absoluto hasta
regresar a la seguridad de la comisaría de policía. Nada indicaba que se
considerasen al cargo de las calles y me recordó a los relatos de la policía
zarista que únicamente se aventuraba a entrar en los barrios miseria cuando
debía hacerlo y solo si iba acompañada por la multitud.
La apresurada marcha hacia la privatización de los bienes del Estado
transfirió gran parte de estos a manos de los criminales a precio de saldo.
De igual forma, la democratización limitada creó feudos locales corruptos
calcados a la selva de los distritos del Estados Unidos de entreguerras que
conocemos a través de las novelas negras de Dashiell Hammett, pero aquí
con Kalashnikovs e internet. Tal vez lo más insidioso y corrosivo fuera la
sensación extendida de inseguridad e incertidumbre; las nuevas leyes eran
contradictorias, las viejas certezas habían desaparecido. ¿A quién podías
acudir si necesitabas que se hiciera cumplir un contrato o el pago de una
deuda cuando los tribunales eran corruptos y los casos se amontonaban?
¿Quién proporcionaría la protección y seguridad necesaria si la policía era
corrupta e incompetente? Ni que decir tiene que la respuesta estaba en el
crimen organizado, que brotó perversamente como un Robin Hood
empresarial para ofrecer estos mismos servicios, a cambio de un módico
precio.
Se trataba de un período de construcción experimental del Estado, a
escala masiva y en plena crisis económica. Entre 1991 y 1998, cuando
colapsaron los mercados bursátiles, los de divisas y bonos, el PIB ruso
descendió un 30 por ciento, la tasa de desempleó subió, y en 1992 la
inflación llegó al 2.500 por ciento antes de caer a niveles tolerables a lo
largo de la década, aunque para ello hubo que liquidar los ahorros y
devaluar las prestaciones.10 En 1999, más de un tercio de la población rusa
vivía por debajo del umbral de pobreza. La apresurada y chapucera
campaña de privatización agresiva permitió que los bienes del Estado
pasaran a manos privadas al mínimo de su verdadero valor, un proceso que
explotaron aquellos que ya tenían dinero y conexiones: los funcionarios
corruptos, los empresarios clandestinos y los criminales.
Así como los gánsteres habían ayudado y en ocasiones sobornado a
políticos al albor de la democracia, proporcionando recursos a nivel de calle
para incitar al voto y superar a los rivales, también fueron capaces de
aumentar sus capacidades durante la campaña de privatización. Algunos de
los más emprendedores lo utilizaron simplemente como oportunidad para
convertir sus ganancias ilícitas en activos legales. Pero entre 1992 y 1994
los reformistas, desesperados por que el Estado se desprendiera de sus
activos, adoptaron un programa de privatización por bonos. Cada ciudadano
ruso tenía derecho a un bono con un valor teórico de 10.000 rublos —puede
sonar impresionante, pero equivalía a unos 8,30 dólares al cambio a finales
de 1993— que podían intercambiar por acciones en varias compañías que el
Estado estaba liberalizando. Para muchos de los rusos, que no sabían si
tendrían un plato en la mesa al día siguiente, la promesa de obtener
potenciales dividendos en un futuro era poco atractiva. En lugar de eso, la
mayoría vendió sus bonos por una mínima parte de su valor nominal, sobre
todo a esa ingente cantidad de compradores plantados en las esquinas con
un cartel de «COMPRO BONOS» y un bolsillo lleno de dinero en efectivo.
Puede que muchos fueran emprendedores individuales, pero una gran parte
de ellos trabajaba para el crimen organizado (y, como observé en una visita
a Moscú en 1993, eran transportados en grupos en autobuses a sus
respectivas esquinas y solían llevar un guardaespaldas, ya fuera para
protegerlos o simplemente para vigilarlos). Las bandas agregaban esos
bonos a sus cuantiosos lotes y los utilizaban o, en la mayoría de las
ocasiones, los vendían a gestores ansiosos por montar su propia empresa, o
a la oligarquía en auge que compraba a precio de saldo. Así, el crimen
organizado ruso fue desde el principio parte del sistema emergente y,
además, un protagonista con intereses y capaz de ayudar a moldear su
evolución.
Por encima de todo, eran tiempos de crisis legal, cultural y social. Las
leyes estaban redactadas a vuelapluma, por lo que solían ser confusas y
contradictorias. Por ejemplo, a pesar de que Rusia era por entonces
supuestamente una economía de mercado libre, la ley soviética sobre la
«especulación» —comercio no autorizado con ánimo de lucro— continuó
vigente durante años. La policía y los juzgados no daban abasto ni contaban
con fondos, estaban desmoralizados y no sabían con certeza cuál era su
función. El «capitalismo» solía verse como una licencia para ganar dinero
sin que importaran los medios, y la mayor parte de la época de Yeltsin
estuvo marcada por la anarquía económica. Las bandas y los funcionarios
corruptos desvalijaron por igual la economía a una escala inmensa. Ese
hecho en particular condujo a la consolidación de baronías criminales
locales y al expolio de las instituciones estatales que subsistían. Incluso las
obras benéficas se convirtieron en meras tapaderas para el crimen
organizado. Por ejemplo, dos jefes sucesivos del Sindicato de Veteranos de
Afganistán murieron en ataques terroristas con bombas en una lucha por las
lucrativas exenciones fiscales garantizadas a esa asociación. Los límites
entre la política, los negocios y el crimen eran cuando menos difusos y a
veces inexistentes, ya que los políticos y los criminales alternaban unos con
otros y las herramientas y actitudes del crimen organizado llegaron a
impregnar el sistema en su conjunto.
Mientras tanto, el hampa rusa vivía la destrucción de casi una década de
luchas entre las bandas y sus aliados y patronos por el territorio, la
supremacía y los recursos. De hecho, los banditi («bandidos») luchaban
entre ellos como de costumbre. A modo de ejemplo, la banda Shkabara-
Labotski-Gnézdich fue fundada por dos antiguos comandos de la Spetsnaz
(fuerzas especiales) en Novokuznetsk en 1992, pero una vez dominaron esa
ciudad decidieron expandirse para explotar las mejores oportunidades que
ofrecía Moscú. Cuando hicieron esto, fueron desafiados por el grupo
Liúbertsi, que en aquel tiempo era uno de los más grandes de la ciudad,
pero los recién llegados los tumbaron con una demostración de poder
armamentístico. No obstante, el grupo pronto empezó a mostrar fisuras.
Uno de los líderes de la banda presintió que uno de sus lugartenientes
ambicionaba su puesto: intentó asesinar a su subordinado con una bomba,
pero en su lugar resultó herido en la explosión y el comprensiblemente
contrariado subalterno le pegó un tiro. Mientras tanto, estaba surgiendo una
nueva banda en Novokuznetsk, pero cuando enviaron a tres pistoleros para
asesinar a su jefe, fracasaron en el intento. Dos murieron a manos de su
propio capo como castigo y el tercero fue enviado de vuelta para asesinar al
rival, esta vez con éxito. En cualquier caso, los miembros de la banda
empezaron a ser conocidos incluso entre ellos mismos como los
«desechables» por su elevado índice de bajas, y el cóctel de miedo,
venganza y avaricia condujo a una serie de asesinatos fratricidas que en
1995 habían conseguido destruir al grupo con eficacia.11 Este caso
ejemplifica tres aspectos clave de esa época: las bandas ascendían y caían
dependiendo de su poder armamentístico, pero también de su cohesión, lo
cual era mucho más difícil de conseguir; eran tiempos de anarquía en el
hampa en los que no existían límites significativos internos ni externos para
las acciones de los gánsteres; y la situación acabó siendo insostenible.

EL MERCADO DE LA PROTECCIÓN Y SUS ACUERDOS

La decisión más importante que puedo tomar es la de saber bajo qué techo cobijarme […]
Si acierto en eso, el resto caerá por su propio peso.

Empresario ruso (1997)12

A medida que el Estado se derrumbaba y el crimen organizado ascendía, los


hombres de negocios acabaron tratando a las bandas simplemente como
proveedores de servicios alternativos, diferentes medios para obtener esa
krisha —«tejado», el argot para referirse a la protección— tan crucial para
cualquier empresa en tales tiempos de incertidumbre: «Cuanto más llueve,
más fuerte tiene que ser el tejado».13 Vadim Vólkov escribió acerca del
«emprendimiento violento o […] la forma en que los grupos y
organizaciones se especializan en el uso de la fuerza para ganar dinero»,14 y
Federico Varese aplicó a Rusia el modelo desarrollado por Diego Gambetta
de una mafia como «un tipo particular de crimen organizado que se
especializa en un producto criminal particular […] el suministro de
protección».15 En cualquiera de los casos, lo fundamental es que la
violencia y la amenaza creíble y aplicable pueden ser mercantilizadas en un
mercado en el que numerosos proveedores compiten en precio, efectividad,
percepción de confianza y marca. En ese contexto, la protección suponía
algo más que evitar la extorsión; significaba también que no te engañaran.
Los tribunales eran corruptos e, incluso en el caso de que litigaran a tu
favor, podía resultar problemático llevarlo a la práctica. Además, el proceso
podía prolongarse durante años, y lo máximo que podía conseguir un
juzgado era ordenar el pago de cualquier deuda pendiente o daños según el
precio original. Dado que la inflación seguía siendo alta a pesar de haber
bajado de los niveles paralizantes de principios de la década de 1990 (en
1999 todavía rondaba el 37 por ciento), en ese tiempo el valor verdadero de
la pérdida financiera habría descendido drásticamente. Como resultado de
ello, los negocios solían estar dispuestos a acudir al crimen organizado para
que resolviera disputas y obligara al cumplimiento de los fallos, ya que
podían resolverlas rápidamente, aunque el coste llegaba a alcanzar hasta el
50 por ciento de la suma total en cuestión.16
En palabras de Vladímir Vishenkov, que en su momento fue investigador
de la policía y en aquel tiempo era periodista de criminología, «ha nacido
un mercado y tiene que ser regulado. ¿Qué significa regular? “Usted tiene la
razón, usted se equivoca. Dele lo que le corresponde”. ¿Quién se encargará
de eso? De repente, los atletas ven un nicho de mercado. Se introducen en
él y dicen: “Nosotros decidiremos quién tiene razón y quién se equivoca.
Pero a cambio recaudaremos un impuesto”».17 Entre los primeros en
aprovechar esa oportunidad estuvieron los deportistas, especialmente los
que practicaban lucha libre, boxeo y artes marciales, pero, al ser pioneros en
ello, les siguieron otros grupos, desde policías corruptos a chechenos, de
veteranos de la Guerra de Afganistán a pandillas callejeras.
No tardó en quedar institucionalizado y ligado a las estructuras políticas,
sociales y económicas a nivel local y nacional. Estas «sociedades
ejecutoras» como las llamó Vólkov, podían ser singulares, o se
regularizaban a largo plazo, y solían costar entre el 25 y el 30 por ciento de
los ingresos de las empresas.18 Cuando empezaron a operar
progresivamente tras estructuras de apariencia legal, ya fueran obras
benéficas, conglomerados empresariales o agencias de seguridad privada,
hubo menos probabilidad de que las bandas extorsionaran a las empresas
abiertamente mediante el uso de la violencia.
Como se discutirá en mayor profundidad más adelante, para que esto
funcionara, los gánsteres tenían que hacer honor a esa clásica expresión vor,
ser «criminales honrados». Sí, rompían las reglas y alguna que otra pierna,
pero también tenían que ser hombres de palabra. Los principios de la
década de 1990 tal vez ofrecieran oportunidades a algunos banditi para
prosperar en el presente sin pensar en el mañana, pero, incluso en esa
década, el alcance y la tolerancia contra ese crimen organizado tan
desorganizado eran relativamente limitadas. Las bandas que prosperaban,
especialmente las que se presentarán en los capítulos siguientes de este
libro, que se convirtieron en las mayores corporaciones del hampa, lo
consiguieron porque entendieron la importancia de los poniatia, la noción
de los «acuerdos» informales, pero poderosos, que definen el mundo del
hampa. En las pandillas callejeras rusas, como ha demostrado el trabajo de
campo de Svetlana Stephenson, los poniatia cobran mayor importancia,
sobre todo en aspectos relativos a valores «varoniles» como ser duro y no
ceder ante nada, así como mantenerse fiel a la pandilla.19 Esto recuerda en
muchos aspectos al código vor original.
Del mismo modo, las estructuras del crimen organizado «adulto»
internalizaron parte de esa cultura del macho, aunque ya en la época de las
pistolas y los asesinos a sueldo, las aptitudes físicas personales eran menos
importantes que ser inteligente y despiadado. Una historia apócrifa que
recoge Vólkov sobre la resolución de una disputa entre un vor que usaba el
nombre de Vasia Brianski y ciertos gánsteres azeríes en las afueras de San
Petersburgo ayudan a ilustrarlo: «El bandido Vasia Brianski sacó un arma,
pero un frío azerbayano no le tuvo miedo y le dijo mientras señalaba su
propia frente: “Muy bien, dispara”. El truco, que tenía la intención de
mostrar la falta de resolución de Vasia para ganar la afrenta no funcionó.
Vasia le puso la pistola en la cabeza y disparó».20
La razón por la que sugiero que probablemente se trate más de una
leyenda que de una historia real es que he oído relatos similares de
gánsteres, tanto de Moscú como de Vladivostok, y siempre eran contadas
por alguien que la había oído de una segunda (o incluso tercera) persona. La
clave es que la moraleja no es que el azerbayano tuviera agallas (algo que
probablemente fuera cierto y habría sido la lección que se extraía en los días
clásicos de los vorí de la década de 1930), sino que su asesino comprendió
que se trataba de un desafío y no se arrugó a la hora de hacer lo que era
necesario. Como decía uno de los relatores de esa historia: «Haces lo que
tienes que hacer, aunque haya que mojarse —o en otras palabras, derramar
sangre—, pero dejas que sea el otro quien empiece».21
En la violencia existía cierto dejo de contención, la sensación de que
había que intentar evitar las guerras, aunque las ganaras cuando hubiera que
librarlas, y un claro compromiso de cumplir por igual con las amenazas y
las promesas. Con todo, como reflejo del papel que desempeñaban esas
«sociedades ejecutoras» —¿cómo podrían existir las sociedades sin
mecanismos para el cumplimiento de los pactos cuando no había forma de
confianza alguna?—, sus poniatia también hacían mucho hincapié en
mostrarse convincentes, tanto en términos positivos como en negativos. No
bastaba con no hacer amenazas que no pudieran cumplirse, también era
necesario cumplir las promesas. El viejo código consideraba en esencia que
las promesas que se hacían a los fráieri, no criminales, no tenían peso
verdadero. Eso no era bueno para los negocios, y el código volvió a
redactarse de nuevo en la forma de la poniatia postsoviética para adaptarse
a las necesidades de los tiempos.
Obviamente, había bandas que eran fundamentalmente depredadoras,
pues el coste por la protección era un impuesto oculto que se imponía a la
nueva generación de emprendedores y en ese mercado seguían existiendo
incertidumbres de todo tipo.22 No cabe duda de que esto no podía
considerarse como algo positivo, sino como la respuesta comprensible a una
mala situación. Pero, por lo general, los criminales organizados tendían
cada vez más a llegar a acuerdos con sus clientes y entre ellos mismos,
proporcionando una vida tranquila siempre que se pagara a los funcionarios
apropiados y las empresas adecuadas recibieran sus contratos. De hecho, los
criminales se consideraban entonces a sí mismos como protectores y
árbitros. Como lo expresó uno de ellos a Nancy Ries: «Bueno, los
comerciantes y especuladores andan siempre engañándose unos a otros […]
Nosotros protegemos a unos hombres de negocios de otros. Nos
aseguramos de que se recauden las deudas y se recupere la mercancía
robada. Nuestros clientes hacen saber a sus socios quién los protege […]
Una buena krisha significa que haya buenos negocios».23
En ese sentido, el crimen organizado funcionaba simplemente como un
sector más de los negocios, un facilitador dentro del todavía ingobernable
entorno empresarial ruso. En palabras de un mafioso de Moscú de rango
medio con el que hablé: «En los primeros tiempos luchábamos porque había
que hacerlo o porque no sabíamos hacer otra cosa, pero para [1996-1997]
pudimos establecernos y pasar de generales a hombres de negocios».24
DE «BANDITI» A «BIZNESMENI»: LA DÉCADA DE 2000

Muy a menudo, quienes tienen más probabilidades de triunfar en estas tormentosas aguas
no son los patrones de yate de fotografía recién afeitados, bronceados, con buen físico y
vestidos a la moda bajo sus inmaculadas velas, sino feos capitanes de aspecto desagradable
al mando de un barco pirata. Eso no debería sorprendernos. Son las leyes de la adquisición
de capital inicial que se aplican en todas partes.

LEV CHERNÓI, quien fuera controvertido magnate del aluminio (2000)25

Vladímir Putin, que sucedió a Borís Yeltsin en 1999 como presidente en


funciones antes de una rápida —y cautamente gestionada— elección en
2000, es reconocido ampliamente por haber domado a los banditi. La
anarquía de la década de 1990 ha pasado, y con ella la violencia
indiscriminada y el miedo público. Está claro que merece cierto
reconocimiento. Al contrario que Yeltsin, Putin tenía una visión clara de
Rusia, cimentada en la figura de un Estado fuerte. Cualquier cosa que
sugiriera que el Gobierno no lo tenía todo bajo control estaba fuera de lugar,
ya se tratara de la oposición en el Parlamento o del gansterismo en las
calles. Sin embargo, Putin era al mismo tiempo síntoma y causa de ello: su
ascenso al poder coincidió con presiones económicas y políticas más
profundas que permitían, y de hecho exigían, esta parcial reafirmación de la
autoridad del Estado central. Putin dejó claro que no pensaba tolerar
desafíos al Gobierno, ni abierta ni implícitamente. En los meses anteriores a
su elección, la evasión de capital criminal ascendió a medida que los
gánsteres se preparaban para una salida apresurada, en caso de que la
retórica de una ley y orden dura de Putin fuera más que puro teatro de
campaña. Un gánster me contó que, siguiendo el reflejo de la vida durante
la época de Stalin, siempre guardaba una maleta preparada bajo la cama. No
obstante, mientras que en la década de 1930 se hacía para que nadie pudiera
llevarse los objetos esenciales cuando llegara la policía secreta, en su caso
era por si tenía que salir escopetado hacia el aeropuerto después de que uno
de sus informantes en la policía lo avisara de que iba a ser detenido.
Aquello resultaba irónico, teniendo en cuenta que durante su época como
teniente de alcalde de San Petersburgo Putin se había reunido regularmente
con el hampa de la ciudad y particularmente con el poderoso grupo
Tambóvskaia.26 El portavoz oficial de Putin, Dmitri Peskov, ha afirmado
que «algunas organizaciones públicas, organizaciones no gubernamentales,
servicios de seguridad de países extranjeros y ciertos medios de
comunicación» han intentado «llevar las riendas de nuestro país»,
especialmente para «desacreditar al presidente Putin», vinculándolo con
criminales.27 Pero como se ha informado ampliamente en medios rusos e
internacionales, y como explora Karen Dawisha en su libro Putin’s
Kleptocracy, el trabajo de Putin como teniente de alcalde había sido
gestionar relaciones con variados intereses poderosos. Para la
administración de la ciudad era importante mantener una buena relación
con los criminales, y eso les permitía expandir su imperio siempre y cuando
enriquecieran también a las autoridades locales y aceptaran su control
político general.28 Ese fue en muchos aspectos el modelo para la política
nacional de Putin, y los criminales no tardaron en percatarse de que lo que
se les proponía era un contrato social implícito, su propio «pacto de
mínimos». En tanto que fueran más discretos, siempre que los funcionarios
recibieran su parte, el Estado no los consideraría una amenaza. Obviamente,
la policía seguiría intentado atrapar a los criminales, pero no tenían que
temer ninguna medida severa prolongada ni extensiva. De hecho, un gánster
recordaba cómo un agente de policía le informó sobre esta nueva línea:
«Habían encontrado razones para detenernos o encontrarse con nosotros en
alguno de nuestros puntos de confianza. Después, este hombre, un
comandante, me dijo que los tiempos habían cambiado, pero que eso no
tenía que suponer un problema. Con tal de que fuéramos más calculadores e
inteligentes, todo saldría bien».29
Esto representa un paralelismo en cierto modo de la forma en la que
Putin controló a los oligarcas, los hombres de negocios extremadamente
ricos que se habían convertido en una fuerza política tan poderosa bajo el
mandato de Yeltsin: se les ofreció una vida tranquila siempre y cuando no
supusieran un desafío para el Kremlin. Los tres que estaban menos
dispuestos a aceptar las condiciones de Putin, Borís Berezovski, Mijaíl
Gusinski y Mijaíl Jodorkovski, fueron obligados a exiliarse al Reino Unido
o, en el caso del último, encerrados en prisión, pero el resto pasaron por el
aro. Del mismo modo, muchos gánsteres aceptaron con agrado estas nuevas
reglas del juego, sobre todo porque las guerras mafiosas de la década de
1990 ya los habían dejado fuera de juego. Las fronteras territoriales habían
quedado acordadas en su mayor parte, se habían establecido jerarquías y
habría sido malo para los negocios que se produjeran más conflictos. El
resultado fue que el crimen organizado de primer orden se regularizó cada
vez más, era de carácter corporativo y quedaba integrado en los elementos
del Estado. Cuando las bandas recurrían a la razborka, la resolución
violenta de conflictos —como sucedía en ocasiones inevitablemente—, lo
hacían de una forma mucho más precisa y selectiva, en la que la bala del
francotirador suplantaba el ataque indiscriminado con coche bomba o los
tiroteos motorizados que habían representado ese elemento habitual tan
sangriento en la década de 1990.

¿EL FIN DEL «VOROVSKÓI MIR»?

Tendríamos que reconocer que actualmente nuestros criminales se parecen mucho más a
los vuestros. Los viejos acuerdos y formas que definían el hampa rusa se están perdiendo.
Supongo que eso es bueno, pero hay una parte de mí que se pregunta qué será lo que
sobreviva de las tradiciones rusas, incluso de las malas.

Investigador retirado de la policía rusa (2016)30

Los vorí v zakone a la antigua usanza, con sus antecedentes criminales,


tatuajes llamativos y rituales de comunión, se fueron convirtiendo en un
anacronismo. El nombre y la mitología sobrevivirían, pero perdieron su
fuerza y su sentido. En sus tiempos de apogeo se llamaba a los vorí v
zakone para arbitrar disputas entre bandas e individuos criminales y
también para gestionar el obschak, los fondos comunes que tenían los
grupos para dar apoyo a los miembros y a quienes dependían de ellos. El
obschak era al mismo tiempo un plan de pensiones y una póliza de seguro
de vida y robarlo o hacer un mal uso de ello era uno de los mayores pecados
a ojos de los criminales. Los vorí v zakone eran pues elegidos entre sus
pares en función de, por irónico que parezca, su posición moral: eran
ladrones y asesinos, pero se confiaba en ellos para resolver las disputas de
un modo justo y administrar el obschak de manera honrada.
Aunque sigue habiendo criminales que se hacen llamar vor v zakone y
fondos denominados obschaki, estos tienen un significado muy diferente. El
título se ha convertido en algo vacío, principalmente honorífico, que a
menudo se ofrece como favor o se compra como prebenda vanidosa. Esos
falsos vorí son conocidos entre los tradicionalistas que sobreviven como
apelsini, «naranjas». La etimología del término no está muy clara: es
posiblemente un reflejo de la opinión entre los gánsteres eslavos —que
probablemente sea cierta— de que en su mayoría proceden del Cáucaso,
una región que relacionan con los fruteros, o tal vez sea por la creencia en
que este tipo de criminal de pose es un alma vanidosa de esas que pasan
mucho tiempo puliendo su bronceado en las playas del Mediterráneo, el
Caspio o el mar Negro. En cualquier caso, la gran mayoría de los vorí
modernos son esos «naranjas» que utilizan el título, pero no lo han ganado
de acuerdo con las viejas tradiciones, y tampoco aceptan las limitaciones de
comportamiento que estaban ligadas a ellas.
Por ejemplo, Andránik Sogoián, un gánster armenio condenado in
absentia en 2013 en Praga, acusado de intento de asesinato, había sido
coronado como vor v zakone en 1994 de acuerdo con las viejas reglas.
Siguiendo la larga tradición rusa, Sogoián tenía un apodo delictivo, en este
caso «Zap» o «Zaporozhets», debido a un pequeño coche soviético de
tiempos de antaño al que se supone que recuerda su cara. Sin embargo, los
informes de la policía indican que no mantenía un obschak e hizo arreglos
para que un grupo de sus compinches «coronase» a un joven familiar suyo
en el 2012. En otras palabras, a menudo, incluso aquellos que han llegado al
puesto a través de las viejas formas inflexibles relajan alegremente las
normas en lo que concierne a familiares y amigos.31
Igualmente, aunque siguen existiendo fondos que reciben el nombre de
obschak, ya no son aquella idealizada seguridad social de los viejos
tiempos, salvo en algunas bandas locales en las que se mantiene el sentido
original mutuo de todos para uno. En lugar de eso, son esencialmente
presupuestos operacionales de los grupos y cuentas de depósito, dinero que
se guarda para pagar a bandas de mayor rango y a funcionarios corruptos,
capital de financiación inicial para nuevas empresas y beneficios que
esperan su distribución. De tal manera, las formas del hampa siguen
vigentes, pero en un contexto muy diferente. Ese contexto es el mundo de
un gánster de nueva hornada, los avtoriteti (autoridades). Este —y casi
siempre sigue siendo un hombre— es un empresario-criminal. Su cartera de
intereses suele abarcar la economía legal y la ilegal, pero también la
política, como se verá en los siguientes capítulos.
El asesinato en Moscú del legendario vor Viacheslav Ivankov
(«Yapónchik») en 2009 marcó en muchos aspectos el principio del fin de la
vieja generación y el auge definitivo del avtoritet y el empresario. Ivankov
era el epítome del vor v zakone, graduado en la banda de «el Mongol» y con
numerosas condenas tras el alambre de espinos. Cuando cumplió su último
período entre rejas en 1991 ya era prácticamente un anacronismo para los
avtoriteti de Moscú, poco interesado en las nuevas oportunidades y las
alianzas políticas, pero con suficiente estatus como para convertirse en un
problema. Así, como se verá en el capítulo 12, lo invitaron a que se
marchara a Estados Unidos, aparentemente como representante del
vorovskói mir de la madre patria, pero en realidad se trataba más bien de un
exilio. Fiel a las formas, no tardó en involucrarse en varias actividades
violentas y fue debidamente detenido en 1995. En 2004, lo deportaron a
Rusia para que compareciera ante el tribunal por una acusación de
asesinato, un juicio que se anuló misteriosamente, permitiéndole estar en
libertad al año siguiente. Continuó con sus actividades de inmediato,
haciendo lo que le parecía que debía hacer un vor v zakone: resolver
disputas, educar a la nueva generación de gánsteres, ejecutando el
cumplimiento de los contratos y del código criminal. Pero los días en que el
vor v zakone era sagrado en el hampa y en los que su palabra era ley hacía
tiempo que habían pasado. Cuando intentó incautamente mediar en la
disputa entre dos gánsteres georgianos, Aslán «Ded Hasán» Usoyán y Tariel
«Taró» Oniani (véase el capítulo 11), Ivankov se puso literalmente en la
línea de fuego. La noche del 28 de julio de 2009 acababa de salir de una
cena de trabajo en un restaurante tailandés al norte de Moscú cuando, a
pesar de ir acompañado por un guardaespaldas, un francotirador le disparó
en el estómago con un rifle Dragunov SVD, hiriéndolo de muerte.
Su funeral en el cementerio Vagánkovo de Moscú fue un ejercicio de
tópicos del gánster. Su lápida mortuoria es, siguiendo la pompa habitual del
vor local, una estructura negra con una estatua de «Yapónchik» a tamaño
natural en la que aparece inusualmente pensativo que descansa en una
esquina entre paredes formadas por cruces. En su tumba se amontonaban
las elaboradas coronas enviadas por criminales y bandas de toda la Unión
Soviética, entre ellas una especialmente grande de parte de Usoyán, cuyo
bando se supone que Ivankov tomó en la citada disputa. Los capos vestidos
con trajes de raya diplomática iban rodeados por su contingente de «toros»
con la cabeza rapada, mientras los operadores de vídeo de la policía
grababan cuidadosamente la escena. Oniani, reveladoramente, no envió
flores. Pero tras toda esa teatralidad, parte de la razón de la envergadura del
funeral era que no solo descansaba en paz un vor v zakone, sino toda una
era. Es posible que los avtoriteti estuvieran de luto por un hombre y por la
cultura que le habría salvado la vida en otros tiempos, pero lo más probable
es que también suspirasen con alivio. Ahora el futuro realmente les
pertenecía a ellos.
TERCERA PARTE

VARIEDADES
9

BANDAS, REDES Y HERMANDADES

Quien tiene muchos amigos no tiene ninguno.

Proverbio ruso

El nombre por el que se conocía a Konstantín Yákovlev en el hampa era


«Kostia Moguila» o «Kostia la Tumba» y, aunque había recibido ese
klichka por su anterior trabajo como sepulturero, se lo ganó a pulso con el
reguero de sangre que vertió a su paso hasta su muerte en 2003. Durante la
década de 1990, le había ido bien en San Petersburgo e incluso estaba
convirtiéndose en un poderoso actor político entre bambalinas, financiando
una reunión nacional del emergente partido Patria-Toda Rusia en 1999 a
través de una empresa fantasma.1 No obstante, la mayor parte de sus
negocios tenían su base en Moscú y era de hecho el smotriaschi, o
«vigilante», para sus criminales en la segunda ciudad más importante de
Rusia. A finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, las bandas
de Moscú comenzaron sus tentativas de extender su autoridad a San
Petersburgo. Como suele suceder en estos casos, el enemigo externo llevó a
cerrar filas, y los moscovitas fueron repelidos por una alianza local que unió
no solo a la red dominante Tambóvskaia, sino también al grupo más
pequeño Kazánskaia y a otras bandas. Todo aquello culminó en 2003
cuando una sjodka de criminales —una reunión, en términos mafiosos—
convocó a Kostia para que hablara. Aunque fuera una figura formidable,
ante ese frente unido no tuvo más remedio que cambiar de bando. Pero no
se salvó por ello: ese mismo año, cuando había regresado a Moscú durante
unos días, dos hombres montados en una motocicleta se situaron a la altura
de su coche, que estaba detenido ante el tráfico, y lo acribillaron con el
fuego de un Kalashnikov. Murió en el acto, pero realizó un último viaje
póstumo de regreso a San Petersburgo y, como convenía a su anterior
vocación, fue enterrado en una tumba especialmente decorada en los
terrenos del monasterio de Alejandro Nevski.2
La historia de Kostia engloba muchas de las características de esta hampa
completamente posmoderna. Al principio, era miembro de una banda,
después líder de una de ellas y empresario-criminal por derecho propio.
También pertenecía a redes más amplias. En sus inicios estaba tímidamente
conectado con una banda de San Petersburgo e íntimamente ligado a una
moscovita, y más tarde (de manera breve) cambiaron las tornas. Comparado
con otros ámbitos delictivos en los que la identidad es relativamente fija y
las alianzas están determinadas por el lugar de nacimiento o la etnia, los
criminales rusos disfrutan de una existencia proteica en la que todo puede
ser redefinido o incluso combinarse según las necesidades del momento.
Las bandas individuales de Rusia encajan por lo general en la estructura
que tienen en cualquier otra parte, con una o más figuras dominantes, un
círculo de gánsteres pertenecientes a su núcleo y un conjunto más amplio de
miembros ocasionales de filiación incierta, «aspirantes» ansiosos por unirse
a ellos y contactos que proporcionan o reciben servicios sin ser miembros
reales. Algunas tienen estructuras a medida y fluidas, especialmente las que
son poco más que pandillas callejeras locales. Otras pueden adoptar una
estructura más formal, con rangos y funciones especializadas. Con todo, la
mayoría no van tan lejos; dentro de la banda, quien tiene que saber quién es
el asesino a sueldo, quien tiene los mejores contactos en la policía y demás,
ya lo sabe: no necesitan títulos que se lo recuerden.
En general, el hampa rusa no está definida por estructuras jerárquicas,
como en la mafia italiana o en la yakuza japonesa, sino por un ecosistema
de delincuencia complejo y variado. Hay infinidad de grupos basados
territorialmente, algunos de los cuales controlan un solo barrio o conjunto
de viviendas de protección oficial, otros ciudades y regiones, tales como
Uralmash, de la que se hablará más tarde. No obstante, no existe una
jerarquía nacional única. En tanto que existen estructuras principales que
van más allá de los límites de una ciudad, fronteras regionales o incluso
nacionales, hay unos cuantos gruppirovki: organizaciones flexibles y
difusas que funcionan como redes más que cualquier otra cosa. ¿Cuántas?
Precisamente debido a su naturaleza difusa y a veces solapada, no existe un
consenso al respecto.3 He oído cifras que van desde el muy implausible tres
(presentado por un académico en la Academia del Ministerio de Interior en
2014 que decía que había redes eslavas, chechenas y georgianas) hasta más
de veinte. Todo depende de cómo se cuenten y definan, pero el consenso
establece que existen entre seis y doce.
Personalmente, y me remito solo a mi cuenta personal en el momento en
que redacto esta obra, sugeriría un mínimo de ocho. Algunas de ellas son
redes muy difusas, definidas en realidad por poco más que unos intereses
(Sólntsevo, de la que se habla en este capítulo) o cultura (los chechenos, de
los cuales hablaré en el capítulo 10) comunes. Después, están las que tienen
una clara focalización territorial (la Tambóvskaia de San Petersburgo y la
Asociación de Ladrones del Extremo Oriente, ambas consideradas en este
capítulo) o aquellas muy indeterminadas, dominadas por negocios
criminales específicos, como las implicadas en el tráfico de heroína afgana
en la «Ruta del Norte», o los interrelacionados «Ucranianos», que a menudo
no son ucranianos en sí, sino que operan en la frontera entre Rusia y
Ucrania y que actualmente intentan explotar también la guerra no declarada
en el sudeste de Ucrania.
Cada red tendrá sus figuras de autoridad que o bien dan órdenes, o bien,
más habitualmente, tienen el poder social, físico, económico y represivo
para asegurar que la gente acepte sus designios por regla general. Aun así,
la mayoría de ellas cuenta con relativamente escasa jerarquía y carecen de
estrategias a un nivel amplio. En su lugar, son los elementos que las
componen —el término brigadi («brigadas») suele usarse para referirse a
los más grandes— los que suelen tener un sentido de la estructura y la
jerarquía más definido.4

BANDAS Y REDES

Trata con la gente que conoces, los que estaban en la cárcel contigo.

VALERI KÁRISHEV, antiguo abogado de la mafia, refiriéndose a las actitudes vor5

La razón de ser de estas redes más extensas es proporcionar una serie de


beneficios a sus miembros, ya sean bandas o individuos. Otorgan acceso a
oportunidades y servicios delictivos y supuestamente contactos de fiar que
pueden ayudar a uno de sus miembros a desarrollar una nueva empresa o
responder a los desafíos. En un ambiente de negocios que evoluciona
rápidamente, el extorsionador que ofrece protección hoy puede querer
traficar con heroína mañana: ¿dónde encontrar las drogas o el capital inicial
necesario para tal operación? La red funciona así como una fuente de
inversión y desarrollo de eficacia probada y presuntamente fiable.
Diego Gambetta ha explorado en particular la controvertida cuestión de
la confianza en los entornos criminales: ¿en quién confiar en un mundo que
se halla por definición fuera de la jurisdicción de las agencias de
calificación crediticia, los contratos a los que obliga la ley y los directorios
de empresas?6 La red da respuesta a esos dilemas: los nuevos miembros
presuntamente habrán tenido que ser admitidos por los antiguos y
demostrado su efectividad, su seguridad y su habilidad y disposición para
llevar a cabo sus tareas. En caso de que fracasen en el intento, se enfrentan
a los riesgos pasivos de deteriorar su reputación y quedar fuera de futuras
colaboraciones, así como ser juzgados e incluso penalizados por otros
miembros de la red.
La red también proporciona seguridad mutua, especialmente cuando se
enfrentan a una amenaza común, al intrusismo o a la mala fe de los
foráneos. Las redes rara vez buscan establecer monopolios territoriales:
Moscú es sede de tres muy importantes (Sólntsevo y los grupos de Oniani y
Usoyán), cuenta con una gran presencia de otro de ellos (los chechenos) y
también alberga una plétora de grupos más pequeños como las bandas
Mazútkinskaia, Izmáilovskaia-Goliánovskaia y Liúbertsi, que ascienden,
caen y a veces sobreviven, tal vez asociándose indefinidamente con alguna
de las agrupaciones más grandes, aunque a menudo se relacionan con varias
o con ninguna en absoluto. Eso es el pan de cada día, pero en ocasiones un
intento de alterar el orden establecido de una manera trascendental requerirá
una respuesta colectiva.
Intentar identificar las principales redes es más difícil de lo que podría
parecer, sobre todo porque muchas de estas agrupaciones son difusas y otras
se fusionan entre sí. No obstante, es posible identificar algunas en las que
coinciden tanto la mayoría de las fuentes policiales como del hampa. De las
eslavas, la más extensa es Sólntsevo y sin duda la que opera a una escala
más internacional, pero en muchos aspectos es víctima de su propio éxito.
Actualmente, es tan grande que su excesiva difusión impide que sea más
que un conjunto vago de contactos y grupos locales y personales.
Sólnstsevo tiene su base en Moscú —hoy en día tanto como en cualquier
otra parte—, mientras que San Petersburgo es la sede de la organización
rival antes conocida como Tambóvskaia (o simplemente «Tambov»),
aunque ya en realidad no se la llama por su anterior nombre y tampoco ha
adquirido uno nuevo. El propio hecho de que los nombres importen tan
poco es una señal de que estas no son estructuras de crimen organizado
jerárquicas al uso. En el ámbito de provincias, la red de Ekaterimburgo, que
sigue siendo conocida generalmente como Uralmash, y los residuos de la
Asociación de Ladrones del Extremo Oriente son las más poderosas de la
Siberia central y el Extremo Oriente ruso, respectivamente. La Asociación
nunca estuvo tan organizada como su propio nombre sugiere, y menos
desde la muerte en 2001 del fundador Yevgueni Vasin («Dzhem»). En
muchos aspectos, casi puede ser considerada la asociación de comerciantes
de los «Orientales», especialmente por sus relaciones con los variagui
(«varangios»), los gánsteres de la Rusia europea. Entre los de «las tierras
altas» del Cáucaso, las más importantes son las organizaciones dominadas
por Tariel «Taró» Oniani y, hasta su muerte en 2013, Aslán «Ded Hasán»
Usoyán, los dispersos pero notorios chechenos y un grupo de insurgentes
advenedizos que se unieron originalmente en torno al azerí Rovshán
Dzhabiyev. Cada una de estas variadas agrupaciones será explorada con
más detenimiento en las páginas siguientes.
Así, pues, la cuestión del nivel real de organización del crimen
organizado ruso es controvertida, aunque atiende al más amplio debate
criminológico acerca de dónde está la línea entre el «crimen organizado» y
el «crimen que se organiza». Un útil estudio de las Naciones Unidas sobre
drogas y delitos identifica cinco tipos principales de agrupaciones de
crimen organizado:

«Jerarquía estándar»: grupo único jerárquico con fuertes sistemas de disciplina interna.
«Jerarquía regional»: grupos estructurados jerárquicamente, con fuertes líneas internas de
control y disciplina, pero con relativa autonomía para sus componentes regionales.
«Jerarquía grupal»: un conjunto de grupos criminales que han establecido un sistema de
control/coordinación sobre sus variadas actividades, cuyo rango puede ir de débil a fuerte.
«Grupo nuclear»: un grupo relativamente bien organizado pero sin estructura que se rodea en
ciertos casos por una red de individuos implicados en actividades delictivas.
«Red criminal»: una red de individuos fluida y difusa que a menudo acoge a individuos con
habilidades particulares, que se constituye en torno a una serie de proyectos criminales en curso.7

En Rusia están vigentes todos esos tipos. No obstante, cuanto más grandes,
importantes y extensos geográfica y funcionalmente, más posibilidades
existen de que esas agrupaciones utilicen las últimas formas citadas.

LA «JERARQUÍA ESTÁNDAR» Y LA BRIGADA URALMASH

Uralmash es un grupo de financiación, no una sociedad criminal organizada […] Uralmash


tiene un estilo de trabajo absolutamente civilizado y democrático. Nadie ahoga a los
empresarios, se resolvieron muchos problemas y su miedo a asociarse desapareció.

ANDRÉI PANPURIN, empresario de Ekaterimburgo (1993)8

La «jerarquía estándar» se encuentra generalmente en dos tipos de bandas


importantes: las de carácter local implicadas en su mayoría en la extorsión
para ofrecer protección y la provisión de servicios y mercancías ilegales, y
aquellos grupos que surgen en agencias del Estado disciplinadas como la
policía, el ejército y los aparatos de seguridad, que replican su cadena de
mando formal. No obstante, una estructura de ese tipo difícilmente puede
acoger un espectro variado de miembros e intereses. Funciona para bandas
de estilo militar, pero es menos efectivo para la gestión de aquellas que
pueden estar dominadas por una mezcla de matones de la vieja escuela,
criminales-empresarios modernos y funcionarios corruptos. Esto tiende a
hacer que sean frágiles y susceptibles de fragmentarse cuando se encuentran
bajo presión; resultó particularmente evidente en el caso del gruppirovka
Uralmash, que surgió como una «jerarquía estándar» clásica, pero solo ha
sido capaz de sobrevivir mediante su reforma en un tipo de banda
completamente diferente.9
En febrero de 2006, el teniente general Alexandr Yelin, jefe adjunto de la
Dirección del Crimen Organizado del MVD, afirmó que en 2005 se había
desarticulado una banda llamada Uralmash en la región de Sverdlovsk.10 En
aquel momento todos se mofaron de esa afirmación, sobre todo en
Ekaterimburgo, capital de la región y base de la banda. Sin duda, había
sufrido algún golpe en la primera mitad de la década de 2000, pero incluso
el MVD se vio obligado más tarde a desmentir discretamente aquella
orgullosa afirmación cuando la policía detuvo al vor «Suji Novik» en 2009,
acusado de ser el cerebro de Uralmash, a pesar de suponerse que la banda
había sido destruida cuatro años antes. Sin embargo, el verdadero impacto
de una década de presiones policiales había sido impedir que evolucionara
en una compleja red como muchos otros grupos, o que saliera del hampa.
En lugar de eso, volvió a su forma original de relaciones muy estrechas.
Ekaterimburgo, una ciudad de los Urales, en el centro de Rusia, posee
una larga historia criminal. Los soviéticos la renombraron Sverdlovsk, y se
convirtió en una estación de tránsito para los convictos destinados a los
gulags. Cuando se abrieron los campos, la región se vio afectada por
bandadas de expresidiarios desarraigados conocidas como las «bandas
azules» por su profusión de tatuajes, como vimos en el capítulo 6. Hasta
finales de la década de 1980, el crimen organizado de Ekaterimburgo se
basaba principalmente en la protección y el contrabando, que estuvieron en
manos de una sucesión de vorí v zakone. Pero después surgió una nueva
generación de gánsteres en los clubes deportivos y gimnasios locales. Se
fundó una banda con dos decenas de atletas de ese tipo dispuestos a
convertir el músculo en dinero contante, entre ellos un esquiador, un
practicante de lucha libre, dos boxeadores, un futbolista y su hermano
experto en el mercado negro. Al principio empezaron a extorsionar a los
vendedores de los puestos de mercados locales y establecieron destilerías
ilegales para beneficiarse de la campaña contra el alcohol. No obstante,
necesitaban espacio para expandirse, y la caída de la URSS en 1991 y la
consiguiente crisis económica les proporcionaron exactamente eso.
La gigantesca Uralski Mahinostroítelni Zavod (la Planta de Construcción
de Maquinaria de los Urales, conocida por lo general como Uralmash) era
el proveedor de empleo principal de la ciudad; su barrio obrero del norte,
Ordzhonikidze, era también conocido como Uralmash debido a que
albergaba a muchos de los trabajadores de la fábrica, de ahí procede el
nombre de la banda. Desesperados por generar ingresos, los gestores de la
planta comenzaron a alquilar y vender propiedades y la recientemente
acaudalada banda comenzó a comprar. Los extorsionadores se convirtieron
en arrendadores prácticamente de la noche a la mañana. En ese proceso
empezaron a adquirir la importancia suficiente para ganarse la atención de
los criminales «azules» que seguían dominando el hampa. Entre 1992 y
1993, la nuevamente renombrada Ekaterimburgo fue arruinada por una
guerra de bandas que en muchos aspectos replicó las «guerras de las perras»
de la década de 1950: los «azules» al mando del vor «Trifon» eran duros
individualmente, pero estaban menos unidos y eran menos disciplinados
que los «deportistas». Estos también se beneficiaban del apoyo tácito de la
élite política local, a quienes sobornaron amplia y generosamente,
adquiriendo una reputación de «gánsteres razonables» (un término que
utilizó un antiguo agente de policía local cuando me los describió).
Los «azules» fueron masacrados y a estos les siguió la otra banda rival
más importante de Uralmash, Tsentrálnaia. En 1993, Uralmash dominaba en
Ekaterimburgo. Se dispuso rápidamente a establecer su imperio de los
negocios legítimos e ilegítimos y también buscó legitimidad política con la
fundación de clubes para la juventud, la dirección de obras benéficas y
presentándose como un club de hombres de negocios locales preocupados
por la sociedad. Cuando la policía detuvo a uno de sus supuestos líderes en
1993 acusado de extorsión, se organizaron protestas públicas
cuidadosamente orquestadas, figuras prominentes exaltaron sus obras
caritativas y se ejercieron presiones políticas. Salió en libertad a los pocos
meses.11
Uralmash podría haber evolucionado en cualquier dirección. Había
fundado o se había adueñado de un amplio espectro de empresas, algunas
de las cuales generaban grandes beneficios en un sector esencialmente
legítimo. Se había implicado en política local a través del gobernador
regional Eduard Rossel, a quien había apoyado públicamente en su elección
en 1995, y en 1999 fue registrada formalmente como organización política,
el Sindicato Político-Social Uralmash. Tal vez al ser una banda provincial
con menos oposición directa, pero también con menos oportunidades,
Uralmash mantuvo una jerarquía estricta desde su concepción que hacía
cumplir la denominada «patrulla de seguridad», adiestrada por antiguos
instructores de batallones militares.12 Existía una dirección y un
organigrama de lugartenientes igualmente claro («conocidos como
brigadieres a la vieja usanza del vorovskói mir). Las variadas empresas de
Uralmash conseguían evitar la duplicación y la competencia, en parte
porque solía haber una microgestión desde las altas esferas. En cierto modo,
se trataba de un modelo militar, debido a su insistencia en la cadena de
mando.
Eso les funcionó durante un tiempo, pero dejó Uralmash en un estado
vulnerable. En la nueva era de Putin cometió el error de seguir siendo
demasiado visible, con demasiado potencial para el poder. Su jefe por
aquellos tiempos, Alexandr Jabárov, se extralimitó en la política, tanto en el
mundo criminal como en el legítimo. Apoyó la potente iniciativa Ciudad
Sin Drogas en Ekaterimburgo, al mismo tiempo que intentaba expulsar a las
bandas procedentes del Cáucaso. Lo irónico era que eso lo hacía en parte
para controlar el comercio del narcotráfico local. Fue concejal en el
ayuntamiento de Ekaterimburgo entre 2002 y 2005, e incluso se presentó a
la alcaldía en 2003. Igual de alarmante para Moscú era que Uralmash se
había implicado en luchas por el control de recursos de la ciudad
potencialmente lucrativos, de los cuales la capital quería disponer por sí
misma. Por ejemplo, en 2001, la Compañía Minera y Metalúrgica de los
Urales y la Planta Electrolítica de Cobre Kishtim competían por los trabajos
de fundición de cobre en Karabash. Presuntamente, cuando Kishtim se
enfrentaba a la derrota, Uralmash tomó cartas en el asunto. La Compañía
Minera y Metalúrgica de los Urales, de repente y de forma inesperada,
accedió a crear una empresa conjunta con su antiguo rival. Fuentes del
orden y la ley me indicaron que esa decisión pudo estar motivada porque
Uralmash había contactado con ellos y los había animado a reflexionar
sobre el recuerdo todavía fresco del destino de Oleg Belonenko, director
general de la planta Uralmash. Este había muerto de un disparo tras la
campaña en la que se embarcó para depurar su empresa de cualquier
vinculación con la banda del mismo nombre.
Moscú empezó a considerar el caso Uralmash como una prueba de fuego
y se encargó tanto a la policía como a la fiscalía que impartieran un castigo
ejemplar. Jabárov fue detenido en 2004 y acusado de extorsión. Murió en la
cárcel al año siguiente, una muerte con apariencia de suicidio, pero que
todos consideraron asesinato. Su ayudante huyó del país avisado de una
orden de detención. La estructura jerárquica de Uralmash, que había sido
una de sus fortalezas, se convirtió en una debilidad fundamental. La policía
—y también sus rivales criminales— sabía quién era su objetivo y las
operaciones del sistema exigían la gestión de los de arriba, por lo que
también era preciso que existiera un contacto regular entre los líderes y sus
seguidores. La plausible negación de los hechos que suele ser el mejor
aliado del padrino era difícil de mantener, ya que los teléfonos habían sido
pinchados y existían otras informaciones que confirmaban el papel directo
que desempeñaban determinadas personas en la gestión de las operaciones
de la banda.
Uralmash parecía condenada a la extinción y las bandas rivales
empezaron a asediarlos. Sin embargo, surgió una nueva generación de
líderes que demostraron ser decisivos y flexibles. Realizaron algún que otro
recorte y se reestructuraron para ser menos visibles como objetivo y
retirarse de la política. Incluso intentaron evitar el uso del nombre Uralmash
con la intención de disimular hasta qué punto sus diversas empresas
delictivas pequeñas seguían siendo parte de una red única. Uralmash se ha
convertido esencialmente en un club de criminales-empresarios poderosos
con un número que ronda entre los catorce y los dieciocho, que coordinan
íntimamente las operaciones de sus respectivos negocios, manteniendo una
disciplina férrea pero con una gran discreción. Mantiene muchas de las
características de sus encarnaciones anteriores, entre ellas su negativa a
incluir a no eslavos, lo que probablemente sea un reflejo del relativamente
crudo nacionalismo de sus fundadores y su lucha continuada por mantener
la posición en las rutas de tráfico de este a oeste ante las intrusiones de las
bandas caucásicas del norte por el sudoeste y de las centroasiáticas por el
sudeste. Su evolución demuestra que muchas bandas locales en Rusia
tienden a adoptar formas más básicas y tradicionales, y también que esos
modelos tienen unas limitaciones características cuando las organizaciones
adquieren ambiciones políticas y económicas mayores. Como demostró
Uralmash, cuando se sufren esas contradicciones, el grupo puede elegir
entre disolverse en el interior de una red o limitarse de nuevo a sus
actividades delictivas principales. En muchas ocasiones solemos ver lo
primero, pero Uralmash se decidió por este último camino, el más sencillo.

LA «JERARQUÍA REGIONAL» Y LA ASOCIACIÓN DE LADRONES


DEL EXTREMO ORIENTE

¡Este es mi distrito y quiero que haya orden!

YEVGUENI VASIN, vor v zakone de alto rango, en una entrevista para la televisión (2000)13

En 1890, Antón Chéjov escribió a un amigo acerca del Extremo Oriente


ruso: «¡La pobreza clama al cielo! La pobreza, la ignorancia y la
mezquindad son suficientes para llevarte a la desesperación. Por cada
hombre honesto hay noventa y nueve ladrones que son una desgracia para
el pueblo ruso».14 Desgraciadamente, lo más probable es que un siglo
después podría haber reconocido la región. Ese característico estado fue
cuna de una forma de matonismo y explotación relativamente inusual.
Las «jerarquías regionales» no son demasiado usuales, y la experiencia
rusa parece sugerir que solo se encuentran en circunstancias en las que se
requiere cierto nivel de centralización artificial originado por algún tipo de
presión exterior. Podría ser una dirección política que insiste en tratar con
un interlocutor único y exige a cambio que este sea capaz de disciplinar a
sus subordinados como precio por la subsistencia. O también una amenaza
externa que fuerza a bandas que serían hostiles en otras circunstancias a
crear una estructura común para enfrentarse a un enemigo mayor. El
ascenso (y la caída) de la Asociación de Ladrones del Extremo Oriente
demuestra ambos casos.
El Extremo Oriente ruso, con una población dispersa, lejos de Moscú,
caracterizado por contar con unos recursos naturales valiosos y una
extendida pobreza, fue testigo de luchas entre bandas violentas incluso para
los estándares de ingobernabilidad que reinaron en la década de 1990.
Muchas de ellas se debieron a nimiedades. No obstante, hubo otras que
estuvieron basadas o podían influir en el inmenso potencial económico que
tenían las industrias pesquera y extractiva de la región. En término
generales, el colapso funcional de los aparatos del Estado daba a los jefes
regionales de Rusia bastante libertad de movimientos para implicarse o
penalizar los acuerdos delictivos, pero el relativo aislamiento del Extremo
Oriente (y su aparente irrelevancia para los políticos de Moscú) hacían que
la explotación predatoria de los recursos de la región tuviera incluso un
mayor alcance.
El hampa del Extremo Oriente ruso era, pues, relativamente primitiva.
Muchos de los asentamientos no podían albergar más que a una banda local
pequeña, que solía trabajar mano a mano con la administración. Algunas
ciudades como Vladivostok, la capital de la Región Marítima, tenían más,
pero no era nada comparable a la complejidad de los ecosistemas criminales
de Moscú o San Petersburgo. La escasez de recursos y la falta de
interacciones en beneficio mutuo entre esas bandas, junto con sus
debilidades en cuanto a las fuerzas del orden público locales, tendían a
hacer que la competencia fuera más habitual y más sangrienta. La strelka
(«flecha pequeña»), una reunión que se celebraba entre bandas opuestas
para resolver sus diferencias, era cada vez más excusa para que se
produjeran tiroteos. Las luchas territoriales eran comunes, con conflictos
entre los años 1995-1996 y 1997-1998 que prácticamente significaron un
continuo.15 La segunda de las guerras, provocada por las luchas por el
dominio de la industria pesquera y las elecciones parlamentarias regionales
de diciembre de 1997 (y la posterior distribución de botines y sinecuras),
llevó a una particular sangría.16 Varios capos fueron asesinados, entre ellos,
Anatoli «Koval» Kovalev e Ígor «Kar» Karpov; dos empresarios fueron
torturados y enterrados vivos; los directores ejecutivos de varias compañías
locales murieron tiroteados; un asesino a sueldo de San Petersburgo, Artur
Altinov, fue asesinado, probablemente para ocultar la identidad de quien le
pagaba. Se realizaron alegaciones aduciendo que había implicados
elementos del ejército y de aparatos de seguridad locales, e incluso que uno
de los asesinatos había sido aprobado por un alto mando.
Sin embargo, también había fuerzas que presionaban por poner fin a las
hostilidades. En particular, la dirección política y económica aglutinada en
torno a la administración del gobernador de la Región Marítima, Yevgueni
Nazdratenko —un superviviente que se mantuvo en el cargo desde 1993
hasta 2001—, empezó a alarmarse cada vez más, porque esos conflictos
obstaculizaban su capacidad para explotar los recursos de la región en
beneficio propio y podían incluso inducir a Moscú a tomar cartas en el
asunto. (De hecho, bajo el mandato de Vladímir Putin, eso llegaría a
suceder.) Además, los vostoki («orientales») también estaban preocupados
por la llegada de representantes de bandas de la Rusia europea —los
denominados variagui («varangios») en el habla criminal local— que
exigían pagos u obediencia. Como el Satán de John Milton, creían que era
«mejor reinar en el infierno, que servir en el cielo», de modo que buscaron
formas de resistir las intrusiones de sus más numerosos y políticamente
mejor relacionados hermanos del otro lado de los Urales.
El resultado fue el surgimiento de la Asociación de Ladrones del Extremo
Oriente, cuyo grandilocuente nombre contradice su naturaleza destartalada.
Más bien era una asociación de comerciantes o un gremio de criminales del
Extremo Oriente ruso, presidido por el vor v zakone de alto rango Yevgueni
Vasin («Dzhem») hasta su muerte (por causas naturales) en 2001. Con
Vasin, cuya base estaba en Komsomolsk del Amur, la Asociación se
convirtió en una confederación de bandas locales (la mayoría de «jerarquía
estándar», y muchas de ellas bastante antediluvianas, todavía aferradas al
obschak y a las viejas formas del vorovskói mir). Tenían una autonomía
considerable dentro de sus territorios y negocios consensuados, pero cuando
había disputas tenían que aceptar los dictados de Vasin y el consejo interno
de la Asociación. Esto no evitaba que hubiera guerras territoriales en
absoluto, pero sí aseguraba que no se extendieran más de lo debido y que se
pusieran siempre en segundo término ante los intereses estratégicos del
colectivo. Por ejemplo, cuando un grupo de variagui —que a su vez se
habían visto despojados de su negocio principal en Krasnoyarsk— intentó
apoderarse de una empresa transportista que servía a las estaciones
orientales en la línea del Transiberiano, las bandas que mantenían un
conflicto en Jabárovsk firmaron una tregua para repeler a los invasores (tras
la cual volvieron a su guerra).
Aparte de unir a las bandas de la región, Vasin tenía una carta en la
manga para jugar contra los variagui, que se convirtió por derecho propio
en un tercer factor para la unidad: los chinos. El Extremo Oriente ruso no
tardó en convertirse en un área de interés para los criminales chinos, incluso
antes de las inversiones legítimas que han remodelado la región.17 Los
negociantes chinos establecieron redes de comercio transfronterizo para
vender mercancía barata, robada y de imitación. Estos comerciantes eran
presa fácil para los extorsionistas de la protección a ambos lados de la
frontera. Las empresas conjuntas chino-rusas demostraron ser sus objetivos
predilectos: en 1994, el director adjunto de una de ellas fue asesinado en
Najodka; en 1995, las oficinas de Jabárovsk de otro de ellos fueron
asaltadas con granadas; en 1996, los gánsteres chinos intentaron secuestrar
a tres hombres de negocios en Vladivostok. No obstante, esos contactos
comerciales trajeron consigo colaboradores potenciales interesados del
hampa china. Se comenzó a comerciar con drogas, armas, migración ilegal
y, después, madera, materias primas, especies animales exóticas y otros
productos más recónditos, y los rusos pasaron también a ser los encargados
de lavar el dinero negro en aumento del crimen chino. Cuando quedó claro
que el potencial de beneficios era inmenso, las bandas de ciudades de
entrada como Vladivostok, Blagovéschensk y Jabárovsk lucharon por
obtener esas conexiones. Sin embargo, el mercado criminal chino era
demasiado grande para operar con solo una o dos bandas, las autoridades
locales querían asegurarse de que nadie espantara a esa gallina de los
huevos de oro, y la amenaza varyag se cernía sobre ellos.
El resultado fue que Vasin llamó a los chinos para ayudarles en su lucha
contra los rusos europeos —no mediante hombres ni armas, sino con dinero
— y los utilizó también para consolidar su posición en la Asociación. Si
querías disponer de un trozo del pastel chino tenías que ser un miembro de
pleno derecho. A pesar de todos los codazos y la violencia esporádica que
caracterizaban el hampa del Extremo Oriente ruso, esa combinación de palo
y zanahoria ayudó a mantener la cohesión de la Asociación durante la
década de 1990. Con todo, se trataba de circunstancias excepcionales, y, a
decir verdad, el propio Vasin era un hombre inusual, un vor de la vieja
escuela que se las ingeniaba para ser despiadado y mostrar autoridad y
diplomacia al mismo tiempo. Influyente y respetado, de hecho era también
el embajador de la Asociación, capaz de lidiar en su nombre con sus
congéneres en Moscú, los Urales y San Petersburgo. Aun así, la Asociación
estaba al borde de la ruptura incluso antes de su muerte. Las conexiones con
China y su mundo criminal empezaban a ser demasiado profundas, densas y
desestabilizantes. En lugares como Blagovéschensk y junto al río Amur, las
bandas al sur de la frontera dominaban virtualmente el terreno gracias al
influjo de la migración china legal e ilegal y, con más frecuencia, al dinero
chino. En otras partes, como en Vladivostok, había mayor paridad: los
socios chinos tendían a contar con el poder económico y los rusos con la
cobertura política. No obstante, como siempre, las diferencias entre los
criminales eran referentes al reparto del botín. Las bandas de la costa o
frontera sur podían aprovechar esos nuevos beneficios y no veían motivos
para compartir sus ganancias con los del interior.
Es más, los variagui de nuevo cuño ya no estaban tan interesados en la
región y su élite política, aunque no era menos rapaz, no tenía la misma
capacidad para mantener la cómoda relación de intereses comunes con los
gánsteres. La situación política general cambió tras la dimisión de
Nazdratenko en 2001 (aparentemente debida a un ataque al corazón, aunque
hay rumores que insisten en sugerir que fueron presiones del Kremlin) y la
Región Marítima empezó a ser vigilada con más interés desde Moscú. La
muerte de Vasin ese mismo año dejó también a la Asociación de Ladrones
del Extremo Oriente fatalmente herida, aunque tardarían varios años en
percatarse de ello. No surgió ningún sucesor de talla comparable y los
chinos están encantados de establecer sus propias relaciones bilaterales en
lugar de tener que operar a través de la Asociación. Al fin y al cabo, la
importancia de la relación con China cada vez es más grande. Pasan de
contrabando de todo a través de Rusia, desde madera hasta mercancías
manufacturadas, e introducen inmigrantes ilegales. Probablemente, de los
más de 8.000 millones en que está valorado el mercado de la heroína china,
1.000 proceden de la droga afgana que pasa a través de Rusia, pero eso no
es nada comparado con el resto de productos.18 Incluso la madera rusa
registrada ilegalmente para el mercado de la construcción china supone una
industria enorme con un valor aproximado de 620 millones de dólares.19
Aunque siga nombrándose a la Asociación de vez en cuando, en la
práctica dejó de existir en 2005, dejando un mosaico de bandas fundadas en
torno a territorios, etnias, líderes y especialidades, atrapadas —como
metáfora del Extremo Oriente ruso en su conjunto— entre una Rusia
europea en receso y una China al alza. De hecho, según Bertil Lintner, a
Vasin lo sucedió como «principal figura del crimen organizado en
Vladivostok su contacto chino más importante, el enigmático Lao Da
(«Hermano Mayor»).20 Eso es mucho decir, sobre todo teniendo en cuenta
que entre el 2004 y el 2008 el alcalde de la ciudad era Vladímir Nikoláiev,
un luchador de kickboxing y líder de banda convicto conocido por el inusual
apodo «Vinni-Puj», «Winnie-the-Pooh»).21 En cualquier caso, el simple
hecho de que haya quien crea que un gánster chino pudiera llegar a esas
cotas demuestra hasta qué punto la Asociación probablemente no pudiera
más que retrasar la incorporación del crimen del Extremo Oriente ruso a
economías criminales regionales más poderosas.

LA «JERARQUÍA GRUPAL» Y LA RUTA DEL NORTE

El tráfico de la droga afgana es como un tsunami que azota a Rusia constantemente. Nos
hundimos bajo él.

VÍKTOR IVANOV, jefe del servicio federal antidroga (2013)22

Las bandas que parecen encajar en el modelo de «jerarquía grupal», es


decir, constelaciones de grupos individuales semiautónomos que, a pesar de
todo, tienen que trabajar juntos profusamente, tienden a restringirse a
aquellos que están principalmente implicados en una actividad específica
única que requiera esa cooperación. Los ámbitos típicos suelen ser el tráfico
de drogas y de personas. En Rusia, eso se relaciona especialmente con las
estructuras de tráfico de heroína que operan en la llamada Ruta del Norte
desde Afganistán. Esta es en realidad un conjunto de rutas que cambian
constantemente, con flujos de droga que se fusionan, separan y caminan en
paralelo a medida que serpentean hacia el oeste y el este. Se extiende desde
Asia central hasta el interior de Rusia y la atraviesan (satisfaciendo también
el mercado local) en dirección a Europa, China e incluso más allá. Algunos
cargamentos hacen todo el trayecto hasta Sudamérica (donde suele
cambiarse por cocaína), Norteamérica y África. La Ruta del Norte supone
más del 30 por ciento del flujo de heroína total en el mundo, y la proporción
va en aumento.23
Se trata de un comercio que llevan a cabo una serie de organizaciones
criminales; según las Naciones Unidas, el 80 por ciento del tráfico de opio a
través de Asia central está controlado por grupos organizados que utilizan
rutas a largo plazo.24 Las redes criminales afganas, los «señores de la
guerra» locales y los insurgentes dominan la producción y el procesamiento
en el interior del país y llevan las drogas hasta las fronteras o simplemente
la introducen a través de ellas. En ese punto suelen venderse a bandas de
Asia central —pequeñas, fundadas en torno a familias, clanes o barrios—, y
después es probable que pasen de banda en banda. Por ejemplo, un acuerdo
típico para las bandas turcomanas es que ellos la venden a los uzbekos,
quienes a su vez la venden a los rusos en Tashkent o Samarcanda. Las redes
rusas intentan ocasionalmente (por usar la jerga de los negocios) aportar
una integración vertical a su cadena de suministro y conseguir la heroína
directamente, pero eso depende de los contactos y de la protección y
autorización de las élites políticas y los criminales locales (si es que existe
distinción alguna entre ambos).
Desde Turkmenistán, la droga se traslada al puerto de Turkmenbashi para
pasar a través del mar Caspio hasta Bakú, o por tierra, introduciéndola en
Uzbekistán y después en Kazajistán. Desde Tayikistán fluyen al interior de
Uzbekistán o Kirguistán, después van al norte hasta Kazajistán para llegar a
Rusia, o van hacia el este, de Kirguistán a China. Parte de este tráfico se
realiza en coche o incluso con mulas o caballos, pero el objetivo es
introducirla en la infraestructura de transportes de la región, por lo que
nudos de carretera, ferroviarios y aéreos, como Dusambé, Tashkent,
Samarcanda y Almaty, son destinos intermedios fundamentales.25 El
itinerario ruso de la Ruta del Norte esta fundamentalmente dominado por
bandas de etnia rusa y con base en Rusia (incluidos los gruppirovki
chechenos y georgianos), con una pequeña proporción gestionada por
criminales de Asia central, que suelen utilizar la diáspora de temporeros que
migran a Rusia y venden principalmente a esos expatriados y a través de
ellos.
Un tercio del total de flujo de droga de la ruta permanece en Rusia.
Según las cifras oficiales, casi el 6 por ciento de la población del país, unos
ocho millones y medio de personas, son drogadictos o usuarios regulares.26
La cantidad cada vez mayor de usuarios que se convierten en adictos y la
utilización de drogas más duras y peligrosas representan los desafíos
principales. Aproximadamente el 90 por ciento de los drogadictos consume
heroína, al menos de modo parcial, haciendo de Rusia la nación líder en
usuarios de heroína per cápita; drogas de alto riesgo como el krokodil
(desomorfina), que pudre los tejidos adiposos de sus usuarios, también
están en gran alza, con el consiguiente impacto que tiene en los índices de
mortalidad. Los rusos consumen un 20 por ciento de la producción mundial
de heroína.27 Los restos se dirigen al oeste hacia Europa o al este y al sur
para introducirse en China, donde suele venderse al por mayor para que las
bandas locales comercien con ella.28
No es de extrañar que el acceso a ese lucrativo negocio pujante y su
control se haya convertido en una fuente de rivalidad considerable entre
bandas (y funcionarios corruptos). Algunas de las agrupaciones principales
han intentado crear sus propias estructuras a lo largo de la cadena de
suministro, llevándolas tan lejos como el sentido común dicte, que suele ser
hasta Kazajistán, y gestionar el cargamento que se dirige hacia el oeste. Se
sabe que redes como Sólntsevo y Tambóvskaia, el grupo de Oniani y los
chechenos, por ejemplo, han trasladado grandes cargamentos en firme por
carretera, tren o aire a lo largo de las principales arterias de transporte: las
líneas ferroviarias Transiberiana y Baikal-Amur, las autopistas federales y
los enlaces aéreos. Es posible que en ese proceso subcontraten algunas
tareas del negocio con bandas locales, pero tienden a negociar con
funcionarios corruptos y hombres de negocios con posibilidades de facilitar
el tráfico. Una estimación muy vaga que me proporcionó un agente de
policía en 2011 sugería que esas transferencias al por mayor suponían más
de la mitad del total que se movía en la Ruta del Norte. No obstante, es
posible que su visión estuviera cegada por varios alijos importantes
incautados en aquella época; mis cálculos, estimados sin base científica
alguna, reducirían la cifra total gestionada de esa forma para dejarla en un
cuarto como mucho.
Al otro extremo de la ruta, entre el 15 y el 20 por ciento es gestionado
por empresarios-criminales individuales que compran la droga en Asia
central o en los alrededores. Suelen ser personas cuyo trabajo regular encaja
en ese patrón, como los comerciantes transfronterizos, el personal de vuelo
de líneas aéreas y los camioneros, o, en su lugar, bandas extranjeras que
tienden a ser centroasiáticas. No obstante, esos traficantes suelen operar con
la tolerancia de grupos rusos más grandes y mejor protegidos políticamente,
por lo que normalmente pagan un impuesto a las bandas locales, ya sea con
una parte de la mercancía o con una porción de los beneficios.
El grueso del tráfico de droga de la ruta está en manos de colectivos de
bandas locales que con el tiempo pueden asumir las características de una
«jerarquía grupal», a medida que se consolidan sus relaciones y comienzan
a depender del negocio de la heroína, lo que conlleva que cada uno tenga su
función en la empresa. Los cargamentos gestionados de esa forma suelen
ser más pequeños pero más numerosos que los de las redes principales, y
por lo general son transportados por mensajeros en coches o camiones. Las
bandas que participan en ello se cobran una parte de la heroína para
venderla localmente, obtener beneficios y cubrir los gastos de la operación,
o incluso para repartirla entre sus miembros como compensación por su
trabajo. Así, esta forma de tráfico contribuye desmedidamente al mercado
local de la heroína. También constituye la forma principal de tráfico hacia
China, especialmente porque las redes principales operan utilizando
negocios de importación y exportación o comercio transfronterizo como
pantalla.
Una operación particular que tuvo lugar en 2012 puede ayudarnos a
ilustrar esas relaciones.29 Se trataba de un cargamento de heroína con un
valor estimado de 1,2 millones de dólares una vez vendido en las calles, que
había sido reunido gracias a remesas de opio compradas a varios
proveedores afganos por «Behruz», un criminal-empresario uzbeko que
estaba relacionado directamente con un alto cargo del departamento
aduanero. Behruz retribuyó a los afganos en dinero y mercancías y le pagó
una tarifa a su familiar para asegurar su seguridad y libertad de
movimientos. Gestionaba un local para su procesamiento en las afueras de
Andiyán, al este de Uzbekistán, donde transformaba ese opio en heroína.
Después, tras llegar a un acuerdo para venderlo a una banda kazaja, reunía
el cargamento en Tashkent.
Gestionar el juego de pasar paquetes a distancias tan largas es un negocio
complejo y delicado, sobre todo porque el objetivo siempre es establecer
vínculos con el mercado europeo, donde los precios son más elevados. El
nivel de confianza en que los grupos de proveedores no timarán a sus socios
y en que los distribuidores no robarán una parte del cargamento debe ser
muy alto. La respuesta típica, evidente en este caso, suele ser que una
tercera parte confirme tanto el tamaño inicial del cargamento como su
pureza, teniendo en cuenta que la heroína puede ser «cortada» o adulterada
antes de su consumo y que de hecho siempre lo es. En el caso que nos
ocupa, el cargamento de Tashkent fue inspeccionado e inventariado por
«Parovoz» («Locomotora»), un vor v zakone ruso prácticamente retirado
del crimen en activo, pero que mantiene unos ingresos añadidos
precisamente con ese trabajo, gracias a su reputación como «ladrón
honrado».
Los kazajos se apoderaron de la heroína en Tashkent, dividieron el
cargamento en varias remesas y lo cargaron en camiones de transporte de
mercancías que se dirigían a Chimkent, justo al otro lado de la frontera.
Desde allí, volaba hasta Almaty, en el norte. Los kazajos eran una banda del
sur relativamente pequeña y con pocos contactos y protección en Almaty,
así que estaban ansiosos por hacer dinero rápido con la heroína y quitársela
de las manos. Se quedaron con una parte de ella para venderla en su
territorio local y pasaron el resto a una banda rusa cuyos representantes
estaban esperando el cargamento. Desde Almaty, la heroína pasaba en avión
hasta Samara, al sur de Rusia, la ciudad de origen de los compradores.
La banda rusa también se quedaba con una parte del cargamento para
venderlo en el mercado local y pasaba el resto a «Yura Serbskoi» («Yura el
Serbio»), un lugarteniente de confianza de un gánster georgiano con base en
Moscú llamado «Jveli». No obstante, a la banda de Samara no se le pagó;
esa transacción era una retribución por una deuda adquirida el año anterior,
cuando la policía incautó un cargamento similar. La droga se trasladó en
tren hasta Moscú con la supervisión de «Yura». «Jveli», en realidad
trabajaba con dos socios: «Seriozha», un gánster de Kaluga, y «Mijaíl
Taksista», «Mijaíl el Taxista». Llegados a ese punto, «Parovoz» volvió a
entrar en escena para comprobar la pureza de la heroína restante y
asegurarse de que las cantidades eran correctas. Los socios se repartieron el
cargamento. «Seriozha» regresó con su parte a Kaluga para que su banda la
vendiera directamente o comerciara con otras bandas locales, mientras que
«Jveli» y «Mijaíl» decidieron intentar alcanzar el mercado europeo.
Carecían de contactos directos, de modo que «Parovoz» —de nuevo por un
módico precio— los puso en contacto con otro gánster de Moscú, «Vadik»,
que tenía un socio en Varsovia con quien traficaba regularmente.
A lo largo de todo ese proceso tenía que haber una seguridad operacional
ante las bandas rivales, las fuerzas de la ley y los miembros de las bandas.
Debía existir una coordinación cerrada para gestionar las entregas y limitar
el tiempo que la droga permanecía en el trayecto, ya que en ese momento es
vulnerable y no proporciona rédito alguno. En este caso, el viaje de
Tashkent a Moscú se realizó en solo nueve días. Es más, dado que el
principal beneficio se da en la parte inferior de la cadena, donde la droga se
vende cerca de los camellos, y los mayores costes se producen en la
superior, donde es comprada inicialmente, tiene que haber una fe en la
distribución equitativa de los ingresos. Dirigir ese complejo proceso con
éxito y de manera provechosa incita así a mantener relaciones a largo plazo.
Existe un potencial de beneficios enorme, pero el tiempo y los riesgos que
implican esas relaciones desde un principio son considerables. Tras haberlo
conseguido, el incentivo es mantener esas relaciones secuenciales, algo que
suele requerir la subordinación de la autonomía individual de las bandas a
la empresa colectiva. Con el tiempo se ha producido una tendencia a que las
operaciones efectivas duraderas estén cada vez más unificadas y, en
particular, a que se establezcan una serie de reglas y procedimientos. Del
cumplimiento de esas reglas se encargará algún cuerpo coordinador
compuesto de terceras partes de confianza a las que se paga por esa función
(es el trabajo clásico de un vor v zakone) o, con mayor frecuencia, de un
consejo de representante de todas las bandas participantes, En este caso,
«Jveli», «Mijaíl Taksista» y «Behruz» conformaban ese consejo regidor no
oficial. Pagaron a «Parovoz» con una parte del botín entre todos por el
cumplimento de esa función, ya que les convenía mantener la «honradez»
del proceso. Al fin y al cabo, habían dilapidado mucho tiempo, dinero y
capital social en el establecimiento de esa ruta y querían que perdurase en el
tiempo.

EL «GRUPO NUCLEAR» Y TAMBÓVSKAIA

Petersburgo, capital criminal de Rusia.

Eslógan utilizado por el partido de la oposición en la campaña para la reelección de VLADÍMIR


30
YÁKOVLEV en San Petersburgo el año 2000

El «grupo nuclear» y la «red criminal» son los principales modelos en las


estructuras rusas más grandes y de mayor importancia. Son similares, y la
diferencia esencial estriba en que tengan un grupo constituyente dominante
que no esté interesado en la gestión de cada aspecto de las operaciones
diarias de los miembros de la estructura, pero que sí espere obediencia
cuando se decide a imponer su autoridad. Con todo, se trata de un liderazgo
cuya afirmación y mantenimiento resulta difícil y a menudo peligroso. Por
ejemplo, en 1994, el padrino georgiano Otari Kvantrishvili intentó
transformar su indudable estatus como capo individual más importante de
Moscú en un dominio de la red en la que operaba, con fatales resultados
para su persona.
Las redes de «grupos nucleares» son, por tanto, una rareza. En el
momento de redactar este escrito el mejor ejemplo de ese modelo parece ser
el grupo predominantemente georgiano de Tariel Oniani, del cual se hablará
en el capítulo 11. No obstante, especialmente en sus inicios, el grupo
Tambov de San Petersburgo (o Tambóvskaia) ofreció un buen ejemplo
particular de organización de ese tipo, así como del paso de banditi hacia la
élite del empresario-criminal.31 Fue fundado en 1988 por «Valeri el
Babuíno» y Vladímir Kumarin (más tarde conocido también como
Barsukov, cuando adoptó el nombre de soltera de su madre), oriundos
ambos de la región de Tambov, unos 500 kilómetros al sudeste de Moscú,
pero que vivían y trabajaban en San Petersburgo (entonces aún llamada
Leningrado). «El Babuíno» era boxeador y atrajo una cohorte de matones y
luchadores de artes marciales del mismo estilo como núcleo duro inicial de
la banda, pero Kumarin era quien proporcionaba una dirección y sentido de
los negocios. Gracias a él, pasaron rápidamente de la extorsión al robo
organizado y el tráfico de drogas para introducirse en el sector privado al
alza de la época de las cooperativas de Gorbachov. Como consecuencia, el
grupo adquirió desde un principio una estructura de apariencia tan legal
como abiertamente delictiva. Lo más irónico es que también fue otro de los
beneficiarios no intencionados de la relajación de la censura de Gorbachov.
El periodista de la televisión local Alexandr Nevzórov divulgó exclusivas
sensacionalistas sobre los «Chicos Tambov» que les dieron fama y tuvieron
el retorcido efecto de establecer su reputación de eficacia y crueldad.32
Estas dos cualidades son activos muy poderosos en el ámbito criminal. El
resultado fue que el grupo creció rápidamente. Sobrevivió a una guerra
territorial contra la banda rival de mayor tradición Malishévskaia. Se
embarcaría después en lo que en términos de negocios sería una adquisición
apalancada de ese grupo, pero su verdadero reto consistía en gestionar su
éxito y la consiguiente expansión apresurada. Creció con tal rapidez e
incorporó miembros tan dispares, y a menudo competidores, que el
conflicto era prácticamente inevitable. En 1993 se produjo una lucha interna
por el poder que duró dos años, pero condujo a la consolidación de la
organización bajo el mandato de Kumarin, a pesar de que perdió un brazo
tras un intento de asesinato fallido en 1994. Su objetivo era dotar a la red de
una disciplina y cohesión renovadas y alejarla de sus raíces en la
delincuencia callejera.
A finales de la década de 1990, la organización se había convertido en el
grupo dominante de la ciudad. En tanto que anteriormente la extorsión por
la protección era vista simplemente como un medio para conseguir pagos
por parte de los negocios locales (solían exigir entre el 20 y el 30 por ciento
de los beneficios de sus objetivos), ahora se convertía en un arma para
obtener el control de ellos. Tambóvskaia tendía progresivamente a la
creación de sociedades, ya fuera para implantar nuevos negocios o para
invertir en los existentes. Estas empresas no servían solo como tapaderas
para los estafadores criminales, sino que también operaban en el sector
legítimo. Por ejemplo, las firmas de seguridad privada del grupo empleaban
a ejecutores de contratos de Tambóvskaia que tenían así una excusa legal
para portar armas, pero también proporcionaban verdaderos servicios de
protección a sus clientes. De hecho, según uno de sus antiguos usuarios,
demostraban tener muy buena relación calidad precio: «Era más caro que la
cuota habitual que pagabas en el mercado para que te mandaran a un
expolicía gordo, pero en la práctica todos sabían que gracias a ello estarías
bajo el “tejado” de Tambov, así que nadie intentaría robarte».33 De esa
forma, el Tambóvskaia estaba a la vanguardia de la tendencia general en
Rusia, según la cual el poder del hampa pasaba de los vorí a los avtoriteti.
La organización se atrincheró en particular en los sectores locales de la
energía y el transporte, y, según se dijo, se apoderó de la Compañía de
Combustible de San Petersburgo (PTK) aparentemente sin oposición alguna
por parte de la administración.34 En 2001, el ministro de Interior Borís
Grizlov afirmó que Tambóvskaia controlaba hasta cien empresas
industriales en San Petersburgo, así como participaciones fundamentales en
los cuatro puertos principales del noroeste ruso: el propio San Petersburgo,
además de Arjánguelsk (Arcángel), Kaliningrado y Múrmansk.35 No
obstante, igual que sucedió con la expansión de la década de 1990, esto
demostró tener sus desventajas. A medida que los líderes de Tambóvskaia
adquirían más negocios legítimos, se veían obligados a operar bajo los
estándares legales y se ampliaba la brecha entre los avtoriteti y los banditi
de base. La legitimidad y el poder político que ganaban los líderes de
Tambóvskaia en el entorno legal —Kumarin/Barsukov se granjeó incluso el
nombre de «gobernador nocturno» como administrador en la sombra de la
ciudad— la perdían en el hampa.
El resultado fue una nueva guerra de bandas. En 1999, el político local —
y protector de Tambóvskaia— Víktor Novoselov fue asesinado como
consecuencia de la colocación de una bomba lapa en el techo de su coche
oficial cuya explosión lo decapitó. Otro de sus aliados era el propietario de
clubes nocturnos Serguéi Shevchenko, que se presentó a las elecciones y
había admitido públicamente con orgullo: «¡Por supuesto que estoy
respaldado por el dinero del crimen! ¡Soy un bandido!». Shevchenko fue
detenido y acusado de extorsión.36 Moriría posteriormente en Chipre en
2004, aparentemente a manos de un asesino a sueldo. Al enfrentarse a las
acusaciones de que San Petersburgo estaba convirtiéndose en un foco de
crimen organizado —unas afirmaciones que obstaculizaban las inversiones
y avergonzaban al nuevo primer ministro ruso que pronto sería nombrado
presidente, el autóctono Vladímir Putin— las autoridades comenzaron a
imponer cierto nivel de orden. La PTK, que hasta ese momento había sido
una sociedad anónima cerrada, pasó a ser sociedad anónima abierta y se
emprendió un proceso para depurarla de la influencia de Tambóvskaia.37
Kumarin/Barsukov fue detenido inesperadamente en 2007 y condenado dos
años después bajo las acusaciones de fraude y lavado de dinero negro a una
pena de catorce años de prisión.38
Los avtoriteti orientados a los negocios siguieron dominando la
organización, pero tuvieron que aceptar que carecían de la capacidad para
dirigir la banda como un negocio único integral y también que no podían
apartarse totalmente de sus raíces en la delincuencia callejera. Tampoco
podían permitirse dar la impresión de desafiar al Estado. El resultado es que
el nombre de Tambóvskaia apenas es pronunciado en San Petersburgo, a
pesar de que la red sigue desarrollando un papel fundamental, no solo en la
ciudad y en la circundante región de Leningrado, sino también en todo el
noroeste ruso. Sus operaciones se extienden unos mil kilómetros al norte
hasta Múrmansk, unos setecientos kilómetros al nordeste hasta Arcángel y
casi mil kilómetros al sudoeste hasta Kaliningrado. Ha delegado
principalmente en numerosos grupos y operadores pequeños y se ha
introducido en nuevos negocios como la metanfetamina y la mercancía de
imitación. El papel que desempeña el núcleo actualmente parece ser la
resolución de disputas, la protección de la red en su conjunto
(especialmente ante las incursiones de los nativos de las «tierras altas» del
norte del Cáucaso) y la gestión internacional del flujo de mercancías —
drogas, personas, coches robados, mercancía falsa— y dinero.
De hecho, en cierto modo, el papel principal del núcleo es operar en el
extranjero. Muchos de los líderes de Tambóvskaia (o Tambóvskaia-
Malishévskaia)39 han acabado operando en España, y puede encontrarse a
otros en Alemania, los estados bálticos y más allá. No es que la violencia y
la coacción hayan dejado de ser factores decisivos, pero el núcleo mantiene
su influencia sobre esta difuminada red (que se ha diluido hasta el punto de
que no tiene mucha identidad distintiva) mediante el control del acceso al
dinero, las oportunidades y el estilo de vida que encuentran en el extranjero.
Los banditi pueden ostentar cierto poder en casa, pero, según un agente de
policía español: «Si quieren entrar de lleno en las actividades de
Tambóvskaia en el extranjero tienen que contar con la simpatía de los
avtoriteti».40
De cualquier manera, en caso de que pierdan esa posición como
guardianes de la frontera, los avtoriteti solo mantendrán el control en casa si
tienen el dinero para corromper a los funcionarios y pagar a los banditi.
Ahora que los funcionarios se enfrentan a la campaña anticorrupción de
Moscú, con los beneficios procedentes de los delitos de cuello blanco en
peligro y los banditi sintiéndose más fuertes, es posible que la red
Tambóvskaia vuelva a negocios más violentos y descaradamente
criminales, especialmente el tráfico de drogas y personas. No obstante, si
basa sus esperanzas en los contactos, los activos empresariales y las
aptitudes desarrolladas durante los años en que los avtoriteti ostentaban el
poder, sus días podrían estar contados. Es posible que quede fragmentado o
sea reemplazado por otras estructuras más novedosas. Tambóvskaia como
organización podría estar en vías de extinción.
LA «RED CRIMINAL» Y SÓLNTSEVO

El sindicato del crimen ruso más poderoso en términos de riqueza, influencias y control
financiero […], [cuyo] liderazgo, estructura y operaciones ejemplifican la nueva hornada
de criminales rusos que surgieron con la ruptura del sistema soviético.

Informe sobre la Evaluación de la Amenaza del Crimen Internacional, Gobierno de Estados


Unidos (2000)41

¿Qué sucede cuando tu organización tiene tanto éxito que su tamaño es


imposible de gestionar? La tendencia natural ha sido que las estructuras
converjan entonces en la «red criminal» real, cuyo mejor ejemplo es la
ignominiosa red Sólntsevo, o Sólntsevskaia. Su nombre procede del
suburbio moscovita del que surgió y ha crecido de una manera continuada,
aunque podría decirse que ese proceso le ha hecho perder gran parte de su
foco e identidad. Comenzó como un «grupo nuclear», pero ha pasado a ser
una estructura más difusa en la que hay miembros fuertes y débiles, pero
nadie ostenta un control real.42
Sólntsevo fue fundada a mediados de la década de 1980 por dos
gánsteres relativamente jóvenes que respondían a los apodos delictivos de
«Mijás» y «Avera». Ninguno, curiosamente, era vor v zakone.
Representaban una avanzadilla de los avtoriteti rusos, empresarios
criminales a quienes interesaba mantener la discreción al mismo tiempo que
maximizaban los beneficios. Con todo, tuvieron la fortuna de servirse de las
raíces criminales de la ciudad, en especial reclutando a miembros de la
banda de Guennadi Karkov, «el Mongol». Karkov había sido uno de los
capos del hampa de Moscú, tal vez el más importante, hasta su detención y
condena por una acusación de extorsión mediante uso de la violencia en
1972. Pero su banda permaneció en funcionamiento mientras él estaba en la
cárcel y representaron un activo formidable para «Mijás» y «Avera» en su
ascenso al poder, permitiéndoles aprovechar la reputación y la fuerza bruta
que esta tenía en el hampa.
Gracias a ello consiguieron atraer a Viacheslav «Yapónchik» Ivankov, el
famoso vor v zakone de la vieja escuela. Ivankov, exboxeador, había sido
condenado a catorce años de trabajos forzados en 1982 y fue «coronado»
formalmente como vor v zakone por sus pares en la cárcel. Mientras tanto,
Sólntsevo también formó una alianza con Serguéi «Silvestr» Timoféiev y su
banda, Oréjovo, otra potencia en auge. El núcleo duro de Oréjovo (u
Oréjovskaia), fundada en 1988, lo formaban jóvenes deportistas y
excombatientes militares. Lo que les faltaba en aptitud empresarial lo
compensaban con su habilidad para usar la violencia con un entusiasmo
desmedido. Como tales, representaban el complemento ideal para el
imperio de los negocios en expansión de Sólntsevo, generado con el
respaldo de las reformas de Gorbachov.
En aquella época estaba surgiendo un conflicto en el hampa moscovita
entre los eslavos y los «montañeses» del Cáucaso. Sólntsevo, especialmente
desde su vinculación con Oréjovo, asumió un papel cada vez más influyente
como red coordinadora de facto de las bandas rusas. Su habilidad para
combinar los negocios con las cualidades diplomáticas de los avtoriteti y la
implacabilidad y brutalidad de los vorí se hizo más notoria cuando Ivankov
fue liberado a principios de 1991. Fue él quien lideró el contraataque contra
los «montañeses», utilizando su autoridad en el vorovskói mir para reunir
apoyos de bandas en todo el país. A finales de año se había resuelto una
suerte de paz incómoda entre ambos bandos.43
Incluso después de que cediera la amenaza «montañesa», la mayoría de
bandas eslavas de Moscú aceptaron el papel de Sólntsevo como
protagonista entre iguales. Sólntsevo controlaba directamente las
operaciones del hampa en el sudoeste de la ciudad y algunas zonas del
centro, pero Oréjovo decidió romper, irritado con el enfoque discreto que
prefería mantener «Mijás». Oréjovo se hizo famoso durante un tiempo por
su uso de la violencia y su disposición para incumplir por igual las leyes y
las convenciones del hampa, pero Timoféiev fue asesinado en 1994, y la
banda se fragmentó. La mayoría de estas facciones fueron incorporadas a
Sólntsevo, sobre todo después del asesinato del sucesor de Timoféiev, Ígor
«Max» Maximov, en 1995.
Estaba claro que las bandas irredentas de la ciudad no aceptarían a
ningún jefe supremo único. El padrino georgiano Otari Kvantrishvili había
sido asesinado en 1994 fundamentalmente por sus ambiciones de construir
un imperio en Moscú. Por otra parte, los beneficios a obtener en una
economía del hampa ordenada —así como la necesidad de mantener el
equilibrio entre los eslavos y los «montañeses»— significaba que sería útil
disponer de alguna forma de arbitraje. Esa era la función que Sólntsevo
podría cumplir. A mediados de la década de 1990 se había convertido en la
agrupación dominante de Moscú, junto con el combinado más localizado y
jerárquico Izmáilovskaia-Goliánovskaia y las agrupaciones dominadas por
chechenos, tales como las bandas Tsentrálnaia, Avtomobílnaia y
Ostánkinskaia.
Lo que es más, Sólntsevo expandió su red de contactos y miembros en
toda Rusia. La red Sólntsevo era como un explotador pionero y entusiasta
de las oportunidades que abría la torpe y desregulada adopción de economía
de mercado de Yeltsin. Se introdujo en la banca y las finanzas. La ética de
los negocios promovida por los fundadores de la red no impidió en absoluto
que Sólntsevo estuviera implicada en extorsiones violentas y protección
forzada, pero sí implicaba que en muchos casos esa krisha era más que una
tasa exigida mediante el uso de la fuerza y las amenazas. Sólntsevo
estableció un papel como agencia seudoestatal para el cumplimiento de los
contratos. Dado que los juzgados arbitrazh rusos responsables de los casos
comerciales de la década de 1990 estaban saturados y eran ineficientes y
corruptos, recuperar los impagos o recibir indemnizaciones por rupturas de
contratos podía suponer un proceso incierto y prolongado. Sólntsevo, por su
parte, podía ofrecerse a resolver tales disputas a su propio modo por una
parte de la suma en cuestión (que solía ser una imbatible cuota del 20 por
ciento) de manera discreta y mucho más eficiente. De tal forma, Sólntsevo
no solo se beneficiaba de las ineficiencias del Estado ruso, sino que
transformaba una relación eminentemente parasitaria en una sociedad activa
con las mismas compañías a las que extorsionaba.
El éxito llama al éxito, y Sólntsevo continuó creciendo, sobre todo
gracias a la caída del rublo en 1998, que abocó prácticamente a la
bancarrota a muchas bandas locales y las llevó a buscar socios más
poderosos y solventes que pudieran financiar sus deudas. En la década de
2000, aunque la red Sólntsevo estaba principalmente asentada en Moscú y
las regiones circundantes, incluidos los distritos de Tver, Riazán, Samara y
Tula, también contaba con concentraciones particulares de grupos
constituyentes en Nizhni Nóvgorod, Kazán y Perm. Más allá estaba también
presente en Ucrania (especialmente en Crimea y en la región de etnia rusa
de Donetsk), Lituania, el norte de Kazajistán de etnia rusa, así como en
Europa, Israel y Estados Unidos.
Sin embargo, esa expansión la convertía en un gruppirovka cada vez más
indeterminado. Sus fronteras se hicieron permeables, con bandas que se
afiliaban a ella al mismo tiempo que mantenían sus vínculos e incluso su
prioridad de alianzas con otros combinados del hampa. Por ejemplo, a
través de un teléfono pinchado a un miembro establecido en Europa, se ha
sabido que este expresaba su incapacidad de contactar con miembros de la
red en Moscú cuando su principal contacto cambió su proveedor de
telefonía y su número de teléfono.44 No había un obschak común, a pesar
de que algunas de las bandas y brigadi que la componían sí contaran con
uno, debido a los problemas que conllevaría administrar un fondo de esas
características y recolectar las deudas de miembros que están al otro lado
del país —o del mundo— y que podrían no tener a Sólntsevo como su
alianza prioritaria.
Sólntsevo se convirtió entonces en una verdadera red de bandas más
pequeñas, empresas criminalizadas, e individuos que se preocupaban
primordialmente por sus operaciones personales y cuya interacción con el
resto de la red podía ser mínima durante gran parte del tiempo. En cierto
sentido, esas redes se asemejan conceptualmente más a clubes: la
membresía tiende a ser informal, se confiere a través de los contactos y el
patrocinio de individuos clave. Algunos de esos sujetos son jefes de
poderosas brigadi de la organización, pero otros simplemente tienen la
riqueza, el carisma o los contactos para ostentar esa autoridad. Los vínculos
pueden ser continuados u ocasionales, fuertes o débiles, tensos o armónicos.
Pueden estar basados perfectamente en un sentimiento: aunque la banda
Oréjovo ya no existe, todavía hay un núcleo perceptible de criminales que
solían trabajar para Serguéi Timoféiev y siguen manteniendo un estrecho
vínculo, tanto por los viejos tiempos como por razones prácticas. Lo
fundamental, no obstante, es que durante al menos una década ha sido
imposible hablar de Sólntsevo como una organización que haga realmente
algo. No hay control central ni disciplina real que sirva más que para
expulsar o castigar a quienes rompan las reglas informales de la red. El
éxito de Sólntsevo ha sido tal que ha trascendido el nivel de organización
criminal.
De modo que, independientemente de lo que pueda añadirse, Rusia
cuenta con un intrincado ecosistema criminal. Desde las pandillas callejeras
y las brigadi de poca monta a las redes transnacionales, su crimen
organizado se ha expandido para llenar los huecos y aprovechar las
oportunidades, no solo en Rusia, sino a lo largo de las cadenas de
comunicación del comercio, la inversión, la migración e incluso la cultura
que gobiernan el mundo. Es más, incluye en su seno subculturas
especializadas, caracterizadas por raíces profesionales y étnicas, y a ellas
nos referiremos en el siguiente capítulo.
10

LOS CHECHENOS: EL GÁNSTER DE GÁNSTERES

Al lobo nunca le importará que las ovejas sean numerosas.

Proverbio ruso

Borz (por razones obvias no usaré su nombre real) era en muchos aspectos
el vivo retrato del checheno taimado de mediana edad: un hombre vivaz que
rondaba los sesenta, con la piel cuarteada y unas profundas arrugas que
indicaban que había sobrellevado una vida dura y expuesta a las
inclemencias del tiempo. Pero el brillo de su mirada y su sonrisa
encantadora, sus movimientos y su forma de hablar, eran tan enérgicas que
parecía alguien más joven, lleno de vitalidad, imparable. También era uno
de los asesinos a sueldo más habilidosos y caros de Moscú.
De todos los sitios en los que podría haberlo conocido, el encuentro se
realizó en una cafetería del aeropuerto de Sheremétievo, todavía medio
cubierto de lonas debido a la absolutamente necesaria reforma, o remont, a
la que estaba siendo sometido, en línea con los deseos de Moscú de dejar
atrás su imagen soviética sin gracia para parecerse más a una capital
occidental deslumbrante. Ese mismo día, un contacto que conocía bien —y
en el cual confiaba— me había llamado para decirme que había una persona
a la que tenía que conocer. ¿Quién? Un checheno, un asesino profesional,
que había pensando en jubilarse y estaba dispuesto a hablar. Una invitación
para charlar con un asesino a sueldo era para mí prácticamente irresistible,
pero, por otra parte, el recóndito segmento de la investigación al que me
dedico me había enseñado el valor de mostrarse cauto hasta el punto de la
paranoia. Ese café en el aeropuerto parecía el lugar ideal para una reunión,
un sitio que no solo era totalmente público, sino que para acceder a él había
que pasar por una cortina de detectores de metales y guardias de seguridad
malhumorados, con la vigilancia de las cámaras y acechado por perros
sabuesos y sus cuidadores.
Resultó que Borz era la simpatía personificada. Cuando sacó una botella
de vodka e insistió en que brindáramos por la salud y la amistad, pero
también por Mahoma y porque la paz y las bendiciones de Alá estuvieran
con él, recordé instantáneamente que, aunque la mayoría de los chechenos
son musulmanes, suelen tomarse la fe a la ligera y con flexibilidad. Se
mostró como una compañía excelente, a pesar de que evitara responder a
ciertas preguntas y de que era un narrador nato. Sus relatos resumían en
muchos aspectos la trayectoria de los chechenos durante las últimas décadas
recientes, cómo se habían convertido en los personajes más temidos (y
mitificados) del hampa rusa, y también los efectos de la opresión rusa.
Según sus propias palabras: «Con los rusos aprendí a querer matar, y ellos
mismos me enseñaron a hacerlo bien».1 Sus historias, de tanto ser contadas,
habían pasado por un indudable proceso de refinación y apenas resultaban
creíbles, así que unos días después, cuando tuve la oportunidad de
mencionar su nombre y algunas de sus afirmaciones a un agente de la
División Principal de Investigaciones Criminales de la policía de Moscú,
medio esperaba que me dijeran que se trataba de un simple Walter Mitty
caucasiano con la astucia suficiente para contarle historias a un occidental
ingenuo con objeto de que siguiera pagándole copas. El agente me miró con
seriedad: «En absoluto, todo eso es cierto. Si acaso se habrá ahorrado las
historias que tienen verdadera importancia. Es un hombre serio, muy
serio».2
NACIDOS DE LA SANGRE

No nos derrumbaremos, no lloraremos; jamás olvidaremos.

Inscripción en un memorial a las víctimas de la deportación, en Grozni

Los chechenos, un pueblo cuyo animal nacional es el lobo, se enorgullecen


perversamente de las miserias que han sufrido, y con razón, ya que han
sobrevivido indómitos y sin derrumbarse. La década de 1990, que fue
testigo de una vuelta a su lucha intermitente por la independencia, también
lo fue del extraordinario auge de la bratvá («hermandad») chechena en el
hampa rusa.
Los chechenos, conquistados por el Imperio ruso en el siglo XIX en su
extensión al sur hacia la región montañosa del Cáucaso, se han rebelado
periódicamente siempre que han tenido la sensación de que sus amos
mostraban debilidad o estaban distraídos. Los rusos han reprimido los
alzamientos con brutalidad en cada una de las ocasiones, aplastando las
formas de resistencia, pero sin conseguir extinguir el deseo de
independencia. Stalin, fiel a su espíritu, adoptó la respuesta más exhaustiva
y sanguinaria en 1944, cuando los chechenos aprovecharon la invasión de la
URSS por los nazis para llevar a cabo una nueva serie de alzamientos. El 23
de febrero —coincidiendo con el día del Ejército Rojo en el calendario
soviético—, todos los habitantes de la población chechena, junto con sus
primos étnicos, los ingusetios, recibieron órdenes de presentarse ante las
oficinas locales del Partido. Ese fue el comienzo de la Operación Lenteja, la
deportación forzosa de dos naciones completas —hombres, mujeres y niños
—, un brutal y violento proceso en el que murieron un número
indeterminado de personas que ronda entre un cuarto y la mitad del
conjunto total de la población. Stalin los diseminó a través de Siberia y Asia
central, y entre los restos humanos de la catástrofe estaban el recién nacido
Borz y su familia. Los chechenos no podrían regresar a su hogar hasta la
muerte de Stalin.
La hermana de Borz murió durante el trayecto en aquel tren atestado y al
mismo tiempo helado. Los vigilantes simplemente arrojaron su cuerpo fuera
del vagón cuando se detuvieron para hacer el recuento de prisioneros. El
resto de la familia llegó hasta Bratsk, al sudoeste de Siberia, donde les
dijeron que tenían que permanecer so pena de pasar una condena de
veinticinco años en el gulag. Borz, su hermano mayor y sus padres apenas
sobrevivieron al verano —un verano caluroso, pegajoso y lleno de
mosquitos—, ya que no les habían asignado ninguna vivienda y nadie
aceptaba sus cartillas de racionamiento.
Pero sobrevivieron pese a todas las dificultades. Se apoderaron de una
cabaña abandonada medio en ruinas y cazaban y buscaban comida en las
afueras de la ciudad para alimentarse. En 1947, el padre de Borz consiguió
encontrar trabajo en la construcción del nuevo campo de trabajos forzados
de Angarlag, situado en los alrededores. Por irónico que parezca, el mismo
año en que revocaron el exilio a su familia, 1957, Borz se alistó como
voluntario en el ejército soviético, una decisión que explicaba encogiéndose
de hombros y alegando que era «un trabajo de hombres». Supongo que
como mínimo sería mejor que llevar una vida miserable en Bratsk y menos
frustrante que la prolongada campaña que tuvieron que librar sus padres —
que comenzó con juicios y peticiones al Partido local y acabó con amenazas
y un coche incendiado— para expulsar a la familia rusa que se había
apoderado de la granja que poseían en su tierra natal. Borz se convirtió en
francotirador y soldado de reconocimiento y volvió a casa tras diez años de
servicio con galones de sargento. Allí se convirtió en un buscavidas, un
ejecutor de contratos, ascendiendo en el escalafón del sindicato del crimen
local de Shalí, la segunda ciudad de Chechenia. Según sus propias palabras:
«Una vez que me reuní con mi familia, con mis hermanos, podíamos contar
unos con otros. Luchábamos, vivíamos y nos poníamos en pie juntos».
Y tuvieron un éxito sensacional, aunque fuera a pequeña escala. Su
carrera intermedia fue como la seda, pero, cuando yo lo conocí, había
pasado de ser un miembro del hampa local en la frontera sur a convertirse
en uno de los sicarios más temidos de Moscú. Las muescas que tenía en la
pistola no eran tantas como las de otros personajes como Alexandr Solónik,
cuyo perfil se verá en el capítulo 13, pero como él mismo afirmaba con
orgullo tácito, él no era un torpedo, como se denomina a los asesinos a
sueldo comunes. Él estaba especializado en objetivos valiosos de alto
riesgo: figuras del crimen organizado, por lo general de alto rango. ¿Cuánto
tenían que pagarle para que «pusiera en orden» a un enemigo, como se dice
en la jerga? Borz no respondió a eso, pero, según mis cuentas, vivía bien
con solo uno o dos objetivos al año. El policía que me había expresado su
reticente admiración ante aquel «hombre serio» me recitó una sarta de
asesinatos atribuibles a Borz. Con todo, rumores posteriores me indicaron
que algunos habían sido llevados a cabo por sus allegados más jóvenes,
promesas que operaban en su «franquicia». De modo que su carrera
ejemplifica a la perfección cómo se produjo el ascenso de los chechenos,
que estaban unidos por las fieras lealtades de una minoría desposeída y
perseguida, caracterizada por una resistencia y habilidad en las artes de la
violencia tan colosal que en lugar de avasallar al ciudadano ruso ordinario
acabaron aprovechándose de las otras bandas. Luchaban con tal ferocidad
que las otras bandas preferían pagar a resistir sus ataques.
LOS MONTAÑESES

Nuestro verdadero problema es [la gente del norte del Cáucaso]; nuestros criminales [los
rusos] se están legalizando, pero esos tipos nunca cambiarán.

Agente de policía ruso (2012)3

Cuando se habla con agentes del orden rusos, una de las constantes es su
determinación a hablar de los georgianos, los chechenos y otros cuyos
orígenes están en la región del Cáucaso. Casi podría creerse que son los
culpables de la mayor parte del crimen organizado ruso. Lo cierto es que,
hasta 2004, la etnia georgiana supuestamente conformaba el 35 por ciento
del total de los vorí v zakone de la extinta Unión Soviética, aunque solo
constituían el 2 por ciento de la población.4 Dina Siegel observa, a partir de
un estudio de 2011 acerca de vorí v zakone reconocidos, que la mitad tienen
nombres georgianos y que «según el Ministerio de Interior ruso, más de la
mitad o más de 1.200 vorí v zakone son inmigrantes de Georgia».5 ¿Qué
importancia tiene ese dato realmente? En un tiempo en que el valor del
título vor v zakone está tan devaluado, a los criminales rusos no les
preocupa demasiado tenerlo, pero los georgianos —y otros criminales del
Cáucaso, especialmente los armenios— los compran o siguen ansiando
tenerlo. El número real de esos denominados apelsini («naranjas»), como se
llama a los falsos vorí, importa relativamente poco.
Dicho esto, dada la ínfima proporción que suponen poblaciones como la
chechena (con menos de un millón y medio de habitantes) y la georgiana
(con menos de un millón) en un país con 143 millones de habitantes, resulta
obvio que hay algo característico en el «montañés» (gorets) del Cáucaso.
Los chechenos representan una especie de fuerza aparte. Esto queda patente
al menos en el hecho de que en tanto que los georgianos y otros pueden
presumir de contar con numerosos vorí v zakone, solo hay información de
un checheno que haya formado parte de sus filas en los tiempos en los que
todavía significaba algo, «Sultán Balashíjinski».6 Y no puede decirse que no
sean lo suficientemente criminales, duros o disciplinados para merecer la
«coronación». No obstante, el vorovskói mir nunca les interesó demasiado.
Chechenos aparte, los «montañeses» forman un amplio espectro de
bandas en el que los principales protagonistas a la hora de escribir estas
líneas son dos redes principales: los (antiguos) gruppirovki de Usoyán y de
Oniani, además de un tercero, una banda multiétnica formada por el gánster
azerí Rovshán Dzhaníev («Rovshán Lenkoranski» o «Rovshán de
Lankoran») que quiso cambiar el orden establecido. En mayor o menor
medida, todos se basaban en una combinación de organización social de
clan, una cultura del bandidismo y la venganza, y un feroz sentimiento de
lealtad a sus semejantes más que al país. El hecho de que procedieran de
lugares en los que el Estado solía ser un ente débil o ajeno, o ambas cosas al
mismo tiempo, les sirvió como impulso para resurgir y prosperar. Los
«montañeses», de manera similar a los sicilianos —una comparación que
han utilizado Federico Varese y otros autores —, han confiado durante
generaciones enteras en estructuras para la protección y la resolución de
conflictos paralelas al Estado que sustituían a un gobierno en el que no
confiaban, y eso les ha hecho desarrollar una tradición criminal dañina y
extendida.7 En el próximo capítulo dirigiremos nuestra atención al resto de
«montañeses», pero los chechenos merecen una consideración especial.
Si las bandas eslavas han tenido el dominio político y probablemente
económico del hampa rusa, y los georgianos, el mayor número de vorí —
aunque no el total de individuos—, ¿cuál sería el rasgo distintivo de los
«montañeses» del norte del Cáucaso y de los chechenos en particular? La
respuesta parece ser cohesión y reputación.8 Los criminales chechenos, a
menudo descritos como la chechénskaia bratvá o la «hermandad chechena»
(y ocasionalmente como chechénskaia obschina o «comuna chechena»), no
tienen ninguna estructura formal en común. Aun así, representan una
subcultura criminal distintiva que se aparta de la corriente general del
hampa rusa. Su característica mezcla entre la creación de una «marca»
moderna y la tradición de bandolerismo les otorga un lugar tan poderoso en
el imaginario criminal ruso que ahora tienen incluso «franquicias». Bandas
locales que no están formadas por chechenos compiten —y pagan— por
actuar como representantes locales de estos.
El bandolerismo y la resistencia están profundamente arraigadas en la
identidad nacional chechena, especialmente en la figura tradicional del
abreg (también transcrito abrek), el honorable forajido cuyo pillaje es
impulsado por una venganza legítima o por su rechazo a ceder ante los
crímenes de los poderosos.9 El abreg es una figura autosuficiente y astuta,
un Robin Hood del Cáucaso que suele reunir a su alrededor a una banda de
personajes atrevidos de mentalidad similar, atacando a los ricos, dando de
comer a los pobres, protegiendo al débil y azotando al corrupto. La figura
del abreg, aunque es en esencia mítica, otorga cierto grado de legitimidad al
gánster moderno.

UNA TRADICIÓN DE RESISTENCIA

¿Cuándo dejará de brotar la sangre en las montañas? Cuando crezca la caña de azúcar en la
nieve.

Proverbio de la región del Cáucaso10

Los chechenos y los soldados-colonizadores cosacos lucharon y se atacaron


entre sí desde el siglo XVII. En el siglo XIX, el Imperio ruso se apoderó de la
región del Cáucaso mediante la conquista, la masacre y la deportación
como forma de castigo, que tuvo su culmen con las actuaciones cercanas al
genocidio de Stalin. Las tragedias reales generan un folclore nacional
poderoso, y al papel del abreg como bandido se le sumó el del combatiente
por la libertad de la nación. El de este, posiblemente, sea una batalla que se
demuestre inútil, ya que el Estado, ya sea zarista, soviético o postsoviético,
siempre ha contado con la ventaja de tener una fuerza abrumadora, pero el
espíritu del abreg es precisamente el de presentar una lucha denodada a
pesar de todo. Jasuja Magomádov, el llamado «último abreg», que luchó
contra los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, fue finalmente
asesinado en 1976 a la edad de setenta y un años, cuando un equipo
combinado de la policía y el KGB irrumpió en su guarida. Cuando murió
tras el tiroteo todavía blandía su pistola TT en la mano.
Su espíritu volvió a ponerse de relieve con el derrumbe de la URSS. En
las elecciones presidenciales locales de 1991, los chechenos apoyaron
abrumadoramente a Dzhojar Dudáiev, un oficial del Ejército del Aire
reconvertido en político nacionalista. Los chechenos declararon la
independencia, pero Moscú demostró no estar dispuesto a aceptarla. Los
torpes intentos de presionar a los chechenos para que volvieran a la
Federación Rusa solo sirvieron para que se manifestaran en apoyo de
Dudáiev, lo que acabó provocando dos guerras: en la primera, entre 1994 y
1996, los chechenos consiguieron que Moscú aceptara una autonomía
parcial; y después, la segunda, a partir de 1999, los obligó a volver al redil.
Aunque Rebecca Gould observa acertadamente que ninguno de los líderes
de la resistencia contra los rusos, ya fueran nacionalistas o islamistas, se
definía explícitamente como abreg, puedo decir no obstante por experiencia
propia que los chechenos —sobre todo en Moscú, quizá en un intento de
reconectar con las tradiciones culturales o demostrar que no habían perdido
su identidad— usaban ese término en ocasiones para referirse a líderes
rebeldes disidentes como Shamil Basáiev y Salmán Radúiev.11
En los tiempos zaristas, las aptitudes y ferocidad de los chechenos eran
famosas en los círculos rusos. El general Alexéi Yermólov, virrey imperial
del Cáucaso, fue puesto a prueba especialmente por ese «pueblo osado y
peligroso», y uno de sus oficiales del Estado Mayor admitía que «en medio
de sus bosques y montañas ningún ejército del mundo podía permitirse
menospreciarlos», ya que era «buenos tiradores, de una valentía salvaje [e]
inteligentes en asuntos militares».12 Su capacidad para plantarle cara al
moderno arsenal y la superioridad numérica de los rusos no hizo sino dar
lustre a esa imagen.
Mientras tanto, los «bandidos» también se convertían en una fuerza
poderosa en el hampa rusa más extensa, aunque no tan omnipotentes ni
omnipresentes como sugiere el mito. Durante el mandato de Dudáiev,
Chechenia se convirtió en un feudo criminal virtual. El favoritismo, la
corrupción, el nepotismo, el clientelismo y el localismo florecían al
unísono. Las fuerzas policiales chechenas aumentaron súbitamente, pasando
de los tres mil agentes que habían heredado del período soviético a catorce
cuerpos individuales que reunían a diecisiete mil agentes armados, ya que
se inscribió como «policías» a los sicarios y pistoleros de los clanes.13 De
manera similar, el Banco del Estado Checheno se convirtió en el sueño de
los falsificadores, los estafadores y quienes lavaban dinero negro. Solo en
1992 se malversaron 60.000 millones de rublos (valorados en 700 millones
de dólares en aquel momento) del Banco Central Ruso a través del uso del
avizo. Este consistía en un documento de certificación de fondos utilizado
para gestionar transacciones entre las sucursales del sistema bancario ruso.
Los directores de sucursales corruptos del banco checheno expedían esos
documentos y un cómplice los llevaba a Moscú y sacaba el dinero allí de
acuerdo con ello. Cuando Moscú intentaba después rescatar ese avizo de sus
filiales chechenas, los registros de esas transacciones, e incluso los clientes,
habían desaparecido misteriosamente.14 A Moscú acabó saliéndole por un
ojo de la cara esa continuada pretensión de que Chechenia formaba parte de
la Federación Rusa.
Tras la muerte de Dudáiev en 1996, su sucesor, Aslán Masjádov, realizó
algunos esfuerzos para combatir las formas más descaradas de
bandolerismo. Sin embargo, esos intentos se vieron limitados por su falta de
recursos y autoridad, y perdieron relevancia con la invasión de 1999. El
régimen prorruso actual bajo el mandato de Ramzán Kadírov, a pesar de
afirmar tener el índice de criminalidad más bajo de cualquier región rusa,
está plagado igualmente de relatos creíbles de impunidad, bandolerismo y
corrupción, y, como se argumenta más abajo, podría ser visto en muchos
aspectos como un simple aprovechamiento de los alborotos de Chechenia
para formar un sindicato del crimen estatal individual.15

LAS DOS CHECHENIAS

A Chechenia acudían criminales de todo el mundo que no tenían sitio en sus propios países.
Pero en Chechenia podían vivir perfectamente.

AJMAT KADÍROV, anterior presidente checheno respaldado por el Kremlin (2004)16

Moscú afirmaba estar luchando contra un régimen gansteril en Grozni que


estaba conectado con una diáspora criminal más amplia hacia Chechenia a
través de Rusia, especialmente durante la Primera Guerra Chechena. En
1996, por ejemplo, el ministro del Interior Anatoli Kulikov aseguró que los
líderes rebeldes planeaban enviar combatientes a Moscú para apoderarse de
los bancos y negocios y precipitar así una nueva ronda de guerras
territoriales: «El objetivo de estas guerras de gánsteres inminente es la
desestabilización completa de Rusia».17 Aunque el régimen de Dudáiev
estuviera indudablemente criminalizado, en realidad había una división
asombrosa entre las redes que operaban en Chechenia y las que lo hacían
fuera de la república. Nikolái Suleimánov, el poderoso gánster checheno
conocido como «Joza», lo describió como las «dos Chechenias».18 Existían
conexiones entre ambas, sobre todo a través de los capos, que llegaban a
acuerdos y trasladaban personal de un mundo al otro. No obstante, esas
relaciones eran esencialmente pragmáticas; las bandas chechenas con base
en Rusia mostraban una gran disposición a disimular sus conexiones con su
tierra natal. Esto se debía en parte al miedo a ser identificados por las
autoridades como potenciales quintacolumnistas, pero también reflejaba
una división genuina cada vez más amplia entre los chechenos que hacían
negocios turbios en un contexto más extenso predominantemente ruso y los
que permanecían encerrados en el mundo más pequeño y apretado de la
tradición y la familia en tierra propia. En 1995, Dudáiev pidió a los
padrinos de la bratvá que le ayudaran a financiar su régimen; no solo se
negaron, sino que en una posterior reunión en Moscú prohibieron las
transferencias de dinero, hombres o armas hacia los rebeldes.19 El anterior
jefe de la Guardia Presidencial de Dudáiev, Ruslán Labazánov, se enemistó
atrozmente con el líder checheno en 1993 y se convirtió durante un tiempo
en padrino de las bandas chechenas en Moscú con la tácita connivencia del
Gobierno ruso, precisamente porque se oponía a ofrecer cualquier tipo de
apoyo a Dudáiev.20
Esa división se hizo más grande con el mandato de Putin y durante la
Segunda Guerra Chechena, cuando se le dejó muy claro a la bratvá que
cualquier indicio de apoyo a los rebeldes en Chechenia acarrearía terribles
consecuencias. Es más, la bratvá no estaba nada contenta con el auge del
radicalismo islamista dentro de Chechenia y el movimiento rebelde.
Aunque los chechenos son un pueblo musulmán, la suya suele ser una
forma relativamente moderada del islam, como demostraba Borz. La
búsqueda de dinero, poder y un estilo de vida de altos vuelos no casaba ni
con los ideales puritanos yihadistas, ni lo que es más importante, con un
desafío abierto al Estado ruso y las represiones que eso provocaría. Como
resultado de ello, cuando Al Qaeda quiso procurar armas para sus aliados en
2000, las bandas chechenas se negaron de nuevo a cooperar y los yihadistas
acabaron pagando a bandas de criminales de etnia rusa que introdujeron las
armas en Chechenia utilizando convoyes de aprovisionamiento militar.21
En Chechenia también había muchos «señores de la guerra» rebeldes que
generaban beneficios auxiliares con el secuestro, el bandolerismo y el
tráfico de drogas. Arbí Baráiev, por ejemplo, era una combinación artera de
«señor de la guerra» y jefe de bandidos que afirmaba ser aliado de Dudáiev,
pero básicamente utilizaba su ejército privado para ganar millones con el
contrabando de petróleo, los secuestros y los asesinatos a sueldo. Masjádov
intentaría arrestarlo más tarde, otorgándole la distinción de que ambos
bandos lo tuvieran en búsqueda y captura. A consecuencia de ello, no solo
se concentró en sus actividades criminales directas, sino que se ofreció a los
islamistas como mercenario. Supuestamente, Al Qaeda llegó a pagarle 30
millones de dólares por secuestrar y posteriormente decapitar a tres
operarios de telecomunicaciones británicos y uno neozelandés en 1998, o al
menos se lo prometió.22 Las fuerzas rusas asesinarían a Baráiev finalmente
en 2001, pero, en un interesante ejemplo de la forma en que la confluencia
del crimen y la guerra suele generar extrañas alianzas, sus asesinos
probablemente aprovecharon información local proporcionada a través de
canales alternativos pertenecientes a las fuerzas de Masjádov.
LA «BRATVÁ» EN RUSIA

Los chechenos son la amenaza del crimen organizado más seria a la que nos enfrentamos.
Cuentan con la motivación de su amargo resentimiento contra Rusia, tienen un sentido de
la fidelidad comunal de tiempos pasados y las armas y medios operativos más modernos.

Informe de un mando de la policía rusa (1997)23

Aunque a los agentes de la policía rusa les encanta exagerar sobre la


«amenaza chechena», no solo están en una relativa inferioridad numérica —
representan menos del 1 por ciento de la población rusa, y la mayoría vive
en Chechenia—, sino que sus bratvá continúan conformando una red que,
aunque culturalmente está más cohesionada, estructuralmente es mucho
más difusa que la de sus equivalentes eslavos. Es más difusa en el sentido
de que las bandas que la componen defienden su autonomía con más celo y
cualquier líder que asciende en una cultura de ese tipo suele ser capaz de
comandar solo a su propia banda. Con el resto de la bratvá solo ejercen la
autoridad moral que tiene un abreg exitoso. Por otra parte, están mucho más
unidas, gracias a ese sentir compartido de fiera identidad nacional: aunque
son capaces de generar luchas intestinas muy violentas, la sensación de
estar rodeado de enemigos y, además, que estos sean rusos significa que la
bratvá mantiene siempre un alto nivel de solidaridad. Las disputas suelen
resolverse a través de la negociación y con la intervención de figuras
respetadas de edad avanzada.
El crimen organizado checheno está basado en muchos aspectos en los
propios patrones de su sociedad. Andréi Konstantínov observó que «el
pueblo checheno se vio obligado a desarrollar unas organizaciones internas
del máximo nivel entre todos los pueblos del Cáucaso si quería
sobrevivir».24 Cuando no se trata de bandas pequeñas que se organizan en
torno a uno o varios líderes carismáticos o efectivos, suelen ser compendios
más grandes de grupos de ese tipo. Su estructura característica no es tanto la
de una pirámide jerárquica como la de un copo de nieve, grupos semi-
independientes en torno a un consejo de ancianos coordinador.25 En gran
parte, eso se corresponde con los bloques de los que se compone la
sociedad chechena: la neki, o extensión de la familia, y el teip, el clan,
compuesto de múltiples familias. Ese paralelismo se extiende también al
personal y al reclutamiento. Las bandas más pequeñas tienden a fundarse en
torno al parentesco directo u otros vínculos personales. Por ejemplo, el
grupo con base en Moscú dirigido por el gánster al que se conoce como
«Malik» estaba conformado por un núcleo de veintidós miembros, de los
cuales siete eran parientes directos suyos y nueve procedían de su teip, la
Yaljoi.26 Las agrupaciones más grandes tienden a su vez a aglutinar a varias
de esas bandas más pequeñas, unidas de acuerdo con la zona en la que
operan o a los teips de los que proceden originalmente sus líderes. «Malik»
y su banda formaban parte de la red mayor Ostánkinskaia, una banda que
dominó el barrio al nordeste de Moscú del mismo nombre en la década de
1990 y principios de la de 2000, dirigida por miembros del clan Yaljoi. Esta
concentración tanto en el parentesco como en lealtades personales ayuda
también a explicar la intensa lealtad de los grupos criminales chechenos y
las dificultades que tienen las autoridades para penetrar en ellos y reclutar
informantes.
Aunque eran conocidos desde tiempo atrás en las ciudades del sur de
Rusia, los chechenos solo empezaron a tener protagonismo en el hampa de
Moscú a finales de la década de 1980. El hotel Ostankino se convirtió en el
cuartel general de una banda dirigida por un tal «Magomet el Grande». La
banda de mayor envergadura, Lazánskaia, dirigida por Movladi
Altangeriyev («Ruslán») y Jozh-Ajmed Nujáyev, que después sería
conocida simplemente como Tsentrálnaia («Central»), controlaba los
negocios de protección y el lenocinio en una serie de hoteles y restaurantes
y en el mercado Rizhski. La banda Yuzhnoportóvaia, más pequeña, pero
también más violenta, dirigida por Nikolái Suleimánov («Joza») y Lechi
Altimirov (conocido alternativamente como «Lecho el Calvo» y «Lecho el
Barbas»), operaba en las riberas del Moscova, en el distrito sureño de
Pechatniki.27
Los chechenos solían estar involucrados en el fraude de la protección y
en algo de prostitución, pero se decía que varios, entre los que estaban
Altangeriyev y Kujáyev, mantenían fuertes vínculos con el KGB. En
particular, las agencias de seguridad hacían la vista gorda ante sus negocios
de tráfico de divisas a cambio de información valiosa sobre los turistas y
viajeros con los que se encontraban. A principios de la década de 1990
surgió una cuarta banda, Avtomobílnaia, pero en 1991 detuvieron a
Suleimánov, Altangeriyev y Altimirov, fragmentando la bratvá chechena
justo en el momento en que la lucha territorial se ponía caliente. Con el
tiempo quedarían eclipsados en su mayor parte por las bandas eslavas
(sobre todo, las agrupaciones Sólntsevo, Oréjovo, Liúbertsi y Balashija) y
también por las redes «montañesas» más amplias de Tariel Oniani y Aslán
Usoyán, de las que se habla en el siguiente capítulo. Los chechenos eran
simplemente muy poco numerosos, y enfrentarse a ellos se convirtió incluso
en una marca de virilidad entre los gánsteres eslavos.
En noviembre de 1993, por ejemplo, «Roma el Zarpas», uno de los
líderes del grupo Oréjovo, tuvo un enfrentamiento con gánsteres chechenos
en el parque Tsarítsino de la zona sur de Moscú, como parte de un conflicto
que venía empeorando desde 1991.28 Tras una reunión que salió mal, un
tiroteo se saldó con cinco chechenos muertos. Esta mala sangre condujo a
meses de escaramuzas en los que los chechenos se desentendieron de sus
actividades al sudoeste de Moscú y «Silvestr», jefe de Oréjovo, aumentó
considerablemente su autoridad entre las bandas eslavas por estar dispuesto
a enfrentarse cara a cara con los chechenos en unos tiempos en los que
Sólntsevo seguía haciendo honor a un pacto de no agresión con ellos.29
En parte, la erosión de la posición de los chechenos en Moscú se debió
también a las presiones de la policía; como se ha apuntado anteriormente,
esas bandas eran consideradas como amenaza particular, sobre todo tras el
estallido de las hostilidades en Chechenia. Aparentemente, un informe del
MVD en 1993 predijo: «A pesar de la actual disgregación de los grupos
chechenos, no debería subestimarse la fuerza de la tradición chechena para
unirse y actuar en conjunto en condiciones de emergencia. Es decir,
tenemos que concluir que los grupos chechenos actuarán como un todo
integral en las operaciones y conflictos de mayor envergadura».30
Viéndolo en retrospectiva, se trataba de una afirmación alarmista, pero
comprensible. Preocupados con el hecho de que pudiera impulsar
precisamente el tipo de respuesta de «enarbolar la bandera de la causa
común» que transformara a los gánsteres en insurgentes, Moscú demoró sus
acciones hasta 1995. Después, tras la captura de rehenes masiva en la
ciudad del sur de Rusia de Budiónnovsk, un cuerpo especial conjunto
compuesto por agentes de la policía y del Servicio de Seguridad Federal
lanzó la Operación Vijr («Torbellino»). El objetivo era eliminar o expulsar
de la capital a cualquier banda sospechosa de mantener vínculos con el
régimen checheno. Aunque la mayoría de los grupos sobrevivieron, la
operación desempeñó un papel crucial en el debilitamiento de los
chechenos en Moscú.31 San Petersburgo se convirtió en cierto modo en la
nueva capital rusa para los chechenos, y allí, tal vez en respuesta a ello, se
volvieron especialmente sensibles respecto a su independencia y dispuestos
a la violencia; en palabras de Konstantínov, «en crueldad, osadía, eficacia y
resolución, los “chechenos” de Petersburgo solo pueden ser comparados
con la asociación “Tambov”».32

LOS PROTECTORES DEL NEGOCIO DE LA PROTECCIÓN

Los chechenos nos salimos con la nuestra, y todo el mundo lo sabe. Somos gente de honor:
si decimos que hacemos algo, lo haremos. Y eso también significa que nos vengaremos de
quien nos perjudique. La gente entiende eso y les ayuda a entrar en negocios con nosotros y
con las personas con las que trabajamos.

BORZ (2009)33

No obstante, el fracaso de los chechenos para prosperar del mismo modo


que otras grandes redes demuestra también su determinación clara y
consciente a rechazar la tendencia de la diversificación hacia los negocios y
la política. Algunos chechenos ciertamente acumularon negocios y
propiedades y siguieron el camino del avtoritet. El anteriormente
mencionado Nikolái Suleimánov ganó la mayor parte de su dinero con el
fraude e intentó introducirse en el negocio privatizado hasta su asesinato en
1994. Sin embargo, muchas otras bandas chechenas tendieron a no salirse
de su especialidad principal: el uso de la amenaza y la violencia.
Continuaron estando muy vinculados a la extorsión y al negocio de la
protección, tal vez por permanecer fieles a sus raíces como bandidos. Con
todo, en muchos casos se habían convertido en realidad en los «protectores»
del negocio de la protección, adquiriendo como clientes a redes de bandas
de cualquier procedencia étnica a las que simplemente exigían un impuesto
si no querían sufrir una guerra.
De hecho, esto también podría ayudar a explicar por qué la policía rusa
está siempre dispuesta a exagerar la amenaza chechena: son sus
competidores directos. Según afirmaba el que fuera ministro de Interior
Borís Grizlov, la Dirección Principal para la Lucha contra el Crimen
Organizado (GUBOP) de la policía a menudo acababa siendo también la
«krisha de la krisha».34 De hecho, la gente solía referirse a la GUBOP en
Moscú al estilo gánster como la «Brigada Shábolovskaia», ya que su
cuartel general estaba en la calle Shabolovka. La GUBOP fue disuelta
formalmente en 2001, pero su esencia pervivió en la nueva Dirección para
Lucha contra el Crimen y el Terrorismo (DBOPT). Con este sucedió lo
propio en 2008, pero sus viejas costumbres continúan vigentes en las
nuevas estructuras.
La policía tenía armas y placas, pero los chechenos contaban con algo
mucho más aterrador a su disposición: armas y folclore. Los rusos son, en
cierto modo, víctimas de su propia literatura. Obras del siglo XIX como
Hadjí Murat, de Lev Tolstói, y El prisionero del Cáucaso, de Alexandr
Pushkin promovieron una imagen del checheno, en ocasiones de
admiración y en otras aterradora, como fiero primitivo que jamás se
arrugaba ante la lucha, una impresión que se consolidó con su actuación
durante las guerras chechenas. A consecuencia de ello, se da por hecho
generalmente que, por citar a un individuo de los que viven de las bandas,
«con los chechenos no se bromea. Si los retas, lucharán contigo aunque
sepan que van a perder, y llamarán a sus hermanos, a sus primos y sus tíos y
seguirán luchando. Aunque sepan que van a perder, lucharán igualmente
para que caigas con ellos. Son unos maníacos».35
El hecho de considerar a los chechenos como maníacos implacables e
indómitos viene con un perverso añadido: tiene sentido llegar a un trato con
ellos, incluso aunque la lógica dicte que están en desventaja respecto a
fuerzas y conexiones. Eso en realidad ha contribuido a que la violencia de
bandas relacionadas con los chechenos sea menos común desde mediados
de la década de 1990, por el simple hecho de que no suelen atreverse a
desafiarlos. Aunque esto haya revertido en que no se hayan expandido tanto
como sus homólogos, también supone que hayan conseguido dominar el
nicho en el que eligen operar. Esto resulta patente en el desproporcionado
poder que le otorgan las autoridades en el hampa rusa. Sería fácil atribuirlo
a una consecuencia de la forma en que el Estado y la opinión pública han
demonizado por igual a los chechenos, y algo de cierto hay en ello.
Ciertamente, las personas de etnia rusa, cuando ven a criminales con
apariencia de caucasianos, suelen asumir simplemente que son chechenos,
cuando podrían ser perfectamente ingusetios, osetios o de cualquier otra de
las numerosas nacionalidades regionales del lugar.
Sin embargo, no se trata simplemente de eso: la eficacia y la crueldad de
los chechenos les ha otorgado una poderosa «marca». Y también la
percepción que se tiene de su honor. Como expresó una de sus víctimas:

Muchos tienen miedo de los chechenos, pero una vez que los conoces son muy buenas personas.
Son leales. No te apuñalan por la espalda y son honrados […] Pueden conseguir lo que quieras. Si
necesitaba un permiso de conducir, al día siguiente lo tenía. Si necesitaba ayuda legal o alguien
que solucionara un problema con mi apartamento, también podían ayudarme. Son gente muy
seria.36

Honrados, serios, leales, capaces de hacer cualquier cosa: ¿quién no se


enamoraría de ellos? Desde finales de la década de 1990, esta imagen ha
sido «franquiciada» con una frecuencia cada vez mayor a otras bandas,
muchas de las cuales no tienen chechenos en sus filas e incluso pueden estar
formadas únicamente por eslavos. En conversaciones con Misha Glenny,
llamé a esto la «McMafia».37 Al estar en posición de afirmar que «trabajan
con los chechenos» (esa es la expresión que suelen utilizar) y por lo tanto,
contar con su apoyo en caso de que sea necesario, las bandas adquieren una
considerable autoridad adicional. Las víctimas que podrían pensar en
oponerse a la extorsión tienen más posibilidades de pagar; es menos
probable que las bandas rivales invadan su territorio; e incluso los garantes
de la ley podrían pensárselo dos veces antes de detenerlos. A cambio, las
bandas pagan con una parte de sus ingresos y están subordinadas al padrino
checheno influyente más cercano, que puede recurrir a ello para obtener
algún servicio en el futuro. En este sentido, los chechenos, a pesar de ser tan
tradicionalistas, han abrazado el mercado moderno.

EL IMPERIO DE KADÍROV

Un buen musulmán jamás cometería un crimen […] Soy una persona oficial. No soy un
bandido.

RAMZÁN KADÍROV (2006)38

Los rusos ganaron su guerra en Chechenia haciendo uso de una


extravagante brutalidad, de un arsenal armamentístico abrumador y de los
propios chechenos. La Segunda Guerra Chechena, que comenzó en 1999 y
finalizó en términos oficiales en 2009, cuando Moscú anunció
eufemísticamente el fin de las «operaciones antiterroristas», fue iniciada por
las tropas rusas, pero concluyó en gran parte con el uso de las milicias
chechenas. Muchos eran antiguos rebeldes capaces de capturar a los
insurgentes en las colinas y pueblos según sus propias condiciones. Varias
figuras fueron clave en esa «chechenización», pero las más importantes
fueron Ajmat Kadírov y su hijo Ramzán. Ajmat, anterior líder de los
rebeldes, se había enemistado con Dzhojar Dudáiev y había unido sus
fuerzas al Gobierno de Moscú. Su recompensa fue ser nombrado primer
ministro en funciones de la Chechenia ocupada en 2000, y después,
presidente en 2003. Cuando fue asesinado por las bombas rebeldes en 2004,
su hijo Ramzán era demasiado joven para sucederle en el cargo legalmente,
aunque esas eran las intenciones que tenía Moscú. Este pasó rápidamente a
través de las posiciones de ministro de Interior checheno, primer ministro y
después, cuando finalmente cumplió los treinta años y pasó a ser elegible
según la Constitución, presidente.
Chechenia vive ahora relativamente en paz, pero se trata de una paz
sometida. Por mucho que técnicamente sea una república constituyente de
la Federación Rusa, resulta evidente que Kadírov la maneja con mano de
hierro como si se tratara de su feudo personal. A las fuerzas de seguridad
local se las llama Kadírovtsi, «Kadirovitas», porque tienen que jurar lealtad
a su persona. Incluso las instituciones habituales del Gobierno central, tales
como la policía y el Servicio de Seguridad Federal (FSB) republicanos,
están dominadas por hombres leales a Kadírov. Cuando en 2007 la FSB
local impidió que un grupo de Kadírovtsi armados irrumpieran en su cuartel
general de Grozni, las fuerzas de Kadírov básicamente pusieron el edificio
en estado de sitio y sellaron con soldadura todas las entradas y salidas. El
director del FSB Nikolái Patrushev tuvo que intervenir personalmente para
desatascar la situación, pero desde entonces quedó claro: en Chechenia,
incluso el FSB tenía que responder ante Kadírov.39
Lo irónico es que podría decirse que Chechenia es ahora más
independiente en términos prácticos de lo que haya sido nunca desde la
conquista de los zares, y lo que es más, hace que sean los rusos quienes
paguen por ello. Más del 80 por ciento del presupuesto republicano
checheno está compuesto por subvenciones procedentes de Moscú, ya que
el Kremlin está desesperado por evitar una nueva guerra sangrienta e
impopular en el sur. Aunque los chechenos ordinarios no llegan a
beneficiarse mucho de ello. Ya en 2006, un cable diplomático de Estados
Unidos hablaba de la «corrupción masiva y el bandolerismo promovido por
el estado en Chechenia […] El consejero presidencial Aslájanov nos
comunicó el pasado diciembre que Kadírov expropia para sí un tercio de
toda la ayuda [federal]».40 El dinero se ha dilapidado en extravagantes
proyectos vanidosos, como la construcción de un reluciente centro
comercial al que nadie va y una enorme mezquita dedicada a Ajmat
Kadírov.
Ramzán Kadírov ha alcanzado mágicamente un estilo de vida lujoso.41
Aunque sus ingresos oficiales anuales rondan los cinco millones de rublos
(78.000 dólares), cuenta con un zoológico personal, un hangar de coches de
lujo, entre ellos un Lamborghini Reventón, uno de los veinte que existen en
el mundo, valorado en 1,25 millones de dólares.42 Al parecer, ese dinero
también se utiliza en mantener la felicidad y fidelidad de su familia y
subordinados —que suelen ser una misma cosa, como sucede con su primo
y parlamentario Adam Delimjanov—.43 Mientras tanto, Kadírov ha sido
acusado por la Tesorería de Estados Unidos de supervisar «una
administración implicada en desapariciones y asesinatos extrajudiciales»;
según un informe de Reuters que cita a un alto funcionario del
Departamento de Estado de Estados Unidos, «al menos uno de los
opositores políticos de Kadírov ha sido asesinado siguiendo sus órdenes»,
una alegación que Kadírov insinuó que era una calumnia, pero nunca
desmintió, afirmando desafiantemente en las redes sociales: «Puedo
sentirme orgulloso de no gozar del favor de los servicios especiales de
Estados Unidos […] Estados Unidos no puede perdonarme que haya
dedicado toda mi vida a luchar contra los terroristas extranjeros».44 Los
chechenos de a pie que muestran cualquier falta de entusiasmo hacia su
régimen también desaparecen.45
De modo que siguen existiendo «dos Chechenias». Una, la madre patria
per se, aparece en ocasiones en las rutas del tráfico, incluyendo la heroína
que procede de Afganistán y las mujeres que se envían a Oriente Próximo.
Sin embargo, en realidad es mejor considerarlo como una única operación
criminal de tipo feudal en la que el negocio principal es la malversación de
los fondos del Estado.46 En tanto que Kadírov siga controlando el Gobierno
—y a sus veinte mil Kadírovtsi— y Moscú sienta que no puede permitirse
derrocarlo, la situación tiene visos de continuar. La otra Chechenia, la de la
diáspora criminal, ha desarrollado su propio nicho de mercado singular en
otras partes de Rusia, uno basado principalmente en su reputación como
gánsteres con las manidas virtudes del honor y la venganza implacable. ¿Se
encuentran esos gánsteres de la vieja escuela en un nuevo mundo criminal?
O ¿tal vez, dada la emergencia de la «franquicia chechena» y su capacidad
para convertir al depredador en su presa, son en realidad tan modernos que
aprovechan su tradicional (y a menudo mitificada) imagen para crear una
formidable marca?
11

LOS GEORGIANOS: EL «VOR» EXPATRIADO

Mi patria está allí donde viva bien.

Proverbio ruso

El verano de 2003 fue testigo de toda la pompa y boato de la Iglesia


Ortodoxa y el Estado georgianos que se exhibió en el funeral de Dzhaba
Ioseliani. El funeral tuvo lugar en el cementerio del siglo XIII de la catedral
de Sioni de la Dormición, en Tiflis, donde descansan los anteriores
patriarcas de la Iglesia, y fue oficiado por el actual. Los asistentes
representaban a lo mejor de la sociedad georgiana, encabezados por el
propio presidente, Eduard Shevardnadze.1 A nadie parecía inquietarle que
Ioseliani hubiera sido una de las figuras prominentes del crimen organizado
en el país, un individuo que no solo había dirigido un imperio del hampa,
sino también su propio ejército. Ahora recibía honores del presidente
Shevardnadze, un hombre cuya carrera había despegado realmente en la
época soviética, cuando se lo conocía como «el martillo de la mafia» de
Georgia, el primer ministro de Interior que parecía dispuesto a hacer algo
para cambiar la reputación de permisividad con la corrupción y la
criminalidad que tenía su pequeña república. Había quedado claro desde
tiempo atrás que el paso de los años puede transformar a los gánsteres en
iconos; el caso de Ioseliani simplemente demostraba el poco tiempo que
tenía que transcurrir para ello. De hecho, había sucedido mucho antes de su
muerte. El exitoso escritor Nodar Dumbadze admitió que había basado un
personaje principal de su libro Las banderas blancas — el «vor honrado»—
en su amigo de infancia Ioseliani. El propio autor fue galardonado por el
Instituto Estatal Georgiano del Teatro y del Cine, el cual lo nombró doctor
honorario por sus libros y obras de teatro.2
Justo es decir que Ioseliani, quien en su momento dijo que «en la época
soviética había solo dos caminos: la cárcel o las Juventudes Comunistas. Yo
elegí el primero», no era el típico gánster, pero lo cierto es que Georgia
siempre fue un caso especial incluso para los estándares de los
«montañeses» del Cáucaso.3 Los armenios y los azeríes habían vivido su
diáspora criminal en Rusia, igual que otros pueblos caucasianos norteños de
la Federación Rusa, desde los daguestaníes a los ingusetios. Pero lo cierto
es que a lo largo de la década de 2000 y los inicios de la de 2010 se creía
comúnmente, incluso en el hampa rusa, que los georgianos habían
desempeñado un papel descomedido a expensas de los rusos. Según un
artículo publicado en Izvestia en 2006, los padrinos georgianos componían
casi un tercio de los líderes del hampa en Moscú y más de la mitad en la
totalidad del país. Los eslavos suelen afirmar que se debe a que mantienen
su dominio férreo por la fuerza; como me indicó una «fuente de
información familiarizada con el ambiente criminal», «todos los que han
intentado alzarse contra ellos han sido asesinados […] No permiten que
nuestros chicos lleguen arriba».4 Tal vez eso les haga sentirse mejor, pero
en realidad no se ajusta a la verdad en absoluto.
Los lavrúshniki («hojas de laurel»), como suelen llamar los gánsteres
eslavos a los georgianos, desempeñan un papel importante en el hampa rusa
desde hace tiempo. Sin embargo, nunca ha estado basada su fortaleza tanto
en la violencia y la amenaza como en el emprendimiento y su talento para
alcanzar acuerdos. Con todo, las presiones actuales los empujan junto con el
resto de «montañeses» en tres direcciones diferentes. Hay tres padrinos
específicos que pueden ayudar a ilustrar mejor esas trayectorias: Tariel
Oniani, el constructor de imperios; Aslán Usoyán, el tejedor de redes; y
Rovshán Dzhaníev, el insurgente.

LAURELES: LOS GEORGIANOS EN RUSIA

Recuerdo a la esposa del amigo de mi padre, una mujer muy digna […] que se acercó y me
preguntó: «¿Conoces a algún ladrón de ley? Necesito solucionar un problema». Lo dijo sin
tener idea de lo que me estaba pidiendo, solo sabía que los ladrones de ley pueden
ayudarte.

Académico georgiano (2009)5

Tal vez no sea tan sorprendente que los gánsteres georgianos hayan
mantenido esa buena reputación durante tanto tiempo, ya que la propia
república ha disfrutado —o sufrido— desde hace siglos de una fama como
tierra del buen vino, vida fácil, largas cenas y capos criminales. Los
delincuentes georgianos cruzaban las fronteras entre el bandolerismo rural y
el gansterismo urbano incluso en la época de los zares, y el más célebre
(tristemente) de todos, el propio Stalin, difuminó la línea que separa la
revolución del expolio, como se vio en el capítulo 3. Los niveles de
criminalidad que alcanzó la república con el Gobierno soviético eran
célebres. Era conocida por su corrupción «insuperable […] llevada a cabo a
una escala sin precedentes, con una sin igual osadía y amplitud de miras».6
La caída de la Unión Soviética en la corrupción institucionalizada en las
décadas de 1960 y 1970 supuso que, a pesar de las campañas abiertas contra
la «especulación», la aceptación de sobornos, el desfalco y el robo,
surgieron «clanes criminales organizados de nuevo cuño que unieron a los
criminales profesionales, los agentes del mercado negro —cuyos clientes
eran burócratas del más alto rango— y funcionarios corruptos de los
cuerpos de seguridad».7 La función de los vorí v zakone, conocidos en
Georgia como kanonieri kurdi, era la misma que en cualquier otro lugar:
conectar esos mundos variados. Es más, eran activos y numerosos: según
los datos de la policía soviética, en los momentos finales de la URSS, uno
de cada tres vorí v zakone era georgiano, a pesar de que solo representaban
un 2 por ciento de la población total.8
Aleksandr Gúrov, el criminólogo de la policía soviética que podría
decirse más se esforzó en resaltar el problema del crimen organizado, está
seguro de que ya en la década de 1970 los gánsteres georgianos ocupaban
un lugar destacado tanto en las decisiones como en el sistema. Según
contaba, siempre que las cifras respecto al crimen resultaban demasiado
vergonzantes o existía riesgo de una investigación de orden superior, el jefe
local del Partido «convocaba una reunión con el jefe [de la policía local], el
director [del KGB local] y el capo del crimen local y les decía: “¿Cómo
habéis podido permitir que suban tanto los índices de delincuencia?”. Al
primero de todos al que se dirigía era al capo del crimen, que acometía
inmediatamente las “medidas para reducir los índices de delincuencia”».9
Siguiendo la tradición vivaz de la nación por el mercado negro y los
políticos corruptos, los vorí georgianos fueron los primeros en implicarse en
política con el mayor entusiasmo para aprovechar al máximo las reformas
que hizo Gorbachov en la década de 1980. En gran parte, estuvo propiciado
por la autoridad y la iniciativa de Dzhaba Ioseliani. Vor v zakone,
condenado por asesinato y atraco de bancos, en 1982 convocó una sjodka
en Tiflis en la que abogó, con gran éxito, por que los criminales intentaran
infiltrarse y controlar las instituciones políticas de manera activa. El vor
georgiano no estaba tan apegado en esa época a los códigos tradicionales
del vorovskói mir, y fundaba sus bandas en torno a la familia y los
parientes, traspasando el poder de padres a hijos de una manera dinámica
que las reglas del hampa técnicamente prohíben. No obstante, eso supuso
que fueran capaces de entablar relaciones mucho más cercanas y directas
con la política georgiana basada en el parentesco, por lo que tomaron la
delantera al resto de criminales de otros lugares en la tarea de introducirse
en la madriguera de la élite política.
Ioseliani seguiría desempeñando un papel fundamental en la política
georgiana, un rol para el que su pasado como —según sus propias palabras
— «ladrón conocido y artista desconocido» (tenía claras pretensiones
creativas y escribía tanto novelas como obras de teatro) no parecía suponer
obstáculo alguno.10 Demostró ser tan eficaz en la política y en el arte de la
guerra como en el hampa, y en 1989 fundó un movimiento paramilitar
nacionalista, los Mjedrioni («Caballeros»), que funcionaba al mismo tiempo
como empresa criminal dedicada al negocio de la protección, el tráfico de
drogas, el secuestro y el robo organizado, y como partido político. (Ioseliani
acogía esto con su clásico garbo, diciendo de ella que era «organización
patriótica basada en la tradición de los ladrones».)11 A la cabeza de la
persecución de las minorías osetia y abjasia (y de paso participando en
saqueos), los Mjedrioni también se convirtieron en las tropas de asalto del
emergente demagogo nacionalista Zviad Gamsajurdia. Como suele suceder,
ambos hombres ambiciosos se enemistaron: cuando Gamsajurdia se
convirtió en el primer presidente de la Georgia independiente, hizo que
detuvieran a Ioseliani y lo metieran en la cárcel. No obstante, encerrar a una
personalidad como esa supone tener a un enemigo y prisionero peligroso.
Meses más tarde, fue liberado gracias a un golpe de Estado que hizo huir a
Gamsajurdia, y durante los tres años siguientes Ioseliani desempeñó un
papel poderoso en el nuevo gobierno hasta que volvieron a detenerlo para
después indultarlo. Finalmente, murió de un ataque al corazón en 2003.
De modo que los criminales georgianos eran herederos de una tradición
empresarial excepcional implicada en negocios ilícitos desde años antes que
los avtoriteti. También se beneficiaron de su temprano viraje hacia la
búsqueda de la subversión y el control de las instituciones políticas. Aunque
la carrera de Ioseliani acabara en la cárcel y en la desgracia, también le
permitió ver cómo un vor desempeñaba el papel de gobernante en la sombra
y parlamentario. Esto, a pesar de que la propia rebeldía de los Mjedrioni
minara en parte ese folclore del «buen gánster», representaba un poderoso
ejemplo. Muchos de los criminales georgianos escogieron operar en Rusia
durante las décadas de 1990 y 2000, especialmente tras la caída de
Ioseliani, bien a causa de las oportunidades que ofrecía o porque sus raíces
eran las de la comunidad de expatriados georgiana. Otari Kvantrishvili,
cuyo perfil se ha descrito en el capítulo 8, no era más que uno entre
muchos.
No obstante, los políticos georgianos también suponen una justificación
mucho más directa para el elevado número de lavrúshniki presentes en el
hampa rusa contemporánea. Tras la Revolución de las Rosas, que acabó con
el presidente Shevardnadze, después de unas disputadas elecciones, el
Gobierno del nuevo presidente Mijaíl Saakashvili se embarcó en una seria
campaña contra los vorí inspirada en las lecciones de la lucha italiana
contra la mafia. La mera pertenencia al kurduli samkaro («mundo de los
ladrones» en georgiano) fue criminalizada. Las propiedades de los vorí v
zakone podían ser incautadas y estos eran encerrados en prisiones de
máxima seguridad, donde eran aislados del resto de los presos. Entretanto,
se realizó una purga masiva en el aparato de las fuerzas del orden, en una
campaña de efectos notables contra la corrupción, mientras un programa de
educación de la opinión pública buscaba combatir las extendidas actitudes
que perdonaban la aceptación de sobornos y glorificaban a los gánsteres.12
Los vorí de Georgia, al enfrentarse a la amenaza de la detención, de
castigos severos y de la confiscación de sus bienes, hicieron las maletas y se
marcharon.

TARIEL ONIANI Y LA «PLANCHA» GEORGIANA

Oniani sabe lo que se hace, cómo crear una organización, cómo hacer uso de ella; la
plancha georgiana pasaba por encima de todo.

Criminólogo ruso (2014)13

En la ocasionalmente opaca jerga del hampa rusa, la expresión «planchar la


firma» (utyuzhit firmu) surgió en la década de 1980 como término para
referirse a timar («planchar») a los extranjeros («la firma»). En la de 2000,
su uso se extendió a la explotación de cualquier grupo de foráneos, ya
fueran de una diferente ciudad, banda, etnia o país. Para la década de 2010,
las raras veces que se oía, había empezado a adquirir un sentido más
agresivo, «alisar», en el sentido de obligar a las personas a pagar, quisieran
o no, a través de la intimidación y la extorsión directas. Es un término
adecuado para describir la trayectoria de Tariel Oniani («Taró»), un capo
del crimen georgiano que tal vez se haya convertido en una de las fuerzas
más peligrosas y desestabilizadoras del hampa rusa contemporánea,
precisamente porque le traen sin cuidado las costumbres, los pactos y los
equilibrios que han ayudado, por lo general, a mantener la paz allí durante
años.
En 2006, el fiscal general de Georgia, Zurab Adeishvili, afirmó que no
quedaba un solo vor v zakone en el país; exageraba un tanto el caso, pero no
demasiado.14 Su poder había sido esencialmente destruido, aunque de ahí a
decir que en el país no quedaran criminales o crimen organizado hay un
largo trecho. Obviamente, esos exiliados tuvieron que marcharse a alguna
parte y Rusia fue el destino para muchos. Uno de los que más se
beneficiaron de eso fue Oniani. No obstante, el ascenso de ese padrino
georgiano en particular se había dado en cierto modo a expensas de las
viejas formas del crimen organizado. Abandonó en su mayor parte el hábito
de rodearse de parentela y centrarse en los pactos, o más bien lo subordinó a
la búsqueda implacable del control en el seno de su organización y del
poder en el hampa a nivel general. Se trata de un hombre que no hace
aliados cuando puede hacer súbditos.
La carrera de Oniani se desarrolló a la fuga. Vor v zakone y criminal de
toda la vida —su primera condena por atraco armado se produjo a los
diecisiete años de edad—, Oniani huyó de Georgia en 2004, trasladándose
primero a Francia y después a España. En 2005 se vio obligado a huir de
nuevo ante una orden de detención española. Ya contaba con sustanciosos
bienes y aliados en Rusia, de modo que se trasladó allí bajo el apodo de
«Tariel Mulújov», desarrollando sus actividades con agresividad y
seduciendo a sus compañeros de exilio georgianos. Foráneo, demostró no
tener recelos para invadir el territorio y los negocios de otros e ignorar los
mecanismos establecidos para resolver las disputas entre las bandas.
Ascendió con rapidez, pero se creó enemigos a la misma velocidad. En
particular, emprendió una campaña cada vez más descarada contra el líder
georgiano-kurdo Aslán Usoyán. Existían razones previas para la enemistad,
aunque lo más probable es que Oniani simplemente creyera que Usoyán,
como gánster georgiano de mayor importancia operando en Rusia, era el
enemigo a batir. En 2006, el capo del crimen georgiano Zajar Kalashov
(«Shakró el Joven»), aliado de Usoyán, había sido detenido en España.
Usoyán nombró al vor «Lasha Rustavski» como guardián de los bienes de
«Shakró» y de la obschak del grupo, pero Oniani afirmaba que se le debía
una parte del botín por operaciones conjuntas de lavado de dinero y
contrabando de inmigrantes ilegales. Con «Shakró» sentenciado a siete años
y medio de cárcel, comenzó una lucha general entre la diáspora criminal
georgiana por el control de esos fondos. Oniani consiguió sacar partido de
ello, especialmente al ganarse al violento líder de banda «Merab Sujumsky»
y a su hermano Levon, un notable asesino a sueldo, con la promesa de
compartir la obschak.
Oniani demostró una habilidad particular para explotar y exacerbar las
rivalidades y sospechas inevitables en el hampa. En una época en la que la
mayoría de las figuras criminales destacadas estaban dispuestas a mantener
la paz y concentrarse en los negocios en lugar de en la guerra, Oniani supo
aprovecharse de su intransigencia y su aparente disposición para destruir
toda la estructura. En 2007, su rivalidad con Usoyán estaba llevando a una
serie de asesinatos por ajustes de cuentas que amenazaban con hacer estallar
una guerra de mayor amplitud. En 2008 fueron curiosamente los gánsteres
rusos quienes intentaron poner paz entre ellos. Se concertó una sjodka en el
yate de Oniani, pero este fue asaltado por la policía: se detuvo brevemente a
treinta y siete vorí v zakone que fueron sometidos a la vergüenza de tener
que desfilar ante las cámaras de televisión, aunque al final ninguno fue
llevado a juicio. Se trataba de un mal comienzo para las negociaciones (es
posible que Oniani avisara a la policía precisamente para eso), pero en
cualquier caso, estas se fueron a pique por la negativa de Oniani a llegar a
un acuerdo, incluso después de que fuera asesinado su mano derecha, Guela
Tsertsvadze. Cuando vio que se enfrentaba a la amenaza de que los rusos
apoyaran a Usoyán, Oniani accedió a permitir que el veterano vor
Viacheslav «Yapónchik» Ivankov intercediera para arbitrar la disputa con la
intención de parecer dispuesto a cooperar. Sin embargo, como se explica en
el capítulo 8, Ivankov fue asesinado y numerosos informes han indicado
que «Yapónchik», que conocía a Usoyán, estaba a punto de dictaminar en
contra de Oniani, que silenció a este antes de que pudiera hacerlo.
En julio de 2010, Oniani fue sentenciado a diez años en una prisión de
máxima seguridad por su implicación en el secuestro de un compatriota
georgiano, el empresario «Johnny» Manadze, por quien exigía un rescate de
500.000 dólares.15 Es posible que su detención no resulte del todo
sorprendente, teniendo en cuenta que era uno de los gánsteres más
importantes de Rusia y que también pesaba sobre él una orden de detención
y extradición internacional de la Interpol. Lo más sorprendente es que fuera
retenido (y que se le denegara la posibilidad de fianza, a pesar de que sus
abogados ofrecieron 15 millones de rublos, el equivalente a 480.000
dólares), juzgado y se le impusiera una pena severa.16 Se sospecha que el
Gobierno intentó evitar una guerra de mafias sacándolo de la circulación, o
que esa pena fue «ordenada» —comprada y pagada— por los enemigos de
Oniani.
No obstante, la cárcel no parece haber interferido con la capacidad de
Oniani para gestionar su imperio criminal. El torrente de visitas que recibe
—e incluso llamadas de Skype a través del móvil— parece permitirle
continuar estableciendo políticas y vengándose de sus enemigos. Al fin y al
cabo, la suya es una organización mucho más jerárquica y con una
disciplina más implacable y rígida que las agrupaciones criminales grandes
típicas de Rusia, que suelen seguir el modelo del «grupo nuclear». Oniani
se muestra dispuesto a permitir que muchos de sus asociados tengan una
considerable autonomía, pero espera que compartan su botín con él. Por
irónico que parezca, ese acto ha sido descrito como obschak, aunque lo que
en su momento fue un fondo común para ayudar a los miembros ordinarios
en apuros se ha convertido en el fondo personal del jefe. Lo que es más, esa
autonomía se consideraba un privilegio más que un derecho, y se esperaba
que los miembros del grupo mostraran obediencia absoluta cuando fueran
convocados por Oniani o cualquiera de los de su círculo interno, todos ellos
georgianos. Estos proceden en su mayor parte del clan Kutaisi, el grupo
criminal más grande de Rusia, con unos cincuenta vorí v zakone y
numerosos otros gánsteres entre sus filas, que también opera en Europa.17
El jefe del clan Kutaisi, Merab Dzhangveladze («Dzhango»), parece haber
sido mano derecha de Oniani; de hecho, esa circunstancia provocó que
Usoyán intentara despojarle de su estatus como vor en 2008, aunque en el
mundo criminal actual, más difuso y oportunista el título no signifique
mucho. Esa combinación de tamaño, disciplina y audacia hizo —y en el
momento de escribir estas líneas continua vigente— que la organización de
Oniani fuera, si no la más grande del hampa rusa, probablemente sí la más
peligrosa, dinámica y desestabilizadora.

LOS CHICOS DEL ABUELO HASSAN

Somos personas pacíficas y no molestamos a nadie […] Buscamos la paz, con la intención
de impedir la ilegalidad.

ASLÁN USOIÁN (2008)18

Si la banda de Oniani representa un modelo de crimen organizado


«montañés» disciplinado, centralizado y dominado por un solo líder y una
única etnia, la del padrino criminal Aslán Usoyán («Ded Hasán» o «Abuelo
Hasán), asesinado en 2013, muestra otro diferente. Su organización,
llamada a veces el clan de Tiflis, llegó a caracterizarse por afiliaciones
relativamente difusas y, sobre todo, por su abierto carácter multiétnico; pero
eso solo se daría en el estadio final de la compleja carrera de Usoyán.19 En
ese sentido, representaba un modelo tradicional georgiano —básicamente,
el de la banda como un empresa cooperativa de los negocios del hampa con
vínculos por parentesco y carisma— en su versión de la época moderna.
Todavía está por ver cuánto tiempo sobrevivirá sin su fundador.
Paradójicamente, eso hace que merezca la pena comenzar la historia de
Usoyán hacia el final de sus días, aunque no del todo. Las negociaciones
por la sucesión suponen uno de los momentos más arriesgados tanto para
los padrinos como para las bandas, especialmente para aquellas que tienen
reglas internas relativamente informales y carecen de una jerarquía, clara,
potente y legítima. Los rivales exteriores y la policía pueden intentar
aprovechar el momento de desunión y desconfianza temporal; las luchas de
poder internas se intensifican; los perdedores se someten a las revanchas o
temen las represalias; los ganadores intentan promocionar a sus secuaces y
albergan sospechas acerca de sus rivales. En 2011 daba la impresión de que
Usoyán sería capaz de navegar esas aguas tempestuosas. Se había alzado
como una de las figuras dominantes del complejo mundo criminal
multiétnico de Rusia. Miembro de la minoría kurda yezidí, fue uno de los
pocos vorí v zakone que consiguieron adaptarse al mundo de los avtoriteti.
Había sobrevivido a duras penas a la aniquilación a manos de sus rivales a
finales de la década de 1990 (y a múltiples intentos de asesinato) para
emerger como negociador consumado, capaz de alcanzar pactos con el
Estado, las bandas de etnia rusa, los georgianos y los chechenos.
No obstante, en enero de 2013, salía del Stary Faeton de Moscú, el
restaurante en el que solía combinar cenas con reuniones con aliados,
clientes y peticionarios. Cuando cruzaba el patio interior compartido por
tres establecimientos de ese tipo, un asesino desconocido que lo esperaba en
una ventana superior de un edificio al otro lado de la calle disparó con un
AS-Val, un rifle especialmente diseñado que solo se vende a comandos
rusos. Su primer disparo alcanzó a Usoyán en el cuello. El pistolero se fugó
limpiamente; Usoyán murió en el hospital poco después.20 Básicamente,
Rusia todavía espera al pionero que muestre el camino para alcanzar una
jubilación honorable y una transición suave hacia los escalafones más altos
del hampa.
Nacido en Tiflis en 1937, Usoyán inició su expediente criminal con una
sentencia por carterismo cuando todavía era adolescente. Tras una precoz
carrera criminal en Georgia, vivió y trabajó a lo largo de Rusia y
Uzbekistán. En aquel tiempo ascendió en el hampa y adquirió el rango de
vor v zakone, además de una reputación como criminal astuto. A finales de
la década de 1980 acosaba a los operadores del mercado negro, ganando el
músculo, las conexiones y la riqueza necesarias para prosperar en la era
postsoviética. Con todo, en un tiempo en el que muchas otras
organizaciones criminales adoptaban una estructura de redes, la de Usoyán
—como la de muchos otros criminales caucásicos— era una banda más
convencional de tipología «nuclear», desarrollada en torno al parentesco,
las conexiones personales y la jerarquía.
Sus operaciones se extendieron por la Rusia sureña y central y forjó
relaciones con personajes clave en Moscú —entre ellos, «Yapónchik» y
Alekséi «Petrik» Petrov, jefe del grupo Mazútkinskaia—, así como con toda
una serie de capos locales en ciudades como Nizhni Taguil, Ekaterimburgo
y Perm.21 Curiosamente, Usoyán dejaba muy claro que, aunque procedía de
las regiones «montañesas», no se consideraba uno de ellos. De hecho,
figuras como «Yapónchik» y «Yakutiónok», su capo en Perm, simpatizaron
con él precisamente por esa razón.22
Por el camino, Usoyán se convirtió en uno de los fideicomisos de una
obschak común que todavía existía por aquel tiempo, un banquero del
hampa a efectos prácticos. Uno de los puntos álgidos de su influencia en la
época se dio en 1995, irónicamente cuando fue detenido en una redada de la
policía en una reunión que celebraba en Sochi. Se habían reunido unos
trescientos cincuenta criminales de alto rango, al parecer para rendir tributo
al vor v zakone asesinado Rantik «Sinok» Safarian. En la práctica, se trató
en realidad de una excusa para una sjodka puntual.23 Todos los asistentes
fueron puestos en libertad a falta de pruebas, pero el reconocimiento
público de que Usoyán era el anfitrión de tal evento consolidó su posición
en el hampa. Al año siguiente, el periódico Nezavisimaya gazeta publicó
una tabla de clasificación de las bandas de Rusia —así era la salvaje década
de 1990, en la que el crimen organizado parecía haberse convertido en el
deporte nacional, o cuando menos en fuente de fascinación nacional— que
puso a la agrupación de Usoyán en el tercer puesto, solo antecedido por
Sólntsevo y la Asociación de Ladrones del Extremo Oriente.24
Sin embargo, la visibilidad conlleva también vulnerabilidad. En 1997,
Usoyán volvió a ser detenido, acusado del asesinato de su rival Amirán
Piatigorski. Fue absuelto, pero la muerte de Piatigorski era parte de una
guerra más extensa con «Rúdik», un líder de una banda armenia dispuesto a
hacer que Usoyán perdiera poder en la región caucásica de Minerálnie
Vodi.25 «Rúdik» continuó aplicando métodos directos —Usoyán sobrevivió
al siguiente intento de asesinato en 1998—, pero se percató de que los
ataques más peligrosos suelen ser los más sesgados. Empezó a cuestionar la
administración que hacía Usoyán de la obschak, acusándolo de
malversación y de mala gestión. La desgracia de Usoyán fue que la crisis
económica de 1998 hizo que el rublo se devaluara, y, con ello, también esos
bonos del Gobierno que antes parecían seguros y en los que consistía la
mayor parte de la obschak. Los que antes eran sus aliados se volvieron
contra él, sobre todo porque seguían circulando rumores y sospechas sobre
el uso que le había dado a la obschak de «Shakró el Joven». Durante un
tiempo es posible incluso que se le revocara el estatus de vor v zakone.
Nadie se alía con un gánster que parece ir cuesta abajo. La mayoría de los
lugartenientes de Usoyán desertaron o fueron asesinados, y uno de sus
antiguos conflictos volvió a recrudecerse. A principios de la década de
1990, aunque estaba establecido en Moscú, Usoyán había sido nombrado
smotriaschi (supervisor) responsable de monitorizar las actividades de las
bandas de San Petersburgo y de resolver las disputas. Esta era una
característica propia de los viejos tiempos del vorovskói mir, en los que un
vor v zakone de alto rango podía operar como árbitro local. Con todo, el
hampa postsoviética era un tanto diferente, y, en 1994, Vladímir Kumarin,
líder de la red Tambóvskaia, empezaba a creer que Usoyán intentaba utilizar
ese papel para afirmar su autoridad personal sobre la ciudad. Usoyán se
convirtió así en la última manifestación de una pesadilla clásica en San
Petersburgo: el presuntuoso advenedizo de Moscú que cree poder hacer
valer su fuerza en la «segunda ciudad». Cuando comenzó a debilitarse su
posición en otros entornos, Usoyán perdió rápidamente su autoridad en San
Petersburgo, y sus aliados locales desaparecieron con ella.
No obstante, esos riesgos eran en cierto modo culpa del propio Usoyán.
La perspectiva de una guerra entre mafias que pudiera destruir el hampa
rusa preocupaba a muchos criminales importantes y se dispusieron a
negociar un acuerdo. Es más, el propio Usoyán se percató de que necesitaba
aliados y adoptó una nueva estrategia. Donde antes buscaba subordinados,
ahora buscaba aliados y socios. A finales de 1999 había aceptado un alto el
fuego con «Rúdik». Con objeto de reconstruir su imperio en una línea más
cooperativa y basada en redes, Usoyán necesitaba también encontrar un
principio de unidad que cohesionara al grupo para no recurrir a la lealtad
personal hacia él. Lo hizo mediante el establecimiento de un punto
intermedio entre los tres principales grupos étnicos que dominaban el
hampa eurasiática: los eslavos, los chechenos y los georgianos.
Aunque estuvo relacionado con los grupos criminales georgianos de
Tiflis durante casi dos décadas, las operaciones de Usoyán tenían su base en
Moscú y en el norte del Cáucaso. En realidad, no encajaba con los
georgianos, sobre todo porque cada vez estaban más dominados por Tariel
Oniani. Sin embargo, era capaz de comprenderlos y trabajar con ellos, así
como lo hacía con los rusos y los chechenos. Del mismo modo, aunque
fuera un producto del viejo orden de los vorí, Usoyán era también un
emprendedor y negociador exitoso y astuto, capaz de tratar con los
avtoriteti. Por lo tanto, pudo reinventarse así mismo para explotar un hueco
en el mercado. Podía apelar no solo a los otros «montañeses», sino también
a criminales de cualquier raza, región y especialidad. Los líderes de esa
nueva red iban desde los parientes de Usoyán (incluidos sus sobrinos, los
vorí v zakone «Yura Lazárevski» y Dmitri «Mirón» Chanturia) a los
georgianos, rusos, armenios, azeríes e incluso algunos centroasiáticos.26
También formó una alianza cercana con la banda eslava moscovita
Slavianski.27
La red tenía un alcance considerable. Su núcleo estaba en Moscú
(particularmente en los distritos del norte y el este) y en el área circundante,
y también en Yaroslavl, Urales, Krasnoyarsk, Irkutsk, Krasnodar y las
regiones del norte del Cáucaso. Fuera de Rusia, operaba en Ucrania,
Moldavia, Bielorrusia, Armenia y Georgia, pero no mucho más allá.
Usoyán, gánster de la vieja escuela, no tenía interés en Norteamérica a ese
respecto, y muy poco en Europa, aunque había realizado algunas
inversiones en España, Grecia y los Balcanes, sobre todo en hoteles y
propiedades por el estilo. Con todo, no eran plataformas para operaciones
futuras, sino más bien inversiones para momentos de emergencia.28
En septiembre de 2010, Usoyán recibió un disparo en el estómago en la
zona central de Moscú.29 Sobrevivió, pero se negó a nombrar públicamente
a la persona de la que sospechaba que había ordenado el ataque. En privado,
culpaba a Oniani. Las opciones tradicionales habrían sido contraatacar o
intentar comprar a su enemigo, pero Usoyán, con setenta y tres años de
edad, volvió a cambiar las reglas. Comenzó a despojarse de sus principales
activos y responsabilidades criminales. Al principio se dio por sentado que
se trataba de una estratagema, pero se hizo evidente que era un intento
genuino de gestionar el complejo e inusual proceso de reestructurar su
imperio criminal de manera pacífica y distribuir sus activos en unidades de
negocio relacionadas, pero autónomas.30 «Yura Lazárevski» y «Mirón»
Chanturia asumieron el control diario de la mayoría de las operaciones en
Rusia: «Yura» se encargó de los negocios de Usoyán al norte del Cáucaso y
al sur de Rusia, especialmente de la región de Krasnodar, mientras que
Chanturia se ocupaba de las actividades de Moscú, la Rusia central y la
región de Yaroslavl, a la vez que hizo de portavoz y negociador para
Usoyán en el hampa rusa.31
La idea podría haber funcionado. Ambos herederos de Usoyán, a pesar de
su juventud (entonces tenían veintinueve y treintaiún años,
respectivamente) estaban relativamente bien considerados. Y lo más
importante, se hallaban respaldados activamente por el propio Usoyán y por
su confidente y consejero, el vor v zakone «Édik Osetrina». Sin embargo, el
asesinato de Usoyán en 2013 y la consiguiente transferencia de toda la
autoridad a Chanturia hizo que sus planes entraran en crisis. Aunque el
equipo de liderazgo del gruppirovka Usoyán reconoció formalmente a
Chanturia como nuevo jefe del clan, no daba la impresión de poseer la
autoridad, las habilidades y la credibilidad para ocupar la posición de su tío.
Un detective implicado en el caso expresó sus dudas, observando que el
punto fuerte de Usoyán era su poderosa red de conexiones, «una persona a
quien hizo un favor hace veinte años, otro del que poseía pruebas
incriminatorias […] Con su muerte, esa autoridad se ha perdido. Nadie
escuchará a Mirón».32 A fecha de 2017, el proyecto de Usoyán de gestionar
una transferencia pacífica de su poder parece haber fructificado de manera
póstuma, pero su red se desintegra poco a poco.

EL AUGE DE LOS JÓVENES

Rovshán no es de los que haría eso; vive según las reglas y jamás ordenaría [matar] a un
ladrón.

Primo de ROVSHÁN DZHANÍEV (2013)33

Aparte de Tariel Oniani, el otro principal sospechoso de organizar la muerte


de Usoyán era Rovshán Dzhaníev, un gánster azerí relativamente joven
cuyo auge demuestra una de las problemáticas consecuencias de la relativa
estabilidad del hampa de la década de 2000: el descenso de la movilidad
social. En la década de 1990, los jóvenes gánsteres ambiciosos podían
esperar una rápida promoción, ya fuera gracias a la explotación de nuevas
oportunidades (a menudo arrebatadas a otras bandas) o al asesinato de los
mayores. Sin embargo, a medida que las fronteras territoriales se
endurecieron, se produjeron menos asesinatos y las oportunidades
empezaron a escasear, los ascensos eran más lentos y abundaban menos.
Dzhaníev, descrito en el capítulo 14, emergió como foráneo que intentaba
subvertir el orden establecido, y, como resultado de ello, era un imán para
otros jóvenes criminales insatisfechos y símbolo de una inquietante tensión
generacional.
Si los chechenos y los georgianos dominaban la comunidad «montañesa»
del hampa rusa, es importante tener en cuenta también a otras etnias como
los armenios y los azeríes. El crimen organizado armenio sigue siendo por
lo general un fenómeno discreto en Rusia, e incluso capos como el vor
«Jromói», detenido en Moscú acusado de narcotráfico en 2009, cooperan
más que compiten con sus equivalentes rusos. Eso podría ayudar a explicar
por qué los criminales rusos y armenios del extranjero también parecen
especialmente dispuestos a trabajar juntos. En realidad, se ven obligados a
hacerlo: desde la muerte del importante gánster armenio Ráfik Bagdasarián
(«Ráfik Svo») en 1993, nunca han conseguido mantener la unidad necesaria
para ser protagonistas.34 Los azeríes, no obstante, conforman una
comunidad más identificada, que ha sido capaz de confiar tanto en los
vínculos de parentesco como en la habilidad de sus miembros para ir y
venir de Rusia a Azerbaiyán con objeto de evitar las detenciones y traficar
con mercancías. Así, en muchas ciudades, desde Moscú a Ekaterimburgo o
Vladivostok, comunidades azeríes relativamente pequeñas pero muy unidas
generaron sus propias bandas.
Rovshán Dzhaníev, «Rovshán Lenkoranski» («Rovshán de Lankoran»),
procedía del sur de Azerbaiyán. Tras una carrera criminal que le llevó a
cumplir condenas tanto en Azerbaiyán como en Ucrania, instaló una base de
operaciones en Abjasia, una región de Georgia que está ahora bajo el
control de Rusia, desde la cual parece haber tenido aspiraciones de formar
una red «montañesa» propia. No cabe duda de que no le faltaban ambición
y confianza en sí mismo y su organización criminal desarrolló conexiones
en Azerbaiyán, Ucrania y Moscú. En particular, pareció querer usurpar el
papel que Usoyán desempeñaba en la comunidad «montañesa». Tal vez el
hecho de que muchos de los padrinos azeríes de la vieja generación que
operaban en Rusia estuvieran dispuestos a trabajar con Usoyán hacía que
fuera inevitable.35
Se trataba de una ambición descomunal. Dzhaníev era en cierto modo un
gánster clásico de los que siempre habían creído más en la acción que en la
planificación, un criminal de los que disparan antes de preguntar, y con una
larga lista de asesinatos en su haber. Irónicamente, esa falta de sutilidad
contribuía en realidad a su atractivo para los soldados de a pie del resto de
grupos, impacientes y a menudo frustrados con sus empresarios criminales
superiores. Fue capaz de crearse un mito personal como jefe de bandidos
osado —un abreg, en cierta forma— que recordaba a viejos tiempos más
sencillos y emocionantes.
A resultas de ello, consiguió atraer a una serie de jóvenes criminales
multiétnicos, no solo georgianos, como su mano derecha, Dzhemo
Mikeladze, y abjasianos, sino también daguestaníes, armenios e incluso
rusos, entre ellos Alexandr Bor («Timoja»), antiguo miembro de la banda
de «Yapónchik». El denominador común era que todos estaban
descontentos con el orden establecido. A veces simplemente estaban
perdidos en un limbo criminal. «Timoja», por ejemplo, era en cierto aspecto
un gánster de cuello blanco de nuevo cuño que había dirigido las
operaciones de negocios de «Yapónchik» en Estados Unidos, entre ellas,
manipulaciones de valores en colaboración con la familia Gambino, de la
mafia italiana.36 Sin embargo, en Moscú se encontraba expuesto, no tenía
amistades y necesitaba encontrar nuevos aliados y protectores cuanto antes.
Aunque lo más habitual era que los seguidores de Dzhaníev simplemente no
se ajustaran a las premisas del hampa de la Rusia de Putin, donde el
emprendedor inteligente y profesional era el que hacía y deshacía y el
gánster de la vieja escuela se quedaba estancado en los mandos intermedios.
Según algunos informes, Usoyán había culpado a Dzhaníev por su
intento de asesinato en 2010, aunque tal vez se tratara simplemente de una
forma de evitar las hostilidades con Oniani (a quien había señalado
primero).37 Dzhaníev continuó siendo fuerte en el hampa, a pesar de que se
apartara de la escena regularmente, hasta que se produjo su asesinato en
Turquía en 2016. Su desaparición apenas puede resultar sorprendente, no
solo por el posible papel que desempeñó en la muerte de Usoyán, sino
también porque había desafiado abiertamente el orden establecido.
Aunque su banda no sobreviviera mucho tiempo, el ascenso de Dzhaníev,
más que una causa, era el síntoma de una lucha generacional en progreso y
de las tensiones entre las organizaciones criminales esencialmente
monoétnicas y aquellas más inclusivas. Hacia el final de la Unión Soviética
e incluso en la década de 1990, el crimen organizado de Rusia tendía a estar
estructurado en torno a la etnia. Como en cualquier otra parte, la
modernidad, la movilidad física y social y una mayor compenetración entre
sociedades han roto esas antiguas divisiones. Así como la «mafia italiana»
de la época de la Ley Seca en Estados Unidos incluía a figuras tan poco
mediterráneas como Schultz «el Holandés» y Meyer Lansky, de origen
judeogermano y judeopolaco, respectivamente, el negocio y la búsqueda de
aliados capacitados también rompieron las viejas solidaridades en Rusia.
Cada uno en su estilo, Oniani, Usoyán y Dzhaníev ofrecían diferentes
respuestas a cómo crear algo que encajara con los tiempos sin abandonar
por completo las viejas formas y lealtades que seguían personificando.
Usoyán ofrecía una federación de grupos semiautónomos que se apoyaban
mutuamente, en cierto modo un equivalente «montañés» de las redes que
habían llegado a dominar el crimen organizado eslavo. Dzhaníev congregó
a una alianza de descontentos, ambiciosos y frustrados, para quienes el
deseo común de subvertir el orden existente trascendía a los orígenes
étnicos. Ninguno de ellos tuvo éxito. El modo que prevalece actualmente es
el de Oniani, despiadado y centralizado. Aunque resulta difícil creer que
perviva durante mucho tiempo. Los georgianos, que habitualmente
funcionan en red, empiezan a ser dominados por la máquina implacable de
Oniani, pero, dado que es improbable que intente ascender a un sucesor, y
mucho menos que gestione ese proceso con gracia y efecto, su imperio tiene
también visos de disolverse a su muerte, si es que no sucede antes. Como
observaban los agentes de investigación criminal de Moscú en 2015, «los
[gánsteres] georgianos tardarán un tiempo en descubrir que sus mejores días
han pasado».38
Es posible que las características distintivas de los georgianos fueran el
reflejo de ciertos rasgos culturales, pero en última instancia se debían más
que nada a factores medioambientales específicos: el poder de la economía
informal local en la época soviética, las luchas de poder en la Georgia
posterior a 1991, la expulsión de los vorí, los carácteres de Oniani y
Usoyán.39 Por lo tanto, resulta difícil no concebir esas luchas entre
diferentes modelos como un último aliento brutal y desesperado antes de
que los «montañeses» queden asimilados también en esas redes multiétnicas
del crimen, de los negocios y de la política del hampa moderna eurasiática
que comercian con múltiples mercancías. Resistirse es inútil.
12

EL GÁNSTER INTERNACIONALISTA

Es de los que van a la fiesta aunque no lo inviten.

Proverbio ruso

La década de 1990 supuso tiempos de gran repercusión mediática y horror,


a medida que «la mafia rusa» —que a menudo se ha visto como una
conspiración monolítica única— emergía como tormento adecuado para
reemplazar a la amenaza soviética. El director del FBI Louis Freeh pensaba
que «el crimen organizado ruso representa la mayor amenaza a largo plazo
para la seguridad de Estados Unidos […] Estados Unidos se enfrenta a una
conspiración brutal y sofisticada, bien financiada y organizada».1 Para el
congresista por Illinois Henry Hyde, «este enemigo internacional, la mafia
rusa, es una amenaza tan letal como ninguna, y procede tanto del interior
como de su propio país».2 En 1993, David Veness, a la sazón subdirector
general adjunto de la Policía Metropolitana Británica, advertía de que «no
cabe duda de que dentro de cinco años la mayor amenaza a la que se
enfrentarán las ciudades interiores del Reino Unido vendrá de países
centroeuropeos, de Europa del Este y Rusia».3
Es cierto que una de las características más asombrosas del crimen
organizado ruso es la rapidez y eficiencia con la que se ha convertido en un
fenómeno verdaderamente global, en una marca incluso. Su posmodernista
modelo en redes no solo permite a estos criminales responder rápidamente a
nuevas oportunidades, sino también la incorporación de nuevos miembros
independientemente de la etnia, siempre que sean capaces de trabajar con
las reglas de los rusos. La primera ola de expansión hacia Europa se dio
principalmente mediante los vorí que se trasladaron a zonas con
comunidades rusas de tamaño considerable, o como en el caso de muchos
estados que pertenecían al Pacto de Varsovia o a la Unión Soviética, donde
tenían contactos con criminales locales y funcionarios corruptos. Los países
bálticos, Polonia y Hungría fueron sus primeros objetivos, seguidos
prontamente por incursiones en Austria y Alemania (donde pudieron
capitalizar sus contactos vigentes en el este). Otros objetivos iniciales
similares fueron Israel (donde muchos usaron la etnia judía real o
falsificada para asegurarse el derecho de inmigración) y Estados Unidos.
Pero el mundo estaba cambiando. La opresiva expansión criminal de
principios de la década de 1990 provocó una respuesta violenta tanto de los
Estados como de los criminales, y muchos vorí eran arrestados, deportados
o simplemente se veían obligados a huir. Como siempre, consiguieron
adaptarse. La transformación ya había comenzado en casa, pasando del vor
matón callejero al vor-negociante empresarial, lo cual resultó decisivo para
su entrada en el mercado criminal global. Las décadas siguientes han
demostrado que esto supone una amenaza mucho más seria, aunque menos
dramática al mismo tiempo. A los vorí rusos modernos no les interesa
desafiar ni socavar Occidente, sino disfrutar de las oportunidades que
ofrece. Ciertamente, no se han trasladado en masa a las ciudades interiores
de Estados Unidos, Gran Bretaña ni Europa.
Las mafias no migran en conjunto. Como Federico Varese ha demostrado
meticulosamente en su obra Mafias on the Move, el mito de una clase
criminal universal globalizada capaz de migrar allá donde parece surgir una
nueva oportunidad es simplemente eso, un mito. Por lo general, cuando «los
mafiosos se encuentran en una nueva localización no [es] por voluntad
propia; se han visto obligados a trasladarse por sentencias judiciales, para
escapar a la justicia o por luchas intestinas y guerras entre mafias. No
buscan nuevos mercados o productos, sino que hacen de la necesidad
virtud».4 Incluso cuando llegan a trasladarse, lo más probable es que
fracasen en sus esfuerzos de establecer sus empresas criminales en un
territorio nuevo donde carecen de los contactos locales y a menudo incluso
de la misma lengua. Varese ha descubierto que para que ese trasvase sea
exitoso hay dos requisitos:

Primero, no debe haber presente ningún otro grupo mafioso (o aparato del Estado que ofrezca
protección ilegal). Para una mafia recién llegada, intentar hacer negocio en presencia de un
competidor local poderoso supone una lucha demasiado laboriosa. Segundo, un grupo mafioso
tiene más probabilidades de éxito cuando su presencia coincide con una repentina emergencia de
nuevos mercados.5

La presencia de un mercado que no tenga un ocupante es un fenómeno


escaso y generalmente temporal. El crimen organizado de procedencia rusa
es indudablemente un protagonista importante del hampa global, pero
suelen ser facilitadores más que matones callejeros. Esos vorí están
asociados con los grupos locales para hacer negocios: les venden heroína de
Afganistán, lavan su dinero a través del todavía turbio sistema financiero
ruso, les proporcionan armas y ocasionalmente a personas que saben hacer
uso de ellas. De esa forma, aunque la mafiya rusa (como suelen llamarla) no
represente un problema directo para un país, puede tener un serio impacto al
proporcionar a las bandas existentes el acceso a la especialización, los
servicios y los productos criminales a los que de otro modo jamás podrían
aspirar.
Por ello, la cuestión debería ser: ¿qué forma adopta el crimen organizado
ruso y eurasiático cuando se traslada al extranjero? ¿La de un lobo que
trabaja en solitario o en manada, un depredador incansable que deambula de
una matanza a otra? ¿La de un pulpo que alarga sus tentáculos en busca de
comida desde un refugio seguro? ¿O la de un virus que carece de plan y
mente regidora que simplemente infesta a los portadores que ofrecen las
condiciones adecuadas y carecen de los anticuerpos suficientes para
mantener a raya la enfermedad? Por poco halagador que suene, y aunque
pueden señalarse casos de «conquista» efectiva y estratégica, por lo general,
la analogía con la que se corresponden es con la del virus. Se trata de una
forma de crimen empresarial difusa que les permite explotar
vulnerabilidades con rapidez, pero que también suele ser fácil de combatir.
Aunque puede reaparecer cuando surge una nueva oportunidad, tras haber
permanecido en reposo hasta que la resistencia de la sociedad disminuye.

SOBRE LAS DEFINICIONES

¿Quiénes son? La mafia es como el Gobierno, solo que funciona. En serio, la mafia es, en
fin, lo que ella quiera ser.

KOLIA, estudiante ruso (1996)6

También existe la cuestión fundamental acerca de a qué nos referimos


cuando hablamos de «crimen organizado ruso». Se trata de un tema
importante, ya que suele interpretarse burdamente mediante la analogía: se
hacen comparaciones entre la implicación en los negocios de las bandas
rusas y la de la yakuza japonesa, o entre las reglas de los vorí y el código de
silencio (omertà) de la mafia siciliana. Es algo que hacen incluso las fuerzas
del orden rusas y, sobre todo, yendo más allá, aquellos que quieren meter
con calzador a estas agrupaciones criminales en el modelo piramidal
tradicional, con un padrino en la cúspide, lugartenientes bajo él y soldados
de a pie en la base, simplemente por el hecho de que es el tipo de estructura
con la que están familiarizados y en la que se sienten cómodos. De mi
experiencia personal recuerdo la dolorosa tarde que pasé con un equipo de
analistas entusiastas e inteligentes de un cuerpo de la policía europeo que
intentaban entender cómo operaba un grupo ruso particular. La pirámide
aparecía una y otra vez en la pizarra para desaparecer en cuanto quedaban
claras las complejidades de la estructura y las operaciones de la
organización. Al final, uno alzó las manos al cielo y dijo: «¡No es una
banda, son un grupo de amigos de Facebook!». (No nombraré el país en
cuestión para ahorrarnos los sonrojos a todos.)
Hay una gran parte de verdad en esto. En lugar de la clásica banda
jerárquica, que suele proceder de una misma etnia, región o grupo familiar,
este es un fenómeno criminal flexible en red que acoge un amplio espectro
de negocios (tanto lícitos como ilícitos), prácticas e incluso nacionalidades,
pero que no obstante tiene ciertas formas de operar características. En
realidad, el «crimen organizado ruso» no tiene que ser necesariamente ruso,
a menudo no está especialmente organizado y no se dedican únicamente al
crimen.
Las formas de organización y hasta qué punto se implican estos
criminales en negocios no delictivos se analizará después con mayor
detenimiento, pero merece la pena detenerse aquí en el «rusismo» de estas
bandas. En Occidente se suelen usar otros nombres, especialmente en las
agencias oficiales, sobre todo «crimen organizado eurasiático» (el preferido
por el FBI) o «crimen organizado de habla rusa» (que suele usarse por lo
general en Europa). Ambos tienen sus ventajas, aparte de la corrección
política de no señalar a una sola etnia ni a un solo grupo nacional. No
obstante, «crimen organizado de habla rusa» resulta problemático en cuanto
a que a veces es simplemente incorrecto; aunque el ruso es ciertamente la
lengua franca en este mundo criminal, lo más probable es que un gánster
armenio hable en armenio con su primo y compinche, mientras que las
bandas que operan en Estados Unidos a menudo utilizan el inglés, sobre
todo porque reclutan a migrantes de segunda o tercera generación o a otros
residentes locales. En cuanto a «crimen organizado eurasiático», aunque
tiene mucho mayor valor descriptivo, también conlleva implicar que un
avtoritet de San Petersburgo, un «señor de la guerra» gánster de Osetia del
Sur y un capo de la droga centroasiático operan y piensan todos de un
mismo modo. Probablemente se trate del término más competente y útil,
pero en lo que respecta a esta obra, se usa el lugar común «crimen
organizado ruso» no solo para designar a bandas rusas, sino también para
grupos eslavos residentes en el resto del mundo, así como para los que tal
vez no sean de predominio eslavo, pero que comparten por lo general las
mismas características culturales y operacionales, a la vez que tienen cierta
relación directa con la propia Rusia. Mi intención no es ofrecer una
exploración detallada del hampa de cada uno de los estados postsoviéticos,
sobre los cuales, afortunadamente, cada vez hay más estudios.7

MALOS VECINOS: EL CRIMEN ORGANIZADO EN LA EURASIA


POSTSOVIÉTICA

Los rusos creen ser los dueños de nuestro país. No es así, pero desgraciadamente hay
mucha gente aquí, empresarios, figuras políticas, criminales, que están dispuestos a
vendérselo.

Agente de la policía moldava (2006)8

Las bandas del crimen organizado ruso operan en lo que Moscú llama de
tanto en tanto el «extranjero cercano», el resto de estados soviéticos, a
excepción de los países bálticos. A veces tienen una base local, otras son
simplemente vertientes de grupos autóctonos, y en ocasiones trabajan
asociados con bandas propias del terreno. Ese proceso funciona en ambas
direcciones, aunque normalmente se decanta a favor de los rusos. Hay
bandas y criminales ucranianos e incluso bielorrusos que operan de manera
autónoma en Rusia, por ejemplo, junto con grupos del Cáucaso. En la
mayoría de los casos, los rusos operan localmente en colaboración o con la
aprobación de los criminales locales, ya sea dirigiendo sus propias
operaciones o, más frecuentemente, proporcionando una conexión
transnacional a delincuentes locales que se aprovechan de ello.
A veces, eso se debe a que ya existe un hampa local próspera. Ucrania es
un buen ejemplo de ello, un país en el que la mayoría de las agrupaciones
rusas importantes tienen intereses, operaciones, socios y gente, donde
incluso la cultura de los vorí sigue estando vigente. Por ejemplo, la red
Sólntsevo mantiene una duradera relación con el clan político-criminal
Donetsk, que proporcionó el poder de base al expresidente Víktor
Yanukóvich. A principios de la década de 1990, las bandas rusas solían
tener una relativa libertad de actuación, pero el hampa local maduró gracias
a la corrupción generalizada de la élite política local y nacional. Taras
Kuzio ha sugerido que antes de la Revolución Naranja de 2013-2014,
Ucrania se había convertido en un «Estado mafioso neosoviético».9 Igual
que sucede con la afirmación similar realizada por el periodista británico
Luke Harding acerca de Rusia,10 se trata de una frase fácil que enturbia más
de lo que explica. No obstante, hay cierta corrupción extendida, y, en cierto
modo, la Ucrania anterior al Euromaidán llegó a parecerse a Rusia, aunque
casi por casualidad, con sus «asaltos» a negocios y sus círculos de
corrupción. Sus estructuras de crimen organizado siguen siendo muy
similares a las de Rusia, aunque algo más pequeñas y menos preocupadas
por el mundo exterior, si bien igualmente vinculadas con las élites corruptas
y el control oligárquico de la economía.11
Con todo, cuando Moscú se anexionó la península de Crimea ucraniana
en 2014 —como analizaré más tarde—, lo hizo con el apoyo activo de los
vorí locales, y después usó y empoderó a otros de la región sudeste del
Donbass para luchar y excusar así su posterior guerra contra Kiev.12 Desde
entonces, Ucrania ha pasado por un doloroso e incierto intento de alcanzar
el sueño del Maidán de un Estado democrático liberal basado en la ley,
mientras Moscú y Kiev están encerrados en una guerra no declarada de baja
intensidad que, en el momento de redactar este escrito, no da muestras de
receso. Pero, a pesar de todo ello, los gánsteres son verdaderamente
internacionalistas en su oportunismo. Ucrania y Rusia tal vez vivan una
guerra virtual, pero sus criminales siguen cooperando igual que antes. Un
agente del SBU, el servicio de seguridad de Ucrania, me dijo con pesar que
«el flujo de drogas hacia Ucrania a través del Donbass para llegar después a
Europa no se ha reducido en un solo punto porcentual, a pesar de que las
balas corren de uno a otro lado de la frontera».13
Se trata de un modelo en el que los rusos son más poderosos en términos
generales, pero se encuentran con un hampa doméstica tan establecida que
no hay oportunidades para un trasvase o dominación directa. Esto queda
patente en muchas otras partes de la antigua Unión Soviética, aunque la
razón más habitual es que un régimen autoritario guarde con celo su
monopolio de la coacción y la influencia informal, por lo que mantiene el
control mayoritario de su ámbito criminal local. En Bielorrusia, por
ejemplo, el régimen absolutamente neosoviético del presidente Aleksandr
Lukashenko mantiene el hampa a raya de una manera que recuerda —como
en muchas otras cosas— a la URSS de la década de 1970. En Azerbaiyán,
rica en petróleo y pobre en derechos civiles, los grupos principales tienen
que estar conectados con el régimen de Aliyev (y pagarle) para sobrevivir.14
Más al este, en Asia central, una sucesión de regímenes más o menos
autoritarios en manos de élites explotadoras dirigen Tayikistán,
Turkmenistán, Kazajistán y Uzbekistán. Aparte de las pandillas callejeras
de poca monta, las cuales suelen ser suprimidas por las fuerzas de seguridad
a las que no les preocupan las sutilezas legales, las principales
organizaciones criminales siempre están dirigidas por elementos de los
aparatos de la élite o dependen fuertemente de ellos. Su papel suele ser el de
actuar como agentes que desvían los beneficios que se sacan de la
corrupción y la malversación de los activos del Estado hacia la élite, o bien
gestionar negocios ilegales fundamentales para ellos, especialmente, el
tráfico de drogas. En ese caso, los gánsteres suelen ser poco más que
agentes intermediarios de las élites corruptas.
Un segundo modelo, podemos verlo en Moldavia, Armenia y Kirguistán,
donde el hampa local es débil o está fragmentada, pero exactamente igual
que el Gobierno. En Kirguistán, por ejemplo, los gánsteres pusieron
hombres armados en las calles para ayudar a derrocar al presidente Askar
Akáyev en la Revolución de los Tulipanes de 2005, demostrando con ello
que el Estado era incapaz de mantener el monopolio de la fuerza armada.15
No obstante, en esos países, los criminales son peces relativamente grandes
en estanques decididamente pequeños. Las redes basadas en Rusia son
capaces de seleccionar cuidadosamente sus oportunidades, pero la mayoría
de las veces les sigue conviniendo trabajar con los criminales locales y a
través de ellos. A los rusos les resultaría posible asumir un papel más
dominante si tuvieran que hacerlo, pero las bandas locales suelen estar
dispuestas a trabajar con ellos, así que no lo necesitan.
Georgia ofrece un modelo propio. Aunque los vorí v zakone hayan sido
expulsados, con el indudable impacto que representa eso para el hampa, el
crimen organizado no ha desaparecido por arte de magia, sino que
simplemente ha transferido el poder a una nueva generación. Sigue
habiendo una importante interacción entre los criminales de Georgia, las
bandas georgianas y otras bandas «montañesas» que existen en Rusia y más
allá. Sin embargo, el estado de las relaciones entre Tiflis y Moscú desde la
invasión de Rusia en 2008 es tal que no queda mucho espacio para que las
redes rusas penetren en ese mercado de manera sustancial. La victoria en
2012 del partido Sueño Georgiano, fundado por Bidzina Ivanishvili, un
multimillonario con grandes intereses en Rusia, condujo a una política más
permisiva hacia Moscú. No obstante, sigue sin haber oportunidades de
negocio sin reclamar que los rusos puedan explotar de manera fácil o
rápida.
Finalmente, están los seudoestados no reconocidos de Transnistria
(Moldavia), Osetia del Sur y Abjasia (Georgia) y, en breve, posiblemente el
Donbass. Todos ellos existen bajo la tolerancia reticente de Moscú y aunque
cuentan con un hampa local propia —que por lo general, posee fuertes
vínculos con los líderes políticos—, actúan a una escala menor y son
incapaces de desafiar realmente a los grandes conglomerados rusos. En
consecuencia, esas regiones permanecen como zonas de economía libre
para las redes criminales rusas. Sin embargo, su utilidad está limitada por su
relativo aislamiento y su pequeño tamaño e importancia. Aunque se haya
dicho, por ejemplo, que Transnistria está convirtiéndose en un Estado de
facto,16 ese enclave tristemente descrito en un informe del Parlamento
Europeo como «un agujero negro en el cual el comercio ilegal de armas, la
trata de blancas y el lavado de la economía criminal» prosperan,17 sigue
dependiendo en gran medida de las actividades informales y criminales,
desde el lavado de dinero al contrabando.18
ASCENSO Y CAÍDA DE LA PRIMERA OLA

Obviamente, hacíamos negocios en el extranjero por el dinero, pero también por la


seguridad. En la década de 1990 no sabías lo que podía suceder en casa, así que necesitabas
cierta estabilidad en tu vida.

Gánster ruso-ucraniano (2006)19

Independientemente de sus progresos en la Eurasia postsoviética, los éxitos


que los vorí cosecharon en la década de 1990 en Europa central, oriental y
demás parecían contradecir las afirmaciones de Federico Varese sobre la
dificultad para la expansión externa. Daban la impresión de tener no solo el
apetito para la construcción de imperios, sino también la capacidad. Las
bandas rusas y chechenas entraron en conflicto por la supremacía del hampa
de los estados bálticos; por ejemplo, durante el «otoño sangriento» de 1994,
se cometió en Estonia un centenar de asesinatos relacionados con el crimen
organizado, en un país de solo un millón y medio de habitantes.20 Praga fue
durante un tiempo la sede de los representantes de las principales redes,
como Sólntsevo, Tambóvskaia y los chechenos, así como de Semión
Moguilévich, el banquero mafioso. En 1996, la policía israelí identificó a
treinta y cinco vorí rusos de alto rango que operaban en Israel, una veintena
de los cuales eran miembros de Sólntsevo o mantenían estrechos vínculos
con la red.21 Emergieron como actores principales en el hampa israelí tras
una brutal lucha en la que murieron muchos de los líderes de bandas
locales, en tanto que el país se convirtió en un lugar clave para el lavado de
dinero de los rusos.22
Todo eso era reflejo de una ventaja temporal causada por la
desproporción entre los recursos relativos de las bandas rusas y eurasiáticas
del momento y las instituciones locales, las estructuras de las fuerzas del
orden y los rivales criminales a los que se enfrentaban. En cierto modo, se
podría hacer una comparación con la invasión soviética de Afganistán en
1979: sitiar las ciudades principales y las rutas de comunicación de este país
empobrecido y dividido no suponía una gran proeza. Resistir e imponer la
paz verdaderamente habría precisado más recursos militares y políticos de
los que los soviéticos querían o estaban dispuestos a emplear, sobre todo
porque su propia presencia daba alas a la oposición. Tras diez años, los
soviéticos se retiraron de Afganistán, no porque hubieran sido vencidos,
sino porque los pingües beneficios de la ocupación se veían claramente
superados por su coste y no había una perspectiva de victoria en el
horizonte. Se trataba de una derrota en el balance financiero más que en el
campo de batalla.
Del mismo modo, a principios de la década de 1990 existían numerosas
oportunidades de partida fáciles para los vorí. Las nuevas democracias de
Europa central, que todavía no estaban arropadas por la Unión Europea,
eran pobres y habían heredado unos cuerpos policiales desacreditados y
códigos penales anacrónicos parecidos a los de Rusia. Es más, la policía no
estaba preparada para el nuevo reto, y existían oportunidades de mercado
específicas. En Israel, la Ley del Retorno —que garantiza automáticamente
el derecho a la inmigración a aquellos que puedan demostrar sus raíces
judías— demostró ser una atractiva fisura para los vorí que cumplieran ese
criterio o, más frecuentemente, para quienes pagaran para conseguir los
documentos necesarios en Rusia. En Estados Unidos, la presencia de
emporios criminales empresariales nativos, sobre todo en el barrio de
Brighton Beach, en Nueva York, también parecía ofrecer una cabeza de
puente para una rápida expansión. En aquellos días, todavía podías ser un
matón lleno de tatuajes y conseguir el visado y ni siquiera tenías que ser
muy listo, ya que las fuerzas policiales locales aún no se habían adaptado a
ese nuevo desafío y no solían tener agentes que hablaran ruso.
Además, los criminales rusos tenían razones particulares para querer
internacionalizar sus operaciones cuanto antes. Existía la idea extendida
(aunque equivocada) de que podía darse un renacer comunista de la línea
dura o incluso algún tipo de golpe de Estado nacionalista autoritario. Eso
ayuda a explicar las medidas extremas que se tomaron —con la
aquiescencia de Occidente— para manipular las elecciones presidenciales y
asegurar que Borís Yeltsin venciera a su rival comunista.23 También ayuda a
explicar el entusiasmo con el que los gánsteres se protegieron contra los
problemas en casa. Al internacionalizarse, podían asegurar flujos de
ingresos en divisas alternativas (para protegerse de la caída del rublo),
preparar segundas opciones si se les denegaba repentinamente el acceso a
su principal fuente de ingresos y tal vez ganarse el derecho a vivir en el
extranjero a través de la ciudadanía, la inversión o casamientos estratégicos.
De tal forma, podían escapar de la madre patria en caso de que las cosas
adoptaran súbitamente un cariz peligroso.
A este respecto — y en aquel momento fue algo que no supieron advertir
los investigadores, las fuerzas de la ley y otros observadores similares,
incluido yo mismo— para muchos vorí rusos de la década de 1990,
desarrollar operaciones en el extranjero no era tanto una fuente de ingresos
como una vía de escape: un reclamo o inversión en seguridad personal.
También se trataba de una cuestión de prestigio, una forma de consumo tan
llamativa como la reluciente limusina de importación y la igualmente
brillante mujer florero autóctona. Siempre que ha podido, el crimen
organizado ruso ha hecho lo que suelen hacer la mayoría de bandas de
inmigrantes de una misma etnia: aprovecharse de su propia gente, explotar
a inmigrantes que carecen de recursos, de unas estructuras de apoyo propias
y que habitualmente desconfían de los cuerpos de seguridad del lugar. (Al
fin y al cabo, lo más común era que un recién llegado de Rusia o la Unión
Soviética percibiera a las autoridades uniformadas como un peligro más que
como un elemento reconfortante.)
Sin embargo, muchas de esas nuevas oportunidades eran únicamente
temporales. Las estructuras económicas y las fuerzas del orden público de
Europa central se estabilizaron y se desarrollaron en gran medida a lo largo
de la década de 1990, y las bandas locales competían con ellos por el
control de esos mercados. Aunque su tamaño solía ser menor que la suma
de las estructuras rusas a las que se enfrentaban, la aritmética real se basa en
los recursos disponibles en juego. En otras palabras, así como los rebeldes
afganos no tuvieron que enfrentarse a la totalidad del Ejército Rojo, sino a
entre cien mil y ciento cincuenta mil hombres del denominado Contingente
Limitado de Fuerzas en Afganistán, el tamaño total de la red criminal no
importaba tanto como la participación real de esta en ciudades como Tallin
o Tel Aviv.
Ahí es donde las características distintivas de la red son especialmente
importantes. Una estructura tradicional jerárquica puede —en teoría—
reforzarse rápidamente con más recursos durante un conflicto. A menos que
exista un reto existencial acuciante común a todas las partes implicadas que
hacen que el proceso de asegurar recursos adicionales de la red resulte más
dificultoso y complejo. Hay que convencer a los otros miembros, tanto
individuales como colectivos, para participar en el conflicto, lo cual
requiere un gasto de capital social o una perspectiva convincente de
recuperar la inversión. Es relativamente sencillo convencer a otros para que
participen en empresas cuyo historial de rentabilidad está demostrado y que
prometen una recuperación de ganancias continuada. El comercio de
heroína afgano es un buen ejemplo. Por otra parte, ¿cómo convences a
emprendedores independientes del hampa para participar en lo que parece
una batalla perdida o cuando menos incierta? La respuesta, como indica
Varese, es que solo lo harán cuando perciban que no les queda otra
alternativa.
Por otra parte, la ventaja de jugar en campo propio de las bandas
autóctonas en Europa central suele manifestarse particularmente en el
apoyo tácito o incluso activo de las estructuras de seguridad y la policía
local, que también asumen la «invasión» a la que se enfrentan. El debate
sobre la intrusión del crimen organizado ruso a menudo ha adquirido
rápidamente un claro tono nacionalista en el que se habla de «colonización»
e «imperialismo», y ha acabado siendo titulizado. La presencia de bandas
rusas empezó a considerarse —y con razón— también en términos de la
presencia de potenciales espías rusos, saboteadores y agentes de influencia.
Tal como me expresó un miembro de la Policía de Seguridad Estonia
(Kapo), «a finales de la década de 1990 y después de nuevo en 2007
[cuando Moscú lanzó un ciberataque sobre Estonia], lidiar con las bandas
rusas no era una simple cuestión policial, sino una cuestión vital de
seguridad».24 Así, especialmente en Europa central y los estados bálticos, el
pánico moral que se tenía a los rusos llevó a concentrarse particularmente
en combatirlos, aunque eso supusiera olvidarse de las amenazas locales. A
consecuencia de ello, a finales de la década de 1990, la primera ola
expansionista de los vorí rusos y eurasiáticos se redujo considerablemente.
Se vieron obligados a retirarse o a rebajarse a ser uno más en sus
respectivos ámbitos criminales extranjeros.

«YURA SAMOSVAL» Y «YAPÓNCHIK» IVANKOV:


¿CONSTRUCTORES DE IMPERIOS O EXILIADOS?

Es maravilloso que ya no exista el Telón de Acero, pero suponía una protección para
Occidente. Ahora hemos abierto las puertas, y eso resulta muy peligroso para el mundo.

BORÍS UROV, investigador ruso (1993)25

Uno de los debates recurrentes sobre la expansión de los imperios europeos


en el siglo XIX ha sido hasta dónde puede atribuirse el imperialismo a las
estrategias maquiavélicas de los gobiernos metropolitanos y hasta qué punto
deben tenerse en cuenta el interés propio, los valores, las ambiciones y las
interacciones de los hombres que trabajaban sobre el terreno, desde los
soldados a los comerciantes, que a menudo adaptaban o simplemente
ignoraban la política central. Del mismo modo, resulta esencial percatarse
en este contexto de que lo que desde fuera podría parecer una estrategia
grandiosa, podría responder en realidad a la confluencia del propósito, la
suerte y los intereses personales. Por ejemplo, en noviembre de 1993, el
líder de Sólntsevo decidió que querían contar con un representante en Italia,
especialmente por la colaboración que mantenían con los criminales
italianos y por tener la sensación de que ofrecía un entorno permisivo para
llevar a cabo sus actividades.26 Según se dice, Monya Elson, un gánster
ruso que había huido a Italia desde Nueva York, dijo: «Aquí puedes hacer lo
que te dé la gana, esto no es Europa».27
Esa iniciativa le fue confiada finalmente a Yuri Yesin («Yura Samosval»),
una figura principal de Sólntsevo y vor v zakone de alto rango, pero es
difícil saber hasta qué punto se debió a una orden del escalafón superior o
fue una iniciativa que vino desde más abajo. Yesin tenía un fuerte vínculo
con Serguéi «Silvestr» Timoféiev, el jefe de clan único de Oréjovo cuyas
formas violentas llevaron a su asesinato en septiembre de 1994, y se había
asumido que todos los Silvéstrovskie, sus asociados, estaban en el punto de
mira. En una conversación telefónica interceptada por la policía italiana,
uno de los cómplices de Yesin dijo: «Incluso la policía dice que hasta que
no maten a todos los Silvéstrovskie no habrá paz».28 No era una afirmación
descabellada: su compañero Silvéstrovets Serguéi «Borodá» Kruglov, un
hombre con un estatus criminal parecido al de Yesin, fue asesinado también
junto con Timoféiev. Yesin ya contaba con activos en Italia, tenía
compinches que conocían el país (entre ellos un italiano casado con una
mujer rusa) y, lo que es más importante, buscaba una guarida. La
perspectiva de dirigirse hacia Italia era estupenda, y, menos de un mes
después de la muerte de Timoféiev, Yesin y su equipo ya estaban instalados.
¿Intentó Yesin comenzar imponiendo su fuerza en negocios criminales
existentes y actuar por lo general como representante de un poder colonial?
De ninguna manera: más bien al contrario, como ha demostrado Varese, su
equipo y él se esforzaron al máximo por mantener la discreción. Había
sacrificado un alto grado de autoridad e influencia en Moscú a cambio de su
seguridad y su nuevo papel consistía principalmente en invertir en el sector
legal, lavar dinero y en ocasiones hacer de enlace en conexiones más
importantes. La mayoría del dinero se gastaba en Italia y en el
mantenimiento del grupo y de sus estilos de vida. En otras palabras, no se
trataba de un centro de beneficios para el conjunto de Sólntsevo ni de una
operación agresiva. Más bien surgió gracias a la confluencia del deseo de
los jefazos de la red de tener un «cónsul honorario» en Roma en caso de
que fuera necesario y del deseo individual de Yesin de abandonar Moscú
para demostrar que no quería vengarse de su anterior patrón y poner tierra
de por medio entre su persona y la guerra en la que había muerto Timoféiev.
No obstante, en 1996 Yesin había llamado la atención de la policía italiana,
y al año siguiente fue arrestado. A pesar de que al final lo pusieron en
libertad por un tecnicismo relativo a la admisión de la intervención de una
línea telefónica como prueba, fue expulsado del país y Sólntsevo se quedó
sin esa pequeña célula italiana.29
En los esfuerzos por infiltrarse en Estados Unidos a través del vecindario
de Brighton Beach en Nueva York podemos observar un patrón parecido.
Cuando el crimen organizado consigue realmente expandirse, tiende a no
moverse físicamente de su base de operaciones y lo que hacen es establecer
ramificaciones locales, especialmente entre la diáspora y las comunidades
de inmigrantes. Estos suponen un recurso migratorio que facilita el flujo de
criminales a través de la invitación, las oportunidades laborales (reales o
inventadas) o incluso el matrimonio (nuevamente, real o inventado). Son un
recurso para los negocios, especialmente con el objeto de conseguir
contactos para los gánsteres. La mayor concentración de rusos fuera de la
Eurasia postsoviética está en Estados Unidos.
Según la Encuesta de la Comunidad Americana de 2010, en aquel
momento había solo menos de tres millones de estadounidenses que se
identificaban a sí mismos como originarios de Rusia, aunque la mayoría
están asimilados y no hablan ruso. Se trata de una diáspora pormenorizada,
realizada mediante diferentes oleadas con sus propias características
definitorias. Si se considera simplemente a los hablantes de ruso nacidos en
el extranjero que viven en Estados Unidos, un grupo en fuerte crecimiento
(de los poco más de 700.000 del año 2000 a los más de 850.000 en 2007),
Nueva York seguiría siendo su núcleo principal, aunque el atractivo de
Brighton Beach, su refugio tradicional, cada vez es menos destacado que el
de Manhattan u otras partes de la ciudad.30
No cabe duda de que existen bandas de crimen organizado instaladas en
el seno de las comunidades étnicas rusas de Estados Unidos. Pero los
esfuerzos por hacer de ellas sucursales de un imperio del crimen global
fracasaron y, como sucedió con la empresa abortada de Yesin, eran un
simple reflejo de la política del hampa en su tierra natal. El crimen
organizado violento ya era un problema en Brighton Beach antes de 1991,
pero su importancia no era primordial. Durante las dos décadas anteriores
habían surgido y caído grupos que abusaban de su propia comunidad. En la
década de 1970, la «Potato Bag Gang» (que defraudaba a los nuevos
inmigrantes vendiéndoles bolsas con patatas que hacían pasar por monedas
de oro antiguas) dio paso a grupos dirigidos por figuras como Yevséi Agron
(que se inclinaba por usar con sus enemigos un bastón eléctrico para
manejar el ganado), Marat Balagula (pionero del cambio hacia los delitos
de guante blanco) y Monya Elson (que desarrolló estrechos vínculos para
trabajar con la mafia de Nueva York).31
No obstante, en 1992, el vor v zakone y asociado de Sólntsevo Viacheslav
«Yapónchik» Ivankov se instaló en Nueva York. Tras una reunión de líderes
del hampa en Moscú, Ivankov había recibido el encargo de hacer volver al
redil a las bandas de Brighton Beach.32 Este comenzó diligentemente a
imponer su autoridad en el barrio y a sacar beneficios de ello por su cuenta.
Pertenecía a la vieja escuela, así que no tenía miedo a ensuciarse las manos,
por lo que era prácticamente inevitable que acabaran atrapándolo. En 1995,
el FBI lo detuvo bajo la acusación de extorsión. Cumplió nueve años de
condena, y después fue deportado a Rusia. Oficialmente, tenía que
enfrentarse a la acusación de haber asesinado a dos turcos en Moscú en
1992, pero en la práctica ese caso quedó desmontado rápida y
convenientemente con los testigos de la policía que contradijeron sus
testimonios y afirmaron no haberlo visto nunca. Ivankov salió en libertad.33
Durante su breve reinado del terror en la denominada «Pequeña Odesa»,
Ivankov dio la impresión de estar efectivamente al mando, y emprendió con
éxito la reconexión de Brighton Beach con cierto tipo de gánster ruso
internacional; el FBI y la policía de Nueva York, por ejemplo, informaron
también de un incremento en las transferencias de dinero hacia la madre
patria y desde la misma. No obstante, poco después de su marcha, esas
conexiones quedaron expuestas como lo que realmente eran: cuando no
estaban basadas en un simple pragmatismo —ambas partes tenían algo que
ganar—, su carácter era en esencia artificial, establecido y mantenido
gracias al gasto de fondos, capital social y coacción, recursos todos ellos
que tienden a agotarse fácilmente. En realidad, «Yapónchik» estaba
pagando de su propio bolsillo para dar la impresión de que tenía éxito.
Pero seguramente eso no debería sorprendernos, ya que viéndolo en
retrospectiva, su traslado a Nueva York no parece haber sido motivado tanto
por creer en él como en un Colón que encontrara un nuevo mundo que
explotar para los rusos, como en la respuesta a un problema siempre
molesto: ¿qué hacer con el guerrero cuando acaba la guerra? Ivankov había
sido el mariscal de la lucha de Sólntsevo contra los «montañeses» en
Moscú, una guerra de mafias a la que se había entregado con una rotunda
brutalidad. Su presencia en la capital representaba una amenaza continuada
para el nuevo orden imperante. Los chechenos y otros de los líderes estaban
resentidos con él. Dada la importancia de la venganza entre muchas
comunidades «montañesas», había un riesgo constante de que alguien
impetuoso intentara vengar la muerte de un familiar y que, con ello,
desestabilizara la tensa paz. Aparte de eso, aquel veterano del gulag tatuado
era un incómodo camarada en tiempos de paz para la nueva generación de
avtoriteti, una persona con una reputación peligrosamente fuerte,
especialmente entre los elementos criminales más violentos. Encontrar
algún pretexto para sacar a Ivankov de Moscú durante un tiempo y que, más
que una exclusión, eso le pareciera un honor, se convirtió en una prioridad.
La «Pequeña Odesa» parecía la solución ideal. Y, nuevamente, la
«expansión» era en realidad un «exilio», una continuación de la política del
hampa a través de otros medios, y demostró ser una aventura frágil y de
corta duración.
Así pues, los dramáticos relatos de la década de 1990 de la expansión
exterior de la mafia, ya fueran lobos en el rebaño, depredadores tentaculares
o explotadores virales de las debilidades de Occidente, eran comprensibles
pero exageradas. Los rusos ciertamente tenían sus puntos fuertes y atraían
nuevos mercados que no estaban controlados. Es más, tenían razones para
expandir sus operaciones hacia el exterior, aunque en ocasiones no salieran
a cuenta económicamente. Con todo, al cabo de poco tiempo, los
proveedores locales se introducían en esos mercados, las fuerzas del orden
locales respondían al reto y, como sucede con todos los imperios, los costes
obligaban a la retirada. Pero esto, en lugar de marcar el fin de la
implicación del criminal ruso con el mundo, condujo simplemente a una
metamorfosis en nuevas formas más efectivas.

DE CONQUISTADORES A AVENTUREROS MERCANTILES

Mire usted, la última vez nuestros gánsteres pensaron que no tenían más que intimidar para
introducirse en el mercado. Ahora serán mucho más inteligentes.

Agente de la policía ruso (2011)34

La policía, el Ministerio de Interior, y el Servicio de Información y


Seguridad (BIS) checos advierten de que el crimen organizado ruso
representa una seria amenaza para el país.35 Sin duda, en el país hay
muchos rusos —si te das un paseo por la ciudad balneario de Karlovy Vary
oirás más ruso que checo—, además de dinero ruso en negocios y
propiedades inmobiliarias. Pero, sobre el terreno, las pruebas reales del
crimen ruso son mínimas desde la década de 1990. En su lugar, las personas
que llevan ante los tribunales suele ser gánsteres checos o criminales
pertenecientes a bandas vietnamitas locales, cada vez más implicadas en el
tráfico de marihuana y metanfetaminas.36 ¿Son esas advertencias oficiales
simplemente un ritual de vituperación de un antiguo invasor del que se
desconfía? Parece existir un cierto dejo de pánico moral al respecto. Por
ejemplo, en 2008, dos tiroteos llevaron a fuentes del BIS a dar la alarma
acerca de una guerra de bandas entre grupos rusoparlantes en Praga. Jamás
tuvo lugar.
Pero eso no significa que los rusos no tengan presencia allí. Durante la
década de 1990, muchos fueron obligados a abandonar el país y numerosas
operaciones fueron canceladas. Cesaron gran parte de sus actividades a
nivel de calle (aunque algunas bandas ucranianas siguen aprovechándose de
sus compatriotas en Moravia).37 Pero siguieron manteniendo esos
contactos, los cuales podrían retomar una vez más. Su papel en el hampa de
la República Checa en la década de 2010 lo describió bien un agente de
policía, refiriéndose a ellos como «los criminales que hay detrás de los
criminales, pero no ejerciendo su control, sino vendiéndoles todo lo que
necesitan».38 En realidad se han concentrado en trabajar como vendedores
ilegales al por mayor, coordinadores criminales e inversores del hampa en
negocios de todo tipo.
Al fin y al cabo, aunque no constituya la irresistible e implacable
conspiración que le atribuye el mito alarmista, no cabe la menor duda de
que podemos encontrar crimen organizado ruso y vinculado a los rusos en
muchas partes del mundo. Está defraudando millones de dólares de los
programas de seguros médicos Medicare y Medicaid del Gobierno
estadounidense, intercambiando heroína por cocaína con bandas
narcotraficantes latinoamericanas, lavando dinero por todo el Mediterráneo,
vendiendo armas en África, introduciendo tráfico de mujeres en Oriente
Próximo y pasando materias primas de contrabando hasta el Asia oriental, o
comprando propiedades inmobiliarias en Australia. La Antártida parece ser
el único continente que ha permanecido intacto, hasta el momento. Pero los
rusos, por lo general, no intentan suplantar o someter a las bandas locales.
Más bien al contrario. Aunque hay excepciones, lo normal es que las redes
rusas no solo coexistan con sus homólogos locales, sino que busquen de
manera activa la forma de asociarse con ellos.
Al fracasar en el intento de entrar en los mercados a la fuerza ante la
oposición local, el único camino de los rusos para mantener una presencia
global ha sido el de servir a los mercados y cumplir con las necesidades, ya
sean reales o percibidas. Si el modelo sin éxito de la década de 1990 fue el
del conquistador, el imperialista fanfarrón y bravucón, su equivalente
moderno es el del aventurero mercantil. Este modelo muestra cuatro
características básicas. La primera de todas es que, igual que sucedió con
los ciudadanos soviéticos durante la campaña contra el alcohol de la década
de 1980, los rusos entran al mercado como proveedores de productos para
los que existe verdadera demanda. Puede tratarse de mercancías ilegales
como los narcóticos, DVD de imitación y cigarrillos de contrabando para
Europa, tráfico de mujeres para Oriente Próximo o materias primas baratas,
robadas o de contrabando para el mercado chino. Y con la misma frecuencia
venden como mercancía su propio conocimiento especializado. Ya en la
década de 1990 fueron los rusos quienes introdujeron a la Cosa Nostra de
Nueva York en los embriagadores beneficios de guante blanco de los
fraudes en los impuestos de carburantes, y actualmente el 60 por ciento de
las operaciones del crimen organizado ruso o eurasiático investigadas por el
FBI en Estados Unidos están relacionadas con fraudes de algún tipo.39
La segunda es que en lugar de confiar en ventajas artificiales como el uso
de la violencia para expulsar a la competencia o en subvenciones poco
rentables, son capaces de cumplir esa demanda «honestamente», en el
sentido de que pueden proporcionarla con más facilidad, más barata y con
mayor eficacia que otros proveedores alternativos. Un clásico ejemplo es su
papel en la prestación de servicios financieros al hampa global. Todo
criminal necesita tener la capacidad de trasladarse y sobre todo de lavar sus
beneficios para poder usar el dinero de manera segura, sin que las fuerzas
del orden puedan demostrar que estaba relacionado con el crimen. Los
rusos han sabido desarrollar un amplio espectro en el lavado de dinero, a
menudo a través de su propio sistema financiero, pero también explotando
jurisdicciones extranjeras menos escrupulosas o exigentes. Lo normal suele
ser hacer un «prelavado» del dinero en la antigua Unión Soviética, en países
como Ucrania y Moldavia, sabiendo que, aunque esto no proporciona un
gran respeto en particular, sí que añade al menos una capa más de
complejidad técnica y legal para los investigadores policiales o diligentes
agentes de bancos que busquen identificar la fuente de los fondos. Después
se traslada a través de países como Chipre, Israel y Letonia, donde los rusos
han establecido relaciones y empresas fantasma, antes de pasar a
jurisdicciones a las que se tiene mayor consideración, especialmente la City
de Londres, con el objeto de «lavarlo» minuciosamente.
No obstante, tras haber establecido esas lavanderías, y tras instalarse en
los sistemas financieros de otros países, los rusos suelen ofrecer sus
servicios a otros criminales. Un ejemplo particular de ello es el caso del
Banco de Nueva York (BNY), parte de un cártel de lavado internacional
descubierto en la Operación Telaraña, una investigación conducida por los
italianos en 2002 que originalmente indagaba acerca de la financiación de la
mafia italiana.40 A través de un cártel organizado por dos emigrantes rusos,
se utilizó el BNY para lavar 7.000 millones de dólares que salían y pasaban
a través de Moscú desde una gama variada de fuentes: funcionarios rusos
corruptos, empresas que querían evadir impuestos y los controles en las
transferencias de divisas, Sólntsevo e incluso organizaciones criminales
extranjeras como los sicilianos. El caso del BNY fue una operación enorme,
pero más allá de la escala, no tiene nada de inusual, y ejemplifica la forma
en que los rusos crean industrias de servicios criminales para después
ofrecerlas a círculos de clientes más amplios, haciendo negocio con ello
gracias a ser relativamente baratos, eficientes y seguros.41
En tercer lugar, los rusos están dispuestos a hacer tratos con otros
criminales prácticamente de cualquier tipo, etnia o estructura. Resulta
irónico que gánsteres de una sociedad en la que las actitudes racistas o
incluso xenófobas siguen siendo bastante comunes sean los nuevos
internacionalistas, que estén ansiosos por cerrar tratos con cualquiera y no
les importe contar con agentes ajenos a su comunidad e incluso con socios
externos. Un caso auténtico de fraude de tarjetas de crédito nos ayudará a
ilustrar hasta qué punto los rusos se han integrado perfectamente en los
negocios internacionales. Un tendero vietnamita de California duplicaba la
información de la tarjeta de crédito de un cliente, que era después
transmitida a criminales chinos en Hong Kong y después enviada a Malasia.
Allí, los datos se repujaban en tarjetas de crédito falsas. Estas eran enviadas
hacia Milán por vía aérea, donde los gánsteres napolitanos de la Camorra
las vendían a un grupo ruso de la República Checa. Las tarjetas llegaban
hasta Praga y eran distribuidas a agentes que se dispersaban por las grandes
ciudades de Europa, donde exprimían casi al máximo —pero sin llegar al
límite— sus tarjetas de crédito comprando artículos de lujo. Esa mercancía
volaba después a Moscú para ser vendida en tiendas de venta al por
menor.42 ¿Qué podría ejemplificar mejor la cadena de suministro global de
hoy en día?
Una característica final sería que son plenamente conscientes de los
contextos políticos del entorno criminal y legal en el que operan. Al fin y al
cabo, su capacidad para prosperar en casa ha dependido siempre de tener
esa habilidad. Podría decirse que a menudo el fracaso de la primera oleada
de expansión extranjera se debió precisamente a que los rusos no supieron
ver más allá y pensar en cómo se tomarían las autoridades locales y sus
rivales en las calles esas intrusiones en otros países. A consecuencia de ello,
las bandas rusas que operan en el extranjero tienden a evitar hacer una
exhibición pública de su estatus criminal y se ocultan tras aliados locales,
empresas pantalla anónimas y comunidades empresariales y de inmigrantes
rusos legítimas. También se muestran especialmente dispuestos a atraer y
comprar a protectores locales en el seno de la comunidad política.
Este modelo refleja la combinación de presiones, oportunidades y
recursos que tienen los rusos a su disposición. Tal vez su principal activo
sea la propia Rusia. Sus bajos fondos son una fuente rica, diversa y
dinámica de mercancías y servicios de todo tipo, como lo es el a menudo
debilitado sistema financiero. Además de eso, las instituciones rusas suelen
suponer una ventaja añadida para el criminal. El Artículo 61 de la
Constitución prohíbe explícitamente la extradición de ciudadanos rusos,
ofreciendo refugio a figuras buscadas a nivel internacional como el ya
mencionado Semión Moguilévich. La íntima relación entre los negocios, el
crimen, la política y los aparatos de seguridad del Estado supone también
que los gánsteres pueden disponer de acceso a recursos oficiales e incluso
recibir aviso por adelantado de las investigaciones que se realizan en el
extranjero. Es más, la diáspora rusa, si bien no ofrece unos cimientos
apropiados para la construcción de imperios, sí proporciona una
conveniente variedad de contactos y representantes que funcionan mejor
para los criminales cuando no se piensa en ellos como bases, sino como
puentes.
Incluso las concentraciones pequeñas pueden resultar importantes. La
llegada de turistas rusos, jubilados y adoradores del sol a la costa de España
desde 1994, por ejemplo, ha dado lugar a la formación de avanzadillas,
sobre todo en Valencia, la Costa del Sol y la Costa Brava.43 Una vez allí,
establecen operaciones de lavado de dinero a gran escala, haciéndolas pasar
por empresas inmobiliarias y turísticas, mezclando los negocios legales —
ya que, al fin y al cabo, muchos rusos quieren viajar a España e incluso
comprar propiedades allí— y los ilícitos. Aunque en principio estas
operaciones solían estar en manos de empresarios criminales individuales,
llegaron a ser dominadas por Tambóvskaia o su anterior rival, la banda
Malishévskaia, sobre todo porque donde había un mayor beneficio era en el
lavado de dinero de esos peces gordos. En otras palabras, la iniciativa de
unir las redes procedía tanto de esos emprendedores con base en España
como del núcleo, a menudo tras los contactos sociales entre miembros de la
red que estaban de vacaciones o jubilados en España. Un patrón bastante
parecido es el que puede verse en Chipre, donde los turistas y los negocios
rusos han establecido un refugio seguro y acogedor para el crimen ruso, en
especial para el lavado de dinero.44

HISTORIA DE DOS HAMPAS

Los rusos a los que detenemos aquí suelen ser bastante insignificantes: chulos,
contrabandistas, ladronzuelos de tiendas. Sinceramente, yo no veo esa «mafia rusa».

Agente de policía británico (2015)45

Esto no quiere decir que todos los gánsteres inmigrantes rusos o


eurasiáticos proporcionen servicios criminales como operadores. Aunque en
la propia Rusia suele haber una confluencia entre las estructuras del crimen
organizado de guante blanco y los delitos comunes —tanto vorí tatuados
como avtoriteti vestidos de traje—, en el exterior suele haber una fuerte
distinción entre estos dos. Las redes de los avtoriteti conectan con un
amplio espectro de mercados y criminales de otros países, pero suelen
hacerlo entre bambalinas, interactuando con sus clientes; no se trata de
alianzas estratégicas, sino del funcionamiento del mercado global.
Hay bandas rusas y eurasiáticas implicadas en actividades criminales
callejeras directas, pero suelen ser de un carácter diferente. Muchas de ellas
apenas tienen que ver nada con la Rusia actual. Habitualmente, cuando la
policía o la prensa habla del «crimen organizado ruso» en Occidente, en
realidad hablan de georgianos, armenios y otras etnias que tienen una
implicación desproporcionada en las actividades delictivas callejeras
postsoviéticas en el extranjero. De hecho, esos grupos también son con más
frecuencia de orígenes multiétnicos —no rusos, sino en todo caso, personas
que hablan ruso— y carecen de características distintivas rusas claras en
cuanto a su organización y modus operandi. Por ejemplo, en Estados
Unidos, los casos en los que trabaja el departamento del FBI que se dedica
al crimen eurasiático suelen ser cada vez más multiétnicos. En estados
como Florida y California se encuentran tantos armenios como rusos en
esas organizaciones. Por ejemplo, la agrupación Armenian Power con base
en California era el núcleo de la Operación Power Outage, que llevó a la
imputación de 102 personas en 2011 con un abanico de acusaciones
relacionadas en general con fraudes multimillonarios. Aunque los detenidos
de Los Ángeles, Miami y Denver eran en su mayoría armenios, entre ellos
había rusos, georgianos y anglosajones, y también estaban relacionados con
bandas mexicanas.46 El uso del ruso como lengua franca está en declive en
esas bandas, y cada vez se utiliza más el inglés entre sus propias filas o en
las negociaciones con otros. La solidaridad entre grupos y etnias, que en su
momento fue una de las claves de las bandas rusas, es ya cosa del pasado, y
hay miembros tan dispuestos como cualquier otro criminal a llegar a
acuerdos con las autoridades en busca de un beneficio propio.47
En Estados Unidos, esos grupos han adquirido una reputación particular
por realizar complejos y lucrativos fraudes en programas de seguros
médicos privados y gubernamentales. En 2011 se robaron en total entre
60.000 y 90.000 millones de dólares de los presupuestos de Medicare y
Medicaid.48 Las bandas rusas y eurasiáticas parecen ser las principales
protagonistas de este negocio, pero, a pesar de ello, no representan la
absoluta mayoría de las pérdidas. Por ejemplo, en 2010, la armenia
Organización Mirzoyán-Terdzhanián fue acusada de robar unos cien
millones de dólares.49 Aunque la que rompió todos los récords fue una
operación ucraniana y rusa en Brighton Beach en la que estaban implicadas
nueve clínicas y supuestamente conspiró para defraudar a compañías de
seguros médicos privados por valor de 279 millones de dólares durante
cinco años, hasta que quedó desarticulada en 2012.50 Ambos casos
quedaron demostrados claramente ante los tribunales, y sus cerebros
recibieron sentencias de tres y veinticinco años de prisión, respectivamente.
Aunque las redes de capos de alto nivel (que a menudo siguen
conectados con Rusia) y las bandas de emigrados de baja estofa representan
dos ramas separadas, en ocasiones siguen estando conectadas. Estos últimos
suelen apoyarse en los vorí v zakone y avtoriteti supervivientes para que les
otorguen credibilidad, conexiones e incluso una protección que de otro
modo podría faltarles. La Organización Mirzoyán-Terdzhanián, por
ejemplo, estaba bajo la protección de Armén Kazarián («Pzo»), un vor de
origen armenio.51 Del mismo modo, según las autoridades, un cartel de
apuestas ilegales y lavado de dinero descubierto en Nueva York en 2013
pagó al vor v zakone semirretirado Alimzhán «Taivánchik» Tojtajúnov 10
millones de dólares simplemente por el derecho a emplear su nombre para
confirmar su buena fe a los socios y asustar a los depredadores.52 Europol
ha apuntado también la presencia de esos «denominados líderes jubilados
que no parecen estar vinculados directamente a ninguna organización
criminal, pero que en realidad ejercen control e influencia sobre sus
actividades, tanto en la Unión Europea como en la Federación Rusa».53

¿«PAX MAFIOSA» O ECONOMÍA GLOBAL?

Un día, dos tipos están intentando matarse uno a otro, y al siguiente están cerrando un trato
para traficar con droga.

Miembro de la Agencia Antidroga de Estados Unidos (DEA), acerca de los rusos54

En su libro Crime Without Frontiers, Claire Sterling indicaba que el mundo


estaba repartiéndose entre un consorcio global de grupos criminales a través
de una «Pax mafiosa».55 Del mismo modo, John Kerry, el que fuera
secretario de Estado del Gobierno de Estados Unidos, escribió en 1997
acerca de un «eje criminal global» compuesto por los cinco grandes (los
crímenes organizados italiano, ruso, chino, japonés y colombiano), que
jugaban en una liga junto a un conjunto de potencias menores, desde los
nigerianos a los polacos.56 No cabe duda de que tiene su gracia, y nos hace
pensar en las imágenes de la organización SPECTRA de las películas de
James Bond, con unos misteriosos señores del hampa que se reúnen en
torno a una mesa de caoba pulida, idealmente en un volcán extinto. Para
bien o para mal, es algo que se aleja bastante de la realidad. En lugar de un
condominio criminal mundial, lo que presenciamos en la vida real es un
mercado criminal global. La propia dificultad para expandirse hacia nuevos
territorios supone que las agrupaciones criminales importantes no tienen
grandes incentivos para competir, a no ser que se trate de negocios a nivel
local y específico; en el peor de los casos, ni siquiera interactúan entre ellos.
Dado que el «crimen organizado ruso» no es más monolítico que ninguna
otra variedad, los conflictos locales particulares no tienen por qué interferir
con otras oportunidades para hacer negocios en los que haya beneficios
mutuos, y por lo general no suelen hacerlo.
Las bandas establecidas en Italia fueron probablemente las primeras que
mantuvieron contactos activos con sus homólogas rusas a principios de la
década de 1990, al vislumbrar un nuevo ámbito en el que intercambiar
mercancías y favores y, sobre todo, la oportunidad de lavar dinero a través
de un sistema bancario caótico, sin control y criminalizado. Al principio,
solo estaba implicada la mafia siciliana, pero pronto se unieron a ellos la
‘Ndrangheta calabresa, la Camorra napolitana y la Sacra Corona Unita de
Apulia. Desde entonces, otros de sus socios particulares han sido los chinos
del Extremo Oriente ruso y las bandas del narcotráfico latinoamericanas (de
quienes los rusos compran cocaína o la canjean por heroína).57
No obstante, ese proceso funciona a dos bandas, y las mismas
características que hacen de Rusia un terreno perfecto para la proliferación
de sus propios criminales también las han hecho atractivas ocasionalmente
para bandas extranjeras. Como se ha visto en el capítulo 9, en el Extremo
Oriente ruso, el desequilibrio de poder entre el crimen chino y el ruso —en
cierto modo, una consecuencia de sus respectivas economías— es cada vez
más evidente. En tanto que los últimos todavía cuentan con gran presencia
de matones en las calles, así como vínculos corruptos con las autoridades
locales y los agentes de la ley, su principal activo ha pasado a ser cada vez
más el de actuar como operadores locales y representantes de las mafias y
traficantes chinos en las mercancías que buscan u ofrecen, algo que no hizo
sino aumentar desde el receso económico de 2008.
Un particular objeto de posible contienda en estos momentos es el nuevo
complejo turístico del casino de la bahía de Ussuri, en las afueras de
Vladivostok. Con la intención de explotar la inmensa industria de las
apuestas de la zona del Pacífico (valorada en 34.300 millones de dólares en
2010 y en continuo crecimiento), ha sido desarrollado explícitamente para
competir con Macao, que actualmente es el complejo de apuestas con un
mayor volumen de negocio del mundo.58 (También merece la pena señalar
que cualquier intento de las bandas rusas de introducirse por la fuerza en
Macao es fieramente repelido por las tríadas, que dominan el hampa de la
ciudad.)59 Este acontecimiento ha dividido a los propios chinos; las bandas
—principalmente las del continente— que mantienen vínculos en Rusia
esperan beneficiarse de ello, mientras que las tríadas expatriadas que lo ven
como una amenaza para sus ingresos en Macao no están entusiasmadas.
Falta por ver si esas tensiones acabarán en conflicto y si esto salpicará al
Gobierno ruso.
No obstante, el caso chino supone la excepción; por lo general, las
bandas extranjeras no buscan entrometerse directamente en el terreno de las
bandas locales rusas. Por ejemplo, las conexiones entre bandas rusas y
japonesas son fuertes y están en continua evolución, con los primeros
ofreciendo una variedad de mercancías y servicios criminales para sus
equivalentes en la yakuza, aunque eso también se ha visto afectado por el
estado de la economía mundial. Además de prostitutas y metanfetaminas,
por ejemplo, los rusos también venden coches robados a los japoneses.
Según la Agencia de la Policía Nacional Japonesa, en su momento de auge
las bandas rusas enviaron sesenta y tres mil coches robados a Japón en un
solo año.60 Sin embargo, aunque desde el 2008 el dinero escasea más en
Rusia, sigue existiendo una demanda de coches de lujo, por lo que ha
habido una tendencia inversa de vehículos japoneses nuevos robados para
ser introducidos de contrabando en Vladivostok. Mientras tanto, el dinero
yakuza ha pasado estratégicamente a negocios en Rusia que consideran
beneficiosos y útiles. En particular, eso ha supuesto que haya instituciones
financieras y empresas locales implicadas en el transporte de mercancías
(de incalculable valor para el contrabando), la pesca (tanto por la ilegal
como por el contrabando) y las apuestas (especialmente útiles como
lavaderos de dinero).
Como ya se ha comentado, por lo general, los puertos, los aeropuertos y
las rutas terrestres desprovistas todavía de grandes controles hacen de Rusia
un núcleo predilecto para los contrabandistas. Además de la Ruta del Norte
de la heroína afgana, Rusia cuenta con una gran parte de narcotráfico de
cocaína latinoamericana, sobre todo a medida que el mercado europeo se
vuelve más importante, y es tanto fuente de drogas sintéticas como
plataforma giratoria para ellas. Del mismo modo, Rusia es una ruta
importante para los tratantes de blancas y los contrabandistas,
especialmente para los que operan desde China. Estos criminales, que
suelen estar vinculados a las bandas del continente o a las tríadas, pero no
forman parte de ellas, operan a través de bandas autóctonas y de
representantes de las comunidades locales de etnia china. En Moscú, por
ejemplo, trabajan principalmente con rusos, porque son quienes tienen
mejores contactos con los agentes de la ley locales y un perfil más discreto.
Al mismo tiempo, cada vez utilizan más contactos entre la comunidad de
etnia china de la ciudad, para reunirse secretamente a inmigrantes ilegales
antes de llevarlos a aeropuertos o estaciones de tren donde emprender el
siguiente paso en sus viajes. En suma, la globalización del hampa también
ha obligado a los rusos a compartir su propio mercado con competidores y
socios de todo el mundo.
Explorar en profundidad la extensión y las formas de las operaciones
criminales rusas y basadas en Rusia en el resto del mundo, así como su
cooperación con otros protagonistas del hampa, podría ocupar todo un libro.
En cualquier caso, resulta evidente que no se trata de una historia de
conquista. En el año 2000, el periodista Robert Friedman afirmó con gran
excitación que «la mafia domina Rusia y Europa del Este mediante una
“llave mataleón”. También está convirtiendo Europa occidental en su
sátrapa financiero», y continuó citando una fuente del FBI que decía: «De
aquí a unos años […] la mafia rusia será más grande que la Cosa Nostra en
Estados Unidos. Y quizá más grande también que General Electric y
Microsoft».61 Lo que ha sucedido en lugar de eso es que el capitalismo
global es el que ha abrazado el hampa rusa con su «llave mataleón». La
lógica de la penetración en el mercado, de la ventaja competitiva y de las
empresas conjuntas ha modelado esta expansión criminal posmoderna.
Había pocos nichos de mercado disponibles en los hampas locales, pero los
rusos descubrieron nichos nuevos en el mercado global de los servicios
criminales, proporcionando financiación, servicios y mercancías para las
bandas nacionales. Por más dinero que los estafadores de Medicare puedan
ganar en Estados Unidos, esos dividendos palidecen al compararlos, por
ejemplo, con la cantidad estimada de 13.000 millones de dólares anuales en
que está valorada la Ruta del Norte rusa para la heroína afgana, o el tráfico
de cigarrillos de imitación y sin impuestos.62 Como expresó un agente de
policía ruso con todo el orgullo del que se puede hacer gala: «nuestros vorí
son los mejores capitalistas del mundo».63
CUARTA PARTE

FUTURO
13

NUEVOS TIEMPOS, NUEVOS «VORÍ»

Ten paciencia, cosaco, y llegarás a jefe.

Proverbio ruso

No cabe duda de que se ha producido un cambio en Rusia desde el ascenso


de Vladímir Putin al poder entre 1999 y 2000, incluso podría calificarse
como progreso. Pensemos en el caso de Serguéi «Osia» Butorin, el
individuo que ordenó la muerte de varios de los gánsteres de los que se ha
hablado en este libro, entre ellos Otari Kvantrishvili, el hombre que se
creyó jefe de los jefes de Moscú, y el famoso asesino a sueldo Alexandr
Solónik. El pasado de Butorin es tan oscuro y sanguinario como el de
cualquier otro y demostró repetidamente que era el tipo de hombre
dispuesto a ensuciarse las manos llevando a cabo «trabajos mojados»:
derramamientos de sangre, un término que forma parte tanto de la jerga
gansteril como del KGB. Antiguo guardia de seguridad y matón de poca
monta, a finales de la década de 1980 realizó un viraje hacia el violento
negocio de la protección forzada. En 1994 fue nombrado jefe de la banda
Oréjovo de Moscú, un grupo especializado en la extorsión y la violencia.1
Oréjovo era parte de una organización más amplia dominada por Serguéi
«Silvestr» Timoféiev, pero, cuando una bomba teledirigida proyectó a este
junto a su Mercedes a lo largo de un recorrido de cien metros de la calle
Tverskaya-Yamskaya en 1994, «Osia» se apresuró a tomar el poder de la
manera que mejor se le daba.2 Se rodeó de un equipo de deportistas y
gorilas, entre ellos su mano derecha, Alexéi Sherstobítov («Liosha el
Soldado»), quien había sido agente de las fuerzas especiales Spetsnaz. Su
estilo era efectivo, aunque poco sutil, como exigían aquellos tiempos
sangrientos. Dio una muestra de ello un cálido día de verano de ese mismo
año, cuando Alexandr Bidzhamo («Álik el Asirio»), líder de una banda
rival, estaba sentado en una cafetería de Moscú con tres de sus
guardaespaldas y fueron todos abatidos por el fuego de las ametralladoras.3
Su modus operandi no era de los que granjean muchos amigos. En 1999,
los enemigos de Butorin empezaron a ser demasiado poderosos y
numerosos y tenían la firme determinación de borrarlo del mapa. De modo
que fingió su propia muerte e incluso celebró su funeral, esparciendo sus
cenizas en un nicho modesto del cementerio Arcángel Nikolái. Entretanto se
sometió a una cirugía estética para modificar su apariencia y huyó a España.
Pero eso no supuso su jubilación, y Butorin continuó con sus actividades
criminales hasta que lo detuvieron en 2001. Pasó ocho años en prisión hasta
que fue extraditado a Rusia (a pesar de un intento de pedir asilo político).
En tiempos pasados, los gánsteres que acababan en los tribunales rusos
solían salir en libertad, ya que los testigos no se presentaban y los jueces
concedían inesperadas anulaciones de juicios. Sin embargo, Butorin fue
sometido a un juicio serio y meticuloso, y en 2011 fue sentenciado a cadena
perpetua tras ser declarado culpable de no menos de veintinueve
asesinatos.4
Así que, poco a poco, las cosas están cambiando. Está produciéndose un
proceso que probablemente hará que disminuya la «excepcionalidad» del
país. Las características tan distintivas del hampa rusa son el reflejo de las
circunstancias únicas en las que surgieron. A medida que se abren en Rusia
más sucursales del banco HSBC y de Starbucks, que los rusos ven más Los
Simpson y Los Soprano, que viajan y estudian más en el extranjero, que sus
sistemas financieros se interconectan más con los otros y que remite el
legado del Gobierno soviético, sus criminales también terminarán
pareciéndose poco a poco a los nuestros. La globalización acabará
homogeneizándonos a todos. Según Alimzhán «Taivánchik» Tojtajúnov, al
que buscan en Estados Unidos por múltiples causas y está acusado de ser un
vor v zakone, el cambio ha sido drástico: «No existe crimen organizado en
Rusia. Ninguno […] Hay hooligans, hay ciertos bandidos de medio pelo,
hay borrachos que se reúnen para tramar cosas. Pero el crimen organizado
concreto no existe en la actualidad».5
Tojtajúnov posiblemente no sea el más objetivo de los observadores, pero
es cierto que los vorí no tienen presencia en el hampa rusa del siglo XXI en
el sentido que se le daba al término en la década de 1970, ni en la de 1950 o
1930. Pero el propio hecho de que podamos hablar de esas tres variaciones
de un mismo concepto habla por sí solo de la mutabilidad del término. Al
fin y al cabo, según los blatníe, los suki traicionaban absolutamente todo lo
que suponía el vorovskói mir, y a pesar de ello, en la década de 1960, un vor
era alguien que había interiorizado los valores de las «perras». Los «viejos
tiempos» siempre tendrán un atractivo particular, pero, aunque
posiblemente no tengan un código tan formalizado como el de los antiguos
vorí, los criminales actuales sí cuentan con sus «compromisos» y sus
propias costumbres. Si los sucesores de los vorí no hubieran dispuesto de
ningún código en absoluto, sería difícil imaginar que les hubiera ido tan
bien en negocios, como el sector de la protección, en los que la eficacia a
largo plazo se genera a través de la confianza y la «creación de una marca»
más que por medio de la fuerza bruta, o al menos no solo con ella.
Podría decirse que lo que ha sucedido es que, en una época de política de
economía de mercado y seudodemocracia, donde el poder está en su mayor
parte desconectado de toda ideología más allá de una mezcla de
nacionalismos rudimentarios, los vorí se han diversificado y tal vez incluso
hayan colonizado las élites rusas en general. Hay estafadores,
narcotraficantes, tratantes de blancas y traficantes de armas, pero también
existe una conexión profunda con los mundos de la política y los negocios.
Los avtoriteti actuales explotan las oportunidades del capitalismo caníbal de
Rusia y, del mismo modo que el propio Estado, o al menos sus agentes,
explotan sus propias oportunidades criminales de manera cada vez más
organizada. Por ejemplo, en 2016, la policía realizó una redada en el
apartamento de uno de sus propios oficiales, el coronel Dmitri Zajárchenko,
que irónicamente era el jefe de un departamento de la división
anticorrupción. Allí encontraron 123 millones de dólares: tanto dinero que
los investigadores tuvieron que hacer una pausa en el registro para buscar
un contenedor en el que cupiera todo ese efectivo.6 Zajárchenko ha negado
todas las acusaciones y, en el momento de redactar estas líneas, el caso
sigue en curso, pero se da por sentado que no todo era suyo, sino que era el
tesorero del fondo común, la obschak de una banda de «hombres lobo».
¿Hombres lobo? Los grupos de crimen organizado en el seno de las fuerzas
policiales son un problema tan generalizado que incluso cuenta con su
propio apodo en el habla común: óboroten, «hombre lobo».
Es posible que la palabra vor esté en desuso, que términos como obschak
tengan nuevos sentidos, que los propios códigos y patrones de conducta de
los criminales hayan vuelto a adaptarse, pero, en cierto modo, eso no indica
la desaparición del vorovskói mir tanto como una nueva readaptación, una
difuminación de las fronteras entre ese «mundo de los ladrones» y el de
todos los demás. Tanto los vorí como sus valores se han introducido en el
corazón del Estado, culminando un proceso que comenzó durante la
primera mitad del siglo XX.
EL CRIMEN PROFUNDO Y EL ESTADO PROFUNDO

Grinda citaba una «tesis» de Alexandr Litvinenko, el que fuera oficial del servicio de
inteligencia ruso que trabajaba en asuntos [del crimen organizado] hasta su muerte por
envenenamiento en Londres a finales de 2006 en extrañas circunstancias, por la que los
servicios de seguridad e inteligencia rusos —Grinda citaba al Servicio de Seguridad
Federal (FSB), al Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) y a la inteligencia militar (GRU)
— controlan [el crimen organizado] en Rusia. Grinda afirmaba que esa tesis es acertada
[…] Grinda dijo creer que el FSB está absorbiendo a la mafia rusa […]

Cable diplomático de Estados Unidos (8 de febrero de 2010 )7

El fiscal español José Grinda González, un azote particular de las mafias


rusas en España, calificó de manera tristemente notoria a Rusia como un
«Estado mafioso», especialmente en este cable filtrado. No cabe duda de
que se trata de un epíteto pegadizo, pero ¿a qué hace referencia realmente?
Para Grinda, el Kremlin (o cuando menos sus aparatos de seguridad) no está
bajo el control de los criminales, sino que es un titiritero en la sombra que
hace bailar a las bandas al son que les marcan. En la práctica, lo cierto es
que la relación entre el crimen organizado y el Estado a nivel local y
nacional es compleja, está llena de matices, y a menudo existe una
cooperación asombrosa. Es tan simplista sugerir que el crimen organizado
controla directamente al Kremlin como decir que está controlado por este.
Lo que sucede es que florece bajo el mandato de Putin porque se adapta
perfectamente a su sistema.
Ni que decir tiene que existen grandes niveles de corrupción, lo cual
proporciona un entorno favorable para el crimen organizado. Incluso el
presidente Putin ha reconocido el problema y ha prometido «eliminar las
causas primarias de la corrupción y castigar a funcionarios particulares»,
añadiendo: «Ya derrotamos a la oligarquía. Y, sin duda, derrotaremos a la
corrupción».8 No obstante, apenas existen indicios de que tenga intención
de hacerlo, o cuando menos de que lo haya intentado hasta el momento,
aparte de ciertas muestras públicas de resolución y las purgas periódicas de
funcionarios sin importancia y lo suficientemente ajenos a su círculo
personal como para usarlos como cabezas de turco. La relación entre la élite
y los gánsteres no es la del comprador y el comprado, sino que suele ser una
simbiosis, relaciones de beneficio mutuo profundamente arraigadas que a
menudo se establecen a largo plazo. Por ejemplo, en las elecciones de 1995
de la región de los Urales, el grupo de crimen organizado Uralmash apoyó
de manera abierta al candidato ganador, Eduard Rossel. Se dice que después
aseguró que sus miembros ya no estaban implicados en crímenes, lo cual
parece ir en contra de la opinión de su propia policía.9 ¿«Dirigía» Rossel
Uralmash, o era la banda la que «poseía» a Rossel? La respuesta,
obviamente, es que ninguna de las dos cosas es cierta. Lo que los
observadores expertos creen es que seguramente se trató de una relación de
la que ambos esperaban sacar un beneficio y que duró precisamente el
tiempo que pervivieron esas expectativas. Mientras tanto, en Moscú, se
rumoreaba con insistencia que el alcalde Yuri Luzhkov estaba vinculado
con los sindicatos del crimen de la capital, especialmente con Sólntsevo. Él
siempre ha negado tales relaciones y nunca ha sido acusado ni condenado
por delito alguno. Aunque no esté demostrado, esos rumores quedaron
reflejados en un cable diplomático de Estados Unidos:

Luzhkov utilizó dinero del crimen para apoyar su ascenso al poder y ha estado implicado en
sobornos y acuerdos relacionados con lucrativos contratos de construcción en todo Moscú.
XXXXXXXXXXXX nos dijo que los amigos y asociados de Luzhkov (entre ellos, el
recientemente fallecido capo criminal Viacheslav Ivankov) […] son «bandidos» […], el Gobierno
de Moscú tiene vínculos con muchos grupos criminales diferentes y acepta sobornos regularmente
de empresas. Las personas que trabajan a las órdenes de Luzhkov mantienen esas conexiones
criminales.10
Con todo, Luzhkov fue obligado a dimitir en 2010 y, por lo general, los días
del reino político-criminal autónomo han pasado. San Petersburgo, por
ejemplo, ha sido cuna del poderoso grupo Tambóvskaia descrito
anteriormente en este libro, cuyo jefe, Vladímir Kumarin, que también
responde al nombre de Vladímir Barsukov, llegó a ser conocido como el
«gobernador nocturno». En sus tiempos como teniente de alcalde en la
década de 1990, Vladímir Putin supuestamente colaboró con Tambóvskaia,
y, desde entonces, Barsukov ha construido un imperio de los negocios en
toda la ciudad y la región.11 No obstante, el gran poder que ostentaba el
gánster públicamente en la ciudad natal de Putin suponía una fuente
constante de bochornos y vulnerabilidad para el presidente, y en 2007 se
utilizaron a unos trescientos comandos de la policía para detenerlo. El fiscal
general Yuri Chaika tenía tanto miedo de que se produjeran filtraciones que
lo ocultó prácticamente por completo a la policía de San Petersburgo, envió
desde Moscú a un contingente de fuerzas especiales en aviones del
Ministerio de Emergencias —ni siquiera confió en el Ministerio de Interior
— y después dijo que «si hubiéramos actuado de otro modo, Barsukov
habría recibido aviso», porque «hemos descubierto filtraciones en la oficina
del fiscal general y en el gobierno de la ciudad, así como en la policía y las
agencias de seguridad».12 En 2009, Barsukov fue condenado por fraude y
lavado de dinero y sentenciado a catorce años de prisión.13
Dejando aparte el caso de Chechenia, es posible que el último reducto
criminal se encontrara bastante más al sur de San Petersburgo, en
Majachkalá, capital de la república de Daguestán, al norte del Cáucaso.14
Esta había estado dirigida y prácticamente poseída desde 1998 por Saíd
Amírov. Para controlar la que era calificada como la ciudad más anárquica
de Daguestán, que en cierto modo es la más ingobernable de todas las
repúblicas de la Federación Rusa, se precisaba a un hombre especial.
Amírov daba la sensación de ser virtualmente indestructible en toda la
amplitud del término. Sobrevivió a un mínimo de una docena de intentos de
asesinato (hay quien dice que quince), entre ellos uno en 1993 que lo dejó
postrado en una silla de ruedas, con una bala alojada en la columna, y
también a un ataque con misil a sus oficinas en 1998. Y, lo que es igual de
importante, políticamente también parecía inexpugnable. A pesar de las
continuas acusaciones de brutalidad, corrupción y vínculos criminales, vio
salir a cuatro líderes daguestaníes y sobrevivió a tres presidentes rusos.
No es de extrañar que, además de como «Roosevelt Sanguinario» —a
causa de la silla de ruedas—, fuera conocido como «Saíd el Inmortal», en
honor a Koshchei el Inmortal, un villano del folclore ruso. Cuando Moscú
decidió finalmente actuar en su contra, en 2013, tuvo que pensar en el poder
con el que contaba a escala local. Esto no incluía solo a su propio ejército
privado de guardaespaldas, sino también la gran influencia que ejercía sobre
la policía daguestaní y, supuestamente, sobre una banda de narcotraficantes
conocida como Koljózniki («Colectividad de Granjeros»). A consecuencia
de ello, su detención se pareció mucho al asalto a un territorio hostil,
encabezado por fuerzas especiales del FSB enviadas desde el exterior de la
república, respaldadas con vehículos acorazados y helicópteros de combate.
Era tal la preocupación por el poder que ejercía sobre las autoridades
locales que Amírov fue transportado directamente en avión hasta Moscú
junto con su sobrino y otros nueve sospechosos.
Si Moscú le había permitido tranquilamente construir su feudo durante
quince años, ¿por qué se volvía ahora contra él? Parte del motivo parece ser
que tuvo problemas con el poderoso Comité de Investigación debido a su
implicación en 2011 en el asesinato de uno de sus directores regionales,
Arsén Gadzhibékov. Del mismo modo, aunque Amírov fue condenado con
base en un caso diferente, su plan para usar un misil tierra-aire con objeto
de derribar a un avión en el que viajaba Saguid Murtazalíev, director del
Fondo de Pensiones Daguestaní, puso en marcha el proceso. Amírov fue
sentenciado a diez años en una colonia penitenciaria de máxima seguridad
—la fiscalía pidió trece— y la pérdida de los galardones otorgados por el
Estado (incluido uno que, irónicamente, le había concedido el propio FSB).
Se trataba de un hecho sin precedentes para uno de los hombres fuertes
locales del Kremlin, y servía como aviso para el resto de cleptócratas
locales.
Pero ni siquiera el Comité de Investigación podía ir y sacar a alguien
como Amírov de su fortaleza y depositarlo en la cárcel de Lefórtovo sin que
antes se tomara una decisión política al respecto desde el Kremlin. Los
mismos atributos que parecían hacer de Amírov un apoderado local tan
admirable —su habilidad para gestionar la compleja política étnica
partisana de Daguestán, su implacabilidad, su red de conexiones tanto en el
hampa como en el ámbito legal, su corrupción a escala industrial, su
ambición codiciosa para él y para su familia— se habían convertido en
lastres.
El Estado ruso moderno es una potencia mucho más fuerte que en la
década de 1990 y guarda con celo su autoridad política. Las bandas que
prosperan en la Rusia moderna tienden a hacerlo cooperando con el Estado
y no trabajando en su contra, y ha ascendido una nueva generación política
al poder cuyos futuros dependen más del patronazgo del Kremlim que de
los contactos con el hampa local. A este respecto, si Rusia está realmente
gobernada por un «Estado profundo» —un término que procede de la forma
en la que Turquía pareció estar gobernada durante mucho tiempo por una
élite dentro de la élite que controlaba la política entre bambalinas—,
entonces también existen unas estructuras de «crimen profundo».15 Por
ejemplo, un original estudio de Michael Rochlitz, de la Higher School of
Economics de Moscú, descubrió una relación aparentemente clara entre
funcionarios del gobierno local que usaban métodos ilegales para
apoderarse de negocios y su éxito en la captación del voto para Putin.16 En
otras palabras, si trabajas bien para el Kremlim, el Estado hará la vista
gorda. Estas redes difusas de patronazgo e intereses mutuos que conectan a
figuras políticas, funcionarios del Gobierno, líderes empresariales y capos
criminales son muy difíciles de demostrar —los supuestos vínculos de
Luzhkov, por ejemplo, solo son rumores y conjeturas—, pero sin duda
existen y desempeñan un papel fundamental en el modelado de la política
rusa. Pero solo cuando se recuerda ese axioma perenne: el Estado es la
mafia más grande de la ciudad.

«TODO SE BASA EN LOS NEGOCIOS»

El crimen organizado pasa de utilizar métodos bárbaros a otros más civilizados, se


convierte en parte de la maquinaria del Estado y hasta cierto punto contribuye a la
prosperidad del país.

ALEKSANDR GÚROV, criminólogo (1996)17

Recuerdo una conversación con un emprendedor ruso cuyo negocio parecía


ser principalmente el de descargar CD piratas de mala calidad en el
mercado en nombre de unos gánsteres ucranianos de Donetsk. Cuando le
pregunté qué sentía al trabajar para el crimen organizado, hizo una señal de
desdén con la mano: «Son negocios, simplemente negocios». Una clave
fundamental del crimen organizado ruso actual es la escala y la profundidad
en la que penetra en la economía legítima (que a veces solo aparenta serlo).
Es imposible negar que esto supone un problema considerable, con
criminales que controlan empresas financieras, comerciales e industriales,
que ejercen influencia sobre los contratos del Gobierno y simplemente
roban negocios y bienes. Sin embargo, resulta igualmente imposible ofrecer
una cifra significativa al respecto. Actualmente sigue circulando una
afirmación apócrifa acerca de que el crimen organizado controlaba «el 40
por ciento de la economía rusa» en la década de 1990, principalmente
porque no existen datos contrastados que puedan reemplazarla.18 Se trata de
una cuestión tanto epistemológica como ontológica: ¿qué significa
«controlado por el crimen organizado» y cómo podemos determinar esto en
cualquier caso? Si se ganaron un millón de dólares a través de la
malversación y después se invirtieron en un negocio legítimo, ¿puede
considerarse dinero negro a los ingresos acumulados? ¿Y qué hay del
dinero que se ha generado reinvirtiendo esos beneficios? ¿Cuándo se
desvanece la «suciedad» del dinero? En Rusia, diferenciar el dinero negro
del limpio resulta una tarea imposible, sobre todo porque en la década de
1990 era prácticamente imposible ganar grandes sumas de dinero sin
involucrarse en prácticas que en Occidente serían cuando menos
cuestionables, y totalmente ilegales en el peor de los casos. Por ejemplo,
durante 1994 se privatizaron una media de ciento cuatro empresas al día y
se cometían ciento siete delitos relacionados con la privatización.19
Con todo, no cabe duda de que desde entonces el papel destacado del
gansterismo ha ido declinando en gran parte de la economía, aunque de
manera desigual. Los «asaltos» —la apropiación de bienes y empresas a
través de la coacción física o legal— siguen suponiendo un problema grave,
pero ahora se realizan a través de los tribunales o de los aparatos del Estado
más que por medio de la violencia o de las amenazas.20 Un empresario
instalado en Gran Bretaña me dijo que había tenido que volar hasta Moscú
en dos ocasiones en cuanto lo avisaron por intentos de robo de una de sus
propiedades. La primera vez los matones se plantaron en la entrada y se
deshicieron a empujones del único guardia de seguridad presente. El
empresario tuvo que pedir favores a la policía local para que los expulsaran.
No obstante, en la segunda ocasión, los asaltantes adoptaron la forma de
abogados y alguaciles que portaban documentos en los que se alegaba que
la propiedad había pasado a su posesión en cumplimiento de una deuda
(que no existía). Mientras que para librarse de los matones tardó solo unas
horas, y sospecho que un soborno moderado al jefe de la policía, lidiar con
el desafío legal supuso semanas y tuvo que pagar mucho más, tanto en
costas legales como en incentivos ilegales. Al menos hasta la recesión
económica de 2014, cuyos efectos son explicados en el siguiente capítulo,
los empresarios han venido afirmando que las extorsiones abiertas por
protección han supuesto por lo general una amenaza en descenso salvo en
ciertos casos específicos: las provincias más atrasadas, las empresas más
vulnerables y las que bordean los márgenes de la ilegalidad, como los
vendedores del mercado y los quioscos y tiendas que venden productos de
imitación o libres de impuestos. En general, desde finales de la década de
2000, ha aumentado el uso de la ley para resolver las disputas empresariales
en lugar de usar los métodos extrajudiciales.21
Con todo, los delitos financieros «comunes» suponen un problema
creciente. La Encuesta Mundial sobre Fraude y Delito Económico de
PricewaterhouseCoopers de 2007 informó de que el 59 por ciento de las
empresas rusas encuestadas habían sufrido delitos económicos durante los
últimos dos años, un aumento del 10 por ciento desde 2005, con una media
de daños patrimoniales directos declarados de 12,8 millones de dólares,
indicando que el coste directo total de los delitos económicos en Rusia se ha
cuadriplicado en el período 2005-2007.22 Esto, no obstante, resulta
tranquilizador en cierta forma perversa, ya que esos delitos eran
abrumadoramente «civiles»: los contratos eran asegurados mediante
sobornos, los empleados manipulaban los libros de cuentas y los socios
empresariales hinchaban las facturas. Asombrosamente, las evidencias
directas del crimen organizado, ya fuera en forma de violencia, intimidación
o señales de conspiraciones criminales, brillaban por su ausencia.
Sin embargo, la permeabilidad entre los bajos fondos y el ámbito legal
sigue estando preocupantemente patente en Rusia y resulta problemática en
el mundo de los negocios. La mayoría de los avtoriteti importantes —e
incluso algunas figuras de menor importancia— mantienen una carpeta de
intereses que van desde lo esencialmente legítimo, pasando por zonas
«grises» (por ejemplo, las tiendas legales en las que se vende también
mercancía libre de impuestos, o bien las fábricas legales que utilizan
materia prima de contrabando o mano de obra ilegal procedente del tráfico
de personas), hasta lo completamente ilícito. Al fin y al cabo, están
interesadas en el dinero, el poder y la seguridad y están dispuestas a tender
la mano a cualquier cosa que ayude a maximizarlos. Esto significa que
normalmente actúan dentro de la economía legítima, pero después reparten
su atención y sus fondos entre sus diferentes intereses empresariales, según
dicten el capricho y la oportunidad.

«PLANCHANDO LA FIRMA»

El caso Magnitski es […] el caso de estudio más claro acerca de cómo ha sido
criminalizado todo el sistema en Rusia, de cómo los funcionarios roban a su propio país,
cómo asesinan a las personas que se interponen en su camino y cómo el sistema en su
totalidad los protege una vez que los atrapan.

BILL BROWDER, empresario occidental (2011)23

Con Putin, los funcionarios corruptos han regresado a la posición


dominante que ocupaban en los tiempos soviéticos. Particularmente infame
fue el que se conoció como caso Magnitski en honor a su víctima principal,
aunque en realidad concernía a un empresario británico de origen
estadounidense, Bill Browder, y su fondo de inversiones Hermitage Capital
Management.24 Establecido en 1996 para aprovechar las nuevas
oportunidades que se abrían en Rusia, tuvo bastante éxito, tanto a nivel
empresarial como personal. Entre 1996 y 2006 fue uno de los principales
fondos de inversión extranjeros que operaban en Rusia, y el propio Browder
ganaba cientos de millones de dólares con ello.
Desde la década de 1980, cuando la presencia de turistas comenzó a ser
más habitual en Moscú y Leningrado, los gánsteres rusos habían empleado
la expresión «planchar la firma» para referirse a robar o extorsionar a los
extranjeros para sacarles dinero. Tal vez resultara inevitable que, con tanto
dinero en juego, Hermitage Capital Management (HCM) tuviera que pagar
el debido «planchado». Aunque Browder había sido un defensor explícito
de Putin en el pasado, su modelo de negocio dependía a menudo de una
forma de activismo accionarial elevado a la máxima potencia que desafiaba
la gestión ineficiente y corrupta de muchos de los grandes protagonistas de
la economía rusa. Dado hasta qué punto sus objetivos eran clientes de otros
actores del sistema político más importantes incluso, Browder empezó a ser
visto como un incordio, y en 2006 se le prohibió la entrada a Rusia como
«amenaza para la seguridad». Eso hizo que HCM fuera vulnerable, y, en
2007, la policía llevó a cabo una redada en sus oficinas y se llevaron
documentos, ordenadores y los imprescindibles sellos de la compañía. Esos
mismos sellos, aunque oficialmente se guardaron como pruebas de un
delito, se usaron para falsificar pruebas de que se había realizado un fraude.
Con la intención de que le impusieran sanciones, se hizo una reclamación
fraudulenta de devolución de impuestos a nombre de HCM por valor de
5.400 millones de rublos (230 millones de dólares) que fueron
desembolsados con sospechosa rapidez (dada la experiencia personal que
tiene cualquier otra persona con la agencia tributaria rusa) a tres empresas
fantasma que se utilizaron para trasvasar el dinero a los cerebros de la
conspiración.
El especialista en asuntos fiscales de Browder, el ruso Serguéi Magnitski,
denunció el fraude y comenzó a investigarlo con tenaz persistencia. Para su
desgracia, lo detuvieron, lo metieron en la cárcel y fue sujeto a un régimen
de palizas, tortura psicológica y denegación de atención médica que
condujo a su muerte en prisión en 2009. Entretanto, dos delincuentes de
medio pelo, un ladrón y un trabajador de una serrería al que habían
condenado en su momento por homicidio, fueron detenidos y culpados de
haber sido capaces de ingeniárselas de algún modo para diseñar ese colosal
y complejo fraude. Ambos se declararon culpables y se les impuso la pena
mínima de cinco años. No se encontró rastro del dinero en sus cuentas
bancarias, y la policía afirmó después que, dado que todos los documentos
relevantes habían sido destruidos en un misterioso accidente de camión,
sería imposible realizar el seguimiento del dinero.
En el momento de la redacción de este libro, Browder persigue el caso
con entusiasmo a través de los tribunales y los medios extranjeros, pero, a
pesar de su escandalosa criminalidad, este caso no es único en absoluto,
salvo por la capacidad y disposición que tiene Browder para hacer de ello
una causa pública. Lo que hace este caso es demostrar la interpenetración
que existe entre la corrupción, el crimen organizado, los negocios y la
política. En su día, los extranjeros —«la firma»— tenían un estatus
especial, esa gallina de los huevos de oro a la que se podían robar, pero a la
que no debía asustarse. A medida que la inversión extranjera entraba en
Rusia y que salía el flujo de dinero, a medida que las empresas se
fusionaban y los inmigrantes y rusos formaban una nueva clase intermedia
de gestores cosmopolitas y empresarios, el viejo carácter distintivo de «la
firma» empezó a desvanecerse. Del mismo modo que la lengua rusa ha sido
colonizada por muchos préstamos de la jerga criminal, lo que demuestra
realmente el caso HCM es hasta qué punto las prácticas empresariales
normales rusas han sido influidas por las costumbres y métodos del mundo
criminal.

LA GANSTERIZACIÓN DE LOS NEGOCIOS

Ese dicho de «la mafia es inmortal» sigue estando vigente en nuestro país. Los «salvajes
años noventa» han entrado a formar parte de la historia, con sus características. Muchas
leyendas del mundo criminal a las que conocí personalmente están ahora bajo tierra. Cada
vez hay menos asesinatos a sueldo, aunque sigue habiendo tiroteos, incluso en el centro de
la capital. Las formas más duras de extorsión han desaparecido, aunque siguen existiendo
mordidas y asaltos a empresas. Las «flechas» se han transformado en negociaciones
bastante decentes con la participación de abogados y financieros. Las disputas pistoleras
son cosa del pasado. Ahora las empresas no resuelven sus conflictos con la ayuda de
bandidos y hierros candentes, sino en los tribunales […] de ahí que existan tales niveles de
corrupción.

VALERI KÁRISHEV (2017)25

A finales de la década de 1990, el asesinato era una forma tristemente


común de resolver las disputas empresariales.26 En las famosas «guerras del
aluminio» de principios de la década, por ejemplo, los matones ocupaban
fábricas, y había una retahíla de asesinatos y horripilantes relatos de
vínculos con el crimen organizado en toda la industria del metal.27 Los
asesinatos por encargo seguían siendo frecuentes —según el profesor
Leonid Kondratiuk del Instituto de Investigación Científica del MVD,
incluso durante los primeros años de gobierno de Putin había «entre
quinientos y setecientos asesinatos anuales […] Pero esta cifra solo hace
referencia a los que sabemos con certeza que fueron asesinatos por encargo.
En realidad, la cifra es probablemente del doble o el triple».28 A pesar de
ello, la cultura de los negocios rusa ha seguido un desarrollo constante.
Cada vez hay una proporción más elevada de hombres de negocios y
empresarios, sobre todo jóvenes, dispuestos a apartarse de las viejas
normas. Huyen de estos métodos cuando pueden por convicción, por el
deseo de un clima empresarial más seguro y predecible o por lo que
consideran «volver a unirse a Occidente». No obstante, el cambio cultural
toma su tiempo y aunque el asesinato ya no es tan característico como antes
en los negocios —aunque sigue existiendo—, el espionaje corporativo, el
uso de las influencias políticas para ganar contratos y frenar a los rivales y
el soborno siguen siendo comunes y conectando el mundo del crimen y el
de los negocios. Del mismo modo, la nueva generación de capos del crimen
está más activa que nunca en los terrenos de los negocios legítimos y
«grises».
Todo esto hace que, cuando se profundiza más allá de los matones que
están al fondo de la cadena alimentaria, resulte muy difícil distinguir entre
los empresarios genuinos y el gánster emprendedor. También hace que sea
especialmente difícil identificar de dónde procede la financiación, dado lo
extendido que está el «lavado de dinero interno» entre negocios. Muchos de
esos gánsteres empresarios están dispuestos a usar el sistema judicial para
resolver sus disputas, sobre todo porque suele ser el dinero, y no la justicia,
lo que determina el dictamen. También suelen estar menos dispuestos al uso
de la coacción por miedo a una escalada de los conflictos y a atraer una
atención no deseada (incluyendo la de Occidente: muchos disfrutan de la
oportunidad de viajar, comprar e invertir en el extranjero).
Esto no hace que sean unos adalides convencidos del orden y la ley.
Aprecian que el sistema tenga cierto nivel de predictibilidad, y ahora que
son ricos también quieren que haya un aparato del Estado dedicado a
preservar los derechos de la propiedad. Sin embargo, son conscientes de
que una fuerza policial honesta y con buen funcionamiento y una justicia
dedicada e incorruptible supondría una gran amenaza para ellos. Por lo
tanto, tienen un enorme interés en conservar el orden establecido y su
capacidad para usar la violencia o la corrupción según el momento y la
forma que dicten las circunstancias. Este compromiso colectivo con el
orden establecido hace que conserven su poder, pero también impone unas
reglas y límites, igual que hace la propia economía de mercado. Además,
supone también que, cuando los tiempos sean peores o las instituciones
legales parezcan menos capaces de cumplir su parte, las costumbres
gansteriles puedan volver a retomarse. Como se expondrá en los siguientes
capítulos, desde la vuelta de Putin al Kremlin en 2012, tras su interregnum
de cuatro años mientras su presidente marioneta Dmitri Medvédev le
mantenía el trono caliente, las cosas han cambiado.29 La combinación de las
presiones económicas, la ruptura de las relaciones con Occidente tras la
anexión de Crimea, la invasión del sudeste de Ucrania en 2014 y el impacto
que tuvieron las posteriores sanciones occidentales han supuesto que, en el
momento de redactar este escrito, muchas de las viejas costumbres vuelvan
a afianzarse progresivamente.

«TODO Y TODOS ESTÁN EN VENTA»

En Rusia puedo comprar a quien quiera y lo que quiera.

«ROMAN», avtoritet ruso (2012)30

El estado económico del mercado también queda patente en la capacidad


del crimen organizado para pasar más allá de la simple corrupción y
contratar o adquirir al personal, las habilidades y mercancías necesarias
para sus operaciones. Al fin y al cabo, el hampa es una economía
independiente por derecho propio. Y se extiende a medida que Rusia
desarrolla inevitablemente un complejo conjunto de industrias de servicios
y nichos de mercado. La necesidad principal y más obvia era tener personas
capaces de usar la violencia de manera creíble, dispuesta y efectiva, y sigue
existiendo una gran oferta de aprendices de matones y rompepiernas. Para
propósitos más sofisticados, el crimen organizado recurre a los deportistas y
profesionales de las artes marciales —muchas de las primeras bandas
salieron de clubes deportivos, como los levantadores de pesas y luchadores
profesionales que formaban la banda Liúbertsi— o a personal militar y
policial retirados o en activo. El famoso Alexandr Solónik («Alejandro el
Grande» o «Superasesino») era un exsoldado y policía antidisturbios del
cuerpo OMON que se convirtió en asesino a sueldo, especializándose en
gánsteres con gran seguridad. Posteriormente confesaría tres asesinatos: los
de Víktor «Kalina» Nikíforov, Valeri «Globus» Dlugach y Vladislav
«Bobón» Vinner. También se convirtió en una especie de leyenda gracias a
aspectos como disparar a dos manos (granjeándose el apodo adicional de
«Sasha el Macedonio», ya que esta forma de disparar se conoce como
«estilo macedonio» por razones que no están del todo claras), salir a
puñetazos de una comisaria de policía en 1994, matando a siete agentes de
seguridad antes de que consiguieran reducirlo y ser una de las pocas
personas que ha conseguido escapar del penal Matrósskaia Tishiná («El
silencio de los marineros») de Moscú en 1995.31
Aunque mantenía vínculos con la banda Oréjovo, de la cual había sido
miembro, y por ello de la red Sólntsevo en la cual quedó integrada, Solónik
trabajó para muchos otros grupos, entre ellos sus principales rivales, los
chechenos e Izmáilovskaia. Esto no se consideraba un problema, sino
simplemente un reflejo del mercado libre del hampa rusa. Sin embargo,
cuando se fugó de la cárcel, escapó a Grecia y empezó a establecerse como
líder de banda por derecho propio, pasó de proveedor de servicios a
convertirse en protagonista. Perdió su estatus como agente neutral, y la
misión de eliminarlo recayó sobre sus antiguos patrones, los restos de la
banda Oréjovskaia-Medvédkovskaia (una de las facciones de Oréjovo), lo
cual hicieron en 1997.32
Solónik sabía perfectamente lo que hacía, pero en la Rusia moderna a
veces resulta difícil incluso saber si estás trabajando para un gánster. El
asesinato del capo del crimen organizado Vasili Naúmov en 1997 supuso un
engorro particular para la policía de San Petersburgo cuando se acabó
sabiendo que sus guardaespaldas eran miembros de Saturno, uno de sus
escuadrones de élite de respuesta rápida, que se ganaban un sobresueldo
clandestino y aparentemente estaban involucrados de manera legítima a
través de una empresa subsidiaria.33
Esto es solo una de las muchas formas en las que los criminales pueden
comprar los servicios de las agencias estatales. Al menos era algo legal, al
contrario que un caso de 2002 en el cual se hizo público cómo se utilizaban
aviones ejecutivos especiales del Ejército del Aire para uso expreso del alto
funcionariado del Ministerio de Defensa que eran alquilados ilegalmente a
miembros de la banda Izmáilovskaia-Goliánovskaia.34 Los servicios que
contratan rutinariamente los criminales van desde los más serios, como las
escuchas de las agencias de seguridad, hasta los casi triviales, como pagar
por el derecho a colocar en tu coche el puente de luces de emergencia de los
servicios especiales. Esos migalki representan una manzana de la discordia
para muchos automovilistas rusos, ya que de ellos abusan ampliamente los
funcionarios y los empresarios —y gánsteres— para poder pasar semáforos
en rojo y evitar las normas de tráfico en general. Recientemente se ha
restringido su uso, pero siguen simbolizando una cultura en la que el dinero
y los contactos pueden comprar cierto grado de impunidad ante las reglas,
algo que los criminales explotan al máximo.
Algunos de los especialistas informáticos —tanto piratas como expertos
en seguridad— que usan las bandas también trabajan para el Gobierno, pero
la mayoría no, sino que forman parte de un mundo de piratas informáticos
más amplio, un sector en la sombra en el que trabajan entre diez mil y
veinte mil personas.35 Los piratas informáticos rara vez se ajustan al
modelo del crimen organizado: sus «estructuras» suelen ser generalmente
simples colectivos y poco más que mercados.36 En lugar de convertirse en
miembros de bandas tienden a ser asesores externos a los que se acude para
realizar trabajos específicos cuando se requieren sus servicios, como
analizaremos más tarde.
Aparte de eso, la creciente sofisticación de las operaciones criminales,
especialmente su viraje hacia los delitos de guante blanco, ha supuesto una
necesidad de especialistas financieros para gestionar tanto sus fondos como
sus delitos económicos. El más famoso continúa siendo Semión
Moguilévich, que se ha granjeado el papel distinguido de gestor monetario
preferido para la mafia. Moguilévich, uno de los fugitivos más buscados por
el FBI y sujeto a una notificación roja de orden de captura internacional, ha
sido acusado de lavado de dinero y fraude, pero sigue viviendo
cómodamente en libertad en Moscú. Como ciudadano ruso, está a salvo de
la extradición. (También es ciudadano ucraniano, griego e israelí.) Su
carrera de veinte años de duración lavando y trasvasando dinero para
numerosos grupos del crimen organizado —haciéndose indispensable para
muchos en el proceso— le proporciona mayor seguridad incluso. De hecho,
varios agentes me han comentado que, cuando la policía de Moscú lo
detuvo por accidente en 2008 (debido a que en aquel momento utilizaba el
nombre de Serguéi Shnaider), el oficial en cuestión recibió una feroz
reprimenda por dejar al Gobierno con un engorroso problema: ¿cómo
ponerlo en libertad sin dar apariencia de debilidad o insensatez?
Finalmente, fue procesado a puerta cerrada, y su caso se desestimó por falta
de pruebas.37
Sin embargo, a pesar de las exageradas descripciones como «el mafioso
más peligroso del mundo» —la notificación de búsqueda del FBI dice que
puede «considerarse armado y peligroso»—, Moguilévich, aunque haya
sido acusado de fraudes muy sustanciosos, no es tanto un gánster por
derecho propio como la persona a la que acuden los gánsteres cuando
necesitan que alguien gestione su dinero.38 A ese respecto, es similar a
figuras como Lucy Edwards, aquella vicepresidenta del Banco de Nueva
York que, junto con su marido (ambos emigrantes rusos con la carta de
ciudadanía), fue condenada por lavar 7.000 millones de dólares de Rusia
entre 1996 y 1999.39 Hay especialistas que facilitan operaciones criminales
mundiales.

¿CUÁNDO DEJA UN «VOR» DE SER «VOR»?

«Los vorí se han marchado, y con ellos sus leyes, su cultura».


«Los criminales actuales son simples criminales, no tienen las mismas reglas que los
viejos vorí».
«Independientemente de que los vorí se parezcan en algo a la imagen que nos dan los
medios, con su código y su lenguaje, ahora todo forma parte del pasado».

Conversaciones con tres moscovitas40

De las conversaciones que se citan más arriba, la primera fue con un agente
de policía en activo, la segunda, con un esbirro del mundo criminal retirado
desde hacía largo tiempo, y la tercera, con un periodista. Pero todos
comparten una perspectiva asombrosamente parecida. Curiosamente,
aunque todavía hay personas que se hacen llamar vorí v zakone, sobre todo
los apelsini, el término vor ha caído en desuso. ¿Cómo podría existir un
vorovskói mir solo compuesto de jefes de clanes y líderes, sin soldados de a
pie?
Que el crimen organizado ruso haya desarrollado una economía de
servicios tan compleja dice mucho acerca de su escala, sofisticación y
estabilidad. Por el camino, los viejos vorí v zakone están desapareciendo, al
menos según lo que dictan sus propios términos. Antes, si un criminal
llevaba un tatuaje que ellos sintieran que no merecía se arriesgaba a que le
arrancaran a la fuerza ese trozo de piel con un cuchillo, y podía sentirse
afortunado. Ahora solo tienes que pagar para que te lo hagan. A medida que
ganaban dinero y salían de las penumbras del gulag, los vorí v zakone
perdieron su vieja cultura y cohesión. En su momento, el crimen fue algo
que definía a las personas, que los apartaba del resto de la sociedad. Ahora
no es más que un nuevo camino hacia el poder y la prosperidad.
Pero no debería descartarse a los vorí tan rápidamente. Cierto es que,
aparte del gansterismo de nivel callejero, ya no hay el mismo espacio para
las viejas formas. El salto de blatnói a suka fue en cierto modo menos
dramático, y sin duda menos visible que la transición del gánster marginal
de la década de 1970 o incluso la del emergente embaucador y
extorsionador del negocio de la protección de la de 1980 para convertirse en
el hombre de los negocios criminal. Pero hay remanentes, y la progresión
ha ido relativamente en aumento: desde aprovecharse del mercado negro
hasta involucrarse en él, pasando por implicarse en todos los aspectos de la
economía, formal e informal. Una vez que han dejado de ser una minoría
confinada y acosada que dependía de la cohesión y la violencia para
sobrevivir, ya no necesitan los mismos medios para conformar y mantener
su propia comunidad. El código continúa vivo, tímidamente, en la forma de
los «acuerdos» que dominan el mundo criminal, especialmente la
percepción de que un «ladrón honrado» debe seguir siendo fiel a su palabra.
La costumbre de celebrar reuniones sjodki pervive, pero curiosamente he
oído esa expresión usada por gente de negocios aparentemente legítima en
el contexto de reunirse con empresas rivales, sin ningún atisbo de ironía o
pose bravucona.
Un vor con el que hablé en cierta ocasión se quejaba de que «nos hemos
infectado con vuestras enfermedades y estamos muriendo», pero esa
infección ha viajado en ambos sentidos. Muchos de los principios de
organización y operacionales de las altas esferas de Rusia siguen el ejemplo
de los bajos fondos. El concepto de krisha («protección») es fundamental
en los negocios y la política, sobre todo por la pervivencia de los «asaltos».
En tales situaciones, la ley no vale nada y el poder de tu krisha es el que
manda. Da la sensación de que una palabra vale más que un contrato por
escrito, que la creencia en que el hombre es básicamente «un lobo para el
hombre» y que ganar es mucho más importante que ser fiel al espíritu o la
letra de la ley. Como explorarán los capítulos finales de este libro, tal vez
no sea que los vorí han desaparecido, sino que hoy en día todo el mundo es
un vor y que al final, el vorovskói mir ha triunfado.
14

EVOLUCIONES DE LA «MAFIYA»

Cuando se oyen truenos hasta el ladrón se santigua.

Proverbio ruso

Conocido antes que nada por su estatus de insurgente en el vorovskói mir


(véase el capítulo 11), la carrera del gánster azerí Rovshán Dzhaníev
demuestra la influencia de algunos de los choques y fuerzas que han dado
forma al hampa rusa durante los últimos años. Resulta irónico, porque en
cierto modo él no parecía percatarse de ello y creía que su destino estaba
solo en sus propias manos, pero eso probablemente sea un reflejo de sus
modos decisivos, por no decir impulsivos, y de su firme creencia en que el
mundo estaba a sus pies, algo que observaron varias de las personas que lo
conocieron. En 1992, cuando solo tenía diecisiete años, un gánster local
mató a su padre, que curiosamente era agente de policía. Cuando apresaron
al asesino en 1996, Dzhaníev introdujo subrepticiamente una pistola en el
juzgado y le disparó allí mismo. Solo necesitó apretar una vez el gatillo
para establecer sus credenciales como hombre de acción sin miedo que
entiende las tradiciones del honor y la venganza. Cuando salió de la cárcel
en Azerbaiyán, tras cumplir unos indulgentes dos años que eran reflejo de la
consideración que hizo el tribunal del estado mental que sufría en aquel
momento (y seguramente también de cierta simpatía por lo que había
hecho), se introdujo en el crimen organizado. En el año 2000 disparó a un
padrino rival en las calles de Bakú; de nuevo, volvió a pasar un período
corto en la cárcel, aparentemente debido a su salud mental.
El impaciente joven pistolero ascendió gracias a una serie de asesinatos
convenientes y misteriosos (o tal vez no tanto) a medida que pasaba de
Azerbaiyán a Ucrania y de allí a Rusia: el de su patrón Mirseimur en 2003,
el del capo azerí Elchín Aliev («Elchín Yevlaj») en San Petersburgo, y
después, el de Hikmet Mujtárov y Chinguiz Ajúndov, figuras fundamentales
del narcotráfico de Moscú, que también controlaban los mercados de frutas
y verduras de la ciudad. Estos, por cierto, habían sido desde 1991 objetivos
lucrativos por los que habían luchado regularmente los gánsteres caucásicos
en particular, dada la cantidad de productos que procedían de sus regiones.
En 1992, los azeríes controlaban los tres mercados principales
(Cheriómushki, Séverni y Tsarítsinski)1 y aunque la geografía de los
vendedores al por mayor de la ciudad ha cambiado con el tiempo, desde
entonces se han entablado guerras sangrientas periódicas por ellos.2 Merece
la pena recordar que la Cosa Nostra ganó millones gracias al control del
Mercado del Pescado de Fulton Street en Nueva York a lo largo de gran
parte del siglo XX.3 Controlar el acceso a cualquier tipo de mercancía es
valioso, y los mercados, además, son núcleos de distribución para todo tipo
de mercancías ilegales, desde drogas a marcas falsas.
Llegados al año 2006, Dzhaníev tenía intereses sustanciales tanto en
Moscú como en Azerbaiyán. Sin embargo, participaba casi exclusivamente
en el ámbito criminal; nunca llegó a salir del más puro gansterismo para
realizar el salto a la política y la empresa. Su banda era multiétnica, como
se ha apuntado anteriormente, pero unida en torno al propio carisma de
Dzhaníev y a la impaciencia que compartían respecto al orden imperante en
el hampa. Se trataba de hombres relativamente jóvenes y apresurados,
cansados de esperar a que les cedieran el testigo y también estaban esos
otros cuyas carreras se habían estancado.
La crisis económica mundial de 2008 tuvo efectos devastadores en el
hampa y en Rusia obligó a retirarse a muchas de las bandas pequeñas y a
aquellas con negocios menos diversificados. La competición por los activos
se agudizó, y los grupos que carecían de contactos en la política perdieron
comba. Dzhaníev nunca se había preocupado por obtener una krisha en
Moscú y acabó pagando por ello con un buen número de infortunios, como
el cierre del mercado Cherkízovo del este de Moscú en 2009. Dzhaníev
dominaba prácticamente ese inmenso y destartalado bazar, utilizándolo para
la venta de mercancías y servicios ilegales y exigiendo impuestos a los
comerciantes. Pero eran tiempos en los que la ciudad velaba por la limpieza
de su imagen, y él carecía de las relaciones políticas necesarias para impedir
que el ayuntamiento de Moscú cerrara el mercado, con lo que sufrió un
importante revés económico.
No obstante, Dzhaníev seguía buscando atajos para competir con los
grandes, y pareció decidir que la mejor forma de conseguirlo era acabar con
Aslán «Ded Hasán» Usoyán. Al parecer, albergaba la esperanza de que eso
provocara la desarticulación de la red de Usoyán y le permitiera hacerse con
muchos de sus miembros y negocios. Es posible que Dzhaníev estuviera
detrás del intento de asesinato de Usoyán en 2010, pero de lo que no cabe
duda es de que se convirtió en una lucha cada vez más encarnizada. Cuando
Dzhaníev y su lugarteniente Dzhemo Mikeladze apoyaron la coronación de
un grupo de hombres como vorí v zakone en Dubái en diciembre de 2012
—como parte de una ceremonia en la que se nombró a dieciséis sujetos—,
Usoyán repudió este acto por ir en contra de las reglas del vorovskói mir.4
(Algo que técnicamente era cierto, aunque probablemente no le importara a
nadie ya en aquella época.) Tariel Oniani, enemigo acérrimo de Usoyán,
con la probable premisa de que el enemigo de un enemigo es, si no un
amigo, cuando menos, útil, respaldó aquellas coronaciones, a pesar de que
ese mismo año había luchado por arrebatar a Dzhaníev el control de los
almacenes de verduras Pokrovski, uno de los principales centros de
producción de Moscú.5
Es probable que Usoyán tuviera potencial armamentístico suficiente para
acabar con Dzhaníev si hubiera estado dispuesto a una escalada del
conflicto, pero su vulnerabilidad era de hecho que tenía mucho más que
perder. Una guerra de esas características habría obligado al Estado a
responder y lo habría dejado expuesto ante Oniani, que representaba una
amenaza mucho mayor. De modo que tuvo que confiar en la política del
hampa, como muestra la siguiente carta distribuida en 2013:

¡Que la Vía del Ladrón se extienda para siempre como dicta la Costumbre del Ladrón! ¡Paz y
prosperidad y que Dios Nuestro Señor traiga fortuna a los Ladrones y a Nuestra Casa! Os
saludamos como a personas respetables que apoyan sinceramente el curso de los Ladrones y la
vida de los Ladrones. Con este mensaje, nosotros los Ladrones advertimos a los presos de que
«Rovshán de Lankoran» y Gia Uglav «Taji» son unas putas que seducen a la gente de nuestra casa
y extienden el desorden entre nuestra gente. Detenidos, tened en cuenta que quienes les ayudan a
ellos y a sus maléficos espíritus, tanto en sus obras como en su imagen, son esencialmente lo
mismo, son igual de putas, de modo que todo aquel que se considere un preso decente debe actuar
en consonancia a ello. Nos limitaremos a esto, deseándoos a todos lo mejor de Dios Nuestro
Señor, protección y unidad, y que Nuestra Casa prospere.6

Dzhaníev era más de la vieja escuela de los vorí y tenía mucho menos que
perder, le importaban poco las repercusiones que tuvieran sus actos y no
tenía tanta perspectiva de futuro. Aunque es poco probable que fuera él
quien ordenara el asesinato final de Usoyán en 2013, sin duda no se deshizo
de la idea de un plumazo, y esto no debilitó su reputación en absoluto a
corto plazo. La mala fama puede ser un activo determinante para un
criminal con una red y unos recursos relativamente limitados, ya que
significa que se le tomará más en serio que a sus pares. Esto hace que haya
más criminales insatisfechos dispuestos a unirse al grupo, generando una
especie de profecía autocumplida. En cualquier caso, convertirse en
insurgente no deja de ser peligroso. Tuviera algo que ver o no en la muerte
de Usoyán, Dzhaníev era un cabeza de turco perfecto por tres motivos: era
plausible, inconveniente y de poder moderado, por lo que ir en su contra no
motivaría una guerra entre mafias de carácter general.7 Poco después, uno
de los aliados más cercanos de Dzhaníev en Abjasia fue abatido en Sujumi,8
y otro fue asesinado en Moscú.9 Dzhaníev se ocultó; según ciertos rumores
había sido asesinado varias veces en Turquía o arrestado en Azerbaiyán, o
bien estaba vivo y coleando en Dubái.10
Después, la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y el
consiguiente empeoramiento acelerado de las relaciones con Occidente
llevó a una repentina crisis económica. Nuevamente, las bandas sin aliados,
cobertura política y grandes fortunas eran vulnerables. Entre los criminales
que se habían unido a Dzhaníev había varios implicados en el tráfico de
heroína, una importante fuente de ingresos que este se planteó aprovechar,
pero no tenía paciencia para desarrollar la compleja logística necesaria.
Esas ideas quedaron en nada, y Dzhaníev, súbitamente, no era solo un paria,
sino, lo que es peor, un paria en la bancarrota. Muchos de sus aliados
volvieron por donde habían venido, y algunos conocían sus rutas y sus
planes. El fin estaba cerca.
Había vivido a caballo entre Azerbaiyán y Turquía, pero los rumores de
asesinato un tiempo atrás en Estambul demostraron ser proféticos: en
agosto de 2016 conducía por el centro de la ciudad cuando su Range Rover
fue acribillado con la balas de un rifle de asalto con silenciador mientras
estaba detenido en un semáforo.11 Pero, en cualquier caso, en cuanto
desapareció de la vista, sus enemigos olieron la sangre con esa sensibilidad
de tiburones del crimen organizado y comenzaron a cobrarse viejas deudas
y a recaptar activos. Por ejemplo, Mikeladze fue detenido poco después de
la muerte de Usoyán y encarcelado por tráfico de estupefacientes; su otro
lugarteniente, «Timoja», huyó a su Bielorrusia natal, pero murió asesinado
a tiros allí en 2014.12 Para finales de 2016, la banda de Dzhaníev estaba
básicamente muerta.
Obviamente, la propia naturaleza de Dzhaníev aseguraba que la historia
sería corta pero sangrienta. Sin embargo, resulta también asombroso hasta
qué punto su trayectoria dependió de factores externos fundamentales,
golpes encajados y oportunidades perdidas. Ni que decir tiene que el crimen
organizado sigue siendo poderoso en Rusia y Eurasia, aunque en muchos
lugares sus raíces «bandoleras» se hayan transformado. No obstante, los
progresos que se han realizado —y el capítulo final intentará llegar a
algunas conclusiones al respecto— dependen en gran parte de que haya una
estabilidad constante en la propia hampa y de cómo sigue adaptándose a
nuevas presiones y nuevas oportunidades.

LA PRIMERA GRAN CONMOCIÓN: 2008

Hasta 2008 creíamos que siempre que compráramos a la policía y a los funcionarios todo
iría genial, que el dinero seguiría entrando y el futuro estaba a salvo.

Hijo de un avtoritet (2014)13

En el momento de redactar esta obra, finales de 2017, el hampa rusa


permanece al mismo tiempo en calma —a pesar de los esporádicos
asesinatos— y bajo una presión creciente. No está nada claro que vaya a
producirse una nueva ronda de conflictos criminales significativos y, en
caso contrario, no alcanzarán las mismas dimensiones ni serán tan
indiscriminados como los que sucedieron en la década de 1990. Pero hay
más posibilidades que nunca de que se reproduzca ese escenario. Podría
hacerse una comparación con la Europa en vísperas de la Primera Guerra
Mundial. Existen potencias ambiciosas en auge con poco que perder en el
orden establecido, dispuestas a ganar su «lugar bajo el sol»; hay otras
desesperadas por mantener ese orden existente, pero con miedo a una
guerra que sería cara en el mejor de los casos y ruinosa en el peor. Al fin y
al cabo, algunas —llamémoslas los imperios otomanos del hampa— ya no
disponen del poder práctico para mantener su estatus y sus posesiones.
Mientras tanto, se exaltan las rivalidades internacionales y se lucha contra
ellas en el exterior en la batalla imperial por las colonias. El poder
explicativo de esta analogía tiene sus limitaciones, pero de lo que no cabe
duda es de que el orden establecido del hampa actual se encuentra en
peligro, en parte debido a grupos revanchistas o insurgentes como el del
fallecido y poco añorado Dzhaníev, a las aspiraciones imperialistas de
figuras como Tariel Oniani, a que las agrupaciones poderosas como la
Asociación de Ladrones del Extremo Oriente están en declive y también a
las luchas por nuevas oportunidades criminales.
La perdurabilidad de la situación del mundo criminal posterior a la
década de 1990 y la división de botines que supuso, dependió de hasta qué
punto reflejaba con precisión el poder relativo de varias bandas. Como me
dijo un agente de policía ruso «todo fue bien siempre que hubo un
equilibrio entre armas y krisha por una parte e ingresos por la otra».14 Con
todo, el mundo cambia, y todos los imperios caen; el orden establecido
acabaría quedándose anticuado irremisiblemente, incluso en la mejor de las
circunstancias. La falta de movilidad social, ejemplificada con el ascenso
del advenedizo azerí Dzhaníev, no es más que un ejemplo de lo que los
marxistas podrían considerar las contradicciones inherentes de este orden
criminal. En cualquier caso, estas no serían las circunstancias ideales, ya
que el hampa rusa se vería redefinida por una serie de desafíos, sobre todo
por el receso económico mundial de 2008, la crisis económica rusa de 2014
y la irrupción de nuevas oportunidades.
La crisis financiera mundial de 2008 tuvo un grave impacto en Rusia,
especialmente debido a que su economía depende de las exportaciones de
petróleo y gas.15 El rublo se devaluó (a pesar de que el Gobierno dilapidó
más de 130.000 millones de dólares de sus reservas de divisa extranjera
para apoyarlo) y los ingresos reales cayeron casi un 7 por ciento en apenas
doce meses. Tras años de impresionante crecimiento, Rusia cayó en la
recesión, lo cual tuvo un profundo impacto en el hampa. Muchas de las
bandas se vieron súbitamente en problemas: había mucho menos margen
para la extorsión por protección y, dado que los contratos del Gobierno
fueron suspendidos o rebajados, las oportunidades de malversación también
decayeron. No obstante, hubo otros que se beneficiaron de la situación. En
ocasiones se debió a que tenían sus principales activos en divisa extranjera
(cuyo valor en rublos se había elevado) o a que poseían el control de activos
físicos que conservaban su valor. Otras veces se debía a que sus negocios
más importantes se adaptaban al nuevo entorno: tráfico de mercancía falsa o
de contrabando, por ejemplo, ya que la gente buscaba formas más baratas
de mantener su estilo de vida, o préstamos usureros. El resultado fue una
oleada de conflictos y fusiones a pequeña escala. Algunas de las bandas más
pequeñas se vieron obligadas a integrarse en redes más grandes y prósperas,
a menudo con el simple objeto de que sus jefes pudieran seguir
permitiéndose pagar a la policía y a sus propios esbirros.
De modo que las contracciones del mercado (criminal) de 2008
supusieron la perdición para algunos, pero crearon grandes oportunidades
para otros. Los grupos más grandes y diversificados escogían con sumo
cuidado los activos del hampa que querían y los vendían a precios
desorbitados. Las bandas que podían aprovecharse de los recursos del
Estado, ya fueran fondos gubernamentales o la capacidad para mostrar una
placa, permitir o denegar un permiso, prosperaron. En otras palabras, la
crisis de 2008 fortaleció más los vínculos incestuosos entre los funcionarios
corruptos, la maquinaria del Estado y el hampa, sobre todo a escala local.

LA SEGUNDA GRAN CONMOCIÓN: 2014

En mi opinión, las sanciones servirán para que más bandas rusas emigren a Europa; ¿por
qué no iban a hacerlo, si la economía local está en crisis y el euro vale mucho más que el
rublo?

Analista de Europol (2015)16

Lo mismo puede decirse de la recesión económica generada por la bajada


de precios del petróleo y la imposición de sanciones a Rusia tras la anexión
de Crimea y la intervención en Ucrania en 2014, que no fue tan profunda,
pero sí más duradera. Tres ejemplos de Moscú nos ayudan a ilustrar ese
impacto.17 Para algunos, la desesperación exige diversificación, y es difícil
encontrar un lugar más desesperado que el distrito de Kapotnia, en la zona
sudeste de Moscú. Encasquetado incómodamente en la circunvalación de
múltiples carriles de la MKAD, Kapotnia no ha sido un lugar muy atractivo
ni en sus mejores tiempos; sus calles atestadas de tráfico (aquí no llega el
metro) están rodeadas de feos edificios enormes de ladrillo del último
período soviético, cubiertos con el velo de humo de la inmensa refinería de
petróleo de Moscú. Kapotnia, uno de los distritos más pobres de Moscú, es
conocido por ser el refugio de los sin techo y los desesperanzados, y por
albergar algunos de los burdeles más baratos y de mala fama de la ciudad. A
medida que los tiempos empeoran para los rusos de a pie, los sujetos
empobrecidos que en su día acudían a los antros locales de mala vida se
dirigen ahora a las más baratas y desesperadas prostitutas de las calles. Los
dueños de los burdeles, al enfrentarse a la caída de sus ingresos, se han
diversificado en parte con la venta de estupefacientes, y sus premisas se han
convertido en un equivalente actual de los viejos fumaderos de opio. Allí,
los usuarios pueden comprar y consumir opiáceos baratos y destructivos y
metanfetaminas, incluso el infausto krokodil, una droga callejera altamente
adictiva y peligrosa que recibe su nombre por el modo en que la piel de sus
consumidores se vuelve escamosa y de tintes verduzcos. Para dedicarse al
tráfico de drogas, los dueños de los burdeles normalmente tienen que
endeudarse más con los gánsteres que previamente ya se han cobrado una
parte por permitirles ejercer su negocio libremente.
El problema es que este tipo de gánster, el rufián local de poca monta,
también pasa apuros. Un caso típico es el de «Dvórnik» («Portero»), un
matón que prosperó mínimamente, detenido en 2015. Su problema era que,
aparte de tener que mantener un estilo de vida que incluía apuestas de altos
vuelos y whisky de importación —por lo que era especialmente caro, dada
la devaluación del rublo—, también disponía de una cuadrilla que esperaba
recibir su paga y debía pagar un impuesto a un gánster más importante a
cambio del derecho a practicar sus chanchullos. Como dijo uno de los
agentes de policía que llevaban el caso, «había asumido que todo iría igual
de bien que antes o incluso mejor. No había ahorrado dinero ni hecho
planes en caso de que llegaran las vacas flacas».18
El líder de una banda que no puede pagar a su equipo no tiene banda; el
gánster que no puede pagar sus deudas no tiene futuro. A consecuencia de
ello, «Dvórnik» no tuvo más remedio que apoyarse con más convicción en
los negocios que manejaba; sobre todo, acosando cuanto podía a los que
regentaban los burdeles. Y no era el único, ya que la policía local, que
esperaba recibir sus pagos puntualmente por hacer la vista gorda, también
pasaba apuros y aumentaba sus propias exigencias de acuerdo con ello. Esto
fue lo que condujo a su caída; cuando una de sus víctimas dijo que no podía
pagar, «Dvórnik» le propinó una paliza brutal personalmente para disuadir a
otros de que alegaran insolvencia. Sin embargo, la víctima acabó en el
hospital; la policía se vio obligada a investigar, y, entre las pruebas forenses
y las declaraciones de los testigos, «Dvórnik» no tardó en terminar entre
rejas. El hecho de que, debido a las presiones económicas, había empezado
a escatimar los sobornos a la policía local, seguramente tuvo también
alguna relación en ello.
Algunos de los propietarios de burdeles simplemente no podían soportar
esas condiciones, y sus negocios echaban el cierre. No obstante, los que
sobrevivieron solían conseguirlo gracias a diversificar sus negocios con
empresas aún más arriesgadas, como los narcóticos, y esto a su vez
significó que eran controlados en mayor medida por el crimen organizado.
En muchos casos, estos acumulaban más deuda. Los gánsteres locales, que
estaban sometidos a la misma presión, a menudo simplemente vendían sus
deudas a gánsteres más importantes y ricos de la ciudad, cuyas actividades
estaban ya lo suficientemente diversificadas como para capear el temporal.
Muchos de los negocios del territorio de «Dvórnik» cayeron en manos de
un vor conocido como «Rak» («Langosta»), el representante local de la red
de Tariel Oniani. Si «Dvórnik» era básicamente un matón, un depredador
que extorsionaba lo que podía, «Rak» era un profesional, un empresario
criminal, cuya habilidad residía en maximizar el valor de los activos que
llegaban a sus manos. Se había granjeado su klichka, su apodo, debido a la
capacidad de la langosta para comerse prácticamente cualquier cosa, y eso
lo aplicaba también a sus negocios criminales. Encontró nuevos usos para
los burdeles que estaban en su dominio, especialmente como lugares para
lavar y mover dinero falso, o reducía los costes de mantenimiento con el
tráfico de esclavas sexuales procedentes de Asia central. Lo más deprimente
es que contaba realmente con el consentimiento de la policía corrupta del
barrio: cuanto más volumen de negocio y más serios fueran los delitos
cometidos, mayores serían los sobornos que esperaban recibir. Así, al
menos en Kapotnia, la crisis económica rusa supuso tiempos duros para los
consumidores y los pequeños negocios, y los gánsteres mezquinos y los
agentes corruptos se aprovechaban de ambos.
Obviamente, no puede extrapolarse mucho a partir de un único barrio o
distrito, especialmente si se trata de uno empobrecido y sórdido que se sale
de la norma de los estándares de Moscú. (Aunque también podría aducirse
que Moscú es un caso atípico de riqueza y opulencia para los estándares de
Rusia.) En cualquier caso, surgieron nuevas oportunidades para los
individuos y grupos que eran capaces de aprovecharlas en medio de la
crisis. La devaluación del rublo volvió a significar que las bandas cuyos
negocios facturaban en dólares, euros u otras monedas más fuertes, poseían
un poder de dispendio desproporcionado en el mercado local. Uno de los
más significativos es el tráfico de drogas, pero las bandas que podían
ofrecer servicios de lavado de dinero en el extranjero, por ejemplo, también
esperaban recibir sus tasas en especie. El pirateo informático es igualmente
un negocio ajeno al rublo, como lo son el tráfico internacional de mujeres y
armas.

LOS TRAFICANTES DE QUESO HACEN SU AGOSTO

Rusia declara la guerra al queso, represión contra la «mafia de los lácteos».

Titular de la CNN (2015)19


Así, las mejores oportunidades recayeron en los gánsteres capaces de operar
más allá de las fronteras rusas. Sin embargo, para muchos, esto suponía
tener que desarrollar nuevas alianzas y conexiones, lo que a su vez traía
consigo mayores complicaciones. Por ejemplo, un tal «Piotr Banana»
construyó un creativo nicho criminal después de la recesión financiera de
2008, utilizando como pantalla una pequeña empresa transportista de
Moscú que había heredado tras la muerte de su hermano mayor en un
accidente de carretera que muchos consideraron en realidad un razborka, un
ajuste de cuentas entre bandas. Al principio, se ajustó a la fórmula existente
de usar el espacio sobrante de los cargamentos para trasladar mercancía
falsa y de contrabando, pero pronto aprendió que ganaría mucho más con el
tráfico de heroína. En 2012 transportaba cargamentos mensuales hacia
Bielorrusia para venderlo a una banda local que lo llevaba después a
Lituania, y esto se convirtió en su fuente principal de ingresos. No obstante,
después de 2014, a la heroína se le sumó un nuevo artículo de lujo que
introducía en Rusia: el queso.
Como descubrió «Piotr Banana», Bielorrusia llevaba tiempo siendo una
plataforma para el contrabando de todo tipo de mercancías hacia el interior
de Europa y también desde ella, con cigarrillos de marca falsa y heroína que
pasaban al oeste y coches robados y artículos de lujo sin impuestos que se
dirigían hacia el este.20 Cuando el Kremlin respondió a las sanciones de
Europa con otras propias contra sus alimentos en 2014, los consumidores
que buscaban salami italiano y quesos franceses tuvieron que dirigirse al
mercado negro, y Bielorrusia se convirtió en uno de los principales
proveedores. Irónicamente, los esfuerzos de Moscú por impedir que se
incumplieran esas sanciones a través del «mercado gris» —compañías
legítimas que intentaban saltarse el régimen de control— no hizo más que
proporcionar una mayor tasa de mercado a los contrabandistas propiamente
criminales, que contaban con años de experiencia y contactos corruptos
para trasladar cargamentos por la frontera. Para que esto no suene a
trivialidad, tengamos en cuenta que una sola banda de contrabando de
quesos desarticulada en 2015 fue acusada de ganar 2.000 millones de rublos
(alrededor de 34 millones de dólares) en apenas seis meses.21
«Piotr Banana», no obstante, apenas tenía experiencia personal en
adquirir esas mercancías ni en traficar con ellas. Para ser capaz de
introducirse en ese inesperado reino de lo que algunos llaman seri
gastronom, la «gastronomía gris», tuvo que asociarse con toda una serie de
nuevos compañeros de negocios. Uno de ellos era un funcionario bielorruso
que tenía contactos en un agrokombinat, o corporación de la alimentación y
la agricultura, que gestionaba la importación y había sido seleccionado a
través de un cuñado que era miembro de la banda que compraba la heroína
a «Piotr Banana». Después había un funcionario en Rosseljoznadzor, el
Servicio Federal Ruso para la Vigilancia Veterinaria y Fitosanitaria, que se
las ingeniaba para certificar diligentemente los cargamentos para su venta.
Finalmente, aunque algunos de esos quesos acababan en los supermercados
de Moscú, la mayoría se movía a través de tiendas de produkti, para lo cual
«Piotr Banana» tuvo que asociarse también con una banda daguestaní que
controlaba un buen número de ellas.
En cierto aspecto, se trata de un clásico ejemplo del tipo de
emprendimiento sobre la marcha que ha sido uno de los puntos fuertes
rusos desde hace tiempo, vender heroína por euros y alimentos prohibidos
por rublos. Con todo, en ese proceso, «Piotr Banana» llegó a depender de
funcionarios corruptos contra quienes no podía ejercer influencia alguna y
de una banda del norte del Cáucaso con claras relaciones espinosas con los
grupos eslavos y georgianos que dominan el hampa rusa. Esto podría
reportarle una incómoda posición en el futuro, pero él, como muchos otros
criminales emprendedores de rango medio y bajo, ha tenido que coger al
vuelo las oportunidades que se le han presentado.

NUEVAS OPORTUNIDADES

Por una parte, son tiempos duros, pero, por otra, hay todo tipo de nuevas formas de ganar
dinero, desde comprar armas del Donbass hasta hacer contrabando de productos
embargados hacia el interior del país. Lo que está claro es que nada se quedará como está,
y eso supone […] más presión para el orden establecido.

Analista de Interpol (2015)22

Los sucesivos aprietos económicos han hecho que la lucha por el control de
las fuentes de ingresos principales —especialmente las nuevas— adopte
mayor importancia. La Ruta del Norte de la heroína afgana era y sigue
siendo la más lucrativa, claro está, pero también es en la que resulta más
complicado introducirse. En cualquier caso, eso ha significado que las
bandas que operan en las principales arterias, capaces de participar de
manera directa o de exigir sin más un tributo para asegurar el paso, se han
enriquecido progresivamente. Con esa riqueza las bandas pueden corromper
funcionarios, pagar nuevas oportunidades, mantener contentos a los líderes
y a los «soldados» y atraer a nuevos reclutas, entre ellos miembros
desafectos de otras bandas.
El incremento de los contactos criminales con Bielorrusia ha reportado
también cierta bonanza a las bandas de las ciudades rusas cercanas como
Briansk y, sobre todo, Smolensk, debido a su localización en la carretera de
Moscú a Minsk. A decir verdad, esas bandas no eran la joya de la corona del
hampa rusa. Antes de 2014 eran básicamente los primos pobres de pueblo
de las poderosas redes de Moscú y San Petersburgo. Sin embargo,
prosperaron inesperadamente gracias a su capacidad para «fiscalizar» el
paso del contrabando de mercancías. Esto les proporcionó los recursos
añadidos para atraer a más miembros, sobornar a funcionarios e invertir en
nuevos negocios criminales.
Con todo, China ofrece mejores oportunidades a largo plazo, a pesar de
que a las bandas rusas les cueste mucho más aprovecharlas y puedan de
hecho requerir una disposición a aceptar una posición subordinada. La caída
de la Asociación de Ladrones del Extremo Oriente tras la muerte de
Yevgueni Vasin en 2001 y el fracaso de la sjodka celebrada en 2012 para
intentar resolver las disputas entre los «orientales» ha dejado este mercado
prácticamente en bandeja a quien lo quiera, como se debatió en el capítulo
9. Los conflictos entre las bandas interiores, costeras y fronterizas parecen
proclives a intensificarse, con las bandas chinas y otras asiáticas (entre ellas
algunas yakuza y coreanas) dispuestas a capitalizar el resultado.
A medida que Vladímir Putin legitima su gobierno —y paga a sus aliados
más cercanos con varios proyectos de prestigio—, esto también crea todo
tipo de nuevas oportunidades, grandes y pequeñas. Los Juegos Olímpicos
de Invierno de Sochi supusieron un infame reclamo en particular, uno que
tal vez contribuyó al asesinato de Aslán Usoyán en 2013. El proyecto en su
conjunto costó unos 55.000 millones de dólares, haciendo de estos Juegos
de Invierno los más costosos de la historia.23 Esto es reflejo en parte del
desafío de montar unos Juegos de Invierno en un emplazamiento
subtropical, pero también es producto de unos niveles monumentales de
despilfarro y robo. Según la ONG Transparencia Internacional, la
corrupción añadió todo un 50 por ciento a los costes de construcción,
indicando que tal vez se repartieron 15.000 millones de dólares.24 Usoyán
fue el primero de los protagonistas principales en identificar el potencial de
beneficios que podrían hacerse a partir de la decisión de 2007 de conceder
los Juegos a Sochi, que era una de sus bases de poder. Se introdujo
rápidamente en las industrias locales de la construcción y de hostelería,
aunque es justo decir que al parecer fueron los funcionarios corruptos y los
empresarios quienes robaron las mayores sumas. No obstante, la
preponderancia local de Usoyán («era como un gobernador aquí, pero del
mundo criminal […]; es prácticamente un segundo gobernador»)25
molestaba lo suficiente como para que su red sufriera las pérdidas regulares
de agentes locales y lugartenientes asesinados por sus rivales. En 2009, el
vor local Álik «Sóchinski» Minalián fue asesinado en Moscú, posiblemente
cuando visitaba a Usoyán.26 En 2010, dos de los hombres de Usoyán fueron
acribillados en el propio Sochi y uno de ellos —el especulador inmobiliario
Eduard Kokosián («Karás»)— fue asesinado.27 Obviamente, el verdadero
dinero lo ganaron los oligarcas a los que se les concedieron contratos
importantes por valor de miles de millones, pero incluso a través de las
subcontratas de trabajo, tales como proporcionar obreros vinculados a las
bandas (que a menudo procedían virtualmente de la trata de blancas de Asia
central y eran obligados a regresar una vez cumplido su cometido) los
principales criminales también podían beneficiarse de la propia
construcción.
En 2009, la decisión del Gobierno de prohibir todo tipo de apuestas
organizadas y desarrollar en su lugar cuatro (después serían seis) núcleos de
casinos turísticos al estilo de Las Vegas está teniendo también un inevitable
impacto en el hampa.28 Obviamente, en realidad esto está demostrando ser
tan efectivo como la Ley Seca de Estados Unidos y la campaña contra el
alcohol de Gorbachov, conduciendo a los jugadores habituales a los juegos
ilegales clandestinos y los casinos que dirige el crimen organizado. Aparte
de la competición por estos juegos, esos nuevos megaestablecimientos,
todos situados en puestos fronterizos con el objeto de acceder también a
mercados extranjeros, ofrecen nuevas perspectivas de negocio para los
criminales. Las localizaciones planeadas están en Vladivostok (para el
mercado del Pacífico), Kaliningrado (para el europeo), Ciudad de Azov en
la región sudoeste de Rostov (para Oriente Próximo) y una localización
remota en la región de Altái al sur de Siberia (para Asia central y
occidental), a las cuales se añadieron más tarde Yalta, en Crimea, y Sochi.
Se le dio prioridad al Ussuri Bay Resort de Vladivostok, que abrió en 2015,
y las bandas (y los funcionarios locales corruptos) se apresuraron
inevitablemente a comprar empresas de la construcción e inmobiliarias
estratégicas y asegurarse contratos con presupuestos inflados para los
negocios que se encuentran bajo su control.29 Los beneficios potenciales de
estas nuevas empresas suponen nuevamente una poderosa fuerza para atraer
a oportunistas y distorsionar el orden establecido.

EL «JÁKER»: EL «VOR» VIRTUAL

Todos saben que los rusos son buenos en matemáticas. Nuestros codificadores de software
son los mejores del mundo, por eso nuestros hackers son los mejores del mundo.

Teniente general BORÍS MIROSHNIKOV, Departamento K (delitos informáticos) del MVD (2005)30

En otro ámbito del hampa rusa, una de las más asombrosas


transformaciones ha sucedido en un espacio virtual más que real. Por
diferentes motivos, el país ha sido cuna tanto de programadores lícitos
como de piratas informáticos desde hace tiempo. En la década de 1990,
cuando la piratería estaba todavía en pañales, la combinación de una
tradición de formación matemática avanzada, un hardware primitivo (que
animó a los programadores a aprender a codificar en lugar de servirse del
software) y la falta de oportunidades legales decentes contribuyó al ascenso
del jáker. Actualmente, hay más puestos de trabajo a su disposición, tanto
en casa como en el extranjero, sobre todo en empresas rusas de talla
mundial como la corporación de seguridad informática Kaspersky Labs. Sin
embargo, como legado de aquellos años iniciales, sigue existiendo una
potente cultura de la piratería —tanto «de sombrero blanco», seguidores del
placer artístico, como los más destructivos piratas «de sombrero negro»— y
también un gran aprecio por las oportunidades criminales.
Según los análisis de la industria, en 2011, Rusia sumó alrededor del 35
por ciento de los ingresos por delitos informáticos, entre 2.500 y 3.700
millones de dólares.31 Esto es algo completamente desproporcionado
respecto a la cuota de mercado del país en el mercado de la informática
mundial, que en aquel momento suponía alrededor del 1 por ciento. A pesar
de que China y Estados Unidos se mantienen a la cabeza, resulta asombroso
el número de figuras clave y de operaciones de delitos informáticos
globales de autoría rusa. Si hablamos de 2017, de los cinco piratas
informáticos «más buscados» del FBI, cuatro son rusos (uno de ellos
lituano-ruso), y el otro, una célula de hackers iraníes.32 El seguimiento de
una operación en la que se robaron alrededor de mil millones de dólares de
cien instituciones financieras de todo el mundo en 2015 mediante el
malware (software malicioso) llamado Anunak llevó hasta Rusia. Además,
el hombre al que se ha apodado como «el Rey del Spam» (aunque solo está
en el puesto número siete de la lista de «Los 10 peores» de Spamhaus) es un
ruso, Piotr Levashov, detenido en España en abril de 2017.33
Es más, así como las bandas rusas se han convertido en proveedoras de
servicios en otros sectores criminales, muchos delincuentes informáticos de
todo el mundo han aprovechado las ventajas de programas y herramientas
creadas en Rusia y vendidas por rusos o los servidores de seguridad que
proporcionan esas empresas, como la tristemente famosa Rusian Business
Network (RBN). Esta era una fuente de servicios entre los que se incluía la
venta de «servidores a prueba de balas» a cualquiera, desde piratas
informáticos a pedófilos, así como a spammers y ladrones de identidad.
RBN, descrita por la empresa de seguridad en internet VeriSign como «lo
peor de lo peor […] un servicio a la carta que sirve a operaciones criminales
a gran escala»,34 estuvo en su momento supuestamente relacionada con el
60 por ciento de todos los delitos informáticos.35 Nació en San Petersburgo
a finales de 1990 a partir de operaciones de delitos informáticos, aunque
solo se registró oficialmente como sitio de internet en 2006. Parecía
impenetrable a los esfuerzos del Gobierno por acceder a ella o localizarla.
Rumores insistentes aducían que poseía una potente krisha, debido tanto a
su disposición para ayudar a los servicios de inteligencia rusos en algunas
operaciones, sin olvidarnos de un ataque masivo a la estructura informática
de Estonia en 2007, y al hecho de que «Flyman», su organizador, era
familiar de un poderoso político de San Petersburgo.36 No obstante, a
finales de 2007 aparentemente desapareció del mapa, aunque es muy
posible que simplemente haya migrado de servidor a otras jurisdicciones y
opere con nuevos nombres.37
Por lo general, los piratas informáticos del país no parecen formar parte
de ninguna de las redes criminales existentes. Igual que los asesinos
profesionales, los falsificadores o los encargados de lavar dinero negro, son
especialistas a sueldo que se implican en operaciones particulares. Lo más
frecuente es que formen sus propios grupos y redes virtuales, que cada vez
son más transfronterizas y multiétnicas, para cometer delitos por sí mismos
o subcontratarlos a otras bandas. Por ejemplo, supuestamente fueron los
responsables técnicos de entrar en las bases de datos de la policía para la
yakuza japonesa en la década de 1990,38 transfirieron dinero robado para
los gánsteres australianos en la de 200039 y obtuvieron datos de tarjetas de
crédito para los italianos en la de 2010.40
¿GUERRA O PAZ?

No habrá nueva revolución criminal en Rusia […] Podemos afirmarlo: la época de las
guerras criminales forma parte del pasado.

RASHID NURGALÍEV, ministro de Interior (2009 )41

No he conocido a ningún agente de policía que tuviera nada bueno que


decir de Rashid Nurgalíev, un antiguo agente del KGB que pasó nueve años
dirigiendo el Ministerio de Interior (hasta 2012), período durante el cual,
según uno de sus subordinados de aquel momento, «creía que su trabajo se
limitaba a mantener el país en calma, nada más».42 No cabe duda de que no
es alguien muy perspicaz, ya que el resultado de todos los nuevos desafíos y
oportunidades discutidas anteriormente es que el hampa rusa y la más
extensa diáspora del crimen centrada en Rusia están sufriendo ambos una
nueva ronda de transformaciones. Es posible que no provoquen una guerra,
pero sin duda supondrán algún tipo de revolución.
Por más presiones que sufra el hampa rusa, hay muchos en él que quieren
mantener el orden imperante y evitar conflictos mayores. Incluso Rovshán
Dzhaníev buscaba en realidad más un sitio en la junta de dirección que
demoler toda la estructura. Todos los capos criminales del país saben que
una guerra de territorios a nivel nacional, no solo pondría en peligro sus
organizaciones y fortunas, sino que también obligaría seguramente al
Gobierno a caer sobre ellos con mayor rigor y fuerza. En palabras del
teniente general Ígor Zinóviev, director del MUR, la división de inteligencia
criminal de Moscú: «También hay que tener en cuenta otro factor. Todos los
líderes del mundo criminal de la década de 1990 son ya ancianos. Muchos
hace tiempo que se pasaron a la legalidad, dirigiendo algún fondo o siendo
parte de la dirección de alguna estructura comercial […] Una vuelta a la
década de 1990 no sería beneficiosa para nadie».43
Es más, las propias autoridades parecen dispuestas a impedir cualquier
conflicto relevante. Por ejemplo, poco después de la muerte de Aslán
Usoyán, la policía dio el paso inusual de llevar a cabo una redada en una
reunión de los lugartenientes más importantes de Tariel Oniani, que se
habían reunido para reflexionar sobre las repercusiones que tendría
aquello.44 Todos pasaron la noche en el calabozo, con lo que la policía les
advertía que sabía quiénes eran y dónde podían encontrarlos. En cualquier
caso, la situación seguirá siendo tensa y peligrosa en un futuro próximo y es
difícil hacer predicciones acerca del resultado.45 Incluso los criminales
viven en la incertidumbre, esperando que haya paz, pero temiendo una
guerra:

Los representantes del mundo criminal comparten la misma opinión: las escaramuzas sangrientas
no volverán a producirse, hay otros métodos para resolver los problemas: fraude, corrupción,
chantaje. Los matones del pasado han madurado y se han convertido en personas serias que hacen
negocios honrados. Pero, al parecer, no todos los problemas se resuelven sin el uso de las armas, y
en algunos casos el método más seguro es que «muera el perro y se acabe la rabia».46

Varios factores decisivos determinarán probablemente la trayectoria del


hampa rusa durante los próximos años: que las bandas eslavas, que son
mayoría, permanezcan unidas y no entren en conflicto con la comunidad
«montañesa»; que los chechenos, cuya fuerza y reputación no cuadra con
sus números, se unan a ellos; los planes personales de las figuras clave; y
las intenciones e intereses que tenga el Estado. A partir de aquí podrían
darse cuatro situaciones potenciales. La primera es la paz a través de la
superioridad armamentística, en la que se evita un conflicto de mayores
dimensiones y cualquier tipo de reordenación sustancial del hampa, ya que
las bandas eslavas y chechenas permanecen relativamente unidas y son
capaces de amenazar con vengarse de terceras partes que puedan crear
problemas, probablemente con el acuerdo tácito del Estado e incluso con su
aprobación activa.
Por otro lado, si la coalición que apoya el orden imperante se ve obligada
a acceder a una reorganización limitada del hampa, el resultado podría ser
posponer el apocalipsis. Comprando elementos insurgentes y eliminando o
haciendo frente a otros, esperarían purgar la suficiente presión para evitar
un conflicto mayor sin la necesidad de cambios absolutos. No obstante, la
reorganización parcial es en muchos aspectos más difícil de gestionar que
una oposición total a cualquier cambio, y todo indica que eso provocaría
como mínimo conflictos locales.
Con todo, es posible que el conflicto continuara vivo o incluso que se
produjera una escalada del mismo, pero limitada a los «montañeses». Este
es, en cierto modo, el resultado actual por defecto. La consecuencia sería
una organización «montañesa» unificada, pero lo más probable es que
estuvieran fragmentados y debilitados, lo que permitiría a los eslavos y tal
vez también a los chechenos apoderarse de muchas de sus operaciones fuera
de sus bastiones regionales.
El escenario menos probable es que, a pesar de que ninguno de los
protagonistas lo desee, se produzca un incidente que prenda la mecha actual
que representan las rivalidades personales, económicas y étnicas. Aunque
un conflicto entre mafias tan extendido no duraría la mayor parte de la
década, como sucedió en la de 1990, una redefinición crucial y sangrienta
del equilibrio de poderes en el hampa llevaría a una mayor violencia en las
calles, y también tendría implicaciones políticas más importantes. Los
elementos de las élites locales y de seguridad vinculados con el crimen
organizado se verían arrastrados al conflicto. Y, lo que es más, el Kremlin
no podría quedarse de brazos cruzados y contemplar tranquilamente el
regreso de los días del bespredel, el desorden.
Obviamente, es imposible predecir cuál será la situación que prevalezca.
Estas presiones, por el momento, además de empeorar las relaciones entre
bandas, también han minado su cohesión interna. En 2008, por ejemplo, dos
miembros de Tambóvskaia fueron asesinados en las afueras de San
Petersburgo. Ambos formaban parte del grupo controlado por el gánster
conocido como «Basil Jímichev» («Basil el Químico»), quien a su vez
debía obediencia a «Jokol» (término que en su jerga significa ucraniano), un
alto mando de Tambóvskaia que ahora vive en el exilio.47 Los asesinatos
parecen haber estado relacionados con un conflicto en el interior de la
propia organización por el creciente negocio del narcotráfico. Del mismo
modo, la detención en 2016 de « Shakró el Joven» (véase el capítulo 11)
planteó cuestiones acerca de la división de su imperio criminal que al
menos estaban temporalmente aparcadas, cuando, en febrero de 2017, envió
un mensaje a su banda que comenzaba con las inequívocas palabras:
«Todavía no estoy muerto», y advertía contra cualquier tipo de
movimientos al respecto.48 Aunque las autoridades realizaron una
investigación de cara a la galería para averiguar cómo había podido pasar el
mensaje desde la prisión de alta seguridad de Lefórtovo, varios
observadores con información de primera mano me han contado que lo
habían permitido ellos mismos, precisamente para evitar cualquier tipo de
canibalización de su red, lo que sin duda habría conducido a una escalada
de violencia.
El proyecto de construcción del Estado de Vladímir Putin permitió un
entendimiento tácito con los criminales, que evitaban el uso de medidas
drásticas a gran escala mediante el reconocimiento de la primacía del
régimen y abandonaron la violencia callejera indiscriminada de la década
de 1990. El equilibrio de poder volvió a recaer sobre las élites políticas,
prácticamente como en los tiempos soviéticos. El Estado vuelve a ser la
banda más grande del lugar, y las figuras político-administrativas locales y
nacionales son más poderosas que sus equivalentes en el ámbito criminal.
Sin embargo, no se trata de una «banda» especialmente unida, y, ahora que
el poder que Putin ejerce sobre las élites parece debilitarse, sobre todo a
medida que crece la especulación acerca de una posible sucesión en el cargo
tras las elecciones presidenciales de 2018, se presentan nuevos peligros. En
tanto que a escala local los peces gordos del Gobierno central tienen pocos
motivos para temer o necesitar a los criminales —aunque a menudo se
muevan en círculos sociales comunes—, las oportunidades para una
cooperación más profunda a escala nacional entre políticos y criminales son
mucho más evidentes, y la relación no es tan unilateral. Una consecuencia
de ello es que, incluso en caso de que el Gobierno nacional se ponga serio
con la corrupción y el crimen organizado, es probable que se oponga
resistencia y que los aliados de los gánsteres, sus clientes y sus patrones
esquiven estas medidas sobre el terreno. Aparte de esto, cualquier conflicto
minaría un elemento central de la mitología que legitima al presidente
Putin: el de ser el hombre que consiguió finalmente restaurar el orden en
Rusia.
15

LAS GUERRAS CRIMINALES

No todo el que lleva un cuchillo es cocinero.

Proverbio ruso

¿Pueden los vorí ser usados como arma arrojadiza? En septiembre de 2014,
el agente de la Kapo (policía de seguridad) estonia Eston Kohver estaba a
punto de reunirse con un informante en un bosque apartado a las afueras del
pueblo de Miikse, cerca de la frontera rusa. Tenía refuerzos a mano, pero en
cualquier caso nadie esperaba lo que acabó sucediendo: un escuadrón de
asalto armado del FSB cruzó la frontera, inutilizó su radio y lanzó granadas
aturdidoras para perturbar cualquier intento de impedir su captura. Era
obvio que se trataba de una emboscada.1 Kohver fue trasladado primero a
Pskov y después a Moscú. Allí fue acusado de haber cruzado la frontera
rusa (a pesar de que las tropas fronterizas rusas habían firmado un protocolo
confirmando que el ataque había sucedido en el interior de Estonia)2 y fue
condenado bajo la acusación ficticia de espionaje. Incluso su radio y pistola
de servicio fueron presentadas como «prueba» de su estatus de espía.
Aunque fue sentenciado a quince años de prisión, un año después de su
secuestro fue intercambiado por un agente ruso, pero esta no parece ser la
causa principal de ese desvergonzado asalto. Ni siquiera se trataba de
demostrar el poderío de Rusia y su voluntad de invadir el territorio.
La intención parece haber sido malograr la investigación que llevaba a
cabo Kohver. Pero esa investigación no tenía relación con nada que pudiera
garantizar un incidente diplomático de esas características, sino que se
trataba meramente de contrabando ilegal de tabaco a través de la frontera.
La evidencia, respaldada por conversaciones con agentes de seguridad
estonios y de otros países, indica que el FSB estaba facilitando esa actividad
contrabandística a cambio de una parte de los beneficios. No lo hacían por
el enriquecimiento personal de los agentes al cargo, sino para financiar
medidas políticas activas en Europa que carecieran de «huellas dactilares»
rusas. Como tuiteó el presidente de Estonia en aquel momento, Toomas
Hendrik Ilves: «Kapo, igual que el FBI en Estados Unidos, lidia tanto con
contraespionaje como con el crimen organizado. Solo que en algunos sitios
resultan ser la misma cosa». Aquello recordaba a algo que dijo el otrora
director de la CIA James Woolsey en 1999: «Si tuvieras oportunidad de
entablar conversación con un ruso que habla inglés bien […] lleva un traje
de tres mil dólares y un par de zapatos Gucci, y te dice que es ejecutivo de
una empresa de comercio rusa […] caben cuatro posibilidades». Estas eran
que se tratara de un hombre de negocios, de un espía, un gánster o «puede
que sea las tres cosas al mismo tiempo y que no suponga problema alguno
para ninguna de esas tres instituciones».3

TONTOS ÚTILES Y OPORTUNISTAS PELIGROSOS

[En Rusia] el nexo entre el crimen organizado, algunos funcionarios del Estado, los
servicios de inteligencia y los negocios enturbian la distinción entre política de Estado y
ganancias privadas.

JAMES CLAPPER, director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos (2013)4

En el momento de redactar estas líneas, Estados Unidos sigue conmovido


por las afirmaciones y desmentidos respecto a los esfuerzos de Rusia por
sobornar a personas cercanas al presidente Donald Trump y también sus
vínculos con personas rusas y de otros países sospechosas de ser gánsteres.
Independientemente de lo que haya de cierto en esas alegaciones, esto nos
señala un problema muy real. El crimen organizado ruso ha desempeñado
un papel muy importante en las hostilidades iniciales de lo que ha venido en
llamarse la «nueva Guerra Fría» —o la «Paz Caliente»— que se hizo
realidad en 2014 con la invasión de Crimea.5 Todos los servicios de
inteligencia utilizan ocasionalmente a criminales (por ejemplo, la mafia
siciliana abrió las puertas de Sicilia a los agentes de Estados Unidos durante
la Segunda Guerra Mundial, aunque el alcance de su impacto haya sido
exagerado).6 Sin embargo, cuando las agencias de inteligencia trabajan con
criminales o a través de ellos suelen mantener unos límites claros
(idealmente, los gánsteres nunca sabrán con quien podrían estar trabajando).
En el caso ruso, esas fronteras suelen ser demasiado difusas y permeables y
a menudo los últimos beneficiarios de ello son los vorí.
Ha nacido un vínculo particular entre el espía y el gánster. Por una parte,
las agencias de seguridad llevan mucho tiempo usando a los vorí y sus redes
criminales como herramientas ocasionales para hacer contrapeso y reunir
información. El fiscal español José Grinda González supuestamente dijo
que, en su opinión, «la estrategia del Kremlin es usar grupos [de crimen
organizado] para cualquier cosa que [el Gobierno de Rusia] no podría hacer
de manera aceptable como gobierno».7 Los gánsteres no solo cobran por
llevar a cabo misiones encubiertas, sino que también se les ofrece
inmunidad. Grinda afirmaba, por ejemplo, que el vor v zakone Zajar
Kalashov vendió armas a terroristas kurdos para desestabilizar Turquía
siguiendo órdenes del GRU, la agencia de inteligencia militar rusa. Del
mismo modo, en Lituania, un país que cada vez resulta más importante para
Moscú como cabeza de puente financiera hacia la Unión Europea, el
servicio de inteligencia exterior de Rusia, el SVR, no solo ha sido
desenmascarado en su intento de financiar a políticos que se solidaricen con
su causa, sino que también ha sido relacionado con gánsteres locales de
origen ruso a los que anima a mostrar su apoyo.8
Un ejemplo característico es Víktor But, cuya carrera, que abarca los
mundos del crimen, los negocios y los servicios de inteligencia —a menudo
los tres al mismo tiempo—, lo ha conducido a una cárcel de Estados
Unidos. Como agente del servicio de inteligencia, probablemente
perteneciente al GRU, But estableció un negocio de transporte aéreo
especializado en envíos a destinos peligrosos. Aparte del envío de ayuda,
también estaba implicado en violar el embargo y en tráfico de armas. No
está claro si su oferta en 2008 de vender setecientos misiles rusos tierra-aire
Igla a los narcos rebeldes de las FARC de Colombia la hizo a nombre de
Moscú (aunque el volumen de misiles que podía adquirir así lo indica), pero
como era utilizado de tanto en tanto como tapadera por el Gobierno y en el
proceso se le garantizaba libertad para quebrantar la ley con impunidad, es
difícil saberlo.9
De manera similar, un hombre de negocios de Occidente al que conozco
que quería montar una empresa en Múrmansk se vio presionado en 2011
por gánsteres locales; cuando acudió a la policía trajeron a la división local
del FSB, que sugirió que tal vez querría aceptar como socio a uno de sus
oficiales retirados. Una vez que el empresario declinó la oferta descubrió
que la información financiera que había proporcionado al FSB estaba
siendo utilizada por los criminales. ¿Dónde estaba entonces la línea entre
los espías y los estafadores?
Sin duda, la presencia del crimen organizado ruso y eurasiático tiene
efectos sutiles, además de los obvios. Por ejemplo, el informe Evaluación
del Crimen Organizado Ruso de 2008, de la Europol, concluyó que tenía un
«impacto directo de nivel medio» en la Unión Europea, que se percibía
principalmente a través de sus operaciones de tráfico, pero también tenía
un:

impacto indirecto de alto nivel en la Unión Europea. Esto se experimenta a través del lavado de
dinero y las inversiones. Esas actividades distorsionan la competencia legal e incluso la destruyen;
elevan los precios y la inflación en el mercado inmobiliario y otros similares; incrementan la
corrupción de las prácticas y las culturas empresariales; generan pérdidas concretas en negocios
legales y economías nacionales de la UE; aumentan el lucro y la aceptación social de las
actividades criminales; facilitan la penetración del crimen organizado y su integración en las
estructuras legales; legalizan los procesos delictivos, a los delincuentes y sus actividades, y, a su
vez, perjudican seriamente muchos elementos legales de las sociedades de la UE.10

No obstante, la preocupación por este fenómeno se ha agudizado desde


entonces, ya que el impacto de la penetración delictiva rusa es visto
progresivamente no solo como un problema de las fuerzas de la ley, sino
como algo mucho más serio. Aunque, por lo general, los gánsteres siguen
siendo gánsteres, a veces pueden convertirse también en activos de un
Estado.

LA PRIMERA GUERRA CRIMINAL: INVASIÓN DE CRIMEA

¿Es Crimea la primera conquista de la historia llevada a cabo por criminales que trabajan
para un Estado?

Pregunta que formulé en un taller de la OTAN (2015)

La respuesta a la citada pregunta es compleja, como suele suceder cuando


se formulan cuestiones aparentemente sencillas a los académicos. No puede
decirse que sea novedoso utilizar a gánsteres en tiempos de guerra, pero lo
inusual de este caso es que los criminales eran combatientes, no solo
colaboradores, y no fueron soltados contra el enemigo como corsarios del
siglo XVIII —piratas a los que se respaldaba siempre que atacaran al otro
bando—, sino que estaban integrados en las fuerzas del invasor. Cuando
Rusia invadió Ucrania, además de utilizar a sus infaustos «hombrecillos de
verde» —cuerpos especiales sin insignia—, también empleó a criminales.
Para los gánsteres no se trataba de un tema geopolítico y mucho menos de
reparar lo que Putin llamaba la «ultrajante injusticia histórica»11 que
sucedió cuando la península de Crimea fue transferida de Rusia a Ucrania
en 1954, sino de oportunidades de negocio.12
Desde el principio, la campaña de Moscú para arrebatar Crimea a Kiev
dependió de una alianza con los intereses del hampa locales. Serguéi
Axiónov, el primer ministro de la nueva región de Crimea, tuvo
supuestamente un pasado como vor y se le conocía por el nombre de
«Goblin» en los tiempos en que formó parte del grupo de crimen
organizado Séilem durante la década de 1990.13 Axiónov rechaza cualquier
afirmación acerca de esos vínculos como parte de una campaña de
calumnias iniciada por sus oponentes políticos, pero la única denuncia por
difamación que ha presentado contra alguien que haya hecho esas
alegaciones ha sido desestimada por el Tribunal de Apelación por
considerarse infundada.14
No obstante, las respectivas trayectorias de Axiónov y Séilem dicen
mucho acerca del propio desarrollo de Crimea y del papel que los vorí
pudieron desempeñar en la invasión rusa de la península con apenas
derramamiento de sangre. (No es mera coincidencia que las dos partes de
Ucrania en las que Rusia se atrinchera en el momento de la redacción de
este escrito sean ambas zonas en las que los vorí de la vieja escuela son
igual de numerosos sobre el terreno.) Incluso antes de la caída de la URSS,
a finales de 1991, Crimea ya se había convertido en un refugio para el
contrabando, el mercado negro y un conjunto lucrativo de tramas de
malversación centradas en los balnearios y los complejos vacacionales de la
región. Cuando la Ucrania independiente luchaba a principios de la década
de 1990 con la crisis económica y el derrumbe de sus estructuras del orden
y la ley, el crimen organizado asumió una forma progresivamente más
violenta y visible. Dos bandas rivales luchaban por el control de
Simferópol: la banda Bashmakí («Zapatos») y la banda Séilem (que recibió
su nombre por el café Séilem, que a su vez debía su nombre a la ciudad
hermanada con Simferópol).15 Eran a un tiempo emprendedores y
depredadores que obligaban a los negocios locales a pagar un tributo por
vender su mercancía so pena de incendios provocados, palizas o cosas
peores. Un criminal-emprendedor retirado (según dice) recordaba un viaje
en ferri a Kerch, en la punta este de la península, en el cual iba acompañado
por un mensajero que llevaba una maleta repleta de latas de huevas baratas
de pescadilla que Séilem obligaba a comprar a los restauradores al precio
del «caviar de beluga», por una partida de prostitutas reclutadas para
trabajar en burdeles de Yalta y por un par de «toros» resacosos llenos de
tatuajes —matones de la mafia— que volvían de una fiesta en Novorosíisk.
Según decía, «toda la delincuencia de Crimea estaba en ese barco».16
Se trataba de una situación inherentemente inestable: no solo existían
presiones de las élites políticas y empresariales para que la policía
reafirmara su autoridad, sino que la guerra entre bandas empezaba a
impedir que ninguna de las partes generase beneficios. El conflicto escaló
hasta que un paroxismo de asesinatos y violencia en 1996 puso a ambas
bandas de rodillas. También abrió una ventana de oportunidades para
Guennadi Moskal, el jefe de la policía de Crimea entre los años 1997 y
2000, que lanzó una acometida severa contra el gansterismo público.
Crimea se convirtió en un lugar más pacífico, pero las afirmaciones acerca
de que las bandas habían sido desarticuladas eran solo una ficción
ventajista. «Alfrid», un tártaro canoso veterano de las guerras territoriales
de la década de 1990, afirmaba que «los vándalos simplemente se habían
hecho mayores, se dieron cuenta de que las guerras eran malas para los
negocios y de que se podía ganar mucho más haciéndolos. Moskal solo los
ayudó a dar el salto».17 Los líderes más importantes y menos
descaradamente hampones —entre ellos un brigadir llamado «Goblin»—
decidieron coger su dinero y sus contactos e introducirse en los negocios y
la política de manera (casi) legítima. De hecho, lo habitual era que
estuvieran involucrados en ambas cosas, aprovechando sus continuadas,
aunque menos abiertas, alianzas criminales para acelerar el éxito de sus
objetivos políticos y económicos.18 A este respecto, los vorí de Crimea
seguían prácticamente el mismo patrón que en Rusia.
En la década de 2000, esos criminales empresarios eran la fuerza
dominante de Crimea. Kiev parecía tener poco interés en contribuir al buen
gobierno y la prosperidad económica de esta península poblada con
personas de etnia rusa, lo cual dio vía libre a las élites locales y les
proporcionó una perversa legitimidad. Crimea se sentía olvidada por la
corriente política general y separada de ella. En este vacío político,
económico y social, los nuevos imperios de la política, los negocios y la
mafia podían florecer. Como describía un cable de la embajada de Estados
Unidos en 2006, esos «criminales crimeos eran completamente diferentes
que los de la década de 1990: los de entonces eran «bandidos» en chándal
con pistolas que otorgaban a Crimea su reputación de «Sicilia ucraniana» y
acabaron en prisión, acribillados a balas o hundidos; ahora se habían
introducido en negocios que en su mayoría eran legítimos y también en el
Gobierno local». Añadía que «en las elecciones del 26 de marzo fueron
elegidas decenas de figuras con pasados delictivos conocidos para formar
parte del Gobierno local».19 Víktor Shemchuk, anterior fiscal jefe de la
región, recordó que «todos los niveles del Gobierno de Crimea estaban
criminalizados. No era nada raro que una sesión parlamentaria de Crimea
comenzara con un minuto de silencio en honor a uno de sus “hermanos”
asesinados».20
Los bienes principales eran el control de los negocios y, cada vez más, de
la tierra. Algunos de los antiguos líderes de Bashmakí, por ejemplo, fueron
acusados de intentar apoderarse del SC Tavriya Simferópol, el club de
fútbol más importante de Crimea, principalmente por los inmuebles que
estaban a su nombre.21 De manera más general, a medida que subían los
precios —sobre todo debido a que los tártaros que habían sido desplazados
de sus hogares en Crimea con los soviéticos empezaban a regresar a casa—,
el empresario gánster y sus aliados de la burocracia corrupta local
compraron sin miramientos fincas inmobiliarias y proyectos de
construcción para aprovecharse de ese mercado.
Aunque Crimea fuera parte de Ucrania, muchos de los negocios
criminales más lucrativos, como el narcotráfico y el comercio con
mercancía falsa o cigarrillos sin impuestos, dependían de sus relaciones con
las redes criminales rusas. A ello contribuía que la Flota del Mar Negro rusa
continuara teniendo su base en Sebastopol, en Crimea, siguiendo un tratado
con Kiev, y que muchos veteranos de la Marina se habían retirado a vivir
allí: existía un tráfico militar y civil común de un lado a otro. Cuando el
Estado ucraniano empezó a tambalearse a medida que el presidente
Yanukóvich luchaba con los manifestantes de Maidán, Moscú pudo
empezar a contactar con aliados potenciales en Crimea a través de canales
clandestinos. Según una conversación que mantuve con un agente de policía
ruso, los representantes de Sólntsevo ya habían visitado Crimea para hablar
con los vorí locales incluso antes del 4 de febrero de 2014, cuando el
Presidium, o Consejo de Gobierno de Crimea, pensó en convocar un
referéndum sobre su estatus. Los moscovitas no se presentaron allí solo
para tomar el pulso al alcance de nuevas empresas criminales, sino también
para calibrar el sentir del hampa local.
Axiónov, secretario general del partido Rusia Unida, parecía una opción
ideal como testaferro del Kremlin. Aunque había sido elegido en 2010 para
el Parlamento regional con solo el 4 por ciento de los votos, era ambicioso,
implacable y supuestamente tenía vínculos cercanos con las figuras
influyentes del mundo político y criminal de la península.22 Cuando Moscú
se decidió a tomar Crimea la mañana del 27 de febrero, utilizó a los
«hombrecillos de verde», aparte de la policía local que apoyaba firmemente
el golpe y también a matones vestidos con ropa de faena despareja y
brazaletes rojos, aunque sí llevaban rifles de asalto completamente nuevos.
Estas «fuerzas de autodefensa» pasaron de hecho más tiempo ocupando
empresas —entre ellas un concesionario de coches propiedad de un socio
del que sería nuevo presidente de Ucrania, Petro Poroshenko23— y
haciéndose fuertes en las esquinas de la ciudad que aseguraban posiciones
estratégicas. Aunque algunos fueran veteranos y voluntarios, muchos eran
los soldados de a pie de las bandas criminales de la península que habían
dejado a un lado sus rivalidades temporalmente para sacar a Crimea de
Ucrania.
La nueva élite está conformada así por un triunvirato de personas
designadas desde Moscú, políticos locales y gánsteres enriquecidos. Y sin
duda se enriquecieron, pasando rápidamente a esquilmar fondos de las
sumas que proporcionaba Moscú para empezar a desarrollar la península y
simplemente expropiando propiedades que pertenecían al Gobierno
ucraniano y sus aliados. En teoría, esas propiedades se vendieron en subasta
para financiar más fondos para desarrollo, pero, en la práctica, las
«subastas» eran gangas a precio de saldo claramente amañadas.24 «Alfrid»,
por ejemplo, no se andaba con rodeos sobre el hecho de que estaba
apoderándose de todos sus activos líquidos y usando el dinero para
apresurarse a comprar propiedades. «Esto es como la privatización de la
década de 1990 —dijo—, una de esas oportunidades en la vida en las que
puedes ganar una fortuna si tu mueves rápido y sabes lo que haces.» Para
«Alfrid», que ronda la sesentena, este era su «plan de pensiones».25
Mientras tanto, Sebastopol podía empezar a competir con el puerto
ucraniano de Odesa como núcleo del contrabando. Históricamente, Odesa
había gestionado la mayor parte del contrabando a través del mar Negro (y
en contadas ocasiones incluso por debajo de este), no solo de Ucrania, sino
también de Rusia. Independientemente de que Sebastopol pueda hacerle
frente como rival de manera creíble, sobre todo a la luz de las sanciones de
Occidente, resulta relevante en cierto sentido: la mera posibilidad de que
llegara a hacerlo ha obligado a los padrinos de Odesa a bajar los
«impuestos» que gravan el tráfico criminal a través del puerto, un ejemplo
de economía del mercado negro en su forma más básica.

LA SEGUNDA GUERRA CRIMINAL: QUEMANDO EL DONBASS

Los beneficiarios son los políticos, los oligarcas y los gánsteres. Carbón, oro, petróleo y
tabaco. Por eso es por lo que luchan en la Ucrania oriental.

YULIYA POLUJINA, periodista rusa (2016)26

Los incentivos perversos son la cruz de muchos de los planes que parecen
perfectamente delineados. Si Moscú se ofrece a reemplazar tu coche
siempre que te lo roben o sea declarado siniestro total, ¿para qué
preocuparse por conducir sensatamente o cerrarlo con llave por la noche?
De hecho, ¿por qué no venderlo y decir que te lo han robado? Por
desgracia, esto también puede aplicarse a las municiones prometidas a las
milicias en la región del Donbass en el sudeste de Ucrania. Si reclutas a
criminales y aventureros, les das armas, los colocas en un conflicto fluido y
caótico emplazado a lo largo de rutas de contrabando establecidas y
prometes cumplir con el gasto que se haga en la batalla, no puede
sorprenderte mucho que se inicien escaramuzas contras las fuerzas del
Gobierno ucraniano sin más razón que tener una excusa para liquidar,
digamos, unas diez mil balas para informar de que has usado el doble de
ellas. Cuando llegan veinte mil balas más de los arsenales ocultos en el
Donbass, el exceso puede descargarse limpiamente en el mercado negro
para sacarle beneficio.27
Moscú presuntamente pensó que confiando gran parte de la lucha a las
milicias locales podría librar su guerra no declarada contra Kiev de manera
indirecta y barata, pero en la práctica eso generó una situación en la que
apenas tenían el control de sus teóricos aliados. De hecho, se vieron
embaucados por ellos desde el principio y no tardaron en pagar el precio en
la forma de un ascenso de los crímenes violentos y del tráfico de armas en
casa. En Rostov del Don, la ciudad del sur de Rusia que ejerce como núcleo
de apoyo logístico para la guerra, había un problema en auge. En 2015, la
región de Rostov era la novena más criminalizada de Rusia, pero al año
siguiente ya era la séptima, y la ciudad se había convertido, según ciertos
cálculos, en la más peligrosa de Europa, a pesar de que anteriormente ni
siquiera ocupaba un lugar entre las diez primeras.28
En su momento, la operación del Donbass seguramente parecía una idea
genial. Crimea había resultado sencillo, y los rusos, como si fueran llevados
por el empuje de su éxito, se volvieron incluso más ambiciosos. La idea no
era anexionar la lúgubre y cenicienta Donbass, a pesar de su relativamente
elevado número de habitantes de etnia y lengua rusas. Se trataba de generar
una especie de revuelta allí para poner presión sobre Kiev. Los rusos
pensaban que Ucrania tendría que reconocer la hegemonía regional de
Moscú, lo que asumían que se produciría de manera rápida e inevitable. Así,
si el objetivo en Crimea era crear un nuevo orden, en el Donbass era más
bien el de generar el caos, aunque fuera un caos controlado que sirviera
como arma arrojadiza.
Con ese objeto, los rusos se dispusieron a diseñar una insurrección local
de los rusoparlantes alarmados ante el nuevo régimen de Kiev. Intentaron
avivar los problemas en varias ciudades de la región, la mayoría de los
cuales fueron sofocados o nunca llegaron a despegar desde un principio.
Con todo, en Donetsk y Lugansk, su éxito inicial permitió que Moscú
estableciera regímenes aliados, las denominadas Repúblicas Populares de
Donetsk y Lugansk. El ejército ruso siguió siendo la última salvaguardia de
estos seudoestados, pero Moscú quería darle a la operación una apariencia
de auténtico movimiento popular. Animó a nacionalistas, aventureros,
mercenarios y cosacos de Rusia a unirse a las fuerzas locales. Como
resultado de ello, surgió un conjunto de milicias desconcertante,
colecciones a menudo destartaladas, de auténticos voluntarios desertores del
Gobierno y gánsteres locales.
Para los vorí, esto supuso una oportunidad preciosa para convertir la
fuerza que ejercían en las calles en una forma de poder legal. Aunque la
Ucrania postsoviética había tenido cierto éxito parcial en la construcción de
un Estado funcional basado en la ley (en todo caso, en 2014 la corrupción
era un problema mayor incluso que en Rusia), el este había resultado
especialmente problemático, en poder de una camarilla aparentemente
indestructible de oligarcas y gestores políticos corruptos.29 En suma, «los
magnates del Donbass —algunos de los cuales ya eran criminales con la ley
soviética— impidieron que reinara el imperio de la ley y limitaron
severamente la formación de una sociedad civil».30 Si a eso le unimos una
gran concentración de prisiones locales y una economía local defectuosa
que animaba a las bandas callejeras, seguramente no sorprenda demasiado
que se diga comúnmente que «uno de cada tres hombres de la región de
Donetsk se encuentra en prisión, lo ha estado o lo estará».31
Una vez que los rusos despojaron al Gobierno de parte del control del
Donbass, los líderes criminales de la ciudad celebraron una sjodka en
diciembre de 2014 para decidir cómo responder a ello.32 Optaron por
aprovecharse al máximo de la nueva situación y, de hecho, animaron a los
vorí que se encontraban en zonas del Donbass controladas por el Gobierno
a dirigirse a territorio rebelde.33 Mientras tanto, la producción ilegal de
alcohol y tabaco falsificados y su exportación a Rusia, Ucrania y Europa
aumentó, ahora que los criminales estaban al mando.34
Resulta interesante apuntar que los comandantes de la «rebelión»
utilizaban por lo general nombres de guerra como «Motorola», «Batman»,
«Strelkov» («Francotirador») y «Givi», como si hicieran un homenaje a los
klichki del gánster. La mayoría de las figuras protagonistas eran aventureros
entusiastas o veteranos de los cuerpos militares y de seguridad. No obstante,
las milicias y muchos de los oficiales de segundo rango procedían del
hampa. Estos aportaron una cultura de la intimidación, la violencia y el
robo. Un voluntario ruso que había acudido para luchar genuinamente
creyendo la propaganda que emitía Moscú acerca de que los «fascistas»
ucranianos habían salido a perseguir a los rusos, despertó de golpe cuando
se unió realmente a la milicia: «Cuando llegas allí te das cuenta desde el
primer minuto de que no se trata de una unidad militar, sino de una
auténtica banda».35
No cabe duda de que los rebeldes pueden crean caos y lo han creado, y
en el momento de redactar esta obra, en 2017, este miserable conflicto no
tiene visos de acabar. Pero lo cierto es que en lo que concierne al uso de las
personas como arma arrojadiza, es más fácil generar caos que control.
Varios oficiales han sido asesinados, probablemente por cuerpos especiales
rusos, precisamente porque se volvieron demasiado testarudos y peligrosos.
La mayoría de los combates a menor escala parecen descontrolados,
siempre que no sean impulsados por el aburrimiento o por la oportunidad de
ganar dinero. Mientras tanto, el índice de muertes por asesinato de Rostov
del Don ha aumentado enormemente (hasta un 19 por ciento en 2016) y el
suministro de armas ilegales se ha extendido drásticamente a medida que
los Kalashnikov, e incluso armas más pesadas, vuelven a fluir hacia el
mercado negro ruso.36 Independientemente de que el Kremlin considere
esto un éxito o no, lo que está claro es que la del Donbass es una guerra
criminal y no solo en términos de leyes internacionales.

LA TERCERA GUERRA CRIMINAL: «CRIMINTERN»

Actualmente se está produciendo una cierta «nacionalización de la mafia»: las estructuras


de la mafia están de hecho siendo reemplazadas por las verdaderas autoridades.

VLADÍMIR OVCHINSKI, teniente general de la policía retirado (2016)37

Desde que Putin regresó a la presidencia tras su breve período como primer
ministro-marionetista entre 2008 y 2012, Rusia se ha venido convirtiendo
progresivamente en un Estado en plena movilización.38 Aunque no lo dicte
ninguna ley, en la práctica, el régimen se reserva el derecho de convocar a
cualquier individuo u organización, desde una compañía a un medio de
comunicación, para que funcione como avanzadilla de los planes del
Kremlin. Esto puede ir desde la donación de fondos para una causa a la que
quiere apoyar de manera oculta, hasta proporcionar una identidad secreta
accesible para un espía. No es nada nuevo. A principios de la década de
2000 se construyó un enorme palacio en Gelendzhik, a orillas del mar
Negro, supuestamente para ser usado por Putin y financiado con dinero
proporcionado por oligarcas como «gravamen» que tenía que ser destinado
a la mejora de la infraestructura sanitaria. La historia ha sido desmentida,
pero en cualquier caso se lo conoce como el «palacio de Putin».39 Durante
los últimos años, no obstante, la Rusia de Putin se ha puesto en pie de
guerra, al menos psicológicamente, sobre todo a medida que emergía el
nuevo conflicto geopolítico. La disidencia se ha tomado cada vez más como
traición, y los intereses del actual régimen se presentan como los intereses
de Rusia en su conjunto.
Si combinamos eso con las relaciones de larga duración entre el hampa y
las altas esferas, en particular a través de las agencias de seguridad, se dan
la condiciones para un tipo diferente de movilización. En el pasado, el
Estado ha usado esos vínculos de forma esencialmente negativa: para
confirmar las nuevas reglas del juego tras el ascenso de Putin al poder, por
ejemplo, o para advertir a las bandas chechenas contra el apoyo a los
rebeldes en su tierra. Pero, desde entonces hasta ahora, así como el Estado
soviético utilizó a los vorí como instrumentos, ya fuera para controlar a los
presos políticos en los gulags o a extranjeros comprometedores, el Kremlin
de Putin también se ha servido de ellos.
Ahora bien, no es que todas las operaciones criminales rusas sean
instrumentos del Kremlin para influir en el extranjero. No todos los grupos
o redes pueden ser inducidos a convertirse en parte de lo que podría
llamarse el «Crimintern» de Moscú, el sucesor del mundo criminal para la
antigua Internacional Comunista Soviética. De aquellos que he definido
como «crimen organizado con base en Rusia» (RBOC, según sus siglas en
inglés), su característica crucial es que, aunque operan en el extranjero,
mantienen grandes intereses en Rusia. Puede que se deba a que sus
miembros siguen teniendo familia o bienes allí, o a que el núcleo de su red
está en Rusia. En cualquier caso, significa que el Kremlin puede usarlo
contra ellos. Como me dijo un agente del contraespionaje de manera poco
elegante, pero convincente, respecto a un vor RBOC, «mientras siguiera
teniendo los huevos en Moscú, los rusos podrían apretárselos».40 Esto no
tiene que ver necesariamente con la etnia de la que sean ni con la lengua
que hablen, sino simplemente con lo expuestos que estén. Algunos de los
gánsteres de etnia rusa expatriados en España, por ejemplo, prácticamente
han emigrado, trasladando a sus familias y sus bienes al exterior de su país
natal. Del mismo modo, figuras clave de las bandas georgianas que operan
en Francia, Italia, Grecia y Países Bajos mantienen vínculos significativos
con Rusia. Artur Yuzbáshev, detenido en Francia en 2013 por formar parte
de una banda internacional que asaltaba casas, y condenado en 2017, no
solo tenía un guardaespaldas checheno, sino que había sido detenido en
Moscú en 2006.41 Cumplió solo dos meses de prisión por posesión de
estupefacientes, pero en ese período estableció unos vínculos con un grupo
criminal con base en Rusia que supuestamente continuó tras su llegada a
Francia en 2010. Por el contrario, la considerable red de crimen organizado
de gánsteres georgianos y armenios acusados en 2012 por asaltos a
viviendas y robos a lo largo de Francia y Bélgica no tenía contacto directo
con Rusia, por lo que su delito no fue considerado RBOC.42
En cualquier caso, el RBOC es utilizado cada vez más de manera
ocasional para desempeñar una variedad de funciones en la «guerra
política» que libra Moscú para dividir, distraer y desmoralizar a Occidente,
especialmente a Europa, aunque solo cuando los servicios de inteligencia de
Rusia no tienen otra alternativa.43 Aunque sus agencias de seguridad
desarrollan cada vez más sus propias capacidades para los delitos
informáticos, Moscú sigue dependiendo del reclutamiento de piratas o
simplemente acude a ellos de vez en cuando a cambio de permitirles seguir
en libertad. En particular, proporcionan «capacidad de reacción» para
operaciones importantes como los ataques a Estonia de 2007 y Georgia en
2008, así como alteraciones telemáticas continuas en Ucrania. Estas
acciones de pirateo informático suelen tener la intención de apoyar la
subversión política, y para eso hace falta dinero. Como demostró el caso
Kohver, los grupos RBOC pueden utilizarse también para fondos chórnaia
kassa («cuentas clandestinas») que se usan para delinquir en el extranjero
de manera más fácil y directa que sacando el dinero de Rusia, y sin un claro
riesgo de que el rastro de los pagos conduzca hasta Moscú.
A un nivel más táctico, los profesionales adeptos al traslado de personas
y mercancías a través de las fronteras son valiosos en las operaciones de los
servicios de inteligencia. En 2010, por ejemplo, once espías de la SVR que
operaban de manera muy encubierta en Estados Unidos fueron
desenmascarados en la Operación Ghost Stories, liderada por el FBI.44
Supuestamente, el más hábil se llamaba Christopher Metsos, y consiguió
huir a Chipre. Fue detenido, pero después salió en libertad bajo fianza, tras
lo cual desapareció rápidamente a pesar de todos los esfuerzos por
mantenerlo vigilado. Varios agentes de contraespionaje estadounidenses me
hicieron saber que ciertos traficantes de personas RBOC usaron sus
conocimientos y contactos para enviar encubiertamente a Metsos de regreso
a Rusia o a otra jurisdicción en la que los agentes del servicio de
inteligencia ruso pudieran concretar su retorno.
En el extremo más muscular del espectro, algunos asesinatos adjudicados
al servicio de inteligencia ruso parecen haber sido subcontratados a sujetos
RBOC, tales como los de varios partidarios de Chechenia y otros militantes
del norte del Cáucaso en Estambul. Nadim Aiúpov, al que las autoridades
turcas acusan de asesinar a tres supuestos terroristas chechenos a cuenta del
FSB, era un miembro de un grupo de crimen organizado con base en Moscú
que hasta entonces se había especializado en el robo de coches.45 Del
mismo modo, grupos RBOC pudieron estar detrás del apoyo encubierto a
organizaciones militares de filiación rusa como en el caso célebre del Frente
Nacional Húngaro, los agitadores que participaron en el intento de golpe de
Estado respaldado por Moscú en Montenegro en 2016 en una campaña para
impedir que entraran a formar parte de la OTAN.46

LA CUARTA GUERRA CRIMINAL: TIROS POR LA CULATA

Sinceramente, a veces no sabemos si estos tipos son espías o criminales. Pero lo cierto es
que, aunque realicen operaciones [de inteligencia] aquí en Alemania, en Rusia malversan,
roban y asaltan empresas.
Me pregunto si no harán más daño que bien al Kremlin.
«Ah…, si yo fuera Putin me preocuparía por lo que hacen en casa».

Conversación con un agente del servicio de inteligencia alemán (2016)47

No obstante, Moscú corre grandes riesgos con este tipo de conspiración


entre el Estado y los criminales. No es difícil comprender lo tentador que
resulta para Vladímir Putin. Rusia no está en la mejor posición para
reclamar un estatus de gran potencia y desafiar a Occidente. Su ejército es
menor que las fuerzas combinadas de la OTAN europea, incluso sin contar
a Canadá y Estados Unidos. Su economía es menor que la del estado de
Nueva York.48 Sin embargo, se trata de un régimen autoritario capaz de
centrar sus recursos en sus objetivos; Putin no tiene que preocuparse
excesivamente por las responsabilidades democráticas; y cuenta con la
combinación de pragmatismo y crueldad necesaria para explotar todas las
ventajas que pueda encontrar. Es posible que el hampa rusa provoque una
grave sangría en cuanto al desarrollo social, político y económico del país,
pero también tiene la opción real de movilizarlo como herramienta de
política extranjera, y la pone en práctica, en lo que podría calificarse como
la primera guerra político-criminal.
Pero ¿ha calculado adecuadamente el Kremlin los riesgos que eso
conlleva? No solo respecto a la caída en picado de la posición global de
Rusia (aunque es un hecho innegable), sino también en el sentido de que el
contacto con los vorí corrompe más a los agentes de seguridad del Estado, a
los que en su momento el director del FSB Nikolái Pátrushev llamó la
«nueva nobleza» de Rusia.49 Su estatus privilegiado, la falta de supervisión
efectiva y el uso de métodos extralegales en sus actividades diarias han
contribuido en conjunto a convertirlos en incubadoras de redes y círculos
criminales. Tal como advirtieron los periodistas Andréi Soldátov e Irina
Borogán, los mejores observadores independientes rusos de estos espías:

En la época soviética, los miembros del KGB eran parte de una élite. Pero cuando la Unión
Soviética se derrumbó y Rusia se sumergió en el nuevo capitalismo, los agentes del KGB
emergieron como líderes de los negocios. Se vieron superados por vendedores más jóvenes y
veloces: una nueva hornada de oligarcas. Los veteranos del KGB encontraron su vocación
entonces en el segundo y tercer escalafón de las nuevas estructuras empresariales, dirigiendo los
departamentos de seguridad de los imperios de los magnates. Ya no eran los amos del universo,
ahora servían a los nuevos ricos.50

¿Quiénes son entonces esos nuevos ricos? Tomemos el ejemplo de Serguéi


(por razones obvias no se trata de su nombre verdadero), un coronel del
FSB con quien me reuní varias veces en Moscú. Es un hombre inteligente
que causa una gran impresión, centrado y con una buena educación.
Recuerda la década de 1990 como una «época de problemas» y más de una
vez expresó con aparente sinceridad su creencia en que «Dios había enviado
a Putin para salvar a Rusia». Tampoco me cabe la menor duda de que es tan
corrupto como el que más. Procede de orígenes obreros y fue a la
universidad; después, por razones que nunca me quedaron muy claras, hizo
el servicio militar como soldado raso para entrar en el KGB, para pasar más
tarde a su sucesora en el servicio tras 1991. No parece haber recibido
herencia alguna, y su esposa no trabaja, pero igualmente posee una enorme
casa en las afueras de la capital con todos los accesorios del nuevo rico
moscovita, desde un garaje con tres coches (Range Rover para él, BMW
para ella, Renault para su sirvienta interna) a las encimeras de mármol de
importación, televisores de pantalla plana enormes prácticamente en todas
las paredes y una piscina acristalada en el jardín.
Serguéi, según lo entiendo, es un proveedor de servicios. Su posición en
el FSB le permite el acceso a las riquezas de la información que poseen las
agencias de seguridad de un Estado autoritario. Si necesitas saber cuánto
dinero tiene exactamente un objetivo antes de exprimirlo, si quieres saber
quién es el propietario verdadero de esa empresa a la que le has echado el
ojo, o si simplemente quieres conseguir el número de teléfono móvil de
alguien, y el de su amante, entonces Serguéi es tu hombre. Eso
supuestamente no le impide hacer bien su trabajo, pero, al mismo tiempo, el
acceso a la información y los recursos propios de su posición se ponen a la
venta a un módico precio. La mayoría de sus clientes parecen ser
«empresas», pero en la Rusia moderna, en la que los mundos de los
negocios, el crimen y la política se asocian tan libremente, eso no significa
nada.
Cuanto más usan los servicios secretos a los criminales como recursos,
ya se trate de asesinos o de hackers, cuanto más contacto tienen con ellos,
mayor riesgo hay de que se produzcan acuerdos, de que el capataz se
convierta en secuaz. Por ejemplo, en 2012, Jeffrey DeLisle, un subteniente
de la Marina canadiense, fue detenido acusado de ser un espía del GRU.
Trabajaba en el HCMS Trinity, un centro de fusión de inteligencia
responsable de recopilar material no solo de los servicios canadienses, sino
también de sus aliados en Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia y Nueva
Zelanda. Como tal, tenía acceso a un extraordinario conjunto de secretos,
pero, a medida que la investigación avanzaba, se hizo patente que entre las
tareas que sobrellevaba estaba averiguar qué sabía la Policía Montada de
Canadá sobre gánsteres rusos sospechosos que operaban en el país.51 Al
hablar con agentes de seguridad de Canadá queda claro que no saben muy
bien qué interés podría tener esa información para el GRU. Lo que parece
más probable es que alguien en algún lugar de la cadena de mando se
percatara simplemente de que, dada la posición de DeLisle, podría acceder
sin esfuerzo a una información susceptible de ser fácilmente mercantilizada
y vendida a los criminales en cuestión. La historia de los vorí es la de
criminales que han encontrado formas de trabajar en el seno de un régimen
poderoso y han conseguido adaptarlo a sus necesidades. Desde los campos
de concentración al mercado negro, se han adaptado y han prosperado al
comprender cómo explotar su entorno para aprovecharse de él. Sería
peligroso y estúpido asumir que los sucesores actuales de los vorí soviéticos
son menos capaces que ellos.
16

LA RUSIA BANDIDA: ¿EL ROBO DE UNA NACIÓN?

El país de un ladrón está allá donde pueda robar.

Proverbio ruso

Un policía ruso me contó en una ocasión este desagradable chiste: «¿Cuál


es la diferencia entre un mafioso y un político?». La gracia resultaba estar
en la respuesta: «Yo no veo ninguna».1 A muchos de los líderes nacionales
del mundo les gusta ponerse duros al hablar sobre temas de seguridad
nacional, pero no es fácil ver a muchos que estén dispuestos a usar la jerga
de los delincuentes en una conferencia de prensa. Con todo, en 1999,
Vladímir Putin dijo memorablemente acerca de los terroristas chechenos:
«Si los encontramos en el váter nos los cargamos, aunque sea en las
letrinas». Putin usó la palabra mochit que significa literalmente «mojar»,
una palabra cuyo uso está registrada en la jerga criminal desde la década de
1920. Es un término que acabó siendo adaptado incluso por la policía
política del KGB, mókroie delo, un «trabajo mojado», que se refería a un
asesinato, mojado porque hay derramamiento de sangre. Cuando Putin —
que en aquel momento era primer ministro, pero aparente heredero del
presidente Borís Yeltsin— utilizó un término de esas características, no solo
consolidó su estatus como líder con un toque de matón de barrio, sino que
también autorizó la expansión de ese lenguaje a la sociedad oficial.2
Anteriormente ya había existido un trasvase de expresiones vor, e incluso
de costumbres. En las fuerzas especiales soviéticas Spetsnaz, por ejemplo,
una prueba para los nuevos reclutas era colocar una toalla blanca en la
puerta de los barracones: quien se sintiera en casa y limpiara sus botas
sucias con ella demostraba que sabía lo que hacía y no era un novato sin
ninguna idea.3 Esa costumbre era originalmente una de las formas que
tenían los blatníe en los campos de concentración de reconocer a uno de los
suyos.4 Pero ahora era mucho más deliberado y popular. Súbitamente, tanto
los políticos como los comentaristas hablaban sobre razborki (ajustes de
cuentas con violencia) y sjodki (reuniones), sobre quién estaba bajo el
«tejado» de alguien y quién lo había «ordenado» (en el sentido de organizar
un asesinato a sueldo) y sobre cuántos limonki («limoncillos», un millón de
rublos) podría haber costado. Al fin y al cabo, los rusos, igual que los
gánsteres, tenían que vivir po-poniatiam, «según los pactos», es decir,
reconociendo los códigos y jerarquías no escritos, no solo los formales.
En cierto modo, esa es la ironía final. La fenia, que en su momento era
una forma de separación deliberada del resto de la sociedad, ha sido
incorporada de manera entusiasta por esa misma sociedad. El lenguaje de
los ladrones ha sido domesticado, adaptado y mercantilizado en lo que
podría verse como una especie de victoria final sobre la corriente
generalizada. Obviamente, siempre hubo un trasvase de expresiones
criminales a la jerga juvenil y contracultural, pero este tendía a ser un
fenómeno transitorio, ya que lo que hoy está de moda mañana se convierte
en un vergonzoso anacronismo. Términos como paján (el líder de una
banda), para padre, y dojodiaga (un zek a punto de morir de hambre) para
referirse a una persona delgada, estuvieron en boga y pasaron de moda sin
dejar rastro, al contrario que la forma en la que esta adopción más reciente
del lenguaje criminal ha llegado a la corriente generalizada.
¿NO ES PAíS PARA LADRONES VIEJOS?

Hoy en día no quedan ya ladrones de verdad. Todo se vende por un precio y se decide
según el dinero.

YEVGUENI, criminal de carrera5

La cuestión es hasta dónde ha afectado esto a las cultura pública y política


rusas. Obviamente, ese proceso funciona en dos direcciones. La razón por
la que la sociedad general ha adoptado la jerga criminal no es solo porque
resulte excitante romper esos tabúes tras años de una jerga soviética
atrofiante y reprobatoria, ni tampoco simplemente porque se siga el ejemplo
de Putin. También es reflejo de un proceso fundamental de criminalización
de la política y la vida diaria, una forma de describir el bit, las experiencias
del día a día, de comunicar un mundo en el que la lealtad del clan, la
competencia despiadada y la explotación evidente eran el pan de cada día.6
Con todo, las palabras construyen el mundo, y la expansión de este dialecto
seguramente ha contribuido también a ese proceso. El lingüista Mijaíl
Grachov ha dicho que «la terminología de los ladrones denota un léxico de
agresión [y], cuando pasa al uso común, tiene una influencia negativa
gradual en nuestra psicología».7 Víktor Yeroféiev, un escritor que no es
ajeno a los márgenes del lenguaje menos aceptable, también presentaba la
forma en la que ha evolucionado Rusia como un asunto tanto de causa
como de efecto: «Se necesitaba todo un nuevo vocabulario para reflejar la
emergente realidad bandido-capitalista; y, en ese vacío, muchos de los
neologismos de la jerigonza soviética recogidos de la jerga de la vida
carcelaria y la cultura de la droga germinaron como el bambú. Esas palabras
transformaron el ruso en un lenguaje de deseo, ironía, coacción y
pragmatismo».8
A medida que el hampa rusa se deshace de sus viejos códigos y mitos,
que el título de vor v zakone se mercantiliza y convierte en una vanidad
vacía de significado, que los criminales de alto rango constituyen
corporaciones y organizaciones sin ánimo de lucro e intentan confundirse
con la sociedad general y que los políticos empiezan a hablar como
gánsteres ¿quién domestica y enseña a quién? En cierto punto del comienzo
del siglo XXI, los ladrones que construyen el Estado y los hombres de
Estado criminalizados se encontraron a medio camino. El periodista ruso-
estadounidense Paul Klebnikov —que murió en un golpe de la mafia en
Moscú en 2014— citó a Konstantín Borovoi, presidente de la Bolsa de
Productos Básicos Rusa, cuando dijo: «La mafia es un intento de imitar al
Gobierno. Tiene su propio sistema de impuestos, su propio servicio de
seguridad y su propio sistema administrativo. Cualquier emprendedor,
además de pagar impuestos al Gobierno, tiene que pagar impuestos a este
Gobierno clandestino».9
En la década de 1990, el Estado, que estaba en crisis, no se había
desintegrado, pero estaba desestructurado. Se ha repuesto desde entonces,
en parte porque no domesticó el hampa simplemente, sino que lo absorbió,
al menos a esos elementos más visionarios que intentaban «imitar al
Gobierno». Sería demasiado simplista llamarlo simplemente «Estado
mafioso». El mandato de Putin, aunque tiene personas en el núcleo central
del régimen que sin duda están interesadas en enriquecerse, también cumple
una misión ideológica muy especial para él. La llamada al patriotismo de
Putin, la misión que se ha impuesto de restaurar la «soberanía» de Rusia y
su estatus en el mundo —de volver a hacer grande a Rusia—, parece ser
más que simple retórica justificativa. Del mismo modo, cuando los intereses
del Kremlin y el hampa entran en conflicto, es este último el que se adapta
al primero. Como demuestran las detenciones de figuras como el
«gobernador nocturno» criminal de San Petersburgo Vladímir
Barsukov/Kumarin (véase el capítulo 13), no se trata de un régimen que
ignore los desafíos.
Lo que ha sucedido es que han tenido lugar dos procesos. Uno es el que
podríamos llamar la «nacionalización» —limitada— del hampa. Algunos de
sus miembros han entrado a formar parte de la élite del Estado, ya sea en la
forma de hombres de negocios avtoritet o de gánsteres convertidos en
políticos. Al mismo tiempo, hay un claro consenso que dicta que la licencia
que los criminales han recibido depende del po-poniatiam existente, y el
Estado redefine periódicamente esos acuerdos, ya sea en la forma de
denegar apoyo a los rebeldes chechenos o de hacer favores ocasionales a los
servicios secretos.
El segundo proceso es la «gansterización» de los sectores formales, que
precede a Putin desde hace mucho tiempo, pero cuyos parámetros han
vuelto a definirse de manera más clara con él. En política, el Estado
gobernará mediante decretos presidenciales y procesos legislativos siempre
que pueda, pero usará acuerdos secretos y violencia a través de medios
indirectos siempre que deba. En ese proceso, genera un clima de impunidad
y permisividad que anima a sus agentes y aliados a actuar extralegalmente,
ya sea en el caso del asesinato de una figura de la oposición como Borís
Nemtsov en 2015, algo que se asume generalmente como un acto llevado a
cabo por hombres de Ramzán Kadírov,10 o los ataques que rociaron con
sustancias químicas corrosivas la cara del líder de la oposición Alexéi
Navalni en 2017.11 En efecto, se trata de un Estado que sigue dividido entre
un impulso de legalización y la habituación a la anarquía.
De manera parecida, son los tribunales quienes hacen cumplir los
contratos de negocios, no los asesinos, pero, cuando los tiempos son duros,
las viejas costumbres vuelven por sus fueros rápidamente.12 Los «asaltos» a
los bienes ajenos, los robos a través de documentación falsa o de casos
legales espurios, descendieron drásticamente en la década de 2000 y
principios de la de 2010, pero las presiones sobre la economía posteriores a
2014 los hicieron resurgir rápidamente.13 Cuando la economía está
sometida a presiones, los negocios vuelven a ocultarse entre las sombras.
Según el Rosstat, el Servicio Federal de Estadística del Estado, en 2016, un
21,2 por ciento de los empleados rusos trabajaban en el sector informal, un
aumento del 0,7 por ciento en solo un año y el nivel más alto desde 2006,
cuando se introdujo la formulación actual. Mientras, según un estudio de la
Academia Presidencial Rusa de Economía y Administración Pública
Nacional, más de treinta millones de personas formaban parte de la
«economía sumergida», lo que equivale al 40 por ciento de la población
activa económicamente.14 En los negocios, como en política, hay una
necesidad de reforma, de alejarse de las prácticas del pasado en las que la
influencia, la corrupción y la violencia triunfan sobre las lógicas de la
competencia y el mercado, y también de la seguridad de la ley. Sin
embargo, la forma en la que el capitalismo llegó a Rusia, el modo en el que
desde un principio el interés propio de los individuos y del régimen advirtió
que había que respaldar y sostener la desconexión del mercado de las
instituciones, la manera en la que el sector legítimo absorbía a los
criminales, su dinero negro y sus sucios métodos, ha supuesto que ciertos
instintos sigan calando hondo. Quizá no resulte sorprendente —aunque sea
injusto— que un agregado económico de Occidente en Moscú se detuviera
en una descripción de sus viajes a Rusia y dijera: «Pero el problema es que
pretendamos tratarlos como a una economía real y funcional. No lo son:
todo es un decorado de película. Salvo que nosotros pensamos que estamos
grabando un anuncio y ellos siguen intentando averiguar en que película del
Padrino están».15
MONUMENTOS FUNERARIOS Y TAQUILLAZOS:
REPRESENTACIONES DEL GANSTERISMO

—¿Sóis gánsteres?
—No, somos rusos.

Diálogo de la película Brat 2 (2000)

¿Qué sería una película de gánsteres sin una escena de un funeral? Junto a
la entrada del cementerio Vagánkovo, en la zona centro oeste de Moscú,
vemos un contraste revelador. A un lado hay una estatua de piedra de un
ángel en actitud contemplativa, la tumba de Vlad Lístiev, el honrado
popular presentador de televisión y periodista, cuyo asesinato, en 1995,
nunca fue resuelto, pero que fue probablemente producto de la lucha por
controlar la cadena Ostankino TV. Casi frente a este se halla la grandiosa y
pomposa tumba de los hermanos Amirán y Otari Kvantrishvili, padrinos
asesinados por aquella misma época. Otro ángel, pero rodeado por un halo
y con las alas extendidas, se yergue ante una cruz de piedra de gran altura,
con las manos sobre las lápidas relucientes con inscripciones doradas de los
dos gánsteres. El contraste entre las representaciones físicas de respeto y
reverencia que hay entre las dos es pasmoso.
Quizá, cuando «Osia» Butorin decidió fingir su fallecimiento en 1999, el
hecho de que mandara colocar sus cenizas en un pequeño nicho modesto y
celebrara una ceremonia tranquila, en lugar de ofrecer póstumamente el tipo
de ritual fastuoso que se estilaba entre los líderes de las bandas criminales
por aquellos tiempos, tendría que haber servido como indicio para saber que
en realidad no estaba muerto. El funeral del mafioso, un ingrediente básico
de los «locos años noventa» y prácticamente un cliché estimado desde
entonces, no era solo la ocasión para despedirse de un colega (o un rival),
una oportunidad para hacer negocios y una muestra de riqueza y
seguimiento de la etiqueta del mundo criminal. Era mucho más que eso. Se
trataba de un caso de «profesión del gansterismo», sobre todo porque gran
parte de la pompa se basaba conscientemente en las muestras
cinematográficas de las películas de Occidente. También era una
demostración de poder: desde ese momento, aquella porción de tierra no
pertenecería a la sociedad ni al Estado, sino a los vorí.
Tales exhibiciones tenían su importancia, sobre todo cuando se les
otorgaba permanencia a través de lápidas y otros monumentos funerarios.
Olga Matich deconstruyó esa imaginería de calidad fotográfica que hay en
las tumbas a través de su mirada a las lápidas mortuorias de los criminales
de Moscú y Ekaterimburgo, que por una parte querían borrar el rastro de
violencia de las vidas de los gánsteres (y a menudo de sus muertes), y al
mismo tiempo resaltaban las virtudes propias del entorno: la fortaleza física,
la familia y la riqueza.16 Al fin y al cabo, muchos de los gánsteres fallecidos
eran representados vistiendo chándal y mostrando los símbolos de su éxito,
desde las llaves del BMW a joyería maciza. Poco sutil, sin duda, y también
de pésimo gusto. Pero son memoriales que se ajustan a los valores del
mundo de los ladrones de la década de 1990. Mis observaciones personales
de los cementerios de Moscú indican que, en la década de 2000, esos estilos
estaban cambiando. La complacencia en la estatuaria descarada seguía
siendo la norma para los gánsteres poderosos, pero lo más probable es que
se representara al criminal en actitud contemplativa, sin ninguna cadena de
oro a la vista, ni ángeles u otras características de la iconografía de la
Iglesia Ortodoxa. La tumba de Aslán «Ded Hasán», por ejemplo, hace que
incluso la de los Kvantrishvili parezca pequeña, pero es ambigua: una
estatua a tamaño real del individuo vestido de traje, de pie entre dos altos
obeliscos. Podría haber sido perfectamente tanto un oligarca o un director
de teatro como un padrino de la mafia. Al verla, parece que tenga la
intención de disimular su pasado criminal, y sobre todo, de que no pareciera
foráneo.
En la cultura popular ha tenido lugar una metamorfosis parecida.
Recordemos al gánster del siglo XVIII Vanka Kain, del que se habló en el
primer capítulo, que fue tal vez el primer (anti) héroe de la literatura
popular rusa, inspiración para toda una serie de fábulas absurdas contadas
una y otra vez en la taberna o junto al fuego antes de pasar a las páginas
escritas.17 Su mito acabó siendo adornado con todo tipo de historias
románticas y desfachatadas, desde las que exageraban su condición
(robando palacios imperiales) hasta las redentoras (Kain estaba dispuesto a
abandonar su vida criminal para casarse con una buena mujer). Al final, no
obstante, se trataba de un «ladrón honrado», pero no un hombre honrado,
sino un hombre malo cuya única virtud era que quienes intentaban
capturarlo no eran mejores que él, lo que recalcaba la decadencia moral de
gran parte del resto de la sociedad.
En la Rusia postsoviética, la figura del gánster se ha normalizado.
Aunque actualmente el drama de policías y espías goza de mucho más vigor
y popularidad en la literatura, el cine y la televisión, el gánster continúa
siendo un ingrediente esencial. Los cuentos de ficción y los relatos sobre
«crímenes reales» siguen llenando las librerías, y el crimen organizado
aparece regularmente en la pantalla. Es posible que ya no pueda hablarse de
la «casi absoluta criminalización de la cultura popular postsoviética, la
preocupación por el crimen como tema principal en prácticamente cualquier
género de narrativa».18 Por otra parte, dado que las representaciones de la
policía también se han hecho más populares (y positivas), tal vez la
«criminalización» simplemente haya dado paso a «la ley y el orden». En
cualquier caso, las representaciones estridentes, ultraviolentas e
implícitamente entusiastas de la década de 1990 han pasado cuando menos
a matizarse un poco.
Pensemos, por ejemplo, en la evolución que se produce desde los filmes
Brat («Hermano») y Brat 2 hasta la serie de televisión Brigada y la más
reciente Fizruk («El profesor de Educación Física»). Brat (1997) era una
producción de bajo presupuesto en la que Danila Bagrov, recién salido del
servicio militar, vaga a través de un San Petersburgo decadente lleno de
gánsteres, más interesado en el último cedé del grupo de rock ruso Nautilus
Pompilius que en ninguna otra cosa. A pesar de ello, especialmente gracias
a su incapaz hermano Víktor, se ve involucrado en una serie de conflictos
con gánsteres, en los cuales, a pesar de afirmar frecuentemente que en el
ejército solo había hecho trabajo administrativo, demuestra una
competencia serena y letal. A veces se presenta como un caballero con
armadura oxidada, y otras como asesino a sueldo, pero en cualquiera de los
casos, en esta película, que se convirtió en un éxito de culto, el hampa se
percibe como algo sórdido e inmoral, pero también inevitable y que está
más allá del control de los medios legítimos. La única respuesta efectiva es
la de convertirse en un justiciero, un malhechor de los buenos.
El éxito de la primera película llevó a que se realizara rápidamente una
secuela, Brat 2, en 2000, que tenía un trasfondo diferente, más nacionalista.
Una serie de desventuras llevan a Danila a Chicago, donde su hermano y él
acaban dejando su impronta tanto en los gánsteres estadounidenses como en
los ucranianos. Víktor permanece en Estados Unidos, pero Danila regresa a
casa con la chica, con el dinero y con su orgullo ruso intacto, además de con
la posibilidad de pronunciar un discurso de apertura exaltando la
espiritualidad de los valores rusos sobre el materialismo estadounidense:

¿Cuál es tu poder, americano? ¿Es realmente el dinero? Mi hermano dice que es el dinero. Tenéis
un montón de dinero. ¿Y qué? El poder verdadero lo da la verdad. Quien tiene la razón tiene la
fuerza. Engañaste a un hombre y te quedaste con su dinero. ¿Te ha hecho eso más fuerte? No, no
lo ha hecho, porque no tienes razón y la persona a la que engañaste sí. Eso significa que él es más
fuerte.

Esta secuela edulcorada fue claramente escrita y filmada teniendo una


conciencia mucho más clara del mensaje que se quería transmitir, en un
momento en el que —ahora que Yeltsin entregaba el poder a Putin— el
supuesto «renacer» de Rusia pasaba súbitamente al primer plano de la
agenda nacional. Estados Unidos es retratado, si no como un ente maligno,
sin duda con grandes fallos, pero tal vez lo más curioso y perverso sea el
evidente orgullo que muestra Rusia en sus matones. Es posible que tengan
gánsteres, pero al menos los suyos son más duros que los de ningún otro
lugar.
En su momento, los criminales de las ficciones rusas eran timadores. Los
cuentos de Odesa, de Isaak Bábel, de la década de 1920, por ejemplo,
relatan anécdotas picarescas anteriores y contemporáneas a la revolución,
sobre Benia Krik, aquel padrino judío de carácter desbordante del
Moldovanka de Odesa. Su criminalidad mafiosa se equilibra con un
pragmatismo y astucia afables: lucha contra la policía cuando tiene que
hacerlo, pero siempre que puede llega a una tregua implícita con ellos. A
este respecto, representa fielmente la concepción popular que se tiene del
odesio: «experimentado, agudo, un embaucador, manipulador, un hombre
con ingenio, gritón, especulador y exagerado».19 Del mismo modo, Ostap
Bénder, el fantasioso timador de Las doce sillas (1928) y El becerro de oro
(1931), de Iliá Ilf y Yevgueni Petrov —posiblemente también odesio, como
sus creadores—, se considera a sí mismo «el gran combinador» y confía en
la suerte, en el ingenio, en el encanto y en su labia para intentar amasar una
fortuna y llevársela consigo a Río de Janeiro.20 Se aprovecha por igual de
millonarios clandestinos, especuladores y chupatintas del Partido
Comunista, y durante ese proceso también muestra ser muy consciente del
entorno político en el que debe operar.
Con todo, Eliot Borenstein, en su fascinante estudio de lo peor de la
cultura popular rusa de la década de 1990, desvela cómo el naturalismo
pesimista y oscuro de la década de 1980 dio paso a un chabacano género
sangriento de sexo y violencia, literatura barata a base de metanfetaminas.21
Aunque las historias de intriga del detektiv cerebral siguieron existiendo, se
vieron eclipsadas durante un tiempo por los relatos de acción del visceral
boievik (luchador). Este es un género de tipos duros (y también de algunas
mujeres) violentos, vagamente caracterizados, que a veces ni siquiera tienen
un nombre y a los que se hace referencia mediante motes como Yari
(«Salvaje») o Béshenaia («Chica rabiosa»).22 Proporcionó «un vocabulario
simbólico para la expresión de las ansiedades fundamentales respecto al
orgullo nacional, el derrumbe cultural y el temible nuevo panorama moral
de la Rusia de Yeltsin», aunque a menudo se trataba de un vocabulario muy
simplista y crudo.23 El Danila Bagrov de las películas Brat es un boievik
con una tercera dimensión: tiene un nombre, un pasado, cierta motivación,
pero en esencia es también una respuesta a unos tiempos de bespredel
(desorden), la esperanza de que alguien —otro— plantará cara y luchará.
Como indica Vanesa Rampton, «paradójicamente, ese retrato
desalentador de la realidad rusa les permitía al mismo tiempo glorificar la
vida que sobrellevaron a lo largo de ese período de tiempo único».24 Sin
embargo, aquel Danila justiciero de ojos inocentes no se adaptaba tanto a la
década de 2000. Cuando el crimen organizado volvió a quedar fuera de la
vista de la opinión pública, se volvió menos aterrador, y podía dársele un
enfoque más suave. La miniserie Brigada, cuyo primer episodio se emitió
en 2002, podría describirse como tres cuartas partes de Los Soprano y una
de culebrón. Retrata las vidas de cuatro amigos implicados en el crimen
organizado desde 1989 hasta el año 2000, empezando con intimidaciones de
poca monta en los mercadillos de la URSS de Gorbachov y pasando por la
política y la venganza a medida que el hampa se transforma. Hay
innumerables idas y venidas, pero la fidelidad mutua (aunque no siempre
garantizada) de la brigada contrasta con las tramas del policía corrupto
Vladímir Kaverin, el villano recurrente, que incluso vende armas a los
rebeldes chechenos. Es más, estos gánsteres heroicos, aunque tienen
defectos indudables, suelen disfrutar de una buena vida, así como de la
fraternidad del grupo.
En un análisis perspicaz, Serguéi Oushakine indica que uno de los temas
principales de Brigada es la descripción de la «renegociación de las nuevas
posiciones sociales» en un tiempo de repentino cambio económico y
social.25 Sin embargo, lo más destacado es precisamente la forma en la que
la serie traza la transición que hace el crimen desde los márgenes hasta el
núcleo del sistema: «En Brigada, la “ley” de los bandidos y la “ley” del
Estado no solo coexisten o incluso compiten una con otra. Es su
complementariedad, la reticente pero inevitable codependencia del criminal
(civilizado) y el funcionario (corrupto) la que hace que resulten posibles los
intercambios políticos y económicos».26
Desde la representación de seres marginales violentos en un mundo que
no puede evitarlos, a la de otros totalmente adaptados que muestran mayor
honradez que los que llevan placa y visten de traje, el estadio final de lo que
podría considerarse la normalización de los gánsteres, está ejemplificado
por la popular comedia televisiva Fizruk. En el momento de redacción de
esta obra va por su cuarta temporada, tras haber comenzado en la 2013-
2014. El protagonista —«héroe» sería quizá decir demasiado— es Foma, un
gánster de la vieja escuela que ha sido jefe de seguridad de Mamai, un
avtoritet de nueva hornada. Al principio de la serie, Mamai se pasa al
entorno de los negocios cuasi legítimos y despide a Foma por sus formas
«anticuadas». El Foma con chaqueta de cuero, grosero y vor, ya no encaja
en esa época de trajes y brunches. En un intento de retomar su posición,
Foma decide intentar acercarse a Sanya, la hija rebelde de Mamai, y, para
conseguirlo, realiza sobornos que le permitan entrar como profesor de
gimnasia en su escuela.
A partir de aquí se produce toda una serie de tópicos colegiales y del
personaje que intenta adaptarse a un entorno ajeno, así como una conexión
ente Foma y Sanya, en ocasiones conmovedora, además del inevitable
romance entre dos mundos opuestos con una profesora recatada. Pero lo
que resulta más interesante para el propósito de este análisis es que la serie
no se centra en el aspecto gansteril de Foma. No se disimula y, si esto fuera
una serie occidental, es probable que se extrajera parte de la violencia y del
lenguaje soez y se introdujera de forma mucho más rápida y definida un
carácter redentor en la historia de Foma. Pero lo que importa no es tanto
que Foma sea un gánster —lo cual se acentúa a través de su amigo y secuaz
«Psij» («Psicópata»), que pertenece de manera más evidente al mundo
criminal—, como que no es un profesor. Podría ser igualmente un policía,
un soldado, un periodista o un espía, y seguiría tratándose de la misma
historia. En otras palabras, lo que Fizruk deja ver es que los gánsteres
también son personas: no inocentes Robin Hoods, ni depredadores
despiadados, tampoco ejemplos a los que idealizar ni parásitos a los que
condenar, sino gente normal y corriente como el resto de nosotros,
Obviamente, esto no son más que unos cuantos ejemplos de un inmenso
cuerpo de representaciones visuales y escritas del hampa desde 1991.
Actualmente, el sórdido género boievik sigue siendo popular y puede
encontrarse en muchas librerías. Hay incluso páginas web como
PrimeCrime, que no solo ha venido acumulando desde 2006 miles de
archivos que relatan las aventuras de vors grandes y pequeños, sino que
incluso tienen secciones de comentarios en las que los criminales,
aprendices y seguidores, intercambian noticias y visiones acerca de sus
gánsteres favoritos.27 En cualquier caso, el mensaje central que reside en
todo ello es de confluencia, ya que los gánsteres intentan normalizar su
propio estatus, y la sociedad los acoge o al menos los acepta, dejando de
verlos como ese forajido temible para considerarlo simplemente como una
faceta más de la vida.

MúSICA MAFIOSA PARA LAS MASAS: «RUSSKY SHANSóN»

La shansón rusa es como una revista pornográfica. Todo el mundo las lee, todos las
escuchan, pero no se atreven a admitirlo.

DJ de Radio Petrogrado Russky Shansón28

Este proceso ha sido especialmente evidente en la música. En otros tiempos,


las canciones del gulag pasaban inevitablemente a la cultura popular, y
parte de la fenia de la jerga juvenil puede explicarse mediante el uso que
hacían de ella los músicos de jazz de la contracultura en la década de
1970.29 Pero se trataba de un fenómeno con mucha menor visibilidad;
incluso los mejores cantautores de la época, como Vladímir Visotski, que
mezclaban elementos de blatníe pesni («canciones criminales») con baladas
tradicionales románticas, debían gran parte de su fama a «conciertos de
apartamento» no oficiales y cintas grabadas de manera clandestina, las
denominadas magnetizdat. Cuando Mijaíl Gorbachov emprendió su
programa Glasnost, suavizando las limitaciones de la censura y la
ortodoxia, la temática y el lenguaje criminal y de la prisión —junto con los
de otras subculturas y temas tabú en aquel momento, tales como la Guerra
de Afganistán y la drogadicción— se acercaron rápidamente al público
general.
El resultado fue el género musical popular de la russky shansón (un
término que al parecer se acuñó solo a partir de la década de 1980), que con
frecuencia era empalagosamente romántico y, en otras ocasiones, de una
oscuridad asombrosa, pero que a menudo hacía referencia a experiencias
criminales y de la prisión o utilizaba el lenguaje del hampa. En los tiempos
soviéticos se toleraban las formas más suaves que evitaban hablar sobre
temas demasiado rebeldes o criminales —solían llamarse dvorovíe romansi,
«romances de jardín»—, mientras que los auténticos blatníe pesni
sobrevivían fuera de los medios oficiales. No obstante, ambos han
proliferado desde entonces —cualquiera que haya tomado un taxi gitano en
Moscú habrá escuchado probablemente en él la emisora Radio Shansón— y
dieron paso a todo un conjunto de subgéneros. Hay un tipo de baladas más
alegres sobre policías ineptos y astutos ladrones que suelen estar
ambientadas en —¿dónde si no?— Odesa; hay relatos lastimeros sobre el
amor perdido por culpa de la cárcel y sueños de retorno; hay historias
truculentas sobre ajustes de cuentas y traidores ejecutados.
Una de las primeras estrellas verdaderas de la shansón en su forma
criminal fue Mijaíl Krug, cuyos primeros tres álbumes fueron publicados
informalmente, a pesar de lo cual se hicieron copias y circularon
ampliamente. Socializaba con gánsteres de manera abierta en su ciudad
natal de Tver, e incluso compuso una de sus canciones, «Vladímir
Tsentral», en honor al capo local «Sasha Sever», que había cumplido
condena en la prisión del mismo nombre. Krug fue asesinado en un
allanamiento de morada en 2002, y cuando uno de los atracadores se
percató de a quién habían disparado mató a su cómplice con la esperanza de
impedir que los gánsteres, no las autoridades, llegaran a identificarlo.30 (No
lo consiguió.) Otro de los grandes nombres de la shansón, algo más sutil,
Alexandr Rozembaum, es copropietario de la cadena de bares «Tolsty
Frayer», que básicamente significa en fenia «grasa no criminal».
Además de los baladistas tradicionales acompañados con sus guitarras,
ahora también están los que mezclan elementos del rock, como Grigori
Leps, que entró en la lista negra del Departamento de la Tesorería de
Estados Unidos en 2013 bajo la acusación de gestionar dinero de un
criminal.31 Aparte de las acusaciones que haya contra Leps, la asociación
entre el crimen organizado y la música no se circunscribe a él. Por ejemplo,
al veterano cantante y político georgiano Iósiv Kobzón se lo conoce como
el «Sinatra ruso», un razonamiento basado tanto en sus supuestas
asociaciones con criminales como en su estilo como solista melódico.
Kobzón, que también tiene prohibida la entrada a Estados Unidos,
supuestamente ha intercedido por criminales (se rumoreaba que estuvo
detrás de la pronta liberación de la cárcel de Viacheslav «Yapónchik»
Ivankov en 1991).32
La importancia del género de la shansón es que, al contrario que el rap
gánster o los aún más explícitamente criminales narcocorridos («baladas
sobre la droga») latinoamericanos, nunca fue la música provocadora de un
grupo étnico o de jóvenes desencantados y rebeldes.33 Puede que en la
actualidad el rap y el hip-hop sean ampliamente escuchados, pero sus raíces
están en las viviendas de protección oficial y los guetos de Estados Unidos,
no en los barrios acomodados. La shansón, en cambio, posee una posición
mucho más central en el mundo cultural ruso. Radio Shansón es la quinta
emisora en índice de audiencia en toda Rusia34 e incluso es el tercer género
más popular entre la juventud (tras el pop y el rock occidental).35 No
obstante, la experiencia de los gulags fue universal y afectó por igual a
teóricos bolcheviques, oficiales del ejército, profesores y campesinos, y
cuando llegaron las canciones de los campos de concentración de la mano
de los zeki, estas impregnaron del mismo modo a todos los estratos sociales
soviéticos desde el principio. Así, la importancia de los temas recurrentes
del género debe atribuirse a su valor como expresión de una cultura
generalista, no marginal. Estos, incluso en sus momentos de mayor
extravagancia, son claramente tóxicos. Pensemos por ejemplo en Villi
Tokárev, un emigrado a la comunidad rusa de Brighton Beach en Nueva
York, cuya shansón regresó antes a la madre patria que él mismo. Su «Vorí-
Gumanisti» («Ladrones humanistas») deja claro que no hay perspectiva de
vida decente cuando se vive de manera honrada, ni siquiera para «el
profesor, el escritor y… el poeta» de la banda, porque «aquel que no roba
vive como un mendigo».36
Al final, la shansón es esencialmente fatalista —la vida es dura e injusta
y te obliga a ir por caminos que en otro caso habrías evitado—, pero
también vibrante. Por lo general, carecen de la violencia abierta y la
chulería machista del rap gánster; cuando las canciones se refieren a la
violencia suelen adornarse con eufemismos. Incluso en las letras más
explícitas, la jerga suaviza tímidamente el efecto. Por ejemplo, la popular
«Gop-Stop» (un atraco, en el que «gop» se refiere a un gopnik, un término
dispar para referirse a lo que en España llamaríamos un «cani» o «choni»)
versa sobre un ataque a «una perra traicionera» que rechazó al cantante.
«Semión» recibe el encargo de «tomar esta pluma… y rajarla bajo las
costillas», usando el término carcelario para referirse a la «navaja». Aunque
por lo general, la shansón parece navegar entre la melancolía y un incauto
goce por la vida que precisamente extrae su vigor de saber que la prisión, la
muerte y la traición probablemente estén a la vuelta de la esquina.
¿QUÉ PUEDE HACERSE?

La cuestión sobre la efectividad de la actual lucha contra la criminalización es la de


plantearse si Rusia seguirá existiendo de aquí a diez años.

VALERI ZORKIN, presidente del Tribunal Constitucional (2010)37

Tal vez disfruten viendo películas sobre gánsteres e incluso escuchando


Radio Shansón, pero eso no demuestra que los rusos de a pie estén
contentos con la situación actual de corrupción y crimen. Lo cierto es que
su principal problema es la corrupción, ya que afecta a sus vidas diarias de
manera visible y directa, mientras que los gánsteres se han ocultado entre
las sombras. Lo irónico es que incluso muchos de quienes forman parte de
la élite, independientemente de cuánto se hayan enriquecido con el orden
actual, parecen sentir que ha llegado la hora de pasar página. Desde una
perspectiva puramente anecdótica, me asombra con cuanta frecuencia me
encuentro con la sensación, entre los nuevos ricos (y sobre todo entre sus
consentidos pero cosmopolitas hijos), de que, por citar a uno, «Rusia
necesita ser un país normal, un país europeo, y eso significa que se acabe la
era del robo».38 Al menos, acabar con «la era del robo» no significaría para
ellos tanto una restitución meticulosa de las riquezas a todos a quienes se
las han robado como la creación de un Estado de derecho en el que su
riqueza quede legitimada y protegida. Al fin y al cabo, con Putin, la
verdadera moneda no es el rublo, sino el poder político, en tanto que el
mero dinero y las propiedades son como mucho algo que se tiene en
depósito hasta el día en que el Estado o algún depredador con una krisha
más importante y dientes más afilados venga y te lo arrebate.
En la década de 1990, el veterano geoestratega Edward Luttwak
preguntó: «¿Merece la mafia rusa el Premio Nobel de Economía?».
Continuó aduciendo que «en términos puramente económicos la sabiduría
convencional se equivoca completamente», ya que las economías avanzadas
modernas y humanitarias, en líneas generales, evolucionaron a partir de
«lobos escuálidos y hambrientos que […] en principio acumularon capital
haciéndose con oportunidades de mercado provechosas —a menudo
aniquilando a sus competidores de formas que las normas antimonopolio
actuales no tolerarían— y recortando costes de todas las formas posibles,
sin excluir cualquier clase de evasión de impuestos que pudieran
permitirse».39 Había acertado de pleno, y al mismo tiempo se equivocaba
peligrosamente. Llevaba razón en que las élites occidentales actuales
surgieron sin duda a partir de generaciones anteriores de barones ladrones,
esclavistas, explotadores de toda calaña; erraba al sugerir que era un tipo de
proceso inevitable e irreversible, tanto que uno simplemente podía y debería
sentarse tranquilamente a verlo pasar. Desde los recortes democráticos que
hemos presenciado actualmente en Europa central (y tal vez incluso en
Estados Unidos) a la lucha contra el crimen organizado en Italia que avanza
un paso para después retroceder dos más, resulta evidente que, del mismo
modo que hay procesos naturales que conducen a las sociedades hacia la ley
y la regularización, también hay otros que son destructivos. Cuando se ha
realizado algún tipo de progreso sustancial en bajar los humos al crimen
organizado —en ningún lugar se ha eliminado por completo— ha sido a
través de una combinación de las necesidades básicas: leyes eficaces y la
presencia de estructuras judiciales y policiales capaces y dispuestas a
ratificarlas; élites políticas que quieren o son obligadas a permitir que esas
estructuras funcionen; y una opinión pública movilizada y atenta, con las
ganas y la determinación precisas para asegurar que se lleve a cabo el
trabajo.
Sobre el papel, las leyes e instituciones rusas cumplen en términos
generales con esos criterios, pero en la práctica están completamente
desautorizadas. A pesar de los intentos de reforma, cualquier tentativa de
aportar una legalidad genuina a esta sociedad se enfrenta a serios problemas
de corrupción, una falta de recursos que afecta por igual a la policía y a los
tribunales y, en particular, la descarada manipulación de la ley por parte de
la élite política.40 A pesar de la pesimista afirmación de Vladímir Ovchinski
de que «las unidades antimafia del MVD se transforman constantemente en
secuaces de la mafia», existen fuerzas para el cambio.41 Muchos integrantes
del poder judicial, sobre todo los de menor rango, creen sinceramente en el
principio de derecho. He conocido a buenos policías rusos —incluso
algunos dispuestos a aceptar pequeños sobornos, pero que están
comprometidos con la captura de los malhechores— a quienes les gustaría
hacer su trabajo. Desde el caos de la década de 1990 se ha producido un
claro cambio, especialmente en la nueva generación de agentes de policía
más jóvenes. No es que la corrupción se haya convertido en un anatema.
Sin duda, mi sensación carente de base científica disiente respecto al
análisis más robusto en cuanto a metodología de Alexis Belianin y Leonid
Kosals, de la Higher School of Economics de Moscú, según el cual, hay un
fuerte compromiso por retener cierto grado de corrupción.42 Lo que ha
sucedido más bien es que se ha producido un cambio en los límites de la
«corrupción aceptable». Un agente de policía justificaba esto en términos de
reemplazo: «Si el tipo va a recibir una multa, ¿por qué no aceptar un
soborno y dejarle marchar? Seguirá quedándose sin el dinero y, en cualquier
caso, lo más probable es que acabe sobornando al juez o al fiscal. Pero
sigue pagando por su delito».43 Sin embargo, si se trataba del tipo de delito
que lo llevaría a la cárcel, no dudaba en pensar que solo un «mal policía»
—en realidad utilizó el término fenia para referirse a basura, músor—
aceptaría un soborno por mirar al otro lado. El ejemplo específico que puso
es el de infringir el límite de velocidad y causar un accidente en el que
nadie resulta herido y el seguro cubrirá las reparaciones, comparado con
una situación en la que una víctima resulta herida o muere. Es más, todos
los ejemplos que daba implicaban hacer la vista gorda: formar parte activa
de un acto delictivo (aparte de aceptar el soborno) había pasado a ser
territorio del «mal policía».
Es obvio que actualmente la policía opera en un sistema en el que la
mayoría de los criminales de mayor importancia son intocables —los
superiores del desafortunado agente que detuvo al banquero del hampa
Semión Moguilévich no le dejaron ninguna duda al respecto—, pero por lo
general hacen lo que pueden, y a menudo desearían poder hacer más.
Aunque no hay institución alguna de la que pueda decirse que está
totalmente a favor de la reforma, hay facciones definidas en el Ministerio de
Justicia, el Ministerio de Interior, el Ministerio de Economía, la Comisión
de Cuentas y la Fiscalía General del Estado que sí lo están. Sin embargo, el
Kremlin todavía parece creer que la reforma debería limitarse al mínimo
necesario para mantener la legitimidad y eficacia del sistema.
Pero ¿qué élite reformaría un sistema que les garantiza la oportunidad de
robar con impunidad sin verse obligada a ello? La élite rusa apenas da
muestras de tener ninguna intención seria de hacer algo al respecto, sobre
todo teniendo en cuenta que Vladímir Putin y un círculo cerrado de aliados
de la misma calaña (generalmente con una gran codicia) se aferran al poder
cada vez con mayor fuerza. En la década de 1990, la gente todavía era
capaz de hacer comparaciones fantasiosas con los «barones ladrones» de
Estados Unidos y pensar que el crimen organizado era una fase, pasada la
cual, el país crecería naturalmente, o que incluso era un paso necesario para
la construcción del capitalismo. Gavriil Popov, el que fuera alcalde de
Moscú, dijo que «la mafia es necesaria dada la situación actual en Rusia
[…] cumple el papel de Robin Hood, distribuyendo la riqueza».44 Ni que
decir tiene que esto era una desfachatez: el crimen organizado ruso estaba y
está más cerca del sheriff de Nottingham, que se desvivía por adquirir el
poder para desvalijar y después explotarlo al máximo. Hoy en día, esas
ilusiones parecen haberse desvanecido; los rusos de toda condición dan la
impresión de ser plenamente conscientes de la voraz y egoísta naturaleza
del vínculo entre la corrupción y el gánster.
Aunque tenga sus elecciones y campañas electorales, Rusia es como
mucho una «democracia híbrida», un autoritarismo oculto tras la fachada
del proceso. De cualquier manera, incluso en regímenes de ese tipo, la
opinión del pueblo no es del todo irrelevante. A pesar de que el Estado
domina la televisión, todavía hay espacio para la investigación y la
discusión seria en los medios impresos y digitales, y una población
relativamente conocedora de internet tiene muchas formas de averiguar lo
que está sucediendo. El problema parece ser una falta de fe en que pueda
hacerse algo al respecto, en que sea posible obrar cambio alguno. Esto es
algo con lo que tiene que luchar el líder de la oposición y promotor de la
anticorrupción Alexéi Navalni en el momento en que escribo. Al fin y al
cabo, el primer paso para luchar contra el crimen organizado es tener
esperanzas.
Es probable que esto sea un proceso generacional. Italia era una
democracia tras la Segunda Guerra Mundial, y su culebrón político estaba
caracterizado por unas elecciones regulares, cambios de gobierno con una
frecuencia ridícula y unos medios de comunicación vibrantes. Tenía buenas
leyes, tribunales y un cuerpo policial bien financiado. Sin embargo, tras
todo eso, fue durante más de cuatro décadas esencialmente un Estado
corrupto de un solo partido: de algún modo, el Partido Democracia
Cristiana estaba siempre en el núcleo del Gobierno y era el «tejado»
principal del crimen organizado. A cambio, la mafia pagaba en metálico y
captaba el voto del sur para los democristianos una y otra vez. Fueron
necesarios los impactantes asesinatos de dos dedicados magistrados
investigadores, Paolo Borsellino y Giovanni Falcone, para mover a la
acción a un público que cada vez estaba más asqueado con la situación. La
élite italiana, al enfrentarse a una aniquilación en las elecciones, hizo actuar
a regañadientes a los jueces y a la policía, y comenzó así una campaña seria
contra la mafia.45 Veinticinco años después, ha habido auténticos progresos,
pero también pasos en falso y oportunidades perdidas, y todo ello en el
contexto de un Estado democrático funcional ya existente.
La Rusia postsoviética solo cuenta con una parte del marco institucional
y menos de tres décadas de experiencia. No parece probable que Putin se
reinvente a sí mismo de forma significativa como «martillo de la mafia» y
su próximo sucesor podría resultar perfectamente ser un cleptócrata
pragmático encantado de reconstruir las fronteras con Occidente sin llegar a
desafiar el poder del crimen organizado y los instintos codiciosos de la élite
que tiene en casa. Italia todavía no ha llegado a ese punto. Japón, que
comenzó su verdadera lucha contra los yakuza por esa misma época, está en
una posición parecida. Rusia llegará ahí, pero no lo hará mañana.

¿ALGUIEN ECHA UNA MANO?

No sé por qué se sorprenden tanto en Occidente con la «mafia» rusa. Siempre hemos sido
así. Solo que empezáis a percataros ahora.

YURI MELNIKOV, director de la oficina de la Interpol rusa (1994)46

No hay mucho que pueda hacerse desde el exterior, sobre todo porque, en el
actual entorno geopolítico, cualquier esfuerzo por contribuir a un cambio
dentro de Rusia sería visto en el mejor de los casos como un acto hipócrita
y, en el peor, como una injerencia y un intento de pasar a una «dictablanda».
Pero «no mucho» no significa «nada». Un paso fundamental sería atacar
con mayor vigor los bienes que tienen los delincuentes en el extranjero y,
quizá más importante, abordar la tentación común de hacer la vista gorda
con el dinero que aparenta suciedad para hacer caja con ellos. Incluso antes
de que la crisis de 1998 hiciera que las instituciones financieras se pelearan
por el negocio, era un secreto a voces que muchas de ellas estaban
encantadas de aceptar dinero negro siempre que hubiera sido «prelavado»
lo suficiente como para que los banqueros pudieran alegar estar
«completamente anonadados» si se probaba que era dinero sucio. Muchas
de las capitales financieras del mundo, desde Dubái y Nicosia hasta
Londres y Hong Kong, siguen estando más preocupadas por impedir el
flujo de dinero negro de manera abstracta que en la práctica. Como escribió
John Kampfner con pasión, pero también con cordura, «si el precio de hacer
que la City [de Londres] sea un refugio para oligarcas que pagan impuestos
bajos y para otros fulleros variados es convertir Londres en el paraíso de los
mafiosos, ese es nuestro problema».47 Se trata de un caso clásico de
ganancias cortoplacistas con serios costes a largo plazo y Chipre, cuyo
rescate financiero en 2013 fue puesto en peligro por la presencia de dinero
negro ruso en su sistema, ofrece un ejemplo admonitorio, aunque muy
pocos lo están siguiendo.
En parte, la razón por la que los vorí de nueva generación evitan los
tatuajes, ya no hablan blatnaia múzika (o al menos, no más que el resto de
la gente) y suelen mezclarse con el público general es precisamente la de no
quedar excluidos de los beneficios de la globalización. Y, por lo general,
siempre que no practiquen su emprendimiento violento en nuestros países,
siempre que sigan siendo huéspedes, inversores, compradores y turistas de
altos vuelos, no nos importa permitírselo.
Un ruso me preguntó en una ocasión: «¿Por qué los británicos odiáis la
mafia que hay en Rusia pero os encanta en vuestro país?».48 Tenía razón.
Muchos países han demostrado estar tan dispuestos a aceptar al tipo
«adecuado» (es decir, adinerado) de persona con vínculos criminales como
lo han estado a aceptar inversiones de orígenes cuestionables. Tras el caso
Magnitski, Estados Unidos aprobó la Ley Magnitski en 2012, una medida
diseñada para imponer sanciones a los rusos a quienes se creía conectados
con ese caso delictivo. La ira y la consternación que esto generó en Rusia
demuestra el poder de «nombrar y avergonzar», así como el de excluir a los
criminales y a sus protectores de sus jugosos puertos de escala. Esto
conlleva costos prácticos y políticos para Occidente, pero, para muchas de
las figuras poderosas del mundo de los negocios y los delitos, «limpiar» su
nombre podría ser un pequeño incentivo si sus actividades delictivas les
impiden veranear en la Riviera o que sus hijos asistan a universidades
extranjeras.
Pero, en última instancia, los rusos son las primeras víctimas y las más
afectadas por esta secuela del vorovskói mir, y ellos son quienes tienen que
encargarse de controlarlo, como creo que acabarán haciendo. Siempre
existe la tentación orientalizante de sugerir en cierto modo que algunas
personas, desde los italianos hasta los rusos, tienen inclinaciones naturales
hacia la corrupción y el gansterismo. Y es cierto que hay una «forma»
histórica. George Dobson, corresponsal de The Times en Rusia a finales del
siglo XIX, observó severamente:

Las dos características del ruso que me sorprendieron más cuando llegué al país fueron su gran
hospitalidad […] y su noción de la ley. Con esto me refiero a un absoluto desdén por las leyes de
cualquier tipo […]
Si existe una ley, todos parecen considerar que su obligación imperiosa es, o bien negarse a
reconocerla directamente, o bien, lo que es más común, encontrar la forma en la que puedan
evadirse de ella.49
No obstante, seguramente quien deba tener la última palabra sea uno de los
excombatientes de la Guerra de Afganistán al que presenté al principio de
esta obra. En 1993 volví a conectar brevemente con Vadim, el agente de
policía. Como miembro de las fuerzas especiales OMON, su equipo y él
eran enviados con más frecuencia a detener a gánsteres y poner fin a
incidentes armados. Les habían entregado como protecciones corporales
piezas excedentes del ejército anticuadas, pesadas e incómodas de las que
nadie se fiaba realmente. Utilizaban una vieja furgoneta UAZ desvencijada
cuya batería fallaba cuando la arrancaban con el frío de la mañana, y a
menudo salían con solo un cuarto de gasolina en el tanque. Arriesgaban sus
vidas por lo mismo que pagaban a las mujeres que hay en las cabinas al pie
de las largas escaleras mecánicas del metro para vigilar que nadie caiga y
para gritarle a la gente ocasionalmente que se mantengan en fila. Ahora
tenía un hijo de un año, una cicatriz de una esquirla de bala y una fuerte
dependencia de la bebida. Y, a pesar de todo ello, era optimista hasta lo
inaceptable, hasta lo irrazonable, hasta lo inescrutable. «Son tiempos locos
—admitía—, pero no durarán mucho. Sobreviviremos. Aprenderemos a ser
europeos, a ser civilizados. Solo que quizá nos cueste un tiempo».50
Probablemente no pensara que sería tanto tiempo, pero en cualquier caso,
creo que está en lo cierto.
GLOSARIO

49, los del Prisioneros no políticos condenados según el


Artículo 49 del Código Penal Soviético.

58, los del Prisioneros políticos condenados según el Artículo


58 del Código Penal Soviético.

apelsín «Naranja», término moderno para vor v zakone (véase


más abajo) de quien se asume que ha comprado su título.

artel Cooperativa de artesanos de la época zarista.

avtoritet «Autoridad», jefe criminal de nueva generación.

besprizórnik Niño de la calle.

blat Favores, enchufe.

blatar Véase blatnói.

blatnaia múzika «Música de los ladrones», jerga criminal.

blatnói Ladrón tradicionalista, también llamado urka, blatar,


urkagán.
bratvá Hermandad.

brigada «Brigada», grupo de crimen organizado.

brigadir «Brigadier», lugarteniente local del líder de una banda

bik «Toro», un matón.

bitovik «Buscavidas», delincuente común que suele delinquir por


necesidad.

chequista Agente de la policía política (de la Checa, el primer


cuerpo bolchevique).

chestniaga «El honrado», ladrón tradicionalista no converso.

etap Convoy de prisioneros trasladados entre campos de


concentración.

fartsóvschik Agente del mercado negro.

fenia Jerga criminal, también ofenia, blatnaia múzika.

fráier Foráneo, el que no pertenece al mundo criminal.

FSB Servicio de Seguridad Federal ruso.

gruppirovka Grupo criminal.

gulag
Campo de trabajo (del acrónimo Dirección General de
Campos de trabajo).

KGB Comité de Seguridad del Estado (policía política


soviética).

klichka Apodo criminal.

kodlo Banda criminal primeriza.

krisha «Tejado», protección.

ksiva Trozo de papel, nota.

lavrúshnik «Laurel», término criminal dispar eslavo para referirse a


los georgianos.

militsia «Milicia», policía soviética.

MVD Ministerio de Interior.

nalevo «Hacia la izquierda», operar en el mercado negro.

óboroten «Hombre lobo», agente de policía corrupto.

obschak Fondos comunes de las bandas.

ofenia Véase fenia.

paján Criminal de alto rango.


patsán Miembro potencial de los ladrones.

poniatia «Acuerdos», código de conducta informal de las bandas.

razborka Ajuste de cuentas violento.

shestiorka Recadero o mensajero.

sjodka Reunión de gánsteres, conciliábulo.

smotriaschi Observador, supervisor.

strelka «Flecha», reunión de gánsteres específica para resolver


disputas.

suchia voiná «Guerra de las perras», lucha del gulag entre criminales a
finales de la década de 1940 y principios de la década de
1950.

suka «Perra», criminal que deja de aplicar el código


tradicional.

tolkach Facilitador.

torpedo «Torpedo», sicario.

tsejovik Emprendedor del mercado negro.

urka Véase blatnói.


urkagán Véase blatnói.

variag «Varego» o «varangio»,«vikingo», término para referirse


a los gánsteres de Moscú y la Rusia europea usado por
criminales de otras regiones rusas.

vor Ladrón.

vor v zakone «Ladrón de ley», el ladrón que sigue el código.

vorovskói mir «El mundo de los ladrones», cultura criminal tradicional.

voiénschina «Soldadesca», prisioneros del gulag que han servido en el


Ejército Rojo.

yama Barrio marginal.

zek Prisionero del gulag.


NOTAS

PRÓLOGO

1. Especialmente, Valery Chalidze, en su Criminal Russia: Essays on Crime in the Soviet Union,
Random House, Nueva York, 1977, pero también quedó enterrado en los diarios de muchos
supervivientes de los campos de trabajo (gulags).
INTRODUCCIÓN

1. Los detalles procedían de un agente de policía retirado que había servido en la policía de
Leningrado, pero que no había formado parte del caso personalmente. La mejor guía para los
tatuajes del hampa soviético la encontramos en los tres volúmenes de Dántsig Baldáiev,
Russian Criminal Tattoo Enciclopedia, Londres, FUEL, 2006-2008.

2. Véase Kelly Barksby, «Constructing criminals: the creation of identity within criminal
mafias», tesis doctoral sin publicar, Keele University, 2013.

3. Mark Galeotti, «Criminal histories: an introduction», Global Crime 9, 1-2, 2008, p. 5.

4. Frase atribuida a John Gotti, citada en New York Magazine, 7 de noviembre de 1994, p. 54.
1. LA TIERRA DE KAIN

1. Entrevista personal, Moscú, 1993. «Graf» era lo que llaman un «brigadier», lugarteniente de un
capo local.

2. Examinado en mayor profundidad en Barend ter Haar, Ritual and Mythology of the Chinese
Triads: Creating an Identity, Leiden, Brill, 2000.

3. Véase Peter Hill, The Japanese Mafia: Yakuza, Law, and the State, Oxford, Oxford University
Press, 2003, pp. 36-41.

4. Lo cual queda patente de manera llamativa especialmente en sus extravagantes lápidas


mortuorias y mausoleos; véase Olga Matich, «Mobster gravestones in 1990s Russia», Global
Crime 7, 2006, p. 1.

5. Para consultar más relatos acerca de esta progresión, véase Joseph Serio y Viacheslav
Razinkin, «Thieves professing the code: the traditional role of the vori v zakone in Russia’s
criminal world and adaptations to a new social reality», Low Intensity Conflict & Law
Enforcement 4, 1995, p. 1; Alena Ledeneva, «Organized crime in Russia today», Jamestown
Foundation Prism 4, 1998, p. 8; Federico Varese, The Russian Mafia: Private Protection in a
New Market Economy, Oxford, Oxford University Press, 2001; Mark Galeotti, «The Russian
“Mafiya”: consolidation and globalisation», Global Crime 6, 2004, p. 1; Joseph Serio,
Investigating the Russian Mafia, Durham, Carolina Academic Press, 2008.

6. Peter Gattrell, The Tsarist Economy, 1850-1917, Londres, Batsford, 1986, p. 32.

7. V. I. Lenin, «On the question of national policy», 1914, en Lenin: Collected Works, Moscú,
Progress, 1972, p. 218. Podemos encontrar este texto en castellano en Lenin, Vladímir Ilich,
Escritos sobre la cuestión nacional, Madrid, Fundación Federico Engels, 2014.

8. W. H. Parker, An Historical Geography of Russia, Londres, University of London Press, 1968,


p. 312.

9. Neil Weissman, «The regular police in tsarist Russia, 1900-1914», Russian Review 44, 1, 1985,
p. 51.

10. Renombrado en 1571 como Razboinyi prikaz, «Departamento contra el Bandolerismo», 1; J. L.


H. Keep, «Bandits and the law in Muscovy», Slavonic & East European Review 35, 84, 1956.

11. Robert Abbott, «Police reform in the Russian province of Iaroslavl, 1856-1876», Slavic Review
32, 2, 1973, p. 293.
12. Respectivamente, el volumen de 1856 (libro memorando de obligaciones policiales para
miembros de la Policía de la ciudad) y el correspondiente a la policía rural, de 1857, el
Pamyatnaya kniga politseiskikh zakonov dlya zemskoi politsii.

13. Donald Mackenzie Wallace, Russia, Londres, Cassell, 1905, vol. 2, p. 14.

14. Este tema ha sido explorado en mayor profundidad en los trabajos de Stephen Lovell, Alena
Ledeneva y Andréi Rogachevski, eds., Bribery and Blat in Russia: Negotiating Reciprocity
from the Middle Ages to the 1990s, Basingstoke, Macmillan, 2000, especialmente en Vadim
Vólkov, «Patrimonialism versus rational bureaucracy»; Janet Hartley, «Bribery and justice in
the provinces in the reign of Catherine II»; y Mark Galeotti, «“Who’s the boss, us or the law?”
The corrupt art of governing Russia».

15. Valery Chalidze, Criminal Russia: Essays on Crime in the Soviet Union, Nueva York, Random
House, 1977, p. 28.

16. David Christian, «Vodka and corruption in Russia on the eve of Emancipation», Slavic Review
46, 3-4, 1987, p. 472.

17. Robert Abbott, «Police reform in Russia, 1858-1878», tesis doctoral, Princeton University,
1971, p. 26.

18. Robert Thurston, «Police and people in Moscow, 1906-1914», Russian Review 39, 3, 1980, p.
334.

19. The New York Times, 31 de octubre de 1909.

20. Vestnik politsii, 22 de septiembre de 1910.

21. Ben Eklof y Stephen Frank, eds., The World of the Russian Peasant: Post-Emancipation
Culture and Society, Boston, Unwin Iman, 1990, p. 147.

22. Alexandr Pushkin, The Captain’s Daughter and Other Tales (texto original de 1836), Nueva
York,Vintage, 2012, p. 107. Podemos encontrar diferentes versiones en castellano de La hija
del capitán.

23. Cathy Frierson, All Russia Is Burning! A Cultural History of Fire and Arson in Late Imperial
Russia, Seattle, University of Washington Press, 2004, p. 100.

24. Daniel Brower, The Russian City between Tradition and Modernity, 1850-1900, Berkeley,
University of California Press, 1990, p. 196.

25. Cathy Frierson, «Crime and punishment in the Russian village: rural concepts of criminality at
the end of the nineteenth century», Slavic Review 46, 1, 1987.
26. Chalidze, Criminal Russia, p. 12.

27. Frierson, «Crime and punishment in the Russian village», p. 65.

28. Christine Worobec, «Horse thieves and peasant justice in post-Emancipation Imperial Russia»,
Journal of Social History 21, 2, 1987, p. 284.

29. V. V. Tenishev, Administrativnoe polozhenie russkogo krest’yanina, San Petersburgo, 1908, pp.
54-55, citado en Neil Weissman, «Rural crime in tsarist Russia: the question of hooliganism,
1905-1914», Slavic Review 37, 2, 1978, p. 236.

30. Weissman, «Rural crime in tsarist Russia», p. 233.

31. Stephen Frank, «Narratives within numbers: women, crime and judicial statistics in Imperial
Russia, 1834-1913», Russian Review 55, 4, 1996, p. 552.

32. George Yaney ha desarrollado esta noción de una dualidad tradicional rusa entre las leyes del
Estado y las del pueblo llano: véase George Yaney, «Law, society and the domestic regime in
Russia, in historical perspective», American Political Science Review 59, 2, 1965.

33. Frierson, «Crime and punishment in the Russian village», p. 60.

34. Ibid., p. 59.

35. Marqués de Custine, Empire of the Czar: A Journey Through Eternal Russia, Nueva York,
Anchor, 1989, pp. 124-125.

36. Vestnikpolitsii, 18, 1908, citado en Weissman, «The regular police in tsarist Russia», p. 51.

37. Weissman, «The regular police in tsarist Russia», p. 47.

38. Istoricheskii ocherk obrazovaniya i razvitiya politseiskikh uchrezhdenii v Rossii, 1913, citado
en ibid., p. 49.

39. Anton Blok, «Bandits and boundaries: robber bands and secret societies on the Dutch frontier
(1730-1778)», en Blok, Honour and Violence, Cambridge, Polity, 2001.

40. Peter Laven, «Banditry and lawlessness on the Venetian Terraferma in the later Cinquecento»,
en Trevor Dean y Kate Lowe, eds., Crime, Society, and the Law in Renaissance Italy,
Cambridge, Cambridge University Press, 1994.

41. Fue representado como héroe en toda una serie de narraciones, especialmente en el periódico
Moskovskii listok; véase James von Geldern y Louise McReynolds, Entertaining Tsarist
Russia, Bloomington, Indiana University Press, 1998, pp. 221-230.
42. Chalidze, Criminal Russia, p. 12.

43. Georgui Breitman, Prestupniy mir, Kiev, 1901, citado en Stephen Frank, Crime, Cultural
Conflict, and Justice in Rural Russia, 1856-1914, Berkeley, University of California Press,
1999, p. 128.

44. Worobec, «Horse thieves and peasant justice», p. 283.

45. L. Vesin, «Konokradstvo, ego organizatsiya i sposoby bor’by s nim nasleniya», Trudy
Imperatorskogo vol’nogo ekonomichestogo obshchestva 1, 3, 1885, citado en ibid., p. 283.

46. Vesin, «Konokradstvo, ego organizatsiya i sposoby bor’by s nim nasleniya», citado en Frank,
Crime, Cultural Conflict, and Justice in Rural Russia, p. 130.

47. Frank, Crime, Cultural Conflict, and Justice in Rural Russia, p. 130.

48. Worobec, «Horse thieves and peasant justice», p. 287.

49. Frank, Crime, Cultural Conflict, and Justice in Rural Russia, pp. 276-278.

50. Eklof y Frank, eds., The World of the Russian Peasant, p. 145.

51. Worobec, «Horse thieves and peasant justice», p. 283.

52. Orlando Figes, Peasant Russia, Civil War: The Volga Countryside in Revolution, 1917-1921,
Londres, Phoenix, 2001, pp. 340-346.

53. Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, Banditskaya Rossiya, San Petersburgo, Bibliopolis,
1997, pp. 58-59. Véase también Aleksandr Sidorov, Zhigany, urkagany, blatari: podlinnaya
istoriya vorovskogo bratstva, 1917-1940, Moscú, Eksmo, 2005, y I. M. Matskevich, Mify
prestupnogo mira: o zhizni i smerti izvestnykh prestupnikov proshlogo i nastoyashchego,
Moscú, Prospekt, 2015, pp. 147-218.

54. Figes, Peasant Russia, Civil War, pp. 352-353.

55. Lynne Viola, Peasant Rebels under Stalin: Collectivization and the Culture of Peasant
Resistance, Oxford, Oxford University Press, 1998, p. 178.

56. Sheila Fitzpatrick, Stalin’s Peasants: Resistance and Survival in the Russian Village After
Collectivization, Oxford, Oxford University Press, 1995, p. 183.
2. COMIENDO SOPA JITROVKA

1. W. Bruce Lincoln, In War’s Dark Shadow: The Russians before the Great War, Oxford, Oxford
University Press, 1983, p. 128.

2. Vladímir Guiliarovski, Moskva i moskvichi, Moscú, AST, 2005.

3. Roshanna Sylvester, Tales of Old Odessa: Crime and Civility in a City of Thieves, DeKalb,
Northern Illinois University Press, 2005, p. 39.

4. L. M. Vasilevski, Detskaya prestupnost i detskii sud, Tver, Oktyabr, 1923, p. 38, citado en
Peter Juviler, Revolutionary Law and Order: Politics and Social Change in the USSR, Londres,
Free Press, 1976, p. 8.

5. Yevgueni Akelev, Povsednevnaya zhizn’ vorovskogo mira Moskvy vo vremena Van’ki Kaina,
Moscú, Molodaya gvardiya, 2012.

6. Peter Gattrell, The Tsarist Economy, 1850-1917, Londres, Batsford, 1986, p. 67.

7. Ibid., p. 50.

8. Nicolas Spulber, Russia’s Economic Transitions: From Late Tsarism to the New Millennium,
Cambridge, Cambridge University Press, 2003, p. 52.

9. Gattrell, The Tsarist Economy, p. 67.

10. Robert Johnson, Peasant and Proletarian: The Working Class of Moscow in the Late
Nineteenth Century, Leicester, Leicester University Press, 1979, p. 84.

11. Reginald Zelnik, Labor and Society in Tsarist Russia: The Factory Workers of St Petersburg,
Stanford, Stanford University Press, 1971, pp. 52-56.

12. Lincoln, In War’s Dark Shadow, p. 118.

13. El relato más convincente sobre la vida miserable de los trabajadores urbanos lo encontramos
en el capítulo «Life in the lower depths», en Lincoln, In War’s Dark Shadow, pp. 103-134.
Puede verse un estudio ficticio, pero aun así efectivo, en Henri Troyat, Daily Life in Russia
under the Last Tsar, Stanford, Stanford University Press, 1961. Son especialmente relevantes
los capítulos 5, «Baths, traktirs and night shelters», pp. 51-62, y 7, «The workers», pp. 87-107.

14. Zelnik, Labor and Society in Tsarist Russia, p. 250.

15. Por ejemplo, en Moscú en 1902, había solo treinta y nueve mujeres con edades comprendidas
entre los quince y los treinta y nueve años por cada cien hombres. Johnson, Peasant and
Proletarian, p. 56.

16. Véase Laurie Bernstein, Sonia’s Daughters: Prostitutes and their Regulation in Imperial
Russia, Berkeley, University of California Press, 1995; Barbara Alpern Engel, Women in
Russia, 1700-2000, Cambridge, Cambridge University Press 2003, pp. 99-100.

17. Joan Neuberger, Hooliganism: Crime, Culture, and Power in St Petersburg, 1900-1914,
Berkeley, University of California Press, 1993, pp. 64-65, 229.

18. Fiódor Dostoievski, Crimen y castigo, Barcelona, RBA, 2012.

19. Vsévolod Krestovski, Peterburgskie trushchoby, 1864, fragmento extraído de James von
Geldern y Louise McReynolds, Entertaining Tsarist Russia, Bloomington, Indiana University
Press, 1998, pp. 121-128.

20. Alexandr Kuprin, Yama: The Pit, Charleston, Biblio Bazaar, [1909] 2006, p. 21.

21. Maxim Gorki, The Lower Depths, Mineola, NY, Dover, [1902] 2000.

22. James von Geldern, «Life in-between: migration and popular culture in late Imperial Russia»,
Russian Review 55, 3, 1996, p. 369; Bandity vremen sotsializma: khronika ros. prestupnosti,
1917-1991, Moscú, Eksmo, 1996, pp. 63-64.

23. Rachel Rubin, Jewish Gangsters of Modern Literature, Urbana, University of Illinois Press,
2000, p. 21.

24. Algo que incluso ciertos policías admitían: véase R. S. Mulukaev, Obshcheugolovnaya
politsiya dorevolutsionnoi Rossii, Moscú, Nauka, 1979, p. 25.

25. Daniel Brower, The Russian City between Tradition and Modernity, 1850-1900, Berkeley,
University of California Press, 1990, p. 197.

26. Lincoln, In War’s Dark Shadow, p. 126.

27. Peterburgskii listok, 7 de julio de 1906, citado en Joan Neuberger, «Stories of the street:
hooliganism in the St Petersburg popular press», Slavic Review 48, 2, 1989, p. 190.

28. Alekséi Svirski, Peterburgskie khuligany, 1914, p. 260, citado en Neuberger, Hooliganism, p.
247.

29. Fredric Zuckerman, The Tsarist Secret Police in Russian Society, 1880-1917, Basingstoke,
Macmillan, 1996, p. 105; Iain Lauchlan, Russian Hide-and-Seek: The Tsarist Secret Police in
St Petersburg, 1906-1914, Helsinki, SKS-FLS, 2002, p. 303.
30. Robert Thurston, «Police and people in Moscow, 1906-1914», Russian Review 39, 3, 1980, p.
335.

31. La provisión de «guardia reforzada» (usílennaia ojrana) garantizaba a los oficiales el derecho
de prohibir las reuniones públicas, cerrar negocios, imponer multas administrativas varias y
transferir casos civiles a tribunales militares. La más dura «guardia de excepción»
(chrezvicháinaia ojrana) también incluía el establecimiento de unidades militares especiales
para ayudar a la policía a mantener el orden público.

32. Theofanis Stavrou, ed., Russia under the Last Czar, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 1969, pp. 97-98.

33. Encontramos un relato más detallado en Neuberger, Hooliganism. Para una definición de
«prensa de bulevar», véase particularmente las pp. 15-22. Para consultar un útil resumen, véase
su obra «Stories of the street».

34. George Dobson, Russia, Londres, A. & C. Black, 1913, p. 143.

35. Vestnik politsii, 31 de agosto de 1909.

36. Thurston, «Police and people in Moscow», pp. 325, 334.

37. Neil Weissman, «The regular police in tsarist Russia, 1900-1914», Russian Review 44, 1, 1985,
p. 47.

38. Ibid., p. 48.

39. Ibid., p. 48.

40. Thurston, «Police and people in Moscow», p. 326.

41. Vestnik politsii, 4 de febrero de 1910.

42. Vladímir Guiliarovski, Moscow and Muscovites VT, Montpelier, Russian Information Services,
2013, p. 39.

43. Brower, The Russian City, pp. 141-142.

44. Sylvester, Tales of Old Odessa, p. 40.

45. Odesskie novosti, 19 de agosto de 1917, citado en Boris Briker, «The underworld of Benia
Krik and I. Babel’s Odessa Stories», Canadian Slavonic Papers 36, 1-2, 1994, p. 119.

46. Este aspecto se investiga especialmente en Valery Chalidze, Criminal Russia: Essays on Crime
in the Soviet Union, Random House, Nueva York, 1977, pp. 37-44; y en Yákov Gilinski y
Yákov Kostjukovski, «From thievish artel to criminal corporation: the history of organised
crime in Russia», en Cyrille Fijnaut y Letizia Paoli, eds., Organised Crime in Europe:
Concepts, Patterns and Control Policies in the European Union and Beyond, Dordrecht,
Springer, 2004.

47. Johnson, Peasant and Proletarian, pp. 91-92.

48. Véase Hiroaki Kuromiya, «Workers artels and Soviet production methods», en Sheila
Fitzpatrick et al., eds., Russia in the Era of NEP: Explorations in Soviet Society and Culture,
Bloomington, Indiana University Press, 1991.

49. Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, Prestupnyi mir Rossii, San Petersburgo,
Bibliopolis, 1995, p. 27.

50. D. A. Dril, «O merakh bor’by s prestupnost’yu nesovershennoletnikh», en Trudysed’mogo


s”ezda predstavitelei russkikh ispravitel’nykh zavedenii dlya maloletnikh, okt. 1908 goda,
Moscú, 1909, p. 18, citado en Neuberger, Hooliganism, p. 182.

51. V. P. Semenov, Bytovye usloviya zhizni mal’chikov, San Petersburgo, sin fechar, p. 6, citado en
Neuberger, Hooliganism, p. 179.

52. Neuberger, Hooliganism, pp. 171-172.

53. Ibid., p. 190.

54. Lincoln, In War’s Dark Shadow, pp. 126-127.

55. Isaak Bábel, «The King», en Babel, Collected Stories, Harmondsworth, Penguin, 1961, p. 181.
Podemos encontrar los relatos del «Rey» Benia Krik en castellano en Isaak E. Bábel, Cuentos
de Odesa, Madrid, Nevsky Prospects, 2014.

56. Sylvester, Tales of Old Odessa, p. 55.

57. Lincoln, In War’s Dark Shadow, p. 127.

58. Neuberger, Hooliganism, pp. 241-242.

59. Sylvester, Tales of Old Odessa, p. 32.

60. Entrevista personal, Moscú, 1989.

61. Zelnik, Labor and Society in Tsarist Russia, p. 21. Daniel Brower apunta que en las últimas
décadas del zarismo, los trabajadores campesinos tenían menos posibilidades de trasladarse
como artel, pero aun así la institución tiene un arraigo social profundo, y de hecho resurgiría
con el sistema soviético como parte de la estructura «brigadista» y también en oposición a esta.
Brower, The Russian City, p. 144; Stephen Kotkin, Magnetic Mountain: Stalinism as a
Civilization, Berkeley, University of California Press, 1997, p. 89.

62. Sylvester, Tales of Old Odessa, p. 58.

63. Maximilien de Santerre, Sovetskie poslevoennye kontslageri i ikh obitateli, Múnich, IPI SSSR,
1960, p. 55.

64. Sylvester, Tales of Old Odessa, p. 24.

65. Ibid., p. 56.

66. Brower, The Russian City, pp. 178-180.

67. Para consultar la carrera de Mishka Yapónchik, véase Oleg Kapchinski, Mishka Yaponchik i
drugie: kriminal i vlast’ v gody Grazhdanskoi voiny v Odesse, Moscú, Kraft+, 2015; Fiódor
Razzákov, Bandity vremen sotsializma: khronika ros. prestupnosti, 1917-1991, Moscú, Eksmo,
1996, pp. 63-64.
3. EL NACIMIENTO DE LOS «VORÍ»

1. Kiril Ashotov, «Korsar Koba», Versiya, 18 de enero de 2016.

2. David Shub, «Kamo: the legendary Old Bolshevik of the Caucasus», Russian Review 19, 3,
1960.

3. Entrevista personal, Kiev, 1991.

4. Iliá Ilf y Yevgueni Petrov, Las doce sillas, Barcelona, Acantilado, 1999, y El becerro de oro,
Barcelona, Acantilado, 2002.

5. Orlando Figes, A People’s Tragedy: The Russian Revolution, 1891–1924, Londres, Penguin,
1998, p. 400. [Hay trad. cast.: La revolución rusa, 1891–1924: la tragedia de un pueblo,
Barcelona, Edhasa, 2006.]

6. Mark Galeotti, «Private security and public insecurity: outsourced vigilantism in modern
Russia», en David Pratten y Atreyee Sen, eds., Global Vigilantes, Londres, Hurst, 2007, pp.
267-289.

7. Robert Daniels, Russia: The Roots of Confrontation, Cambridge, Harvard University Press,
1985, p. 111.

8. Citado en Paul Hagenloh, Stalin’s Police: Public Order and Mass Repression in the USSR,
1926-1941, Washington, D. C., Woodrow Wilson Center Press, 2009, p. 27.

9. Joseph Douillet, Moscow Unmasked, Londres, Pilot Press, 1930, pp. 163-165. [Hay versión en
cast. descatalogada: ¡… Así es Moscú!: nueve años en el país de los Soviets, Madrid, Razón y
Fe, 1930.]

10. Oleg Kapchinski, Mishka Yaponchik i drugie: criminal i vlast’v gody Grazhdanskoi voiny v
Odesse, Moscú, Kraft+, 2015, pp. 88-255; Fiódor Razzákov, Bandity vremen sotsializma:
khronika ros. prestupnosti, 1917-1991 Moscú, Eksmo, 1996, p. 64.

11. V. I. Lenin, Polnoe sobranie sochinenii, Moscú, Gosizdat, 1958-1965, vol. 26, p. 372, citado
en Steven Barnes, Death and Redemption: The Gulag and the Shaping of Soviet Society,
Princeton, Princeton University Press, 2011, p. 250.

12. Citado en International Herald Tribune, 15 de abril de 1994.

13. Citado en Peter Juviler, Revolutionary Law and Order: Politics and Social Change in the
USSR, Londres, Free Press, 1976, p. 15.
14. Ibid., p. 19.

15. Svobodnaya pressa, 27 de junio de 2015; Vechernaya Moskva, 7 de diciembre de 2016.

16. Petrovka-38, 11 de agosto de 2015.

17. Moskovskaya Pravda, 27 de julio de 2012.

18. Margaret Stolee, «Homeless children in the USSR, 1917-1957», Soviet Studies 40, 1, 1988;
Alan Ball, «The roots of besprizornost’ in Soviet Russia’s first decade», Slavic Review 51, 2,
1992.

19. Alan Ball, And Now My Soul Is Hardened: Abandoned Children in Soviet Russia, 1918-1930,
Berkeley, University of California Press, 1994, pp. 70-76.

20. Douillet, Moscow Unmasked, pp. 118-119.

21. Ball, And Now My Soul Is Hardened, p. 83.

22. Douillet, Moscow Unmasked, p. 124.

23. Entrevista personal, Moscú, 2005.

24. Hagenloh, Stalin’s Police, p. 37.

25. Razzákov, Bandity vremen sotsializma, pp. 13-16.

26. Ibid., pp. 10-11.

27. Hagenloh, Stalin’s Police, p. 41.

28. V. N. Khaustov et al., eds., Lubyanka: Stalin i VChK-GPU-OGPU-NKVD, yanvar’ 1922-


dekabr’ 1936, Moscú, Demokratiya, 2003, p. 113.

29. Pavel Stuchka, ed., Entsiklopediya gosudarstva i prava, Moscú, Izdatel’stvo kommunisticheskoi
partii, 1927, vol. 3, p. 1.594.

30. Hagenloh, Stalin’s Police, p. 118.

31. Jacques Rossi, The Gulag Handbook: An Encyclopedia Dictionary of Soviet Penitentiary
Institutions and Terms Related to the Forced Labor Camps, Nueva York, Paragon House, 1989,
p. 200.

32. Para consultar un análisis magistral de este sistema, véase Anne Applebaum, Gulag: historia
de los campos de concentración soviéticos, Barcelona, Random House Mondadori, 2012.

33. Ibid., p. 581.


34. Wilson Bell, «Was the gulag an archipelago? De-convoyed prisoners and porous bordersin the
camps of western Siberia», Russian Review 72, 1, 2013.

35. Citado en ibid., p. 117.

36. Roger Brunet, «Geography of the Gulag archipelago», Espace géographique, número especial,
1993, p. 230.

37. Sarah Young, «Knowing Russia’s convicts: the other in narratives of imprisonment and exile of
the late imperial era», Europe-Asia Studies 65, 9, 2013.

38. Svetlana Stephenson, Crossing the Line: Vagrancy, Homelessness, and Social Displacement in
Russia, Aldershot, Ashgate, 2006, pp. 76-83.

39. Entrevista personal, Moscú, 2005.

40. Citado en Mark Vincent, «Cult of the “urka”: criminal subculture in the Gulag, 1924-1953»,
tesis doctoral, University of East Anglia, 2015, p. 76.

41. Aleksandr Gúrov, Professional’naya prestupnost’: proshloe i sovremennost’, Moscú,


Yuridicheskaya literatura, 1990, p. 108.

42. Alexander Dolgun, Alexander Dolgun’s Story: An American in the gulag, Nueva York, Alfred
A. Knopf, 1975, p. 140. [Hay trad. cast. descatalogada: Un americano en el Gulag, Madrid,
Euros, 1975.]

43. Alexander Gorbatov, Years of my Life: Memoirs of a General of the Soviet Army, W. W.
Norton, Nueva York, 1964, pp. 140-141.

44. Michael Solomon, Magadan, Vertex Princeton, 1971, pp. 134-135.

45. Varlam Shalámov, Kolyma Tales, Harmondsworth, Penguin, 1994, p. 411. [Hay trad. cast.:
Relatos de Kolimá. Volumen VI. Ensayos sobre el mundo del hampa, Barcelona Minúscula,
2017]; Eugenia Ginzburg, Within the Whirlwind, NuevaYork, Harcourt Brace Jovanovich,
1981, p. 12. [Hay trad. cast.: El vértigo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2005.]

46. Ginzburg, Within the Whirlwind, p. 400.

47. Dmitri Panin, The Notebooks of Sologdin, Londres, Hutchinson, 1976, p. 85.
4. LADRONES Y PERRAS

1. La mejor fuente para consultar estas canciones parece ser Maikl Dzhekobson y Lidia
Dzhekobson, Pesennyi fol’klor gulaga kak istoricheskii istochnik, 2 vols, Moscú, Sovremennyi
gumanitarnyi universitet, 1998-2001, y me he basado en referencias de Mark Vincent, «Cult of
the “urka”: criminal subculture in the Gulag, 1924-1953», tesis doctoral, University of East
Anglia, 2015.

2. Michael Solomon, Magadan, Princeton, Vertex , 1971, pp. 185-186.

3. Citado en Yuri Glazov, «“Thieves” in the USSR as a social phenomenon», en The Russian
Mind since Stalin’s Death, Dordrecht, Springer Netherlands, 1985, pp. 37-38.

4. Gustav Herling, A World Apart, Londres, William Heinemann, 1951, p. 65.

5. Solomon, Magadan, p. 127.

6. Galina Ivanova, Labor Camp Socialism: the Gulag in the Soviet totalitarian system, Abingdon,
Routledge, 2015, p. 169.

7. Lev Kópelev, To Be Preserved Forever, Filadelfia, Lippincott, 1977, p. 234.

8. Wilson Bell, «Was the Gulag anarchipelago? De-convoyed prisoners and porous borders in the
camps of western Siberia», Russian Review 72, 1, 2013, pp. 135-136.

9. Serguéi Dovlatov, The Zone: A Prison Camp Guard’s Story, Berkeley, Counterpoint, 2011, p.
58. [Hay trad. cast.: La zona, Vitoria-Gasteiz, Ikusager, 2009.] Dovlatov era un vigilante de
prisiones en la década de 1960, y su libro, publicado originalmente en 1982, aunque es un
relato de ficción, se basa profundamente en aquellas experiencias.

10. Kópelev, To Be Preserved Forever, p. 222.

11. Dzhekobson y Dzhekobson, Pesennyi fol’klor gulaga, citado en Vincent, «Cult of the “urka”»,
p. 66.

12. Varlam Shalámov, Sobranie sochinenii v 4-kh tomakh, Moscú, Khudozhestvennaya literatura,
1998, p. 63.

13. Anne Applebaum, Gulag: A History, Nueva York, Doubleday, 2003, p. 446.

14. Dmitri Panin, The Notebooks of Sologdin, Londres, Hutchinson, 1976, pp. 150-151.

15. Edwin Bacon, The Gulag at War: Stalin’s Forced Labour System in the Light of the Archives,
Basingstoke, Macmillan, 1996, p. 93.

16. Vladímir Kuts, Poedinok s sud’boi, Moscú RIO Uprpoligrafizdata, 1999, citado en
Applebaum, Gulag, p. 466.

17. Joseph Scholmer, Vorkuta, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1954, p. 22.

18. Applebaum, Gulag, p. 302.

19. Entrevista personal, Moscú, 2009.

20. Scholmer, Vorkuta, p, 204.

21. Shalámov, Sobranie sochinenii, vol. 2, pp. 60-61.

22. Anatoli Levitin-Krasnov, Ruk tvoikh zhar, Krug, Tel Aviv, 1979, p. 276.

23. Citado en Applebaum, Gulag, p. 470.

24. Véase ibid., capítulos 22-24; Steven Barnes, Death and Redemption: The Gulag and the
Shaping of Soviet Society, Princeton, Princeton University Press, 2011, capítulo 5.

25. Valeri Abramkin y Valentina Chesnokova, Ugolovnaya Rossiya: tyurmi i lagerya, Moscú,
TsSRUP, 2001, pp. 10-11.

26. Maximilien de Santerre, Sovetskie poslevoennye kontslageri i ikh obitateli, Múnich, IPI SSSR,
1960, pp. 59-60.

27. Golfo Alexopoulos, «A torture memo: reading violence in the Gulag», en Golfo Alexopoulos et
al., eds., Writing the Stalin Era: Sheila Fitzpatrick and Soviet Historiography, NuevaYork,
Palgrave Macmillan 2011, p. 166.

28. Barnes, Death and Redemption, p. 180.

29. Ivanova, Labor Camp Socialism, p. 122; Stéphane Courtois et al., The Black Book of
Communism: Crimes, Terror, Repression, Cambridge, Harvard University Press, 1999, p. 239.

30. Courtois et al., The Black Book of Communism, p. 239.

31. Ibid., p. 240.

32. Citado en Applebaum, Gulag, p. 476.

33. Ibid., pp. 478-479.

34. Andrea Graziosi, «The great strikes of 1953 in Soviet labor camps in the accounts of their
participants: a review», Cahiers du monde russe et soviétique 33, 4, 1992.
35. Miriam Dobson, Khrushchev’s Cold Summer: Gulag Returnees, Crime, and the Fate of Reform
after Stalin, Ithaca, Cornell University Press, 2009, p. 109.
5. VIDA DE LADRÓN

1. Entrevista personal, Moscú, 2005.

2. Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, Prestupnyi mir Rossii, San Petersburgo,


Bibliopolis, 1995, p. 6.

3. Anne Applebaum, Gulag: A History, NuevaYork, Doubleday, 2003, pp. 283-284.

4. La mejor discusión en lengua inglesa sobre estos rituales se encuentra en Federico Varese, The
Russian Mafia: Private Protection in a New Market Economy, Oxford, Oxford University
Press, 2001, pp. 147-152; Federico Varese, Mafia Life: Love, Death and Money at the Heart of
Organised Crime, Londres, Profile, 2017, pp. 17-22.

5. Varlam Shalámov se refiere a kombedi en ese mismo contexto, una contracción bolchevique
para sus Comités de Campesinos, una medida de emergencia introducida en 1918 y usada para
requisar y distribuir comida, además de consolidar el poder soviético en las zonas rurales. Es
tan posible que el término se usara con un sentido irónico como lo contrario. Shalámov,
Kolyma Tales, Londres, Penguin, 1994, p. 200.

6. Citado en Herman Ermolaev, Censorship in Soviet Literature, 1917-1991, Lanham, Rowman &
Littlefield, 1997, p. 56.

7. Anne Applebaum concluye que «hay suficientes testimonios similares, contados por una
amplia variedad de prisioneros de los campos de concentración, desde principios de la década
de 1930 a finales de 1940, para asegurar que estas prácticas tuvieron lugar»; Appelbaum,
Gulag, pp. 398-399.

8. David Robson, «Are there really 50 Eskimo words for snow?», New Scientist, 2.896, 2012.

9. Víktor Berdinskij, Vyatlag, citado en Applebaum, Gulag, p. 286.

10. Hay varios buenos diccionarios de jerga carcelaria y criminal, entre ellos, Aleksandr Sidorov,
Slovar’ sovremennogo blatnogo i lagernogo zhargona, Rostov del Don, Germes, 1992; y Yuri
Dubiagin y A. G. Bronnikov, Tolkovyi slovar’ ugolovnykh zhargonov, Moscú Inter-OMNIS, ,
1991. Yuri Dubiagin y E. A. Teplitski, Kratkii anglo-russkii i russko-angliiskii slovar’
ugolovnogo zhargona / Concise English-Russian and Russian-English Dictionary of the
Underworld, Moscú, Terra, 1993, es especialmente útil.

11. Victor Herman, Coming Out of the Ice: An Unexpected Life, Nueva York, Harcourt Brace
Jovanovich, 1979, p. 193.
12. Zhigani viene de zhiganut, «azotar», un término usado en las colonias penales de la época
zarista para referirse a los convictos más patéticos y desamparados. Vlas Doroshévich, Russia’s
Penal Colony in the Far East, Londres, Anthem Press, 2011, pp. 191-194; Andrew Gentes,
Exile to Siberia, 1590-1822, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2008, p. 176.

13. Caroline Humphrey, «Dangerous words: taboos, evasions, and silence in Soviet Russia»,
Forum for Anthropology and Culture, 2, 2005, p. 389.

14. Serguéi Cheloukhine, «The roots of Russian organized crime: from old-fashioned professionals
to the organized criminal groups of today», Crime, Law and Social Change 50, 4-5, 2008, p.
356.

15. Citado en Humphrey, «Dangerous words», pp. 376-377.

16. En 1839, I. I. Sreznevski sacó el crucial Ofensko-russki i russko-ofenskii slovar» (Diccionario


ofenia-ruso y ruso-ofenia). M. N. Priemysheva, «I. I. Sreznevskii ob ofenskom yazyke», Acta
Linguística Petropolitana 3, 3, 2007, pp. 335-361.

17. Valery Chalidze, Criminal Russia: Essays on Crime in the Soviet Union, Nueva York, Random
House, 1977, p. 57; Leonid Finkelstein, «The Russian lexicon, 2001», Jamestown Foundation
Prism 7, 3, 2001.

18. Como el Rotwelsch germanosuizo y el argot de los vagabundos y ladrones franceses


identificado a partir del registro de la prisión Châtelet, de París.

19. Es difícil estar seguro, pero parece probable que este particular uso surgiera solo a partir de
finales de la década de 1920 (esta parece ser la fecha en la que lo recogen por primera vez los
informes de la policía).

20. James Davie, «Missing presumed dead? – the baikovyi iazyk of the St Petersburg mazuriki and
other pre-Soviet argots», Slavonica 4, 1, 1997.

21. Ibid., p. 34.

22. Peter Juviler, Revolutionary Law and Order: Politics and Social Change in the USSR, Londres,
Free Press, 1976, pp. 35, 56.

23. Podemos encontrar un buen estudio al respecto en Steven Smith, «The social meanings of
swearing: workers and bad language in late imperial and early Soviet Russia», Past and
Present, 160, 1998; Manuela Kovalev, «The function of Russian obscene language in late
Soviet and post-Soviet prose», tesis doctoral, University of Manchester, 2014.

24. Paweł Mączewski, «The visual encyclopedia of Russian jail tattoos», Vice, 15 de octubre de
2014, https://www.vice.com/en_uk/article/9bzvbp/russian-criminal-tattoo-fuel-damon-
murray-interview-876, visitada el 6 de octubre de 2017.

25. Alexandr Solzhenitsin, The Gulag Archipelago, Nueva York, Harper & Row, 1974-1978, vol.
2, p. 441.

26. Alix Lambert, Russian Prison Tattoos: Codes of Authority, Domination, and Struggle, Atglen,
Schiffer, 2003, p. 19.

27. Véase, por ejemplo, Dántsig Baldáiev, Russian Criminal Tattoo Encyclopedia, Londres, FUEL,
2006-2008; Lambert, Russian Prison Tattoos. No obstante, es necesario añadir una nota de
advertencia, ya que gran parte del debate general acerca de los tatuajes está basada en las
ilustraciones de Baldáiev, que en ocasiones son contradictorias y difíciles de confirmar.

28. Baldáiev, Russian Criminal Tattoo Encyclopedia, vol. 3, pp. 33-35.

29. Thomas Sgovio, Dear America! Why I turned against Communism, Kenmore, Partners Press,
1979, pp. 166-169.

30. Mihajlo Mihajlov, «Moscow Summer», 1966, citado en Miriam Dobson, Khrushchev’s Cold
Summer: Gulag Returnees, Crime, and the Fate of Reform after Stalin, Ithaca, Cornell
University Press, 2009, p. 120.

31. Federico Varese, «The society of the vori-v-zakone, 1930s-1950s», Cahiers du monde russe 39,
4, 1998, p. 523.

32. Varese, The Russian Mafia, pp. 147-150.

33. Citado en ibid., p. 150.

34. Para consultar útiles reflexiones acerca de los apodos de los gánsteres rusos, véase ibid., pp.
192-201.

35. Nanci Condee, «Body graphics: tattooing the fall of communism», en Adele Marie Barker, ed.,
Consuming Russia: Popular Culture, Sex and Society since Gorbachev, Durham, Duke
University Press, 1999, p. 350.

36. Antón Antónov-Ovséienko, The Time of Stalin: Portrait of a Tyranny, Nueva York, Harper and
Row, 1981, p. 316.

37. Entrevista personal, Moscú, 1990.

38. Applebaum, Gulag, p. 288.

39. Doroshévich, Russia’s Penal Colony in the Far East, p. 292. Utiliza la palabra zhigani, pero el
contexto indica claramente que se refiere a blatníe.
40. Shalámov, Kolyma Tales, p. 7; Michael Solomon, Magadan, Princeton Vertex, 1971, p. 134.

41. Maximilien de Santerre, Sovetskie poslevoennye kontslageri i ikh obitateli, Múnich, IPI SSSR,
1960, p. 63.

42. Applebaum, Gulag, p. 287.

43. Dobson, Khrushchev’s Cold Summer, p. 121.

44. Shalámov, Kolyma Tales, p. 427.

45. Applebaum, Gulag, pp. 307-317; Steven Barnes, Death and Redemption: The Gulag and the
Shaping of Soviet Society, Princeton, Princeton University Press, 2011, pp. 99-105.

46. Shalámov, Kolyma Tales, p. 415.

47. Ibid., pp. 427-429.

48. Chalidze, Criminal Russia, p. 52.

49. Gustav Herling, A World Apart, Londres, William Heinemann, 1951, p. 31.

50. Eugenia Ginzburg, Within the Whirlwind, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1981, pp.
353-354.

51. Chalidze, Criminal Russia, p. 59.

52. Véanse, por ejemplo, los tatuajes femeninos en Dubiagin y Teplitski, Kratkii anglo-russkii i
russko-angliiskii slovar», pp. 266-277.
6. LAS TRINIDADES SACRÍLEGAS

1. Fiódor Razzákov, Bandity semidesyatykh, 1970-1979, Moscú, Eksmo, 2008, p. 30; Zdenek
Sámal, Ruské Mafie, Praga, Ivo Zelezny, 2000, pp. 23-24; Segodnya, 18 de octubre de 1994.

2. Razzákov, Bandity semidesyatykh, p. 480.

3. Citado en Miriam Dobson, Khrushchev’s Cold Summer:Gulag Returnees, Crime, and the Fate
of Reform after Stalin, Ithaca, Cornell University Press, 2009, p. 125. Desgraciadamente, no se
explicaba con exactitud cuál era el «tono de voz» que tenían los ladrones.

4. Lydia Rosner, The Soviet Way of Crime: Beating the System in the Soviet Union and the USA,
Boston, Praeger, 1986, p. 29.

5. Yuli Daniel, This is Moscow Speaking, Londres, Collins Harvill, 1968, pp. 77-78.

6. Su rompedor cronista era Yuri Schekochijin, especialmente en «Predislovie krazgovoru»,


Literatúrnaia gazeta, 6 de junio de 1984; Sotsiologicheskie issledovaniya 1/1997; y Allo, my
vas slyshim: iz khroniki nashego vremeni, Moscú, Molodaya gvardiya, 1987.

7. Entrevista personal, Moscú, 1991.

8. Dobson, Khrushchev’s Cold Summer, p. 112.

9. Enrevista personal, Moscú, 1990.

10. Citado en Jeffrey Hardy,«“The camp is not a resort”: the campaign against privileges in the
Soviet Gulag, 1957-1961», Kritika 13, 1, 2012, fn. 37.

11. David Remnick, Lenin’s Tomb: The Last Days of the Soviet Empire, Nueva York, Random
House, 1994, p. 183.

12. Yuri Brokhin, Hustling on Gorky Street: Sex and Crime in Russia Today, Nueva York, Dial
Press, 1975, p. 111.

13. Fiódor Razzákov, Bandity vremen sotsializma, Moscú, Eksmo, 1996, p. 68.

14. Entrevista personal, Moscú, 1990.

15. Ogoniok 29/1988, p. 20.

16. Investigado en profundidad por Svetlana Stephenson, en su Gangs of Russia: From the Streets
to the Corridors of Power, Ithaca, Cornell University Press, 2015; y su trabajo anterior «The
Kazan Leviathan: Russian street gangs as agents of social order», Sociological Review 59, 2,
2011.

17. Razzákov, Bandity vremen sotsializma, p. 93.

18. Stephenson, Gangs of Russia, pp. 23-32. Véase también Lyubov’ Ageeva, Kazanskii fenomen:
mif i real’nost’, Kazán, Tatarskoe knizhnoe izdatel’stvo, 1991.

19. No se trata tanto de un intercambio de bienes o servicios como de obligaciones que a menudo
derivaba en consideraciones futuras, explicado en mayor profundidad por Alena Ledeneva en
su obra Russia’s Economy of Favours: Blat, Networking and Informal Exchange, Cambridge,
Cambridge University Press, 1998.

20. James Millar, «The Little Deal: Brezhnev’s contribution to acquisitive socialism», Slavic
Review 44, 4, 1985.

21. Reproducido en James Heinzen, The Art of the Bribe: Corruption under Stalin, 1943-1953,
New Haven, Yale University Press, 2016, p. 148.

22. Ibid., p. 37.

23. El papel que desempeñaba el tolkach es explorado en mayor profundidad por Joseph Berliner
en su obra Factory and Manager in the USSR, Cambridge, Harvard University Press, 1957; y
«The informal organization of the Soviet firm», Quarterly Journal of Economics 66, 3, 1952.

24. Samuel Huntington, Political Order in Changing Societies, New Haven, Yale University Press,
1968, p. 69.

25. Citado en William Clark, Crime and Punishment in Soviet Officialdom: Combating Corruption
in the Political Élite, 1965-1990, Armonk, M. E. Sharp, 1993, p. 190.

26. Fiódor Burlatski, «“Mirnyi zagovor” protiv N. S. Khrushcheva», en Yuri Aksyutin, ed., N. S.
Khrushchev: materialy k biografii, Moscú, Izdatel’stvo politicheskoi literatury, 1988, p. 211.

27. Para una mejor descripción de la carrera de Rókotov, véase Brokhin, Hustling on Gorky Street.

28. Sotsialisticheskaya industriya, 9 y 10 de abril de 1981; Trud, 9 de abril de 1981.

29. CIA, Military Compensation in the Soviet Union, 1980, p. 11.

30. William Clark, Crime and Punishment in Soviet Officialdom, pp.153-157; Fiódor Razzákov,
Bandity vremen sotsializma, pp. 49-50.

31. Entrevista personal, Moscú, 1990.


32. Literatúrnaia gazeta, 20 de julio de 1988; Razzákov, Bandity semidesyatykh.

33. Vadim Vólkov, Violent Entrepreneurs: The Use of Force in the Making of Russian Capitalism,
Ithaca, Cornell University Press, 2002, p. 62.
7. LOS GÁNSTERES DE GORBACHOV

1. Fiódor Razzákov, Bandity vremen sotisalizma, Moscú, Eksmo, 1996, pp. 64-65.

2. The Russian Primary Chronicle: Laurentian text, Cambridge, Medieval Academy of America,
[1953] 2012, p. 97.

3. Sandra Anderson y Valerie Hibbs, «Alcoholism in the Soviet Union», International Social
Work 35, 4, 1992, p. 441.

4. N. N. Ivanets y M. I. Lukomskaya, «The USSR’s new alcohol policy», World Health Forum
11, 1990, pp. 250-251.

5. Arkadi Váksberg, The Soviet Mafia, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1991, p. 234.

6. Entrevista personal, Moscú, 1990.

7. Bien ejemplificado en Caroline Humphrey, «“Icebergs”, barter, and the mafia in provincial
Russia», Anthropology Today 7, 2, 1991.

8. Federico Varese, The Russian Mafia: Private Protection in a New Market Economy, Oxford,
Oxford University Press, 2001.

9. V. Semenov, «Krutye parni», Ekonomika i zhizn, enero de 1991, p. 180.

10. Anthony Jones y William Moskoff, Ko-ops: The Rebirth of Entrepreneurship in the Soviet
Union, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 80.

11. Valeri Kárishev, Zapiski banditskogo advokata, Moscú: Tsentrpoligraf, 1998, p. 31.

12. Krasnaya zvezda, 4 de octubre de 1989.

13. Ogoniok 29/1988.

14. Varese, The Russian Mafia, pp. 127-128.

15. Nikolái Modestov, Moskva banditskaya: dokumenty khronika kriminal’nogo bespredela 80-90-
kh gg., Moscú, Tsentrpoligraf, 1996, pp. 103-105.

16. Pravda, 4 de abril de 1987 (este individuo, curiosamente, llegó a ser mando de la policía).

17. Vadim Vólkov, Violent Entrepreneurs: The Use of Force in the Making of Russian Capitalism,
Ithaca, Cornell University Press, 2002; Vadim Vólkov, Silovoe predprinimatel’stvo, XXI vek,
San Petersburgo, European University of St. Petersburg, 2012.
18. Andréi Konstantínov, Banditskii Peterburg, San Petersburgo, Folio-Press, 1997, pp.140-146.

19. Vólkov, Violent Entrepreneurs, p. 10.

20. Dmitri Gromov, «Lyuberetskie ulichnye molodezhnye kompanii 1980-kh godov: subkul’tura
na pereput’e istorii», Etnograficheskoe obozrenie 4/2006. Véase también Svetlana Stephenson,
«The violent practices of youth territorial groups in Moscow», Europe-Asia Studies 64, 1,
2012; Hilary Pilkington, Russia’s Youth and its Culture: A Nation’s Constructors and
Constructed, Londres, Routledge, 1994, pp. 141-150.

21. Vladímir Yákovlev, «Kontora “Liuberov”», Ogoniok, mayo de 1987.

22. Mark Galeotti, Afghanistan: The Soviet Union’s Last War, Londres, Frank Cass, 1995, pp. 45-
102.

23. Entrevista personal, 1990.

24. Pobratim (periódico SVA), 10, 1991.

25. Komsomolskaya Pravda, 29 de abril de 1989.

26. Krasnaya zvezda, 4 de octubre de 1989.

27. Conversación personal, Kiev, 1991.

28. Karen Dawisha, Putin’s Kleptocracy: Who Owns Russia?, Nueva York, Simon & Schuster,
2014.

29. Kruchina dejó una nota de suicidio expresando su temor por el futuro, pero muchos siguen
cuestionando que acabara realmente con su vida, teniendo en cuenta el gran número de
personas a las que convenía su muerte.

30. Rossiiskie militseiskie vedomosti, septiembre de 1993, octubre de 1993.

31. Literatúrnaia gazeta, 20 de julio de 1988.

32. Stephen Handelman, Comrade Criminal: Russia’s New Mafiya, Londres, Michael Joseph,
1994, pp. 18-20.
8. LOS «SALVAJES AÑOS NOVENTA» Y EL ASCENSO DE LOS «AVTORITETI»

1. Viacheslav Razinkin y Alekséi Tarabrin, Elita prestupnogo mira: tsvetnaya mast’, Moscú,
Veche, 1997, p. 17.

2. The New York Times, 14 de abril de 1994.

3. Federico Varese, The Russian Mafia: Private Protection in a New Market Econom, Oxford,
Oxford University Press, 2001, p. 184.

4. Ibid., p. 181; Moscow Times, 25 de abril de 2012; Alexander Kan, «Profile: Iósiv Kobzón:
Russian crooner and MP», BBC News, 17 de feberero de 2015,
http://www.bbc.com/news/world-europe-31497039, visitada el 3 de enero de 2018.

5. Valeriya Bashkirova et al., Geroi 90-kh: lyudi i den’gi – noveishaya istoriya kapitalizma v
Rossii, Moscú, Kommersant/ANF, 2012, p. 254.

6. Entrevista personal, Moscú, 2005.

7. Kommersant, 30 de septiembre de 2008.

8. Associated Press, 7 de junio de 1994.

9. Ibid.

10. William Cooper, «Russia’s economic performance and policies and their implicationsfor the
United States», Library of Congress Congressional Research Service, junio de 2009, p. 2.

11. Kommersant, 2 de junio de 1995.

12. Entrevista personal, Cambridge, 1997.

13. Tobias Holzlehner, «“The harder the rain, the tighter the roof ”: evolution of organized crime
networks in the Russian Far East», Sibirica 6, 2, 2007, p. 56.

14. Vadim Vólkov, Violent Entrepreneurs: The Use of Force in the Making of Russian Capitalism,
Ithaca, Cornell University Press, 2002, p. 27.

15. Varese, The Russian Mafia, p. 4 (con cursiva en el original).

16. Petr Skoblikov, Vzyskanie dolgov i criminal, Moscú, Yurist, 1999, pp. 76-81.

17. Carl Schreck, «Blood sport: the rise of Russia’s gangster athletes», Radio Free Europe/Radio
Liberty, 8 de mayo de 2016.
18. Vólkov, Violent Entrepreneurs, p. 51.

19. Svetlana Stephenson, Gangs of Russia: From the Streets to the Corridors of Power, Ithaca,
Cornell University Press, 2015, capítulo 7, especialmente en pp. 172-179.

20. Vólkov, Violent Entrepreneurs, p. 71.

21. Entrevista personal, Moscú, 1993.

22. Varese, The Russian Mafia, pp. 102-120.

23. Nancy Ries, «“Honest bandits” and “warped people”: Russian narratives about money,
corruption, and moral decay», en Carol Greenhouse et al., eds., Ethnography in Unstable
Places: Everyday Lives in Contexts of Dramatic Political Change, Durham, Duke University
Press, 2002, p. 279.

24. Entrevista personal, Moscú, 2011.

25. Fortune 141, 12, 2000, p. 194.

26. Este punto es explorado a fondo en Dawisha, Putin’s Kleptocracy, especialmente en el capítulo
3. Esas alegaciones, aunque nunca hayan sido demostradas, se han realizado profusamente y
han sido discutidas tanto en Rusia como en el extranjero. Putin y sus portavoces han rechazado
esas afirmaciones, pero no han sido llevadas ante ningún tribunal. Véase un ejemplo
representativo en: «Ot Tambovskoi OPG do massazhista Putina», Dozhd-TV, 6 de septiembre
de 2017; «Russia: Putin’s Past Becoming a Hot Internet Topic in Moscow», EurasiaNet, 6 de
enero de 2016; «Vladimir Putin linked to shady property deals», The Australian, 31 de agosto
de 2015; «“Putin involved in drug smuggling ring” says ex-KGB officer», Newsweek, 13 de
marzo de 2015; «Malen’kaya prachechnaya prem’er-klassa», Nezavisimaya gazeta, 10 de abril
de 2011; Jurgen Roth, Die Gangster aus dem Osten, Múnich, Europe-Verlag, 2004;
«Gryaznaya zona Evropy», Sovershenno sekretno, 1 de julio de 2000; «Le nom de M. Poutine
apparaît en marge des affaires de blanchiment au Liechtenstein», Le Monde, 26 de mayo de
2000. Los documentos del juicio en el destacado caso español contra miembros de
Tambóvskaia y bandas asociadas en 2015 menciona en varias ocasiones a Putin
específicamente y también a sus allegados como patronos dentro de la organización
Tambóvskaia. De hecho, la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos intentó
específicamente pinchar el teléfono del líder de Tambóvskaia Barsukov/Kumarin para
investigar si estaba en contacto con Putin tras su último ascenso a la presidencia; véase The
Intercept, 16 de mayo de 2016.

27. The Guardian, «Kremlin accuses foreign parties of Putin smear campaign before elections», 28
de marzo de 2016, disponible en:
https://www.theguardian.com/world/2016/mar/28/kremlin-foreign-putin-smear-
campaign-election, visitada el 25 de enero de 2018.

28. Dawisha, pp. 128-141.

29. Entrevista personal, Moscú, 2010.

30. Entrevista personal, Moscú, 2016.

31. Para consultar más información sobre Sogoián, véase «Court sentences alleged member of
Russian criminal group to 22 years», ČTK, 28 de febrero de 2013.
9. BANDAS, REDES Y HERMANDADES

1. Moscow Times, 4 de junio de 2003.

2. Andréi Konstantínov, Banditskii Peterburg, rev. ed., San Petersburgo, Amfora, 2009.

3. Joseph Serio es especialmente agudo respecto a la ridícula variación de las cifras y los
problemas generales con las estadísticas en su obra Investigating the Russian Mafia, Durham,
Carolina University Press, 2008, capítulo 4.

4. Un interesante legado de los días de los gulags cuando las brigadas eran destacamentos de
trabajo a cargo de un brigadier elegido o nombrado a dedo.

5. Valeri Kárishev, Zapiski banditskogo advokata, Moscú, Tsentrpoligraf, 1998, p. 254.

6. Véase Diego Gambetta, The Sicilian Mafia: The Business of Private Protection, Cambridge,
Harvard University Press, 1993; Diego Gambetta, Codes of the Underworld: How Criminals
Comunicate, Princeton, Princeton University Press, 2009.

7. UN Office on Drugs and Crime, Results of a Pilot Survey of Forty Selected Organized
Criminal Groups in Sixteen Countries, Viena, Naciones Unidas, 2002, p. 34.

8. Vechernyi Ekaterinburg, 29 de mayo de 1993, citado en Vadim Vólkov, Violent Entrepreneurs:


The Use of Force in the Making of Russian Capitalism, Ithaca, Cornell University Press, 2002,
p. 118.

9. Esta sección está basada en mi artículo «Behind the scenes: Uralmash gang retreats into the
shadows», Jane’s Intelligence Review 21, 9, 2009, utilizado con el permiso de la revista. Véase
también Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, Banditskaya Rossiya, San Petersburgo,
Bibliopolis, 1997, pp. 311-318; Vólkov, Violent Entrepreneurs, pp. 116-122.

10. RIA Novosti, 7 de febrero de 2006.

11. Vólkov, Violent Entrepreneurs, p. 118.

12. James Finckenauer y Yuri Voronin, The Threat of Russian Organized Crime Washington, D. C.,
National Institute of Justice, 2001, p. 15.

13. Citado en Komsomol’skaya Pravda, 25 de octubre de 2001.

14. Simon Karlinski, ed., Anton Chekhov’s Life and Thought: Selected Letters and Commentary,
Evanston, Northwestern University Press, [1973] 1997, p. 173.
15. Tobias Holzlehner, «“The harder the rain, the tighter the roof”: evolution of organized crime
networks in the Russian Far East», Sibirica 6, 2. 2007.

16. V. A. Nomokonov y V. I. Shulga, «Murder for hire as a manifestation of organized crime»,


Demokratizatsiya 6, 4, 1998.

17. Vladímir Ovchinski, «The 21st century mafia: made in China», Russia in Global Affairs, enero
de 2007; Eric Hyer, «Dreams and nightmares: Chinese trade and immigration in the Russian
Far East», Journal of East Asian Affairs 10, 2, 1996.

18. Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, The Global Afghan Opium Trade:
A Threat Assessment, Viena, Naciones Unidas, 2011.

19. Daniela Kleinschmit et al., eds., Illegal Logging and Related Timber Trade: Dimensions,
Drivers, Impacts and Responses, Viena, International Union of Forest Research Organizations,
2016, p. 49; véase también Tanya Wyatt, «The Russian Far East’s illegal timber trade: an
organized crime?», Crime, Law and Social Change 61, 1, 2014.

20. Bertil Lintner, «Chinese organised crime», Global Crime 6, 1, 2004, p. 93.

21. Ya tenía antecedentes delictivos en el momento de su elección, cuando era ampliamente


conocido por su sobrenombre. Komsomol’skaya Pravda, 18 de agosto de 2004. Después fue
detenido, acusado y condenado de abusar de su posición en 2007, Izvestia, 25 de diciembre de
2007.

22. Russia Beyond the Headlines, 13 de septiembre de 2013.

23. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en 2009 era del 25 por
ciento, The Global Afghan Opium Trade, p. 20.

24. Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, The Global Afghan Opium Trade,
p. 46.

25. Ibid., p. 45.

26. RIA Novosti, 17 de septiembre de 2013.

27. RIA Novosti, 12 de marzo de 2013; Interfax, 11 de julio de 2013.

28. Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, The Global Afghan Opium Trade.

29. Esta información ha sido extraída de materiales de operaciones que han compartido conmigo
las agencias del orden y la ley; algunos detalles se han modificado, ya que forma parte de una
investigación en curso.
30. Vólkov, Violent Entrepreneurs, p. 115.

31. Véase Andréi Konstantínov, Banditskii Peterburg, San Petersburgo, Folio-Press, 1997; Vólkov,
Violent Entrepreneurs, pp. 108-116.

32. Konstantínov, Banditskii Peterburg, pp. 364-366.

33. Entrevista personal, Cambridge, 1997.

34. Es una de las afirmaciones clave en la obra de Dawisha, Putin’s Kleptocracy, pp. 141-145.

35. Interfax, 8 de agosto de 2001.

36. Boston Globe, 6 de diciembre de 1998.

37. Leningradskaya Pravda, 23 de mayo de 2003; Izvestia, 3 de marzo de 2009; Novaya gazeta, 1
de noviembre de 2009.

38. The New York Times, 14 de mayo de 2009.

39. El más pequeño Malishévskaia ha quedado fundamentalmente integrado en el grupo


Tambóvskaia, especialmente fuera de Rusia.

40. Entrevista personal, La Haya, 2013.

41. United States Government Interagency Working Group, International Crime Threat
Assessment, 2000, p. 74.

42. Esta sección está basada en mi artículo «Empire of the sun: Russian organised crime’s global
network», Jane’s Intelligence Review 20, 6, 2008, utilizado con permiso de la citada revista.
Véase también Valeri Kárishev, Solntsevskaya bratva: istoriya gruppirovki, Moscú, EKSMO-
Press, 1998; Konstantínov, Banditskaya Rossiya, pp. 73-168.

43. Moskovskie novosti, 26 de noviembre de 1995.

44. Extraído de materiales operacionales de los que me hicieron parte en 2006.


10. LOS CHECHENOS: EL GÁNSTER DE LOS GÁNSTERES

1. Entrevista personal, Moscú, 2009.

2. Entrevista personal, Moscú, 2009.

3. Entrevista personal Moscú, 2012. En realidad, la palabra que utilizó fue «negros», un término
equívoco utilizado en el argot de la calle ruso para referirse a la gente del Cáucaso.

4. Georgui Glonti y Givi Lobjanidze, Professional’naya prestupnost’ v Gruzii: vori-v-zakone,


Tiflis, TraCCC, 2004, p. 34.

5. Dina Siegel y Henk van de Bunt, eds., Traditional Organized Crime in the Modern World:
Responses to Socioeconomic Change, Nueva York, Springer, 2012, pp. 35, 39.

6. Izvestia, 27 de enero de 1994.

7. Federico Varese, «Is Sicily the future of Russia? Private protection and the rise of the Russian
Mafia», European Journal of Sociology 35, 2, 1994.

8. Esta sección está basada en mi artículo «Blood brotherhood: Chechen organised crime», Jane’s
Intelligence Review 20, 9, 2008, utilizado con permiso de la citada revista.

9. Para consultar excelentes estudios acerca de la tradición abreg, véase Bruce Grant, The Captive
and the Gift: Cultural Histories of Sovereignty in Russia and the Caucasus, Ithaca, Cornell
University Press, 2009; Rebecca Gould, «Transgressive sanctity: the abrek in Chechen
culture», Kritika 8, 2, 2007. Para consultar estudios rusos, véase, Yuri Botiakov, Abreki na
Kavkaze: sotsiokul’turnyi aspekt yavleniya, San Petersburgo, Peterburgskoe vostokovedenie,
2004; V. O. Bobrovnikov, Musul’mane Severnogo Kavkaza: obichai, pravo, nasilie, Moscú,
Vostochnaya literatura, 2002.

10. Suzanne Goldenberg, The Pride of Small Nations: The Caucasus and Post-Soviet Disorder,
Londres, Zed, 1994, p. 2.

11. Gould, «Transgressive sanctity», p. 275.

12. Memoirs of Baron Tornau, citado en John Baddeley, The Russian Conquest of the Caucasus,
Londres, Longmans, Green, 1908, p. 266.

13. Aude Merlín y Silvia Serrano, eds., Ordres et désordres au Caucase, Bruselas, Editions
universitaires de Bruxelles, 2010, pp. 134-135.
14. Sebastian Smith, Allah’s Mountains: Politics and War in the Russian Caucasus, rev. edn.
Londres, I. B. Tauris, 2006, p. 133.

15. En la primera mitad de 2011, por ejemplo, se denunciaban 1,9 delitos por cada mil habitantes
pero cuando esos delitos se llevaban a cabo solían ser graves: casi el 40 por ciento eran
clasificados como graves, comparado con la media nacional, de entre el 25 y el 30 por ciento,
registrada durante los últimos años. RIA Novosti, 18 de agosto de 2011.

16. Pravda.ru, 9 de mayo de 2004.

17. Agencia de noticias ITAR-Tass, 7 de octubre de 1996.

18. Jeff Myers, The Criminal-Terror Nexus in Chechnya: A Historical, Social, and Religious
Analysis, Lanham, Lexington, 2017, p. 121.

19. Esta información me fue confirmada por una de las personas que asistió a la reunión y por otra
que lo escuchó de un tercero.

20. Artem Rudakov, Chechenskaya mafiya, Moscú, EKSMO-Press, 2002, pp. 323-324.

21. Información obtenida a través de informes de operaciones de agencias de inteligencia rusas y


otras.

22. Yossef Bodansky, Chechen Jihad: Al Qaeda’s Training Ground and the Next Wave of Terror,
Nueva York, Harper, 2007, p. 108.

23. Entregado en una reunión privada sobre el crimen organizado, Londres, 1997.

24. Andréi Konstantínov, Banditskii Peterburg, San Petersburgo, Folio-Press, 199, p. 155.

25. Ibid., p. 158.

26. Información extraída de informes operacionales procedentes de fuentes de la policía rusa.

27. Rudakov, Chechenskaya mafiya, pp. 28-29.

28. Rossiiskie militseiskie vedomosti, septiembre de 1993, octubre de 1993.

29. Rudakov, Chechenskaya mafiya, pp. 318-320.

30. Citado en Aleksandr Zhilin, «The Shadow of Chechen Crime over Moscow», Jamestow
Foundation Prism 2, 6, 1996.

31. Rudakov, Chechenskaya mafiya, pp. 362-367.

32. Konstantínov, Banditskii Peterburg, p. 160.


33. Entrevista personal, Moscú, 2009.

34. Roustam Kaliyev, «Can “power ministries” be transformed?», Perspective 13, 1, 2002; véase
también Library of Congress Federal Research Division, Involvement of Russian Organized
Crime Syndicates, Criminal Elements in the Russian Military, and Regional Terrorist Groups
in Narcotics Trafficking in Central Asia, the Caucasus, and Chechnya, 2002, p. 27.

35. Entrevista personal, Kiev, 1993.

36. Stephen Handelman, Comrade Criminal: Russia’s New Mafiya, Londres, Michael Joseph,
1994, p. 178.

37. Misha Glenny, McMafia: Crime without Frontiers, Londres, Bodley Head, 2008, p. 77.

38. The New York Times, 31 de enero de 2009.

39. Der Spiegel, 21 de junio de 2007; un agente de seguridad del FSB inexperto en aquella época
me relató esta historia personalmente en Moscú, en 2014.

40. Este cable, «Subject: Chechnya, the once and future war», 30 de mayo de 2006, fue publicado
posteriormente por WikiLeaks.

41. Iliá Yashin, Ugroza Natsional’noi bezopasnosti (informe experto independiente, Moscú, 2016)
disponible en: https://openrussia.org/post/view/12965/, visitado el 5 de enero de 2018. El
portavoz oficial de Kadírov afirma que este informe es «pura difamación, insultos y
acusaciones infundadas»; véase FreeNews, 14 de marzo de 2016, disponible en
http://freenews-en.tk/2016/03/14/spokesman-kadyrov-asks-to-have-a-thing-for-yashin-
because-of-the-report-about-chechnya/, visitada el 25 de enero de 2018.

42. Según su declaración de ingresos de 2015.

43. Moscow Times, 25 de febrero de 2010; Reuters, 5 de marzo de 2011; Meduza, 1 de febrero de
2016; The Washington Post, 24 de mayo de 2016.

44. Joel Schectman, «U. S. sanctions Chechen leader, four others under Magnitsky Act», 20
diciembre de 2017, disponible en: https://www.reuters.com/article/us-usa-russia-
sanctions/u-s-sanctions-chechen-leader-four-others-under-magnitsky-act-
idUSKBN1EE260, visitada el 25 de enero de 2018.

45. En diciembre de 2017, el Gobierno de Estados Unidos impuso sanciones a Kadírov con base en
la ley Magritski contra el abuso de los derechos humanos y la implicación en asesinatos
extrajudiciales. «Chechnya: “Disappearances” a Crime Against Humanity», Human Rights
Watch, 20 de marzo de 2005; juicios de la Corte Europea de Derechos Humanos en Imakayeva
v. Russia, 2006 y Khantiyev v. Russia, 2009.
46. Unión Europea, European Asylum Support Office Country of Origin Information Report –
Russian Federation – State Actors Of Protection, EASO, 2017; Emil Souléimanov y Jasutis
Grazvydas, «The Dynamics of Kadyrov’s Regime: Between Autonomy and Dependence»,
Caucasus Survey 4, 2, 2016, pp. 115-128; Vanessa Kogan, «Implementing the Judgments of
the European Court of Human Rights from the North Caucasus: A Closing Window for
Accountability or a Continuing Process of Transitional Justice?», en Natalia Szablewska y
Sascha-Dominik Bachmann, eds., Current Issues in Transitional Justice, Cham, Springer,
2015; Gran Bretaña: Parliament, House of Commons All-Party Group, Parliamentary Human
Rights Group (PHRG) Report, Chechnya Fact-Finding Mission, 10 de junio de 2010,
disponible en: http://www.refworld.org/docid/4cc7ed2a2.html, visitado el 5 de enero de
2018; International Helsinki Federation for Human Rights, Chechnya: Impunity,
Disappearances, Torture, and the Denial of Political Rights, 2003.
11. LOS GEORGIANOS: EL «VOR» EXPRATRIADO

1. Esa observación la hizo la criminóloga estadounidense Louise Shelley. Louise Shelley et al.,
eds., Organized Crime and Corruption in Georgia, Abingdon, Routledge, 2007, p. 54.

2. Kommersant-vlast’, 10 de marzo de 2003.

3. Georgia Times, 26 de enero de 2012.

4. Izvestia, 5 de octubre de 2006.

5. Entrevistado por Gavin Slade, en su artículo «No country for made men: The decline of the
mafia in post-Soviet Georgia», Law & Society Review 46, 3, 2012, p. 631.

6. George Grossman, «The “second economy” of the USSR», Problems of Communism 26, 5,
1977, p. 35.

7. Georgui Glonti y Givi Lobjanidze. Professional’naya prestupnost’ v Gruzii: vori-v-zakone,


Tiflis, TraCCC, 2004, p. 53.

8. Georgui Glonti, Organizovannaya prestupnost’ kak odin iz osnovykh istochnikov nasil’stvennoi


prestupnosti i etnicheskikh konfliktov, Tiflis, Azri, 1998, p. 140.

9. Moskovskii komsomolets, 10 de noviembre de 1996.

10. Kommersant-vlast’, 10 de marzo de 2003.

11. Citado en Alexander Kupatadze, Organized Crime, Political Transitions, and State Formation
in Post-Soviet Eurasia, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2012, p. 118.

12. Slade, «No country for made men».

13. Entrevista personal, Moscú, 2014.

14. Lenta, 1 de abril de 2006.

15. Kommersant, 15 de junio de 2009.

16. Gazeta.ru, 13 de junio de 2009.

17. Komsomolskaya Pravda, 12 de octubre de 2015.

18. Entrevistado en Vremya novostei, citado en The New York Times, 30 de julio de 2008.

19. Esta sección está basada en mi artículo «Retirement plans: Russian mafia boss considers his
future», Jane’s Intelligence Review 23, 1, 2011, utilizado con permiso de la citada revista.

20. Moskovskii komsomolets, 16 de enero de 2013.

21. Kommersant, 7 de marzo de 1997.

22. Así como «Yapónchik» encabezó la lucha de las bandas eslavas contra los chechenos y otros
«montañeses» en Moscú, «Yakutiónok» también había librado una batalla encarnizada con los
gánsteres georgianos en Perm. Federico Varese, The Russian Mafia: Private Protection in a
New Market Economy, Oxford, Oxford University Press, 2001, p. 132.

23. Izvestia, 1 de junio de 1995.

24. Nezavisimaya gazeta, 2 de diciembre de 1996.

25. Novaya gazeta, 26 de septiembre de 2010; Moskovskie komsomolets, 16 de enero de 2013;


Lenta, 16 de febrero de 2013.

26. Novaya gazeta, 26 de septiembre de 2010; Vesti, 20 de enero de 2013; Rosbalt, 2 de enero de
2014; Rosbalt, 20 de enero de 2014.

27. Komsomol’skaya Pravda, 17 de septiembre de 2009; Rosbalt, 4 de enero de 2014.

28. NEWSru.com, 27 de mayo de 2010.

29. Novaya gazeta, 26 de septiembre de 2010.

30. Rosbalt, 29 de octubre de 2010.

31. Rosbalt, 4 de enero de 2014; investigador de la policía encargado de seguir las operaciones de
la red, Moscú, 2015.

32. Izvestia, 23 de enero de 2013.

33. Komsomol’skaya Pravda v Ukraine, 7 de febrero de 2013.

34. Argumenty i fakty, suplemento «Moskva» marzo de 1997.

35. Rosbalt, 4 de enero de 2014.

36. Novaya gazeta, 4 de junio de 2014; Rosbalt, 9 de octubre de 2009; BBC Russian Service, 10
de junio de 2014; Republic, 29 de diciembre de 2016.

37. Moskovskii komsomolets, 16 de enero de 2013.

38. Comentario recordado por uno de esos agentes retirado, Moscú, 2016.
39. Gavin Slade ha cuestionado útilmente «la idea esencialista de que existe algo específico en la
“mentalidad georgiana” o la cultura nacional que hacen inevitable el poder de la mafia allí».
Reorganizing Crime: Mafia and Anti-Mafia in Post-Soviet Georgia, Oxford, Oxford University
Press, 2013, p. 172.
12. EL GÁNSTER INTERNACIONALISTA

1. William Webster et al., eds., Russian Organized Crime and Corruption, Washington D. C.,
Center for Strategic and International Studies, 1997, p. 1.

2. House Foreign Relations Committee Hearings on International Organized Crime, 10 de octubre


de 1997.

3. The Independent, 25 de mayo de 1993.

4. Federico Varese, Mafias on the Move: How Organized Crime Conquers New Territories,
Princeton, Princeton University Press, 2011, p. 8.

5. Ibid., p. 8.

6. Entrevista personal, Londres, 1996.

7. Para consultar estudios útiles sobre el hampa georgiano, véase Louise Shelley et al., eds.,
Organized Crime and Corruption in Georgia, Abingdon: Routledge, 2007; Gavin Slade, «The
threat of the thief: who has normative influence in Georgian society?», Global Crime 8, 2,
2007; Gavin Slade, «No country for made men: The decline of the mafia in post-Soviet
Georgia», Law & Society Review 46, 3, 2012. Para el uraniano, véase Andréi Kokotiuka y
Guennadi Grebnev, Kriminal’naya Ukraina, Járkov, Folio, 2004; Taras Kuzio, «Crime, politics
and business in 1990s Ukraine», Communist and Post-Communist Studies 47, 2, 2014; Graham
Stack, «Money laundering in Ukraine: tax evasion, embezzlement, illicit international flows
and state capture», Journal of Money Laundering Control 18, 3, 2015; Organized Crime
Observatory, Ukraine and the EU: Overcoming Criminal Exploitation toward a Modern
Democracy?, Ginebra: Organized Crime Observatory, 2015. Para Asia central, véase Filippo
De Danieli, «Beyond the drug-terror nexus: drug trafficking and state-crime relations in
Central Asia», International Journal of Drug Policy 25, 6, 2014; David Lewis, «Crime, terror
and the state in Central Asia», Global Crime 15, 3-4, 2014. Para consultar otros estudios
generales, véase Svante Cornell y Michael Jonsson, eds., Conflict, Crime, and the State in
Postcommunist Eurasia, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2014; Alexander
Kupatadze, Organized Crime, Political Transitions and State Formation in Post-Soviet
Eurasia, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2012.

8. Entrevista personal, Chisinau, 2006.

9. Kyiv Post, 27 de diciembre de 2011.


10. En su libro, Luke Harding, Mafia State, Londres, Guardian Books, 2011, publicado en Estados
Unidos como Expelled: A Journalist’s Descent into the Russian Mafia State, Nueva York,
Palgrave Macmillan, 2012.

11. Véase Sławomir Matuszak, The Oligarchic Democracy: The Influence of Business Groups on
Ukrainian Politics, Varsovia, Osrodek Studiów Wschodnich, 2012.

12. Profundizo en este tema en Mark Galeotti, «Crime and Crimea: criminals as allies and agents»,
Radio Free Europe/ Radio Liberty, 3 de noviembre de 2014.

13. Entrevista personal, Kiev, 2016.

14. OCCRP, «The Azerbaijani Laundromat», disponible en: https://www.occrp.org/en/azerbai-


janilaundromat/, visitada el 5 de enero de 2018; Sarah Chayes, «The Structure of Corruption
in Azerbaijan», Carnegie Endowment for International Peace, 2016, disponible en:
http://carnegieendowment.org/2016/06/30/structure-of-corruption-systemic-analysis-
using-eurasian-cases-pub-63991, visitada el 5 de enero de 2018; Alexander Kupatadze,
«Political corruption in Eurasia: Understanding Collusion between States, Organized Crime
and Business», Theoretical Criminology 19, 2, 2015, pp. 198-215.

15. Erica Marat, «Impact of drug trade and organized crime on state functioning in Kyrgyzstan and
Tajikistan», China and Eurasia Forum Quarterly, 4, 1, 2006; Erica Marat, «The changing
dynamics of state-crime relations in Kyrgyzstan», Central Asia-Caucasus Analyst, 21 de
febrero de 2008.

16. Véase, por ejemplo, Helge Blakkisrud y Pål Kolstø, «From secessionist conflict toward a
functioning state: processes of state- and nation-building in Transnistria», Post-Soviet Affairs
27, 2, 2011.

17. Jan Marinus Wiersma, «European Parliament ad hoc delegation to Moldova 5-6 de junio de
2002», Parlamento Europeo, julio de 2002.

18. Véase Michael Bobick, «Profits of disorder: images of the Transnistrian Moldovan Republic»,
Global Crime 12, 4, 2011.

19. Entrevista personal, Kiev, 2006.

20. Walter Kegö y Alexandru Molcean, eds., Russian Organized Crime: Recent Trends in the
Baltic Sea Region, Estocolmo, Institute for Security and Development Policy, 2012, p. 58.

21. AFP, 8 de septiembre de 1996.

22. Mark Galeotti, «Israel organised crime is fragmented, but growing», Jane’s Intelligence Review
17, 7, 2005.
23. Es algo que actualmente incluso el Gobierno ruso reconoce implícitamente. El anterior
presidente Dmitri Medvédev dijo en 2011 que «no cabe duda alguna de quién ganó [esa
carrera]. No fue Borís Nikoláievich Yeltsin». Time, 24 de febrero de 2012.

24. Entrevista personal, Tallin, 2015.

25. Robert Friedman, Red Mafiya: How the Russian Mob has Invaded America, Boston, Little,
Brown, 2000, p. xx.

26. El mejor análisis de esos episodios lo encontramos en Varese, Mafias on the Move. Se ha
añadido la identidad de cierto individuo al que Varese deja en el anonimato.

27. Varese, Mafias on the Move, p. 74.

28. Servizio Centrale Operativo, Rapporto operativo, Yesin et alii, Roma, Polizia di Stato, 1997, p.
21, citado y traducido en Varese, Mafias on the Move, p. 73.

29. Varese, Mafias on the Move, pp. 70-71, 85-86.

30. Hyon Shin and Robert Kominski, «Language use in the United States: 2007», Suitland, Oficina
del Censo de Estados Unidos, 2010.

31. Esas transiciones se relatan de manera inmejorable en Friedman, Red Mafiya.

32. James Finckenauer y Elin Waring, The Russian Mafia in America: Immigration, Culture, and
Crime, Boston, Northeastern University Press, 1998.

33. Vesti, 9 de octubre de 2009.

34. Entrevista personal, Moscú, 2011.

35. BIS, Informe anual del Servicio de Información y Seguridad (BIS) de la República Checa para
el 2008, Praga, BIS, 2008, p. 12.

36. Kelly Hignett, «Organised crime in east central Europe: the Czech Republic, Hungary and
Poland», Global Crime 6, 1, 2004; Miroslav Nozina, «Crime networks in Vietnamese
diasporas: the Czech Republic case», Crime, Law and Social Change 53, 3, 2010.

37. BIS, Informe anual del Servicio de Información y Seguridad (BIS) de la República Checa para
el 2008, Praga, BIS, 2010, pp. 11-12.

38. Entrevista personal, Praga, 2016.

39. Departamento de Justicia de California, Crimen Organizado en California 2010: informe anual
para la Legislatura, p. 33.
40. The Observer, 16 de junio de 2002; The New York Times, 9 de noviembre de 2005.

41. Por ejemplo, en 2004 Garri Grigorian, un hombre nacido en Rusia que vivía en Estados
Unidos, fue condenado por ayudar a lavar más de 130 millones de dólares a través de cuentas
corrientes fantasma en Utah.

42. Jeffrey Robinson, The Merger: The Conglomeration of International Organized Crime,
Woodstock, Overlook Press, 2000, pp. 21-23.

43. Carlos Resa Nestares, «Transnational organised crime in Spain: structural factors explaining its
penetration», en Emilio Viano, ed., Global Organised Crime and International Security,
Aldershot, Ashgate, 1999.

44. Esto se remonta a mediados de la década de 1990; véase Izvestia, 17 de septiembre de 1996.

45. Entrevista personal, Londres, 2015.

46. Departamento de Justicia de Estados Unidos, «Más de cien miembros y socios de grupos de
cimen organizado transnacional acusados con delitos que incluyen fraude bancario, secuestro,
estafas y fraude al sistema sanitario», comunicado de prensa, 16 de febrero de 2011.

47. The New York Times, 19 de agosto de 2002.

48. Registro del Congreso de Estados Unidos, Congreso 112.º, 2011-2012, Cámara de
Representantes, 8 de marzo de 2011, p. H1583.

49. USA v. Kasarian et al., 2010.

50. Oficina del Fiscal de Estados Unidos, Distrito Sur de NuevaYork, «Manhattan US attorney
announces charges against 36 individuals for participating in $279 million health care fraud
scheme», comunicado de prensa, 29 de febrero de 2012.

51. USA v. Kasarian et al., 2010. Kasarian fue declarado culpable en 2011.

52. USA v. Tokhtakhounov et al., 2013.

53. Europol, Russian Organised Crime Treat Assessment 2008 (versión parcialmente
desclasificada), p. 10.

54. Citado en Friedman, Red Mafiya, p. 90.

55. Claire Sterling, Crime Without Frontiers: The Worldwide Expansion of Organised Crime and
the Pax Mafiosa, Londres, Little, Brown, 1994.

56. John Kerry, The New War: The Web of Crime that Threatens America’s Security, Nueva York,
Simon & Schuster, 1997, p. 21.

57. Phil Williams, «Transnational criminal organizations: strategic alliances», Washington


Quarterly 18, 1, 1995.

58. US Commercial Service, «US Commercial Service to support US pavilion at major Global
Gaming Expo Asia 2013 (G2E Asia 2013)», comunicado de prensa, 11 de marzo de 2013.

59. Bertil Lintner, «The Russian mafia in Asia», Asia Pacific Media Services, 3 de febrero de
1996.

60. Far Eastern Economic Review, 30 de mayo de 2002.

61. Friedman, Red Mafiya, pp. 271, 284.

62. Esta es una cifra estimada proporcionada por la Oficina de las Naciones Unidos contra el
Delito y la Droga en 2016.

63. Entrevista personal, Londres, 2004.


13. NUEVOS TIEMPOS, NUEVOS «VORÍ»

1. Gazeta.ru, 6 de septiembre de 2011.

2. Kommersant, 24 de febrero de 1995.

3. Komsomol’skaya Pravda, 9 de septiembre de 2011.

4. TASS, 6 de septiembre de 2011.

5. Oficina del Fiscal de Estados Unidos, Distrito Sur de Nueva York, «Manhattan U. S. Attorney
Charges 34 Members and Associates of Two Russian-American Organized Crime Enterprises
with Operating International Sportsbooks That Laundered More Than $100 Million», 16 de
abril de 2013.

6. Life News, 10 de septiembre de 2016.

7. Este cable, «Subject: Spain details its strategy to combat the Russian mafia», 8 de febrero de
2010, fue posteriormente publicado por WikiLeaks.

8. The Guardian, 7 de febrero de 2012.

9. Vadim Vólkov, Violent Entrepreneurs: The Use of Force in the Making of Russian Capitalism,
Ithaca, Cornell University Press, 2002, p. 119.

10. Este cable, «Subject: the Luzhkov dilemma», 12 de febrero de 2010, fue publicado
posteriormente por WikiLeaks.

11. Este hecho se explica mejor y de manera detallada en Dawisha, Putin’s Kleptocracy, pp. 104-
162, especialmente en las pp. 126-132 y 142-145.

12. Der Spiegel, 3 de septiembre de 2007.

13. Gazeta.ru, 18 de agosto de 2016; Vedomosti, 25 de diciembre de 2009; RIA Novosti, 16 de


enero de 2009.

14. Esta sección está basada en mi análisis del caso para Moscow Times, 15 de julio de 2014.

15. La idea de que en Rusia hay un Estado profundo ha sido analizada a fondo por Brian
Whitmore, de Radio Free Europe/Radio Liberty.

16. Michael Rochlitz, «Corporate raiding and the role of the state in Russia», Post-Soviet Affairs
30, 2-3, 2014.
17. Moskovskii komsomolets, 10 de noviembre de 1996.

18. Véase, por ejemplo, Stephen Handelman, «The Russian “Mafiya”», Foreign Affairs, marzo-
abril de 1994; Michael Waller y Victor Yasmann, «Russia’s great criminal revolution: the role
of the security services», Journal of Contemporary Criminal Justice 11, 4, 1995.

19. Stanislav Lunev, «Russian organized crime spreads beyond Russia’s borders, squeezing out the
local competition», Jamestown Foundation Prism 3, 8, 1997.

20. El mejor resumen lo encontramos en Thomas Firestone, «Criminal corporate raiding in


Russia», International Law 42, 2008.

21. Esto lo ha demostrado con especial eficacia Jordan Gans-Morse: véase, por ejemplo, «Threats
to property rights in Russia: from private coercion to state aggression», Post-Soviet Affairs 28,
3, 2012.

22. PricewaterhouseCoopers, Economic Crime: People, Culture and Controls – the 4th Biennial
Global Economic Crime Survey: Russia, 2007, p. 3.

23. CNBC, 26 de mayo de 2011.

24. Para consultar un excelente estudio al respecto, véase: «Following the Magnitsky money»,
Organized Crime and Corruption Reporting Project, 12 de agosto de 2012. Browder, Red
Notice: A True Story of High Finance, Murder, and One Man’s Fight for Justice, Nueva York,
Simon & Schuster, 2015.

25. Valeri Kárishev, Russkaya Mafiya, 1991-2017: novaya khronika banditskoi Rossii, Moscú
EKSMO-Press, 2017, p. 374.

26. V. A. Nomokonov y V. I. Shulga, «Murder for hire as a manifestation of organized crime»,


Demokratizatsiya 6, 4, 1998, p. 677.

27. Bien resumido en Richard Behar, «Capitalism in a cold climate», Fortune 141, 12, 2000.

28. Moscow Times, 4 de agosto de 2004.

29. A tenor de la prohibición constitucional de presidir durante tres convocatorias consecutivas,


Putin optó por intercambiar posiciones con quien fuera primer ministro, Dmitri Medvédev,
pero dejando claro quién estaba al mando. Mientras tanto, esto le permitió poner a cero el reloj
y volver a ser investido en 2012 y, después, tras los cambios constitucionales que extendieron
el mandato presidencial de cuatro a seis años, volvió a ser reelegido para su cuarto mandato en
2018.

30. Entrevista personal, Moscú, 2012.


31. Nikolái Modestov, Moskva banditskaya 2: dokumenty khronika kriminal’nogobespredela 90-kh
gg. Moscú Tsentrpoligraf,1997, pp. 7-38; Valeri Kárishev, Aleksandr Solonik: killer mafii,
Moscú, Eksmo-Press, 1998; Moskovskii komsomolets, 15 de febrero de 2002; Kommersant, 25
de enero de 2003.

32. Pravda.ru, 24 de enero de 2003; Valeri Kárishev, Aleksandr Solonik: killer zhiv?!, Moscú,
Eksmo-Press, 2003.

33. Kommersant-daily, 13 de marzo de 1997; Moskovskii komsomolets, 1 de junio de 2003.

34. Interfax news agency, 22 de abril de 2002.

35. The Register, 20 de abril de 2010.

36. Jonathan Lusthaus, «How organised is organised cybercrime?», Global Crime 14, 1, 2013.

37. The Guardian, 25 de enero de 2008; CNN, 24 de octubre de 2009; Time, 20 de enero de 2011;
Vedomosti, 19 de abril de 2011; RFE/RL, 11 de noviembre de 2014; Reuters, 27 de noviembre
de 2014; Varese, The Russian Mafia, pp. 170, 172; Dawisha, Putin’s Kleptocracy, pp. 284-285.

38. Robert Friedman, Red Mafiya: How the Russian Mob has Invaded America, Boston, Little,
Brown, 2000, p. 113.

39. United States v. Peter Berlin, Lucy Edwards et al., 1999; véase también Thomas Ott, «US law
enforcement strategies to combat organized crime threats to financial institutions», Journal of
Financial Crime 17, 4, 2010.

40. Entrevista personal, Moscú, 2014 y 2015.


14. EVOLUCIONES DE LA «MAFIYA»

1. Militsiya, agosto de 1992, pp. 11-14.

2. Georgian Journal, 25 de septiembre de 2014.

3. Para un mejor estudio de este aspecto, véase, James Jacobs, Gotham Unbound: How New York
City was Liberated from the Grip of Organized Crime, Nueva York, New York University
Press, 2001, capítulo 3.

4. Rosbalt, 4 de febrero de 2013.

5. Georgian Journal, 25 de septiembre de 2014.

6. Mensaje secreto que circuló en la cárcel firmado por treinta y cuatro vori de alto rango.
Reproducido en la página web PrimeCrime: véase http://www.primecrime.ru/photo/3643,
visitada el 25 de octrubre de 2017. (La traducción al inglés es mía y he tenido que tomarme
algunas libertades para captar el sentido; por ejemplo, en lugar de «seduciendo», el texto dice
literalmente «llevando a la gente al fornicio».)

7. Rosbalt, 4 de febrero de 2013.

8. Vesti, 21 de enero de 2013.

9. Vesti, 5 de febrero de 2013.

10. Vesti, 6 de febrero de 2013; Komsomolskaya Pravda, 7 de febrero de 2013.

11. Gazeta.ru, 18 agosto de 2016.

12. Prestupnaya Rossiya, 2 de junio de 2014; Rosbalt, 3 de junio de 2014.

13. Entrevista personal, Moscú, 2014.

14. Entrevista personal, Moscú, 2014.

15. Esta sección está basada en mi artículo «Khoroshie vremena dlya plokhikh parnei», Radio
Svoboda, 13 de junio de 2015, usado con permiso de la citada fuente. El artículo fue
posteriormente publicado en inglés por Henry Jackson Society como «Tough times for tough
people: crime and Russia’s economic crisis», 18 de junio de 2015.

16. Conversación por correo electrónico, 2015.

17. Los siguientes ejemplos están sacados de conversaciones con policías e investigadores rusos y
de la consulta de materiales operacionales en Moscú, 2014-2016.

18. Entrevista personal, Moscú, 2015.

19. CNN, 20 de agosto de 2015.

20. Vadzim Smok, «The art of smuggling in Belarus», open Democracy: Russia, 2 de febrero de
2015.

21. The Daily Telegraph, 18 de agosto de 2015.

22. Conversación por correo electrónico, 2015.

23. Martin Müller, «After Sochi 2014: costs an dimpacts of Russia’s Olympic Games», Eurasian
Geography and Economics, 55, 6, 2014.

24. Christian Science Monitor, 5 de febrero de 2013.

25. The Guardian, 4 de febrero de 2013.

26. RBK, 16 de enero de 2013.

27. Lenta, 26 de octubre de 2010.

28. Reuters, 1 de julio de 2009.

29. Financial Times, 13 de septiembre de 2015.

30. ZDNet, 6 de abril de 2005.

31. Moscow News, 21 de noviembre de 2011.

32. CNN, 16 de marzo de 2017.

33. Krebs on Security, 10 de abril de 2017; Reuters, 9 de abril de 2017.

34. Citado en The Economist, 30 de agosto de 2007.

35. The Guardian, 15 de noviembre de 2007.

36. Joseph Menn, Fatal System Error: The Hunt for the New Crime Lords who are Bringing Down
the Internet, Nueva York, PublicAffairs, 2010, p. 266.

37. Newsweek, 29 de diciembre de 2009; The Guardian, 15 de noviembre de 2007.

38. The Economist, 26 de asgosto de 1999.

39. Stephen McCombie et al., «Cybercrime attribution: an eastern European case study»,
Proceedings of the 7th Australian Digital Forensics Conference, 2009.

40. «Palermo: hacker russi clonavano carte di credito statunitensi», Polizia di Stato, 29 de
septiembre de 2015.

41. Nezavisimaya gazeta, 10 de febrero de 2009.

42. Entrevista personal, Moscú, 2015.

43. Kommersant, 7 de noviembre de 2014.

44. Interfax, 26 de enero de 2013.

45. Esta sección está basada en mi artículo «Return of mob rule: the resurgence of gangsterism in
Russia», Jane’s Intelligence Review 25, 4, 2013, usado con permiso de la citada revista.

46. Komsomol’skaya Pravda, 2 de noviembre de 2009.

47. Vremya novostei, 18 de junio de 2009.

48. Life News, 7 de marzo de 2017. Kalashov se declara inocente y, en el momento de redactar esta
obra, su caso continua en los tribunales.
15. LAS GUERRAS CRIMINALES

1. El informante con quien Kohver tenía que reunirse supuestamente, Maxim Gruzdev, resultó
que había sido sobornado por el FSB, y cumple condena actualmente en Estonia por su papel
en el plan. Re:baltica, 13 de septiembre de 2017; Postimees, 14 de septiembre de 2017.

2. Postimees, 10 de septiembre de 2014.

3. Audiencia sobre lavado de dinero ruso, 21 de septiembre de 1999, citada en Edward Lucas,
Deception: spies, lies and how Russia dupes the West, Londres, Bloomsbury, 2013, p. 316.

4. Statement for the record: worldwide threat assessment of the US intelligence community»,
Senate Select Committee on Intelligence, 12 de marzo de 2013.

5. Comparar Edward Lucas, The New Cold War: Putin’s Russia and the Threat to the West, Nueva
York, Palgrave Macmillan, 2008, con Mark Galeotti, «Not a New Cold War: Great Game II»,
ETH Zürich, 14 de abril de 2014.

6. Ezio Costanzo, The Mafia and the Allies: Sicily 1943 and the Return of the Mafia, Nueva York,
Enigma, 2007; Salvatore Lupo, «The Allies and the mafia», Journal of Modern Italian Studies
2, 1, 1997.

7. Cable diplomático de Estados Unidos, «Subject: Spain details its strategy to combat the
Russian mafia», 8 de febrero de 2010.

8. The Guardian, 23 de enero de 2013.

9. La carrera de But es descrita con más detalle en Matt Potter, Outlaws Inc.: Under the Radar
and on the Black Market with the World’s Most Dangerous Smugglers, Nueva York,
Bloomsbury, 2011.

10. Europol, Russian Organised Crime Threat Assessment 2008 (versión parcialmente
declasificada), p. 13.

11. «Discurso del Presidente de la Federación Rusa», 18 de marzo de 2014.

12. Esta sección está basada en mi artículo «Crime and Crimea: criminals as allies and agents»,
Radio Free Europe/Radio Liberty, 3 de noviembre de 2014, usado con el permiso de la fuente
citada.

13. Ukrainskaya Pravda, 15 de marzo de 2014; Delovoi Peterburg, 10 de julio de 2015.


14. KIAnews, 10 de junio de 2010; Fakty, 3 de marzo de 2014; Ukrainskaya pravda, 15 de marzo
de 2014; Der Spiegel, 25 de marzo de 2014; NPR, 5 de junio de 2014; The New York Times, 25
de marzo de 2015; Novaya gazeta, 8 de febrero de 2016.

15. Novaya gazeta, 8 de febrero de 2016; Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, Banditskaya
Rossiya, San Petersburgo, Bibliopolis, 1997, pp. 465-470.

16. Entrevista personal, Moscú, 2014.

17. Entrevista personal, Kazan, 2016.

18. Ibid.

19. Cable diplomático de Estados Unidos, «Subject: Ukraine: land, power, and criminality in
Crimea», 14 de diciembre de 2006.

20. «Prosecutor talks about control by crime», Organised Crime and Corruption Reporting
Project, 18 de diciembre de 2014.

21. Ukrainian Football’s Dark Side, BBC, 1 de abril de 2009,


http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/7976826.stm, visitada el 5 de enero de 2018.

22. Ibid.

23. The Economist, 22 de marzo de 2014.

24. Forbes, 30 de marzo de 2015; Lenta, 1 de junio de 2015; Lenta, 7 de junio de 2015;
Kryminform, 25 de junio de 2015; Eurasianet, 16 de julio de 2015; Al-Jazeera, 2 de septiembre
de 2015; The New York Times, 30 de septiembre de 2017.

25. Entrevista personal, Kazán, 2016.

26. Novaya gazeta, 23 de octubre de 2016.

27. Esta tradicional estafa me la explicaron tanto fuentes de los servicios de seguridad de Moscú,
en 2016, como una fuente de Occidente en 2017.

28. Donday, 14 de diciembre de 2016; Komsomol’skaya Pravda, 1 de febrero de 2017.

29. Transparency International’s 2014. El índice de percepción de la corrupción colocó a Rusia en


el puesto número 136 del mundo, y a Ucrania, en el 142, entre los 175 países listados.

30. New Republic, 5 de junio de 2014. Véase también Taras Kuzio, «Crime, politics and business
in 1990s Ukraine», Communist and Post-Communist Studies 47, 2, 2014, y Serguéi Kuzin,
Donetskaya Mafiya, Kiev, Poligrafkniga, 2006.
31. New Republic, 5 de junio de 2014.

32. Novaya gazeta, 23 de octubre de 2016.

33. Gustav Gressel et al., «Donbas: an imported war», New Eastern Europe, 3 de noviembre de
2016.

34. Novaya gazeta, 23 de octubre de 2016.

35. Radio Svoboda, 17 de abril de 2015.

36. Argumenty i fakty, 18 de noviembre de 2016.

37. NEWSru.com, 3 de julio de 2016.

38. Está sección esta basada en mi informe más extenso «Crimintern: how the Kremlin uses
Russia’s criminal networks in Europe», European Council on Foreign Relations, 18 de abril de
2017.

39. The Washington Post, 23 de diciembre de 2010; Snob, 23 de junio de 2011; Dawisha, Putin’s
Kleptocracy, pp. 88-90, 303-304.

40. Entrevista personal, 2015.

41. L’Express, 14 de enero de 2016; SudOuest, 7 de diciembre de 2017.

42. «Hard blow against Russian-speaking mafia», comunicado de prensa, Europol, 19 de junio de
2013.

43. Para indagar más sobre la «guerra política, véase Mark Galeotti, Hybrid War or Gibridnaya
Voina? Getting Russia’s non-linear military challenge right, Praga, Mayak, 2016.

44. «Operation Ghost Stories», FBI, 31 de octubre de 2011.

45. Hürriyet, 19 de febrero de 2014; «Have Russian hitmen been killing with impunity in
Turkey?», BBC News Magazine, 13 de diciembre de 2016.

46. Mateusz Seroka, «Montenegro: Russia accused of attempting to organise a coup d’état», OSW,
6 de marzo de 2017.

47. Entrevista personal, Berlín, 2016.

48. Mark Perry, «Putting America’s ridiculously large $18T economy into perspective by
comparing US state GDPs to entire countries», AEIdeas, 6 de junio de 2016.

49. Komsomol’skaya Pravda, 20 de diciembre de 2000.


50. Andréi Soldátov e Irina Borogán, The New Nobility: The Restoration of Russia’s Security State
and the Enduring Legacy of the KGB, Nueva York, PublicAffairs, 2010, p. 27.

51. Globe and Mail, 22 de octubre de 2012.


16. LA RUSIA BANDIDA: ¿EL ROBO DE UNA NACIÓN?

1. Entrevista personal, Moscú, 2010.

2. Rémi Camus, “We’ll whack them, even in the outhouse”: on a phrase by V. V. Putin», Kultura
10/2006.

3. Víktor Suvorov, Spetsnaz: The Story behind the Soviet SAS, Londres, Grafton, 1989, pp. 52-53.

4. Yuri Glazov, «“Thieves” in the USSR as a social phenomenon», en The Russian Mind since
Stalin’s Death, Dordrecht, Springer Netherlands, 1985, pp. 39-40.

5. Alix Lambert, Russian Prison Tattoos: Codes of Authority, Domination, and Struggle, Atglen,
Schiffer, 2003, p. 123.

6. Véase Lara Ryazanova-Clarke, «Criminal rhetoric in Russian political discourse», Language


Design 6, 2004; Michael Gorham, After Newspeak: Language Culture and Politics in Russia
from Gorbachev to Putin, Ithaca, Cornell University Press, 2014.

7. Novie Izvestia, 8 de abril de 2004.

8. Víktor Erofeyev,«Dirty words: the unique power of Russia’s underground language», The New
Yorker, 15 de septiembre de 2003.

9. Paul Klebnikov, Godfather of the Kremlin: Boris Berezovsky and the Looting of Russia, Nueva
York, Harvest, 2000, p. 36.

10. Cinco chechenos fueron condenados por el asesinato en 2017. Aunque la versión oficial es que
trabajaban por cuenta propia, se cree de manera general que Kadírov ordenó el asesinato
directa o indirectamente y la familia de Nemtsov ha realizado peticiones para que se investigue
su supuesta implicación.

11. Aunque Navalni quedó parcialmente ciego tras uno de los ataques, por ejemplo, fueron
precisos varios días de presiones de fuentes rusas y extranjeras para que la policía iniciara al
menos las investigaciones.

12. Kathryn Hendley et al., «Law, relationships and private enforcement: transactional strategies of
Russian enterprises», Europe-Asia Studies 52, 4, 2000.

13. Michael Rochlitz, «Corporate raiding and the role of the state in Russia», Post-Soviet Affairs
30, 2-3, 2014; Philip Hanson, «Reiderstvo: asset-grabbing in Russia», Chatham House, marzo
de 2014; Jordan Gans-Morse, «Threats to property rights in Russia: from private coercion to
state aggression», Post-Soviet Affairs 28, 3, 2012.

14. RBK, 17 de abril de 2017.

15. Entrevista personal, Moscú, 2016.

16. Olga Matich, «Mobster gravestones in 1990s Russia», Global Crime 7, 1, 2006.

17. En Matvei Komarov, The Tale of Vanka Kain, 1779, También conocida por el título menos
conciso pero mucho más encantador de Thorough and Reliable Descriptions of the Life of the
Glorious Russian Conman Vanka Kain and the French Conman Cartouche. La última versión
y probablemente la mejor se encuentra en Vie de Kain, bandit russe et mouchard de la tsarine
(«La vida de Kain, bandido ruso e informante de la emperatriz»), con anotaciones de
Ecatherina Rai-Gonneau, París, Institut d’Études Slaves, 2008.

18. Eliot Borenstein, «Band of Brothers: homoeroticism and the Russian action hero», Kul’tura,
febrero de 2008, p. 18.

19. Vladímir Jabotinski, «Memoirs by my typewriter», en Lucy Dawidowicz, ed., Golden


Tradition: Jewish Life and Thought in Eastern Europe, citado en Charles King, Odessa:
Genius and Death in a City of Dreams, Nueva York, W. W. Norton, 2011, p. 139.

20. Sin duda, Odesa lo ha adoptado como uno de los suyos, con una plaza Ostap Bénder en la que
hay una escultura de una de esas doce sillas.

21. Eliot Borenstein, Overkill: Sex and Violence in Contemporary Russian Popular Culture,
Ithaca, Cornell University Press, 2007.

22. Este violento género es explorado a fondo en Anthony Olcott, Russian Pulp: The Detektiv and
the Russian Way of Crime, Lanham, Rowman & Littlefield, 2001 y en Borenstein, Overkill.

23. Borenstein, Overkill, p. 23.

24. Vanesa Rampton, «“Are you gangsters?” “No, we’re Russians’: the Brother films and the
question of national identity in Russia», número especial de eSharp, 2008, p. 65.

25. Serguéi Oushakine, «Aesthetics without law: cinematic bandits in post-Soviet space», Slavic
and East European Journal 51, 2, 2007, p. 385.

26. Ibid., p. 377.

27. Esta fuente de información única puede encontrarse en http://www.primecrime.ru/.

28. The New York Times, 16 de julio de 2006.


29. Frederick Patton, «Expressive means in Russian youth slang», Slavic and East European
Journal 24, 3, 1980, p. 274.

30. Izvestia, 9 de enero de 2013.

31. «Treasury designates associates of key brothers’ circle members», comunicado de prensa,
Departamento de la Tesorería de Estados Unidos, 30 de octubre de 2013.

32. Robert Friedman, Red Mafiya: How the Russian Mob has Invaded America, Boston, Little,
Brown, 2000, pp. 116-117.

33. Véase Lore Lippman, «The Queen of the South: how a Spanish best seller was griten about
Mexican narcocorridos», Crime, Media, Culture 1, 2, 2005; Martín Meráz García,
«“Narcoballads”: the psychology and recruitment process of the “narco”», Global Crime 7, 2,
2006; Howard Campbell, «Narco-propaganda in the Mexican “drug war”: an anthropological
perspective», Latin American Perspectives 41, 2, 2014.

34. Antón Oleynik, crítica de Valeri Anisimikov, Rossiya v zerkale ugolovnykh traditsii tyurmy,
San Petersburgo, Yuridicheskii tsentr Press, 2003, Journal of Power Institutions in Post-Soviet
Societies 6/7, 2007.

35. V. G. Mozgot, «The musical taste of young people», Russian Education and Society 56, 8,
2014.

36. Traducción al inglés del autor.

37. Rossiiskaya gazeta, 20 de diciembre de 2010.

38. Conversación con un estudiante de licenciatura de la MGIMO, la universidad de élite del


Ministerio de Asuntos Exteriores, Moscú, 2015.

39. Edward Luttwak, «Does the Russian mafia deserve the Nobel Prize for economics?», London
Review of Books, 3 de agosto de 1995.

40. Para consultar las reformas en la policía, véase Brian Taylor, «Police reform in Russia: the
policy process in a hybrid regime», Post-Soviet Affairs 30, 2-3, 2014; Olga Semukhina, «From
militia to police: the path of Russian law enforcement reforms», Russian Analytical Digest
151, 2014; Mark Galeotti, «Purges, power and purpose: Medvedev’s 2011 police reforms»,
Journal of Power Institutions in Post-Soviet Societies 13, 2012.

41. New Times, 27 de diciembre de 2010.

42. Alexis Belianin y Leonid Kosals,«Collusion and corruption: an experimental study of Russian
police», National Research University Higher School of Economics, 2015.
43. Entrevista personal, Moscú, 2016.

44. Comentarios realizados durante una conferencia en Moscú, 1995, citado en The Guardian, 31
de julio de 1995.

45. Este es, obviamente, un relato drásticamente simplificado del proceso. Para consultar más
información, véase John Dickie, Cosa Nostra: A History of the Sicilian Mafia, Londres,
Hodder & Stoughton, 2004, capítulos 10 y 11; Jane Schneider, Reversible Destiny: Mafia,
Antimafia, and the Struggle for Palermo, Berkeley, University of California Press, 2003.

46. Joseph Serio, Investigating the Russian Mafia, Durham, Carolina Academic Press, 2008, p. 97.

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FOTOGRAFÍAS

1. El barrio Jitrovka de Moscú, que vemos aquí en una imagen captada en la década de 1990,
era posiblemente el peor de los yamy, los barrios marginales de Rusia, un lugar en el que la vida
humana carecía prácticamente de valor. Aquí es donde acababan los perdidos, los desposeídos y
los desarraigados de la ciudad, ya fuera como depredadores o como presas. Así que también fue
el lugar donde tomó forma el vorovskói mir, el «mundo de los ladrones».
2. La ficha policial del régimen zarista de Iósiv Vissariónovich Dzhugashvili, conocido por el
pseudónimo revolucionario de Koba y después, de manera bastante más extendida, por el de
Stalin. Aunque no era en sí mismo atracador de bancos ni asaltador de caminos, Stalin
desempeñó un papel decisivo trabajando con los vorí para obtener financiación para los
bolcheviques. Esta disposición temprana a hacer causa común con el hampa la aplicaría más
tarde en su gestión del sistema de gulags.
3. El estado revolucionario se preocupó por crear un nuevo cuerpo policial. Aquí vemos la
entrada a las oficinas de la «Milicia de Obreros y Campesinos», en Petrogrado (conocida más
tarde como Leningrado y después como San Petersburgo), custodiada por dos agentes que
probablemente no habían recibido adiestramiento alguno y tal vez incluso fueran analfabetos.
4. «Trabajar en la URSS es una cuestión de honor, conciencia, valor y heroísmo», decía el lema
que había sobre la verja de entrada al campo de trabajos forzados de Vorkutá en 1945.
Seguramente esto no suponía un gran consuelo para los condenados que trabajaban, pasaban
hambrunas y a menudo morían en las minas de carbón del gulag de Vorkutá, al norte del círculo
polar ártico. En 1953, Vorkutá se vería sacudido por unas huelgas que, aunque acabaron siendo
sofocadas por la fuerza, ayudaron no obstante a hacer patente que la era de los gulags había
terminado.
5. Para los vorí, las charreteras representaban al ejército y la disposición para servir al Estado,
pero cuando se las tatuaban en la piel expresaban irónicamente un rechazo por esa forma de
vida. Esto resultó especialmente significativo durante la llamada guerra de las «perras», cuando
los tradicionalistas no solo querían demostrar su independencia, sino también burlarse y excluir
a los voiénschina, la «soldadesca», como se conocía en los campos a quienes habían servido
como soldados.
6. «¡Combate el hooliganismo!». Con los vorí liberados de los gulags, la Unión Soviética sufrió
una oleada de delincuencia, sobre todo por el conflicto que enfrentaba a los suki («perras») y a
los tradicionalistas. Gran parte de ello fue identificado oficialmente como «hooliganismo» —
término que englobaba todo comportamiento violento y ajeno a las reglas— y, como muestra
este cartel de 1956, se convirtió en el foco de atención de una persecución que ayudaría a que
los vorí volvieran a la clandestinidad.
7. Aunque muchos de los tatuajes vor son burdos tanto en ejecución como en significado,
algunos muestran un considerable nivel artístico. Este tatuaje con representaciones de
simbolismo religioso, y que abarca toda la espalda, podía reflejar una fe auténtica y también ser
una burla, pero tiene un significado muy específico: cada una de las cúpulas en forma de
cebolla de la iglesia marca una condena en el campo de prisioneros, y, desgraciadamente, sigue
quedando espacio para alguna más.
8. Dos soldados soviéticos de asalto aéreo en Gardez durante la ocupación de Afganistán, que
se prolongó durante diez años. Las fuerzas soviéticas serían retiradas en 1989, pero su impacto
a largo plazo perduraría durante décadas. En la década de 1990, los veteranos de esta guerra, los
afgantsi, se agruparían en torno a los «empresarios criminales», abriéndose camino en el
negocio de la protección a base de fuerza bruta, literalmente, mientras que el flujo de heroína
afgana que se introducía en Rusia crecería exponencialmente hasta alcanzar un tercio del total
del comercio mundial a mediados de la década de 2010.
9. Dzhojar Dudáiev, el hombre que declaró la independencia de Chechenia, no solamente vestía
a la manera de los gánsteres estadounidenses de la década de 1930, sino que además presidió la
criminalización al por mayor de esta república del sur de la Federación Rusa.
10. Viacheslav «Yapónchik» Ivankov, uno de los últimos vorí v zakone auténticos de la vieja
escuela, era un hombre violento y brutal, un socio incómodo para la nueva generación de
delincuentes, más interesada en el dinero que en demostrar su hombría. Su asesinato en Moscú
en 2009 supuso un alivio para muchos, pero la etiqueta del hampa es tan acusada que su
ostentosa tumba del cementerio de Vagánkovo lo representa con una figura distinguida e
incluso meditativa. Aquellos que sufrieron sus reinados de terror en Moscú, y también durante
un tiempo en el distrito de Brighton Beach, en Nueva York, seguramente no recuerden a
«Yapónchik» de esa forma.

11. Los orígenes de la cárcel Butirka de Moscú se remontan al siglo xvii. Esta fue una de las
prisiones rusas más famosas, y tanto los zares como los soviets la usaron como instalación de
tránsito y centro de detención de presos políticos. Su historial de internos es un directorio
virtual de sujetos peligrosos, problemáticos e independientes.
12. Los criminales rusos tienen acceso a rifles de asalto y no tienen reparos en usarlos, de modo
que los cuerpos de seguridad han evolucionado para adaptarse a ello. Aquí, un equipo de las
fuerzas especiales del Servicio Federal de Control Antidroga carga contra un cártel de
narcotráfico en Kaluga en 2004. Los pasamontañas son para ocultar la identidad de los agentes
y evitar las represalias contra sus familias.
13. Resulta irónico que una cultura criminal que se jactaba de ser sacrílega se haya vuelto cada
vez más respetuosa con la Iglesia Ortodoxa Rusa en los últimos años. La Epifanía es el día de
enero en el que los creyentes fervientes se sumergen en aguas heladas para expiar
simbólicamente sus pecados. Aquí, un hombre repleto de tatuajes criminales —estrella de vor v
zakone en su hombro izquierdo incluida— se sumerge en las aguas de río Irtish en Tobolsk
(Siberia). Si esto es suficiente para purgar todos sus pecados o no, es algo que quedará entre el
hombre y su Dios.
14. La mafiya rusa en el Mediterráneo. A medida que el crimen organizado ruso se
internacionalizó, los países respondieron con diversos grados de preocupación. A mediados de
la década de 2000, España se alarmó ante la expansióm del crimen organizado ruso y
georgiano, especialmente en la costa mediterránea. Aquí, el vor de alto rango Gennadi Petrov es
arrestado en 2008 como parte de la Operación Troika, en un plan de desarticulación más amplio
de la red Tambóvskaia-Malishévskaia. Petrov obtuvo la libertad condicional para recibir
tratamiento médico en Rusia, pero nunca regresó, y Moscú no ha realizado movimiento alguno
para llevarlo ante los tribunales.
15. En la Rusia postsoviética, el sector de la seguridad privada está tan extendido que incluso la
policía se introdujo en él. OGPU Ojrana, la compañía propiedad del Ministerio de Interior (que
sería transferida después a la jurisdicción de la Guardia Nacional) subcontrataba para
operaciones externas furgones blindados y agentes de policía pluriempleados, como este que
porta el subfusil en la fotografía.

16. En la Rusia de Putin, las fronteras entre el Estado y el hampa son borrosas. La banda motera
Lobos de la Noche ha sido acusada de realizar actividades criminales, pero cuenta con el
patrocinio del Kremlin. Sobre estas líneas, el líder de los Lobos de la Noche, Alexandr
Zaldostanov, conocido como el Cirujano, pronuncia un discurso en unas protestas de 2006 en
Grozni, la capital chechena, ante un retrato enorme del líder checheno Ramzán Kadírov.
CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS

1. Plaza Jitrovka (década de 1900). Fotografía de Fine Art


Images/Heritage Images/Getty Images.
2. Documento de la policía del zar sobre Iósiv Vissariónovich
Dzhugashvili (c. 1911). Dominio público.
3. Milicia bolchevique (1924). De dominio público según la legislación
rusa.
4. Gulag de Vorkutá (1945). Fotografía de Laski Diffusion/Getty Images.
5. Charretera tatuada. © Alix Lambert.
6. «¡Combate el hooliganismo!». Fotografía del autor.
7. Tatuaje con cúpulas en forma de cebolla. © Alix Lambert.
8. Afgantsi en Gardez (c. 1980-1988). Fotografía de E. Kuvakin con
licencia de Creative Commons.
9. Dzhojar Dudáiev. Fotografía de Maher Attar/Sygma via Getty Images.
10. Tumba de Viacheslav «Yapónchik» Ivankov, en el cementerio de
Vagánkovo. Fotografía del autor.
11. Cárcel Butirka. Fotografía de Stanislav Kozlovskiy, con licencia de
Creative Commons.
12. Operación antidroga (2004). SPUTNIK/Alamy Stock Photo.
13. Un creyente se sumerge en las aguas del río Irtish, en Tobolsk, el día
de la Epifanía. Fotografía de Alexander Aksakov/Getty Images.
14. Arresto de Gennadi Petrov en el marco de la Operación Troika (2008).
Fotografía de AFP a través de Getty Images.
15. Seguridad privada Ojrana (2014). Fotografía del autor.
16. Mitin de Alexandr Zaldostanov en Grozni (2016). Fotografía de Dmitri
Krotaiev/Kommersant Photo a través de Getty Images.
AGRADECIMIENTOS

Este libro ha sido elaborado en cierto modo a lo largo de tres décadas, por
lo que ha ido acumulando tantas deudas y obligaciones como un traficante
de poca monta que pasa por una mala racha. El primer borrador de parte del
manuscrito fue redactado en Praga en 2013 y debo dar las gracias a Jiri
Pehe y al centro académico de la Universidad de Nueva York en Praga por
su acogida y apoyo, y al programa Provost’s Global Research Initiative de
dicha universidad, que facilitó mi estancia. Otra parte del trabajo salió
adelante, como no podía ser de otra forma, en Moscú, cortesía del Center
for Global Affairs de la misma, que me permitió pasar un mes alejado de mi
despacho para estar más cerca de la acción. Concluí la obra al regresar a
Praga para ocupar mi puesto actual en el Institute of International Relations
de esta ciudad.
Parte de ese borrador del 2013 fue un encargo del International Institute
for Strategic Studies para un proyecto que nunca llegó a realizarse, pero me
gustaría dar las gracias al IISS en general, y a Nicholas Redman en
particular, por su amable invitación y también por su buena voluntad al
permitirme extraer elementos del manuscrito para este trabajo. También me
gustaría apuntar que algunas secciones de este libro se valen de artículos
que he publicado a lo largo de los años en Jane’s Intelligence Review y en
Radio Free Europe/Radio Liberty, a quienes también agradezco que me
permitan llevarlo a cabo.
Mi agradecimiento más humilde para todos aquellos afgantsi que me
alertaron inicialmente sobre ese problema emergente y a todos los rusos a
ambos lados de la ley que colaboraron con esta investigación. Su ayuda ha
sido incalculable, aunque por razones obvias no es algo que suele
reconocerse públicamente. Es preciso indicar que en muchos casos me
refiero a los criminales usando únicamente un nombre de pila o apodo y que
quizá habrá otros detalles que no se correspondan con la realidad. En
algunos casos, esto se debe a mi voluntad de proteger sus identidades; en
otros, a que quiero protegerme ante posibles demandas (o cosas peores) por
parte de personas cuyas fechorías aún no han sido demostradas con éxito
ante los tribunales.
Del mismo modo, quiero agradecer su ayuda a esas fuentes igualmente
anónimas entre la comunidad de cuerpos de seguridad del mundo occidental
con quienes he hablado de gánsteres rusos y de sus hazañas. Permítanme
ahora dedicarme con alivio a aquellos a los que sí puedo nombrar y que han
contribuido a este libro consciente o inconscientemente: Anna Arutunyan,
Kelly Barksby, Serguéi Cheloujine, Martha Coe, Antonio De Bonis, Jim
Finckenauer, Tom Firestone, Stephen Frank, Jordan Gans-Morse, Yákov
Gilinski, Misha Glenny, Aleksandr Gúrov, Kelly Hignett, Valeri Kárishev,
Petr Pojman, Joe Serio, Louise Shelley, Svetlana Stephenson, Federico
Varese, Vadim Vólkov, Brian Whitmore, Katherine Wilkins y Phil Williams.
En mi opinión, Varese y Vólkov han desempeñado un papel fundamental en
la configuración de este campo de estudios.
He recibido una inestimable ayuda para la investigación en el Center for
Global Affairs por parte de Andrew Bowen, que llegará lejos. Gabriela
Anderson puso su ojo avizor editorial sobre el manuscrito y ha pulido
muchas aristas. En el Institute of International Relations de Praga, Klára
Ovcácková me ofreció una ayuda indispensable para recopilar la
bibliografía, y Francis Scarr me ayudó a reforzar algunos capítulos. En Yale
University Press, debo dar las gracias a Heater McCallum por el entusiasmo
mostrado con este libro y su paciencia respecto a mis progresos, y a Marika
Lysandrou, por sus valiosas sugerencias. Jonathan Wadman ha sido un
editor de primer orden, comprensivo y muy meticuloso en su trabajo. Mi
encomio también para esos anónimos lectores del manuscrito que me
proporcionaron comentarios muy valiosos y ayudaron a visualizar algunas
cosas sin pulir del borrador.
Una vez dicho esto, mi más sincero agradecimiento debe ir dirigido a
todos aquellos, sin olvidarme de la perra Penny, que han sufrido mis
distracciones y abstracciones en mi persecución de esta obsesión particular,
y que a su vez me proporcionaron las distracciones y abstracciones
necesarias para recordarme que hay un mundo más allá de los tiroteos, los
conciliábulos y los contubernios.
MARK GALEOTTI

Praga, 2017

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