014 - Juliano Maria Dolores - Los Mapuches, La Mas Larga Resistencia
014 - Juliano Maria Dolores - Los Mapuches, La Mas Larga Resistencia
014 - Juliano Maria Dolores - Los Mapuches, La Mas Larga Resistencia
Desde 1546, en que los invasores españoles se enfrentaron por primera vez con
los mapuches, hasta 1879, fecha de la derrota militar de estos últimos a manos de los
ejércitos chileno y argentino, pasaron trescientos treinta y tres años, en el transcurso
de Jos cuales se desarrollaron las diversas estrategias a través de las cuales este pue-
blo intentó mantener su autonomía, sus formas de vida, su organización, su sistema
de creencias, su cultura en suma. Estas estrategias incluían lucha armada, pero tam-
bién- según el momento y las circunstancias -negociaciones políticas, intercambios
comerciales y transacciones diversas. De todas maneras, hay que reconocer a los ma-
puches la epopeya de la más larga resistencia de que se tiene conocimiento en la his-
toria de la humanidad.
¿Qué elementos permitieron que su resistencia fuera tan eficaz? ¿Cómo fue po-
sible que los conquistadores españoles, que habían acabado fácilmente con los gran-
des imperios Azteca e Inca, se vieran rechazados una y otra vez por los mapuches,
hasta terminar, a fines del siglo XVIII, por aceptar esta situación y establecer con
ellos tratados de nación a nación?
Hay algunas circunstancias, externas a los mapuches mismos, que los ayudaron
a lograr este resultado. Estas fueron la situación periférica de su territorio con respec-
to a las áreas anteriormente conquistadas, y la carencia de recursos minerales que lo
hicieran particularmente atractivo para los ávidos europeos. Pero la razón fundamen-
tal era intema al grupo mismo y se asentaba en una sorprendente combinación de fle-
xibilidad (que les permitió negociar con habilidad, realizar innovaciones culturales y
adoptar de sus invasores helTamientas y técnicas guerreras) y capacidad de conservar
los elementos de su cultura tradicional que resultaban más aptos para articular a tra-
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vés de ellos la defensa: movilidad, descentralización, solidaridad.
Es indudable que los mapuches fueron, además, buenos guerreros. Incluso sus
enemigos reconocieron sus capacidades al respecto, y honraron, como en La Arau-
cana de Alonso de Ercilla, la memoria de alguno de sus capitanes, como Caupoli-
cán. Paradójicamente, la fama de la obra literaria suplantó a la del pueblo que la ha-
bía inspirado, que hasta hace poco tiempo era más conocido por su denominación
castellana «araucano>> (nombre de la zona del río Ragco o Rauco, donde vivían al-
gunas de sus parcialidades) que por su autodenominación específica «mapuche>> que
significa literalmente: gente de la tierra'. Pero el valor solo no es suficiente para ex-
plicar el éxito de su defensa. Una organización social muy fluida, que permitía agru-
paciones defensivas pero que no se derrumbaba si los jefes caían prisioneros; movi-
lidad ligada a la adopción de la ganadería como base de su subsistencia; inteligente
adopción de los nuevos recursos que la presencia de los europeos ponía a su alcan-
ce, tales como caballos y herramientas de hierro; y un fuerte sentimiento de perte-
nencia y de la legitimidad de su lucha, fueron las armas principales que usaron en
el enfrentamiento.
Pero la defensa contra un proceso de colonización se da en muchos campos di-
ferentes del de la lucha armada. Es una manifestación de la voluntad de sobrevivir
que tiene un pueblo y como tal, pone a prueba la capacidad de innovación, tanto
como la capacidad de resistencia. Hay una corriente neo-romántica dentro de las
ciencias sociales, a la que Díaz Polanco denomina etno-populismo, que considera
que algunos pueblos indígenas han preservado a través de quinientos años de con-
tactos y enfrentamientos, los valores intactos (aunque ocultos) de sus culturas pri-
mitivas. Otra corriente de pensamiento, relacionada con los teóricos de la <<acultu-
ración» pone énfasis en los procesos de desintegración social, anomia y pérdida de
identidad que siguen a los procesos de conquista. En ambos casos se parte de un
concepto funcionalista y estático de la cultura, que no permite ver el cambio más
que como pérdida. Pero el aspecto del estudio de los pueblos indígenas de Améri-
ca que tiene más interés teórico, es precisamente que son buenos ejemplos de crea-
tividad social e innovación cultural. Aún en los casos en que parecen más acultu-
rados, como los Piro y los Campa de los Andes Centrales estudiados por Gow, su
adaptación a las nuevas circunstancias implica una compleja re-elaboración de sus
antiguos principios organizativos, y no la simple aceptación de las pautas impues-
tas por los blancos, ni la ciega reiteración de las fórmulas que alguna vez se mos-
traron válidas. Esta estrategia dinámica es más visible aún si estudiamos en un pue-
blo como el mapuche, que por haber mantenido su independencia hasta hace cien
años, nos permite conocer a través de múltiples informantes (viajeros, misioneros,
negociadores diplomáticos, comerciantes) su forma de vida previa a la derrota mi-
1 Mapu significa en lengua mapudungun «tierra>~ y che quiere decir «gente». Como se trata de una denomi~
nación genérica es más correcto utilizarla siempre en singular, pero en el texto sigo la costumbre de usarla en plural
cuando conviene.
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litar', y del cual hay buenas etnografías e historias de su manera de vivir actual.
Podernos entender entonces que la resistencia militar fue solamente una de las
formas en que se manifestó el deseo indígena de sobrevivir y que esta resistencia (en-
tendida corno continuidad del sentido de pertenencia a una unidad diferenciada) só-
lo cambió en sus maneras de manifestarse, desplazándose hacia las formas de orga-
nización social y cultural, forma de entender las relaciones con los demás y con el
cosmos, y el sistema de va! ores.
Un poco de historia
Los mapuches constituían, en el momento del primer contacto con los euro-
peos, una población calculada en un millón de habitantes, distribuida entre la zona
central de Chile (principalmente entre el río Bio-Bio y el Valdivia) y la zona cordi-
llerana, incluyendo su vertiente argentina. Sus grupos principales tomaban las deno-
minaciones de las características de las áreas que habitaban, por ej. <<ranculches»
(gente de los cañaverales), <<pehuenches» (gentes de los pinares de araucaria); y aún
en la actualidad los puntos cardinales sirven para denominar las parcialidades más
importantes: <<huiliches» (gente del sur), <<puelches» (gente del este), <<picunches»
(gente del no1te).
Probablemente su cultura había recibido aportes de distintos grupos migratorios,
ya que sobre una base autóctona antigua, cuyas evidencias arqueológicas se remon-
tan a 13.000 años en el yacimiento de Monte Verde en Chile (ver Dillehayl), se su-
perponen técnicas agrícolas, ritos y adornos de tipo guaraijÍ (cultivo de roza, chama-
mismo, tembetás ), términos pampeanos para designar armas y animales (ñandú, pu-
ma, boleadoras) y palabras y adornos quechua-aymaras (los numerales superiores a
cien, los tupus y las vinchas). Existe una considerable controversia entre los especia-
listas referente a la época y forma en que se produjeron los contactos o movimientos
de población que explican estos aportes. Hay incluso autores, como lmbelloni, que
apoyan la idea de contactos a través del Pacífico, para explicar la presencia en lazo-
na de piedras talladas en forma de clavas ornitomorfas. De cualquier forma que se
haya generado y enriquecido su cultura, resulta claro que a comienzos del siglo XVI
habían integrado todos esos elementos en una síntesis funcional. Como señala Ben-
goa (p. 25)
2 No quiere decir que hasta ese momento Sll cultura fuera estática; muy al contrario, be dedicado otro trabajo
(Juliano 1984) a mostrar los cambios en la concepción del espacio y en los referentes religiosos que acompañaron
distintas etapas del enfrentamiento.
3 También en la zona argentina los nuevos estudios arqueológicos dan cada vez dataciones más antiguas pa-
ra la primera ocupación. A los eswdios de Schobinger que dan una anligiledad de 10.000 años para el Noreste y la
Patagonia, se agregan los de Nora Fleigbenemer que remontan u 14.000 años los primeros vestigios de poblamiento
en la zona pampeana.
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«Se puede caracterizar la sociedad mapuche anterior a la llegada de los españoles, co-
mo una estructura armónica tanto en sus relaciones con la naturaleza como en sus re~
ladones internas.»
4 Los mapuches hechos prisioneros eran utilizados localmente como mano de obra servil en las encomiendas
o vendidos como esclavos en el Alto Perú.
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las poblaciones vecinas a los asentamientos españoles. El miedo a estas plagas y a
otras también desconocidas anteliormente: tuberculosis, gripe, sarampión, llevo a las
poblaciones en contacto a emigrar hacia el sur, donde a su vez fueron agentes de con-
tagio. Además, las enfennedades y los invasores humanos eran parte de un conjunto
que Crosby desclibe. Las ratas invadieron el territorio difundiendo pestes y atacando
los graneros (y niños y enfermos) mientras que los perros salvajizados se transfonna-
ban en una amenaza para los animales.
Los mapuches, muy cuidadosos de la limpieza, relacionaron estas catástrofes
con los invasores, a los que veían como seres extremadamente sucios y malignos, in-
capaces además de lealtad y de cumplir tratos. La denominación <<huincas» con la
que denominan a los europeos y sus descendientes, tiene todos esos significados (ver
Manquilef pp. 801 y siguientes)5. Esta imagen desvalorizada del enemigo se trans-
fonnó en un elemento de autoafirmación (y en esto se diferenciaron de otros pueblos
indígenas). Así, mientras mantuvieron su autonomía política no valoraron los ador-
nos ni la riqueza a la europea, ni escucharon las prédicas de los misioneros. Esta si-
tuación se reflejaba en las conductas cotidianas, por ejemplo, en un proceso celebra-
do en Patagones en 1862, el único testigo, un mapuche residente en el vecindario se
negó reiteradamente a jurar por los evangelios, de modo que el Juez de Paz debió so-
licitar autorización para tomarle juramento <<por sus propios dioses» (citado por Bus-
tos, González y Peronja). De este modo, pese al largo contacto entre las dos culturas
y al comercio establecido entre ellas, los mapuches realizaron cambios que no impli-
caban auto-desvalorización (hasta que fueron derrotados) y llegaron a fines del s.
XIX con nna ética comunitaria, apoyada en una cosmovisión específica y una estéti-
ca peculiar.
Como parte del proceso de redefinición de Jos contenidos culturales, los mapu-
ches adoptaron para su propio beneficio algunos de los elementos qne configuraban
su nuevo paisaje cultural. Esto se realizó desde temprano, luego que la población co-
menzó a recuperarse del primer impacto, que la había reducido a unos cientos de mi-
les. El caballo fne la más importante de estas nuevas adquisiciones y para utilizarlo,
desarrollaron desde el comienzo nuevas técnicas, diferentes de las de los españoles6,
de domesticación y empleo. Alcanzaron en esto una perfección que fne admirada por
todos los observadores. También reemplazaron su gandería de guanacos por ovejas y
vacas y sus cultivos de cereales: quinoa, madi y mango por el trigo, que resultaba
más productivo y que complementaba bien su producción tradicional de patatas, ca-
labaza, maíz, pimientos y frijoles.
5 La idea de los blancos como malignos y carentes de ética se encuentra en muchos pueblos indo-americanos.
Los trabajos reunidos por Ansion en el área quechua muestran abundante documentación al respecto.
6 La técnica europea de domar los animales consiste en la imposición de la fuerza, y forma parte de una in-
terpretación de la naturaleza como algo que debe ser dominado. Los mapuches partían del supuesto de la armonía
profunda con el medio y establecían una alianza con los animales, adiestrándolos mediante un trato cariñoso y con-
tinuado.
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Disponer de animales de tiro les posibilitó incorporar el arado, y el intercambio
con las poblaciones de origen europeo les suministró en abundancia las monedas de
plata que utilizaban para realizar sus adornos y los cuchillos y hachas de hierro, con
los que hicieron más efectivas sus armas.
También la estructura social sufrió modificaciones. El constante estado de gue-
rra hizo permanentes, y en algunos casos hereditarios, los cargos de jefes militares,
mientras que el comercio permitía cierta acumulación de recursos, que a su vez po-
sibilitaba una incipiente jerarquización interna7, con lo que esto implicaba de fuente
potencial de conflictos. ·
8 La conquista del Chaco, en la zona noreste de Argentina fue más tardía. Comenzó en 1884 y en 1912, el pre-
sidente Sáenz Peña anunció la ocupación completa de Chaco y Formosa, a raíz de la campaña de Vict01ica, el año
anterior. Pero aunque las campnilas militares terminan en esa fecha, las matanzas de indios por terratenientes parti-
culares continúan en las décadas siguientes como sucede en Napalpí en 1924 y el Zapallar en 1933 (ver Mil!er). En
Tterra del Fuego, desde la llegada de los primeros europeos en1880, hasta 1919, la población aborigen queda redu-
cida a un 8%, por la persecución que se desata sobre ella, desapareciendo finalmente en la década de los ochenta (ver
Chapman).
9 Las concesiones de tierTas a los indios fueron objeto de largas discusiones en el Senado, pues los legislado-
res tenían conciencia de que el asentamiento en colonias posibilitaba el mantenimiento de la identidad étnica de los
indígenas, y esto iba contra su objetivo de hacerlos desaparecer en tanto que pueblos (ver al respecto Lenton).
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de tutela, o fraccionar la tierra en pequeñas propiedades individuales. Han sido espe-
cialmente durante los períodos de dictaduras militares tanto en Argentina como en
Chile, en que se ha hecho mayores esfuerzos en <<normalizar>> la situación de las tie-
rras indias, transformándolas en mercancía de acceso libre e individual lO.
El proceso de pérdida de las tierras Juego de su asignación individual es muy evi-
dente en Chile, donde habita el grueso de la población mapuche (un millón de perso-
nas, es decir el 1O% de la población chilena). Allí, luego de un período de cierta me-
joría en la situación indígena, producido por el gobierno progresista de Unidad Po-
pular, la dictadura militar intentó nuevamente, por la Ley 2568, la subdivisión de la
tierra de las comunidades. Con la consecuencia, a corto plazo, del paso a manos de
los terr-atenientes de los contornos. Ante esta actualización de la siempre presente
amenaza de despojo, Jos mapuches optaron por crear organizaciones propias, que
aseguraran la continuidad de sus reclamaciones y que permitieran movilizar a los po-
bladores para resistir al saqueo. La más representativa de estas organizaciones, du-
rante más de diez años, ha sido ADMAPU. A diferencia de otras corrientes del mo-
vimiento indio, que rechazan toda asociación con criollos, los mapuches no han sido
contrarios a realizar alianzas coyunturales con partidos políticos progresistas (popu-
listas o de izquierdas) los que son vistos como aliados potenciales. Aún así, conside-
ran que la mejor manera de garantizar que sus reivindicaciones específicas sean to-
madas en cuenta, es desarrollando una organización política propia.
Este proceso no se ha dado de la misma manera en Argentina, donde habitan cer-
ca de 90.000 mapuches, entre las provincias de Neuquén, Río Negro, La Pampa,
Chubut y Buenos Aires. Allí, condicionados por su menor peso demográfico, encau-
san su militancia política a través de los partidos estataíes.
En cualquiera de los casos, parece claro que el pueblo mapuche, una vez más,
está resurgiendo de las catástrofes que se han abatido sobre él y opone al despojo de
la tierra y a las campañas de desintegración étnica llevadas adelante desde la escue-
la, el servicio militar obligatorio y las Iglesias reconocidas (protestantes y católica)
una conciencia vigorosa de su identidad y un esfuerzo creciente por mantener viva
su lengua y su cultura, lo que implica su religión propia y su específica forma de re-
lacionarse con la tierra. En los puntos siguientes, analizaré la utilización al respecto
de algunos rasgos de su cultura tradicional.
10 Esto responde a una tendencia general de los gobiernos que üsz:\ak llama burocrático-autoritmios, de ra-
cionalizar la economía imponiendo criterios uniformes, y a la dependencia de los gobiernos militares de los grupos
económicos de presión.
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Una sociedad equilibrada
11 En la actualidad, la religión tradicional convive conflictivamente con las religiones cristianas. Mientras que
los protestantes prohiben sus prácticas, la Iglesia Católica trata de hacedas complementarias. Sin embargo no son inM
frecuentes Jos casos en que comunidades pentecostalistas, mantienen también oficiantes tradicionales. En muchos ca~
sos, sin embargo, se ha roto la cadena de transmisión de los aprendizajes sagrados y las neófitas o neófitos aspiran~
tes a machi deben inventar técnicas de autoaprendizaje o realizar largos viajes para encontrar maestra adecuada.
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cuencia sus atributos con poder político y los designaron como <<príncipes>>. El ejem-
plo más conocido es el de los jefes Cafullcurá (piedra azul) y Namuncurá (pie de pie-
dra) en el siglo pasado, en la pampa argentina. Aún en la escala de poder militar, no
era imposible el acceso de las mujeres, y la historia recuerda el nombre de algunas
de ellas, como la comandante Janiqueo, en Chile, o Viviana que encabezó un levan-
tamiento en Argentina. Estos casos señalan que, si bien la sociedad tradicional pre-
veía diferentes vias de acceso al poder para hombres y mujeres, estas vías no estaban
cerradas en ningún caso para un miembro de cualquiera de los géneros que demos-
trara aptitudes especiales en el ámbito reservado al otro.
La estructura de poder, en la época en que eran independientes, incluía distintos
niveles. Cierto número de <<catanes» o <<rucas» (agrupaciones familiares que podian
comprender hasta ochenta personas) se agrupaba en un <<lov» o aldea; varias aldeas
integraban un <<cahuin» cuyo jefe era un <<lonco», ocho <<cahuin» formaban un <<le-
vo» o <<rehue» (altar o árbol sagrado) representado por un <<toqui» o <<U!men»; estos
a su vez se reunían en tribus o <<aillarehue>> que en caso de guerra se confederaban en
el <<huichanmapu» comandado por el <<apoulmam> o <<toqui» en jefe. Pero esta estruc-
tura sólo en apariencia era vertical. En realidad era muy fluida y los ámbitos de po-
der estaban constituidos (y esto sigue siendo así en la actualidad) por las asambleas
y las consultas privadas. Las primeras reúnen a todos los integrantes de cada aldea
(hombres, mujeres y niños) y cumplen funciones predominantemente informativas y
referentes a la relación con la sociedad externa. En ellas se organizan grupos de tra-
bajo y hablan todos, aunque preferentemente informan Jos <<Hueipin» (portavoces, li-
teralmente: dueños de la palabra) que son los que tienen mejores dotes oratorias, o
los que conocen mejor la cultura del Estado dominante. Entre los mapuches se apre-
cia mucho la capacidad de hacer un buen discurso y tradicionalmente han desarrolla-
do la elocuencia hasta el punto que la entonación y aún el léxico del discurso públi-
co, son específicos y diferentes del habla familiar. Todos los observadores externos
que han tenido la oportunidad de escuchar parlamentos mapuches, desde el siglo
XVII en adelante (Rosales, Febres, Falkner, Havestadt, Augusta, Moesbach) se han
mostrado impresionados por la riqueza expresiva, la fluidez y la musicalidad de sus
largos discursos.
Sin embargo, el verdadero poder pasa por las consultas privadas que se realizan
por grnpos familiares (con debates separados por sexo), en conversaciones informa-
les y por la opinión de los miembros con prestigio en el grupo: el <<lonco» y la <<ma-
chi». Estos no hablan normalmente en las asambleas, pero su parecer es tenido en
cuenta siempre. Todo el sistema político funciona en base al principio de respetar la
opinión de cada uno de los integrantes de la comunidad, y constituye un plan institu-
cionalizado para obtener acuerdos. El respeto por la autonomía de cada integrante del
grupo se extiende en círculos concéntricos que abarcan sucesivamente al individuo,
la familia y la comunidad.
311
Algunos autores han fijado su atención en este aspecto de la organización mapu-
che y señalan que son muy individualistas (Briones de Lamata, Olivera). Esto es cier-
to sólo en el sentido que cada persona tiene un peso propio en el todo, pero no impli-
ca falta de solidaridad. El sistema funciona mediante niveles de integración progre-
siva de las aspiraciones particulares en los intereses grupales.
Los niños
«Eran afectuosos con las criaturas, teniendo muy en cuenta sus aficiones o rasgos pro~
pios, a punto que alguna vez se ha juzgado que les fomentaban sus caprichos. Algo de
ello pudo haber pero... juzgaban que no debía reprenderse sistemáticamente a un niño
para no deprimir su ánimo y no privarlo del don de iniciativa que había de serle indis-
pensable en el transcurso de su existencia»
Si partimos del supuesto que la imagen que se hace una sociedad de las fuerzas
superiores, la extrae de su experiencia social (Durkheim), podemos entender que la
idea que tienen los mapuches de los dioses refleja la correlación de fuerzas internas.
Y aquí volvemos a encontrar la descentralización del poder, la participación de la na-
turaleza y el equilibrio entre géneros y por edades. La cosmovisión mapuche no se
apoya en la idea de un único dios, sino que dispone de un panteón en que cada ele-
mento de la naturaleza tiene sus protectores míticos. Así, hay «padres>> y «madres>>
312
de las aguas, de los animales, de las plantas y de las montañas, capaces de manifes-
tar su amistad o enfado con los humanos. Transcribo como ejemplo, lo que me ma-
nifestaban al respecto en una comunidad mapuche:
<<Elllenco (el agua) tiene siempre alguien que la gobierna, este suele ser un animal de
tierra: un toro, una vaca. Derecho hacia arriba, en la montcuia, hay una cascada al la-
do de una piedra en forma de toro. Esta es piedra sólo en apariencia. Si uno la golpea
con algo o trata de pasar, se enoja y levanta niebla o algo parecido, arroja agua para
fuera. En sus cercanías no permite pescadores. También los cerros tienen espíritus. Si
son habitados por muchas personas los cerros se amansan, como un animal arisco. Pues
ellos conocen a los que los frecuentan. Hay espíritus buenos y espíritus malos. El agua
buena no hace ruido, la mala, aunque sea chiquita, saca mucho ruido, avisa que hay que
evitarla.»
3!3
puede prestar, es un sistema de distribución de la fuerza de trabajo, que funciona en-
tre iguales. El «mingaco» en cambio es un sistema en que se acumula trabajo de la
comunidad y se paga con una fiesta. Aunque aparentemente la lógica de estas dos úl-
timas estrategias es la misma, en la práctica el «mingaco>> implica que el que lo con-
voca disponga previamente de recursos suficientes como para pagar un festín. Esto
hace que pueda ser solicitado sólo por los ricos del grupo, por lo que tiene menos po-
pularidad que el primer sistema.
El problema, cmcial para la supervivencia de todo grupo campesino, de la he-
rencia de la posesión de la tierra, también es solucionado en forma que facilita la re-
distribución en lugar de la concentración de los recursos. En principio, se parte del
supuesto que la tierra depende de la comunidad" y que las familias que las cultivan
tienen simplemente un derecho preferente de uso. Este derecho se transmite por he-
rencia a través de los cuatro abuelos y también por matrimonio. De esta manera se
crea una red difusa, en la que cada trozo de terreno puede ser reclamado por diver-
sos hombres y mujeres emparentados. Cuando no hay descendientes directos, esta
práctica obliga a plantearse el problema desde el punto de vista ético: ¿Quién nece-
sita más la tierra? ¿Quién tiene mayores posibilidades de cultivarla? ¿Quién vive más
cerca? Todos estos elementos serán tomados en cuenta por los posibles beneficiarios
antes de reclamar sus derechos, y serán evaluados por la comunidad, quién dará en
última instancia la aprobación para el traspaso, proceso que excluye la venta y la ce-
sión a extraños. Con gran frecuencia se queda con la tierra el hijo menor, que por
emigración de sus hermanos mayores, ha permanecido en el lugar, ayudando a sus
padres ancianos.
La herencia difusa actúa como eficaz redistribuidora de la población, atrayendo
hacia las comunidades menos densamente pobladas los excedentes de población de
las más saturadas, a través del mecanismo de reclamar derechos a la tierra por matri-
monio. Como señalan Bengoa y Valenzuela (p. 129):
<<En este sistema todos tienen poca tierra, pero a los mds pobres se les da la posibilidad
de tener "mucha poca tierra", esto es retazos en diversas partes de la comunidad o en
comunidades vecinas. Los datos son significativos, el 60% de los predios menores de
cinco hectáreas aumentan su cabida inicial, ya sea haciendo cumplir sus derechos he-
reditarios de tierras en otros lugares o rnediante la solicitud de medie rías. Por esta do-
ble vía se duplica la superficie disponible ... Entre los que disponen de más tierra este re-
curso resulta casi inexistente.»
12 Balazote y Radovich señalan que el sistema de reservas imperante en Argentina para las comunidades ma-
puches, implica la propiedad real de las tierras en manos del Estado o de la provincia, mientras que a la comunidad
indígena se le otorga el "usufructo vitalicio" que impone limitaciones a su disponibilidad. Así se encuentran en la
imposibilidad de vender o comprar lus tierras, obtener créditos sobre ellas, arrendadas, introducir animales ajenos
bajo el régimen de medierfas u obtener indemniz<tciones si son desalojados. En la actualidad la legislación permite
pasar la propiedad a los ocupantes, pero e! proceso es aún incipiente.
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Es evidente que un sistema semejante puede generar también conflictos, lo que
se materializa en ocasionales acusaciones de bmjería entre los que compiten, pero se
basa en sentimientos de responsabilidad colectiva, que un sistema de herencia menos
ambiguo habría ahogado, y que se manifiesta también en la distribución de otros re-
cursos. Así, por ejemplo, en 1985, cuando el gobierno de Alfonsín distribuyó entre
las comunidades mapuches de Argentina cierto número de ovejas para compensar las
que habían muerto en las grandes nevadas del invierno anterior, se discutió en la
asamblea de cada pueblo la forma de realizar la distribución. La propuesta de los pro-
pietarios comparativamente más fuertes, de distribuirlas de acuerdo a las pérdidas su-
fridas (lo que habría mantenido la desigualdad previa) fue rápidamente desechada y
se optó por repartir el mismo número de cabezas de ganado a cada familia. Pero a
continuación las familias, que por su escasez de miembros o de tierras, no podían en-
cargarse de las ovejas que les habían sido asignadas, renunciaron a ellas en beneficio
de la comunidad, sin pensar en venderlas o cederlas en mediería (sistemas ambos co-
nocidos y practicados por los mapuches con el ganado que consideran propio). Esto
es interesante de consignar, porque muestnl la persistencia de una práctica de reci-
procidad, en el seno mismo de los recursos en que se basan sus transacciones econó-
micas. El ganado es el principal elemento de venta al exterior de las comunidades Pe-
huenchesll, y la palabra misma con que designan al dinero, significa animales de
cría: «cullín>>. Incluso la misma expresión: «Ñielai cullín peñi>> con la que se expre-
sa la pobreza, puede traducirse indistintamente como: <<no hay animales» o <<no hay
dinerÓ».
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y la existencia de ceremonias de iniciación femeninas: <<Curenguequel>>, que implica-
ban su reconocimiento como miembros de pleno derecho del grupo, podemos deli-
near un cuadro en que el estatus femenino no era globalmente desfavorable. De he-
cho, podemos interpretar la poligamia como una estrategia económica para aumen-
tar la disponibilidad de la mano de obra femenina, en una sociedad en que la división
sexual del trabajo obligaba a la complementariedad.
La disminución del número de hombres producida por las bajas militares en el
largo enfrentamiento con los colonizadores, y la posibilidad complementaria de au-
mentar el número de mujeres incorporando cautivas blancas al grupo, produjo du-
rante el siglo pasado un desequilibrio entre el número de hombres y mujeres que
propició el desarrollo de la poliginia a niveles antes desconocidos. Por otra parte,
como sucede en todos los pueblos poligínicos, la consecuencia de aumentar el nú-
mero de esposas de unos pocos hombres, era dejar sin posibilidad de casarse a algu-
nos otros, lo que producía estratificación social entre los varones. Guinnard, en
1864, señalaba que pese a la disminución de hombres producida por las guerras, al-
gunos jóvenes guerreros se veían obligados a quedar solteros, lo que era considera-
do indecoroso. El repudio de la soltería masculina, acompañada del respeto a la sol-
tería femenina y la buena consideración social del embarazo en esas condiciones,
nos permiten entender que la poligamia no se apoyaba en la desvalorización de la
mujer, sino en un tipo particular de organización del trabajo. En la actualidad, en
que esta práctica está casi extinguida y en que las condiciones demográficas han
cambiado por emigración preferente femenina, dando a las comunidades un índice
de masculinidad bastante elevado ( 108,2 en el caso estudiado por Balazo te y Rado-
vich), se ha desarrollado un mecanismo sustitutorio para asegurar la presencia en ca-
da familia del número necesario de mujeres. Este mecanismo es la adopción de mu-
chachas emparentadas (sobrinas o primas) cuando es necesario ayudar a la mujer de
la casa en sus tareasl4 Hasta principios de siglo esta necesidad se cubría por lapo-
sibilidad de matrimonios múltiples, lo que además garantizaba la obtención de un
nuevo marido a las viudas y separadas, y evitaba que quedaran sin apoyo de traba-
jo masculino.
Algunos autores señalan que fue la adaptación militarista de la sociedad mapu-
che a las condiciones de resistencia a la invasión de su tierra lo que produjo el cam-
bio de la filiación matrilineal a la patrilineal, e incluso marcan una fecha para ese
cambio: 1860. Pero aunque este desplazamiento marcaba para las mujeres un retro-
ceso con respecto a la situación anterior, nunca fue acompañado por la valoración de
la virginidad femenina, ni por exigencias de perdurabilidad del matrimonio, especta-
tivas estas que en otras culturas cierran el círculo de la discriminación de las muje-
res. Divorcio y nuevo matrimonio siempre han estado al alcance de la mujer mapu-
14 Para un análisis más amplio de la función de la adopción entre las clases pobres de América Latina, ver el
trabajo de Ruth Cardoso.
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che, que puede acceder a puestos de prestigio en su comunidad, sea cual fuere su es-
tado civil.
Hay muchas maneras de acercarse al problema de los roles de género. Fernán-
dez y Hachen llegan a la conclusión de la equivalencia de valores entre los Toba, a
pmtir del análisis lingüístico. En el caso mapuche, me ha parecido más significativo
analizar la producción y circulación interna de las dos artesanías de mayor prestigio:
el trabajo textil y la platería.
El tejido es una actividad exclusivamente femenina. Las mujeres lavan e hilan la
lana de oveja (como antes lo hacían con la de vicuñas y guanacos) la tiñen con colo-
res obtenidos de distintas hierbas, o con tintes industriales y la tejen en telares verti-
cales. Las prendas más elaboradas son ponchos, cintos o fajas y mantas, que suelen
combinar complicados diseños con gran riqueza de colorido. Se tejen también man-
tas y ponchos sin dibujos, pero mientras estos últimos son utilizados para el vestido
de las mujeres y para el uso cotidiano del hogar, los primeros, es decir las prendas
adornadas y elaboradas, son de uso exclusivamente masculino. Así los ponchos de
«lonco>> tienen dibujos y coloridos especiales y los cintos y «trari-loncos>> (adornos
de cabeza) masculinos son los más elaborados. Es decir que las mujeres emplean su
tiempo, trabajo y sentido artístico en la confección de delicadas prendas que ellas no
utilizan. Son en la actualidad una fuente de ingresos importante como artesanías pa-
ra vender fuera de la comunidad, y constituyen tradicionalmente el ornamento más
preciado de los hombres.
En contrapartida las mujeres mapuches se adornan, cuando pueden, con obje-
tos de plata. La «trapelacucha» (pectoral de plata que simboliza la fuerza del vien-
to y del águila) «trari-loncos» de eslabones planos y medallas colgando, «quipus>>
(alfileres) de grandes cabezas circulares y enormes pendientes de forma trapezoi-
dal, constituyen la riqueza tradicional de las mujeres, su orgullo y su ornamento.
Pero el trabajo de plata es una artesanía masculina. Su tradición es antigua, y si
bien hay muchos autores que consideran que se incorporó después de la conquista,
con las monedas de plata que hacían circular los espaí'íoles y que servían de mate-
ria prima, es posible que se trate de una artesanía prehispánica, ya que Rosales se-
ñala que los araucanos pagaban tributo en plata a los Incas (marcando los lingotes
con un pecho femenino como símbolo). Además la originalidad de los diseños, mu-
cho más emparentados con la estética quechua que con la europea, y el hecho mis-
mo que trabajaran sólo plata metal relacionado en su mitología con la luna y otras
fuerzas favorables y no oro, ni bronce, hace pensar que esta práctica está profun-
damente arraigada en la cultura mapuche. En realidad, es posible que como conse-
cuencia de los desplazamientos territoriales producidos por la invasión española
primero y la presión chilena y argentina después, se hayan visto separados de sus
yacimientos de plata precolombinos, y que esto los haya obligado a utilizar en ex-
clusividad, materia prima obtenida por trueque. También es posible que aún antes
de su primer contacto con los europeos obtuvieran la plata por ese sistema, pero sea
como fuere, lo que resulta claro es que el objeto de esa actividad, a la que se dedi-
317
caban incluso los caciques (Mansilla) y que alcanzó gran apogeo entre los siglos
XVIII y XIX (Aldunate) era producir adornos para ser utilizados por las mujeres.
Es cierto que esta artesanía está en decadencia y que del lado argentino es muy di-
fícil encontrar plateros en la actualidad. Pero los objetos de plata mantienen su va-
lor simbólico. De este modo, los signos exteriores de prestigio de cada sexo y los
adornos utilizados para parecer más atractivos, dependen, en el seno de la comuni-
dad, de la actividad y el gusto del sexo contrario.
Estas prendas, tan preciadas que con frecuencia se entierra a un muerto con ellas,
no son objeto de comercio interno, sino que circulan como regalos, afianzando los
vínculos familiares y sociales. Así, cuando una niña se hace mujer, si bien no se rea-
liza ya la fiesta de iniciación femenina que describieron el siglo pasado Housse y Or-
bigny, recibe de su abuela, su padre, su novio y otros familiares y miembros de la co-
munidad, algunas de las piezas del preciado conjunto de platería, con que se adorna-
rá en fiestas y ceremonias religiosas.
Por su parte, cuando un hombre asciende a <<lonco», la comunidad suele encar-
gar a la más hábil tejedora de la zona, la confección del poncho que le servirá de dis-
tintivo. A cambio de su trabajo, ella recibirá como obsequio el «trari-lonco>> y la <<tra-
pela-cucha>> de plata. Pero como no todos los hombres son plateros, ni todas las mu-
jeres saben tejer con diseños, la circulación de estos recursos suele estar mediatiza-
da por pasos intermedios, en que el platero recibe un regalo de semillas o alimentos
por parte de la familia que quiere adquirir unos pendientes o una cadena de plata, que
a su vez regalará a una mujer. De la misma manera, las tejedoras reciben diversos re-
galos a cambio de las prendas que confeccionan.
Es necesario señalar que, tanto los tejidos con dibujos como los trabajos de pla-
ta, tienen una segunda función en la cultura mapuche. Pequeñas mantas ricamente
adornadas se utilizan en cada «ruCa>> para señalar el sitio de honor donde deben sen-
tarse los invitados. Un tronco de árbol, una cabeza de vaca, una piedra o una rústica
silla, se transforman, cubriéndoles con una de estas mantas, en un lugar de privile-
gio, de cierta forma en un trono, dentro del elaborado ritual mapuche de la cortesía y
la hospitalidad. En algunos hogares, esta misma función puede cumplirse con una
piel de animal especialmente hermosa, pero en general el adorno textil es el prefe-
rente.
En el caso de la platería la derivación es semejante, aunque el segundo uso po-
sible no se refiere a la habitación sino a los caballos. Luego de la introducción de es-
tos animales, en el siglo XVII, estos se transformaron en el bien más preciado para
los mapuches. El caballo no sólo era un auxiliar en la guerra y perrrútía movilidad y
eficiencia en el trabajo con el ganado, sino que se incorporó al sistema de creencias
de tal modo que el ataúd en forma de canoa, en que se esperaba que las almas de los
muertos navegaran hacia el poniente, fue reemplazado paulatinamente por la costum-
bre de enterrar al guerrero con su caballo, el que se encargaría de transportar el alma.
En este contexto, los animales son atendidos con cuidado y adornados con aderezos
de cuero, con aplicaciones de plata. Así como el orgullo de la mujer mapuche con-
318
siste en ofrecer a sus huéspedes el honor de sentarse sobre una hermosa manta, el de
los hombres está en lucir un caballo ricamente enjaezado en plata. El ganado es en-
tonces el eslabón que une ambos sistemas: vivo, es adornado con plata; muerto, cu-
bre funciones semejantes a las de la obra textil. Vivienda móvil, adornada por el hom-
bre, se transforma a su muerte en adorno de la vivienda estable, la «mea>> y elemen-
to alternativo de las manufacturas femeninas. La circulación de plata y textil se com-
plementa entonces asf:
'
adorno del caballo - - '
adorno doméstico
Partiendo de la premisa religiosa básica de los pueblos amerindios, que dice <<no
somos dueños de la naturaleza sino parte de ella», los mapuches han desarrollado una
cosmología panteísta en la que los fenómenos naturales (salida y puesta del sol, ci-
clo de las estaciones, tormentas) los elementos (agua, fuego, piedras) y los animales
y plantas, son vistos como partes significativas de un sistema de interrelaciones que
incluye también a las personas y sus actuaciones sociales. De esta forma se produce
una <<culturalización» de la naturaleza, pues se considera que ésta responde a las de-
mandas humanas y pmticipa de las crisis sociales, y una <<naturalización» de la cul-
tura, explicando los conflictos internos por referencia al medio.
Como ilustración de la primera situación, podemos citar los múltiples casos en
que los mapuches explican fenómenos naturales por circunstancias sociales. Así, me-
teoros tales como tormentas de lluvia y viento, suelen ser entendidos como conse-
cuencia de transgresiones a las normas sociales y al ritual. Por ejemplo, las tormen-
tas que se produjeron durante mi permanencia en una comunidad, me fueron expli-
cadas de la siguiente manera: la primera por haberse presentado gente extraña, lo que
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hizo que la montaña <<desconociera>> y respondiera con lluvia. La segunda, que se
produjo durante una asamblea de la comunidad en el transcurso de la cual se mani-
festaron tensiones entre los participantes, se explicaba por la acumulación de estas
tensiones, que se descargaron en aguacero, cesando cuando se disipó el conflicto in-
temo. La tercera, producida mientras visitábamos un antiguo cementerio indígena,
fue interpretada como la manifestación de la ira de los muertos, por haber sido inco-
modados sin realizar los correspondientes ritos propiciadores.
También se considera que el medio físico-natural responde solidariamente ante
la enfermedad y muerte de los miembros de la comunidad. De este modo, en cual-
quier relato sobre desgracias personales de este tipo, abundan más las informaciones
sobre el color que tomaba el cielo en cada momento, la forma de las nubes, los gri-
tos de los animales y la dirección del viento, que sobre los síntomas clínicos del en-
fermo.
Pero, como señalaba antes, esta respuesta constante de la naturaleza a los fenó-
menos del grupo, implica que ella misma está regida por leyes culturales. Así, el pu-
ma -el león americano, principal enemigo de los rebaños de la zona cordillerana-,
no es visto simplemente como un depredador que compite con los aborígenes por un
recurso preciado: las ovejas. El puma es visto como una fuerza natural poderosa y
ambigua, que puede dañar o ser «abuenado>> y que incluso puede incorporarse a la
red de parentesco, con obligaciones y derechos. Para lograr este objetivo los mapu-
ches recomiendan no hablar de él denominándolos simplemente <<mallé>> (puma) si-
no «futa mallé>> (gran puma) como tratamiento de respeto, o mejor aún <<futa piñen>>
(mi hijo mayor) o <<futa choquín» (mi sobrino). Dándole un tratamiento respetuoso y
familiar y hablando con él, se espera que el animal desista de su conducta depreda-
dora natural y pase a comportarse como está socialmente establecido, respetando la
vida y posesiones de sus parientes terminológicos. Los títulos que se le asignan tie-
nen además interés en dos aspectos: porque señalan la importancia del vínculo tío-
sobrino, característica de las sociedades matrilineales, lo que constituye un argumen-
to a favor de una tradición de este tipo entre los mapuches, y porque muestra la ex-
tremada confianza que deposita este pueblo en las mediaciones verbales como ámbi-
to de solución de conflictos. Al respecto no puedo dejar de citar el comentario que
me hizo el anciano «lonco» Ramón GuaJa:
«Si nuestms antepasados hubieran sabido hablar castellano, los uhuincas" no nos hu-
bieran quitado la tierra, no pudimos hacemos entender.»
320
también para transmitir inf01mación social. De acuerdo a esta lógica, cuando un mu-
chacho mapuche quiere manifestarle su amor a una joven, lo primero que le ofrece
es una canción creada por él. Pero en la canción no habla de sus sentimientos, co-
mo harían los occidentales en iguales circunstancias, sino que describe las señas na-
turales con que el medio se asocia a su estado de ánimo. Hablar de flores más her-
mosas que de costumbre, de amaneceres claros, de vegetación cuajada de rocío, es
hablar indirectamente de un amor que se manifiesta a través de lo que lo rodea, y en
el contexto cultural mapuche, ese mensaje no necesita ser más explícito. La mucha-
cha suele corresponder a esta primera manifestación amorosa entregando otro men-
saje obtenido del medio: una hoja de delicado diseño o una piedrecilla de forma o
color atractivos. En este intercambio de referencias queda implícito el mensaje amo-
roso.
Pero este es un ejemplo entre otros posibles. Toda la literatura mapuche, que
se transmite oralmente de generación en generación, se apoya fuertemente en la
metáfora de la naturaleza. Esto se ve en los mitos de origen representados a tra-
vés de la lucha de dos cerros (que eran a su vez dos serpientes) uno de los cuales,
el <<Kai-Kai» hacía crecer las aguas para ahogar a las personas, mientras que el
otro, el «Treng-Treng» crecía en altura para permitirles salvarse. También es no-
table en sus danzas, como la del «choiqne» (ñandú) en que los bailarines se carac-
terizan como este animal, y en el teatro autóctono, pleno de personajes zoomor-
fos. Todo el estilo expresivo se apoya en la idea de una continuidad entre la cul-
tura y el medio.
Quizá donde puede apreciarse mejor esta característica es en los «epeü» (relatos
cortos) que los entretienen durante las largas veladas de invierno, cua.'ldo la nieve im-
pide salir de la «ruca>> y la única luz disponible es la del fuego. Entonces puede no-
tarse que los cuentos que circulan son en su mayoría relatos sobre animales. Este ti-
po de historias también existen en otras literaturas, por ejemplo en las europeas, pe-
ro mientras en estas ocupan por su cantidad y calidad un puesto claramente margi-
nal, entre los mapuches este género constituye un tipo de relato preferente. Sus cuen-
tos no son historias realistas de constumbres de animales, ni tampoco pueden encua-
drarse entre las fábulas, pues carecen de moraleja. Son historias divettidas que cuen-
tan las desdichas y aventuras de algunos personajes bien caracterizados: el zorro po-
bre y tramposo, intentándolo todo y fracasando casi siempre; el armadillo fuerte y
sensato; las aves sabias y poderosas; las serpientes con poderes ocultos; el puma y el
caballo fuertes pero no muy listos, etcétera.
Aunque algunos relatos de este tipo (como los cuentos del zorro) tienen un ám-
bito de difusión que abarca diversas culturas indígenas, no dejan de ser representati-
vos de ciertos tipos sociales de la comunidad. Así, las desgracias del zorro pueden
verse como la representación irónica y tierna de las desventuras del muchacho pobre
(y lo son todos entre los mapuches) que sólo cuenta con su ingenio para sobrevivir
fuera del marco de su comunidad. En los casos de protagonismo humano en los
«epeü» (como en algunos recogidos por Lenz), se trata de relatos originarios de la
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tradición europea, que se han adaptado al contexto indígena. La adaptación suele
consistir en introducir algún tipo de protagonismo animal. También existen relatos
(documentados por Koessler y Guevara) en que el protagonismo corresponde a seres
intermedios entre personas y animales.
Conclusiones
15 La sensación de rechazo que sufren los jóvenes indígenas enfrentados con la sociedad global, suele mani~
festarse en tasas de suicidio anómalamente altas, y en episodios tan traumáticos como las solicitudes de cambios de
apellido para escapar a a la estigmatización.
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El temor de muchos científicos sociales actuales de caer en un etnicismo funcio-
nalista, hace que en los estudios se prioricen las necesidades y reivindicaciones eco-
nómicas y sociales y que se dejen casi completamente de lado los elementos que los
diferencian de otros sectores oprimidos (campesinos, obreros). Creo que en este ca-
so, como en otros, es prudente escuchar a los propios afectados y ver cómo plantean
sus reivindicaciones. Ellos están logrando un acuerdo bastante general sobre la con-
signa:
Para que sus reivindicaciones sean válidas (y para que nuestros discursos acadé-
micos sean respetables) no es necesario mimetizarlos en campesinos a la europea.
Escobar ha señalado la importancia política de esta opción:
«El reconocimiento de la diferencia puede ... apoyar la reivindicación que hacen los pue~
blos indígenas de su autodeterminación y su derecho a un territorio propio y a una vi-
da digna. Por un lado, la gestión del proyecto histórico de cada etnia requiere de un
imaginario definido y de una autoestima básica ... Por otro, los territorios simbólicos son
tan esenciales para los indígenas como losfiSicos; aquellos son expresión de éstos y és-
tos proyección de aquellos. Por eso, es difícil defender el ámbito propio de una comuni-
dad si no se garantiza su derecho a la diferencia; su posibilidad de vivir y pensar, de
creer y crear de manera propia» (p. 20)
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