Selección de Citas. La Conquista de América (Todorov, 1982)
Selección de Citas. La Conquista de América (Todorov, 1982)
Selección de Citas. La Conquista de América (Todorov, 1982)
Buenos Aires:
Siglo Veintiuno Editores, 2014
Epub disponible en https://telegra.ph/La-conquista-de-Am%C3%A9rica-03-18-21
SELECCIÓN DE CITAS
(...)
Sensibilizados como lo estamos a los males del colonialismo europeo, nos cuesta
trabajo entender por qué los indios no se sublevan de inmediato, cuando todavía es
tiempo, contra los españoles. Pero los conquistadores no hacen más que seguir los
pasos de los aztecas. Nos puede escandalizar el saber que los españoles sólo buscan
oro, esclavos y mujeres. «En lo que más se empleaban era en buscar una buena india o
haber algún despojo», escribe Bernal Díaz (142), y cuenta la anécdota siguiente:
después de la caída de México. «Guatemuz [Cuauhtémoc] y sus capitanes dijeron a
Cortés que muchos soldados y capitanes que andaban en los bergantines y de los que
andábamos en las calzadas batallando les habíamos tomado muchas hijas y mujeres de
principales; que le pedían por merced que se las hiciesen volver, y Cortés les respondió
que serían malas de haber de poder de quien las tenían, y que las buscasen y trajesen
ante él, y vería si eran cristianas o se querían volver a sus casas con sus padres y
maridos, y que luego se las mandaría dar». El resultado de la investigación no es
sorprendente: «Había muchas mujeres que no se querían ir con sus padres, ni madres,
ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondían, y
otras decían que no querían volver a idolatrar; y aun algunas de ellas estaban ya
preñadas, y de esta manera no llevaron sino tres, que Cortés expresamente mandó que
las diesen» (157).
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Pero es que los indios de las otras partes de México se quejaban exactamente de
lo mismo cuando relataban la maldad de los aztecas: «Todos aquellos pueblos […] dan
tantas quejas de Montezuna y de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenían, y las
mujeres e hijas, si eran hermosas, las forzaban delante de ellos y de sus maridos y se las
tomaban, y que les hacían trabajar como si fueran esclavos, que les hacían llevar en
canoas y por tierra madera de pinos, y piedra, y leña y maíz y otros muchos servicios»
(Bernal Díaz, 86)
El oro y las piedras preciosas, que hacen correr a los españoles, ya eran
retenidos como impuestos por los funcionarios de Moctezuma; no parece que se pueda
rechazar esta afirmación como un puro invento de los españoles, con miras a legitimar su
conquista, aún si algo hay de eso: demasiados testimonios concuerdan en el mismo
sentido. El Códice florentino representa a los jefes de las tribus vecinas que vienen a
quejarse con Cortés de la opresión ejercida por los mexicanos: «Motecuhzomatzin y los
mexicanos nos agobian mucho, nos tienen abrumados. Sobre las narices nos llega ya la
angustia y la congoja. Todo nos lo exige como un tributo» (XII, 26). Y Diego Durán,
dominico simpatizante al que se podría calificar de culturalmente mestizo, descubre el
parecido en el momento mismo en que culpa a los aztecas: «Donde […] había algún
descuido en proveerlos de lo necesario, [los mexicanos] robaban y saqueaban los
pueblos y desnudaban a cuantos en aquel pueblo topaban, aporreábanlos y quitábanles
cuanto tenían, deshonrándolos, destruíanles las sementeras: hacíanles mil injurias y
daños. Temblaba la tierra de ellos, cuando lo hacían de bien, cuando se habían bien con
ellos: tanto lo hacían de mal, cuando no lo hacían. Y así a ninguna parte llegaban que no
les diesen cuanto habían menester […] eran los más crueles y endemoniados que se
puede pensar, porque trataban a los vasallos que ellos debajo de su dominio tenían, peor
mucho que los españoles los trataron y tratan» (XII, 19). «Iban haciendo cuanto mal
podían. Como lo hacen ahora nuestros españoles, si no les van a la mano» (XII, 21).
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continuidad con el reino de Moctezuma. El virrey Mendoza volverá a utilizar los registros
fiscales del imperio azteca.
(...)
Pero Aguilar sólo habla la lengua de los mayas, que no es la de los aztecas. El segundo
personaje esencial en esa conquista de la información es una mujer, a quien los indios
llaman Malintzin y los españoles doña Marina, sin que sepamos cuál de esos dos nombres
es deformación del otro. La forma que se le da con más frecuencia es la de Malinche. Los
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españoles la reciben como regalo, en uno de los primeros encuentros. Su lengua materna
es el náhuatl, la lengua de los aztecas; pero ha sido vendida como esclava entre los mayas,
y también conoce su lengua. Así pues, hay al principio una cadena bastante larga: Cortés
habla con Aguilar, que traduce lo que dice a la Malinche, la cual a su vez habla con el
interlocutor azteca. Sus dotes para las lenguas son evidentes, y poco después aprende el
español, lo que la vuelve aún más útil. Podemos imaginar que siente cierto rencor frente a
su pueblo de origen, o frente a algunos de sus representantes; sea como fuere, elige
resueltamente el lado de los conquistadores. En efecto, no se conforma con traducir, es
evidente que también adopta los valores de los españoles, y contribuye con todas sus
fuerzas a la realización de sus objetivos. Por un lado, opera una especie de conversión
cultural, al interpretar para Cortés no sólo las palabras, sino también los comportamientos;
por el otro, sabe tomar la iniciativa cuando hace falta, y dirige a Moctezuma las palabras
apropiadas (especialmente en la escena de su arresto), sin que Cortés las haya
pronunciado antes.