Salvame de Mi - Mita Marco
Salvame de Mi - Mita Marco
Salvame de Mi - Mita Marco
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constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la
imaginación del autor o son utilizados ficticiamente.
Quédate con quien te cubra del frío,
te cobije del miedo y te cuide del mal;
y todo eso suceda en un abrazo.
El Principito
UNO
Emily ojeó su teléfono móvil por cuarta vez en diez minutos, para
asegurarse de que Dave no la había llamado desde la oficina de empleo.
Estaba desesperada y ya no sabía qué hacer, ni dónde buscar, para
conseguir un trabajo. Le daba igual que fuese el peor de toda Drogheda, que
tuviese que pasar el día rodeada de basura y que le pagasen una miseria.
Trabajaría en lo que fuese con tal de llevar algo de dinero a casa.
Antes de que pudiese guardar el teléfono en el bolsillo, notó un tirón en la
mano que la hizo trastabillar.
Se agarró como pudo a una señal de tráfico para no caer, y cerró los ojos
resoplando por el alivio. Al abrirlos de nuevo, fijó su mirada en los tres
perros a los que paseaba. Parecían como locos, ladrando, ya que habían visto
a un gato cruzar la calle.
Los acarició para que se calmasen y continuó con su paseo.
No le pagaban mucho, pero tampoco es que fuese un trabajo agotador,
simplemente los llevaba a dar una vuelta y se los devolvía a sus dueños.
Levantó la mirada hacia el cielo y le cayó una gota en la mejilla. Estaba
empezando a llover y no había traído su paraguas.
Apretó el paso y caminó de regreso para dejar a los perros en sus
respectivas casas, antes de que se calasen hasta los huesos. Lo último que
necesitaba era que sus dueños se enfadasen con ella por habérselos devuelto
mojados y se quedase sin cobrar.
Consiguió dejarlos a todos antes de que apretase la lluvia y se resguardó
en un portal, esperando a que amainase un poco antes de continuar con su
camino.
Cruzó Laurence Street y dejó atrás la iglesia de St. Peter para llegar hasta
el lugar donde había quedado con Dede, su mejor amiga.
Llevaban sin verse varios días. A diferencia de Emily, Dede trabajaba en
la carnicería de su padre, y en sus ratos libres ayudaba en la Red Cross,
repartiendo comida y ayudando a la gente con pocos recursos. De hecho, ella
era la encargada de llevarles los alimentos cada tres semanas a casa.
—¡Emily, aquí!
Su voz familiar le hizo alzar la mirada, buscándola.
La encontró apoyada en la fachada del restaurante Burks, sonriente, como
siempre, con su bonito pelo rojo recogido en una coleta y sus límpidos ojos
azules, amigables y expresivos, que siempre observaban con bondad. No era
demasiado alta, ni tampoco tenía un cuerpo curvilíneo que llamase la
atención especialmente, no obstante, era muy bonita, y su cara pecosa
llamaba la atención de quien se quedaba mirándola el tiempo suficiente.
Al llegar a su lado, se dieron un abrazo y rieron, felices de verse.
—Siento haber llegado tarde, me ha pillado la lluvia y no llevaba
paraguas.
—¿Tú sin paraguas? Qué raro. Pero si es lo primero que coges nada más
levantarte por las mañanas.
—Qué graciosa estás hoy, ¿no? —dijo dándole un pequeño empujón,
haciéndola reír.
—Graciosa y con buena memoria —añadió, metiéndose la mano en el
bolsillo y sacando una pequeña cajita de él.
Se la ofreció a Emily, la cual se llevó una mano a los labios.
—No me digas que te has acordado.
—¡Pues claro que sí, tonta! —Le dio otro abrazo—. Feliz cumpleaños.
Lo abrió. Dentro de la cajita había una fina pulsera de plata, con varias
circonitas que la rodeaban. Emily dio un par de saltos, de pura emoción, y se
la puso en la muñeca.
—¡Me encanta! ¡Es preciosa!
—Ojalá hubiese podido comprarte algo más, pero voy un poco justa de
dinero.
—No tenías que haber comprado nada —añadió Emily quitándole
importancia—. Ahora me siento mal. Yo no pude regalarte nada en tu
cumpleaños.
Dede la cogió de las manos y le sonrió.
—Ya me regalarás cuando encuentres un trabajo. Por eso no te preocupes.
—Pues ojalá sea pronto. —Se apoyó en la fachada, junto a su amiga, y
frunció los labios, con tristeza—. No hago más que buscar y buscar… y nada.
—Drogheda está muerta —respondió la otra, chasqueando la lengua—.
Todo el mundo se larga a Dublín. Creo que de nuestro curso del colegio, solo
quedamos nosotras.
—Y Dave —la corrigió Emily.
—Oh, sí… Dave. Pero él no cuenta. Trabaja para el Gobierno y le pagan
muy bien.
—Al menos él ha tenido suerte.
—Tiene estudios, Emily, nosotras no.
Ella bajó la vista al suelo y suspiró.
—Algún día lograré sacarme la carrera. Me licenciaré y seré una gran
trabajadora social.
Dede la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Estoy segura de ello. —La cogió de la mano y tiró de Emily, para entrar
al restaurante Burks—. Pero ahora, vayamos a comer algo.
Ella se soltó y no quiso entrar.
—¿Por qué no vamos a mi casa mejor?
—No, Em, hoy vamos a celebrar tu cumpleaños aquí.
—No puedo permitírmelo, ya lo sabes.
—Sí que puedes, porque yo te invito —insistió Dede.
—Tu economía tampoco está para que malgastes el dinero conmigo.
—Comer no es malgastar, siempre me lo dice mi padre. El dinero que nos
gastamos en comida, es el mejor invertido —debatió con gracia, tirando de
nuevo de la mano de Emily para que la siguiese al interior del restaurante.
Burks era un pequeño local donde servían toda clase de comida. Siempre
estaba lleno, y entre sus clientes podías encontrar tanto a trabajadores de
banco, como a barrenderos.
Su decoración no tenía nada de especial, ni tampoco sus menús, no
obstante, preparaban todo de forma tradicional y eso se notaba en cada
bocado.
Tomaron asiento alrededor de una pequeña mesa, en el centro del
restaurante, y el camarero les cogió nota.
El sonido de las risas de la gente, y la suave música que se escuchaba por
los altavoces de la televisión, era la banda sonora de Burks.
Emily miró a su alrededor y saludó con un movimiento de cabeza a unos
conocidos que comían en una mesa un poco más alejada. Sin embargo, su
atención regresó pronto hacia Dede, que la miró con una sonrisilla en los
labios.
—Bueno, ¿y qué se siente con veintiséis años?
—Lo mismo que con veinticinco, supongo —respondió Emily
encogiéndose de hombros—. Sigo igual de pobre.
—¿En serio no has podido encontrar nada de nada? ¿No te han ayudado
en la oficina de empleo?
—En todos los trabajos que hay disponibles, piden una titulación que yo
no tengo.
—¿Y qué tal por casa? —Se interesó—. ¿Cómo está Raphael?
—Mi padre, como siempre, empeñado en que me vaya a Dublín. Dice que
aquí no tengo futuro.
—En cierto modo, tiene razón.
—Pero no voy a dejarlo, Dede. Me pienso quedar con él. Ya sé que está
Karen, que quiere a mi padre y lo cuidaría igual o mejor que yo, pero ella
tiene dos niños a los que sacar adelante.
—La situación de su novia tampoco es para tirar cohetes —añadió la otra
—. El otro día no pudo pagar en la carnicería, y tuvimos que apuntarla en la
lista de morosos.
—¿Por qué es todo tan complicado? —preguntó Emily tapándose la cara
con las manos—. No hemos hecho nada malo para que nos pase esto a
nosotros.
—La vida a veces es así de cabrona —indicó Dede con un suspiro.
—Solo pido un trabajo, no creo que sea demasiado. Un miserable trabajo
para poder pagar las facturas y tener dinero con el que comprar comida. —Se
limpió una lágrima y sorbió por la nariz—. Estoy tan agobiada…
—Lo sé, cariño, y ojalá yo pudiese ayudarte.
—Tú ya haces bastante con la comida de la Red Cross.
—¿Qué me he perdido? —Al escuchar esa voz tan familiar, ambas alzaron
la cabeza y sonrieron a Dave, que se quitaba la chaqueta y se dejaba caer en
una silla vacía a su lado—. ¿No habrás soplado las velas sin mí?
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Emily riendo—. ¿Tú también te has
acordado de mi cumpleaños?
Él resopló y rodeó a Dede por los hombros.
—Ella me llamó para que me pasase por aquí un rato.
Dede lo empujó y se soltó de sus brazos, sin dejar de sonreír.
—Podías haber sido un poco más puntual.
—No me han dejado salir antes de la oficina de empleo.
—No importa, Dave, me alegro de que estés aquí —dijo Emily
agradecida.
—Pero no he podido comprarte ningún regalo.
—A mí eso me da igual. El mejor regalo que puedes darme es un trabajo.
Él hizo una mueca con los labios y negó con la cabeza.
—De momento, no va a poder ser, Em. —Al ver la cara triste de ella,
metió la mano en su bolsillo—. Aunque… he traído esto. —Sacó un muffin,
debidamente metido en una bolsa de plástico, y una vela.
Emily y Dede rieron por su ocurrencia y lo miraron mientras sacaba el
dulce de su envoltorio y clavaba la vela en él. Buscó un mechero en su
bolsillo y prendió la vela.
Se lo puso a Emily delante.
—Vamos, pide un deseo.
—No tenemos diez años, Dave —rio esta.
—¡Pide un deseo, tonta! ¿Y si se cumple? —la instó Dede.
Emily suspiró y cogió el muffin entre sus manos. Cerró los ojos y pensó en
algo.
—Deseo… un trabajo. —Se mordió el labio inferior—. ¡Y unos scones!
¡Me muero por comerme una docena de scones dulces!
—¡Em, los deseos no se dicen en voz alta! —exclamó Dave, poniendo los
ojos en blanco.
—¿Y qué clase de deseos son esos? —saltó Dede a su vez—. ¡Aspira más
alto, chica!
Emily rio y miró a sus amigos divertida.
—¡Bueno, vale, pues deseo ser millonaria! ¡Asquerosamente millonaria!
—¡Eso está mejor!
—¡Y otra vez lo has dicho en voz alta! —Rio Dave, mientras cogía el
muffin y lo partía en tres trozos, para que pudiesen compartirlo.
Isabella Myers llegó a casa a las nueve de la noche, después de pasar todo
el día en la empresa hidroeléctrica que dirigía desde que su marido murió,
tres años atrás.
Era una señora muy elegante, paciente y correcta.
Tenía el cabello corto, teñido de un exquisito rubio platino que realzaba el
color de su piel. A diferencia de sus amistades, en su cara podían verse los
signos de la edad, pues siempre estuvo en contra de intentar taparlos a base
de inyecciones. No obstante, seguía conservando su atractivo, y su cuerpo,
delgado y bonito, armonizaba con el resto de su apariencia.
Nada más poner un pie en casa, el llanto desesperado de un niño la
alarmó.
Cruzó el amplio recibidor, demasiado modernista para su gusto, y llegó a
la cocina, buscando a su nieto.
—¿Ann? ¿Por qué llora el niño? —preguntó en voz alta a la cuidadora de
Owen. El sonido amortiguado de una música atronadora llegó a sus oídos.
Giró sobre su cuerpo y salió de la cocina. El llanto de Owen era cada vez
más fuerte.
—¡Ann! ¿Se puede saber dónde estás?
Encontró a Owen sentado en su pequeña cuna, con la carita roja de tanto
llorar y lleno de mocos. Lo cogió en brazos y lo calmó.
Limpió al niño y le dio un beso en la mejilla.
Owen acababa de cumplir un año, y andaba a malas penas. Era un
pequeño bastante inquieto, risueño y guapo.
—¡Ann! ¿Dónde demonios te has metido? —llamó por tercera vez a la
niñera.
Con Owen en brazos, cruzó la casa y se dirigió hacia la estancia donde
sonaba la música.
Era estridente, estaba muy alta y no comprendía cómo Jack no se volvía
loco metido ahí dentro con ese ruido.
Abrió la puerta, sin llamar, y lo encontró sentado en una butaca, con los
ojos cerrados.
Aquella era una estancia grande, donde había estantes repletos de libros y
películas, una televisión enorme, que ocupaba casi toda la pared de enfrente,
y una mesa de billar. Aunque la sala estaba repleta de ojos de buey en el
techo, estaba casi en penumbra, ya que las cortinas también estaban cerradas.
Con el ruido de la música, Jack ni siquiera se había percatado de que
Isabella estaba allí. La mujer caminó hasta el aparato y lo apagó. El silencio
que reinó fue gratificante, sin embargo, él abrió los ojos de inmediato.
—¿Qué haces aquí y por qué has quitado la música? —preguntó con voz
fría.
—¿Cómo puedes vivir aquí dentro con ese escándalo, Jack? —Pulsó una
llave y varios ojos de buey dieron luz a la estancia.
Él apenas la miró. Giró la butaca y cogió el mando de la televisión.
Al ver que la ignoraba, Isabella caminó hacia él y se puso delante de la
tele.
—¿Puedes apartarte? —dijo más bien dando una orden.
—¿Hoy tampoco has ido a la destilería?
—¿Para qué?
—Es tu trabajo.
—Basta, no necesito a nadie que me controle.
Isabella suspiró y echó un vistazo a la apariencia de su hijo.
Vestía con ropa deportiva. Iba hecho un desastre. Despeinado, con el
cabello tan largo que apenas se le reconocía, y con aquella horrible barba que
le cubría las mejillas. Estaba quedándose en los huesos. Echaba mucho de
menos al Jack de siempre. Ese de ahí no era su hijo.
Owen hizo un gorgorito y Jack entrecerró los ojos, mirándolo mal.
Isabella le dio un beso al niño y se concentró de nuevo en su hijo.
—¿Dónde está Ann?
—¿Y yo qué sé?
—Cuando he llegado, Owen estaba llorando.
—Se habrá cansado del crío —respondió Jack con indiferencia.
—Quién sabe el tiempo que habrá pasado Owen solo, en su cuna, llorando
—se lamentó ella, acariciando la carita del niño—. Es un bebé, no puede estar
tanto tiempo sin vigilancia.
—Pues llévalo a los servicios sociales —gruñó él.
—Es tu hijo, Jack.
—¡Ese crío no es mío! —gritó, logrando que Owen se pusiese a llorar,
asustado.
—Sí lo es —insistió Isabella—. Es mi nieto, te guste o no.
Jack se levantó de la butaca y encaró a su madre, con odio en la cara.
—Pues quédatelo, te lo regalo.
—Jack… —Cerró los ojos, dolida por la actitud de él—. Nos tienes
preocupados.
—Dejadme en paz. No le he pedido a nadie que se preocupe por mí.
—Hoy me ha telefoneado Howard. Me ha dicho lo que quieres hacer.
—¿Quién coño es Howard para llamarte? ¡Es mi abogado, no tiene ningún
derecho a ir aireando mis cosas!
—Él también está preocupado por ti, por eso me lo ha dicho. —Isabella se
acercó a su hijo y apoyó una mano en su brazo—. ¿Qué pretendes conseguir
con esto? Necesito que me lo expliques, porque yo no lo entiendo. Todo lo
que te ha costado, todo el esfuerzo…
Él apretó la mandíbula y siseó, dándose la vuelta, saliendo de la
habitación y dejando a Isabella a solas, con el niño en brazos.
Al ver a Jack desaparecer, tomó asiento en la butaca donde había estado
sentado, y se tapó la boca con las manos. Abatida, se echó a llorar. No sabía
cómo llegar hasta su hijo, no sabía cómo ayudarle y, si no hacía nada pronto,
Jack acabaría haciéndose polvo él solo.
Isabella Myers entró en casa todo lo rápido que le permitieron sus piernas.
Acababa de recibir una llamada de la mujer que limpiaba en casa de Jack,
avisando de que la niñera de Owen tampoco había ido ese día a trabajar.
Nada más entrar por la puerta, fue hacia la habitación del pequeño y lo
cogió de la cuna. Al igual que el pasado día, su pequeña carita estaba roja por
el llanto.
Le dio un beso en el moflete y lo llevó a la cocina para prepararle un
biberón.
Mientras lo hacía, la música atronadora de Jack rompía el silencio de la
vivienda.
Ni siquiera pensó en ir a hablar con su hijo. ¿Para qué? Ya sabía cuál iba a
ser su respuesta, y no iba a gustarle.
Mientras se calentaba el agua para el biberón, marcó el número de
teléfono de la niñera, para pedirle explicaciones. Ann nunca se había
ausentado tanto tiempo, y menos sin avisar.
—¿Dígame?
—¿Ann? Soy Isabella Myers.
—Buenos días, señora Myers —la saludó con voz tirante.
—¿Se puede saber por qué has faltado dos días seguidos a tu puesto de
trabajo? No se te paga para que te quedes en tu casa. Has dejado a Owen
solo.
—Lo siento mucho por el niño, señora Myers, pero en mi vida voy a
volver a pisar esa casa.
Isabella frunció el ceño y, con el biberón en la mano, tomó a Owen en
brazos.
—¿Y puedo saber el motivo?
—Se me contrató para cuidar de un bebé. ¡No tengo por qué aguantar los
desplantes de su hijo!
—¿De… Jack?
—¡Sí, del mismo!
—Pero si Jack no se mueve de su sala, siempre está allí escuchando
música.
—¡Sale, claro que sale! ¡Y cuando lo hace, no hay persona que aguante su
humor de perros! ¿Qué clase de padre es para no querer ni ver a su hijo?
—Ann, sabes que Jack tiene problemas.
—¡Lo que le suceda no es de mi incumbencia, señora! ¡Se me contrató
para cuidar de Owen, y no para ejercer de psicóloga! Espero que tenga buena
suerte buscando a otra niñera, porque a mí no va a verme más en esa casa.
Ann colgó e Isabella se quedó con el teléfono en la mano, sin poder creer
lo que acababa de suceder.
Suspiró, cansada, y tomó asiento en una de las sillas de la cocina. Si todos
los problemas que tenía no eran bastante, ahora también tendría que
encargarse de buscar una nueva niñera para su nieto.
Raphael miraba el cheque, anonadado, mientras su hija se encontraba
sentada a su lado, en silencio.
Nada más salir de la casa de Jack Myers, Emily corrió para contarle a su
padre lo que le acababa de suceder. Y, como era de esperar, Raphael
reaccionó de la misma forma que lo hizo ella: quedándose tan impresionado
que ni las palabras le salían por los labios.
Emily aguardaba a que hablase, y lo hacía recordando los detalles de su
encuentro con Jack Myers. Rememoró lo insignificante que se sintió en
aquella casa, lo grandiosa que era en comparación con su pequeña vivienda
en aquel barrio obrero. Recordó los ojos serios de él, su aspecto desaliñado,
casi descuidado. Lo mucho que le temblaban las piernas.
Un movimiento a su derecha la hizo regresar de su ensoñación. Raphael
dejó el cheque sobre la mesa, casi con reverencia, y miró a su hija con los
ojos tan abiertos que, en otra situación, la hubiese hecho reír. No obstante,
comprendía esa reacción. ¿Cómo se comportaba la gente en esos casos?
—¿Entonces el señor Myers te dijo que podías quedártelo?
—Me dijo que no quería el dinero, que hiciese con él lo que creyese
conveniente.
—Pero, Emily… ¿qué persona hace eso? ¿Qué clase de empresario regala
su fortuna?
—No lo sé, papá, yo tampoco lo entiendo. —Cogió el cheque entre sus
dedos—. Lo único que tengo claro es que tenemos treinta y ocho millones en
la cuenta bancaria.
—Treinta y ocho millones que no son nuestros.
—Lo sé —añadió ella, fijando la mirada en sus pies—. Fui a su casa con
la idea de devolverle el dinero, pero no me lo permitió.
Raphael impulsó su silla de ruedas y dio varias vueltas por el salón,
pensativo, mientras Emily lo observaba callada. Había sido un año muy duro.
Un año de preocupaciones, de llantos, de agobios. Y ahora…
—Nos hace falta el dinero —habló él, de repente.
—Sí, nos hace mucha falta.
Sonrió a su hija y le acarició la mejilla, con amor.
—Pero no podemos quedárnoslo, Emily.
—Sería injusto —asintió ella, de acuerdo con su padre.
—No podría dormir por las noches sabiendo que estamos gastando el
dinero de otro hombre.
Ella se masajeó la frente y cerró los ojos, cansada.
—¿Y qué hago, papá? Ya he intentado devolvérselo. He ido hasta su casa
y no ha querido ni hablar del tema.
—Regresa y dáselo.
—No lo va a coger. Es posible que ni siquiera me abra la puerta. —
Frunció el ceño al recordar el aspecto del señor Myers—. Es un tío muy raro.
—Hay que intentarlo al menos, Emily —insistió Raphael cogiendo las
manos de su hija—. Si se empeña en ignorarte, lo quemaremos, pero no
vamos a aceptar el dinero de ese hombre.
Allí estaba otra vez, sentada en el mismo sofá, en aquella enorme estancia
y sintiéndose tan diminuta como el pasado día.
La música seguía sonando a todo volumen. Retumbaba por toda la
gigantesca casa, de forma atronadora. Y el llanto de aquel niño no cesaba ni
un momento.
Lo primero que se le pasó por la cabeza fue que aquella era una casa de
locos, y tras su regreso no podía estar más convencida de ello.
La señora que le abrió la puerta seguía mirándola con desaprobación,
como si fuese una pordiosera que estuviese allí para robarles los objetos de
valor. Estaba segura de que, cuando se marchase, se aseguraría de que no
faltaba nada en el salón en el que aguardaba a que el señor Myers volviese a
atenderla.
Sin embargo, lo único que quería Emily era acabar cuanto antes y largarse
de aquel lugar.
Al igual que ocurrió el pasado día, la música paró de repente, y la mujer
que la guio hacia el salón, apareció por la puerta para anunciarle que podía
pasar a la sala donde se encontraba el señor de la casa.
Antes de entrar, suspiró, cogiendo fuerzas. No le gustaban las miradas
desafiantes de aquel hombre, ni su forma de hablarle.
Cuando cruzó la puerta, encontró a Jack de pie, junto a la ventana.
De su boca salió el humo del cigarro que llevaba en la mano. Lo expulsó
lentamente, mientras observaba el enorme jardín que rodeaba la propiedad.
Al escuchar las pisadas de Emily, se dio la vuelta y la encaró con el
mismo semblante del pasado día, con esa expresión, mezcla de desdicha y
aburrimiento.
Llevaba el cabello recogido en una coleta, pero su barba seguía siendo un
desastre, al igual que su ropa. Incluso creyó ver una mancha en su camiseta.
Jack Myers no dijo nada, se limitó a observarla mientras apuraba su
cigarro y lo apagaba en un cenicero repleto de colillas.
—¿Qué haces otra vez en mi casa?
Emily dio un paso hacia él, ya que su voz había sonado tan débil que no
estuvo segura de si le había hablado.
—Buenos días, señor Myers.
—¿Qué haces en mi casa? —repitió en voz alta, con cansancio.
—He venido a devolverle el cheque.
Jack alzó una ceja y se la quedó mirando como si aquello le sorprendiese.
—¿Otra vez?
—No puedo aceptarlo.
—Ya te dije que hicieses con él lo que quisieses.
—¿Cómo voy a hacer eso si el dinero no me pertenece?
—¿Quieres que escriba tu nombre en los billetes para que estés conforme?
—preguntó con antipatía, resoplando.
Emily se puso recta, aguantándole la mirada.
—Puede hacer lo que le venga en gana. Es suyo. Si le hace ilusión escribir
mi nombre, adelante. —Sonrió con tirantez.
Jack dio un golpe a la pared que había justo a su lado y se acercó a ella
unos pasos, aunque guardando muy bien las distancias.
—Nunca imaginé que deshacerme del maldito dinero fuese tan difícil. Ya
veo que me equivoqué de persona. Debí de habérselo dado a cualquier
vagabundo.
Emily sacó el cheque, algo arrugado por habérselo guardado en los
pantalones.
—Aquí lo tiene.
—¡No voy a cogerlo! ¿Estás sorda?
—¡Es su dinero!
—¿Te das cuenta de la mierda de conversación que estamos teniendo? —
gritó, perdiendo la paciencia—. ¡Te estoy pidiendo que te lo quedes, que te lo
gastes, que hagas con él lo que te apetezca! ¡Te lo regalo, joder!
Emily suspiró y lo miró con los ojos entrecerrados, tan extrañada por el
comportamiento de Jack que no pudo ocultarlo.
—¿Qué problema tiene con el dinero? ¿Por qué está empeñado en
deshacerse de él?
—¡No es de tu incumbencia!
—¡Es de mi incumbencia desde el mismo momento en el que aparecen
treinta y ocho millones en mi cuenta bancaria, señor Myers!
—¿No quieres el dinero? ¡Quémalo, tíralo, gástatelo en ropa, haz con él lo
que todas las malditas mujeres hacéis!
—¿Por qué no lo quiere? —lo interrogó, intentando comprenderlo.
Hablándole con voz suave—. Es que no puedo entenderlo. Cualquier persona
mataría por tener su fortuna.
—¿Cualquier persona menos tú, Emily Bristol? —dijo alzando la cabeza,
escrutándola con atención.
—A mí también me gustaría.
—¡Maldita sea, pues lárgate de aquí y llévatelo contigo! —explotó.
—No es mío.
Jack apretó los labios, con unas ganas de zarandearla enormes.
Dio media vuelta y se sentó sobre su butaca. Desde allí contempló a la
mujer que tenía delante. Era hermosa, con el cabello castaño, sedoso y liso,
con un gracioso flequillo que descansaba sobre su frente. Nariz fina, labios
llenos y cuello largo y bonito. Sus ojos eran grandes, almendrados, de un
intenso color marrón, oscuros como el anochecer y con un punto inocente que
fascinaría a la mayoría de hombres. Sin embargo, la perfección de su cara se
veía alterada por las ojeras que oscurecían la piel bajo sus párpados.
De cuerpo esbelto, sin demasiadas curvas con las que seducir. Además, su
ropa había tenido días mejores, se notaba que era vieja, aunque ella la llevaba
con elegancia.
A Jack nunca le atrajeron las chicas como Emily, tan delicadas y con
apariencia frágil. En el pasado se rodeaba de mujeres seductoras, con
caracteres fuertes y de cuerpos libidinosos. Siempre tuvo predilección por las
rubias exuberantes, las que sabían cómo meterse en el bolsillo a cualquier
hombre con una sonrisa, con las que no tenía miedo de follar como un loco,
sin preocuparse por que fuesen demasiado delicadas como para aguantar toda
una noche con Jack zambullido entre sus piernas.
Emily Bristol era todo lo contrario de lo que siempre buscó en una mujer.
Sin embargo, fuese o no como las demás, a él le traía sin cuidado. Lo
único que buscaba en esos momentos era la soledad, regocijarse en su
desdicha, imaginar que su dolor terminaba llevándoselo con él.
Se pasó una mano por los ojos, cansado. Apoyó la cabeza sobre el
respaldo de su asiento y miró a Emily con fijeza, logrando ponerla nerviosa
de nuevo.
—Vete de aquí. Y no vuelvas con ese cheque a molestarme nunca más.
—Pero…
—¡Que te largues, maldita sea! —chilló desde su asiento, logrando que
Emily se sobresaltase.
Ella lo miró con enfado y apretó los labios, molesta por la forma tan
odiosa de ser de aquel hombre. Giró sobre sus talones y abandonó la sala en
la que Jack Myers permanecía encerrado noche y día.
Cuando estuvo fuera, se apoyó en la pared del pasillo, mirando hacia el
vacío.
La música volvió a sonar tan fuerte que incluso la puerta comenzó a
vibrar, y en el interior de la habitación, se escuchaban fuertes ruidos de
cristales al caer al suelo.
—¿Está mal de la cabeza o qué? —susurró Emily para sí, llevándose una
mano al pecho.
No obstante, el llanto del bebé logró hacerle olvidar a Jack y su mal
humor.
Esa pobre criatura no había dejado de hacerlo desde que llegó a la casa.
¿Es que nadie iba a prestarle atención?
Movida por un impulso, caminó por aquella enorme vivienda, intentando
encontrar la habitación donde estaba el niño. Aguzó el oído y giró hacia la
izquierda, hacia un ala repleta de puertas, en la que la luz llegaba al pasillo
desde una claraboya.
El llanto de la criatura se hizo más intenso y Emily llegó hasta él.
La habitación en cuestión, estaba decorada en un bonito tono azul pastel.
Los muebles, de madera gruesa, decorados con dibujos infantiles y el olor a
bebé le hizo inspirar con fuerza.
Cuando llegó a la cuna, un niño rubio con unos enormes ojos azules alzó
los brazos para que lo tomase, mientras hacía pucheros y lloriqueaba.
—Hola —lo saludó alargando los brazos para tomarlo—. ¿Qué te pasa?
¿Te han dejado solito mucho tiempo? ¿A ti también te ha echado el ogro de
su despacho y te ha prohibido volver? —le preguntó, refiriéndose a Jack.
Miró a su alrededor y cogió una toallita húmeda, con la que le limpió la
cara, llena de lágrimas y de mocos. Emily rio cuando vio que el niño le
sonreía y lo acunó un poco mientras le hacía carantoñas, provocando que el
bebé siguiese riendo.
Isabella llegó a casa todo lo rápido que le fue posible. Se había demorado
más de la cuenta en la hidroeléctrica y Owen estaría solo en casa más de
media hora, ya que la señora de la limpieza se marchaba a las doce.
Tenía muchas cosas que hacer en la empresa, sin embargo, no tener a
nadie que se ocupase de su nieto le hacía perder más tiempo del que disponía.
Todavía no había logrado encontrar a alguien de confianza para que lo
cuidase, y decirle a Jack que buscase él una niñera para su hijo, era como
pedirle peras a los olmos.
Dejó el abrigo en el armario de la entrada y escuchó la estridente música
de Jack, que lograba que los cristales de toda la casa retumbasen, sin
embargo, no se oía el llanto de Owen.
¿Quizás estaría durmiendo todavía?
Rezaba por que fuese así. Le dolía en el alma que aquella criatura llorase
al verse desatendido.
Corrió hacia su habitación, decidida a despertarlo y a llevarlo a la cocina
para darle su biberón. Mientras se acercaba, escuchaba a su nieto reír a
carcajadas, cosa que le extrañó. ¿Se reía solo? ¿Desde cuándo?
Al llegar al cuarto del bebé, tuvo que ahogar un grito al descubrir a una
mujer, a la que no conocía de nada, con su nieto en brazos.
Era joven, bonita y parecía que Owen se lo pasaba bien con ella, no
obstante, ¿qué estaba haciendo en casa? ¿Quién la había dejado pasar?
Porque dudaba mucho que Jack la hubiese escuchado con la música a todo
volumen.
Emily notó un movimiento por el rabillo del ojo y, al alzar la cabeza, se
encontró con una señora elegante, atractiva y que la miraba como a una
delincuente.
—¡Oh, Dios mío, qué susto! —exclamó, apretando al niño contra su
pecho.
—¿Quién eres tú, y qué haces en mi casa? —le preguntó Isabella, que
llegó hasta ella y le arrebató a Owen de los brazos.
—Lo… lo siento… —se disculpó de inmediato—, es que lo oí llorar y…
—¿Quién eres? —repitió perdiendo la paciencia—. Más vale que me
contestes o llamaré a la policía.
Emily agitó los brazos, para que se calmase. Lo último que necesitaba era
tener problemas con la policía.
—Soy Emily Bristol, vivo… vivo aquí en Drogheda.
—¿Cómo has entrado? —la interrogó, desconfiada, alejando a Owen de
aquella joven.
—Me abrió la mujer que limpia.
—¿Y qué has venido a buscar?
—Pues… —se metió la mano en el bolsillo y sacó el cheque—, vine a
devolverle al señor Myers esto.
Isabella miró el cheque desde la lejanía y frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Treinta y ocho millones de euros, señora.
La madre de Jack se quedó de piedra ante las palabras de aquella joven.
Parpadeó con mucha rapidez y alargó la mano para quitarle el cheque.
—¿De dónde has sacado todo este dinero? ¿Y por qué ibas a dárselo a
Jack?
—Está empeñado en que me lo quede.
—¿Eres alguna amante de mi hijo?
—¿Qué? ¡No, por Dios! ¡No lo conozco de nada!
—¿Por qué iba a darte mi hijo todo ese dinero si no te cono…? —No
obstante, Isabella se calló de inmediato, recordando la conversación que
había tenido con el abogado de Jack—. Se ha atrevido a hacerlo. ¡Howard me
avisó y no lo creí capaz! ¿Es que Jack ha perdido la cabeza?
La señora parecía en otro mundo, hablando sola, en voz baja, maldiciendo
sin parar, y Emily no supo qué hacer para que reaccionase. No entendía a esa
gente. Jack Myers regalaba su dinero, y su madre parecía ida.
—Bueno, pues yo me voy, señora Myers.
—¡No, no, espera! —exclamó poniéndose en medio de la puerta, para que
no pudiese pasar. Ojeó a Emily de arriba abajo y frunció el ceño—. ¿Dices
que has venido a devolverle el dinero?
—Ajá.
—¿Eres millonaria? ¿Eres otra empresaria amiga de Jack?
Ella rio ante la pregunta de Isabella.
—Ni soy empresaria, ni millonaria. De hecho, no tengo ni trabajo.
—Y si todo eso es verdad, ¿por qué le devuelves a mi hijo el cheque?
—Porque ese dinero no es mío. Porque no es ético, ni podría dormir bien
por las noches sabiendo que estoy derrochando lo que otra persona ha
conseguido con su sudor.
Isabella miró el cheque, anonadada, y después a Emily. Sonrió,
suavizando su expresión, y unas arruguitas se le marcaron en los ojos.
—¿Cómo has dicho que te llamabas?
—Emily. Emily Bristol.
—¿Y vives en Drogheda?
—En West Side, en el barrio que está cerca del hospital.
Owen comenzó a berrear y a gimotear en los brazos de su abuela.
Emily le sonrió y le hizo carantoñas, logrando que el pequeño estirase los
brazos para que lo tomase. Pidió permiso a Isabella, antes de coger al niño, y
el pequeño sonrió encantado.
—Eres un pequeño canalla —bromeó Emily, pellizcándole los mofletes.
Isabella contempló a su nieto y a esa joven, con atención. Su sonrisa se
agrandó, y se abanicó un poco con el cheque que Emily acababa de darle.
—¿Me habías dicho que no tenías trabajo, Emily?
Ella despegó los ojos del pequeño Owen.
—Llevo más de tres meses buscando, pero no tengo suerte.
—Quizás, yo pueda remediar eso.
—¿Cómo? Señora Myers, ¿cómo podría hacer eso? —la interrogó
quedándose sin respiración.
—Mi nieto necesita una niñera que se ocupe de él el tiempo que estoy
trabajando en la hidroeléctrica. —Sonrió satisfecha—. Iba a empezar a buscar
a alguien de confianza, que se llevase bien con el niño. Y por lo que veo,
Owen está encantado contigo.
Emily tragó saliva y asintió, nerviosa.
—Pero… me temo que no soy de su confianza, no me conoce.
—¿No lo eres? —Isabella se agarró la barbilla y sonrió abiertamente—.
Pues yo diría que, una persona que devuelve treinta y ocho millones de euros
a su legítimo dueño, sin tener por qué hacerlo, tiene toda mi confianza. —Al
ver que Emily temblaba, la madre de Jack inspiró, satisfecha—. ¿Qué me
dices, Emily? ¿Te interesaría trabajar para mí?
Eran las ocho de la tarde cuando Dede se quitó el chaleco de la Red Cross
y se despidió de sus compañeros. Había sido un día bastante tranquilo, tanto
en la organización, como en la carnicería, que estaba bastante despejada.
Aun así, estaba deseando llegar a casa, darse una ducha y ver alguna serie
que echasen por la televisión.
Era viernes, y la mayoría de sus amistades saldrían a tomarse algo por los
bares de Drogheda, sin embargo, ni tenía suficiente dinero como para
malgastarlo en alcohol, ni ganas de ir de local en local, apretujada con la
gente y recibiendo pisotones de diestro y siniestro.
Cuando salió a la calle, se puso la chaqueta y se cubrió el cuello con ella.
En primavera las temperaturas variaban bastante. Lo mismo hacía buen
tiempo que te morías de frío. Y para colmo, había empezado a chispear.
Caminó con rapidez, intentando mojarse lo menos posible, contando las
calles que le faltaban para llegar a casa, hasta que notó que alguien la cubría
con un paraguas.
Cuando alzó la cabeza, para agradecer el detalle, se encontró cara a cara
con Andrej, que le sonreía con amabilidad.
Se le secó la boca de repente y su corazón se aceleró al tenerlo tan cerca.
Dejó de caminar y recorrió, disimuladamente, al nieto de Senka, de arriba
abajo. Estaba tan guapo con esos pantalones deportivos y esa sudadera de
chico malo…
—¡Andrej! ¿Qué haces por aquí? Como no te des prisa vas a llegar calado
a casa, empieza a hacer aire.
—Lo mismo podría decirte a ti. Y no llevas paraguas.
—Yo salgo ahora de la Red Cross, y se me olvidó cogerlo.
—Menos mal que estoy aquí, entonces —añadió con una mirada graciosa.
—¿Has venido a salvarme de la lluvia? —le preguntó Dede sin dejar de
reír.
—No, estoy aquí para invitarte a ese café del que hablamos el otro día.
—Andrej, ya te dije que no gastases tu dinero conmigo.
—No me voy a arruinar más de lo que estoy por un café.
Dede se quedó callada unos segundos, mirándolo a los ojos. Esos ojos
azules tan sexis. Y finalmente asintió.
—Vale, acepto ese café, pero deja que lo pague yo.
Llegaron a la cafetería más cercana y tuvieron suerte de encontrar una
mesa vacía. Pidieron sendos cafés y tomaron asiento, uno frente al otro.
Tener a Andrej tan cerca la aceleraba. No recordaba haber salido con un
chico tan guapo nunca. El nieto de Senka tenía una mirada que enganchaba,
una sonrisa que te desarmaba y una simpatía desbordante. Era el típico chico
con el que todas las mujeres tenían fantasías eróticas.
Cuando el camarero les llevó los cafés, dieron un trago y se sonrieron,
ambos nerviosos.
—Mi abuela me ha insistido para que te diga que vengas a comer con
nosotros el domingo.
—Es muy amable, pero de verdad, no es necesario. Además, creo que
tengo turno en la Red Cross.
—¿Trabajas en ese sitio a diario? —Se interesó Andrej, clavando sus ojos
en ella.
—Trabajo en la carnicería de mi padre y voy a ayudar en la Red Cross
cada vez que puedo. Pero no es un trabajo, soy voluntaria.
—¿Eres de esas mujeres dispuestas a cambiar el mundo? —preguntó con
una sonrisilla traviesa.
—Lo intento, al menos —asintió sonriente—. Está en nuestras manos
ayudar al que más lo necesita. Y si puedo aportar mi granito de arena, lo voy
a hacer.
—Una chica solidaria.
—Sí, bueno, hago lo que puedo. —Le quitó importancia y apartó la vista,
ya que Andrej la miraba con tanta intensidad que le temblaban las piernas.
— Obožavam te —susurró él, misterioso.
—¿Qué? —Rio Dede—. ¿Qué idioma es ese? ¿De dónde venís Senka y
tú?
—Somos de Serbia.
—¿Lleváis mucho tiempo en Irlanda?
—Tres meses.
Ella alzó las cejas, asombrada.
—Hablas muy bien el inglés para llevar solo tres meses en el país.
—Mi abuelo era escocés. Aprendimos el idioma a base de escucharlo
hablar y hablar.
Rieron juntos y Dede bajó la mirada hacia su café, humedeciéndose los
labios.
—¿Están muy mal las cosas en tu país para que tuvieseis que venir aquí?
—No estábamos tan mal, pero me ofrecieron un trabajo aquí, y decidí
probar suerte. —Andrej frunció los labios—. Pero no salió bien. La empresa
cerró tres semanas después de que me contrataran. Y de eso hace ya más de
un mes.
—¿Llevas todo ese tiempo sin trabajo?
—Por desgracia. Pero… he encontrado algo que promete darme dinero. —
Él la miró con intensidad y sonrió—. Y cuando el negocio vaya hacia
adelante, podré invitarte a café a diario.
—¿A mí? —Rio ella, notando que los colores le subían a sus mejillas—.
No tienes que invitarme a nada, Andrej.
—¿Y si yo quiero hacerlo?
Se quedaron mirándose fijamente unos segundos, notando que una fuerte
energía pasaba entre los dos. Dede suspiró, nerviosa, y forzó una sonrisa,
porque todo su cuerpo estaba paralizado. ¿Qué le ocurría con él? Lo conocía
de apenas cuatro días y le faltaba ponerse a babear delante del nieto de Senka.
¿Dónde estaba Dede y quién era esa masa temblorosa que había en su
lugar?
—Bueno… yo… creo que ya me voy a ir —anunció, dejando la taza de
café sobre la mesa—. Todavía tengo que llegar a casa, ducharme y ayudar a
preparar la cena a mi madre.
—¿Te vas tan pronto? —Parecía contrariado.
—Sí.
—¿Puedo invitarte otro día? —Ella fue a hablar pero Andrej la cortó antes
—. Y no me digas otra vez que no malgaste mi dinero.
Dede rio y se encogió de hombros.
—¿Entonces qué quieres que te diga?
—Que sí, que nos vamos a ver de nuevo. —Alargó la mano y entrelazó
uno de sus dedos con otro de Dede. Le sonrió, logrando que su estómago
burbujease—. Y que vas a venir el domingo a comer a casa. Mi abuela se
pondrá muy contenta. Y yo también.
Los dos días siguientes pasaron con bastante calma para Emily. Iba a
trabajar a casa de Jack Myers y pasaba el tiempo con el pequeño Owen, tal y
como estipulaba en su contrato.
No hubo más encontronazos con él, de hecho, parecían evitarse el uno al
otro, cosa que ella agradecía. Odiaba ese nerviosismo que le producía ser el
blanco de su mirada, como también lo hacía la forma en la que tenía de
tratarla. Ese hombre era tan desagradable que a veces se preguntaba si en
realidad era humano.
Se pasaba el día solo, con la música a un volumen escandaloso la mayor
parte del tiempo. No salía de casa, no intentaba conversar con nadie, trataba a
su madre como si apenas existiese…
Todavía no comprendía cómo seguía aguantándolo Isabella. Si Emily
hubiese estado en su situación, hubiese cogido a Owen y se hubiera largado,
porque no le prestaba atención ni a su propio hijo.
El lunes al mediodía, mientras estaba en la cocina dándole la comida al
niño, Jack apareció por allí y se dirigió directamente al frigorífico.
No les saludó, ni tampoco se dignó a mirar al bebé, que alzaba las manos
y pedía la atención de Jack. El dueño de la casa se limitó a ojear lo que había
dentro de la nevera y a actuar como si no hubiese nadie con él.
Sin poder evitarlo, Emily giró la cabeza para mirarlo. Tenía curiosidad, no
podía negarlo. Nunca había conocido a una persona como él y se preguntaba
por qué era así de frío. ¿Siempre habría sido de esa forma?
Sus ojos bajaron desde su cabello, recogido en una coleta, como siempre,
por su cuello, o lo poco que se percibía de él debido a la barba, y bajó por su
torso, más delgado de la cuenta.
Notó algo extraño en su muñeca y se fijó más en ella. Tenía una cicatriz
en la cara interna de esta. Al prestarle más atención, abrió los ojos con el
corazón en la boca. No solo tenía una cicatriz. Su antebrazo estaba repleto de
pequeñas y alargadas cicatrices, más claras que el resto de su piel, de un tono
rosado. Parecían recientes.
Jack cogió un refresco y giró la cabeza antes de cerrar el frigo. Descubrió
a Emily mirándolo y entrecerró los ojos.
—¿Te parezco interesante?
Ella apartó la mirada de inmediato, notando que el calor subía a sus
mejillas, y negó con la cabeza rápidamente.
—No, señor Myers. —Metió otra cucharada en la boca de Owen y esperó
a que el pequeño se la tragase.
Jack se cruzó de brazos y ladeó la cabeza, contemplándola. Ese día, Emily
se había pintado los labios de un bonito tono frambuesa. Le quedaba bien, le
daba color a su rostro y le confería un aire angelical. Demasiado angelical
para Jack, que se enfadó consigo mismo por no poder dejar de mirarla.
Vestía con unos pantalones vaqueros bastante desgastados, y su jersey
granate había tenido días mejores.
—Ahora me está mirando usted a mí, señor Myers —comentó Emily,
encarándolo, aunque con ese raro nerviosismo todavía latente en su estómago
—. ¿Le parezco interesante?
Él sonrió con tirantez y alzó la cabeza, dispuesto a atacar.
—Estaba mirando esa ropa tan vieja que llevas.
—¿Tiene algún problema con ella?
—¿Tan mal estás de dinero que no tienes ni para vestir bien? —preguntó
con antipatía.
Emily apretó los labios y le limpió la boca a Owen.
—Lo mismo podría preguntarle a usted. —Enarcó las cejas—. ¿Necesita
que le preste un poco de mi sueldo para un corte de pelo y para espuma de
afeitar?
Jack gruñó.
—Cada vez me alegro más de que no aceptases mi dinero, Emily Bristol
—dijo con voz tensa, fulminándola con la mirada.
—En eso estamos de acuerdo. Prefiero tener que trabajar toda mi vida, de
sol a sol, a tener que estarle agradecida a un hombre que no tiene ni los
buenos modales de saludar cuando entra en una habitación.
SIETE
Dede cerró los ojos y se agarró a Andrej cuando este la besó en el sofá de
su casa.
Llevaban más de dos horas allí, después de que Dede terminase su turno
en la Red Cross. Andrej fue a por ella y cenaron en compañía de Senka, que
los había dejado a solas poco después de la cena y se había ido a su
habitación a dormir.
Ya a solas, habían puesto una película en la televisión, no obstante, no le
prestaron atención, ya que pasaron todo el tiempo besándose como locos y
tocándose hasta que alguno de los dos no podía aguantar las ganas.
Todavía no habían hecho el amor, y Dede lo estaba deseando.
Cada vez que Andrej la rozaba veía las estrellas, y estaba segura de que
cuando fundiesen sus cuerpos en uno, sería maravilloso.
Apretó todavía más los brazos alrededor de su cuello y lo instó a que la
besase con más brío, cosa que él no dudó en hacer. Estaban tan calientes que
cualquier ligero roce era como una explosión.
Intentaban ser lo más silenciosos posible, porque no querían despertar a
Senka, pero cada vez era más difícil no gemir en voz alta por las atenciones
del otro.
Dede abrió las piernas cuando notó una de las manos de él intentar abrirse
paso entre ellas. No le fue demasiado complicado, ya que llevaba un vestido
bastante suelto que le facilitaba la faena.
Abrió los ojos, enardecida, y lo miró con intensidad, mientras los dedos de
él apartaban sus braguitas y rozaban con cuidado su sexo.
—No sigas acariciándome o voy a querer que me hagas el amor —le
advirtió ella, contra sus labios.
—Podemos ir a mi habitación.
—¿No nos escuchará tu abuela?
—Es posible, joder —Andrej se mordió el labio inferior, pensativo, pero
estaba tan sexi que Dede tuvo que contenerse para no lanzarse de nuevo a sus
brazos.
—No quiero que Senka se lleve una mala imagen de mí.
—¿Mi abuela? Pero si está encantada contigo, no sabe hacer otra cosa que
hablar de ti, y de insistirme para que te invite a comer a casa. —Él rio—. Está
tan loca por ti como yo.
Dede se echó a reír y le lamió el labio inferior, con sensualidad.
—¿Estás loco por mí?
—No te imaginas cuánto.
Se besaron con una fuerza y un deseo indescriptible, mientras sus cuerpos
se balanceaban el uno contra el del otro, llevándolos a un estado de
excitación tan alto como nunca.
Dede juntó sus frentes y negó con la cabeza, intentando pensar con
claridad.
—Quizás debería irme a casa.
—¿Ahora? —Parecía contrariado.
—No podemos continuar, Andrej. No tenemos dónde hacerlo. El salón de
tu casa no es un buen lugar. —Ella le acarició la mejilla—. El próximo mes,
si me queda suficiente dinero en el banco, podemos pasar una noche en algún
hotelito que no sea demasiado caro.
Él la abrazó con fuerza, sin querer soltarla.
—No quiero que te vayas, Dede.
—¿Quieres que me vuelva loca? Si seguimos así voy a correrme con tu
mano, y no quiero que sea de esa forma la primera vez que lo hago contigo.
—Entonces, vamos a buscar un sitio para estar a solas, sin peligro de que
nos vean.
—No sé dónde —Rio ella—. Como no quieras ir al campo…
Él suspiró, sin dejar de mirarla. En sus ojos se podía apreciar todo lo que
sentía por Dede. A pesar de no conocerse más de dos semanas, ambos sentían
algo muy fuerte por el otro. Algo tan fuerte como nunca.
Después de pensar durante varios segundos, se le iluminó el rostro.
Besó con ansias a Dede y le sonrió abiertamente.
—Ya lo tengo. —Se levantó del sofá y la agarró de las manos para
ayudarle a hacerlo también—. Sígueme.
—¿Adónde vamos? —le preguntó riendo, tapándose la boca con las
manos, como si fuese una niña a punto de cometer una travesura.
Andrej la rodeó por la cintura y le devoró los labios a medio camino,
logrando que sus piernas temblasen por la intensidad. Le mordió el lóbulo de
la oreja y le susurró a continuación:
—Tengo un pequeño taller en el garaje. Y un coche que parece bastante
cómodo.
Dede rio y lo agarró por las mejillas para besarlo.
—Qué morbo. En un coche.
—Ojalá pudiese ser en otra parte, Dede. Tú mereces algo mucho mejor,
pero no puedo aguantar las ganas.
—Da igual donde sea, lo importante es que es contigo.
Andrej volvió a besarla y, al terminar, la cogió de la mano para guiarla al
garaje.
Antes de entrar, encendió una pequeña luz y aquel amplio espacio se
iluminó.
Era un lugar grande en el que había más de diez coches a medio
desguazar. La mayoría bastante nuevos, de marcas caras.
Dede enarcó las cejas y miró a Andrej, curiosa.
—¿Y todo esto?
—¿Te acuerdas de que te dije que estaba empezando con un negocio? —
Ella asintió—. Pues es esto. Desguazo coches y vendo las piezas.
Dede dio una vuelta alrededor de los vehículos, asomándose dentro y
asombrándose de que parecían recién sacados del concesionario.
—¿Por eso el primer día que te vi estabas lleno de grasa?
—Exacto.
—¿Y te va bien vendiendo piezas?
—Mejor de lo que esperaba —asintió.
Ella le sonrió y pasó una mano por la tapicería de cuero de un Mercedes
negro. Se sentó en él y cogió el volante, mirando a su alrededor, alucinando
con todas las comodidades que tenía el coche.
—No parece un coche roto como para desguazarlo. A simple vista, parece
recién comprado.
—No tiene mucho tiempo.
Dede asintió y continuó tocando botones del vehículo. Sin embargo, dejó
de hacerlo cuando se percató de unos cables sueltos bajo el volante, y que no
tenía las llaves metidas en el contacto.
—Andrej, ¿de dónde has sacado este coche?
—¿Por qué lo preguntas?
—Parece… parece que le hayan hecho un puente. Tiene todos los cables
sueltos. —Alzó la vista y se fijó en los demás coches, de gama tan alta como
en el que estaba sentada—. ¿De dónde has sacado el dinero para comprar
todo esto?
Él se apoyó en la puerta del Mercedes y se humedeció los labios.
—No los he comprado.
—¿Los has… robado?
—Sí.
Dede abrió la boca para contestar, no obstante, no pudo hacerlo. Estaba
tan asombrada que lo único que acertó a hacer fue levantarse del asiento y
salir del coche lo más rápido posible.
Se mesó el cabello y tragó saliva convulsivamente.
—¿Sabes que esto es un delito?
—Claro que lo sé —respondió, mirándola con ojos suplicantes.
—¿Y por qué los has hecho? Andrej, puedes meterte en un lío si te cogen.
—Solo es algo temporal, hasta que encuentre un trabajo. —Intentó cogerle
la mano a Dede, pero ella se apartó. Estaba tan impresionada por lo que había
descubierto que no sabía cómo reaccionar—. Dede, por favor…
—¿Qué haces con los coches? ¿A quién le vendes las piezas?
—Las mando a Serbia. Allí unos amigos se encargan de ponerlas a la
venta.
Ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza, incrédula. ¿De verdad era
Andrej capaz de hacer semejante barbaridad?
Notó que él la rodeaba por la cintura e intentó apartarse, sin embargo, él
no se lo permitió.
—Dede… No te alejes de mí por esto —le suplicó, mirándola a los ojos.
—Es que no está bien.
—Voy a deshacerme de ellos, te lo juro. Encontraré un trabajo y dejaré los
coches —le aseguró con vehemencia—. Pero de momento, mientras no tenga
ingresos, necesito hacerlo.
La besó tímidamente y ella respondió de la misma forma. Su cabeza no
dejaba de darle vueltas a lo que podría ocurrirle a Andrej si la policía lo
cogía.
—Pero y si…
—Shh… —La besó para que dejase de pensar—. Olvida los coches.
Quiero estar contigo y hacerte el amor. —Capturó sus labios con glotonería y
ella se agarró a sus brazos, porque las piernas le temblaron por la intensidad
del beso—. ¿Sigues queriendo hacerlo, Dede?
Ella asintió sin despegar los labios de los suyos, dejándose guiar hacia
otro de los vehículos, cayendo en el placer y disfrutando de él.
Al darse cuenta de que abría la puerta y la invitaba a entrar en los asientos
traseros, Dede se apartó un poco de él.
—Andrej… no quiero que sea en un coche robado.
—Este no es robado. Es mío —le susurró, mostrándole las llaves. Era un
Renault Scenic blanco, bastante amplio, antiguo, pero muy bien cuidado—.
Nunca se me hubiese ocurrido hacértelo en otro coche, Dede. Quiero tu
recuerdo aquí. Rememorar esto cada vez que mire hacia los asientos traseros,
ver tu cuerpo desnudo y tu rostro embargado por el gozo. —Ella sonrió
extasiada y se tumbó en el asiento, tirando de la camiseta de Andrej para que
se pusiese encima. Él juntó sus frentes y sonrió, mientras sus manos
acariciaban sus muslos—. Será inolvidable.
Emily limpió la boquita de Owen después de darle de comer. Era la una y
media de la tarde y había llegado la hora de que lo acunase para que durmiese
un poco, no obstante, cada vez le costaba más que conciliase el sueño. Era un
niño muy despierto y, ahora que sabía andar, tenía que ir tras él a todos lados.
Le gustaba verlo descubrir cosas, probar sabores nuevos, hacerlo reír a
carcajadas y que le sonriese de esa forma tan bonita cuando jugaban juntos.
Estaba cogiéndole mucho cariño y cada vez le dolía más verlo triste
cuando señalaba hacia el cuarto donde estaba su padre, y no podía llevarlo
con él. Debía hablar con Jack sobre Owen. Era su hijo, y el niño no merecía
aquella indiferencia por mucho daño que le hubiese hecho la madre.
Mientras lo acunaba entre sus brazos, rememoró lo ocurrido con Jack el
pasado día, en su sala, cuando jugó con ella al ajedrez.
Sonrió al acordarse de que, aunque al principio se hizo el duro, acabó
cediendo, charlando como si fuesen dos personas normales, como si su
depresión no existiese.
La verdad era que le gustaba que Jack Myers se interesase en su vida. Le
preguntó muchas cosas sobre ella y lo vio fruncir el ceño cuando no
contestaba lo que él imaginaba.
Emily se sintió bien. Fue mucho más agradable que la mayoría de veces
y… mucho más inquietante para ella misma, ya que ese nerviosismo que le
producía no hacía más que aumentar conforme pasaban los días. Su corazón
se aceleraba cuando estaba con él, aunque discutiesen, aunque la echase de su
lado.
Quizás fuese toda una locura aceptar que le atraía Jack Myers, a pesar de
todos sus problemas y su negativa a dejar que nadie se le acercase. Sin
embargo, Emily no era una persona cobarde, y no pensaba ignorar aquello
que sentía solo por miedo.
Y aunque le daba pavor saber que podía hacerse mucho daño, y que
posiblemente se lo haría, Jack poseía algo que la hacía querer seguir.
Cerró los ojos con fuerza y sonrió al pensar en ello, sintiéndose tonta.
Él la veía como a una cría, como a la chiquilla que cuidaba a su hijo,
aunque Emily se esforzase por convencerle de lo contrario.
Al mirar de nuevo a Owen, comprobó que se había quedado dormido, así
que lo dejó en su cuna y salió de su habitación, entrecerrando la puerta para
que ningún ruido pudiese molestarle, no obstante, y por raro que pareciese,
ese día Jack no había puesto la música. Se encontraba metido en la sala en
absoluto silencio, y le parecía muy raro.
Caminó por el pasillo y llegó al salón, desde donde la puerta de la
habitación en la que pasaba los días Jack, podía verse con claridad.
Intentó aguzar el oído para ver si escuchaba salir algún ruido del interior,
pero no lo consiguió. ¿Quizás estaría dormido?
La puerta de la casa se abrió y por el recibidor apareció Isabella. Emily se
extrañó al verla tan pronto en casa, pues la madre de Jack no solía llegar de la
hidroeléctrica antes de las cuatro.
Cuando se fijó más en ella, se llevó una mano a los labios. Tenía el rostro
demacrado, blanco como la leche, los ojos rojos e hinchados. Parecía que
había estado llorando.
—Buenas tardes, Isabella. Ha llegado pronto hoy.
La madre de Jack asintió sin fuerzas y apoyó una mano sobre su brazo.
—Emily, querida, ¿podrías quedarte hoy un par de horas más cuidando de
Owen? Necesito descansar.
—Claro, por supuesto. —Se humedeció los labios—. ¿Se… encuentra
bien?
—Ahora no puedo ni hablar —respondió con la voz temblorosa—.
Perdóname, me retiro a mi habitación.
—Desde luego —asintió de inmediato.
La vio desaparecer por el pasillo que llevaba a los dormitorios y se
preguntó qué le ocurriría. Isabella Myers era la mujer más fuerte y comedida
que ella hubiese conocido, y era muy raro verla de ese modo. De hecho, ese
día todo era raro en aquella casa. Desde las lágrimas de Isabella al silencio
absoluto de Jack.
Emily suspiró y fijó la vista en la puerta de la sala. Dio un par de pasos
hacia ella y apoyó la mano en el picaporte. Sonrió al imaginar a Jack cuando
la viese. ¿La dejaría pasar sin más o, por el contrario, intentaría echarla?
Pero apenas le dio tiempo a nada cuando escuchó un golpe sordo dentro
de la habitación. Dio un sobresalto y frunció el ceño, pensando en qué sería
aquello. ¿Qué había dentro que sonase así? ¿Habría arrojado algo al suelo?
Abrió la puerta, dispuesta a averiguarlo, y cuando entró, la semioscuridad
la obligó a forzar un poco la vista.
Jack no estaba en su butaca. De hecho, no estaba en ningún sitio.
Emily dio un par de pasos por allí hasta que un bulto en el suelo la hizo
quedarse helada.
Tumbado, boca abajo, estaba Jack, con los ojos cerrados, aparentemente
inconsciente.
—¡Jack! —Corrió hacia él y se arrodilló a su lado. Lo zarandeó un poco
para que reaccionase—. ¡Jack! ¿Estás bien? ¡Jack, soy Emily!
Ojeó todo a su alrededor y jadeó al darse cuenta del caos que había en el
suelo. Desde figuras rotas, pasando por libros desvencijados, hasta decenas
de píldoras esparcidas por el suelo.
Se llevó una mano al pecho al pensar en las pastillas. Zarandeó a Jack de
nuevo.
—¡Jack, por Dios, no me digas que has tomado pastillas! —Emily notó
cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas. No reaccionaba por más que
intentase que lo hiciera. Necesitaba ayuda, tenían que ayudar a Jack—.
¡Isabella! ¡Isabella, por favor, ayuda! ¡Isabella, es Jack!
Apenas tardó unos segundos en aparecer por la puerta. Seguía teniendo el
rostro demacrado, daba la sensación de que ella también se desvanecería de
un momento a otro.
Al ver a su hijo en el suelo, se llevó las manos a la boca y se arrodilló
junto a Emily.
—¿Qué ha pasado?
—¡No lo sé, lo encontré así y no responde! ¡Hay que llamar a una
ambulancia, señora! ¡Hay… hay pastillas por el suelo… parece que él…!
—¡Dios Santo, no! —exclamó Isabella horrorizada.
Emily metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y marcó el teléfono
del hospital con dedos temblorosos, sin dejar de llorar.
ONCE
Dede salió de la Red Cross casi a las diez de la noche. Se quitó el chaleco,
se soltó el cabello y se despidió de sus compañeros.
Nada más pisar la calle, tuvo que abrir el paraguas porque estaba
lloviendo, sin embargo, no fue eso lo que le hizo fruncir el ceño, sino una
persona que aguardaba apoyada en la fachada del edificio y que le resultaba
muy familiar.
—¿Emily? —Al fijarse mejor en ella, vio que tenía la piel de la cara
pálida y sus ojos brillaban por las lágrimas. Se acercó a ella y la abrazó, aun
sin saber qué era lo que la entristecía—. ¿Qué ha pasado?
—Jack.
—¿Qué le pasa? ¿Está bien?
—No lo sé, está en el hospital.
—¿Por qué?
—Lo encontré desvanecido en el suelo de su casa. —Le temblaron los
labios—. Había… pastillas a su alrededor.
Dede se pinzó el puente de la nariz y resopló, con los ojos cerrados con
mucha fuerza.
—Oye, Em… ¿tú crees que ha querido… suicidarse?
—Todo apunta a que sí.
Dede la abrazó, porque Emily parecía muy afectada por lo que había
ocurrido con Jack Myers.
—¿Por qué no vamos a alguna otra parte a hablar? Aquí nos vamos a calar
con la lluvia.
Caminaron en silencio hasta una cafetería cercana y tomaron asiento en el
interior de esta. Emily parecía abstraída, como si lo sucedido se hubiese
llevado su energía. Le cogió la mano, apretándosela para darle un poco de
fuerzas, y ella le sonrió, agradecida.
Todavía podía ver con claridad el cuerpo de Jack en el suelo, la
desesperación y el miedo que sintió cuando no reaccionó a sus llamadas. El
frío que se instaló en su pecho al darse cuenta de que había tranquilizantes
esparcidos por todas partes.
Tuvo que quedarse con Owen mientras Isabella lo acompañaba al hospital
en la ambulancia, y llamó mil veces para preguntarle por su estado, no
obstante, Isabella tenía apagado el teléfono y no pudo hablar con ella.
A las ocho de la tarde, y todavía sin noticias, llegó a la casa la hermana de
Isabella, para quedarse con el niño y que ella pudiese marcharse a casa.
Martha, que así se llamaba, tampoco había podido averiguar mucho sobre la
salud de su sobrino, pero sabía que los médicos habían asegurado que se
pondría bien.
Regresó caminando, con un nudo en el estómago debido a la ansiedad. Y
no quiso volver a casa todavía. Necesitaba llorar con alguien, y no quería que
Raphael se preocupase por ella. Así que fue a buscar a Dede.
—Emily, tienes que tranquilizarte, seguro que Jack Myers sale de esta.
—Saldrá —aseguró, convencida, y se retorció las manos, intranquila,
notando cómo los ojos se le volvían a humedecer—. Dede, creo que voy a
dejar el trabajo.
—¿Por lo que ha pasado hoy?
—Sí. —Se tapó la cara con las manos y jadeó—. Pensé que podría
hacerlo, que conseguiría que Jack se pusiese mejor. ¡Puse todo mi empeño!
—Estoy segura de que lo hiciste, Em. —La tranquilizó—. Sin embargo,
hay cosas que no podemos controlar, por más que nos gustaría.
—No puedo trabajar para un suicida. —Agitó la cabeza dando énfasis a
sus palabras—. No puedo, Dede. No soportaría verlo otra vez inconsciente.
No quiero ni imaginar lo que se le habrá pasado por la cabeza para hacer lo
que ha hecho.
—¿Estás segura de que quieres dejarlo?
—Me parece que sí. —Miró a su amiga a los ojos—. No quiero ver cómo
Jack se hunde, y no poder hacer nada para ayudarlo. —Emily apoyó la cara
en una de sus manos—. No puedo hacerlo porque yo también lo pasaría mal.
Él… me gusta, Dede.
Su amiga abrió los ojos tanto que daba la sensación de que se le saldrían
de las cuencas.
—¿Te gusta Jack Myers? ¡Emily, pero si ni siquiera deja que se le
acerquen!
—Ya lo sé. Ni yo misma comprendo por qué siento esto, pero me atrae. Y
no quiero pasarlo mal.
—Te comprendo, yo haría lo mismo.
—Mañana, a primera hora, les enviaré mi carta de dimisión. —Sonrió con
tristeza y se limpió una lágrima—. Voy a echar de menos a Owen.
—Quizás puedas visitarlo de vez en cuando.
—Dudo mucho que regrese a esa casa.
Su amiga asintió y le sonrió, dándole un pequeño apretón en el hombro.
—Pues, ya está. Se acabó trabajar para los Myers. Ahora a buscar trabajo.
—Dave va a temblar cuando se entere —comentó ella con una sonrisa
triste—. Me va a tener otra vez en la oficina de empleo a diario.
—Qué exagerada, verás que no es para tanto. Encontrarás algo.
—Eso espero. —Emily cogió su café y le dio un sorbo, pensativa. Cerró
los ojos y en su mente apareció la imagen de Jack en el suelo. Los abrió de
inmediato—. Dede, háblame de algo. Cuéntame cualquier cosa. Necesito no
pensar más.
—Vale, pues… —se mordió el labio inferior—, me he acostado con
Andrej.
—No, ¿en serio? —Emily abrió la boca y rio, prestándole más atención.
—Hace dos días, en su casa.
—¿Pero no vivía con su abuela?
—Lo hicimos en su garaje, dentro de su coche. —Puso ojos soñadores al
recordarlo.
Emily se obligó a sonreír, contenta por su amiga. Al menos, una de las dos
estaba viviendo una etapa feliz, y Dede se lo merecía.
—¿Y cómo fue? ¿Te gustó?
—Oh… fue tan bonito… Andrej es tan tierno y tan apasionado al mismo
tiempo…
—¿Entonces cumplió con tus expectativas?
—¡Las sobrepasó! Ese hombre es una bomba. —Dede se mordió el labio
inferior—. Y me hace sentir muy especial cuando estamos juntos. Actúa
como si yo fuese la única mujer para él, como si aparte de mí no importase
nada.
—Eso es precioso.
—Lo es, pero… hubo algo que empañó aquel momento tan especial.
Emily frunció el ceño y se acercó un poco más a ella, porque Dede había
cambiado ligeramente su expresión.
—¿Qué ocurrió?
—Andrej vende piezas de coches robados.
—¡Eso no está bien!
—No, no lo está. Es ilegal y puede meterse en problemas si lo pillan.
—¿Y él qué dice al respecto?
—Que lo va a dejar en cuanto encuentre un trabajo, que solo lo hace para
sobrevivir, para sacar algo de dinero.
—¿Y tú confías en él?
Dede se quedó callada, pensando con seriedad en la pregunta de Emily.
¿Confiaba en Andrej?
—Lo hago —asintió con una débil sonrisa—. Creo que lo que dice es
verdad. Se deshará de ellos.
Tal y como le dijo a Dede, al día siguiente redactó una carta de dimisión y
la llevó a la casa de los Myers. No obstante, como allí solo estaba Martha, la
hermana de Isabella, que seguía ocupándose de Owen, se la entregó a ella.
Hubiese hablado personalmente con la madre de Jack, pero no sabía en
qué hospital estaba ingresado, y tampoco tenía ánimos para buscarlos de
centro en centro. Así que prefería dejar las cosas de esa forma y no
despedirse de ellos personalmente.
Sabía que, debido a su marcha, posiblemente no cobrase el sueldo de esa
última semana, pero en esos momentos, aquello carecía de importancia para
ella. Necesitaba coger distancia y obligar a su cabeza a que dejase de
acordarse de Jack tirado en el suelo.
Ese primer día lo pasó en casa, con Raphael.
Su padre, aunque en un principio se mostró un poco contrariado, acabó
apoyando a su hija, y comprendió sus motivos para no volver a la casa del
dueño de las Destilerías Myers. Emily era una chica valiente que no se dejaba
amedrentar por cualquier cosa, y si su hija no podía sobrellevar esa situación,
debía de ser insostenible.
Además, parecía confusa y triste, como si todavía no asimilase lo que Jack
había intentado hacer.
El segundo día, amaneció con un poco más de ánimo.
Se levantó temprano, desayunó junto a Raphael, y salió de casa para ir a la
oficina de empleo, donde Dave la recibió con una sonrisa, le palmeó la
espalda, y le aseguró que seguiría buscando un trabajo para ella.
Aparte de eso, no hizo mucho más que sentarse en el sofá con su padre a
ver la televisión y charlar con él y con Karen, que se escapaba cada noche
para pasar un rato con Raphael.
La tarde del cuarto día en casa, Dede fue a verla y se quedó con ella hasta
que se hizo la hora de que Andrej la recogiese. Su amiga estaba cada día más
ilusionada con aquel chico, y se alegraba mucho por ella. Había tenido la
oportunidad de conocerlo y le pareció muy amable y guapo, tal y como le
dijo Dede. Hacían una pareja preciosa.
Ya a solas, cuando el reloj marcó las ocho de la tarde, se metió en la
cocina para hacer la cena. No tenía demasiada hambre, pero aun así cocinó
para que Raphael comiese sano. Si dejaba a su padre cocinar por la noche, lo
más probable era que hiciese algo frito y con mucho aceite, que no le llevase
demasiado tiempo.
Cuando estaba a punto de acabar, bajó la potencia y tapó la cazuela, para
que se terminase de cocinar el caldo a fuego lento.
Escuchó el sonido del timbre de casa y vio a su padre ir a abrir,
impulsándose con la silla de ruedas. Debía de ser Karen, que habría podido
dormir a sus hijos antes de tiempo, dejándolos al cuidado de su abuela.
Sin embargo, su padre no regresó al salón junto a su novia, por lo que
Emily entrecerró los ojos, extrañada. Si no era Karen… ¿quién había venido
a esas horas a casa?
—¡Emily! —La voz de Raphael la llamaba desde la puerta—. ¿Puedes
salir? Preguntan por ti.
—¡Ya voy!
Se quitó el delantal y lo colgó tras la puerta de la cocina. Apagó del todo
el fuego, para asegurarse de que no se quemaba la cena, y se dirigió hacia la
entrada, cruzándose con Raphael por el camino.
—¿Quién es? —le susurró, deteniéndose a su lado.
—No lo conozco —respondió su padre, encogiéndose de hombros.
—¿No le has preguntado su nombre?
—Pues no. —Sonrió—. Pero, tranquila, no tiene pinta de asesino, ni de
ladrón.
Ella le dio una palmada en el brazo, riendo, y recorrió los escasos tres
metros que la separaban de la puerta de entrada.
Cuando vio al hombre que esperaba apoyado en el marco, tuvo que
entrecerrar los ojos, porque no lo reconoció.
—Hola, buenas noches —lo saludó—. Me ha dicho mi padre que me
buscab…
No obstante, tuvo que dejar de hablar porque algo en él le resultaba
familiar.
Cabello castaño oscuro, ojos color miel, profundos y serios, nariz recta,
labios carnosos…
—¿Jack? —Abrió mucho los ojos, sin poder creer lo que veía—. ¿Eres tú?
—Hola, Emily.
Ella se llevó una mano a los labios al fijarse mejor en él.
Iba vestido con una camiseta clara, que le quedaba bastante bien, unos
pantalones vaqueros desgastados por las rodillas, y unas botas.
Se había cortado el cabello y la barba, por lo que se podían apreciar sus
facciones cuadradas y seductoras, y el hoyuelo en el mentón, que le daba un
aspecto orgulloso.
Emily tragó saliva al sentir los ojos de Jack sobre ella. Ese nerviosismo en
el estómago volvió a recorrerla, tal y como le sucedía siempre que lo tenía
delante. Sin embargo, esa vez fue todavía más potente.
Jack estaba tan guapo…
Todavía le faltaba coger bastante peso, sin embargo, el cambio en él había
sido brutal.
Ella se apoyó en el alféizar y se obligó a dejar de mirarlo con la boca
abierta, y a respirar con normalidad, porque jadeaba.
—¿Qué… qué haces aquí? —le preguntó, al recuperar el habla—. Pensaba
que todavía estarías en el hospital.
—Salí hace dos días. —La contempló con detenimiento, disfrutando de lo
bonita que estaba con ese sonrojo en las mejillas—. ¿Podemos hablar en un
lugar más tranquilo, por favor?
—Oh… claro. —Señaló hacia la calle, donde a pocos metros había un
banco vacío—. ¿Nos sentamos allí?
Caminaron en silencio hasta que llegaron al banco en cuestión. Desde allí
no se veía un paisaje bonito, ni especial, pues en su barrio no había parques
en los que los niños pudiesen salir a jugar. Tenía vistas a la carretera, por la
cual pasaban vehículos de vez en cuando.
Jack tomó asiento en él y Emily también lo hizo, pero guardando las
distancias. Estaba tan nerviosa como nunca.
Al volver a mirarlo, sonrió ladeando la cabeza.
—Me has dejado sin habla, Jack. Menudo cambio.
Él sonrió y se le formaron dos nuevos hoyuelos a cada lado de las
mejillas, dejando a Emily embobada.
—Recuerdo que cierta persona me dijo que no podría sentirme bien si mi
aspecto no estaba bien.
—Y yo recuerdo que alguien me dijo que era lo más frívolo que había
escuchado nunca —respondió ella, sin dejar de sonreír.
Jack clavó sus ojos sobre los de Emily, con intensidad, y se quedó callado,
poniéndola más nerviosa todavía.
—Quiero que vuelvas a trabajar en casa —declaró sin titubeos.
—Ya llevé mi carta de dimisión.
—Me da igual. Vuelve.
—Jack… no voy a hacerlo —le dijo con el rostro serio—. No puedo.
—¿Por qué no?
Emily jadeó y apartó los ojos de los de él.
—No podría aguantar otro episodio como el del otro día. —Frunció los
labios, recordándolo todo—. Fue tan duro… Estaba todo destrozado, había
tranquilizantes por el suelo, y tú… no respondías a mi llamada, Jack. No
quiero pasar por eso nunca más, no puedo trabajar en tu casa sabiendo que
podrías intentar hacerte daño en cualquier momento.
—No quise suicidarme —dijo de inmediato—. He estado ingresado en el
hospital debido a una bajada de azúcar. Últimamente no como bien, te habrás
dado cuenta.
—Pero… las pastillas por el suelo.
Él se encogió de hombros y fijó sus ojos en la carretera.
—Estaba enfadado y lo pagué con todo lo que tenía delante, incluso con
las pastillas.
—Siempre estás enfadado.
—El otro día lo estaba mucho más. Me… dieron una mala noticia.
—¿Tanto como para destrozar tu sala?
Asintió y le cambió la cara. Su semblante se volvió más sombrío y
dolorido.
—Mi exmujer apareció muerta en su coche, junto a su amante.
—Lo siento. —Apoyó una mano sobre la de Jack—. Y lo siento también
por Owen.
—Teresa me da igual, Emily —reconoció con voz fría—. Me puse así por
Conor.
—¿Conor era el nombre de su amante?
—Sí.
—¿Lo conocías? —le preguntó asombrada.
—Era mi hermano pequeño.
—¡No! —El rostro de Emily se volvió ceniciento. Se humedeció los
labios, sin poder dejar de mirar a Jack, que intentaba permanecer impasible
—. ¡Dios mío, por eso tu madre llegó a casa tan afectada el otro día!
—Llevábamos sin verlo desde que se fueron juntos.
—¿No hablaste con él? ¿No le exigiste que te explicase por qué había
hecho aquello?
—Conor estaba loco por Teresa, de otra forma nunca hubiese hecho algo
así —lo excusó.
—¡Pero es horrible! ¡Te mintieron, te destrozaron la vida! ¡Te dejaron
solo con Owen!
—Owen no es mi hijo —repitió con calma—. Es hijo de Conor. Al
principio, me hicieron creer que el niño era mío. Legalmente soy su padre,
pero poco después Teresa me contó la verdad. Me lo dijo antes de largarse
con mi hermano y de pedir el divorcio.
Emily agarró sus manos y se las apretó, dándole calor, demostrándole en
silencio que estaba ahí, que podía contar con ella.
Jack debía de haber pasado por un auténtico infierno por culpa de esas
personas a las que quería con toda su alma.
Quiso abrazarlo, pero se contuvo, porque dudaba mucho de que a él le
gustase que lo hiciese.
—Cuánto lo siento. Si hubiese sabido todo esto, no hubiera sido tan
pesada, te hubiese dejado en paz.
—Me alegro de que no lo hicieras —habló con una tímida sonrisa,
logrando que el corazón de Emily se acelerase—. Al principio me
autolesionaba. —Le enseñó las muñecas, no obstante ella ya lo sabía—. Me
echaba la culpa por lo que había pasado. Me decía que no había sabido ser un
buen marido y que por eso Teresa había buscado a otro.
—Tú no tienes culpa de nada, Jack.
—Me encerré en mí mismo. Me aislé de todos, me olvidé de la destilería.
—Y de tu dinero —continuó ella enarcando las cejas.
—Sí. Y darte el dinero a ti es lo mejor que he hecho nunca, Emily.
—¿Aunque te lo devolviese? —Sonrió, y se miraron a los ojos.
—Aunque me lo devolvieses —asintió—. Tú me has hecho darme cuenta
de que quiero seguir, de que estoy cansado de pasarlo mal.
—Yo no he hecho nada.
—Me sacabas de mis casillas, me apagabas la música…
Ella rio.
—Tu maldita música. ¿Por qué la escuchabas con tanta voz?
—Porque era la única forma de no pensar. —Jack le cogió la mano y se la
acarició. El contacto de sus pieles les hizo erizarse—. Sé que todavía me
queda mucho que hacer para ponerme bien. No obstante, he ido a ver a un
doctor que me ayuda y me guía. —Se acercó un poco más a ella y entrecerró
los ojos al percibir su dulce olor—. Quiero estar bien, y volver a retomar mi
vida.
—Lo vas a conseguir, Jack, estoy segura.
—Y tú vas a volver a cuidar de Owen —añadió con convencimiento—. Él
te echa de menos en casa. —Bajó la vista al suelo—. Y yo también.
Los latidos de Emily se desbocaron. Jadeó al escuchar aquello salir de la
boca de Jack y lo único que pudo hacer fue reír de forma nerviosa.
—Pero si te molestaba que estuviese contigo. Me echabas siempre.
—Al principio sí me molestabas. Me parecías un incordio. —Ambos
rieron, nerviosos—. Me parecías demasiado vulnerable, demasiado delicada.
—¿Yo delicada?
—Lo eres. Desprendes fragilidad y dulzura. —Él suspiró—. Pero me
equivoqué contigo, Emily Bristol. Eres increíble.
—Vas a hacer que me sonroje.
—Me encanta cuando lo haces —admitió—. Me dan ganas de…
—¿De qué?
Ambos se quedaron callados, sin decir ni una palabra, pero sin necesidad
de hacerlo ya que entendían lo que ocurría.
Jack se pasó una mano por el cabello. Era tan extraño que solo con ella
sintiese esa paz… Era como si todavía fuese el Jack de antaño, como si esos
seis meses no hubieran existido.
—He estado dudando si venir a verte desde que salí del hospital. No sabía
si querrías saber de mí.
—¿Por qué no iba a querer?
—¿Después de cómo te he tratado?
—No ha sido para tanto, no te preocupes. Tengo que tener algún lado
masoquista, porque siempre me ha gustado estar contigo.
Jack se echó a reír y la cogió por los brazos para acercarla a él. La abrazó
con fuerza e inspiró el delicioso olor de Emily. Olía a flores frescas, a
primavera, a las noches en el campo.
Notó cómo ella respondía a su abrazo con las mismas ganas que él. Lo
rodeó con los brazos por el cuello y apoyó la mejilla en su hombro.
Estuvieron bastante tiempo abrazados, sin embargo, fue ella la que tomó
distancia, visiblemente nerviosa.
Jack la miró anonadado, pensando en cómo no se dio cuenta el primer día
que la vio de lo especial que era.
—¿Qué me dices? ¿Vuelves mañana a trabajar a casa?
Ella asintió inmediatamente.
—Allí estaré.
—¿Vendrás a jugar al ajedrez cuando Owen duerma?
—¿No te molestaré?
—Nunca —contestó sin quitarle los ojos de encima—. Somos amigos,
¿no?
DOCE
Los pájaros trinaban por todo el jardín y hacía un día estupendo para
pasear por él. La temperatura era cada día más cálida, ya que la época estival
estaba a la vuelta de la esquina.
Habían pasado un invierno bastante crudo. El frío intenso y la lluvia
apenas les habían dado tregua en toda la primavera, por lo que aquel buen
tiempo era bienvenido por los habitantes de Drogheda.
Jack dejó las mancuernas en el suelo y secó el sudor de su frente.
Llevaba apenas veinte minutos en el gimnasio de casa, construido en el
jardín, muy cerca de la piscina, y estaba agotado. Su cuerpo no podía
aguantar tanto esfuerzo. Había perdido toda su masa muscular en esos seis
meses y se fatigaba con una facilidad pasmosa. Sin embargo, sabía que poco
a poco volvería a su condición física.
Siempre había practicado deporte. Le gustaba mantenerse activo, le
ayudaba a descargar las tensiones del trabajo, y tenía que reconocer que había
olvidado lo bien que se sentía después de practicarlo, la satisfacción que el
sudor provocaba en él.
Tomó asiento en un banco de pesas y alargó el brazo para coger una
barrita energética. La comió sin demasiadas ganas, todavía le costaba
alimentarse con relativa normalidad, pero estaba decidido a ponerse bien.
Aquella situación había durado demasiado tiempo y estaba cansado de
tanto sufrimiento. Sabía que sería duro, que le costaría lágrimas y esfuerzo
salir de aquello, sin embargo, tenía lo más importante: las ganas y la
determinación.
Cuando despertó en el hospital, a la primera persona que vio frente a él
fue a su madre. Le dijo que había sufrido una bajada de azúcar debido a su
mala alimentación, y que si no hubiese sido por Emily, que lo descubrió
tirado en el suelo de la sala, quizás su final hubiese sido otro.
Su madre tenía muy mala cara, y no era para menos. Acababa de morir
uno de sus hijos, y al otro poco le faltó para hacerlo también.
Se sintió un egoísta, un puto ingrato que estaba llevándose la vida de su
madre con la suya propia.
Cuando Ronnie le dio la noticia de la muerte de Teresa y Conor, fue como
si le clavasen un cuchillo en el estómago. Se encerró en la sala y destrozó
todo lo que había en ella. Su exmujer apenas le importaba, dejó de amarla en
el mismo momento en el que supo de su engaño, pero Conor era otra historia.
Era su hermano pequeño, lo quería con todo su corazón y jamás pensó que
fuese capaz de hacerle aquello, y menos por una mujer.
No pudo ir a su entierro, no tuvo fuerzas para hacerlo. Se quedó en casa,
recordando, rememorando lo ocurrido y siendo incapaz de perdonarle.
Quizás, cuando pasase más tiempo pudiese hacerlo, no obstante, de
momento, seguía conservando una bola de resentimiento hacia Conor en el
corazón.
Pero no quería pasarse la vida sumido en la desdicha. Cuando recuperó un
poco las fuerzas, le pidió a su madre que se pusiese en contacto con un doctor
que pudiese ayudarlo a salir de aquel círculo vicioso en el que estaba preso.
El tercer día hospitalizado, preguntó por Emily.
No había ido a visitarlo desde que ingresó, y necesitaba volver a verla.
Quería que le sonriese, que le retase con esos ojazos marrones, que le
repitiese todas esas cosas que en un principio tanto le disgustaban de ella,
pero que ahora necesitaba oír. Quería ver su precioso rostro, deleitarse con el
color de su piel, con la delicadeza de sus facciones, con la finura de su
cuerpo.
Sin embargo, Emily no fue a verlo, y Jack se sintió desilusionado.
Y lo estuvo mucho más cuando su madre le informó de que había
presentado su carta de dimisión. La leyó una y mil veces, repitiéndose para sí
que había tenido toda la culpa de que dejase el trabajo.
No le había puesto las cosas nada fáciles, no le extrañaba que hubiese
acabado cansándose de él.
Pero ahora era Jack el que quería que volviese. Esa mujer despertaba en él
algo que había estado dormido durante meses. Algo que creyó que jamás
volvería a percibir.
Se sentía muy vivo a su lado. Se sentía el Jack de siempre.
Cuando estuvo un poco más recuperado de la fatiga del entrenamiento, se
levantó del banco de pesas y se asomó por la ventana del gimnasio. Nada más
hacerlo, descubrió a dos personas que paseaban al lado de la piscina.
Su boca se curvó y no pudo evitar sonreír.
Agarrada de la manita de Owen, Emily caminaba entre los setos,
hablándole sin parar. Lo miraba con cariño, como si ese niño significase algo
para ella, como si le agradase cuidar de él.
Se pasó la toalla por el cuello, terminando de secar su sudor y salió al
exterior, caminando hacia ellos.
La pasada noche, Emily aceptó volver y esa vez no sería tan estúpido de
dejar pasar la ocasión de estar con ella. Aunque se limitase a hablarle, aunque
no llegase a tocarla nunca. Porque, ¿quién en su sano juicio desearía
relacionarse con un hombre como él, con tantos problemas? Emily debía
tener cientos de tíos detrás de ella. ¿Por qué iba a elegir a uno que solo
lograría darle disgustos?
Al acercarse, la recorrió con la mirada, conteniendo la respiración al darse
cuenta de lo bonita que iba con ese vestido holgado, con delicadas flores en
tonos pastel, desmangado y apenas sin escote, y unas sandalias de cuero,
agarradas a sus tobillos. El cabello le ondeaba por el viento, y el flequillo se
agitaba sobre sus ojos, por lo que se pasaba los dedos por él continuamente,
intentando domarlo.
Reía al ver a Owen corretear a su alrededor, y sus latidos se aceleraron al
descubrir a Jack acercándose.
Todavía no se acostumbraba a verlo sin barba, y con el cabello corto.
Estaba tan sexi, caminando en su dirección, mirándola con esos ojos tan
intensos, que creyó sentir su sangre bullir dentro de las venas.
—Jack… —lo saludó cuando lo tuvo al lado, con una sonrisa tímida—.
Qué raro me parece verte fuera de la casa, y de tu sala.
—Estaba en el gimnasio. Necesitaba moverme un poco. —Curvó sus
labios en una sonrisa ladeada—. Pero de momento no puedo hacer
demasiado. Me agoto enseguida.
—Lo irás logrando poco a poco.
—Eso espero. —Fijó los ojos en los labios de Emily y deseó tocarlos.
—¿Ya has terminado de hacer deporte?
—Iba a obligarme a hacer un poco más, pero te he visto y has sido la
excusa perfecta para dejarlo.
Emily rio y alzó la mirada para vigilar al niño, que perseguía a una
mariposa.
—Si te distraemos, puedo llevarme a Owen a otra parte.
—Puedo hacer deporte en cualquier otro momento. Hace un día
demasiado bueno como para pasarlo encerrado entre cuatro paredes.
—¿Eso es una excusa para no jugar conmigo al ajedrez?
—Ni lo sueñes. Cuando duermas a Owen te espero en la sala.
Ella sonrió y asintió, contenta. Caminaron tras el pequeño, que jugueteaba
con todas las piedrecitas que encontraba a su alrededor, entregándoselas a
Emily, para que se las sostuviese. Le hacía mucha gracia que Owen confiase
en ella para que le guardase su tesoro.
Jack caminaba a su lado en silencio. La observaba cada vez que podía
hacerlo sin que Emily se diese cuenta, y cada vez que lo hacía, más se
convencía de que había estado ciego para no darse cuenta de la joya que era.
—Esta mañana, cuando he vuelto, me he disculpado con tu madre —habló
ella, acabando con aquel silencio.
—¿Te has disculpado, por qué?
—Por marcharme de la forma en la que lo hice.
—Mi madre entiende tus razones, no te preocupes. —Le restó
importancia.
—Aun así, le debía una explicación. Isabella se ha portado siempre muy
bien conmigo.
—Todo lo contrario que su hijo —añadió Jack.
Emily se quedó mirándolo con fijeza, intentando no parecer una niña
tonta, embelesada por lo guapo que era.
—Tampoco te has portado tan mal. Si lo hubieses hecho, no estaría otra
vez aquí.
Él fue a contestar, no obstante, Owen llegó a su lado lloriqueando. Alzó
los bracitos para que Jack lo tomase, pero no pudo hacerlo. Dio un paso hacia
atrás.
Sabía que Owen no había tenido la culpa de nada, pero ese niño le traía
unos recuerdos que se esforzaba por olvidar a diario.
Emily cogió al niño, comprendiendo lo que le ocurría a Jack, y le dio un
beso en su tierna mejilla.
—¿Tienes sueño? ¿Quieres que vayamos a dormir?
Owen apoyó la cabeza sobre el hombro de Emily y regresaron a la casa.
Se sonrieron antes de separarse y lo vio entrar en su sala, mientras Emily
se dirigía hacia la habitación del niño, donde lo acunaría hasta que se
durmiese.
Tardó unos quince minutos en dejarlo en la cuna. Lo arropó y le acarició
la mejilla antes de salir de su habitación.
Mientras caminaba por el pasillo, escuchó el sonido de la música que
siempre solía poner Jack. Sonaba fuerte, pero no tanto como antes.
Cuando estuvo delante de la puerta de la sala donde estaba él, resopló,
nerviosa. Siempre lo estaba cuando sabía que iba a verlo.
Se obligó a calmarse. Iba a jugar una partida al ajedrez, charlarían sobre
cosas sin importancia y se marcharía de nuevo.
Giró el pomo de la puerta y entró en la habitación.
Nada más hacerlo, la música bajó de volumen, y Jack apareció frente a
ella, con un libro en las manos.
Se sonrieron en silencio y le pareció que todo se volvía muy íntimo. Solo
lo veía a él, el resto de la sala desapareció. Los intensos ojos de Jack la
obligaban a no bajar la mirada, y su corazón bombeaba tan rápido que se
sintió un poco mareada.
—La última vez que entré aquí, estaba todo hecho un desastre, y tú en el
suelo.
—Entonces, voy a tener que lograr que ese recuerdo se borre de tu mente.
—La cogió de la mano y tiró de ella hacia la mesa, donde el tablero de
ajedrez estaba debidamente colocado, y las piezas alineadas en su posición
correcta.
Emily sonrió nerviosa al notar ese cosquilleo en la mano, justo donde él la
tocaba. Tomó asiento en una de las sillas y esperó a que Jack lo hiciese en la
otra.
—¿Preparada?
—Ajá.
—Hoy no voy a dejarme ganar.
—¿Es que la pasada semana lo hiciste? —preguntó divertida—. ¿No será
que eres un mal perdedor, Jack Myers?
—Lo soy. Me gusta tener el mando de todo y controlar cualquier
situación.
—Pero eso no es siempre posible.
—Lo sé. Creo que me he dado cuenta demasiado tarde —dijo curvando
los labios.
Emily movió un peón y miró a su alrededor, contemplando aquella sala y
el orden que reinaba en ella. Las pocas figuras que quedaban sobre las
estanterías, los libros bien colocados y el altavoz arrinconado junto a la
pared.
—Sigues poniendo la música alta.
—Es una costumbre de la que me va a costar desprenderme. Todavía la
necesito para no pensar demasiado.
—¿Has hablado con tu médico sobre eso?
Jack asintió y metió una mano en el bolsillo, del que sacó una cajita de
píldoras.
—Tengo que tomar dos comprimidos al día. Me ayudan a sentirme mejor.
—Movió el peón que enfrentaba al de Emily y suspiró—. Pero no me gusta
hacerlo. Me siento raro tomando pastillas.
—Piensa que no va a ser para siempre. Es temporal.
—Eso espero.
—Lo será —añadió ella convencida—. Eres más fuerte de lo que piensas,
Jack. Sé que vas a poder con esto.
Él se quedó mirándola anonadado, con un nudo en la garganta. Emily
creía en él. Soltó la pieza que llevaba en la mano y entrelazó uno de sus
dedos con el de ella, haciéndola contener el aliento. Se lo acarició.
—Me alegro de haberte conocido.
—¿Aunque pienses que soy una chiquilla?
Jack cerró los ojos con fuerza y la miró suplicante.
—Lo siento. Te dije muchas cosas para que te alejases de mí. —Agarró
más fuerte su mano—. Pero no pienso que lo seas. Me has demostrado todo
lo contrario.
—Tampoco eres mucho más mayor que yo, Jack.
—Nueve años.
—Para muchas personas supone una gran diferencia.
—¿Y para ti la supone? —le preguntó sin despegar sus ojos de los de ella.
—Seguiría aquí aunque tuvieses veinte años más.
Él sonrió abiertamente y sus pequeños hoyuelos de las mejillas volvieron
a aparecer. Emily le devolvió la sonrisa, extasiada. Estaba tan guapo cuando
se relajaba… Podía entrever al hombre, y no a la bestia de unas semanas
atrás.
—No deberías dejar de sonreír nunca —comentó maravillada, sin poder
apartar sus ojos de él—. Desprendes luz.
—¿Te gusta que lo haga?
—Me encanta y… —Se mordió el labio inferior—. Me pones un poco
nerviosa, la verdad.
—¿Por qué? —Con el pulgar acarició la suave piel de su muñeca y vio
cómo se erizaba bajo su contacto.
Emily se levantó de la silla y tomó un poco de distancia, ya que si no lo
hacía, el corazón saldría volando de su pecho.
Caminó hasta la ventana y miró a través de ella, jadeante. Sin embargo,
cuando se dio la vuelta casi se topó con el cuerpo de él.
Solo les separaban varios centímetros de distancia y el delicioso olor de
Jack lograba que le temblasen las piernas.
—¿Por qué te pongo nerviosa, Emily? —insistió con voz grave.
—Porque me gustas.
Él cerró los ojos tan fuerte que vio miles de estrellas. La cogió por los
brazos y la pegó a su cuerpo, mientras juntaba sus frentes y le susurraba a
media voz:
—¿Acaso los hombres de Drogheda están ciegos?
—¿Por… por qué?
—¿Acaso no te han visto? Deberías tener a cientos de ellos haciendo cola
en la puerta de tu casa.
Ella rio y alzó un poco la cabeza, rozando su nariz contra la de Jack,
entrecerrando los ojos.
—Aunque estuviesen, no me interesa ninguno de ellos.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque yo ya he elegido a uno.
—Qué afortunado es ese hombre.
Emily apoyó las manos sobre los brazos de él y rozó sus labios.
—Yo también sería afortunada si él me correspondiese.
—Creo que lo hace. Creo que ese hombre se siente fascinado por ti.
Jack salvó la corta distancia que lo separaba de los labios de Emily y la
besó, aunque ninguno de los dos estuvo preparado para la explosión que se
produjo en sus cuerpos.
Tuvieron que agarrarse fuerte contra el otro, apoyarse mutuamente para
que sus piernas no acabasen fallando, para no caer al suelo muertos de gozo,
a pesar de que apenas se habían rozado.
Jack la apretó contra sí e intensificó el beso, introduciendo su lengua
dentro de su boca y gimiendo al comprobar que la de ella respondía de la
misma forma, que se degustaban como si fuesen el agua para un sediento.
Emily gimió sobre sus labios y colocó los brazos alrededor de su cuello,
apretándose más a él, notando en su estómago la dureza de su pene y
derritiéndose al darse cuenta de lo mucho que la deseaba. Tanto como ella a
él.
La aprisionó contra una de las paredes y la alzó en peso, amasando su
trasero, gimiendo como poseídos por una fuerza mayor que les impedía
apartar sus bocas, dejar de saborearse.
Sus pieles estaban tan sensibles que el mínimo roce les abrasaba la sangre.
Jack no era un jovencito sin experiencia. Había conocido a muchas
mujeres y se había acostado con todas ellas, no obstante, lo que su cuerpo
experimentaba con Emily era totalmente nuevo. Era como si sus experiencias
anteriores no contasen, como si siempre hubiese estado esperándola a ella.
El sonido del picaporte de la puerta los hizo separarse con brusquedad.
Emily cogió un poco de distancia, separándose de Jack.
Antes de que pudiesen recomponerse de aquella marea de ardor, Isabella
apareció en la sala, y se los quedó mirando con curiosidad, porque Jack
parecía que acababa de correr una maratón.
—Hijo, ¿estás bien?
—Sí —contestó de inmediato, con la voz muy grave. Miró de soslayo a
Emily y al verla tan afectada, apretó los labios—. Mamá, ¿es que no sabes
llamar a la puerta antes de entrar en una habitación?
Isabella enarcó las cejas y los contempló a ambos, sin poder evitar que
una sonrisilla se pintase en los labios.
—Lo siento. Llamaré la próxima vez. Solo quería avisarte de que había
llegado antes de la hidroeléctrica. —Le sonrió y dio media vuelta—. Emily,
¿puedes venir un momento? Tengo que comentarte algo sobre Owen. Su
pediatra me ha dado instrucciones para continuar con su alimentación y me
gustaría explicártelo todo.
—Claro, ya voy Isabella. —Se humedeció los labios y sus ojos conectaron
con los de Jack cuando su madre abandonó la sala. Le sonrió tímidamente,
todavía impresionada por lo que acababa de pasar entre ambos—. Tengo que
irme.
Jack la cogió de la mano, antes de que pudiese marcharse y le dio otro
beso, pero esta vez muy breve, aunque tan repleto de deseo que cerraron los
ojos extasiados.
—Te veo mañana —le susurró él contra la boca.
TRECE
Emily llegó a casa cuando el reloj marcaba las cuatro de la tarde. Estaba
agotada. Owen había pasado todo el día con unas décimas de fiebre y había
tenido que tenerlo en brazos la mayor parte del tiempo, porque se encontraba
mal y quería estar continuamente abrazado.
Sin embargo, lo hubiese hecho una y mil veces más. Era un niño tan
bueno y cariñoso que ya no imaginaba levantarse cada mañana y no ver su
carita sonriente.
Saludó a Raphael, que recogía la ropa que había en el tendedero, colocado
en el salón, ya que había estado todo el día lloviendo, y dejó el bolso en el
perchero de su habitación.
—¿Qué tal el día? —le preguntó nada más reunirse con él.
—Estoy muy cansada y tengo mucha hambre.
—Entonces estás de suerte. Karen viene a casa en unos minutos y te trae
un poco del roast beef que ha preparado en casa para los niños.
Ella se mordió el labio inferior pensando en la jugosa carne del roast beef.
—Esa mujer es un ángel. Deberías pedirle matrimonio y no dejarla
escapar.
Raphael le sonrió y se encogió de hombros, visiblemente incómodo.
—Ya lo he hecho, Emily.
—¿Qué? —chilló ella, anonadada.
—Ayer aceptó casarse conmigo.
Ella corrió hasta la silla de ruedas y abrazó a su padre con fuerza,
escuchándole reír.
—¡Oh, papá… me alegro tanto por los dos…!
—Había pensado decirle que se mudase aquí, con sus hijos, pero no
cogemos, así que lo más lógico será que nos mudásemos nosotros con ellos, a
su casa.
Emily negó con la cabeza y acarició la mejilla de Raphael.
—No, papá. Ya va siendo hora de que te independices de tu hija.
—Pero, Em… ¿Qué vas a hacer tú?
—Tengo esta casa. No me va a pasar nada por vivir sola.
—¿Pero… y los gastos? ¿Vas a poder hacerles frente tú sola?
—No te preocupes por eso. Estaré perfectamente. Soy mayorcita.
—Ya lo sé. —Le acarició la mejilla—. Aunque, para mí siempre serás mi
niña.
Emily aguantó las ganas de llorar y resopló, parpadeando muy seguido,
para evitar las lágrimas.
Se alejó un poco de Raphael y le sonrió, contenta por él.
—¿Ya se lo habéis dicho a sus hijos?
—De hecho, eres la última en enterarse.
—¡Muy bonito, Raphael Bristol!
—Es que, Emily… me daba apuro contártelo.
—¿Y eso por qué? —Se acuclilló al lado de la silla de ruedas, para mirarle
a los ojos.
—Tú has sacrificado tu vida por mí, por quedarte aquí, a mi lado, y yo
ahora me voy como si me diese igual todo.
—Sé que no es así, papá, no sufras por eso.
Raphael asintió y le cogió la mano, orgulloso de ella.
—Si lo miras por el lado bueno, ahora podrás irte a Dublín y buscar un
trabajo allí, donde hay miles de posibilidades para ti.
—No me voy a ir. Nunca ha estado en mis planes marcharme de aquí.
—Pues deberías. En Drogheda el trabajo está muy mal.
—Pero yo ya tengo uno, ¿recuerdas?
—¿Y qué harás cuando Owen ya no te necesite? ¿Qué vas a hacer cuando
los Myers dejen de necesitar una niñera para el niño?
—Ya lo pensaré en su debido momento.
El timbre de casa sonó y cuando Emily abrió la puerta se encontró con
Karen, que sonreía portando una cacerola en las manos.
Ambas se abrazaron y se dieron un beso.
—Enhorabuena, futura señora Bristol.
—¿Ya te lo ha dicho tu padre?
—Sí, y me alegro mucho por vosotros. —Karen sonrió y unas pequeñas
arruguitas asomaron por sus ojos. Era una mujer muy atractiva, con un bonito
cabello rubio, rizado, y de complexión delgada. Siempre sonreía, de hecho,
Emily no recordaba haberla visto seria nunca, a excepción de cuando Raphael
tuvo el accidente. La invitó a pasar y le cogió la cacerola de las manos.
Cuando se encontró con su padre, le dio un tierno beso en los labios y Emily
sonrió—. Y bueno, papá, ¿cuándo piensas mudarte con ellos?
—¿Ya tienes prisa de que me vaya? —bromeó.
—¡Raphael! —lo reprendió Karen riendo—. Es normal. Emily ya es una
mujer, necesita su espacio.
—¿Lo oyes, papá? Al fin alguien que me entiende. —Le siguió el juego.
Raphael las miró a ambas y se sintió el hombre más afortunado de toda
Irlanda por tener a esas dos mujeres en su vida.
—A final de semana empezaré a llevar mis cosas a su casa, y nos
casaremos en cuanto tengamos la documentación lista.
Estuvo hablando un poco con ellos hasta que su estómago rugió por el
hambre.
Se fue a la cocina y comió en silencio, mientras escuchaba de fondo el
sonido de la televisión del salón, y las voces apagadas de Karen y de
Raphael.
Se alegraba tanto por ellos… Merecían ser felices juntos. Su relación no
pasó por un buen momento cuando su padre tuvo el accidente, pero Karen
siempre estuvo ahí, demostrando que su amor por él era más fuerte que todos
los problemas.
Mientras se metía otro trozo de roast beef en la boca, su cabeza voló hacia
Jack y sonrió como una jovencita enamorada hasta las trancas.
Habían pasado tres días desde su primer beso en aquella sala, y desde
entonces acababan besándose como locos cada vez que Owen se quedaba
dormido.
Siempre era igual. Iba con él, jugaban un rato al ajedrez, mientras se
miraban y se hablaban con deseo, para después acabar abrazados el uno
contra el otro, comiéndose los labios como si aquella fuese la última vez.
Cerró los ojos y rememoró los besos de Jack. Tiernos al principio y
salvajes cuando respondía a ellos. Cada vez le era más difícil esperar a que
Owen se quedase dormido, porque las ganas de estar con él eran enormes.
Ardía cuando la tocaba, cuando sentía sus manos sobre su cuerpo, al ver la
pasión en sus ojos.
No podía creer que ese Jack fuese el mismo hombre que conoció casi dos
meses atrás. Emily lo veía esforzarse por estar bien, lo veía entrenar cada día,
salir de casa a pasear, y comer mucho más que antes. Todavía le quedaba un
largo camino para ponerse del todo bien, pero estaba segura de que lo
conseguiría. Se notaba la determinación en sus ojos.
Allí todo marchaba mucho mejor. Isabella parecía más contenta al ver a
Jack luchando. Su estado de ánimo contagiaba a todos los que se encontraban
en la casa. Incluso la señora que limpiaba parecía más agradable. Y Emily lo
veía florecer embelesada, eclipsada por la fuerza de ese hombre.
Su corazón parecía explotar y su sangre bullir muy rápida dentro de sus
venas. Cada vez era más evidente que sentía algo fuerte por él. Todavía no se
había parado a preguntarse qué eran esos sentimientos, sin embargo, de
momento, le bastaba con tenerlo para ella ese ratito en la sala, sentirse bonita
y deseada. Ver aquel brillo en los ojos de Jack cada vez que se miraban.
Jack abrió la puerta del garaje donde tenía guardados sus dos coches.
Se dirigió hacia el que tenía una lona sobre él y se la quitó de encima.
Cuando la tiró al suelo, se fijó en el deslumbrante Bentley Continental de
color negro que compró un año atrás.
A Conor le encantaba ese vehículo y lo conducía a menudo, ya que Jack
solo podía hacerlo los fines de semana, porque su trabajo en la destilería no le
dejaba mucho tiempo libre los días laborales.
Abrió la puerta del conductor y tomó asiento, cogiendo el volante entre
sus manos. Al girar la cabeza, vio algo refulgente en el asiento de al lado. Era
una horquilla con brillantes. De Teresa. A ella siempre le gustaron las cosas
caras, los lujos.
Qué estúpido fue al fiarse de ella. Se dejó deslumbrar por su cabello rubio
como la miel, por sus ojos azules, por su cuerpo voluptuoso lleno de curvas.
Creyó que lo quería, tal y como aseguraba, cuando en realidad mantenía una
relación paralela con su hermano pequeño.
Le desgarraba el alma recordar la traición de Conor.
Hubiese dado la vida por él, Jack hubiera antepuesto su vida a la de su
hermano, no obstante, aquel sentimiento no fue recíproco.
Lo engañaron, le hicieron creer que Owen era su hijo, se quedaron con
mucho de su dinero y se marcharon sin importarles la familia que dejaban
destruida.
Isabella también lo pasó mal al enterarse de la noticia, pero volcó toda su
atención en el niño. Seguía siendo su nieto, el bebé no tenía culpa de los
errores de sus padres.
Jack apoyó la cabeza en el volante del coche y cerró los ojos con fuerza. A
veces, por mucho que se esforzase, el dolor regresaba.
El psicólogo que lo visitaba decía que era normal, que debía aprender a
lidiar con él y a hacerlo desaparecer. Pero era tan difícil…
—¿Jack? ¿Estás aquí?
Al escuchar la voz de Ronnie, se obligó a recomponerse. Salió del Bentley
y cerró la puerta, para encontrarse a su amigo frente a él.
Tenía buen aspecto. Siempre lo tenía.
Vestía con unos pantalones chinos claros, un polo de manga corta azul
oscuro, y, sobre su cabeza, unas gafas de sol.
Cuando llegó a su lado, Ronnie le dio un abrazo, sin dejar de sonreír.
—¡Qué buen aspecto tienes! —Le palmeó la espalda—. Cuando tu madre
me ha dicho que parecías otro, no me lo creía.
—No parezco otro, soy más yo que hace dos meses.
—Es verdad. Menos mal que te has cortado esos pelos. —Rio—. ¡Y que
vuelves a comer como una persona! Ya no pareces a punto de caerte al suelo
por desnutrición.
—No jodas, Ron, nunca he parecido desnutrido.
—¡Claro que lo parecías! ¡Si hasta te dio un bajón de azúcar por la mala
alimentación! ¡Menudo susto nos diste, cabrón!
—Ya estoy recuperado. —Le quitó importancia.
Ronnie dio una vuelta alrededor del coche y silbó.
—No me acordaba de esta bestia. Sigue siendo tan bonito como cuando lo
compraste.
—Voy a deshacerme de él, ¿quieres comprármelo?
—¿Lo dices en serio? —Ronnie rio—. Yo no tengo tanto dinero como
para comprar coches de lujo.
—¿Te estás riendo de mí? ¿Me lo dice el mismo tío que tiene tres barcos?
—Son de herencia familiar.
—Tres mil euros y el Bentley es tuyo —comentó Jack, mirándolo a los
ojos.
—¿Tres mil? Pero si las ruedas que lleva son más caras que eso.
—Me da igual, el dinero no es importante. —Metió la mano dentro del
coche y quitó las llaves del contacto. Se las dio a Ronnie—. Llévatelo.
—Joder, Jack. —Soltó una carcajada—. Vengo a ver a mi amigo y me voy
con su coche.
—Así querrás venir más a menudo.
—Pero si yo quiero venir, pero tú no me dejas hacerlo. Cada vez que
aparecía por tu casa me echabas como a una cucaracha.
Jack suspiró y ladeó la cabeza, mirando a Ronnie con cariño. Ese tío
siempre había estado ahí, a pesar de no ser de la familia, ni de unirlos ningún
lazo de sangre. Era una de las pocas personas en las que podía confiar
plenamente.
—Siento la forma en que me comporté. Tengo intención de ponerme bien
del todo.
—Pues vas por buen camino.
—Me visita un psicólogo que me ayuda.
—Un psicólogo… y cierta chica, ¿no? —Ronnie agitó las cejas, socarrón,
por lo que Jack se echó a reír.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Isabella.
—¿Mi madre? —¿Lo sabía? ¿Su madre se había dado cuenta de que
Emily y él…?
Ronnie apoyó la cadera sobre el Bentley, junto a Jack, se cruzó de brazos
y continuó mirándolo, sonriente.
—¿Quién es ella? ¿A quién tengo que darle un par de besos por ayudarte?
Jack se mordió el labio inferior y pensó en Emily. En sus sonrisas, en su
ternura, en lo que su cuerpo experimentaba cuando la tenía cerca.
El pasado día, en la piscina, estuvieron a punto de hacer el amor, pero su
madre llegó antes de que lo lograsen.
Tenía unas ganas locas de verla. Era sábado, su día de descanso, no
obstante, esa misma noche cenarían juntos y podría disfrutar de la visión de
Emily con luz tenue, la tendría para él solo y no habría nadie que los
interrumpiese.
—Ella es la niñera de Owen.
—¿En serio? —le preguntó Ronnie alzando las cejas, soltando una
carcajada—. ¿Te estás tirando a la niñera del crío, pedazo de cabrón? ¡Bien
hecho!
—No hables así de ella, Ron —le advirtió torciendo un poco el gesto—.
Es una mujer muy especial.
—¿Vas en serio con ella, Jack?
Él se encogió de hombros, bajando la vista al suelo.
—Todavía no hemos hablado sobre lo nuestro. Lo que tenemos no tiene
nombre.
—¿Pero te gusta de verdad?
—Me gusta. Me parece una mujer preciosa que vale la pena —confesó
con una tímida sonrisa asomando de sus labios.
—¡Vaya! ¡Sí que te ha pegado fuerte!
Jack miró a Ronnie y rio con él.
—No sé, Ron. No sé si me ha dado muy fuerte o no, pero con Emily
siento que puedo conseguir cualquier cosa.
—Tienes que presentármela, y a mi mujer —habló, rodeándolo por los
hombros—. Y tenemos que salir los cuatro en los barcos. Sam estará
encantada de verte de nuevo, y de saber que estás bien.
—Algún día —le prometió—. Pero todavía es pronto para eso. Apenas
nos conocemos. No sé si somos compatibles, o si… puedo confiar
plenamente en sus palabras.
—Jack, amigo, no todas las mujeres son como Teresa. Tuviste mala
suerte, eso es todo. —Ronnie se miró el reloj de muñeca y tiró de su brazo
hacia fuera de la cochera—. ¿Tienes hambre? Te invito a comer. Dicen que
han abierto un restaurante nuevo en el paseo marítimo de Drogheda.
Jack quiso decirle que no. No le apetecía salir de casa, relacionarse con
gente. Se sentía más seguro allí. Sin embargo, sabía que le vendría bien
airearse para que su cabeza no diese vueltas cada vez que se le olvidaba no
pensar.
—Vamos. Pero no puedo tardar mucho. Esta noche tengo planes.
—Te traeré a casa antes de que Cenicienta llegue a visitar a su príncipe
azul —añadió burlón.
—Ronnie… sigues siendo tan cabrón como siempre.
—Las cosas buenas nunca cambian, amigo.
Los jadeos de Emily encendían a Jack de tal forma que se vio alzándola en
peso y haciéndole el amor contra la pared de su sala.
Owen estaba dormido, como siempre hacía después de su comida, y
habían aprovechado ese tiempo, que el pequeño les concedía, para estar
juntos.
Sin embargo, no jugaron al ajedrez, ni hablaron sobre temas
transcendentales, sino que se besaron con todas las ganas que habían estado
aguantando desde que Emily llegó a casa esa misma mañana.
Desde su cena especial, no habían tenido oportunidad de estar a solas, y
tales eran sus ansias por tocarse, que nada más cerrar la puerta, Jack la había
acorralado contra la pared y la había estado tentando con besos tórridos que
lograron que Emily acabase loca porque le hiciese el amor allí mismo.
Todavía podían saborear esa primera vez juntos, tras la cena.
Había sido fuerte, sensual y muy especial. Tanto que acabaron haciéndolo
muchas veces más, ya que parecían no cansarse nunca del otro.
Estuvieron toda la noche en su cama, pero no durmieron en absoluto.
Hablaban, reían y fundían sus cuerpos en uno. Se dejaban llevar por la
pasión, por las ganas y la necesidad de estar juntos. Era tan fuerte aquello que
notaban cuando estaban en compañía del otro, que solo podían dejarse llevar,
no pensar demasiado en lo que podría pasar si aquello no salía bien. No
obstante, todo en ellos les decía que estaban en el sitio correcto, que con
nadie podrían sentir lo mismo que en sus brazos.
Jack estaba deslumbrado por Emily. Cada vez que la miraba le parecía
más perfecta. Su corazón se volvía loco cuando la tenía al lado, cuando le
sonreía, y todavía lo hacía más cuando le tocaba.
Todo ese asunto de su inseguridad, debido a Dave, quedó en una simple
anécdota, y se obligó a no volver a comportarse de esa forma, aunque le
costase hacerlo. Emily era especial, y no volvería a intentar sacarla de su vida
por sus propias inseguridades. Lo que le ocurrió con Teresa fue horrible, pero
Emily no era como ella. Lo había demostrado desde el primer día que se
vieron. Su exmujer nunca hubiese dejado pasar la oportunidad de quedarse
con el dinero de otra persona, mientras que Emily no. Dejó escapar la
posibilidad de ser millonaria porque su conciencia no se lo permitía.
Estaba con él porque de verdad quería estarlo, y esa seguridad le daba
fuerzas, ganas de ponerse bien del todo para ser lo suficientemente bueno
para esa mujer. Emily no se merecía a un hombre débil, ni huraño. Merecía
ser colmada de amor y de alegrías, y Jack estaba dispuesto a dárselo, aunque
le costase un mundo ser el mismo que fue meses atrás. Lo haría por Emily, y,
lo más importante, lo haría por él mismo.
Después de una nueva embestida, ella le cogió la cara entre las manos,
para que la mirase a los ojos. Su flequillo se agitaba con cada movimiento y
Jack sonrió al verlo. Le besó la frente.
—Ah… —gimió Emily apretando con fuerza sus brazos, a punto de
llegar al orgasmo—. Ah… Jack…
Él, al verla tan excitada, aumentó el ritmo y todo se volvió más frenético.
Los envites eran delirantes. No pudieron hacer otra cosa que besarse y
notar cómo iban cayendo, poco a poco, en ese manantial de gozo al que se
dirigían.
La penetraba profundo, duro, pero sus ojos la miraban con una ternura que
la conmovía. Como si Emily fuese magia.
—Me vuelve loco que digas mi nombre mientras estamos haciéndolo.
Emily cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.
—Solo te veo a ti, solo estás tú —susurró—. Aunque no abra los ojos.
—Eres preciosa, eres una tentación, eres mi debilidad.
—Jack…
—Sí, dilo.
—Jack… —Abrió los ojos y lo besó con ardor—. Te quiero.
Al escuchar su declaración de amor, el clímax se llevó a Jack, mientras
que intentaba amortiguar el grito de placer en el cuello de ella. Sus
embestidas se tornaron desesperadas, y Emily también fue arrollada por el
orgasmo.
Cuando sus mundos se normalizaron, se quedaron jadeantes, abrazados
contra la pared. Acariciaba su fina espalda y sonreía al notar que se erizaba
contra la yema de sus dedos.
Con ojos soñolientos, Jack la miró y llenó su cara de suaves besos,
haciéndola reír. Emily temblaba, aunque no hacía nada de frío.
—¿Te encuentras bien?
—Perfectamente.
—Tiemblas. —Ella asintió y apoyó la cabeza sobre su hombro—. ¿No he
sido muy brusco esta vez?
—Ha sido perfecto —dijo acariciándole la mejilla, rasposa por la barba de
un par de días sin rasurar.
—No he podido aguantar las ganas. Llevo, desde que te fuiste la otra
noche, queriendo raptarte un rato para mí solo.
—Puedes raptarme cuando quieras. —Lo besó en los labios, risueña.
—Por desgracia, no puedo hacerlo cada vez que quiero. —Le cogió la
cara entre las manos y se la alzó para que lo mirase a los ojos—. Ahora paso
más tiempo en la destilería y cuando llego, tú tienes que irte a casa. —Jack la
besó con fuerza y Emily respondió de buena gana. Al separarse, lo vio reír—.
Quizás, algún día te rapte de verdad y no te deje regresar.
Ella soltó una carcajada y ladeó la cabeza.
—Aquí no tengo de nada. Ni ropa, ni una cama para dormir…
—¿Para qué quieres una cama, si tienes la mía? ¿Acaso piensas que te
dejaría dormir en otra que no fuese esa? Es más… ¿Acaso crees que te dejaría
dormir?
—¿No me dejarías dormir? —Alzó las cejas, divertida.
—Te tendría todo el día desnuda, pegada a mi cuerpo, haciéndote el amor.
Emily rio y le dio un suave empujón.
—Señor Myers, es usted perverso.
—Es culpa tuya. —La contempló de arriba abajo con fuego en la mirada
—. ¿No te das cuenta del efecto que produces en mí?
—Entonces, lo mejor será que te busques a otra que te saque de tus
casillas y te quite la música —dijo con gracia—. No quiero ser la culpable de
que pierdas la cabeza.
—Demasiado tarde. —La cogió en peso y dio varias vueltas sobre su
cuerpo, haciéndola reír a carcajadas. Cuando paró, Jack le acercó la boca al
oído—. Me has embrujado, Emily Bristol, y aunque quisiese, no podría ni
mirar a otra que no fueses tú.
—Pobre de ti —añadió ella juntando sus frentes, encantada por las
palabras de Jack.
—No, pobre de ti, porque no vas a poder librarte de mí.
—Yo no quiero librarme de ti.
Le besó y a Jack se le olvidó todo lo que estaban diciendo, porque los
labios de Emily lo transportaban a un lugar de ensueño.
Degustó su sabor dulce y la rodeó por la cintura, notando que su pene
empezaba a responder por segunda vez. Era increíble lo que Emily conseguía
en su cuerpo. Acababan de hacer el amor y ya tenía ganas de ella otra vez.
No obstante, cuando dejaron de besarse, ella se miró el reloj de muñeca y
suspiró.
—Creo que ya es hora de que me vaya, Jack. —Le dio otro suave beso—.
Tu madre no tardará en llegar y no quiero que me vea aquí dentro.
—Mi madre no es tonta. Te dije que sabía lo que pasaba entre los dos.
—Sí, pero trabajo para ella. Y no es profesional que me pague por cuidar
a Owen, mientras yo me acuesto con su hijo.
—Tendrá que acostumbrarse.
Emily lo besó por última vez y se recolocó los pantalones y la blusa, algo
arrugada por el tiempo que había pasado tirada en el suelo.
Cuando estuvo lista, notó las manos de él rodear su cintura, desde atrás.
Sonrió cuando su cálido aliento erizó su cuello.
—Quiero volver a verte esta noche —dijo Jack mientras le daba
mordisquitos en el hombro—. Ven a cenar otra vez a casa. Me volveré a
deshacer de mi madre y de Owen.
—Ojalá pudiese. Le prometí a mi padre ayudarle con la mudanza.
—¿Os mudáis de casa?
—Yo no, él. Mi padre vuelve a casarse y se va a vivir con Karen.
—¿Y por qué no te vas con ellos?
Emily rio y se encogió de hombros.
—Ya va siendo hora de ser independiente, ¿no crees? Me apetece tener mi
propio espacio.
—Es lógico.
—Y como conozco a Karen, voy a estar tranquila. Sé que ella va a cuidar
a mi padre mejor que nadie.
Jack suspiró y le dio varios besitos en la comisura de los labios.
—¿Entonces no te voy a poder ver hoy?
—Hoy voy a estar muy liada, pero… mañana puedes venir tú a casa. —Le
guiñó un ojo y le mordió el labio inferior—. Estaremos solos y no hará falta
que tu madre y Owen se vayan de aquí.
Jack sonrió, pues le encantaba la idea. Emily y él de nuevo a solas.
—¿Quieres que lleve algo para cenar?
—No es necesario. Puedo preparar cualquier cosa. —Sonrió con
suficiencia, logrando que Jack sonriese con ella—. No quiero dármelas de
chef, pero me manejo bastante bien en la cocina.
Se despidió de él poco después y salió de la sala.
Cuando cerró la puerta, se apoyó en ella y en sus labios apareció una
sonrisa tonta al recordar lo que acababa de ocurrir entre ambos.
Los latidos de su corazón seguían acelerados y se preguntaba si algún día
dejarían de estarlo. Lo que Jack conseguía con ella era brutal. Nunca antes
había experimentado algo semejante con ningún otro hombre.
Lo quería, y todavía estaba tratando de hacerse a la idea de que aquellos
sentimientos hubiesen aparecido tan pronto. Pero, ¿cómo no querer a Jack
Myers? ¡Lo tenía todo!
Un rostro sexi y fuerte, un cuerpo muy agradable, una personalidad muy
atrayente, y… la trataba como si fuese especial.
—Emily.
La voz de Isabella la sacó de su ensoñación.
Al levantar la vista, descubrió a la madre de Jack frente a ella, con su
bolso todavía colgado del hombro.
Debía de haber vuelto antes de la hidroeléctrica.
Como de costumbre, Isabella Myers vestía con un gusto exquisito,
siempre con elegancia y perfectamente peinada y maquillada.
—¿Necesitas algo, Isabella?
—Sí, ¿podemos hablar un segundo a solas?
—Claro —asintió de inmediato—. ¿Es… sobre Owen?
—No. —Se cruzó los brazos sobre el pecho—. Sobre Jack.
Tragó saliva al saber el motivo, siguiéndola hasta el salón, donde la invitó
a tomar asiento a su lado, en el sofá.
Al hacerlo, la madre de Jack se quedó en silencio varios segundos, como
si no supiese por dónde empezar. Parecía nerviosa, casi tanto como lo estaba
Emily, que tenía ganas de echar a correr.
—Verás, Emily, quiero que hablemos de la relación que mantienes con
Jack.
—Tú dirás.
—Lo primero de todo, quería darte las gracias —dijo Isabella, cogiéndole
la mano, sonriendo—. Jack no es el mismo desde que te conoce. Hemos
pasado unos meses horribles debido a lo que ocurrió con su exmujer y Conor.
Mi hijo no pudo soportar el engaño de su hermano pequeño. Dejó de
preocuparse por su empresa, de su aspecto, de su familia y amigos… —
Isabella torció el gesto, recordando—. Es un milagro que haya salido de ese
hoyo.
—Jack es fuerte, Isabella.
—Lo es, pero su mejoría es gracias a ti. —Isabella se humedeció los
labios—. Mi hijo siempre fue un hombre bastante despreocupado en cuanto a
mujeres. Desde que era un adolescente, nunca prestó atención a ninguna
chica, más tiempo de lo necesario, hasta que conoció a Teresa. Y cuando
ocurrió aquello… creí que nunca más iba a dejar que nadie entrase en su
corazón. No es un hombre enamoradizo, Emily. Le cuesta mucho abrirse,
pero… has logrado que vuelva a confiar en una mujer.
—¿Qué me quieres decir con todo esto?
—Solo quiero saber qué sientes por él. —La madre de Jack apretó su
mano, mirándola a los ojos—. Jack no podría soportar otro desengaño
amoroso, Emily. No después de lo ocurrido. Y él… parece ilusionado
contigo.
—Yo también lo estoy con él —admitió, y los colores se le subieron a las
mejillas.
—Emily, en otras circunstancias jamás me metería en las cosas de mi hijo,
pero… me veo en el deber de hacerlo. —Isabella suspiró antes de continuar
—. Por favor, si lo que sientes por Jack no es sincero, aléjate. No quiero que
vuelva a sufrir por ninguna mujer. Pareces una buena chica, pero también lo
parecía Teresa, y mira lo que ocurrió.
—Yo no soy ella, Isabella. Tu hijo es un hombre maravilloso, y me hace
sentir especial. Estamos bien juntos y queremos conocernos. —Emily le
sonrió con cariño, comprendiendo la incertidumbre de su madre—. Puedes
estar tranquila. Yo jamás haría nada que le angustiase. Quiero a Jack, y deseo
más que nadie que pueda seguir con su vida, y que desee incluirme en ella.
DIECISÉIS
Karen y Emily sacaron las últimas bolsas y las colocaron, con cuidado, en
el maletero del coche de esta.
Ya no quedaba nada de Raphael en casa y la certeza de que su padre iba a
marcharse, la entristecía un poco. Sin embargo, sabía que con Karen estaría
incluso mejor que con ella. Era un paso que tenían que dar tarde o temprano y
se alegraba por ellos. Iban a ser muy felices juntos.
—¿Entonces ya está todo? —preguntó la novia de su padre, mirando hacia
el interior de la casa.
—Creo que sí. De todas formas, si acaso faltase algo, puedo llevarlo yo a
vuestra casa.
—Gracias. —Karen apoyó una mano sobre el hombro de Emily, sonriente
—. Ha sido una semana agotadora. Pensaba que nunca acabaríamos con la
mudanza. Y todavía nos queda colocarlo todo en los armarios.
—Si necesitáis ayuda…
—No, Em, no es necesario, ya has hecho bastante —dijo Karen, para que
no se preocupase—. Lo iremos haciendo poco a poco. Tú descansa. Mañana
tienes que trabajar y te hemos tenido liada hasta las tantas.
—Ya sabéis que yo lo hago encantada.
—Lo sabemos, pero ahora te toca descansar y disfrutar de la casa para ti
sola.
Emily sonrió y miró hacia el interior.
—Se me va a hacer raro no ver a mi padre cada día aquí.
—Oye… ya sabes que puedes venirte con nosotros —le ofreció—. Si te
sientes sola, solo tienes que coger tus cosas y venirte.
—Gracias, pero no. Sois muchos en tu casa, y yo necesito tener mi
espacio.
—Lo sé, cielo. Pero… por si acaso, sabes que estamos aquí para lo que
necesites.
Del interior de la vivienda salió Raphael, impulsando la silla de ruedas
con las manos. Llegó hasta donde estaban ambas y giró para mirar la casa una
última vez.
Karen lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—¿Estás listo para que nos marchemos?
—Listo. —Cogió la mano de su hija y se la apretó—. ¿Seguro que no
quieres venirte con nosotros?
—Seguro, papá. No te preocupes. Estaré perfectamente. No te vas a
China, estamos a diez minutos a pie.
—Mañana ven a comer cuando salgas del trabajo.
—Vale, nos vemos mañana.
Raphael dio media vuelta, hacia el coche, no obstante, a medio camino
giró la silla de nuevo.
—Emily…
—¡Vete, papá! —exclamó ella riendo—. ¡Soy bastante mayorcita!
—Ya lo sé.
—Y tiene a Jack Myers —añadió Karen, sonriente—. Seguro que no la
deja mucho tiempo a solas.
Raphael gruñó y puso los ojos en blanco.
—Todavía no ha venido a presentarse. ¿Qué clase de novio es ese?
—¡Largo, papá! —se carcajeó Emily.
—Dile que lo estoy esperando.
—¡Deja a Jack tranquilo!
Karen y Raphael montaron en el coche y Emily los vio alejarse con una
sonrisa en los labios.
Al quedarse a solas, suspiró y entró en casa.
La recorrió despacio, dándose cuenta del espacio libre que había dejado su
padre. Iban a ser unos primeros días muy raros. Llegar a casa y no ver a
Raphael en su silla de ruedas sería un poco triste.
Se dirigió hacia la cocina y abrió el frigorífico para decidir qué iba a
cenar. Cuando sacó unas pechugas, el timbre sonó.
Emily puso los ojos en blanco y pensó que Raphael había vuelto para
repetirle que se fuese con ellos.
Llegó hasta la puerta y abrió con rapidez.
—Papá, ya te he dicho que…
Sin embargo, dejó de hablar cuando vio a la persona que estaba frente a
ella.
Era Dede, y estaba llorando.
Su amiga no podía dejar de hacerlo. Tenía los ojos rojos e hinchados y
muy mal aspecto.
La cogió de la mano y la hizo pasar.
—¿Qué pasa, Dede? ¿Por qué estás así? —Ella, en vez de contestar, se
echó a llorar con más fuerza—. Me estás asustando. ¿Tu familia está bien?
Dede asintió de inmediato.
—No es por ellos, Em. Es… Andrej.
—¿Qué le ha pasado?
—¡Que es un embustero y un… imbécil! —gritó entre lágrimas.
Emily la hizo tomar asiento en una de las sillas de la cocina, colocándose
ella en otra, a su lado. La cogió de las manos, dándole apoyo.
—¿Qué ha hecho?
—Me engañó.
—¿Con otra?
—¡No, con sus malditos coches!
—¿No ha cumplido su palabra? ¿No se ha deshecho de ellos?
—Ayer pasé la noche en el calabozo por su culpa.
Emily se llevó una mano a los labios, tapándose la boca por la impresión.
—¿Qué ha hecho?
—Me aseguró que el coche en el que me llevaba era suyo. ¡Hacíamos el
amor allí, joder! ¡Me paseaba tan tranquilo en un puto coche robado!
—¿Y os pilló la policía en la carretera?
—Nos pilló a punto de follar, en el campo. —Dede tragó saliva y apoyó la
cabeza sobre las manos—. Estábamos en una propiedad privada y vinieron a
llamarnos la atención. ¿Y sabes qué ocurrió cuando le pidieron los papeles
del coche? —Jadeó, muy enfadada—. ¿Sabes la cara que se me quedó cuando
me enteré de que me había mentido? ¿Sabes cómo me sentí cuando me
esposaron por su culpa?
—Uf… No quiero ni imaginármelo.
—Mejor que no lo hagas, porque fue horrible. —Se tapó los ojos con las
manos y lloró amargamente—. Y lo peor de todo fue que yo confiaba en él.
¡Qué tonta debí parecerle, Emily! Me engañó como le dio la gana.
—No llores, no se lo merece.
—No, no lo hace. —Sorbió por la nariz—. Pasé tanta vergüenza, Em. ¿Te
puedes imaginar el bochorno cuando vino mi padre a sacarme del calabozo?
¿Puedes imaginarte la cara con la que me miraba, sin yo tener culpa de nada?
—Me lo imagino. Para él también tuvo que ser un palo.
—No me habla. Mi padre no quiere ni mirarme a la cara. ¡Y todo por
ese… cabrón!
Emily resopló, comprendiendo a la perfección a su amiga. Tenía que
sentirse fatal.
—¿Has hablado con Andrej?
—No. Creo que todavía sigue en el calabozo. —Dio un puñetazo a la
mesa—. ¡Y ahí tiene que quedarse! ¡No quiero volver a verlo en mi vida!
¡Por mí, que se pudra en la cárcel!
Emily la abrazó y le dio un beso en la mejilla. Aunque quisiese ocultarlo,
se notaba que Dede estaba destrozada por él. Le dolía el engaño y el haber
sido detenida, pero lo que más le dolía era su corazón. Se había enamorado
del hombre equivocado.
—Si hay algo por lo que lo siento, es por su abuela. Esa mujer no se
merece a un nieto como él.
—Tú tampoco te mereces lo que te ha hecho.
—Me olvidaré de él en menos que canta un gallo —aseguró, para darse
ánimos a sí misma—. Quizás me cueste un poco, pero voy a dejar de lado a
ese tío aunque sea lo último que haga.
Emily apretó su mano, dándole a entender que la apoyaría en todo, y se
levantó de su asiento. Se dirigió al frigorífico y abrió la puerta para coger
algo de dentro.
—Iba a hacer algo de cenar. ¿Tienes hambre?
—No, Em, no tengo nada de hambre.
—Haré para ti también de todos modos. Tienes que comer.
Dede la vio moverse por la cocina, en silencio, y se levantó para echarle
una mano en la preparación. Miró hacia los lados y se extrañó al no ver a
Raphael por allí, ni a su silla de ruedas.
—¿Tu padre ya se ha marchado con Karen?
—Hace un rato —asintió.
—Toda la casa para ti. —Sonrió, más calmada por el asunto de Andrej—.
Te sentirás rara, ¿verdad?
—Un poco, la verdad. Me va a costar acostumbrarme a no tenerlo por aquí
a todas horas.
—No creo que tardes mucho en acostumbrarte. Puedes verlo cuando
quieras. Drogheda tampoco es tan grande. —Emily le sonrió y asintió—. Y…
ahora podrás traer aquí a Jack Myers.
Dede le dio un suave codazo en el brazo y Emily se echó a reír.
—La casa de Jack es mucho más lujosa y más grande que esta. No creo
que le apetezca pasar mucho tiempo en esta.
—¿Cómo te va con él? ¿Lleva bien el tema de su… depresión?
—Cada día parece estar mejor. —Cerró los ojos, sonriendo, y a su
memoria regresó su imagen—. Jack es increíble, Dede.
Jack:
Sé que esta no es la mejor manera de que sepas lo que voy a contarte, y tampoco lo fue
el desaparecer sin apenas dar explicaciones.
Teresa y yo estamos enamorados.
La quiero desde el primer día que apareciste con ella en casa. Desde que nos la
presentaste a mamá y a mí, cuando os comprometisteis. Una semana antes de vuestra boda.
En un principio, intenté no acercarme mucho a ella, era tu mujer y yo no quería hacerte
daño, sin embargo, Teresa sentía lo mismo que yo.
Nos queremos con locura.
La situación se nos fue de las manos.
Nos veíamos a escondidas cuando tú no estabas en casa, pero también lo hacíamos
mientras dormías. Teresa se escabullía a mi habitación sin que te dieses cuenta y
planeábamos una vida juntos, lejos de Drogheda.
Lo que jamás pudimos prever fue que ella se quedase embarazada. No lo íbamos
buscando y ese niño entorpecía nuestros planes.
Fuimos unos inmaduros, lo sé. Te hicimos creer que Owen era tu hijo, porque no
encontrábamos la manera de confesarte nuestro amor, no sabíamos cómo plantarte cara.
Creo que ella fue más valiente que yo aquel día que te dijo la verdad. No fui capaz de
mirarte a la cara y explicarte que amaba a tu mujer. Elegí la opción más cobarde, la de la
huida. Elegí a Teresa antes que a ti, pero el amor es así y sé que pasaré el resto de mi vida
con ella.
Te pido que cuides de Owen.
Ese niño vino en un mal momento y sé que contigo tendrá más posibilidades de tener
una buena vida, ya que nuestra prioridad es disfrutar.
Debo parecer un egoísta, una mala persona, pero mi vida es Teresa, y de momento, solo
deseo que estemos nosotros dos, sin nadie que nos moleste.
Espero que algún día puedas perdonarme, hermano, porque, aunque no me creas,
después de todo lo ocurrido, te quiero como si fueses mi propio padre.
Conor
Jack dejó caer la carta al suelo, con las manos temblorosas y un malestar
que ascendía por su estómago y le oprimía el pecho.
Aquella carta estaba fechada días antes de su accidente de coche.
Se llevó las manos a la cabeza y pensó en todo lo que acababa de leer.
Todos los recuerdos regresaron a él y le golpearon con una fuerza destructora
que lo dejó adormecido.
Conor había preferido a una mujer antes que a su familia, antes que cuidar
de su propio hijo. Decidió dejarlo todo, despreocuparse del daño que hacía y
largarse para vivir una vida feliz junto con su exmujer.
¿Ese era su hermano? ¿Ese fue el chico al que Jack había querido más que
a su propia vida?
Una lágrima descendió por su mejilla y se la limpió con rabia.
Se atrevió a escribirle una maldita carta para pedirle perdón. Pero se
notaba, en cada palabra, que no se arrepentía lo más mínimo. Él y Teresa
habían destrozado su vida y tenía la poca vergüenza de hacerse la víctima.
¿Lo hacía por amor? ¿Porque estaba loco por ella?
El amor no justificaba semejante barbaridad.
—Hijos de puta —susurró sin poder dejar de llorar.
Con una rabia que iba creciendo en su interior, se dirigió hasta la
estantería, donde tenía apilados sus libros y los arrojó al suelo.
Rugió, dándole golpes a la pared y le dio un manotazo a la lámpara de pie,
que alumbraba la estancia.
El sentido común desapareció de la mente de Jack, destrozando todo lo
que tenía delante.
Tanto fue el escándalo, que Isabella entró en la sala, asustada.
—Hijo, ¿qué estás haciendo?
—Vete de aquí, mamá —le advirtió con un rugido.
—Pero, Jack, ¿qué ha pasado? ¿Por qué está todo destrozado?
—¡Que te largues, joder! —chilló perdiendo los papeles—. ¡Vete de aquí
y no se te ocurra entrar! ¿Me oyes?
Isabella se llevó una mano al corazón y lo miró sin comprender.
—¿Es… es por Emily? ¿Habéis discutido?
—¡Fuera, fuera, fuera! —Le dio una patada a una de las pequeñas sillas,
que había cerca de la mesa en la que siempre jugaban al ajedrez, y esta cayó
al suelo rompiéndose una pata.
Isabella salió de la sala espantada y Jack se dejó caer sobre su butaca, con
la respiración jadeante y las lágrimas saliendo a borbotones de sus ojos.
Estuvo en soledad toda la tarde, sin poder dejar de darle vueltas a la carta,
maldiciendo a las personas que habían jugado con él. Deseaba desaparecer,
marcharse, esconderse en un agujero profundo y no salir nunca.
Cuando la habitación se inundó en penumbras, recordó a Emily.
Ella, con su rostro sereno y su sonrisa de ángel. Con su ternura y su
fragilidad.
¿Qué estaba haciendo una mujer así con alguien como él? ¡No merecía a
Emily! Si se quedaba con él, su vida sería triste y vacía, lo vería recaer una y
otra vez en aquella mierda, la haría infeliz. Y no quería eso.
Se merecía a un hombre de verdad. Uno sin sus problemas, al que su
mente no lo atormentase con recuerdos del pasado. Alguien que la hiciera reír
hasta que le doliese el estómago, que colmase su vida de felicidad, que no
fuese un gilipollas débil, que pudiese controlar su mente.
Creyó que podría conseguirlo, creyó que podría empezar de nuevo, sin
embargo, acababa de darse de bruces contra la realidad.
Nunca podría seguir hacia adelante, y Emily merecía tener una vida plena
y tranquila lejos de él.
Karen llegó al salón con los ojos tan abiertos que daba la sensación de
estar a punto de salírseles de las cuencas, cosa que divirtió a Raphael. No
obstante, la sonrisa se borró pronto de sus labios, ya que la expresión de su
cara no era chistosa. Parecía realmente alterada.
Los niños jugaban con la videoconsola en el sofá de al lado, y no se
percataron del nerviosismo de su madre.
Raphael, que ordenaba una pila de libros, después de limpiar la pequeña
leja donde estaban colocados, se acercó a ella empujando la silla de ruedas
con ambas manos. Karen era la mujer más tranquila y serena que conocía, y
si su estado de ánimo era aquel, significaba que algo malo acababa de ocurrir.
—Parece que hayas visto un fantasma. ¿Qué pasa? —Se interesó Raphael
agarrando una de sus manos.
—Pues que he visto a un fantasma —respondió misteriosa, dejando al
padre de Emily confuso.
—¿De qué hablas?
—De la persona que está esperando en la puerta de casa. —Tragó saliva,
nerviosa—. Quiere hablar contigo.
—¿Quién?
—Jack Myers.
Raphael entrecerró los ojos y apretó la mandíbula.
No podía ser cierto, porque si lo era, sería capaz de hacerle tragar la
corbata a ese tipo. Emily había pasado unas semanas muy triste por su culpa
y, como padre que era, le apetecía arrancarle las tripas de cuajo y tirarlas al
río Boyne.
Karen, al imaginar sus deseos, abrazó a Raphael y le dio un beso en la
mejilla.
—Cariño, no te alteres.
—¿Que no me altere? ¿Qué coño hace él aquí?
—Eso tendrás que preguntárselo. No me ha querido decir nada —añadió
Karen—. Sus únicas palabras han sido que quería hablar contigo.
—Y tanto que vamos a hablar…
—Raphael, por favor, están los niños en casa.
—No voy a pegarme con él. Solo quiero explicarle un par de cosas.
Karen vio a Raphael desaparecer por la puerta, con preocupación. Lo
conocía a la perfección, pues eran muchos años de relación, y estaba segura
de que no era un hombre agresivo, sin embargo, en cuanto a Emily se trataba
ya no estaba tan segura.
Era su padre y la había visto sufrir por ese hombre.
Juntó las manos en forma de oración y pidió al cielo que no ocurriese nada
grave entre aquellos dos.
Cuando giró por el pasillo y vio la figura de Jack, apretó los labios y
continuó su camino, impulsándose con la silla de ruedas. Se plantó delante de
Jack Myers, el cual iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa
clara.
No tenía muy buena cara, las ojeras oscurecían la piel bajo sus ojos, y
parecía haber bajado de peso. De hecho, el dueño de la destilería daba
sensación de vulnerabilidad, y eso consiguió que no le insultase en cuanto lo
tuvo delante.
—Buenos días, señor Bristol —lo saludó Jack, con mucha educación.
—¿Qué quieres? —ladró Raphael.
—He venido a pedirle disculpas. Por todo. Siento el modo en el que he
tratado a Emily.
—¿Y para eso tienes la desfachatez de venir a mi casa? ¿Para volver a
restregármelo, sinvergüenza?
—Aunque no se lo crea, todo lo que le dije sobre su hija era cierto. Le
aseguré que mis intenciones con ella eran serias, y que mi intención era
cuidarla y respetarla. La quiero, señor —le confesó Jack, mirándolo a los
ojos, no obstante, en los de Raphael no se borró la hostilidad que había
dibujada en ellos.
—Lárgate de aquí, Myers.
—Estoy aquí por Emily —insistió Jack, dando un paso hacia Raphael—.
He venido para que me perdone. Pero, por más que llamo a su puerta, no me
abre nadie. Una vecina me ha dicho que ella ya no vive allí, y yo… no sabía a
quién más acudir.
—¡Mi hija ya ha sufrido bastante contigo! ¡Déjala en paz!
—No puedo hacerlo, no me pida que la olvide.
—¡Pero es que tú ya la has olvidado! ¡La olvidaste el mismo día que salió
de tu casa, cuando la echaste como a un perro! —exclamó furibundo—. ¿Qué
has estado haciendo todo este tiempo mientras Emily lloraba desesperada?
¿Ya te has cansado de tus otras amantes y quieres que ella vuelva a ocupar su
lugar? ¿Te divierte joderles la vida a las personas?
Jack apretó los labios porque le temblaban. El padre de Emily pensaba de
él cosas horribles, y no podía culparle. Bajó la mirada al suelo y encorvó los
hombros. Su postura era de derrota.
—La amo —susurró—. La quiero con toda mi alma y cometí un gran
error apartándola de mi lado. —Miró a Raphael a los ojos—. No he tocado a
ninguna otra mujer. Para mí solo existe Emily.
—¡Claro! —Soltó una carcajada y se quedó observándolo con frialdad—.
Por eso le dijiste todo lo contrario. La quieres tanto que la echaste
rompiéndole el corazón, diciéndole que la habías utilizado, que no significaba
nada para ti. ¡Mi hija estuvo yendo a tu casa toda esa semana, después de
vuestra pelea, porque necesitaba hablar contigo, porque necesitaba otra
explicación, porque no podía creerse que el hombre al que quería y confiaba
se la hubiese jugado de esa manera! Pero ¡sorpresa! No le abrió nunca nadie
la puerta y su ilusión se apagó dándose de bruces contra la realidad. ¡Si no
encuentras a mi hija, y nadie te abre la puerta, te está bien merecido!
—La alejé de mí por su bien, porque pensaba que era lo mejor para Emily.
—¡No digas chorradas, a mí no tienes que engañarme, ya no hace falta,
Myers! ¡Vuelve a tu casa y deja en paz a mi familia!
—Señor Bristol, yo… no estaba bien en ese momento, no podía pensar
con claridad. Había ocurrido algo en mi vida que… me hizo verlo todo negro.
Ocurrió algo que me hizo recaer en mi depresión.
—Y lo primero que se te pasó por la cabeza fue alejar a una persona que
te quería ayudar, ¿no? —Resopló con sorna y se cruzó de brazos.
—Creí que Emily sería más feliz sin mí —le confesó—. Pensé que yo no
era un buen hombre para ella, que no podría hacerla feliz nunca, que conmigo
acabaría siendo desdichada. —Jack se limpió una lágrima y Raphael alzó las
cejas, asombrado por verlo llorar—. No sé vivir sin ella. He ido a buscarla a
casa y allí no hay nadie. Llevo dos días sin moverme de su puerta. —Jadeó
abatido—. Entiendo que usted no quiera saber nada de mí, que me odie por lo
que le he hecho a su hija, pero… señor Bristol, necesito su ayuda. —Se
acuclilló, para quedar a la misma altura que Raphael—. Quizás esta sea la
última oportunidad que tengamos Emily y yo para ser felices juntos.
VEINTIDÓS
FIN
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