Salvame de Mi - Mita Marco

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©2020 Mita Marco

Portada: Mita Marco


Maquetación: Mita Marco
Corrección: Llyc Correcciones

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constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la
imaginación del autor o son utilizados ficticiamente.
Quédate con quien te cubra del frío,
te cobije del miedo y te cuide del mal;
y todo eso suceda en un abrazo.

El Principito
UNO

El sol asomaba tímido por encima de los nubarrones, que acababan de


descargar un buen chaparrón sobre la ciudad de Drogheda.
Todavía era muy temprano cuando Emily puso un pie en la calle,
enfundada en sus viejas botas de agua y sosteniendo su paraguas, cerrado
bajo el brazo. Miró hacia el cielo antes de echar a andar y estuvo segura de
que llevar el paraguas consigo era una buena idea. En primavera, las
tormentas podían ser muy traicioneras en Irlanda, y nunca estaba de más
asegurarse de no coger un resfriado.
Anduvo por la baldosa empedrada con una débil sonrisa en los labios.
Tenía tiempo de sobra para llegar a su destino, así que se relajó un poco y se
entretuvo mirando los escaparates de los pequeños comercios con los que se
iba encontrando en el camino.
A su lado, los coches se amontonaban en la calzada y sus conductores se
afanaban por marcharse de la ciudad y llegar a sus respectivos trabajos.
Todos los días sucedía lo mismo, los embotellamientos se producían a la
hora punta, y después las calles parecían casi desiertas.
A pesar de que era una ciudad medianamente grande, Drogheda se estaba
convirtiendo en un barrio dormitorio de Dublín, ya que muchos elegían
residir en ella por su proximidad a la capital y sus precios moderados en las
viviendas.
No era la ciudad más bonita del condado de Louth, ni tenía nada que
llamase la atención de los turistas, salvo que era el lugar de nacimiento de
Pierce Brosnan. Sin embargo, su buena situación, su puerto pesquero y la
proximidad con varios monumentos megalíticos, lograba que los hoteles
siempre estuviesen llenos.
Emily paró frente a una panadería y se relamió los labios al ver unos barm
bracks en el escaparate. No había desayunado y esos panecillos dulces
hicieron que su estómago rugiese de hambre.
Sacó su monedero del bolso y miró dentro. Solo tenía treinta céntimos en
él. Hizo un mohín triste con los labios y siguió caminando.
Cuando llegó a aquel modesto edificio de ladrillos rojos y tejado de
pizarra, cerró los ojos con fuerza y rogó tener suerte ese día.
Esbozó su mejor sonrisa y traspasó la puerta, saludando a las personas que
esperaban sentadas mientras no eran atendidas.
Se quitó la chaqueta y tomó asiento junto a su vecino, un sesentón delgado
y con una incipiente barba blanca, al que saludó de inmediato.
—Hola, Bob, ¿qué haces aquí?
—Lo que todos los demás, supongo —respondió encogiéndose de
hombros, con el semblante cansado.
—¿Has cerrado la pescadería? Pensaba que funcionaba bien.
—Funcionaba… hasta que mi exmujer se quedó con la mitad.
—Vaya… No sabía que Claire y tú os hubieseis divorciado.
—Por lo visto, esta ciudad se le ha quedado pequeña —dijo
desapasionado—. Se largó a Cork hace tres meses y me ha dejado en la ruina.
—Cuánto lo siento, Bob —dijo Emily palmeándole la mano para darle
ánimos. Le sonrió—. Ya verás que hoy vas a tener suerte.
—Un milagro es lo que necesito.
Se quedaron en silencio y no volvieron a hablar entre ellos, ya que el turno
de Bob llegó enseguida.
Mientras esperaba a que le tocase a ella, sacó de su bolso un pequeño
espejo y se miró en él, para asegurarse de que su aspecto era aceptable.
Se pasó una mano por el flequillo castaño, el cual le llegaba hasta las
cejas, y lo peinó un poco. Llevaba el cabello recogido en una coleta, de la que
se escapaban varios pelitos rebeldes que no pudo domar. Chasqueó la lengua
al darse cuenta de que la piel de su nariz se le había vuelto a pelar, debido al
frío, y que sus labios, mullidos y bonitos, estaban agrietados. Sus ojos
marrones, se notaban cansados por la preocupación, y las ojeras oscurecían la
piel que había bajo ellos, alterando la perfección de su cutis.
—Que pase el siguiente.
Era su turno.
Guardó el espejo de nuevo en el bolso y se levantó de la silla, quitando
unas arrugas imaginarias de su jersey a cuadros.
Fue hasta una de las mesas, la cual estaba vacía, y tomó asiento frente al
hombre que tecleaba en el ordenador.
—Buenos días, Dave —lo saludó con una gran sonrisa, esperando a que
levantase la vista del teclado.
Cuando lo hizo, y la reconoció, abrió los ojos asombrado.
Era un hombre joven, de su misma edad. Vestía con un traje chaqueta muy
formal que no le quedaba del todo bien, y su cabello rubio llevaba demasiada
gomina. Aun así, su rostro era atractivo y su cuerpo delgado y agradable.
—¡Emily! ¿Qué estás haciendo otra vez aquí? ¿Raphael te ha echado de
casa? —preguntó riendo.
Ella rio con él y se cruzó de brazos mientras negaba con la cabeza.
—No creo que a mi padre le falten las ganas de echarme, pero no. Ya
sabes por qué estoy aquí.
—Viniste ayer.
—Lo sé.
—Y anteayer —le recordó alzando una ceja.
—No me voy a rendir —declaró con decisión.
Dave suspiró y echó un vistazo en el ordenador, pero no tardó en darse
por vencido.
—Las cosas no han cambiado mucho desde ayer, Emily. No hay vacantes
disponibles para ti en Drogheda.
—Tiene que haber algo —insistió agarrando su mano, casi con
desesperación—. Dave, ya sabes que puedo trabajar de lo que sea. ¡Pero lo
necesito ya!
—Los únicos puestos disponibles buscan una titulación que tú no tienes.
—¡Puedo aprender!
—Eso no lo pongo en duda, pero yo no soy el encargado de contratar, sino
las empresas. —Suspiró—. Esto es solo una oficina de empleo.
Emily se frotó la frente, visiblemente agobiada, y volvió a mirar a Dave,
que buscaba y rebuscaba ofertas en el ordenador, sin éxito.
—¿De verdad no hay nada?
—En Drogheda, no —sentenció—. Pero en Dublín hay miles de puestos
en los que podrías incorporarte de inmediato.
—Ya sabes que no puedo irme a Dublín. No tengo coche, y mi padre…
—Lo sé, lo sé… —se apresuró en contestar. Se rascó la frente y miró de
nuevo el ordenador—. Pásate en unos días, a ver si hay más suerte.
—Vendré mañana.
—No creo que haya nada tan pronto. Vente la semana que viene.
—Eso es mucho tiempo.
—Lo siento. No puedo hacer otra cosa. —Cogió un bolígrafo y apuntó
algo en un pequeño papel—. Dame tu número de teléfono. Si sale algo antes
de que vengas, te llamaré.
Tal y como previó, al salir de la oficina de empleo la lluvia volvía a caer
sobre Drogheda y los viandantes se apresuraban a ponerse a cubierto.
Abrió el paraguas y tomó rumbo a casa.
Mientras caminaba le daba vueltas y vueltas a lo que hacer. Necesitaba el
dinero urgentemente, en casa las cosas no iban bien y ese mes no habían
podido pagar ni la factura de la luz.
Cuando llegó, se apoyó en la puerta y contempló unos segundos el río
Boyne, el cual continuaba su flujo hasta desembocar en el mar de Irlanda,
cerca del puerto pesquero de la ciudad.
Saludó a varias vecinas, que se dirigían a sus casas cargadas con bolsas de
compra. Vivía en un barrio bastante humilde. No había pobreza en él, sin
embargo, las familias que habitaban allí tenían que pelear día tras día por
llevarse la comida a la boca.
Metió la llave en la cerradura y entró en casa.
Al hacerlo, lo primero que notó fue olor a quemado. De la cocina salía un
denso humo que la hizo echar a correr hasta allí.
—¡Papá!
Al llegar, se cubrió la nariz con las manos y abrió la ventana, para que el
humo saliese por ella. Al fijarse en los fogones, descubrió que no había
ninguno encendido, y que el humo procedía de una olla que todavía
descansaba sobre ellos.
—Me entretuve viendo la televisión y me olvidé de que estaba la comida
en el fuego.
La voz de su padre la sobresaltó.
Emily se dio la vuelta y lo encontró frente a ella, sentado en su silla de
ruedas, con una sonrisilla arrepentida en los labios.
Su padre era un hombre grande, de esos que cuando te abrazaban te
engullían entre sus brazos. Tenía el cabello corto y salpicado por las canas,
una incipiente barba, que solía afeitarse cuando tenía que salir de casa, y una
sonrisa contagiosa, de la que era imposible resistirse.
Fue hasta él y lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos con alivio, al ver que
estaba bien.
—Qué susto me has dado, papá.
—Ha sido eso, un susto. —La tranquilizó.
—Te he dicho mil veces que me dejes a mí las tareas de la casa.
Raphael miró a su hija con el ceño fruncido.
—Estoy en una silla de ruedas, pero no soy un inútil. Puedo ocuparme de
ciertas cosas.
—¿Y me lo dice el hombre que casi quema la cocina? —preguntó
cruzándose de brazos.
—Emily, yo también necesito sentirme útil.
—Me eres más útil vivo que chamuscado, papá. Déjame la cocina a mí.
—¿Entonces qué se supone que voy a hacer todo el día aquí?
—Lo que has hecho siempre.
—Antes trabajaba —dijo Raphael triste.
—¿Quieres que hablemos otra vez de eso? —Se acuclilló a su lado y le
cogió la mano—. Tú no tienes la culpa de lo que te sucedió. Y yo me siento
muy afortunada de poder tenerte todavía conmigo.
—¿Aunque tuvieses que dejar los estudios por mi culpa?
—Los dejé para ayudar en casa, no es culpa de nadie —le aseguró de
inmediato.
—Tú no deberías estar aquí, Emily, en esta ciudad no vas a llegar a
ninguna parte. Deberías irte a Dublín, allí podrías forjarte un buen futuro.
—No me voy a ir a ninguna parte, ¿me oyes? —Se levantó del suelo y,
empujando la silla de ruedas, sacó a su padre de la cocina—. Me voy a
quedar aquí, contigo.
Raphael Bristol llevaba en silla de ruedas dos años.
Trabajaba en la fábrica de acero de Drogheda, en la que le pagaban un
sueldo bastante aceptable. No obstante, después del accidente de coche, tuvo
que dejar su empleo y sobrevivir con la ayuda que le daba el Gobierno, con la
cual solo podían pagar la mitad de sus gastos.
Después del accidente, no les quedó más remedio que vender el piso en el
que vivían y comprar aquella casa de planta baja, la cual era mucho más cara
de lo que podían permitirse, ya que el dinero que consiguieron vendiendo su
antigua vivienda no les cubrió la totalidad de su coste.
Dependían de Emily para poder hacer frente a todo lo demás, y esta
llevaba sin encontrar un empleo desde hacía dos meses, cuando cerró la
tienda en la que trabajaba.
Tenían varias facturas atrasadas y comían gracias a la Red Cross, que les
daba dos bolsas de alimentos cada tres semanas.
—¿Cómo te ha ido en la oficina de empleo? —preguntó Raphael cuando
llegaron al salón y su hija tomó asiento en el sofá.
—No hay novedades.
—¿Has hablado con Dave?
—Todavía no hay nada para mí. Dice que me llamará en cuanto salga
algo.
Él bajó la vista al suelo y suspiró.
—Emily… hazme caso. Vete a Dublín. Allí podrás salir adelante. No te
quedes en Drogheda solo por mí. —La miró a los ojos, del mismo color que
los suyos—. Si me quitan la casa, siempre puedo irme a vivir con Karen. Ya
me lo ha sugerido dos veces.
—¿Y dejarle todo el peso a ella, papá? ¿No crees que tu novia ya tiene
bastante con sacar adelante a sus dos hijos?
—Estoy intentando que al menos tú tengas un futuro digno. No te quedes
en Drogheda por mí.
Ella se levantó del sofá y se acercó hasta su padre. Le cogió de la mano y
le sonrió, aparentando serenidad. Le costaba mucho hacerlo, ya que siempre
había sido de esa clase de personas a las que los sentimientos se le reflejaban
en el rostro, no obstante, necesitaba que Raphael creyese que todo estaba bajo
control, que iban a salir adelante y que todo iría bien.
—Escúchame, papá. Voy a quedarme contigo porque quiero hacerlo. Y no
te preocupes por el trabajo. Encontraré algo, puedes estar seguro.

A tan solo quinientos metros de la casa de Emily, una importante reunión


iba a llevarse a cabo en la Destilería Myers, una de las industrias de whisky
más importante de Irlanda. A pesar de que solo hacía siete años que los
licores Myers llegaron al mercado, la destilería gozaba de una salud
envidiable y un crecimiento tan boyante que contaba con varias fábricas
repartidas por el país, dando empleo a casi diez mil familias.
Encerrados en aquella enorme sala de juntas, decorada con sobriedad y
elegancia, los ejecutivos y asesores de la misma se miraban las caras,
apoyados en la larga mesa de caoba, mientras esperaban a que su presidente
llegase para comenzar.
Howard Walsh se removió en su sillón, incómodo, percatándose de que
los demás ejecutivos criticaban por lo bajo la poca puntualidad del dueño de
la destilería. Últimamente sus apariciones en juntas y reuniones eran
demasiado escasas, y eso molestaba a sus accionistas, que habían amenazado
varias veces con abandonar dicho negocio.
Volvió a mirarse el reloj de muñeca y suspiró, desesperado porque no
tardase mucho más.
Llevaba en la empresa, a las órdenes de Jack Myers desde que la fundó,
siendo su abogado y aconsejándolo en los temas legales pertinentes, y desde
hacía seis meses, la actitud de su jefe había cambiado drásticamente.
Apenas se involucraba, pasaba por la destilería muy de vez en cuando y
dejaba en manos de sus consejeros todas las decisiones importantes sobre su
futuro.
No había que ser demasiado listo para saber que si las cosas seguían por
esos derroteros, Destilerías Myers acabaría cerrando.
Observó a su alrededor y contempló a los demás ejecutivos subir la voz
paulatinamente, criticando a su presidente.
Sin embargo, la puerta de la sala se abrió y todos guardaron silencio de
inmediato.
Jack Myers apareció ante ellos con su habitual semblante serio y su rostro
cansado. Vestía, como de costumbre, con su elegante traje gris, su maletín de
cuero y los zapatos tan limpios y brillantes que se podía comer sobre ellos.
Pero la perfección acababa ahí, ya que llevaba cuatro meses sin afeitarse, y la
barba mal recortada cubría casi la totalidad de su rostro, además de su
cabello, demasiado largo y descuidado.
Siempre fue muy atractivo, con unos bonitos ojos color miel que ahora
parecían hundidos y vacíos, y su cuerpo, antes fuerte y musculoso, estaba
consumido por la mala alimentación.
Aquel hombre que tenían delante era solo una sombra de lo que había sido
muy poco tiempo atrás.
Dejó el maletín sobre la mesa y tomó asiento en su butaca, sin ni siquiera
mirar a las personas que tenía delante, cosa que pareció molestar a la mayoría
de sus ejecutivos.
Al ver que Jack no daba permiso para comenzar con la reunión, uno de los
inversores se levantó de su asiento y se dirigió a él.
—¿Podemos empezar ya con la reunión o vas a tenernos aquí sentados
todo el día en silencio?
Los fríos ojos de Jack se clavaron en él y curvó la boca en una sonrisa
tensa.
—Podéis empezar —respondió con su profunda voz.
—Perfecto. —El hombre se aclaró la voz y le pasó unos papeles, mientras
comenzaba a hablar—. Necesitamos que eches un vistazo al contrato para la
construcción de la nueva planta en Galway. Tenemos el terreno, a la empresa
constructora y hemos hablado con los almacenes de materiales para que nos
den presupuesto. —Jack cogió los papeles y se los pasó a uno de sus
asesores, sin ni siquiera mirarlos por encima. Al verlo, el accionista que
hablaba apretó los labios—. ¿No vas a leerlos?
—¿Para qué?
—¡Maldita sea, Jack! ¿No te interesa el crecimiento de Destilerías Myers?
—Mi asesor lo leerá por mí y decidirá lo que hacer.
—¡Pero tú eres el jefe!
—¡Y él mi asesor! —gritó dando un puñetazo sobre la mesa—. Le pago
para que me asesore, y eso es exactamente lo que va a hacer.
Los ejecutivos de su alrededor murmuraron entre sí por el poco interés del
dueño de la destilería, y Howard se tapó los ojos con una mano, sabiendo que
aquella reunión no iba a acabar bien.
—¿Lo habéis oído? —preguntó el accionista a los demás—. Es nuestro
dinero con el que se está jugando, y al señor Myers parece no importarle lo
más mínimo.
Jack apretó los dientes y se levantó de su butaca, encarando al hombre.
—¡Si no os gusta cómo funciona mi destilería, sois libres de largaros!
—¡El día menos pensado, lo haremos!
—¡Ahí tenéis la puerta!
—Jack —saltó Howard alzando las manos, para que se calmase—, no es
necesario llegar a este punto. ¿Por qué no nos tranquilizamos?
Jack miró a Howard unos segundos, en silencio, y tomó asiento de nuevo
en su butaca, fulminando con la mirada al otro hombre, que seguía de pie,
con unos papeles en la mano.
A partir de ese momento, la reunión siguió produciéndose sin apenas
contar con el dueño de la destilería, que continuaba en su butaca con el
semblante serio, impenetrable y en silencio. Parecía abstraído, como si su
cabeza estuviese en otra parte, como si nunca hubiese ido a esa reunión.
Una hora después, los ejecutivos y asesores se marcharon de la sala de
juntas, sin embargo, Jack no se movió de su asiento.
Howard se acercó a él y apoyó la cadera sobre la mesa, a su lado. Se cruzó
de brazos y esperó a que alzase la cabeza y lo mirase.
—Sabes que no suelo meterme en tus asuntos, Jack, pero la empresa no
puede seguir así. Debes volver a hacerte cargo de ella.
—No me interesa la puta empresa, ni lo que tengan que decirme los
imbéciles de los accionistas —respondió con indiferencia.
—¿Vas a tirar el trabajo de estos años a la basura?
—Eso es precisamente lo que quiero hacer, Howard.
El abogado se acuclilló y apoyó una mano en el brazo de Jack, para volver
a llamar su atención.
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, creo que puedo
considerarme tu amigo. Y me parece que te vas a arrepentir de lo que estás
haciendo.
—Entonces, no sabes nada —rumió con desapasionamiento, frotándose la
frente con una mano.
—Necesitas un respiro. Tomarte un tiempo de descanso y pensar las cosas
con detenimiento —le aconsejó—. Tienes que ponerte bien, coger fuerzas.
—¡Lo que necesito es un abogado que no se entrometa en mis cosas!
—Lo hago por tu bien, Jack. —Se humedeció los labios—. No puedes
dejar que tu vida se vaya a la mierda por…
—¡Basta, ni se te ocurra decirlo! —chilló aguantando las ganas de echar a
correr. Jadeó, agobiado, y se mesó el cabello, mientras su respiración se
volvía fuerte—. Quiero verte mañana, Howard. Necesito que redactes algo.
—Está bien.
—Te espero a las cinco en mi casa.
—No creo que pueda ser a esa hora. Tengo la tarde completa, pero, si
quieres, puedo hacerte un hueco a la hora de comer. —Jack asintió, conforme
—. Te espero en Burks a la una y media.
DOS

Emily ojeó su teléfono móvil por cuarta vez en diez minutos, para
asegurarse de que Dave no la había llamado desde la oficina de empleo.
Estaba desesperada y ya no sabía qué hacer, ni dónde buscar, para
conseguir un trabajo. Le daba igual que fuese el peor de toda Drogheda, que
tuviese que pasar el día rodeada de basura y que le pagasen una miseria.
Trabajaría en lo que fuese con tal de llevar algo de dinero a casa.
Antes de que pudiese guardar el teléfono en el bolsillo, notó un tirón en la
mano que la hizo trastabillar.
Se agarró como pudo a una señal de tráfico para no caer, y cerró los ojos
resoplando por el alivio. Al abrirlos de nuevo, fijó su mirada en los tres
perros a los que paseaba. Parecían como locos, ladrando, ya que habían visto
a un gato cruzar la calle.
Los acarició para que se calmasen y continuó con su paseo.
No le pagaban mucho, pero tampoco es que fuese un trabajo agotador,
simplemente los llevaba a dar una vuelta y se los devolvía a sus dueños.
Levantó la mirada hacia el cielo y le cayó una gota en la mejilla. Estaba
empezando a llover y no había traído su paraguas.
Apretó el paso y caminó de regreso para dejar a los perros en sus
respectivas casas, antes de que se calasen hasta los huesos. Lo último que
necesitaba era que sus dueños se enfadasen con ella por habérselos devuelto
mojados y se quedase sin cobrar.
Consiguió dejarlos a todos antes de que apretase la lluvia y se resguardó
en un portal, esperando a que amainase un poco antes de continuar con su
camino.
Cruzó Laurence Street y dejó atrás la iglesia de St. Peter para llegar hasta
el lugar donde había quedado con Dede, su mejor amiga.
Llevaban sin verse varios días. A diferencia de Emily, Dede trabajaba en
la carnicería de su padre, y en sus ratos libres ayudaba en la Red Cross,
repartiendo comida y ayudando a la gente con pocos recursos. De hecho, ella
era la encargada de llevarles los alimentos cada tres semanas a casa.
—¡Emily, aquí!
Su voz familiar le hizo alzar la mirada, buscándola.
La encontró apoyada en la fachada del restaurante Burks, sonriente, como
siempre, con su bonito pelo rojo recogido en una coleta y sus límpidos ojos
azules, amigables y expresivos, que siempre observaban con bondad. No era
demasiado alta, ni tampoco tenía un cuerpo curvilíneo que llamase la
atención especialmente, no obstante, era muy bonita, y su cara pecosa
llamaba la atención de quien se quedaba mirándola el tiempo suficiente.
Al llegar a su lado, se dieron un abrazo y rieron, felices de verse.
—Siento haber llegado tarde, me ha pillado la lluvia y no llevaba
paraguas.
—¿Tú sin paraguas? Qué raro. Pero si es lo primero que coges nada más
levantarte por las mañanas.
—Qué graciosa estás hoy, ¿no? —dijo dándole un pequeño empujón,
haciéndola reír.
—Graciosa y con buena memoria —añadió, metiéndose la mano en el
bolsillo y sacando una pequeña cajita de él.
Se la ofreció a Emily, la cual se llevó una mano a los labios.
—No me digas que te has acordado.
—¡Pues claro que sí, tonta! —Le dio otro abrazo—. Feliz cumpleaños.
Lo abrió. Dentro de la cajita había una fina pulsera de plata, con varias
circonitas que la rodeaban. Emily dio un par de saltos, de pura emoción, y se
la puso en la muñeca.
—¡Me encanta! ¡Es preciosa!
—Ojalá hubiese podido comprarte algo más, pero voy un poco justa de
dinero.
—No tenías que haber comprado nada —añadió Emily quitándole
importancia—. Ahora me siento mal. Yo no pude regalarte nada en tu
cumpleaños.
Dede la cogió de las manos y le sonrió.
—Ya me regalarás cuando encuentres un trabajo. Por eso no te preocupes.
—Pues ojalá sea pronto. —Se apoyó en la fachada, junto a su amiga, y
frunció los labios, con tristeza—. No hago más que buscar y buscar… y nada.
—Drogheda está muerta —respondió la otra, chasqueando la lengua—.
Todo el mundo se larga a Dublín. Creo que de nuestro curso del colegio, solo
quedamos nosotras.
—Y Dave —la corrigió Emily.
—Oh, sí… Dave. Pero él no cuenta. Trabaja para el Gobierno y le pagan
muy bien.
—Al menos él ha tenido suerte.
—Tiene estudios, Emily, nosotras no.
Ella bajó la vista al suelo y suspiró.
—Algún día lograré sacarme la carrera. Me licenciaré y seré una gran
trabajadora social.
Dede la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Estoy segura de ello. —La cogió de la mano y tiró de Emily, para entrar
al restaurante Burks—. Pero ahora, vayamos a comer algo.
Ella se soltó y no quiso entrar.
—¿Por qué no vamos a mi casa mejor?
—No, Em, hoy vamos a celebrar tu cumpleaños aquí.
—No puedo permitírmelo, ya lo sabes.
—Sí que puedes, porque yo te invito —insistió Dede.
—Tu economía tampoco está para que malgastes el dinero conmigo.
—Comer no es malgastar, siempre me lo dice mi padre. El dinero que nos
gastamos en comida, es el mejor invertido —debatió con gracia, tirando de
nuevo de la mano de Emily para que la siguiese al interior del restaurante.
Burks era un pequeño local donde servían toda clase de comida. Siempre
estaba lleno, y entre sus clientes podías encontrar tanto a trabajadores de
banco, como a barrenderos.
Su decoración no tenía nada de especial, ni tampoco sus menús, no
obstante, preparaban todo de forma tradicional y eso se notaba en cada
bocado.
Tomaron asiento alrededor de una pequeña mesa, en el centro del
restaurante, y el camarero les cogió nota.
El sonido de las risas de la gente, y la suave música que se escuchaba por
los altavoces de la televisión, era la banda sonora de Burks.
Emily miró a su alrededor y saludó con un movimiento de cabeza a unos
conocidos que comían en una mesa un poco más alejada. Sin embargo, su
atención regresó pronto hacia Dede, que la miró con una sonrisilla en los
labios.
—Bueno, ¿y qué se siente con veintiséis años?
—Lo mismo que con veinticinco, supongo —respondió Emily
encogiéndose de hombros—. Sigo igual de pobre.
—¿En serio no has podido encontrar nada de nada? ¿No te han ayudado
en la oficina de empleo?
—En todos los trabajos que hay disponibles, piden una titulación que yo
no tengo.
—¿Y qué tal por casa? —Se interesó—. ¿Cómo está Raphael?
—Mi padre, como siempre, empeñado en que me vaya a Dublín. Dice que
aquí no tengo futuro.
—En cierto modo, tiene razón.
—Pero no voy a dejarlo, Dede. Me pienso quedar con él. Ya sé que está
Karen, que quiere a mi padre y lo cuidaría igual o mejor que yo, pero ella
tiene dos niños a los que sacar adelante.
—La situación de su novia tampoco es para tirar cohetes —añadió la otra
—. El otro día no pudo pagar en la carnicería, y tuvimos que apuntarla en la
lista de morosos.
—¿Por qué es todo tan complicado? —preguntó Emily tapándose la cara
con las manos—. No hemos hecho nada malo para que nos pase esto a
nosotros.
—La vida a veces es así de cabrona —indicó Dede con un suspiro.
—Solo pido un trabajo, no creo que sea demasiado. Un miserable trabajo
para poder pagar las facturas y tener dinero con el que comprar comida. —Se
limpió una lágrima y sorbió por la nariz—. Estoy tan agobiada…
—Lo sé, cariño, y ojalá yo pudiese ayudarte.
—Tú ya haces bastante con la comida de la Red Cross.
—¿Qué me he perdido? —Al escuchar esa voz tan familiar, ambas alzaron
la cabeza y sonrieron a Dave, que se quitaba la chaqueta y se dejaba caer en
una silla vacía a su lado—. ¿No habrás soplado las velas sin mí?
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Emily riendo—. ¿Tú también te has
acordado de mi cumpleaños?
Él resopló y rodeó a Dede por los hombros.
—Ella me llamó para que me pasase por aquí un rato.
Dede lo empujó y se soltó de sus brazos, sin dejar de sonreír.
—Podías haber sido un poco más puntual.
—No me han dejado salir antes de la oficina de empleo.
—No importa, Dave, me alegro de que estés aquí —dijo Emily
agradecida.
—Pero no he podido comprarte ningún regalo.
—A mí eso me da igual. El mejor regalo que puedes darme es un trabajo.
Él hizo una mueca con los labios y negó con la cabeza.
—De momento, no va a poder ser, Em. —Al ver la cara triste de ella,
metió la mano en su bolsillo—. Aunque… he traído esto. —Sacó un muffin,
debidamente metido en una bolsa de plástico, y una vela.
Emily y Dede rieron por su ocurrencia y lo miraron mientras sacaba el
dulce de su envoltorio y clavaba la vela en él. Buscó un mechero en su
bolsillo y prendió la vela.
Se lo puso a Emily delante.
—Vamos, pide un deseo.
—No tenemos diez años, Dave —rio esta.
—¡Pide un deseo, tonta! ¿Y si se cumple? —la instó Dede.
Emily suspiró y cogió el muffin entre sus manos. Cerró los ojos y pensó en
algo.
—Deseo… un trabajo. —Se mordió el labio inferior—. ¡Y unos scones!
¡Me muero por comerme una docena de scones dulces!
—¡Em, los deseos no se dicen en voz alta! —exclamó Dave, poniendo los
ojos en blanco.
—¿Y qué clase de deseos son esos? —saltó Dede a su vez—. ¡Aspira más
alto, chica!
Emily rio y miró a sus amigos divertida.
—¡Bueno, vale, pues deseo ser millonaria! ¡Asquerosamente millonaria!
—¡Eso está mejor!
—¡Y otra vez lo has dicho en voz alta! —Rio Dave, mientras cogía el
muffin y lo partía en tres trozos, para que pudiesen compartirlo.

Jack observaba la cara de Howard, que lo miraba como si estuviese


completamente loco.
Estaban sentados en el restaurante Burks, tal y como quedaron en hacer el
pasado día. Su abogado comía una enorme hamburguesa, mientras él removía
sin demasiada hambre su plato de colcannon, a base de puré de patata, col y
cebolla.
Había llegado puntual a la cita con Howard, ya que aquello era
importante, no obstante, el hombre no podía ni imaginar que lo que se traía
entre manos Jack fuese aquello tan descabellado.
—No… no lo entiendo, la verdad —continuó Howard, confuso—. ¿Todo,
todo?
—Todo —asintió Jack, con decisión.
—¿Pero por qué?
—Ya te he dicho que no lo quiero, no lo necesito.
—Jack, piénsalo, por favor —le rogó juntando las manos como en una
oración—. Lo que me estás pidiendo es algo insólito.
—Me da igual, es mi voluntad y se hará como yo quiera.
—No puedo ayudarte en esto, sería cómplice de algo que… —Howard
cerró los ojos con fuerza—. No me pidas esto.
—Eres mi abogado, así que cumple con tu deber.
—Esto no está dentro de mi…
—¡Howard! —lo interrumpió, mirándolo con dureza, para luego
desinflarse y apoyar la cabeza sobre una mano—. Tú sabes mejor que nadie
que ya no puedo más.
—Entonces, déjate ayudar.
—La decisión está tomada.
Howard se humedeció los labios y asintió, sin dejar de contemplar a Jack.
Cómo había cambiado en apenas seis meses.
—¿Tu madre sabe algo de todo esto?
—Es cosa mía, no suya.
—Deberías hablar con ella.
—¡Y tú no deberías meterte donde no te llaman! Estás aquí para que
redactes lo que yo te diga. Punto.
Howard asintió, irguiendo la espalda. En cierto modo, Jack tenía razón.
Aunque no le gustase, era su trabajo. Y si su decisión era esa, debía
respetarla.
—Entonces… ¿estás seguro de que será para Crosscare? ¿Todo, íntegro?
—Todo —asintió Jack.
—Está bien, como quieras. —Howard dejó el bolígrafo en la mesa y se
mesó el cabello. Se levantó—. Tengo que ir al servicio, ahora mismo vuelvo.
Jack lo vio marcharse y centró su mirada en la comida que tenía delante.
La removió un par de veces más y tiró el tenedor dentro del plato.
Apoyó la cabeza sobre las manos y frunció la boca en un gesto de dolor.
Llevaba pensando en ello desde hacía seis meses, y ya no aguantaba más.
Debía dejarlo todo atado, todo en orden.
Sabía que tenía que ser una putada para Howard hacer aquello, no
obstante, trabajar para él nunca había sido fácil, y aun así seguía a su lado.
El barullo del Burks retumbaba en sus oídos. Estaba rodeado de gente
pero se sentía solo. Lo único que podía palpar con facilidad era la angustia y
la pena. Todo lo demás no importaba.
De entre las voces de la gente, escuchó a alguien llorar. Parecía un llanto
desesperado, al límite. En cierto modo, le recordó un poco a lo que sentía él.
Giró la cabeza y fijó sus ojos en la persona que lloraba.
Era una chica con el pelo castaño y un flequillo que le pareció pasado de
moda, acompañada por una joven pelirroja que intentaba animarla.
En la cara de ella había desesperanza, agobio. Parecía muy abatida, y se
preguntó el porqué. Era guapa, al menos se lo pareció las pocas veces que
apartó las manos de su cara.
Cuando logró calmarse un poco, hasta ellas llegó un hombre que las hizo
sonreír. Tomó asiento a su lado y sacó un muffin al que le colocó una vela.
Era el cumpleaños de la joven que lloraba.
Jack entrecerró los ojos al intentar escuchar de lo que hablaban. No sabía
por qué, pero el llanto de esa chica había despertado su interés.
Gracias a que las personas que comían a su lado se marcharon, pudo
escuchar con más claridad lo que decían esos tres.
La pelirroja y el hombre la animaban a pedir un deseo.
Ella cerró los ojos y sonrió antes de hablar.
—Ya estoy aquí —dijo Howard, sobresaltándole—. Había un poco de
cola en los servicios. —Jack lo observó con esa seriedad que lo caracterizaba,
sin decir ni una palabra, así que el abogado cogió el bolígrafo y la hoja en la
que estaba apuntando lo que su jefe le dictaba—. Bien, vamos a continuar, si
todavía sigues con la idea de…
—Sí, sigamos —lo interrumpió.
—Entonces, tu decisión es Crosscare, ¿correcto?
Jack giró la cabeza, para mirar a la morena.
—He cambiado de opinión —anunció, asombrando a Howard.
—¿De verdad? Uf… Jack, no sabes la alegría que me das. Era una idea
descabellada y creo que…
—No te equivoques —dijo impidiendo que siguiese hablando—. Mi deseo
sigue siendo el mismo, pero no será para Crosscare. —Miró de nuevo hacia la
joven—. Averigua quién es ella.

Raphael veía la televisión tumbado en el sofá, mientras Emily limpiaba su


silla de ruedas sentada en el suelo.
Era prácticamente de noche y no quedaba nadie en la calle, salvo algún
que otro niño que jugaba con la pelota antes de que su madre lo llamase para
ir a cenar.
Le pasó un paño húmedo al sillón, donde había alguna que otra migaja y
se miró la pulsera que Dede le había regalado, sonriendo.
Desde que su padre tuvo el accidente, apenas había tenido regalos, porque
no podían permitírselos, así que atesoraba aquella pulsera como si estuviese
hecha de diamantes.
Había sido una buena comida. Dave, Dede y ella habían hablado, habían
reído, y le habían secado las lágrimas cada vez que se agobiaba. No podía
evitar echarse a llorar cuando recordaba la situación en la que se encontraban
ella y su padre. Necesitaban un milagro para poder salir hacia adelante.
Metió la mano en la cesta que tenía la silla de ruedas, en la parte de
debajo, y sacó una caja no muy grande, envuelta en un plástico. Frunció el
ceño al verla y miró a su padre, curiosa.
—Creo que los hijos de Karen han debido dejarse algún juguete en tu silla
cuando has ido a comer con ellos. —Le mostró la caja—. Mañana, cuando
vaya a la oficina de empleo, paso por su casa y se lo devuelvo.
Raphael le sonrió con cariño a su hija y negó con la cabeza.
—Emily, eso es para ti.
—¿Para mí? —Frunció el ceño.
—Feliz cumpleaños, hija.
Ella se levantó del suelo, con la caja en las manos y rio, tapándose la boca.
Lo abrió de inmediato y saltó al ver un pequeño perfume, de una marca no
demasiado cara, dentro de la caja.
Miró a Raphael alucinada.
—Pero, papá… ¿de dónde has sacado el dinero?
—Lo hemos comprado entre Karen y yo —le aclaró—. ¿Te gusta?
—¡Claro que me gusta, me encanta! —Fue hasta el sofá y se sentó a su
lado—. Pero… Karen no debería gastar dinero en mí. Dede me dijo que el
otro día no pudo pagar en la carnicería de su padre.
—No me permitió comprarlo solo. Se empeñó en participar ella también
en tu regalo.
—No deberíais haberlo hecho.
—Te esfuerzas mucho por mí, Emily. Te esfuerzas más que ninguna chica
de tu edad, por mi culpa. Has tenido que sacrificar muchas cosas por quedarte
conmigo.
—No es culpa de nadie —dijo de inmediato—. Y no he sacrificado nada.
Aquí estoy mejor que en ningún otro sitio.
Ella se limpió una lágrima y abrazó a su padre, muy fuerte.
Cuando Raphael tuvo el accidente, Emily pensó que no volvería a verlo
nunca, así que cuando los doctores le dijeron que seguía con vida, pero que
no podría volver a caminar, le dio exactamente igual. Lo importante era que
seguía con ella.
Fue duro al principio. Raphael tuvo que acostumbrarse a su nueva vida, y
a veces lloraba porque se sentía inútil, sin embargo, poco a poco, regresó el
hombre cariñoso y alegre de siempre.
Karen, su novia, estuvo con ellos en todo momento. Emily agradeció
tenerla a su lado, apoyándolos, cuando salieron del hospital. Esa mujer quería
a su padre con todo su corazón, y estaba muy feliz de que hubiese encontrado
a una persona tan buena como ella con la que compartir su vida.
Emily besó a Raphael y le sonrió, mientras las lágrimas seguían cayéndole
por las mejillas. Sin embargo, el sonido del timbre de la puerta la hizo
limpiarse con rapidez.
—¿Quién será?
Se levantó del sofá y se dirigió hacia la entrada.
Cuando abrió, ante ella encontró a un mensajero, que portaba una caja en
la mano. Le sonrió, amablemente, y leyó un papel.
—¿Emily Bristol?
—Sí.
—Esto es para ti.
Cerró la puerta con el ceño fruncido y regresó al comedor, donde Raphael
esperaba en el sofá.
—¿Quién era?
—Un mensajero. —Le enseñó la caja—. Me ha traído esto.
—Ábrelo a ver qué es.
Emily volvió a acomodarse junto a su padre y tiró del lazo que envolvía la
caja. Cuando la destapó, sus labios se curvaron en una sonrisa espléndida.
—¡Son scones! —Cogió un par. Uno se lo dio a Raphael y otro para ella.
Les dieron un bocado y cerraron los ojos al notar su delicioso sabor—. Esta
mañana, en el restaurante, dije que moría por comer scones. Dave ha debido
comprarlos, porque se le olvidó comprarme un regalo.
Raphael rio y cogió otro pastelillo.
—Qué gran chico es ese Dave. Llámalo y agradécele el detalle.
—Ya voy. —Corrió hacia su habitación, donde tenía el teléfono móvil, y
marcó el teléfono de Dave, con una gran sonrisa en los labios.
Había sido tan amable…
—¿Diga?
La voz de su amigo sonó a través de la línea telefónica.
—¿Dave? Soy Emily.
—Emily… no me irás a preguntar otra vez por el trabajo, ¿verdad? —Rio.
—No —Rio a su vez—. Llamaba para agradecerte los scones. Acaban de
llegar a casa.
—¿Scones? —Dave parecía confundido—. Em, yo no te he mandado
scones.
—Ah, ¿no? —Frunció el ceño y se mesó el cabello—. Es que acaba de
llegar un mensajero y he pensado que habías sido tú.
—¿Le has preguntado a Dede? Ha tenido que ser ella.
—¡Claro! —exclamó dándose cuenta de su error—. Voy a llamarla.
Diez minutos después, Emily salió de su habitación confusa, y se dirigió
al sofá donde Raphael seguía comiendo de los dulces de la caja. Se acarició la
panza y le sonrió a su hija, palmeando a su lado, para que volviese a sentarse
con él.
—¿Ya has llamado a Dave?
—Él no ha sido. Así que también he telefoneado a Dede.
—Vaya con Dede. Este año se ha pasado, ¿verdad? —comentó Raphael
silbando por el asombro—. Te regala la pulsera, te invita a comer y manda a
un mensajero con scones a casa.
Emily se humedeció los labios y cogió la caja, medio vacía, entre las
manos.
—Dede tampoco ha sido, papá. No tengo ni la menor idea de quién ha
podido mandarlos.
TRES

Isabella Myers llegó a casa a las nueve de la noche, después de pasar todo
el día en la empresa hidroeléctrica que dirigía desde que su marido murió,
tres años atrás.
Era una señora muy elegante, paciente y correcta.
Tenía el cabello corto, teñido de un exquisito rubio platino que realzaba el
color de su piel. A diferencia de sus amistades, en su cara podían verse los
signos de la edad, pues siempre estuvo en contra de intentar taparlos a base
de inyecciones. No obstante, seguía conservando su atractivo, y su cuerpo,
delgado y bonito, armonizaba con el resto de su apariencia.
Nada más poner un pie en casa, el llanto desesperado de un niño la
alarmó.
Cruzó el amplio recibidor, demasiado modernista para su gusto, y llegó a
la cocina, buscando a su nieto.
—¿Ann? ¿Por qué llora el niño? —preguntó en voz alta a la cuidadora de
Owen. El sonido amortiguado de una música atronadora llegó a sus oídos.
Giró sobre su cuerpo y salió de la cocina. El llanto de Owen era cada vez
más fuerte.
—¡Ann! ¿Se puede saber dónde estás?
Encontró a Owen sentado en su pequeña cuna, con la carita roja de tanto
llorar y lleno de mocos. Lo cogió en brazos y lo calmó.
Limpió al niño y le dio un beso en la mejilla.
Owen acababa de cumplir un año, y andaba a malas penas. Era un
pequeño bastante inquieto, risueño y guapo.
—¡Ann! ¿Dónde demonios te has metido? —llamó por tercera vez a la
niñera.
Con Owen en brazos, cruzó la casa y se dirigió hacia la estancia donde
sonaba la música.
Era estridente, estaba muy alta y no comprendía cómo Jack no se volvía
loco metido ahí dentro con ese ruido.
Abrió la puerta, sin llamar, y lo encontró sentado en una butaca, con los
ojos cerrados.
Aquella era una estancia grande, donde había estantes repletos de libros y
películas, una televisión enorme, que ocupaba casi toda la pared de enfrente,
y una mesa de billar. Aunque la sala estaba repleta de ojos de buey en el
techo, estaba casi en penumbra, ya que las cortinas también estaban cerradas.
Con el ruido de la música, Jack ni siquiera se había percatado de que
Isabella estaba allí. La mujer caminó hasta el aparato y lo apagó. El silencio
que reinó fue gratificante, sin embargo, él abrió los ojos de inmediato.
—¿Qué haces aquí y por qué has quitado la música? —preguntó con voz
fría.
—¿Cómo puedes vivir aquí dentro con ese escándalo, Jack? —Pulsó una
llave y varios ojos de buey dieron luz a la estancia.
Él apenas la miró. Giró la butaca y cogió el mando de la televisión.
Al ver que la ignoraba, Isabella caminó hacia él y se puso delante de la
tele.
—¿Puedes apartarte? —dijo más bien dando una orden.
—¿Hoy tampoco has ido a la destilería?
—¿Para qué?
—Es tu trabajo.
—Basta, no necesito a nadie que me controle.
Isabella suspiró y echó un vistazo a la apariencia de su hijo.
Vestía con ropa deportiva. Iba hecho un desastre. Despeinado, con el
cabello tan largo que apenas se le reconocía, y con aquella horrible barba que
le cubría las mejillas. Estaba quedándose en los huesos. Echaba mucho de
menos al Jack de siempre. Ese de ahí no era su hijo.
Owen hizo un gorgorito y Jack entrecerró los ojos, mirándolo mal.
Isabella le dio un beso al niño y se concentró de nuevo en su hijo.
—¿Dónde está Ann?
—¿Y yo qué sé?
—Cuando he llegado, Owen estaba llorando.
—Se habrá cansado del crío —respondió Jack con indiferencia.
—Quién sabe el tiempo que habrá pasado Owen solo, en su cuna, llorando
—se lamentó ella, acariciando la carita del niño—. Es un bebé, no puede estar
tanto tiempo sin vigilancia.
—Pues llévalo a los servicios sociales —gruñó él.
—Es tu hijo, Jack.
—¡Ese crío no es mío! —gritó, logrando que Owen se pusiese a llorar,
asustado.
—Sí lo es —insistió Isabella—. Es mi nieto, te guste o no.
Jack se levantó de la butaca y encaró a su madre, con odio en la cara.
—Pues quédatelo, te lo regalo.
—Jack… —Cerró los ojos, dolida por la actitud de él—. Nos tienes
preocupados.
—Dejadme en paz. No le he pedido a nadie que se preocupe por mí.
—Hoy me ha telefoneado Howard. Me ha dicho lo que quieres hacer.
—¿Quién coño es Howard para llamarte? ¡Es mi abogado, no tiene ningún
derecho a ir aireando mis cosas!
—Él también está preocupado por ti, por eso me lo ha dicho. —Isabella se
acercó a su hijo y apoyó una mano en su brazo—. ¿Qué pretendes conseguir
con esto? Necesito que me lo expliques, porque yo no lo entiendo. Todo lo
que te ha costado, todo el esfuerzo…
Él apretó la mandíbula y siseó, dándose la vuelta, saliendo de la
habitación y dejando a Isabella a solas, con el niño en brazos.
Al ver a Jack desaparecer, tomó asiento en la butaca donde había estado
sentado, y se tapó la boca con las manos. Abatida, se echó a llorar. No sabía
cómo llegar hasta su hijo, no sabía cómo ayudarle y, si no hacía nada pronto,
Jack acabaría haciéndose polvo él solo.

Emily regresó de la oficina de empleo desanimada, después de que Dave


volviese a decirle que no había ningún puesto de trabajo para ella.
Tuvo que parar varias veces por el camino porque sentía que se ahogaba
debido a la ansiedad.
Se sentó en un banco de William Street y se cubrió los ojos pensando en
qué más podía hacer para que aquello se solucionase.
Estaba agotada. Llevaba sin dormir bien más de tres semanas y el sueño
solo conseguía que su estado de ánimo empeorase.
Si seguían así, acabarían cortándole la luz, el agua, la línea telefónica y se
quedarían en la calle, al no poder pagar la hipoteca. Le dolía en el alma, pero
si seguían así más tiempo, tendría que comenzar a vender las joyas de su
madre.
Se levantó del banco para regresar a casa, sin embargo, antes de que
pudiese dar un paso, su teléfono móvil sonó.
Metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y se colocó el aparato en el
oído.
—¿Dígame?
—Emily —La voz de Raphael la puso en alerta.
—Dime, papá, ¿ocurre algo?
—Acaban de telefonear desde el banco. Querían hablar contigo.
El corazón se le paró en el pecho y tuvo que apoyarse en la fachada de un
edificio para que las piernas no le fallasen y terminase en el suelo.
—¿Qué… qué querían?
—No me lo han dicho, solo me han pedido que te dijese que te pasases
por la sucursal.
—Querrán saber por qué no hemos pagado este mes.
—Hija, yo…
—No te preocupes, papá, voy a ir y les pediré un crédito para tener un
poco más de tiempo.
—No creo que te lo den. Estamos hipotecados hasta los ojos, no tienen
garantías con nosotros.
Ella se mordió el labio inferior y cerró los ojos con fuerza. Tenía razón.
—Voy a hablar con ellos —dijo de inmediato, para que no se preocupase
—. Lo solucionaré.
Se dirigió hacia el banco con los nervios destrozándole las entrañas. Tanto
fue así, que tuvo que parar detrás de un contenedor a vomitar. Se quedó
llorando allí unos minutos, hasta que se obligó a seguir caminando.
El Ulster Banc estaba situado en la calle West, una de las más
emblemáticas de Drogheda, justo al lado de la iglesia de St. Peter.
Nada más entrar, se percató de que todos los trabajadores se quedaban
mirándola, ya que no había nadie más que ella en el banco.
Recorrió los escasos tres metros que la separaban del mostrador y le
sonrió al hombre que había tras él, notando cómo sus piernas le temblaban.
—Buenos días.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?
—Soy… soy Emily Bristol. Mi padre me ha dicho que me habían llamado
del banco.
El hombre alzó las cejas y le pidió su identificación. Cuando la comprobó,
volvió a mirarla, pero esa vez con una sonrisa más amplia.
Se levantó de su asiento y le hizo una señal con la mano.
—Sígame. La está esperando el director.
El trayecto hasta el despacho del director fue agónico. No recordaba haber
estado más nerviosa en su vida.
Al entrar, un hombre de mediana edad, bajito y con una incipiente calva,
se levantó para recibirla. El otro empleado cerró la puerta tras de sí, para
dejarlos a solas.
—Buenos días, señorita Bristol. Soy Steven Smith.
—Buenos días.
—Siéntese, por favor. Tenemos varios asuntos que tratar.
Emily se dejó caer en la silla y se mordió el labio inferior, mientras veía al
hombre mirar sus datos en el ordenador.
—Escuche —comentó de inmediato—. Ya sé que tenemos facturas sin
pagar, pero le ruego que me dé un poco más de tiempo. Le aseguro que
encontraré trabajo, solo necesito un crédito para…
El director del banco enarcó las cejas.
—¿Qué facturas sin pagar?
—Las facturas, ya sabe, la luz, el agua… la hipoteca…
—No nos consta que deba nada. Está todo en orden.
—¿Qué? No es posible, yo… —El color abandonó su cara.
El hombre volvió a mirar su ordenador y negó con la cabeza.
—Aquí todo está correcto, señorita.
—No puede ser… —Se mesó el cabello e hizo memoria del dinero que les
quedaba en la cuenta. Apenas cien euros. Alzó la cabeza y se fijó en el
director, que la miraba curioso—. Y… si no me ha llamado para… pedirme
explicaciones por los impagos… ¿qué hago aquí?
—Quería hablar con usted sobre un plan de inversión que puede
interesarle. Su dinero iría creciendo mes a mes, con garantías, pero con la
condición de que lo deje a plazo fijo en nuestro banco.
Emily no comprendía nada, se había perdido.
—Perdone, señor Smith, ¿qué dinero? Pero si no tengo ni para tomarme
un café.
El director giró la pantalla del ordenador, para que ella lo viese.
—Entonces, estos treinta y ocho millones de euros, que aparecen en su
cuenta de ahorros, ¿no son suyos?
Emily se llevó las manos a la boca al ver aquella cantidad de dinero. Se
comenzó a marear y su respiración se volvió dificultosa. Al darse cuenta, el
director se levantó de su asiento y corrió a su lado para darle aire.
—¿Se encuentra bien, señorita? ¿Quiere un vaso de agua?
—Por favor —asintió con la boca seca.
Después de beber un par de tragos y de intentar que su cuerpo no temblase
convulsivamente, Emily miró de nuevo la pantalla del ordenador, en el que
aparecía su nombre seguido de todos esos millones.
—Esto… Esto tiene que ser un error —susurró mirando al director,
confusa—. Yo nunca he tenido ese dinero, no sé de dónde ha salido.
—Por lo que se puede ver aquí, ha sido una transferencia —añadió el
director del banco, pinchando con el ratón en la cifra en cuestión—.
¿Esperaba alguna herencia?
—No. —Todo le daba vueltas.
—¿Algún pariente generoso?
—Mi familia es humilde. —Miró la cifra por cuarta vez consecutiva y se
llevó la mano al pecho—. Tiene que ser una equivocación.
—Señorita, si hubiese sido una equivocación, ya estaría subsanada —le
informó el director.
Emily jadeó con el ceño fruncido, sin poder digerir aquello.
—¿Quién ha sido? ¿Puede saberse la identidad de la persona que ha
ingresado el dinero?
—Por supuesto, pero me llevará unos minutos.
—Adelante.
Prestó atención al director, que tecleaba sin parar y asentía en ocasiones,
cuando conseguía que la página respondiese.
—Aquí está —dijo al fin.
—¿Quién…? ¿Quién ha sido?
—¿Tiene amistad con Jack Myers? ¿Lo conoce de algo?
—¿Jack Myers? —Se quedó pensativa—. No, de nada. No sé quién es.
—¿Vive en Drogheda y no sabe quién es Jack Myers?
—¿Tendría que saberlo?
—Supongo que sí, ya que él parece conocerla, o no hubiese hecho este
ingreso.
No entendía nada. ¿Quién era ese tal Jack? ¿Y por qué tenía su dinero en
su cuenta de ahorros?
—¿Es famoso en la ciudad?
—Bastante, señorita Bristol. Todo el mundo le conoce —asintió—. El
señor Myers es el dueño de las Destilerías Myers.
Dede terminó de limpiar los cuchillos, que había usado para despiezar una
pierna de cordero, y se marchó de la carnicería, dejando a su padre al frente
del negocio las próximas cuatro horas que seguiría abierta. Después de las
cinco de la tarde apenas había clientela y podía arreglárselas él solo.
Salió a la calle, abriendo el paraguas, y se dirigió hacia la Red Cross.
Era sábado, y ese día se repartían las bolsas de comida para las personas
sin recursos. Y eso significaba guardar algunas para Emily y Raphael.
Cada vez que pensaba en lo mal que debía de estar pasándolo su amiga, un
nudo se le agarraba en el estómago. Sin embargo, Dede poco más podía hacer
por ellos. Su sueldo en la carnicería tampoco era una maravilla, ganaba el
dinero justo para correr con sus gastos a final de mes. Ojalá hubiese podido
ayudarlos como merecían.
Llegó a la asociación y saludó a los demás voluntarios.
Eran tantos los años que echaba una mano allí, que esas personas eran
como de la familia, al igual que las que acudían a por comida. Les había
cogido cariño. Eran buenas personas, no obstante, la vida no había sido justa
para ellos.
Sacó de su bolso el chaleco rojo con el que se los diferenciaba, con una
cruz roja en la parte derecha del pecho, y se puso manos a la obra,
amontonando las bolsas de comida tras una mesa, en la que tenían el listado
de las personas a quien les correspondían.
—Dede, ¿puedes ocupar mi lugar en la mesa, por favor? —le preguntó
una compañera, mientras terminaba de amontonar las bolsas.
—Claro, ¿dónde estás?
—En la de la derecha, atendiendo a esa anciana del pelo blanco.
Dede se quedó observándola con atención. Era bajita, regordeta y llevaba
el cabello cubierto por un pañuelo de flores.
—No la había visto nunca por aquí, ¿es nueva?
—Creo que sí, yo tampoco la había visto por la Red Cross.
Se acercó a la mesa y le sonrió a la anciana, que le devolvió la sonrisa de
inmediato. Le despertó ternura, tenía cara de buena, de ser una de esas
personas entrañables.
—Buenas tardes, ¿me dice su nombre?
—Senka Pavlovic —respondió con voz tímida.
Dede la buscó en la lista y dio enseguida con su nombre. Asintió y cogió
dos bolsas de alimentos.
—Aquí tiene, señora Pavlovic, que pase una buena tarde.
La señora cargó las bolsas y se despidió de ella con otra sonrisa.
Dede dio paso al siguiente, sin embargo, antes de poder atenderlo,
escuchó un ruido frente a ella.
Echó a correr cuando se dio cuenta de que ese ruido había sido la anciana
al caerse de bruces.
Cuando llegó a su lado, la cogió por los brazos, ayudada por un
compañero, y la levantaron.
—¿Está usted bien?
—Sí, estoy bien —respondió con un marcado acento extranjero.
—Permítame que le recoja la comida del suelo. —Se puso de rodillas y
metió de nuevo todo en las bolsas. Al acabar, las dejó al lado de Senka y le
sonrió—. ¿Podrá llegar a su casa sin problemas? —La anciana asintió, sin
embargo, Dede le sonrió y cogió las bolsas ella misma—. La acompaño, así
me aseguro de que llega bien.
Caminaron por el centro de Drogheda a paso lento, ya que Senka no podía
caminar con demasiada agilidad. La mujer no dejó de agradecerle su ayuda, y
de sonreírle de esa forma tan cariñosa.
Cuando llegaron a su casa, Dede se fijó en que era bastante vieja, pero tan
grande que tenía incluso un garaje privado.
Senka abrió la puerta y la condujo hasta la cocina, donde dejó las bolsas
sobre la mesa.
—¿Seguro que no se ha hecho daño al caerse? Puedo acompañarla al
médico.
—No me duele nada, bonita. —Senka la cogió de las manos—. Gracias
por ayudarme.
—No debería ir usted sola a por comida. Las bolsas pesan bastante. —Le
sonrió—. Si no tiene a nadie que la ayude, la próxima vez puedo traérsela a
casa yo misma.
—Mi nieto puede ir por mí —anunció Senka, con orgullo en la voz—. Es
joven y fuerte.
—Está bien. —Dede se miró el reloj de muñeca—. Me tengo que ir.
—¿Quieres café?
—No, gracias, tengo que seguir ayudando en la asociación.
—¿Por qué otro día no vienes a casa a comer?
Ella le sonrió a la anciana.
—De acuerdo, Senka, vendré otro día.
—¡Zdravo bako! —Una voz profunda, a su espalda, la hizo girarse.
Ante ellas apareció un hombre alto, rubio, con el cabello rapado, ojos
azules y de complexión fuerte. Vestía con unos pantalones deportivos,
manchados de grasa, y una camiseta blanca de tirantes, que, por su aspecto,
también parecía haberse pringado de la misma grasa de los pantalones.
Dede tuvo que obligarse a cerrar la boca y disimular lo impresionada que
estaba con su aparición. Le pareció el hombre más atractivo que hubiese visto
nunca.
El recién llegado se la quedó mirando con el ceño fruncido, y su abuela
caminó hasta él, cogiéndolo por las manos, acercándolo a Dede.
—Andrej, mira qué chica más guapa me ha ayudado a traer la comida.
Dede bajó la vista al suelo, visiblemente incómoda, y cuando lo miró por
segunda vez, él sonreía y le tendía la mano para saludarla.
—Hola.
—Hola —respondió ella, con la voz más aguda de lo normal—. Soy
Dede.
—Como ya ha dicho mi abuela, soy Andrej —se presentó, simpático, con
el mismo acento extranjero de la anciana—. Gracias por acompañarla hasta
casa.
—No hay de qué. —Retiró la mano de la de él, notando un hormigueo
muy agradable en el brazo—. Tengo que irme.
—¿Tan pronto? ¿No quieres tomar algo? —preguntó él, con amabilidad.
—No puedo, ya le he dicho a tu abuela que me esperan en la Red Cross.
Senka tocó su brazo, llamando su atención.
—Ven a casa algún día a comer.
Dede asintió, agradecida, y dio un par de pasos hacia la puerta, sin querer
mirar mucho a Andrej, que por alguna extraña razón la ponía bastante
nerviosa.
Cuando salió de aquella vivienda, se apoyó en la fachada y rio ella sola
por la manera tan estúpida en la que su cuerpo había reaccionado a ese
hombre.
Chasqueó la lengua contra los dientes, quitándole importancia, y comenzó
a caminar de vuelta hacia la Red Cross. Tenía mucho trabajo por hacer y no
debía entretenerse más.
CUATRO

Emily alzó la cabeza y contempló anonadada la enorme casa del señor


Jack Myers. Desde fuera parecía un castillo fortificado. Sus muros estaban
construidos en piedra, y el moho crecía entre sus juntas, dándole aspecto de
fortaleza antigua.
Tragó saliva y presionó el timbre que había justo al lado de la puerta de
hierro, por la cual podía verse el espléndido jardín que rodeaba la
construcción.
Cuando salió del banco, vagó por Drogheda como si todo aquello no fuese
más que un sueño. Estaba en shock. Tenía en su cuenta de ahorros treinta y
ocho millones gracias al dueño de la Destilería Myers, al cual no había visto
en su vida.
A diferencia de lo que decía el director del banco, Emily estaba
convencida de que aquello había sido un error, y que el señor Myers pondría
el grito en el cielo cuando se enterase de que su dinero estaba en manos de
una chica que no tenía ni para comprar una barra de pan.
Aunque le hubiese gustado hacerlo, no podía quedarse con el dinero y
actuar como si aquello fuese lo más normal del mundo. No le pertenecía y
estaba segura de que cuando su dueño volviese a recuperarlo, se lo
agradecería.
¿Quién en su sano juicio regalaba su fortuna a una desconocida?
Metió la mano en su bolsillo y apretó el cheque que le había pedido al
director del banco, con el dinero del señor Myers. Cuanto antes se lo
devolviese, menos le dolería hacerlo. No debía encariñarse de algo que no le
pertenecía.
La puerta de hierro se abrió y Emily caminó por el jardín directamente
hacia la casa.
La vivienda se encontraba en las afueras de Drogheda, a cien metros de la
destilería. Era extraño que habiendo vivido toda su vida en esa ciudad, nunca
se hubiese fijado en aquella casa. Aunque, claro, apenas salía del centro, y
cuando lo hacía era para ir a Dublín, que estaba en la dirección contraria.
En la puerta la esperaba una mujer que la miraba con seriedad. Era mayor,
con un apretado moño en la nuca y un delantal blanco alrededor de su oronda
cintura.
Al llegar a su lado, Emily le sonrió.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Me llamo Emily Bristol. Estoy buscando al señor Myers.
—El señor está ocupado —dijo ella, sin más.
—Es que tengo algo que le pertenece —insistió Emily.
—Puede dármelo y cuando esté libre, yo misma se lo haré llegar.
—Imposible. —No sabía quién era, y no iba a confiarle tanto dinero. Sería
ella misma la que le devolviese a su dueño lo que había perdido por error.
La señora la miró de arriba abajo y frunció el ceño.
Emily se alisó el jersey con nerviosismo. Se sentía fuera de lugar en
aquella casa. Todo era demasiado en comparación con ella, que vestía con
ropa bastante anticuada y sus zapatos habían tenido días mejores.
Se peinó un poco el flequillo, esperando a que la mujer dijese algo, y miró
hacia el interior de la vivienda. Desde allí, podía contemplarse un amplio
recibidor de paredes blancas, muebles vanguardistas y suelos entarimados. El
interior no parecía concordar con la fachada señorial de aquella casa.
—Si quiere ver al señor Myers, tendrá que esperar.
—Esperaré —aceptó Emily, paciente.
—Sígame, entonces.
La mujer la llevó hasta una enorme sala en la que había varios sillones y
algunos estantes con libros. La hizo sentarse en uno de ellos y antes de
marcharse, entornó la puerta.
—No toque nada —le advirtió, volviendo a mirarla de arriba abajo,
decidiendo si confiaba en Emily.
Cuando se quedó a solas, miró a su alrededor y se sintió pequeña e
insignificante. En aquel lugar todo era enorme y grandioso, no se parecía en
nada a lo que ella estaba acostumbrada.
A lo lejos, escuchó el eco del llanto de un niño. Lloraba desconsolado,
como si quisiese que alguien le prestase atención, pero nadie parecía hacerlo.
Además, también escuchaba el sonido de una atronadora música proveniente
de algún otro rincón de la casa. Era rock, y dudaba de que la persona que
estuviese escuchándolo lo disfrutase, ya que le habrían reventado los oídos
por el volumen.
De repente, la música cesó y se escucharon pasos dirigirse hacia allí. Era
esa mujer de nuevo.
—El señor Myers la recibirá. Acompáñeme.
Emily hizo lo que se le mandó y caminó tras ella recorriendo la
inmensidad de aquella casa, intentando no parecer demasiado asombrada con
cada estancia que cruzaban.
La hizo pasar a una sala alargada, en la que había una gran mesa de billar
en el centro, una televisión gigantesca presidiendo una de las paredes y
estantes con películas y libros. La mujer se marchó, cerrando la puerta tras de
sí, y la dejó a solas en aquel lugar. Sin embargo, delante de ella, vio cómo se
giraba una butaca y sentado en ella estaba un hombre que la comenzó a mirar
con una seriedad que la incomodó.
Parecía joven, aunque su aspecto era desaliñado.
Vestía con ropa deportiva que no combinaba entre sí, con el cabello largo
y una barba mal recortada que le cubría las mejillas.
La miraba con fijeza, con unos intensos ojos del color de la miel, que
parecían estar hundidos por el cansancio, y su cuerpo era delgado, como si no
comiese bien.
Se quedó en silencio, sin saber qué decir, nerviosa por ser el centro de
atención de aquel hombre al que no conocía de nada.
—Buenos días, soy Emily Bristol —se presentó, con educación.
—Ya sé quién eres —respondió él, con una profunda y bonita voz que no
concordaba en nada con su aspecto.
—¿Es usted el señor Myers?
—El mismo.
Emily abrió los ojos, asombrada. Jamás se hubiese imaginado a Jack
Myers con ese aspecto. A los hombres con tanto dinero siempre los concebía
vestidos con elegancia, con trajes hechos a medida y de apariencia impecable.
El Jack Myers que tenía enfrente, más bien parecía pertenecer a cualquier
barrio bajo de Irlanda, pero no a esa casa.
—¿A qué has venido, Emily Bristol? —Se inclinó un poco hacia adelante,
pero sin levantarse de su butaca—. Has insistido en verme y ahora te quedas
muda.
—Yo… lo siento. Estoy un poco impresionada con todo esto.
—¿Impresionada? —Él alzó una ceja y la recorrió con la mirada—. ¿Por
qué?
—Por su equivocación.
—¿En qué me he equivocado, si puede saberse?
Emily sacó el cheque del bolsillo y se lo mostró.
—Ha debido de haber un error. Se me ha hecho una transferencia de
treinta y ocho millones a mi cuenta de ahorros. Cuando he preguntado de
dónde provenía la transferencia, dijeron su nombre. —Ella recorrió la
distancia que los separaba y le tendió el cheque—. He venido a devolverle su
dinero.
—A devolvérmelo —repitió Jack, frunciendo el ceño.
—Falta un poco, lo sé —se apresuró a decir—. Se han cobrado algunas
facturas antes de que pudiese remediarlo, pero se lo devolveré, puede estar
seguro.
Jack entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, sin el mínimo interés en
coger el cheque.
—Guárdatelo. No ha habido ningún error. Yo mismo di la orden de que se
te hiciese el ingreso.
Los ojos de Emily casi se le salieron de las órbitas. ¿Había escuchado
bien? ¿Le estaban engañando sus oídos?
Jack Myers parecía impasible mientras que ella tuvo que aguantar el tipo
para que sus piernas no se convirtiesen en flanes.
—¿Por qué, señor Myers? ¿Por qué me regala su dinero? ¿Por qué le da el
dinero a una desconocida?
—¿Te parece mal? —la interrogó curvando sus labios en una fría sonrisa.
—Lo que me parece es que usted no ha pensado lo que está haciendo. —
Alargó de nuevo la mano—. No puedo aceptar tanto dinero.
—¿Tampoco vas a aceptar los scones que te envié?
—¡Fue usted! —exclamó anonadada, mirándolo con sus dulces ojos
marrones—. ¿Cómo sabía que yo quería…? —Se mesó el cabello—. ¿Me
escuchó?
—Los deseos a veces se cumplen.
—¡Estaba en Burks!
—Justo enfrente de ti.
Emily dio un par de pasos hacia los lados, tan impresionada que apenas
podía reaccionar. No obstante, su lado racional salió a la luz.
—¿Qué pretende conseguir con esto, señor Myers? ¿Qué busca de mí para
que me haya regalado tanto dinero?
—¿Te he pedido algo? —dijo molesto.
—No, y no lo va a hacer porque no puedo aceptarlo. Tome el cheque.
Jack entrecerró los ojos y la miró como si estuviese loca. ¿Qué persona, en
su sano juicio, dejaba pasar una oportunidad de esa envergadura?
—¿No quieres el dinero?
—No.
—¿No te hace falta? ¿No era verdad lo que escuché en el restaurante?
—Me hace falta, me hace mucha falta.
—¿Entonces qué problema tienes? —preguntó alzando la voz, perdiendo
la paciencia.
—El problema es que no me lo he ganado. No podría gastarme el dinero
de otra persona.
—Serás la única que no pueda hacerlo. No conozco a nadie que rechace
semejante regalo.
—Y se lo agradezco —se apresuró a decir—. Pero no puedo, señor Myers.
Es su dinero, no el mío.
Él se pasó una mano por la barba, y se quitó unas migajas que tenía en
ella.
Contempló a Emily Bristol, que continuaba frente a él queriendo aparentar
serenidad, sin embargo, sus piernas la traicionaban. Se notaba que estaba
nerviosa. Su bonita cara estaba en tensión, al igual que su cuerpo. Se tocaba
el flequillo sin parar y su mirada era errante, como si no quisiese mirarlo
demasiado.
Jack apoyó la cabeza en el respaldo de la butaca, con indiferencia.
—Si no quieres el dinero, dáselo a alguien.
—¿Que se lo dé a alguien? —repitió ella sin poder creer lo que decía.
—Sí, regálaselo a quien tú quieras.
—Pero, señor Myers…
—¡No voy a coger ese cheque! —añadió con voz de mando—. No lo
quiero, así que haz con él lo que creas conveniente. —Giró la butaca en la
que estaba sentado y le dio la espalda, dando por terminada aquella
conversación—. Cierra la puerta cuando te vayas.

Isabella Myers entró en casa todo lo rápido que le permitieron sus piernas.
Acababa de recibir una llamada de la mujer que limpiaba en casa de Jack,
avisando de que la niñera de Owen tampoco había ido ese día a trabajar.
Nada más entrar por la puerta, fue hacia la habitación del pequeño y lo
cogió de la cuna. Al igual que el pasado día, su pequeña carita estaba roja por
el llanto.
Le dio un beso en el moflete y lo llevó a la cocina para prepararle un
biberón.
Mientras lo hacía, la música atronadora de Jack rompía el silencio de la
vivienda.
Ni siquiera pensó en ir a hablar con su hijo. ¿Para qué? Ya sabía cuál iba a
ser su respuesta, y no iba a gustarle.
Mientras se calentaba el agua para el biberón, marcó el número de
teléfono de la niñera, para pedirle explicaciones. Ann nunca se había
ausentado tanto tiempo, y menos sin avisar.
—¿Dígame?
—¿Ann? Soy Isabella Myers.
—Buenos días, señora Myers —la saludó con voz tirante.
—¿Se puede saber por qué has faltado dos días seguidos a tu puesto de
trabajo? No se te paga para que te quedes en tu casa. Has dejado a Owen
solo.
—Lo siento mucho por el niño, señora Myers, pero en mi vida voy a
volver a pisar esa casa.
Isabella frunció el ceño y, con el biberón en la mano, tomó a Owen en
brazos.
—¿Y puedo saber el motivo?
—Se me contrató para cuidar de un bebé. ¡No tengo por qué aguantar los
desplantes de su hijo!
—¿De… Jack?
—¡Sí, del mismo!
—Pero si Jack no se mueve de su sala, siempre está allí escuchando
música.
—¡Sale, claro que sale! ¡Y cuando lo hace, no hay persona que aguante su
humor de perros! ¿Qué clase de padre es para no querer ni ver a su hijo?
—Ann, sabes que Jack tiene problemas.
—¡Lo que le suceda no es de mi incumbencia, señora! ¡Se me contrató
para cuidar de Owen, y no para ejercer de psicóloga! Espero que tenga buena
suerte buscando a otra niñera, porque a mí no va a verme más en esa casa.
Ann colgó e Isabella se quedó con el teléfono en la mano, sin poder creer
lo que acababa de suceder.
Suspiró, cansada, y tomó asiento en una de las sillas de la cocina. Si todos
los problemas que tenía no eran bastante, ahora también tendría que
encargarse de buscar una nueva niñera para su nieto.
Raphael miraba el cheque, anonadado, mientras su hija se encontraba
sentada a su lado, en silencio.
Nada más salir de la casa de Jack Myers, Emily corrió para contarle a su
padre lo que le acababa de suceder. Y, como era de esperar, Raphael
reaccionó de la misma forma que lo hizo ella: quedándose tan impresionado
que ni las palabras le salían por los labios.
Emily aguardaba a que hablase, y lo hacía recordando los detalles de su
encuentro con Jack Myers. Rememoró lo insignificante que se sintió en
aquella casa, lo grandiosa que era en comparación con su pequeña vivienda
en aquel barrio obrero. Recordó los ojos serios de él, su aspecto desaliñado,
casi descuidado. Lo mucho que le temblaban las piernas.
Un movimiento a su derecha la hizo regresar de su ensoñación. Raphael
dejó el cheque sobre la mesa, casi con reverencia, y miró a su hija con los
ojos tan abiertos que, en otra situación, la hubiese hecho reír. No obstante,
comprendía esa reacción. ¿Cómo se comportaba la gente en esos casos?
—¿Entonces el señor Myers te dijo que podías quedártelo?
—Me dijo que no quería el dinero, que hiciese con él lo que creyese
conveniente.
—Pero, Emily… ¿qué persona hace eso? ¿Qué clase de empresario regala
su fortuna?
—No lo sé, papá, yo tampoco lo entiendo. —Cogió el cheque entre sus
dedos—. Lo único que tengo claro es que tenemos treinta y ocho millones en
la cuenta bancaria.
—Treinta y ocho millones que no son nuestros.
—Lo sé —añadió ella, fijando la mirada en sus pies—. Fui a su casa con
la idea de devolverle el dinero, pero no me lo permitió.
Raphael impulsó su silla de ruedas y dio varias vueltas por el salón,
pensativo, mientras Emily lo observaba callada. Había sido un año muy duro.
Un año de preocupaciones, de llantos, de agobios. Y ahora…
—Nos hace falta el dinero —habló él, de repente.
—Sí, nos hace mucha falta.
Sonrió a su hija y le acarició la mejilla, con amor.
—Pero no podemos quedárnoslo, Emily.
—Sería injusto —asintió ella, de acuerdo con su padre.
—No podría dormir por las noches sabiendo que estamos gastando el
dinero de otro hombre.
Ella se masajeó la frente y cerró los ojos, cansada.
—¿Y qué hago, papá? Ya he intentado devolvérselo. He ido hasta su casa
y no ha querido ni hablar del tema.
—Regresa y dáselo.
—No lo va a coger. Es posible que ni siquiera me abra la puerta. —
Frunció el ceño al recordar el aspecto del señor Myers—. Es un tío muy raro.
—Hay que intentarlo al menos, Emily —insistió Raphael cogiendo las
manos de su hija—. Si se empeña en ignorarte, lo quemaremos, pero no
vamos a aceptar el dinero de ese hombre.

Dede colgó el teléfono y se apoyó en la fachada de la Red Cross,


alucinada. Acababa de hablar con Emily, y lo que le había contado parecía
sacado de una novela de fantasía.
¡Treinta y ocho millones! ¡Treinta y ocho jodidos millones de euros!
¿Qué clase de tarado regalaba tanto dinero a una desconocida?
Se colocó el chaleco de la organización y pensó en el dueño de la
Destilería Myers. ¿Qué se suponía que intentaba conseguir con aquello? ¿Se
habría encaprichado de Emily y querría comprarla con dinero? ¿Buscaba
limpiar sus pecados ayudando al prójimo? ¿Tenía alma de ONG?
Todavía no había visto a su amiga en persona, pero imaginaba la cara que
se le habría quedado al ver la cifra a la que ascendía la cuenta de su banco.
Había pasado de no tener dinero ni para comprarse un capricho, a poder
comprar toda Drogheda, si le apetecía hacerlo.
No obstante, no iba a aceptar el dinero. Ni ella ni Raphael estaban
dispuestos a gastar ni un céntimo proveniente de aquel empresario chalado.
Dede rio pensando en qué hubiese ocurrido si en vez de a Emily, el señor
Myers hubiera decidido darle la pasta a ella.
La verdad es que era una situación insólita y difícil, sin embargo…
¿hubiese sido tan malo quedarse con el dinero? Todos sus problemas se
arreglarían de un plumazo, dejarían de pasarlo mal, de sufrir por el puñetero
trabajo.
Era una tentación enorme, y ahora más que nunca admiraba a Emily y a
Raphael por su cabeza fría y su sentido del deber.
—¿Dede?
Una voz grave a su espalda le hizo darse la vuelta.
Cuando se fijó en el hombre que la llamaba, todo su cuerpo se agitó al
encontrarse con Andrej.
A diferencia del pasado día, el nieto de Senka vestía con ropa limpia, sin
rastro alguno de grasa. Los pantalones vaqueros le quedaban de vicio y el
polo negro, que cubría su torso, marcaba a la perfección sus pronunciados
abdominales.
Dede tuvo que apoyarse de nuevo en la pared cuando Andrej le sonrió. Y
su corazón se volvió loco al darse cuenta de que se acercaba a ella, con las
manos metidas en los bolsillos, y una mirada que derretiría todo el hielo del
Polo Norte.
—Eh… hola —lo saludó intentando que su voz sonase serena, aunque no
tenía claro si lo consiguió—. ¿Qué haces por la Red Cross?
Cuando se puso a su lado, Dede tragó saliva y tomó un poco de distancia.
No recordaba que su cuerpo hubiese reaccionado así con ningún hombre,
pero Andrej parecía revolucionar cada parte de su anatomía.
—He venido para darte las gracias.
—No hace falta, ya me las dio ayer Senka. —Le quitó importancia—.
Además, fue un placer ayudarla a regresar a casa.
Él sonrió, mirándola fijamente.
—Mi abuela me dijo que se cayó y tú la socorriste. Que te portaste muy
bien con ella.
—No fue nada —respondió riendo, pasando una mano por su pelo—.
Estoy en la Red Cross para contribuir con la gente que lo necesita, es parte de
mi trabajo.
—No deja de repetir que quiere que vayas a casa a comer con nosotros.
Dede sonrió y apartó la mirada enseguida de la de Andrej.
—De verdad que no es necesario. No tiene que malgastar comida en mí.
Me alegro de que solo fuese un susto, y de que esté bien.
—Esa mujer es fuerte como un toro —bromeó él, haciéndola reír a su vez.
—Pero las bolsas de alimentos pesan demasiado para ella. Debería venir
alguien en su lugar la próxima vez. Vuestra casa está bastante alejada y
podría tropezarse otra vez y hacerse daño de verdad.
Andrej asintió de inmediato.
—Le he prohibido que vuelva ella sola. La próxima semana vendré yo a
recogerlas. —Se concentró en Dede con intensidad—. Y así puedo invitarte a
un café.
Ella se quedó sin respiración y se mordió el labio inferior, tan nerviosa
que sentía que las manos le sudaban.
—No gastes tu dinero conmigo, Andrej. No tienes que invitarme a nada
para agradecérmelo. Seguro que te hará falta para otras cosas.
—Dentro de poco no necesitaremos comida de la Red Cross —aseguró
convencido—. En cuanto mi trabajo empiece a dar beneficios, mi abuela
vivirá como una reina. Yo me aseguraré de que así sea. Esa mujer ha dado la
vida por su familia, es lo mínimo que puedo hacer por ella.
—Ojalá eso suceda pronto. —Le deseó Dede, mientras lo miraba
embobada. Al darse cuenta, cerró los ojos con fuerza y se obligó a regresar al
mundo real—. Pero mientras tanto, no malgastes el dinero en cafés para mí.
Andrej la miró con los ojos entrecerrados y una sonrisa misteriosa en los
labios.
—Ya veremos.
CINCO

Allí estaba otra vez, sentada en el mismo sofá, en aquella enorme estancia
y sintiéndose tan diminuta como el pasado día.
La música seguía sonando a todo volumen. Retumbaba por toda la
gigantesca casa, de forma atronadora. Y el llanto de aquel niño no cesaba ni
un momento.
Lo primero que se le pasó por la cabeza fue que aquella era una casa de
locos, y tras su regreso no podía estar más convencida de ello.
La señora que le abrió la puerta seguía mirándola con desaprobación,
como si fuese una pordiosera que estuviese allí para robarles los objetos de
valor. Estaba segura de que, cuando se marchase, se aseguraría de que no
faltaba nada en el salón en el que aguardaba a que el señor Myers volviese a
atenderla.
Sin embargo, lo único que quería Emily era acabar cuanto antes y largarse
de aquel lugar.
Al igual que ocurrió el pasado día, la música paró de repente, y la mujer
que la guio hacia el salón, apareció por la puerta para anunciarle que podía
pasar a la sala donde se encontraba el señor de la casa.
Antes de entrar, suspiró, cogiendo fuerzas. No le gustaban las miradas
desafiantes de aquel hombre, ni su forma de hablarle.
Cuando cruzó la puerta, encontró a Jack de pie, junto a la ventana.
De su boca salió el humo del cigarro que llevaba en la mano. Lo expulsó
lentamente, mientras observaba el enorme jardín que rodeaba la propiedad.
Al escuchar las pisadas de Emily, se dio la vuelta y la encaró con el
mismo semblante del pasado día, con esa expresión, mezcla de desdicha y
aburrimiento.
Llevaba el cabello recogido en una coleta, pero su barba seguía siendo un
desastre, al igual que su ropa. Incluso creyó ver una mancha en su camiseta.
Jack Myers no dijo nada, se limitó a observarla mientras apuraba su
cigarro y lo apagaba en un cenicero repleto de colillas.
—¿Qué haces otra vez en mi casa?
Emily dio un paso hacia él, ya que su voz había sonado tan débil que no
estuvo segura de si le había hablado.
—Buenos días, señor Myers.
—¿Qué haces en mi casa? —repitió en voz alta, con cansancio.
—He venido a devolverle el cheque.
Jack alzó una ceja y se la quedó mirando como si aquello le sorprendiese.
—¿Otra vez?
—No puedo aceptarlo.
—Ya te dije que hicieses con él lo que quisieses.
—¿Cómo voy a hacer eso si el dinero no me pertenece?
—¿Quieres que escriba tu nombre en los billetes para que estés conforme?
—preguntó con antipatía, resoplando.
Emily se puso recta, aguantándole la mirada.
—Puede hacer lo que le venga en gana. Es suyo. Si le hace ilusión escribir
mi nombre, adelante. —Sonrió con tirantez.
Jack dio un golpe a la pared que había justo a su lado y se acercó a ella
unos pasos, aunque guardando muy bien las distancias.
—Nunca imaginé que deshacerme del maldito dinero fuese tan difícil. Ya
veo que me equivoqué de persona. Debí de habérselo dado a cualquier
vagabundo.
Emily sacó el cheque, algo arrugado por habérselo guardado en los
pantalones.
—Aquí lo tiene.
—¡No voy a cogerlo! ¿Estás sorda?
—¡Es su dinero!
—¿Te das cuenta de la mierda de conversación que estamos teniendo? —
gritó, perdiendo la paciencia—. ¡Te estoy pidiendo que te lo quedes, que te lo
gastes, que hagas con él lo que te apetezca! ¡Te lo regalo, joder!
Emily suspiró y lo miró con los ojos entrecerrados, tan extrañada por el
comportamiento de Jack que no pudo ocultarlo.
—¿Qué problema tiene con el dinero? ¿Por qué está empeñado en
deshacerse de él?
—¡No es de tu incumbencia!
—¡Es de mi incumbencia desde el mismo momento en el que aparecen
treinta y ocho millones en mi cuenta bancaria, señor Myers!
—¿No quieres el dinero? ¡Quémalo, tíralo, gástatelo en ropa, haz con él lo
que todas las malditas mujeres hacéis!
—¿Por qué no lo quiere? —lo interrogó, intentando comprenderlo.
Hablándole con voz suave—. Es que no puedo entenderlo. Cualquier persona
mataría por tener su fortuna.
—¿Cualquier persona menos tú, Emily Bristol? —dijo alzando la cabeza,
escrutándola con atención.
—A mí también me gustaría.
—¡Maldita sea, pues lárgate de aquí y llévatelo contigo! —explotó.
—No es mío.
Jack apretó los labios, con unas ganas de zarandearla enormes.
Dio media vuelta y se sentó sobre su butaca. Desde allí contempló a la
mujer que tenía delante. Era hermosa, con el cabello castaño, sedoso y liso,
con un gracioso flequillo que descansaba sobre su frente. Nariz fina, labios
llenos y cuello largo y bonito. Sus ojos eran grandes, almendrados, de un
intenso color marrón, oscuros como el anochecer y con un punto inocente que
fascinaría a la mayoría de hombres. Sin embargo, la perfección de su cara se
veía alterada por las ojeras que oscurecían la piel bajo sus párpados.
De cuerpo esbelto, sin demasiadas curvas con las que seducir. Además, su
ropa había tenido días mejores, se notaba que era vieja, aunque ella la llevaba
con elegancia.
A Jack nunca le atrajeron las chicas como Emily, tan delicadas y con
apariencia frágil. En el pasado se rodeaba de mujeres seductoras, con
caracteres fuertes y de cuerpos libidinosos. Siempre tuvo predilección por las
rubias exuberantes, las que sabían cómo meterse en el bolsillo a cualquier
hombre con una sonrisa, con las que no tenía miedo de follar como un loco,
sin preocuparse por que fuesen demasiado delicadas como para aguantar toda
una noche con Jack zambullido entre sus piernas.
Emily Bristol era todo lo contrario de lo que siempre buscó en una mujer.
Sin embargo, fuese o no como las demás, a él le traía sin cuidado. Lo
único que buscaba en esos momentos era la soledad, regocijarse en su
desdicha, imaginar que su dolor terminaba llevándoselo con él.
Se pasó una mano por los ojos, cansado. Apoyó la cabeza sobre el
respaldo de su asiento y miró a Emily con fijeza, logrando ponerla nerviosa
de nuevo.
—Vete de aquí. Y no vuelvas con ese cheque a molestarme nunca más.
—Pero…
—¡Que te largues, maldita sea! —chilló desde su asiento, logrando que
Emily se sobresaltase.
Ella lo miró con enfado y apretó los labios, molesta por la forma tan
odiosa de ser de aquel hombre. Giró sobre sus talones y abandonó la sala en
la que Jack Myers permanecía encerrado noche y día.
Cuando estuvo fuera, se apoyó en la pared del pasillo, mirando hacia el
vacío.
La música volvió a sonar tan fuerte que incluso la puerta comenzó a
vibrar, y en el interior de la habitación, se escuchaban fuertes ruidos de
cristales al caer al suelo.
—¿Está mal de la cabeza o qué? —susurró Emily para sí, llevándose una
mano al pecho.
No obstante, el llanto del bebé logró hacerle olvidar a Jack y su mal
humor.
Esa pobre criatura no había dejado de hacerlo desde que llegó a la casa.
¿Es que nadie iba a prestarle atención?
Movida por un impulso, caminó por aquella enorme vivienda, intentando
encontrar la habitación donde estaba el niño. Aguzó el oído y giró hacia la
izquierda, hacia un ala repleta de puertas, en la que la luz llegaba al pasillo
desde una claraboya.
El llanto de la criatura se hizo más intenso y Emily llegó hasta él.
La habitación en cuestión, estaba decorada en un bonito tono azul pastel.
Los muebles, de madera gruesa, decorados con dibujos infantiles y el olor a
bebé le hizo inspirar con fuerza.
Cuando llegó a la cuna, un niño rubio con unos enormes ojos azules alzó
los brazos para que lo tomase, mientras hacía pucheros y lloriqueaba.
—Hola —lo saludó alargando los brazos para tomarlo—. ¿Qué te pasa?
¿Te han dejado solito mucho tiempo? ¿A ti también te ha echado el ogro de
su despacho y te ha prohibido volver? —le preguntó, refiriéndose a Jack.
Miró a su alrededor y cogió una toallita húmeda, con la que le limpió la
cara, llena de lágrimas y de mocos. Emily rio cuando vio que el niño le
sonreía y lo acunó un poco mientras le hacía carantoñas, provocando que el
bebé siguiese riendo.

Isabella llegó a casa todo lo rápido que le fue posible. Se había demorado
más de la cuenta en la hidroeléctrica y Owen estaría solo en casa más de
media hora, ya que la señora de la limpieza se marchaba a las doce.
Tenía muchas cosas que hacer en la empresa, sin embargo, no tener a
nadie que se ocupase de su nieto le hacía perder más tiempo del que disponía.
Todavía no había logrado encontrar a alguien de confianza para que lo
cuidase, y decirle a Jack que buscase él una niñera para su hijo, era como
pedirle peras a los olmos.
Dejó el abrigo en el armario de la entrada y escuchó la estridente música
de Jack, que lograba que los cristales de toda la casa retumbasen, sin
embargo, no se oía el llanto de Owen.
¿Quizás estaría durmiendo todavía?
Rezaba por que fuese así. Le dolía en el alma que aquella criatura llorase
al verse desatendido.
Corrió hacia su habitación, decidida a despertarlo y a llevarlo a la cocina
para darle su biberón. Mientras se acercaba, escuchaba a su nieto reír a
carcajadas, cosa que le extrañó. ¿Se reía solo? ¿Desde cuándo?
Al llegar al cuarto del bebé, tuvo que ahogar un grito al descubrir a una
mujer, a la que no conocía de nada, con su nieto en brazos.
Era joven, bonita y parecía que Owen se lo pasaba bien con ella, no
obstante, ¿qué estaba haciendo en casa? ¿Quién la había dejado pasar?
Porque dudaba mucho que Jack la hubiese escuchado con la música a todo
volumen.
Emily notó un movimiento por el rabillo del ojo y, al alzar la cabeza, se
encontró con una señora elegante, atractiva y que la miraba como a una
delincuente.
—¡Oh, Dios mío, qué susto! —exclamó, apretando al niño contra su
pecho.
—¿Quién eres tú, y qué haces en mi casa? —le preguntó Isabella, que
llegó hasta ella y le arrebató a Owen de los brazos.
—Lo… lo siento… —se disculpó de inmediato—, es que lo oí llorar y…
—¿Quién eres? —repitió perdiendo la paciencia—. Más vale que me
contestes o llamaré a la policía.
Emily agitó los brazos, para que se calmase. Lo último que necesitaba era
tener problemas con la policía.
—Soy Emily Bristol, vivo… vivo aquí en Drogheda.
—¿Cómo has entrado? —la interrogó, desconfiada, alejando a Owen de
aquella joven.
—Me abrió la mujer que limpia.
—¿Y qué has venido a buscar?
—Pues… —se metió la mano en el bolsillo y sacó el cheque—, vine a
devolverle al señor Myers esto.
Isabella miró el cheque desde la lejanía y frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Treinta y ocho millones de euros, señora.
La madre de Jack se quedó de piedra ante las palabras de aquella joven.
Parpadeó con mucha rapidez y alargó la mano para quitarle el cheque.
—¿De dónde has sacado todo este dinero? ¿Y por qué ibas a dárselo a
Jack?
—Está empeñado en que me lo quede.
—¿Eres alguna amante de mi hijo?
—¿Qué? ¡No, por Dios! ¡No lo conozco de nada!
—¿Por qué iba a darte mi hijo todo ese dinero si no te cono…? —No
obstante, Isabella se calló de inmediato, recordando la conversación que
había tenido con el abogado de Jack—. Se ha atrevido a hacerlo. ¡Howard me
avisó y no lo creí capaz! ¿Es que Jack ha perdido la cabeza?
La señora parecía en otro mundo, hablando sola, en voz baja, maldiciendo
sin parar, y Emily no supo qué hacer para que reaccionase. No entendía a esa
gente. Jack Myers regalaba su dinero, y su madre parecía ida.
—Bueno, pues yo me voy, señora Myers.
—¡No, no, espera! —exclamó poniéndose en medio de la puerta, para que
no pudiese pasar. Ojeó a Emily de arriba abajo y frunció el ceño—. ¿Dices
que has venido a devolverle el dinero?
—Ajá.
—¿Eres millonaria? ¿Eres otra empresaria amiga de Jack?
Ella rio ante la pregunta de Isabella.
—Ni soy empresaria, ni millonaria. De hecho, no tengo ni trabajo.
—Y si todo eso es verdad, ¿por qué le devuelves a mi hijo el cheque?
—Porque ese dinero no es mío. Porque no es ético, ni podría dormir bien
por las noches sabiendo que estoy derrochando lo que otra persona ha
conseguido con su sudor.
Isabella miró el cheque, anonadada, y después a Emily. Sonrió,
suavizando su expresión, y unas arruguitas se le marcaron en los ojos.
—¿Cómo has dicho que te llamabas?
—Emily. Emily Bristol.
—¿Y vives en Drogheda?
—En West Side, en el barrio que está cerca del hospital.
Owen comenzó a berrear y a gimotear en los brazos de su abuela.
Emily le sonrió y le hizo carantoñas, logrando que el pequeño estirase los
brazos para que lo tomase. Pidió permiso a Isabella, antes de coger al niño, y
el pequeño sonrió encantado.
—Eres un pequeño canalla —bromeó Emily, pellizcándole los mofletes.
Isabella contempló a su nieto y a esa joven, con atención. Su sonrisa se
agrandó, y se abanicó un poco con el cheque que Emily acababa de darle.
—¿Me habías dicho que no tenías trabajo, Emily?
Ella despegó los ojos del pequeño Owen.
—Llevo más de tres meses buscando, pero no tengo suerte.
—Quizás, yo pueda remediar eso.
—¿Cómo? Señora Myers, ¿cómo podría hacer eso? —la interrogó
quedándose sin respiración.
—Mi nieto necesita una niñera que se ocupe de él el tiempo que estoy
trabajando en la hidroeléctrica. —Sonrió satisfecha—. Iba a empezar a buscar
a alguien de confianza, que se llevase bien con el niño. Y por lo que veo,
Owen está encantado contigo.
Emily tragó saliva y asintió, nerviosa.
—Pero… me temo que no soy de su confianza, no me conoce.
—¿No lo eres? —Isabella se agarró la barbilla y sonrió abiertamente—.
Pues yo diría que, una persona que devuelve treinta y ocho millones de euros
a su legítimo dueño, sin tener por qué hacerlo, tiene toda mi confianza. —Al
ver que Emily temblaba, la madre de Jack inspiró, satisfecha—. ¿Qué me
dices, Emily? ¿Te interesaría trabajar para mí?

Jack abrió los ojos cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse.


Continuaba sentado sobre la butaca de su sala privada, pero la música
hacía ya un buen rato que había dejado de sonar, por lo que los recuerdos
regresaban una y otra vez a su cabeza, sin que pudiese remediarlo.
Necesitaba ruido, tener la mente ocupada para no pensar, ya que si lo
hacía el dolor volvía a aparecer.
Cuando escuchó el sonido de los tacones, apretó los dientes. Sabía que era
su madre, e Isabella también sabía que no le gustaba que entrase a su sala sin
permiso.
Giró la butaca y la encaró, con ojos hostiles, sin levantarse de ella.
Su madre tenía cara de cansada, de no dormir bien, sin embargo, Jack
apenas reparó en aquello.
—¿Quién te ha dado permiso para entrar?
—Soy tu madre, no lo necesito.
—¡Es mi casa! ¡Sí lo necesitas! —gritó perdiendo los nervios.
—Si fueras capaz de organizar tu vida, como cualquier persona normal,
estaría encantada de irme de aquí, de regresar a mi propia casa, Jack. ¿Acaso
piensas que me gusta vivir vigilando a mi hijo constantemente?
—Nadie te ha pedido que me vigiles.
—Si no lo hago, algún día acabarías contigo mismo.
—No digas tonterías, mamá. —Bufó él, poniendo los ojos en blanco.
—¿Por qué no dejas que te visite el doctor Roger?
—¡No necesito a ningún médico, joder! ¡Solo quiero que me dejen en paz!
—Se levantó de la butaca y caminó hasta una lámpara de Tiffany, que tiró al
suelo de un manotazo. Se dio la vuelta, encarando a su madre y entrecerró los
ojos—. ¡Vete de aquí, déjame solo!
—¿Para qué? ¿Vas a seguir regalando tu dinero? —Isabella se metió la
mano en el bolsillo y le enseñó el cheque que Emily le había dado.
—¿Cómo has conseguido eso?
—Me lo devolvió la joven a la que se lo diste. Emily.
—¡Maldita cría del demonio! —exclamó frustrado.
—De maldita, nada. Esa chica ha resultado tener más madurez mental que
tú. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así, Jack? ¡Es tu dinero, te ha costado
mucho esfuerzo!
—¡Que le jodan al puñetero dinero! ¿De qué me sirve? —Alzó una ceja y
continuó—. Voy a vender la destilería.
—¿Qué? —Su madre se llevó una mano al pecho—. No estarás hablando
en serio.
—¿Me ves bromear?
—¡No vas a hacer eso, Jack! ¡Es un negocio boyante, sería un gran error,
te arrepentirías!
—En unos días llamaré a Howard para que encuentre compradores.
—Te lo ruego, Jack, no lo hagas. Esa empresa es todo lo que un día
soñaste. ¿Por qué vas a echarlo todo por la borda?
—¡Porque estoy cansado de toda esa mierda!
—¿Y cómo vas a sobrevivir si lo vendes todo? ¿Cómo vas a salir adelante
si regalas todo tu dinero?
—Lo que yo haga, no es asunto de nadie. Si quiero morirme de hambre, es
cosa mía.
Isabella suspiró, comprendiendo que por mucho que intentase hacer entrar
en razón a Jack, no lo lograría. Desde hacía seis meses no reconocía a su hijo.
Ese que estaba frente a ella, no era su Jack. Ese hombre frío, de ojos
amenazadores, de temperamento volátil y de actitud indiferente a todo cuanto
le rodeaba.
Su hijo era bueno, responsable, con un punto canalla que siempre la hacía
reír. Era la viva imagen de su difunto marido. No obstante, ese Jack ya no
estaba. Ahora tenía frente a ella a un desconocido que no iba a dejarse
ayudar, aunque eso significase su destrucción.
Miró a su hijo por última vez y dio media vuelta, para salir de la sala.
Necesitaba tomar el aire, llorar a solas.
Cuando agarró el pomo de la puerta, lo miró de nuevo, con la congoja
dibujada en su bella cara.
—No creas que voy a volver a ingresar el dinero del cheque en tu cuenta
bancaria, porque intentarías deshacerte de él otra vez —dijo ella, con voz de
mando, aunque en el fondo aguantaba las ganas de derrumbarse—. Lo
guardaré a buen recaudo hasta que recuperes la cordura.
—Como si quieres dárselo de comer a las vacas —añadió con voz dura.
Isabella bajó la vista al suelo y asintió. Salió de la habitación y entrecerró
la puerta, sin embargo, antes de marcharse, volvió a asomar la cabeza a la
sala.
—Por cierto…
—¡Qué quieres ahora! —exclamó él entre dientes.
—He encontrado una niñera para Owen. Empezará mañana.
SEIS

Emily se despidió de Raphael y salió de casa bastante nerviosa.


Tenía que empezar a trabajar en casa del dueño de la destilería de
Drogheda y esperaba que todo saliese bien, porque seguían necesitando el
dinero. Era una oportunidad que no podía dejar pasar.
Cuando Isabella Myers le ofreció el puesto, aceptó de inmediato, aun sin
saber cuánto le pagaría, ni cuántas horas diarias tendría que pasar en aquella
casa. No le importaba. Aunque le pagase una miseria, mejor era ganar poco
que no ganar nada. No obstante, cuando le dijo la cifra, Emily tuvo que
apoyarse en la pared más cercana. Era mucho dinero, demasiado para el
trabajo que desempeñaría allí.
Solo tenía que cuidar de un bebé.
Sin embargo, los Myers parecían no dar demasiada importancia al dinero.
El dueño de la destilería iba regalando su fortuna, y su madre pensaba pagarle
una barbaridad por seis horas diarias.
Cuando llegó a la propiedad, se alisó el vestido, aunque no llevaba
ninguna arruga. Quería dar buena impresión en su primer día, que supiesen
que iba a tomarse las cosas en serio, que quería el trabajo de veras.
Se echó una ojeada rápida en el cristal del recibidor, y suspiró al darse
cuenta de que se notaba que era viejo. De hecho, se lo dio Dede hacía ya más
de cinco años. Era blanco, con flores rosas, de manga larga y le llegaba hasta
las rodillas. Se pasó una mano por el cuello, cubierto con un pañuelo y se
arregló un poco el flequillo.
Cuando llegó al salón, encontró a Isabella en él. Iba perfectamente
vestida, con un traje chaqueta muy elegante y que le quedaba como un
guante.
Llevaba a Owen en brazos, mientras le daba el biberón, y el niño movía
las piernecitas mientras intentaba quitarle el biberón a su abuela.
—Buenos días, señora Myers.
—Hola, Emily —la saludó yendo hacia ella. Le colocó al niño en sus
brazos y se miró el reloj de muñeca—. Tengo que irme ya. Ayer te expliqué
dónde estaba todo. Si tienes alguna duda, puedes llamarme. Pero no lo hagas
a las doce, tengo una reunión.
—De… de acuerdo.
—Intenta que el niño no llore mucho. Mi hijo está durmiendo y se levanta
de mal carácter.
Emily alzó las cejas y pensó en si Jack Myers alguna vez tenía buen
carácter, porque lo dudaba mucho.
—Entendido.
—Volveré a las tres.
Isabella volvió a mirarse el reloj y dio media vuelta, caminando hacia la
puerta. Cuando escuchó el portazo, Emily miró hacia todos lados.
Aquella casa todavía la hacía sentir insignificante. No era acogedora, ni
agradable. Parecía un mausoleo, con miles de cosas que podían romperse con
facilidad, tan fría e impersonal que dudaba mucho que el dueño se hubiese
implicado en la decoración.
Notó la manita de Owen en su cuello y bajó la vista enseguida, sonriente.
El niño balbuceaba con la boca manchada de leche.
—Nos hemos quedado solos, guapo. —Fueron hacia la cocina y Emily
cogió una servilleta, para limpiar su carita—. ¿Qué sueles hacer cuando estás
despierto? ¿Quieres jugar? ¿Tienes juguetes?
Buscó en el cuarto del niño y encontró una caja llena de juguetes de bebé.
La llevó al salón y la esparció en el suelo, sobre la alfombra. Sentó al niño
allí y tomó asiento a su lado.
Isabella no le había dicho la edad del pequeño, pero suponía que tendría
alrededor de un año. Tenía algunos dientes, gateaba y se ponía de pie, pero
todavía no andaba.
El pequeño Owen jugueteó con ella alrededor de una hora y después se
quedó dormido. Emily lo acunó en sus brazos y lo llevó a su habitación, para
acostarlo en la cuna.
Cuando salía de allí, la puerta de una habitación se abrió, y por ella
apareció Jack, vestido con la ropa deportiva, una coleta en su largo cabello
negro y el desastre de su barba. Ella dio un pequeño respingo. No sabía qué
tenía Jack Myers que la hacía ponerse nerviosa. Esa autoridad, esos ojos
serios y amenazantes.
Al verla ante él, se quedó quieto, frunciendo el ceño, escrutando el motivo
de su presencia. Caminó hacia Emily sin quitarle la vista de encima, logrando
que ella diese un par de pasos hacia atrás.
—¿Otra vez tú aquí? —preguntó con un gruñido—. ¿Qué estás haciendo
en mi casa?
—Hola, lo primero de todo, señor Myers —dijo ella, armándose de valor.
—¡Responde! ¡Y no te atrevas a decir que has vuelto a devolverme el
cheque!
—Yo…
—¿Por qué le diste el dinero a mi madre? —la interrumpió, sin dejar que
contestase—. ¿Cómo cojones se te ocurrió dárselo a ella?
—¿Me va a permitir hablar?
—Debería echarte a patadas de aquí.
—Usted me dijo que hiciese con él lo que creyese oportuno —se defendió
—. Y eso hice.
—¿Podías gastarte el dinero y decidiste dárselo a mi madre? —refunfuñó.
—Era lo más justo.
—La vida no es justa, niña, a ver si vas aprendiéndolo.
Emily se humedeció los labios y apartó un poco la mirada. Sostenérsela a
Jack durante tanto tiempo era inquietante.
—¿Ha terminado ya? ¿Puedo marcharme?
—No vas a ninguna parte hasta que no me expliques qué haces en mi casa
de nuevo.
—Trabajo aquí —respondió alzando la mirada, fijándose con más
detenimiento en sus facciones. Debajo de toda esa barba, se podía adivinar a
un hombre atractivo, tenía unos ojos bonitos, de un suave color miel, unas
cejas gruesas y bien formadas, una nariz recta, sexi. Sin embargo, le faltaban
algunos kilos que rellenasen los huesos de sus pómulos, y coger masa
muscular.
—¿Trabajas aquí? ¿Desde cuándo? —Entrecerró los ojos.
—Desde hace unas horas. La señora Myers me contrató para cuidar a
Owen.
Jack alzó las cejas y soltó una carcajada desapasionada, mirándola con
burla, mientras se cruzaba de brazos.
—¿De verdad eres tan tonta que prefieres trabajar que gastarte mi dinero?
—¡No le voy a consentir que me falte al respeto!
—¿O qué? ¿Vas a llamar a mi madre?
—No se burle de mí, señor Myers. Lo único que quiero es ganarme un
sueldo.
—No vas a ganar nada. Estás despedida.
—¡Usted no puede despedirme porque no me ha contratado! —saltó
Emily perdiendo la paciencia—. Si me voy, será porque Isabella me echa, no
usted.
Jack apretó la mandíbula y alzó la cabeza, orgulloso. Ojeó a Emily con
atención y se fijó en el vestido que llevaba ese día, en lo bien que le sentaba.
En lo vulnerable que parecía, en lo frágil de su rostro, en lo bonitos que eran
sus ojos.
—¿Mi madre te ha contratado para cuidar del niño? Solo eres una cría,
¿cuántos años tienes?
—Veintiséis. No soy ninguna niña. —Se humedeció los labios antes de
continuar—. Y no estoy aquí por gusto, señor Myers. Tengo tan pocas ganas
de verle como usted las tiene de verme a mí, pero por desgracia me hace falta
el dinero. Yo no soy como usted, no puedo ir regalando mis millones a
desconocidos, porque no los tengo.
—¿Y se supone que debes darme pena?
—Me trae sin cuidado si le doy pena o no. Lo único que pretendo es
cuidar a Owen, así que le agradecería un poco de consideración. Yo no me
cruzaré en su camino y usted tampoco lo hará en el mío. Esta casa es enorme.
No tenemos por qué coincidir en ella.
Jack se quedó en silencio, pensativo.
Emily Bristol tenía agallas. Era una cualidad que le gustaba de la gente,
que no se dejasen pisar, que luchasen por lo que querían. Parecía una
jovencita desvalida y débil, pero sacaba las uñas cuando le atacaban.
Ella esperaba una respuesta, miraba a Jack a los ojos, con determinación,
sin embargo, él se conformó con darse la vuelta y alejarse de ella, caminando
hacia su sala, en la que pasaba encerrado la mayor parte del día.
Al quedarse a solas, Emily se apoyó contra la pared y expulsó el aire que
llevaba reteniendo en los pulmones desde que el señor Myers había aparecido
ante ella.
Se llevó una mano al pecho y obligó a su corazón a latir con más
tranquilidad. Solo era un hombre, nada más. Un hombre desagradable y sin
alma. No tenía ningún motivo para alterarse en su presencia.

Eran las ocho de la tarde cuando Dede se quitó el chaleco de la Red Cross
y se despidió de sus compañeros. Había sido un día bastante tranquilo, tanto
en la organización, como en la carnicería, que estaba bastante despejada.
Aun así, estaba deseando llegar a casa, darse una ducha y ver alguna serie
que echasen por la televisión.
Era viernes, y la mayoría de sus amistades saldrían a tomarse algo por los
bares de Drogheda, sin embargo, ni tenía suficiente dinero como para
malgastarlo en alcohol, ni ganas de ir de local en local, apretujada con la
gente y recibiendo pisotones de diestro y siniestro.
Cuando salió a la calle, se puso la chaqueta y se cubrió el cuello con ella.
En primavera las temperaturas variaban bastante. Lo mismo hacía buen
tiempo que te morías de frío. Y para colmo, había empezado a chispear.
Caminó con rapidez, intentando mojarse lo menos posible, contando las
calles que le faltaban para llegar a casa, hasta que notó que alguien la cubría
con un paraguas.
Cuando alzó la cabeza, para agradecer el detalle, se encontró cara a cara
con Andrej, que le sonreía con amabilidad.
Se le secó la boca de repente y su corazón se aceleró al tenerlo tan cerca.
Dejó de caminar y recorrió, disimuladamente, al nieto de Senka, de arriba
abajo. Estaba tan guapo con esos pantalones deportivos y esa sudadera de
chico malo…
—¡Andrej! ¿Qué haces por aquí? Como no te des prisa vas a llegar calado
a casa, empieza a hacer aire.
—Lo mismo podría decirte a ti. Y no llevas paraguas.
—Yo salgo ahora de la Red Cross, y se me olvidó cogerlo.
—Menos mal que estoy aquí, entonces —añadió con una mirada graciosa.
—¿Has venido a salvarme de la lluvia? —le preguntó Dede sin dejar de
reír.
—No, estoy aquí para invitarte a ese café del que hablamos el otro día.
—Andrej, ya te dije que no gastases tu dinero conmigo.
—No me voy a arruinar más de lo que estoy por un café.
Dede se quedó callada unos segundos, mirándolo a los ojos. Esos ojos
azules tan sexis. Y finalmente asintió.
—Vale, acepto ese café, pero deja que lo pague yo.
Llegaron a la cafetería más cercana y tuvieron suerte de encontrar una
mesa vacía. Pidieron sendos cafés y tomaron asiento, uno frente al otro.
Tener a Andrej tan cerca la aceleraba. No recordaba haber salido con un
chico tan guapo nunca. El nieto de Senka tenía una mirada que enganchaba,
una sonrisa que te desarmaba y una simpatía desbordante. Era el típico chico
con el que todas las mujeres tenían fantasías eróticas.
Cuando el camarero les llevó los cafés, dieron un trago y se sonrieron,
ambos nerviosos.
—Mi abuela me ha insistido para que te diga que vengas a comer con
nosotros el domingo.
—Es muy amable, pero de verdad, no es necesario. Además, creo que
tengo turno en la Red Cross.
—¿Trabajas en ese sitio a diario? —Se interesó Andrej, clavando sus ojos
en ella.
—Trabajo en la carnicería de mi padre y voy a ayudar en la Red Cross
cada vez que puedo. Pero no es un trabajo, soy voluntaria.
—¿Eres de esas mujeres dispuestas a cambiar el mundo? —preguntó con
una sonrisilla traviesa.
—Lo intento, al menos —asintió sonriente—. Está en nuestras manos
ayudar al que más lo necesita. Y si puedo aportar mi granito de arena, lo voy
a hacer.
—Una chica solidaria.
—Sí, bueno, hago lo que puedo. —Le quitó importancia y apartó la vista,
ya que Andrej la miraba con tanta intensidad que le temblaban las piernas.
— Obožavam te —susurró él, misterioso.
—¿Qué? —Rio Dede—. ¿Qué idioma es ese? ¿De dónde venís Senka y
tú?
—Somos de Serbia.
—¿Lleváis mucho tiempo en Irlanda?
—Tres meses.
Ella alzó las cejas, asombrada.
—Hablas muy bien el inglés para llevar solo tres meses en el país.
—Mi abuelo era escocés. Aprendimos el idioma a base de escucharlo
hablar y hablar.
Rieron juntos y Dede bajó la mirada hacia su café, humedeciéndose los
labios.
—¿Están muy mal las cosas en tu país para que tuvieseis que venir aquí?
—No estábamos tan mal, pero me ofrecieron un trabajo aquí, y decidí
probar suerte. —Andrej frunció los labios—. Pero no salió bien. La empresa
cerró tres semanas después de que me contrataran. Y de eso hace ya más de
un mes.
—¿Llevas todo ese tiempo sin trabajo?
—Por desgracia. Pero… he encontrado algo que promete darme dinero. —
Él la miró con intensidad y sonrió—. Y cuando el negocio vaya hacia
adelante, podré invitarte a café a diario.
—¿A mí? —Rio ella, notando que los colores le subían a sus mejillas—.
No tienes que invitarme a nada, Andrej.
—¿Y si yo quiero hacerlo?
Se quedaron mirándose fijamente unos segundos, notando que una fuerte
energía pasaba entre los dos. Dede suspiró, nerviosa, y forzó una sonrisa,
porque todo su cuerpo estaba paralizado. ¿Qué le ocurría con él? Lo conocía
de apenas cuatro días y le faltaba ponerse a babear delante del nieto de Senka.
¿Dónde estaba Dede y quién era esa masa temblorosa que había en su
lugar?
—Bueno… yo… creo que ya me voy a ir —anunció, dejando la taza de
café sobre la mesa—. Todavía tengo que llegar a casa, ducharme y ayudar a
preparar la cena a mi madre.
—¿Te vas tan pronto? —Parecía contrariado.
—Sí.
—¿Puedo invitarte otro día? —Ella fue a hablar pero Andrej la cortó antes
—. Y no me digas otra vez que no malgaste mi dinero.
Dede rio y se encogió de hombros.
—¿Entonces qué quieres que te diga?
—Que sí, que nos vamos a ver de nuevo. —Alargó la mano y entrelazó
uno de sus dedos con otro de Dede. Le sonrió, logrando que su estómago
burbujease—. Y que vas a venir el domingo a comer a casa. Mi abuela se
pondrá muy contenta. Y yo también.

Los dos días siguientes pasaron con bastante calma para Emily. Iba a
trabajar a casa de Jack Myers y pasaba el tiempo con el pequeño Owen, tal y
como estipulaba en su contrato.
No hubo más encontronazos con él, de hecho, parecían evitarse el uno al
otro, cosa que ella agradecía. Odiaba ese nerviosismo que le producía ser el
blanco de su mirada, como también lo hacía la forma en la que tenía de
tratarla. Ese hombre era tan desagradable que a veces se preguntaba si en
realidad era humano.
Se pasaba el día solo, con la música a un volumen escandaloso la mayor
parte del tiempo. No salía de casa, no intentaba conversar con nadie, trataba a
su madre como si apenas existiese…
Todavía no comprendía cómo seguía aguantándolo Isabella. Si Emily
hubiese estado en su situación, hubiese cogido a Owen y se hubiera largado,
porque no le prestaba atención ni a su propio hijo.
El lunes al mediodía, mientras estaba en la cocina dándole la comida al
niño, Jack apareció por allí y se dirigió directamente al frigorífico.
No les saludó, ni tampoco se dignó a mirar al bebé, que alzaba las manos
y pedía la atención de Jack. El dueño de la casa se limitó a ojear lo que había
dentro de la nevera y a actuar como si no hubiese nadie con él.
Sin poder evitarlo, Emily giró la cabeza para mirarlo. Tenía curiosidad, no
podía negarlo. Nunca había conocido a una persona como él y se preguntaba
por qué era así de frío. ¿Siempre habría sido de esa forma?
Sus ojos bajaron desde su cabello, recogido en una coleta, como siempre,
por su cuello, o lo poco que se percibía de él debido a la barba, y bajó por su
torso, más delgado de la cuenta.
Notó algo extraño en su muñeca y se fijó más en ella. Tenía una cicatriz
en la cara interna de esta. Al prestarle más atención, abrió los ojos con el
corazón en la boca. No solo tenía una cicatriz. Su antebrazo estaba repleto de
pequeñas y alargadas cicatrices, más claras que el resto de su piel, de un tono
rosado. Parecían recientes.
Jack cogió un refresco y giró la cabeza antes de cerrar el frigo. Descubrió
a Emily mirándolo y entrecerró los ojos.
—¿Te parezco interesante?
Ella apartó la mirada de inmediato, notando que el calor subía a sus
mejillas, y negó con la cabeza rápidamente.
—No, señor Myers. —Metió otra cucharada en la boca de Owen y esperó
a que el pequeño se la tragase.
Jack se cruzó de brazos y ladeó la cabeza, contemplándola. Ese día, Emily
se había pintado los labios de un bonito tono frambuesa. Le quedaba bien, le
daba color a su rostro y le confería un aire angelical. Demasiado angelical
para Jack, que se enfadó consigo mismo por no poder dejar de mirarla.
Vestía con unos pantalones vaqueros bastante desgastados, y su jersey
granate había tenido días mejores.
—Ahora me está mirando usted a mí, señor Myers —comentó Emily,
encarándolo, aunque con ese raro nerviosismo todavía latente en su estómago
—. ¿Le parezco interesante?
Él sonrió con tirantez y alzó la cabeza, dispuesto a atacar.
—Estaba mirando esa ropa tan vieja que llevas.
—¿Tiene algún problema con ella?
—¿Tan mal estás de dinero que no tienes ni para vestir bien? —preguntó
con antipatía.
Emily apretó los labios y le limpió la boca a Owen.
—Lo mismo podría preguntarle a usted. —Enarcó las cejas—. ¿Necesita
que le preste un poco de mi sueldo para un corte de pelo y para espuma de
afeitar?
Jack gruñó.
—Cada vez me alegro más de que no aceptases mi dinero, Emily Bristol
—dijo con voz tensa, fulminándola con la mirada.
—En eso estamos de acuerdo. Prefiero tener que trabajar toda mi vida, de
sol a sol, a tener que estarle agradecida a un hombre que no tiene ni los
buenos modales de saludar cuando entra en una habitación.
SIETE

Cuando Emily abrió la puerta de casa, encontró a una Dede sonriente y de


muy buen humor.
Se dieron un abrazo y la siguió hasta el salón, donde Raphael y Karen, la
novia de este, veían la televisión sentados en el sofá.
Charlaron un rato con ellos antes de marcharse, ya que habían quedado
con Dave para tomar un refresco en Burks. Hacía siglos que Emily no salía
de casa sin la preocupación de no poder gastar ni un céntimo, no obstante,
después de recibir el salario de esa semana, y tras haber guardado una buena
cantidad para los gastos mensuales, podía permitírselo. Y era una sensación
fabulosa.
Mientras caminaban por la calle, se ponían al día de todo lo que les había
ocurrido esa semana, que no era poco. Desde el nuevo trabajo de Emily en la
casa del dueño de las Destilerías Myers, hasta el percance de Senka en la Red
Cross.
Emily escuchaba a Dede hablar con los ojos brillantes, con esa ilusión que
hacía mucho tiempo que no veía en los ojos de su amiga.
—¿Entonces ese tal Andrej te parece interesante? —le preguntó, con
mucha curiosidad. Dede había salido con muchos chicos, pero no llegó a
congeniar con ninguno. Y no es porque fuese una chica exigente, ni
demasiado quisquillosa en sus relaciones, simplemente no había encontrado
al sapo adecuado al que besar.
—Andrej es impresionante, Em —asintió, juntando las manos—. Si lo
conocieses, me darías la razón. Es tan guapo… y tiene unos ojazos tan azules
que quitan el hipo.
—¿Y está interesado en ti?
—Ojalá. —Rio Dede—. El otro día nos tomamos un café juntos e insistió
en que fuese a la casa de su abuela a comer. Pero… no sé lo que piensa de
mí. Quizás, es simplemente gratitud, por haberla ayudado.
Emily la contempló, sonriente.
—Te conozco, y a ti sí que te gusta.
—¡A mí me encanta! —exclamó ilusionada—. Si por mí fuese, me lo
llevaba envuelto en papel de regalo. —Cerró los ojos, riendo—. Es que…
Emily… tú no sabes cómo reacciona mi corazón cuando lo tengo al lado.
—¿Te me has enamorado?
—No sé si es amor. Pero flechazo, sí que hubo. ¡Cuando lo vi el primer
día, en la casa de su abuela, empezaron a temblarme hasta los dedos de los
pies!
—¡Vaya! Sí que te ha dado fuerte —comentó Emily riendo.
Dede asintió, sin sentir ni una pizca de vergüenza. Emily era como su
hermana, como una extensión de su propio cuerpo. Se lo contaban todo y
entre ellas no había secretos.
—Este domingo voy a ir a comer con ellos. ¡Y lo estoy deseando! Tengo
muchas ganas de volver a verle.
—¿Pero sabes si está soltero, o si tiene novia?
Aquella pregunta hizo que Dede dejase de caminar de inmediato.
—No lo sé, no se lo he preguntado. —Hizo una mueca con los labios—.
Seguro que la tiene. Un chico así no puede estar soltero. Tendrá a las tías
locas por él, se las tendrá que quitar de encima con matamoscas. —Agarró a
Emily por el brazo y tiró de ella—. ¡Ay, Em, yo no quiero que tenga novia!
Emily se carcajeó y cogió a Dede de la mano, para tirar de ella y seguir
caminando.
—El domingo se lo preguntas y listo.
—¿Y si me dice que sí tiene?
—Pues mala suerte. Ya encontrarás a otro hombre que haga que te
tiemblen los dedos de los pies.
Ambas se miraron en silencio y comenzaron a reír.
A pesar de las dudas, Dede estaba contenta, porque en el fondo de su
corazón estaba segura de que Andrej no tenía a nadie especial. Se notaba en
la forma en que la miraba, en la forma en que le cogió la mano en la cafetería.
Cuando faltaban varias calles para llegar al Burks, donde Dave las
esperaba, la pelirroja fijó sus ojos en Emily, que caminaba en silencio a su
lado. La agarró del brazo y apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Bueno, Em… cuéntame qué tal es trabajar para el señor Jack Myers.
—Trabajo para su madre, no para él.
—¿Pero no cuidas a su hijo? —la interrogó Dede, confusa.
—Lo hago. Y el pequeño Owen es un sol. —Recordó la sonrisilla del
bebé y se le iluminaron los ojos—. Qué suerte que ese niño no se parezca a su
padre.
—¿Sigue siendo tan desagradable? ¿No se ha suavizado ni un poco?
Emily meneó la cabeza.
—Me pone de los nervios, Dede. Es el hombre más insoportable y
maleducado que he conocido nunca. —Recordó su aspecto y frunció los
labios—. Es muy raro.
—¿En qué sentido?
—¡En todos! Todavía no he encontrado ni una pizca de humanidad en
Jack Myers. Actúa como si todo le diese igual, como si todos los de su
alrededor no valiésemos la pena. Se encierra en su sala, pone la música a todo
volumen y se pasa el día solo.
—¿Tú crees que estará loco? ¿Tendrá alguna enfermedad mental?
—Ya no sé ni lo que pienso de él —admitió Emily—. La cuestión es que
se nota que es inteligente.
—Hay muchos hombres brillantes que están como cabras, Em. No es algo
tan raro.
Ella asintió, de acuerdo con Dede.
—No sé… Hay algo en la forma de comportarse de Jack Myers que no me
encaja. —Frunció el ceño—. Y luego está el tema de las cicatrices.
—¿Qué cicatrices?
—Ayer, cuando entró en la cocina, le vi el brazo derecho lleno de marcas.
Eran cortes por la cara interna, alargados y finos.
—¿Se autolesiona? —Dede abrió la boca, anonadada.
—No lo sé. —Se mordió el labio inferior—. Y tampoco sé si quiero
saberlo.
Su amiga la abrazó y la zarandeó un poco, haciéndola sonreír.
—Mira, hagamos algo, basta de hablar de tíos raros por hoy, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Emily.
—Vamos a pasarlo bien, a reírnos un rato junto a Dave, y a desconectar,
que también nos hace falta.
Emily asintió y puso todo su empeño en ello. No iba a dejar que el
recuerdo de aquel hombre estúpido le estropease la salida con sus amigos.
Como tampoco iba a darle vueltas a por qué se ponía tan nerviosa cuando lo
tenía delante, ni por qué no podía dejar de mirarlo cada vez que se cruzaba en
su camino.
Jack apagó la música cuando escuchó el sonido de la puerta al ser
golpeada.
La sala estaba envuelta en la oscuridad. Había caído la noche y ni siquiera
se había molestado en prender la luz. De todas formas, ¿qué más le daba? En
la oscuridad se encontraba bien, era agradable no verse, olvidar que era él la
misma persona a la que el espejo le devolvía la imagen.
Tras un par de golpes en la tibia madera de la puerta, guardó silencio,
debatiéndose si dar permiso para que la persona que estaba al otro lado
entrase, o no hacerlo. No obstante, al escuchar de nuevo los golpes,
insistentes, apretó la mandíbula y maldijo en voz baja.
—Pasa.
De inmediato, por el marco de la puerta vio aparecer a Ronnie, un buen
amigo del que no sabía nada desde que ocurrió aquel incidente, seis meses
atrás.
Estaba como siempre. Igual de sonriente, con su cabello corto, moreno, su
rostro aniñado y su ropa siempre perfecta, gracias a la insistencia de su mujer.
Nada más verlo, los recuerdos de las divertidas noches de cenas, de risas,
de charlas hasta el amanecer, pasaron ante sus ojos. Y el dolor regresó.
Volvió a él, reciente, como si todavía pudiese tocar con las yemas de sus
dedos esos instantes, como si todavía pudiese percibir lo feliz que era su vida.
—¡Hola, Jack! —lo saludó este, con una sonrisa amable—. Cuánto tiempo
sin vernos, ¿verdad?
—Seis meses —respondió sin más.
—Pues me parece una barbaridad. No deberíamos dejar que pasase más
tiempo sin juntarnos alguna noche.
Jack bajó la vista a su brazo y contempló sus cicatrices, con el gesto
angustiado. Se levantó de la butaca, como si el asiento le quemase, y fue
hacia la ventana para mirar a través de ella.
—¿Para qué has venido, Ronnie?
—Para que te animes a salir con Sam y conmigo de nuevo —le dijo,
colocándose a su lado—. Mi mujer y yo echamos de menos lo bien que nos lo
pasábamos juntos.
—Eso ya no va a volver a ser nunca más.
—Pero, ¿por qué? —Ronnie lo rodeó por los hombros y chasqueó la
lengua al darse cuenta de la delgadez de Jack—. Lo que necesitas es salir,
divertirte.
—¡No voy a ir a ningún lado! ¿Te queda claro?
—¡Jack, por favor, no te cierres de esa manera! Deja que te ayudemos.
—¿Has venido para eso? —gritó apartando el brazo de Ronnie de sus
hombros—. ¿Te ha llamado mi madre? ¿Ha sido ella la que ha organizado
esto?
—No me ha llamado nadie, pero si me lo preguntas, tu madre está
preocupada.
—¿Por qué no os metéis en vuestros asuntos?
—¡No puedes tirar tu vida al retrete por Teresa!
—¡No la nombres! —rugió Jack, tapándose los oídos—. ¡No quiero
volver a oír ese nombre nunca más!
Ronnie suspiró y alzó las manos, para que se calmase. Jack parecía muy
alterado, su respiración era fuerte y rápida.
—Sé que lo has tenido que pasar mal, pero tienes que reponerte, tío. Soy
tu amigo y no me gusta verte así.
—Lárgate de mi casa.
—Jack, escúchame… —insistió Ronnie—. Sé que piensas que tu vida es
un sinsentido, pero tienes muchas cosas por las que luchar.
—¡Que te vayas! —Lo echó por segunda vez.
—¡Tienes la destilería, tienes a tu madre y a Owen!
Jack fulminó a su amigo con la mirada y apretó los puños, con los brazos
estirados a cada lado del cuerpo. Estaba cansado de que todo el mundo
intentase reconducir su vida. Era él quien había elegido vivir así, y nada ni
nadie lo convencería de lo contrario.
Ronnie había ido a su casa con buenas intenciones, sin embargo, escuchar
el nombre de Teresa en sus labios, había conseguido el efecto contrario en
Jack, que lo miraba como si quisiese sacarle los ojos.
—Lárgate de esta maldita casa y no vuelvas por aquí, a no ser que quieras
que llame a la policía para que te echen ellos mismos —lo amenazó con voz
glacial.
El otro se llevó una mano a la frente y se la frotó, sabiendo que no podría
convencerlo de nada en ese estado.
Tras una última mirada a Jack, dio media vuelta y salió de la sala
dejándolo de nuevo a solas.
Cuando se cerró la puerta, cogió el cenicero repleto de colillas, que
descansaba sobre la mesa, y lo lanzó contra esta, logrando que se rompiese
debido al impacto y cientos de cristales saliesen despedidos hacia todos
lados.
Apoyó la frente sobre la pared y cerró los ojos con fuerza, para que las
lágrimas no escapasen de ellos.
¿Por qué la había nombrado? ¿Por qué había pronunciado su nombre?
Todos sabían que no debían hacerlo, se lo prohibió cuando ocurrió
aquello, seis malditos meses atrás.
Estaban empeñados en que el antiguo Jack volviese. Todos le insistían en
ello. No podía estar tranquilo ni en su propia casa. Si no era su madre, era el
crío con su imparable llanto. Y ahora Ronnie. ¿Quién sería el próximo en ir a
molestarle con la gilipollez esa de que tenía que ponerse bien? ¿Quién sería el
siguiente? ¿Emily? ¿La chiquilla que cuidaba a Owen?
Al acordarse de ella, su imagen apareció por su cabeza.
Emily Bristol. Tan joven, aparentemente vulnerable y frágil.
Le gustaba que no se dejase pisar por él, que respondiese a sus desplantes
con ingenio.
El pasado día, en la cocina, lo retó con su mirada, le hizo querer superarse,
ser más agudo que ella para dejarla sin habla.
Se mordió el labio inferior al recordar su rostro.
Era bonita. Tanto que a Jack le costaba apartar los ojos de ella cuando la
encontraba en su casa, jugando con Owen. Y se odiaba a sí mismo por no
poder controlar ese impulso.
No obstante, ahí acababa todo. En simples miradas.
Había aprendido la lección con Teresa, y lo había hecho de la forma más
cruel e insoportable posible.

Emily jugaba con Owen en el salón de la casa de los Myers. El pequeño


no dejaba de sorprenderla con sus continuos intentos de caminar. Parecía que
se había empeñado en hacerlo, y apenas se levantaba de los brazos de Emily,
que lo agarraba cuando tropezaba, volvía a intentarlo.
Ella reía cuando lo veía andar más de tres pasos seguidos, le aplaudía y lo
animaba, haciéndolo sonreír, balbucear y lanzarse a sus brazos, dándole besos
llenos de babas, pero que Emily adoraba.
Era un niño tan bonito y tan bueno… Y tenía carita de ángel.
Si lo miraba con atención, podía verle parecido con Jack. El pequeño
había sacado la forma de sus ojos. Y esa mirada enfurruñada cuando se
enfadaba por algo.
No obstante, Owen era rubio, y Jack no. Quizás ese rasgo era de su madre,
a la que no conocía.
Se había parado a pensar muchas veces en la madre de Owen, con
curiosidad. No sabía por qué vivía el niño en aquella casa, y no con ella.
¿Quizás sería empresaria, como Jack, y estaría de viaje? ¿Sería adoptado?
¡No, qué tontería, si fuese adoptado no se parecería a Jack!
La verdad era que no sabía qué ocurría entre Jack y la madre del bebé,
pero lo que tenía claro era que, si hubiese sido ella, no hubiera dejado a su
hijo con aquel hombre tan huraño y con tan mal carácter, que apenas le
prestaba atención y se pasaba la vida encerrado, como los ermitaños.
A media mañana, Owen caminaba con un poco más de soltura y ella lo
miraba embobada, orgullosa y emocionada. Sin embargo, el pequeño se
empeñaba en ir hacia la sala donde estaba Jack, con la música a todo
volumen.
—No, Owen, no debemos molestar a tu padre —le decía, con la esperanza
de que el niño se conformase. Pero no lo hizo. Lloriqueaba y levantaba los
brazos cuando llegaba a la puerta, la miraba pidiéndole con sus ojitos llorosos
que lo llevase con él. Lo cogió en brazos y suspiró—. Owen, no podemos
entrar ahí. Tu papá lo tiene prohibido.
Lo alejó de la puerta y se lo llevó a la cocina, donde intentó entretenerlo
con unos juguetes que habían dejado por allí. No obstante, el bebé seguía
lloriqueando y señalando hacia la sala.
—Ay, Owen… ¿de verdad voy a tener que llevarte? —Hizo una mueca
dubitativa con los labios y miró hacia donde el niño señalaba—. Se va a
enfadar. —Él hizo un puchero y Emily asintió—. Está bien, pero si se enfada,
será culpa tuya, jovencito.
Lo cogió en brazos y se encaminaron hacia la sala desde donde salía
aquella música atronadora. Emily se paró en la puerta y tragó saliva, antes de
atreverse a tocar.
Cuando lo hizo, no contestó nadie y se quedaron esperando a que les
dieran permiso para entrar.
Después de casi dos minutos, Emily tocó más fuerte y la música paró de
repente. Con Owen en brazos, notó cómo se le aceleraba el corazón.
Armándose de valor, abrió la puerta y entraron en aquella sala en penumbra.
Nada más alzar la cabeza, descubrió a Jack sentado, como de costumbre,
en su butaca, y los miraba con el ceño fruncido.
Parecía un animal enjaulado a punto de atacar. Sus pupilas estaban
dilatadas, debido a estar en la oscuridad y sus manos crispadas mientras
agarraba los reposabrazos de la butaca.
—Buenos días, señor Myers —lo saludó Emily forzando una sonrisa.
—¿Qué haces aquí? ¿Ya no te acuerdas de nuestra conversación?
—Perfectamente.
—Quedamos en que no íbamos a entrometernos en el camino del otro. Así
que, lárgate.
Emily se mordió el labio inferior y notó cómo Owen estiraba los brazos
hacia su padre. Recompuso su expresión y dio un paso hacia delante. Si por
ella hubiese sido, no habría entrado allí en su vida, no obstante, el pequeño
quería estar con él.
—Estoy aquí porque hemos…. venido a mostrarle que Owen ya anda.
—Y piensas que eso me importa, ¿no?
—Además, su hijo quería estar con usted —añadió dando otro paso hacia
Jack.
Sin embargo, no pudo acercarse más. Él se levantó de la butaca y la rodeó,
alejándose de ellos, colocándose cerca de la ventana. Emily suspiró.
—¿No va a decirle nada al niño? ¿No va a darle un beso a su hijo?
Jack apretó los labios y clavó sus fríos ojos en ella.
—¡Yo no tengo hijos!
—¿Qué…? ¿De qué está hablando?
—¡Ese crío no es hijo mío!
—¿Cómo puede ser tan insensible y decir eso de Owen? —le preguntó
horrorizada. El niño era la viva imagen de Jack.
—¡No quiero verle, sácalo de aquí!
—¡No sé qué problema tiene, pero el niño no le ha hecho nada! ¡Es un
bebé y quiere estar con su padre!
Jack apretó los puños y se acercó a ellos con la mandíbula tan apretada
que podría habérsela partido.
Los miró a ambos con odio.
—Ese no es mi hijo —susurró entre dientes. Alzó el brazo y señaló hacia
la puerta—. Fuera de aquí.
—Pero señor…
—¡He dicho que te largues! —rugió sobresaltándola y haciendo llorar a
Owen.
Emily lo miró sin comprender, como a un auténtico loco. Acarició la
espalda del pequeño, para calmarlo y que dejase de llorar, y giró sobre sus
talones, caminando con el cuerpo rígido hasta que cerró la puerta de la
habitación de un sonoro portazo.
Cuando estuvieron fuera, Emily se apoyó en la pared del pasillo y besó la
frente del bebé, que seguía haciendo pucheros.
Por más que intentaba comprender a Jack Myers, no lo conseguía.
—Emily, debes tener paciencia con mi hijo. —La voz de Isabella le hizo
alzar la cabeza de inmediato. La madre de Jack se encontraba frente a ellos,
con una mueca triste en los labios. Parecía cansada, y podía comprender que
lo estuviese. Tener a semejante hombre por hijo debía de ser agotador. Se
acercó a ellos y cogió a Owen de sus brazos, dándole un beso en uno de sus
tiernos mofletes—. Jack no está pasando por una buena época.
—Señora Myers, no sé si voy a poder seguir trabajando con esta
hostilidad —reconoció ella, bajando la vista al suelo—. Me encanta cuidar de
Owen, es un niño muy bueno, pero… esto ya es demasiado.
—No quiero que te vayas, Emily, lo sentiría mucho. Mi nieto te ha cogido
mucho cariño.
—Más lo sentiría yo. Además de por el bebé, necesito el dinero. Sin
embargo, hay cosas que no se pueden tolerar.
Isabella asintió, comprendiendo lo que decía Emily. Se apoyó en la pared,
junto a ella y fijó sus cansados ojos en la pared de enfrente.
—Jack entró en una gran depresión hace seis meses.
—Oh. —Emily prestó mucha atención.
—Su mujer lo abandonó y se largó con otro hombre, dejándolo solo con el
niño.
—Pero… él asegura que no es su hijo.
Isabella besó a Owen y lo abrazó con fuerza.
—Este niño es mi nieto, Emily, diga lo que diga Jack.
Ella suspiró y observó la puerta de la sala donde se encontraba Jack
Myers. Negó con la cabeza y frotó uno de sus brazos.
—¿Se está medicando?
—No quiere hacerlo. Hemos intentando que tome las pastillas que le
recetó el médico. Le tranquilizarían y lo relajarían, podría seguir con su vida.
Pero no quiere ni oír hablar sobre ello. Le basta con encerrarse en esa sala y
ver pasar la vida en oscuridad.
—Eso es muy triste —habló Emily, sintiendo pena por el dueño de la
destilería.
—Estamos todos destrozados. Si todavía sigo hacia adelante, es gracias a
mi nieto. Owen me necesita. —Cogió su mano y ambas se miraron a los ojos
—. Y también te necesito a ti, Emily. No puedo permitirme el lujo de
quedarme otra vez sin niñera.
—Pero señora Myers. —Bajó la vista al suelo—. ¿Qué pasa con su hijo?
¿Voy a tener que aguantar gritos a diario? ¿Voy a tener que soportar su mal
humor cada vez que se le cruce un cable?
—No, por supuesto que no —respondió Isabella de inmediato—. No
permitas que te hable mal. Y si lo hace, responde, contéstale y no te dejes
pisar.
—¿Contestarle al dueño de la casa en la que trabajo? Me pondrá de patitas
en la calle.
—No lo hará, yo no lo permitiré —le aseguró su madre—. Emily, sé que
es una situación rara e incómoda para ti, pero, te lo pido por favor… no nos
dejes ahora.
OCHO

Emily llegó a casa más afectada de lo que quiso admitir en un primer


momento.
Después de la conversación con Isabella, sobre el motivo del extraño
comportamiento de Jack, no dejaba de darle vueltas a las veces que había
hablado con él. Todo encajaba como un puzle. La depresión, el querer regalar
su dinero como si no le importase nada en el mundo, la falta de atención a
Owen, el pasarse el día encerrado en aquella sala…
Y todo por su exmujer.
Lo había abandonado por otro hombre y se había largado dejándolo con el
niño. Solos los dos.
Sabía que la reacción de Jack no era, para nada, lo que se esperaba de él.
Era un empresario con éxito, poderoso y con una familia y amigos que lo
apreciaban.
En esa misma situación, la mayoría de personas hubiese apretado los
dientes y hubiera salido hacia adelante con el niño. Nadie se moría por una
infidelidad, ni por un divorcio. Sin embargo, también comprendía que no
todas las personas eran igual de fuertes. Había gente que no podía soportar
una situación semejante y caía en aquel pozo del que, a veces, les era
imposible salir.
Abrió la puerta de casa y escuchó el sonido de la televisión de la cocina.
Su padre debía estar preparando algo de comer. Y eso era peligroso. Raphael
y los fogones no se llevaban bien.
Antes de reunirse con él, se apoyó contra la puerta y se frotó los ojos,
cansada, recordando todo lo sucedido en la casa de los Myers.
Sentía pena por Jack. Nadie merecía pasar por una situación semejante.
—¿Emily? ¿Eres tú?
La voz de su padre la hizo salir de aquella marabunta de pensamientos, y
recorrió el camino que la separaba de la cocina.
—Sí, papá, ya he llegado. —Fue hasta Raphael, que se encontraba al lado
de una olla que borboteaba, y se asomó dentro—. Huele bien, ¿qué es?
—Caldo de pollo.
—Ya te dije que no hacía falta que cocinases. Puedo hacerlo yo cuando
llegue de trabajar.
—De eso nada. También quiero sentirme útil.
—Lo entiendo, pero recuerda la última vez. Casi carbonizas la cocina.
—Un fallito de nada. —Le quitó importancia, riendo.
Mientras su padre apagaba el fuego, Emily puso los cubiertos sobre la
mesa, dispuestos sobre un pequeño mantel individual para cada uno.
Ayudó a Raphael a colocarse en su lado de la mesa, empujando su silla de
ruedas, y tomó asiento después.
Comieron en silencio, escuchando las noticias del condado de Louth,
aunque Emily apenas prestó atención a lo que decía el presentador, ya que su
cabeza estaba en otra parte, o más bien, en otro hombre. En Jack.
La primera vez que lo vio, no comprendió el porqué un millonario que lo
tenía todo vestía de esa forma, ni por qué lucía un aspecto tan descuidado.
Era una mala imagen para la destilería y esas greñas que le tapaban la cara
lo hacían parecer mucho más mayor de lo que era, porque, según le dijo
Isabella, Jack solo tenía treinta y cinco años.
—Hija, ¿te encuentras bien? —le preguntó Raphael mirándola con
curiosidad. Emily nunca permanecía callada tanto tiempo, sin embargo, esa
tarde parecía abstraída, como si su mente estuviese en otra parte.
—Estoy bien, papá. —Lo tranquilizó. Dejó la cuchara sobre el plato y lo
miró, mordiéndose el labio inferior—. Pero, estoy preocupada.
—¿Por qué? ¿Qué te pasa?
—No es algo que me pase a mí, sino a Jack.
—¿Jack? —Frunció el ceño—. ¿Te refieres a Jack Myers, a tu jefe?
Ella asintió, suspirando.
—Él… no está bien.
—¿Está enfermo?
—Su madre me ha confesado que tiene depresión desde que se divorció de
su mujer.
Raphael asintió, pensativo.
—Recuerdo haber escuchado rumores de que ella se largó. En Drogheda
no hay secretos, nos conocemos casi todos.
—La cuestión es que… no sé si voy a poder seguir trabajando para él.
—¿Por una depresión?
—Porque no quiere ver a nadie —se explicó—. Cada vez que me cruzo en
su camino, me habla mal, me trata como si no existiese, ¡ignora a su propio
hijo! No puedo limitarme a hacer mi trabajo cuando estoy viendo a una
persona sufrir de esa manera y seguir impasible, como si no ocurriese nada.
Sin ayudar.
—Entonces, ayúdalo —respondió Raphael, mirándola a los ojos.
Ella soltó una carcajada y se mesó el cabello, como si lo que acabase de
decir su padre fuese una gran estupidez.
—No se puede ayudar a alguien que no quiere. Además, ¿qué puedo hacer
yo, papá? No soy médico, no entiendo sobre depresiones, ni… sé qué podría
decirle para que se sienta mejor.
Raphael alargó el brazo y cogió la mano de su hija, sonriéndole con amor.
—Emily, ¿recuerdas lo que sucedió después de mi accidente?
—Sí.
—¿Recuerdas que yo también estuve triste unas semanas?
—Pero tú no echabas a la gente de tu lado, papá.
—Lo hice —le recordó, sin borrar la sonrisa de sus labios—. Pero tú
seguías conmigo. Te pedí en varias ocasiones que me dejases a solas y no lo
hiciste. —Le apretó la mano, dándole fuerzas—. La madre del señor Myers
nos ha dado la oportunidad de vivir bien. Te ha abierto las puertas de su casa
y tienes un trabajo por el que se te paga mejor que a la mayoría.
—Lo sé.
—Y Jack Myers quiso darte todo su dinero, fuese por el motivo que fuese.
—Emily asintió de nuevo—. Puedes hacer lo que creas conveniente, hija,
pero si yo estuviese en tu lugar, no dudaría en quedarme. Prácticamente nos
han salvado de morir ahogados por las facturas. —Raphael sonrió—. ¿Por
qué no intentas ayudarles tú ahora para que la depresión no sea la culpable de
ahogar a Jack?

Dede llamó al timbre de la casa en la que vivían Andrej y Senka.


Desde que se despertó esa mañana había estado muy nerviosa. Iba a
volver a verlo y las horas parecían no pasar.
Ya no recordaba las veces que se había cambiado de ropa, las que se había
peinado, ni las que se había mirado en el espejo de su habitación dudando si
debía quitarse el maquillaje.
No había estado tan frenética en años, pero es que quería estar perfecta
para cuando se encontrase con Andrej.
Si lo pensaba con detenimiento, aquello era una auténtica tontería, porque
él ya la había visto con ropa de diario y sin una gota de maquillaje, no
obstante, deseaba agradarle.
Cuando escuchó unas pisadas desde el interior, que se dirigían hacia la
puerta, se alisó el vestido, para quitar una inexistente arruga en él.
Era de una tela bastante fresca, por lo que llevaba una chaqueta en la
mano. De un bonito color azul cielo, de manga corta, largo hasta la rodilla y
escote redondo bastante recatado. Sin embargo, siempre que se lo ponía se
sentía bonita, y ese día lo necesitaba más que nunca.
Cuando se abrió la puerta, Andrej apareció por ella, vestido con unos
pantalones vaqueros, que le quedaban de vicio, y una camisa azul marino que
se ajustaba a sus fuertes hombros.
Tuvo que obligarse a no babear al verlo, a contentarse con sonreírle y
saludarle con una mano, moviendo los dedos con algo de nerviosismo.
—Te estábamos esperando, pasa. —La invitó él, con su agradable voz.
Dede hizo lo que le pidió y lo siguió hacia el salón, donde Senka
terminaba de colocar los cubiertos. Cuando la vio, la anciana sonrió feliz, y
fue hasta ella para darle un abrazo.
—Qué alegría me llevé cuando Andrej me dijo que vendrías a comer.
—No me lo hubiese perdido por nada del mundo.
Él rio y se cruzó de brazos, mirando a Dede con las cejas enarcadas.
—No dejes que te mienta, abuela. Me costó convencerla para que
aceptase.
—Bueno, yo… —Bajó la mirada al suelo, avergonzada—. No quiero que
gaste la comida en mí. Os hace falta a vosotros.
—No creo que te comas toda nuestra despensa —comentó la anciana con
gracia, mirándola de arriba abajo—. Estás muy delgada, seguro que ni
siquiera te terminas lo que te pongo en el plato.
Dede rio y ladeó la cabeza.
—Cómo se nota que no me conoce, Senka. Como mucho.
—Pues no sé dónde lo metes, criatura. —La cogió de la mano y la guio
hacia la mesa—. Siéntate, voy a servir la comida.
—¿No quiere que la ayude? —Se ofreció Dede.
—Ni hablar. Eres nuestra invitada, nosotros lo haremos todo. Además, vas
demasiado guapa como para mancharte. —Senka tocó el brazo de su nieto,
llamando su atención—. ¿Verdad que Dede va guapa, Andrej?
—Muy guapa —asintió de inmediato, mirándola a los ojos con intensidad.
Ella bajó la mirada y notó que el calor coloreaba sus mejillas.
—Gracias.
Cuando sirvieron la comida, Andrej tomó asiento a su lado y Senka frente
a ellos. Se fijó en el plato y se relamió los labios al ver la buena pinta que
tenía.
—¿Qué es? —le preguntó a Senka, intrigada.
—Pljeskavica, un plato tradicional de Serbia. —Le sonrió a su nieto—. A
Andrej le encanta.
Comieron, conversaron y rieron al escuchar las anécdotas que Senka
contaba sobre la vida en su país. Todo estaba riquísimo y Dede acabó tan
llena que cuando le pusieron delante el postre, apenas pudo comer más de dos
cucharadas.
Al verla, Andrej rio.
—¿Has visto abuela? Tenías razón, no come nada.
—¡He comido muchísimo! —exclamó Dede riendo, mirando a Andrej con
los ojos muy abiertos.
—Vamos a tener que invitarla más a menudo, para abrirle el estómago —
continuó este, guiñándole un ojo.
—No puedo ni moverme de lo llena que estoy. Senka, estaba todo
delicioso.
—¿Has dejado hueco para el café? —le preguntó la mujer, sin dejar de
sonreír.
—Creo que no podría echarme nada más a la boca.
Andrej se levantó de la silla y apoyó las manos sobre la mesa, sin dejar de
sonreírles, misterioso.
—Abuela, ¿qué te parece si mientras preparas el café me llevo a Dede a
dar una vuelta, para que haga hueco?
—Me parece bien —asintió ella, conforme.
Andrej giró la vista hacia Dede y le tendió la mano, para ayudarla a
levantarse.
—¿Qué dices? ¿Te apetece pasear un rato?
—Claro —respondió nerviosa, notando un agradable hormigueo en los
lugares de su piel donde sus manos estaban unidas.
Salieron a la calle y caminaron por la acera, en silencio.
Dede sentía que los latidos de su corazón se aceleraban cada vez que
Andrej la contemplaba. Tanto era así, que apenas lo había mirado desde que
salieron de la casa.
Él giró hacia una calle solitaria, donde apenas había casas. Desde allí, el
paisaje era precioso. Estaban muy cerca del campo, por lo que todo era verde.
—Cuando llegamos a Drogheda pensé que iba a echar mucho de menos
Serbia.
—¿Y no lo haces? —Se interesó ella, girando la cabeza. Andrej de perfil
era tan sexi…
—Lo que más añoro son a mis amistades. Pero, por lo demás, me encanta
vivir aquí, aunque no haya tenido mucha suerte encontrando un trabajo, hasta
ahora. Es un lugar muy bonito.
—Lo es, y con mucha historia —añadió Dede—. ¿Sabías que los primeros
que llegaron a este rincón de Irlanda fueron los normandos?
—No tenía ni idea.
—Pues así fue, de hecho, se considera una de las ciudades más antiguas
del país.
Andrej dejó de caminar y se apoyó en la pared de una casa, con la vista
puesta en el campo, por el cual transcurría el río Boyne. Ella lo imitó y se
puso a su lado, aunque a una distancia prudencial. Ese hombre olía tan bien
que, si no llevaba cuidado, su cuerpo podía traicionarla.
—¿Crees que Senka nos estará esperando? —preguntó Dede, rompiendo
aquel silencio.
—Es posible.
—¿Quieres que regresemos?
—Todavía no. Vamos a quedarnos un rato más. —Clavó sus ojos en los
de ella—. Me encanta este lugar.
—Es muy bonito, y romántico para traer a las chicas.
—Sí, es perfecto para una cita.
Dede alzó una ceja y sonrió, antes de hablar.
—Seguro que a tu novia también le gusta.
Andrej rio y acercó su boca al oído de Dede:
—Todavía no tengo.
—¿Todavía? —lo interrogó nerviosa. Estaba muy cerca de ella—. ¿Ya…
ya has encontrado a alguna chica que te guste?
—Sí, la he encontrado. Y es una mujer preciosa.
Dede bajó la vista al suelo, un poco desilusionada.
—¿Y a ella le interesas? —Nada más decirlo, se mordió la lengua. ¿Qué
clase de pregunta era esa? Cualquier chica se volvería loca por las atenciones
de Andrej.
—No sé si le intereso —reconoció—. Intento ir despacio con ella, para
que no se asuste.
—¿Y por qué iba a asustarse?
—Porque si por mí fuera, ya la hubiese besado. —Él sonrió abiertamente
—. La hubiese besado el primer día que la vi.
Dede miró hacia el horizonte, intentando que no se le notase la decepción
en la cara.
—Deberías hacerlo, Andrej. Eres un tío muy guapo, no creo que se
moleste si la besas.
—¿Tú crees? —la interrogó ampliando la sonrisa.
—Claro, ¿por qué no? Así saldrías de dudas de una vez por todas.
—No sabes el peso que me quitas de encima.
—¿Yo? ¿Por qué?
Él la agarró por los brazos y la acercó a su cuerpo, logrando que sus bocas
quedasen a milímetros la una de la otra.
—Porque no hubiese podido aguantar mucho más sin hacerlo, Dede.
Juntó sus labios y el mundo se desdibujó para ambos.
Ella abrió los ojos, asombrada, sin embargo, reaccionó con rapidez,
rodeando a Andrej por el cuello, profundizando aquel beso que comenzó
como algo tímido y acabó siendo tan sensual que ambos jadearon fuera de
control.
Cuando se separaron, se sonrieron maravillados y Dede se humedeció los
labios, en los que todavía podía notar el delicioso sabor de Andrej.
Rio, incrédula, mientras escondía la cabeza en el hueco de su cuello.
—¿Esa chica de la que hablabas era yo?
—¿Quién creías que era? —le susurró, acariciando su espalda.
—No lo sé.
—¿No te paraste a pensar en por qué insistía tanto en verte, y en que
vinieses a comer a casa? —Agarró su barbilla con una mano y le alzó la
cabeza, para que lo mirase a los ojos—. No he dejado de pensar en ti desde
que te vi por primera vez con mi abuela, cargada con las bolsas de la Red
Cross.
Se besaron por segunda vez y Dede tembló entre sus brazos.
—Andrej… —susurró contra su boca.
—¿Sí?
—Tú también me gustas mucho.
—Entonces vamos a tener un problema.
Ella enarcó las cejas y se lo quedó mirando, curiosa.
—¿Por qué un problema?
—Porque mi abuela y su café van a tener que esperar un buen rato. Me
resisto a compartirte con nadie. No quiero dejar de besarte ahora que te tengo
solo para mí.

Emily dejó a Owen en la cuna, con mucho cuidado de que no se volviera a


despertar. Le había costado dormirlo más tiempo del habitual, no obstante, la
música que escuchaba Jack estaba a un volumen tan alto que lo que le
extrañaba era que el pequeño pudiese conciliar el sueño.
Salió de su habitación y se dirigió hacia la cocina, donde tenía que fregar
varios biberones. Mientras lo hacía, giró la cabeza y sus ojos se posaron en la
puerta de la sala donde el padre de Owen se encerraba cada día.
Muchas veces, Emily intentaba adivinar qué se le pasaría por la cabeza a
Jack Myers. Pasaba demasiado tiempo a solas, pensando, sin nadie que
pudiese aconsejarle, sin compañía que lo animase. Comprendía que Isabella
estuviese preocupada. Conocía a ese hombre de apenas dos semanas, pero
tenía tan mal aspecto que daba la sensación de que cualquier día cometería
alguna locura.
Se mordió el labio inferior al recordar las palabras de su padre. Raphael le
insistía en que intentase ayudarlo. Pero ¿cómo? ¿Cómo se ayudaba a alguien
que no permitía que se le acercasen? Para salir de una depresión, la persona
debía poner de su parte, y Jack no parecía estar por la labor.
Dejó escurrir los biberones y apoyó la cadera sobre la encimera de
mármol de la cocina. La música había acabado y de la sala no salía ni un solo
sonido.
Quizás se había cansado de ese escándalo y prefería ver una película o leer
un libro tranquilamente.
Emily salió de la cocina y se dirigió hacia la habitación de Owen, para
asegurarse de que seguía bien. A su paso, la señora que limpiaba le hizo un
imperceptible saludo con la cabeza, al cual respondió de igual forma.
Al asomarse a la cunita, sonrió al ver al niño dormido. Era tan guapo…
Sin embargo, antes de que pudiese salir de nuevo, el sonido atronador de
la música volvió a llenar cada rincón de la casa, retumbando por las paredes.
Era incluso más fuerte y escandaloso que antes. Era una barbaridad.
Apretó el paso, con los labios apretados, y se dirigió hacia la sala desde
donde esa música destrozaba la tranquilidad del resto de la casa. Si Jack
seguía poniendo la música a ese volumen, el niño acabaría despertándose.
¿Acaso no tenía consideración ni por su propio hijo?
Al llegar a la puerta, tragó saliva y alzó la cabeza, decidida.
Traqueó varias veces con fuerza, no obstante, la música era tan alta que
Jack no podía escucharla. Golpeó la puerta con ambas manos, fuerte,
intentando que los golpes resonasen por encima de todo el ruido, pero no lo
logró.
Sin pensárselo dos veces, Emily agarró el picaporte y abrió la puerta,
entrando en la sala sin ser invitada y cerró tras de sí.
Jack estaba sentado en su butaca, como de costumbre, y le daba la
espalda, ya que miraba a través de la ventana. Ella se cruzó de brazos
esperando a que se percatase de su presencia, pero no lo hizo. Estaba tan
concentrado en la ventana, y la música estaba tan alta, que no se enteró de
que ya no se encontraba solo en la habitación.
Emily se puso las manos en los oídos, frunciendo los labios. ¿Cómo era
posible que ese hombre no se quedase sordo después de todo el día con ese
escándalo?
Miró a su alrededor y descubrió de dónde provenía el sonido.
Eran unos grandes altavoces conectados a un iPod.
Se dirigió hacia allí y apagó la música, logrando que el silencio reinase de
nuevo en aquella sala.
Jack giró su butaca y la descubrió al lado de los altavoces. Emily se dio
cuenta de que parecía asombrado de verla. Pero su cara avinagrada volvió a
tomar el control enseguida.
La fulminó con su fría mirada y ella se movió nerviosa. Aunque no dejó
que los nervios la dominasen. Jack Myers no podía seguir comportándose de
esa manera, actuando como si en el mundo no existiese más personas que él.
Debía ser más considerado.
Lo miró a los ojos, intentando parecer serena. Le daba igual estar
temblando por dentro, y no saber por qué. Jack no le daba miedo, así que esos
temblores eran una auténtica tontería.
Él apretó la mandíbula cuando la vio erguirse, orgullosa.
De esa forma estaba preciosa, con sus carnosos labios rosados fruncidos,
sus grandes ojos marrones y esa decisión pintada en el rostro. Ese día llevaba
unos shorts vaqueros y una blusa verde pistacho desmangada, con la cual
podía verse la piel de sus brazos. Tan cremosa y suave…
Jack apretó con las manos el reposabrazos de su butaca y se reprendió por
fijarse en esas tonterías.
—¿Quién te ha mandado quitar la música? —rumió.
—No me ha mandado nadie —respondió ella, notando que el corazón iba
a salírsele del pecho.
—¿Y quién te ha dado permiso para entrar?
—Tampoco me ha dado permiso nadie, señor Myers.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó a voz en grito,
echándose un poco hacia adelante.
—He estado traqueando a la puerta y no me escuchaba.
—¿Cuántas veces tengo que repetirte que no entres?
—Va a despertar al niño con la música tan alta.
—¿Y qué? —dijo él con chulería.
Emily abrió la boca, tan asombrada por la forma de comportarse de Jack.
—¿No le importa que Owen no pueda descansar?
—¿Te importa a ti molestarme?
—No estamos hablando de mí, sino de su hijo.
—¡No es mi hijo! —chilló perdiendo los papeles.
—¡Que esté enfermo, no le da derecho a tratar a la gente de la forma en la
que lo hace! —exclamó ella, perdiendo los nervios también.
Jack se levantó de la butaca y se acercó a ella, con andares de pantera.
—¿De dónde sacas que estoy enfermo, niña?
—No soy ninguna niña, tengo veintise…
—¡Me da igual la edad que tengas! —la interrumpió antes de que pudiese
acabar—. ¿Quién te ha dicho que estoy enfermo?
—No hay que ser muy listo para darse cuenta de que no está bien. —No
pensaba nombrar a Isabella, ni la conversación que tuvieron, su madre ya
tenía bastante con aguantar todo el peso ella sola.
—¿Tengo pinta de enfermo?
Emily lo miró de arriba abajo y enarcó las cejas. Llevaba la misma ropa
del día anterior, y el cabello y la barba seguían igual de desastrosos que
siempre.
—Tiene pinta de no haber pisado una ducha en meses.
—Debería ponerte de patitas en la calle —susurró con voz ronca.
—Le repito que usted no es mi jefe, sino la señora Myers, por si se le
había olvidado.
—¡Pero esta es mi casa!
—¡Pues no lo parece, porque se pasa el día escondido como si tuviese
miedo de salir! —Emily se cruzó de brazos—. Debería dejar que lo viese un
especialista, ponerse en manos de un profesional.
—¿Quién te has creído que eres para aconsejarme? —Rio con desprecio
—. ¿Tú a mí? ¿La cría a la que encontré en un restaurante llorando porque no
tenía dónde caerse muerta?
—¡Gracias a esa cría, como usted me llama, todavía conserva su dinero!
—Dio un paso hacia él, sintiendo que, a cada pisada, su estómago saltaba por
la proximidad de Jack—. ¡Yo al menos no intento alejar de mi vida a las
personas que me quieren! ¡No me encierro, no intento evadirme de mis
problemas, sino que los enfrento!
—¡No voy a consentir que sigas diciendo tonterías!
—¡Lo que le ocurre es que le molesta escuchar la verdad!
—¿Qué verdad, maldita sea? ¿Qué verdad?
—¡Que necesita ayuda!
Jack gruñó y miró a su alrededor, dando un manotazo a un pisapapeles de
cristal y estampándolo contra el suelo.
—¡Fuera!
—¡El mundo no se acaba por un divorcio!
—¡No sabes de lo que hablas, así que cierra el pico!
—¿Es así como trata a todo el mundo?
Jack se acercó tanto a ella que Emily tragó saliva, al sentir que su barba le
rozaba la mejilla. Notaba su respiración contra su piel.
—Vete de aquí —susurró con una voz que no permitía réplica.
Ella se apartó de su lado, con un gran nerviosismo por todo el cuerpo. Se
lo quedó mirando varios segundos y cogió un libro de uno de los estantes.
—Creo… creo que me apetece quedarme un rato más.
—¡No me jodas, Emily, fuera de aquí! —La echó alzando un brazo y
señalando hacia la puerta.
—Yo creo que lo que le ocurre es que necesita más compañía.
—¡Lo que necesito es que me dejes en paz! —Él dio media vuelta y cogió
el teléfono—. ¡Como no te largues, llamo a la policía!
Emily se quedó en silencio, contemplando con atención a Jack, que se
colocaba el teléfono en la oreja, y le sonrió mientras se dejaba caer en una
silla, con el libro en la mano.
—Adelante, llame, señor Myers. De todas formas, mañana volveré a venir
porque su madre me dará permiso para hacerlo. —Jack abrió la boca, sin
poder creer que aquello estuviese pasando. Lanzó el teléfono contra la pared
y este se hizo añicos. Emily miró el aparato y chasqueó la lengua—. Si yo
fuera usted dejaría de romper cosas. Hay gente pobre que las necesita de
verdad.
—¡Pero qué coño…! ¿Quieres largarte de una puñetera vez?
—¿Tan mala compañía soy? —le preguntó forzando una sonrisa, dándose
cuenta de que la cara de él se tornaba roja por la ira.
Jack se tapó los ojos con las manos, intentando contenerse, y cogió a
tientas algo que tenía sobre la mesa, para lanzarlo contra el suelo. Emily, al
verlo, volteó los ojos y suspiró.
—Señor Myers, por favor, deje de comportarse como un niño. No tiene
por qué romper cosas.
Jack se dejó caer en su butaca, sin poder dejar de mirar a Emily, que
parecía concentrada en el libro que acababa de coger. No sabía cómo
reaccionar, no parecía asustada, no se largaba con sus amenazas, como todo
el mundo. Estaba cansado, la ira y la tristeza lo dejaban agotado ya que
apenas comía lo suficiente. Y esa presión insoportable en el pecho, esa
congoja que siempre lo acompañaba.
—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué haces esto?
—¿Yo? —Se encogió de hombros, pensando en las palabras de Raphael
—. Solo me apetece pasar un poco más de tiempo con usted. Es mi jefe y no
sé nada de su vida.
Jack la miró como si le faltase un tornillo.
—¿De verdad quieres que me crea eso? ¿Lo haces para conocerme mejor?
—Es libre de creer lo que quiera. Lo único que pretendo es hacerle
compañía durante un rato.
—No quiero que nadie me acompañe, ¿estás sorda?
Emily le sonrió y dejó el libro sobre su regazo.
—Mi padre me avisó de que al principio me lo pondría difícil. No
obstante, soy una persona muy paciente.
—¿Tu… tu padre te avisó? —Parecía confuso.
—Ajá. —Sonrió de nuevo—. Está reaccionando tal y como él me dijo.
—¿Ahora resulta que es psicólogo?
Ella abrió los ojos y apretó los labios para no echarse a reír.
—¿Mi padre, psicólogo? ¡No, qué va! Pero es un hombre muy inteligente.
—¿En qué trabaja?
—Ya no trabaja, pero antes lo hacía en la fábrica de acero de Drogheda.
Jack resopló al enterarse de su profesión.
—Entonces no tiene ni puñetera idea.
—La tiene, él tampoco lo ha pasado bien, sabe de lo que habla.
—¿Qué le pasa? Dime, ¿qué problema tan grave ha tenido en la vida para
ser tan sabio? ¿Perdió las llaves de casa y tuvo que llamar al cerrajero en
mitad de la noche? ¿Se le rompió la televisión y tuvo que gastarse el poco
dinero del banco en arreglarla? ¿O quizás tiene una hija que es un incordio y
no puede deshacerse de ella? Porque eso sí que es un problema —la atacó.
Emily alzó la cabeza, orgullosa.
—Ojalá fuesen esos, señor Myers. —Lo miró a los ojos antes de continuar
—. Mi padre es parapléjico. Tuvo un accidente de coche, hace dos años, y no
puede andar. Él más que nadie sabe lo que es la tristeza, la impotencia de
querer y no poder. Así que, por favor, le pediría un poco de respeto.
Jack parpadeó, sin saber qué contestar. Se sentía culpable por haberla
atacado de esa forma. ¿Cómo iba a saber que su padre…?
Bajó la vista al suelo y se humedeció los labios antes de volver a mirarla.
—Lo siento. No era mi intención…
—¿Hacer daño? —dijo ella, acabando la frase por él—. Yo creo que esa
era precisamente su intención. Hace daño para que los de su alrededor lo
dejen en paz.
—Tú no comprendes lo que me ocurre, Emily —contestó con voz
derrotada—. No es tan fácil, no es sencillo.
—No lo es —le dio la razón—. Pero encerrado aquí, no va a solucionar
nada.
Él entrecerró los ojos y se la quedó mirando con ojos inquisitivos.
—Y según tú, ¿qué debo hacer?
—Empezar por el principio, por supuesto. —Le sonrió abiertamente.
—¿Y eso qué significa?
—Nadie puede estar bien si su imagen no está bien.
—Eso es lo más frívolo que he escuchado nunca.
—Puede ser, pero es verdad. —Lo miró de arriba abajo, en silencio—.
Podría empezar por cortarse el pelo y arreglarse esa barba.
—Y tú podrías empezar por meterte en tus asuntos —contraatacó agotado.
Sin embargo, en vez de molestarse por su contestación, Emily sonrió con
más ganas. Se levantó de la silla y dejó el libro en el estante.
—A todos nos gusta vernos bien, señor Myers. Un buen traje y peinado
bonito, sube el ánimo de cualquiera.
—¿Quieres dejar de decir estupideces?
Ella ni lo escuchó, se giró hacia él y sonrió.
—¡Ya lo tengo! Mañana voy a volver.
—¡No! —gritó con cansancio.
—Sí, y espero verlo sin todo ese pelo en la cara.
—Lo que tienes que hacer es cuidar del crío, que para eso te paga mi
madre.
—Puedo hacer las dos cosas a la vez.
—¿Quieres largarte ya de aquí? Estoy teniendo mucha paciencia contigo.
—No he hecho nada malo, así que no se haga la víctima.
—¡Dios Bendito! ¿Qué jodido pecado he cometido yo para soportar este
castigo? —rumió entre dientes.
—Muy gracioso, señor Myers —añadió con los ojos en blanco—. Pero si
quiere un consejo, yo que usted aprovecharía su sentido del humor y sus
ganas de romper cosas en algo más provechoso, como mejorar su imagen, por
ejemplo. —Lo miró por última vez y asintió—. Lo veo mañana, voy a vigilar
a Owen.
Emily dio media vuelta y salió de la habitación tras esa breve despedida,
dejando a Jack a solas.
Cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse, apoyó la cabeza contra
el respaldo de la butaca y cerró los ojos con fuerza.
Jack solía dar en el clavo en cuanto a las personas, sin embargo, con
Emily Bristol había errado. Parecía una joven tímida, vulnerable y frágil, pero
en realidad era insistente, pesada y con ganas de meter las narices donde no la
llamaban.
Quería venir más a menudo a verlo, y para colmo le pedía que se cortase
el pelo. ¡Lo que le faltaba! ¡Otra persona más con la que pelear, otra que se
metía en su vida! ¿Es que no le bastaba con su madre, con Ronnie y Howard?
¿No le bastaba con todos los problemas que tenía para que ahora llegase ella
a fastidiarlo también?
Era una chica joven, preciosa, con muchas cosas por experimentar y por
vivir. ¿Qué ganaba haciendo aquello? ¿Por qué se había empeñado en
quedarse con él?
—Que me corte el pelo —rumió para sí—. Quiere que me corte el pelo
para que se arreglen mis problemas.
Al pensarlo por segunda vez, no pudo evitar soltar una carcajada por lo
estúpido de la situación. ¿De dónde había salido esa mujer? Nunca había
conocido a alguien como ella. Una persona con unos principios y unos
valores fuertes. Humilde, íntegra, que no quiso su dinero porque no le pareció
correcto, que prefería trabajar de sol a sol a diario, que le sonreía aunque él se
comportase de una forma horrible, que se empeñaba en ayudarlo a pesar de
que Jack no dejaba que lo hiciese.
Podría haber llamado a la policía, haberse quitado a Emily de en medio,
haberla echado de su casa, no obstante, no lo había hecho, había acabado
estampando el teléfono contra el suelo. Algo dentro de él no pudo hacerlo.
Pero ¿qué le había llevado a actuar así?
Y lo más importante, ¿por qué le agradaba su compañía, aunque se
esforzase por demostrar lo contrario? ¿Qué tenía Emily Bristol de especial?
NUEVE

Dede se miró el reloj de muñeca y le dijo al camarero que aguardase un


poco más antes de tomar nota. Había quedado con Emily, pero parecía que
esta se estaba retrasando un poco.
Habían quedado en el Burks, como siempre, para ponerse al día, ya que
llevaban casi una semana sin saber la una de la otra. Y Dede tenía muchas
cosas que contarle acerca de Andrej y de lo que ocurrió durante la comida del
domingo. Cada vez que recordaba los besos que se dieron, su estómago
burbujeaba y su corazón se volvía completamente loco.
—¡Siento llegar tarde!
La voz de Emily la sacó de su ensoñación. Al levantar la cabeza, vio a su
amiga sonriéndole mientras se acercaba a la mesa con un carrito de bebé.
En él estaba un precioso niño rubio sentado. Jugaba con un peluche y
balbuceaba mientras se le caía baba de su boquita.
Emily cogió un pañuelo de su bolsillo y se la limpió. Cuando lo hizo, se
sentó a su lado y le sonrió a Dede.
—Hoy tenemos compañía.
—¿Este es el crío al que cuidas? ¿El hijo de Jack Myers?
—El mismo. Este señorito es Owen —asintió, haciéndole una mueca
divertida al pequeño, mientras este contemplaba a Dede con curiosidad.
—Qué guapo es.
—Y muy bueno —continuó Emily, acariciándole la mejilla.
—¿No ha podido ocuparse de él su abuela? —Se interesó Dede,
frunciendo el ceño—. Supuestamente, tu horario terminaba a las tres.
—Isabella tenía una reunión en la hidroeléctrica y me ha pedido que me
quede con Owen un poco más.
Dede se quedó callada, mientras asentía. Contempló cómo Emily tomaba
al pequeño en brazos y se lo sentaba en el regazo, mientras sacaba un biberón
del bolso.
—Toda la gente te mira. —Rio esta—. En unos días, el rumor de que has
tenido un crío va a estar corriendo por toda Drogheda.
—Que hablen, qué más da.
—¿Y cómo va todo en tu trabajo? ¿Todo bien en casa de los Myers?
Emily suspiró y se mordió el labio inferior, recordando su última
conversación con Jack.
—Allí todo va mal, Dede. El otro día, Isabella me confesó que Jack tiene
depresión desde que se separó de su exmujer.
—¿Por eso actúa así? ¿Por un puñetero divorcio?
—Parece ser que sí. Ella lo engañó con otro.
—¿Quién era su exmujer? ¿La reina de Saba? —la interrogó Dede,
intentando asimilarlo—. No puedo creer que un hombre que lo tiene todo,
quiera tirar su vida por la borda por un desengaño amoroso. Tiene un hijo,
tiene un negocio que le da mucho dinero, tiene familia. ¿Y lo quiere mandar
todo a la mierda por una mujer?
—No sé, Dede —respondió Emily con un suspiro—. Estaría muy
enamorado. No podemos juzgar a una persona sin ponernos en su piel.
—Ya lo sé, pero por mucho que le doy vueltas, no lo comprendo. —Dede
llamó al camarero para que les tomase nota, y cuando se fue volvió a mirar a
Emily—. ¿Tú estás cómoda trabajando para ellos?
—Con Isabella estoy muy cómoda. Es una buena mujer, quiere a Owen
con todo su corazón y sufre por Jack cada vez que la echa de la sala en la que
se encierra a diario.
—¿Y con él cómo van las cosas? ¿Te trata igual que al principio?
—Lo hace, pero voy a tratar de ayudarlo, Dede.
—¿Cómo? —Ella abrió mucho los ojos—. ¿Y qué se supone que vas a
hacer?
—De hecho, ayer ya intenté acercarme a él. Le planté cara y me negué a
marcharme cuando me lo exigió.
—Pero, Emily… ¿por qué? ¿Qué quieres conseguir con esto? ¿Por qué no
te limitas a hacer tu trabajo y marcharte a casa?
—Porque no puedo hacer eso —dijo mirándola a los ojos, con seriedad—.
No puedo ver cómo sufre una persona y quedarme impasible. —Acarició la
cabecita de Owen, que bebía de su biberón y se estaba quedando medio
dormido—. Cuando me enteré del problema de Jack, quise marcharme, dejar
el trabajo. No obstante, mi padre me animó a seguir. Y tiene toda la razón,
Dede. Los Myers nos han ayudado. Tengo trabajo gracias a Isabella, vivimos
bien con el sueldo que me paga. Así que, lo mínimo que debo hacer es
intentar devolverle mi gratitud.
—Pero ¿cómo? ¿De qué forma puedes ayudar a Jack? No eres
especialista.
—Ya lo sé. Sé cuáles son mis limitaciones, pero si puedo hacer algo, por
estúpido que sea, lo haré, aunque me tiemble hasta el alma cuando lo tengo
delante.
—¿De miedo?
—No es miedo. —Entrecerró los ojos y se encogió de hombros—. Puede
parecer peligroso, pero sé que nunca haría daño a las personas de su
alrededor.
—Y entonces, ¿por qué tiemblas si no?
Emily rio y cogió el café, que el camarero acababa de dejar sobre la mesa,
para darle un sorbo.
—No lo sé. A veces ni yo misma sé qué pasa en mi cuerpo cuando me
acerco a Jack. Supongo que será porque es una situación nueva para mí, es
algo a lo que nunca antes me he enfrentado.
Dede le dio un codazo y enarcó las cejas, con un gesto pillo en su rostro.
—¿Y no será que te gusta Jack Myers? ¿No me dirás que no es guapo?
—Si pudiese verle la cara sin barba y sin el cabello tapándole el rostro,
quizás me lo parecería. —Rio Emily.
—Cielo, existe una cosa que se llama Google. Ahora me dirás que no lo
has buscado por Internet.
—¿Tú sí? —preguntó, impresionada.
Dede sacó su teléfono móvil y asintió.
—Lo busqué el mismo día que me dijiste que ibas a trabajar para él. —
Señaló la fotografía de un hombre en su teléfono y se lo pasó a Emily para
que la viese—. Este es tu jefe. O lo era… antes de que su mujer lo dejase.
Cuando miró la fotografía, tuvo que aguantar las ganas de jadear por la
incredulidad.
¿Ese era Jack Myers? ¿El mismo hombre para el que trabajaba?
En la foto se le veía junto a Isabella, trajeado, con una vestimenta
impoluta, que le quedaba como un guante. Su cuerpo era fuerte, robusto, y
tenía una apostura chulesca y orgullosa, que pudo relacionar con la del Jack
que conocía.
Sus ojos eran los mismos, pero ahora su mirada estaba vacía, no quedaba
nada de esa sonrisa que le iluminaba el rostro en la fotografía. Su boca
mullida, con un hoyuelo en la barbilla, y el cabello corto, perfecto, sin una
pizca de barba en las mejillas.
—¿Qué te parece? —la interrogó Dede, al verla tan impresionada.
—Que no puedo creer que sea él. —Se humedeció los labios, sin poder
dejar de mirar la foto. Jack era uno de los hombres más sexis que hubiese
visto jamás. ¿Qué había pasado para que todo se fuese por la borda en tan
poco tiempo? ¿De verdad una mujer había conseguido ese cambio tan
drástico en él?
Dede cogió su móvil y se lo guardó en el bolso, sin embargo, Emily
seguía con los ojos abiertos como platos. Al darse cuenta, su amiga se echó a
reír y le palmeó el brazo.
—¿Impresionada?
—Boquiabierta —asintió sin parar de mover la cabeza afirmativamente—.
Sorprendida, pasmada, desconcertada… y podría seguir.
—Entonces, cuando te cuente lo que pasó el domingo con Andrej, te va a
estallar la cabeza.
Emily soltó una carcajada y apoyó la barbilla sobre una mano.
—Cuenta.
—No me equivoqué en cuanto a él, Em. —Cerró los ojos con fuerza y
suspiró, con ilusión—. Le gusto y… me besó.
—¿Y qué te pareció?
—Fue maravilloso.

Cuando regresó a la casa de los Myers, Emily acostó a Owen en su cuna,


porque con el traqueteo del carricoche se había quedado dormido.
Al salir de la habitación del pequeño se asomó por la ventana. Isabella
todavía tardaría un par de horas en regresar, así que le quedaba un buen rato
en esa casa.
Mientras contemplaba el jardín, recordó la ilusión con la que Dede le
relató lo ocurrido con ese tal Andrej. Tenía ganas de conocer al hombre que
tenía tan emocionada a su amiga, porque según ella, era espectacular. Emily
no dudaba que lo fuese. Dede tenía buen gusto con los hombres. Sus novios
siempre habían sido tíos muy guapos e irresistibles, sin embargo, esos chicos
a veces no eran de fiar, y Dede se quedaba hecha polvo. Eran demasiado
pagados de sí mismos y se iban a la primera de cambio, porque sabían que
chicas no les iban a faltar.
Emily, por el contrario, había tenido pocas relaciones y, las que tuvo,
fueron con chicos muy normales, sin nada fuera de lo común. Ni demasiado
guapos, ni demasiado sexis. Estaba claro que el físico era lo primero que
llamaba la atención cuando conocía a una persona, no obstante, ella prefería
que tuviesen la cabeza bien amueblada, que tuviesen buen corazón y que se la
ganasen poco a poco.
Tampoco le fue muy bien con ellos, pero tras sus relaciones siempre
quedaba una buena amistad. Sino que se lo dijesen a Dave, que fue su novio
durante dos años, y aun así se llevaban de maravilla.
Dio media vuelta, alejándose de la ventana y fijó sus ojos en la sala donde
Jack escuchaba música.
El sonido seguía siendo tan estridente como el pasado día.
Dio unos pasos hacia allí y se paró frente a la tibia madera de la puerta,
contemplando el bonito tallado de la misma.
Le dijo a Jack que regresaría, que volvería para verlo, aunque él no quería
saber nada de ella. Así que, ahí estaba, decidiendo si agarrar el pomo o si dar
media vuelta. Sabía que discutirían, que se negaría a dejarla entrar en su
territorio. Sin embargo, tenía curiosidad de ver si su charla había surtido
algún efecto en él.
¿Se habría afeitado, tal y como le sugirió? ¿Se habría cortado el cabello?
¿Llevaría mejor ropa?
Recordó la foto que le mostró Dede. En ella aparecía un Jack triunfante,
en la puerta de su destilería, con una sonrisa preciosa surcándole los labios y
tanta vida en la mirada como pocas personas poseían.
Cerró los ojos, nerviosa al saber que en cuestión de segundos estaría con
él en aquella sombría sala. Ni siquiera estaba segura de que la dejase entrar.
Quizás, Jack no le permitiría hacerlo, quizás habría puesto el pestillo, o
finalmente llamaba a la policía, como amenazó.
Emily tenía muchos motivos para darse la vuelta y olvidarse del padre de
Owen, pero no quería hacerlo. Había algo que la empujaba a entrar, una
extraña fuerza que le animaba a seguir.
Sin pensárselo dos veces, apoyó la mano en el picaporte y lo giró,
empujando la puerta y colándose en el interior de la habitación.
Seguía estando bastante oscura, la música era infernal y Jack seguía
sentado en su butaca, pero esa vez no estaba de espaldas, sino que la
contemplaba de frente.
Al notar sus fríos ojos en ella, Emily sintió que su corazón se aceleraba y
su estómago bullía. Se humedeció los labios sosteniéndole la mirada,
intentando no bajarla al suelo.
Al fijarse en él, experimentó una pequeña decepción. Su barba seguía
donde estaba, su cabello igual de largo y su ropa igual de descuidada. Sin
embargo, no tuvo que apagar la música, porque lo hizo él con el mando a
distancia que descansaba sobre el reposabrazos de su butaca.
—¿Otra vez aquí? —habló con voz seria, mientras se cruzaba de brazos.
Ella asintió convulsivamente y dio un paso en su dirección.
—Tal y como le aseguré, señor Myers. Yo cumplo lo que digo. —Alzó
una ceja—. Pero veo que usted no.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, molesto.
—Iba a cortarse el cabello.
—¡No! ¡Tú querías que lo hiciese, pero en ningún momento acepté!
—¿Por qué no lo ha hecho? —Se interesó Emily, dando otro paso hacia él
—. Seguro que iría más cómodo sin todo ese pelo en la cara.
—¿Y a ti qué te importa mi comodidad?
—Un amigo debe preocuparse por el otro. Siempre ha sido así.
Jack alzó una ceja y se la quedó mirando con una mueca molesta en los
labios.
Emily seguía sonriendo y eso lograba que sus ojos brillasen. Sus labios,
pintados con un suave tono rosado eran jugosos y apetecibles, y su cuerpo,
vestido con un peto vaquero y una camiseta blanca, era esbelto y armonioso.
Apartó la mirada enseguida, porque notó una sensación muy familiar en
su bajo vientre, y se removió incómodo en la butaca.
—Tú y yo no somos amigos, ni nada que se le parezca. Eres la niñera de
Owen, nada más.
—Todavía —declaró Emily dándole la espalda y dirigiéndose a una
estantería repleta de juegos de mesa.
Jack la observó moverse por su sala, con el ceño fruncido, y se levantó de
la butaca para asegurarse de que no curioseaba demasiado.
Cuando los separaba medio metro de distancia, se dio cuenta de que Emily
había cogido una caja y se la mostraba sin dejar de sonreír.
—¿Quiere jugar?
—No.
Ella puso los ojos en blanco.
—No sabe ni qué juego es.
—Me da igual, no quiero jugar. Lárgate de aquí.
—Es el ajedrez —añadió mostrándoselo, divertida.
—¡Que no voy a jugar!
—¿No sabe hacerlo? ¿Nadie le ha enseñado cómo se hace?
—Claro que sé —dijo, frustrado.
—Entonces, ¿por qué no quiere? ¿Le da miedo que le dé una paliza y lo
deje en ridículo una chica?
—¿Vas a dejar de decir estupideces alguna vez?
—¡Vamos, yo elijo las blancas! —insistió Emily colocando el tablero
sobre la mesa.
—¡No!
—Bueno… pues usted las blancas, no soy tiquismiquis.
—¡Emily, ya basta! —gritó, entrecerrando los ojos, apoyando las manos
sobre el tablero.
Ella ladeó la cabeza y suspiró.
—No hace falta que chille, señor Myers. Si no quiere jugar, pues no
juegue. —Colocó las fichas sobre el tablero—. ¿Tiene algún problema en que
lo haga yo?
—¿Sola?
—Ajá.
—No se puede jugar al ajedrez una persona sola.
—Ya lo sé, pero como usted no me acompaña… me las tendré que
ingeniar —dijo con frescura, sonriéndole.
Jack se llevó las manos a la frente, frotándosela, maldiciendo entre
dientes.
Cuando volvió a mirarla, Emily estaba concentrada en el tablero y movía
una ficha. Se acercó de nuevo, para verla jugar. Parecía muy concentrada. No
hablaba.
Desde su posición podía contemplarla a su antojo, ya que ella parecía
absorta en el juego. Podía apreciar con claridad la delicadeza de su cuello,
podía casi adivinar la suavidad que tendría su piel de porcelana.
—¿Sabe, señor Myers? Jugar sola es más difícil de lo que imaginaba —
dijo rompiendo el silencio, de repente.
—¿Y eso por qué?
—Porque no existe el factor sorpresa. Sé qué movimientos voy a hacer en
todo momento, así que es difícil intentar engañarme a mí misma. —Ella se
encogió de hombros y le sonrió con gracia.
Jack tuvo que apretar los labios para no sonreír también. No obstante, dio
la vuelta sobre sus talones para que no lo viese y se permitió hacerlo. Sus
labios se curvaron y rio por lo que acababa de decir Emily.
Cuando se aseguró de que su expresión volvía a ser la misma de siempre,
se concentró en ella, que se cogía la barbilla, pensativa, y alzaba la mano para
mover otra ficha.
Jack tomó asiento frente a Emily y se concentró en cómo tenía dispuestas
las fichas en el tablero. Ella, al ver que Jack se había acercado, se mordió el
labio inferior.
—No sé… no sé qué debería hacer ahora —continuó, mirándolo de reojo
—. Si muevo la torre, el alfil negro lo mata, pero si no lo muevo…
—Muévela, matas a su reina —le aconsejó Jack, señalando la jugada.
—Pero, es que si lo hago…
Jack cogió la torre y la movió por el tablero, quitando de en medio a la
reina blanca.
—Vale la pena hacerlo, ¿te das cuenta? —dijo él, señalando la otra ficha.
—Es verdad. —Emily le sonrió y alzó una ceja, pensando en qué
movimiento hacer a continuación—. Entonces, si muevo este peón puedo
matar al caballo negro.
Jack se concentró en su movimiento y sonrió, inconscientemente.
—Mala jugada, Emily, has dejado a tu otra torre sin protección. Solo
tengo que hacer esto… —Cogió un peón y lo movió—. Y tu torre es mía.
Otro fallo de esos y estás acabada. ¿No decías que sabías jugar al ajedrez?
—Y sé hacerlo. Tanto el ajedrez, como la vida, son juegos de estrategia.
—Pues el juego no se te da muy bien.
Ella alzó una ceja y lo miró sonriente. Cruzándose de brazos.
—A veces, hay que sacrificar en uno para ganar en el otro.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que puede ser que esté perdiendo, pero he conseguido que juegue
conmigo, señor Myers.
Jack abrió la boca para contestar con alguna frase malintencionada, sin
embargo, no lo hizo. Apartó la mirada y sonrió por segunda vez en muy poco
tiempo, logrando que Emily sintiese un gran júbilo en el pecho.
—¿Ahora estás contenta?
—Mucho —asintió sin ocultar su espectacular sonrisa.
—Todavía no entiendo qué quieres conseguir quedándote aquí conmigo.
—Ya le dije que para eso están los amigos.
Jack se humedeció los labios, contemplándola de arriba abajo, y apoyó las
manos sobre la mesa, entrecerrando los ojos.
—¿Qué haces aquí, en Drogheda, cuando deberías estar viendo el mundo,
como las chicas de tu edad?
—Ya tendré tiempo de viajar. Primero está mi padre, y la hipoteca de la
casa.
—¿Tu padre todavía paga hipoteca? —le preguntó alzando las cejas.
Emily asintió, mientras cogía un peón y lo movía por el tablero.
—No nos quedó más remedio que cambiar de casa cuando tuvo el
accidente. Vivíamos en un piso y, como no estaba preparado para una silla de
ruedas, compramos la casa donde vivimos ahora.
—Y eso es lo que te ata aquí.
—Señor Myers, yo… nunca dejaría a mi padre. Me necesita.
—¿Y no hay ningún puesto de trabajo en Drogheda que sea compatible
con lo que has estudiado?
—No llegué a matricularme en la universidad. El año que conseguí reunir
el dinero para hacerlo, mi padre tuvo el accidente.
—¿Y cómo habéis estado viviendo todo este tiempo?
—Hemos podido ir tirando con la pensión de él y con mis trabajos
temporales. —Emily sonrió, satisfecha—. Ahora sí que estamos bien. Desde
que empecé a trabajar en su casa, podemos permitirnos lujos que antes ni se
nos pasaban por la cabeza.
—¿Como cuáles?
—Comernos un helado los viernes, comprarnos un libro al mes y… lo
más importante de todo: llevar a mi padre a rehabilitación.
Jack se quedó mirándola a los ojos, pensando en todo lo que Emily debía
de haber sufrido con el accidente de su padre. Había sacrificado sus estudios
y se había tenido que quedar en Drogheda, donde el trabajo era escaso y mal
pagado. Sin embargo, parecía feliz. No había día que no la viese sonreír, o
soltar una carcajada cuando estaba con Owen. A pesar de lo mal que lo habría
pasado, su rostro seguía transmitiendo serenidad, bondad y una pizca de
ingenuidad que la hacía irresistible.
Quizás, Emily Bristol no era la típica belleza de la que cualquier hombre
se fijaría en un primer momento, ya que no tenía nada en especial que la
hiciese resaltar, no obstante, desprendía una luz tan pura y tan bonita que no
podías hacer otra cosa que perderte en ella.
Dejó de mirarla y bajó la vista al tablero, cogiendo una de sus fichas entre
los dedos.
—¿No tienes a nadie más en Drogheda que pueda ayudaros?
—Está Karen, la novia de mi padre, pero bastante tiene con sacar adelante
a sus dos hijos. —Se mordió el labio inferior—. También tengo a mi amiga
Dede, que trabaja en la carnicería de su padre, en la Laurence Street, ¿le
suena?
—Sí, sé dónde es.
—Pero ella ya ha hecho bastante por nosotros. Trabaja en la Red Cross y
nos daba bolsas de comida cada tres semanas.
Jack apretó los labios al escuchar aquello. ¿Emily comiendo gracias a la
caridad?
—¿Y tu novio? ¿Él no puede ayudaros?
Ella rio y negó con la cabeza.
—No tengo novio, señor Myers. Dudo mucho que ningún hombre quisiese
estar con alguien en mi situación.
Jack se sintió muy mal al darse cuenta de lo injusto que había sido con
ella, de lo mal que la había tratado cuando Emily no se lo merecía en
absoluto.
—¿Y, aun así, no cogiste mi dinero? ¿Aunque te hacía más falta que a
nadie?
—No era mío. Me hubiese sentido mal gastando algo que le ha costado
sudor a otra persona. —Ella cogió otra ficha del ajedrez y la movió,
acorralando una de las de Jack—. Jaque mate.
Él se fijó en su movimiento y asintió, aceptando la derrota. Sonrió
abiertamente, sin importar que la barrera de su cerebro le dijese que no lo
hiciera, que debía estar triste.
—Me has ganado.
—Ya se lo advertí, señor Myers —habló ella, enarcando las cejas—. Soy
buena en el ajedrez.
—Jack —dijo él, de repente.
—¿Cómo?
—Llámame Jack.
Emily asintió de inmediato, obsequiándole con una sonrisa que lo dejó
mudo.
—Está bien, Jack. —Sus ojos se posaron en los de él y ambos no dejaron
de mirarse hasta que aquel extraño burbujeo en el estómago de Emily la
distrajo. Notaba el corazón latiéndole en el pecho a una velocidad imposible
y sus manos habían empezado a sudar. Bajó la vista al tablero y ojeó su reloj
de muñeca, intentando serenarse. Después de todo, no había pasado nada para
que su cuerpo hubiera reaccionado de esa forma—. Me marcho ya. Gracias
por jugar conmigo una partida.
Él se levantó de su silla y se alejó un poco. Necesitaba distancia para
intentar averiguar lo que le ocurría. No podía despegar los ojos de Emily.
—Me parece bien.
—Mañana vendré otro rato —declaró ella, intentando que no le temblase
la voz. Caminó unos pasos hasta la puerta y se volvió, para mirarlo—. Por
cierto, he visto una foto tuya en Google. Llevabas el pelo corto, y sin barba.
Jack alzó las cejas, impresionado.
—¿Me has buscado en Internet?
—Sí. —Los colores le subieron a su rostro—. Y… estabas muy guapo.
Me gustó verte así.
Él tuvo que cerrar la boca y obligarse a no actuar como un jovencito
gilipollas. Asintió tras escuchar sus palabras y se cruzó de brazos.
—Gracias.
Emily se despidió con un simple movimiento de cabeza y caminó hacia la
puerta. Cuando la abrió, lo miró por última vez y apoyó la cabeza sobre su
madera.
—¿De verdad merece la pena, Jack?
—¿A qué te refieres?
—A desperdiciar tu vida por culpa de una mujer. Yo… no la conozco a
ella, pero puedo decirte, sin miedo a equivocarme, que una persona que
traiciona a otra de esa forma, no merece la pena. No merece ni uno solo de
tus pensamientos.
DIEZ

Jack abrió la ventana de su habitación y miró a través de ella.


Hacía un día hermoso y primaveral. El jardín estaba precioso, las flores
coloreaban cada rincón de su casa y el trinar de los pájaros era tranquilizador.
Desde que había abierto los ojos esa mañana, el rostro de Emily paseaba
por su cabeza como si tuviese todo el derecho de hacerlo.
Recordaba una y otra vez los intentos de ella por acercarse, por
convencerle de que nada era tan grave como le parecía a él, de que tenía una
familia que lo quería. Y sabía que tenía razón. Todos intentaban que se
pusiese bien, querían que el viejo Jack regresase, que intentase superar el
dolor que tenía clavado en el corazón. Sin embargo, era tan difícil hacerlo…
Había días que se levantaba con fuerzas, con una actitud diferente, con
ganas de volver a sonreír, pero conforme pasaban las horas, los recuerdos le
golpeaban y lo hacían caer de nuevo a ese pozo del que le era imposible salir.
Sabía que necesitaba ayuda, que él solo no podría hacerlo, y que se estaba
consumiendo en la desdicha.
No trataba bien a su madre, ignoraba a Owen y obviaba las llamadas de
Roonie y Howard. Este último era el que más le llamaba, por temas laborales.
En la destilería los accionistas empezaban a impacientarse por la nula
implicación de su presidente, y comprendía que fuese así. Tenía su negocio
abandonado. Si todavía seguía a flote era por el equipo de expertos al que
pagaba para que tomase decisiones por él. No obstante, todo se iría a la
mierda si no aparecía por allí.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el frío cristal de la ventana,
sintiéndose un fraude, un hombre vacío.
Pero el sonido de unas risas lo hicieron abrir los ojos de nuevo.
En el jardín, Emily y Owen jugaban correteando entre las flores. Jack no
recordaba que el crío caminase, pero parecía ser que lo hacía, y muy bien, por
cierto.
Sus ojos se fijaron en ella, que reía a carcajadas y se dejaba pillar por
Owen.
Llevaba el cabello suelto, y el flequillo se balanceaba por su frente de una
forma deliciosa. Sus largas piernas estaban al descubierto, ya que la falda que
llevaba era bastante corta, porque el calor comenzaba a notarse en Drogheda,
y sobre ella una blusa blanca, holgada, liviana, dándole un aspecto etéreo.
Jack la vio sonreírle a Owen y algo en su pecho se removió. Jadeó,
impresionado por aquello, porque hacía mucho tiempo que eso no le ocurría,
porque creyó que jamás volvería a ocurrirle con nadie.
Emily era preciosa. Todo en ella lo era, incluso ese aire vulnerable que al
principio tan poco le gustó. Era delicada y bonita. Lo más bonito que hubiese
visto nunca.
Se humedeció los labios al fijarse en su boca y se llevó una mano al
cabello, para después pasársela por la barba. Cuando lo hizo, frunció el ceño.
Estaba seguro de que Emily pensaría que era una bestia mal vestida y
descuidada. Pensaría que era un desastre como persona, que necesitaba mirar
hacia delante de una vez. Y tenía razón.
Estaba cansado de sufrir, de pasarlo mal, de ser un despojo que no valía
para nada. Quería sentirse bien, ser el Jack de siempre, volver a sonreír sin
tener una voz en su cabeza que le recordase que su vida se había ido a la
mierda de la noche a la mañana.
Sin embargo, ¿cuánto le duraría esa fuerza? ¿Y si lo intentaba y se daba
cuenta de que no podía lograrlo? ¿Y si de verdad era incapaz de seguir con su
vida?
Bajó la vista al suelo y apretó los labios, notando que el dolor de su pecho
regresaba a él. En esos momentos, siempre tiraba la toalla y se dejaba engullir
por la pena.
Sin embargo, una nueva carcajada de Emily y Owen lo hicieron erguirse.
Tragó saliva, notando que su estómago burbujeaba por lo que iba a hacer.
Quizás luego se arrepintiese, pero algo dentro de él le gritaba que no se
detuviera.
Abrió la puerta de su habitación y se dirigió hacia el cuarto de baño.
Se miró al espejo y lo que vio no le gustó. Llevaba más de seis meses sin
atreverse a mirarse. Ese que le devolvía el reflejo, no era él.
Aquel saco de huesos, consumido, sin color y lleno de pelo, no era Jack
Myers. Una lágrima resbaló por su mejilla y se la limpió de inmediato.
Abrió el armario de su derecha y sacó una maquinilla de afeitar y un bote
de espuma. Tragó saliva, con ambas cosas en las manos y asintió, cogiendo
fuerzas.
Sin embargo, el sonido de su teléfono lo interrumpió, y dejó la maquinilla
sobre la encimera de mármol para contestar al aparato.
Era Ronnie.
Su amigo había estado intentando llamarlo toda la semana. Le mandaba
mensajes para quedar a tomar algo, para salir a dar una vuelta… pero Jack
nunca contestaba.
Se puso el aparato en el oído y se obligó a responder.
—Hola, Ronnie.
—Jack, ¿cómo estás?
—Supongo que como siempre —respondió él, encogiéndose de hombros.
Se hizo un silencio al otro lado del teléfono, cosa muy rara en Ronnie, que
siempre tenía algo que contar. Un silencio incómodo, de hecho.
—Escucha, Jack… Siento ser yo el que te lo diga… Pero no han podido
localizar a nadie más.
—¿Qué pasa?
—Han encontrado a Teresa. —Calló unos segundos antes de continuar—.
Y a Conor.
Jack apretó la mandíbula con fuerza y se agarró al mármol del lavabo.
—¿Y qué? ¿Para qué me cuentas esto, Ronnie? Pueden pudrirse si
quieren, pueden darle por el culo a los dos —comentó con dolor en la voz.
—Lo sé, lo sé perfectamente, pero… —Ronnie resopló, sin saber cómo
decir lo siguiente—. Jack, los han encontrado muertos en su coche. La policía
cree que tuvieron un accidente, que iban ebrios.
Nada más oír aquello, Jack soltó el teléfono y este cayó al suelo,
rompiéndose el cristal en el acto, dejándolo inservible.
Sintiendo que le faltaba la respiración, se apoyó contra la puerta del aseo y
se dejó caer al suelo, ahogándose.
Miró hacia el techo, muerto de dolor, y las lágrimas rodaron por sus
mejillas sin que hiciese nada por detenerlas. Aunque hubiese querido, no
hubiera podido hacerlo.

Dede cerró los ojos y se agarró a Andrej cuando este la besó en el sofá de
su casa.
Llevaban más de dos horas allí, después de que Dede terminase su turno
en la Red Cross. Andrej fue a por ella y cenaron en compañía de Senka, que
los había dejado a solas poco después de la cena y se había ido a su
habitación a dormir.
Ya a solas, habían puesto una película en la televisión, no obstante, no le
prestaron atención, ya que pasaron todo el tiempo besándose como locos y
tocándose hasta que alguno de los dos no podía aguantar las ganas.
Todavía no habían hecho el amor, y Dede lo estaba deseando.
Cada vez que Andrej la rozaba veía las estrellas, y estaba segura de que
cuando fundiesen sus cuerpos en uno, sería maravilloso.
Apretó todavía más los brazos alrededor de su cuello y lo instó a que la
besase con más brío, cosa que él no dudó en hacer. Estaban tan calientes que
cualquier ligero roce era como una explosión.
Intentaban ser lo más silenciosos posible, porque no querían despertar a
Senka, pero cada vez era más difícil no gemir en voz alta por las atenciones
del otro.
Dede abrió las piernas cuando notó una de las manos de él intentar abrirse
paso entre ellas. No le fue demasiado complicado, ya que llevaba un vestido
bastante suelto que le facilitaba la faena.
Abrió los ojos, enardecida, y lo miró con intensidad, mientras los dedos de
él apartaban sus braguitas y rozaban con cuidado su sexo.
—No sigas acariciándome o voy a querer que me hagas el amor —le
advirtió ella, contra sus labios.
—Podemos ir a mi habitación.
—¿No nos escuchará tu abuela?
—Es posible, joder —Andrej se mordió el labio inferior, pensativo, pero
estaba tan sexi que Dede tuvo que contenerse para no lanzarse de nuevo a sus
brazos.
—No quiero que Senka se lleve una mala imagen de mí.
—¿Mi abuela? Pero si está encantada contigo, no sabe hacer otra cosa que
hablar de ti, y de insistirme para que te invite a comer a casa. —Él rio—. Está
tan loca por ti como yo.
Dede se echó a reír y le lamió el labio inferior, con sensualidad.
—¿Estás loco por mí?
—No te imaginas cuánto.
Se besaron con una fuerza y un deseo indescriptible, mientras sus cuerpos
se balanceaban el uno contra el del otro, llevándolos a un estado de
excitación tan alto como nunca.
Dede juntó sus frentes y negó con la cabeza, intentando pensar con
claridad.
—Quizás debería irme a casa.
—¿Ahora? —Parecía contrariado.
—No podemos continuar, Andrej. No tenemos dónde hacerlo. El salón de
tu casa no es un buen lugar. —Ella le acarició la mejilla—. El próximo mes,
si me queda suficiente dinero en el banco, podemos pasar una noche en algún
hotelito que no sea demasiado caro.
Él la abrazó con fuerza, sin querer soltarla.
—No quiero que te vayas, Dede.
—¿Quieres que me vuelva loca? Si seguimos así voy a correrme con tu
mano, y no quiero que sea de esa forma la primera vez que lo hago contigo.
—Entonces, vamos a buscar un sitio para estar a solas, sin peligro de que
nos vean.
—No sé dónde —Rio ella—. Como no quieras ir al campo…
Él suspiró, sin dejar de mirarla. En sus ojos se podía apreciar todo lo que
sentía por Dede. A pesar de no conocerse más de dos semanas, ambos sentían
algo muy fuerte por el otro. Algo tan fuerte como nunca.
Después de pensar durante varios segundos, se le iluminó el rostro.
Besó con ansias a Dede y le sonrió abiertamente.
—Ya lo tengo. —Se levantó del sofá y la agarró de las manos para
ayudarle a hacerlo también—. Sígueme.
—¿Adónde vamos? —le preguntó riendo, tapándose la boca con las
manos, como si fuese una niña a punto de cometer una travesura.
Andrej la rodeó por la cintura y le devoró los labios a medio camino,
logrando que sus piernas temblasen por la intensidad. Le mordió el lóbulo de
la oreja y le susurró a continuación:
—Tengo un pequeño taller en el garaje. Y un coche que parece bastante
cómodo.
Dede rio y lo agarró por las mejillas para besarlo.
—Qué morbo. En un coche.
—Ojalá pudiese ser en otra parte, Dede. Tú mereces algo mucho mejor,
pero no puedo aguantar las ganas.
—Da igual donde sea, lo importante es que es contigo.
Andrej volvió a besarla y, al terminar, la cogió de la mano para guiarla al
garaje.
Antes de entrar, encendió una pequeña luz y aquel amplio espacio se
iluminó.
Era un lugar grande en el que había más de diez coches a medio
desguazar. La mayoría bastante nuevos, de marcas caras.
Dede enarcó las cejas y miró a Andrej, curiosa.
—¿Y todo esto?
—¿Te acuerdas de que te dije que estaba empezando con un negocio? —
Ella asintió—. Pues es esto. Desguazo coches y vendo las piezas.
Dede dio una vuelta alrededor de los vehículos, asomándose dentro y
asombrándose de que parecían recién sacados del concesionario.
—¿Por eso el primer día que te vi estabas lleno de grasa?
—Exacto.
—¿Y te va bien vendiendo piezas?
—Mejor de lo que esperaba —asintió.
Ella le sonrió y pasó una mano por la tapicería de cuero de un Mercedes
negro. Se sentó en él y cogió el volante, mirando a su alrededor, alucinando
con todas las comodidades que tenía el coche.
—No parece un coche roto como para desguazarlo. A simple vista, parece
recién comprado.
—No tiene mucho tiempo.
Dede asintió y continuó tocando botones del vehículo. Sin embargo, dejó
de hacerlo cuando se percató de unos cables sueltos bajo el volante, y que no
tenía las llaves metidas en el contacto.
—Andrej, ¿de dónde has sacado este coche?
—¿Por qué lo preguntas?
—Parece… parece que le hayan hecho un puente. Tiene todos los cables
sueltos. —Alzó la vista y se fijó en los demás coches, de gama tan alta como
en el que estaba sentada—. ¿De dónde has sacado el dinero para comprar
todo esto?
Él se apoyó en la puerta del Mercedes y se humedeció los labios.
—No los he comprado.
—¿Los has… robado?
—Sí.
Dede abrió la boca para contestar, no obstante, no pudo hacerlo. Estaba
tan asombrada que lo único que acertó a hacer fue levantarse del asiento y
salir del coche lo más rápido posible.
Se mesó el cabello y tragó saliva convulsivamente.
—¿Sabes que esto es un delito?
—Claro que lo sé —respondió, mirándola con ojos suplicantes.
—¿Y por qué los has hecho? Andrej, puedes meterte en un lío si te cogen.
—Solo es algo temporal, hasta que encuentre un trabajo. —Intentó cogerle
la mano a Dede, pero ella se apartó. Estaba tan impresionada por lo que había
descubierto que no sabía cómo reaccionar—. Dede, por favor…
—¿Qué haces con los coches? ¿A quién le vendes las piezas?
—Las mando a Serbia. Allí unos amigos se encargan de ponerlas a la
venta.
Ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza, incrédula. ¿De verdad era
Andrej capaz de hacer semejante barbaridad?
Notó que él la rodeaba por la cintura e intentó apartarse, sin embargo, él
no se lo permitió.
—Dede… No te alejes de mí por esto —le suplicó, mirándola a los ojos.
—Es que no está bien.
—Voy a deshacerme de ellos, te lo juro. Encontraré un trabajo y dejaré los
coches —le aseguró con vehemencia—. Pero de momento, mientras no tenga
ingresos, necesito hacerlo.
La besó tímidamente y ella respondió de la misma forma. Su cabeza no
dejaba de darle vueltas a lo que podría ocurrirle a Andrej si la policía lo
cogía.
—Pero y si…
—Shh… —La besó para que dejase de pensar—. Olvida los coches.
Quiero estar contigo y hacerte el amor. —Capturó sus labios con glotonería y
ella se agarró a sus brazos, porque las piernas le temblaron por la intensidad
del beso—. ¿Sigues queriendo hacerlo, Dede?
Ella asintió sin despegar los labios de los suyos, dejándose guiar hacia
otro de los vehículos, cayendo en el placer y disfrutando de él.
Al darse cuenta de que abría la puerta y la invitaba a entrar en los asientos
traseros, Dede se apartó un poco de él.
—Andrej… no quiero que sea en un coche robado.
—Este no es robado. Es mío —le susurró, mostrándole las llaves. Era un
Renault Scenic blanco, bastante amplio, antiguo, pero muy bien cuidado—.
Nunca se me hubiese ocurrido hacértelo en otro coche, Dede. Quiero tu
recuerdo aquí. Rememorar esto cada vez que mire hacia los asientos traseros,
ver tu cuerpo desnudo y tu rostro embargado por el gozo. —Ella sonrió
extasiada y se tumbó en el asiento, tirando de la camiseta de Andrej para que
se pusiese encima. Él juntó sus frentes y sonrió, mientras sus manos
acariciaban sus muslos—. Será inolvidable.
Emily limpió la boquita de Owen después de darle de comer. Era la una y
media de la tarde y había llegado la hora de que lo acunase para que durmiese
un poco, no obstante, cada vez le costaba más que conciliase el sueño. Era un
niño muy despierto y, ahora que sabía andar, tenía que ir tras él a todos lados.
Le gustaba verlo descubrir cosas, probar sabores nuevos, hacerlo reír a
carcajadas y que le sonriese de esa forma tan bonita cuando jugaban juntos.
Estaba cogiéndole mucho cariño y cada vez le dolía más verlo triste
cuando señalaba hacia el cuarto donde estaba su padre, y no podía llevarlo
con él. Debía hablar con Jack sobre Owen. Era su hijo, y el niño no merecía
aquella indiferencia por mucho daño que le hubiese hecho la madre.
Mientras lo acunaba entre sus brazos, rememoró lo ocurrido con Jack el
pasado día, en su sala, cuando jugó con ella al ajedrez.
Sonrió al acordarse de que, aunque al principio se hizo el duro, acabó
cediendo, charlando como si fuesen dos personas normales, como si su
depresión no existiese.
La verdad era que le gustaba que Jack Myers se interesase en su vida. Le
preguntó muchas cosas sobre ella y lo vio fruncir el ceño cuando no
contestaba lo que él imaginaba.
Emily se sintió bien. Fue mucho más agradable que la mayoría de veces
y… mucho más inquietante para ella misma, ya que ese nerviosismo que le
producía no hacía más que aumentar conforme pasaban los días. Su corazón
se aceleraba cuando estaba con él, aunque discutiesen, aunque la echase de su
lado.
Quizás fuese toda una locura aceptar que le atraía Jack Myers, a pesar de
todos sus problemas y su negativa a dejar que nadie se le acercase. Sin
embargo, Emily no era una persona cobarde, y no pensaba ignorar aquello
que sentía solo por miedo.
Y aunque le daba pavor saber que podía hacerse mucho daño, y que
posiblemente se lo haría, Jack poseía algo que la hacía querer seguir.
Cerró los ojos con fuerza y sonrió al pensar en ello, sintiéndose tonta.
Él la veía como a una cría, como a la chiquilla que cuidaba a su hijo,
aunque Emily se esforzase por convencerle de lo contrario.
Al mirar de nuevo a Owen, comprobó que se había quedado dormido, así
que lo dejó en su cuna y salió de su habitación, entrecerrando la puerta para
que ningún ruido pudiese molestarle, no obstante, y por raro que pareciese,
ese día Jack no había puesto la música. Se encontraba metido en la sala en
absoluto silencio, y le parecía muy raro.
Caminó por el pasillo y llegó al salón, desde donde la puerta de la
habitación en la que pasaba los días Jack, podía verse con claridad.
Intentó aguzar el oído para ver si escuchaba salir algún ruido del interior,
pero no lo consiguió. ¿Quizás estaría dormido?
La puerta de la casa se abrió y por el recibidor apareció Isabella. Emily se
extrañó al verla tan pronto en casa, pues la madre de Jack no solía llegar de la
hidroeléctrica antes de las cuatro.
Cuando se fijó más en ella, se llevó una mano a los labios. Tenía el rostro
demacrado, blanco como la leche, los ojos rojos e hinchados. Parecía que
había estado llorando.
—Buenas tardes, Isabella. Ha llegado pronto hoy.
La madre de Jack asintió sin fuerzas y apoyó una mano sobre su brazo.
—Emily, querida, ¿podrías quedarte hoy un par de horas más cuidando de
Owen? Necesito descansar.
—Claro, por supuesto. —Se humedeció los labios—. ¿Se… encuentra
bien?
—Ahora no puedo ni hablar —respondió con la voz temblorosa—.
Perdóname, me retiro a mi habitación.
—Desde luego —asintió de inmediato.
La vio desaparecer por el pasillo que llevaba a los dormitorios y se
preguntó qué le ocurriría. Isabella Myers era la mujer más fuerte y comedida
que ella hubiese conocido, y era muy raro verla de ese modo. De hecho, ese
día todo era raro en aquella casa. Desde las lágrimas de Isabella al silencio
absoluto de Jack.
Emily suspiró y fijó la vista en la puerta de la sala. Dio un par de pasos
hacia ella y apoyó la mano en el picaporte. Sonrió al imaginar a Jack cuando
la viese. ¿La dejaría pasar sin más o, por el contrario, intentaría echarla?
Pero apenas le dio tiempo a nada cuando escuchó un golpe sordo dentro
de la habitación. Dio un sobresalto y frunció el ceño, pensando en qué sería
aquello. ¿Qué había dentro que sonase así? ¿Habría arrojado algo al suelo?
Abrió la puerta, dispuesta a averiguarlo, y cuando entró, la semioscuridad
la obligó a forzar un poco la vista.
Jack no estaba en su butaca. De hecho, no estaba en ningún sitio.
Emily dio un par de pasos por allí hasta que un bulto en el suelo la hizo
quedarse helada.
Tumbado, boca abajo, estaba Jack, con los ojos cerrados, aparentemente
inconsciente.
—¡Jack! —Corrió hacia él y se arrodilló a su lado. Lo zarandeó un poco
para que reaccionase—. ¡Jack! ¿Estás bien? ¡Jack, soy Emily!
Ojeó todo a su alrededor y jadeó al darse cuenta del caos que había en el
suelo. Desde figuras rotas, pasando por libros desvencijados, hasta decenas
de píldoras esparcidas por el suelo.
Se llevó una mano al pecho al pensar en las pastillas. Zarandeó a Jack de
nuevo.
—¡Jack, por Dios, no me digas que has tomado pastillas! —Emily notó
cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas. No reaccionaba por más que
intentase que lo hiciera. Necesitaba ayuda, tenían que ayudar a Jack—.
¡Isabella! ¡Isabella, por favor, ayuda! ¡Isabella, es Jack!
Apenas tardó unos segundos en aparecer por la puerta. Seguía teniendo el
rostro demacrado, daba la sensación de que ella también se desvanecería de
un momento a otro.
Al ver a su hijo en el suelo, se llevó las manos a la boca y se arrodilló
junto a Emily.
—¿Qué ha pasado?
—¡No lo sé, lo encontré así y no responde! ¡Hay que llamar a una
ambulancia, señora! ¡Hay… hay pastillas por el suelo… parece que él…!
—¡Dios Santo, no! —exclamó Isabella horrorizada.
Emily metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y marcó el teléfono
del hospital con dedos temblorosos, sin dejar de llorar.
ONCE

Dede salió de la Red Cross casi a las diez de la noche. Se quitó el chaleco,
se soltó el cabello y se despidió de sus compañeros.
Nada más pisar la calle, tuvo que abrir el paraguas porque estaba
lloviendo, sin embargo, no fue eso lo que le hizo fruncir el ceño, sino una
persona que aguardaba apoyada en la fachada del edificio y que le resultaba
muy familiar.
—¿Emily? —Al fijarse mejor en ella, vio que tenía la piel de la cara
pálida y sus ojos brillaban por las lágrimas. Se acercó a ella y la abrazó, aun
sin saber qué era lo que la entristecía—. ¿Qué ha pasado?
—Jack.
—¿Qué le pasa? ¿Está bien?
—No lo sé, está en el hospital.
—¿Por qué?
—Lo encontré desvanecido en el suelo de su casa. —Le temblaron los
labios—. Había… pastillas a su alrededor.
Dede se pinzó el puente de la nariz y resopló, con los ojos cerrados con
mucha fuerza.
—Oye, Em… ¿tú crees que ha querido… suicidarse?
—Todo apunta a que sí.
Dede la abrazó, porque Emily parecía muy afectada por lo que había
ocurrido con Jack Myers.
—¿Por qué no vamos a alguna otra parte a hablar? Aquí nos vamos a calar
con la lluvia.
Caminaron en silencio hasta una cafetería cercana y tomaron asiento en el
interior de esta. Emily parecía abstraída, como si lo sucedido se hubiese
llevado su energía. Le cogió la mano, apretándosela para darle un poco de
fuerzas, y ella le sonrió, agradecida.
Todavía podía ver con claridad el cuerpo de Jack en el suelo, la
desesperación y el miedo que sintió cuando no reaccionó a sus llamadas. El
frío que se instaló en su pecho al darse cuenta de que había tranquilizantes
esparcidos por todas partes.
Tuvo que quedarse con Owen mientras Isabella lo acompañaba al hospital
en la ambulancia, y llamó mil veces para preguntarle por su estado, no
obstante, Isabella tenía apagado el teléfono y no pudo hablar con ella.
A las ocho de la tarde, y todavía sin noticias, llegó a la casa la hermana de
Isabella, para quedarse con el niño y que ella pudiese marcharse a casa.
Martha, que así se llamaba, tampoco había podido averiguar mucho sobre la
salud de su sobrino, pero sabía que los médicos habían asegurado que se
pondría bien.
Regresó caminando, con un nudo en el estómago debido a la ansiedad. Y
no quiso volver a casa todavía. Necesitaba llorar con alguien, y no quería que
Raphael se preocupase por ella. Así que fue a buscar a Dede.
—Emily, tienes que tranquilizarte, seguro que Jack Myers sale de esta.
—Saldrá —aseguró, convencida, y se retorció las manos, intranquila,
notando cómo los ojos se le volvían a humedecer—. Dede, creo que voy a
dejar el trabajo.
—¿Por lo que ha pasado hoy?
—Sí. —Se tapó la cara con las manos y jadeó—. Pensé que podría
hacerlo, que conseguiría que Jack se pusiese mejor. ¡Puse todo mi empeño!
—Estoy segura de que lo hiciste, Em. —La tranquilizó—. Sin embargo,
hay cosas que no podemos controlar, por más que nos gustaría.
—No puedo trabajar para un suicida. —Agitó la cabeza dando énfasis a
sus palabras—. No puedo, Dede. No soportaría verlo otra vez inconsciente.
No quiero ni imaginar lo que se le habrá pasado por la cabeza para hacer lo
que ha hecho.
—¿Estás segura de que quieres dejarlo?
—Me parece que sí. —Miró a su amiga a los ojos—. No quiero ver cómo
Jack se hunde, y no poder hacer nada para ayudarlo. —Emily apoyó la cara
en una de sus manos—. No puedo hacerlo porque yo también lo pasaría mal.
Él… me gusta, Dede.
Su amiga abrió los ojos tanto que daba la sensación de que se le saldrían
de las cuencas.
—¿Te gusta Jack Myers? ¡Emily, pero si ni siquiera deja que se le
acerquen!
—Ya lo sé. Ni yo misma comprendo por qué siento esto, pero me atrae. Y
no quiero pasarlo mal.
—Te comprendo, yo haría lo mismo.
—Mañana, a primera hora, les enviaré mi carta de dimisión. —Sonrió con
tristeza y se limpió una lágrima—. Voy a echar de menos a Owen.
—Quizás puedas visitarlo de vez en cuando.
—Dudo mucho que regrese a esa casa.
Su amiga asintió y le sonrió, dándole un pequeño apretón en el hombro.
—Pues, ya está. Se acabó trabajar para los Myers. Ahora a buscar trabajo.
—Dave va a temblar cuando se entere —comentó ella con una sonrisa
triste—. Me va a tener otra vez en la oficina de empleo a diario.
—Qué exagerada, verás que no es para tanto. Encontrarás algo.
—Eso espero. —Emily cogió su café y le dio un sorbo, pensativa. Cerró
los ojos y en su mente apareció la imagen de Jack en el suelo. Los abrió de
inmediato—. Dede, háblame de algo. Cuéntame cualquier cosa. Necesito no
pensar más.
—Vale, pues… —se mordió el labio inferior—, me he acostado con
Andrej.
—No, ¿en serio? —Emily abrió la boca y rio, prestándole más atención.
—Hace dos días, en su casa.
—¿Pero no vivía con su abuela?
—Lo hicimos en su garaje, dentro de su coche. —Puso ojos soñadores al
recordarlo.
Emily se obligó a sonreír, contenta por su amiga. Al menos, una de las dos
estaba viviendo una etapa feliz, y Dede se lo merecía.
—¿Y cómo fue? ¿Te gustó?
—Oh… fue tan bonito… Andrej es tan tierno y tan apasionado al mismo
tiempo…
—¿Entonces cumplió con tus expectativas?
—¡Las sobrepasó! Ese hombre es una bomba. —Dede se mordió el labio
inferior—. Y me hace sentir muy especial cuando estamos juntos. Actúa
como si yo fuese la única mujer para él, como si aparte de mí no importase
nada.
—Eso es precioso.
—Lo es, pero… hubo algo que empañó aquel momento tan especial.
Emily frunció el ceño y se acercó un poco más a ella, porque Dede había
cambiado ligeramente su expresión.
—¿Qué ocurrió?
—Andrej vende piezas de coches robados.
—¡Eso no está bien!
—No, no lo está. Es ilegal y puede meterse en problemas si lo pillan.
—¿Y él qué dice al respecto?
—Que lo va a dejar en cuanto encuentre un trabajo, que solo lo hace para
sobrevivir, para sacar algo de dinero.
—¿Y tú confías en él?
Dede se quedó callada, pensando con seriedad en la pregunta de Emily.
¿Confiaba en Andrej?
—Lo hago —asintió con una débil sonrisa—. Creo que lo que dice es
verdad. Se deshará de ellos.

Tal y como le dijo a Dede, al día siguiente redactó una carta de dimisión y
la llevó a la casa de los Myers. No obstante, como allí solo estaba Martha, la
hermana de Isabella, que seguía ocupándose de Owen, se la entregó a ella.
Hubiese hablado personalmente con la madre de Jack, pero no sabía en
qué hospital estaba ingresado, y tampoco tenía ánimos para buscarlos de
centro en centro. Así que prefería dejar las cosas de esa forma y no
despedirse de ellos personalmente.
Sabía que, debido a su marcha, posiblemente no cobrase el sueldo de esa
última semana, pero en esos momentos, aquello carecía de importancia para
ella. Necesitaba coger distancia y obligar a su cabeza a que dejase de
acordarse de Jack tirado en el suelo.
Ese primer día lo pasó en casa, con Raphael.
Su padre, aunque en un principio se mostró un poco contrariado, acabó
apoyando a su hija, y comprendió sus motivos para no volver a la casa del
dueño de las Destilerías Myers. Emily era una chica valiente que no se dejaba
amedrentar por cualquier cosa, y si su hija no podía sobrellevar esa situación,
debía de ser insostenible.
Además, parecía confusa y triste, como si todavía no asimilase lo que Jack
había intentado hacer.
El segundo día, amaneció con un poco más de ánimo.
Se levantó temprano, desayunó junto a Raphael, y salió de casa para ir a la
oficina de empleo, donde Dave la recibió con una sonrisa, le palmeó la
espalda, y le aseguró que seguiría buscando un trabajo para ella.
Aparte de eso, no hizo mucho más que sentarse en el sofá con su padre a
ver la televisión y charlar con él y con Karen, que se escapaba cada noche
para pasar un rato con Raphael.
La tarde del cuarto día en casa, Dede fue a verla y se quedó con ella hasta
que se hizo la hora de que Andrej la recogiese. Su amiga estaba cada día más
ilusionada con aquel chico, y se alegraba mucho por ella. Había tenido la
oportunidad de conocerlo y le pareció muy amable y guapo, tal y como le
dijo Dede. Hacían una pareja preciosa.
Ya a solas, cuando el reloj marcó las ocho de la tarde, se metió en la
cocina para hacer la cena. No tenía demasiada hambre, pero aun así cocinó
para que Raphael comiese sano. Si dejaba a su padre cocinar por la noche, lo
más probable era que hiciese algo frito y con mucho aceite, que no le llevase
demasiado tiempo.
Cuando estaba a punto de acabar, bajó la potencia y tapó la cazuela, para
que se terminase de cocinar el caldo a fuego lento.
Escuchó el sonido del timbre de casa y vio a su padre ir a abrir,
impulsándose con la silla de ruedas. Debía de ser Karen, que habría podido
dormir a sus hijos antes de tiempo, dejándolos al cuidado de su abuela.
Sin embargo, su padre no regresó al salón junto a su novia, por lo que
Emily entrecerró los ojos, extrañada. Si no era Karen… ¿quién había venido
a esas horas a casa?
—¡Emily! —La voz de Raphael la llamaba desde la puerta—. ¿Puedes
salir? Preguntan por ti.
—¡Ya voy!
Se quitó el delantal y lo colgó tras la puerta de la cocina. Apagó del todo
el fuego, para asegurarse de que no se quemaba la cena, y se dirigió hacia la
entrada, cruzándose con Raphael por el camino.
—¿Quién es? —le susurró, deteniéndose a su lado.
—No lo conozco —respondió su padre, encogiéndose de hombros.
—¿No le has preguntado su nombre?
—Pues no. —Sonrió—. Pero, tranquila, no tiene pinta de asesino, ni de
ladrón.
Ella le dio una palmada en el brazo, riendo, y recorrió los escasos tres
metros que la separaban de la puerta de entrada.
Cuando vio al hombre que esperaba apoyado en el marco, tuvo que
entrecerrar los ojos, porque no lo reconoció.
—Hola, buenas noches —lo saludó—. Me ha dicho mi padre que me
buscab…
No obstante, tuvo que dejar de hablar porque algo en él le resultaba
familiar.
Cabello castaño oscuro, ojos color miel, profundos y serios, nariz recta,
labios carnosos…
—¿Jack? —Abrió mucho los ojos, sin poder creer lo que veía—. ¿Eres tú?
—Hola, Emily.
Ella se llevó una mano a los labios al fijarse mejor en él.
Iba vestido con una camiseta clara, que le quedaba bastante bien, unos
pantalones vaqueros desgastados por las rodillas, y unas botas.
Se había cortado el cabello y la barba, por lo que se podían apreciar sus
facciones cuadradas y seductoras, y el hoyuelo en el mentón, que le daba un
aspecto orgulloso.
Emily tragó saliva al sentir los ojos de Jack sobre ella. Ese nerviosismo en
el estómago volvió a recorrerla, tal y como le sucedía siempre que lo tenía
delante. Sin embargo, esa vez fue todavía más potente.
Jack estaba tan guapo…
Todavía le faltaba coger bastante peso, sin embargo, el cambio en él había
sido brutal.
Ella se apoyó en el alféizar y se obligó a dejar de mirarlo con la boca
abierta, y a respirar con normalidad, porque jadeaba.
—¿Qué… qué haces aquí? —le preguntó, al recuperar el habla—. Pensaba
que todavía estarías en el hospital.
—Salí hace dos días. —La contempló con detenimiento, disfrutando de lo
bonita que estaba con ese sonrojo en las mejillas—. ¿Podemos hablar en un
lugar más tranquilo, por favor?
—Oh… claro. —Señaló hacia la calle, donde a pocos metros había un
banco vacío—. ¿Nos sentamos allí?
Caminaron en silencio hasta que llegaron al banco en cuestión. Desde allí
no se veía un paisaje bonito, ni especial, pues en su barrio no había parques
en los que los niños pudiesen salir a jugar. Tenía vistas a la carretera, por la
cual pasaban vehículos de vez en cuando.
Jack tomó asiento en él y Emily también lo hizo, pero guardando las
distancias. Estaba tan nerviosa como nunca.
Al volver a mirarlo, sonrió ladeando la cabeza.
—Me has dejado sin habla, Jack. Menudo cambio.
Él sonrió y se le formaron dos nuevos hoyuelos a cada lado de las
mejillas, dejando a Emily embobada.
—Recuerdo que cierta persona me dijo que no podría sentirme bien si mi
aspecto no estaba bien.
—Y yo recuerdo que alguien me dijo que era lo más frívolo que había
escuchado nunca —respondió ella, sin dejar de sonreír.
Jack clavó sus ojos sobre los de Emily, con intensidad, y se quedó callado,
poniéndola más nerviosa todavía.
—Quiero que vuelvas a trabajar en casa —declaró sin titubeos.
—Ya llevé mi carta de dimisión.
—Me da igual. Vuelve.
—Jack… no voy a hacerlo —le dijo con el rostro serio—. No puedo.
—¿Por qué no?
Emily jadeó y apartó los ojos de los de él.
—No podría aguantar otro episodio como el del otro día. —Frunció los
labios, recordándolo todo—. Fue tan duro… Estaba todo destrozado, había
tranquilizantes por el suelo, y tú… no respondías a mi llamada, Jack. No
quiero pasar por eso nunca más, no puedo trabajar en tu casa sabiendo que
podrías intentar hacerte daño en cualquier momento.
—No quise suicidarme —dijo de inmediato—. He estado ingresado en el
hospital debido a una bajada de azúcar. Últimamente no como bien, te habrás
dado cuenta.
—Pero… las pastillas por el suelo.
Él se encogió de hombros y fijó sus ojos en la carretera.
—Estaba enfadado y lo pagué con todo lo que tenía delante, incluso con
las pastillas.
—Siempre estás enfadado.
—El otro día lo estaba mucho más. Me… dieron una mala noticia.
—¿Tanto como para destrozar tu sala?
Asintió y le cambió la cara. Su semblante se volvió más sombrío y
dolorido.
—Mi exmujer apareció muerta en su coche, junto a su amante.
—Lo siento. —Apoyó una mano sobre la de Jack—. Y lo siento también
por Owen.
—Teresa me da igual, Emily —reconoció con voz fría—. Me puse así por
Conor.
—¿Conor era el nombre de su amante?
—Sí.
—¿Lo conocías? —le preguntó asombrada.
—Era mi hermano pequeño.
—¡No! —El rostro de Emily se volvió ceniciento. Se humedeció los
labios, sin poder dejar de mirar a Jack, que intentaba permanecer impasible
—. ¡Dios mío, por eso tu madre llegó a casa tan afectada el otro día!
—Llevábamos sin verlo desde que se fueron juntos.
—¿No hablaste con él? ¿No le exigiste que te explicase por qué había
hecho aquello?
—Conor estaba loco por Teresa, de otra forma nunca hubiese hecho algo
así —lo excusó.
—¡Pero es horrible! ¡Te mintieron, te destrozaron la vida! ¡Te dejaron
solo con Owen!
—Owen no es mi hijo —repitió con calma—. Es hijo de Conor. Al
principio, me hicieron creer que el niño era mío. Legalmente soy su padre,
pero poco después Teresa me contó la verdad. Me lo dijo antes de largarse
con mi hermano y de pedir el divorcio.
Emily agarró sus manos y se las apretó, dándole calor, demostrándole en
silencio que estaba ahí, que podía contar con ella.
Jack debía de haber pasado por un auténtico infierno por culpa de esas
personas a las que quería con toda su alma.
Quiso abrazarlo, pero se contuvo, porque dudaba mucho de que a él le
gustase que lo hiciese.
—Cuánto lo siento. Si hubiese sabido todo esto, no hubiera sido tan
pesada, te hubiese dejado en paz.
—Me alegro de que no lo hicieras —habló con una tímida sonrisa,
logrando que el corazón de Emily se acelerase—. Al principio me
autolesionaba. —Le enseñó las muñecas, no obstante ella ya lo sabía—. Me
echaba la culpa por lo que había pasado. Me decía que no había sabido ser un
buen marido y que por eso Teresa había buscado a otro.
—Tú no tienes culpa de nada, Jack.
—Me encerré en mí mismo. Me aislé de todos, me olvidé de la destilería.
—Y de tu dinero —continuó ella enarcando las cejas.
—Sí. Y darte el dinero a ti es lo mejor que he hecho nunca, Emily.
—¿Aunque te lo devolviese? —Sonrió, y se miraron a los ojos.
—Aunque me lo devolvieses —asintió—. Tú me has hecho darme cuenta
de que quiero seguir, de que estoy cansado de pasarlo mal.
—Yo no he hecho nada.
—Me sacabas de mis casillas, me apagabas la música…
Ella rio.
—Tu maldita música. ¿Por qué la escuchabas con tanta voz?
—Porque era la única forma de no pensar. —Jack le cogió la mano y se la
acarició. El contacto de sus pieles les hizo erizarse—. Sé que todavía me
queda mucho que hacer para ponerme bien. No obstante, he ido a ver a un
doctor que me ayuda y me guía. —Se acercó un poco más a ella y entrecerró
los ojos al percibir su dulce olor—. Quiero estar bien, y volver a retomar mi
vida.
—Lo vas a conseguir, Jack, estoy segura.
—Y tú vas a volver a cuidar de Owen —añadió con convencimiento—. Él
te echa de menos en casa. —Bajó la vista al suelo—. Y yo también.
Los latidos de Emily se desbocaron. Jadeó al escuchar aquello salir de la
boca de Jack y lo único que pudo hacer fue reír de forma nerviosa.
—Pero si te molestaba que estuviese contigo. Me echabas siempre.
—Al principio sí me molestabas. Me parecías un incordio. —Ambos
rieron, nerviosos—. Me parecías demasiado vulnerable, demasiado delicada.
—¿Yo delicada?
—Lo eres. Desprendes fragilidad y dulzura. —Él suspiró—. Pero me
equivoqué contigo, Emily Bristol. Eres increíble.
—Vas a hacer que me sonroje.
—Me encanta cuando lo haces —admitió—. Me dan ganas de…
—¿De qué?
Ambos se quedaron callados, sin decir ni una palabra, pero sin necesidad
de hacerlo ya que entendían lo que ocurría.
Jack se pasó una mano por el cabello. Era tan extraño que solo con ella
sintiese esa paz… Era como si todavía fuese el Jack de antaño, como si esos
seis meses no hubieran existido.
—He estado dudando si venir a verte desde que salí del hospital. No sabía
si querrías saber de mí.
—¿Por qué no iba a querer?
—¿Después de cómo te he tratado?
—No ha sido para tanto, no te preocupes. Tengo que tener algún lado
masoquista, porque siempre me ha gustado estar contigo.
Jack se echó a reír y la cogió por los brazos para acercarla a él. La abrazó
con fuerza e inspiró el delicioso olor de Emily. Olía a flores frescas, a
primavera, a las noches en el campo.
Notó cómo ella respondía a su abrazo con las mismas ganas que él. Lo
rodeó con los brazos por el cuello y apoyó la mejilla en su hombro.
Estuvieron bastante tiempo abrazados, sin embargo, fue ella la que tomó
distancia, visiblemente nerviosa.
Jack la miró anonadado, pensando en cómo no se dio cuenta el primer día
que la vio de lo especial que era.
—¿Qué me dices? ¿Vuelves mañana a trabajar a casa?
Ella asintió inmediatamente.
—Allí estaré.
—¿Vendrás a jugar al ajedrez cuando Owen duerma?
—¿No te molestaré?
—Nunca —contestó sin quitarle los ojos de encima—. Somos amigos,
¿no?
DOCE

Dede y Andrej se dieron un beso cuando terminaron de comer la tarta de


zanahoria que les sirvieron de postre. Habían ido a cenar a un restaurante caro
de la calle William y todo estaba buenísimo.
Andrej fue a por ella vestido con ropa bastante formal, repeinado y
montado en su Renault.
En un principio, Dede dudó un poco de si aceptar aquella cena, ya que
sabía que él no tenía tanto dinero como para poder costearla, sin embargo,
Andrej insistió hasta que no le quedó más remedio que aceptar.
Mientras llegaban al restaurante, Dede lo miraba conducir y la sonrisa no
se borraba de sus labios.
Llevaban juntos casi un mes y las cosas no podían irles mejor. Se lo
pasaban en grande, se llevaban de maravilla y el sexo era una pasada. Andrej
despertaba en ella sentimientos de los que nunca supo que podría
experimentar. Era dulce, muy atento y la trataba como si fuese la persona más
especial del mundo.
Cada vez que se veían, la sensación de que él era el adecuado para ella,
era más fuerte, y se dejaba llevar sin pensar en nada más. Porque si lo hacía,
quizás le diese vértigo. Todas sus anteriores relaciones habían sido más bien
un juego. Salía con chicos, se lo pasaba bien, pero ninguno pudo llegar tan
adentro de su pecho como aquel serbio tan sexi con el que soñaba cada vez
que cerraba los ojos.
Cuando el camarero les retiró los platos con el postre, la besó con
intensidad, haciéndole perder el norte y olvidando aquello en lo que pensaba.
Siempre era así. La sensación de que todo se magnificaba cuando estaba con
él se hacía real con cada roce.
Hacían el amor cada vez que se veían, no obstante, ya no volvieron a su
garaje, sino que Andrej la recogía en la Red Cross por las noches y se iban en
su coche al campo, a aquel lugar donde se dieron su primer beso, y fundían
sus cuerpos bajo las estrellas.
Era tan romántico que Dede creía flotar, y deshacerse contra él.
—Todavía no me has dicho por qué estamos aquí esta noche —le
preguntó ella cuando terminaron de besarse.
—¿Tiene que haber un motivo?
—Este restaurante no es barato precisamente, Andrej.
—Puedo permitírmelo.
—¿Seguro? —Dede ladeó la cabeza—. No tienes por qué hacer esto. Yo
no me voy a impresionar por los lujos, ni nada de eso. Me gustas tal y como
eres.
—Ya lo sé, pero quiero que tengas lo mejor, Dede. Desde que nos
conocemos no he podido invitarte a cenar a ningún sitio.
—No hacía falta.
—No la hacía, pero quería que esta noche fuese especial.
—Todas las noches lo son contigo.
Él la cogió por las mejillas y acercó su boca para besarla, con una
intensidad que los dejó anhelantes de más.
—Quería que celebrásemos esta fecha tan especial.
—¿Hoy? —Dede enarcó las cejas—. ¿Qué pasa hoy? Todavía no hemos
cumplido ni un mes juntos.
—Juntos no, pero… hace un mes exactamente que te vi por primera vez,
con mi abuela en casa. —Él la cogió de las manos y le besó los dedos—.
Treinta días desde que descubrí a la mujer más maravillosa de Irlanda. —Le
besó la nariz—. Cuando te vi, me dejaste noqueado.
—A mí me pareciste muy guapo, aunque estuvieses sudado y sucio. Verte
lleno de grasa fue como estar dentro de una fantasía erótica y húmeda.
Él soltó una carcajada y le mordió el labio inferior, haciéndola gemir.
—Qué ganas tengo de arrancarte ese vestido, Dede.
—¿En serio? Pues hace un rato me has dicho que iba preciosa con él.
—Lo vas todavía más desnuda.
Tuvieron que separarse un poco cuando llegó el camarero con la cuenta.
Andrej cogió la factura y silbó por lo bajo, por lo que Dede acercó la
cabeza para mirar el coste.
—¡Joder! ¿Todo ese dinero vale lo que hemos cenado? ¿Lo han cocinado
con oro?
Andrej sacó su cartera y puso el dinero en la mesa, sin dejar de sonreír por
lo que acababa de decir Dede.
—Pero ha merecido la pena, ¿no?
—La ha merecido. —Ella frunció los labios—. Aunque también lo
hubiese hecho una pizza. A mí lo que me importa es que estemos juntos, el
lugar es lo de menos, Andrej. No me siento bien viendo cómo te gastas ese
dinero en mí. A Senka y a ti os hace falta.
—Si no pudiese gastármelo no lo habría hecho. —La tranquilizó.
—De todas formas, no estoy cómoda sabiendo de dónde viene ese dinero.
Él torció un poco el gesto y suspiró.
—Ya te dije que voy a deshacerme de los coches. Esta mañana he hablado
con el dueño de una fábrica de la ciudad. Creo que le he gustado y me va a
dar un puesto.
—Entonces, olvídate ya de lo demás. —Ella se humedeció los labios—.
Andrej, me preocupa que te cojan. No tienes por qué arriesgarte a que te
metan en la cárcel por unos cuantos euros.
—No va a pasar nada —le aseguró—. Confía en mí, Dede. Solo necesito
unas semanas para acabar con ellos, mandarlos a Serbia y cobrar el dinero.
Después de eso, si me contratan en la fábrica, seré el tío más legal de
Drogheda.
Salieron del restaurante poco después y decidieron dar un paseo por la
ciudad. A esas horas, el tráfico era mucho menos denso, y las calles estaban
prácticamente vacías.
El airecillo fresco de la noche la hizo abrazarse a Andrej, que la rodeó con
sus brazos, encantado.
Pasaron por delante de la iglesia católica de St. Peter y continuaron por
una calle peatonal, bastante antigua y repleta de casas viejas, pero con mucho
encanto.
Dede sonrió al pasar por aquel lugar y señaló una de las edificaciones, con
ojos soñadores.
—Cuando tenga suficiente dinero, pienso comprar esta casa.
—La compraremos —asintió Andrej, admirándola.
—¿Te gustaría hacerlo?
—¿El qué? ¿Comprar una casa contigo? —La besó con pasión—. Me
encantaría. Y lo haremos algún día de estos. Después de todo, tú eres para mí.
Ella alzó las cejas al escuchar sus palabras y notó una gran electricidad
recorrerle el estómago.
—¿Soy para ti? ¿No es muy pronto para saberlo?
—Lo sé desde que nos besamos. —Acercó su boca al oído de ella—. Eres
todo lo que siempre he querido.
Se besaron con un deseo ensordecedor y se miraron con adoración. Dede
lo abrazó muy fuerte, pues no podía ser de otra forma.
—¿Por qué no has venido a Drogheda a vivir antes?
—Si hubiese sabido que existías, lo hubiera hecho —le aseguró con
vehemencia y pasó una mano por encima de sus hombros—. Me encantaría
que pudieses conocer a mi madre. Sé que le gustarías mucho.
—¿Tu madre sigue en Serbia?
Él asintió.
—Toda mi familia está allí, menos Senka. Mi abuela se negó a que viniese
solo a Irlanda y quiso acompañarme. —Le guiñó un ojo—. Soy su ojito
derecho.
—Se nota. Cada vez que habla de ti se le ilumina el rostro.
—Pero tú me has quitado el puesto —añadió riendo—. Creo que no había
visto a mi abuela tan encantada con nadie en la vida. No recuerdo las veces
que me ha repetido que no te deje escapar.
—¿Y piensas hacerle caso? —lo interrogó con una sonrisilla traviesa.
—Estoy en ello. —Señaló con la cabeza hacia la casa que seguían
contemplando—. Ahora solo me queda engañarte para que vivas conmigo. Y
cuando eso ocurra, no vas a poder apartarme de tu lado jamás.
Dede soltó una carcajada y agarró a Andrej por las mejillas, extasiada por
sus palabras, con los labios tan juntos que no se besaban de milagro.
—¿Por qué supones que voy a querer apartarte de mí? Eres lo más
extraordinario que me ha pasado en años.

Los pájaros trinaban por todo el jardín y hacía un día estupendo para
pasear por él. La temperatura era cada día más cálida, ya que la época estival
estaba a la vuelta de la esquina.
Habían pasado un invierno bastante crudo. El frío intenso y la lluvia
apenas les habían dado tregua en toda la primavera, por lo que aquel buen
tiempo era bienvenido por los habitantes de Drogheda.
Jack dejó las mancuernas en el suelo y secó el sudor de su frente.
Llevaba apenas veinte minutos en el gimnasio de casa, construido en el
jardín, muy cerca de la piscina, y estaba agotado. Su cuerpo no podía
aguantar tanto esfuerzo. Había perdido toda su masa muscular en esos seis
meses y se fatigaba con una facilidad pasmosa. Sin embargo, sabía que poco
a poco volvería a su condición física.
Siempre había practicado deporte. Le gustaba mantenerse activo, le
ayudaba a descargar las tensiones del trabajo, y tenía que reconocer que había
olvidado lo bien que se sentía después de practicarlo, la satisfacción que el
sudor provocaba en él.
Tomó asiento en un banco de pesas y alargó el brazo para coger una
barrita energética. La comió sin demasiadas ganas, todavía le costaba
alimentarse con relativa normalidad, pero estaba decidido a ponerse bien.
Aquella situación había durado demasiado tiempo y estaba cansado de
tanto sufrimiento. Sabía que sería duro, que le costaría lágrimas y esfuerzo
salir de aquello, sin embargo, tenía lo más importante: las ganas y la
determinación.
Cuando despertó en el hospital, a la primera persona que vio frente a él
fue a su madre. Le dijo que había sufrido una bajada de azúcar debido a su
mala alimentación, y que si no hubiese sido por Emily, que lo descubrió
tirado en el suelo de la sala, quizás su final hubiese sido otro.
Su madre tenía muy mala cara, y no era para menos. Acababa de morir
uno de sus hijos, y al otro poco le faltó para hacerlo también.
Se sintió un egoísta, un puto ingrato que estaba llevándose la vida de su
madre con la suya propia.
Cuando Ronnie le dio la noticia de la muerte de Teresa y Conor, fue como
si le clavasen un cuchillo en el estómago. Se encerró en la sala y destrozó
todo lo que había en ella. Su exmujer apenas le importaba, dejó de amarla en
el mismo momento en el que supo de su engaño, pero Conor era otra historia.
Era su hermano pequeño, lo quería con todo su corazón y jamás pensó que
fuese capaz de hacerle aquello, y menos por una mujer.
No pudo ir a su entierro, no tuvo fuerzas para hacerlo. Se quedó en casa,
recordando, rememorando lo ocurrido y siendo incapaz de perdonarle.
Quizás, cuando pasase más tiempo pudiese hacerlo, no obstante, de
momento, seguía conservando una bola de resentimiento hacia Conor en el
corazón.
Pero no quería pasarse la vida sumido en la desdicha. Cuando recuperó un
poco las fuerzas, le pidió a su madre que se pusiese en contacto con un doctor
que pudiese ayudarlo a salir de aquel círculo vicioso en el que estaba preso.
El tercer día hospitalizado, preguntó por Emily.
No había ido a visitarlo desde que ingresó, y necesitaba volver a verla.
Quería que le sonriese, que le retase con esos ojazos marrones, que le
repitiese todas esas cosas que en un principio tanto le disgustaban de ella,
pero que ahora necesitaba oír. Quería ver su precioso rostro, deleitarse con el
color de su piel, con la delicadeza de sus facciones, con la finura de su
cuerpo.
Sin embargo, Emily no fue a verlo, y Jack se sintió desilusionado.
Y lo estuvo mucho más cuando su madre le informó de que había
presentado su carta de dimisión. La leyó una y mil veces, repitiéndose para sí
que había tenido toda la culpa de que dejase el trabajo.
No le había puesto las cosas nada fáciles, no le extrañaba que hubiese
acabado cansándose de él.
Pero ahora era Jack el que quería que volviese. Esa mujer despertaba en él
algo que había estado dormido durante meses. Algo que creyó que jamás
volvería a percibir.
Se sentía muy vivo a su lado. Se sentía el Jack de siempre.
Cuando estuvo un poco más recuperado de la fatiga del entrenamiento, se
levantó del banco de pesas y se asomó por la ventana del gimnasio. Nada más
hacerlo, descubrió a dos personas que paseaban al lado de la piscina.
Su boca se curvó y no pudo evitar sonreír.
Agarrada de la manita de Owen, Emily caminaba entre los setos,
hablándole sin parar. Lo miraba con cariño, como si ese niño significase algo
para ella, como si le agradase cuidar de él.
Se pasó la toalla por el cuello, terminando de secar su sudor y salió al
exterior, caminando hacia ellos.
La pasada noche, Emily aceptó volver y esa vez no sería tan estúpido de
dejar pasar la ocasión de estar con ella. Aunque se limitase a hablarle, aunque
no llegase a tocarla nunca. Porque, ¿quién en su sano juicio desearía
relacionarse con un hombre como él, con tantos problemas? Emily debía
tener cientos de tíos detrás de ella. ¿Por qué iba a elegir a uno que solo
lograría darle disgustos?
Al acercarse, la recorrió con la mirada, conteniendo la respiración al darse
cuenta de lo bonita que iba con ese vestido holgado, con delicadas flores en
tonos pastel, desmangado y apenas sin escote, y unas sandalias de cuero,
agarradas a sus tobillos. El cabello le ondeaba por el viento, y el flequillo se
agitaba sobre sus ojos, por lo que se pasaba los dedos por él continuamente,
intentando domarlo.
Reía al ver a Owen corretear a su alrededor, y sus latidos se aceleraron al
descubrir a Jack acercándose.
Todavía no se acostumbraba a verlo sin barba, y con el cabello corto.
Estaba tan sexi, caminando en su dirección, mirándola con esos ojos tan
intensos, que creyó sentir su sangre bullir dentro de las venas.
—Jack… —lo saludó cuando lo tuvo al lado, con una sonrisa tímida—.
Qué raro me parece verte fuera de la casa, y de tu sala.
—Estaba en el gimnasio. Necesitaba moverme un poco. —Curvó sus
labios en una sonrisa ladeada—. Pero de momento no puedo hacer
demasiado. Me agoto enseguida.
—Lo irás logrando poco a poco.
—Eso espero. —Fijó los ojos en los labios de Emily y deseó tocarlos.
—¿Ya has terminado de hacer deporte?
—Iba a obligarme a hacer un poco más, pero te he visto y has sido la
excusa perfecta para dejarlo.
Emily rio y alzó la mirada para vigilar al niño, que perseguía a una
mariposa.
—Si te distraemos, puedo llevarme a Owen a otra parte.
—Puedo hacer deporte en cualquier otro momento. Hace un día
demasiado bueno como para pasarlo encerrado entre cuatro paredes.
—¿Eso es una excusa para no jugar conmigo al ajedrez?
—Ni lo sueñes. Cuando duermas a Owen te espero en la sala.
Ella sonrió y asintió, contenta. Caminaron tras el pequeño, que jugueteaba
con todas las piedrecitas que encontraba a su alrededor, entregándoselas a
Emily, para que se las sostuviese. Le hacía mucha gracia que Owen confiase
en ella para que le guardase su tesoro.
Jack caminaba a su lado en silencio. La observaba cada vez que podía
hacerlo sin que Emily se diese cuenta, y cada vez que lo hacía, más se
convencía de que había estado ciego para no darse cuenta de la joya que era.
—Esta mañana, cuando he vuelto, me he disculpado con tu madre —habló
ella, acabando con aquel silencio.
—¿Te has disculpado, por qué?
—Por marcharme de la forma en la que lo hice.
—Mi madre entiende tus razones, no te preocupes. —Le restó
importancia.
—Aun así, le debía una explicación. Isabella se ha portado siempre muy
bien conmigo.
—Todo lo contrario que su hijo —añadió Jack.
Emily se quedó mirándolo con fijeza, intentando no parecer una niña
tonta, embelesada por lo guapo que era.
—Tampoco te has portado tan mal. Si lo hubieses hecho, no estaría otra
vez aquí.
Él fue a contestar, no obstante, Owen llegó a su lado lloriqueando. Alzó
los bracitos para que Jack lo tomase, pero no pudo hacerlo. Dio un paso hacia
atrás.
Sabía que Owen no había tenido la culpa de nada, pero ese niño le traía
unos recuerdos que se esforzaba por olvidar a diario.
Emily cogió al niño, comprendiendo lo que le ocurría a Jack, y le dio un
beso en su tierna mejilla.
—¿Tienes sueño? ¿Quieres que vayamos a dormir?
Owen apoyó la cabeza sobre el hombro de Emily y regresaron a la casa.
Se sonrieron antes de separarse y lo vio entrar en su sala, mientras Emily
se dirigía hacia la habitación del niño, donde lo acunaría hasta que se
durmiese.
Tardó unos quince minutos en dejarlo en la cuna. Lo arropó y le acarició
la mejilla antes de salir de su habitación.
Mientras caminaba por el pasillo, escuchó el sonido de la música que
siempre solía poner Jack. Sonaba fuerte, pero no tanto como antes.
Cuando estuvo delante de la puerta de la sala donde estaba él, resopló,
nerviosa. Siempre lo estaba cuando sabía que iba a verlo.
Se obligó a calmarse. Iba a jugar una partida al ajedrez, charlarían sobre
cosas sin importancia y se marcharía de nuevo.
Giró el pomo de la puerta y entró en la habitación.
Nada más hacerlo, la música bajó de volumen, y Jack apareció frente a
ella, con un libro en las manos.
Se sonrieron en silencio y le pareció que todo se volvía muy íntimo. Solo
lo veía a él, el resto de la sala desapareció. Los intensos ojos de Jack la
obligaban a no bajar la mirada, y su corazón bombeaba tan rápido que se
sintió un poco mareada.
—La última vez que entré aquí, estaba todo hecho un desastre, y tú en el
suelo.
—Entonces, voy a tener que lograr que ese recuerdo se borre de tu mente.
—La cogió de la mano y tiró de ella hacia la mesa, donde el tablero de
ajedrez estaba debidamente colocado, y las piezas alineadas en su posición
correcta.
Emily sonrió nerviosa al notar ese cosquilleo en la mano, justo donde él la
tocaba. Tomó asiento en una de las sillas y esperó a que Jack lo hiciese en la
otra.
—¿Preparada?
—Ajá.
—Hoy no voy a dejarme ganar.
—¿Es que la pasada semana lo hiciste? —preguntó divertida—. ¿No será
que eres un mal perdedor, Jack Myers?
—Lo soy. Me gusta tener el mando de todo y controlar cualquier
situación.
—Pero eso no es siempre posible.
—Lo sé. Creo que me he dado cuenta demasiado tarde —dijo curvando
los labios.
Emily movió un peón y miró a su alrededor, contemplando aquella sala y
el orden que reinaba en ella. Las pocas figuras que quedaban sobre las
estanterías, los libros bien colocados y el altavoz arrinconado junto a la
pared.
—Sigues poniendo la música alta.
—Es una costumbre de la que me va a costar desprenderme. Todavía la
necesito para no pensar demasiado.
—¿Has hablado con tu médico sobre eso?
Jack asintió y metió una mano en el bolsillo, del que sacó una cajita de
píldoras.
—Tengo que tomar dos comprimidos al día. Me ayudan a sentirme mejor.
—Movió el peón que enfrentaba al de Emily y suspiró—. Pero no me gusta
hacerlo. Me siento raro tomando pastillas.
—Piensa que no va a ser para siempre. Es temporal.
—Eso espero.
—Lo será —añadió ella convencida—. Eres más fuerte de lo que piensas,
Jack. Sé que vas a poder con esto.
Él se quedó mirándola anonadado, con un nudo en la garganta. Emily
creía en él. Soltó la pieza que llevaba en la mano y entrelazó uno de sus
dedos con el de ella, haciéndola contener el aliento. Se lo acarició.
—Me alegro de haberte conocido.
—¿Aunque pienses que soy una chiquilla?
Jack cerró los ojos con fuerza y la miró suplicante.
—Lo siento. Te dije muchas cosas para que te alejases de mí. —Agarró
más fuerte su mano—. Pero no pienso que lo seas. Me has demostrado todo
lo contrario.
—Tampoco eres mucho más mayor que yo, Jack.
—Nueve años.
—Para muchas personas supone una gran diferencia.
—¿Y para ti la supone? —le preguntó sin despegar sus ojos de los de ella.
—Seguiría aquí aunque tuvieses veinte años más.
Él sonrió abiertamente y sus pequeños hoyuelos de las mejillas volvieron
a aparecer. Emily le devolvió la sonrisa, extasiada. Estaba tan guapo cuando
se relajaba… Podía entrever al hombre, y no a la bestia de unas semanas
atrás.
—No deberías dejar de sonreír nunca —comentó maravillada, sin poder
apartar sus ojos de él—. Desprendes luz.
—¿Te gusta que lo haga?
—Me encanta y… —Se mordió el labio inferior—. Me pones un poco
nerviosa, la verdad.
—¿Por qué? —Con el pulgar acarició la suave piel de su muñeca y vio
cómo se erizaba bajo su contacto.
Emily se levantó de la silla y tomó un poco de distancia, ya que si no lo
hacía, el corazón saldría volando de su pecho.
Caminó hasta la ventana y miró a través de ella, jadeante. Sin embargo,
cuando se dio la vuelta casi se topó con el cuerpo de él.
Solo les separaban varios centímetros de distancia y el delicioso olor de
Jack lograba que le temblasen las piernas.
—¿Por qué te pongo nerviosa, Emily? —insistió con voz grave.
—Porque me gustas.
Él cerró los ojos tan fuerte que vio miles de estrellas. La cogió por los
brazos y la pegó a su cuerpo, mientras juntaba sus frentes y le susurraba a
media voz:
—¿Acaso los hombres de Drogheda están ciegos?
—¿Por… por qué?
—¿Acaso no te han visto? Deberías tener a cientos de ellos haciendo cola
en la puerta de tu casa.
Ella rio y alzó un poco la cabeza, rozando su nariz contra la de Jack,
entrecerrando los ojos.
—Aunque estuviesen, no me interesa ninguno de ellos.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque yo ya he elegido a uno.
—Qué afortunado es ese hombre.
Emily apoyó las manos sobre los brazos de él y rozó sus labios.
—Yo también sería afortunada si él me correspondiese.
—Creo que lo hace. Creo que ese hombre se siente fascinado por ti.
Jack salvó la corta distancia que lo separaba de los labios de Emily y la
besó, aunque ninguno de los dos estuvo preparado para la explosión que se
produjo en sus cuerpos.
Tuvieron que agarrarse fuerte contra el otro, apoyarse mutuamente para
que sus piernas no acabasen fallando, para no caer al suelo muertos de gozo,
a pesar de que apenas se habían rozado.
Jack la apretó contra sí e intensificó el beso, introduciendo su lengua
dentro de su boca y gimiendo al comprobar que la de ella respondía de la
misma forma, que se degustaban como si fuesen el agua para un sediento.
Emily gimió sobre sus labios y colocó los brazos alrededor de su cuello,
apretándose más a él, notando en su estómago la dureza de su pene y
derritiéndose al darse cuenta de lo mucho que la deseaba. Tanto como ella a
él.
La aprisionó contra una de las paredes y la alzó en peso, amasando su
trasero, gimiendo como poseídos por una fuerza mayor que les impedía
apartar sus bocas, dejar de saborearse.
Sus pieles estaban tan sensibles que el mínimo roce les abrasaba la sangre.
Jack no era un jovencito sin experiencia. Había conocido a muchas
mujeres y se había acostado con todas ellas, no obstante, lo que su cuerpo
experimentaba con Emily era totalmente nuevo. Era como si sus experiencias
anteriores no contasen, como si siempre hubiese estado esperándola a ella.
El sonido del picaporte de la puerta los hizo separarse con brusquedad.
Emily cogió un poco de distancia, separándose de Jack.
Antes de que pudiesen recomponerse de aquella marea de ardor, Isabella
apareció en la sala, y se los quedó mirando con curiosidad, porque Jack
parecía que acababa de correr una maratón.
—Hijo, ¿estás bien?
—Sí —contestó de inmediato, con la voz muy grave. Miró de soslayo a
Emily y al verla tan afectada, apretó los labios—. Mamá, ¿es que no sabes
llamar a la puerta antes de entrar en una habitación?
Isabella enarcó las cejas y los contempló a ambos, sin poder evitar que
una sonrisilla se pintase en los labios.
—Lo siento. Llamaré la próxima vez. Solo quería avisarte de que había
llegado antes de la hidroeléctrica. —Le sonrió y dio media vuelta—. Emily,
¿puedes venir un momento? Tengo que comentarte algo sobre Owen. Su
pediatra me ha dado instrucciones para continuar con su alimentación y me
gustaría explicártelo todo.
—Claro, ya voy Isabella. —Se humedeció los labios y sus ojos conectaron
con los de Jack cuando su madre abandonó la sala. Le sonrió tímidamente,
todavía impresionada por lo que acababa de pasar entre ambos—. Tengo que
irme.
Jack la cogió de la mano, antes de que pudiese marcharse y le dio otro
beso, pero esta vez muy breve, aunque tan repleto de deseo que cerraron los
ojos extasiados.
—Te veo mañana —le susurró él contra la boca.
TRECE

Emily llegó a casa cuando el reloj marcaba las cuatro de la tarde. Estaba
agotada. Owen había pasado todo el día con unas décimas de fiebre y había
tenido que tenerlo en brazos la mayor parte del tiempo, porque se encontraba
mal y quería estar continuamente abrazado.
Sin embargo, lo hubiese hecho una y mil veces más. Era un niño tan
bueno y cariñoso que ya no imaginaba levantarse cada mañana y no ver su
carita sonriente.
Saludó a Raphael, que recogía la ropa que había en el tendedero, colocado
en el salón, ya que había estado todo el día lloviendo, y dejó el bolso en el
perchero de su habitación.
—¿Qué tal el día? —le preguntó nada más reunirse con él.
—Estoy muy cansada y tengo mucha hambre.
—Entonces estás de suerte. Karen viene a casa en unos minutos y te trae
un poco del roast beef que ha preparado en casa para los niños.
Ella se mordió el labio inferior pensando en la jugosa carne del roast beef.
—Esa mujer es un ángel. Deberías pedirle matrimonio y no dejarla
escapar.
Raphael le sonrió y se encogió de hombros, visiblemente incómodo.
—Ya lo he hecho, Emily.
—¿Qué? —chilló ella, anonadada.
—Ayer aceptó casarse conmigo.
Ella corrió hasta la silla de ruedas y abrazó a su padre con fuerza,
escuchándole reír.
—¡Oh, papá… me alegro tanto por los dos…!
—Había pensado decirle que se mudase aquí, con sus hijos, pero no
cogemos, así que lo más lógico será que nos mudásemos nosotros con ellos, a
su casa.
Emily negó con la cabeza y acarició la mejilla de Raphael.
—No, papá. Ya va siendo hora de que te independices de tu hija.
—Pero, Em… ¿Qué vas a hacer tú?
—Tengo esta casa. No me va a pasar nada por vivir sola.
—¿Pero… y los gastos? ¿Vas a poder hacerles frente tú sola?
—No te preocupes por eso. Estaré perfectamente. Soy mayorcita.
—Ya lo sé. —Le acarició la mejilla—. Aunque, para mí siempre serás mi
niña.
Emily aguantó las ganas de llorar y resopló, parpadeando muy seguido,
para evitar las lágrimas.
Se alejó un poco de Raphael y le sonrió, contenta por él.
—¿Ya se lo habéis dicho a sus hijos?
—De hecho, eres la última en enterarse.
—¡Muy bonito, Raphael Bristol!
—Es que, Emily… me daba apuro contártelo.
—¿Y eso por qué? —Se acuclilló al lado de la silla de ruedas, para mirarle
a los ojos.
—Tú has sacrificado tu vida por mí, por quedarte aquí, a mi lado, y yo
ahora me voy como si me diese igual todo.
—Sé que no es así, papá, no sufras por eso.
Raphael asintió y le cogió la mano, orgulloso de ella.
—Si lo miras por el lado bueno, ahora podrás irte a Dublín y buscar un
trabajo allí, donde hay miles de posibilidades para ti.
—No me voy a ir. Nunca ha estado en mis planes marcharme de aquí.
—Pues deberías. En Drogheda el trabajo está muy mal.
—Pero yo ya tengo uno, ¿recuerdas?
—¿Y qué harás cuando Owen ya no te necesite? ¿Qué vas a hacer cuando
los Myers dejen de necesitar una niñera para el niño?
—Ya lo pensaré en su debido momento.
El timbre de casa sonó y cuando Emily abrió la puerta se encontró con
Karen, que sonreía portando una cacerola en las manos.
Ambas se abrazaron y se dieron un beso.
—Enhorabuena, futura señora Bristol.
—¿Ya te lo ha dicho tu padre?
—Sí, y me alegro mucho por vosotros. —Karen sonrió y unas pequeñas
arruguitas asomaron por sus ojos. Era una mujer muy atractiva, con un bonito
cabello rubio, rizado, y de complexión delgada. Siempre sonreía, de hecho,
Emily no recordaba haberla visto seria nunca, a excepción de cuando Raphael
tuvo el accidente. La invitó a pasar y le cogió la cacerola de las manos.
Cuando se encontró con su padre, le dio un tierno beso en los labios y Emily
sonrió—. Y bueno, papá, ¿cuándo piensas mudarte con ellos?
—¿Ya tienes prisa de que me vaya? —bromeó.
—¡Raphael! —lo reprendió Karen riendo—. Es normal. Emily ya es una
mujer, necesita su espacio.
—¿Lo oyes, papá? Al fin alguien que me entiende. —Le siguió el juego.
Raphael las miró a ambas y se sintió el hombre más afortunado de toda
Irlanda por tener a esas dos mujeres en su vida.
—A final de semana empezaré a llevar mis cosas a su casa, y nos
casaremos en cuanto tengamos la documentación lista.
Estuvo hablando un poco con ellos hasta que su estómago rugió por el
hambre.
Se fue a la cocina y comió en silencio, mientras escuchaba de fondo el
sonido de la televisión del salón, y las voces apagadas de Karen y de
Raphael.
Se alegraba tanto por ellos… Merecían ser felices juntos. Su relación no
pasó por un buen momento cuando su padre tuvo el accidente, pero Karen
siempre estuvo ahí, demostrando que su amor por él era más fuerte que todos
los problemas.
Mientras se metía otro trozo de roast beef en la boca, su cabeza voló hacia
Jack y sonrió como una jovencita enamorada hasta las trancas.
Habían pasado tres días desde su primer beso en aquella sala, y desde
entonces acababan besándose como locos cada vez que Owen se quedaba
dormido.
Siempre era igual. Iba con él, jugaban un rato al ajedrez, mientras se
miraban y se hablaban con deseo, para después acabar abrazados el uno
contra el otro, comiéndose los labios como si aquella fuese la última vez.
Cerró los ojos y rememoró los besos de Jack. Tiernos al principio y
salvajes cuando respondía a ellos. Cada vez le era más difícil esperar a que
Owen se quedase dormido, porque las ganas de estar con él eran enormes.
Ardía cuando la tocaba, cuando sentía sus manos sobre su cuerpo, al ver la
pasión en sus ojos.
No podía creer que ese Jack fuese el mismo hombre que conoció casi dos
meses atrás. Emily lo veía esforzarse por estar bien, lo veía entrenar cada día,
salir de casa a pasear, y comer mucho más que antes. Todavía le quedaba un
largo camino para ponerse del todo bien, pero estaba segura de que lo
conseguiría. Se notaba la determinación en sus ojos.
Allí todo marchaba mucho mejor. Isabella parecía más contenta al ver a
Jack luchando. Su estado de ánimo contagiaba a todos los que se encontraban
en la casa. Incluso la señora que limpiaba parecía más agradable. Y Emily lo
veía florecer embelesada, eclipsada por la fuerza de ese hombre.
Su corazón parecía explotar y su sangre bullir muy rápida dentro de sus
venas. Cada vez era más evidente que sentía algo fuerte por él. Todavía no se
había parado a preguntarse qué eran esos sentimientos, sin embargo, de
momento, le bastaba con tenerlo para ella ese ratito en la sala, sentirse bonita
y deseada. Ver aquel brillo en los ojos de Jack cada vez que se miraban.

Owen chapoteaba en la parte de la piscina donde el agua apenas le cubría


los muslitos, y Emily le agarraba de la mano disfrutando al verlo reír y gritar
mientras se bañaba. Llevaban bastante tiempo dentro y las yemas de los
dedos estaban empezando a arrugárseles, no obstante, el pequeño no parecía
cansarse de jugar, y ella no quiso arrebatarle la diversión.
La casa estaba vacía. Isabella se había marchado a la hidroeléctrica y Jack
tampoco se encontraba en su sala. Era raro no verlo allí y que no la saludase
con su esperado beso, como cada mañana.
Después de otros quince minutos chapoteando, Owen se acercó a ella y le
apoyó la cabecita sobre el hombro. Emily lo abrazó y sonrió.
—¿Tienes sueño? ¿Te has cansado ya de bañarte?
Salieron del agua y lo secó con una toalla, asegurándose de que no
quedaba ninguna parte de su cuerpo húmeda. Le cambió el bañador y le puso
unos pañales limpios y una camiseta.
Lo dejó sobre el carricoche mientras se colocaba el pareo.
Ella todavía estaba calada y si entraba en la casa de esa forma, la señora
de la limpieza la cortaría en tiras, por lo que pasearon por el jardín hasta que
Owen se quedó dormido.
Emily regresó con él a la zona de la piscina y aparcó el carricoche bajo
una sombrilla, para que no le diese el sol.
Tras asegurarse de que el pequeño seguía dormido, se quitó de nuevo el
pareo y se sentó en el borde de la piscina, con los pies a remojo.
Desde allí podía verse la parte trasera de la casa, y el porche.
Por más que la mirase, seguía pareciéndole una barbaridad. Demasiado
grande, demasiado fría, demasiado impersonal. Su exterior señorial no
concordaba en nada con la modernidad del interior, y este no es que fuese el
summum del buen gusto. Emily estaba acostumbrada a la sencillez, y no le
gustaban nada los espacios recargados, ni demasiado llamativos. Quizás, era
debido a que en su casa nunca había habido dinero para permitirse otro tipo
de decoración, sin embargo, no se imaginaba vivir en un lugar como ese. Se
sentiría insignificante rodeada de todos esos muebles.
Un movimiento a su derecha le hizo girar la cabeza y dejar de pensar en
aquello.
Cuando reconoció a Jack, que se acercaba vestido con unos pantalones
vaqueros, una camisa clara y unas botas, su cuerpo se aceleró. Se mordió el
labio inferior para intentar no parecer demasiado feliz de verlo. Pero lo
estaba.
Se acuclilló a su lado y le sonrió, mirándola de arriba abajo, ya que su
cuerpo solo estaba cubierto por su escueto bikini. Tuvo que contenerse para
no tocarla.
—No os encontraba en la casa y me he imaginado que estaríais aquí.
—Hacía un buen día para que Owen se diese un baño —contestó Emily,
asintiendo.
—¿Y dónde está? —preguntó él, buscando al niño.
—Dormido en su carricoche. —Señaló hacia la sombrilla—. El agua lo ha
dejado KO.
—¿Entonces estás libre? —Sonrió.
—De momento, sí. —Lo miró a los ojos—. ¿Te apetece que vayamos a la
sala a jugar?
Jack se humedeció los labios, al mirarla una segunda vez vestida con ese
bikini y se incorporó.
—No me apetece encerrarme dentro de casa. —Le guiñó un ojo—. Voy a
ponerme el bañador y vuelvo.
Apenas tardó cinco minutos en regresar.
Iba ataviado con una camiseta, unas bermudas y unas chanclas playeras. Y
sobre el hombro, una toalla.
Emily ensanchó la sonrisa y se removió nerviosa cuando Jack se sentó
junto a ella, en el borde de la piscina.
Todavía estaba bastante delgado, no obstante, su cara iba rellenándose con
carne donde antes casi todo era hueso. Estaba poniéndose tan guapo que
dudaba que, cuando recuperase todo su peso, pudiese mirarlo sin derretirse.
Notó las manos de Jack sobre sus mejillas y la besó con intensidad.
—Tenía muchas ganas de regresar a casa para verte.
—¿Dónde estabas? —Se interesó ella, jadeante tras el beso—. Esta
mañana, cuando he llegado, no te he visto.
—He ido a la destilería. Ya va siendo hora de que tome las riendas de mi
negocio. Lleva mucho tiempo abandonado y los accionistas no están
contentos precisamente.
—Me alegro, Jack. Me alegro de que vuelvas a retomar tu vida.
—Yo también —declaró sin dejar de mirarla a los ojos. Le cogió la mano
y entrelazó sus dedos—. Pero eso va a significar que voy a verte menos.
—No tiene por qué. No me voy a ir de Drogheda. —Rio.
—Pues deberías, Emily. —La besó fugazmente—. Deberías salir, ver
mundo, no quedarte encerrada en esta ciudad.
—Ojalá pudiese. —Fantaseó con ojos soñadores—. Iría a visitar tantos
lugares…
—¿Cuáles?
—España, México, Argentina, Brasil… y muchos más.
—Yo te llevaré a todos ellos —le prometió contra su boca—. Quiero ver
cómo brillan tus ojos con cada lugar, ver tu sonrisa en todos los rincones del
mundo.
Emily jadeó y cerró los ojos, extasiada.
—Algún día.
—Sí.
Jack se quitó la camiseta y la tiró al césped. Dio un pequeño salto y se
metió en el agua. Contempló a Emily, que continuaba sentada en el borde, y
se zambulló por completo. Cuando salió del agua, se acercó hasta ella y la
cogió por la cintura, para meterla en la piscina con él.
—Jack… —Rio al verse pegada a su cuerpo, mojado pero caliente.
Él capturó su boca y la besó allí mismo. La fue dirigiendo hacia una de las
esquinas y la atrapó en ella, rodeándola con sus brazos y apoyando las manos
en su trasero.
Emily gimió al notar sus dedos juguetear con la tela de su bikini. Enredó
las piernas alrededor de sus caderas y lo atrajo más, por lo que notaba su
erección apretada contra su sexo.
Sus lenguas jugueteaban dentro de sus bocas y las oleadas de placer
aumentaban conforme sus manos exploraban sus cuerpos. Ella no podía
estarse quieta. Necesitaba sentir a Jack, recorrer su torso, verlo contener el
aliento con cada roce, mover sus caderas contra su pene.
—Emily… te deseo tanto…
—Y yo a ti —susurró contra sus labios.
—Tenerte medio desnuda entre mis brazos me está volviendo loco.
—Seremos dos locos entonces. —Le lamió los labios y lo escuchó gemir
de gozo—. No sé si hoy voy a tener suficiente solo con los besos.
—Demasiados besos a escondidas para después separarnos como si nada
—asintió, bajando la mirada desde sus ojos hasta sus senos. Se humedeció los
labios al fijarse en ellos. No eran grandes, pero tampoco pequeños. Tenían el
tamaño adecuado, erguidos y orgullosos dentro del sostén del bikini. Alzó
una mano y acarició uno, pellizcando con suavidad su pezón, y viendo cómo
ella echaba la cabeza hacia atrás y jadeaba con los ojos cerrados—. Te haría
tantas cosas…
—Hazlas.
Jack sonrió de forma ladeada, tan caliente como nunca, y lamió su cuello,
dejándolo húmedo con su saliva, dándole cientos de besos mientras descendía
por su clavícula.
Rozó uno de sus pechos. Cubierto todavía por el bikini, mientras que con
la mano excitaba el otro, con los ojos puestos en su cara, deformada por el
gozo.
Le apartó la tela y el seno asomó por ella. Era tan suave como lo parecía.
Su rosado pezón estaba erguido por las atenciones recibidas, sin embargo,
Jack no se quedó ahí. Se lo metió en la boca y lo lamió como si de él
succionase vida. Como si hacerlo le diese alimento, logrando que ella gritase
de placer y que de su pene escapase una gota de semen, por la excitación.
Ver a Emily tan fuera de sí, respondiendo a sus caricias tan
fervientemente, pudo con él. Si seguía tocándola iba a correrse como un
joven inexperto.
Despegó la boca de su pecho y le dio un beso tan necesitado como
ardiente. Ella metió un dedo en el elástico de sus bermudas y Jack sonrió
contra sus labios. Notaba los pequeños dedos de Emily meterse dentro y bajar
poco a poco por su piel, hasta que encontraron su pene.
Al notar su grosor y su tamaño, ella abrió los ojos asombrada, haciéndolo
reír.
—Joder, Jack. —Lo agarró entre su mano y lo empezó a masturbar,
mirándolo a los ojos, disfrutando de sus reacciones.
Jack parecía derretirse. Apoyó la frente contra la de ella y la besó mientras
Emily seguía dándole placer.
Le temblaban las piernas, le temblaba todo el cuerpo. ¿Qué le pasaba con
ella que con un par de caricias estaba a punto de correrse? Lo tocaba con esa
delicadeza que la caracterizaba, pero con una decisión que lo encendía hasta
no ser capaz ni de pensar.
Cuando ya no pudo aguantar más, le apartó la mano y le devoró la boca.
Mientras lo hacía, acarició su sexo, apartando la tela de su bikini, dejando su
vagina a la vista.
La abrió de piernas y rozó su pene contra los delicados pliegues de Emily.
Sin embargo, antes de que pudiese penetrarla, el sonido de un coche lo
distrajo.
Al levantar la cabeza, reconoció el vehículo de su madre, que entraba en la
propiedad.
Cerró los ojos con fuerza y apoyó la frente sobre la de ella, sabiendo que
aquello no podría continuar.
—¿Es Isabella?
—Sí —gruñó, mientras intentaba recuperarse de ese mar de deseo que lo
engullía—. No podemos seguir.
—Lo sé.
Jack la besó por última vez, mientras ella lo rodeaba por el cuello y lo
apretaba más. Se separó a regañadientes y se recolocó el pene dentro de las
bermudas.
—Sal tú primero. Yo todavía no puedo hacerlo. —Porque, si lo hacía, su
erección sería más que evidente.
Emily asintió y, tras darle un último y fugaz beso, salió del agua y se
dirigió hacia donde Owen seguía dormido, para coger su toalla.
Jack la alcanzó poco después, con la erección todavía apretándose contra
las bermudas, pero no tan escandalosa como al principio. Se acercó a ella por
detrás y pegó la boca a su oído.
—Cena conmigo mañana. —Apoyó la mano en su fina cintura y lamió su
lóbulo—. Ojalá pudiese ser hoy, pero tengo algo que resolver antes.
Emily se mordió el labio inferior y sonrió.
—¿Cenar aquí? ¿En tu casa?
—Ajá.
—¿Vas a cocinar para mí?
Jack soltó una carcajada y alzó las cejas.
—No creo que quieras que haga eso. Acabarías muerta de hambre.
—¿Y… qué pasa con Isabella? ¿No se molestará tu madre?
—Yo me encargo de todo, por eso no te preocupes. —Le mordió el cuello
y Emily jadeó—. Te espero mañana a las ocho y media.
CATORCE

Jack abrió la puerta del garaje donde tenía guardados sus dos coches.
Se dirigió hacia el que tenía una lona sobre él y se la quitó de encima.
Cuando la tiró al suelo, se fijó en el deslumbrante Bentley Continental de
color negro que compró un año atrás.
A Conor le encantaba ese vehículo y lo conducía a menudo, ya que Jack
solo podía hacerlo los fines de semana, porque su trabajo en la destilería no le
dejaba mucho tiempo libre los días laborales.
Abrió la puerta del conductor y tomó asiento, cogiendo el volante entre
sus manos. Al girar la cabeza, vio algo refulgente en el asiento de al lado. Era
una horquilla con brillantes. De Teresa. A ella siempre le gustaron las cosas
caras, los lujos.
Qué estúpido fue al fiarse de ella. Se dejó deslumbrar por su cabello rubio
como la miel, por sus ojos azules, por su cuerpo voluptuoso lleno de curvas.
Creyó que lo quería, tal y como aseguraba, cuando en realidad mantenía una
relación paralela con su hermano pequeño.
Le desgarraba el alma recordar la traición de Conor.
Hubiese dado la vida por él, Jack hubiera antepuesto su vida a la de su
hermano, no obstante, aquel sentimiento no fue recíproco.
Lo engañaron, le hicieron creer que Owen era su hijo, se quedaron con
mucho de su dinero y se marcharon sin importarles la familia que dejaban
destruida.
Isabella también lo pasó mal al enterarse de la noticia, pero volcó toda su
atención en el niño. Seguía siendo su nieto, el bebé no tenía culpa de los
errores de sus padres.
Jack apoyó la cabeza en el volante del coche y cerró los ojos con fuerza. A
veces, por mucho que se esforzase, el dolor regresaba.
El psicólogo que lo visitaba decía que era normal, que debía aprender a
lidiar con él y a hacerlo desaparecer. Pero era tan difícil…
—¿Jack? ¿Estás aquí?
Al escuchar la voz de Ronnie, se obligó a recomponerse. Salió del Bentley
y cerró la puerta, para encontrarse a su amigo frente a él.
Tenía buen aspecto. Siempre lo tenía.
Vestía con unos pantalones chinos claros, un polo de manga corta azul
oscuro, y, sobre su cabeza, unas gafas de sol.
Cuando llegó a su lado, Ronnie le dio un abrazo, sin dejar de sonreír.
—¡Qué buen aspecto tienes! —Le palmeó la espalda—. Cuando tu madre
me ha dicho que parecías otro, no me lo creía.
—No parezco otro, soy más yo que hace dos meses.
—Es verdad. Menos mal que te has cortado esos pelos. —Rio—. ¡Y que
vuelves a comer como una persona! Ya no pareces a punto de caerte al suelo
por desnutrición.
—No jodas, Ron, nunca he parecido desnutrido.
—¡Claro que lo parecías! ¡Si hasta te dio un bajón de azúcar por la mala
alimentación! ¡Menudo susto nos diste, cabrón!
—Ya estoy recuperado. —Le quitó importancia.
Ronnie dio una vuelta alrededor del coche y silbó.
—No me acordaba de esta bestia. Sigue siendo tan bonito como cuando lo
compraste.
—Voy a deshacerme de él, ¿quieres comprármelo?
—¿Lo dices en serio? —Ronnie rio—. Yo no tengo tanto dinero como
para comprar coches de lujo.
—¿Te estás riendo de mí? ¿Me lo dice el mismo tío que tiene tres barcos?
—Son de herencia familiar.
—Tres mil euros y el Bentley es tuyo —comentó Jack, mirándolo a los
ojos.
—¿Tres mil? Pero si las ruedas que lleva son más caras que eso.
—Me da igual, el dinero no es importante. —Metió la mano dentro del
coche y quitó las llaves del contacto. Se las dio a Ronnie—. Llévatelo.
—Joder, Jack. —Soltó una carcajada—. Vengo a ver a mi amigo y me voy
con su coche.
—Así querrás venir más a menudo.
—Pero si yo quiero venir, pero tú no me dejas hacerlo. Cada vez que
aparecía por tu casa me echabas como a una cucaracha.
Jack suspiró y ladeó la cabeza, mirando a Ronnie con cariño. Ese tío
siempre había estado ahí, a pesar de no ser de la familia, ni de unirlos ningún
lazo de sangre. Era una de las pocas personas en las que podía confiar
plenamente.
—Siento la forma en que me comporté. Tengo intención de ponerme bien
del todo.
—Pues vas por buen camino.
—Me visita un psicólogo que me ayuda.
—Un psicólogo… y cierta chica, ¿no? —Ronnie agitó las cejas, socarrón,
por lo que Jack se echó a reír.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Isabella.
—¿Mi madre? —¿Lo sabía? ¿Su madre se había dado cuenta de que
Emily y él…?
Ronnie apoyó la cadera sobre el Bentley, junto a Jack, se cruzó de brazos
y continuó mirándolo, sonriente.
—¿Quién es ella? ¿A quién tengo que darle un par de besos por ayudarte?
Jack se mordió el labio inferior y pensó en Emily. En sus sonrisas, en su
ternura, en lo que su cuerpo experimentaba cuando la tenía cerca.
El pasado día, en la piscina, estuvieron a punto de hacer el amor, pero su
madre llegó antes de que lo lograsen.
Tenía unas ganas locas de verla. Era sábado, su día de descanso, no
obstante, esa misma noche cenarían juntos y podría disfrutar de la visión de
Emily con luz tenue, la tendría para él solo y no habría nadie que los
interrumpiese.
—Ella es la niñera de Owen.
—¿En serio? —le preguntó Ronnie alzando las cejas, soltando una
carcajada—. ¿Te estás tirando a la niñera del crío, pedazo de cabrón? ¡Bien
hecho!
—No hables así de ella, Ron —le advirtió torciendo un poco el gesto—.
Es una mujer muy especial.
—¿Vas en serio con ella, Jack?
Él se encogió de hombros, bajando la vista al suelo.
—Todavía no hemos hablado sobre lo nuestro. Lo que tenemos no tiene
nombre.
—¿Pero te gusta de verdad?
—Me gusta. Me parece una mujer preciosa que vale la pena —confesó
con una tímida sonrisa asomando de sus labios.
—¡Vaya! ¡Sí que te ha pegado fuerte!
Jack miró a Ronnie y rio con él.
—No sé, Ron. No sé si me ha dado muy fuerte o no, pero con Emily
siento que puedo conseguir cualquier cosa.
—Tienes que presentármela, y a mi mujer —habló, rodeándolo por los
hombros—. Y tenemos que salir los cuatro en los barcos. Sam estará
encantada de verte de nuevo, y de saber que estás bien.
—Algún día —le prometió—. Pero todavía es pronto para eso. Apenas
nos conocemos. No sé si somos compatibles, o si… puedo confiar
plenamente en sus palabras.
—Jack, amigo, no todas las mujeres son como Teresa. Tuviste mala
suerte, eso es todo. —Ronnie se miró el reloj de muñeca y tiró de su brazo
hacia fuera de la cochera—. ¿Tienes hambre? Te invito a comer. Dicen que
han abierto un restaurante nuevo en el paseo marítimo de Drogheda.
Jack quiso decirle que no. No le apetecía salir de casa, relacionarse con
gente. Se sentía más seguro allí. Sin embargo, sabía que le vendría bien
airearse para que su cabeza no diese vueltas cada vez que se le olvidaba no
pensar.
—Vamos. Pero no puedo tardar mucho. Esta noche tengo planes.
—Te traeré a casa antes de que Cenicienta llegue a visitar a su príncipe
azul —añadió burlón.
—Ronnie… sigues siendo tan cabrón como siempre.
—Las cosas buenas nunca cambian, amigo.

Emily se miró en el espejo de su habitación y alisó la falda de su vestido


morado. Era de tirante grueso, con escote corazón y entallado hasta la cintura,
para después caer recto por encima de sus rodillas.
Se notaba que no era nuevo. La tela había perdido un poco el color y la
pedrería que tenía cosida en el escote, no estaba completa, le faltaban algunos
brillantes. Sin embargo, era el vestido más bonito que tenía, y quería que Jack
la viese guapa esa noche.
Se calzó sus zapatos de tacón negros, los únicos que tenía, y se dejó el
cabello suelto. Se pintó los labios con carmín y se puso algo de máscara de
pestañas. Pasó una mano por el flequillo y suspiró, nerviosa, viendo el
resultado final.
Distaba mucho de ser de ese tipo de mujeres que quitaban el hipo. Emily
no tenía sus curvas, ni su sensualidad, pero poseía una serenidad y una
delicadeza que embelesaba a todo el que la miraba.
Salió de la habitación, tras coger su bolso, y llegó al salón, donde su padre
y Karen guardaban ropa en unas cajas de cartón. Llevaban toda la semana
liados con la mudanza y a Raphael se le veía muy feliz.
—¡Oh… Emily, pero qué guapa vas! —exclamó Karen, dejando la
chaqueta que tenía en la mano sobre el sofá, acercándose para verla mejor—.
Date una vuelta.
Emily rio e hizo lo que le pidió.
—¿Verdad que tu hija va preciosa, Raphael?
—Muy guapa —asintió él, con ojillos tristes. Emily siempre sería su niña,
y verla así le recordaba que realmente era toda una mujer.
—¿Adónde vas? ¿Sales con Dede? —Se interesó Karen.
—No, he quedado con otra persona.
—¿Con quién? —dijo su padre, enarcando las cejas.
—Tengo una cita, papá.
—¿Va a venir a recogerte a casa?
—No, esta noche no.
Raphael entrecerró los ojos y resopló, en desacuerdo porque su hija
tuviese que irse sola.
—¿Y por qué no viene a por ti y se presenta? Al menos quiero verle la
cara.
—¡Papá, modernízate! Ya no estamos en los cincuenta. —Rio ella,
ladeando la cabeza.
—Pues no me parece bien.
—Raphael, deja a Emily —la defendió Karen, apoyando una mano en su
hombro—. Si no recuerdo mal, tú tampoco fuiste a ver a mis padres el primer
día que salimos.
—Pero mis intenciones eran buenas. En cambio, no sé qué intención tiene
ese con mi hija.
—Papá, solo vamos a cenar —contestó acuclillándose a su lado—.
Además, si te vas a quedar más tranquilo, te diré que ya lo conoces.
—¿Lo conozco? —Raphael se quedó extrañado—. ¿No será Dave?
—No, no es Dave. Es el hombre que vino a buscarme la otra noche a casa.
—¿Y quién es él? ¿Es de Drogheda?
—Ajá. —Emily le dio un beso a Raphael—. Es Jack Myers.
Tanto su padre como Karen abrieron los ojos muy asombrados.
—¿Ese hombre que vino el otro día es tu jefe?
—El mismo.
—¿Y vas a salir con él? ¿Pero no tenía depresión? —Parecía contrariado.
—Ya está mucho mejor. —Emily se miró el reloj de muñeca, con los
nervios a flor de piel, era hora de marcharse—. Tengo que irme, pasadlo bien
esta noche.
—Tú también, pásalo bien con él. Divertíos. —Le deseó Karen,
cogiéndola de la mano.
—Y dile que quiero conocerle —insistió Raphael—. Puede ser tu jefe,
pero yo soy tu padre y quiero saber cuáles son sus intenciones contigo.
—Sí, papá. —Resopló con los ojos en blanco.

Cuando salió a la calle, encontró un coche aparcado justo en la puerta de


su casa. Era un todoterreno oscuro y enorme.
De él salió Jack, vestido con una camisa oscura y unos pantalones de
pinza que le quedaban como un guante.
Se sonrieron en cuanto sus ojos encontraron a los del otro, y sus corazones
se aceleraron.
Él rodeó el vehículo y le abrió la puerta del copiloto, para que Emily se
acomodase. Cuando lo hizo, lo agarró por las mangas de la camisa y lo atrajo
a su cuerpo, para darle un beso.
—Eres todo un caballero, Jack Myers. —Le sonrió—. No hacía falta que
vinieses a buscarme.
—Sí hacía falta. —Le besó la nariz—. Si quieres que te diga la verdad, lo
he hecho porque no he podido aguantar las ganas que tenía de verte. —La
miró de arriba abajo y resopló, con una sonrisa ladina—. Estás preciosa con
ese vestido.
—Tú también estás muy guapo.
—¿Tienes hambre?
—Mucha hambre.
—Entonces me alegro de no haber cocinado yo —bromeó contra su boca.
Jack condujo hasta su casa en silencio. De hecho, ninguno de los dos dijo
nada desde que el vehículo comenzó a rodar por la carretera. No obstante, no
era un silencio incómodo, ni mucho menos. Emily lo observaba conducir
embelesada. Jack desprendía una fuerza y tal sensualidad al volante que era
incapaz de apartar la mirada.
Cuando llegaron a su casa, el absoluto silencio que allí reinaba hizo
fruncir el ceño a Emily.
—¿No hay nadie?
—Nadie más que nosotros —asintió agarrándola por la mano y
conduciéndola hacia el salón—. Esta noche, mi madre se ha llevado a Owen a
su casa, a dormir.
—¿Tu madre vive en otra casa? Pensaba que…
—Se está quedando aquí desde que ocurrió… aquello. —Se quedó callado
y bajó la vista al suelo—. Pero ella tiene una casa al otro lado del río. Donde
vivía con mi padre.
—¿Tu padre murió?
—Sí, hace dos años.
—Mi madre también nos dejó, pero yo era una niña. Tenía nueve años.
—Seguro que, esté donde esté, estará muy orgullosa de la hija que tiene
—le susurró abrazándola.
—Tu padre también lo estará.
Lo besó con ternura y entrelazó los brazos alrededor de su cuello,
profundizando el contacto. Las manos de Jack la rodearon por la cintura y la
apretaron contra su torso. Olía tan bien… Olía a jabón, a sándalo, a madera…
Emily jadeó contra su boca y él la levantó en peso del suelo, sabiendo que
como siguiesen besándose, la cena acabaría en la basura, y ellos en la cama.
Haciendo alarde de su fuerza de voluntad, Jack la dejó en el suelo y le
acarició la mejilla, maravillándose de lo suave que era.
—Vamos a cenar.
Cuando llegaron al salón, Emily se tapó la boca con las manos al ver lo
bonita que estaba decorada la mesa. Repleta de velas, de flores y una cubitera
en la que se enfriaba un exquisito vino blanco.
La luz era muy tenue, creando una atmósfera íntima y romántica.
—Es precioso, Jack.
Él se colocó tras Emily y la rodeó con los brazos, por la cintura, apoyando
el mentón sobre uno de sus hombros, con la boca muy cerca de su oreja.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
—He pedido una cena fría, porque no sabía si llegaríamos a tiempo de
comerla caliente.
La condujo hacia la mesa y le apartó la silla, para que se sentase. Él se
colocó en la silla de enfrente y, con un pequeño mando a distancia, encendió
el reproductor musical y una suave música jazz llenó sus oídos.
—Nunca se habían tomado tantas molestias por mí.
—No puede ser verdad —la contradijo él, entrecerrando los ojos—. ¿Con
qué clase de hombres has salido?
—Con chicos muy normales. —Se encogió de hombros, mirando todos
los detalles—. La verdad es que no he salido con demasiados.
Jack le cogió la mano y le acarició la palma con uno de sus dedos,
logrando que Emily suspirase.
—A riesgo de parecer un cromañón, te confesaré que me alegro de que
sea así.
—¿Tú has salido con muchas mujeres?
—Con alguna que otra.
—¿Eso es un sí? —insistió, alzando una ceja.
—Digamos… que tuve una época de picaflor —respondió con una sonrisa
canalla.
—Tuviste que ser un peligro, Jack Myers —añadió mirándole a los ojos
—. Caerían rendidas a tus pies.
—Tampoco fue para tanto. Nos divertíamos y nada más. —Cogió la
botella de vino de la cubitera y sirvió un poco en ambas copas. Le dio una a
ella y las entrechocaron, para brindar—. Por esta noche.
—Porque sea inolvidable.
—Lo será. Todo lo que tiene que ver contigo lo es.
Bebieron un sorbo y dejaron las copas sobre la mesa. Jack destapó las
bandejas con la cena, repletas de canapés fríos y caviar.
Degustaron cada canapé, bebieron más vino y charlaron pausadamente a
la luz de las velas.
Emily no podía dejar de mirarlo y compararlo con el hombre taciturno que
había conocido. El Jack que tenía delante estaba relajado, nada en su
expresión denotaba la crispación del principio, ni la hostilidad que reflejaban
sus ojos antes de su cambio.
—Te has quedado muy callada —dijo él, colocándose la copa sobre la
boca.
—Estaba pensando en todo lo que ha pasado desde que nos conocemos.
Él fijó su mirada en la de Emily y notaron un remolino recorrerles el
estómago, una energía fuerte que los unía, aunque apenas se tocasen.
—Debiste pensar que era un gilipollas.
—No fue eso lo que pensé. Pero… me confundía tu actitud —admitió.
—Yo también estaba confuso. No quería ver a nadie, pero tú te colabas en
mi mente a todas horas.
—Y tú en la mía.
Se sonrieron y Emily bajó la vista a su plato, ya que notó los colores
subirle a las mejillas.
—Me gusta cuando te sonrojas. Me dan ganas de besarte.
—¿Y por qué no lo haces?
—No me animes, o se acabará la cena antes de tiempo. —Sonrió con
sensualidad—. No puedes imaginarte las ganas que tengo de tenerte para mí
solo.
—Hasta donde yo sé, aquí no hay nadie más —comentó, con un agradable
cosquilleo en su bajo vientre—. A no ser que tu madre aparezca de repente
por la puerta, estamos tú y yo solos.
Jack rio y negó con la cabeza, muy seguro.
—Mi madre no va a venir, me he asegurado.
—¿Qué le has dicho a Isabella para que se quede en su casa con Owen?
—La verdad. Que tenía una cita —declaró con tranquilidad.
—¿Y no te ha preguntado con quién?
—Sabe con quién estoy, Emily. A esa mujer no se le escapa nada.
—¿Nos ha visto… juntos?
—Tuvo que vernos ese día que nos sorprendió en la sala.
—Qué vergüenza. —Rio, tapándose los ojos con una mano.
Jack se levantó de su asiento y fue hasta ella. Le tendió una mano para
ayudarle a levantarse. Emily la aceptó de inmediato.
—¿Qué haces? ¿Adónde vamos?
Él acercó el cuerpo de ella al suyo y le susurró en el oído.
—Me encanta esta canción.
—¿Quieres bailar? —Rio—. No sé hacerlo. Nunca he bailado jazz.
—Solo hay que seguir el ritmo. —Le guiñó un ojo—. Yo te guio.
Con los cuerpos pegados, se balancearon al ritmo de la música.
Jack apoyó una mano sobre su cintura y con la otra cogió la de Emily. Le
besó los nudillos, haciéndole contener el aliento. No dejaron de mirarse, no
podían hacerlo. Estar juntos era una necesidad que no lograban entender.
Sentían el corazón del otro contra su pecho, notaban sus latidos acelerados, la
urgencia con la que su sangre bullía dentro de sus venas.
Jack juntó sus frentes y rozó su nariz contra la ella, que cerró los ojos,
dejándose llevar.
Se besaron. Y lo hicieron con una sensualidad que los desarmó, que los
dejó temblorosos y los instó a seguir haciéndolo. Era tan fuerte eso que
sentían que se separaron jadeantes, mirándose anonadados.
—¿Quién eres tú, Emily Bristol? Quiero saberlo todo sobre ti.
Ella rio nerviosa y apoyó la cabeza sobre el torso de Jack, mientras sus
cuerpos seguían balanceándose al ritmo de la suave música.
—En mi vida no hay nada interesante digno de relatar.
—Da igual. Cuéntame cosas sobre tu día a día, sobre lo que haces cuando
no estás trabajando en casa.
—Normalmente regreso con mi padre y le hago compañía toda la tarde. —
Sonrió mirando a Jack—. Y algunas veces salgo con Dede y Dave.
—¿Tus amigos?
—Sí.
—¿Son pareja?
—¿Dede y Dave? —Soltó una carcajada—. No. Dede empezó a salir hace
poco con un chico y está muy ilusionada con él.
—¿Y el tal Dave?
—Dave no tiene pareja. —Rio—. De hecho, fuimos novios hace tiempo.
Jack dejó de bailar y la miró entrecerrando los ojos.
—¿Y sigues quedando con él?
—Es un buen chico.
Algo en la mente de él chirrió cuando Emily dijo aquello. La soltó como si
su contacto quemase y se alejó de ella. No dejaba de recordar a Teresa y a
Conor. Lo engañaron. Le hicieron creer que su relación era simplemente de
amistad, la que podía tener cualquier persona con su cuñado.
Todo le daba vueltas en su cabeza. Pensaba en Emily con el tal Dave. En
que podía tocarla, en que ella dejaría que lo hiciese, en que volverían a
engañarlo. En que todo volvía a ser gris. El dolor, la desesperación, la
soledad… las ganas de acabar con todo.
—¿Jack? ¿Estás bien?
Él la miró con ojos glaciales y dio media vuelta, sintiendo ese nudo tan
familiar en el pecho.
—Se acabó la cena.
—¿Qué, por qué? —Fue tras él, sin comprender nada—. ¿Qué ha pasado?
—No pasa nada, Emily, y es mejor que siga sin pasar nada.
—¿Te refieres a nosotros? —le preguntó, confusa.
—Sí, maldición —respondió levantando la voz.
Se quedó de piedra, sin poder mover ni un músculo del cuerpo. No
comprendía lo que le había ocurrido para que se comportase de esa manera.
Lo vio meterse la mano en el bolsillo y sacar un par de billetes.
—Llama a un taxi para que te lleve a casa.
—¡No me voy a ir hasta que no me digas qué te ocurre!
—¡Lo que me ocurre es que no quiero que estés aquí! —gritó sin poder
mirarla a los ojos. Le dio la espalda y apretó los puños a cada lado del
cuerpo.
Ella se acercó un poco a él, frustrada. Intentó tocarlo pero Jack se apartó.
—¿Quieres hacer el favor de decirme por qué te comportas así?
¡Estábamos bien, Jack! No entiendo nada.
—¡Que te largues! —chilló, tapándose los ojos con las manos—. ¡Vete
con tus amigos, vete con Dave!
Ella abrió la boca al escuchar aquello. Entrecerró los ojos y se colocó
frente a él, enfadada. Lo miró con decisión, sin titubeos y puso los brazos en
jarras.
—¿Así que es por eso? ¿Es por Dave? —Él no contestó—. ¡Es mi amigo,
Jack!
—¡No voy a permitir que se rían más de mí!
—¿Crees que es lo que quiero? ¿Crees que estaría aquí, contigo, si me
interesase Dave? ¡Tienes que confiar en mí!
Él apretó los labios, sin poder dejar de mirar su bonita cara contraída por
el enfado. No obstante, su dolor y el miedo al engaño eran más fuertes que
todo lo demás.
—¡Vete, Emily!
—¡No!
—¡Que te vayas! —gritó a muy pocos centímetros de su cara.
—¡No me voy a ir, Jack! —Lo encaró—. ¡Yo no soy ella! ¡No soy como
tu exmujer!
—Fuera —repitió con voz temblorosa.
—¡No soy como ella!
—Emily, por favor… vete —le suplicó con la voz rota.
Ella jadeó y negó con la cabeza.
—No me voy a ir —declaró en voz baja. Lo agarró por la camisa y lo
abrazó con fuerza, apoyando su frente contra la de él. Lo miró a los ojos y le
sonrió tímidamente—. No te voy a dejar solo, así que no vuelvas a echarme
de tu casa. Me voy a quedar contigo hasta que comprendas que no quiero
hacerte daño. Yo no soy ella, Jack.
Una lágrima resbaló por la mejilla de él y Emily se la limpió con el dorso
de la mano. Lo besó con delicadeza y suspiró aliviada al darse cuenta de que
él respondía con ganas. Se abrazaron tan fuerte que ni el aire pasó entre sus
cuerpos.
Ella separó sus labios y lo cogió del mentón, para que la mirase. Le dio un
último beso.
—Te quiero.
El mundo de Jack dio un vuelco al escuchar aquellas palabras. Jadeó
emocionado y respondió a su declaración fundiendo sus bocas, pero no fue un
beso tierno, ni suave, sino brutal, sin ninguna delicadeza. La cogió en peso y
la llevó a su habitación, sin embargo, Emily apenas se dio cuenta de dónde
estaban porque las manos de Jack la acariciaban con una urgencia
devastadora.
No se fijó en la enorme cama que presidía la estancia, ni en el amplio
ventanal que había frente a ella, ni el descomunal armario de diseño que
limitaba con la puerta de un cuarto de baño privado.
Solo pudo verlo a él, sentir sus besos y responder a ellos con todas las
ganas que había estado aguantando durante la cena. No quiso despegar sus
ojos de Jack, porque la visión tan sensual que le proporcionaba su deseo, era
todo lo que necesitaba.
—Emily… —susurró contra su boca—. Perdóname.
—No tienes que disculparte. —Besó su cuello y notó cómo él se
estremecía, cómo la recostaba poco a poco sobre la cama y cómo se colocaba
sobre ella, dejando su agradable peso sobre su cuerpo.
—Soy un bruto, un insensible, un tonto…
—No eres nada de eso. Eres el hombre más dulce que he conocido nunca.
Él clavó sus ojos en los de ella y otra lágrima resbaló por su rasposa
mejilla. Juntó sus frentes y la besó como si el oxígeno de sus pulmones solo
pudiese ser insuflado por aquella mujer.
—Eres tú —le dijo contra su boca—. Solo tú puedes salvarme, Emily. —
Le mordió el cuello y ella alzó las caderas, tan excitada que Jack se quedó
maravillado—. Sálvame de mí. —Levantó la falda de su vestido y agarró uno
de sus muslos. Lo acarició por la cara interna y ella gimió—. Yo soy mi peor
enemigo, te necesito.
—No me voy a marchar —le repitió contra su boca—. Te quiero, Jack.
Se quitaron la ropa despacio, disfrutando de cada pequeña parte de piel a
la vista, acariciándose, besándose con desesperación y un deseo que nunca
antes hubiesen experimentado. Cada jadeo, cada susurro candente, cada
suspiro.
Jack contempló a Emily desnuda, con ojos brillantes, haciéndola sentir
bonita porque la miraba como si fuese única, como si nadie pudiese ser tan
perfecta como ella.
Enredó las manos en el cabello de él cuando este se zambulló entre sus
pechos, lamiéndolos con glotonería, llevándola muy alto con su boca,
deslizando una de sus manos por su abdomen, encontrando su sexo y
acariciando sus pliegues casi con reverencia, trazando círculos alrededor de
su clítoris.
Estaba tan mojada, tan preparada para él, que no pudo evitar que su boca
desease lamer aquella parte de su cuerpo.
Bajó poco a poco por sus costillas, dejando un reguero de besos a través
de ellas, lamiendo cada porción de su piel, muriendo de gozo al escucharla
gemir.
Cuando sus labios alcanzaron su vagina, el cuerpo de Emily se tensó y sus
caderas se alzaron involuntariamente, deseosas de recibir más placer. La
lengua de Jack ocupó el lugar de su mano y la excitó lamiendo el duro botón
que tanto deleite le proporcionaba. Mientras lo hacía, la miraba. Emily se
acariciaba los pechos, con los ojos entrecerrados. Parecía una diosa.
Aumentó la velocidad y los gemidos de ella se tornaron más fuertes.
Gimoteó algo que no pudo entender, sin embargo, no le importó, porque le
era suficiente con verla disfrutar mientras le daba placer con la boca, mientras
su bello cuerpo se retorcía en la cama.
Tras un nuevo gemido, Emily alcanzó el orgasmo y su cuerpo se relajó.
Jack ascendió por él, sin dejar de besar cada centímetro de piel, y cuando
llegó hasta su cara, devoró sus labios en un beso impetuoso y delirante.
—Eres preciosa —le susurró contra su boca y ella le abrazó, con ojos
soñolientos por el gran clímax que Jack le había proporcionado.
No obstante, lo obligó a acostarse y le sonrió con picardía mientras se
colocaba sobre él, a horcajadas.
Lo besó enardecida. Tener a Jack para ella sola era una locura, su cuerpo
reaccionaba al instante, y a pesar de haber experimentado el mejor orgasmo
de su vida, quería más.
Cogió su pene entre las manos y lo condujo hasta su estrecha abertura, sin
apartar los ojos de él, disfrutando con cada una de sus reacciones.
Era grueso, mucho. Se mordió el labio inferior mientras su vagina lo
albergaba en su totalidad, porque el gozo que estaba sintiendo era demoledor.
Conforme Emily fue introduciéndose su miembro dentro de ella, el
semblante de Jack se tornó suplicante. No podría aguantar todo ese placer.
Era muy estrecha y tenía la sensación de que explotaría nada más empezar.
Llevaba demasiado tiempo sin sexo, y Emily era una tentación demasiado
grande para él.
Apoyó la mano en una de sus caderas y jadeó cuando ella se movió contra
él, provocando una deliciosa fricción entre sus cuerpos.
No podían hablar, no podían hacer nada que no fuese mirarse embelesados
y perderse en aquel remolino de sensaciones.
Emily aumentó el ritmo y ambos gritaron. Se devoraron los labios en un
beso tan erótico que el mundo acabó de desdibujarse a su alrededor. Solo
estaban ellos.
El clímax los sorprendió y arrasó a la vez, dejándolos temblorosos,
quedando entrelazados íntimamente durante el tiempo que les supuso
recuperarse.
Jack derramó su semen dentro de ella, pero a ninguno de los dos pareció
importarle. Ya hablarían sobre ello en otro momento, cuando pudiesen pensar
con claridad y el recuerdo de aquel acto sexual fuese menos abrumador.
Cuando sus respiraciones se normalizaron, y Emily se tumbó a su lado,
colocó un brazo sobre su estómago, posesivamente, pegándola a su costado.
Abrazados, saciados y con la sensación de haber gozado de la mejor
experiencia de sus vidas, el sueño los llevó con él a su maravilloso letargo.
QUINCE

Dede apoyó la mejilla sobre el pecho de Andrej y continuaron mirando las


estrellas desde dentro del coche de este.
Acababan de hacer el amor allí mismo, en medio del campo. En el lugar
donde se dieron su primer beso. Estaban exhaustos.
Había sido un día bastante duro en la carnicería, y después tuvo que ir a la
Red Cross a echar una mano, como de costumbre. Así que, estaba agotada.
Se le cerraban los ojos, y la relajación era tal que empezó a quedarse
dormida escuchando el suave latir del corazón de Andrej.
Él le acariciaba el brazo y sonreía. Siempre lo hacía cuando estaba con
ella. Dede se estaba convirtiendo en alguien muy importante en su vida, a
pesar de que llevaban muy poco tiempo juntos. No obstante, lo que tenían era
tan fuerte y tan especial que ninguno de los dos dudaba de que aquello
duraría para siempre.
Andrej la abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente.
—Vístete, vas a coger frío.
—Prefiero pasar frío que moverme. Eres una buena cama.
Él se echó a reír y le dio una palmada en el trasero.
—Vamos, no quiero que luego me eches la culpa si coges un resfriado. —
Le pasó su ropa y él también se colocó la suya.
Dede hizo un puchero con los labios, pero obedeció. Se metió el vestido
por la cabeza y cubrió su cuerpo. Nada más hacerlo, se llevó una mano a los
labios aguantando un bostezo.
Andrej la abrazó de nuevo y le dio un suave beso.
—Te llevaré a casa. Se nota que estás cansada.
—No, todavía no. Ni siquiera hemos podido hablar de nada.
—Hemos hecho algo mejor que hablar —comentó, socarrón, mordiéndole
el cuello.
Dede rio y lo empujó un poco, para mirarlo a los ojos.
—No me has dicho qué tal te ha ido en tu entrevista en el supermercado.
—Bien, creo que les he gustado —respondió encogiéndose de hombros—.
Seguro que me llaman para trabajar.
—Ojalá lo hagan, Andrej. Estoy deseando que te deshagas de todos esos
coches de tu garaje.
Él la atrajo de nuevo hacia su cuerpo y devoró sus labios, incitándola a
besarlo con las mismas ansias que él.
—Pero no hablemos más de trabajo. —Le cogió la cara entre las manos—.
Hablemos de nosotros.
—Vale —respondió anonadada por lo guapo que era—. ¿Y de qué quieres
hablar?
—De que todavía no conozco a tus padres.
Dede rio y lo miró con adoración.
—¿Quieres conocerlos?
—¿De verdad tengo que responder a eso? —Le dio un beso tierno y
sensual y juntó sus frentes al separar sus labios—. Dede, voy en serio
contigo. Lo nuestro es de verdad. Quiero que tus padres sepan que soy de
fiar, que pueden confiar en mí. Que estén tranquilos cada vez que te vean
salir de su casa cada noche, que sepan con quién estás.
—¿No crees que es demasiado pronto?
—Tú ya conoces a mi abuela. No es pronto en absoluto —declaró
convencido—. A no ser… que no tengas claro lo que sientes por mí.
Dede se mordió el labio inferior y lo besó con fuerza, con el corazón
latiendo a una velocidad tan alta que pensó que acabaría escapando de su
pecho.
—Tengo muy claro lo que siento por ti, y a donde quiero que lleguemos
con lo nuestro. —Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó de nuevo—.
Ven mañana a casa a cenar. Te los presentaré.
Andrej sonrió abiertamente y la apretó contra él, logrando que Dede riese
por lo fuerte que la abrazaba.
Capturó sus labios con intensidad, besándose con una pasión desmedida.
Acababan de hacer el amor, sin embargo, sus cuerpos se caldeaban por
momentos, llegando a excitarse tanto o más que la primera vez.
Andrej metió la mano por debajo de su vestido y le acarició el muslo,
ascendiendo por él, acercándose a su cara interna, tan cerca de su sexo,
haciéndola jadear por las increíbles sensaciones que su contacto le
provocaban.
—Ya tengo ganas de ti otra vez —le susurró al oído. Introdujo la mano
dentro de sus braguitas y acarició su vagina, ya lubricada por la pasión—.
Joder, Dede, eres perfecta, eres todo lo que necesito.
Ella se montó a horcajadas sobre sus piernas y lo besó, tomando el control
de la situación. Le quitó de nuevo la camiseta, dejando su fuerte pecho al
descubierto, besando cada rincón de él y haciéndolo gemir cada vez que sus
labios se posaban sobre él.
Sin embargo, el sonido del cristal de la ventanilla al ser golpeado, los
sobresaltó. Dede se tapó la cara con las manos cuando la potente luz de una
linterna le dio justo en los ojos.
Andrej maldijo en voz alta y la cubrió con su cuerpo, protegiéndola de la
persona que estaba fuera y no dejaba de aporrear el cristal.
—¿Quién coño…? —preguntó él, apretando la mandíbula.
—¡Policía, abra la puerta! —gritaron desde el exterior.
Andrej cerró los ojos con mucha fuerza al saber la identidad de la persona
que acababa de molestarles, y apretó los labios.
—Espera aquí —le dijo a ella, intentando ser suave, cuando lo que le
apetecía era golpear a cierto agente—. Hablaré con él.
Se incorporó del vehículo y se dio cuenta de que había tres agentes frente
a su coche. Lo apuntaron con la linterna y Andrej entrecerró los ojos, pues la
luz le molestaba.
—¿Hay algún problema, agentes?
—¿Qué hace aquí estacionado?
—Nada, solo estábamos…
—¿Estábamos? —lo interrumpió el agente—. ¿Hay alguien más dentro
del coche?
Andrej maldijo su estupidez y apartó la mirada.
—Mi novia.
Otro agente rodeó el coche y abrió la puerta del copiloto, ordenándole a
Dede que saliese también al exterior. Ella miró a Andrej, con un poco de
temor en los ojos.
—No hemos hecho nada, agente.
—Estáis estacionados en una propiedad privada —le indicó—. El dueño
ha telefoneado para dar la voz de alarma.
—Nos vamos ya mismo, no se preocupe —dijo, conciliador—. No sabía
que esto tuviese dueño.
El agente asintió y apuntó hacia la matrícula de su viejo Renault con la
linterna.
—Enséñame la documentación del coche y os podéis marchar.
Andrej abrió la puerta y metió medio cuerpo dentro del vehículo, para
abrir la guantera. Estuvo buscando unos segundos y finalmente salió con las
manos vacías.
—No los tengo, he debido dejarlos en casa.
—¿No tienes la documentación encima?
—Esta tarde lavé el coche y debí dejarla en mi garaje.
El agente le hizo una señal a uno de los otros y se acercó al coche,
alumbrando con la linterna hacia la luna delantera.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó Dede, que se abrazaba para intentar
calmar el frío.
—Todavía no, señorita, mi compañero está comprobando el número de
bastidor del vehículo.
—¿Para qué? Andrej puede enseñaros los papeles, solo tiene que ir a casa
a por ellos.
—Agente, no es necesario —la secundó él, visiblemente nervioso.
No obstante, el agente terminó la comprobación y le enseñó el resultado al
otro, que se los quedó mirando con el ceño fruncido.
—Vamos a proceder a deteneros.
—¿Detenernos? ¿Por qué? —preguntó Dede con el miedo pintado en el
rostro—. ¡No hemos hecho nada! —Un agente se dirigió hacia ella y le
colocó los brazos en la espalda, para ponerle unas esposas. Al darse cuenta,
Dede se resistió—. ¡No! ¡Somos inocentes, no hemos cometido ningún
delito!
—¡Suéltala! —rugió Andrej, que forcejeó con los otros agentes para ir a
ayudar a Dede, sin embargo, lo redujeron entre los dos y lo hicieron apoyar la
cara en el capó del coche—. ¡Ella no ha hecho nada!
—¡Andrej! —gritó Dede, muerta de miedo, con las lágrimas cayéndole
por las mejillas—. ¡Andrej! ¿Qué pasa? ¿Por qué nos detienen?
El agente que le puso las esposas, tiró de ella hacia uno de los coches
patrulla.
—Estás arrestada por el robo de este vehículo.
—¿Qué? ¡No! ¡Este es su coche, él no lo ha robado! —Recordaba con
exactitud que Andrej le aseguró que el Renault era suyo—. ¡Se equivocan! —
Miró a Andrej, que intentaba librarse de los agentes, pero estos no se lo
permitían—. ¡Andrej! ¡Por favor, diles que se equivocan!
Sin embargo, él no dijo nada. La miró con pesar y negó con la cabeza.
Dede al darse cuenta de la verdad, sintió un leve mareo que la hizo
trastabillar.
La había engañado. Le aseguró que ese coche era suyo, y ella como una
estúpida lo creyó.
El agente tiró de nuevo de ella y Dede se echó a llorar.
Andrej rugió al verla e intentó soltarse.
—¡Ella no es la culpable! ¡Soy yo, joder, yo robé el coche! ¡Dejadla libre!
—chilló desesperado.
Pero tuvo que callar debido a un golpe en las costillas. Uno de los agentes
le dio con la porra en el costado, dejándolo sin habla por el dolor.
A Dede la metieron en un coche patrulla y se la llevaron de allí, mientras
que con Andrej procedieron a hacer lo mismo.
Mientras se alejaba, Dede lloraba lágrimas amargas por el miedo, y el
descubrimiento de que el chico por el que hubiese puesto las manos en el
fuego, la hubiera engañado. Se había reído de ella, la había tomado por tonta.
Y se lo merecía, por crédula.
Cuando llegaron a la comisaría, la arrastraron a una de las celdas y la
metieron dentro, después de quitarle las esposas.
Dede suplicó que la dejasen libre, pero nadie le hizo caso.
Tenía frío. Aquel era un lugar sombrío y sin calefacción, en el que solo
había un camastro bastante viejo, en el que no pensaba sentarse.
Agobiada y sin saber qué hacer, se dejó caer al suelo, en un rincón de la
celda, donde continuó llorando durante horas.
La dejaron salir de allí al amanecer, cuando su padre pagó la fianza.

Los jadeos de Emily encendían a Jack de tal forma que se vio alzándola en
peso y haciéndole el amor contra la pared de su sala.
Owen estaba dormido, como siempre hacía después de su comida, y
habían aprovechado ese tiempo, que el pequeño les concedía, para estar
juntos.
Sin embargo, no jugaron al ajedrez, ni hablaron sobre temas
transcendentales, sino que se besaron con todas las ganas que habían estado
aguantando desde que Emily llegó a casa esa misma mañana.
Desde su cena especial, no habían tenido oportunidad de estar a solas, y
tales eran sus ansias por tocarse, que nada más cerrar la puerta, Jack la había
acorralado contra la pared y la había estado tentando con besos tórridos que
lograron que Emily acabase loca porque le hiciese el amor allí mismo.
Todavía podían saborear esa primera vez juntos, tras la cena.
Había sido fuerte, sensual y muy especial. Tanto que acabaron haciéndolo
muchas veces más, ya que parecían no cansarse nunca del otro.
Estuvieron toda la noche en su cama, pero no durmieron en absoluto.
Hablaban, reían y fundían sus cuerpos en uno. Se dejaban llevar por la
pasión, por las ganas y la necesidad de estar juntos. Era tan fuerte aquello que
notaban cuando estaban en compañía del otro, que solo podían dejarse llevar,
no pensar demasiado en lo que podría pasar si aquello no salía bien. No
obstante, todo en ellos les decía que estaban en el sitio correcto, que con
nadie podrían sentir lo mismo que en sus brazos.
Jack estaba deslumbrado por Emily. Cada vez que la miraba le parecía
más perfecta. Su corazón se volvía loco cuando la tenía al lado, cuando le
sonreía, y todavía lo hacía más cuando le tocaba.
Todo ese asunto de su inseguridad, debido a Dave, quedó en una simple
anécdota, y se obligó a no volver a comportarse de esa forma, aunque le
costase hacerlo. Emily era especial, y no volvería a intentar sacarla de su vida
por sus propias inseguridades. Lo que le ocurrió con Teresa fue horrible, pero
Emily no era como ella. Lo había demostrado desde el primer día que se
vieron. Su exmujer nunca hubiese dejado pasar la oportunidad de quedarse
con el dinero de otra persona, mientras que Emily no. Dejó escapar la
posibilidad de ser millonaria porque su conciencia no se lo permitía.
Estaba con él porque de verdad quería estarlo, y esa seguridad le daba
fuerzas, ganas de ponerse bien del todo para ser lo suficientemente bueno
para esa mujer. Emily no se merecía a un hombre débil, ni huraño. Merecía
ser colmada de amor y de alegrías, y Jack estaba dispuesto a dárselo, aunque
le costase un mundo ser el mismo que fue meses atrás. Lo haría por Emily, y,
lo más importante, lo haría por él mismo.
Después de una nueva embestida, ella le cogió la cara entre las manos,
para que la mirase a los ojos. Su flequillo se agitaba con cada movimiento y
Jack sonrió al verlo. Le besó la frente.
—Ah… —gimió Emily apretando con fuerza sus brazos, a punto de
llegar al orgasmo—. Ah… Jack…
Él, al verla tan excitada, aumentó el ritmo y todo se volvió más frenético.
Los envites eran delirantes. No pudieron hacer otra cosa que besarse y
notar cómo iban cayendo, poco a poco, en ese manantial de gozo al que se
dirigían.
La penetraba profundo, duro, pero sus ojos la miraban con una ternura que
la conmovía. Como si Emily fuese magia.
—Me vuelve loco que digas mi nombre mientras estamos haciéndolo.
Emily cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.
—Solo te veo a ti, solo estás tú —susurró—. Aunque no abra los ojos.
—Eres preciosa, eres una tentación, eres mi debilidad.
—Jack…
—Sí, dilo.
—Jack… —Abrió los ojos y lo besó con ardor—. Te quiero.
Al escuchar su declaración de amor, el clímax se llevó a Jack, mientras
que intentaba amortiguar el grito de placer en el cuello de ella. Sus
embestidas se tornaron desesperadas, y Emily también fue arrollada por el
orgasmo.
Cuando sus mundos se normalizaron, se quedaron jadeantes, abrazados
contra la pared. Acariciaba su fina espalda y sonreía al notar que se erizaba
contra la yema de sus dedos.
Con ojos soñolientos, Jack la miró y llenó su cara de suaves besos,
haciéndola reír. Emily temblaba, aunque no hacía nada de frío.
—¿Te encuentras bien?
—Perfectamente.
—Tiemblas. —Ella asintió y apoyó la cabeza sobre su hombro—. ¿No he
sido muy brusco esta vez?
—Ha sido perfecto —dijo acariciándole la mejilla, rasposa por la barba de
un par de días sin rasurar.
—No he podido aguantar las ganas. Llevo, desde que te fuiste la otra
noche, queriendo raptarte un rato para mí solo.
—Puedes raptarme cuando quieras. —Lo besó en los labios, risueña.
—Por desgracia, no puedo hacerlo cada vez que quiero. —Le cogió la
cara entre las manos y se la alzó para que lo mirase a los ojos—. Ahora paso
más tiempo en la destilería y cuando llego, tú tienes que irte a casa. —Jack la
besó con fuerza y Emily respondió de buena gana. Al separarse, lo vio reír—.
Quizás, algún día te rapte de verdad y no te deje regresar.
Ella soltó una carcajada y ladeó la cabeza.
—Aquí no tengo de nada. Ni ropa, ni una cama para dormir…
—¿Para qué quieres una cama, si tienes la mía? ¿Acaso piensas que te
dejaría dormir en otra que no fuese esa? Es más… ¿Acaso crees que te dejaría
dormir?
—¿No me dejarías dormir? —Alzó las cejas, divertida.
—Te tendría todo el día desnuda, pegada a mi cuerpo, haciéndote el amor.
Emily rio y le dio un suave empujón.
—Señor Myers, es usted perverso.
—Es culpa tuya. —La contempló de arriba abajo con fuego en la mirada
—. ¿No te das cuenta del efecto que produces en mí?
—Entonces, lo mejor será que te busques a otra que te saque de tus
casillas y te quite la música —dijo con gracia—. No quiero ser la culpable de
que pierdas la cabeza.
—Demasiado tarde. —La cogió en peso y dio varias vueltas sobre su
cuerpo, haciéndola reír a carcajadas. Cuando paró, Jack le acercó la boca al
oído—. Me has embrujado, Emily Bristol, y aunque quisiese, no podría ni
mirar a otra que no fueses tú.
—Pobre de ti —añadió ella juntando sus frentes, encantada por las
palabras de Jack.
—No, pobre de ti, porque no vas a poder librarte de mí.
—Yo no quiero librarme de ti.
Le besó y a Jack se le olvidó todo lo que estaban diciendo, porque los
labios de Emily lo transportaban a un lugar de ensueño.
Degustó su sabor dulce y la rodeó por la cintura, notando que su pene
empezaba a responder por segunda vez. Era increíble lo que Emily conseguía
en su cuerpo. Acababan de hacer el amor y ya tenía ganas de ella otra vez.
No obstante, cuando dejaron de besarse, ella se miró el reloj de muñeca y
suspiró.
—Creo que ya es hora de que me vaya, Jack. —Le dio otro suave beso—.
Tu madre no tardará en llegar y no quiero que me vea aquí dentro.
—Mi madre no es tonta. Te dije que sabía lo que pasaba entre los dos.
—Sí, pero trabajo para ella. Y no es profesional que me pague por cuidar
a Owen, mientras yo me acuesto con su hijo.
—Tendrá que acostumbrarse.
Emily lo besó por última vez y se recolocó los pantalones y la blusa, algo
arrugada por el tiempo que había pasado tirada en el suelo.
Cuando estuvo lista, notó las manos de él rodear su cintura, desde atrás.
Sonrió cuando su cálido aliento erizó su cuello.
—Quiero volver a verte esta noche —dijo Jack mientras le daba
mordisquitos en el hombro—. Ven a cenar otra vez a casa. Me volveré a
deshacer de mi madre y de Owen.
—Ojalá pudiese. Le prometí a mi padre ayudarle con la mudanza.
—¿Os mudáis de casa?
—Yo no, él. Mi padre vuelve a casarse y se va a vivir con Karen.
—¿Y por qué no te vas con ellos?
Emily rio y se encogió de hombros.
—Ya va siendo hora de ser independiente, ¿no crees? Me apetece tener mi
propio espacio.
—Es lógico.
—Y como conozco a Karen, voy a estar tranquila. Sé que ella va a cuidar
a mi padre mejor que nadie.
Jack suspiró y le dio varios besitos en la comisura de los labios.
—¿Entonces no te voy a poder ver hoy?
—Hoy voy a estar muy liada, pero… mañana puedes venir tú a casa. —Le
guiñó un ojo y le mordió el labio inferior—. Estaremos solos y no hará falta
que tu madre y Owen se vayan de aquí.
Jack sonrió, pues le encantaba la idea. Emily y él de nuevo a solas.
—¿Quieres que lleve algo para cenar?
—No es necesario. Puedo preparar cualquier cosa. —Sonrió con
suficiencia, logrando que Jack sonriese con ella—. No quiero dármelas de
chef, pero me manejo bastante bien en la cocina.
Se despidió de él poco después y salió de la sala.
Cuando cerró la puerta, se apoyó en ella y en sus labios apareció una
sonrisa tonta al recordar lo que acababa de ocurrir entre ambos.
Los latidos de su corazón seguían acelerados y se preguntaba si algún día
dejarían de estarlo. Lo que Jack conseguía con ella era brutal. Nunca antes
había experimentado algo semejante con ningún otro hombre.
Lo quería, y todavía estaba tratando de hacerse a la idea de que aquellos
sentimientos hubiesen aparecido tan pronto. Pero, ¿cómo no querer a Jack
Myers? ¡Lo tenía todo!
Un rostro sexi y fuerte, un cuerpo muy agradable, una personalidad muy
atrayente, y… la trataba como si fuese especial.
—Emily.
La voz de Isabella la sacó de su ensoñación.
Al levantar la vista, descubrió a la madre de Jack frente a ella, con su
bolso todavía colgado del hombro.
Debía de haber vuelto antes de la hidroeléctrica.
Como de costumbre, Isabella Myers vestía con un gusto exquisito,
siempre con elegancia y perfectamente peinada y maquillada.
—¿Necesitas algo, Isabella?
—Sí, ¿podemos hablar un segundo a solas?
—Claro —asintió de inmediato—. ¿Es… sobre Owen?
—No. —Se cruzó los brazos sobre el pecho—. Sobre Jack.
Tragó saliva al saber el motivo, siguiéndola hasta el salón, donde la invitó
a tomar asiento a su lado, en el sofá.
Al hacerlo, la madre de Jack se quedó en silencio varios segundos, como
si no supiese por dónde empezar. Parecía nerviosa, casi tanto como lo estaba
Emily, que tenía ganas de echar a correr.
—Verás, Emily, quiero que hablemos de la relación que mantienes con
Jack.
—Tú dirás.
—Lo primero de todo, quería darte las gracias —dijo Isabella, cogiéndole
la mano, sonriendo—. Jack no es el mismo desde que te conoce. Hemos
pasado unos meses horribles debido a lo que ocurrió con su exmujer y Conor.
Mi hijo no pudo soportar el engaño de su hermano pequeño. Dejó de
preocuparse por su empresa, de su aspecto, de su familia y amigos… —
Isabella torció el gesto, recordando—. Es un milagro que haya salido de ese
hoyo.
—Jack es fuerte, Isabella.
—Lo es, pero su mejoría es gracias a ti. —Isabella se humedeció los
labios—. Mi hijo siempre fue un hombre bastante despreocupado en cuanto a
mujeres. Desde que era un adolescente, nunca prestó atención a ninguna
chica, más tiempo de lo necesario, hasta que conoció a Teresa. Y cuando
ocurrió aquello… creí que nunca más iba a dejar que nadie entrase en su
corazón. No es un hombre enamoradizo, Emily. Le cuesta mucho abrirse,
pero… has logrado que vuelva a confiar en una mujer.
—¿Qué me quieres decir con todo esto?
—Solo quiero saber qué sientes por él. —La madre de Jack apretó su
mano, mirándola a los ojos—. Jack no podría soportar otro desengaño
amoroso, Emily. No después de lo ocurrido. Y él… parece ilusionado
contigo.
—Yo también lo estoy con él —admitió, y los colores se le subieron a las
mejillas.
—Emily, en otras circunstancias jamás me metería en las cosas de mi hijo,
pero… me veo en el deber de hacerlo. —Isabella suspiró antes de continuar
—. Por favor, si lo que sientes por Jack no es sincero, aléjate. No quiero que
vuelva a sufrir por ninguna mujer. Pareces una buena chica, pero también lo
parecía Teresa, y mira lo que ocurrió.
—Yo no soy ella, Isabella. Tu hijo es un hombre maravilloso, y me hace
sentir especial. Estamos bien juntos y queremos conocernos. —Emily le
sonrió con cariño, comprendiendo la incertidumbre de su madre—. Puedes
estar tranquila. Yo jamás haría nada que le angustiase. Quiero a Jack, y deseo
más que nadie que pueda seguir con su vida, y que desee incluirme en ella.
DIECISÉIS

Karen y Emily sacaron las últimas bolsas y las colocaron, con cuidado, en
el maletero del coche de esta.
Ya no quedaba nada de Raphael en casa y la certeza de que su padre iba a
marcharse, la entristecía un poco. Sin embargo, sabía que con Karen estaría
incluso mejor que con ella. Era un paso que tenían que dar tarde o temprano y
se alegraba por ellos. Iban a ser muy felices juntos.
—¿Entonces ya está todo? —preguntó la novia de su padre, mirando hacia
el interior de la casa.
—Creo que sí. De todas formas, si acaso faltase algo, puedo llevarlo yo a
vuestra casa.
—Gracias. —Karen apoyó una mano sobre el hombro de Emily, sonriente
—. Ha sido una semana agotadora. Pensaba que nunca acabaríamos con la
mudanza. Y todavía nos queda colocarlo todo en los armarios.
—Si necesitáis ayuda…
—No, Em, no es necesario, ya has hecho bastante —dijo Karen, para que
no se preocupase—. Lo iremos haciendo poco a poco. Tú descansa. Mañana
tienes que trabajar y te hemos tenido liada hasta las tantas.
—Ya sabéis que yo lo hago encantada.
—Lo sabemos, pero ahora te toca descansar y disfrutar de la casa para ti
sola.
Emily sonrió y miró hacia el interior.
—Se me va a hacer raro no ver a mi padre cada día aquí.
—Oye… ya sabes que puedes venirte con nosotros —le ofreció—. Si te
sientes sola, solo tienes que coger tus cosas y venirte.
—Gracias, pero no. Sois muchos en tu casa, y yo necesito tener mi
espacio.
—Lo sé, cielo. Pero… por si acaso, sabes que estamos aquí para lo que
necesites.
Del interior de la vivienda salió Raphael, impulsando la silla de ruedas
con las manos. Llegó hasta donde estaban ambas y giró para mirar la casa una
última vez.
Karen lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—¿Estás listo para que nos marchemos?
—Listo. —Cogió la mano de su hija y se la apretó—. ¿Seguro que no
quieres venirte con nosotros?
—Seguro, papá. No te preocupes. Estaré perfectamente. No te vas a
China, estamos a diez minutos a pie.
—Mañana ven a comer cuando salgas del trabajo.
—Vale, nos vemos mañana.
Raphael dio media vuelta, hacia el coche, no obstante, a medio camino
giró la silla de nuevo.
—Emily…
—¡Vete, papá! —exclamó ella riendo—. ¡Soy bastante mayorcita!
—Ya lo sé.
—Y tiene a Jack Myers —añadió Karen, sonriente—. Seguro que no la
deja mucho tiempo a solas.
Raphael gruñó y puso los ojos en blanco.
—Todavía no ha venido a presentarse. ¿Qué clase de novio es ese?
—¡Largo, papá! —se carcajeó Emily.
—Dile que lo estoy esperando.
—¡Deja a Jack tranquilo!
Karen y Raphael montaron en el coche y Emily los vio alejarse con una
sonrisa en los labios.
Al quedarse a solas, suspiró y entró en casa.
La recorrió despacio, dándose cuenta del espacio libre que había dejado su
padre. Iban a ser unos primeros días muy raros. Llegar a casa y no ver a
Raphael en su silla de ruedas sería un poco triste.
Se dirigió hacia la cocina y abrió el frigorífico para decidir qué iba a
cenar. Cuando sacó unas pechugas, el timbre sonó.
Emily puso los ojos en blanco y pensó que Raphael había vuelto para
repetirle que se fuese con ellos.
Llegó hasta la puerta y abrió con rapidez.
—Papá, ya te he dicho que…
Sin embargo, dejó de hablar cuando vio a la persona que estaba frente a
ella.
Era Dede, y estaba llorando.
Su amiga no podía dejar de hacerlo. Tenía los ojos rojos e hinchados y
muy mal aspecto.
La cogió de la mano y la hizo pasar.
—¿Qué pasa, Dede? ¿Por qué estás así? —Ella, en vez de contestar, se
echó a llorar con más fuerza—. Me estás asustando. ¿Tu familia está bien?
Dede asintió de inmediato.
—No es por ellos, Em. Es… Andrej.
—¿Qué le ha pasado?
—¡Que es un embustero y un… imbécil! —gritó entre lágrimas.
Emily la hizo tomar asiento en una de las sillas de la cocina, colocándose
ella en otra, a su lado. La cogió de las manos, dándole apoyo.
—¿Qué ha hecho?
—Me engañó.
—¿Con otra?
—¡No, con sus malditos coches!
—¿No ha cumplido su palabra? ¿No se ha deshecho de ellos?
—Ayer pasé la noche en el calabozo por su culpa.
Emily se llevó una mano a los labios, tapándose la boca por la impresión.
—¿Qué ha hecho?
—Me aseguró que el coche en el que me llevaba era suyo. ¡Hacíamos el
amor allí, joder! ¡Me paseaba tan tranquilo en un puto coche robado!
—¿Y os pilló la policía en la carretera?
—Nos pilló a punto de follar, en el campo. —Dede tragó saliva y apoyó la
cabeza sobre las manos—. Estábamos en una propiedad privada y vinieron a
llamarnos la atención. ¿Y sabes qué ocurrió cuando le pidieron los papeles
del coche? —Jadeó, muy enfadada—. ¿Sabes la cara que se me quedó cuando
me enteré de que me había mentido? ¿Sabes cómo me sentí cuando me
esposaron por su culpa?
—Uf… No quiero ni imaginármelo.
—Mejor que no lo hagas, porque fue horrible. —Se tapó los ojos con las
manos y lloró amargamente—. Y lo peor de todo fue que yo confiaba en él.
¡Qué tonta debí parecerle, Emily! Me engañó como le dio la gana.
—No llores, no se lo merece.
—No, no lo hace. —Sorbió por la nariz—. Pasé tanta vergüenza, Em. ¿Te
puedes imaginar el bochorno cuando vino mi padre a sacarme del calabozo?
¿Puedes imaginarte la cara con la que me miraba, sin yo tener culpa de nada?
—Me lo imagino. Para él también tuvo que ser un palo.
—No me habla. Mi padre no quiere ni mirarme a la cara. ¡Y todo por
ese… cabrón!
Emily resopló, comprendiendo a la perfección a su amiga. Tenía que
sentirse fatal.
—¿Has hablado con Andrej?
—No. Creo que todavía sigue en el calabozo. —Dio un puñetazo a la
mesa—. ¡Y ahí tiene que quedarse! ¡No quiero volver a verlo en mi vida!
¡Por mí, que se pudra en la cárcel!
Emily la abrazó y le dio un beso en la mejilla. Aunque quisiese ocultarlo,
se notaba que Dede estaba destrozada por él. Le dolía el engaño y el haber
sido detenida, pero lo que más le dolía era su corazón. Se había enamorado
del hombre equivocado.
—Si hay algo por lo que lo siento, es por su abuela. Esa mujer no se
merece a un nieto como él.
—Tú tampoco te mereces lo que te ha hecho.
—Me olvidaré de él en menos que canta un gallo —aseguró, para darse
ánimos a sí misma—. Quizás me cueste un poco, pero voy a dejar de lado a
ese tío aunque sea lo último que haga.
Emily apretó su mano, dándole a entender que la apoyaría en todo, y se
levantó de su asiento. Se dirigió al frigorífico y abrió la puerta para coger
algo de dentro.
—Iba a hacer algo de cenar. ¿Tienes hambre?
—No, Em, no tengo nada de hambre.
—Haré para ti también de todos modos. Tienes que comer.
Dede la vio moverse por la cocina, en silencio, y se levantó para echarle
una mano en la preparación. Miró hacia los lados y se extrañó al no ver a
Raphael por allí, ni a su silla de ruedas.
—¿Tu padre ya se ha marchado con Karen?
—Hace un rato —asintió.
—Toda la casa para ti. —Sonrió, más calmada por el asunto de Andrej—.
Te sentirás rara, ¿verdad?
—Un poco, la verdad. Me va a costar acostumbrarme a no tenerlo por aquí
a todas horas.
—No creo que tardes mucho en acostumbrarte. Puedes verlo cuando
quieras. Drogheda tampoco es tan grande. —Emily le sonrió y asintió—. Y…
ahora podrás traer aquí a Jack Myers.
Dede le dio un suave codazo en el brazo y Emily se echó a reír.
—La casa de Jack es mucho más lujosa y más grande que esta. No creo
que le apetezca pasar mucho tiempo en esta.
—¿Cómo te va con él? ¿Lleva bien el tema de su… depresión?
—Cada día parece estar mejor. —Cerró los ojos, sonriendo, y a su
memoria regresó su imagen—. Jack es increíble, Dede.

Después de aparcar el coche en su garaje, Jack se aflojó la corbata y entró


en casa, con ojos cansados.
Había sido una mañana bastante larga y los preparativos, para la apertura
de su próxima planta en Galway, requerían muchas horas de estudio y
asesoramiento. Sin embargo, merecería la pena.
Desde su regreso a la destilería, todos parecían requerir su atención para
algo, y acababa agotado. Cuando llegaba a casa, lo que más le apetecía era
darse una ducha, relajarse y ver a Emily.
A veces, todavía quería encerrarse en su sala y perderse durante horas en
soledad, pero se obligaba a no hacerlo. No pensaba recaer, aunque tuviese
que poner toda su fuerza de voluntad en ello.
Seguía visitando al psicólogo que lo ayudaba en su mejoría, y tomaba las
píldoras para la ansiedad, tal y como le aconsejó. Se notaba más fuerte y
animado, y sabía que con esfuerzo, lo conseguiría.
Con esfuerzo y con Emily.
Ella era una de las razones por las que sonreía a diario.
Aquella mujer de aspecto delicado y hermoso, le empujaba a seguir
adelante. Quería ser su mejor versión para ella, ser el hombre adecuado y no
hacerla sufrir con sus problemas.
Cada vez estaba más seguro de que lo que sentía por ella era más fuerte de
lo que sintió jamás. Cuando la tenía consigo era incapaz de dejar de tocarla.
Sus labios buscaban los de ella, y se maravillaban por la suavidad y la
dulzura de estos. Todo su cuerpo se estremecía cada vez que Emily lo rozaba.
Era algo muy potente, algo que le empujaba hacia su lado, que le
imposibilitaba el separarse de ella. Juntos eran fuertes, eran luz.
En cierto modo, Emily lo había salvado de la oscuridad. Y se moría de
gozo cada vez que escuchaba sus «te quiero».
¿Por qué? ¿Por qué lo quería? ¿Qué había visto en él, en ese hombre
huraño y retraído que echaba a todas las personas de su lado?
Por las noches, mientras el sueño no lo visitaba, se maravillaba pensando
en ello, en la suerte que tenía de haber encontrado a esa mujer. Con ella sabía
que podría conseguirlo todo.
Ya no se imaginaba regresar a casa y no verla con Owen. Pasear por el
salón y cerrar los ojos cuando su dulce olor penetraba en sus fosas nasales.
Desear que el niño se quedase dormido para poder pasar un rato a solas, en su
sala, haciéndole el amor.
Al llegar al salón, dejó la chaqueta sobre el sofá y se apoyó en él,
sonriente.
Cuando levantó la cabeza, vio el pequeño carricoche de Owen, y al niño
durmiendo en él.
Se levantó del sofá y se acercó al pequeño, mirándolo fijamente.
Era un niño guapo, se parecía a Conor, pero tenía la sonrisa de Teresa.
En un principio, su sola presencia lograba enfadarlo, ya que verlo le
recordaba lo que habían hecho sus padres, el dolor tan grande que le
provocaron con sus engaños. Sabía que no había sido justo con él. Owen no
tenía culpa de nada, era una criatura inocente, pero no podía evitar sentirse de
ese modo.
Se acuclilló junto al niño y alzó una mano para tocar uno de sus bracitos,
no obstante, cuando le faltaban varios centímetros para hacerlo, la apartó y se
incorporó.
Se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—Es un niño muy guapo, ¿verdad?
La voz de Emily lo hizo girarse, con una amplia sonrisa en los labios.
Ante él se encontraba la mujer que lo volvía loco, vestida con unos shorts
vaqueros y una blusa en color crudo, que contrastaba con su cabello oscuro.
Sus ojos brillaban por la alegría de verlo y sus suaves labios, de un color
rosado, estaban curvados por una sonrisa. Se acercó a ella y la rodeó con los
brazos, pegando su fino cuerpo contra el de él, haciéndola suspirar.
Le dio un enérgico beso y la miró como si fuese la única persona en el
mundo. Cuando la notó responder de buena gana al beso, Jack se excitó.
—¿Sabes cuántas ganas tenía de verte?
—Seguro que pocas —contestó ella, divertida—. Ayer no viniste a casa
por la noche.
—No quise molestar. Quería que tuvieses intimidad para despedirte de tu
padre.
—A él le hubiese gustado verte —comentó Emily alzando una ceja—. No
deja de preguntar por ti. Desde el día en el que cené aquí contigo.
—¿Pregunta por mí? —Sonrió.
—Quiere conocer al hombre con el que sale su hija. Instinto paternal,
supongo.
Jack se echó a reír y juntó sus frentes, rozando la punta de su nariz contra
la de Emily.
—Si quieres, puedo ir a hablar con él, para que se quede tranquilo.
—No hace falta, Jack, soy bastante mayorcita como para salir con
hombres sin su permiso.
—No quiero que se preocupe. —Ella lo besó con ardor y Jack la apretó
más contra su cuerpo. Notó que Emily temblaba, y le dieron ganas de cogerla
en peso y llevársela a su cama para hacerle el amor hasta que no les quedasen
fuerzas—. ¿Tienes la tarde libre?
Emily asintió, mirándolo a los ojos.
—Completamente libre.
—¿Y la noche?
—También, a no ser que el señor Myers requiera de mi atención —
bromeó.
—¿Y quién es ese tal señor Myers? —Le siguió el juego.
—El hijo de mi jefa. —Le mordió el labio inferior haciéndolo reír—. Es
un hombre un tanto serio y callado, pero a mí me vuelve loca.
Jack la agarró por las nalgas y la alzó en peso, muy excitado. La besó con
intensidad y sintió como ella le rodeaba por el cuello con los brazos,
profundizando el beso.
—Creo que al señor Myers también lo vuelves loco. No hay más que verlo
para darse cuenta de que cuando está contigo no es capaz ni de pensar.
—Entonces, somos tal para cual.
—Lo somos —asintió Jack dándole suaves mordiscos en la mandíbula,
haciéndola jadear con los ojos cerrados—. Y hoy eres toda mía, desde este
mismo momento.
—Todavía me quedan varias horas de trabajo.
—Pues en cuanto termines, ven a buscarme a la sala. —Le dio un nuevo
beso en los labios y le sonrió—. Tengo planeado algo especial para hoy.
Emily sonrió de oreja a oreja, sorprendida.
—¿Algo especial? ¿El qué?
—Ya lo verás.
—¡Jack! —insistió cogiéndolo por las mejillas.
Él soltó una carcajada y negó con la cabeza, dispuesto a no contarle nada
hasta llegado el momento. Capturó su boca en un beso necesitado y le lamió
los labios antes de continuar.
—Búscame cuando venga mi madre y pueda ocuparse de Owen. Te
aseguro que te va a encantar lo que he planeado.

El vehículo salió de la propiedad de los Myers y se dirigió hacia el centro


de Drogheda.
Emily miraba a Jack conducir en silencio. Le encantaba hacerlo.
Desprendía tal fuerza y erotismo, que le era imposible apartar los ojos de él.
Sin embargo, la curiosidad era más fuerte que ella. No sabía qué se traía
entre manos, ni a dónde se dirigían.
—¿Vas a decirme ya a dónde me llevas?
—Todavía no.
—¡Jack, no seas malo!
—Es una sorpresa.
—Da igual, dímelo.
Jack rio y negó con la cabeza.
—¿Es que voy a tener que tapar esa boquita hasta que lleguemos?
—No sé cómo quieres hacerlo, vas conduciendo —se carcajeó,
cruzándose de brazos.
Él le lanzó una mirada de soslayo, mientras sonreía misterioso.
Apoyó una mano sobre el muslo de Emily y fue ascendiendo poco a poco,
introduciéndola en la cara interna de este, dejándola sin respiración. Bajó un
poco el elástico de sus pantalones e introdujo un par de dedos en ellos,
alcanzando el sexo de Emily.
Acarició sus delicados pliegues y los entreabrió para poder llegar hasta el
clítoris. Cuando lo rozó, ella jadeó y apoyó la cabeza sobre el respaldo del
asiento. Miró a Jack, con los ojos vidriosos, y se mordió el labio inferior por
el placer que este le estaba dando con una mano, mientras que con la otra
dirigía el volante.
Emily cerró los ojos y se dejó llevar por aquel intenso placer, mientras la
mano de Jack la excitaba con caricias certeras y delirantes.
—Oh… sí…
Jack la miró deseoso, al verla disfrutar, y maldijo en voz baja al darse
cuenta de que él mismo se calentaba solo con verla moverse contra su mano.
Llegaron a un aparcamiento privado y estacionó el vehículo lejos de los
demás. Echó el freno de mano y se centró en Emily, que seguía retorciéndose
de placer por sus caricias. Se acercó a ella y la besó con ardor, dejando un
reguero de besos desde su mandíbula hasta su cuello.
—¿Quieres correrte? —le susurró en el oído, con voz sensual.
—Sí.
Jack sonrió y paró de acariciarla. Sin dejar de mirarla ni un segundo, se
llevó a la boca los dedos con los que la había masturbado y los lamió,
degustando su sabor a mujer.
Apartó hacia un lado los shorts y bajó la cabeza hacia su sexo.
Cuando su lengua tocó aquella parte tan sensible de su cuerpo, Emily
gimió agarrando el pelo de Jack, alzando las caderas.
La boca de él la llevaba al cielo. Succionaba y lamía su clítoris
incrementando el ritmo, haciéndola temblar y pedirle más.
El orgasmo la arrasó poco después, dejándola en un estado de relajación
total.
Jack se incorporó un poco y la besó con fuego en la mirada.
—Luego voy a cobrarme esto. Voy a cobrarme las ganas de hacértelo.
—Házmelo ya —le pidió ella, respondiendo de buena gana a su boca—.
No esperemos a luego.
—Ya hemos llegado a nuestro destino. —Le mordió el lóbulo y la piel de
su cuello se erizó—. Es la hora de darte tu sorpresa.
Salieron del coche de Jack y, cogidos de la mano, caminaron por ese
aparcamiento, hasta que salieron al exterior.
Cuando Emily reconoció el lugar en el que se encontraban, frunció el
ceño.
—¿El puerto de Drogheda?
—Exacto.
—¿Qué hacemos aquí?
No obstante, él no respondió, sino que alzó un brazo, saludando a un
hombre que los esperaba a varios metros de distancia.
Emily lo reconoció de inmediato. Recordaba haberlo visto por su casa en
varias ocasiones, pero nunca se lo habían presentado.
—Ronnie, siento haber tardado en llegar —se disculpó Jack sonriendo a
su amigo. Tiró un poco de la mano de ella, para que se acercase—. Quiero
presentarte a Emily.
Ronnie le dio un abrazo fuerte cuando Jack terminó de hablar, y ella se
sintió un poco incómoda.
—Gracias —le susurró el amigo de Jack al oído—. Muchas gracias por
ayudarle. Ya no sabíamos qué hacer por Jack. —Le dio un suave beso en la
mejilla y se separó de ella, contento—. Un placer conocerte, Emily.
—Lo mismo digo.
—Jack habla muchísimo de ti.
—¿En serio? —Miró a Jack, con adoración.
—Es una pena que mi mujer no haya podido venir a conocerte. Pero, otra
vez será.
—Sí, ya habrá tiempo para eso —respondió Jack, palmeando la espalda de
su amigo—. Dale recuerdos a Sam.
—Se los daré. —Rio y se metió la mano en el bolsillo, entregándole a
Jack unas llaves—. Aquí las tienes. ¿Seguro que te acuerdas de navegar?
—No hace mucho tiempo también tenía un barco —le recordó.
—Y todavía no sé por qué lo vendiste. A ti te encantaba.
—¿Vamos a navegar? —preguntó Emily emocionada.
Ambos hombres asintieron, pero fue Ronnie el que habló a continuación.
—Pasadlo bien. Yo tengo que irme ya. Mi mujer me espera para comer.
—Abrazó a Jack y después a Emily—. En el barco hay provisiones para pasar
una semana a bordo.
Emily abrió mucho los ojos y Jack rio al ver su expresión.
—No era necesario tanto, Ronnie. Solo vamos a estar unas horas —dijo él.
—¿Unas horas? —se carcajeó—. El mar se te mete en la piel, amigo.
Nadie navega solo unas horas.
DIECISIETE

Drogheda se percibía como una pequeña mancha en el horizonte.


Tumbados sobre una toalla, en la cubierta del yate de Ronnie, Emily y
Jack se comían a besos mientras contemplaban el atardecer y bebían champán
relajadamente.
Llevaban varias horas mar adentro y el tiempo parecía volar cuando
estaban juntos. Hablaban, reían, hacían el amor y se maravillaban de las
emociones tan intensas que se despertaban solo con tener al otro al lado.
Emily observaba a Jack con una media sonrisa en los labios, mientras le
acariciaba el torso. Era un hombre tan fascinante que todavía se asombraba
de que fuese el mismo que conoció un par de meses atrás.
Fijó su mirada en los ojos de él y le dio un tierno beso en la nariz,
haciéndolo reír.
—¿Por qué me miras así? —le preguntó, apretándola contra su cuerpo.
—Estaba pensando en lo que ha cambiado mi vida últimamente. Hace
poco, mi única pretensión era encontrar un trabajo para poder subsistir, y
ahora… mírame. —Se mordió el labio inferior—. Tumbada en un yate de
lujo con el hombre más sexi de Drogheda.
Jack le dio un suave bocado en el hombro y Emily soltó un pequeño grito.
—¿Y dices que tu vida ha cambiado? ¿La tuya? —Cogió su cara entre las
manos—. Emily, hace varios meses quería desaparecer. Pensaba que nunca
sería capaz de volver a ser yo, de encontrar las ganas de seguir adelante con
mi vida. Pero apareciste tú… con tu sonrisa de ángel y tu negativa a dejarme
en paz…
—Tuve que ser todo un incordio.
—Lo fuiste —admitió Jack, haciéndola reír. No obstante, la besó con
intensidad—. El incordio más bonito con el que nunca me hubiese topado.
Jack cogió su copa y la entrechocó contra la de ella.
Bebieron en silencio hasta que acabaron con el champán que había en
ellas, sin embargo, Jack volvió a llenarlas.
—Como siga así, voy a acabar emborrachándome.
—Mejor para mí —bromeó él—. Así te podré hacer todo lo que yo quiera.
—Pero si ya puedes hacerlo. —Lo empujó, divertida—. No creo que te
gustase borracha.
—¿Ah, no? ¿Por qué? ¿Te conviertes en una chica mala y deslenguada?
—Más bien, todo lo contrario. Dede dice que cuando bebo más de la
cuenta, me vuelvo insoportablemente cariñosa.
Jack soltó una carcajada y la besó con fuerza.
—Pobre Dede.
—Sí, pobre. —Rio Emily—. Aunque, ella tampoco se queda atrás.
—Tenéis que ser un peligro juntas, ¿verdad?
—En realidad, no. No somos de la clase de mujeres que se desmadran y se
van de fiesta todo el fin de semana. —Se encogió de hombros—. No hemos
tenido la ocasión de hacerlo. Ni teníamos el dinero suficiente, ni el tiempo.
—¿Sabe Dede que existo? —Se interesó Jack.
—Claro que lo sabe. Desde el primer día. Los hombres no sois los únicos
que habláis sobre vuestras conquistas. —Le guiñó un ojo.
Jack se echó a reír y apoyó la cabeza en la toalla.
—Nunca se habían referido a mí como a una conquista.
—Y una muy buena, por cierto —continuó, divertida—. Un hombre
guapo, sexi, empresario, con casa propia y… con amigos con yate. ¿Qué más
puedo pedir?
—Dime la verdad, el yate es lo que más te gusta de mí.
—Me has pillado. Es la primera vez que monto en uno, y es una pasada.
—Le mordió el labio inferior y Jack rio mientras respondía capturando su
boca en un beso.
—Nunca debí de haber vendido el mío.
—¿Tu qué? —preguntó ella, un poco atontada por aquel sensual beso.
—Mi yate.
—¿Tenías uno? ¿Por qué te deshiciste de él?
—A Teresa no le gustaba navegar, y cuando lo vendí, con el dinero que
me dieron por él le compré un coche.
—Ah… —Emily bajó la vista al suelo, sin saber qué contestar.
—Siempre le gustaron los lujos, y yo se los daba.
—¿Fue Teresa la que decoró tu casa?
—Sí. No recuerdo el dinero que gasté en esa propiedad, pero fue mucho.
—La miró interesado—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te gusta mi casa?
—Pues… no.
—¿No te gusta?
—No. —Rio más todavía cuando Jack alzó las cejas, asombrado por su
respuesta—. Es más, el primer día, cuando entré, me pareció horrible.
—¿Estás hablando en serio?
—Jack, parece un mausoleo. —Al ver el asombro en su rostro, Emily
suspiró y lo miró a los ojos—. Quizás, es porque no estoy acostumbrada a
tanto lujo, ni a ese tipo de decoración. Siempre he vivido en casas humildes,
y… la tuya me parece demasiado. No creo que pudiese vivir en un lugar
como ese. Me sentiría insignificante, me perdería en su opulencia.
—Eres la primera persona que me dice algo semejante.
—Será porque no tengo gustos de millonaria. —Le guiñó un ojo y
prosiguió—. Soy una simple chica acostumbrada a lo sencillo. No creo que
encajase en tus círculos de amistades. No tendríamos nada en común. Yo no
tengo yates, ni una mansión.
—Eso es una gilipollez. No tienes que encajar en ningún sitio. —La cogió
por las mejillas, para que lo mirase a los ojos—. ¿Y sabes qué? Tú tienes algo
que la mayoría no.
—¿El qué?
—Eres preciosa, Emily Bristol, por dentro y por fuera —declaró con
intensidad—. Eres buena, transparente, amable, con un corazón enorme y una
dulzura que desarma. ¿Qué más da que no tengas mansiones, ni yates? Lo
que tú me das, no me lo ha dado nunca nadie. Lo que siento contigo es
increíble, y sé que jamás podría encontrar a nadie como tú, porque eres única.
Cerró los ojos, emocionada, y se abrazó a él, con el corazón latiéndole a
un ritmo trepidante en el pecho.
—Te quiero, Jack.
Se besaron con una urgencia desproporcionada y Jack se colocó sobre
ella, entre sus piernas. Sus manos acariciaron sus caderas y bajaron dibujando
su silueta hasta sus muslos. Los jadeos de Emily encendieron a Jack, tanto
que tuvo que dejar de besarla y mirarla, para comprobar que era real, que no
era fruto de su imaginación. Esa mujer era perfecta, y tenía la suerte de que
quería estar con él. Solo con él.
Un sentimiento de posesión fue naciendo en el vientre de Jack. Emily se
estaba metiendo tanto en sus venas, que la consideraba un poco suya. Se dio
cuenta de que no hacían falta años para que el amor se enredase en tu
corazón, sino que, si encontrabas a la persona idónea, podías sentir su fuerza
con un par de miradas.
—¿Dónde has estado toda mi vida?
Ella sonrió y juntó sus frentes.
—A un kilómetro de tu casa.
—Demasiado lejos.
—Muy lejos.
Jack se apartó de ella y se incorporó del suelo, poniéndose de pie. Le
tendió la mano a Emily y se levantó a su vez, extrañada porque hubiese
dejado de besarla tan de repente.
Cuando estuvo frente a él, le dio un beso tan húmedo que las piernas de
ella volvieron a temblar, y la cogió en brazos, dirigiéndose al interior del
yate, a un camarote donde una mullida cama los esperaba para que fundiesen
sus cuerpos con esa intensidad de la que solo ellos dos eran capaces.

Dede cerró la carnicería y se encaminó hacia la Red Cross a la misma hora


que solía hacerlo a diario.
Estaba cansada. Llevaba sin dormir bien más de una semana, desde que
ocurrió el incidente con Andrej y ambos acabaron en el calabozo.
Su estado de ánimo era horrible y no le apetecía hacer nada que no fuese
acurrucarse en el sofá de su casa y ver la televisión. No obstante, se obligaba
a salir y a seguir con su vida como si el nieto de Senka no hubiese existido
jamás, como si su historia de amor nunca hubiera ocurrido.
Ese tío no se merecía que estuviese mal por él, y mucho menos merecía
sus lágrimas.
Hablaba a diario con Emily y se veían con bastante asiduidad. Ahora más
que nunca necesitaba a su amiga, y las salidas junto a ella y a Dave por
Drogheda.
Andrej era historia y aunque le doliese recordar todo lo que había sentido
junto a él, necesitaba pasar página y continuar con su vida.
Las dos horas que pasó en la Red Cross fueron bastante amenas. Sus
compañeros eran geniales y conseguían hacerla reír con sus payasadas.
Hacían un buen equipo y, lo más importante, eran buena gente, ayudaban al
prójimo sin pedir nada a cambio, por el simple hecho de sentirse útiles con la
sociedad, con la gente que más lo necesitaba.
A las once de la noche se despidió de ellos y regresó a casa por el camino
de siempre.
Le gustaba caminar a esas horas de la noche por el paseo marítimo. Las
luces de las embarcaciones y el barullo de los viandantes, que regresaban a
sus casas, le hacían sonreír.
Dejó de caminar cuando llegó al puerto pesquero. Desde allí podían verse
a los pescadores mientras terminaban de preparar los barcos para salir de
pesca, mientras la luz del faro ayudaba a los que ya estaban en altamar con su
parpadeante resplandor.
Mientras fijaba la mirada en el agua, notó que alguien la cogía de la mano
y entrelazaba sus dedos.
Al girar la cabeza y ver a Andrej a su lado, todo su mundo dio un vuelco y
su corazón se aceleró al descubrirlo junto a ella.
Dio un tirón y soltó su mano, cogiendo distancia entre ambos, sin prestar
atención a la sonrisa de Andrej, que no dejaba de mirarla con anhelo.
¿Sonreía? ¿Ese estúpido embustero se atrevía a sonreír después de lo que
había hecho?
Dio media vuelta y lo dejó allí, sin ni siquiera decirle ni hola. Caminó
todo lo rápido que sus piernas pudieron hacerlo, alejándose de él. Sin
embargo, Andrej la alcanzó y la cogió del brazo, para que se detuviese.
—¡Suéltame!
—Te he estado llamando, pero tu teléfono no daba señal —dijo él, con
voz calmada.
—¡No daba señal porque te he bloqueado!
—Supuse que estarías enfadada.
—¿Enfadada? —preguntó Dede al borde de la histeria—. ¿Supusiste que
estaba enfadada?
—Lo siento, no fue mi intención que…
—¿Que me metiesen en el calabozo por tu culpa? —lo cortó, acabando la
frase por él—. ¿Tú eres tonto?
—Dede… ya sé que no te dije la verdad y que…
—¡Cállate! ¡No quiero escuchar nada de lo que tengas que decirme!
—He venido a pedirte perdón.
—¡Métete el perdón por donde te quepa! ¡No lo quiero, no quiero nada de
ti!
Andrej entrecerró los ojos al escuchar aquello. Dio un paso hacia ella,
para calmarla, pero Dede se apartó de nuevo.
—Por favor… —suplicó él, mirándola con impotencia.
—No te acerques. ¿De verdad crees que voy a perdonarte? —Rio con
tensión en el rostro—. No quiero nada de ti, no quiero tener nada que ver
contigo, ¿me oyes?
—No seas injusta, deja al menos que me explique.
—¿Te parezco injusta? ¡No me jodas, Andrej! ¡Injusto fue que me
metiesen en la cárcel por tu culpa! ¡Injusto fue que tú, mi novio, me
engañases! ¡Injusto fue que me tomases por imbécil y te rieses de mí!
—¿En qué momento me he reído de ti? —se defendió, molesto por las
acusaciones de ella—. ¡Yo no quería que sucediese aquello!
—¿No querías que sucediese y me paseabas en un coche robado? ¡Te
atreviste a follar conmigo en un coche robado! ¡Eres un embustero y un…!
—¡Lo siento, joder! —Se pasó una mano por su corto cabello rubio y fijó
sus ojos en los de Dede—. ¡No quiero que lo nuestro se acabe por una
equivocación mía! ¡Sé que he hecho muchas cosas mal, pero quiero estar
contigo!
Ella se acercó un poco a Andrej y apretó los labios.
—Vete a la mierda.
—Dede…
—¡Basta! —Lo señaló con el dedo índice—. ¡No te vuelvas a acercar a
mí, no me llames, no me busques! ¡Haz como si no me conocieses!
—No puedo hacer eso.
—¡Pues, entonces, tienes un problema, porque yo ya me he olvidado de ti!
¡No quiero tener nada que ver contigo!
Él bajó la vista al suelo y cerró los ojos, dolido.
—Ya sé que me advertiste sobre los coches, y tenías razón.
—¿Sabes la vergüenza que pasé cuando mi padre tuvo que venir a
sacarme del calabozo? ¿Te puedes imaginar la decepción que se llevó,
cuando yo no era culpable de nada? ¡No me habla por tu culpa!
—Hablaré con él, le explicaré que fui yo…
—¡No te vas a acercar a mi familia! ¡Ni a mí!
Andrej dio un paso hacia ella e intentó cogerla de nuevo de la mano, pero
no lo permitió.
—Te quiero.
—Y yo quiero que desaparezcas.
—Sé que no me porté bien, que te mentí. Pero… quiero empezar de cero,
eso es cierto —comentó, intentando que lo escuchase—. Es cierto que he
estado buscando un trabajo, y que pensaba deshacerme de los coches.
Ella se cruzó de brazos y alzó la cabeza, orgullosa, con un nudo
insoportable en la garganta.
—Haz lo que te dé la gana, Andrej. A mí no tienes que darme
explicaciones, no las necesito. Tú y yo ya no somos nada. —Lo fulminó con
la mirada y dio un par de pasos hacia atrás—. Adiós, que te vaya bien.
Y tras aquella escueta despedida, lo dejó plantado en mitad del paseo
marítimo.
Cuando giró por la siguiente calle, no pudo aguantar las ganas y se echó a
llorar. Se apoyó en una pared y se tapó los ojos con las manos. ¿Qué tenía
Andrej? ¿Por qué se sentía tan mal cuando se alejaba por su propio bien, para
protegerse de un hombre como él? No le convenía, no era una buena persona,
¡robaba coches, joder! Todavía no comprendía cómo había consentido salir
con él después de saber que su garaje era un desguace ilegal.
Se lo tenía merecido. Todo eso le pasaba por tonta, por crédula, por creer
que un par de polvos y unas cuantas palabras bonitas eran suficientes para
que una persona cambiase.

Emily abrió la puerta de casa y empujó la silla de ruedas de Raphael.


Llevaban toda la tarde juntos, porque habían ido a comer a un pequeño
restaurante del centro de Drogheda, y Karen no iría a recogerlo hasta que no
terminase de trabajar.
Cuando llegaron al salón, ayudó a su padre a sentarse en el sofá, y este
miró a su alrededor, con ojos tristones.
—No te puedes hacer una idea de lo que echo de menos esta casa.
—Todavía tienes que acostumbrarte a la de Karen.
—El primer día que dormí allí, no pegué ojo en toda la noche.
Emily tomó asiento junto a su padre y apoyó la mano sobre su muslo.
—¿No estás cómodo en esa casa, papá?
—Sí, lo estoy. Sus hijos son encantadores y con ella me va de maravilla,
pero me va a costar un poco acostumbrarme al cambio de domicilio, y a no
tenerte a ti conmigo. —Raphael cogió el mando de la televisión y la encendió
—. ¿Y a ti cómo te va aquí sola?
Ella se encogió de hombros.
—Pues… bien, como siempre. —Le dio un pequeño codazo en el brazo y
le guiñó el ojo—. Lo mejor es que ahora no tengo que preocuparme por que
nadie queme la cocina.
Raphael se echó a reír y miró a su hija con amor.
—Ojalá tu madre pudiese verte, Emily. Estaría tan orgullosa de ti y de la
mujer en la que te has convertido…
—La echo de menos. —Alzó la mirada y fijó sus ojos en el cuadro que
había sobre el televisor, donde una Emily de ocho años sonreía abrazada a
sus padres.
Raphael la cogió de la mano y miró también el cuadro donde aparecía su
difunta esposa. Emily se parecía mucho a ella, sin embargo, su hija no tenía
el cabello rubio de su madre, ni su hoyuelo en el mentón.
Apartó los ojos, un poco triste por la falta de su mujer, y se obligó a
pensar en otra cosa. Habían pasado más de quince años desde que Agnes se
marchó y todavía le dolía como el primer día.
Daba gracias al cielo por haber encontrado a Karen. La amaba con todo su
corazón, de la misma forma que amó a su mujer.
—Y, bueno, ¿estás agobiada con las facturas? ¿Son demasiado para ti
sola?
—No, papá, no te preocupes. Con mi trabajo en la casa de los Myers
puedo hacerles frente sin problema.
—Sabes que estoy aquí y que, si necesitas dinero para cubrir algún gasto,
solo tienes que decírmelo.
—Guárdate tu dinero. Lo necesitas para ayudar a Karen en vuestra nueva
casa.
—Sí, pero…
Raphael no pudo terminar de hablar porque el timbre de casa sonó,
interrumpiéndolo a mitad.
Emily frunció el ceño y se levantó del sofá. No esperaba a nadie.
—Ya vengo, voy a ver quién es.
Lo dejó sentado en el salón y caminó hasta la entrada.
Cuando abrió la puerta, alzó las cejas por el asombro al encontrar a
aquella persona frente a ella.
—¡Jack! ¿Qué haces aquí?
—He venido a verte —respondió él, apoyándose en el marco de la puerta,
con una sonrisa ladeada en los labios.
Estaba muy guapo vestido con aquellos tejanos oscuros y esa camiseta
informal en color crema. Llevaba el cabello ligeramente peinado hacia arriba,
y la barba de varios días sin afeitar le daba un aspecto de chico malo.
—Mi padre está en casa.
—Ya lo sé, me lo dijiste ayer, cuando nos despedimos en el yate —
respondió dando un paso hacia ella, mirándola a los ojos.
La rodeó por la cintura y la besó con ardor, consiguiendo que las piernas
de Emily temblasen por la intensidad de sus sentimientos.
Lo rodeó por el cuello y respondió de buena gana a los labios de Jack.
Cuando separaron sus bocas, se sonrieron.
—No ha pasado ni un día desde que nos separamos, y ya estaba loco por
verte.
—Yo también a ti. —Emily juntó sus frentes—. Te quiero.
Él la cogió en peso y volvió a besarla, aplastándola contra la puerta.
—¿Vas a presentarme a tu padre?
—¿Quieres conocerlo? —preguntó ella, levantando las cejas.
—Sí. Ya va siendo hora de que sepa con quién sale su hija.
—Mi padre ya lo sabe, Jack.
—Pero quiero explicarle cuáles son mis intenciones contigo.
—¿Y cuáles son? Yo no las sé —añadió sonriente.
Jack acercó la boca a su oído y susurró.
—Quiero hacerte muy feliz, Emily Bristol. Quiero ser la persona por la
que sonrías cada mañana, con la que amanezcas, con la que compartir la vida.
Ella suspiró, emocionada, y lo besó con fuerza.
—Todavía me cuesta creer que todo esto esté pasando.
—Créetelo, porque te vas a venir a vivir conmigo.
—¿Eso es una petición? —Sonrió con un brillo muy especial en los ojos.
—Lo será cuando hable con tu padre —le aseguró.
Emily lo cogió por la cara y pegó la suya a la de Jack, con el corazón
latiendo a una velocidad imposible. Cerró los ojos, jadeante, y asintió,
decidida.
—Vamos.
Cogidos de la mano, cerraron la puerta de la vivienda, y caminaron juntos
por el pasillo que llevaba al salón.
Al verlos aparecer, Raphael enarcó las cejas, asombrado.
Recordaba a Jack Myers de cuando fue a buscar a Emily a casa un mes
atrás.
Era un tipo atractivo, alto y con buena planta. En su cara se notaba la
seguridad de un líder, y la determinación.
Jack se acercó a él, con una sonrisa en los labios, y le tendió la mano.
—Buenas tardes, señor Bristol, soy Jack Myers.
Raphael le estrechó la mano y sonrió a su vez.
—Te recuerdo.
—La primera vez que nos vimos, no me presenté, y creo que ya es hora de
que usted me conozca.
—Eso también pensaba yo —asintió Raphael.
Jack se pasó una mano por el cabello, visiblemente nervioso, no obstante,
continuó. Aquello era importante para él y para Emily.
—Señor Bristol, quiero que sepa que mis intenciones con su hija son
buenas. —Agarró la mano de Emily, que se mantenía a su lado, intentando
aparentar tranquilidad. Se sonrieron—. Emily es una mujer increíble y me
gustaría poder contar con su aprobación para seguir viéndola.
Raphael observó a Jack con interés, y después a su hija, que miraba al
dueño de la Destilería Myers con adoración.
Le recordó a cuando él mismo miraba a Karen. Se notaba que algo fuerte
había nacido entre aquellos dos jóvenes.
Sonrió, contento, y palmeó a su lado del sofá, para que Jack tomase
asiento junto a él.
—No es necesario que me digas señor Bristol. Me llamo Raphael.
DIECIOCHO

Jack llegó a casa feliz.


Después de conocer al padre de Emily, y de comprobar que Raphael
aprobaba que estuviesen juntos, charlaron durante un rato, hasta que se
marchó con Karen, que fue a recogerlo después de trabajar.
Ya a solas en su casa, hicieron el amor y pasaron la noche juntos,
durmiendo poco y hablando mucho. Susurrándose todas aquellas cosas que
lograban hacerlos temblar, besándose hasta que la pasión se los llevaba con
ella y acababan de nuevo perlados en sudor tras otro acto de amor.
Jack no recordaba haber deseado tanto a nadie, ni que, lo que notaba en su
pecho, hubiera sido tan fuerte. Emily era tan especial que todo su ser vibraba
cuando estaba a su lado. Era preciosa, amable y con un corazón de oro. Con
ella no tenía dudas, no había miedo, porque confiaba plenamente en que lo
que sentía por él era cierto. Sus ojos se lo decían, esos bonitos ojos en los que
quería reflejarse todos los días.
Cruzó el pasillo y se plantó en el salón, donde la televisión estaba
encendida, pero en el que no había nadie. Desde la cocina se escuchaba el
sonido de unas sartenes. Su madre estaría preparándole algo para comer a
Owen.
Un balbuceo a su derecha le hizo girar la cabeza. Dentro de un pequeño
parque, repleto de juguetes, estaba el niño. Se entretenía con un coche
acolchado.
Se acercó al pequeño, que alzó la cabeza al sentir su presencia, y le sonrió
con su boquita casi sin dientes.
Al verlo, Jack le devolvió la sonrisa y se acuclilló junto al parque. Acercó
la mano a la cabecita de Owen y le revolvió el cabello.
—Hola, peque —le susurró.
Owen estiró el brazo y le dio a Jack el coche con el que jugaba,
haciéndolo sonreír todavía más.
—Jack… —La voz de su madre le hizo girar la cabeza. Isabella entraba en
el salón portando un biberón en la mano. Al verlo cerca de Owen, su cara se
iluminó—. No sabía que estabas en casa. No te he oído entrar.
—Acabo de llegar. —Se levantó del suelo y le dio un suave beso a su
madre. Miró su reloj de muñeca—. Son las doce, creía que era más temprano.
—Es domingo, ¿tienes prisa?
—Tengo que rellenar unos papeles de la destilería y enviárselos a mis
asesores. Y no quiero tardar demasiado. —Porque estaba deseando terminar
con sus obligaciones para poder volver a ver a Emily.
—No has pasado la noche en casa —comentó Isabella, cogiendo a Owen
del parque y sentándose con él en el sofá, para darle el biberón.
—No, mamá, no he pasado la noche aquí.
—¿Con… Emily?
Jack rio y se cruzó de brazos.
—¿Vas a ejercer ahora de madre controladora, a mis treinta y cinco años?
—Solo me intereso. —Isabella rio—. Pero, puedes quedarte tranquilo,
Emily me parece ideal para ti. Es la clase de chica que siempre quise para mi
hijo.
Dejó a su madre con Owen en el salón y se encerró en su sala, para
rellenar el papeleo que debía enviarles a sus asesores.
Se concentró en la tarea. Estaba deseando terminar, darse una ducha y
llamarla para verse de nuevo.
Esa tarde, tenía pensado llevar a Emily a Powerscourt, cerca de la ciudad
de Bray, lugar donde se alzaba un antiguo castillo irlandés del siglo XIII. Era
de sus lugares favoritos y quería pasear por él con ella. Mostrarle la
grandiosidad del castillo, contemplar sus jardines y enseñarle la cascada más
alta del país, a tan solo unos kilómetros de allí.
Quizás, pasarían la noche en algún hotel de la zona, comerían en
restaurantes y se deleitaría al ver el brillo de los ojos de Emily, al descubrir
todos esos lugares nuevos.
Le haría el amor. Se lo haría decenas de veces. La abrazaría muy fuerte y
la contemplaría dormir, porque había descubierto que le encantaba hacerlo.
Era fascinante, igual que ella.
Unos golpes en la puerta le hicieron alzar la cabeza.
Suspiró y dejó los papeles a un lado. ¿Qué querría su madre ahora?
—Adelante.
Cuando se abrió la puerta de la sala, por ella no entró Isabella, sino
Howard Walsh, su abogado.
Jack irguió la espalda al verlo y dejó el bolígrafo sobre la mesa. Se levantó
de su asiento y fue a su encuentro para estrecharle la mano.
—Howard, ¿qué tal?
—Buenos días, Jack, tienes muy buen aspecto —lo alabó el hombre—.
Llevo bastante tiempo sin verte.
—Es verdad. —Sonrió. Llevaba sin ver a Howard desde que le pidió que
le mandase el cheque con el dinero a Emily, antes de conocerla—. ¿Qué te
trae por casa un domingo?
—Hubiese venido antes, pero me ha sido imposible. —Apoyó el maletín
en el suelo y de él sacó una carta, debidamente sellada por la banda
engomada. Se la entregó—. El viernes llegó a mi despacho esto para ti.
Jack miró la carta, en la que no daba ninguna pista de quién podía ser su
remitente.
—¿No sabes de quién es?
—Sí que lo sé —respondió el abogado—. Me la enviaron desde JLCA
Lawyers.
—¿Del bufete de abogados de… Teresa? —Se agarró a la butaca y apretó
los labios—. ¿Te han dicho qué hay en el interior?
—Me temo que no.
Jack asintió, pensativo, dándole mil vueltas a lo que podía haber dentro.
Dejó la carta sobre la mesa y miró a Howard, que aguardaba paciente.
—Gracias por venir, Howard. No tenías que haberte molestado, y menos
siendo domingo.
—Es mi trabajo, Jack, y más sabiendo lo delicado que es este tema para ti.
—Le volvió a estrechar la mano y le sonrió—. Pasa un buen día.
—Igualmente.
Cuando se quedó de nuevo a solas, Jack miró la carta desde la distancia.
Había algo que le decía que no la abriese. Sería remover la mierda de nuevo,
sería volver a recordar. No obstante, debía hacerlo.
Con el corazón latiendo a un ritmo insoportable, rasgó el sobre y sacó una
hoja de papel, debidamente doblada por la mitad.
Su visión se tornó momentáneamente negra al reconocer la letra. No era
de Teresa, sino de Conor.

Jack:
Sé que esta no es la mejor manera de que sepas lo que voy a contarte, y tampoco lo fue
el desaparecer sin apenas dar explicaciones.
Teresa y yo estamos enamorados.
La quiero desde el primer día que apareciste con ella en casa. Desde que nos la
presentaste a mamá y a mí, cuando os comprometisteis. Una semana antes de vuestra boda.
En un principio, intenté no acercarme mucho a ella, era tu mujer y yo no quería hacerte
daño, sin embargo, Teresa sentía lo mismo que yo.
Nos queremos con locura.
La situación se nos fue de las manos.
Nos veíamos a escondidas cuando tú no estabas en casa, pero también lo hacíamos
mientras dormías. Teresa se escabullía a mi habitación sin que te dieses cuenta y
planeábamos una vida juntos, lejos de Drogheda.
Lo que jamás pudimos prever fue que ella se quedase embarazada. No lo íbamos
buscando y ese niño entorpecía nuestros planes.
Fuimos unos inmaduros, lo sé. Te hicimos creer que Owen era tu hijo, porque no
encontrábamos la manera de confesarte nuestro amor, no sabíamos cómo plantarte cara.
Creo que ella fue más valiente que yo aquel día que te dijo la verdad. No fui capaz de
mirarte a la cara y explicarte que amaba a tu mujer. Elegí la opción más cobarde, la de la
huida. Elegí a Teresa antes que a ti, pero el amor es así y sé que pasaré el resto de mi vida
con ella.
Te pido que cuides de Owen.
Ese niño vino en un mal momento y sé que contigo tendrá más posibilidades de tener
una buena vida, ya que nuestra prioridad es disfrutar.
Debo parecer un egoísta, una mala persona, pero mi vida es Teresa, y de momento, solo
deseo que estemos nosotros dos, sin nadie que nos moleste.
Espero que algún día puedas perdonarme, hermano, porque, aunque no me creas,
después de todo lo ocurrido, te quiero como si fueses mi propio padre.

Conor

Jack dejó caer la carta al suelo, con las manos temblorosas y un malestar
que ascendía por su estómago y le oprimía el pecho.
Aquella carta estaba fechada días antes de su accidente de coche.
Se llevó las manos a la cabeza y pensó en todo lo que acababa de leer.
Todos los recuerdos regresaron a él y le golpearon con una fuerza destructora
que lo dejó adormecido.
Conor había preferido a una mujer antes que a su familia, antes que cuidar
de su propio hijo. Decidió dejarlo todo, despreocuparse del daño que hacía y
largarse para vivir una vida feliz junto con su exmujer.
¿Ese era su hermano? ¿Ese fue el chico al que Jack había querido más que
a su propia vida?
Una lágrima descendió por su mejilla y se la limpió con rabia.
Se atrevió a escribirle una maldita carta para pedirle perdón. Pero se
notaba, en cada palabra, que no se arrepentía lo más mínimo. Él y Teresa
habían destrozado su vida y tenía la poca vergüenza de hacerse la víctima.
¿Lo hacía por amor? ¿Porque estaba loco por ella?
El amor no justificaba semejante barbaridad.
—Hijos de puta —susurró sin poder dejar de llorar.
Con una rabia que iba creciendo en su interior, se dirigió hasta la
estantería, donde tenía apilados sus libros y los arrojó al suelo.
Rugió, dándole golpes a la pared y le dio un manotazo a la lámpara de pie,
que alumbraba la estancia.
El sentido común desapareció de la mente de Jack, destrozando todo lo
que tenía delante.
Tanto fue el escándalo, que Isabella entró en la sala, asustada.
—Hijo, ¿qué estás haciendo?
—Vete de aquí, mamá —le advirtió con un rugido.
—Pero, Jack, ¿qué ha pasado? ¿Por qué está todo destrozado?
—¡Que te largues, joder! —chilló perdiendo los papeles—. ¡Vete de aquí
y no se te ocurra entrar! ¿Me oyes?
Isabella se llevó una mano al corazón y lo miró sin comprender.
—¿Es… es por Emily? ¿Habéis discutido?
—¡Fuera, fuera, fuera! —Le dio una patada a una de las pequeñas sillas,
que había cerca de la mesa en la que siempre jugaban al ajedrez, y esta cayó
al suelo rompiéndose una pata.
Isabella salió de la sala espantada y Jack se dejó caer sobre su butaca, con
la respiración jadeante y las lágrimas saliendo a borbotones de sus ojos.
Estuvo en soledad toda la tarde, sin poder dejar de darle vueltas a la carta,
maldiciendo a las personas que habían jugado con él. Deseaba desaparecer,
marcharse, esconderse en un agujero profundo y no salir nunca.
Cuando la habitación se inundó en penumbras, recordó a Emily.
Ella, con su rostro sereno y su sonrisa de ángel. Con su ternura y su
fragilidad.
¿Qué estaba haciendo una mujer así con alguien como él? ¡No merecía a
Emily! Si se quedaba con él, su vida sería triste y vacía, lo vería recaer una y
otra vez en aquella mierda, la haría infeliz. Y no quería eso.
Se merecía a un hombre de verdad. Uno sin sus problemas, al que su
mente no lo atormentase con recuerdos del pasado. Alguien que la hiciera reír
hasta que le doliese el estómago, que colmase su vida de felicidad, que no
fuese un gilipollas débil, que pudiese controlar su mente.
Creyó que podría conseguirlo, creyó que podría empezar de nuevo, sin
embargo, acababa de darse de bruces contra la realidad.
Nunca podría seguir hacia adelante, y Emily merecía tener una vida plena
y tranquila lejos de él.

Resguardada bajo su paraguas, Emily caminaba por las calles de


Drogheda hacia la casa de los Myers.
Había pasado la noche diluviando, y a esa hora de la mañana todavía caía
una fina llovizna que empapaba todo a su paso.
Tenía muchas ganas de ver a Jack.
No sabía por qué al final no la había llamado. Quedaron en verse y en
pasar la tarde del domingo juntos, sin embargo, no escuchó su teléfono sonar
en ningún momento y Jack no apareció por casa.
Suponía que habría tenido que solventar algún imprevisto relacionado con
la destilería. No era extraño que sus asesores y socios lo telefoneasen un fin
de semana. Así que, no quiso molestarlo y se obligó a no llamar para
preguntar, a pesar de que ganas no le faltaron.
Todavía recordaba lo decidido que había estado Jack en hablar con su
padre. La sonrisa no se le borraba de los labios al ver a los dos hombres más
importantes para ella, juntos, charlando relajadamente.
Aquel acto le demostraba tantas cosas… Le demostraba que Jack iba en
serio, que de verdad estaba implicado en su relación.
Le hacía muy feliz, sentirse pletórica, como si nada ni nadie pudiese
hacerle daño. El amor de Jack era así, la convertía en indestructible.
Nada más poner un pie en la mansión, las pisadas aceleradas de Isabella la
interceptaron.
Emily frunció el ceño al ver a la madre de Jack con tan mala cara. Parecía
no haber pegado ojo en toda la noche.
—Buenos días, Isabella.
—¿Puedes acompañarme al salón, por favor? —le preguntó ella, sin
saludarla siquiera.
—Claro. —Frunció el ceño, extrañada—. ¿Ocurre algo?
—Creo que sí, y quizás tú puedas sacarme de dudas.
Tomaron asiento en el sofá del salón y Emily esperó a que Isabella se
acomodase, ya que parecía no encontrar nunca la postura.
Pasados unos segundos, posó la mirada en Emily, suspirando.
—¿Ha ocurrido algo con mi hijo?
—No, que yo sepa. —Levantó la mirada hacia la sala donde Jack siempre
solía estar, alarmada—. ¿Qué pasa?
—¿No habéis discutido por nada?
—¡No, no! Estamos bien, muy bien, de hecho. —Al ver la preocupación
en Isabella, Emily tragó saliva con el corazón cada vez más acelerado—. Me
estás asustando.
—Es que no sé lo que ocurre. Ayer… Jack comenzó a comportarse de un
modo muy extraño.
—¿Extraño, en qué sentido?
—Volvió a echarme de la sala, a poner la música a todo volumen, a… —
Se llevó una mano a su frente—. Fue… como si todo hubiese vuelto a como
era antes.
Emily apoyó la mano sobre el muslo de Isabella, para darle fuerzas. No
obstante, ella misma estaba muy nerviosa por lo que acababa de contarle.
—No tienes que preocuparte, yo hablaré con él.
—He intentado que llame a su psicólogo, para que hable con él, y se ha
negado rotundamente.
—Conmigo no lo hará —declaró Emily, convencida—. Jack y yo nos
queremos, él no va a echarme, ni a hablarme mal.
—Estoy preocupada, Emily. Otra recaída de mi hijo… yo… no sé si
podría volver a aguantar todo eso.
—Lo sé, es duro. Pero eso no va a volver a pasar, no lo voy a permitir,
¿me oyes, Isabella?
La madre de Jack la miró a los ojos y asintió, esbozando una débil sonrisa,
un poco más tranquila. Después de todo, Jack había cambiado drásticamente
por aquella chica. La escucharía.
—¿Dónde está Jack? ¿En la sala?
—Está dormido, en su habitación —dijo Isabella—. Creo que anoche no
durmió nada.
—Esperaré a que se despierte y hablaré con él. —Apoyó una mano sobre
su hombro—. Ve a trabajar tranquila, yo me ocupo.
—Gracias, Emily, no sabes lo agradecida que estoy de que el Señor te
haya puesto en nuestro camino.
La madre de Jack le dio un beso en la mejilla y se levantó del sofá, un
poco más repuesta. Salió del salón y caminó por el pasillo, hasta su
habitación, donde terminaría de vestirse, dejando a Emily sola, pensativa y
muy preocupada.
La mañana pasó con mucha calma, demasiada para su gusto.
Owen y ella estuvieron casi todo el tiempo en la piscina, jugando y
chapoteando con el agua.
Cada pocos segundos, miraba hacia la casa, esperando que Jack apareciese
por el camino, entre los setos, y se uniese a ellos. Esperaba que llegase con su
sonrisa, que la besase y que le dijese todas esas cosas preciosas al oído. Pero,
aquello no ocurrió.
A la una de la tarde, después de darle la comida a Owen, y de que el
pequeño se quedase dormido, lo montó en su carricoche y se dirigió hacia la
casa, para acostarlo en su cuna.
Nada más entrar, una música atronadora retumbó en sus oídos.
Ya sabía de dónde provenía y quién era el culpable.
Cuando acostó a Owen, se plantó delante de la puerta y tragó saliva,
apoyando la mano en el picaporte.
Todo saldría bien. ¡Era Jack! El mismo hombre al que quería, el que le
hacía experimentar todas esas cosas preciosas en el corazón.
Abrió la puerta y la semioscuridad la hizo dudar un poco, pero entró.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la poca luz, contuvo el aliento al ver
todas las cosas rotas que había tiradas por el suelo. Estaba todo destrozado.
Al levantar la vista, descubrió a Jack sentado en su butaca, pero estaba de
espaldas, con la vista puesta en la ventana, así que no se había percatado de
su presencia.
Emily caminó hacia el aparato de música y lo desconectó, logrando que el
silencio le diese un respiro.
Jack se giró de repente y clavó sus ojos en ella.
Al darse cuenta de la frialdad de estos, Emily experimentó un déjà vu. Ya
habían pasado por esto antes.
—Está todo destrozado, Jack —dijo, rompiendo el silencio.
Se acercó, a paso lento, y se colocó frente a él. Necesitaba tenerlo cerca.
Notarlo tan distante era doloroso.
Se acuclilló junto a él y apoyó una mano en su muslo.
Parecía el antiguo Jack, pero con el pelo corto, sin barba y con más peso.
Sin embargo, lo peor de todo, era que no se dignó a hablar.
—¿Qué ha pasado? —insistió—. ¿Por qué está todo así? ¿Qué ha
ocurrido? —Esperó a que le contestase, pero no recibió respuesta—.
¡Háblame, joder!
—Vete de aquí, Emily —respondió con voz calmada, pero impersonal.
—¿Que me vaya? ¡Ni lo sueñes! —Alzó una mano para acariciarle la
mejilla, pero Jack se apartó. Ella apretó los labios, dolida por su forma de
actuar—. ¿No quieres que te toque?
—Es mejor que te vayas —insistió.
—Pero ¿por qué? ¿Qué pasa? ¡Cuéntamelo, Jack!
—Lo nuestro se ha acabado.
—¿Y eso por qué?
—Porque yo lo he decidido.
—¡Estábamos bien! ¡No tienes ningún motivo para echarme de tu vida de
esta manera, y no lo voy a consentir!
—Esto no es cosa tuya, sino mía —comentó Jack, aguantando las ganas
de abrazarla—. Yo no soy bueno para ti.
—¡Eso tendré que decidirlo yo! ¿No crees? ¡Porque a mí me lo pareces,
me pareces un tío que merece la pena y no me voy a largar solo porque tú me
lo digas!
—No pongas las cosas más difíciles —le suplicó sin querer mirarla.
—¡Tú las estás poniendo difíciles, maldita sea! El sábado dormiste en
casa, conmigo. Me dijiste cosas preciosas, me hiciste el amor de la forma más
bonita que me lo hubiesen hecho nunca, me hiciste sentir especial. Así que no
me digas que te lo pongo difícil, porque no me has dado ni una explicación.
—No tengo que explicarle nada a nadie sobre mi vida.
—Muy bien, puedes hacer lo que quieras, pero yo me quedo contigo.
—¡Que te vayas, Emily! —gritó agarrando los brazos de su butaca con
fuerza, perdiendo el control. No quería verla, no podía hacerlo sin que su
corazón se acelerase y muriese de gozo por todo lo que ella le producía. Pero
si seguían juntos, acabaría haciéndole daño. Acabaría odiándose todavía más
por hacerla infeliz, por tener que aguantar a un hombre como él. Lo mejor
para los dos es que siguiese solo, pudriéndose por dentro y no involucrarla a
ella en todo ese asunto—. Déjame solo.
—No.
—Fuera.
—No, Jack, te quiero.
Él apretó los labios, desesperado, y se levantó de la butaca, alejándose de
ella.
Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos, pensando en qué decirle
para que se alejase de él. Era una mala influencia y Emily merecía una vida
feliz al lado de un hombre que de verdad la mereciese.
—Yo a ti no te quiero —respondió intentando que no se le notase el
desgarro en la voz.
Dio la vuelta y la miró a los ojos. En los de ella había confusión.
—Me querrás con el tiempo.
—¡No te voy a querer nunca, niña!
—No te creo. Hablaste con mi padre, le aseguraste que tus intenciones
conmigo…
—¡Mentí! —exclamó forzando una sonrisa—. ¿De verdad eres tan tonta
como para creer todo lo que te dicen?
—¿Por qué me estás haciendo esto, Jack? —Se acercó a él y lo miró
dolida—. Sé que me quieres y que todo esto no es verdad.
—¿Y por qué lo supones? ¿Porque he follado contigo y te he dicho cosas
bonitas? —Se cruzó de brazos y enarcó las cejas—. Qué ilusa eres. Solo me
interesaba tu cuerpo, y ahora que ya lo he poseído has perdido todo el
misterio para mí.
Jack se dio la vuelta y apretó los labios, sintiéndose un ser horrible por
todo lo que le estaba diciendo. Ojalá las cosas hubiesen sido diferentes entre
los dos, pero él ya no se veía capaz de ponerse bien. Por más que lo intentase,
los recuerdos y el tormento regresarían una y otra vez.
—No me voy a ir —insistió Emily, con la voz rota y las lágrimas rodando
por sus mejillas.
—¿Acaso estás sorda? ¡Te he mentido para follar contigo! —Giró tras dar
una bocanada de aire y aguantar el tipo—. Ha sido agradable, el sexo era
bueno, pero no voy a unir mi vida a la de una chiquilla que no tiene donde
caerse muerta.
—¿Qué? —Emily se limpió las lágrimas.
Jack forzó una carcajada. Necesitaba hacerle daño, de otra forma, no se
iría y él acabaría cayendo.
—¿De verdad pensaste que yo, un tío de mi posición y mi nivel, iba a
interesarme de verdad en una pordiosera como tú? ¿Qué beneficios puedes
aportarme?
—Mi amor, Jack. Solo puedo darte eso.
—No me interesa tu estúpido amor. ¡Lárgate de una puta vez de mi casa!
—¿Estás hablando en serio? ¿Después de todo lo que hemos vivido
juntos?
Jack no quiso mirarla.
—No hemos vivido nada que yo no haya hecho antes con otras. Has sido
una más, y ya me he cansado de ti.
Emily se tapó la boca con las manos y ahogó un gemido. No podía ser
verdad, no podía creérselo.
—Puedes echarme hoy, pero mañana volveré, y lo haré todos los días que
Owen se quede dormido.
—Estás despedida.
—¡Tú no eres mi jefe! ¡Tu madre es la que me paga! —Emily se enjugó
las lágrimas de las comisuras de los ojos y se fijó en él, que tomaba asiento
de nuevo en su butaca—. Te guste o no, voy a volver, Jack. No te creo, no
creo nada de lo que estás diciendo, ¿me oyes? ¡Este no eres tú!
Él no dijo ni una sola palabra más. Se limitó a girar la butaca y a darle la
espalda.
Con un desgarro demoledor en el corazón, Emily lo dejó a solas. Salió de
la sala dando un portazo y, al llegar al salón, tomó asiento en el sofá y se
quedó en él, con los ojos fijos en la puerta de la estancia.
A las tres de la tarde, Isabella llegó a casa y la encontró con el semblante
ceniciento, como si se hubiesen llevado su alma.
—Emily, ¿has podido hablar con Jack? ¿Te ha contado qué ha ocurrido,
por qué actúa de este modo?
Negó con la cabeza y bajó la mirada al suelo. Derrotada.
—Lo único que ha salido por sus labios ha sido que no me quiere y que no
regrese más a esta casa.
DIECINUEVE

Dede se llevó el último trago de café a la boca y tiró el vaso a la papelera


de la Red Cross.
Llevaba allí casi dos horas, haciendo guardia por si había alguna
emergencia, y estaba bastante aburrida. La mayoría de sus compañeros no
llegarían hasta pasadas las once, para el reparto de comida, así que se
entretenía cotilleando sus redes sociales mientras tanto.
Su estado de ánimo había mejorado bastante desde lo ocurrido con
Andrej. Se repetía que no valía la pena, que ese tío no merecía ni una de sus
lágrimas, así que se obligaba a ser dura y fuerte, y no pensar en él en ningún
momento. No obstante, eso era difícil. El poco tiempo que habían pasado
juntos había sido suficiente como para que ella se enamorase de aquel serbio
hasta las trancas.
Apretó los labios al darse cuenta de que otra vez estaba pensando en él, se
levantó de la silla y se asomó por la ventana.
La calle estaba mojada porque acababa de parar de llover. Llevaba
haciéndolo casi dos días seguidos y el verano parecía no querer llegar nunca a
pesar de estar en esa época.
Apoyó una mano en el frío cristal y recordó la conversación que había
tenido con Emily pocas horas antes. Ella y Jack Myers habían discutido.
Bueno, más bien, él había provocado la discusión y Emily estaba muy triste.
Dede suspiró y se pinzó el puente de la nariz, cansada. El amor era una
mierda. No pensaba enamorarse nunca más.
—Dede. —La voz de una de sus compañeras le hizo girar la cabeza.
—Hola, Stephanie, has llegado pronto.
—Sí, es que tengo que enseñarle las instalaciones a un nuevo voluntario.
—¿Tenemos un nuevo voluntario para la Red Cross? —Se interesó,
acercándose a ella.
—Se apuntó ayer —asintió y le dio un codazo—. ¡Y es guapísimo!
—Mira qué bien —respondió poniendo los ojos en blanco. Por ella, como
si quería ser el mismísimo Robbie Williams, que le daba igual.
—No creo que tarde en venir, me aseguró que sería puntual.
—¿Y a dónde lo vais a mandar cuando lo instruyáis?
—Hoy pensaba dejarlo contigo, vigilando el teléfono. Es una tarea fácil
para un principiante.
—Bueno, se agradece la compañía. Estar aquí sola es muy aburrido.
—Y, además, te alegrarás la vista —prosiguió alzando las cejas, divertida.
—Sí, claro —resopló. Se miró el reloj de muñeca—. Stephanie, voy un
momento al servicio, ya vuelvo, quédate al cargo del teléfono.
—No tardes.
—Voy volando.
Caminó a paso rápido hacia los servicios y, antes de regresar, se miró en
el espejo, notando que su piel estaba demasiado pálida.
Necesitaba unas vacaciones. Irse a algún país soleado, donde no lloviese
día sí y día también. Sin embargo, su trabajo en la carnicería familiar no se lo
permitía.
Salió de los servicios y regresó todo lo rápido que pudo hasta la sala
donde estaba el teléfono, pero en vez de encontrarse a Stephanie, en su lugar
había un hombre.
Estaba de espaldas, así que no pudo verle la cara.
No le apetecía nada socializar, pero le dio pena. Era un nuevo voluntario y
se sentiría un poco desplazado y raro al no conocer a nadie.
—¡Hola! ¡Tú debes ser el nuevo! ¡Soy Dede!
Cuando se dio la vuelta y lo reconoció, el suelo se le abrió a sus pies.
Ojos azules, rostro cuadrado y sexi, labios mullidos, cuerpo fuerte y alto.
Esa sonrisa que le aceleraba el pulso.
Tuvo que apoyarse en la pared para que las piernas no le fallasen.
—Hola, Dede.
—Andrej, ¿qué estás haciendo aquí? —Apretó los labios y en su rostro
apareció el enfado. ¿Se atrevía a irrumpir en la Red Cross como si nada? ¿Se
atrevía a volver a cruzarse en su camino?
—Me he apuntado como voluntario.
—¡Pues ya te estás desapuntando!
—¿Por qué? —Dio un paso hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Porque no pienso tener que aguantarte aquí, ¿me oyes?
—Pensaba que hacía falta gente para echar una mano.
—Y hace falta, pero tú no. No te quiero aquí.
—¿Eres la dueña de este sitio? —Rio.
—No, pero no voy a consentir que…
—Me limitaré a hacer lo que me manden, si te preocupa eso.
—Me preocupa tenerte a mi lado. Bueno, no me preocupa, ¡no quiero ni
verte!
—Entonces, tendrás que taparte los ojos, porque pienso quedarme.
—¿Por qué? ¡Nunca te ha interesado la Red Cross! ¿Ahora lo hace?
Andrej la recorrió con la mirada y asintió lentamente.
—Me interesa mucho.
—Sí, claro. —Puso los ojos en blanco y tomó asiento. Andrej se sentó a
su lado y se cruzó de brazos, mirándola. Al darse cuenta, Dede resopló y
apretó los labios—. ¿Qué quieres?
—¿No vas a explicarme qué tengo que hacer?
—¡Sentarte y estar calladito!
Andrej apoyó las manos sobre sus piernas, echando el cuerpo hacia
delante, para decirle algo en voz baja.
—Sabes que estoy aquí por ti, ¿no?
—No vas a conseguir nada. —Tragó saliva convulsivamente y deseó
marcharse a cualquier otro sitio. Estar tan cerca de él le recordaba todas sus
vivencias juntos, todas las veces que habían hecho el amor, todas las caricias
y lo bien que se lo pasaban. Pero también le recordaba su engaño.
—Te echo de menos, Dede.
—¡Pues yo a ti no, así que, cállate!
—Mi abuela pregunta por ti a menudo, y yo… no sé qué contestarle.
—¡Pues dile la verdad! ¡Dile que lo nuestro se ha acabado! ¡Que me
metieron en el calabozo por tu culpa! ¿O solo sabes mentir? —lo atacó,
dolida.
—Ya te pedí perdón por eso. Me equivoqué. —Intentó coger su mano,
pero Dede se apartó de inmediato y se levantó de la silla.
—Creo que dominas perfectamente la tarea que te han encomendado en la
recepción de llamadas, así que yo me voy.
—Dede, por favor…
El rostro de Andrej se contrajo por el dolor y ella tuvo que erguir la
espalda para no caer, para no recular. No iba a volver a creer nada de lo que
dijese.
—Disfruta de tu voluntariado.
Y se largó, dejando a Andrej con los ojos fijos en la puerta por la que
acababa de desaparecer, pensando en qué más hacer para que lo perdonase,
porque estaba decidido a recuperarla.
El espejo de su habitación reflejaba a un hombre triste y taciturno.
Mientras se anudaba la corbata, para ir a la destilería, Jack deseó regresar
a su sala y encerrarse en ella todo el día. Sin embargo, no haría tal cosa.
Tenía asuntos que resolver en su negocio y, aunque la tristeza a veces era
asfixiante, se obligaba a seguir hacia delante y a no hundirse de nuevo en ese
pozo del que tanto le estaba costando salir.
Llevaba tres días sin ver a Emily y la echaba mucho de menos. No tenerla
a su lado era como si le hubiesen clavado un cuchillo en el corazón y se lo
hubieran arrancado de cuajo. Le faltaban todas esas pequeñas cosas que ella
le aportaba, le faltaba su sonrisa, sus caricias, su dulzura…
En más de una ocasión, había estado tentado de ir a su casa a buscarla
para pedirle perdón por haberla sacado de esa forma de su vida, no obstante,
se comprometió a no hacerlo, a dejarla en paz, por su propio bien.
Ella no merecía estar con un hombre como él. Podía conseguir a alguien
mil veces mejor, con menos problemas y con una buena salud mental.
Lo intentó y fracasó. Y la angustia de saber que no iba a volver a verla,
era agonizante, aunque se repitiese que lo hacía por Emily.
Quizás, en esos momentos, ella lo odiase, pero en el futuro, cuando
encontrase al hombre adecuado, se lo agradecería. Agradecería no tener que
cargar con alguien como él, con un tío al que el pasado no lo dejaba avanzar.
Cuando estuvo listo, salió de su habitación y llegó hasta la cocina, donde
su madre le daba el desayuno a Owen.
Al mirar al niño, este hizo un gorgorito y alzó los brazos, feliz de verlo.
Jack le sonrió y tomó asiento en un taburete situado junto a la encimera.
Isabella lo ojeó de arriba abajo y curvó los labios en una débil sonrisa,
feliz de ver que su hijo finalmente había salido de la sala y volvía a vestir
bien. Esos días atrás estuvo muy preocupada por si Jack recaía en ese círculo
vicioso de tristeza, sin embargo, no había sido así.
—¿Vas a la destilería? —le preguntó, mientras lo veía prepararse un café.
—Hoy tengo que firmar el contrato para la compra del terreno en Galway.
—¿Cómo van los avances para la nueva planta?
—Lentos, pero firmes. —Se llevó el café a los labios y se pasó una mano
por el cabello, mientras suspiraba—. Hoy tampoco va a venir Emily, mamá.
—¿No vas a dejar que vuelva a trabajar?
—He contratado a otra mujer para que se ocupe de Owen.
Isabella abrió mucho los ojos al escuchar aquello. Abrazó un poco más
fuerte a su nieto y apretó la mandíbula, mirando a su hijo como si no llegase a
comprender qué pasaba por su cabeza.
—Pero, Jack…
—Es lo mejor, mamá.
—¿Lo mejor para quién? Owen quiere mucho a Emily. El pobre va a
sentirse muy raro con otra mujer que no sea ella.
—Se acostumbrará.
Su madre se mordió el labio inferior y miró a su nieto, preocupada.
Aunque más lo estaba por su hijo.
—Es que no entiendo lo que ha pasado para que hayas cambiado de
parecer de esa forma. Emily y tú estabais…
—Ya no —la cortó.
—¿Por qué? ¿Habéis discutido, os habéis peleado?
—No.
—¡Jack, maldición! —exclamó Isabella alzando la voz—. ¡Cuéntame qué
ocurre para que lo entienda!
Él se levantó del taburete y entrecerró los ojos, sin poder evitar que la
imagen de Emily se pasease a sus anchas por su cabeza.
—¡Lo que pasa es que no soy bueno para ella!
—¿Eso te ha dicho Emily?
—Ella no me ha dicho nada —la defendió—. He sido yo el que la ha
echado de aquí.
—¿Por qué? Parecías tan feliz con ella…
—Y lo estaba. —Apretó los labios, triste. Bajó la mirada al suelo—. Pero
ella se merece a alguien mejor que yo.
—Eso no es verdad. Eres mi hijo, te conozco y sé que no hay ningún
hombre más bueno y honrado que tú. Emily sería la mujer más feliz del
mundo a tu lado.
Él alzó los ojos para mirar a su madre y negó con la cabeza.
—Hace cuatro días, cuando vino Howard, me entregó una carta escrita por
Conor —le confesó con pesar—. La escribió el día antes de su accidente.
—¿Por eso tu actitud cambió de esa forma? ¿Por eso te… encerraste de
nuevo y destrozaste la sala?
Jack asintió y se cruzó de brazos.
—Emily no se merece a alguien tan voluble como yo. Sería infeliz a mi
lado cuando se diese cuenta de que no voy a poder ponerme bien.
—¡Hijo, has mejorado muchísimo desde que esa chica entró a trabajar en
casa! —Isabella dejó a Owen en el parque, para que jugase, y se acercó a
Jack, preocupada—. Con ella eres diferente, eres el Jack de siempre.
—No va a volver, no voy a permitir que siga a mi lado. No quiero destruir
su vida.
—¿Y por qué ibas a hacer eso?
—¿Es que no me ves, mamá? ¡Estoy jodido! ¡Pensar en Conor y en Teresa
me destroza, y no voy a permitir que Emily acabe hecha pedazos como yo,
por quedarse a mi lado! Porque eso es lo que sucedería. Acabaría
machacándola con mis mierdas.
—No hagas eso —le suplicó Isabella—. Esa chica es lo mejor que te ha
pasado en mucho tiempo.
—¿Acaso crees que no lo sé? —le preguntó con dolor en la voz.
—Entonces no la eches de tu vida. Emily te hace mucho bien, el tiempo
que ha estado trabajando en casa he vuelto a ver a mi hijo, y no quiero que
ese Jack desaparezca otra vez.

Emily y Dede tomaron asiento en Burks y pidieron un par de cafés y unos


bollos de canela.
Cuando el camarero les llevó la comida, bebieron en silencio, mientras el
bullicio del restaurante las engullía. Estuvieron más de diez minutos sin
hablar de nada, sumidas en sus propias penas.
La mente de Emily se empeñaba en recordar a Jack.
Hacía cinco días desde la última vez que se habían visto, y no hubo
manera de llegar a él de nuevo.
Su casa estaba blindada, no había podido contactar ni con Isabella.
Los primeros días, no quiso rendirse. Sabía que las palabras de Jack eran
producidas por el dolor. Algo debía de haberle pasado para que decidiese
alejarse de esa forma, y necesitaba saber qué era para poder acercarse de
nuevo a él.
No se imaginaba seguir su vida como si nada, como si él jamás hubiese
estado en ella. Se resistía a pensar en continuar hacia adelante y buscar
trabajo, porque eso significaría que todo estaba perdido.
Quería a Jack Myers con todo su corazón y no podía rendirse. Sin
embargo, él se lo estaba poniendo muy difícil.
¿Qué había pasado? ¿Qué le habría ocurrido para que su actitud hubiera
cambiado de forma tan drástica?
Estaba preocupada. Le preocupaba que volviese a dejarse llevar por la
pena, que se abandonase, que dejase de comer. Estaba preocupada porque
acabase olvidándose de ella y que acabase por convertirse en una simple
anécdota sin importancia.
Pellizcó su bollo de canela y aguantó las lágrimas.
Lloraba demasiado, pero no pensaba hacerlo en público. Y mucho menos
delante de Dede, que también estaba triste por todo el tema de Andrej.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó su amiga, como adivinando sus
pensamientos.
Emily se encogió de hombros y apoyó la mejilla sobre una mano. Tenía el
aspecto blanquecino, sin una pizca de color en el rostro, como un fantasma.
—No sé cómo estoy.
—¿Todavía no has podido hablar con Jack de nuevo?
—No hay manera. —Suspiró y removió el café, con desgana—. Llevo
cinco días presentándome en la puerta de su casa y no me abre nadie. Es
como si estuviese vacía, pero sé que no es así.
—Jack habrá dado orden de no hacerlo —dijo Dede, pensativa.
—Esta situación me está haciendo polvo.
—Supongo que ha tenido que ser como un guantazo en toda la boca.
—Peor —comentó Emily, visiblemente afectada—. Estábamos tan bien,
Dede… Todo era tan bonito entre los dos, tan perfecto… Creí que él también
sentía lo mismo que yo, estaba convencida por la forma que tenía de portarse
conmigo. Hablamos de vivir juntos, hablamos del futuro. Vino a casa a
conocer a mi padre… y un día después… me expulsó de su vida como si no
valiese una mierda.
—¿Pero no te dio ninguna explicación?
—Me dijo que no me quería —respondió con la voz rota—, que no iba a
quererme nunca, que solo quiso mi cuerpo, que ahora que lo había poseído ya
no le parecía interesante. —Bajó la mirada a la mesa—. Que me mintió para
follar conmigo, que yo no era suficiente para él, que un hombre de su
posición no podría estar nunca con una don nadie como yo.
Dede abrió mucho los ojos al escuchar todo aquello que Emily le relataba.
Apretó los labios y dio un golpe en la mesa.
—¿Y no le partiste la cara?
—No.
—Yo le hubiese dejado la nariz como un Picasso. ¿De verdad te dijo todas
esas barbaridades?
—Todas.
Dede la cogió de la mano y se la apretó, para darle fuerzas.
—Emily, y después de todo… ¿aún seguiste yendo a buscarlo a su casa?
No lo entiendo.
—Quizás soy tonta, no lo sé, pero hay una parte de mi cabeza que me dice
que lo que me dijo Jack no es cierto, que lo hizo solo para que me alejase de
él.
—¿Por qué iba a hacer eso si estabais tan bien?
—No lo sé —admitió—. Con él es todo bastante complicado.
—Es posible que no tengas que darle tantas vueltas para encontrar la
verdad. ¿No has pensado que puede ser cierto que solo haya querido
aprovecharse de ti? ¿Que te haya dicho la verdad?
Emily se enjugó una lágrima y asintió, deshecha, sin poder levantar la
cabeza para mirar a Dede a los ojos.
—Lo he pensado, y cada día que pasa esa posibilidad se hace más fuerte.
Si de verdad me quisiese, no podría aguantar las ganas de verme, porque yo
no las aguanto. Llevo cinco días muriéndome por verle, y él no hace el menor
esfuerzo porque eso ocurra.
—Los hombres son todos unos idiotas. No deberíamos jodernos la vida
por ellos. ¡Que les den a todos!
—Que les den —repitió Emily, apretando los labios.
—Podemos tener al que nos dé la gana. No tenemos por qué estar
sufriendo por dos estúpidos que no nos han valorado. —Dede dio un golpe
sobre la mesa y las personas que comían a su alrededor la miraron,
asombradas, pero a ella no le importó—. Deberíamos irnos de esta maldita
ciudad. ¡Larguémonos de Drogheda, Em! ¡Vámonos a Dublín a buscarnos la
vida!
—¿Lo dejarías todo y te marcharías? ¿Dejarías la carnicería de tu padre?
—Mañana mismo —declaró decidida, y rio—. Bueno, mañana quizás es
un poco arrebatado, pero podríamos irnos en una semana, ¿qué me dices? El
tiempo justo para conseguir un apartamento en Dublín y un trabajo.
—Sería una locura, ¿verdad? —Se carcajeó Emily, algo más animada.
—¡Sería una pasada! ¡A la mierda los tíos! —Alzó su café, a modo de
brindis, y esperó a que Emily hiciese lo mismo—. ¿Qué me dices, Em? ¿Nos
vamos?
Ella se mordió el labio inferior y notó que su corazón se aceleraba.
¿Marcharse de Drogheda? ¿Irse a la aventura a una ciudad que no
conocía? ¿Dejar a su padre, a Karen, a sus amistades, la seguridad que todo
eso le confería?
Se humedeció los labios.
¿Dejar a Jack y continuar como si nunca hubiese estado en su vida?
¿Como si su relación jamás hubiera existido?
Resopló, entrecerrando los ojos y maldiciendo, cada vez más enfadada.
Enfadada con él, por dejar que su historia se acabase de esa forma, por no
luchar.
Alzó la taza de café y tintineó contra la de Dede.
—Hagámoslo.
VEINTE

El airecillo era bastante fresco y Dede se arrepintió de no haber cogido


una chaqueta para cubrirse. El cielo se estaba encapotando y sabía que, si no
se daba prisa, acabaría calada hasta los huesos, no obstante, le daba igual.
Mientras paseaba por el campo de Drogheda, miraba a su alrededor y
dejaba que las pequeñas gotas de lluvia mojasen su cara.
Hacía más de un mes que no regresaba a ese lugar, desde lo sucedido con
Andrej y la policía. De hecho, no entendía qué hacía allí, ya que permanecer
en ese lugar le traía muy malos recuerdos. Aunque también buenos. Sobre
todo, se acordaba de las noches en las que Andrej y ella hacían el amor bajo
las estrellas. Recordaba todo lo que sentía junto a él, y maldecía por sentirlo
todavía cuando lo veía en la Red Cross a diario.
Por más que intentase evitarlo, siempre acababa junto a él, porque Andrej
no dejaba pasar la oportunidad de acercarse para hablar. Todavía no sabía por
qué no se había cansado de sus negativas. Dede le dejaba claro, cada vez que
coincidían, que lo suyo jamás volvería a ser como antes, pero eso a él parecía
no importarle, ya que al siguiente día volvía al ataque.
Y a ella le temblaba hasta el alma cada vez que lo tenía al lado.
Andrej despertaba unos sentimientos tan fuertes que acababa agotada
intentando ignorarlos, y procurando que nadie se diese cuenta.
Apoyó la espalda en la pared de una casa, con la vista hacia el verde prado
que ocupaba todo su campo de visión y recordó que, justo en ese lugar, se
dieron su primer beso.
Maldijo en voz baja y entrecerró los ojos. Por más que quisiese, todo
cuanto veía le recordaba a él.
El sonido de unas pisadas le hizo alzar la cabeza. Por el largo camino se
acercaba alguien, sin embargo, estaba bastante lejos y no conseguía verle la
cara.
Le quitó importancia y sus ojos regresaron hacia el campo.
Debía despedirse de ese lugar. En unos días se marcharía a Dublín, con
Emily, a empezar una nueva vida allí, y dudaba mucho que regresase. Quizás,
volvería en Navidad a ver a sus padres, en verano, es posible que el día de
san Patricio… pero no regresaría a ese lugar donde los recuerdos de Andrej
seguían atormentándola.
—Dede.
Esa voz.
Giró la cabeza a su derecha y se encontró al hombre que había conseguido
revolucionar su vida en tan poco tiempo.
Era la persona que caminaba a lo lejos. ¿Cómo no le había reconocido?
La miraba con intensidad, con esos ojos azules como el cielo.
Él también estaba mojado por la lluvia, pero tampoco parecía importarle,
ya que permanecía a su lado como si nada.
Dede apartó la mirada y se cruzó de brazos, si alguien le hubiese medido
las pulsaciones, hubiera alucinado.
—¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?
—No, yo también he salido a pasear.
—Muy bien, pues sigue con tu paseo —respondió cortante.
—Me dirigía justo a este lugar. —Apoyó la espalda en la misma pared que
ella y sus ojos observaron el verdor de la hierba—. Parece que hace siglos
que no estoy aquí, y solo ha pasado un mes.
—No debería haber venido nunca a este sitio contigo.
Él suspiró y bajó la vista al suelo, derrotado.
—Lo estropeé todo, ¿verdad?
—Sí.
—Dede, yo…
—Basta —lo cortó ella con frialdad—. No quiero que me repitas lo
mismo. Lo nuestro se acabó.
—Eres muy dura conmigo.
—No lo soy. Te avisé de lo que podía ocurrir con esos coches robados, y
tú no me hiciste caso. ¡Es más, me tomaste por tonta y follábamos en él,
haciéndome creer que era tuyo!
—Lo siento. —Andrej la miró a los ojos—. Lo siento tanto… No puedes
hacerte una idea de lo mal que me sentí cuando vi a ese policía esposarte y
meterte en el coche. ¡Yo… quise matarlo!
—Solo hacían su trabajo —añadió ella, muy seria.
—Dede… no quiero perder lo que teníamos —le rogó acercándose un
poco más a ella—. Eres muy especial para mí y desde que no estamos juntos
me faltas a todas horas.
—Pues vas a tener que aprender a vivir sin mí —le informó con la voz
entrecortada, sin querer emocionarse por lo que le decía Andrej, pero sin
poder evitarlo del todo—. En tres días me voy a Dublín.
—¿A qué?
—Me largo de Drogheda, me voy a buscarme la vida en otro lugar.
—¡No! —Se le veía contrariado. Le agarró una mano y no se la soltó a
pesar de que ella intentaba hacerlo—. No te vas a ir, Dede.
—¡Suéltame!
—No, te vas a quedar conmigo —declaró con fuerza—. No voy a
consentir que me dejes.
—¡Ya te dejé hace semanas y lo hice por tu culpa!
—¡Y yo no me cansaré de pedirte perdón!
Ella se humedeció los labios y jadeó, molesta. Negó con la cabeza.
—¡Con el perdón a veces no es suficiente! ¿Cómo voy a poder recuperar
la confianza en ti? ¡No puedo! ¡Mi cabeza no me dejaría hacerlo, estaría todo
el día pensando que lo que me dices es mentira!
—Nunca te he mentido. Sabes desde que me conoces lo que ocurría con
esos coches.
—¿Incluso con el que me traías al campo? —preguntó con antipatía.
—Bueno, con ese no. —Andrej se pasó una mano por su corto cabello
rubio—. Dede, odio haberlo hecho, pero era el único lugar donde podíamos
estar a solas, de tenerte para mí.
—También me prometiste que buscarías un trabajo, y no lo hiciste.
—Tengo un trabajo —la corrigió—. Empecé a trabajar hace dos semanas
en la fábrica de acero. En eso no te mentí. Los coches solo eran temporales,
no me considero un ladrón, lo hice por supervivencia. Era la única fuente de
ingresos que teníamos mi abuela y yo.
—Eso no es una excusa.
—Ya lo sé, pero quiero que me comprendas.
Ella dio unos pasos hacia atrás, intentando no debilitarse con sus palabras.
Se miró el reloj de muñeca. Tenía ganas de llorar y prefería marcharse a
hacerlo delante de él.
—Tengo que irme ya. Todavía no he sacado ni la maleta y hay mucho que
meter en ella. —Lo miró a los ojos—. Quizás nos veamos en la Red Cross
antes de que me marche.
Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el pueblo, sin embargo, la
mano de Andrej se enredó con la suya y le impidió avanzar.
Dede jadeó y se giró enfadada. No se lo estaba poniendo nada fácil y
dudaba que su entereza aguantase mucho más.
—¡Ya está bien, acepta que lo nuestro se ha terminado!
—Te quiero —declaró Andrej con emoción—. Creo que nunca antes te lo
había dicho.
El mundo de Dede dio un giro y sus piernas temblaron tanto que tuvo que
agarrarse a él momentáneamente. Sus labios temblaron y apartó la mirada,
porque no soportaría seguir mirándolo.
—Tengo que irme ya.
—No te vas a ir a Dublín —repitió él—. Porque si te vas me vas a
destrozar el corazón.
—Andrej, basta… —le suplicó.
—No. —La cogió por la barbilla y se la alzó, para que lo mirase a los
ojos. En los de él se reflejaba el cariño y la pasión—. Te vas a quedar
conmigo, Dede. Vamos a darle una oportunidad a nuestro amor y te voy a
demostrar que merezco la pena.
—No confío en ti —respondió a media voz.
—Eso también voy a solucionarlo —le aseguró—. Y cuando te demuestre
que lo que digo es cierto, vas a quererme de la misma forma en la que yo lo
hago y no querrás apartarte de mi lado nunca más.
—Le prometí a Emily que iría con ella.
—Pues entonces, no perdamos tiempo y vayamos a avisarla de que tú te
quedas. —Acercó los labios a los suyos y le dio un suave beso en el que
ambos se estremecieron—. No nos vamos a separar nunca más. —La miró a
los ojos y suspiró—. Por favor.
Dede se mordió el labio inferior y apoyó la frente contra la de él,
asintiendo.
¿Cómo iba a marcharse después de aquello? Su estómago era un revoltijo
de nervios, sus piernas la sostenían por inercia y su corazón latía tan fuerte
que apenas oía nada más.
Lo abrazó con mucha fuerza y notó que él respondía de la misma forma.
—Te quiero, Andrej —susurró. Las emociones se enredaban en su cuerpo,
al igual que una inmensa paz por saberse de nuevo con él. Habían sido unas
semanas tan frías y desnudas…
—Yo te quiero más, Dede. —Juntaron sus bocas y volvieron a besarse con
una cadencia intensa. Estuvieron sumidos en aquel beso varios minutos, hasta
que él separó sus labios y la miró con adoración—. ¿Sabes lo mal que lo he
pasado al ver que tú no querías saber nada de mí? Estaba… tan hecho mierda
por lo que había ocurrido…
—Yo tampoco lo pasé bien.
—Lo siento —se disculpó de nuevo—. ¡Lo siento mucho! Casi me muero
al ver cómo te llevaba la policía. Y casi lo vuelvo a hacer cuando me dijiste
que no querías saber nada de mí. —Se humedeció los labios y rodeó su
cintura tan fuerte que ni el aire se colaba entre ambos—. Mi abuela casi me
cortó el cuello cuando se enteró de lo ocurrido. Estuvo llorando dos días
seguidos, y solo dejó de hacerlo cuando le aseguré que las cosas no iban a
quedarse así entre ambos.
—Pobre Senka.
—Creo que te quiere a ti más que a mí —bromeó Andrej, acariciando su
mejilla.
—Quiero ir a verla. ¿Está en casa?
—Está —asintió él—. Pero ahora mismo, no voy a permitir que te alejes
ni para ver a mi abuela. —Capturó sus labios con ardor y cerró los ojos con
fuerza—. Te necesito para mí solo toda esta noche, la que viene, y… quizás
la otra.
Dede soltó una carcajada y apoyó la mejilla sobre su hombro. Aspiró su
olor y casi gimió de gozo. Había echado de menos todo de él.
—Tendremos que buscarnos un sitio para… los dos.
—Ya tenemos uno —le susurró al oído. Al verla tan curiosa, mirándolo
extrañada, rio—. De momento, está un poco vieja, pero te prometo que
pienso arreglarla para nosotros.
—Andrej… —Dede abrió los ojos asombrada, ya que estaba empezando a
imaginarse a qué se refería—. No lo habrás hecho.
—Hace una semana —admitió sonriente.
—¿Has comprado la casa de la que hablamos? ¿La del centro de
Drogheda? —Se tapó la boca con ambas manos—. Pero… ¿con qué dinero?
—Soy dueño de una vieja casa, y de su hipoteca —dijo, guiñándole un
ojo.
—¡Oh, Dios mío! ¡Estás loco! —exclamó riendo, abrazada a él.
—Loco, sí, pero por ti. —La besó con pasión—. Y me hubiese empeñado
en veinte hipotecas más, si con eso te quedas a mi lado.
Ella le dio cientos de pequeños besos en los labios, haciéndolo reír.
—Te quiero, te quiero, te quiero…
Andrej, divertido, tiró de su mano y comenzaron a caminar.
—¿Adónde vamos?
—A enseñarte nuestra casa.
—¿Ya tienes las llaves?
—Tengo las llaves y a la mujer que quiero. —La besó fugazmente—.
¿Has visto qué afortunado soy?

Los hijos de Karen abandonaron la mesa en cuanto terminaron de comer y


se pusieron a jugar por el salón, dejando a los demás acabar con sus platos.
Tras la insistencia de Raphael, Emily había aceptado comer ese día con
ellos, aunque apenas tenía ganas ni de mirarse en el espejo.
Se pasaba el día taciturna, triste y sin ganas de volver a salir a la calle. De
hecho, lo hacía solo por necesidad, para no quedarse sin alimentos en casa.
Esa misma mañana, y aprovechando que tenía que hacer algunas compras,
se había acercado a la oficina de empleo, donde Dave atendía una de las
mesas, como de costumbre.
Al verla llegar, frunció el ceño, extrañado, y más lo estuvo cuando Emily
le pidió que le buscase un puesto de trabajo en Dublín, ya que quería mudarse
a la capital en breve.
Apenas intercambiaron más de cuatro frases seguidas, aunque Dave se
esforzó porque su amiga le contase qué había ocurrido para que decidiese
abandonar Drogheda. Salió de allí quince minutos después, sin haberle dicho
nada esclarecedor y con un puesto de trabajo en una cafetería de Dublín.
Debía incorporarse en cinco días, así que tenía mucho que organizar. Dede
y ella todavía no habían encontrado una casa en la que vivir. Debía
telefonearla para ponerse a ello enseguida.
Sin embargo, la sola idea de irse la entristecía todavía más.
Marcharse de Drogheda significaba dejarlo todo atrás, y tenía que
reconocer que sentía miedo.
Revolvió el contenido de su plato, y fijó la vista en la comida que no
pensaba comerse, ya que no tenía hambre, hasta que escuchó el carraspeo de
Raphael.
Su padre la observaba con el ceño fruncido y cara de resignación, al igual
que Karen, la cual no podía evitar que la preocupación asomase en sus
bonitas facciones.
—Emily, hija, alegra esa cara, en pocos días vas a empezar una nueva
vida.
—Todavía estoy dudando en si hacerlo —reconoció sin ninguna emoción
en la voz.
—¿Y por qué no? Yo creo que es la mejor decisión que tomas en años.
—Me da pena dejaros, papá.
—¿Te da pena? —Raphael se echó a reír y palmeó su mano—. Pero si
sabes que vamos a estar perfectamente. Además, Dublín está a una hora de
aquí, podemos vernos muy a menudo.
—Ya… pero…
Karen apoyó la mano sobre el hombro de Raphael y asintió, conociendo el
verdadero motivo. Al percatarse, el padre de Emily suspiró y dejó su tenedor
sobre la mesa.
—Es por él, ¿verdad? Estás así por Jack.
Emily aguantó la respiración al escuchar su nombre, pero se recompuso al
momento.
—Ya lo he superado, estoy bien. No es por él.
—Emily…
—¡Papá, de verdad, estoy bien! —Tragó saliva, obligándose a no echarse
a llorar—. No me quiere, tengo que aceptarlo.
Karen se levantó de su asiento y rodeó a Emily con sus brazos, dándole un
beso en la frente.
—Cielo, ya sabías que era complicado cuando lo conociste.
—Lo sé, yo solita me he metido en esto, así que yo solita voy a salir, no os
preocupéis. —Sin poder controlarlo, una lágrima resbaló por su mejilla.
Al verla, Raphael chasqueó la lengua y maldijo en silencio al hombre por
el que su hija lloraba.
—¡Pues yo no lo entiendo! —exclamó él, visiblemente enfadado—. Vino
a conocerme, me aseguró que iba en serio, y me dio la impresión de que lo
que sentía por ti era real.
—Nos engañó a todos, papá. Si Jack realmente me hubiese querido, habría
venido a buscarme, y no lo ha hecho. —Se humedeció los labios y bajó la
mirada al suelo, donde los hijos de Karen jugaban sin prestar atención a lo
que ocurría a su alrededor—. La culpa es mía, me dejé engañar.
—Tú no tienes la culpa de que te haya prometido cosas que luego no ha
cumplido, Emily —comentó Karen, sonriéndole—. Hiciste lo que te dictó el
corazón. Si ese hombre ha jugado con tus sentimientos y se ha aprovechado
de tu bondad, tendrá que cargar con la culpabilidad.
—¡Maldición! —se quejó Raphael, llevándose una mano a los ojos—. Yo
también fui culpable de todo esto.
—¿Tú, papá? No digas bobadas.
—Yo fui el que te animó a ayudarle —le recordó—. Te convencí de que
no abandonases el trabajo, de que intentases animarle. Y mira lo que ha
ocurrido.
—Nadie tiene la culpa de esto, Raphael —lo contradijo Karen—. Solo
Jack Myers, por aprovecharse de Emily.
—No quiero hablar más sobre él, por favor —les pidió, derrotada,
limpiándose otra lágrima, recordando con todo lujo de detalles su última
conversación.
Jack le aseguró que no la quería, que solo había utilizado su cuerpo hasta
que dejó de parecerle interesante.
En un principio, creyó que regresaría para pedirle perdón y decirle que
nada de aquello era cierto. Quiso creer que algo malo le había ocurrido, que
actuaba de ese modo por algún motivo.
Se resistía a pensar que todo lo que habían vivido juntos era mentira.
Pero con el paso de las semanas, Emily tuvo que aceptar la realidad. El
hombre del que estaba enamorada, la había utilizado y la había abandonado
porque ya no le parecía divertida, ni excitante. Jack Myers la había desechado
igual que a un pañuelo usado, y aunque todavía lo quería con todo su
corazón, el resentimiento y la desilusión lograban que eso tan bonito que
había sentido por él se transformase en rabia.

Jack apoyó la frente sobre la tibia madera de la mesa de su despacho, en la


destilería, con semblante taciturno.
Llevaba en la empresa desde antes de que amaneciese, ya que no podía
dormir, y su cabeza no dejaba de darle vueltas al mismo asunto. Sabía que no
debía hacerlo, que él mismo se había buscado aquella situación, que fue él
quien la sacó de su vida, pero su corazón no parecía hacerle caso a su cerebro
y la imagen de Emily campaba a sus anchas, sin que nada pudiese hacer para
echarla.
Ya no recordaba cuándo fue la última vez que sonrió.
Bueno, en realidad sí lo recordaba. Fue con ella, ese último día en su casa,
después de presentarse a Raphael Bristol y asegurarle que sus sentimientos
por ella eran sinceros. Su última sonrisa fue después de hacerle el amor, al
verla abrazada a su cuerpo, soñolienta.
Nunca había sido tan feliz como con ella.
Emily era serenidad, placidez, confianza. Era amor.
Apretó los labios al pensar en aquella palabra.
Supo que estaba enamorado de ella la misma mañana que la echó de su
vida. Al verla marcharse de su casa, quiso correr y pedirle que no lo dejase
nunca. Que se quedase con él a pesar de sus problemas y de sus mierdas.
Y estaba seguro de que Emily lo hubiese hecho. Se hubiera quedado a su
lado para siempre. No obstante, no lo hizo, la dejó escapar, y él mismo
decidió que así fuese, pues era lo mejor.
La pena lo aplastaba cada vez que pasaba por algún lugar donde tenían
recuerdos juntos. Desde su sala, hasta la piscina.
Y su cama… ¡Oh, Dios...! ¿Cómo iba a dormir en ella si cada vez que se
tumbaba la veía desnuda?
No quería vivir sin ella, pero tampoco deseaba que Emily estuviese con un
hombre como él. Era un deshecho, una mera sombra. Ella se merecía algo
mejor, aunque Jack muriese cada día por no tenerla a su lado.
Alargó una mano y cogió el botecito con las pastillas que tomaba. Las que
le recetó su médico.
Llevaba sin tomarlas cinco días y la ansiedad no había regresado.
Se encontraba relativamente bien.
Los primeros días fueron duros, es cierto. El dolor por las palabras de su
hermano, y la ausencia de Emily, lo tuvieron encerrado en su sala la mayor
parte del tiempo, sin embargo, algo en Jack parecía liberado.
La carta de Conor le había hecho entender qué clase de persona era, tanto
él como Teresa, le había hecho darse cuenta de que por mucho que hubiese
hecho, nada podría haber cambiado. Eran tal para cual, dos sinvergüenzas
que habían abandonado a su hijo para disfrutar de su vida soñada. Habían
engañado a las personas que más los querían y no habían dudado en hacer
daño para cumplir sus deseos.
Todavía sentía dolor, pero este era más llevadero, menos devastador.
Algo en su mente había cambiado. Ya no quería seguir encerrado en casa
como al principio. Necesitaba compañía, rodearse de gente y trabajar. Incluso
llegó a darse cuenta de que volvía a disfrutar con los temas de su empresa.
Era reconfortante saberse necesario para su buen funcionamiento, así que
puso todo su empeño y tiempo en que las Destilerías Myers continuasen
petando el mercado de licores, pero con mucha más fuerza.
Había perdido a la mujer más maravillosa de Irlanda, así que emplearía
todo su empeño y entusiasmo en su negocio, aunque jamás le proporcionase
ni la quinta parte de felicidad que el amor de Emily le daba.
No podían estar juntos, pero todavía le quedaba su recuerdo. Y este, por
muy doloroso que fuese, no quería olvidarlo nunca. No podría hacerlo.
¿Cómo olvidar sus primeras sonrisas, esas primeras conversaciones, sus
miradas cómplices, lo bonita que estaba cuando se sonrojaba? ¿Cómo olvidar
todas esas emociones que lo hicieron prendarse perdidamente de ella?
Jack se frotó los ojos con las manos y jadeó, con un nudo doloroso en la
garganta.
Emily debía odiarlo. Después de todo lo que le dijo para que se marchase
de su lado, estaba seguro de que lo recordaría con rabia y enfado. Para ella,
sería solo una equivocación que borraría cuando encontrase a un hombre que
la amase como ella se merecía.
Pero si Jack tenía algo claro era que nunca, nadie, la querría como lo hacía
él. Y la querría siempre, aunque no volviese a verla.
El sonido de la puerta de su despacho lo hizo salir de sus pensamientos.
Se incorporó un poco en la silla, y se miró el reloj de muñeca, ya que no
debía de quedar nadie en la destilería. Era bastante tarde y los trabajadores
tendrían que haberse ido a sus casas.
—Adelante.
Cuando se abrió la puerta, vio entrar a Ronnie.
Vestía con su inseparable americana y sus pantalones de pinzas, que usaba
para trabajar. Cerró la puerta tras de sí y se dirigió hacia Jack, que lo
contemplaba en silencio desde la mesa de su despacho.
—¿Qué hay, Jack? Me he imaginado que estarías aquí.
—¿Ahora eres adivino?
—¿Adivino? ¡Ja! —soltó una risotada—. Lo que pasa es que parece que
vives en la destilería. Solo te falta traerte la cama.
—A veces, ganas no me faltan para hacerlo —comentó desapasionado.
Ronnie se sentó en la butaca que tenía enfrente y subió las piernas a la
mesa, cruzándolas con toda confianza.
—He venido porque mi mujer me ha sugerido que te invite a cenar.
—Sam es muy amable.
—Pero no vas a venir. —Ronnie suspiró.
—No.
—Jack, tío, tienes que salir un poco. Tanto trabajo no es bueno.
—No me apetece, aquí estoy bien.
—¿Vas a volver a caer en esa mierda? ¿En serio?
—No voy a caer en nada, simplemente, no tengo ánimos de ir a cenar con
nadie.
—Tu madre está preocupada.
—Mi madre siempre está preocupada, Ron. —Puso los ojos en blanco.
—¿Y te parece raro? —Ronnie dio un palmetazo sobre la mesa—. Hace
unos meses eras prácticamente un muerto, Jack, y cuando parecía que estabas
empezando a ponerte bien… has vuelto a convertirte en el ermitaño que eras.
Jack suspiró, comprendiendo que su amigo no entendiese nada.
—Conor me escribió una carta antes de morir. Mi abogado me la dio hace
unas semanas —le confesó.
—¿Y la has quemado?
—¿Quemado? No.
—¡Quémala! —exclamó su amigo—. ¡Tu jodido hermano lleva dándote
disgustos desde hace más de un año, maldición! ¡Incluso después de muerto,
hay que fastidiarse!
—No va a servir de nada que la queme, Ronnie. Ya sé lo que pone en ella.
—¡Pues que le jodan de una puta vez! —dijo gritando—. ¡Entre él y la
sinvergüenza de tu exmujer, te jodieron la vida! ¡Que les follen allá donde
estén! —Agarró a Jack del brazo y lo zarandeó—. Eres mi amigo, tío. Te he
visto consumirte y encerrarte en ti mismo demasiado tiempo. ¡Ellos no se
merecen tanto! ¡No se merecen ni uno de tus pensamientos!
—¿Y qué hago, Ron? ¿Acaso crees que yo quiero esto para mí?
—¡Pues, échale huevos, maldición! ¡No voy a permitir que vuelvas a
recaer! ¡Tenías a una chica preciosa contigo y la echaste de tu lado! —añadió
refiriéndose a Emily.
—Lo hice por su bien —comentó, con voz temblorosa.
—¡Venga, no me jodas! ¿Por su bien? ¿En serio? —Ronnie se pasó una
mano por el cabello—. No creo que lo hicieses por eso.
—¿Y tú qué sabrás?
—Sé mucho más de lo que crees. Sé que esa pobre chica ha estado yendo
a tu casa para intentar hablar contigo y tú no le has dejado hacerlo. Sé que tu
madre tuvo que hablar con ella y explicarle que habíais contratado a otra
asistenta para Owen. ¡Y también sé que Emily no va a esperarte eternamente!
¿Crees que no tendrá a cientos de tíos detrás de ella?
Jack apretó la mandíbula, pesaroso. Cada vez que pensaba en ella, su
pecho parecía estallar.
—Merece a alguien mejor.
—¿Y eso lo has decidido tú? ¿Eres tú el encargado de organizar su vida?
¿Acaso le preguntaste lo que ella quería?
—No.
—¡Y la jodiste, pero la jodiste bien, tío! ¡La hiciste polvo!
A Jack se le secó la boca al escuchar aquello.
—Ella… Emily… ¿está bien? —Se levantó de su silla y se acercó a
Ronnie, pero este no dijo ni una palabra más—. ¡Habla, Ron, habla de una
puta vez! ¡Dime que Emily está bien, maldición!
—Ella está bien —respondió al fin—. Tu madre me contó que habla con
ella de vez en cuando, para interesarse por cómo sigue.
—¿Está… trabajando? ¿Tiene dinero suficiente para sus cosas?
—¿Piensas darle otra vez tu fortuna? —Rio—. Eres la hostia, Jack. Estás
enamorado de ella y la hiciste alejarse de ti.
—Ya te he dicho que lo hice por ella. No soy un buen hombre, acabaría
sufriendo por mi culpa.
—En eso tienes razón. Emily está sufriendo por tu culpa. Has querido
ayudarla, pero lo que has hecho ha sido lo contrario. —Ronnie apoyó la
cabeza en el respaldo de su butaca—. Estáis los dos hechos mierda, cuando
juntos se os veía muy felices.
—Lo era –admitió Jack—. Ella me daba la vida, Ron.
—Pues no sé a qué esperas para ir a buscarla.
—No puedo hacer eso.
—Claro que puedes. Jack, te conozco desde hace muchos años, y nunca te
he visto más feliz que a su lado. Te brillaban los ojos, tu sonrisa era
permanente, exudabas alegría. —Echó el cuerpo hacia adelante y acercó su
cara a la de Jack—. Si quieres el consejo de un amigo, escucha con atención:
Ve a por ella. Ráptala, secuéstrala, haz lo que tengas que hacer, pero no dejes
que esa chica se aleje de ti, porque tú la quieres, ¿me equivoco?
Una hora después de la partida de Ronnie, Jack cerró la puerta de su
despacho y abandonó la destilería.
Tenía los ojos rojos de aguantar las lágrimas, y la necesidad de Emily se
volvió más potente. Siempre ocurría cuando se agobiaba.
Cuando estaba con ella, Emily le abrazaba y todo parecía volver a estar
bien. Era su bálsamo, su medicamento, su cura.
Llegó a su casa y esta le pareció demasiado grande y vacía.
Sus pasos resonaban por el eco y sus ojos se posaron en los muebles de
diseño con los que estaban decoradas las estancias. Fríos, impersonales,
carentes de alma.
Cuando llegó al salón, encontró a Owen jugando en el suelo con unos
coches acolchados.
Isabella estaba en la cocina, preparando algo de cenar y no se había
percatado de su presencia. No obstante, Jack no dijo nada. Se limitó a
sentarse en el gran sofá y contemplar a Owen mientras jugaba.
Cuando el niño alzó la vista y lo descubrió, le sonrió de oreja a oreja y
pegó un gritito de alegría.
Con dificultad, se levantó del suelo y caminó hacia Jack, con los brazos en
alto, para que lo tomase.
—Pa… pa… pa… —balbuceó Owen, mirándolo con ojos suplicantes.
Jack lo cogió por la cinturita y lo sentó sobre sus piernas. Admiró al
pequeño, con una sonrisa en los labios. Era un niño muy guapo y simpático.
Y a pesar de que Jack nunca le prestó la atención que se merecía, parecía que
Owen se alegraba cada vez que lo veía.
Quizás, iba siendo hora de que todo eso cambiase. Después de todo, ¿qué
culpa tenía esa criatura de lo que habían hecho sus padres?
—Hola, peque, ¿qué tal el día?
—Brr... pa… pa… pa… —Owen le dio un coche para que jugase con él.
Jack lo cogió entre los dedos, pensativo.
—¿Tu nueva niñera no juega contigo? —El pequeño lo miró sin
comprender, levantando una manita, tocando la mejilla rasposa de Jack—.
¿Tú también echas de menos a Emily tanto como yo? —Al escuchar el
nombre de esta, Owen sonrió y asintió de forma graciosa—. Creo que me
equivoqué con ella, Owen, de la misma forma que me equivoqué contigo y
con todos los demás. —Acarició la tierna carita del niño y cerró los ojos, con
fuerza—. ¿Sabes una cosa, peque? Emily va a volver. La traeré de vuelta a
casa y se quedará con nosotros, porque la quiero con todo mi corazón. La
traeré de vuelta, te lo prometo.
VEINTIUNO

—¡Perdóname, Em! Siento dejarte sola en esto, y más todavía cuando he


sido yo la que te convencí para que nos marchásemos.
La cara de Dede era un poema y su voz sonaba lastimera.
Habían quedado en una cafetería del centro de Drogheda, cerca de la calle
West, en la que servían los mejores capuchinos de toda la ciudad.
Era un lugar tranquilo, pequeño, con una decoración hogareña y cálida,
con las paredes forradas de madera, al igual que el suelo. En las mesas,
manteles a cuadros rojos y blancos, y las sillas eran robustas, pero bastante
cómodas.
En el ambiente se respiraba un rico olor a café y chocolate, además de a la
canela de las pastas con las que la cafetería te obsequiaba con cada
consumición.
Con la taza entre las manos, Emily miraba a su amiga con seriedad,
pensativa, mientras la otra le explicaba lo ocurrido con Andrej.
Dede parecía realmente arrepentida y ella no era capaz de enfadarse por
algo así, y mucho menos cuando el motivo era el amor.
—No te preocupes. —La tranquilizó, posando una mano sobre la de Dede
—. Me alegro de que Andrej y tú hayáis arreglado lo vuestro.
—Pero… me siento culpable de todos modos —continuó esta—. Ya has
hecho las maletas, teníamos un apartamento en Dublín, has conseguido un
trabajo allí. Y todo por mi insistencia.
—Y me alegro de tenerlo.
—¿Te vas a ir sola?
Emily asintió, seria, con la mirada fija en el humeante líquido de su taza.
Llevaba pensando en lo que supondría abandonar Drogheda desde que Dede
se lo propuso y, aunque no quería hacerlo, era lo mejor para ella.
Su amiga tenía razón, su padre tenía razón, Dave tenía razón. Allí, las
posibilidades de encontrar un buen trabajo eran muy pocas.
—Sí, voy a irme de todos modos.
—Pero, Em, ¿podrás pagar tú sola todos los gastos? Dublín no es barato
precisamente.
—Me va a costar un poco más que aquí, pero lo intentaré. —Se
humedeció los labios, pensativa—. Quizás, con el tiempo, pueda ahorrar un
poco de dinero y matricularme en la universidad. Siempre me ha quedado esa
espinita de no haber podido sacarme una carrera.
Dede asintió.
—¿Y qué dice Raphael al respecto?
—Mi padre es el primero que me empuja a marcharme. —Sonrió con
tristeza—. Siempre me ha animado a irme de aquí. Dice que es mi
oportunidad de vivir y forjarme un buen futuro.
—En cierto modo, es verdad —comentó Dede, dándole la razón—. Yo,
como no espabile, voy a quedarme en la carnicería hasta que me muera.
También debería estudiar algo.
—Con una hipoteca, va a ser complicado dejar de trabajar y dedicarte a
los estudios. ¿Estás segura de lo que habéis hecho?
—Muy segura —asintió sin dudarlo—. Sé que Andrej y yo vamos a ser
muy felices en esa casa, nos queremos y lograremos convertirla en nuestro
hogar, aunque tenga que cortar carne hasta que se me despellejen los dedos.
—¿Y él? ¿Al final consiguió trabajo?
—En la fábrica de acero.
—Mi padre también trabajó allí, ¿te acuerdas?
—Perfectamente. —Dede rio—. Cuando salíamos del colegio, íbamos a
ver a Raphael y le llevábamos un sándwich para el almuerzo.
Ambas se miraron sonrientes y se dieron la mano.
Emily se mordió el labio inferior y suspiró, a sabiendas de que iba a echar
mucho de menos esos ratitos con Dede cuando estuviese viviendo en Dublín.
—Me alegro de que finalmente Andrej y tú estéis bien.
—Yo también, Em. Es un hombre increíble. —Se miró el reloj de muñeca
—. Y no tardará en llegar. Estoy deseando que os conozcáis. Sois dos de las
personas más importantes para mí.
—Seguro que me va a parecer un buen chico. Si lo has elegido tú, no me
cabe duda.
—Ojalá que tu relación con Jack Myers hubiese salido de otro modo.
Al escuchar su nombre, hizo una mueca de dolor, pero intentó que no se le
notase, a pesar de que ahora casi siempre estaba triste.
—No se puede obligar a nadie a enamorarse de otra persona, Dede. Jack
no me quería. Y, pensándolo en frío, es mejor así. Mejor ahora que más tarde.
Podré superarlo y será como si él nunca hubiese existido.
—¡Es que… no lo entiendo! Si no sentía nada por ti, ¿por qué fue a ver a
Raphael? ¿Por qué actuaba como si realmente…?
—Por sexo. Para que me acostase con él —la cortó a mitad de la pregunta.
Emily se pinzó el puente de la nariz con dos dedos, cansada de aquel tema.
Habían sido demasiadas noches pensando en Jack, llorando por ese amor no
correspondido. Estaba agotada mentalmente y necesitaba un respiro—. Mejor
no hablemos de él, ¿vale?
—¿Todavía te duele?
Emily asintió, sin querer mirar a su amiga, porque las ganas de llorar se
agolpaban en sus lagrimales y se odiaría si daba un espectáculo en público
por culpa de un hombre que no lo merecía.
—El viaje a Dublín me va a venir muy bien.

Karen llegó al salón con los ojos tan abiertos que daba la sensación de
estar a punto de salírseles de las cuencas, cosa que divirtió a Raphael. No
obstante, la sonrisa se borró pronto de sus labios, ya que la expresión de su
cara no era chistosa. Parecía realmente alterada.
Los niños jugaban con la videoconsola en el sofá de al lado, y no se
percataron del nerviosismo de su madre.
Raphael, que ordenaba una pila de libros, después de limpiar la pequeña
leja donde estaban colocados, se acercó a ella empujando la silla de ruedas
con ambas manos. Karen era la mujer más tranquila y serena que conocía, y
si su estado de ánimo era aquel, significaba que algo malo acababa de ocurrir.
—Parece que hayas visto un fantasma. ¿Qué pasa? —Se interesó Raphael
agarrando una de sus manos.
—Pues que he visto a un fantasma —respondió misteriosa, dejando al
padre de Emily confuso.
—¿De qué hablas?
—De la persona que está esperando en la puerta de casa. —Tragó saliva,
nerviosa—. Quiere hablar contigo.
—¿Quién?
—Jack Myers.
Raphael entrecerró los ojos y apretó la mandíbula.
No podía ser cierto, porque si lo era, sería capaz de hacerle tragar la
corbata a ese tipo. Emily había pasado unas semanas muy triste por su culpa
y, como padre que era, le apetecía arrancarle las tripas de cuajo y tirarlas al
río Boyne.
Karen, al imaginar sus deseos, abrazó a Raphael y le dio un beso en la
mejilla.
—Cariño, no te alteres.
—¿Que no me altere? ¿Qué coño hace él aquí?
—Eso tendrás que preguntárselo. No me ha querido decir nada —añadió
Karen—. Sus únicas palabras han sido que quería hablar contigo.
—Y tanto que vamos a hablar…
—Raphael, por favor, están los niños en casa.
—No voy a pegarme con él. Solo quiero explicarle un par de cosas.
Karen vio a Raphael desaparecer por la puerta, con preocupación. Lo
conocía a la perfección, pues eran muchos años de relación, y estaba segura
de que no era un hombre agresivo, sin embargo, en cuanto a Emily se trataba
ya no estaba tan segura.
Era su padre y la había visto sufrir por ese hombre.
Juntó las manos en forma de oración y pidió al cielo que no ocurriese nada
grave entre aquellos dos.
Cuando giró por el pasillo y vio la figura de Jack, apretó los labios y
continuó su camino, impulsándose con la silla de ruedas. Se plantó delante de
Jack Myers, el cual iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa
clara.
No tenía muy buena cara, las ojeras oscurecían la piel bajo sus ojos, y
parecía haber bajado de peso. De hecho, el dueño de la destilería daba
sensación de vulnerabilidad, y eso consiguió que no le insultase en cuanto lo
tuvo delante.
—Buenos días, señor Bristol —lo saludó Jack, con mucha educación.
—¿Qué quieres? —ladró Raphael.
—He venido a pedirle disculpas. Por todo. Siento el modo en el que he
tratado a Emily.
—¿Y para eso tienes la desfachatez de venir a mi casa? ¿Para volver a
restregármelo, sinvergüenza?
—Aunque no se lo crea, todo lo que le dije sobre su hija era cierto. Le
aseguré que mis intenciones con ella eran serias, y que mi intención era
cuidarla y respetarla. La quiero, señor —le confesó Jack, mirándolo a los
ojos, no obstante, en los de Raphael no se borró la hostilidad que había
dibujada en ellos.
—Lárgate de aquí, Myers.
—Estoy aquí por Emily —insistió Jack, dando un paso hacia Raphael—.
He venido para que me perdone. Pero, por más que llamo a su puerta, no me
abre nadie. Una vecina me ha dicho que ella ya no vive allí, y yo… no sabía a
quién más acudir.
—¡Mi hija ya ha sufrido bastante contigo! ¡Déjala en paz!
—No puedo hacerlo, no me pida que la olvide.
—¡Pero es que tú ya la has olvidado! ¡La olvidaste el mismo día que salió
de tu casa, cuando la echaste como a un perro! —exclamó furibundo—. ¿Qué
has estado haciendo todo este tiempo mientras Emily lloraba desesperada?
¿Ya te has cansado de tus otras amantes y quieres que ella vuelva a ocupar su
lugar? ¿Te divierte joderles la vida a las personas?
Jack apretó los labios porque le temblaban. El padre de Emily pensaba de
él cosas horribles, y no podía culparle. Bajó la mirada al suelo y encorvó los
hombros. Su postura era de derrota.
—La amo —susurró—. La quiero con toda mi alma y cometí un gran
error apartándola de mi lado. —Miró a Raphael a los ojos—. No he tocado a
ninguna otra mujer. Para mí solo existe Emily.
—¡Claro! —Soltó una carcajada y se quedó observándolo con frialdad—.
Por eso le dijiste todo lo contrario. La quieres tanto que la echaste
rompiéndole el corazón, diciéndole que la habías utilizado, que no significaba
nada para ti. ¡Mi hija estuvo yendo a tu casa toda esa semana, después de
vuestra pelea, porque necesitaba hablar contigo, porque necesitaba otra
explicación, porque no podía creerse que el hombre al que quería y confiaba
se la hubiese jugado de esa manera! Pero ¡sorpresa! No le abrió nunca nadie
la puerta y su ilusión se apagó dándose de bruces contra la realidad. ¡Si no
encuentras a mi hija, y nadie te abre la puerta, te está bien merecido!
—La alejé de mí por su bien, porque pensaba que era lo mejor para Emily.
—¡No digas chorradas, a mí no tienes que engañarme, ya no hace falta,
Myers! ¡Vuelve a tu casa y deja en paz a mi familia!
—Señor Bristol, yo… no estaba bien en ese momento, no podía pensar
con claridad. Había ocurrido algo en mi vida que… me hizo verlo todo negro.
Ocurrió algo que me hizo recaer en mi depresión.
—Y lo primero que se te pasó por la cabeza fue alejar a una persona que
te quería ayudar, ¿no? —Resopló con sorna y se cruzó de brazos.
—Creí que Emily sería más feliz sin mí —le confesó—. Pensé que yo no
era un buen hombre para ella, que no podría hacerla feliz nunca, que conmigo
acabaría siendo desdichada. —Jack se limpió una lágrima y Raphael alzó las
cejas, asombrado por verlo llorar—. No sé vivir sin ella. He ido a buscarla a
casa y allí no hay nadie. Llevo dos días sin moverme de su puerta. —Jadeó
abatido—. Entiendo que usted no quiera saber nada de mí, que me odie por lo
que le he hecho a su hija, pero… señor Bristol, necesito su ayuda. —Se
acuclilló, para quedar a la misma altura que Raphael—. Quizás esta sea la
última oportunidad que tengamos Emily y yo para ser felices juntos.
VEINTIDÓS

La cafetería donde trabajaba estaba situada en la calle Grafton, una de las


más céntricas de Dublín. En ella había decenas de tiendas de marcas
conocidas y un gran centro comercial al lado del parque Saint Stephen’s
Green, el cual todavía no había tenido la suerte de llegar a ver, ya que, entre
la mudanza y el trabajo, no le quedaba tiempo para nada más.
Como finalmente Dede se quedó en Drogheda, tuvo que alquilar una casa
donde, aparte de ella, vivían tres chicas más, a las que apenas conocía pues
tampoco paraban mucho por allí.
Llevaba cinco días en Dublín y ya echaba mucho de menos su antigua
ciudad.
Drogheda podía ser menos vibrante que la capital, y con mucho menos
trabajo disponible para ella, pero era el lugar donde había nacido, donde
había pasado toda su vida, y cuando estaba sola en casa, acostada en su nueva
cama, no podía evitar echarse a llorar por todo lo que dejaba atrás.
En su trabajo la trataban muy bien. Sus compañeros eran encantadores y
no había tenido problemas para adaptarse al ritmo frenético de la cafetería.
Pero le faltaba su padre, Dede, Karen, Dave…
Todas las personas a las que quería estaban lejos.
Sabía que aquella desesperanza era cuestión de tiempo. Cuando llevase un
par de meses en Dublín haría nuevas amistades y no se sentiría tan sola, sin
embargo, una parte de ella deseaba regresar.
—Oye, Emily, ¿te importaría atender tú esa mesa? Tengo que ir al
servicio.
—Claro, descuida —le contestó a su compañera.
Caminó hacia la mesa en cuestión, donde una pareja de mediana edad
esperaba sonriente a que les atendiese.
Al mirarlos mejor, sintió envidia de ellos. Se les veía tan enamorados y
tan tiernos el uno con el otro… El hombre la trataba con una delicadeza y una
paciencia, que Emily deseó que algún día pudiese encontrar a alguien así.
A alguien que la mirase como si el universo entero estuviese en sus ojos.
Alguien que no jugase con ella, que no la utilizase y abandonase después,
como había hecho Jack.
Después de tomarles nota, entró en la barra para preparar la comanda. No
obstante, lo hizo conteniendo las lágrimas.
Cada vez que recordaba a Jack, algo en ella se rompía y las ganas de
llegar a casa, y esconderse bajo las sábanas de su cama, la asaltaban.
El pasado día, cuando habló con su padre, le dijo que este se había
presentado en la puerta de su casa. Estaba buscándola.
Emily apoyó la mano sobre la cafetera y cerró los ojos con fuerza. Sabía
que era una tonta por sentir aquello, pero desde la llamada de Raphael, su
corazón latía mucho más deprisa que esos días pasados. El simple
pensamiento de que Jack la buscaba, era revitalizante, aunque su relación
jamás volviese a ser la misma. Porque nunca lo sería. Su corazón seguía
acelerándose, al igual que su alma, pero su cabeza le advertía del peligro de
un hombre como él.
No debió de haberse acercado nunca a Jack. Tuvo que haber dejado el
trabajo cuando su sentido común le avisó. Pero como no lo hizo, y se dejó
llevar, ahora le tocaba pagar las consecuencias.
Terminó de trabajar a las diez de la noche y tomó el camino a casa por
donde siempre lo hacía, contemplando los escaparates de las tiendas, cerradas
hasta el siguiente día.
Hacía una noche bastante agradable. Fresca pero no tanto como para tener
que ponerse la chaqueta, y había muy buen ambiente porque muchas
personas aprovechaban la temperatura estival para pasear y charlar en los
pubs.
Cuando llegó a la puerta de su edificio, sacó las llaves del bolso y recordó,
con un poco de pesar, que el día siguiente no tendría que ir a trabajar. Quizás,
la mayoría de las personas estarían contentas de tener el día libre, pero Emily
sabía que lo pasaría encerrada en casa, en su habitación, echando de menos a
su familia y telefoneándolos para escuchar sus voces y no sentirse tan sola.
Metió la llave en el cerrojo y la giró. Cuando la puerta se abrió, notó una
presencia a su espalda.
—Emily.
Su cuerpo se heló al reconocer esa voz. Profunda, grave y bonita.
Notando que las piernas comenzaban a temblarle, se dio la vuelta para
encarar a la persona que tenía detrás.
Al fijar sus ojos en él, creyó que su estómago se electrificaba.
Su rostro era el de siempre, bello, cuadrado y con ese toque sexi que tanto
le gustaba, pero se notaba que había perdido peso. Tragó saliva
convulsivamente al sentir cómo la miraba, con qué anhelo y arrepentimiento.
Su cabello estaba bien peinado y sus mejillas se ensombrecían por la
barba de un par de días sin rasurar. Vestía de forma informal, pero aquella
ropa le sentaba genial, y maldijo en silencio por darse cuenta de ese detalle,
por apreciar hasta el mínimo cambio en él.
—Hola, Jack.
Él le sonrió, nervioso, dando un paso hacia ella.
—¿No te extrañas al verme aquí?
—Mi padre me avisó ayer de que ibas a venir. —Apartó la mirada—. Me
dijo que fuiste a su casa a hablar con él.
—¿Y te… parece bien que lo haya hecho?
—Me es indiferente —mintió, cruzándose de brazos—. De hecho, tengo
un poco de prisa. Estoy cansada y tengo cosas que hacer.
Jack asintió y suspiró al darse cuenta de la dureza de su voz. Era la
primera vez que Emily se dirigía a él de esa forma, y no le gustaba.
¡Maldición, claro que no le gustaba!
Cuando salió esa misma tarde de Drogheda, supo que las posibilidades de
que Emily le perdonase eran mínimas, y se lo merecía. Se aseguró de que se
conformaría con verla una vez más, con pedirle perdón, pero… ¡joder…
estaba tan bonita con las mejillas coloreadas y con ese semblante orgulloso!
Emily siempre le pareció una mujer preciosa y ahora, que la tenía frente a
él después de tanto tiempo, todavía se lo parecía más, se culpaba una y otra
vez de todo lo que había pasado entre ellos. Había sido un estúpido y se
merecía su rechazo, que no quisiese ni escuchar lo que había venido a decirle.
Se merecía que hubiese dejado de quererlo, que lo destrozase con su
indiferencia.
—Me gustaría que pudiésemos hablar.
—Quizás en otro momento.
—¿Te viene bien mañana?
—No.
—¿En dos días? —insistió él, cada vez más nervioso.
—No, me viene fatal.
—¿Cuándo?
—¿Qué tal… nunca?
Los labios de Jack se contrajeron tras escuchar su respuesta.
—Emily, por favor…
—¿Y por qué tendría que escucharte? —le preguntó cada vez más
enfadada—. ¿Por qué tendría que darte la oportunidad de hacerlo?
—He venido a disculparme. Fui un gilipollas.
—¡Sí, lo fuiste! Y me alegro de que me demostrases tu verdadero yo, que
te sincerases conmigo y me contases la verdad.
—Pero, es que las cosas no son como te dije.
—¿Te gustó reírte de mí, Jack? —lo atacó con rabia—. ¿Te gustó
enamorarme y luego dejarme como a una mierda de la noche a la mañana?
¿Te pareció divertido?
—¡Escúchame, por favor! Todas esas cosas las dije porque estaba
desesperado y…
—¡Me dan igual tus motivos!
—¡Emily, yo te quiero! —Dio otro paso hacia ella, pero no le permitió
acercarse más, porque fue ella la que tomó distancia. Jack alzó las manos
para que no se alejase más de él—. Te quiero.
—Y yo quiero que te vayas. Vuelve a Drogheda —le pidió aguantando las
lágrimas.
—No hasta que me perdones.
—Estás perdonado. Ahora vete.
—No —susurró. Tragó saliva y se pasó una mano por el cabello—. Si te
eché de mi vida fue porque ocurrió algo que me hizo pensar que era la mejor
opción. —Ella se quedó callada y Jack continuó—. Recibí una carta de
Conor. En ella me explicaba sus motivos. Me dejaba claro que no se
arrepentía de lo que había hecho, que Teresa y él me habían estado
engañando durante mucho más tiempo del que creí en un principio. Yo… me
quedé destrozado.
—Y lo pagaste conmigo.
—Destrocé la sala, destrocé todo lo que había a mi alrededor —le relató
—. Y pensé que lo mejor para ti sería no estar cerca de alguien como yo.
—Decidiste por mí —dijo ella con dolor en la voz.
—Lo hice porque una mujer tan maravillosa como tú, no debería estar
conmigo. Me repetía que te merecías a un hombre bueno, a uno bueno de
verdad que te hiciese feliz, que no te amargase la vida con sus mierdas, con
sus miles de problemas.
—¡Decidiste por mí, Jack Myers! ¡Ni siquiera me preguntaste!
—Lo siento.
—¿Lo sientes? ¡Joder! ¿Lo sientes? —gritó, sin importarle que estuviesen
en medio de la calle—. ¡No eras nadie para tomar esa decisión por mí! ¡Yo
elegí quedarme contigo, te elegí a ti a pesar de todo y te hubiese elegido
siempre, porque vi más allá de la bestia que se escondía detrás de esa música
atronadora! ¡Te vi a ti, Jack, vi al hombre maravilloso que eras, el hombre del
que me enamoré! ¡Y tú elegiste echarme de tu vida!
—Perdóname —le pidió con intensidad—. Mi amor, perdóname.
Ella apretó las manos para que él no notase que le temblaban. De hecho,
su cuerpo entero era un flan. Si seguía mucho tiempo frente a él rompería a
llorar, y eso era lo último que deseaba. Había llorado demasiado por Jack
Myers, y no quería volver a hacerlo.
Se humedeció los labios y apoyó una mano en la puerta de su edificio.
—Regresa a Drogheda. Aquí ya no tienes nada que hacer. Lo nuestro ya
no existe, se acabó hace un mes.
—Emily… por favor.
Lo miró varios segundos, en silencio, y entró en la portería, cerrándole la
puerta en las narices.
Subió corriendo las escaleras apretando los labios para no sollozar hasta
que estuviese a salvo en la soledad de su habitación, no obstante, sus ojos no
pudieron aguantar más y las lágrimas le entorpecían la visión. Se las limpió
con rabia.
—¿Por qué has venido? —susurró cuando alcanzó el rellano de su
vivienda—. ¿Por qué has tenido que venir?
Cuando entró en casa, suspiró aliviada al comprobar que sus compañeras
no estaban allí.
Sin poder aguantar más, destrozada, se dejó caer al suelo, contra la pared
del salón, escondiendo la cabeza entre las piernas. Lloró amargamente por
todo lo que Jack le había dicho, por ese amor que no podría ser, por el dolor
de su corazón.
Si cuando llegó a Dublín se aseguró que conseguiría olvidarlo, ahora se
daba cuenta de que le sería imposible hacerlo. Jack siempre estaría en su
alma, por mucho dolor que le hubiese provocado. Siempre sería especial,
siempre tendría su espina clavada en el pecho.
No habían pasado ni cinco minutos, cuando el timbre comenzó a sonar. Lo
hacía insistente, sin descanso. Sonaba rabioso.
Emily se levantó del suelo y con las lágrimas todavía rodando por sus
mejillas abrió la puerta.
Al hacerlo, Jack volvió a aparecer frente a ella, y al igual que Emily, por
sus mejillas caían las lágrimas.
Ambos se miraron en silencio, sin decir ni una palabra. De vez en cuando,
Jack jadeaba al notar que una nueva lágrima salía de su lagrimal.
—Jack, por favor, vete —le pidió con los labios temblorosos.
—No me voy a ir —declaró con decisión. Dio un paso hacia ella—. ¿Te
acuerdas de la primera noche que hicimos el amor, después de la cena en mi
casa? ¿Te acuerdas de que yo… me agobié y te pedí que te marchases? —
Ella asintió, limpiándose las lágrimas—. No lo hiciste, Emily. Me dijiste que
ibas a quedarte conmigo. Así que no me pidas que me aleje ahora, porque no
me voy a marchar. —Se humedeció los labios—. Me voy a quedar, aunque
tenga que pasar la noche en la puerta de tu casa. Ya he cometido el error de
alejarte de mí una vez, y fueron semanas horribles y tristes. Así que no me
pidas que lo vuelva a hacer. —La miró a los ojos, y en los de ambos la
humedad los hizo brillar—. Te quiero.
Emily se tapó la boca con las manos y ahogó un sollozo.
Todo le daba vueltas, todo parecía girar, pero giraba alrededor de él, de las
palabras tan bonitas que acababa de decirle.
Sin poder aguantar más las ganas, recorrió el espacio que los separaba y se
lanzó a sus brazos, rodeándolo por el cuello, escondiendo su cara en el hueco
de este y su hombro.
—¡Oh, Jack! —Lo miró a los ojos llorando—. ¡Te amo!
Se fundieron en un beso desesperado, en ese beso que llevaban esperando
tanto tiempo. Sus bocas se dieron la bienvenida como si aquella hubiese sido
la primera vez, pero en cierto modo lo era. Para ellos era una nueva
oportunidad, una nueva ocasión para estar juntos.
Y pensaban aprovecharla con todas sus fuerzas.
Ese primer encuentro entre ambos fue tan ardiente que sus cuerpos se
erizaron por el tacto del otro contra su piel. Jack la rodeó por la cintura y,
cerrando la puerta con el pie, la apoyó contra la pared, para seguir besándola
a su antojo.
—Emily… cuánto te he echado de menos…
—Y yo a ti —respondió contra sus labios, acariciando su mejilla—. Pensé
que no volveríamos a estar así nunca.
—No hubiese durado mucho más sin ti. Hubiera venido a buscarte tarde o
temprano. —Colmó su cuello con miles de besos—. Me das la vida, Emily
Bristol. Nadie me había hecho sentir más vivo que tú.
—Me has hecho tanta falta…
—Tanto como el aire —asintió, porque sentía lo mismo que ella. Cuando
estaban juntos incluso respirar se volvía más dulce.
Ella intensificó el beso, bajando sus manos por el pecho de Jack,
disfrutando de su cuerpo, delgado pero fuerte, de la dureza de su pene contra
su estómago, de la presión que sus brazos ejercían en su trasero.
Le mordió el labio inferior y sonrió, sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Te necesito, ya. —Lo cogió de la mano y lo condujo a su habitación,
donde nadie podría molestarlos. Cerró la puerta tras de sí y la aseguró con la
llave.
Allí, volvió a tomar sus labios, mientras lo conducía a la cama, a esa cama
en la que tantas veces lo había añorado.
Le quitó la camisa poco a poco, lamió su torso, jadeando al verlo
estremecerse con su lengua, y devoró sus labios con unas ansias locas,
maravillándose de que Jack respondiese de la misma forma.
Acabaron desnudos en cuestión de segundos, tumbados en la cama,
rozando sus cuerpos a conciencia, pero sabiendo que no podrían aguantar
demasiado sin fundirse en uno. Esa vez sería rápida y desesperada, pero ya
habría tiempo para recrearse después. Se habían echado tanto de menos que
no quisieron esperar para darse la bienvenida.
Tal y como imaginaron, fue frenético y muy pasional. Los jadeos
inundaron la habitación, junto con los cientos de palabras de amor que ambos
se prodigaban.
Los susurros, las caricias, el ardor y el clímax, que los transportó a un
estado de relajación y satisfacción como el que no habían sentido en mucho
tiempo.
Y después, el silencio.
Abrazados, y todavía desnudos, se quedaron dormidos enredados en los
brazos del otro, sumidos en aquella paz que solo el amor era capaz de
proporcionar.

Jack despertó unas horas después cuando notó a Emily temblar.


Había refrescado y ellos seguían desnudos en la cama. Alargó la mano un
poco y cubrió sus cuerpos con el edredón.
Al hacerlo, ella se apretó un poco más contra él y escondió la cara en el
hueco entre su cuello y su hombro.
Olió su cabello y sonrió feliz. Ese aroma a primavera y a flores nunca
desaparecía de ella, y se sentía muy afortunado de poder seguir disfrutando
de esas pequeñas cosas que nadie más podía.
Se habían reconciliado, y Jack no podía estar más pletórico. Esa mujer era
su luz, el faro con el que le era imposible ahogarse. Estaba seguro de que con
ella su vida sería mucho mejor, que podría mirar hacia adelante sin el miedo a
recaer, que sería más fuerte, porque quería serlo por ella. Quería cuidarla y
que se sintiese segura a su lado.
Acarició su mejilla y se maravilló por su tersura. Todo en ella era suave y
delicado, pero escondía una fortaleza impresionante, una determinación que
lo hacían admirarla y quererla todavía más de lo que ya lo hacía.
Era su Emily, suya, aunque sonase arcaico y neandertal. Con ella sentía
ese afán de posesión, esa necesidad de que solo lo mirase a él, de que siempre
lo prefiriese a él.
Sonrió al pensar en todo eso que sentía y apoyó la mejilla en su cabeza,
cerrando los ojos por el placer que su cercanía le proporcionaba.
Cuánto la había echado de menos y qué tonto había sido por pretender
separarse de ella, porque solo con Emily se sentía completo.
—Jack…
La voz de ella sonaba adormilada, cosa que lo hizo sonreír.
—¿Sí?
—Todavía no me creo que esto sea real. —Emily abrió los ojos y los fijó
en su rostro. Acarició su torso y soltó un suspiro de satisfacción—. ¿Estás
aquí de verdad o estoy soñando?
—Estoy aquí, y no voy a irme —le aseguró, con calma.
—No sé si a mis compañeras de piso les va a gustar tener a un hombre en
la casa —comentó divertida.
—No tendrán que aguantarme, porque ya tengo una casa en Dublín.
—¿Tienes vivienda aquí? —Parecía sorprendida.
—Desde hace cinco años, y nunca he llegado a darle uso. —La besó
ardorosamente—. Pero eso va a cambiar en breve.
—¿Por qué?
—Porque tú y yo vamos a vivir en ella. Vas a dejar este apartamento y vas
a venirte conmigo.
Emily levantó un poco la cabeza, para mirarlo a los ojos. En los de Jack se
veía la determinación. Sin embargo…
—Si te quedas, ¿qué va a pasar con tu madre y con Owen?
—Traeremos a Owen a Dublín y mi madre regresará a su propia casa.
Creo que se merece descansar un poco. Por mi culpa, ha pasado un calvario.
—Tienes obligaciones en la destilería, no puedes dejarlo todo por mí.
—Puedo trabajar desde aquí, o ir a diario a Drogheda. Solo es una hora de
viaje.
—Jack… no. No puedo permitir que cambies tu vida por mi culpa.
—Sí. —Le dio un tierno beso en los labios—. Vamos a estar juntos, y si tú
quieres vivir en Dublín, yo me mudo aquí contigo.
—Es una locura. —Rio—. ¿Y qué pasa con tu propiedad en Drogheda?
—Está en venta.
Emily abrió mucho los ojos y se sentó en la cama, impresionada. Se llevó
una mano al cabello, mesándoselo.
—¿La has puesto en venta?
—Voy a comprar otra más pequeña y cómoda. No quiero vivir en un
mausoleo, como cierta persona la llamó —bromeó, dándole un par de suaves
golpes en la nariz.
—Si es por lo que yo te dije de ella… no tienes que hacerlo.
—Lo hago por ti, y lo hago por mí, Emily. No quiero seguir en ese lugar.
Me trae demasiados malos recuerdos, y yo deseo que empecemos nuestra
vida juntos sin fantasmas del pasado.
Emily lo abrazó, emocionada. Lo agarró por las mejillas y lo miró a los
ojos, antes de besarlo con fuerza.
—Estás loco, ¿lo sabes? —Le llenó las mejillas de besos, haciéndolo reír
—. ¿Cómo es posible que tengas las cosas tan claras, cuando ni yo misma sé
qué quiero hacer con mi vida?
—¿A qué te refieres con que no lo tienes claro?
—No sé si me gusta vivir aquí —le confesó algo avergonzada—. Vine a
Dublín para alejarme de ti. Y en esta semana que llevo alejada de Drogheda,
me he dado cuenta de que echo de menos todo eso a lo que antes no daba
importancia.
—¿Entonces quieres regresar?
—Quiero regresar. Mi familia y mis amigos están allí. No obstante, creo
que no voy a poder hacerlo por un tiempo.
—¿Por qué?
—Ayer me matriculé en la universidad. Voy a empezar la carrera que
nunca pude sacarme.
Jack le sonrió, orgulloso, y la abrazó con fuerza.
—Entonces, no se hable más. Nos quedamos en Dublín.
Se recostaron de nuevo sobre la cama y se besaron con tantas ganas que
sus cuerpos comenzaron a arder en cuestión de segundos.
Emily no podía dejar de mirarlo, parecía no cansarse de hacerlo. Lo había
echado tanto de menos que todavía tenía que asimilar todo lo que había
ocurrido esa noche.
—Estaba tan segura de que no volveríamos a estar así…
—Hubo un tiempo en el que yo también lo estuve. —Juntó sus frentes y
cerró los ojos, con intensidad—. Pero te quiero demasiado y no me imagino
continuar sin ti.
—Fueron semanas tan tristes…
Al ver que el rostro de ella cambiaba y bajaba la mirada, Jack la cogió por
las mejillas e hizo que lo mirase a los ojos.
—Lo siento, mi amor, siento todo lo que nos hice pasar. Siento haber
estado tan ciego.
—Me dijiste cosas tan feas ese último día en tu casa. —Jadeó—. Me
aseguraste que no me querías, que solo me habías utilizado, que te habías
cansado de mí.
—Lo hice para que me odiases. —La besó—. Emily, te conozco, y sé que
jamás te hubieses ido de mi lado, tenía que hacerte daño para protegerte.
Creía que merecías un hombre mejor que yo. Un hombre que te hiciese feliz.
—No hay nadie que me haga más feliz que tú, así que no vuelvas a pensar
nada parecido.
Jack besó su frente mientras su pecho se hinchaba por las palabras de ella.
No podía haber en el mundo un hombre más afortunado que él. Tenía a la
mujer que amaba, una familia que lo quería y buenos amigos que lo
aconsejaban. Era verdad que había sufrido una experiencia traumática por
culpa de dos personas a las que quiso con todo su corazón, pero en esos
momentos, supo que allá donde estuviesen pagarían sus actos.
—Ojalá que tu padre llegue a perdonarme por lo que te hice.
—¿No lo ha hecho ya? —le preguntó Emily, alzando una ceja, divertida
—. No creo que te guarde mucho rencor cuando te ha facilitado mi paradero.
—No le quedó más remedio que hacerlo. —Rio él—. Fui muy insistente.
—¿Qué le dijiste?
—La verdad —respondió con serenidad—. Solo le dije la verdad. Lo
mucho que te amaba y lo infeliz que era sin ti.
Emily rodeó su cuello con los brazos y lo besó con un ímpetu que hizo
reír a Jack. No obstante, su risa acabó pronto, porque ella profundizó el beso
y se colocó a horcajadas sobre sus caderas.
Desde arriba, Emily parecía una diosa, la mujer más bella que jamás
hubiese visto. Femenina, desnuda y apasionada. Su deseo se inflamaba cada
vez que veía su cuerpo y su corazón también lo hacía cuando recordaba que
ella sentía lo mismo por él, que lo quería con esa misma intensidad.
—Tengo tanta suerte… —susurró él en su oído—. Nunca hubiese
imaginado que el amor pudiese ser de esta forma, tan intenso, tan real que a
veces incluso el miedo te sobrecoge.
—¿El miedo? —Ella le mordió el labio inferior y lo hizo reír—. ¿Miedo a
qué? Pero si no puedo vivir sin ti.
—A perderte, a no ser capaz de dar la talla.
—Si es por eso, ya puedes respirar tranquilo, mi amor, porque, para mí, la
felicidad lleva tu nombre.
Él aguantó la respiración al escuchar aquellas palabras y en sus ojos se
reflejó la emoción. Capturó sus labios en un beso necesitado y sensual que les
calentó el corazón y les hizo vibrar de gozo.
—Emily Bristol, cásate conmigo.
EPÍLOGO

El pasillo estaba prácticamente desierto, ya que eran más de las diez de la


noche y la mayoría de las personas hacía un buen rato que se marcharon a sus
casas.
Emily se miró el reloj de muñeca y apretó el paso. Ese día, el trabajo la
había tenido ocupada más tiempo de lo normal y el estómago le rugía por el
hambre, sin embargo, aquello era mucho más importante que una cena.
Cuando recibió la llamada de Andrej, se puso a saltar en su despacho y
todos los documentos que debía revisar acabaron en el suelo, desparramados.
Pero ¿qué se le iba a hacer? No todos los días tu mejor amiga daba a luz a su
primer bebé.
Cuando llegó a la habitación, traqueó de inmediato y esperó nerviosa a
que le diesen permiso para entrar.
Al hacerlo, vio a Dede tumbada en la cama, con rostro cansado, pero con
una luz y una felicidad infinita.
Llevaba el cabello recogido en una coleta, la bata azul del hospital y a su
hija en brazos.
—He llegado en cuanto he podido —los saludó, sin quitarle los ojos a la
pequeña que succionaba del pecho de su madre. Abrazó a Andrej y rio
contenta—. Enhorabuena, papá.
—Gracias —le respondió él, pletórico—. Voy a tener que acostumbrarme
a que me llamen así.
—¿Y para mí no hay felicitaciones? —saltó Dede, divertida.
—Ya voy, celosa —se carcajeó Emily, dirigiéndose hacia su amiga.
—Es que todo el mundo felicita primero a Andrej —se quejó.
Entre risas, se abrazaron y rieron, emocionadas.
Emily, al ver la carita de la niña, se echó a llorar.
Era preciosa. Tenía el cabello rubio de Andrej y sus ojitos azules. De piel
nívea y mofletes regordetes.
—¡Qué guapa es! —exclamó, limpiándose las lágrimas.
—¿Verdad que sí? Parece mentira que nosotros hayamos hecho a esta
personita. Es tan perfecta…
Cuando se reconciliaron, Dede y Andrej invirtieron todo el dinero que sus
trabajos les proporcionaban para arreglar su casa y dejarla bonita y
acogedora.
Era una edificación antigua, por lo que las reformas tuvieron que ser
bastantes, sin embargo, una vez acabada, se sintieron tan orgullosos de lo que
habían conseguido con esfuerzo y sudor que siempre que podían invitaban a
sus familiares a pasar el rato en ella.
Parecía mentira que ya hubiesen pasado seis años desde aquello. Seis años
de amor y de felicidad compartida.
—¿Dónde está Jack? —le preguntó Andrej, sacándola de sus
pensamientos—. Me dijo que pasaría a vernos.
Al escuchar el nombre de este, Emily sonrió de oreja a oreja. Siempre lo
hacía cuando de él se trataba.
—No tardará. Cuando me despedí de él, en la destilería, me dijo que solo
le quedaban por firmar un par de papeles. Vendrá enseguida.
—¡Más le vale! —saltó Dede, divertida—. Porque como se le ocurra no
venir a visitarnos, se va a enterar.
Emily tomó asiento en la cama, junto a Dede, y esta le puso a la recién
nacida en brazos. Al tenerla contra su cuerpo, Emily la besó en la frente y
cerró los ojos, emocionada.
—¿Ya sabéis cómo va a llamarse?
—Senka —respondió Andrej, orgulloso—. En honor a mi abuela.
—Nos conocimos gracias a ella, y mi hija no podía llamarse de otro modo
—continuó Dede.
—Es muy bonito. —Sonrió—. ¿Tu abuela ya conoce a su nueva bisnieta?
—En cuanto nació. Fue la primera en verla —asintió Andrej—. Le hice
una videollamada.
—Cuando podamos, iremos a Serbia a visitarla, a ella y a toda la familia
—prosiguió Dede.
Unos suaves golpes en la puerta les hizo girar la cabeza.
Por ella entró Jack, con un ramo de flores en las manos, sonriente.
Al verlo llegar, Emily se mordió el labio inferior, notando ese cosquilleo
tan familiar en el vientre. Su marido era tan guapo que nunca se cansaba de
admirarlo.
Saludó con un abrazo a Andrej, felicitándolo, y a Dede con un beso en la
mejilla.
—Felicidades, es una niña preciosa. —Le dio el ramo de flores y esta lo
olió, encantada.
Rodeó la cama y se puso al lado de Emily, que todavía sujetaba a la
pequeña Senka. La besó con ternura y notó cómo su mujer apoyaba el peso
de su cuerpo en él.
Acercó la boca a su oído y la rodeó por la cintura.
—Qué bien te sienta llevar un bebé en los brazos. Me dan ganas de sacarte
de aquí y encerrarte en nuestra habitación para hacerte uno ahora mismo.
Emily rio y lo besó con un amor desbordante.
Se despidieron de Andrej y Dede casi una hora después.
Todavía tenían que llegar a casa, preparar algo de cenar y besuquear un
rato a Owen, que no consentía en dormirse antes de que regresasen del
trabajo.
Tal y como Jack prometió la noche en la que se reconciliaron, Emily y él
no volvieron a separarse. Se mudaron juntos a su casa de Dublín, mientras
ella estudiaba en la universidad, y se llevaron con ellos a Owen poco después.
Isabella regresó a su propia casa, feliz. Ya era hora de descansar, de
olvidar todo el dolor que habían pasado durante ese fatídico año.
Se alegraba tanto de que Jack decidiese tomar las riendas y decidiese
ocuparse de su nieto…
Amaba a Owen por encima de todas las cosas, era un niño muy bueno, la
alegría de su vida, sin embargo, estaba cansada, y su energía no le permitía
estar veinticuatro horas pendiente de una criatura. Sabía que con Emily y
Jack el niño estaría perfectamente. Owen quería a esa chica y ella adoraba al
niño.
Regresaron a Drogheda cinco años después de marcharse, cuando Emily
terminó la carrera de Marketing y Publicidad en la que se hubo matriculado.
Y lo hizo con un puesto asegurado en la destilería, llevando la promoción de
sus licores y novedades para que pudiesen llegar a más compradores.
Jack vendió su enorme casa, tal y como le dijo, y compró un terreno más
pequeño cerca de la desembocadura del río Boyne. En él construyeron una
casa discreta y acogedora, donde vivieron desde entonces, sin grandes lujos,
sin mobiliario rimbombante, y con mucho amor.
Cuando dejaron el coche aparcado en el garaje y entraron en la vivienda,
el sonido de unas pisadas arrebatadas se escucharon desde el salón.
Owen fue a su encuentro como un ciclón, y se tiró en los brazos de Jack,
que lo cogió en peso y dio varias vueltas con él por el aire. Las carcajadas del
niño retumbaron por todo el recibidor.
—¡Tío Jack, Sandy y yo hemos hecho magdalenas! —exclamó,
nombrando a la joven que se encargaba de cuidarlo mientras estaban en el
trabajo.
—¿Con pepitas de chocolate?
—¡Sí, porque sabemos que os gustan a ti y a la tía Emily!
Jack y Emily rieron, y ella le revolvió el cabello, con cariño.
Owen se estaba haciendo mayor muy pronto. Parecía irreal que aquel niño
ya tuviese siete años. Era un crío muy espabilado, guapo y risueño, que los
llevaba locos. Se parecía mucho al hermano de Jack, pero también tenía la
sonrisa de su madre.
Nunca intentaron negar la existencia de sus padres. El día que Owen les
preguntó por ellos, Jack le explicó que tuvieron un accidente y por eso no
estaban, y omitió todo lo demás. No quería que el niño los recordase con
odio, después de todo, aunque estuviese muerto y sus acciones no fuesen
buenas, Conor era su hermano.
—Tía Emily, mi profesora me ha dicho que sé multiplicar muy bien, y yo
le he dicho que me habías enseñado tú.
—Es que mi niño es muy listo —respondió dándole un gran beso en la
mejilla y rio cuando Owen se limpió la cara, porque últimamente decía que
ya era mayor y no quería que las chicas le besasen.
Cenaron algo ligero junto al niño, que pululaba a su alrededor, les
enseñaba los dibujos que había hecho con Sandy, y les contaba todo lo que
había aprendido en el colegio.
Mientras Jack recogía los restos de la cena y metía los platos en el
lavavajillas, Emily acompañó a Owen a ponerse el pijama. Abrió la cama y
palmeó sobre ella para que se acostase.
—¿No puedo quedarme un rato más con vosotros? —le preguntó él,
poniendo carita de lástima.
—Ya es muy tarde, cariño, y mañana no va a haber quien te levante para ir
al colegio. —Al ver su carita de tristeza, Emily lo abrazó—. Pero te prometo
que el viernes podrás acostarte a la hora que quieras.
—¿Y podremos ver una película los tres juntos?
—La que tú elijas —asintió sonriente.
Cuando entornó la puerta de la habitación de Owen y se dirigió a la suya
propia, suspiró, cansada. Últimamente se agotaba enseguida.
Entró en el aseo y se puso el camisón que usaba para dormir. Se lavó los
dientes y soltó su cabello.
Por el espejo del baño, vio entrar a Jack, con una sonrisilla traviesa en los
labios. La rodeó por la cintura y besó su cuello, haciéndola gemir por el
placer.
Su marido seguía provocándola con tan solo un par de caricias. Su cuerpo
se encendía bajo su contacto al igual que un fósforo al ser raspado contra la
cajetilla. Apoyó la cabeza sobre el hombro de Jack y sonrió, relajada.
—Estás muy sexi con ese camisón, ¿lo sabías?
—Ajá. Me lo dijiste ayer, justo antes de quitármelo.
Él sonrió y la cogió de la mano para llevarla hacia la cama. Mientras lo
hacía, Emily contempló el cuerpo de Jack, enfundado en sus pantalones de
pinzas, los que solía usar para ir a la destilería. Atrás quedó su delgadez, su
cuerpo enjuto por la falta de alimento. El cuerpo de su marido era fuerte y
bastante trabajado en el gimnasio. Era una delicia para la vista.
Cuando llegaron al borde, Jack se sentó en ella y rodeó a Emily con sus
brazos, para que se colocase entre sus piernas, de pie. Sus dedos fueron
bajando por su trasero, por sus muslos y se internaron en ellos, haciéndola
jadear de excitación. Sabía dónde tocarla, qué hacer para que sus piernas
siguiesen temblando como al principio, como esas primeras veces.
—Hoy tenía muchas ganas de estar a solas contigo, señora Myers —le
susurró contra su boca.
—Pues ya me tienes aquí —respondió lamiéndose los labios—. Y no
pienso irme a ninguna parte.
—Sabes que no te dejaría. —Ambos rieron—. Este es el único ratito que
puedo disfrutar de mi mujer.
—Y yo de mi marido. —Enredó los brazos alrededor de su cuello y lo
besó con sensualidad, logrando que Jack cerrase los ojos por el gozo—.
¿Quién me hubiese dicho, el día que cumplí veintiséis años, que conocería al
hombre de mi vida porque decidió dejarme toda su fortuna?
—¿Quién me hubiese dicho que me enamoraría de la mujer a la que vi
llorando aquel día en Burks, desesperada porque no encontraba trabajo?
Jack sentó a Emily sobre sus piernas y la rodeó por la cintura, apretándola
contra su torso. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y sonrió, feliz.
—Hemos cambiado tanto desde entonces…
—El mejor cambio de mi vida. Antes de ti yo solo era una sombra, Emily.
—No es cierto. Eras el mismo hombre fantástico con el que me he casado,
pero un poco más triste.
—Tú me salvaste, mi amor, me devolviste la vida —dijo contra su boca,
besándola después—. Llegaste a casa, robaste el corazón de Owen, el de mi
madre y pusiste mis sentimientos patas arriba. Me frustraba no poder dejar de
mirarte, no ser capaz de dejar de pensar en ti.
—Pues yo al principio tuve miedo, Jack. Estabas tan roto que lo que sentía
en mi pecho cada vez que te veía, me hacía dudar.
—Es lógico. No dejaba que nadie se me acercase.
—Y ahora, mírate. —Cogió sus mejillas rasposas entre sus manos y frotó
la puntita de sus narices—. Eres un buen hijo, el marido que siempre soñé
tener, y un padre para Owen. —Lo besó—. Todavía me sorprendo cuando te
veo tratar al niño con esa ternura, sobre todo cada vez que recuerdo la
aversión que sentías hacia él.
—Fui tan injusto con él… Solo era una criatura y yo quise culparle del
mal de sus padres.
—Pero lograste superarlo, al igual que a la depresión.
—Sí, gracias al cielo, esa época y esa enfermedad, son historia. Ahora
quiero disfrutar de mi familia, de la alegría que supone teneros en mi vida, de
lo afortunado que soy cada vez que abro los ojos cada amanecer y te veo
dormida a mi lado.
—Te quiero —susurró Emily, que todavía se emocionaba con esas
declaraciones de amor.
—Y yo a ti, mi vida. —Jack se tumbó en la cama, arrastrando a Emily con
él—. En cierto modo, tendría que darles las gracias a Conor y a Teresa por la
forma en la que actuaron. Porque, de otro modo, jamás te hubiese conocido.
No hubiera conocido cómo es el verdadero amor, el saber que la persona con
la que comparto mi vida es mi alma gemela, el sentirlo cada vez que me
sonríes. —Besó a Emily—. Cada noche, cuando cierro los ojos, deseo que
nuestra vida juntos sea eterna, que siempre nos quede esto, que nuestra
felicidad crezca día tras día.
—Y lo hará, Jack —le aseguró, con una sonrisa misteriosa en los labios.
Cogió su mano y la arrastró por su busto, fue bajándola por sus costillas y
apoyándola sobre su estómago. Lo miró con adoración—. Estoy embarazada.
Jack contuvo la respiración, con los ojos muy abiertos. Se notaba la
emoción en ellos, el brillo de las lágrimas que iban acumulándose y que
resbalaron por sus mejillas, de pura dicha.
—¿Embarazada?
—Sí, de poco más de un mes —respondió con una sonrisa ilusionada.
—¡Oh, Dios mío! —La miró embelesado—. ¿Vamos… vamos a tener un
bebé?
—Sí. —Agitó la cabeza sin parar, riendo.
Jack rio con ella, con las emociones a flor de piel.
—Te quiero, Emily, ¡joder, cuánto te quiero! —le susurró contra sus
labios.
La besó con intensidad, rodando sobre la cama, creyendo que su corazón
estallaría de tanta felicidad, y con la certeza de que a partir de entonces sus
vidas serían todavía más plenas.
Aquel bebé era el fruto del amor verdadero, de ese amor del que nunca
tenía bastante, del que siempre quería más. Del amor que le salvó de la
oscuridad.

FIN
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