Francisca y La Muerte
Francisca y La Muerte
Francisca y La Muerte
"Cumplida está"
pensó la muerte, y
dando las gracias
echó a andar por el
camino aquella
mañana que,
precisamente, había
pocas nubes en el
cielo y todo el azul resplandecía de luz.
Así pues, echó y echó a andar la muerte por los caminos hasta llegar a
casa de Francisca.
—Por favor, con Panchita
—dijo adulona la muerte.
—Abuela salió temprano
—contestó una nieta de oro, un poco temerosa, aunque la parca seguía
con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
—¿Y a qué hora regresa?
—preguntó la muerte.
—¡Quién lo sabe! —dijo la madre de la niña—. Depende de los
quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para
menos seguir dando rueda por tanto mundo
bonito y ajeno.
—Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
— Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede
que ella no regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!", pensó la muerte, "se
me irá el tren de las cinco. No;
mejor voy a buscarla". Y levantando su voz, dijo la
muerte:
—¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?
—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en
el maíz, sembrando.
—¿Y dónde está el maizal? -preguntó la muerte.
—Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.