La Investigación Estadístico-Criminal y Psicológico-Social Del Delito
La Investigación Estadístico-Criminal y Psicológico-Social Del Delito
La Investigación Estadístico-Criminal y Psicológico-Social Del Delito
Ha sido definida como la disciplina que estudia la expresión cuantitativa del delito
en la vida social, y tiene por objeto especial los fenómenos de la criminalidad.
Consiste, sintéticamente, en un conjunto de datos numéricos tabulados, reunidos
en los informes oficiales de los organismos, a los que están encomendadas, la
prevención, aprehensión, y tratamiento de los infractores de la ley penal.
Sirve para obtener y reunir datos y de manera correcta arrojar un resultado de los
datos obtenidos.
Nos permitiría conocer con precisión los problemas concretos que se presentan en
este campo; su historia, su contexto particular actual, las formas precisas en que
se manifiestan, sus causas y consecuencias a corto, mediano y largo plazo.
La estadística criminal es una ciencia auxiliar jurídica del derecho penal que
estudia el aspecto numérico del delito, con el propósito de entender aspectos
criminales. Para lograr su propósito, la doctora recurrió a estadísticas sobre
algunos casos y sus términos correspondientes que permitieron el entendimiento
de los alumnos presentes.
Estadística descriptiva. Sirve para saber qué está ocurriendo, en qué medida y
circunstancias.
Para conocer con qué frecuencia se cometen los delitos y qué características
tienen, hay que convertirlos en datos, cifras y porcentajes. Ahora, con el Big Data,
las posibilidades de compilación e interpretación son todavía mayores.
Podemos afirmar que la teoría ecológica o de las áreas delincuentes, aboga por la
existencia de cierto paralelismo entre la creación de nuevos centros urbanos y la
tasa de delincuencia en los mismos. Busca explicar de manera empírica por qué
algunas comunidades tienden a concentrar un mayor número de delincuentes a lo
largo del tiempo, a pesar de los cambios que puedan sufrir las condiciones
sociales en las que se gestan.
Sus principales exponentes, Shaw y Mckay advertían hacia 1930 que existían
variaciones en la tasa de criminalidad asociadas a tres rasgos estructurales:
prevalencia de bajo nivel socioeconómico, heterogeneidad étnica y gran movilidad
residencial. Éstas lesionaban seriamente la cohesión social de la comunidad y, por
ende, su capacidad para orientar la conducta de los jóvenes. Desde esta
perspectiva, la tarea de radicar el problema no reside en tratamientos
individualizados, sino en aplicar un mayor control social en los barrios
desorganizados para lograr su estabilización. Por tanto, ¿Cuáles son las razones
que llevan a una concentración desigual del delito y de la violencia en el espacio
urbano?
Pero a pesar de tener en cuenta todos estos aspectos, la teoría ecológica, pasa
por alto muchos otros, lo que ha ocasionado numerosas críticas. Aunque sus
estudios nos aportan gran información sobre la delincuencia en áreas urbanas, no
nos explica por qué este fenómeno también tiene lugar en zonas rurales.
Además, esta teoría tiende a generalizar, afirmando que, a través del aprendizaje
en el propio barrio se llega a ser un delincuente. De este modo, pasa por alto la
posibilidad de que ciertos barrios estén más predispuestos a la concentración de
delincuentes y no a la creación de los mismos.
Por tanto, la explicación de estas alternativas hay que buscarlas en los “grupos de
referencia” que los jóvenes tienen a su alrededor. En una sociedad dominada por
los valores y normas de la clase media, los jóvenes pertenecientes a las capas
más bajas de la sociedad se hallan en situación de desigualdad para acceder de
forma legítima a las mismas metas, debido a que no disponen de los mimos
medios. La consecuencia de todo esto es un conflicto cultural o una “frustración de
estatus”, la cual resuelven a través de la integración en un grupo subculturalmente
establecido, por el que se sienten apoyados y reconocidos como miembros.
Hay que mencionar que muchos de los aspectos que conforman la teoría de
Cohen han sido criticados. A parte de posicionarse “en contra” de los valores de la
clase media, no contempla la formación de una subcultura delincuente entre los
jóvenes pertenecientes a ella. Sykes y Matza rechazan la hipótesis de que las
subculturas se formen contraponiéndose a los valores socialmente aceptados,
dando paso a la teoría de los valores subterráneos. Afirman que, “si los
delincuentes realmente tuvieran valores opuestos tenderían a considerar
moralmente correcto su comportamiento ilegal”, pero la realidad no es así, por lo
que se demuestra que siguen “detentando los valores socialmente dominantes,
aunque neutralicen sus efectos normativos a través de justificaciones morales”; lo
que finalmente denominaron como “técnicas de neutralización”.
En ambas teorías podremos observar los conceptos que han elaborado cada uno
de los autores para su comprensión y las lógicas que lo articulan. Tanto Durkheim
como Foucault afirmaban que el problema de la criminalidad y la penalidad excede
los ámbitos que en un primer momento pueden parecer suyos (la delincuencia, las
víctimas del delito y sus controles institucionales), de modo que sus análisis
constituyen una vía fundamental para la introducción de las características más
importantes de una sociedad.
En su obra “Las reglas del método sociológico” señaló que “los fenómenos
sociales deben estudiarse sin acudir a explicaciones organiscistas, psicologistas, o
de otra índole, sino dentro del mismo campo social, de ahí la necesidad de valerse
de un método sociológico”.
Como hemos podido observar a lo largo de este recorrido, todas las teorías y
teóricos pertenecen a la corriente tradicional del estudio del crimen. A mitad del
siglo XX surge una nueva corriente que, a diferencia de las teorías anteriores, ya
no se centra en estudiar el “porqué” de los actos delictivos, sino que más bien
busca comprender los mecanismos institucionales que definen y sancionas estos
actos. Estas teorías, “parten de la premisa de que las normas y su aplicación no
constituyen una realidad objetiva y neutral, sino que configuran una forma de
control cultural y socialmente determinado”.
En este apartado, voy a centrarme en una de ellas: la teoría del etiquetamiento
(labeling). Esta teoría, pretende analizar la forma mediante la cual se atribuyen
definiciones negativas a los sujetos, es decir, la acción de “etiquetar” y los
procesos de estigmatización. Ponen especial énfasis en los mecanismos de
control social, donde se aplican normas siguiendo determinados estereotipos y
etiquetas. Además, estudia las transformaciones aparentes en la identidad del
etiquetado como criminal, puesto que los individuos en su vida cotidiana
construyen y destruyen los significados continuamente. Esto es, no existe tanto la
criminalidad en cuanto incriminación.
Cabe mencionar a Howard Becker como el mayor referente de esta teoría, cuyas
raíces provienen del interaccionismo simbólico de Herbert Mead y las teorías de
Edwin Lemert. Este pensamiento asentó sus bases, por un lado, en la idea del
interaccionismo simbólico, el cual consideraba que la realidad social se
encontraba formada a base de interacciones entre individuos llenas de
significados. Sin embargo, debemos considerar las teorías de Lemert como el
punto de partida más destacado de la teoría del labeling.
Lemert centró su atención en “la interacción entre los agentes del control social y
los delincuentes y, en como ciertos sujetos vienen a ser etiquetados como
criminales”. Para ello construyó la teoría de la desviación primaria y secundaria. La
desviación primaria es aquella causada por factores individuales o internos que
derivan en un comportamiento delictivo ocasional. En cambio, la desviación
secundaria trata de una “responsabilidad de la sociedad”, es decir, la desviación
de alguien tras sufrir las consecuencias de la reacción social como instrumento de
control frente a la primera desviación. Esa reacción social que se toma ante una
conducta desviada, tiene como consecuencia la transformación de una identidad
individual que se asocia directamente a un nuevo rol o estatus como producto de
la estigmatización.
La Teoría del Delito constituye una herramienta básica para la parte acusadora y
la defensa, en virtud que permite, saber cuándo un hecho puede ser considerado
o no delito, grado de ejecución, formas de intervención, naturaleza de la conducta,
razón de mérito justificante o atenuante y las consecuencias jurídicas a que se
haría acreedor su autor o participe.
Esta definición que para mí ver es la más adecuada y veraz (Valadez: 2017),
donde de forma amplia nos da una visión general de esta teoría ya que ella se
ocupa del estudio de las características que debe tener cualquier hecho para que
pueda ser considerado como delito, pues conforme al principio de la legalidad
(nullum crimen, nulla poena sine lege), una conducta solo podrá ser delictiva si
está prevista como tal en la ley penal. Sin embargo, los hechos que se manifiestan
en la realidad son tan complejos y diversos que no siempre resulta fácil determinar
si constituyen o no delito; en otras ocasiones, el hecho no está descrito
exactamente en la ley, o más aun, la ley presenta problemas de ambigüedad o
vaguedad.
Es por ello la importancia que tiene el conocer esta teoría ya que nos proporciona
las herramientas teóricas y metodológicas para resolver, en forma coherente y
racional, el conflicto de intereses sometidos a la potestad jurisdiccional penal.
Permite “verificar” si están dados los presupuestos para requerir de la agencia
judicial una respuesta que habilita el ejercicio del poder punitivo”.
Ante esta situación, el autor antes citado nos hace mención que esta teoría nos
brinda las herramientas necesarias para racionalizar el poder punitivo estatal y
generar mayor certeza jurídica al gobernado; determina las fronteras mínimas
entre lo prohibido y lo penado por el Derecho Penal (Amuchategui: 2012), es decir,
“los elementos que deben concurrir, como mínimo y con carácter general, para
que algo sea jurídico-penalmente prohibible y punible”.
ITER CRIMINIS es una locución latina, que significa «camino del delito», utilizada
en Derecho penal para referirse al proceso de desarrollo del delito, es decir, las
etapas que posee, desde el momento en que se idea la comisión de un delito
hasta que se consuma.
El iter criminis o camino del delito son las diferentes fases que atraviesa una
persona desde que en su mente se produce la idea de cometer un delito hasta que
efectivamente lo lleva a cabo. Lo importante de estas fases es diferenciar cuál de
ellas es relevante para el Derecho Penal. Diferenciamos por tanto dos fases: fase
interna y fase externa del camino del delito.
FASE INTERNA. La fase interna del delito es la que sucede en la mente del autor
y no puede, en ningún caso, ser objeto del Derecho penal, porque es necesaria la
exteriorización mediante acciones u omisiones de ese hecho delictivo. Todo ello
se basa en el principio cogitationis poenam nemo patitur, aforismo latino que
significa que con el mero pensamiento no es punible (sancionable). Se produce la
ideación, la deliberación y la resolución del delito.
La fase interna se halla constituida por todos los momentos del ánimo a través de
los cuales se formaliza la voluntad criminal y que preceden a su manifestación. Se
distinguen: la ideación del delito, la deliberación y la resolución criminal. La fase
interna es por sí sola irrelevante, el derecho penal interviene a partir de la
manifestación de la voluntad. Como sabemos el derecho penal sanciona
conductas y no pensamientos.
I. CONSPIRACIÓN: se trata del concierto entre dos o más sujetos para ejecutar
un delito y resolución ejecutable. Para que se produzca es necesario :
4. Que dicha resolución tenga por objeto la ejecución de un delito concreto, y que
este sea de los que el legislador ha considerado especialmente merecedor de
punibilidad
5. Que exista un lapso relevante entre el proyecto y la acción que permita apreciar
una mínima firmeza de la resolución, ya que no puede ser repentina y
espontáneamente
ACTOS EJECUTIVOS
TENTATIVA DE DELITO
Con respecto a la tentativa, puede ser de dos tipos, acabada (donde el sujeto
realiza todos los actos para la comisión del delito), como inacabada (en la que el
sujeto realiza solo una parte de los actos). La diferencia entre estas dos clases de
tentativa deviene con respecto a la determinación de la pena, es decir, en el plano
práctico, ya que según el art. 62 del CP, «a los autores de tentativa se les
impondrá una pena inferior en uno o dos grados a la señalada por la Ley para el
delito consumado, en la extensión que se estime adecuada».
La tentativa consta de una estructura diferenciada por dos tipos, tipo objetivo que
es el comienzo de ejecución propiamente dicho; y el tipo subjetivo o dolo, es decir,
la voluntad del sujeto de querer realizar el tipo objetivo. Podemos por ello
confirmar que posee la misma estructura que el delito consumado.
Ha de ser una decisión voluntaria del sujeto: se trata de una actitud psíquica del
que desiste. Hay que distinguir entre: si el intento aún no ha fracasado y depende
de la voluntad del que desiste conseguir la voluntad; o si por el contrario, si el
sujeto, tras un primer intento fracasado, puede aún conseguir su objetivo. Lo
importante por tanto es que además de posible sea también definitivo, es decir,
basta con que desista de su propósito originario, siendo independiente que en el
futuro vuelva a intentarlo de nuevo. Si embargo, hay que diferenciar si el
desistimiento es voluntario (se desiste por motivos éticos), que sea involuntario (se
desiste por motivos interesados), en cuyo caso no exime de responsabilidad
penal.
Sobre todo si el peso importa. Además, algunas estructuras, como las bancadas
de los motores, no pueden ser demasiado rígidas, sino que deben ser capaces de
absorber las vibraciones para maximizar el confort.
La lucha contra el delito se ha convertido en uno de los retos más visibles de las
sociedades actuales. Desde la política y los medios de comunicación se sitúa al
delito y al delincuente en el centro del discurso público. Paradójicamente y pese a
los aparentes esfuerzos y avances en materia penal, en el momento actual se
hace quizá más necesaria que nunca una aproximación científica al fenómeno de
la delincuencia; una aproximación que nos permita ofrecer respuestas adecuadas
a la realidad del fenómeno y que nos aleje de las tan frecuentes soluciones
simplistas a problemas complejos. Con ese objetivo a lo largo del curso se
conjugarán contenidos propios de la Criminología con otros de la Política Criminal
o la Criminalística, ofreciendo una visión lo más amplia posible a los participantes.
Todo esto significa que tenemos opiniones que a menudo distan mucho de la
realidad. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde la criminalidad se ha reducido
casi a la mitad en los últimos 20 años, las encuestas Gallup revelan de manera
sistemática que la mayoría de la gente cree que cada año los niveles de
delincuencia en el país son más altos que los del año anterior. Esto es una
desconexión con la realidad que puede haber dilatado los esfuerzos por reducir las
costosas tasas de encarcelamiento. En Chile, uno de los países más seguros de la
región, una encuesta auspiciada por el gobierno y publicada en 2017 reveló que el
54% de la población deseaba penas más duras para los delincuentes.
Las consecuencias para la política pública son preocupantes, ya que con una
opinión pública en América Latina y el Caribe más influenciada por las noticias
falsas o por las noticias estridentes mas que por los hechos, los ciudadanos
apoyan y los políticos implementan políticas de mano dura, pese a la evidencia de
su poca o ninguna repercusión sobre la conducta delictiva. Las políticas de línea
dura incluyen penas más duras y otras estrategias punitivas que son mucho
menos eficaces que las preventivas, como inversión en educación preescolar,
programas de formación parental y otras políticas de bienestar social.
UN EXPERIMENTO EN PANAMÁ
También les pedimos a los encuestados que utilizaran diez monedas para
asignarlas a cuatro categorías distintas de la lucha contra el crimen, reflejando
cómo distribuirían una cantidad limitada de recursos. Dichas categorías eran
castigo; detección (sistemas de seguridad); medidas preventivas (programas de
rehabilitación y formación profesional) y programas de lucha contra la pobreza.
Sorprende aún más que las personas que recibieron el mensaje acerca de la
disminución en las tasas de delincuencia casi no variaron sus preferencias. Y eso
sugiere que, si bien las noticias sobre el aumento de la criminalidad pueden atizar
una pasión por el castigo, un mayor número de noticias positivas apenas logra
tener algún impacto, quizás porque la mera mención del delito tiende a llevar a las
personas a adoptar posiciones punitivas e inflexibles al respecto.