Educación Ética - Lic Mónica Costa
Educación Ética - Lic Mónica Costa
Educación Ética - Lic Mónica Costa
PRESENTACIÓN
Cuando pensamos en la ética como un saber que pretende orientarla acción humana
en un sentido racional, la educación ética se convierte en una dimensión formativa que
atraviesa todos los ámbitos y que quiere dar dirección y sentido al ser humano en su
conjunto.
Si sumamos a los aspectos antes reseñados el hecho que las decisiones van
orientadas hacia un óptimo -es decir que quiero a] mismo tiempo una vida buena para mi y
quiero una vida justa para la colectividad- la tarea no resulta fácil. El logro simultáneo de
una vida individual que merezca la pena ser vivida y una vida justa para la comunidad es
evidentemente complicado y a menudo está lleno de dificultades.
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Este material fue publicado como: COSTA, Mónica. “Educación ética”. Ed. OBSUR, Montevideo. 1999.
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Ética y moral en el presente trabajo se considerarán indistintamente.
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Las normas están definidas como obra colectiva que se recibe y se adopta pero que no
se contribuye a elaborar; por lo tanto la responsabilidad de la persona que se está formando es
muy limitada. Lo único que le cabe hacer es averiguar la naturaleza y la necesidad de dichas
normas para comprender su razón de ser.
Los modelos educativos que plantean una concepción absoluta de los valores son una
solución heterónoma a los problemas que provoca la convivencia. Suponiendo que existen
modelos y normas incuestionables que deben ser transmitidos de una generación a otra, no
cabe la posibilidad de modificación ni replanteamiento. En este tipo de prácticas los
conflictos vividos por el sujeto se sitúan siempre en relación a la coherencia entre su vida y
las pautas de conducta dictadas desde el exterior.
La educación moral como socialización muestra una sola parte del proceso de
moralización y se olvida de la formación de la conciencia moral autónoma. Al mismo tiempo
no percibe los procesos de participación y cooperación, que son los que reconstruyen la
colectividad y permiten la formación da»un sentimiento de pertenencia social activo y crítico.
Frente a la crisis de valores absolutos, aparece una concepción relativa de los valores,
para la cual la función de los interrogantes que plantea la vida depende de cada uno, de las
perspectivas que cada cual quiere dar a su vida, y de la situación en la que se encuentra. De
aquí ha surgido la idea de clarificación de valores, que sería el intento de hacernos más
coherentes, de saber qué es lo que preferimos y como queremos guiar nuestra experiencia.
Cada vez con más frecuencia los alumnos se encuentran frente a alternativas múltiples
y diversas, careciendo de criterios para valorarlas, juzgarlas o cuestionarlas. El hecho de
admitir que no hay opciones de valor superiores o mejores que otras, generó en los ambientes
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educativos una renuncia a tomar postura por opciones concretas. No hay nada que enseñar
puesto que todo es igualmente correcto.
Esta naturaleza dinámica de los valores es la que justifica la necesidad de ayudar a los
alumnos a desarrollar su proceso personal de valoración. Esta valoración implica procesos de
selección, estimación y actuación. Una libre elección que supone considerar las
consecuencias que de ella se derivan y de las otras alternativa» que se dejan de lado. Una
posterior estima y aprecio por los valores escogidos para considerarlos una parte fundamental
de la existencia de manera de sostenerlos y defenderlos públicamente. Por último, una
actuación coherente con lo elegido, una conducta que refleje los valores adoptados.
Estas teorías han aportado a la educación ética aspectos novedosos y sin duda
valiosos. Sin embargo merecen una objeción muy importante: el reconocimiento de la
persona como un ser autónomo y libre de decidir en cada momento lo que considere mejor
puede fácilmente derivar en un individualismo que no tenga en cuenta la perspectiva social.
Se hacen muy difíciles, por tanto, la reflexión y el diálogo como mecanismos de búsqueda de
la mejor solución para resolver conflictos.
Las aportaciones de esta tendencia parten de tres principios básicos. En primer lugar
se considera a la educación ética como un proceso de desarrollo, basado en la estimulación
del pensamiento sobre cuestiones morales, para que la persona evolucione. El segundo punto
plantea la posibilidad de formular niveles y estadios por los que va pasando el individuo. Por
último, el tercer principio afirma que las fases superiores son, desde el punto de vista moral,
mejor y más deseables que las anteriores por cuanto suponen un crecimiento y un mayor
equilibrio en la estructura formal del razonamiento.
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A pesar de las contribuciones que estas teorías han aportado a la educación ética, en
cuanto a fundamentarla y operativizarla coherentemente con los supuestos de las sociedades
plurales, también han desencadenado críticas y polémicas. Fundamentalmente las dirigidas al
excesivo énfasis otorgado a los factores cognitivos en detrimento de los sentimientos y las
emociones; a la escasa atención prestada a las diferencias individuales; a la omisión de la
enseñanza explícita de criterios éticos.
Asimismo muy duras fueron las objeciones con respecto al limitado reconocimiento
del papel educativo de las formas sociales y de los productos culturales adquiridos por las
generaciones anteriores, que parecería lógico conservar y transmitir.
Las posturas que entienden la duración ética como adquisición de virtudes, formación
del carácter, construcción de hábitos, están convencidas de que una persona no es ética si
únicamente conoce intelectualmente el bien, sino que es preciso que mantenga una línea de
conducta virtuosa.
En estas propuestas hay una clara orientación teleológica que supone la existencia de
algo que permite establecer aquello que sea virtuoso para cada sujeto. En unos casos es una
ley universal propia de la naturaleza humana, que apunta al bien y a la felicidad. En otros
casos lo moral se define de acuerdo a normas y valores culturales, así como tradiciones de la
comunidad y la sociedad.
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Las posturas que defienden la educación ética como formación de hábitos virtuosos se
orientan, como hemos visto, hacia las vertientes comportamentales de lo moral; pretenden la
adquisición de conductas que expresen valores arraigados o que conduzcan a la felicidad que
cada ser humano puede esperar. Sin embargo ofrecen su punto más débil al dar por
establecidos y claros los contenidos de esos hábitos; contenidos que son muy difíciles de
establecer cuando nos encontramos en sociedades plurales en las que conviven muy diversos
proyectos de vida. Dichos contenidos deberán construirse en relación a las propias
expectativas, a las situaciones de vida y en función de los problemas que cada uno deba
resolver.
La educación ética supone una tarea de construcción porque la ética no está dada de
antemano, no es una deducción lógica, ni un escubrimiento más o menos azaroso. Nosotros
hacemos de nuestra vida lo que podemos y la tarea.ética consiste en hacernos a nosotros
mismos, de ahí se desprende la idea de construcción. La entendemos como una tarea de
construcción o reconstrucción personal y colectiva de formas éticas valiosas, por lo tanto
exige un trabajo de elaboración personal, social y cultural.
El modelo que entiende la educación moral como construcción intenta superar las
limitaciones de las otras posiciones que han sido anteriormente citadas. Para ello intenta
entrelazar los aspectos que considera positivos de cada una depilas teniendo en cuenta
algunos elementos que considera clave.
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En resumen, se trata de sintetizar la identidad moral procedimental, constituida por la
conciencia y sus instrumentos; y la identidad moral sustantiva, constituida por las guías de
valor culturales y la formas de vida que cada sujeto escoge para si.
Esta conciencia moral, que abre la posibilidad del juicio valorativo, es capaz de
dirigirse a sí misma sin quedar determinada por disposiciones ajenas; abriendo paso a la
autonomía moral. De este modo el sujeto tiende a su razón para orientarse en la vida, porque
el fundamento y las razones de sus decisiones están en sí mismo.
Esta conciencia moral no se origina en una relación consigo misma sino que tiene su
origen en las relaciones interpersonales, y depende de la mediación que lleva a cabo el
lenguaje; puesto que es mediante el lenguaje que salimos de nosotros y nos vemos desde la
perspectiva de los demás.
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problemático de la realidad, lo somete a reflexión y construye los principios y normas que
permitan enfrentarse a los conflictos morales de la forma más óptima.
El juicio moral es la facultad que permite formarse opiniones razonadas sobre lo que
debe ser y se usa cuando es necesario enfrentarse a situaciones difíciles que plantean una
controversia de compleja solución. La validez de un juicio ético depende del uso correcto de
criterios que fundamenten cada juicio concreto que se formula e intercambia, y esto implica
lógica en el razonamiento y rigor en la aplicación. Resulta evidente que el intercambio de
razones se orienta en pos de un acuerdo entre todos los afectados.
De todos modos comprender la realidad a partir de las razones de todos los implicados
no significa aprobar todos las opiniones; significa abrirse a las opiniones ajenas y suponer
que los demás se abren a los propias. Es en una palabra, someterse mutuamente a la crítica.
Ese gran esfuerzo de autodirección deberá permitir un alto nivel de coherencia entre
el juicio y la acción ética, al mismo tiempo que la elaboración progresiva de una forma de ser
personal realmente deseada. Por lo tanto, requiere por parte del sujeto la conciencia clara de
ser una persona que quiere y puede autodeterminarse. Así como supone haber construido un
centro personal desde donde autodirigirse.
Esta capacidad cubre en cierto modo la distancia que hay entre el mundo de las ideas
morales y el mundo de la vida moral cotidiana. Para lo cual se necesitan varios pasos, a
saber: la comprensión de sí mismo y de la realidad; la fijación de objetivos personales
deseables; la autoobservación y autoevaluación; el diseño de las conductas y actitudes que se
desean implantar en sí mismo; y la realización de las acciones necesarias para llevarlas a
cabo.
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A estos elementos de la conciencia moral autónoma, debemos agregarle lo que se
denomina identidad moral que resulta de la historia de lo que se es, del valor que cada uno le
da y de lo que se desea llegar a ser. La identidad moral de cada sujeto se forma a partir de una
diversidad de tradiciones intelectuales; de experiencias históricas, culturales, íntimas;
diversidad de problemas de valor trabajados; diversidad de sensibilidades, deseos y
decisiones. Y se logra al hacer una historia personal de todo ello; al poder asimilarla y
narrarla.
Como hemos visto, la formación ética es una tarea compleja que llevan a cabo los
seres humanos, con la ayuda de sus compañeros y de los adultos, para elaborar las estructuras
de la personalidad que permiten integrarse críticamente en el medio. Es un proceso en el que
intervienen elementos socioculturales preexistentes que trazan un camino; pero en el que
también debe intervenir la persona de modo responsable, autónomo y creativo.
Los medios de experiencia son pues los ámbitos donde se viven las experiencias que
permiten definir los problemas; son espacios de cultura moral con valores, normas y formas
de interrelación; son sistemas armados por elementos que juntos producen efectos que cada
uno solo no puede explicar; son los terrenos donde actúan las capacidades éticas.
Los problemas sociomorales son los que permiten la formación moral puesto que
obligan al sujeto a enfrentar los conflictos; nadie inicia un cambio personal sin ser presionado
por un conflicto o sin presionarse a sí mismo cuestionando la realidad. Es necesaria la rotura
de la adaptación al medio para reconstruir la personalidad ética.
Para poder realizar tal reconstrucción, son necesarios los recursos procedimentales de
la conciencia moral, a los que ya hemos hecho referencia; pero no pueden actuar sin las guías
de valor. Llamamos guías de valor a los productos culturales que a modo de instrumentos
median la acción sociomoral a fin de conseguir una máxima eficacia en la resolución de las
controversias de valor que plantea la experiencia. Son, por lo tanto, entidades simbólicas que
pautan las formas de vida de una colectividad y les dan significado.
Como productos culturales las guías de valor han sido creadas por cada civilización
para facilitar la adopción de formas de vida individual y colectiva viables, felices y justas.
Por otra parte, son adoptadas por cada nueva generación, criticadas en lo que sea necesario y
reconstruidas según tales críticas.
El resultado de este proceso puede resultar favorable para la vida moral de la sociedad
que lo realiza o resultar perjudicial para la convivencia. La bondad de una cultura moral
depende solamente de la responsabilidad y el acierto de los sujetos.
Las guías de valor de una comunidad forman una cultura mora] en la medida que
mantienen coherencia y compatibilidad entre ellas. Dentro de osa cultura cada guia tiene un
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papel concreto como mecanismo que pauta y regula la actividad sociomoral; intentando
conducir los procesos de deliberación y acción en busca de la corrección y la eficacia.
Según el modelo, los aprendices son novatos que pueden aprender a manejarse en
situaciones de conflicto de valor y a dominar los recursos morales. Es un saber práctico que
exige experimentación activa, libre y autónoma. Esto no significa que lo haga sin ninguna
pauta. Los aprendices reciben la ayuda de los expertos que son más capaces en el dominio de
las destrezas morales. Ellos les ayudarán a conocer lo éticamente relevante y sobre todo a
resolver con autonomía los conflictos de valor.
Los educadores ejercen el papel de tutores o expertos morales, lo que no significa que
sean personas superiores ni intachables. Simplemente actúan como expertos porque tienen
experiencia personal y social, porque conocen mejor las guías culturales de valor y porque
saben mejor cómo usar los procedimientos de la conciencia moral.
El educador no es una persona superior a sus aprendices, pero sabe más. Si además de
conocer más cosas y ser más hábil, ha asimilado personalmente las capacidades morales hasta
convertirse en una persona ética imitable, su efectividad formativa será mayor.
En cuanto a las tareas, son experiencias morales reales o simuladas que procura el
educador para facilitar el trabajo; y que exigen a los aprendices una acción sociomoral. A
modo de ejemplo: una asamblea de clase, la discusión de dilemas morales, la organización de
una fiesta escolar, la planificación de turnos de limpieza en un campamento.
Por otra parte no debemos olvidar las experiencias educativas que pretenden
contribuir conscientemente a la construcción de la personalidad moral, pero que se llevan a
cabo en situaciones no escolares. Son medios de enseñanza y aprendizaje que tienen lugar en
situaciones habituales de vida; y se presentan a los aprendices de manera simplificada y
controlando el riesgo que conlleva su ejecución.
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La intervención educativa que contemple este estilo de formación moral deberá tener
presente la vida para que sea referente de la educación ética sistemática. Al mismo tiempo
deberá contemplar y estudiar con mayor rigor las situaciones de práctica moral para poder
introducirlas en la escuela. Estos son algunos de los desafíos que tenemos planteados los
educadores en el momento actual.
El presente articulo está basado en el libro de Josep María Puig Rovira: "La construcción de la
personalidad moral" Barcelona, Paidós, 1996 .
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