3155 o El Numero de La Tristeza
3155 o El Numero de La Tristeza
3155 o El Numero de La Tristeza
LILIANA BODOC
Hubo un padre...
El mío. Se llamaba Andrés, y no entiendo cómo me parecía grande si solamente tenía 23 años.
Me quedaron su pensamiento, el color de los ojos y su fotografía. Pero las fotografías tienen un tremendo problema: no
cambian, no envejecen. Por eso, hoy tengo más años de los que él tenía cuando me leyó el cuento de Víctor, el elefante.
-¿Te has vuelto loco, Víctor? -le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula-. ¿Cómo te
atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? iEl rey de los animales soy yo!
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche.
-Ahora tengo que irme -dijo mi papá-o Mañana seguimos.
Le pedí que leyera un poquito más, pero me respondió que se le hacía tarde. Recuerdo que, desde la cama, vi los
pantalones anchos y coloridos de mi mamá, que miraba desde la puerta del dormitorio. Ella tampoco quería que se fuera.
Mi papá se acercó para darme una explicación inapelable.
-¿Viste el cuento que acabamos de leer?
-Ajá.
-¿Te cayó bien ese elefante?
-Ajá. Sobre todo, me gustó lo de la risa como papel picado.
-Bueno... Alguien ordenó que nadie, nunca más, pueda leer ese
e se cuento; que hay que sacarlo
s acarlo de las librerías y alejarlo de
las casas y de las escuelas. ¿Eso te parece bien?
-Me parece mal -contesté.
-A mí también me parece mal. Por eso tengo que irme.
¿Entendés?
Yo entendí más o menos, pero lo suficiente como para resignarme.
res ignarme. Papá dejó el libro sobre la mesita de luz.
-Te prometo que mañana lo terminamos -dijo, sin intención de mentir.
Después escuché los zuecos de mamá cuando lo acompañó hasta la puerta. Y escuché el silencio inconfundible de un
beso. ♣
Fueron años en los que la ciudad se tragó a sí misma, se metió los puños en la boca para no cantar. Los
días eran como un pizarrón mal borrado, donde se adivinaban palabras sueltas: la n de no, un signo menos. En
esos años sucedieron cosas extrañas.
Sucedió una ausencia. La de mi papá.
Aquella noche me dormí mirando el lomo del libro que había quedado sobre la mesita de luz. Yo era un niño y no tuve
pesadillas ni intuiciones. Mi papá se había ido muchas veces, y siempre había regresado.
Me despertaron voces conocidas. Me alegré aunque pensé que era extraño que mis abuelos estuvieran en casa a la
mañana temprano. Me levanté y fui a la cocina descalzo y en piyama.
Sin dudas, mi mamá se había propuesto hacer algo muy distinto a lo que en verdad hizo. Supe enseguida que ella había
tenido la intención de mostrarse tranquila, y decirme que papá ya iba a volver, que era cuestión de hacer algunos llamados, y
que no... Pero no pudo. ¿Cómo iba a poder? ¿Por qué, además del dolor, debía hacer el supremo esfuerzo del disimulo? Hoy le
agradezco aquel abrazo, y el sollozo profundo que fue desde su corazón al mío.
Mi abuela nos separó con suavidad.
-Vení que te voy a servir el desayuno. Después se van con nosotros -dijo.
Miré a mamá, que asintió en silencio.
A la hora de hacer el bolso, metí el libro que la noche anterior mi papá me había leído. Y pensé que un elefante ocupaba
mucho espacio, pero también era capaz de caber en un bolso. ♣
Yo no fui. Pero estoy seguro de que el elefante de humo estuvo entre lo multitud. ♦
En cuanto a mí. .. No me dejaron ir porque apenas tenía catorce años. Y como mi prima ya no
pasaba las tardes conmigo sino con su novio, decidí caminar sola hasta el parque.
Entonces vi lo que vi.
Ella estaba sentada en un banco, con un libro en las manos. Los reconocí de inmediato: el libro
era el del elefante Víctor y ella era la chica de cintura pequeña y cabello largo, retorcido a un costado.
Sus manos, que antes habían sostenido pájaros, ahora sostenían a un elefante de color violeta.
Me acerqué y me senté a su lado. Al parecer, terminaba de leer un cuento, porque cerró el libro y
me sonrió.
No me dijo "hola", ni "buenas tardes", ni "qué hermoso día". En cambio pronunció lo que yo
empezaba a entender.
-¿Viste? La libertad también ocupa mucho espacio.