La Interpretacion Del Contrato en El Codigo Civil Peruano

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LA INTERPRETACION DEL CONTRATO EN EL CODIGO CIVIL

PERUANO: SISTEMA MIXTO.

El tema de la interpretación de los contratos implica, dentro de la normatividad


legal contenida en el Código Civil peruano de 1984, ubicar a los mismos (como
categoría general) dentro de la disciplina de los actos jurídicos, dado que en
nuestro ordenamiento jurídico se considera a aquéllos como una especie
integrante del género conformado por éstos, siéndoles aplicables a los mismos
las disposiciones establecidas para el común de dicho género. Sin embargo,
debemos empezar por aclarar que, si bien encontramos reglas legales de
interpretación para los actos jurídicos establecidas en el Título IV, del Libro 11,
del Código Civil (arts. 168°, 169° y 170°), las cuales constituyen normas
hermenéuticas de interpretación que tienen que ser aplicadas a cualquier
contrato, en tanto éste es un acto jurídico.

"Art. 168°.- El acto jurídico debe ser interpretado ( ... ) según el principio de la buena
fe". "Art. 1362°.- Los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según las
reglas de la buena fe ( ... )".

Los artículos 168° y 1362° del Código Civil peruano, señalan también que, con el
objeto de aprehender la común intención de las partes, debe aplicarse otro
criterio hermenéutico que guía la labor de interpretación del acto jurídico y del
contrato en particular, cuál es el "principio de buena fe". Este principio se
refiere, entonces, no propiamente al análisis de la labor del agente que realiza el
trabajo hermenéutico de interpretación, sino al análisis de la actuación de las
partes que han realizado el negocio; esto es, a la determinación de si éstas han actuado
correctamente, en donde la buena fe interesa como regla de conducta que, " ... con
particular referencia a la interpretación del contrato exige, básicamente, el preservar la
confianza razonable de cualquiera de las partes sobre el significado del acuerdo ... "
Esto es lo que la doctrina comparada ha convenido en llamar "buena fe objetiva" o,
también, "buena fe probidad" 1..

"Art. 170°.- Las expresiones que tengan varios sentidos deben entenderse en el más
adecuado a la naturaleza y al objeto del acto"2.

Finalmente, debe señalarse que la última regla establecida para la interpretación de los
actos jurídicos en el Código Civil peruano, es aquélla contenida en su artículo 170° c.c.,
que consagra la cuarta regla de interpretación legal, esto es, la denominada
interpretación funcional o finalista, la que normalmente se aplica cuando, luego de
haberse agotado otros criterios hermenéuticos de interpretación subjetiva, subsisten
significados plurívocos sobre el sentido de las expresiones utilizadas por las partes en el
contrato, las cuales deben adecuarse a lo señalado por la naturaleza y el objeto del acto.

Como es el artículo 1362° del Código Civil, que contiene otra norma
hermenéutica de interpretación, esta vez exclusiva de los contratos. Ante todo,
debe tenerse presente que la interpretación es la operación que realiza el
aplicador de la ley, el intérprete y las propias partes, sobre el significado
jurídicamente relevante del acuerdo contractual.

Código civil ……
La interpretación del contrato en el derecho peruano está regulada por las normas del
Código Civil (en adelante CC) en materia de interpretación del acto jurídico, desde que
el contrato está comprendido dentro de la latitud de su concepto y que cualquiera que
sea su naturaleza y características es, esencial y básicamente, un acto jurídico negocial.

El artículo en materia contractual no tiene propiamente normas de interpretación,


salvo la del art. 1401 respecto a las cláusulas generales de contratación y contratos de
adhesión.

El contrato no ha sido, pues, objeto de normas de interpretación sistemáticamente


preceptuadas sino de normas aisladas, algunas específicamente orientadas a su
interpretación y otras a las que los exegetas y la doctrina les han dado ese carácter.

La interpretación, como se sabe, se orienta a determinar el contenido normativo del


contrato y establecer el sentido y alcance de la manifestación de voluntad de los
contratantes, lo que supone, entonces, indagar la razón de ser de la relación
contractual que ha quedado entablada, pero preservando lo que cada contratante ha
querido y expresado.

Con tal finalidad, cuando las manifestaciones de voluntad constan documentalmente,


la interpretación del contrato puede ser gramatical, si de lo que se trata es de
establecer el significado literal de lo que las partes expresaron al consentir en su
celebración; y lógica, si de lo que se trata es de determinar el sentido de los respectivos
consentimientos.
De la conjugación de lo gramatical y de lo lógico puede resultar una interpretación
extensiva si las manifestaciones de voluntad no han sido suficientemente explicitas
para el alcance que deben tener; o puede ser restrictiva, cuando lo manifestado excede
la naturaleza del contrato que las partes han querido celebrar.

Por lo contrario, si las manifestaciones, si las manifestaciones voluntad no constan


documentalmente, la tarea hermenéutica se dificultará. De ahí, la importancia de la
forma que se observe en la celebración del contrato.

La problemática de la interpretación se hizo presente desde que los grupos humanos


fueron tomando conciencia de las relaciones generadas entre los individuos. Por eso,
aquello que el derecho romano perfilo como contrato, en las sociedades primitivas se
les revistió de formalismo simbólico para evidenciar su celebración y para lo convenido
quedara fijado, como ha ocurrido en el Perú prehispánico, en el que no se conoció la
escritura. Por eso, coadyuvar a la interpretación ha sido el rol gravitante que desde
entonces han cumplido el formalismo y la forma.

El formalismo fue cediendo en la medida en que la civilización fue evolucionando. En el


mismo derecho romano, el formalismo fue perdiendo la importancia que tuvo en su
periodo primitivo y fue cediendo en la medida en que Roma se convirtió en una gran
ciudad comercial y de y su derecho fue reconociendo contratos despojados del rigor
formalista.

De este modo, a falta del criterio interpretativo derivado del formalismo se tuvieron
que idear criterios de interpretación ante la necesidad de determinar el sentido y
alcance de los contratos celebrados.

Con la aparición del fenómeno de la espiritualización del derecho, contrapuesto al rigor


formalista, la interpretación del contrato se orientó a la indagación de la voluntad
interna o real de sus celebrantes. Se tío así prevalencia al interno querer del sujeto
respecto de la expresión de esa misma voluntad. Este criterio fue perdurando hasta su
acogimiento por las doctrinas individualistas que informaron al CC francés de 1804 El
denominado colegio napoleónico, con el que propiamente se inicia el período histórico
del derecho moderno.
La codificación civil, bajo la poderosa influencia de los textos napoleónicos, y la misma
doctrina, también incluida por la francesa, receptó el criterio hermenéutico de la
prevalencia de la voluntad interna hasta la aparición de las doctrinas que plantearon
contrariamente, la prevalencia de la voluntad exteriorizada. Se dio lugar, así, al
surgimiento de doctrinas voluntarias o subjetivas y de doctrinas objetivas que
planteaban la prevalencia de la declaración sobre la voluntad interna, las cuales, pese a
su dispersión, la teoría del derecho las a sistematizado en dos grandes rubros
denominados, respectivamente, teoría de la voluntad y teoría de la declaración.

La teoría de la voluntad tiene sus orígenes en las ideas de los jurisconsultos romanos y
es la teoría tradicionalmente sostenida por la doctrina francesa, pero que también
recibió el aporte de Savigny, para quien debía siempre atenderse a la voluntad interna,
que era inherente a la individualidad del sujeto, pues la estructura jurídica debía
funcionar en favor de la voluntad interna y de la individualidad, lo que, a su vez, debía
tener su expresión en postulado de la autonomía de la voluntad. De ahí, entonces, que
la labor hermenéutica debía darle relevancia a la voluntad interna y el intérprete
indagar sobre las condiciones psicofísicas del sujeto y sobre el proceso evolutivo que lo
había determinado a manifestarla, pues la voluntad interna debía prevalecer sobre su
exteriorización y el intérprete buscar la coincidencia de ambas para que el
consentimiento le diera eficacia al contrato.

El CC de 1852, que fue el primero en el Perú en tener una vigencia real y efectiva, no
cedió a la influencia napoleónica y se afilió de manera relativa a la tesis voluntarista,
que estimamos bastante atenuada, como puede apreciarse en el art. 1257, según el
cual "los contratos son obligatorios, no solo en cuanto se haya expresado en ellos, sino
también en lo que sea de equidad o de ley, según su naturaleza", En el art. 1277,
adoptado como regla general en materia de interpretación, se seria lo siguiente:

[Para la mejor inteligencia o interpretación de las cláusulas dudosas la intención de las


partes al celebrarlo. Concurren al conocimiento de esta intención, el sentido de las
demás cláusulas del contrato, o de otros contratos semejantes celebrados por las
mismas personas, las costumbres del lugar, y todas las demás circunstancias que
contribuyan al mismo fin.
Y en el art. 1564 para la interpretación del contrato de locación conducción, cuyo
criterio, por extensión, podía aplicarse a otros contratos, al dejar establecido que "las
cláusulas del contrato que sean oscuras arrendamiento, se interpretan a favor del
arrendatario que no haya sido moroso en el pago de la renta"

El movimiento pandectista que hizo su aparición en Alemania en la segunda mitad del


siglo XIX y que recibió el impulso que le dio DANS, ya iniciado durante el siglo xx,
postuló una tesis diametralmente opuesta a las posiciones voluntaristas. Surgió así la
teoría de la declaración, que planteó la prevalencia de la voluntad exteriorizada sobre
la voluntad interna, pues esta, en sí misma, no tiene significado jurídico, ya que la
voluntad solo produce efectos luego de su exteriorización. Para esta teoría, el derecho
solo debía tomar en consideración lo manifestado por el sujeto, que es lo que lo
vincula, pues el que recibe su voluntad tiene el derecho de creer que corresponde a su
voluntad interna y la ley debe ampararle esta presunción.

Por lo contrapuesto de las teorías subjetivas y objetivas, la doctrina buscó una manera
de conciliarlas y atenuar su rigor, como la teoría de la responsabilidad, según la cual el
sujeto es responsable por lo que declara porque quien recibe su declaración debe
presumir que corresponde a su voluntad interna, y la teoría de la confianza, según la
cual quien recibe una declaración la debe tener como plenamente válida y eficaz,
partiendo de un supuesto de buena fe.

La influencia napoleónica se hizo sentir en la codificación civil hasta entrado el siglo xx,
como puede apreciarse en el Código alemán de Vo, reflejado en el Código brasileño de
1916. Sin embargo, la obra de VÉLEZ SARSFIELD en Argentina, plasmada en el Código
de 1871, que tendría influencia en el CC peruano de 1936, asumiendo originalidad, no
dio contenido a normas de interpretación hasta la reforma introducida en 1968.

Dentro del contexto de la codificación civil que dejamos indicado, en 1922 se planteó
da reforma del CC de 1852, cuyo proceso culmino con la promulgación del CC de 1936.
Inicialmente, torean culminó referencia al CC brasileño de 1916, la posición de los
codificadores se orientó hacia la tesis voluntarista con una fórmula que hacía
prevalecer "la intención sobre el sentido literal del lenguaje. Posteriormente cambiaron
radicalmente de posición asumiendo la de no establecer normas de interpretación y
fue así que, en la idea de los codificadores, los textos que alcanzaron vigencia en 1936
pretendieron prescindir de normas de interpretación.

El CC de 1936 fue promulgado con la motivación que dejamos indicada y que dejó
explicada Manuel Augusto OLAECHEA. Sin embargo, la doctrina nacional encontró en
su art. 1328-que tenía como antecedente el art. 1257 del CC de 1852, anteriormente
acotado- una norma de interpretación en cuanto postulaba que "los contratos son
obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos y deben ejecutarse según las reglas
de la buena fe y la común intención de las partes". Ángel Gustavo CORNEJO consideró
que atemperaba el absolutismo de la teoría de la voluntad y vio en ella una norma de
equidad para evitar los abusos que podía producir una investigación rigurosa de la
voluntad interna. José LEÓN BARANDIA- RAN la consideró como una norma que
guardaba conformidad con los principios de la equidad y de la buena fe y en su
exégesis, desarrollando estos conceptos, planteó una solución ecléctica frente a la
prevalencia de la voluntad y, viceversa, considerando que debía prevalecer la voluntad
interna sobre la declaración en la relación interpartes, pero, en relación a los terceros,
debía prevalecer la declaración.

La doctrina nacional anterior al vigente CC de 1984 giró en torno a las ideas que
dejamos expuestas y, planteada la reforma del CC de 1936 a partir de 1965, en sus
prolegómenos y particularmente en torno a las ideas de León Barandiarán, que fue el
mentor de la reforma, se consideró la necesidad de introducir una formula distinta a la
dicotomía voluntad- declaración y la de adoptar normas de interpretación en los
nuevos textos de nuestra codificación civil.

Con la vigencia del CC, que entró en vigor el 14 de noviembre de 1984, el derecho
peruano incorporó de manera específica normas de interpretación, lo que constituyó
una innovación, pues dejó de lado la idea de que la interpretación se debía regir con
reglas técnicas al establecer normas legales que son genuinamente jurídicas.

Las normas de interpretación fueron instaladas en el Libro del Acto Jurídico, cuyo
concepto, que guarda relación de sinonimia con el del negocio jurídico, abarca al del
contrato, por lo que le son a este de perfecta aplicación. El codificador de 1984, al
sistematizar las materias que serían contenidas en el nuevo ordenamiento civil, ubicó
el tratamiento legislativo del acto jurídico en un libro especial, dándole a su concepto
una gran latitud para hacerlo comprensivo de todo aquello que, como los contratos,
pudieran ser calificados de actos jurídicos.

Las normas de interpretación fueron contenidas en los arts. 168, 169 y 170, siendo la
primera de ellas la norma general, pues las de los arts. 169 y 170 le son
complementarias. De este modo, atendiendo a la latitud conceptual del acto jurídico, el
art. 140 formula su noción en el sentido de que "es una manifestación de voluntad
destinada a crear. regular, modificar o extinguir relaciones jurídicas", reservando para
el contrato, en su art, 1351, la noción de que es el acuerdo de dos o más partes para
crear, regular, modificar o extinguir una relación jurídica patrimonial.

La norma contenida en el art. 168 que como se ha indicado es la norma general,


establece, como tal, que el acto jurídico debe ser interpretado de acuerdo con lo que
se haya expresado en él y según el principio de la buena te, lo que puede inducir a
pensar que se identifica con la teoría de la declaración y que ese es su sentido. Pero no,
la correlatividad entre la voluntad interna y su manifestación para la determinación del
sentido de esta se rige por lo expresado, pero aplicando al principio de la buena fe, lo
que atenúa el criterio objetivista de la interpretación.

Ahora bien, atendiendo la acotada norma general, la interpretación del contrato no


puede orientarse a la indagación de la voluntad interna de los contratantes, no
declarada, si no apreciar voluntad declarada o manifestada, en la consideración de que
esta última es correlativa a la intención de los contratantes. Puede apreciarse,
entonces, que no se trata de excluir la voluntad interna en la hermeneusis de lo
declarado, sino de interpretar el contrato "de acuerdo con lo que se haya expresado en
él y según el principio de la buena fé ". El CC no ha adoptado una posición extrema en
cuanto a qué el intérprete tenga que ceñirse a lo expresado y a nada más, puesto qué
tiene que aplicar el principio de la buena fe, del que vos vamos a ocupar más adelante.

La norma general que viene siendo objeto de nuestra de nuestra exégesis parte del
supuesto, pues, de que la voluntad expresada, como no puede ser de otro modo,
contenido a la voluntad interna. Por eso, de lo que trata es de evitar la indagación de la
voluntad interna sin un marco de referencia determinado por "lo expresado" en el
contrato, b porque es a través de "lo expresado" cómo se debe determinar la voluntad,
esto es, la intención de los contratantes.

Interpretacion del contrato y el acto juridico en el derecho peruano, p.79

En la esencia del contrato está el consentimiento (el acuerdo de las partes). El


consentimiento supone la presencia de dos o más manifestaciones de voluntad que
emanan de diversos centros de interés. Es decir, en la esencia del contrato está la
voluntad de las partes contratantes, manifestada expresa o tácitamente. Lo que
importa es la voluntad jurídica (aquí no hablamos de voluntad psicológica), Los
elementos esenciales de la voluntad jurídica son el discernimiento, la intención, la
libertad (estos tres elementos integran la voluntad interna) y la exteriorización
(voluntad de declarar). La voluntad interna y su declaración constituyen una unidad
denominada voluntad jurídica. Al Derecho no le interesa la voluntad como hecho
psicológico no exteriorizado y, por tanto, sin ninguna trascendencia social.

El Derecho, por ser regulador de conducta humana social, solamente se preocupa de


encausar la voluntad exteriorizada como acto social encaminado a producir
consecuencias jurídicas (el Derecho no orienta la vida psicológica del sujeto, como sus
pensamientos, sentimientos, etc.). Pero es innegable que, por error, dolo, violencia, por
un lapsus, por la precariedad de las personas, por la serie de dificultades que presenta
el lenguaje, o también adrede, el sujeto declare algo que no coincide con su voluntad
real, determinando una divergencia entre la voluntad y su declaración.

Los que han tomado la decisión de celebrar un contrato plasman su deseo en Una
manifestación de voluntad, cuyas estipulaciones regirán sus derechos y obligaciones.
Estas estipulaciones pueden ser claras denotando la voluntad real de las partes o
pueden ser ambiguas, contradictorias, oscuras, de modo que no reflejan el sentido y
alcance que las partes quisieron dar a sus declaraciones. Lo que dice la declaración de
voluntad puede ser muy claro, pero lo que quisieron decir las partes puede no estarlo;
por ello, la idea de que las expresiones claras no necesitan ser interpretadas (in claris
non Íit interpretativo) ha caído en descrédito.
El contrato, como todo acto jurídico, unilateral, bilateral o plurilateral, formal o verbal,
concluido expresamente o tácitamente, necesita de la interpretación para resolver las
desinteligencias que se plantean en cuanto a su significación y alcance.

Con la interpretación del contrato se persigue reconstruir no la voluntad individual de


cada parte contratante sino la voluntad común es real que se reconozca en lo
exteriorizado (no la voluntad psicológica) para darle sentido y alcance a las
declaraciones de voluntad de los contratantes como actos sociales destinados a
producir efectos jurídicos. La voluntad de una de las partes no puede sobreponerse
sobre la voluntad común, porque lo que vale es el consentimiento (o sea, la confluencia
de voluntades de todas las partes) y no cada una de las intenciones individuales.

La buena fe no admite que se haga prevalecer una indagación subjetiva que puede
conducir a sustituir la voluntad de las partes por una voluntad ficticia producto de la
apreciación conjetural del intérprete, ni tampoco permite la supremacía de la teoría
objetiva que puede llevar a amparar el error, el dolo, la usura, el abuso de la parte
fuerte sobre la débil, sino que propicia una averiguación intermedia entre estos dos
extremos. La interpretación no tiene por objeto únicamente a la declaración (teoría
objetiva), no se agota en los estrechos límites de la declaración, no se limita al análisis
gramatical de las expresiones usadas por los declarantes, sino que investiga y
reconstruye la voluntad real, de alguna forma exteriorizada, tomando en consideración
los comportamientos de las partes, sean anteriores, simultáneos o sucesivos a la
celebración del contrato (teoría subjetiva).

Veamos algunos ejemplos:

", 1) De la declaración puede aparecer con toda precisión que las partes han celebrado
un contrato de promesa de cornpraventa de merca derías, sin embargo, se puede
demostrar que antes de esta declaración o después se pagó parte del precio o se
entregaron parte de las mercaderías, por lo que fijados los hechos de este modo, habrá
que interpretar no un contrato de promesa de compraventa (por el cual el deudor se
obliga no a transmitir la propiedad sino a celebrar el futuro contrato de compraventa),
sino uno de compraventa (que es un contrato definitivo por el cual el deudor se obliga
a transferir la propiedad de los bienes vendidos) porque esa es la voluntad real de las
partes; al respecto es terminante el segundo párrafo del art. '1361 al disponer: Se
presume que la declaración expresada en el contrato responde a la voluntad común de
las partes y quien niegue esa coincidencia debe probarla.

2) Es frecuente en nuestro medio que los que se dedican a hacer préstamos con
intereses usurarios hacen constar en el contrato de mutuo haber entregado al
mutuatario una cantidad mayor a la realmente entregada; si se prueba esto, se ha
reconstruido la voluntad verdadera de los contratantes que fue de dar y tomar en
préstamo una cantidad menor, por tanto será esta voluntad real, y no la declarada, por
ser falsa, el objeto de la interpretación, en aplicación del art. 1664 que establece: Si en
el mutuo se declara recibida mayor cantidad que la verdaderamente entregada, el
contrato se entiende celebrado por esta última, quedando sin efecto en cuanto al
exceso.

3) Si una persona que se encuentra en estado de necesidad vende su casa que tiene un
valor de doscientos mil soles por el precio de noventa mil a un comprador que
conociendo el estado de necesidad del vendedor se aprovecha de esta situación, el
vendedor puede demandar la rescisión del contrato de compraventa por lesión, en
aplicación del art. 1447 que prescribe: La acción rescisoria por lesión sólo puede
ejercitarse cuando la desproporción entre las prestaciones al momento de celebrarse el
contrato es mayor de las dos quintas par' tes y siempre que tal desproporción resulte
del aprovechamiento por uno de los contratantes de la necesidad apremiante del otro.
De las declaraciones de voluntad del vendedor y del comprador no aparece ní expresa
ni implícitamente que haya una excesiva desproporción entre las prestaciones, ni que
el vendedor se encuentra en estado de necesidad, ni que el comprador se haya
aprovechado de esta situación: éstos son hechos extracontractuales que las partes
deben probar y el intérprete valorar para reconstruir la verdadera voluntad común de
los contratantes otorgándole su significado auténtico, que en este caso, conducirá a la
rescisión del contrato.

En todo caso, se interpreta exclusivamente la voluntad manifestada (declaración y


comportamiento de las partes concorde con el modo de entender la declaración), esto
es exteriorizada de alguna forma expresa o implícitamentelm5. Pero ello no quiere
decir que la interpretación es solamente de la voluntad con tenida en la declaración
con la que se formó el contrato, sino que la voluntad real hay que reconstruirla
tomando en consideración todo otro comportamiento de las partes que no esté
contenido en la declaración, pero que sea compatible con ella, para darle su verdadero
sentido. Es claro entonces, que la interpretación empieza por la declaración, pero no se
agota allí porque ello significaría en la práctica legitimar graves injusticias; para
evitarlas se debe indagar cuál ha sido la voluntad común, valiéndose de todos los
medios probatorios admitidos, aun de los extrínsecos al contrato. Por tanto, el
intérprete no queda entregado a una Iibre y subjetiva investigación psicológica, sino
que la voluntad real debe ser probada, lo que implica que solamente vale para el
Derecho la voluntad objetivada en la manifestación y en todo otro comportamiento de
las partes compatible con la conclusión y ejecución del contrato, como lo exige el art.
1361. Conocida la voluntad de las partes se tiene que estar a ella, antes que, al sentido
literal de las palabras, hacer lo contrario sería sacrificar la verdad frente a la falsedad,
que es ló que realmente se hace cuando se afirma que la voluntad no puede ser
apreciada de otro modo que no sea "en lo expresado" para la formación del contrato.
Es común que lo expresado revele la voluntad común real de los contratan tes, por lo
que, si las expresiones son claras en cuanto a revelar la voluntad, se estará al sentido
literal de las palabras, pero si de éstas apareciera que la declaración no coincide con la
voluntad se buscará ésta por sobre lo declarado.

..anibal t.p.977

LEGISLACION ESPAÑOLA

ART 1281 CC

Si los términos de un contrato son claros y no dejan duda sobre la intención de los
contratantes, se estará al sentido literal de sus cláusulas.

Si las palabras parecieren contrarias a la intención evidente de los contratantes,


prevalecerá ésta sobre aquéllas.

ART 1282 CC

Para juzgar de la intención de los contratantes, deberá atenderse principalmente a los


actos de éstos, coetáneos y posteriores al contrato.
Codigo civil argentino, 1889

CAS. NRO. 3276-2012 LIMA

Esta Sala Suprema mediante resolución del cuatro de septiembre de dos mil doce, declaró
procedente el recurso por infracción normativa de los artículos IV del Título Preliminar, 168,
170 y 1097 del Código Civil; se debe precisar las infracciones antes señaladas en el orden
propuesto por el recurrente; así con relación a la causal de: a) interpretación errónea del
artículo 168 del Código Civil, b) Inaplicación del artículo 170 del Código Civil, c) Aplicación
indebida del artículo IV del Título Preliminar del Código Civil,…

Declararon INFUNDADO el recurso de casación interpuesto a fojas cuatrocientos cuarenta y


siete por el Banco de Crédito del Perú, en consecuencia, NO CASARON la resolución de vista de
fecha catorce de junio de dos mil doce

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