Concepto - Arisotelico Torres
Concepto - Arisotelico Torres
Concepto - Arisotelico Torres
CA COMO PRACTICA
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destreza dialéctica''. Si la dialéctica supone argumentar desde las
opiniones generalmente admitidas, parece claro que debería
ocuparse de tales opiniones. Sin embargo, esta tarea es imposible
dada la infinita multiplicidad de opiniones que sustentan los seres
humanos. Lo que sí parece parece factible es agrupar esta multipli-
cidad en diferentes tipos, y esta tipología podría configurar la base
de un arte dialéctico. La dialéctica no se ocupa de lo que es
plausible para Sócrates o Hipias, sino de lo que lo es respecto de
una clase (Reí. 1356b28-35). Y precisamente lo que hace la defini-
ción de éndoxa que se lee en Tóp. 100b21-23 es proporcionar tal
tipología, de forma que resulte más sencilla la tarea de seleccionar
premisas que puedan ser aceptadas por el oponente en la discu-
sión dialéctica. De este planteamiento inicial que apunta a la
primada de la acción (de dialogar) frente a la teoría (i.e. frente a
la pregunta teórica ¿qué es la dialéctica?) pueden extraerse tres
conclusiones acerca del estatuto epistemológico de la dialéctica.
En primer lugar, desde esta perspectiva que atiende más a la
elaboración de prácticas dialécticas que a la definición teórica de
la dialéctica, queda claro que lo que hace a un argumento dialécti-
co (en tanto que opuesto a los argumentos demostrativos y a los
sofísticos) no es su forma lógica, sino la cualidad de sus premisas,
esto es, que se desarrolle a partir de premisas que tengan la
característica en su uso de ser plausibles. Esta circunstancia pone
de manifiesto la estrecha vinculación entre lógica y dialéctica.
E.Kapp^, por ejemplo, ha puesto de relieve cómo el origen de la
lógica deductiva debe ser buscado en la práctica dialéctica de la
Academia platónica: al igual que sucedía en el caso de la dialécti-
ca, el problema que plantea el silogismo no es tanto teórico (i.e.
cómo, sobre la base de unas premisas dadas, hay que dar el paso
^ Cfr. "Syllogistik", en R.E., IV, Ai, pp.1055-1057. Cfr. tb. J.Hintikka, 'Socratic
Questioning, Logic and Rhetoric", en Revue Internationale de Philosophie, 47, 184,
1/1993, pp.5-30.
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hacia la conclusión), cuanto práctico (i.e. cómo, dada una conclu-
sión, puedo encontrar las premisas necesarias para la demostra-
ción). Planteadas así las cosas, el acento no recae en la elucidación
de la estructura interna del silogismo, sino que se trata más bien
de una descripción de la tarea que cabe exigir de un silogismo,
más exactamente: de lo que hace aquél que practica la tarea de
hacer silogismos. Y esta tarea -como señala el mismo Kapp- no es
otra que la puesta al que pregunta en la práctica dialéctica de
forzar al que responde, mediante preguntas elegidas adecuada-
mente, a aceptar una proposición que previamente había rechaza-
do. En ocasiones la respuesta puede ser predicha completamente
sobre la base de anteriores respuestas, de manera que la admisión
de determinadas respuestas predetermina y hace predecible la
admisión de una respuesta ulterior. Aristóteles se daría cuenta de
esta circunstancia y comenzaría a estudiar y a desarrollar tma
teoría de tales respuestas predeterminadas y predecibles, que
acabaría coagulando en su silogística.
Ahora bien, con este paso la dialéctica deja de ser dialéctica,
pues si la respuesta está predeterminada por respuestas anteriores,
al que responde ya no le queda ningún papel por jugar, dado que
su respuesta tendrá que ser completamente independiente de lo
que piense o crea. De este modo se pierde (o, más bien, se olvida)
la referencia al nivel preteórico (la "gimnasia" platónica) que la
dialéctica mantiene con toda claridad, pues la discusión dialéctica
no es en función de la cosa dicha, sino en función del oyente -y
esta sería la segunda conclusión. Alejandro de Afrodisia Un Top.
19.24-27) lo vio con total claridad: "En el caso de lo verdadero, el
juicio se da por referencia a la cosa misma sobre la que versa la
opinión: cuando la opinión concuerda con ella, es verdadera. En
el caso de lo plausible, el juicio no se da por referencia a la cosa
misma, sino por referencia a los oyentes y a las creencias que ellos
tienen sobre las cosas mismas", esto es, por referencia a un
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auditorio, entendiendo este concepto como el conjunto de aquéllos
en quienes el dialéctico quiere influir con su argumentación^.
Pero dado que hay auditorios de diferentes tipos, ¿a cuál de
ellos cabe atribuir un papel normativo?. Si el auditorio es universal
no hay problemas, que sí surgen cuando hay discrepancias entre
el auditorio de la mayoría y el de los sabios. Es cierto que
Aristóteles señala que "cualquiera haría suyo lo que es plausible
para los sabios, siempre que no sea contrario a las opiniones de la
mayoría" {Tóp. 104a8-12), pero también destaca el papel de los
expertos y admite conflictos de plausibilidad (Cfr. Tóp. 104b y ss.).
En cualquier caso, y como tercera conclusión, hay que señalar que
en el presente contexto este problema es hasta cierto pimto
irrelevante, pues lo que aquí importa destacar es, por un lado, que
argumentar ante un auditorio de sabios partiendo de premisas
éndoxa (o adoxa) para la mayoría, así como argumentar ante la
mayoría a partir de premisas éndoxa (o adoxa) para los sabios,
supone atentar directamente contra la ética de la discusión (Cfr.
Ref.Sof. 173al2-14), y, por otro lado, olvidar que la plausibilidad no
es propiedad semántica, sino una relación pragmática'^.
Dialéctica y verdad
Que la dialéctica tenga que ser pensada dentro del ámbito de
la pragmática no quiere decir (al menos, en principio) que a
Aristóteles deje de interesarle la verdad, y que, como los sofistas,
defienda que lo decisivo es la mera persuasión. Al contrario. De
las tres utilidades de la dialéctica mencionadas más arriba parece
evidente que la que más interesa a Aristóteles es la tercera; pero
que la dialéctica sea útil "para los conocimientos en filosofía"
quiere decir que aunque anclada en el ámbito de lo plausible.
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intenta desde éste alcanzar la verdad de algún modo. Aristóteles
defiende una dialéctica que si no es en la verdad, sí es, al menos,
una práctica discursiva con vistas a la verdad*.
Ahora bien, ¿cómo es posible que la dialéctica sea con vistas a
la verdad, si el dialéctico examina los problemas exclusivamente
desde lo éndoxa (Mtf. 995b22-24), y, en cor^ecuencia, no es
pensable que alcance la verdad objetiva que cabría esperar de un
argumento científico?. Para solucionar esta dificultad T.H.Irwin'
distingue en Aristóteles dos dialécticas. De un lado estaría la que
él llama "ordinary dialectic", que busca dar cuenta de forma
coherente de lo éndoxa, pero que no hace ulteriores demandas
acerca del status de sus conclusiones, de suerte que el hecho de
obtener una conclusión gracias a un argumento dialéctico ordinario
no oft^ecería razones suficientes para demandar la verdad objetiva
para su conclusión. Pero, por otro lado, Aristóteles utilizaría una
dialéctica diferente de la ordinaria, que Invin denomina "strong
dialectic", y cuya característica esencial sería que toma pie, no en
Aristotle's First Principies, Clarendon Press, Oxford 1988. pp. 174 y ss.
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ámbito de lo éndoxa sin más, sino en un subconjunto de opiniones
comunes especialmente relevantes (es decir, lo éndoxa dentro de
una determinada tradición y comunidad de investigación). Si
nuestros argumentos dialécticos se limitaran ellos mismos al
subconjunto de creencias comunes generalmente admitidas que
son juzgadas relevantes, entonces tendríamos más razones de las
que nos ofrece la dialéctica ordinaria para creer en la verdad
objetiva de nuestras conclusiones.
En este sentido, la dialéctica (al menos la "strong dialectic") es
con vistas a la verdad, pero esta verdad dialéctica no puede ser
entendida como lo exige el supuesto realismo de Aristóteles, esto
es, como adecuación, sino, más bien, dentro del contexto comtmi-
cativo y preteórico que la misma dialéctica hace saltar a primer
plano. Frente a esta interpretación cabe aducir que en E.N. 1145bl,
poco antes de comenzar su estudio sobre la akrasta, Aristóteles
señala que lo primero de todo es "establecer los phainomena". J.Palli
Bonet, en su versión castellana de la E.N., siguiendo una larga
tradición en la interpretación de la teoría de la ciencia aristotélica,
traduce phainomena por "hechos observados". Esta traducción
asimila los phainomena aristotélicos a los observation-data baconia-
nos: el científico comienza su investigación observando empírica-
mente los datos, y evita escrupulosamente cualquier tipo de
teorización o interpretación. Nada, pues, más alejado de esta forma
de proceder que la discusión dialéctica.
Ahora bien, esta lectura realista ha sido sometida a fuertes
críticas. G.E.L.Owen^", por ejemplo, ha detectado cierta ambigüe-
dad en el uso que realiza Aristóteles de la palabra phainomena. De
un lado, en las obras biológicas y en la meteorología, Aristóteles
se mantendría dentro de lo que el mismo Owen denomina
"Baconian picture": los phainomena serían observaciones empírícas.
Sin embargo, en el texto de la E.N. que acabamos de citar la
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palabra phainomena no puede tener este sentido, pues lo que
Aristóteles expone en estos capítulos de la E.N. no son datos de
observación en sentido baconiano, sino lo éndoxa, las concepciones,
las opiniones generalmente admitidas, que se tienen sobre la
akrasta. De hecho, concluye su investigación con las siguientes
palabras: "...esto es, pues, lo que se dice (ta legomená)", y ta
legomena no son "datos de observación", sino usos lingüísticos.
Aristóteles, por tanto, en estos capítulos de la E.N. no describe la
conducta del agente incontinente en un lenguaje no interpretativo;
al contrario, investiga las vías mediante las cuales se interpreta tal
conducta, esto es, investiga (dialécticamente) los usos del concepto
de akrasía. Y lo más interesante del asimto es que esta forma de
proceder dialéctica no se limita a las obras éticas, sino que -como
el mismo Owen ha demostrado de manera suficientemente
convincente- también en la Física los phainomena deben ser
entendidos como nuestras creencias e interpretaciones tal y como
se muestran en su uso lingüístico. Los datos de la Física -escribe
Owen"- "are for the most part the materials not of natural history
but of dialectic, and its problems are accordingly not questions of
empirical fact but conceptual puzzles".
M.C.Nussbaum" ha radicalizado la posición de Owen: entien-
de que la ambigüedad que este último detecta en el uso aristotélico
de la palabra phainomena se debe a que todavía permance preso del
prejviicio baconiano. En Aristóteles no hay nada que se asemeje a
la imagen baconiana de una ciencia basada "on theory-neutral
observation". Phainomena, en efecto, es el plural neutro del
participio de presente del verbo phainesthai, que significa "apare-
cer", y esto es justamente lo que intenta hacer Aristóteles, a saber:
describir el mundo, tanto el natural como el práctico, tal y como
aparece a observadores miembros de nuestra especie. Y en este
'^ The Fragility of Goodness, Cambridge Univ. Press, 1986, en especial cap. 8:
"Saving Aristotle's appearences".
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intento en modo alguno privilegia un grupo de datos, los datos
"no interpretados" o "duros": "Instead of the sharp Baconian
distinction between perception-data and communal belief, we ftnd
in Aristotle, as in his predecessors, a loóse and inclusive notion of
'experience', or the way(s) a human observer sees or 'takes' the
world, using his cognitive faculties"".
Hay que comenzar con los phainomena, pero éstos no son "datos
de observación" en sentido baconiano, sino, en todo caso, eviden-
cias empíricas recolectadas en favor de una teoría sobre la base de
creencias comúnmente aceptadas dentro de una determinada
tradición y comunidad de investigación. Lo cual indica, simple-
mente, que todo conocimiento toma pie en algún tipo de conoci-
mento previo. El problema de los principios, que nos ocupaba en
páginas anteriores, debe ser planteado en este contexto intelectual.
En Fis. 184al0-21 afirma Aristóteles que hay que ir de las cosas
más claras y más conocidas para nosotros a las cosas más claras y
más conocidas por naturaleza: este es el orden de la investigación.
Pero en el orden del conocimiento las cosas más claras y más
conocidas lo son sin más, incondicionalmente. Sin embargo, la
distinción aristotélica entre "las cosas más claras y más conocidas
para nosotros" y "las cosas más claras y más conocidas por
naturaleza" no es una distinción entre un ámbito subjetivo y otro
objetivo o entre un orden del ser y otro del conocer, sino que se
trata, simplemente, de una distinción entre dos formas de conoci-
miento; de este modo, el orden de la investigación no es antitético
respecto del orden del conocimiento, pues el paso de lo más
conocido para nosotros a lo más conocido por naturaleza no es el
paso del no-conocer al conocer, sino el movimiento desde una
' ídem p.244. Cfr. también: "The Role of Phantasia in Aristotle's Explanation of
Action", en Aristotle's De Motu Animalium, Text with Translation, Commentary and
Interpretative Essays by M.V.Nussbaum, Princeton Univ. Press, Princeton, 1978,
pp.221-271.
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forma de conocimiento a otra fonna de conocimiento^*. Lo cual,
por otra parte, no es sino una forma algo sofisticada de decir lo
mismo que ya señalábamos unas líneas más arriba, que todo
conocimiento toma pie en algún tipo de conocimiento previo.
Los Segundos Analíticos comienzan reconociendo esta circuns-
tancia: "Toda enseñanza y todo conocimiento comienzan a jjartir
de un conocimiento previamente existente", lo cual -añade
Aristóteles- vale para toda ciencia y para todo arte, o sea, para
todas las argumentaciones dirigidas por reglas (deductivas o
inductivas). ¿Qué tipo de conocimiento es ese conocimiento previo
en el que toma pie todo otro conocimiento?. Aristóteles lo aclara
en 71 a 12-17: de un lado está el conocimiento "de que determinadas
cosas son", de otro, el conocimiento "de lo que es lo dicho"; y
precisamente lo que hacen las definiciones es decimos lo que son
determinadas cosas y lo que es lo dicho. Por otra parte, en este
mismo texto pone Aristóteles dos ejemplos sunwmente pertinentes:
el principio de tercio excluso y la tesis de que existe la unidad. Los
teoremas lógicos (en este caso, el principio de tercio excluso) son
válidos en todas las ciencias, y a tales proposiciones las denomina
Aristóteles "postulados"; y a las conjeturas existenciales sobre
objetos fundamentales de determinadas ciencias (en este ejemplo,
la aritmética) las llama "hipótesis". Así pues, ese conocimiento
previo que es presupuesto en todo conocimiento ulterior se refiere
a las definiciones, postulados e hipótesis. Y algo más adelante
(Anal.Seg. 72al4-24) Aristóteles explica que las definiciones,
postulados e hipótesis son los principios.
' Cfr. W.Wieland, "Das Problem des Prinzipienforschung und die aristotelis-
che Physik", en Kant-Studien, 52, 1960/61, pp.208-209.
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son los del conocer, más exactamente, los del conocer teórico, esto
es, los de la ciencia en sentido estricto, que tiene un doble carácter:
es una ciencia fundamentada y fundamentada a partir de princi-
pios. Aristóteles lo expresa cuando la denomina: episteme apodícti-
ca. ¿Cómo llega el hombre al conocimiento de estos principios y de
qué tipo es este conocimiento?. Conviene tener presente que la
investigación que Aristóteles emprende en Anal.Seg. 11,19 es doble,
pues no sólo se pregunta cómo son conocidos los principios, sino
también cuál es el estado Qiéxis) epistémico en el que nos encon-
tramos cuando tenemos tal conocimiento. Afirma Aristóteles: "Es
evidente, por tanto, que no es posible poseerlos (los principios) de
nacimiento y que no los adquieren quienes los desconocen y no
tienen ningún modo de ser (héxis) apto al respecto. Por consi-
guiente, es necesario poseer una facultad {dynamis) de adquirirlos,
pero no de tal naturaleza que sea superior en exactidud a los
mencionados principios"(/l«fl/.Seg 99b31-34).
Aristóteles entiende esta facultad como facultad del "poder-
distinguir" y la denomina percepción iaisthésis). Esta facultad no es
sólo propia de los seres humanos, sino de todo lo viviente animal.
En los seres humanos tendríamos los siguientes escalones, el
último de los cuales es característico de ellos: 1) la acción de sentir,
en el sentido del mero percibir, 2) retener lo sentido, 3) comparar
lo sentido y lo reterüdo. En esta comparación, dice Aristóteles,
"surge ya una distinción", esto es, podemos distinguir entre lo
mucho diferente y lo uno que es lo mismo. Lo uno que es lo
mismo en el sentido de "lo uno al lado de lo mucho": lo uno en
comparación con lo mucho. Y lo tmo es comparación con lo mucho
es lo "urüversal". Nótese que el concepto de universal no designa
aquí algo general en el sentido de una clase, sino algo que es
general en tanto que indeterminado, en tanto que todavía no ha
sido diferenciado en sus factores constituyentes. De este modo, lo
primero que se muestra al ser humano es un urüversal y, como
acabamos de ver, este es determinado "como lo uno en compara-
ción con lo mucho" i.e., como aquello que está contenido en todo
como lo tmo y lo mismo. De la memoria repetida de lo "uno y lo
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mismo" surge la experiencia, y de la experiencia nacen los
principios. Nos encontramos, pues, con una epistemología genética
que se articula en cuatro niveles: percepción, memoria, experiencia
y conocimiento de los principios^^. Pero, ii^sisto, estos cuatro
niveles no sólo remiten a un refinamiento en la escala cognoscitiva,
sino que son además modos de ser, estados o disposiciones (héxis).
El problema, por tanto, es saber en qué estado se encuentra aquél
que conoce los principios y, por otra parte, cómo se puede llegar
a alcanzar tal estado. Podría contestarse: percibiendo, rememoran-
do y teniendo experiencia. Ahora bien, ¿el qué?. Evidentemente, no
los mismo principios, pero sí las cosas plausibles concernientes a
cada uno de ellos. Ahora bien, son cosas plausibles aquellas que
son generalmente admitidas (por todos, por la mayoría, por los
más sabios...), lo cual indica que los principios pueden ser
discutidos a partir de las opiniones generalmente admitidas, esto
es, a partir del análisis y discusión dialécticas de los usos general-
mente admitidos de los términos que intervienen en la configura-
ción y conformación de las definiciones, los postulados y las
hipótesis. En consecuencia, a los primeros principios no se accede
demostrativamente, sino dialécticamente, "desde lo éndoxa", esto es,
desde lo que le parece bien "a todos, o la mayoría, o a los sabios,
y, entre estos últimos, a todos, a la mayoria, o a los más sabios y
reputados" (Tóp. 100b21-23).
Así pues, que los principios no sean fundamentables en el
marco de la misma ciencia de la que son principios no quiere decir
que en modo alguno sean hindamentables; pueden serlo, por
ejemplo, dialécticamente. Ahora bien, si a los principios se llega
dialécticamente, su estatuto epistemológico no podrá ser el de la
ciencia, sino justamente el de la dialéctica. Siendo estos principios
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el fundamento de toda demostración, a menos de caer en una
absurda circularidad, no puede ser ellos mismos demostrados.
Pero si no pueden ser demostrados tampoco pueden ser dichos
con necesidad, sino sólo con plausibilidad. ¿Habrá, pues, que
concluir que todo el edificio de la ciencia descansa en unos
principios sólo plausibles?. El modo dialéctico de acceso a los
primeros principios parece obligar a esta conclusión.
Por esto Aristóteles intenta otra vía de aproximación que evite
las debilidades e insuficiencias de la dialéctica. Así, en la Metafísica,
busca elucidar una ciencia del ser en cuanto ser que permitiría una
captación intuitiva de los primeros principios. Desde esta perspec-
tiva estrictamente ñmdamentalista, la discusión dialéctica tendría
una ñinción meramente heurística: al igual que la investigación
empírica oft"ece, como máximo, una base para la intuición, pero
ella misma ni produce ni contiene la aprehensión propiamente
dicha de los primeros principios. De esta forma, tanto la investiga-
ción empírica como la discusión dialécticas preparían a nuestra
mente para la captación intuitiva de unos principios supremos que
explicarían los phainomena y producirían los otros principios de la
ciencia. Pero esta interpretación tampoco está libre de dificultades.
En efecto, la relación entre la intuición y la investigación
empírica y la discusión dialéctica es sumamente problemática: no
puede ser inferencial, pues en tal caso -en contra de lo defendido
por el mismo Aristóteles- la prioridad epistemológica no estaría
del lado del nous, sino justamente de parte de esas estrategias
heurísticas que se supone sólo preparatorias de la intuición. Para
solucionar esta dificultad puede pensarse que investigación
empírica y discusión dialéctica son simplemente útiles desde un
punto de vista psicológico en orden alcanzar convicciones estables
acerca de los principios. Pero en tal caso, se podría prescindir
perfectamente de una y otra, pues como bien señala Irwin^' "for
we could make our convictions stable without inquiry, if we were
dogmatic enough, and protected our convictions from exposure to
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possibly recalcitrant appearences". El problema, pues, reside en
que la intuición va por un lado y la investigación empírica y la
discusión dialécticas van por otro, sin que Aristóteles alcance a
explicar de manera satisfactoria la relación que guardan entre sí.
En este punto Aristóteles parece olvidar su propia crítica a la
teoría de las Ideas platónica; las Ideas no pueden satisfacer la
función explicativa que de ellas exigía Platón precisamente porque
no son principios en un sentido genuino, ya que han sido hiposta-
siadas en sí mismas como entidades independientes. Frente a ello,
Aristóteles acentúa en la Física (185a4) que todo principio es
necesariamente principio de algo, o lo que es lo mismo: según el
planteamiento de la Física los principios nunca son independientes,
como sí lo serían, sin embargo, los principios captados intuitiva-
mente según el esquema propuesto en la Metafísica. Así pues,
Aristóteles no puede explicar satisfactoriamente la relación entre
intuición y discusión dialéctica porque se enreda en dos plantea-
mientos esencialmente contrapuestos: de acuerdo con la tesis a la
que obliga el planteamiento de la Metafísica los principios estarían
al comienzo de la investigación, de acuerdo con la tesis que nace
del punto de vista dialéctico estarían al final -precisamente como
resultado de la discusión y de la práctica dialéctica.
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kantiano, sino que, como señala el mismo Wieland, están en
función de unas condiciones que tienen mucho que ver con los
topoi de la práctica retórica y dialéctica, o bien -por decirlo con una
expresión que ya nos ha ocupado- con la selección de subconjuntos
de creencias comunes especialmente relevantes. El problema será
ahora cómo realizar tal selección. Y es justamente en la respuesta
a esta pregunta donde el planteamiento de la Metafísica aparece
como un callejón sin salida, ya que tal selección no puede hacerse
a partir de unos supuestos principios apriori, pues en tal caso o
bien la investigación de los primeros principios se realiza tomando
pie en unos principios todavía más primeros, con lo cual los
primeros principios ya no serían primeros, o bien se cae en una
absurda circularidad.
Quizá en la raíz de todo este enredo se encuentre un malenten-
dido que afecta a la comprensión de la relación entre dialéctica y
analítica^*; suele pensarse que la segunda, a diferencia de la
primera, merece el calificativo de "científica". Sin embargo, no este
el caso: ni una ni otra son ciencia en el sentido de culminar en una
aprehensión inmediata de una realidad absoluta y determinada o
de unos primeros principios entendidos de manera fundamentalis-
ta. Dialéctica y analítica son, simplemente, dos technai y como tales
debe ser diferenciadas: la analítica apunta al monólogo científico,
mientras que la dialéctica toma pie y se desarrolla como diálogo
científico, evidentemente dentro de una tradición y de vma
comunidad de investigación, esto es, dentro de un marco capaz de
configurar la héxis adecuada. Por esto Aristóteles (que según
vamos viendo aunque quiera presentarse como analítico es, sin
embargo, un dialéctico) concede tanta importancia al examen de
las tesis de sus predecesores, porque el interés de este examen no
es meramente propedeútico o histórico, sino que conforma la
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Cfr. E.Weil, "La place de la logique dans la pensée aristotélicienne", en Revue
de métaphysicjue et de morale, 56, 1951, pp.299 y ss.
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misma substancia de la investigación", en cuanto que configura
la tradición de investigación en la que Aristóteles se mueve (esto
es, porque el examen histórico es un punto decisivo en la configu-
ración de la hexis pertinente). En esta medida, la identificación
entre ciencia y analítica sólo sería posible si también lo ftaera,
asimismo, el monólogo científico que asimila la ciencia con una
metodología pura de la ciencia. No puedo entrar aquí y ahora en
esta cuestión, pero sí cabe señalar, al menos, que este planteamien-
to en modo alguno es el de Aristóteles, el cual, lejos de identificar
ciencia y método puro, lo que sí hace es entrelazar ciencia y
prácticas científicas, unas prácticas que precisamente en la medida
en que son dialécticas están abiertas a todo tipo de modificaciones
(y viceversa: por estar abiertas a todo tipo de modificaciones les
conviene el modo de proceder dialéctico).
Recordemos que el problema que nos ha llevado a esta
disgresión era el de cómo realizar la selección del subconjunto de
creencias especialmente relevantes. Podemos ahora responder a
esta cuestión: tal selección se hace, por así decirlo, sobre la marcha,
en virtud de las mismas necesidades que el curso argumentativo
plantea^". Pero esto presupone, por un lado, que la captación de
los primeros principios es, simplemente, una estrategia hermenéu-
tica en que ciertos conceptos son comprendidos a través de otros
conceptos y, por otro, que esta estrategia hermenéutica presupone,
no el aislamiento de referentes ontológicos (ya sean "datos de
observación" o "ideas"), sino la referencia a prácticas discursivas.
Desde este punto de vista la dialéctica sería el instrumento que
permite entrar en contacto con tales prácticas discursivas, en tanto
que es la práctica dialéctica la encargada de generar la héxis, el
modo de ser, el estado o la condición epistémica desde la cual cabe
hacer ciencia.
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