Dia de Muertos Mas Emblematicos de Mexico
Dia de Muertos Mas Emblematicos de Mexico
Dia de Muertos Mas Emblematicos de Mexico
El 27 de octubre de cada año, los mazatecos se preparan para recibir a quienes han
partido de este mundo y vuelven durante 6 días para celebrar con música y sabores
el Día de Muertos.
Los productos adquiridos que van desde pan hasta flores, deben estar ya colocados
en el altar a las 12 del medio día, pues se cree que a esta hora llegan a las casas las
almas de quienes se han adelantado.
Cada altar familiar contiene elementos propios: algunas bebidas y comidas que los
difuntos disfrutaban en vida así como adornos para embellecer la ofrenda, pero en
general, los altares de Huautla coinciden en que se colocan en una mesa en la que
se ofrecen vasos de agua pura para mitigar la sed de las almas, alguna imagen
religiosa, velas y veladoras, frutas como nísperos o guayabas, un arco formado de
carrizos verdes que se adorna con ramos de flores de cempasúchil y naxo' jña así
como tortillas tostadas y saladas.
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No puede faltar el copal y la música de violín con guitarra que se acompaña de
cantos en mazateco, mismos que por la noche se escuchan en las calles al pasar los
míticos huehuentones.
Atlixco es conocido por sus tradiciones y fiestas en las que son adornadas
con tapetes floridos y Día de Muertos no es la excepció n ya que durante esta
temporada se tapiza la explanada municipal con má s de 150 mil flores. Las
actividades arrancan dese el 28 de octubre con ofrendas, recorridos al panteó n,
conciertos musicales y el famoso Desfile de calaveras.
Por lo general el evento suele comenzar cerca de las 20 horas partiendo desde el
zó calo del pueblo má gico así que si piensas en visitar este lugar no olvides tu
maquillaje de catrina, un calzado có modo para disfrutar al má ximo de esta
celebració n.
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Dia de muertos en Patzcuaro y la Isla de Janitzio en michoacan
Uno de los paseos más maravillosos en México para el Día de Muertos es visitar Patzcuaro y
sus alrededores (Yunuén, Janitzio, Urandén y La Pacanda), donde hay dos paradas
obligatorias:
Cerca de la media noche del 1º de Noviembre, puedes observar las procesiones hacia
el panteón de Tzirumútaro, ubicado en la punta de laisla de Janitzio, donde mujeres y niños,
acompañados de velas y antorchas, caminan silenciosamente hacia el encuentro de sus
difuntos. Ya en el panteón, vale la pena visitar los altares que resaltan por su decoración y
atención en los detalles. Generalmente podrás observar que a la entrada está un arco lleno de
flores, y una fila de veladoras que simbolizan el portal y el camino por el cual los muertos
regresan al mundo de los vivos para disfrutar de su comida favorita y gustos personales.
Para comer les recomendamos probar los platillos típicos de la región como el Turkus, que es
una quesadilla de pescado con tortilla de maíz azul; Pájpakata que es un caldo de tripa de
pescado envuelto en hojas de calabaza; Kuiris, pato gallareta en salsa; carnitas estilo
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Michoacán; charales con sal y limón como botana. También se recomienda probar la variedad
de tamales, entre los que se encuentran los tarascos de frijol con charales; las corundas
servido con carne de puerco y salsa de jitomate; también están los huchepos que son dulces,
de maíz tierno, bañados en salsa de tomate verde o caldillo de jitomate con queso y crema. Si
se te antoja como postre, prueba los tamales de zarzamora, chongos zamoranos y por
supuesto el Pan de Muerto.
Mientras que los pueblos Purépechas tenían la costumbre de pensar que las
mariposas llevaban en sus alas a las almas de los fallecidos, como una forma
de ayudar a llegar al mundo de los vivos. Por ello, las personas deben guardar
silencio y escuchar el mensaje de los familiares que partieron, el cual se oye
en el aleteo de las monarcas.
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Vikó Ndi”: la fiesta de los muertos en la Montaña de Guerrero
En la mayoría de las comunidades de la región Montaña de Guerrero, la celebración por el día de muertos inicia
los últimos días de octubre y finaliza los primeros de noviembre. Para los pueblos na savi (gente de la lluvia) de
la región el día Viko Ndí (fiesta de los muertos) es de los más esperados cada año, pues se cree que la vida no
termina con la muerte. Desde el pueblo de los muertos, las almas y los espíritus (Ñuu Ndíi) vuelven para ayudar
a los vivos del (Ñuu Yivi) pueblo de la gente, el mundo.
Todo comienza cuando rezanderos, la banda y algunos integrantes de la comunidad, van a traer a los difuntos.
Al pie de la montaña los principales velan, en la fría noche del 27 de octubre para darles la bienvenida a los
seres queridos llegan para comer. Entre los abuelos y las abuelas dicen que para “ellos un año apenas sería un
día transcurrido”. Bajo el techo de una enramada está la cruz donde poco a poco comienzan a llegar los
participantes de la ceremonia. La noche transcurre lenta entre fogatas a las que hombres y niños se acercan
para desentumecer sus cuerpos. Son las tres de la mañana, los rezos en Tu’un Savi (tercera lengua indígena
nacional más hablada en México) se intercalan con las notas de la banda de viento que comienza en medio de
la densa y helada noche; se hacen diversas peticiones entre las que se escucha la palabra coronavirus.
Los primeros rayos de luz anuncian, del día 28 de octubre, la llegada de los fieles difuntos. Las familias van
llegando al lugar cargando ayates y nailas repletas de comida que se prepara especialmente para ese día. Los
sahumerios son encendidos para elevarlos y ofrendar velas y flores, algunas personas hablan de que el copal y
la luz de las velas es el verdadero alimento de los difuntos. Sin embargo, la gente tiene acostumbrado recibirlos
con alimentos; frijoles y mole rojo de guajolote o de res con tortillas de maíz se vierten en la tierra para darles
de comer, también se derrama el refresco, el alcohol o el agua pizorra (bebida de caña fermentada).
Al pie del camino se marca una línea, donde entre el humo del copal se difumina la división entre la vida y la
muerte. La alegría del pueblo es grande, sus familiares ya se encuentran nuevamente entre ellos y los reciben
como les enseñaron que se hacía.
San Miguel el viejo.
Es primero de noviembre y el camposanto se ve radiante. El sol está en su punto más alto y cae como plomo
sobre la cabeza. Cada tumba fue limpiada y decorada con arcos de cempasúchil. Abuelas, abuelos, hombres,
mujeres, niñas y niños acuden a convivir con sus difuntos. Diversos grupos musicales se escuchan a lo largo y
ancho del cementerio alegrando la hora de la comida.
Metlatónoc.
Por las calles de Itia Tanu o Metla, se ve a la gente del pueblo sentada junto a sus velas amarillas y blancas,
mientras estas se queman, esperan a que inicie la procesión junto a la Virgen de las Ánimas. En medio de la
lluvia que dura pocos minutos la gente comienza a avanzar tras concluir los rezos, se cree que esta lluvia que
acontece cada año, son las lágrimas de alegría de las almas por regreso. Los habitantes cruzan los arcos
naranjas para llegar a la Iglesia y dejar a la virgen.
Ya es de noche y la casa de los muertos brilla majestuosa con la luz de las velas. Con las almas de los
antepasados se comparten los alimentos, las bebidas, la música y la palabra mientras los velan. Contemplan
sus tumbas, conversan con ellos, vuelven a encender las velas si se apagan, les rezan y algunas personas
amenizan la velada con música tradicional. Para cerrar la celebración en la iglesia, se quema el castillo y toritos
mientras algunas familias siguen quemando velas.
En las comunidades indígenas de Guerrero a la familia siempre se le ama nunca se le olvida, no importa que ya
no estén físicamente. Se les recuerda generación tras generación porque son las semillas que dieron frutos,
gracias a las abuelas y a los abuelos que descansan en los camposantos de la Montaña, la memoria ancestral
se sigue heredando y se conserva la celebración en la que se siente la presencia de los hijos, hijas, “y de todos
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los familiares que retornan a convivir una vez al año con los que algún día también nosotros seremos
esperados”.
Porque la vida y la muerte como todo, es un ciclo que debe agradecerse y conmemorarse, ese es el legado de
los ancestros y que como los pueblos Mè pháá, Ñúu Savi y Nahuatl siguen vivos.
La región Huasteca (en huasteco, Tének Tsabál) es una región en México que comprende el norte
de Veracruz, el sur de Tamaulipas, el sureste de San Luis Potosí, el norte del Puebla, el este
de Hidalgo y, en mucha menor medida, comprende algunas zonas de los estados de Querétaro y
de Guanajuato.
Aquí en la parte oriental de San Luis Potosí, la fiesta de los muertos se llama Xantolo. Ésta es una
palabra usada por los locales que tiene como origen el término latino de santo o sanctorum, como “los
padrecitos” le llamaban a esta celebración antigua que, actualmente en la Huasteca, es la máxima
festividad aun sobre la Navidad (principalmente entre las comunidades indígenas).
El 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, se hace una velación con rezos y alabanzas y se
inciensan las imágenes y el altar, continuando la convivencia toda la noche. Los teenek (comunidades
indígenas de la región) acompañan con algunas piezas que se tocan para la Danza de la Malinche.
El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, en las comunidades de los teenek y nahuas, se
acostumbra llevar las ofrendas a los panteones, adornando las tumbas con flores. Existe la creencia de
que las ánimas de los difuntos permanecen todo el mes de noviembre entre los deudos, por ello el día
último se renueva toda la ofrenda y se adorna el Pulich (o altar) con frutas y flores para despedir “a los
que ya no están”.
Los municipios de la Huasteca Potosina participan en esta celebración y cada uno tiene sus propias
actividades en la establecida Ruta Xantolo integrada por Aquismón, Axtla de Terrazas, Ciudad Valles,
Huehuetlán, San Martín Chalchicuautla, San Vicente Tancuayalab, Tancanhuitz, Tanlajás, Tanquián,
Tamazunchale, Tampacán, Tampamolón, Tamuín, y Xilitla.
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día de muertos en Mixquic, Tláhuac!
Desde hace más de 400 años, en el pueblo de Mixquic, ubicado en la delegación Tláhuac, se festeja a los
muertos difuntos a partir del 31 de Octubre. Dicho festejo lo realizan a través del montaje de ofrendas
para los difuntos, adornadas con flores, comida y otros elementos; así como obras de teatro, música,
exposiciones, danza y pinturas de arena de color en el piso.
La ofrenda se complementa con fruta, pan de muerto; para el caso de los niños se incluyen figurillas de
xoloitzcuintles (perros) para que guíen sus almas por el inframundo, flores blancas, que representan la
pureza de los niños y amarillas que iluminan el camino de las almas de los difuntos adultos, para que no
pierdan la senda.
Justo en medio del panteón de Mixquic, se ubica el Templo de San Andrés. Si te animas a unirte a la
celebración en este sitio, no dejes de visitarlo, ya que el retablo y el techo están finamente labrados y
vale la pena conocerlos.
Ya para finalizar esta fiesta, los pobladores van de casa en casa ofreciendo a sus vecinos fruta, pan y
comida. Es con este acto como se da por terminado el festejo en esta bella población.
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San Miguel de Allende, Gto.
San Miguel de Allende, considerado un destino turístico inmerso en cultura y tradiciones, celebrará de
forma especial este año una de las fechas más representativas en México, la cual ha llegado a rebasar
fronteras, siendo incluso una celebración reconocida a nivel internacional por sus colores, sabores y
gran significado.
La mojiganga,
en su origen, fue una farsa representada con máscaras y disfraces típicos en las
fiestas públicas de raíz carnavalesca. Consistía en un texto breve en verso, de
carácter cómico-burlesco y musical, que adquirió rango de género dramático
menor del Siglo de Oro español.
En los corrales de comedias, las mojigangas eran desfiles de actores que bailaban
disfrazados al son de una música estrepitosa. Así se ponía fin al espectáculo.
las callejoneadas
Las callejoneadas surgieron por la gran inspiración causada por grupos de tunos
originarios de ciudades españolas de gran tradición universitaria, como Salamanca y
Granada. La versión guanajuatense fue instaurada en 1962 y se hizo oficial un año
después cuando se creó la Estudiantina de la Universidad de Guanajuato.
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Estos paseos recorren los siete callejones más emblemáticos de la capital, liderado por
la música, poesía, historias y leyendas.
Mendoza Sánchez explicó cómo las Ofrendas para los Difuntos se instalaban antiguamente, siendo sobre
una mesa con un mantel blanco o sobre un petate; en esto se colocaba comidas como: calabaza en
dulce, camote, elotes, velas y panes que se conocen como monos, mojicones y coronas.
Entre otros detalles comentó cómo se puede identificar un Altar, que es donde se coloca y enrosa a una
imagen religiosa en tanto la ofrenda es la descrita anteriormente.
Una crónica antigua que compartió el historiador municipal, fue la que habla de “Levantar a los muertos”,
escrita por el investigadora Frances Toor quien en su visita a Tuxpan presenció cómo sus habitantes
realizaban cantos en casas con ofrendas y cómo se recompensaba esta acción al entregarles parte de los
frutos y los panes ahí colocados; a esto último es lo que se conoce como “Levantar al muerto”.
Entre otras tradiciones extintas relacionadas a la muerte, se comentó sobre el uso del petate para
enterrar a los difuntos, heredado de la cosmovisión indígena de los tuxpanenses y el simbolismo que
guarda esta estera elaborada y usada escasamente en la actualidad.
Enriqueciendo así el conocimiento de todos los escuchas, respecto a esta tradición en torno a la
celebración del Día de Muertos en nuestro Tuxpan Jalisco.
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Día de Muertos o K’Santo en San Juan Chamula
Entre los tzotziles, las almas se vuelven seres divinos, mensajeros de los Dioses y cunado se
les ofrenda en sus tumbas se les pide que intercedan por los vivos
ambién adquieren repollo, frijol, botil tierno, maíz, pan, azúcar, tortillas, chayotes, en fin, todo lo
que en vida consumieron sus familiares ya fallecidos. Los ponen en los altares y en las tumbas
de los muertos para que las almas lleguen y puedan alimentarse. Disponen además velas y
flores de muerto o nichim ánima.
Entre los tzotziles, las almas se vuelven seres divinos, mensajeros de los Dioses y cuando se
les ofrenda en sus tumbas se les pide que intercedan por los vivos
Tres días antes de la llegada de las almas, la gente comienza a preparar la comida: atole agrio
y tamales de fríjol, y en la tarde del último día de octubre, lavan la carne ahumada y la cuecen
con repollo y verduras. Todo tiene que estar listo el 1 de noviembre, ya que ese día regresan
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las almas a recoger la comida que les dejan en sus casas y tumbas, los hijos o familiares que
siguen viviendo en la tierra.
Días antes de la ceremonia la gente acude a los panteones a limpiar la sepultura de sus seres
queridos, a poner juncia y adornar las cruces, de manera que las almas vengan felices a visitar
la vida terrenal que antes tuvieron. Y como una forma de guiar a las almas a los hogares en
donde se les espera, colocan frente a la casa una cruz adornada con juncia y flores de muerto
(potzilnichim) para que ahí se persignen y pidan perdón a Dios, así como permiso para entrar a
la casa.
Orando frente a las cruces
Una característica en San Juan
Chamula es que si el Día de
Muertos cae en sábado, la fiesta se
prolonga hasta el lunes porque el
domingo no pueden regresar las almas
por ser día festivo. Por tanto, tienen que
esperar a que se abran las puertas del
lugar de las almas K’atin Bak (lugar de
los huesos ardientes) para ir a dejarlas,
porque así como se les llamó, así
también hay que regresarlas
diciéndoles: «ya pasó tu fiesta, ya pasó
tu celebración, ya te traje a tu casa».
Llamando a los muertos
Al amanecer del 1 de noviembre, los habitantes de este lugar colocan la comida en orden y de
acuerdo al número de difuntos que esperan, para posteriormente, dirigirse al panteón a visitar a
sus almas; haciendo antes una escala en la iglesia para tocar la campana de la iglesia
del Santo Patrón San Juan si se vive en el pueblo, mientras que quienes viven en las
comunidades más lejanas, se dirigen directamente al panteón de su paraje.
Despidiendo el alma de los difuntos
Para los chamulas, el Día de Muertos es el 1 de noviembre y el regreso de las almas el día
dos; además de que no diferencian entre difuntos adultos y niños, ya que para ellos la familia
es una sola. Tienen la creencia de que hay familias enteras ya fallecidas que vienen de visita
ese día, de ahí que la unidad subsiste entre los tzotziles, aún después de la muerte.
En este acto, los «oficiales» chamulas toman parte, ya que son los encargados de vigilar el
atrio de la iglesia y de poner lazos en las campanas para que las personas las toquen. El
significado del repique de la campana es un llamado para que las almas despierten y se dirijan
a visitar las casas de sus parientes, y así poder disfrutar de la comida que ha sido preparada en
su honor con sacrificios, luego de que hay quienes hasta se endeudan con tal de conseguir
todo lo necesario para tan especial ocasión.
Ofrendas
Después de tocar la campana, la gente pide perdón al señor y a los difuntos, y se dirige al
cementerio con flores, frutas y velas de cebo especiales para esta celebración. Ahí rezan y
lloran por el recuerdo de sus seres queridos que ahora yacen bajo las entrañas de la madre
tierra. Ahí descansan un buen rato y luego regresan a sus casas. Entre los tzotziles, las almas
se vuelven seres divinos, mensajeros de los Dioses y cuando se les ofrenda en sus tumbas se
les pide que intercedan por los vivos.
Para alegrar el corazón
Para la comida, los familiares cercanos se invitan mutuamente, tocan música con arpa y
guitarra para alegrar el corazón de los difuntos y para que estén tranquilos en la visita con sus
familiares. Es decir, todo sucede como si el alma fuera un ser vivo que disfruta de las alegrías y
tristezas de la vida terrestre.
Plaza de San Juan Bautista
En la noche del 1º de noviembre, se encienden velas para que las almas vean su camino
durante su regreso a su supuesto lugar de descanso eterno.
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Al siguiente día, los chamulas aún acuden al panteón para despedir al alma de los muertos.
Aquí también llegan los mayordomos encargados de cuidar la imagen de San Miguel
Arcángel, y dan tres vueltas alrededor del cementerio para honrar y despedir a las santas
almas.
En la actualidad, localidades como Pomuch sostienen esta herencia cultural y cada año celebran el Día
de Muertos con un ritual que incluye la visita al cementerio local, donde en lugar de cajas con cenizas o
féretros enterrados con lápidas alusivas, ves arreglos florales espectaculares y dentro de pequeños
nichos, cajitas con una manta bordada con el nombre del ser querido y sus huesos. Los familiares llevan
esos días, como ofrenda, sus alimentos y bebidas favoritas y limpian el polvo que ha caído en ese tiempo
sobre los huesos, con dedicación y afecto, hablándoles y platicando con los visitantes de su ser querido
en tiempo presente.
Extrañamente, acercarse a esta experiencia produce un efecto consolador: nos enseña a vivir con
naturalidad el pasaje de la vida a la muerte, a dejar de temerle a nuestros huesos, meras estructuras
que sostienen nuestros cuerpos físicos; dejar de verlos como elementos de terror (el cine de ese género
los ha explotado con creces, por cierto), y nos sume en una sensación hermosa de ser parte de la tierra,
de ser como árboles que, una vez concluido su ciclo vital, dejan como recordatorio sus ramas secas.
AGUASCALIENTES CUNA DE
La Catrina de José Guadalupe Posada
La Catrina, un grabado en metal publicado en 1873, es una ilustración original del grabador y
caricaturista mexicano José Guadalupe Posada (1852-1913), en la cual es representada la
imagen de una calavera ataviada con un sombrero de plumas a la moda europea de entonces.
Posteriormente fue rebautizada como “Catrina” por el famoso muralista Diego Rivera.
Historia de La Catrina
El nombre original del grabado fue Calavera garbancera. Se llamaba así porque de este modo
designaban a las personas que vendían garbanza, y que, pese a tener sangre indígena,
pretendían ser europeos, renegando de su raza y de su herencia cultural. Sobre este tipo de
personas afirmaba Posada: “En los huesos, pero con sombrero francés con plumas de
avestruz”.
De allí que la ilustración tuviera, en su momento, la intención de constituir una crítica, a la vez
que una sátira, de algunos personajes de la sociedad mexicana del momento, especialmente
los enriquecidos durante la época de Porfirio Díaz, que gustaban de aparentar un estilo de vida
que no les correspondía.
Su autor, José Guadalupe Posada, fue un cronista satírico de finales del siglo XIX y comienzos
del XX, que, por aquella época, durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de
Tejada y Porfirio Díaz, cultivaba un género que se había popularizado conocido como “calavera
literaria”.
Las calaveras eran textos escritos en verso con tono burlón, solían publicarse en vísperas del
Día de Muertos para hacer mofa tanto de los vivos como de los finados
Eran publicadas en periódicos de combate, es decir, de línea crítica hacia el gobierno, y solían
ser acompañadas de ilustraciones de cráneos o esqueletos en situaciones cotidianas:
bebiendo, montando a caballo, caminando por la calle, bailando en una fiesta, etc.
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La Catrina de Diego Rivera
En Papantla, los totonacos celebran la festividad del Ninín, “los que no han muerto”, en
un acto de intercambio comunal entre los espíritus y los dioses. A sus difuntos le
ofrendan comida, flores e incienso, así como oraciones y cantos, que reflejan el cariño
y esmero con el que han esperado su retorno.
Se cree que los difuntos no pueden tocar la tierra, pues quedarían encantados. Por
ello, la mesa donde se disponen los presentes debe ir colgada al techo, para que
entren a los hogares flotando con las corrientes de aire que atraviesan las casas. Los
grupos de alabanceros abren y cierran, metafóricamente, el portal por donde llegarán
los difuntos, guiados por el canto que reconocen dentro de la casa.
“Lo que recuperamos en las excavaciones arqueológicas son objetos no perecederos:
piedra, cerámica o hueso, pero sabemos que las ofrendas a los dioses estaban
colmadas de flores y que el olor estaba involucrado, en especial el humo del copal”,
explica la arqueóloga.
“La ofrenda totonaca involucra el canto; por fuentes históricas, se sabe que en la
época prehispánica hubo una serie de cantos que se dedicaban a los dioses, así como
danzas que se ejecutaban para conectar con lo divino. En las ofrendas de Papantla
participan los alabanceros, un grupo de personas que, a través del canto, permite a la
comunidad llegar a una especie de trance colectivo”.
“Los cantos totonacos tienen un ritmo y una cadencia que hacen que la persona se
inmiscuya emotivamente; queríamos saber si esta tradición está conectada con los
cantos prehispánicos o si llegó con la evangelización; en el desarrollo de la
investigación, encontramos que pudo haber sido una mezcla de ambos”.
Sobre el decorado del altar de muertos totonaca, , refiere que son adornados con un
marco trenzado por hojas de palmilla, flores de cempasúchil y de terciopelo, frutas y
estrellas de palma, hechas por los familiares, que simbolizan el firmamento.
“Es una ofrenda que no tiene muchos alimentos, los cuales se van cambiando,
dependiendo de la fecha y de las personas que visitan. No es la misma ofrenda para
los niños, que para los adultos; para los primeros ponen sopa, y para los segundos,
hacen los tamales de cuchara, platillo de esa región.
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“En la mañana, la familia les hace café y les pone pan; al mediodía, elaboran los
tamales de cuchara, rellenos de puerco, picadillo y guisado; y en la noche, les ponen
chocolate con pan”, finaliza.
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