RHM 065

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NUESTRA PORTADA:

Reinado de Carlos III.


Colegios y escuelas militares y navales.

(Reproducción autorizada por la Real Academia de


la Historia de la lámina número 95 del Alburn «El
Ejército y la Armadan, de M. Giménez y González,
obra que ha sido editada en 1983 por el Servicio de
Publicaciones del E. M. E.).
,/ : s:,,U M A. R 1 0 ‘> .’

Páginas

El título de Prfncipe de Asturias cumple seis siglos , .. .. 7


Referencias históricas de Marruecos en el desierto sahariano, por JO&
&M~N DIEGO AGUIRRE .. . .. . . . .. . . .. .. . .. .. . .. . . .. .. . . .. . .. . 9
Las buenas costumbres y el orden público en el reinado de Carlos III,
por LEONCIO VERDERA FRANCO . . . .. . . .. . . . . .. ... . . .. .. . . 45
Ricardos y la Academia de Caballeria de Ocaña, por MATEO MARTfNEz
FERNÁNDEZ . . . . . . . . 1.. . . . . .. ... .. . . . . .. .. . .. . .. . .. . 61

El levantamiento guerrillero en la Guerra de la Independencia, por SAN-


TIAGO SAIZ BAYO . . .. ... . .. . .. . . . ... . .. . . . . .. . . .. . ... 97

Capitanes y Capitanías Generales, por AURELIO GUAITA MARTORELL .. 125


La Numismática y el Ejército, por RICARDO PARDO CAMACHO . .. . .. . . . 173

DOCUMENTOS:

Mapa de las plazas de Orán y Mazalquivir y su costa. Año 1738. . . .. . 193


Tratado de paz y amistad entre España y la Regencia de Argel, de 17 de
junio de 1786 .. . ... . .. ., . . .. .. . .. . . .. . .. ... ... . .. . . . . .. 197
Doncella suiza que sentó plaza en el Regimiento Betschardt, el 26 de di-
ciembre de 1780 . .. .. . .. . .. . .. . ... . .. .. . . .. . .. ... .. . ...’ . . .. . . .. 216

ACTIVIDADES DEL SERVICIO HISTÓRICO ~IILITAR:

II Congreso Internacional de Historia Militar en Zaragoza .. . . .. . .. . . 221


VII Coloquio de Historia CanarioAmericana .. . .. . .. . .. . . .. ,. . . .. ... . 222
6 SUMARIO

PAginas

El Discurso Histórico, por JORGE LOUNO .. . . .. . .. . .. . . . . . ... . . . .. . .. 227


Armies, Corps, Divisions and Separate Brigada, por JOHN B. WILSON. 228
Diccionario Herhldico y Nobiliario de los Reinos de España, por FERNAN-
DO GoEIZALEGDORIA . . . .. . .. . .. .. . ... ... . .. .. . .. . . .. . .. . .. . . . .. ... . . . 229
La Croisade Europtene PO& L’Ind&eridan& de& Etats-Unis, por JAG
(IuEs DE LAUNAY . .. . .. . ... . .. . . . .. . ... .. . .. . ... ... .. . . .. .. . 231
Alfonso XIII y la Academia de Infantería, por Josti LUIS ISABEL %NCHEZ. 233
Obras editadas por el Servicio Histórico Militar . .. . .. .. 237
Revue Historique des Armées ........................ ...... ............... 243

/ .
Mosaico en la entrada del Servicio Histórico Militar

La REVISTA DE HISTORIA MILITAR, secundando la invitación en-


tusiasta y amable de la leyenda en cerámica, anima a colaborar en ella a
los escritores militares y civiles, españoles y extranjeros, que se intere-
sen por los temas históricos relacionados con la institución militar y la
profesión de las armas. En sus páginas encontrarán acogida los trabajos
/ que versen sobre el pensamiento militar a lo largo de la historia, deon-
tología y orgánica militar, instituciones, acontecimientos bélicos, perso-
nalidades militares destacadas, usos ycostumbres del pasado, particular-
mente si contiener ensenanzas o antecedentes provechosos para el
militar de hoy, el estudioso de la historia y jóvenes investigadores.
EL’ TITULO DE PRINCIPE DE ASTURIAS ”
CUMPLE SEIS SIGLOS’ ..’

einando Juan 1 de Castilla, continuaba la guerra


enfrentando a castellanos y portugueses en defen-
sa de pretendidos derechos dinásticos. De otra parte, la
rivalidad franco inglesa de la guerra de los Cien’ Años
repercutía ‘en la península ibérica. Es elocuente la reitera-
ción de lugares en todos los tiempos y en todas las guerras
sobre la misma geografía. Entonces tuvo lugar un desem-
barco inglés en La Coruña ( 1386), expediciones invasoras
por el noroeste peninsular o de refuerzo por las tradiciona-
les rutas de penetración del noroeste castellano, un cerco
de Lisboa y el saqueo de pueblos castellanos como el de
Valderas. Similar reincidencia suponen las operaciones na-
vales por el dominio del canal de la Mancha o las acciones
corsarias en el golfo de Vizcaya, a la vez que manifiestan
la pujanza naval castellana.

+$!y acia mediados, de julio de 1388, concluyó el tra-


tado de Bayona, que ponía fin al pleito dinástico,
con el matrimonio del futuro Enrique III y Catalina de
Lancáster. En septiembre de 13 88 se convocaron las Cortes
en Palencia, don- se aprobó el concertado desposorio Y
aquéllos fueron jurados herederos recibiendo el título de
Príncipes de Asturias. En esa ciudad se celebró la boda, pro-
bablemente el 17 del mismo mes. Coincidieron en la cere-
monia Enrique y su hermano Fernando, quien posterior-
mente sería elegido rey de Aragón en el Compromiso de
Caspe. Ambos hermanqs encarnaban entonces, sin saberlo,
el futuro de España, pues llegarían a’ ser abuelos de los
Reyes Católicos. Este es el precedente del título con el que
hasta la actualidad se distingue al heredero de la Corona de
España.
:
, ‘, ^
,..
erece señalarse el relato de <da ceremonia, con
& .que -se instituyó eSte título», que cita .D. José
Amador de los Ríos en su historia de.la Villa y Corte de Ma-
drid (de. 1860): «El rey don Juan. 1 mandó asentar a su hijo
el ,infante don Enrique enmedio de grandioso aparato. Lle-
gose a él, vistiole un manto, púsole un chapeo en la cabeza
y .una vara de oro en la mano, y zdándole paz, en el rostro,
le llamó Príncipe de Asturias». La sencillez del,.hecho, con-
templada con la perspectiva .de los siglos, nos -evoca esta
misnia cualidad en acontecimientos protagonizados en nues-
tros días por S.A.R. D. Felipe .de Borbón .y Grecia, Príncipe
de Asturias, de Gerona y de Viana, Duque de Montblanc,
Conde-de Cervera y Señor de Balaguer. Precisamente en este
año en que ha culminado sus estudios en las academias mili-
tares, esta REVISTA DE HISTORIA MILITAR le rinde
SU particular homenaje publicando la fotografía adjunta y
estas primeras páginas con el antecedente histórico de su
dignidad ‘antestral .
Rlil?lXET\JCIAS H~S’IYQRICAS DE MARRUECOS
EN .EL DESIER?O .SAtiARIAN6. >
por José Ramón DIEGO AGUIRRE
Cofohel de Artilleti
Licenciado en Historia,
; ‘,,

A los pocos meses de la independencia


la propaganda

Salah y zona próxima a Tombuctú.


de Marruecos, en 1956,
de Al-la1 el Fassi se extendía desde Tánger al
río Senegal y abarcaba también hasta ‘Tinduf,
El principio
Bechar, In
estabilizador pro-
pugnado por la Organización de la Unidad Africana de considerar
intangibles las fronteras surgidas del colonialismo, se impuso en
la realidad del continente africano y ha hecho posible los acuerdos
y relaciones entre países, soslayando diferencias y antagonismos
donde subyacen oposiciones ideológicas e intereses económicos que
se remontan al pasado.

Con ser evidentes los antecedentes coloniales del Maghreb (¡),


como en otras muchas regiones africanas, el análisis de este tra-
bajo, sin entrar para nada en los conflictos norteafricanos del si-
glo actual, se limita a las anteriores referencias históricas de Ma-
rruecos en el desierto sahariano, al sur y sudeste de la cordillera
del Gran Atlas. Porque a lo largo de la Historia del Norte de Afri-
ca las relaciones, expediciones e intervenciones del Maghreb (en-
tendiendo por’ Maghreb exactamente el noroeste africano) en el
desierto han tenido cierta entidad a través de los siglos, y ello
con diferente fortuna.

(1) Cfr. Víctor Morales, «Orígenes coloniales de la crisis del Maghrebn. En .Pk+
blemas de seguridad’ àe Eh-opa y Africa., Seminario Internacional de Jaca, mayo
1979.
\
10 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

HASTA LA LLEGADA DE LA DINASTIA ALAUITA

Los primeros contactos árabes con el desierto.

En la época. romana el, «limes» está fijado en el Uad Bu .Re-


greg; río entre Rabat y Salé que constituye una frontera absolu-
ta (2), dentro de la cual se encuentra Volubilis, junto a la actual
Mequinez, capital del rey Juba y sus sucesores; el resto es un país
practicamente desconocido. Tras la invasión árabe del Norte de
Africa, en el 681 Sidi Ocba ben Nafi, primer gobernador de la
provincia de Ifriquiya en nombre del califa omeya de Damasco,
realiza una incursión hasta el valle del Sus y del Dra. Franqueado
el Atlas se enfrentó con las tribus bereberes de los masmuda,
aliándose contra ellos con los bereberes zenetas. En el desierto
hizo prisioneros entre los sinhaya y ,según sus historiadores llegó
hasta El Farsía, en el nacimiento de la Saguia, donde milagrosa-
mente su caballo arañó la tierra y encontró agua, leyenda que tam-
bién fue atribuida posteriormente a un gran jefe almoravide (3).
Sidi Ocba constituye, el primer contacto árabe con los bereberes
de las zonas predesérticas y desérticas, con resultados de una
escasa islamización y ninguna arabización.

Otras expediciones de los árabes tienen lugar en el siglo VIII;


Musa ben Nusair, el gobernador que emprendió la conquista de
la España visigoda, envía en el 734 una expedición al Sus marro-
quí y al .Dra. (4). Abderrahaman ben Habib, gobernador en el 745,
hizó emprender la construcción de una línea de pozos en la pista
que iba desde los oasis del Yebel Bani, al Norte, del Dra,, hasta
Audaghost, en la Mauritania oriental, y su autoridad parece ha-
berse extendido cierto tiempo sobre una parte de los terrenos
recorridos por los sinhaya. Se produce entonces una’ islamización
del desierto a la vez que algunas tribus sinhayas se desnlazan
hacia‘el Sudán y combaten contra los negros. ‘La política de Ab-
derrahaman ben Habib prueba que habia ya un tráfico caravane-

(2) Robert Rezette, «Le Sahara occidental et les frontibres marocaines.. Nouve-
lles Editions Latines, Paris, 1975.
(3) Cfr. Frédkic de La Chapelle, aEsquisse d’une histoire du Sahara occiden-
tab. En «HespérisD ll, 1930.
(4) Francisco Lorenzo Díaz del Ribera, aEt Sahara occidental. Pasado, y pre-
s&te=, Ed. Gisa, Madrid, 1975.
REFERENCIAS. H ISTORICAS DE MARRUECOS 1.’

ro transahariano de cierta importancia (5). Pero después de estas


incursiones los árabes no reaparecen en el desierto hasta el, si-
glo XIII.

El reino de Fez.

Mientras tanto en el Norte, Idris (7%791), un descendiente de


Ah, yerno del Profeta, y por tanto de linaje chorfa, escapando
de las persecuciones de los califas abasidas de Bagdad, creaba un
pequeño principado con una población de mayoría bereber, y
abandonando la antigua capital romana, Volubilis, ya medio en
ruinas, su hijo Idris II, muerto en el 828, establecia la capitalidad
en Fez y enviaba. sus tropas hasta el país masmuda en el ‘Alto
Atlas, al sur de la futura Marraqués, convirtiendo al Islam a las
poblaciones (6).

Sin embargo, los idrisitas se desentienden del desierto y el


Sahara solo es alcanzado por el este; hacia el 757 los miknasa,
emparentados con los bereberes zenetas y pertenecientes a la sec-
ta islámica disidente de los jareiyitas, fundan el pequeño reino
de Sijildmassa en el Tafilelt; esta ciudad, hoy desaparecida, está
llamada a desempeñar un importante papel como centro comer-
cial y cultural. Desde allí sus pobladores se extienden hasta los
oasis saharianos y establecen impuestos en el Dra (7).

Durante los siglos IX y x solo hay contactos comerciales desde


el desierto con el reino establecido en Fez, que a causa de las
disensiones entre los idrisitas entra en un estado .de fragmen-
.’
tación.

Nuevas aportaciones árabes y reaccidn mhariana.

Las regiones del Maghreb sufren en el siglo XI’ la invasión de


los árabes Beni Hila1 y otros grupos, enviados por los califas
fatimitas de Egipto a la conquista de Túnez,- los cuales arruinan
,
(5) La Chapelle, o. c.
(6) Rezette, o. c.
(7) La Chapelle, o. c.
12 ,JOSE RAMON DiEGO AGUIRRE

la ‘agricultura y obligan a las ciudades a refugiarse tras ‘sus mu-


rallas; en medio de la anarquía, ,de los hilalíes no queda rastro al-
guno de Estado constituido.

Paradójicamente es desde el fondo del desierto desde donde


surje el empuje necesario para reunificar todo el Maghreb median-
te la epopeya almorávide, cuyos componentes son principalmen-
te. sinhayas. Yahia ben Ibraim, el primero de sus jefes, se atrae
a las diversas’ tribus. sbereberes y emprende la guerra santá. En el
1053 conquistan Sijildmassa y en el 1054 recuperan dé los negros
Audaghost, en el extremo,‘opuesto, controlando así la ruta del
oro, procedente de 1as;minas del alto Senegal. En el 1061 Yusef
ben ,Tachfin funda Mar-raques e instala allí sú capital y en el
1069 conquista Fez. Abubeker somete el reino negro de Ghana
en 1076 y Ias regiones del Senegal y del Níger con sus recursos
auríferos. Con la petición de ‘ayuda hecha por los reyes de taifas
de Sevilla, Badajoz y Granada, los almorávides se trasladan a la
Península Ibérica y al vencer a Alfonso VI en Zalaca, el año 1086,
dominan un inmenso imperio que se extiende desde el Níger hasta
Castilla. Es así. como ,la relación, y la unión del desierto con el
Maghreb se realiza, de sur a norte, no de norte a sur.

Pero los almorávides se desinteresan del ‘Sahara, su cuna de


origen, y paulatinamente‘ se desintegran. A la muerte de Ali ben
Yusef, en 1143, los bereberes montañeses masmuda se rebelan y
toman Marraqués en 1147. Surge una nueva concepci& islámica,
el movimiento almohade, los defensores del «único», que bajo la di-
rección religiosa del «mahdi» Ibn Tumert se impone en todo el
Maghreb. Abd el Mumin llega hasta Bujía en el 1152 y lo mismo
que los almorávides también se hacen dueños de p,arte de la Pe-
nínsula Ibérica, hasta la derrota en Las Navas de Tolosa en 1212.
El último soberano almohade, Abu Debbus, muere en Marraqués
en 1269.
,. ’
Sobre las ruinas del imperio almohade, una tribu de los zene-
tas, los Beni Merin, que se habían mantenido en el Tuat, funda
una nueva dinastía. Abu Yahia conquista ,Fez-,en ‘1248 y el Sus en
1269 y los merinidas intervienen también en la Península a favor
del reino nazarita de Granada, siendo derrotados más tarde por
Alfonso XI en la batalla del Salado en 1340.
EL DESIERTO-DEL SiltiARA '.
TAFILELT
o Marraqués -

oTagaza

OChinguetti ‘.
MAURITANIA oArauan

Croquis con la situación de los toponímicos citados en el texto


14 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

Arabizacidn del Sahara.

Pero los merinidas no tienen intervención directa en el desier-


to; ‘sin embargo, un grupó de tribus árabes, los Beni Maquil, llega-
dos en el siglo XI en compañía de los Beni Hilal, como ya se ha
citado, invaden el Sahara procedentes de Tripolitania y se insta-
lan en el Tuat, sometiendo a los habitantes zenetas o expulsándo-
les hacia el Sudán o Mauritania. ‘Entre el 1220 y el 1250 alcanzan
el valle del, Sus y el Dra, llegando hasta el Atlántico. Rechazados.
por el Sultán merinida Abu Yacub Yusef al Sur del Dra (8), van,
a disgregarse por el Sahara, y Mauritania en el siglo XIV.

Los Beni Maqui1 fueron en el sur instrumento de la domina-


ción de los nuevos sultanes y sus perceptores ,de impuestos, pero
se dedicaban al robo y al pillaje y a partir de 1270 la inseguridad
reinaba en todas las pistas; representaban un grave peligro para
el gobierno de Fez en su intento de emigrar hacia el norte en bus-
ca de los más ricos valles del Atlántico, por lo que los merinidas
establecen puestos de vigilancia en los pasos del Anti Atlas y des-
de fines del siglo XIII emprenden expediciones contra los Beni Ma-
quil en Sijildmassa, en el Dra y hasta en la Saguia el Hamra (9).
Los Maqui1 se encuentran, pues, en constante oposición a los be-
reberes, pero no tenían un jefe, capaz de. dirigirlos y solo propa-
gaban la anarquía: los árabes del Dra serán poco a poco recha-
zados hacia el desierto (10).

Por causa de estas represalias o en busca de terrenos .de pas-


tos, estos árabes nómadas se ponen en movimiento lentamente
hacia el sur en los siglos XIV y xv, no como una invasión en masa,
sino en pequeños grupos, desbordando o subyugando a los sin-
hayas bereberes y llegando hasta el recodo del Níger. Los Beni
Hassan de los Maqui1 son los que más se infiltran hacia el sur y
todos se integran en la sociedad sahariana produciéndose una’
simbiosis entre árabes y bereberes. Es falso, por tanto, que los
Maqui1 conquistaran el Sahara en nombre del Sultán (ll). Esta

(8) Rezette, o. c.
(9) La Chapelle, o. c.
(10) Robert Montagne, aLes berbbres et le Makhzen dans le Sud du Marocn.
Ed. Fklix Alcan, París, 1930.
(ll) Gouvemement Mauritanien, C&Z République Islamigue de Mauritanie et
le Royaume du Marocm, Nuakchott, 1960.
REFERENCIAS, HISTORICAS DE MARRUECOS 15

es la verdadera arabización del desierto, muy postkior corno se


ve .a la; invas’ión‘ del siglo VII y llévada a cabo por árabes nómadas
enemigos de los bereberes’-del norte.

&os sultanes’ satiditds.

Durante el siglo xv comienza la implantación de los cristianos


cn. las plazas costeras, ‘Ceuta, Mazagán, Santa Cruz .del Cabo ..&
Guk (Agadir), Santa Cruz de Mar Pequeña, etc., así como en al:
gunas otras del Mediterráneo. Los sultanes merinidas, después
del, fracaso de su intervención en España, se ,concentran en el
dominio ‘;d&l &laghreb. Abu el Hakan ocupa’ Tlemcén, capital del
reino establecido en Argelia occidental por, los abdaluadíes y más
tarde ‘Túnez en 1347.

Pero el sultanato merinida, agotado por diversas ekpedkiones


de conquista, no pudo ‘ya rehacerse en la segunda mitad del XIV.
Fúncionarios y ;oficiales del Majzen gobernaban el país y ti co-
mienzos del siglo xv los Beni Uattas se imponen en la administka-
ción y crean en 1465 una dinastía propia, cuya autoridad se limi-
ta ~610 .a los alrededores de Fez; en las restantes zonas dominan
sectas imbuidas ,.de ‘un gran fanatismo religioso. Este movimiento
de los morabitos, sobre todo en el sur desde finales del XIV, se
produce ante ,la decadencia de los merinidas hasta la ‘llegada, de
los alauitas en el siglo XVII.

La proclamación de la expulsión de los cristianos como obje-


tivo político capaz de unir a místicos, jurisconsultos y campesi-
nos, fue obra de la familia de los Beni Saad, originarios de la
región del Dra, que consiguen los primeros éxitos contra los por-
tugueses en las ciudades del Marruecos meridional (12). Los Beni
Saad de Tagmadert, de linaje chorfa, portadores de «baraka», fue-
ron llamados en medio de la anarquía política del Sus por ,las po-
blaciones bereberes para dirigirla guerra santa. &os sultanes. sa+
ditas se instalan en el Sus y ponen su capital en Tarudant, aun-
que han conquistado Marraqués en 1524. En 1541 reconquistan
Agadir de 10’s portu&ieses. y‘$n 1542, Safi. Mohatied ~1 Meedi, uno
(12) cfr. Gusta; E. voh Grunebaui; «EI Islum~; en Histka Univ&& &3. Si-
‘,
glo XXI, tomo 15, Madrid, 1979.
16 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

de los sultanes .saaditas, expulsa a los Beni Uattas de Fez en 1549


y en 1554 vence a los turcos, con lo que -la expansión .otom.ana
queda detenida en la Argelia occidental.

Pero al mismo tiempo, cuando los sultanes por sus exigencias


e impuestos se convierten en una carga, dejan de ser a los ojos
de los bereberes jefes de guerra y se levantan contra su autoridad.
Ello explica la constante efervescencia del Sus y que el Majzen no
haya conseguido ejercer su acción en la montaña más que de una
forma indirecta, salvo duránte la dinastía ~tilmohade, limitándose
a ocupar las llanuras (13).
.
La reconquista .total de España por los cristianos y la 1Iegada
de los turcos a Argelia cerraba el paso a estas regione?,. que ha-
bían sido campo de las actividades políticas y económicas de di-
nastías anteriores. Desde entonces era lógico que el desenvolvimien-
to del comercio a través del Sahara occidental y hacia los países
subtropicales atrajera el interés de los sultanes a causa del ‘oro
de la cuenca del Níger, de la sal y de los esclavos negros, entre
otros productos; y ello a pesar de, una contestación siempre la-
tente en el propio sur de Marruecos, como se ha citado.

@s sultanes saadjtas intervinieron en el Tuat y Gurara de


1526 a 1546 y después de 1581 a 1604.,Mule$ Mohtimcd el Mutaua-
kil reclama al príncipe negro de los Songhai que reinaba en Gao,
el usufructo de las minas de sal de Tagaza, en el actual Malí,
pero por toda respuesta éste envió 2.000 tuareg que asolaron el
alto Dra. En 1557 el gobernador negro de Tagaza fue asesinado
por marroquíes, que saquearon incluso una caravana de sal y la
mina fue abandonada por la de Taudenni. En 1566 el Sultán pase
a la Saguia el Hamra a la cabeza de 1.800 caballos y se dirigió a
Uadán para marchar contra los negros, aliado con los árabes Ma-
quil, pero habiendo sabido que un gran ejército venía a cerrarle
el paso hacia el Níger, regresó a Marruecos (14).

El Mutauakil es depuesto por su tío Abd El Malik (1574-‘1578)


y solicita la ayuda del rey don Sebastián de Portugal contra su
(13) Moñtagne, o. c.
(14) Cfr. Maurice Barbier, aLe conflit du SU~WU occidentalu, Ed. L’Hamattan,
Paris, 1982. Rachid Lazrak, nL.e contentiew territorial entre le Maroc et I’Espagnen,
Dar el Kitab, Casablanca, 1974. La Chape%, O. c., cap. IX, Intervención de los
sultanes de Marruecos en el Sahara.
280

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Del ((ATLAS. Geografía e Historia». Ediciones SALMA, S. A. Madrid 1977


REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 17

pariente, que es un protegido de los turcos. En la batalla de Al,


cazarquivir desaparecen los tres reyes, lo que más tarde supon-
dría la unión dinástica de España y Portugal en la persona de
Felipe II, heredero de los derechos de don Sebastián.

Después de estas alteraciones, en Marruecos sube al trono Mu-


ley Ahmed, hermano de Abd El Malik, luego apodado AZ Mansw
(1578-1603). Este envía una expedición en 1581 que ocupa el Tuat
sublevado; en 1584 envía otra que se dirige al Adrar y que es
combatida por las tribus del Dra. El ejército, demasiado nume-
roso, estuvo expuesto a morir de sed, no pasando de Atar, y se
batió en retirada sin haber operado (15).

Posteriormente un destacamento de 200 hombres ocupa la mina


de Tagaza; pero los proyectos de Muley Ahmed AZ Mansur son más
ambiciosos y aspira a dominar el imperio negro de los Songhai
en la curva del Níger. El Sultán necesitaba la sal gema, las pieles
y el oro para su comercio con Inglaterra y Holanda, de donde
recibía madera, telas y armas. A la importancia de los productos
subtropicales se añadía la caña de azúcar del Sus y las activida-
des corsarias de los piratas de Rabat y Salé. En este marco es
donde se organiza la gran expedición de conquista del Sudán en
1591 al mando de Djuder Pachá (16). La destrucción del imperio
de los Songhai y la conquista de Tombuctú y Gao supuso la
aportación de oro a Marruecos, pero también la ruptura de los
circuitos por los que se recibía el preciado metal, procedente de
zonas lejanas en el Bambuk, Falemé y alto Senegal. (Véase croquis
de la página 13).

Hasta 1600, 23.000 hombres fueron enviados sucesivamente


como refuerzo al Sudán, pero los sultanes saaditas se desenten-
dieron poco a poco de estos lejanos dominios, que no proporcio-
naban todo el oro necesario. A partir de 1612 los pachás de Tom-
buctú son elegidos por el propio ejército; en 1620 el Sultán Zaidan
Al Nasir (1603-1628), renuncia a designar estos cargos y en 1618
el último contingente de 400 hombres atraviesa todavía el desier-
(15) Ibídem. Tambitn «La République Zslumique de Mauritanie...».
(16) Cfr. Ferrán Iniesta, «Djuder Pachá, el andaluz que conquistd Tombuctún,
en «Historia 16)) núm. 57. Henri de Castries, «La conquête du Soudan par Ie
Mansour», en «Hespéris», 3, París, 1923. Maurice Delafosse, «Les relations du Maroc
avec le Soudan à travers les âges», en «Hespéris», 4, París, 1924. Joaquín Portillo
Togores, «La expedición militar del Bacha-Yaudar a través del Sahara», en Revista
de Historia Militar, núms. 30, 31 ~‘37, Madrid, 1971, 1974.
2
18 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

to. En 1660 se dejará de hacer la oración en nombre del Sultän


en las mezquitas del Níger y entre 1737-1740 las poblaciones pa-
gan tributos a los tuareg, que se instalan en Gao en 1770 (17).

A la muerte de Al Ma~sur la impotencia de los saaditas es de-


finitiva y los pretendientes al trono se refugian en el Sus como
candidatos, buscando seguidores entre la población bereber y los
morabitos. Los sucesores de Muley Zaidan sólo tuvieron una som-
bra de poder. Ya en 1610 un hermano del Sultán se había decla-
rado independiente en Fez, las ciudades de Rabat y Salé se con-
virtieron en autónomos centros de piratería y a partir de 1627
en república independiente. El último sultán saadita es Muley El
Abbas, cuando Marruecos ha vuelto a un estado total de anarquía.

LOS SULTANES ALAUITAS Y SUS INTERVENCIONES EN EL


DESIERTO

La dinastía saadita no poseía arraigo en el Maghreb y ante


la desintegración del Majzen, una familia venida de Arabia en el
siglo XIII, descendiente del Profeta y asentada en el Tafilelt. se
proclama sucesora d-p los saaditas. Son los alauitas, que cuentrm
entre sus antepasados a Ali, yerno de Mahoma. Los primeros alaui-
tas sólo eran «mtrjahidin», jefes de guerra santa, y no tenían re-
lación ni dependencia con los morabitos religiosos, que tanto ha-
bían actuado en el período anterior.

El primer jefe de la dinastía es Muley Mohamed ben Cherif


(1640-1664), en la cronología oficial marroquí Mohamrd 1. Moha-
med ben Cherif vino al Tuat en 1645 y en 1652 para instalar allí
guarniciones y gobernadores y sus sucesores mantuvieron más o
menos su autoridad sobre los oasis, vigilando la percepción de
impuestos.

Muley Rachid (1664-1672) desplaza a su hermano Mohamed y


está considerado como el verdadero fundador de la dinastía: con
él los alauitas ocupan Fez en 1666, luego Marraqués y despu&
conquistan las ciudades del Sus, Tarudant, Ifran, Tagaos, Agadir
(17) Cfr. La Chapelb, o. c. y aLa République Islamique de Mauritanie...».
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 19

e Ilirh. Muley Rachid restablece la unión de Sijildmassa con Fez


y reanuda la relación con el sur sahariano enviando una expedi-
ción a Uadán en 1665 y otra a Tichit (18); en 1672 contingenies
cherifianos fueron puestos a disposición del emir de Trarza. Se-
gún La Chapelle en 1670 persiguió hasta el Níger a un morabito
disidente del Sus, que sólo se salvó por su alianza con un jefe
negro.

Muley Ismail (1672-1727) hermano de Rachid, de ascendencia


sahariana por su madre, es probablemente el Sultán que más in-
tervención tuvo en el desierto, según diversas fuentes. Consolidó
la dinastía alauita y reconquistó Tánger de los ingleses, a cuyo po-
der había pasado en 1661 bajo Carlos II, recuperando también
Larache y Arcila. Instala su capital en Mequinez y mantiene fijos
a los turcos en Argelia, al tiempo que durante una larga época
mantiene embajadores y proyectos comerciales con Luis XIV de
Francia.

Respecto a sus intervenciones saharianas, en 1672 acude en


socorro del emir de Trarza a quien amenazaban los negros tolba
del Senegal. En 1678 realiza una expedición al Adrar y en 1679
una visita de inspección lleva a Ismail hasta Chinguetti, la ciudad
santa de esa región, donde deja un gobernador marroquí, y a
Tichit. (Véase croquis de la página 13).

Se casó con una hija del emir de Brakna e invistió a Addi,


jefe de los árabes Hassan de Trarza, con el título de emir (19).
Desde 1672 Ismail había enviado a su sobrino Ahmed a Tombuciú
para reafirmar la perdida autoridad de los sultanes en los tiem-
pos de Al Mansur (1591); Ahmed,permaneció allí bastantes años
formando tropas negras para la guardia del Sultán, que luego eran
enviadas hasta Marruecos. En 1680 los Hassan del Tagant, en
guerra contra los negros y los bereberes Ida u Aich, acuden a ls-
mail, quien encarga a su sobrino Ahmed arbitrar sus diferencias;
en la misma época se registra una expedición a la mina de Tapa-
za obteniendo un importante botín (20). Entre 1703 y 1727, Ali
Chandora, jefe de las tribus Hassan y emir de Trarza, en lucha
con los Brakna, los Ulad Rizg y los europeos de la costa del Se-
negal, viaja a Mequinez para pedir la intervención de Ismail, ob-
(18) Lazrak y Rezette, o. c.
(19) Ibídem.
(20) Cfr. La Chapelle y Rezette.
20 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

teniendo fuerzas y subsidios. En Tagaza mandaba un caid del


Sultán en 1694 y éste también envió gobernadores al Tuat de
1676 a 1727, cobrando impuestos y vigilando el curso del oro. Al
mismo tiempo los moros de Trarza y los Maqui1 de Brakna tenían
al Sultán como su jefe espiritual (21).

Sin embargo, esta indudable influencia de Ismail en el de-


sierto, sobre todo en el Sahara argelino (Tuat), en el de Malí (Ta-
gaza, Tombuctú) y en el mauritano (Adrar, Chinguetti, Trarza,
Brakna y Tagant) no supone un dominio continuado ni una in-
tegración de estas regiones o ciudades en el Majzen, sino una se-
rie de intervenciones episódicas y discontinuas. La infiltracion
sahariana de. tribus árabes culmina en la integración con los be-
reberes durante el siglo XVII y en la constitución de los emiratos
de Trarza, Brakna, Tagant y Adrar en Mauritania, agrupaciones
sociales de plena soberanía que a veces guardan con el Sultán una
relación de jefatura religiosa, de arbitraje o de alianza y petición
de ayuda, según las épocas, e inclusive reciben una investidura
en un contexto político muy similar al mantenido por las nado-
nes y príncipes europeos con el Papado durante la Edad Media o
el Renacimiento.

Según una interpretación mauritana (22) Muley Rachid en sus


dominios no pasó del Sus y del Anti Atlas y las expediciones de
Muley Ismail al desierto sólo tenían por objeto la busqueda de
oro, marfil y esclavos o soldados negros. Según esta interpreta-
ción se constituye entre el bled el Majzen, o territorio del gobier-
no, y el Sahara una zona de dominaciones’ locales y el hecho de
enviar cartas de investidura a jefes saharianos no significa un
ejercicio de autoridad sobre ellos sino una propaganda de dudosa
eficacia, contrarrestada por la’ negación al pago del diezmo al-
coránico.

‘Digamos también que estas relaciones en manera alguna se


extienden a la Saguia el Hamra y a Río de Oro, en donde no se
realizan expediciones puesto que eran detenidas por las tribus
del Sus, del Nun o del Dra no sometidas a los sultanes, quienes
no podían descender hacia el sur siguiendo la ruta costera y de-
bían emprender rumbos más orientales (23):
(21) Díaz del Ribero, o. C.
(22) aRépublique Islamigue...>, o. c. en nota ll.
(23) Cfr. Maurice Barbier, o. c., p. 42.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 21

La secesión del Sus en tiempos de Ismail, frecuente también


en otras épocas, la realiza su sobrino Ahmed ben Mahrez, quien
se titula rey del Sus, se encierra en Marraqués y divide la región
en dos provincias, Tarudant e Ilirch, al tiempo que intriga con
los enemigos turcos. La victoria final de Ismail supone la susti-
tución de muchos habitantes por pobladores rifeños.

A la muerte del Sultán las turbulentas pretensiones sucesorias


de sus hijos están a punto de hacer desaparecer el imperio. De
1727 a 1757 tienen lugar no menos de doce proclamaciones de
sultanes y el reino se divide en varias provincias. Siguiendo la
cronología oficial marroquí, en diversas épocas se imponen Muley
Ahmed ed Dahabi (1727-1729), Muley Abd El Malik (172%1729),
Muley Ali (1734), Sidi Mohamed (II) (1737), Muley El Mostadi
(1738), Muley Zine El Abidine (1741).

Muley Abdallah (1729-1757) es seis veces proclamado y cinco


puesto en fuga ante sus enemigos. Abdallah se refugia en el Uad
Nun y el Sur recupera su libertad. Toda la labor de Muley Ismail
se ha venido abajo; el Tuat se rebela y las caravanas toman una
ruta más al este. Marruecos sufre la competencia de los turcos
en oriente y de los franceses en el Senegal.

En 1757 Sidi Mohamed (III) ben Abdallah, un nieto de Muley


Ismail, restablece la unidad de Marruecos y el comercio con el
sur entre 1757 y 1790, época de su sultanato. Expulsa a los por-
tugueses de Mazagán en 1769 y construye en Mogador un puerto
franco, para cerrar Agadir y la costa de los bereberes al comercio
con Europa y los EE.UU. A Mogador se dirigen, pues, las mer-
cancías procedentes del Sudán. En 1769 envía una expedición a
Tichit, pero dentro de su mismo reino el territorio del Anti Atlas
está considerado como bled siba, es decir la región de la revuelta
donde no se respeta al Sultán, en contraposición al bled el Mc;j-
zeyt, el territorio del gobierno. Mohamed ben Abdallah empujaba
hacia el sur de esta cadena montañosa a todos los jefes de las
«zauias», las escuelas religiosas, rebeldes durante los períodos de
anarquía.

Se registran todavía dos expediciones más al desierto promo-


vidas por sultanes posteriores, a los que nos referiremos más ade-
lante. En 1808, Muley Slimane envía una al Tuat, que no pagaba
22 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

impuestos al Sultán desde hacía tiempo. En 1823 Muley Abderra-


haman exige al Tuat y Tidikelt (región central del actual Sahara
argelino) el reconocimiento de la autoridad del Sultán (24). Tén-
gase en cuenta que en tales años todavía no había ningún poder
constituido en el desierto argelino.

LOS TRATADOS INTERNACIONALES EN LOS


SIGLOS XVIII Y XIX

Los tratados con España durante los reinados de


Carlos III y Carlos IV.

Esta situación de desgobierno se confirma en los diversos tt.a-


tados internacionales entre Marruecos y distintas potencias eurcl-
peas. La navegación por las costas del Sahara resultaba peligrosa
y eran frecuentes los naufragios y cautividad de las tripulaciones,
lo que llevó a solicitar de los sultanes ayuda y libertad de acción
para poder salvar a los náufragos y liberar a los prisioneros. No
menos de 30 navíos se perdieron entre 1790 y 1806, ingleses, fran-
ceses, americanos y holandeses.

El primero de estos tratados fue firmado en Marraqués el 28


de mayo de 1767 entre Mohamed III y Carlos III de España. Se
trataría a los náufragos de la forma más hospitalaria y se inten-
taría salvar las embarcaciones, no haciendo pagar por los traha-
jos y operaciones de salvamento más que un justo precio, lo que
excluía todo rescate, como había sido el caso frecuente. Pero es-
tas disposiciones no especificaban en qué regiones de Marruecos
eran aplicables. Por el contrario, el artículo 18 dejaba a España
la libertad de fundar un establecimiento al sur del Uad Nun,
pero sin conceder ninguna garantía en materia de seguridad.
US. M. Imperial se abstiene de deliberar con respecto al estable-
cimiento que S. M. Católica quiere formar al sur del río Nun, pues
no puede hacerse responsable de los accidentes y de las desgracias
que pudieran producirse, ya que su soberanía no se extiende hasta

(24) Robert Rezette, o. c.


,

REFERENCIAS H ISTORICAS DE MARRUECOS 23

allí y que las poblaciones vagabundas y feroces que habitan ese


país han causado siempre perjuicios a las gentes de Canarias y aun
les han reducido a cautividad».

La tesis marroquí supone que se había efectuado una mala tra-


ducción por parte española, debiendo decir dominios donde decía
soberanía, en el sentido de que la palabra dominios significa bie-
nes sometidos al Majzen. En los siglos XVIII y XIX, allí donde se
establecía la revuelta surgía el bled siba, como era el caso de los
territorios del Nun y más al norte, que escapaba a la autoridad
del Sultán, pues se situaba fuera de sus dominios. Para eludir las
pretensiones ejercidas sobre él, el Sultán ha aceptado decir que
su autoridad no se ejercía al sur del Uad Nun porque eran regio-
nes disidentes (25). De todas formas podemos preguntarnos, como
lo hacen las obras citadas, por qué las potencias europeas, y en
este caso España, solicitaban del Sultán acuerdos para fundar es-
tablecimientos en zonas donde no existía autoridad.

Con Muley Yazid (1790-1792) hijo de Sidi Mohamed ben Abda-


llah y Muley Slimane (1792-1822), hermano del anterior, se reafir-
ma el espíritu religioso y Marruecos se aisla del exterior. Este úl-
timo Sultán firma con Carlos IV de España el tratado de Mequi-
nez de 1 de marzo de 1799, relativo también a las seguridades de
la navegación. Según el artículo 22 «Si algtín navío español naufra-
gase sobre el río Nun y su costa, S. M. marroquí, aunque no pose-
yendo la soberanía, promete, sin embargo, emplear los medios más
propios y eficaces para salvar y libertar a las tripulaciones y a las
otras personas que hubieran tenido la desgracia de caer en las
manos de los habitantes de esos lugares». Parece deducirse clara-
mente que el Sultán sólo disponía de un poder indirecto o de cicr-
tas prerrogativas sobre los habitantes del Uad Nun, para lograr la
liberación de los cautivos, pero no de un dominio efectivo. La crí-
tica marroquí (26) hace una traducción distinta y alega que el ver-
dadero contenido es que «S. M. marroquí no ejerce allí su domi-
nación» y que el Sultán no podía comprometerse a liberar a las
tripulaciones en estas regiones, si escapasen a su soberanía. Para
esta posición está claro que los territorios del sur del Nun, aun
estando unidos a Marruecos, no acataban la autoridad efectiva del
soberano porque constituían una parte del bled siba.
(25) Cfr. Lazrak y Al-Ial el Fassi, «Liwe rouge et documentaires», pp. 13 y 14.
Ed. Peretti, Tánger. 1961. Para los tratados con España, Rouard du Card, «Les
relations de Z’Espagne et du Maroc pendant le XVIII” siècle», París, 1905.
(26) Lazrak, o. c.
24 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

El Sultán Muley Slimane prohibe en 1817 la piratería, prohibi-


ción que es levantada en 1829 por su sucesor ,Muley Abderraha-
man (1822-1859), lo que supone más tarde la destrucción de la
flota marroquí por Austria. En esta época de Abderrahaman la su-
misión de las tribus del sur es muy incierta: el chej de Tazerualt,
Sidi Hossein, y la familia Ulad Beiruk de Egleimin (Goulimin) se
‘unen con objeto de posibilitar la creación de una factoría europea
sobre la costa para escapar al control del Majzen, que ha impues-
to su dominio comercial con la creación del puerto de Mogador (27).
Con ello coincide la apreciación del historiador marroquí Al Sa-
laui en 1832, según la cual «Za región del Maghreb AZ Aqsa está
limitada al Sur por el Atlas» (28).

Otros tratados con Inglaterra, España y Francia.

A mediados de siglo, los privilegios y monopolios establecidos


para fomentar el comercio no trajeron consigo una mejora de la
situación financiera por la carencia de una saneada administra-
ción central. Los tratados comerciales con Inglaterra en 1856 y
con Francia en 1863 obligaron a Marruecos a abrirse de nuevo
al comercio europeo.

Respecto al primero, firmado en Tánger el 9 de diciembre, en


su artículo 33 distinguía que «Si un navío inglés naufragase sobre
un punto cualquiera de los Estados del Sultán de Marruecos, te-
nía derecho a todos los cuidados y todas las asistencias que lle-
van consigo los deberes de la amistad. Pero si un navío inglés
naufragase en el Uad Nun o en cualquier otro punto de este pata-
je, el Sultán de Marruecos usaría de su autoridad para salvar
y proteger al capitán y a la tripulación hasta el retorno a su país».
Había, pues, una distinción evidente entre los Estados del Sultán
y aquellos territorios donde usaría de su autoridad para salvar
a los náufragos.

A Muley Abderrahaman sucede su hijo Sidi Mohamed IV (1859.


1873), quien sufre una derrota ante España en 1860 en la ya
conocida guerra de Africa, lo que supone para Marruecos indem-

(27) Cfr. Montagne, o. c.


(28) Al Salaui,, &itab al Zstiqsa U, citado en «La R&h.tblique Zslamique...», o. c.
Maghreb Al Aqsa; el Occidente extremo, es decir, Marruecos.
REFERENCIAS H ISTORICAS DE MARRUECOS 2.5

nizaciones y una pérdida territorial teórica con la cesión de Santa


Cruz de Mar Pequeña, no ocupada hasta 1934 (Ifni). La dependencia
marroquí de Europa se incrementa con los primeros empréstitos
a los que ha de recurrir el Sultán en 1861 y 1862, bajo la garantía
de los ingresos aduaneros.

El 20 de diciembre de 1861 Marruecos firma con España el


tratado de Madrid, cuyo artículo 38 distinguía, lo mismo que el
firmado con Inglaterra en 1856, que si un navío español naufra-
gase en un punto cualquiera de las costas de Marruecos debería
ser respetado y protegido, conservado y restituido con toda su
carga y la tripulación tendría plena libertad para circular. Pero
si un navío español naufragase en el Uad Nun o en cualquier otro
punto de esta costa, el rey de Marruecos emplearía todo su poder
para salvar al capitán y a la tripulación hasta la vuelta a su país.

Hay quien argumenta para quitar validez a todos estos trata-


dos vistos, haciendo de la necesidad virtud, concluyendo que el
hecho de que las potencias europeas hayan insistido para ver al
Sultán comprometerse, bien en concesiones al sur del Uad Nun,
bien en usar de su autoridad para liberar a europeos prisioneros
de los autóctonos, demuestra que las regiones al sur del citado
río, si no estaban sometidas a la autoridad directa del Majzen,
dependían de su soberanía (29).

En junio de 1830 había comenzado la conquista de Argelia por


los franceses bajo Carlos X, conquista impulsada por motivos co-
merciales principalmente, que se ve detenida por la caída de los
Borbones en julio. La monarquía burguesa de Luis Felipe no ve
con buenos ojos esta aventura colonial que no prosigue hasta
1840. El General Bugeaud combate entonces la resistencia de los
nativos, protagonizada sobre todo por Abdelkader Yazairi, emir
de una confederación de tribus. En Orán, Argel’ y Constantina se
instala una oligarquía mercantil y administrativa mientras que
en Mitidja y Aurès los colonos franceses de Marsella y Alsacia son
los propietarios de la tierra. La estrategia colonial basada en la
extensión de la «mancha de aceite» va a dar a Francia el dominio
de todo el norte argelino (30). En 1848 había asentados unos
100.000 colonos, cuando se producen las deportaciones de traba-
jadores republicanos; en 1870 habrá 225.000.
(29) Lazrak, o. c.
(30) Víctor Morales, o. c.
26 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

En 1844 Marruecos interviene en Argelia atacando a fuerzas


francesas y el General Bugeaud vence a un poderoso ejército de
60.000 hombres en la batalla de Isly. El 10 de septiembre el tra-
tado de Tánger pone fin al enfrentamiento franco-marroquí se:
ñalando también que la delimitación de las fronteras quedará fi-
jada conforme al estado de cosas reconocido por el gobierno Alauita
en la época de la dominación de los turcos en Argelia. Porteriormen-
te, el 18 de marzo de 1845 el tratado de Lalla-Marnia señala la
frontera común pero dejando sin especificar diferentes tramos.
En una primera sección desde el mar a Teniet-Sassi los límites
se fijaban con detalle, pero desde Teniet-Sassi a Figuig el tratado
no establecía ninguna separación territorial puesto que la tierra
no se trabajaba y los árabes sólo iban allí en busca de agua y pas-
tos. Otros artículos procedían a la repartición de tribus y pobla-
dos según la antigua costumbre establecida por el tiempo, pero
de una forma muy indefinida. Al sur de Figuig (Véase croquis de
la página 30) el tratado sentaba el principio de ausencia de fronteras
puesto que era el desierto propiamente dicho, inhabitable y sin
agua y la delimitación sería superflua. Posteriormente, en 1901,
1902 y 1910 se firmarían diversos protocolos sobre este mismo tema,
pero sin fijar tampoco definitivamente muchos extremos (31). Estas
imprecisiones son el origen de conflictos más recientes.

(31) Cfr. Marc-Robert Thomas, «Sahaua et communnuté*, Presses Universitai.


res dt: France, Paris, 1960. Al-la1 el Fassi, o. C.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 27

MULEY HASSAN I Y LOS INTERESES EUROPEOS


EN EL DESIERTO

La expedición de 1882.

En 1873 sube al trono Muley Hassan 1 (18731894), hijo &


Sidi Mohamed IV, quien va a emprender dos nuevas campanas
de expansión, al tiempo que intenta reafirmar el poder cherifiano
en los territorios del este y del sudeste. Había varias causas para
la intervención de Muley Hassan en los territorios meridionales.
Ya cuando era jalifa de su padre, en 1863, se había enfrentado
con Sidi Hossein ben Hachem, jefe del Tazerualt, teniendo que
retirarse porque el disidente disponía de fuerzas superiores (32).
La secesión del sur era evidente y el nuevo Sultán se veía en la
necesidad de imponer su autoridad a aquellas tribus que desde
hacía mucho tiempo no reconocían el poder del Majzen (33).

Por otra parte, la presencia de los europeos era preocupante


para el Sultán. El escocés Donald Mackenzie había establecido
una factoría comercial en Cabo Juby desde 1876. Marruecos ha-
bía protestado por boca de su ministro, Si Mohamed Bargach,
mientras que el representante inglés ante el Sultán, Hay, había
escrito a Mackenzie para ponerle en guardia contra un precedente
que podía suscitar las iniciativas francesas y españolas sobre la
zona, como así ocurrió luego. A causa de la insistencia de Ma-
ckenzie el gobierno británico intervino ante el Majzen, lo que has-
ta cierto punto era un reconocimiento de la soberanía marroquí,
pero el Sultán declaró no poseer allí ningún control, aun afirman-
do que la región dependía de su autoridad. Bargach puntualizó
en tal ocasión que todo el Sahara poblado por musulmanes per-
tenecía en virtud del «cheraa» al Sultán de Marruecos, que había
reafirmado su soberanía en el transcurso de los años (34).

Al mismo tiempo, los alemanes trataban de instalarse en la


región de Uad Nun, queriendo crear un establecimiento perma-
(32) Cfr. Montagne y E. Gérenton, «Les expéditions de Moulay El Hassan dans
te Sous (1882~1886)», en Renseignements Coloniaux, suplemento de al’Afrique Fran-
caisen, septiembre, 1924.
(33) Cfr. Díaz del Ribero que cita a Ahmed Al Nasiri, traducción de E. Fumey
en Archives Marocaines, 1906-1907.
(34) Lazrak, o. c.
28 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

nente y firmar acuerdos de protectorado con los jefes de las tri-


bus. Al ser hechos prisioneros los miembros de la expedición
durante un mes, el Sultán intervino para que quedaran en libcr-
tad (3.5).

Otro comerciante inglés, James Curtis, intrigaba con las tribus


de Ait Baamarán y con el chej Sidi Hossein ben Hachem para
instalar en Arexis, en la costa de Ifni, la North African and Soos
Company, firmando incluso un acuerdo con los jefes del país a
espaldas de Muley Hassan en 1880, aunque más tarde, en 1883,
la empresa se arruinaría y tendría fin (36).

Aunque la factoría de Mackenzie fue atacada en 1879, y más tarde


en 1883, 1888 y 1889, las operaciones mercantiles no se interrumpie-
ron fundamentalmente y se construyó sobre un arrecife la Casa del
Mar o Port Victoria, que resultaba fácil de defender. El Sultán
envió en 1880 un grupo de adictos para tratar de interrumpir el
comercio extranjero, al tiempo que proponía. a la compañía de
Mackenzie, la North West African, una compensación financiera
por el abandono de sus instalaciones en Cabo Juby, ofreciendo
40.000 libras contra las 70.000 que pedía la compañía (37).

Por otra parte, el Majzen hacía gestiones ante el gobierno es-


pañol queriendo comprar la renuncia a Santa Cruz de Mar Peque-
ña, el enclave concedido en el tratado de paz de 1860, aceptando
así mismo reembolsar a los españoles por el rescate de cautivos
en el Uad Nun (38).

Los jefes nativos disidentes tenían un gran interés por el co-


mercio europeo y por un puerto que rompiese el verdadero blo-
queo de las comunicaciones, ya que el desnivel entre el flete ma-
rítimo y el transporte por caravana impedía a sus productos una
salida por Mogador que resultara ventajosa. Los ingleses también
tenían interés en abrir un nuevo puerto en el Sus, aunque el Sul-
tán dudaba de su rentabilidad, visto que Agadir había tenido que
ser cerrado al comercio a fines del siglo XVIII en razón de la tur-
bulencia de las tribus. Estas mismas eran hostiles a la apertura
(35) Ibídem.
(36) Cfr. Gérenton, o. c.
(37) Jean Louis Miège, uLe Maroc et l’Europe», tomo III, Pn%es Universitai-
res de France, París, 1962.
(38) Ibídem. También Lazrak.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 29

de un puerto del Majzen en el Uad Nun, pero no de otro ajeno,


para no tener que someterse al poder del Sultán, hasta entonces
lejano y teórico, y a sus aduanas. Por razones contrarias y para
demostrar su soberanía el Sultán pensaba en un puerto en Assaka,
desembocadura del Nun (39).

El comercio transahariano representaba la tercera parte de


los ingresos dei Estado marroquí en el siglo XIX (40). Al tiempo
que la ocupación de Argelia por Francia había roto la unidad de
Africa del Norte, hasta entonces sometida a las mismas leyes ju-
rídicas y económicas, se había despertado el interés en Europa
por Marruecos y su costa occidental, y los intentos ingleses, fran-
ceses, alemanes, españoles y aún de otras naciones acerca de las
rutas transaharianas, también alentaban los intereses marroquíes
por el desierto (41). A finales de 1881 se decidió la apertura del
puerto de Agadir para construir allí albergues con destino a la
expedición prevista para el año siguiente; el primer navío expe-
dicionario se fletaba en mayo de 1882 e inclusive había un plan para
construir bastantes edificios en Assaka, luego aplazado.

Todas estas eran las razones que impulsaban a Muley Hassan


a la expedición de 1882, pero fundamentalmente imponer su do-
minio en las tribus disidentes del sur para impedir el estable-
cimiento de los europeos, afirmando así su soberanía en la zona.
Esperaba una débil resistencia en el Sus, ya que en 1882 era un
año de malas cosechas, al tiempo que se proveía de víveres, hnri-
na, arroz, granos, comprados en Europa, que luego eran deposi-
tados en Agadir.

A mediados de 1881 Muley Hassan se instala en Marraqués y


convoca a los contingentes, regulares o no, que iban a tomar par-
te en la expedición. Llega a reunir un ejército de más de 40.000
hombres, de ellos 9.000 caballeros, 7.000 infantes y artillería di-
rigida por oficiales franceses, a los que había que añadir los
contingentes irregulares de las tribus. Se había fletado el vapor
«Amélie», encargado de hacer los transportes entre Casablanca,
Agadir y más tarde en Uad Messa y Aglú para un continuo sumi-
nistro de víveres.
(39) Miège, o. c.
(40) Brignon, Amine, «Histoiye du f&zroc~, Casablanca, 1967.
(41) Díaz del Ribero, o. c.
AL SUR DEL ATLAS

Croquis con la situación de los toponímicos citados en el texto.


REFERENCIAS H ISTORICAS DE MARRUECOS 31

En mayo de 1882 el ejército sale de Marraqués dirigiéndose


hacia Chichaoua y desde aquí toma el camino de Agadir, donde
se detiene diez días, recibiendo los suministros del vapor fletado.
De Agadir, Muley Hassan se dirige en dos etapas a Tarudant y en
tres días gana la desembocadura del Uad Messa, recogiendo de
nuevo suministros de víveres, dirigiéndose luego a Tiznit, donde
establece el campamento entre este punto y el mar. Estaba pre-
visto que debían recibir allí nuevos cargamentos del vapor, pero
debido al mal estado de la mar, el «Amélie» se ve abligado a cie-
saparecer y deja a la expedición carente de todo avituallamiento.
La decepción de Muley Hassan fue grande ,puesto que la progre-
sión hacia Egleimin (Goulimin, en otras cartografías) ya no era
posible y durante varios días la situación del ejército fue particu-
larmente crítica.

Habiendo fracasado la expedición, Muley Hassan recurrió a


todos los chiuj y notables importantes de las tribus vecinas, a
los que hizo llamar. El Sultán les anunció que no había venido
en son de guerra contra ellos, sino para expulsar a los cristianos
que se habían instalado en la costa, los cuales alegaban que el
país no pertenecía al Sultán puesto que las tribus no le obede-
cían. Muley Hassan solicitaba de las mismas el reconocimiento
de su autoridad, consiguiendo así el homenaje de todos los reu-
nidos mediante la entrega de numerosos presentes. Tan sólo el
chej Sidi Hossein ben Hachem se había negado a venir, enviando
a su hijo, y encerrándose en su inaccesible fortaleza de Ilirh.

El Sultán también nombró diversos caids y comenzó la cons-


trucción en Tiznit de nuevas edificaciones que supondría otra ciu-
dad, tanto prevista como base de una nueva expedición y como
vigilancia del chej disidente de Ilirh.

Siguiendo con sus proyectos, Muley Hassan envió una misión


a Tarfaya para invitar a Mackenzie a abandonar la factoría de
Cabo Juby, o si lo prefería, a instalarse en Assaka en el Uad Nun,
pero el escocés, conocedor de la impotencia de la expedición, re-
husó y acogió desdeñosamente a la comisión enviada.

El 16 de julio, el Sultán manda una larguísima y retórica carta


a todos los gobernadores del imperio, dando cuenta de los éxitos
conseguidos por su expedición y de la sumisión de las tribus y
el 10 de agosto el ejército vuelve de nuevo a Marraqués, tras una
32 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

penosa retirada en la que faltaban los víveres por completo, de-


jando multitud de cadáveres tanto de hombres como de anima-
les, víctimas de la miseria y del agotamiento (42).

Los resultados de la expedición habían sido escasísimos fren-


te al gran despliegue de medios puesto en juego; el nombramien-
to de los caids y la aceptación de una soberanía teórica, no hacía
más que consagrar un estado de cosas ya existente, puesto que
no era impuesto a las tribus ningún jefe extraño al país y los
europeos continuaban establecidos donde les parecía conveniente.
Falto el Sus, sin embargo, de la suficiente entidad y de los recur-
sos adminktrativos para constituir por sí un Estado, quedaba su-
jeto al nebuloso dominio más que nada religioso, del Sultán «emir al
VZUWZ~M~Y~»,comendador de los creyentes.

En 1884 un movimiento insurreccional de las tribus expulsó a


los caids nombrados por el Sultán (43), dentro de una revuelta
que se produce en el verano de ese año, tras una cosecha excep
cionalmente buena.

La segunda expedición al Sus en 1886.

Ese año el Sultán organiza una nueva campaña por las mis-
mas causas que la de 1882, a las que hay que añadir el fracaso
de aquélla, la revuelta citada y la ,intención de restablecer a los
jefes destituidos, nombrados por el Majzen, en sus funciones cfi-
ciales. Pero el Sultán intenta atraerse previamente al chej disi-
dente Sidi Hossein, considerándole como su .gobernador en el
sur y manteniendo con él en los cuatro años que separan ambas
expediciones una abundante correspondencia en la que le trata
con. sumo afecto y en la que acepta sus observaciones y conse-
joS (44).

La segunda ,expedición, con:40.000 hombres, también se con-


centra en Marraqués, de donde parte el 17 de marzo de 1886. Pre-
(42) Gérenton relata.la expedición detallada de 1882, con copia de varios docu-
,mentos, así como la expedición* de 1886.
(43) Miège, GCrentqq y Díaz del Ribero, S&alan las mismas referencias hech&
‘poi-’ Ahmed Al Nasiri, historiógrafo de este reinado.
: ‘~
(44) Publicada por Gérenton, o. c. ‘. r
x
REFERENCIAS H ISTORICAS DE MARRUECOS 33.

viamente y durante todo el año anterior se habían dispuesto di-


versos depósitos de víveres a lo largo de las etapas a recorrer, con
objeto de evitar los suministros desde el mar que tan malos re-
sultados habían dado. Así mismo, acumuló en Tiznit grandes can-
tidades de alimentos para utilizar la plaza como base de opera-
ciones. A Tiznit llega desde Agadir a finales de abril y el Sultán
recibe a diversas delegaciones de las tribus, venidas para rendir-
le homenaje, olvidando la revuelta de dos años antes.

Continuando el viaje, en pocos días llegaron a Arexis, desem-


bocadura de un uad a unos 25 kilómetros al sur de Ifni. En Are-
xis destruyen lo que quedaba de las instalaciones hechas por la
compañía de James Curtis, aunque ya no operaba, dejando una
guardia permanente para evitar una nueva implantación. La ex-
pedición llegó sin más problemas a Egleimin (Goulimin; todavía
a 80 kilómetros del Uad Dra), donde el Sultán fue muy bien re-
cibido y homenajeado por las tribus. Desde allí envía un desta-
camento al Uad Nun para fijar el emplazamiento del futuro pucr-
to de Assaka. Otro grupo se dirige a Cabo Juby, consiguiendo
apoderarse y desvalijar la factoría de Mackenzie, si bien éste se
refugia en un barco próximo.

Logrados estos objetivos la expedición retornó hacia el norte,


combatiendo también contra los Ida u Tanan, una de las tribus
que aún permanecían en rebeldía, y que fue sometida pagando
tributo al Sultán. En agosto del mismo año, éste se encontraba
de nuevo en Marraqués.

Los resultados de la expedición de 1886 fueron algo mejores


que los correspondientes a 1882. La región del Sus fue organizada
políticamente nombrando diferentes caids en los poblados y en
las tribus. Inclusive el hijo de Sidi Hossein, que había muerto
durante esta época, Mohamed uld Hossein, fue nombrado caid de
Tazerualt, enteramente sujeto al Majzen y perdiendo parte de su
prestigio familiar. Muley Hassan estableció una serie de guarni-
ciones en Tiznit, Kasbah Ba Amarán y Assaka, donde finalmente
se abandonó la construcción del puerto, intentando con ello cam-
biar la estructura del Sus, que era mantenido entre las manos de
,las grandes familias. Pero no consiguió expulsar a los ingleses de
Cabo Juby, quienes volvieron a ocupar la factoría cuando se vie-
ron libres de enemigos (45).
(45) Miège, o. c.
34 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

El dominio efectivo del Sultán era prácticamente nulo en las


regiones del sur cuando no había una presencia militar. A la muer-
te de Muley Hassan se produjo otra nueva revuelta contra los
caids establecidos, según señala Montagne. «AZ borde del Sahara
reinaba la mayor confusión; los ejércitos del Sultán no llegaban
hasta allí, el poder de los caids era precario y la organizacitin
de los bereberes aún más anárquica, alterada por las reacciones
frecuentes que arrastra la lucha de los sedentarios contra los
nómadas». Las repúblicas autónomas o independientes se conta-
ban en abundancia, desde el nordeste de Agadir (los Ida u Tanan
citados) hasta el sur de Tiznit, los Ulad Yahia, Akka y Tata cer-
ca ya de la curva del Dra y varias otras.

La siba, la revuelta, era una institución que permitía a las


tribus liberarse de su servidumbre y recobrar las posesiones to-
madas por el Majzen, produciéndose cada vez que la autoridad
de éste sufría un quebranto o manifestaba impotencia. La mejor
señal era la muerte del Sultán, con los problemas sucesorios en-
tre hijos y hermanos de siglos conocidos, y así se produce en la
de Sidi Mohamed ben Abdallah, de 1790 a 1797, en la de Muley
Abderrahman, de 1859 a 1864 y en la de Muley Hassan, de 1894
a 1897. Inmediatamente en el Sus se constituían las institucio-
nes y organizaciones bereberes (46).

Según Rachid Lazrak, la autoridad del Sultán se aflojó en


el sur como consecuencia de la evolución de un régimen militar
hacia la descentralización civil característica del siglo XVIII, por
el coste elevado de las autoridades directas y de las fuerzas ar-
madas de ocupación permanente; pero ello no afectó a la sobe-
ranía del Sultán que continuó nombrando los pachás. Las auto-
ridades saharianas que no iban periódicamente a Marraquks,
sobre todo en circunstancias graves, para hacer confirmar sus
mandatos, eran dimitidas (47).

Referencias históricas en el desierto mauritano y argelino.

Respecto al Sahara mauritano, Muley Hassan envía en 1880


a Ahmed uld Enhamed, emir del Adrar, una delagación con pre-
(46) Cfr. Montagne, o. c., pp. 137-147 y SS.
(47) Lazrak, o. c.
REFERENCIAS H ISTORICAS DE MARRUECOS 3.5

sentes y una carta en la que le confirmaba en sus funciones y


le felicitaba por la forma en que administraba el país (48). In-
terpretaciones muy posteriores hacen extensiva la soberanía de
Muley Hassan al Tuat. Según esto, en 1883 y 1891 el Sultán re-
afirma a las gentes de esta región su pertenencia a la corona
cherifiana; en 1887 una delegación del Tuat informa a Mequinez
de la próxima amenaza cristiana (49). Efectivamente, a partir
de 1854 las regiones del Sud Oranais y del Tuat han sido recorri-
das por el Coronel de Colomb, atravesando Figuig, Kenadsa, Ain
Chair y los territorios de los Ulad Djerid y Dui Menia; el Coronel
de Colonieux y el Comandante Burin recorren los oasis del Tuat en
1860. A partir de 1879 es conocida la intención francesa de unir
por ferrocarril, el transahariano, el Mediterráneo con el Sudán. La
argumentación marroquí aduce que Muley Hassan nombra nue-
vos caids en el Tuat y pone la región, así como la Saoura, bajo el
mismo mando, restableciendo el régimen de impuestos en 1892.

Los documentos históricos presentados en favor de tal supues-


ta soberanía no son escasos. Aparte de las referencias a los archi-
vos y documentación indígenas con datos sobre la autoridad del
Majzen en Igdi, Tuat y Gurara, extraídos de la obra de Alfred Mar-
tin (50) la publicación oficial «Liwe bkznc sur Za Muuritanie» (51),
que abarca una zona mucho más amplia de lo que su título indica,
recoge, entre otros varios, los mensajes de Muley Hassan en sep-
tiembre de 1889 «u nuestros fieles servidores, los habitantes del
Tuut; vuestra fidelidad, vuestra constancia en mantener el buen or-
den ha sido confirmada por la llegada de vuestra delegación para vi-
sitarnos». En agosto de 1884 hay un mensaje del Sultán a la ye-
maa de Timimun, reafirmando que son sus súbditos; así mismo
un nombramiento del cadi de Kenadsa y otro del gobernador de
la tribu de los Dui Menia. En marzo de 1891 otro mensaje de
Muley Hassan se dirige a los habitantes de los oasis, -«u nuestros
servidores, las gentes del Tuut, que formáis parte de la totalidad
de nuestros szíbditos»; este mismo año nombra un caid en Saoura
y en 1892 envía un mensaje al caid de Timmi para que recoja el
impuesto religioso.

(48) Rezette, o. c.
(49) Ibídem.
(SO) Alfred Martin, «Quatre sièc2es d’kistoire ma~~~aine (au Sahara de 1504 a
1902, UU Maroc de 1894h 1912)». Ed. Félix Alcan, París, 1923.
(51) Royaume du Maroc. Ministère des Affaires Etranghs. &ivre blanc sur
la Mauritanie», Rabat, 1960.
36 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

En cuanto al interior del desierto, el Sahara que forma parte


hoy de Malí, Muley Hassan manifestaba en 1880 su soberanía SO-
bre la ciudad de Tombuctú. La misión Caron comprueba en 1881
que sus habitantes recordaban y reclamaban la dependencia de
Marraqués (que se remontaba a 1591-1620) y enviaban un delega-
do al Sultán pidiendo un gobernador (52). Todo ello tenía su cau-
sa en la inmediata presencia francesa; en diciembre de 1893 el
Teniente de Navío Boiteux colocaba la bandera de Francia en
la .legendaria ciudad. En 1894, cuando la columna Joffre se apro-
ximaba a Tombuctú, algunos habitantes hicieron un llamamiento
al Sultán, quien se limitó a prometer un apoyo diplomático deplo-
rando la distancia y las dificultades de comunicación y solicitan-
do que le enviaran los documentos donde se estableciera la de-
pendencia del Sultán, emanados de los antepasados de ambos,
soberanos y habitantes (53). La toma de Tombuctú por los fran-
ceses tuvo una gran repercusión en todo el desierto y el comercio
sahariano se desvió definitivamente hacia San Luis del Senegal.
Las cifras de negocios en el mercado de Sidahamed Musa, cerca
de Egleimin, descendieron en un 75 por 100 entre 1878 y 1900,
después de la entrada de la ciudad en la órbita económica europea
y de la supresión del tráfico de esclavos negros, Coincidiendo con
ello y con el hambre que se extiende por el Sus a finales de siglo,
se produce un desplazamiento de las poblaciones meridionales de
Marruecos hacia Casablanca y Tánger (54).

Al este, Muley Hassan había reforzado, en 1891, la guarnición


.de Figuig y había enviado una columna a Gurara y otra hacia el
Tidikelt (Región en el interior del Sahara argelino, cuyo centro
urbano es In Salah). Había sido convocada una conferencia con
objeto de manifestar la sumisión de los saharianos al Comenda-
dor de los Creyentes, pero la mayor parte de los personajes con-
vocados no habían acudido y solamente estaban presentes los ha--
bitantes del Tidikelt. La expedición volvió a tomar entonces el .
camino de Marruecos dejando algunos hombres en Timimun (55).

(52) Rezette, o. c.
(53) Marc-Robert, Ihomas, o. c., p. 63.
(54) Rezette, o. c.
(55) Thomas, o. c., p. 20.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 37

EN TORNO AL FINAL DEL SIGLO XIX


Y PRINCIPIO DEL SIGLO XX

Muley Abdelazis (1894-1908).

La sucesión de Muley Hassan por su hijo Muley Abdelazis su-


pone un planteamiento distinto de las relaciones de Marruecos
con las regiones saharianas debido a dos nuevos factores que en-
tran en juego: la penetración francesa en Mauritania y en el de-
sierto argelino y la aparición del gran jefe religioso Ma El Ainin.

A partir de 1854 los franceses han combatido contra los ,rno’


ros de Trarza y Brakna en la orilla derecha del Senegal, auxilian-
dose con tropas negras, para garantizar el tráfico de la goma, la
seguridad de las caravanas y como prevención contra las frecuen-
tes incursiones de los nativos, sobre todo bajo la dirección del
gobernador Faidherbe, aunque en 1858 se firman diversos trata-
dos de paz con los emires, tratados que serán renovados más
tarde.

Mientras tanto, numerosos viajeros y exploradores recorren


el país. Léopold Panet en 1850, Vmcent en 1860, Bou el Mogdad,
así como Bourrel, Alioun Sal y Mage en el mismo año; en 1879
Paul Soleillet, en 1887 Camille Douls y Charles Soller.

En 1898 la misión Foureau-Lamy, tras un año de marcha por


el desierto, consigue enlazar en Zinder (al Sur del actual Níger),
con las columnas Joalland-Meynier, venida del oeste siguiendo el
curso del río, y Gentil, llega del Congo, estableciendo la unión
del Africa septentrional, occidental y ecuatorial, bajo la ,bandera
francesa.

A partir de 1898 Xavier Coppolani, una gran figura por sus


estudios islámicos y su labor política en el Sudán, es encargado
de entrar en relación con las tribus moras y tuareg al norte de
las posesiones francesas con objeto de obtener su sumisión por
vía pacífica. Con sus grandes dotes diplomáticas y su; profundo
conocimiento de la lengua árabe y de la vida islámica explora
Tagant, el Hodh, Azaouad y llega hasta Arauán, entra en diversos
38 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

tratos con los emires y consigue la ocupación de Trarza en 1903,


de Brakna en 1904 y el comienzo del dominio sobre Tagant en
1905, hasta ser asesinado en Tidjikja el 12 de mayo.

La muerte de Coppolani detiene la prevista progresión fran-


cesa hacia el Adrar, al mismo tiempo que diversos jefes maurita-
nos se dirigen a Ma El Ainin, el gran jefe religioso del desierto,
en su refugio de la recién fundada Smara (1898), para denunciar
el peligro de la penetración cristiana en país musulmán y rogar-
le que intervenga ante el Sultán de Marruecos en petición de ayu-
da. Ma El Ainin en julio de 1906 se entrevista en Fez con el Sultán
Abdelazis, con quien ya había mantenido correspondencia en 1904
y 1905 sobre la amenaza francesa, al tiempo que, usando de su
gran ascendencia y prestigio religioso, escribe a todos los mora-
bitos impulsándoles a tomar las armas en nombre de Allah.

Ya en 1905, el emir del Adrar, Uld Aida, discípulo de Ma El


Ainin, ha escrito a Coppolani para manifestarle que su país está / \
colocado bajo la protección del Sultán de Marruecos (56). Ahora,
el emir del Adrar, y otros en buenas relaciones con Francia como
el de Trarza, el de Brakna, el de Tagant y el jefe del Hodh, piden
auxilio al Sultán contra la penetración francesa (57).

El Sultán envía a su pariente Muley Idris para que se ponga


al frente de la resistencia, que debe colocar al país bajo la auto-
ridad de su jefe legítimo (58). La publicación «Livre blanc sz4r Za
Mauritanie», refiere, según un testigo presencial, que desde Cabo
Juby «en ocho etapas alcanzaron Sr-nava, siendo acogidos por todas
las tribus saharianas y haciendo Mu El Ainin la presentación del
jalifa del Sultán. Todas las delegaciones prestaron declaración de
sumisión y fidelidad; después el chej les dijo que debían entregar
al jalifa la «za.kat », el tributo legal debido, y las delegaciones pusie-
ron a su disposición 1.100 camellos. Entonces Muley Idris entregó
a los emires y otras personas los dahirs de nombramiento» (59).

El enviado del Sultán dispone de unos pocos acompañantes


y de bastantes armas desembarcadas en Cabo Juby, entonces bajo
(56) Commandant Gillier, nLa pénétration en Maurk~nie», p. 130. Ed. Paul
Geuthner, París, 1926. También c Livre bhnc...,.
(57) aLivre bZanc...a.
(58) Ibídem. Gillier, p. 139.
(59) «Livre bfanc...», pp. 96 y SS.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 39

control marroquí por la compra por cincuenta mil libras de la


factoría de Mackenzie en 1895, a pesar de la vigilancia naval fran-
cesa y española. La actuación de Muley Idris en el Sahara mauri-
tano supone un fracaso diplomático en su misión de exhortar a
los cristianos en nombre del Sultán a abandonar el territorio (60).
Después de conseguir la derrota de un destacamento francés en
Niemilane, en noviembre de 1906 pone cerco a Tidjikja, pero se
ve obligado a levantarlo ante una fuerte resistencia, sin recibir
ningún refuerzo de Marruecos, con lo cual pierde todo su pres-
tigio de enviado del Sultán ante las tribus disidentes.

Ante este resultado negativo los franceses fuerzan a Marrue-


cos para que ponga fin a la presencia de Muley Idris en el Adrar,
así como a la agitación en esa región y al contrabando de armas.
En junio de 1907, ante las presiones de Francia, el Majzen mani-
fiesta que ha dado orden a Muley Idris de retirarse.

Aunque es indudable que Muley Idris fue enviado por Abdela-


zis, provisto de buena cantidad de armas, no hubo ningún contingen-
te marroquí en la lucha contra los europeos llevada a cabo por los
naturales del Sahara. El mismo Rezette señala que llegó al Adrar
escoltado por 20 soldados marroquíes, lo que parece un número
muy reducido para ser calificado como contingente y Gillier indica
que el enviado del Sultán se puso al frente de una harka de 500
hombres compuesta por gentes de Ulad Bu Sba, Ida u Aich y Mech-
duf, tribus saharianas. Ante las presiones diplomáticas de Francia
acerca de la actuación de Muley Idris, el Majzen se evadió alegando
que la única misión del delegado del Sultán era comprobar si las
regiones insumisas se unirían al Senegal 0 a las que reconocían la
autoridad cherifiana.

Anotaremos aquí, antes de seguir adelante, una referencia his-


tórica interesante respecto a la compra de la factoría de Cabo
Juby, ya citada. La venta estaba subordinada al acuerdo firmado
con Inglaterra el 13 de marzo de 1895, según el cual si Marruecos
compraba las instalaciones, ningún tercero podía alegar derechos
sobre Tarfaya, «entre el río Dra y Cabo Bojadom, ni tampoco
sobre las regiones del interior, porque formaban parte del impe-
rio, el cual no cedería parte alguna de tal territorio sin el con-
sentimiento inglés.

~ (60) Rezette. Guillier, p. 139.


40 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

Cabo Juby pronto quedó abandonado; en 1904 todavía se ma-


nifestaba la autoridad del Sultán con algunas tropas. En 191i
Bens comprueba que allí sólo hay un caid marroquí, cuyos sol-
dados han desertado por falta de paga y víveres. En 1913, decla-
rado ya el protectorado, el explorador D’Almonte comprueba que
Marruecos se ha desinteresado totalmente de la factoría y que allí
sólo están los Izarguien bajo bandera española. En 1916 tendría
lugar la ocupación de Bens.

Relaciones con el desierto argelino.

Respecto a la penetración francesa en el desierto argelino, ya


hemos visto que los tratados de Tánger y Lalla-Marnia de 1844 y
1845 dejaban los límites en el mismo estado que en tiempos de
la dominación turca, es decir, en una completa indefinición al sur
del punto denominado Teniet-Sassi, ya que el dominio efectivo
sólo se había ejercido por ambas partes desde Orán y Fez en una
forma cada vez más decreciente a medida que aumentaba la dis-
tancia.

Según Robert Rezette, en abril de 1895, Muley Abdelazis nom-


bra un pachá para el Tuat y anuncia el envío de infantería y ca-
ballería como prueba evidente de la autoridad del Majzen; en
mayo de 1896 destituye al caid precedente y nombra uno nuevo.
En 1899, cuando el Capitán Pein toma posesión de In Salah, ca-
pital del Tidikelt en pleno desierto argelino a 1.000 kilómetros
de Fez, el pachá y los autóctonos protestan de su pertenencia a la
corona cherifiana (61). En enero de 1900 una carta de Abdelazis
al caid de In Salah le indica que debe entrar en conversaciones
con los franceses para oponerse a la ocupación.

Una interpretación marroquí sobre la influencia del Sultán en


los oasis argelinos, recoge de la obra del Capitán Tillion, «La
conquête des oasis sahariennes», una carta del pachá de Timmi
a las autoridades francesas de In Salah «para que abandonen el
lugar, devuelvan a los prisioneros y dejen el país que pertenece
a nuestro seCou». También según la obra del Comandante Legou-
zac, «E.xcur.sion au Souss», «los franceses encontraron funciona-

(61) Rezette, o. c.
.ld
cm

./
I
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 41

rios marroquíes regularmente investidos como los pachas de Timi-


mun y Timmi y el caid de In Salah» (62).

Por lo que respecta a la organización, el Libro blanco y Lazrak


recurren a la obra de Alfred Martin (63): «El Sahara dependía a
principios del siglo XX de dos jalifas, el lugarteniente para el
Sahara, que residía en Tafilelt, y el de Marraqués, de quien de-
pendía el Sus y la Saguia el Hamra. Esta ultima región jugaba el
papel de enlace político, uniendo el Islam magrebí a los musul-
manes de todo el Sahara suroccidental, del que los europeos n.o
han observado la comunidad de vida política con el imperio che-
rifiano»

La perspectiva francesa del problema del Sahara argelino, he-


redada por la Argelia independiente, es completamente distinta.
En el tratado de Lalla Marnia, ya citado, según los artículos 4 y
5, desde Teniet-Sassi a Figuig se procedió a una partición de los
poblados saharianos y de las tribus. Ich y Figuig quedaron para
Marruecos, mientras que Ain Sefra y varios otros permanecían
con Francia. (Véase croquis de la página 30). Respecto a las tribus,
cuya denominación resultaria superflua, unas se adscribieron a Ma-
rruecos y otras a la administración francesa, pero no se tuvieron
en‘cuenta los lazos étnicos ni los lugares de nomadeo. Los Ulad Sidi
Chej, por ejemplo, quedaron divididos en dos grupos. Ambas ad-
ministraciones entremezclaban a los autóctonos por falta de cono-
cimientos étnicos, geográficos y topográficos. Pero en el artículo 6,
el tratado sentaba el principio de ausencia de fronteras al sur de
Figuig: «Quant au pays, qui est au sud des ksours des gouverne-
ments, comme il n’y a pas d’eau, qu’il est inhabitable et que c’est le
désert proprement dit, la dénomination en serait superflue».

Según la argumentación francesa, en 1845 la opinión del mis-


mo Sultán fue que el desierto no pertenecía a nadie; Marruecos
no había reclamado parte alguna de la Saoura, del Tuat o. del
Tidikelt. Los lazos anteriormente existentes en los siglos XVII y
XVIII, se habían relajado con el transcurso del tiempo y el ejerci-
cio de la soberanía, consistente para Marruecos en la percepciún
de impuestos y no en hacer reinar la seguridad y la prosperidad,
había desaparecido al retirar el Sultán de los oasis demasiado mi-

(62) Citado por el «Liwe bhc...».


(63) Alfred Martin, o. c.
42 JOSE RAMON DIEGO AGUIRRE

serables unos representantes onerosos. Los nómadas bandoleros


atacaban tanto a los poblados como a los delegados del Majzen
para desvalijarles.

Según el protocolo de París de 20 de julio de 1901, para la eje-


cución del tratado de 1845, el Majzen podía establecer puestos
de guardia y aduana desde Teniet-Sassi hasta el poblado de Ich
y el territorio de Figuig; desde aquí podía establecerlos en una
línea que llegaba hasta el Uad Guir. Por su parte, los franceses
podían montarlos pasando por la vertiente oriental del Yebel Be-
char hasta el mismo río. Quedaba así una zona comprendida en-
tre las dos líneas de puestos, que no definía la frontera, pero se
especificaba que los poblados y las tribus tendrían opción de ele-
gir una administración. Algunos poblados preferían la indepen-
dencia, otros eligieron ser súbditos del Sultán; el morabito de
Kenadsa y los de este oasis solicitaron la protección de Francia.
En cuanto a las tribus nómadas y a sus correspondientes zonas
de movimiento, los Ulad Djerid y los Dui Menia, aunque nunca
habían obedecido a nadie y el Sultán les resultaba totalmente aje-
no, manifestaron someterse a Francia; otras tribus permaneci-
ron con el Sultán.

Por los acuerdos de Argel de 20 de abril de 1902, que también


establecían puntos de mercado, en el artículo 1.” se estipulaba que
el Majzen consolidaría su autoridad desde el Mediterráneo, de-
sembocadura del Uad Kiss, hasta Teniet-Sassi y Figuig, prestán-
dole su apoyo al gobierno francés en razón de su vecindad, mien-
tras que Francia establecería su autoridad y la paz en las regiones
del Sahara, ayudándola el gobierno marroquí.

La penetración francesa en el desierto argelino continuó des-


pués de la ocupación de In Salah en 1898 en muchos otros pun-
tos; Igli es ocupado en abril de 1901 y Colomb Béchar en noviem-
bre. En 1925 el Capitán Ressot alcanza Tinduf, pero no permanece
allí, El poblado, que había tenido 60.000 habitantes en el siglo x1x,
había sido tomado por los Erguibat a los Tayacant en 1894 y se
encontraba casi abandonado.
REFERENCIAS HISTORICAS DE MARRUECOS 43

Abdelhafid y el protectorado.

En 1907 los llamados «sucesos de Marruecos» se precipitan,


Las agitaciones xenófobas internas y los asesinatos de franceses
han dado lugar a la toma de Uxda y en julio, por la muerte de
franceses y españoles en Casablanca, a la ocupación de esta ciudad
por tropas de ambos países. En 1908 Muley Abdelazis es destrona-
do por su hermano Abdelhafid. Este, en febrero de 1910, envía
orden a los gobernadores de Ifni, de Uad Nun y del valle alto del
Sus para que impidam el contrabando de armas a favor de Ma El
Ainin «en las regiones limítrofes de nuestro imperio» (64). No hay
que olvidar que este jefe religioso, muerto en el mismo año de
1910, se proclamó wnahdi», imán reformador inspirado por Allah.
Por tanto se declaró aliado, que no vasallo, contra la penetración
cristiana.

La impotencia del Majzen ante los desórdenes interiores y ante


la progresión francesa en una política de hechos consumados, lleva
a la ocupación de Fez por Francia en mayo de 1911 y al tratado
de protectorado de 30 de marzo de 1912.

(64) «La République Islamique...n, o. c.


LAS BUENAS COSTUMBRES Y EL ORDEN
PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III

por Leoncio VERDERA FRANCO


Comandan& de Artillería
Licenciado en Geografía e Historia

«Se rasgó el misterio de sus noches con las cla-


ridades tímidas de los primeros faroles, a cuyos
amarillentos brillos se deshizo el encanto brujo
de tinieblas que cubrían todo el tesoro de lances,
aventuras y enredos del Madrid antiguo. de capa
y espada».
Francisco Bonmatí

Preámbulo

A próxima conmemoración del aniversario de la muerte de


‘Carlos III ha provocado el avivamiento del interés por una
cierta parte de nuestra historia, y en particular por todo
cuanto se refiere al siglo XVIII y al reinado del, tal vez más ilus-
tre monarca Borbón que ciñó la corona de las Españas.

Buscando entre las múltiples cuestiones que en su día ocuparon


principalmente el ánimo de la real persona hemos encontrado
algunas, cuya inmanencia respecto al buen gobierno, les confieren
un carácter de singular actualidad. Entre ellas nos ha llamado la
atención la decidida actuación del monarca en el tema de las buenas
costumbres y del orden público. El control de la calle, en todas
sus facetas, fue una cuestión sobre la cual Carlos III dejó sentir,
desde el primer año de su reinado, el enorme peso de su autoridad
como monarca absoluto.
46 LJZONCIO VERDERA FRANCO

El tema no puede ser, desgraciadamente, más actual. En esta


España de nuestros días, en este Estado moderno, lleno de liber-
tades y de avanzadas realizaciones, la calle no es precisamente ese
lugar común tranquilo y controlado que Carlos III quiso para el
adecuado esparcimiento de sus leales súbditos. Conocemos sin duda
los problemas que hoy nos ha tocado vivir; pues bien, vamos ahora
a acercanos en un imposible e instantáneo viaje a través del tiempo
a aquella sociedad de nuestros venerables y bulliciosos abuelos, sin
duda más pobres e ignorantes, pero tal vez menos angustiados y
más felices que los que hoy pisamos el duro y querido solar de
nuestra vieja Patria.

A la España de bordadas casacas y faldas vaporosas, de pelu-


quines y abanicos, de majas, chisperos, boleros y seguidillas, lle-
gó un día de 1759 nuestro buen monarca Carlos con su amada
esposa María Amalia. Llegaron de la apacible corte de Nápoles y
se encontraron con un Madrid inesperado y sorprendente.

El ambiente callejero al inicio del reinado

Cuando Carlos III pisó tierra española le recibió un país de-


pauperado, anárquico en muchas facetas y necesitado de paz y
tranquilidad. La reina María Amalia de Sajonia escribía al conse-
jero de la pareja real, el marqués de Tanucci: «Llaman con pro-
piedad a esta corte la Babilonia occidental; pues os aseguro que
lo es. De día en día veo que parece que en ésta no ha habido
ni señor, ni gobierno . . . Esta nación no ha sido aún conquistada
completamente y creo que su total conquista estaba reservada a
Carlos III . . . No le faltará ocupación, pues aquí hay mucho que
hacer para estar, no digo de Rey, sino de caballero» (1).

Si la corte era un caos, podemos imaginar cómo funcionaría


el resto del país. En Madrid, una multitud de figones y casas de
juego provocaban la proliferación de reyertas callejeras donde
todo tipo de armas salían rápidamente a relucir. En los años cin-
cuenta se publicaron, Pragmáticas prohibiendo retos y desafíos,
órdenes disponiendo castigos contra los escándalos y amanceba-
íl) «Carta de la Reina Amalia a Tanucci de 15 de abril de 1760~. En Historia
General de España, Manuel Danvila y Collado, t. II, pp. 55-56.
- Idem de cl3 de mayo de 1760~ en Ibíd., p. 81.
EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 47

mientos y prohibición de correr novillos en lugares públicos. La


reina exclamaba sorprendida, en una de sus cartas: «iQué psis
tan singular!».

La corte, como dice Danvila, era, en fin, el «lugar de confluencia


de ociosos y vagabundos, continuo teatro de hurtos, pendencias y
cuchilladas donde era temido eZ más osado». La inseguridad del ve-
cino pacífico era tal que forzosamente prefería la tranquilidad del
hogar que la oscuridad de las calles y las aventuras que en ellas
se corrían. El desaseo era tan grande que las inmundicias se arro-
jaban sobre el pacífico transeúnte sin otro aviso que el gráfico de
(<jagua va!» (2). Si a todo esto se añade un cierto libertinaje en las
costumbres se entiende que tanto en la villa y corte como en el
resto del país hubiese campo abonado para los impetuosos afanes
reformadores del nuevo monarca que incluso al final de su reinado,
más de veinte años después, aún seguía legislando pacientemente
para frenar la típica fogosidad hispana, con una orden para cortar
los roces y disputas que se producían entre los transeúntes por el
uso de la acera.

Carlos III dictó rápidamente numerosas disposiciones y volvió


a poner en vigor las existentes que no habían sido asumidas en la
práctica. Al mismo tiempo creó la fuerza coercitiva y de control y
dio la necesaria articulación a los poderes locales, a fin de que real-
mente se cumpliese la avalancha de órdenes y normas que, emana-
das desde su alta magistratura, caían sobre la alegre y descuidada
sociedad española.

Por lo pronto y para evitar que nadie se escurriese entre los


intersticios legales, Carlos III dictó una pragmática para el man-
tenimiento del orden y la tranquilidad pública por la cual, «para
escarmentar a los espíritus inquietos», se abolía todo fuero y exen-
ción por privilegiada que fuese prohibiéndose a los implicados ale-
garla y a los jueces admitirla (3).

Siguiendo la máxima de que más vale prevenir que castigar, el


monarca puso en marcha, revitalizándola, una fuerza que había
creado su padre Felipe V: el Cuerpo de Inválidos.

(2) Danvila, Historia General de España, t. VI, p. 179.


(3) Cfr. Lafuente, M., Historia Genera2 de España, t. XX, p. 374.
48 LEONCIO VERDERA FRANCO

El sistema de control de la calle

La acumulación de disposiciones y la proliferación de cargos


con competencias similares, hace que nos encontremos ante un sis-
tema algo farragoso y confuso, sobre todo en lo que se refiere a la
administración de justicia. No obstante podemos concretar un es-
quema en niveles del sistema que Carlos III utilizó para controlar
y corregir a los que de un modo u otro alteraban el orden público,
a saber:

Cuerpo de Inválidos; compañías de salvaguardia; milicia urba-


na; Alcaldes de Barrio; Alcaldes de Cuartel; Alcalde Mayor; Corre-
gidor.

El Cuerpo de Inválidos

Organizado por Felipe V en 1717 para acoger a,los veteranos


inutilizados en el servicio de las armas, estaba articulado en bata-
llones de «hábiles», los más aptos para prestar algún servicio, y
de «inhábiles», los totalmente lisiados. Carlos III les dio en 1761
una nueva organización dividiendo los cuatro cuerpos’ existentes en
Castilla, Galicia, Extremadura y Andalucía, en compañías sueltas
hasta un total de treinta repartidas por gran parte del territorio
nacional. Estas compañías de inválidos hábiles estaban encargadas
de velar por la tranquilidad de las poblaciones que ocupaban y del
territorio circundante. A su vez, de cada compañía los veinte o
treinta inválidos en mejores condiciones constituían los llamados
«Salvaguardias del público», con misión de vigilancia estática du-
rante el día, instalados en casas cuyos dueños estaban obligados
a facilitarles un cuarto con cama inmediato al portal y una silla en
que sentarse a la inmediación de la calle; durante la noche se
constituían en patrullas y recorrían las calles de sus respectivos
distritos, relevándose cada dos horas con misión específica de ins-
pección de casas públicas y de hospedaje, entrada y salida de fo-
rasteros y control de la gente ociosa y vagabunda (4).

La Milicia Urbana

No satisfecho con este sistema y para completarlo, Carlos III


creó el cuerpo de Milicia Urbana con 450 hombres, a base de jor-
(4) Cfr. Danvila, o. c., t: II, pp. 83-84 y Lafuente, o. c., pp. 32-33.
d

0
m
E
0
EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 49

naleros, artesanos, hombres de vida honrada y de los gremios que


reuniesen ciertas condiciones como: ser voluntarios, con talla ma-
yor de cinco pies, buena traza y edad de dieciocho a cuarenta años.
Cobrarían 2.5 reales al mes y vivirían en sus casas. Su misión era
patrullar de noche, mezclados con los inválidos, quedándoles el día
libre para atender a sus oficios. Los albañiles, barberos y en general
los artesanos que no hacían veladas, patrullaban en las primeras
horas de la noche, quedando para zapateros, sastres, etc., el resto
de la vigilia (5).

En general tanto milicianos como inválidos tenían como obliga-


ción principal «la vigilancia de la quietud pública, aprehendiendo
por sí mismos a quien la alterase, (bajo) las providencias de la
jurisdicción ordinaria» a la que servían (6).

Los Alcaldes de Cuartel y de Barrio

Con objeto de controlar mejor’a las distintas ppblaciones en


las cuestiones de orden y justicia, las ciudades se dividieron en
cuarteles. Concretamente en tiempos de Carlos III, Madrid pasó a
compartimentarse en ocho cuarteles y La Coruña, por ejemplo,
en tres. Dentro de los cuarteles actuaban las partidas de inválidos
que conocemos para asegurar su tranquilidad, auxiliar a la auto-
ridad correspondiente en cada caso y custodiar provisionalmente
a los presos. Cada cuartel estaba bajo la jurisdicción de un Alcalde
con amplios poderes en los asuntos de lo criminal y de lo civil.
Así debía de «recibir declaraciones de los testigos y confesiones
de los reos y tomar declaración a los detenidos (antes de que lle-
vasen) veinticuatro horas en prisión. Una vez concluido el sumario
debían elevar las causas a la correspondiente Sala de lo Criminal
que acordaría lo conveniente» (7).

Como se ve «los Alcaldes de Cuartel fueron unos jueces de ins-


trucción, cargo que en Madrid se desempeñaba entre los distintos
jueces de casa y corte», pero que en las capitales de provincias,
caso de Coruña, en que residía la Audiencia, eran los mismos que
desempeñaban el cargo de Alcalde del crimen, es decir, el teniente
de corregidor o Alcalde Mayor de lo criminal (8).
(5) Cfr. Lafuente, p. 33 y Danvila, t. II, p. 85.’
(6) Danvila, t. II, p. 85.
(7) Cfr. Danvila, t. VI, pp. 158-159.
(8) Ibíd., p. 160.

4
Y

50 LEONCIO VERDERA FRANCO

Como complemento y articulación de lo anterior Carlos III


dispuso que en cada Cuartel se establecieran ocho alcaldes de ba-
rrio, vecinos honrados elegidos directamente por sus paisanos, con
la misión de matricular a los vecinos, a todos los entrantes y sa-
lientes en su barrio, cuidar del alumbrado, limpieza y policía de
las calles, de la quietud y orden público, «con jurisdicción pedá-
nea y facultad de instruir las primeras diligencias en casos urgen-
tes, dando cuenta de inmediato a su Alcalde de Cuartel para que
este las continuara. Para que fuesen reconocidos y respetados se
les dio por insignia un bastón de vara y media, con puño de marfil».

En 1768 Carlos III sancionó el Auto Acordado que regulaba


toda la actividad de estos alcaldes. Además de las citadas se pre-
cisaban otras, a saber: «celar los figones, tabernas, casa de juego y
botillerías; prender a los delincuentes in fraganti; descubrir los
mendigos, vagos y niños abandonados y evitar que los mancebos,
aprendices de artistas y criados de las casas, estuviesen por calles
y esquinas ociosos y en general velar por la tranquilidad pública
llevando por norte de su actuación la seguridad y confianza del
vecino contra toda especie de agravios». Estas disposiciones fue-
ron aplicadas al año siguiente a las capitales con Cancillería y
Audiencia (9).

Los corregidores y Alcaldes Mayores

Los corregidores tenían a su cargo la administración de la jus-


ticia y el cuidado de los intereses generales de la nación y los par-
ticulares de los pueblos y eran altos delegados del poder real.
Para auxiliarles en sus cometidos disponían de uno o dos Tenien-
tes letrados para lo civil y lo criminal. Estos Tenientes, también
denominados Alcaldes Mayores, eran asesores directos de su co-
rregidor en todas las causas en las que intervenían.

Estas dos figuras del esquema jurídico-penal sufrieron abundan-


tes matizaciones y precisiones desde los años sesenta a los ochen-
ta, no, obstante lo sustancial de sus misiones era: «conservar la
paz en su provincia y evitar la parcialidad de las justicias; acortar
los litigios: examinar personalmente los testigos de causas graves;
cuidar que los presos estuvieran bien tratados en las cáceles y no
se les exigiesen derechos indebidos: proceder con mucha parsimo-

(9) Ibíd., pp. 160-61.


EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 51

nia en decretar autos de prisión, para evitar a los reos las moles-
tias de la estancia en la cárcel; comprobar que los escribanos de-
sempeñasen sus cargos con legalidad y rectitud. Como poder
ejecutivo superior debía de: castigar los pecados públicos, escán-
dalos y juegos prohibidos; cuidar que en las escuelas se diera buena
enseñanza; exterminar los ociosos, vagos y mal entretenidos; re-
coger a los mendigos inválidos e impedir que llevasen consigo mu-
chachos para que no se formarán en los hábitos de vagancia; cas-
tigar a los artesanos desaplicados o que por desidia se dedicasen
a la holganza y los vicios».

Además, en la visita que el corregidor debía girar obligatoria-


mente a todos los pueblos de su jurisdicción, examinaría: estado y
calidad de las tierras, bosque, ríos, ganado, plantíos y caminos. Por
fin controlaría el cumplimiento de disposiciones reales relativas
a conservación de murallas y edificios públicos, distribución sde im-
puestos, etc. (10).

Como apunte conceptual general a todo el sistema expuesto, es


importante señalar que la idea de Carlos III fue «robustecer la
jurisdicción ordinaria y el poder civil sobre los demás poderes» (ll).
Ello está muy claro en la Pragmática de Asonadas de ‘1774 cuando
dice que: «el conocimiento de causas toca privativamente a los
que ejercen la jurisdicción ordinaria; se inhibe a otros cualesquiera
jueces, sin excepción de alguno por privilegiado que sea». Apun-
tando directamente al poder militar decía: «Las gentes de guerra
se retirarán a sus cuarteles y . . . prestarán el auxilio que pidiere la
justicia ordinaria» . . . la cual procederá «a prender por sí a. los
bulliciosos» y, mirando al poder eclesiástico prescribió que los’ pá-
rrocos se limitaran a la amonestación espiritual “y así los’proviso-
res, visitadores y vicarios se arreglen a las leyes, sin confundir lo
temporal con lo espiritual» (12). ‘,

Actuaciones para mejorar las costumbre: y el orden público

Inválidos, milicias, Alcaldes y corregidores tenían que controlar


a un pueblo acostumbrado a la pendencia y la anarquía. A modo
de referencia vamos a conocer los motivos de disputa y enfrenta-
miento que fueron comunes en una sociedad anquilosada, cuyo
(10) Ibíd., pp. 86 a 93.
(ll) Lafuente, p. 371.
(12) Cfr. Danvila, t. VI, pp. 114 a 116 y Lafuente, pp. 371 a 373. ’
52 LEONCIO VERDERA FRANCO

cambio y regeneración fue una de las metas de Carlos III, el cual


al poco de llegar a la capital mandó reproducir cuantas disposicio-
nes había dictado su hermano, Fernando VI, para el debido orden
y control de la calle, disposiciones de las que obviamente se había
hecho caso omiso hasta entonces, y a las cuales el nuevo monarca
fue añadiendo mayores precisiones y exigencias.

Las principales actuaciones para mejorar las costumbres tra-


taron de corregir los siguientes problemas:

- Uso de armas:

Para evitar las continuas riñas, desafíos, asaltos y asesinatos,


Carlos III prohibió en 1761 el uso de armas cortas blancas,
como navajas, puñales, dagas, cuchillos, etc., y cortas de fue-
go, como pistolas, trabucos y carabinas. Las penas para los
infractores eran contundentes: seis años de presidio para los
nobles y seis de trabajo en las minas para los plebeyos (13).

- Los alborotos populares:

Atentos a corregir las costumbres públicas no tardaron el


rey y sus ministros en cortar cuestiones tan jocosas como las
siguientes:

En algunas provincias se juntaban los vecinos en los días


festivos, para embriagarse a costa de las multas, que sus alcal-
des imponían en vino, a los infractores de las ordenanzas mu-
nicipales. Se producían las reyertas y disturbios que es de su-
poner. Se dispuso que en lo sucesivo las multas se pagaran en
metálico (14).

En numerosos lugares existía la costumbre de dar cencerra-


das a los viudos y viudas que contraían segundas nupcias, lo
cual retraía a muchos del matrimonio y daba ocasión a escán-
dalos y peleas. La cencerrada fue penada con cuatro años de
presidio y multa (15).

(13) Cfr. Ibid., p. 187 y Ibíd. 28-29.


(14) Danvila, VI, p. 476.
(15) Ibid., p. 546.
B

REAL CEDUlA
D E S. M.
T,SElifORES DEL CONSEJ,
POR LA QUAL SE ORDENA EN CONFORMIDAD
de la Resolucion inserta lo que deben observar los
Jueces ordinarios y Gefes militares en el arresto y
castigo de los reos que cometiéren algun. dksacáto
contra ellos , con lo demas
que se expresa.

EN MADRID
- .
EN LA IMPRENTA DE DON PEDRO MARIN.
54 LEONCIO VERDERA FRANCO !

Sembrando falsos rumores se llenaba la calle de desasosiego


y confusiones. Así sucedió cuando en el aniversario del motín
de Esquilache se difundió por varios gremios la voz de que se
estaba encarcelando a los hombres por llevar patillas y que se
iba a mandar cortar el pelo a las mujeres que llevaban rodete,
agujas en la cabeza y hebillas en el calzado. Los alcaldes de cor-
te y barrio hubieron de salir a calmar a sus vecinos (16).

Por supuesto que fueron prohibidas las máscaras en Car-


naval, aunque en algunas ocasiones se celebraron con gran con-
currencia y sin notables excesos. Esta fiesta estuvo en general
muy controlada para evitar la mofa y el abuso. Igualmente se
prohibió la impresión y difusión de pronósticos, romances de
ciegos y coplas de ajusticiados, pues además de no tener nin-
guna utilidad eran una mala influencia para el pueblo.

- Los juegos prohibidos: l


.,
A pesar de las prohibiciones dictadas no se había consegui-
do desterrar el vicio de los juegos de envite, suerte y azar,
«tan perjudiciales para la paz y el sosiego de las familias y
tan contrarios a la moral pública y al buen orden social», por
lo que Carlos III tomó cartas en este asunto con su Pragmáti-
ca de 1771, en la que hacía constar «el desagrado que le pro-
ducían ciertos juegos» que declaró prohibidos, detallando hasta
veintisiete juegos ‘diferentes, lo que indica lo arraigado que
este vicio estaba en las costumbres españolas. La infracción
a la norma se castigó con multa y a la tercera reincidencia
con un año de destierro a los jugadores y dos a los dueños de
las casas donde se jugase (17).

- La vagancia:

Interesante tema en el que Carlos III fue inflexible. Una vez


definidos los vagos como «agentes a los que no se conocía ofi-
cio u ocupación honesta, o andaban mal entretenidos en taber-
nas, casas de juego, y otras, el monarca ordenó prender en
todo el reino a los vagos y personas ociosas «para darles empleo
útil..
(16) Ikm, II, p. 401.
(17)’ Cfr. Idem., VI, pp. 481-482, y Lafuente, P. 97.
EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 55
Los comprendidos entre diecisiete y treinta y seis años fue-
ron destinados al servicio de las armas en los Cuerpos de Amé-
rica o en los Regimientos Fijos, formándose cuatro depósitos
para reunirlos en Coruña, Zamora, Cartagena y Cádiz. El tiem-
po de servicio se fijó en ocho años, y los nobles aprehendidos
por vagos y mal entretenidos tendrían el único privilegio en
este servicio de ser soldados distinguidos. Los ineptos para las
armas se destinarían al servicio de la armada (arsenales, etc.)
y los restantes se recogerían en hospicios y casas de misericor-
dia, en las cuales estarían separados de los demás hospicianos,
dedicándose los «vagos resabiados» a los trabajos de obras,
huerto y demás faenas de la casa. Los vagos extranjeros serían
alistados en los regimientos de extranjeros al servicio de la
Corona.

En 1783. por real cédula, se mandó que «bajo ningún pre-


texto se consintiese que los buhoneros y los que llevasen anima-
les domesticados con habilidades, anduviesen vagando por el
reino»; y en 1788 se insistió en una Instrucción de Corregidores,
que «debían emplear todo su celo en exterminar de sus pueblos
a los ociosos y vagos» (18).

- Los excesos en actos religiosos:

El monarca llamó la atención sobre lo banal y aparente en


muchas celebraciones, lo que las alejaba de ‘la seriedad debida.
Mandó pues a los corregidores que no permitieran en las roga-
tivas públicas, procesiones de Semana Santa y otras, a los dis-
ciplinantes, empalados, etc.; «que no autorizaran procesiones
nocturnas, pues producían abusos y desórdenes y que no tole-
raran los bailes en las iglesias, atrios y cementerios, ni delante
de imágenes de santos, so pretexto de mostrar mayor regocijo»,
procurando, decía: «que se guarde en los templos la reverencia,
en los atrios y cementerios el respeto y delante de las imágenes
la veneración debida», a la religión y a la sana disciplina (19).

- Los gitanos:

Numerosas disposiciones anteriores a nuestro monarca no


habían conseguido «el exterminio de esta raza, que perturbaba
--
(18) Ibíd., pp. 188 a 191, y Ibid., 387-379.
(19) Lafuente, p. 385.
56 LEONCIO VERDERA FRANCO

la quietud de los pueblos, la seguridad de los caminos y la fe


en los tratos en mercados y ferias». Carlos III, generosamente,
les dio una opción para integrarse, proclamando en Pragmática
Sanción que no provenían de «raíz infecta alguna». Prohibió
su forma de vestir y su vida nómada y declaró que las palabras
«gitano» y «castellano nuevo», por las que se les conocía eran
voces injuriosas y falsas, amenazando a quienes las empleasen
con caer bajo las penas de injuria. Les dio noventa días para
que eligiesen pueblo donde residir y les permitió ejercer todo
tipo de oficio y entrar en cualquier gremio o comunidad.

Transcurrido’ el plazo «serían proclamados vagos y detenidos


por las justicias, las cuales, sin formación de causa, les aplica-
rían a las espaldas un hierro ardiente» quedando marcados con
las armas de Castilla, no cortándoles las orejas como está pre-
visto. Los gitanos sellados que reincidiesen en su vida de vaga-
bundos serían condenados «irremisiblemente a la pena de
muerte».

Aunque cinco años después se encargaba a los corregidores


la vigilancia en este asunto, los resultados de la Pragmática ante-
rior fueron espectaculares y tan solo hubo que detener a noventa
gitanos en todo el reino, por incumplir la ley (20).

- Las funciones de teatro: I

Una vez más nos encontramos ante multitud de disposiciones


regulando la debida compostura de. la gente en los teatros, lo
cual nos habla de que aquello debía de ser una especie de jolgo-
rio caótico. Para conseguir mantener el orden y la decencia y
reprimir las disputas que ocasionaban las rivalidades en el pú-
blico, se dictaron distintos bandos que trataban de los detalles
más curiosos, así: «los cobradores no debían permitir gente de
capa; los escándalos y peleas entre «Chorizos» (de la compañía
del teatro del Príncipe) y «Polacos» (de la del teatro de la Cruz)
obligaron a dictar una ley prohibiendo desórdenes en el interior
de los teatros, y sancionando a los infractores con la pena de
. dos meses de trabajos en el Prado con un grillete al pie y si se
producían varias reincidencias, destino al servicio de armas o
presidio. En las gradas no se permitían sombreros, gorros, ni
(20) Cfr.Danvila, t. VI, pp. 191 a 194.
EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 57

redes al pelo; no se gritaría a los cómicos aunque se equivoca-


sen. No podía haber mujeres tapadas con manto ni mantilla;
no se podía fumar, ni introducir hachas encendidas. Los bailes
y los cantos en escena no se repetirían entre el público; no se
podía arrojar al escenario, dinero, dulces, ni otra cosa cualquie-
ra no se debía hablar con los actores que estaban en el escena-
rio, ni cruzar señas con los cómicos; tampoco se podían hacer
señas ni hablar con las mujeres de la cazuela.

Los cobradores no podían abrir las puertas hasta que con-


cluyese la comedia y debían guardar asientos a las personas
que de antemano los encargasen. Los desórdenes que los mili-
tares promovían en los teatros obligaron, en fin, a recordar en
1774 que se concurriese a ellos con la correspondiente decen-
cia» (21).

- Los embozados:

Para asegurar la tranquilidad pública e impedir abusos e in-


correcciones se dictó un bando prohibiendo los tapados y ta-
padas: «Traje impropio al carácter de las personas y del todo
indecente para los paseos públicos; algunos van embozados den-
tro de los mismos coches dando en rostro a cuantos son testigos
de este exceso; otros van a pie arrimándose de embozo a hablar
con las personas, aún sin tener conocimiento con ellas, 0 pa-
rándose a ver el paseo en este traje». Y para que en lo sucesivo
se lleve el traje adecuado «en corte de tanta moderación, auto-
ridad y policía», se dispone el uso de la. capa corta en lugar de
la larga y del sombrero de tres picos en lugar del chambergo.

Las penas a imponer a los contraventores eran fuertes: si


era noble, cuatro años de presidio y multa y si era plebeyo,
cuatro años en los arsenales y multa. Caso de reincidencia se
duplicaban (22).

La España que dejó Carlos III .

Al fallecer el buen monarca, Espáña y su corte habían mejorado


visiblemente, aunque los españoles seguían gustando de parecidas
(21) Cfr. Ibíd., pp. 483 a 491.
(22) Cfr. Bonmatí de Codecido, F., La Duquesn Cayetana de Alba, pp. 14-15 y
Lafuente, pp. 19-20.
58 LEONCIO VERDERA FRANCO

anarquías que años atrás. De cualquier forma, Madrid pasó a tener


un aire de gran urbe, espléndida y alegre. La inquietud y el desor-
den cedieron el paso al deseo de divertirse y de gozar intensa-
mente de la vida. «Verbenas, meriendas, romerías, bodas, todo era
pretexto para pasar las horas cantando y bailando a orillas del
Manzanares» y por la noche con los amigos en casas de los nobles,
o en los mesones (23).

Como era lógico, este aire de prosperidad y alegría hizo que


la vida de placer cobrase nuevos vuelos, aunque ahora de forma
algo recatada. En casas clandestinas se jugaba, bebía y se organi-
zaban fiestas orgiásticas con la consabida y frecuente conclusión
en reyertas, cuchilladas y escándalos callejeros. Los nobles no se
quedaban atrás y eran conocidas sus francachelas donde todo
instinto resultaba saciado (24).

Acaso la presión normativa y controladora de Carlos III obligo


a esconder en lugares privados las flaquezas y fantasías de sus
súbditos. España ganó en orden, organización y policía, pero los
españoles persistieron en sus vehementes pasiones y en sus debili-
dades habituales. En la retadora mirada del majo que se ajusta
con garbo su chupa de alamares, en el extravío de los ojos oscuros
de una chulapa que castiza estremece falda, mantilla y sonrisa
entre Mayor y Platerías, seguía incólume el latido de un pueblo
apasionado que quiso y aceptó a su rey, que se sujetó y controló,
pero que continuó sintiendo correr con fuerza por sus venas una
sangre demasiado veloz e irreflexiva, brava y generosa que pronto
había de dejar correr en defensa de la Corona.

Cuántas de las algarabías y crispaciones de estos nuestros anár-


quicos abuelos las suscribiríamos hoy como propias. Nuestra he-
rencia es evidente, como lo es la tendencia a la consumación de la
autodestrucción. Necesitamos sin duda la mirada vigilante, el freno
y las ideas claras de nuestros mentores para equilibrar el ardor y
la descuidada confianza de esta España a la que nuestro rey am6
paternalmente y a la que dejó una sabia reflexión, mezcla de exi-
gencia y esperanza y dirigida tanto al pueblo llano como a sus
gobernantes, reflexión esencial e intemporal que anima y compro-
mete frente a la debilidad y la dejadez. Carlos III, que sólo buscó el

(23) Bonmati, o. c., pp. 106-107.


(24) Ibíd., p. 111.
EL ORDEN PUBLICO EN EL REINADO DE CARLOS III 59

bien de sus súbditos nos dijo muy claramente: «cuando huy r-u&z
es menester firmeza». Ojalá que esta luz del sabio monarca que
vuelve junto a nosotros en estas fechas, ilumine el cielo eterno de
nuestra Patria y nos permita ver con mayor claridad formas y
caminos en el largo y apasionante viaje común que es construir
España.

BIBLIOGRAFIA

- Anes, Gonzalo, aHistotia de España Alfaguara IV; El Antiguo Régimen: Los


Barbones,, Madrid, Alianza Editorial, 1983.
Bonmatí de Codecido, Francisco, «La duquesa Cayetana de Alba., Valladolid,
Ediciones Cumbre, 1940.
- Danvila y Collado, Manuel, aHistoria General de España,, tomos II y VI, Ma-
drid, El Progreso Editorial, 1891.
- Lafuenlx, Modesto, «Historia General de Españan, tomo XX, Madrid 1869.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA
DE OCAÑA
por Mateo MARTINEZ FERNANDEZ
Teniente Coronel Capellán
Doctor en Historia
de la Universidad de Valladolid

FORMACION Y CARRERA DEL GENERAL RICARDOS

E L nacimieno de Ricardos tuvo lugar en Barbastro,


la que se hallaba de guarnición el Regimiento
plaza en
de Caballería
Malta, del que su padre era Sargento Mayor en aquel año de
1727. Aunque la oriundez tanto de los Ricardos como de los Carri-
llo de Albornoz, apellido de su madre, no tenía su entronque en
aquella ciudad aragonesa, la familia, sin embargo, dejo allí un re-
cuerdo perdurable de su paso, con la fundación y subsiguiente pro-
tección de un convento de monjas capuchinas, en el que profesaron
dos de las tres hermanas del futuro general Ricardos.

Cádiz era la ciudad de su ascendencia por la doble línea fami-


liar. En ella había contraído matrimonio, a finales del siglo XVII,
el abuelo paterno, Jacobo Richards, un oficial de la Marina Real
inglesa, procedente de suelo irlandés, cuyo apellido conocemos a
través de su castellanización en el de Ricardos. En Cádiz se ha-
bían fijado también los lares de su ascendencia materna, ya que
su abuelo el duque de Montemar, Juan José Carrillo de Albornoz,
el conquistador de Orán y vencedor, después, de los austriacos en
Bitonto, habiendo llegado a obtener la graduación de Capitán Ge-
neral, tenía allí su residencia habitual, continuada por sus descen-
dientes. A esta ciudad de tanta y tan compleja resonancia en la
historia de España durante los siglos XVIII y XIX, fue llevado An-
tonio Ricardos Carrillo de Albornoz y entregado a su familia para
62 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

que velara por su educación, cuando, a los pocos años de su na-


cimiento, su padre hubo de marchar a Italia con el Regimiento
de Malta para luchar contra Austria, al lado de Francia, como con-
secuencia del Primer Pacto de Familia.

Los años gaditanos no debieron ser estériles para su forma-


ción. Un tío suyo, principal responsable, procuró para él un pre-
ceptor, sacerdote, que se encargó de instruirle en latinidad y en
alguna otra materia. Un biógrafo suyo, Nieto Lanzos, añade que
adquirió también algunos conocimientos de matemáticas y que, se-
gún información autorizada, de este tiempo data su afición a la lec-
tura y la iniciación en la lengua italiana, estimuladas ambas por
un criado de la casa (1). Otra fuente, utilizada expositivamente por
el Estado Mayor Central del Ejército, indica que «Za educación
militar de nuestro héroe estuvo a cargo de su familiar el duque
de Montemar» (2), noticia que habría que interpretar en el sentido
de que, durante aquellos años de preadolescencia, aprovechó ense-
ñanzas, ocasionales al menos, de un gran general, su abuelo el
duque de Montemar, sin que haya que excluir la posibilidad de
otros contactos posteriores del mismo carácter.

El aprendizaje más directo y práctico en relación con la mili-


cia, lo adquirió Ricardos como oficial al lado de su padre, que
mandaba el Regimiento de Caballería Malta, en Italia, durante la
guerra de sucesión de Austria. Ricardos había recibido el despa-
cho de Capitán de Caballería a la edad de 14 años a título de no-
bleza y, probablemente, en reconocimiento también a los méri-
tos de su padre. No se incorporó inmediatamente a su unidad, sin
embargo. Aún continuó unos tres años en Cádiz, que sirvieron
para «una excelente preparación técnica». Incorporado a su Regi-
miento, quizá en el año 1744, demostró en la Campaña «gran z,a-
lar e inteligencia en el servicio . . . singularmente en la batalla de
Piacenza (junio de 1746) y en las sangrientas jornadas que la si-
guieron» en agosto del mismo año, a orillas del Tedone (3).

Aquella guerra terminó en 1748 con la paz de Aquisgrán. El


Rey de España, Fernando VI, obtuvo para su hermano, el futuro
Carlos III de España, el reconocimiento de la posesión del reirio
de las Dos, Sicilias y para su otro hermano, el príncipe don Felipe,
(1) A. Nieto Lanzos: Ricardos,Madrid, 1946, p. 15.
(2) Estado Mayor Central del Ejército: Campañas en los Pirineos a finales del
siglo XVIII, 1793-95,
t. II, Madrid, 1951, p. 82.
(3) Ibídem, pp. 82-83.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 63

los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla. Ricardos volvía a


España después de su participación en la guerra durante unos
cuatro años, con veinte cumplidos y con el empleo de Coronel de
su mismo Regimiento, cuyo mando dejaba su padre por ascenso.

Hay un tiempo, después de la campaña de Italia, durante el


cual el jovencísimo Coronel Ricardos no aparece relacionado con
una notable actividad profesional. Fueron varios años de sosiego
dedicados al estudio de temas militares, estimulado, en su aten-
ción a ellos, por la experiencia reciente en los campos de Italia.
Como tantos militares de su tiempo, siguió admirativamente la
táctica del Rey de Prusia Federico II y la estudió seriamente. Se
ha escrito, a este respecto, que un estudio de la campaña del Rose-
llón permite advertir en sus realizaciones y en particular en rela-
ción con el empleo del Arma de Caballería, su cabal conocimiento
de las acciones llevadas a cabo por Ziethen y por otros generales
prusianos.

Después de un período neutralista del reinado de Fernando VI


y consiguientemente al Tercer Pacto de Familia (1761), España
sigue vinculada a Francia, cuyas vicisitudes de política internacio-
nal va a compartir en la tensión y en la guerra con otra potwcia,
Gran Bretaña, tanto en el continente europeo como en el ameri-
cano. Es en este desafortunado marco de ruptura de la neutrali-
dad con los británicos, en el que volvemos a ver a Ricardos en
una acción de guerra, esta vez contra Portugal (1762) aliado de
Gran Bretaña. Aunque fue una campaña que no ha pasado a la
historia como sobresaliente, ya que el cuerpo de eiército aue in-
tervino, mandado primeramente por el marq.ués de Sarriá y noste-
riormente por el conde de Aranda, ocupó sin esfuerzo algunas po-
blaciones portuguesas y, ante algunos reveses inesperados, se re-
plegó con cierta dignidad sobre Extremadura, Ricardos fue ascen-
dido a brigadier, como recompensa por su acierto en la realiza-
ción de alguna misión que debió entrañar dificultades (4).

Su ascenso a mariscal de campo tuvo lugar al año siguiente, .


con ocasión de su campaña en el norte de Africa, decidida por los
ataques de los marroquíes a plazas españolas y por la piratería
de los argelinos. Su promoción a mariscal tuvo carácter de re-
compensa por la herida que recibió en Orán en dicha campaña ! (5). I’--’
(4) Conde de Clonard: Historia Orgánica de las Armas de Infantería y Cabal
Ilería españda, t. VI, Madrid, 1851, pp. 239-240.
(5) Nieto Lanzos: Ricardos, o. c., p. 18.
64 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

En los años que siguieron, se le encomendó a Ricardos otro


tipo de misiones, nada extrañas, tampoco, a otra gran dimensión
de SU vida: SU capacidad tanto organizativa como administrativa.
Así, en septiembre de 1764 salió de Cádiz para Veracruz con la
misión de reorganizar el ejército de Nueva España y, a los cuatro
años, se le nombró para una comisión que, en contacto con otra
militar francesa, debía estudiar y precisar la línea de frontera en
tre ambas naciones. Según alguna fuente, debió ser muy próximo
el siguiente ascenso, ya que, según esta información, las dos mi-
siones indicadas las realizó dentro del empleo de teniente general,
aunque algún otro autor sitúa en 1770 el año de tal ascenso (6).

Inspector General de Caballería

Llega un momento en que los años de estudio, experiencia y


mando del general Ricardos, cuentan con el reconocimiento nece-
sario para su adecuada fructificación. Nombrado Inspector Gene-
ral de Caballería en 1773, no tardará en abordar los problemas fun-
damentales del Arma. Un estudio a fondo de este hombre nos
puede revelar no sólo esas cualidades que se evidencian ante la
observación somera’ de su obra, como su competencia y espíritu de
trabajo, sino que, seguramente, nos encontraríamos con el perfil
definido de ese compendio de cualidades que, en castellano, se sue-
le denominar con el término de «un hombre serio», aunque, como
veremos, para algunos llegaba a manifestarse -en términos tam-
bién de un castellano popular- como «muy suyo» al abordar los
problemas de su incumbencia.

En su tarea organizativa destaca, desde luego, la fundación de


un Centro de Instrucción Militar de Caballería. Dentro de aquel
siglo xv111 y pocos años, antes había cuajado ya alguna realidad
como la Compañía de Cadetes del Real Cuerpo de Artillería de Se-
govia, ya en los días de Carlos III (1764). Era el exponente de una
conciencia que venía apuntando hacia la necesidad de contar con
medios institucionalizados para la preparación y formación de los
futuros oficiales de las distintas Armas, en la búsqueda de un mé-
todo que posibilitara una instrucción más completa de la que
era tradicional y que se realizaba en 10s regimientos (7).
(6) Según la documentación de un expediente Personal, cuando Ricardos volvió
de América en 1767, era aún Mariscal de Campo. A. G. S. (Archivo General Siman-
cas), Expedientes personales, Ricardos (Carrillo), hmio.
(7) J. Vigón: Historia de la Artillería española, t. II, Madrid, 1947. Un ca-
l
El General Ricardos; cuadro de Goya. Museo del Prado!
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 65

Anteriormente se habían fundado «picaderos. permanentes» e


incluso, también en el Arma de Caballería, se habían establecido
otros centros más cualificados, como la Escuela de Equitación
de Zaragoza, cuya misión específica era la de acrecentar la ins-
trucción de las tropas de Caballería y Dragones, pero la Escuela
había quedado disuelta a la muerte de su. director, el conde. de
Sástago (8). Había, por. lo tanto, que llenar aquel hueco y dar a.
la obra una dimensión más profunda y actualizada.

FUNDACION Y DESARROLLO DE LA ACADEMIA DE


CABALLERIA DE OCANA

Fue en el año 1775 cuando tuvo lugar la creación de un Centro


con la finalidad exclusiva de atender a la formación de futuros
oficiales del Arma de Caballería. Su duración no fue muy extensa,
ya que no sobrepasó la de una década y los cadetes, en su mayo-
ría, tuvieron que integrarse en los regimientos, de acuerdo con
la norma tradicional.

Academia, Escuela, Colegio, son nombres que se utilizan jn-


distintamente al hacer referencia a dicho Centro, y, a veces, son
precedidos del de «Picadero», expresivo de un elemento conjun
tivo.’ En la mentalidad fundacional, sin embargo, parece prepon-
derar el nombre de Academia, como índice de una voluntad inte-
resada en distinguir un régimen escolar diferente, del común de
escuelas militares existentes. Así, un Reglamento publicado a los
tres años lleva por título el de Constituciones de la Real Acade-
mia de Ocaña (9). Otro posterior, sin embargo, más rico en conte-
nido, más extenso y, lógicamente, más preciso, tiene como enca-
bezamiento el de Ordenakas PvovisionaZes ‘y Constituciones de
‘S. M.’ para el Escuadrón y Colegio de Caballeros Cadetes de Ca-
ballería (10).
pítulo dedicado principalmente al siglo XVIII. Tambien la obra de P. A. Pérez Ruiz:
Biografía del Colegio-Academia de Artillería de Segovia, Segovia, 1960.
(8) Conde de Clonard: Memoria histórica de las Academias y Escuelas Militd-
res de España, Madrid, 1847.
(9) Constituciones de la Real Academia de Ocaña, Madrid, 1778, por D. Juan
Antonio Lozano, Impresor de S. M.
” (10) A. G. S., Guerra Moderna, Suplemento, Leg. 91. Firmadas por ,Ricardos
él 30 de mayo de 1781, obtienen la aprobación del Rey Carlos III’ el 9 de ‘sep-
tiembre del mismo año, según comunicacion que hace Miguel de Múrquiz ,,a Ri-
cardos.
66 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

La ubicación se realizó en Ocaña, dentro del Colegio de expul-


sos de la Compañía de Jesús, cuyos miembros habían tenido que
abandonar España en 1767 como consecuencia de la orden dicta-
da durante aquel reinado de Carlos III, y, por razones no cono-
cidas, la Academia ocupó la casa de labor del Colegio, cuyo estado
defectuoso se evidenció muy pronto. A pesar de ello, el General
Ricardos, como observa Juan Silvela, «dirigió todos stis desvelos»
a fin de conseguir que la Academia lograra las cotas más altas
en su desarrollo (ll).

Un nuevo carácter, en efecto, se pretendió imprimir a la ins-


trucción que había de recibir el Escuadrón de Caballeros Cade-
tes de Caballería, que formaba aquella Academia Militar, conside-
rada, fundadamente, como un antecedente de la que se creó en el
siglo XIX y que se encuentra en nuestros días en Valladolid desde
1852. La formación no sería exclusivamente técnica, sino que ha-
bría de estar integrada por otros elementos inspirados por las
corrientes culturales de la época de la Ilustración. Como avance
puede observarse que el móvil de la aprobación y resolución del
Rey Carlos III quedó expresamente definido en la introducción
de las Ordenanzas Provisionales: que aquellos futuros oficiales
dispusieran del medio adecuado para que «educándose e instru-
yéndose no sólo en las ciencias, facultades y destrezas correspon-
dientes a sujetos que deben aspirar a los grandes empleos, sino en
la parte de educación civil que por su edad u otros motivos ,r,o
hayan podido recibir en sus casas, se formen sujetos útiles para
el servicio de mis ejércitos» (12).

Esta aserción, sin embargo, podría ofrecer una dimensión


demasiado simple, si no se tuvieran en cuenta otros criterios
que pesaron en la elaboración de una normativa, que atiende
no solamente a los fines de una formación que posibilitara
«sujetos titiles», sino que, como {veremos, dio también mucha
importancia a otros factores educacionales propios del Antiguo
Régimen.

(ll) J. Silvela Miláns del Bosch: Antecedentes para el esttrdio de la Caballeriu


en la Guerra de la Independencia, en «La Guerra de la Independencia y su mo-
mento histórico,, t. 1, Diput. Reg. de Cantabria, 1982.
(12) Ordenanzas Provisionales.. En su introducción.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 67

El ingreso en la Academia. Número de plazas y extracción


social de los aspirantes.

El número de plazas a cubrir en Ocaña estaba fijado en 104,


que constituía un escuadrón de tres compañías con unos 34 ca-
detes cada una. Estaba previsto, sin embargo, que el Director Ge-
neral -el Inspector del Arma -pudiera autorizar el ingreso de
algún cadete con carácter de «supernumerario», por razones de
necesidad o vacante, o por otras de alta conveniencia (13).

Entre las condiciones exigidas para el ingreso en la Academia,


figura destacadamente la aportación de pruebas fehacientes que
acrediten que el aspirante es de hidalguía notoria, de acuerdo con
las exigencias de las Reales Ordenanzas del Ejército. Ya anterior-
mente, en la instancia al Inspector General, debía aparecer, entre
los datos personales, la «calidad de los abuelos y padres del pre
tendiente». Junto al lustre de familia se requería también, aun-
que fuera indirectamente, el pertenecer a familia pudiente, ya que
los gastos ocasionados en el Centro se estipulaban en la impor-
tante cantidad para aquel tiempo, de seis reales diarios, con el
compromiso de depositar en la Caja de la Academia, por adelan-
tado, el importe de seis mensualidades (14). Dentro del Arma, ‘es-
pecialmente, se despertó preocupación por esta dificultad económi-
ca, a a hora de interesarse por el ingreso de un hijo en la Acade-
mia. Ricardos no fue insensible a este problema, resaltado en
más de una ocasión por compañeros del Arma. No sólo consiguió
que 18 plazas fueran reservadas para hijos de oficiales, sino que,
según consta documentalmente, intentó insistentemente con pro-
puesta inclusive de soluciones administrativas, la obtención de
ayudas económicas para estas plazas. Después de varias negati-
vas, en el año 1783 logró la dotación para cada una de ellas, de 18
escudos mensuales, cantidad no despreciable, “para subvenir a su
manutención y entretenimiento» (15).

(13) Ordenanzas Provisionales..., Tit. l.“, arts. 1-7.


(14) Ibídem, Tít. 3P, arts. 1-3.
(15) Entre otros documentos; Madrid, 10 de julio de 1782. Ricardos a Miguel de
Múrquiz, A. G. S., Guerra Mod., Supto., kg. 91. Es una representación en la que
pide la ayuda indicada. El dictamen del Gobernador del Consejo, M. Ventura
Figueroa, es negativo. La dotación de los 18 escudos por plaza: Aranjuez, 23 de
junio de 1783, Antonio Ricardos Carrilld al Sr. Conde de Gausa. En la misma fuen&
y en el mismo expediente.
68 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

El número de plazas estaba calculado en relación con la capa-


cidad de destinos en las unidades de Caballería, que eran de doce
regimientos (o trece) más el de Voluntarios, lo que significa que
correspondían ocho plazas a cada uno de ellos. Se pretendía ajus-
tar el número de cadetes al de las vacantes que, aproximadamen-
te, se habrían de ir produciendo, de tal manera que, al terminar
los años de Academia, no tuvieran que continuar el servicio en su
condición de cadetes en los respectivos regimientos. «No cowz’e-
ne -expone Ricardos en 178” que demoren mucho tiempo en
calidad de cadetes ni que estén menos de aquellos años que nece-
sitan para su instrucción civil y militar, y es difícil sin la expe-
riencia)> (16).

Una vez admitido como cadete, al presentarse éste en el Cen-


tro debía pasar por un serio reconocimiento ‘médico, de cuyo re-
sultado dependía el ingreso definitivo. Seguidamente el capellan
de la Academia le examinaba para comprobar su nivel de conoci-
mientos religiosos o de «doctrina cristiana», a fin de que, si ‘el
caso lo requería, se le proporcionara, sin dilación, la instrucción
adecuada. «en tan principal e importante asunto». La prueba es-
colar que debía sufrir no era muy exigente. Se ha de tener en
cuenta que, en la sociedad de aquel tiempo, el número de los
que sabían leer y escribir era mínimo y, además, el primero de
los tres cursos que había de pasar en la Academia, tenía, entre
otras finalidades, la de poder adquirir los conocimientos básicos
escolares. No es de extrañar, por tanto, que el examen consistiera
en un ejercicio en que demostrara que sabía leer y escribir y, en
caso, de no encontrarse en un nivel digno, se le encomendaba, «para
corregirle y perfeccionarle,. al maestro que para este fin tenía el
Colegio» (17).

Objetivos de una educación esmerada y’ hasta elitista.

Tanto las Constituciones como las Ordenanzas Provisionales,


no escatiman los términos claros y tajantes, vehículos expositores
(16) Madrid, 10 de marzo de 1784, D. Antonio Ricardos Carrillo al Sr. Conde
de Causa, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91. En esta exposición, sin embargo,
pide el aumento de plazas de 104a 120, en la proporción de 9 por cada uno de
los 12 regimientos y 12 por el de Voluntarios. La Petición fue denegada.’ El Ins-
pector había expuesto que no sería gravoso para los regimientos, porque, como
-él sugería, el aumento de 16 plazas «se tomarán de menos sobre el numero de sol-
dados que hoy tienen (los regimientos) en la Academia».
(17) Ordenanzas Provisionales.. . , Tít. 3.“, art. 8 y Tít. 4P, arts. 9-10.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 69

de doctrina educacional y de la normativa que había de regir la


conducta de los cadetes en su relación con los inmediatos y con
la sociedad en general. Su condición de caballeros, que aspiraban
a enriquecerla mediante una preparación para oficiales del Ejér-
cito, era incompatible con los modales y comportamientos consi-
derados como propios de la gente vulgar. Los cadetes tenían que
ser la contraposición de aquellos majos que ya pintaba Goya por
entonces, hasta el punto de citarse a éstos expresamente, al formu-
lar la siguiente prohibición: «fumm tabaco, llevar patilla, hebilla a
la punta del zapato, ni otro accidente en traje, habla o ademanes
de lo que el vulgo llama majos».

Es posible que la lectura de los textos a que se hace referen-


cia produzca hoy en algunos cierta. sorpresa por su contundencia,
máxime si se prescinde de una visión del contexto histórico, pero
en todo caso, hay que reconocer que el articulado en que se contie-
nen las reglas de educación es especialmente expresivo, como
emanado de las vivencias de un hombre que intentaba dar el má-
ximo interés a aquella cuestión. Hay términos que pueden parecer
hoy carentes de respeto a la sociedad, como los que se emplean
a continuación del párrafo citado anteriormente: «esta imitación
ridícula . . . y mala crianza de la gente más ínfima y soez dei pzte-
blo», en una nación «donde hasta el plebeyo aspira a equivocarse
con el noble en lo culto de sus modales y lenguaje y en lo’ pundo-
noroso de sus procedimientos, es incompatible con el honroso
deseo de seguir las huellas y ejemplos de los héroes militares, y
no se omitirá medio ni providencia para estorbarlo», hasta el pun-
to de que si el caballero cadete se mostrara incorregible ,tendrá
que ser expulsado (18).

Hay otros párrafos, en cambio, que, además de su carácter in-


directo de textos históricos, ilustrativos acerca de prácticas juveni-
les que han perdurado hasta recientemente, aunque no en medios
académicos, producen en el lector, propablemente, una actitud de
diferente tensión. He aquí un artículo breve, de cuyas alusiones no
se hará comentario: «Prohibo toda burla, manta, y cualesquiera
otra especie de mofa o chasco entre los caballeros cadetes y tam-
bién el que se pague patente a la entrada de la compañía deO Cole-
gio ni en el pase a las compañías» (19).

(18) Constituciones.. . , o. c. Es anterior, como ya se ha indicado, al texto de


las Ordenanzas Provisionales.
(19) Ordenanzas Provisionales..., Tít. 6.“, art. 1.
70 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

En cuanto a los juegos sedentarios, los Ordenanzas son prolijas


en sus referencias a lo prohibido y permitido. Así, no se permitiría
el juego de dados y, en general, tampoco el de naipes, pero sí el de
«ajedrez, chaquete, tablas reales, damas, trucos o villar y, a bají-
simo tanto, en el revesino, malilla, etc.». Hay una alusión al depor-
te en este mismo artículo, ya que hace referencia a la autorización
de otros juegos diferentes, practicables dentro y fuera de la Aca-
demia. Son éstos «el juego de pelota, balón o mallo y otros seme-
jantes, que agilizan el cuerpo o el discurso sin intervención de la
suerte ni contingencia de otra calidad» (20).

En otros pasajes el razonamiento doctrinal se impone con pro-


funda sencillez a la impresión que puede producir una prohibición
extraña dentro de las pautas sociológicas actuales. Es el caso, por
ejemplo, de la práctica del tuteo, tan extendida en la actualidad
y que, por otra parte y hasta muy recientemente, se encontraba
desterrada en determinados medios educacionales. A los cadetes de
aquella Academia se les prohibe el que se tuteen, a no ser que
medie una relación de hermanos o parientes. La razón en pro de
tal norma, según un artículo de las Ordenanzas, estriba en la ne-
cesidad de que arraigue bien la idea (el «principio») «de que se
necesita más respeto recíproco y más educación para vivir fami-
liarmente entre los jóvenes de una misma clase, que para el tra-
to con los extraños 0 superiores» (21).

La proyección elitista concebida para la Academia de Caballe-


ría de Ocaña, de la que el Teniente General Ricardos fue el alma,
no rehuye la explanación de una mentalidad, que podría herir !a
sensibilidad actual. No se resiste uno a reproducir un artículo
concreto, seguro, por otra parte, de que, para una comprensión
completa, la atención se fijará en todas las palabras:

«No hay cosa tan impropia que más abata el modo de pensar
y embastezca los modales y lenguaje, como el trato familiar y
frecuente con gentes de baja esfera y, al contrario, lo que acos-
tumbra a pensar con elevación y pundonor y formar los hombres
para la buena y decente sociedad, habit,uándolos a aquella flexi
bilidad ,política en las opiniones indiferentes y a aquellas de-
ferencias atentas ‘que evitan las disputas y los lances, hacen
amables y apetecibles los sujetos, afianza la amistad y correspon-
dencia y hace dulce el comercio de la vida, son los repeti-
dos diarios ejemplos que se beben en el trato con las gentes

(20) Ibídem, art. 4.


(21) Ibídem, art. 3.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 71

de nacimiento y educación. Por tanto, se cuidará de que los ca-


balleros cadetes no concurran ni pasen las :horas en casas sos-
pechosas ni de gente vulgar, y al que se le conozca propensión
decidida y reincidente al trato que no le corresponde, se le
prohibirá la salida, no siendo para pasearse o para alguna di-
ligencia precaria» (22).

Puede observarse, por último, que las razones de cuna se es-


grimen también al hacer un enfoque positivo y simple de las re-
laciones con los demás: «Los caballeros cadetes deben por su
nacimiento y crianza ser sumamente atentos y corteses con
todos» (23).

Dirección y profesorado.

La dirección de la Academia estaba reservada al propio Ins-


pector General de Caballería «con mando privativo e independien-
te de otra autoridad» que no fuera la del Rey, pero al frente de
la misma se hallaba un jefe que desempeñaba unas funciones si-
milares a las que corresponden a un director de Academia en la
actualidad. Era el Comandante de la Academia, con graduación
de teniente coronel y al que competían, según las Ordenanzas del
Centro, las mismas facultades y obligaciones que, por la Orde-
nanza General del Ejército, eran propias de un coronel de re-
gimiento.

De acuerdo con la estructura del mando vigente, existía el


Sargento Mayor, que, al igual que en las unidades o en los cuer-
pos, como se las denominaba comúnmente entonces, era el segun-
do jefe, con la misión nata de suplir al Comandante, siempre que
fuera necesario. En cada una de las compañías el mando estaba
a cargo de un capitán auxiliado por dos tenientes, y estos últimos
tenían, además de las obligaciones propias de su empleo, la de
suplir a los profesores de determinadas materias en caso de au-
sencia o de enfermedad (24).

La cuestión del profesorado ofrece, por supuesto, gran interés,


pero, además, su misma diversidad es un testimonio de que a la
(22) Ibídem, art. 6.
(23) Ibídem, art. 10.
(24) Ibídem. Ver los sucesivos artículos del Tít. 2.“.
72 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

Academia se le quiso imprimir un carácter de más amplitud for-


mativa que a una escuela de especialidad. Pueden distinguirse
dos grupos entre los profesores: el de los militares y otro cuyo
nombre era el de «maestros asalariados», que constituían un caso
similar al del personal que hoy, comúnmente, es denominado «ci-
vil» y también se le ha conocido con el de «contratado».

En cuanto a los profesores militares, oficiales de Caballería,


su destino era de libre elección, realizada mediante propuesta, del
Director al Rey. Es fácil imaginar que, entre las obligaciones del
Director, se encuentra la de proponer a aquellos oficiales, «en
quienes, además de la inteligencia para el objeto, concurran cos-
tumbres irreprensibles, instrucción, cultura y decoro». No consta
la exigencia 0 preferencia por los que se encontraran en posesión
de una «aptitud » determinada, aunque hay que interpretar que,
efectivamente, en general serían preferidos. Hay, sin embargo, un
aspecto dentro de esta cuestión, que es tocado expresamente: el
que dice relación al relevo de los oficiales profesores, que será
hecho «oportunamente» por el Director, con el fin de que no pier-
dan contacto con los regimientos a que pertenecen. Los profeso-
res civiles o «asalariados», cuya nómina debía ser satisfecha a
cuenta del presupuesto de la Academia, cubrían un área de ense-
ñanza que afectaba a Primeras Letras, Lengua, Esgrima y Baile.
Su elección era privativa del Director, al igual que la del capellán,
médico y cirujano, quienes deberán estar al corriente de sus res-
pectivos títulos (25).

Los oficiales profesores u «oficiales maestros», como se deno-


minan a veces, desarrollan la enseñanza específica del Arma y
otras asignaturas consideradas como de primera importancia, ta-
les como matemáticas, Ordenanzas, dibujo, etc. En algún momen-
to, sin embargo, alguna de estas materias estuvo a cargo de un
profesor civil especialista, como uno de matemáticas, quien llega
a interesarse por que su «Cátedra de matemáticas de Ocaña, le sea
concedida a perpetuidad, al habérsele designado para ella, segtín
le ha manifestado Meléndez Valdés en Salamanca» (26). A juzgar
por su graduación, eran jóvenes en su casi totalidad, ya que, se-
gún un estado de personal de la Academia, firmado en 1778, de
los diez oficiales que imparten enseñanza, dos son capitanes, tres

(25) Ibídem.
(26) Salamanca, a 6 de diciembre de 1783. D. JOS& Ruiz de la Bdrcena a D. An-
tonio Ricardos Carrillo, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91.
COMPANERISMO
(Cuadro existente en la Academia de Caballería).
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 73

tenientes, cuatro alféreces y uno portaestandarte (27). Hay un


oficial encargado de la biblioteca, cuya doble misión aparece cla-
ramente definida: «la dirección de la lectura y enseñanza de la
historia» (28).

El Plan de estudios.

El Plan de estudios para la Academia debía ser congruente


con la realidad concreta de aquellos aspirantes a oficiales de Ca-
ballería. Como ya se ha indicado, el escuadrón de cadetes estaba
integrado por tres compañías. Dos de ellas, la segunda y tercera,
eran las que encajaban plenamente en la concepción de un plan
de estudios adecuado a un grupo más o menos selecto de alum-
nos. Ahora bien, para acceder a este nivel, debería antes haberse
hecho un curso, que en la terminología actual, podría ser consi-
derado similar a lo que se entiende por un «selectivo». En él se ha-
llaban los que formaban la 1.” compañía, cuya heterogeneidad no
debe causar extrañeza, ya que se han de tener en cuenta las acu-
sadas diferencias de edad y de preparación de sus componentes.
La cuestión de la edad preocupó seriamente a Ricardos, porque
a la hora de corregir los defectos, las dificultades crecían en ra-
zon directa de «la mayor edad en que se reciben los cadetes». Con-
siguientemente a esta visión, llegó a hacer una propuesta, que fue
aprobada por el Rey, en orden a la limitación de edad para el
ingreso, que se fijó en los siguientes términos: no podrían ser
admitidos aspirantes de más de 14 años ni de menos de 12. Uni-
camente si se tratara de cubrir plazas de hijos de oficiales, se les
podría permitir que accedieran a los 10 años de edad. Es revelador
en relación con este curso, que puede ser considerado como pre-
paratorio o selectivo, lo que añade Ricardos en la exposición, al
referirse a esa edad que hoy, sin duda, nos parece muy corta: se
ha de tener presente que han de «emplear bastante tiempo, antes
de pasar a hacer el servicio a las compañías», es decir, a la segun-
da y tercera compañías (29).

El otro aspecto, las diferencias de preparación de los aspiran-


tes, es vista también por el Inspector del Arma como un incon-
(27) Madrid, 13 de marzo de 1778. Antonio Ricardos al conde de Riela. Ibídem.
(28) Ordenanzas Provisionales..., Tít. 2.0, art. 13.
(29) San Lorenzo, a 7 de noviembre de 1779. D. Antonio Ricardos Carrillo al
Sr. Conde de Riela, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91. Al final del escrito: «El
Rey lo aprueban, etc., 11 de noviembre de 1779.
74 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

veniente serio para la formación. El lo manifiesta en términos


nada ambiguos: «la educación defectuosa o escasa que suelen traer
de sus casas». Ello le inspira más claramente para formar esa
1.” compañía, cuyos componentes tenían un carácter más bien de
colegiales, en la cual deberían recibir «eI suplemento de Za educa-
ción civil que les falta y los principios de la militar, que perfec-
cionan después en el escuadrón», es decir, en la segunda y terce-
ra compañías, donde se encontraban los llamados con más pro-
piedad cadetes. El propio Ricardos expresa una gran satisfacción
por este método experimentado en el Centro (30).

En las Ordenanzas Provisionales aprobadas en 1781, al cabo


ya de una experiencia muy notable, aparecen con detalle minucio-
so los elementos que han de tenerse en cuenta en la instrucción
y educación de los alumnos de esta 1.” compañía. Entre los obje-
tivos de esta tarea figuraban el perfeccionamiento en la lectura
y escritura, la enseñanza del latín, equitación, algo de aritmética,
esgrima y lecciones de baile. Se incluía también el aprendizaje de
algunos puntos, al menos, de las Ordenanzas Generales del Ejér-
cito, la nomenclatura del caballo, el manejo de las armas -cara-
bina y pistola-, limpieza, armado, desarmado y ejercicios de fue-
go con las mismas, así como el mandar a pie las diferentes
evoluciones. No gozan de una menor atención los factores educa-
cionales, de los que se responsabiliza especialmente al capitán de
la compañía, sin desligar del compromiso a los subalternos, a fin
de que procuren el desarrollo de una educación excelente en los
valores fundamentales de un caballero militar, su esmerado com-
portamiento en el trato y unas formas en el aseo y urbanidad, con
la obligación de reprender y castigar, si fuera preciso, a los que
se mostraran negligentes (31).

Una vez demostrada su aptitud, tenía lugar el acceso a la se-


gunda compañía, cuyo programa de estudios, continuado para su
perfeccionamiento en la tercera compañía, era variado y muy com-
pleto. En él se incluía el estudio de la historia sagrada y también,
según denominación de entonces, de la profana, en relación con la
cual se hace la precisión de que ha de comprender tanto la antigua
como la moderna, y cómo ambas materias se enseñarán «metódica
y racionalmente». La lengua francesa era otra de las asignaturas,
aunque no obligatoria, pero sí útil para merecer y como medio de

(30) Ibídem.
(31) Ordenanzas Provisionales... Varios artículos del Tít. 7.0.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 75

entenderse «en toda Europa», así como para el desempeño de co-


misiones que podrán confiarse a un oficial y también para el ma-
nejo de tantos libros como se han escrito en dicho idioma o tradu-
cido al mismo (32).

Otra asignatura de este programa era la de matemáticas, nom-


bre que englobaba diversas materias, inscritas en cuatro grupos
designados con el nombre de «clases». Estas eran las siguientes:
1.” clase: Aritmética y elementos de álgebra. Geometría elemental.
Trigonometría rectilínea. Geometría práctica. 2.” clase: Mecánica y
Dinámica. Hidráulica. Fortificación de plazas y de campaña; su
ataque y defensa. Artillería. 3.” clase: Optica, Catóptrica y Dióptrica.
Arquitectura. Astronomía. Geografía y Cronología. 4.” clase: Dibujo
militar. Es posibe que este enunciado produzca una imagen un tan-
to infladora de la realidad, pero puede recordarse a este respecto,
que el programa está elaborado en unos días en que las matemáticas
han cobrado un gran fervor, en cuya influencia no están ausentes,
entre otros, los marinos y matemáticos Antonio de Ulloa y Jorge
Juan. Este último la ejerció directamente en determinadas acade-
mias militares de matemáticas con su valiosa colaboración.

La Táctica, tanto de Caballería como de Infantería, estudiada


teórica y prácticamente con evoluciones sobre el terreno, era, ló-
gicamente, uno de los elementos más importantes a tener en
cuenta en el estudio durante aquellos dos cursos, pero la materia
que cuenta con un resalte de especial importancia es el estudio
de las Ordenanzas: «Las Ordenanzas Generales de mi Ejército
(es en pleno reinado de Carlos III) y Zas particulares de Caballería
y Dragones montados». En relación con las primeras, reza así la
norma de la Academia aprobada por el Rey: «Este estudio (el de
las Ordenanzas del Ejército) ha de ser el primero de todo militar,
porque sin él no podría desempeñar sus obligaciones ni hacerse
recomendable en mi gracia». Pero es que la importancia de esta
norma se acentúa con la inmediata inserción del método que se
ha de emplear para su estudio, consistente en clase diaria con
asistencia rigurosa, examen mensual y otro especial al final de
cada cuatrimestre, para el cual debían estar reunidas las dos com-
pañías con sus oficiales y asistiría el Comandante de la Academia
y el Sargento Mayor (33).

(32) Constituciones..., art. LIV. En cuanto al estudio de la Historia, ver Ch-de.


nanzas . . . . Tít. 11.0, art. 1.
(33) Ordenanzas Provisionales... Ver los Títs. ll, 12 y 13.
76 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

La clase de esgrima tiene la consideración de muy conveniente,


aunque la declara obligatoria solamente durante uno de los tres
años, a diferencia de la equitación, que, como es fácil de compren-
der, obliga todos los años. La de esgrima, al igual que la de fran-
cés, debería tener lugar en tiempos libres y los cadetes satisfarían
a los respectivcs maestros de estas dos clases, «sólo ocho reales
mensuales~~ (34).

Con el título de «Gobierno de Zas clases» se formulan normas


de comportamiento, dirigidas tanto a los alumnos como a los pro-
fesores, y hacen referencia a la puntualidad, corrección y urbani-
dad, y no están ausentes de este cuadro algunos elementos de pe-
dagogía. Así, el profesor deberá «corregir con la mayor dulzura y
atención a los cadetes dentro y fuera de la clase» y «oirá con la
mayor paciencia sus dificultades sin perdonar medio alguno para
aclarar las dudas». Se recomienda también que los alumnos salgan
con frecuencia a la pizarra, «para que se habitúen a hablar y demos-
trar en ptibZico» (35).

El tiempo de vacaciones difería bastante del actual. La ordena-


ción cronológica del curso se ajustaba más al año administrativo
y no había vacaciones de verano. Se disponía, sin embargo, de tres
períodos vacacionales, dos de los cuales perviven en la actualidad
en todos los medios escolares, Navidad y Semana Santa, y había
otro intermedio entre estos dos, el de Carnaval, con la duración
de una semana (36).

El uniforme, al menos el aprobado en 1778, era de «casaca azul,


solapa, vuelta y forro encarnados, chupa y calzón de color de ante,
. . . mantillas y tapafundas anteadas con galón de estambre blanco».
Así fue propuesto y aprobado, salvo el color de las mantillas y ta-
pafundas, por entender que era «muy delicado y fácil a man-
charse» (37).

Como ejercicio de actividades prácticas, puede ser considerado


el de «maniobrar en terrenos ásperos y desiguales» y el de la gue-
rrilla, participar en actividades de atrincheramiento, baterías y for-
(34) Ver las Constituciones..., arts. LI11 y LIV.
(35) Ordenanzas Provisionales..., arts. del Tít. 14.”
(36) Constituciones..., art. XXXVII.
(37) Madrid, a 2 de agosto de 1778. D. Antonio Ricardos Carrillo al Sr. Conde
de Riclu, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 77

tificaciones, disparar al blanco con la pistola a caballo, etc...., y el


servicio de Guardia de Prevención, exclusivo, claro está, de los
cadetes de la segunda y tercera compañías (38).

l Moral y religiosidad.

Como se ha dicho anteriormente, al capitán de cada compañía


se le responsabilizaba especialmente en la tarea de cultivar en
los cadetes los valores fundamentales de un caballero militar. Era
el quien debía contribuir más que nadie, a que los cadetes vivie-
ran el ideal de justicia, nobleza y honestidad. Sería de gran inte-
rés encontrar un ejemplar, si es que llegó a publicarse, de un
«Catecismo impreso», que, según las Ordenanzas de la Academia,
debería entregarse a los alumnos de la primera compañía, cuyo
contenido versaría acerca de «las obligaciones de un caballero
militar». Su temática, ajustada a los principios de la religión y la
moral, debía ser explicada por el capitán de la compañía. A él le
incumbía procurar el que se aprendieran de memoria las «múxi-
mas y definiciones ‘sobre el verdadero pundonor y la explicación
de las mismas», que completarían lo que el capellán debía ense-
ñar «por su ministerio» (39).

La ortodoxia católica que privó en aquella Academia de Oca-


ña, está fuera de duda. Esta afirmación podría haber sorprendido
años atrás. Hoy ya no, gracias a las investigaciones que, sobre
la Ilustración en España, han realizado, entre otros, Teófanes
Egido, Olaechea o Ferrer Benimeli, cuyas aportaciones son autén-
ticamente valiosas, como podrá advertirse más adelante, para
interpretar, en nuestro caso, la figura de Ricardos, un ilustrado
español creador de la Academia. Una ojeada a las Ordenanzas
que él presentó al Rey y que, como ya se ha expuesto, fueron
aprobadas en 1781, permite ver con claridad meridiana la ausen-
cia de sombras o ribetes heterodoxos. Con sólo advertir la, misión
del capellán en aquel Centro, queda disipado el más mínimo pre-
juicio que pudiera existir por cualquier condicionamiento de for-
mación. El examen que ha de hacer sobre doctrina cristiana a los
aspirantes al presentarse en la Academia; el «esmero» con que ha
de atender a aquellos jóvenes, con la instrucción adecuada y la

138) Ordenanzas Provisionales..., arts. del Tít. 19.”


(39) Ibidem, Tít. 7.0, arts. 1 y 2.
78 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

orientación que necesitan en aquella edad, así como el celo con


que ha de cuidar la observancia de los preceptos de la Iglesia
son suficientes detalles ilustrativos.

Y aun se puede añadir, por lo que respecta a Ricardos perso-


nalmente, que consta su interés por la presencia de un capellán
con preparación superior, porque entiende que esto es requerido
por el nivel del Centro (40).

PROPUESTA DE REORGANIZACION DEL ARMA DE CABALLERIA

El final de la Academia de Caballería de Ocaña en 1785, a los


diez años de su creación, no tuvo una vinculación directa con la
propuesta que Ricardos, Inspector General del Arma, hizo para
una reorganización, pero el expediente generado por ella permite
captar no sólo las razones oficiales de la supresión del Centro,
sino la existencia de una mentalidad reacia a la continuación del
mismo, al menos en niveles altos del mando

El indicado año de 1785 fue duro para Ricardos: no consigue


que su propuesta sea atendida ni que la Academia se abra para un
nuevo curso. Ambos eventos le afectaron dolorosamente y, en sus
manifestaciones, su espíritu tenaz y luchador dejó traslucir unos
sentimientos de desencanto e, incluso, de indignación, que, a ve-
ces, llego a ser un tanto agresiva. Trataremos de dar cuenta del
proceso, aunque sea en una forma sintética.

Dos años antes, en 1783, Ricardos recibe la orden de pasar re-


vista general a las unidades de Caballería. Debería haberla reali-
zado anteriormente, pero él expone al ministro de la Guerra, D. Mi-
guel de Múrquiz, las razones que se lo han impedido, además de
aprovechar la ocasión para informarle y, consiguientemente, para
que pueda tener conocimiento de ello el Rey, que, en los nueve
años y medio de su Inspección, ha pasado cinco revistas a la Ca-
ballería, cuando, en algunas otras Armas sólo se ha realizado esta
misión una vez en el mismo tiempo. Puede que sea indiferente
(40) En relación con el último extremo: Aranjuez, 23 de junio de 1783. D. An-
tonio Ricardos Carrillo al Sr. Conde de Gama, A. G. S., Guerra Mod., Supto., kg. 91.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 79

esta cuestión, aunque, probablemente, no lo sea del todo, pero aún


llama la atención el hecho de pedir en esta misma exposición
el que, antes de iniciar la revista general, que implicaría una «IUY-
ga separación», se dignara S. M. atenderle en dos cuestiones: la
concesión de ascensos propuestos por él para unos oficiales de
la Academía y, a través de unos términos mucho más extensos y
de profunda implicación y trascendencia, algo que ya había soli-
citado: la Junta que debería «examinar la certidumbre y causas
de la decadencia progresiva de la Caballería, que, agravándose
cada día de treinta y cinco años a esta parte, ha llegado a necesi-
tar ya de un pronto remedio» (41).

No titubea el Inspector y hasta da por supuesto que es cono-


cida sobradamente la «decadencia progresiva» del Arma, acusada
desde el final del reinado de Felipe V. La cuestión ha sido ya
planteada anteriormente por Ricardos y le preocupa que el Rey
haya emitido un juicio poco favorable acerca de la forma de ad-
ministrar los fondos destinados a las unidades, con el consiguien-
te perjuicio para el Arma. Este hecho le mueve a insistir en busca
de un esclarecimiento de las causas, por el buen nombre de él y de
sus antecesores, así como por el de los jefes de los regimientos,
tanto los actuales como los pasados. La Junta cuya reunión soli-
cita, será de generales «del mayor agrado» del Rey. La respuesta
que se le hace llegar al Inspector es que no mezcle las cuestiones
y, en particular, que exponga separadamente los extremos refe-
rentes a la propuesta para ascensos y a la solicitud de que se reú-
na la Junta que ha de determinar sobre su propuesta acerca de
la reorganización del Arma de Caballería (42).

Aún pasarían dos años hasta la designación de la Junta, que,


por orden del Rey, quedó compuesta por seis generales de Caba-
llería. Tres de ellos eran Tenientes Generales: D. Cristóbal de Za-
yas (Presidente), el marqués de Ruchena y D. Manuel Pacheco.
Los otros tres eran Mariscales de Campo: D. Jerónimo Caballero,
el marqués de Mirabel y D. Pedro Sangro. Formaba también parte
el Intendente del Ejército D. Manuel Fernández. También Ricar-
dos podría intervenir, pero, a pesar de que su «concurso» fue dis-
puesto también por el Rey, no consta claramente que fuera miem-
bro plenamente de aquella Junta cuya composición él, desde luego,
había solicitado valientemente (43).
(41) Madrid, 10 de mayo de 1783. D. Antonio Ricardos Carrillo a D. Miguel de
Múrquiz, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91.
(42) Ibídem.
(43) Nombramiento de la Junta: Orden del Rey del 26 de junio de 1785. Fuente:
80 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

La propuesta de Ricardos y el Dictamen de la Junta.

«La Caballería, de muchos años a esta parte, se halla . . . figura-’


tiva en el número, incierta en la duración de su fuerza, endeble e
inferior en la calidad, e inexperta, por inejercitada, para el de-
sempeño de las principales funciones de su instituto» (44).

Con esta afirmación, rotunda hasta en la forma literaria, abría


Ricardos la representación de su propuesta «sobre el estado y
remedios de la Caballería». Tal situación es atribuible, según .él,
a cinco factores determinados, o cinco «defectos ‘constitutivos»,
en relación con los cuales adjunta documentación con fines pro-
batorios. Los cinco extremos a que se refiere, denuncian: 1.” In-
suficiencia de medios para mantener una disponibilidad adecuada
de caballos. 2.” Inferioridad en el haber del soldado de Caballería
en comparación con el del resto del Ejército. 3.” Los apuros eco-
nómicos del portaestandarte y alférez, que no pueden atender a
las obligaciones que se les exige de mantener un caballo y un
mozo. 4.” Excesivo retraso en los ascensos. 5.” Necesidad de una
reorganización de los regimientos y más aún de las compañías,
a fin de que puedan responder a las exigencias del servicio tanto
en la paz como en la guerra.

Entre los «remedios» que señala para resolver la situación,


destacan: un aumento en las gratificaciones, en el haber del sol-
dado y en la paga de los oficiales subalternos. Los regimientos
de Caballería, cuyo número es de trece en aquel momento, suma-
rán uno más con el de Voluntarios, ya que éste debería estructu-
rarse como los demás del Arma, e incluso los ocho de Dragones
se ajustarán al mismo patrón. Propone un aumento de 408 caba-
llos y espera que con el nuevo pie de los regimientos, los ascen-
sos sean más, fluidos, los soldados se sentirán mejor atendidos,
se fomentará la cría de caballos, etc. Un análisis técnico de la
propuesta requeriría hoy un estudio comparativo que ocuparía
una notable extensión de tiempo y espacio y cuyo interés quizá
no pasará de ser relativo. Más simple, en cambio, podría ser el
de los sueldos, cuyos datos abundan en documentación y que
reflejan una nomina no desdeñable para su tiempo en los oficia-
la misma citada en la nota anterior. En cuanto a la designación de Ricardos,
puede verse en el niismo expediente. Sc le dirige un escrito a Aranjuez, con la
misma fecha de la Orden Real por la que se nombra la Junta.
(44) Madrid, 30 de junio de 1785. D. Atzto:$o, Ricardos a D! Pedro de cerena,
A. G. S., Guerra Mod., Supto. leg. 91.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLBRIA DE OCAÑA 81

les superiores, la cual desciende muy acusadamente en los subal-


ternos, para lo que Ricardos proponía especial aumento (45).

El Dictamen de la Junta no se hizo esperar. A las dos semanas


estaba ya elaborado, en un tiempo que parece demasiado breve
para la evacuación de una consulta de tal magnitud. Su juicio
global sobre la propuesta, es decir, tanto acerca de la situación
del Arma denunciada por Ricardos, como de ,las soluciones que
propone, es de rechazo e, igualmente, los miembros se pronuncian
con unanimidad en contra de cada uno de los puntos. El tono
general de la respuesta se percibe a través del sentimiento que
manifiestan en el inicio. Muy deliberadamente, sin duda, procu-
ran hacer constancia de haberse sentido ofendidos ~«ZOSindividtlos
de IU Juuzta», pertenecientes al Arma de Caballería, por el juicio
que ha emitido Ricardos acerca del estado .de la misma. En tér-
minos habilidosos y estudiados manifiestan que les es «muy do-
loroso por el reverente amor que profesan a S. M., la extrema
decadencia en que considera el Inspector. la Caballería, especial-
mente habiéndola visto con los mismos auxilios que en la actua-
lidad, en buen estado» (46).

Al referirse en particular a cada uno ‘de los puntos, la Junta


no acepta ni uno ~610 de la propuesta. Así, en cuanto a la incor-
poración del Cuerpo de Dragones, entiende que no debe’ efectuar-
se, porque el Cuerpo, con su Inspector propio, cumple satisfac-
toriamente desde su propia organización. Los problemas’ económi-
cos, tanto en relación con la disponibilidad de caballos como de
los distintos haberes, entienden los miembros de la Junta que
aquellos están condicionados por las dificultades del erario pú-
blico. -El Intendente subraya este juicio’ en ‘su informe especial,
en el- que entiende que las pretensiones chocan inconvenientemen-
te con los problemas del erario; En cuanto a los ascensos opinan
que, en primer lugar, el hecho de una falta ,de fluidez no puede
ser elemento causal de la ,decadencia del Arma y, en cuanto al
plan ‘que propone’ el Inspector, lo encuentran’ hasta contradicto-
rio. Unicamente sería éste ventajoso para los cadetes, quienes,

(45) Aparece el número de Regimientos como se indica, es decir, trece más el


de Voluntarios y no como aparece en otro momento indicado anteriormente, en
el ‘que se dijo que aparwen doEe más el de Voluntarios.’ *
En cuanto a las pagas, especificadas por empleos, ver el’ documento citado ,en
la nota anterior.
(46) Madrid, 14 de julio de 1785. D. Cristóbal de Zayas a D. Pedro de Lerena,
A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91. ! .

6
82 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

al crearse unas nuevas plazas de teniente, tendrían garantizado


su paso a tal empleo al salir de la Academia, lo que no admiten,
por considerarlo contrario a la Constitución del Ejército, que uo
autoriza el que un cadete pase «de repente a mandar a todos los
aZféreces». El Regimiento de Voluntarios debe mantenerse «en su
actual pie» y no como los demás regimientos, «porque es la única
Caballería ligera que tiene el Ejército, por el útil servicio que hace»
y no ha d.e preocupar el que esté convenida una asignación diferen-
te y superior en el haber de sus soldados, porque se ha considerado
necesario por razón de su preparación.

En resumen, la Junta no ve ventajas considerables en el plan


presentado por Ricardos, por lo que concluye que no merece la
pena una reorganización del Arma, habida cuenta de que «toda
novedad. es arriesgada y expuesta a inconveniented graves». ¿Qué
se hà de hacer entonces? Hay un pasaje del Dictamen, al final del
mismo, cuya lectura escoció a Ricaidos. La Junta se permite ha-
cer unas recomendaciones a tener en cuenta especialmente por
quienes tengan responsabilidades en el mando y dirección del Arma
de Caballería. Los «remedios» a aplicar son los siguientes: que
haya «jefes celosos, aplicados y que ejerzan libremente sus fucul-
tades». iPodría interpretarse como una acusación de autoritarismo
hacia el Inspector del Arma? No parece descaminado, porque se
añade que, cuando haya que hacer una propuesta (de ascenso o
destino, se entiende), «que se haga con imparcialidad, atendiendo
a la justicia que exige el verdadero mérito». Y es aquí donde se
hace ya una, alusión, aunque no explícita, a la Academia de
Ocaña: «que la juventud toda permanezca precisamente en sus
Cuerpos, aprendiendo su oficio, sin que por eso, dejen de ir los
que voluntariamente quisieren, al estudio de las matemáticas en
las Academias que V. M. tiene creadas». Por último añaden otra
recomendación que también afectó a ‘Ricardos: que haya una bue-
na administración de los fondos y un control de la disciplina y de
la enseñanza general. «Estos son, Señor -finaliza el Dictamen,-,
en el concepto de la Junta, los verdaderos y sólidos auxilios pura
yemediar los defectos que nota ,el Inspector, sin necesidad de una
alteración, que pudiera ser violenta y destructiva» (47).

:
Una quincena más tarde, el cuatro. de agosto, se le trasladó a
Ricardos el resultado del Dictamen con texto. del mismo y se le
..
<. / ‘.

(47) Ibfdem.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 83

comunicó un Real Decreto, en el que se le .ordenaba que «no’,afte-


rase la observancia de los primitivos establecimientos ‘..;. ordkna-
dos por mi Señor D. Felipe V, dignísimo padre» (48): 5:’

,’

CONTROVERSIAS Y DISOLUCION DE LA’ ACADEMIA


,.

La iniciativa de Ricardos quedó frustrada, al menos en princi-


pio, y él muy contrariado. No se resignó, sin embargo. Al contrario,
pocos días después de haber recibido la comunicación oficial del
Dictamen, manifestó su indignación al Ministro; ,para ‘que,.pudiera
llegar al conocimiento del Rey. Los términos en que se ha expre-
sado la Junta son «doIorosos» para ,él y «poco merecidos». por su
esmero en el servicio. Destacan en su representación dos puntos,
desarrollados más ampliamente en dos escritos. En el primero;
relacionado con la reorganización, del Arma, se queja,. porque, pa-
rece deducirse del Dictamen que «los Regimientos de. Caballería
están más decaídos en el tiempo que corre a (su) cargo, la’ Inspec-
ción que el anterior». Según él, hay muchos <<errores» en el. Dic-
tamen, debido, en parte, a no haber participado .el en las ,reunioT
nes, por no haberlo permitido Zayas, el Presidente. Pide a ..Lerena
que haga llegar al Rey su ruego respetuoso .de que permita la
adopción de los medios conducentes, a fin de que’ sea reparada su
dignidad ofendida, ya que, según ha podido advertir en la comu;
nicación recibida, parece que se le «inculpa» de algo y manifies:
ta «que nada (le) es más ‘itiportante como procurar cqnservar ,lq
opinión del celo, desinterés y esmero con que (lleva) servidos
. . . 45 años... (49). .’

Disolución temporal de la Academia


’ :
El ‘punto segundo ,tiene particular interes en este’ trabajo, por
referirse a la Academia’ de, Caballería de Ocaña. Como se ha po-
dido advertir, no fue la cuestión más tratada en el Dictamen, pero
Ricardos aprovecha‘ Ia ocasión para ‘defender amplia y ‘profunda:
mente esta causa, lo que nos permute captar’ noticias directas e
indirectas en torno al hecho de la suspensión de aquel Centro.
(48) ,Este texto en el expediente ‘de la pr~pukta de Ricardos bl final, despu&
del traslado. La resolución real, en la fecha indicada. Ver nota 44.
.(49) Madrid, 10 de agosto de 178.5. D. Antonio Ricardos Carrillo a .D. Pedro
López de Lerena, A. G. S., Guerra Mod., Supto., leg. 91:
84 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

En primer- lugar, esta situación. nos permite conocer que la


razón oficial de la suspensión de la Academia en aquel año de
1785 fue de carácter económico y que no fue propiamente una di-
solución, porque la decisión no entrañó un carácter definitivo.
Así se lo comunico López de Lerena al propio Ricardos en nombre
del Rey: «la carencia de fondos el único motivo para la Real re-
soZución» y tal situación de cierre permanecerá hasta tanto que se
disponga de «los necesarios fondos para mantener el Colegio de
Ocaña con la decencia y instrucción y decoro correspondiente a
los fines de la Institución» (50).

Llega a impresionar cómo Ricardos, no queriendo faltar míni-


mamente el respeto al Rey, se lanza arrojadamente a demostrar
que la Academia no pasa por una situación económica difícil, sino
que, por el contrario, aunque haya tenido dificultades inicialmen-
te, el progreso administrativo que han logrado jefes y’oficiales ha
sido tal, que está a punto de liquidar cualquier déficit. En este
empeño de defensa acompaña una variada documentación y se
abre a la comprobación que la superioridad crea conveniente ha-
cer. No se da por vencido y, cuando cree que ha exhibido una de-
mostración convincente, concluye que, por consiguiente, «ha ce-
sado la causa que ha determinado a la innata piedad,de S. M. a
una +us$ensidn», cuyas consecuencias negativas Rara la formación
de los futuros oficiales él ve palpablemente. Ricardos’ cree en la
Academia y no en los regimientos, como el medio más adecuado
para su instrucción, por el profesorado,continuo en la dedicación,
disponibilidad de libros e instrumentos, .etc. Está convencido del
progreso que ha experimentado el Centro y del prestigio del mis-
mo, hasta el punto de haber solicitado ya varios extranjeros su
participación como cadetes (5 1).

La especie acerca de la deficiente situación económica con visos


de ambigüedad. en la gestión, debió circular, sin embargo, dentro
del Arma al menos. Hay un documento complementario del co-
mentado anteriormente y dirigido también a López de Lerena, para
demostrar que la Academia no tiene deudas con los regimientos
del Arma, y.en él la indignación de Ricardos no repara en la emisión

(50) Ibídem. La cita literal es de Ricardos en su representación a López de


tirena: aque siendo. (como V. E. me comunica) la carencia de fondosD, etc....
(51) Ibídem. Se ha de tener en cuenta que la amplitud no es ~610 de la repre-
sentación, sino-de los dos escritos indicados, el núm. 1.” y el núm. 2.0, este último
sobre todo, que es el relacionado con la Academia.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCANA 85

de juicios. Se queja de la injusticia vertida en juicios erróneos so-


bre su gestión, de «la confusión de los malignos detractores». Pre-
senta documentalmente lo que él llama una «justific¿xión irrefra-
gable», mediante la aportación de oficios de los coronel& de los
regimientos, clarificadores de una correcta relación económica y
vuelve a lamentar la influencia que en la opinión real se haya po-
dido producir por «impresiones calumniosas» y pide que se le haga
justicia, para que «desaparezcan las especies que se han difundido
con tanto encarnizamiento como rapidez por mis enemigos y por
aquel inagotable número de ociosos, que se complace en los des-
doros ajenos», y, por último, ruega a López de. Lerena que incline
el Real ánimo para obtener la reparación de su «concepto vul-
nerado» (52).

La detención en este pasaje y la reproducción de citas explícitas


obedecen a un interés por conseguir, aunque sólo sea con aproxi-
mación, algunos rasgos de la personalidad de Ricardos y, como no,
a la búsqueda de un esclarecimiento de la verdad. Es probable que
Ricardos exagerara en su visión acerca de la situación del Arma
de Caballería y que los medios propuestos por él, si se hubieran
adoptado, no habrían resuelto los problemas que existían (53).
Quizá tuviera una visión muy personal y, en .esta hipótesis, no es
de extrañar el que dentro del Arma no todos aceptaran sus juicios
tan seguros.. . Lo que no deja dudas es que uno se encuentra. con
un hombre de ideas, responsable, emprendedor y valiente, ..aunque,
al mismo tiempo, probablemente nada cómodo. Es importante se-
ñalar que el Rey atendió el ruego de Ricardos y los miembros de
la Junta tuvieron que definirse acerca de las quejas del Inspec-
tor (54).

iCómo se manifestaron? En conjunto, mantienen todos ellos el


juicio emitido, se ratifican en lo dicho, con diferencias sólo de for-
ma. Veamos en particular. Zayas, el Presidente, ruega a López de
Lerena que, por su edad y achaques, se le libere de entrar en la
polémica («el certamen») «que parece quiere entablar el Inspcc-
tan, pero, al fin, da su opinión y no cede un ápice en relación con
(52) Madrid, 7 de septiembre de 1785. D. Antonio Ricardos Carrillo a D. Pedro
Ldpez c& Lerena, A. G. S., Guerra Mod.,.Supto., leg. 91.
(53). Tal es la opinión interpretativa de Juan Silvela en Antecedentes...; o. c.;
p. 409. .
(54) Fechados en el mes de septiembre de .1785, se encuentran los dictámenes
particulares ‘de varios miembros de la Junta: Zayas, marqués de’ Ruchena, Sangro
y Gerónimo Caballero. ‘El expediente en que se encuentran, el’citado en la ‘nota 52.
86 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

la propuesta de la reorganización del Arma. En cuanto a la Aca-


demia, en cuya cuestión no había opinado la Junta según él, se
muestra decididamente partidario de que los cadetes se instruyan
en los regimientos y, para el estudio de las matemáticas, indica la
conveniencia de asistir a las Academias creadas para militares,
con recomendación especial de la de Barcelona.

El marqués de Ruchena se muestra especialmente duro en el


informe. Califica como una ofensa al honor de los miembros de
la Junta la actitud de Ricardos, la cual, para él, representa, ade-
más, una desobediencia al Rey, un comportamiento intolerable.
Tampoco apoya la causa de Ricardos en pro de la Academia, que
es -afirma con tono irónico- 4 objeto de sus deZicius».

Sangro es el más preciso en el análisis, que expone con lengua-


je muy selecto, sobre la representación reivindicativa de Ricardos.
No, por ello, sin embargo, es menos inflexible que los anteriores.
De ningún modo puede admitir el comportamiento de. Ricardos,
al que califica de irrespetuoso para con una Junta de Generales
de. honor muy reconocido y que ha merecido la confianza del
Rey. Además, según él, al volver sobre los puntos de la polémica,
afirma que el plan de Ricardos es superficial, se fija en «reparos
menores», sin penetrar en las dificultades más fuertes, que las
había, según él mismo. En cuanto a la Academia de Ocaña, se une
a la opinión de que la mejor escuela para la instrucción de los
cadetes son los regimientos, aunque -añade- «como todo el
empeño del Inspector es sostener su Colegio, se le puede discul-
par su prolija apología». A pesar de ello, no deja de sorprender
que haga, al mismo tiempo, un informe en el que sugiere la con-
veniencia de crear una Academia General para Infantería, Caba-
llería y Dragones, en relación con lo cual apunta ideas sobre la
edad adecuada de los cadetes, su número, materias de estudio, prác-
ticas.. .

Gerónimo Caballero, que es a la sazón Comandante de los Ca-


rabineros Reales, es el menos agresivo, hasta utilizar un lenguaje
que raya en lo diplomático. A pesar de ello, muestra su desacuerdo
con Ricardos en relación con la situación del Arma. Discrepa en
términos correctos y opina que la situación no es deplorable como
afirma el Inspector. El punto relacionado con la Academia no lo
toca, y se disculpa de no emitir juicio sobre tal cuestión, porque
le ha faltado el tiempo necesario para su estudio.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 87

Conclusión

No puede interpretarse, a través de una abundante documenta-


ción, que la disolución temporal de la Academia obedeciera a cri-
terios que no estuvieran fundados en problemas económicos del
Centro, aunque éstos se encontraran en vías de próxima solución,
como demostró Ricardos. Otra cuestión sería averiguar porqué no
reanudó sus cursos y hoy sí que podemos ver que hombres muy
representativos del Arma rehusaron prestarle colaboración en aque
lla empresa en que él se hallaba tan ilusionado. Sin pretender in-
fravalorar su personalidad y sus juicios, se nota, sin embargo, una
mentalidad un tanto inmovilista. A excepción de Sangro, la Junta
colectivamente y sus miembros en particular, rehúyen lo que se
presente con carácter de nuevo. Conviene tener en cuenta que las
academias militares de matemáticas a ‘que se hace referencia en el
expediente, especialmente a la de Barcelona, dirigida por oficiales
de Ingenieros; ya que había sido disuelta en 1760 la que en la mis-
ma ciudad dirigían oficiales de Artillería, no tenían las caracteris-
ticas de una Academia, antecedente de las actuales, ni por su
objetivo ni por su régimen. Existía, en cambio, como ya se ha
indicado, la de Artillería de Segovia y su razón de ser sí que res-
pondía al mismo fin que se pretendió unos años más tarde para
la de Ocaña: la instrucción en ella de los caballeros cadetes, con
exclusión de los cuerpos en este cometido (55).

Al disolverse la Academia de Ocaña, no todos los cadetes se


incorporan a diferentes regimientos del Arma. Para los más jó-
venes su destino fue el Seminario de Nobles de Madrid, un centro
creado por Felipe V a imitación del parisino Louis-Le Grand,
instituido para alumnos «legítimos descendientes de nobleza noto-
ria, heredada y no sólo de privilegio» y cuya dirección fue entre-
gada a los jesuitas. Después de la expulsión de, la Compañía de
Jesús, este centro continuó en su actividad y, en 1770, fue nombra-
do director del mismo el ya citado marino y matemático Jorge
Juan, quien, según exposición reciente de Aguilar Piñal, «logró man-
tenerlo a gran altura pedagógica» (56).
(55) En relación con las academias o escuelas de Artillería anteriores a la. de
Segovia, ver J. Barrios Gutiérrez: La enseñanza de la Artillería en España hasta
el Colegio de Segovia, en «Revista de Historia Militar,, núms. 18 y 28. En cuanto
a la Academia de Artillería de Segovia, las obras de J. Vigón, Historia... y de Pérez
Ruiz, Biografía..., citadas en la nota 7.
(56) F. Aguilar Piñal: La Política Docente en la Epoca de la Zlustración, vol. 1.
((Historia de España,, dir. por Jover Zamora, Madrid, 1987, p. 458.
88 MATEO MARTINEZ FBRNANDEZ

ENTRE LOS ILUSTRADOS Y LOS «AMIGOS» DE ARANDA

Al referirse a Ricardos la historiografía, escasa por otra parte


en un tratamiento específico, utiliza las denominaciones de «inno-
vador», «hombre de su tiempo», «amigo de Aranda», «ilustrado»,
«del partido aragonés » . . . Estas pinceladas pueden ser suficiente-
mente indicativas para abocetar, al menos, el cuadro cuya realiza-
ción requiere, por supuesto, un estudio más amplio. A pesar de
tales vislumbres, las noticias relativas a su ideología adolecen de
falta de precisión, por no existir un estudio directo y metodológi-
camente actualizado acerca de él.

Desde una óptica de adherencias muy tradicionales, la visión


de Ricardos como «hombre de su tiempo», presenta a un hombre
mas o menos víctima del ambiente que tuvo que vivir, en contraste
con la educación cristiana que había recibido. Tal es la interpre-
tación que hace Nieto Lanzos, al indicar que «s~f~ió» la influencia
de «aquella sociedad afrancesada, racionalista y enciclopedista en
sus clases directoras, salvo raras excepciones», ya que en ese medio
«transcurrió la vida del ilustre general», aunque reconoce al mismo
tiempo que, por ser hombre de su tiempo, él, como Jovellanos y
otros, no podía ser un conformista ante el sistema sociopolítico del
Antiguo Régimen en que vivía (57).

La relación de Ricardos con Aranda ha sido objeto, quizá, de


una interpretación un tanto simplista. Frecuentemente aparece como
amigo del conde de Aranda y se concluye que, por ello mismo su
posición política y su ideología coincidían con la ‘que, hasta hace
pocos años se ha atribuido a éste con escaso rigor ‘crítico. Las in-
vestigaciones de Olaechea y de Ferrer Benimeli, por el contrario,
han liberado a Aranda de un conjunto de tópicos a través de los
cuales ha sido recibido en la historia, tales como el de su amistad
con’ Voltaire, su importancia en los orígenes de la masonería es-
pañola o en el decreto de expulsión de los jesuitas (58). Teófanes
Egido, uno de los grandes conocedores del siglo XVIII español, en
un estudio reciente acerca de la religiosidad de los ilustrados, ob-
(57) Nieto Lanzos: Ricardos, o. c., pp. 2425y 31.
(58) R. Olaechea;J. A. Ferrer Benimeli: El conde de Aranda, mito y realidad
de un político aragonés, Zaragoza,1978.J. A. Ferrer Benimeli: La masonería es-
pañola en el siglo XVIII, Madrid, 1986.
.
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 89

serva que «hay que reconocer que hoy ningún historiador exigente
pone en duda la más estricta ortodoxia de los ilustrados»; Y es
que, como él mismo indica, tanto en el siglo XVIII, como en el XIX
e incluso recientemente, ha ocurrido que, al anatematizar a los ilus-
trados españoles, el juicio se ha hecho con el pensamiento puesto,
más que en ellos, «en determinado modelo de ilustración que nun-
ca existió». En la actualidad se advierte que gana terreno la acep-
tación de que existió un tipo o modelo de Ilustración católica, en
la que, ciertamente, se daban actitudes críticas propias del «siglo
de las luces», pero que aquélla no se asimilaba plenamente al mo-
delo francés. Tal acontecer no fue exclusivo de España, sino que
se aprecian rasgos comunes en los principados católicos de Ale-
mania, en Austria, en Portugal y en los Estados italianos (59).

Sería muy conveniente un ahondamiento en la cuestión de los


militares ilustrados, del que no se dispone. A finales del reinado
de Carlos III, España cuenta con una élite dentro del Ejército, la
cual, según las conclusiones de Alonso Baquer, está integrada por
«hombres abiertos a una valoración positiva de lo europeo, aman-
tes a su modo de su patria y de su rey, pero sobre todo decididos
a encakar el papel de hombres útiles en lo científico y en lo edu-
cativo». Militares y marinos de esta élite, cuyo representante má-
ximo es el conde de Aranda, tendrían, sin embargo, según el mismo
historiador, un «trágico destino», ya que los supuestos para los
que estaban preparados eran muy diferentes de aquellos que hu-
bieron de vivir. Había dentro de ellos otros factores, que condicio-
narían su actitud ante los acontecimientos y repercusiones de la
Revolución Francesa y se apartarían del rumbo neutralista, que en
política internacional había marcado Aranda, conocedor, por otra
parte, de la capacidad desbordante de la Revolución que avanzaba.
Cadalso, uno de aquellos «amigos» de Aranda y muerto con ante-
rioridad a los acontecimientos catalizadores, es visto con la conjuri-
ción de elementos que aparecerían después claramente escindidos
en sus compañeros: «mentalmente es un ilustrado. De corazón es
un tradicionaZ» (60).

(59) T. Egida: La Religiosidad de los Ilustrados en la Epoca de la Ilustración,


vol. 1, «Historia de España», dirig. por Jover Zamora, ‘t. XxX1, pp. 398401, Madrid,
1987. En el mismo tomo, del mismo autor: Las Elites de poder, el Gobierno y la
Oposición.
(60) M. Alonso Baquer: EI Ejército en la Sociedad Española, Madrid, 1971,
pp. 18-21.
90 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

Uno de los hechos más clarificadores de Ricardos como ilustra-


do, fue su pronta integración en la Sociedad Económica de Amigos
del País de Madrid, una de aquellas entidades que, en expresión de
Gonzalo Aries, eran reflejo e instrumento de la Ilustración (61). En
ella, según un biógrafo suyo, colaboró intensamente Ricardos «en
cuestiones de ZegisZación» inclusive, animado, sin duda, por conse-
guir lo que Sarrailh considera «objeto claro de Zas Económicas: Za
prosperidad nacional» (62). Ello no significa que su hombres sin-
tieran este móvil exclusivamente, sino que se hallaban inmersos,
según el análisis de Rosa M. González, «dentro del reformismo po-
lítico característico del siglo XVIII español», con conocimiento y
admiración de aspectos del pensamiento francés, desde lueg,o, pero
sin que pueda afirmarse que dependieran ideológicamente del mis-
mo, ya que «salvaron los dos baluartes que aquél había convertido
en puntos esenciales de su ataque: la Iglesia y el Estado del An-
tiguo Régimen» (63). Intensificación de la producción o prosperi-
dad nacional, fomento de la cultura y reformismo político compen-
diaban los objetivos de aquellos hombres, cuyo conocimiento acer-
ca de su extracción social no cuenta con unanimidad de opiniones,
pero entre la que destaca siempre un grupo de aristócratas y ecle-
siásticos, que realiza su tarea respaldada y dirigida por la política
del Despotismo Ilustrado del reinado de Carlos III.

Uno de los datos más sugerentes para captar el ámbito político


del general Ricardos, es su inserción en el grupo conocido con el
nombre de partido aragonés: Como es sabido, el término «partido»
no tiene aquí el significado propio de los tiempos contemporáneos.
Sí que desarrolló, en cambio, una actividad característica a veces
de tales colectivos, aunque, evidentemente, no pudiera utilizarse el
cauce de un parlamento que aún no había nacido. Tal actividad, la
de la oposición, fue muy viva, representativa y compleja en cuanto
a sus componentes, cuyo origen geográfico no era Aragón exclusiva-
mente, sino que aquéllos recibieron tal denominación por el hecho
de agruparse en torno a un aragonés, el conde de Aranda.

Fue un grupo de presión, cuyo objeto definido era la lucha por


el poder político. Sus componentes, aunque contaran con aliados
(61) G. Anes: Economía e allustracidn~ en la Es@ía del siglo XVIII, Barcelona,
1972, pp. 22-26.
(62) J. Sarrailh: Lu Espana ilustrada en fa segunda mitad del siglo XVIII,
México, 1957, p. 230.
(63 Rosa M. Gonztiez Martínez: La Real Sociedad Económica de Amigos del
País de Ledn, León, 1981, pp. 43-49 y 51-52.
l RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCANA 91

ocasionales, son continuadores, durante los reinados de Carlos III


y Carlos IV, del «partido aristócrata» de los reinados de los prime-
ros Borbones. Sintiéndose preterido en las funciones de gobierno,
este sector de los aragoneses no disimulará los móviles funda-
mentales de su oposición y ataque a los que las ejercen. Más con-
cretamente lo precisa T. Egido: «Aparece siempre con especial vi-
gor y formulado en todos los tonos imaginables el más indisimu-
lado menosprecio hacia el colectivo de golillas y covachuelistas que
detentan el gobierno a despecho del derecho histórico y connatural
que asiste a la nobleza para tal función» (64).

Hay un momento sobresaliente en tal ofensiva, la cual se con-


densó, entonces, contra Floridablanca, quien presidía el equipo gu-
bernamental. Fue el año 1788 y aún tuvo su continuación en los
años inmediatos, con cargas sobre todo satíricas, contra la’ persona
y la política del Ministerio. En la intriga parece que intervinieron
antiguos aliados, como Campomanes y Lerena. iJugó algún papel
el general Ricardos en aquella trama? Nos faltan datos para una
afirmación. Sí es conocido, en cambio, el hecho de un traslado a
Guipúzcoa, un tanto misterioso, en aquel año de 1788 (65). Fue a
partir de entonces cuando los ataques a Floridablanca tuvieron
como método principal las intrigas y la sátira a través de publica-
ciones, detectados especialmente a partir de la creación, en aquel
mismo año, de la Junta Suprema y de la publicación de algunos
decretos relacionados con honores y recompensas, que, según es-
tudios de actualidad, hirieron la sensibilidad de nobles y militares.

GUERRA DE LA CONVENCION. LA CAMPANA DEL ROSELLON

Sentenciado al fin y ejecutado en la guillotina el Rey de Fran-


cia, Luis XVI, el gobierno español no vaciló en participar o colabo-
rar con la Primera Coalición Europea, ya en guerra contra la Re-
pública Francesa, la cual se había lanzado a una política expan-
(64) T. Egido: Las EIites . ... o. c., pp. 157-M.
(65) Este punto en la vida de Ricardos aparece especialmente estudiado en un
biógrafo ya citado en este trabajo. Según su investigación, Floridablanca traslada a
los militares sobxsalientes del partido aragonés: a O’Reylly a estudiar la costa
de Galicia, a D. Luis de la Casas a Orh, a Ricardos «a mandar la provincia de
Guipúzcoa,, y al marqués de Rubí lo dejó de cuartel en Pamplona. Nieto Lanzos:
Ricardos .. .. o. c., p. 31.
92 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

sionista o de anexiones. Hubo diferencia de motivaciones entre los


países coaligados. Así como por parte de Gran Bretaña el complejo
de intereses políticos y económicos apuntaban especialmente a la
consecución de un equilibrio europeo, otros estados, tales como
España, Nápoles y Rusia, entraron en la guerra con una actitud di-
recta contra la revolución y en pro del sistema monárquico, men-
sajeros de una guerra de principios. A raíz de la muerte del Rey de
Francia en enero de 1793, la Convención, en medio de una situación
de relaciones muy tensas con España, declaró a ésta la guerra y no
tardaría demasiado en recibir una respuesta del mismo signo. En
España se vivió muy popularmente la contienda, para la que se hizo
una gran propaganda y se llegó a darle, incluso, un carácter de cru-
zada, para la que se alistó una multitud de voluntarios (66).

En febrero del año anterior (1792) había caído del poder Flori-
dablanca, derribado por Aranda, del que parecía lógico esperar una
solución militar al conflicto que existía con Francia. Aranda, sin
embargo, el ya viejo militar y político, después de una larga per-
manencia como embajador en París, había advertido la potencia y
vitalidad de la Revolución Francesa en marcha y no proyectaría
una política bélica, por lo que, en noviembre de aquel mismo año
sería sustituido por Godoy, que conectaba con la mentalidad inter-
vencionista de las altas esferas.

El Teniente General Ricardos continuaba en Guipúzcoa desde el


año 1788, cuando fue llamado a Madrid en una fecha no bien CO-
nacida, pero que puede cifrarse entre finales de 1792 y comienzos
de 1793, momentos en los que Godoy se encuentra ya en el poder,
lo que puede sugerir que la vuelta de Ricardos a la Corte obedeció
a los planes del cambio de política ,exterior en relación con Francia,
y, lo que sí consta claramente es su nombramiento como Capitán
General del Ejército de Cataluña en febrero de 1793 (67).

La guerra de la Convención tuvo una duración aproximada de


dos años (1793-1795) y para ella se destinaron tres cuerpos de
ejército: el de los Pirineos vasconavarros al mando de Ventura
Caro, el del Pirineo aragonés mandado por Sangro y el de los Piri-
(66) Mateo Martínez: El Empecinado, en «Vallisoletanos», t. II, Valladolid, 1983,
pp. 255-256. El Empecinado, a la edad de dieciocho tiOS, participó en esta guerra,
en eI Ejército de Cataluña, como voluntario en la unidad de Caballería Volun-
tarios _4e España.
(67) Estos datos en la obra citada, Camparias en los Pirineos...
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCAÑA 93

neos orientales por Ricardos. Aunque el de este último era el que


se componía de más efectivos -de 24.000 a 35.000 hombres, según
qué fuente se utilice- el conjunto de medios no era suficiente
para llevar a cabo una guerra de invasion, de acuerdo con las di-
rectrices de la política gubernamental.

Se produjo, en efecto, una invasión española, habiendo llegado


a penetrar en la llanura del Rosellón, aunque la campaña de Ricar-
dos tuvo más bien carácter de guerra de montaña, desde el Col de
la Perche y el Pico de Puigmal hasta la costa mediterránea. ‘Dos
fases aparecen claramente diferenciadas en la Campaña del Rose-
llón. La primera de ellas, de 1793 a 1794, es de ocupación española,
y la segunda, por el contrario, es de repliegue y, además, de pe-
netración francesa en territorio español.

La campaña mandada por Ricardos corresponde a la primera


fase. Se han hecho diferentes estudios sobre ella tanto en España
como en el extranjero. Uno muy extenso y profundo fue realizado
hace unos aríos por el Estado Mayor Central del Ejército, que puede
ser consultado en las bibliotecas de centros y unidades militares,
como la amplia exposición de la mencionada Historia. . . de Clo-
nard, por citar algunas fuentes asequibles. No hay divergencias
sustanciales en los análisis y conclusiones acerca de la dirección
de la guerra en general, así como de las batallas en particular, ta-
les como la de Trouillas y Masdeu, la inteligencia de Ricardos en
la. distribución de las fuerzas, su intuición al ponerse al frente de
la caballería en un momento imprevisto y decisivo, su modelo de
retirada a Boulu -fortificada previamente- sin perder un hombre
ni un cañón, su prudencia en no ocupar Perpiñán por conocer la
limitación de sus medios. . . En conjunto ha ,sido valorado positi-
vamente en el exterior. Una cita conocida es la del general y escri-
tor francés Jomini, que estudió la campaña y escribió, acerca de
ella,, que había sido «un modelo de guerra de montaña».

Un estudio de cierta amplitud permitiría conocer un poco más,


siquiera, acerca de acciones de guerra concretas, llevadas a cabo
por los hombres de la División de Caballería de Courten, por ejem-
plo, o de la artillería del duque de Osuna, o el heroísmo de aquellos
hombres de una pequeña unidad que pasó a la historia con el nom-
bre de «la batería de la sangre», símbolo del arrojo y,‘al mismo
tiempo, de las privaciones y sacrificios de aquellos soldados. No
hay duda de que, al fin, el Ejército francés. de los Pirineos orienta-
94 MATEO MARTINEZ FERNANDEZ

les retrocedió vencido por las tropas de Ricardos en los últimos


días de 1793.

La táctica de Ricardos ha ,sido muy estudiada, como ya se ha in-


dicado, y ha sido calificada de óptima. En cuanto a su preparación
práctica, hay que decir que no fue tan despreciable como algunos
opinan. Sus campañas en los campos de Italia, en la frontera por-
tuguesa y en Africa no fueron una abstracción. Cabe añadir que
desarrolló unos trabajos que debieron ser muy fecundos para su
profesión, tales como la reorganización del Ejército de Nueva Es-
paña y su comisión para la fijacion de la frontera francesa. Más
en particular, en cuanto a su «arte de la guerra», preponderan los
juicios que advierten en él la aplicación de su estudio de la táctica
prusiana, especialmente en el empleo de la caballería, que revela el
estudio de las famosas batallas de Rosbach y Leuthen, entre otras,
en la guerra de los Siete Años. Además del conocimiento de las
tácticas cercanas o inmediatas, se ha advertido también, en algunas
acciones, el reflejo de su estudio de la antigüedad, de Roma y de
Cartago, al que era extraordinariamente aficionado.

EL FINAL DE RICARDOS

A primeros del año 1794 el Capitán’ General Ricardos, ascendido


a este empleo como reconocimiento a su éxito en la ,batalla de
Masdeu, se presenta en Madrid llamado por el Gobierno, o, quizá,
habiendo pedido él permiso para ello. Se había ‘producido un «com-
pás de espera» en la guerra y Ricardos necesitaba exponer la si-
tuación de sus fuerzas mermadas, por supuesto, y en un estado
que rayaba en el agotamiento y tocaba en la penuria de los medios
para el combate, que se habría de reanudar en un’ país .extranjero,
el cual vibraba de entusiasmo por el avance de su revolución, se
enorgullecía por sus victorias frente a otros enemigos exteriores y
no escatimaba recursos humanos y de material, para dar de nuevo
la batalla a los españoles.

La campana, en efecto, se reanudó. El ‘temor tan fundado de


Ricardos fue tristemente comprobado en la segunda fase de la Cami
paría del ‘Rosellón (17941795). Aquel Cuerpo de Ejército tan su-
frido de los Pirineos orientales, ,que había dado tan grandes mues-
RICARDOS Y LA ACADEMIA DE CABALLERIA DE OCdA 9.5

tras de espíritu y patriotismo, se vio precisado a repasar la fronte-


ra, empujado por el ejército enemigo, que llegó a ocupar Figueras
y sitiar y rendir a Rosas, convertida en un montón de ruinas. Pero
Ricardos ya no estaba al frente de sus soldados. Había muerto en
Madrid, durante aquella estancia que él había considerado tan ne-
cesaria para la obtención de recursos con los que poder hacer frente
al enemigo que él sabía que se le echaba encima con una alta mo-
ral y copioso de medios. Una pulmonía acabó con él, el día 13 de
marzo de 1794. Con seguridad que no se hubiera extrañado de aquel
desenlace de la guerra, culminado en la paz de Basilea (22 de julio
de 1795), en la que el desfavorable resultado para España quedó
muy patente, ya que, por este tratado, hubo que entregar a Francia
la isla de Santo Domingo, para que sus soldados abandonaran el
territorio español ocupado.

Tenía Ricardos, cuando falleció, sesenta y seis años cumplidos


y no había tenido hijos en su matrimonio, contraído con su prima
Francisca María Dávila Carrillo de Albornoz. A la viuda se le con-
cedió, a los pocos días del fallecimiento de su esposo, el título de
condesa de Trouillas, evocador de una de las acciones más brillan-
tes de la Campaña del Rosellón. Ricardos tuvo fama de manirroto.
Lo fuera o no, al morir no dejó dinero. Su viuda lo expone repe-
tidamente, especialmente en relación con la gestión para poder se-
guir percibiendo las rentas de una encomienda que tenía concedi-
da su marido. Hubo para ello ciertas dificultades, manifestadas
por el Gobierno de las Ordenes Militares, pero, al fin, se le recono-
ció el derecho, que el Rey Carlos IV nunca quiso negarla y que
Godoy comunica: Si no se perjudica a tercero, debe obedecerse a
S. M., «a favor de un vasallo que le ha servido con tanto celo y
amor» (68).

(68) A. G. G.: Expedientes personales, Ricardos (Carrillo), Antonio. Un expe-


diente de extensión considerable en relación con el punto expuesto. La comuni-
cación de Godoy al condes Campo Alanjs tiene fecha de 3 de junio de 1795. En
todo el expediente, el nombre del título de la condesa es de Trullas.
0. I---_
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- -75
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Reinado de Carlos III.-Colegios y escuelas militares y navales


EN LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
por Santiago SAIZ BAYO
Teniente Coronel de Ingenieros, DEM
Licenciado en Geografía e Historia

LA FORMACION DE LAS GUERRILLAS (*)

L A historia de las «guerrillas»


hasta la antigüedad;
y los «guerrilleros»
su técnica es asimismo milenaria.
como ejemplos los «pequeños combates» con los que el cónsul
se remonta

Fabio Cunctator vigila, hostiga, debilita y ataca al victorioso Aníbal


Sirvan

del lago, Trasimeno, sin exponerse por un solo momento a una bata-
lla decisiva. Recordemos, ya en nuestro suelo, a Indivil y Mandonio,
caudillos de los ilergetes tarraconenses, que bien pueden figurar
entre los primeros mártires de la independencia patria; y las hazañas
de Viriato frente a lo que hoy. llamaríamos «ejército invasor», «de
ocupación». Pero esta antigüedad no debe llevarnos a caer en el
error, frecuentemente extendido, de que la guerra de guerrillas es
primitiva.

Samuel C. Griffith, brigadier general del Cuerpo de Infantería


de Marina (EE.UU.) indica: «Se dice a menudo que la guerra de
guerrillas. es primitiva. Esta .generalización es peligrosamente des-
orientadora, y verdadera solamente en un sentido tecnológico. si
uno considera el cuadro total, salta a la vista la paradoja y se com-
prende que esa forma primitiva es, en realidad, más sofisticada que
la guerra nuclear o atómica o que las guerras que fueron lidiadas
por ejércitos, marinas y fuerzas aéreas convencionales. ., ’
: 1 ;,

(*) Nota de la Redacción: Este artículo puede ‘considerarse confinLa&m del


publicado por el mismo autor en la Revista de Historia Mi~ita’r,~núni. 63 <año i987).
98 SANTIAGO SAIZ BAYO

El mismo autor añade más adelante: . ..Sin embargo, el primer


ejemplo de operaciones de guerrilla en gran escala ocurrió en Es-
paña entre 1808 y 1813. Los españoles que huyeron a las montañ.as
ante el ejército invasor de Napoleón eran patriotas leales al gobier-
no, cuya corona les había sido quitada por el Emperador de los
franceses. No eran revolucionarios. La mayoría no deseaba cambio
alguno en su forma de gobierno. Su único objetivo era ayudar a
Wellington a arrojar a los ejércitos franceses de España» (1).

Posteriormente ha habido otros muchos guerrilleros y otras


tantas guerrillas que han tenido, al igual que las anteriores, como
misiones fundamentales y constantes las de producir situaciones
críticas al enemigo, hacer inseguras las comunicaciones de éste,
mantener la retaguardia en constante estado de zozobra, etc. Gue-
rrilleros con resistencia tenaz a la fatiga, al hambre, a las penali-
dades, que han contado con el apoyo incondicional de la población,
que han recurrido de continuo a tretas y estratagemas siempre
ingeniosas, que han actuado por sorpresa sin detenerse en es-
crúpulos . . .

Pero, como dice Aznar, «todo esto lo enseñaron maravillosa-


mente unos españoles que, guiados por el instinto, fueron la pesa-
dilla para el más grande de los capitanes de la Edad Moderna» (2).

Centrándonos en estos hombres y en el entorno político-social y


económico que hizo posible que salieran del anonimato para con-
quistar las más altas y merecidas cotas de popularidad y que pos-
teriormente algunos fueran elevados a importantes puestos políti-
cos y militares para los que, en ocasiones, no estaban preparados,
debemos intentar poner sus figuras en el justo lugar que les co-
rresponde; y pocos tan capacitados para esta misión como Gómez
de Arteche.

Anotemos su pensamiento: «. ..herido (el pueblo español) en sus


sentimientos de honor y de orgullo nacional, tan hondamente arrai-
,gados, e inspirándose en los de patriótico anhelo y en el deseo de
(1) Guerra de Guerrillas, Mao TseTung. Introducción del brigadier sneral ci-
tado, pp. 27, 30 y 31. Traducción del teniente coronel Manuel Torino. Ed. Huemul,
S. A. (Buenos Aires), 1965.
(2) Guerrillas y Guerrilleros. Conferencia pronunciada en la Escuela Superior
deI Ejército por el Excmo. Sr. D. @anuel,Aznar Zubigaray (Embajador de España),
Madrid, 16 de abril de 1970..
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 99

venganza, que siempre le ha distinguido, apeló a aquel personalis-


mo histórico que había hecho la gloria de sus predecesores. He
aquí el origen y la causa de las guerrillas en la gran epopeya de
la Independencia española.

Unos se prendaron de las ideas proclamadas en Cádiz . . . Otros


creyeron que el ideal de los españoles al verter su sangre y sacrifi-
car los intereses de todo género era el que habían proclamado ‘al
sublevarse contra la tiranía de Napoleón...» (3).

Estos hombres heroicos sirvieron, pues, en todas las causas


ideológicas de la época. Pero a todos les unía una sacrosanta misión
común: España. Sin embargo nos asaltan de inmediato multitud
de preguntas: <Por qué se produjo el levantamiento? ¿Cuándo se
produjo? ¿Qué hombres lo impulsaron, encauzaron y dirigieron?
¿Consecuencias del mismo? En este artículo se tratará de contestar
razonada y brevemente a todas ellas.

Respecto a la primera de las preguntas, además de lo ya men-


cionado anteriormente, conviene puntualizar que en la mayor parte
de España la rebeldía no fue, no pudo ser ordenada desde arriba,
y ello por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque ese
«desde arriba único» no existía (en gran parte y en la práctica es-
taba en las manos de Murat) En segunda instancia, por cuanto en
las zonas dominadas por los imperiales, las autoridades eran o
francesas o afrancesadas, además de las puestas y vigiladas por
aquéllas. En estas zonas ocupadas por el «Ejército aliado francés»,
sometidas desde el principio a sus dictámenes, el pueblo mantuvo
en mayor o menor grado una actitud de rebeldía, pequeña y’pasiva
al principio, grande y activa después. El aglutinante de todas estas
motivaciones fue la táctica y conducta de los ejércitos napoleónicos.

La entrada de Napoleón en España con la flor de su Ejército,


prólogo del desastre español de la batalla de Gamonal, señaló la
definitiva eclosión de la tragedia anunciada el 2 de mayo y alimen-
tada a lo largo de los tres meses siguientes.

(3) Juan Martín El Empecinado. La Guerra de la Independencia bajo su aspecto


popular. Los Guerrilleros. General D. José Gómez de Arteche, de la Real Academia
de Historia. Barcelona, 1888, pp. 9 y 38.
100 SANTIAGO SAIZ BAYO

Es ese 10 de noviembre de 1808 la fecha fatídica que señaló la


ruptura total y que hizo imposible, no ya la convivencia sino hasta
la mera estancia de los imperiales sobre nuestra Patria.

Los franceses no perdonaron ni a los soldados derrotados, a los


que degollaron salvajemente, ni a los pueblos que encontraban a
su paso. Todos los documentos consultados sobre estos días nos
hablan del horrible saqueo y posterior incendio a que eran someti-
dos cuántos pueblos caían en sus manos.

Por ello, tras estos últimos hechos, cuando ya no tienen nada


que perder, cuando todo les ha sido arrebatado, incluso los miem-
bros de su familia, el honor de sus propios hogares y hasta las pa-
redes y las tejas en que se cobijaban, las iras y los odios se desa-
tan. El pueblo entero se levanta contra el invasor; unos, los más
fuertes, se «echan al monte»; otros y otras, las heroicas mujeres,
apoyarán sin descanso a los primeros, les prestarán información
hasta del mínimo movimiento de los «gabachos», les proporciona-
rán alimentos, aunque ellos no tengan que comer, les ocultarán,
despreciando las mortales represalias, cuando aquéllos son perse-
guidos o están heridos.. . y, de paso, si es posible y se les presenta
la ocasión, matarán dentro ‘o en los alrededores de los pueblos
al primer francés que cometa el error de separarse de sus com-
pañeros.

Se puede aducir que levantamiento o levantamientos hubo mu-


chos antes de la fecha citada. Que el 2 de mayo fue un guerrear
del pueblo auténtico y genuino contra el invasor; lo mismo cabe
opinar de los motines de Burgos y Toledo, y de los combates de
Logroño, del Bruch, de Arbas y Valdepeñas. Otro tanto es dado
pensar del alzamiento del alcalde de Montoro y del conde de Val-
decañas. Ello es cierto, muchos son los que han sido calificados
de guerrilleros, pero o bien fueron héroes populares que se pusie-
ron al frente de un levantamiento popular, o se sumaron a él en un
momento o para una acción determinada, o bien actuaron realmen-
te como jefes’ de fracciones importantes- del ejército.

El Somatén
‘..
No hay duda .de que’ generalizando podríamos atribuir el título
de primera organización guerrillera al Somatén; Pero, si fue pi-e-
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 101

cisamente en Cataluña donde primeramente la animadversión con-


tra el francés tomó el carácter de lucha general fue debido a la
existencia en dicha región de una organización cívico militar pro-
pia y reconocida (con numerosos avatares) desde muy antiguo: la
de los Migueletes y el Somatén.

Esta organización, capaz de aglutinar a los pueblos ,para oponer


una resistencia eficaz, tenía además la ventaja de haberse experi-
mentado en las guerras precedentes del Rosellón y constituían una
acertada combinación de Migueletes (hombres elegidos entre los
más jóvenes y mejor dotados) y Somatén (la masa de la pobla-
ción). Fueron estas organizaciones las que tanto quebranto dieron
al enemigo, al que obligaban siempre a estar,sobre las armas y ex-
puestos a continuos ataques, ya ocuparan posiciones en campo
raso, ya se hallasen en puestos fortificados. Pla Caizol, en su «Gue-
rra de la Independencia en Gerona y sus comarca6 confirma lo
anterior: «En Cataluña y en toda España fueron los guerrilleros
-y los somatenes funcionaban como tales- 20s que ‘en realidad
ocasionaron al fin la derrota de los bonapartistas en España, y
desmoralizaron a los mandos franceses e hicieron precarias todas
las conquistas del territorio que lograba el invasor, hasta tal punto
que llegaron a dar al enemigo la sensación de que sólo podía con-
siderarse dueño del terreno que pisaba». Precisamente el ayunta-
miento de Manresa guarda un manuscrito sobre estos hechos, digno
de ser más conocido por cuanto representa.

Hubo, pues, frecuentes levantamientos en las poblaciones que


sentían la terrible amenaza de caer en manos del enemigo. En es-
tos lugares, en estas provincias, se crearon cuerpos de voluntarios,
a cuyas organizaciones servía y acudía la juventud. Pero en las co-
marcas ocupadas esto fue imposible; no cabía recurrir a procedi-
mientos militares y por ello el pueblo apeló al alzamiento aislado
de sus fuerzas, que -impotentes para oponerse al poderoso ejér-
cito regular invasor- recurrían al sistema y a la táctica de las
guerrillas.

El heroísmo de la mujer

Para hacer este tipo de guerra, para organizarla, para dirigirla


o simplemente para participar en ella, se sumó el ingenio de todas
las clases ,sociales. Desde el barón de Eroles, al profesor univer-
sitario, «El Médicoo; desde el clérigo ‘ramplón, «Merino», a «El
Pastor» de ovejas, Jáuregui.
102 SANTIAGO SAIZ BAYO ’

Como siempre ha sucedido en España, los hombres jamás han


caminado solos por las sendas del heroísmo; al igual que en todos
momentos difíciles, destaca en éste, ese temple de acero de la mujer
española. Bien acompañando, impulsando o aun dirigiendo al va-
rón, bien auxiliándole, amparándole, curándole, reavivando su cuer-
po y su espíritu Su comportamiento y su aportación a esta guerra
irregular fueron decisorias. Citemos algunos nombres y hechos:

La mujer de Cuevillas mató por su mano tres franceses -en


Santo Domingo de la Calzada, al obligar su marido a la guarnición
a meterse en el convento de San Francisco... Doña Susana Clare-
tona compartía con su marido, don Francisco Felonch, el manoo
de los somatenes en Capellades y trabuco en mano resistía el 14 de
marzo a los franceses como Magdalena Bofill y Margarita Tona
Col1 de Bruchy en Valdrau. Martina la vizcaína.. . desplegó un valor
y una serenidad en los trances más arriesgados, que le dieron el
nombre tan admirado entre nosotros como terrible para los ene-
migos. (Salvó, con un valor y una pericia increíble, a uno de sus
oficiales herido -Asenjo-). En Extremadura se distinguió sobre-
manera doña María Catalina López, sobre todo en la acción de
Valverde el 18 de febrero de 1810..., Francisca de la Puerta..., etc.
Las mujeres en el campo no tuvieron nada que desmerecer a las
Agustinas de Aragón, Claras del Rey, Manuelas de Malasaña, etc.,
de las ciudades.

Iniciación del levantamiento guerrillero

Según Gómez de Arteche (4) «En aquel año de 1809 puede de-
cirse que comenzó Za era, que tan eficaz había de resultar, de los
guerrilleros en la feliz y memorable ‘lucha de la independencia
española». Y, para aclararlo aún más, añade: «Hemos visto que
los había que salieron a campaña en el año anterior, y buen ejem-
plo es el del Empecinado, su representante más genuino. ..; pero
ni él ni los catalanes, con ser tantos y sus .operaciones tan eficaces,
imprimieron a la guerra popular el carácter general, la forma que
nos atreveriamos a llamar clásica, el espíritu de ira implacable. ..».

(4) Gueyra de la Independencia (18081814), por el General D. José Gómez de Ar-


teche y Moro. Tomo IX, Madrid, 1895. Tomo VII, p. 57. En adelante, todas las
citas en que no se mencione el autor se refieren a esta obra. Los datos de los dos
párrafos anteriores también están tomados de ella.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 103

Se podrá replicar que la «historiografía» popular les coloca en


el año 1808; que la mayor parte de los biógrafos de los guerrille-
ros sitúan sus primeras «grandes hazañas» en 1808; que un autor
tan popular como E. Rodríguez Solís les sitúa en el mismo año 1808;
se podrán alegar muchas cosas, pero las pruebas no apoyan tales
asertos.

El Conde de Toreno coincide en la misma tesis. No duda en


afirmar: «Acompañaron a los franceses en su retirada lágrimas y
destrozos (Retirada de agosto de 1808). Soldados desmandados y
partidas sueltas esparcieron la desolación y espanto por los pue-
blos del camino o los poco distantes: Rezagándose se perdían para
merodear y pillear, saqueando las casas, talaban los campos; sin
respetar a las personas ni lugares más sagrados. Buitrago, El Molar,
Iglesias, Portezuela, Gandullas, Braojos y, sobre todo, la Villa de
Venturada, abrasada y destruida...». Más adelante añade: «Hubo
sitios en que guerreaba toda la población. Así acontecía en Cata-
luna, así en Galicia, según luego veremos, así en otras comarcas.
En. los demás parajes levantáronse bandas de hombres de gue-
rrilla.. . » (5).

El mismo Emperador escribía, desgraciadamente cuando era im-


posible el remedio: «Las guerrillas se formaron a consecuencia del
pillaje, de los desórdenes y de los abusos de que daban ejemplo
los mariscales en desprecio de mis órdenes más severas. Yo debí
hacer un gran escarmiento mandando fusilar a Soult, el más voraz
de todos ellos».

Profundizando un poco más en el tema, veamos el proceso que,


en este aspecto, inicia el Gobierno legítimo de la Nación. Dice
Priego al respecto: «Entre las abundantes y por lo general bien
orientadas medidas adoptadas por la Junta Central en los prime-
ros días de su estancia en la capital andaluza, merece citarse: el
Reglamento de Partidas y Cuadrillas de 28 de diciembre de 1808,
que pretendía armonizar la actuación de numerosos grupos de com-
patriotas que se habían alzado en armas, a retaguardia del ene-
migo.. . » (6).
(5) Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Madrid, 1835.
Tomo 1, pp. 411 y SS. Tomo II, pp. 345 y SS.
(6) El Gobierno Central dio en diciembre de 1808 un Reglamento «para la for-
mación y swvicio de las partidas de guerrilla, (y ade cuadrilla»). Fracasado este
intento organizativo estableció, por decreto de 17 de abril de 1809, el «Corso te-
rrestre», por el cual se organizaron y tuvieron vida legal las guerrillas.
104 SANTIAGO SAIZ BAYO

Los artículos 21 y 24 de tal reglamento exigía dos condiciones


a estas partidas, difícilmente realizables en estos primeros momen-
tos. Primera condición «sine qua non» era que tales partidas no se
nutrieran con desertores de nuestras líneas regulares, evitando así
que. éstas acabaran de desorganizarse y disolverse; y la segunda
que sin perjuicio de operar con cierta autonomía, quedaran subor-
dinadas a la autoridad de los generales en jefe.

A pesar de afirmar Priego que eran medidas «bien orientadas»,


líneas después reconoce: «No obstante, la mencionada disposicióiz
resultó ineficaz, porque las partidas que habían comenzado a for-
marse se hallaban constituidas principalmente por desertores del
ejército regular que se resistían a volver a filas y porque los jefes
de las mismas preferían actuar con absoluta independencia...».

No debemos olvidar que Napoleón consiguió derrotar e hizo


replegarse repetidamente a los ejércitos españoles, pero el grueso
de éstos no fue destruido ‘ni cogido prisionero, por lo que muchos
de. sus elementos, al autodisolverse ciertas unidades, pasaron auto-
máticamente a engrosar o a formar parte de las guerrillas.

El momento más decisivo, y el que más esperanzas dio a los


patriotas y después más alivio y respiro a los ejércitos franceses,
lo constituyen los días posteriores a la batalla de Ocaña (18 de
noviembre de 1809) el mayor descalabro de los ejércitos españo-
les (al mando del General Azcárraga en este caso) en toda la Gue-
rra de la Independencia.

Pero en este momento se presenta un nuevo, y más grave aún,


problema para los ejércitos del Rey José, que se ven dueños de
toda Andalucía, pero que se encuentran con que la ocupación de
esta región y el sitio de Cádiz, les obliga a fijar otros 100.000 sol-
dados franceses más en el amplio escenario español. Ello lo deben
de efectuar restándoles de los ejércitos operativos y de maniobra.

Es a partir de esta batalla, cuando la guerrilla que, como he-


mos dicho, ya había comenzado antes, alcanza su máxima fuerza,
amplitud y número, extendiéndose poderosa, amenazadora y omni-
potente por toda la geografía patria. Para este fin, acudieron repre-
sentantes de todos los estamentos de la Nación. Hasta los pastores
fueron convocados para que formaran compañías de «honderos»
mediante manifiestos similares al siguiente.
. :* ’
. . . <, -
-;.. ,

leO&- Vista general de la ciudad, tomads desde el monte ‘I’orrer~, durente el primer sitio.

4 Agosto 1608.-Lncha en la torre del l’iuo, yuc costó la vida al comandante D. Autouio Cu&ros.
Rateria de la l’uerta de Sancho.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 105

«Amigos, no hay que andar como dime que te diré, ni traque


ni varraque ; a Francia, a Francia todos, pero primero nos pre-
sentaremos a los señores generales de los soldados que son los
amos y les diremos:

i#Usías ! como somos tan bolonios que no sabemos cuando es


la hora de hacer la arremetida, podemos gastar el zurrón antes ;
es preciso que usías nos den un oficial ‘que sea ducho que nos
lleve a donde aprieta la dificultad y diciéndonos jahora mucha-
chos ! pedrada que te crió y tente perro, ‘que yo aseguro que no
han de quedar para llevar el cuento a Francia. i Pastores ! no hay
que dexallo, que sernos los mejores soldados para la guerra con
los gabachos. Los señores generales bien nos conocen y saben
que a los (pastores nada les espanta y que estamos hechos a tra-
bajos ,porque el sol, la escarcha y la nieve caen sobre nosotros;
dormimos al sereno, la cama siempre está hecha; jamas nos
desnudamos, el uniforme siempre es el mesmo, nuestras armas
son de la fábrica de nuestras ovejas porque de su lana hacemos
las hondas y nuestra munición la hallan en todas partes y para
llevarla no es menester carros, porque zurrón vacío, zurron
heno; bien saben los señores que también sabemos andar por
vericuetos y que jamás de los jamases necesitamos camino real
porque sabemos los atajos. Pues ¿Y qué no saben que en ocasio-
nes manejamos al garrote como el mejor espadachín? Pues
no hay que venirnos con bayonetas porque de cada trancazo
echaremos al infierno a cuantos franceses se pongan por de-
lante» (7).

Y los pastores tuvieron su representante más genuino en uno


de ,los jefes de guerrilla más valientes, más astutos y entendidos.
Don Gaspar Jáuregui, «El Pastor», brigadier después, por méritos
propios, de nuestros reales ejércitos.

Lo cierto es que el Gobierno, ante este fracaso del Reglamento


de «guerrilleros y cuadrilleros» (para los contrabandistas), se vio
en necesidad dc reconocerlas tal como estaban surgiendo, dándoles
«status» legal y dictando el 17 de abril de 1809 la «Znstrucción para
el corso terrestre contra los ejércitos fmnceses», en las que, con un
mínimo control y normalmente a través del acicate de las recom-
pensas y de los empleos militares se las autorizaba, se las reconocía
oficialmente y se las animaba en aquella lucha sin cuartel contra
los. franceses.

‘(7) Gómez de Arteche, Guerra de Ia Independencia. Tomo VII, p. 60.


106 SANTIAGO SAIZ BAYO

ORIGEN, IDEAL POLITICO Y FINAL DE LOS GUERRILLEROS

Podemos establecer un origen doble por la presencia de los in-


dividuos que inicialmente integraron las guerrillas: militar o civil.
He aquí algunas modalidades de la forma de surgir la guerrilla de
origen militar:

a) A veces se formaron grupos de oficiales y soldados, disloca-


dos del Ejército regular derrotado. Es el caso de Porlier, del Briga-
dier Villacampa y de otros jefes que, no pudiéndose incorporar a
las grandes unidades en desbandada y no queriendo entregarse
prisioneros al adversario, deciden seguir la guerra por su cuenta.
En realidad estos grupos pudieron ofrecer al principio cierta con-
fusión con los grupos de desertores y por eso los mandos militares
trataron de conseguir la recuperación de los mismos.

b) También. se formaron grupos con los combatientes que


huían de las plazas sitiadas antes de la rendición de las mismas, o
bien con soldados prisioneros que consiguen fugarse en grupo, ca-
pitaneados por un oficial, como el caso de Renovales.

c) Además, estaban las antiguas fuerzas de seguridad pública


de carácter local, formadas casi siempre por soldados veteranos
licenciados y que recibieron diversos nombres según las regiones
(partidas francas, milicias honradas, somatenes, miñones, escopete-
ros y fusileros), y que aunque no tienen carácter militar propia-
mente dicho, suelen convertirse inicialmente en núcleos cataliza-
dores de actividades guerrilleras.

En cuanto a los grupos voluntarios civiles armados para com-


batir a los franceses tienen a su vez dos procedencias distintas:

a) Unas veces son gentes honradas arrancadas de sus queha-


ceres habituales por una acción psicológica debida a motivaciones
diferentes en cada caso, tales como la afrenta personal, la venganza
por la represión francesa, el deseo patriótico de mantenerse libres
de la dominación extranjera, el motivo religioso de lucha contra
el que, en aquellos tiempos, representaba el azote revolucionario.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 107

b) Otras veces se trataba de antiguos bandoleros y contraban-


distas a los que se ofreció el indulto si concurrían ahora a la causa
común de defender a la Patria contra los franceses.

La guerrilla significó la participación popular en el alzamiento


nacional y en la resistencia. Aquel modo nuevo de hacer la guerra
basada en la conjunción del Ejército nacional regular y la guerri-
lla era una «guerra total», constituyendo de esta manera España
una «nación en armas» que se enfrenta a Napoleón, cuya máquina
militar había vencido hasta entonces a las máquinas militares de
cuantos Estados se habían enfrentado a Francia, pero que no había
llegado todavía a enfrentarse a todo un pueblo en armas. Esa fue
la gran sorpresa y el gran error de cálculo de Napoleón.

En conjunto, pues, las guerrillas y los guerrilleros surgen por


una mezcla variopinta de necesidad física, moral y psicológica de
la raza hispana. Se uniría a ello el deseo de venganza, el amor a la
independencia, a sus costumbres, usos y modos juntamente con una
moral de victoria, orgullo personal, sueño de gloria en base a de-
rrotas que inferirá al enemigo. De esta simbiosis de características
y circunstancias, surge también la figura del jefe guerrillero que
logró aglutinar en torno a sí una serie de hombres ante los que se
erige en jefe y conduce al combate.

La guerrilla y los guerrilleros pronto se extendieron por toda


España y así el francés Miot de Melito dice de ellas: «un ejército
invisible se extendió sobre casi toda España como una red de la
cual no se escapaba ningún soldado francés que se alejara un mo-
mento de stl columna o de sù guarnición».

Como ya hemos dicho, surgieron también las guerrillas al ser


dispersados por las afortunadas operaciones de Napoleón los ejér-
citos en los que los españoles habían puesto sus más caras espe-
ranzas. Muchos de los voluntarios alistados en ellos, al verse im.
potentes ante las fuerzas imperiales y al ver en desbandada las uni-
dades en las que estaban encuadrados, cuando no en huida, deser-
taron de las filas para constituir grupos de merodeadores que pro-
curaban hacer a los invasores todo el daño que podían. A estos
«desertores» se unieron pronto paisanos que trataban de vengar al-
gún agravio personal recibido de los franceses y, también, aunque
resulta triste decirlo, bastantes forajidos de profesión que aprove-
chan la ocasión de la guerra para satisfacer sus ansias de botín y
108 SANTIAGO SAIZ BAYO

sus instintos sanguinarios. Bien es verdad que la actuación de estos


indeseables fue pronto atajada por 10s propios guerrilleros que les
persiguieron con más saña que a los mismos franceses.

El cura Merino y el Empecinado

El cura Merino nació el 30 de septiembre de 1771, hijo de labra-


dores y arrieros humildes. Fue soldado en el Regimiento Provincial
de Burgos, del que desertó sin que por ello fuera perseguido. Se-
gún la conocida obra de E. Rodríguez Solís, comienza sus andanzas
en enero de 1808. Según Gómez de Arteche, después de la segunda
invasión. Pero en su hoja de servicios figura, como primera acción
de armas, el 10 de agosto de 1808. iCómo son posibles estas tres
fechas? La primera de ellas es de antemano desechable, no coinci-
de en absoluto con la realidad cronológica histórica. La segunda
es aceptable teniendo en cuenta que es en enero de 1809 cuando
tiene lugar la famosa reunión, tipo medieval, en San Pedro de Ar-
lanza (8); pero en tal caso no encaja la fecha del episodio de los
instrumentos de música cargados sobre sus espaldas y transporta-
dos de Villoviado a Lerma. Si su primera acción de armas fue el
10 de agosto, no es dado pensar que, cuando se acercan nuevamrn-
te los franceses, los espere en la Iglesia parroquial en vez de con
la escopeta detrás de un matorral. Igualmente es improbable que
los franceses se conformaran con humillarle y hacerle cargar con
sus instrumentos, si ya era uno de sus ‘asesinos, uno de los «bri-
gantes».

En los primeros días dé agosto, con el rey José y sus generales


de paso por Lerma, se agotaron todos los medios de transporte
y se saturaron las vías de comunicación. En la dirección lateral y
de flanqueo de la carretera general Madrid-Irún se encuentra Vi-
Iloviado (a cuatro kilómetros al sur de Lerma). Sin duda, fue este
el momento en que echaron mano del buen cura para transportar

(8) Son muy diversos y variados los testimonios sobre esta reunión. Gómez de
Arteche, por ejemplo, en su obra citada, tomo VII, p. 22, dice: «...EI “Director” le
inspiró la idea de una reunidn en San Pedro de Arlanza, especie de asamblea an-
tigua, con aquel personaje anónimo (Santillán), el abad de Lerma don Benito Ta-
berner, el del insigne monasterio en que se celebraba la Junta, y et de Covarru-
bias, el comisario de la central, se?ior Pega, presbítero también, ‘y Merino... fijaron
las medidas que sería necesario tomar para el alzamiento en armas del país... Esto
sucedía en enero de 1809...». En esta fecha coinciden todos los autores.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 109

los instrumentos y la circunstancia que motivó su juramento de


venganza en el impresionante marco de la plaza mayor de Lerma.

A los pocos días, el 10 de este mes, los franceses se retiraron


de la villa. Merino encontró al primero o a los primeros «gabachos»
en quien cumplir su promesa de venganza. Lo sucedido desde este
momento hasta el 11 de noviembre tiene una explicación racio-
nal. El cura se retira a su pueblo, ya que la comarca está libre
de franceses. Pero, tras la victoria napoleónica de Gamonal, el
hasta hace poco pacífico clérigo tiene que acogerse a la protección
de «El Risco» y de las espesuras de los carrascales que cubren las
estribaciones del Sistema Ibérico.

De haber realizado encuentros y hazañas bélicas de envergadu-


ra en épocas anteriores, figurarían en su citada hoja de servicios.
Aún más, sabemos que en los primeros meses de 1809 encuentra
tan serias dificultades para reclutar gente con las que organizar su
partida, a pesar de contar con el apoyo de la Junta Provincial, que
incluso algunos estudiantes (entre ellos Santillán) llegaron a pen-
sar seriamente en abandonarle (9).

Es ilustrativa su hoja de servicios (10):

«. . . En la presente campaña contra Francia, desde el día 10 de


agosto de 1808 no perdonó fatiga de matar y aprisionar silenciosa-
mente cuantos franceses pudo, cuya suma asciende a un número
considerable, hasta que el día 6 de enero de 1809 abandonó su casa
y acaudillando unos cuantos españoles se presentó en público, ene-
migo decidido de los franceses, saliendo incesantemente, a los ca-
minos reales, cogiendo correos, aprisionando sus escoltas y sufrien-
do todos los rigores del invierno sin entrar en poblado, porque los
pueblos se negaban entonces a admitirlos y contribuir con racio-
nes....»

«El 3 de mayo de este año’de 1809.es ascendido por’el “Superior


Gobierno” a: Comandante de; Guerrilla“con el ‘título de la Cruz
Roja; concediéndole en él las facultades de, armar.. .». «. . . Mil ca-
(9) Varios biógrafos lo afirman, entre ellos Gómez de Arteche, obra citada,
tomo 1X, p. 147; y lo ratifica con sus manuscritos el propio Santillán.
(10) En adelante, siempre que nos refiramos a.las.Hojas de S,ervicios damos por
sabido que se encuentran en ei Archivo General Militar de Segovia.’
110 SANTIAGO SAIZ BAYO

ballos y mil quinientos infantes son los que tiene ayrr&os y mon-
tados, cogiendo todas las armas a los enemigos y mucha parte de
los caballos, de cuyo número ha tenido muchas bajas originadas
por el abominable hábito de admitir otras guerrillas los soldados
de ésta, que huyen del orden y la disciplina que siempre se ha ob-
servado... Ha mandado y dado con su tropa 39 acciones a los fran-
ceses después de nombrado comandante.. . ».

«. . . Cogió, sigue diciendo, 15 correos y más de 2.300 enemigos


muertos y prisioneros». Todo ello sin recibir auxilio de ninguna
autoridad, pues hasta las municiones que han utilizado han sido
primero arrebatadas al enemigo. Sin embargo, reconoce que la
Junta Central le ha proporcionado tres cargas, si bien él ha dado
más del doble a otras partidas y regimientos... Por ello el Gobierno
Supremo de la Nación elevó su partida de caballería a la clase
de regimiento con la denominación de «Húsares voluntarios de
Burgos».

El 16 de septiembre de 1809 es ascendido a capitán, el 7 de


enero de 1810 a teniente coronel y el 8 de agosto de 1811 a coronel.
En 1812 «da» otras seis acciones en las que ocasiona al enemigo,
entre muertos y prisioneros, mil quinientas bajas. El 6 de agosto
de 1812 es ascendido a brigadier. A continuación vienen detalladas
algunas de sus acciones, méritos, nombramientos, recompensas, et-
cétera, que no son del caso relatar. Así mismo vienen descritas su-
cesivamente todas las acciones importantes en que tomó parte.
Estos datos dan una idea de la rapidez con que se sucedían los
hechos.

La hoja de servicios de este guerrillero puede servir de pauta


o guía para las de otros muchos. El pueblo elevó a todos a nivel
de mito de leyenda, y realmente legendarias fueron’ sus hazañas.
El general francés Hugo dice al respecto en sus Memorias Milita-
res (ll): «Difícilmente se hallará en la Historia de la Guerra, si se
exceptúa la de Vendée, en que los pueblos hayan tenido que hacer
más sacrificios por la causa de un príncipe, y en los que hayan he-
cho con la unanimidad y la rara constancia que en España. La
Junta Suprema y las Provinciales les ordenaban el abandono de
sus casas y muebles, hasta el de las cosechas, aun ya las recogidas

(ll) José Leopoldo Hugo, general bonapartista de la Guerra de la Independsn-


cia, fue el padre del famoso escritor y poeta, Víctor Hugo.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 111

en las granjas; y obedecían al instante, huyendo a pesar del tiempo, a


veces durísimo, a los bosques j a las montañas, sin recurso alguno,
la mayor parte de las veces, para alimentarse».

Este general Hugo era el veterano de la Vendée, el vencedor de


Fra-Diavolo. No obstante en España, al frente de más de 3.000 in-
fantes y numerosa caballería, frecuentemente reforzada, no pudo
con otro de nuestros guerrilleros, el Empecinado, y al cabo de dos
años y de recurrir a todas tretas, desalentado y hasta enfermo de
cuerpo y espíritu, tuvo que abandonar la empresa que había co-
menzado con las mayores jactancias y que acabó con el mayor de
los fracasos.

La explicación de este fracaso nos la da en sus novelescas na:


rraciones el hijo del citado general, el inmortal dramaturgo Víctor
Hugo: «No entraré en los pormenores de aquella guerra de mon-
taña, que era una repetición de la que el general había hecho en
el Apenino. El sistema del Empecinado era el mismo que el de
Fra-Diavolo, escaramuzas perpetuas y desapariciones súbitas. En el
momento en que le iban a aplastar, desaparecía bruscamente para
reaparecer cuando menos se pensaba».

«Pero había entre aquellas dos guerras una diferencia esencial:


en Italia los habitantes estaban contra las partidas y en España
con ellas. Y era que España se alzaba toda para rechazar aislada
la dominación extranjera, defendiéndose hombre a hombre y pie
a pie. Imposible saber por dónde había podido escaparse el Empe-
cinado; los aldeanos daban falsas noticias cuando no tenían tiempo
de huir a la aproximación de los franceses. Y lo más frecuente
era encontrar las aldeas desiertas, habiendo ocasión en que se izn-
duvo ocho días sin ver a nadie. Antes de escaparse destruían lo
que no podían llevar consigo; no se hallaba pan, ni carne; y con-
sumida la galleta, las tropas morían de hambre».

El Empecinado, humilde y honrado labrador, nació el 2 de


septiembre de 1775 en Castrillo de Duero (Valladolid), había velado
sus primeras armas en la guerra del Rosellón, donde había demos-
trado su valor y había aprendido y practicado sus habilidades
guerrilleras.

Por injurias personales según unos, por ofensas a su honor se-


gún otros, por patriotismo e indignación ante la conducta de los
112 SANTIAGO SAIZ BAYO

que se llamaban amigos, según los más; aunque muy posiblemen-


te por todas las causas anteriores reunidas, por recoger conjunta-
mente la opinión de todos sus biógrafos, tomó las armas contra
«los gabachos» antes del «dos de mayo».

Por envidias y traiciones cae preso, logrando salvarse gracias a


su proverbial serenidad y extraordinaria fuerza corporal. Sus pri-
meras acciones propiamente guerrilleras, realmente, comienzan a
partir de la segunda invasión. Le encontraremos tan pronto al lado
de Sir John Moore, como en Ciudad Rodrigo o en la vanguardia
del Ejército que mandaba el duque del Parque, en la batalla de
Talavera. Pero siempre, antes y después, su escenario preferido
estará en las provincias de Soria, Segovia, Burgos y posteriormen-
te Guadalajara. En septiembre de 1810 ya es brigadier de los Reales
Ejércitos por nombramientos del «Gobierno Supremo de la Nación».

No es nuestra intención detenernos en todos los pormenores


sobre procedencia, ideales e ideología de cada guerrillero, pero si
hemos tratado en primer lugar a dos «castellanos viejos» es por
resaltar la disparidad de su profesión, de su carácter, de sus mó-
viles, de su conducta y de sus ideas, y a la par dejar constancia
de su final, para ambos de infortunio. Mientras que el cura Merino
es un antiguo desertor de milicias, con treinta y siete años. a cues-
tas cuando se pone al frente de sus primeros seguidores, el Empe-
cinado es un aguerrido y wocacionalmente soldado» veterano de la
guerra del Rosellón, donde derrochando valor cosechó laureles y
fama. El primero es más que nada arriero, pastor, de aparente
poca salud, escasa fortaleza e introvertido carácter; Juan Martín
Díaz es el antagónico mejor logrado: labrador, cavador de viñas,
de envidiable salud, hercúlea fortaleza y carácter extrovertido has-
ta el límite. El clérigo será austero, poco tratable, disciplinado y
férreo en exceso, sin un solo tropiezo amoroso. Su paisano, un
«Sancho», buen catador de los buenos placeres, liberal de conducta,
amigo más que jefe de los suyos, agradable en el trato y con sus
correspondientes enredos amorosos.

Ambos tienen en común el ser prácticamente cuarentones cuan-


do acababa la Guerra de la Independencia, el haber alcanzado las
más altas cumbres de la milicia durante la misma, y el ser cele-
bérrimos en y fuera de España, pero aparte de esto y de su pro-
ximidad de. origen, de tierra, de.kuna y linaje», poco más puede
unirlos. Mientras Merino es un «servil» ‘a machamartillo, el Empe-
Defensa de la iglesia de Sta. Engracia por el pueblo de Zaragoza
Cuadro de L. F. Lejeune IMuseo de Versalles)
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA i13

cinado es un liberal hasta lo más profundo de sus entrañas. Sin


embargo, caben serias dudas de ‘si Merino sabría bien lo que eran
los «absolutistas, apostólicos, carlistas, etc.», y si el Empecinad.0
comprendía el fondo doctrinal, político y social de los doceañistas,
constitucionalistas, liberales y demás.

Merino, a pesar de sentirse mal recompensado, tomará las ar:


mas para «echarse al monte» cada vez que los liberales apuntan
por los horizontes de su Castilla. Ya sesentón volverá a ponerse al
frente de un ejército tan numeroso como efímero para defender
los derechos de «don Carlos», su Carlos V; Al lado de su Rey se-
guirá fiel hasta el infortunio, renunciará a las ventajas del Con-
venio de Vergara y, «hombre de honor hasta el final», pasará la
frontera francesa, acabando sus días en la nostalgia y la tristeza,
pobre y austero cual había vivido,‘en la villa francesa de Alencon
el 13 de noviembre de 1844, no sin antes haberse ganado el carjño
y la admiración de aquellos franceses, otrora sus mortales ene-
migos.

El Empecinado, por su parte, aprovechará cuantas ocasiones se


le presenten para defender sus ideales liberales, lo cual le ocasio-
nará un sin fin de problemas. Se unirá entusiasta a los constitu
cionalistas que Riego llevó al poder. Estos años del trienio liberal
serán de gloria y satisfacciones, pero ya pasados, hombre de honor
al igual que Merino, aunque en campos opuestos, no inclinará su
cerviz ante los nuevos amos y dará con sus huesos en la cárcel y
con su cuerpo en la picota. Fue ejecutado en 1825, por orden del
Rey.

Como ultimo acto antagonico de ambos guerrilleros están los


combates entre éllos. Cuando el Comandante Riego, mediante el
Pronunciamiento de Cabezas de San Juan, abra el trienio liberal,
llegará nuevamente la hora del eclipsado Juan Martín, que desem-
peñará durante estos años el cargo de Segundo Jefe de la Capitanía
‘General de Castilla la Vieja a las órdenes del conde de Montijo. No
gozó de tranquilidad en su cargo. Las partidas realistas adquirían
cada vez más fuerza y el Empecinado hubo de combatirlas. El
enemigo más importante de esta hora fue, «el fugitivo,, en estos
años, cura Merino, que también llevó la peor parte.

Pero tras el breve paréntesis liberal en 1823, cuando los libera-


‘les evacuan la ciudad de Valladolid, queda en ella el Empecinado
8
114 SANTIAGO SAIZ BAYO

con una unidad ligera de caballería para proteger la huida de los


suyos. Al día siguiente, Duero abajo, emprendía también el camino
de Portugal. El 27 de abril de ese año el cura Merino, al frente
de sus huestes realistas llegó a la ciudad del Pisuerga. Su primer
acto fue derrumbar la lápida de la Constitución para colocar en
su lugar una estatua de Fernando VII. El Empecinado cruza de
nuevo la frontera para continuar la resistencia mediante sus ha-
bituales procedimientos guerrilleros. Pero el 22 de noviembre de
1823 fue cogido prisionero en Olmos de Peñafiel por las tropas rea-
listas. Ese mismo día fue trasladado a pie, amarrado a la cola del
caballo del alcalde de Roa hasta este pueblo. Aquí le esperaban
dos años de humillación y sufrimientos, fruto de la venganza per-
sonal de Fuentenebro, corregidor del lugar, que se ensañó con él.

El día 19 de agosto de 1825 fue ajusticiado en Roa. Sus últimos


momentos reflejaron el temple de caudillo nato que fue a todo lo
largo de su vida guerrillera. Justo ante el cadalso, y en uno de sus
tan frecuentes como increíbles derroches de fuerza, rompió las ca-
denas que le sujetaban, desarmó al jefe de la escolta e intentó
abrirse paso a través de los soldados, quienes le abatieron a bayo-
netazos.

Otros guerrilleros

La historia de estos dos guerrilleros, bajo uno u otro aspecto,


se va a repetir con otros muchos de entre los que lograron salir
con vida de la Guerra de la Independencia. Citemos en primer lugar
a Longa, nacido en Bolívar (Vizcaya), quien comienza sus andanzas
el 10 de agosto de 1809. El 17 de abril de 1812 es nombrado coro-
nel y el 3 de julio de 1813, brigadier. Pasa a ostentar los entor-
chados de mariscal de campo el 3 de septiembre de 1814. Como
correspondía a su origen de procedencia, será fiel absolutista, le-
vantará partidas realistas en el trienio liberal y será uno de los
primeros en unirse a la victoriosa Regencia. Muere, sin que su fi-
gura hubiera destacado en exceso, casi en el ostracismo, en los pre-
liminares de la primera guerra carlista, en la zona de fricción
fronteriza con Portugal.

Tomás de Zumalacárregui, traído a colación más que por sus


méritos en esta guerra, por su personalidad posterior y por ser
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G.DE INDEPENDENCIA 115

considerado por varios historiadores como la imagen estereotipada


del guerrillero salido de esta contienda. Es cadete en 1811 y ca-
pitán en mayo de 1813. De todos es conocida su actividad militar
y su muerte en la primera guerra carlista, al frente de las tropas
apostólicas, en el sitio de Bilbao.

El barón de Eroles, representante clásico de la aristocracia pi-


renaica, forma una unidad tipo batallón para combatir a los im-
periales y, como tiene sobrados medios económicos, paga a sus
soldados con generosa largueza de su pecunia particular, Después
del sexenio absolutista, no muy brillante para él, la Regencia de
Seo de Urgel, de la que es uno de los principales artífices y soste-
nedor, le nombra «Generalísimo de los ejércitos de la fe». Se une
al duque de Angulema, con el que recorre triunfalmente Esparia.
A partir de la nueva restauración de Fernando VII se oscurece gra-
dualmente el fulgor de la estrella del guerrillero. Acabó sus días
en Daimiel, cuando comenzaban a despuntar los primeros titubeos
liberales en la corte fernandina.

Los Cuevillas (padre e hijo), naturales de Cervera del Río Alha-


ma (Rioja), se presentan voluntarios con la partida de Porlier. A
mediados de 1809, al frente de 8 soldados, forman la suya propia,
que al año siguiente estará compuesta por el escuadrón de Húsares
de Cantabria (600 hombres) y el batallón de voluntarios de Rioja
(1.000 hombres). En 1812 el padre queda cojo y la Regencia le nom-
bra Comandante. El hijo, que se declara ferviente absolutista, si-
gue los avatares de los anteriormente citados y en 1833 lo encon-
traremos de mariscal de campo al lado de don Carlos. Posterior-
mente se acoge al abrazo de Vergara y por «revalidación» se le
reconoce como mariscal de campo, aunque queda en el mayor de
los ostracismos.

A los hombres anteriores podríamos unir otro nutrido grupo de


guerrilleros absolutistas. Adamé, Zaldívar, etc., que, con más o me-
nos fortuna, se levantaron en el trienio liberal, fieles a sus ideales
políticos.

Si ahora pasamos al campo liberal, la historia se hace aún


más sombría. José Górriz, fiel segundón de Mina, cae prisionero
en la conspiración de éste, en 1814, y es fusilado por los realistas
a finales del mismo año.
116 SANTIAGO SAIZ BAYO

No fue tampoco demasiado venturosa la suerte de los Mina. El


joven cae prisionero de los franceses. En 1814, una vez conseguida
la libertad, se une a su tío, Francisco Espoz y Mina, con el que a
poco tiene que traspasar la frontera francesa, tras la fallida cons-
piración, que a continuación citaremos. Nacen en Navarra y, si
bien el anterior es el primero en lanzarse al campo, será su tío el
de mayor fortuna. El 8 de febrero de 1809 se alista como soldado
voluntario, el 19 de noviembre de 1811 ya es brigadier y. mariscal
de campo cinco meses más tarde. Abraza la causa liberal en 1814
y es el primero en pronunciarse contra el sistema absolutista. Una
vez frustrada la conspiración, ante la imposibilidad de tomar la
ciudadela de Pamplona y traicionado por alguno de los suyos, mar-
cha a Francia. En 1820, atento a la voz de Riego, será el primero
en proclamar la Constitución en Navarra (el 2 de marzo de 1820).
El 22 de diciembre de 1822, en reconocimiento a sus méritos, es
ascendido a Teniente General. Después de luchar desesperadamen-
te contra los cien mil hijos de San Luis, emigra a Francia, Gran
Bretaña y Gibraltar. Tras la muerte (ajusticiamiento) de su amigo
Torrijos y desengañado en su último y estéril esfuerzo de subvertir
el orden absolutista, se dedica a escribir sus memorias y muere
en 1836. Pero la guerra civil, primera carlista, reclamó antes sus
servicios nombrándole en 1834 General del Ejército del Norte para
combatir a los carlistas. Su precario estado de salud le obligó a
solicitar el relevo. Restablecido de su enfermedad de 1835 se le
encomienda. el mando del ejército de Cataluña, a pesar de que
nuevamente ve quebrantada su salud, sigue hasta la muerte diri-
giendo con éxito las operaciones militares contra los seguidores
de don Carlos.

Porlier, brigadier liberal que, condenado en 1814 a cuatro años


de suspensión de empleo, se subleva en 1815 en La Coruña, es hecho
prisionero y ejecutado el 26 de septiembre de dicho año, en la ci-
tada plaza.

Lacy y Miláns del Bosch se sublevan en 1817 en Cataluña. El


segundo logra huir, figurando posteriormente al lado de los libera-
les, tanto en los pocos días de poder como en los muchos de des-
tierro y conspiración que les brindó la historia. Lacy cae prisio-
nero y es fusilado el 5 de julio de 1817.

Citemos algunos nombres ni&: Abad («el Chaleco») Aróstegui,


Amós, Campillo, Durán, Chapalangana, Herrero, Jáuregui; Leguía,
DEFENSA DE LA TORRE DE SAN AGUSTíX, DE ZARAGOZA, EN LA GUERR.4 DE LA INDEPENDENCIA.

Cuadro de hwez Dumnt.


118 SANTIAGO SAIZ BAYO

Manso, Martínez de San Martín, Mandedeu, Noriega, Palarea, Pa-


dilla, Quiroga, Renovales, Ripoll, Ríos («el Charro») Sarasa, Saor-
nil, Tabuenca, Villacampa, Zurbano.. .

Anteriormente mencionamos a Cuevillas, que se vino a cambiar


de bando ante los hechos consumados, No fue el único, si bien es
preciso señalar, en honor a la verdad, que fueron muy escasos los
que tomaron tal actitud. Quizá el más significativo de todos ellos
fue Julián Sánchez «el Charro». Fue el guerrillero mas querido y
sin duda el más respetado por los ingleses, de los que fue fiel y
eficaz colaborador a lo largo de toda la contienda. Su primera ac-
ción de armas fue en febrero de 1809, y después de su meteórica
carrera guerrillera el 28 de enero de 1812 es nombrado brigadier
por la Regencia. Actuó siempre bajo las directrices de los ejércitos
aliados de Portugal y, en especial, de Wellesley. Durante el trienio
liberal cae prisionero de los franceses de Angulema el 18 de abril
de 1823, siendo conducido a Vitoria. Aquí, gracias a los buenos
oficios de Longa, es rehabilitado por el mando supremo francés,
pasando «el Charro », a partir de este momento, a servir lealmente
a las filas absolutistas, realizando incluso varias delicadas misiones
a las órdenes directas del duque de Angulema. Fernando VII, des-
pués de ordenar la apertura de una causa que posteriormente se
sobreseyó, le admite en sus filas, pero gradualmente lo distancia
del poder. La muerte en la villa de Etreroy, el 18 de octubre de
1832, le impidió tomar partido en la nueva contienda que se ave-
cinaba.

Hubo un número muy considerable de guerrilleros que no lle-


garon a conocer la victoria sobre el invasor. Recoger aquí los nom-
bres de aquella legión de mártires sería tarea noble pero agota-
dora y se sale del marco de este trabajo. Recordemos, no obstante,
a algunos de ellos: Abello, Echebarri, Echevarría, el alcalde de
Otívar, Lucas Górriz, los Gómez Marquínez, el cura Peralta, Fran-
cisq.uete, Mariano Navas (primo del Empecinado) y tantos otros.
En homenaje a todos ellos, hacemos mención especial del valenciano
Romeu, que muere ahorcado el 12 de junio de 1812 por orden de
Suchet, en Valencia. Con una firmeza carente de jactancia, pero
adornada de inquebrantable decisión, se niega a aceptar las propo-
siciones francesas y muere con la sencilla dignidad con que había
vivido. Ese era el espíritu maravilloso que anidaba en los corazo-
nes de aquellos héroes. Se comportaron todos, tal como diría Na-
poleón en sus memorias, «como un (solo) honzbre de hoMOY» (12).
__-
(12) La mayor parte de los datos sobre los hechos citados están sacados dt: las
Hojas de Servicios correspondientes en el Archivo General Militar (Segovia).
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 119

ACIERTOS, POSIBILIDADES Y UTILIDAD DE LAS GUERRILLAS

Nadie ha puesto en duda el triple acierto y la absoluta unani-


midad con que actuaron los guerrilleros en tres factores fundamen-
tales: el geográfico, el histórico y el humano.

Desde el punto de vista geográfico hubo en los guerrilleros un


claro reflejo de la importancia relativa de los ejes estratégicos de
comunicaciones del ejército francés a la hora de aprovechar los
reductos o santuarios desde donde perturbar las comunicaciones del
adversario. Desde el punto de vista histórico hubo una total sensibi-
lidad para percibir la coyuntura de actuación en beneficio de los
ejércitos regulares. Desde el punto de vista humano no cayeron en
la trampa de atribuirse la autoridad en nombre propio, buscando
la legitimidad de su mando en la fuente donde los españoles re-
beldes quisieron ver la soberanía y no cejaron en el empeño de
actuar con títulos emanados de las Regencias.

En aquella guerra de liberación del territorio nacional había un


objetivo único y preciso, según frase de Clausewitz, la expulsión
de los invasores, que afectaba al país entero. Era por consiguien-
te el arquetipo de guerra total que apuntó este pensador militar.
A ese objetivo dedicaron los guerrilleros todos sus esfuerzos, por
encima de cualquiera otra otra apetencia personal o familiar.

La guerrilla tuvo consecuencias militares importantes, «sin de-


ber afirmar que la derrota de Napoleón se debió exclusivamente
a la acción de aquélla, ni que su sola acción explica la victoria final
obtenida; su aportación fue decisiva; ahora bien, sin Ejército re-
gular y sin la guerrilla no se hubiera ganado la guerra».

De cuanto aportaron los guerrilleros al ejercito regular nos


sirve de muestra esta declaración del propio Wellington, en carta
dirigida a su hermano y refiriéndose al guerrillero D. Julián Sán-
chez, «El Charro»: «Conociendo el genio emprendedor y la inteli-
gencia con que D. Julián Sánchez. se conduce siempre, así como el
fruto que puede producir para la causa común su partida bien
organizada y el estado de actividad para los servicios militares que
es capaz de prestar y por lo que fomentan el espíritu de hostilidad
120 SANTIAGO SAIZ BAYO

contra los franceses en Castilla, él, sus oficiales y soldados con las
conexiones amistosas que mantienen entre todos los cabecillas
y guerrilleros del país, he creído deber agregarle al ejército bri-
tánico.. . ».

Las aportaciones no solamente se cifraban en el aumento de


efectivos que producía en el Ejército regular, sino también y quizá
más en la información que de todo tipo acerca del francés le hacían
llegar a los comandantes del mismo. Gómez de Arteche cita, como
ejemplo, que la captura de un correo por una partida motivó que
Sir John Moore se enterara de la rendición de Madrid, contra cuya
plaza pensaba marchar el general inglés y además conoció igurtl-
mente la situación de todas las tropas francesas en España y los
propósitos que con ellas pensaba realizar el Emperador.

Otro de los méritos principales que puede ser atribuido a la


guerrilla fue el quebranto de la moral combativa del enemigo, y el
promover el convencimiento en los soldados y oficiales franceses
de que «el infierno de España» no tenía solución militar.

El general francés Mathieu Dumas, que hizo la guerra de Espa-


ña como tal, hace la siguiente valoración de las guerrillas: ,«La in-
terceptación de las comunicaciones, el ataque y la destrucción de
los convoyes de víveres y municiones mantenían aislados a los
cuerpos de ejército, sumían en la incertidumbre para sus planes a
los generales en jefe... y los inconvenientes de aquellas bandas es-
taban más que compensados con el daño y el estorbo que producían
a los franceses y con las ventajas que de ellas sacaban los aliados».

Un prusiano, el coronel Schepeler, que hizo la guerra en las fi-


las de los ingleses, dice: «Es fácil reconocer la eficacia de las gue-
rrillas en Castilla y Navarra para las campañas de Wellington.,..,
y a cuántos mató aquella inquietud constante nos lo demuestra el
hecho de que en los hospitales de Madrid, entre enero de 1809 y
julio de 1810 murieron 24.000 hombres y quedaron inútiles 8.000.. .».
No podemos considerar ‘que el total de estos números pertenecie-
sen a bajas causadas por las unidades querrilleras, pero sí que una
gran parte de ‘ellas fueron debidas a tales actividades.

Prácticamente todos los historiadores coinciden en afirmar que


más de las cuatro quintas partes (más de. 200.000 hombres en mu-
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 121

chas ocasiones) del Ejército francés estuvo destinado en misión de


ocupación del país y defensa de las comunicaciones. Solamente para
mantener la ruta Bayona-Madrid entretenían con muy escaso éxito
a todo un Cuerpo de Ejército. Testigos presenciales, la mayor parte
del bando francés, así nos lo confirman: Saint Chaman nos dirá:
«En aquella época no se viajaba en España con menos de 300 6 400
hombres de escolta». y Grivel: «Cruzar España entonces (la España
ocupada) era una operación militar, y, cuando nuestro convoy es-
tuvo completo no constaba de menos de 1.200 bayonetas». Broglie,
por su parte, añadirá: «Los correos nunca llevan suficiente escolta».

Y.. . a pesar de tal despliegue de efectivos los resultados fueron


los siguientes: Lejeune (nos dice que) necesitó 11 días para el cami-
no Bayona-Madrid, cuando antes solía hacerse en tres. Los convoyes
tardaban frecuentemente en el mismo recorrido hasta 37 días y
ello protegidos por una escolta de 3.000 a 4.000 hombres con ca-
ballería y artillería incluidas. Las órdenes de París llegaban a Ma-
drid (cuando llegaban) a los 41’ días de firmadas. A comienzos de
1813 el camino Madrid-Burdeos estuvo cortado durante cinco se-
manas seguidas, y ello a pesar de que en enero’ de 1813, llego y se
estableció en Lerma una columna de cinco mil franceses, la Divi-
sión Palombini (Archivo del Monasterio de Silos) y que el mismo
despliegue de fuerzas se realizó a lo largo de todo el eje.

SINTESIS FINAL

La causa de la supervivencia de la guerrilla la encontramos en


el perfecto conocimiento que teman del terreno y en el apoyo
que recibían de la población civil. En relación con el primero de
los puntos debemos tener en cuenta que con las guerrillas no hubo
verdaderas batallas, no podía haber un duelo dehberado como
entre los ejércitos que buscan el terreno para batirse y destrozar-
se; las guerrillas buscaban la sorpresa y para ello trataban de
asestar el golpe en el momento más ventajoso para ella, huyendo
posteriormente, y esta forma, la huida, no constituía una vergüenza
para los guerrilleros, sino como dice Pérez Galdós: «Se condensan
como la lluvia y se desparraman para escapar a la persecun’ón, de
modo que los esfuerzos del ejército que se propone exterminarlos
son útiles porque no se puede luchar, contra las nubes».
122 SANTIAGO SAIZ BAYO

Este perfecto conocimiento del terreno era el que les permitía


caer sobre las unidades francesas y sembrar en ellas la intranqui-
lidad y así como redoblar para pequeñas misiones sus efectivos:

La ya tan citada táctica elevada a principio por Napoleón de


que los ejércitos debían vivir sobre el terreno, hizo que sus ge-
nerales llevarán al límite la norma de que la guerra debe alimen-
tarse con la guerra, lo que supone la premisa de que el merodeo
ha de constituir su principal elemento de subsistencia y ese siste-
ma, usado con éxito en campañas anteriores del Ejército francés,
en otros escenarios, se vio aquí dificultado a causa de la imposi-
bilidad de entregarse las tropas al mismo, no ya individualmente
sino en fracciones poco numerosas, teniendo que hacerlo por cuer-
pos enteros. El merodeo ejecutado en tales condiciones ni era fá-
cil ni suficiente y como además o llegaban tarde los convoyes o
no llegaban, salvo que fueran protegidos por fuertes escoltas, ya
que eran interceptados por la guerrilla, los franceses carecían de
10 necesario para mantenerse al día.

De todo lo consignado hasta ahora y a modo de conclusión po-


demos sacar una serie de consecuencias:

a) Los guerrilleros impidieron el normal desenvolvimiento de


los ejércitos franceses, dificultando sus movimientos, interceptan-
do sus comunicaciones y suministros obligándoles a un fraccio-
namiento de sus unidades.

b) Constituyeron un valioso aliado para los ejércitos regula-


res tanto por la información que sobre el enemigo les hacían
llegar, como por la ayuda material que en muchos casos represen-
taron, pues constituían fracciones numerosas que al frente de sus
propios mandos se integraban en los ejércitos regulares.

c) Merced a sus procedimientos no ortodoxos, sino irregula-


res y carentes de un encuadre en el esquema clásico de la lucha
militar, y basados principalmente en el profundo conocimiento del
terreno causaron más bajas o al menos tantas como los ejércitos
regulares.

d) Sirvió de ejemplo a otros pueblos europeos en la lucha


contra Napoleón y así se puso de manifiesto en las campañas que
contra éste sostuvieron Rusia y Prusia en los años 1812 y 1813.
LEVANTAMIENTO GUERRILLERO EN LA G. DE INDEPENDENCIA 123

El mismo Napoleón propugnó un sistema similar en Francia,


pues esta experiencia le indujo en momentos de peligro a promul-
gar un Decreto en 1814 en el que decía: «l? Que todos los citlduda-
nos franceses estaban no sólo autorizados a tomar las armas sino
obligados a hacerlo, a reunirse, registrar los bosques, cortar los
puentes, interceptar los caminos y atacar al enemigo por el flanco
y espalda. 2.” Que todo ciudadano francés cogido por el enemigo
y castigado con la muerte sería inmediatamente vengado con la
muerte de un prisionero enemigo».

e) Introdujo el concepto de «guerra total» y de «nación en


armas», lo que supuso un cambio trascendental en las estructuras
de la guerra, pues hasta entonces la guerra sólo la hacían los ejér-
citos y los pueblos las sostenían. Todo ello representa el origen de
las modernas guerras revolucionarias.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES

Por Aurelio GUAITA MARTORELL


Catedrático de la Universidad
Autónoma de Madrid

1. PRELIMINAR (")

E L sintagma Capitán General es ambiguo,


lógico, como se lee muy exactamente
equívoco, anfibo-
en el DRAE: «Grado su-
premo del ejército español. 2. Cargo correspondiente al mando
militar supremo en las regiones terrestres y en los departamentos
marítimos ».

Estas breves páginas se dedican a ambas acepciones que, por


cierto y según se dice más adelante, pueden reunirse en una mis-
ma persona, pero el trabajo está limitado cronológicamente, pues
así en el Ejército (de Tierra) como en la Armada no se remonta
mas allá de la segunda mitad o aun a fines del siglo XVIII; más
atrás ni me era a mí imposible investigar ni, en realidad, creo, tenía
excesivo interés, pues si la expresión «capitán general» era ya co-
nocida a fines del xv o ya en el XVI, sería más que arriesgado, y
probablemente erróneo, establecer equivalencias con el significado
que vino a tener en el xvrI1, que, salvo cuestiones que a estos efectos
podemos considerar accidentales, es casi el mismo que en la actua-
lidad. ‘Naturalmente, la trayectoria del Ejército del Aire es mucho
más breve y sencilla. En resumen, se trata de ‘examinar y exponer
la doble calidad de Capitanes Generales en «las Fuerzas Armadas,
constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del
Aire» (art. 8.1 de la Constitución).
(*) Nota de la Redacción: Por su indudable interés se reproduce este artículo
publicado en la «Revista de Administración Pública» (núm. 111, septiembredickm-
bre 1986) con la autorización del autor y de la revista citada. Constituye un estudio
histórico-orgánico que, obviamente, se da por finalizado en la fecha niwcionada.
126 AURELIO GUAITIA MARTORELL

Por lo que se refiere al Ejército, el punto de arranque son las


Ordenanzas de S. M. [Carlos III] para el régimen, disciplina, subor-
dinación y servicios de sus Ejércitos, dadas en San Lorenzo el Real
el 22 de octubre de 1768; yo he manejado las «ilustradas por ar-
tículos con las reales órdenes expedidas hasta la fecha de esta edi-
ción, por don Antonio Vallecillo, Madrid, imprenta de los señores
Andrés y Díaz, plazuela del Duque de Alba, n.0 4», tres tomos, 1850,
1851 y 1852.

Para la Marina he utilizado el texto original de las Ordenanzas


generales de la Armada naval sobre la gobernación militar y
marinera de la Armada en general, y uso de sus Fuerzas en la
mar, dadas por Carlos IV, en Aranjuez, el 8 de marzo de 1793:
«en Madrid en la imprenta de la viuda de don Joachin Ibarra.
MDCCLXXXXIII», dos tomos; de ellas parte cuanto digo acerca
de la Armada.

Las Cortes de Cádiz prometieron en la Constitución de 18 de


marzo de 1812 unas nuevas ordenanzas, pero esa. «profecía» no ha
tenido cumplimiento hasta los años ochenta del siglo actual:

«Art. 359. Establecerán las Cortes por medio de las


respectivas ordenanzas todo lo relativo a la disciplina,
orden de ascensos, sueldos, administración y cuanto co-
rresponda a la buena constitución del ejército y [de la1
armada.»

Las Ordenanzas de Carlos III de 1768 han sido derogadas por


las Reales Ordenanzas del Ejército de Tierra: Real Decreto de
9 de noviembre y Orden de 27 de diciembre de 1983; y las de Car-
los IV de 1793, por las Reales Ordenanzas de la Armada: Real
Decreto de 23 de mayo y Orden de 20 de julio de 1984.

Por último, dada la peculiar numeración de unas y otras Orde-


nanzas, que comienzan por un artículo 1 en cada uno de los títulos
de los tratados -su mayor y más importante división-, cito por
este orden: tratado, título y artículo, de la forma que indica este
ejemplo: II, 4P, 3.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 127

II. EL GRADO, EMPLEO 0 DIGNIDAD DE CAPITAN GENERAL


DEL EJERCITO

1. Las Ordenanzas son muy prolijas al tratar de los honores y


tratamientos (también de sus mujeres), uniforme y atribuciones
militares de los Capitanes Generales y, breve, concisa y dispersa-
mente, trazan un cuadro bastante completo, o casi, de su status
jurídico.

Es el grado supremo del Ejército (VII, l?, l), salvo que exista
«persona caracterizada con el título de Generalísimo de mis armas»
(VII, 3.“, 1); es el primero en caso de tener que llevarse a cabo
alojamientos (VII, 8P, 3 y 12); tiene tratamiento de Excelencia
(III, 6.“, 2 y .5), «a la hora que el Capitán General señale concurri-
rán a su casa o tienda los Oficiales Generales [entonces, y hasta
bien entrado el XIX, no era considerado tal el brigadier, denominado
General de Brigada a partir de la Ley de 19 de julio de 1889, adi-
cional a la, en parte, subsistente Ley constitutiva del Ejército de
29 de noviembre de 18781, Oficiales Generales y particulares de
día.. . Del Capitán General tomará el Santo [y señal el Teniente
General de día. ..» (VII, 12.“, 1); puede tener los ayudantes «que
quisiere, y dos de ellos a su elección (que no bajen de Capitanes)
con el sueldo de mil reales de vellón mensuales cada uno» (VII,
3.0, ll); puede haber dos o más (o ninguno) simultáneamente (VII,
3.“, l), y, en fin, puede desempeñar el cargo de Capitán General
de provincia (III, 3?, ll y 12: sobre éste y esto, véase el siguiente
epígrafe III).

2. La primera disposición moderna que conozco sobre los Capi-


tanes Generales del Ejército es un Real Decreto de 31 de mayo de
1828, dado en Pamplona, que determinó el número y clases del
Estado Mayor del Ejército (comprendía oficiales generales y bri-
gadieres), y que comenzaba así:

«Art. 1.” Habrá el número conveniente de Capitanes


Generales de mis Ejércitos, escogidos entre los Tenientes
Generales, cuando Yo tuviere a bien elevar alguno a la
alta dignidad de Capitán General de mis tropas.»

En tan breve precepto está condensado casi todo el régimen que


ha caracterizado a la institución, al menos desde las Ordenanzas
128 AURELIO GUAITIA MARTORELL

de 1768, y que puede sintetizarse así: indeterminación de su nú-


mero o ausencia de plantilla; posibilidad de que sean nombrados
varios, uno 0 ninguno: es, pues, un empleo contingente, no nece-
sario; sólo puede elevarse a Capitán General a los Tenientes Ge-
nerales; la merced queda a la libre voluntad del Rey; el de Capitán
General es el grado supremo de nuestros Ejércitos (more ameri-
CCIMO: General de cuatro estrellas).

El precepto antes transcrito es reproducido casi literalmente,


ya después de Fernando VII, por Real Decreto de 1.5 de junio de
1847 (Ministro de la Guerra, Manuel de Mazarredo):

«Artículo 1.” Habrá el número conveniente de Capi-


tanes Generales de Ejército que yo escogeré de entre los
Tenientes generales, cuando tenga por oportuno elevar a
alguno a la alta dignidad de Capitán General.»

Lo mismo se prescribe ya mucho después en la base 9.“, A), de


la Ley de .Bases de Reorganización del Ejército de 29 de junio de
1918:

«La dignidad de Capitán General de Ejército será la más


alta de la milicia, otorgándose sólo como recompensa a
.extraordinariqs méritos y relevantes servicios que el Go-
bierno [ya no el Rey] apreciará libremente y propondrá
rr a las Cortes para su aprobación.»

Pero esa aprobación de las Cortes, que sólo figura en esta Ley
de 1918, sin duda no se considera vigente, y, desde luego, no se
exigió ni durante la II. República ni después.

3. El Real Decreto de 29 de junio de 1848 modificó el unifonne


de los Capitanes Generales del Ejército, que quedó, como se expresa:

«Queriendo que la alta dignidad de Capitán General de


‘Ejército se distinga en la forma del uniforme que en
lo sucesivo use, así como la distingue la Ordenanza de
las demás clases de generales por las consideraciones
y preeminencias que exclusivamente concede al expre-
r

General Espartero, Duque de la Victoria; de Lemercier


(Museo Municipal’ de Madrid)
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 129

sado empleo, conformándose con las razones expuestas


por el Ministro de la Guerra, de acuerdo con el Conse-
jo de Ministros, vengo a decretar lo siguiente:

Artículo 1.” Los Capitanes Generales de Ejército usa-


rán en adelante el mismo uniforme que en el día está
prevenido; pero con la solapa abierta de manera que
pueda cruzarse sobre el pecho, llevando el cuello vuelto
y abierto por delante de la manera que marca el modelo
que he tenido a bien aprobar en este día.

Artículo 2.” En los días de gala usarán corbata blan-


ca y chaleco del mismo color. Dado en Palacio a 29 de
junio de 1848.-Está rubricado de la Real mano.-El
Ministro de la Guerra, Francisco de Paula Figueras.»

Y una Real Orden de 6 de marzo de 1855 fijó los honores y


consideraciones que se deben a los Capitanes Generales del Ej&-
cito cuando transiten por plazas de guerra o puntos de residencia
de los Capitanes Generales de provincia (de distrito, de región, los
Tenientes Generales de la tercera parte de este trabajo):

«Excmo. Sr.: La Reina (Q.D.G.) teniendo presentes las


consideraciones que corresponden a la dignidad de Ca-
pitán General de Ejército, y muy particularmente las con-
signadas en la Real orden de 8 de enero de 1822, que
declaró terminantemente que sólo dependen de las órde-
nes de S.M. comunicadas por este Ministerio, se ha dig-
nado resolver, de conformidad con el parecer del Tri-
bunal Supremo de Guerra y Marina [lo establecieron
las Cortes generales y extraordinarias por su Decreto
CLXVII, dado en Cádiz el 1 de junio de 1812; es el actual
Consejo Supremo de Justicia Militar] ; que cuando un
Capitán General de Ejército transite por las plazas de
guerra o punto de residencia del Capitán general de pro-
; vincia, pase el aviso oportuno de su llegada a la autoridad
superior para su conocimiento y a fin de que se le hagan
los honores que las Reales, Ordenanzas marcan en, su
tratado 3.“, títuh 1.“; debiendo todas las autoridades y
corporaciones del ramo de Guerra cumplir con lo que
130 AURELIO GUAITIA MARTORELL

las mismas previenen, y el Capitán general de provincia


visitarle personalmente para ofrecerle sus respetos. Que-
da derogada la Real orden de 23 de febrero de 1853.

De la de S.M. lo digo a V.E. para su cumplimiento. Dios


guarde a V.E. muchos años. Madrid, 6 de marzo de
1855.-O’Donnell.»

Según el artículo 45 de la Constitución de 23 de mayo de 1845


y el 62 de la de 1 de junio de 1869, los Capitanes Generales del
Ejército y de la Armada, podían ser nombrados senadores (también
los’ Tenientes Generales); pero en la Constitución de 30 de junio de
1876 (art. 21) los Capitanes Generales eran senadores por derecho
propio.

Y según la base 8.” de la Ley de 29 de junio de 1918, tienen dos


ayudantes Tenientes Coroneles o Comandantes «si por su cargo no
tuviesen derecho a mayor número».

Otro dato para resaltar la alta dignidad de los ‘Capitanes Ge-


nerales: por la misma razón que los de distrito, y a foutiovi, el
artículo 412, 8.“, de la Ley de Enjuiciamiento Criminal de 14 de
septiembre de 1882 establece que

«Estarán exentos también de concurrir al llamamiento


del juez, pero no de declarar...

8.” Los Capitanes Generales del Ejército y [de la1


Armada.»

Lo mismo dispone el artículo 580, S.“, del Código de Justicia


Militar de 17 de julio de 1945, modificado por Ley Orgánica de 6
de noviembre de 1980 (CJM).

Además, en los juicios militares pueden excusarse del cargo de


defensores «cuando el procesado no tuviere igual jerarquía mili-
tar» (art’ 165 ídem), y, en su caso, los juzgaría el Consejo Supremo
de Justicia Militar (art. 101 ídem).
CAPITANES Y .CAPITANIAS GENERALES 131

4. La Ley constitutiva del Ejército de 29 de noviembre de 1878,


aparte de prescribir que el más alto empleo del Ejército es el de
Capitán General (art. 19>, contiene la primera declai-ación genérica
y explícita acerca de los cargos y servicios que puede desempeñar:

«Art. 25. Los Capitanes Generales, por su alta digni-


dad, no tienen puesto determinado en el organismo del
Ejército; el Rey, con acuerdo de los ministros responsa-
bles, utiliza& sus servicios en paz y en guerra en los
cargos que considere más convenientes al interés del
Estado.»

«El Capitán General -repite Za base 9.“, A) de IU Ley


de 29 de junio de 1918-, por su alta jerarquía, no ten-
drá destino determinado, pudiendo el Gobierno utilizar
sus servicios, en paz y en guerra, en los cargos que juz-
gue más conveniente a los intereses nacionales»,

entre los que se cuentan, sin duda, los de índole civil, pero, claro
está, incluyendo en primer término los de naturaleza militar: de
modo explícito se dice en el artículo 9.0 que las demarcaciones, en-
tonces llamadas distritos militares, «estarán mandadas por la auto-
ridad superior de un Capitán General o teniente general con el tí-
tulo de Capitán general de distrito».

Y esto no era novedad, pues según el Real Decreto de 7 de


enero de 1840, el Capitán General Espartero desempeñó cierto tiem-
po la Capitanía General de las provincias Vascongadas.

Disposiciones posteriores a la Ley constitutiva repitieron la


previsión de ésta de que un Capitán General del Ejército pudiera
ser nombrado Capitán General de una región militar: Reales De-
cretos de 22 de marzo y 29 de agosto de 1893 (art. 7.“), 10 de sep-
tiembre de 1896 (art. 3.“), 31 de mayo de 1899 (art. 30) y 1 de junio
de 1910 (Melilla, art. IP), y base 7.“.1) de las de reorganización del
Ejército de 29 de junio de 1918.

Pero ya sabemos que lo propio de un distrito o región militar


es un Cuerpo de Ejército, y a su mando un Teniente General; de
tenerlo, el mando propio de un Capitán General es un Ejército, y
132 AURELIO GUAITIA MARTORELL

por eso, las disposiciones del sigló’pasado ~alternaban~ entre las’ de-
nominaciones de Capitán General del .Ejército o de los Ejércitos,
y Capitan General ¿Ie Ejército, es decir,’ de .la unidad superior, la
mayor de ,las grandes unidades del. Ejército de Tierra, del Ejército
español, integrada por varios Cuerpos de Ejército.

5. Pero desempeñen ese puesto, otro [por ejemplo, el de Presi-


dente del Consejo Supremo de Justicia Militar (art:87 CJM)] o nin-
guno, los Capitanes Generales eran considerados siempre en la sec-
ción de empleados (Real Orden de 1 de julio de 1863), esto es, en
situación de actividad (art. 14 del Real Decreto de 7 de mayo de
1879); .: ‘.
. : t *,. .,

«Los Capitanes Generales, por su alta dignidad, figuraran


en la primera sección [de actividad]. cualquiera que sea
su edad, y se considerarán siempre corno empleados»,

establecía el artículo 2.” de la Ley de 14 de mayo de 1883; los Capi-


tanes Generales, decía la base 9.“, A); ‘de’la Ley de Bases para la Re-
organización del Ejército, de 29 de junio de 191.8, ’

«figurarán en la sección de actividad del Estado Mayor


general, cualquiera que sea su edad, y se considerarán
siempre en servicio activo ».

Pero esa prevención no está vigente. En efecto, por Ley de 24


de noviembre de 1938 se dispuso:
I
,, ‘.

«Según preceptúa la legislación vigente, los Capitanes


Generales del Ejército y [de la] Armada, se-consideran
siempre en servicio activo, sin límite de edad. Es justo,
sin. embargo, que quienes han contraído ‘tan extraordi-
:; .- narios merecimientos ‘y sufrido el desgaste consiguien-
te a tan destacada e intensa labor, queden exentos de
servicios activos que no están en relación con su edad,
.’ del mismo modo que lo están los Tenientes Generales,
.’ sin que ello sea óbice para que, una.vez, en situación de
,’ reserva, sigan gozando de los honores máximos que son
debidos a su elevada ‘dignidad.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 133

En virtud de lo expuesto, dispongo:

Artículo primero. Los Capitanes Generales del Ejérci-


to o de la ,Armada pasaran a situación de, reserva a la
edad establecida por la ley para los Tenientes Generales,

Artículo segundo. En dicha situación de reserva go-


zarán del mismo sueldo e idénticos honores y pre’rroga-
tivas que en actividad.»

Creado posteriormente el grupo de «mándo de armas», y exis-


tiendo a la sazón un Capitán General del Ejército (aparte del ‘Jefe
del Estado), un Decreto-ley de 22 de marzo de 1957 estableció:

«Artículo 1P El Capitán General del Ejército perma-


necerá en el grupo de mando de armas hasta cumplir los
setenta años de edad señalados para el pase a la situación
de reserva a los tenientes generales.

Autículo 2.” En la situación de reserva gozará del


mismo sueldo e idénticos honores y prerrogativas que en
actividad.»

Actualmente, la edad de paso forzoso a la situación de reserva


activa (muy semejante a la segunda reserva) de los Tenientes: Ge-
nerales, y, por tanto, de los Capitanes Generales, es la de sesenta y
cuatro años, y la del paso a la segunda reserva (única antes) es la
misma que en los cuerpos superiores de la Administración civil, es
decir, sesenta y cinco años: en esta situación de segunda reserva
todos los Oficiales Generales permanecen de por vida, forman parte
del Ejército (no los retirados, hasta Coronel inclusive), les es reco-
nocido el fuero militar y los honores y prerrogativas que a su em-
pleo corresponden en situación de actividad, y perciben sus retribu-
ciones con cargo al presupuesto del Ministerio de Defensa (arts. 3.“,
S.“, 8.” y 9.” de la Ley de 6 de julio de 1981, que creó la situación
de reserva activa, y art. 33 de la Ley de Medidas para la Reforma
de la Función Pública, de 2 de agosto de 1984).
134 AURELIO GUAITIA MARTORELL

6. Ya queda dicho al principio que el de Capitán General es un


empleo contingente, no necesario, pero durante cuarenta años las
leyes previeron una plantilla máxima, que el Real Decreto de 7 de
mayo de 1879 y las Leyes de 14 de mayo de 1883 y ll de julio
de ,1894 fijaron en cuatro, y que el Real Decreto de 4 de enero
de 1916 redujo a dos.

La existencia de plantillas explica la de vacantes y la correspon-


diente promoción o ascenso .entre Tenientes Generales para cubrir-
las, a lo que atendieron el artículo 12 de la Ley de 14 de mayo de
1883 y el 25 del Reglamento de ascensos en tiempo de paz, apro-
bado por Real Decreto de 29 de octubre de 1890, pero en la inte-
ligencia de que la promoción quedaba a la libre voluntad del
Consejo de Ministros. Concretamente, el último de los preceptos
citados decía así:

«Art. 25. A la alta jerarquía de Capitán General de


Ejército podrán ser elevados aquellos tenientes genera-
les de la escala activa o de la reserva cuyos brillantes y
notorios servicios a la patria y a las instituciones aprecie
el Gobierno de S.M. como relevantes y dignos de tan
señalada merced.»

La Ley de reorganización del Ejército de 1918 señaló las plan-


tillas de Tenientes Generales, Generales de División y Generales de
Brigada, pero ya no de Capitanes Generales, a pesar de lo cual
siguió hablando del ascenso a tan alta dignidad, así en paz como
en guerra. En tiempo de paz, el ascenso de Tenientes Generales en
situación de reserva a Capitanes Generales, estableció la base 8.“,

«con arreglo a estas bases será de libre elección del


Gobierno, previa la aprobación de las Cortes. En caso de
guerra, si tomasen parte en ella con mando o destino
en servicio de tropas en el teatro de operaciones, podrán
obtenerlo en la misma forma que los de activo.»

7. El Gobierno provisional de la República de 1931, que por De-


creto de 2 de mayo había promovido a un Teniente General a la
dignidad de Capitán General del Ejército, «sin que esta promoción
constituya precedente ni determine criterio orgánico para el por-
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 135

venir», decidió poco después lo que sin duda ya tenía resuelto, como
se desprende de la frase transcrita del Decreto de 2 de, mayo, y por
Decreto-ley de 16 de junio (Ley por la de 16 de septiembre) decidió:

«Artículo 1.” Queda suprimida en el Estado Mayor


General la dignidad de Capitán General del Ejército.

Artículo 2.” Queda suprimida la categoría de Teniente


general.

Artículo 3P La categoría más elevada en el Estado


Mayor General será la de General de división.»

8. Pero la supresión duró poco, pues en plena guerra civil, por


disposición de 18 de julio de 1938, el Gobierno, a propuesta de su
Vicepresidente, estableció:

«Artículo 1.” Se restablece la dignidad de Capitán Ge-


neral en el Ejército y en la Armada, con todos los hono-
res, privilegios y prerrogativas de que gozaban [los Ca-
pitanes Generales] antes de ser suprimida.»

Los empleos de Teniente General y Almirante fueron restable-


cidos por Ley de ll de abril de 1939.

III. LAS REGIONES MILITARES Y SUS CAPITANES


GENERALES

1. Hasta bien entrado el siglo XIX los Capitanes Generales de


región eran muchas veces coincidentes con los Virreyes, autorida-
des políticas y judiciales; de lo primero, que subsistió hasta el ago-
tamiento del Antiguo Régimen o régimen absoluto, es una muestra
el «Real decreto de S.M. Fernando VII de 4 de mayo de 1814, ex-
tinguiendo el establecimiento de Gefes políticos [hoy Gobernado-
res civiles], y reuniendo el mando político a los Capitanes y
Comandantes generales de las provincias» (entonces reinos en
realidad).
136 AURELIO GUAITIA MARTORELL

Pero aquí no vamos a hablar de esa faceta política, por lo’ de-
más meramente histórica; ni tampoco de la judicial, que en lo
militar aún conservan en ciertos casos, aunque probablemente a
extinguir. Aquí nos vamos a ceñir o limitar al aspecto que, al me-
nos a mi juicio, es más atractivo: al jurídico-administrativo-militar,
consecuencia, necesaria de la división militar dé1 territorio, nece-
saria, asimismo.

2. Las Ordenanzas de Carlos III son prolijas en materia de atri-


buciones y honores, pero son, sin embargo, muy parcas en cuanto
se refieren al régimen jurídico de estos Capitanes Generales de pro-
vincia (así se llamaron hasta bien entrado el siglo XIX): pese a su
nombre, son Tenientes Generales (III, l.“, 34) con tratamiento de
excelencia (III, 6.“, 2 y 5). Su alta autoridad queda bien de mani-
fiesto en el tratado VI, título l.“, artículo 1:

«Al Virrey o Capitán General de una provincia, estarán


subordinados cuantos individuos militares tengan des-
tino o residencia accidental en ella, y por su autoridad
y representación es mi voluntad que de toda la gente de
Guerra sea obedecido y, de la que no lo fuere, distinguido
y respetado.»

Ya en el XIX, el Decreto CCXV de las Cortes Generales y extra-


ordinarias de 6 de enero de 1813 habló de distritos, pero durante
todo el reinado de Fernando VII se habló, como en las Ordenan-
zas, de Capitanías Generales de provincia, como puede verse en el
mismo citado Decreto de 1813 y, ya con Fernando VII, en las
Circulares del Ministerio de la Guerra de 8 de junio de 1814 y 22
de mayo de 1815, y en las Reales Ordenes de 2 de mayo y 9 de
julio de 1816 y de 7 de diciembre de 1827.

Al designar y referirse a estos territorios se empleaba de ordi-


nario la expresión «Capitanía General de.. . » y a menudo seguida de
la palabra «reino». Por ejemplo: Capitán General del reino y costa
de Granada, Real Orden de 13 de febrero de 1815; del reino de Ga-
licia, Reales Ordenes de 18 de febrero de 1815 y 7 de diciembre de
1827; de Castilla la Vieja, Circular del Ministerio de Guerra de 8 de
abril de 1815 y Real Decreto de O’Donnell de 28 de marzo de 1866;
del reino de Aragón, Real Orden de 26 de julio de 1815 y Real De-
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 137

creto de 17 de agosto de 1816; Capitán General del Ejercito y proi


vincia de Castilla la Nueva, Real Decreto de 9 de octubre de 1815;
Capitanes Generales de Andalucía, Granada, Valencia y Cataluña,
Real Orden de 6 de octubre de 1817.

3. Durante el trienio liberal, que parte en dos el reinado de Fer-


nando VII, se promulga la primera disposición militar importante
moderna: la efímera Ley constitutiva del Ejército de 9 de junio de
1821, que las Cortes aprobaron con su Decreto XXXIX y que dis-
ponía en su artículo 14:

«Se dividirá el territorio español en un número propor-


cionado de distritos militares o comandancias generales»,

con tantas divisiones como Comandancias Generales (art. 15) y con


un Comandante General al frente de cada distrito militar (art. 17).

Como ya se ve, la Ley empleaba indistintamente, como sinóni-


mos, dos nombres para los territorios en que dividía el nacional a
efectos castrenses: distritos militares y Comandancias Generales, y
denominaba a sus mandos en jefe Comandantes Generales, evitan-
do deliberadamente las expresiones de Capitanías y Capitanes Ge-
nerales empleadas en el siglo XVIII y principios del XIX, y tambien
casi siempre ‘después, aunque «conviviendo», hasta fines del XIX
con distritos.

En ejecución de lo prometido por la citada Ley constitutiva


del Ejército, el Decreto LX, de 27 de enero de 1822 -la misma fe-
cha en que el Decreto LIX estableció la división provisional en 52
provincias-, dividió el territorio español en 13 distritos militares,
que venían prácticamente a coincidir con el mapa heredado del
XVIII; su numeración y capitales eran las siguientes: 1, Madrid;
2, La Coruña; 3, Valladolid; 4, Burgos; 5, Vitoria; 6, Zaragoza; 7,
Barcelona; 8, Valencia; 9, Granada; 10, Sevilla; ll, Badajoz; 12,
Palma de Mallorca, y 13, Santa Cruz de Tenerife.

I 4. Pero la vigencia de ese Decreto duró lo que el trienio liberal,


es decir, hasta 1 de octubre de 1823. Todavía con Fernando VII, el
Real Decreto de 14 de mayo de 1831, casi coincidente con el anterior
138 AURELIO GUAITIA MARTORJZLL

(Navarra sustituye a Burgos y no se nombra a Canarias), habla


de 12 Capitanías Generales, como en el XVIII, que designa con los
nombres de los reinos, regiones y provincias tradicionales: Casti-
lla la Nueva, Cataluña, Castilla la Vieja, Galicia, Navarra, Aragón,
Mallorca, Guipúzcoa (Real Decreto de 7 de enero de 1840: provin-
cias Vascongadas), Andalucía, Extremadura, Valencia y Granada
(con Jaén: Real Decreto de 17 de enero de 1839).

5. El Decreto del Regente Espartero, de 8 de septiembre de 1841


(Ministro de la Guerra, Evaristo San Miguel), habla de «distritos
militares 0 Capitanías generales», 14 ahora, el súmmum, cuyos je-
fes «conservarán su nombre de Capitanes generales de distrito»
(artículo 6.“); su enumeración es como sigue: 1, Castilla la Nueva
(a la que le pasó la provincia de Segovia); 2, Cataluña; 3, Anda-
lucía; 4, Valencia; 5, Galicia; 6, Aragón; 7, Granada; 8, Castilla la
Vieja; 9, Extremadura; 10, Navarra; ll, Burgos (distrito nuevo,
art. 4.“, con Santander, Logroño y Soria); 12, provincias Vascon-
gadas (la Real Orden de 18 de marzo de 1842 habla de la Capitanía
General de Guipúzcoa, como en 1813); 13, Baleares, y 14, Canarias.

En esta división figuran Burgos y Canarias, como en la de 1822,


y Navarra, como en la de 1831, y fue confirmada por el Real Decre-
to de 13 de febrero de 1844, pero el de Ramón María Narváez, de
3 de septiembre del mismo año, suprimió (con escaso éxito) el
nombre de distritos y su numeración, «sustituyendo el de Capita-
nes generales que [casi] siempre han tenido» (art. 2.“).

6. Ya queda dicho que, aun con la denominación de Capitanes


Generales, el empleo o grado propio de estos altos jefes era ordi-
nariamente el de Teniente General, a cuyas «inmediatas órdenes
habrá un segundo de la clase de mariscal de campo» (art. 6.” del
Decreto de Espartero, de 8 de septiembre de 1841; lo mismo, «se-
gundo cabo», el art. 9.” de la Ley constitutiva del Ejército, de 29 de
noviembre de 1878), empleo designado como General de División a
partir del artículo 7.” de la Ley de 19 de julio de 1889, adicional a
la constitutiva del Ejército de 1878; pero también podía desempe-
ñar el cargo de Capitán General de distrito o Capitanía un Mariscal
de Campo (General de División, que tenían, como los que eran
Tenientes Generales, tratamiento de excelencia: Real Orden de 7
de diciembre de 1827): por ejemplo, un Real Decreto de 17 de
enero de 1839 nombró Capitán General de Granada y Jaén al Ma-
riscal de Campo Antonio María Alvarez.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 139

Y también podía desempeñar el cargo un Capitán General, un


General de este empleo, lo que acaeció con Espartero, que, tenien-
do ya el grado de Capitán General, desempeñó el cargo de Capitán
General de las provincias Vascongadas, al propio tiempo que era
General en Jefe del Ejército del Norte y Virrey de Navarra, y no
pudiendo desempeñar tan «vastas atenciones», la Reina Goberna-
dora y Regente del reino decretó, el 7 de enero de 1840, «nombrar
para que sirva en propiedad el expresado virreinato y Capitanía
general al teniente general D. Felipe Rivero, de cuyo celo estoy muy
satisfecha».

7. A pesar del citado Decreto de Narváez de 1844 siguieron co-


existiendo ambos nombres, distritos militares y Capitanías Genera-
les, al propio tiempo que se alteraba su territorio, se refundían
dos de ellos, se separaban otra vez, se creaba alguna ex novo, etc.
He aquí, por orden cronológico y en confirmación de lo dicho, un
breve elenco de las principales incidencias acaecidas en esta mate-
ria a fines de la primera y en la segunda mitad del XIX:

- ampliación del territorio de la Capitanía General de Valencia


a costa de las de Aragón y Cataluña, hasta la línea Guada-
lope-Ebro: Reales Decretos de 7 de agosto de 1847 y 31 de
mayo de 1855;
- creación de la Capitanía General de Africa con las posesiones
sobre la costa del Mediterráneo: Real Decreto de 18 de di-
ciembre de 1847, y supresión por el de 25 de febrero de 1851;
- primera refundición de los distritos de Vascongadas y Na-
varra: Real Decreto de 12 de agosto de 1848, y restableci-
miento por el de 25 de febrero de 1851;
- alteración de los territorios de las Capitanías Generales de
Castilla la Nueva y Valencia como consecuencia de haberse
agregado parte de la provincia de Cuenca a la de Valencia:
Reales Ordenes de 25 de junio de 1851 y 28 de mayo de 1852;
- «Capitanía general del distrito militar de Aragón»: Real De-
creto de 12 de enero de 1852;
- el territorio del Condado de Treviño (provincia de Burgos)
dependerá militarmente de la Capitanía General de las pro-
vincias Vascongadas: Real Decreto de 16 de agosto de 18.53;
- reducción a «cinco grandes distritos militares» durante la
guerra de Africa: Castilla la Nueva-Valencia, Cataluña-Ara-
140 AURELIO GUAITIA MARTORELL

gón-Baleares, Andalucía-Granada-Extremadura, Castilla la


Vieja-Galicia, Navarra-provincias Vascongadas-Burgos: Real
Decreto de 3 de noviembre de 1859, derogado por el de 31
de julio, de 1860;
- <cse suprime el distrito militar de Burgos. La Capitanía ge-
neral de Castilla la Vieja [con sede en Valladolid] compren-
derá...»: Real Decreto de O’Donnell de 28 de marzo de 1866;
- «se suprime el distrito militar de Extremadura. La Capita-
nía general de Andalucía comprenderá.. .»: Real Decreto de
O’Donnell de 2 de julio de 1866;
- «Los territorios de las Capitanías generales de Navarra y
provincias Vascongadas formarán en lo sucesivo un solo
distrito militar»: Real Decreto de O’Donnell de 2 de julio de
1866;
- «restablecimiento «autónomo» de la Capitanía General de Na-
varra: Ley de Presupuestos de 28 de febrero de 1873 y De-
creto de 5 de julio de 1874;
- restablecimiento de la Capitanía General de Extremadura:
Decreto de 20 de mayo de 1874;
- restablecimiento de la de Burgos, con las provincias de San-
tander y Soria; Real Decreto de 30 de noviembre de 1883,
a las que el de 23 de febrero de 1885 agregó la de Logroño.

8. El artículo 8.” de la nueva, y en parte subsistente, Ley consti-


tutiva del Ejército, de 29 de noviembre de 1878, consagró de mo-
mento la división de Espartero de 1841:

«Mientras no se establezca por medio de una ley otra di-


visión territorial militar, se conservará con carácter pro-
visional la existente, que consta de los distritos de Castilla
la Nueva, Cataluña, Andalucía, Valencia, Galicia, Aragón,
Granada, Castilla la Vieja, Extremadura, Navarra, pro-
vincias Vascongadas, Burgos, Islas Baleares, y Canarias.
La isla de Cuba, la de Puerto Rico, y las Filipinas for-
marán igualmente otros tres distritos militares.»

Y el párrafo penítltimo del artículo 13 prometía:

«Una ley establecerá la división militar que se crea más


conveniente para la Península, y la organización que en
vista de ella habrá que dar al Ejército.»
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 141

9. En ejecución de dicho precepto se dictó el Real Decreto de


22 de marzo de 1893 (José López Domínguez), que supuso un im-
portante jalón en esta materia: en primer lugar, porque los tra-
dicionales distritos pasaron a denominarse (y así hasta hoy) regio-
nes militares, a cada una de las cuales, segundo dato destacable,
correspondía en tiempo de paz un Cuerpo de Ejército; además, por-
que llevó a cabo una drástica reducción de su número, siete en la
Península (más las Capitanías Generales de Baleares y Canarias),
que quedaron así:

- primera, Castilla la Nuevú. y Extremadura: con Madrid, Se-


govia, Avila, Salamanca, Toledo, Ciudad Real, Badajoz y Cá-
ceres;
- segunda, Sevilla y Granada: con Córdoba, Sevilla, Huelva,
Cádiz, Jaén, Granada, Málaga y Almería;
- tercera, Valencia: con Valencia, Castellón, Alicante, Murcia,
Albacete y .Cuenca;
- cuarta, Cataluña: con Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona;
- quinta, Aragón: con Zaragoza, Huesca, Teruel, Soria y Gua-
dalajara;
- sexta, Burgos, Navarra y Vascongadas: con Burgos, Navarra,
Alava, Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y, Logroño, y
- séptima, Castilla la Vieja y Galicia: con León, Valencia, Va-
Iladolid, Zamora, Oviedo, La Coruña, Lugo, Orense y Ponte-
vedra. -

Y otro dato de interés es que, según su artículo 14,. los Coman-


dantes en jefe de dichos Cuerpos y Capitanes Generales de las co-
rrespondientes regiones podían «residir en cualquier punto de. la
región de su mando, pero las dependencias de sus Estados mayores
generales» se situaban en Madrid, Córdoba (que desplazaba, ‘si bien
efímeramente, a Sevilla), Valencia, Barcelona, Zaragoza, Miranda
de Ebro (que eclipsaba, también muy fugazmente, a Burgos) y Lébn
(en vez de la tradicional, antes y después, Valladolid).

Este Decreto debía comenzar a regir el 1 de julio de 1893, pero


otro de 28 de junio aplazó su entrada en vigor hasta que, autoriza-
,do .por la Ley de Presupuestos de 1893-94, lo llevó, a efecto el Real
Decreto de 27 de agosto del mismo 1893 (seguía de Ministro de la
Guerra López Domínguez), con estas dos modificaciones: desapa-
142 AURELIO GUAITIA MARTORELL

recería la nomenclatura regional, subsistía tan sólo la numeración


ordinal: primera región, segunda región, etc., y, como era previsi-
ble, Sevilla sustituyo a Córdoba, y Burgos a Miranda de Ebro (en
cambio, de momento, Valladolid «no pudo» con León).

10. Nuevas modificaciones con el Real Decreto de 10 de sep.


tiembre de 1896 (Marcelo de Azcárraga): volvía a la denominación
regional (Castilla la Nueva y Extremadura, Castilla la Vieja, etc.);
pasaba Salamanca de la primera a la séptima región; situaba la ca-
pital de ésta en Valladolid, en vez de en León; y desgajaba de ella
una nueva región, la octava, Galicia, con capital en La Coruña, divi-
sión en ocho regiones que, con su numeración y capitales, iba a ser
casi constante poco menos que hasta nuestros días.

Siendo Ministro de la Guerra Camilo G. de Polavieja, un Real


Decreto de 31 de mayo de 1899 disolvió los Cuerpos de Ejército,
sustituidos por una organización divisionaria (art. 28), y cambió la
denominación de algunas regiones, que quedó así: Castilla la Nueva,
Andalucía, Valencia, Cataluña, Aragón, Norte (Burgos), Castilla la
Vieja y Galicia.

Autorizado por Ley de 17 de julio de 1904, el Real Decreto de


2 de noviembre del mismo año (Arsenio Linares) se dejó sentir en
la materia: las regiones perdían de nuevo su denominación tradi-
cional o histórica, distinguiéndose solo por su numeración; se
volvía a regiones de Cuerpo de Ejército, y suprimía la octava re-
gión, que se integraba en la séptima, pero con la no muy explicable
circunstancia de que dentro del 7.” Cuerpo de Ejército (Valladolid)
subsistía, con sede en La Coruña, la Capitanía General de Galicia
con sus cuatro provincias: había, pues, dos Capitanías Generales
en la séptima región, anomalía que desapareció cuando por Real
Decreto de 17 de enero de 1907 (Valeriano Weyler) se constituyó
de nuevo con Galicia la octava región militar, al propio tiempo
que se pasaba la provincia de Soria de la sexta a la quinta región,
y la de Cuenca de la tercera a la primera; además, dispuso en su
artículo 3.“:

«Cada una de las ocho regiones estará mandada por un


Teniente general que se denominará Capitán general de
la región» :
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 143

Sigue siendo ésta la regla general, pero ha habido y puede haber


excepciones en más y en menos por colocarse al frente de una re-
gión, bien a un Capitán General, bien a un General de División,
como ya se ha dicho en el número 6.

ll. Por Real Decreto de 1 de junio de 1910 (Angel Aznar) se creó


la región militar de la Capitanía General de Melilla, pero el de
25 de diciembre de 1912 (Agustín Luque) la redujo a Comandancia
General, con un General de División al frente; en 1913, el Real De-
creto de 1.5 de marzo constituyó «un distrito militar [pero obsérve-
se que esta denominación ya no equivale, como hasta 1893, a Capi-
tanía General] que se denominará comandancia general de Lara-
che»; y el de 9 de abril del mismo año reorganizaba la de Ceuta.

12. La importante Ley de bases de reorganización del Ejército,


de 29 de junio de 1918 (precedida por el Real Decreto de 7 de marzo)
conservó la división en ocho regiones militares de la Península
más las dos regiones militares independientes de Baleares y Cana-
rias (bases 2.” y 4.“), así como sus capitales, si bien (o mal, según
se mire) alteró bastante las provincias que comprendían: por ejem-
plo, la de Jaén dependía de Madrid; la de Almería, de Valencia; la
de Castellón, de Zaragoza, etc.; por lo demás, tales modificaciones
han sido frecuentes, pero no revisten mayor interés para el objeto
de estas páginas. ,

13. Sí lo tiene, en cambio, y acusado, la legislación republicana


de 1931: por Decreto-ley de 16 de junio (Ley de 16 de septiembre)
se suprimieron

«las ocho regiones militares que abarcaban el territorio


peninsular y los dos distritos insulares de Baleares y
Canarias»,

así como el cargo de Capitán General de región, sustituidas por


divisiones orgánicas mandadas por Generales de División, pues
otro Decreto-ley de la misma fecha había suprimido el empleo de
Teniente General, como antes un Decreto de 13 de mayo (Ley por
la de 30 de septiembre) había suprimido el empleo de Almirante.
144 AURELIO GUAITIA MARTORELL

‘14. Pero ya durante la guerra civil de 1936-39 fueron restablek


ciéndose las regiones en lugar de las correspondientes demarcaciones
de las divisiones orgánicas de 1931 conforme avanzaba la marcha
de las operaciones: una Orden de’ 23 de agosto de 1936, y para
cuestiones relacionadas con la justicia militar, afectó las provin-
cias de Cáceres y Badajoz todavía «a la segunda división», pero
en 1937 ya se restablecen regiones militares según disposiciones
particulares ad casum: -

- dos Decretos de 31 de octubre de 1937, las regiones sexta


(Burgos) y octava (La Coruña);
- el de 8 de noviembre del mismo año, la séptima (Valla-
dolid);
-’ una Orden de 31 de marzo de 1938, la quinta (Zaragoza);
- el Decreto de 12 de julio, también de 1938, la segunda (Se-
villa): «De esta región formarán parte, con carácter provi-
sional, la provincia de Badajoz y la parte liberada de la
de Jaén»; y
- una Orden de 3 de marzo de 1939 restableció la cuarta re-
gión militar (Barcelona).

Terminada la guerra, una Orden de 4 de julio de 1939 dividió


provisionalmente el territorio peninsular en las ocho regiones ya
conocidas (con nuevas alteraciones provinciales), cuyo mando era
ejercido por un General con mando de Ejército o Cuerpo de Ejér-
cito; un Decreto de 24, también, de julio de 1939 constituyó el
Ejército de la Península en ocho Cuerpos de Ejército, más el no-
veno y el décimo en Ceuta y Melilla y las Comandancias Generales
de Báleares y Canarias; otro de 5 de abril de 1940 devolvió a las
regiones militares y a las Comandancias Generales de Baleares y
Canarias la denominación de Capitanías Generales, y la de Capita-
nes Generales a los Generales jefes de unas y otras.

’ -.Debe destacarse que el artículo 2’.” de la Ley de. ll de abril de


1939, por la que se restableció en el Ejército el enipleo’de Teniente
General y en la Armada el de Almirante, dispone en su artículo 2.
que
; .’
«Los tenientes generales y almirantes desempeñarán los
altos mandos del Ejército o de la Armada que las plan-
tillas y disposiciones del Estado determinen, sin. que Za
adscripción sea exclusiva, sino que en tiempo de’ cam-
El Capitán General D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte
(M. Benlliure) Museo del Ejército.
CAPITANES Y CAPITANIAS’ GENERÁLES 145

pana o en ‘casos especiales podrán aquellos cargos ser


desempeñados por generales de división o vicealmirantes
habilitados para esta superior categ0ría.s

Una nueva región militar, la novena, se creó por Orden de 22 de


febrero de 1944, con sede en Granada y con el territorio de esta
provincia y las de Jaén ,y Málaga, excepto, de ésta, la parte que
comprendía el Campo’de .Gibraltar (Decreto de 24 de julio de 1942)
pero que se la agregó también por Decreto de 29 de abril de 1949:
su jefe era el General de la división localizada en el referido terri-
torio, con las mismas atribuciones ‘que los Capitanes Generales de
región en las suyas respectivas, pero con la denominación de «ge-
neral jefe de la región».

‘EI Decreto de ,ll de febrero de 1960 se limitó a. verificar unos


pocos trasvases interregionales de provincias.

15. Bastante mayor importancia reviste el vigente de 1 de agos-


to de 1984.

Como consecuencia de la Constitución de 1978 se han promul-


gado numerosas e importantes leyes relativas a las Fuerzas Arma-
das y la defensa nacional; mas para nuestro objeto ,basta referir-
nos a la Ley Orgánica de 1 de julio de 1980, por la que se regulan
los criterios básicos de la defensa nacional y la organización ,mili-
tar. En su artículo 32 se limitó a decir escuetamente:

«La ley establecerá las bases de la organización militar


del territorio nacional en regiones o zonas»,

pero esa lacónica promesa es ampliamente desarrollada y detallada


por la modificación introducida en varios de sus artículos, ‘y entre
ellos el 32 en cuestión, por la Ley Orgánica de 5 de enero de 1984,
que dispone:

« 1. La organización militar del territorio nacional, in-


‘cluidos los espacios marítimos y aéreo, podrá estructu-
rarse en regiones y zonas terrestres, marítimas y aéreas,
I y se establecerá, en el marco de la política de defensa,
en función de las siguientes bases:
10
146 AURELIO GUAITIA MARTORELL

a) Valoración de las potenciales amenazas.

b) Las zonas geográficas, naturales, consideradas des-


de el punto de vista estratégico.

c) Las necesidades operativas y logísticas que requiere


el ejercicio y garantía de la soberanía nacional, en los
espacios terrestre, marítimo y aéreo.

d) Las responsabilidades asignadas a los tres Ejérci-


tos, en función del Plan Estratégico Conjunto.

e) La evaluación de los recursos humanos, económi-


cos y materiales existentes en el ámbito territorial, que
requiere la defensa nacional, para el caso de una movi-
lización general.

2. El establecimiento y concreción de esta organiza-


ción militar del territorio nacional corresponde al Go-
bierno a propuesta del ministro de Defensa, de lo que
se dará cuenta a las Cortes Generales.»

En síntesis, el citado Real Decreto de 1984, que ejecuta lo pre-


visto en el artículo 32 que se acaba de transcribir de la Ley Or-
gánica, también referida, dispone:

Las regiones militares de la Península, que fueron doce durante


la mayor parte del siglo XIX, y siete, ocho o nueve desde fines de él
hasta 1984, se reducen ahora a seis, más dos llamadas zonas mili-
tares insulares. Su numeración, denominación y territorio quedan
como sigue:

- primera región militar, Centvo: Madrid, Toledo, Ciudad Real,


Cuenca, Guadalajara, Segovia, Avila, Cáceres y Badajoz (es
decir, Castilla la Nueva, Segovia, Avila y Extremadura);
- segunda región, SUY: Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba, Mála-
ga, Granada, Jaén y Almería, así como Ceuta y Melilla, Peño-
nes de Vélez de la Gomera y Alhucemas, y las islas Chafarinas
o sea, Andalucía y Africa);
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 147

- tercera, Levantk Valencia, Castellón de la Plana, Alicante,


Albacete y Murcia (es decir, los antiguos reinos de Valencia
y Murcia);
- cuarta, Pivenaicu Oriental: Barcelona, Tarragona, Lérida, Ge-
rona, Huesca, Zaragoza y Teruel (esto es, Cataluña y Aragón);
- quinta, Pirenaica Occidental: Burgos, Soria, Navarra, Vizca-
ya, Guipúzcoa, Alava, La Rioja y Cantabria (comprende, por
consiguiente, la mitad de Castilla la Vieja, Navarra y las pro-
vincias Vascongadas);
- sexta, Noroeste: Lu Corufiu, Lugo, Orense, Pontevedra, Astu-
rias, León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia (por
tanto, Galicia, Asturias, el reino de León, Valladolid y Pa-
lencia.

Huelga decir que, como es lógico, apenas si hay alguna coinci-


dencia entre esa división territorial militar y el llamado mapa auto-
nómico: basta recordar que en la Península existen quince Comu-
nidades Autónomas y sólo seis regiones militares.

Naturalmente, la coincidencia es plena en las dos zonas militu-


r-es de Canarias (Santa Cruz de Tenerife) y Bdeures (Palma de Mu-
Ilorca): por cierto, el stuttrs de estas dos no es exactamente el
mismo, diferenciación que es una novedad en nuestra organización
militar.

El mando de las seis regiones militares y de la zona militar de


Canarias lo ejerce un Teniente General de Tierra de la escala activa,
con la denominación de Capitán General de la región o zona mi-
litar correspondiente. El de la zona militar de Baleares es ejercido
por un General de División en activo, con la denominación de Co-
mandante General.

Todos ellos, los ocho, bajo la dependencia directa del Jefe del
Estado Mayor del Ejército, ejercen las atribuciones que las leyes
les asignan, y que el artículo 23 de las Reales Ordenanzas del Ejér-
cito de Tierra, aprobadas por Real Decreto de 29 de noviembre
de 1983, resume así:

«Bajo la dependencia directa del Jefe del Estado Mayor


del Ejército, el Capitán general de cada región [o zona,
o Comandante General de zonal ejerce el mando opera-
148 AURELIO GUAITIA MARTORELL

tivo de las fuerzas que le están asignadas; teniendo bajo


su dependencia los órganos logísticos ‘y los de carácter
territorial de su demarcación que le correspondan.

Ostenta la representación del Ejército’ y controla o


I

atiende, en su caso, el desarrollo de las actividades mi-


litares en su región. Tiene las atribuciones de orden ju-
risdiccional, administrativo y disciphnario legalmente es-
tablecidas.»

Las judiciales se contienen en el Código de Justicia Militar,


aúnque lo mas probable es que desaparezcan en corto plazo, pero
según la todavía vigente Ley de Conflictos Jurisdiccionales, de 17 de
julio de 1948 (arts. 7.” y S?), en su concepto de autoridades admi-
nistrativas, como representantes de la Administración .del Ejército
(no se trata de la intendencia, intervención, contabilidad, etc.; sino
del Ejército, de la Administración Militar -art. 97 de la Constitu-
ción-), pueden promover cuestiones de competencia a los tribu-
nales, y en su concepto de autoridacles judiciales pueden promo-
verlas a la Administración.

El Capitán General «de distrito» está exento de concurrir al


Flamamiento del juez, aunque no de declarar, según dispone el ar-
tículo 412.6.” de la Ley de Enjuiciamiento Criminal de 14 de sep-
tiembre de 1882; lo mismo el artículo 580.8 CJM, y, según el 101
de éste, de los delitos que cometieren conocerá el Consejo Supre-
mo de Justicia Militar.

Por último, en todo caso, los Capitanes Generales han sido y son
tenidos como altos cargos de la milicia nombrados y separados
por decreto, a propuesta del Ministro de Defensa y previa delibe-
ración del Consejo de Ministros: artículo 10.7 de la Ley de Régimen
Jurídico de la Administración del Estado, texto refundido de 26 de
julio de 1957, y artículos 56.3, 62.f) y 64 de la Constitución.
‘<’ ..
.~
CAPITANES Y ‘CAPITANIAS GENERALES 149

IV. EL CAPITAN GENERAL DE LA ARMADA

1, Después de lo dicho en el parágrafo II acerca de los Capitanes


Generales del Ejército, éste, relativo al de la Armada, puede red&
cirse a pocas líneas, a algunas peculiaridades, pues en todo lo res:
tante vale lo que ya conocemos, pero conviene comenzar poniendo
en .guardia acerca de la voz Almirunte, de tanta raigambre naval,
pues en las Ordenanzas de 1793 era como el Generalísimo en’ el
Ejército, superior incluso a los Capitanes Generales de la Armada;
en la Ley Orgánica de la Armada de 27 de diciembre de 1821, y en
otros momentos, equivalía precisamente a Capitán General, mien-
tras que en otras épocas, y así ahora, su nivel es el de Teniente
General.

De sus seis tratados, las Ordenanzas de la Armada dedicaron el


primero por entero, compuesto por un solo artículo, al Almirante
General:

«El Almirante General, cuando las circunstancias me


dictasen crear esta Dignidad, tendrá las facultades y
gozará los sueldos y emolumentos que se expresarán en
Ordenanza particular, cornprehensiva asimismo de los
empleados subalternos de ella, sus obligaciones y pre-
rrogativas»

2.. En síntesis, el régimen de Capitán General era el siguiente:


era de igual grado que su homónimo «de los Exércitos» (II, l.“, l),
como el segundo empleo era en ambos casos el de Teniente Gene-
ral y el tercero el de «Xefe de Esquadra», equivalente a Mariscal
de Campo o General de División, y, como en el Ejército, esos. tres
grados comprendían los oficiales generales, «que deben entenderse
de Xefe de Esquadra inclusive arriba» (II, l.“, 23); tenía, como su
mujer, tratamiento de excelencia (II, l.“, 81); el nombrado procedía ,
de los Tenientes Generales, y le iba anejo el cargo de Director
General de la Armada, cuyo mando y dirección tenía (II, l.“, 89 y
II, 2.“, 1).

Pero se pueden señalar cuatro importantes diferencias respecto


del Ejército: en primer lugar, no había más que uno; en segundo,
era de existencia y nombramiento necesarios: no había más que
150 AURELIO GUAITIA MARTORELL

uno, pero uno tenía que haber y había; en tercer lugar, como ya
queda dicho, le iba anejo el cargo de Director General de la Arma-
da, es decir, no era solo un grado o empleo, sino, además, un des-
tino o cargo; por último, además de jefe de toda la Armada (o la
KEsquadra», una de sus acepciones), desempeñaba el cargo de Ca-
pitán General de uno de los tres Departamentos de Cádiz, Carta-
gena o Ferrol (II, 2.“, 38 y 50). Posteriormente, y en momentos que
no he podidio determinar, fueron desapareciendo esas circunstan-
cias especiales del Capitán General de la Armada respecto de los
del Ejército, y la última promoción ordinaria a Capitán General
de la Armada tuvo lugar en 1928.

3. La Ley Orgánica de la Armada, aprobada por el Decreto XLI


de las Cortes del trienio liberal, de 27 de diciembre de 1821, intro-
ducía, aunque de hecho no llegó a introducir dada su escasa y bre-
ve vigencia, algunas novedades: así, decía en su artículo 49:

«Las clases de este cuerpo [oficiales de guerra de la Ar-


mada] quedarán reducidas a siete, a saber: Almirante,
Vice-Almirante, Contra-Almirante.. ., que corresponde a
las de Capitán General, Teniente General, Mariscal de
Campo...»;

y en su artículo 51 preveía un Almirante por cada veinte a treinta


navíos.

4. Pero en 1823 se volvió a la denominación tradicional y a la


existencia, necesaria, de sólo un Capitán General. De uno, en singu-
lar, como las Ordenanzas, hablan (y se deduce de la redacción de
otras disposiciones) el Decreto del Gobierno provisional de 24 de
noviembre de 1868; el artículo 3.” del Real Decreto de 14 de diciem-
bre de 1905; el artículo 31 de la Ley de Plantillas de la Armada,
de 12 de junio de 1909; el Real Decreto de 17 de marzo de 1910 y
la base II, G), del Real Decreto de 1 de julio de 1918, que adaptó a
Marina la Ley de Reorganización del Ejército, de 29 de junio del
mismo año.

5. El Decreto Topete, de 24 de noviembre de 1868, volvió a la


denominación de Almirante, y la Ley de Ascensos en la Armada,
de 30 de julio de 1.878, dispuso:
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 151

«Art. ll. El ascenso a Almirante recaerá siempre en


el vicealmirante más antiguo de la escala activa; o de los
que se hallen en situación de reserva, que haya servido
en propiedad en su empleo, o en el de contralmirante, al
guno de los cargos siguientes: Ministro de Marina, Pre-
sidente de la Corporación superior consultiva de la Ar-
mada, Capitán general de departamento, comandante ge-
neral de apostadero, comandante general de la escuadra.

Aut. 12. Los Almirantes figurarán siempre en la escala


activa y el Rey utilizará sus servicios en la forma que
tenga por conveniente.»

KA la alta jerarquía de Almirante de la Armada -dice


el artículo 3.” de la citada Ley de Plantillhs de 1909-
podrá ser elevado aquel vicealmirante en servicio activo
cuyos brillantes y notorios servicios a la Patria y a las
instituciones aprecie el Gobierno de Su Majestad como
relevantes y dignos de tan señalada merced.»

Por su parte, el Real Decreto de 17 de marzo de 1910 señaló en


tres el número de ayudantes personales que correspondían al Al-
mirante de la Armada, «uno de ellos, jefe del Cuerpo general, como
secretario».

6. El Real Decreto de 10 de enero de 1912 sustituyó de nuevo la


denominación de Almirante por la de Capitán General, y Almirante
volvió a equivaler, y así hasta hoy, a Teniente General.

A partir de 1931, la Historia coincide por completo con la resu-


mida al tratar del Ejército: supresión de los empleos de Capitán
General y de Almirantes de la Armada por Decreto-ley de 13 de
mayo de 1931 (Ley por una de 26 de septiembre), y restablecimien-
to de la dignidad de Capitán General de la Armada el 18 de julio
de 1938, y del empleo de Almirante por Ley de ll de abril de 1939.
152 AURELIO GUAITIA MARTORELL

V. ZONAS MARITIMAS Y SUS CAkTAkES GENERALES

1. Las Ordenanzas .de la Armada consagraban la división tride-


partamental heredada, esto’ es, Cadiz, Ferrol y Cartagena (II, 3.“, l),
cuyo ámbito litoral comprendía’ exactamente como ahora, es decir,
de la desembocadura del Guadalquivir en la frontera meridional
portuguesa al cabo de Gata, de la desembocadura del Bidasoa
(Francia) hasta la del Miño (Portugal) y del cabo de Gata (reino de
Granada, provincia de Almería) a la frontera francomediterránea,
con inclusión de las islas Baleares; no aparece citado el archipié-
lago de las Canarias (II, 3.“, 2).

Al frente de cada Departamento marítimo figuraba como «sub-


delegado del Director General» de la Escuadra y Capitán General
de la Armada (II, 2.“, 54), si bien debe recordarse que éste desem-
peñaba la jefatura de uno de los tres Departamentos, figuraba,
digo, un Capitán General o Comandante General de Departamento,
llamado de una u otra forma según fuera o no Teniente General
nombrado para aquel cargo «en propiedad» (II, 3.“, 3):

«Cada Departamento tendrá un Capitán o Comandante


General de toda la extensión para quanto en ella se.
abrace correspondiente a la jurisdicción militar de Ma-
rina. Siendo Teniente General [hoy Almirante1 el Coman-
dante propietario, le estará anexa la denominación y
dignidad de Capitán General del Departamento (de que
le expedire Titulo), igual en todas las exenciones y ‘pri-
vilegios á la de los Capitanes Generales de Provincia en
mis Exercitos; pero si no fuese Teniente General, y
aunque lo sea, no confiriéndosele el mando en propiedad,
tendrá solo la denominación de Comandante General.»

Y se agregaba en II, 3.“, 109:

«La extension del mando que por quanto ya dicho de-


claro á mis Capitanes ó Comandantes Generales de los
Departamentos de Marina, y la dignidad en que quedan
establecidas sus facultades para exercerle, así como son
los medios que me he propuesto necesarios para el logro
CAPITANES Y CAPITANIAS GENbALES 153

de mi mejor servicio baxo una superior responsabilidad


en quanto le sea contrario; me aseguran ‘no ‘menos del
infatigable celo, justicia y amor ‘a ‘mi Persona con que
llenarán tantas obligaciones mis Oficiales Generales á
quiènes honrase con semejantes ‘cargos, ‘para merecer
mi constante Real satisfacción y aprecio de sus impor-
tantes servicios.»

2. Rebajada su categoría por la revolución de septiembre de


1868, un Decreto de 7 de. marzo de 1873 la restableció en estos
términos:

«La importancia grande que tiene en el orden adminis-


trativo el mando de los Departamento marítimos, así Ipor
la dilatada extensión de territorio á que su jurisdicción
alcanza, como por los altos intereses .á que aplican su
actividad las Autoridades encargadas de ejercerlos, al
mismo tiempo que la conveniencia de producir toda la
nivelación posible entre las jerarquías de los que dentro
del mismo territorio representan los diversos ramos de
la Administración pública, ha hecho comprender al Go-
bierno la necesidad de elevar los referidos mandos á la
categoría de Capitanías generales, de la que fueron reba-
jados hace poco más de cuatro años por las circuns-
tancias excepcionales en que se encontró el cuerpo de la
Armada.

Consignada en el presupuesto de gastos esta alteración


y hallándose hoy el personal del Estado Mayor general
de la Armada en posibilidad de admitirla, el Ministro
que suscribe considera que ha llegado el caso de realizar-
la; en cuya virtud, de acuerdo con el Consejo de Minis-
tros, tiene el honor de proponer al Presidente del Poder
Ejecutivo la aprobación del siguiente decreto.

Artículo 1. El mando de los tres Departamentos ma-


rítimos de Cádiz, Ferrol y Cartagena se eleva á la catego-
ría de Capitanías generales, con las demás consideracio-
nes que disfrutaban al ser suprimidas.
154 AURELIO GUAITIA MARTORELL

Artículo 2. Corresponde el desempeño de dichas Ca-


pitanías generales á las clases de Vicealmirantes y Con-
traalmirantes de la Armada.

Madrid, siete de marzo de mil ochocientos setenta y


tres.-El Presidente del Gobierno de la República, Esta-
nislao Figueras .-El Ministro de Marina, Jacobo Oreyro.»

Fueran Vicealmirantes o Contraalmirantes (1868-1912, hoy Almi-


rantes o Vicealmirantes), a quienes desempeñaban en propiedad
(es decir, no interina o accidentalmente) las Capitanías Generales
de los Departamentos marítimos les correspondía y corresponde el
tratamiento de excelencia: Real Orden de 28 de febrero de 1880.

Posteriormente, una Ley de 7 de enero de 1908 [art. 2.“, G)] re-


formó in pejus la tradicional denominación de Departamentos ma-
rítimos y sus Capitanías Generales por las de «bases navales de
Ferrol, Cádiz y Cartagena.. . bajo el mando superior y jurisdicción
militar de un general de la Armada que se titulará “comandante
general del apostadero” y dependerá directamente del Estado Ma-
yor Central», pero el Real Decreto de 5 de julio de 1920 dispuso:

«Artículo 1.“ Se restablecen en la Armada las capita-


nías generales de los departamentos marítimos de Ferrol,
Cartagena y Cádiz, que serán desempeñados por almi-
rantes de la Armada [Vicealmirantes en 1868-19121, los
que ejercerán la jurisdicción y el @ando en toda la
costa que les afecta, así como en las bases navales cons-
tituidas por los arsenales.. . »

Nuevo cambio ad infra: por Decreto de 10 de julio de 1931


(Ley por una de 24 de noviembre), la II República, muy al revés
que la 1, por cierto, denominó a los tradicionales Departamentos
y Capitanías Generales «bases navales principales.. . que son en la
actualidad» las tres de siempre, y las mandaban Vicealmirantes
(Contraalmirantes en 1868-1912), pero un Decreto de 21 de sep-
tiembre de 1942 restableció en todo su vigor en este punto las Or-
denanzas Generales de la Armada Naval (II, 3.“, 3; antes transcrito)
y volvió a la tradicional denominación de Departamentos Maríti-
mos, y Capitanes o Comandantes Generales, según los casos.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 155

3. La Ley Orgánica de la Armada, de 4 de julio de 1970, ha con-


firmado la tradicional denominación de Capitanes Generales a los
jefes de los Departamentos, aunque llamando a éstos ahora zonas
marítimas:

«Artículo 27. 1. El espacio marítimo en el que nor-


malmente actuará la Fuerza en defensa de los intereses
nacionales se organiza en Zonas Marítimas. El conjunto
de zonas marítimas constituye la organización perma-
nente del espacio marítimo.

2. Se entenderá por zona marítima un amplio espa-


cio de mar controlado y el litoral que comprende, en el
que las operaciones navales han de responder a cierta
unidad estratégica naval.

3. Incluye también las instalaciones para apoyo ope-


rativo y logístico de la Fuerza y los medios precisos para
la investigación de la zona, el control del tráfico marítimo
y la acción de sus fuerzas, así como el ejercicio de la
jurisdicción en la demarcación territorial que establecen
las disposiciones jurídico-administrativas del Estado.

4. Las zonas marítimas se hallarán activadas perma-


nentemente, incluso en tiempo de paz.

Artícdo 28. 1. Los mandos de zona marítima se-


rán autoridades navales que dependeran directamente del
Almirante jefe del Estado Mayor de la Armada y, cuando
así se disponga, de un mando unificado de teatro de ope-
raciones:

3-. Les corresponde en su zona:

a) El mando operativo de las fuerzas que les fuesen


asignadas.

b) El control operativo.
156 AURELIO GUAITIA MARTORELL

c) Apoyar operativa y logísticamente a la conduccisn


de operaciones navales’,

d) Hacer efectiva la soberanía nacional en las aguas


de su jurisdicción.
.’

e) El eiercicio de la autoridad militar sobre todos


los, &rvicio$ instalaciones y dependencias de la Armada,
,así como la facultad be supervisión sobre aquellos que
funcionalmente dependen de otras autoridades de la Ar-
mada.

f) El gobierno de su zona marítimo-administrativa.

g) Ejercer las facultades que le competen como auto-


ridad judicial, en el ámbito de su jurisdicción.

Artictllo 29. Cuando la autoridad que ejerza el man-


do de la zona marítima tenga el grado de almirante de
la Armada, bien por la importancia estratégica de la mis-
ma. o por contar con instalaciones de relevante signifi-
cación, tendrá la denominación de Capitán general de
zona marítima [Ferrol, Cádiz y Cartagena]. Si el mando
corresponde a un vicealmirante 0. contralmirante se de-
nominará comandante general de zona marítica [Cana-
riasl .

Artículo 30. Los Capitanes y Comandantes generales


de zona marítima, además de ejercer el mando de zona,
serán normalmente autoridades básicas de la defensa en
el ámbito marítimo.»

Los artículos 45-47 de las Reales Ordenanzas de la Armada, de 23


de mayo de 1984, reproducen sustancialmente los preceptos de
1970 que se acaban de transcribir, en los que se ve su doble natu-
raleza administrativa y judicial, como los Capitanes Generales de
región militar, y como éstos, pueden plantear cuestiones de com-
petencia a los tribunales y a la Administración.

Según el Decreto de 14 de diciembre de 1973, en la actualidad,


las zonas marítimas y sus demarcaciones territoriales son las cua-
tro siguientes:
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 157

Zona marítima del Cantábrico, con cabecera en El Ferrol: com-


prende las aguas del golfo de Vizcaya-y’- las oceánicas frente a la
costa noroeste de la Península Ibérica, y está apoyada en el litoral
limitado por las desembocaduras de los rios Bidasoa y Miño; su
demarcación territorial abarca las, provincias de Pontevedra, La
Coruña, Lugo, Asturias, Vizcaya, Guipúzcoa, Orense, Cantabria~
Burgos, La Rioja, Alava y Navarra. ‘,

Zona marítima del Estrecho, con cabecera en Cádizi comprende


el saco de Cádiz y el mar de Alborán, y está apoyada en la costa
limitada por la desembocadura del río Guadiana y el cabo de Gata;
su. demarcación incluye las provincias de Huelva, Sevilla, Cádiz,
Málaga, Granada, Almería (excepto los partidos judiciales de Cue-
vas de Almanzora, Sorbas y Vera), Badajoz, Córdoba y Jaén, Ceuta
y Melilla, islas. Chafarinas y de Alborán y peñones de Alhucemas
y Vélez. de la Gomera.

Zona marítima del Mediterráneo, con cabecera en Cartagena:


comprende las aguas del Mediterráneo occidental, excepto el mar de
Alborán, y está apoyada en la costa limitada por el cabo de Gata y
el cabo de Cerbère, con las islas Baleares; se extiende su territorio
a las provincias de Almería (sólo los partidos. judiciales de Cuevas
de Almanzora, Sorbas y Vera), Murcia, Alicante, Valencia, Castellón
de la. Plana, Tarragona, Barcelona, Gerona, Baleares, Albacete y
Lérida.

Zona marítima de Canarias, con cabecera en Las Palmas & Gran


Canaria: comprende las aguas del Océano Atlántico, controlables
desde las islas Canarias, y está apoyada en dichas islas; su ámbito
territorial, el archipiélago.

El interior peninsular no se asigna a ninguna zona marítima y


constituye la llamada Jurisdicción Central de Marina, que se ex-
tiende a las provincias de León, Zamora, Salamanca, Palencia, Vã-
lladolid, Avila, Segovia, Soria, Huesca, Zaragoza, Teruel, Cáceres,
Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo y Ciudad Real.

Su Almirante jefe es fundamentalmente autoridad judicial, pero


también se le asignan otras misiones que especifica el artículo 31
de la Ley Orgánica de la Armada de 1970.
158 AURELIO GUAITIA MARTORELL

VI. EJERCITO DEL AIRE

1. Se creó por Ley de 7 de octubre de 1939, y ésa es, sin duda, la


razón de que el Generalísimo de los Ejércitos, promovido a Capi-
tán General del Ejército y de la Armada el 18 de julio de 1938, no
lo fuese también a Capitán General del Aire, empleo éste sobre el
que no existe ninguna disposición general, salvo el artículo 4.” de
la citada ley, a tenor del cual,

«Las categorías y empleos del personal de oficiales del


Ejército del Aire serán los mismos que los del Ejército
de Tierra»,

en el que, como vimos, el grado supremo es precisamente el de


Capitán General.

2. Pero no faltan las normas sobre la organización territorial del


Ejército del Aire, y las primeras precedieron incluso a la creación
del propio Ejército, aunque no con la suficiente claridad, pues del
Decreto de 1 de septiembre de 1939, sobre inspección de regiones
aéreas, se deduce que éstas debían ser: Centro, Cantábrico, Levante,
Canarias, Baleares, Estrecho, Africa y Atlántico, mientras que en la
exposición de motivos del propio Decreto se cita esta otra relación:
Cantábrico, Pirineo, Centro y frontera portuguesa, Estrecho, Fuer-
zas Aéreas de Baleares, ídem de Africa, ídem del Atlántico.

A pesar de su corta historia, las regiones aéreas han sido aten-


ción de no pocas disposiciones: creación, por Decreto de 17 de oc-
tubre de 1940, de cinco regiones y tres zonas aéreas:

- primera región aérea, Central, Madrid;


- segunda, del Estrecho, Sevilla;
- tercera, Levante, Valencia;
- cuarta, Pirenaica, Zaragoza, y
- quinta, Atlántica, Valladolid;
- zona de Marruecos, ídem de Baleares e ídem de Canarias y
Africa occidental (Ifni y Sahara);
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 159

- modificación de los límites de las regiones Pirenaica y Atlán-


tica por Decreto de 25 de abril de 1952;
- extinguido nuestro protectorado en Marruecos, la zona rela-
tiva a este país fue suprimida por Decreto de 30 de junio de
1960, que asignó Ceuta y Melilla a la segunda región o del
Estrecho (por cierto, a la región cuarta o Pirenaica le asig-
naba; entre otras, la provincia de «Pamplona»);
- un Decreto de 13 de febrero de 1964 suprimió la zona aérea
de Baleares y agregó estas islas a la tercera región o Levante,
y uno de 28 de octubre de 1965 suprimió la quinta región
Atlántica, integrando su territorio y funciones en la primera
región, Central.

La organización vigente es la decretada el 1 de febrero de 1968,


que la reduce a tres regiones aéreas y la zona aérea de Canarias
(Las Palmas).

La primera región aérea, Madrid, comprende, además de esta


provincia, Galicia, Asturias, León, Zamora, Salamanca, Cantabria,
Burgos, Segovia, Avila, Valladolid, Palencia, Guadalajara, Cuenca,
Cáceres y Toledo.

Segunda región, Sevilla, que comprende toda Andalucía, Bada-


joz, Ciudad Real, Albacete, Murcia, Alicante y Ceuta y Melilla.

Tercera, Zavugoza, con Aragón, Cataluña, Navarra, Vascongadas,


La Rioja, Soria, Castellón, Valencia y Baleares.

El mando de las regiones y de la zona aérea es ejercido por un


General del Ejército del Aire, llamado inicialmente General jefe de
región o de zona aérea, pero según el artículo 22 de las Reales Or-
denanzas del Ejército del Aire, aprobadas por Real Decreto de 22
de febrero de 1984, cuando ejercen la jefatura de una región reciben
la denominación de Capitán General, y sus atribuciones son análo-
gas a las de los Capitanes Generales de regiones militares y de zonas
marítimas que ya nos son conocidas: concretamente, representan
.al Ejército del Aire ante los otros Ejércitos y las autoridades civiles,
y tienen las atribuciones de orden militar, jurisdiccional, adminis-
trativo y disciplinario legalmente establecidas en los citados Decre-
to de 1968 y Reales Ordenanzas de 1984, y en otras disposiciones.
160 ,AURELIO GUAITIA MARTORELL

APENDZCE: NOMINA

1. Capitanes Generales del Ejército (*)

Anti- Falleci-
güedad miento

A) Reinado ‘de Carlos IV

l- 1793 D. Manúel Godoy y Alvarez de Faria, Du-


que de la Alcudia . . . . . . . . . . . . . . . ..:... . . . 1851
2 1793 D. Antonio Ricardos Carrillo de Albornoz. 1794
3 1794 .D. José Alvarez de Bohorques, Marqués
de Ruchena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1803
4 i794 D. Honorato Francisco Glimes de Braban-
te, Conde de Glimes de Brabante . . . . . . . . . 1794
5 1794 D. Nicolás Bucarelly, Marqués de Valle-
. hermoso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1798
6 1794 D. Juan Martín Alvarez de Sotomayor,
Conde de Colomera . . . . . . . . . . . . ; . . ; . . . . . 1819
7 1795 D. Manuel de Negrete y de la Torre, Con-
de de Campo Alange . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1818
8 1795 D. Pablo de Sangro y Merode, Príncipe de
Castelfranco . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . .. . . .. 1815
9 1795 D. José de Urrutia y Las Casas . . . . . . . . . 1803
10 1799 D. Miguel de la Grúa y Talamanca, Mar-
qués de Branciforte . . . . . . . . . . . . . . . . .: . . . 1812
li 1803 D. Ventura Caro y Fontes :.. . . . ;.. ..:. . . . 1809
12 1808 D. Vicente María de Vera, Duque de la
Roca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1813

B) Reinado de Fernando VZZ


‘13 1808 D. Francisco Javier de Castaños, Duque
de Bailén . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1852
14 1808 D. Vicente María Acevedo y Pola-Navia . .. 1808
(*) Los datos relativos al período 17934931 me los proporcionó, en 1983, el Co-
ronel Jefe de la ponencia de Heráldica del Servicio Histórico Militar, don Ricardo
Serrador-y Añino. El propio Servicio me comunicó también los nombres de los
Capitanes Generales Primo de Rivera, Yagik y Dávila. Hago constar mi agrade
cimiento.
Cuando he podido localizarlos, transcribo el texto de los correspondientes de-
cretos.
CAF?ITANES Y CAPITANIAS GENERALES 161

: “‘,’ ..qnti- < Falleci-


güedad miento

15 1809 D. Joaquín Navia y Ossorio, Marqués de


Santa Cruz de Marcenado ..: . . . . . . . . . . . . 1816
16 1809 D. Rafael Vasco del Campo, Conde de la
Conquista . .. . . . . .. .. . . .. . .. . . . .. . . . . . . . 1810
17 1809 D! Gregorio de la Cuesta y Fernando de
Celis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1811
18 1809 D. José de Rebolledo Palafox y Melci, Du-
que de Zaragoza . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . . . . . . 1846
19 1809 D. Ventura Escalante y Bruen . . . . . . . . . . . . 1810
20 1810 D. Pedro Caro y Sureda, Marqués de la
Romana ‘. . . ‘.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1811
21 1811 Lord Arturo de Wellesley, Duque de Ciu-
dad ,Rodrigo y de Wellington . .. . . . . . . . .. 1852
22 1811 D. Guillermo Carr Beieesford, Conde de
Campo Mayor, Vizconde de Bereesford .,. 1853
23 1811 D. Joaquín Blaque y Joyes . . . . . . . . . . . . . . . 1827
24 1814 D. Claudio Ana de San Simón Rouvroy y
Montbkrn, Marqués de San Simón, Con-
de de Rasse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1819
25 1816 D. José de Espeleta Goldiano Dicastillo y
Prado, Conde de Espeleta de Veira . . . . . . 1823
26 1816 D. Pedro Mendinueta y Musquiez . . . . . . . . . 1825
27 1816 D. Ramón Orosio Patiño, Marqués de Cas-
telar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1817
28 1816 D. José Fernando Abascal, Marqués de la
Concordia . .. . .. .. . . .. . .. . . . .. . .. . . . . . .. 1821,.
29 1823 D. Francisco Javier Elío y Olondriz .. . . .. 1822
30 1823 D. Francisco Ramón Eguía, Conde del
Real Aprecio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1827
31 1824 D. Pedro de Alcántara Toledo, Duque del
Infantado . . . . . . . .. .. . . .. . .. . . . .. . . . . . . . 1841’
32 1824 D. Joaquín Ibañes Cuevas, Barón de Ero-
les . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1825
33 1825 D. Juan de Henestrosa y Horcasitas .. . . .. 1831
34 1827 D. Miguel de Carvajal y Vargas, Duque de
San Carlos . , . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1828
35 1831 D. Francisco Fernández de Córdoba, Du:
que de Alagón . . . . . . . . . . . . .‘. . . . . . . ‘. . . . . . 1841
162 AURELIO GUAITIA MARTORELL :

Anti- Falleci-
güedad miento

C) Reinado de Isabel ZZ

36 1838 D. Baldomero Fernández Espartero, Du-


que de la Victoria y de Morella, Príncipe
de Vergara (1) . . . .: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1879 :
37 1841 D. José Ramón Rodil, Marqués de Rodil. 1853
38 1843 D. Juan Nieto de Aguilar, Marqués de
Monsalud . .. . . . .. . .. . . .. . . . . .. . .. .. . . .. 1852
39’ 1844 D. Ramón María Narváez y Campos, Du-
que de Valencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1867
40: 1844 D. Prudencio de Guadalfajara y Aguilera,
Duque de Castroterreño . . . .. . . .. . . . .. . . . . 1853
41 1849 D. Manuel Gutiérrez de la Concha e Yrigo-
yen, Marqués del Duero . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1874
42 1852 D. Pedro Villacampa Maza de Lizana . . . 1854
43 1854 D. Leopoldo O’Donnell y Jorris, Duque de
Tetuán, Conde de Lucena . . . . . . . . . . . . . . . 1867
44 1854 D. Evaristo Fernández San Miguel, Duque
de San Miguel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1862
45 1856 D. Francisco Serrano y Domínguez, Duque
de la Torre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1885
46 1867 D. Juan de la Pezuela y Ceballos, Conde
de Cheste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1906
47’ 1868 D. Manuel de Pavía y Lacy, Marqués de
Novaliches . .. . .. .. . . .. .. . . . . . . . . . . .. . . . . 1896 :
48 1868 D. José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen,
Marqués de la Habana . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1895

D) Gobierno provisional

49 : 1868 D. Juan Prim y Prats, Marqués de los Cas-


tillejos, Conde de Reus, Vizconde del
Bruch . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1870

E) Z República

50 1874 D. Juan Zavala y de la Puente, Marqués


de Sierra Bullones .. . . .. . .. .. . . . . .. . . .. 1880
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERAnS 163

Anti- ,Ealleci-
’ ‘gijedad miento

F) Reinado de Alfonso XII


51 1875 D. Ramón Cabrera y Griñón, Conde de
Morella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ?.. . . . .1877
52 1876 D. Genaro de Quesada y Mateus, Marqués
de Miravalles . . . . . . . . . . . . . . . :. . . .‘. . . . . . . 1889
53 1876 D. Arsenio Martínez de Campos y Autón. 1900
54 1878 D. Joaquín Jovellar y Soler . . . . . . . . . . . . . . . 1892
55 1892 D. Manuel Pavía y Rodríguez’ de Albur-
querque . . . . . . . . . . . . ‘. . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . 1895

G) Regencia de Doña María Cristina


56 1895’ D. José López Domínguez . .. . .. . .. . .. . . . 1911
57 1895 D. Ramón Blanco y Erenas, Marqués de.
Pegaplata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .,. 1906
58 1 895 D. Fernando Primo de Rivera y Sobremon-
te, Marqués de Estella . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1921’
59 910 D. Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués
de Tenerife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1930
60 910 D. Camilo García de Polavieja y del Cas-
tillo, Marqués de Polavieja . .. .. . . . . . . . .. . 1914
61 1911 D. Marcelo de Azcárraga y Palmero . . . . . . 1915

H) Reinado de Alfonso XIII


62 1927 D. Carlos María de Borbón y Borbón ... 1949

1) II República
63 1931 D. Francisco Aguilera y Egea (2) . . . . . . . . . 1931

J) La era de Franco
64 1939 D. José Sanjurjo Sacanell, Marqués del
Rif (3) . . . . . . . . . . . . . . . ..:... . . . . . . . . . . . . . . . 1936
65 1947 D. Miguel Primo de Rivera y Orbaneja,
Marqués de Estella (4) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1930
- 66 1951 D. José Enrique Varela Iglesias, Marqués
de Varela de San Fernando (5) . . . . . . . . . 1951
67 1952 D. Juan Yagüe Blanco, Marqués de San
Leonardo de Yagüe (6) . . . . . . . . . . . . . . . . . . -1952
164 AURELIO GUAITIA ‘MÁRTORELL

Anti- Falleci-
@edad miento

68 19.56 D. José Moscardó Ituarte, Conde del Alcá-


zar de Toledo (7) . . . . . . . . . ‘. . . . . . . . . . . . . . . 1956
69 1957 D. Agustín Mtnioz Grandes (8) . . . . . . . . . . . . 1970
70 1962 D. Fidel Dávila Arrondo, Marqués de Dá-
vila (9) . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . . . . . . . 1962
71 1969 D. Camilo Alonso Vega (10) . . . . . . . . . . . . 1971.

2. Capitanes Generales
de Za Armada (*)
1 1759 D. Juan José Navarro de Viana Búfalo y
Yiantomassi, Marqués de la Victoria . . . . . . 1772
2 1783 D. Luis de Córdova Córdova Lasso de la
Vega y Verástegui .. . .. . .. . . . . . .. . .. . . . 1796
3 1789 D. Pedro Fitz James Stwart y Colón de
Portugal, Marqués de San Leonardo . . . . . . 1789 ?
4 1792 El Baylío Frey D. Antonio Valdés Fernán-
dez-Bazán Guirós y Ocio, Caballero de la
insigne Orden del Toisón de Oro . . . . . . . . . 1816
5 1794 D. Francisco Javier Everardo Tilly y Gar-
cía de Paredes, Marqués de Casa Titlly . . . 1795
6 1796 D. Antonio González de Arce Paredes y
Ulloa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1798
7 1798 D. Manuel de Flores y Angulo . . . . . . . . . 1799
8 1798 D. Juan de Lángara y Huarte, segundo
Marqués de la Victoria y del Real Trans-
porte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , . . 1806
9 1802 D. José Solano y Bote, Marqués del So-
corro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1806
101 1805 D. Federico Gravina y Napoli . . . . . . . . . . . . 1806
ll 1805 D. Francisco de Borja y Borja, Marqués
de los Camachos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1808
12 1805 El Baylío Frey D. Francisco Gil de Ta-
boada y Lemos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1809
13 1809 D. Félix de Tejada y Suárez de Lara . . . 1817
14 1817 D. Ignacio Marta de Alava y Navarrete . . . 1817
(*) Su relacion, seguidos los nombres de breves biografías, aparece en el Estado
general de la Armada que publica anualmente el Ministerio de Defensa (antes, el
de Marina). Agradezco a don José M. a Zumalacárregui Calvo, Director del Museo
Naval, haberme proporcionado el de 1982, en cuyas páginas 897904 figuran todos
ios Capitanes Generales que st: transcriben seguidamente.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 165

Apti- Falleci-
güqdad ‘miento

15 1817 D. Juan María Villavicencio de la Serna,


Regente del Reino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1830
16 1830 D. Juan Ruiz de Apodaca y de Eliza, Con-
de de Venadito, Caballero del Toisón de
oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1835
17 1834 ? D. Cayetano Valdés y Flórez . . . . . . . . . . . . 1835
18 1836 D. Francisco X. de Uriarte y Borja . . . . . . 1842
19 1843 D. José Sartorio y Terol . . . . . . . .,. . . . . . . 1843
20 1843 D. Ramón Lorenzo Romay y Jiménez-Cis-
neros y Bermúdez de Saboya . . . . . . . . . . . . 1849
21 1849 D. José Rodríguez de Arias y Alvarez Cam-
pana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1852
22 1852 D. Francisco Javier de Ulloa y Ramírez
de Laredo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1855
23 1855 D. Dionisio Capaz de Rendón . . . . . . . . . . . . 1855
24 1856 D. Francisco Armero y Fernández de Pe-
ñaranda, Marqués de Nervión, Presiden-
te del Consejo de Ministros . .. .. . . .. . .. 1866
25 1866 D. Casimiro Vigodet y Guernica . . . . . . . . . 1872
26 1872 D. Juan José Martínez de Espinosa y Ta-
cón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1875
27 1875 D. Joaquín Gutiérrez de Rubalcaba y Ca-
sal, Marqués de Rubalcaba .. . .. . . .. . . . . . . 1881
28 1881 D. Luis Hernández Pinzón y Alvarez . . . 1891
29 1891 D. Guillermo Chacón y Maldonado .. . . . . 1899
30 1899 D. Carlos Valcárcel y Ussel de Guimbarda 1903
31 1903 D. José María de Beránger y Ruiz de Apo-
daca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1907
32 1910 D. Juan B. Viniegra y Mendoza, Conde de
Villamar . .. . .. .. . . .. . . . . .. . .. .. . . . . .. . . .. 1918
33 1918 D. José Pida1 y Rebollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1920
34 1920 D. José María Chacón y Pery .., . . . . . . . . . 1922
35 1922 D. Ricardo Fernández de la Puente y
Patrón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1928
36 1928 D. Juan B. Aznar y Cabanas, Presidente
del Consejo de Ministros . . . . .. . .. . . . . .. . . . 1933
37 1973 D. Luis Carrero Blanco, Presidente del Go-
bierno, Duque de Carrero Blanco (11) . . . 1973
166 AURELIO GUAITIA MART’OkEL¿

j ’ > Anti- Falleci-


‘, ‘.
.güedad miento

3. Capitán General del Ejército


y de la Armada

1938 D. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del


Estado y Generalísimo de los Ejérci-
tos (12) . . . . . . . . . . . . . , . . . * . . , . . . . . . , . . . . . 1975

4. Capitán General del Ejército


de Tierra, de la Armada
,y del Ejército del Aire

1975 S. M. el Rey de España Don Juan Carlos 1,


a qtiien corresponde «el mando supremo
de las Fuerzas Armadas» [art. 62-h) de la
Constitución] (13).
S. M. El Rey. Capitán General del Ejército de Tierra,
la Armada y el Ejército del Aire.
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 147

NOTAS

(1) Real Decreto confiriendo la ‘dignidad de Capitán General de, los E.j&--
citos nacionales a don Baldomero Espartero, Conde de Luchana:
<i[En l.“] El fausto dia de mi cumpleaños el Teniente General ‘D. BAL.W
MERO ESPARTERO, conde de Luohana, con su pericia y valor denodado supo
conseguir una victoria de grandes consecuencias para las armas nacionales,
destruyendo .y aniquilando la faccion que capitaneaba’ el rebelde conde de
Negri á las inmediaciones del pueblo de Piedrahita ; y por tan señalado sti-
ceso se ha hecho de nuevo digno á la gratitud de la patria, y á mi Real
Benevolencia. Deseando Yo darle una muestra de la alta estima en que
tengo sus servicios, y de lo satisfecha que me hallo de los que ha prestado
á la causa constitucional y á la legitimidad del trono de mi excelsa Hija ia
Reina Doña Isabel II desde el principio de esta devastadora lucha, y muy
particularmente desde #que por la aproximación del Príncipe rebelde .á la
capital de la monarquía en el mes de Agosto del año pasado pudo escar-
mentar su osadía en diferentes encuentros, llevándolo en vergonzosa fuga
hasta que lo hizo entrar en sus naturales ‘guaridas i servicio tanto más glo-
rioso, cuanto que le facilitó la ocasión de prestar el no menos importante
de restablecer la moral y disciplina del ejército con hechos que colocan su
nombre entre los ‘mas esclarecidos -Capitanes, he venido en justo premio
de tan relevantes méritos en elevarlo á la dignidad y alto em,pleo de Capi-
tan General de los ejércitos nacionales. Tendreislo entendido, y lo comuni-
careis á quien corresponda.-Está rubricado de la Real mano.-En Palacio
á 1.” de Mayo de 1838.-A Don Manuel de Latre.,

(2) Decreto de 2 de mayo de 1931 («Diario Oficial dei Ministerio de la


Guerra» del 5):
«Queriendo dar una prueba excepcional de estimación a los méritos que
concurren en el Teniente general D. FRANCISCO AGUILERA Y EGEA, numero
uno de su escala, atendidos los eminentes servicios’ que ,ha prestado a. la
causa de la libertad, y sin que esta promoción constituya precedente ni
determine un criterio orgánico para el porvenir, el Gobierno provisional de
la República, a propuesta del ‘Ministro de la Guerra, decreta:
Artículo tinicg. Vengo en promover a ia dignidad de Capitán general
del IEjército, al Teniente general D. FRANCISCO AGUILERA Y EGEA.

Dado en Madrid a dos de mayo de mil novecientos treinta .y uno.


El Presidente del Gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá-
Zamora y Torres.+El Ministro de la Guerra, Manuel Azaña y Díaz.»
168 AURELIO GUAITIA MARTORELL

(3) Decreto de 20 de octubre de 1939 (uBOE~ del 26) :


aArtículo único. Se ‘concede el empleo de Capitán General del Ejército
Español al Teniente General DON JOSÉ SANJURJO SACANELL, con la antigüedad
de 20 de julio de 1936, fecha de su gloriosa 8muerte.»

(4) Decreto por el que se concede el empleo de Capitán General del


Ejército al excelentísimo señor Teniente General, fallecido, don Miguel Primo
de Rivera y Orbaneja:
«Las alteraciones políticas que España sufrió en los años que siguieron
al Gobierno del General .don Miguel Primo de Rivera, así como su inmediata
muerte, privaron a la Nación de ofrecer el debido galardón a la eximia
figura ‘militar y a los muchos y continuados méritos que su vida castrense
entrañó. La victoriosa campaña para la pacificación total de nuestra Zona
de Protectorado, llevada a cabo felizmente bajo su supremo mando como
General en Jefe de aquel Ejército, le había hecho en todo caso merecedor
al ascenso a Capitán General de nuestros Ejércitos. Por todo ello, con oca-
sión del homenaje que España va a rendir al heroico General y eximio go-
bernante, es de rigor hacer, aunque póstuma, justicia a quien tantos dias
de #paz y de gloria ha ofrecido a su Patria. En su virtud, dispongo:
Artículo hico. Se concede el empleo de Capitán General del Ejército
al Excelentísimo Sr. Teniente General, fallecido, DON MIGUEL PRIMO DE RIVERA
Y ORBANWA.

Así lo dispongo por el ,presente Decreto, dado en #El Pardo a veintidós


de marzo de mil novecientos cuarenta y siete [«Diario Oficial del Ministerio
del Ejército> del 231.
Francisco Franco.-El ‘klinistro del Ejército, Fidel Dávila At-rondo.»

(5) Decreto por el que se concede el empleo de Capitán General del


Ejército español al Teniente General don José Enrique Varela Iglesias:
«iEs toda la vida militar del Teniente General del Ejército, General Jefe
del Ejército de Africa, Alto Comisario de España en Marruecos y Consejero
del Reino, don José Enrique Varela Iglesias, tan meritoria, gloriosa y he-
roica, ,que su nombre irá perpetuamente unido al de nuestras más grandes
gestas militares en Africa y a las brillantísimas jornadas de nuestra gloriosa
Cruzada.
Su fallecimiento en esta fecha, cuando al frente de la Alta Comisaría de
España en Marruecos desarrollaba una brillantísima y fecunda labor en el
Protectorado, a la que con gran espíritu entregó los últimos alientos de su
vida, acrecenta, si cabe, los merecimientos y circunstancias de quien, ha-
biendo-alcanzado la mayoría de sus ascensos por méritos de campaña, hacía
el numero uno de su ‘Escala y ornaba su pecho con dos gloriosas Cruces de
San Fernando. Justo es que quien en vida tanto dio y :honró a su Patria,
ésta le rinda su máximo homenaje, elevándole a la suprema categoría en el
Ejército. ,En su virtud, Dispongo:
Artículo único. En atención a los méritos y circunstancias que concu-
rren en el Teniente General del Ejército Español DON JOSÉ ENRIQUE VARELA
kLE.SIAS, vengo en concederle el empleo de Capitán General del Ejercito Es
CAPITANES Y CAPITANIAS GENERALES 169

pañol con la antigüedad de veinticuatro de marzo de mil novecientos, cin-


ouenta y uno.
Dado en Madrid, El Pardo, a veinticuatro de marzo de mil novecientos
cincuenta y uno [«Diario Oficial del Ministerio del Ejército» del 251.
Francisco Franco.-El Ministro del Ejercito, Fidel Dávila Arrond0.s

(6) Decreto por el que se concede el empleo de Capitán General del


Ejército español al Teniente General don Juan Yagiie Blanco:
aLa muerte del Teniente General don Juan Yagüe Blanco al frente de las
tropas de la sexta Región Militar, ha puesto fin a la extraordinaria obra
desarrollada en el curso de una vida consagrada por entero al servicio de
la Patria y en la que con sacrificio y iheroísmo alcanzó los ,rnmás preciados
laureles de todas nuestras campañas. Los méritos y servicios en los distintos
empleos en las, fuerzas de vanguardia de Regulares y de la Legión, cuyo
mando ejercía al ,producirse el Alzamiento Nacional, al que se entregó ple-
namente, ocupando en su preparación el más destacado puesto, ‘merecen el
reconocimiento de la Patria. Y queriendo honrar figura tan brillante de
nuestro Ejército, Dispongo :
Articulo único. \En atención a los méritos y circunstancias que concu-
rren en el Teniente General del Ejército Español DONJUAN YAGURBLANCO,
vengo en concederle el empleo de Capitán General del Ejército Español con la
antigüedad de veintiuno de octubre de mil novecientos cincuenta y dos.
Dado en Madrid, a veintiuno de octubre de mil novecientos cincuenta
y dos [«Diario Oficial del Ministerio del Ejército» del 223.
Francisco Franco.-El Ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes.»

(7) Decreto por el que se concede el empleo ,de Capitán General del Ejér-
cito español al Teniente General don José Moscardó Duarte:
«El Teniente General del Ejército don José Moscardó Ituarte era ya
antes de morir el más alto ejemplo de lo que el buen soldado español ha de
ser cuando llega la hora del sacrificio. La defensa del Alcázar de Toledo,
símbolo de una decisión histórica que ha de permanecer inalterable, fue el
gran hecho que resumiió todo aquello por lo ‘que España combatía durante
su guerra de Liberación. Es necesario ‘materializar el recuerdo de aquella
epopeya y de quien con tanto honor la dirigió de manera que sus nombres
estén siempre presentes para servir de norma a las futuras generaciones.
En su virtud, a propuesta del Ministro del Ejército y de acuerdo con el
Consejo de Ministros, Dispongo :
Artículo primero. En atención a los méritos y circunstancias del Teniente
General del Ejército español DONJOSÉ MOSCARD¿I ITUARTE,Conde del Alcázar
de Toledo, se le concede el empleo de Capitán General del Ejército español,
con antigüedad de doce de abril de mil novecientos cincuenta y seis.
Artículo segundo. En todos los escalafones del Ejército figurará en ca-
beza el nombre del Capitán General don José Moscardó Ituarte, seguido de
la frase «Jefe del Alcázar de Toledo».
Así lo dispongo por el presente Decreto, dado en Madrid a trece de abril
de mil novecientos cincuenta y seis [n,Diario Oficial .del Ministerio del
Ejército» de 8 de mayo].
Francisco Franco.-El Ministro del 8Ejército, Agustín Mufloz Grandes.,
170 AURELIO GUAITIA MARTORELL

(8) Decreto-ley de 27 de febrero de 1957 por el que se exalta a la ‘cate-


goría de Capitán General del Ejército al Teniente General don Agustín Mu-
ñoz Grandes :
aEn atención a los ,mméritos extraordinarios que concurren en el Teniente
General don Agustin Muñoz Grandes, a su dilatada y distinguida vida mi-
litar y a su brillante actuación en todas las campañas en que tomó parte;
concurriendo, además, la circunstancia ‘de ser el más antiguo de los Te-
nientes Generales de los Tres Ejércitos, en cuyo empleo lleva más de’ quince
años, durante seis de los cuales desempeñó con notorio acierto el cargo
de Minist,ro del Ejército, he resuelto premiar de modo excepcional conducta
tan relevante y ejemplar. En su virtud, y previa deliberación del Consejo
de Ministros, Dispongo :
Artículo primero. Se exalta a la categoría de Capitán General del EjCr-
cito al Teniente General DON AGUSTÍN MUÑOZ GRANDES, con todos los honores,
privilegios y prerrogativas que a tal jerarquía corresponden.
Artículo segundo. Del presente Decreto-ley se dará cuenta inmediata a
las Cortes. Así lo dispongo por el presente Decreto-ley, dado en Madrid a
veintisiete de febrero de mil novecientos cincuenta y siete [.BOEp de 8
de marzo].
Francisco Franco.,

(9) Decreto numero 594/1962, por el que se concede el empleo de Capitán


General del Ejército español al Teniente General don Fidel Dávila Arrondo:
«,La vida militar del Teniente General don Fidel Dávila &-rondo, Mar-
qués de Dávila, Grande de España, es un constante ejemplo de lealtad,
austeridad y eficacia, sin reparar en fatigas ni sacrificios, especialmente
desde la iniciación del Glorioso Movimiento Nacional. Después de hacerse
cargo del Gobierno Civil de Burgos en tal momento, fue Vocal de la Junta
de Defensa Nacional -primer Gobierno del Movimiento-, General Jefe del
Estado Mayor del Ejército, Presidente de la Juhta Técnica del Estado -se-
gundo Gobierno nacional-, Vocal de la Junta Superior del Ejército, Ge-
ueral Jefe del Ejército del Norte, Mmistro de Defensa Nacional, Capitán
General de la Segunda Región Militar, Jefe del Alto Estado Mayor, Ministro
dé1 Ejército, Consejero del Reino y Presidente del Consejo Superior Geo-
gráfico, cargo en el que le ha sorprendido la muerte. Tan relevantes puestos
y el, desempeño de tan importantes cometidos en momentos difkiles para
la nación, su constante dedicación al servicio de ella hasta el fin de su
existencia, justifican que a quien en vida tanto dio a la Patria, esta le
corresponda con el homenaje póstumo de la suprema dignidad militar.
En su virtud, a propuesta del Ministro del Ejército y previa deliberación
del Consejo de Ministros en su reunión del día veintitres de mano de mi!
novecientos sesenta y dos, Dispongo:
Artículo único. En atención a los méritos y circunstancias que concurren
en el’ Teniente General del Ejercito Español DON FIDEL ,DAVILA ARRONW,
vengo en concederle el empleo de Capitán General del Ejército Español, con
Ia antigüedad del día veintitrés de marzo de mil novecientos sesenta y dos.
CAPITANES Y CAPITbIIAS GENERALES i7i
Así lo dispongo por el presente Decreto, dado en Madrid a veintitres
de marzo de ,mil novecientos sesenta y dos [aD’iario Oficial del Ministerio
del Ejérciton de 25 de marzo].
Francisco Franco.-El Ministro del Ejército, Antonio Barroso Sánchez-
Guerra.,

(10) Decreto-ley 20/1969, de 29 de octubre, por el que se exalta a la cate-


goría de Capitán General del Ejército,al Teniente General don Camilo Alonso
Vega :
aEn atención a las circunstancias que concurren en el Teniente General
don Camilo Alonso Vega, por su dilatada y distinguida vida militar y su
brillante actuación en todas las campañas en que tomó ‘parte, por sus ex-
traordinarios servicios a la Patria al frente de la Dirección General de la
Guardia Civil y más tarde, durante más de doce años, como Ministro de la
Gobernación, he decidido premiar, de modo excepcional, conducta por tantos
motivos ejemplar. En su virtud, Dispongo:
Artículo primero. Se exalta a la categoría de Capitán General del Ejér-
cito al Teniente General DON CAMILO ALONSO VEGA, con todos los honores,
privilegios y prerrogativas que a tan alta jerarquía corresponde.
’ Artículo segundo. Del presente Decreto-ley se dará cuenta a las Cortes.
Asi lo dispongo por el presente Decreto-ley, dado en Madrid a veintinueve
de oct,ubre de mil novecientos sesenta y nueve [«BOEu del 301.
Francisco Franco.»

(ll) Decreto 3204/1973,de 20 de diciembre (uBOE» del 21), por el que se


declaran días de luto nacional y se disponen las honras fúnebres con mo-
tivo del fallecimiento del excelentísimo señor Almirante don Luis Carrero
Blanco, Presidente del Gobierno:
aEn el día de hoy ,ha fallecido trágicamente en Madrid el Excelentísimo
Señor Don Luis Carrero Blancoj Presidente del Gobierno Español. La en-
trega absoluta de su persona al servicio de la Patria ha sido la guía y
finalidad de toda su vida, tanto en su vertiente profesional como en la
política. Fue brillante su carrera de Marino, en la que sirvió durante largos
años, especialmente durante la Cruzada, y, como político, desempeñó al
lado de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos,
durante los últimos treinta años, los cargos de Subsecretario y Ministro
Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Vicepresidente y, desde junio
de mil novecientos setenta y tres, el de Presidente del Gobierno. Excepcional
colaborador de la Jefatura del Estado, dotado de un espíritu de servicio
extraordinario, ejemplo de fidelidad y lealtad a toda prueba, su rectitud y
sinceridad sólo pueden <parangonarsecon la excepcional modestia que mostró
constante en sus años de gobierno.
Al comunicar oficialmente al puebio español la infausta noticia, cumple
ei deber de rendir el homenaje que le es debido y disponer las honras
fúnebres que le corresponden, consignándose, de esta forma ,y de mod6
solemne, el alto aprecio a que se hizo acreedor por sus eminentes servicios
a la Patria. En su virtud, Dispongo:
172 AURELIO GUAITIA MARTORELL

Artículo primero. Se promueve al empleo de Capitán General de la


Armada a título póst,umo al Excelentísimo Señor Almirante DON LUIS CARRE-
RO BLANCO...
Francisco Franco.-El Presidente del Gobierno, en funciones, Torcuato
Fernández-Miranda y Hevia.r,

(12) Disposición de la Vicepresidencia del Gobierno de 18 de julio de


1938(uBOEB del mismo día):
«... el Consejo de Ministros ha creído de su deber ... afrontar cuestión tan
fundamental e inaplazable, cual es la de precisar la jerarquía ‘militar que
corresponde a quien ostenta la Jefatura del Estado y, en este caso, también
la del Gobierno ... y, como Generalkimo, el mando directo de los Ejércitos
de Tierra, Mar y Aire, y ha considerado que ha de ser la máxima.
Al acordarlo así se recoge el sentir unánime de la España Nacional, que
cifra en su Generalísimmo y Caudillo Franco todas sus esperanzas de salva-
ción y resurgimiento, ... y el del Ejercito y la Armada, que anhelan ver a
su Generalísimo ... exaltado a la jerarquía que indiscutiblemente le corres-
ponde ... Todas estas consideraciones se ban imspuestoimperiosamente al
Gobierno que, al deliberar sobre este asunto y tomar el partido al principio
expuesto, está seguro de cumplir un sagrado deber y grestar un señalado
servicio a la Patria.
En su virtud, de acuerdo con el Gobierno y como Vicepresidente del
mismo, dispongo:
Artículo 2. Se exalta a la dignidad de Capitán General del IEjército y
de la Armada al Jefe del Estado, Generalísimo de los Ejércitos de Tierra,
Mar y Aire ... EXCMO.SR. DONFRANCISCO FRANCOBAHAMONDE.-ElVicepresi-
dente del Gobierno, Francisco Gómez Jordana Sousa.>

(13) Decreto-ley 16/1975, de 20 de noviembre (*BOE» del mismo día),


por el que se promueve al empleo de Capitán General de los ,Ejércitos de
Tierra, Mar y Aire a S. A. R. el Príncipe de España:
«Bn atención a las excepcionalescircunstancias que concurren en S. A. R.
Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, Príncipe de España, a instancia de
los Ministros del Ejército, de Marina y del Aire y a propuesta del Consejo de
Ministros en su reunión del día veinte de noviembre de mil novecientos
setenta y cinco, en uso de la autorización conferida por el artículo trece
de la Ley Constitutiva de las Cortes, texto refundido aprobado por Decreto
de veinte de abril de mil novecientos sesenta y siete, y oída la Comisi6n a
que se.refiere el apartado 1 del artículo doce de la citada Ley, este Consejo
de Regencia Dispone:
Artículo primero. Se promueve al empleo de Capitán General de los
Ejércitos de Tierra, Mar y Aire a S. A. R. DONJUAN CARLOSDE BORBÓN Y
BORBÓN, PRfNCIPE DEESPAÑA,con todos los honores, privilegios y prerrogativas
que a tan alta jerarquía corresponden.
Artículo segundo. Del presente Decreto-ley, que entrará en vigor el mis-
mo día de su publicación, se dará cuenta inmediata a las Cortes.
Así se dispone por el presente Decreto-ley, dado en Madrid a veinte de
noviembre de mil novecientos setenta y cinco.
El Presidente del Consejo de Regencia, Alejandro Rodríguez de Valcárcel
y Nebreda.-El Presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarr0.n
LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO
Ricardo PARDO CAMACHO
Comandante de hifanterfa

L A lectura del artículo escrito por el coronel don Luis Maria


Lorente, y publicado en el núm. 56 de la Revista de Historia
Militar, me ha animado a presentar unas breves líneas sin otro
fin que el de divulgar otra de las ciencias auxiliares de la Historia,
no suficientemente valorada en la mayoría de los estudios histó-
ricos y que, incluso, llega a ser ignorada. Se trata de la Numismá-
tica, considerada generalmente como una afición y que, en todo
caso, queda relegada a unos pocos estudiosos, no siempre bien
comprendidos.

No es extraño, sin embargo, que sea tenida en cuenta en los


trabajos arqueológicos ya que, por la escasez de otro tipo de prue-
bas dado el tiempo transcurrido, la información que proporciona
el hallazgo de unas pocas monedas puede ser la clave de los resul-
tados obtenidos. Pero no es preciso que nos alejemos en el tiempo
para documentar, a base de la Numismática, un hecho histórico
determinado.

Como anécdota suficientemente esclarecedora, será interesante


recordar la información proporcionada por dos monedas localizadas
a principios de los años 70 en la península de Río de Oro, en el,
entonces, Sáhara espaííol. Se trata de dos piezas de 2 pesetas de
plata de Alfonso XII, ambas de 1882. Permitieron determinar la
ubicación exacta de uno de los casetones de madera con pabellón
español establecidos por Emilio Bonelli y Hernando en 1884, cuan-
do por orden del Gobierno materializó la ocupación del territorio
por España para anular las,pretensiones inglesas. .También cons-
truyó factorías en la ensenada de Cintra y en Cabo Blanco, pero
174 RICARDO PARDO CAMAC H 0

no ha sido posible fijar los puntos exactos donde se situaron.


Fueron las monedas las que lograron culminar la investigación
hasta donde se pretendía.

Pero, como toda ciencia, ha de estudiarse con el rigor necesario


para no llegar a resultados erróneos. La moneda puede llegar a
ser un auxiliar valiosísimo en cualquier investigación, pero puede
confundir si no son conocidos todos los antecedentes que la hi-
cieron posible, Existe una curiosa medalla que documenta perfec-
tamente la ocupación, por el Almirante inglés Edward Vernon, de
la ciudad de Cartagena de Indias el año 1741, cuando, en realidad,
no logró la rendición de la plaza como era su propósito. ¿Qué
ocurrió? Su entusiasmo ante los éxitos obtenidos, en especial la
ocupación del castillo de Porto Bello en el istmo de Panamá, en
1739, le llevó a ordenar la acuñación de esta medalla ya que era
su siguiente objetivo. El valor y la disciplina de las tropas espa-
iíolas que defendían la ciudad quebraron sus esperanzas, pero
para la Historia ha quedado la medalla que conmemora, como
triunfo, tan señalado fracaso.

Estamos acostumbrados a tener en nuestras manos a diario nu-


merosas monedas, y tal como nos llegan las dejamos marchar sin
haberlas observado. Es cierto que, al no ser diferentes más que en
el valor, nos resultan conocidas y nada atractivas. Pero así y todo,
cualquier pieza nos indica numerosos datos: país, monarca rei-
nante, año. de su acuñación; ciudad donde se fabricó -por ejem-
plo, la estrella de seis puntas o, actualmente, la M coronada, am-
bas marcas distintivas de Madrid-, escudo en vigor, etc. Realmente,
en España muy poco más nos ha podido decir una moneda en
los últimos quince siglos. Muy pocas excepciones al respecto han
existido en este tiempo en las acuñaciones españolas. La última,
que todos recordarán, fue la conmemoración del campeonato mun-
dial de futbol en 1982. Pero en otros tiempos no ocurrió así y las
extraordinarias series de monetario ibérico y romano circulantes
en nuestra Península en la antigüedad, nos ofrecen toda suerte de
informaciones sobre costumbres, fundaciones, personajes, epope-
yas, etc.

Pues bien, dentro de las múltiples facetas que ha cubierto la


tipología numismática española, un importante campo lo llena la
LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO ..17s

vida mihtar, fundamentalmente en la época más antigua, hasta el


punto de que en 1979 el profesor Antonio Manuel de Guadán pu-
blica lo que hoy ,constituye la monografía más mo.derna y completa
sobre el armamento de los iberos, tomando como referencia prinl
cipal, y casi exclusiva, las fuentes numismáticas. El esptritu ague-
rrido y belicoso de los iberos, fuente de. fama y de temor en ej
mundo entonces conocido, contaba con una pluralidad de instru-
mentos de guerra de muy variada funcionalidad. Al lado de la
falcata, espada corta de excelente factura y terribles efectos, esta-
ban los puñales de diverso tipo. La lanza, el pilum y el soliferreum,
variedades funcionales de arma arrojadiza. Cascos y escudos de
diferente forma, pero predominando los tipos pequeños. El falx u
hoz guerrera y el bipennis, especie de hacha doble, eran armas de
Fácil ‘manejo y gran eficacia. Finalmente reseñar también el tri-
dente, el arco y la honda, arma esta que, por la eficacia de los
iberos en su manejo, habría de proporcionarles una gran fama.
Estas son, someramente expuestas, las principales armas usadas
por los guerreros ibéricos. Las monedas que acuñaron nos dan una
fiel referencia de su uso y la Historia, la noticia del valor y la
gallardía en su manejo.

En las sucesivas series acuñadas durante la época romana, una


larga relación de temas militares será utilizada por los magistrados
monetarios romanos: armas, enseñas militares, carros de guerra,
naves, alusiones a triunfos y victorias, trofeos conquistados y un
largo etcétera aparecen en la moneda, romana como signo inequí-
voco de orgullo por sus gloriosos hechos de armas.

Desde el inicio de las acuñaciones visigodas -salvo la interrup


ción que supusieron las monedas hispano-musulmanas, que única-
mente incluían leyendas en sus tipos- se va configurando la que
hasta nuestros días va a ser la moneda más conocida por los espa-
ñoles, es decir, aquella que lleva en anverso la figura del monarca
y en reverso simbologías heráldicas. En este sentido, la numismá-
tica española no presenta, en apariencia, excesivos aspectos mi-
litares.

Pero no solo nos interesa la moneda en su aspecto formal:


metal, peso, diámetro, tipos: existen piezas cuya historia no puede
separarse del momento militar en el que se acuñaron. Aún más,
alguna moneda ha sido el objetivo final perseguido en una opera-
ción militar. El 4 de agosto de 1837 fue atacada y asaltada la ciudad
176 RICARDO PARDO CAMACHO

de Segovia por las fuerzas carlistas de Zariátegui, y,. ocupada la


Casa de Moneda por la columna mandada por Goiri. Durante 10s
pocos días que estuvo en su poder fueron acuñados de ocho a diez
mil reales, en piezas de 8 maravedís (38.000 a 40.000 monedas),
y también alguna de plata. Era un elemento vital para continuar
la guerra.

0 cuando ha sido utilizado el bronce de magníficas piezas de


artillería para acuñar moneda, en general, en situaciones de fuerte
tensión militar: piezas de 8 maravedís acuñadas en Segovia de
1809 a 1813 a nombre de José Napoleón; moneda de 8 maravedís
de 1823 acuñada por los constitucionales durante el sitio de Pam-
plona y otra pieza semejante en esta misma ciudad, en 1837, cuando
.se hallaba sufriendo el sitio de los carlistas.

No olvidemos las acuñaciones destinadas a sufragar los gastos


de una guerra, como cuando los carlistas fabricaron monedas de 6
cuartos en 1840 en Berga (Barcelona), mientras en el bando isa-
belino se ordenaba por la Junta de Armamento y Defensa, y de
acuerdo con la Diputación de Barcelona, la acuñación de piezas
del mismo-valor con fechas de 1836 a 1846.

En resumen, aunque la moneda española no ha variado en la


‘práctica el modelo sobre el que ha sido acuñada, no por ello, en
numerosas ocasiones deja de tener unas claras connotaciones mi-
litares, y constituye un documento vivo de primer orden para la
Historia militar.

Daremos un repaso a las acuñaciones españolas que, en los dos


últimos siglos, pueden considerarse relacionadas directamente con
el mundo militar:

Guerra de la Independencia

La fabricación de moneda a nombre del monarca intruso se ve-


rificó en Madrid y Segovia; en esta última ciudad se acuñó el
cobre, pero en lugar de emplear el metal procedente de Riotinto,
5 6

7 8 -^,
10
EXPLICACION DE LA FOTOGRAFIA
l.-Gibraltar. 1 corona. 1980. Cupro-níquel. ó.-Uruguay. 5 Nuevos Pesos. 1976. Cobre-aluminio.
175 aniversario de la muerte de Nelson (1758-l 805). Zabala, fundador de Montevideo.
250 aniversario de la fundación.
2.-Filipinas. 1 ctntimo. 1975. Aluminio.
Lapulapu, caudillo filipino. 7.-Colombia. 10 centavos. 1959. Cupro-níquel.
3.-Pórtugal. 100 escudos. 1985. Cupro-níquel. Jefe indio Calarca.
Don Nuño Alvares Pereira. 8.-Argentina. 5 pesos. 1965. Acero.
VI Centenario de la batalla de Aljubarrota. Buque escuela «Presidente Sarmiento».
4.-Cuba. 40 centavos. 1956. Plata.
Fortaleza de «El Morro» de La Habana. 9.-Chile. 5 escudos. 1971. Cupro-níquel.
50 aniversario de la República. Lautaro (1535-1557), caudillo araucano.

S.-Italia. 500 liras. 1960. Plata. lO.-Nicaragua. 50 centavos. 1956. Cupro-níquel..


Naves de Colón: Santa Maria, Pinta y Niña. Francisco Hernandez de Córdoba (1476-1526).
LA NUMISMATICA Y ‘EL EJERCITO 177

como se había hecho hasta entonces, se hizo con el procedente de


piezas inútiles de artillería, campanas y todo género de metales
impuros con la consiguiente imperfección en las labores.

Sólo se conocen piezas de 8 maravedís, pero en un estado de


acuñaciones de la casa de Segovia formado en 1814, que cita Casto
M. Del Rivero, consta que en los anos que se detallan se acunaron
también piezas de 4 maravedís; y de 2 en los de 1810 y 1812.

La falta de numerario ocasionada por el conflicto bélico obliga


a labrar monedas de emergencia en numerosas ciudades que se
encuentran aisladas o sitiadas.

El 20 de enero de 1809, don Julián Bolíbar, gobernador de la


plaza de Gerona, publicó un bando dando disposiciones para’ acu-
ñar monedas de duro y de medio duro que, según había acordado
la Junta Local, debían llevar en una cara la inscripción «Fernan-
do vII» y en la otra «Gerona, ano de 1808. Un duro». Se conocen
ejemplares de cobre o bronce, que pueden ser pruebas o falsifica-
ciones. Los medios duros no llegaron a acunarse. Posteriormente
se emitieron piezas de 5 pesetas.
,.’ i _, ”

En Lérida se batieron en 1809 duros con el escudo de la ciudad


y FERN.VII. Tortosa emite también duros, sin fecha, con el escudo
de la ciudad y TOR-SA. En Tarragona, la Junta Suprema del Prin-
cipado acuña piezas de plata de 5 pesetas con la indicación FER.VII,
la fecha y ‘el escudo. .’

También Mallorca labra plata en piezas de 30 sous, con dos


variantes, de formato redondo u octogonal. Consta que, en la reu-
nión del 17 de agosto de 1808 de la Junta Suprema de Gobierno
del Reino de Mallorca, el Intendente llegó a presentar una prueba
de moneda de cobre que no llegó a realizarse, como tampoco .las
de oro que según lo previsto en la reunión del 15 de junio del
mismo año debían acuñarse con valor de «doblón de cuatro duros»
y de plata con el de «peseta de cuatro reales,.

La Asociación Numismática Española en su subasta del año


1969 y con el núm. 795, realizó una pieza acuñada en Barcelona por
la Gendarmerie lmpériale. Armée d’Espagne; que es considerada
un guitón.. - ,.
12
178 RICARDO PARDO CAMACH 0

Fernando VI1

Durante el trienio liberal la ciudad de Pamplona se ve sitiada,


en 1823, por la reacción absolutista ,acuñándose una nueva moneda
.de 8 .maravedís que incluimos en el tema militar no sólo por las
circunstancias del período en que apareció sino porque fue labrada
con el bronce de tres piezas de artillería que los sitiados destinaron
a tal efecto.

No se conoce ningún documento que explique las circunstancias


concretas de la emisión, pero sí un oficio de 1824 del Coronel
D. Tomás Jiménez sobre el bronce sobrante de las citadas piezas
de artillería que los constitucionales habían empleado para la acu-
ñación.

En 1823, Valencia se vio amenazada por las tropas del duque


de Angulema y con tal motivo acuñó moneda de plata de 4 reales
con la inscripción «Valencia sitiada por los enemigos de la libertad».

C. M. Isidro (CarIos V)

El 4 de agosto de 1837 es ocupada la ciudad de Segovia por los


carlistas y durante los pocos días que permaneció en su poder
fueron acuñados de ocho a diez mil reales, en piezas de 8 mara-
vedís (38.000 a 40.000 piezas) y una pequeña cantidad de monedas
de plata, que no llevaban indicación de valor, pero que se supone
equivalían a 1 peseta.

Así como las piezas de plata tienen un diseño original, para las
de cobre se utilizaron los cuños de Fernando VII, a los que se les
añadió un extraño bigote.

A este mismo período pertenecen dos resellos que se utilizaron


por los carlistas y que se estampaban sobre piezas de 8 maravedís
de Fernando VII.

En Cataluña durante este mismo conflicto fueron acuñadas,


concretamente en Berga, monedas de 6 cuartos, de cobre y de 2
l LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO 179

reales y 1 real: de plata, a nombre del Pretendiente. Botet y Sisó


reproduce el anverso de una pieza de plomo acuñada en la misma
ciudad con tipos semejantes y valor de 2 reales, que puede tratarse
de una prueba o de un ensayo. Ninguna de estas emisiones está
documentada.

l Isabel II

En el verano de 1837, el ejército carlista que se retira de Madrid


tras su fracasado intento de ocupación, comienza el cerco de la
plaza de Pamplona. La ciudad se siente en peligro y solicita auxi-
lios del exterior. A finales del año y tras no pocos problemas de
orden interno, logra imponerse la legalidad constitucional.

De esta época son las monedas de 8 maravedís, de las que no


consta documento justificativo alguno en el bien cuidado Museo
de Navarra, en Pamplona. ,

La firma M. Sisó-Difusiones, en su 7.” Venta Pública, el 7 de


junio de 1973, realizó con el núm. 998 una pieza de 5 céntimòs de
escudo de 1866, acuñada en Barcelona, con la siguiente especifica-
ción: «Resello CAR en el reverso para su utilización por las tropas
carlistas». Se desconocen las razones que motivaron este resello.

Revolución cantonal

El 13 de julio de 1873 comienza en Murcia la revolución canto-


nal a la que pronto se suman Andalucía, Valencia, Cataluña, Sala-
manca, etc. y que, con excepción de Murcia que recibe el ‘apoyo del
Ejército y la Armada, es dominada a comienzos de septiembre.

En el cantón murciano son acuñadas monedas de 5 pesetas y de


10 reales; todas ellas responden a un único tipo, con tres variantes
en las primeras y ninguna en la segunda. De las piezas de 5 pesetas
se conoce algún error de acuñación y una prueba en cobre.

En relación con estas piezas de cinco pesetas recoge Fontecha


de Pérez Galdós la siguiente anécdota que figura en De Cartago a
180 RICARDO PARDO CAMACHO

Sagunto: uElogiando la perfección del cuño ante los amigos.. . ,


uno de éstos, con su optimismo, que a veces resultaba un tanto
candoroso, dijo: Fíjese el buen Tito en que este trabajo lo han
hecho los buenos chicos que en nuestro presidio sufrían condena
por monederos falsos».

Anos después, fue realizada una acuñación extraoficial en los


Talleres Mening Frères, de Bruselas, con destino a los coleccionis-
tas, para la que se «inventaron» el valor de 2 pesetas.

Tercera Guerra Carlista

Entra don Carlos en España por Vera de Bidasoa, el 2 de mayo


de 1872; pero, derrotado su ejército en Oroquieta, tuvo que pasar
a Francia a los pocos días; a pesar de este primer fracaso, la insu-
rrección carlista continúa extendiéndose por las Vascongadas, Na-
varra parte de Aragón y Cataluña, así como aparecen varias par-
tidas aisladas en diferentes provincias.

Vuelve don Carlos a penetrar en España el 16 de julio de 1872,


y en ella reside y establece su Corte hasta que, el 27 de febrero
de 1876, repasa definitivamente la frontera por Roncesvalles.

‘Alaño 1875, el de mayor apogeo de las armas carlistas, se deben


las únicas monedas que efectivamente han tenido circulación nor-
mal, que son las piezas de 10 y 5 céntimos de peseta. Parece ser
que estas monedas fueron acuñadas fuera de España, posiblemente
en Bélgica.

En 1875 se acuña una pieza con módulo y peso de 5 pesetas,


pero sin valor facial, que parece ,llegó a circular por tal valor y
de la que se conocen ejemplares en plata y cobre.
,.

..’ Con destino al territorio de Cataluña, se labraron en el extran-


jero una serie de piezas, de las que puede afirmarse casi con toda
seguridad que no llegaron a circular, en plata y con valores de
5 pesetas y 50 céntimos, cuyo destino era satisfacer a los coleccio-
nistas y de las que se sospecha fueron acuñadas muy posterior-
,; .’ ; ‘.
‘mente a ‘la fecha que en ellas figura.
LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO 181

Alfonso XZZZ

En 1925 se acuñan por primera vez en España monedas de


25 céntimos de cuproníquel, figurando en el anverso una bellísima
carabela; por las especiales condiciones de dureza y economía de
la aleaci6B ha llegado a ser la preferida en las acuñaciones mo-
dernas .

Guerra cid

Las dif+xrltades monetarias surgidas tras el primer año de gue-


rra forzaron al Gobierno de la República a autorizar, bajo el con-
trol de los municipios, la emisión de papel-moneda de valores ba-
jos, con circulación restringida, siempre, a los límites del propio
término municipal.

La orden fue interpretada de tan diversas formas, que tanto los


ejércitos como fábricas, cooperativas, sindicatos, almacenes, etc.,
si bien con circulación únicamente de tipo interno, emitieron bo-
nos o billetes y numerosas monedas.

El Gobierno republicano anuló y retiró todas las emisiones por


medio de tres Decretos, de fechas 8 de enero, 6 de febrero y 25 de
febrero; todos de 1938.

En la zona denominada nacional comenzaron a aparecer emi-


siones semejantes que rápidamente fueron prohibidas.

Se han seleccionado únicamente aquellas que por sus leyendas,


por sus tipos o por el organismo que las emitió, hacen referencia
directa a temas militares.

- 10 céntimos: Ayuntamiento de Puebla de Cazalla. Leyenda:


AÑO DB LAVICTORIA.

- 25 céntimos: Ayuntamiento de Puebla de Cazalla. Leyenda:


AÑO,DE LA VICTORIA.
182 RICARDO PARDO CAMACHO

- 10 céntimos: Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. Leyenda:


AÑO DE LA VICTORIA.

- 1 peseta: Campo de Aviación. Reus. Tipo: Alas.

Estpdo español

La Ley de 3 de mayo de 1940 crea las monedas de 5 y 10 cénti-


mos de aluminio-cobre, en cuyo anverso figura un guerrero a caba-
llo con lanza, del tipo de las monedas hispano-romanas de Osca,
con diámetros de 20 y 23 mm., respectivamente, emitiéndose 175 mi-
llones de piezas de 5 céntimos y 225 millones de 10 céntimos.

Por Ley de 8 de diciembre de 1941, se amplía esta emisión en


,175 y 225 millones de piezas, respectivamente.

Ley de 31 de diciembre de 1.945; nueva ampliación en 200 y 250


millones de piezas.

Ley de 22 de diciembre de 1953; tercera ampliación por 100 y


300 millones de piezas.

La Ley de 16 de julio de 1949 autoriza la acuñación de monedas


de 50 céntimos en la cantidad de 150 millones de piezas, con diá-
metro de 20 mm. y perforación central de 4 mm., en aleación de
cobre y níquel. En la Ley se ordenaba que el anverso «ostentara
una representación iconográfica de la gloriosa Marina Española,
consistente en un ancla y una rueda de timón enlazadas».

Las primeras remesas acuñadas presentaban el haz de flechas


del reverso dirigido hacia el exterior; posteriormente fue modifi-
cado, por lo que existen dos variantes en la primera fecha. Con
motivo de la II Exposición Nacional de Numismática se acuñaron
algunos ejemplares figurando en la primera estrella la letra E en
lugar del número 19.

Por Ley de 8 de julio de 1963 se autoriza la ampliación de las


emisiones anteriores en 300 millones de piezas.
LA NUMISM’ATICA Y EL EJERCITO lS3.

Y si en España ocurre de este modo, en el extranjero, en el


que la evolución de los tipos numismáticos ha corrido paralela
hasta la edad contemporánea, estamos asistiendo en este último
siglo a una invasión de monedas emitidas con ocasión de numero-.
sas conmemoraciones y con un interés claramente bipolarizado.
De un lado, al aprovechar la gran circulación alcanzada por las
monedas que las convierte en un medio propagandístico de suma
importancia y que permite divulgar cualquier mensaje en el que
61 estado emisor se halla interesadc;. Por otro, .un. b$efi¢io eco-
tiómico, semejante al que proporcionan las emisiones de sellos, y
que para algunos países, supone una de sus ‘mayores fuentes de
riqueza.

Pero ,lo interesante de la actual tendencia nuniismática es que


nos permite hacer un recorrido valiosísimo por la Historia militar’
de los distintos país& del mundo. Como resultaría imposible, fun-
damentalmente por razones de espacio, repasar, aun de forma so-
mera, las variadas series de monedas de todo el .mundo con tema
militar, nos limitaremos a citar las relacionadas con la Historia
de España, y que, como se verá, se centran, casi en su totalidad,
en los países americanos.

Argentina.-Una figura señalada destaca en sus acuñaciones:


José de San Martín (1778-1850), prócer de la independencia, no sólo
argentina, sino de toda Sudamérica, así como diversas conmemora-
ciones i-klacionadas con él, junto a otros temas de carácter militar.

Bolivia.-No podía faltar Simón Bolívar (1783-1830), el Liber-


tador, pues, a pesar de su corta aparición en el numerario, da, sin
embargo, nombre al país.

Colombia.-Dos personajes centran sus monedas: Calarca, jefe


indígena que combatió a los españoles, y Simón Bolívar. Una pieza
conmemorativa del IV Centenario del Descubrimiento está dedi-
cada a Colón.
.
Cuba.-Además de la fortaleza del Morro de La Habana,, t&
ligada al Ejército español, varios patriotas cubanos figuran en
sus monedas, destacando las dedicadas a José Julián Martí y Pérez
(1853-1895). Ultimamente han aparecido en acuñaciones cubanas
las tres naves de Colón.
184 RICARDO PARDO CAMACHO

Chile.-Dedica sus monedas en gran parte a la Historia militar,


al aparecer en ellas, entre otros, José Miguel de Carrera (1785
1821), que combatió en España a los franceses y, posteriormente,
se incorporo a la lucha por la independencia de su país; Lautaro
(1535-1557), caudillo araucano que combatió a los españoles, y el
General Bernardo O’Higgins (1778-1842), auténtico héroe nacional.

Ecuador-.-Se dedica casi en exclusiva a rememorar a Simón,


Bolívar; por otro lado, el héroe nacional Sucre dio nombre a la
moneda ecuatoriana.

El Salvador.-Con la excepción de Cristóbal Colón, el resto de


las acuñaciones de tipo militar recogen la figura de Francisco Mo-
razán y Quesada (1792-1842), héroe nacional en la lucha por la inde-
pendencia. La unidad monetaria es precisamente el colón.

Estados Unidos.-Con ocasión del IV Centenario del Descubri-


miento, acuñó una moneda de medio dólar dedicada a Cristóbal
Colón.

Filipinas.-Aunque lejos del continente americano, varias piezas


recuerdan la lucha por su independencia presentando a Rizal, Agui-
:
naldo, Bonifacio, etc.

Honduras.-El gran jefe Lempira, que al frente de 30.000 indios


se levantó contra los españoles, ha dado nombre a la moneda hon-
durena y al mismo tiempo aparece en ellas como héroe nacional.

México .-Se trata de uno de los países con más conmemoracio-


nes militares recogidas en su amonedación: Carranza, Juárez, Hi-
dalgo, Morelos, etc., celebrando periódicamente sus diversos ani-
versarios.

Nicaragua.-Dos personajes monopolizan las acuñaciones nica-


ragüenses: Francisco Hernández .de Córdoba (1476-1526), quien
incluso dio su nombre a la unidad monetaria, y César -Augusto
Sandino (1896-1934), desde 1980.
,

Panamá.-Vasco Núñez de Balboa (ca. 1475-1517) Urraca, ca-


2
l.-Medalla conmemorativa de la proclamación de la Inmaculada como Patrona
de la Infantería Esp’añola. 1892. Cobre.

2.-Billete emitido por el 502 Batallón del Ejékito de la República. 1 peseta. 1937.
LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO 185

tique indio de Burica (Costa Rica), Simón Bolívar, el General Omar


Torrijos, etc., figuran en sus monedas. El balboa es la unidad mo-
netaria.

Pavaguay.-Una pieza interesantísima, por cuanto está: dedicada


al soldado paraguayo, fue acunada en 1978. Por otro lado, el Ma-
riscal Estigarribia, los generales Garay y Stroessner, entre otros,
son recordados en la numismática del país.

Perú.En sus monedas figuran Ramón Castilla (1797-1867), Tu-


pac Amaru (ca. 1740-1781) líder de la gran rebelión india de los
años 1780-81, el General Andrés Avelino Cáceres (1833-1924), el Al-
mirante Miguel Grau (1824-1879), los héroes de la aviación Jorge
Chávez y José Quiñones, junto a una serie conmemorando los cen-
tenarios de las batallas de La Brena (1882), Iquique (1879) sitio de
Callao (1866), etc., y el sesquicentenario de la de Ayacucho (1826).

República Dominicana .-De nuevo aparece un jefe indígena que


combatió a los españoles, en este caso Taino, que junto a Juan
Pablo Duarte (1813-1876) y alguna otra pieza de temática militar
como el Baluarte del Cóndor, llamado el aAltar de la Patria», com-
pleta las acuñaciones que nos interesan.

Urugtluy.-Dedica la casi totalidad de sus monedas a José Ar-


tigas (1764-1850), héroe nacional de la independencia, aunque úl-
timamente aparecen nuevos tipos muy interesantes.

Venezuek-Simón Bolívar es el protagonista de las ediciones


numismáticas venezolanas, dando su nombre a la unidad de mone-
da y siendo representado en la gran mayoría de ellas, con una
mínima presencia de Antonio José de Sucre.

En este rapidísimo repaso que acabamos de realizar, .hmitán:


-donos en espacio -países de Hispanoamérica-, en tiempo -un
siglo de acuñaciones-, y en el tema escogido -su relación con la
Historia de España-, son varios cientos las-piezas que componen
la selección, al manejar las diferentes características de cada emi-
sión: peso, fecha, metal, valor, variantes de tipo, etc.
186 RICARDO PARDO CAMAC H 0

Pero son otros muchos los campos que podríamos explorar:


moneda militar de curso obligado en países de ocupación; nume-
rario emitido por diferentes ejércitos y de circulación restringida
a los establecimientos militares; resellos y contramarcas introdu-
cidos en las monedas con ocasión de guerras; monedas obsidiona-
les o acuñadas en ciudades sitiadas, etc.

La Medallística, especialidad muy particular de la Numismáti-


ca, nos abre numerosas puertas a la investigación. Aunque de circu-
lación muy limitada, su característica de ser emitida con ocasión
de alguna efeméride nos proporciona, generalmente, un cúmulo de
informaciones que jamás puede darnos moneda alguna. Y en este
caso ,la variedad es un factor determinante por lo que, al pensar
que las primeras medallas fueron acuñadas por los griegos suce-
diéndose sin solución de continuidad hasta nuestros días, atisba-
mos una de las mayores y más importantes fuentes historiográficas.

Como ejemplo, presentamos la relación de medallas acuñadas


en Gran Bretaña durante tres siglos con ocasión de diferentes con-
memoraciones militares relacionadas con España. Si un solo país
ha recogido tal cantidad de hechos, podemos imaginarnos la va-
liosísima información que nos puede aportar la medallística mun-
dial de todas las épocas. Tenemos registradas las siguientes:
1588.-Derrota de la Armada Española.
1589.-Acción de gracias por la derrota de la Armada Española.
1596.-Fracaso del intento de invasión por España.
1597.-Batalla de Turnhout.
1602.-Derrota de los escuadrones españoles.
1604.-Paz entre Inglaterra y España.
1624.-Victoria naval sobre España.
1639.-Flota española destruida por el holandés en Dover.
1655.-Ayuda ofrecida por España y Francia.
1687.-Recuperación de un galeón español hundido.
1693.-Encuentro naval en el estrecho de Gibraltar.
LA NUMISMATICA Y EL ETERCITO 187

1702.-Expedición a la bahía de Vigo.


1704.-Captura de Gibraltar y encuentro naval en Málaga.
1705 .-Ataque a Barcelona.

1706.-Socorro a Barcelona.
1708.-Captura de Cerdeña y Menorca.
1710.-Batalla de Almenara.
1710.-Batalla de Zaragoza.
1713.-Paz de Utrecht.
1718.-Flota española destruida en Cabo Passaro.
1731 .-Segundo Tratado de Viena.
1738.-25 aniversario de la Paz de Utrecht.
1739.-Captura de Portobello.
1741.-Captura de Cartagena.
1741.-Intento de ataque a La Habana.
1742.-Destrucción de galeones españoles.
1744.-Desastre de Tolón.

1756.-Pérdida de Menorca.
1763.-Captura del Castillo del Morro de La Habana.
1782.-Sitio de Gibraltar.
1783.-Bloqueo de Gibraltar.
1783.-Socorro de Gibraltar.
1783.-Paz de Versalles.
1797.-Batalla del Cabo de San Vicente.
1805.-Batalla de Trafalgar.
1806.-Ataque británico a Buenos Aires rechazado.
1808.-Desembarco del ejército inglés en la Península.
1809.-Acción de Peñaflor.
1809.-Batalla de Talavera..
188 RICARDO PARDO CAMACHO

1811.-Batalla de Albuera.
1812.-Captura de Badajoz.
1812.-Batalla de Almaraz.
1812.-Entrada del ejército británico en Madrid.
1812.-Batalla de Salamanca.
1813.-Duque de Ciudad Rodrigo.
1813.-Batalla de Vitoria.
1813.-Batalla de San Sebastián.
1813.-Rendicih de Pamplona.
1813.-Batalla de los Pirineos.
1888.Tercer centenario de la Armada Española.

Por último, y no por ello menos interesante, queremos mencio-


nar la existencia del papel moneda, cuya aparición es muy recien-
te en el mundo occidental -siglo XVII-, aunque en el Extremo
Oriente era conocido diez siglos antes. No es posible, ni objeto de
estas líneas, presentar la aportación documental que suponen los
billetes para la Historia militar. Como muestra, relacionaremos los
emitidos en España -exclusivamente por unidades militares du-
rante la guerra 1936-39-, ya que en conjunto superaron, entre am-
bos bandos, la cantidad de siete mil los organismos emisores.

Conocemos los siguientes:

Intendencia General: 1, 10, 50 y 100 ptas.


501 Batallón. 28 División. 126 Brigada Mixta: 0,25, 0,50 y 1 pta.
502 Batallón. 28 División. 126 Brigada Mixta: 0,25, O,?O y 1 pta.
Cuerpo de Seguridad y Asalto: 0,50 y 1 pta.
Subsecretaria de Avi@ón. 3.” Región Aérea: OJO y 0,50 pta.
Defensa Pasiva: 0,05 pta.
Subsecretaria de Armamento. Fábrica E.: OJO pta.
LA NUMISMATICA Y EL EJERCITO 189

Subsecretaría de Armamento. Fábrica F.: 0,25 pta,


4.” Batallón. 33 División. 139 Brigada Mixta: 0,lO pta.
312 Batallón. 78 Brigada Mixta. Cía. Ametralladoras: 0,50 pta.
Batallón de Obras y Fortificaciones número 17: 0,25,0,50 y 1 pta.
Subsecretaría de Armamento. Fábrica número ll: 1 pta.
Comité Militar PSU-UGT: 0,25 pta.
Fuerzas del Aire. S.A.F. 8 (Elizalde): 025 pta.
Fuerzas del Aire. S.A.F. 9 (La Hispano Suiza): 0,05 pta.
Comisaría General de Orden Público de Cataluña: 1 dinar.
Acorazado Jaime I:- 1’ pta.
Crucero Libertad: 0,25 pta.

Recientemente fue publicado un catálogo especializado en el


papel moneda de carácter exclusivamente militar, que recoge los
billetes emitidos en todos los países del mundo. Por desgracia, no
Figuran en él los billetes emitidos en España en nuestra última
guerra y que hemos incluido en la relación anterior. No tenemos
casi ninguna referencia de ellos, salvo lo publicado por Florián
Ruiz-Vélez Frías. Hemos logrado averiguar, de la emisión corres-
pondiente al Batallón 502, que se encargó en 1937 a una imprenta
barcelonesa, hoy desaparecida, cuando el citado Batallón se encon-
traba en la zona de Huesca. Se realizaron dos emisiones de 1.500 bi-
lletes cada una; la primera circuló profusamente entre sus miem-
bros, pero la segunda casi no llegó a hacerlo, pues su puesta en
circulación coincidió con la. casi total destrucción en combate del
Batallón.

A la vista de cuanto hasta ahora hemos escrito, creemos haber


mostrado, mínimamente, algunas de las posibilidades que nos ofre-
ce en sus diversas. facetas la Numisniática. Pero ‘realmente po-
demos afirmar que, en este sentido, está todo prácticamente por
hacer. La bibliografía existente es reducidísima. Las colecciones
estatales olvidan este aspecto de nuestra Historia.
190 RICARDO PARDO CAMACH 0

BIBLIOGRAFIA

Barceló y Fernández de la Mora, José Luis: Catdlogo mundial de billetes mili-


tares. Pamplona 1982.
Beltrán Martínez, Antonio: Emisiones monetarias durante ía Guerra de la Inde-
pendencia. Zaragoza 1959.
Botet y Sisó, Joaquín: Les monedes catalanes. Barcelona 1908.
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DOCUMENTOS
AMAPA DE LAS PLAZAS DE ORAN Y MAZALQUIVIR
Y SU COSTA. AÑO 1738

Y e .inicia esta sección de DOCUMENTOS


la costa norteafricana
Oran y Mazalquivir.
con un mapa de
donde están situadas las plazas de
Es de fecha inmediatamente posterior
a la reconquista de las mismas en 1732, a lo que se hará referencia
más adelante. El mapa original, que se conserva en el Servicio Histó-
rico Militar, en su abundante y variada Cartoteca, abarca un espacio
mayor y comprende toda la costa desde el cabo Falcón, a occidente,
hasta la punta de los Canaletes (incluida en la reproducción), tal
como se indica en la leyenda, que, por otra parte, se transcribe en
el recuadro de la página siguiente.

En el mapa que se ofrece en estas páginas, se omite tanto el


cabo mencionado como la inmediata playa de la Aguada, en la
que se llevó a cabo el desembarco de las tropas españolas a unos
siete kilómetros al oeste de Mazalquivir. Pero, antes de seguir,
conviene observar (lo que el lector habrá advertido fácilmente)
que la parte superior del mapa corresponde a la zona meridional.
Es decir, que el terreno representado parece estar visto desde
España, o si se prefiere desde el mar; por lo que el norte se sitúa
en el espacio marítimo.

Al oeste se ven las lomas de la fuente y el Santo, bordeadas


por el sur por el camino de las aguadas que conduce desde la pla-
ya citada anteriormente hasta Orán. Se observa también el casti-
llo fortaleza (ref. 23) de Mazalquivir y otro arruinado (ref. 24). Ya
en septiembre de 1505 las fuerzas españolas conquistaron la for-
taleza de Mers-el Kébir. Dos años después, en los campos próxi-
mos a la misma fue derrotado Diego Fernández de Córdoba, al-
caide de los Donceles.
13
194 DOCUMENTOS

En cuanto a Orán, se halla ubicada a lo largo de las escarpadas


vertientes del Jebe1 Murjajo y dividido por un barranco aprecia-
ble en el mapa. Al oeste del barranco está la ciudadela (ref. 1) y su
alcazaba (ref. 2), protegidas más a occidente por una serie de fuer-
tes y castillos entre los que citaremos los de San Gregorio (ref. 20)
y Santa Cruz (ref. 21) que dominan el desembarcadero junto al
muelle «que se está executando» (ref. 19), a la vez que cierran la
penetración enemiga por los caminos de las aguadas, ,y ,de.~,Mazal-. ! .,.
r... .
qtuvrr. .’ .
.,/ _. ‘,, I .,

Al este del barranco, se halla el «barrio proyectado para alo-


jamiento de Zas moros de Paz» (ref. S), primitivo asentamiento del
actual sector moderno de la ciudad. En el mapa se puede observar
las defensas por el este con los castillos de Rozalcazar (ref. .3), San
Andrés (ref: 9) y San Felipe (ref. ll), así, como los fuertes de San
Luis,(ref. 10) y San Carlos (ref. 12) a’vanguardia,.resRectivamente,
.I.

$RANSCRIPCI~N DE LA LEYENDA DEL MAPA ADJUNTO


Mapa que, comprende la porción de Costa de Africa entre la Punta de los
Canaletes y Cavo Falcon, donde se demuestra la .Plaxa de Oran sus Fuertes y
cercanías, como tambien el Castillo y Puerto de Maxalquivir. año 1738.
Explicación : ‘.
1. Plaza de Oran.
2. La Alcazava.
3. Castillo de Rozalcazar con su Proyecto.
.4. Reduto de Sta. Teresa. :
5.-Revellín de Sn. Ignacio. -
?6. Reduto proyectado.
7..Reduto de Sta. Barbara.
8. Barrio proyectado para alojamiento de los moros de Paz
9. Castillo de Sn. Andres con su Proyecto. : ‘%
10. Fuerte de Sn. Luis:
ll. Castillo de Sn. Phelipe.
’ 12. Fuerte de. Sn. Carlos. ’
13. Fuerte de Sn. Fernando.
14. Comunicaciones proyectadas. ‘.
15. Nacimiento de la Fuente.
16. Torre Circular proyectada.
17. Reduto de Sn. Pedro.
18. Reduto y cortadura de St. Yagó.
19. Muelle que se está executando.
20. Castillo de Sn. Gregorio donde se propone una Baterfa circular en
lugar de lo existente.
1 21:. Castillo de Sta. .Crux. ’
.” 22. Reduto..
23. Castillo de Maxalquivir con su Proyecto.
24. Castillo del Salvador arruhinado:
escala de 800 toesas ,.escala de 1/4 de legua.
.,‘,
_‘I .*’ ’

.. -
I

. _.
'-5
DOCUMENTOS 195

de 1,~s.dos últimos.: castillos citados. También se señalan, l.as ,¿&ti,i


+~cioyes gro~ectadak» que: unen las diferentes. defensas: (ref.:;l4).
En suma,:la organización defensiva de la .plaza .de Oran esta,. bien
concebida y transmite una imagen. de’ resuelta estabilidad: Sin : em-
bargo, 54 anos después de la confección de este mapa -pocos años
para aquel entonces- se evacuaron definitivamente estas.:. d,osv .pla-
zas-por un convenio ‘de paz y amistad.’ ” ,y
,.‘,, ‘....i . ,.> .:
‘i .; . :. ‘. .‘!
La .pl.aza de Orán trae al recuerdo .el empeño de Cisneros por
su conquista. En la tarde del 16 de mayo de 1509 salió de .Cartagena
la expedición naval que al día siguiente fondeó en la rada de Ma-
zalquivir. Ese mismo día las tropas que mandaba Pedro Navarro,
conde de Olivkto, penetraron en Orán, a sangre y ‘fuego. ,El car-
denal ‘entro”& la ciudad conquistada, el 18 ,de’mayo,,cumpliéndose ,.,i “t
en parte los deseos del testamento’ de ,Isabel la Católica’ respecto
d. : : <,
a la’costa septentrional de Africa.
t .b s ._ ,., ‘<.’ : ~. ..,,,;
._
.:.: “,,, ’ .,
La historia de esta plaza registra las. const,antes ..acometidas de
los moros vecinos y los sitios de 1563, 1667, 1672, 1675 y 1688. Final-
mente, el bey de Mascara se apoderó de la plaza en 1708. ,,,, -
jo...: .., ;.:, .:,
Durante el segundo reinado de Felipe V,’ a’ propuesta de Patiño
su secretario de Guerra, se decidió la recuperación de la plaza de
Orán. En la primavera de 1732 se hicieron todos los preparativos
pertinentes con ‘gran ánimo y organización conveniente; incluso se
gestionó y obtuvo del Papa Clemente XII la posibilidad de contar
con los bienes de la Iglesia para contribuir a la empresa bélica con-
tra infieles.

La base de operaciones se estableció, esta vez, en Alicante. El


15 de junio zarpó la expedición que mandaba el conde de Montemar.
Estaba compuesta por más de quinientas embarcaciones que trans-
portaban 26.000 soldados, 108 cañones y 60 morteros. El desembarco
se efectuó sin dificultad en la madrugada del día 29 precisamente en
la playa de la Aguada, como se ha citado. Hubo que vencer la resis-
tencia enemiga en la ocupación de las lomas de la fuente y del Santo.
En aquélla, unas compañías de granaderos y los escuadrones de dra-
gones dirigidos por el marqués de la Mina y Patiño, respectivamente,
desalojaron a los turcos. Esto lo consiguieron, con no poco esfuerzo,
en la loma del Santo los soldados de Marsillac, apoyados por los
196 DOCUMENTOS

batallones de Guardias Valonas de Villadarias. El día 1 de julio de


1732 entraron las tropas en Oran, de la que había huído el bey Hacen
con los suyos y sus riquezas. Al día siguiente, se rindió la guarnición
turca del castillo de Mazalquivir.

El día 1 de agosto regresó a España el ejército de Montemar,


quedando al mando de la guarnición de Orán el Teniente General
D. Alvaro Navia-Osorio Vigil, vizconde del Puerto y marqués de
,Santa Cruz de Marcenado, quien murió poco después en el desem-
peño de su cargo.

En tiempos de Carlos III, con Floridablanca al frente de la Se-


cretaría de Estado, se firmó en 1786 un tratado de paz, amistad y
comercio con Argel (recogido en esta misma sección de DOCU-
MENTOS), renovado en 1791 -reinando Carlos IV- por un- conve-
nio, en virtud del cual se cedían las plazas de Orán y Mazalquivir
a la regencia argelina a cambio de privilegios mercantiles de los
que España nunca obtuvo provecho.

Se evacuaron estas plazas el 27 de febrero de 1792. Los france-


ses entraron en Orán en 1831.
TRATADQ, DE PAZ Y AMISTAD ENTRE ESPAÑA Y
LA REGENCIA DE ARGEL, DE 17 DE JUNIO DE 1786

2% espués del fracaso de la expedición


Argel en 1775, al acceder Floridablanca
de O’Reilly contra
a la Secretaría de
Estado se impulsó la gestión de gobierno hacia la conso-
lidación de la paz, sin olvidar los hechos de armas; lo que determi-
nó la firma del tratado que se presenta en las siguientes páginas.

Se estipula en él las bases para desarrollar el intercambio co-


mercial; los socorros a prestar a embarcaciones y pasajeros de una
y otra parte; la utilización de «puertos y costas del Reino de Argel»
para la realización de las ventas, y en contrapartida «sólo se admi-
tirán á comercio, ó compra de víveres en Alicante, Barcelona y
Málaga». Eso sí, los respectivos súbditos «pagarán los mismos de-
rechos de Aduana que pagan los Franceses en ambos Estados».
Esta sintomática referencia se repite al admitir la residencia en
Argel de «un Cónsul de España con todas las mismas prerrogati-
vas que el de Francia,. Más adelante se fijan las atribuciones del
cónsul tanto de tipo civil, con el arreglo de pasaportes, como ju-
dicial.

La redacción del artículo XX puede ilustrar, siquiera genérica-


mente, los antecedentes históricos de interpretaciones reivindicati-
vas sobre algunos territorios norteafricanos. Según este artículo,
que se refiere a las plazas de Orán y Mazalquivir, «El Dey de Argel
no las acometerá jamás; y el Bey de Mascara no lo puede hacer sin
su orden». Esta claridad de propósitos se desdibuja a renglón se-
guido delegando responsabilidades en el Bey de Mascara en caso
de conflicto y animando a España a que se las entienda con él di-
rectamente; para finalizar invocando la «buena harmonía» aunque
«los Moros rebeldes, vagabundos é indómitos cometieren algún in-
sulto». La cuestión se concreta en que «los Christianos no estarán
seguros fuera del tiro de cañón» (desde las plazas citadas).
AJUSTADO

ENTRE SU MAGESTAD
, CATÓLICA;..
. \ ‘.
., 1
,.. Y EL DEY Y REGENCIA PE ARGFi&: .:

En xq.de Juniode x786* ,,

EN,MADRID ; .’ ,;:”
EN LA JMPRENTA RE.AL.
3
.
ID h$ GÁRLOS , por la gr& de Dios, Rey
de Castilla, de Leon , de Aragon , ,.delas Dos-
Siciliasi de Jerusalen , de Navarra, de Grana-
da , de Toledo ‘, de Valencia, de Galicia i de
Mallorca , de Sevilla, de Cerdeíía , de Córdo-
ba , de Córcega, de Murcia, de Jaen , de los
Algarbes , de Algecira , de. Gibraltar , de las
‘Islas de Canaria , de las Indias Orientales y Oc-
cidentales , Islas y Tierra-firme del Mar Ocea-
no ; Archiduque de,Austria ; Duque de Borgo-
íía, de Brabante y de Milan’; Conde de’ Mabs-
purg , de Flandes, del Tirol ey de Barcelona i
Seííor de Vizcaya y de Molina, SCC.Habien-
do visto y examinado el Tratado de Paz con
mi Corona que ha firmado el Dey de Argel
por sí y en nombre de toda la Regencia , á
: presencia de los Individuos que la componen,
cuyo tenor es el siguiente :
!

A ALA-
4

ALABADO SEA DIOS TODO-PODEROSO.

En el dia 17 de la Luna de Chavan 1200


de la Hegira se ha concluido una perpetua Paz
y Amistad entre Espaiía y Argel ; y en su con-
seqüencia han hecho esteTratado de buena harm
monía y con buena voluntad por complacer al
Gran Seííor, de la una parte eI Serenísimo y.
.
mu1 Poderoso Príncipe Don Cárlos Tercero,
por Ia gracia de Dios, Rey de EspaÁa y de
-.lasIndias , &c. , y de la ótra el Magnífico Ma-
hamet Baxá Dey, Divan, y Milicia de- la CiU;
dad y Reino de Argel.
ARTI)CUEO 1.

Habrá Paz perpetua entre el mui Poderoso


Rey de Espana y los Magníficos Baxá Dey,
Divan , y Milicia de fa Ciudad y Reino de
Argel ; ‘y entre los Vasallos de ambos Estados,
Ios quales podrán hacer recÍprocamente comer-
cio en los dos Reinos , y navegar con toda
se-,
5
seguridad , sin que Ia una parte causeembara-
zo ni molestia á la ótra, con pretexto alguno.
ARTÍCULO 11.

Los Corsarios de la Regencia ,6 de Particu-


lares de Argel
-
que encontraren en la mar em-
barcaciones mercantes Espaiiolas, no sólo de-
berán dexarlas navegar libremente, sin causar-
las molestia, sinó que tambien las darán el au-
xilio y asistenciaque necesitaren; advirtiéndo-
se que quando quisieren visitarlas, han de en-
viar en sus lanchas, ademas de los Remeros,
solamente dos Personasde prudencia, que sean
las únicas que suban á bordo de la etnbarca-
cion para su visita. Y recíprocamente harán
lo mismo los vaxeles de guerra Espafioks con
los Corsarios de la Regencia , ó de Particulares
Argelinos, los quales han de proveerse de un
pasaporte del Cónsul de Espníía en Argel para
que no se equivoque su calidad.
6
ARTICULO III,

Los vaxeles Argelinos serán admitidos en


todos los puertos y radas de Espaíia quando
se vieren obligados á entrar en ellos por tcm-
poral ., por’ necesidad de repararse, 0; por ser
i
erseg uidos de Enemigos j y se les darán ‘los
socorros y demas cosas que necesitaren, pa-
gándolos á 10sprecios corrietites.. Fuera de estos
.acontecimientos sólo se admitir& á comercio,
ó compra de víveres en Alicante , Barcelona
y Málaga j permanecerán en estos puertos úni-
camente el tiempo preciso, y no’ los bloquead
rán para turbar el comercio de otras Nacio-
nes, Lo mismo harán los vaxeles Espafioles en
los ‘puertos de Argel, en todos los quales serán
admitidos y socorridos en igual forma,

ARTÍCULO IV.

Si acaecieseque alguna embarcacion mer-


cante Espaííola en la rada de Argel, ó en
otro puerto de este Reino fuese acometida por
Enemigos de Espana baxo el caiíon de las ford
ta-
taI.ezas, kas deberán defenderla y .protegerla,
y SI.J.Comand+nre. obligará á lqs, dichos Ene-
migos .á dar un tiempo suficiente para que la
embarcacion Espafiola salga y. se aleje de di-
chos puertos y radas, durante el qual ticm-
po , que no .baxará de veinte y quatro horas,
serán detenidos los navíos Enemigos , sin que.
se les permita perseguir al Espaiíol : y lo mismo
se executará de ,parte del Rey de Espaiía á fa-
vor de los buques Argelinos ; advirtiéndose que
éstosno podrán hacer presas de sus Enemigos
dentro del tiro de caiíon de todas las costas
Espafíolas, si los hallaren á la vela , ni á la.
vista de las mismas. costas si los encuentran al
ancla , porque vaxel fondeado ha de considei
rarse abrigado de la. costa6
ARTÍCULC V.

Los Enemigos de Argél , pasageros en em;


barcacionesEspa6olas , y los Espaiíoles, Pasage-
ros. cn embarcaciones enemigas de Argel no
podrán ser hechos Esclavos baxp pretexta al-
B P-
8
guno , aunque las embarcaciones se hayan re-
sistido con combate. Y lo mismo se observa=
rá por la EspaGa con sus Enemigos, Pasageros
en embarcaciones Argelinas, ó con Argelinos,
Pasageros en embarcaciones de Enemigos de
Espana. Los Pasageros deben acreditar que lo
son con pasaportes de susCónsules en los puer-
tos de la salida, expresando sus equipages y
otros efectos que les pereenezcan.
ARTíCULO VI.

Si alguna embarcacion Espaiíola se perdie-


se en las costas de la dependencia de Argel,
tánto perseguida de Enemigos, como forzada
del mal tiempo , será socorrida de quanto ne-
cesite para repararse y recobrar su cargamen-
to , pagando el trabajo y otros auxîlios con
que se la hubiese socorrido , sin que se pueda
exigir derecho ni tributo alguno por las mer-r
caderías que se hubiesen depositado en tierra,
á ménos que no se hayan vendido , ó se ven-
dan en el Puerto de dicho Reino.
AR-
9
ARTkULO VII.

Todos los Negociantes Espaiíoles ‘en puer-


tos y costas del Reino de Argel podrán des-
embarcar sus mercaderías, vender y comprar
libremente , sin pagar mas de lo que acostum-
bran susHabitantes; y lo mismo será lícito á los
Argelinos en los puertos de la dominacion Es-
pafida aefialados en el Artículo III. Y en caso
de que los dichos. Negociantes no desembar-
quen sus mercaderíassi& en calidad de depósi-
to , podrán volver á embarcarlas sin pagar dere-
cho alguno. Los Argelinos en Espaiía , y los Es-
paííoles en Argel pagarán los mismos derechos
de Aduana que pagan los Francesesen ambos ES
tados , conformándose en todo á esta Ndcion.
ARTkULO VIII.

Los Argelinos no darán socorro ni protec-


cion alguna contra los Espaííoles á los vaxeks
de otra Nacion que esté en guerra con Espa-
iía , aunque sean Musulmanes , ni á aquellos
que estuviesen armados con patentes de tales
Na-
10
‘Naciones enemigas , I ,ni .p,odrán armarse con
patentes de éstas para corsear contra los Espa-
Ííolesi Lo mismo executará la Espafía respecto
de los Argelinos. ,
c ARTÍCULO IX’.

Los Espafíoles no podrán ser forzados por


causa ni pretexto alguno á cargar contra su
voluntad ‘en sus embarcaciones en los puertos
y. radas de Argel ) ni tampoco á hacer via-
ges á parages á que no quieran ir.
ARTÍCULO X.

Residirá en Argel un Cónsul de Espaíía con


todas las .,mismasprerogativas que el de Franq
cia , para entender en todos los negocios de los
Españoles del mismo modo que el de Fran-
cia en los de los Franceses,; y tendrá ‘toda.ju .
risdiccion en las diferencias entre los Espak+
les, sin .que los Jueces de la Ciudad de Argef
puedan tomar conocimiento en ellas.

AR-
X.1’

ARTtCU LO- iI.:.

Á todos los Espaihles será libre en el Rei-


no de Argel el exercicio de la Relighn Chris-
tiaria ; tinto en el Hospital Real Espaiíol. de
Redentores Trinitarios Calzados de Iâ Ciudad
,de Argel , como en las casas de 18s Cónsules;
ó Vic&ónsules que en adelante fuese conve-
niente establecer en otros parages.

ARTÍCULO x II.

Será permitido al Cónsul elegir su ‘Drago-


man y Corredor , y pasar libremente á ,bordo
de las embarcaciones Espaiíolas que estén en la
rada, siempre que lo tenga. por conveniente.
Llevará bandera Espafiola en’ el bote ; y la po-
drá enarbolar igualmente en su casa.
A.RTiClJLO XIII. ;;

Quando hubiese alguna disputa, ó diferen-


cia entre un Espaííol y un Turco, ó Moro ) no
podrá juzgarse por 16s Jueces Ordina& ‘de
la Ciudad. , sinó- únicalqyyte por el Cotisejo
del
12
del Magnl’fico Baxá Dey ,’ Divan, y Milicia
de la Ciudad y Reino de Argel ‘en presencia
del CónsuI , ó bien por el Comandante en los
puertos fuera de Argel en que acaeciese la dis-
puta ó diferencia, concertándola segun justicia,
y procurando conciliar las partes.

ARTiCVLO XIV.

El Cónsul de Espaíía no será responsable por


su empléo de las deudas de los Negociantes, ú
otros Individuos Españoles, á menos de haberse
obligado á ello por escrito : y los bienes de los
Españoles que muriesen en el Reino de Argel
se entregarán i disposicion del Cónsul de Es-
pana para que los tenga á la de los EspaÍío-
les, ú otras Personas á quienes pertenezcan ; y
lo mismo se observará en Espaíía á favor de
los Argelinos que quisiesen establecerse en ella.

ARTÍCULO xv.

Gozará el Cónsul de Espaiía en Argel de la


exencion de todo derecho por lo que mira á
Pro-
provisiones y otros qualesquiera efectostlecesa..
ri& para.su casa.
ARTíCV‘LO XVIi

Si algun Espaiíol hiriere 5 algun Turco , 8


Moro , no podrá ser castigado sin citarse á SU
Cónsul para que defienda la causa del Espa-
Ííol ; y en caso.de que un Reo Espaiíof se es-
capase, no por eso será el Cónsul responsa-
ble de la fuga.
ARTICULO XVIi.

Si algun Corsario de Espaíía, d de Argel hi-


ciere algun daíio á buque de Argel, ó VdeEs+
paíía respectivamente, que encuentre en el mar,
será castigado , y los Armadores responsables
.ála reparacion de los daños.
ARTÍCULO XVIII.

Si alguna embarcacion Española por cìem-


po contrario , por falta de agua, ó por otra
necesidad fondease en puertos de la domina-
cion
cion de Argel ; sin cargar ni descargar inerca-
derías en ellos, los Agáes ó Comandantes de
dichos puertos no podrá!. ex@+ ni pretender
derecho de ancorage , ni ótro de la embarca-
,
tiion Espaíiola,

ARTÍCULO XIX.

El Magnífico Baxá Dey podrá ;quandti Ie


parezca j nombsar una Persona de circunstan-
cias que pase á un puerco de Espana en ca-
lidad de Agente de la Nacion Argelina.

.ARTíCULO XX.

La Plaza de Oran y SLISfortaleias , y la DIa-.


za de Mazarquivir quedarán como estaban ána
res sin comunicacion Por tierra con el Cnmi
yo de los Moros : el Dey de Argel no las
acometerá jamas ; y el Bey de Mascara no lo
puede hacer sin su órden ; pero como éste man-
da aquella Provincia despóticamente, el Mag-
nífico Dey de Argel: aprobara qualquier con?
venio que se haga entre la Espafia y -1 cira-
do
do Bey de Mascara , :á quien nene mandado
Vigílar-;.,é impedir qiW las $3zAs y f&A&s
E+a&hs <seankolestadas ; y si 18skioros re-
.
bel&, vagabAdos é indhltos .cometierk al-
.gun insulto , no por. eso pcsdrá turbarse‘ di
hlo,do alguno- Ia. buena harmonía’ que se! Ba
establecido ; ‘pero los Chrikianos .no estarán kei
guras fuéra‘del tiro de caGon.
ARTiCULO xx 1.

Si acaeciesealguna contravencion al presente


Tratado , ‘.nó por’ eso se hara ticro alguno de
hostilidad , sin6 despuesde una denegacion for-
mal de justicia. : ‘. ..

‘. ARTICULO XXII.

Las timbarcaciones Espaiiolas no podrán ir


á cargar ni descargar
*j á puertos fuera de Ar-
gel en este Reino sm expreso permiso del Go-
bierno ; cor& se-practica con todas lás Na&-
ncs. ’
/ ’

AR-
./

SARTíCULO %X111.
En caso de algun rompiniiento ( que Dios
no permita ) el ,CónsuI y todos los demas Es-
paííoles que se h&aren en el Reino de Argel,
Y todos los Argelinos que se hallaren en Es-
pana tendrán tres meses de tiempo para reti-
rarsecon todos sus éfëctos, sin que se les cause
molestia alguna , ni ántes de su‘partida, ni en
el discurso del viage.
ARTiCULO XXIV.

Ni los Corsarios Argelinos en puertos de


Espaíia, ni los vaxeles de guerra EspaíioIes en
puertos de Argel podrán recibir eri sus bordos
á Esclavos Ó Presidiarios que vayan á refugiar-
se á ellos , sinó que deberán entregarlos con la
conclicion de no ser castigadospor la fuga.

ARTÍCULO xxv.

Por consideracion al Rey Católico respetad


rán los Argelinos no sólo las costas Espaíío-
las, sinó tambien las Pontificias. Por la mis-
nla
ma consideracion recibirá et Dey con gusto 5
qualesquiera Personas que pasen á Argel baxo
Ja bandera y proteccion del Rey Católico ; así
como recibirá S. M. Católica á los que pasen á
EspaÍía baxo bandera y proteccion del Dey de
Argel ; y estarápronto el Dey á-entrar en ne-
gociacion co.11aquellas Potencias que S. M. le
ha ,recomen.dado, y se hallen en paz con la
Puerta Otomana, cuyo exemplo seguir.2siem-
pre el Dey.

EN EL NOMBRE DE DfOs TODO-PODEROSO.

El presente Tratado de Paz perpetua se ha


concluido hoi dia de la fecha entre la EspaGa
y la Regencia de Argel, deseando que sea á
gusto y admitido del Poderosisimo Rey Don
Cárlos Tercero ( que Dios guarde y prospere)
como lo está al del Magnífico Dey Mahamet
Baxá ( que Dios guarde. y prospere) con el con4
sentimiento general del Divan , del Mufti , de
los dos Cadíes, los Sabios, Gente buena, y del
SU-
.gs
Supremo Agá , .debi+dose Ifirmar y sellar tres
originales. en idioma Espaiíol y’ Turco .por am-
bas Partes, .uno para S. M. ,Católica, .ótro para
,$l Magnífico Baxá Dey , Divan ) y Milicia de
Argel. T y’ ótro que ha de quedar en .poder del
.C,ónsul:que resida en esta.plaza. Publicado y
dado en nuestro @lacio .el dia. I 7 de la Luna
de Chavan I 200., y de la Era de. los. que sii
guen la Ley de Jesus el I 4 de Junio de I 7 8 6.

He venido en aceptar.y aprobar dicho Tra-


tado tal qual se acaba de insertar ) como en
virtud de la. presente le, acepto y apruebo
en. la- mejor y mas amplia. ,forma que puedo,,
prometiendo en fe y palabra de Rey cumplir-
le y observarle , hacerle cumplir y observar
enteramente ; y para su mayor validacion y fir-
meza he mandado despachar la. presente, fir-
ma-
mada de mi mano, sellada con mi sello se-
crqo , y refrendada del infraescrito mi Con-
sejero de Estado, Pr.itner Secretatjo de Estado
y del D&packo; En San Ildefonso á veinte y
siete de Agosto de mil setecientos ochenta
y seis.

Yo EL REY:
DONCELLA SUIZA QUE SENTO, PLAZA
EN EL REGIMIENTO BETSCHARDT,
EL 26 DE DICIEMBRE DE 1780

si? 1 Regimiento Betschardt fue organizado en 1743 en el cantón


suizo de Schwyz por D. José Carlos, barón de Reding’ de Bi-
berreg. Figura con el número 4 de 10s seis regimientos
que, junto con los walones, constituían
servicio de España y que intervinieron
las milicias
suizos
extranjeras
en la Guerra de la Indepen-
al

dencia. Precisamente en 1805 este regimiento se encuentra de guarni-


ción en Palma de Mallorca.

Estos regimientos suizos eran más conocidos por el nombre de


su Coronel, a cuya familia estaba vinculado el mando. Teman un
régimen especial, por cuanto eran reclutados por medio de una
contrata del propio Estado Español con los cantones católicos de
Suiza (Soleure, Saint Gall, Schwyz, etc.. . .).

Se incluye en esta sección de DOCUMENTOS, la reproducción


del que obra en poder del Servicio Histórico Militar, porque ofrece
el interés excepcional de constituir en España un precedente remo-
to de la incorporación de la mujer al Ejército. Se trata del retrato,
señas particulares y otras circunstancias de la joven que, con el
nombre de Carlos, sentó plaza por cinco años en el regimiento ya
citado, el día 26 de diciembre de 1780.

Dos .síglos después, la Ley Orgánica 6/1980 vino a determinar


(art. 36) que «Ia Ley establecerá la forma de participación de la
mujer ,en la defensa nacional ». Esto se ha hecho posible a partir
de la promulgación del Real Decreto-ley 1/1988, de 22 de febrero,
por el que se regula la incorporación de la mujer a las Fuerzas Ar-
madas, cumplimentándose así el principio constitucional de no dis-
criminación por razón de sexo. En septiembre último, una vez su-
peradas las pruebas de las convocatorias correspondientes, veinti-
siete mujeres han conseguido ingresar en diversos Cuerpos de nues-
tros Ejércitos.
cdra re&m&z ,y herrnosu 8e Co&- :
sentópi?uzu por 3.. años en Mmtey en
el Rqjetltz) & Be ta&art eZ%a&G
&Dicíembre &1780,
MIAO &- 27. Je Diciembre ?e 1781.:
ACTIVIDADES DEL
SERVICIO HISTORICO MILITAR
II CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA .MILITAR EN
ZARAGOZA

El primer congreso internacional se celebró en noviembre de


1982, en la Academia General Militar de Zaragoza y reunió un nu-
meroso grupo de historiadores e investigadores civiles y militares.
En 1988 se desarrolló’ allí mismo el II Congreso internacional,
entre los días 25 y 28 de mayo, un paso más hacia la prolifera-
ción de contactos entre investigadores que dedican una buena
parte de sus quehaceres científicos a la reconstrucción del pasa-
do histórico de España a través del prisma específico que le .pro-
porciona la Historia Militar.

Para este certamen, dentro de los actos conmemorativos ,del


V Centenario del Descubrimiento de América, las diferentes áreas
temáticas y cronológicas estuvieron centradas sobre «La presen-
cia de España en las Indias. Ejército y Marina».

La organización corrió a cargo de la Cátedra «Miguel de Cer-


vantes>, de la Academia General Militar, con el patrocinio del Mi-
nisterio de Defensa y la Consejeria de Cultura y Educación de la
Diputación General de Aragón. La Comisión de Honor, cuya pre-
sidencia ostentaba S. M. el Rey, contó con destacadas autorida-
des nacionales, autonómicas y locales. De ella formaba parte el
General Director del Servicio Histórico Militar.

Con la experiencia acumulada de estos dos congresos parece


oportuno, según las conclusiones del mismo, encarar el desarro-
lló de programas de investigación comunes a civiles y militares,
organizar y perfeccionar el conocimiento del pasado histórico de
España e Hispanoamérica y promover la inclusión de futuros cer-
támenes en los cauces internacionales de Historia Militar.

Cabe, por último, reseñar la participación del Servicio Histó-


rico Militar dentro de las actividades del. área quinta de este
222 ACTIVIDADES DEL SERVICIO HISTORICO MILITAR

Congreso, que tenía como título genérico: Las reformas del si-
glo XVIII. Asimismo en este segundo semestre de 1988, colaboró en
los congresos internacionales que sobre Historia Militar se cele-
braron en Helsinki y Montreal, organizados por las comisiones de
Historia Militar respectivas de Finlandia y Canadá.

“’ VII COLOQUIO .DE HISTORIA


.< CA%ARIG-AMERICtiA ’’

Cada dos años viene celebrándose en Las Palmas de Gran Ca-


naria un Coloquio de Historia canario-americana patrocinado por
el Instituto de Cultura Iberoamericana, Gobierno de Canarias y
Caja Canarias, para el encuentro, de historiadores en el estudio
de los temas que le son propios; Las ponencias y comunicaciones
se expusieron en la Casa de Colón dependiente del Cabildo de la
Isla, del 3 al 7 de octubre del, año actual..
La concurrencia de dos centenarios, el fallecimiento de Car-
los III y el Descubrimiénto, incitaron a los organizadores a rea-
lizar Un seminario paralelo, bajo la dirección de D. Antonio, .Bei
thencourt Massieu, en el tratamiento de la obra del Rey Carlos,
mientras que la labor del coloquio fue presidida por el conocido
historiador D. Francisco Morales Padrón. ” ?
El Servicio Histórico Militar, esta vez por medio de su Archivo
General de Segovia, prestó su colaboración desinteresada, conse:
cuente a la valiosa documentación que custodia, presentando la
Ponencia: «Catálogo de documentación: Fondos del Archivo Ge-
neral Militar .de Segovia referentes’ a Canariaw. Aquél constituye
dos gruesos vohímenes realizados por el Jefe del citado archivo, el
Coronel de Artillería Di Epifanio Borreguero García, donde ,se reco-
gen 2.544 noticias sobre el Archipiélago; relacionadas con temas
militares, políticos, económicos, sociales, etc.. ., principalmente del
siglo XVIII al xx. A solicitud de los concurrentes constó en acta el
interés por la publicación de esos Fondos documentales.

EXPOSICIONES

El .Servicio Histórico Militar se precia de estar presente en los


actos culturales de carácter histórico milit.ar que se celebran en’
España. En,el segundo semestre de 1988, su colaboración generosa,
variada y de calidad se ha manifestado en exposiciones de mapas;
planos, do.cumentos 0. grabados, que aquf se conservan como, tes-
timonio de.la historia ,de los ejércitos españoles,’ y ‘que fueron so
licitados por los siguientes organismos: ~
ACTIVIDADES DEL SERVICIO HISTORICO MILITAR 223

- Museo de Arte e Historia de Durango, para el aSegundo en-


cuentro de los tres Durango,, sobre el origen de estas ciu-
dades en España, Méjico y Estados Unidos. (Del 6 al 30 de
septiembre de 1988).
- Ayuntamiento de Bayona (Pontevedra), con motivo de la
exposición «Baiona y el mar-D, dentro de los actos conme-
morativos del V Centenario del Descubrimiento. (Octubre
de 1988).
- Fundación Cultural hispano-británica, en colaboración con
el Ayuntamiento de Madrid, para la exposición awellington
y España. La Alianza de dos Monarquías», que fue inaugu-
rada por la Reina Isabel II de Inglaterra y el Duque de
Edimburgo en la mañana del día 19 de octubre, en el Museo
Municipal de Madrid. (Del 17 de octubre al ll de diciembre).
- Junta de Andalucía, con ocasión del programa conmemo-
rativo de «La Obra Pública en Andalucía en tiempos de
Carlos 111~. La exposición celebrada en Cádiz bajo el lema
«El litoral andaluz en tiempos de Carlos 111s (del 22 de
octubre al 12 de noviembre), contb con documentos carto-
gráficos, de los que se conservan en la Cartoteca de este
Servicio Histórico Militar.
- Dirección General de Bellas Artes y Archivos del Minists
rio de Cultura en relación con la conmemoración «Carlos III
y la Ilustración», y para la magna exposición que, bajo el
mismo título, inauguraron Sus Majestades los Reyes en el
Palacio de Velázquez del Retiro, el dia 9 de noviembre. Esta
muestra histórica tiene prevista su duración hasta el 22 de
enero de 1989. Mención especial se ha de hacer de la colabo-
ración del Servicio Histórico Militar a la citada conmemora-
ción, con la edición de la obra «Carlos III. Tropas de Casa
Real. Reales Cédulas,, de la que el lector encontrará una
recensión en el anterior numero, el 64, de la Revista de His-
toria Militar.
- Junta de Andalucía, dentro del programa conmemorativo
regional, ya citado, para la Sala de Exposiciones de la Caja
de Ahorros Provincial de Málaga en la muestra sobre cEl
litoral andaluz en tiempos de Carlos III». (Del 18 de no-
viembre al 2 de diciembre).
- Fábrica Nacional de Moneda y Timbre para la exhibición,
en su Museo, dedicada a «Carlos III y la Casa de la Monedan.
(Diciembre 1988 y enero 1989).
BIBLIOGRAFIA

1.5
«EL DISCURSO HISTORICO». Por JORGE LOZANO. Alianza Edi-
torial, Madrid, 1987. 233 páginas.

La .Historia Militar está íntimamente ligada a la Historia Ge:


neral. En el tomo 1 de su «Historia Militar» dejó escrito el Gene-
ral Almirante que «es absurda pretensión la de desligar, entresa
car, de. la Historia General la especial Militar. Es hacer caer del
cielo dos ejércitos, como aerolitos, que chocan y riñen sin saber
por qué. Mera descripción de batallas». Una y otra historias han
de hacerse de igual modo, por cuanto la Historia, que sin perder
su condición de Arte es actualmente Ciencia, tiene sus normas
o principios técnicos admitidos universalmente.

El autor del «Discurso histórico» no se contenta con estable-


cer resueltamente esa participación de ciencia y arte, sino que se
esfuerza en buena parte de sus páginas por considerar el aspecto
artístico como inseparable del trabajo del historiador. Esta mez-
cla de historia y arte se analiza con erudición precisa estudiando
las relaciones entre historia y crónica, historia y poética,. historia
y mito, historia y ficción.

Toda obra histórica se manifiesta como una estructura verbal


en forma de discurso narrativo. Pero antes de llegar a esa fase
final, el historiador ha de enfrentarse a la aprehensión del pasado
con técnicas y modos de investigación sobre los que inciden las
nuevas corrientes historiográficas en el tratamiento y análisis del
documento. En el intento de reconstruir el pasado, el documento
adquiere por sí sólo relieve y personalidad peculiar. A él se des-
tina, desde una perspectiva semiótica, un capítulo entero del li-
bro, que comprende desde el estudio del documento como mera
información al de texto de cultura, pasando por la incidencia de
la revolución documentaria del siglo XIX, donde radican los orí-
genes de la consideración científica de la Historia.

Si el capítulo primero está dedicado a la observación histórica


y al papel que la visión personal juega en la búsqueda de la ver-
dad histórica, en el último capítulo del libro el autor se reafirma
en la idea de lo verdadero como aspiración máxima del discurso
histórico, aun a sabiendas de que la oposición entre texto ficción
(mito, poesía, mera crónica...) y texto histórico no es nítida.
l
228 BIBLIOGRAFIA

Recuerda, asimismo, que mucha información que nos llega del


pasado contiene omisiones y distorsiones, muchas veces de difícil
localización. Por ello se detiene al final de su obra en el análisis de
modalidades enunciativas en pos de la verdad y credibilidad del
discurso histórico, estableciendo diferenciaciones tipológicas que
permiten, descubrir las distintas estrategias persuasivas del histo-
riador.

Se incluye, al final del libro, una bibliografía extensa (264 obras)


y moderna. Un 48 por 100 de la misma corresponde a la década
actual y un 36 por 100 a la década de los setenta.

El autor, al desentrañar la naturaleza de la producción histórica,


nos brinda una buena oportunidad para asomarnos al conjunto de
sugerencias que nos llegan desde la crítica histórica en general, en
beneficio de la actual labor de investigadores e historiadores mi-
litares.

dRMIES, CORPS, DIVISIONS AND SEPARATE BRIGADESn.


Army Lineage Series. Por JOHN B. WILSON. Centro de Historia
Militar del Ejército de los Estados Unidos. Washington, D. C.,
1987: 756 páginas y 88 láminas en color con insignias y distinti-
vos heráldicos.

El libro contiene una recopilación resumida de los historiales


de las Grandes Unidades del Ejército de los Estados Unidos (Ejér-
citos, Cuerpos de Ejército, Divisiones y Brigadas independientes).
Como quiera que en la mayoría de las Divisiones se especifican
los historiales de las Brigadas que las componen, el número de
aquéllos ascienden a un total de 135 historiales abreviados y nor-
malizados.

En las primeras páginas, se incluyen ochenta y ocho láminas


con las insignias y distintivos de las Grandes Unidades. Estas di-
visas, de simple diseño, se incorporaron paulatinamente a las en-
señas de las unidades y a los uniformes de sus soldados. Según
cita el autor, las primeras insignias (shoulder sleeve insignia) que
se recuerdan fueron utilizadas por los hombres de la 81 Disisión
durante la 1 Guerra Mundial. Se aprobó oficialmente su uso el 19
de octubre de 1918 por un telegrama dirigido al General de la
División.
BIBLIOGRAFIA 229

El Centro de Historia Militar del Ejército americano elabora


los certificados oficiales para cada Unidad, con su historial y con-
decoraciones recibidas. Los historiales que aparecen en este vo
lumen están tomados de esos certificados en forma abreviada y
son el resultado de una encomiable labor de investigación y re:
copilación efectuada por muchos miembros del departamento co-
rrespondiente en el Centro citado. Los historiales están cerrados
a finales de 1984.

Para cada Gran Unidad se especifica, en primer lugar, la in-


signia y distintivo normalmente con su descripción y simbolismo.
Sigue el historial propio, así como el de las Brigadas subordina-
das en su caso, una relación de las campanas bélicas en que ha
participado y otra de condecoraciones recibidas. Finalmente, ‘una
referencia bibliográfica sobre la actuación de la Gran Unidad. El
número de estas referencias, que ronda los cincuenta en algunos
casos, evidencia el interés del Ejército americano por mantener
y difundir las tradiciones de sus unidades.

«DICCIONARIO sHERALDICO Y NOBILIARIO DE LOS REINOS


DE ESPANA». Por FERNANDO GONZALEZ-DORIA. Editorial Bitáco-
ra. San Fernando de Henares (Madrid), 1987. 886 páginas tamaño
folio.

Ante el título de esta obra, lo primero que advierte el lector


de la misma es que en ella se contempla un contenido mucho más
rico que el de -un adiccionario de apellidos con descripción de
sus armerías». Ciertamente a este cometido se dedican la mitad
de sus páginas, que, bajo la denominación citada, constituyen el
título V de la segunda parte del libro. Pero el verdadero interés
de éste radica en la aportación de referencias históricas y en la
actualización de conocimientos y criterios sobre la problemática
de la Heráldica y Nobiliaria, con aclaraciones pertinentes sobre
cuestiones, principalmente jurídicas, que la evolución natural de
la genealogía nobiliaria plantea hoy día. Hasta el punto de que
la publicación de esta obra parece justificada en las circunstan-
cias históricas presentes en España, consideradas no solo en tér-
minos globales, sino coyunturales y consiguientes a la aparición
de la Constitución y el Real Decreto 1.368/1987 del Ministerio de
Justicia, a que se hace alusión desde la primera página.
230 BIBLIOGRAFU

Se tiene la impresión de hallarnos ante un buen trabajo que


puede servir tanto al historiador o jurista, como al lector aficio-
nado a estas ciencias, cuyo interés se mantiene vivo a través de
los años, incluso a toda persona que por sentirse implicado en
ellas, se acerca desde un ángulo más vivencial. Su utilidad es evi-
dente no ~610 como texto de consulta y referencia, sino como tra-
bajo magnífico en el que no quedan lagunas esenciales y cuyo
éxito lo constituye su capacidad de síntesis unida a una conside-
rable y conveniente temática. Aunque el gusto por la Heráldica y
Nobiliaria pueda ser minoritario, el autor consigue, de un modo
erudito a la vez que sencillo, hacerlas más asequibles brindando
una lectura sustanciosa y amplia.

La presentación de la obra, en un solo volumen, resulta apro-


piada; carece de introducción o preámbulo alguno y está dividi-
da en tres partes. La primera se titula «Libro de Oro de la Noble-
za Española» y trata, lógicamente en primer lugar, de la Real
Casa y Familia de S. M. el Rey. El autor expone con fundamentos
serios y razonados la necesidad de promulgar un «Estatuto de
la Familia Real», ley orgánica que, cumpliendo el mandato cons-
titucional del artículo 57-5), arroje luz aclaratoria ante las inter-
pretaciones que pueda suscitar el Real Decreto, ya citado, sobre
régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y
de los Regentes. Se consigna luego junto a la genealogía de la
Casa Real desde la Reconquista, los nombres de quienes se hallan
ligados con el Soberano felizmente reinante hasta el quinto grado
de consanguinidad. Se aborda posteriormente el origen, funda-
mento y significación de la dignidad de «grande de España», así
como la de los títulos nobiliarios españoles y de aquéllos extran-
jeros autorizados para ser usados en España. Finalmente se in-
cluye, también en esta primera parte, un diccionario de mercedes
nobiliarias españolas ocupadas y vacantes y una relación de las
disposiciones legales antiguas y actuales sobre el régimen jurídico
de los títulos nobiliarios con expresión sintetizada del principal
contenido de las mismas.

La segunda parte, la más extensa, está dedicada a la Heráldi-


ca, con nociones básicas sobre la ciencia del Blasón, ilustradas
con varias láminas, que en el conjunto de la obra ascienden a
6nce. Comprende el diccionario de apellidos mencionado al prin-
cipio de esta reseña. La tercera parte es un trabajo de elaboka-
ción y síntesis donde el autor hace gala de su. capacidad para en-
tender la historia, el ambiente y las circunstancias, incluso actua-
BIBLIOGRAFIA 231

les, de las distintas corporaciones nobiliarias, desde la insigne


Orden del Toisón de Oro hasta reales maestranzas, hermandades,
cofradías o cabildos, para finalizar con la Asociación de Hidalgos
a fuero de España, constituida oficialmente en 1945. También se
analizan los orígenes y evolución de la Nobleza, en general, y se
añade una breve reseña de las corporaciones extinguidas.

En suma, este libro, pleno de aciertos, ha de contribuir a re-


solver polémicas y especulaciones originadas, entre otros avatares,
en la escisión dinástica del pasado siglo y las circunstancias histd
ricas superadas por la Monarquía Española en el siglo actual. La
calidad del autor está a la altura de objeto perseguido: ofrecer un
complejo trabajo de consulta actual y fiable.

.
«LA CROISADE EUROPEENE POUR L’INDEPENDANCE DES
ETATS-UNZS». Por JACQUES DE LAUNAY. Ediciones Albin Michel,
1988. 22 rue Huyghens, Paris. 260 páginas con un cuadernillo cen-
tral de fotografías.

El autor, antiguo miembro de la Resistencia francesa, ha es-


crito numerosas obras sobre la segunda guerra mundial, algunas
tejidas en torno a cuestiones o personajes polémicos y diplomacia
secreta. Muchos de sus trabajos se han traducido a varios idio-
mas, principalmente uGrandes Controverses de I’Histoire Moder-
ne 1789-1973» (3 vol. traducidos a ocho idiomas) y aHistoire de
la diplomatie secrete 1789-1945» (2 vol. traducidos a siete idiomas).

El prólogo del libro está escrito por el conde René de Cham-


brun, descendiente de La Fayette. La obra no relata la historia de
la guerra de la Independencia americana. Es más bien una trama
reconstituida de las etapas de una apasionante aventura por la
libertad, que culminó con la independencia de las trece colonias
anglosajonas. Launay la define como «una verdadera cruzada eu-
ropea de diez mil hombres, sobre todo franceses», en ayuda de los
soldados de Washington, a cuyo ejército improvisado aportó jefes
de la categoría de La Fayette, Steuben, Kosciuszko y Pulaski, cuyo
ejemplo, a medida que se ganaban la confianza y la estima de sus
subordinados, estaba predestinado al éxito. Respecto a las tropas
españolas, se hace constar que «combatían en el marco del ejér-
cito español, no como voluntarios».
232 BIBLIOGRAFIA

Antes de seguir, merece la pena detenerse a considerar un as-


pecto interesante que subyace a lo largo de esta historia. Se trata
de la controversia planteada entre el aliento de libertad que anima
la revolución norteamericana y el impulso idealista. de reforma
que enciende la revolución francesa posterior. Sabido es que el
movimiento ‘de independencia norteamericano es un factor directo
en la preparación del asalto revolucionario francés.

Pues bien, el autor se inclina por el primero, exaltando la ac-


tuación de una variada gama de personajes europeos y de los en-
laces de la revolución americana en París, que contribuyeron deci-
sivamente a la independencia de los Estados Unidos. Personajes
aamericanosn y fracmasones, que seguidores de un orden nuevo se
ven a la postre desbordados por los revolucionarios franceses, que
los condenaron a muerte o al exilio. Al final del libro se da cuenta,
en patética relación, del triste desenlace de casi todos ellos, de los
que apenas se salvan tres: La Fayette, gracias al homenaje inin-
terrumpido y anual de un representante estadounidense sobre su
tumba; Kosciuszko que, por dos veces, pudo volver a luchar por
la libertad de su patria, y el conde Saint-Simon, merced a sus
discípulos que «hicieron florecer, al modo americano, la libre em-
presa que se inscribe en el testamento de los cruzados europeos
de América».

Con estas palabras se concluye este relato histórico, que nos


da una visión viva de la historia del París de la época, escrita en
un francés ameno, con un estilo literario dinámico y poético a la
vez. Los acontecimientos históricos más importantes, tanto en Amé-
rica como en Europa, se siguen a través de una serie de personali-
dades célebres, analizadas cuidadosamente al hilo de situaciones,
entrevistas, relaciones, tendencias o ademanes que mantienen en
todo momento el interés de la narración. Para ello Launay no es-
catima los detalles anecdóticos de todo tipo que sorprenden agra-
dablemente en el entramado histórico forjado con multitud de
fechas precisas y lugares o localidades concretas, producto de una
investigación histórica esmerada y apasionada.

En suma, cabe afirmar que el libro está bien documentado y,


en consecuencia, bien tratado todo el esfuerzo que supuso el apoyo
militar y financiero de las potencias europeas enemigas de Ingla-
terra, principalmente de Francia, la vencida en 1763. Completan
el mismo doce apéndices -cuyos títulos son suficientemente ilus-
trativos: algunos datos económicos; los. tratados de Versalles
BBLIOGRAFIA 233

(1783); la ayuda financiera francesa a los insurgentes; el cuerpo


expedicionario de Rochambeau; los mercenarios extranjeros; los
voluntarios griegos en la guerra de la Independencia; la revolu-
ción y los francmasones americanos y franceses; la relación Fersen-
María Antonieta; la bandera americana;, la declaración de indepen-
dencia (1776); el simbolismo del dólar U.S. y de la estatua de la
libertad; el museo nacional de la cooperación francoamericana de
Blérancourt. Finalmente, una tabla cronológica y la abundante bi-
bliografía de referencia.

«ALFONSO XIII Y LA ACADEMIA DE ZNFANTERIA» Por JOSÉ


LUIS ISABEL SANCHEZ, Teniente Coronel de Infantería. Imprenta
de la Academia de Infantería. Toledo, 1988. 164 páginas, tamaño
folio, con 120 fotografías de la época.

El libro, de esmerada presentación y con todas sus páginas or-


ladas, exalta la memoria de Don Alfonso XIII y la Academia de
Infantería con ocasión de las numerosas visitas que aquél realizó a
este Centro, modelo ya entonces de instrucción militar. Se trata,
fundamentalmente, de una obra de recopilación de documentación
variada con los testimonios gráficos de los acontecimientos corres-
pondientes, alguno de ellos de entrañable interés humano.

La documentación se compone de extractos de órdenes e ins-


trucciones de distintos niveles jerárquicos: Real Orden inserta en
Diario Oficial, Orden general de la Inspección General de Acade-
mias, del propio Centro, instrucciones directas de la Casa Real,
instrucciones particulares para los supuestos tácticos. También, de
párrafos de telegramas oficiales del Rey, del Ministro de la Guerra
o del Director de la Academia. Se transcriben, igualmente, discur-
sos regios o alocuciones de personalidades presentes en los actos
que se reseñan, destacando las de eminentes dignatarios extranjeros.

Los acontecimientos referidos son treinta y cinco, que se suceden


desde 1899 hasta la festividad del Corpus Christi en junio de 1928.
Las circunstancias de los mismos son muy variadas, desde actos
como la Jura de Bandera, visitas de reyes, jefes de Estado o ilus-
tres militares extranjeros, hasta revistas de inspección con ocasión
de maniobras, alguna de ellas imprevista, e incluso el ataque noc-
turno al campamento de Los Alijares, de cuya motivación y reali-
zación participó el Monarca. Todos ellos evidencian su entusiasta
234 BIBLIOGRAFIA

vocación militar, la dedicación preferencial que dispensó a la Aca-


demia de Infantería y las consiguientes muestras de lealtad y pro-
fundo cariño que suscitó entre el profesorado y alumnos de la
misma. Así, parece natural que Su Majestad desfilara, en más de
una ocasión, al frente de la Academia.

,El Teniente Coronel don José Luis Isabel Sánchez ha sabido


recoger en este libro esos memorables recuerdos de Alfonso XIII,
haciendo desfilar ante el lector numerosos detalles y anécdotas,
con claridad y concisión castrenses, que reflejan nítidamente el
perfil de la sensibilidad regia por lo militar. Es un digno y sencillo
homenaje a Don Alfonso XIII, muy propio del autor siempre atento
a la circunstancia histórica de su Academia, como ya lo puso de
manifiesto en su anterior obra, de 1987, «Toledo y los Centros de
Instrucción Militar».
OBRAS EDITADAS
POR EL
SERVICIO HISTORICO MILITAR
-<

OBRAS DISPONIBLES PARA LA:,VENTi 1


L : :
Revista de Historia Militar

Números 50 a 65 (ambos inclusive). Números


extraordinarios dedicados respectkamente a
aVillamartínti, al «III Centenario del Marqués
de Santa Cruz de Marcenado», e’«Indice gene-
ral de la Revista de Historia Militar?, que com-
prende. los números 1 al 52 (Madrid, 1982).
Temática, cronológicos, de autores, de voces,
de recensiones (123 páginas).

La Guerra de la Independencia
Tomo 1: Antecedentes y Preliminares (Madrid,
1966).
Tomo III: La Segunda campaña de 1808 (Ma-
drid, 1974).
Tomo IV: Campaña de 1809 (Madrid, 1977).
Tomo V: Campaña de 1810 (Madrid, 1981).
Próxima reedición del tomo II y publicación
del VI.
Indice bibliográfico de la Colección Documen-
tal del Fraile, con 449 páginas (Madrid, 1983.)

OBSERVACIONES
Las obras reseñadas se encuentran disponibles para la wnta. Pueden ser adqui-
ridas personalmente en la.Sccci6n de Distribución de obras de. este Servicio Histórico
Militar (calle Martires de Alcalá, núm. 9, 28015-Madrid, teléfono 247 03 OO. También
se remite a provincias por correo certificado contra reembolso, y en este caso se
incrementan los gastos de envío, derechos y tasa fija.
Al personal de la Administración Militar (militar o civil) y a librerías se fa-
cilitan las obras con la bonificación correspondiente sobre el precio de venta, a
excepción de la ~Revista de Historia Militar, y Carpetas de Láminas de diferentes
Ejércitos.
238 OBRAS EDITADAS POR EL SERVICIO HISTORICO MILITAR

Cartografia y Relaciones Históricas de Ultramar

Tomo 1: América en general (dos volúmenes).


Tomo V: Colombia, Panamá y Venezuela (Dos
volúmenes).
El Castillo de San Lorenzo el Real de Chagre.
Edición en colaboración: Ministerio de De-
fensa-servicio Histórico Militar y Ministerio
de Obras Públicas y Urbanismo.
El Real Felipe del Callao. Primer Castillo de
la Mar del Sur, con 96 páginas, 27 láminas
en color y 39 en negro (Madrid, 1983).

Coronel Juan Guillermo de Marquiegui. Un personaje americano


al servicio de España (1777-1840) con 245 páginas, 8 láminas
en color y 12 en negro (Madrid, 1982).
Las fortalezas de Puerto Cabello. Aportación del Servicio Histórico
Militar a la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento
de América. Madrid, 1988, con 366 páginas en papel couché
(137 láminas y 19 ilustraciones).

Dos expediciones españolas contra Argel (1541-1775).


Historia de las Campañas de Marruecos:
- Tomo III (1919-1923), 724 páginas, con abundantes croquis
y fotografías en negro.
- Tomo IV (1923-1927) 270 páginas, con croquis y fotografías
en negro.

Estudios sobre la Guerra de España (1936-1939)

- La guerra de minas en España (Madrid, 1948). Un volumen


de 134 páginas, con fotografías y planos.
- Partes oficiales de guerra (1936-1939), dos volúmenes. Madrid,
1978.
- Monografías:

1. La marcha sobre Madrid. 373 páginas, 11 croquis, 24 lá-


minas de fotograbados. Nueva edición revisada en 1982.
OBRAS EDITADAS POR EL SERVICIO HISTORICO MILITAR 239

2. La lucha en torno a Madrid, con 338 páginas, 14 croquis


en color y 22 láminas en negro. Nuevo edición, amplia-
da y revisada. Madrid, 1984.
3. La Campaña de Andalucía. Nueva edición con 284 páginas
y 17 croquis en color y 20 láminas en negro, reeditada en
1986.
4. Nueve meses de la guerra en el Norte, 313 páginas, 17 cro-
quis en color, 18 láminas en negro. Nueva edición, ‘revi-
sada en 1980.
8. El final del frente del Norte, 313 páginas, 13 croquis en
color, 24 láminas en negro (Madrid, 1972).
ll. La llegada al mar, 10 croquis en color, 24 láminas en negro,
13 documentos (Madrid, 1975).
12. La ofensiva sobre Valencia, 295 páginas con fotografías
y croquis (Madrid, 1977).
13. La batalla del Ebro. Nueva edición con 376 páginas, 14 cro-
quis en color, 24 láminas en negro, tres documentos, reedi-
tada en 1988.
14. La Campaña de Cataluña, 313 páginas, 10 croquis en co-
lor, 22 láminas en negro, ll documentos (Madrid, 1979).
15. La batalla de PozoblanCo y el cierre de
la bolsa de Mérida, 368 páginas, 18 cro-
quis en color, 20 láminas en negro (Ma-
drid, 1981).
16. Los Asedios, 358 páginas, 10 croquis
en color y 24 láminas en negro (1983).
17. El final de la Guerra Civil, 396 pági-
nas, 10 croquis en color y 24 láminas
en negro (1985).

Historia del Ejército Español

Tomo 1: Los orígenes (desde los tiempos pri-


mitivos hasta la invasión musulmana), con
10 láminas en color, 20 en negro y numero-
sos mapas, croquis y grabados en texto, 448
páginas, 2.” ‘edición, 1983.
Tomo II: Los Ejércitos de la Reconquista, con
9 láminas en color, 23 en negro, croquis y
grabados en texto, 235 páginas (Madrid,
1984).
240 OBRAS EDITADAS ‘POR EL SERVICIO HISTORICO MILITAR

Historiales de los Cuerpos y del Ejkrcito en general

Tomo IV: Infantería. Historiales, escudos y banderas de los Regi-


mientos de Infantería (del numero 41 al 54), 403 páginas, 17 lá-
minas a color (Madrid, 1973).
Tomo V: Infantería. Historiales de escudos y banderas de los Regi-
mientos de Infantería (del número 55 al 60), 35 láminas a color
y 14 en negro (Madrid, 1981).
Tomo VI: Regimiento de Infantería «Alcázar de Toledo», número 61.
Con 288 páginas, 20 láminas a cuatro colores y 5 en negro (Ma-
drid, 1984).
Tomo VII: Regimiento de Cazadores de Mon-
taña «Arapiles» número 62. Con 189 páginas,
19 IXminas a color y 9 en negro (Madrid,
‘31 1986).
Regimiento de Caballeria Dragones de Santiago
número 1, con 18 páginas (1965).
Regimiento Mixto de Artillería núm. 2, con 15
páginas (1965).
Regimiento de Zapadores núm. 1, para Cuerpo
de Ejército, con 25 páginas (1965).
Organización de.la Artillería española en el si-
glo XVIII, 376 páginas (1982).
Las Campañas de la Caballería española en el
siglo XZX. Tomos 1 y II, con 960 páginas
48 gráficos y ,16 láminas en color (1985).
Bases documentales del carlismo y guerras car-
listas de los siglos XIX y XX. Tomos 1 y II,
con 480 páginas, ll láminas en negro y 9 en
color (1985).

.Evolución de las Divisas en las Armas del Ejército español (1987).


Con prólogo, tres anexos y un apéndice con
las modificaciones posteriores a 1982: Trata
de los distintos empleos, grados y jerarquías,
con minuciosas ilustraciones en color. Está
dividido por siglos y reinados, en cada uno
de los cuales se analizan las vicisitudes habi-
das en los empleos y distintivos correspon-
dientes.
OBRAS EDITADAS POR EL SERVICIO HISTORICO MILITAR 241

Iierzildica
Tl amo 1: Tratado de He ráldica Militar. Libro 1.
y 2?, en un ~610 ejemplar, con 288 páginas
sobre papel ahuesado con 68 láminas en ocho
colores y 50 en negro (escudos de armas,
esmaites heráldicos, coronas, cascos, etc.).
Tomo II: Tratado de Heráldica Militar. Libro
3.” Diferentes métodos de blasonar y lemas
heráldicos. Libro 4.” Terminología armera y
el arnés, con 389 págs. sobre papel ahuesado
(con ocho láminas en ocho colores y una en negro) (Madrid, 1984).

Blasones Militares. Edición restringida. 440 pá:


ginas, tamaño folio, en papel cuché. 150
documentos (pasaportes, licencias, nombra-
mientos, etc.) con el sello de las autoridades
militares que los expidieron: 124 escudos de
armas, en color, de ilustres personalidades
militares de los tres últimos siglos; catorce
retratos y reseñas de otros tantos virreyes
del Perú (1987). , ‘>

‘.
Galería Militar Contemporánea ~’

Tomo 1: La Real y Militar Orden de San Fernando (Primera parte),


2.” edición (Madrid, 1984) con 435 páginas.
Tomo II: Medalla Militar. Primera parte: Generales y Coroneles
(Madrid, 1970) 622 páginas.
Tomo III: Medalla Militar. Segunda parte: Tenientes Coroneles y
Comandantes (Madrid, 1973), 497 páginas.
Tomo IV: Medalla Militar: Tercera parte: Oficiales (Madrid, 1974)
498 páginas.
Tomo V: Medalla Militar. Cuarta parte: Suboficiales, tropa y con-
decoraciones colectivas (Madrid, 1976) 513 páginas.
Tomo VI: La Real y Militar Orden de San Fernando (Segunda
parte). (Madrid, 1980) 354 páginas.
Tomo VII: Medalla Militar (Quinta parte). Condecorados en las
Campañas de Africa de 1893 a 1935 (1980), 335 páginas.
Historia de Tres Laureadas: «El Regimiento de Artillería núme-
ro 46», con 318 páginas, 10 láminas en color y 23 en negro
(Madrid, 1984).
242 OBRAS EDITADAS POR EL SERVICIO HISTORICO MILITAR

Otras obras

Carlos III. Tropas de Casa Real. Reales Cé-


dulas. Edición restringida. Servicio Históri-
co Militar. Madrid, 1988.350 páginas, tamaño
folio en papel verjurado, veinticuatro láminas
en papel cuché y color, doce de ellas dobles.

Catálogo de los fondos cartográficos del Servicio Histórico Militar.


Dos volúmenes, mapas y planos. Año 1981.
Carpetas de láminas:
- Ejército Austro-Húngaro. Carpeta de Ar-
mas y carpeta de Servicios. Cuatro lámi-
nas cada una.
- Caballeria europea. Cuatro láminas.
- Milicia Nacional local voluntaria de Ma-
drid. Dos carpetas a seis láminas cada
una.
- Ejército alemán, siglo XIX. Carpeta de seis
láminas.
- Carlos III. Tropas de Casa Real. Carpeta
de seis láminas.
REVUE HISTORIQUE DES -ARMEES
Premiada por la Academia Francesa en 1954. Premiada por la
Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1981. Publicación
trimestral, creada en 1945. Châteaux de Vincennes. 94304 Cedex.
Tfno. 43741155.

El número 3 de 1988, dedicado a la «Guerra de 1914-1918»,


presenta el siguiente

SUMARIO

uPreámbulo, por GUY PÉDRONCINI, Profesor Titular de la Sorbona.


&a guerra de 1870 y sus repercusiones sobre los comienzos de 1914~, por el Te-
niente Coronel PUGENS.
aLa vela de las armas el 4 de septiembre de 1914>1,por PIERRE SEINCE.
aE diario de un soldado: la guerra de 19141918 vivida por Francisco Arnolletm, por
MICHELE ARNOLLET.
«La incursión de 700 Kms. del Primer Regimiento de Caballeria en Siria durante
1918~, por PIERRE MEGNIN.
«La guerra subterránea en Champaña, vestigios y recuerdosn, por GERVAIS CA-
DARIO.
«La creación de un ejército polaco en Francia, 1917-1919s por FREDÉRIC GUELTON.
aE general Boichut (18641941)., por LUCIEN MAILLI?.
nOpinión sobre los aliados de los combatientes en 1918, según los archivos del
Control postala, por JEAN NICOT.
uLa firma del armisticio de noviembre de 1918~, por FRlZDÉRIC GUELTON.
aE general Roques, inspector permanente de la AeronauticaB, por RNRIC ANDRÉ.
aLas pérdidas humanas en la aviacion francesa (19141918)., por CHRISTIAN DEL
PORTE.
aIdeas sobre la doctrina de empleo de la Aeronáutica militar francesa (1914-1918)~.
por PATRICK FACON.
aLos grupos mixtos de autoametralladoras y de autocañones de la Marina durante
la guerra de 19149, por el Coronel ANGE POLI.

Fuera de programa:
aLas minas magnéticas alemanas en la campana de Francia (1939-1940)1p, por el
Capitán de Navío CLAUDE HUAN y por ALAIN MARCHAND.
<Abrahan Duquesne, 1610-1688~; por:. el Contralmirante HUBERT GRANIER.
Tradiciones y símbolos militares.
Congresos y coloquios.
Bibliografía.
. .. .
El título de Príncipe de Asturias cumple seis siglos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Referencias históricas de Marruecos en el desierto sahariano, por José Ramón


Diego Aguirre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Las buenas costumbres y el orden público en el reinado de Carlos III, por Leoncio
Verdera Franco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Ricardos y la Academia de Caballería de Ocaña, por Mateo Martínez Fernández . . . . . . . . . . . 61

El levantamiento guerrillero en la guerra de la Independencia, por Santiago


Sáiz Bayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

Capitanes y Capitanías Generales, por Aurelio Gualta Martorell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

La Numismática y el Ejército, por Ricardo Pardo Camacho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

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