''El Empirismo'', Hume
''El Empirismo'', Hume
''El Empirismo'', Hume
EL EMPIRISMO
SECCIÓN I. EL EMPIRISMO CLÁSICO: HUME
1. El empirismo y Hume
En tanto el racionalismo afirmaba (cf. Cap. VIII, § I 3) que la razón conoce sin ayuda
de la experiencia -y, más aun, que todo factor empírico debiera ser dejado de lado para
que la razón, entendida como facultad innata, funcione con plenitud-, el empirismo
sostiene la tesis contraria. Todo conocimiento deriva en última instancia de la experiencia
sensible; ésta es la única fuente de conocimiento, y sin ella no se lograría saber ninguno.
El espíritu no está dotado de ningún contenido originario, sino que es comparable a una
hoja de papel en blanco (a white paper), que sólo la experiencia va llenando.- Así como
para el racionalismo el ideal del conocimiento se hallaba en las matemáticas, constituidas
por juicios universales y necesarios (a priori), el empirismo lo encuentra más bien en las
ciencias naturales o tácticas (cf. Cap. III, § 2), en las ciencias de observación, cuyos
juicios son particulares y contingentes (a posteriori). -Por último, mientras que el
racionalismo expresaba una tendencia filosófica declaradamente metafísica, porque
afirmaba la posibilidad del conocimiento de una realidad que trasciende los límites de la
experiencia (ideas platónicas, substancias. Dios), el empirismo propende, en general, a
negar la posibilidad de la metafísica y a confinar el conocimiento a los fenómenos, a las
fronteras de la experiencia: no hay más conocimiento de las cosas y procesos que el que
se logra mediante la sensibilidad; la "razón" no podría tener otra función, según esto,
como no fuera la de ordenar lógicamente los materiales que los sentidos ofrecen.
1
La inducción es el razonamiento que va de lo individual a lo general -observando lo que ocurre con un
cuerpo sometido a la acción del calor, y luego con otro, y con otro, etc., se termina por llegar al juicio
universal: "el calor dilata los cuerpos". La deducción, en cambio, sigue el camino inverso: de lo universal a lo
particular o singular -por ejemplo, el silogismo "todos los hombres son mortales, Sócrates...", etc.
2. Impresiones e ideas
Como filósofo empirista. Hume sostiene que todo conocimiento en última instancia
procede de la experiencia; sea de la experiencia externa, vale decir, la que proviene de
los sentidos, como la vista, el oído, etc., sea de la experiencia íntima, la autoexperiencia.
Según esto, el estudio que Hume se propone emprender consistirá en el análisis de los
hechos de la propia experiencia, de los que hoy se denominan hechos psíquicos y que
Hume llama percepciones del espíritu (donde "percepción" es sinónimo de cualquier
estado de conciencia). A las percepciones que se reciben de modo directo las denomina
Hume impresiones, y las divide en impresiones de la sensación, es decir, las que
provienen del oído, del tacto, de la vista, etc. (las que están referidas al "mundo exterior"),
e impresiones de la reflexión, vale decir, las de nuestra propia interioridad; ejemplo de
impresión de la sensación, un color, o un sabor determinados; impresión de la reflexión, el
estado de tristeza en que ahora me encuentro.
Estas impresiones, o representaciones originarias, se diferencian de las
percepciones derivadas, que Hume llama ideas, como v. gr. los fenómenos de la memoria
o de la fantasía. En su Investigación sobre el entendimiento humano escribe:
Todo el mundo admitirá fácilmente que hay una considerable diferencia entre las
percepciones del espíritu cuando una persona siente el dolor del calor excesivo, o el
placer de la tibieza moderada, y cuando después recuerda en su memoria esa sensación
2
o la anticipa imaginándola.
No es lo mismo, en efecto, estar encolerizado que recordar la cólera del día anterior,
o imaginar cómo me puedo encolerizar por algún hecho futuro. Hay entonces una
diferencia fundamental entre "impresiones" e "ideas". Y esta diferencia, según Hume, es
una diferencia de intensidad o vivacidad:
Con el término impresión significo, pues, todas nuestras percepciones más
vivaces cuando oímos o vemos o palpamos o amamos u odiamos o deseamos o
queremos. Y las impresiones se distinguen de las ideas -que son las percepciones
2
An Enquiry Concerning Human Understanding (ed. L.A. Selby-Bigge, Oxford, Al the Clarendon Press,
2
1961), Section II, p. 17 (trad. esp. Investigación sobre el entendimiento humano. Buenos Aires, Losada,
1945. p. 49).
3
op. cit., sec. II, p. 17 (trad. p. 50).
Tanto las ideas cuanto las impresiones pueden ser a su vez complejas o simples,
según que se las pueda descomponer o no:
Aunque un color particular, o un sabor u olor son cualidades que están todas
reunidas en esta manzana, es fácil darse cuenta de que no son lo mismo, sino que al
5
menos son distinguibles unas de otras.
4
op. cit., sec. II, p. 18 (trad. p. 51).
5
A Treatise of Human Nature, Libro I, Parte I, Sec. I (cd. L.A. Selby-Bigge, Oxfofd, At the Clarendon Press.
1960), p. 2.
6
Enquiry, sec. III, p. 24 (trad. p. 58).
7
Cf. Enquiry, sec. I, pp. 14-15 (Trad. pp. 46-47).
8
An Abstract of a Book lately published, entituled A Treatise of Human Nature, ed. J. M. Keynes and P.
Sraffa. Cambridge, 1938 (cit. por T.E. Jessop, "Sonic Misunderstandings of Hume", en V. C. Chappell. ed.,
Hume, London. Macmillan. 1968. p. 47).
Hume cree poder probar el principio empirista mediante dos argumentos. En primer
lugar,
De manera que si nos ponemos a analizar nuestras ideas, por más complicadas o
sublimes que sean, por más alejadas de la sensibilidad que parezcan, se verá que en
última instancia se reducen siempre a impresiones. Y de ello es un ejemplo, además de la
"montaña de oro", ya mencionada, la mismísima idea de Dios. En efecto,
la idea de Dios, con el significado de un Ser infinitamente inteligente, sabio y idea de Dios
bueno, surge al reflexionar sobre las operaciones de nuestro propio espíritu y al
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aumentar ilimitadamente estas cualidades de bondad y sabiduría.
Y mientras que el filósofo francés se sentía forzado a sostener que a esa idea
correspondía en la realidad un ente efectivamente existente (cf. Cap. VIII, §11), Hume se
limita tan sólo a comprobar que de hecho tenemos tal idea, pero que, por el momento al
menos, no es sino una idea más, sin ningún privilegio respecto de las otras, y comparable
por tanto a la idea de centauro, a la de sirena o a la de montaña de oro. Quizás a la idea
de Dios corresponda una realidad, es posible que haya Dios (como tal vez haya sirenas
en algún remoto lugar del océano), pero también es posible que no exista; por lo tanto,
Dios no es por lo pronto, según Hume, nada más que una mera idea.
si ocurre que, por defecto del órgano, una persona no es capaz de experimentar
ninguna clase de sensación, tiene la misma incapacidad para formar las ideas
correspondientes. Así, un ciego no puede formarse noción de los colores ni un sordo de
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los sonidos.
Pero si se otorgase a cualquiera de ellos el buen uso del órgano de que carecen, el
ciego pronto llegaría a alcanzar la idea de color o el sordo la de sonido.
De esta manera Hume se encuentra en condiciones de formular el criterio con que
determinar la validez de una idea. Toda idea deriva en definitiva de alguna impresión,
según se ha visto; pero para que la idea tenga valor objetivo, es preciso que copie o
represente exactamente una impresión, es decir, que le corresponda una impresión con el
mismo significado que posee la idea -y si se trata de una idea compleja, habrá de
corresponderle una impresión a cada uno de sus elementos, y en la misma relación con
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que se dan en la idea. Una idea es válida en cuanto concuerda con las impresiones. Sí
la impresión faltase, como en el caso de la montaña de oro -porque no tengo impresión de
montaña y oro a la vez-, ello querría decir que la idea no es válida, que no es una idea
objetiva, sino una idea carente de significación real, producto sólo de la imaginación. En
consecuencia.
14
Enquiry, sec. II, p. 20 (trad. p. 52).
15
Cf. Treatise, Libro II, parle III. sec. IlI, p. 415; II, III, X, p. 448; III, 1, I, p. 458.
16
Enquiry, sec. III. p. 22 (trad. pp. 54-55).
17
op. cit., sec. IV. parte I, p. 25 (trad. p. 62).
18
op. cit., pp. 25-26 (trad. p. 62).
19
op. cit p. 26 (trad. p. 63).
20
op. cit. sec. VIl. parte I, p. 63 (trad. pp. 111-112, retocada).
Cuando veo, por ejemplo, que una bola de billar se mueve en línea recta hacia
otra y aun suponiendo que por casualidad se me ocurriera que el movimiento de la
segunda bola es el resultado de su contacto o impulso, ¿no puedo acaso suponer que
cien sucesos diferentes podrían haberse seguido de esa causa? ¿No pueden ambas
bolas quedar en absoluto reposo? ¿No puede la primera bola volver en línea recta o
rebotar en la segunda en cualquier línea o dirección? Todas estas suposiciones son
compatibles y concebibles. ¿Por qué, entonces, deberemos dar preferencia a una que
no es más compatible y concebible que el resto? Ninguno de nuestros razonamientos a
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priori será capaz de mostrarnos un fundamento de esta preferencia.
Dicho de otro modo: con la razón solamente -esto es, sin recordar lo que ya
sabemos y sin ningún otro recurso a la experiencia-, simplemente pensando sobre un
hecho, nunca se llegará a saber qué efecto podrá producir, porque racionalmente son
pensables sin contradicción las más diversas posibilidades. La idea de conexión
necesaria, pues, tampoco procede de la razón.
Aunque se suponga que las facultades racionales de Adán eran completamente
perfectas desde el primer momento, no podría haber inferido de la fluidez, y
transparencia del agua que podía ahogarse en ella, o de la luz y el calor del fuego, que
22
éste podía consumirlo.
Si se nos presenta un cuerpo de color y consistencia iguales a los de) pan que
anteriormente hemos comido, no tendríamos inconveniente en volver a comerlo,
23
previendo con certeza un alimento y sustento iguales,
así como confiamos en que la bola de billar ahora en movimiento habrá de mover a
la que encuentra en su camino. ¿Cómo es que pasamos de los casos observados a los
casos futuros, y con plena seguridad de que siempre ha de ocurrir así?
21
op. cit., sec. IV, parte I, pp. 29-30 (trad. p. 67); cf. sec. IV, parte II, p. 35 (trad. pp. 75-76).
22
op.cit., sec. IV, parte I, p. 27 (trad. p. 64, retocada).
23
op. cit., sec. IV, parte II, p. 33 (trad. p. 74).
que esta persona ha adquirido más experiencia y que ha vivido tanto tiempo en el
mundo que ha observado que los objetos o sucesos familiares están constantemente
26
ayuntados.
La experiencia, las repetidas observaciones, le han permitido notar que los dos
hechos del ejemplo, el movimiento de una bola de billar y el de la otra, han estado
siempre acompañados o ayuntados (conjoined); que constantemente un hecho ha
seguido al otro; en un caso, en dos, en cien, en todos los casos que han caído bajo su
observación. Y entonces, como consecuencia de toda esta experiencia, después de haber
visto muchas veces que cuando una bola de billar golpeaba a otra la segunda se movía,
ocurre algo nuevo en su espíritu: que si ahora, una vez más, ve una bola de billar en
movimiento dirigirse hacia otra, concluirá, antes de ver lo que va a suceder, que la
segunda bola también se va a mover:
Nuestro hombre ha observado multitud de casos en los cuales una bola de billar
golpea a otra y la segunda se mueve, y se pregunta entonces Hume si esa persona,
después de haber visto tal número de casos, ve, en rigor, algo más que lo que había visto
en la primera ocasión. La primera vez, cuando apareció de repente en el mundo, no vio
más que sucesiones; ahora, después de la observación de muchos casos, ¿ve acaso algo
más? Es evidente que no, que no hay ninguna nueva impresión. Ni tampoco hay nada con
que la razón pueda haber contribuido, según se mostró más arriba. Y, sin embargo, ahora
el personaje del ejemplo hace algo que antes no había podido hacer: con sólo ver el
primer movimiento, infiere el segundo. ¿Qué ha ocurrido, entonces, para que pueda
24
op. cit., sec. V, parte I, p. 42 (trad. p. 84).
25
loc. cit.
26
loc. cit.
27
loc. cit.
Parece, pues, que esta idea de una conexión necesaria entre los sucesos surge
de casos similares en que ocurre la ayuntación constante de estos sucesos, ya que
ninguno de estos casos [por sí solo] puede sugerirnos esa idea, aunque fueran
examinados por todos sus costados y desde todos los ángulos. Pero en un número de
casos que se suponen similares, no hay ninguna diferencia con cada uno de los casos
aislados, salvo que después de una repetición de casos similares el hábito conduce al
espíritu, al aparecer un suceso, a esperar su acompañante usual y a creer que existirá.
Por tanto, esta conexión que sentimos en el espíritu, esta acostumbrada transición de la
imaginación de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o impresión a partir
29
de la cual formamos la idea de fuerza o de conexión necesaria. Eso es todo.
28
op. cit. , p. 43 (trad. pp. 84-85).
29
op. cit. , scc. VII, parle II, p. 75 (Irad. p. 126, retocada).
Si [la idea de substancia] nos fuese comunicada por nuestros sentidos, pregunto:
¿por cuál de ellos, y de qué manera? Si fuese percibida por los ojos, debe ser un
color; si por los oídos, un sonido; si por el paladar, un sabor; y lo mismo respecto
30
Treatise. lib. I, parte I, sec. VI, p. 16.
31
loc. cit. (trad. esp.. Madrid, Calpe, 1923, tomo I, p. 44, retocada).
32
The Letters of David Hume (ed. by J.Y.T. Greig. Oxford, At the Clarendon Press, 1932). tomo I, p. 94.
33
Treatise, lib. I. parte IV, sec. VI, p. 252 (trad. esp.. I, p. 390, retocada).
34
loc. cit. (trad. loc. cit., retocada).
35
loc. cit (trad. loc. cit.)
36
loc. cit (trad. loc. cit.)
El alma no es la base o soporte misterioso del cual mis diversos estados psíquicos
particulares fuesen manifestaciones, como había sostenido Descartes. Para Hume no se
trata más que de una serie de percepciones que se suceden muy rápidamente en
continuo flujo: esta corriente, considera como totalidad, es lo que se llama "yo"; y éste no
es nada más.
No será superfluo que en este punto formulemos una observación que, no por estar
hecha de modo marginal, deja de tener grave importancia, si es que se quiere
comprender la índole de la filosofía.
Las ideas de causalidad y substancia son fundamentales para el racionalismo,
según se dijo (cf. Cap. VIII. § 14). A Descartes le parecieron tan claras y distintas, que ni
por un momento parece haber dudado de ellas. Y sin embargo Descartes fue el filósofo de
la duda, y la duda metódica exigía no admitir nada porque sí. y. por tanto, requería
implícitamente el examen de aquellas ideas. Descartes no lo hizo, convencido de que se
trataba de nociones tan evidentes que están más allá de toda posible duda. Que, por el
contrario, se trata de conceptos bastantes sospechosos, lo mostró Hume magistralmente.
Ahora bien, ¿significa esto que Hume fue más inteligente o hábil que Descartes, o.
todavía más que nosotros, que repetimos las críticas de Hume, hemos de considerar a
Descartes un filósofo "superado" (por lo menos en lo que se refiere a aquellas nociones) y
podemos dar por falso o perimido su sistema? Creerlo sería caer en la más grande
ingenuidad y precipitación de juicio, y en el fondo no comprender la esencia de la filosofía,
que siempre nos está exigiendo regresar a los grandes pensadores del pasado.
Descartes, que idea el método de la duda, "olvida" dudar de la substancia y de la
causalidad. Pero no por una falla, por decir así, no porque fuese torpe donde nosotros nos
hemos vuelto más hábiles, sino porque todo filósofo, como todo hombre, tiene sus
limitaciones, y nadie puede saltar por encima de la propia sombra. Estas nociones de
substancia y causalidad son, por expresarnos así, parte de la sombra de Descartes como
filósofo e individuo histórico, constituían su propio ser; y justamente lo más difícil es
hacernos objetivo lo que nosotros mismos somos. Es en el fondo mismo del hombre, en
su más íntima esencia, donde se encuentran las limitaciones de la filosofía. Se afirmó
páginas atrás (Cap. III, § 10) que la filosofía pretende ser un saber sin supuestos; pero
también se apuntó que ello es sólo un desiderátum. Porque la constitución propia del
hombre, lo que la filosofía actual se complace en llamar la "finitud" del hombre, le impide
alcanzar el ideal del saber absolutamente libre de supuestos; al contrario, el hombre, por
esencia, los requiere. Y en cierto modo podría decirse que la historia de la filosofía,
contemplada en su conjunto, es como una sucesión donde cada filósofo va mostrando los
supuestos sobre los que se movió el filósofo anterior, sin perjuicio de que, a su vez, sea
víctima de los que el predecesor había descubierto, o de otros nuevos.
37
loc. cit. (trad. I. p. 391, retocada).
La filosofía de Hume, por lo que hemos visto (pero es preciso aclarar que la
exposición ha excluido su ética), termina por disolver todo conocimiento y toda realidad en
meras impresiones: no hay ni cosas, ni alma, ni conexiones necesarias, o, al menos, no
tenemos ninguna seguridad de que las haya. Sin embargo esto no significa ir a parar al
escepticismo absoluto o pirrónico, que para Hume no sería más que una "diversión"
38
(amusement) del pensar ocioso, porque
Los únicos campos de conocimiento legítimo son las matemáticas las ciencias de la
naturaleza. Fuera de estos límites, no puede hacer el entendimiento humano otra cosa,
sino perderse en falacias y engaños.
47
Enquiry, Sec. XII, parte III, p. 165 (trad. p. 240, retocada).