Pecado Con Sabor A Caramelo 273819705

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Pecado con sabor a caramelo

Đêbįïë

Published: 2023
Source: https://www.wattpad.com
SINOPSIS

Él se fue.
Se fue y dejó a Minerva en uno de los momentos en los que se
encontraba más vulnerable. ¿Le dolió? Por supuesto que le dolió, pero,
¿acaso eso le impedirá que siga adelante? De ninguna manera, porque
Minerva puede con un desaire amoroso y mucho más.
Minerva es fuerte, más fuerte que nunca, es por eso que decide que usará
esto como un pequeño empujón para cumplir todos sus sueños y metas.
Y encontrándose en uno de los mejores momentos de su vida, el amor
toca la puerta de entrada y tambien de salida, prometiendo cosas que solo el
destino sabe si se cumplirán.
En esta segunda parte, Minerva está decidida a explorarse a sí misma, a
no guardarse nada dentro y a vivir del amor y del sexo de manera libre, sin
prejuicios y sin ataduras, pero, ¿qué pasará cuando ciertos secretos empujen
por salir a la luz? ¿Qué pasará si Pierce vuelve y descubre que Minerva se
encuentra en brazos de otro?
El futuro es incierto, el presente una aventura de la que hay que vivir día
a día y el pasado amenaza con aparecer, haciendo que Minerva se replantee
todas las decisiones que tomó en su vida, pero con ayuda de sus amigos más
cercanos que se terminan convirtiendo en su familia, Minerva no estará sola
nunca más, compartiendo de esos momentos tan divertidos a los que
estamos acostumbrados.
¿Estas list@ para esta segunda parte de Dulces Pecados?
Te invito a que lo descubras junto Minerva en Pecado con sabor a
caramelo.
Pecar nunca, pero nunca, se sintió tan dulce...

***
LA ESPERA ESTÁ A PUNTO DE TERMINAR
¿ESTAN LISTXS PARA ESTA SEGUNDA PARTE?
RECUERDEN SEGUIRME EN MIS REDES PARA PEQUEÑOS
SPOILERS
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A VER ESOS GRITOS DE LXS LECTORES EMOCIONADOS
GRACIAS POR TODO EL AMOR QUE RECIBO A DIARIO,
SIEMPRE LXS ESTOY LEYENDO Y ME EMOCIONA MUCHO TODO
LOS LINDOS MENSAJITOS QUE RECIBO.
RECUERDEN QUE PROMOCIONAR LA HISTORIA, EN TIKTOK,
INSTAGRAM O FACEBOOK ME AYUDA UN MONTON :)
LXS AMO
YO, LA UNICA E INIGUALABLE DUEÑA DE SUS CORAZONES
DEBIE
PRÓLOGO

Unos cuantos años atrás...

La habitación olía a humedad y encierro, mis ojos estaban tan hinchados


—tanto por los golpes, como por mi llanto—, que apenas si podía abrirlos.
«¿Qué día es hoy? ¿Cuánto tiempo he estado aquí?»
El conocido nudo en mi garganta se hizo presente de nuevo cuando volví
nuevamente a la conciencia.
«¿Cuánto más tiempo voy a aguantar?» me pregunté por enésima vez
para mis adentros, cuando la realidad me golpeó.
No quería morir, pero sinceramente comenzaba a darme por vencida.
Me dolía todo el cuerpo, no podía seguir soportando más golpes, estaba
segura que tenia algunas costillas rotas, y el hombro izquierdo me ardía
muchísimo, seguramente estaba dislocado. Las muñecas las tenia a carne
viva por el roce que me hacían las cadenas con las que estaba inmovilizada
ahora contra el raído colchón.
Por lo menos ya no colgaba del techo.
Un sollozo amenaza con romper el silencio que hay en la habitación
oscura, de todas maneras lo ahogó y trato de respirar profundamente.
«Calmante, Ann, cálmate» me arrullo para mis adentros.
Siento las bragas húmedas por mi propia suciedad, supongo que en
cuanto venga Harold va a limpiarme, ya que no le gusta follarme oliendo a
muerto.
«Dios, ¿cómo es que nadie me ha encontrado todavía? ¿Es que nadie
está buscándome?» Las preguntas silenciosas siguen llegando una a una
como torrentes interminables.
Por supuesto que no, nadie me estaba buscando, ahora tendría que estar
en un viaje a Italia para ese curso de cocina, pero Genevieve tendría que
saber que no había llegado, ella sabría que nada más llegar la llamaría, era
lo que habíamos arreglado.
Aunque..., aunque tal vez esté ocupada, tal vez creyó que lo olvide, tal
vez ya se olvido de mi.
Pero es que cuando ya te quedas sin esperanzas, cuando por más que no
quieras reconocerlo sabes que vas a morir, simplemente tus propios
pensamientos se vuelven en tu contra.
No se cuantos días hace que estoy encerrada en este lugar, solo sé que
está oscuro, que tengo frio debido a que solo llevo puestas unas bragas, que
hay feo olor debido a mi propia suciedad y que Harold acaba de llegar por
el sonido de una cerradura siendo abierta.
«Oh Dios, por favor, por favor ayúdame» susurre para mis adentros,
sintiendo las amargas lágrimas salir de las esquinas de mis ojos.
Inevitablemente me puse a temblar, estaba asustada, paralizada de miedo,
quería que esa pesadilla terminara de una vez por todas.
Mis ojos se cerraron cuando la lámpara fue encendida, iluminando todo
de un horrible color amarillento, las paredes de cemento y el sonido de un
leve goteo que se escuchaba caer en algún lado. No tenia idea de dónde
demonios me había traído, pero estaba segura que esto alguna vez había
sido una especie de cámara de tortura, debido a las cadenas que colgaban
por las paredes, los grilletes oxidados.
El simple lugar sombrío.
—Hola cariño —murmuro su voz, haciéndome estremecer. —¿Me has
extrañado? —Agrego con una voz cantarina que me hizo descomponer. —
Lo hiciste, ¿verdad, pequeña puta? No veías la hora que vuelva a tener mi
polla dentro tuyo, ¿no es así?
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero cuando pasó su áspera mano
por mi pierna, hasta pellizcar mi muslo superior con fuerza.
—Respóndeme, Annalise —siseo, comenzando a cabrearse. En respuesta
lo unico que pude hacer fue balbucear un «por favor» por el trapo que tenia
tapando mi boca. —¿Qué? No puedo entenderte —dijo, burlándose de mí.
Dios, como lo odiaba, lo detestaba con todo mi corazón.
—Oh, lo siento mi vida —dijo, fingiendo que no se había dado cuenta de
que no podía hablar. —Mucho trabajo, ¿sabes? No puedo simplemente estar
en todo —agrego. —Extraño cuando me esperabas con la comida hecha en
nuestra casa —comenzó diciendo de manera distraída, dejando de lastimar
mi pierna para comenzar a acariciarme con cuidado esta vez, con una
dulzura enfermiza. —Te ponías esas remeras mías de la secundaria,
¿recuerdas? Te llegaban casi por las rodillas y Dios..., me volvías loco —
dijo, clavando sus ojos verdes en los míos. —Me sigues volviendo loco,
Ann, a pesar de todo lo que pasó entre nosotros, me sigues volviendo
malditamente loco.
Para cuando termina de decir esas palabras su pulgar presiona mi clítoris
y yo simplemente me orino encima del miedo, haciéndolo apartar la mano
de repente y golpear mi mejilla con su palma abierta, haciéndome escocer la
piel enseguida.
—¡MIERDA, ANNALISE! CONTROLATE, JODER —grito en mi
dirección, levantándose de manera apresurada.
Los sollozos hicieron que me doliera el pecho, pero ya no podía seguir
aguantándolos.
Tenía. Tanto. Maldito. Miedo.
—Lo siento, bebe —dijo enseguida de manera apurada, desajustando las
cadenas que apresaban mis muñecas. —Lo siento mucho —repitió, dejando
un beso en mi frente, supongo que percatandose que llevaba horas acostada
en esta cama, que no podía valerme de mi misma.
Que no podia controlar mi puto cuerpo y sus necesidades básicas.
Observó con detenimiento mis muñecas, negando con la cabeza al ver la
sangre seca en ellas y tomándome de la cintura para ayudarme a ponerme
de pie.
El mareo que me recorrió me hizo darme cuenta de que no tenia idea de
cuando había sido la última vez que había comido.
—Solucionaremos esto —dijo, adivinando mis pensamientos. —Traje
comida para ambos, no tan bueno como lo que tu haces, pero será algo —
agrego, en un vago intento de bromear conmigo.
Dios, había perdido la puta cabeza.
—¿Cuándo...? —Intente hablar después de que me quito la venda de mi
boca. Mi voz saliendo ronca por los gritos y la falta de uso. —¿Cuánto
tiempo...?
—¿Desde la última vez que nos vimos? —Pregunto, cuando yo en
realidad quería saber en realidad cuánto tiempo había estado secuestrada. —
Treinta y seis horas —agrego.
Intente hacer cuentas en mi cabeza, dándome cuenta de que hacía por lo
menos cuarenta horas que no comía y había estado aquí por lo menos una
semana.
Las lágrimas comenzaron a caer cuando la realidad me golpeó: iba a
morir, nunca saldría de este horrible pozo, Harold iba a matarme.
—No, no llores bonita —dijo, abrazándome contra su pecho. —Yo voy a
cuidar de ti, no tienes que sentir vergüenza por ensuciarte.
Su perfume lo invadió todo, ese que una vez había logrado quitarme las
pesadillas ahora me daba náuseas.
—Quiero volver a casa —logré decir.
—Yo soy tu hogar, Ann —dijo, separándose para tomarme por las
mejillas. —Y tu eres el mío. Siempre estaremos juntos, pase lo que pase,
siempre.
No respondí, me mordí la lengua y simplemente asentí, no estaba segura
de que mi cuerpo fuera capaz de resistir más golpes.
Me ayudo a llegar al baño y llenó una bañera que había en una esquina
con agua que a mi piel le resultó fría, pero necesitaba esto, necesitaba
limpiarme un poco, asique no me queje, así como tampoco dije nada
cuando comenzó a lavar mi cuerpo con una barra de jabón neutro, teniendo
especial cuidado con las zonas más lastimadas.
Una vez que terminó, mi cuerpo inevitablemente estaba tiritando, mis
dientes castañeaban y tenia la piel de un feo color gris.
—Joder, estás helada —murmuró, pasando por mis brazos una de sus
sudaderas y unas bragas por mis piernas que supuse serían nuevas.
Gemí ante el movimiento de mi brazo, pero termine mordiéndome los
labios para no gritar de dolor.
—Ya esta, mi vida —arrullo, abrazándome nuevamente. —Ahora vamos
a comer —agregó, guiándome a una destartalada mesa donde había
apoyado toda la comida.
Si bien estaba famélica, el olor que salió de los paquetes hizo que se me
revolviera el estómago, pero me obligue a cerrar la boca, no quería
cabrearlo.
—Come —ordenó, al ver que no hacía movimiento alguno para empezar
a hacerlo.
—Harold —susurre en su dirección con calma—, necesito un médico.
—No necesitas nada —me cortó él de inmediato, haciendo un ademán
con el cuchillo con el que cortaba el filete. —Te recuperaras.
—No me siento del todo bien —agregue, mi barbilla temblando.
—Annalise —dijo con voz dura. —Come si no quieres que te haga tragar
la comida a la fuerza —amenazó.
Asentí, mientras con cuidado intentaba cortar la carne, pero el intenso
dolor en mi brazo no me lo permitía.
—Annalise, no puede ser que no sepas hacer nada —murmuró,
fastidiado.
No debería sorprenderme, pero aquellas palabras se habían vuelto
moneda corriente en mi vida y aunque estaba acostumbrada, nunca dejaba
de doler.
Termino cortando él la carne en pequeños trozos y yo comencé a comer,
no me había pasado por alto que el cuchillo que me había dado a mi casi no
tenia filo, a diferencia del de él, así como también había divisado el mango
de su cuchilla de caza en la cintura de su pantalón.
No sé en qué momento exacto fue que la determinación llegó, pero supe
que no iba a salir con vida de aquel asqueroso lugar, pero si no iba a
lograrlo, por lo menos intentaría lastimar un poco a Harold y si lograba
traerlo conmigo a la muerte, mejor.
Porque estaba bien con eso, el pensamiento me había asustado antes, pero
ahora simplemente me había dado por vencida.
Ahora simplemente quería morir.
No dije nada cuando terminamos de comer —yo apenas si había podido
tragar bocado— y él comenzó con la tarea de comenzar a besarme, besos
que no respondí, por lo que resoplando siguió a mi cuello, mi clavícula y yo
me deje hacer, necesitaba que se perdiera en mi para llevar a cabo mi plan.
De todas maneras, cada vez que hacía esto, mi mente simplemente se
desconectaba.
—Como te necesito, Ann —susurro en mi oído y un estremecimiento de
miedo me recorrió el cuerpo entero, sin embargo Harold lo malinterpretó,
como siempre, y creyó que en realidad me gustaba. —Si, así Anny, yo
también te amo —susurro.
Mis manos fueron a su cintura, sin embargo cuando estaba cerrando mi
puño alrededor del mango, él se dio cuenta de lo que quería hacer, y en ese
momento, se desató el infierno.
—¡¡¡MALDITA PUTA MAL AGRADECIDA!!! —Grito, al mismo
tiempo que me empujaba con fuerza al suelo.
Un jadeo de dolor salió de mis pulmones cuando golpee el suelo, a
medida que me arrastraba hacia atrás por sobre mis codos.
—¿Querías esto? —Siseo en mi dirección, mostrándome la cuchilla en su
mano. —Pues vas a tenerlo.
—Detente, por favor, detente —dije, pánico recorriendo mi cuerpo.
—Ya es tarde Ann, yo solo quería que volviéramos a ser los que fuimos.
—Nunca volveremos a ser los que fuimos —escupí en su dirección,
sintiéndome valiente.
—No debiste de decir esa mierda, pequeña Annalise —farfulló,
lanzándose encima mío.
Grite cuando se cernió sobre mi cuerpo, pero logré escabullirme,
pateando su cara en el proceso, de todas maneras era considerablemente
más pequeña que él, sabía que no tenia oportunidad.
Sentí algo caliente correr por mi brazo, dándome cuenta que en el
forcejeo había abierto una herida en él.
—Ven aquí —siseó.
—Vete a la mierda —respondí, poniéndome de pie a duras penas.
Volvió a correr en mi dirección, golpeando mi mejilla tan fuerte que
termine cayendo al piso, golpeando la mesa detrás mío en el proceso.
El peso de su cuerpo me cortaba la respiración, mientras con el cuchillo
hacia girones la poca ropa que traía encima. Sabía que estaba también
cortando mi piel y estoy segura que fue la adrenalina del momento lo que
me hizo comenzar a removerme con violencia, a gritar con furia.
—¡Quédate quieta pedazo de mierda! —Grito, luego de que lograra
arañar todo su rostro.
Y después de eso dolor, mucho dolor, un dolor arrasador en mi vientre y
cuando mire hacia abajo, me di cuenta que tenia el cuchillo clavado por mi
estómago, pero no había quedado solo allí, sino que había arrastrado el
arma, haciendo un tajo enorme y por sus ojos abiertos de par en par y la
palidez en su rostro, supe que no lo había hecho adrede.
—Oh, por Dios Annalise —gimió cuando vio lo que había hecho y yo, yo
seguía con ese subidón de adrenalina, por lo que tomando la botella de
vidrio que había caído al suelo a mi lado, la lance a su cabeza, golpeándolo
con fuerza.
Gimió cayendo hacia atrás, tomándose la cabeza a la altura del ojo solo
por unos segundos antes de volver a lanzarse encima mío, sin embargo
estaba preparada, por lo que levanté la botella rota y termine clavándola a la
altura de su cuello, por el lado derecho.
Grite, grite mucho cuando lo hice, tanto que mis cuerdas vocales se
lastimaron.
Y él simplemente me miró sorprendido, sosteniendo su herida, que al
igual que la mía, no paraba de sangrar.
Mis lágrimas saladas se mezclaban con la sangre y yo lentamente
comenzaba a perder fuerzas.
Iba a morir.
Los dos íbamos a morir.
Yo había matado a Harold.
Y él me había matado a mi.
Cayó desmayado, todavía con la mitad de su cuerpo encima mío y yo me
quedé allí, sintiendo mis lagrimas caer y mis fuerzas menguar.
Poco a poco.
Tenía frio.
Y dolía mucho todo.
Pero había acabado.
Por fin este infierno había acabado.
Por fin podría descansar.
Por fin sería libre de él.
Por fin...

***
BUENAS BUENAS BUENAS
NO ME PUDE AGUANTAR XD
AQUI LES TRAIGO EL PRÓLOGOOOOOO
¿QUE LES PARECIÓ? PARA TODXS LOS QUE ESTABAN
CURIOSOS CON SABER QUE LE HABIA PASADO A MINERVA ESA
SEMANA Y CON LA CICATRIZ, AQUI LES DEJO.
¿ESTAN LISTXS PARA TODO LO QUE SE VIENE?
PROMETO QUE ESTA SEGUNDA PARTE ESTARA LLENA DE
ABSOLUTAMENTE TOOOOODO
NO SE OLVIDEN POR FAAAAVVVVOR DE VOTAR, ¿OK?
GRACIAS A TODXS LOS QUE ESTAN RECOMENDANDO LA
HISTORIA, LXS QUE HACEN MEMES, SUBEN CONTENIDO A
TIKTOK (FUNCIONA MIL) GRACIAS POR TODO EL AMOR.
NO SE OLVIDEN DE SEGUIRME EN MIS REDES, QUE ESTOY
SUBIENDO SIEMPRE COSITAS.
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LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO UNO

CUANDO LA CACA TE EXPLOTA EN LA CABEZA

Hogar, dulce, dulce..., pero dulce hogar.


Cierro los ojos con fuerza y aspiro el olor a encierro del lugar, si, se que
por ahora se ve un poco feo, pero estoy segura de que con un toque de mi
estilo y los conocimientos de Isabella en decoración de interiores, quedará
como nuevo.
—¿Dónde pongo esto? —Pregunta Mika, cargando dos enormes cajas en
sus brazos.
—Por allá, por fis —respondo, con una sonrisa.
Bueno, como siempre, se preguntaran que demonios está pasando,
pues..., recapitulemos:

El muy mierdas de Pierce me abandonó.


No hay una manera suave de decirlo, se fue como el cobarde que es por
que no supo manejar la mierda que estaba pasando entre nosotros y de eso
hace ya una semana, un día y doce horas.
Y no, no es como si estuviera contando, para nada.
La cuestión es que cuando me desperté esa mañana y él no estaba allí, ni
siquiera me molesto, porque en cierta manera lo esperaba, esperaba que la
cagara así y luego, cuando pasaron las horas, los días, las semanas...,
simplemente deje de esperar.
¿Pero saben qué fue lo mejor? Ah, no se lo esperan para nada, lo mejor
fue que al otro día sin embargo me levanté para ir a trabajar, me dije que tal
vez Pierce había tenido que irse porque tenia trabajo que hacer y no quería
despertarme.
Ilusa Minerva, siempre te pasas de mamona.
La cuestión es que llegue a mi trabajo y Tronchatoro estaba esperándome
en la puerta, en verdad, deberían haberla visto, observándome con una
sonrisa retadora en su feo y arrugado rostro, con su impoluto traje de vestir
negro y los brazos cruzados sobre su pecho.
Nada más verme llegar —porque no, siquiera me dejó entrar al
restaurante—, me tendió un papel, y sinceramente tardé unos cuantos
segundos en tender lo que decía dicho papel.
Estaba despedida.
Tenía de hecho un cheque firmado por Pierce a mi nombre.
No habían perdido el puto tiempo.
—¿Qué...? ¿Qué está pasando? —Pregunte, confundida.
—Está pasando que su comportamiento de anoche fue inaceptable,
señorita Wilson, por lo tanto el señor Greco tomó la decisión de prescindir
de tus servicios, que en mi opinión, es la acertada.
—Necesito hablar con él —susurre, con la voz conmocionada.
—No podrá ser posible —dijo ella, negando con la cabeza.
—¿Por qué? —Pregunte, perdiendo un poco la paciencia. —Tiene que
haber un error, él no puede haberme hecho esto —susurre al final.
No después de lo que habíamos pasado anoche, de todas las promesas
que nos susurramos en la oscuridad. Que a ver, que si, que tal vez me pase
con lo que le hice a la perra de Layla, pero..., sabia que seguramente se
había asustado por todo lo que había pasado, por lo que ambos habíamos
sentido, pero demonios, no podía hacer esto, simplemente no podía.
En ese mismo instante fue que Isa apareció, luciendo culpable como la
mierda.
—Trate de llamarte... —fue lo primero que dijo en mi dirección.
Y en ese momento lo entendí: Pierce me había despedido, en verdad lo
había hecho.
Joder.
—Yo... —farfulle, sin saber muy bien qué decir, porque de repente todo
fue demasiado.
Genevieve, la traición de Pierce, todo.
—Muchas gracias por su tiempo, señorita Wilson —murmuró Katherine
con falsedad, antes de entrar al restaurante.
Isa se acercó a mí y me envolvió en un apretado abrazo, uno que no hizo
que me sintiera al completo bien, pero era algo que necesitaba, porque era
sincero y desinteresado.
Y lo necesitaba, joder.
Lo que más me sorprendió ese día, fue que no llore, para nada,
simplemente estaba como entumecida, en serio, por lo que Isabella me
recomendó que fuera a casa, que ni bien terminara su turno, vendría a mi
departamento.
Asique simplemente llegue a casa y me deje caer a mi cama, esa que
todavía olía a Pierce, y ahí me desquicie, porque para mí no había nada peor
que traicionar mi confianza, en verdad y él lo había hecho, asique en un
acto de furia, arranque todas las sábanas y puse una lavadora.
Pimienta me observaba desde una esquina, lamiendo su pata con
tranquilidad y una actitud que parecía decir: «Te lo dije»
Bendito gato.
Luego de dar vuelta todo el departamento, limpiándolo y reorganizando
los pocos muebles que tenía, me deje caer en el suelo, con la espalda
apoyada en mi cama, abatida y cansada.
Pimienta se acercó a mí suspirando, como si le diera pereza hacerlo, pero
en el fondo los dos sabíamos lo mucho que él me amaba, por lo que cuando
se acurruco en mis piernas, realmente lo agradecí.
«A pesar de que seas una idiota, estoy aquí para ti, esclava»
—Gracias Pimienta —murmure.
Después de eso, mientras me regodeaba en mi propia autocompasión, mi
teléfono sonó con un mensaje.

Número desconocido:
Hola, me pidieron que avisara a este número por el estado de la señora
Genevieve. Me complace informarle que ella se encuentra estable y ha
despertado.
Saludos.

No les puedo explicar la felicidad que sentí en ese momento, en verdad, y


en ese mismo instante, mientras leía el mensaje una y otra vez, los ojos se
me llenaron de lágrimas de alivio y felicidad.
Hay veces en las que nos preocupamos por cosas que realmente no valen
la pena, por nimiedades, ¿qué es el mal de amor cuando la persona que más
amas en este mundo casi muere? Pues eso, nimiedades.
Verás, como les dije antes, suelo ser una persona que trata de ver lo
positivo en todo, pero eso no quiere decir que no tenga días malos, que no
me sienta mal o tenga ganas de llorar.
¿Qué es lo que crees? ¿Que no tengo altibajos? ¿Que no tengo
inseguridades? ¿Que vivo bien después de lo que me paso?
Pues no, no es esa la realidad, en verdad es todo lo contrario, en verdad
hay días lo suficientemente malos como para no querer levantarme de la
cama, pero, ¿quieres saber cómo sigo adelante? A pesar de todo, sigo
adelante porque sé que hay personas que lo pasan muchísimo peor de lo que
lo pase yo, y no es por sacarme mérito a mi misma, que viví un infierno, por
cierto, sino por que se que hay muchas más que no lo logran.
Se que por ahí hay alguien con más de diez años combatiendo un cáncer,
o soportando un padre abusivo, o...
Se que hay mujeres que pasaron por lo que yo pase, y no lo lograron, se
que hay, hubieron y habrán mujeres que no pudieron contar su historia y sin
embargo aquí estoy yo, contándote mi historia a ti, que estás aquí pudiendo
leerla.
¿Sabes la cantidad de personas a las que tal vez les hubiera gustado esta
historia y no pueden leerla por estar muertas?
Pues ahí tienes tu respuesta.
Son este tipo de pensamientos los que no me dejan caer, los que me
hacen seguir luchando día a día, por que se que no pueden vencerme, por
que se que todavía tengo algo por lo que luchar y sueños que cumplir.
Y con ese pensamiento y nueva determinación, logré ponerme de pie y
comenzar a cocinar la comida favorita de Isabella, porque ella merecía la
pena, las personas que están con nosotros sin pedir nada a cambio son las
que realmente valen.
Cuando llegó se sorprendió un poco por encontrarme bien y no hecha un
mar de lágrimas.
¿Estaba triste? Por supuesto que lo estaba y no pienses por un instante
que no me tome mis buenos días para regodearme en mi propia miseria y no
levantarme de la cama, pero déjame decirte que no esa noche, porque esa
noche, la primera de mi nueva vida, tenia un plan.
Asique serví nuestros platos de comida en la barra, abrí un vino y
comencé a contarle mi plan.
Y ella, pues se sorprendió, pero luego llegó a estar incluso más
entusiasmada que yo, armando planes, dibujando sobre una servilleta de
papel la manera en la que podríamos armar mi negocio.
Por que si, yo había venido a Nueva York con un sueño y estaba
dispuesta a cumplirlo y el cheque de Voldemort ayudaría, así como también
algunos ahorros que tenia.
De más está decir que no termino todo en un solo vino, por supuesto que
no, porque después abrimos otro y creo que también uno más —en verdad
no lo recuerdo—, pero si recuerdo que terminamos las dos llorando como
condenadas.
Y que mi baño termino todo vomitado.
Pero es que comencé a fingir que tenía arcadas mientras Isabella me
pedía que pare, que aquello le daba tremendo asco y yo seguí, porque
cuando estamos borrachos no nos damos cuenta de muchas cosas, es por
eso que segui fingiendo que vomitaba y Isabella, bueno, a ella se le metió la
niña del exorcista dentro, ¿si saben cual? Y pues, a mi el olorcito a vomito
me dio asco y me hizo tambien vomitar.
Que puto desastre.
Tampoco me pregunten porque nos bañamos juntas con solo la ropa
interior puesta y el agua por completo fría, creo que en el momento creí que
eso nos quitaría un poco la peda.
Pero déjame darte un consejo, una ducha fría no quita el alcohol en
sangre, mucho menos después de tres vinos.
Recuerdo que Isa llorando, terminó confesándome entre balbuceos
inentendibles, que Xander se había ido hacía dos semanas y no tenia ni idea
de donde se encontraba.
Recuerdo que después de que ella lavo mi pelo y yo el suyo, y luego de
ambas caernos dentro de la pequeña bañadera y casi rompernos la cabeza,
salimos ya un poco más calmadas y sobrias.
O eso creía, porque después de lavarnos los dientes y peinarnos yo seguía
viendo doble y creo que Isa también.
En verdad voy a hablar de esta noche y no voy a volver a hacerlo, ¿esta
bien? Después de que termine de contarte esta anécdota, haremos de cuenta
que nunca pasó.
Bueno, ahí va: Isa me comentó que consideraba que no besaba bien, ¿qué
cómo mierdas llegamos a eso? Vaya Jesús a saber, pero la cosa es que lo
hizo y yo pues le dije que no podía ser cierto, que seguro había besado a
más chicos de los que siquiera recordaba.
Luego de eso me golpeo, pero empezó con eso de que Xander no la
quería porque babeaba mucho cuando besaba, yo volví a decirle estaba
segura de que no era así y ella me dijo que no podía saberlo porque nunca la
había besado.
Si saben lo que viene, ¿verdad? Pues si, nos besamos, primero un toque
de labios y luego metimos lengua.
Estuvimos así unos larguísimos segundos, para luego estallar a carcajadas
y decirme que le estaba dando un asco tremendo besarme, que si tenia que
ser sincera, por un momento había considerado la idea de que seamos
novias, que seguro no nos complicaríamos tanto, pero bueno, no salió.
Nos acostamos a dormir las dos con una peda tremenda, haciendo
cucharita y abrazándonos fuerte, prometiéndonos que si para antes de los
treinta no conseguíamos marido, nos casaríamos entre nosotras en un
matrimonio igualitario, como lo llamaban ahora.
Con Isa siempre era todo tan fácil, todo risas, todo amistad, todo
felicidad.
Al día siguiente nos levantamos con una cruda que casi nos envía
nuevamente a la cama, pero aunque yo era una desempleada, Isa no, por lo
que como buena mejor amiga que soy, me levante a hacerle el desayuno
lleno de nutrientes y grasas que absorbieran un poco el alcohol que todavía
nos corría por la sangre.
Acordamos sin palabras no volver a hablar de lo que habíamos hecho, fue
un acuerdo tácito, pero que pena..., que nos habíamos succionado la boca.
En fin.
¿En que estábamos? A si, mi nuevo proyecto.
Sin perder tiempo, ese mismo día fui al localcito que había comprado
tantos años atrás, ese que le había mostrado a Dean, oh, pensar en él
realmente dolió, ¿saben? Tenía mucho miedo, mucho miedo de haberlo
perdido, pero todavía no estaba lista a enfrentarlo.
Asique decidí que me daría tiempo para acomodar mis ideas, para saber
qué era exactamente lo que haría de aquí en adelante y ordenar mi vida.
Esa misma tarde, estaba limpiando los pisos cuando mi teléfono comenzó
a sonar. Lo saque tan rápido que casi termina cayéndose, debido a que
estaba esperando una llamada del hospital, de todas maneras mi corazón se
saltó un latido cuando vi quien era la persona que llamaba.
—¿Hola...? —pregunte con miedo.
—Roberto, querido, vamos a tener que cancelar nuestra cita de esta
noche.
—¿Gen...? —Pregunte, con un nudo en la garganta y los ojos llenos de
lágrimas.
—Si querido, soy yo —respondió ella. —Y antes de que te pongas
histérico estoy bien, aquí, me tienen entubada como si las máquinas me
mantuvieran viva, como si no estuviera respirando por mis. Malditos.
Propios. Medios. —Se escuchó jaleo de fondo, supongo que era la gente
que estaba en la habitación.
—Mama, que los médicos solo quieren ayudar —se escuchó una voz de
fondo.
Y yo..., yo tuve que sentarme, porque esa voz era la de mi padre y
sinceramente nunca creí volver a escucharla.
—De todas maneras, ¿tú qué haces aquí? Como viste no morí, no
cobraras ninguna herencia de nada, largo —farfulló Genevieve.
—Madre, que estoy aquí por que me preocupo por ti —hablo mi padre.
—Si, como si fuera a creerte —murmuró enojada, para luego volver a
prestarle atención a Roberto, o sea, a mi. —Como te decía, querido, que me
han puesto una aguja en la vagina para mear.
—Por todos los santos, mamá —se quejó mi padre.
—Y por eso dudo que vayamos a poder tener sexo por un largo tiempo.
—Me largo —se lo escuchó decir, seguido de un golpe en la puerta.
—Gracias a Dios —respondió ella.
—¿Gen...? —Repetí, dudosa y un poco impresionada por todo lo que
había largado.
—Hola, mi vida —murmuró ella, hablando esta vez con una dulzura que
me desarmó.
—Ah, joder —dije y después de eso, rompí en llanto.
En verdad, fue como si todo me cayera de repente, como si la sola idea
de perderla me hubiera golpeado de tal manera que no podía concebirla,
para mi, no existía un mundo sin mi abuela.
—Ya está cariño, que estoy bien, que no me ha pasado nada —
murmuraba ella palabras de aliento, pero yo no podía parar de llorar. En
serio, se había abierto como en canal.
—Yo..., te amo tanto abuela, te amo tanto Genevieve, que sin ti me
muero —logre decir entre balbuceos inentendibles.
—No digas eso mi vida, que me rompes el corazón —dijo ella, su voz un
poco ronca.
—No, en serio Gen, por favor no me dejes —insistí.
Y sepan entender, que ella era la única familia que tenia, que sin ella a mi
la vida se me iba.
—Nunca voy a dejarte, ahora anda, no llores cariño —insistió.
Respire hondo, tratando de calmarme a mí misma, porque Gen no
necesitaba escucharme de esta manera, suficiente con lo que le había
pasado. Asique sequé las lágrimas de mis mejillas, sorbí unos cuantos
mocos y conteste:
—Ya..., ya se me pasó.
—Gracias a Dios, que me mata escucharte llorar.
—Lo siento, ¿cómo estás?
—No lo sientas cariño, que yo estaría igual —respondió ella. —¿Y como
estoy? Pues me tratan como a una inválida.
—Gen, solo están cuidando de ti —intente hablar con ella, porque odiaba
estas situaciones.
—Que cuidando ni qué ocho cuartos —respondió ella, enojada. —Que
me dan de comer sin sal —se quejo.
—Pero si es un hospital —dije, pero por supuesto me ignoró.
—Y siquiera quisieron darme un traguito de tequila, para bajar los
nervios —agrego, la descarada.
—¡Pero... Genevieve! —Prácticamente grité.
—¿Puedes creer que hasta me dicen la hora que debo dormirme? Voy a
denunciarlos, te juro.
—Solo quieren cuidar de ti —trate de razonar con ella, pero era
sencillamente imposible.
—Que hoy vino un psiquiatra a dejarle un folleto a tu padre de distintos
centros para ancianos. ¡PARA ANCIANOS, MINERVA!
Aquello, inevitablemente me hizo reír, pero es que Genevieve era la
hostia.
—No puede ser —dije, riendo.
—Que si y tu padre los tomó, ¡¿puedes creer a ese descarado?! Que a mi
no me llevan a un geriátrico ni con chaleco de fuerzas.
—Hay Genevieve, dime que no hiciste ninguna locura —pregunto,
porque sé que lo hizo.
—¿Pues te pensaste que no avergonzaría a mi hijo por el simple hecho de
tomar esos folletos?
—¿Qué hiciste? —Pregunte, divertida.
—Le dije al psiquiatra que se bajara los pantalones, le aseguré que si
lograba que se le parara con un par de lengüetazos, estaba todavía apta para
la sociedad —largo, así como si nada.
—No lo hiciste —murmure.
—Si, lo hice y no me arrepiento, habrías visto su cara —y después de eso
se carcajeo.
Hablamos por lo menos veinte minutos más, antes de que mi padre
volviera a asomar la cabeza en la habitación y ella comenzó a hacer sonidos
de gemidos.
En ese momento corté la comunicación.
Bendita sea mi abuela.
Después de eso, los días comenzaron a pasar como borrones y si bien el
recuerdo de Pierce seguía latente en mi pequeño corazoncito magullado, el
no saber nada de él, el no verlo, había ayudado.
La cosa es que, como alguna vez dije, cuando no estás del todo bien,
cuando andas negativo y con las vibras bajas, pues nos pasan cosas malas.
Pero déjame decirte que por más que esa mañana que me desperté —
pisando mierda que salía de mi inodoro—, insulte a Dios y a María
santísima, ellos no tenían la culpa que hubiera reventado un caño, ni
siquiera al destino le importaba tanto como para preocuparse por mi, pero
aquella madrugada había explotado eso, un caño y mi departamento estaba
lleno, literalmente, de mierda, y les juro que todos esos soretes que salían
del retrete no eran míos.
Pimienta, pobre, no podía parar de tener arcadas, que me había salido
delicado el descarado.
Así que, así como estaba, llena de mierda, apareci en el departamento de
Isabella y Dante a las seis de la mañana, pero este último cuando abrió la
puerta y olisqueo el aire, me la cerró en la cara.
Joder con Dante y su mal humor mañanero.
Toque la puerta nuevamente y solo para molestar, también el timbre,
haciendo que vuelva a abrir enojado.
—¿Por qué carajos apareces aquí oliendo a muerto?
—Que no ha sido mi culpa, coño, déjame entrar.
—No, quítate todo lo que traes puesto y el gato no entra —dijo haciendo
referencia a Pimienta, que colgaba de mi brazo, igual de apestoso que yo.
—¿Dónde quieres que lo meta, Dante? —Me queje.
Me miró fijamente unos cuantos segundos que se me hicieron eternos y
me enojaron más, que a ver, que traía un humor terrible, que no es lindo
levantarse con el olor a mierda en el ambiente.
Terminó haciéndose a un lado y dejándome pasar, me dio una enorme
bolsa para que metiera mi ropa y me dijo que no tocara nada, de hecho fue
él quien abrió los grifos del agua para que no lo hiciera yo.
Luego de una ducha, en la que termine toda arañada ya que también bañe
a Pimienta conmigo, salí del baño más calmada, Isa ya estaba preparando el
desayuno y me recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
De todas maneras yo tenía todavía el olor a mierda en las fosas nasales,
por lo que se me revolvió un poco el estómago a la hora de comer.
La cosa no se soluciono, por supuesto, mi departamento seguía siendo
como un inodoro gigante, en donde no paraba de salir mierda de él.
Lloriquee a mi casero, que me dijo que lo tendrían arreglado de aquí a un
mes.
Un mes.
Un. Puto. Mes.
Dios, no iba a quedarme un mes en el departamento de Isa, que a ver, que
ellos no tenían problemas, pero Dante y Pimienta se llevaban muy mal, en
verdad. Cada vez que mi amigo pasaba cerca del gato, este le tiraba un
arañazo y cada vez que Pimienta dormía plácidamente, Dante lo empujaba
desde donde sea que estaba solo para molestarlo.
Es por eso que había decidido que era hora de cambiar de aires, era hora
de una nueva etapa en mi vida y quería comenzar esta nueva etapa de cero
en el amplio sentido de la palabra, así que después de tres días en los que
supe que me había quedado sin hogar, comenzó la ardua tarea de buscar
departamento nuevo.
Y digo buscar, pero quien me ayudó y prácticamente resolvió todo fue
Mika, que se había convertido en alguien imprescindible en mi vida, me
estaba acompañando cada que su trabajo le permitía, por lo que
asegurándome que un amigo de él trabajaba en bienes raíces, en menos de
dos días me consiguió un piso precioso, más amplio que el que tenía y casi
por el mismo precio.
Asique me había mudado casi de inmediato, rescatando las pocas cosas
que tenía mi departamento que no habían quedado con olor a excremento.

—Creo que ya estamos —dice la voz de Mika, apoyando las cajas en el


suelo en una esquina.
Estoy contentísima, en serio, el edificio es mucho más moderno que el
que tenía. Los pisos del departamento son de madera y nada más entrar das
de lleno con una amplia habitación, donde hay espacio para sillones y una
tv, cosa que dudo que pueda tener en un futuro cercano.
Mi dormitorio también es amplio y tiene un pequeño vestidor y una
ventana que da a la calle que me encantó, porque debajo puede ponerse un
escritorio, que tampoco tendré en un futuro cercano...
Justo en mi pobreza inminente.
De todas maneras estoy feliz, en serio, hasta Pimienta está contento.
Por suerte ya tengo mi cama de plaza y media instalada y es que en serio,
Mika es un ángel y se ha encargado de todo, que estos últimos días me ha
hecho pensar en porque demonios tiene que ser gay.
«Tal vez si intentara seducirlo» pienso con maldad. «Si se me escapara
un pezón sin querer»
«Por dios, Minerva, para...» me reprende mi conciencia.
—¿Por qué estás toda sonrojada, Minerva? —Susurra él en mi dirección,
acercándose hasta estar frente mío. —¿Qué chanchadas estás pensando? —
Insiste.
—¿Por qué siempre crees que estoy pensando en chanchadas? —
Respondo, en un vago intento de defenderme. —Que concepto tan horrible
tienes de mi.
—Anda, no te enojes —dice él, envolviéndome en un apretado abrazo.
—¿Qué quieres comer? Pediré a domicilio.
—No, ya has hecho suficiente —digo, apartándome de su abrazo y
comenzando a acomodar todas las cajas desperdigadas por mi nuevo hogar.
—Ve a casa, descansa, no vaya a ser cosa que te canses de mí.
—Yo nunca, nunca podría cansarme de ti, pequeña —murmuró él. —
Anda, comida china o tailandesa, te dejaré elegir solo por hoy.
—China —respondo, sonriendo.
Tuvimos que sentarnos en el piso, porque como les dije, en estos
momentos, mi economía no era la mejor que digamos, de todas maneras
Mika no se quejó, sino que le restó importancia con un ademán de su mano.
—Todavía guardo algunos muebles viejos de mi departamento anterior,
el último que alquile estaba amueblado —murmuró, restándole importancia.
Y si, Mika era de esos que habían nacido en una familia que tenía una
buena posición económica. Lo había conocido mucho más a fondo estos
últimos días y me había contado que su familia era muy conservadora, he
ahí el porqué de mantener sus verdaderos gustos sexuales en secreto.
Trate de persuadirlo en hablar, no podía vivir de esta manera a sus treinta
y cinco años, porque si, tenía diez años más que yo a pesar de parecer de mi
edad.
Se había reído cuando lo había acusado de parecer más joven que yo,
había pasado un brazo por mis hombros y me había besado la cima de la
cabeza.
Y sí, sé lo que estás pensando, que Mika a veces no parecía muy gay que
digamos, porque de hecho no era para nada como Dante, era de hecho muy,
muy masculino y a mi, a mi había algo de él que me llamaba mucho la
atención y a ti también, no lo niegues.
—Gracias —murmure esa noche mientras cenábamos, estirando mi mano
para tomar la de él. —En serio Mika, gracias, no sé qué hubiera hecho sin
ti.
—Lo hubieras solucionado, pequeña —respondió él, devolviendo mi
apretón. —Es que tú todavía no te has dado cuenta, pero si quisieras,
podrías conquistar el mundo. —Sonreí cuando aquellas palabras salieron de
su boca, porque en serio, Mika era de esos que lograban hacerte sentir una
puta reina con dos simples palabras. —Ahora, ¿miramos una peli en tu
cama o que?
Y yo, ¿cómo iba a negarme a semejante invitación?

***
BUENAS BUENAS
WE ARE BACK
¿LES GUSTO EL CAPÍTULO?
NO SE OLVIDEN DE VOTAR, DE COMENTAR MUCHO Y POR
SUPUESTO, LAS RECOMENDACIONES, LOS EDITS, LOS
VIDEOS EN TIKTOK, SIEMPRE VIENEN BIEN.
GRACIAS POR SEGUIR AQUÍ, ACOMPAÑANDOME.
ME ROBAN EL CORAZÓN.
POR CIERTO, SABÍA QUE TENÍA QUE DEDICAR ESTE
CAPÍTULO A GENTE QUE CUMPLÍA AÑOS, PERO SOY UNA
MIERDA RECORDANDO, CUANDO SEA ASI, ESCRIBANME AL
INSTA UN MENSAJITO ASÍ LOS ANOTO.
Y BUENO, MARIA, SI ESTÁS LEYENDO ESTO, ESTE
CAPÍTULO ES PARA TI, QUE UN PAJARITO MEDIO BOLUDO
ME CONTÓ QUE AMAS LA HISTORIA Y QUE NO PUDISTE
ENTRAR AL VIVO DE AYER, HARÉ OTRO PRONTO Y AVISARÉ
CON TIEMPO. GRACIAS POR ACOMPAÑARME EN ESTE
CAMINO BEBE :D
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LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO DOS

ES MÁS QUE UN SUEÑO

La película trata de una chica embarazada: una noche de locura y boom.


Embarazo.
Si, si, sé lo que está pasando, porque yo también creí que podía llegar a
estar embarazada, pero no cariño, por lo general los anticonceptivos
funcionan bien, es decir, sé que mi suerte es una mierda, pero estoy bastante
segura de que embarazada no estoy y llevo tomando anticonceptivos hace
años, sin saltarme una sola pastilla.
Que putada sería esa, ¿verdad? Embarazarme de ese cretino que se fue
quien sabe donde.
Va, si se donde, con su ex, que de seguro es una arpía.
Dios, la odio..., bueno, no, no a ella, es decir, un poco si, debo odiarla,
¿no es así? Ella tiene al que creí que era mi hombre, pero a quien más odio
es a «el que no debe ser nombrado».
Sacudo la cabeza, intentando concentrarme en la película, pero por más
que lo intento no estoy pudiendo, por lo que termino removiéndome
incómoda en la cama.
En realidad el problema no es que esté pensando en Voldemort, el
problema es que estoy cachonda.
Lo sé, lo sé, no debería estar sintiéndome de este modo por un amigo,
pero créeme, si tuvieras a un hombre como Mika al lado, te cachondearías
también.
Que este hombre no es de este planeta les digo, en verdad, que parece
transpirar sexo.
Y yo, yo tengo ganas de follar, que le había tomado el gustito, ¿saben?
No es fácil para mi este duelo autoimpuesto luego de una no relación
fallida.
Y como estoy aburrida y suelo pasarme de pendeja cuando lo estoy,
comienzo a hacer cosas raras, como por ejemplo tratar de acercarme más a
Mika, de manera distraída, como si ni siquiera me diera cuenta de que estoy
ladeando el cuello para oler más su perfume.
Uff..., y que perfume.
Simulo como que estoy tronando mi cuello y termino poco a poco
apoyándolo en su hombro. Mika es mucho más grande que yo, es por eso
que termino quedando en una posición un poco rara, ¿pero saben que es lo
que hace él? Lejos de mi raro intento de coqueteo, envuelve su brazo
alrededor de mis hombros, acercándome a su cálido costado.
«Oh Dios, iré al infierno por esto» pienso. «Que Mika es tu amigo,
joder»
Los dedos de Mika, para mi total consternación, comienzan a pasearse
por mi brazo lentamente, arrastrando las uñas por mi piel y haciendo que
esta se erice.
¿Es que este pedazo de hombre no se da cuenta de lo que me está
haciendo? ¿No sabe que a mi cuerpo no le importa un carajo que le gusten
los hombres? Demonios, que mis hormonas empezaron a bailar la macarena
en mi vientre, el cosquilleo de anticipo recorriéndome el cuerpo entero.
«Hormonas, quietas» me digo para mis adentros, pero no, las descaradas
quieren acción.
«Vale, tocaremos solo un poco» me digo para mis adentros.
Comienzo a jugar con las bolitas de mi pantalón pijama viejo, estirando
el dedo meñique para tocar su pantalón un poco, solo un poco de pierna,
como amigos.
Mi cabeza está ahora apoyada en su pecho, Mika tiene la parte superior
de su cuerpo apoyado en la pared detrás de mi cama y las piernas estiradas
por encima de la colcha, sus caros zapatos de vestir están tirados por algún
lado de la habitación y unos finos calcetines negros asoman por debajo del
ajustado pantalón de jean.
Y..., ¿les cuento un secretito? Mika tiene los pies grandes, pero grandes
como, enormes.
¿Si sabes lo que quiero decir?
Mi mano, pecaminosa, comienza frotando su muslo primero con el dedo
meñique, luego se suman otros dos y cuando quiero darme cuenta, mi mano
está en su muslo.
¡Ha! Logré eso en lo que tardan los protagonistas en darse un apasionado
beso.
Siento la risa de Mika resonar en su pecho y aquello hace que me quede
inmóvil, sin embargo mirando la pantalla de mi portátil me percato que es
una escena graciosa de la película.
Me remuevo nuevamente, ¿qué pensará si pongo mi pierna encima de la
de él? Como amigos, claro.
Demonios, parezco Xander.
La enorme mano de Mika se cierra en torno a mi hombro, dándome un
pequeño jaloncito, antes de murmurar con la boca pegada a mi cabello: —
¿Estás bien?
—Bailando la macarena —respondo, con la voz un poco chillona.
—¿Qué? —Pregunta, riendo.
—Nada, no me hagas caso —digo, quitando mi mano de su muslo para
enredarla con los dedos de mi otra mano, haber si así logro mantenerlas
quietas.
—¿Sabes? Te noto un poco inquieta —dice de repente, ladeando un poco
su cuerpo para poder observarme, pasando de la película por completo.
—¿Yo? —Digo, haciéndome la loca. —No, que va —respondo, con un
ademán de la mano, de repente encontrando la película de lo más
interesante.
—Minerva —dice, tomándome del mentón para que le preste total
atención. —¿Qué sucede? —Murmura cuando nuestros ojos se encuentran.
—Nada —respondo, bajito, pero no puedo evitar que mis ojos se claven
unos segunditos pequeños en sus labios.
Joder.
—Minerva —murmura nuevamente, esta vez en voz más baja, sus ojos
mirando mis labios también por unos segundos.
¿Es que acaso él...? ¿Acaso él también está cachondo?
—¿Si, Mika? —Respondo, bajito.
—¿Qué sucede? —Pregunta, poniendo un mechón de cabello detrás de
mi oreja, alejándolo de mi rostro.
—Es que..., creo que estoy cachonda —largo.
Si, así como si nada, pero ya me conocen.
¿Filtro? ¿Qué es el filtro?
—¿Estas...? —Comienza diciendo él, tratando de aguantar la risa. —
¿Estas cachonda, como por mi? —Agrega y parece hasta incrédulo.
—Pues si —digo lo obvio. —Que eres lindo de ver.
—Bueno, gracias —responde, con una mueca confundida.
—A ver, que también me caes bien y me atrae tu personalidad, pero es
que también tienes un cuerpo, que...
—Que, ¿qué? —Insiste.
—Pues lindo de ver —digo, con un poco de dificultad. —Y también
lindo de tocar, ¿sabes?
—¿Y como sabes eso?
—¿Cómo sé que? —Pregunto.
—Que es lindo de tocar —murmura.
—¿Estás quedándote conmigo? —Pregunto, también en voz baja.
—No, ¿lo estás haciendo tú conmigo?
—No —respondo.
—Entonces..., ¿cómo sabes que es lindo de tocar si no lo has tocado? —
Repite y luego de decir esas palabras, toma mi mano entre la suya y la
apoya en su vientre plano.
Ah, joder...
¿Esto realmente está pasando?
Mis hormonas ahora cantan un rap de Eminem dentro mío.
—¿Mika...? —Pregunto con voz dudosa.
Que a ver, que me encanta que esto este pasando, pero, ¿está pasando
realmente?
—¿Si, pequeña? —Pregunta él.
Su rostro está tan cerca ahora.
—¿Estamos...? Quiero decir, ¿nosotros vamos a...?
Él se ríe cuando me escucha balbucear de aquella manera, por lo que
termina poniendo una mano en mi mejilla ladeando mi rostro hacia un
costado y acercándose.
—Recuéstate, pequeña —susurra en mi oído.
Oh Dios, esto está pasando.
Hago un baile de victoria para mis adentros.
Lentamente me recuesto en mi cama, nerviosa como la mierda, porque no
se bien que es lo que pretende Mika, quiero decir, ¿follaremos? ¿Acaso no
era gay? No lo sé, por las dudas no me quejo.
Su mano recorre mi cuerpo lentamente, en plan, palma abierta que
prácticamente abarca todo mi torso y yo..., yo que soy humana ya tengo la
respiración hecha un desastre.
—No te olvides de respirar —dice, con una sonrisita cuando su mano
roza mis pechos.
—Mika —suplico en voz baja.
—¿Qué quieres, pequeña? —Pregunta.
¿En verdad me hará decirlo? Anda Mika, creí que éramos amigos.
—Yo... —antes de que pueda responder nada, su enorme mano se cierra
en mi pecho, presionando. —Ah, joder —gimo, cerrando los ojos con
fuerza.
—Eres tan linda —dice él, pero abro los ojos al escuchar su tono tan...,
no sé como explicarlo, como ¿cariñoso? Que a ver, que no tengo problema
con el cariño, pero es que, no fue en plan cachondo, ¿si entienden?
—No pienses —dice, al verme basilar. —Solo déjame hacer el trabajo a
mi.
—¿El trabajo? —Pregunto, se refiere..., ¿a que, exactamente, se refiere
con trabajo?
—El trabajo —responde él con un asentimiento.
Su mano vuelve a bajar por mi cuerpo, mientras que las mías siguen
apretando en puños el cobertor debajo. Joder, ahora que esto está a punto de
pasar, no se si realmente quiero que pase, es decir, ¿qué pasa si pierdo a
Mika? No puedo perderlo, demonios, no quiero perderlo.
—Deja de pensar, todo va a estar bien, Minerva —dice, susurrando en mi
oído las palabras que necesitaba escuchar. —Yo siempre voy a estar para ti,
¿me escuchas?
Asiento, sin saber que otra cosa decir, en el momento que llega a la
cintura de mi pantalón. No es ajustado, es decir, es un simple pantalón de
dormir suelto con unicornios estampados, él si quisiera podría simplemente
meter las manos y sentir lo húmeda que estoy cuando casi no me ha tocado.
Sus dedos se aventuran por debajo del pantalón y mi mano, como por
acto reflejo, sostiene su muñeca, evitando que siga adelante.
Si, lo sé, deja de gritarme, pero es que me he puesto nerviosa. Mika sería
la tercer persona que vaya a hacer esto en mi vida.
«La cuarta puerca, la cuarta» me recuerda mi conciencia. «Que Dean y
Pierce lo hayan hecho al mismo tiempo no significa que no cuente»
Joder, tiene razón.
Bueno, la cuarta persona que hará esto.
—Shhh —arrulla Mika en mi odio, para luego con su lengua recorrer mi
cuello y sus dedos por fin meterse debajo de mis pantalones. —Mira nada
más... —murmura.
Llevo unas bragas puestas, por lo que solo está tocándome por encima de
ellas, de todas maneras estoy muy segura que puede sentir la humedad que
traspasa mis bragas.
—Mierda —siseo, cuando presiona mi botoncito feliz.
—¿Te gusta de este modo? —Susurra Mika.
—Yo... —digo, muerta de vergüenza. —No lo sé —confieso al final, pero
es que en realidad me gusta que en el sexo se haga cargo el otro, no yo, ¿si
entienden?
—Probemos, entonces —susurra él, comenzando a presionar su dedo
índice en mi clítoris y moverlo en círculos.
—Yo creo... —jadeo, mierda, me iré al infierno.
—¿Qué, pequeña? —Murmura él.
—Presiona un poco más —susurro con vergüenza.
Pero es que no soy muy habladora en el sexo.
«Con Pierce si hablabas»
«Estúpida conciencia»
«Estúpido Pierce»
«Sal de mi momento con Mika»
—Estas pensando mucho —dice Mika, riendo.
—Lo se —murmuro frustrada, sintiendo que sus movimientos son un
poco más lentos ahora.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
Dios, es que es la persona más buena que conocí.
—Tu solo sigue así —digo, sintiendo mis mejillas encendidas.
De todas maneras él no me hace caso, termina sacando su mano —
haciendo que casi gima en protesta—, y me toma por la cintura, girándome
para que lo mire a la cara.
—Mine —murmura, quitando la mano que puse en mi cara para que no
me vea. —¿Qué pasa?
—No se —confieso. —Estaba cachonda y ahora...
—¿Y ahora qué? —Insiste, con esa paciencia infinita que tiene.
—Ahora como que no puedo —murmuro.
La mano de Mika se eleva cuando suspira, acariciando mi rostro y
termina acomodándola en mi mejilla, presionando con el pulgar mis labios
hasta que termino abriéndolos y su dedo entra en mi boca, mi lengua,
pecaminosa de por sí, chupa su dedo y una pequeña sonrisa se forma en sus
labios.
—¿No puedes o no quieres? —Susurra, sus ojos nunca dejan mis labios.
—No lo se, Mika —murmuro, pero ahora como que me he vuelto a
cachondear.
—¿Sabes que creo? —Y sin esperar respuesta, continua: —Que estás
pensando mucho, vaya Dios a saber las cosas que están pasando por tu
cabeza ahora que no me dejas hacerte llegar con mis dedos.
—Joder...
—Joder —agrega él con un asentimiento—, ¿acaso quieres eso? ¿Qué te
joda?
Sus palabras me están poniendo a mil y ahora yo quiero que vuelva a
hacer lo que estaba haciendo con sus dedos antes.
Mika, como si supiera lo que estaba pensando, baja nuevamente su mano,
presionando para que vuelva a ponerme sobre mi espalda y vuelve a colar
su mano dentro de mis pantalones y ahora también mis bragas.
—Abre bien las piernas, pequeña —susurra en mi oído.
Hago lo que me pide, porque vamos, apuesto a que tú de manera
inconsciente también lo hiciste, pero a un hombre como Mika no se le
puede negar nada, está prohibido.
Comienza a mover sus dedos más rápido esta vez y me avergüenza lo
mojada que estoy, sus dedos patinando por entre mis pliegues hasta que dos
de repente se meten dentro mío.
Mi espalda se arquea cuando hace eso, sin embargo el pasa su otro brazo
por debajo de mis hombros, sosteniéndome en mi lugar.
—Déjate llevar —susurra. —Déjame ver como te pierdes con mis dedos
en ti, amor —agrega.
No se cuento tiempo es el que me toca, solo se que sus movimientos se
hacen rápidos, ayudados por la excitación de mi cuerpo, hasta que de
repente termino cerrando mi mano en torno a su camiseta y enterrando mi
rostro en su cuello, me vengo.
Cuando me estoy viniendo, Mika mete dos de sus dedos dentro mío,
estirandome, mientras que sigue moviendo su pulgar sobre mi clítoris.
—Oh Jesucristo —susurro, aspirando su perfume.
No se cuanto tiempo pasa hasta que la mano de Mika sale lentamente de
adentro mío, presionando mi cintura mientras se mantiene en silencio y yo
todavía no puedo mirarlo a la cara, que me muero de vergüenza y sin saber
muy bien porque, los ojos se me llenan de lágrimas y estas comienzan a
caer casi sin que pueda evitarlo.
Mika me abraza más fuerte contra su pecho, como si supiera porque
estoy llorando, aunque ni yo misma lo entiendo.
—Joder, lo siento mucho —susurro, avergonzada y sintiéndome una
estúpida.
Intento salirme de su abrazo, pero no me lo permite, sino que me aprieta
en un súper abrazo y yo..., yo me rompo, sollozo contra él.
—Joder Mika, suéltame —gimo contra su camiseta, pero en realidad, en
realidad no quiero que me suelte.
—No lo hare, pequeña —susurra él contra mi cabello, sin dejar de
acariciar mi espalda contra su otro brazo. —Es normal que te sientas así
ahora, pero no siempre puedes ser fuerte, Mine —agrega.
—¿Qué quieres decir? —Susurro, moqueando como una fracasada.
—Que la persona de la que te estabas enamorando te dejo, no escribió y
encima te echo de tu trabajo y tú no derramaste una puta lágrima, Minerva
—dice él y no me pasa por alto la furia en su voz. —Asique..., solo llora.
Y yo no lo contradigo y hago eso que me dice: lloro.
Me sorprende darme cuenta de la razón que lleva Mika con sus palabras,
como si entendiera lo que estoy pasando en estos momentos y yo termino
dejandome consolar en su abrazo.
Luego de recuperarme de mi ataque de llanto y mocos, fui al baño a
limpiarme un poco..., bueno, el desastre después de un orgasmo, ¿vale?
Mika no dijo una palabra, por supuesto, es un caballero y cuando salí del
baño, él revisaba su teléfono con aire distraído.
Me quedé mirándolo por unos cuantos segundos como una idiota, pero es
que..., ¿y si algo había cambiado?
—Minerva, detente —murmuro él, sin siquiera mirarme.
—¿Qué me detenga de qué? —Pregunto, haciéndome la loca.
—De lo que estás pensando.
—No sabes lo que estoy pensando —me defiendo.
Sus ojos se clavan en los míos con molestia, como si en realidad si
supiera lo que estoy pensando.
—Vale, lo siento —digo, sentándome en la cama y observándolo con una
pregunta rondándome por la cabeza.
¿Querrá que le devuelva el favor?
—Pequeña, ¿en que estás pensando? —Murmura él, una sonrisita
condescendiente en su bonita boca.
—¿Acaso no quieres...? ¿No quieres que..., hum? —digo, señalando su
entrepierna con mis manos.
—¿Si? —Dice, y ahora tiene una sonrisa enorme.
—Que te... tu sabes —digo, apartando la mirada con verguenza.
—No, no lo sé, ¿qué? —Insiste.
—¿Quieres que te la chupe? —Suelto. —Quiero decir, no te corriste y
sentí... —dejo de hablar antes de decirlo.
—¿Qué sentiste? —Me pincha él.
—Algo... —digo, con un encogimiento de hombros.
—¿Sentiste mi polla, Minerva? —Pregunta, porque sabe que la sentí,
solo pregunta para molestar.
¿Es que le gusta hablar sucio?
—Si, quiero decir, puedo chuparla —agrego.
—No —responde al final, con una sonrisa dulce en su rostro.
—¿Por qué? —Pregunto y me molesta sonar tan desilusionada, pero no te
hagas, tu también lo estás.
—Por qué no va a funcionar —dice al final.
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, confundida.
—Que soy gay, Minerva, que las mujeres no me ponen. —Y cuando
estoy a punto de decir que antes, mientras me tocaba, le sentí el principio de
una erección, agrega: —Y si, antes de que digas nada, me puso tocarte, eres
hermosa, nunca me cansare de decirlo, pero simplemente no voy a poder
correrme, vas a frustrarte y yo también lo haré —sentencia.
Y yo me quedo en silencio, pensando unos instantes, hasta que sin
quererlo, largo una de las mías:
—Puedo intentarlo si quieres —y cuando veo la mirada que me larga,
agrego: —Aprendí a hacer eso con la lengua...
Mika se queda unos cuantos segundos en silencio, mirándome fijamente
antes de asentir y preguntar:
—¿Qué, exactamente, aprendiste a hacer?
—Tu sabes... —digo, con un ademán de la mano. —Eso...
—¿Qué? —Insiste y luego, sin poder evitarlo, larga una carcajada ronca
y varonil. —Estas loca.
—Lo sé, algo está mal conmigo —murmuro por lo bajo.
—Hey —dice él, levantando mi rostro con una de sus manos. —Nada
está mal contigo, ¿entiendes? —Asiento a modo de respuesta y antes de que
pueda decir nada, me da un jaloncito para que me acerque a su lado. —
Ahora ven y cuéntame cuales son las chanchadas que aprendiste a hacer con
la lengua, y que sepas que quiero detalles.
Y así como así, fue como todo con Mika volvió a la normalidad y como
yo me di cuenta, que en realidad no sentía nada por él, que era mi amigo,
joder, era hora de que lo entienda, al menos que me creciera un pene, nada
entre nosotros iba a pasar.
Era hora de que lo entendiera.
Y tú también.

Había llegado el gran día: el día de la inauguración.


Decir que estaba nerviosa era mentir, por que estaba más que nerviosa,
estaba aterrada, con dolor de panza y un poco de diarre.
Porque sí, cada vez que estaba muy nerviosa me daba diarrea.
Había llegado a las seis de la mañana a la cafetería para terminar de
hornear los pasteles y encender las máquinas.
Había amado como había quedado decorado el lugar: estaba por
completo pintado en colores pasteles que iban entre el verde, rosado y
amarillo. Las mesas estaban pintadas de blanco con un patinado —que las
hacía lucir gastadas—, y que les daba un aspecto antiguo y las sillas eran
todas distintas entre sí. Las habíamos mandado a tapizar luego de
comprarlas en una venta de garaje en Brooklyn al que me había llevado Isa
y habían quedado preciosas, también en distintos colores y con distintos
estampados que le daban un aire pintoresco al lugar.
Había contratado a una chica que iba a ayudarme con la atención al
público que se veía capaz y con ganas de trabajar. Su nombre era Nerea y
tenia dieciocho años, había llegado a la ciudad hacía poco y no había
podido dar con un trabajo hasta que le hice una entrevista y me gusto su
forma de ser. Era de esas típicas chicas que no paraban de hablar ni un
segundo y estaba segurísima que eso vendría bien con la clientela. Y en la
cocina, para calentar los pasteles y ayudarme con todo, a Cristal. Que era
una mujer de unos cincuenta años que no hablaba mucho, pero que era muy
buena en lo que hacía.
—No puedo creer que voy a hacer esto —le murmure a Isa a mi lado, que
por supuesto la noche anterior se había quedado a dormir en casa para
acompañarme en este día y estaba segura que a lo largo de la mañana, tanto
Dante como Mika pasarían a saludar.
—Todo saldrá bien, veras —me animo ella, de todas maneras, lucía igual
de nerviosa que yo.
Observe la mañana gris atreves de los ventanales, ¿acaso eso sería un mal
presagio?
—Isa, mejor abramos mañana —murmure, de repente asustada.
—Pero..., ¿qué dices? —Pregunta, confundida, mirando en mi dirección.
—Que no puedo abrir hoy, que de seguro alguien termina intoxicado —
farfulle de repente, muy nerviosa.
—¿Es que acaso te volviste loca? —Pregunta Isabella, que ya no tiene
una sonrisa en su rostro, no, ahora me mira exasperada.
—Isa, no voy a abrir hoy —y al ver que no responde, agrego: —Que
mira, mira el cielo como está, mal presagio.
—Hay por favor —murmura ella, mientras camina hacia la entrada con la
clara intención de abrir las puertas.
Y yo, por supuesto, comienzo a empujarla para que no lo haga. Estoy
segura de que Nerea nos mira sorprendida, preguntándose dónde demonios
se metió, sin poder creer que su jefa y la mejor amiga de esta, se empujan
como dos infantes por llegar a la puerta.
Detengo a Isabella antes de que pueda abrir la puerta, poniendo mis
manos sobre las de ella, evitando que gire la manija para abrir.
—Minerva, estas comportándote como una cría —sisea, sin dejar de
intentar abrir la puerta.
—Mal presagio, Isa —murmuro, girando sus manos para el otro lado.
—¡¡¡Mal presagio es que yo no folle hace meses!!! —grita en mi cara.
—Oh por Dios —digo, riéndome, pues porque..., porque Isabella es la
hostia.
—Minerva —amenaza.
—No quiero abrir hoy —murmuro, lloriqueando.
—Como que no me dejes abrir la puerta... —amenaza, mirándome con
los ojos entrecerrados.
—¿Qué harás? —Respondo con altanería.
—Le diré a Dean que no has dejado de preguntar por él.
—No lo harías —siseo en su dirección.
Se suponía que ese era nuestro sucio y pequeño secreto.
—¿Quieres apostar? —Responde, con una sonrisa maliciosa.
—Perra —digo, rindiéndome y haciéndome un paso hacia atrás.
—Anda, cambia esa cara agria —dice con una sonrisa. —Que hoy es el
primer día del resto de tu vida —y dicho eso, abre las puertas de entrada de
par en par.
Son las ocho de la mañana exactamente, tengo un nudo en el estómago
por los nervios, sin embargo una sonrisa enorme se forma en mi rostro y por
fin..., por fin abro las puertas de mi nueva cafetería: Dulces pecados.

***
HOLA MIS AMORES
QUIERO CONTARLES QUE ANDO CON DIAS UN POCO
COMPLICADOS, ESTOY CON MUCHO TRABAJO (LUEGO DE
AÑO Y MEDIO SIN PODER HACER NADA POR LA PANDEMIA)
LOS QUE ESTAN DESDE EL PRINCIPIO, SABEN QUE SOLÍA
SUBIR TRES CAPÍTULOS POR SEMANA DE PECADO, SI, LXS
MALACOSTUMBRE, PORQUE AHORA ESO, NO VA A SER
POSIBLE.
ESTOS DIAS LLEGO LITERALMENTE A CASA MUERTA,
PERO MUERTA EN PLAN: LLEGAR, CENAR E IR A DORMIR.
ESTOY ACTUALIZAND AHORA POR QUE ESTE CAP YA
ESTABA ESCRITO.
OJO, DE NINGUNA MANERA VOY A ABANDONAR LA
HISTORIA, PERO LES DIGO ESTO PIDIENDOLES PACIENCIA.
Y TAMBIEN LES QUIERO AGRADECER POR EL APOYO
INCONDICIONAL QUE ME BRINCAN, POR LOS MENSAJES QUE
ME LLEGAN, POR EL AMOR QUE RECIBO, POR LAS
RECOMENDACIONES, LOS EDITS, POR TODO LO QUE HACEN
QUE ME AYUDA A SEGUIR CREYENDO.
SON TODOS Y NO LOS MEREZCO.
BUENO, SI LOS MEREZCO PORQUE SOY LO MÁS, PERO YA
SABEN, JE
NO EN SERIO, FUERA DE BROMA, GRACIAS POR TODO.
BUENO AHORA MIERDAS
A ESPERAR AL PROXIMO CAPITULO
MIENTRAS TANTO LEAN MIS OTRAS HISTORIAS, COÑO
SIGANME EN MIS SUPER REDES:
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LOS AMO
DEBIE
CAPÍTULO TRES

TOTAL ECLIPSE DEL CORAZÓN

Si creían que abrir una cafetería en pleno centro de Nueva York sería un
éxito, pues..., lo fue, en verdad, tuve durante las primeras tres horas de la
mañana lleno de gente. Algunos curioseando, algunos porque simplemente
les quedaba de paso para llevar un café y tomarlo en el camino, otros con
miradas sorprendidas cuando probaban algunas de las delicias que me pase
horas horneando.
No puedo borrar la sonrisa estúpida de mi rostro, por que por más que
estoy en una de las mejores zonas de Nueva York —cerca de Wall Street—,
no creí que iría así de bien.
Nerea ha sabido manejarse como una profesional, por más que ambas nos
hubiéramos visto un tanto sobrepasadas en un momento, de todas maneras
no hay más de diez mesas dentro de la cafetería, aunque si todas las
mañanas serán como la de hoy, estoy segura de que tendré que contratar a
alguien más.
Son cerca de las once de la mañana, solo hay dos mesas ocupadas a esta
hora, cuando de repente suena la campana de entrada y nada más mis ojos
se dirigen a la puerta, me congelo por quien está entrando.
Dean tiene las mejillas sonrojadas y la nariz roja por el frio, un tapado de
color negro por encima de su traje y un enorme ramo de rosas rojas en la
mano.
Me sonríe.
Me sonríe y «oh por Dios», logra desarmarme.
Camina a paso lento hasta el mostrador, que es donde me encuentro,
antes de detenerse, siempre mirándome fijamente. Estoy segura que Nerea
está limpiando el mismo lugar en la mesa desde que lo vio entrar, así como
también yo me he quedado con la boca un poco abierta e inmóvil.
Pero sepan entender, que no lo he visto en algún tiempo y la última vez
que lo vi, bueno, tenia su polla enterrada en mi. Bueno, en realidad esa no
fue la última vez que lo vi, pero créeme que fue la que más rememore.
—Hola —murmura cuando se detiene frente mío.
—Hola —respondo, sin dejar de mirarlo, sin siquiera moverme, Nerea
todavía limpiando el mismo lugar.
Dean se remueve un tanto incómodo, mirando a su alrededor y luego
clavando nuevamente sus ojos en los míos.
—El lugar quedó muy bien —susurra, nervioso.
—Si —respondo, un leve asentimiento.
Creo que se me atascaron las neuronas.
—Yo..., hum... —mira nuevamente a su alrededor, a sus pies, a Nerea, a
quien saluda con un asentimiento de su cabeza y ella medio se agarra a la
mesa para no desplomarse y luego nuevamente a mi. —Quería saber, si no
estás muy ocupada, tal vez...., ¿tomar algo? —Pregunta con duda.
—Seguro —respondo, pero no me muevo del lugar.
Dios, qué vergüenza.
—Minerva, puedo hacerme cargo un rato —dice Nerea, acercándose a la
barra donde nos encontramos y sacándome de mis pensamientos cuando se
percató de que Dean se estaba sintiendo nervioso.
—Si, si —digo, con una sonrisa incómoda. —¿Qué quieres tomar?
—Solo un café está bien —responde él, con una sonrisa que me parece
aliviada.
—Bien, perfecto, enseguida voy —murmuro, intentando sonreír. —
Siéntate donde quieras —agrego, luego de que Nerea me patee la pierna. —
Enseguida voy —repito. —Bien.
Dean se ríe y algo dentro mío se retuerce, porque, demonios, lo extrañe.
Extrañe a mi amigo.
Porque somos amigos, ¿verdad?
Me giro para comenzar a hacer nuestros café, pero no puedo conectar dos
neuronas y me quedo con los instrumentos en las manos, sin embargo Nerea
parece percatarse nuevamente y me los quita, prendiendo el molinete de
café y comenzando a hacerlo ella.
—Por Dios, Minerva, ¿quién es ese dios del olimpo? —Pregunta,
largándole una mirada de reojo a Dean que se ha ido a sentar al fondo de la
cafetería.
—Un amigo —murmuro, poniendo unas masas dulces en un platito para
acompañar el café.
—Por favor, dime que es de esos amigos con los que te besas sin ropa —
medio gime ella.
—Pero... —digo, mirándola. —¿Qué dices? —Pregunto, sintiendo mis
mejillas arder.
—Ah, joder —dice ella, con los ojos abiertos de par en par. —¿En verdad
follas con él? —Pregunta.
—¿Por qué luces tan sorprendida? —Pregunto yo en respuesta,
indignada.
—Por qué ese hombre luce como súper modelo —responde lo obvio.
—¿Y? —Pregunto, cruzándome de brazos, ya que no parece percatarse
de su insulto.
—Y que ese hombre no está con mujeres normales como nosotras.
Perra.
—Pues si, me lo folle una vez, para que sepas —respondo y luego de
pensarlo unos segundos, agrego: —Dos.
—¿Dos veces? ¿Follaste con ese hombre dos veces? —Pregunta.
—Si —murmuro, calentando un poco de leche para mi café.
—Seguro la tiene como un maní —farfulla por lo bajo.
No respondo, pero no puedo evitar la risita que se me escapa.
—Oh por Dios —gime ella, cerrando los ojos con fuerza y agarrando mi
delantal en puños con un gesto que se me antoja hasta doloroso. —¿En
verdad tiene una linda picha? —Pregunta.
—¿Una linda que? —Pregunto con una carcajada.
—Pi-cha —dice ella, separando las palabras. —Me niego —agrega.
—¿A qué te niegas? —Pregunto, divertida.
Ella niega con la cabeza, poniendo los brazos en jarra, antes de añadir: —
Cuando sea grande quiero ser como tú —murmura.
—Pero... —me quejo, mirándola con el ceño fruncido. —Si no nos
llevamos tanta edad.
—Diez años por lo menos —responde ella, poniendo en una bandeja las
tazas de café.
—Haré de cuenta que no escuche eso —respondo, saliendo de detrás de
la barra y dirigiéndome a la mesa de Dean.
Sonríe cuando me ve acercarme y pienso que debe dejar de sonreír tanto,
que me vuelve débil, joder.
¿Recuerdan como follamos? Porque yo lo he repetido varias veces en mi
cabeza y haber estado con él en año nuevo sin saberlo...
Dulce Jesús.
—Hola —murmuro cuando llego, apoyando los cafés en la mesa.
—Hola —responde él a mi saludo, sonriéndome con dulzura.
Carraspeo mientras tomo asiento, echando endulzante en mi café y
revolviéndolo, todavía sin mirarlo.
¿Por qué estoy tan malditamente nerviosa?
—¿Mine? —Pregunta él, haciendo que clave mis ojos en los suyos. —
¿Estás enfadada conmigo?
—¿Enfadada? —Pregunto, sorprendida. —No —respondo con
sinceridad.
Esa es la verdad.
Dean se echa hacia atrás, suspirando con alivio antes de juntar las manos
en la mesa delante de él.
—Lo siento —susurra en mi dirección y al ver mi ceja enarcada, agrega:
—Exactamente por todo. Por año nuevo y por la encerrona del otro día —
explica.
—Ya paso —murmuro.
—No, no pasó —dice él, llamando mi atención nuevamente. —Sé que es
difícil de entender y probablemente suene como un idiota por lo que voy a
decir, pero... —se corta luego de decir esas palabras mientras yo lo observo
expectante, hasta he ladeado mi cuerpo hacia delante para escucharlo mejor,
de todas maneras él no continua con lo que estaba diciendo.
—¿Pero...? —Lo incito a que siga hablando.
—Lo que menos queríamos con Pierce era hacerte sentir mal, o usada o
muchísimo menos —dice, haciendo su cuerpo también hacia delante para
hablar en voz un poco más baja, aunque no tengamos a nadie a nuestro
alrededor. —Tu eres... —se detiene unos segundos, como si estuviera
pensando seriamente en las palabras que va a decir. —Tu eres la mujer más
increíble que conocí en mi vida y estoy seguro que en la de Pierce también,
no quiero que por un momento pienses lo contrario, que por un momento
sientas que te usamos de alguna manera, porque no es así —sigue diciendo,
a lo que simplemente agacho la mirada por la intensidad de la suya. —Sé
que tal vez no estabas preparada para lo que pasó —continua diciendo y mis
ojos, como por voluntad propia, vuelven a elevarse. —Tal vez fue una
completa idiotez, pero... —susurra, sus ojos clavándose unos mínimos
segundos en mis labios—, no me arrepiento, no puedo hacerlo, porque
haber estado contigo fue una de las cosas más increíbles que me pasaron en
mi vida.
Mis ojos no se han despegado de los suyos y estoy simplemente en
shock, en verdad y tú también lo estás, no lo niegues.
—Yo... —atino a decir, pero mis palabras mueren en mis labios.
A decir verdad, no sabía siquiera lo que estaba pasando por mi cabeza en
estos momentos.
—Está bien —dice él, con una sonrisa triste. —Yo solo... —suspira, un
tanto abatido. —Yo solo no quería que las cosas quedaran mal entre
nosotros, eres una buena amiga —agrega.
Ouch. Justo en la friendzone...
—Si, claro, amigos... —balbuceo. —Mejores amigos —farfullo.
—Si, buenos amigos —agrega él.
—Si —respondo, intentando sonreír. —Los mejores amigos del mundo
—y al ver su mirada inquisitiva, como para cagarla un poco más, agrego: —
¡Seremos como la mierda y el papel higiénico!
El se carcajea despues de eso, claramente.
—Entonces... —murmura, una sonrisa aliviada asomando en su bonita
cara. —¿Cómo has estado?
Y así es como comienzo a contarle cómo han sido mis días, que he tenido
que mudarme de mi departamento con ayuda de Mika y él, por lo bajo,
murmura que podría haberlo llamado.
—Lo sé —respondo con un suspiro—, pero es que pensé que podrías
odiarme.
—¿Por qué habría de odiarte? —Pregunta, confundido.
—No lo sé —respondo con un encogimiento de hombros. —Por lo
último que me escuchaste decir.
—Mira, Minerva —dice, serio—, se que tal vez malinterpretaste un poco
las cosas y no es por defenderlo, pero, ¿nunca te pusiste a pensar que Pierce
puede tener una versión del amor un poco diferente al resto? ¿Qué él no
ama como los demás?
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, confundida.
—Quiero decir que tal vez él no quería lastimarte.
—Me echo, Dean —respondo, sintiéndome frustrada. —Y siquiera se
explicó.
—Lo se —dice, frotándose los ojos con su pulgar e índice. —He
intentado llamarlo, pero no he podido dar por él.
—No me importa —respondo de inmediato, sonando más mordaz de lo
que pretendo. —Quiero decir... —agrego, con un suspiro cansado—, no
quiero hablar de él.
—Esta bien —esta de acuerdo él, con una sonrisa. —Ahora cuéntame,
¿cómo es que le vaciaste una jarra de agua helada a Layla?
—No estoy muy orgullosa de eso —respondo de inmediato, porque es la
verdad—, solo que... —me cortó a mi misma, apartando la mirada un tanto
avergonzada.
—Hey —dice Dean, estirando sus manos por sobre la mesa para tomar
las mías, pero pareciendo arrepentirse en el último momento—, sé quien
eres Minerva y por más que no logres admitirlo, ambos sabíamos que se lo
merecía.
—No sabes que paso —refunfuño.
—Pero sé que no hiciste eso por nada —murmura él.
—Ella dijo que ustedes dos estuvieron con ella después de año nuevo —.
Las palabras salen sin mi permiso y quiero darme una patada mental por
ello. —Quiero decir, no es que me importe, no es como si fuéramos nada...
—agrego, un tanto desesperada.
—No estuvimos con ella después de año nuevo —se apresura a decir él,
interrumpiendo mi perorata.
—Pero si antes —digo y por más que suene como una pregunta, es más
bien una afirmación.
—Si antes —me confirma él, sus mejillas un tanto sonrojadas.
—¿Ustedes...? —Comienzo diciendo, un tanto nerviosa. —¿Ustedes
hacían mucho eso? —Largo al final.
—¿El que? —Pregunta, mirándome fijamente con el rostro impasible.
—Lo de compartir —largo, medio grito en realidad, haciéndome remover
incomoda en mi lugar.
—Yo... —dice él, nervioso.
—Ya, no lo digas —lo cortó de inmediato. —No quiero saberlo.
—Minerva... —suspira él.
—En serio, Dean —lo corto—, yo solo quiero olvidar todo lo que pasó y
ya —suelto.
—Pero yo no quiero olvidar —susurra él, tan bajo, que por un momento
creo habérmelo imaginado.
Nos quedamos mirando fijamente por lo que parece una eternidad, puedo
darme cuenta que hay muchas cosas que quiere decirme, pero no lo hace.
Y también hay muchas cosas que quiero decirle, pero no lo hago.
—Mi trabajo está a solo dos manzanas de aquí —dice, cambiando
rotundamente de tema.
—¿Si? —Pregunto, con una sonrisa. —Si es así, iré a visitarte —agrego.
Dean me sonríe de esa manera que me desarma, como si realmente le
hiciera mucha ilusión que lo hiciera y yo..., bueno, yo estoy un poco
confundida, porque estoy sintiendo muchas cosas dentro mío con su sola
presencia, cosas a las que no quiero ponerle nombre.
Sus manos se estiran por sobre la mesa nuevamente y esta vez si toma las
mías, enredando nuestros dedos y presionándolos, sus ojos clavados en
ellas.
—Tenía miedo de haberte perdido —murmura.
—Yo también —respondo con sinceridad.
—No quería atosigarte, es por eso que no te he llamado —agrega.
—Lo mismo —respondo.
—He estado volviendo loca a Isabella —agrega.
—Yo también —admito.
Y después de eso, los dos rompemos a reír.
Su teléfono emite un pitido y Dean suspira con algo parecido al fastidio,
antes de clavar sus ojos en los míos.
—Tengo que irme —dice, poniéndose de pie y yo imitando su gesto.
Cuando termina de ponerse el tapado, se queda frente mío y sonríe. Se ve
tan bonito, con su corbata color plomo y su camisa perfectamente blanca.
Joder y yo le comí la polla.
«En Jesús Minerva, piensa en Jesús»
—Me muero por darte un abrazo —confiesa con algo parecido a la
timidez.
—No veía la hora de que lo dijeras —respondo yo, antes de pasar mis
brazos por debajo del tapado y enterrar mi rostro en su pecho.
Los brazos de Dean me apretujan por la espalda, mientras su mentón se
apoya en la sima de mi cabeza debido a la diferencia de altura. Sus manos
acarician a lo largo de mi espalda y su perfume dulce me hace sentir que
tengo un poco de paz después de tantos días de locura.
Dean siempre había significado la calma y lo fácil y joder, lo había
extrañado mucho en estas últimas semanas.
Deja un beso en mi cabeza, para luego ladearse hacia atrás y dejar otro en
mi frente y cuando habla, sus labios cepillan mi piel.
—Te veré en estos días —dice, todavía sin separarse.
—Esta bien —digo, diciéndome para mis adentros que debo separarme,
pero demonios, no puedo.
—Pasaré a verte —agrega.
—Está bien —respondo nuevamente, asintiendo.
—Y puedes pasar a verme si quieres también —agrega él.
—No se donde está tu oficina —digo, mientras cuento de diez para atrás
para separarme, cuando llegue a cero lo haré.
«Diez, nueve, ocho, siete...»
—Te lo enviare por mensaje y te pondré en la lista de acceso en la
entrada.
«Toca volver a empezar: diez, nueve...»
—Mine, realmente tengo que irme —susurra, pero tampoco hace nada
para separarse.
«Está bien Dean, haré el esfuerzo por los dos»
Me separo con un esfuerzo descomunal, que se sentía bien estar entre sus
brazos y joder, ¿ya dije lo mucho que lo había extrañado?
—Nos vemos —murmura, detallando mi rostro una vez más, antes de
acercarse y dejar un beso en mi mejilla.
Bueno, más bien en mi comisura.
Ah por Dios.
—Nos vemos —respondo, pero Dean ya salió de la cafetería.
Luego de tomarme unos buenos diez segundos para recomponerme,
camino nuevamente al mostrador y cuando veo la mirada inquisidora de
Nerea, agrego: —Ni una sola palabra.
Y ella, como por arte de magia, no dice nada.
Mejor así.
Isa pasa a buscarme a las seis de la tarde cuando estoy cerrando la
cafetería.
—Hoy duermo contigo —es todo lo que dice a modo de saludo.
No pregunto de inmediato, pero sé que le pasa algo. Isabella por norma
general es muy pizpireta, siempre está sonriendo, haciendo bromas o
avergonzándome diciendo la palabra "polla" muy fuerte.
Pero no esta tarde.
Está pensativa, con el ceño fruncido y no deja de observar lo que sea que
observa en su teléfono.
Tomó unos pasteles de chocolate y frambuesa —que sé que son sus
preferidos— y hacemos nuestro camino al metro para ir hasta mi
departamento.
Decido cocinarle una sopa de verduras que sé que va a agradecer debido
al frío que hace y las pocas calorías que tiene, porque hay veces que
Isabella suele obsesionarse un poco contando dichas calorías.
No juzgo, una vez fui de la misma manera.
Pimienta me ignora cuando llegamos, haciéndome rodar los ojos con
fastidio, hay días en los que maúlla como si me hubiera ido por meses y hay
veces que simplemente pasa de mi.
¿Qué está mal con este gato?
«Que no te soporta la mayoría del tiempo» me responde mi conciencia.
Bueno, eso es verdad.
Isabella se deja caer en el pequeño sillón de la sala, quitándose los
tacones y simplemente quedándose allí en silencio y yo la dejo, no quiero
presionarla.
Pongo música ochentosa, que es la que más le gusta y me dispongo a
cocinar, pasando del baño por ahora ya que no quiero dejarla sola.
Isa se acerca a la barra que divide la cocina y abre un vino, dándole un
largo sorbo del pico antes de servir en dos tazas de café.
Si, leíste bien, de café, todavía no he podido comprar copas de vino y la
caja que contenía las que tenia cayo y se hizo añicos en la mudanza.
Mi amiga comienza a tararear una de las canciones que suena por lo bajo
y yo la observo, porque de repente no está simplemente cantando, no, de
repente está gritando a todo pulmón, asustándome cuando se levanta —
tirando la banqueta en el proceso—, y abre sus brazos, robándome el
cucharón de cocina y cantando tan fuerte "Total Eclipse Of The Heart" que
estoy segura de que mis nuevos vecinos van a quejarse.

«Y ahora te necesito esta noche»


«Y te necesito más que nunca»
«Y si tan solo me abrazas fuerte»
«Estaremos abrazados por siempre»

Oh por Dios, algo muy grave tuvo que haber pasado para que este de esta
manera, de todas formas, lejos de terminar con el show, pareciera estar más
bien llegando a la cúspide.

«Juntos podemos llevarlo hasta la última parada»


«¡¡¡TU AMOR ES COMO UNA SOMBRA SOBRE MÍ TODO EL
TIEMPO!!!»

Inserte aquí un: «Alaverga»

«Y no se que hacer, simplemente estoy en la oscuridad»


«Vivimos en un barril de pólvora y soltamos chispas»
«¡¡¡REALMENTE TE NECESITO ESTA NOCHE!!!»
«¡¡¡EL PARA SIEMPRE VA A EMPEZAR ESTA NOCHE!!!»

Ahora es también Pimienta quien observa con horror a Isabella cantar,


como si estuviera pensando: «Y yo que pensaba que mi esclava estaba
chalada»

«Erase una vez en la que me enamoraba»


«Y ahora solo estoy cayendo en pedazos»
«Nada que pueda hacer»
«Un eclipse total del corazón»

Para cuando esa última estrofa termina de salir de sus bonitos labios,
corro al reproductor de música y apago, con ella aún con los ojos cerrados,
que abre nada más la música cortarse.
—Creo que es suficiente, ya entendí que algo está pasándote —digo,
nada más nuestras miradas encontrarse.
—Nada está pasándome —murmura ella de inmediato.
—Isa —advierto.
—Pero...
—Isa —la cortó nuevamente.
Suspira con abatimiento, levantando la banqueta que tiró al piso cuando
estaba en pleno show y vuelve a sentarse.
—¿Qué está pasando? —Pregunto, llegando frente a ella. —¿Es por
Xander? —Me atrevo a preguntar.
—No, no es eso, es que...
—¿Qué? —Insisto, cuando veo que se queda en silencio nuevamente.
—Mi padre me escribió —es todo lo que responde.
—¿Y...? —La incito a que siga hablando.
A decir verdad, no conozco mucho la interna de su historia familiar, pero
sé que no es fácil, así como también sé que ha pasado muchísimo tiempo
desde la última vez que los vio.
Lo único que le queda es Dante.
—Quiere que vaya el domingo a su casa —murmura, pero no luce para
nada feliz.
—¿Y porque luces como si tuvieran que hacerte un enema?
—Jesús, Minerva —se queja ella, de todas maneras sonríe, que era la
idea. —Porque nada bueno puede salir de eso —responde al final.
—Tal vez te extraña —intento animarla.
—Mine, mi padre, literalmente, me odia.
—No creo que te odie —digo, intentando defenderlo.
—No lo conoces —es todo lo que responde, negando con la cabeza. —
Estoy segura de que quiere exigirme algo de manera amable.
—¿Vas a ir? —Pregunto, sirviendo la sopa en dos enormes tazones.
—Supongo que si, habrá que ver que es lo que quiere —responde.
Ninguna dice nada después de ello y rápidamente Isa se encarga de
cambiar de tema, hablando de cualquier cosa que no tenga que ver con su
familia.
De todas maneras, cuando nos acostamos en mi cama —luego de una
insana cantidad de pasteles—, apretujadas entre nosotras para entrar en
calor, susurro: —Isa, pase lo que pase, estoy para ti.
Ella se acerca un poco más, abrazándome con más fuerza.
—Lo se —responde.
—Ya no tienes que pasar por todo esto sola —agrego. —Ya no más.
Y después de esas palabras, las dos terminamos quedándonos dormidas.

***
HOLA MIS AMORES
PERDON QUE AYER NO PUDE ACTUALIZAR, REALMENTE FUE
IMPOSIBLE
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAPÍTULO
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
QUIERO AGRADECER A EDITORIAL HELEN
POR LA NUEVA PORTADA DE PECADO CON SABOR A
CARAMELO :D
QUIERO DARLE UN SALUDITO MUY GRANDE DE
CUMPLEAÑOS A DOMII BELEN
SI ESTAS POR AQUI, FELIZ CUMPLEAÑOS.
¿QUE LES PARECIÓ EL REENCUENTRO CON DEAN?
PRONTO HABRÁN NOTICIAS SOBRE ISA Y ES TODO LO QUE
DIRE.
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LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CUATRO

CUANDO EL CHOCHO TE PALPITE

—Que no —respondí por tercera vez.


—Mine, en serio, que probar pollas nuevas te hará bien —insistió Isa.
—Por Dios —murmuré, cerrando los ojos cuando la mirada de Nerea se
clavó en nosotras. —¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué le diga al primer
espécimen que tenga polla algo así como: "Hola, ¿te puedo chupar la
polla?"? —Murmuro con ironía.
—Exacto, así, tal cual, de esa manera —respondió ella, asintiendo.
—No voy a hacer eso y no necesito una polla para ser feliz —respondí,
tajante.
—Estas muy amargada —respondió ella, negando con la cabeza mientras
revolvía el endulzante del segundo café del día. —En serio, que una polla te
cambiara la perspectiva de las cosas.
—¿Puedes, por favor, dejar de decir la palabra polla? —Sisee.
—Si prefieres pene por mi está bien —respondió ella como si nada. —
Aunque para mi gusto es un poco formal.
—Isa... —suspire, cerrando los ojos. —¿Tu no tendrías que estar
trabajando?
—No —dijo ella, pero no me miro a los ojos.
—Isa —insistí.
—Tronchatoro me suspendió.
—¿¡De nuevo!? —Pregunte. —¿Qué hiciste ahora?
—En mi defensa, quién llevaba razón era yo.
—Isa, ¿qué le dijiste esta vez? —Pregunte, a sabiendas que últimamente
Isa no era la persona con más paciencia en el mundo que digamos.
Había pasado casi una semana desde que había dicho que iría a ver a su
padre, lo cual sería este fin de semana. Estaba nerviosa, podía comprender
eso, sin embargo no había querido hablar mucho del tema.
—Tal vez... —murmura, todavía sin mirarme. —Tal vez le dije que
necesitaba follar con un bus lleno de strippers con la polla gigante para
mejorar el humor que traía.
—No lo hiciste —respondí, casi de inmediato.
—Si lo hice.
—No Isa, que no puedes haberle dicho eso a Tronchatoro —respondí, y
después de pensarlo unos instantes, agregue: —Es decir, si puedes, te
imagino diciéndoselo y todo, pero eso no está bien.
—Lo se —dijo, apenada y avergonzada por partes iguales.
Juro que lo intenté, intenté con todas mis fuerzas no reirme, pero sin
poder evitarlo, se me escapó una risotada que llamó la atención de algunos
de los clientes que había en la cafetería.
—Isa... —dije, entre carcajadas y ella poco a poco comenzó a contagiarse
también de mi risa. —Pero..., pero, ¿qué cara puso?
Inevitablemente ella en ese momento comenzó también a reír con fuerza,
contagiándome a mi en el proceso, mientras intentaba contarme entre
carcajadas las cosas que le había respondido la señora Katherine.
—Es que en serio... —siguió diciendo, limpiando las lágrimas que caían
de sus mejillas. —Que tendrías que haberlo visto, se había puesto tan roja
que pensé que le daría algo.
—Hizo bien en suspenderte —dije, luego de que nos calmáramos.
—Lo se —estuvo de acuerdo, a pesar de que ahora lucía más orgullosa de
lo que había hecho.
—Sabes que si no te despide es porque eres amiga de Voldemort,
¿verdad?
—Lo sé —respondió, esta vez con un suspiro. —De todas maneras, ya no
importa —agrego, negando con la cabeza y pareciendo perdida en sus
propios pensamientos. —Nada importa.
—Hey, ¿por qué dices eso? —Pregunte, envolviendo su mano con la mía
y dándole un ligero apretón.
—Nada, no me hagas caso —respondió de inmediato, poniendo esa
habitual máscara que solía llevar casi a diario de «todo me importa un
carajo»
—Isa... —intente convencerla de que hablara conmigo.
Porque me había dado cuenta de que Isa, al igual que yo, no tenia
muchos amigos y que en la única a la que le confiaba todo era a mi, porque
siquiera podía contarle algunas cosas a Dante, que a ver, que en cierta
manera lo entendía. Yo sabia que la relación de ella y Xander no había sido
fácil, que quien había tenido que juntar los pedazos rotos de Isa más de una
vez había tenido que ser él, y a ver, en cierto modo lo entiendo cuando se
pone como se pone cada que Isa habla de Xander, porque no es muy
divertido ver a quien amamos caerse con la misma piedra una y otra vez.
En este caso, la piedra, era Xander.
Es por eso que Isa solía contarme todo a mi, o la mayoría, porque había
mucho que ella se guardaba para sí misma, había veces en las que parecía
que ella misma se convencía de que todo iba a estar bien, como si haciendo
eso, las cosas mejorarían de un momento a otro.
En fin, yo, como amiga de ella estaría aquí para lo que necesitara, porque
se suponía que los amigos estaban para los buenos y malos momentos.
—En serio, no es nada —volvió a responder ella, para acto seguido y con
una nueva y genuina emoción en el rostro, agregar: —A lo que voy Mine,
es que estoy segura de que encontraremos dos hombres de esos que
sacuden.
—¿Sacuden como?
—De esos que..., tu sabes —dijo, mientras movía las manos como si
estuviera sacudiéndome.
—No, no se —respondí, por que no entendía a qué se refería.
—A esos que te agarran y te aprietan contra una pared, y te follan como
si no hubieran estado con una mujer en años —agrega.
—Ay Isa —murmuré, apretando su hombro con comprensión. —Creo
que la que necesita follar eres tu, no yo —dije, negando con la cabeza.
—Minerva, que follar nos hará bien, que el amor de nuestras vidas puede
estar a punto de entrar en esta cafetería, que de seguro te verá a los ojos y
frenara cuando sus ojos choquen con los tuyos por que el entendimiento de
que encontró al amor de su vida lo dejara por unos cuanto segundos fuera
de juego—. Isa, ajena a mi mirada incrédula, seguía hablando: —En verdad
lo digo, que lo sentirás, lo sentirás por todo el cuerpo, pero quien se hará
darte cuenta que es el amor de tu vida, será tu chocho.
—Pero..., ¡¡¡Isabella!!! —Me quejo, sin poder creer lo que acaba de
decir. —¿Cómo que mi chocho será un detector de pollas?
—No de pollas, animal —dice ella, largándome una mirada seria. —Del
amor de tu vida, cuando aparezca, cuando crucé la puerta de entrada, te juro
que el chocho te palpita.
Ni bien esas palabras terminan de salir de sus labios, la puerta de entrada
se abre e indudablemente las dos clavamos la mirada allí y sé que ella
nunca lo admitirá, pero me empujo un poco, como si quien fuera a entrar
realmente sería el amor de nuestras vidas, pero ella lo hizo, me empujo para
quedar adelante y yo no estoy muy orgullosa de lo que voy a confesar, pero
debo reconocer que también la empuje un poco, sin embargo las dos nos
quedamos medio fuera de juego cuando dos adonis, vestidos con esos
ajustados trajes de policía, entraron a la cafetería, riéndose de algo que dijo
alguno de ellos y saludándonos con un simple asentimiento.
Ambos tenían el típico corte al ras de la cabeza, un poco más de cabello
en la parte de adelante, aunque uno lo tenía de color chocolate y el otro
completamente negro.
No pude mirar bien sus rostros porque rápidamente se sentaron en una de
las mesas de el fondo, pero no te preocupes, estaba a punto de ir a
atenderlos y averiguarlo.
—Permiso, tengo que trabajar —dije, tomando una bandeja e intentando
salir de detrás de la barra.
—No te preocupes, Mine —dijo Isa, medio empujándome e intentando
tomar la bandeja de mi mano. —Que trabajas demasiado, que los atiendo
yo.
—Pero... —murmuro, sin poder creer. —Isa, ni siquiera trabajas aquí —
refuto, comenzando a tironear la bandeja de sus manos para que la suelte.
—Que si, que estas estresada —responde ella, sin dejar tampoco de
tironear la bandeja.
—Isabella —digo, seria—, no irás a atenderlos.
—¿Y porque tu si? —Pregunta ella.
—¿Y por que tu? —Pregunto en su lugar.
—Anda Minerva, hasta hace cinco minutos querías hacer que tu chocho
entrara en cuarentena —responde ella.
—Pero Isa —digo, y no puedo evitar reír, eso sí, sin dejar de tironear de
la bandeja. —Anda, déjame ir a atenderlos.
—Que no —responde ella, tironeando más. Estoy empezando a sudar. —
Que me toca a mi.
—No te toca nada, no puedes atenderlos, no trabajas aquí.
—Contrátame.
—No.
—Que si, contrátame, seré buena.
—Isa, detente, deja de comportarte como una cría.
—¿Es que has visto lo buenos que están? —Murmura ella.
—No, solo quiero atenderlos y hacer mi trabajo.
—Pero Minerva, ¿desde cuándo eres tan egoísta? —Dice ella para, acto
seguido, soltar la bandeja y claramente yo caer hacia atrás.
Aterrizo sobre mi trasero y cuando veo que ella se dirige a la salida, la
tomo del talón, haciéndola trastabillar y caer sobre sus rodillas, gracias al
cielo estamos detrás de la barra, aunque me imagino a Isabella
desapareciendo por detrás de esta cuando cayó y no puedo evitar reírme,
eso si, no dejo de empujarla y escalar sobre su cuerpo para ser la primera en
salir de detrás de la barra.
—Pedazo de perra —sisea ella, porque si, ambas somos competitivas.
—Tu empezaste —murmuro, poniéndome nuevamente de pie y
acomodando mi cabello.
Una vez que las dos estamos de pie, nos encontramos con la mirada
sorprendida de Nerea, que nos observa sin dar crédito de lo que hicimos
recién.
Carraspeo, intentando lucir tranquila cuando en realidad estoy toda
sudada y con la respiración agitada.
—Iré a atender aquella mesa, con permiso —murmuro.
—Yo también voy —dice Isa, es por eso que apuro el paso.
De manera disimulada, claro, que no se den cuenta, pero de repente la
tengo a mi lado, empujándome con su hombro y yo haciendo lo mismo y si
no la golpeo con la bandeja en el rostro, es porque en el fondo la quiero.
Terminamos llegando las dos al mismo tiempo a la mesa, sin dejar de
empujarnos y murmuramos, como dos estúpidas, lo mismo al mismo
tiempo.
—Hola, bienvenidos a dulces pecados.
Los dos policías nos miran un tanto sorprendidos y atónitos, que a ver,
que no lo ensayamos, pero desde afuera pareciera que si.
—Hola —dice uno, el que tiene los ojos celestes y parece el más
simpático de los dos.
Isa me empuja un poco, intentando acaparar la entera atención de él y yo
la empujo un poco más, pues porque se está pasando de pendeja.
—¿Qué desean? —Pregunto, porque la idiota de mi amiga no dice nada,
simplemente se queda allí, dándolo todo.
—¿Qué recomiendas? —Pregunta el policía buenorro, sin dejar de mirar
a Isa como si estuviera embelesado, es por eso que decido observar a su
compañero, de todas maneras siento mis mejillas sonrojarse cuando me doy
cuenta de que sus ojos negros están clavados en los míos, mirándome con
algo parecido a la molestia.
Le sonrió, pues porque no sé qué otra cosa hacer, de todas maneras
frunce el ceño, niega con la cabeza y clava su mirada molesta en la de su
amigo.
«¿Y a este que le pasa?» me pregunto para mis adentros, para después de
unos segundos, responderme a mi misma. «Que somos dos taradas, eso le
pasa, que al estar de frente, debe haber visto nuestra infantil pelea con Isa»
«Por Dios, que vergüenza» pienso, mortificada.
—Aja —dice Isa, sacándome de mis pensamientos.
Cuando clavo la mirada en los clientes me doy cuenta de que habían
preguntado algo y que a mi amiga le salió un simple "aja".
Dios, que la quiero, en verdad, aunque a veces me pregunte porque.
—Les dejaremos la carta y en breve tomaremos su pedido —comienzo
diciendo, mientras tomo a Isa del brazo. —Todo lo de aquí es riquísimo, lo
he cocinado yo misma.
Antes de que el buenorro pueda responder, el pelinegro se adelanta,
sonando mordaz.
—Déjame decidir eso —farfulla, sin mirarme.
Su amigo sonríe avergonzado, como si se disculpara por él, a lo que
simplemente devuelvo su sonrisa mientras arrastro a Isabella conmigo
nuevamente a la barra, ella en ningún momento deja de mirar al que le tocó
a ella.
Porque por supuesto a ella le toco el que parece ser de cuento de hadas y
a mi el gruñón.
¿Por qué estoy pensando como si esos fueran realmente los amores de
nuestras vidas?
Debo dejar de prestar atención a cada estupidez que me dice mi mejor
amiga.
Tengo que tironear el brazo de Isa para que camine, ya que se ha quedado
embobada mirando al rubio, que no deja de sonreírle y la saluda con la
mano y ella le devuelve el saludo.
—Por amor a Cristo, Isa, camina, joder —siseo en su dirección, un poco
refunfuñada porque a mi nadie me hace sonrisitas.
—Relájate, demonios —dice ella, luego de que estamos nuevamente
dentro de la seguridad de la barra, con ella sin dejar de cabecear para seguir
observando a los policías.
—Quieres detenerte, por favor —siseo en su dirección, tendiéndole el
vuelto a Nerea para una mesa, que no deja de mirarnos con una expresión
de vergüenza ajena y curiosidad.
Si, curiosa mezcla.
—Minerva —susurra Isa, ignorando mi enojo.
—¿Qué? —Respondo, mordaz, cosa que ignora, por supuesto.
—Creo que me ha palpitado el chocho —murmura.
—Oh por Dios —digo, tapando mi cara con la palma de mi mano.
—En serio, que lo sentí —insiste.
—Isa, no quiero saber lo que pasa con tu vagina —respondo, sin mirarla.
—En serio Mine, que creo que es él, por el que va a cantar mi chocho.
—¿Puedes dejar de decir chocho por favor?
—¿Qué prefieres? —Pregunta ella, dándome ahora su completa atención.
—¿Almeja?
—¿Almeja? ¿En serio? ¿Es lo mejor que tienes? —Y cuando abre la boca
para responderme alguna cochinada, me apresuro a tapar su boca con mi
mano. —Si, lo sé, puede ponerse peor, no me lo digas —me apresuro a
decir, sintiendo su enorme sonrisa debajo de mi mano.
Justo en ese momento la puerta de entrada se abre: «por favor que nadie
más haga palpitar el chocho de Isa, pienso». Cuando miramos hacia la
puerta, el mismo muchacho de la florería aparece con un enorme ramo de
jazmines.
Su rostro luce molesto, como si le disgustara tener que venir cada día
aquí con él, como si no le regalara cada vez un muffin de chocolate por las
molestias, aunque se que cobra por lo que hace.
—¿Otra vez? —Pregunta Isa, curiosa.
—Están llegando a diario —respondo, observando la tarjeta del ramo con
sus iniciales.
—¿Vas a contarme en algún momento qué demonios está pasando entre
tu y Dean? —Pregunta mi amiga.
Porque si, desde aquella mañana que vino, no ha vuelto a aparecer, pero
cada día envía un ramo de flores y curiosamente entra un pedido gigante de
pasteles y café para llevar que curiosamente van en dirección a la dirección
que me dio de su oficina, supongo que está regalándole el desayuno a todo
su piso.
De todas maneras no lo he visto y no sé qué demonios significa eso, ¿si
quiero verlo? Pues no lo sé, no estoy enojada y verlo el otro día me gusto.
—No se que está pasando realmente —murmuro, cuando me doy cuenta
que no le he respondido a Isa.
—Anda, cuéntame —insiste.
—Es que no lo sé —respondo con sinceridad.
—¿Irás a verlo? —Pregunta, llamando mi atención nuevamente.
—¿A verlo? —Repito su pregunta.
—Claro, ya que parece que no tiene las pelotas necesarias para venir él,
deberías ir tú —dice, así como si nada.
—Dean si tiene las pelotas necesarias para venir —lo defiendo, haciendo
a mi amiga sonreír lobuna.
—Pero tu no tienes los ovarios para ir a su oficina, ¿verdad? —Dice ella
con malicia. —Es por eso que no has ido, ¿no es así?
—No sé de qué estás hablando —digo, apartando la mirada.
—Eres una llorica —dice, tomando su bolso para por fin marcharse.
—No soy una llorica —murmuro, defendiéndome.
—Si, lo eres —responde.
—Que no —insisto.
—A que no vas —me reta.
—Te odio —siseo en su dirección, por que ya ha metido la idea en mi
cabeza y sabe que no dejaré de darle vueltas sin parar por lo que resta de la
mañana.
—Me amas —dice ella, lanzando un beso al aire y caminando a la puerta
de salida, no sin antes girar el rostro en dirección al policía, que no le quita
los ojos de encima, antes de guiñarle un ojo y salir por la puerta como la
femme fatale que es.
Coño, desearía poder tener esa seguridad al andar.
Mientras pienso en las palabras que dijo Isa antes de marcharse, mis ojos
de manera inevitable se dirigen al policía que me tocó, justo a tiempo para
ver sus ojos cerrarse con placer al morder una tarta de chocolate amargo y
así como si sintiera mi mirada, sus ojos negros se abren, observando con
molestia mi sonrisa engreída al verlo disfrutar de mis pasteles.
Ja, Minerva 1, policía gruñón 0.
Sé que la idea es terrible nada más llegar a la puerta de entrada y
atravesar el vestíbulo, de todas maneras me digo para mis adentros que si
no está, daré media vuelta y me iré por allí por donde vine.
El guardia de la entrada me mira con cautela y cuando observo mi
vestimenta, me doy cuenta del porqué: llevo puesto un pantalón de algodón
holgado —que use a media mañana para cocinar—, una cola alta de cabello
mal hecha y el delantal con corazones todavía puesto y lleno de harina.
«Jesús, Minerva, vergüenza ajena das» pienso, de todas maneras no dejo
de caminar hasta enfrentarme al hombre robusto de seguridad.
—Hola —murmuro con la boca pequeñita.
—¿Si? —Responde mordaz, antes de agregar: —No donamos a caridad
hasta los fines de semana.
«Hijo de la...»
—No soy de caridad —digo, luego de carraspear y con una sonrisa tensa.
—¿Entonces? —Pregunta. —Las sobras las entregamos por la mañana.
«Jodido Lucifer Santo»
—Tampoco pido sobras —digo, volviendo a sonreír tensa. —De hecho
traigo comida —digo, mientras le muestro el paquete envuelto en papel
madera.
—No hay pedidos hechos —responde él de inmediato.
—Es un edificio de casi cincuenta pisos —digo en su dirección,
comenzando a molestarme. —¿Cómo sabe que nadie lo pidió? —Pregunto
con ironía.
—Sé todo lo que pasa aquí —responde, ignorando el sarcasmo en mi
voz.
—Bueno, pues vengo a traer esto para Dean Ross —respondo.
Nada más escuchar su nombre, sus ojos se abren un poco, cosa que no
me pasa inadvertida. De todas maneras se recupera rápido, antes de
enderezarse nuevamente y preguntar: —¿Cómo es su nombre?
—Minerva —digo y cuando la molestia aumenta en su rostro, me percato
que se refiere a mi nombre completo. —Wilson, mi nombre es Minerva
Wilson —me apresuro a decir.
El hombre refunfuña algo por lo bajo, antes de meterse detrás de un
impoluto mostrador de roble oscuro y teclear algo en su computador.
Tarda más de lo necesario, lo sé, no es un nombre tan difícil, hasta un
infante podría deletrearlo, de todas maneras el hombre de seguridad tarda y
sé que solo lo hace para cabrearme, cuando murmura: —Identificación, por
favor.
—Seguro —respondo, haciendo malabares para que el paquete donde
envolví el almuerzo para Dean no caiga por todo el suelo de mármol
blanco. —Ten.
El seguridad, por supuesto, tarda unos buenos cinco minutos en observar
mi identificación, como si esta fuera a ser falsa.
—¿Mucha gente intenta colarse? —Pregunto con sarcasmo cuando
comienzo a perder la paciencia.
—No sabes cuanto —responde, antes de tenderme mi identificación.
Teclea algo más en su computadora y termina tendiéndome un pase que
dice en grande "visitante".
—Los elevadores están por allí, última planta —murmura, apartando la
mirada e ignorándome completamente.
Idiota.
Ruedo los ojos mientras camino al elevador, que lleva más gente de la
que pensé que podría cargar.
¿Acaso esto es seguro? No tengo tiempo para pensar mucho, ya que soy
arrastrada por un mundo de gente dentro de él, todos medio apretujados.
El estómago me da un vuelco cuando el elevador comienza a subir,
siempre me pasa con los ascensores y debo confesar que no es de mis
sensaciones favoritas y como para mejorar el viaje, alguien se tira un pedo.
De esos silenciosos, ¿si sabes cuales? Los que hacen tipo: «psss»
¿Qué cómo lo sé? Pues por el olor que comienza a haber en dicho
ascensor.
Todos se miran de manera acusadora entre todos, sin embargo nadie dice
nada y yo, con mi mirada calculadora, comienzo a buscar culpables,
mientras trato de respirar lo menos posible.
Por Dios, que asco, que a ver, que no es por ser mojigata, que yo me tiro
mis buenos gases, pero no en público, coño, lo hago en la soledad de mi
casa, ventilando las sabanas de ser necesario.
A medida que más pisos subimos, más se va vaciando el enorme ascensor
vidriado y me doy cuenta que van quedando los de trajes más caros, de
todas maneras —mientras ignoro las miradas sobradoras por mi vestimenta
la dirigirme al último piso—, clavo mis ojos en el que creo culpable.
Cuando se da cuenta de que lo observo, medio comienza a removerse
incómodo.
«Si, sé tu secreto» pienso para mis adentros mientras lo veo sudar.
Parece correr nada más llegar a su planta.
«¿Cuántas malditas plantas faltan para llegar?» me pregunto, mientras
observo el panel del ascensor. «Joder, es aquí» me doy cuenta, corriendo
antes de que las puertas se cierren.
Suspiro con alivio cuando me bajo y nada más mis ojos abrirse me quedo
de piedra por la inmensidad del lugar en el que me encuentro: una de las
paredes es completamente de ventanales, del techo al piso, los pisos son de
un impoluto blanco, mientras que los escritorios y todo el decorado es de un
brillante color negro. Estoy tan asombrada dando vueltas en mi propio
lugar, que no me doy cuenta de que una de las secretarías me mira fijamente
con algo parecido a la molestia.
El lugar en sí parece silencioso, como si en este piso solo hubieran
oficinas cerradas y mirando a mi alrededor, me doy cuenta de que es de esa
manera.
—¿Si? —Pregunta la muchacha detrás del mostrador, un tanto
impaciente.
Mis ojos se clavan en los suyos negros y me quedo un poco asombrada
por sus finos rasgos asiáticos, el cabello azabache y liso por el mentón, ni
un solo cabello fuera de su lugar.
Joder, que debo lucir como el culo con mis pintas.
—Hola —respondo con una sonrisa un tanto avergonzada y sintiéndome
un poco intimidad. —Estoy buscando a...
—El señor Ross Jr —responde ella por mi.
—¿Cómo...? —Pregunto, confundida y ella en respuesta arquea su
perfecta y fina ceja.
El hombre de seguridad le dijo.
Genial.
—Me preguntaba... —comienzo diciendo, sin embargo me interrumpe.
—El señor Ross no puede atenderla.
—Pero... —intento refutar.
—Está en una reunión importante —vuelve a interrumpirme,
comenzando a teclear en su computadora y pasando de mi.
—Estoy segura de que si le dice que estoy aquí... —intento nuevamente,
pero vuelve a interrumpirme.
Jodida hija de...
—Le diré que estuvo aquí —murmura ella, sin embargo se que miente,
no le dirá.
—Tal vez podría esperarlo... —intento nuevamente.
—Imposible, se encuentra en una reunión lejos de aquí —agrega, pero
miente.
Esta perra miente.
—Creí que estaba en una reunión importante —murmuro con sarcasmo.
—Lejos de aquí —responde ella, sin embargo en ese momento el
interlocutor se enciende y una voz que conozco bien, resuena por el
pequeño parlante.
—Aiko, por favor, cuando puedas, puedes alcanzarme los papeles del
contrato con Releis Enterprise.
Los ojos de Aiko se clavan en los míos y puedo divisar un pequeño
sonrojo avergonzado en sus mejillas.
—Asique lejos de aquí —murmuro, para, acto seguido, comenzar a
caminar hacia una de las puertas.
—No, señora, que hace... —dice ella, con algo parecido al desespero
mientras intenta correr en mi dirección en unas tacones Jimmy Choo de
infarto.
Encima tiene la osadía de llamarme «señora»
—No te preocupes, conozco el camino —digo, mintiendo como una
puerta, caminando a paso apurado y abriendo una puerta de par en par.
Si, así como en las películas.
La oficina inmediatamente se queda en silencio ante mi interrupción, de
todas maneras yo sonrió cuando mis ojos se chocan con los de Dean, que
me mira sorprendido, pero no puede evitar devolverme la sonrisa.
—Señor, le juro que intente detener a la indigente... —comienza diciendo
la secretaria, trastabillando cuando llegar corriendo.
—¿Indigente? —Pregunto, indignada.
De todas maneras mi piel se hiela cuando una voz ronca y molesta,
murmura: —¿Esta no es la camarera de Pierce? —Comienza diciendo con
un deje de disgusto en su tono. —Que manía de entrar en las oficinas de
esta manera —agrega, para mi total consternación y yo, de manera
inevitable, cierro los ojos con fuerza.
Si, el papá de Dean es alguien al que debería ganarme.
Jo- der.
***
BUENAS BUENAS
SI SI SI, SÉ QUE ESPERABAN LA ACTUALIZACIÓN ANTES,
PERO REALMENTE NO PUDE ESCRIBIR HASTA AYER (SI,
ESCRIBÍ UN CAPÍTULO ENTERO EN UN DÍA)
LES TENGO QUE DECIR DESDE YA MUCHAS GRACIAS POR
LA PACIENCIA INFINITA QUE ME TIENEN, SÉ QUE ESTABAN
ACOSTUMBRADXS A QUE ACTUALICE POR LO MENOS DOS
VECES POR SEMANA, Y SI NO LO HAGO, ES PORQUE
REALMENTE NO TENGO TIEMPO PARA ESCRIBIR, COMO
DIJE EN EL VIVO DEL OTRO DÍA, CADA QUE TENGA
CAPÍTULO LO SUBIRÉ.
ME ESFUERZO POR HACERLO, PERO A VECES ME RESULTA
IMPOSIBLE, ESTABA POR SUERTE CON MUCHO TRABAJO,
AHORA VOY A TENER MÁS TIEMPO LIBRE PARA ESCRIBIR,
ASIQUE...
¿ESTAN LISTXS?
QUIERO DEDICARLE ESTE CAP A MARIANA QUE ESTUVO
CUMPLIENDO AÑITOS EL 17 DE ESTE MES
Y UN SALUDITO ESPECIAL A MI CELES PRECIOSA, QUE
CUMPLIÓ AÑOS AYER, TAN LLENA DE CHISTES Y CADA QUE
ESTOY UN POCO ABRUMADA POR ALGO, SIEMPRE
DANDOME ANIMOS PARA SEGUIR ADELANTE.
(PERDON SI ME OLVIDO DE ALGUN SALUDO DE CUMPLE)
¿LES GUSTO EL CAPITULO?
NO SABEN LO MUCHO QUE ME REI ESCRIBIENDO A
MINERVA E ISA, QUE ELLAS DOS SON LO MÁS LES DIGO.
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
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ANDEEEEEEEEEEN, SIGANME
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CINCO

ESTOY CACHONDA, PRIMER AVISO

—Su nombre es Minerva —dice Dean, dándole una mirada molesta a su


padre.
—Yo... —murmuro, mientras siento las uñas de la secretaria de Dean
clavarse en mi brazo mientras tironea de mi para sacarme de allí.
—Enseguida llamo a seguridad —dice ella, ganándose una mirada de
aprobación de mi ex futuro suegro.
—Pero... —me quejo.
—No es necesario —interrumpe Dean, dándole una mirada que pondría a
correr a cualquiera y ella me suelta de inmediato.
—Traje comida —es lo primero que se me ocurre decir.
Puedo sentir la mirada de mi futuro suegro —nadie puede juzgarme por
soñar y sin contar que la esperanza es lo último que se pierde— clavada en
mi, de todas maneras no lo miro, porque como dije alguna vez, me hace
sentir pequeña e indefensa.
—¿Para mi? —Pregunta Dean sorprendido.
—Estamos trabajando —murmura el señor Ross, haciendo que Dean me
quite nuevamente la mirada de encima. —Podemos dejar esto para después.
—Yo, lo siento mucho —digo, sintiendo el estómago revuelto por la
idiotez que acabo de cometer. —Nos vemos luego —murmuro, dando
media vuelta para salir de allí.
Camino a paso apurado hacia el elevador, no sin antes dejar el paquete de
comida encima del mostrador donde se encontraba la secretaria que estoy
segura que planea hacerme vudú luego de la cagada monumental que acabo
de cometer.
«¿En qué puto momento pensé que esto era buena idea? ¿Cuándo
aprenderé que las ideas de Isabella siempre terminan mal?»
Acribillo el botón del elevador mientras esas preguntas dan vueltas sin
parar en mi cabeza, mientras me siento fuera de lugar y estúpida y una
idiota y todo lo malo del mundo, que estoy fea, que vine sin siquiera
ponerme un par de jeans, por Dios, ¿en qué carajo estaba pensando?
Los ojos se me llenan de lágrimas por el bochorno que siento, porque sin
duda acabo de arruinar todo.
—Lo arruinas todo, joder —me digo para mis adentros, suspirando con
alivio cuando las puertas se abren.
Estoy a punto de meter un pie dentro cuando una poderosa mano se cierra
en torno a mi brazo, deteniéndome.
—Por favor, déjame ir, Dean —susurro, luchando con las ganas que
tengo de largarme a llorar.
—Minerva —suspira él, tirando un poco de mi brazo para hacerme
retroceder, mientras que yo lucho con las ganas que tengo de ponerme a
llorar y quedar aún peor de lo que ya quede.
—Tengo que irme —murmuro, luchando con su agarre.
—¿Por qué viniste? —Pregunta él en su lugar.
—Pensé... —comienzo diciendo, cerrando los ojos por la idiotez de mi
respuesta. —Pensé que querrías comer algo.
—¿En verdad me trajiste comida? —Pregunta, y luce realmente
sorprendido.
Me encantaría poder mirarlo a los ojos, pero es que aún no me siento
lista.
—Si —digo, bajito, suspirando mientras veo las puertas del elevador
cerrarse en mi cara.
Dean vuelve a tironear de mi brazo para que me gire y así lo vea a la cara
y es que..., en verdad no estaba lista para volver a verlo, que luce igual de
bien que siempre, con sus ojitos medio verde medio miel, su mirada dulce
clavada en la mía, su pulgar acariciando la piel de mi brazo, su calor
traspasando mi abrigo.
—Me encanta que me traigas comida a mi trabajo —murmura,
sonriéndome de esa manera encantadora que me desarma.
Le devuelvo la sonrisa, aunque la mía es un poco triste.
—Siento haber interrumpido así —digo, sintiendo mis mejillas con un
eterno sonrojo.
—Ya habíamos terminado —dice él de inmediato, antes de que pueda
decir nada.
Sus ojos siguen clavados en los míos, mientras su mano —esa que me
tiene agarrada— comienza a bajar lentamente, hasta que sus dedos se
enredan en los míos.
—¿Te quedas conmigo un rato? —Susurra.
—Si —respondo, antes de que se me escape un: «toda la vida»
Él me sonríe como un niño pequeño en el día de su cumpleaños, antes de
tirar de mi.
Aiko, su secretaria, tiene sus ojos clavados en nosotros, luego en él,
luego en mi, me recorre con la mirada, luego a nuestras manos unidas,
luego a mi de vuelta, esta vez con los ojos un poco más abiertos.
«Es que los hombres como él no están con gente como nosotras»
Las palabras de Nerea llegan de golpe y casi tengo que aguantarme la
risa.
—Aiko —dice la voz de Dean, deteniéndose en su escritorio para tomar
el paquete envuelto que deje allí. —A partir de ahora, cada vez que Minerva
se presente aquí, me avisas.
—Pero... —intenta quejarse ella.
—No me importa si estoy en una reunión con el mismísimo presidente,
me avisas, ¿entendido?
Me sorprende un poco la seriedad con la que le habla, su sonrisa ha
desaparecido y tiene un profundo ceño fruncido en su rostro, mueca que no
le había visto nunca.
—Si señor —responde ella, sumisa.
Dean vuelve a tironear de mi para llevarme a su oficina, que esta vez, se
encuentra vacía.
—¿Seguro habías terminado? —Pregunto, deteniéndome en la entrada.
—Si —responde él, volviendo a sonreírme como siempre.
Me tomo un momento para observar todo a mi alrededor: la oficina es
enorme, los ventanales muestran prácticamente toda la ciudad de Nueva
York, los rascacielos a lo lejos, mientras que me doy cuenta de que estamos
en uno de los edificios más altos de la ciudad.
La oficina de Dean tiene un amplio escritorio de color negro lleno de
papeles desperdigados, una computadora de escritorio moderna la lado de
un portátil. Hay unas plantas enormes en las esquinas decorando, un sofá de
cuero blanco con una alfombra oscura debajo y en medio una pequeña mesa
ratona de cristal. En una esquina puedo ver un mueble con bebidas y detrás
de una puerta escondida, un pequeño refrigerador, de donde Dean saca dos
bebidas. En la otra esquina se puede ver también una puerta con lo que
supongo conduce a un baño.
—¿Te gusta? —Pregunta él, mientras pone una mano en mi espalda baja
para hacerme avanzar hasta los sillones.
—Es muy lindo —confieso, de repente sintiéndome nerviosa. Dean me
sonríe, mientras toma dos vasos de vidrio para ponerlos encima de la mesa.
—Dean, en serio, debería haber llamado... —comienzo a disculparme
nuevamente, de todas maneras él me interrumpe.
—Si no he ido a la cafetería es porque no quería incomodarte —dice él y
yo me sorprendo por sus palabras. —Creí que tal vez necesitarías algo de
tiempo —sigue diciendo, aunque no me mira, sino que se encarga de abrir
las latas de refresco para servir un poco en cada vaso. —Yo solo... —
suspira, mirando al suelo y luego a mi—, que hayas venido hoy es una de
las mejores cosas que me paso en mi semana.
No puedo evitar la sonrisa boba que se dibuja en mi rostro, en serio, que
escucharlo decir eso, honestamente, me derrite.
—Debe de haber sido una semana demasiado mala para que sea yo quien
la mejore —intento bromear con un poco de ironía.
—Ay Minerva —murmura él, con una sonrisa que me sabe secreta. —Si
tan solo supieras...
—¿Si supiera que? —Pregunto, curiosa.
Él en respuesta simplemente niega con la cabeza sin dejar de sonreír,
dándole el primer bocado al sándwich de pollo que le traje.
—Esto está buenísimo —murmura, sin dejar de comer mientras que yo lo
observo. —Ten —dice, poniendo el sándwich en mi boca.
—No —digo rápidamente, que si de por sí paso penas, imagínate si me
alimenta él, que de seguro me atraganto y termina llamando a la
ambulancia.
—Anda, no seas tímida —insiste, acercando el sándwich..., y es que se
ve tan apetitoso, que una probadita no le hará mal a nadie.
«Dios, si en verdad existes, no me dejes pasar penas» rezo para mis
adentros.
Dean acerca la comida a mi boca y yo abro, dándole un buen mordiscón
y saboreándolo en mi boca, cerrando los ojos un poco con placer, porque,
para qué mentir, me encanta comer.
No se cuantos segundos son los que pasan, pero cuando vuelvo a abrir los
ojos, la mirada de Dean hace que un estremecimiento me recorra el cuerpo
entero. Ya no sonríe, sino que ahora tiene los ojos fijos en mí. Medio
tiemblo cuando extiende su mano y suelta el broche de mi cabello, haciendo
que los mechones ondulados caigan alrededor de mi rostro, enmarcándolo.
De repente una tremenda tensión que parece que nos explotará en
cualquier momento nos invade, mientras me acomoda el cabello para que
no dificulte mi vista. La piel se me eriza con aquel simple contacto, aún
más cuando su dedo pulgar limpia las migas de mi comisura.
No debería de aclararlo, pero mi respiración está agitada y el deseo que
me invade en este momento hace que tenga ganas de abalanzarme sobre él y
comerle la boca de un beso.
—No lo hagas —dice de repente, interrumpiendo mis pensamientos.
Me quedo de piedra, ¿lo habré dicho en voz alta? ¿Lo de besarlo? Joder,
que si lo hice me mudo a África, lo juro.
Comienzo a alejarme, sintiéndome incómoda, porque malinterprete todo,
pero de repente su mano —esa que estaba en mi mejilla—, ahora va a mi
nuca, deteniéndome mientras enreda sus dedos en mi cabello,
manteniéndome inmóvil.
—Estaba pensando lo mismo —murmura, y ahora nos encontramos tan
malditamente cerca que estoy segura que si estornudara, ese estornudo
terminaría en beso. —Pero... —agrega, sacando los pensamientos de
estornudos de mi cabeza.
—¿Pero...? —Pregunto, al ver que no responde.
—Pero tal vez quiera hacerlo de la manera convencional —susurra,
sonriendo.
Tardó unos cuantos vergonzosos segundos en poder responder a lo que
acaba de decir, pero es que entiendan, que cuando Dean sonríe, parece que
mismísimo mundo se detuviera.
—¿Quieres que nos besemos de manera convencional? —Pregunto, sin
siquiera pensar.
Él ríe, por supuesto y juro que puedo sentir sus dedos clavarse un poco
más en mi cuerpo cabelludo, la manera en la que lucha para no terminar de
romper la distancia que nos separa.
—Besarnos también, pero..., pero me refiero a todo en general —dice al
final.
Dios, estamos tan cerca, anda Dean, bésame de una vez por todas.
—¿A todo? ¿A todo como que? —Digo, confundida, mientras lucho con
mis propias ganas de no acercarme a él, aunque en realidad si todavía no lo
he hecho fue por como me tiene tomada del cabello, dominándome. —No
estoy entendiendo de qué hablas —confieso al final.
—Que quiero hacer las cosas bien contigo, Minerva —susurra, y esta vez
apoya su frente con la mía, cerrando los ojos cuando nuestra piel se toca
con aquel mínimo contacto. —Quiero que todo sea perfecto.
—Estoy segura de que si nos besamos ahora, será perfecto —suelto así
sin pensar, pero es que me muero, les juro.
Él vuelve a reír, por supuesto, pero que se vaya acostumbrando a mis
pendejadas si quiere que conmigo todo sea perfecto.
—Lo sé, pero no es el momento —murmura, sus labios están tan
malditamente cerca, que cuando quiero darme cuenta, estoy ladeando mi
cabeza hacia atrás para poder alcanzar sus labios, sin embargo su mano
sigue firme sosteniéndome por el cabello, no dejándome llegar a mi
objetivo.
Bufo cuando no me permite llegar a mi objetivo, cosa que lo hace sonreír,
sin embargo sé que está jugando conmigo.
Maldita sea Dean, creí que eras el bueno.
—Dije que no, Minerva, ¿por qué no haces lo que se te dice? —Murmura
con esa voz ronca, por que por más que se esté controlando, sé que se
muere también por besarme.
—Solo un beso pequeño —susurro.
—¿Sabes cual es el problema, Minerva? —Dice, sin embargo sé que no
espera respuesta, es por eso que me quedo callada. —Que no podría
conformarme con un pequeño beso contigo, por supuesto que no, porque si
yo te besara ahora mismo, una de mis manos comenzaría a soltar los
botones de tu camisa y por más que intentara ir despacio... —se detiene,
tomando aire y yo lo imito, porque de repente me falta el aire. —Por más
que intentara ir despacio no podría, porque cuando estás a mi alrededor,
pareciera perder cada pizca de control que poseo.
—¿Qué harías? —Murmuro, presa de su mirada que siento que me
encandila.
—Te doblaría sobre mi escritorio, Minerva —susurra, mojando sus labios
con la punta de la lengua, ésta rozando mis propios labios en el proceso.
Dios santo. —Te doblaría sobre mi escritorio y te follaria como tantas veces
imaginé hacerlo, voltearía todo lo que hay en él y te haría gritar de tal
manera que Aiko se asustaría, lo juro...
Sé que está a punto de besarme, lo sé, lo presiento y aún más cuando
siento que el chocho me palpita.
Isa va a estar orgullosa de mi.
Estoy cerrando los ojos, saboreando su beso entre mis labios, cuando una
alarma nos hace saltar a ambos en el lugar.
—Jesús —susurro con pena y él ríe, por supuesto, pero es que..., es que
esto no es justo, joder.
—Lo siento —dice, desenredando sus dedos de entre mi cabello para,
acto seguido, ponerse de pie y alejarse.
—Pero... —me quejo, queriendo que vuelva, rogando porque los minutos
anteriores fueran eternos.
—¿Si? —Dice, levantando un moderno tuvo de teléfono, sin quitarme la
mirada de encima y mientras, de manera disimulada, intenta acomodar su
erección, cosa que por supuesto me hace reír. —Demonios... —farfulla,
frustrado. —Esta bien, dame diez minutos —responde y luego, un poco más
serio, agrega: —No te estoy preguntando la hora de la reunión, Aiko, te
estoy diciendo que estaré libre en diez minutos.
Y luego corta el teléfono.
Debo confesar que este Dean de jefe me calienta más que el sol de
verano.
Y a ti también, no lo niegues.
Sus ojos se clavan nuevamente en mi, dejándome completamente inmóvil
cuando lo veo avanzar nuevamente hacia donde me encuentro.
—Tengo una reunión importante —murmura, una vez que llega donde
me estoy y me tiende la mano para ayudarme a ponerme de pie. —Te
acompañare —murmura.
—Conozco el camino —respondo, intentando disimular por todos los
medios lo cachonda que me encuentro.
—Lo se —es todo lo que responde y cuando comienzo a caminar hacia la
salida, su mano me detiene en el lugar, haciendo que clavé mis ojos en los
suyos. —Siento que tengas que irte así, pero es una reunión muy
importante.
—Lo sé —respondo, intentando sonreír, pero no puedo, joder, que ahora
quiero follar.
—Te recompensare —murmura.
—¿Cómo? —No puedo evitar preguntar.
—¿Cómo te gustaría? —Dice él, siguiéndome el juego y con una sonrisa
sexy en su bonita cara.
—Se me ocurren algunas cosas —digo, intentando bromear.
Dean acerca su rostro al mío, chocando suavemente su nariz con la mía
antes de que sus labios se posen sobre mi frente y deje allí un beso.
«Quiero más, Dean, demonios»
—Andando —dice, sacándome de mis pensamientos y comenzando a
avanzar nuevamente.
El camino al ascensor lo hago como en una nube, Aiko, la secretaría de
Dean le dice algo, creo que intenta detenerlo, pero, ¿sinceramente? A mi en
este momento todo me vale, solo puedo pensar en todas las cosas que me
susurro Dean y en como esta noche me tocare pensando en ellas.
Si, leíste bien, voy a tocarme; normalicemos un poco masturbarnos, que
no tiene nada de malo.
Bueno, a lo que íbamos: Dean, para mi total sorpresa, se sube al ascensor
conmigo y si, sé lo que estás pensando, porque yo también lo pensé y no, no
me acorrala contra un rincón y me dice que no puede esperar a probar mis
labios ni un segundo más, ni yo le digo el icónico ¿y el contrato? Porque
nada más comenzar a bajar, solo en el piso siguiente, las puertas vuelven a
abrirse y sube gente, lo cual si tengo que ser sincera no me quejo, ya que
aquello me hace apretujarme más contra Dean.
Lo que va a pasar ahora les juro que no soy yo y sé que mi comentario no
va a ser el más feminista que digamos, pero la carne tira y si tengo que ser
completamente sincera conmigo misma, tengo que confesar que las
palabras de Dean me habían hecho sentir poderosa, una femme fatale como
siento que es Isa y si, si, sé que un hombre no debería tener ese poder sobre
mi, pero soy mujer, soy persona, tengo inseguridades y eso no está mal y si,
Dean había logrado con dos simples palabras, hacerme sentir hermosa y
deseada.
Bueno, la cosa fue que aprovechando que el ascensor iba lleno y cada vez
que se detenía, se llenaba un poco más, termine ladeando mi trasero un
poco hacia atrás y sorpresa, sorpresa, no saben con lo que me encontré.
Dean se tensa nada más sentirme, mientras que sus manos van a mis
caderas, intentando separarme de su prominente erección, pero que pena
para Dean, porque yo estoy encendida y ahora no hay quien me pare.
Meneo un poco las caderas y cierro los ojos a la sensación que aquel
movimiento produce en mi cuerpo, que a ver, que si, que ya estoy mojada,
que quiero más.
Sus manos presionan mis caderas con fuerza, como si estuviera luchando
contra él mismo para contenerse, pero parece que pierde la batalla, por que
de repente, de manera casi imperceptible, son sus caderas las que chocan
con mi trasero.
«Oh Dios, que me voy al infierno, lo sé»
Su rostro se acerca a mi cabello despeinado y suelto, oliéndome y
suspirando en el proceso una vez que dejo caer mi cuerpo en el de él.
—No podemos hacer esto aquí —susurra en mi oído, tan bajo que creo
habérmelo imaginado.
Es en ese momento que me percato de lo que acabo de hacer, joder, que
el ascensor está lleno de gente, sin embargo cuando abro mis ojos —que no
me había dado cuenta hasta ahora que estaban cerrados—, me doy cuenta
de que cada quien está en sus asuntos. Hablando de cosas de trabajo o
simplemente mirando sus teléfonos.
Me separo de Dean, a quien oigo carraspear detrás mío, supongo que
intentando ocultar una risa, mientras me acomodo la ropa. No porque esté
desacomodada, sino porque necesito concentrarme en otra cosa que no sea
en el calor que siento y lo cachonda que me encuentro.
De repente comienzo a picar la pierna y a moverme de un lado al otro,
nerviosa, sintiendo mi cuerpo temblar, así como si tuviera hormigas en el
culo, pero es que de repente me siento sofocada y necesito salir del bendito
ascensor y todavía vamos por el piso treinta.
Una manos se cierran en torno a mi cintura, acercándome a un cuerpo
caliente que logra casi de inmediato calmarme. Su perfume es como un
bálsamo de paz a mi mente agitada, mientras que la presión de su abrazo me
hace suspirar con alivio.
—Quédate quieta —susurra, enterrando su rostro en mi cuello, besando
la piel de allí. —¿Estas bien? —Pregunta y puedo notar la preocupación en
su voz.
—Ahora si —murmuro, haciendo que sus brazos se cierren más en torno
a mi cuerpo.
Me relajo entre sus brazos hasta que llegamos al último piso y somos los
últimos en salir del ascensor, Dean de inmediato tomándome de la mano y
demonios, lo hace como si hubiésemos estado juntos toda la vida.
«Minerva, que te envió a la friend zone hace nada, deja de ilusionarte»
me murmura mi conciencia.
Es verdad, pero bueno, nadie murió por soñar un rato.
El seguridad de la entrada me mira sorprendido cuando me ve de la mano
del dueño de todo esto, es por eso que en un acto infantil, le sonrió con
bravuconería, haciendo que entrecierre su mirada molesta hacia mi.
Por supuesto Dean es ajeno a todo eso, je.
Cuando llegamos a la calle, el viento helado azota mis mejillas,
haciéndome estremecer.
Dean se para frente mío, acomodando las solapas de mi abrigo y cerrando
el cierre hasta el cuello, acto que me saca una sonrisa.
—Deberías irte en taxi, está helando —murmura, clavando su mirada en
la calle.
—Estoy a unas cuantas cuadras, cuando empiece a caminar se me pasara
—le respondo y cuando veo que quiere discutir, agrego: —En serio estoy
bien.
—Bien —responde con un suspiro, analizando mi rostro al detalle. —
¿Qué harás esta noche? —Pregunta y me estremezco al notar el deseo en su
voz.
—Isa —respondo y cuando me mira interrogante, agrego: —Mañana es
su cumpleaños, lo recibiremos todos juntos, en un bar.
—Es verdad —dice, el entendimiento golpeando su rostro. —Le prometí
que iría —agrega.
—Entonces... —susurro, clavando mis ojos en sus labios unos segundos
antes de volver a sus ojos. —Entonces nos vemos esta noche, niño bonito.
—¿Niño bonito? —Pregunta con una sonrisa encantadora.
En respuesta simplemente sonrió, antes de —en un acto de valentía—
besar su comisura y separarme rápidamente, alejándome unos cuantos
pasos.
—Nos vemos esta noche —digo, caminando de espaldas.
Si, se lo que estás pensando, que lo más probable es que me caiga de culo
al suelo, pero ya todo me vale.
—Nos vemos esta noche —responde él y su sonrisa, joder con su sonrisa,
es enorme.
Me obligo a darme la vuelta y comenzar a caminar, pero es que no puedo
parar de sonreír, que tengo ganas de saltar en mi propio lugar, pero..., uff,
como cuesta mantenerse quieta.
De todas maneras no puedo evitar largar un chillido cuando llegó a un
semáforo, haciendo que una señora de avanzada edad salte por el susto y yo
inmediatamente comience a disculparme cuando veo que se pone pálida.
Lo único que me falta es matar a alguien con mi emoción.
La señora me asegura, un tanto molesta, que está bien y me pregunta si
tengo algún problema mental.
¿Qué demonios con la gente hoy? En lo que va del día me trataron de
indigente, de la caridad y lunática.
De todas maneras no me importa, porque nada puede sacarme la emoción
de saber que esta noche veré a Dean de nuevo, demonios, que quiero que
esa tensión entre nosotros explote de una vez por todas.
Me contengo, juro que me contengo para no volver a chillar, mientras
saco mi teléfono y tecleo en él a Isa, pidiéndole consejos sobre qué
ponerme esta noche, porque si de algo estoy segura, es de que quiero dejar a
Dean sorprendido y como la mierda que lo lograré.

***
HOLIS HOLIS
FELIZ DIA DE LA PACHAMAMA, ¿USTEDES TOMAN RUDA
EN SUS PAISES?
YO ME TOME UN SHOT DE CAÑA CON RUDA TEMPRANITO,
PARA ARRANCAR EL MES CON TODO, JE.
(SIEMPRE HAY UNA BUENA EXCUSA PARA ESCABIAR
TEMPRANO JEJEJE)
¿LES GUSTO EL CAPÍTULO? ESTE VA DEDICADO PARA
GRECIA QUE ESTUVO CUMPLIENDO AÑITOS AYER, LOVIU
BEBE
NO SE OLVIDEN, POR FAVOR, DE VOTAR.
LOS CAPÍTULOS DE PECADO TIENEN MUCHISIMAS
LECTURAS Y POCOS VOTOS :(
POR FAVOR, QUE VOTEN, ME AYUDA A CRECER MUCHO,
IGUAL QUE CON PECADO CON SABOR A CHOCOLATE, NO
PUEDO LLEGAR AL MILLON DE VISTAS SIN TENER 100K
COÑO, AYUDENME A QUE ME PUBLIQUEN ALGUN DIA, ¿SI?
¿SE IMAGINAN?
BUENO, SIN MUCHO MÁS VOTO QUE MENDIGAR, LES DEJO
MUCHOS BESITOS
CUIDEN A LA PACHAMAMA, A LA NATURALEZA, NO
CONTAMINEN, NO ENSUCIEN Y AHORREN.
LXS AMO MUCHO
SIGANME EN MIS REDES (QUIERO MÁS SEGUIDORES,
COÑO):
INSTAGRAM: DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
SI HACEN VIDEOS PARA TIKTOK ETIQUETENME TAMBIEN
ASI COMPARTO, ESTOY COMO DEBSREADS
BUENO AHORA SI
BESITOS EN EL TRASTE
DEBIE
CAPÍTULO SEIS

¡POR LA VIRGEN DE GUADALUPE, QUE SI NO FOLLO, QUE ME


LA CHUPEN!

Tienes un nuevo mensaje de: Los chochos palpitantes

Abro la aplicación de whatsapp mientras veo la absurda pelea entre


Dante e Isa:

Dante: Que me palpito el chocho, te digo.


Isa BFF: Pero, si tu no tienes vagina, animal.
Dante: No tiene nada que ver, mi pene se femeneizo.
Isa BFF: Dante, por Dios, que esa palabra ni siquiera existe.
Dante: Pues la acabo de inventar.
Isa BFF: Además, no puede palpitarte lo que sea que te palpite a ti a cada
rato.
Dante: Pero mira quien habla, es tu vagina arrugada la que no conoce de
limites.

La risotada, por supuesto, sale en ese momento, es que estos dos son
terribles.

Isa BFF: Por lo menos recuerdo que meto dentro de ella cada fin de
semana.
Dante: Es que ahí tienes tu respuesta, hace siglos que no mueves los
músculos reproductores, por eso es fácil recordar con quien estuviste, o
mejor dicho, con quien no estuviste... je.
Isa BFF ha salido del grupo.
Yo: Dante, ya la hiciste salir de vuelta.
Dante: Es una exagerada, no es mi culpa que no folle.
Yo: Vuélvela a meter.
Dante: No puedo, que si se salió recién, no puedo meterla, mándale el
enlace del grupo.
Yo: Pero Dante, joder, si apenas se hablar por chat y pretendes que sepa
hacer eso.

Salgo de nuestro chat grupal, en el que ahora estamos solos con Dante,
para ir al privado con Isa.

Yo: ¿Ya estas en el bar?

Sé que lo mejor es no tocar el tema de su vagina arrugada si no quiero


que me bloquee.

Isa BFF: No, aún estoy en casa, ¿tu?


Yo: Estoy esperando que Mika pase por mi.
Isa BFF: ¿Ya follaron?
Yo: No Isa, te dije que éramos amigos.
Isa BFF: ¿De esos amigos con los que te follas de vez en cuando? ¿Para
quitar el escozor?

Niego con la cabeza mientras río a su comentario..., «si tan solo supieras,
Isa» pienso para mis adentros.

Yo: Ya te he dicho que no, solo amigos, por cierto, ¿has sabido algo del
policía?
Isa BFF: No, que va, pero de seguro que mañana estoy en la cafetería
temprano para verlo.
Yo: Mañana es domingo, no trabajo.
Isa BFF: :( :( tendré que esperar al lunes para que mi chocho vuelva a
palpitar...
Yo: Por Dios, Isa.
Isa BFF: ¿Y viste lo bueno que estaba su amigo? ¿Y la manera en la que
te miraba?
Yo: Isa, me miraba como si quisiera implantar droga en mi bolso y
meterme en una cárcel de por vida.
Isa BFF: Que va, que te tenia ganas.
Yo: Ganas de verme tras las rejas.
Isa BFF: Por cierto, hoy duermo contigo.
Yo: Hoy no puedo.

Envío ese mensaje sin siquiera pensar en las consecuencias y la cantidad


infinita de preguntas que van a traer de parte de mi amiga, que si, que tal
vez tanto yo como mi chocho estábamos emocionados por esta noche tener
un poco de acción con ya saben quien, que no había podido parar de pensar
en él en todo el día y la sola idea de vernos esta noche me ponía los nervios
de punta.
Aún más que no había tenido tiempo para esa esperada totita de la que
les hable.

Isa BFF: ¿Cómo que no puedes? ¿Qué significa eso?

Ay, joder, ¿qué le digo?


Justo en ese instante el timbre de casa suena, haciéndome saltar en mi
lugar y una vez que respondo el interfono, Mika me avisa que está
esperándome abajo.

Yo: Mika vino por mi, nos vemos en un rato, te amo...


Isa BFF: Ni por un demonio te creas que olvide el mensaje anterior, te
depilaste la panocha, ¿verdad?
Yo: ¿Es la panocha lo que creo que es?
Isa BFF: Si, exactamente eso, ¿la dejaste piel de bebe?
Yo: Idiota.
Isa BFF: Lo sabía, alguien que conozco tiene esperanza de que mojen un
pez en su pecera.

Cierro el chat con mi amiga, negando con la cabeza a las ocurrencias que
pasan por su cabeza como torbellinos, que la mayoría del tiempo logran
sacarme de mis casillas, mientras hago mi camino a la salida.
Esta noche, sin embargo, Pimienta decide que me quiere y comienza a
colgarse de mi ropa, a maullar, a morderme los zapatos como si fuera un
perro, a querer rasguñar mis piernas, amenazando con romper mis medias
panty.
—Pimienta, no hoy —me quejo, tratando de espantarlo lejos mío.
—Miaaaaaauuuu.
—Pimienta, anda —insisto, ahuyentándolo y poniendo mi cartera delante
de mis piernas para que no me las rasgue—, hoy quise acariciarte y te
dieron arcadas.
—Miiiiaaaaaaauuuuu.
—Pimienta, por Dios, que los vecinos creerán que te estoy matando.
—MIAAAAAAAAAUUUU.
—Jesucristo —murmuro, cerrando los ojos con fuerza.
¿Saben que es lo peor? Que si me voy, seguro maúlle hasta que llamen a
control de animales.
Me acerco a la alacena donde guardo una lata de atún que sé que es su
debilidad y él, nada más verla, para de maullar como lo hacía, mirándome
fijamente y comenzando a lamer su pata mientras lo hace.
—Estas enfermo, ¿sabías? —Siseo en su dirección.
«Si» pareciera responder con desinterés.
—Esto que haces..., es completamente tóxico —agrego.
«Me vale»
—Dios, eres insoportable —murmuro al final, haciendo mi camino
nuevamente a la salida.
«Tu también, esclava»
Mika está esperándome apoyado en el capó de su flamante Mercedes
deportivo color negro, observando algo en su teléfono y sonriendo de lo que
sea que ve, sin embargo parece que me escucha llegar, porque de repente
levanta la mirada y me mira fijamente, deteniéndome en mi lugar. No me
pasa por alto el repaso que me da y es que si no fuera gay, en verdad, que
Mika está para chuparlo de pies a cabeza.
Llevo un vestido con mangas largas de encaje color blanco, el cuello es
cuadrado, por lo que mis hombros y hasta la clavícula van descubiertos y
me queda por encima de las rodillas.
Los zapatos son altísimos y de color rojo oscuro y mis labios acompañan
ese color y llevo encima un tapado con peluche adentro de color negro, que
vamos, que sino me congelo.
—Joder Minerva, estás preciosa —murmura nada más verme.
—Tu no te quedas atrás —respondo, sintiendo mis mejillas enrojecer
mientras que lo repaso también de arriba abajo.
Lleva puesto un ajustado pantalón negro con unos zapatos de vestir
también negros y una camisa con estampados floreados pegada al torso y
encima una chaqueta también negra.
Nada más llegar a su lado, el muy idiota toma mi mano y la besa.
—Mika —me quejo, riéndome.
—¿Qué? —Bromea él en respuesta.
—Detente —digo, cuando abre la puerta de su auto para mi.
—¿Por qué? Estoy siendo un caballero —dice él, antes de cerrar la puerta
y una vez que se deja caer en su asiento, murmura: —Tal vez hasta me gane
un beso cuando termine la noche.
—En tus sueños, Mika —digo, divertida mientras elijo qué música
pondré. —En tus sueños...

El bar que eligió Isa para festejar su cumpleaños es precioso, en verdad,


muy moderno como le gusta a ella. Está decorado en colores blancos y
rojos y bien iluminado y me doy cuenta de donde se encuentran todos, por
los globos de helio en forma de pene que hay colgados en una esquina.
Estoy segura de que eso fue obra de Dante.
Nada más verme llegar, se acerca hacia donde me encuentro, dándome un
ligero abrazo y siseando en mi oído: —No digas una puta palabra de los
putos penes de helio.
—Juro que no iba a decir nada —respondo de inmediato, devolviendo su
abrazo—, por cierto, te ves increíble —digo, porque realmente lo está.
Lleva un pantalón ajustado de color rojo fuego y un top que deja a la
vista su vientre plano también rojo fuego, pero este es de lentejuelas,
haciéndola brillar a cada paso. Los zapatos son el doble de altos que los
míos y lleva su cabello rubio en una apretada cola de caballo, el espeso
cabello blanco cayendo a sus costados y enmascarando su lindo rostro que
solo lleva una pequeña y sutil capa de maquillaje.
En definitiva, parece una muñeca.
—Tu también estás hermosa —dice, esta vez con una sonrisa sincera y
luego acercándose, susurra en voz baja: —¿Si te depilaste?
No respondo, por supuesto, sino que simplemente avanzo hacia la mesa
donde ya nos esperan Dante, con una sonrisa traviesa en el rostro, Nerea,
con quien Isa ha hecho muy buenas migas y me sorprendo de encontrar
también a Tatiana allí.
—Hola —murmuro, en un saludo general.
Porque..., que pereza saludar a uno por uno.
Me siento en la esquina de la mesa larga que hay para todos y Mika sin
siquiera dudarlo un instante, se sienta a mi lado.
Comenzamos a conversar de cualquier cosa de aquí y allá, sin embargo
tengo que sincerarme y confesar que no puedo concentrarme en nada más
que no sea en la puerta de entrada.
—¿A quién esperas? —Pregunta Mika a mi lado.
—¿Yo? —Respondo, con la voz un poco chillona y luego de carraspear y
darle un buen trago a mi cerveza, agrego: —A nadie.
—Si sabes que cuando te pones nerviosa te cambia el tono de voz, ¿no?
—No sé de qué estás hablando —es todo lo que me limito a responder.
De todas maneras, él sigue hablando, o me pregunta algo, que se yo, pero
yo..., bueno yo tengo la mirada clavada en la puerta de entrada y en la
persona que acaba de aparecer por allí.
Bueno, espero estén sentadas, porque Dean..., joder, Dean es el
mismísimo lucifer andando: lleva unos pantalones de color blanco, si, si, lo
sé, ¿qué cómo hace para usar pantalones blancos? No lo sé, en verdad, que
yo antes de ponérmelo de seguro ya lo mancho. Los pantalones los lleva
como los que usan ahora de moda, le queda por los tobillos mientras que
viste unas zapatillas deportivas de color marrón clarito. La remera es
también del mismo color que las zapatillas, le queda ajustada a su cuerpo y
es con cuello en v, su tonificado pecho asomando por debajo, mientras que
encima lleva una puta. Chupa. De. Cuero.
Joder.
De repente siento que unos dedos mueven mi mentón, cerrando mi boca
que se encontraba abierta de par en par.
—Cierra la boca, que se te cae la baba, joder —murmura Mika, con un
tono que siento enojado.
Mis ojos se clavan en los suyos con el ceño fruncido.
—¿Y a ti qué te pasa? —Pregunto.
—¿Ese es Dean, no? —Es todo lo que pregunta.
—Si —respondo un poco dudosa.
Es que..., verán, ¿ese trio que hice con él y Voldemort? Pues la verdad es
que no se lo conté a nadie, a nadie más que a Mika en un ataque de llanto e
inseguridad y a decir verdad, por más que ellos en ningún momento me
lastimaron, a Mika no le gustó mucho aquello, me dijo que era porque
ambos eran unos mentirosos del carajo y habían jugado con mis
sentimientos..., aunque luego de unos minutos me pidió que le contara todo.
Con lujo de detalles.
Dean llega a la mesa donde estamos y envuelve a Isa en un apretado
abrazo, susurrándole algo en el oído que la hace tensarse, aunque después
de unos segundos termina por relajarse y asentir.
Saluda a todos en la mesa, dejándome a mi para lo último y cuando me
voy a levantar, cuando voy a darle un beso en la boca con lengua y todo sin
importarme nada, un poderoso brazo se cierra en torno a mis hombros,
manteniéndome en mi lugar.
—¿Qué carajo haces? —Siseo en voz baja en dirección a Mika.
—Marco territorio —es todo lo que responde.
Dean me observa con el ceño fruncido, primero tendiéndole la mano a
Mika, que le da un apretón bastante fuerte y luego clavando su mirada
confundida en mi.
—Hola, Mine —murmura y me sonríe.
Y esa sonrisa.
Joder, que caigo por su sonrisa.
Que ya me tiene, les juro.
Que..., un apretón en mi hombro me saca de mis pensamientos,
volviéndome a la realidad.
—Hola Dean —respondo, sonriendo tontamente.
Y él me devuelve la sonrisa y...
—Nena, ¿quieres otra cerveza? —La voz de Mika hace que aparte la
mirada, clavando mi mirada confundida en la suya. —¿O tal vez uno de
esos tragos dulces con fresas que probaste el otro día? Aunque esta vez
mediremos la cantidad, ya sabes como te pusiste la otra noche.
«¿Y a este que carajo le pasa?» pienso, mientras sonrió tensa y siento la
mirada de todos en la mesa clavada en nosotros.
—Creo que seguiré con la cerveza —respondo, sin saber que otra cosa
decir.
—Lo que quieras, bebé —responde, guiñándome el ojo.
Lo voy a matar.
Muere Mika esta noche.
—Esto es asqueroso —se escucha decir a la voz de Tatiana, sacando por
fin la mirada de todos de nosotros, cosa que agradezco infinitamente.
No puedo evitar mirar a Dean de reojo, para ver qué piensa de todo esto,
solo quiero darle una mirada que diga: «te juro que eres el único por el que
mi chocho palpita», pero de todas maneras él no está mirándome, sino que
tiene la mirada baja y pensativa.
—¿Por qué estás haciendo esto? —Siseo en dirección a Mika.
—Por que lo quiero lejos de ti —es todo lo que él responde con calma,
ignorando mi tono molesto.
—¿Y quien eres tu para decidir eso? —Pregunto, igual de molesta.
Y él, para mi total y completa consternación, acomoda mi cabello lejos
de mi rostro en una caricia que solo hace que me enoje más, cosa que por
supuesto lo hace reír, antes de pellizcar mi mejilla.
—Tu amigo —responde con simpleza. —Y a partir de ahora el que todos
verán como tu amante.
—Pero no quiero que piensen que eres mi amante —respondo con los
dientes apretados.
—¿No? —Dice él, con esa mirada seductora, clavando sus ojos unos
cuantos segundos en mis labios antes de remojar los suyos con la punta de
su lengua.
—Deja de hacer eso —siseo en su dirección.
—¿Hacer qué? —Pregunta, haciéndose el desentendido.
—Tratar de seducirme —respondo, sintiéndome de repente acalorada. —
Que ya dejamos las cosas claras.
—¿Lo hicimos? —Pregunta él.
—Si Mika —digo, seria, pero me cuesta cuando me mira de la manera en
la que lo está haciendo. —Lo hicimos —agrego.
—Lo que digas, bebé —responde él y cuando quiero rebatir, él se aleja de
la burbuja de intimidad que habíamos creado para que nadie nos escuche,
no sin antes pasar su brazo por mi hombro y acercarme a su costado.
Dios mío, que esto no puede estar pasándome a mí y el bochorno no hace
más que incrementarse cuando Isabella me mira y me guiña el ojo,
dándome dos pulgares para arriba, mientras que Nerea me mira
sorprendida, alternando la mirada entre Mika y yo y luego a Dean.
Que no entiende nada, les digo.
Y luego la mirada triste de él, que me sonríe, igual con tristeza.
Que quiero abrazarlo, apapucharlo, decirle que nada es lo que parece,
ósea que si me toquetee con Mika, pero a él le gustan más las bananas que
la papaya.
La comida comienza a llegar haciendo que por fin podamos distraernos
de las rarezas que suelen pasarme, las conversaciones van y vienen y puedo
por fin ver a Dean sonreír de las cosas que Dante dice en voz alta
intentando seducirlo, Nerea flipa con nosotros y Tatiana sigue luciendo
como si odiara a todo el mundo, aunque hemos cruzado una que otra
palabra y puedo decir que comienza a caerme bien.
La comida va y viene, siendo una picada llena de exquisiteces, las
cervezas pasaron a ser tragos coloridos y estoy siendo completamente
mimada por Mika, que no para de decirme lo preciosa que me veo, lo lindo
que me queda el vestido, entre otras gilipolleces que hacen que quiera
golpearlo, porque si, Dean cada que lo escucha hablar, luce molesto.
Y yo también estoy molesta, aunque con un poco de vergüenza voy a
confesar que me gusta ver a Dean celoso, porque no es como si se enojara
conmigo —que no lo hace—, sino es como si mirara a Mika como la
competencia.
«Anda Dean, pelea por mi» pienso, mientras Mika, como si leyera mis
pensamientos, deja un beso distraído en mi cabeza de manera cariñosa y
parece que estuviera diciendo algo como: «Escucha a papi Mika, que él
sabe de estas cosas»
Y yo lo escucho, pues porque es Mika y Mika es todo lo que está bien en
este mundo.
No se cuanto tiempo pasa, pero cuando quiero darme cuenta, estoy riendo
a carcajadas por las anécdotas que cuenta Dante de Isa y aunque ella quiera
intentar lucir molesta, no puede evitar también reír a sus ocurrencias.
Son casi las once de la noche y falta una hora para el cumple de mi
amiga, quien me he dado cuenta no deja de mirar hacia la entrada, como si
estuviera esperando a alguien que dudo que vaya a llegar, es por eso que
decido intentar distraerla.
—Isa —murmuro y por como suena mi voz, me doy cuenta de que estoy
un poco ebria. —Acompáñame a buscarme otro trago.
Ella me mira, pero termina asintiendo con una sonrisa un poco triste y
una vez que llegamos a la barra —que se por suerte se encuentra medio
vacía—, me le pego para hablar con ella más de cerca ya que la música es
un poco fuerte.
—¿Qué te pasa?
—Nada —responde, demasiado rápido.
—Deja las respuestas ensayadas conmigo, ¿quieres? —Digo y ella me
mira fijamente, sin responder. —¿Qué te pasa?
—Creí que vendría —confiesa en un murmullo bajo.
No tengo que preguntar quién, porque ya se a quien es que ella se refiere,
de todas maneras no puedo evitar querer subirle un poco el ánimo.
—Todavía no es tu cumpleaños —digo, aunque para mi desgracia, no
sueno muy convencida. —Tal vez llega y todo.
Ella me sonríe, mientras da un ligero apretón a mi mano, como si mis
inútiles intentos de hacerla sentir mejor la reconfortaran.
—No va a venir, Mine —dice al final, mientras da un largo trago a su
bebida que acaban de dejarle y yo hago lo mismo con la mía. —Que
Xander... —suspira, cerrando los ojos un momento. —Que daría lo que
fuera porque estuviera aquí —termina diciendo.
—Me encantaría poder borrarlo de tu cabeza —digo al final, después de
unos segundos en silencio. —Me encantaría hacer que lo borres de tu
cabeza aunque sea por esta noche.
—Eres una buena amiga, Minerva.
—No —digo y ella me mira confundida.
—¿No? —Pregunta.
—No, que esta noche te voy a hacer que lo olvides —digo, con una
nueva determinación.
—¿Qué quieres decir?
—Que esta noche nos embriagaremos —digo, sonriendo de oreja a oreja
y ella, para mi total alivio, me devuelve la sonrisa entusiasmada. —Esta
noche vamos a probar todos los tragos del puto bar —digo, y no se porque
estoy levantando la voz. —¡Esta noche vas a ser la puta reina del baile! —
Agrego, parándome en la banqueta de la barra mientras ella medio ríe,
tironeando de mi brazo para bajarme. —¡QUE ESTA NOCHE FOLLAS,
ISA! —Grito y todos a mi alrededor nos vitorean.
—Minerva, que te vas a romper la cabeza, baja de ahí —dice, riendo.
—¡QUE ESTA NOCHE ES NUESTRA, COÑO! —Agrego, sin bajarme,
por supuesto y levantando la copa al aire, mientras todos los que están a
nuestro alrededor brindan con nosotras y puedo divisar al resto en nuestra
mesa observándonos sin entender bien qué pasa ya que se encuentran en el
fondo del bar.
—Esta bien, lo tengo, que esta noche es nuestra —dice y esta vez si dejo
que me tironee y me devuelva a mi lugar.
¿Te preguntaras porque hice lo que hice? Pues porque ahora Isabella
tiene una sonrisa enorme en la cara, la sonrisa que tendría que tener
cualquiera que está por cumplir años en nada, no ese semblante triste de
antes y si, yo soy de esas personas capaces de humillarse y pasar
vergüenzas con tal de ver sonreír a la persona que quieren.
—¡Dos shots de tequila! —Le digo al camarero a voz de grito, que nos
mira un tanto enojado por el espectáculo. —¡Y la casa invita! —Agrego,
haciendo que la muchacha que está en la caja, que creo es la encargada,
asienta con una sonrisa genuina.
El camarero refunfuña, pero nos deja dos vasitos pequeños en la mesa y
cuando veo que Isa va a empinárselo, la detengo.
—No, no —digo y luego, sonriéndole, agrego: —Brindo, brindo, brindo
porque tengo el chocho bonito —digo y su carcajada es tan auténtica, que
yo también termino riendo. —Por que la noche prometa y porque alguien
me la meta —agrego y esta vez todos a nuestro alrededor levantan sus
bebidas para compartir el brindis. —Porque el que no apoya, no folla y
quien no recorre, no se corre. —Agrego, moviendo el vasito por la barra y
todos imitándome. Ay, joder. —El que no gira, no se la tira y el que no toca
madera, no toca pera. — Y para finalizar, a voz de grito, agrego: —¡Y por
la Virgen de Guadalupe, que sino follo, que me la chupen!
Todos vitorean, gritan salud y beben su trago hasta el fondo, o por lo
menos eso es lo que yo hago con mi amiga, que tiene un brillo precioso en
los ojos, divertido, pero por sobre todas las cosas, agradecido.
—Qué haría sin ti, Minerva —dice, negando con la cabeza luego de que
el escozor del tequila se nos pasa.
—Sobrevivir, Isa, sobrevivir...

***
HOLA MIS LINDAS PERSONITAS
PERDON LA TARDANZA
PERO LES DEJO DOS CAPÍTULOS
ESPERO LOS DISFRUTEN
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO SIETE

POR FAVOR, NO ROMPAS MI CORAZÓN

—¡Que los cumplas, feliz! ¡Que los cumplaaaas feeeeeeliiiiizzz! ¡Queee


loos cumplaaas, Isaaaabeeeela! ¡Queee los cumplaaaas feeeelizzzzz!
Aplaudimos todos una que terminamos de cantarle el cumpleaños a mi
amiga, mientras que una enorme torta de dos pisos —hecha por mi, de más
está decir—, decorada con vibradores y calculadoras y números —si, una
mezcla rara para una torta, idea de Dante—, que a Isa le encanto.
La bengala ilumina sus ojitos celestes mientras que una enorme sonrisa
amenaza con partir su rostro a la mitad.
—No te olvides de pedir un deseo —apremia Dante, incitándola a que
cierre los ojos y lo haga.
Isa mira la vela que tiene delante, cerrando los ojos unos cuantos
segundos, no me pasa por alto como la veo tragar saliva con dificultad,
antes de volver a abrir los ojos y apagar la pequeña llama.
Todos aplaudimos, mientras nos acercamos a felicitarla, Isabella agradece
los regalos y cuando me toca a mi, la abrazo y le susurro al oído: —Mi
regalo lo recibes el lunes.
—¿Qué es? —Pregunta, por supuesto.
—La mejor sorpresa de tu vida —es todo lo que respondo.
Y nada más escucharme decir aquello, me apretuja más fuerte y aunque
no se si vaya a aceptar la idea que tengo en mente, no pierdo nada con
intentar.
Gente que siquiera conocemos comienzan a saludar a Isabella y me doy
cuenta también que el lugar poco a poco comienza a llenarse cada vez más.
La música suena a todo lo que da y cuando quiero darme cuenta, una
bandeja llena de tequila llega a nuestra mesa, donde todos —menos Mika,
quien es el conductor designado—, bebemos de un solo tirón.
Las risas, los bailes y la música terminan transportándonos a todos al
medio de la pista que se armó en el lugar. Las luces de neón de todos
colores hacen que nuestra ropa brille, mientras que Isa se pega a mi,
meneando sus caderas.
Estamos bailando frente a nuestra mesa y puedo sentir la mirada de Dean
clavada en mi, sin embargo no se acerca e imagino que es porque los
poderosos brazos de Mika están envueltos a mi alrededor, pegando mi
espalda a su pecho mientras menea las caderas al ritmo de la música y para
qué negarlo, que el condenado es un excelente bailarín.
De repente Dante me arranca de los brazos de Mika —quien me deja ir a
rasga dientes—, y si creía que Mika bailaba bien, bueno, eso es porque no
había visto a Dante bailar en su máxima expresión, en serio, que de repente
es el dueño de la pista y cuando quiero darme cuenta, sus manos están
paseándose por mis costados, mientras hace un perreo intenso que me hace
descostillar de la risa.
Cuando se vuelve a girar, pareciera que sus pasos están ensayados,
porque la gente se abre en círculo a su alrededor, vitoreándolo e incitándolo
a más, el trasero de Dante parece tener vida propia, ojala pudieran verlo,
pero lo que más me hace reír es su seriedad ensayada, que pareciera que
está en un concurso de baile y no en el cumpleaños de su prima.
Cuando termina de bailar la canción de reggaetón que sonaba, todos lo
aplauden y el hace una inclinación, pero es que Dante es un personaje de
película, les juro.
La vejiga comienza a presionarme, es por eso que decido que iré al baño
y luego de una fila interminable, donde terminó haciendo malabares para no
tocar nada del pequeño cuadrado que es el baño ya que me da muchísimo
asco, porque si, esta toda la tapa del retrete orinada, lavo mis manos,
acomodo mi maquillaje —aunque no lo hago muy bien ya que estoy un
poco ebria—, y hago mi camino nuevamente donde se encuentran mis
amigos.
De todas maneras no es muy lejos donde llego, ya que unos brazos de
repente me apresan y me llevan a un oscuro pasillo.
Por unos cuantos segundos mi corazón se detiene y siento que toda la
sangre se drena de mi cuerpo, el pánico atenazando todos y cada uno de mis
músculos, sin embargo las manos que me apresan son gentiles y el sonido
de su voz logra calmarme.
—Por fin te tengo a solas —susurra Dean en mi oído.
—Gracias a Dios —digo, sintiendo a mi corazón latir desbocado.
—¿Te asuste? —Dice, girándome para que ahora pueda mirarlo a los
ojos. —Lo siento, qué idiota, no me di cuenta que te asustarías, lo siento
muchísimo.
—Está bien —respondo, pero todavía siento que podría vomitar mi
corazón.
Nos quedamos unos cuantos segundos en silencio, simplemente allí,
mirándonos como dos idiotas, la música sigue sonando fuerte, haciendo que
las paredes medio vibren. Dean se encuentra apoyado en una de ellas, sus
manos sosteniéndome por la cintura aunque no nos toquemos más que eso.
—Hola —dice, sonriéndome mientras detalla mi rostro con sus bonitos
ojos.
—Hola —murmuro, presa de su mirada.
—Me moría por verte —responde, sus manos presionando mi piel.
—Nos vimos hace algunas horas —respondo.
—No fue suficiente —dice y esta vez me da un tirón leve con sus manos,
que terminan haciendo que mis manos vayan a su pecho para sostenerme.
—No es suficiente, Minerva —repite.
No puedo responder, pues porque el calor de su cuerpo tocando el mío,
simplemente me ha dejado tarada.
—¿Estás follando con tu amigo? —Pregunta y yo me quedo unos cuantos
segundos sin entender muy bien a quien se refiere.
—No —murmuro, pero me guardo que porque Mika no quiso cuando le
propuse chuparle la polla.
—Pero si ha pasado algo —refuta y yo, bueno, yo no sé mentir, mucho
menos cuando estoy ebria, por lo que sé que sabe la respuesta nada más
mirar mis mejillas sonrojadas nivel Dios.
—¿Sientes algo por él? —Pregunta y no me pasa por alto el semblante
serio en su rostro.
—No de la manera que piensas, somos solo amigos —aclaro, mis palmas
picando por tocarlo un poco, pero con esfuerzo logro controlarme.
—¿Él te tocó, Minerva? —pregunta, aunque sé que sabe la respuesta.
—Si —confieso con vergüenza.
Aunque no arrepentida, eso si que no.
—No me gusta que otros hombres te toquen, Minerva —murmura.
—Pero no te opusiste a compartirme con Pierce.
A decir verdad, no se de donde carajo sale ese pensamiento, sin embargo
se que las dije en voz alta por cómo su cuerpo se tensa.
Una de sus manos sube lentamente, en una caricia tan suave que logra
estremecerme de la cabeza a los pies.
—Ay, Minerva —murmura en voz tan baja, que apenas si logro
escucharlo—, hay tantas cosas que me encantaría explicarte —cuando dice
esas palabras, la mano que todavía está en mi cintura termina de romper la
distancia que nos separaba.
—¿Cosas? ¿Cosas como cuales? —Pregunto, luego de jadear cuando
nuestros cuerpos por fin se tocan entre sí.
—Cosas para las cuales no se si estas lista para escuchar —responde,
sonriéndome.
—No te pongas todo misterioso —intento bromear, mientras aprovecho
para pasear mis manos por su pecho, sus músculos tensándose allí donde
mis manos tocan.
—Temo asustarte, Minerva —dice, una de sus manos enredándose entre
las ondas de mi cabello y tironeando un poco.
Joder.
—Nunca podría tener miedo de ti —digo, jadeando, pero es que estas
simples cosas que me hace simplemente me desarman.
—Es que no tienes idea de la manera en la que te deseo —confiesa la
final, sus ojos clavados en los míos, que a pesar de la oscuridad que nos
rodea, logro ver el brillo de deseo en ellos. —No tienes idea las ganas que
tengo de poseerte —agrega.
—Dean —medio gimo su nombre, pero es que con estas simples palabras
ya me puso a mil.
Puedo escuchar de fondo la canción de "Earned it" de "The Weeknd"
sonando en un remix, las palabras recorriendo mi embriagado cerebro y
haciendo este momento tan malditamente caliente.
—Mi nombre saliendo de tus labios es todo lo que quiero escuchar toda
mi vida, Minerva —dice, pero es que Dean...
Dean logra mezclar las palabras más calientes y al mismo tiempo más
dulces en cuestión de nada.
—Quiero... —logro decir, no pudiendo terminar las palabras cuando sus
labios se pasean por mi mejilla, llegando lentamente a mi mentón, ladeando
mi cabeza a su antojo con su agarre férreo en mi cabello.
—¿Qué quieres? ¿Qué quieres de mi, Minerva? —Susurra en mi oído,
mordiendo la piel de allí y provocándome un estremecimiento. —Me tienes,
tienes todo de mi, solo tienes que pedirlo —agrega.
—Te quiero a ti —digo y hace su rostro para atrás para poder mirarme a
los ojos. —Te quiero a ti —repito, por si no me entendió a la primera.
—Ya me tienes —dice él, con una sonrisa canalla.
—Sabes a lo que me refiero —murmuro, mirando sus labios, tan cerquita
de los míos.
—Tienes que ser más especifica, bebé —susurra en respuesta, sus labios
rozando los míos cuando habla.
—Te necesito —es todo lo que puedo responder, cuando la mano que
estaba en mi cintura se pasea por mi espalda hasta tocar mi trasero y dar un
ligero apretón.
—Joder, bebé —susurra, tomando una bocanada de aire en la piel de mi
cuello.
—Deja de torturarme —digo, mis manos subiendo para rodear su cuello
y acercarnos más, si es aquello posible.
Él ríe de mis palabras, mientras se impulsa para despegarse de la pared.
—Vamos a bailar —susurra en mi oído
—Ay, no me jodas —me quejo y esta vez ríe más fuerte, sin dejar de
caminar hacia la pista de baile.
No me pasa por alto que no vamos cerca de nuestro grupo de amigos,
sino que estamos un poco más alejados, donde están las máquinas de humo
y las luces no logran iluminar tanto.
La canción sigue sonando y yo solo quiero escucharla para siempre en
los brazos de Dean, que me sostiene cerca, rodeando mi cintura con sus
poderosos brazos, presionándome contra él, tan cerca que puedo sentir el
principio de su erección clavándose en mi vientre.
Me sonríe cuando abro un poco los ojos por lo excitado que se encuentra.
—Es inevitable no ponerme así cuando te tengo cerca —susurra, pegando
sus labios a mi oreja—, es inevitable no desearte como te deseo y ya no
puedo controlarme, Minerva —dice para, acto seguido, pasear su lengua por
toda la piel de mi cuello. —Ya no voy a controlarme más —agrega.
Ladeo más mi cuello para darle más acceso, mientras mis uñas se clavan
en sus brazos y siento un poco de sudor formándose en mi nuca, y él, como
si se diera cuenta, toma mi cabello con una de sus manos levantándolo y el
contraste del aire caliente con el aire frío que me recorre, hace que la piel se
me erice.
—Puto Dios santo —es todo lo que logro decir, mientras la incomodidad
en mis bragas hace que me remueva incómoda.
Que sí, que esto es muy caliente, que estoy mojándome.
«Por que chica eres perfecta»
«Siempre mereces la pena»
«Y tu lo mereces»
Dean susurra aquellas palabras en mi oído, mientras su cintura hace un
movimiento circular, chocando con las mías, antes de que una de sus
piernas se cuele entre medio de las mías y presione mi centro con ella.
—Oh, jodido Cristo —digo, cerrando los ojos con fuerza por lo que aquel
simple movimiento logró provocarme.
Lo escucho reír antes de que vuelva a acercarse a mi oído a susurrar: —
Deja de meter al jodido Dios en esto, Minerva.
—Si señor —respondo y él automáticamente tironea de mi cabello hacia
atrás para mirarme a los ojos.
Y cuando estos se encuentran:
Por.
Todos.
Los.
Sacerdotes.
Del.
Mundo.
Les deseo, de todo corazón, que un día alguien las mire con el deseo
carnal con el que me está mirando Dean en este momento.
—Repite tus palabras —ordena.
Y yo, yo hago caso y tu también, no lo niegues.
—Si señor —murmuro con una sonrisa seductora.
El agarre en mi cabello se tensa, pero no me lastima, si no que puedo
jurar que me excita como pocas cosas lo hicieron en esta vida.
—Oh Minerva —dice él, dejando suaves besos por toda mi cara—, no
deberías haber empezado esta mierda.
—Es que ya no puedo contenerme, Dean —respondo con total y
completa honestidad. —Ya no quiero contenerme.
—Y yo quiero que te dejes llevar —susurra, sus labios cepillando los
míos.
«Ya, bésame, maldita sea»
Nada más aquel pensamiento llegar a mi cabeza, su rodilla se mueve,
haciendo más presión.
—No te pongas insolente —murmura y al ver la confusión en mi rostro,
agrega: —Puedo leerte tan malditamente fácil, Minerva.
—Eso es trampa —susurro de regreso, dejándome guiar por sus pasos, .
—Trampa es tener la polla dura como la tengo y no estar follandote como
un loco —responde.
Dejo que sea él quien guíe los movimientos, porque a decir verdad, no
soy capaz de siquiera decirle a mis piernas que hacer.
Lentamente nos hace girar al ritmo de la música, otros cuerpos nos rozan,
pero los ignoro, en lo único que puedo pensar es en él, en todas las partes de
nuestro cuerpo que se tocan y en las ganas desesperadas que tengo de que
me bese.
¿Por qué todavía no nos estamos besando?
Siento que Dean nos aleja un poco de toda la gente, caminando a una de
las esquinas del bar donde prácticamente no se ve nada ya que las luces y el
humo se mezclan entre sí, dificultando mi visión.
Jadeo cuando mi espalda choca contra una fría pared y el cuerpo de Dean
se cierne sobre el mío, casi aplastándome.
—Ahora —dice en mi oído, su voz tan ronca y baja, que tengo que cerrar
mis ojos con fuerza para no gemir. —Ahora vas a tener que mantenerte muy
quieta, ¿entiendes?
—¿Qué? —Pregunto confundida.
Confusión que se borra cuando siento una de sus manos moverse entre
medio de mis piernas, tocando la piel a través de las medias, sus yemas
rozando mi piel.
—Dean —digo, tomándolo de su muñeca para detenerlo. —¿Qué...?
—Dije quieta —responde él, con la mirada endurecida, sin embargo hay
una pregunta implícita en su mirada, sé que se le dijera que se detuviera, lo
haría.
¿Quiero que lo haga?
Ni de coña, estoy lo suficientemente ebria como para que me importe un
carajo.
Mis manos se cierran en puño a mis costados, mientras siento por fin sus
dedos llegar a mi entrepierna.
—Separa un poco más tus piernas, bonita —hago lo que me dice, y
aunque todavía casi no me ha tocado, ya tengo la respiración hecha un
desastre. —Un poco más..., muy bien, perfecto —apremia y luego, siento
como rompe mis medias para tener acceso a mi.
—¿Qué demonios...? —Jadeo, entre sorprendida y..., bueno, más
sorprendida.
—Lo siento —dice, sonriéndome. —Te compraré otras, pero es que me
estorbaban —dice y cuando voy a replicar, con su pulgar presiona mi
clítoris y yo..., yo cierro la boca, cosa que lo hace sonreír.
—Dean —digo, dejando caer mi cabeza hacia atrás.
Él por su parte sostiene su peso con su mano apoyada al costado de mi
cabeza, mientras que la otra sigue allí, en mi chocho.
—Puedo sentir lo mojada que estás a través de tus bragas, bebé —
susurra, mordiendo la piel de mi cuello.
Su dedo pulgar comienza a dar pequeños círculos solo por unos
segundos, antes de que con uno de esos dedos corra la braga a un costado y
toque por fin mi piel.
Si me importara, me avergonzaría de lo mojada que estoy, pero ya que,
me vale.
—Oh Minerva, mira como estás joder... —murmura, apoyando su frente
con la mía y tomando un profundo aliento—. Este coño quiere mi polla, es
por eso que está así de mojado, ¿verdad?
—Oh Dean —gimo, cuando uno de sus dedos se mete hasta el nudillo.
—¿Qué, princesa? —Susurra él. —Dime como te gusta, dime que hacer.
—Has... —logro decir, mientras saca y mete su dedo de nuevo—, hazme
lo que quieras.
Él se queda unos cuantos segundos en silencio, antes de responder:
—No debiste decir eso, joder —dice, pero no luce enojado, sino más
cachondo.
Saca el dedo que había dentro mío, esparciendo mi humedad por entre
mis labios para facilitarse los movimientos en mi clítoris.
Estoy tan malditamente mojada.
—Mantén esas piernas abiertas, bebé —dice, ya que no me había
percatado de que intentaba presionándolas entre sí, intentando crear más
fricción. —Voy a hacerte venir linda, pero has lo que te digo, ¿puedes
mantener las piernas abiertas? ¿Lo harás para mí? —Pregunta y mi mirada
encapuchada se cruza con la suya en ese momento cuando logro abrir los
ojos. —¿Vas a obedecerme?
Oh por Dios, este es el Dean al que le va el sado.
Lo sabía.
Lo sabía.
Lo sabía.
—Voy a mantenerme abierta para ti —digo, remojando mis labios secos.
—Solo para ti, Dean —susurro, y él en ese momento pierde el control.
Su boca se estampa en la mía mientras mete de sopetón tres dedos dentro
mío, abriéndome y ahogando el grito dentro de su boca.
Su lengua choca con la mía casi con desesperación, dominándome de una
manera en la que siquiera puedo resistirme.
Sus labios están azotando los míos, nuestros dientes chocando entre sí
mientras esos dedos dentro mío escuecen un poco, si, pero la sensación es
tan malditamente increíble.
Sus dedos entran y salen casi con fuerza, abriéndome, mientras que con
la palma de su mano presiona mi clítoris, siguiendo el ritmo de los
empollones de sus dedos. Mis manos están hechas puño en su camisa,
mientras sus dientes chocan con los míos por el beso desenfrenado, hasta
que por fin siento que mis paredes vaginales comienzan a tensarse y él debe
de darse cuenta, por qué se separa para mirarme a los ojos.
Siento que mis labios arden por la brutalidad de sus besos, mientras que
analiza mi rostro en detalle.
—Vas a venirte sobre mi mano, Minerva —dice con seriedad. —Vas a
correrte con mis dedos dentro tuyo, y vas a disfrutar de tu venida como
nunca antes, ¿entiendes?
—Si, señor —respondo, casi sin pensar.
Él me mira con los ojos entrecerrados, luego a mis labios hinchados,
luego abajo, donde mis piernas se encuentran abiertas y luego nuevamente a
mi.
—Vuelve a decir esas palabras otra vez y no respondo de mí, Minerva —
amenaza.
—Si. Señor. —Digo, sonriendo y él me devuelve la sonrisa, dejando caer
su cuerpo sobre el mío, manteniéndome prisionera.
—Vas a venirte sobre mi mano, ¿no es así?
—Si.
—Mi pequeña niña codiciosa —murmura y ahora el movimiento de su
mano es casi violento.
Siento que mi vientre se tensa, mientras que un estremecimiento me
recorre la columna entera.
—Dean..., por favor... —suplico.
—Córrete en mis dedos, bebé —dice él, también con voz de súplica. —
Córrete sobre mis dedos, necesito sentirlo, Minerva, necesito sentir como lo
haces.
—Si —digo, rindiéndome, dejando de luchar contra ello.
—Eso es, eres tan buena niña —apremia él, sin dejar de mover sus dedos.
—Tan buena niña obedeciendo.
Y eso es todo.
Me vengo.
Oh, pero me vendo de tal manera que hasta me mareo, sintiendo el brazo
de Dean cerrarse a mi alrededor para sostenerme.
—Joder, como presionas mis dedos, mira como te mojaste —dice él, o
creo que dice, no lo sé en verdad. —Jesucristo santo, Minerva, sigue así,
bebé, sigue...
Tengo la garganta tan seca que me lastima. El cabello está adherido por
todo mi rostro, siento los labios magullados y mi entrepierna hecha un
completo desastre.
En serio, que no sirve más.
Dean saca los dedos de adentro mío y yo de inmediato siento su pérdida.
Las medias ya no sirven más, y siento que caen por entre mis piernas
hechas girones.
Logró abrir los ojos para ver como Dean termina de romperlas y para mi
total sorpresa, medio se agacha y la saca de mi pie para de inmediato poner
nuevamente mi zapato y repetir la acción con mi otra pierna, guardando el
panty arruinado en uno de sus bolsillos.
Cuando está nuevamente de pie frente mío, acomoda nuevamente mi
cabello, aunque estoy más que segura de que éste no tiene arreglo.
—Eres un espectáculo digno de ver luego de que te vienes, Minerva —
murmura, haciéndome reír.
—Gracias —digo, con un poco de vergüenza hasta que...
Hasta que de repente miro a mi alrededor, un tanto asustada por lo que
acabo de hacer, pero me doy cuenta de que nadie mira en nuestra dirección,
no sé cómo demonios lo hizo Dean, pero estoy segura de que a la vista de
todos, simplemente estábamos enrollándonos.
—Deberíamos volver —dice, clavando unos segundos los ojos en mis
labios. —Deben estar buscándonos —agrega, pero no atina a moverse.
Y yo tampoco, para qué negarlo.
—No quiero volver —respondo.
—Esto no estaba en mis planes —dice él, mirándome con algo parecido
al arrepentimiento. —Mereces mucho más que esto.
Sonrió cuando lo escucho decir aquello, acercando mi rostro al suyo y
uniendo nuestros labios.
Este beso nada tiene que ver con el anterior, es un beso tranquilo, primero
un toque de labios.
Es un beso de agradecimiento y lleno de promesas.
—Merezco alguien que me mire de la manera en la que tu lo haces —
digo, tomando su rostro entre mis manos. —Merezco que alguien me haga
sentir de la manera en la que tu me haces sentir —agrego.
Y él sonríe, sonríe y es tan bonito cuando lo hace de la manera.
—Me tienes a tu pies, Minerva —termina diciendo al final, mientras
cierra los ojos y apoya su frente en la mía.
—Tu también, Dean —digo, asintiendo. —Tu también.
Y a decir verdad, me asusta un poco la verdad detrás de esas palabras.
«Por favor Dean, no rompas mi corazón»

***
BUENO AMORES
LO PROMETIDO ES DEUDA
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DE ESTOS DOS
CAPÍTULOS
SÉ QUE MERECEN MUCHO MÁS Y PROMETO QUE EN
CUANTO PUEDA LXS RECOMPENSARE
CAPÍTULO DEDICADO A MARIANA GOMEZ :)
NO SE OLVIDEN POR FAVOR DE VOTAR Y COMENTAR
MUCHO
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LAS RECOMENDACIONES TAMBIEN SIEMPRE AYUDAN, SI
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RECOMIENDEN PECADO, COÑO.
JEJE, SI SABEN QUE LXS AMO?
GRACIAS POR TODOS LOS MENSAJES QUE ME MANDAN,
POR EL CARIÑO Y EL APOYO DE SIEMPRE
CON AMOR
SIEMPRE ROBANDO SUS CORAZONES
DEBIE
CAPÍTULO OCHO

ENTRE PROMESAS, BESOS ROBADOS Y LLAMADAS DE


APAREAMIENTO

Volver con el resto del grupo fue raro del carajo.


El camino de regreso fue como caminar a través de una alfombra de
vergüenza.
Pecaminosa vergüenza.
Pero que bien se sintió.
Que anda, que me toquetee con Dean en un rincón oscuro como de
Mordor.
El rostro de él luce inmutable, como si nada hubiera pasado, sin embargo
yo...
—Luces como recién follada —la voz de Tatiana llama la atención de
todos, mientras ella se empina un vaso de whiskey así como si nada.
Mis mejillas deben estar sonrojadas, mientras que Dean me da un
pequeño empujoncito para que termine de acercarme a todos, que por suerte
la mayoría lucen ebrios —incluida Tatiana— y no se percataron de lo que
ella acaba de decir.
O por lo menos eso creía...
—¿Cómo que recién follada? —Dice Isa, a voz de grito. Ay por el señor.
—Si no te has depilado la panocha.
—Por Dios Isa —digo, cerrando los ojos con fuerza por el bochorno. —
Cierra la puta boca.
—Pero... —intenta refutar ella, sin embargo pienso en algo rápido para
distraerla.
—Mira, el policía —y ella, como si de un resorte se tratara, se gira para
observar por todo el bar.
—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? —Y luego, observándome con verdadero
pánico en su rostro, agrega: —Joder, que no me he depilado la panocha.
Y si, todos la pudieron escuchar, incluidos los que no están en el grupo,
riendo en el proceso.
—¿Cuánto has bebido? —Pregunto, tomando mi trago olvidado en la
mesa, sin embargo cuando estoy a punto de agarrarlo, Mika lo corre,
alejándolo de mí. —Hey... —me quejo.
—Eso ya esta feo —dice él, observándome con los ojos entrecerrados. —
Vamos a por otro —murmura.
—Pero... —intento quejarme, de todas maneras me toma del brazo para
hacerme avanzar.
Sin embargo no es muy lejos donde llego, porque otra mano se cierra en
torno a mi otro brazo.
Ay no...
—¿Acaso le preguntaste si quería ir? —Pregunta Dean, sin soltarme y sin
dejar de mirar a Mika.
—¿Acaso ella dijo que no quería? —Pregunta Mika en respuesta.
—No lo sé —murmura Dean, la mirada enojada. —Tal vez si
malditamente le preguntaras —sisea.
—Estoy muy seguro de que Minerva puede valerse por sí misma —es
todo lo que dice Mika en respuesta y acercándose un paso a Dean, agrega:
—Mi chica sabe decir lo que quiere.
—¿Tu chica? —Pregunta Dean con una carcajada amarga.
Estoy segura que está a punto de largar que me follo con los dedos hace
nada.
Alaverga, momento de actuar.
—Yo creo... —comienzo diciendo, clavando mis ojos en Mika—, que tu
deberías adelantarte a la barra —y cuando veo que va a protestar, agrego:
—Como ahora, que hay un mundo de gente, que no quieres que espere
mucho por mi bebida, ¿verdad?
Mika clava sus ojos en los míos, mientras que con la mirada trato de
decirle algo así como: «No es momento de que actúes como novio celoso»
«Pero es tan divertido» parece que él respondiera.
«Tu definición de diversión es tan retorcida» pienso en respuesta con
enojo, cosa que por supuesto lo hace reír.
—Verdad, pequeña —murmura Mika, respondiendo a mi ultima
pregunta. —Te espero allí —agrega, comenzando a abrirse paso entre el
tumulto de gente.
Vuelvo a clavar mis ojos en Dean, sin embargo él sigue clavando dagas
en la espalda de mi amigo.
«Ay Dean, si tan solo supieras que seguro tu lo cachondeas más que yo»
pienso.
—Hey —digo, llamando su atención para que clave sus ojos en los míos
y una vez que lo logro, agrego: —Se que esto va a sonar terrible, pero te
juro que entre él y yo no pasa nada.
Dean me observa con detenimiento, mi rostro, mis ojos, mis labios y
luego nuevamente mis ojos.
—Bien —responde, intentando alejarse, sin embargo lo tomo del brazo
para detenerlo.
—Dean —digo y él suspira, clavando sus ojos nuevamente en mi—, nada
pasa con Mika, nunca te haría algo como eso, ¿sabes?
—Lo sé —responde él, sin siquiera dudarlo.
Que a ver, que él me conoce, que no estaría con dos hombres al mismo
tiempo.
«Bueno...» comienza mi conciencia, sin embargo, antes de que el
pensamiento termine de completarse, me corto a mi misma.
«Sabes a lo que me refería»
Sonrió, no puedo evitarlo y él, por más que lucha contra ello, también me
sonríe, es por eso que en un acto de valentía y ebriedad, me acerco para
susurrar en su oído: —Aún puedo sentirte dentro mío.
Su cuerpo se tensa, y es en ese momento en el que me percato que él no
ha tenido ningún tipo de alivio.
«Pobre Dean» no puedo evitar pensar.
—No vayas con él —murmura, pasando un brazo por mi cintura.
Ah, joder. Todo el mundo va a vernos.
«¿Acaso te importa?» Me digo para mis adentros.
«Pues no...» me respondo con total naturalidad.
—Es mi amigo —digo, intentando mantener las distancias.
De todas maneras nadie está prestándonos atención, puedo ver a unos
cuantos pasos a Isa y Nerea intentando hacer un perreo intenso, mientras
Dante les explica como hacerlo.
Aunque..., Jesús, Tatiana está mirándonos fijamente.
Y tiene una sonrisa siniestra en su rostro.
Y cuando nuestros ojos se encuentran, alza su vaso en un brindis.
Joder.
Que esta chama es rara.
Volviendo a Dean:
—No actúa como tu amigo —refunfuña.
—Pero lo es —digo, sonriendo.
—No es gracioso —refunfuña él nuevamente.
—¿Acaso estas celoso? —No puedo evitar preguntar, pero es que es..., es
tan..., ay Dios.
¿Si sabes a lo que me refiero?
—No es competencia para mí —murmura, tan seguro de sí mismo.
—No lo es —estoy de acuerdo con él. —No me hizo sentir nunca de la
manera que tu hiciste que me sienta —agrego.
Porque esa es la maldita verdad.
—Minerva —dice él, casi como si estuviera gimiendo mi nombre. —No
digas esas cosas, joder —agrega.
—¿Por qué? —Pregunto, sin dejar de sonreír y él perdiéndose en mi
sonrisa.
Joder Dean, que estoy cayendo demasiado rápido.
—Por que haces que quiera cosas que no se si podre tener —murmura.
—Pensé que ya te tenia —respondo.
—Y me tienes..., pero, ¿yo te tengo a ti? —Pregunta y sé a qué se refiere.
Y no, no es a Mika.
—Ahí están... —dice una Isa bastante borracha como para que su cumple
haya empezado hace apenas una hora, antes de pasar uno de sus brazos por
el hombro de Dean. —¿Qué está pasando aquí? Ustedes no estarán
follando, ¿verdad? —Pregunta, así como si nada.
—Joder Isa —digo, un tanto abochornada—, ¿qué dices?
—Es que para estar con Dean debes pasar la prueba —dice en mi
dirección y luego, mirando a los ojos a Dean e intentando lucir seria,
agrega: —Y también debes pasar una prueba si quieres estar con Minerva,
joder, que difícil sería que ustedes dos salieran —murmura, medio perdida
en sus propios pensamientos. —Por favor, no lo hagan muy difícil para mi,
¿quieren?
—No estamos saliendo —digo, intentando que se vaya.
—Todavía... —murmura Dean, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Oh por Dios —farfulla Isa—, haré de cuenta que no escuche nada de
esto —dice, para acto seguido ir a por una bebida a la mesa.
—Más te vale que no recuerde nada para mañana —advierto a Dean, que
ajeno a mi falso cabreo, simplemente me sonríe.
—En algun momento lo sabrá, Minerva —responde él, acercándose un
paso.
Y ahora está en frente mío.
Un pasito más y nos besamos.
Estoy poniendo morritos con los labios para besarlo...
—Tu teléfono está sonando —dice Dean al insistente pitido que suena.
Cuando miro la pantalla, observo que es un mensaje de Mika.
Mika: «Estoy esperando por ti, dulzura»
Puedo notar la tensión de Dean, señal de que ha visto de quien es el
mensaje pero por suerte no ha leído, respetando mi intimidad.
—Yo...
—Ve —dice, sonriéndome.
—No pasa nada entre nosotros... —insisto.
Solo para dejarlo claro.
—Está bien —murmura él.
Sonrió a modo de respuesta, antes de comenzar a abrirme paso hacia
donde se encuentra Mika, que me está esperando apoyado en una barra con
una sonrisa de oreja a oreja y nada más llegar a su lado, no dudo un solo
segundo en darle un puñetazo en el brazo.
—Pero..., ¿qué haces? —Se queja, frotándose donde lo golpee y solo por
eso, vuelvo a golpearlo.
—¿Qué demonios tienes en la cabeza? —Siseo, intentando golpearlo de
nuevo, pero esta vez me toma de la muñeca antes.
—Deja de pegarme —murmura, pero noto que está luchando para que
sus comisuras no se eleven.
—Voy a matarte —siseo.
—Pero, ¿por qué?
—¿¡Encima tienes el descaro de preguntar!? —Grito en su dirección,
evidentemente cabreada.
—Minerva... —comienza diciendo, sin embargo lo corto antes de que
pueda decir nada.
—Como que no folle esta noche Mika —lo amenazo, apuntándolo con
mi dedo índice y todo. —Como que no folle esta noche... —repito.
—¿Con quién vas a follar esta noche? —Dice Isa, que pareciera llegar
siempre justo a tiempo, apareciendo como de por debajo de las piedras.
—Eso Mine —dice Mika, con una sonrisa que me exaspera. —¿Con
quién vas a follar?
—Eso —dice de repente Dante, llegando también a la barra dónde
estamos—, ¿quién te va a meter el pajarito?
—Ay, por el señor —murmuro, cerrando los ojos con un bochorno
tremendo.
—Pues a mi se me hace una idea —dice de repente Tatiana, llamando la
atención de todos los presentes—, aunque tengo mis dudas si será con uno o
el otro.
—¿El uno o el otro? —Repite Isa.
—No sé de qué están hablando —digo, queriendo terminar con esta
extraña conversación. —Y con quien folle o no, no debería ser de su interés
—agrego, firme.
—¿Cómo que no? —Dice Isa. —Fui yo quien te recomendó que te
depilaras el chocho, te dije que hoy sería nuestra noche.
Todos se ríen, por supuesto, porque nada les divierte más que mis
desgracias.
—Quieren parar —siseo.
—Anda, no te enojes —dice Mika, envolviendo su brazo alrededor de mi
cintura y acercándome a él, para poder susurrar en mi oído: —Ya no voy a
molestar, pero como te lastime, Minerva...
Mi sonrisa ahora es auténtica, porque Mika siendo sobreprotector es la
hostia.
—¿Qué harás? —Digo, sin dejar de sonreír.
—Lo matare —responde, pellizcando mis costillas y haciéndome saltar
en mi lugar.
Luego de pedir otra ronda de bebidas para todos, volvemos a nuestro
lugar, donde puedo darme cuenta de que Dean está poniéndose su chaqueta
para irse.
—¿Dónde vas? —Pregunto nada más llegar a su lado y perdiendo
rápidamente mi sonrisa.
Él me sonríe dulcemente, acercándose donde me encuentro.
—Mañana salgo de viaje temprano —murmura. —Volveré a mitad de
semana.
—Pero... —me quejo, sin poder evitarlo—, no te vayas —medio suplico.
Y culparemos a mi cerebro borracho por esto.
—Tengo que... —murmura y luego de mirar a nuestro alrededor, agrega:
—Acompáñame fuera.
—Está bien —respondo asintiendo.
Luego de saludar a todo mundo, Dean me toma de la mano para que
caminemos juntos fuera, abriéndose paso entre el gentío.
Mika me observa fijamente, de todas maneras no dice nada y me deja ir.
Gracias a Dios.
Una vez que llegamos fuera, el aire helado me hace tiritar unos instantes,
sin embargo los brazos de Dean se apresuran a rodearme, apretujándome en
un abrazo de oso.
—Esto fue una mala idea —murmura.
—Esta fue la mejor idea del mundo —es todo lo que digo en respuesta.
¿Y les cuento un secreto? Estar con Dean se siente bien y en calma, como
si los problemas del mundo simplemente no existieran o desaparecieran
mientras lo tengo cerca.
Se siente tan bien...
—¿En verdad tienes que irte? —Susurro contra su pecho, sin querer
despegarme de él.
Puedo escuchar el bullicio que hay a nuestro alrededor, la gente recién
comenzando su noche, la fila que hay para entrar al bar, sin embargo yo
sólo puedo concentrarme en él, en su calor, en sus manos frotando mi
espalda con cariño para mantenerme caliente, en los besos distraídos que
deja en la cima de mi cabeza.
—Si —murmura contra mi cabello. —Mi vuelo sale temprano y todavía
tengo que preparar mis cosas —agrega.
Termino apoyando mi mentón en su pecho para poder mirarlo a los ojos,
que me devuelven la mirada con algo parecido a la preocupación, de todas
maneras antes de que pueda preguntar nada, aquella mueca desaparece
cuando besa mi nariz.
—¿Cómo voy a hacer para estar sin verte hasta la otra semana?
La pregunta sale de mi boca sin mi consentimiento, pero cuando quiero
darme cuenta, él ya ha unido sus labios con los míos.
No se cuanto dura el beso, lo único que sé es que es un simple toque de
labios, tan dulce, tan..., Dean.
—Lo harás porque prometo que una vez que regrese, ya nada va a
separarme de ti —susurra, sus labios cepillando los míos al hablar.
«Oh Dios, cuan malditamente rápido estoy cayendo»
Trago cuando ese pensamiento llega a mi cabeza sin previo aviso,
haciendo que me de cuenta que en verdad todavía no se ha ido y ya estoy
extrañándolo.
¿Qué demonios está mal conmigo? Joder Minerva, que follabas como
loca con su mejor amigo, ¿qué demonios estás haciendo? ¿Tu acaso no
aprendes?
Mi cuerpo —una vez que todos esos pensamientos comienzan a llegar
como torrentes uno tras otro—, inevitablemente se tensiona, mientras que
no puedo evitar hacerme dos pasos hacia atrás, poniendo un poco de
distancia entre Dean y la burbuja de intimidad que acabábamos de crear.
—Hey... —dice él, notando mi cambio. —¿Qué sucede? —Pregunta,
poniendo una mano en mi mejilla en una suave caricia, de todas maneras no
respondo, sino que agacho la mirada, sintiéndome abrumada y confundida
por partes iguales. —Minerva —dice, llamando mi atención y esta vez me
toma el rostro con sus dos manos para que lo mire a los ojos—, no te
agobies —dice, una vez que nuestras miradas se encuentran.
—Es que todo está pasando demasiado rápido —no puedo evitar
murmurar, así como tampoco puedo evitar el temblor en mi voz—, Dean,
que todo es tan...
—Intenso —termina por mí y asiento, porque esa es la manera en la que
me siento—, lo sé, me pasa lo mismo, pero... —da un largo suspiro, como si
estuviera pensando las palabras antes de decirlas—, no quiero dejarte ir —
dice, sorprendiéndome—, no puedo mantenerme lejos, no más.
Y yo en respuesta asiento, porque me pasa igual...
Nos quedamos nuevamente en silencio, nuestros rostros tocándose, sus
labios dejando distraídos besos por toda mi cara.
—Piensa en mí —susurra y no puedo evitar sonreír.
—Lo hare —respondo.
—Ni bien ponga un pie en Nueva York, iremos a cenar —agrega.
—Está bien —murmuro, asintiendo.
—Tendremos una cita —dice, como si no me hubiera dado cuenta.
—Me encanta la idea —respondo.
—A mi también —dice, dejando un beso lento en mis labios, su lengua
acariciando la mía.
—Y tal vez después... —murmuro.
—¿Tal vez después...? —Repite, incitándome a continuar.
—Podríamos, tú sabes... —digo, haciéndome la loca y encogiéndome de
hombros.
—¿Qué? —Insiste.
—Podríamos..., tomar un café en casa —murmuro con las mejillas rojas.
—Comer tortitas —agrego.
Dean se ríe, negando con la cabeza, antes de volver a besarme y por fin
alejarse un paso.
—Nos vemos en unos días, Mine —dice, comenzando a caminar y sin
dejar de mirarme.
—Nos vemos —respondo, mientras pienso que si yo estuviera
caminando de espaldas como él, ya me hubiera roto la cabeza.
—Te llamaré —dice, sonriendo.
Esa sonrisa que muestra todos los dientes y no puedo evitar devolver.
—Esperare tu llamada —digo y él por fin se da la vuelta.
Y yo..., bueno, yo me quedo unos cuantos segundos allí, mirándolo
caminar calle abajo para conseguir un taxi.
Y luego me quedo un poco más, pensando en todas las cosas que pasaron
hoy, en todas las cosas que me dijo, en...
—Por Dios, que patético —escucho una voz detrás de mí e
inmediatamente me giro, porque..., bueno, porque sentí que me lo decían a
mi.
—¿Disculpa? —No puedo evitar preguntar.
Trato de divisar sus rasgos, sin embargo las sombras y la poca
iluminación no me lo permiten.
—No, no te disculpo —responde el hombre apoyado en la pared del bar,
mientras veo la brasa color anaranjado cuando pita su cigarro.
—Idiota —murmuro por lo bajo, caminando nuevamente dentro del bar.
El cambio de temperatura una vez que entro al bar sé que va a
probablemente traerme un resfrió, sin embargo agradezco el aire caliente y
perfumado del bar.
Cuesta abrirme paso hacia donde se encuentran todos, pero termino
llegando en cuestión de minutos y le doy un largo sorbo a la bebida que
había dejado en mi mesa.
Isabella se acerca donde me encuentro y me mira fijamente sin decir una
palabra.
—¿Qué? —Pregunto, lamiendo los restos de mi bebida de mis labios.
—¿Qué está pasando entre Dean y tu? —Pregunta.
Así, sin rodeos.
—¿Con Dean? —Digo, fingiendo demencia. —Nada —respondo, dando
otro buen trago a mi bebida.
—Minerva... —dice.
—Isabella —respondo y luego clavo mis ojos en algo detrás de ella. O
mejor dicho alguien. —Isabella, no vas a creerme quien está aquí... —digo.
—No cambies de tema, Minerva —dice ella.
—No, en serio, que gírate —insisto.
—Minerva, que estas siendo infantil, que distraerme con cosas no te
salvará de esta conversación.
—Isabella —digo, tomándola de los hombros y girándola yo misma—,
que tu chocho me lo va a agradecer.
—Joder —dice, girándose nuevamente cuando se percata el porqué de
que quería que se gire—, ¿pero estas tonta? ¡¿Cómo no me avisas?! —Me
acusa.
—Pero... —digo, sin embargo me silencia y de repente se pone seria.
Vuelve a mirar de reojo a la persona que se encuentra en la barra, para
acto seguido volver a clavar sus ojos en los míos.
—Te lo dije —murmura, tomándome por los hombros y dándome una
pequeña sacudida—, que el chocho no se equivoca, ¡te lo dije! —Repite,
esta vez un poco más emocionada.
—Pero, ¿qué tienes? ¿Un chocho místico? —Respondo, riéndome.
—No te burles —murmura ella—, que te lo dije, que estas cosas pasan
por algo, te lo dije —repite, con una seriedad que no hace otra cosa más que
divertirme.
—Isa, que tal vez es casualidad —digo, intentando que mis ojos
encuentren al policía nuevamente.
—Minerva —me llama mi amiga, que en verdad, si la vieran, luce muy
seria, como si esto fuera en verdad una cosa mística. —Que mi chocho
palpito por él, como un llamado.
—¿Un llamado? —Pregunto, confundida.
—Si, piénsalo de esta manera —comienza a decirme—, es como un
llamado de apareamiento.
—Ay no —digo, cerrando los ojos y tratando de controlar la carcajada.
—Que si, que mi chocho lo llamo, que esto es serio, que las señales están
ahí, que lo atraje hasta aquí —dice.
—Pero Isa, que seguro fue casualidad —no puedo evitar seguir diciendo.
—Que no Minerva, que no lo entiendes —responde ella, evidentemente
frustrada.
—Ah joder —digo, clavando mis ojos en la persona que se acerca detrás
de ella—, que tu chocho a de estar palpitando muy fuerte, porque viene para
aquí —digo.
—No me jodas —dice, con los ojos abiertos de par en par.
—Si, está viendo Isa, está a menos de dos metros —murmuro y no sé
porque estoy comenzando a entrar en pánico.
—Bueno, no pasa nada —dice ella, carraspeando y enderezándose. —
Actúa normal —dice, pero luego de pensarlo unos instantes, agrega: —
Actúa todo lo contrario a como lo haces normalmente.
Perra.
—Eso dolió —la acuso, justo en el instante que el policía toca su
hombro.
Mi amiga se gira con una sonrisa encantadora, nada nervios, todo en ella
luce natural.
—Hey —dice, saludando con un beso en la mejilla al muchacho—, que
sorpresa —agrega.
Él la mira unos instantes con el entrecejo fruncido y un tanto confundido.
—Pero si tu me invitaste —dice.
Ay no, ay no, ay no.
Tengo que tapar mi rostro con las dos manos, que yo me muero aquí
mismo, pero que cara dura la de Isabella.
—Si, bueno... —dice ella, ahora sí removiéndose un tanto nerviosa—,
pero no pensé que vendrías —dice.
—Pues lo hice —dice y luego, sonriendo de manera encantadora, agrega:
—Por cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias —dice ella, con una sonrisa ilusionada.
Será caradura.
Su chocho místico, ni qué ocho cuartos.
—Hola —digo, saliendo de mi escondite detrás de ella para saludar.
Al muchacho —del cual todavía no tengo idea de cómo se llama—, le
cuesta unos cuantos segundos apartar la mirada de Isa, sin embargo cuando
sus ojos se chocan con los míos, sonríe afable, como si me recordara.
—Hola —dice, también saludándome con un beso en la mejilla.
—Minerva —digo cuando me separo, tendiéndole la mano para
presentarme.
—Samuele —responde él. —Pero puedes llamarme Sam —agrega.
Y no sé porqué, pero Sam tiene pinta de ser un muchacho muy agradable.
—Ahí estas —dice una voz, apareciendo detrás de él. —Te he estado
buscando —agrega su amigo llegando por detrás.
Mira a Isabella y le da un simple asentimiento, antes de mirarme a mí y...,
nada, el muy idiota aparta la mirada como si yo no existiera.
—Marcus —murmura Sam, entre el cabreo y la vergüenza—, déjame
presentarte a mis nuevas amigas —agrega.
El tal Marcus suspira con algo parecido al cansancio, como si esto le
molestara sobremanera esta situación, como si en realidad hubiera sido
arrastrado hasta aquí.
Y si Sam es igual de intenso que Isabella, supongo que eso fue lo que
pasó.
—Chicas, él es Marcus —comienza diciendo y esto es tan malditamente
incómodo—, Marcus ellas son Isabella y Minerva —agrega con una sonrisa
encantadora.
—Hola —murmura con desinterés.
Será idiota.
—¿Quieren ir a por algo de tomar? —Dice mi amiga, ignorando la
hostilidad del policía malo.
Porque si, era obvio que a ella le tocaría el encantador.
—Isa... —digo, tironeando de su muñeca.
—Genial —murmura Sam al mismo tiempo.
Marcus solo rueda los ojos.
—¿Qué? —Sisea mi amiga, una vez que empieza a caminar,
arrastrándome con ella.
—Isa, que esté Marcus va a plantarme droga, te digo.
—No digas idioteces —farfulla ella.
—Que me odia —intento convencerla.
—¿No que querías follar? —Pregunta. —Aparte de que está buenísimo.
—Isa, que es la reencarnación de Satanás —Insisto, intentando detenerla.
—Minerva —dice, deteniéndose para mirarme a los ojos. —Que me
palpito el chocho por él, que tu viste las señales —murmura.
—¿Qué señales? —La acuso. —Si tu lo invitaste.
—Nimiedades —responde ella, con un ademán de su mano—, solo
acompáñame un ratito y luego te vas.
Quiero decirle que no, pero que vamos, que es su cumpleaños y la noto
ilusionada.
—Vale, pero si el policía malo comienza a querer implantarme droga por
cualquier parte del cuerpo, me piro.
—No digas idioteces —farfulla ella, comenzando a caminar nuevamente.
Una vez que llegamos a la barra, los chicos cesan su conversación y
claramente hablaban de nosotras, o seguramente de que Marcus debería ser
más agradable y quitar esa mueca de su rostro que pareciera que vive con
un limón amargo en la boca todo el tiempo.
—¿Qué quieren tomar? —Pregunta Sam.
—Cerveza —murmuro y Isa asiente, pidiendo lo mismo.
Tomo el cuello de la botella y miro a mi alrededor, mientras Isa y Sam
comienzan a conversar de sus estudios, de donde nacieron y esas cosas.
Por suerte para mi, Marcus a mi lado me ignora, no teniendo que verme
obligada a conversar con alguien que claramente no quiere estar aquí y yo
no puedo evitar volver a recordar con una sonrisa a Dean, a los besos que
me dio, a la promesa de su regreso y el no separarnos más.
Si, asusta del carajo.
Si, sé que todo está yendo demasiado rápido.
Si, sé que debería tener cuidado, pero no puedo evitar sentir que toda esta
conexión que tenemos es simplemente nada, que a ver, que lo nuestro no es
solamente de ahora, que viene de hace rato y toda esa química y tensión que
teníamos el uno con el otro terminó de explotar el día del trío.
Y con todo lo que pasó hoy...
—Se te nota demasiado —murmura una voz, sacándome de mis
pensamientos.
—¿Disculpa? —Murmuro, clavando mis ojos en Marcus.
—No te disculpo —es todo lo que responde y es en ese momento que me
doy cuenta, quien me había llamado patética fuera del bar había sido él.
—¿Cuál es tu problema conmigo? —No puedo evitar preguntar.
—Debería siquiera reconocerte como persona para que tuviera un
problema contigo —murmura él, sin siquiera mirarme.
—Pues entonces qué demonios tienes que estar opinando de mi y de la
mierda que se me nota demasiado —siseo en su dirección.
Que vamos, que se está pasando de borde.
Sus ojos negros se clavan en los míos y a pesar de la oscuridad, logró
encontrar en ellos tanto dolor albergado, que por un momento me siento
mal por haberle hablado de este modo.
—Tienes razón —murmura, dándome una mirada sobradora. —No me
importas un carajo —dice, para acto seguido sacar un cigarro de la cajetilla
y alejarse en dirección a la salida.
La conversación de Isa y Sam ha cesado, supongo que porque escucharon
nuestro intercambio.
—Lo siento —dice Sam, disculpándose por su amigo—, juro que la
mayoría del tiempo se comporta como una persona normal —agrega.
Sonrió, un tanto incómoda, antes de murmurarles que iré con el resto de
mis amigos, mientras que me obligo a no pensar nuevamente en cierto
idiota amargado.

***
FELIZ DOMINGO MIS AMORES
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DEL CAPÍTULO
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RECOMENDACIONES, GRACIAS POR LOS EDITS, LOS VIDEOS,
LOS MENSAJES DE CARIÑO
SOY MUY AFORTUNADA DE TENERLOS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO NUEVE

¿ME SEGUIRAS AMANDO AÚN CUANDO YA NO SEA JOVEN Y


HERMOSA?

—Patricia la paz, la paz, la paz, la paz...


»Un paso pa' tras, pa' tras, pa' tras
»Para un costaaaaado, para el otro costaaaaado
»Patricia la paz, la paz, la paz.
La canción parecía no tener fin mientras mi brazo, enredado con el de
Isa, era arrastrado de un lado a otro como en zigzag.
—A mi me parece que no era Patricia —dice mi amiga de repente,
deteniendo su andar y deteniendome a mi en el proceso.
—¿Cómo que no? —Murmuro, humo blanco saliendo de mi boca por el
frio.
—Que no, que para mí era Karen —dice, borracha, luego de un hipido.
—¿Cómo que Karen? —Pregunto, confundida. —Si Karen no va con la
canción, no pega...
—Que si, mira: «Karen la paz, la paz, la paz...» —y mientras ella
tarareaba esta nueva versión de la canción, caminábamos para un costado y
para el otro y un paso para atrás.
Joder, voy a vomitar.
—No era ni Karen ni Patricia —dice de repente Mika, llegando a nuestro
lado. —Era María.
—Imposible —digo yo.
—No era así la canción —me secunda Isa.
—Ustedes dos están demasiado ebrias para su propio bien —murmura
con un suspiro.
—Oh, lo siento rey de la sobriedad —me burlo.
—Conde del agua mineral —sigue Isa.
—Presidente del club de no beber —agrego.
—Monarca de las noches libres de alcohol —dice Isa y luego rompe en
una carcajada, que por supuesto acompaño.
—Recuérdenme nunca volver a ser el conductor designado —farfulla,
dándonos un empujoncito en la espalda a las dos para que volvamos a
caminar.
Y ahí vamos otra vez...
—Patricia la paz, la paz, la paz —cantamos a voz de coro.
»Un paso pa' tras, pa' tras, pa' tras —seguimos, haciendo los pasos para
atrás como indica la canción.
—Para un costaaaaado, para el otro costaaaaado...
—Mika, ¿dónde demonios estacionaste el auto? Estamos caminando hace
horas —me quejo, sin dejar de seguir los pasos del cántico de Patricia, por
supuesto.
—El auto está a solo dos manzanas, pero es que hace veinte minutos que
estamos en la misma cuadra porque ustedes no paran de retroceder con
María la paz —se queja, con evidente frustración.
—Es Karen —dice Isa.
—Es Patricia —murmuro yo.
—Es una idiotez —sentencia él.
—Lo siento, señor madurez —digo, irónica.
—Rey del drama —agrega Isa.
—Monarca de la gente sin paciencia —acoto.
—Presidente...
—Ay por Dios, deténganse, las dos —dice, interrumpiendo a Isa.
Las dos nos detenemos en nuestro lugar, asombradas por la manera en la
que nos habló.
—No era para que me grites —digo.
Por que yo primero dramática y despues persona.
—Ni para que nos maltrates —agrega Isa.
—Perdón por molestarte con mi amistad —susurro.
—No sabíamos que éramos tan insoportables —insiste Isa.
—Se terminó —sentencia él, esta vez caminando un poco más rápido y
dejándonos atrás.
—No Mika, no te vayas —grito, intentando correr detrás de él, pero con
los zapatos parece ser misión imposible.
Por supuesto nos espera y terminamos las dos colgadas cada una de un
brazo, apretujándonos contra él para obtener algo de calor.
Unos muchachos gritan en nuestra direccion cosas un tanto obscenas a
las cuales, si tengo que ser sincera, casi no entiendo, pero Mika se tensiona
y cuando va a responderles algo, me apretujo más a él, como en un pedido
silencioso de que no se detengan, que no valen la pena y por suerte él me
escucha y sigue caminando.
Nada más llegar a su auto, Isa se sube al asiento de atrás, haciéndose una
bolita y durmiéndose antes de que siquiera pongamos el auto en marcha y
no puedo evitar pensar en que don mágico el de Isa el poder dormirse así de
rápido.
Me toca ser la acompañante que pone música, al parecer.
Mika, por supuesto, me deja conectar mi teléfono, mientras él nos pone
en marcha y enciende el aire acondicionado del auto, incluyendo ese que
calienta el asiento.
—Ha, joder, que placer —digo, cuando tanto mis piernas, como mi
trasero, comienzan a calentarse.
—Recuerdo que traías puestas unas medias, ¿qué habrá pasado con ellas?
—Pregunta con sarcasmo, aunque imagino que sabe la respuesta.
Siento mis mejillas sonrojarse, es por eso que me concentro en el
reproductor de música, hasta que encuentro una canción que me gusta.
Lana del rey comienza a sonar, reproduciendo Young and Beautiful.
Comienzo a tararear la canción por lo bajo, las luces pasando a toda
velocidad por las ventanillas, una suave llovizna golpea el parabrisas y
hacemos nuestro camino en silencio.
Mi mente comienza a divagar, yendo aquí y allá, pensando en todo y en
nada a la vez.
—¿Me seguirás amando aún cuando ya no sea hermosa? —Canto y
clavo mis ojos en Mika, que me observa unos instantes antes de clavar los
ojos nuevamente en la carretera.
—¿Qué? —Pregunta, sin saber muy bien a qué me refiero.
—¿Me seguirás amando aunque ya no tenga nada más que mi alma
adolorida? —Repito, cantando con Lana. —Sé que lo harás, sé que lo
harás.
Mika en respuesta sonríe con tristeza, tamborileando sus dedos en el
volante.
Aquel semblante taciturno me hace arrugar el entrecejo, por lo que
estirando mi mano y presionando su brazo, pregunto: —¿Qué está mal?
Él parece pensarlo unos instantes, antes de responder.
—Querido señor, cuando llegue al cielo, ¿me dejaras traer a mi hombre?
Cuando el venga, dime que lo dejaras entrar.
»¿Me seguirás amando aún cuando ya no sea hermoso?
»¿Me seguirás amando aunque ya no tenga nada más que mi alma
adolorida?
La canción termina, los acordes suaves de Lana del Rey le dan paso a una
canción más movida y de moda, sin embargo ambos nos quedamos medio
sumidos en nuestros propios pensamientos.
—Siempre voy a amarte, Mika... —susurro.
Su mano se encierra en torno a la mía, antes de responder:
—Yo también, pequeña, yo también...

Mika LatinLover
9 feb 16:45
Yo: Mika, ¿por qué estás ignorandome?

Ya es lunes y no he tenido noticias de él desde que me dejo en casa el


pasado fin de semana, no sé con exactitud la cantidad de mensajes que le
deje, pero no respondió ninguno, así como tampoco respondió a mis
llamados.
Me digo que intentaré solo una vez más, que si no contesta, voy a
aparecerme por su departamento y ahí sí que va a escucharme.
El teléfono suena sin parar, uno, dos, tres tonos, sin embargo esta vez,
distintas a todas las demás, el teléfono se descuelga.
—Mika, por Dios, ¿por qué demonios no me atendías el teléfono? ¿Se
puede saber? —Comienzo diciendo, cual novia cabreada.
»Quedamos en que nos responderíamos todo el tiempo los mensajes, no
podemos seguir adelante con esta relación si rompes tus promesas —sigo
parloteando, sin siquiera dejarlo hablar—, y ahora vas a escucharme
atentamente...
—Disculpe, pero no es el señor Taylor quien le está hablando.
Me quedo en silencio, pues porque quien habló a través del auricular no
fue Mika, sino una mujer.
Joder.
—¿Hola? —Digo, sin saber que otra cosa murmurar.
—Buenas tardes —dice la voz del otro lado, seria. —¿Tiene usted algo
que ver con el señor Taylor?
No puedo contestar de inmediato, porque de repente siento que me falta
un poco el aire, un leve mareo me recorre el cuerpo entero mientras tengo
que sostenerme de la barra que tengo delante.
—Si —susurro cuando estoy bastante tiempo sin hablar.
—Pero... —murmura la voz del otro lado, un tanto dudosa—, ¿tiene
parentesco directo? —Pregunta al final.
—¿Él...? —Es todo lo que logro responder. —¿Él está bien?
—No puedo darle esa información si no tiene contacto directo.
—Soy su esposa —digo, así sin pensar, pero es que necesito saber que
demonios le pasó.
—¿Su esposa? —Pregunta, como si no me creyera.
Y hace bien, por Dios.
—Si, soy su esposa —digo, esta vez sonando un poco más firme—, ¿qué
le sucede al amor de mi vida? —Pregunto y me sorprendo el sonar tan
malditamente convencida.
Pero es que de repente siento mucho miedo, miedo porque sé que algo
malo le ha pasado a Mika.
—Bueno —murmura la voz del otro lado del teléfono—, será mejor que
llegue al hospital central cuanto antes.
Siquiera sé qué son las otras indicaciones que me da, sino que cuando
quiero darme cuenta, estoy saliendo atropelladamente a la calle sin siquiera
reparar en lo que me dice Nerea, parando un taxi con el cuerpo
temblándome por completo y subiéndome a él mientras le murmuro al
chofer hacia donde tiene que manejar.
Tengo muchas ganas de llorar, sin embargo las lágrimas no caen, no
logran salir a flote, de todas maneras sé que una vez que comience a
llorar..., «si algo llegara a pasarle a Mika» Niego con la cabeza, apartando
aquel pensamiento.
«Nada malo le paso» me digo para mis adentros. «Las malas noticias
vuelan, Minerva» me repito sin parar una y otra vez.
No dejo de picar la rodilla en todo el camino al hospital; en un momento
dado el chofer me pregunta si todo está bien, pero no logro responderle, no
puedo hacerlo, en lo único que puedo pensar es en Mika, en el misterio de
la persona con la que hable, en el solo hecho de que algo demasiado malo le
haya pasado.
Llegamos al hospital en tiempo record y agradezco a la vida ser siempre
tan despistada que meto todo el tiempo dinero por todos lados en mis
bolsillos, porque si, siquiera he agarrado un abrigo, sino que salí de la
cafetería con solo un sweater puesto.
El chofer, al ver que no doy con todo el dinero, murmura que no hay
problema y yo quiero agradecerle de todo corazón por ello, sin embargo
insiste en que puedo marcharme, es por eso que murmuro que puede pasar
cuando quiera por la cafetería a por algo de desayunar.
Él me sonríe con algo de tristeza y comprensión en el rostro, sin embargo
no me entretengo mucho y cuando quiero darme cuenta, las puertas
automáticas de la clínica se abren para dejarme paso.
Camino directo a los mostradores, ignorando el olor a antisépticos del
lugar, a los murmullos, al ruido de la ambulancia.
Los recuerdos, los putos recuerdos queriendo abrirse paso, pero no los
dejo, porque esto no se trata de mi, sino de Mika.
—Hola —digo, llamando la atención de la secretaria.
—¿Si? —Dice la señora regordeta, sin dejar de teclear en el computador.
—Creo que... —pienso antes de largar las palabras, diciéndome a mi
misma que tengo que mantener la mentira, que si no tengo contacto
estrecho no me dejaran verlo—, creo que mi esposo ha sido ingresado aquí
—suelto.
Aquello parece llamar la atención de la señora, que levanta la vista,
clavando sus ojos claros en los míos.
—¿Cómo dijo que se llamaba su esposo? —Murmura.
—Mikael Taylor.
La mujer teclea en la computadora, supongo que buscando los datos de
Mika.
—Voy a necesitar su documento —murmura.
—Joder, no lo traje —digo y cuando me observa fijamente, agrego: —Es
que..., es que acabo de enterarme y salí sin tomar sus cosas.
—Necesito corroborar que están casados —dice ella, mirándome con el
ceño fruncido—, ¿número del seguro social?
—Mierda —digo, cerrando los ojos con fuerza y la frustración que siento
en este momento no es actuada. —No lo se —termino confesando y cuando
me mira inquisitiva, agrego: —Que somos recién casados —miento—, que
todavía no llegamos a la etapa de aprendernos nuestros números sociales.
La mujer me mira con comprensión, sin embargo cuando empieza a
negar con la cabeza, sé que está a punto de prohibirme el paso.
—Señora... —comienzo diciendo, mirando el cartelito en su delantal
color rosa pastel—, Laury, realmente necesito verlo, saber que está bien,
por favor, no me quite eso —murmuro, con la voz un poco ronca.
—Es que, en verdad no puedo... —dice ella, aunque sé que está
flaqueando.
—¿Y si se muere? —Digo y ella abre los ojos como platos. —¿Y si no
logró despedirme? —Joder, que me voy a ir al infierno, pero parece estar
funcionando. —¿En verdad podrá vivir con el peso de no dejar a dos
personas que se aman mucho, despedirse?
Sé que me he pasado cuando sus ojos se llenan de lágrimas, pero no
puedo sentirme mal, porque algo me dice que Mika me necesita, que algo
malo le ha pasado.
—Habitación 405, tercer piso —dice, tendiéndome un pase.
—Joder —susurro, mirando el pase y comenzando a caminar a los
ascensores.
Este tipo de pase es el que te permite el acceso a las zonas de cuidados
intensivos.
«Por favor, si existe alguna clase de Dios, por favor, que nada malo le
haya pasado a Mika» rezo para mis adentros una y otra vez sin parar.
El ascensor va lleno de gente, tanto de médicos como pacientes, mientras
que mis manos están cerradas firmemente en puños, mis uñas arañando mi
piel y el corazón me late tan rápido que temo en cualquier momento
escupirlo por la boca.
Las puertas se abren y me apresuro a correr fuera de aquel cubículo del
infierno, pasando las habitaciones incorrectas rápidamente, hasta que por
fin llego a la de Mika y es en ese momento que me detengo en seco, sin
saber muy bien qué hacer y sintiendo el corazón latir a mil por hora.
Joder, joder, joder.
Respiro profundamente, tomando aire y armándome de fuerza antes de
abrir la puerta lentamente, deteniéndome nada más mis ojos encontrarse con
el panorama que se me presenta en frente.
Los ojos se me llenan de lágrimas, sin embargo me las aguanto para
retener la angustia, no quiero llorar.
No voy a llorar.
El pitido de las máquinas sonando en la oscura habitación hace que me
estremezca unos instantes, antes de ingresar por fin y cerrar la puerta detrás
mío.
Mika, mi amigo, está acostado en la camilla, su pecho está al descubierto,
con máquinas midiendo los latidos de su corazón, la presión sanguínea
entre otras cosas de las cuales no tengo idea.
Tiene un pequeño respirador en su nariz y su respiración se encuentra
acompasada, mientras que su piel luce más pálida de lo que puede ser sano.
Me acerco lentamente allí donde se encuentra, temiendo despertarlo del
profundo sueño en el que parece estar sumido.
Una vez que llegó a su lado tomo su mano entre la mía, sorprendiéndome
por lo fría que esta se encuentra, le doy un ligero apretón, terminando de
acercarme hasta poder mirarlo con atención. Su cabello está desordenado,
mientras que tiene las mejillas hundidas, dos surcos negros adornan debajo
de sus ojos y un rastrojo de barba incipiente adorna sus mejillas.
Mika parece sentirme, porque no pasan más de dos segundos hasta que
abre los ojos.
Pareciera que le costara unos cuantos instantes adaptarse a la tenue luz de
la habitación, sin embargo luego de un par de parpadeos, sus ojos oscuros
se clavan en los míos.
Supongo que se está preguntando que demonios estoy haciendo aquí, sin
embargo no dice nada, solo cierra los ojos una vez que mi mano, casi por
voluntad propia, peina su cabello lejos de sus ojos.
—No quiero saber como hiciste para llegar aquí, ¿verdad? —Pregunta.
Rio, sin poder evitarlo, pero a pesar de que no ha pasado mucho tiempo
desde que somos amigos, me conoce demasiado bien.
—Tendremos que dar muchas explicaciones —es todo lo que respondo,
intentando sonreír.
Y él, con esfuerzo, intenta también devolverme la sonrisa.
—Mika —susurro, poniéndome nuevamente seria—, ¿qué está pasando?
¿Que tienes?
—Minerva... —susurra, con un suspiro cansado. —Siéntate —murmura.
—Creo... —respondo, dudosa—, creo que me mejor me quedo parada.
—No —dice él, intentando incorporarse—, siéntate aunque sea en la
camilla —murmura y cuando voy a soltarle la mano para poder
acomodarme mejor, agrega:—Pero no me sueltes la mano.
El nudo en mi garganta incrementa cuando lo escucho decirme eso, es
por eso que termino de acomodarme sin soltarlo.
Mika se queda unos cuantos segundos en silencio y yo no lo presiono,
pues porque también está siendo difícil para mi, que tengo miedo,
muchísimo miedo por lo que sea que vaya a decirme.
—Minerva —dice, clavando por fin sus ojos en los míos luego de romper
el silencio—, tengo leucemia.
Escucho lo que dice, en verdad lo hago, simplemente me pasa que no
puedo reaccionar, que en este momento es como si estuviera medio hundida
en una bañadera llena de agua y las palabras llegaran difusas.
—¿Qué? —Pregunto en un susurro ronco.
—Que tengo cáncer —repite.
Pestañeo varias veces para alejar las lágrimas, mientras el nudo en mi
garganta me dificulta la respiración.
—¿Cómo...? ¿Cuando...? —Creo que pregunto entre balbuceos que
supongo que él entiende, porque después de suspirar, responde.
—Lo vencí cuando era adolescente, pero hace un año volvió a aparecer
y... —niega con la cabeza, agachando la mirada.
—¿Es decir que ya pasaste por esto? —Pregunto.
—Si —dice él, con una sonrisa tan triste y cansada. —Ya pase por esto.
No respondo de inmediato, sino que me quedo unos cuantos segundos en
silencio, sopesando lo que acaba de decirme, sintiendo el corazón
acelerado, pero la esperanza..., bendita esperanza comienza a abrirse paso.
—Entonces... —comienzo diciendo, de repente un poco más animada—,
entonces quiere decir que puede curarse.
—Mine... —quiere interrumpirme, pero no lo dejo.
—No, Mika —digo, sonriendo o medio sonriendo—, que te vas a poner
bien, que ya lo hiciste una vez, que volverás a hacerlo.
—No creo que... —quiere contradecirme, negando con la cabeza.
—No —digo, esta vez un poco más firme, mirando nuestras manos
unidas apretadas entre sí. —Que te vas a poner bien, que no concibo otra
cosa.
Mika se queda en silencio, supongo que entendiendo a lo que voy, pero
es que no puedo perderlo, no puedo, siquiera puedo imaginarlo.
—Esta bien —termina respondiendo con un suspiro, dándome un ligero
apretón en la mano.
—Tienes que luchar Mika —susurro de repente, de todas maneras no lo
miro, en este momento, mientras digo estas palabras, no puedo hacerlo,
porque si lo hago, voy a ponerme a llorar y no quiero que me vea de ese
modo. —Dime por favor que vas a pelear —suplico en voz baja.
—Lo haré —responde él, haciendo que mis ojos se claven en los suyos.
—Solo que...
—¿Qué? —Pregunto, cuando veo que no sigue hablando.
—No quiero hacer esto solo —confiesa con un susurro ronco.
—Y no lo harás —digo con firmeza. —Me tienes a mi, ¿sabes? Me
tienes.
Él sonríe y yo a duras penas logro devolverle la sonrisa.
—Ven aquí, pequeña —termina diciendo y yo no espero un segundo más.
Termino arrojándome a sus brazos, teniendo especial cuidado en no rozar
ni un cable y hundo mi cara en su cuello, aspirando su aroma que ya no es
amaderado, sino que tiene ahora huele a hospital.
—Hueles a enfermo —digo, luego de unos minutos en esa posición.
Siento su pecho moverse, señal de que se está riendo mientras con sus
manos deja caricias distraídas en mi espalda.
—¿Sera porque estoy enfermo? —Responde con ironía.
—Vas a ponerte bien —susurro y luego levanto la mirada para clavar mis
ojos en los suyos—. Vas a ponerte bien, Mika —digo con más firmeza.
Él acomoda mi cabello lejos de mi rostro, pensativo, sin embargo no
responde.
—Mika... —digo, cerrando los ojos y sintiendo mis labios temblar.
Es que ya no puedo aguantar la angustia, les juro, que sé que lo que
menos necesita él es verme llorar, pero...
No me aguanto.
—Mika... —repito, intentando que me diga que todo va a estar bien.
Sé lo que debemos parecer nosotros dos a la vista justo ahora, en verdad
lo sé. Que yo estoy medio encima de su cuerpo, que él acaricia mis mejillas
y me quita el cabello del rostro, intentando ocultar su propio dolor.
Si, parecemos dos amantes en un momento de mucho dolor.
Y les juro que todo lo que pasa a continuación no es a propósito, sino que
a veces las cosas simplemente pasan, ¿si sabes lo que quiero decir?
—Pero... —dice una voz medio chillona, dandome tal susto que temo
haber tenido un paro cardíaco—, ¿qué está pasando aquí? —Pregunta.
Yo, obviamente, salto en mi lugar del susto, pegándole un rodillazo en la
entrepierna a Mika en el proceso, que por supuesto, chilla de dolor, el
pobre, con todo lo que le está pasando.
En la desesperación por levantarme, termino arrancando una de las vías
de su brazo y de repente muchas máquinas comienzan a chillar.
—¡¡¡Oh por Dios!!! —Grito, en medio de la desesperación. —¡¡¡Qué lo
maté!!! —Agrego, angustiada.
Intento salirme de la camilla, pero sigo enredada con los cables sin poder
salirme de encima de él.
—Tenga cuidado con el paciente, por favor —exclama la mujer, medio
corriendo hacia donde estamos.
Mika intenta ayudarme con una sola mano, por que con la otra todavía se
presiona la entrepierna adolorida.
—Lo siento, lo siento —digo, desesperada, sacando la pierna enredada en
la sabana. —Mika por favor, no te mueras —digo, medio sollozando. —
¡¡¡Por lo que más quieras no camines a la luz!!! —Grito.
Las máquinas siguen emitiendo ese pitido de alerta, hasta que después de
unos segundos, comienza el aterrador: piiiiiiiiiiii.
—¡¡¡Que se murió!!! —Grito.
—Quédese quieta —dice la enfermera, tomándome de un brazo para
ayudarme a salir de la cama.
—¡Mika no te mueras! —Insisto.
Pero es que creo que estoy teniendo un ataque de nervios.
—¡¡¡Pero si estoy vivo!!! —Responde él y si no estuviera tan exaltada y
nerviosa, me hubiera dado cuenta de lo divertido que se encuentra.
—¡Mika! —Grito.
—¡¿Qué?! —Responde él.
—¡¡¡A LA LUZ NO!!!
Y de repente la puerta se abre de sopetón, un montón de médicos
comienzan a llegar a la habitación, con maquinas de reanimación, con caras
preocupadas, lanzando órdenes aquí y allá.
La enfermera les grita que es un error, pero ellos no parecen escuchar, el
intenso pitido de muerto que no termina, las órdenes no paran de llegar.
Mika trata de explicarles que está bien, yo todavía sigo medio enredada
con la frazada, a punto de caer de culo al piso, con los ojos llenos de
lágrimas y la nariz atestada de mocos, murmurándole a Mika una y otra vez
que no me deje.
Si, lo sé, pero es que estoy en pánico, ¿vale? No me juzguen.
Escucho a la enfermera murmurarle a uno de los médicos que cree que
me escapé del área de psiquiatría y de verdad en otro momento me hubiera
ofendido, en serio, pero es que lo parezco, en verdad.
—Vamos a calmarnos todos —dice de repente uno de los médicos que
parece estar a cargo, vestido con un impoluto guardapolvo blanco y el
cabello perfectamente peinado hacia atrás manchado de canas. —¿Qué es lo
que está pasando aquí? —Pregunta, clavando sus ojos en Mika y luego en
mi, y bueno, después en mi pierna enredada en la sabana, porque pude solo
sacar una, la otra sigue ahí.
Jesús, que me muero de vergüenza.
Miro a Mika, esperando que sea él quien dé las explicaciones, pero por
supuesto se queda callado y repito, si no estuviera tan exaltada, me daría
cuenta de lo divertido que luce.
—La cosa fue que pensé que se nos iba —comienzo diciendo y de
repente todos los ojos se clavan en mi y la habitación se cierne en un pesado
e incómodo silencio. —Que estábamos teniendo un momento... —explico.
—Estabas encima de un paciente delicado —me interrumpe la enfermera,
evidentemente cabreada—. Que está es una zona para pacientes en cuidados
intensivos, no para que ustedes estén haciendo... —se interrumpe, sus
mejillas coloreándose—, haciendo lo que sea que estuvieran haciendo —
sentencia.
—Pero no estábamos haciendo nada —exclamo, evidentemente frustrada.
—¿Y porque comenzó a actuar como una psicótica cuando entre? —
Acusa ella.
Y tiene razón, joder.
—Pues porque... —comienzo diciendo, pero no tengo nada que rebatir.
—Suficiente —dice el médico y no se crean que no me pasa por alto
como la atención de todos está puesta en nosotros y el chisme.
Que si, que está de lo más interesante.
—¿Quién demonios es usted? —Dice, mirándome fijamente y
haciéndome sentir pequeñita, aquí, medio cayéndome de la camilla. —¿Y
como es que llegó hasta aquí si no es familiar directo del paciente?
—Pero...
—Llama a seguridad —murmura por lo bajo a quien está detrás de él,
como si no fuera a escucharlo toda la puta habitación.
El seguridad, como si hubiera estado también atento al chismecito, entra
pasado dos segundos luego de que el médico pidiera por él.
—Ay no me jodas —murmuro, viendo que llega con las esposas fuera.
—Creo que todos deberíamos calmarnos —dice Mika, interviniendo por
fin y medio sentándose, haciendo una mueca de dolor.
Que ya voy presa, les digo.
—Esta señora no puede estar aquí —dice el médico, firme y enojado—,
este es un hospital de prestigio.
—Pero es que... —trata de decir él.
—Y usted se retira de inmediato —dice en mi dirección, haciendo una
señal al hombre de seguridad.
—Pero es que no me pueden echar —digo de repente, medio a voz de
grito.
—¿Y eso porque? —Pregunta él.
—Pues porque... —comienzo diciendo, frustrada y pensando en una
rápida mentira. —Pues porque...
—Estoy perdiendo la paciencia —dice el médico.
—¡¡¡Pues porque estamos casados!!! —Grito.
Y se hace un silencio.
Y todos los ojos están clavados en los míos.
Y Mika me mira sorprendido.
Y yo le devuelvo la mirada como diciendo: «no me mires así, que no es
mi culpa»
—¿Su esposa? —Dice de repente una voz y todos clavamos la mirada en
la entrada de la habitación.
¿De donde coño sale tanta gente?
—¿En qué momento mi hijo se casó y yo no me entere?
Por la virgen..., ¿en serio Jesús? ¿En serio?

***
FELIZ VIERNES DE ACTUALIZACIÓN
ME PONE MUY CONTENTA PODER TRAERLES CAPÍTULOS
MÁS SEGUIDO
GRACIAS POR LA PACIENCIA Y EL APOYO
NO SE OLVIDE DE VOTAR
SIGANME EN MIS REDES:
INSTA: DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
TIKTOK: DEBSREADS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO DIEZ

LAS COSAS SIEMPRE PUEDEN PONERSE PEOR

«Las cosas siempre pueden irse más al carajo»


Ese es mi consejo del día, si todo va mal, pues no te preocupes, siempre
puede ir peor.
Escucha lo que te digo, que en verdad es un buen consejo.
La habitación por supuesto se queda en silencio, esperando que tanto
Mika como yo digamos algo.
¿Pero te cuento algo que no sabías sobre mi? Pues que yo cuando miento,
sostengo la mentira tanto que hasta me creo que es verdad.
¿Iba a cambiar a partir de ahora?
Pues no mi ciela, aunque eso me metería en más problemas de los que
siquiera me podía imaginar.
—Bueno, ¿alguien va a decirme que demonios está pasando aquí? —
Pregunta quien supongo es la mamá de Mika.
—Lo mismo estaba preguntándome, señora Taylor —murmura el doctor.
Yo termino por fin de desenredarme de la frazada de Mika, quien todavía
tiene una mano en sus partes intimas y no me pasa por alto como su madre
también se percata de ello.
Que a ver, que yo se que lo golpee, tu sabes que lo golpee, la enfermera
sabe que lo golpee, pero no el resto y esto se podría malinterpretar, ¿sabes?
De que en realidad intenta ocultar una erección.
Su madre, como si siguiera el hilo de mis pensamientos, clava sus ojos en
la entrepierna de Mika, clavando luego la mirada en mí y entrecerrando los
ojos.
«Señor, mi misión aquí ha terminado, ya, llévame de una maldita vez»
—Mikael —dice su madre, clavando sus ojos en su hijo, que a pesar de
todo esto, luce más bien molesto.
Aprovecho para observar a mi suegra..., si, si, sé lo que estás pensando,
pero créeme que este embrollo llegará muy lejos y pues, como dije antes,
hay que creernos las mentiras.
No sigas ese consejo, que es una mierda, pero bueno, ojala alguien me lo
hubiera dicho a mi.
La mujer no es muy alta, sino más bien no pasará el metro sesenta y
cinco, es bastante delgada pero no por eso menos intimidante, que a ver,
que si bien no luce como esas mujeres que dan miedo, si tiene un porte
serio y recto, hasta me atrevería a decir refinado, aunque no puede evitar
quitar esa mirada de afecto al observar a su hijo.
—¿Puedes contarle a tu madre que está pasando? —Pregunta con calma
y parece que el resto de los que estamos en la habitación desapareciera por
la seriedad con la que le habla a su hijo. —¿Y porque tengo que enterarme
por terceros que estás internado? —Agrega, esta vez un poco más mordaz.
—¿Quién te lo dijo? —Murmura él, luciendo aburrido, mientras
disimuladamente se remueve, quitando la mano de sus partes íntimas.
—Eso no es lo que debería importarte, Mika —dice su madre, para luego,
clavar sus ojos negros, iguales a los de su hijo, en los míos. Uy kieto. —¿Y
como que esta linda muchacha es tu esposa? ¿Desde cuando estás casado y
no lo sabía?
Mika clava sus ojos en los míos y les juro que pareciera que estuviera
diciéndome algo así como: «Anda, tu nos metiste en esto, tu nos saca»
«Pero Mika...» me quejo.
«Tú nos sacas» sentencia.
Joder.
—Fue una noche de borrachera —suelto.
Ay no.
—Es decir, no de borrachera —aclaro al ver la mirada sorprendida de la
madre de Mika, bueno de la madre y de todos los que están en la habitación,
porque si, nadie se fue, que el chisme les debe parecer de lo más
interesante.
—¿Entonces? —Pregunta la mujer, un poco impaciente.
—Pues... —digo, nerviosa, que vamos, que no soy tan buena mentirosa
como pensé—, pues que en realidad íbamos drogados —murmuro.
Ay joder.
—Por Dios, Minerva —dice Mika, tapando su rostro con las manos.
—Es que... —carraspeo, intentando salir de esta—, es que estoy nerviosa
y cuando estoy nerviosa hablo sin pensar, pero le juro que no estoy con su
hijo por la plata.
Ay diosito.
La mujer creo que está tratando de averiguar si estoy loca, bajo el efecto
de estupefacientes o si simplemente soy así de idiota, pero de seguro que no
me cree nada de lo que estoy diciendo.
—Creo que deberíamos chequear la lista de pacientes psiquiátricos... —
dice alguien por lo bajo.
¿La persona que susurro eso en verdad creyó que no iba a escucharse en
toda la puta habitación?
—Que no soy psiquiátrica —refuto, frustrada. —Que estamos casados,
por eso estoy aquí.
—¿Cuándo? —Pregunta su madre, clavando sus ojos nuevamente en
Mika.
—¿Por qué está toda esta gente en la habitación? —Es todo lo que dice él
en respuesta. —Salgan de aquí, por Dios —agrega, frustrado.
—La señorita va a tener que venir con nosotros —dice el médico,
mirándome.
Ay Dios, ya valí.
—No —dice Mika, con una seriedad que me sorprende.
—¿Y eso? —Pregunta su madre, con los ojos entrecerrados en su
dirección.
—Ella no se va —agrega.
—¿Por qué? —Pregunta.
—Por que es mi esposa —dice.
Ay no.
Ay no.
Los ojos de Mika se clavan en los míos, que están sorprendidos del
carajo.
«No me mires así, fue tu idea» parece que dijera.
«Si, pero no se suponía que seguirías con la mentira, eras el adulto
responsable»
«¿Y hasta ahora me avisas?»
—Yo soy su esposa —digo y la voz no sé porque me sale medio a lo
Dark Vader no sé porqué, solo para enfatizar la palabra y en verdad, repito,
que si no estuviera tan nerviosa, me regodearía un poco en cómo suena eso.
Oigan, que soy la esposa de alguien.
—Tu esposa —dice su madre, asintiendo. —¿Y porque recién me voy
enterando? —Se queja nuevamente.
—No voy a seguir con esta conversación con toda esta gente escuchando
—es todo lo que responde él.
La madre de Mika suspira, clavando sus ojos en los del médico y todo el
resto de la habitación que nos miran con interés.
Yo por mi parte finjo demencia.
No mentira, de todas maneras no es como si estuviera haciendo mucho,
sino que simplemente estoy aquí quietecita en mi lugar, mirando la punta de
mis desgastadas botas.
—Los dejaremos solos, pero en veinte minutos se termina el horario de
visita y solo puede quedarse una sola persona —murmura el médico y la
habitación empieza a vaciarse lentamente por fin.
Se escuchan murmullos por lo bajo mientras la habitación se vacía,
mientras la madre de Mika intercambia unas cuantas palabras con el médico
en la puerta de entrada.
—Mine —susurra Mika y mis ojos se clavan en los suyos—, ¿todo bien?
Me acerco hacia la camilla donde él se encuentra, sentándome con
cuidado a su costado, tomando su mano y dándole un ligero apretón.
Sigue estando fría y Mika sigue estando demasiado pálido.
—Si —murmuro, intentando sonreír cuando el recuerdo del porqué está
aquí me ataca—, ¿lastime mucho tu polla?
—Por todos los cielos —se escucha a alguien decir.
Mi suegra/no suegra para ser más específicos.
Dios, detente con tantas piedras en el camino, por favor.
Necesito que esta mala racha que llevo desde hace veinte minutos se
detenga, en serio, que esto no puede ser normal, que pareciera como si
alguien estuviera haciendo caca sobre mi muñeco vudú.
—Yo... —digo, girándome y poniéndome nuevamente de pie, con las
mejillas al rojo fuego y sintiéndome tan, pero tan desubicada.
—No lo digas —me corta ella. —No necesito saberlo —agrega.
—Gracias a Dios —murmuro y cuando veo la mirada que me lanza,
simplemente quiero desaparecer. —Joder, lo siento mucho, que puto
desastre.
—No deberías usar la palabra del señor y decir tantas groserías en una
misma oración —responde ella.
Sonrió, incómoda, pero es que tiene razón. De todas maneras me quedo
allí, quietecita cuando se acerca a mi, reparándome de una manera que me
hace sentir medio vagabunda, de todas maneras no pareciera que está
juzgándome, sino que simplemente me mira.
—Mi nombre es Nicole —comienza diciendo, tendiendo su mano hacia
mi—, pero todos me dicen Nini.
Miro su mano extendida, sin saber muy bien que hacer, hasta que siento
la rodilla de Mika golpear mi espalda, haciéndome reaccionar.
—Lo siento mucho —digo, tomando su mano—, mi nombre es
Minerva...
—La esposa de mi hijo —termina ella.
Me remuevo un poco en mi lugar, antes de responder.
—Si —porque ya que, la mentira está hecha.
—No legalmente —se apresura a decir Mika, mientras su madre nos
observa a ambos tejer la mentira a duras penas.
—Quiero imaginar que no legalmente, el hecho de que tengas pareja y no
me hayas contado... —se queja, negando con la cabeza.
—Es un poco reciente —me apresuro a decir y cuando sus ojos se clavan
desconfiados en los míos, agrego: —Es decir, fue como amor a primera
vista.
—De esos que ves y sabes que son para siempre —agrega Mika.
—Nos vimos y me palpito... —gracias al universo, me detengo antes de
decir una barbaridad.
—¿Qué te palpito? —Pregunta Nini.
—El corazón —murmuro rápidamente.
—Hay muchas cosas que no me cierran —dice ella, sin dejar de mirarnos
como si fuéramos dos chiquillos que están en problemas—, pero me alegra
mucho conocerte, Minerva —dice, regalándome una sonrisa que me hace
sentir un poco culpable. —No sabes que feliz me hace saber que por fin mi
hijo encontró pareja.
Mi sonrisa es un poco rara ya que no se muy bien que responder a eso.
—Mamá, no empieces —murmura Mika, medio suspirando.
—No vas a quitarme esto, Mikael —dice ella, sonando falsamente
enojada. —Tenemos mucho de qué hablar, Minerva —dice en mi dirección
nuevamente, todo sonrisas—, ¿en verdad planean casarse pronto? —
Agrega.
«Ay, cómo le explico, señora Taylor»
—Mamá —vuelve a quejarse Mika.
—¿Qué? —Responde ella, haciéndose la loca.
—Detente —dice y luego, mirando la hora en el pequeño reloj que hay
en su mesa de luz, agrega: —El horario de visita se terminó.
—¿Y? —Pregunta ella.
—Que tienes que irte —responde él como si nada.
—¿Cómo que tengo que irme? —Pregunta ella, sorprendida.
—Si, tienes que irte.
—¿Y quien va a cuidar de ti? —Pregunta.
—Puedo cuidar yo mismo de mi —dice como si nada.
—Pero estas internado —responde ella, como si aquello fuera motivo
suficiente.
Que si, pero no lo parece así para Mika.
—No estoy invalido —responde él como si nada—, y las enfermeras
vienen a cada rato.
—Pero..., ¿y si necesitas ayuda?
—No voy a necesitar ayuda.
—¿Y eso cómo lo sabes? —Pregunta ella.
Bueno, viendo que esta será una de esas peleas interminables, hora de
intervenir.
—Puedo quedarme yo con él —digo.
Nini clava sus ojos rápidamente en los míos, mirándome como si se
hubiera olvidado completamente de mi existencia y Mika, bueno, él me
mira un poco agradecido, supongo que salvarlo de la conversación con su
madre lo hace amarme más de lo que ya me ama.
—No creo que sea necesario —dice ella, negando con la cabeza.
—Creo que es una idea genial, pequeña —responde Mika al mismo
tiempo, sonriéndome con una dulzura que no es para nada ensayada.
Que él me quiere chicas, pero su coso no palpita por el mío.
—Pero... —se queja su madre.
—Por la mañana debería irme temprano, tengo que abrir la cafetería y no
debería poder desocuparme para después del mediodía, tal vez usted podría
venir a acompañarlo —murmuro y no me pasa por alto la sonrisa llena de
ilusión en su rostro.
—¿Tienes una cafetería? —Pregunta.
—No necesito que todo el tiempo haya una persona conmigo —
refunfuña Mika, de todas maneras las dos lo ignoramos.
—Pues si, la abrí hace algunas semanas y la verdad está yendo bien.
—Eso es genial —dice ella. —¿Tal vez podría algún día pasar a visitarte?
—Claro —digo, sonriéndole.
—Pueden dejar de actuar como si no existiera —se vuelve a quejar Mika.
—Y no necesito que mañana nadie cuide de mí —agrega.
—¡Oye! —se queja su madre—. No vaya a ser cosa de que prefieras
quedarte con tu novia y no con tu madre...
—Ay no, ya va a empezar —farfulla él.
—Que te traje al mundo, Mikael —dice ella, retándolo como si fuera un
niño—, que di la vida por ti y por tus hermanas, que te cambiaba los
pañales.
Mis labios están apretados entre sí, intentando retener la carcajada que
amenaza con romper la perorata de la madre de Mika.
Él me observa con los ojos entrecerrados, como si me retara a reírme
frente a su madre, de todas maneras logro contenerme a tiempo, porque yo
pendeja pero no suicida, que es mi suegra, que acabo de conocerla.
—Bueno... —interrumpo, porque ya Mika se a puesto demasiado rojo y
necesito que Nini se marche para poder burlarme de él tranquila. —Estoy
segura de que mañana podrá venir temprano —murmuro y ella me mira,
siendo todo sonrisas esta vez.
—Cuida a mi niño por mi —termina diciendo, aceptando que es
momento de que se vaya.
—Lo haré —digo.
Nini se acerca a Mika, dejando un beso en su frente y luego en cada una
de sus mejillas, susurrándole algo en voz demasiado baja para que yo pueda
entenderle, pero debe ser algo lindo, porque Mika sonríe y me mira,
asintiendo.
De todas maneras me quedo medio fuera de juego cuando Nini se acerca
a mi y me envuelve en un poderoso abrazo.
—Gracias por quedarte con él, Minerva —murmura, tomándome de las
mejillas para mirarme fijamente. —Eres hermosa —agrega y puedo sentir
mis propias mejillas sonrojarse.
La madre de Mika se va con un saludo murmurado, antes de por fin
dejarnos solos, sumiéndonos en un pesado silencio.
Mis ojos se clavan en los de Mika, que no deja de observarme.
—No se como vamos a salir de la mentira gigante que acabamos de
inventarnos —murmuro.
—Yo tampoco —susurra él de regreso y termino acercándome donde se
encuentra, sentándome nuevamente en la camilla a su lado.
—¿Quieres...? ¿Quieres que le digamos la verdad?
Esa era una pregunta que me venía dando vueltas sin parar por la cabeza,
porque Mika, una vez que habían salido todos los médicos, podría haberle
explicado a su madre la verdad, sin embargo no lo hizo.
—Yo... —murmura, la vergüenza cubriendo su semblante—, se que no es
correcto, pero yo... —niega con la cabeza, contrariado—, no quiero quitarle
esa ilusión, a ella en verdad le gustaría verme con alguien y no sabe..., ella
no lo sabe y si algo llegara a pasarme, quiero hacerla feliz aunque sea con
eso.
—Esta bien —susurro. —Esta bien, Mika —agrego, tomando su mano
entre las mías. —Estoy aquí para ti, para lo que sea.
—¿Sabes? —Dice de repente, pensativo—, si no me hubieras contado las
chanchadas que hiciste, hasta creería que eres un ángel.
—Idiota —digo, golpeándolo en el brazo.
Es un rato más el que hablamos, susurrándonos viejas anécdotas,
contándonos cosas de nuestra infancia, sin embargo, en un momento dado,
Mika comienza a adormilarse mientras paseo mis uñas por su brazo, cosa
que me confesó que lo relajaba y yo, bueno, yo lo observo dormir,
preguntándome que demonios será lo que nos deparará en las próximas
semanas.

Suele pasarme algo que no es de por sí muy normal, pero me ha pasado


siempre con los médicos, los hospitales y las indicaciones. A lo largo de los
días, escucho todo lo que los médicos le dicen a Mika, entiendo el proceso
de la quimioterapia, lo que vendrá si todo sale según lo esperado, las
semanas que llevará el proceso, los medicamentos que le inyectan cada dos
por tres, sin embargo estoy en un estado de semiinconsciencia la mayor
parte del tiempo, porque una vez que salgo de la clínica para ir a casa a
bañarme, o pasar por la cafetería, es como si todo quedara en una nebulosa
y el no poder hablarlo con nadie...
Isa no ha respondido a mis mensajes, supongo que por que estaba
rindiendo los últimos finales de su carrera y con Dean, bueno, a decir
verdad no he respondido a ninguno de sus mensajes en general, más que
con respuestas vagas que sé que lo han hecho preocuparse, pero Mika,
aunque no me lo dijo con palabras textuales, no quería que todos supieran
de su enfermedad, murmuro que era suficiente haber hecho que sus
hermanas viajaran hasta aquí, una viviendo en Colombia y la otra en
Australia, que aunque él no había estado de acuerdo, había sido decisión de
ellas, llegarían el próximo fin de semana.
Su madre, Nini, no ha hecho otra cosa más que murmurar su
agradecimiento para conmigo, aunque a medida que el tratamiento avanza y
se pone un poco más violento, el semblante y la preocupación por su hijo
empiezan a hacer mella en ella.
Pero es que ver a Mika así..., está doliendo como los mil infiernos y sé,
sé que es egoísta de mi parte pensar de este modo, pero cuando uno quiere...
Ignoro el quinto mensaje que me deja Dean, seguido por la llamada
telefónica que viene después, pero es que simplemente ahora mismo no
puedo con ello.
Tal vez sea una cobarde, tal vez no quiera verlo, tal vez me siento tan
miserable ahora mismo...
Sé que no estoy actuando de la manera más madura del mundo, en
verdad lo sé, pero recuerdo una vez cuando estaba saliendo de la
adolescencia, que Genevieve me dijo que a veces pareciera que cargara con
los problemas de todo mundo, tanto que a veces me olvidaba de mi misma.
¿Y quieres saber un secreto? Tal vez soy un poco de esa manera, tal vez
hay veces en las que simplemente no puedo evitarlo, tal vez sonreír tanto
para Mika, diciéndole que todo va a estar bien, simplemente me esté
pasando factura.
Todo ello, acompañado del estrés de los últimos días, la quimioterapia.
Joder.
Necesito desconectar un poco del mundo.
Mika duerme plácidamente en su cama, o por lo menos quiero decir
plácidamente, porque en realidad no luce muy bien que digamos, puedo
notar que ha perdido peso, que está cansado y con el humor taciturno, que
ya no me sonríe y que cuando le digo que todo va a estar bien, simplemente
no responde.
Las ojeras debajo de su rostro y los pómulos hundidos no hacen más que
preocuparme, mientras sigo repitiéndome para mis adentros como un
mantra que todo va a estar bien, que él tiene que estar bien, porque no se va
a morir, ¿verdad? ¿Por qué habría llegado a mi vida entonces? ¿Para irse
así? ¿Tan rápido?
Me niego a creer eso, la vida no puede ser tan perra, joder.
Estoy sentada en una incómoda silla a su lado, sosteniendo su mano y
viéndolo dormir.
No he podido probar bocado en todo el día, pero es que cada vez que
quiero hacerlo..., simplemente mi cuerpo se resiste y sé, créanme que sé que
está mal, pero no puedo evitarlo.
El nudo en mi garganta no hace otra cosa más que dificultar mi
respiración, pero logro controlarlo, incluso cuando me doy cuenta que
desde que me enteré lo de Mika, todavía no he llorado.
—Deberías ir a descansar —dice una voz detrás mío, haciéndome saltar
en mi lugar y soltar la mano de Mika, como si estuviera haciendo algo
malo.
—Yo..., hum..., lo siento —farfullo, había estado tan perdida en mis
pensamientos, que no me percate de que Nini había entrado a la habitación.
—No te disculpes, linda —dice ella, con una sonrisa dulce en su rostro.
Sonrisa que se borra cuando clava su mirada en su hijo, dando un suspiro
tan triste que me parte un poco más el corazón, sin embargo vuelve a clavar
sus ojos en los míos unos segundos después. —Puedes irte a casa, descansa,
duerme en tu cama —agrega.
—Estoy bien —respondo de inmediato, negando con la cabeza.
—Minerva —dice, está vez sonando más como una madre—, ve a
descansar, Mika querrá eso, no te has separado de él en casi una semana.
—No quiero dejarlo solo —murmuro.
—No estará solo, estará conmigo —dice, sonriéndome. —Anda, que un
rato separados no les hará mal, que todavía tienen toda la vida —agrega.
Y es en ese momento que me siento la peor escoria de todos los tiempos.
Porque si, con Mika mantuvimos la mentira de que íbamos a casarnos,
aunque si tengo que ser sincera, no es como si nos diera mucho esfuerzo,
que acordamos con Mika cómo diríamos que nos conocimos y como fue
que surgió todo y ya, haciéndole creer a todo mundo que en verdad estamos
saliendo.
—Esta bien —sonrió, un poco incómoda mientras me pongo de pie y voy
a por mi abrigo y mi bolso, de todas maneras, antes de salir de la habitación
y terminar por irme, me detengo.
La mamá de Mika me mira con una sonrisa ilusionada, como si estuviera
esperando que haga eso que tenía pensado hacer, pero es que, el beso que le
doy en la frente a Mika no es el de dos amantes, sino el beso de una amiga a
un amigo.
El beso de una promesa que tiene que cumplir y es el no dejarme sola,
porque es el primer hombre en muchísimo tiempo en el que confió
ciegamente y no quiero perderlo, porque sinceramente eso me destrozaría.
Sonrió antes de terminar de despedirme y salir de la habitación, sin
embargo no son muchos pasos los que doy cuando una escena frente mío
me detiene.
Una mujer sollozando, los brazos de un hombre sosteniéndola, una pareja
de gente mayor abrazándose entre sí en un vago intento de consolarse entre
ellos y un médico, un médico que acaba de darles la peor noticia del
mundo.
Los ojos, sin poder evitarlo, se me llenan de lágrimas y comienzo a
pestañear en un vago intento de alejarlas, pero la sola idea de que esa podría
ser Nini si le dieran la noticia de que Mika muriera, el llanto de sus
hermanas, la desolación que quedaría en mí...
Agacho la mirada y avanzo a toda velocidad a las escaleras, porque no
puedo seguir escuchando los lamentos de esta gente sin romperme en el
proceso.
El olor a desinfectante, que parece haberse impregnado en mis fosas
nasales, hace que el estómago se me revuelva.
Comienzo a correr, necesitando por todos los medios salir de este
hospital de una vez por todas.
Un sollozo es arrancado de mi garganta y las ganas de llorar no hacen
otra cosa más que crecer.
El teléfono suena en mi bolsillo sin parar, es por eso que una vez que
estoy fuera, la lluvia torrencial y helada que cae mojándome rápidamente
no me detienen para sacar el teléfono de mi bolsillo y atender sin siquiera
mirar la pantalla.
Ninguno de los dos dice nada en ese momento, sino que nos quedamos
en silencio, hasta que por fin murmura:
—¿Minerva...?
—Ven por mi —digo, con un jadeo dolorido—, por favor Dean, ven por
mi.
—Estoy en camino, linda —murmura y a través del auricular escucho
que se mueve. —¿Dónde estás, cariño?
—En el hospital central —susurro.
—Minerva..., joder Minerva, ¿estás bien? —Dice y siento como su auto
enciende.
—Si, pero ven por mi —es todo lo que respondo, las lágrimas calientes
mezclándose con la lluvia helada.
Dean nunca cuelga el teléfono, sino que todo el tiempo me murmura que
está en camino, viniendo por mi, que no me preocupe, que todo va a estar
bien, que él cuidará de mi.
Y yo le creo, porque sus palabras me reconfortan, me hacen sentir segura.
Lo veo antes de que él me vea a mi y cuando nuestros ojos se encuentran,
lo siento murmurar un improperio y correr hacia donde me encuentro.
Su cabello pegándose a su piel por la torrencial lluvia helada.
—Joder Minerva, ¿por qué no me esperaste dentro? —Es lo primero que
suelta.
Yo, sin embargo, nada más tenerlo en frente me lanzo a sus brazos y él
me envuelve con un apretado abrazo, presionándome cerca de él.
—Todo va a estar bien, cariño, todo va a estar bien —me arrulla palabras
suaves, mientras comienza a caminar conmigo medio cargada en sus brazos.
—Ahora iremos a casa y voy a cuidar de ti —agrega.
Y yo quiero eso, quiero que aunque sea por un rato, alguien cuide de mi...

***
HOLA MIS AMORES
ESPERO HABERLOS ALEGRADO CON LA ACTUALIZACIÓN.
SI, SI, SI, SÉ QUE EL CAPÍTULO NO FUE EL MÁS RELEVANTE
DE TODOS Y SÉ QUE ESTAN CANSADXS DE ESCUCHARME
DECIR QUE TENGAN PACIENCIA, PERO LES PROMETO QUE
EL PRÓXIMO CAPÍTULO VA A DEJARLOS PENDEJXS.
JE, SI Y TAMPOCO ME RECLAMEN, QUE VENGO BIEN
BUENA CON LAS ACTUALIZACIONES.
EN SERIO NO SE ESPERAN LO DEL PROX CAP (QUE POR
CIERTO TENGO LA MITAD ESCRITO)
(NO SE OLVIDEN DE VOTAR, COÑO)
SIGANME EN MIS REDES QUE QUIERO SER FAMOSA:
INSTA:DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
TIKTOK: DEBSREADS
GRACIAS BEIBIS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO ONCE

SI EL UNIVERSO DICE NO, ES NO...

El agua caliente de la bañera golpea mi espalda mientras intento por


todos los medios destensar mis músculos abarrotados por las malas
posiciones en las que he dormido estos últimos días.
«No has dormido Minerva» me recuerda mi conciencia. «Te la pasaste en
una silla, asistiendo a Mika cada vez que comenzaba a sentirse mal»
Esa es la verdad, pero lo volvería a hacer cada maldita vez.
No se cuanto tiempo es el que tardo en bañarme, pero cuando salgo,
Pimienta está sentado en el retrete hecho una bolita, esperándome,
levantando su cabeza cuando me siente.
—Hey lindo gatito —murmuro, sin embargo corre la cabeza para que no
logre acariciarlo.
«No me toques, esclava»
—Eres tan difícil —agrego.
«Agradece que no te abandone» y cuando mi mirada se entrecierra en su
dirección, pareciera que agrega: «Todavía...»
Niego con la cabeza, porque las conversaciones con Pimienta parecieran
ser cada vez más hostiles. Termino de ponerme una remera de mangas
largas y un pantalón de peluche con corazones, vestimenta que uso como
pijama, mientras salgo del cuarto de baño secándome el cabello y
caminando al salón, donde veo a Dean sacar comida de unos paquetes.
Nada más llegar a mi departamento, me sugirió que me pegara un baño
caliente para poder calentarme, que él se encargaría de la comida.
Me sonríe cuando me ve, dulce como siempre.
—Hola —dice, nada más llego donde él se encuentra. —¿Mejor? —
Pregunta.
—Mucho —digo con sinceridad, aunque todavía me recorren escalofríos.
—¿Qué hay de comer? —Pregunto.
—Bueno, no será ni de lejos lo que tu cocinas, pero pedí comida italiana
en un restaurante que conozco.
—Suena delicioso —murmuro, tomando asiento, mientras él sirve agua
para ambos.
Nos quedamos en silencio mientras disfruto de la deliciosa comida,
porque sí, está buenísima y los sabores de la salsa se mezclan en mi paladar,
robándome suspiros, cosa que por supuesto hace que Dean sonría orgulloso.
Su mano, como por voluntad propia, se estira, envolviendo a la mía y
dándole un ligero apretón.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?
—Lo sé —respondo con un suspiro.
—¿Quieres hablar de lo que pasó hoy? —Pregunta.
—No —respondo con sinceridad.
—Pero tu... —comienza diciendo, un tanto dudoso. —Pero tu estas bien,
¿no?
Tardo unos cuantos instantes en entender qué es a lo que se refiere,
cuando me percato de que me encontró fuera de un hospital, llorando, como
si me hubieran dado la peor noticia del mundo.
—Yo estoy bien —me apresuro a decir—, nada malo está pasándome.
—No me mientas, Minerva —dice él, mirándome con seriedad—, si
tienes algo, si estás enferma, dímelo.
—No Dean, te juro que no estoy enferma, no te preocupes por mi.
—No puedes pedirme eso —susurra, su pulgar acariciando el dorso de mi
mano. —No puedes pedirme que no me preocupe por ti —agrega.
—Gracias —es todo lo que puedo responder con una sonrisa. —¿Cómo
te fue en tu viaje? —Pregunto, para distender un poco el ambiente.
Él suspira, echándose hacia atrás y soltándome la mano.
Mierda, no debí preguntar eso, me gustaba su mano sosteniendo la mía.
—Se podría decir que bien —responde, clavando sus ojos en los míos—,
pero mi padre fue un incordio todo el viaje.
—¿Y eso porque?
—Porque quiere tomar decisiones por mi.
—¿Qué tipo de decisiones? —Pregunto.
Porque el chisme va primero.
—Decisiones que no sé si estoy listo para tomar —responde él,
misterioso.
—Eso no responde mi pregunta —me quejo.
—Tu tampoco respondiste a ninguna de las mías —me devuelve.
—Touché —murmuro, haciéndolo reír.
Nos quedamos un rato en silencio, ambos terminando de comer, cuando
de repente pregunta.
—¿Te gustaría salir a comer conmigo el domingo?
Mi mirada se entrelaza rápidamente con la suya, antes de asentir.
—Me encantaría —respondo, sin embargo recuerdo que llegan las
hermanas de Mika, mis cuñadas, por cierto y debo conocerlas. Joder. Y Nini
había mencionado algo sobre comer todos juntos el domingo. —Pero... —
digo, interrumpiendo una hermosa sonrisa—, yo no sé si esté libre —
murmuro al final.
—Oh, bueno... —dice, agachando la mirada.
—Lo siento mucho —susurro.
—Está bien, Mine —responde él, volviendo a sonreír, pero esta vez no le
llega a los ojos.
—Tal vez podamos en la semana —intento arreglarlo.
—Seguro —dice él, para acto seguido mirar la hora en su reloj. —Es un
poco tarde, debería irme —susurra.
—¿Ya? —No puedo evitar preguntar.
—Mañana tengo una reunión muy importante a primera hora, cariño —
murmura apenado, mientras se pone de pie.
Lo imito, mirándolo con una carita de perro mojado que lo hace sonreír
con dulzura.
—Anda, no me mires así, que en verdad es tarde —agrega.
—Seguro —respondo, corroborando en el reloj colgado en la pared que
si es bien tarde.
Caminamos los dos hacia la puerta, el trayecto siendo demasiado corto
para mi gusto, que a ver, que el departamento sigue siendo pequeño.
—Nos vemos cuando podamos —dice, llegando a la puerta mientras se
pone su chaqueta—, sabes que solo tienes que llamarme y estaré enseguida
—agrega.
Y sus palabras, sinceramente me dejan un poco fuera de juego, en
verdad, porque no debería sorprenderme, porque Dean es de esta manera,
siempre ha sido así, sin embargo no puedo evitar sentirme un poco
emocionada, porque cuando habla, cuando me dice este tipo de cosas, lo
hace con una sinceridad que simplemente me vuelve loca.
¿Y les cuento un secreto? Me asusta de cojones, que tengo miedo, que no
estoy acostumbrada a que alguien se preocupe por mi como lo hace él.
—Quédate —suelto.
Las palabras saliendo en no más que un susurro y sorprendiéndonos a
ambos.
—¿Qué? —Pregunta él, como si no hubiera sido lo suficientemente clara.
—Quédate conmigo a dormir —repito, sintiéndome nerviosa y con el
estómago revuelto.
—¿A dormir? —Pregunta y luego parece percatarse de lo que acaba de
decir, porque rápidamente agrega: —Quiero decir, si, claro, a dormir, solo
dormir, aunque si quieres que pase algo, ya sabes, estoy dispuesto, pero,
quiero decir, no tiene que pasar nada...
—Solo pasa —digo, riéndome, porque por norma general la que tiene
vómitos verbales soy yo, no él.
Lo tomo de su mano, obligándolo a sacarse la chaqueta por el camino y
apoyarla de cualquier manera en una de las sillas, mientras hacemos nuestro
camino a mi habitación.
Pimienta está parado en el pasillo, luciendo intimidante como la mierda y
mirándome fijamente.
«Anda, Pimienta, solo vamos a dormir»
«Como que se apareen en mi cama, orinare sobre tu ropa»
«No te atreverías»
«Pruébame»
—Tu gato a veces es..., raro —murmura él y no me pasa por alto como
medio se pega a la pared para pasar lo más lejos posible de él.
—Tiene sus momentos —es todo lo que termino por decir, ganándome un
ronroneo de Pimienta.
Llegamos a mi cama y ambos nos detenemos a mirarla, quedándonos así
parados, sin movernos.
—Esto se está poniendo raro —dice él para, acto seguido, tomar el borde
de su camiseta y sacársela en un movimiento fluido de sus brazos.
Mi boca, casi como por voluntad propia, se abre de una manera graciosa,
mientras que mis ojos, pecaminosos de por sí, recorren su piel dorada, el
fino hilo de vellos debajo de su ombligo, si vientre marcado con un six pack
que casi me hace jadear.
Cuando mi mirada se vuelve a clavar en la suya, lo encuentro
sonriéndome de una manera tan seductora, que quiero pedirle que me ponga
sobre sus rodillas y me nalguee.
«Oh, si señor»
—Metete en la cama, Minerva —murmura en voz tan baja, que ese tono
autoritario casi me pasa por alto.
Casi.
—¿O si no que? —Pregunto.
Dean entrecierra sus ojos en mí, como si le gustara que lo retara de esta
manera, sin embargo, después de unos segundos en los que sus dedos
trabajan en el cinturón de su apretado pantalón...
¿De qué estábamos hablando? Ya me perdí.
—A la cama, Minerva —vuelve a decir él y yo medio salto en mi lugar,
porque sinceramente me había distraído.
Termino haciéndole caso, mientras me meto debajo de la colcha y medio
siseo por que la cama está helada, sin embargo me apresuro a acomodarme
para ver el strip tiss personal de Dean.
Sonríe, por supuesto, mientras los botones del pantalón están
desajustados y con unas simples patadas están fuera.
Puff.
Desapareció.
Trago saliva con dificultad a la vista, bueno, a la vista no, que mis ojos en
realidad están ahí clavados en lo que le cuelga entre las piernas, que parece
estar elevándose a la vida.
Mis ojos se clavan ahora en su tonificado trasero cuando camina hacia la
entrada a apagar la luz, sin embargo todavía puedo verlo debido a que la
lámpara de al lado de la cama sigue encendida.
Dean camina a la cama, metiéndose rápidamente debajo de las frazadas,
sin embargo de repente me entró la vergüenza, es por eso que no invado su
espacio, manteniéndome en mi lugar.
—¿Por qué estas tan lejos? —Pregunta, mirándome.
—Es que sufro de pies ultra fríos —confieso.
—¿De pies ultra fríos? —Pregunta, sin entender muy bien.
—Pues eso, que tengo los pies cubito de hielo y de seguro tu estas
calentito.
—¿Tienes frío? —Pregunta rápidamente.
—Dean, yo siempre tengo frío —respondo.
—¿Y que haces que no estás entre mis brazos para que te caliente? —
Pregunta, sonriéndome.
Ha joder, ya caí y tu también, no lo niegues.
Mi cuerpo rápidamente se pega al suyo y su piel obviamente medio se
eriza, porque estoy helada.
Mis manos, traviesas, recorren su vientre con la vaga excusa de que
tengo frio, bueno, no excusa, en verdad tengo frio, pero mientras tanto
aprovecho.
—Joder, si que estás helada —se queja.
—¿Quieres que me aleje?
—No —dice y como para reafirmar lo que dice, sus brazos me rodean
protectores a mi alrededor.
Mi cuerpo lentamente comienza a entrar en calor, mientras mi nariz está
en su cuello, oliendo su perfume picante que me vuelve loca, mientras que
una de sus manos rodea mi rodilla para ponerla por encima de sus piernas y
dejarla ahí, con la otra mano, deja caricias distraídas en mi espalda.
—Joder, que placer —no puedo evitar murmurar, sintiéndome medio
idiota por decir aquello, pero, ¿saben que? Ya no quiero contenerme, ya no
quiero pensar que puedo decir y que no, ya no quiero tener miedo de las
reacciones de los demás.
—Podría hacer esto toda mi vida —susurra él, medio distraído.
Muevo mi cabeza un poco hacia atrás, para poder mirarlo a los ojos.
—Gracias por venir por mi hoy —susurro.
—Siempre estaré para ti, cariño —dice él, con una confianza que me
desarma. —Siempre —repite, sonriendo.
Y después, une nuestros labios.
Al principio es un toque de labios, suaves, su mano sigue acariciando mi
espalda, la otra mano aprieta un poco los músculos de mi pierna y en este
momento me maldigo por estar usando pantalones largos.
Después de unos segundos, su lengua acaricia mis labios y a mi, bueno, a
mi me palpita el chocho, para que mentir, por lo que termino profundizando
un poco más el beso, un gemido ronco siendo ahogado en mis labios.
Y yo quiero más.
Necesito más.
La piernas que estaba encima de él comienza a impulsarse y cuando
quiero darme cuenta, estoy a nada de subirme a horcajadas, sin embargo sus
manos apresuradas me toman por la cintura, deteniéndome.
—No voy a follarte esta noche, Mine —jadea, con la respiración hecha
un desastre.
—¿Por qué? —Pregunto, frustrada.
Él ríe al escucharme y observar el mohín en mi rostro.
—Por que quiero hacerlo todo bien contigo, porque quiero cortejarte,
porque quiero enamorarte Minerva, que yo contigo lo quiero todo, pero
quiero tomarme mi tiempo.
Mis manos se encuentran sobre su pecho, mientras que mi cerebro
excitado incita a las neuronas cachondas a ponerse nuevamente a trabajar
para poder digerir lo que acaba de decirme.
—¿En verdad lo quieres todo conmigo? —Pregunto.
—Todo —responde él.
Mis labios se vuelven a unir con los suyos, esta vez tranquilos, suaves y
después de unos segundos, vuelvo a acomodarme sobre su pecho,
relajándome mientras él sigue acariciando mi espalda, apretujándome en un
abrazo que parece unir todos los pedazos rotos que hay en mi.
—No me dejes Dean —le ruego medio adormilada—, por favor no me
lastimes.
—Haré lo que sea para evitar eso —es todo lo que logro escuchar, antes
de sumirme en un profundo sueño reparador.

¿Saben cual es una de las cosas que más disfruto en el mundo?


Dormir.
Me encanta dormir, es una de las cosas más placenteras que hay, pero,
¿sabes que se siente mucho mejor? Dormir en los brazos de alguien que te
hace sentir segura.
Hacía muchísimos años que no me sentía de la manera en la que me
siento con Dean detrás mío, abrazándome y acurrucándose en mi espalda.
Nuestras piernas están entrelazadas, uno de sus brazos pasa por debajo de
mi cabeza el cual uso como almohada mientras que el otro está metido
debajo de mi camiseta, su enorme mano apoyada sobre mi vientre.
Ha, joder divino, que placer...
Medio me remuevo, como si quisiera acurrucarme aún más con él, que a
ver, que todavía estoy medio adormilada, sin embargo sé que en menos de
seis minutos va a sonar mi despertador.
¿Qué cómo lo sé? Pues porque ya me he acostumbrado a despertarme en
ese horario exacto antes de ir a trabajar.
La mano de Dean se tensa sobre mi vientre, haciendo que un cosquilleo
me recorra el cuerpo entero y yo, presa de aquel placer mañanero que estoy
sintiendo, me remuevo un poco más, acomodando su erección por entre mis
glúteos. Las caderas de Dean se mecen, creando una fricción deliciosa,
mientras que yo medio gimo de placer, antes de que su mano, esa que
estaba en mi vientre, comience a subir, tomando sin pudor alguno mi pecho,
que aprieta con un poco de fuerza, haciendo que me remueva entre el placer
y dolor.
De repente sus dientes raspan la piel de mi cuello y yo de manera
automática lo ladeo para darle más acceso.
—Joder, si... —no puedo evitar gemir y aquello parece despertar algo en
él.
Su mano, esa que pellizcaba mi pezón, baja en una lenta caricia que me
tortura, las yemas de sus dedos apenas si me rozan, mientras su lengua
recorre mi piel desde atrás.
Su dedo pulgar se desliza hasta llegar al elástico de mi pantalón piyama,
donde se detiene, supongo que esperando que me niegue, sin embargo no
voy a negarme, por todos los cielos, que el chocho está prácticamente
llorando por un poco de acción.
Dean comienza a tironear del pantalón, dejándome completamente
desnuda de la cintura para abajo, que si gente, que si, que dormí sin bragas,
que a veces nuestro inconsciente es bien pícaro y se adelanta a los hechos.
—Joder, Minerva —susurra en mi cabello Dean, cuando se percata de
que no llevo nada más que las ganas de follar.
No respondo nada, que no puedo, que lo único que quiero es que me
toque, que me haga algo.
Dean no decepciona, por que su enorme mano de repente se cierra en
torno a mi rodilla, abriéndome y apoyando mi piernas sobre la suya para
mantenerme abierta.
Mi respiración es un desastre, siento la frente llena de sudor y el calor de
su cuerpo no ayuda, de todas maneras no me quejo.
Demonios no, ardería en el infierno con tal de sentirme de esta manera
por más tiempo.
Las yemas de sus dedos siguen torturándome, paseándose tan lentamente
por mis muslos internos que me esta volviendo loca, mientras que su otra
mano, esa que estaba debajo de mi cabeza, me toma de las muñecas para
que no pueda moverlas.
—Veamos que tenemos aquí... —susurra, dejando un beso en el lóbulo de
mi oreja.
De más está decir que encuentra allí todo mojado, pero es que estoy
cachonda y Dean, bueno, tengo ganas de follar con él.
—Mira nada más como estas —dice, su dedo índice recorriendo por entre
mis labios, el ruego está en la punta de mi lengua, sin embargo me aguanto
en no hablar, en no decir nada. —Estas muy mojada, Minerva, muy mojada
—agrega con la voz un poco pensativa.
Yo no digo nada, pues no puedo, que Dean hablándome de esa manera
tan controlada simplemente me vuelve loca.
Su dedo se aventura más abajo, recorriendo mi humedad hasta que hunde
una pulgada su dedo dentro mío, antes de sacarlo y presionar con ese
maldito dedo mi clítoris.
Me remuevo, intentando más fricción, sin embargo su mano presiona más
mis muñecas juntas, su rodilla estirada sosteniendo la mía tampoco me
permite mucho movimiento.
—Shhh, quédate quieta, preciosa —susurra—, voy a darte lo que quieres,
pero quédate quieta —agrega.
Gracias al señor.
Siento que esa mano que me tocaba, de repente comienza a bajar su
bóxer y cuando quiero darme cuenta, su polla erecta está entre los cachetes
de mis nalgas, frotándose.
Y hace tanto maldito calor.
Su mano vuelve a presionar mi muslo interno, abriéndome más, mientras
que su lengua me recorre el cuello, luego me muerde y luego pasa su lengua
alivianando el ardor.
—Por favor —suplico.
—Bésame —jadea él, mientras que ladeo mi rostro para hacerlo.
Dean me besa con una fiereza que me hace gemir en sus labios, su lengua
invade mi boca casi sin dejarme respirar, sintiendo su desesperación en
aquel beso.
Y de repente lo necesito.
Lo necesito con todo lo que soy.
Y de repente la punta de su polla patina por entre mi entrepierna húmeda.
Y de repente hace más calor.
Y de repente siento que su polla se acomoda en mi entrada.
Y de repente, cuando está a punto de hundirse dentro mío, cuando siento
que comienza a empujar para abrirme.
De repente...

«Hay algunas zorras en la casa»


«Soy una loca certificada»
«Los siete días de la semana»
«Con una vagina muy húmeda que lo pone nervioso a la hora de coger»

—Oh, por todos los santos —digo, removiéndome de su agarre férreo, el


cual tarda en dejarme ir, para ir a apagar la alarma de mi teléfono que suena
en el peor momento del mundo.

«Trae un balde y un trapero para esta vagina bien húmeda»


«Dame todo lo que tengas cuando veas esta vagina»

En la desesperación por apagarlo, termino manoteando el teléfono, que


cae al suelo con un golpe doloroso, pero no, la mierda esa sigue sonando.

«Ahora desde el principio te haré bajar, para que conozcas esta vagina
bien húmeda»

—Apágate, por todos los cielos, apágate —farfullo, apretando todos los
botones del teléfono para detener la alarma.
Con el cuerpo todavía medio enredado en las frazadas.
No me animo a mirar a Dean, por supuesto.
Que vergüenza, joder.
—Asique... —comienza diciendo y las palabras que salen de su boca, son
las que imagino que iban a venir—, con que una vagina bien húmeda, ¿eh?
—He probado con todas las canciones del mundo y esta es la única que
logra despertarme —confieso, pero todavía no lo miro.
—No puedo imaginar porque —responde, divertido.
Termino girándome para poder mirarlo: Dean me observa con una mirada
de lo más dulce, estirando la mano para quitar mi cabello de mi rostro, cosa
que me hace necesitar más del tacto de su piel.
—Ven aquí —ordena y yo, bueno, mi lado sumiso quiere salir a la luz,
por lo que termino yendo donde él se encuentra.
—¿En que estábamos? —Pregunto en voz baja, pasando una de mis
piernas por su cintura.
—En que deberíamos levantarnos para desayunar e irnos —dice, sus
manos sosteniéndome de la cintura cuando me le subo a horcajadas.
—Pero... —farfullo.
—No voy a follarte en un mañanero apurado, Minerva —sentencia. —No
va a ser así la primera vez.
—¿Por qué? —No puedo evitar preguntar.
Y mientras digo esas palabras, termino de sentarme sobre su polla, que a
ver, que no llevo nada debajo y él tampoco, que el contacto de su piel suave
pero dura, contra la mía húmeda y resbalosa, parece inducirnos a ambos en
una especie de éxtasis.
—Joder —dice, y cierra los ojos unos segundos.
Mis manos se sostienen por sobre su pecho, mientras que mis caderas,
casi por voluntad propia, se hacen hacia atrás.
—No hagas eso —dice, mientras me presiona fuerte de la cintura, de
todas maneras si quisiera, podría quitarme, pero no lo hace.
—Pero se siente tan bien —es todo lo que logro responder.
—Si, pero no vamos a hacerlo —insiste.
—¿No? —Pregunto, retadora.
Mis caderas siguen lubricando su polla y estoy cerca de venirme y por
cómo está su cuerpo tenso, sé que él también.
—No y es lindo que creas que tienes el control en esto —responde,
mirándome de una manera que me intimida un poco.
—Soy yo quien está encima —murmuro.
—Soy yo quien te permite que lo estés —es todo lo que responde.
Sostengo su mirada mientras hago mis caderas hacia atrás, su polla
patinando debido a mi humedad y cuando quiero darme cuenta, la cabeza de
su miembro está en mi entrada.
Ambos nos tensionamos por ello, la pregunta implícita pareciera flotar en
el aire.
—Debería coger un condón —murmura.
—Deberías... —es todo lo que respondo, haciéndome un poco más hacia
atrás. —Pero ya no puedo parar —confieso.
Y me hago más hacia atrás.
Un poco más.
Solo la puntita.
Ya casi entra la cabeza de su polla.
Puedo sentir su agarre férreo en mi cintura, como si estuviera luchando
con su voz de la razón, que le pide que se detenga.
Un poco más.
Ya casi...
—MIIIIIIAAAAAAAAAAAAWWWWWWWWW
—No puede ser —medio lloro a semejante maullido.
—MMMMMEEEEEEEEAAAAAAAWWWWWWWWWW
—Pimienta, joder, no —me quejo.
La puerta de la habitación se abre y es que si, Pimienta aprendió a
manipularla y mi gato entra en la habitación en toda su gloria, con su cola
peluda y caminando cual maldito rey.
—MMMMMMEEEEEEEEOOOOOOOOOOOWWWWWWWW —
Insiste, como si supiera que estaba a punto de follar.
—Detente —siseo en su dirección.
Él me mira fijamente y pareciera que toma aire, que se prepara, un duelo
de miradas y...
—MMMMMMMMMIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEWWWWWW.
Yo lo mato.
Que este gato no es normal, les digo.
Dean me toma de las caderas, quitándome de encima para medio
sentarse.
—Hey gatito, ¿qué pasa? —Murmura.
¿Perdón?
¡¿PERDÓN?!
Pimienta, como si sintiera mi frustración, se apresura a subirse a la cama,
contoneándose mientras ronronea y se acurruca con Dean.
Mis ojos están entrecerrados en su dirección, como si le estuvieran
diciendo al gato:
«¿Desde malditamente cuando eres tan cargoso?»
«Desde que te dije que no te aparearas en mi cama»
«Es mi cama» me quejo.
«Nada de aparearse, esclava»
Dean, ajeno a mi frustración, sigue acariciando al bendito gato, que no
deja de ronronearle y frotarse contra él.
«Yo también quiero frotarme» no puedo evitar pensar como una puerca.
—Eres tan preciosa por la mañana —murmura Dean, sacándome de mis
pensamientos. —¿Por qué no vas a pegarte un baño mientras nos preparo el
desayuno?
—Está bien —refunfuño, tomando mi pantalón de debajo de las sabanas
y poniéndomelo antes de caminar pataleando de camino al baño.
Escucho la risa de Dean de fondo, pero la ignoro, no molesten a una
chica en la mañana y mucho menos cuando está frustrada.
Me baño rápidamente, ya que Dean seguro también quiera bañarse y
cuando salgo me lo encuentro toqueteando los botones de la cafetera
eléctrica, cargando a Pimienta con un solo brazo.
Me pierdo unos instantes mirando su pantalón de jean desajustado, sus
pies descalzos y su torso desnudo y una vez que estoy satisfecha, murmuro:
—¿Qué haces?
—Me cago en la puta —dice él, medio saltando en su lugar y
haciéndome reír. —Casi me da un infarto.
—Lo siento —digo, acercándome donde se encuentra y queriendo tocar
la cabeza de Pimienta, pero el muy basura esquiva mi caricia,
acurrucándose más en Dean.
—Estaba intentando encender la cafetera —confiesa Dean con un poco
de vergüenza.
—Ya es tarde —murmuro—, báñate y desayunamos en la cafetería —
indico.
—¿Seguro? —Pregunta él.
—Si, ve —respondo.
Dean se baña en un tiempo récord y cuando quiero darme cuenta, ya nos
encontramos de camino a la cafetería, donde aparca en dos maniobras —
maldito suertudo— , y hacemos nuestro camino a mi lugar de trabajo.
Nerea, por supuesto, medio se queda de piedra cuando lo ve, como si no
pudiera creer que siguiera frecuentando con él.
—En serio Mine, cuéntame tu secreto —susurra, mientras envuelve unas
medialunas recién hechas para que Dean se lleve.
—¿Secreto de que? —Pregunto, mientras le preparo también un café para
llevar.
La cafetería comenzando a llenarse poco a poco.
—¿Cómo haces para que se quede contigo? —Murmura, sin quitarle el
ojo a mi..., a mi Dean.
—Eso me ofende —acuso.
—Anda, no seas así —murmura—, ¿estás segura que están juntos?
—¡Pero Nerea! —Me quejo.
—¿Qué? —Dice ella, sorprendida. —Solo tengo curiosidad.
—Curiosidad tiene la mesa cinco por los pasteles del día, ve a atender —
indico.
Ella lo hace medio refunfuñando, justo cuando Dean corta la llamada y se
acerca al mostrador.
—Siento no poder quedarme, cariño, pero ya voy tarde —dice.
—No te preocupes —respondo con una sonrisa—, no te olvides de
desayunar.
—No lo haré —dice él y para mi total sorpresa, apoya sus manos sobre el
mostrador y ladea su cuerpo hacia delante, dándome un beso de despedida
que me corta el aliento—. Piensa en mí y si llegaras a desocuparte,
escríbeme, que quiero pasar el domingo contigo —susurra al final.
Y después se aleja.
Y yo quedo ahí, medio boba después de su beso.
Hasta que de repente soy sacada de mis pensamientos cuando mi celular
suena.

Mika LatinLover:
13 feb 08:01
¡Te necesito! Mis hermanas acaban de llegar y están insoportables.
¡¡¡HELP!!!

—A ya valí madres, hora de conocer a mis cuñadas... —murmuro, sin ser


consciente de la mierda en la que me estoy metiendo.
Pero joder si con este drama no los entretengo.

***
BUENAS BUENAS
MEJOR TARDE QUE NUNCA, ¿NO?
¿QUÉ LES PARECIÓ EL CAPÍTULO? NO SE OLVIDEN DE VOTAR
Y COMENTAR MUCHO
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO, EMPIECEN A PREPARARSE
PARA LO QUE VIENE QUE ESTA...
UFF.
POR CIERTO, TODAVÍA NO ME SIGUEN EN MIS REDES? ¿QUE
ESPERAN?
INSTA: DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
TIKTOK: DEBSREADS
GRACIAS POR EL AMOR Y LA PACIENCIA
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO DOCE

¡ARRIBA LAS MANOS, ABAJO LAS BRAGAS!

Cuando llegué al hospital esa mañana, Mika por suerte estaba solo.
¿Por qué digo por suerte? Pues porque necesitábamos planear que íbamos
a decirle a sus hermanas.
¿Por qué? Porque ellas ya sospechaban de su sexualidad.
—Para mi con que nos besemos con lengua tendría que bastar —suelto,
acomodando una almohada detrás de mí, con las piernas de Mika enredadas
con las mías.
—No se lo van a creer —dice él, mientras le da un sorbo a la taza de té,
haciendo una mueca de asco luego.
—Yo no tengo problema en meter un poco de mano —suelto, haciéndolo
reír.
—Por supuesto que no tienes problema con ello —responde, riéndose,
mientras abandona la taza en la bandeja y se deja caer a mi lado.
—Mika, ¿crees que me acepten? —Murmuro, un poco nerviosa.
Pero es que nunca tuve cuñadas.
Bueno, no es como que ahora tuviera, pero si me entienden.
—No tienes de qué preocuparte —responde él, haciendo una mueca
dolorida una vez que se recuesta en la cama. —Son buenas personas y me
quieren mucho, soy su hermano mayor.
—Pero ese es el problema —respondo, teniendo especial cuidado de no
estarle muy encima debido a los dolores corporales que está teniendo—, te
quieren a ti, no a mi.
—Pequeña... —susurra, mirándome con dulzura—, ¿cómo alguien podría
no amarte a ti? —Pregunta y no puedo evitar sonreír a sus palabras dulces.
Nos quedamos un rato en silencio, ninguno dice nada, hasta que no
puedo aguantarlo más y susurro: —Pase la noche con Dean.
Mika clava sus ojos negros en los míos, mirándome fijamente, antes de
preguntar: —¿Follaron?
—No —respondo, rodando los ojos con fastidio. —Y no porque no
quisiera, sino que el destino se empeña en no dejar a mi chocho tener una
alegría.
—No puedo ver porque al destino le molestaría que quites un poco las
telarañas de ahí debajo —me pincha él.
—¡Hey! —Respondo, golpeándolo en el brazo suavemente. —Me invitó
a cenar este fin de semana —agrego sin pensar.
—¿Y porque tienes esa cara de cachorro mojado? —Pregunta él.
—Porque le dije que no —respondo con obviedad.
—¿Y porque hiciste eso? —Pregunta él, sin entender. —Te dije que te
hicieras la difícil, pero tampoco para tanto —agrega, riéndose.
No respondo, porque en ese momento me doy cuenta de que va a
enojarse cuando se percate de porque no acepte la invitación de Dean.
De todas maneras, Mika no tarda mucho tiempo en darse cuenta el
porqué de mi negativa con él.
Y la cara se le transforma.
Y yo me siento una mierda.
—Minerva, por Dios, dime que no es lo que pienso —murmura.
—Ósea si, pero no —respondo, haciéndome la loca.
—Minerva —me reta.
—¿Qué? —Pregunto.
—Cómo, ¿qué? —Insiste. —Minerva, no puedes condicionar tu vida a mi
enfermedad.
—No estoy condicionando mi vida —me defiendo.
—Minerva, estás muerta por Dean —dice, como si no fuera obvio. —¡Yo
estoy muerto por Dean! —Agrega.
Esa no me la esperaba.
—No me tiene muerta —respondo.
—Minerva, Dios, como la mierda que iras a esa cena.
—Igual no tenia ni ganas —murmuro.
—Vas a ir —dice él, tajante.
—Que no —respondo rápidamente. —Que no quiero, te juro.
Mika me lanza una mirada molesta, antes de suavizarla y decir:
—Por favor, Mine —dice con la voz un poco ronca—, por favor, sé todo
lo que estás haciendo por mi, se que siquiera estás durmiendo, por favor, no
dejes tu vida a un lado por mi, no me lo perdonaría.
—Mika... —susurro, un poco emocionada.
—Por favor, ve con él, folla, dale una alegría a tu almeja, pero por favor
no dejes todo de lado por mi.
—No dejo nada de lado por ti, Mika —digo, enredando nuestros dedos
—. Hago todo esto porque te quiero un mundo.
Él me sonríe con dulzura, mientras mira nuestras manos unidas.
—Por favor, sal con él, no me perdonaría que tu vida se detenga por mi
culpa —insiste.
—Está bien —susurro y sus ojos se clavan en los míos. —Iré con él.
—Así me gusta —murmura, volviendo a su habitual sonrisa sincera—,
en una de esas hasta follas y todo —agrega.
—Joder, lo que daría por follar —murmuro, con voz quejumbrosa.
—Oh Dios —escucho una voz.
—Lo sabía —murmura otra.
Salto en mi lugar, asustada hasta la mierda, mientras mi mirada se clava
en las dos muchachas que nos observan desde la puerta.
Una tiene un enorme pantalón lleno de figuras geométricas de todos
colores, al igual que un sweater que le va enorme de un color rojo chillón,
el cabello alborotado y atado de cualquier manera en una coleta alta con un
flequillo despeinado. Sus ojos, iguales a los de Mika, están clavados en
nosotros con una sonrisa esperanzada.
La otra muchacha es lo contrario completamente, esta vestida con un
traje azul marino ajustado a su cuerpo, una camisa blanca debajo. Su
cabello negro es completamente lacio y lo lleva suelto, llegándole por los
hombros.
—Mine, amor... —murmura Mika a mi lado—, ellas son mis hermanas:
Denise y Sarah.
Sonrió un poco incómoda, mientras me pongo de pie, sacudiendo el
polvo inexistentes de mis pantalones.
—Hola, soy Minerva —digo, de manera encantadora.
Una de las hermanas, vamos a llamarla la hippie, se acerca con una
sonrisa enorme, como si hubiera esperado por mi toda la vida.
—Mucho gusto, soy Denise —dice y, pasando de mi mano extendida, me
envuelve en un apretado abrazo que tardo unos cuantos segundos en
corresponder. —Estoy muy contenta de conocerte Minerva, mi madre me
ha hablado mucho de ti —y luego se hace para atrás, para tomarme de los
hombros—, tienes un nombre precioso, por cierto.
—Gracias —respondo.
Y estoy tan, pero tan avergonzada, que a mi estas situaciones me ponen
de los pelos.
«Tu te lo buscaste» murmura mi inconsciente.
Y es verdad.
—Mi hermano no puede hacer esfuerzos en el estado en que se encuentra
—dice la otra hermana, Sarah.
Me observa fijamente, mientras que me doy cuenta de que intimida como
la mierda.
—Soy Sarah —agrega, tendiéndome la mano.
La tomo, apretándola en un saludo que no dura más de dos segundos.
—No atormenten a mi prometida —dice Mika, saliendo en mi defensa y
sentándose en la camilla.
La mirada de sus hermanas se clavan rápidamente en él y ambas tienen
un semblante triste y tenso a la vez.
Cuando Mika hace una mueca de dolor, siquiera lo pienso, sino que
simplemente me acerco a él para ayudarlo a terminar de incorporarse.
—Con cuidado —murmuro.
—Estoy bien —responde él, cerrando los ojos con fuerza, antes de
suspirar y repetir: —Estoy bien.
—Lo se —digo, sonriéndole. —Todavía me debes una noche de sexo
desenfrenado —suelto, olvidando a las hermanas de Mika—, tienes que
estar bien hasta que satisfagas mis necesidades, las telarañas, ¿recuerdas?
Su carcajada es tan auténtica que a pesar de que sé que la embarre
muchísimo, me importa un bledo, porque hacía muchos días que Mika no se
reía de esta manera y que lo haga ahora, conmigo, simplemente me hace
bien.
Una vez que la risa cesa, se hace un espeso silencio a nuestro alrededor y
termino carraspeando, girándome por fin nuevamente a sus hermanas.
—Juro que no es lo que parece —murmuro.
Las mejillas de Denise están llenas de lágrimas, que caen libres, haciendo
que su piel blanca se tiña de rojo.
Sarah, por su parte, tiene los ojos brillosos, sus dientes apretados entre sí,
de todas maneras no llora, sino que simplemente mira a su hermano mayor
fijamente.
—No me miren de ese modo —murmura Mika al final, un poco cansado.
—Todavía no he muerto —agrega.
—¡No digas eso! —decimos las tres al mismo tiempo.
Mika sonríe, uno de sus hoyuelos marcándose en su mejilla, mientras nos
mira a las tres con un cariño que me desarma.
—Que lindo es tener a mis chicas favoritas juntas —agrega.
Y abre los brazos.
De más está decir que las tres nos apretujamos encima de él, de todas
maneras sus labios se acercan a mi oído y con cuidado de que sus hermanas
no escuchen, susurra: —Gracias, pequeña.

—¿No crees que sea demasiado? —Le pregunto a Isa, que está
concentrada en algo de su computadora.
—Para nada —responde.
—Pero si ni me has mirado —la acuso.
—Es la tercera vez que te pones ese vestido —murmura, por fin clavando
sus ojos en los míos. —Si hoy no follas, es porque te hicieron vudú seguro
—bromea.
—No digas eso —murmuro, clavando mis ojos nuevamente en el espejo
de pie que hay en mi habitación.
El vestido que me prestó mi amiga es de un rosa pastel precioso de
encaje. Las mangas son ¾ y me llega por debajo de los muslos, siendo
completamente ajustado a mi cuerpo. Los zapatos serán un problema, lo sé,
son del mismo color que el vestido, pero son demasiado altos.
Me iré de bruces.
Me iré de bruces contra la acera y Dean no querrá follar conmigo. Lo sé.
—No te vas a quitar los zapatos —murmura mi amiga, sintiendo el
rumbo de mis pensamientos.
—Pero...
—Que no, te quedas así —sentencia y luego, poniéndose de pie, abre mi
armario, rebuscando entre mi ropa. —Ten, ponte esto —dice, pasándome un
tapado con piel dentro de color blanco.
—¿No crees que sea demasiado? —Pregunto nuevamente.
Pero es que siento que voy muy arreglada.
—Acostúmbrate a vestirte de este modo si quieres salir con Dean —es
todo lo que responde.
Niego con la cabeza ante sus palabras, que sonaron mordaces, pero no
insisto en el tema, porque sé que está pasándole algo a ella, a Isa.
No ha querido hablar del encuentro con su familia y no presione por ello,
no quería agobiarla, sin embargo se que algo se trae entre manos y me lo
contará cuando esté lista.
—Lo siento —termina murmurando, mientras se acerca a mí, mirándome
a los ojos a través del reflejo del espejo. —Estoy con muchas cosas en la
cabeza.
—Puedes hablar conmigo, ¿sabes? —Murmuro.
—No es nada —responde, sonriéndome. —Pero te prometo que estás
preciosa, Dean se volverá loco nada más verte, lo juro.
—Gracias —respondo, sonriendo mientras el nudo en mi vientre se
incrementa.
En ese mismo momento, suena una notificación en mi teléfono y nada
más ver el nombre de Dean en pantalla, sé que está esperándome abajo.
—Ve —me incita mi amiga.
—¿Duermes aquí? —Pregunto.
—No —responde, negando con la cabeza. —Me voy en un rato —
agrega, misteriosa—. Anda, no lo hagas esperar —me incita, empujándome
por la espalda.
—Vale, vale, me voy —digo, tomando mi cartera y buscando con la
mirada a Pimienta, quien se escondió nada más Isa llegar y no volvió a salir.
—Usa condón —murmura Isa.
—Tal vez no folle —respondo, sonriendo.
—¿Cómo no? —Dice ella, negando con la cabeza y sin dejar de sonreír.
—Como que no folles, que dejo de ser tu amiga —responde, abriéndome la
puerta para que salga de mi casa.
—Vale, follar o perder tu amistad —digo, también divertida. —Supongo
que tendré que hacer el esfuerzo para no perderte.
—Puerca —dice ella, cerrando la puerta en mi cara.
Suspiro antes de hacer mi camino al ascensor, el repiqueteo de mis
zapatos es lo único que me acompaña, mientras repito una y otra vez la
canción que suena por los parlantes de este sin cesar.
Los acordes de Stay de Rhianna suenan, mis labios tarareando de manera
inconsciente la canción mientras desciendo los pisos hasta la planta baja, de
todas maneras una vez que las puertas se abren.
Por Dios..., como nadie me prepara para la vista que tengo en frente.
Por todos los cielos Dean, ten piedad de los simples mortales.
Tiene un enorme ramo de rosas rojas en la mano, cubierto por un papel
brilloso, mientras que teclea algo en su teléfono con la mano libre, su
hombro apoyado en la pared y uno de sus talones por sobre el otro, en una
posición relajada. El pantalón de vestir le queda ajustado a sus fuertes
muslos, al igual que su camisa perfectamente lisa de color negro y un traje
gris encima.
Como si sintiera mi mirada, los ojos de Dean se clavan en los míos y me
sonríe, esa sonrisa pareciera iluminar su mirada de una manera devastadora.
Pero es que Dean es eso, devastadoramente lindo.
—Hola —murmuro, una vez que abro la pesada puerta.
Dean no responde enseguida, sino que sus ojos se pasean por mi cuerpo
de manera lenta y erótica, cosa que logra producirme un estremecimiento.
—Estas preciosa —es todo lo que responde, sacándome una sonrisa.
—Tú también —murmuro.
—Esto es para ti, feliz San Valentín —agrega, tendiendome el ramo.
—Mierda —respondo, recordando.
Hoy es San Valentín, por supuesto que me invitaría a cenar, lo olvide, una
semana después del cumple de Isabella es el día de los enamorados.
—¿Mierda...? —Responde, dudoso.
—Lo siento —digo, tomando el ramo que me tiende rápidamente. —Son
muy hermosas, gracias.
—Nunca más que tú —Murmura.
Y a mi las mejillas se me vuelven carmesí, el corazón me late
desenfrenado y el chocho mejor ni les cuento.
Dean termina de romper la distancia que nos separa, dejando un beso en
mi comisura que me deja deseando un poco más de él.
Su perfume dulzón parece quedar flotando en el aire y yo sinceramente
no puedo quitar la sonrisa tonta de mi rostro.
—Andando —susurra, poniendo una mano en mi cintura para hacerme
avanzar hasta su auto que está estacionado en la puerta de mi departamento.
Abre la puerta para mi y hacemos nuestro recorrido a un restaurante que
tiene mesas en el último piso, siendo uno de los más exclusivos de la ciudad
y nada más llegar a él, entregamos las llaves del auto para que lo estacionen
y caminamos hacia la entrada, recibiendo algunas miradas molestas por
nuestro paso privilegiado cuando la fila que hay de espera llega casi a la
esquina.
No es mucho lo que hablamos y a decir verdad, estoy bastante nerviosa,
pero intento disimularlo, de todas maneras Dean parece darse cuenta, ya
que una vez que subimos al ascensor, me toma de las caderas y me pega a
su cuerpo, paseando su nariz por la piel expuesta de mi cuello.
—¿Estas bien? —Pregunta.
—Ahora si —respondo y siento su sonrisa en mi piel.
Una vez que las puertas se abren, no puedo evitar sorprenderme a la vista
que tenemos en frente, mientras que la recepcionista nos acompaña a una
mesa que queda alejada al resto, siendo una de las más íntimas, el mantel de
un blanco impoluto y las velas sobre la mesa e iluminando a nuestro
alrededor, hacen que el lugar parezca mágico.
—¿Cómo hiciste para conseguir este lugar? —Pregunto, una vez que nos
dejan solos.
—Tengo mis trucos —responde, sonriéndome y con un encogimiento de
hombros.
—Puedo imaginar eso —respondo, riéndome. —Espero que no haya
tenido que hacer nada indecente, señor Ross —agrego al final en voz baja.
La mirada, nada más escucharme llamarlo de aquel modo, se le oscurece,
llena de lujuria y deseo.
—No se preocupe, señorita Wilson —murmura él, siguiéndome el juego
—, no tuve que hacer nada demasiado indecente. —Y luego, en voz baja,
agrega:—Todavía.
—Me encantaría saber qué clase de cosas tienes en mente —respondo,
intentando coquetear con él.
A decir verdad no sé si está saliéndome bien, pero cuando Dean apoya
los codos sobre la mesa, y ladea su cuerpo hacia delante para responderme,
sé que he llamado su atención.
—Cosas que no quiero decirte porque temo que vaya a espantarte —
responde, así como si nada.
Abro la boca para responder, sin embargo él hace su cuerpo hacia atrás,
en el momento justo que la moza llega con las cartas para que hagamos
nuestros pedidos.
Dean no pierde el tiempo, pide rápidamente un menú que cuenta con
entrada, plato principal y postre y para tomar pide un vino que me suena a
que es francés, de todas maneras no puedo más que prestarle atención al
movimiento de sus labios, a la seguridad con la que habla, a como la
camarera no puede quitarle de encima los ojos al igual que yo.
Je, no puedo culparla.
Dean, una vez que la muchacha se va, me regala una pequeña sonrisa,
casi mínima.
—¿Decías...? —Murmura, divertido.
—Estabas contándome cosas espantadoras —respondo, sin pensar, por
supuesto.
—Por supuesto que estaba haciendo eso —murmura, riendo y negando
con la cabeza.
—Odio cuando eso pasa —digo, un poco avergonzada.
—No lo odies —responde él de inmediato, mirándome de una manera
que logra intimidarme. —Esa forma de ser tuya es tan fresca, Mine —
agrega y por unos instantes, parece perdido en sus propios pensamientos. —
Eres... —agrega, suspirando, de todas maneras no dice más nada.
—¿Soy...? —Pregunto, luego de que se queda unos cuantos instantes en
silencio.
—Eres increíble —responde al final. —Pero siento que la palabra
increíble siquiera logra hacerte justicia, porque eres buena, divertida,
preciosa, no solo por fuera, sino también por dentro —para cuando dice eso,
siquiera estoy parpadeando, de todas maneras él aún no ha terminado. —A
veces no logras darte cuenta Mine, pero cada que entras a un lugar, todas las
miradas se clavan en ti, tienes algo a tu alrededor que atrae a la gente, que
quieren tenerte cerca, hay veces que cuando te tengo conmigo, simplemente
me olvido de todo lo que hay a mi alrededor, haces que los problemas
simplemente desaparezcan.
—Dean —murmuro, con la voz un poco ronca por las emociones que me
embargan.
—Y es que, ¿sabes que pasa cuando te vas? ¿Cuándo pasan varios días
sin verte? —Pregunta, pero no es como si esperara mi respuesta. —Los días
se vuelven aburridos, monótonos, las cosas pierden su brillo, todo es
demasiado lineal, pero luego llegas tú —dice, sonriendo y haciendo un
ademán con las manos, señalándome—, luego llegas tu, con toda esa
intensidad, con toda esa alegría que a veces desbordas y no te das cuenta,
que simplemente haces que cualquier rastro de los días pasados
desaparezca, es como si con tu presencia simplemente reiniciara mis días.
Tengo los ojos llenos de lágrimas, en verdad, pero no es por tristeza, sino
que nunca nadie me había dicho algo tan hermoso como lo que acaba de
decirme Dean.
Yo, que la mayoría de mi vida la había pasado con alguien que me hacía
sentir insuficiente, que no valía nada..., ahora, que venga Dean, un hombre
con el que siquiera llegue a compartir más que una noche, me dice
semejantes cosas, como si me conociera, como si fuera especial.
Simplemente no tengo palabras para agradecer esto, porque si, sé que no
debería necesitar las palabras de nadie para sentirme suficiente, pero, ¿te
cuento un secreto? A veces que nos digan que valemos, que somos
especiales, que somos eso: suficientes, simplemente hace bien, es como una
caricia al alma, es como si todas esas inseguridades que a veces me atacan,
desaparecieran.
—Gracias —es todo lo que puedo responder, sin dejar de mirarlo.
—Es solo la verdad —responde él, estirando su mano para tomar la mía
entre las de él.
De todas maneras frunzo el ceño cuando siento algo en mi palma y una
vez que observo mi mano, me doy cuenta que hay una cadena de oro
blanco, con un dije en forma de lágrima, con un pequeño cristal de color
jade incrustado en medio.
—¿Qué es esto? —Pregunto, mientras observo el delicado collar en mis
manos.
—Un regalo —dice y cuando levanto la mirada para negarme, agrega: —
Por favor, acéptalo —insiste—, nada más verlo, me recordó a ti.
—Es muy hermoso —respondo y luego, clavando mis ojos en los suyos,
agrego: —¿Podrías ponérmelo?
—Claro —responde él, sonriendo y poniéndose rápidamente de pie.
Me quedo un poco de piedra cuando sus dedos suaves acarician la piel de
mi cuello, moviendo mi cabello lejos. Toma la cadenita de entre mis dedos
y con una caricia poco inocente, prende el pasador, para luego ladear su
cuerpo y dejar su rostro al lado del mío.
—Gracias por aceptar mi regalo, Minerva —susurra en mi oído. —
Espero vértelo siempre puesto —agrega.
Sera que estoy medio loca, o que en realidad leo mucho libro puerco,
pero la manera en la Dean susurro esas palabras, no se, como que me
hicieron sentir que este collar le hacía sentir como que le pertenecía y será
que a una le gusta un poco este rollo de la sumisión, pero es que a mi me
ponía sentirme de su pertenencia, que hubiera algo que me atara a él, que le
hiciera saber al mundo que yo era suya...
—Lo haré —respondí en voz baja, un poco abrumada por todo, a decir
verdad.
—¿Sabes que imagen acaba de pasarse por mi cabeza? —Pregunta, sus
manos se pasean por mis hombros, haciendo que la piel se me erice.
—¿Qué? —Es todo lo que logro responder.
Mis ojos, de manera inevitable, buscan ojos acusadores, sin embargo por
el rincón en el que nos encontramos y la enorme viga que nos separa del
resto del salón, nadie llega a ver mucho.
—A ti —responde Dean al final—, a ti sin nada más que ese collar
puesto —agrega. Ay Diosito. —A ti con ese collar cayendo entre tus pechos
y a mi encima de ti, follandote Minerva —la respiración se me corta, la
excitación me recorre el cuerpo entero y yo en este momento lo necesito,
necesito hacer eso que susurra en mi oído. —Siempre follandote a ti —
repite.
Antes de que pueda responder nada, siento el frío de su vacío detrás mío
y cuando levanto la mirada, ya está tomando asiento, mientras la camarera
aparece con un carrito, trayendo nuestras bebidas.
¿Cómo lo hace? Es la pregunta que todos nos hacemos, no lo nieguen.
La comida no deja de ser exquisita, sin embargo no puedo dejar de
sentirme ansiosa, la incómoda humedad entre mis muslos, la necesidad de
besarlo, de tocar su piel.
—¿Esta bien? —Pregunta, cuando ya vamos por el postre.
A decir verdad, no recuerdo de nada de lo que hablamos durante la cena.
—¿Hum? —Pregunto, distraída.
—Si la comida está bien —responde lentamente, de todas maneras me
pierdo en cómo sus labios se cierran alrededor de la cuchara, comiendo los
restos de su pastel de chocolate y caramelo.
—Increíble —murmuro.
—¿Terminaste? —Pregunta.
—No todavía —respondo, negando con la cabeza.
De todas maneras cuando sonríe, me percato de que se refería en realidad
al postre.
—Es decir, si, lo termine, estaba riquísimo, es decir, el chocolate estaba
una pizca pasado, pero estaba bien, muy bien —escupo, así, vómito verbal.
—¿Estás lista para que nos vayamos? —Pregunta al final.
—¿Dónde? —Respondo como idiota.
—A cualquier lugar donde pueda tenerte encima mío, Minerva, en lo
posible sin ropa —responde con una calma que me sorprende.
Pero es que este Dean que dice guarradas me calienta más que el sol en
verano.
—Estoy lista —respondo de inmediato. —Nací lista, lo juro.
—Puedo imaginarlo —dice, sonriendo, mientras le tiende una tarjeta a la
moza para pagar.
De todas maneras, cuando estoy a punto de ponerme de pie, Dean me
termina deteniendo con las palabras que salen de su boca.
—Si quieres follar esta noche Minerva, debes salir de este lugar sin
bragas.
Me quedo unos segundos quieta, tratando de entender lo que acaba de
decirme.
—¿Qué? —Pregunto, sorprendida.
—Que si quieres follar esta noche —repite lentamente, ladeando su
rostro hacia delante para hablarme con más detenimiento—, debes salir de
aquí sin bragas.
Estoy bastante sorprendida por lo que acaba de decir, sin embargo estoy
aún más sorprendida por que la moza que nos atendió toda la noche —la
misma que no paró de hacerle ojitos—, está parada a nuestro lado, con los
ojos abiertos de par en par y las mejillas sonrojadas.
—Tu decides —repite Dean cuando ve que no me muevo.
Mis ojos se alternan en los de él y la muchacha a nuestro lado.
Carraspeo, intentando serenar los desbocados latidos de mi corazón.
—¿Sabes que? —Dice de repente, con una sonrisita canalla que no le
había visto nunca. —Si quieres follar, debes sacarte esas bragas ahora
mismo, sino no hay trato.
—Eso no es justo —respondo de inmediato.
—La vida no es justa, cariño —es todo lo que responde, relajándose en
su asiento.
La mirada retadora está implícita en su semblante, de todas maneras sé
que está bromeando, sé que vamos a follar, así me haga sufrir por ello, esto
no es más que un simple juego para él.
¿Pero saben que? Si el quiere jugar, yo jugaré con él.
Sonrió y esa sonrisa lo hace sonreír más, como si le sorprendiera que
entrara en su juego, mientras lentamente meto mis manos por el ajustado
vestido, pasando saliva con dificultad cuando el aire frío choca con mi piel.
La camarera de seguro flipa y por más que de seguro contará a todos sus
compañeros de trabajo lo que estamos haciendo con Dean, pero
sinceramente no me importa, porque no pienso volver a este restaurante
nunca más.
La tela de encaje de las bragas acaricia mi piel y una vez que logro
sacarla por mis piernas, la hago un bollo en la mano y se la tiendo a Dean,
que no deja de observarme fijamente, con una sonrisa en la cara.
—No puedo creer que lo hayas hecho —termina confesando, tomando
mis bragas en sus manos y metiéndola rápidamente en su bolsillo.
—Ya vez, no me retes —respondo, mientras me encojo de hombros y
termino poniéndome de pie.
Un escalofrío me recorre entera al sentirme tan..., desnuda y él lo nota,
porque me imita al ponerse de pie, clavando sus ojos en los de la muchacha
tan fijamente, que esta se remueve incómoda.
—¿Te falta mucho? —Pregunta y me sorprende lo mordaz que suena.
—No señor —responde ella, tendiéndole nuevamente la tarjeta.
—Andando —dice en mi dirección, estirando la mano para tomar la mía.
Una vez que llegamos al ascensor, pregunto: —¿Qué demonios fue eso?
Dean sonríe, mientras me toma por las caderas, acercando mi trasero al
principio de su erección, mientras se restriega allí.
—Dejo su numero de teléfono en una servilleta —murmura él con
simpleza. —Solo quería molestarla.
—¿¡Que hizo que!? —Pregunto, sorprendida y girandome. —¿En que
momento paso eso? —Agrego y porque demonios no me di cuenta.
—Fue mientras estabas perdida en mi mirada —se burla él, mordiendo
mi piel y haciéndome reír.
De todas maneras chillo cuando pellizca mis costillas, haciéndome saltar
en mi lugar, comenzando a reír de cualquier manera, menos delicada.
—Detente por favor —jadeo en busca de aire.
—¿Dónde iremos? —Pregunta, deteniendo su tortura. —¿Tu
departamento o el mío?
Me estremezco nada más imaginar lo que haremos en cuestión de nada,
de todas formas, una vez que atravesamos las puertas de cristal, con Dean
sosteniéndome de las caderas, sin soltarme, dejando besos por mi cuello,
comienzo a sentirme observada.
Mi mirada recorre las calles vacías y oscuras, un escalofrío me recorre el
cuerpo entero, sin embargo me detengo en seco nada más ver a la persona
que se encuentra a no más de cuatro pasos de distancia.
Dean choca con mi espalda al haberme detenido de manera tan abrupta,
pero es que..., es que no puedo creer la persona que se encuentra frente mío.
—¿Annalise...? —Susurra con voz ronca.
—¿Papá...?

***
FELIZ ACTUALIZACION
PERDÓN POR TARDARME TANTO, PERO HE TENIDO SEMANA
DE LO MÁS COMPLICADA
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DEBIE
CAPÍTULO TRECE

AFERRADA A TI

—¿Papá...? —Susurro, con la voz ronca por las emociones que me


recorren.
Mi padre me mira con los ojos abiertos de par en par, sus ojos clavados
en los míos, los rasgos que nos hacen parecidos son una bofetada en el
alma.
—¿Papá...? —Pregunta Dean.
—Anny —dice al mismo tiempo mi padre. —No puedo..., no puedo creer
que estés aquí —agrega.
Y es en ese momento que me doy cuenta de que él realmente está aquí,
de que el realmente me encontró y a decir verdad, no sé muy bien cómo
sentirme al respecto.
Porque sé que debería alegrarme, sé que cualquier hija se hubiera
abalanzado a sus brazos luego de no verlo por muchos años, pero yo...,
bueno, yo había muerto para él y él había muerto para mi.
—¿Cómo me encontraste? —Pregunto un poco mordaz.
Las manos me tiemblan, sin embargo las hago un puño intentando
contener los temblores que me recorren.
Dean me observa sin entender qué demonios es lo que está pasando.
—Yo..., yo te busque —es todo lo que responde.
—¿Cómo demonios me encontraste? —Insisto. —¿Acaso todos los
saben? —Pregunto.
El pánico casi me corta la respiración.
—Nadie lo sabe —se apresura a responder, acercándose un paso.
Yo retrocediendo dos, chocando con el pecho de Dean, que no duda en
envolver un brazo alrededor de mi cintura.
—Ann...
—No me llames por ese nombre —siseo en su dirección.
—Cariño, ¿podemos hablar? —Pregunta, alternando la mirada entre
Dean y yo.
—No tenemos nada de qué hablar —es todo lo que respondo.
El vaho sale de mi boca cada vez que hablo, siento las mejillas y la nariz
coloradas debido al frío, sin embargo nada puede aliviar la furia que quema
dentro mío, las ganas de gritar e insultarlo.
—¿No puedes darme aunque sea un momento? —Pregunta él.
Y en ese momento exploto, porque no puedo aguantar su hipocresía.
Río sin una pizca de diversión, mientras niego con la cabeza, incrédula
con las palabras que salen de su boca.
—¿Cómo te atreves a pedirme un momento? —Pregunto, la furia
haciéndome sentir un poco mareada. —¿Cómo te atreves siquiera a
aparecerte aquí?
—Hija... —me interrumpe.
—¡No me llames de ese modo! —escupo en su cara y si no fuera por las
manos de Dean en mi cintura, me hubiera abalanzado sobre mi padre.
—Por favor... —súplica.
—¿Dónde estabas? —Pregunto, mirándolo con un odio que no es propio
de mi.
—¿Cuándo? —Pregunta, sin entender qué es lo que quiero decir.
—¿Dónde estabas cuando todavía no había llegado ni a los siete y veía a
mi madre follar con desconocidos cada noche por un poco de droga a
cambio?
—Yo... —intenta murmurar, pero no lo dejo, no puedo, ya no puedo
parar.
—¿Dónde estabas cuando no era más que una adolescente confundida y
deje que alguien me dijera cómo vestir? —Siseo.
Doy un paso hacia delante, Dean intenta retenerme, pero me remuevo
para que me deje ir y él a duras penas lo hace.
—¿Dónde estabas cuando comenzaron los insultos? —Murmuro y la voz
inevitablemente se me rompe. —¿Dónde estabas cuando recibí mi primer
golpe? ¿Dónde estabas para decirme que aquello no era amor? ¿Dónde
estabas para defenderme? —Agrego y siento las dos primeras lágrimas caer.
—¿Qué...? —Escucho a Dean preguntar.
—Lo siento tanto, hija —responde él con los ojos brillosos.
—¿Dónde estuviste esa noche, papá? —Pregunto y sé que sabe a qué
noche me refiero. —¿Dónde estabas mientras me desangraba? ¿Por qué
nunca viniste por mi? —Le reprocho.
Sé que él no es culpable de toda la mierda que pase, créeme, lo sé, pero
hay veces que cuando nos guardamos cosas que nos duelen dentro, cosas
que nos lastiman, cosas que nos enferman, no es como si desaparecieran,
no, es como si en realidad fueran un organismo vivo que crece, con el
tiempo malditamente crece y llega un momento que enferma, que nos
enferma por dentro, una herida que no cicatriza, que no hace más que
supurar.
Eso era lo que mi padre significaba para mi, un pasado doloroso, el
desamor, el abandono.
Nunca estuvo para mi.
Nunca me dijo feliz cumpleaños.
Nunca se preocupo por mi.
Nunca me dijo te quiero.
Nunca me vio.
Entonces, ¿qué se suponía que hiciera nada más verlo? ¿Saltar a sus
brazos? ¿Decirle que le quería? ¿Qué lo había extrañado?
No iba a hacer eso, ¿sabes porque? Porque una noche escapé de la casa
de Harold, asustada porque estaba hasta arriba de drogas, porque todavía no
había comenzado a lastimarme de verdad, pero tuve miedo y Genevieve no
estaba en la ciudad y yo, bueno, yo no tenía a nadie, pero pensé en él y
camine a mitad de la noche hasta su departamento.
¿Sabes lo que pasó? Me dijo que exageraba, que Harold no iba a
lastimarme y me cerró la puerta en la cara.
Yo tenía diecisiete años.
Esa fue la primer noche que recibí una bofetada.
Esa fue la primera noche de muchas.
Entonces, ¿cómo él esperaba que yo ahora lo perdonara? No podía, en
verdad, por más que quisiera, no me nacía de dentro, porque él siempre
había sido interesado, porque si estaba aquí, era porque iba a querer algo de
mi.
—¿Cuánto quieres? —Pregunte, luego de que se quedo sin palabras.
—¿Qué...? —Pregunto.
—¿Cuánto dinero quieres? —Pregunte nuevamente. —No tengo mucho,
pero si me das unos días, tal vez pueda conseguir algo —dije de manera
apresurada.
Sería capaz de vender la cafetería con tal de que él no le dijera a Harold.
Mi padre me miró con una expresión de horror en su rostro, como si en
verdad le sorprendieran mis palabras.
—Yo nunca te pediría eso —susurro.
—¿No? —Pregunte, negando con la cabeza. —Es irónico, ya que es lo
que has hecho toda tu maldita vida —siseo. —¿Cuánto dinero quieres?
Terminemos con esto de una vez por todas.
Las manos me tiemblan tanto, que tengo que cruzar los brazos sobre mi
pecho para calmar el temblor, de todas maneras se que no puedo
disimularlo, porque ahora me tiembla todo el maldito cuerpo.
—Mine... —susurra una voz detrás mío, sacándome de mis
pensamientos.
Dean.
Joder.
Me había olvidado por completo de él, de que estaba aquí, de todo lo que
escucho y malditamente temo que me pida explicaciones, porque sé que no
voy a poder darlas.
—Tenemos que hablar —insiste mi padre, acercándose y yo
retrocediendo por acto reflejo. —Hija... —insiste.
—Ella no quiere hablar con usted, señor —dice Dean de repente, pasando
un brazo alrededor de mi cintura y poniéndose delante mío, cubriéndome
con su cuerpo.
—No se quien eres, pero no te metas —murmura mi padre.
—Me meto todo lo que quiero y le pido por favor que la deje en paz, ella
no quiere hablar con usted.
—¿¡Quién carajo te crees que eres para no permitirme hablar con mi
hija!? —Explota mi padre.
Salto en mi lugar, asustada por el grito, cosa que por supuesto no pasa
desapercibida para ninguno de los dos.
El cuerpo comienza a temblarme y siento un nudo en la garganta que no
me deja respirar bien.
—Cariño, ¿estás bien? —Pregunta Dean, preocupado.
—Solo sácame de aquí, por favor —ruego.
Todo mi cuerpo está temblando, temo tener un ataque de pánico aquí, en
medio de la calle.
—Está bien —dice él, olvidando por completo a mi padre, hablándome
con la dulzura con la que suele hacerlo.
—Ann, necesito hablar contigo —insiste mi padre.
—Pero ella no quiere hablar con usted —responde Dean por mi, cosa que
agradezco, porque sinceramente no me siento capaz de responder.
Mi padre quiere rebatir, de todas maneras Dean ya camina conmigo, su
mano está envuelta alrededor de mi cintura, mientras que la poca gente que
había por la calle nos observa con curiosidad.
De todas maneras no reparo en nadie, sino que simplemente me dejo
llevar por él.
Abre la puerta para mi y sin siquiera pedírselo, es él quien abrocha mi
cinturón de seguridad, para luego rodear el auto y subirse una vez que el
valet parking entrega las llaves.
—¿Te llevo a tu departamento? —Pregunta, ignorando los golpes de mi
padre en mi ventanilla y arrancando el auto, dejándolo allí parado en medio
de la calle.
—No —respondo rápidamente, miles de teorías de mi padre siguiéndome
para luego chantajearme pasan por mi cabeza. —Por favor, no me lleves a
mi casa, no quiero que sepa donde vivo —agrego rápidamente.
—Lo que quieras, cariño —responde él.
Tengo las manos hechas puño, los nervios me corroen cada músculo del
cuerpo, mientras no puedo dejar de picar la pierna sin parar, hasta que de
repente una mano se cierra en torno a ella, deteniendo los movimientos,
para luego rodear mi mano y obligarme a enredar mis dedos con los suyos.
Sus manos calientes envuelven las mías heladas, mientras que con su pulgar
acaricia de manera distraída mi piel y sé que no lo sabe, pero aquel simple
movimiento logra relajarme casi por completo, la paz que me transmite y el
que no pregunte nada de la mierda que acaba de pasar, simplemente me
hace adorarlo de una manera única.
Como si sintiera mi mirada en su perfil, clava sus ojos en los míos y me
sonríe con tristeza.
—Siento lo que acaba de pasar —susurro.
Él niega con la cabeza, volviendo su vista al frente, antes de dar un ligero
apretón a mi mano.
—No te disculpes —es todo lo que responde—, pero me gustaría que
cuando estés lista, me expliques que fue lo que pasó allí.
Asiento, aunque no esté mirándome, mientras pienso en qué demonios
voy a decirle y no, no será la verdad, no puedo contarle quién soy
realmente. Si Pierce lo supo, fue solo porque me reconoció, pero la gente no
puede saber de mí, no puede saber que Annalise Bonheur sigue viva, eso
podría terminar conmigo en la cárcel en el caso de propagarse la noticia.
«O muerta, Minerva» me corrige mi consciencia. «Esa gente podría
matarte con tal de tu silencio»
Y esa es la maldita verdad.
El resto del viaje lo hacemos en silencio, la música suena por lo bajo, mi
cabeza está apoyada en la ventanilla, viendo la ciudad pasar, sin embargo
mis pensamientos siguen allí, en mi padre, en el pasado que logró
encontrarme.
No puedo evitar preguntarme si en realidad mi padre en verdad venía con
buenas intenciones y yo siquiera pude escucharlo.
¿Estuve mal? No me siento muy bien conmigo misma, no soy una
persona que suela gritar, mucho menos ponerme del modo en que lo hice.
Las lágrimas corren por mis mejillas, amargas, mientras la mano de Dean
sigue presionando la mía, como si sintiera que estoy llorando, como si
sintiera impotencia por no poder calmarme, pero es que lo que él no sabe,
es que la culpa me corroe por dentro, me siento impotente, siento que hago
todo mal, que culpe a mi padre por mis errores del pasado, pero a decir
verdad, él no tenía la culpa del tormento que pasé con Harold, aunque a mi
padre siquiera le importara lo que pasara con mi vida.
Nunca le importo, entonces, ¿por qué me sentía de esta manera? ¿Por qué
no podía simplemente olvidarlo?
«Por que todavía sigues siendo esa niña que anhelaba la atención de un
padre que nunca quiso tenerte»
Y ahí está la respuesta, esa dolorosa respuesta que no quiero reconocer,
de cómo ellos se encargaron de engendrarme, para luego dejarme a mi
suerte, siendo todo tan injusto para mi.
No puedo evitar preguntarme qué hubiera sido de mí si ellos me hubieran
amado, si se hubieran realmente preocupado por mi, si hubieran cuidado de
mi.
¿Seguiría siendo Annalise? ¿O Harold igual me habría encontrado?
Soy sacada de mis pensamientos cuando Dean estaciona el auto en la
entrada de la casa donde festejamos navidad.
—Este lugar era más alejado que mi apartamento —dice a modo
explicativo. —Pensé que tal vez estarías más tranquila aquí —agrega.
—Gracias —respondo en voz baja.
Ambos bajamos del auto y un escalofrío me recorre el cuerpo entero,
mientras que entramos a la casa que se encuentra completamente a oscuras.
—Mía debe estar durmiendo —susurra, tomando mi mano para llevarme
a los pisos de arriba.
Entramos a su habitación y yo de repente me siento un poco fuera de
lugar.
—¿Quieres una remera para estar más cómoda? —Pregunta él.
—Por favor —respondo.
Él rápidamente saca una remera de un cajón, tendiéndomela mientras me
indica que puedo cambiarme en el baño.
Suspiro cuando veo mi rostro en el enorme espejo, mis mejillas están
negras por el maquillaje corrido y tengo los ojos hinchados y la nariz
colorada por el llanto.
De todas maneras ese no es el problema, por supuesto que no, el
problema real llega cuando me quito el vestido y descubro que tengo el
chocho al aire.
—No me jodas —murmuro, cerrando los ojos con fuerza, sintiendo ya el
bochorno de tener que pedirle a Dean que me devuelva mis bragas.
La remera que me prestó Dean me llega por debajo del trasero, no deja de
ser corta, sin embargo me escondo detrás de la puerta cuando la abro.
Dean está apoyado contra un mueble, tecleando algo en su teléfono, una
de sus manos se encuentra en su bolsillo en una pose relajada.
—Hum..., ¿Dean? —Pregunto, llamando su atención.
Sus ojos se levantan de inmediato, alertas.
—¿Todo bien? —Pregunta. —¿Paso algo? ¿Te sientes mal?
—No, no —respondo y ya siento las mejillas arder con vergüenza. —
Yo..., hum...
—¿Si? —Insiste, al escuchar mi balbuceo.
—Yo, hum..., estoy con..., es decir, en realidad no tengo —cierro los
ojos, intentando ordenar las ideas. No sirve de nada. —Que necesito que me
devuelvas mis bragas, que tengo la cosa al aire —suelto.
Dean se queda quieto unos instantes, antes de asentir e impulsarse para
caminar donde me encuentro.
Saca la mano que tenía en su bolsillo, con mis bragas entre mis dedos y
me doy cuenta en ese momento que estaba tocándolas antes de que se las
pidiera.
El calor que me recorre es inevitable.
—Ten —dice, estirando la mano para darme mi ropa interior.
—Gracias —respondo, tomándolas, de todas maneras no me muevo de
mi lugar, su mirada penetrante parece haberme dejado inmóvil.
—Será mejor que te cambies —dice, rompiendo el silencio y alejándose
un paso. —Tenemos que hablar —agrega.
Asiento, porque tiene razón, voy a tener que darle algo mínimo, aunque
sea una pequeña parte de mi historia.
Me pongo mi ropa interior rápidamente y salgo del cuarto de baño, Dean
está sentado en una silla, su dedo pulgar e índice sostienen su mentón,
mientras parece perdido en sus propios pensamientos.
Me dejo caer en la cama, ambos estamos en silencio, mientras me doy
cuenta que hay una taza de té en la mesa de luz, termino tomándolo, porque
a decir verdad el frío no se me ha pasado.
—Minerva —dice Dean, después de lo que parece una eternidad sin que
ninguno de los dos diga nada—, ¿abusaban de ti? —Pregunta sin tapujo.
Me quedo en silencio, mientras los ojos se me llenan de lágrimas
nuevamente.
—Hace unos años, si —confieso.
—¿Quién? —Pregunta, su mandíbula presionada tan fuerte que pareciera
que puede lastimarse.
—Yo... —niego con la cabeza, apartando la mirada—, un novio que tuve
desde la adolescencia.
—¿Quién era? ¿Cómo se llama? —Pregunta.
Niego con la cabeza en repetidas ocasiones, porque recordar el pasado
siempre va a doler.
Siempre.
—Minerva, respóndeme —insiste.
Pero sigo negando, no quiero hablar de esto, no quiero que Dean me mire
diferente, que sienta que hay algo malo en mí debido a lo que me paso.
Las lágrimas comienzan a caer nuevamente, pesadas por mis mejillas y
sé que no está bien, pero a decir verdad siento vergüenza, vergüenza por
haber sido tan débil, vergüenza porque el pasado me siga lastimando de la
manera en la que lo hace. Vergüenza porque me dejo dominar siempre por
las emociones.
Siento a Dean moverse para terminar arrodillado delante mío, con
cuidado quita la taza de té de mi mano, apoyándola en la mesa de luz, para
luego tomarme con delicadeza de las mejillas, limpiando las lágrimas que
no dejan de caer.
—Cariño, no llores por favor —suplica, mirándome con preocupación.
—No tenemos que hablar de esto si no quieres, lo siento, no quería
presionarte.
Sorbo por la nariz, intentando mantener a raya los sollozos, me da
muchísima pena que me vea de este modo, no poder controlarme.
—Yo... —la verdad está en la punta de mi lengua, queriendo salir, sin
embargo logro controlarme a tiempo. Cierro los ojos, sintiéndome mal por
no poder hablar con la verdad, por el miedo que sigo sintiendo de que todos
sepan quien soy realmente.
—No tienes que decirlo si no estás lista —murmura él ante mi silencio.
Mis manos se cierran en torno a sus muñecas, acariciando su piel.
—Tenía un novio... —comienzo diciendo—, él me golpeaba, Dean —
agrego. Su semblante se oscurece, la furia quiere salir a flote, pero parece
controlarla, dejándome hablar, dejándome contarle aunque sea una parte de
mi historia. —Fue una relación horrible, porque lo callé por muchísimo
tiempo —agrego—, callé por muchísimo tiempo lo que pasaba, lo que él
me hacía... —las lágrimas parecen no tener fin, mi barbilla tiembla
descontrolada. —Fue difícil, pero con el tiempo pude escapar de ello, con el
tiempo logré dejar todo atrás.
Él asiente, pensativo, sus manos ahora acarician mis muslos, no como un
acto erótico, sino que pareciera que intenta controlarse a sí mismo.
—¿Dónde está él ahora? —Pregunta.
Y su pregunta me deja de piedra, porque a decir verdad, nunca me hice
esa pregunta a mi misma.
No quería hacerlo.
No podía hacerlo.
—No lo sé —confieso.
—¿Cómo sabes que no volverá a ti? ¿Cómo sabes que no volverá a
lastimarte? —Dice, nervioso. —Minerva, ¿y si te encuentra? ¿Y si te
lastima? —Farfulla, luciendo terriblemente nervioso.
—Shhh —lo consuelo, poniéndome de pie cuando él lo hace,
abrazándolo por la cintura para que deje de moverse. —No va a
encontrarme —murmuro.
—¿Cómo lo sabes? —Pregunta él, sus manos por fin relajándose en mi
espalda, acariciando.
—Por que no sabe donde estoy —digo, una parte de la verdad. —
Siquiera se imagina que sigo en Estados Unidos.
Su mentón se apoya en mi cabeza y me abraza más fuerte cerca de su
cuerpo y a decir verdad la calma vuelve, parece que luego de confesarle
esta pequeña parte de mi historia, simplemente me quito un enorme peso de
encima.
No se cuanto tiempo nos quedamos en silencio, parados en medio de su
habitación, simplemente abrazándonos hasta que él rompe el silencio.
—Sé que hay muchas cosas que no estás contándome —comienza
diciendo, sin dejar de abrazarme—, pero no voy a presionarte, sé que me lo
contaras todo cuando estés lista —murmura.
Ladea su rostro para atrás, mirándome fijamente, primero mis ojos, luego
mis labios y después el resto de mi rostro.
—Yo solo... —dice, con voz ronca—, no puedo siquiera imaginar a
alguien lastimándote, ¿entiendes? No puedo imaginarlo, porque tu eres..., tu
eres tan especial que..., ¿cómo alguien podría querer dañar algo tan
precioso? —Pregunta al final y a mi se me rompe un poco el corazón.
—Ya terminó, Dean —susurro.
—Yo solo quiero matar a cualquiera que te haga daño, yo solo muero por
saber quien es y hacerlo pagar —agrega.
—Ya termino —repito y luego tomándolo por las mejillas, agrego: —Ya
termino.
Él suspira, asintiendo y cerrando los ojos al sentir mis manos en su piel.
Sus labios bajan lentamente, conectando con los míos en una caricia tan
suave, como si tuviera miedo de romperme y por más que quiera evitarlo,
las lágrimas caen, pero esta vez de agradecimiento, de cariño, de amor.
Esa palabra, tan rápido.
Bendito sea el amor.
Pero es que sentir lo que estoy sintiendo por Dean acojona, tengo miedo
de que en cualquier momento todo se vaya al carajo, de que todo esto no
sea más que una ilusión.
Dean se separa, limpia nuevamente mis lágrimas con sus pulgares, tan
suavemente.
—Dormiré en otra habitación para que descanses —susurra.
Pero yo no quiero que se vaya, esta noche..., esta noche lo necesito.
La canción de hoy temprano vuelve a mi cabeza como un deja vu,
Rihanna diciendo que no quería acercarse demasiado, pero que al final fue
inevitable.
Eso es lo que siento con Dean y en verdad me muero por decírselo.

«Haces que me sienta como si no pudiese vivir sin ti»


«Esto invade todo mi ser»
«Quiero que te quedes»

—Quiero que te quedes... —susurro al final, tomándolo de la mano para


que caminemos juntos a la cama.
Dean no se opone, porque por supuesto también quiere esto, porque lo
que siento, lo que en realidad sentimos, no es cosa de uno solo, es cosa de
dos. Cuando uno comienza a enamorarse, cuando encuentra a esa persona,
simplemente lo sabes.
Lo sé con Dean.
Malditamente lo sé.
Dean se acurruca detrás mío, me abraza con mucha fuerza, como si
tuviera miedo de perderme. Y yo sinceramente me aferro a él, me aferro a
él con todas las fuerzas de mi maltrecho corazón.
Me aferro a él como si quisiera pasar toda mi vida aquí, entre sus brazos.
Me aferro a él, con la promesa de que siempre quiero pertenecerle.
Siempre.

***
HOLA AMORES
¿COMO ESTÁN? ESPERO QUE SUPER
BUENO, AQUÍ LES DEJO UN CAPÍTULO, SÉ QUE NO HA
PASADO NADA DEMASIADO RELEVANTE TODAVÍA, PERO
PROMETO QUE ESTOY ARMANDO TODO PARA DARLE PASO A
LO QUE SE VIENE, LA HISTORIA CUENTA CON UNA TRAMA QUE
NO ESTÁ PLANEADA A LA LIGERA.
LOS PRÓXIMOS CAPÍTULOS SERÁN SÚPER IMPORTANTES,
ESTOY TRABAJANDO PARA PODER HACERLES UNA MINI
MARATÓN ANTES DE LA LLEGADA DE ÉL...
TENGAN PACIENCIA, ¿SI? PROMETO NO DEFRAUDAR :)
POR CIERTO, QUIERO ACTIVAR EL GRUPO DE FACE, PARA QUE
USTEDES PUEDAN INTERACTUAR, COMENTAR LOS CAPÍTULOS
Y CHARLAR, OBVIO CONMIGO SIEMPRE PARTICIPANDO
EL GRUPO DE FACEBOOK ES: LECTORES DE DEBIE
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Y OBVIO SI QUIEREN Y TIENEN GANAS, RECOMIENDEN LA
HISTORIA POR FAVOR, ASI SOMOS MÁS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CATORCE

ENTRE HILOS, VESTIDOS A MEDIO TERMINAR Y UNAS


GANAS INSANAS DE FOLLAR (APRECIEN EL VERSITO)

A la mañana siguiente me encuentro con que Dean no está en la cama.


Así es como me doy cuenta de que tampoco me he despertado a primera
hora para ir a trabajar como debía hacer.
Me estiro mirando a mi alrededor, y aunque Dean no esté, ha tenido el
detalle de dejarme sobre la mesilla de noche una bandeja con jugo de
naranja, bollitos y una rosa con una nota debajo.
«Cariño, tenía una reunión importante temprano. Lamento no haberme
podido quedarme para verte despertar. Nada más que termine, te iré a
buscar.»
Sonrío. Dean es un amor, no se puede negar. Mi corazón se enternece al
ver que ha dejado unos pantalones de jogging sobre el borde de la cama...
¿Estaría bien que me diera una vuelta por la casa? Es decir, no dijo nada
sobre quedarme dentro.
Decido darme un baño y luego merodear por las inmediaciones. Además,
son pasadas las diez, así que debe estar a punto de llegar. Ya que según los
mensajes de Nerea hoy no está siendo un día transcurrido en la cafetería,
decido quedarme. Solo y exclusivamente hoy.
Tras lavarme el rostro y usar un cepillo de dientes que apareció
mágicamente en el cuarto de baño, intento controlar mi alborotado cabello,
pero ya que, es un caso perdido.
Apoyo la cabeza en el quicio de la puerta, asegurándome de que no hay
nadie cerca.
Sé lo que debo parecer con el pantalón con varios doblajes para que no se
me caiga y la enorme sudadera de Dean y descalza. De todas maneras, estos
suelos deben de ser calefactores, porque no están para nada fríos. No es
mucho lo que tengo tiempo a merodear, porque me encuentro de lleno con
María, la ama de llaves. Está recogiendo una bandeja del suelo mientras
niega con la cabeza. Me sorprendo al descubrir que gimotea casi en
silencio.
—¿María...? —pregunto, dudosa.
Pega un brinco en el sitio, ya que con los pies descalzos iba casi
silenciosa como un ninja.
—Por todos los santos, señorita Minerva —murmura llevándose una
mano al pecho.
—Lo siento mucho —repongo de manera apresurada—, no quería
asustarla.
—Está bien, querida. No pasa nada —responde, intentando limpiar las
lágrimas de sus mejillas de forma disimulada.
—¿Sucede algo? —inquiero.
No debería inmiscuirme, pero no me gusta ver a la gente llorar y no me
malinterpreten, no es por que me incomode, sino que soy más de las que
dan consúelo o aconsejan... O solo se queda escuchando.
—Nada, mi niña —contesta, negando con la cabeza.
—¿Para quién era el desayuno? —La curiosidad me invade, ya que la
bandeja está intacta.
Y Maria vuelve a llorar, cerrando los ojos con fuerza mientras las pesadas
lágrimas resbalan por sus mejillas. No puedo evitarlo, y cuando quiero
darme cuenta, mis brazos envuelven su espalda en un vago intento de
consolarla.
—¿Qué ocurre? —inquiero.
—Mia —responde con la voz ronca por los sollozos que trata de ahogar.
—¿Qué pasa? ¿Está bien? —pregunto, preocupada.
—No —responde en un susurro—. No está bien y no sé qué hacer para
ayudarla —agrega.
—Estoy segura de que habrá alguna manera —susurro, frotando su
espalda con cariño—. A Dean se le ocurrirá algo.
—Mi pobre niño no es su padre —replica, frustrada—. No es su padre, y
aún así hace todo lo que puede..., pero parece que ya nadie puede ayudarla.
—Tal vez podría hablar con ella —comento, echándome para atrás para
mirarla.
—Podrías intentarlo —coincide—. Tal vez a ti sí que te escuche, ya que
no eres de la familia ni nada —insiste mirándome con los ojos hinchados a
causa del llanto.
Ella sonríe con esperanza, haciéndose un paso hacia atrás.
—Si pudieras tal vez convencerla de que coma algo —murmura—. En un
día y medio solo ha bebido un té —agrega.
«Dios.»
—Dice que es porque está indispuesta, pero no le creo —agrega,
contrariada—: No quiere comer.
Tengo ganas de decirle que por más que lo intente, dudo que pueda
convencer a Mia de comer. Al ser consciente de la enfermedad con la que
acarrea, nada más que ayuda profesional podrá sacarla del pozo negro
donde se ha hundido. De todos modos, no me veo con la crudeza para
decirle eso a Maria.
—Lo intentaré —prometo, antes de ir hacia la habitación que supongo
que será la de Mia.
María toma la bandeja y desaparece por uno de los pasillos, murmurando
que debe hacer las compras.
Toco la puerta. Nadie responde, así que entro sin llamar. Abro poco a
poco y en lugar de encontrarla sombría, me encuentro con las cortinas
descorridas y luz, mucha luz.
Cuando mis ojos se clavan en Mia, me percato de que está muy diferente
a la última vez que la vi.
Y no en el buen sentido de la palabra.
Si bien lleva un sweater gigante de color negro, son sus manos huesudas
las que llaman la atención, o sus mejillas hundidas, su semblante pálido y la
clara falta de peso. Sus ojos se clavan en los míos, al principio sorprendida
y cuando me reconoce, una suave sonrisa se desliza en sus labios.
No debería preguntar, sin embargo Mia se da cuenta de la manera en la
que la miro, en la manera en la que observo con un poco de pena su falta de
peso.
Su enfermedad.
—Hola, Minerva —me saluda sonriéndome, como si no le ocurriera nada
malo.
—Hola, Mia —respondo, sonriéndole tambien.
Aunque más que una sonrisa, mas bien es una mueca. Trato de
disimularlo y me adentro en la amplia habitación, donde hay telas y
maniquíes por todos lados. Una enorme mesa con una máquina de coser que
ocupa casi la mitad, lazos brillantes, opacos y de todos los colores y
medidas, cuelgan de un enorme perchero. Hay un caballete con distintos
dibujos, así como un moderno ordenador con dibujos digitales.
No me pasa por alto la cantidad de espejos de cuerpo entero que cuelgan
por las paredes.
Nada de esto puede ser bueno.
De todas maneras, no digo nada, sino que observo mi entorno con detalle,
recorriendo con mis dedos las suaves telas bajo su atenta mirada. Está
midiéndome, ya que acabo de entrar a lo que creo que es su santuario..., y
eso no hace más que romperme el corazón.
—Lo que haces es increíble —reconozco, observando el boceto que hay
en el caballete.
—Tampoco es gran cosa —replica ordenando los papeles de la mesa.
—Mia, tienes un don —contesto, mirándola con firmeza—.¿En qué estás
trabajando? —pregunto para cortar el hielo.
—No lo sé —responde con un suspiro, acercándose hacia el maniquí que
estoy tocando—. Creo que un vestido de fiesta.
—Sea lo que sea, está quedando precioso —la animo.
—¿Tu crees? —inquiere, y esta vez su sonrisa es enorme.
—Lo creo —digo con sinceridad, asintiendo—. Me encantaría usar algo
así alguna vez.
—¿En serio? —murmura ilusionada mientras rebusca algo en la tableta
—. Mira, así quedaría terminado.
Observo el boceto y solo puedo decir que es una auténtica maravilla. La
parte delantera tiene un escote en forma de corazón, ajustado hasta la
cintura que se convierte en una falda vaporosa de corte largo por detrás y
por encima de las rodillas por delante; el rojo pasión es lo que más llama la
atención.
—La persona que use esto, se sentirá como una reina, lo juro —
murmuro, impresionada.
—¿Te gustaría usarlo? —ofrece de repente.
—Yo... —murmuro, un poco avergonzada—. Seguro que me lo pongo y
lo rompo —suelto con una risita incómoda.
—No digas tonterías —responde, riendo. —En serio, ¿te gustaría usarlo?
—Por supuesto que me gustaría —confieso—. Es precioso —agrego.
—Vale, pues el próximo fin de semana será lo que te pongas.
—¿Qué dices? —lanzo, confundida.
—Que la próxima semana papá organizará una cena benéfica, y estoy
segura de que Dean va a invitarte —me explica, de todas maneras pasado
dos segundos, se cubre la boca con ambas manos y abre mucho los ojos—.
Mierda, no le digas que te lo he contado —pide.
—¿Qué no le diga que a quien?
—Seguro que estaba pensando en alguna manera súper cursi y romántica
de pedírtelo y yo acabo de arruinárselo.
Siento mis mejillas enrojecer ante la idea. Estoy segura de que Dean
hubiera sido mucho más romántico en su invitación de lo que fue Mia.
—No te preocupes —digo, restándole importancia—, en el caso de que
me invite —murmuro haciendo énfasis en la última palabra—, me haré la
sorprendida.
—¿Quieres...? —Comienza diciendo ella, un poco dudosa. —¿Te
gustaría ayudarme a terminarlo?
—Me encantaría, Mia —respondo con sinceridad.
Me sonríe y es una sonrisa real, una que hace que me duela el corazón,
porque de repente aquel dolor que había en su mirada es sustituido por
aquello que le apasiona: la moda. No puedo evitar verme reflejada en ella
cuando tenía su edad y las estilistas me decían que debía adelgazar para
entrar en los vestidos y no dañar la imagen de Harold.
Menudos idiotas.
Decido que no debo dedicarles un solo pensamiento más, sino que me
concentraré en tratar de distraerla un poco de lo que la atormenta en estos
momentos.

• ──── ✾ ──── •

Mia es una niña que a pesar de su corta edad es bastante madura y con
mucho carácter. Es decir, llevo más de cuatro horas metida en esta
habitación, ayudándola en lo que necesita, tomándome medidas, —por más
que le he dicho que tal vez Dean no me invite, me llamó loca, diciendo que
no conocía a su hermano—, sosteniendo pedazos de tela y enhebrando
hilos, en fin.
La cosa es que cuando queremos darnos cuenta, Maria entra a la
habitación con una bandeja llena de pastelitos recién horneados y dos tazas
de té.
A Mia se le desfigura la cara, así que para distraerla me pongo a hablar
con Maria de cómo ha horneado las galletas y de lo exquisito que está el té.
Suelto un gemidito de placer cuando doy el primer trago, comentando que
el té es una de las mejores bebidas digestivas, que ayuda a que no se
adhieran grasas. Estoy balbuceando cuando Mia coge la otra taza y le da un
largo sorbo. A Maria se le llenan los ojos de lágrimas, sin embargo se las
traga mientras se pone a acomodar lo que está tirado por el suelo,
farfullando lo desordenada que siempre ha sido la niña.
Los ojos de Mia se encuentran con los míos y atisbo una chispa de
agradecimiento, pero también dolor: está pasando por mucho dolor al ser
incomprendida. Desde luego, reconozco esa mirada cuando la veo, porque
yo estuve una vez en su lugar. Tal vez no en la misma realidad, ni en las
mismas circunstancias, pero también me sentí sola y a la deriva.
Maria se queda quieta cuando ve a Mia coger una galleta con una mueca
de dolor que nos desarma a las dos, la vemos llevársela a la boca y darle un
pequeño mordisquito, como si el simple acto de comer le doliera.
Ni siquiera parece saborear la masa dulce, sino que la traga. El suspiro
que sale de sus pequeños labios es de un alivio tremendo. Mientras, no dejo
de preguntarme una y otra vez cuando fue la última vez que probó bocado.
Termina de comer aquella pequeña masa bajo nuestra atenta mirada. No
obstante, no parece percatarse de la atención que recibe. No, parece estar
contando las calorías que ha debido ganar, las chispas de chocolate junto
con el té... Y las cuentas... Las malditas cuentas de cuánto debe dejar de
comer para perder las calorías ganadas.
Cuando veo que el pánico ensombrece su bonito rostro, me digo para mis
adentros que debo distraerla.
—Mia, cariño, ¿de verdad crees que Dean me invite a ese baile? —
inquiero.
Su nombre saliendo de mis labios parece sacarla de sus pensamientos,
porque de repente clava sus ojos confundidos en los míos.
—¿Qué? —lanza.
—Que Dean no me va a invitar —murmuro, segura.
—Yo... —sisea. Gira la cabeza hacia el cuarto de baño y se limpia las
manos al jersey de forma nerviosa—. Te-tengo que ir al baño —balbucea.
—¡NO! —exclamo, sorprendiéndola.
Me mira confundida, como si estuviera loca, que sí que lo estoy, pero
esto es por buena causa.
—Que no sé qué zapatos usar —repongo rápidamente.
—Estoy segura que Dean te comprará algo —responde mientras da dos
pasos hacia atrás en dirección al baño.
—Me voy a probar el vestido —suelto, caminando hacia el maniquí con
el vestido a medio terminar.
—No puedes —responde Mia corriendo hacia mí para impedírmelo.
—¿Por qué? —inquiero con un puchero casi infantil.
—Pues porque no está terminado —responde, exasperada, quitando
lentamente mis manos del vestido.
—Pero ¿cómo sabremos si me quedará bien? —insisto.
—Porque te he tomado las medidas —contesta frotándose una ceja con
exasperación.
—¿Y si Dean no me invita? —le pregunto de nuevo.
En ese mismo instante, la puerta de la habitación vuelve a abrirse y quien
entra esta vez es Dean, observando a nuestro alrededor.
—¿Si no te invito a donde? —inquiere con expresión ceñuda.
—A la fiesta benéfica... —murmura Mia.
—A ningún lado —digo al mismo tiempo.
El entrecejo de Dean se arruga, intentando descifrar a qué nos referimos.
Después de unos segundos, parece entenderlo.
—¡Mia! —la acusa en su dirección.
—Fue sin querer —se queja, aunque una sonrisa se dibuja en sus labios
—. Pero, vas a invitarla, ¿verdad?
Dean clava los ojos en los míos, luciendo avergonzado, sin embargo no
puede evitar devolverle la sonrisa a su hermana.
—Eso no es asunto tuyo —murmura, intentando sonar lo más firme
posible.
—Tengo una idea —dice de repente María—. Puedo preparar ese pavo
glaseado —comenta—. ¿Por qué no invitan a la señorita Minerva a comer?
¿Y tal vez a cenar, señor Dean?
Alzo las manos en señal de que estoy presente, en medio de la habitación
y que soy una persona con decisión propia.
—Sería genial que no hablasen de mí como si no estuviera —bromeo.
Dean ladea la cabeza hacia mí y alza ambas cejas, retórico.
—¿Te gustaría quedarte a comer? —pregunta sin tapujos.
—Claro, porque no —respondo con un encogimiento de hombros.
—En la habitación he dejado algo para ti —me comenta, frotándose la
nuca.
Ninguna de las tres decimos nada. No sé si porque el gato me ha comido
la lengua o porque simplemente, no esperaba que me obsequiara con nada
así, porque sí.
—¿Ya estan follando? —pregunta Mia, divertida.
—¡Mia! —la regaña Maria—. No te metas en los asuntos de los adultos.
—Aunque no puede disimular el sonrojo divertido de sus mejillas.
—Gracias —respondo bajito en dirección a Dean, mientras camino fuera
de la habitación bajo la atenta mirada de los presentes.
Una vez que salgo, escucho a María decir:
—Le dije que esa chica tan linda un día sería su novia. No me equivoco:
el zorro sabe más por viejo que por zorro.
Niego con la cabeza mientras avanzo hacia el cuarto que compartí anoche
con Dean.
Me sorprendo nada más abrir la puerta, ya que sobre la cama hay un
enorme ramo de rosas de variados colores, globos en forma de corazón, una
bolsa muy elegante y pequeños peluches.
—Joder, Dean, vas a hacer que a mi chocho le de un infarto —murmuro
con una mano sobre el pecho.
—Espero que eso no sea algo malo —murmura con la voz ronca y
sensual que lo caracteriza.
Me giro bruscamente para mirarlo. Sonrío ampliamente y lo abrazo con
fuerza. Dean no duda en devolverme el abrazo mientras sus labios se posan
sobre los míos.
—Minerva, ¿te gustaría acompañarme a una aburrida fiesta de
beneficencia que dará mi padre? —pregunta, dándome besos por las
mejillas, la nariz y los labios.
—Me encantaría acompañarte a esa aburrida fiesta de beneficencia —
respondo rozando sus labios con los míos—. No podría dejarlo solo, señor
Ross.
—Por eso te adoro —confiesa acariciando mi pómulo con el pulgar.
Y en ese momento, me derrito. Joder, me adora, chicas. Mejor dicho, ya
me tiene ronroneando tal cual gatita en celo.
Mi cuerpo comienza a reaccionar a los besos que compartimos. Así que
no me sorprendo cuando doy un pequeño saltito y envuelvo mis piernas
alrededor de su cintura, Dean me agarra por el trasero y echa a andar en
dirección a la cama.
No me quejaré.
El empaquetado de las rosas hace un ruido molesto al caer sobre ellas.
Aunque Dean las aparta de un manotazo para que no nos interrumpan.
—Desde que te vi con mi ropa puesta, Minerva —gime en mis labios sin
dejar de besarme, —no tienes ni idea de cuanto me pones.
No me deja responder, porque su lengua invade mi boca, ahogando mis
gemidos. Al estar usando ropa de algodón siento su dura erección a través
de sus pantalones de vestir. Mis manos se enredan en su cabello dorado,
tironeando con necesidad. Dean, me coge con una sola mano de las
muñecas para dejarlas por encima de mi cabeza. Mis caderas, como por
voluntad propia, se elevan, intentando ejercer más de fricción, me devuelve
el empuje, jadeando al mismo tiempo.
—Dean... —susurro en sus labios antes de que vuelva a besarme.
Somos un desastre de lenguas, saliva y deseo, parece que ninguno puede
contenerse. A pesar de que la luz del día se cuela por entre las cortinas
abiertas, lo necesito.
Nos necesitamos.
La mano que le queda libre se mete por debajo del holgado pantalón y de
mis bragas, encontrando un desastre en mi humedad.
—Por todos los cielos, sí —gruñe y sin darme tiempo a prepararme,
hunde dos dedos en mi interior, haciéndome resollar un potente gemido.
Comienza con los movimientos lentos, pero constantes..., muy cerca de
venirme... ¡Tan jodidamente cerca!
—¡¡¡DEAN!!! —gritan al otro lado de la puerta.
Dean farfulla una palabrota y posa su frente sobre la mía con la
respiración irregular.
—¡¡¡DEAN!!! —insiste Mia y por el tono de voz, notamos lo divertida
que se encuentra.
—¿Qué? —responde, notablemente cabreado.
—¡MARÍA TE NECESITA EN LA COCINA! —exclama.
—¿¡No puede esperar!? —inquiere Dean con sus dedos aún dentro de mí.
—No, pesado, que vayas —replica mientras se escucha su risa para
segundos después salir corriendo.
—No puedo creerlo —dice para sus adentros.
—Tal vez esta noche... —susurro con los brazos por encima de mi
cabeza.
Todavía con unas ganas insanas de follar.
—Tengo un vuelo... —comenta, apenado.
—¿En serio? —lanzo haciendo un mohín—. Y, ¿a dónde te vas?
—Tengo que ir a Canadá —farfulla—. Debo acompañar a mi padre: es
un viaje de negocios importante.
Hago un puchero, mordiéndome los labios en le proceso. Me retuerzo
bajo su peso y ladeo la cabeza para mirarlo mejor.
—Necesitamos tiempo —susurra, sacando sus dedos lentamente. La
humedad moja la piel que toca en su camino—. Después de la fiesta, te haré
mía y solo mía
—Acepto —respondo y él sonríe.
—En la bolsa te deje ropa —dice tras levantarse—. Toma un baño y
después de comer, te llevo a casa, o puedes quedarte, pero mi vuelo sale a
las cinco: no querría molestarte.
—Nunca podrías hacerlo —respondo con sinceridad—. Pero voy a irme a
casa, tengo que volver con Pimienta y prepararme para el trabajo mañana.
—Está bien, te dejaré para que te cambies —comenta dando unos pasos
hacia atrás.
La ropa que me presta Dean es sencilla y cómoda, de todas maneras es
perfecta y a mi medida, por lo que no tardo nada prepararme y bajar al
comedor, donde me doy cuenta que solo hay tres platos.
—¿María no come con nosotros? —inquiero.
Dean mira a Mia extrañado, como si en realidad no se hubieran percatado
de ello. Cuesta convencer a la ama de llaves, pero termina sentándose a la
mesa con nosotros, pasando un momento de lo más agradable. Nos cuenta
anécdotas de cuando eran pequeños y como sus semblantes se ensombrecen
al hablar sobre la señora Ross, sin embargo la sonrisa no desaparece, por lo
que deduzco que era una buena mujer.
Todos suspiramos con alivio al ver como Mia empieza a comer. Aunque
no se come ni la mitad del capítulo plato. María mira nerviosa a su
alrededor antes de ponerse de pie y comenzar a recoger los platos.
—Mia, acaba de comer —ordena Dean antes de que María pueda
recogerlo.
—No —responde como si la situación le fuera familiar.
—No me hagas repetírtelo —sisea con una mirada fría y cortante.
—No voy a comer una mierda —replica, enojada.
—Cuida tu vocabulario —murmura Dean con los dientes apretados.
Mia se cruza de brazos y lo mira con exasperación, chasqueando la
lengua.
—¿Por qué finges que te importa? —increpa cabreada, aunque no
entiendo bien el porqué.
—Me importa, no comiences a comportarte como una cría —le responde
Dean.
—¿Dónde te irás esta noche? —inquiere con el ceño fruncido—. Seguro
te largas con papá —reitera. Sus ojos se llenan de lágrimas y su mentón
comienza a temblar—. Te vas de nuevo, ¿y que sucede conmigo? Como
siempre, me quedo sola. Siempre sola —dice con la voz aguda por contener
el llanto.
Tira la servilleta sobre el plato y se levanta de la mesa haciendo chirriar
la silla. Desaparece por el pasillo y cierra la puerta de su cuarto con un
estruendo.
—Mierda —murmura Dean, estirándose hacia atrás en la silla a la vez
que se frota el rostro con las palmas de las manos.
Yo me quedo en silencio, bastante sorprendida por lo sucedido: los gritos
y las acusaciones. Mi mano, casi por voluntad propia, va al muslo de Dean,
haciendo que su atención se dirija a mí.
—Siento mucho que hayas tenido que escuchar eso —susurra.
—Dean —digo con seriedad—. Mia no está bien —murmuro y sus ojos
se abren como platos. Cuando intenta contradecirme, agrego—: Está
enferma y está pidiendo tu ayuda a gritos.
—Hoy no tenía una reunión —confiesa—, tuve una reunión con un grupo
de psicólogos. Si no mejora... —Niega con la cabeza y cierra los ojos—. Si
no mejora, van a internarla.
—Tal vez sea lo mejor —respondo.
—No volverá a hablarme —murmura. Sus ojos se llenan de tristeza—,
me odiará —agrega.
—Nunca podría odiarte, Dean —respondo—. Pero si no recibe la ayuda
necesaria, cuando quieras hacerlo podría ser demasiado tarde.
Él asiente, sin embargo ninguno de los dos dice nada más.
Esa noche tras dejarme en mi departamento, me quedo pensando hasta
tarde debajo de las mantas que podría llegar a hacer para ayudar a Mia.
Cómo hacer que se sienta mejor, pero lamentablemente hay ciertas
enfermedades, ciertos traumas que solo la ayuda profesional puede curar.
Porque lo de Mia tiene solución, el problema es que si no la ayudan ahora,
tal vez podría ser demasiado tarde después.
Con todas aquellas cosas revoloteando por mi mente, termino cayendo en
un profundo sueño, rezando para que todo en la vida de Mia mejore.

***
HOLA MIS AMORES
AQUI LES DEJO UN CAPÍTULO
TENGO ALGO PREPARADO QUE NI AHÍ SE ESPERAN Y LES
TENGO TAMBIÉN UNA PROPUESTA:
¿QUE LES PARECE SI LES SUBO OTRO CAPÍTULO CUANDO
ESTE LLEGUE A LOS 900 VOTOS? ES DECIR, LOS CAPÍTULOS
DE PECADO TIENEN MUCHA VISTA Y POCO VOTO, SE QUE
PUEDEN LLEGAR, EN EL CASO DE LLEGAR HOY (SI NO ES
QUE ME DUERMO) LES SUBO EL QUE SIGUE, SINO MAÑANA,
EN TOTAL SERÍAN 3 CAPÍTULOS (LOS DOS QUE LE SIGUEN A
ESTE SON BASTANTE LARGOS) AHORA SI, VOTEN
VOOOOTEEEN
ESTE CAPÍTULO VA DEDICADO A MABE, HERMOSA, TE
QUIERO TANTO, NO LA FUNEN TANTO A ELLA, QUE ES MI
AMIGA Y LA QUIERO, POR MÁS QUE ODIE A MINERVA. LES
PROMETO QUE SI LA CONOCIERAN, LA AMARÍAN.
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GRACIAS AMORES
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CATORCE (PTE DOS)

TODO PUEDE SER MEJOR, PORQUE EL MUNDO ES PARA TI

La semana termina pasando como un borrón, la cafetería explota de


trabajo y Dean recién va a regresar el viernes a la noche, por lo que vamos a
vernos directamente el sábado para la fiesta.
Por un demonio, que nervios.
Hemos estado hablando a diario por mensaje y video llamada por la
noche y por más que durante el día me dijera a mi misma que tendría sexo
virtual con él, nada más prender la cámara en la noche y acostarme en la
cama para hablar, terminaba cayendo en un sueño tan profundo que me
avergonzaba, aún más cuando Dean comenzaba a hacer capturas de pantalla
con mi cara dormida, para luego torturarme enviándomelas por mensajes al
día siguiente.
Tuve la suerte de poder hablar también con Mía casi a diario —también
una tarde pasó por la cafetería para conocerla y se atrevió a tomar un café
con miel—, quien me prometió que el vestido me estaría esperando en su
casa el sábado por la tarde, por que si, quedamos en que íbamos a
cambiarnos juntas.
No puedo decir que esta semana no ha sido más que buena, ya que no he
tenido noticias de mi padre nuevamente, pero eso de siquiera es importante
en comparación con que la noticia de que la quimioterapia estaba siendo
positiva en la salud de Mika.
No puedo explicarles lo que chille nada más enterarme y a pesar de que
mi amigo se veía cansado, pude ver el alivio en su semblante..., la
esperanza que se que poco a poco había comenzado a perder.
Por que ahora había esperanza y eso era algo que nadie podía quitarnos.
Sus hermanas habían comenzado a aceptarme, bueno, una de ellas,
Denise, que era la más simpática, la hippie.
Junto con su madre insistían todo el tiempo que comiéramos juntas, de
todas maneras no me veía preparada para hacerlo y seguir con esta enorme
maraña de mentiras, no, prefería esperar a que Mika pudiera acompañarme,
porque la cagada nos la habíamos mandado los dos, lo justo era que ambos
pasaramos por aquella tortura juntos y cuando le dije eso a Mika, dijo que
se aseguraría de avergonzarme.
Sarah, su otra hermana, me odiaba y no intentaba siquiera disimularlo.
Peeeero, a mi no me importaba, porque sinceramente estaba en uno de
los mejores momentos de mi vida en mucho tiempo, sin embargo me pasaba
a veces que sentía que no tenía con quien disfrutarlo, por que si, con Dean
todo marchaba excelente, pero estaba lejos. Dante trabajaba demasiadas
horas y Isa casi no respondía a mis mensajes, los exámenes finales estaban
volviéndola loca, pero no podía hacer otra cosa más que estar feliz por ella,
por sus logros, por que se merecía todo lo que estuviera por pasarle a
futuro.
Que se había esforzado un mundo contra viento y marea.
Asique me dedique a trabajar, a estar todo el día en la cafetería, a charlar
a diario con los clientes que cada vez eran más. A hornear pasteles con
Cristal, compartiendo recetas y pequeñas mañas que ambas teníamos, con el
tiempo la mujer se había vuelto un poco más abierta a conversar conmigo.
Nerea seguía con las locuras de siempre, preguntando cada dos por tres si
seguía con Dean.
Cada vez que pregunta, la ignoro.
El sábado termino saliendo temprano de la cafetería, mientras Nerea me
insiste en que le mande fotos de todo.
El taxi me deja en la entrada de casa de Dean y sin que tenga que esperar
nada, Mía es quien abre la puerta para mí, tironeando de mi brazo para que
me apresure a su cuarto.
—He terminado el vestido —dice, sin siquiera saludarme. —Ha quedado
precioso, Minerva, que te prometo que serás la más hermosa de todas.
—Después de ti —murmuro, sonriendo y contenta.
Contenta por que la veo mejor, por que a pesar de que sigue estando muy
delgada, puedo darme cuenta de que ha estado comiendo mejor, la veo más
sana y ya no es casi piel y hueso.
María logra saludarme de paso, sin embargo estoy siendo arrastrada por
Mía a su cuarto, a ese que está conectado con el lugar donde le gusta
trabajar a ella.
—Ve a darte un baño —instruye, sin querer dejarme ver como a quedado
el vestido. —Y asegúrate de depilarte bien —agrega.
—¡Oye! —me quejo, pero ya a cerrado la puerta en mi cara.
Me doy un relajante baño en su bañera de lujo, llena de distintas lociones
de baño, champús y jabones, de todas maneras no me entretengo tanto, ya
que vamos medio justas de tiempo.
Cuando salgo, luego de vestirme con únicamente unas bragas, me pongo
la felpuda bata rosa chillón que dejo para mi y salgo del cuarto de baño,
encontrándome a Mía esperándome, con un maquillaje impecable y un
peinado sobrio, un recogido con trenzas hermoso.
—¿Tu te hiciste eso? —Pregunto, sorprendida.
—Si, ahora ven —insiste, haciendo que me siente en una mullida silla de
esas que parecen de salón, frente a un espejo lleno de maquillajes y
artilugios de los cuales no tengo idea.
—¿Dónde aprendiste a maquillar así? —Pregunto, una vez que comienza
a aplicar productos en mi rostro.
—Mi madre me enseñó —susurra ella, con una sonrisa triste en los
labios. —Ella siempre fue muy coqueta, incluso en los peores días —
agrega.
—De seguro se parecía mucho a ti —murmuro.
—Si —está de acuerdo—, de hecho mi padre solía decirme que a su edad
era igual a mi, ellos estuvieron siempre enamorados, ¿sabes? —Dice Mía,
un poco distraída mientras hace el trabajo de arreglarme. —Se conocían de
pequeños y eran muy felices.
—Debió de ser muy duro para todos —respondo.
—Mi padre la olvido rápido, no paso mucho hasta que empezó a salir con
otras mujeres, a Dean le costó un poco más, pero creo que ya lo superó
también.
—¿Y tu? —Pregunto.
—Yo pienso en ella a cada minuto del día —responde con una sinceridad
que me desarma. —A veces simplemente no sé cómo manejarlo —confiesa.
—Lo siento mucho —respondo, porque no sé qué otra cosa decir.
Después de eso, ninguna de las dos dice nada y en por lo menos media
hora, Mía me dice que ha terminado con el maquillaje, que seguiremos con
el peinado, para el cual comienza a usar distintos cepillos de pelo y termina
haciéndome un recogido de medio pelo, trenzándolo y haciéndome unos
bucles enormes con la buclera, dejándolos perfectamente armados con un
poco de fijador.
Una vez que terminamos, Mía me obliga a ponerme de pie, llevándome
detrás de una especie de biombo, donde detrás de él, está el vestido de que
Mía hizo para mí terminado.
A decir verdad me encantaría poder decirles lo precioso que se ve el
vestido, cuando lo vi en el boceto terminado, era de por sí espectacular,
pero verlo ahora, sinceramente no tengo palabras y sin poder evitarlo, los
ojos se me llenan de lágrimas.
—Hey —dice Mía, preocupada. —¿No te gusta? —Pregunta con pánico.
—No —digo, negando con la cabeza y su semblante se pone tenso. —No
es que no me guste —digo, riendo por lo mal que sonaron las palabras
anteriores. —Es que...
—¿Qué? —Pregunta ella.
—Es muy hermoso Mía —digo y estoy luchando para no ponerme a
llorar como una idiota. —Yo..., no sé si merezca usar esto, es decir...
La sonrisa de Mía ahora es tan grande, que no me pasa por alto que sus
ojos también se llenan de lágrimas.
—¿En verdad te gusta? —Pregunta con ilusión.
—Mía, que creo que nunca pensé que usaría algo tan hermoso —confieso
con un susurro, tocando con la punta de mis dedos la suave tela.
Se que tal vez sea muy sentimental, pero es que como dije antes, uno
aprende a disfrutar las pequeñas cosas y esta noche sé que será increíble,
esta noche sé que pasaran cosas soñadas.
Sé que será mágica.
—No tengo palabras para agradecerte, en verdad —murmuro, clavando
mis ojos en los de ella.
—Con que lo uses es agradecimiento suficiente —dice ella, dándome un
ligero apretón en la mano—, ahora anda, póntelo y deja de lloriquear.
Río sin poder evitarlo cuando ella termina dejándome sola y con cuidado
pongo mi vestido, pasándolo primero por las piernas, la suave tela interior
acariciando mi piel. No puedo explicar los nervios que atenaza mi vientre,
la ansiedad que quiere dominarme pero no la dejo.
—¿Lo subiste? —Pregunta Mía.
—Solo queda abrocharlo —respondo.
Ella pasa detrás del biombo, ayudándome a terminar de acomodar el
vestido y una vez que termina, acomoda los pliegues de este, aunque a mi
parecer, está perfecto.
—Ven, así puedes mirarte al espejo —murmura, tomándome de la mano.
Cuando volvemos a la habitación, me lleva hasta un enorme espejo de
pie, donde nada más pararme en frente no puedo siquiera creerlo.
Sé que la que está allí soy yo, en verdad lo sé, pero simplemente no lo
parezco. El labial rojo es lo que más resalta en mi rostro, junto con las
espesas pestañas negras, las mejillas con un poco de color ruborizado y el
vestido con su escote en corazón en mi pecho, la cadenita que me regaló
Dean colgando entre medio, por más que Mía dijo que debía quitarla para
que quedara mejor, aquello no era algo con lo que le daría el gusto.
Dean había dicho que quería que siempre le tuviera puesta y eso haría,
porque la idea de complacerlo me resultaba atractiva, para que negarlo.
—Mierda —digo de repente—, me faltan los zapatos—. Mía me sonríe,
como si supiera algo que yo no. —¿Qué?
—Te dije que Dean se encargaría —es todo lo que responde.
Y cuando miro detrás de ella, lo veo allí, apoyado en el umbral de la
puerta en esa pose relajada que me vuelve loca, luciendo precioso y de
cuento de hadas como siempre.
Me sonríe nada más nuestras miradas encontrarse, recorriendo mi cuerpo
tan lentamente que no puedo evitar removerme un poco incómoda bajo su
escrudiño.
Dean termina de entrar a la habitación impulsándose por su hombro para
comenzar a avanzar, deteniéndose en la enorme cama donde hay una caja
negra, envuelta con un lazo dorado.
—Creo que iré a terminar de cambiarme —murmura de repente Mía,
desapareciendo dando saltos por detrás de la puerta.
De todas maneras no puedo siquiera prestarle un mínimo de atención, por
que toda ella se encuentra en Dean, en la manera en que me mira, en la
manera en la que con manos suaves desenvuelve el lazo de aquella caja.
—Toma asiento, Minerva —murmura en voz baja.
Casi por impulso avanzo hasta la cajonera que se encuentra al final de la
cama de Mía, tomando asiento con cuidado de no arrugar el vestido.
Dean apoya la caja a un costado, antes de hincarse sobre una rodilla y
acariciar mi pierna con cuidado, aquel simple contacto haciendo que toda
mi piel se erice.
—Estas muy hermosa esta noche, Minerva —dice, sus ojos por fin
encontrándose con los míos. —Tengo mucha suerte de tenerte como
compañera —agrega.
Toma con delicadeza mi pie, acariciando con sus pulgares la planta en un
masaje que hace que quiera removerme incómoda, una sonrisa de lado
formándose al ver lo que provoca en mi.
Saca uno de los zapatos de la caja y me sorprendo por lo hermosos que
son. Su color negro parece ser de gamuza suave, mientras que la suela es de
un brillante color dorado, con pequeños cristales incrustados en el tacón.
—Son preciosos, Dean —murmuro.
Su mano delicada termina metiendo mi pie dentro y me sorprendo un
poco al encontrarlo tan cómodo, mientras que repite la misma acción con el
otro pie. No me pasa por alto la manera en la que cada que puede acaricia
mis tobillos con delicadeza, con cariño y una vez que termina, sus palmas
calientes comienzan a subir, hasta detenerse en mis rodillas.
—No veo la hora de quitarte este vestido, Minerva —lanza, así como si
estuviéramos hablando del clima.
—Estamos ansiosas por que lo hagas —murmuro, hipnotizada en su
mirada.
—¿Quiénes? —Pregunta.
—El chocho y yo —respondo.
—Imagino que lo hacen —responde él, riendo. —¿Estás lista? —
Murmura, poniéndose de pie y tendiéndome la mano.
—Nací lista —respondo, sonriendo.
Él se me queda mirando unos cuantos instantes fijamente, con una
sonrisa suave en sus labios, observándome en detalle.
—En verdad tengo suerte de tenerte, Mine —susurra.
—Yo también tengo suerte de tenerte a ti —respondo.
Por qué es la verdad.
Dean enreda sus dedos en los míos, haciéndome avanzar fuera de la
habitación, donde Mía está saliendo de unos de los cuartos que dan al
pasillo.
Me sorprendo un poco al verla en un vestido tan... sencillo, que nada
tiene que ver con el que yo llevo puesto.
—Mi padre no me dejo usar nada de lo que yo hiciera —murmura, como
si me leyera el pensamiento.
—Prometiste no pelear con él esta noche —murmura Dean, sin soltar mi
mano.
—Y no lo haré —responde ella, rodando los ojos. —Ya vinieron por mí,
nos vemos en la fiesta —agrega.
Y así como si nada termina bajando las escaleras prácticamente
corriendo, mientras que yo me agarro con fuerza a la barandilla por miedo a
quebrarme un pie.
Dean me espera, paciente, antes de poner sobre mi espalda un tapado
sobre mis hombros para cubrirme, que tampoco tengo idea de donde salió,
pero si tengo que ser sincera, en mi guardarropas no había nada que
estuviera a la altura de esta noche.
Por si olvide mencionarlo, él lleva un traje que le va pintado, es de color
negro, aunque las solapas del cuello son brillantes y su corbata de color
rojo, a juego con mi vestimenta.
Y si, lo hizo a propósito —todo bajo la supervisión de Mía—, terminó
confesando, y comentó que refunfuño un poco porque no vendría con
nosotros, pero que estaba contenta de que hiciéramos esto juntos como
pareja, así que iríamos juntos en el auto de Dean.
O eso creía, porque cuando quiero darme cuenta, estamos frente a una
enorme limusina de color blanco y un chofer nos espera con la puerta
abierta de esta.
—Buenas noches —dice Dean, dándole un ligero apretón en la mano al
chofer con confianza. —Erasto, ella es Minerva, Minerva, él es Erasto.
Me quedo unos segundos pensativa, ya que ese nombre es raro del carajo.
—Disculpa, ¿cómo dijiste que te llamabas? —Pregunto.
—Erasto —repite el hombre y me mira como diciendo: anda, que tu
nombre tampoco es el más bonito que digamos.
Y tiene razón.
Erasto me ayuda a subir al auto tomándome por la mano.
—Gracias, Erasto —digo, nada más lograr acomodar el vaporoso vestido
dentro.
—De nada, señorita Minerva —murmura él, cerrando la puerta luego de
que sube.
—Erasto —murmuro, probando el nombre en mis labios. —Es un buen
nombre —agrego.
Dean me observa con una sonrisa en sus bonitos labios, pero es que no
puedo sacarme de la cabeza la palabra Erasto.
Por Dios, que de seguro son los nervios.
El auto se pone en marcha y comienza a avanzar y me encantaría poder
decir que nunca había estado en una limusina, me encantaría poder decir
que esta era mi primera experiencia, que estaba viviendo un cuento de
hadas, pero no, con Harold había estado en muchas de estas en el pasado,
pero, ¿te cuento un secretito? Una limusina, un avión, un barco no haría el
momento mágico, eso lo hacían las personas que nos importaban, que eran
geniales con nosotros, es por eso que decidí en ese momento exacto que no
recordaría nada del pasado, sino que viviría todo esto con él como si fuera
la primera vez, con Dean, que tenía una mirada esperanzada en su rostro,
como si quisiera sorprenderme, pero, ¿te cuento otro secretito? A mi lo
material hacia mucho tiempo que había dejado de importarme, por que si,
no te creas que estas cosas no divierten, que sí, que lo hacen, no seré
hipócrita en ese sentido, pero con el tiempo me había convertido en una
persona que disfrutaba más con las cosas simples, yo podía estar aquí,
vistiendo como una princesa, con el príncipe azul de los cuentos a mi lado y
ser feliz, pero también podía ser feliz en mi departamento, sin bañarme, con
Pimienta maullando por mi atención, con un tarro de palomitas y una buena
peli, con Dean a mi lado, por supuesto. Entonces si, iba a disfrutar esto, iba
a disfrutar cada instante de esta noche, me prometí que me dejaría llevar,
que bailaría un vals con Dean sosteniéndome y que esta noche, por el santo
que hace palpitar a los chochos, follaria, que sino les juro que me muero.
—¿Qué está pasando por tu cabeza qué estás tan callada? —Dijo Dean,
abriendo una botella de champagne de una especie de hielera que había en
el centro de la limusina.
Si, había hasta un pequeño refri dentro.
—En lo bien que voy a pasarla esta noche —respondo.
Porque si, todavía no estaba lo suficientemente ebria como para confesar
que en realidad estaba pensando en cómo sería esta noche su sumisa.
¿Le gustaría todo eso del rollito de que le diga señor? ¿Me azotaría si me
ponía insolente?
Las mejillas sin poder evitarlo se me ponen al rojo vivo, pero es que no
voy a negar que todo esto me calienta un montón.
Dean me tiende la copa y por la mirada que me larga, sé que por su
cabeza también están pasando imágenes de lo que haremos una vez que la
noche termine.
Porque gente, les prometo que esta noche follo, así sea lo último que
haga.
—Brindemos —murmura.
—¿Por qué motivo? —Pregunto.
—Por ti, por mi —comienza diciendo, con la copa en alto. —Por haberte
conocido, por que te admiro como mujer y tengo mucha suerte de tenerte
esta noche conmigo —sigue diciendo, las luces bajas de la limo le dan al
momento un aire íntimo, mientras que una música de jazz suena por lo bajo.
—Brindo porque por lo general eres avasallante, pero esta noche
simplemente me cortaste la respiración —sigue diciendo y yo estoy que me
derrito, les juro. —Brindo por que quiero que esta noche sea eterna —
termina.
Me quedo unos cuantos segundos en silencio, sin poder quitar la sonrisa
boba de mi rostro, antes de que su copa choque con la mía y ambos le
demos un largo trago.
—Gracias, Dean —murmuro de repente.
—¿Por qué? —Pregunta.
—Por que desde que llegaste, me siento mejor persona, mejor mujer —
confieso en un susurro ronco. —Sé que no debería ser de ese modo, créeme
que sé que valgo, pero tu simplemente me haces sentir como lo valiera todo,
me haces sentir importante.
—Lo eres —murmura.
—Lo sé —respondo, asintiendo. —Es solo que tu lo haces todo más real
y eso da un miedo del carajo —agrego, de repente nerviosa, dándole un
largo trago a mi bebida.
—También me acojona —murmura él—, pero simplemente dejemos que
fluya, a ver dónde nos lleva esto.
Asiento, porque tiene razón, cuando uno fuerza las cosas, cuando uno
proyecta, a veces nos llevamos grandes decepciones.
—Dean... —comienzo diciendo, un poco asustada por lo que estoy a
punto de preguntar—, ¿qué somos?
Dean me sonríe, levantándose de su asiento para sentarse a mi lado,
pasando su brazo por el respaldo de mi asiento para pegarme a su costado,
deja la copa de champagne en un soporte de copas y luego quita el cabello
lejos de mi rostro, con su dedo índice perfilando mi mejilla, hasta que
termina de acercar sus labios a mi.
—¿Qué somos? —Susurra en mi oído. —Somos lo que quieras que
seamos, Mine —dice y a mi la piel se me eriza por la sensación de su
aliento tan cerca mio. —¿Qué quieres de mi? Me tienes, solo tienes que
pedirlo.
—¿Te tengo? —Pregunto, ladeando mi rostro para poder mirarlo a la
cara.
—Todo de mi, cariño —responde con una seguridad que me desborda. —
Y también lo quiero todo de ti, todo...
Abro la boca para responder, sus ojos clavándose en mis labios, de todas
maneras no llego a decir nada, porque de repente el auto se detiene.
—Señor, llegamos —se escucha la voz de Erasto por algún parlante del
demonio que hay. —¿Quiere que dé una vuelta más? —Pregunta.
Los ojos los abro como platos, sintiendo mucha vergüenza.
—¿Acaso nos escuchó? —Pregunto, alarmada.
—Por supuesto que no —dice Dean, riendo. —Andando —agrega,
indicándole a Erasto que nos abra la puerta.
La mansión a la que llegamos es simplemente enorme, los setos adornan
el costado del camino, con enormes bolas de cristal ahumado con luces
amarillentas que alumbran el lugar por el que se llega y gracias a Dios que
no hay cámaras, por lo menos en la entrada que nos encontramos nosotros,
de todas maneras Dean ya me había comentado que esto era algo
sumamente exclusivo a lo que la prensa no tendría acceso.
La mano de Dean, siempre cálida, se cierra en torno a la mía,
ayudándome a bajar del auto. Las piedritas del camino me dificultan andar
con los enormes tacones, de todas maneras trato de disimularlo, ya que veo
que el resto de las mujeres que están llegando, caminan como si nada.
—Por lo que más quieras, no me sueltes —le murmuro a Dean con los
dientes apretados entre sí.
—Por supuesto que no —responde él, riendo.
—No Dean, en serio —digo, clavándole las uñas en el traje. —Que si me
sueltas, como tierra y que papelón por favor.
—No vas a caerte —murmura.
—Es que tu por ahí no te has dado cuenta, pero a mi me pasan las cosas
más impensadas en el mundo, una con el tiempo tiene que prevenir —
suelto, en un ataque de sinceridad.
Pero es que estoy muy nerviosa.
—Esta bien, no te preocupes, te tengo —murmura él, dejando un beso en
mi cabeza, antes de atravesar las enormes puertas de cristal que dan a la
entrada, donde se puede ver ya muchísima gente.
—Vale Minerva, respira —me digo en un susurro, la mirada inquisitiva
de Dean en mi. —Lo tienes —me apremio.
—Minerva —dice Dean, deteniendo nuestro andar para posicionarse
delante mío. —¿Qué sucede? —Pregunta, poniendo sus manos en mis
hombros.
—Es que tengo miedo de arruinarlo todo —confieso, con los nervios a
flor de piel. —Tengo miedo de avergonzarte frente a toda esta gente
importante —agrego.
—Minerva... —dice él, pero yo ya no puedo parar con el vómito verbal.
—Que soy muy torpe, Dean, que de seguro algo me pasa y todo el
mundo va a mirarte —farfullo, sintiendo que los nervios no me dejan pensar
con claridad. —Siempre arruino todo —agrego.
Dean tiene una expresión seria en su rostro, como si no pudiera creer las
palabras que salen de mi boca, pero es que a veces las inseguridades, esas
que una siempre trata de controlar, que trata de esconderlas, a veces ganan,
a veces salen a flote.
—Tu no arruinas nada, ¿entiendes eso? —Dice él, tomándome por las
mejillas. —¿Esta gente? —Agrega, señalando la entrada al lugar. —Esta
gente me importa un carajo, no son nada, ¿entiendes eso? No son nada
comparados con lo que tu significas para mi.
Sus palabras me dejan unos cuantos segundos muda, sin saber qué decir o
cómo reaccionar.
—Si quieres irte ahora mismo, no me importaría, Minerva, ¿entiendes?
No me importaría dejarlos a todos aquí para ir a comer un hot dog contigo
en cualquier parque, porque tu eres la que haces los lugares y momentos
especiales, no ellos, eres tu..., siempre tu.
Y después me besa.
Importándole muy poco manchar sus labios con mi labial.
Me besa.
Me besa con una dulzura que me deja deseando más.
Me besa de esa forma que me hace el chocho palpitar.
Je, me salió versito.
Cuando se separa de mi, tengo una sonrisa boba en el rostro, cualquier
rastro de inseguridad se borró, así como si nada.
Sus labios tienen un leve rosa por mi labial, es por eso que con el dedo
pulgar se lo limpio, él dejando un besito en mi dedo.
—¿Lista? —Pregunta.
—Si —asiento, enredando mi brazo con el de él.
Un hombre trajeado nos abre la puerta, haciendo una reverencia nada
más vernos.
—Señor Ross —murmura. —Señorita —asiente en mi dirección.
Sonrió, no puedo evitarlo y me siento como de la realeza, mientras que
Dean comienza a caminar, arrastrándome con él.
Taco, punta, taco, punta.
«Minerva, por lo que más quieras no te caigas»
Voy un tanto distraída pensando en no caerme por las escaleras que
bajamos cuidadosamente, que no me percato de la inmensidad del lugar
donde nos encontramos.
El aire templado hace que mi piel se erice, el alfombrado rojo de las
escaleras silencia el sonido de mis tacones, mientras que tengo que
detenerme para observar el lugar.
Las paredes están llenas de ventanales de aspecto antiguo, cubiertos por
pesadas cortinas descorridas, los candelabros con pequeños cristales
cuelgan por el techo y a mi mirada, lucen imponentes. El centro del salón se
encuentra libre de mesas y en el escenario una enorme orquesta, los
violines, el piano y violonchelo suenan con una armonía preciosa, mientras
que un muchacho joven canta en el escenario alguna canción de jazz.
Los murmullos de la gente se escuchan entremezclados, los camareros
trajeados pasan con bandejas llenas de copas, de todas maneras los nervios
quieren resurgir cuando todas las miradas se clavan en nosotros mientras
avanzamos.
—¿Por qué todos nos miran? —Susurro a Dean, que lleva una sonrisa
suave en su rostro.
—Es a ti a quien todos están mirando, cariño —responde él y mis ojos se
clavan sorprendidos en los de él. —Es que es increíble que todavía no te lo
creas, pero puedo asegurarte que eres la mujer más hermosa de la fiesta.
—Exageras —respondo, sintiendo mis mejillas hervir.
—Nunca —es todo lo que dice, obligándome a seguir caminando.
Las miradas encima nuestro, la atención que estoy recibiendo, todo hace
que comience a picarme la piel, no puedo evitarlo, es como un ataque
molesto de ansiedad y temo, temo arruinarlo todo.
—Tranquila —me susurra Dean en el oído, percatándose de lo que está
pasando. —Nada malo va a pasarte, lo prometo —agrega.
Respiro hondo y me armo de valor. Allí adelante, esperando por nosotros,
se encuentra el padre de Dean y sus ojos nada más verme, se entrecierran
molestos. Hay una muchacha a su lado, mucho más joven que él y tengo el
leve recuerdo que fue la que vi aquella vez en el restaurante hace parece
una eternidad, solo que esta vez luce un poco más rubia que antes.
Y de seguro se hizo algún retoque en la cara.
Y allí, a su lado, en un vestido clásico de color negro, resaltando su
pálida piel, se encuentra Mía, que luce aburrida y enojada, pero por sobre
todas las cosas delgada, muy delgada.
—Padre —murmura Dean una vez que llegamos frente a su familia. —
Ella es Minerva —dice, presentándome y dándome un jaloncito para
pararme a su lado, como si su padre no me recordara de aquella vez en el
restaurante, o de la vez que interrumpi la reunión en su oficina—, Minerva,
él es mi padre, Bruno Ross, su compañera, Katherina y a Mía ya la conoces
—murmura.
No me pasa por alto como la mirada de Katherina se clava en mi vestido,
sonriéndome con falsedad y repasándome de una manera sobradora que
intento por todos los medios ignorar.
—Mucho gusto —digo, tendiendo mi mano.
El padre de Dean tarda unos cuantos segundos en tender la suya y yo me
siento una idiota, sin embargo termina tomándola, dándome un ligero
apretón.
Mía me regala una pequeñas sonrisa, sin embargo es triste, mientras
siento que es obligada a quedarse allí plantada en su lugar, acompañando a
su padre.
La mano de Dean se envuelve en mi cintura, mientras me obliga
nuevamente a caminar.
—Ahora todos van a frenarnos para saludar —me explica. —Lo siento,
será un poco tedioso.
Asiento, como si en realidad no supiera cómo se desarrollan esta clase de
eventos, cuando no hace muchos años atrás era la muñeca que acompaña al
padre de Dean, sonriendo, hablando cuando se me permite, actuando como
una autómata.
Aparto rápidamente esos pensamientos, mientras labios que no conozco
besan mis mejillas, presionan mi mano extendida, murmuran a Dean lo
preciosa que me veo, lo educada que soy, sin imaginar que todo esto lo
aprendí a base de golpes y amenazas, convirtiéndome en la pareja perfecta
para Harold.
«Basta» me digo para mis adentros. «No vayas ahí»
—Pero que hermosa muchacha —dice alguien, una mujer, parada frente
mío su sonrisa mostrando unos dientes demasiado blancos. —¿Te conozco
de algun lado? —Pregunta.
Joder
—No, no lo creo —respondo, intentando sonreír. —Iré al sanitario —le
murmuro a Dean luego de un rato haciendo aquello, quien clava sus ojos en
los míos inquisitivos.
—¿Estas bien? —Pregunta de inmediato, importándole poco al hombre
que tenemos lado, intentando cerrar un trato agricultor con él.
—Si —respondo, sonriendo, sin embargo sé que no me cree. —Prometo
que voy y vuelvo —murmuro, intentando que me deje ir.
Dean observa a su alrededor, antes de dejar un beso en la cima de mi
cabeza, dejándome por fin avanzar en dirección a los baños.
Los camareros pasan con enormes bandejas por el salón, cargando copas
llenas de champagne y aperitivos que no se ven del todo apetitosos.
A medida que avanzo, puedo sentir las miradas clavadas en mi y me
imagino que es por la obra de arte que llevo puesta, pero es que Mía tiene
un futuro enorme, lo sé.
No tardo mucho en llegar a los sanitarios, suspirando cuando veo que
toda la grifería es de oro. Clavo mi mirada en el espejo, el maquillaje sigue
impecable a pesar de los besos compartidos con Dean, mis ojos perfilados
con las pestañas negras y arqueadas enmarcando mi mirada. El vestido
sigue pareciendo de cuento, sin embargo mi mirada está un tanto aturdida,
como si los recuerdos del pasado amenazaran con volver uno a uno para
destruir la estabilidad que recupere con tanto esfuerzo.
Estoy remojando mis manos, intentando calmarme a mí misma, cuando
la puerta se abre y Katherina ingresa por ella, sonriendo con cinismo nada
más verme.
Me remuevo incómoda bajo su escudriño hasta que termina de acercarse
donde me encuentro.
—Así que lograste tenerlo —murmura con confianza, como si nos
conociéramos de toda la vida.
—No sé a qué te refieres —respondo, aunque imagino por donde viene
esto.
—¿Sabes? Para ser una camarera mediocre, lo hiciste bastante bien.
Me sorprendo un poco por la crudeza de sus palabras, que suenan
enojadas conmigo, como si le hubiera hecho algo adrede.
—Mi trabajo era un trabajo como cualquier otro, no hace falta
menospreciarlo.
—No lo mereces —murmuro ella.
—Tu tampoco.
Las palabras salen antes de que pueda pensarlo mejor, mientras que sus
ojos se abren como platos, clavándose molestos en los míos.
—¿Qué quieres decir? —Murmura.
—Ella quiere decir que todo el mundo se da cuenta de que quieres
tragarte la polla de mi hermano desde el primer día en que lo viste.
Tanto Katherina como yo saltamos en nuestro lugar al escuchar las
palabras de Mía, que tiene su hombro apoyado en la puerta de entrada, sus
brazos cruzados en su pecho y una sonrisa sobradora en el rostro.
—No se de que hablas, Mía —se defiende su madrastra. —Y te dije
repetidas veces que cuidaras la manera en la que me hablas.
—Y yo te dije repetidas veces que me importaba un carajo tu opinión —
dice ella, terminando de entrar.
—Eres tan desagradable —sisea ella.
Y yo flipo, lo juro.
—Mine —murmura la hermana de Dean en mi dirección—, escuche a
Dean murmurar que tal vez este fin de semana realice una reunión para
presentarte oficialmente como su novia.
Casi me atraganto con mi propia saliva, pero por suerte logro controlarlo.
—Es muy pronto para que haga eso —murmura Katherina, parece que
ella si que no logró controlarse a tiempo.
—Pues deberas sentarte y mirar como sucede —es todo lo que responde
Mía, mirándola con un odio que me sorprende. —Ahora piérdete —
murmura, señalando la puerta.
Pareciera que su madrastra quisiera rebatir algo, sin embargo logra
controlarse para caminar a paso furioso a la puerta.
De todas maneras, antes de su cuerpo desaparecer por completo se
detiene y clava los ojos en Mía y con una sonrisa malvada, murmura: —Por
cierto Mía, ¿qué has estado comiendo estos últimos días? Ganaste un poco
de peso, ¿sabias?
Y después de eso desaparece. Hija de puta.
El cuerpo de Mía se encuentra en completa tensión, como si aquellas
palabras hubieran sido una bofetada para ella.
—Estas perfecta —me apresuro a decir, llegando a su lado para que clave
sus ojos en los míos. —No le hagas caso, solo tiene envidia.
—¿Tu crees...? —Susurra de repente, los ojitos llenos de lágrimas.
Esa infeliz supo dónde golpear, por que toda aquella seguridad con la que
entro aquí había desaparecido por completo.
—No, nada de eso es verdad, tu eres perfecta asi como estas Mía, eres
perfecta y no necesitas de nadie que te haga creer lo contrario. Ámate tal y
como eres, que así como estás, estás bien —respondo rápidamente. —Por
cierto, muchas gracias por defenderme —agrego.
Mía observa uno de los sanitarios y cuando está a punto de caminar hacia
allí, la tomo de la mano.
—Acompáñame —digo, jalando su mano con la mía. —Necesito beber
algo fuerte después de lo que acaba de pasar —agrego.
—Seguro —responde ella dudosa, sin embargo no se resiste a que la
arrastre conmigo.
La fiesta sigue, ajena a todo lo que acaba de pasar, a lo lejos veo a Dean
hablar con un grupo de gente que lo rodea, con una sonrisa amable, sin
embargo noto que está impaciente, mirando a su alrededor como si buscara
algo.
A alguien.
A mi.
De todas maneras cuando comienzo a ir en esa dirección, Mía me frena.
—No, no vayamos ahí —dice.
—¿Por qué? —Pregunto.
Ella me observa unos instantes, antes de apartar la mirada rápidamente y
tironear de mi mano.
—Por que no estoy segura de que Dean quiera que conozcas a esa gente
—es todo lo que responde ella, misteriosa.
Estoy a punto de preguntar a que se refiere, sin embargo toma dos copas
de champagne de una bandeja, tendiéndome una a mi.
—Sin respirar —dice, tomándosela de un solo trago.
—Oye, ¿tu tienes edad para beber? —Pregunto, dándole un sorbo más
recatado a la mía.
—No me importa —es todo lo que responde, antes de tomar otra copa.
—Mía, no creo que...
—Bebe —ordena.
De todas maneras bebo de a pequeños tragos, pero es que no he comido
nada, que el alcohol no me va a caer bien si sigo así.
Cuando veo una bandeja con comida y estoy a punto de tomar un canapé,
Mía vuelve a tironear de mi.
—Ahí viene mi padre —dice y cuando miró en aquella dirección, el
señor Ross avanza furioso, vaya a saber qué cosa le dijo su mujer. —
Andando.
—No creo que yo deba precisamente huir de él —confieso, una vez que
estamos lo suficientemente lejos de su padre, que ahora una pareja de
ancianos lo distrajeron.
—Créeme, no querrás estar cerca cuando se enfrente a Dean por el hecho
de haberte traído —responde.
—¿Qué? ¿Qué tiene de malo que haya venido conmigo? —Pregunto,
sorprendida, los nervios revuelven mi estómago.
—Mierda —dice ella, cerrando los ojos con fuerza. —No debí decir eso
—agrega y después se va, dejándome sola.
—Mía... —intento llamarla, pero ella ya desapareció por entre la gente,
dejándome sola.
Suspiro, mientras observo que Dean ahora habla con una pareja y a su
lado hay una chica bastante llamativa, con el cabello castaño claro, alta y un
vestido color rosa pálido sobrio.
Mi entrecejo se arruga cuando la veo tomar el brazo de Dean con
confianza, riendo por algo que él dice.
«Celos, atrás» me digo para mis adentros, mientras decido caminar a la
mesa donde se encuentran los aperitivos.
Si, no hay nadie allí, es como si esa mesa estuviera de adorno, pero es
que yo me muero de hambre, les juro y quiero culpar por esto a los nervios,
pero no, es que en realidad amo comer.
Je.
El cocinero que está allí, sonríe esperanzado cuando me ve acercarme,
como si se encontrara completamente aburrido en aquel lugar, mientras que
parezco ser la primera que se acerca en la noche.
—Buenas noches —murmuro con una sonrisa.
—Hola —responde él, también con una sonrisa amable.
Comienzo a ver qué será lo que puedo picotear y cuando veo unas masas
con un exótico y de seguro carísimo queso que parecen deliciosas, decido
que eso será lo primero que le daré a mi estómago y es cuando estoy
estirando la mano para tomarlas, que siento a alguien detrás de mí, haciendo
que me detenga.
—Disculpa —dice, llamando mi atención.
Cierro los ojos con algo parecido al dolor, antes de responder.
—¿Si? —Digo, girándome y aguantando las ganas de mandarlo lejos
mío, ya que me interrumpió cuando estaba a punto de comer.
—Eres la acompañante de Dean Ross, ¿verdad?
—Si —respondo, dudosa mientras observo a mi alrededor.
—Me he estado preguntando toda la noche donde te habías metido, tengo
muchas ganas de hablar contigo...
Bueno..., ¿qué demonios está pasando aquí?

***
LO PROMETIDO ES DEUDA MIS AMORES
AQUÍ EL SIGUIENTE CAPÍTULO
¿QUE TAL SI SUBIMOS UN POCO LAS APUESTAS?
CUANDO ESTE CAPÍTULO LLEGUE A MIL VOTOS, SUBO EL
QUE SIGUE, ¿SI?
GRACIAS POR EL APOYO.
SIGANME EN MIS REDES QUE EN UN RATO VOY A SUBIR
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GRACIAS POR TANTO
AGARREN BIEN SUS BRAGAS PARA LO QUE VIENE :)
LS AMO
DEBIE
CAPÍTULO QUINCE

CARIÑO, ESTÁS PERFECTA ESTA NOCHE

—Disculpa, ¿nos conocemos de algún lado? —Pregunto.


—No creo que lo hagamos —responde él como si nada—, es solo que
todo el mundo ha estado hablando de la despampanante mujer que llegó con
uno de los Ross, y ambos sabemos que esa no es Katherina.
Me remuevo un poco incómoda, mientras que trato de sonreír a este
extraño elogio.
—Ya ves que no soy la gran cosa —respondo.
Idiota.
Mil veces idiota.
Pero es que estas situaciones me hacen sentir por demás incómoda, que a
veces no sé como manejarme.
El hombre es alto, bastante y tiene los rasgos bastante definidos, el
cabello cobrizo y los ojos verdes con una barba incipiente en sus mejillas.
—Lamento no estar de acuerdo con usted... —dice y luego tiende su
mano, la cual observo unos cuantos segundos antes de tomar. —Soy
Nethan, ¿tú eres?
—Minerva —respondo, escueta.
—Minerva —repite él, como si estuviera probando mi nombre en sus
labios—, ¿me harías el honor de acompañarme a un baile?
Ay, no me jodas, ¿en serio?
Yo que tenía tanta hambre.
—Seguro —respondo, pues porque no me parece educado decir que no.
El hombre, Nethan, sonríe orgulloso, como si haber accedido a su baile le
diera un acceso directo a mi chocho.
No señor.
Mi chocho tiene nombre y apellido.
Camina tomándome de la mano al centro de la pista y yo me siento
bastante incómoda, por que si de por sí antes sentía que todos me miraban,
ahora siento que también lo hacen, pero a diferencia de hace un rato, en este
momento no me siento segura.
—¿Sabes? Pensándolo bien... —intento decir, para deshacerme de su
agarre, de todas maneras Nethan no me lo permite.
—Será solo un baile, Minerva —murmura él. —Prometo que luego te
dejo ir —agrega y cuando mis ojos se clavan en los suyos, agrega:—Si
quieres irte, claro.
Me siento bastante desubicada, de eso no hay duda y este hombre me da
mala espina, ¿si sabes lo que quiero decir? Cuando alguien simplemente no
te gusta, su tacto, su aura, simplemente siento rechazo.
Una canción a la que no puedo prestarle atención comienza a sonar,
mientras él me toma con su enorme brazo por alrededor de la cintura y con
la otra toma mi mano con delicadeza.
Por suerte esas son las únicas partes de nuestros cuerpos que se tocan.
—En verdad él no te merece —murmura distraído, mirándome de una
manera que me sigue incomodando.
—No se de quien hablas —respondo.
—De Ross —dice él como si nada—, no se merece una cosa tan pura
como tu.
—No soy una cosa —digo en un tono mordaz. —Y lo que pase entre
Dean y yo no tendría que ser de tu importancia, de todas maneras siquiera
me conoces —agrego.
—Encima con carácter —agrega, sonriendo con cinismo. —¿Y como
estas tan segura de que no nos conocemos? —Murmura y es en ese
momento que todas las alarmas comienzan a sonar en mi cabeza.
—La canción terminó —murmuro, intentando deshacerme de su agarre.
—La canción termina cuando yo lo diga —responde él, afianzando su
agarre.
El pánico comienza a atenazar mis músculos, dejándome inmóvil en mi
lugar, mientras que la respiración se me corta y los ojos se me llenan de
lágrimas.
«Dios, por favor, no me hagas esto» rezo, mientras que los recuerdos del
pasado comienzan a llegar uno a uno.
—Como que no la sueltes ahora mismo, no respondo de mí —dice una
voz detrás nuestro y yo inevitablemente suspiro con alivio.
—Solo estábamos bailando —murmura Nethan con sarcasmo.
—Suéltame —siseo yo, el agarre de su mano lastimándome.
Me deja ir y me alejo un paso, donde termino chocando con el pecho de
Dean, que no duda en envolver su brazo a mi alrededor.
—¿Estas bien? —Susurra en mi oído a lo que en respuesta, simplemente
asiento.
—Ross, no te hacía tan posesivo —murmura Nethan.
—No te metas conmigo —es todo lo que responde Dean con calma. —Ya
sabes como terminaran las cosas para ti sino —amenaza.
—Siempre tan dramático con lo que te pertenece —responde él, negando
con la cabeza. —¿Sabes quién está en la ciudad? —Dice, mientras camina
de espaldas para alejarse.
—No me interesa —responde Dean.
—Rebeca te manda saludos —es todo lo que dice, antes de girarse y
perderse por entre el gentío.
El agarre de Dean se afianza a mi alrededor, pegándome más a su pecho.
—¿Estás bien, cariño? —Pregunta nuevamente.
—Lo estoy ahora —respondo con sinceridad, sintiendo como con su
simple tacto me relaja.
—Siento lo que acaba de pasar —murmura a lo que lentamente me giro
para mirarlo a los ojos.
—¿Quién es Rebeca? —Pregunto.
—Nadie de quien debas preocuparte —murmura él.
Justo en lo que no hay que decir para que quiera preguntar más.
—Dean...
—Baila conmigo —dice él, observándome con seriedad el rostro, el
cuerpo, como si estuviera buscando heridas.
—Yo...
—Por favor, baila conmigo —insiste.
Miro a nuestro alrededor y por más que traten de disimularlo, puedo
notar las miradas de todos en nosotros, como si estuvieran sopesando algo.
«¿Con quién demonios acabo de hablar?» Pienso para mis adentros.
Asiento, dejando que Dean me tome por las caderas y me pegue a su
cuerpo. No puedo evitarlo, él me calma, su perfume, su tacto tan dulce
comparado con el anterior.
Es en ese momento exacto en que a la voz suave del muchacho de antes
comienza, los primeros acordes de Perfect de Ed Sheeran comienzan a
sonar.
Dean sonríe, como si la canción fuera perfecta para el momento, antes de
comenzar a mecer nuestros cuerpos lentamente, al ritmo de la música.
—¿Por qué sonríes? —Susurro, sintiendo la calma que me brinda.
—Porque..., cariño, luces perfecta esta noche —canta en mi oído.

Me hago hacia atrás para poder mirarlo a los ojos, mientras que ahora
comienza a cantar una mujer con una voz tan melodiosa que logra
trasladarme a otro mundo.

«Querido solo toma mi mano»


«Seré tu chica y tu serás mi hombre»
«Veo mi futuro en tus ojos»

—Bebé yo estoy..., bailando en la oscuridad —canta Dean con su voz


baja y ronca, cepillando mis labios con los suyos. —Contigo entre mis
brazos...
»Cuando te vi en ese vestido..., viéndote tan hermosa, no merezco esto...
»Cariño, te ves perfecta esta noche...

El mundo les juro que desaparece, todo lo que me rodea se difumina, por
que en este momento solo es él, solo Dean haciendo de este momento algo
increíble, algo mágico.
¿Recuerdan que hace un rato les dije que los momentos, no importa
donde se den, sino con quien los compartamos? Bueno, era esto a lo que me
refería, a lo que Dean logró convertir esta noche, a lo que me hace sentir
por él.
Es él...
Los labios de él conectan con los míos suavemente, en una caricia que
me sabe a gloria, sintiendo que todo dentro mío se derrite con sus caricias.
Yo no caí gente, yo ya me avente.
—¿Quieres irte de aquí? —Murmura, su nariz rozando la mía.
Sus ojos brillantes a la espera de mi respuesta.
—Iría al fin del mundo contigo —respondo, haciéndolo reír.
—Andando —dice, enredando sus dedos con los míos y avanzando
rápidamente en dirección a la salida.
No puedo evitar reír al estar prácticamente corriendo fuera de aquella
fiesta, mis ojos se encuentran con los de Mía, que tiene una sonrisa en su
rostro sincera, feliz por su hermano mayor.
De todas maneras mis ojos se abren como platos cuando el padre de Dean
se cruza en nuestro camino.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Sisea.
—Irme —responde él, intentando esquivarlo pero este poniéndose
nuevamente en nuestro camino.
—Dean, todavía no he dicho mi discurso —murmura con los dientes
apretados.
—Estoy seguro que las otras doscientas personas que se encuentran en la
fiesta les interesa más que a nosotros.
—No puedes irte —insiste.
—Si puedo y lo haré —zanja Dean.
El padre de Dean parece pensarlo unos cuantos instantes, antes de
murmurar: —Espero que sepas lo que estás haciendo —es todo lo que dice.
Dean no responde, sino que me hace avanzar nuevamente.
—Dean, que me voy de cara al piso —me quejo, de todas maneras me
quedo sin palabras cuando sin pensarlo un instante, se detiene, pasa uno de
sus brazos por mis rodillas, otro por mi espalda y me lleva al estilo nupcial.
—Pero... ¿¡que haces!? —Chillo.
—Cargo a mi novia lejos de toda esta mierda de gente —es todo lo que
responde.
Mis brazos están envueltos alrededor de su cuello, mientras miro a mi
alrededor preocupada.
—Dean, todo el mundo está mirándonos —insisto, un poco nerviosa.
—Cariño, has sido el centro de atención toda la noche, ¿cómo no te diste
cuenta? —Dice él con una sonrisa, dejando un beso en mi mejilla sin dejar
de avanzar, como si mi peso fuera nada para él.
Erasto está a la salida de la fiesta, con la puerta de la limo abierta,
esperando por nosotros.
¿Qué cómo lo supo? No lo sé, será cosa de Erastos.
Nada más la puerta cerrarse, Dean prácticamente se tira encima mío,
besándome de manera desesperada.
—Joder, que me moría por comerte la boca —confiesa, su lengua
invadiendo mis sentidos, siquiera dejándome responder.
Sus besos, al igual que los míos, comienzan a ser desesperados, mientras
que el auto avanza sea donde sea que nos esté llevando.
Hay algo muy loco con los besos, ¿sabías? A veces los besos te hacen
sentir más que el tacto de las manos.
Mis dedos se enredan en su cabello, tratando de acercarlo más a mi, sé
que mi cabello ya es un desastre porque estoy acomodada de cualquier
manera sobre el cómodo sillón del auto, Dean sostiene su peso con sus
poderosos brazos para no aplastarme, mientras que sus piernas encierran las
mías.
—Te necesito tan jodidamente fuerte —susurra.
—Yo también —confieso.
—Ya casi estamos, cariño —murmura.
No se cuanto tiempo exacto es el que estamos en ese auto, no tengo idea
de cuanto tiempo nos besamos, solo sé que una vez que este se detiene, soy
desastre tembloroso y cachondo.
—Vamos —dice Dean, tomándome de la mano para sentarme.
No espera a que Erasto nos habrá la puerta, sino que simplemente la abre
él, sorprendiendo al chofer.
No estoy muy orgullosa, pero cuando bajo de la limo, me falta un zapato,
tengo una teta a punto de escaparse del vestido y por el reflejo que veo en el
vidrio del auto, mi peinado pasó a ser un nido de carancho, eso si, el
maquillaje sigue intacto.
Bendita sea Mía.
—Nos vemos luego —dice Dean sin dejar de caminar.
—Dean, que me falta un zapato —digo, tironeando de su brazo para que
se detenga.
Pero él en lugar de detenerse, me toma de la cintura nuevamente,
pasando la mitad de mi cuerpo por su hombro, cargándome como una bolsa
de papas.
—Pero..., ¡¡¡qué haces!!! —Medio grito, pero también rio.
Mi risa haciendo eco en el amplio y vacío estacionamiento en el que nos
encontramos.
—Te cargo —responde él y puedo escuchar la risa en su voz.
—Dean, bájame —me quejo.
—No, porque si te bajara no podría hacer esto —dice y acto seguido,
mete su mano por debajo del vestido y me toca.
Ahí...
—Oh Dean... —gimo, mientras su dedo se cuela por debajo de la tanga
para tocar mi piel.
—Ya casi lo tienes, preciosa... —susurra él.
Y espero que con eso se esté refiriendo a su miembro, je.
Dean por fin me baja cuando nos subimos a un ascensor, donde siquiera
puedo ver que teclea, sino que nada más apretar algunos botones, me
acorrala contra la esquina de aquel cubículo.
—No tienes una idea de las ganas que tengo de coger contigo —
murmura, su lengua barriendo mis labios de forma erótica. —No tienes idea
de las ganas que tengo de volver a estar dentro tuyo.
—Si, por favor... —gimo, haciendo mi cabeza hacia atrás cuando
comienza a mordisquear mi cuello.
Las puertas se abren con un pitido que rápidamente hacen que Dean me
tome por las rodillas para que las enrede en su cintura y comience a avanzar
dentro.
Y sinceramente me importa muy poco el otro zapato que acabo de perder,
aunque sé que mañana me dolerá.
Trato de observar a mi alrededor, de todas maneras la manera en la que
Dean está besándome no me dejan concentrarme en nada más que él, en la
excitación que me recorre el cuerpo entero, en las expectativas de lo que
estamos a punto de hacer.
Termina empujando una puerta con su pie, llevándonos a lo que supongo
que es la habitación, donde me baja lentamente.
Y es en este momento en el que me pregunto: ¿Tendré que ponerme de
rodillas? ¿Trenzar mi cabello? ¿Decirle si señor? Ah joder, debo dejar de
leer tanto libro erótico.
Sus manos rebuscan en mi espalda lo que supongo es el cierre del
vestido, de todas maneras la oscuridad, las ganas y desesperación que nos
tenemos, no le permiten bajarlo.
—Por lo que más quieras no lo rompas —digo de repente, pero es que
sinceramente lo veía venir.
—Date la vuelta —ordena y yo obedezco.
De todas maneras me sorprendo un poco cuando se aleja de donde me
encuentro, hasta que de repente unas luces tenues se encienden en la
habitación.
Me tomo unos cuantos segundos para observar todo a mi alrededor: la
habitación es de por sí sencilla, pero enorme. Hay una puerta que creo lleva
a un vestidor, una cajonera de madera con un enorme televisor de pantalla
plana arriba y algunos cuadros con fotos encima. La alfombra color azul
acaricia las plantas de mis pies desnudos, mientras que cuando observo la
cama me sorprendo por lo peculiar que luce.
Es enorme, pero enorme es quedarse un poco corto, de todas maneras lo
que más llama la atención, es una especie de madera que se eleva por
encima del respaldo de esta, sosteniendo una tela de seda de color negro
encima, la cual ahora está descorrida, como si pudiera cerrarse para más
intimidad.
Tanto el colchón como los cobertores son de color azul marino y luce
bastante cómoda, no voy a quejarme.
Mi escudriño termina cuando siento a Dean en mi espalda y, sin poder
evitarlo, un temblor me recorre el cuerpo entero.
—¿Estás nerviosa? —Susurra, dejando un beso en la piel de mi hombro.
—Si —respondo con sinceridad.
—¿Confías en mí?
—Si —digo.
—¿Me dejarás hacerte lo que quiera? —Pregunta, de todas maneras no
puedo responder cuando su lengua se pasea por mi piel hasta llegar a mi
espalda.
Sus dedos delicados, toman la prestilla del vestido y comienzan a bajar el
cierre de manera lenta y erótica.
—¿Me dejaras? —Pregunta.
—Si —digo al final.
Mis ojos se encuentran cerrados con fuerza, mientras que mi cuerpo
atraviesa cientos de distintas sensaciones que comienzan poco a poco a
abrumarme.
Mi respiración es un desastre y tengo frío, a pesar de que el ambiente es
cálido en la habitación.
El vestido cae con un sonido sordo a mis pies y Dean no tiene que
instruirme para salirme de adentro de él, dejándolo a un costado.
Lo siento en mi espalda, observándome, todavía llevo la ropa interior de
color roja puesta, sin embargo él no dice nada, no me toca.
Ya, tócame.
La punta de su dedo índice se pase por mi columna vertebral y yo de
manera inevitable me arqueo un poco. Su dedo termina llegando a mi
trasero, donde sin dudarlo un segundo, lo mete por entre mis cachetes,
presionando un poco para abrirse paso, todavía con las bragas de por medio.
—Esto se va —dice, enganchándola de los costados con sus dedos para
bajarlas.
Las bragas también caen.
Y Minerva está como Dios la trajo al mundo.
Siento el corazón latirme a mil por hora, mis manos se encuentran hechas
puño, mientras que estoy intentando por todos los medios calmarme, pero
es que sinceramente no se porque estoy de esta forma.
Siento que en cualquier momento podría llorar.
«Pues claro que queremos llorar» me susurra mi inconsciente. «Tenemos
el chocho llorando de felicidad»
—Ve a la cama y recuéstate boca arriba —susurra Dean en mi oído.
Cierro los ojos con fuerza, antes de dar una profunda respiración y
asentir, caminando donde me dice.
Gateo en la cama hasta llegar al medio de esta, posicionándome de la
manera que me dijo que lo hiciera.
Mis ojos se clavan en él, que lo único que se ha quitado es la chaqueta
del traje y la corbata, por lo que ahora solo viste una camisa blanca un poco
salida de su pantalón de vestir negro y las manos dentro de los bolsillos en
una pose despreocupada, como si yo no estuviera aquí con el chocho al aire.
Trago saliva con dificultad mientras su mirada me recorre el cuerpo
entero y no puedo evitar sentirme un poco insegura a al estar frente a él, que
a mis ojos es perfecto y yo, bueno, hay muchas veces en las que me siento
muy normal, ¿vale?
El silencio de Dean me pone un poco incómoda, haciendo que apriete las
piernas entre si y me remueva.
Sus pasos hasta terminar de acercarse a la cama son lentos y comedidos,
como si tuviera todo el tiempo del maldito mundo.
—Estira las manos por sobre tu cabeza —murmura con la voz ronca.
—¿Qué? —Pregunto, aunque lo escuche bien.
Y tú también.
La sonrisa que Dean me dedica es sombría, es por eso que luego de unos
segundos de titubeo, hago lo que me dice.
—Bien —dice una vez que observa como le obedezco.
Sus ojos están clavados en mis pechos, con los pezones como guijarros
por el frío que siento, mientras que sus manos siguen en sus bolsillos.
Cuando llega al costado de la cama se detiene, antes de abrir el cajón que
está en la mesa de luz en el lado derecho y sacar de allí...
A su madre...
Dean tiene en las manos dos especies de..., ¿qué coño es eso? Lucen
como dos muñequeras de cuero negro, las hebillas para cerrarlas brillan
plateadas con la tenue luz de la habitación, mientras que una especie de
cadena va a lo largo de ellas.
—Dame tu mano —dice con voz tan calma que me sorprende, cuando yo
estoy que me meo encima, en serio.
Estiro la mano un poco titubeante, no puedo evitarlo, pero es que esto
está trayendo recuerdos que no se porque me atormentan justo ahora.
El cuero es suave contra mi piel, mientras que Dean trabaja sobre mi
mano, encerrando mi muñeca dentro y cerrando las hebillas una a una.
Son tres.
Una vez que está lo suficientemente ajustado, lo engancha en el cabezal
de la cama, tirando de él para probarlo.
—¿Puedes quitártelo? —Pregunta.
Tironeo un poco y cuando veo que nada pasa, niego con la cabeza.
Dean asiente orgulloso, antes de caminar al otro lado y repetir el mismo
proceso con mi otra mano.
Cuando vuelvo a tironear, obtengo el mismo resultado, no puedo
quitármelas.
«Respira, Minerva» me digo para mis adentros. «No dejes que siga
arruinando tu vida, no dejes que te domine»
Mi pecho se mueve rápidamente debido a mi agitada respiración,
mientras Dean ahora camina hacia la cajonera que está a los pies de la
cama, rebuscando dentro algo y una vez que lo encuentra, lo esconde detrás
de su espalda para que no pueda verlo.
—Vamos a ver que tan obediente puedes ser —susurra con una sonrisa
lasciva en su bonita boca.
—Muy obediente —digo, cual autómata.
Él, a pesar de la seriedad con la que se encontraba, ríe.
Sus ojos están fijamente clavados en los míos cuando murmura: —Abre
bien las piernas, Minerva.
No lo hago de inmediato, pues porque me siento demasiado expuesta,
que vamos, que se que ya hicimos el delicioso, que me vio hasta la matriz,
pero no puedo evitar de todos modos sentirme cohibida, que vamos, que
este es un paso gigante para nosotros.
Sin contar que tengo las manos atadas al cabezal de la cama.
Sus ojos se entrecierran, observándome y esperando y es que le dije que
sería obediente y ya falle.
Vengan esas nalgadas.
Respiro hondo antes de muy, muy lentamente separar las piernas para él.
Dean camina ahora al final de la cama, observando mi piel expuesta, el
chocho al aire.
Su cabeza se ladea al costado y aquella posición lo hace lucir adorable,
de no ser por cómo está mirando mi anatomía, me hubiera reído.
—Flexiona las rodillas y abre más tus piernas, Minerva —dice, hablando
tan lentamente.
Que joder...
Asiento con la cabeza y a pesar de que las frazadas debajo mío son
seguramente de pluma, los temblores siguen recorriéndome el cuerpo
entero.
Respiro hondo nuevamente, antes de asentir y hacer lo que me pide,
abriendo más las piernas.
La situación no me resulta de por si incómoda, sino que más bien es rara,
yo solo quiero follar, pero si tengo que ser sincera, todo este juego previo,
está poniéndome a mil.
Dean sonríe a lo que sea que ve en mi chocho, supongo que ha
descubierto también que estoy mojada solo por las palabras que me ha
dicho, porque honestamente aún no me ha tocado.
Sus ojos me recorren lentamente, hasta que saca sus manos de detrás de
su espalda y cuando veo lo que lleva en la mano, no puedo evitar reír, de
todas maneras no digo nada.
La vara que le regale para año nuevo sobresale por entre sus dedos,
mientras que él lentamente la acerca a mi muslo interno, acariciando la piel.
Estoy luchando con todo lo que tengo para mantener las piernas abiertas,
pero se hace difícil, porque quiero la fricción entre mis piernas.
La necesito.
—No cierres las piernas —murmura, adivinando mis pensamientos.
La punta de cuero de la vara sigue su recorrido hasta que llega a mi
entrepierna, donde acaricia suavemente mi labio vaginal y luego el otro.
Mi espalda se arquea, intentando llegar más a aquel objeto, de todas
maneras un grito escapa de mi garganta cuando escucho el chasquido,
seguido por el golpe en mi clítoris,
—Dios... —jadeo, mi respiración es sencillamente un desastre.
Y mis piernas están presionadas entre sí.
—Abre —murmura Dean, golpeando con el látigo mi rodilla suavemente.
Respiro hondo, intentando abrir las piernas, aunque si bien el golpe no
me dolió, hizo que una especie de electricidad ascendiera desde mi centro
hasta prácticamente toda mi espalda y me sorprendo un poco de no haber
tenido un orgasmo en ese mismo momento.
Mis manos siguen hechas puño, es por eso que asiento al mismo tiempo
que abro lentamente las piernas, el látigo de Dean paseándose por la piel de
mis muslos, mientras que yo lucho contra las ganas de cerrar las piernas de
nuevo.
Ahora, haciendo un paréntesis: morras, que se confirma que a Dean le va
el sado.
El siseo del látigo al embestir nuevamente con la piel interna de mi muslo
izquierdo vuelve a hacerme gritar, pero sinceramente no es en sí un grito de
dolor, sino más bien de anticipación.
Mis piernas vuelven a cerrarse, mientras siento el cosquilleo del golpe.
Dean chasquea con la lengua y niega con la cabeza.
—No eres muy obediente —murmura, distraído, mientras que se acerca
al mueble debajo de la televisión para sacar algo de allí.
Es que tiene cositas guardadas por todos lados, me doy cuenta.
Me percato de que son parecidas a las muñequeras que llevo en las
manos, sin embargo sé que esta vez serán para mis piernas.
Su pulgar acaricia mi tobillo cuando termina de acercarse, envolviendo
mi pie el cual tironeó un poco para no dejarlo ir, pero es que estar atada por
todos lados en una cama me recuerda...
«Detente»
Cuando quiero darme cuenta, las dos piernas se encuentran estiradas y
abiertas.
Muy abiertas...
Mientras que las pequeñas cadenas que las unen a la cama apenas si me
permiten moverme.
El látigo vuelve a pasearse por mi piel y cierro los ojos con fuerza
cuando roza la piel sensible de la cicatriz en mi vientre, pero por suerte no
es allí donde se entretiene mucho, sin embargo por la mirada que me lanza
Dean, se que no le ha pasado por alto lo que acaba de suceder.
—¿Cómo te hiciste eso? —Pregunta, mientras que la punta dura de aquel
artefacto está ahora en mi teta derecha, paseando por sobre el pezón de por
si endurecido.
El chasquido del golpe me hace saltar cuando golpea el pezón que antes
acaricio lentamente, enviando una corriente eléctrica directo a mi
entrepierna.
—Minerva, si pregunto algo me gusta que respondan —murmura Dean.
Asiento, intentando controlar mi respiración, pasando saliva ya que tengo
la boca seca.
—No quiero hablar de eso —susurro, clavando mis ojos en los suyos—,
por favor —agrego.
Dean frunce el ceño cuando me escucha decir aquello, es por eso que
sorprendiéndome, apoya su rodilla en la cama, estirándose hasta que su
rostro está por encima del mío.
—Lo siento, no quería incomodarte —susurra y después sus labios están
sobre los míos.
Y me relaja y me calma y mi respiración se acompasa y quiero más, pero
de repente sus labios ya no están sobre los míos, de todas maneras tardo un
poco en abrir mis ojos para buscarlo, encontrándolo con algo entre sus
manos.
Tardo unos cuantos segundos en darme cuenta de que es, pero cuando lo
acerca a mis ojos, medio me asusto.
—¿Qué haces? —Susurro un poco asustada.
—Te ayudará a relajarte —dice, antes de poner la suave corbata encima
de mis ojos, tapándolos.
Su intención no es mala, sé eso, de todas maneras una vez que todo
queda en completa oscuridad, no puedo evitar temblar, pero esta vez no de
excitación, sino de miedo.
Pánico.
«Por favor, no ahora» me digo para mis adentros.
Pero es que cuando quiero darme cuenta, no estoy aquí, en el
departamento de Dean, sino que estoy en un sótano oscuro y mohoso, sin
comer y muerta de miedo.
No son sus manos amables las que me tocan, son otras violentas, que me
lastiman.
Tironeo de lo que me apresa a la cama, pero como siempre no hay
respuesta.
Quiero chillar, pero la sola idea de que el monstruo me encuentre, no me
lo permite.
Los sollozos quieren abrirse paso, pero los controlo...
Siento que no puedo respirar, siento que...
—Que bonita estas así, Minerva —susurra una voz, sacándome de la
pesadilla en la que acabo de sumirme. —No tienes idea de las cosas que
produces en mí —confiesa Dean.
Y en ese momento, luego de lo que parecieron horas, medio vuelvo en sí,
dándome cuenta de que este es Dean, quien no ha hecho más que cuidarme
en todo momento.
—Dean —digo, con voz ronca, sintiendo la humedad en mis ojos.
—¿Si? —Pregunta, el látigo paseándose por mis costillas esta vez,
mientras siento la cama hundirse con su peso.
—¿Podrías quitarme la corbata? —Pregunto con vergüenza.
Segundos son los que tarda Dean en hacerlo.
—¿Estas bien? —Pregunta con un poco de pánico.
—Lo estoy ahora —respondo, suspirando con alivio una vez que logro
enfocarlo. —Es solo que me gusta verte —agrego para calmarlo.
Dean sonríe amplio, posicionándose encima de mi cuerpo con especial
cuidado de no aplastarme, para luego unir sus labios a los míos, su lengua
acariciando la mía, sus dientes mordisqueando mis labios hasta dejarlos
doloridos, antes de abandonar mi boca y comenzar a besar mis mejillas,
luego mi garganta, medio gimo cuando mordisquea la unión entre mi
hombro y cuello.
Cualquier resquicio de los recuerdos que intentaban atormentarme antes,
se borra con el placer que generan sus caricias y la sensación de su ropa
rozando mi piel desnuda lo hace aún más excitante.
Gimo con fuerza cuando su boca caliente se cierra sobre mi pecho,
chupando con un poco de fuerza, cosa que me saca una mueca de dolor,
pero no puedo negar que también hizo que me vientre se tensara.
Dean mientras lo hace, está atento a cada uno de mis gestos, sin perderse
nada. Su lengua plana barre una de mis tetas, para luego pasar a la
siguiente, chupando con avidez y si bien es un poco molesto, también se
siente increíble todo lo que me hace.
Las palmas de sus manos acarician mis costillas con delicadeza, tan
distinto a como sus dientes raspan mis pezones, haciendo que me remueva.
Duele, joder, duele, pero que placer...
Sus manos me sostienen fuerte por la cintura cuando su boca sigue
bajando, hasta que siento su aliento cálido en mi vagina.
—Mira que perfecto es —murmura, como perdido en sus propios
pensamientos.
Con sus dedos pulgares, Dean abre mi vagina, observando atentamente,
antes de clavar sus ojos en los míos y con la punta de la lengua chupar
apenas mi clítoris.
La necesidad de cerrar las piernas me abruma, sin embargo las
restricciones tanto en mis piernas como en mis brazos no me lo permiten.
Su lengua da pequeños círculos en mi clítoris que me hacen gemir,
mientras que mis ojos como por voluntad propia se cierran, porque verlo a
Dean ahí, adorándome, simplemente es demasiado.
Su lengua se aplana sobre mi centro, mientras que sus palmas ahora están
en mi trasero, levantando un poco mi cintura para tener más acceso a mi.
Siento su lengua en mi hendidura, dando pequeños círculos, girando,
volviendo a subir, dando giros en mi clítoris.
Me voy joder, me voy.
Pero se detiene.
—Por favor, Dean... —gimo, abriendo los ojos para clavarlos en los de
él.
—Por favor ¿qué? —Susurra.
Y yo tardo unos segundos en responder, porque luce precioso, con los
labios brillantes por mi humedad, con el cabello revuelto, con la camisa a
medio abrir, con su piel dorada y su mirada cargada de lujuria.
—Hazme venir —murmuro.
—¿Lo quieres?
—Mucho —confieso.
Sonríe y sin dejar de mirarme, pasea nuevamente su lengua por mi
centro, haciéndome gemir, pero es que no puedo cerrar los ojos, no puedo ni
quiero perderme lo erótico que luce Dean ahí, chupándome de la manera
que lo hace.
—¿Sabes? —Dice, ladeando su cuerpo un poco hacia atrás. —Tengo la
regla de tres —dice, presionando con su dedo índice mi clítoris.
—¿Qué...? ¿Qué demonios es eso? —Logro preguntar.
Pero es que estoy al borde, sin embargo no me deja venirme, parece saber
cuando detenerse.
—¿Qué es? —Juega, su dedo pulgar apenas metiéndose dentro mío.
Joder, necesito la fricción.
—Dean... —me quejo.
—La regla de tres es que te hago venir tres veces, primero usando solo
mi lengua, luego mis dedos y por último la polla.
—A todo que si —digo rápidamente.
Él ríe, negando con la cabeza.
—Pero... —agrega, su sonrisa se ensancha cuando ve mi mohín—, debe
ser uno detrás del otro.
—Acepto el reto —murmuro.
Rio cuando él lo hace, de todas maneras la sonrisa se borra de mi rostro
cuando su lengua me acaricia nuevamente.
—Veamos —dice trepando por mi cuerpo para besarme, su lengua dentro
de mi boca, haciendo que me pruebe a mi misma cuando lo hace. —Grita
cuando te vengas, ¿si?
—Si, señor Ross —bromeo.
Él niega, como si pensara que no tengo arreglo, antes de volver a bajar
lentamente, besando mis pechos, mi vientre hasta llegar nuevamente a mi
entrepierna.
Y joder.
Su ataque empieza.
Su lengua antes solo jugaba a las rondas, ahora simplemente es una
maldita calesita, girando sin parar sobre mi clítoris.
¿Y saben que? Es difícil explicar lo que me hace Dean con la lengua, así
que esto tendrán.
Mi espalda se arquea, pero él termina tomándome por las caderas para
pegarme nuevamente a la cama. Siento el molesto sudor en mi cuello,
pegando mi cabello a mi espalda, mientras que tironeo de mis manos las
muñequeras de cuero que me apresan, porque quiero tironear de su cabello,
quiero que aumente el ritmo, quiero que me haga venir.
Quiero más.
De todas maneras Dean mantiene el movimiento de su lengua a su ritmo,
sin aumentar, haciéndome saber que es él quien tiene el control.
Solo tiene su lengua en mi, por momentos alejándose para ir a mi
hendidura, donde apenas mete su lengua, la saca y vuelve a empezar.
Siento que el orgasmo —oh, bendito orgasmo tan esperado— comienza a
formarse, lo siento en la punta de los dedos de los pies, subiendo hasta
hacer una explosión en mi columna.
Dean lo sabe, sabe que estoy por correrme, porque de repente sus
movimientos aumentan, o seré yo, que siento todo más.
Más.
Más.
Más.
Su lengua plana se pase por mi centro y sus dientes, jodido Dios esos
dientes, muerden mi clítoris casi con enojo, como si le impacientara que no
me corra, como si quisiera sentirlo, ser el dueño de mi placer.
Y yo quiero complacerlo, aunque en realidad fue ese mordiscón que me
dio el que hace que el orgasmo se desencadene.
Mi espalda se arquea, mientras que mis uñas se clavan en la piel de mis
palmas por el placer abrumador que estoy sintiendo, el grito que sale de mi
boca termina lastimando mi garganta cuando me vengo, cuando me corro
sobre esos labios benditos.
Joder, que la boca de Dean se hizo para pecar.
—Deliciosa —murmura Dean, besando mi vagina con adoración. —Tu
venida me supo a caramelo, ¿sabias?
Me hubiera reído por aquella ocurrencia, pero a decir verdad no puedo
siquiera pensar con claridad, no puedo hacer más que estremecerme con los
espasmos de mi orgasmo, sintiendo mis músculos lánguidos después de
semejante placer.
Siento a Dean removerse, cuando lentamente uno de mis pies es dejado
libre, por lo que aprovecho para atraerlo a mi nuevamente, repitiendo lo
mismo con mi otra pierna, creando una fricción deliciosa entre mis muslos.
De todas maneras aún sigo con las manos atadas sobre mi cabeza, pero
ya que, puedo dormir así, je.
Escucho a Dean chasquear con la lengua, antes de sentirlo encima de mi
cuerpo, obligando a mis ojos a abrirse un poco.
—Nada de dormirse, cariño —susurra, dejando un beso en mis labios. —
Me prometiste tres y aceptaste el resto, me debes dos —agrega.
—Dean... —me quejo, queriendo que me deje recuperar el aliento.
—Nada de eso, me darás mis otros dos, Minerva, quieras o no —susurra
con voz ronca, antes de que con una sonrisa lasciva, agregue: —Como voy
a disfrutar del tres.
Y después de eso, Dean vuelve al ataque...

***
BUENO BEBES, LO PROMETIDO ES DEUDA
GRACIAS POR HABERME APOYADO EN ESTOS TRES
CAPÍTULOS, COSTO PERO SE PUDO, ¿VIERON?
OJALA SIEMPRE FUERA ASÍ, OJALÁ SIEMPRE VOTARAN
COMO ESTOS DÍAS, QUE ES IMPORTANTE, QUE SI VOTAN
MUCHO LA HISTORIA SE HACE MÁS CONOCIDA.
ESPERO QUE LO HAYAN DISFRUTADO, ESTO RECIEN
EMPIEZA, TODAVÍA FALTAN DOS Y SIN CONTAR QUE
TODAVÍA QUEDA EL REGRESO DE PIERCE.
UFF. DIOS, LO QUE LES TENGO PREPARADO NO TIENE
NOMBRE
GRACIAS AMORES
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LXS LEO AMORES
VOTEN
BESOS
DEBIE
CAPÍTULO QUINCE (PTE DOS)

AL CHOCHO LE DIERON PARA QUE TENGA Y PARA QUE


GUARDE
(Denle play a la música y disfruten de la lectura )
—Anda, no te duermas... —murmura Dean, pero es que a mi me entra la
modorra luego de los orgasmos.
Si ya saben como soy, porque se quejan.
—Meh —murmuro.
—¿Meh? —Pregunta él, aunque puedo sentir la sonrisa en su voz. —
¿Tienes idea siquiera de lo que me falta aún hacerte?
Eso sí que llama mi atención, es por eso que abro solo uno de mis ojos
para mirarlo.
—¿Me vas a torturar? —Pregunto.
—Te encanta que te torture —rebate él.
Y tiene razón.
—Meh... —respondo de nuevo y si no tuviera las manos atadas, me
acurrucaría.
—Con que meh, ha —murmura él.
Los besos que comienza a dejar por mi piel simplemente son relajantes,
su lengua barre despacio primero mis hombros, luego llegando a mi cuello,
su lengua acaricia todo tan lentamente, suave.
Medio gimo, medio ronroneo, a medida que llega a mi oído, donde sus
dientes pellizcan mi piel.
La palma de su mano extendida abarca prácticamente toda mi parte
delantera, sus dedos casi me rozan y aquello obviamente me enciende.
Su dedo índice llega a mi entrepierna, donde se pasea rápidamente y yo
me arqueo, porque todavía estoy sensible ahí, que acabo de venirme, que
necesito un momento, pero Dean simplemente no me lo da.
Sus besos me siguen torturando, mientras poco a poco termina llegando a
mi boca, mordisqueando mis labios antes de meterme la lengua dentro, un
suspiro siendo ahogado en su labios.
Su dedo, ese único y pecaminoso dedo, se mete dentro mío, arqueándose
dentro y llegando a un lugar que..., por todos los cielos, nadie te prepara
para esto y cuando quiero darme cuenta, estoy retorciéndome nuevamente
bajo sus caricias.
Dean se apoya con uno de sus brazos para estar un poco más sobre su
altura, observando allí donde su dedo desaparece.
—¿Voy a tener que atar nuevamente tus piernas? —Amenaza y yo
automáticamente abro las piernas de par en par. —Bien hecho —apremia.
La humedad de mi venida ayuda a los movimientos anteriores, de todas
maneras no puedo negar la forma en la que me estoy excitando ahora.
El dedo de Dean, ese que antes estaba dentro mío, ahora se pasea en una
lenta caricia por mi vientre, para luego pasar por uno de mis pezones,
haciéndome sentir la humedad que hay en él.
—Abre la boca —indica. —Chupa mi dedo, Minerva —susurra en mi
oído.
Y yo lo hago, obedezco cuando mete su dedo dentro de mi boca, lo
chupo con avidez, con ganas, como si en realidad estuviera chupando su
polla, que por cierto me muero por hacerlo.
¿Por qué todavía tiene toda su ropa puesta?
Dean se incorpora, descendiendo un poco hasta que está a la altura de mi
chocho y cuando mis ojos se clavan en los suyos, murmura: —¿Estás bien?
—Si —respondo.
—Bien —dice, poniendo una de mis piernas por sobre las suyas para
abrirme.
Es que lo que este hombre me hace, Dios santo.
Su ceño se frunce mientras me observa, antes de que con una de sus
manos, abra mis labios vaginales y con la otra, me toque.
Mis caderas nuevamente se arquean bajo sus caricias, de todas maneras
Dean quita su mano y empujando mi vientre me devuelve a la cama.
El pulgar e índice de su mano derecha me abren nuevamente, antes de
que con los dedos de la izquierda, comience a penetrarme lentamente,
recogiendo mi humedad para facilitarse los movimientos.
—¿Sabes que me gustaría? —Susurra con la voz ronca, el bulto en su
entrepierna pareciera que está a punto de explotar.
—¿Hum? —Murmuro, jadeando cuando mete tres dedos al mismo
tiempo.
—Meter toda mi mano dentro tuyo —suelta.
Mis ojos se abren como platos nada más escucharlo decir aquello.
—No, me vas a romper el chocho —suelto.
La carcajada de Dean es ronca y baja, mientras niega con la cabeza.
—Si se hace bien, te puede dar un placer enorme —murmura, esta vez
metiendo cuatro dedos.
Es molesto, pero soportable.
—Que no, que luego no me va a servir más —digo, lo último me sale con
un gemido cuando Dean comienza a estimular también mi clítoris.
—Estás loca —dice, y ahora son cinco dedos.
—Dean... —me quejo o suplico por más, vaya una a saber.
—Shhh —murmura él, sin dejar de estimular mi cuerpo, manejándolo tan
a su antojo, como si le perteneciera.
La presión incrementa y sé lo que está intentando hacer, lo he visto en
algún que otro video de esos para mayores, pero que su mano, su enorme
mano, no va a entrar ahí.
Mi espalda se arquea, mientras que mis piernas intentan alejarse de
aquella intrusión, de todas maneras Dean logra detenerme, enredando una
de sus piernas con las mías para mantenerme en mi lugar.
—Por favor... —medio me quejo.
La presión es tanta, de todas maneras no es como un dolor sordo en sí,
pero si es incomodo.
—Solo un poco más, cariño —murmura él, dando pequeños círculos con
su puño, que todavía no ha entrado en mi, pero no tardara en hacerlo.
—Mierda —jadeo, sintiendo mucha presión.
Joder, mierda, carajo.
—Dean... —vuelvo a quejarme.
—Ya cariño... —susurra y luego la presión desaparece.
Suspiro con alivio, aunque no puedo evitar sentir curiosidad por eso que
dijo antes que quería hacerme..., ¿dolería? ¿Cómo sería correrme con su
puño dentro?
De todas formas no es mucho lo que puedo distraerme, porque pego un
pequeño grito cuando me toma por las caderas y me gira de repente,
dejándome boca abajo y con las manos cruzadas por encima de mi cabeza.
Ladeo mi rostro al costado para poder mirarlo a los ojos, él me sonríe,
antes de volver a enredar una de sus piernas para abrirme, mientras que una
mano pasa por debajo de mi estómago y la otra se mete por detrás.
Joder, ¿qué me está haciendo? Me encantaría poder preguntarle, pero
sinceramente no encuentro la fuerza de voluntad para hacerlo.
Con su dedo medio, con ese que está por debajo mío, comienza a tocar
mi clítoris y con su otra mano, comienza metiendo primero un dedo dentro,
bombea un par de veces y luego mete dos.
—Joder, si —gimo sin poder evitarlo.
—Anda, que me debes dos —susurra en mi oído.
Mis caderas medio se levantan, intentando encontrar la fricción que
necesito para volver a correrme y cuando quiero darme cuenta, son mis
caderas las que se mueven, controlando los movimientos.
—Eso es cariño —apremia Dean—, folla mis dedos, follalos y busca eso
que tanto quieres.
Mis caderas ahora hacen movimientos de sincronizados, pero es que me
siento tan cerca de volver a correrme.
—Oh Dean —gimo.
Y la velocidad de sus dedos en mi clítoris aumenta, también el bombeo
de los ahora tres dedos dentro mío.
—Joder, que apretada estas —gime, pasando su lengua por mi oído. —
Que bien se va a sentir cuando te coja, Minerva —murmura.
Y esas palabras..., ¿cómo las palabras pueden excitar tanto?
—¿Sabes con que vengo fantaseando hace mucho tiempo? —Pregunta y
medio que murmuro un que entrecortado. —Vengo fantaseando con la idea
de correrme dentro tuyo, de dejar mi corrida dentro de ti, ¿entiendes eso?
¿Lo enfermo que me hace sentir la idea de mi semen chorreando por entre
tus piernas?
Y listo, me vengo.
No hace falta más.
—Eso es —apremia—, siento como presionas mis dedos, lo estoy
sintiendo cariño, quiero que presiones de esa manera mi polla también —
murmura, sin dejar de mover sus dedos.
Los espasmos de mi orgasmo parecen haber sido más intensos que el
anterior, es por eso que tardo unos cuantos segundos en poder siquiera
respirar con normalidad.
Siento la colcha debajo mío pegada a mi piel debido a la transpiración,
haciéndome sentir incómoda, la humedad entre mis piernas también es
molesta.
Dean saca lentamente sus manos de debajo mío y yo medio suspiro con
alivio, pero es que estoy pegajosa y eso que todavía no me ha follado.
Oh por Dios, todavía no follamos y yo ya no puedo más.
Escucho movimiento por algún lugar de la habitación, pero no me puedo
mover, les juro y ni quiero imaginarme lo que parezco aquí, toda
despatarrada en la cama de Dean.
—Abre un poco tus piernas —susurra detrás mío, intento hacerlo, pero
que no tengo fuerza. —Minerva, no terminamos todavía, sabes —murmura
divertido.
Ladeo mi cabeza para poder mirarlo y... ay diosito, ¿en que momento
quedo como Dios lo trajo al mundo?
Ya no tiene ropa, joder.
—¿Qué...? —Intento decir, sosteniendo mi peso sobre mis codos.
Dean niega con la cabeza, divertido, mientras que mis ojos están
clavados en su polla muy erecta, que apunta en mi dirección como diciendo:
«Hola Mine, que gusto volver a vernos»
Cuando quiero darme cuenta, un paño tibio con un perfume floral es
pasado por mi chocho, limpiando los restos de mi orgasmo.
Como por acto reflejo levanto mis caderas y una de las manos de Dean
me toma por la cintura, para detenerme.
—¿Qué haces? —Pregunto, un poco impresionada.
—Cuido de ti —responde él, dando un besito en una de mis nalgas. —Y
después te follo —agrega.
Bueno, no me oirás quejarme.
—Dean —murmuro, cuando siento la punta de su polla pasearse por
entre mis nalgas.
No responde, sino que simplemente con una de sus manos hace que su
miembro se pasee por entre mis pliegues húmedos.
Puedo sentir su piel caliente rozarme, patinando ayudado por mi
humedad.
Todavía no he podido incorporarme, pero es que les juro, que cuando a
una la hacen venir de la forma en la que me hizo venir Dean, simplemente
te quedas un poco sin fuerzas, con el chocho feliz, pero sin fuerzas en fin.
—Ponte sobre tus rodillas —murmura, acariciando mi espalda. —Y
sostente con tus codos.
—No creo que pueda...
Zas.
La primer palmada en mi cachete izquierdo simplemente me deja muda
luego de haber chillado.
Zas.
En la segunda ya estoy sobre mis rodillas y codos, con la espalda
arqueada, el trasero ardido y un cosquilleo en la entrepierna que me está
volviendo loca.
—Tan buena chica... —susurra él, pasando su mano allí por donde me
golpeo, haciendo que el cosquilleo se incremente.
Siento la punta de su polla hacer presión en mi entrepierna, a punto de
hundirse.
—Dean...
—¿Si, cariño? —Pregunta él.
Y la cabeza está dentro, abriéndome.
—El..., el condón —logro decir.
Y después grito.
Grito cuando me pega otra nalgada, esta vez en el cachete derecho.
Grito cuando me mete la polla de un solo empollón que me corta la
respiración, que por la posición la siento más adentro.
Más profundo.
Mi frente se apoya en la suave almohada debajo, intentando respirar con
normalidad, esperando a que el chocho se adapte a la intrusión, pero si debo
ser sincera, esta vez no ha dolido como otras, debe de ser por toda la
estimulación previa.
—¿Estas bien? —Pregunta, sus manos masajean mi columna vertebral
con mimo.
No respondo, que no puedo, que todavía no respiro con normalidad.
—¿Sabes? —Comienza diciendo, sin dejar de masajear mi espalda y
saliendo unos pequeños centímetros de dentro mío. —Por si no te has dado
cuenta, me gusta mucho tener el control de ciertas situaciones —murmura,
como si no me hubiera dado cuenta.
—¿Ah si? —Pregunto con sarcasmo. —No me había dado cuenta.
La cuarta nalgada me la merecía por insolente.
Mi cuerpo se ladea hacia delante, sin embargo Dean me toma de las
caderas para detenerme.
—Como te decía —continua él, saliendo otro poco—, suelo tener el
control de todo lo que me rodea, sea en mis asuntos personales, en el
trabajo, las relaciones...
Respiro hondo, sintiendo el vacío que deja cuando sale otro poco,
mientras sopeso si ponerme insolente para alguna nalgada más, pero es que
si tengo que ser sincera, quiero ver hasta donde aguanta mi cuerpo de este
nuevo placer.
—¿Pero sabes que es curioso? —Pregunta.
Y sale por completo.
Y grito cuando me da dos nalgadas seguidas.
—Respóndeme cuando te pregunto algo —murmura, volviendo a
acariciar mi piel enrojecida.
—¿Qué? ¿Qué es curioso? —Jadeo.
—Es curioso que contigo todo se vuelve un poco más intenso, ¿sabes?
Pienso un poco sus palabras, sin terminar de comprenderlas.
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, cerrando los ojos cuando solo tiene
metida la punta de la polla dentro, mientras se ladea hacia delante para dejar
un suave beso en mi espalda.
—Que a ti quiero poseerte de una manera que me asusta —confiesa,
hablando sobre mi piel, creando un escalofrío en mi cuerpo entero. —A ti te
quiero de una manera que nunca quise a nadie.
Y después se interna con fuerza nuevamente, golpeando mi cuerpo de
una manera que me vuelve a hacer gritar.
—A ti te deseo de una manera que me hace replantearme muchas cosas,
Minerva —agrega, saliendo tan malditamente lento de adentro mío. —Y tú
siquiera tienes que esforzarte por causar eso en mi —agrega, una vez que se
encuentra nuevamente fuera de mi cuerpo.
Y yo ya no puedo más.
Mis codos pierden fuerza y termino solo con la cadera arriba, que si sigue
así es porque Dean la sostiene.
Puedo sentir que sus manos patinan debido al sudor de mi cuerpo,
mientras que siento mi cabello pegado a mi nuca, también por el sudor.
—¿Tienes idea de lo frustrante que es no poder sacarte de mi cabeza en
ningún momento? —Gimo cuando se mete de un solo golpe.
Tan fuerte que duele un poco.
Y que también me encanta.
—¿Tienes idea de lo que eso significa?
Otro empollón.
Y otro.
Y otro.
Y mis gemidos, mezclados con gritos, no paran de salir de mi dolorida
garganta.
Creo que nunca me había excitado tanto como lo estoy ahora, mientras
Dean me folla de una manera tan carnal, como si le molestara todo eso que
siente por mi.
Como si le molestara haber caído tan rápido.
Pues ya somos dos.
Dean sale de dentro mío, dejando mi cuerpo frío por unos instantes, antes
de tomarme por las caderas y ponerme nuevamente boca arriba.
Mis manos picando por la necesidad de querer tocarlo, de querer tomarlo
del cabello para que me bese, de querer acercarlo a mi.
—Quiero verte cuando te corras por toda mi polla —murmura, mirando
mi rostro con detenimiento.
No puedo responder, ya que cuando estoy a punto de hacerlo, está
adentro mío de nuevo, su vientre bajo presionando mi clítoris, al punto de
que estoy a nada de volver a venirme.
Mis rodillas se encuentran ladeadas, antes de que él me tome por el
muslo, enredándola en su cintura.
Sus ojos brillan apasionados, su cabello está húmedo también por el
sudor, mientras que todo sus definidos músculos están tensos por el vaivén
de sus caderas.
Las venas de sus brazos cubiertos por vellos rubios se marcan debido al
esfuerzo de sostener su peso para no aplastarme, mientras que sus labios se
encuentran hinchados por los besos compartidos.
El vaivén de sus caderas no es de por sí rápido, sale lentamente y después
se mete con una fuerza que cada que lo hace termina sacándome un grito.
Mis ojos apenas si pueden mantenerse abiertos, mientras que puedo sentir
ese cosquilleo que me avisa que me voy a correr.
—Estas por correrte, ¿no es así? —Murmura, serio.
Asiento, pero es que tengo la garganta tan seca que no puedo hablar.
—¿Sabes como lo se? —Pregunta. —Lo se porque cada que te vas a
correr te mojas mucho, ¿puedes sentir lo mojada que estas? ¿Puedes sentir
con que facilidad te meto la polla? —Agrega. Joder con las cosas sucias que
me dice. —Entra en ti tan fácil, cariño —y luego cierra los ojos, como si
estuviera tratando de contenerse. —Joder, Minerva, quiero sentirte acabar,
quiero sentir como me presionas, ¿lo harás para mí? ¿Serás una buena niña
corriéndote en mi polla? —Agrega.
Asiento.
Si.
Si.
No dejo de asentir.
Que placer, por favor.
—Vas a dejar que te llene, ¿verdad? —Pregunta. —Vas a dejar que te
llene de mi leche.
Mis parpados se cierran con fuerza cuando lo siento, cuando mi vientre
se tensa, cuando siento mi propio orgasmo arrastrar el suyo. Su polla
palpitando dentro mío, alargando mi propia venida.
Joder si, que placer.
Su gemido es bajo mientras sigue follandome con fuerza, mientras que su
orgasmo, al igual que el mío, parece ser eterno.
Su frente perlada de gotitas de sudor se pega a la mía, donde deja un beso
en mi nariz, cosa que me hace sonreír cansada.
Mis párpados, por más que lucho, quieren permanecer cerrados, mis
manos siguen estiradas por sobre mi cabeza.
Después de unos segundos, Dean sale de adentro mío y no puedo evitar
la mueca de dolor en mi semblante.
Pero es que al chocho le dieron para que tenga y para que guarde.
Lo siento removerse y cuando lo miro, veo que se está sacando el condón
usado.
¿Cómo lo hizo? Je.
De todas maneras no puedo siquiera murmurar nada, porque ya estoy
lentamente cayendo en un sueño de esos increíbles después del sexo.
Medio murmuro un agradecimiento cuando siento que mis brazos son
liberados, mis muñecas se sentían un poco entumecidas.
Me hago bolita nada más estar libre de ataduras, porque ahora me ha
dado frío.
—Mine, toma un poco de agua —murmura Dean, acercando una botella
fresca a mis labios.
Medio quiero quejarme, pero no me deja, porque cuando quiero darme
cuenta, el agua fresca baja por mi garganta.
Y después de ahí me perdieron, lo siento.
Solo sé que cuando quiero darme cuenta, soy tapada por una mullida
manta, mientras que un cuerpo caliente se pega a mi espalda y unos brazos
poderosos me envuelven.
Cuando comienzo a volver a la conciencia al día siguiente, tardo unos
cuantos y maravillosos segundos en recordar donde demonios estoy, que
pasó, o por que el chocho me duele como me duele.
Y es en ese momento que todo parece volver como en cámara lenta, la
fiesta, el baile, las palabras de Dean, la noche de sexo.
Ay Diosito, se podría decir que valió completamente la pena, ¿no?
Mi chocho está contento, para qué negarlo.
Mientras todos estos pensamientos pasan por mi cabeza, me doy cuenta
de dos cosas, la primera es que sigo completamente desnuda, pero calentita,
hecha una bolita debajo de las mantas, y la segunda es que unas manos
suaves y delicadas, acarician mi cabello, llevándolo lejos de mi rostro,
acariciando mis mejillas y mis labios.
Aquella acción no hace más que sacarme una sonrisa somnolienta, es por
eso que lentamente me obligo a abrir los ojos, pestañeando varias veces
para luego encontrarme a Dean observándome.
La sonrisa poco a poco se me borra, mientras que la preocupación se abre
paso cuando veo su semblante serio.
«Por favor señor, no dejes que todo se vaya a la mierda tan rápido»
—Hola... —murmuro, con la boca pastosa.
Dean clava sus ojos en los míos, como si recién se percatara de que estoy
despierta y me sonríe.
—Hola, cariño —murmura y hay tanto amor en su mirada.
—¿Qué sucede? —Pregunto, preocupada, mientras me incorporo un
poco, sosteniendo con mi otra mano la sábana para no quedar con las tetas
al aire.
—Nada —responde él rápidamente, alejando el cabello de mi rostro.
—Dean, no me mientas —medio suplico en voz baja.
Él se queda unos instantes en silencio, mirándome para al final suspirar y
dejarse caer en la cama boca arriba.
—Siento que anoche me excedí —confiesa.
Espera, ¿qué?
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, confundida.
Él vuelve a incorporarse, tomando una de mis manos y observando mi
muñeca, cuando mis ojos se clavan allí, no veo nada, siquiera un poco
enrojecido. De todas maneras quedo medio fuera de juego cuando él acerca
sus labios allí y besa mi muñeca con una dulzura desarmante.
—Siento que fue todo muy rápido, tengo miedo de haberte lastimado.
—Dean, el único lastimado es mi chocho —murmuro. —Y de la mejor
manera posible —agrego, por si no se entendió.
Él me observa, de todas maneras no parece creerme del todo, es por eso
que en un acto de valentía, paso mi pierna por su cintura, subiéndome a
horcajadas suyo.
Y adivinen quien está firme como soldado al amanecer.
Je.
—¿Qué haces? —Susurra, sus manos tomándome por la cintura.
—Anoche fue increíble —murmuro, acercando mi pecho al suyo,
sintiéndome estremecer cuando nuestras pieles se tocan. —¿Entiendes eso?
Nunca en mi vida me había sentido de la manera que me sentí contigo
anoche.
—Mine...
—Que fue perfecto —repito. —Que me hiciste sentir única, que quiero...
—¿Qué quieres?
—Quiero sentirme de esta manera siempre —confieso en voz baja,
mientras siento que sus manos acarician mi espalda con mimo. —Quiero
estar contigo, quiero ver dónde nos lleva todo esto, ¿acaso tu no lo quieres?
—Pregunto, con miedo.
—Por supuesto que lo quiero, preciosa —murmura él, incorporándose un
poco para besarme lentamente, de todas maneras ninguno de los dos cierra
los ojos, como si no quisiéramos perdernos nada de esto.
En otro momento de mi vida el aliento en la mañana me hubiera
detenido, no lo sé, me hubiera levantado al baño a comer aunque sea un
poco de pastas de dientes, pero es que ahora simplemente no me importa,
por que siento que con Dean todo va un poco más allá de todo, no sé si me
explico.
A veces, y te cuento esto como una experiencia de vida, que a ver, que no
conozco todos los secretos del universo, que al igual que tu, soy una
persona común y corriente, pero espero que alguna vez en la vida sientas de
la manera en la que me estoy sintiendo yo ahora.
Soy una persona que se caracteriza por atesorar los momentos, no sé si
alguna vez ya lo dije, pero para mi la vida es una colección de eso, de
momentos. Buenos, malos, felices o tristes, pero somos momentos. Y
déjame decirte que este es un momento que, pase lo que pase, voy a
recordar por siempre. A decir verdad no se muy bien que me depara el
futuro, bueno, si lo se, pero si te lo digo ahora pierde un poco su gracia.
A lo que voy es que muchas cosas buenas me esperaban, alerta spoiler,
cosas para las que nadie, ni siquiera yo, estaba preparada. Pero había
aprendido a lo largo del tiempo a vivir de manera intensa todo, tenía
muchas ganas de jugármela por Dean, por qué, ¿te cuento un secretito?
Cuando dos personas sentían lo que sentíamos en este preciso momento con
Dean, no era por que si, no, las relaciones se construyen, uno no puede
sentir todo por el otro, ambos tienen que estar atravesando
sentimentalmente lo mismo y es en ese momento que lo sabes, que te das
cuenta de que es real.
Lo que yo sentía por Dean era real, así como también lo que él sentía por
mi.
¿Piensas que todo es así de fácil? ¿Qué comenzamos a enamorarnos y se
terminan todos los dramas? No cariño, nada más lejos de la realidad, las
cosas estaban a nada de comenzar a ponerse candentes, pero no te
preocupes, ya llegaremos a eso.
A lo que voy, es que te invito a que atravieses todos estos sentimientos
conmigo, porque yo, Minerva, estoy aquí para contarte mi historia, de
donde vengo, donde quiero ir, cuales sin mis miedos y quiero que me veas
cometer todos los errores del mundo, por que soy humana, porque tu al
igual que yo, vas a equivocarte a lo largo de tu vida, vas a cagarla, pero feo,
pero quiero demostrarte que equivocarse no está mal, que cometer errores
está bien, nadie nace sabiendo y de los errores se aprende. A veces se tarda
un poco más aprender, a veces necesitamos caernos mil veces con la misma
piedra para entender que por ahí no es, pero te prometo que en algún
momento de nuestra vida todo se encamina, encontramos lo que nos hace
bien y felices, pero para eso, para llegar a ese tipo de estabilidad, antes
tenemos que pasar por muchas cosas. Y quiere darte un consejo, que por ahí
de leer tanto a veces se nos pasa y a ver, que no soy la voz de la
experiencia, pero como dije antes, somos humanos y en lo que yo creo, en
lo que entendí de la vida, no existe persona que no se movilice por
cualquier sentimiento, no digo que tiene que ser exclusivamente el amor,
por que no, pero por lo general es eso lo que nos mueve, el amor.
No me juzguen por querer a Dean tan rápido, se que es poco tiempo, pero
a veces simplemente pasa, a veces simplemente el amor nos arrasa de una
manera sorprendente, a veces el amor llega para quedarse, importándole
muy poco donde estas, con quien te encuentras o si es o no merecido.
No busque lo que me pasó con él, ¿vale? De hecho yo tenia esa increíble
fantasía de que una vez que logre dejar de pensar un poco en Pierce, tendría
un hermoso nuevo corte de cabello, me compraría lencería atrevida y
follaria sin parar por ahí, pero no, nada más lejos de la realidad, porque de
repente llegó él, Dean, que me miraba bonito y me trataba bien, que se
preocupaba por mi, que se había sentido culpable por darme un par de
nalgadas cuando yo y mi chocho no hicimos más que disfrutarlo. No se si lo
de Dean iba a ser para siempre, pero lo quería, le quería conmigo, había
comenzado a formarse la loca idea en mi cabeza de que tal vez si los astros
y los planetas del universo se alineaban a nuestro favor, podríamos estar
juntos sin problemas.
Pero bueno, ambos sabemos que ni los planetas ni los astros se alinearon,
pero eso te lo cuento más adelante.
Volviendo a los besos cachondos con Dean:
Gimo en los labios de él cuando con sus caderas hacen un delicioso
movimiento circular, su polla erecta patinando por entre mi humedad, que
si, que a veces el chocho se vuelve un poco insaciable y más cuando le
prestan un poco de atención.
—Déjame ponerme un condón —murmura.
Gimo nuevamente en sus labios, acariciando mi lengua con la suya,
mientras mis caderas comienzan a moverse cada vez más rápido, ayudando
los movimientos con mi excitación que cada vez es más.
—Cariño —jadea él, los ojos cerrados, las manos fuertemente
presionadas en mi cintura.
De repente, en un movimiento medio mío, medio suyo, la cabeza de su
pene medio me penetra, no es mucho lo que está dentro, pero solo bastaría
un pequeño empujoncito para que lo esté.
Ambos nos quedamos quietos, nuestras miradas entrelazadas.
—Minerva —advierte con voz ronca.
De todas maneras yo no puedo dejar de pensar en las palabras susurradas
anoche, en la manera que decía que quería marcarme...
—Me hice... —comienzo diciendo, sin siquiera moverme, sin siquiera
casi respirar. —Me hice los estudios hace dos semanas, estoy limpia —
confieso.
Dean se tensa debajo de mi cuerpo, sus manos me toman tan fuerte que
duele un poco.
—Me hice los estudios a principio de año —susurra él, sus mejillas
teniéndose de rojo, aunque no sé si por vergüenza o por excitación. —No he
estado con nadie después de ti —agrega—, no he estado con nadie después
de año nuevo.
A bueno, joder...
Sonrió sin poder evitarlo, pero es que Dean, joder, no hay palabras para
explicar lo que me hace sentir.
—¿Por qué? —No puedo evitar preguntar.
—Por que no he podido sacarte de mi cabeza desde entonces.
Cuando me deslizo sobre su polla, lo hago casi como un acto
inconsciente, como si mi cuerpo hubiera tomado la decisión de entregarme
a él por completo.
—Minerva, por todos los cielos —dice una vez que la tengo toda dentro
mío.
Me tomo unos cuantos segundos en aquella posición, porque a decir
verdad, creo que mi chocho no estaba preparado para tenerlo dentro
después de la jarana de anoche.
Dean medio se incorpora de su posición y yo no puedo evitar jadear, por
que pareciera que se entierra todavía más.
—Demonios... —murmuro, con los ojos cerrados, mis uñas clavándose
en sus hombros.
—¿Estas bien? —Pregunta, sin siquiera moverse mucho, como si se
hubiera dado cuenta de mi incomodidad.
—Si —respondo, sintiéndolo tan dentro mío, a pesar de la humedad de
mi excitación, creo que tendría que haber ido más despacio.
Pero es que cuando una tiene el chocho codicioso...
—Por favor, dime cuando puedo moverme —pregunta él, dando un
pequeño apretujón en mis caderas.
Asiento, pero es que todavía no puedo hablar, es por eso que termino
acercando mi rostro nuevamente al suyo, para unir nuestros labios en un
beso tranquilo.
El movimiento de mis caderas es casi nulo, sin embargo me gusta ser yo
quien en este momento tenga el control, me hace sentir poderosa.
En un principio los movimientos son un tanto desfasados, de todas
maneras en un momento dado, comenzamos a tener un ritmo, sus caderas
haciendo movimientos cuando quiere un poco más de velocidad, o un poco
más de fuerza.
—Eso es... —anima—, follame, cariño —agrega. —Hazme saber cuanto
te gusta, muéstrame cuánto te gusta mi polla dentro.
—Joder Dean —digo, pero es que sus sucias palabras me prenden.
Me prenden más de lo que quiero admitir.
—Vas a dejar que me corra dentro, ¿verdad? —Pregunta, mientras
observa allí donde nuestros cuerpos se unen, su polla se ve húmeda por mis
fluidos cuando sale del todo y se vuelve a meter. —Joder, no tienes idea lo
mucho que voy a acabarte dentro, cariño —jadea. —No tienes idea lo
mucho que me gustas —agrega.
Y yo mientras lo escucho a hablar, comienzo a correrme y debo admitir
que me corro de una manera descomunal, de una manera que me marea un
poco, de una manera que siento que la propia presión de mi orgasmo,
arrastra al suyo.
—Si, si, joder si cariño —murmura, sus caderas comenzando a golpear
mi centro cuando yo medio me quedo sin fuerzas. —Siéntelo cariño, siente
como me descargo dentro tuyo.
La polla de Dean comienza a palpitar dentro mío, mientras un gemido
bajo y ronco sale de su garganta.
Su orgasmo dura lo que parece una eternidad, mientras que yo a duras
penas me sostengo sobre mis brazos para no caer encima de él, de todas
maneras termina pasando sus brazos por mi espalda para pegar nuestros
cuerpos.
Mi respiración es un desastre y la de él también, de todas maneras no
deja de abrazarme, de besar mis labios lentamente.
Su polla todavía sigue dentro mío, dura y yo me replanteo para mis
adentros si soy capaz de un poco más o si el chocho se me va a caer por
sobre uso.
—Eso fue increíble —murmura, luego de que nuestras respiraciones se
acompasan.
—Tu eres increíble —murmuro, somnolienta y con una sonrisa de recién
follada en el rostro.
—¿Quieres que nos demos un baño? —Pregunta.
—Quiero dormir —respondo.
—Pero si recién nos despertamos —dice él, riendo.
—Pero es que a mi después de follar me entra la modorra —admito.
—¿Modorra? ¿Qué demonios es eso?
—Es cuando estás bien follada y luego te da sueño.
—Estás loca —murmura, divertido. —Anda, que Mía no va a tardar en
llegar —agrega.
—¿Por qué Mía vendría tan temprano? —Pregunto con pánico.
—Minerva, es pasado el mediodía —murmura él. —Le prometí que
almorzaríamos juntos los tres.
—Dios, lo que hace una buena follada —respondo pensativa, antes de
por fin sacar su polla semi dura de adentro mío.
Hago una mueca medio de dolor, medio de placer una vez que ya no
estoy a horcajadas suyo, de todas maneras chillo cuando él con agilidad se
levanta de la cama y me lleva sobre sus brazos, haciéndome reír mientras
hace nuestro camino al baño.
Y..., ¿les cuento un secretito? Podría acostumbrarme a esto.
Lastima que la vida tenga otros planes para nosotros...

***
HOLIS
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BESITO
CAPÍTULO DIECISÉIS

YO MATARÉ MONSTRUOS POR TI

Los zapatos repiquetean a través de mis pasos en el impoluto piso de


mármol del edificio donde se encuentra la oficina de Dean, mientras que el
abrigado tapado me llega por encima de las rodillas, donde unas medias
panty negras tapan mis piernas, junto con unos zapatos altos negros
brillantes que están de infarto.
La gente me mira medio raro, supongo que será por el maquillaje de
noche que llevo, los labios pintados de un color rojo oscuro y las sombras
negras enmarcando mi mirada, o por mi cabello que decidí usarlo
completamente alisado, dejándolo brilloso y con un movimiento de
propaganda.
O tal vez..., por que por fin a salido el sol en la ciudad de Nueva York,
dejando un día por demás cálido y yo decidí usar un tapado de piel largo,
pero es que..., ellos no se imaginan que debajo de el tapado no llevo más
que la ropa interior.
Si, si, si, sé lo que estás pensando, pero no lo pensé, ¿vale? Cuando se me
ocurrió esto creí que sería una idea genial, atrevida y sexy, pero como todas
mis ideas, fue una mierda y ahora estoy pagando las consecuencias.
Puedo ver cómo la gente me observa disimuladamente en el ascensor, sus
miradas de reojo a mi y mi vestimenta, pero es que los entiendo, ¿si? Que si
llevara el tapado desabrochado sería lo más lógico, pero no, todos los
botones están correctamente abrochados, que sino..., pues que sino se me va
a ver hasta el alma.
«Dios Minerva, que no piensas» me susurra mi inconsciente.
«Pues no, que la idea fue del chocho y de sus ganas de follar»
Es que desde el domingo pasado, luego de almorzar en un bonito
restaurante con Dean y Mía, no hemos podido vernos nuevamente, ambos
estuvimos con muchísimo trabajo, Dean teniendo reuniones hasta casi
última hora por un nuevo proyecto y yo teniendo que levantarme antes del
amanecer para ir a la cafetería, que Cristal, la pastelera, estuvo enferma, sin
embargo hemos hablado cada día y por suerte todo va de maravilla.
El sonido del ascensor al llegar al piso de Dean me hace reaccionar,
sacándome de mis cavilaciones, mientras hago mi paso dentro de las
amplias oficinas.
Aiko, su secretaria, nada más verme, me sonríe de una manera tan
artificial que me hace sentir un poco incómoda, de todas maneras le
devuelvo la sonrisa, mientras que ella se pone de pie para recibirme.
—Minerva, ¿cómo has estado? —Pregunta, saludándome con dos besos.
Bueno, por lo menos deje de ser la indigente para ella.
—Bien —respondo con educación. —Me preguntaba si Dean estaba
ocupado —murmuro.
Sé que la reunión de la mañana tiene que haber terminado, él dijo que
como mucho para el mediodía ya estaría libre y que si quería, podíamos
almorzar juntos.
Si supiera que mi idea de almuerzo era su polla.
Ejem.
—Si lo está, déjame avisarle que estás aquí —murmura y su sonrisa sigue
siendo enorme, como la del gato ese de Alicia. Demonios. —Pero antes
déjame tomar tu abrigo.
Ay por la virgen.
—Está bien —respondo, negando con vehemencia.
—Pero si el día está precioso, debes estar muerta de calor con eso puesto
—murmura, haciendo un ademán para ayudarme a quitármelo.
—No, en serio —digo, haciendo un paso hacia atrás. —Mi abrigo se
queda, gracias —agrego.
—Anda, no seas tímida —dice ella, sin dejar de insistir—, que mi trabajo
es recibir a la gente que visita al señor Ross y hacerlos sentir cómodos.
—Estoy por demás cómoda —respondo, pero es que esta chica no
entiende. —Estoy bien así, gracias Aiko.
Ella me mira con los ojos entrecerrados, recorriendo mi cuerpo de arriba
abajo, antes de murmurar: —Tu tapado es hermoso, ¿puedo ver como es por
dentro?
Perra.
—Yo...
—Me imagino que debe ser bastante fresco por dentro para que no
quieras quitártelo —agrega y esta vez su sonrisa es rara, como maniática.
—Déjame ver el forrado por dentro, por favor —agrega.
Si escucharon ese trend de Tiktok que dice: "She knows, and she knows,
and i know she knows..."
Bueno así.
De todas maneras antes de que pueda responder nada, la puerta de la
oficina de Dean se abre y él sale de allí observando unos papeles que lleva
en la mano, de todas maneras se detiene nada más percatarse de que estoy
allí, primero mirándome con confusión y luego con una sonrisa enorme.
—Hola cariño —dice, acercándose para darme un beso en la boca—, no
sabía que vendrías —murmura y luego clava sus ojos en Aiko, para luego
volver a observarme a mi, antes de preguntar: —¿Hace mucho estás aquí?
—No, no —murmuro, porque sé que se pregunta si Aiko estaba
reteniéndome como la última vez. —He llegado recién.
—Genial —murmura. —Aiko, revisa esos papeles por favor y si todo es
correcto, envíalos a recursos humanos —agrega.
Su mano se cierra sobre la mía, obligándome a caminar en dirección a su
oficina, mientras que su secretaria me mira fijamente.
Supongo que imaginando el fin de mi visita.
Ahora a lo que voy, ¿porque esto en las películas siempre sale tan bien?
Nada más la puerta cerrarse detrás nuestro, Dean me abraza contra su
pecho, besándome de una manera que me hace sentir mariposas en el
chocho, ¿si saben lo que quiero decir?
—Joder, como te extrañe —murmura contra mis labios.
Sonrió, no puedo evitarlo y a pesar de estar prácticamente desnuda, no
puedo evitar sentirme acalorada, no solo por lo que él me produce, sino que
el abrigo es eso, bueno, un abrigo y tengo calor.
—¿Qué haces con esto puesto? —Pregunta él, sus manos yendo a los
botones del abrigo. —El día no está tan fresco —acota.
«Ay Dean, si supieras» tengo ganas de decirle.
—Señor Ross —se escucha de repente por el altavoz de la mesa de Dean
—, su padre está aquí, dice que tiene algo de suma importancia para decirle.
—Mierda —murmura él, haciendo un paso hacia atrás para caminar a su
escritorio—, solo será un momento cariño, luego soy tuyo —agrega.
Ay no me jodas.
¿Alguna vez sintieron que las había meado un dinosaurio? Pues
multiplica eso diez veces y obtendras el resultado de como me siento yo en
este momento.
—Dean, creo que será mejor que me vaya —murmuro con pánico.
—No seas tonta —responde él, sonriéndome. —Deja que te presente a mi
padre como mi novia, es hora de que se vaya haciendo a la idea—agrega.
Joder, que sudo frio, que esto no puede estar pasándome a mí.
En verdad, que no puede, necesito despertarme de este sueño de mierda.
—Déjalo entrar Aiko —murmura, ajeno a que debajo de esta vestimenta
no llevo nada.
Y tengo en verdad ganas de decirle: «Dean, que no te das cuenta que
ando en chocho»
—Quítate el abrigo, cariño —murmura Dean, llegando nuevamente hacia
donde me encuentro—, por cierto, estas hermosa, me encanta que vengas a
verme.
Sonrió, incómoda, sin poder hablar, pero es que de repente tengo la boca
seca y unos nervios que me carcomen el alma.
—¿Cariño? —Pregunta Dean.
—El abrigo se queda —es todo lo que respondo.
Justo en ese momento, cuando Dean me observa con una seriedad que me
estremece un poco, la puerta de la oficina se abre y allí entra su padre, su
padre en compañía de su novia.
Y las cosas, cuando una piensa que no se pueden poner peor, empeoran,
pero empeoran nivel Dios.
El padre de Dean, Bruno, se detiene nada más verme, frunciendo el ceño
y clavando su mirada molesta en su hijo. A Katherina, bueno, ella si quiera
se molesta en disimularlo.
—¿Qué hace ella aquí? —Pregunta, mirando a Dean.
Dean parece un poco confundido por la actitud de su madrastra, sin
embargo le resta importancia, acercándose a mi lado y pasando un brazo
por mis hombros, mientras que yo comienzo a sentir el sudor en mi nuca.
—Ella está aquí por que es mi novia y vino a verme —murmura él, así
como si nada.
Dios Dean, que no lo haces más fácil.
—¿Tu novia? —Pregunta su padre, de todas maneras pasa de mi, cosa
que no se si me molesta o agradezco.
—¿¡Tu novia!? —Chilla su madrastra.
Y en verdad tengo ganas de decirle que el padre de Dean, su pareja, va a
darse cuenta sino disimula un poco mejor.
—¿A qué debo el placer de su visita? —Murmura Dean y pareciera que
está perdiendo un poco la paciencia.
—¿No nos invitas siquiera a sentarnos? —Responde su padre. —No fue
así como te eduque —agrega, como si Dean no fuera la persona más
educada que conocí en mi vida.
—Adelante —murmura Dean, señalando con su mano a los sillones,
mientras que con la otra me impulsa a caminar. —¿Algo para tomar? —
Pregunta a todos en general.
—Agua está bien para mi —susurro. —En lo posible fría —agrego,
bajito y cuando él está a punto de volver a preguntarme si quiero sacarme la
chaqueta niego con la cabeza, casi de manera imperceptible.
Él entrecierra su mirada en mi dirección, antes de que casi de manera
inevitable, una sonrisa seductora se forme en sus labios.
—Un escocés con hielo para mi por favor —dice su padre, sacándolo de
sus pensamientos.
Dean carraspea, antes de caminar al mini bar y servirle dos pulgadas de
lo que su padre pidió y un agua con gas para Katherine, quien se encarga de
servirla en su vaso, pero siquiera darle un sorbo.
Yo por mi parte me tomo mi vaso de agua de un solo trago, intentando
apagar el fuego de la vergüenza de mi alma.
No funciona, pero no puedo negar que el agua me refresca.
Dean se deja caer a mi lado, también con un vaso de agua en su mano,
mientras que pasa su brazo por detrás de mí en un acto que se me hace
protector.
—Entonces, ¿a qué debo el honor de su visita? —Pregunta.
Su padre suspira con algo parecido al cansancio, mientras clava sus ojos
en los míos y en cambio pregunta: —¿Por qué estás con ese abrigo? ¿Acaso
estás enferma?
—Yo... —susurro un poco acojonada, pero es que a decir verdad, el padre
de Dean me intimida, porque debo confesar que me recuerda mucho al
padre de Harold.
—Ella solo tiene frío —responde Dean por mi ante mi balbuceo, cosa
que agradezco.
Su padre asiente como si en realidad no le importara, antes de darle un
sorbo a su bebida y decir: —Mañana viajamos a Denver.
Y a mi, bueno, a mi medio se me viene el mundo abajo, a mi se me tensa
el cuerpo y me mareo un poco.
—¿A Denver...? —Susurro, presa de un pánico irracional.
De todas maneras no hay nada más que pueda decir, siquiera puedo
pensar con claridad, no, ahora simplemente me he quedado inmóvil.
Pero es que Denver..., joder, de ahí es Harold, ahí fue donde paso todo...
—¿Mine...? —Insiste Dean, sacándome de mis pensamientos.
Mis ojos se clavan en los suyos, que me miran inquisitivos pero puedo
avistar también ahí una pizca de preocupación, como si supiera que algo
anda mal.
—¿Qué tiene ese lugar? —Pregunta su padre, aburrido. —¿Acaso lo
conoces?
—No, para nada —murmuro rapidamente. —Solo que he escuchado que
es horrible —farfullo.
La mano de Dean se cierra en torno a mi hombro, dándome un ligero
apretón que me reconforta. Su padre sigue hablando de las personas con las
que se van a reunir, los contratos que deben firmar antes y yo no puedo
evitar sentirme aliviada cuando en ningún momento se nombra al padre de
Harold, o a Harold mismo. Agradezco que siquiera su apellido salga de la
boca de ninguno.
Cuando quiero darme cuenta, el padre de Dean se ha puesto de pie, es por
eso que con Dean lo imitamos.
Me quedo medio de piedra cuando el hombre termina por acercarse a mi,
mirándome de arriba abajo, antes de observar a Dean y asentir.
—Espero que entre ustedes las cosas vayan bien —murmura,
tendiéndome la mano y de todas las veces que lo hizo antes, ahora lo siento
más sincera, aún más cuando se acerca y deja un beso en mi mejilla. —
Cuida de mi hijo —murmura, hosco.
La sonrisa de Dean me dice que está orgulloso de su padre y por el cariño
con el que este lo mira, me doy cuenta de que él también.
Por que si, hay padres que a veces no lo parecen, pero suelen ser
cariñosos solo en su intimidad, como si demostrar el amor a sus hijos fuera
una muestra de debilidad.
Me había olvidado de cómo era este mundillo de la política y la gente
importante.
Katherina solo saluda a Dean y a en mi dirección solo asiente con la
cabeza, de todas maneras siquiera me importa, un dolor de cabeza se ha
empezado a formar en mi cabeza y solo quiero volver a casa, taparme con
mis mantas y llorar.
—Bueno... —susurra Dean cuando la puerta de la oficina se cierra detrás
de su padre. Ambos todavía estamos de pie, por lo que tomándome de las
caderas termina acercándome donde él se encuentra. —Por fin solos.
—Si —susurro, intentando sonreír.
—¿Estas bien? —Pregunta, dejando un beso en mi nariz.
—Lo estoy ahora —murmuro cuando sus manos me recorren la espalda y
aquella frase lo hace sonreír, porque parece que con el paso de los días se ha
convertido en nuestra frase.
Sus labios se vuelven a unir con los míos, su lengua haciendo presión
para abrirse paso, mientras que sus manos comienzan a desabotonar el
tapado que traigo puesto lentamente, de todas maneras siquiera puedo
prestarle atención, solo puedo pensar en él.
En él y sus besos que me saben a gloria, que logran hacerme olvidar del
mundo entero.
—Joder Minerva —susurra, rompiendo el beso, de todas maneras no
logro abrir los ojos. —No puedo creer que hayas venido de esta forma a mi
oficina, joder —agrega.
Mis ojos ahora si se abren, de todas maneras él no me mira a mi, sino que
mira el sostén de color negro de seda donde mis pezones se transparentan.
El ligero que traigo puesto, atándose por encima de mis caderas y la tanga
también de color negra transparente.
—Quería sorprenderte —susurro con la voz ronca, presa de su mirada
cargada de lujuria y deseo y..., de algo más.
—¿Sorprenderme? —Dice con una sonrisa incrédula. —Vas a matarme,
cariño —murmura, mientras que su mano se acerca a mi pecho y pellizca el
pezón, haciéndome saltar en mi lugar. —No puedes ir así desnuda, Minerva,
no me gusta que la gente mire lo que es mío —murmura. —Por que tu eres
mía, ¿tienes claro eso? —Pregunta con una seriedad alarmante.
—Lo soy —susurro.
Sus ojos se clavan en mis labios antes de murmurar: —Ponte sobre tus
rodillas.
Tardo unos cuantos segundos en hacerlo, pues porque..., por que Dean en
modo dominante me deja pendeja, para que negarlo.
Antes de poder obedecer, cuando me percato de su mirada de
impaciencia, con sus manos termina de quitar mi tapado, dejándolo sobre
uno de los sillones, para luego acariciar mis mejillas y darme un beso lento.
—Eres lo mejor que me ha pasado en años, Minerva, ¿entiendes eso? —
Y esas palabras me desarman.
Simplemente me llenan de una emoción imposible de explicar.
—Ahora ponte sobre tus rodillas si esperas que te de algún tipo de alivio
—murmura.
Mis rodillas casi de manera automática se apoyan sobre la moqueta suave
del suelo, mientras que Dean lentamente, muy lentamente, se desabrocha
los botones del traje que lleva puesto, para luego con manos ágiles,
desabrochar los botones de su pantalón.
El bóxer de color blanco ajustado marca su erección, mientras una de sus
manos sigue en su bolsillo, la otra se acerca a mi nuca para enredar mis
cabellos suavemente.
Frunzo un poco el ceño, debido a que todavía no se ha quitado el bóxer,
de todas maneras su mano sigue haciendo presión sobre mi nuca hasta que
termina de acercarme.
—Marca mis bóxer, cariño —susurra. —Márcalos con ese labial que
traes puesto, ensuciame —susurra.
Mi boca en un principio se acerca tentativa, como si no supiera muy bien
que hacer, de todas maneras cuando mis labios se cierran por encima de la
tirante tela de su bóxer, cuando escucho su gemido bajo y ronco,
simplemente me dejo llevar.
Los movimientos son suaves, mi lengua chupando, humedeciendo la tela
lentamente.
—Muerde un poco cariño —susurra Dean de repente. —Usa tus dientes
—agrega.
Y no se porque sonrío, sonrío haciéndolo a él sonreír también, a la vez
que desenfundo mis dientes y muerdo un poco su piel por encima del bóxer,
que puedo divisar esta de un color rosa carmesí.
—Eso es —dice, tirando de mi cabello hacia atrás, para luego sacar su
polla y, sosteniéndola con una mano, comienza a acariciar mis labios con la
cabeza. —Puedes usar tus dientes también ahora, cariño —indica—, solo no
muerdas demasiado fuerte, ¿si?
Asiento a modo de respuesta, antes de meterla en mi boca, su piel suave
aplana mi lengua debajo mientras comienzo a bombear, esta vez raspando la
piel con los dientes.
Dean me deja ir a mi ritmo, saliendo y entrando sin parar, no llevándolo
demasiado profundo y si bien me hace sentir que estoy en control, sé que es
de esta manera porque él lo permite.
—Voy a follarte ahora cariño, ¿está bien? —Dice, sacando de mi boca su
polla, ganándose un mohín de mi parte. —No seas codiciosa —susurra,
tomándome de la mano para ayudarme a ponerme de pie.
Dean me hace caminar hacia su escritorio, de todas maneras ambos nos
detenemos cuando nos damos cuenta de que esta llena de papeles.
—Habías estado planeando esto, ¿verdad? —Murmura, antes de que con
un solo movimiento, termine mandando todo al piso. —Ponte sobre el
escritorio y arquea tu espalda, cariño —murmura y yo, bueno, yo obedezco.
La madera fría me hace estremecer, de todas maneras sus manos ya están
acariciando mi espalda con mimo, antes de tomar una de las cintas del
ligero y tirar de ella. El aguijonazo cuando la suelta, me hace gritar.
—Shhhh —dice él de inmediato. —No querrás que Aiko nos escuche, ¿o
si? —Pregunta.
Niego con la cabeza en respuesta, de todas maneras no puedo evitar gritar
nuevamente cuando vuelve a hacerlo.
—Ay Minerva —murmura él. —Que tu no aprendes —murmura y puedo
sentir la sonrisa en su voz.
Lo siento mover mi tanga a un costado, con su pie golpeando uno de los
míos, incitándome a que abra más las piernas, mientras la cabeza de su
polla se acomoda en mi entrada.
—Vamos a hacer esto rápido, ¿si? —Murmura, mientras comienza a
abrirse paso. —Mira nada más que mojada estas —susurra Dean, a la vez
que una de sus manos me tapa la boca y la otra se enreda por sobre mi
pecho, sosteniéndome por los hombros para mantenerme en mi lugar.
Sé lo que va a hacer antes de que lo haga, es por eso que grito cuando se
entierra de una sola vez, no es fuerte pero si lo hace de un solo empujón, mi
grito siendo ahogado en su mano.
—Ah joder —gime en mi oído—, nunca me voy a acostumbrar al placer
de follarte a pelo, Minerva —agrega.
Sus caderas empiezan a golpear, mientras que mis ojos se cierran por la
fricción y el placer de volver a tenerlo dentro, joder, que lo había extrañado,
que me doy cuenta con temor que lo necesito cada día conmigo.
Necesito que me folle así siempre. Cada día. Cada noche.
—¿Señor Ross? —Se escucha de repente por el interlocutor.
Dean acerca su boca a mi oído para decir: —Vas a mantenerte muy
callada ahora, ¿entiendes? —Asiento a modo de respuesta. —No hagas que
tenga que castigarte —agrega.
«Bueno...» no puedo evitar pensar como una puerca.
—¿Si? —Dice el descarado, luego de incorporarse, quitando la mano de
mi boca, pero eso si, sin dejar de follarme, sus caderas meciéndose
suavemente.
Aiko murmura algo de que uno de los contratos que debía mandar al culo
del mundo tiene un error, no puedo escucharla bien, o a decir verdad no
quiero, porque de repente un dedo húmedo comienza a querer penetrarme
por atrás.
Por allí, por Sauron.
Jadeo, casi de manera imperceptible y aquello hace que Dean meta aún
más ese bendito dedo, haciéndome presionar los ojos con fuerza.
—¿No puedes solucionarlo tu? —Pregunta Dean, haciendo girar ese
dedo. No lo aguanto, tengo que quejarme. «Lucha Minerva, lucha» me
apremio para mis adentros «no eres una perra débil». —Estoy un poco
ocupado aquí —agrega él.
Y después golpea dentro mío tan fuerte, que muerdo mis labios para no
gritar.
—No señor, me temo que lo necesito —murmura su secretaria.
No se porque eso me sonó a sugerencia.
Dean ríe, como si adivinara mis pensamientos, antes de acercar su pecho
a mi espalda y susurrar.
—Ella quiere que le haga lo que estoy haciéndote a ti —susurra y yo
inevitablemente me tenso. No se si por que las palabras que dijo me causan
unos celos irracionales o por que su dedo está completamente dentro mío y
ahora se arquea, como si quisiera sentir por donde se mete su polla. —
Lastima para ella que soy todo tuyo —agrega.
Y luego se aparta y me sigue follando, deteniendo solo un poco sus
envistes para responder.
—Aiko, estoy seguro de que puedes arreglártelas solas —sisea con los
dientes apretados. —Tengo cosas mucho más importantes que hacer —
agrega y ahora tira nuevamente de las tiras del ligero, y no puedo evitar
medio chillar cuando la suelta, golpeándome. —Mucho más importantes.
Y luego aprieta un botón cortando la comunicación por completo.
Sé que Aiko a escuchado mi chillido, pero, ¿sabes que? En este momento
sinceramente me importa demasiado poco.
—Cariño —susurra Dean—, mete una mano entre tus piernas y tócate,
por que estoy a nada de venirme y quiero que lo hagas conmigo.
A duras penas hago lo que me dice, con dos de mis dedos comenzando a
frotar mi clítoris para poder llegar, de todas maneras no me siento muy
cómoda haciéndolo yo misma, es por eso que luego de unos segundos
haciéndolo, dejo de intentar, por que sé que no va a llevarme a ningún lado.
—¿Por qué paras cariño? —Pregunta él, follándome como si la vida se le
fuera en ello.
—Por qué no puedo si lo hago yo —confieso, cerrando los ojos con
placer.
—¿Quieres que te toque yo? —Pregunta, tirando con sus dientes la suave
piel de mi oreja. —¿Si lo hago yo te gusta más?
—Si —jadeo—, si lo haces tu me gusta más.
Su mano, sin perder tiempo, se cuela por entre mis piernas, comenzando
a frotar rápidamente.
Y el orgasmo parece ser automático cuando él me toca, cuando comienza
a provocarme con sus dedos, patinando con mi humedad.
—Eso es cariño —susurra. —Córrete por toda mi polla —agrega.
Muerdo mis labios cuando comienzo a correrme, mientras siento que sus
empujes también se hacen más duros, cuando siento su polla hincharse,
cuando la siento latir corriéndose dentro.
—Demonios, que placer me das —murmura, sus caderas haciendo
movimientos circulares detrás mío.
Yo ya tengo todos los músculos lánguidos sobre el escritorio, en el cual
mi piel patina debido al sudor.
Dean sale lentamente de dentro mío, mientras que yo me remuevo por el
frío que deja su ausencia.
—¿Estas bien? —Pregunta.
—Si —murmuro, con una sonrisa somnolienta. —Estoy bien... —
murmuro. —Bien follada.
Su carcajada me hace también reír, mientras me obligo a ponerme de pie,
sintiendo su acabada comenzar a caer por mis piernas.
—Joder Minerva —dice él, cerrando los ojos ante la vista. —Metete ya
mismo dentro del baño si no quieres que te vuelva a follar —agrega y luego
mirando su reloj, murmura suspirando:—Joder, que tengo una reunión
ahora.
—Lo siento —digo, riéndome, mientras corro al cuarto de baño.
Una vez que termino de limpiarme, Dean me está esperando allí, con su
ropa perfectamente acomodada.
—Un auto está esperándote fuera —murmura.
—Gracias —murmuro, llegando frente suyo para darle un besito.
—Mi vuelo sale mañana por la tarde —murmura. —Si esta noche
termino temprano, podemos cenar algo juntos si quieres —murmura.
—Me encanta la idea —murmuro. —Pero Isa viene esta noche —
recuerdo con frustración. —Aunque por mi no hay problemas con que
hagamos noche de chicas —bromeo.
Él me abraza contra su pecho, dejando un beso en la cima de mi cabeza
con cariño.
—Diviértete cariño —murmura. —Ya cuando regrese tendremos tiempo
para estar juntos —agrega y luego ladeándose hacia atrás, dice: —Y para
festejar tu cumpleaños.
—¿Cómo sabes que es mi cumpleaños? —Pregunto, sorprendida.
—Lo sé todo sobre ti —dice, dándome un beso en los labios. —Ahora
ve, que tengo una reunión y se me está parando la polla de nuevo solo con
ver el labial medio corrido en tu rostro.
Río, dándole otro beso y negando con la cabeza. Me acompaña fuera,
Aiko clavando su mirada en nosotros como si supiera que habíamos estado
haciendo antes.
«Lo sabe Minerva» me susurra mi inconsciencia. «Que te escucho gemir
como una puerca» agrega.
Je.
Y no me arrepiento.
Demonios no.
• ──── ✾ ──── •

—¿Sabes? —Murmura Isa con la voz borracha. —No creo que esta haya
sido una buena idea.
—Yo tampoco —respondo con sinceridad. —Pero ya estamos aquí.
—Lo se —asiente. —Mañana vamos a arrepentirnos de esto —ríe al
final.
No puedo evitar también reír a lo que dice, aunque no termino de decidir
si es porque estoy borracha o porque me resulta gracioso.
Voy a inclinarme más por lo primero.
—¿Están seguras que quieren hacer esto? —Pregunta por tercera vez el
hombre delante nuestro.
—Creí que con ser mayores de edad nos salteábamos todas estas
preguntas —responde Isa, seria, mientras que yo tengo que aguantarme la
risa por la situación.
—Un tatuaje dura toda la vida —refunfuña el hombre.
—Si, también nuestra amistad —responde ella con una seguridad que me
hace sonreír. —¿Está terminado el diseño? —Pregunta, impaciente.
El hombre farfulla una afirmación, mientras camina dentro de un
pequeño cuarto, un poco más iluminado que la entrada donde todo era de
color rojo neón.
Ahora estarás a punto de decir algo así como: «Contexto por favor» y
esta bien, paso a explicarte.
La cosa es que Isa, tal como le había dicho a Dean, vino a casa. Hacía
varios días que no nos veíamos y sinceramente necesitaba una dosis de su
amistad, que en verdad, que extrañaba sus locuras y tu también, no lo
niegues.
La cosa fue que vinos van, vinos vienen, le termine confesando que como
regalo de cumpleaños para ella y para mi, quería que nos hiciéramos un
tatuaje.
Se suponía que elegiríamos un diseño con tiempo, veríamos que hacernos
bien con anticipación y después de mi cumpleaños nos tatuaríamos.
Pues no cariño, que las cosas no funcionan así para nosotras.
La cuestión fue que comenzamos a buscar dibujos, frases, etc hasta
que..., encontramos la indicada.
Y fue como si aquello que encontramos, dijera algo así como: «fui
creada para estar en su piel, hasta el fondo y sin casco»
Como una palpitación de chocho de la amistad.
Cuando quisimos darnos cuentas, estábamos llamando un taxi para que
nos llevara a un local de tatuajes abierto las veinticuatro horas, porque si,
eran las tres de la mañana.
¿Qué porque un local de tatuajes estaba abierto las veinticuatro horas?
Vaya uno a saber.
—¿Estas lista? —Pregunta el tatuador.
—Nací lista —farfullo, largándole una mirada de odio a Isabella por
haberme hecho pasar primera, con la excusa de que si dolía demasiado, no
se lo haría.
Perra.
El aguijonazo en mi piel casi me hace saltar en el lugar, de todas
maneras, después de unos cuantos minutos, el dolor se vuelve soportable y
cuando quiero darme cuenta, el tatuador me dice que ha terminado.
El tiempo que tarda Isabella es más o menos el mismo que le mío, de
todas maneras ella, a diferencia mío, siquiera se ha quejado.
Perra al cuadrado.
—Listo —murmura el hombre, viéndose fastidioso por habernos tenido
que atender.
Isabella rueda los ojos con algo parecido al fastidio, mientras le tiende un
par de billetes al hombre, antes de tomarme de la mano y salir de allí.
El plástico que tengo envuelto en la parte superior de mi brazo es un
tanto molesto, mientras que antes de irnos, me encargue de anotar en mi
teléfono todas las indicaciones del tatuador y qué hacer en caso de
enrojecimientos o infecciones, aunque Isabella tiró de mi cuando el hombre
comenzó a contar qué tipo de infecciones habían.
El viento fresco de la noches nos hace un poco estremecer a las dos, de
todas maneras no frenamos en ninguna esquina a parar un taxi y me doy
cuenta que en realidad no estamos a nada más que un par de manzanas de
mi departamento.
Isa tiene su brazo enredado en el mío, sin embargo ninguna de las dos
dice nada, sino que simplemente vamos cada una pérdida en sus
pensamientos.
Yo por mi parte no puedo evitar recordar donde estaba hace un año atrás,
de seguro que no como estoy ahora, con la estabilidad que cargo y lo feliz
que soy. Que a ver, que no digo que soy la persona más feliz del mundo,
pero si debo ponerme a analizarme en detalle, simplemente hoy puedo decir
que me encuentro plena, que estoy rodeada de amigos, que mi abuela está
bien y que tengo un hombre que me quiere y que encima está buenísimo.
—¿Crees que me haya olvidado? —Pregunta Isa de repente, con aire
taciturno.
La miro de reojo, sin embargo ella no me devuelve la mirada, sino que
tiene la vista clavada en frente, sin dejar de caminar y sin soltarme.
—Algo como lo de ustedes no se olvida así como así, Isa —respondo.
—Han pasado dos meses, Mine —susurra. —Nadie ha sabido nada de él,
ni siquiera Dean.
—Isa, ¿tu quieres que vuelva? —Pregunto.
Ella ahora si me mira, sus ojos celestes brillan con las luces prendidas de
la acera, su nariz y mejillas coloradas por el frío.
—No lo se —confiesa en voz baja. —Solo se que lo extraño un mundo
—agrega con voz ronca.
—¿Has intentado llamarle? —Pregunto.
—No —responde rápidamente. —No es así como funcionamos.
—No es así como funcionaban, Isa —murmuro. —Si estas preocupada
por él, escríbele —agrego.
Ella niega con la cabeza, mirando al suelo unos cuantos segundos, antes
de volver la vista al frente.
—No —responde. —Yo..., yo simplemente debo dejar de pensar en él.
—¿Eso es lo que realmente quieres? —Pregunto.
—Ya no se trata de lo que yo quiera —zanja ella. —Ahora se trata de
hacer lo correcto y lo correcto es que le deje ir, que él ya eligió su camino y
estoy segura que no es conmigo.
—¿Eso crees?
—Eso creo —asiente.
—Isa —murmuro, frenando nuestro andar. —¿Estas bien? —Pregunto.
Ella me sonríe con una tristeza que hace que me duela el corazón.
—Lo estaré —murmura con una sonrisa ahora un poco más firme. —
Somos perras fuertes, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —digo, riéndome por los recuerdos que aquella frase me
trae a la cabeza.
Seguimos caminando hasta que terminamos por llegar a mi bloque de
departamento.
—Isa..., yo mataría monstruos por ti —susurro antes de atravesar las
puertas de entrada.
—Yo también mataría monstruos por ti —responde ella con una sonrisa
en su rostro.
Por que si, fue aquella frase la que nos tatuamos, porque pase lo que
pase, siempre estaríamos la una para la otra.
Pase lo que pase, nos cuidaríamos las espaldas de los monstruos.

***
BUENAS BUENAS
LO PROMETIDO ES DEUDA :)
SÉ QUE SUELO PONERME PESADA, PERO BASTÓ CON AYER
PEDIR ESO, PARA QUE TODO MUNDO VOTE.
MI METODOLOGÍA DE ACTUALIZACIÓN ES TERMINAR DE
ESCRIBIR UN CAPÍTULO Y ACTUALIZAR. PERO DECIDÍ QUE A
PARTIR DE AHORA, SUBIRÉ SOLO SI EL CAPÍTULO ANTERIOR
LLEGA A LOS MIL VOTOS.
DESDE YA MUCHAS GRACIAS.
ANTES DE QUE ME OLVIDE, MANDARLE UN SALUDO
GRANDE GRANDE A ISABELA QUE ESTÁ CUMPLIENDO AÑOS
HOY Y A CAMI, QUE CUMPLIO AYER, MI REINA, TE AMO UN
MUNDO.
A ESTAR ATENTXS A LAS REDES, QUE SE VIENEN COSAS
INCREÍBLES.
INSTA: DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
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FACE: LECTORES DE DEBIE (EL LINK ESTÁ EN MI PERFIL)
MUCHAS GRACIAS AMORCITOS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO DIECISIETE

ÉL

Siseo ante la molesta comezón en mi brazo, mientras presiono el teléfono


con mi hombro en mi oído, rascándome con la mano libre alrededor del
tatuaje, porque..., si me rasco alrededor no pasa nada, ¿verdad? Es decir, no
es como si se me hubiera infectado, ¿o si?
—Minerva, deja de rascarte —se escucha la voz de Mika del otro lado
del auricular.
—¿Cómo sabes que me estoy rascando? —Farfullo.
—Por tus gemidos de placer —responde él.
—No estoy gimiendo —refunfuño.
—Si lo estas —bromea él. —Haber, gime un poco más, que creo que se
me estaba parando la verga.
—¡Mika! —Grito.
—A no espera, es el enfermero que no para de lanzarme miradas —
agrega al final.
—Haces que me ilusione —me quejo.
—No mientas —responde él. —Ambos sabemos que estás felizmente
enamorada —murmura.
—No estoy felizmente enamorada —respondo rápidamente.
Aunque tal vez un poco si.
—Anda, no le mientas a papi Mika —insiste él.
—¿Qué es ese ruido? —Pregunto al escuchar voces de fondo.
—Nada que te importe —responde él, cosa que me hace rodar los ojos
con fastidio.
—Bueno, como te decía, que lo mejor será que lleve una rica torta al
hospital, ¿qué dices? —Pregunto, volviendo al tema de mi cumpleaños para
festejarlo con él y su familia. —¿Cuál es la torta favorita de mi suegra?
—Minerva, que no es tu suegra.
—Si lo es, que vamos a casarnos, es hora de que empieces a aceptarlo —
murmuro, teniendo un especial cuidado al colocar el glaseado en la torta
que estoy haciendo.
Cristal me mira con los ojos entrecerrados desde el otro lado de la cocina,
negando con la cabeza, de todas maneras no dice nada.
Joder, mejor.
—Estás loca —responde con un suspiro, resignado.
—Un poco si —estoy de acuerdo—, pero así me quieres —agrego.
—Así te quiero —está de acuerdo él.
—Bueno, entonces, ¿a qué hora te viene bien que lleve el pastel? —
Pregunto. —Había pensado en también llevar algún aperitivo, pero Sarah es
vegetariana, ¿verdad? Mika, se supone que esas cosas debo saberlas y
tenemos que también sentarnos a hablar de Denise, que no es por nada, pero
me odia.
—Minerva... —intenta frenarme Mika.
—No en serio, que por mi genial, pero que sepa que esta boca es la que te
chupa la polla —y luego pensándolo mejor, agrego: —Bueno, por lo menos
en sueños.
—¡Pero Minerva...! —Exclama él, lanzando una carcajada tan grande
que termina contagiándome.
Es en ese momento exacto que me percato de que Cristal sigue en la
habitación, cuando la escucho refunfuñar algo de los jóvenes de hoy en día
mientras sale de la pequeña cocina de la cafetería.
Mierda.
—Ya, que me has hecho quedar mal frente a Cristal —murmuro,
sintiéndome las mejillas arder.
—Eso lo haces tu sola, de todas maneras ella ya te odia —agrega.
—Eso es verdad —respondo en acuerdo. —Bueno, como te decía, que
pensé que también podía llevar unos globos...
—Minerva, que no vas a festejar tu cumpleaños aquí en el hospital —
responde él.
—Pero luego iré a un bar con los chicos, pero si quiero verte —respondo
con voz penosa.
—Minerva, no vendrás al hospital —sentencia.
Y a mi, bueno, a mi se me rompe un poco el corazón por la manera en la
que lo dijo, tan fría.
—¿Por qué? ¿Acaso no quieres verme en mi cumpleaños? —No puedo
evitar preguntar.
Mika se queda unos cuantos segundos en silencio, antes de responder: —
Claro que sí, pero no vendrás porque seré yo el que iré.
Tardo unos cuantos segundos en entender sus palabras, sin embargo
luego de unos instantes, termino susurrando: —¿Qué?
—Que me han dado de alta en el hospital, que voy a ir a tu cumpleaños
—murmura.
Sé que mi chillido se ha escuchado en toda la cafetería cuando Nerea
asoma su alborotada cabellera, con el ceño fruncido y preguntándome con
señas si todo está bien.
Le doy un leve asentimiento, mientras comienzo a medio bailar por toda
la cocina.
—¿Minerva? —Pregunta Mika del otro lado.
—¡¡¡COMO QUE EL ALTA!!! —Grito y lo escucho reír del otro lado.
—MIKA, ¿CÓMO QUE EL ALTA?
—Eso, que el tratamiento ha tenido buenos resultados en mi sangre —
murmura él y puedo notar la sonrisa en su voz. —Los médicos dijeron que
por un par de semanas toca descansar, ya luego veremos que tal todo.
—Mika, que esto es increíble —y mis ojos se llenan de lágrimas.
—Bueno, que todavía puede volver... —comienza diciendo él.
—Mika, que tu no creías que te pondrías bien —lo corto. —Suerte para ti
que llegue yo y tuve esperanza por los dos.
—Lo hiciste, Mine, lo hiciste... —susurra.
Organizamos el encuentro de mi cumpleaños, que por cierto es mañana y
nos despedimos, de todas maneras nada puede quitarme la sonrisa
esperanzada de mi rostro.
Nada.
Aunque...
Inevitablemente se me borra cuando veo la persona que está del otro lado
del mostrador.
Que me mira también molesto, ignorando lo que sea que le dice Nerea.
Termino acercándome donde ellos se encuentran, poniendo las manos
sobre este, mientras le indico a Nerea que puede irse, que de esto me
encargo yo.
¿Se preguntaran quien es el que está frente mío?
Pues..., es Marcus, el policía.
Je.
Temblaron p*tas.
—¿Si? —Pregunto.
—Buen día —murmura en mi dirección.
Sonrió con ironía, debido a que ha venido cada mañana, solo para
llevarse un bollo de esos de chocolate que sé que lo vuelven loco, sin
siquiera agradecer luego de pagar.
Que a ver, que sé que no tiene que hacerlo, pero es una cuestión de
educación.
—¿Lo de siempre? —Pregunto, pasando de su saludo, que sé que no fue
porque simplemente quisiera hacerlo.
Marcus, alias Shrek como me gusta llamarlo a mi, rueda los ojos con
fastidio, antes de asentir.
Bien.
Lo que menos me molesta de él es que no habla mucho.
Por que si, todo de él me molesta.
—Entonces... —dice él, viendo a través del mostrador vidriado como
preparo sus bollos—, ¿qué haces este fin de semana? —Pregunta al final.
—Cosas —respondo, escueta.
Él me observa, molesto, como si fuera a replicar algo mordaz, pero
parece pensarlo unos instantes y no decir nada.
—¿Qué tipo de cosas? —Pregunta.
—Cosas que no te importan —respondo.
—Cosas que ni siquiera me interesa saber —murmura él rápidamente,
dejando caer esa falsa máscara de amabilidad.
—Es curioso ya que tu preguntaste —respondo con ironía.
—Es curioso ya que en realidad me importa una mierda —responde
mordaz.
—Es curioso por que sigues hablando conmigo cuando claramente no
quieres hacerlo —farfullo en su dirección con enojo.
—Es curioso que puedas picarte tan rápido, nena —responde con una
sonrisa que me hace odiarlo.
—No me llames nena —siseo en su dirección.
—¿Por qué..., nena? —Pregunta.
Aghr.
—¿Qué quieres? —Termino preguntando, queriendo terminar con esta
estúpida conversación.
—Invitarte a salir... —dice, sorprendiéndome.
Los dos nos quedamos en silencio, antes de que las palabras salgan
automaticas de mi boca:
—Ni loca saldría contigo —respondo de inmediato.
—Pues yo tampoco —sisea él.
Bueno, esto ya es una charla de locos.
—Y para tu información —dice, haciendo que mis ojos se claven de
nuevo en los suyos—, no fue mi idea.
—Por supuesto que no fue tu idea —murmuro.
—Pues hace dos segundos parecías bastante ilusionada por un poco de mi
atención —murmura, el descarado.
Y que Nerea desde la caja flipa, les juro.
—¡Ja! —Me rio con sarcasmo en su cara. —Ya quisieras que te diera un
poco de mi atención —respondo.
Pero es que este hombre, este hombre simplemente me saca de mis
casillas.
Me cae mal.
No lo soporto.
No soporto su presencia y su mal humor a diario.
Que parece que se chupara un culo de marrano.
Miren, con verso y todo.
Marcus ladea su cuerpo hacia delante, apoyando sus manos en el
mostrador, marcando el vidrio y sé que lo hace a propósito, porque hay un
cartel que dice: «por favor no se apoye en la vidriera» que luego cuesta un
mundo limpiar los dedos marcados.
—Moriría antes de querer un poco de tu atención —susurra.
—Pues ya somos dos —respondo, seria, imitando su postura.
Somos sacados de nuestros pensamientos cuando de repente se escucha a
alguien carraspear y cuando miro detrás de Marcus, Sam, el policía de Isa,
está allí, sonriéndome incómodo.
—¿Todo bien por aquí? —Pregunta.
Yo miro para el costado, donde Nerea, sorprendida de que la haya
descubierto mirando fijamente la escena, sale despedida en dirección al
salón.
—Sam, ¿recuerdas esa apuesta que perdí? —Pregunta Marcus,
mirándome fijamente.
—¿Si? —Responde Sam, removiéndose incómodo.
—Pues no pude soportar la idea de invitar a la mojigata a una salida de
cuatro, lo siento, busca otra apuesta que pagar —responde.
Y acto seguido toma la bolsa de bollos de chocolates, se da media vuelta
y sale de la cafetería, dejándome con la respuesta en la punta de la lengua.
—Lo siento mucho —es todo lo que dice Sam, siguiendo a su amigo, de
todas maneras parece recordar algo, por lo que antes de terminar de salir,
pregunta: —¿Has sabido algo de Isa?
No hace falta que responda, le basta solo con mi cara de odio para salir
corriendo de la cafetería.
Mejor.
Mucho mejor.

Puedo notar a Isabella a mi lado un tanto tensa, se remueve incómoda,


mira su teléfono, se vuelve a remover.
Parece que tuviera hormigas en el culo.
De todas maneras no puedo dejar de comer mis papas con cheddar —
extra cheddar, por cierto—, saboreando el exceso en mis dedos, mientras
doy otro trago a mi corona con lima dentro. Había decidido festejar mi
cumpleaños en el mismo bar que lo festejó Isa, que nos había gustado el
ambiente y la dueña parecía maja.
Todos en la mesa conversan entre sí animados, Mika, Dante y Dean
mantienen una conversación bastante interesante sobre..., ¿están hablando
sobre voyerismo? Joder, esto es tan típico de Dante.
¿Qué como sé que es Dante el que ha sacado el tema? Por las mejillas
sonrojadas de Dean y Mika.
Mika, mi amigo, se ríe de algo que dice Dante, negando con la cabeza
cuando clava sus ojos en los míos, me guiña un ojo y me sonríe con
dulzura, sin embargo no puedo evitar el retorcijón en la boca de mi
estómago al ver el cansancio en su semblante, ya que a pesar de haber sido
dado de alta en el hospital, la quimioterapia hizo su parte en su cuerpo. De
todas maneras me obligo a devolverle la sonrisa, porque Mika no quiere que
sienta pena por él, no quiere que vea que su estado de salud deteriorado me
afecta más de lo que puedo admitir.
Esto no se trata de mí, se trata de él.
Nerea y Tatiana discuten sobre qué es mejor, si la playa o las montañas,
mientras que Cristal las mira aburrida, sin dejar de tomar su trago.
—Minerva —dice de repente Isa, sacándome de mis pensamientos.
—¿Hum? —Pregunto, metiendo otra papa en mi boca.
—El invierno está llegando —murmura, distraída.
—¿Fhe? —Pregunto, con la boca llena de comida, ella hace una mueca
de asco, sin embargo su mirada preocupada se pasea por el bar, antes de
volver a clavar sus ojos en los míos.
—Minerva —insiste—, el invierno está llegando.
—Pero si el invierno casi termina —respondo, luego de bajar la comida
con un trago de mi cerveza—. ¿De qué demonios estás hablando?
—No lo entiendes —responde ella, frustrada, presionando su entrecejo
con dos dedos, como si hubiera perdido la paciencia. —El caminante blanco
está a la vuelta de la esquina —insiste.
—¿Qué? ¿Dónde? —Pregunto, mirando a mi alrededor. —¿Contrataron
al elenco de Games of Thrones para mi cumpleaños? ¿Vendrá Jason
Momoa? ¿Deanerys? Ah joder, ¿tengo comida en mis dientes? —Pregunto,
sonriendo para mostrarle mis dientes.
—No, Minerva, no —responde ella, frustrada, negando con la cabeza
mientras cierra los ojos con exasperación.
—Entonces, ¿de qué coño estás hablando? —Pregunto, confundida.
—De que el innombrable está aquí —murmura lentamente, mirándome
seriamente, como si necesitara que entendiera sus palabras.
—¿El innombrable? —Pregunto despacio, una vez que el agua termina
de llegar al tanque. —¿A quien te refieres con innombrable? —Pregunto al
final.
Ella no responde, como si estuviera diciéndome: «Anda estúpida, date
cuenta»
—Con: el invierno está llegando, ¿te referías a Voldy?
—Exacto —murmura ella, asintiendo.
—¿Cómo...? —Susurro, sintiendo el estómago medio revuelto. —Te
refieres a que, digamos, ¿volvió a la ciudad?
—Si —afirma.
—Perfecto, la ciudad es enorme, dudo que vaya a cruzarmelo —es todo
lo que respondo, dándole un largo trago a mi cerveza y apartando la
mirada.
—Minerva —dice Isa, pero me niego a clavar mis ojos en los suyos. —El
invierno en verdad está a la vuelta de la esquina —insiste.
Aunque sé que no es lo más maduro por hacer, la ignoro, como si en
realidad no escucharla haría que eso que intenta decirme, no fuera a pasar.
—Minerva, no actúes como una cría —farfulla, medio zamarreandome
del brazo.
—No se que pretendes que te diga, la verdad —respondo, frustrada y
metiendo tres papas juntas en mi boca, Dean a mi lado largándome una
mirada preocupada.
—¿Pero qué quieres? ¿Matarte, animal? —Dice, cuando ve todas las
papas en mi boca.
—Fho —respondo.
—No actúes como una loca ahora, trata de mantenerte lo más serena
posible —aconseja.
—Fhes fhafil fafa fi fefiflo —balbuceo.
Y de no ser porque me he puesto muy nerviosa, me hubiera reído de su
cara de asco y es justo en el momento que abre la boca para responder, que
se escucha el tintineo de la puerta del bar al ser abierta.
Bueno, en realidad no hubo tintineo, pero me gusta decir aquello para
que no quede tan obvio que nada más la puerta de entrada al bar se
abrió,clavé mis ojos allí.
Y si, en ese momento llegó él.
El más esperado por la audiencia.
El que todas querían que llegara.
Él.
Él, con su altura imponente.
Él, con sus ojos azul profundo.
Él y su seguridad al caminar.
Él y su mirada de alerta cuando me atragante con las papas.
—Minerva, joder —se apresuro a decir Isa, golpeando mi espalda.
Pero es que..., se me había atravesado una papa.
La atención de todos en la mesa se centró en mi, mientras Dean me
miraba preocupado sentado a mi lado, frotando mi espalda.
—Cariño, ¿estás bien? —Pregunta en alerta.
Me atragante peor.
Que me moría, les digo.
—Bebe esto —interrumpió Isa, pasándome el botellín de cerveza.
Y yo no podía ni quería levantar la vista para ver si él ya estaba más
cerca.
—Eso le hará peor —se escucho la voz de la razón, Mika, pero nadie lo
escuchó, por supuesto.
Me tome un gran sorbo de cerveza, pero la atragantada, la papa en mi
tráquea y el gas de la cerveza, bueno, eso no fue una buena combinación.
Me salió el liquido por la nariz.
—¡¡¡Se nos va!!! —Grito Dante, en un tono bastante dramático, por
supuesto.
Como era de esperarse, comenzamos a llamar la atención de todo el bar,
la gente prestaba atención a nuestra mesa con interés, alguno hasta se había
puesto de pie y tenían el teléfono en la mano, como si esperaran que me
ponga violeta para llamar a la ambulancia o simplemente para comenzar a
grabar. Los camareros miraban alarmados, mientras que uno se acercaba
rápidamente con una jarra de agua.
Y él..., él estaba ahí, a unos cuantos pasos de distancia mirándome y por
más que la seriedad adornara su perfilado rostro, podía ver la diversión en
sus ojos, pícaros, imposibles de ocultar.
Hijo de puta.
—Estoy bien —logre decir, antes de que Isa metiera los dedos en mi
tráquea para quitar la papa atorada. —Estoy bien —repetí.
Que las palmadas de mi amiga en mi espalda se habían puesto bastante
violentas, casi haciéndome escupir un pulmón.
—Por todos los cielos, Minerva —se quejo ella con un suspiro
quejumbroso—, lo único que me falta es que te mueras porque te atoras con
una papa con cheddar.
—¿Estás bien, cariño? —Pregunto Dean nuevamente, la preocupación
cubriendo su bonita cara.
Asentí, porque no encontraba palabras para decir nada, que a ver, que la
gente nos seguía mirando, que de seguro el maquillaje se me había corrido
por las lágrimas que derrame, que debería estar de lo más sonrojada.
Joder.
Que él estaba aquí.
Que él lo había visto todo.
¿Por qué, de entre todas las personas del mundo, tenía que ser él?
Pero lo más importante era: ¿Por qué estaba él aquí? ¿En mi
cumpleaños?
Carraspee, intentando recuperar el aliento, mientras la mano
reconfortante de Dean apresaba mi muslo en una dulce caricia,
transmitiéndome calma.
Clavé mis ojos en los suyos, que me miraban con seriedad pero
también..., también con esa dulzura que me desarmaba, que me podía, que
me decía que todo estaría bien.
—¿Seguro que estás bien, Mine? —volvió a preguntar, acariciando con
sus pulgares mis mejillas, quitando los restos de rímel que habían
manchado mi piel.
—Ahora si —respondí con una honestidad devastadora.
Dean me sonrió, grande, como si le gustara que le dijera aquello, como si
él, al igual que yo, se sorprendiera por esto que teníamos, tan único y tan
nuestro.
De repente, la mesa se sumió en un pesado silencio y supe que él había
llegado donde nos encontrábamos, a nuestra mesa.
—Hola —fue todo lo que dijo.
Joder.
Su voz, el barítono de su voz, debo confesar que lo había olvidado y
trate, joder, trate de ignorar el escalofrío que me recorrió, la tensión en mi
estómago, el vacío que sentí cuando mis ojos se clavaron en los de él, como
el aire por poco se me trabo en la garganta.
—Hola —respondí en un susurro, ya que todos se habían quedado en
silencio.
Él me miraba fijamente, como si el resto de los que estaban en la mesa
conmigo hubieran desaparecido.
No había ninguna expresión en su rostro, nada, simplemente me miraba,
como si estuviera buscando algo en mi mirada, algo que no supe que era.
Algo que no supe si encontró.
—¿Pierce? —Dijo de repente Dean a mi lado, sacándonos a los dos de la
extraña burbuja en la que nos habíamos sumido.
Los ojos de los dos se clavaron en Dean, quien se había puesto de pie y
rodeaba la mesa para envolver a él en un poderoso abrazo, que devolvió con
satisfacción, con una sonrisa en el rostro que me supo a felicidad.
Los ojos tanto de Mika como de Isa se clavaron preocupados en mi.
Dante era el único que parecía estar disfrutando de esto, solo le faltaba el
tarro de palomitas.
Dean se alejo un paso para mirar a él a los ojos, sonriendo, tan feliz.
—¿Dónde mierda habías estado? —Pregunto. —¿Y porque carajos no
me respondías el teléfono?
—Lo siento —fue todo lo que respondió él, con una sonrisa pequeña en
los labios.
Y sus ojos, esos ojos azules, se volvieron a clavar unos cuantos segundos
en los míos, dejándome anclada en el lugar, sin moverme, sin respirar.
La patada de Isa en mi pierna me hizo reaccionar, siendo yo quien
apartara los ojos de los de él, de todas maneras nadie dijo nada porque de
repente:
—Feliz cumpleaaaños a tiiii.
No podía ser de otra manera, ¿verdad?
—Feeeliz cumpleañoooos a tiii.
Los camareros se acercaban con una enorme torta, siendo arrastrada en
un carrito, las bengalas iluminaban todo a su paso y las veinticinco velitas
estaban encendidas.
—Feeeliz cumpleeeaaaños, Mineeerva, feliiiiz cumpleaños a tiiii.
Sonreí incómoda, mientras mis amigos —y el resto de los clientes del bar
—, cantaban a voz de coro.
La torta fue dejada frente mío, mientras observaba la decoración de la
misma, seguramente cortesía de Cristal.
—Anda, pide un deseo —murmuro Isa a mi lado y cuando la mire, me
dio dos pulgares hacia arriba y por lo bajo pareció murmurar: «Eres una
perra fuerte»
Mika, quien se había puesto a mi lado, me dio un pequeño empujoncito
con su hombro, como incitándome a que siguiera adelante, que luego habría
tiempo para lamentos.
Pero yo..., bueno, yo no tenía nada de qué lamentarme, que a ver, que sí,
que había sentido cosas por él, cosas bastante intensas, que con él había
aprendido nuevamente lo que era el sexo, a disfrutarlo, a compartir nuestra
pasión por la cocina. Que estoy muy segura que todo lo que habíamos
vivido había sido intenso para los dos, porque él había huido por ese motivo
y si, había sido un cobarde, pero no iba a juzgarlo y, ¿sabes porque...?
Mis ojos se clavaron en Dean, que tenía una sonrisa dulce en su rostro,
sus ojitos medio verde oscuro brillaban con la luz de las bengalas, su piel se
había puesto más dorada de lo que ya era, de todas maneras me había dado
cuenta de que también había una especie de preocupación en sus facciones,
como si no estuviera muy seguro de algo pero intentara con todas sus
fuerzas no demostrarlo.
Le sonreí y el alivio que apareció en su semblante me hizo sentir
culpable. Y me odie por ello, porque con él no había tenido nada serio,
ninguna clase de compromiso, porque él así lo había querido, sin embargo
eso no quitaba que yo ahora salía con su mejor amigo.
¿Me convertía eso en una perra? Joder, no lo sé, pero a decir verdad
tampoco me importaba, porque nadie más que yo sabía por lo que había
pasado, lo que había sentido, lo que sentía ahora con Dean, porque lo sé, sé
que había pasado poco tiempo desde que estábamos saliendo, pero con
Dean la mayoría del tiempo era como si hubiéramos estado juntos toda la
vida y me sentía tranquila y segura.
Como dije alguna vez, yo no quería un amor de lo más intenso, de esos
que consumen, no, yo quería alguien que me hiciera sentir segura, que me
mirara de la misma manera que estaba mirándome Dean ahora mismo.
Las bengalas estaban apagándose poco a poco y había llegado el
momento de pedir el deseo y así lo hice.
Me acerque a las velas y cerré los ojos, pensando en algo con todas mis
fuerzas, el mayor deseo de mi vida, las ganas de vivir, de seguir adelante, de
superar todo lo malo, olvidarlo y vivir una vida plena y llena de alegría.
Cerré los ojos con fuerza, los cerré y pedí ese deseo como si fuera una
chiquilla de cinco años, como si en verdad ese sueño pudiera hacerse
realidad.
Todos aplaudieron y Isa fue la primera en arrojarse sobre mis brazos,
apretándome en un abrazo de oso que me hizo reír.
—Feliz cumpleaños, Mine —susurro en mi oído. —Te quiero mucho y
quiero que seas feliz —agrego y luego se hizo un paso hacia atrás para
poder tomarme de las mejillas. —Estoy orgullosa de ti, eres una perra
fuerte.
—Idiota —le respondí, antes de que otros brazos me rodearan.
—Feliz cumple, pequeña —susurro Mika, frotando mi espalda con sus
enormes manos.
—Gracias —respondí con un nudo en la garganta. —Muchas gracias por
estar aquí conmigo —agregue, abrazándolo con más fuerza.
—Estaré contigo todo el tiempo que me quede, pequeña —murmuro
bajito. —Todo lo que me quede —agrego.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y el nudo en mi garganta se hizo
enorme.
—No digas eso por favor —suplique.
—Lo siento —dijo rápidamente, haciéndose hacia atrás y sonriéndome
con cansancio y un poco culpable, como si en realidad no hubiera querido
decir lo que dijo.
Dante, bestia como siempre, medio que lo empujó con el cuerpo para
apartarlo, abrazándome con fuerza y sujetándome las nalgas.
—Pero..., ¡Dante! —Me queje, alejándolo de un manotazo.
—Lo siento —dijo él, haciéndose hacia atrás para tomarme de las
mejillas y darme un beso en la boca.
Yo lo mato.
—¡¡¡DANTE!!! —Volví a quejarme.
Él se rió cuando le pegue un manotazo en el brazo, por supuesto, antes de
alejarse para que no vuelva a golpearlo.
—Pensé que tal vez me harías cambiar de opinión con respecto a mi
sexualidad, pero ya vez como no, me siguen gustando los penes grandes y
venosos —murmuro, divertido.
—Eres un idiota —respondí, enojada y con las mejillas ardiendo.
Y después llegó él..., no, no ese él, después llegó Dean, con las manos
metidas dentro de los bolsillos de su pantalón, con su camisa blanca
perfectamente abotonada, con los dos primeros botones sueltos, exponiendo
un poco de la piel dorada de su pecho.
Sus ojos, que solían siempre ser dulces, me miraron con una pizca de
lujuria y posesión, con confianza, fue algo así como si estuviera
diciéndome: «me importa un carajo que él esté aquí, tú me perteneces» y
en ese momento me di cuenta de que lo hacía, le pertenecía y él me
pertenecía a mi.
—Feliz cumpleaños, amor —susurro acercándose lo suficiente para que
su perfume me invadiera, pero no para que nos tocáramos.
Y yo quería tocarlo.
Sus ojos se clavaron en mis labios, expectantes y me di cuenta en ese
momento que estaba pidiendo permiso para besarme los labios, como si a
pesar de todo, como si a pesar de haberme dicho que era suya, todavía me
permitiera elegir si quería que él lo supiera, estaba dándome la oportunidad
de decidir y yo..., yo en ese momento le quise, le quise un poco más de lo
que ya le quería.
Porque con Dean era simplemente así de fácil quererlo, amarlo, porque a
pesar de todo, a pesar de él mismo, siempre ponía al resto por delante de él
y por más que aquello no estuviera del todo bien, solo me hacía quererlo
más, admirarlo más.
Sonreí un tanto nerviosa, porque me di cuenta en ese momento de que
estaba perdida y también me di cuenta de que no me importaba que él nos
viera, porque él se había ido, él se había ido cuando más lo necesitaba,
cuando más vulnerable fui e indudablemente me había perdido, porque yo
merecía que me valoraran, que se arriesgaran por mi.
Merecía que me quisieran muchísimo.
Fue casi un acto involuntario la unión de mi boca con la de Dean, con un
suspiro nada más nuestros labios entrar en contacto, con sus manos
tomándome por las mejillas con dulzura, con su lengua acariciando la mía.
Con...
—¡¡¡PAGUEN UNA HABITACIÓN!!! —Se escuchó el grito de alguien.
De alguien llamada Tatiana, jodida arruina momentos.
Mis ojos, molestos, se clavaron en los de ella con una mirada asesina,
que por supuesto devolvió con una sonrisa sobradora, guiñándome el ojo.
Dean, todavía tomándome de las mejillas, reía divertido, antes de dejar
un beso en mi frente y apartarse.
—Feliz cumpleaños —murmuro, antes de que los brazos de Nerea me
envolvieran.
Y así, abrace a las pocas personas que habían en la mesa, a todas menos a
él.
Mis ojos se clavaron en los suyos, interrogantes, no sabia que hacer,
como comportarme, todo esto era raro e incómodo, pero por supuesto fue él
quien tomó la iniciativa, quien se me acercó lo suficiente como para sentir
su perfume amaderado, ese que seguía siendo el mismo de siempre, porque
nada en él había cambiado.
—Feliz cumpleaños, douce —murmuro y ese mote.
Joder, como me confundía ese mote.
—Gracias —respondí a duras penas.
Parecía que todo el mundos se hubiera quedado allí, mirándonos,
expectantes a lo que sea que fuera a pasar.
De todas maneras debo confesar que quedé de piedra cuando él se acercó
y deposito un beso casto en mi mejilla, para luego ladear un poco su rostro
y susurrar en mi oído: —Espero que hayas encontrado todo eso que
buscabas.
Y después se alejó.
Sentí el vacío de su ausencia.
Lejos.
Ya no sentí su perfume.
Ya no lo sentí a él.
Luego de que el festejo siguiera me quede pensando unos instantes en sus
palabras, que si debo confesar me supieron a despedida.
Porque si bien él no se había enamorado de mi, a su manera le importaba
y supongo que viendo la manera en la que me mire con su mejor amigo,
entendió que ahora estaba bien, que a pesar de que su partida había dolido,
había logrado superarlo.
No había sido el final de nada, mucho menos mío.
Después de esas palabras prácticamente susurradas en mi oído no volvió
a prestarme atención y se puso al día tanto con Dean como con Isa, que a
pesar de querer estar enojada con él, no fue mucho lo que pudo resistirse.
Yo por mi parte también lo ignoré y festeje mi cumpleaños con la gente
que más me quería.
Y así como así, la llegada de él casi pasó desapercibida.
Casi.
***
GRACIAS POR TODA LA PACIENCIA INFINITA QUE ME
TUVIERON
ESTO RECIEN EMPIEZA
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LES DESEO UN MUY FELIZ CUMPLE A KAILEN Y ADRI :)
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LXS AMO
NO ME FUNEN
DEBIE
CAPÍTULO DIECIOCHO

MÁS LIGERA QUE ANTES

—Así no era —corrijo a Isa.


—Isi ni iri —se burla. —Va de nuevo...
—Ahí vamos otra vez... —suspiro, mirando al techo del local.
—Vuelta vuelta por el chocho, que si quiero te follo el...
—No digas esa parte —la corto, cuando veo que atraemos la atención de
la gente a nuestro alrededor.
Pero es que Isabella lo que tiene de bonita, lo tiene de guarra.
Ella rueda los ojos, de todas maneras sigue con su..., con lo que sea que
es esto.
—Vuelta vuelta carrusel, que tengo las tetas de papel...
Me río, no puedo evitarlo, pero es que ya estamos medio ebrias y no
podemos acordarnos el brindis que hicimos en su cumpleaños, es por eso
que decidimos inventarnos uno.
—Que si la noche acompaña —le sigo el juego—, tal vez el chocho
gana...
—Y que si la noche no acompaña, meto mano de marrana...
La carcajada que largo llama la atención de prácticamente todo el bar,
pero a decir verdad, venimos llamando la atención hace rato, asique ya
que...
—Espero con este brindis —murmuro, levantando mi copa—, hacer
palpitar el alpiste.
—Y que el llamado de mi coño, sea digno de tu...
—¿De tu? —Pregunto, que me ha entrado la duda.
—De tu pipi...
—¿Pipi? —Pregunto divertida. —Eso ni pega.
—Es mi brindis, lo digo como quiera —refuta ella.
—Bueno, anda, termínalo que quiero beber —murmuro.
—Vale, no me presiones, que estoy haciendo arte aquí —responde.
Ruedo los ojos, no puedo evitarlo, mientras me inclino en mi asiento para
mirar alrededor del bar, que a pesar de ser domingo, se encuentra lleno de
gente..., ya que, trabajar el lunes nunca fue una opción.
Sonrió cuando veo a Dante bailando, con unas luces brillantes en sus
muñecas que vaya una a saber de donde salieron, mientras que le hace el
sandwichito a Mika junto con Nerea, que no para de reír. Cristal se fue hace
un rato y Dean habla con Tatiana en la mesa y cuando nuestros ojos se
encuentran, me guiña un ojo, haciéndome sonreírle con cariño.
—Y no, no sé donde está Pierce, no preguntes.
—¿Con quién hablas? —Pregunta Isa, clavando sus ojos confundidos en
los míos.
—Con nadie —respondo de inmediato, sintiéndome una idiota.
—¿Cómo estás? —Pregunta de repente, dándole un trago a su copa, yo
por mi parte imitandola.
Sé a lo que se refiere, quiere saber si estuve a punto de tener un colapso
por el regreso de Voldemort.
—Bien —respondo, encogiéndome de hombros.
—No sabía que las cosas con Dean se habían puesto tan serias —
murmura de repente y no me pasa por alto el reclamo en su tono.
—No era algo que quisiera contarte por teléfono —respondo, porque es
la verdad, en las últimas semanas casi no nos hemos visto.
—Lo sé —suspira ella. —Prometo estar más presente estos días.
—Isa... —murmuro, haciendo que clave sus ojos en los míos—, ¿por qué
no me has contado como te fue con el encuentro con tus padres?
Ella se tensa a mi lado, porque si, por más que no me contara nada, supe
darme cuenta que algo había pasado, algo que no se sentía lista para
contarme, pero es que desde su cumple habían pasado ya veinte días, creo
que le había dado el espacio suficiente.
—No pasó nada relevante —responde ella, evadiendo el tema como cada
vez.
—¿Sabes? —Pregunto, sintiéndome un tanto ofendida por la manera en
que me respondió. —Que si no confías en mi, o simplemente no quieres
contarme, solo tienes que decirlo.
—Mine... —intenta interrumpirme.
—No en serio Isa, que solo quiero ayudarte, que a veces simplemente
pareciera que quieres cargar con todo el peso del mundo —digo en su
dirección, hablando con calma. —No estas sola, ¿sabes? Los amigos no
solo están para pasar buenos ratos, también están ahí cuando te sientes mal,
cuando necesitas un consejo, cuando sientes que el mundo se te viene
abajo...
—Lo sé —murmura ella, con los ojos brillantes.
—No estas sola, Isa —digo, tomando su mano y dándole un ligero
apretón. —Yo estoy aquí, para cargar contigo lo que sea, ¿entiendes?
Asiente a modo de respuesta, sonriéndome con tristeza.
—Que yo mataré monstruos por ti —digo, haciéndola reír.
—Yo también mataré monstruos por ti —murmura ella. —Prometo que
cuando no esté ebria y a punto de llorar, te lo cuento todo —agrega.
—Está bien —respondo en acuerdo.
—Ahora vamos a mover un poco el culo —dice, terminando su bebida de
un trago e incitándome a caminar a la pista de baile. —Anda, que Pierce se
de cuenta del pedazo de mujer que perdió y que no conforme, ahora folla
con su mejor amigo.
—¡Isa! —Me quejo, que la ha escuchado medio bar y sin querer
corregirla de que en realidad Pierce no está por aquí.
Ni por ningún lado.
Que de seguro se fue.
Pero de todas maneras no me importa, no es como si esté vigilándolo.
—¿Qué? Es la verdad —responde, como si nada.
—Pero es que si lo dices de esa manera suena feo —murmuro con
bochorno y las mejillas ardiendo.
—Pero si es la verdad, cari —murmura ella con una sonrisa maliciosa,
dándome a entender que le encanta ver el mundo arder.
—Estas loca —digo en su dirección, llegando donde se encuentran todos
bailando.
—Loca es poco para lo que soy —sentencia.
• ──── ✾ ──── •
—¡¡¡TO' EL MUNDO EN PASTILLAO EN LA DISCOTECA!!! —Grita
Dante con lo que parece furia, haciendo que todo el bar estalle en vítores.
Que después de esto no nos olvidan más, les juro, que el condenado hasta
ha logrado hacer un pogo, mientras que de sus muñecas cuelgan pulseras de
colores y me doy cuenta de que tiene maquillaje de ese que brilla en la
oscuridad por toda la cara.
—¡ANDA MINE! —Grita en mi dirección, marcando mis mejillas con
ese maquillaje.
—Pero Dante... —me quejo—, ¿qué haces?
—Aburrida —murmura él y luego se da vuelta, moviendo el culo de una
manera impresionante, en serio, como esos que ves en tiktok.
Comienzo a sentir mi cabello pegado a la nuca debido al sudor, mientras
las ganas de hacer pis hace que hasta me sea incómodo caminar.
—¿Dónde vas? —Pregunta Dean, sin querer soltar mi cintura.
—A hacer pipi —murmuro.
—¿A hacer que? —Pregunta, riendo.
—Pipi —digo, rodando los ojos.
—Está bien —dice, tomándome del brazo para darme un beso antes de
dejarme ir.
Una vez que logro vaciar la vejiga, mi borracho cerebro decide que
quiere tomar un poco de aire, que a pesar de haber mojado un poco mi
cuello con agua fresca, todavía me siento por demás acalorada.
El bar cuenta con un patio interno precioso, es como un pequeño círculo
que en medio tiene una fuente de color gris bastante grande que no deja de
largar agua por sus picos, mientras que en el techo es completamente como
de plantas, decorado con luces tenues.
Hay algunas personas alrededor fumando y conversando, de todas
maneras la música en este lugar casi no se escucha, es por eso que decido
acercarme a la fuente y descansar los pies por un rato.
Me percato en ese momento que hay varios peces de todos colores
nadando dentro de la fuente, mientras que en ésta se ve reflejada la luna y
las estrellas de la noche.
Estoy tan perdida en mis pensamientos, que no me doy cuenta de la
persona que se para a mi lado y no es hasta que roza mi hombro, que a
punto de escupir el corazón, casi termino cayendo dentro de la fuente. Y
digo casi por que si Voldemort no hubiera llegado a tomarme del brazo para
detener la caída, ahora mismo estaría escupiendo agua.
—Joder, que casi me matas del susto —digo, tomándome el pecho con
las manos.
—Lo siento —murmura, pero sé que no lo siente, sino que está más bien
divertido.
En ese momento me doy cuenta de que tiene entre los dedos un cigarro y
yo no puedo evitar fruncir un poco el ceño a aquello, ya que no recordara
que fumara.
—No sabía que fumabas —no puedo evitar murmurar.
—Solo lo hago a veces —responde él, mirando el pitillo en su mano,
antes de darle una profunda calada, la punta brillando mientras se quema.
El humo blanco que sale por entre sus labios me priva unos cuantos
instantes de su rostro, de todas maneras sacudo la cabeza, apartando los
pensamientos de él fumando de mi borracho cerebro.
Ninguno dice nada por lo que parecen minutos, hasta que decido romper
el silencio.
—Entonces... —murmuro—, ¿cómo has estado? —Pregunto, largando lo
primero que me viene a la cabeza.
—Bien —responde, escueto y sin mirarme.
—¿Dónde...? —Comienzo diciendo y ahí sus ojos si se clavan en los
míos y aquello me hace balbucear. —Es decir, ¿estuviste trabajando?
Voldy entrecierra su mirada en mi dirección, dando la última calada a su
cigarrillo, antes de apagarlo en un pequeño tacho que hay para fumadores.
—Un poco si —responde.
—Bien —murmuro, sin saber que otra cosa decir.
Es que esto es incómodo, les digo.
—También hice otras cosas —murmura de repente.
Y no sé porque aquellas palabras me sonaron un tanto sugerentes.
—¿Otras cosas? —No puedo evitar preguntar como una idiota. —Quiero
decir..., por supuesto que hiciste otras cosas, es completamente obvio, todos
hacemos cosas.
Maldito y borracho vomito verbal.
Siento su risa y no puedo evitar quedarme prendada un poco de ella y
será que estoy un poco borracha y no me malinterpreten por lo que voy a
decir, ¿vale? Pero es que tengo que admitir que un poco le extrañe, que en
realidad no me di cuenta, pasaron tantas cosas desde que se fue, que si
tengo que ser sincera no había siquiera tenido tiempo para llorar por él. Que
me había mudado, que había abierto una cafetería, que había empezado una
relación con su mejor amigo.
Je.
—¿Tu como has estado? —Pregunta él de repente, metiendo las manos
dentro de su pantalón ajustado.
—Bien —respondo con sinceridad. —He abierto una cafetería —
murmuro con una sonrisa y por su mirada me doy cuenta de que no luce
sorprendido.
—Dean me contó —murmura.
Y a mi las mejillas se me enrojecen de tal manera que no puedo evitar
removerme incómoda en el lugar, de todas maneras me digo que si quiero
estar en paz conmigo misma, debo enfrentar esto.
—Yo... —murmuro, levantando nuevamente la mirada a la suya—, no
busque lo que pasó —susurro.
—Lo sé —responde él, encogiéndose de hombros.
—Yo solo... —agrego, mordisqueando mis labios con nerviosismo,
mientras que no me pasa por alto como sus ojos se clavan en ellos unos
segundos, distrayéndome. —Yo solo quiero que sepas que le quiero, en
verdad lo hago —murmuro.
Algo que no sé reconocer atraviesa su mirada, de todas maneras no dice
nada, permanece neutro como si en realidad le importara una mierda.
Y un poco duele, porque aquello me hace darme cuenta que la que había
sentido cosas por él había sido yo y no al revés.
—Espero que las cosas no se pongan incómodas entre ustedes —
murmuro al final, agachando la mirada.
Escucho su risa irónica y eso me hace fruncir el ceño en su dirección,
clavando mis ojos nuevamente en los suyos.
—Se necesita más que una simple mujer para que no hable más con mi
mejor amigo, Minerva —dice.
—Wow —farfullo, sintiéndome realmente ofendida.
Comienzo a ponerme de pie, porque la verdad que esta conversación no
está yendo como quería, es decir, quería que las cosas quedaran lo mejor
posible entre nosotros, quería tener una relación cordial y no me
malinterpreten, pero era el mejor amigo de dos personas muy importantes
para mi, inevitablemente íbamos a tener que vernos cada que hiciéramos
algún tipo de reunión.
—No quise decirlo de esa manera —suspira él.
De todas maneras ya estoy caminando nuevamente en dirección a la
entrada del bar.
—Minerva —llama y no sé porqué me detengo. —Douce... —susurra al
final y esta vez lo siento en mi espalda.
Me giro y está más cerca de lo que pensé que estaría, de todas maneras
no dejo que aquello me intimide para nada.
—No Pierce, sé lo que quisiste decir —digo con firmeza—, ¿pero sabes
que? No me importa —murmuro con un encogimiento de hombros. —Yo
solo quiero que la gente que quiero y que por cierto también me quiere, este
bien —aclaro—, solo quería que no hubiera malos entendidos.
—Lo sé —dice él, luciendo arrepentido.
Comienzo a girarme, de todas maneras me detengo y largo lo último que
tengo en la punta de la lengua hace mucho tiempo.
—Que no haya significado una mierda para ti, no significa que no pueda
ser el mundo entero para otra persona.
Y con esas palabras, lo dejo parado en medio del patio interior del bar,
con una cara de sorpresa que era de fotografía y yo, sintiéndome más ligera
de lo que me sentía hace un rato.

• ──── ✾ ──── •

—No Dean, ¿qué haces? —Pregunto riendo.


—Beso a mi novia —responde él, como si nada.
—¡Pero si me estás succionando el alma! —Digo riendo, mientras él
sigue succionando mis labios con más fuerza de lo normal.
Pero es que está haciéndose el tonto.
—Entonces soy un dementor —es todo lo que responde, haciéndome
carcajear.
Su brazo está por alrededor de mis hombros, mientras caminamos por las
desoladas calles de Nueva York en dirección a mi departamento.
Hace un poco de fresco, siento la nariz congelada al igual que las piernas
por el vestido que traigo puesto, pero Dean envolviéndome con sus
poderosos brazos me reconforta, sin contar que tiene la piel caliente.
El taxi nos dejo a un par de manzanas de mi departamento, pero es que
vamos pasados de copas y cuando le dije al taxista que mi departamento era
uno que pasamos, me miro raro, ya que no era la dirección que le había
dado.
De todas maneras yo estaba segurísima de que ese era mi hogar...,
hubieran visto mi cara cuando subí los peldaños que daban a la entrada y
me percate de que no era.
Sin contar las carcajadas de Dean.
Él le restó importancia, diciendo que por él estaba bien caminar, que la
noche estaba agradable, claro que él no llevaba puesto un vestido cortísimo
y unos tacos de infarto.
—Me duelen los pies —me quejo por tercera vez.
Faltaban solo dos cuadras para llegar a mi bloque.
—Venga, quítate los zapatos —murmura él de repente.
—¿Qué? —Pregunto, confundida.
—Que te quites los zapatos, que te cargo hasta que lleguemos.
—¿Estas loco? —Pregunto.
—Si, ahora anda, no seas testaruda.
De todas maneras, al ver que no reacciono, él simplemente pasa a la
acción, tomándome en volandas, provocando que un chillido salga de mi
garganta.
—¡¡¡DEAN!!! —Grito, riendo, mientras mis zapatos vuelan hacia
cualquier lado.
—Te avise —dice él, cargándome como si no pesara nada, mientras se
dirige allí donde están mis zapatos, agachando su cuerpo conmigo a cuestas
para tomarlos y llevarlos con una de sus manos.
¿Cómo lo hace sin que nos rompamos la cabeza con la peda que
llevamos? Vaya una a saber.
El resto del camino lo hacemos en silencio, de todas maneras yo no
puedo dejar de observar su perfil, el traje de paño negro que lleva puesto
logra abrigarme un poco, mientras que su perfume dulzón entra en mis
fosas nasales, haciéndome suspirar. Su nariz respingona esta colorada por el
frío, mientras que su cabello rubio está despeinado por el viento.
Sin poder evitarlo, termino dándole un beso en la mejilla que lo hace
sonreír.
—¿Y eso porque fue? —Pregunta.
—Por que te quiero —suelto sin pensar.
Joder.
Los brazos de Dean se tensan a mi alrededor, mientras que yo me quiero
dar una patada en el chocho por ser tan estúpida, tan confiada, que es obvio
que es muy pronto para decirlo, que de seguro piensa que soy una niñata,
que...
—Yo también te quiero, cariño —susurra él, deteniendo mis tormentosos
pensamientos.
Mis ojos marrones se clavan en los suyos, que parecen brillar bajo la luz
amarillentas de las farolas de la calle, mientras que sigo aquí, con mis
brazos alrededor de su cuello, sintiendo sus brazos sosteniéndome como si
hubieran sido creado para ello.
Antes de que pueda responder nada, Dean me da un beso que me
desarma un poco, que me hace suspirar, mientras el movimiento de sus
labios es lento, casi perezoso, pero no por eso menos cálido.
—Eres increíble, Minerva —susurra, sus labios cepillando los míos. —
Nunca olvides eso —agrega, antes de volver a caminar.
De todas maneras no llega a dar más de dos pasos cuando escucho una
especie de gemido, mi ceño se frunce, mientras agudizo los oídos
intentando dar con lo que sea que fue.
Palmeo el hombro de Dean cuando el quejido vuelve a escucharse, esta
vez más claro y fuerte.
Como el llanto de un bebé.
—Dean, bájame —digo de repente.
Él me mira confundido, de todas maneras lo hace.
—¿Qué sucede? —Pregunta.
—¿Acaso no escuchas? —Pregunto, poniéndome rápidamente los
zapatos y comenzando a caminar a uno de los callejones de donde proviene
el ruido.
—Minerva, ¿qué haces? —Pregunta, siguiéndome.
De todas maneras no me detengo hasta llegar a uno de los enormes
contenedores y sin dudarlo abro la tapa, donde el sonido se incrementa.
—Joder... —susurra Dean detrás mío.
Hay una caja y dentro de ella una bolsa de nailon, donde algo se remueve
dentro.
—Mine... —advierte Dean, de todas maneras yo ya estoy abriendo la
bolsa.
Jadeo cuando una pequeña bola peluda de color blanco no más grande
que mi mano, comienza a removerse, llorando con más fuerza esta vez.
Lo tomo entre mis manos y lo acerco a mi pecho, intentando darle calor
ya que tiembla de frío.
—La gente es una mierda —murmura Dean, pasando su brazo por mi
hombro y obligándome nuevamente a caminar.
—Abandonan bebés, Dean —susurro en su dirección. —¿No van a
abandonar pequeños gatitos? —digo en un murmullo, acercando el gatito
más a mi pecho.
Terminamos por llegar a mi departamento rápidamente y no es por nada,
pero pareciera que Pimienta sabe lo que ha pasado antes de que siquiera
abra la puerta.
Que el gato es como un súper gato, les digo.
Dean medio que no termina de entrar cuando nos encontramos con él,
que a ver, que si, que es un gato, pero Pimienta se encuentra sentado sobre
la encimera, tan quieto que parece que no estuviera respirando, con los ojos
medio entrecerrados y una mirada penetrante que parece salida desde el
mismísimo infierno.
Ay joder.
—Hola Pimienta —murmuro.
De todas maneras él no me mira a mi, sino que observa la bola peluda
que tengo acurrucada en el pecho.
Esto será más difícil de lo que pensé.
Dean cierra la puerta detrás de él, mientras entra a la cocina conmigo,
donde sin soltar al pequeño animal, le caliento un poco de leche en el
microondas.
—¿Cómo sabes que hacer? —Pregunta, mientras toma una botella de
agua y bebe un gran trago de una sola vez.
Luciendo tan malditamente masculino haciendo aquello.
—A Pimienta lo encontré más o menos de la misma manera —respondo,
apartando la mirada de su garganta, ignorando el movimiento de ésta al
tragar.
—¿A si? —Pregunta, acercándose donde me encuentro.
—Aja —respondo, tomando una jeringa de plástico de uno de los
cajones. —De todas maneras mañana tendré que llevarlo al veterinario.
—¿Cómo sabes que es un él? —Pregunta.
—Pues... —murmuro, dudosa. —En realidad no lo sé —respondo—,
supongo que me dirán mañana.
—Pero, ¿si le miras sus partes no te das cuenta? —Pregunta con
curiosidad.
—Supongo que si —digo, encogiéndome de hombros, de todas maneras
cuando quiero darlo vuelta, comienza a llorar nuevamente, es por eso que
decido no molestarlo.
El pequeño felino bebe con ganas de la pequeña jeringa, como si hubiera
pasado mucho tiempo desde la última vez que lo amamantaron y mi
corazón no puede evitar romperse un poco por ello.
Solo porque conozco demasiado bien a Pimienta, decido encerrar al
pequeño gatito dormido dentro del pequeño bolso donde traslado a mi gato
cuando debo llevarlo al veterinario.
Por supuesto que él odia que haga aquello, aunque cada que lo meto allí
dentro para trasladarlo a cualquier parte termine toda arañada y con
Pimienta, por supuesto, orinando dentro de dicho bolso.
—No te pongas gruñón —murmuro en dirección a mi gato, que cuando
trato de acariciarlo, corre su cabeza lejos de mi mano. —No seas así, a ti te
encontré en la misma situación —intento nuevamente, de todas maneras me
tira un arañazo. —Insoportable —murmuro, viéndolo saltar encima de un
mueble.
—No puedes negar que tiene personalidad —murmura Dean,
abrazándome por detrás, mientras que yo por mi parte dejo caer mi peso en
su pecho.
—Se pondrá insoportable —murmuro, mirando a mi gato encima del
mueble.
«Esto es guerra, esclava» parece que dijera.
—Dios, mejor vámonos a dormir —agrego al final.
—¿Cómo que a dormir? —Dice Dean, caminando conmigo todavía
abrazada. —Todavía tenemos que follar —murmura, indignado, haciendo
su camino a la habitación.
—Dean —río cuando comienza a besar mi cuello.
—Una folladita rapida —murmura, pasando su lengua por mi piel,
ganándose un gemido de mi parte.
Mi habitación, como era de esperarse, es completamente un caos, en
verdad, que no he tenido tiempo de ordenar, mientras que los regalos que
recibí todavía se encuentran en su mayoría guardado en los paquete,
menos...
—¿Qué es esto? —Pregunta Dean, tomando el paquete que me dieron Isa
y Dante.
Ay no.
—Nada —respondo rápidamente.
De todas maneras sé que se ha dado cuenta de lo que es, por más que
finja que no.
—¿Por qué te pones toda nerviosa? —Pregunta. —¿Por qué no puedo
ver? —Agrega, poniendo el paquete en alto para que no pueda alcanzarlo.
—Dean... —vuelvo a quejarme, pero se me escapa una carcajada.
Que vamos, que sigo medio ebria y él también.
—Mira nada más que tenemos aquí... —dice, mordiéndose los labios
mientras observa la preciosa cajita en la que vinieron esos..., esos—, ¿quién
te regaló estos consoladores, Minerva? —Susurra con voz ronca.
—Yo..., hum —comienzo a farfulla nerviosa, con las mejillas encendidas.
Dean frunce un poco el ceño, dejando el paquete en la cama y
acercándose donde me encuentro.
—¿Qué pasa? —Pregunta, tomándome por las mejillas con dulzura, de
todas maneras supongo que la respuesta está implícita por todo mi rostro.
—Minerva, no tiene nada de malo tener estos juguetes —murmura con
calma.
—Lo sé —susurro, cerrando los ojos cuando sus pulgares comienzan a
acariciar mi piel.
Y la verdad es esa, que me avergüenzan esos juguetes, pero, ¿por qué? Es
algo que me he preguntado varias veces, supongo que la sociedad en si, nos
vendió que tener esta clase de instrumentos para el propio placer sexual está
mal visto. Considero que deberíamos normalizar estas cosas, que no hay
nada de malo con experimentar en el sexo, que si quiero usar uno de esos...,
de esos conejitos que vinieron ahí, está bien.
—¿Me dejarás que los estrenemos esta noche? —Pregunta, volviendo a
su actitud pícara de recién.
—¿Qué tienes en mente? —Es todo lo que pregunto.
—Solo que confíes en mi y me dejes ser el dueño de tu placer —
murmura, dándome un beso húmedo que comienza a encenderme.
Sus manos van al cierre del vestido, sacándolo por encima de mi cabeza,
dejándome solo con las bragas puestas, que no tardan más de dos segundos
en desaparecer.
—¿Sabes cómo se usa esto? —Pregunta, mostrándome el consolador más
pequeño.
—Me hago una idea —murmuro.
Su sonrisa muestra todos los dientes, mientras lo que vendría a ser las
orejas del conejito comienzan a vibrar. No son más largas que una yema y
son de un material de goma. El otro consolador que vino a la par, también
vibra —los probé antes de salir de casa, solo por curiosidad—, y supongo
que ese es el que digamos..., hum, se mete dentro.
—A la cama —murmura Dean.
Obedezco, mientras observo como deja los juguetes sobre la cama y
comienza a desvestirse.
A decir verdad, hay algo que me resulta totalmente erótico al momento
de ver a un hombre desvestirse, incluso más cuando sabe que lo estás
mirando.
Dean comienza a desabrochar lentamente los botones de su camisa, como
si tuviera todo el tiempo del mundo, mientras que también se toma el
trabajo de colgar dicha camisa en el respaldo de una de las sillas, haciendo
que mi mirada entrecerrada choque con la suya, mientras que ríe al ver mi
frustración, pero es que no es muy difícil percatarse de que soy un desastre
tembloroso.
—Dean... —gimo su nombre, queriendo que se apure.
—Tócate, cariño —dice, haciendo que mi mirada sorprendida se clave en
la de él.
—¿Qué? —Susurro.
—Sé que no te gusta mucho hacerlo, pero quiero que lo hagas —dice—,
van a haber semanas en las que estaré de viaje, ¿cómo harás para
satisfacerte si yo no estoy?
—Yo...
—Tócate —ordena nuevamente.
Asiento, mientras una de mis manos comienza a acercarse a mi vagina de
manera tentativa.
—No —dice, deteniéndome. —Tócate con el consolador pequeño,
muéstrame cómo sabes usarlo —agrega, mientras desabrocha sus
pantalones y los deja caer al suelo, los bóxer lo siguen, mientras que
comienza a tocarse a sí mismo.
Lo hago y cuando voy a apretar el botón de encendido, niega con la
cabeza.
—Sin encenderlo todavía —murmura.
—Pero...
—Muéstrame como mi chica va a tocarse cuando yo no esté —indica.
Asiento, mientras el pequeño consolador se pasea primero por mis labios,
hasta que me animo a pasarlo por entremedio de ellos. Se siente suave y
cálido al mismo tiempo, mientras que las pequeñas orejitas del consolador
me hacen cosquillas. Puedo sentir lo mojada que ya me encuentro, mientras
que mis ojos casi por voluntad propia se cierran, queriendo que sea él quien
me toca, de todas maneras no puedo negar de que esto es demasiado
excitante.
Abro mis ojos porque quiero ver que es lo que está haciendo Dean: él
tiene los ojos clavados allí por donde el consolador se pasea, teniendo
cuidado de no meterlo en mi hendidura, solo recogiendo de allí un poco de
humedad, antes de volver a presionarlo sobre mi clítoris.
—Enciéndelo ahora —indica y sin perder el tiempo lo hago.
Medio chillo cuando las orejitas vibran sobre mi clítoris, produciendo
una sensación que no había sentido nunca, por lo que termino alejándolo,
abriendo los ojos de par en par ante aquella nueva sensación.
—No, no cariño —indica Dean, acercándose y tomándome de la muñeca,
para volver a acercar el aparato a mi clítoris. —Para lo que vamos a hacer
necesitas estar muy mojada.
Epa.
—¿Qué vamos a hacer? —Pregunto.
—Date la vuelta —murmura él con una sonrisa.
—Primero dame un beso —respondo, haciéndolo reír.
Y él no pierde el tiempo, termina acercando su rostro al mío para
meterme la lengua dentro de la boca, besándome de una manera que me
excita más que cualquier cosa.
Mis piernas, casi por voluntad propia, terminan cerrándose en torno a su
cintura, donde lo termino de acercar a mi, sintiendo su dura erección patinar
por mi centro.
Y joder, que no quiero juegos, que quiero follar, pero a veces, cuando una
está medio ebria y con el hombre que la vuelve loca, solo quiere que la
follen.
Mis caderas se mueven, intentando que me la meta de una vez por todas.
—Minerva, espera —jadea él, sin dejar de besarme profundamente.
De todas maneras yo ya no puedo parar, porque cuando quiero darme
cuenta, mis brazos se cerraron por detrás de su espalda, terminando de
romper la distancia que nos separaba y cuando quiero darme cuenta, grito
cuando Dean se abre paso dentro mío.
—Joder, si —no puedo evitar largar.
Nuestras lenguas se tocan por fuera de nuestras bocas, mientras su
mirada molesta se cruza con la mía, haciéndome sonreír con picardía.
—Hiciste trama —murmura, haciendo sus caderas hacia atrás, para
volver a golpear con fuerza cuando vuelve a meterse.
—Yo no hice nada —murmuro, sintiendo como su polla se abre paso
dentro mío, sintiendo un placer exquisito al rose de su vientre con mi
clítoris. —Es una cuestión de física —murmuro con esfuerzo, una vez que
me toma de las muñecas para presionarlas por encima de mi cabeza.
—¿Y eso? —Pregunta, bajando la mirada allí donde nuestra anatomía se
une.
—Que mi vagina... —me corta el grito que pego cuando se mete con
fuerza—. Que mi vagina llama a tu pene, que la anatomía dice que deben
estar así siempre, unidos, como si fueran uno.
Su carcajada inevitablemente me hace reír a mi también.
—Joder, estás como una cabra —bromea, antes de que sin previo aviso,
termine saliendo de adentro mío y dándome vuelta, dándome una palmada
en el cachete del culo cuando lo hace.
—¿Y eso porque fue? —Me quejo.
—Por impertinente —es todo lo que responde. —Ponte sobre tus piernas
y codos —murmura y yo lo obedezco, mientras observo por detrás de mi
hombro que es lo que hace.
Lo veo con un tarro de —ay joder, no otra vez—, lubricante, que está
untándolo por el otro vibrador.
—¿Dónde vas a meter eso? —Pregunto.
—¿Dónde quieres que lo meta? —Pregunta él, encendiéndolo pero sin
acercarlo a mi.
Su mano me abre uno de los cachetes del culo, mirando allí, antes de
clavar sus ojos nuevamente en los míos y sonreírme.
—¿Vas a...? —Pregunto, sin terminar de decir nada.
—¿Si voy a que? —Pregunta.
—¿Vas a follarme el culo? —Pregunto sin rodeo.
—¿Me dejaras?
—Yo..., supongo que si —murmuro.
Él me sonríe, como si le gustara que confiara en él y lo hago, confío en él
de todo corazón.
—Ponte el pequeño vibrador como antes —indica y después se agacha y
comienza a besarme con bastante ahínco el culo.
—Jodeeer —no puedo evitar gemir cuando siento su lengua hacer
presión allí.
Y a decir verdad se siente increíble, su lengua húmeda empujando,
intentando penetrarme, mientras que el vibrador está haciendo que
simplemente quiera que me meta su miembro.
—Por favor, Dean —suplico.
Su lengua sigue besándome, bajando de vez en cuando para besar mi
vagina y luego volver a subir.
—No te vengas todavía —murmura y yo medio me quejo medio gimo
cuando sigue con sus caricias—. Contrólalo, cariño, no lo dejes ganar —
ordena.
Como si fuera tan fácil.
Tengo que alejar el vibrador de mi clítoris, porque sino me voy a correr.
—¿Por qué lo detuviste? —Pregunta, alejando sus labios de mi.
—Ya no aguanto —medio digo con un gemido lastimero.
Antes de que pueda prepararme, Dean mete con mucha facilidad un dedo
dentro de mi culo, sacándolo y entrándolo como si nada, sin siquiera
necesidad de lubricante.
—Joder... —digo, quejándome por esta nueva intrusión, haciendo mi
cuerpo hacia delante, de todas maneras él me detiene, sosteniéndome por la
cintura.
—Si no me dejas meterte el dedo, cariño, no voy a poder follarte como
quieres —murmura.
—Dean... —digo, arqueando mi cintura.
—Pon nuevamente a trabajar ese vibrador y no te vengas —dice. —
Porque si te vienes no te va a gustar lo que tendrás que hacer.
—¿Qué tendré que hacer? —Pregunto de inmediato con curiosidad.
Pero es que a ver, veremos si me conviene dejarme llevar por el orgasmo
o no.
—No voy a dejarte descansar absolutamente ni un segundo —responde.
—¿Crees que el otro día después de la fiesta fue rápido? Imagínate lo que
sería siquiera dejarte sacar el vibrador de tu vagina luego de que te vengas,
¿podrás soportarlo, cariño?
Había escuchado por ahí por algún lado de casualidad, que si hacías eso
era en cierto modo doloroso, pero te daba unos orgasmos bestiales.
¿Estaba preparada para esa clase de sufrimiento? No señor, mi borracho
cerebro y yo, decidimos en ese momento que seríamos obedientes.
Acerco dubitativa el vibrador nuevamente a mi clítoris, estimulándome
para poder así relajarme y dejarlo hacer lo que sea que tenga que hacer.
—Eso es... —apremia.
Siento el frío del lubricante siento untado en mi piel y sus dedos, de todas
maneras siquiera puedo concentrarme en nada más que en el vibrador
encendido que Dean comienza a meter por mi vagina.
Sacándolo y metiéndolo, al ritmo de los dos dedos que hay ahora dentro
mío.
—Seria genial tener un tapón anal —murmura Dean. —Pero ya que no
hay... —termina diciendo.
Tengo ganas de preguntarle en qué cambiaría eso, de todas maneras no
puedo, joder, estoy luchando con todas mis fuerzas para no venirme.
—Por favor dime que tienes condones —murmura.
—El..., joder, el cajón —susurro con esfuerzo, mientras detengo por unos
instantes el vibrador.
Tengo la frente perlada de sudor, al igual que la piel y ya soy un desastre
tembloroso mientras espero que Dean se ponga el condón.
—Relájate ahora, cariño, ¿si? —Murmura.
Si hay algo que detesto de los hombres es que siempre nos dicen que nos
relajamos, en plan: «Vale, que me dijeras que me relaje es todo lo que
necesitaba para que mi cuerpo lo haga»
Me encantaría meterle una polla por el culo a él para que sepa lo que se
siente, aunque..., tal vez lo haga.
—Haaa, joder —gime Dean, mientras siento la cabeza de su polla dentro
—, ¿te duele? —Pregunta.
Niego con la cabeza, porque la verdad es que por ahora no está doliendo
tanto.
Sé que se da cuenta que comienza a molestar la presión por que se
detiene.
—Mine, comienza a trabajar con el vibrador de nuevo —indica.
—¿Con cual de los dos? —Pregunto.
—Con el pequeño, el más grande lo manejo yo —es todo lo que
responde.
Y por mi está bien.
El estímulo del vibrador en mi clítoris logra que solamente sienta un
enorme placer.
Un placer que no sentía...
Antes de que pueda terminar de formar aquel pensamiento, el otro
vibrador, el más grandecito, comienza a penetrarme por la vagina.
¿Qué demonios?
—Dean... —gimo su nombre.
—Tranquila—murmura. —Vas a disfrutarlo mucho, vas a disfrutar estar
tan llena de mi —agrega.
Grito cuando el consolador comienza a vibrar dentro mío, mientras él
ladea su cuerpo hacia atrás y hacia delante con un vaivén casi tranquilo, de
todas maneras por lo dura que la siento, sé que está a nada de correrse.
—Cariño... —gime, sin dejar de penetrarme, yo medio chillando con
cada embate. —Minerva, joder, que bien te sientes...
—Oh Dean... —digo, una mano entre mis piernas, sosteniendo uno de los
consoladores, la otro cerrada en torno a la sabana.
La mano de Dean se cierra sobre la mía, presionando y medio
sosteniéndose, mientras que la otra me toma por la cintura, moviéndome
para encontrarse conmigo cuando me penetra.
—Minerva, que no puedo más...
No puedo responder, en verdad, por más que quisiera, me resulta
imposible. Siento que todo dentro mío vibra, el consolador que tengo dentro
haciendo presión con su pene metido en mi culo.
Todo es simplemente demasiado.
Y cuando quiero darme cuenta, la vista se me llena de puntitos blancos,
mientras mi grito intento ahogarlo en la almohada para que no me escuchen
los vecinos. De todas maneras estoy segura de que si escucharon el gemido
de Dean, ronco mientras me sigue follando con fuerza, mientras que a su
pene, a pesar de estar envuelto en un preservativo, lo siento palpitar a
medida que se descarga en él.
Siento la humedad debajo mío, mientras me pregunto si tal vez entre
tanto placer, me hice pis encima.
No se cuanto tiempo es el que tardo en poder hablar y si no fuera porque
Dean todavía no salió de mi interior, por un segundo hasta podría haber
creído que me desmaye.
—Dean —digo, cuando lo siento salir de adentro mío lentamente.
—¿Si cariño? —Pregunta. —¿Estas bien? —Agrega de inmediato.
—Yo... —murmuro, mirando la humedad debajo de mi cuerpo.
Él se percata, dejando un beso en mi cabeza.
—No es nada, no te preocupes, es normal —agrega sin dejar de mirar la
mancha. —Joder, que recién me vengo y esto hace que quiera seguir
follando —y cuando sus ojos se clavan en los míos, agrega: —Solo dame
un rato.
—Ni de coña —digo de inmediato, corriendo las mantas para taparme,
importándome demasiado poco el maquillaje que no me quite. —De hecho
ya me dormí —murmuro.
Escucho a Dean reírse, supongo que mientras se saca el condón, para
rápidamente acurrucarse detrás mío.
Sonrió cuando lo siento tan cerca, dejando besos en mi cabello, joder, que
me puedo acostumbrar a esto les digo.
—¿Mine?
—¿Hum?
—Te quiero y feliz cumpleaños —suelta.
—Yo también te quiero, Dean —susurro. —Yo también te quiero.
Y así es como terminó cayendo en un reconfortante sueño luego de mi
cumpleaños.
Lastima que conociendo a Pimienta, no me percate de cerrar la puerta de
la habitación con candado.
Lastima que al otro día temprano, descubriéramos que el condón usado
no estaba por ningún lado.
Lastima que mi gato fuera tan vengativo...

• ──── ✾ ──── •
HOLA MIS AMORES :)
AQUÍ LES TRAIGO UNA NUEVA ACTUALIZACIÓN
ESPERO QUE LA HAYAN DISFRUTADO
LO ÚNICO QUE VOY A DECIR, PORQUE A PARTIR DEL
CAPÍTULO QUE VIENE, LAS COSAS VAN A CAMBIAR POR
COMPLETO
PREPARENSE Y SEAN PERRXS FUERTES
GRACIAS POR EL APOYO, GRACIAS POR LOS EDITS,
GRACIAS POR LAS RECOMENDACIONES Y POR EL APOYO
QUE RECIBO A DIARIO
SIGANME EN MIS REDES:
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LXS QUIERO MUCHO, EN VERDAD
CON AMOR, SIEMPRE SIEMPRE
DEBIE :)
CAPÍTULO DIECINUEVE

CHOQUE DE MUNDOS

—Isa, ¿qué quieres decir con que iremos a una fiesta de fraternidades?
—No entiendo cual es la parte que no entiendes si estas diciendo
exactamente lo que vamos a hacer—dice ella, sin dejar de caminar.
—Pues eso exactamente, ¿por qué iremos a una fiesta de fraternidades?
Ya no estamos en edad.
De todas maneras, mientras le digo aquello, sigo caminando a su lado.
Verán, es lunes: si, un día después de mi cumpleaños y vamos con Isa
vestidas para otra fiesta, de todas maneras me di cuenta que hizo que nos
vistiéramos distinto a como veníamos haciéndolo, estamos más...,
¿joviales? Esa podría ser una buena descripción.
—Vale, que nunca he tenido una fiesta de graduación, ¿si? Ni a nada de
lo que debería haber ido cuando fui más joven. —Dice ella, un tanto
exasperada. —Que quiero ir a una, quiero hacer todo lo que pueda antes de
graduarme.
—¿Es por eso que vamos a colarnos en una fiesta de fraternidad? ¿No
van a denunciarnos por ser mayores? ¿No es ilegal?
—Para con tantas preguntas —murmura ella seriamente. —¿Y como que
van a denunciarlos? Son todos mayores de edad, igual que nosotras.
Me guardo el que seguramente nosotras somos más mayores de edad que
todos los de la fiesta.
—Isa, que no lo sé —digo, dejando las bromas de lado—, que de seguro
son todos muy chicos para nosotras.
—No son tan chicos —murmura y cuando clavo mi mirada inquisitiva en
ella, rueda los ojos y agrega: —Vale, tal vez si son un poco más chicos que
nosotras...
—¿Un poco? —Murmuro.
—Si, un poco —responde con firmeza. —Que todavía ninguna llegó a
los treinta —sentencia.
—Esta bien, no te enojes —murmuro, todavía con mi brazo enredado con
el de ella. —De todas maneras —sigo con mis preguntas, pero es que soy
curiosa por naturaleza—, ¿por qué tus compañeros no hicieron su propia
fiesta universitaria?
—Si hicieron —es todo lo que responde.
Estaaa bieeen, sacar las cosas a la fuerza será, entonces.
—¿Pero...?
Isa detiene su caminata, para clavar sus ojos celestes en los míos y
murmurar.
—Se iban a juntar en una casa a comer comida pedida en un caro
restaurante y seguramente comparar notas —murmura y cuando la miro sin
entender qué demonios tiene eso de malo, agrega—, que yo quería
divertirme, ¿esta bien? Que simplemente quería cometer alguna locura... —
agrega, para acto seguido cerrar los ojos con exasperación y negar con la
cabeza—, esto es una idea de mierda, mejor volvamos.
—¡Oye! —Me quejo cuando quiere cambiar de dirección. —¿Por qué
quieres irte ahora?
—Por que estoy metiéndote en medio de esta idiotez —responde ella y
me doy cuenta del sonrojo avergonzado en sus mejillas. —Es la idea más
estúpida que tuve en mi vida.
—Isa —digo, deteniéndola cuando quiere volver a caminar en la
dirección contraria—, si quieres ir a una estúpida fiesta de fraternidades, iré
contigo, si quieres cometer locuras, quiero ser la primera en tu lista para
acompañarte, pero no pretendas que te siga por todos lados sin antes
preguntar —murmuro con seriedad—. No tiene nada de malo que quieras
hacer esto, la vida es una, vívela de tal manera que no te arrepientas nunca
por no haberlo hecho o quedado con las ganas.
—Joder Minerva —dice ella, negando con la cabeza—, eres muy madura
para tu propio bien —agrega.
Sonrió, encantada, pues porque si, tiene razón.
La casa dentro del campus donde es la fiesta es sencillamente gigante,
está al completo decorada con..., ¿eso es papel higiénico? Ay demonios, con
lo que vale, ¿cómo es que lo desperdician de esa forma?
«La vejez ha entrado al chat»
—Andando —murmura Isa, de todas maneras vi en su mirada que estaba
pensando exactamente lo mismo que yo.
Lo vi, lo juro.
Su mano está cerrada fuertemente sobre la mía mientras caminamos, de
todas maneras las dos comenzamos a ralentizar nuestros pasos cuando
vemos la..., la juventud. Que a ver, que no es porque sea muy grande, pero
es que..., es que entre los veinte y los veinticinco hay un abismo y mejor no
les cuento con los veintinueve de Isa.
—La fiesta se ve... —comienzo diciendo, titubeante cuando un muchacho
que parece pasado de éxtasis intenta hacerme un baile que intenta supongo
ser sexual—, animada.
Isa carraspea, mirando a su alrededor y sé, por todos los cielos, sé que
está arrepintiéndose de esta idea.
Para que vean que no soy la única que tiene ideas de mierda.
—Mejor vamos a la cocina —murmura ella, tratando de no mirar a las
chicas que bailan en toples en la sala.
La cocina no tiene un ambiente muy diferente que digamos, de todas
maneras es un tanto más relajado.
Una barra gigante tiene debajo papel aluminio y encima, queso cheddar
derretido con cientos de nachos a su alrededor.
Sin poder evitarlo, mi nariz se arruga, pensando en lo antihigiénico que
es esto, de todas maneras le sonrió a Isa cuando clava su mirada en la mía,
aunque sé que piensa lo mismo que yo.
«Pensamientos de persona mayor, salgan de mi» rezo para mis adentros.
Carraspea, sonriéndome de una manera un tanto falsa, pero le sigo el
juego, pues porque pobre...
—¿Cerveza? —Pregunta.
—Por favor —respondo con rapidez, que si vamos a hacer esto, necesito
estar ebria.
En el momento que Isa me tiende una corona, un muchacho, de esos que
parecen modelos, joder, de esos de las historias universitarias, se acerca a
ella, envolviendo uno de sus brazos a su alrededor.
—Señoritas —dice con una sonrisa de pasta de dientes.
—Hola —murmura Isa, carraspeando e intentando sonreírle de la misma
manera.
—Pensé que no vendrías —murmura él y las mejillas de mi amiga se
vuelven de un color carmesí muy gracioso.
Agacho la mirada, porque en verdad pensé que nos habíamos colado en
una fiesta, no que en realidad la habían invitado.
—¿Cómo estás, Colton? —Pregunta ella y es que joder, hasta nombre de
historia universitaria tiene.
—Bien —dice él, para luego clavar sus ojos acaramelados en los míos.
—¿Y tu eres? —Pregunta en mi dirección.
—Camille —respondo, antes de que Isa pueda decir nada.
Pero es que no quiero que comiencen a por la extrañeza de mi nombre,
aún más cuando los jóvenes suelen ser un poco crueles por ello.
Isabella me mira con los ojos entrecerrados, sin entender muy bien
porque miento, de todas maneras no me contradice.
—Vengan, vamos con el resto de los chicos —murmura, sin quitar el
brazo de los hombros de Isa.
Terminamos llegando a otro salón de la casa, la música sigue siendo
demasiado fuerte, de todas maneras no hay gente bailando medio desnuda
en las mesas.
Nos sentamos en los sillones, una al lado de la otra, luciendo ambas tan,
pero tan desubicadas.
—Mira... —le digo a Isa—, pasteles de chocolate.
Y acto seguido, tomo uno de los brownies, medio gimiendo con placer al
sentir el sabor del chocolate explotando en mi paladar.
—No creo que esos sean brownies comunes —murmura mi amiga, de
todas maneras engulle también uno.
—¿Qué es lo que dices? ¿Qué son de los brownies felices? —Respondo,
riendo.
—Creo que si —murmura ella, también riendo.
—¿Qué dicen si jugamos un verdad o reto? —Pregunta alguien de
repente.
—Ay no me jodas —murmuro—, eso siempre termina mal.
—Necesito estar ebria para hacer esto —es todo lo que responde Isa.
—Un beer pong será, entonces —responde Colton.
Y así, con esas simples palabras, es como todo en cuestión de nada todo
se va al carajo:
—Minerva... —sisea Isa con enojo—, estas perdiendo a propósito.
—No se quien es Minerva —respondo, dándole un largo trago a mi
cerveza.
—Eres una idiota —dice ella, negando con la cabeza, antes de tomar la
pelotita y encestar, haciendo que nuestros contrincantes tenga que beber uno
de los vasos.
—Pero... —murmuro de repente, pensativa cuando es el turno de
nuestros contrincantes, quienes encestan, obviamente y me bebo uno de los
vasos de una sola vez—, ¿cómo podría querer perder a propósito? —
Murmuro, confundida. —Es decir, no es como si perdiendo, bebiera más.
Isa me mira con el ceño fruncido, pensando mis palabras durante unos
cuantos segundos.
—Creo que ese brownie tenía algo —murmura al final.
—Ese brownie definitivamente tenía algo —respondo en acuerdo.
Y después de eso estallamos en carcajadas imposibles de controlar.
—¡¿Seguirán con el juego o no?! —Grita alguien del otro lado.
—Siguirin cin il jugui i ni —me burlo e Isa agacha la mirada para no
reírse en su cara.
Tiro la pelota de cualquier manera, está golpeando en la frente del
muchacho que grito recién.
La carcajada de mi amiga es estruendosa.
—Joder, lo siento —me apresuro a disculparme, mientras veo al chico
frotarse la zona. —¿Estas bien? —Pregunto, de todas maneras el muchacho
se ha ido enojado.
—Camille, tu turno —grita alguien.
No respondo nada, mientras le digo a mi amiga que deje de reírse.
—¡Camille! —Insisten y me percato de que todos los ojos están puestos
en nosotras.
—¿Quién demonios es Camille? —Murmuro, indignada.
—Tu eres Camille, animal —responde mi amiga, dandome un golpe con
su hombro.
Y llora de la risa, llora.
—Isa, que esos brownies tenían algo —digo, de repente preocupada.
—Joder, que no te pegue para el lado de la paranoia —murmura.
—¿Qué no me pegue que? —Pregunto, confundida.
—La marihuana —responde.
—No creo que me pegue como paranoia, pero por casualidad, ¿se te ha
dormido la cara?
Isa me mira confundida, antes de negar con la cabeza y murmurarme que
no tengo arreglo.
Je.
—Necesito sentarme —es todo lo que dice, tomándome de la mano para
avanzar conmigo camino a los sillones.
Nos dejamos caer y ambas suspiramos con alivio una vez que nos
sentamos, mientras Colton nos tiene dos cervezas fresquitas, que son un
bálsamo para mi garganta reseca.
—Isa... —murmuro en su dirección, ella tiene los ojos cerrados, aunque
sé que no duerme.
—¿Hum? —Pregunta.
—Siento como que todo va en cámara lenta —murmuro.
Abre uno de sus ojos, para mirarme confundida, antes de sentarse recta y
suspirar.
—Solo disfruta —dice ella de repente, remojando sus labios también
resecos.
—Estoy disfrutando, pero hablas como raro —respondo.
—No hablo raro —responde ella.
—Si lo haces —insisto.
—Que no.
—Que si.
—Que no.
—Que si.
—¡HORA DE VERDAD O RETO! —Grita alguien, sacándonos de
nuestros pensamientos.
—No creo que en estas condiciones debamos jugar a esto —murmura
Isa.
Mi sonrisa es puro dientes.
—¿Cómo no?
—Vale, empiezo yo —dice ella, con una sonrisa maliciosa en el rostro—.
Yo nunca, nunca, he mentido con mi nombre.
Mis ojos se entrecierran en su dirección.
—Perra —respondo, antes de tomar todo lo que queda en mi copa.
Colton se encarga de traer varias botellas para abastecer a todos aquellos
que juegan y a decir verdad, a pesar de no tener más de veintidós años, es
un chico muy majo.
Me pregunto de dónde demonios lo sacó mi amiga.
—Yo nunca, nunca —digo, cuando es mi turno—, he mentido sobre mi
edad —agrego con una risita.
Isa me mira como si quisiera matarme, de todas maneras toma un sorbo
de su bebida, unos cuantos más imitándola, aunque estoy segura de que
ellos mintieron para decir que tenían mayoría de edad.
Isabella mintió diciendo que tenía menos, lo sé.
—Esto parece de preescolar —murmura Colton de repente. —Vamos a
hacerlo un poco más para mayores: Yo nunca, nunca, he tenido un beso de
tres.
Tardo unos segundos en reaccionar, antes de que el beso con Lena y
Pierce venga a mi mente y termine tomando un trago de mi bebida.
No se porque todos me miran sorprendidos.
—¿Qué? —Pregunto, pero nadie responde.
—Yo nunca, nunca he jugado al amo y la sumisa —dice una chica,
supongo que intentando bromear, de todas maneras todos se quedan en
silencio cuando Isa, así como si nada, se bebe todo su vaso de un sorbo.
Yo estoy entre tomar o no, pero es que nunca jugué en sí al amo y la
sumisa con Dean.
Colton carraspea, intentando quitarle hierro a la situación, pero es que...,
nosotras estamos más experimentadas, para que mentir.
—Yo nunca, nunca he dejado un preservativo usado en el suelo y mi gato
se lo ha comido.
Clavo mis ojos acusadores en Isabella, mientras intenta por todos los
medios que su mirada no se encuentre con la mía.
Todos a mi alrededor se carcajean, de todas maneras dejan de hacerlo
cuando le doy un sorbo a mi bebida.
—Eso ha sido bajo —le siseo, pero ella no hace más que reír.
—¿Cómo...? —Pregunta alguien.
—No quieres saberlo —respondo y la muchacha que pregunto, por arte
de magia, no dice más.
Si, Pimienta se comió el preservativo que use con Dean y no, no es como
si lo hubiera escondido, lo comió, mastico todo ese plástico y digirió el
condón usado.
Por Dios.
A la mañana siguiente, cuando Dean me comentó que no estaba el
preservativo por ningún lado, supe que había sido mi gato, que a ver, que lo
conozco y que se su modo operador para fastidiarme y que sé que solo lo
hizo por venganza por la pequeña gatita que encontramos tirada.
¿Qué como sé que es gata? Porque cuando llevé a Pimienta al veterinario,
también la lleve a ella, donde me informaron que era gata.
Una preciosa gata llamada Sal.
Anda, díganme que no queda genial: Pimienta y Sal.
La cuestión fue que el veterinario me dijo que tenía que controlar que mi
gato en lo que quedaba del día, expulsara el condón y que si no llegaba a
hacerlo, si tendría que hacer una intervención quirúrgica.
Que vergüenza, joder, que verguenza contarle la situación al veterinario,
de todas maneras estoy segura que Pimienta se regodeo por ello.
Nada más llegar a casa, Pimienta, cual rey, se dirigió a su arenero y
defeco el condon.
Estupido Pimienta.
—Yo nunca, nunca he fingido un orgasmo —dice alguien.
Me sorprendo cuando Isa bebé y ella me mira con los ojos entrecerrados
cuando hago lo mismo.
—Yo nunca, nunca he hecho un trio —murmuro.
Todos se quedan en silencio, antes de lentamente, algunos beber, incluido
Colton.
—Eres una puerca —murmura mi amiga, riendo.
El juego sigue, mientras que con Isa reímos y bebemos a medida que el
juego avanza, porque si, hay muchas cosas que hicimos y otras demasiado
tontas como para haberlas hecho.
—Fue un placer que vinieran —murmura Colton, mientras yo, en un acto
de borrachera, le abrazo.
Lo abrazó y le digo lo muy agradecida que estoy de que no nos haya
echado de la fiesta y lo bien que lo pase, antes de invitarlo a tomar cuando
quiera un cafe.
—Vuelve cuando quieras —murmura en mi dirección, cosa que respondo
con una sonrisa.
Con Isa emprendemos camino de regreso a nuestras respectivas casas, de
todas maneras, antes, frenamos en aquel puesto de comida chatarra en el
que paramos hace lo que parecen años, el día que salimos de fiesta y ella
peleo con Xander.
El hombre nos mira con el ceño un tanto fruncido, como si nos recordará,
de todas maneras nos da nuestros enormes hot dog, y sentándonos en uno
de los fríos bancos del parque, engullimos la comida, ya que supongo que el
alcohol y los brownies felices nos abrieron el apetito.
La noche está tranquila, supongo que porque es lunes, de todas maneras
se ve alguna que otra pareja caminando por allí, las noche, a pesar de que la
primavera todavía no ha llegado, es cálida y una brisa hace volar nuestros
cabellos ya de por sí despeinados.
—Mine... —murmura de repente Isa, llamando mi atención.
—¿Hum? —Respondo, chupando de mis dedos las sobras de la comida.
Ella me mira y niega con la cabeza, supongo que por no usar la servilleta,
de todas maneras me sonríe con cariño, como si supiera que no tengo
arreglo, pero de todas maneras me ama así.
—Nunca me siento tan yo como cuando estoy contigo —confiesa en un
susurro.
Mis ojos, sorprendidos, se clavan en los suyos.
—¿Qué quieres decir?
—Que siento que cuando estoy contigo no tengo que fingir —dice—,
siento que haga lo que haga no vas a juzgarme.
—Nunca —murmuro y ella asiente.
—Me crié con una familia en donde si no eras perfecto, tienes que
pretender serlo —agrega con melancolía. —Están constantemente
controlando que no hagas nada mal, que hables y actúes como ellos quieren
que lo hagas.
—Eso es horrible —murmuro, porque no sé que otra cosa decir.
—Lo es y he vuelto a meterme en ello —agrega, negando con la cabeza
—. He vuelto a tener que comportarme como algo que no soy, como algo
que no quiero ser.
—¿Y porque no sales de nuevo?
—Por qué no puedo —confiesa con tristeza. —Ya no puedo salir de ahí,
Mine.
—Pase lo que pase, estaré aquí para ti —murmuro.
—Lo sé —responde, asintiendo. —Siento que siempre serás mi
escapatoria.
—No deberías tener que escapar de tu vida, Isa —susurro en su
dirección.
—No, no debería, pero es lo que me toca —sentencia.
Y después de esas palabras, ninguna de las dos vuelve a decir más.

╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗

Nunca volvería a hacerle caso a Isabella.


Nunca.
Estaba decidido.
Porque si, mis ideas eran siempre una mierda, pero ir a una fiesta de
fraternidades, ponernos hasta arriba de brownies felices, jugar estúpidos
juegos de preparatoria...
No.
Eso había terminado para mi.
Joder que ahora..., que ahora era casi mediodía, que ahora recién estaba
llegando a la cafetería. A pesar de haberme bañado, sentía que el olor a
alcohol manaba de mi boca, que las ojeras, a pesar del maquillaje, eran
imposibles de ocultar.
El mal humor que llevaba mejor ni les cuento, pero me servía de
consuelo saber que Isa estaba igual o peor que yo, y encima, debido a su
reciente título después de años de estudios, tenía que almorzar con su
familia para celebrarlo.
Je.
Suficiente castigo para ella.
De todas maneras, a pesar de lo mal que me siento, no puedo evitar
sonreír al recordar todas las idioteces que hicimos, pero por sobre todo las
risas.
La manera en que varias veces siquiera podíamos mirarnos a la cara
porque nos desternillábamos, cuando Isabella tuvo que correr al baño por
que se orinaba.
Joder, sin poder evitarlo se me escapa una risa.
Pero es que estamos locas.
Sin embargo, como suele pasarme a veces, no puedo evitar pensar que el
día de mañana, tal vez años más tarde, recuerde todos estos momentos,
todas estas risas, porque déjame contarte un secreto: somos momentos. Ya
lo había dicho, ¿verdad? Ya te había contado que para mi éramos una
colección de momentos. Las vivencias a lo largo de nuestra vida nos
definían, nos formaban y eso fue algo que muchas veces me llevo a pensar
que tal vez las personas no nacían malas, sino simplemente así se hacían.
¿Estaba en lo correcto? ¿No? No lo sé, me gustaba pensar eso y les juro
que sé que a veces suelo pecar un poco con mi ingenuidad, sé que muchas
veces simplemente quiero ver el mundo, a las personas en general, de una
manera que realmente no son, pero no puedo evitarlo, es más fuerte que yo,
la necesidad de querer un mundo distinto.
Ingenua, ingenua de mi.
Es curioso como la vida, las cosas, pueden cambiar de un instante a otro,
como las cosas que damos por hecho de repente en un abrir y cerrar de ojos
simplemente cambian.
A lo largo de nuestra vida somos preparados para enfrentarla en general,
desde pequeños nos enseñan la diferencia entre el bien y el mal, a
diferenciar entre lo correcto y lo que no, pero, ¿quién define qué está bien y
que está mal? ¿Bajo la moral de que leyes impuestas nos manejamos?
¿Cuándo empezaban mis derechos? ¿Cuándo terminaban los del otro?
Hubiera estado genial que alguien en la vida me preparara para enfrentar
aquellas cosas que me paralizaban. En serio, que les digo que yo no soy
como esas protagonistas que suelen leer que reaccionan bajo presión, que
pueden actuar, que no se quedan quietas y sumisas bajo algo que las
atormenta.
Fui muchos años a terapia, me prepare mentalmente para este momento,
en verdad lo hice, me dije a mi misma que estaría lista, me dije a mi misma
que no dejaría que el miedo me dejara inmóvil, por que a decir verdad, a
pesar de todo, a pesar de mi y del resto, sabía que mi pasado y mi presente
en algún momento dado iban a colisionar, pero si tengo que ser sincera con
ustedes, no pensé que lo haría tan pronto, no pensé que me encontraría
cuando recién comenzaba a asentarme en esta nueva vida, cuando recién
encontraba la estabilidad que tanto tiempo me había costado encontrar.
Pensé que me daría tiempo para prepararme, pensé que por lo menos no
estaría sola.
Pero no fue así y lamentablemente debía prepararme para el impacto.
Para la colisión de mis dos mundos.
De mi pasado y de mi presente.
De la vida y de la muerte.
Ver a Harold a solo unos cuantos metros de distancia me había
impactado, fue como si toda la sangre en mi cuerpo simplemente se
drenara, por que no es como si hubiera agolpado en mis pies, no,
simplemente fue como si me desangrara, como si la quitaran toda de mi
cuerpo.
Sentí frío.
Mucho frío.
Los escalofríos me recorrieron el cuerpo entero, las manos estaban
heladas y la respiración atorada en mi garganta.
Y Harold seguía ahí, a unos cuantos pasos de distancia, sonriendo por
algo que le decían al teléfono, mientras caminaba a paso distraído por la
acera, la gente teniendo especial cuidado de no chocar contra alguien de su
porte, trajeado y con un tapado que a kilómetros de distancia gritaba poder.
De todas maneras no es como si mi mente en aquel momento lograra
procesar aquello, que no. En aquel momento en lo único que podía pensar,
era en que él estaba aquí, en Nueva York, en mi lugar seguro. A solo unas
cuantas cuadras de mi trabajo. Y por todos los cielos, estaba segura de que
él había venido aquí a matarme, a terminar con lo que había empezado
aquella tortuosa noche.
La gente que pasaba por mis costados me empujara como si fuera nada,
que también lo era.
Si había algo curioso de la relación que tuve con Harold, fue que a lo
largo de los años a su lado, me convertí en eso: en nada.
Había aprendido a pasar desapercibida, ¿esta que conocen ahora? Es una
nueva persona, alguien que volvió a nacer, alguien que se creó a sí misma.
Pero cuando había estado con él casi no hablaba, pero no porque no me
dejara, que también, pero era más que nada porque no tenía nada para decir,
no había nada que contar, Annalise era simplemente nada. Un ente vacío
que solía algunas veces disfrutar de cocinar algo.
Es curioso como para mi esa persona murió aquella noche, mientras me
acordé de mi, de la nueva mi, de Minerva. Minerva que siempre era toda
risas y pensamientos disparatados.
Me di cuenta en ese momento, mientras pensaba en mi, en Annalise y en
Harold, que más pronto que tarde se daría cuenta de que estaba mirándolo,
de que no podía hacerle esto a Minerva, no podía dejar que él nos
encontrara.
Ni ahora ni nunca.
No podía quitarle lo que había luchado tantos años por conseguir, no
podía quitarle la estabilidad, no podía quitarle sus sueños que con esfuerzo
había cumplido, no podía quitarle el soporte en el que se había convertido
para Mika, ni quitarle a Isabella la única amiga sincera que le quedaba en el
mundo lleno de serpientes en el que se había vuelto a sumir, así como
tampoco podía hacerle esto a Dean, a su niño bonito, que le había
prometido esta noche aprender a cocinar con ella cosas ricas, en un vago
intento de quitar toda esa cruda que llevaba encima, pero por sobre todas las
cosas, no podía volver a hacerle esto a Annalise, no podía, luego de aquella
noche en que murió, volver a dejarla frente a los lobos.
O mejor dicho a un lobo en particular.
No podía dejar que los monstruos de la noche volvieran a atraparla, luego
de que diera su vida para que yo pueda vivir esta.
No podía volver a dejarla sola.
A defraudarla.
Fue un acto instintivo pegarme a la pared detrás mío, ya que Harold,
como si sintiera mi mirada penetrante en su perfil, en su nariz perfilada, en
el rastrojo de barba en sus mejillas sonrojadas por el frío, en sus labios
finos, se girara demasiado lentamente hacia donde yo me encontraba, como
si algo dentro de él se hubiera revuelto, al igual que pasó conmigo.
Sabía que estaba en shock, sabía que en cualquier momento, sino me
lograba controlar, tendría un ataque de pánico y eso atraería la atención de
la gente que se encontraba cerca, más de lo que ya lo estaba haciendo.
Mis ojos estaban llenos de lágrimas, las manos me temblaban
violentamente y mi respiración se había convertido lentamente en un
desastre. Trate de respirar profundo, el olor a podredumbre del callejón en
el que me había metido dándome la bienvenida, de todas maneras no había
nada que opacara el sabor ácido en mi boca, el del miedo, el del terror.
Las piernas estaban a nada de cederme, me encontraba cerca de
desfallecer, estaba muy mareada.
Me impulse con las palmas de las manos para alejarme del lugar y solo
por una milésima de segundo, me anime a mirar hacia atrás. Fue un error,
porque solo me descompuse peor a ver que Harold trataba de abrirse paso
ante el tumulto de gente que comenzó a avanzar en dirección contraria
cuando el semáforo cambió, impidiéndole gracias a Dios el paso de donde
yo me encontraba escapando.
Creo que gritó algo y otro pequeño vistazo me hizo darme cuenta que
esta vez empujaba con más desesperación a la gente para apresurar su paso,
sin embargo yo, al ser considerablemente más pequeña, no se me dificulto
escabullirme por entre los trastenues.
No tengo idea de cuánto tiempo es el corrí, tampoco tenía mucha idea de
en dónde demonios estaba, en lo único que podía pensar era en huir, en
poner la mayor distancia entre los dos y por más que a partir de ahora las
cosas cambiarían para siempre en mi vida, no podía pensar en otra cosa que
no fuera en correr y esconderme.
Quería en este momento esconderme toda la vida, encerrarme en algún
lugar y no volver a salir nunca.
Cuando quiero darme cuenta, estoy sentada en un retrete del baño de
algún lado, temblando, con las rodillas en el pecho y sin poder dejar de
llorar, de todas maneras no emito ningún sonido, sino que simplemente
permanezco allí, aunque no puedo evitar pensar en los ¿y si? ¿Y si me
encuentra? ¿Cómo reaccionaría si abriera la puerta ahora? ¿Cómo
reaccionaría si me sacara de aquí a rastras? ¿Gritaría?
No había manera en el mundo de que saliera de aquí por mis propios
medios.
Mi cartera la había perdido en algún lado, de todas maneras mi teléfono,
gracias a los cielos, estaba todavía metido en mi abrigo.
Fui al primer numero que me hizo sentir a salvo.
Sonó una.
Dos veces.
Y la comunicación se cortó.
Volví a insistir, pero ahora simplemente me mandó al buzón de voz.
Pensé en llamar a Isa pero, en el caso de chocarnos de frente con Harold,
¿podríamos las dos contra él?
Negué con la cabeza.
No, no podríamos.
Mordí mis labios con nerviosismo, las lágrimas no paraban de caer, el
labio inferior me temblaba con fuerza.
El teléfono sonó una vez.
Dos veces.
Tres veces.
—Por favor —susurre, presionando el aparato en mi oído. —Que alguien
venga por mi —rogué al universo.
Cuarta vez.
Y cuando pensé que me mandaría al buzón de voz, cuando comencé con
temor a pensar que tendría que salir de estas sola...
—¿Douce? —Se escuchó del otro lado del auricular.
Gracias a Dios.

╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗


BUENAS MIS AMORES
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DEL CAPÍTULO
PASO A CONTARLES QUE MAÑANA ESTOY SALIENDO DE
VIAJE, POR LO QUE NO SÉ BIEN QUE DÍA VOY A PODER
ACTUALIZAR. TRANQUI QUE ME LLEVO LA COMPU PARA
SEGUIR ESCRIBIENDO CUANDO PUEDA
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR
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SI HACEN EDITS, RECUERDEN ETIQUETARME
A ESTAR ATENTXS QUE SE VIENEN MUCHAS SORPESAS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO VEINTE

ESTOY CONTIGO

PIERCE

Observo los números que aparecen en la pantalla de mi computadora, de


todas maneras sigo, como desde hace horas, sin siquiera poder
concentrarme en nada, ni con el trabajo.
Y eso nunca me había pasado.
Suspiro, cerrando los ojos con fuerza cuando el inminente dolor de
cabeza que tengo se intensifica, de todas maneras la paz en la que intento
sumirme termina demasiado pronto.
La puerta suena con tres ligeros golpes y sin que siquiera haya hablado,
ya sé de quién se trata.
—Adelante —murmuro.
—Señor Greco —dice Katherine, adentrándose en la oficina y no hace
falta que diga nada, por su actitud ya sé que viene con quejas.
Siempre viene con quejas.
—¿Qué pasa, Katherine? —Pregunto sin rodeos, volviendo a teclear en el
computador, aunque en realidad no hago nada, solo tecleo cualquier cosa
para que parezca que estoy ocupado.
—Es Isabella, Pierce —dice, sonando sospechosamente tranquila.
Pero es que desde que volví, las peleas entre ellas no han cesado, y se que
un día de estos van a terminar matándose.
—¿Qué sucedió ahora? —Pregunto, cansado por esta situación que se me
hace hasta infantil.
—Debes hablar con ella —insiste, como viene haciéndolo desde que
llegué, hace casi una semana. —Está resultando imposible trabajar con ella.
—¿Por qué, exactamente? —Pregunto con calma.
—Llega a cualquier horario y no avisa, Pierce —se queja la encargada
del restaurante. —Entiendo que sus exámenes finales terminaron, no veo
porqué seguir llegando a cualquier hora.
—Está bien —respondo al final, con un suspiro más cansado que el
anterior—, hablaré con ella.
—Espero que pueda ser cuanto antes —dice en un murmuro al final.
Mi mirada se entrecierra en su dirección, molesta, porque si bien
Katherine es una de las mejores encargadas que he tenido en mi vida
abriendo restaurantes, hay veces en las que olvida cual es su lugar aquí y
que soy yo el dueño de todo esto.
Katherine parece entender que se ha pasado un poco de la raya con sus
exigencias, es por eso que termina asintiendo y despidiéndose rápidamente
y saliendo por fin de mi oficina sin decir nada más.
Mi teléfono vibra encima de la mesada y cuando lo tomo, me percato de
que es un mensaje de Dean.

Dean Ross:
Lun 2 mar 14:30 pm
Pierce, ¿crees que podamos vernos esta tarde? Necesito hablar contigo.

Antes de que pueda responder nada, otro mensaje, también de Dean,


llega.

Dean Ross:
Lun 2 mar 14:31 pm
¿Sabes que? No es como si te preguntara, me lo debes.
Nos vemos en el bar de siempre.

Yo:
Lun 2 mar 14:32 pm
Ok, pero tu pagas.

Respondo, escueto, aunque sonriendo, porque en verdad extrañe a Dean.


Sé de lo que quiere hablar, ambos sabemos que nos debemos esta
conversación, de todas maneras no puedo estar enojado con él.
Con ellos.
Demonios, no estoy enojado, prácticamente arroje a Minerva a los brazos
de él.
Soy un maldito hipócrita si creo que le puedo reclamar algo a cualquiera
de los dos, en definitiva se merecen.
Todavía puedo recordar la charla que tuve con Dean antes de irme a
Italia:
Minerva acaba de salir por la puerta de la oficina, dejándonos tanto a
Dean como a mi con la mirada gacha y pensativa, pensando como todo se
fue al carajo en cuestión de nada.
—La cagamos, joder —suspira Dean, dejándose caer en el asiento frente
mío.
Lo imito, dejándome caer en mi silla con un suspiro cansado, cerrando
los ojos con fastidio por todas las palabras que dijo Minerva antes de irse.
—Yo le había aclarado las cosas, Dean —digo, en un vago intento de
defenderme.
«Eres un mentiroso de pena» me susurra mi conciencia.
Y si, lo soy.
—Ella no va a perdonar lo que hicimos —murmura él y luce tan
malditamente abatido. —Tendríamos que haberlo hecho de otra manera...
—y luego de pensarlo unos minutos, agrega:—, no tendríamos que haberlo
hecho —termina susurrando con arrepentimiento.
—Pues lo hicimos y ahora ya está —sentencio, de repente enojado—, no
vas a decirme que ella en verdad te gusta —murmuro con burla.
Dean no responde, sus ojos no se encuentran con los míos.
—Ella en verdad te gusta, ¿no? —Pregunto al final.
Los ojos de mi mejor amigo suben hasta chocar con los míos, pensativos.
—Si —es todo lo que responde.
—¿Desde cuando? —No puedo evitar preguntar.
—Desde que le cerró la boca a Katherina cuando le decía mierdas a Mía
—responde con simpleza y entonces mi ceño se frunce, confundido, hasta
que él agrega: —Su primera noche trabajando en el salón.
—Eso fue hace meses —murmuro.
—Lo fue —responde él con una sonrisa. —Y entonces ella salvó a Mía de
ese hijo de puta —agrega al final. —No me había sentido así desde... —
Dean se corta antes de decir su nombre, de todas maneras sé a qué se
refiere y luego de unos segundos en silencio, termina su oración con un
susurro ronco:—, desde ella.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Pregunto al final.
—Por que creí que ustedes iban en serio —agrega al final.
—Sabes que no voy en serio con nadie —murmuro rápidamente.
—Esta vez lucias distinto, Pierce —responde Dean con frustración. —
Parecía que en verdad te gustaba.
—Y lo hacia, pero solo para follar —respondo, pero las palabras me
saben amargas en mi boca. —Deberías habérmelo dicho —sentencio.
—Pues no lo hice Pierce —se queja Dean. —Y ahora ya es tarde.
—Tal vez no sea demasiado tarde —murmuro.
—No voy a meterme en medio de su relación —dice él, poniéndose de pie
y acercándose al ventanal que da a la calle, con los brazos cruzados sobre
su pecho.
—No tengo ninguna relación con ella —respondo, porque esa es la
verdad.
—¿Me vas a decir acaso que ella no es diferente, Pierce? —Me acusa. —
¿Me vas a decir acaso que ella no logró hacerte olvidar de todo?
Si, lo hizo, pero no es como si fuera a decírselo.
—No estoy enamorado de ella, Dean —es todo lo que respondo.
—¿Cómo lo sabes? —Pregunta.
—Por que sigo enamorado de Alyssa, porque si mañana ella viniera aquí
y me dijera que quiere que volvamos a estar juntos, lo haría sin
pestañear —respondo y me sorprendo un poco con la facilidad con la que
digo aquellas palabras.
Dean me mira de una manera que me hace sentir incómodo, como si en
realidad no creyera en mis palabras.
—Dean... —murmuro al final—, si tuvieras la oportunidad de estar con
ella, ¿lo harías?
Traga saliva con dificultad, antes de apartar la mirada.
—Ella está enamorada de ti —es todo lo que responde.
—¿Lo harías? —Insisto.
—Si —responde sin dudar.
—Minerva es... —comienzo a decir, de todas maneras me detengo.
—¿Qué es ella?
—Ella es diferente —me atrevo a decir—. Ella es de las mujeres que le
presentas a tus padres Dean, de las que quieren el mundo contigo.
—¿Por qué estuviste con ella si no podías darle todo eso? —Pregunta él,
de todas formas no hay acusación en su pregunta, sino mera curiosidad.
—Por que follar con ella era la única forma que tenía de tenerla —es
todo lo que respondo. —Yo siempre voy a ser de Alyssa, siempre quiero
pertenecerle a ella —agrego.
Él asiente, quedándose unos cuantos segundos en silencio, antes de
agregar: —¿Estás diciéndome que no te importaría que esté con Minerva?
—No —respondo con firmeza.
—Ósea que si logro conquistarla, si logro que ella me vea como más que
amigos, ¿no te molestaría en lo más mínimo?
—No —vuelvo a responder.
—No te creo Pierce —murmura, con una sonrisa irónica.
—Voy a irme —murmuro de repente, llamando su atención nuevamente.
—¿Qué? ¿A dónde? —Pregunta.
—Me voy a Italia, Alyssa llamó hace unos días, está pasando por un mal
momento —respondo, recordando mi conversación con ella de la semana
pasada—. Iré a verla, porque a decir verdad estas últimas semanas la he
echado de menos.
—¿Y qué pasará con Minerva? —Pregunta él.
Observo a mi amigo, parado no más que a unos cuantos pasos de
distancia de donde me encuentro. Si hay alguien que siempre puso a todos
delante suyo, incluso por encima de él, fue Dean. Y eso es algo que si bien
lo hace un tanto ingenuo ante la vida, donde siempre es el que termina
lastimado, también me hace admirarlo mucho, porque tener a Dean como
amigo, como compañero, es un privilegio.
—No le debo nada —respondo, porque esa es la maldita verdad. —
Nuestro arreglo era meramente sexual, Dean, si ella confundió las cosas no
es problema mío —sentencio.
—Eso es egoísta, Pierce —me acusa él. —Ella no lo merece.
—Lo sé —respondo con un suspiro. —Por eso me alejo Dean, para no
lastimarla más.
—Entonces si te importa —dice.
—Dean, no soy un insensible, ¿está bien? —Respondo, fastidiado. —Solo
sé que ella no se merece sentirse del modo que se está sintiendo ahora —es
todo lo que respondo—, pensé que podría manejarlo, pensé que estaría
bien con lo que estábamos haciendo.
—Joder —farfulla Dean, frotando su rostro con frustración. —Joder —
repite—, espero que no nos odie.
Río sin poder evitarlo y cuando sus ojos se clavan inquisitivos en los
míos, murmuro: —Conociéndola a Minerva, ¿tu en verdad crees que es
capaz de odiar?
Dean sonríe, supongo que pensando en ella, antes de negar con la
cabeza.
—No, ella no es así.
Nos quedamos un rato en silencio, cada uno pensando en toda la mierda
que hablamos, hasta que murmura: —¿En verdad vas a irte?
—Si —respondo—. Saldré en unos días.
—Bueno, buena suerte —murmura él.
—Buenas suerte para ti también —respondo y riendo, termino tirando de
su brazo para darle el abrazo que sé que necesita.
Un abrazo que le dice que quiero que sea feliz.
Que como Minerva lo merece a él, alguien como él también merece a
Minerva y por más que aquel pensamiento me deje un sabor amargo en la
boca, no puedo evitar sentirme bien también, porque ellos van a
complementarse bien.
El sonido de mi teléfono sonando me saca de mis pensamientos, de todas
maneras me quedo un poco fuera de juego cuando veo de quien es la
llamada entrante.
¿Acaso Minerva se equivocó? ¿Está llamándome sin querer?
Mientras sopeso si responderle o no, termino lanzándome por el atender,
tal vez paso algo.
—¿Douce? —Pregunto y acto seguido me quiero dar una patada mental
por seguir usando ese mote con ella.
Minerva, desde el otro lado, no responde y aquello hace que
inevitablemente algo se retuerza en mi interior.
—¿Minerva? —Insisto.
—Por favor, ven por mi —susurra con la voz rota al otro lado del
auricular.
Un leve mareo me recorre el cuerpo entero, mientras pienso en todo lo
que puede ir mal para que ella esté en este estado.
—¿Dónde estás? —Pregunto, poniéndome de pie y saliendo del despacho
sin siquiera tomar mi chaqueta. —Minerva, dime donde demonios estas —
insisto con un poco de aspereza al ver que no responde.
Isabella me mira desde donde se encuentra, sorprendida por escucharme
llamar a su amiga, de todas maneras cuando comienza a avanzar hacia
donde me encuentro, apresuro el paso.
Minerva me llamó a mi, no a ella y eso es por algo.
Me subo a mi camioneta, estacionada en la puerta del restaurante,
mientras espero a que ella responda.
—Yo... —dice, con la voz ronca por el llanto—, no lo sé —susurra con
algo parecido a la vergüenza. —Por favor, tengo mucho miedo.
—Esta bien, douce —susurro con calma, intentando transmitirle un poco
de tranquilidad. —Necesito que me digas que recuerdas del lugar donde te
encuentras —agrego, evitando chocar con un taxi por los pelos, pero no así
salvándome de los insultos que este me larga.
—Yo estaba..., estaba cerca de la cafetería —susurra y hago un mapa en
mi cabeza, para descubrir dónde podría encontrarse, intentando de recordar
los alrededores.
—Esta bien —digo, porque necesito que siga hablando conmigo—, ¿es
un bar donde te metiste?
Parece pensarlo unos segundos antes de responder: —No, creo que era
una cafetería —murmura, sorbiendo por la nariz. —Yo, yo no puedo
recordar Pierce —dice y luego hay silencio.
Miro mi teléfono para ver si la llamada se corto, de todas maneras sigue
en línea.
—¿Minerva? —Pregunto, preocupado.
—¿Estás viniendo? —Pregunta con voz temblorosa y mi corazón se
rompe un poco al escuchar el miedo en su voz. —Por favor, dime que estás
viniendo —susurra con un sollozo.
—Si preciosa, estoy yendo —digo con voz calma. —Estoy yendo por ti.
Escucharla llorar al otro lado de la línea simplemente está rompiéndome.
—¿Minerva? —Murmuro.
—¿Qué? —Pregunta ella, sin dejar de llorar.
—¿Él te vio? —Pregunto sin rodeos.
Sé que el hijo de puta de su ex ha aparecido, sino ella no estaría en este
estado.
—Yo... —farfulla ella, supongo que intentando encontrar las palabras. —
Yo no lo sé Pierce —dice con la voz temblorosa. —¿Te falta mucho? —
Pregunta, muerta de miedo.
Joder, joder, joder.
—Estoy llegando —respondo, metiendo el auto en un estacionamiento
para comenzar mi recorrido a pie.
Cafeterías por estos lados hay muchísimas, pero supongo que ella me irá
guiando.
—¿Pierce? —Dice ella y su voz suena tensa.
—¿Qué sucede? —Pregunto, el corazón latiéndome tan fuerte que siento
que se saldrá en cualquier momento.
—Yo..., mi teléfono va a apagarse —murmura con pánico.
Cierro los ojos, tragándome los cientos de insultos que tengo ganas de
decir, antes de respirar profundo y responder: —Está bien, no te preocupes,
voy por ti douce.
—Por favor no tardes... —responde y cuando siento que toma aire para
decir algo más, la comunicación se corta.
—¡Carajo! —Grito en medio de la calle. —¡¿Qué?! —Pregunto a una
señora que se me queda mirando.
Nada más escuchar mi grito, apresura el paso.
Cierro los ojos con fuerza, parado allí en medio de la calle, intentando
volver a comunicarme con Minerva, de todas maneras me manda
directamente al buzón.
Son segundos los que me quedo sin poder reaccionar, hasta que me digo
para mis adentros que debo encontrarla, sea como sea debo encontrarla y
que si para dentro de una hora no logro dar con ella, llamaré a la policía,
moveré el mismísimo infierno si el hijo de puta de Harold llegó a
encontrarla.
Entro cafetería y bar por igual, preguntando si no vieron a una mujer
entrar, describiendo los rasgos de Minerva y cuando me dicen que no,
simplemente pido —no de la mejor manera—, que revisen los baños por
mi.
Me toma cuarenta minutos encontrarla, por todos los cielos, cuando
comenzaba a desesperarme, cuando empezaba a perder las esperanzas, entro
en una pequeña y rustica cafetería, donde el dueño me dice que vio a una
chica entrar al baño hace un rato pero no salir y para mi total sorpresa, ya
que el bar se encuentra vacío, me deja ser a mi quien entra a buscarla.
Me doy cuenta que se encuentra en el único cubículo que tiene la puerta
cerrada, es por eso que me quedo medio de piedra cuando empujo la puerta
y la encuentro allí, hecha una bolita, con sus rodillas en su pecho y su
cabeza enterrada entre ellas.
—¿Douce? —Pregunto, de todas maneras ella no reacciona.
No hace nada más que permanecer allí.
Me acerco al retrete donde se encuentra sentada y me acuclillo frente
suyo, posando mis manos en sus rodillas para llamar su atención. Tiembla
bajo mi toque antes de que sus pequeños sollozos me rompan un poco el
corazón.
—Joder, Minerva —digo y nada más escuchar su nombre saliendo de mis
labios, levanta la cabeza para mirarme.
Sus ojos están hinchados y rojos, al igual que su nariz y sus mejillas,
mientras las pesadas lágrimas no dejan de caer.
Sus brazos, como si tuvieran vida propia, se lanzan alrededor de mi
cuello, mientras entierra su rostro en mi pecho, esta vez llorando con más
fuerza con algo parecido al alivio.
Es un acto reflejo enredar mis brazos alrededor de su espalda, teniendo
especial cuidado de no caerme, antes de ponerme lentamente de pie,
arrastrándola conmigo para abrazarla más fuerte, y tenerla de esta manera,
tan cerca mío, por más que sea una situación de mierda, se siente bien.
Había malditamente extrañado tenerla a mi alrededor.
—Vamos a casa —susurro y ella tiembla cuando escucha mi voz, de
todas maneras presiona más fuerte sus brazos a mi alrededor,
manteniéndome cerca.
Comienzo a caminar, de todas maneras, antes de salir de los sanitarios,
intento que Minerva se despegue un poco, sin embargo no lo hace, no
quiere.
—Douce, ¿seguro que quieres salir en esta posición de aquí? —Pregunto
y ella vuelve a estremecerse con el sonido de mi voz, sin embargo asiente y
se despega un poco.
No pierdo el tiempo y por más que sea una puta excusa —y
aprovechando el estado en el que se encuentra—, paso mi brazo alrededor
de sus hombros, acercándola a mi y ella sin dudarlo se acurruca cerca mio.
El dueño de la cafetería nos mira curioso y me digo para mis adentros
que luego volveré para invitarlo a comer al restaurante, de todas maneras
cualquier pensamiento coherente se borra de mi cabeza cuando veo el
encabezado de las noticias, anunciándolo todo como una primicia, con
carteles gigantes e imágenes en primera plana.
Intento apresurar el paso, de todas maneras Minerva se ha tensado a mi
lado y cuando quiero darme cuenta, es demasiado tarde: Ha visto el anuncio
que está ahora por todos los medios.
MINERVA

Estoy sentada en el sillón de Pierce, poco a poco volviendo en mi misma,


ya que creo que estaba en estado de shock por haber visto a Harold.
Dios, no puedo creer que este aquí, en la misma ciudad que yo, esto no
puede ser casualidad, no puede ser.
El té que puso Pierce en mis manos me calienta las palmas congeladas,
pero siento que no hay nada que pueda quitarme el temblor del cuerpo,
estas inmensas ganas de ponerme a chillar por el pasado que vuelve a tocar
la puerta, amenazando con desplomar todo aquello por lo que luche tan
arduamente.
Los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas, las manos me tiemblan,
derramando agua hirviendo en mi mano cuando la taza se me es quitada y
cuando levanto la mirada, los ojitos más dulces me la devuelven.
Me abalanzo sobre él, sollozando en su cuello.
Él es la calma, la paz, lo seguro.
Dean.
—Ya estoy aquí, cariño —susurra contra mi cabello, sin dejar de acariciar
mi espalda. —Todo va a estar bien, lo prometo, voy a cuidar de ti.
Sus palabras me tranquilizan, son como un bálsamo para el caos que es
mi cabeza en estos momentos, sus poderosos brazos cerrados a mi
alrededor, sosteniéndome como si me fuera a escapar en cualquier
momento.
No me voy a ningún lado, porque quiero que me sostenga, quiero que
cuide de mi.
No se cuanto tiempo es el que nos quedamos de esa manera, Dean
susurrando palabras tranquilizadoras, calmando los sollozos de mi cuerpo,
hasta que no son más que simple hipidos.
Su cuerpo se ladea hacia atrás para sostenerme por las mejillas y mirarme
a los ojos y sé que ha llegado el momento de contarle la verdad.
Mi verdad.
Quien soy realmente.
—¿Qué paso, cariño? —Pregunta y cierro los ojos con fuerza cuando los
sollozos amenazan con volver.
—Ten —dice otra voz, la de Pierce, tendiéndome un vaso de agua.
Le agradezco con un asentimiento, él sabe la verdad y no ha dicho nada,
es por eso que la mirada de Dean se alterna entre los dos, adivinándolo.
—¿Alguno de los dos va a contarme qué demonios pasó? —Murmura y
si bien su voz es baja, sé que está cabreado.
—Déjala hablar a su tiempo —murmura Pierce, ignorando el tono de
Dean y sin apartar la mirada de mi rostro, es como si estuviera diciéndome:
«Si no quieres contarle ahora, voy a guardarte el secreto, no te preocupes»
—Necesito una explicación de porque mierda está así —dice Dean,
poniéndose de pie y esta vez enfrentando a Pierce.
—Y ella va a decírtelo cuando este malditamente preparada, demonios —
contesta Pierce, con la mandíbula apretada y pareciendo que pierde la
paciencia.
—Voy a contarte —digo, interrumpiendo su tonta pelea y haciendo que
ambos claven sus ojos en los míos.
Pierce simplemente asiente, alejándose un poco, pero sé que está cerca,
aunque no termino de entenderlo, no es como si Dean fuera a enojarse y
hacerme algo.
—Necesito que te sientes —le digo a Dean, tendiéndole la mano para que
se siente a mi lado.
Duda unos instantes, como si sospechara que no podrá mantener la calma
mucho tiempo, pero termina tomando mi mano y dejándose caer a mi lado.
—Minerva, ¿qué demonios está pasando? —Pregunta, acariciando mi
mejilla.
—Lo que voy a contarte es algo que solo saben tres personas en este
mundo, una es Pierce, la otra es mi abuela Genevieve y la tercera... —me
detengo antes de decir su nombre. Ese nombre que fue participe del desastre
en el que se convirtió mi vida. —Y la tercera es Robert Leahy.
—¿Qué...? —Comienza preguntando, confundido.
Sé que sabe quien es el padre de Harold, es imposible que no lo conozca,
por Dios, es uno de los ministros más importantes de Estados Unidos.
—Yo..., mi verdadero nombre no es Minerva Wilson —comienzo
diciendo y lo veo contener la respiración. —Mi verdadero nombre es
Annalise Bonheur...
Y así es como comienzo a contarle mi verdadera historia a Dean.
No se cuanto tiempo es el que tarde en contarle todo mi pasado, pero él
ha escuchado atento, tratando de no interrumpirme y respetando mis
silencios cuando todo se volvía demasiado.
Le cuento mi vida, quienes eran mis padres, como llegué a Genevieve y
cómo conocí a Harold, le ahorro, tanto a él como a mi, los detalles precisos
de los peores años de mi vida, sin embargo no se si aquello es peor, porque
por su semblante parece estar imaginando los peores escenarios posibles.
Si bien el padre de Harold logró eliminarme de las redes, tanto mi rostro
como mi historia, mi supuesta muerte si se supo entre las internas, es decir,
los políticamente allegados a ellos, sabian de la trágica muerte de su
prometida, de cómo había sido secuestrada y encontrada muerta una semana
después en medio de un bosque.
Ahora está callado, no me mira, sino que mira sus manos entrelazadas
entre sí, apretándolas con fuerza, lo que no adivino es si esta enojado
conmigo o si en realidad con toda la situación, con todo lo que le conté.
—Dean, por favor, dime algo —susurro, intentando llamar su atención.
—Mine... —dice, clavando sus ojos en los míos y sorprendiéndome al
encontrar tanto dolor albergados en ellos, pero lo que más me sorprende es
la culpa que hay allí. —¿Tienes idea...? ¿Tienes idea de la cantidad de veces
que compartí cenas con ellos? —Comienza diciendo.
—No podrías saberlo —lo excuso, porque él no tiene la culpa de nada, no
lo sabía.
Nadie lo sabía.
—Minerva —dice y ahora se ha puesto de pie, nervioso, pasando sus
manos por su cabello y alborotándolo. —Es que... —se corta antes de decir
esas palabras, volviendo a clavar sus ojos en los míos antes de apartarlos
con rapidez. —Es que yo le di el pésame por tu muerte. —Luce tan
avergonzado, tan triste y me odio a mi misma por ser la provocadora de su
desazón. —Minerva... —repite mi nombre, pero luego de pensarlo unos
instantes, me mira y dice: —Annalise, ¿cómo debo llamarte?
—Minerva —respondo de inmediato. —Annalise murió en aquel sótano,
Dean.
—Voy a matarlo —murmura, más para sí mismo que para nadie. —Voy a
hacer que lo encierren, voy a hacer que pase el resto de su vida en la cárcel.
Ambos —farfulla.
—No puedes —susurro, pero sé que me ha escuchado.
—¿Qué demonios quieres decir con que no puedo hacerlo? —Pregunta
con tono mordaz, de todas maneras sé que no es conmigo con quien está
enojado, sino con la situación en si.
En ese momento es en el que aparece Pierce, como si sintiera la tensión
de la habitación, y antes de que yo pueda responder nada, él dice: —Porque
Leahy le hizo firmar un acuerdo de confidencialidad, si ella llegara a hablar,
podrían enviarla presa de por vida.
—Pero... —intento decir Dean, confundido. —Eso es ilegal, ella...
—Sabes cómo funcionan estas cosas —fue todo lo que respondió Pierce
y por la mirada que le largo a Dean, supe que hablaban de algo más que yo
todavía no lograba comprender.
—Tu lo sabías, ¿verdad? —Inquiere en dirección a Pierce, pero por más
que haya preguntado, ya sabía la respuesta.
—Reconocí a su abuela en el restaurante —murmura Pierce, lanzándome
una mirada de reojo, supongo que recordando aquella noche en la que casi
mato a mi abuela.
Dean tiene las manos en sus caderas y girándose en mi dirección, dice
aquello que tanto temía que dijera: —¿Por qué no me dijiste?
Me siento como si lo hubiera traicionado, pero siendo sincera, no es
como si me gustara recordar aquella época, o rememorarla. Cuando dije que
Annalise esa noche había muerto, era verdad, esa noche morí y renací en
Minerva, en una nueva mujer, más fuerte y que se amaba muchísimo a sí
misma, que sentía que se merecía el mundo.
—Porque no podía —responde Pierce por mi, y cuando los ojos de Dean
y míos se clavan en los de él, agrega: —Estuve leyendo las cláusulas.
—¿Cómo conseguiste el acuerdo? —Pregunto, aunque ya se la respuesta.
—Genevieve —digo por los dos con un asentimiento.
—Quería que lo revisara, tengo algunos amigos abogados que saben
sobre el tema, pero no quería darte falsas esperanzas.
—Fueron los acuerdos que me hiciste revisar a mi —murmura Dean y
Pierce simplemente asiente. —Mierda —farfulla, frustrado.
Supongo que no encontró nada bueno en ellos.
—De todas maneras no es como si quisiera recuperar esa vida —
respondo en voz baja. —No era nadie de todos modos.
—Te quitaron tu identidad, Minerva —murmura Dean, frustrado y medio
superado por la situación—. Te quitaron tu derecho a decidir, ellos..., ellos
no podían hacerlo —agrega.
—Lo se —digo, poniéndome de pie y tomando su mano, dándole un
ligero apretón. —Pero lo hecho, hecho está.
—Pero no es justo, cariño —susurra, tomando mi rostro entre sus manos.
—Lo sé —respondo, porque no lo es, pero es lo que tengo ahora y estoy
bien con ello. —Pero muchas cosas en esta vida no son justas —agrego y él
asiente, como si estuviera de acuerdo con mis palabras, por más que fueran
una mierda.
—¿Qué fue lo que paso hoy? —Pregunta con un suspiro, su semblante
cambiando nuevamente a uno más serio.
—Lo vi —susurro y su cuerpo entero se tensa.
—¿A quien? —Pregunta, aunque sospecho que ya sabe la respuesta.
—A Harold —murmuro.
Sus ojos, a pesar de sospecharlo, se abren enormes y llenos de
preocupación, recorriendo mi cuerpo entero con la mirada y tomándome por
los hombros.
—¿Te vio? ¿Te hizo algo?
—No —me apresuro a responder y es en ese momento que lo recuerdo,
lo que en ese momento no entendí pero que quedó grabado en mi retina y
ahora las imágenes parecen llover sin parar. —Dean —murmuro en voz
baja, antes de preguntar: —¿Dónde estabas cuando te llame?
—¿Qué? —Pregunta él casi de inmediato y me doy cuenta por como se
tensiono, de que está nervioso.
—¿Dónde estabas? —Pregunto en voz baja, pero sé que me ha
escuchado.
Pierce se aleja nuevamente dándonos privacidad, aunque supongo que
estará cerca, él lo sabía, me di cuenta por como había esperado por mi
reacción en esa cafetería, esperando que no se, de ser posible perdiera más
los nervios, de todas maneras no le preste atención hasta ahora.
Hasta que el recuerdo de que llamé a Dean y no respondió me ataca
nuevamente.
—Dean, responde la pregunta —murmuro cuando no dice una palabra y
en ese momento es en el que me doy cuenta que eso que vi es verdad.
—Cariño... —murmura con la voz apagada y el semblante lleno de culpa.
—Dean, ¿por qué aparecía en las noticias que hoy anunciabas tu
compromiso?

***
HOLA BEBIS
LIKE ALWAYS, LO PROMETIDO ES DEUDA
VOTEN COÑO, JE
YO SIGO DE VIAJE, EN BREVE SUBIRÉ COSITAS DE LO QUE
VOY HACIENDO, SOLO PORQUE ME SIENTO INFLUENCER,
JE.
PERO PARA SER MÁS INFLUENCER, SIGANME EN MIS
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BUENO, SE VIENEN UNAS COSITAS INTERESANTES EN
PECADO
VAYAN PREPARANDOSE ¿SI? DE TODAS MANERAS, NO ES
NADA DE LO QUE ESPERAN...
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO VEINTIUNO

PROMESAS SUSURRADAS

DEAN
Me remuevo molesto y aburrido como los mil demonios en el almuerzo,
mientras mi padre comenta a todo mundo sus logros en las últimos años, así
como también se regodea con los míos.
De Mía no habla.
Suspiro, clavando los ojos en mi hermana, que mira algo en su teléfono,
de todas maneras se que no está prestando atención a nada de allí, sino que
su mente está en algún otro lugar.
Algo dentro mío se retuerce, porque si bien ha estado comiendo mejor,
sigue estando demasiado delgada y yo ya no se que hacer para que mejore,
para ayudarla.
No se que hacer, mierda.
Niego con la cabeza, porque si vuelvo ahí, si vuelvo a esos pensamientos,
terminare acercándome a ella, intentaré hablar del tema, diré algo que no
debo y ella se cabreara conmigo, me dejara de hablar y se encerrara en su
propio mundo más de lo que ya está.
Y yo me sentiré una mierda que no pudo ayudar a su hermana menor.
Intento concentrarme en otra cosa, es por eso que vuelvo a mirar la
pantalla de mi teléfono, releyendo la conversación con Minerva.
Si, se que es raro del carajo, pero últimamente ella es la única que logra
hacerme reír.
Abro el chat y comienzo a releer la conversación que mantuvimos hasta
hace un rato:

Mine:
Dean, que me muero, te juro, prometo que es la última noche que bebo.
Se terminó el alcohol para mi.
Yo:
No te mueras cariño, todavía hay muchas cosas que debemos hacer.
Mine:
¿Cosas? ¿Cuáles cosas?
Yo:
Todas las cosas que hacen las parejas que van a estar juntas para siempre.
Mine:
¿Para siempre? No lo sé Dean, estoy segura de que te cansaras de mi en
algún momento.
Yo:
¿Cansarme de ti? Imposible, estuve esperando por ti toda mi vida.
Mine:
Voy a bloquearte
Yo:
¿Bloquearme? ¿Por qué harías eso?
Mine:
Dean, que haces que mi chocho palpite con las cosas que me dices, que
estoy en el metro, que no puedes ponerme cachonda de ese modo en
cualquier lugar.

La carcajada que largo tengo que disimularla tosiendo, cuando algunas


miradas molestas, la de mi padre principalmente, se clavan en mi.
Espero que vuelvan a sus conversaciones cuando vuelvo a releer.

Yo:
Eres increíble.
Mine:
En verdad Dean, que tendré que esforzarme para hacerte reír, ese el
secreto para que no me dejes.
Yo:
¿Pero qué dices?
Mine:
Mira, tengo una teoría, pero no sé si estás listo para conocerla.
Yo:
A ver, te escucho.
Mine:
Teóricamente me lees, es decir, si quieres te mando un audio, pero que
pena la gente que escuche mis pensamientos, ¿no crees?
Yo:
Vale, te leo, anda dime que ahora quiero saber.
Mine:
Pues creo que yo soy la fea de la relación.

Cierro los ojos, conteniendo con todas mis fuerzas las carcajadas que
intentan salir de mi garganta, pero es que esta mujer va a acabar conmigo.
Hasta aquí llegamos con la conversación cuando le respondo:

Yo:
¿Cómo, en el infierno, podrías ser tú la fea de la relación?
Mine:
Es simple física cuántica...

Responde y yo me la imagino a ella, en el metro, moviendo la cabeza al


ritmo de la música que suena en sus auriculares, teniendo todos estos locos
pensamientos en su cabeza y no hago otra cosa que caer más por ella si
aquello es posible.

Mine:
Grabando audio...

Sonrió, observando a mi alrededor cuando su audio llega, seguido por un


mensaje que hace que mi cara se parta en una sonrisa enorme.

Mine:
Se que estas en un almuerzo importante, pero como que reproduzcas mi
audio en X2, tendremos problemas...
Yo:
Por supuesto que no voy a reproducirte en X2
Escucharé el audio.

Llevo mi teléfono al oído para comenzar a escuchar su mensaje.

—Mira, piénsalo de esta manera, ambos sabemos que tu eres el lindo de


la relación, es decir, ¿tu te ves en el espejo? Y es decir, yo soy más bien
simplona, pero a ver, que no es por menospreciarme, pero tengo los ojos
color caca y tu... —suspira en el audio, como si estuviera imaginándome—,
bueno tus ojos creo que son lo que más me gustan de ti, porque no son miel,
pero tampoco son verdes del todo, es más como el color del bosque, creo —
se queda en silencio unos instantes, antes de agregar:—joder, esto debe de
ser de lo más raro para ti, pero bueno, ¿seguro que quieres seguir con esta
relación? Mira que si quieres que terminemos, seré de esas ex que te
acosan y te esperan fuera de tu departamento, fingiendo que chocamos
cuando en realidad estuvo todo planeado, pero solo porque siento que lo
nuestro es real y profundo y todo eso —silencio nuevamente. —Y no puedes
dejarme —agrega, decidida—, recuerda que mi gato se comió a tus bebes,
Dean. No creo que con nadie puedas tener ese tipo de confianza, es decir,
funcionamos... —y luego, baja la voz para susurrar: —Creo que no debí
decir lo de los bebés, la gente comenzó a mirarme raro, adiós.

Niego con la cabeza, divertido, porque estas cosas solo las logra ella, el
hacerme olvidar del mundo, Minerva es tan espontánea, tan única, que
aunque a veces ella no se de cuenta, es como un imán para la gente,
atrayéndonos cerca de su persona.

Yo:
Voy a enviarte un mensaje y será largo, solo porque no puedo responder
con un audio el porque discrepo en todo lo que dijiste antes.
Mine:
A su madre, se viene serio, vale, te leo...
Y creo que la señora que tengo sentada al lado también, porque no para
de intentar ver la pantalla del teléfono, je.
Yo:
Respondiendo a lo primero, si, me veo todos los días al espejo, pero solo
veo a alguien común y corriente, que antes de que tu llegaras, había
olvidado como sonreír.
Estoy completamente en desacuerdo con que tus ojos son del color de la
caca, que por cierto, que asco. No, tus ojos no son del color de la caca, tus
ojos, aunque tu no te des cuenta, tienen un brillo especial, un brillo para
cada sentimiento que te recorre el cuerpo, porque si algo me he dado cuenta
de ti en estos últimos días, es que sientes mucho y tus expresiones así lo
demuestran, pero por sobre todo el brillo de tus ojos es el que delata cada
cosa que pasa por esa cabecita tuya.
No tienes los ojos color caca, aunque si así fuera, me seguirías
pareciendo preciosa, pero como te decía, para mi tienes los ojos de color
chocolate, pero cuando el sol de la tarde te da en la cara y por alguna
extraña cosa que de seguro pasa por tu mente, sonríes, se vuelven de un
color caramelo fundido.
Eres increíble, pero no solo por fuera, que por cierto, eres ardiente como
los mil infiernos, sino que lo que más atrae de ti, es lo que tienes dentro.
Tienes una forma de ser atrayente y una forma fácil de explicarlo sería
como esos insectos que vuelan directo a la luz, tu irradias luz, tu haces que
la gente quiera estar cerca de ti, porque eres increíble y especial y preciosa.
A veces, cuando me despierto en la mañana y te encuentro acurrucada a
mi costado dormida, me da miedo, porque a veces siento que eres
demasiado buena para mi, a veces siento que de un día para el otro
desaparecerás.
A veces también me pasa que me gustaría tenerte solo para mi, pero no
soy egoísta y no podría no compartirte con el resto, porque tu como que
tienes ese no se que, que sana a la gente, que le haces bien.
A decir verdad nunca pensé que podría enamorarme, pero mucho menos
que alguien como tu podría querer estar con alguien como yo..., no lo sé,
supongo que a veces la vida se empeña en sorprendernos, pero que increíble
que la vida me haya sorprendido con alguien como tu.

Envío el mensaje y espero...


Pasan dos, tres minutos, cinco y nada. De todas maneras Minerva está en
línea y sé que ha leído el mensaje por cómo aparecen los tildes en azul.
Me impaciento un poco, ¿acaso la cague? No debería haber dicho todo
esto, es demasiado rápido, tal vez...
De repente me llega una imagen y cuando la descargo río sin poder
evitarlo, ya todo el mundo aquí parece molesto, pero es que la imagen...,
joder con la imagen y con Minerva.
En la foto sale ella, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa
enamorada en su rostro, pero al lado..., al lado de ella hay una señora
mayor, que tiene un pañuelo en su nariz y también llora.

Mine:
Joder Dean, que ninguna de las dos pudimos evitar llorar.
Mierda..., mi chocho tiene tu nombre y apellido, ¿sabes?
Llévanos al altar, ¿quieres?
Yo:
Tal vez lo haga...
Mine:
Pero no lo hagas porque yo te dije, hazlo porque tu quieras, ¿vale?
Demonios, arruine mi propia propuesta de matrimonio.

Antes de que pueda responder nada, Mía se acerca a mi lado, apoyando


su cabeza en mi hombro, mientras que yo rápidamente termino pasando mi
brazo por su espalda, acercandola a mi lado.
—¿Por qué no has dejado de sonreír desde que llegaste? —Pregunta ella
en voz baja.
—¿Eso te molesta? —Pregunto, ladeando mi rostro para poder mirarla a
la cara.
—No, para nada —murmura, de todas maneras no me mira.
—Mía, ¿qué está pasándote? —Sus ojos celestes se clavan en los míos,
tristes.
—Nada —responde luego de unos segundos, apartando la mirada y
removiéndose para deshacerse de mi abrazo.
—Mía... —intento de nuevo, de todas maneras me corto cuando la novia
de mi padre, Katherina, se acerca con una sonrisa de lo más falsa en el
rostro.
—Dean, cariño —dice, dejando dos besos en mis mejillas. —Mía —
murmura, asintiendo en dirección a mi hermana.
Tengo el insulto en la punta de la lengua, de todas maneras me lo trago
cuando mi hermana me presiona el brazo, simplemente negando con la
cabeza y apartando la mirada y no es hasta ese momento que me doy cuenta
lo cansada que se ve.
Lo abatida que luce.
—Katherina —murmuro en su dirección.
—Dean, ¿viste que Rebeca está aquí? —Murmura ella, poniéndose a mi
lado para observar el salón atestado de gente.
—Si, la vi —respondo escueto y mirándola con el ceño fruncido, pero es
que Rebeca nunca le cayó bien, al parecer hasta ahora.
—¿Te has acercado a saludarla? —Pregunta, insistente.
—No he tenido tiempo —respondo.
Ni ganas, para que mentir.
—¿Qué dices si nos acercamos? Su padre está aquí, recuerda la ilusión
que le hacía que ustedes fueran parejas, incluso a tu padre.
—No creo que sea el momento —respondo y en estos momentos me
molesto conmigo mismo por ser tan malditamente educado y no mandarla
al demonio.
—¿Cómo que no? Incluso pueden volver a congeniar, estoy segura de
que en algún momento tuvieron algo —agrega.
Observo a la novia de mi padre molesto, porque si, con Rebeca salimos
un tiempo, sin embargo no funcionó.
No conectábamos.
No había química.
No me hacía reír.
Nadie me hizo reír como Minerva.
—Él tiene novia —murmura Mía, molesta y parece que siguiendo el
rumbo de mis propios pensamientos. —No estará con esa estirada —agrega.
—No seas maleducada —sisea ella.
—Es la verdad —responde Mía, encogiéndose de hombros. —No es más
que una perra fría que no merece a mi hermano, al igual que tu.
Mis ojos se abren enormes, pero es que Mía no logra controlarse cuando
tiene a Katherina a su alrededor. El odio de ellas fue desde siempre y si bien
en un principio la novia de mi padre intentó llevarse bien con ella, dejó de
insistir con el tiempo y Mía se ha encargado de profesarle su odio siempre.
Yo por mi parte, tengo un poco más de respeto con ella, solo por mi
padre.
—Mía... —la regaño.
De todas maneras me corto cuando los dedos de Katherina se cierran en
torno a su brazo, clavándole las uñas en la piel.
—Comienza a controlar tu maldita boca —sisea en su dirección.
—Como que no la sueltes ahora mismo no respondo de mi —digo en voz
baja, poniéndome frente a mi hermana para que la suelte. —Ahora mismo
—siseo.
Katherina se sorprende por la frialdad con la que le hablo, porque por
encima de todos, siempre estará mi hermana.
Siempre.
Da dos pasos hacia atrás, con las mejillas sonrojadas por la vergüenza,
algunos ojos clavados en nosotros.
—Lo siento —se disculpa—, es que a veces se pasa de la raya, Dean —
murmura, clavando sus ojos en los míos, con falsa angustia reflejados en
ellos. —Lo siento —repite.
Antes de que pueda responder nada, mi padre se acerca, hablando con
Daniel, el papá de Rebeca y yo me trago el suspiro, porque ella también se
acerca, con una sonrisa radiante y ensayada.
Para nada como la sonrisa de Minerva, que parece sonreír siempre, pero
sus sonrisas son tan reales y hermosas.
Todo en ella lo es.
—Hola —murmura Rebeca, acercándose para dejar dos besos en mis
mejillas, repitiendo la misma acción con Mía.
Su perfume dulzón me hace arrugar la nariz, de todas maneras sonrió
educado, dándole un apretón a su padre cuando se acerca también a saludar.
—¿Cómo has estado, Dean? —Pregunta Daniel, dándole un golpe en la
espalda a mi padre, antes de agregar: —He oído por ahí que todo en lo que
trabajas es un éxito.
—No es para tanto, Dan —murmuro, un tanto incómodo.
—Que va, no seas modesto —dice él, con una sonrisa enorme en el
rostro, antes de dirigirse a mi padre. —¿Te imaginas la unión de nuestras
familias, Ross? —Dice y a mi padre lentamente se le borra la sonrisa del
rostro. —¿Eso sigue en pie? Estoy seguro que ellos funcionaban bien —
agrega.
«Dios, que se calle» pienso para mis adentros.
Tuve un pequeño amorío con Rebeca en la universidad, pero todo
termino cuando ella se fue a terminar sus estudios en Europa y desde
entonces no la volví a ver, hasta hace un tiempo que nos reencontramos en
una cena benéfica.
Nuestra ruptura no me dolió ni mucho menos, creo que en un momento
llegué a agradecer que aquello no pasara, ya que ambos estábamos juntos
por la presión que ponían nuestros padres a ambos, sin embargo me
sorprendió que quiera volver a retomar donde dejamos las cosas una vez
que volvió.
La rechace de la manera más amable que pude, pero yo en ese momento
ya estaba medio prendado por Minerva.
—Estoy en pareja —murmuro cuando mi padre no dice nada.
—Un amorío sin importancia —agrega Katherina, interrumpiéndome.
Mi mirada molesta se clava en ella, sin embargo cuando voy a decir algo,
mi teléfono comienza a vibrar en mi bolsillo y cuando lo saco, es una
llamada entrante de Minerva.
Estoy a punto de atender cuando una mano, la que descubro luego es la
de Katherina, golpea mi brazo y mi teléfono termina cayendo al suelo con
un estruendo.
—Oh, lo siento mucho —murmura, apenada. —Creo que me he pasado
con el vino —agrega, riendo y haciendo a todos a nuestro alrededor reir
tambien.
Sonrió tenso cuando Rebecca me tiende mi teléfono que ahora se ha
apagado por el golpe y tiene la pantalla trizada.
—Lo siento mucho —insiste la novia de mi padre.
—No pasa nada —murmuro, intentando prenderlo nuevamente.
Escucho a Mía murmurar algo por lo bajo, pero antes de que pueda
entender se ha alejado de nosotros. Mi padre intenta distraer a su amigo de
la incómoda situación de recién, mientras Rebeca me ayuda a prender mi
teléfono, aunque en realidad no hace nada, simplemente está al lado mío.
Katherina insiste en que fue un accidente, pero algo me dice que en
realidad vio que quien llamaba era Minerva y no puedo terminar de
entender el porqué de su odio a ella.
Ni siquiera la conoce.
Nadie que conozca a Minerva podría odiarla.
Cuando mi teléfono, luego de varios intentos, vuelve a encenderse, lo
primero que hago es alejarme unos pasos y llamar a Minerva. De todas
maneras termina mandándome directamente al buzón, sin embargo me
percato de todas las notificaciones que comienzan a llegarme.
Llamadas de números que no conozco que desvío.
Mía se acerca a mi lado, también con su teléfono en la mano y el rostro
preocupado.
—¿Qué pasa? —Pregunto, observando que mi padre ahora está al
teléfono, discutiendo con alguien.
—Mira lo que se filtro —murmura mi hermana, mostrándome la pantalla
de su teléfono.
Allí hay una foto mía y de Rebeca vieja, cuando estábamos en la
universidad, tomados de la mano y yo riendo por algo que gritaba Xander a
lo lejos.
Rebeca odiaba a Xander.
En la foto pareciera que rio por algo que ella dice, ya que tiene sus ojos
clavados en los míos, de todas maneras nada más lejos de la realidad,
siquiera teníamos temas de conversación.
Luego se muestra otra foto, esta vez no estamos juntos, sino que estamos
llegando a este mismo evento, de todas maneras los links llevan a distintos
encabezados, diciendo que nos reencontramos, que el amor todavía vive,
programas baratos de chimentos que escriben puras mierdas. Pero el que me
deja fuera de juego es el último, que encima es de un canal informativo más
serio, en él se anuncia mi pronto compromiso con Rebeca, confirmando que
este almuerzo era para dar la noticia a nuestras familias.
Joder.
Cierro los ojos, entregándole el teléfono a mi hermana mientras mi padre,
con expresión molesta, se acerca a mi.
—¿Qué demonios es todo esto? —Siseo en su dirección, importándome
muy poco las miradas que se clavan en nosotros.
—Baja la voz —responde él.
—Y un carajo —respondo, frustrado.
Esto es una mierda, por muchísimos motivos, pero el que más me
preocupa es cómo mierda voy a explicarle a Minerva esto, teniendo en
cuenta el desastre que será mi vida en los próximos días.
—Pasemos a la siguiente habitación —murmura el padre de Rebeca,
poniendo una mano en mi espalda para hacerme avanzar.
Presiono dos de mis dedos en mis ojos, molesto por el dolor de cabeza
que se avecina, antes de clavar mis ojos en mi padre.
—Tienes que detener esto antes de que se salga de control —digo en su
dirección.
—Necesitas calmarte —murmura él como si nada.
—Tienes que detener esto —insisto. —No quiero verme envuelto en
estas mierdas mediáticas —agrego.
—Cuida el lenguaje —me reta él, como si tuviera dos años.
—Piénsalo de esta manera, Dean —interrumpe Daniel—, no está tan mal
que te relacionen con mi hija, tuvieron una relación antes —agrega, con una
sonrisa de oreja a oreja. —Hasta tal vez y todo vuelven a congeniar —
murmura.
—Estoy en una relación ya —es todo lo que respondo, molesto por como
se toma esto tan a la ligera.
Mi teléfono no para de sonar en mi bolsillo, es por eso que lo tomo,
dispuesto a apagarlo, pero quien llama ahora es Pierce, cuando la llamada
se corta, vuelve a insistir, desvió nuevamente la llamada, guardando el
teléfono en mi bolsillo.
—En unos días van a olvidarlo Dean —agrega Katherina con una sonrisa
en su rostro. —No creo que a tu noviecita le importe, de todas formas si van
en serio, debería acostumbrarse a esto.
Niego con la cabeza, no voy a responder a su mierda ni a entrar en sus
juegos.
—Dean, es Pierce —dice Mía, tendiendome su teléfono mientras lo tomo
un tanto confundido.
Si Pierce se comunicó con Mía es que debe de ser algo importante.
—¿Si? —Pregunto cuando atiendo el teléfono.
—Por fin atiendes, demonios —sisea Pierce en mi dirección. —Necesito
que vengas a mi departamento.
—No puedo ahora, Pierce, algo sucedió...
—Pasó algo con Minerva —es todo lo que dice.
—¿Qué con ella? —Pregunto, sintiendo un escalofrío recorrerme el
cuerpo entero.
—Ven a mi departamento —es todo lo que responde él, antes de cortar la
llamada.
—Me tengo que ir —murmuro, a nadie en particular.
—¿Dónde? No puedes irte ahora —murmura mi padre. —Estará lleno de
periodistas fuera —agrega.
—Si, bueno... —respondo, restándole importancia—, mi novia me
necesita —es todo lo que respondo.
—La prensa está fuera —insiste mi padre.
—Me importa una mierda —es todo lo que respondo, antes de salir de la
habitación.
Todas las miradas se clavan en mi, de todas maneras las ignoro y me
dirijo fuera.
Por suerte logro esquivar a la prensa, sacando el coche del
estacionamiento, mientras manejo en dirección a la casa de Pierce,
preguntándome qué demonios pasó y sintiéndome culpable como la mierda
por no poder haber ayudado a Minerva, siendo así que tuvo que pedirle
ayuda a él.
Lo único que pienso, mientras manejo a toda hostia a la casa de mi
amigo, es que nada grave le haya pasado a mi novia.
╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗

Observo a Minerva descansar, luego de que le explicara lo que había


pasado en el almuerzo de mi padre y la noticia falsa, simplemente asintió y
se acurruco en su lugar.
Sé que algo está pasándole por su cabeza y me duele el no poder
ayudarla, cuando vi que comenzó a quedarse dormida, me acerque a su lado
y apoye su cabeza en mis piernas.
Nos quedamos simplemente allí, en silencio, mirándonos el uno al otro,
mis manos como por voluntad propia acariciando su cabello, ella
relajándose bajo mi toque.
Sus ojos están hinchados, sus mejillas enrojecidas por el llanto y sus
labios lastimados por mordérselos.
Pierce dijo que tenia que hacer algunas cosas, salió hace un rato y nos
dejó solos en la privacidad de su departamento, cosa que realmente
agradecí. Él, al igual que yo, estaba taciturno y pensativo por todo lo que le
había pasado hoy.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? —Susurro en dirección a Minerva.
Ella sonríe con tristeza y sus ojos se llenan de lágrimas.
—También te quiero —responde, mientras que dos pesadas lágrimas caen
por sus mejillas.
—¿Por qué estás llorando, cariño? —Pregunto, limpiando con mi pulgar
sus lágrimas.
Ella simplemente niega con la cabeza, acurrucándose más cerca mío, es
por eso que acomodo mi cuerpo de tal manera que descanse su cabeza en
mi pecho.
Dejo un beso en su cabello y ella suspira con algo parecido al alivio, sus
manos enredándose por encima de mi abdomen y sus piernas haciendo lo
mismo, a pesar de que la temperatura en el departamento es agradable, ella
tirita, aunque no descubro si por el frío o por todos los acontecimientos que
pasaron hoy.
No se cuanto tiempo es el que permanecemos en aquella posición, yo
termino medio perdido en mis pensamientos, rememorando todas las veces
que compartí cenas con los Leahy, los apretones de manos, los saludos, sin
embargo siempre hubo algo en ellos que no terminó por cerrarme,
agradezco nunca haber profundizado mi relación con ellos, aunque tampoco
puedo evitar pensar en Minerva, o Annalise, joder que lio es todo.
Ladeo mi cuerpo para poder observarla, está profundamente dormida, sin
embargo su ceño se encuentra fruncido y tiene un mohín adorable en sus
labios. Me pregunto si en realidad está pudiendo descansar luego de haber
visto a su ex hoy o si sus sueños se encuentran plagados de recuerdos que la
atormentan.
Todavía recuerdo cuando la noticia de su supuesta muerte se supo,
recuerdo que Harold simplemente desapareció por bastante tiempo, su
padre usó aquella muerte para ganar favores en las internas políticas.
«Dios, que hijo de puta» cierro los ojos, tragándome todo lo que tengo
ganas de gritar.
De todas maneras soy sacado de mis pensamientos cuando Pierce entra
en el departamento, haciéndome una señal con la cabeza para que lo siga a
la cocina y así Minerva pueda descansar.
Saco su pequeño cuerpo con cuidado de debajo mío, tratando de no
despertarla, de todas maneras nada parece sacarla del sueño al que está
sumido. La tapo con una manta que hay en uno de los sillones y me dirijo a
la cocina.
Pierce está haciendo café, tendiéndome una tasa la cual rechazo.
—Necesito algo más fuerte —es todo lo que respondo.
Asiente, abriendo uno de los cajones y sacando una botella de un
whiskey añejo, sirviendo dos medidas para mi y dos para él.
—Que puta locura, joder —digo, haciendo una mueca cuando el líquido
quema mi garganta.
—¿Qué van a hacer ahora? —Pregunta él.
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, porque no entiendo a que se refiere.
—Dean, ella no puede volver a su departamento sola —dice él y asiento,
porque tiene razón.
No había pensado aún en eso.
—A mi casa no puede venir —murmuro. —La prensa será terrible hasta
que la noticia del compromiso pase.
—Joder —responde él, frotándose sus ojos.
—¿A lo de Isa? —Murmuro, aunque no muy convencido.
—¿Qué si él sabe que ella está viva? —Inquiere Pierce, lo mismo que
estaba pasando por mi cabeza. —¿Qué si va a por ella?
—¿Qué propones? —Pregunto, aunque imagino lo que ronda por su
cabeza.
—Estaría vigilada —comienza diciendo.
—No es como si tuviera problemas mentales —refuto, enojado.
—Vale, entonces, ¿qué propones? —Dice, frustrado.
El enojo y también un poco de celos comienzan a bullir dentro mío, de
todas maneras logro controlarlo, porque lo que me pase a mí ahora no
importa, lo importante es ella.
—No lo sé —respondo.
—Sabes que puedes mudarte aquí si quieres —dice, como si hubiera otra
maldita opción—, sabes que es peligroso que la descubran, Dean, sabes lo
que ese tipo de gente es capaz de hacerle...
—No sigas.
—Dean, Leahy puede hacerla desaparecer en segundos, un accidente de
auto, una mala conexión de gas en su puto departamento que termina en una
explosión, un asalto que sale mal en la cafetería...
—Detente —siseo.
—No puedo detenerme, Dean —dice Pierce y sin darnos cuentas, ambos
levantamos sin querer la voz. —No puedo detenerme porque ya intentaron
matarla una vez, ¿crees que no saldrá mejor a la segunda? —Insiste.
Mis palmas se estrellan contra la mesada que nos separa con enojo.
—¡Cierra la puta boca! —farfullo con la mandíbula presionada entre sí.
Pierce está igual, o incluso más enojado que yo, respirando con dificultad
y sin quitarme la mirada de encima, de todas maneras sé que no es conmigo
el enojo, sino que es su manera de canalizar todos los sentimientos
encontrados con lo que sucedió, lo sé porque con Pierce nos parecemos
mucho y yo estoy actuando de la misma manera con él, en lugar de buscar
una puta solución al problema.
—¿Qué está pasando? —Dice de repente una voz.
Ambos nos giramos al mismo tiempo, clavando los ojos en la preciosa
mujer que está en la puerta, con los ojos achinados por el sueño, el cabello
hecho un desastre y los pies descalzos.
—Nada cariño —me apresuro a decir, avanzando donde ella se
encuentra.
Minerva se deja envolver entre mis brazos, mirando de reojo a Pierce con
la pregunta danzando en su mirada.
—No puedes volver a tu departamento —murmura él, a lo bestia.
—¿Qué? ¿Por qué? —Pregunta, despegándose de mi.
—¿Por qué crees? —Responde él con ironía. —Vas a quedarte aquí —
agrega.
Cierro los ojos, porque no tiene una pizca de tacto al hablar con ella.
—¿Y cuando se supone que decidieron eso por mi? —Pregunta ella,
cabreada y con razón, mientras se desprende de mi abrazo para cruzarse de
brazos y clavar sus ojos molestos en los míos.
Me tocara dar las explicaciones a mi, entonces.
—Estarás más segura aquí —digo con calma. —No sabemos si Leahy te
vio, pero si logro hacerlo, sabe que estas viva y este departamento es mucho
más seguro que el tuyo.
—Pero... —dice ella, aunque comienza a flaquear—, ¿no podemos ir a tu
casa? —Pregunta en voz baja.
Y joder, que me muero de ternura por ella.
—No cariño —murmuro con una sonrisa triste en la boca. —Con toda la
mierda de hoy, mi casa estará llena de reporteros, no podemos correr el
riesgo de que te vean —digo, acomodando su cabello lejos de su rostro.
—Pero... —insiste—, ¿que hay de mis gatos? —Pregunta.
Clavo mis ojos en los de Pierce, porque en definitiva es su departamento,
él decide, aunque no hay mucho que pueda hacer, por la mirada triste en
Minerva sé que ya está flaqueando.
—Iré por el gato —dice, rodando los ojos.
—Son dos —agrega ella en voz baja y las mejillas encendidas.
Los ojos de mi amigo se entrecierran, de todas maneras simplemente
asiente, dirigiéndose al living, nosotros siguiéndole el paso.
Pudimos dar con la cartera de Minerva cuando se comunicaron con ella
por haberla dejado en la calle, por suerte había sido una señora que había
visto cómo la dejaba caer y cuando vio la tarjeta de seguro social que tenía
sus datos, pudo dar con su número telefónico. Pasé a buscarla antes de
llegar aquí, recuperando por suerte las pertenencias de Minerva.
—Pueden quedarse en el cuarto de arriba —murmura Pierce en mi
dirección, cosa que asiento. —El cuarto está hecho —agrega.
Minerva le tiende las llaves a Pierce, explicandole cómo trasladar a sus
animales, este simplemente asiente y ella suspira una vez que quedamos
solos en el departamento.
—¿Tienes hambre? —Pregunto—. Puedo pedir algo para comer.
—No —responde ella, cansada—, solo quiero dormir.
—Andando —murmuro, tomándola de la mano y yendo a la habitacion
de huespedes de Pierce.
Una vez ahí, ayudo a Minerva a desvestirse, no es como si no pudiera
hacerlo sola, pero solo tengo la necesidad de consentirla un poco, ella me
sonríe, aunque su semblante sigue siendo triste y cansado.
Termina solo con sus bragas puestas y el sostén, antes de que yo haga lo
mismo y quede simplemente en boxers, fuera ya no hay luz, la noche cayó
sobre la ciudad y una llovizna golpea contra los ventanales.
Minerva se acurruca contra mi, y yo enredo mis brazos a su alrededor,
atrayéndola a mi cuerpo.
—Tengo miedo —confiesa en voz baja y siento nuevamente las lágrimas
manchar mi piel.
—Lo sé —respondo, sintiéndome una mierda por no poder hacer nada
para calmar su desazón. —Prometo que todo va a estar bien, voy a cuidar
de ti.
—Siento todo esto —se disculpa.
Ladeo mi cuerpo hacia atrás, para poder mirarla a los ojos y decir con
calma.
—Haré lo que sea para protegerte, Mine —susurro, dejando un beso en
sus labios—. Lo que sea, cariño, lo prometo —repito.
Y sé que no sabe cuanta maldita verdad hay en mis palabras, no teniendo
siquiera idea de dónde me llevará esa promesa más adelante, pero por ahora
simplemente me preocupare de ella, en el aquí y ahora.

╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗


HOLA HOLA BEBIS
AQUÍ OTRO CAPÍTULO DE PECADO, ¿QUE LES PARECIÓ?
¿QUE CREEN QUE PASE DE AQUÍ EN MÁS?
YA QUIERO QUE LEAN TODO LO QUE VIENE, IRÉ
SUBIENDO CAPÍTULOS A MEDIDA QUE PUEDA, TODAVÍA
SIGO DE VIAJE, JE.
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PERFIL)
POR FAS, RECOMIENDEN LA HISTORIA Y EN EL CASO DE
HACER EDITS, NO SE OLVIDEN ETIQUETARME, ASI TAMBIEN
LOS COMPARTO.
CAPÍTULO DEDICADO A MI NANYS PRECIOSA QUE
CUMPLIO AÑOS HACE UNOS DIAS, A KAMI, KRISTEL Y
KAROL, QUE CUMPLIERON AÑOS Y ME OLVIDE, JEJE.
PIEDON
LXS AMO, NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR
MUCHO
VOMITANDO AMOR SIEMPRE
DEBIE
CAPÍTULO VEINTIDOS

AVÍSAME CUANDO MI CORAZÓN SE DETENGA, TU ERES EL


ÚNICO QUE PUEDE SABERLO

Cuando abro los ojos, me doy cuenta que Pimienta está sentado en la
misma cama que yo, lamiendo su pata, mientras que Sal intenta por todos
los medios escalar a la cama por la manta que está caída a los costados, de
todas maneras, una vez que llega a la cima, mi gato deja de lamerse, para
estirar la pata y comenzar a golpearla en su cabeza, haciendo que esta caiga.
—Pimienta... —murmuro, haciendo que los ojos de mi gato se claven en
los míos, antes de que comience a ronronear hasta terminar de acercarse a
mi.
Acaricio su pequeña cabeza, sin embargo no me siento, ni hago nada más
que aquella pequeña caricia, incluso cuando se hace una bolita y se acurruca
para dormirse.
Mi gato puede ser cruel a veces, pero no deja de estar para mi cada que lo
necesito.
Dean no está en la cama, sin embargo aquello creo que es algo que
agradezco, no sé si podría soportar su cara triste al mirarme, la pena en su
mirada.
Dios.
Que puto y maldito desastre es todo esto, como en cuestión de nada mi
vida pudo irse al garete.
«No vayas por ahí» susurra mi inconsciente. «No sabes si Harold te vio»
De todas maneras no es como si eso importe, porque a partir de ahora las
cosas van a cambiar para siempre y por más que la idea de tener que irme
de aquí, de abandonar a mis amigos y la vida que logré construir hace que
todo dentro de mi se resienta con dolor, no puedo evitar imaginar esa
opción, no puedo evitar tener que empezar desde cero otra vez.
«¿Hasta cuando?» No puedo evitar pensar. «¿Pasaré toda mi vida
huyendo?»
Mañana, me digo para mis adentros con determinación, mañana podré
preocuparme por esto, ahora simplemente me tomaré este día para intentar
olvidar todo lo que a pasado, para hacer de cuenta que en realidad nunca
pasó, ahora puedo simplemente imaginar que no soy yo y que soy alguien
más durmiendo en una habitación desconocida con dos gatos.
El silencio en el que me había sumido es interrumpido cuando Dean entra
a la habitación, con una bandeja con el desayuno en la mano y sonriéndome
cuando me ve despierta.
De todas maneras no puede disimular la tristeza y preocupación en sus
ojos.
Odio ver esa mirada en la gente.
No puedo devolverle la sonrisa, pero es que me siento como entumecida,
como si en realidad no estuviera pudiendo sentir nada.
—¿Cómo estás? —Pregunta Dean, adivinando mi humor taciturno.
—Bien —respondo, con voz ronca por el sueño.
Él suspira, de todas maneras vuelve a sonreírme, sentándose en el borde
de la cama mientras apoya la bandeja en mis piernas.
Hay lo que creo que es un café, aunque el líquido no es del todo negro,
sino más bien turbio, las tostadas..., bueno, están completamente negras,
carbonizadas.
Incomibles.
—El desayuno es una mierda, lo sé —dice él de repente, negando con la
cabeza—. Pero es que Pierce se fue temprano, no supe como hacer andar su
cafetera del todo bien y las tostadas no saltaron nunca, sino que se quedaron
allí dentro hasta que fue imposible salvarlas —agrega, contrariado.
Mi mano se extiende hasta tomar la suya, dándole un ligero apretón.
—Está perfecto —murmuro.
Dean no responde, sino que mira nuestras manos, nuestros dedos ahora
entrelazados mientras que yo por mi parte hago lo mismo.
Nos quedamos en un pesado silencio, uno que parece que quisiera decir
muchas cosas, pero ninguno de los dos logra expresarse.
—Estoy aquí si necesitas hablar —susurra él, de todas maneras sus ojos
aún no logran encontrarse con los míos.
—Lo sé —respondo luego de unos segundos en silencio.
Cuando esas palabras salen de mi boca, por fin levanta la mirada,
clavando sus ojos en los míos.
Lucen preocupados, desde ayer que lucen de esa forma, pero también
desbordan de amor, de amor por mi y yo me siento una mierda, no puedo
evitarlo, no puedo evitar el sentimiento de culpa que me embarga.
«No lo mereces» dice la indeseada voz en mi cabeza. «Solo vas a joderle
la vida, Minerva, no eres nada»
Sacudo la cabeza, en un vago intento de apartar esos pensamientos de mi
cabeza que no sirven de nada, que no me llevan a ningún lado.
Dean no deja de mirarme, sin embargo esta vez soy yo quien no logra
devolverle la mirada, quien no puede encontrarse con sus ojos.
Lo siento tragar con dificultad, antes de que ladee su cuerpo hacia delante
para tomarme con dulzura por la mejilla, haciendo que mis ojos se
encuentren con los de él.
—Pase lo que pase, estaré aquí para ti —murmura y después me besa.
Pero..., yo no puedo devolverle el beso, no puedo más que quedarme allí,
deleitándome en el calor de sus labios sobre los míos que sé que no
merezco.
Dean suspira, alejándose un poco, antes de dejar un beso en mi frente y
ponerse de pie.
—Debo irme —murmura. —Tengo que ir a la oficina, intentar resolver el
desastre del compromiso.
Asiento, por que no se que otra cosa hacer.
Él se queda allí, esperando, de todas maneras no digo nada, no sé qué
sucede conmigo, no sé porque no puedo salir de este entumecimiento que
estoy sintiendo justo ahora.
—No vemos en la tarde —murmura—, come algo, por favor —agrega.
No respondo y él termina saliendo de la habitación, dejándome sola en un
profundo y pesado silencio.
Odio sentirme de esta manera, odio sentir que no soy suficiente, odio
sentir que arruino la vida de la gente que quiero, de la gente que me rodea.
Apoyo la bandeja sin probar bocado, mientras vuelvo a acurrucarme
debajo de las mantas e intentar volver a dormir, porque de repente estoy
muy cansada, de repente tengo mucho sueño, de repente solo quiero
desaparecer.
Y creo que de cierta forma lo logro, porque cuando quiero darme cuenta,
los días no comienzan a ser más que borrones que pasan sin que siquiera me
de cuenta.
A veces me levanto, de todas maneras agradezco no cruzarme nunca con
Pierce, cosa que agradezco, él no viene a mi habitación y yo prácticamente
no salgo de aquí.
Dean hay noches que no las pasa conmigo, no quiere que la prensa
sospeche el que no vuelva a dormir nunca a su casa, en la cual han estado
haciendo guardia a diario, al igual que en su trabajo.
Los rumores de compromiso aumentaron, aunque él no logra entender el
porqué de que se ensañen tanto con la noticia.
Descubre el porqué unos días después, cuando su padre anuncia que se
postulara para un importante cargo en el senado.
Las guardias de la prensa solo empeoran y ahora no solo lo acosan a él,
también comienzan a acosar a Mía cuando la campaña empieza.
Rumores recubren a su pequeña hermana.
Drogas.
Problemas alimenticios.
Su falta de peso.
Lo mal que iba vestida una tarde.
¿Cómo su padre podría gobernar cuando no logra criar a sus hijos?
Dean a veces me habla cuando viene a dormir a la noche, de todas
maneras no logro responderle, o creo que no lo hago.
No me siento como yo misma últimamente.
Solo quiero dormir.
—Debes comer, Mine —susurra una noche, en la cual no le di más de
dos bocados a mi comida.
Luce tan cansado, las ojeras resaltan en su pálido rostro, una barba
incipiente recubre sus mejillas.
Quiero acariciarlo, decirle que todo va a estar bien, que no hay nada que
temer, que cuidaré de él.
No lo hago.
¿Ya dije que no me siento como yo misma últimamente?
Dean solo suspira con cansancio, se acuesta detrás mío y me abraza muy
fuerte, me abraza como si yo fuera una balsa que lo mantiene a flote, me
abraza como si me estuviera diciendo lo mucho que me necesita, lo mucho
que necesita que vuelva a ser la de siempre.
No puedo.
No quiero.
«No eres nada, Annalise»
No soy nada.
Arruino todo lo que toco, ¿ven? Cuando Dean más me necesita no estoy
para él.
¿Qué clase de novia hace eso?
Tal vez esté mejor sin mi.
—Te quiero —susurra una noche.
No le respondo.
Sé que estoy lastimándolo con mi silencio, lo se por la tensión con la que
sus brazos a mi alrededor esperan una respuesta.
—Dime que hacer para ayudarte, Mine —insiste.
Mi silencio es todo lo que obtiene de respuesta.

Para todo mundo estoy enferma, tengo una gripe horrible.


Tal vez la tenga.
O tal vez no sea una gripe.
Tal vez solo estoy vacía.
Me siento vacía.
No siento nada en absoluto.
Nerea se hace cargo de la cafetería.
Isabella la ayuda.
Tengo mensajes de Mika sin leer.
Mika amenaza con romper nuestro compromiso si no me comunico con
él pronto.
«Tal vez sea lo mejor» pienso. «Todo lo que toco lo arruino»
Por momentos solo quiero desaparecer.
Por momentos solo desaparezco.
Dean me pide que coma.
Le doy el amago de una sonrisa y finjo que como, no lo hago, en realidad
mantengo mucho la comida en mi boca. Mastico por demasiado tiempo.
No doy más de dos bocados y vuelvo a dormir.

Deje de soñar con Harold.


Ahora solo hay nada cuando me voy a dormir.
Me gusta esa sensación de nada.
Dean me susurra en la noche que todo va a estar bien, que hará lo que sea
para mantenerme a salvo.
Quiero creerle, pero...
«No eres nada, Annalise»
No soy nada.
No le respondo nada a Dean.
Por que a decir verdad, no creo en sus palabras.
Vuelvo a dormir.

Me siento débil.
Siento que no quiero hacer nada.
Dean está preocupado, quiere hablar con un médico.
Le sonrió y como todo lo que hay en mi plato.
Me devuelve la sonrisa, parece aliviado de verme comer.
De que no le responda sólo con monosílabos.
Dice que me quiere.
Y que lo que más extraña de mi es mi sonrisa.
Yo también me extraño.
No a Annalise.
Extraño mucho a Minerva.
«No eres nada, Annalise»
No soy nada.
Vuelvo a dormir.

Pimienta no se ha movido de mi lado.


Ha estado acurrucado conmigo en todo momento.
No tengo idea de dónde está mi gata.
Aunque hay días que se acurruca a dormir en mi cuello.
Pimienta odia que haga eso.
Cada que puede la tira de la cama.
No lo regaño.
No sonrió.
Vuelvo a dormir.

Tengo una pesadilla.


Por lo general, cuando Dean no duerme conmigo tengo pesadillas.
Nadie puede protegerme de lo que hay en mi cabeza, pero Dean..., él
espanta los malos sueños.
Me despierto mareada, desorientada por la oscuridad.
El sudor cubre mi cuello.
Pega mechones molestos de cabello a mi piel.
No puedo moverme.
El pánico atenaza mis músculos.
Intento respirar pero..., no puedo.
Sé dónde estoy.
Sé que todo termino.
Pero, ¿terminó?
¿Quién eres?
No eres nada.
No soy nada.
Esa noche me levanto y vomito.
Me parece escuchar a Pierce entornar la puerta, asomarse, pero finjo estar
dormida.
No quiero que se acerque.
«Arruinas todo»
Arruino todo.
Vuelvo a dormir.

Quiero volver a ser yo.


Extraño ser yo.
Nadie más que yo misma va a sacarme de aquí.
Quiero intentarlo pero...
Tal vez mañana.
Mañana lo intentaré.
Ahora estoy muy cansada.

—Necesitas levantarte, cariño —susurra Dean.


Le sonrió.
Le digo que mañana volveré al trabajo.
Es una mentira.
No vuelvo al trabajo.
Nerea puede con todo.
No me necesita.
Nadie me necesita.

—Te necesito —susurra Dean una noche, cuando cree que estoy dormida.
Mi corazón se rompe.
Él me necesita.
Y yo lo defraudo.
Una y otra vez.

«Nunca nadie va a quererte, Annalise»


«Deberías agradecer que me quedo»

Quiero levantarme.
Quiero volver a ser la que era.
Hoy es el día.
Hoy...
Pero tal vez más tarde.

—Necesitas levantarte —dicen.


Abro mis ojos.
Esa voz no es amable.
Hace que solo quiera acurrucarme más.
—Levántate —insiste Pierce. —Y de paso te bañas —agrega.
Idiota.
Lo ignoro.
Pimienta lo araña cuando intenta quitarme las frazadas de encima.
Sisea y maldice por lo bajo.
Casi sonrió.
Casi.

—Mine —me despierta otra voz.


Es dulce.
Comienzan a dejarme besos por el rostro.
Sus labios me hacen cosquillas.
Rio.
Después de muchos días.
Muchos.
Rio.
Dean.
Sus ojos se iluminan cuando ven mi sonrisa.
Entierra su rostro en mi cuello.
Me dice que me quiere.
Le respondo que yo también lo quiero.
Me da el beso más dulce que me dieron nunca.

Tomo un baño de burbujas.


Dean lo preparó para mi.
La casa de Pierce es la hostia.
Quiero que Dean se meta en la bañera conmigo.
Se ríe y dice que no.
Me tomo mi tiempo.
Me siento mejor.
Esa noche como la mitad de mi plato.
Dean parece aliviado.
Ni rastros de Pierce.

Esa noche Dean no se queda a dormir.


Lo extraño.
Respondo todos los mensajes que tengo.
Son muchos.
Mis amigos me extrañaron mucho.
Parece que Dante tiene novio.
Mika dice que no soporta más a sus hermanas.
Su madre quiere verme.
Isa dice que su chocho se olvidó de cómo palpitar.
Nerea exige un aumento de sueldo.
Tatiana me manda memes de índole sexual.
No se que quiere decir.
Le mando un mensaje a Dean, diciéndole que lo extraño.
Su respuesta nunca llega.

La tarde siguiente estoy ordenando el cuarto de Pierce.


Me siento mejor, pero quiero volver a mi casa.
Dean dijo que vendría a la tarde.
Le diré que quiero volver a mi casa.
Dean esa tarde no llega.

A la mañana siguiente llega.


Algo pasa en su mirada.
Está triste.
Luce distinto.
—¿Qué pasa, Dean?
—Nada cariño.
Tengo miedo y no puedo dormir.
Tengo miedo porque Dean está diferente.
Actúa diferente conmigo.
Dice que me quiere, pero...
Algo está yendo mal.
No se como ayudarlo.

Una noche no lo soporto más:


—Dean, dime que está mal... —susurro.
—Nada —dice él, pero no me mira.
Estamos en el comedor de Pierce, pedimos algo de comida, pero ninguno
de los dos ha comido mucho.
Sé que he perdido bastante peso, de todas maneras ignoro eso, porque me
siento mejor.
—Dean, si es por los días anteriores —comienzo diciendo con vergüenza.
Ahora si me mira fijamente a los ojos—, yo... —aparto la mirada,
avergonzada—, no es algo que controlo, ¿esta bien? A veces esa clase de
depresión y ese estado de entumecimiento llega, pero, te juro que estoy
mejor.
—Mine, no es eso... —suspira él.
—En verdad lo siento mucho —insisto, de repente desesperada—, sé que
no mereces soportar estas cosas, pero te juro que no volverá a pasar.
—Minerva —dice mi nombre, como si no pudiera creer lo que sale de mi
boca.
—Perdóname por favor —insisto, de repente desesperada—, no volverá a
pasar.
—No tienes que pedirme perdón —dice él, interrumpiéndome. —Nunca
me pidas perdón por... —se corta, de repente nervioso, como si no pudiera
encontrar las palabras que quiere decir, poniéndose de pie para comenzar a
caminar de un lado al otro. —Solo, no me pidas perdón.
Me quedo observándolo caminar de un lado al otro.
El entumecimiento quiere volver, quiere que vuelva a resguardarme del
mundo, quiere que no insista en el tema, pero...
Ya estoy cansada de ser nada.
—Dean, dime qué está pasando —insisto en voz baja, poniéndome
lentamente de pie.
Algo en su mirada cambia.
Una nueva determinación.
Algo frío.
Algo que no me gusta.
Tengo miedo.
Sé lo que va a decir.
De todas maneras tengo miedo.
—Mine... —comienza diciendo.
—Solo dilo —suspiro, acercándome unos pasos donde él se encuentra.
—No tiene nada que ver con lo que pasó en los últimos días —aclara.
—Dilo —repito.
Las manos me tiemblan.
Tengo el estómago revuelto.
Me siento mareada.
—Yo..., lo siento mucho —susurra, los ojos brillantes pero la mirada
dura.
—No lo sientas —niego con la cabeza, cruzándome de brazos para
ocultar el temblor en mis manos. —Solo di las malditas palabras.
Nos quedamos en silencio.
Bajo la mirada.
No quiero que vea lo mucho que me duele.
No quiero que vea cuando me rompo.
—Seguiré adelante con el compromiso con Rebeca —susurra.
Pensé que me había anticipado a ello, pero no.
Duele.
Duele más de lo que pensé que dolería.
Duele tanto que siento que cada latido de mi corazón es una tortura.
—Está bien —respondo, asintiendo, mordiéndome tan fuerte las mejillas
que me lastimo y siento el sabor de la sangre en mi lengua, pero esta es la
única forma de no ponerme a llorar. —Está bien —repito—, lo entiendo.
—No, no lo entiendes —dice él.
Pero yo ya no puedo escucharlo.
Ya no lo escucho.
Fuera es de noche y llueve.
No hay estrellas, simplemente pesadas nubes oscuras.
Dean dice algo, pero no lo escucho.
No quiero escucharlo.
Se acerca unos cuantos pasos.
Alguien nuevo dice algo.
Tampoco lo escucho.
Solo quiero..., quiero dejar de sentir lo que siento.
No me gusta estar así.
Pensé que todo mejoraría, pero no.
Pensé que había salido del pozo, pero me volví a equivocar.
¿Cuánto más puede aguantar un corazón?
Mi corazón se siente cansado.
De repente el suelo debajo mío se tambalea.
De repente solo quiero desaparecer.
El mareo es demasiado.
Siento los latidos de mi corazón, lentos, en mis oídos.
Demasiado lentos.
Ya no veo a Dean.
Mis piernas ceden.
No me duele el impacto, aunque..., nunca llego a impactar.
Alguien me toma antes de que pueda golpear el suelo.
De todas maneras ya no me importa.
Nada importa.
Quiero desaparecer.
Me gusta este entumecimiento.
Quiero quedarme aquí.
Voy a quedarme aquí.
Donde nadie pueda lastimarme.
«No eres nada Annalise»
«No soy Annalise, soy Minerva y Minerva lo es todo»
Aunque, ¿lo soy?
Me despierta un molesto dolor en mi brazo, haciendo que abra los ojos,
parpadeando con la luz de la lampara que hay en la mesa de luz.
Lo primero que me encuentro es una cabeza calva y unos cachetes
redondeados, unos profundos ojos celestes detrás de unas gafas cuadradas y
una barba blanca.
—¿Morí? —Pregunto. —¿Eres Dios? —Agrego.
El hombre me mira extrañado.
—No —responde él, mirando a alguien detrás de él. —¿Seguro que no
consume drogas?
—¿Santa, quizás? —Agrego.
—Es un doctor, Minerva —dice una voz, sacándome de mis
pensamientos.
Pierce.
Entonces sigo en su departamento, demonios.
En mi defensa, creí que estaba soñando.
—¿Entonces? —Pregunta alguien más. Dean. —¿Qué es lo que tiene? —
Agrega, llegando por el otro lado de la cama y tomándome rápidamente de
la mano.
Miro nuestras manos unidas, cuando todas las palabras que dijo después
de cenar vuelven como un torrente a mi mente.
El dolor.
Todo.
Quito mi mano de la suya.
Su mirada de dolor no me pasa por alto.
—Tendré que ver que dicen los estudios de sangre —murmura el doctor
—, pero todo pinta a que es una anemia —agrega.
—¿Qué es lo que tendremos que hacer? —Murmura Pierce.
Tiene los brazos cruzados por sobre su pecho y no me mira.
Luce enojado como la mierda.
Y Sal..., joder, mi gata intenta escalarlo por el pantalón, mientras él
mueve su pierna de manera disimulada para quitarla.
—Por lo pronto dejaré unas pastillas de hierro —responde el médico,
poniéndose de pie—, pero debe comenzar a alimentarse mejor, comer
carnes rojas hará bien, así como alimentos que contengan hierro, te dejare
una lista de ellos.
—Sé que alimentos tienen hierro, no hace falta —responde Pierce,
mordaz.
El médico asiente, como si estuviera acostumbrado a su humor de
mierda.
—Lo acompaño —agrega, quitándose a Sal de encima, de todas maneras
cuando comienza a caminar a la salida de la habitación, mi gata lo sigue
corriendo y me reiría sino fuera porque Dean está mirándome fijamente.
Carraspeo, mientras quito mis piernas de debajo de las mantas.
—¿Qué haces? —Pregunta él.
—Me voy a mi casa —murmuro—. De todas formas no te importa —
agrego, dolida y un poco infantil, para que negarlo—. No estamos más
juntos, ¿recuerdas?
Dean da la vuelta hasta que se encuentra frente mío, poniendo las manos
en mis hombros cuando quiero ponerme de pie, impidiéndomelo.
No le cuesta mucho, en verdad estoy muy débil y cansada.
—Por favor —susurra, sus ojos mirándome con una intensidad que me
sorprende—, no hagas esto —susurra.
—No quiero estar aquí —es todo lo que respondo.
—Aquí estarás protegida —murmura—, por lo menos hasta que sepa con
exactitud que él no está aquí.
Un estremecimiento me recorre el cuerpo entero, porque la sola idea de
que Harold me encuentre...
—Necesito volver a trabajar —murmuro, intentando sin éxito sacudir sus
manos de mis hombros, de todas formas no me deja, sino que sigue
presionándolos.
—Cuando te mejores —murmura en voz baja.
—Dean... —murmuro, volviendo a clavar mis ojos en los suyos, de todas
maneras no digo nada, no puedo, las palabras no me salen.
—Lo sé —dice él, como si entendiera mi silencio.
Como si para él fuera lo mismo.
—¿Por qué? —Pregunto con la voz rota.
Aquello parece romperlo a él también, por que de repente una expresión
de dolor atraviesa su rostro y por fin me suelta.
—Sabes por qué —responde, caminando lejos mío.
—No —insisto—, dímelo, dime por qué nos estás dejando ir.
—La decisión está tomada —responde él, evadiendo el tema, de todas
formas no me mira.
—La decisión está tomada —repito sus palabras con amargura. —Eres
un cobarde, Dean —murmuro.
Aquello si que lo hace voltearse a verme, con la mirada enojada.
—¿Cobarde? —Repite con ironía. —Precisamente hay que ser muy
valiente para hacer la mierda que estoy haciendo.
—¿Y qué es lo que estás haciendo? —Pregunto, aunque ya sé la
respuesta.
—Dejarte ir —admite con dolor. —Protegerte —agrega.
—No necesito que me protejas —siseo.
—Y una mierda —responde él, caminando de un lado al otro, frustrado.
—Dean... —intento nuevamente, con calma.
—¿Estás dispuesta a abandonar la vida tal y como la conoces, Minerva?
—Pregunta con dureza, dejándome muda. —¿Estas dispuesta a dejar que
alguien te diga cómo vestirte? ¿Qué decir? ¿Estás dispuesta a no poder
volver a salir con Isabella a un bar nunca más? ¿A no bailar en el medio de
la calle con Dante? ¿A no darle más abrazos a Mika?
No digo nada, primero porque no sé qué responder y segundo porque
Dean nunca me había hablado de esta manera.
—¿Estás dispuesta a hacer toda esta mierda de nuevo? —Agrega—. ¿Por
un hombre?
Esas últimas palabras duelen como la mierda y sé que se ha dado cuenta
por como cierra los ojos con fuerza, dejándose caer en la punta de la cama a
mi lado, frotándose el rostro con fuerza.
—Lo siento —murmura—, no quería hablarte de ese modo —agrega.
Nos quedamos en silencio nuevamente, pensando en todas las cosas que
me dijo, en las que no.
Dean suspira, apoyando su mentón en las manos y cuando habla, lo hace
con la voz derrotada, cansada y triste.
—No puedo exponerte de esa manera, Mine —susurra. —Las cláusulas
de ese puto contrato —agrega—, no hay mucho que se pueda hacer —se
lamenta—, y aunque pudiera, exponerte a este tipo de vida —niega con la
cabeza—, no puedo hacerte esto.
Los ojos se me llenan de lágrimas, la vista se me nubla y la barbilla me
tiembla.
El nudo en mi garganta me duele.
—Sé que parecerá superficial —agrega, ladea su rostro, pero sigue sin
mirarme—, pero el escándalo cuando se enteren de que sigues con vida,
podría arruinar a mi padre, su carrera entera. —Cierra los ojos, como si la
vista le molestara—. Los Leahy no son una familia para no tomarse en
serio, podrían arruinar a mi familia incluso... —se corta, suspirando—, no
puedo dejar que ellos te encuentren, Mine —murmura. —No puedo y si la
única manera que tengo de hacerlo es dejándote ir, si la única manera de
protegerte es esta, lo haré, por más que me duela un mundo entero, lo haré,
te dejaré ir...
En ese momento el sollozo hace que clave sus ojos en los míos, el
arrepentimiento brillando en su mirada de una manera que me desarma.
—Joder, lo siento tanto, cariño —agrega.
Y yo le necesito, le necesito tanto...
Antes de que pueda darme cuenta de lo que estoy haciendo, ya estoy a
horcajadas suyo, sus brazos me envuelven, me abrazan de la manera que
solo él sabe, su rostro se entierra en mi cuello, me aspira, me siente.
—No quiero perderte —murmuro.
—No lo harás —susurra él.
—Pero no puedes quedarte —agrego.
—No puedo quedarme —está de acuerdo él.
Deja un beso en mi cuello, que hace que inevitablemente la piel se me
erice.
—No me voy porque no te quiera, sino todo lo contrario —susurra contra
mi piel, su aliento cálido acariciándome—, ¿entiendes eso?
Ladeo mi cuerpo hacia atrás, nuestras miradas entrelazadas, nuestras
narices se rozan y estamos tan cerca.
¿Cómo podría dejarlo ir?
No puedo.
No quiero.
Mis labios chocan con los suyos, el beso devolviéndome un poco a la
vida, su lengua acariciando la mía, suave y sedosa. Mis manos se enredan
en su cabello, acercándolo a mi, sus fuertes brazos me presionan cerca.
Esto no puede terminarse.
No puede.
Nos queremos.
No se supone que sea de este modo.
Las lágrimas se mezclan con nuestro beso.
A él también le duele.
Sé que le duele.
No es justo.
—Mine —dice despegándose.
—Por favor —susurro—, por favor, no me dejes —agrego.
Su rostro se retuerce con dolor, de todas maneras niega con la cabeza,
rompiéndome el corazón un poco más.
—Lo siento mucho, cariño —susurra, dejando un último beso en mis
labios, antes de que con un movimiento rápido me saque de encima suyo y
me deje sobre la cama nuevamente.
Es un acto casi involuntario que mi mano se cierre sobre la suya
deteniéndolo cuando se pone de pie.
Mira nuestras manos unidas, sin seguir avanzando.
—Quédate —susurro—. Quédate un rato, solo hasta que me duerma.
Segundos son los que le toma asentir, por lo que rápidamente le hago un
lugar a mi lado y lo dejo que se acurruque detrás de mí, abrazándome con
fuerza.
Las lágrimas siguen cayendo, silenciosas, mientras él deja besos
distraídos en mi cabello, oliéndome, recordándome, guardando este
momento para recordarlo más adelante, cuando nos necesitemos.
Lo sé porque es lo mismo que estoy haciendo yo.
Termino cayendo en un sueño intranquilo, pero sus brazos me protegen,
me protegen hasta que siento que después de lo que parecen horas se
desprende de mi abrazo, cuando de repente tengo frío, cuando sé que me
está dejando definitivamente.
Esta vez cuando se pone de pie no lo detengo.
Esta vez lo dejo ir.
Me siento vacía nuevamente.

***
UN CAPÍTULO NO TE PUEDE DOLER TANTO
EL CAPÍTULO
JEJE.
BUENO, ESTA BIEN, NO ERA PARA CHISTE, PERDON.
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HISTORIA.
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LOS AMO
DEBIE
CAPÍTULO VEINTITRÉS

PUEDO VER TU HALO

—Saca un poco más de pecho.


—¿Cómo se supone que haga eso?
—Que estas como para adentro —instruye mi amiga—, estas encorvada
—agrega y mis ojos, todavía medio llorosos, se clavan en los suyos. —
Mierda, carajo, no —balbucea rápidamente, haciendo que mi entrecejo se
frunza. —Mira, que pareces una viejita, toda encorvada.
—No estoy toda encorvada —me quejo.
—Si lo estás —agrega. —Parece que tuvieras las tetas por las caderas,
anda, espalda recta.
Medio refunfuñando hago lo que me dice, sintiéndome bastante estúpida
en el proceso, pero ya que, se supone que la experta es ella.
—Mira —dice, después de un momento—, las separaciones siempre son
varias etapas...
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir que pasarás por diferentes etapas con tu... —parece
pensarlo unos instantes, antes de agregar:—, reciente separación.
Cinco días.
Cuatro horas.
Treinta y cinco segundos.
En todo ese tiempo no he sabido nada de él.
—Se supone que debo cortar mi cabello —murmuro. —Eso es lo que
decía en el tiktok que vi sobre cómo superar una separación.
¿Que como mi para ti sabía que mostrarme? Cosa de algoritmos.
—¿Ves Tiktoks sobre ello?
—Si —confieso, deteniéndome en una vidriera de libros, buscando uno
bueno.
En lo posible erótico.
Y si tiene una pizca de dominación no me quejo.
Con diferencias económicas.
Él muy, muy importante.
Ella medio torpe, pero buena gente.
Que terminen juntos, claro.
No he leído una sola historia de ese tipo que termine mal.
—No vas a cortarte el cabello —insistió Isa.
La mire con mala cara, por lo que repitió:
—No vas a cortarte el cabello.
—Es lo que decía el tiktok que había que hacer.
—¡Ibas a parecerte a Edna Moda con el corte que querías hacerte! —
Dice, un poco frustrada.
—No iba a parecerme a Edna Moda —me quejo. —Y en todo caso, ella
es la hostia.
Los ojos de Isa se entrecierran en mi dirección, exasperados, pero lo
ignoro, mirando un libro que se ve bien, parece ser lo que busco, entraré a
la librería a comprarlo y me encerraré en mi pequeña habitación en casa de
Pierce a leer.
—¿Dónde vas? —Pregunta Isa, tomándome del brazo para detenerme.
—A comprarme un libro —murmuro.
—No puedes.
—¿Por qué no puedo?
—Por que eres pobre.
Joder, tiene razón.
—Y todavía tenemos que comprar ropa interior.
—¿Por qué tenemos que comprar ropa interior?
—Por que vas a tener citas.
—No quiero tener citas.
—Pues vas a tenerlas para salir de esta depresión que llevas.
—¡No llevo ninguna depresión! —Miento.
—¿Cuándo fue la última vez que te bañaste? —Pregunta, molesta y con
las manos en las caderas.
Boqueo como un pez, porque bueno, la ducha y yo hemos estado un poco
distanciadas últimamente, pero me baño..., a veces.
—No entiendo porque eso viene al caso —me quejo, siguiendo de largo
la librería y volviendo a caminar.
—Mira —dice ella, volviendo a mi lado—, voy a ayudarte con esto,
¿vale? Pero debes dejármelo a mi —dice, gesticulando con las manos como
hace siempre que habla de un tema que le interesa. —No tendrás que pasar
por esas estúpidas etapas de duelo luego de la separación.
—¿Cómo es que sabes tanto de esto? —Me quejo, porque no confió en
su criterio.
—Por que he tenido muchísimas rupturas.
—No cuentan si son con la misma persona.
Me arrepiento nada más las palabras salen de mis labios, de todas
maneras ella le resta importancia.
—Cada ruptura dolió —sigue hablando, mientras observamos las
vidrieras al pasar—, pero con el tiempo me volví una experta en ello.
—Eso es triste —digo, porque es la verdad.
—Puede —murmura, con un encogimiento de hombros—, pero eso,
Mine, eso me hizo muy fuerte.
—Lo eres —digo, porque esa es otra verdad.
—Ahora es difícil dejarme —agrega con una sonrisa—, pero es aún más
difícil tenerme.
—Eres increíble —murmuro, negando con la cabeza.
—Tu también lo eres —responde rápidamente. No le creo y estoy segura
de que ella puede verlo en mi rostro. —No necesitas a nadie para ser feliz.
—¿Seguro? Dean follaba de maravilla —decir su nombre duele como los
mil demonios, todavía sigue haciendo que se me forme un nudo en la
garganta.
Parpadeo, intentando alejar las molestas lágrimas que quieren llegar.
—Hey —dice Isa, deteniendo mi andar y haciendo que clave mis ojos
nuevamente en los suyos—, sé que es difícil, créeme, lo sé —agrega con un
asentimiento y determinación en su rostro—, pero no va a ser para siempre,
si, ahora todo parece una mierda, si, las cosas no se pondrán mejor de un
día para el otro, pero créeme cuando te digo que quedándote sola en tu
cama no hará las cosas mejores, sino que simplemente hará toda la mierda
más deprimente.
»Si, de seguro Dean tiene una buena lagartija entre las piernas —se me
escapa una risotada, que vamos, que quien le llama al pene "lagartija". Solo
Isa—. Pero, ¿sabes qué Mine? —Agrega, sonriéndome. —Hay ocho
millones cuatrocientos diecinueve mil habitantes en Nueva York, la mitad
de ellos son hombres, aunque de seguro que tu a una cuca no le haces asco.
—Pero Isa... —me quejo.
—Trescientos veintinueve millones y medio de habitantes en Estados
Unidos —sigue diciéndome, cual desquiciada. —Siete coma ocho billones
en el mundo —agrega, negando con la cabeza y una seriedad de miedo—, y
tu llorando por ese idiota que no te supo valorar —niega con la cabeza,
chasqueando con la lengua—, no señora —insiste—, sobre mi cadáver.
—No es tan así —murmuro, ignorando como sabe la cantidad habitantes
que hay en el mundo.
—Estoy segura de que tuvo sus razones —dice ella, porque a decir
verdad no le conté los detalles de nuestra separación, no podía. —Pero tu
eres mi amiga, Minerva —agrega, tomándome de la mano y haciéndome
avanzar—, y cuando no tienes una familia lo suficientemente buena y que
se preocupe por ti, cuando a lo largo de tu vida te encontraste con gente que
solo quizo usarte y tratarte como la mierda —niega con la cabeza,
avanzando con velocidad mientras yo la escucho atenta—, cuando nadie,
nadie valió nunca la pena, alguien como tu, bueno... —no me mira y se que
se siente un poco avergonzada por toda la mierda dulce que está largando
—, a alguien como tu se la cuida con uñas y dientes, porque tu..., tu eres mi
familia ahora —agrega.
—Isa... —murmuro, tirando de su brazo para que se detenga y ella me
mira.
—Si llegas a llorar, te juro por Dios que te empujo y me voy corriendo.
—No voy a llorar, idiota —murmuro, aunque tal vez si no me lo decía si
lloraba—, solo..., gracias por estar para mi.
—Siempre —murmuro ella y luego sus ojos se abrieron como platos en
una mueca graciosa.
—¿Escuchas eso? —Pregunto, comenzando a caminar hacia una
plazoleta que quedaba delante.
Por supuesto que mire detrás mío a ver si veía a alguien conocido, si, ese
alguien que pensé era Dean, no creas que pensé en Harold, porque nada más
lejos de la realidad.
En realidad lo que pasó fue..., bueno, deja que te lo cuento mejor con las
acciones de Isabella.
—¿Si escucho que? —Pregunto. —¿Están haciendo alguna especie de
llamado a tu chocho? —Me burlo.
—Idiota —murmura, rodando los ojos. —La falta de palpitaciones de mi
chocho está comenzando a preocuparme, no es para que te burles —agrega.
Llegamos donde hay un muchacho cantando detras de una fuente de
agua, mientras toca su guitarra, dejando debajo de él el estuche de la misma
para que la gente le deje dinero.
Si hay algo que descubrí de Isa en el tiempo que nos conocemos, es que
adora la música, cada que escucha a alguien tocando algún instrumento, o
cantando, o tal vez en la radio, se detiene y pareciera por unos cuantos
segundos simplemente disfrutar de donde sea que la lleven las melodías.
—Amo esta canción —dice, bueno, medio grita y el chico de la guitarra
ríe.
No puede tener más de diecisiete años y luce bastante nervioso, de todas
maneras sigue tocando y cantando, aunque no haya mucha gente a nuestro
alrededor.
—Te dedico esta canción —dice mi amiga, comenzando a cantar.

»Encontré una forma de dejarte entrar.


»Pero en realidad nunca tuve alguna duda.
»Permaneciendo en la luz de tu halo.
»Tengo a mi ángel ahora.

Sabia que Isa tenia buena voz, la había escuchado cantar por lo bajo
cuando cocinábamos o se encontraba lo suficientemente distraída como
para olvidar que estaba allí, de todas maneras lo que estaba haciendo
ahora..., bueno, me sorprendió.

»Es como si hubiera sido despertada.


»Cada regla que tenía tu la rompiste.

Bueno, ahora estamos llamando la atención de la gente, mientras el


muchacho se sorprende cuando mi amiga toma el micrófono y comienza a
cantar a todo pulmón.

»Es el riesgo que estoy tomando.


»Yo nunca te callaré.
»A cualquier parte que esté mirando ahora.
»Estoy rodeada de tu abrazo.

Isa solo tiene ojos para mi, el círculo de gente es cada vez más grande.
»Bebé, puedo ver tu halo.
»Sabes que eres mi gracia salvadora.

Dios, me señala cuando dice esa parte de la canción, y yo no puedo evitar


rezar para que no pase esa mierda que sucede a veces en la que la gente
comienza a bailar, todas al mismo tiempo.

»Eres todo lo que necesito y más.


»Está escrito por todo tu rostro.

Eso es mentira, en mi rostro no hay escrito ninguna mierda.

»Bebé puedo sentir tu halo.


»Rezo para que no se desvanezca.
—¡¡¡AHORA CANTEN TODOS CONMIGO!!! —Grita y la gente, por
todos los cielos, la gente lo hace.
»Puedo sentir tu halo.
»Puedo ver tu halo.

La gente aplaude, cantan, sonríen, alguno llora, pero es que a pesar de la


vergüenza que siento a ser la dueña de su mirada, Isabella tiene una de las
voces más increíbles que escuche nunca. Y sé que ella no se ha dado
cuenta, pero ahora simplemente parece que el mundo hubiera desaparecido
y es ella y la música y los acordes que logran trasladarla a quien sabe
donde. Por que si, se ha vuelto a perder en la melodía, cantando con una
afinación y entonación simplemente increíble, los ojos cerrados, dueña de la
canción.
Una vez que la canción, gracias a Dios, termina, la gente estalla en
aplausos y mi amiga sale por fin de su ensoñación, como si hubiera sido
despertada de donde sea que se hubiera trasladado.
—Oh mierda —dice, todavía al micrófono, es por eso que todo mundo la
escucha. Carraspea, las mejillas muy, muy sonrojadas, antes de agregar: —
Bueno, por favor, dejen su colaboración a mi amigo... —murmura, mirando
al músico—, Carter.
—No me llamo Carter —se queja este, pero ella lo ignora.
La gente comienza a dejar dinero en el estuche de la guitarra, por lo que
el muchacho se olvida rápidamente de la confusión con su nombre y sonríe
encantado.
De repente un hombre trajeado, que luce bastante importante, se acerca
donde estamos, de todas formas —y para mi maldita suerte, por supuesto—,
solo tiene ojos para mi amiga, que se remueve un poco incómoda bajo su
escudriño. Es bastante alto, tiene el cabello corto y de color marrón claro y
unos ojos que no distingo si son verdes o azules.
—Señoritas —dice, dejando un billete de cien dólares, haciendo que
tanto Isa como yo clavemos los ojos en él, teniendo muchas ganas de
robarlo.
Pero que vamos, el show fue nuestro.
Mi amiga sonríe, un poco incomoda y me sorprende un poco no verla
reaccionar, por lo que la golpeo con el codo.
—Gracias —atina a decir.
El hombre vuelve a asentir y se da media vuelta para marcharse.
—¿Qué demonios fue eso? —Pregunta.
—No lo sé —respondo con sinceridad—, ¿está curado?
—¿El que? —Pregunta, sin comprender.
—El chocho —digo, rodando los ojos. —Dime por favor que te palpito.
—Yo... —murmura, un poco confundida—, no Mine —termina diciendo
con frustración—, mi chocho está averiado —se queja.
Antes de que pueda responder nada, el muchacho, el supuesto Carter se
acerca donde estamos con una sonrisa enorme.
—Chicas, en verdad muchas gracias —dice y luego clava sus ojos en Isa
—, lo que hiciste fue increíble.
—Gracias —responde mi amiga, un poco incómoda.
—En verdad y en serio, son un ejemplo a seguir para la sociedad —
agrega.
—¿Disculpa? —Murmura Isa.
—Que demostrarse su amor de esa manera —agrega, negando con la
cabeza—, en verdad es increíble.
—Nosotras no... —intento decir.
—¡Arriba el lesbianismo! —Dice el chico, haciendo las manos en puño
al aire y todo.
La risotada que largo es estruendosa, de todas formas mi amiga niega con
la cabeza, murmura un saludo y me arrastra de allí, tirando de mi brazo.
—Tienes una hermosa manera de demostrarme tu amor —murmuro,
pinchándola.
Ella rueda los ojos, enojadas.
—Eres una idiota —es todo lo que responde.
—¿Por qué? —Me burlo—. Anda, ven, dame un besito.
Sin poder evitarlo se le escapa una risita por lo bajo, de todas maneras
sigue sin mirarme.
—Detente.
—Cantas increíble, por cierto —insisto.
—Gracias —responde, perdiendo su sonrisa también.
—Isa —la detengo, haciendo que clave sus ojos en los míos—, gracias,
por todo.
—Para eso estamos Mine —murmura ella—, para eso estamos —repite,
antes de volver a caminar con mi brazo enredado en el suyo.
—Tengo que ir a la cafetería —recuerdo de repente—, Nerea hoy sale
temprano.
—Vale, voy contigo —murmura.
—¿No tienes que trabajar? —Pregunto.
—No, no esta tarde —responde, distraída.
Su brazo sigue enredado en el mío mientras caminamos en dirección a la
cafetería, ya que no se encuentra tan lejos.
—¿Quieres ir a tomar algo después de cerrar? —Pregunta. —muero por
unos mojitos —agrega y me mira, sonriéndome—. Podría ser divertido.
Sonrió, incómoda, me encantaría decirle que si, pero a decir verdad, las
cosas con Pierce en su departamento están un poco tensas y es que desde
que no estoy más con Dean, quiere saber donde estoy a cada rato y en cierto
modo lo entiendo, pero también quiero mandarlo a la mierda.
No voy a bromear con el tema de Harold, porque sí, es peligroso, intento
matarme una vez y existe la posibilidad de que sepa que estoy viva, por lo
que con ello debo mantenerme alerta. Y sin contar también la maldita
anemia que lo hace obligarme a comer todas las malditas comidas y si estoy
en la cafetería, de manera anónima llega al mediodía un paquete de comida,
por lo general son carnes rojas, con verduras asadas o ensaladas, de todas
maneras el envoltorio de La Trouffe de Rouge no es como si lo disimulara
mucho.
Ayer se encontraba Isabella conmigo y la mentira gigante que tuve que
inventar para que no sospechara me costo y termino creyendo que Pierce se
lo había enviado en realidad a ella.
¿Qué cómo logre aquello? No tengo idea.
Antes de que pueda responder nada, mi teléfono suena con una
notificación, por lo que lo saco para revisarlo, la ilusión cayendo cuando me
doy cuenta que quien me escribe es Pierce.

Voldemort
Sab 19 11:30 hs am
¿Tomaste la pastilla?

—Timisti li pistilli —me burlo.


—¿Qué? —Pregunta Isa.
—Nada, nada —digo, bloqueando el teléfono, pero inmediatamente llega
otro mensaje.

Voldemort:
Sab 19 11:31 hs am
No me dejes en visto.
Yo:
No necesitas controlarme, no soy una niña.
Y si, tome la pastilla.
Voldemort:
Buena chica.

—Jodido hijo de puta —me quejo, frustrada, pero es que me está


haciendo la vida imposible.
—¿Qué sucede? —Presiona Isa.
—Un proveedor que es como un grano doloroso y asqueroso en el culo
—respondo.
—Puedo ayudarte con los proveedores si quieres —murmura de repente,
sin dejar de caminar.
—¿Harías eso? —Pregunto, por que en verdad me ayudaría mucho si lo
hace.
—Claro —responde como si nada.
Sonrió, mientras me doy cuenta que pasar el día con Isabella me ha
hecho olvidar de todo lo malo que había pasado la semana anterior.
Yo:
Esta noche volveré tarde.

Le respondo el mensaje a Pierce y silencio el teléfono, porque sé que


comenzará con sus preguntas insoportables.
A decir verdad, no se muy bien cómo sentirme al respecto con él, si bien
no es como si tuviéramos una amistad, sé que se preocupa por mi y eso me
confunde, porque no debería ser él quien velara por mi.
Demonios, nadie debería velar por mi más que yo misma.
Quiero volver a mi casa, pero una de las pocas veces que pudimos hablar
como personas normales, dijo que habían —evitó decir que lo había hecho
con Dean— intentado dar con el paradero de Harold, que no sabían con
exactitud si había dejado la ciudad y en el caso de que si, si había dejado a
alguien para vigilar.
Demonios, siquiera sabíamos si me había visto, aunque si lo hubiera
hecho, sinceramente sé que hubiera tenido noticias, mientras que cada vez
que salía tenía que mirar detrás de mi espalda para ver si alguien me seguía,
si veía su rostro por algún lado.
De todas maneras Pierce estaba llevándome cada mañana al trabajo y
Erasto, el chofer de Dean, pasaba por mi en la tarde.
No me quejaba, pero no haría esto para siempre.
Nerea me había preguntado si en realidad era una princesa de la realeza.
La envié a rellenar las heladeras de bebidas, cosa que sabía que odiaba
hacer.
Mientras que Pierce había también impuesto la tarea de coronel en mi
vida:

Dos días.
Habían pasado dos días desde que Dean me había dejado.
Dos días en los que tomaba las pastillas que me había dejado el médico,
comía..., a veces.
Sabía que estaba mal, pero había vuelto a caer en ese espiral en el que
todo me importaba una mierda.
En el que quería desaparecer.
Eran como las seis de la mañana cuando las mantas fueron quitadas por
mi cabeza.
Entre abrí los ojos, fuera todavía estaba oscuro mientras miraba a
Pierce con los ojos entrecerrados.
—¿Qué demonios...? —Pregunte.
—Levántate —fue todo lo que dijo.
Sal ronroneaba en sus piernas, frotándose contra él.
«Traidora» pensé.
—Quiero dormir —fue todo lo que respondí, acurrucándome nuevamente
en las mantas.
—Ni de coña —dijo, quitándolas nuevamente.
¿Dónde mierda estaba Pimienta cuando lo necesitaba?
Ah, ahí, mirándome con expresión aburrida desde uno de los muebles.
«Tu también eres un traidor» pensé.
«Y tu das pena y no te bañas» pareció responder él.
—Levántate, Minerva —dijo Pierce duramente.
—No. Quiero. —Sisee.
—Levántate —respondió en voz baja pero amenazante.
—No —respondí.
Él asintió, con una expresión maliciosa en el rostro.
—Está bien, si lo quieres de esta manera —dijo y milagrosamente se fue.
Joder, si.
Volví a acurrucarme como una idiota, creyendo que lo dejaría ahí, pero
por supuesto que no lo hizo, porque tres minutos después, sentí que un
líquido helado caía sobre mi cabello.
—¡Pero...! —Me queje, sorprendida como la mierda. —¡¿Qué demonios
está mal contigo?!
—Levántate —fue todo lo que respondió.
—¿Quién demonios te crees que eres? —Pregunte con un siseo y
cabreada como los mil demonios.
—Quien necesita que te levantes, comas el desayuno que te prepare y
vayas a trabajar —respondió también cabreado en mi dirección—. Y en lo
posible que te bañes, pero eso ya sería avaricia —agrego al final, el muy
estúpido.
—No puedes obligarme —respondí, medio tiritando por el agua helada
que caía por mi cabello.
—¿No? —Respondió, retándome con la mirada.
—Esto no es la puta milicia de la FEMF —sisee en su dirección. —Y no
eres un coronel llamado Christopher jodido Morgan que sería el único que
podría hacerme levantar —agregue.
—No existe ninguna milicia llamada FEMF —respondió él. —Y me
importa una mierda el tal Christopher Morgan.
—No le llegas ni a los talones —agregue.
—Tienes diez minutos antes de bajar —respondió en mi dirección,
comenzando a caminar a la puerta. —No hagas que vuelva a subir.
Cerro de un portazo antes de que la almohada que le lance cayera en su
cabeza. Después de eso patalee, resople y chille.
Mis gatos me miraban un tanto sorprendidos, pero me dejaron hacer a
mi antojo mi pequeña pataleta.
Respire profundo, tratando de tranquilizarme a mi misma y me dije que
en cierta manera Pierce tenía razón, tenía que volver a trabajar.
Pierce había traído ropa la vez que fue a mi casa, habían pocas cosas
que había usado, por lo que la mayoría estaba limpio.
Sin embargo yo tenía olor a muerto.
Decidí que antes de ir a trabajar tendría que bañarme.
Me di una ducha rápida y cuando salí del baño, me sorprendí un poco
cuando mi reflejo en el espejo me devolvió la mirada. Estaba bastante
pálida, tenía un aspecto enfermo y dos enormes bolsas oscuras debajo de
los ojos, pero no tenía maquillaje y a decir verdad, me importaba una
mierda mi aspecto.
Baje un poco dudosa las escaleras cuando salí de mi habitación, la
realidad es que casi no había salido de la habitación donde dormía desde
que había llegado. Mis gatos me seguían, caminando a mi paso.
Choque con Pierce en las escaleras, que parecía cabreado por tener que
buscarme nuevamente.
Me repasó de arriba abajo, observando mi aspecto —que de seguro era
deplorable—, antes de carraspear y decir:
—El desayuno está servido.
Asentí, porque en ese momento no me salía la voz, a decir verdad todo
esto era muy incómodo, me sentía desubicada y sin saber muy bien
cómo actuar.
Si bien con Pierce habíamos tenido «algo» ahora parecíamos dos
desconocidos.
Y eso dolió.
Su lujosa barra estaba a rebosar de comida, había huevos, tocinos,
frutas, café, una jarra con exprimido de naranja.
—Ni de coña voy a comer todo esto —murmure.
—Comerás hasta que yo te diga basta —fue todo lo que respondió.
Rodé los ojos, pensando en que responder, pero a decir verdad en este
momento no tenía ganas de discutir, el día recién empezaba y yo ya no
tenía fuerzas para nada.
Como era de esperarse, todo estaba exquisito y me di cuenta de que a
pesar de tener el estómago bastante cerrado, tenía hambre.
Pierce se sentó luego de preparar su propio café frente mío.
No lo mire.
No me miro.
Desayunamos en silencio.
Y así se había mantenido hasta ahora.
No me quejaba, ya que me di cuenta que tampoco teníamos mucho para
decirnos, es decir, parecía que no nos hubiéramos conocido, era como si
entre nosotros no hubiera pasado nada.
Como si nunca me hubiera prometido que siempre iba a tenerlo, que
siempre iba a cuidarme.
Hipócrita.
Era un hipócrita y lo odiaba.
«Estuviste con su mejor amigo» me susurro una indeseada voz en mi
cabeza.
Y donde mierda me llevó eso...
Luego de que Pierce decidiera que había comido lo suficiente,
prácticamente metiendo comida en mi boca, me llevó al trabajo. Dijo que
Erasto pasaría por mi en la tarde para llevarme a su departamento cuando
terminara.
No discutí, no tenía ganas a decir verdad, así que obedecí.
Y esa había sido nuestra rutina desde entonces.

—Si esta noche vamos a tomar algo, pagas tu —dije, empujando las
puertas de la cafetería para entrar.
—Hecho —dijo mi amiga con una sonrisa enorme.
En la cafetería había bastante gente, pero mi cara cayó cuando vi a cierto
policía irritable en una de las mesas.
Nerea estaba un poco atareada y la culpa me carcomió un poco, es que no
tendría que haberme ido, era la peor jefa del mundo.
—Nere, puedo seguir con ello si quieres —murmuro, porque no quiero ir
a atender la mesa del policía.
—Gracias a Dios que llegan —responde ella con una sonrisa. —Me estoy
haciendo del dos...
—Jesús Nerea, ve —murmura Isa, tomando su lugar.
—Yo puedo con ello —digo a Isa, intentando empujarla de la cafetera
para hacerlo yo. —Puedes ir a atender las mesas.
—Pero si a ti te encanta atender las mesas —responde ella, mirándome
con extrañeza.
—No hoy —sentencio.
Isa mira a su alrededor, hasta que da con la mesa del policía gruñón.
—Mine, mira quién está ahí —dice, su voz entusiasmada.
Por Dios, no.
—¿Quién? —Pregunto, haciéndome la loca.
—El policía que te gusta.
Mis ojos se entrecierran en su dirección, molestos.
—Él definitivamente no me gusta —murmuro.
—Pero podría gustarte, ¿no escuchaste el dicho de que un clavo saca otro
clavo?
—Y eso a ti de seguro que te funciono, ¿no? —Pregunto con ironía.
—El mío no era un clavo, era un tornillo —murmura, restándole
importancia.
Por la mirada molesta que lanza el policía malo en nuestra dirección se
que se está impacientando.
—Te odio —siseo en dirección a Isa, que sonríe encantada al verme
ceder.
—Me lo agradecerás luego —es todo lo que responde.
Medio voy pataleando a la mesa del ogro, mientras que él no me quita la
mirada de encima, como si estuviera saboreando el hecho de que soy yo
quien tengo que atenderlo y disfrutara sabiendo que odiaré cada momento.
—Buenos días —murmuro.
—Un café y un bollo de chocolate —es todo lo que dice, volviendo a
teclear en su teléfono.
—Si, yo también he estado bien —respondo con sarcasmo. —¿Y tu?
Marcus me observa con una mirada molesta, de todas formas no
responde.
—¿Todavía no se decidió? No se preocupe, vuelvo en cinco minutos —y
dicho eso, me doy media vuelta y vuelvo a la barra.
Isabella tiene una sonrisa enorme en el rostro, mientras que escucho a
Marcus sisear improperios por lo bajo.
—No puedo creer que hayas hecho eso —murmura mi amiga, divertida
como la mierda.
—Se lo merece.
Son cinco minutos los que tardo en volver a ir a su mesa y está rojo de
cólera.
Rojo.
Me trago la carcajada que tengo en la garganta.
—Buenos días —digo, solo para molestar. —Bienvenido a Dulces
Pecados.
—Un café negro y un bollo de chocolate —murmura, con los dientes
apretados entre sí.
—¿Puedo recomendarle el pastel de frambuesa? Es exquisito.
—Un café negro y un bollo de chocolate —sisea.
—Los macarons también son exquisitos —murmuro, con una sonrisa que
chorrea dulzura. —Y la tarte-tatin es simplemente de otro mundo.
—Detente —dice, con los dientes apretados por el enojo.
—Buenos días —digo nuevamente. —Bienvenido a Dulces Pecados.
Sus ojos negros se entrecierran en mi dirección, guardando silencio.
—Volveré cuando tenga decidido que va a querer —digo, de todas
maneras cuando estoy por alejarme, su mano se cierra en torno a mi
muñeca, deteniéndome.
Mis ojos se clavan allí donde su mano me toca, de todas formas clavo
mis ojos en los suyos cuando habla.
—¿Qué quieres escuchar? ¿Unos putos y jodidos buenos días para
traerme lo que quiero?
Ladeo mi rostro cerca de el suyo para hablar cerca de él, ya que no quiero
llamar la atención de los clientes con nuestras peleas infantiles.
—La buena educación ante todo —respondo, sonriéndole. —Bienvenido
a dulces pecados, ¿cómo has estado Marcus? —Digo con sarcasmo.
Sonríe, pero no es para nada una sonrisa dulce, sino que es exasperada y
no se porque toda esta situación me divierte tanto.
—Buenos días, Minerva —responde él, su mano todavía sobre mi
muñeca. —He tenido unos días de mierda, pensé en desayunar ayudaría a
mejorar mi humor un poco, ¿serias tan amable de traerme por favor un puto
café con un jodido bollo de chocolate?
—Mucho, mucho mejor —murmuro, con una sonrisa encantada. —¿Ves
que si puedes ser suuuuper amable cuando te lo propones? Aunque
debemos trabajar con el tema del vocabulario, ¿no crees?
—No juegues con mi paciencia, niña —responde.
—Apuesto que uno de mis bollos de chocolate ayudará a endulzar un
poco todo ese humor agrio que traes a diario —digo, pinchándolo. —
Aunque me imagino que necesitarías comerte cien para que surta efecto,
¿seguro que no quieres también unos macarons?
—Estas pasándote —responde él.
—Que va —digo, parándome nuevamente mientras anoto en la libreta su
pedido, de todas formas me doy cuenta en ese momento que todavía tiene
su mano en mi muñeca. —Me devolverías mi mano, ¿por fis? —Insisto,
bromeando y me parece ver el atisbo de una sonrisa en su comisura.
Justo en el momento que va a responder algo, la puerta de la cafetería se
abre, la campanilla sonando.
No se que es lo que me impulsa a mirar en esa dirección, será el
estremecimiento recorriéndome el cuerpo entero, el nudo que de repente se
forma en mi garganta, los escalofríos que me erizan la piel.
Me quedo de piedra cuando la mirada de Dean se clava en mi, luciendo
como siempre, pero mejor. Y me doy cuenta en ese momento de lo mucho
que lo extrañe, de lo mucho que lo necesitaba, que lo he necesitado.
De todas maneras quien nos saca a los dos de nuestro ensoñamiento son
las palabras mordaces que larga la persona que está a su lado: Pierce.
—¿Y ese quien carajo es? —Dice.
Y la mirada de los dos se clava en la mano de Marcus cerrada sobre mi
muñeca.
Y las cosas..., bueno, las cosas a partir de aquí se van a desmadrar.

*La FEMF y Christopher Morgan son de la trilogía Pecados Placenteros,


de la autora Eva Muñoz.

***
BUENAS MIS AMORES :)
FELIZ DIA DE ACTUALIZACIÓN
ME CUENTAN QUE TAL EL CAPÍTULO
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
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ASÍ LLEGAN MÁS FÁCIL, AHORA VAYAN Y HAGANME
FAMOSA.
SI HACEN EDITS, ETIQUETENME XD
COMPARTAN Y RECOMIENDEN
CON MUCHO AMOR
DEBIE
CAPÍTULO VEINTICUATRO

A VECES EN TODO LO QUE PIENSO, ES EN TI

La mano de Marcus lentamente deja mi muñeca y verán, lo que pasará a


continuación no es algo de lo que esté muy orgullosa que digamos, ¿esta
bien?
No está bien, no sigan mi ejemplo, pero todos alguna vez en la vida nos
pasamos de pendejos, pues ahora me verán a mi.
—Sígueme la corriente —murmuro en voz baja en dirección a Marcus.
—¿Qué? —Pregunta él confundido, para luego de unos instantes agregar:
—Ni de coña.
—Anda, no me hagas esto —suplico.
—Has estado torturándome por los últimos quince minutos de mi vida —
responde él, mordaz. —No haré un carajo, menos si me lo pides tú —
agrega.
—Anda, no seas así —insisto.
Y en el momento no me doy cuenta, pero les juro que al rato me
avergüenzo un poco de mi misma.
—¿Pierce? ¿Dean? —Dice Isa en voz alta desde la barra, como si no me
hubiera percatado ya de su presencia. —¿Qué carajos están haciendo aquí?
El policía agrio, por supuesto, no se pierde de aquel intercambio, su
mirada analizando a los dos hombres que acaban de entrar al bar, para luego
clavar sus ojos molestos en los míos.
—Tráeme lo que te pedí —es todo lo que dice.
—Marcus —intento hablar con voz calma, aguantándome las ganas de
mandarlo al demonio que tengo—, en verdad vas a ayudarme.
—No —sentencia.
—Siquiera sabes lo que iba a pedirte —siseo en su dirección.
—Cualquier cosa que venga de ti —responde él con calma y una sonrisa
que de lejos de seguro luce sexy, aquí frente a frente es maliciosa—, no la
haré, no me interesa, me caes mal.
—Tu también me caes mal —respondo sin pensar.
—¿Ves? No congeniamos, no funcionara.
—Solo debes fingir por unos minutos —murmuro desesperada.
—¿Qué es lo que debo fingir, exactamente? —Pregunta, cruzándose de
brazos y relajándose en su silla.
Y sé, demonios, sé que está disfrutando verme en esta posición de tener
que pedirle algo.
—Que... —empiezo a decir, pero me corto porque me doy cuenta de lo
terrible que suena.
—¿Qué...? —Me incita él a seguir hablando, ladeando una de sus cejas
en un gesto interrogante.
Lo odio.
—Que estas interesado en mi —suelto al final.
—Imposible, siquiera soporto tenerte alrededor como para que encima
tenga que fingir eso.
—Esa no es excusa, puedes pretender que te gusto—murmuro, frustrada.
—Claro que puedo, el hecho es que ahora no tengo ganas.
—¿Qué es lo que quieres para aceptar? —Pregunto en un acto de
desesperación, mientras veo por el rabillo del ojo como Pierce y Dean
toman asiento no muy lejos de aquí.
Los ojos de Marcus se clavan en ellos, retadores, como si en realidad le
importara una mierda y debe de hacer contacto visual o con Dean o con
Pierce por la sonrisa maliciosa en su rostro.
—Desayunar gratis por siempre —responde.
—Y un carajo —respondo yo de inmediato.
Sus ojos se clavan en los míos nuevamente, ladeando una de sus cejas
nuevamente en una pregunta silenciosa.
En serio es exasperante.
—Un día a la semana —intento negociar.
—Cinco —insiste.
—Tres —respondo rápidamente—, pero pagaras la comida, tendrás el
café gratis.
Chasquea con la lengua, negando con la cabeza antes de responder: —No
lo se...
—¿No tenias una apuesta que pagar? —Digo de repente.
Aquello sí que llama su atención, por lo que apoyando los codos en la
mesa nuevamente, pregunta con interés: —¿Tu amiga vendrá? Por que esa
era la apuesta a pagar, no tengo interés alguno en salir contigo.
Me trago la respuesta mordaz que tengo en la punta de la lengua, sin
embargo sonrió un poco tensa, sintiendo un cosquilleo en mi costado, señal
de que alguien está mirándome fijamente.
—Si, por supuesto que vendrá —respondo.
Isabella no podrá negarse, tendrá que sacrificarse por el equipo, eso sí,
pero vendrá.
—Bien —es todo lo que dice.
—¿Bien? —Pregunto, confundida.
—Si, ¿qué esperas que haga? ¿Qué me declaré aquí mismo? Por que eso
si que te saldrá más caro.
Ruedo los ojos, molesta por el sarcasmo que usa, antes de enderezarme y
decir en voz un poco más alta de lo necesaria:
—Seguro, te espero aquí cuando cierre.
—Ni de coña te busco —responde el muy idiota—, nos encontramos en
algún bar —agrega—, no quiero tener que compartir más del tiempo
necesario contigo.
Cierro los ojos, frustrada, antes de asentir.
—Seguro, enseguida te traigo lo tuyo —agrego, alejándome de allí
intentando sonreír, pero de seguro que es más una mueca.
Ignoro la mesa de Dean y Pierce pues porque..., es demasiado, ¿vale? No
puedo con ello ahora mismo.
Llego a la barra, mientras trato por todos los medios de recordar qué era
lo que me había pedido Marcus, mientras que Isa se acerca donde estoy
para susurrar: —Mine, Pierce y Dean están aquí.
Mis ojos, molestos, se clavan en los suyos antes de responder: —No me
digas, ¿en serio? —Pregunto, la voz chorreando sarcasmo.
Ella rueda los ojos, de todas maneras ladea su cuerpo hacia delante para
preguntar: —¿Qué tanto hablabas con Marcus? ¿Oíste lo que dijo Pierce
cuando los vio? Tendrías que haber visto la cara de Dean —agrega, con una
sonrisa de oreja a oreja. —Joder, aprendes rápido chica.
—No aprendo nada —siseo.
—¿Qué pasó? —Pregunta Nerea, llegando a nuestro lado ya cambiada
para irse. —Por cierto, que nadie use el baño por un rato.
—Demonios, Nere —murmuro, cerrando los ojos con frustración
mientras Isa ríe por lo bajo.
—¿Qué? Para que luego no digan que no aviso.
—Escucha, ¿tienes que irte ya, como ya? —Pregunto, un poco
desesperada.
—Si, ¿por qué?
—¿No podrías tal vez atender la mesa de los dos que están ahí sentados?
—Pregunto, moviendo la cabeza para señalar a Pierce y Dean.
—Por un demonio —murmura ella. —O por dos, mejor dicho.
—Nerea —me quejo.
—Que si quieres les bailo la macarena —murmura ella, para luego
observar la hora en su reloj y agregar: —pero es imposible, tengo un
examen importante.
—Mierda —murmuro, exasperada. —Te toca Isa —digo en su dirección.
—¿Cuál es el problema con atenderlos? —Pregunta Nerea, curiosa. —Es
decir, ¿tu no andabas con el rubio? Si me mentiste todo este tiempo, que
sepas que de todas formas nunca te creí.
—Por Dios —digo, frotándome los ojos con frustración.
—Anda Mine —incita Isa—, ¿qué puede salir mal?
—Ve tu —digo en su dirección—, no puedo ir yo.
—Si sabes que si voy yo las cosas se irán a la mierda, ¿verdad? Sabes
que no puedo controlarme, menos cuando se meten con mi bebe.
Me encantaría decir que esa es solo una excusa, pero estoy segura de que
en realidad Isa si les cantará sus buenas verdades a los chicos.
A ambos, por que ella no es de las que se guardan las cosas.
Suspiro, frustrada y enojada por la situación, preguntándome qué
demonios es lo que hacen estos dos aquí, porque me atormentan de esta
manera.
—Prepárame un café, un bollo de chocolate con una tarta tatin para
Marcus —digo en dirección a Isa, quien a aprendido a usar la cafetera junto
conmigo.
—Claro —dice, dejando que Nerea bese su mejilla a modo de despedida
y luego haciendo lo mismo conmigo. —Buena suerte —agrega con un
guiño.
Tomo aire, repitiendo una oración al santo de la gente que está meada por
elefantes como yo, tomo dos cartas de la barra y me giro para encarar la
mesa de Dean y Pierce.
Cuando lo hago, los dos me están mirando fijamente.
Me vuelvo a girar, dándoles la espalda.
—No puedo Isa —confieso.
—Si puedes.
—Que no, que de seguro...
—¿De seguro que?
—De seguro esto sale terriblemente mal.
—Todo siempre te sale mal —dice ella, haciéndome que la mire enojada
—, pero —agrega, antes de que pueda mandarla al demonio—, una aprende
a vivir con ese tipo de mala suerte, ahora anda, ve...
Cuando me vuelvo a girar, ambos tienen la decencia de apartar la mirada,
por lo que me acerco a paso un poco titubeante, medio trastabillando
cuando veo a Nerea en el ventanal, allí medio escondida, espiando.
Escucho la carcajada de Isabella atrás, pero cuando me giro para largarle
una mirada asesina, simplemente se agacha para esconderse detrás de la
barra.
Que difícil, por el señor, que difícil.
Carraspeo cuando llego a la mesa, sintiendo el ambiente tenso, tan
malditamente tenso.
—Buenos días, bienvenidos a Dulces Pecados —murmuro.
—No puede ser —escucho la voz en un tono de gemindo exasperado de
alguien.
Marcus.
«Hola Dios, soy yo de nuevo, ya, llevame contigo»
—Hola —dice Dean.
Pierce solo me mira con cara de culo.
—¿Ya saben que van a querer? —Pregunto, escueta.
—Yo..., hum —comienza diciendo Dean.
—¿Qué tienes para ofrecer? —Pregunta Pierce en su lugar.
Cuando mis ojos se clavan en los suyos, hay una expresión retadora en
ellos, los ojos entrecerrados, los brazos cruzados en su pecho.
—La verdad que todo —respondo y no se porque me siento exasperada
con él aquí. —Todo lo que hacemos aquí es excelente, es una pastelería de
primerísima calidad —agrego, con una sonrisa irónica, recordando que
cuando nos conocimos me dijo algo parecido.
Pierce medio sonríe de lado cuando me escucha decir aquello, como si
hubiera recordado lo mismo que yo.
—Aunque, sabes lo que dicen —no puedo evitar murmurar: —Sobre
gustos no hay nada escrito.
—Por supuesto que no —está de acuerdo él.
—¿Quieren que les de tiempo para pensar? —Digo, porque me quiero ir
de aquí.
En lo posible esconderme en la cocina con Cristal.
—Yo quiero un americano...
—¿Con una tarta de limón? —Termino por él.
Sus ojos se clavan en los míos, como si quisiera sonreír por recordar que
pide siempre eso.
—Si por favor —murmura y aparto la mirada, porque de repente quiero
llorar.
Joder.
—¿Tu? —Digo en dirección a Pierce, sonando más mordaz de lo que
pretendía, pero ya todo simplemente me vale.
—Un café negro y un bollo de chocolate —murmura con una sonrisa
maliciosa.
Hijo de puta.
Aprieto mis dientes, tragándome las ganas que tengo de mandarlo a la
mierda, porque no es casualidad que haya pedido lo mismo que Marcus.
—Seguro —respondo con una sonrisa forzada.
Me dirijo nuevamente a dónde está Isa, que trata con todas sus fuerzas no
reír y regodearse en mi miseria.
—Detente —digo, tomando la bandeja que me tiende con las cosas de
Marcus.
—No dije nada —responde ella, pero no se resiste y termina agregando:
—Pero Minerva, que nunca vi tanto ganado junto.
—No es mi... —me detengo, para intentar tranquilizarme y decirlo en voz
baja—, que no tengo ganado aquí.
—Si tu lo dices —responde ella, encogiéndose de hombros.
Voy a la mesa de Marcus, sintiendo la piel cosquillearme por unos pares
de ojos siguiéndome, mientras que voy rezando para que no se me caiga
nada.
—Joder, por fin —murmura Marcus cuando llego.
—Solo tardé cinco minutos —me quejo, dejando lentamente las cosas
sobre su mesa.
—Una eternidad que debo soportar de tu presencia.
—Detente y baja la voz —siseo con los dientes apretados.
Sus ojos se entrecierran en mi dirección y cuando abre los labios para
decir algo, lo interrumpo: —Como que digas lo que sea que vayas a decir,
te veto de la cafetería.
Sus ojos se abren, sorprendidos por mis palabras.
—No puedes hacer eso —dice de inmediato.
—Sé que tienes un humor del carajo —digo, apoyando mi mano en su
mesa para acercarme a él y mantener nuestra conversación para nosotros.
—Sé que eres una de esas personas que son prácticamente imposibles de
satisfacer —ignoro cómo aparece un brillo de algo que no sé interpretar en
sus ojos—, sé que por alguna extraña razón del universo lo que hago aquí te
encanta y por más que luches con todo tu ser, por más que me odies, no
puedes evitar volver por más.
Su mirada molesta me divierte, no puedo negarlo.
—Si no comienzas a colaborar, voy a prohibirte la entrada aquí.
—No lo harías —me reta él.
—Hasta pondré un cartel con tu rostro —digo. —Y le pondré una
verruga gigante en la nariz.
—Sería demasiado infantil —sisea, enojado, pero sabe que lo tengo.
Mi sonrisa como respuesta es puro diente.
—Bien —se enoja él, refunfuñando.
—Buen chico —murmuro y me rio por su mirada de odio.
—No te pases —sisea.
—Vale, me cuentas si te gusta —digo, guiñándole el ojo mientras él
niega con la cabeza, exasperado.
Isa no puede borrar la sonrisa de su rostro y la odio.
—La mesa de las mierdas —dice ella, sin importarle ni un poco decirlo
con la voz lo suficientemente alta como para que la escuchen.
Niego con la cabeza, porque todo esto es demasiado.
Camino nuevamente a la mesa de Pierce y Dean. El último juguetea con
sus dedos, perdido en sus propios pensamientos, Pierce me mira fijamente.
Dejo las cosas rápidamente, sin querer quedarme más tiempo del
estrictamente necesario, de todas maneras las palabras de Pierce me
detienen.
—¿Quién demonios es ese? —Pregunta.
—Baja la voz —murmuro. —Y no te importa —agrego.
Cuando estoy por irme, me detiene tomándome de la mano, sin embargo
cuando clavo mis ojos allí donde me toca, me suelta rápidamente.
Dean no dice nada.
—Me importa por que tu vida corre riesgo, ¿estamos? No quiero
arriesgarme a nada.
—Es un puto policía, Pierce —digo, incómoda por estar hablando de esto
con él.
Justo con él.
Y con Dean escuchando todo.
Que yo en otra vida fui una bruja que asesinaba gatitos, el universo se
está vengando por un pasado que ni siquiera recuerdo, no hay otra
explicación.
—¿De qué le conoces? —Insiste.
—De aquí y deja de tratarme como una niña —insisto.
—Te trato de la manera en la que te comportas —refuta él.
Siento las mejillas calientes por el enojo que siento, de todas maneras
antes de que pueda responder nada, Isa se acerca donde estamos.
—¿Qué está pasando aquí? —Pregunta.
—Nada que sea de tu incumbencia —dice Pierce.
—Detente —dice Dean con calma en dirección a su amigo, como si
estuviera colmando también su paciencia.
—¿Qué carajos hacen aquí ustedes dos? —Dice mi amiga, poniendo los
brazos en jarra. Ay joder, que se va a armar. —¿No es suficiente todo lo que
hicieron ya con ella?
El gesto de dolor en el rostro de Dean me duele.
—Ese no es tu puto problema —responde Pierce, también cabreado. —Y
tu y yo tenemos que hablar —dice en dirección de mi amiga.
—No tengo nada más que hablar —responde ella, apartando la mirada.
Epa, aquí a pasado algo que todavía no sabemos.
—Isabella, que renunciaras fue una idiotez y una chiquilinada —dice
Pierce.
Espera, ¿qué?
—¿Cómo que renunciaste? —Digo en dirección a mi amiga.
—Eres un bocón —dice ella en dirección a Pierce.
—¿Pueden parar los dos? —Insiste Dean, pero nadie lo escucha.
Bueno yo si lo escucho, pero yo no estoy haciendo nada.
—Volverás al trabajo —es todo lo que dice Pierce.
Y es taaaan insoportable cuando se pone así de mandón.
—No voy a volver —dice ella, su mirada retadora y los brazos cruzados
sobre su pecho.
—Si lo harás —sentencia él.
—No lo haré, porque ahora trabajo aquí —dice mi amiga.
Mis ojos, confundidos, se clavan en los de ella, de todas maneras niega
levemente con la cabeza, diciéndome que luego me cuenta.
—Espero que disfruten su pedido —digo, porque esta conversación me
parece de lo más absurda.
—Tu y yo no hemos terminado —lanza Pierce.
No dijo eso, no dijo eso como si fuera..., como si fuera..., como si....
Awhr.
Justo en el momento en el que voy a darme la vuelta para mandarlo al
demonio, una voz me interrumpe.
—Muñeca, ¿podrías traerme la cuenta por favor?
«No puede zer»
Mi boca se abre de manera graciosa, la de Isa también, ambas clavando
los ojos en Marcus.
Mi amiga seguramente sorprendida.
Yo sorprendida pero también cabreada.
Y él, bueno, él tiene una sonrisa de oreja a oreja, maliciosa y también
divertida, como si estuviera disfrutando de esto, como si encontrara la puta
forma de cabrearme casi sin esforzarse.
—¿Muñeca? —Se escucha la voz de Pierce detrás mío.
La ignoro.
Dios, necesito..., necesito que esta locura termine de una vez.
Carraspeo, intentando sonreír, antes de asentir y dirigirme a la barra a
hacerle el ticket.
Isa se apresura para hacerlo ella, ya que evidentemente la he contratado,
aunque no tengo idea de con qué voy a pagarle el sueldo.
Voy con la cuenta a su mesa, Marcus con los brazos cruzados en su
pecho, las piernas estiradas en una pose relajada.
Es tan exasperante.
—Aquí tienes —murmuro, intentando aparentar que no quiero
envenenarlo.
—Gracias, muñeca —responde él, sin siquiera mirar la cuenta y dejando
un billete de veinte dólares sobre la mesa.
Tendré mucha propina, parece..., je.
—Detente —siseo con los dientes apretados.
—Como quieras, muñeca —responde él, poniéndose de pie y yo teniendo
que ladear el rostro hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. —¿Nos vemos
esta noche?
—Sabes la respuesta —digo, los dientes tan apretados que duele.
—Bien, luego le llegará a tu amiga un mensaje con la dirección del bar
—responde él.
—Seguro —digo, escueta, porque quiero que se vaya.
Y de paso que me trague la tierra y me escupa en Narnia.
—No voy a darte un beso, muñeca —dice, acercando su rostro al mío
para hablar en voz baja—, eso tendrás que ganártelo.
—Ojala te de tos cuando tengas diarrea —respondo, con una sonrisa tan
falsa como nuestra mentira.
Resopla, expulsando el aire por la nariz, pero sé que hizo eso para no reír.
Y después, gracias a todos los santos del universo, se va.
Suspiro, con la mente agotada por la última media hora de mi vida.
—¿Con él saldrás esta noche?
La pregunta de Pierce es tan inoportuna que se da cuenta de que la ha
cagado cuando Dean de manera un tanto abrupta se pone de pie.
No mira a nadie, sino que simplemente apoya sus manos en la mesa, con
la mandíbula temblando por algo parecido al enojo.
Algo tan ajeno a él, nunca lo había visto de ese modo.
—¿Invitas tu? —Dice en dirección a su amigo y sin esperar respuesta, se
va.
Y yo..., yo corro detrás de él.
—Dean —lo llamo, pero me ignora, atravesando las puertas. —Dean,
espera.
Sé que se detiene solo por educación, sin embargo no se termina por
girar, sino que me mira de costado.
—¿Si? —Pregunta, su voz un poco impaciente.
—Yo... —murmuro, sin saber muy bien que decir. —¿Cómo has estado?
—Largo lo primero que se me viene a la cabeza.
—Bien —responde él, luego de unos cuantos segundos en silencio. —¿Y
tu? —Pregunta, al final terminando de girarse en mi dirección.
—Bien, yo..., he tenido días malos, pero ahora estoy bien —confieso.
—Lo sé —responde él y al ver mi mirada confundida, agrega: —Pierce
me dijo.
—Ha, claro —murmuro, observando mis pies. —Yo...
—¿Es verdad que saldrás con él? —Pregunta, sin poder aguantarse.
Y yo, tampoco sin poder aguantarme, respondo: —Ya no estamos juntos,
Dean.
—Lo sé —dice, apartando la mirada. —Joder, lo sé.
—No me has escrito ni una sola vez —le reclamo.
—Tu tampoco —dice, clavando sus ojos nuevamente en los míos.
—Fuiste tu quien lo terminó —suelto.
—No podemos estar juntos y cuanto antes entiendas eso, mucho mejor
—responde él.
Y sus palabras..., sus palabras son como una bofetada.
Y duelen.
Él me duele.
—Joder, no quise decir eso —murmura, arrepentido.
—No te preocupes, lo tengo —digo, sonriendo con ironía en su
dirección. —Lo tengo malditamente claro ahora —agrego.
—Minerva... —murmura él.
—Que tengas un buen día, Dean —respondo, girándome y caminando
nuevamente a la cafetería.
Pierce todavía está en la mesa, con los brazos cruzados y la mirada
perdida, sin embargo cuando me ve llegar, se pone de pie.
—¿Podemos hablar?
—No.
—Minerva —insiste.
Cierro los ojos, mirando al techo y rogando al santo de la paciencia que
me de un poco a mi, que todavía no almorcé y estoy a punto de matar a
alguien.
—¿Qué? —Pregunto, acercándome a su mesa y aprovechando que Isa
está atendiendo las mesas con clientes.
—¿Sabes quien es ese..., ese muchacho?
—De seguro tiene tu edad.
—Me importa un comino —responde él.
—No entiendo el punto de todo esto —le digo, exasperada.
—¿Cómo sabes que no lo mando Harold a espiarte? —Pregunta y ahora
entiendo el porqué de su reticencia a que salga con él esta noche.
—Por que Harold no sabe que estoy viva —digo. —Si lo supiera, ya me
habría encontrado.
—¿Cómo lo sabes? —Insiste.
—Solo lo sé —es todo lo que respondo.
Y parece ser suficiente para él, de todas maneras no es como si fuera a
decir más, no quiero hablar del tema.
—Como quieras —dice, poniéndose de pie. —¿Cuánto es? —Pregunta.
Ruedo los ojos, antes de girarme y murmurar: —Nada Pierce, no me
debes absolutamente nada.
Y después de eso, él también desaparece detrás de la puerta, sin embargo
ya no lo sigo.
Me niego a seguir a otro maldito hombre en este día.

-------- ≪ °✾° ≫ --------

Salir con Marcus y su amigo Sam, termina saliendo peor de lo que


pensaba.
Por supuesto que no para mi amiga y su cita, porque no, de hecho cuando
le dije a Isabella que esta noche saldríamos con ellos, se puso contentísima.
Yo pensando que tendría que insistirle o prometer otra salida, pero no, la
muy idiota comenzó a insistir en que esto le vendría bien, tanto a ella como
a su chocho, a ver si comenzaba a palpitar de una vez por todas, porque sino
lo hacia..., bueno, sino lo hacía dijo que iría a una bruja.
La cuestión fue que creyeron que sería divertido ir a los bolos.
Ay diosito, y si, si, sé que siempre meto al señor en mis pedos, pero que
se aguante por ponerme tantas desgracias en frente.
—No puedes ser que seas tan mala en esto —me dice Marcus por quinta
vez en voz baja. —Entiendo que puedas ser mala —dice, viendo como
cuando tiré mi bola en lugar de ir por nuestra pista, pues..., bueno, cruzo
para la pista del al lado, arruinando el juego de nuestros vecinos que nos
miraron furiosos. —¿Pero taaan mala se puede ser?
—Mira... —digo, intentando hablar con calma, pero es que hemos estado
peleando desde que nos encontramos—, no soy buena para los deportes,
¿vale?
—Pero es que esto no es un deporte —insiste él, exasperado.
Y yo me tengo que tragar la risa, porque ustedes vieran lo nervioso que
se pone, lo mucho que le molesta que sea mala y es que en ese momento
que me doy cuenta de lo competitivo que es, y yo..., bueno, quiero
molestarlo un poco más solo porque si.
—Si no es un deporte, entonces, ¿qué es? —Pregunto, ya solo para
fastidiar.
No responde, solo me mira mal y hace un strike que es cuando se tiran
todos los palitos parados al final de la pista.
De todas maneras decido que esta noche quiero pasarla bien y como toda
la atención de Isa está puesta en su cita, yo decido que voy a seguir jugando
mal a los bolos, solo porque me divierte sobremanera los bufidos de
Marcus.
Es que en serio, si lo vieran.
—Ahora ya lo estas haciendo a propósito —dice él, con los brazos en
jarra, viendo como la bola va por el huequito del costado.
—¿A propósito? —Digo, fingiéndome indignada. —Pero por favor,
Marcus, ¿cómo puedes pensar eso de mi?
—Oh muñeca —dice él, negando con la cabeza—, pienso tantas malditas
cosas de ti.
—¿Buenas? —Pregunto con ironía.
No responde, gracias a Dios, sino quien sabe qué barbaridad hubiera
respondido.
Somos sacados de nuestra boba conversación cuando Isa chilla, chilla
porque tiro dos palos.
Dos.
Para que no digan que luego la desvergonzada soy yo.
—Esta es la peor noche del mundo —se queja Marcus con fastidio.
—Oye, que puedo ser buena compañía —me quejo. Él clava sus ojos
oscuros en los míos, mirándome de una manera que hace que la carcajada
esté ahí, a punto de salir. Por todos los cielos Minerva, respira. Lo hago,
tomo aire y suelto: —Aparte tu desde que llegué tienes cara de culo, no me
dan ganas de siquiera estar aquí.
—¿Es por eso, acaso, que te esfuerzas para que perdamos? —Responde
él.
—¿Sabes? —Digo, tomando uno de los bolos, midiendo su peso en mi
mano. —Pensé que serías como esos que se te acercan, que te enseñan
cómo lanzar las bolas de boliche y eso...
Algo en su mirada cambia y muy tarde me percato de la mierda que salió
de mi boca y cuando estoy a punto de replicar algo, es él quien habla.
—Dulce, dulce Minerva —dice, acercándose un peligroso paso a mi—, si
querías que te tocara, muñeca, deberías haberlo dicho.
—Yo no dije eso —me defiendo.
—Pero si es lo que acabas de insinuar.
—Eres la peor cita que tuve nunca —suelto, porque no sé qué otra cosa
decir.
Marcus se acerca otro paso más, quedando cerca mío, para ladear un
poco sus piernas y que su rostro quede a mi altura.
—No soy de esos que tienen citas, pero créeme cuando te digo que
nunca, jamás, lo había pasado tan mal con una mujer —responde él. —Me
exasperas, me caes mal, odio tu perfume y te ríes raro.
Me quedo pensando un poco en sus palabras, que a decir verdad no me
ofenden, sino que me dan lo mismo, es por eso que solo para molestar,
suelto:
—¿Leíste alguna vez un enemies to lovers?
—¿Qué? —Pregunta él, confundido.
—Tu sabes... —digo, con un ademán de mi mano para restarle
importancia, mientras camino medio torpemente con la bola en la mano,
balanceándome por su peso y soltándola con fuerza—, eres el típico chico
malo, que nunca se enamoro, que nunca se enamorará —murmuro,
distraída, viendo como mi bola a final del camino cae a un costado sin tirar
un solo puto palo. Esto ya es personal. —Terminarás cayendo por mi,
Marcus —suelto al final, dándole un largo trago a mi cerveza.
—¿Yo? ¿Cayendo por ti? —Pregunta, sin dar crédito a lo que digo.
—Soy el prototipo de mujer del que te enamorarías —lo pincho.
—¿¡Tu!? —Pregunta y luce tan sorprendido que me ofende un poco.
—Si, yo.
—Pero... —farfulla él—, yo nunca podría enamorarme, mucho menos de
alguien como tu.
—¿Y eso por que? —Pregunto, con los brazos en jarra.
—¿Tengo que repetirlo? —Pregunta y yo simplemente me encojo de
hombros. —Vale, lo diré con simples palabras, pero solo por que estoy
seguro de que tu inteligencia es un poco limitada.
—¡Hey! —Digo, golpeando su brazo al cual él siquiera le hace caso.
—No me gustas, no me gusta tu aspecto, no me gusta tu forma de ser, no
me gusta como me hablas, no me gustan tus chistes, que por cierto, son
terribles —comienza a enumerar. —No me gusta que finjas que no puedes
acertar un puto bolo y que solo lo hagas para molestarme.
—Soy mala en verdad —me defiendo.
—Y no me gusta por sobre todas las cosas, que me uses para darle celos,
no solo a un hombre, sino a dos.
—Yo no te use —digo, ofendida, pero al ver la mirada que me lanza,
agrego: —Tal vez si te use un poco, pero solo fue para uno de ellos.
—Pero te los follaste a los dos —murmura él, rodando los ojos.
—Eso no viene al caso —respondo.
—Entonces si te los follaste a los dos —termina por suponer.
—¿Sabes? —Digo de repente. —Con tu carácter, me sorprende un poco
que tengas una vida sexual activa —murmuro.
Una sonrisa de esas que odio asoma por sus labios.
—¿Tan irresistible me ves que das por hecho que tengo una vida sexual
muy activa? —Pregunta él.
Bueno...
—¿Acaso no follas? —Suelto.
—¿Lo haces tu?
—No estamos hablando de mi.
—¿A no?
Ya me perdí.
—Mira, no entiendo que dices y esta conversación no tiene sentido —
murmuro frustrada.
—¿Sabes que no tiene sentido? Tu suponiendo que entre nosotros podría
pasar algo.
—Anda —digo, empujándolo con mi hombro—, que no estoy tan mal.
Marcus me mira de arriba abajo, clava sus ojos en los míos, mira mis
labios pero medio que hace una mueca de asco que ignoro, vuelve a
mirarme de arriba abajo y después suspira.
—Definitivamente ni poniéndote una bolsa en la cabeza te follaria —
suelta al final.
—De todas formas —digo yo—, no te hubiera hecho caso.
Marcus vuelve a sonreír.
—Si quisieras, esta noche serías mía —responde él descarado.
—Si quisiris, isti nichi siris mii —lo imito. —Idiota.
Marcus, para mi total sorpresa, ríe. Bajo, ronco y me sorprendo un poco
por lo mucho que le cambia el rostro cuando ríe.
Bueno, que tal vez si es un poco lindo.
—Oh, mira, hasta puedes reír —me burlo. —Y yo que pensé que no
tenias la capacidad —agrego.
Él me ignora, por supuesto.
—¿Qué quieres apostar a que serias mía si quisieras? —Insiste.
—¿De qué hablas? —Me mira, esperando mi respuesta. —No quiero
apostar nada, porque no estaría contigo.
—Por qué no me he esforzado —responde él.
—Y agradezco a Buda por eso —es todo lo que respondo, tomando otra
bola sin importarme que sea el turno de Isabella.
—¿Quieres que lo haga?
—¿Qué hagas que?
—Que lenta te pones —se frustra.
—A ver, tu me estas diciendo que si quisieras, si te esforzaras un
mínimo, ¿yo caería por ti?
—Aja.
—Vale, entonces supongo que eso cuenta para cualquier mujer y/o
hombre que esté en los bolos esta noche —digo y él entorna sus ojos en mi
dirección, como si siguiera el rumbo de mis pensamientos.
—Puede... —murmura.
—Okeeeey —digo y comienzo a girar sobre mi eje, buscando.
—¿Qué haces? —Pregunta.
—Tienes que demostrarlo —murmuro.
—Vale, la mitad de la noche no entendí nada de lo que salía de tu boca,
ahora simplemente me pareces una demente.
—Tienes que demostrar que puedes estar con la que quieras —respondo,
ignorando la pulla.
—No tengo por que demostrarte nada —responde él.
—Entonces es mentira —replico.
—Dios —suspira él. —Elige a alguien.
Y yo sonrió enorme y él mira raro a mi sonrisa.
¿Ya les dije lo exasperante que es?
—Esa —digo, señalando a una muchacha preciosa, con el cabello rubio y
lacio por la cintura y un cuerpo de infarto.
—Dios, gracias —gime él, comenzando a avanzar.
—Ha, pero ten cuidado —no puedo evitar decir.
—¿Y eso?
—Mira bien... —murmuro con una sonrisa.
La muchacha está con un grupo de amigos, ¿recuerdas esos que me
miraron mal por interrumpirles su juego? Bueno, son ellos y no pararon de
burlarse de mi por ser un queso en el juego, de todas formas, a quien le
señale a Marcus es la que peor me miraba y la que tiene un novio con los
músculos más grandes que mi cabeza.
Je.
¿Si ya saben como soy para que me invitan?
—Esto... —comienza diciendo Marcus, negando con la cabeza, me mira
unos cuantos segundos, para luego asentir, decidido y murmurar: —Lo
tengo.
Maldito.
Lo veo avanzar con una gracia felina, con una seguridad en sí mismo
envidiable y así sin más, llegando a la muchacha, que al principio lo mira
extrañado y luego medio sonríe de algo que dice.
Ay, que me muero por saber que dice, pero les juro que es pura
curiosidad.
En un momento dado, el muchacho, ese bien musculoso se acerca y yo
pienso: «a su madre, ahora se van a los madrazos». Intercambian un par de
palabras, el muchacho musculoso luce tenso, como si quisiera ponerse a
gritar ya mismo y Marcus luce con la misma cara agria que siempre, pero
tranquilo, como si el chico que tiene enfrente no fuera más que un niño.
Hablan unos instantes más, Marcus medio se incorpora de la mesa que
estaba apoyado, dice algo y el muchacho, luego de unos segundos de
vacilación, se va.
Mi boca debe de estar abierta de par en par y los ojos de él, por supuesto,
se clavan en los míos con una sonrisa ganadora y lo odio joder, aún más
cuando pasa su brazo alrededor de la cintura de la chica.
Demonios.
Es en ese mismo instante en el que me percato de que ni Isa ni Sam están
por ningún lado y me pregunto si su chocho habrá vuelto a palpitar.
Espero que si, porque estoy segura de que sino, me obligara a ir con ella
a una bruja.
Me acerco nuevamente a la pista de bolos, donde tomo una de las
enormes pelotas y cuando estoy a punto de tirarla, siento a alguien detrás de
mí.
Me giro rápidamente, encontrando al muchacho musculoso que acaba de
descartar Marcus.
—¿Si? —Pregunto un poco nerviosa, porque la mirada que tiene el chico
ahora, un tanto desorbitada, la verdad es que la he visto antes y no puede
traer nada bueno.
—Hola lindura —murmura él, acercándose un peligroso paso a mi. —He
visto que tienes dificultades con el juego, puedo ayudarte.
—No hace falta —respondo con un ademán de la mano. —Me gusta
jugar mal —suelto sin pensar.
Pero es que..., es que en verdad tengo miedo, por que el muchacho se
sigue acercando y yo retrocediendo y esto me recuerda a otro tiempo, a
años atrás, a otra vida.
—A nadie le gusta jugar mal —es todo lo que dice—, y como el idiota
que estaba contigo decidió que quiere a mi chica, yo decidí que te joderé la
vida a ti —murmura. —Ya sabes, es policía —murmura como si nada.
Tengo ganas de decirle algo así como: «A mi no me metan en sus pedos»,
pero de repente se me ha secado la boca y estoy más nerviosa de lo que he
estado en muchísimo tiempo.
Su mano se cierra sobre mi antebrazo y tiemblo bajo su agarre y los ojos
se me llenan de lágrimas y quiero desaparecer, joder.
—Anda, solo tienes que fingir que también quieres, hasta y todo lo
pasamos bien.
—Por favor —susurro con voz temblorosa y suplicante. —Déjame ir —
agrego.
—¿Dónde? —Pregunta él, con una sonrisa lasciva.
—Como que no la sueltes ahora mismo, escupirás tus órganos —dice una
voz de repente y yo cierro los ojos con alivio.
—¿Pero es que acaso las quieres a todas? —Pregunta el muchacho,
girándose hacia Marcus.
Él tiene la mirada seria y todo su cuerpo en tensión, de todas maneras no
mira al muchacho que tiene enfrente, como si no le importara, sino que me
mira a mi, fijamente, cerciorándose de que estoy bien.
—Vámonos de aquí —dice en mi dirección y yo me apresuro a ir donde
él se encuentra. —Toma tus cosas —murmura y lo hago.
Lo hago tan rápidamente, que ni siquiera pienso en Isa, ya luego le
enviare mensaje.
Marcus camina detrás de mi, ignorando las puyas que le lanza el
muchacho que nos sigue, tomando nuestros abrigos y obligándome a
caminar más rápido.
Llegamos fuera, donde tiene estacionada una moto de último modelo.
—Ay joder —no puedo evitar decir, porque de seguro Marcus es de los
que maneja como un desquiciado.
De todas formas, antes de que podamos siquiera subirnos, alguien lo
empuja fuertemente por detrás.
—Anda, hijo de puta —dice el chico, con la cara desencajada y el rostro
colorado de la furia. —Pelea, marica —insiste a voz de grito.
Cuando Marcus avanza un paso, no puedo evitar tomarlo del brazo para
detenerlo.
Sus ojos molestos se clavan en los míos, mirando allí donde mi mano lo
toca, sin embargo cuando sus ojos buscan los míos, algo en su mirada se
suaviza.
Abre la boca para decir algo, pero no lo logra debido al puñetazo que
recibe, tirándolo al suelo y casi llevándome a mi en el proceso.
—¡Marcus! —Grito, intentando ayudarlo a ponerse de pie. —¡¿Qué
carajo haces tu, subnormal?! —Grito en dirección al chico, que tiene una
sonrisa desencajada, avanzando peligrosamente en mi dirección.
De todas formas, Marcus se pone rápidamente de pie y me empuja
suavemente con el brazo hacia atrás.
—Te dije que iba a hacerte escupir tus órganos —dice Marcus. —En
verdad pensé que había sido claro con eso.
Cuando el muchacho se ríe y quiere volver a golpear a Marcus, este
simplemente se hace hacia atrás esquivando el golpe y después, bueno,
después Marcus se enoja.
El primer puñetazo me duele hasta a mi, el segundo casi voltea al idiota
mientras gime de dolor y con el tercero, bueno, ahí me doy cuenta que no
va a detenerse.
—Marcus, para —digo, intentando llamar su atención, pero no, me
ignora. —¡MARCUS, JODER! —Grito, pero nada.
Ahora, haciendo un paréntesis gente, no me digan que Marcus no es el
típico bad-boy, que hasta tiene una moto, les digo.
—¡MARCUS! —Insisto.
—¿¡Que!? —Pregunta, exasperado.
—¡¡¡Detente!!!
Para mi total sorpresa, lo hace, dejando al muchacho gimiendo en el
suelo, con la boca y la nariz ensangrentada y en una extraña posición.
Creo que se rompió.
Mi respiración, sin saber porque, esta agitada, a diferencia de la de él,
que sigue siendo calma.
—¿Estas bien? —Pregunto y él simplemente me mira y yo ruedo los ojos
exasperada. —Vale, estás bien, lo tengo —digo, también exasperada.
—¿Qué pasó aquí? —Pregunta Isabella, llegando de repente. —¿Y
porque mierda no respondes el teléfono? ¿Acaso me quieres matar del
susto?
—Te busque y no te encontré por ningún lado —me quejo en su
dirección.
—Pero si les dijimos que iríamos a por más bebidas y una pizza.
—¿Lo hicieron? —Pregunto, por que estaba realmente metida en eso de
arruinar el juego que tal vez lo olvide.
—¿Quién es él? —Pregunta Sam, pateando con la punta del pie al chico
que está tirado en el piso, gimiendo de dolor. —¿Qué demonios pasó,
Marcus? —Agrega y por las miradas que se lanzan, sé que hay una interna
que no conocemos.
Nos quedamos todos unos cuantos segundos en un silencio tenso, el
muchacho en el piso se levanta lentamente y se marcha.
Lo miramos en silencio también marcharse mientras suelta improperios
por lo bajo.
—Nos vemos —dice Marcus de repente, para luego girarse y marcharse.
—¡Espera! —Grito, alcanzándolo.
—Por Dios, que castigo —farfulla por lo bajo.
Ignoro eso, pues porque en realidad venía a agradecerle, y eso hago.
—Gracias por defenderme antes —suelto.
—Lo hubiese hecho por cualquiera —dice, el muy idiota.
—Lo se —siseo en su dirección. —De todas formas, gracias.
—No es nada, igual te lo debía —dice y al ver mi cara confundida,
agrega: —La rubia me pasó su número, esta noche follaré, así que gracias
—termina por decir, guiñandome un ojo y poniendo en marcha la moto.
—Ah —murmuro, porque no sé qué otra cosa decir.
Él se va y yo me quedo unos instantes viéndolo desaparecer.
Me enteraré después de un tiempo que esa noche efectivamente follo con
la chica rubia, que por cierto, daba unas mamadas de infarto, de todas
maneras no sintió nada, porque Marcus nunca sentía nada y estaba cansado
de ello, porque después de un tiempo, simplemente terminaba por aburrirse.
De igual forma siguió a lo suyo, porque necesitaba una distracción y
mientras la muchacha se deslizaba lentamente sobre su miembro envuelto
en un preservativo, haciendo unos giros con sus caderas que lo hicieron
jadear, no pudo evitar pensar en cierta muchacha de cabello castaño,
exasperante como la mierda, pero que había logrado lo que hacía años nadie
lograba: hacerlo reír.
Sin embargo, cuando se percato de que estaba pensando en ella mientras
otra lo montaba, se dijo a sí mismo que seguramente lo había sacado tanto
de sus casillas que por eso se distraía.
Se concentró en la rubia y solo en ella y se dejó llevar a sí mismo por el
placer carnal del sexo, por más que supiera que después de eso volvería a
ser todo simplemente lineal.
De todas formas, ¿a mi que me importa lo que haga Marcus? Tengo que
lidiar con mis propios problemas, ¿saben? Como por ejemplo chocarme de
lleno con las miradas de Dean y Pierce nada más llegar al departamento de
este último.
¿Si ven? Qué noche más larga.

-------- ≪ °✾° ≫ --------


BUENAS BEBIS
PERDON POR LA TARDANZA, PERO LO PROMETIDO ES
DEUDA.
RECUERDEN VOTAR POR FAVOR, EL CAPÍTULO QUE SIGUE
LO TENGO ESCRITO HASTA LA MITAD Y AHORA QUE MIS
VACACIONES TERMINARON, PODRÉ ACTUALIZAR MÁS
SEGUIDO.
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LXS LEO
DEBIE
CAPÍTULO VEINTICUATRO (PARTE DOS)

NO SEAS TAN CRUEL CONMIGO, CARIÑO

Cuando entro al departamento de Pierce, me detengo en seco.


La imagen que tengo en frente simplemente me deja un poco fuera de
juego: Pierce está con unos pantalones deportivos cortos, una remera suelta
y los pies descalzos, mirando fijamente la televisión prendida frente de él.
Está observándola tan fijamente y con el cuerpo tan en tensión, que me
doy cuenta que en realidad no está prestándole para nada atención.
Dean sin embargo, bueno, él tiene sus ojos clavados en los míos, un vaso
de whiskey en la mano y la mirada enrojecida.
—Mira nada más quien llegó —murmura con la voz un poco borracha,
sentado en una mesa ratona.
Termino de entrar, dejando las llaves en la mesita que hay en la entrada,
quitándome el abrigo por los hombros para colgarlo en el perchero que
también está en la entrada.
Por unos cuantos segundos nadie dice nada y lo único que se escucha es
el murmullo de la televisión encendida, en una película que parece de
acción.
—Buenas noches —es todo lo que digo, dirigiéndome a mi habitación.
—¿No vas a contarnos como te fue? —Se escucha la voz de Dean cuando
estoy llegando a las escaleras y sé que se ha puesto de pie, aunque sin
terminar de acercarse. —¿Siquiera lo besaste? —Agrega, largando luego
una carcajada irónica.
No le respondo, primero porque no tengo ganas de hacerlo, de comenzar
una discusión y segundo porque no es su maldito problema, lo dejo bastante
claro hoy en la mañana.
Me dirijo rápidamente a mi habitación, subiendo las escaleras de dos en
dos, y una vez dentro, suspiro con algo parecido al alivio, cerrando la puerta
detrás de mí, antes de comenzar con la tarea de quitar mi ropa y maquillaje.
No me lleva mucho tiempo y cuando quiero darme cuenta, ya estoy
metida debajo de las mantas, mis gatos acurrucándose conmigo, mientras
yo no puedo evitar rememorar todo lo que pasó esta noche, que por más que
comenzó siendo bastante difícil, termine pasándola bien, hasta me atrevo a
decir que Marcus puede ser alguien agradable.
Eso es mentira, es más agrio que un limón.
Marcus, si alguna vez lees esto, no fui yo, fue Patricia.
Los minutos pasan y yo comienzo a dormitar, entrando en ese estado en
el que no estoy completamente dormida, pero tampoco cien por ciento
despierta, es por eso que mis ojos se abren confundidos cuando escucho la
puerta de mi habitación abrirse.
Me incorporo, sosteniéndome con mi brazo cuando veo a Dean apoyarse
con su hombro en la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Pregunto, un poco nerviosa mientras
enciendo la luz de la lámpara de al lado de mi cama.
No porque tenga miedo de él, sino por que no se que es lo que pretende.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —Pregunta, medio tambaleándose. —La
verdad es que no tengo idea de que demonios estoy haciendo aquí —
confiesa en un susurro al final.
Tropieza con la alfombra, la botella casi cayéndose, su contenido por la
mitad y me doy cuenta en ese momento de lo mucho que ha bebido.
—Demonios, Dean —suspiro, poniéndome de pie para ayudarlo y
pensando en dónde demonios está Pierce cuando lo necesito.
—No me ayudes —dice, deteniendo mis pasos. Sus ojos me recorren el
cuerpo cubierto solo por una camiseta fina de tiras que me llega solo un
poco por debajo de los muslos y unas bragas.
—Joder — digo, metiéndome nuevamente en la cama, aunque no es
como si no me hubiera visto hasta el alma ya.
—Si, joder —dice él, asintiendo y con una sonrisa borracha en su rostro.
—¿Lo dejaste que vea todo ese cuerpo tuyo? —Pregunta de repente. —
¿Dejaste que vea todo eso que me vuelve loco? —Agrega.
—No tengo porque responderte nada —es todo lo que respondo,
apartando la mirada.
—No, es verdad, no tienes que hacerlo —está de acuerdo él.
—Dean... —comienzo diciendo, cansada de esta situación—, ¿qué estás
haciendo aquí? ¿Qué demonios quieres de mi?
—Nada —responde rápidamente, apartando la mirada.
Me quedo unos instantes observándolo, pensando en como podríamos
haber tenido el mundo entero y ahora simplemente nos quedamos sin nada.
Está de pie a unos tres pasos de la cama, mirando el suelo, la botella de
alcohol que traía quedó olvidada en la mesa que tiene a un costado.
—Fuiste tú quien decidió esto, Dean —murmuro, intentando razonar con
él a pesar de su estado. —Fuiste tu quien se dio por vencido con nosotros
—agrego con la voz un poco ronca por lo mucho que me duele esta
situación.
Ríe, pero es una risa hueca, vacía.
—Me di por vencido con nosotros —repite mis palabras, con las manos
en las caderas y mirando al techo de la habitación, mientras niega con la
cabeza. —Por supuesto que dirías algo como eso.
—¿Entonces no fue así?
—Por supuesto que no fue así —dice, clavando por fin sus ojos en los
míos. —Me sorprende un poco que todavía no lo entiendas.
—Lo único que entiendo es que quiero estar contigo.
Las palabras salen antes de que pueda detenerlas y cierro los ojos con
fuerza por lo mortificada que me hacen sentir, por largar aquello así sin
más. Sé que está mal, sé que estoy humillándome por él, por nosotros, pero
simplemente no pude controlarme, porque, ¿te cuento un secretito? A veces
cuando una se enamora, cuando ama, es difícil resignarse a dejar ir a la
persona, pero todavía es más difícil resignarse a dejar ir todo aquello que
habías planeado hacer con él.
El duelo después de una separación, duele como una perra.
—Yo también quiero eso, cariño —susurra.
—Pero no podemos —termino por él las palabras que no dijo, pero que
quedaron flotando en el aire entre los dos.
—Pero no podemos —responde, repitiendo mis palabras.
De repente Dean luce abatido, tanto como debo verme yo en estos
momentos. Aunque, para que mentir, desde que me dejo que no estoy bien,
sin embargo ahora mismo en su mirada hay un cansancio que nunca le
había visto.
Me estremezco un poco cuando se sienta en la punta de la cama, el
colchón sacudiéndose por su peso, de todas maneras no está siquiera cerca
de tocarme, me di cuenta de que hizo eso a propósito.
Sus codos van a sus rodillas para sostener el peso de su cabeza entre sus
manos, luciendo jodidamente abatido y yo quiero estar para él, quiero
aliviar su dolor, decirle que todo va a estar bien, cuando en realidad el que
esté así es por lo mismo por lo que yo estoy mal y sintiéndome sola y vacía.
El no poder estar juntos.
—Dean... —comienzo diciendo, sin embargo niega antes de que pueda
seguir hablando, aunque no tuviera muy claro lo que iba a decir.
—Estoy tan jodidamente cansado —susurra y por unos segundos parece
medio perdido en sus pensamientos. —Quiero decir, todo se fue al carajo en
cuestión de ¿qué? ¿Días? —Agrega—. Me hubiera gustado tener un poco
más de tiempo —murmura al final.
—¿Tiempo para que? —Pregunto, porque sé que no solo se refiere a lo
nuestro.
—Mi padre debería habernos avisado —continúa con su relato, ajeno a
que no tengo idea de a que se refiere. —Mi padre debería habernos dicho
que quería postularse para la candidatura, es decir, me lo imaginaba,
¿sabes? —Agrega, clavando sus ojos por fin en los míos, su rostro medio
iluminado por la ventana abierta y la luz de la lámpara en mi mesa de luz.
—Me imaginaba que este año se adentraría un poco más en la política, pero
no esto, joder, nada como esto.
Niega con la cabeza, presionando sus ojos tan fuertes que pareciera que
está intentando por todos los medios no ponerse a llorar.
—Mi vida es un desastre, Mine —confiesa al final y sin poder evitarlo se
me forma un nudo enorme en la garganta. —No tienes idea de lo que han
sido estos días —agrega—, y me he sentido tan perdido —susurra,
volviendo a mirarme—, tan malditamente solo que yo...
—¿Qué, Dean? —Pregunto, mi mano picando por la necesidad de
estirarse y tomar la suya. —Puedes contar conmigo.
Sonríe con tanta tristeza que mi pecho duele un poco más si aquello es
posible.
—Ojalá pudieras estar conmigo —dice, mirando mi mano a medio
camino de la suya, como si para él también fuera difícil resistirse al impulso
de tomar la mía. —Ojala pudiera ser un egoísta del carajo al que no le
importen las consecuencias —agrega, para después mirarme nuevamente—,
ojala pudiera tenerte para mi, porque te necesito como nunca necesité a
nadie.
No se que responder a eso, por que de repente lo que está haciendo me
parece egoísta, sus palabras me duelen, me queman, porque yo también lo
necesito, porque sé que juntos podríamos solucionar las cosas, de alguna
manera, no sé cual, pero yo no me hubiera dado por vencida tan rápido. De
todas maneras sé cómo es este mundillo de la política, lo mucho que se
espera que tanto Dean como Mía acompañen a su padre en la campaña,
luzcan como una familia feliz y unida.
Soy sacada de mis pensamientos cuando Dean sonríe con mucha, mucha
tristeza, cuando no se aguanta y estira su mano para tomar la mía.
—Eres tan fácil de leer —dice, de todas maneras no lo dice con burla,
sino como que para él hacer aquello de leerme fuera casi un acto
involuntario, como si todo lo que sintiera estuviera reflejado en mi maldito
rostro. —Ojala pudiera cambiarlo todo, ojala pudiera no fallarles a ninguna
de las dos.
Frunzo el ceño confundida, porque no entiendo a que se refiere con las
últimas palabras que largo.
—¿Qué quieres decir? —Digo y aparta la mirada rápidamente, sus
mejillas sonrojadas. —¿Qué no me estás diciendo?
Dean no habla enseguida, sino que vuelve a la posición de apoyar su
rostro entre sus manos, y pareciera que intenta por todos los medios no
romperse en mil pedazos.
—Dean... —insisto.
—Las perdí a las dos, joder —confiesa. —Las perdí a las dos en cuestión
de semanas y yo no creo que pueda... —niega con la cabeza y con las
palmas de las manos se presiona los ojos con fuerza.
—¿A qué te refieres? —Pregunto, aunque el miedo de repente atenaza mi
vientre.
—Mi padre tendría que habernos avisado —vuelve a decir. —Fue
demasiado para Mía, yo puedo soportarlo todo, ¿sabes? —Dice, distraído.
—Yo puedo con todo, siempre lo he hecho, pero ella..., simplemente fue
demasiado y yo le fallé, le fallé más de lo que te he fallado a ti.
—¿Qué pasó con Mía, Dean? —Pregunto, poniéndome de rodillas sobre
la cama para acercarme a él, aunque me abstengo de tocarlo.
—Van a internarla —dice, luego de unos segundos en silencio. —En un
instituto —agrega, aunque eso ya lo sabía—, dicen que es de los mejores,
que estará cuidada, que habrá gente todo el tiempo velando por ella, van a
cuidarla, nada va a pasarle ahí —comienza a hablar apresuradamente, como
si en realidad se estuviera convenciendo a sí mismo. —Quiero decir, ha
dejado de comer hace días, Mine y ella, simplemente los estudios dijeron
que su cuerpo no puede resistir mucho más —agrega—, su corazón podría
fallar de un momento a otro y yo..., yo no puedo perderla —dice,
desesperado—, no puedo perder a mi pequeña hermana, por más que me
haya dicho que me odiaba hoy, por más que dijera que nunca iba a
perdonármelo, si algo llegara a pasarle, yo..., simplemente siquiera puedo
pensar en ello.
Mi cuerpo actúa por voluntad propia cuando mis brazos lo envuelven en
un incómodo abrazo, pero es que él se está rompiendo y no puedo, no
puedo con ello, le quiero demasiado para actuar dura con él ahora, cuando
me necesita.
—Mine... —dice con la voz ahogada, su aliento cálido en mi cuello.
Mis propias lágrimas se liberan cuando siento las de él en la piel desnuda
de mi hombro, mientras que sus propios brazos me envuelven, terminando
de romper la distancia entre nuestros cuerpos.
—Ella no te odia, Dean —susurro en su oído. —Ella nunca podría
hacerlo.
—Ella siquiera soporta mirarme a la cara, Mine —confiesa él, sonando
tan abatido. —Ella..., ella no va a perdonarme esto.
—Si lo hará —digo, porque es solo una chica que le falta mucho por
crecer, pero si no hacían esto, sino recibía este tipo de apoyo, tal vez nunca
lograra crecer en absoluto. —Mía solo está asustada y tiene miedo, Dean,
pero ella te ama.
—Yo..., yo debí de cuidarla más, con todo lo que pasó, simplemente fue
demasiado y yo la descuide y ella se encerró en ese mundo de
autodestrucción y yo siquiera pude hacer algo para detenerla, yo...
—Shhh —lo arrullo, meciendo lentamente nuestros cuerpos entrelazados.
—Todo va a estar bien, Dean, lo prometo.
—Yo no lo se —confiesa con la voz rota. —Y estoy cagado de miedo.
—Lo sé —digo, porque puedo imaginar como la culpa lo carcome, a
pesar de que Mía lleva un tiempo enferma, por más que hubiera mejorado
en los últimos meses, ella necesitaba ayuda. —Pero ellos van a cuidarla y
Mía va a estar bien —repito.
—Es mañana —dice, después de un rato, separándose de mi un poco para
poder mirarme a los ojos. —Mañana vamos a llevarla.
Asiento y por más que no lo diga, la pregunta está impresa por todo su
rostro, porque si, yo también puedo leerlo bien a veces.
—¿Quieres que los acompañe?
—No tienes que hacerlo si no quieres —dice él rápidamente.
—Me encantaría poder estar para ella mañana —digo y luego susurro: —
Me encantaría poder estar para ti también.
Dean me mira fijamente, el rostro en detalle, me mira con tanto amor que
me desarma un poco.
Asiente, despacio, como si se hubiera percatado recién ahora de que soy
real, de que estoy aquí con él.
—A mi me gustaría también —es todo lo que responde él.
Asiento en respuesta y no sé muy bien porque lo hago, pero cuando Dean
mira hacia la puerta como pensando en marcharse, simplemente afianzo mi
agarre en su brazo, deteniéndolo antes de que siquiera pueda ponerse de pie.
—Vamos a dormir —digo, porque sé que él esta noche me necesita.
Y yo también lo necesito a él.
—Está bien —responde, incorporándose para caminar al otro lado de la
cama.
Abro las mantas y me muevo un poco para hacerle lugar, él se saca
rápidamente las zapatillas y los pantalones, quedando con el bóxer y la
remeras puestos. Sus movimientos son un poco torpes, de todas maneras
termina dejándose caer en la cama con un suspiro pesado y para mi total
sorpresa, Pimienta camina hacia uno de sus costados, ronroneando para
recibir un poco de su atención y me pierdo un poco en la pequeña sonrisa
que se forma en su rostro cuando sus manos se hunden en su pelaje.
Sus ojos se clavan en los míos, haciéndome sentir una idiota por todavía
estar medio incorporada mirándolo fijamente cual acosadora.
Nos sumimos en un pesado silencio y de repente me siento un poco
incómoda, porque si bien dormimos juntos muchas veces, pareciera como si
no recordáramos cómo hacerlo, nuestros cuerpos siquiera se tocan entre sí.
—¿Mine? —Pregunta después de un rato, los dos despiertos pero
fingiendo que intentamos dormir.
—¿Hum? —Murmuro.
—Gracias por estar para mi —dice y su mano por debajo de las mantas
busca la mía, dándole un apretón cuando sus dedos se enredan con los míos
—, a pesar de todo lo que te hice, gracias —agrega.
—Siempre estaré para ti, Dean —confieso.
Sin soltarle la mano.
Él dándome un ligero apretón en respuesta.
Así.
Así es como las cosas están bien.
-------- ≪ °✾° ≫ --------

No se cuanto tiempo es el que nos quedamos acostados en la cama,


ambos despiertos y tomados de la mano, de todas maneras, después de un
largo rato, la respiración de Dean se acompasa y por fin se queda dormido.
Yo por mi parte, bueno..., joder, no puedo dormir y muero de sed.
Decido levantarme, poniéndome unos pantalones pijama, porque como
descubrimos esta noche, la vida me odia, no vaya a ser que Pierce me vea
en culo también.
Bajo las escaleras, silenciosa como una ninja, aunque termina siendo para
nada, ya que cuando llego a la cocina, me encuentro con Pierce de lleno,
mirando al vacío pero sin sorprenderse por encontrarme ahí, como si
supiera que de un momento a otro bajaría.
Carraspeo y sus ojos se clavan en los míos.
—Vine a por un poco de agua —murmuro, dirigiéndome a la nevera.
En realidad vine por una torta de chocolate que hizo Pierce hace unos
días y que yo he estado robando poco a poco, pero él no tiene porque
saberlo.
Pierce no me responde mientras rebusco en la nevera una botellita de
agua, ignorando —por el señor—, tratando de no mirar a la torta de
chocolate.
—¿Cómo está él? —Pregunta en voz baja.
Me giro para poder mirarlo, de todas maneras él sigue con la vista
clavada en frente, por lo que decido rodear la barra de la cocina y
posicionarme frente suyo para asi poder mirarlo a la cara.
—Está dormido —murmuro, no tengo que aclarar que está en mi cama,
porque es lo obvio.
Pierce simplemente asiente y me doy cuenta que esta es la primera vez
que hablamos desde que estoy aquí.
—Deberías alejarte, Minerva —murmura de repente, sorprendiéndome.
—¿Disculpa? —Pregunto, un tanto sorprendida por lo que dijo.
—Dean no va a cambiar de parecer —agrega, como si no lo supiera.
—Lo sé —respondo.
—Pero de todas formas vas a acompañarlo mañana —dice e intento
morderme la lengua y no preguntarle cómo demonios lo sabe.
—No voy solo por Dean, voy también por Mía —murmuro.
—Ella estará bien —responde Pierce, separándose de la barra y
comenzando a caminar por el espacio de la cocina de un lado al otro,
luciendo bastante frustrado—, pero no deberías ir.
—No es tu decisión —respondo.
—Es peligroso —insiste.
—Pierce, ¿en verdad crees que la puta prensa se enterará de semejante
cosa? —Pregunto y cuando aparta la mirada, sé que me está dando la razón.
—De todas formas no deberías ir —insiste—, solo saldrás más lastimada
de todo esto.
Me lo quedo mirando fijamente y sin poder evitarlo, una risa irónica se
me escapa.
—¿En verdad estás diciéndome todo esto?
—Si, lo estoy diciendo en verdad, porque no quiero que sufras —termina
confesando, volviendo a la barra y apoyando todo su peso en sus manos,
ladeando su cuerpo hacia delante.
—Pues es un poco hipócrita de tu parte, ¿no crees? —No puedo evitar
soltar.
—Es diferente —se defiende.
—¿Diferente? —Pregunto. —¿Cómo, en el infierno, puede ser lo que
pasó, diferente?
Pierce no responde, sin embargo sus ojos clavados en los míos se resisten
a largar lo que sea que quiere largar.
—Mira... —digo, suspirando, porque no puedo soportar esta
conversación ahora mismo—, puedo cuidarme sola, no necesito de tus
consejos y en todo caso, no soy nadie para ti, asique si sufro o no, no
debería importarte.
Y dicho eso, me doy media vuelta, decidida a volver más tarde a por esa
torta de chocolate.
Escucho sus pasos y antes de que pueda evitar el contacto, su mano está
en mi brazo, deteniéndome.
Nuestros cuerpos no se tocan, pero su presencia a mi espalda me deja
paralizada, con la respiración agitada y el cuerpo tenso.
Su calor, su perfume, todo llega como un balde de agua fría que me hiela
la sangre.
—Solo quiero protegerte —susurra y siento en mi cabello su aliento
cuando habla—, solo quiero..., quiero que estés bien —dice con un suspiro
al final.
Niego con la cabeza, confundida por lo que dice, confundida por su
cercanía, por la manera en la que me está hablando, por los recuerdos que
trae, que no son solo los buenos, sino también son los malos.
—Dijiste que siempre estarías para mi —susurro y su agarre en mi brazo
se tensa—. Me dejaste, Pierce —digo, dándome vuelta y obligando a su
mano a soltarme por fin. Sus ojos me observan el rostro al detalle y yo por
mi parte hago lo mismo. —¿Tienes idea de lo que fue levantarme al día
siguiente y que no estuvieras? —Digo, las palabras que tenía atragantadas
desde que volvió.
—Douce... —susurra y a mi se me cierran los ojos con dolor al
escucharlo llamarme por ese mote.
—¿Tienes idea de lo que fue llegar a mi trabajo y que me dijeran que ya
no tenía trabajo alguno? —Murmuro y ahora es él quien aparta la mirada
avergonzado.
—Yo no... —comienza diciendo, pero lo detengo.
—Lo que hice no estuvo bien, créeme que sé eso —digo, porque esa
noche con Layla la cague, es verdad. —Ella me dijo cosas horribles, Pierce
—digo y sus ojos vuelven a clavarse en los míos—, ella dijo que tu... —
niego con la cabeza, no quiero recordarlo.
De nada sirve ya.
—Lo siento —es todo lo que dice.
—Un lo siento no puede arreglar las noches que necesité que me
explicaras qué demonios había pasado, porque si, lo hice Pierce, hubieron
noches que te necesite, que quise gritarte, por que estaba muy enojada
contigo —confieso. —Por que no fueron solo imaginaciones mías, porque
entre nosotros pasaba algo.
Su mandíbula se tensa cuando suelto esas palabras.
—Tu seguiste adelante —me hecha en cara.
Niego, porque es obvio que seguiría adelante, cuando estuviste a punto
de morir, cuando estuviste tan cerca de perderlo todo, no pierdes un puto
instante en estar mal, intentas por todos los medios ser feliz, eso es lo que
hice y siempre haré.
—No podía esperarte Pierce —susurro y no se en qué momento nos
acercamos tanto. —Yo sabia donde estabas —murmuro—, ¿y sabes que
entendí? —Pregunto, con una sonrisa triste. —Que tu nunca me darías una
oportunidad, nunca intentarías ver qué era eso que había entre nosotros.
—Minerva... —susurra mi nombre como si le doliera.
—Y esta bien, lo entiendo, pero yo me merezco que me quieran por
completo, que no tengan miedo de amarme —digo. —Dean no tuvo miedo
de hacerlo, se mostró tal cual era y yo con él hice lo mismo Pierce y no tuve
miedo, ¿sabes? No tuve miedo de comportarme como me hubiera gustado
comportarme contigo por temor a que me alejaras, porque tu siempre hacías
eso, me alejabas.
—Fuimos claros con nuestros intereses —se defiende él.
—Y tienes razón —digo, asintiendo. —Lo hicimos, pero hay veces que
el corazón simplemente no entiende de razones y créeme, créeme que en
verdad pensé que estaba enamorada de ti, pero luego llegó él y me mostró
que el amor no se esconde, que cuando uno quiere, debe hacerlo por
completo, sin miedos y ser libre y yo con él me sentía libre.
—¿Y donde te ha llevado ese comportamiento ahora? —Suelta.
Por que Pierce es así, cuando se siente acorralado, simplemente ataca.
Sonrió con mucha tristeza, porque el hijo de puta ahí tiene un punto.
—No lo sé, Pierce —respondo con sinceridad. —¿Pero sabes que se? Sé
que él me quiere y yo lo quiero a él y que si no estamos juntos ahora, es
porque mi situación me excede y es una mierda, ¿sabes? Es una mierda
sobrevivir a lo que sobreviví y sin embargo no poder estar con la persona
que elegí, con la que me hizo sentir querida cuando más lo necesitaba.
No dice nada, porque no tiene nada que replicar a eso.
—Yo solo quiero ser feliz —confieso y no se porque le estoy diciendo
todo esto. —Era lo único que quería y me fue arrebatado y ahora lo único
que quiero es recuperarlo, por que no es justo, ¿entiendes eso? No es justo
Pierce —la voz se me rompe al final, pues porque poner eso que siento en
palabras, duele muchísimo.
—Lo sé —dice él, mirándome de una manera que me hace sentir peor.
Por qué me mira con pena, como si le doliera que esté así.
—No, no lo sabes —digo, enojada y triste. —No sabes lo que es todo el
tiempo saborear un poco de felicidad para que luego te sea arrebatado, no
tienes idea de lo que es el miedo de que cuando te pasa una puta cosa
buena, de un momento a otro se termina. No tienes idea de lo que sentí
cuando Dean terminó con lo nuestro, porque lo tenía todo, por unos
instantes lo tuve todo —digo y siento las lágrimas caer por mis mejillas—,
y ahora lo perdí y debo conformarme con eso, ¿sabes? Debo conformarme
con siempre tener que empezar de cero, pero es que a veces simplemente
estoy tan cansada, tan cansada de intentar y que...
Mi balbuceo incoherente es interrumpido cuando Pierce me toma del
brazo y me arrastra a él, abrazándome de esa manera que siempre solo él
supo hacerlo, como si pudiera acomodar todos mis pedazos rotos.
Tardo en reaccionar, pues porque no sé muy bien cómo hacerlo, de todas
formas, luego de unos segundos, mis manos forman en puño su camisa a la
altura de su estómago, sintiendo los músculos tersos debajo, mientras sus
enormes brazos me rodean, pegándome a él.
Lloro lo que parecen horas, aunque estoy segura que no son más que
minutos y cuando quiero darme cuenta, su mano frota mi espalda y su
mentón está apoyado en la cima de mi cabeza.
Había olvidado lo alto que era.
Carraspeo, alejándome un paso cuando me doy cuenta de la posición en
la que estamos, la intimidad en la que nos habíamos sumido. Pierce parece
un poco reticente a dejarme ir, de todas maneras suspira y lo hace,
mirándome fijamente, tanto que me remuevo incómoda.
—¿Seguro que no quieres un poco de ese pastel de chocolate? —Larga,
así como si nada.
Y a mi el rostro se me vuelve carmesí.
—Yo..., hum —balbuceo, muerta de vergüenza.
—No te pongas tímida ahora —dice, guiñándome el ojo y caminando él a
la nevera, donde toma el pastel de chocolate y lo sirve en un platito,
tendiéndomelo luego de servirme una generosa porción.
—Gracias —murmuro.
—Descansa, Douce —susurra y acto seguido, se acerca donde me
encuentro, dejando un beso en la cima de mi cabeza y sale de la cocina,
dejándome en un pesado silencio y con los pensamientos completamente
revueltos.
Eso sí, con una enorme porción de tarta de chocolate para analizarlo.
-------- ≪ °✾° ≫ --------
Cuando me despierto a la mañana siguiente, Dean no está.
Lo sé antes de terminar de abrir los ojos.
Anoche cuando volví, luego de terminarme la porción de torta, me
acurruque a su lado y él, medio dormido, medio despierto, tiro de mi brazo
y me acomodó encima de su pecho, nuestras piernas se enredaron y yo
dormí mejor de lo que había dormido en semanas.
Pero ahora él no está aquí.
Suspiro con pesadez, desperezándome para luego sentarme en la cama,
descubriendo que hay una nota sobre mi mesa de luz.
Confundida la tomo y la abro, leyendo la anotación que hay dentro y
percatándome también de la cantidad de palabras borroneadas que hay,
como si hubiera escrito algo y lo hubiera tachado al final, arrepentido.
«Erasto pasará a buscarte cerca de las tres de la tarde por la
cafetería»
«Te q*****»
«Dean»
Justo en ese momento, mi teléfono comienza a sonar y cuando miro la
pantalla del mismo, me doy cuenta de que es Mika.
Sin embargo, cuando atiendo y pongo el teléfono en mi oído, siquiera me
deja saludarlo.
—Tu y yo hemos terminado —es lo primero que dice. —Se acabó.
—Pero...
—¿Sabes qué? —Dice nuevamente, a voz de grito. —Creí que teníamos
algo, Minerva, en verdad creía en nosotros.
—Pero Mika —me quejo, aunque no sé si reírme o preocuparme por sus
palabras.
—Me dejaste —insiste. —Teníamos votos que teníamos que respetar y tu
los irrespetaste.
—Mikael, lo que estás diciendo no tiene sentido —digo, cortando con su
perorata.
Se escucha un suspiro cansado, antes de que murmure:
—Vale, no lo tiene, pero es que te extraño y que sea la última vez que me
llamas Mikael —murmura en voz baja. —Así solo me llama mi madre y es
raro escucharte hablar con ella.
—Yo también te extraño —susurro, sintiéndome culpable como la
mierda. —Siento haber estado tan ausente.
—Mi familia cree que me engañas —agrega.
—Mika, en algún momento tienen que saber la verdad —murmuro.
—Lo sé.
—Pero si mientras fingimos puedo seguir metiéndote mano, no me
escucharas quejarme.
—Minerva —dice él, riéndose y haciéndome reír en el proceso a mi
también.
—Bueno, ¿cuándo nos vemos?
—¿Puedes venir a dormir a casa mañana? —Pregunta.
—Ay Mika, ¿cómo me haces estas propuestas indecentes?
—No es una propuesta indecente —y luego de unos segundos, agrega:—,
pero si quieres lo es.
—Ja. Ja. —Respondo con ironía. —Siempre me cortas en la mejor parte.
—Pero la última vez no te escuché quejarte —responde él y aunque no lo
tenga en frente, mis mejillas se colorean. —Ni me digas que te sonrojaste
toda —se carcajea.
—Te odio —respondo.
—Me amas, Minerva —es todo lo que dice él.
Nos despedimos, acordando que mañana cenaremos con su familia en su
departamento y que luego ya me quedo ahí.
Dios, nada como una buena dosis de Mika para mi.
Me preparo para ir a trabajar, dándome una ducha rápida y decidiendo
que mejor me llevo algo más formal para cambiarme en la cafetería, porque
de seguro con mi suerte arruino la ropa antes del mediodía.
Sé que debo tomar mis pastillas de hierro antes del desayuno y sabiendo
que Pierce no va a dejarme ir sin desayunar, medio corro por las escaleras
ya que es tarde, sin embargo me quedo de piedra nada más llegar al umbral
de la entrada de la cocina.
Joder, Minerva, por favor no te atragantes con tu propia saliva.
Quiero decir algo, lo que sea, pero se me ha secado la boca.
«Bueno señor, ya cansado de ponerme piedras en el camino, decidiste
que me pondrías una montaña»
—¿Sucede algo, Minerva, para que no termines de entrar a la cocina?
Pierce no se da vuelta cuando dice eso, sin embargo sé que está
disfrutando como la mierda la situación.
Tiene unos pantalones cortos que le van por encima de las rodillas,
remarcando los músculos de sus piernas así como también su trasero, mis
ojos, pecaminosos por naturaleza, ascienden por su enorme espalda y sin
nada que la recubra.
—Hice revuelto de huevo y jamón para el desayuno —agrega, dándose
vuelta, con una sartén en la mano y una cuchara en la otra.
Ay Dios bendito.
—¿Quieres sentarte? —Agrega.
Yo asiento, pues porque en verdad no puedo hablar y les juro por la
virgencita de Guadalupe —que si no follo que me la chupen—, que mis
ojos tienen vida propia cuando bajan a su entrepierna marcada en esos
pantalones de algodón y yo estoy...
«Aparta la mirada, joder»
«¿Qué está mal conmigo, mierda, carajo?»
Siento las mejillas arder, de todas formas ignoro la sonrisa que adorna el
bonito rostro de Pierce, porque no sé a qué demonios está jugando.
—¿Acaso te comió la lengua el ratón, Minerva? —Pregunta, socarrón.
—¿Se rompió la lavadora? —Pregunto en su lugar, metiendo la pastilla
de hierro en mi boca, antes de bajarla con un jugo de naranja natural que
hay en la mesa.
—No, ¿por qué? —Pregunta él, tomando asiento frente mío.
Y sus músculos se marcan con el movimiento.
¿Siempre tuvo ese six-pack?
«Basta, joder»
—¿Tu camiseta? —Pregunto.
Escucho su risa antes de que responda: —Estaba un poco acalorado esta
mañana.
—Raro —murmuro, engullendo una cucharada llena de huevos—, el
pronóstico anunciaba bajas temperaturas.
—Verás, que el calor que tengo yo va más por dentro —dice.
Y el huevo va por el conducto equivocado.
Mierda.
Logro recuperarme a tiempo, mientras él simplemente me mira con una
sonrisa en su rostro.
—Eres exasperante —siseo.
—¿Y ahora yo que hice? —Dice, como si nada.
—¿Qué demonios tienes? —Pregunto, porque está raro.
—Nada, estoy bien —dice, pero no deja de sonreír.
—Pierce...
—Douce...
—No me llames de ese modo —me quejo.
—¿Por qué no? Te queda y todo.
—Detente.
—¿De que?
—De lo que sea que estés haciendo —respondo, apuntándolo con el
tenedor.
Pierce, sin quitar la estúpida sonrisa de su rostro, se levanta de su
banqueta y yo trago saliva con dificultad cuando se acerca donde me
encuentro.
—La cuestión, Minerva —dice, estirándose para agarrar una botella que
se encuentra a mi lado, haciendo que su cuerpo se acerque mucho al mío.
Pero mucho—. La cuestión es que todavía no he hecho nada.
Y después se separa de mi cuerpo y yo me quedo allí como: «que pedo,
que pedo»
Joder, son las siete de la mañana y mi día comienza de esta manera,
¿como no voy a evitar pensar que en lo que resta del día no se va a ir todo a
la mierda?
Jo-der.

***
BUENAS BUENAS MIS AMORES
FELIZ DOMINGO PARA TODXS :)
ESPERO QUE DISFRUTEN DE LA ACTUALIZACIÓN.
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DEBIE
CAPÍTULO VEINTICINCO

WOMAN

El día, por suerte, se termina pasando bastante rápido y cuando quiero


darme cuenta, ya son las tres de la tarde y Erasto está esperándome fuera de
la cafetería.
—Erasto —digo con un movimiento de mi cabeza cuando lo tengo
enfrente, justo antes de que abra la puerta del auto para mí.
—Señorita Minerva —responde él, con una sonrisa amable.
Emprendemos el camino en un cómodo silencio, Dean dijo que nos
encontraríamos en el lujoso centro de rehabilitación en el que Mía va a
internarse, de todas formas, me doy cuenta de que no estamos tomando el
camino indicado.
—¿Dónde vamos? —Pregunto, asomándome por entre los asientos.
—A la casa grande, señorita Minerva —responde él. —Las cosas no
están resultando con Mía —dice con un suspiro triste.
Asiento, porque imagine que algo así pasaría, de todas maneras no me
percato hasta muy tarde lo que ir a la casa grande significa.
Todo mundo estará allí, de eso estoy segura.
Joder.
Un pequeño ataque de ansiedad quiere comerme entera, pero no lo dejo,
me controlo, cuento mis respiraciones.
«Eres una perra fuerte» escucho las palabras de Isa en mi cabeza,
diciéndome que todo va a estar bien.
La verja de la entrada al predio de Dean se abre y nosotros avanzamos
por el camino empedrado hasta detenernos frente a las puertas de entrada.
No bajo del auto de inmediato, necesito un minuto, demonios.
—¿Señorita Minerva? —Murmura Erasto, que en algún momento dado
abrió mi puerta y yo no me di ni cuenta.
Asiento, impulsándome para bajar del auto mientras tomo la suya que me
tiende. En otro momento bromearía con él, le diría que no hace falta, que no
soy tan vieja, él solo reiría avergonzado y no diría nada.
Pero no ahora, no puedo ahora bromear con nada cuando siento los
nervios a flor de piel.
No debería haber venido, sé que podría dar la vuelta justo ahora, Erasto
me llevaría sin siquiera preguntar, Dean nunca me lo recriminaría, pero...,
pero si las cosas están difíciles con Mía, quiero estar aquí para ella, porque
cuando yo la necesite, ella intercedió por mi sin rechistar.
Y no hago esto porque me sienta en deuda, sino porque cuando estuve en
su lugar, me hubiera gustado que alguien estuviera ahí conmigo.
María me abre la puerta de entrada nada más subir los primeros
escalones, tiene los ojos rojos por el llanto, sin embargo se nota que ha
logrado controlarse.
—Hola mi niña —murmura, dándome un ligero abrazo que devuelvo.
—¿Todo bien? —Pregunto, con una sonrisa un poco incómoda.
Ella simplemente niega con la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas
nuevamente y yo no dudo un instante en abrazarla, intentando darle algún
tipo de consuelo.
Se termina separando luego de unos segundos, volviendo a limpiar sus
mejillas rápidamente y sonriéndome de manera superficial.
—Que bueno que haya venido, mi niña, Dean está muy nervioso, todos lo
están —dice, de manera un poco atropellada. —Quedé en que haría un poco
de café, el café siempre hace bien, porque nadie ha dormido bien en los
últimos días —agrega, hablando medio sin parar.
—¿Dónde están? —Pregunto.
—Arriba, en el cuarto de Mía.
Asiento, mientras me dirijo allí, pareciera que María quiere decirme algo,
de todas maneras no le doy tiempo cuando subo las escaleras rápidamente.
Conozco el camino y si lo pienso demasiado, huiré como la cobarde que
soy.
Cuando llego al pasillo me doy cuenta de que aquí hay mucha gente.
Y no conozco a la mayoría.
De todas maneras no es como si me prestaran atención, sino que todos
observan a Dean, que no para de golpear la puerta de Mía.
—Mía, por todos los cielos, abre la jodida puerta —dice, frustrado.
En el pasillo se encuentran lo que parecen dos enfermeros, que lucen a
punto de querer tirar la puerta abajo, impacientes. Una mujer mayor con un
traje sobrio que parece no querer meterse en el asunto. El papá de Dean,
Bruno, que suelta improperios por lo bajo, diciendo que hay que tirar la
puerta abajo y sacarla de allí.
Katherina está apoyada en una pared un poco más alejada, luciendo
aburrida de esta situación y muy tarde me percato de la chica que me mira
fijamente. Tiene el cabello corto, por los hombros y muy lacio, de color
trigo y los ojos celestes claro. Es muy pequeña y va vestido con un pantalón
de pitillo blanco, unas sandalias bajas y una camisa de color negro. Me doy
cuenta de que la repase con la mirada igual que hizo ella conmigo y
también me percato en ese momento de que esa mujer es Rebeca, la
prometida de Dean.
Por todos los cielos.
Aparto la mirada rápidamente, pero solo por que la voz de Dean a
aumentado.
—Mía, demonios, ¡abre la puta puerta! —Dice, golpeándola con su puño.
—Tírenla abajo —indica el padre de Dean a los enfermeros.
—¡Esperen! —Exclamo y de repente todos los ojos están clavados en mi.
Je.
No se porque no me sorprende.
Nadie dice nada por unos cuantos segundos y yo me obligo a caminar
hasta allí donde se encuentra Dean, que me observa de una manera que no
se interpretar, como si se hubiera olvidado que me había pedido que lo
acompañe, pero también parece estar agradecido con mi presencia.
—¿Qué está haciendo ella aquí? —Se escucha la voz de Katherina, pero
la ignoro, porque yo solo tengo ojos para él y nadie más e ignorando que
está aquí su prometida una vez que lo tengo enfrente, mi mano se cierra en
torno a su brazo.
—¿Qué está pasando? —Pregunto en voz baja.
—Ella no quiere salir, desde hace horas —dice, también en voz baja,
aunque sé que es consciente de que todos nos están escuchando. —Si ella
no sale, si no coopera, ellos van a llevarla a la fuerza, tal vez aplicarle un
calmante y yo... —dice, negando con la cabeza—, y yo no podré
despedirme de ella —agrega con la mirada llena de pánico.
Mierda.
—Entiendo —susurro en voz baja y hablando con calma—, pero esta no
es la manera en la que vas a conseguir que salga.
—Lo he intentado todo —murmura frustrado. —Lo he intentado todo,
joder —agrega, cerrando los ojos y apoyando la frente en la puerta.
—Lo sé —digo, porque si Dean tiene una debilidad, esa es Mía.
—No sé qué hacer —agrega, volviendo el rostro para mirarme—, no
quiero que sea de este modo —farfulla con la voz rota.
—¡Mía! —Grita su padre de repente, haciéndome saltar en mi lugar por
el susto, mientras se acerca donde estamos, golpeando la puerta con fuerza
mientras que yo inevitablemente me acerco a Dean para no interponerme en
su paso furioso. —¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Tiraré la puta puerta abajo! —
Agrega a voz de grito.
—¿Puedes detenerte un puto momento? —Pregunta Dean en su
dirección.
—Esto ha tomado más del tiempo que dispongo —se queja su padre.
Y yo en el medio, que raro, Minerva, que raro.
—Es tu hija —sisea Dean en su dirección, como si no pudiera creer las
palabras que salen de su padre.
—Déjenme hablar con ella —digo, interrumpiéndolos.
—¿Y que te hace pensar que te escuchará? —Dice su padre, clavando sus
ojos en los míos. Trago saliva con dificultad, porque Bruno me recuerda
mucho al padre de Harold, de todas maneras, luchando con toda mi fuerza
de voluntad, no retrocedo. —Sin animo de ofender, no eres nadie.
Bueno, un putazo dolía menos, para que negarlo.
Me giro nuevamente, clavando mis ojos nuevamente en los de Dean.
—Déjame intentarlo —susurro en su dirección. —Por favor.
Dean tiene las manos en su cintura, mientras me mira fijamente, antes de
apartar la mirada y asentir.
Ah joder, ¿y qué hago ahora?
Yo también asiento, pues porque no pensé que llegaría tan lejos, pero ya
que, a actuar.
Me giro en dirección de la puerta de Mía, quien supongo que está del otro
lado, mientras apoyo mis manos en la madera, como si así pudiera sentir su
presencia.
—Mía, ¿estás ahí? —Murmuro, un poco nerviosa por todas las miradas
clavadas en mi.
Suspiro y aunque mi tonta pregunta no haya tenido respuesta, sé que ella
se encuentra del otro lado de la puerta y no puedo evitar que un nudo se
forme en mi garganta, porque entiendo el miedo que tiene en estos
momentos.
—De seguro que estás ahí —digo, con una sonrisa incómoda, sin saber
muy bien como convencerla para que salga, aunque un solo vistazo de reojo
a mi alrededor, viendo como todos me miran como si fuera una loca,
entiendo lo que debo hacer para que salga y para eso, tengo que darle un
pedazo de mi a ella, para que sepa que no está sola. —Una vez estuve en tu
lugar, ¿sabes? —Digo, dejándome llevar un poco por los recuerdos. —Una
vez... —sigo diciendo con una sonrisa triste—, me di por vencida.
Todos guardan silencio a mi alrededor, los cuchicheos se sienten bajo y
yo no puedo creer el poco respeto que tienen por una persona en esta
condición, como si esto fuera un mero capricho de ella.
—Sé la mierda que está pasando por tu cabeza en estos momentos,
créeme que lo se —murmuro al final, mientras lentamente apoyo mi
espalda en la puerta y me dejo caer sentada al suelo alfombrado,
jugueteando con mis dedos y negándome a mirar a nadie. —Me gustaría
decirte que todo va a mejorar de un momento a otro, que ellos lograran
ayudarte y sacarte adelante, pero, ¿te cuento un secretito? La única que
tiene ese poder ayudarte eres tu misma. La única que logrará superar todo
esto que te pasa, depende exclusivamente de ti y de nadie más.
»No será fácil, Mía, eso tenlo por seguro —digo con amargura. —Yo...,
yo en un momento dado simplemente no tenia por que seguir, ¿sabes?
Estaba completamente sola, nadie se preocupaba por si vivía o por si moría,
de todas formas, nadie lo sabría —recuerdo con tristeza—, nadie estaría
conmigo al final y yo había hecho las paces con ello.
»La vida simplemente había perdido todo su color, su magia, había
dejado de creer en la gente, pero, ¿sabes qué fue lo más triste? ¿Lo que más
dolió? Que había dejado de creer en mi y eso..., eso es una mierda, porque
hay momentos en nuestra vida en los que simplemente nos necesitamos a
nosotros mismos y si no te tienes a ti..., no tienes nada.
De repente hay un pesado silencio a nuestro alrededor y sé que todos
están al pendiente de que siga hablando y yo eso hago, pero no por ellos,
sino por Mía y también por mi.
—Recuerdo que era uno de los días malos —murmuro después de unos
segundos en silencio y tragando saliva, continuo:—, todos los días en sí
eran malos, pero ese día simplemente... —niego con la cabeza, respirando
profundamente antes de seguir. —Yo simplemente quería que todo acabara
y estuve a punto de lograrlo —asiento y vuelvo a guardar silencio.
Espero, un minuto.
Dos.
El susurro de la ropa que hace al ponerse en la misma posición que yo,
solo que del otro lado de la puerta.
—¿Q-que te hizo seguir? —Pregunta una voz suave y ronca, de seguro
por el llanto, al otro lado de la puerta.
—Una vez, una de las mujeres que limpiaban allí donde me encontraba,
se sentó al otro lado de la cama en la que yo estaba recostada —digo,
sonriendo ante el repentino recuerdo. —Ella solía hacer eso, sentarse a mi
lado en silencio y simplemente permanecer allí, hasta que un día
simplemente comenzó a hablar. Ella me contó una historia muy triste, era su
historia —aclaro—. Me contó de cómo un día, al igual que yo, lo perdió
todo y estuvo a punto de rendirse, al igual que estaba haciendo yo en esos
momentos, ella no dijo «ninguna mierda motivacional», sus palabras, no las
mías —aclaro. —Ella solo me contó cómo siguió adelante, como logró
encontrar la salida a tanta oscuridad, no me dio una pista de cómo encontrar
mi camino, de cómo salir de allí, pero al final, dijo que si era lo
suficientemente valiente, encontraría mi camino de regreso.
—¿Entonces? —Susurra ella del otro lado, atenta a mi historia.
—Entonces unos días después, el lugar donde yo me encontraba, daba a
una avenida bastante concurrida y yo solía levantarme a ver por ella para
pasar el rato.
»Recuerdo que había comenzado a llover de un momento a otro y la
gente corría despavorida buscando refugio, pero hubieron dos chicos, que
no podían tener más de quince años, que se quedaron debajo de la lluvia,
sintiendo como chocaba con su piel y entonces ellos sonrieron Mía,
sonrieron de una manera que yo no había hecho en muchos años y añore
eso, ¿sabes? Añore algo tan simple y banal como lo es sonreír —confieso.
»No sé en qué momento fue el cambio exactamente, pero me di cuenta de
que quería vivir, que por más que no tuviera a nadie con quien contar, lo
haría por mi, porque sabia que muchas cosas buenas me esperaban.
»Fue duro Mía, créeme que lo fue, pero, ¿te cuento otro secreto? Las
mejores cosas lo son —y cuando termino de decir eso, mis ojos se clavan en
los de Dean, que también me mira fijamente. —Las cosas que realmente
valen la pena, cuestan.
—Tengo miedo, Mine —confiesa Mía y sé que está llorando nuevamente.
—Está bien tener miedo, Mía —respondo, jugueteando ahora con mis
dedos, porque me siento un poco nerviosa. —No siempre tenemos que ser
valientes, no siempre podemos ser valiente y tener miedo nos hace
humanos, así como también amar. Me encantaría poder decirte que la vida
después de esto será mejor, pero no es así, sin embargo las cosas
simplemente serán de la manera en las que tu las enfrentes.
»Habrá gente que intentará hundirte, que se regodeara cada vez que
caigas, pero también estará la gente que estará ahí para levantarte cada vez,
tienes muchísima gente que te ama —digo, mirando a mi alrededor,
mientras María se seca las lágrimas de sus ojos con su delantal, el papá de
Dean mira pensativo hacia otro lado y él, Dean, mi niño bonito, me mira de
una manera que me enternece, lleno de dolor, pero también con amor,
mucho amor. —Todos aquí están esperando por ti, pero Mía, estarán
también esperando por ti luego y cada vez, por que eres muy amada, solo
que todavía no puedes verlo.
Otra vez se hace silencio, antes de que susurre:
—¿Quieres que te cuente el último secreto? —Murmuró, con una sonrisa
por demás triste.
—Si —dice ella.
—Volvería a pasar por todo eso —confieso en un acto de valentía. —
Volvería a pasar por todo ese dolor con tal de volver a encontrarme con toda
la gente con la cuento hoy. Por que con el tiempo yo también fui muy
amada, lo soy —digo, asintiendo. —Soy muy amada y vale la pena, ¿sabes?
Después de un tiempo, miras hacia atrás y te das cuenta que todo ese
camino logró hacerte aprender, logró hacerte lo que eres. Estoy contenta
con quien soy hoy —digo, suspirando. —Que a ver, que sí, que las cosas a
veces me salen mal, pero, ¿qué importa eso? Siempre cometeremos errores,
siempre fracasaremos, pero también haremos las cosas bien y tendremos
triunfos y los triunfos logran opacar mucho los fracasos, porque vale la
pena Mía, vivir siempre va a valer la pena.
»La decisión es tuya y lo que te cuento es mi experiencia y por eso puedo
decirte que valió la pena, siempre lo hará. La vida es maravillosa, las
personas con las que nos encontrarnos, reír e incluso llorar —digo,
intentando convencerla—, no te des por vencida, por favor, solo..., solo no
lo hagas.
Se hace un silencio tenso y pasan unos segundos cuando el padre de
Dean y Mía comienza a avanzar en dirección a la puerta, para poder por fin
forzar la cerradura.
Falle y me siento una idiota por ello, sin embargo cuando estoy a punto
de ponerme de pie, caigo hacia atrás, golpeando mi cabeza en el proceso
por no haber reaccionado a tiempo.
—Joder, Minerva —dice Dean, apresurándose donde estoy. —¿Estas
bien? —Pregunta.
—Lo siento —dice Mía, con cara de espanto. —Pensé que te habías
levantado.
—Me alegro de que hayas abierto la puerta —murmuro, con una sonrisa
que ella logra corresponder a duras penas.
Dean me toma de una mano y Mía de la otra y juntos me ayudan a
ponerme de pie.
Me tomo unos segundos para observar a Mía, ella simplemente no luce
como la chica que conocí, ni nada parecido, sino que luce apagada y sin
ganas de seguir, sin embargo abrió la puerta, ella abrió la puerta y eso solo
quiere decir que va a pelear contra ello.
—Me alegro de que hayas abierto la puerta —repito en voz baja en su
dirección.
—Me alegro de que hayas venido a decir adiós —responde ella y vuelve
a llorar.
Sin decir una palabra nos envolvemos en un apretado abrazo, sus
delgados brazos envolviéndome, apretándome cerca.
—Cuida a mi hermano por mi —dice en mi oído.
Asiento, sintiendo un nudo en mi garganta por las emociones que me
embargan en este momento, por el dolor que siento por que una chica como
Mía tenga que pasar por todo esto y también por lo mucho que me recuerda
a mi misma, pero ella es más fuerte, lo sé.
—No te tardes mucho —susurro yo también en su oído. —Alguien
tendrá que cuidar a Dean cuando yo tampoco pueda.
Sus brazos a mi alrededor se tensan, como si se hubiera percatado recién
ahora que ya no estamos juntos y que su prometida está también en el
mismo lugar que yo.
Un carraspeo nos distrae y a duras penas nos separamos.
—Eres muy valiente, Mía —digo, tomándola por las mejillas y limpiando
sus lágrimas. —Estoy muy orgullosa de ti —agrego.
Mía se gira, sus mejillas surcadas de lágrimas pero la mirada en alto,
como si pudiera enfrentarse al mundo ahora.
Dean tiene los ojos brillantes, sin embargo se niega a llorar, sin embargo
no es así con Mía, que un sollozo se le escapa cuando sus ojos se
encuentran, arrojándose a sus brazos mientras él la envuelve con los suyos,
apretujándola y hundiendo su rostro en su cuello.
—Joder, como te quiero —susurra él.
—Yo también te quiero —responde ella. —Te quiero tanto y lo siento
Dean, lo siento, no te mereces todo esto, perdóname por favor.
—Shhh —la acalla él. —No tienes que pedir perdón, eres mi vida entera,
¿entiendes eso? Eres todo para mi Mía, y sin ti..., sin ti mi vida no tendría
sentido.
Los sollozos de Mía se incrementan, mientras no deja de repetirle a su
hermano mayor lo mucho que lo quiere, que se pondrá bien solo para él.
Yo estoy que me arranco la piel de los labios para no llorar.
Se terminan separando también ellos a duras penas y María envuelve a
Mía en otro abrazo, diciéndole que le quiere y que estará aquí, que siempre
estará aquí.
Los enfermeros y la mujer avanzan, porque ha llegado el momento de
marcharse y en la habitación todos los saben, así como también todos nos
dimos cuenta de que Mía no se ha despedido aún de su padre.
Sin embargo se hace un silencio tenso cuando Mía se acerca a Bruno sin
amedrentarse, porque su padre, a pesar de toda la situación, sigue luciendo
molesto.
—Eres una mierda de padre —es lo primero que larga Mía en su
dirección. Ahsumadre. —Me dejaste cuando más te necesite y me dolió,
¿sabes? Dolió como los mil infiernos cuando mamá murió —sigue diciendo
ella, con enojo. —Pero tu preferiste encerrarte en tu propio dolor, sin
siquiera mirarme, nunca volviste a mirarme como lo hacías cuando ella
estaba viva —le reclama.
—Mía... —dice su padre, que parece que esa armadura de frialdad
comienza a resquebrajarse.
—Tu moriste con ella para mi —sigue diciendo, las lágrimas caen
pesadas por sus mejillas pálidas—, te enterramos con ella cuando decidiste
que el resto eran mucho más importantes que nosotros —sigue diciendo,
ajena al dolor que surca la mirada de Bruno. —Nunca voy a perdonarte que
me dejaras cuando más te necesitaba.
—Lo siento —es todo lo que dice.
—No me sirven tus disculpas —dice, secándose las lágrimas a
manotazos. —Y voy a ponerme bien —agrega, decidida—, pero no lo haré
por ti, lo haré por mi y por Dean y por María y por Natalia, pero ya no más
por ti, porque tu me perdiste y el día de mañana, cuando te des cuenta que
todo esto que tienes no te dará el amor que podríamos darte nosotros,
cuando te encuentres solo, cuando esa estúpida se aburra de ti y te deje por
alguien con más dinero o más interesante, cuando te des cuenta de que no
tienes nada, será tarde, ya es tarde —sentencia.
Y después de eso señala su bolso a uno de los enfermeros, que la mira
molesto, para que lo lleven por ella y camina hacia la salida.
Nadie dice nada, incluso cuando se escucha el auto fuera que se lleva a
Mía y ¿saben que? Este sería un buen momento para hacer mi retirada.
—¿Alguien quiere café? —Dice Katherina de repente ante el pesado
silencio que quedó en el pasillo. —María, ¿por qué no traes un poco? ¿Y un
poco de esas galletas dulces que haces siempre?
Cuando sus ojos se clavan en los míos, sé que ha llegado el momento de
que me retire, aunque sé que no podré hacerlo antes de que me largue su
veneno.
—¿Y tú querida? Muchas gracias por haber venido y hacer entrar en
razón a Mía, pero ahora estaremos en familia —dice. —Y bueno..., ¿has
conocido a Rebecca? —Dice, señalando a la prometida de Dean.
—¿Quieres cerrar la puta boca, Katherina?
Para mi total sorpresa, quien dice esas palabras es el padre de Dean.
Katherina queda estupefacta con la manera en la que le habla el padre de
Dean, con las mejillas encendidas por la conmoción.
—Gusto en conocerte —digo en dirección a Rebecca, aunque siquiera
logro mirarla a los ojos. —Nos vemos —agrego, comenzando a caminar en
dirección a la salida.
De repente mi realidad me golpea con fuerza y me percato de que en
realidad no tengo nada más que hacer así, creo que Dean me llama, pero le
ignoro, porque comienzo a sentirme pequeña y el dolor de saber que lo he
perdido..., él va a casarse, por todos los cielos.
—Espera —dice, justo cuando mi mano se cierra en el picaporte para
abrir la puerta. —Por favor, espera un momento —agrega, poniendo su
enorme mano al lado de mi rostro sobre la puerta, impidiéndome abrir.
—No tengo nada que hacer aquí —murmuro.
Su respiración, al igual que la mía, se encuentra agitada por la huida y un
temblor me recorre el cuerpo entero cuando apoya su frente en mi cabeza,
suspirando.
—Dean —susurro.
—Déjame llevarte a casa —es todo lo que dice. —Por favor, Mine —
agrega.
Un nudo se forma en mi garganta, de todas maneras termino asintiendo,
porque creo que nos merecemos hablar con calma.
—Gracias —dice, de todas maneras no se despega de mi espalda,
frotando su nariz en mi cabello.
—Dean —murmuro, porque para que podamos salir, debe separarse.
—Lo siento —dice de manera apresurada, haciéndose un paso hacia
atrás.
Abro la puerta de entrada, donde el auto de Dean se encuentra ya allí
estacionado, de todas maneras antes de que pueda subirme, un llamado nos
detiene.
—¿Qué pasa? —Pregunta Dean con evidente frustración en dirección a
su padre.
—¿Puedo hablar un momento contigo? —Pregunta el señor Ross en mi
dirección.
Dean lo observa con el ceño fruncido, para luego de unos segundos,
clava sus ojos en los míos en una clara pregunta. Asiento un poco, dándole
a entender que puedo con esto.
Dean se sube al auto, sin embargo sé que nos observa, sin entender qué es
lo que su padre quiere conmigo.
Nos quedamos en silencio unos cuantos segundos, el viento frío revuelve
mi cabello mientras clavo mis ojos en los suyos, expectantes.
—Gracias —es lo primero que dice y por su tono de voz, puedo deducir
que todavía sigue conmocionado por todo lo ocurrido con su hija. —Yo...
—aparta la mirada mientras niega con la cabeza—, sé que parezco el peor
padre del mundo —suelta.
—No lo creo —digo, por lo menos no del todo, porque yo sé lo que es
tener un padre de mierda.
Por lo menos él parece aunque sea preocuparse un poco.
—Intento hacer las cosas bien —confiesa y esto se pone medio raro—,
intento lo mejor para mis hijos, pero creo que simplemente fallo
estrepitosamente en el intento —agrega con una sonrisa amarga. —Sé que
eres una buena mujer —dice y mis ojos se clavan sorprendidos en los
suyos, por que bueno..., creí que le caía mal. —No se porque lo tuyo con
Dean no funcionó, no sé porque siguió con el compromiso con Rebecca
cuando sé que no es lo que él quiere, por que mi hijo te mira de la misma
manera que yo miraba a mi difunta esposa y eso... —agrega, negando con la
cabeza—, eso no es algo que se vea todos los días.
Aparto la mirada, porque de repente sus palabras me duelen, así que
simplemente asiento.
—Espero que tengas una buena vida, Minerva —dice, tendiéndome la
mano la cual tomo y da un ligero apretón. —Eres una buena mujer —
termina diciendo, antes de asentir y dar media vuelta, volviendo a entrar a
su casa.
Cuando subo al auto Dean no dice nada, sino que simplemente se pone
en marcha y sé que está esperando a que hable, pero..., no sé si quiero
hacerlo.
—¿Cómo estás? —Pregunta, intentando romper el tenso silencio.
—Quiero volver a mi departamento —es todo lo que digo en respuesta.
—¿Qué? —Pregunta él, sorprendido.
—¿Puedes llevarme al departamento de Pierce? —Pregunto, ignorando
su pregunta. —Deje las llaves allí —y por si no entendió, repito: —Voy a
volver a vivir en mi departamento.
—Mine... —comienza diciendo él, sin embargo lo corto.
—No hay discusión en esto, Dean —sentencio.
Y por suerte para mi, él no discute, pero si hay algo de lo que acabo de
darme cuenta, es de que Dean realmente va a comprometerse, voy a
perderlo y si no quiero volver a hundirme en la autocompasión, debo volver
a retomar las riendas de mi vida..., aunque no sepa cabalgar muy bien.
El viaje al departamento de Pierce se me hace demasiado corto y el viaje
en el ascensor mejor ni les digo.
Cuando ingresamos al penthouse de Pierce, bueno, cada vez que entro
aquí se me sigue haciendo raro, ¿si entienden? Que la casa no es mía y
pues..., es solo eso, raro.
Pimienta comienza a maullar una vez que me ve llegar, mientras me
agacho a tomarlo en brazos y comenzar a acariciar su cabeza, que para mi
total sorpresa, se deja.
Pierce sale de repente, dándome un susto de muerte, mientras limpia sus
manos con un repasador.
Sal le va mordiendo los talones.
—¿Qué pasa? ¿Cómo salió todo? —Pregunta, de todas maneras Dean
simplemente niega con la cabeza.
—Minerva quiere volver a su departamento —suelta.
Mis ojos, molestos, se clavan en los suyos, acusadores.
—De ninguna manera —dice Pierce.
—¿Disculpa? —Pregunto, sorprendida.
—Estás disculpada por querer hacer semejante idiotez —larga, así como
si nada.
—Puedo hacer lo que se me venga en gana —digo, enojada y frustrada
por partes iguales.
—No, no puedes —responde Pierce, cruzándose de brazos.
—Pierce... —murmura Dean en voz baja, intentando mediar.
—No digas nada —acuso en su dirección. —Tu le dijiste —agrego.
—No creo que sea buena idea —es todo lo que responde él con calma.
—No puedo quedarme a vivir aquí —digo, alternando la vista entre
ambos. —Esta no es mi casa, no me siento cómoda aquí —agrego.
Pierce me mira enojado, como si le molestara que soltara aquello, pero,
¿qué esperaba? Que seriamos mejores amigos ahora que estaba aquí.
—Mira... —dice Dean, con las manos en alto como si intentara
apaciguarme—, hagamos una cosa, puedo acompañarte a tu departamento y
si no vemos nada raro, si todo está bien, vuelves.
—De ninguna jodida manera —sisea Pierce.
—No es tu maldita decisión —lo corto. —Voy a por las llaves y vamos
—digo en dirección de Dean.
De todas maneras, cuando bajo, ambos están esperándome.
Nada como un paseo con tus dos ex, ¿verdad?
—Deben estar jodiendo conmigo —farfullo más para mi que para ellos,
sin embargo, por supuesto Pierce me escucha y regalándome una sonrisa
maliciosa, dice:
—Créeme Minerva, no estamos jodiendo contigo.
«Ah no, pos bueno, no me había dado cuenta»
El viaje lo hacemos en el auto de Dean y agradezco que sea silencioso,
mientras que lo único que se escucha es la música que se reproduce en el
estéreo.
Por supuesto que Pierce va en el lado del acompañante, ignorando a todo
mundo mientras teclea algo en su teléfono y yo voy detrás, en medio, pues
porque me gusta este espacio, no a todo mundo le gusta del lado de la
ventana, ¿vale?
Mi cabeza comienza a moverse al ritmo de la música, cantando por lo
bajo sin parar.
«Déjame ser tu mujer»
«Mujer, mujer, mujer»
«Puedo ser tu mujer»
Mi cuerpo, al igual que mi cabeza, comienza también a medio bailar,
porque por si no se han dado cuenta, a mi me gusta mucho el rap, más aún
si es cantado por mujeres.
«¿Qué necesitas?»
«Ella puede darte algo increíble»
«Ven aquí, papá, planta tu semilla»
«Ella puede hacer crecer una familia desde su vientre»
Sin siquiera darme cuenta, he comenzado a tararear la canción en voz
alta.
Pero es que les juro que esta canción me encanta.
«Ella proporciona amor, pero lo ignoran y no lo aprecian»
Esa parte es tan yo, ¿nunca les ha pasado que se sienten malditamente
identificados con ciertas canciones?
«Como veras, tu puedes corresponder»
«Tengo un sabor delicioso»
Escucho un carraspeo, pero lo ignoro, pues porque me he metido en la
canción.
«Toco tu alma cuando me escuchas decir "chico"»
El estribillo vuelve a comenzar y yo ya me encuentro medio bailando,
mirando por la ventana el denso tráfico de la ciudad, sin percatarme que
uno de los hombres en el auto me mira por el espejo retrovisor y el otro se
ha dado vuelta, mirándome sin reparo, sin embargo me pierdo en la canción
y no van a creerme, pero me la sé de memoria.
«Soy una hija de puta, pero ellos no lo soportan»
«Trae algunos bebés a tu vida y deja el drama»
«Haz la historia posible, como si hicieras un diorama»
«Tenemos que enfrentarnos a la gente que dice lo contrario»
«Por que el mundo me dijo: "no tenemos sentido común"»
«Tengo que demostrarme que estoy encima de todo»
«Y nunca conocerás a un dios que no tenga diosas»
«Y yo podría hacer cualquier cosa»
«Es decir, podría ser la líder, jefa de todos los estados»
Para cuando ya voy por esta parte, rapeo como una profesional —o eso
creo—, gesticulando con las manos y todo.
«Define femenina ¡YO SOY FEMENINA!»
Y de repente se escucha un bocinazo largo, que nos hace a los tres saltar
en nuestros lugares por el susto, cuando me percato de que tanto Dean
como Pierce se me habían quedado mirando, el último con una sonrisa que
sabía que no lo dejaría pasar.
—Mierda... —siseo, sintiendo mis mejillas arder.
—Ay Minerva... —comienza Pierce, con una sonrisa de oreja a oreja por
demás maliciosa.
—No digas una jodida maldita palabra —siseo en su dirección, con los
brazos cruzados sobre mi pecho y sin poder devolverle la mirada.
—¿Por qué estás enojada ahora? —Se queja, mientras que yo observo los
ojos de Dean, divertidos, por el espejo retrovisor.
—Yo siempre estoy enojada contigo —es todo lo que respondo.
—Pero si esta vez no he hecho nada —dice.
—Deja de mirarme de ese modo —farfullo en su dirección.
Y mi boca se abre de par en par cuando me muestra la pantalla de su
teléfono y aparece un video mio, cantando como si mi vida se fuera en ello.
—Borra esa mierda —digo, intentando arrancarle el teléfono de las
manos, antes de que él se haga hacia atrás, alejándolo de mi.
—De ninguna jodida manera —responde con burla.
—¡Dean! —Me quejo.
—¿Qué? —Pregunta él con inocencia.
—Dile que lo borre.
—Pierce... —dice en dirección a su amigo—, ¿me lo envías luego?
—Con todo gusto —responde él, sin dejar de sonreír.
—Los odio —siseo. —A ambos.
Luego de esas palabras, Dean estaciona frente a mi departamento, por lo
que sin perder el tiempo, bajo, ignorando el llamado de los dos idiotas
detrás mío.
—Minerva joder —sisea Pierce, sin ningún rastro de humor cuando las
puertas del ascensor casi se le cierran en la cara, mientras yo sonrió
triunfante.
Los ascensores de por si son pequeños y yo inevitablemente comienzo a
removerme un tanto incómoda, pero es que sus perfumes mezclados
comienzan a traer recuerdos pecaminosos.
«Fuera recuerdos» pienso, mirando al suelo, pues porque no quiero
encontrarme con las miradas de ninguno de los dos.
Suspiro con alivio cuando por fin las puertas se abren, mientras camino
en dirección a mi departamento.
Sin embargo, una vez que toco la cerradura de mi puerta, me detengo,
porque de repente me recorre un escalofrío por el cuerpo entero.
—¿Qué sucede? —Pregunta Dean, asomándose por mi costado para
observarme preocupado.
Niego con la cabeza, girando la llave y abriendo por fin la puerta,
jadeando cuando esta se abre.
—Carajo —susurra Pierce.
Los ojos, de manera inevitable, se me llenan de lágrimas, viendo el
desastre que es mi departamento, las cosas tiradas por todos lados, todo
destruido con cizaña.
—Minerva —dice Dean, observándome de una manera que me dice que
entiende, que sabe lo mucho que esto me duele.
Niego con la cabeza, sintiendo las lágrimas comenzar a caer, mientras me
adentro en mi departamento, o por lo menos lo que queda de él.

• ──── ✾ ──── •
BUENAS
LO PROMETIDO ES DEUDA BEBIS
RECUERDEN QUE EMPEZAREMOS CON ESA
METODOLOGÍA, CADA 1500 VOTOS (QUE SI PUEDEN) SUBIRÉ
EL CAPÍTULO UNA VEZ QUE LO TENGA TERMINADO.
GRACIAS POR EL APOYO, POR LOS MENSAJES, SI HACEN
EDITS NO SE OLVIDEN DE ETIQUETARME ASI LOS VEO :)
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(LOS LINK DE TODAS ESTAN EN MI PERFIL)
CON MUCHO AMOR
DEBIE
CAPÍTULO VEINTISÉIS

EL AMOR ES SOLO PARA VALIENTES

Estoy intentando con todas mis fuerzas contener las lágrimas, sin
embargo estas siguen cayendo pesadas y amargas por mis mejillas.
—Minerva —insiste Dean, tomando con delicadeza mi mano, haciendo
que mis ojos se claven en los suyos—, no tienes que hacer esto, vamos a
casa.
Niego, viendo como pareciera que se contiene para no abrazarme.
—Quiero..., necesito saber si sobrevivió algo —murmuro, avanzando e
intentando no pisar los cristales rotos en el suelo.
Dean quiere insistir en que nos larguemos, de todas maneras es Pierce
quien avanza hacia la habitación y yo lo sigo.
Es peor.
Mi ropa está destrozada, esparcida por todo el suelo, ¿por qué harían algo
así? Niego con la cabeza, la mesa de luz destrozada en el suelo, la lámpara
resquebrajada. El colchón parece haber sido acuchillado, ya que su relleno
está esparcido por todo el suelo, la tv que me había regalado Mika está en el
suelo también, con la pantalla trizada.
—Yo... —murmuro, mirando a mi alrededor con un poco de pánico—, yo
tendré que pagarle todo esto a Mika —murmuro, más para mi que para
ellos.
—Eso lo veremos después —murmura Dean, llegando a mi lado mientras
toma mi mano nuevamente. —¿Qué quieres hacer? —Pregunta, acariciando
con su pulgar mis nudillos.
Aquello me relaja.
—¿No deberíamos...? ¿No deberíamos llamar a la policía? —Pregunto.
—Quiero decir..., tal vez puedan encontrar alguna huella de quien hizo esto
—balbuceo.
Dean le lanza una mirada a Pierce, que tiene la mandíbula apretada y la
cara llena de enojo, sin embargo no dice nada, sino que simplemente lo deja
a Dean con el trabajo.
—No lo creo, cariño —murmura él. —No creo que ellos puedan hacer
nada —agrega.
Asiento, entendiendo lo que quiere decir, el que sea que hizo esto, va por
encima de la ley, eso quiere decir que me encontraron, eso quiere decir que
Harold o su padre...
De repente la respiración se me agita, mientras siento los temblores en
mis manos, intentando ocultarlo, presionándolas fuertemente a mis
costados.
Intento controlarme, no quiero tener un puto ataque ahora, de todas
maneras soy sacada de mis pensamientos cuando dos fuertes manos se
cierran en mis hombros, girándome.
Los ojos de Pierce, que ahora lucen más azules de lo que recordaba,
como si estuviera muy, muy enojado, me observan fijamente, como si
supiera que estoy a nada de perder los nervios.
—Podemos irnos ahora mismo si quieres —dice con calma, sus pulgares
masajeando casi de manera imperceptible mi piel. —Puedo comprarte todo
nuevo si quieres —dice y a mi no me quedan fuerzas para rebatirle nada. —
Podemos ir ahora mismo a la tienda que quieras y te compraría lo que
pidieras, ¿entiendes eso? Y no, no sería un regalo —aclara, porque sabe que
jamás aceptaría semejante cosa. —Me lo devolverías, eventualmente, sería
un préstamo, no te lo reclamaría, me lo devolverías cuando quisieras.
Asiento, cuando dos lágrimas caen por mis ojos.
—Conseguí esto con mucho esfuerzo, Pierce —suelto las palabras que
tenía atoradas en la garganta y él hace una mueca al verme triste.
—Lo sé —responde.
—Yo... —susurro, negando con la cabeza por lo injusto que es esto—,
empecé todo desde cero, yo no tenía nada —digo, porque necesito que lo
entienda.
Necesito que entienda lo mucho que todo esto me costo, el esfuerzo, las
horas de trabajo, no tenia mucho, pero lo poco que poseía lo había
conseguido con muchísimo esfuerzo.
Sus manos rápidamente van a mis mejillas, secando mis lágrimas con sus
pulgares suavemente y acercándose un poco a mi, su perfume dulce
entrando en mis fosas nasales, calmándome.
—Eres una de las personas más buenas y fuertes que conocí en mi vida,
Minerva —dice pausadamente. —Siquiera sé la mitad de las cosas que te
pasaron, pero pondría mis manos en el fuego por ti, ¿entiendes eso? Asique
no tienes que explicarme cómo conseguiste esto, porque lo sé —aclara. —
Solo quiero... —niega con la cabeza, clavando sus ojos en Dean unos
segundos, antes de seguir: —Solo necesito que te dejes cuidar por nosotros
Minerva —murmura. —Entiendo que no lo quieras, entiendo que no estés
cómoda en mi casa, pero por favor —insiste—, por favor, deja que de esto
nos encarguemos nosotros.
—Yo solo quiero mi vida de regreso —murmuro. —No la de Annalise —
aclaro—, quiero volver a ser Minerva y no tener más miedo.
Ahora es Dean quien habla, mirándome con esa dulzura tan característica
suya.
—Lo sabemos —dice él—, pero hasta que todo esto este aclarado, será
mejor que estés en el departamento de Pierce, es muchísimo más seguro que
este, Mine, nadie podría entrar ahí nunca.
—Está bien —respondo, sorbiendo por la nariz y ambos parecen suspirar
con alivio—, pero no puedo hacerlo por siempre —aclaro, mientras Pierce
se separa. —Todos tenemos una vida y cada quien debe seguir con la suya
—agrego con amargura.
Después de eso, nadie vuelve a decir nada y ambos me ayudan a meter en
bolsas las pocas cosas que quedaron sanas.
No son muchas, la persona —o las—, que entraron aquí, se tomaron su
tiempo para dejarme prácticamente sin nada y pienso que esto es un
mensaje, un mensaje para que cambie nuevamente de ciudad, de vida, pero
sinceramente no voy a hacerlo, no quiero, no puedo, demasiadas cosas me
atan aquí y no podría soportar la idea de perderlo todo.
Una vez que acomodamos el departamento, juntamos los vidrios rotos y
ponemos en cajas todo lo que ya no sirve, caminamos en silencio
nuevamente al auto de Dean.
No puedo evitar mirar a mi alrededor, pensando que seguramente hay
alguien aquí vigilándome, de todas formas no veo ni siento nada raro, por lo
que termino subiéndome al auto.
La noche ya se ha cernido sobre la ciudad, sin embargo esta vez no canto
la música que suena por lo bajo, así como tampoco me siento en medio,
sino que apoyo mi cabeza sobre la ventana y veo la ciudad que aprendí a
amar frente a mi, preguntándome si tendré que dejarla atrás, como todo
aquello que una vez me hizo feliz.
Sin poder evitarlo las lágrimas vuelven a caer, esta vez con enojo y
frustración, pero es que simplemente..., estoy cansada.
Joder.
Respiro hondo cuando llegamos, limpiando mis lágrimas rápidamente. Es
Pierce quien se encarga de bajar la pequeña valija en la que metí las pocas
cosas sanas que quedaron.
Vamos los tres en un tenso silencio que ignoro, mientras me apoyo en el
fondo del ascensor, con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el
pecho, siquiera dándome cuenta de cuando las puertas se abren, es por eso
que salto en mi lugar cuando un brazo se cierne sobre mis hombros.
—Andando, cariño —susurra Dean, haciéndome avanzar.
Me dejo reconfortar por el calor de su abrazo, haciendo nuestro camino
dentro del departamento.
—Preparé algo de comer —murmura Pierce. —¿Te quedas? —Pregunta
en dirección a Dean, de todas maneras no es como si esperara respuesta, ya
que da por hecho que va a hacerlo.
—Iré a mi habitación —murmuro en dirección a nadie en particular.
—Te avisaré cuando esté la comida —dice Pierce en mi dirección.
—No tengo hambre —respondo.
—Minerva... —empieza a decir, pero Dean lo encara y dice algo por lo
bajo que no logro escuchar, por lo que desiste de decir nada más.
El camino a mi cuarto se hace interminable, mientras cientos de
pensamientos y recuerdos desagradables comienzan a llegar a mi mente
como torbellinos.
Mis gatos están esperándome dentro de la habitación, Pimienta estirado
en toda la cama y Sal en el suelo, pero es que estoy segura de que Pimienta
no la ha dejado subir.
Sonrió, no puedo evitarlo, mientras tomo a la pequeña gatita entre mis
brazos, que ronronea a gusto.
Me cambio rápidamente por uno de los pijamas que logró sobrevivir y
me meto debajo de las mantas, Pimienta se nota molesto por que tengo a Sal
conmigo, sin embargo no se queja cuando los tres nos acurrucamos debajo
de las mantas, repitiéndome como un mantra: «Soy Minerva Wilson, tengo
veinticinco años y todo estará bien»
Pero..., ¿lo estará?
No se cuanto tiempo pasa, a decir verdad estoy medio entre dormida
cuando la puerta se abre y Dean entra con una bandeja en la mano.
—Hola —dice, sin embargo no respondo. —Te traje algo de comida.
—No tengo hambre —susurro con la voz ronca por el sueño.
—Tienes que comer, cariño —murmura él.
—Deja de llamarme así —digo con dureza, sin poder controlarme.
—Lo siento —se apresura a responder.
—Demonios —digo, más para mi que para él.
—Yo..., dejaré esto aquí y me iré —dice luego de unos segundos en
silencio.
—Espera —lo detengo cuando comienza a alejarse.
Dean suspira, debatiéndose entre si quedarse o no, pero parece ser más
fuerte que él, por que cuando quiero darme cuenta se sienta en el borde de
la cama.
—No quiero estar sola —confieso.
—Lo sé —responde él, corriendo el cabello de mi rostro.
Joder, como lo extraño.
Y por la mirada de él, sé que siente lo mismo que yo.
—Dean, ¿por qué te alejaste de mi? —Pregunto, por qué esa pregunta la
he tenido rondando en mi cabeza sin parar.
—Sabes por qué —se apresura a responder, de todas maneras aparta la
mirada.
—Entiendo que no quieras estar conmigo para no exponerme —suelto,
sentándome—, pero, ¿por qué seguir con el compromiso?
—No es buena idea hablar de esto ahora —dice él, queriendo cerrar el
tema. —Será mejor que descanses.
—Como que no me digas las razones —amenazo, haciéndolo detener
cuando ya había tomado el pomo de la puerta. —Como que no me digas
algo válido, esta será la última vez que vamos a vernos.
Las palabras me saben amargas en la boca, pero no puedo evitarlas,
porque para poder seguir adelante con mi vida, necesito darle un cierre a
esto, necesito saber que si en verdad va a casarse con Rebecca, dar por
terminado esto que teníamos.
La mirada de Dean se oscurece, como si se estuviera debatiendo entre
darme lo que necesito o desaparecer para siempre, de todas formas parece
ganar la primera, porque se acerca a la cama y se deja caer de rodillas en el
suelo, a mi lado.
—Minerva, todo lo que hago es por ti —murmura—, ¿por qué no puedes
entender eso?
—Por que si solo lo haces para no exponerme por tu padre, lo entiendo
Dean, tal vez, tal vez podríamos esperar un tiempo a que las cosas se
calmen —digo, medio con desesperación—, tal vez podríamos mantenerlo
en secreto.
—Tu no mereces que te oculten —dice rápidamente, de todas maneras lo
ignoro y sigo a lo que quería llegar.
—Pero si llevas a cabo ese compromiso —digo, en voz baja—, si sigues
con esa locura, será difícil revertirlo. —Y en el caso que no haya sido clara,
agrego: —Es un compromiso Dean...
—Lo sé —dice él con frustración. —Lo se, joder.
—Dime por qué seguiste con el compromiso —insisto.
—Porque... —antes de decir las palabras, se corta, como si no pudiera.
—Dean —digo con desesperación—, dime, por favor.
—Él lo sabe —suelta en voz baja.
A mi la respiración se me corta, porque no se a quien se refiere
exactamente con ese él.
—¿Quién? —Pregunto, también en voz baja.
—Leathy —responde.
—¿Padre? —Pregunto, pero es que siquiera quiero decir su nombre.
Dean en respuesta simplemente asiente.
—¿Cómo? —Pregunto con la voz quebrada.
—Nos invitó a una cena benéfica —suelta.
—¿Fuiste? —Pregunto, presa del pánico.
—No —responde rápidamente.
—No entiendo... —murmuro confundida.
—Él pidió que fuera con mi acompañante —murmura. —Él pidió
explícitamente eso, Mine —dice, como si tuviera que decir las palabras en
voz alta para que las entienda—, él sabe lo nuestro y yo...
—¿Tu que?
—Necesito quitar la atención que tiene sobre ti —responde. —Él sabe lo
que significaría para su puesto que se supiera la verdad, él sabe quién es mi
padre, todo podría irse a la mierda y hará lo que sea para que eso no pase.
—Dean...
—Seguí con el compromiso, porque necesito que quite la atención de ti
—repite. —Voy a seguir con el compromiso, Minerva y no hay discusión en
ello.
—No puedes —digo, poniéndome de pie.
—Si puedo y lo haré —dice con dureza. —¿Por qué no entiendes el
peligro que corres?
—No puedes hacer eso, Dean —digo, perdiendo un poco los estribos. —
No puedes hacer eso con tu vida, no por mi —murmuro, frustrada.
—La decisión está tomada —responde, apartando la mirada. —Ya he
hecho los arreglos con los padres de Rebecca, está todo en marcha y así él
sabrá que lo nuestro no iba en serio, que ya te he olvidado.
Sus palabras dolerían si supiera que son verdad, pero..., no lo es, él hace
todo esto por mi y solo por mi, y eso es injusto.
—No puedo dejarte hacer eso, Dean —digo con la voz rota y sus ojos se
clavan inmediatamente en los míos.
—No llores, por favor —dice.
—Me iré —digo de repente y su ceño se frunce, confundido.
—¿Qué quieres decir? —Pregunta.
—Que me iré —respondo, asintiendo. —Me iré de la ciudad, empezaré
todo de nuevo, no puedo hacerte eso, tu no puedes sacrificarlo todo por
mi...
—Minerva, ¿qué demonios dices?
—Que no puedes casarte con ella por mi causa, Dean —respondo lo
obvio.
—No es solo por tu causa —responde él, rompiéndome un poco el
corazón. —Nuestros padres tienen negocios y esto será bueno para la
sociedad que mantienen hace muchos años —murmura con voz dura, pero
de todas formas puedo escuchar la duda en su voz. —Esto era lo que
habíamos planeado hace muchos años...
—Y un carajo... —lo interrumpo, dándome vuelta.
—Será mejor que nos acostumbremos a esto —dice con calma. —Pero
no te puedes ir.
—Puedo irme si quiero —digo, enojada y sin mirarlo.
—Pero si te vas, todo sería en vano —dice él y esta vez lo escucho más
cerca.
—¿De qué sirve todo esto, Dean? —Pregunto, girándome para
enfrentarlo, con los ojos llenos de lágrimas. —¿De qué sirve si de todas
formas no te tengo conmigo?
—No hagas esto —suplica.
—¿Qué, exactamente?
—Alejarte antes de tiempo.
—¿De que tiempo me hablas? —Digo y siendo dos lágrimas bajar por
mis mejillas. Estoy tan cansada. —¿Qué es lo que quieres de mi?
—No perderte —dice sin pensarlo un segundo. —Y si la única forma que
tengo de no hacerlo es alejarme de ti, lo haré sin dudarlo.
—Es tan injusto —me quejo con la voz temblorosa.
—Lo sé, cariño.
—Es tan injusto, joder —me quejo.
Y me dejo arrastrar por su mano que se cierra en torno a mi brazo,
acercándome a él, apretándome en un abrazo que me devuelve un poco el
aliento, una de sus manos enterrándose en mi cabello, su rostro hundiéndose
en mi cuello, murmurando sin parar la palabra «lo siento».
No se cuanto tiempo nos quedamos así, pero después de muchos días,
vuelvo a sentirme bien, en casa.
Sin siquiera mediar palabra, ambos terminamos acostándonos en mi
cama, mi espalda contra su pecho, nuestras piernas entrelazadas, nuestras
manos unidas entre sí, sin querer soltarnos, sin poder soltarnos.
Me pregunto qué será de nosotros de aquí en adelante, así como también
me pregunto como demonios haré para dejarlo ir. Ya ha dejado en claro que
no dará vuelta atrás con su decisión, sin embargo no es lo que ninguno de
los dos quiere.
Demonios, Dean, ¿qué será de nosotros de ahora en más?
-------- ≪ °✾° ≫ --------
Sé que todavía no ha amanecido, sin embargo me encuentro despierta y
Dean, detrás mío, también.
Me pase la noche entre dormida, despertando cada dos por tres para
corroborar que él seguía aquí, que no se había ido y él cada vez que me
sentía removerme nerviosa, ajustaba sus brazos a mi alrededor,
acercándome a su cuerpo.
Sé que ambos estamos despiertos, así como también sé que después de
este día, van a pasar muchos antes de volver a vernos.
¿Duele? Si, duele, ¿pero sabes que? Estoy cansada de que todo duela
tanto, estoy cansada de siempre tener que nadar en contra de la corriente y
si él se quiere ir, si él siente que esto es lo mejor, que así sea, no puedo
contra ello, no puedo meterme en su cabeza y hacerlo cambiar de parecer,
por más que eso sea lo único que ronda en mi cabeza ahora..., aunque, tal
vez podría hacer algo de brujería, estoy segura de que Isabella ayudaría.
Un escalofrío me recorre el cuerpo entero cuando Dean pasea su nariz
por mi cabello, porque si, por más que esté en un momento oscuro de mi
vida y lo único que estén ustedes haciendo últimamente sea llorar, no se
crean que olvide que esto es una historia donde les cuento también las
chanchadas que hago y a ustedes les gusta.
Mi respiración, sin poder evitarlo, se agita un poco, porque bueno..., ha
pasado un tiempo desde que le di un poco de acción al chocho, aún cuando
lo había mal acostumbrado y Dean, bueno, él siempre supo que teclas tocar
para encenderme.
Una de las manos de Dean presiona mi cintura, porque él también lo
sabe, sabe lo que vamos a hacer. Mis caderas se contonean, intentando
buscar más fricción mientras él por su parte hace lo mismo, mostrándome lo
mucho que le afecta tenerme cerca.
Ladeo un poco más mi cuello cuando él comienza a besarlo, su lengua
caliente acariciando mi piel mientras un estremecimiento me recorre el
cuerpo entero.
Gimo, no puedo evitarlo y agradezco que mis gatos no estén cerca, joder.
—Minerva —dice mi nombre en un jadeo medio desesperado y yo no me
aguanto, ladeo mi rostro para besarlo.
Dios, el sabor de sus labios, el calor de su lengua acariciando la mía.
Su enorme mano se cierra en torno a uno de mis pechos, apretando con
fuerza, como si quisiera marcarme, como si necesitara que después de esto
lo sintiera un poco más y yo por mi parte hago lo mismo, cuando mis uñas
se clavan en su antebrazo, arañando la piel.
Dean pareciera ahogar un gemido —no sé si de dolor o placer—, cuando
hago aquello. De repente la mano que estaba en mi cintura me gira,
apretando la piel y su mano va a mi muslo, pasándolo por encima de su
cintura, haciendo que mi centro choque con su dura erección con un golpe
que me sabe a gloria.
De repente se gira, haciendo que mis piernas queden a cada lado de sus
caderas y yo sin esperar un solo segundo comienzo a frotarme con él,
mientras que sus manos tocan mis muslos, la piel de mi trasero, amasando,
incitándome a moverme con más dureza.
Nuestros besos se vuelven desesperados, deteniéndonos sólo unos
instantes cuando me obliga a separarme unos segundos para sacar mi
camiseta, dejándome con el torso desnudo. No me deja tiempo a hacer lo
mismo con él cuando ya tiene uno de mis pechos en su boca, sus dientes
mordiendo el montículo de mi pezón. Duele, joder, duele, pero quiero más,
quiero que duela, quiero que duela para poder sentirlo luego.
Sus manos desesperadas intentan arrancar las bragas, tironeando y yo
haciendo lo mismo con su bóxer, queriendo sentirlo dentro, lo necesito y
estoy lista para él.
Siempre estaré lista para él.
De repente se sienta y aprovecho el movimiento para quitar su camiseta,
sintiéndolo piel con piel.
Nos detenemos, la respiración la tenemos hecha un desastre, ambos
queremos continuar, sin embargo no hacemos eso, sino que nos detenemos.
Nos respiramos.
Nos sentimos.
Guardamos en lo más recóndito de nuestro ser esto.
Esto que somos.
Esto que fuimos.
Esto que ya no seremos más.
Y duele.
Nos duele a los dos, pero la decisión está tomada y lo sabemos y no hay
nada que podamos hacer para cambiar aquello.
Mi nariz se frota con la suya, sus manos me abrazan fuerte por la espalda,
mis pechos están sobre el suyo, su piel siempre caliente, su erección está
entre los dos, ansiosa por entrar en mi.
—Cariño... —susurra en voz baja, sus labios acariciando los míos al
hablar. —Minerva —dice mi nombre como una súplica.
Con dolor.
Con amor.
—Lo sé —digo, intentando sonreírle, porque a pesar de todo, quiero que
sepa que estaré bien, pase lo que pase de aquí en más, estaré bien.
Nadie muere por amor, ¿verdad?
Sus labios se unen nuevamente a los míos, mientras con la fuerza de sus
brazos levanta mi cintura, acomodando su erección en mi entrada, que se
encuentra caliente y húmeda para él, porque Dean me sigue calentando
como el sol en verano.
Y disculpen si digo esta clase de chistes cuando en realidad quiero llorar,
pero a veces sonreír cura corazones y a mi siempre me sirvió de esa forma,
así aprendí a sanarme a mi misma.
Se hunde lentamente en mi, sin quitarme la mirada de encima,
conteniéndonos los dos para no gemir fuerte por el placer que sentimos
ambos cuando se hunde por completo.
Nos quedamos quietos unos segundos, disfrutando, sintiendo su piel con
la mía, compartiendo la intimidad del momento, del amor, del dolor, de la
amistad con la que empezó esto y que supimos compartir, porque Dean fue
primero mi amigo y espero que cuando logremos sanar de esto, podamos
volver a serlo.
Sin poder aguantar más, muevo mis caderas en un círculo, necesitando la
fricción de su miembro dentro mío.
Gimo, esta vez sin poder contenerme y Dean presiona mi piel, deteniendo
mis movimientos.
Medio me quejo, me cuesta mucho mantener los ojos abiertos, su cadera
presiona el punto justo en mi clítoris y estoy a nada de venirme. Quiero
venirme una vez y otra y otra y hacer de este encuentro uno eterno.
Quiero volver a moverme, pero Dean no me lo permite.
—Dame un momento, por favor —dice, con una sonrisa avergonzada. —
Joder, Minerva... —dice al final, cerrando los ojos.
Mis dedos se encierran en su cabello, tirando, ladeando su cabeza hacia
atrás. Él me deja hacer a mi antojo, mientras mi lengua sale y chupa su piel,
primero mi lengua, delicada, mis labios dan un pequeño pellizco que lo
hace mover sus caderas, dándome el primer empujón que me hace gemir.
De todas maneras sigo a lo mío, mis labios se cierran en la piel que hay
entre su hombro y cuello y cuando quiero darme cuenta muerdo, muerdo de
una manera que lo hace sisear, pero que también lo enciende, porque de
repente sus manos están en mi cintura, apretando fuerte mientras me obliga
a saltar encima de él.
—Minerva, demonios —jadea, cuando muerdo con un poco más de
fuerza.
Siento mis labios brillantes por los besos compartidos, de todas maneras
sonrió, logro sonreír contagiándole mi sonrisa cuando ambos descubrimos
lo que estoy haciendo.
Lo estoy marcando.
Por que es mío.
Fue mío.
Lo será por un tiempo.
Golpea tan fuerte dentro mío que un poco duele, pero es un buen dolor,
un dolor que me ayudara a recordarlo luego.
—¿Te gusta? —Gime en mi oído cuando esas palabras salen de mis
labios. —Dime —insisto, jalando su cabello.
—Si joder, si —jadea, besando cada porción de piel que hay al alcance de
su boca. —Como nunca antes me gusto, Minerva —murmura.
Los movimientos comienzan a ser desesperados, necesitando más
fricción, más de él, más de mi.
Más de nosotros.
Su polla patina por mi excitación y ambos nos detenemos unos cuantos
segundos a admirar como entra y sale. Apoyo mi peso en una de mis
manos, dejándola detrás mío para que tenga una buena vista de que lo que
estamos haciendo, para que vea lo que tiene.
Lo que va a perder.
Su pulgar comienza a dar suaves toques en mi clítoris, que me obligan a
ladear la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda por el placer que me
produce.
—Mírate ahí —jadea, mientras mis caderas siguen moviéndose. —Mira
que preciosa te ves, follandome Minerva, montándome.
—Dean... —la súplica está en mi voz, aunque no sepa muy bien qué es lo
que pido.
—Lo sé cariño —dice él, enredando su brazo en mi cintura para girar
nuestros cuerpos, siendo él quien queda arriba ahora.
Sus brazos me toman por las caderas, acercándome al final de la cama,
donde él está de pie, antes de que sus manos se posen en mis muslos,
abriéndome, mientras no deja de follarme.
—Fuiste hecha para mi, cariño —dice, casi sin pensar.
Y a mi, bueno, se me viene el mundo un poco abajo, porque yo también
siento que fui hecha para él.
Sus ojos se encuentran con los míos, como si se hubiera dado cuenta de
lo que acaba de decirme, de lo mucho que dolieron esas palabras.
—Nunca volveré a sentir esto con ninguna mujer, ¿entiendes? —Dice en
mi dirección, con una seriedad que me hace saber que habla en serio. —
Nunca nadie será como tu.
La barbilla empieza a temblarme un poco, mientras mis brazos se estiran
para acercarlo a mi, porque quiero sentirlo y él viene gustoso, sin dejar de
follarme.
Sin dejar de hacerme el amor.
Hacemos el amor, porque nos amamos.
—Joder, te amo, Dean —susurro contra sus labios.
Su respiración se entre corta, mientras sigue moviendo sus caderas,
entrando y saliendo de mi, dejando besos por todo mi rostro, juntando con
sus labios mis lágrimas.
Por que eso de que el sexo de despedida es el mejor, no es mentira.
No responde a lo que dije, de todas maneras sé que lo siente, porque a
veces, hay miradas que valen más que mil palabras y sus ojos, esos tan
dulces, están llenos de amor y devoción para conmigo.
Sus labios se unen a los míos, la urgencia empieza y a pesar del dolor y la
tristeza que significa esta despedida, comienzo a sentir el cosquilleo en mi
vientre, señal de que voy a venirme también.
—Cariño... —gime en mis labios.
Y yo clavo mis uñas en su espalda, bajando hasta su trasero para
impulsarlo más fuerte contra mi, acercándolo más, su lengua acariciando la
mía cuando sus embates son un poco más duros, cuando lo siento hincharse,
cuando mi propio orgasmo lo presiona, arrastrando al suyo.
Lo siento palpitar en mi interior, llenándome, llenándome de él.
Gimo su nombre.
Él jadea el mío.
Nos besamos.
Nos venimos juntos.
Nos sentimos.
Nos amamos.
Nos damos un último beso.
Nos damos un último abrazo.
Nos dejamos ir.
Nos despedimos.
Pero no decimos adiós.
Nunca adiós.
-------- ≪ °✾° ≫ --------
A pesar de que no estoy en mi mejor momento, esa mañana, luego de que
Dean, sin decir una palabra, se fuera, me levanté, me pegue un largo baño y
me cambié, porque esta noche cenaría con Mika, su madre y sus hermanas y
a decir verdad, a pesar de que me ponía un poco nerviosa el hecho de tener
que fingir que éramos una pareja, quería verlo.
Lo necesitaba.
Mika se había vuelto alguien muy importante para mi, era como esas
personas que conoces y sabes que estarán para siempre. Es algo curioso, a
decir verdad, la gente cree que se necesitan años para generar cierta
confianza y en cierto modo es así, pero a veces, simplemente la confianza,
la conexión y el cariño surgen y así había sido con él.
Así sería.
Le mande un escueto mensaje a Pierce, avisándole que no volvería a
dormir en su casa, me pregunto donde me quedaría, cuando no le respondí,
me dijo que por favor tuviera la maldita amabilidad de decirle para que no
se preocupara. Le dije que no era su problema.
Y ya no respondió más.
No me interesaba, no tenía tiempo para Pierce o Dean, ahora solo quería
disfrutar con mi mejor amigo, olvidarme del maldito mundo y que Mika me
consintiera.
Pasó a buscarme cuando la cafetería cerro y mientras me subía a su
lujoso auto, donde él me esperaba con una sonrisa y yo se la devolvía,
frunció el ceño y me pregunto:
—¿Qué está mal?
¿Ven lo que le decía de la conexión? ¿Qué no hacen falta años para
conocernos?
—Nada —respondo con voz cantarina. —Iremos a tu departamento,
¿verdad? —Pregunto, intentando cambiar de tema.
—Pequeña... —comienza diciendo él.
—Te lo contaré luego, ¿si? Ahora simplemente no puedo hablar de ello
—agrego rápidamente.
Él parece entenderlo, a decir verdad creo que no estoy lista para hablar de
esto, creo que..., creo que si lo hago voy a llorar y no quiero arruinar esta
noche.
—Mi madre y hermanas ya están esperándonos —dice, cambiando de
tema.
—Eso me gusta —digo, sonriendo. —Entonces, ¿podre meterte mano?
—Pregunto, con mi mejor cara de inocente.
—Minerva —dice a modo de reprimenda, sin embargo ríe.
—¿Qué? —Me quejo en su dirección, mientras avanzamos por el denso
tráfico de la ciudad. —¿De qué sirve estar comprometidos si no puedo
hacer lo que quiera contigo?
—Ya veremos en la noche —murmura él.
—¿Has pensado en lo que te dije? —Pregunto.
—¿En que? —Pregunta, haciéndose el loco.
—Mika...
—Todavía no —responde él, sin mirarme.
—Mika, en algún momento tendrás que decírselos —susurro en su
dirección. —Es quien eres, ¿sabes? Nunca podrían enojarse o quererte
menos por ello.
—Es difícil —dice, con la mirada pensativa.
—Más difícil debe ser pretender ser algo que no eres —respondo. —Yo
te adoro así tal cual eres, ellas lo harán también.
—Ya veremos —responde él, dando por zanjado el tema.
Cuando llegamos al espacioso departamento de Mika, la comida está casi
lista. Nini, su madre, me recibe con un reconfortante abrazo, diciéndome
que es un placer volver verme. Denise me parlotea de un montón de cosas
la mismo tiempo y Sarah simplemente asiente en mi dirección, sin dejar de
teclear en su teléfono.
La madre de Mika ha preparado una paella de mariscos exquisita, la cual
no dudo un segundo en elogiar, cosa que agradece enormemente y mientras
nos tomamos una botella de vino, ella no deja de hablar de Mika, de su
infancia y de lo mucho que le gusta haber conocido por fin una novia a su
hijo.
En ese momento Mika se tensa y su hermana, Sarah, se da cuenta, es por
eso que cuando entrecierra la mirada en nuestra dirección, no dudo un
segundo en tomar su mano entre la mía y medio acostarme sobre él. Mi
amigo también parece darse cuenta, por lo que termina pasando su brazo
por mis hombros, acercándome a él y dejando un beso en la cima de mi
cabeza.
Sarah sigue mirándonos con desconfianza, distinto a Denise y su madre,
que no dejan de sonreírnos.
—Cuéntanos de ti, Minerva —dice de repente Nini, cuando todos
degustamos una torta de chocolate que he hecho hoy en la cafetería para el
postre. —¿Tus padres viven aquí también? Me gustaría conocerlos.
Nada más decir aquello, me tenso, pues porque..., por que no tengo
padres, ellos me dejaron y a pesar de que me reencontrado con mi padre
hace no mucho tiempo, no he vuelto a verlo, no he vuelto a saber de él ni
mucho menos, pero al pensar en ello, no puedo evitar asustarme, por que un
mes después de verlo a él, vi a Harold.
Y me he quedado sin departamento.
Aparto esos pensamientos de inmediato, ya que de nada van a ayudarme
justo ahora.
—Yo no... —murmuro, porque la pregunta me ha cogido por sorpresa. —
Yo no tengo padres —suelto al final y Mika me mira extrañado.
—Oh..., lo siento mucho —responde ella, un poco avergonzada.
—¿Murieron? —La pregunta de Denise nos saca a todos de nuestros
pensamientos.
Lo irónico de la pregunta es que en realidad quien murió fui yo y no
ellos, de todas maneras no puedo responderle eso, ¿verdad?
—No tienes que responder —dice Mika, largándole una mirada asesina a
su hermana menor, quien tiene las mejillas encendidas por la vergüenza.
—Solo tengo a mi abuela —respondo, sin tener que mentir. —Ella es
quien me ha criado y no vive aquí, ella está en Colorado —agrego en
dirección a Nini—. Por el momento no tiene una pronta visita planeada
aquí, pero cuando venga prometo que nos veremos —digo, con una sonrisa
amable.
Ella simplemente asiente y yo clavo mis ojos en Mika, cuando me da un
ligero apretón en el hombro.
Sus ojos negros se clavan en los míos, amables, sonriéndome con algo
parecido al agradecimiento, por estar haciendo esto por él, pero es que él no
tiene idea de todo lo que hace por mi también, incluso si no lo sabe.
Somos sacados de nuestros pensamientos cuando una silla raspa el suelo,
siendo Sarah quien se ha puesto de pie y nos mira con enojo.
—Creo que es hora de irnos —murmura en dirección a su madre y
hermana, de todas maneras no saca la mirada de Mika.
Ellas asienten, ajenas a la hostilidad en la mirada de Sarah, que sigue con
los ojos clavados en los de Mika, que también luce un poco molesto ahora.
Nos despedimos entre abrazos y besos, prometiendo que no pasara tanto
tiempo para volver a juntarnos.
Con Mika suspiramos cuando por fin se van, a decir verdad tengo la
cabeza hecha un lío y mucho sueño, pues porque la noche anterior no he
dormido casi nada.
Mika me mira, como intento ahogar un bostezo cuando me sonríe con
dulzura y murmura:
—Vamos a dormir.
—¿Me prestas una remera?
—No tengo remeras, solo uso camisas —dice.
—Anda, no seas así, sé que tienes remeras —me quejo, a lo que él ríe.
La remera de Mika me va enorme y me gusta y ambos nos acostamos en
su cama, tapándonos con las mantas.
Me propone ver una película, de todas maneras me niego, porque esta
noche solo quiero hablar con él.
Hace mucho que no pasamos tiempo juntos.
—¿Por qué tienes los ojos tan tristes, pequeña? —Pregunta.
Me pongo de lado, dejando mis manos debajo de mi rostro mientras
clavo mis ojos en los suyos.
—No estoy triste —miento.
Él se ríe en respuesta, porque sabe que miento.
—Dime —insiste.
—Lo deje con Dean —susurro en voz baja.
Mika suspira, poniéndose en la misma posición que yo, mirándome de
una manera que me dice que intenta comprenderme, pero no sabe cómo.
—¿Qué pasó? —Pregunta, al ver que no digo nada.
—Las cosas no funcionaron —respondo, evadiendo el tema.
—Puedes hacerlo mejor que eso —responde él.
Suspiro, odio que sepa cuando miento.
—Dice que lo hace para protegerme —respondo, encogiéndome de
hombros.
—¿Por la candidatura de su padre? —Pregunta y yo no cuestiono cómo
lo sabe, pues Mika es una de esas personas que si bien no se meten en
política, si saben un montón.
—Si —respondo. —No quiere exponerme a ello —agrego.
—Mine...
—Va a comprometerse, ¿vale? —Digo, interrumpiendo lo que sea que
iba a decir. —Y la decisión está tomada.
—¿Pero qué estás diciéndome? —Se queja él, de repente molesto. —Voy
a matarlo —agrega.
—Esta bien —digo con calma. —Sé por qué lo hace, por más que no esté
de acuerdo.
—Minerva, es un idiota —dice él, pero es que no sabe el trasfondo. —
¿Por qué empezó a estar contigo si sabia lo de su padre?
—Ese es el problema —lo interrumpo. —Había muchas cosas que él no
sabía —agrego con amargura, no solo por lo de su padre, sino también por
mi pasado.
Nos quedamos en silencio unos instantes, cada uno perdido en sus
pensamientos, hasta que él vuelve a hablar:
—¿Sigues enamorada de él?
—Por supuesto que sigo enamorada de él —respondo sin pensar.
—¿Qué hay de Pierce? —Pregunta él.
—¿Qué con él?
—No lo sé, ¿ha sucedido algo ahora que volvió? —Pregunta. —¿No
sientes nada por él?
Me quedo unos cuantos segundos pensando en que responder.
—No lo sé —digo con total sinceridad. —Sé que lo que siento por Dean
es más fuerte —digo al final.
—¿No ha hecho nada para acercarse a ti? —Pregunta con respecto a
Pierce.
Me pongo a pensar en cómo actúo la otra noche y luego a la mañana y
después cuando llegamos a mi departamento, pero Pierce siempre ha sido
raro, nunca se sabe cómo actuar frente a él.
—No —digo, aunque no muy convencida.
—¿No se enojo por lo tuyo con Dean? —Pregunta, curioso.
—No que lo haya demostrado —respondo con sinceridad. —Es decir...,
ha actuado normal —respondo.
Aunque Pierce y sus sentimientos siempre fueron raros para mi.
—Entonces... —murmura Mika, mirándome con atención—, ¿vas a darte
por vencida?
—¿Con quien? —Pregunto, porque ya no se de quien hablamos.
—Con Dean —dice él, rodando sus ojos.
—Ya tomó su decisión —respondo, apartando la mirada.
—No te creía de ese modo —dice él.
—¿De qué modo? —Pregunto.
—De esas que no luchan por lo que quieren —dice, encogiéndose de
hombros.
—Él tomó su decisión —repito, frustrada y sosteniéndome sobre mi
codo.
—¿Y tu? —Pregunta él. —¿Tomaste la tuya? —Agrega con una sonrisa
sabionda que odio.
—Dejemos de hablar de mi —es todo lo que respondo, volviendo a
acostarme. —¿Tu no has conocido a nadie?
Su sonrisa y su aire juguetón se borran de repente, haciéndome fruncir el
ceño.
—No —responde, apartando ahora él la mirada.
—Mika, ¿qué no me estás contando? —Pregunto suavemente.
—Nada —dice, evadiendo el tema.
—No puedes seguir ocultándote por siempre —susurro en su dirección,
tomándolo suavemente de la mejilla para hacer que me mire. —No puedes
vivir así.
—No es tan fácil —murmura él en mi dirección. —No se como hacerlo.
—¿Cómo hacer que? —Pregunto, confundida.
—Amar —dice, con voz ahogada. —Siempre termino lastimando a todos
los que se me acercan —agrega.
—Es no es verdad —digo—, mírame a mi aquí.
—Tu eres un caso especial —dice, sonriéndome.
—¿Te gusta? —Pregunto, porque sé que hay alguien.
—Eso ya no importa —responde él con amargura.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que nunca seré suficiente para él —responde. —Nunca
podré darle lo que necesita.
—Puedes intentarlo, Mika —susurro. —Si no lo intentas nunca lo sabrás.
—Ese es el problema, pequeña —dice él con una sonrisa triste en mi
dirección—, el amor es solo para valientes.
Damos la conversación por terminada después de eso, hablando de
cualquier otra cosa que se nos pase por la cabeza hasta que nos quedamos
dormidos, de todas maneras no puedo sacarme de la cabeza todo lo que
hablamos hoy y la frase, esa bendita frase que me acompaña incluso por los
siguientes días.
El amor es solo para valientes...

-------- ≪ °✾° ≫ --------


HOLA BEBIS
NO SE OLVIDEN DE VOTAR POR FAVOR :)
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAPÍTULO, SE
VIENEN COSITAS BASTANTE FUERTES Y SI, VAN A LLORAR,
PERO PROMETO CON LO QUE SIGUE RECOMPENSAR ESTOS
CAPÍTULOS DIFICILES.
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SIEMPRE CON AMOR
DEBIE
CAPÍTULO VEINTISIETE

EL BURRO NO FOLLA POR LINDO SINO POR INSISTIDOR..., O


ALGO ASÍ DICE EL DICHO
(lean la nota al final del capítulo)

A la mañana siguiente me levante con una nueva determinación en


mente, luego de que Mika me hiciera un desayuno solo de frutas —
demasiado sano para mi gusto—, me llevó a mi trabajo y comencé mi día
con un entusiasmo que hacía muchísimo tiempo no sentía y todos a mi
alrededor lo notaron.
—¿Qué tienes? —Pregunto Nerea luego de escucharme canturrear
mientras atendía.
—Nada, ¿por qué?
—Por que como que caminas y bailas —dijo ella.
—Nere —dije con calma en su dirección—: la vida es una sola, no hay
tiempo para estar mal, si la vida te da limones, solo haz limonada.
Nerea me miró como si estuviera loca —que un poco lo estaba—, de
todas maneras asintió con una sonrisa rara y siguió a lo suyo.
La siguiente en notarlo fue Isabella.
—Bueno, ya me tienes hasta la madre con tu excesivo buen humor —dijo
luego del quinto buen día que le dedicaba a los clientes. —¿Qué tienes?
¿Follaste? —Pregunto.
—No todo en la vida es follar, mi querida amiga —respondí, terminando
de decorar unos pasteles en la mesada de la barra.
—¿Entonces que? —Pregunto, cruzándose de brazos. —Por que, que yo
sepa, tu vida amorosa no está mucho mejor que la mía, no entiendo por que
estas tan contenta.
—Oh, ¿qué es eso? —Pregunte, señalando la esquina de su ojo e
ignorando su hostil acusación anterior.
—¿Qué? —Dijo, tocándose con la punta de sus dedos la esquina de su
ojo.
—Arrugas, de tanto quejarte —murmure, haciéndola rodar los ojos.
Ambas clavamos la mirada en la entrada de la cafetería y nada más ver
quien es, mi amiga murmura:—Tú y tu exceso de buen humor que lo
atiendan, no estoy para semejante trago amargo.
Y dicho esto, se dio media vuelta para entrar a la pequeña oficina que
había a un costado, porque si, parecía oficial, Isabella ahora trabajaba para
mi.
Sonreí, porque nadie podía opacar mi mal humor, ni siquiera Marcus.
—Buenos días...
—No digas toda la mierda de la presentación —me corto.
Mi sonrisa, sin poder evitarlo, se endureció, de todas maneras ignore su
tono agrio y continúe.
—¿Cómo has estado? —Pregunte, en un vago intento de ser amable. —
Hacia rato que no pasabas por aquí, pensé que no te cobrarías lo acordado.
—La gente tiene una vida, ¿sabes? —Murmuro, mordaz.
—Dios, que difícil eres, ¿ya tomaste agüita? —Pregunto con ironía.
—¿Y tu que? ¿Por qué estás tan alegre?
Sin poder evitarlo, una sonrisa enorme partió mi cara nuevamente.
—¿Qué te pasa? —Pregunto.
—¿Qué me pasa con que?
—¿Por qué haces eso?
—¿Qué hago?
—Eso con la cara —insiste, con un ademan de las manos.
—¿Sonreír? —Pregunte, luego de pensarlo unos momentos.
—¿Eso era una sonrisa? —Dice, el muy estúpido.
—Eres exasperante —respondo, rodando los ojos.
—Al igual que tú —dice él. —Tráeme lo de siempre —agrega.
—Te falto la palabra mágica.
—¿He?
—La. Palabra. Mágica. —Respondí con calma, de todas formas al ver la
mirada que me largaba, murmure: —Vale, lo de siempre, ya entendí.
No dejaría que nadie, ni siquiera Marcus, arruinara mi buen humor. Una
vez que terminé su pedido y se lo alcance, me di cuenta de que hacia unos
cuantos días que no venía con su amigo.
—¿Qué sucede con Sam? —Pregunte, con total confianza.
—¿Qué con él?
—¿Por qué no viene más?
—No lo sé —murmura, de repente pensativo. —Pero siempre me pide
que le lleve algo de aquí, por lo que no creo que sea por tus pasteles —
agrega.
¿Acaso eso había sido un halago? Mi sonrisa así lo debe haber parecido,
porque se apresuró a murmurar: —Deja de reír de esa manera.
—Oww —dije yo, ignorando su tono agrio de costumbre—, ¿acaso el
enorme cucarachón se nos puso sentimental?
—¿Sabes? Cuando pensé que no me podías caer peor, vas tu y arruinas el
mejor dialogo de una de mis películas favoritas —dice, exasperado y
metiéndose un enorme pedazo de pastel en la boca. —Ahora cada que vea
la película, me acordaré de ti.
Mi sonrisa ahora era puro dientes y él se dio cuenta de lo que había
dicho, cerrando los ojos con fastidio y exasperación.
—Asique... —murmure muy, muy lentamente—, ¿te acordaras de mi, he?
—Detente —dice.
—¿Por qué? —Pregunto y sueno tan malditamente dulce. —Yo sabía que
en realidad te gustaba.
—Tu no me gustas.
—Y lo entiendo, en verdad...
—Si crees que me gustas, es que no entiendes nada.
—Pero lastima que no puedo corresponder a tus sentimientos —digo,
ignorando como trata de interrumpirme.
—Gracias a Dios.
—¿Entonces si lo sientes?
—¿Si siento que?
Ya me perdí.
—Hablar contigo siempre es tan difícil —digo.
—¿Y entonces porque sigues aquí? —Pregunta él y abre los ojos como
platos cuando me siento en la silla con él. —¿Qué estás haciendo? Déjame
en paz.
—Tenemos que trabajar con eso que te pasa —murmuro de repente,
sosteniendo mi cabeza con una mano.
—Vete...
—Has de ser muy solitario con esa actitud.
—¿No te has puesto a pensar que tal vez soy así porque me gusta estar
solo? —Responde él con ironía.
—Nadie quiere estar realmente solo —respondo pensativa.
—Yo si —sentencia él.
—No te creo —es todo lo que digo.
—Pues a decir verdad no me importa lo que tu creas —dice él y luego de
ver que no me levanto, niega con la cabeza, se cruza de brazos y me mira
fijamente.
—¿Acaso estás intentando intimidarme con la mirada?
—¿Está funcionando? —Pregunta, esperanzado.
—No, para nada.
—¿Y tu que? —Pregunta de repente.
—¿Qué conmigo?
—¿Por qué luces tan feliz? —Suelta.
Mi sonrisa vuelve a ser enorme.
—Porque me propuse recuperar a quien era mi novio —respondo, feliz
de que pregunte, para que negarlo.
—Si sabes que eso va a salir mal, ¿no?
—Pues con esa actitud de seguro —acuso.
—De todas formas, ¿por qué quieres seguir con él si te dejo?
—Él no me dejó —sus ojos se entrecierran en mi dirección, haciéndome
rodar los ojos exasperada. —Bueno, tal vez sí me dejó, pero con justa
causa.
—No me digas... —murmura con ironía.
—Por eso voy a recuperarlo.
—¿Estás diciéndome que encima que te dejo, quieres recuperarlo? ¿Tu?
—Si —respondo, con un encogimiento de hombros.
—¿Acaso que te haya dejado no te dice nada?
—No sabes por que me dejo —defiendo.
—Te dejo —dice él, sus palabras saliendo lentamente, como si yo no
entendiera que me dejo.
Si, entiendo que me dejó, joder.
—Y por eso voy a recuperarlo.
—Vas a terminar mal —dice él, con un suspiro cansado.
—A veces hay que luchar por lo que queremos —respondo.
—A veces las cosas pasan por algo —dice él con calma.
—No me puedo dar por vencida —digo, en un ataque de sinceridad. —
No quiero hacerlo.
—Pues vas a terminar mal —sentencia.
—El amor es solo para valientes —suelto las palabras que me dijo Mika
anoche.
Marcus me mira fijamente, como si estuviera buscando en mi rostro la
respuesta a algo, de todas formas parece no encontrarla, porque termina
negando con la cabeza y suspirando nuevamente.
—El amor es una construcción de la sociedad que justifica el que la gente
actúe como demente, así igual que tu.
—No estoy actuando como una demente —me defiendo—, solo estoy
luchando por lo que quiero.
—Pero, ¿realmente lo quieres? —Dice él, poniéndose de pie para
marcharse. —¿Realmente quieres a alguien que no se quedó contigo a pesar
de todo?
Y después se va.
Estúpido Marcus.
• ──── ✾ ──── •
No debía hacer lo que iba a hacer, estaba segura de ello, sin embargo no
podía detenerme, era más fuerte que yo, estaba siendo impulsada por algo
que no supe reconocer, aunque si tuviera que ponerle un nombre, ese sería
el amor.
El amor era quien hacía mi camino a las oficinas de Dean.
Había algo dentro mío que me decía que esto iba a salir terriblemente
mal, siempre había sido una persona bastante intuitiva, de todas maneras no
pude detenerme.
No quise detenerme.
Demasiado tarde para arrepentimientos.
El guardia en la entrada me miró desconfiado, como si también supiera
que algo no iba bien, ya que había pasado un tiempo desde la última vez
que vine, de todas maneras simplemente asintió en mi dirección, como
permitiendo el paso cuando hice mi camino al ascensor.
Tenía un paquete con un sándwich de pavo para Dean, porque algo me
decía que no había almorzado.
Eso de la intuición, sabes.
Respire hondo mientras mi estómago daba una sacudida cuando el
ascensor comenzó con su ascenso y debo decir que el viaje se me hizo
bastante corto, porque cuando quise darme cuenta, ya me encontraba en el
piso de Dean.
«Anda Minerva» me anime para mis adentros. «Nada de maricadas
ahora»
Sonreí de manera superficial cuando mis ojos se encontraron con los de
Aiko, que hizo una mueca nada más verme, aunque intentó disimularlo.
—Aiko —salude, cosa que la hizo reaccionar, poniéndose de pie detrás
de su escritorio.
—Señorita Minerva —respondió ella, removiendo unos papeles en su
escritorio con algo parecido al nerviosismo. —¿Qué hace por aquí? ¿En qué
puedo ayudarla? —Agrego.
—Yo... —dije, observando la puerta cerrada de la oficina de Dean y
luego nuevamente a ella—, he venido a ver a Dean.
—Él... —murmuro ella, nerviosa—, él se encuentra un poco ocupado
justo ahora.
Bueno, esto se había puesto sospechoso de repente.
—¿Está en una reunión, acaso? —Pregunte, mis ánimos cayendo poco a
poco.
—Hum... —dijo ella, removiéndose—, no exactamente.
—¿Entonces? —Murmure, un poco impaciente.
—Está con su prometida —largo, así sin más.
Y para mi total sorpresa, no se regodeo con ello.
Raro.
—¿Con su prometida? —Repetí, aunque la había escuchado bien.
—Si... —respondió Aiko. —Con Rebecca —agrego, como si no lo
supiera.
—¿Hace mucho?
A decir verdad no sé porque preguntaba todo esto, pero necesitaba
saberlo, ¿acaso ya me había superado? No, Dean no era de ese modo, Dean
no haría nada como lo que había hecho conmigo, pues porque no, me
negaba.
—Un poco menos de una hora —respondió.
—¿Disculpa? —Pregunte, sorprendida.
Pero es que bueno, se podían hacer muchas cosas en cuestión de casi una
hora.
Aiko, como si pudiera ver como lentamente me devastaba, murmuro en
voz bajita, casi tanto que no la escuche, pero estoy segura de que nunca
admitiría que me había dado una palabra de apoyo a mi.
—Lo siento —dijo.
Asentí e intente darle una sonrisa, aunque sea una pequeña, pero no pude,
porque de repente me sentí desanimada, sentí que era una completa
estúpida, sentí...
La puerta de la oficina de repente se abrió y mis ojos, al igual que los de
Aiko, se clavaron allí y bueno, lo que vi no me gusto, para nada.
Rebecca salía riendo en voz alta, de algo que seguramente le había dicho
Dean, que abría la puerta para ella como el caballero que era. Muy a mi
pesar, me di cuenta de que hacían linda pareja, de que a pesar que él era
mío, se veía bien con ella y sin poder evitarlo, me los imaginé juntos toda la
vida, imagine a Dean esperándola en el altar, me lo imagine haciéndole el
amor como me lo hacia a mi, y mirándola de la misma manera que solía
mirarme a mi.
Me imagine que tenían lindos y pequeños hijos.
Es increíble la cantidad de cosas que pueden pasar por nuestra cabeza en
cuestión de segundos, ¿verdad? Como todo eso que planeamos para
nosotros mismos se ve reducido a cenizas en cuestión de nada, porque me
dolía, me di cuenta que me dolía nuestra ruptura, pero también me dolía
todo eso que ya no íbamos a tener.
Que ya no tendría si ninguno de los dos luchaba por ello, aquí me
encontraba luchando yo, pero solo porque estaba convencida de que él tenía
que darse cuenta de lo mucho que me amaba, porque me amaba, porque no
habían sido imaginaciones mías.
¿Sabes cómo lo sé? Por que cuando Dean me vio, su rostro se
descompuso, pero no solo porque yo fuera su reciente ex, pude atisbar en su
mirada el miedo, el miedo a lo que estaba presenciando en estos momentos,
el miedo de que sepa que él había logrado seguir adelante a pesar de que yo
no, pero aquí la pregunta era, ¿había logrado seguir adelante? O todo esto
era simplemente una pantomima de lo que sería nuestra vida de aquí en
más.
Yo comiendo chocolate y con muchos gatos y él viviendo con alguien
que no amaba en una vida que no quería.
De repente a nuestro alrededor se hizo un silencio espeso y lleno de
tensión, pero nadie dijo nada.
Nadie hasta que quien habló fue Rebecca.
—Aiko, creí decirte que nadie molestara a Dean —murmuro en dirección
a la secretaria de mi Dean.
Porque era mío.
No se crean que no me pasó por alto la manera en la que pasó de mi,
como si yo no fuera más que un ente invisible.
—Yo... —comenzó diciendo Aiko, un poco nerviosa—, yo no sabía...
—No me anuncie al subir —interrumpí su balbuceo, porque esa era la
verdad y me di cuenta además que Aiko tenía miedo de Rebecca y pues...,
sororidad entre nosotras, ¿no?
La prometida de Dean, al escuchar mi voz, por fin clavó sus ojos en los
míos, viéndose molestos como la mierda y aunque nadie más se haya dado
cuenta, vi como intentaba por todos los medios ocultar su enojo.
—Hola —murmure de manera educada.
Dean, pobre, seguía muy quieto, demasiado para ser normal, pero seguía
sin decir una sola palabra.
Rebecca tardó unos cuantos segundos en responder, supongo que
ahogando todo eso que quería decirme por miedo a enojar a Dean, porque
no había una maldita duda de que a pesar de que él iba a casarse con ella,
no la amaba.
—Hola —dijo con voz suave y contenida.
Mis ojos se clavaron en los de Dean, que seguía mirándome fijamente,
como si no pudiera creer que estaba allí, pero es que..., bueno, lucha por lo
que quieras, ¿no? Las cosas no van a conseguirse por arte de magia, hay
que luchar por aquello que queramos y yo lo quería a él, quería luchar por
lo nuestro.
No iba a darme por vencida así como así.
—Hola Dean —murmure en su dirección y su nombre saliendo de mis
labios, pareció hacerlo reaccionar.
De todas formas, no esperé las palabras que salieron de su boca.
—¿Qué haces aquí?
«A no bueno, pues, estoy bien, gracias»
No deje que aquello me desalentara, sino que volví a sonreír y agite el
paquete que tenía en la mano.
—Te traje esto —dije.
Dios, esto se estaba poniendo embarazoso.
—¿Y qué es eso? —Pregunto Rebecca, ahora no se molestó en ocultar la
molestia en su voz. —Si se puede saber, claro —agrego con ironía.
—Un..., hum, un sándwich de pavo —respondí avergonzada.
—A Dean no le gusta el pavo —respondió ella, para total sorpresa mía.
¿Disculpa? ¿Disculpa...?
A Dean le encantan mis sándwiches de pavo, gracias.
De todas formas no dije eso, aunque hubiera querido, sino que clavé mis
ojos en los de Dean, esperando que hiciera algo.
«Reacciona, joder»
Dean pareció entender mi mirada, porque de repente clavó sus ojos en los
de Rebecca y dijo: —¿Podrías darme un momento por favor?
—¿Para que? —Pregunto ella rápidamente, aunque algo me decía que ya
conocía la respuesta.
—Necesito hablar con Minerva —fue todo lo que dijo.
—No entiendo que es lo que tienes que hablar con tu ex —murmuro
Rebecca con un veneno que me dolió.
Dean apretó los dientes cuando ella soltó aquello, me miró de reojo y
volvió a insistir.
—Ve hacia el restaurante, tu padre ya debe estar ahí —indicó Dean,
poniendo una mano en la espalda de ella para hacerla avanzar. Quise
golpearle la mano para que la soltara. —Iré en un momento.
—Puede esperarte aquí —insistió ella.
—No, Rebecca —dijo Dean, esta vez con un poco más de dureza. —Ve
—instruyó.
Ella volvió a lanzarme una mirada de odio, de todas maneras le hizo caso
y cuando quiso darle un beso en la boca a Dean, este simplemente ladeo el
rostro para que besara su comisura.
Quise echarle cloro allí donde los labios de ella tocaron la piel de él.
Demonios, estaba muy celosa y es algo un poco curioso, ¿saben?
Estamos acostumbrados a leer a que ellos son los enfermos posesivos de
celos, pero aquí estoy, roja por el enojo y con una frustración que no me va
a sacar nadie.
Cuando Rebecca tomó por fin el ascensor, Dean clavó sus ojos en los
míos y allí había una indiferencia que me supo ajena a las miradas que solía
largarme.
Me hizo una señal para que entre a la oficina, de todas maneras, antes de
unirse a mi, murmuro en dirección a Aiko: —Puedes ir a almorzar, yo
terminare en unos minutos.
¿Perdón?
Sus palabras me dolieron y me di cuenta en ese momento de que había
sido un error venir aquí.
Bueno, en realidad lo sabía de antes, pero eso ahora no importa.
Dean camino hasta su escritorio para sentarse en la punta, con los brazos
cruzados sobre su pecho y la mirada en el suelo.
Yo por mi parte miré a mi alrededor, nerviosa, todavía con el paquete del
sándwich en la mano, buscando algún indicio de que estuvieran haciendo el
sin respeto por aquí, pero no, recuerdo que cuando lo hicimos la mitad de su
escritorio término en el suelo.
—Te traje el almuerzo —largue de repente, intentando romper el tenso
silencio.
—Minerva —dijo Dean, con un suspiro cansado, como si se estuviera
armando de paciencia—, ¿qué estás haciendo aquí?
—Te traje un sándwich de pavo —repetí con voz un poco cantarina, pero
es que me había puesto nerviosa y necesitaba disipar un poco este ambiente
tenso—. Vale, no te enojes, pero es que..., quería verte —termino diciendo.
Dean me miró de una manera que me hizo un poco estremecer, porque
seguía viéndose cabreado, pero esa armadura comenzaba a resquebrajarse.
—Nos vimos ayer —murmura, como si no lo supiera.
—Si bueno —digo, removiéndome un poco incómoda en mi lugar y
apartando la mirada—, es que estaba acostumbrada a verte a diario, ¿sabes?
—Rara vez podíamos vernos a diario, Minerva —responde él.
—No me llames así —acuso.
—¿Así como? —Pregunta él, confundido.
—Por mi nombre —respondo lo obvio.
—Es tu nombre —dice él, sin entender mi punto.
Hombres.
—Es que si lo dices así completo y en ese tono, parece que estuvieras
enojado —respondo.
—Pero es que estoy enojado —dice él.
—Si bueno... —digo, intentando desviar el tema de su enojo—, ¿acaso tu
no me extrañas?
—No voy a responder a eso —dice rápidamente.
—¿Por qué? —Pregunto, acercándome un paso, la ilusión intentando
abrirse paso desde lo más recóndito de mi maltrecho corazoncito.
—Por qué no va a gustarte la respuesta.
Mis pasos, esos que lentamente había comenzado a dar en su dirección,
se detienen en seco y no puedo evitar la mueca de dolor que se forma en mi
rostro.
Asiento, apartando la mirada y mirando mis pies, sintiéndome pequeña e
indefensa.
—Mine... —murmura él, con la voz ahora baja y triste.
Niego con la cabeza, porque no quiero que lo diga, no quiero que se
disculpe.
Me giro, porque entiendo que lo que venía a hacer hoy aquí, claramente
no ha funcionado y a veces, antes de perder la guerra, es mejor retirarse
perdiendo de la batalla.
—Espera —dice, corriendo y tomándome de la mano para que no salga
de la oficina.
Todavía no lo miro, pero puedo sentir su palma quemando mi piel, los
escalofríos que me recorren el cuerpo, todo lo que me hace sentir.
No puedo olvidarlo todo así como así, Dean, no puedo.
—Yo... —se detiene, porque sé que no encuentra las palabras para
decirme lo que realmente siente, no porque sea un cobarde, sino porque
quiere, necesita que me olvide de él.
—Lo entiendo, Dean —digo, con la voz ahora un poco cansada también
—, no te preocupes.
—Pero es que yo no quiero que sufras —dice rápidamente.
Me giro por fin a mirarlo, clavando mis ojos en los suyos, sé que puede
ver toda la decepción en mi rostro y espero que también pueda ver la
determinación en ellos, porque yo, Minerva Wilson, no me rindo así como
así.
—Dije que lo entendía, Dean —digo con firmeza. —Mas no que lo
compartía y si creíste por un momento que me daría por vencida así como
así, es que no me conoces ni un poco.
Y después de eso, con mi mano libre lo tomo de la mandíbula para darle
un beso que lo toma por sorpresa, de todas maneras no se aleja.
No meto lengua, por más que me muera de ganas, sin embargo el sabor
de sus labios queda en mi boca y para qué mentir, me sabe a gloria.
—La odio —confieso, mis labios rastrillando los suyos cuando hablo. —
No la quiero cerca de ti, porque tu eres mío y yo soy tuya y tu no vas a
sentir por ella lo que sentiste por mi.
No se de donde salen las palabras que estoy diciendo y ambos nos
sorprendemos por ellas, pero es que yo empecé y ya no voy a parar.
—No la quiero cerca de ti, no quiero que huela tu perfume, no quiero que
sienta lo que producen tus caricias, no quiero que la folles en la cama, ni
que la ates, ni que se caliente con tu modo de dominar.
«Asumadre» que me entro lo Chernobyl.
Respiro profundamente, cerrando los ojos y por fin soltando su rostro,
alejándome otro paso.
Dean se ha quedado ahí, quieto, sin decir una palabra, pero es que está
sorprendido y para qué mentir, yo también, que ahora me muero de
vergüenza.
—No me voy a dar por vencida, Dean —repito en voz baja, sin mirarlo.
—Yo solo..., no puedo.
Y después salgo de su oficina, Aiko sigue ahí, a pesar de que le dijeron
que podía irse, es por eso que sin dudarlo, dejo el paquete que era para
Dean.
—Ten —murmuro. —Que lo disfrutes.
Y sin esperar respuesta, pido el ascensor, que gracias a todos los cielos
llega enseguida.
Estoy saliendo del edificio de Dean cuando una mano se cierra sobre mi
brazo, deteniendo mi andar.
Rebecca tiene las mejillas sonrojadas y no por el frío, eso lo sé.
—Tienes que alejarte de él —es lo primero que suelta. —Entiende que lo
de ustedes terminó.
Me quedo unos segundos en silencio, primero porque me ha tomado por
sorpresa y segundo porque no pensé que se mostraría así tan rápido.
Desprendo el agarre de su mano lentamente, sin quitarle la mirada de
encima. A decir verdad hoy no tengo ganas de que nadie me diga que hacer.
Estoy cansada de que me digan que hacer.
—¿Estas segura que terminó? —Pregunto.
Mis palabras sí que la tomas por sorpresa, ya que abre ligeramente sus
ojos, de todas maneras se recompone, acomodando su traje y volviendo a
mirarme fijamente.
—Por lo que hice con Dean hace un rato, por lo menos él parecía tenerlo
claro.
Me río sin una pizca de humor, por que por supuesto que diría algo como
eso, de todas maneras no caeré a ese juego, porque sé cómo es Dean, él no
haría algo así.
—Si conocieras aunque sea la mitad a Dean de lo que yo lo conozco, te
darías cuenta de que él no te follaria en su oficina.
—¿A si? —Pregunta ella, arqueando una ceja en una pose retadora. —¿Y
como sabes eso? —Agrega.
—Por que a la única que follo sobre su escritorio fue a mi y como la
mierda que me encargaré de que no vuelva a repetirlo con nadie más.
Y después de largar toda esa mierda, me doy media vuelta y me alejo,
todavía con la frente en alto, pareciendo que si quiero, puedo comerme el
mundo entero, pero mientras más me alejo, más me doy cuenta del miedo
que estoy sintiendo y de cómo la amenaza de que ya pude haber perdido a
Dean me carcome por dentro.
Un paso a la vez, Minerva, un paso a la vez.

• ──── ✾ ──── •

Estoy acostada en mi cama, tratando por todos los medios entender


aunque sea un poco de la trama de la serie que estoy viendo, pero no hay
caso, no hay manera, no puedo prestarle atención.
No puedo dejar de pensar en lo que pasó cinco días atrás; si, la última vez
que hable con Dean, que estuve en su oficina fue hace cinco días.
No lo he vuelto a ver y él no se ha puesto en contacto conmigo, pues
porque estoy esperando que sea él quien lo haga y..., voy a contarles un
secretito, ¿si? A ver, no es así tanto como un secreto, sino más bien como
una idiotez que hice: borre su numero.
Si, así como lees, pero no es como si no pudiera volver a comunicarme
con él, porque si, puedo, de hecho tengo su número todavía en la agenda de
llamadas, aunque no su contacto grabado.
Ahora veamos, que levante la mano quien alguna vez borró el número de
ese él o ella para así sea esa persona quien tendría que buscarlos.
Y si nunca lo hiciste, pues veras, es algo que a veces se hace para no caer
en la tentación, aunque a veces es difícil no arrojarse directamente a ella.
La película no está funcionando y mi plan de no escribirle terminará
saliendo mal, porque estoy a nada de hacerlo, es por eso que decido a ir por
algo de comer, eso si que va a distraerme.
Es bien entrada la noche, será cerca de la medianoche y la ansiedad que
siento no me deja dormir.
Bajo las escaleras tranquilamente, porque de seguro Pierce no se
encuentra, o si llega, termina haciéndolo bien entrada la noche, ha sido así
toda la semana y es que verán, las cosas entre nosotros están un poco tensas
últimamente. Después del último mensaje que me envió, ese en el que le
respondí que no le importaba donde estuviera yo, las cosas entre nosotros
simplemente dejaron de fluir y a ver, no es como si hubiera pasado algo
específico, sino que directamente había dejado de hablar conmigo,
simplemente me ignoraba.
Hace tres noches atrás quise hacer las paces con él, llegué a casa
temprano, cocine una rica comida, compré un buen vino y espere a que
llegara, pero él, bueno, nunca llegó.
Me decidí por enviarle un mensaje, porque la verdad es que me había
olvidado del postre y además moría de hambre.
Le pregunté si le faltaba mucho para volver a su departamento.
No me respondió.
Luego le avise que había cocinado de más —guiño, guiño—, que podía si
quería comer las sobras cuando volvieran.
Me dejo en visto.
Le pregunte porque malditamente no podía responderme un mensaje.
Me respondió que estaba haciendo cosas de grandes, que dejara de
fastidiar.
Eso en el idioma de Pierce significa que iba a follar, de seguro hacer una
orgia con modelos.
Estúpido Pierce.
Desde entonces no habíamos vuelto a hablar.
Él ya no me preparaba el desayuno en la mañana y yo ya no cocinaba en
la noche para los dos.
Rara vez nos cruzábamos.
Y yo estaba bien con ello.
O por lo menos eso creía, porque a decir verdad, me sentía un poco sola.
Nadie sabía que estaba viviendo en casa de Pierce, por lo que no podía
invitar a Isabella a pasar la noche conmigo, así como tampoco estaba yendo
yo últimamente a su casa, ya que Isabella pasaba la mayoría de las noches
en casa de sus padres y Dante, pues..., Dante vivía de fiesta.
Asique así me encuentro, con muchas ganas de hablar con alguien de
todas las cosas que me pasan por la cabeza, pero no encontrando a nadie.
Cuando abro la nevera encuentro una mousse de chocolate y caramelo
que tiene mi nombre. Este postre es la especialidad de Cristal y decidí que
traería un poco a casa para noches como esta. Sé que podría agarrar
directamente el pote y comer de él, pero, ¿sabes que? Me lo terminaría y
mañana tendría dolor de panza.
Mejor busco un plato, el problema es que todo en la casa de Pierce está
muy alto, para él no debe ser problema, ya que lo veo agarrar cosas sin
inmutarse, pero para mi si lo es y la mayoría de las veces termino escalando
la mesada para lograr el cometido.
La linterna de mi teléfono alumbra todo a duras penas, mientras yo me
pregunto porque demonios no puedo ser una persona normal y prender la
luz, pero es que..., no lo sé, todavía me sigue dando un poco de vergüenza
pasearme por este departamento como si fuera mío.
La cosa es que estoy medio estirada intentando dar con un platillo, pero
tal es mi suerte que una vez que lo tengo, el que había arriba de este y el
cual debido a la poca luz por supuesto no vi, cae, produciendo un estruendo
que me hace largar improperios por lo bajo.
Desciendo rápidamente de la mesada, tomando mi teléfono para alumbrar
el suelo, de todas maneras cuando comienzo a juntar los pedazos rotos del
suelo, termino clavándome uno en la planta de la mano.
—La teta peluda de la osa —siseo entre dientes, dejando caer mi
teléfono, que se apaga por el golpe. —Hay no me jodas, voy a morir y nadie
lo sabrá hasta mañana —medio digo con un quejido.
Es en ese momento exacto que la luz de la cocina se prende y yo medio
que siseo un «uy, kieto».
Pierce se encuentra en la entrada de la cocina, mirándome confundido y
sin saber muy bien qué está pasando.
—Estoy bien —es lo primero que suelto.
Pierce no deja de observarme, preguntándose si tal vez soy una especie
de aparición o si en realidad soy una fea pesadilla que ha invadido su sueño.
Mira a su alrededor, el suelo lleno de cristales rotos, mi rostro y luego mi
mano, la cual chorrea sangre.
Demonios.
—Eres muy torpe —es lo primero que dice Pierce, que tiene el cabello
desordenado y los ojos hinchados por el sueño, así como también el torso
desnudo.
Muy desnudo.
—Estoy bien —repetí con voz pequeña.
—¿Y por eso te sangra la mano? —Murmura él con ironía. —¿Qué
estabas haciendo? —Pregunta, terminando de acercarse y teniendo especial
cuidado con los vidrios rotos, ya que se encuentra descalzo.
—Quería un plato, pero es que todo aquí está muy alto —respondí,
ignorando el estremecimiento que me recorrió cuando tomo mi mano con
delicadeza, observando el corte.
—Mañana bajaré algunos para que estén a tu altura —respondió él, como
si nada.
—No hace falta —me apresuro a responder, suficiente con que estuviera
viviendo aquí.
—Siéntate —indicó, haciendo con un ademán con la cabeza, señalando la
mesada detrás mío.
—Pierce, no creo que...
No puedo terminar las palabras cuando me toma de la cintura y me sienta
él mismo, en un movimiento ágil y rápido.
Me quedo calladita, porque bueno, su sorpresiva cercanía, el calor que
irradia su piel y el perfume masculino embriagador..., no son una buena
combinación y si tenía que ser cien por ciento sincera, me sentía un poco
confundida con respecto a él, porque habían veces que actuaba como ahora,
que parecía el viejo Pierce, ese que si bien no se había mostrado siempre así
conmigo en el pasado, si lo había hecho algunas veces y era la personalidad
de él que más me confundía. Porque podía manejar al malhumorado, al
indiferente, incluso al que parecía odiarme, pero este Pierce, este que
parecía preocuparse por mi..., pues no.
Lo vi rebuscar algo en los cajones inferiores de la cocina, hasta dar con
una pequeña caja plástica transparente que dentro estaba lleno de vendas,
curitas y cosas así, pues era un botiquín.
—Déjame ver —murmuro, tomando mi mano nuevamente con
delicadeza.
Me dolía mucho, pero quería hacerme la fuerte, por lo que termine por no
decir nada y quedarme calladita.
—Por el chocho del mono —sisee nada más su mano hacer un poco de
presión, sin poder controlarme.
Joder.
La risa de Pierce fue baja y ronca, intentando por todos los medios no
reírse en voz alta, pero es que se le hacía imposible.
Guió mi mano hasta debajo de la regadera abierta que tenía a mi costado,
pues porque había un vidrio clavado dentro y la sangre no dejaba ver.
—Me voy a desmayar —murmure, porque si, yo primero dramática y
después persona.
—No hagas tanto escándalo —dijo él, negando con la cabeza.
Cerré los ojos con fuerza, intentando aguantar el ardor como la mujer
valiente que claramente no era y comencé a cantar una canción por lo
bajito, para distraerme.
Pierce medio se posicionó entre mis piernas para el trabajo, manteniendo
su palma debajo de la mía para sostenerme y ahora no solo tenía que
aguantarme el dolor, sino que también su cercanía.
Por todos los cielos.
Intente dar con una cancioncita, cualquiera que me llevara lejos de aquí,
por lo que una canción de Ariana Grande llegó a mi mente como un
salvavidas.
—Puedes pensar que estoy loca, por la forma en que lo deseo.
»Si lo digo explícitamente, solo hazme unos bebés.
Cuando esas palabras salen de mi boca, el movimiento de Pierce —que
no se que está haciendo, porque tengo los ojos cerrados para no ver—, se
detiene.
—¿Qué harás esta noche? Será mejor que digas "hacértelo bien".
»No quiero hacer que te quedes despierto, pero muéstrame, ¿puedes
mantenerla erecta?
—Jesucristo santo —se lo escucha decir por lo bajo, mientras siento que
con la pinza rebusca para quitar el vidrio que se me quedó dentro de la
palma.
De todas maneras lo ignoro, porque si canto, si sigo cantando, no duele
tanto.
—He estado tomando café y he estado comiendo sano.
»Sabes que hago que esté mojada.
»He estado ahorrando mi energía.
»¿Puedes quedarte despierto toda la noche?
»Fóllame hasta el amanecer.
—Ya casi estamos, Minerva —dice Pierce, con la voz un poco ahogada.
—Puedes parar de cantar.
—34+35, lo bebeees como si fuera agua —seguí cantando como si nada.
—Dices que sabe a caramelo.
—Lo hace —se escucha la voz de Pierce, por lo bajo y casi lejana.
—¿Qué harás esta noche? Será mejor que digas "hacértelo bien".
Cuando quiero darme cuenta, Pierce ha dejado mi mano quieta, ya no
hace nada más que sostenerla entre las de él y yo abro los ojos, lentamente,
pues porque me acabo de percatar de la mierda que estaba cantando.
Los ojos de Pierce están más azules que lo normal y estamos cerca, tanto
que medio se ha metido entre mis piernas y seguramente, debido al dolor,
mis rodillas medio presionaron su cadera, aprisionándolo cerca mío.
A pesar de que estoy sentada en la mesada, sigue siendo más alto, es por
eso que medio tengo que ladear mi cabeza hacia atrás para poder mirarlo a
los ojos.
Carraspeo, porque de repente a nuestro alrededor se siente una tensión
que nos consumirá en cuestión de nada.
—¿Ya acabaste? —Sus ojos se entrecierran en mi dirección nada más
esas palabras salen de mi boca y cuando me doy cuenta de cómo ha sonado
aquello, cierro los ojos, frustrada. —Quiero decir... —balbuceo, en un vago
intento de salir de este aprieto—, ya, ¿salió?
—Si —es todo lo que responde.
—Genial, estupendo, de maravilla, muchísimas gracias, no se que
hubiera hecho sin tu ayuda, en verdad... —las palabras se detienen en seco
cuando su poderosa mano se cierra en torno a mi cintura. —¿Pierce...? —
Pregunto, en voz bajita y un poco acojonada.
No responde, sino que se mantiene serio, con la mandíbula presionada,
sus ojos azules clavados en los míos y una expresión que es un poco
aterradora, pero también excitante, no voy a mentir.
«Qué está pasando aquí, Pablo Lorenzo»
Observo como ladea un poco más su rostro cerca del mío, pero por la
expresión que lleva, sé que dentro de él se está desatando una lucha interna.
Mi respiración, sin saber muy bien porque, se agita, un escalofrío me
recorre el cuerpo entero mientras la piel se me eriza por completo, sin
contar que soy muy, demasiado, consciente de la enorme mano en mi
cintura, que me presiona, que pareciera que me quema la piel, a pesar de
que una capa de ropa lo separa.
De repente Pierce cierra los ojos, respira profundo, tanto que veo como
sus fosas nasales se abren y luego se hace un enorme paso hacia atrás,
haciendo que casi me vaya de bruces al suelo.
—Lo siento —dice de repente, aunque sin mirarme. —No quería... —sus
ojos se clavan en mi, en mis labios, en mi cuerpo sobre la mesada, en mi
mano sana presionando el borde, tanto que mis nudillos están blancos y
después en mis ojos de vuelta. —No quería incomodarte, ni mucho menos
—termina.
—No..., no lo has hecho —digo al final.
—Mejor —responde.
—Si —asiento.
—Genial —dice, apartando la mirada.
—De pelos —sonrió, incómoda.
Joder, esto se puso raro.
—Limpiaré esto —murmura Pierce. —Ve a dormir —instruye.
Asiento, necesitando escapar de aquí cuanto antes, de todas maneras,
cuando estoy por salir de la cocina, mi nombre saliendo de sus labios me
detiene, haciendo que clave la mirada en él.
—No quiero que pienses que ofrecí mi departamento para que te quedes
porque quería algo más.
No se muy bien que responder a aquello, porque a decir verdad, no creo
que Pierce sea esa clase de persona.
—Lo se —digo, viendo como suelta un suspiro de alivio. —No pienso
eso de ti —agrego y cuando medio me sonríe, me digo a mi misma que es
hora de irme, porque su sonrisa siempre hizo cosas en mi y no quiero caer
en eso de nuevo.
No puedo.
—Hasta mañana —murmuro.
—Descansa, douce...
Me acuesto en mi cama tan perdida en mis pensamientos, en toda la
mierda que acaba de pasar, que siquiera me percato del mensaje de un
número que no tengo agendado en mi teléfono y así sin más, me duermo.

• ──── ✾ ──── •
BUENAS BUENAS MIS AMORES
PERDÓN POR TARDAR EN ACTUALIZAR, PERO A DECIR
VERDAD TUVE UNOS DÍAS TERRIBLEMENTE OCUPADOS
QUERÍA COMENTAR ALGO QUE ME VIENE HACIENDO UN
POCO DE RUIDO ÚLTIMAMENTE Y ES LA EXIGENCIA POR LA
ACTUALIZACIÓN. ENTIENDO QUE LO QUE HAGO LES GUSTE,
ES ALGO QUE EN VERDAD ME HACE SUMAMENTE FELIZ, EN
SERIO, PERO TAMBIÉN TIENEN QUE ENTENDER QUE YO NO
VIVO DE ESTO Y QUE MÁS ALLÁ DEL RATO QUE ME SIENTO
CON LA COMPU CUANDO TENGO TIEMPO, PERO SOBRE
TODO GANAS (PORQUE NO ME EXIJO A ESCRIBIR YA QUE
SOLO SALEN COSAS MALAS), LO HAGO POR EL HECHO DE
QUE ME DIVIERTE HACERLO, PORQUE A PESAR DE TODO,
ESCRIBO PARA MI, ESCRIBO LO QUE TENGO GANAS DE
LEER.
CUANDO PUSE EL MÍNIMO DE 1500 VOTOS, LO HICE
PORQUE PRIMERO QUE NADA, SÉ QUE PUEDEN LOGRARLO,
YA QUE MUCHAS VECES LEEN, PERO NO VOTAN, DE ESTA
MANERA LO HACEN Y COMO YA SABEN, A MI Y A LA
HISTORIA, NOS SIRVEN. DE IGUAL MANERA TAMBIÉN LO
HAGO PORQUE PECADO CON SABOR A CARAMELO NO ESTÁ
TERMINADA, ES POR ESO QUE HASTA QUE LLEGA A LOS 1500
VOTOS, A MI ME DA TIEMPO A ESCRIBIR LOS CAPÍTULOS.
LES PIDO POR FAVOR QUE SE AHORREN LOS
COMENTARIOS EXIGIENDO CAPÍTULOS, ETC. LO HARÉ A MI
TIEMPO Y POR SUERTE SOY ESA CLASE DE ESCRITORA QUE
MÁS ALLÁ DE QUE ESTOS COMENTARIOS A VECES
MOLESTAN, NO ME DEJO PRESIONAR NI MUCHO MENOS.
COMO DIJE EL OTRO DIA, A MI ME GUSTA ESCRIBIR COSAS
EN CALIDAD Y NO EN CANTIDAD. Y EN EL CASO DE QUE LA
HISTORIA NO LES GUSTE, O LA TRAMA, O LOS PERSONAJES,
O MI FORMA DE ESCRIBIR O EL DESARROLLO QUE VA
TOMANDO TODO, SIEMPRE VAN A SER BIENVENIDOS A NO
LEER MÁS. SIEMPRE. NUNCA LEAN ALGO POR LEER, LA
LECTURA ES ALGO QUE TIENE QUE DISFRUTARSE
MUCHÍSIMO, SI NO LES GUSTA COMO VA LA HISTORIA, NO
LO HAGAN Y A VECES ESTARÍA BUENO EL AHORRARSE "NO
VOY A LEERTE MÁS" PORQUE DE TODO CORAZÓN, NO SUMA
PARA NADA AL ESCRITOR, SINO TODO LO CONTRARIO, LO
LLENA DE INSEGURIDADES.
AHORA SI, PERDÓN POR EL CHOCLO, PERO ERA ALGO QUE
TENÍA QUE DECIR.
NO SE OLVIDEN, MIS HERMOSXS PECADORES, QUE LOS
AMO, ¿SI?
CON MUCHO, PERO MUCHO AMOR
LATIN LOVER DEBIE
CAPÍTULO VEINTIOCHO

NO LLORES ESTA NOCHE

Dean:
Necesito hablar contigo.

Maldita sea.
Ese era el mensaje que había enviado Dean anoche y que no vi.
Maldita sea, Minerva.
No le había respondido, pues porque..., no sabia que responder, porque,
¿sabes que? Lo que tuviera para decirme podría ser o muy bueno o muy
malo.
Y me tiraba más por eso ultimo, eso del instinto, ¿recuerdan?
Remuevo los huevos revueltos en el plato sin comerlos, mientras que no
dejo de mirar mi teléfono.
¿Debería responderle? ¿Qué le respondo?
Dejen aquí debajo sus comentarios de que decir, je.
Isabella podría ayudarme con esto, esperaré a llegar a la cafetería para
que me diga que hacer.
—Buenos días —dice una voz de repente, sacándome de mis
pensamientos.
—Hola —respondo, clavando mis ojos en Pierce, de todas formas él no
me mira a mi, sino al teléfono en mi mano.
—¿Todo bien? —Pregunta.
—Si —respondo, dudosa. —¿Pasa algo?
—Nada —dice de repente, de todas maneras parece pensarlo unos
instantes, porque termina preguntando: —¿Has hablado con Dean?
Bueno..., la mierda del instinto, ¿ven?
—¿Qué está pasando? —Pregunto, entrecerrando mi mirada en su
dirección.
No llega a responder, porque de repente mi teléfono comienza a sonar en
mi mano.
Es Isa.
—Hola —murmuro.
—Hola, ¿qué hacías?
Frunzo el ceño, confundida, porque..., bueno, Isa nunca llama para saber
que estoy haciendo, mucho menos a las seis y media de la mañana.
—Jugando con mi consolador, ¿y tu? —Pregunto con ironía.
Escucho decir a Pierce algo por lo bajo, antes de que se gire y comience a
hacer su propio café.
—Minerva —se queja, riendo. Luego, como si hubiera recordado para
que llamaba, dice: —Necesito hablar contigo.
—¿Sobre que? —Pregunto, mirando la espalda de Pierce.
Sus hombros están tensos y por más que está preparando su café, se que
en realidad está atento a mi conversación con Isa.
—Será mejor que lo hablemos en persona —responde ella.
—Isabella, no me llamaste por nada —digo con la voz calma y pausada
—, como que no me digas que está pasando, pondré laxante en tu café
durante una semana.
—No lo harías —responde rápidamente.
—¿Quieres apostar? —Respondo y cuando la siento dudar, agrego: —Me
enteraré de todas formas, así que suelta lo que tengas que decir.
—¿Estas sola? —Pregunta de repente y sé que la tengo.
—Si —digo y Pierce clava sus ojos en mi.
Me encojo de hombros, mientras le lanzó dagas mentales para que se
meta en sus asuntos.
Parece entenderlo, porque se aleja de la cocina, dejándome nuevamente
sola.
—Bueno... —comienza diciendo Isa, un poco titubeante—, no va a
gustarte, ¿vale? Pero creo que mereces saberlo por mi, antes de que por una
mierda que veas en internet.
—Isa, me estás poniendo extremadamente nerviosa.
Escucho su suspiro al otro lado del auricular, como si se estuviera
replanteando este llamando, de todas maneras ya lo hizo, no es como si
pudiera cortarme el teléfono ahora mismo.
—Vale, que..., hum.
—¡Isabella!
—¡Salió en todos los medios el anuncio del compromiso de Dean! —
Medio grita del otro lado.
Y después se hace silencio.
Un pesado y maldito silencio.
Lo poco que había logrado meter en mi estómago se revuelve, mientras
un leve mareo me hace agarrarme firmemente a la mesa de la cocina.
Mierda.
—¿Mine...? —Pregunta mi amiga al otro lado del auricular.
—¿Qué acabas de decir? —Susurro.
—Mine, yo..., lo siento mucho.
A decir verdad, no es como si la noticia me hubiera destruido, porque no
lo hizo, ahora simplemente estoy sintiendo una calma casi letal.
¿Y saben que viene después de la calma?
Si, muy bien, el Tsunami, la tempestad, la tormenta, el huracán y todo eso
fusionado.
—Está bien —murmuro.
—¿Lo está? —Pregunta ella y luego parece percatarse de algo, porque
agrega: —¿Por qué no estás gritando y llorando como una desquiciada?
—Porque no quiero hacerlo —respondo con naturalidad.
—Pero... —dice mi amiga, confundida. —¿Cómo que no quieres
hacerlo? Primero debes enojarte y romper cosas y después llorar.
Se me sale una risa rara, pues porque Isa está medio loca.
—No quiero hacer eso —digo con un suspiro y me sorprendo un poco
por la verdad que albergan mis palabras.
Me siento... serena.
—Mine, si necesitas llorar, solo hazlo.
—Que no quiero llorar, pesada —me quejo.
—Vale, esto es raro —murmura ella. —¿Qué no me estás diciendo?
—¿De qué demonios estás hablando?
—Que no puedes estar así tan tranquila, no es normal —farfulla
exasperada.
—Que tu seas una desquiciada con las rupturas no significa que todo el
mundo también lo sea.
—Eso no estuvo cool de tu parte —responde.
—¿Cuándo? —Pregunto y se hace nuevamente el silencio.
Sé que sabe que estoy preguntando por el compromiso, volviendo a la
seriedad del momento.
—Mine...
—Anda Isabella, dime —insisto.
—Esta noche —responde.
Bueno, ahora si estoy un poco enojada.
—No puede ser —murmuro, casi sin pensar.
—Lo siento, cari —dice ella, la comprensión llena su voz.
—Esta bien —digo de inmediato, reagrupando las tropas entremezcladas
en la que se convirtieron mis sentimientos. —¿Crees que podría pasar la
noche contigo hoy? —Digo de repente. —Ayudara a que no cometa locuras
—agrego con total sinceridad.
—Yo..., hum, Mine, yo...
Nada más escuchar su balbuceo, me percato de que algo no me está
diciendo y puedo imaginar que es.
—Isabella, ¿asistirás al compromiso de Dean? —Pregunto, tan
lentamente que sueno aterradora como la mierda.
—Usted se ha comunicado con la casilla de mensajes del numero...
—Isabella, no te atrevas a cortar el teléfono —amenazo.
—Por favor, deje su mensaje después del tono... veeeeeeeep.
Y me corta.
Jodida hija de...
—¿Te lo dijo? —Pregunta Pierce, llegando nuevamente a la cocina.
—¿Desde cuándo lo sabes? —Pregunto en cambio.
Él en respuesta simplemente se encoge de hombros.
—Podrías habérmelo dicho —acuso en su dirección, enojada.
—No me correspondía a mi decirlo —es todo lo que responde él.
—De todas maneras, podrías haberlo hecho —insisto.
—Yo no tengo la culpa de lo que decidió hacer Dean, Minerva —
responde Pierce con dureza en mi dirección. —No la tomes conmigo.
Ahí tiene razón.
—Joder, lo siento —murmuro en voz baja, sintiendo mis mejillas arder
por la vergüenza. —Iré al trabajo —digo, poniéndome de pie.
—No comiste nada —dice él, su tono más enojado que antes.
De todas maneras no respondo, sino que hago mi camino a la salida,
tomando mi abrigo antes de salir y una vez en el ascensor, saco mi teléfono,
buscando el mensaje de Dean.

Yo:
¿De qué querías hablar? ¿De que no tuviste la jodida delicadeza de
avisarme que ibas a comprometerte esta maldita noche? No te preocupes,
con todas las decisiones de mierda que has tomado últimamente,
honestamente no me sorprende.
Por cierto, feliz jodido compromiso, Dean. Que seas muy feliz.

Envió el mensaje, la respiración agitada por el enojo.


No pasan ni un minuto cuando mi teléfono comienza a sonar.
Miro la pantalla.
Es Dean.
Joder.
Corto la llamada.
Vuelve a sonar inmediatamente.
Vuelvo a cortar.
Vuelve a llamar.

Dean:
Contesta el jodido teléfono.
Yo:
Chúpate un limón agrio.

Y apago el teléfono.
Primero por que no quiero tentarme a atender.
Y segundo por la mamada que le respondí.
¿Un limón agrio? ¿En serio Minerva? ¿En serio?

• ──── ✾ ──── •

La noticia sobre el compromiso de Dean todavía revolotea por mi cabeza


sin parar, como un maldito gusano lleno de mierda.
Y lo odio.
De todas maneras, trato de concentrarme en mi trabajo, en no pensar,
Isabella por su parte dijo que llegaría más tarde y algo me dice que es
porque sospecha que voy a atacarla con cientos de preguntas. Hace bien,
porque algo me dice que desde que volvió a hablar con sus padres, ha
vuelto a entrar en ese mundo de gente pija e importante.
Me siento bastante nerviosa y no puedo evitarlo, estoy limpiando sin
parar, Cristal me hecho de la cocina cuando la ansiedad me hacía arruinar la
decoración de los pasteles, pero no puedo evitarlo, es como si me hubieran
inyectado un pico de adrenalina en el cuerpo y tanto así es mi torpeza, que
siquiera miro hacia atrás luego de limpiar una mesa, chocando con un
poderoso torso.
—Con cuidado, muñeca—. Cierro los ojos con fuerza al escuchar la burla
en su voz, mientras sus poderosas manos están cerradas alrededor de mis
brazos, que me habían ayudado a mantener el equilibrio.
Me desprendo de su agarre y Marcus me mira con esa sonrisa petulante
suya.
Hoy estoy decidida a odiarlo más que de costumbre.
—Oh, ¿qué es esa cara? —Dice, como si adivinara toda la mierda que me
ha pasado estos días.
—Nada —respondo rápidamente. —Mi cara está igual que siempre —
murmuro.
—Si, sigue siendo igual de fea y fastidiosa de siempre —se burla él y
luego entrecierra su mirada a mi—, sin embargo puedo ver el brillo de la
derrota por toda tu cara.
Ruedo los ojos, exasperada, porque hoy no estoy para la mierda de
Marcus e incluso que se regodee con mi miseria.
—No se de que hablas —respondo, intentando pasarlo por al lado, de
todas formas no me deja.
—Ah, no, no —dice, impidiéndome el paso. —Necesito que me cuentes
todo —murmura, con un brillo juguetón en sus ojos negros—, anda,
cuéntame hasta los detalles más vergonzosos.
—¿Sabes? —comienzo diciendo, con las manos en mis caderas. —No
debería ser normal que te regodees con la desgracia ajena —me quejo.
Ladea su rostro cerca del mío para que nuestras miradas estén a la misma
altura y luego con una voz melosa y aterciopelada, murmura: —Se me hace
a que eres de esas que cuando ven tropezar a alguien por la calle, en lugar
de preguntar si necesitan ayuda, se ríe en su cara —dice, con una
convicción que me molesta. —No somos tan diferentes.
—No soy de ese modo —miento, porque no voy a negarlo, si me reiría,
de todas maneras ayudaría a la persona, probablemente riéndome, pero
ayudando a la persona en fin.
—No me mientas, muñeca —dice, dando un fastidioso toque a mi nariz
con su dedo.
—Eres exasperante —gruño en su dirección, apartándome de él.
—Anda, tráeme lo de siempre y trae tu huesudo trasero a mi mesa, quiero
escuchar la manera en la que te humillaste intentando recuperar a tu ex.
Niego con la cabeza, mientras preparo el pedido para Marcus y sin saber
por qué, me termino preparando un chocolate caliente para mi, haciendo mi
camino a su mesa, para sentarme una vez que dejó la bandeja allí.
Tiene una sonrisa odiosa en su rostro y me encantaría borrársela de un
puñetazo, sin embargo, me encuentro diciendo: —No fue tan malo como
imaginas.
Su sonrisa es solo más grande ahora.
—Oh, eso solo significa que la mierda fue desastrosa —dice.
Estúpido Marcus.
—No lo fue —me defiendo, aunque sé que no sueno muy convincente
que digamos.
—Dime, anda, prometo no reírme —suelta y al ver mi ceja encarnada,
agrega:—, tanto.
—Bueno, la cosa fue que le lleve un sándwich de pavo al mediodía —
comienzo diciendo.
—No lo hiciste —dice él, sus ojos brillando con picardía.
—Y su secretaria estaba un poco nerviosa cuando me vio llegar —
continuo diciendo, ignorando su tono de incredulidad de antes. —La cosa es
que teníamos historia allí, ella tenía ordenado que debía dejarme pasar cada
que yo fuera a verle.
—Veo por donde va esto, muñeca —se burla él.
—La cosa es que él salió de su oficina —murmuro, dando vueltas a mi
taza de chocolate, haciendo una pausa dramática antes de seguir, porque
sino no es buena historia—, pero también salió de allí su prometida.
—De ninguna jodida manera —dice él y ahora sus codos están sobre la
mesa, acercándose a mi curioso.
Este Marcus es raro del carajo y si tengo que ser sincera, da un poco de
miedo.
—Pensé lo mismo —respondo.
—¿Te fuiste? —Pregunta, metiendo casi la mitad del bollo en su boca, mi
rostro haciendo una mueca de asco ante ello.
—Por supuesto que no —respondo, sincera.
—¿Qué locura hiciste?
—Pelee por mi hombre —digo, encogiéndome de hombros mientras una
sonrisa baila en mi comisura. —Te dije que quería recuperarlo.
—¿Qué más? —Insiste. —Por que sé que hay más.
—Bueno, tal vez lo besé y le dije un poco de mierda tóxica —murmuro,
sintiendo mis mejillas colorearse.
La sonrisa de Marcus es grande ahora y tiene toda su atención puesta en
mi.
—Dime qué dijiste, porque estoy imaginando muchas cosas en este
momento.
—Bueno... —murmuro, todavía sin mirarlo—, tal vez le dije que no
quería que..., hum, sintiera lo que sentía conmigo con nadie más.
—Bastante justo —responde él, asintiendo, como si lo que dije estuviera
bien, de todas formas hay algo picando en mi piel, con la necesidad de
largar.
—Puedo ver los engranajes en tu cabeza intentando decir algo, muñeca
—murmura Marcus, chupando el azúcar de sus dedos. —Escúpelo —
agrega.
—¿No crees que estuve mal? —Pregunto, la voz sonando horriblemente
avergonzada, no pude evitarlo. —Es decir... —sigo diciendo, apartando la
mirada—, ¿no crees que fue demasiado? ¿Qué me..., humille?
Las palabras me saben amargas en mis labios, de todas formas me obligo
a decirlas, es más fácil de esta manera, hablar con un desconocido.
Marcus prácticamente lo es.
Frunce un poco el ceño, luciendo pensativo, antes de clavar sus ojos
negros en los míos.
—Te dije que saldría mal —es todo lo que dice.
—Responde la pregunta —insisto.
Marcus me mira unos cuantos instantes, quiero removerme nerviosa, pero
algo me dice que esa es parte de su mierda de policía, intentar intimidarme
con la mirada.
De ninguna jodida manera.
—No creo que este mal que una mujer sea decidida en cuanto a lo que
quiere.
—No es eso de lo que estamos hablando —lo interrumpo.
—Déjame hablar —dice él con molestia. —Te dije que saldría mal
porque tu novio de seguro es un idiota —voy a replicar, pero levanta un
dedo para silenciarme. —De todas maneras las mujeres decididas son las
que asustan.
Frunzo mi ceño en confusión.
—¿Qué quieres decir?
—Que la jodida sociedad les enseñó toda la mierda de ser sumisas, el que
deben ser protegida, etc. —Dice, con un encogimiento de hombros. —Es
fácil para todo mundo llevar una bandera de feminismo, cuando la mayoría,
tanto de las mujeres como de los hombres, siquiera saben realmente su
significado. ¿Quieres luchar por tu mierda? Hazlo, no pidas permiso, ¿qué
más te da con lo que diga el resto? Eres una mujer decidida, ve a por ello.
Me quedo callada, porque a decir verdad, no sé muy bien que decir al
respecto.
—Si él realmente te ama, verá lo que estoy diciendo —murmura. —No
necesariamente tenemos que ser nosotros los que corramos detrás de
ustedes, Jesucristo, nos gusta ser perseguidos debes en cuando —bromea al
final.
Me rio por lo bajo, de repente sintiendo que la mierda se puso demasiado
seria para el tipo de confianza que manejamos.
—Entonces..., ¿por qué luces como si hubieras follado con un bus lleno
de conejitas de playboy? —Pregunto.
Marcus frunce el ceño unos instantes, antes de que vuelva a sonreír.
—Muñeca, en verdad me alaga que te preocupe tanto mi vida sexual —
dice, dulzura chorreando en su voz. —Pero..., ¿tu y yo? —Agrega,
señalándonos a ambos con el dedo. —Esa mierda no va a pasar, ya tuve
demasiadas locas detrás mío.
—¡Hey! —Me quejo. —No estoy loca.
—Apuesto a que seguro en la bolsa de comida que le llevaste había una
nota lo suficientemente cursi.
Dios, ¿qué come que adivina?
Aparto la mirada avergonzada, por supuesto, imaginando lo que pudo
haber pensado Aiko al leerla, pero a decir verdad, no recordé la nota hasta
mucho después de haberme ido.
—Dios, en verdad estás loca —se ríe Marcus.
—¿Qué clase de locas tuviste detrás de ti? —Pregunto, intentando apartar
la atención de mi.
—No sé si deba contarlo, tal vez te de hasta ideas y todo.
—Anda, sácame un poco de mi miseria —murmuro, terminando mi
chocolate.
—Pues hubo una vez, hace no mucho tiempo, una chica que en nuestra
primera cita me hizo una encerrona y me llevó a cenar con sus padres, como
si fuera una maldita presentación oficial.
—No lo hizo —digo, incrédula.
—Habíamos follado algunas veces —dice con naturalidad—, ella insistía
con que quería avanzar un poco en la relación y si no hubiera sido tan
condenadamente caliente, le hubiera dicho que no, pero es que a ver, que yo
no quería darle mucha vuelta, solo quería... —suspira dramáticamente,
antes de decir:—follar.
—Eres tan básico —me quejo.
—Pero decidí decirle que si, pues porque quería seguir viéndola de vez
en cuando.
—¿Y que paso? —Pregunto, porque pareciera que ya da por terminada la
anécdota y pues yo necesito el chisme completo.
—Me levanté y me fui —dice, con total naturalidad.
—¿Con sus padres ahí?
—Claro —dice, encogiéndose de hombros.
—Eso fue cruel —digo en su dirección.
—Muñeca, eso no fue cruel, eso fue un golpe de realidad, la chica sabía
que no iba en serio.
—De todas formas fue cruel, podrías haber pasado allí la noche y luego
aclarar las cosas.
—No tendría que haber hecho eso, tendría que haber preguntado —dice
él, retándome con la mirada.
—¿Eso fue lo peor? —Pregunto, cruzándome de brazos y relajándome en
mi asiento.
—Ni de coña —dice él y ahora luce entusiasmado. —Después estuvo esa
otra chica, Cindy o Lucy, no puedo recordar —niega con la cabeza,
restándole importancia—, llenó mi departamentos con mierdas de peluche.
—¿Qué?
—Eso, un día llegué a mi casa y el departamento estaba lleno de ellos,
pero..., quiero decir, lleno, no había un puto espacio por donde caminar.
—¿Por qué ella hizo eso? —Pregunto, intentando contener la risa.
—¡Y yo que coño se! —Responde. —Estaba loca, todas lo están.
—Creo que el que está mal eres tú —murmuro. —Atraemos lo que
somos.
—Lo sabía, tú aquí sentada no podía ser normal —dice, burlándose.
—Idiota —murmuro—, y por si no lo recuerdas, tú me dijiste que me
sentara aquí.
—Si, porque sentí lástima de ti —dice, aunque sonríe y yo le devuelvo la
sonrisa.
—Entonces..., ¿eso fue lo peor? —Farfullo.
—No —dice él, ladeando su cuerpo hacia delante para estar más cerca,
creando un aire de confidencialidad—, lo peor fue cuando tenía dieciséis,
ahí empezaron mis traumas.
Imito su pose, apoyando mis codos en la mesa y ladeando mi rostro hacia
delante.
—¿Qué pasó?
—Nala, o Kala, no recuerdo su maldito nombre —dice, haciéndome
rodar los ojos—, estábamos saliendo.
—No me digas, ¿tu primera novia? —Pregunto.
—Si, todavía no cumplíamos más de tres meses juntos.
—¿Qué hizo que te traumara?
—Ella lleno de pancartas el instituto donde estudiábamos —dice y tengo
que apretar los labios para contener la risa. —En ellos ponía lo mucho que
me amaba, lo cuidadoso que había sido cuando perdimos la virginidad
juntos.
—No puede ser —digo, cerrando los ojos.
—Ella dijo que no había lavado las sábanas porque conservaban mi olor
—insiste. —Lo habíamos hecho hacía un par de días.
La carcajada que largo es estruendosa y él, aunque se aguanta, se le
escapa una pequeña risa, mientras niega con la cabeza.
Nos reímos por unos segundos y a mi se me escaparon un par de
lágrimas, de todas maneras lentamente comenzamos a perder nuestras
sonrisas cuando nuestras miradas se entrelazan, sin embargo, antes de que
pueda decir nada, siento un cuerpo pararse a mi lado.
—Minerva —dice Dean.
Pego un salto en mi lugar por el susto, de todas maneras no me muevo,
sino que clavo mis ojos en Marcus, que todavía me mira a mi fijamente.
Lentamente ladeo mi rostro, encontrándome con la mirada de Dean, que
luce molesta y sinceramente debería ser ilegal lucir condenadamente
caliente en ese traje de una sola pieza color gris que viste estando enojada.
—Hola —murmuro en voz baja.
—¿Podemos hablar? —Pregunta, lanzándole una mirada de reojo a
Marcus. —A solas, en lo posible, aunque si estas ocupada puedo volver
luego.
En ese momento Marcus se levanta, sonriéndole tan fríamente a Dean
que me siento un poco incómoda, de todas maneras no dice nada, sino que
clava sus ojos negros en los míos, antes de decir: —Nos vemos, muñeca.
Y después se va.
Me pongo de pie, sintiéndome extremadamente nerviosa, porque a decir
verdad, no esperaba ver a Dean hoy.
No esperaba que se presentara aquí luego de que su compromiso se
hiciera público.
—Vamos a la oficina —murmuro, haciendo mi camino hacia allí, sin ver
si me sigue.
Dean entra y cierra la puerta detrás de él, mientras yo me acerco a la
mesa donde varios papeles están desperdigados, acomodándolos
nerviosamente, necesitando mantener mis manos ocupadas.
—Minerva —dice Dean, de todas maneras sigo sin mirarlo. —Minerva
—dice con un poco más de fuerza.
—¿Qué? —Pregunto, sonando enojada como los mil demonios.
Tal vez lo estoy.
Dean aprieta la mandíbula fuertemente, como si quisiera decirme algo
pero estuviera conteniéndose con todas su fuerzas y estoy segura como la
mierda que si él suelta algo que no debe, yo por mi parte haré lo mismo y
las cosas se irán más al carajo de lo que están.
—¿Pasa algo con ese tipo? —Es lo primero que suelta.
Me río, sin una pizca de humor, claro.
—¿Por qué te importa? —Me quejo. —Ya dejaste claro que entre
nosotros las cosas terminaron.
—¿Por qué haces todo más difícil? —Dice de repente.
—¿Estoy haciéndolo? —Siseo en su dirección. —Entonces déjame
disculparte, prometo de aquí en adelante no volver a molestarlo, señor Ross
—agrego con sarcasmo.
Un brillo de algo que no sé reconocer cruza su mirada, de todas maneras
lo ignoro, no me interesa, no quiero saber nada de él por hoy.
Sé que si la furia que siento se convierte en tristeza, no saldré de esta,
prefiero mantenerme así, enojada.
—Será mejor que lo hagas —responde.
—Bien —siseo en su dirección. —¿Algo más? —Pregunto, cruzándome
de brazos.
Dean apoya sus manos en la mesa que nos separa, ladeando su cuerpo
hacia delante y sinceramente agradezco la distancia que nos separa, porque
su presencia, su mirada cabreada y su porte, pues lo hacen lucir intimidante
como la mierda.
—Si, no te quiero cerca de ese tipo.
Vuelvo a reírme con amargura, negando con la cabeza.
—No vas a decirme que demonios hacer —murmuro en su dirección.
—No lo conoces de nada —insiste.
—¿Pues a ti que te importa? —Me quejo, abriendo los brazos en un gesto
de exasperación. —Tu y yo no somos nada. Nada.
Dean niega con la cabeza, en un gesto dolido, cosa que no hace más que
cabrearme.
—¿Por qué no puedes ver que hago todo esto por ti? —Dice, esta vez
más tranquilo.
—Lo único que haces es lastimarme —suelto. —No peleas por nosotros,
Dean.
—¿No puedes ver que lo único que quiero es que seas feliz? ¿Qué nada
malo te pase? —Agrega y esta vez comienza a rodear el escritorio para
acercarse donde me encuentro.
Ah joder, hora de hacer mi retirada.
Comienzo a retroceder a medida que se acerca, de todas maneras mi
oficina no es muy grande que digamos, cuando quiero darme cuenta,
termino en un rincón, acorralada.
—Nada malo va a pasarme —murmuro, cuando solo está a dos pies de
distancia.
—Tu no tienes idea de nada, ¿verdad? —Dice, negando con la cabeza.
—Tengo idea de muchas cosas, Dean —digo, bajando la mirada y
cruzando los brazos por sobre mi pecho. —No seas condescendiente
conmigo.
—No soy condescendiente contigo, maldita sea —dice y esta vez lo
siento más cerca.
No voy a mirarlo, demonios.
—Haré lo que sea para protegerte, Minerva —dice, esta vez con voz más
calma.
Dulce.
Sigo sin mirarlo.
—Minerva —susurra, sus dedos cerrándose en mi mandíbula, haciendo
que mis ojos se encuentren con los de él. —Cariño...
Niego con la cabeza, desprendiéndome de su agarre, no quiero sus dedos
sobre mi piel.
No quiero que me toque.
—Vas a casarte, Dean —digo—, no sé qué demonios pretendes, pero no
seré tu puta amante.
—Yo nunca te haría eso —dice él, dolido.
—Vas a casarte —repito, clavando mis ojos en los suyos. —Esta noche
anuncias tu compromiso de manera oficial en los medios —agrego,
clavando un dedo acusador en su pecho. —Esta noche, me pierdes para
siempre, ¿entiendes eso? Me pierdes y no hiciste una puta cosa para
evitarlo.
Sus manos golpean a cada lado de mi rostro, haciéndome saltar, mientras
su cuerpo se cierne peligrosamente sobre el mío.
—Toda la mierda que estoy haciendo es por ti —sisea en mi dirección,
acercando su rostro al mío. —Todo este circo en el que se ha convertido mi
vida, es por ti, ¡maldita sea! —Se queja con enojo.
Cierra los ojos con fuerza, obligándose a calmar su respiración, cuando
yo por mi parte hago lo mismo.
—No quiero esto —dice luego de unos segundos—, pero no tengo otra
opción.
Me quedo unos cuantos segundos pensando, hasta que algo se despierta
en mi, como si fuera una corazonada.
—¿Qué no me estás diciendo? —Murmuro.
Él aparta la mirada y ahora quien levanta su rostro con mi mano soy yo.
—¿Qué? —Pregunta nuevamente.
—Él me llamó.
Me quedo unos cuantos segundos en silencio, sopesando sus palabras.
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, aunque ya creo saber que quiere
decir.
Mierda.
—Sabes que quiero decir —responde él, sus ojos moviéndose por todo
mi rostro.
—Dime —insisto, porque necesito escucharlo.
—Él llamó, Minerva —insiste—, ¿por qué no vez la gravedad de la
situación?
—¿Qué dijo? —Pregunto, ignorando sus anteriores palabras.
—Él dejó bastante claro lo que pasaría si se llega a saber que estás viva
—dice él, demasiado lentamente. —¿Sabes lo que eso significa? —
Pregunta. Espera una reacción de mi parte, de todas maneras no le doy
nada, me quedo quieta, mirándolo fijamente. —Significa que alguien lo
sabe —susurra. —Significa que alguien ha comenzado a investigar.
—Él solo quería asustarte —digo.
Se como funciona la puta mente del padre de Harold, la manera en la que
juega con tu mente constantemente.
—Él dijo palabras bastante explícitas de lo que te haría, ¿sabes? —Dice,
ignorando mis palabras, mientras toma un mechón de mi cabello para
alejarlo de mi rostro. —Lo peor no sería la cárcel, para nada, lo peor sería si
te hiciera desaparecer él, si te metiera en cualquier puto lugar donde ya no
pudiera encontrarte... —niega con la cabeza, pareciendo tan perdido en sus
pensamientos.
—Dean... —digo, a pesar de que todo lo que está diciendo debería
asustarme, sorprendentemente no lo hace y tal vez porque estoy cansada de
huir, de que el resto decida mi maldito destino.
—Por un momento cruzó por mi cabeza el llevarte lejos —dice de
repente y la ilusión debe verse reflejada por todo mi rostro, porque él sonríe
con tristeza y niega con la cabeza. —No lo haré, por más que sea todo lo
que quiero hacer, él amenazó a mi familia, Mine, él se atrevió a nombrar el
nombre de mi hermana.
Ahora si que me he puesto de piedra, porque sé que Robert, ese maldito
hijo de puta, juega jodidamente sucio.
—Él no la tocaría, no tomaría ese riesgo —digo, negando con la cabeza.
—Tu padre es demasiado importante, no movería esa ficha —intento
convencerlo.
—No voy a correr el riesgo, cariño —dice él y en ese momento sé que
está convencido de lo que va a hacer. —No con Mía.
Sé que no hay vuelta atrás y no puedo odiarlo, porque hace esto por Mía,
pero también lo hace por mi.
Y es injusto.
—Está bien —murmuro un poco derrotada.
—Minerva —dice él con un suspiro roto.
—Me sigo negando a que hagas esto con tu vida —digo, todavía sin
mirarlo. —Es injusto.
—Estaré bien —responde él.
Todavía tiene sus dos brazos acorralándome, su perfume dulce me marea
un poco y lo único que quiero es abrazarlo.
—Y tú lo estarás también —murmura.
Niego con la cabeza, porque a decir verdad, estoy un poco cansada de
luchar tanto, estoy un poco cansada de siempre dar todo de mi y no recibir
nada a cambio.
—Tienes que estarlo —insiste él. —Sino todo será en vano.
—No me voy a dar por vencida con nosotros —es todo lo que digo.
Por que yo primero terca y después persona.
En ese momento Dean parece realmente enojarse, por lo que se impulsa
hacia atrás, alejándose.
No se si eso me molesta o me alivia.
—Dije que se acabó, Minerva —sentencia.
—Está bien —respondo, cruzándome de brazos.
Dean suspira, parece que quisiera decir algo, pero se aguanta y camina
hacia la puerta, está a punto de salir, pero se detiene.
Mis ojos se clavan en los suyos, retadores.
—Si tengo que lastimarte para alejarte de mi, para que estés
malditamente a salvo, lo haré —dice, la voz más fría de lo que la había
escuchado nunca. —No me obligues a hacerlo.
Y después se va.
Santa mierda.
• ──── ✾ ──── •

—¿Qué mierda estás queriendo decirme con que vives en casa de Pierce?
La pregunta de Isabella es lenta y tranquila, de todas formas sé que está
enojada, no solo por estar viviendo con Voldy, sino porque no le conté.
—Ya te explique —me excuso, aunque no le explique muy bien.
—Minerva, me explicas de vuelta —dice y al ver que no le presto
atención, fingiendo que la basurita de la mesada es más interesante, me
quita el trapo de la mano y lo pasa por mi boca.
—¡¡¡PERO ISABELLA! —Me quejo. —¡Que puto asco!
—Eso te pasa por no darme atención, te estoy preguntando algo —se
queja.
Me limpio con el dorso de la mano la boca para quitarme el feo gusto.
—Vale, te cuento, pero deja de actuar como una lunática —digo en su
dirección. —Entraron a mi departamento hace un tiempo —digo, no siendo
aquello una mentira del todo.
Su rostro de repente se pone pálido, mientras su mano se cierra
fuertemente en mi brazo, obligándome a sentar.
—¿Qué quieres decir? ¿Tu estabas ahí? —Pregunta rápidamente.
—No, no estaba ahí —me apresuro a responder. —Pero lo destrozaron —
digo, haciendo una mueca de dolor al recordar cómo quedó todo—, no
podía quedarme ahí.
—¿Por qué no me llamaste?
—Por que entre en pánico, ¿vale? —Digo, porque eso tampoco es una
mentira del todo. —Dean y Pierce estaban conmigo en ese momento —
también una mentira piadosa—, la cosa es que con todo lo del compromiso
no podía ir a lo de Dean —explico—, así que termine en lo de Pierce.
—¿Y él accedió? —Dice, medio incrédula.
—Si —digo, porque de hecho es la verdad. —Yo estoy quedándome ahí
—explico—, tengo mi propia habitación y tanto Pierce como yo casi no nos
vemos por trabajar todo el día.
—Pero..., ¿no es raro? Es decir..., ¿qué pasa con Dean?
—Dean prefiere que esté ahí —digo con total sinceridad. —Ha pasado
algunas noches conmigo, de hecho —confieso.
—¿Y a Pierce no le molesta? —Pregunta ella, un tanto incrédula.
—¿Por qué hablas como si Pierce hubiera estado enamorado de mi en
algún momento? —Me quejo.
—Tienes razón —responde ella.
Perra.
Me encojo de hombros, porque no se que otra cosa decir.
—Sigo sin entender el porqué de que tu y Dean rompieran.
—Dice que no quiere exponerme —murmuro lo mismo de siempre—,
que si estuviéramos juntos, mi vida no podría ser la que llevo hoy.
—¿Por qué casarse? —Pregunta.
—Cosa de negocios —respondo, fingiendo desinterés—, aunque si me
preguntas, para mi hacer esas cosas por conveniencia me sigue pareciendo
arcaico.
Espero una sonrisa por parte de mi amiga, algo, pero cuando clavo mis
ojos en los suyos, simplemente aparta la mirada.
—¿Isa?
—Ven a dormir a mi departamento esta noche —dice de repente. —Yo no
estaré en ese lugar mucho tiempo —agrega, haciendo referencia al
compromiso de Dean. —Solo diré hola, intentaré ponerle la traba a la novia
para que se caiga en tu honor y me iré de ahí, cuando llegue podemos ver
una película y comer una cantidad insana de helado y si quieres llorar, hasta
podemos mirar porno para que te sientas mejor.
—Estoy bien —digo, riéndome por sus ocurrencias. —De todas formas
me encantaría que pasemos tiempo juntas y ha pasado un tiempo desde que
vi a Dante.
—Excelente —murmura ella, sonriendo.
Siquiera paso por el departamento de Pierce después de la cafetería, sino
que voy directamente a casa de Isabella.
Mi mejor amiga dice que ha quedado con su madre para prepararse, de
todas maneras creo que lo hace para no hacerme sentir mal y la amo por
ello.
En un momento medio me confesó que se sentía mala amiga, pero le
reste importancia, porque Isabella había recuperado a su familia hacía poco
tiempo y estaba segura que ella odiaba este tipo de eventos, pero que
simplemente iba para complacer a sus padres y yo nunca podría juzgarla,
porque entendía lo solo que se siente no tener familia.
—Hola, vagabunda —dijo Dante nada más verme.
—También te extrañé —murmuro en su dirección, sonriéndole cuando
entra a su departamento, encontrándome aquí.
Dante me da un ligero abrazo, pero me suelta rápidamente murmurando
que huelo a fracaso y desastre amoroso.
Idiota.
—Entonces..., ¿qué estás haciendo aquí? —Pregunta, abriendo una
cerveza para mi y otra para él.
—Tiempo —respondo, encogiéndome de hombros—, pero si molesto,
me voy —bromeo.
—No seas idiota —dice, relajándose en el sillón. —Ahora, ¿puedo
preguntar algo?
—Dispara —murmuro.
—¿Por qué no estás en el compromiso de Dean? —Larga, así como si
nada.
—¿Estas bromeando? —Pregunto y al ver que niega lentamente con la
cabeza, agrego: —Dante, ¿qué demonios voy a hacer allí?
—No lo sé —dice él con ironía—, ¿tal vez evitar que el amor de tu vida
se case?
—No es el amor de mi vida —refuto.
—Minerva, hace unas semanas atrás, estabas planeando cuántos hijos
tendrían.
—No hice eso —me quejo, con las mejillas ardiendo.
—Si, viniste a dormir aquí, te pusiste ebria y empezaste a hablar
mamadas —me pincha.
—Eres insoportable —me quejo.
—Es que no follo hace rato, iba a hacerlo esta noche, pero contigo aquí
no puedo —dice.
—¡Dante! —Me quejo, tirándole un cojín que logra esquivar.
—Bueno... —se queja con un suspiro, terminando su botellín de un solo
trago—, si tengo que pasar la noche contigo, por lo menos me embriagare.
Y eso hacemos.
Verán, les voy a confesar algo y tengan presente que deben tener esto en
mente de aquí a lo que quede de historia, ¿si?
Dante es como el gemelo malvado, el diablillo.
¿Vieron que siempre está el angelito? Pues ese es definitivamente
Isabella, Dante siempre te llevara por el camino del pecado y del mal.
Una vez dicho esto..., continuemos:
La carcajada es estruendosa y ya estoy un poco mareada, pero es que
Dante es la hostia.
Lleva puesta una camisa de color lila floreada abierta, unos pantalones de
cuero blanco ajustados a sus largas piernas, unos zapatos brillantes de color
negro y una cosa peluda de color rojo rodeando su cuello.
—Anda, te toca —dice, tendiéndome un vestido indecentemente corto.
—Se me verá el culo con eso —me quejo.
—Pues estamos solo nosotros aquí —dice él, rodando los ojos. —Y no
tienes nada que me guste —agrega, pero sin maldad.
—Esta bien, pero date la vuelta —murmuro en su dirección.
Rueda los ojos, pero lo hace. Comienzo a ponerme el vestido, tengo que
quitar también mi sujetador, ya que tiene la espalda descubierta, con una
caída preciosa que llega por encima de mi trasero y una cinta rodeando mi
cuello. Por delante el escote no es muy pronunciado, pero teniendo en
cuenta que casi se me ve la raya del culo..., está bien y a ver, que no lo digo
por la espalda descubierta, sino porque es demasiado, pero demasiado
corto.
Dante tiene una sonrisa increíble en el rostro cuando se gira a mirarme,
antes de comenzar a joder el vestidor de Isa, decidimos también usarle
todos sus caros maquillajes.
Joder, nos va a matar cuando vuelva.
Para no pensar en esas cosas feas, solo tomo un poco más de mi cerveza.
—Vas a moverte el labial —dice Dante, quitándome la botella de la
mano, llegando a mi lado—, y para lo que harás, no puedes estar demasiado
ebria —agrega y yo lo miro confundida. —Mírate ahí —dice, poniéndose
detrás de mi en el espejo de pie del cuarto de mi amiga.
Dante me obliga a subirme a unos zapatos negros que me hacen ganar
unos cuantos centímetros más, con cintas que lo aprisionan a mis pies
llegando hasta mis pantorrillas. Mis ojos están maquillados de un negro
difuminado, mientras que mis labios brillan de un rojo pasión y las pestañas
postizas me hacen lucir una mirada matadora. El vestido de color rojo brilla
con pequeños destellos por la luz de la habitación.
—Imagina lo que pensara cuando te vea llegar —murmura Dante,
quitando el broche de mi cabello, esté cayendo en pesadas ondas a mis
costados. —¿Tu crees que sería capaz de dejarte pasar? ¿De no elegirte?
—¿De qué estás hablando? —Pregunto, aunque algo me imagino.
—¿En verdad dejaras ganar a esa remilgada? —Dice él y si pudieran
verlo, la perversidad brillando en sus ojos. Es el mal en persona, les digo.
—¿En verdad no pelearas por él? —Agrega, negando con la cabeza.
—No me quiere ahí —digo, mirando mi reflejo en el espejo. —Ya lo dejó
claro, Dante.
—¿Y tú harás caso? —Dice él. —Las grandes mujeres tienden a escribir
su propio destino, ¿cómo es que tu no lo haces? ¿Cómo es que no te abres
paso ante todos ellos?
—No creo que sea una buena idea —murmuro, aunque no muy
convencida.
—¿Y desde cuando nosotros tenemos buenas ideas? —Dice, con una
sonrisa enormemente maliciosa. —Minerva, ¿sabes que hora es? —
Pregunta.
—¿Cuál?
—Es hora de que comience el show —susurra en mi oído.
Y yo, por Dios bendito, yo..., le devuelvo la sonrisa.

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BUENAS BUENAS
MIS AMORES
AQUÍ ESTOY YO, TRAYENDO LO QUE PROMETÍ
¿ESTAN LISTXS PARA EL DESMADRE? PORQUE ESO ES LO
QUE SE VIENE XD
ESTE DANTE ES UNA COSA SERIA, SIEMPRE LLEVANDO
POR EL CAMINO DEL MAL XD
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POR CIERTO, SUBÍ UNA NUEVA HISTORIA, PARA LOS
AMANTES DE LA FANTASÍA, NECESITAN LEERLA Y PARA LOS
QUE NUNCA LE DIERON LA OPORTUNIDAD, ¿QUE ESPERAN
PARA HACERLO?
LXS AMO MIS PECADORES FAVORITOS
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CON AMOR
LATIN LOVER DEBIE
CAPÍTULO VEINTINUEVE

ES DEMASIADO TARDE PARA PEDIR PERDÓN

—Mi malteada atrae a todos los chicos a la barra.


»Y ellos están como que es mejor que la tuya.
»Maldición, es mejor que la tuya.
»Puedo enseñarte, pero te tengo que cobrar.
—Dante, puedes parar por favor —me queje.
Que la cancioncita estaba comenzando a hacer estragos con mi mente, sin
contar que comenzaba a pegárseme la letra.
—Eres una aburrida —dice él y luego me mira, con los ojos brillantes. —
¿Estas lista?
—Esta es la peor idea del mundo —murmuro, como por quinta vez.
—Pues ya estamos aquí —dice él, pagándole al taxi que nos trajo hasta
aquí. —Andando.
Dante se baja con una sonrisa enorme en el rostro, arregla su camisa —
que tiene todos los botones desabrochados— y me tiende la mano, que
tomo dubitativa.
—Joder, que se me congela el chocho —digo tiritando—, no entiendo
porque no me dejaste tomar un abrigo —me quejo.
—Por que así tendrás más impacto —dice él— y la nariz rojita te queda
bien.
Niego con la cabeza mientras comenzamos a caminar, o por lo menos yo
lo intento, por que los tacos me están matando, mientras que mirando a mi
alrededor , me doy cuenta que hemos estacionado no por la entrada
principal, sino por el costado.
—Dante, ¿estás seguro de que es por aquí? —Pregunto, mientras nos
metemos en un oscuro pasillo con un olor a cloaca terrible y aunque no las
vea, puedo ver las ratas corriendo entre los contenedores de basura, sin
embargo él avanza sin titubear e importandole muy poco los roedores, hasta
que de repente se detiene.
—Lo tengo todo controlado —murmura, empujando una puerta.
—Dante, ¡¿qué haces?! —Me quejo.
—Andando —insiste, tomando mi mano y obligándome a entrar.
Nos metemos de lleno en la cocina, donde todo es un caos, el olor a
comida llena mis fosas nasales, mientras que el cocinero grita órdenes y
esto no hace más que recordarme mi tiempo en el que trabajaba con Pierce,
a pesar de que amo trabajar en la cafetería, no puedo evitar la pizca de
anhelo que surge en lo más profundo de mi ser.
—Isabella vendrá por nosotros enseguida —dice él.
—¿¡Le dijiste!? —Siseo en su dirección.
—Por supuesto que le dije, ¿cómo crees que nos colaremos?
—Joder, que va a matarnos —murmuro, nerviosa.
—Tendrías que haber leído los ingeniosos insultos que me mando al
teléfono —dice él, divertido.
—Dante, que esta es la peor de las ideas.
—Deja de ser aburrida —murmura él.
—Tu idea de diversión es bastante retorcida —me quejo. —De todas
maneras, ¿por qué estás aquí? —Pregunto.
—Tengo alguien a quien ver —dice él, encogiéndose de hombros.
—¿A quien?
—La familia, por supuesto, ha pasado un tiempo desde la última vez.
Ah joder, esto se irá al carajo en cuestión de nada.
Mierda.
Los nervios están haciendo estragos en mi estómago y los temblores no
dejan de sacudir el cuerpo, a pesar del calor de la cocina.
—Ya está aquí —dice él, abriendo una de las puertas de los laterales para
que pase primero.
Y no por caballero, sino porque el primero que pase será quien choque de
frente con una Isabella por demás cabreada.
Cobarde.
—¿Qué, en el infierno, están haciendo ustedes dos aquí? —Pregunta
Isabella, roja por la furia.
—Todo tiene una explicación muy explicativa —digo, con mis manos en
señal de paz.
—Bebimos de más, saqueamos tu maquillaje, jodimos un poco con tu
armario y decidimos pasar a decir «hola».
Ay no.
—¡Dante! —Me quejo en su dirección.
De todas maneras me quedo bastante quietecita cuando los ojos de él
siguen clavados en los de Isabella y por más que sonríe, sé que hay algo
detrás, porque su sonrisa es fría y un poco terrorífica.
—No hagas esto —murmura mi amiga en su dirección.
Bueno, contexto por favor.
—¿Qué no haga que? —Pregunta él y acto seguido se acerca a Isabella,
dejando un beso en su mejilla, mientras se adentra al salón sin mirar atrás,
ganándose la mirada de todos a su alrededor.
—Joder —dice ella, frotando sus ojos.
—¿Qué pasa entre ustedes dos? —Pregunto, curiosa.
Ella clava sus ojos molestos en los míos.
Bueno, parece que también sigue enojada.
—No te creas que te salvas de lo que viene —dice.
—Fue idea de Dante —me defiendo.
—A lo que tu accediste, cuando solo te uso para tener una excusa para
venir —responde ella, malhumorada.
—¿Y eso? —Pregunto.
—Solo quiere joder las cosas con mi tío —suspira ella, mirando a su
alrededor.
De todas maneras vuelve a clavar sus ojos en los míos, repasando como
llevo toda su vestimenta encima.
—Siquiera recordaba este vestido —dice, negando con la cabeza—, pero
no te perdonaré los zapatos —agrega.
Sonrió, un tanto incómoda, mientras todo dentro de mi grita que
desaparezca de aquí.
—¿Estas lista? —Pregunta de repente, tomando mi mano.
—¿Para qué, exactamente? —Pregunto, viendo como algunas personas
nos observan curiosos.
—Primero que nada, para ganar todas las miradas del salón, porque
créeme querida, no estás vestida de manera muy sutil que digamos —dice y
mis mejillas se encienden. —Segundo... —sigue ella, enderezando su
espalda y levantando el mentón, yo intento imitarla—, para poner algunas
personas de muy mal humor.
Acto seguido frena a uno de los camareros, tomando dos copas de
champagne, tendiéndome una a mi.
—Toma esto, sin respirar y de tirón, que vas a necesitarlo.
Lo hago y ella también.
—¿Y la tercera? —Pregunto, el ardor del líquido quemando mi garganta.
—La tercera —murmura, negando con la cabeza—, la tercera será que
Dean se arrepienta por haberte dejado ir.
Y tomadas de la mano, Isabella me obliga a avanzar, haciendo que
indudablemente, todo lo que dijo que pasaría, pase.
La caminata que hacemos es en verdad incómoda, pero no bajo la cabeza,
no miro a nadie y voy cantando la misma canción que Dante venía cantando
en el taxi, porque déjame que te cuente un secretito, cuando cantas este tipo
de canciones a medida que caminas, puedes hasta fingir que estás haciendo
una entrada triunfal, por más que los pies medio se te doblen por los zapatos
altos.
—Mi malteada atrae a todos los chicos a la barra.
»Y ellos están como que es mejor que la tuya.
»Maldición, es mejor que la tuya.
»Puedo enseñarte, pero te tengo que cobrar.
—Minerva, ¿qué carajos? —Murmura mi amiga.
—Lo siento —digo rápidamente.
Sigo caminando en línea recta, sin siquiera mirar a mis costados, sin
siquiera buscar a Dean, de todas formas me doy cuenta de que hay
muchísima gente en la fiesta, por lo que seguramente pase desapercibida.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Dice una voz de repente.
Bueno, tal vez no pase tan desapercibida.
—Hola, Voldy —digo, girándome para saludarlo con una sonrisa enorme.
Pero es que verán, estoy muy nerviosa, pero ya estoy aquí y no se como
esperan que actúe, pero les prometo que no será apenada o avergonzada, por
más que así sea cómo me sienta ahora mismo.
Pierce pasea su mirada por todo mi cuerpo, sus clavándose unos cuantos
segundos más en mis piernas, para luego volver a mi rostro, el cual mira
fijamente.
Su mandíbula se aprieta, como si quisiera decir algo, de todas maneras no
lo dice, sino que asiente, cierra los ojos unos cuantos segundos y dice: —No
tendrías que haber venido.
—No me digas —murmuro con ironía.
—Minerva... —sisea.
—No se pongan a pelear ahora —murmura Isabella, paseando su mirada
por todo el salón, hasta que de repente abre sus ojos alarmada. —Joder,
Dante está caminando donde están mis padres —dice, para acto seguido,
clavar sus ojos en Pierce. —Por lo que más quieras, no la dejes sola.
La miro con mala cara, de todas maneras no llego a decir nada porque ha
salido disparada en dirección a quien sabe donde.
Y de repente me encuentro sola con Voldemort.
Genial.
—Interesante vestido —murmura.
—¿A que si? —Digo, con falsa modestia. —Y eso que no viste la parte
de atrás —agrego y solo para molestar, doy una vuelta lenta.
—Joder, Minerva —dice, cerrando los ojos exasperado.
—¿Qué? —Pregunto con fingida inocencia.
Pierce clava sus ojos en los míos, niega con la cabeza y murmura: —
Estás como una cabra.
—Un poco si —digo.
Pero es que creo que todavía sigo un poco borracha.
—¿Bebiste? —Pregunta, como si hubiera adivinado mis pensamientos.
—Un poco si —respondo, intentando bromear.
—¿Comiste algo antes?
—Me muero por una hamburguesa, ¿crees que habrá aquí?
—De seguro que no hay hamburguesas —niega con la cabeza. —
Andando, veamos que podemos conseguir.
Pierce pone su palma en mi espalda baja y el contacto de esta hace que la
piel se me erice, cosa que él por supuesto nota.
—¿Tienes frío? ¿No trajiste un abrigo?
—Dante dijo que venir así daría más impacto.
—Dante está más loco que tu.
—Me hubieras avisado antes —murmuro por lo bajo y él me lanza una
mirada asesina.
Pierce se abre paso por entre el tumulto de gente, siquiera deteniéndose
cuando alguien quiere detenerlo para hablar con él y es algo que me
sorprende, porque a decir verdad, pareciera que odia estar aquí y que solo lo
hace por su mejor amigo, al cual todavía no he visto.
Gracias a Dios por eso.
La gente nos observa, por supuesto, que parezco una escort con este
vestido, de todas maneras mantengo la cabeza alta, sin amedrentarme,
sonriendo a quienes me lanzan miradas desaprobatorias, porque...,
¿sinceramente? Ya todo me vale.
Llegamos a una mesa llena de aperitivos y cuando mi mano se estira para
tomar uno, Pierce me toma de la muñeca, evitando que agarre nada.
—Eso no te va a gustar —dice Pierce, mi mano se extiende para agarrar
otra cosa. Me vuelve a detener. —Eso tampoco —dice, pero ahora luce un
poco divertido. Ruedo los ojos, voy a agarrar otra cosa que luce deliciosa.
—Eso es caracol.
—¿Estás tratando de que no coma nada? —Pregunto, molesta.
—No, es que te conozco y de seguro me lo escupes en la camisa.
Ahí tiene razón.
—Pues pásame una servilleta y si no me gusta, lo escupo ahí —respondo.
—Vale, pero déjame que elija yo por ti —murmura.
—Está bien, pero no me des bolas de mono, por favor.
A Pierce se le escapa una carcajada cuando digo aquello y yo no puedo
evitar contagiarme un poco de su risa.
—Prometo no darte bolas de mono —dice, negando con la cabeza.
Pierce toma un pequeño plato y pone una cosa medio babosa y blancuzca
en una cuchara, acercándolo a mi. Lo tomo, medio dudosa, pero yo lo
pensé, tú lo pensaste...
—Pierce, esto parece semen de toro —me quejo, negando con la cabeza.
Pierce vuelve a reírse a mi costa.
—Pero que dices —se queja, negando con la cabeza. —Anda, pruébalo,
verás que te gusta.
—¿Cómo sabes que me va a gustar?
—Por que te conozco —repite con mucha seguridad.
Mis ojos se clavan en los suyos, de todas maneras aparto la mirada y me
meto la cuchara en la boca sin dudar.
Ah joder..., esta..., bueno, está bien, es dulce.
—Estaba bien —murmuro, sintiendo el extraño gusto en mi boca.
—¿Solo bien?
—Si, la textura era medio rara —respondo y siento las mejillas
encenderse. —Si sabes lo que quiero decir.
Pierce tiene una sonrisa pecaminosa en el rostro, por lo que asintiendo,
dice: —Imagino lo que quieres decir —y luego toma una pequeña porción
para él, saboreándola en su boca, antes de murmurar: —Dulce.
Estúpido Pierce.
—A ver este —dice, tendiéndome una bola pequeña medio marrón que
parece tener pelos.
Tiene los labios apretados entre sí, intentando por todos los medios
contener la risa.
—Anda, que estos si parecen bolas de mono —me quejo y la gente
murmura medio ofendida a mi alrededor. —Lo siento —me apresuro a
murmurar.
Pierce no deja de reírse, por supuesto, mientras me tiende una copa de
vino blanco.
Mantenerse sobria nunca fue una opción.
—A ver, dame eso —digo, tomando la cuchara, de todas maneras cuando
abro la boca para comerlo, una odiosa voz nos interrumpe.
—Hola Pierce —mis ojos se clavan demasiado lentamente en los de
Layla, que tiene una sonrisa seductora en su bonito rostro mientras observa
a Pierce con los ojos cargados de deseo. —No sabía que habías vuelto —
dice, terminando de acercarse—, ¿cómo te fue? —Pregunta al final, su
mano cerrándose en torno a su antebrazo.
—Bastante placentero, debo admitir —murmura él y sus ojos lucen
molestos por la interrupción.
Creo que con eso que dijo dio justo en el clavo, porque la cara de Layla
medio se tensa y debo admitir, muy a mi pesar, que la mía un poco también,
porque por más que sabía que había ido a ver a Alyssa, no dejo de sentirme
traicionada por cómo las cosas se dieron y Pierce, como si se hubiera dado
cuenta recien ahora, clava los ojos en mi, de todas formas no le devuelvo la
mirada.
Bueno, la noche parece que sólo empeorará.
—Oh, mírate —murmura Layla, esta vez en mi dirección cuando ve toda
la atención de Pierce en mi—, luces... —murmura, recorriendo mi cuerpo
con la mirada—, diferente.
Sonrió un poco tensa, pues porque tengo la lengua un poco suelta y esto
puede terminar súper mal.
En respuesta simplemente levanto mi copa en un falso brindis, tomando
un largo sorbo luego.
—¿Cómo te ha ido? —Pregunta.
Inserte aquí un: «Y la perra seguía y seguía»
—Cansada de ser tan feliz —respondo, porque un poco es verdad, hasta
hace unas semanas mi vida iba de pelos.
—Puedo ver eso —responde con ironía. —No te vi más por la Troufe,
¿acaso no trabajas más allí? —Pregunta con malicia.
Agárrenme que me voy a madrazos.
—Layla... —comienza diciendo Pierce, de todas maneras lo interrumpo.
—Si, la verdad es que tirarme al jefe se estaba volviendo incómodo para
la relación laboral, decidí ir a por otros lados —agrego. —Las cosas se
estaban poniendo un poco serias, ¿si sabes? Sin contar que mi última noche
allí, ayude a alguien a higienizarse un poco —respondo con sarcasmo, ella,
por supuesto, ignora lo último.
—¿Por otros lados te refieres a quien anuncia su compromiso hoy? Veo
que las cosas te han ido para mejor.
Bueno, un puñetazo en la teta dolía menos.
Antes de que pueda responder nada, Pierce medio se pone delante de mí.
—¿Qué quieres? —Murmura.
—Necesito hablar contigo —dice ella, su voz toda melosa ahora. —Es
importante.
Pierce, para mi total sorpresa, asiente.
Pónganme Traitor de Olivia Rodrigo.
—Ahora vengo, no te muevas de aquí —dice en mi dirección a lo cual
respondo con una sonrisa falsa, imitando lo que acaba de decirme por lo
bajo, cosa que lo hace entrecerrar la mirada, de todas maneras camina
detrás de Layla, como el maldito perro sarnoso que es.
Ahora estoy de más mal humor, porque por un momento, estando con
Pierce, había olvidado que me encuentro en el compromiso de Dean.
Joder.
Por cierto, ¿dónde estará?
Sin siquiera pensar en lo que estoy haciendo, cierro los ojos y me meto la
cuchara con bolas de mono que aún sostengo en la mano.
Error.
Maldito y gigante error.
Si saben como bolas de mono.
Joder.
Comienzo a tener una arcada, de todas maneras las contengo cuando
siento a alguien en mi espalda, me giro lentamente, encontrándome con
alguien que no pensé volver a ver nunca.
—Mira nada más quién está aquí —murmura Nethan.
¿Si lo recuerdan? ¿Ese que me habló todo raro y que luego dijo cosas aún
más raras en nuestro baile?
Capítulo quince por si no lo recuerdan.
Sonrió con los labios apretados, pero es que estoy a punto de vomitar.
—Te ves... —murmura, pasando su fría mirada por todo mi cuerpo—,
despampanante.
¿Estará bien si le escupo las bolas de mono en su camisa blanca?
No se hagan, todos sabíamos que de una forma u otra, esto saldría muy
mal.
Respiro profundo, pues porque está esperando una respuesta mientras
remuevo la comida en mi boca, intentando tragarla sin respirar. El gusto es
demasiado fuerte, demasiado amargo, nada que ver con el semen de toro.
—Minerva, ¿verdad? —Pregunta y asiento, pero no hablo, no puedo.
Me mira con el ceño fruncido y yo he comenzado a sudar a gota gorda,
pero es que en la vida hay que tomar decisiones importantes y yo estoy a
punto de hacer la más importante de todas.
Trago.
Voy a vomitar.
Devuelvo el vómito para dentro.
Termino la copa que tengo en la mano de un sorbo, tratando de quitar el
sabor de mi boca.
No funciona.
Le robo la copa a Nethan, que me mira sorprendido.
—Carajo —digo con un suspiro y el estómago revuelto. —Nunca en tu
vida comas esas bolas de mono —digo en voz alta.
—Pero si son exquisitas —dice Nethan, tomando una de las cucharas y
comiéndose una como si nada.
¿Ven porque me cae mal?
Niego con la cabeza, tomando otra copa, creo que esta vez es
champagne, dando un sorbo un poco más medido.
—Asique... —comienza diciendo Nethan, acercándose un paso más
donde me encuentro—, la última vez que te vi, te llevaban lejos mío como
si le pertenecieras a Ross.
—Y ahora estoy en su compromiso —digo con ironía antes de que él
pueda decir nada—, ya ves como son las cosas, las vueltas de la vida —
agrego con sarcasmo, pero es que el alcohol me ha soltado la lengua.
Y la comida también, para que negarlo.
—Podríamos hacer algo para molestarlo, ¿no crees? —Pregunta de
repente.
—¿Qué tenemos? ¿Cinco años? —Pregunto, pero es que no se porque
este hombre saca lo peor de mi.
—La que vino vestida como una puta eres tú —dice él, con un
encogimiento de hombros y la voz lo suficientemente alta para que la gente
cerca nuestro escuche. —Supongo que también querías llamar un poco la
atención, no lo niegues.
Me quedo unos cuantos segundos en silencio, no porque sus palabras me
hayan dolido, sino porque estoy cansada, cansada de él, cansada de Dean,
cansada de Pierce y cansada de todo el puto sexo masculino.
—¿Sabes que? —Pregunto y me acerco un paso, cosa que malinterpreta
un poco, ya que sonríe ególatra, como si me tuviera. —Estoy cansada de los
gilipollas como tú —y también lo digo un poco fuerte y su sonrisa se borra
de repente. —Estoy cansada de que por el puto vestido que traigo puesto,
todos estos pijos se sientan superiores a mi..., ¿pues te cuento un secretito?
No lo son —aclaro, ahora estoy tan cerca de él que veo unas motitas
doradas en sus ojos. —Estoy cansada de que venga un idiota como tú a
sentirse superior a mi, que por tener un par de miles en el banco, seguro
heredado de tus papis, creas que puedes meterte en mis bragas e insultarme
—ahora mi dedo golpea su pecho—, estoy cansada de la gente que se cree
que puede pisotearme y humillarme, jodidamente cansada.
Y después me separó, termino de un sorbo mi champagne sin apartar la
mirada, para causar un poco más de efecto y después camino lejos.
Nethan no me dice nada más.
Gracias a Dios, porque estoy que me meo en mis bragas.
La gente, como si percibiera mi furia, se abre paso para dejarme pasar,
mientras yo me pregunto dónde demonios está el baño, que necesito
meterme en un cubículo a llorar, mandarle un mensaje a Isabella para que
me acompañe a la salida y volver con mis gatos, que ellos me quieren a
pesar de todo..., bueno, menos Pimienta, que suele juzgar un poco a veces,
pero así es él.
De todas maneras parece que la vida tiene otros planes para mi, porque
cuando quiero darme cuenta, estoy a no más de cinco pasos de Dean.
Ay no.
Retirada Minera, retirada.
Pero es que no puedo y si lo vieran, luce tan lindo, de ensueño y duele,
¿pero saben porque duele? Porque está sonriendo y no, no de la manera que
sonreía conmigo, sino que sonríe por compromiso, sin que llegue a sus ojos
y puedo divisar la tristeza en todo su semblante.
Y yo me quedo de piedra un poco, porque no puedo evitar sentirme mal,
no solo por mi, sino también por él.
Cuando me estoy convenciendo a mi misma para hacer mi camino a la
salida, para darme vuelta, como si sintiera mi mirada, los ojos de Dean se
clavan en los míos y joder..., no puedo siquiera poner en palabras las
sensaciones que me recorren el cuerpo entero con el peso de esta.
Trago saliva con dificultad mientras me digo a mi misma que tengo que
salir de aquí, pero siento que algo tira de mi hacia donde se encuentra, pero
que no puede ser, tal vez en otra vida, tal vez...
Su prometida parece preguntarle algo, pero Dean no responde, no puede,
solo tiene ojos para mi, es por eso que ella sigue su mirada hasta dar
conmigo. Tengo que irme, tengo que desaparecer, tengo que..., ah joder, ella
enreda su brazo en el de él y comienzan a caminar hacia aquí.
Miro a mi alrededor, los ojos de Isabella se abren, de todas maneras habla
con alguien, intenta deshacerse de la conversación pero no parece poder.
Alguien con los ojos igual de azules que los de ella la mira con frialdad
cuando quiere irse, ese debe ser su padre.
Me digo que debo ser una chica grande y enfrentar mis mierdas, porque
ahora Dean y su prometida están frente mío, él primero mirándome con
incredulidad y la segunda con una sonrisa ganadora.
—Hola —digo con la voz ahogada y siento regurgitar las bolas de mono.
—No sabía que vendrías —dice Rebecca, con voz cantarina. —¿Tu la
invitaste, amor? —Pregunta en dirección a Dean.
Él no responde, sino que no hace más que mirarme fijamente.
—Yo vine..., hum, por accidente —suelto.
—¿A si? ¿Y como lograste entrar? —Pregunta ella. —Estaba segura que
la seguridad de aquí sería excelente.
No respondo a sus palabras y su claro insulto, pero solo porque es Dean
quien habla.
—¿Por qué? —Eso es todo lo que pregunta.
«¿Por qué, Dean? Por que me dueles, porque pensé que viéndote hacer
esto me ayudaría a superarte, aunque ahora creo que es una mala idea»
—¿Qué quieres decir? —Pregunta Rebecca, de todas maneras él pasa de
ella como si no estuviera.
—¿Por qué? —Repite.
«Por que necesitaba verlo con mis propios ojos, necesitaba que me mires
con la frialdad que lo haces ahora, necesitaba sentir este dolor»
—¿Minerva? —Dice de repente una voz y mis ojos se clavan en el padre
de Dean.
—Hola, señor Ross —digo en su dirección, apretando su mano a modo
de saludo.
No me pasa por alto la manera en la que mira mi sugerente vestido, de
todas maneras, gracias a Dios, se ahorra los comentarios.
No es así con Katerina.
—Qué elección tan particular de vestimenta —dice ella y por el brillo en
sus ojos, creo que tiene un par de copas encima.
Dean seguía mirándome fijamente, sin poder articular palabra y yo de
repente no supe qué hacer, no supe qué hacer cuando vi que Pierce se
acercaba para alejarme de aquí, que Isabella me miraba de reojo mientras
discutía con Dante, pero entendí que si alguno de los dos llegaba hasta mi,
ya no podría decirle a Dean todo lo que me quedaba por decirle.
—¿Bailarías conmigo? —La pregunta, por supuesto, salió sin mi
permiso, tomándonos a todos por sorpresa y en verdad disculpen si esto les
parece una idiotez, pero yo necesitaba hacer esto, necesitaba este momento.
Nadie dijo nada, Dean seguía mirándome con frialdad, Rebecca me
miraba sorprendida, Katerina se terminaba su copa de un sorbo y el padre
de Dean miraba a su alrededor un poco preocupado.
Verán, había visto alguna vez en TikTok un post en el que decían: «Crecer
es saber que nunca bailarás Apologize con el amor de tu vida»
Si bueno, mira como lo hago.
En realidad estaba muy segura de que la canción que sonaba no era esa,
por que en esta fiesta de pijos estoy segura de que no se permitiría algo así,
de todas maneras, soñar no cuesta nada, ¿verdad?
La cosa es que recordando esa noche con el tiempo, no puedo evitar
pensar en él, en Dean y en todo lo que sentí. Y por más que me duela un
mundo decirlo, apologize era la canción que sonaría en mi mente por el
resto de mi vida cada vez que recordara ese momento.
—Baila conmigo —repetí al ver que Dean no me contestaba. Solo estaba
allí, parado con su traje de color negro, la camisa blanca y la corbata roja.
Se veía precioso y era mío, o por lo menos lo había sido en algún momento,
por más fugaz que haya sido. —Por favor —susurre, con la voz un poco
rota.
Su mirada, como ya les había dicho alguna vez, era muy expresiva,
demasiado. Podía leerlo sin siquiera proponérmelo, ya no era ese chico frío
de hace unos momentos atrás, volvía a ser Dean, mi Dean, mi niño bonito.
Su mano, cálida, se cerró en torno a la mía y si no suspire de alivio era
por que me sentía lo suficientemente humillada como para no querer
humillarme más, mientras hacíamos nuestro camino a la pista de baile unos
cuantos pasos más lejos.
Pero déjenme que les cuente un secreto, a veces el amor nos hace actuar
de esta manera, no está bien ni está mal. Si, a veces el amor no es
suficiente, pero nos pasamos toda la vida buscándolo, porque no existe
mejor dicha que la de amar y ser amado. Entonces, si haces locuras por
amor, si te humillas por amor, no lo pienses demasiado, porque amar es solo
para los valientes.
Su perfume dulce me envuelve y cierro los ojos, los cierro con fuerza
mientras me esfuerzo por no romper a llorar.
Por que lo amo, joder, lo amo.
Y me está rompiendo el corazón.
Su mano está en mi cintura y debido a este bendito vestido que decidí
usar, su piel entra en contacto con la mía y a mi se me remueve todo dentro,
pero ¡hey! No en plan excitación como están pensando, porque no es así.
Remueve todo dentro mío de una manera que te remueve todo la persona
que amas, porque a veces un toque de esa persona te eleva como si fuese un
pico de adrenalina.
Dean era como un chute de éxtasis para mi.
Nuestros cuerpos están cerca ahora, tan malditamente cerca, pero se
siente tan bien, tan natural, estos somos nosotros.
¿Por qué tendría que terminar? Maldita sea.
Comenzamos a movernos a lo largo de la pista y todo el puto mundo
desaparece, solo somos nosotros y quiero que este momento sea eterno,
quiero que nunca termine.
«¿Por qué tiene que terminar, Dean?»
«¿Podemos hacer de este momento eterno?»
Mi mejilla roza con su mejilla en una caricia secreta, su mano se presiona
en mi cintura, acercándome más, la otra presiona mi mano, como si tratara
de decirme algo.
«¿Qué quieres decirme, Dean?»
«Estaremos bien, ¿verdad?»
Quiero mirarlo a los ojos, en verdad quiero, pero tengo tanto miedo,
porque aquí no hay un punto intermedio, no, aquí las cosas o salen muy
bien o muy mal. Y si salen mal..., si salen mal no se si seré capaz de
recuperarme, no sé si estoy lista para perderlo.
¿Y saben que? Si tengo que ser sincera, no me arrepiento de haber hecho
lo que hice esta noche, si, tal vez fue un error, tal vez me cueste
recuperarme de la humillación, pero, ¿y que? Estoy luchando por el hombre
que amo, vine aquí para intentar recuperarlo, ¿acaso eso me hace una
idiota? Bien, seré la idiota más grande del mundo, ¿pero saben que? Nunca
podrán decirme que no lo intente.
Nunca podrán decirme que no luche por lo que quería, que no corrí detrás
de la persona que amaba y joder, estoy segura de que él me ama, estoy
segura de que una vez que lo mire a los ojos, se dará cuenta de que soy el
amor de su vida.
Respiro hondo, intentando grabar su perfume en lo más profundo de mi
alma en el caso de que las cosas no salgan bien, antes de ladear mi cuerpo
hacia atrás para poder mirarlo, porque el momento es ahora y toca ser
valiente, toca enfrentarme a lo que sea que tenga que enfrentarme.
¿Y saben que? Si las cosas salen mal, me recuperaré, porque eso es lo
que yo siempre hago.
Dean me mira de esa manera que logra desarmarme, ¿es que no ve lo que
me hace? Por favor Dean, si vas a romperme el corazón, no me mires como
si fuera lo más lindo que viste en tu vida.
—Estas hermosa —susurra, para que sea la única que pueda escucharlo.
—Tu luces como un muñeco de torta —respondo, porque es la maldita
verdad.
—Ojala las cosas fueran diferentes, Mine —dice, con la voz un poco
ronca, mirándome fijamente a los ojos, como si quisiera que entendiera sus
próximas palabras. Pero el problema es que no se si quiero escucharlo, no
se si estoy lista para perderlo.
—Por favor... —susurro, cerrando los ojos.
—Ojalá nunca hubiera hecho toda la mierda que hice, pero soy un
hombre egoísta, Minerva —dice él y me tengo que obligar a abrir los ojos
de nuevo, necesito mirarlo a la cara cuando me rompa el puto corazón. —
No puedo decir que me arrepiento o que no lo volvería a hacer, porque es
una mentira, porque recuerdo cada beso que te di, cada sonrisa que logré
sacarte, revivo a diario la manera en la que me miras, tal como lo estás
haciendo ahora.
—Dean... —suplico, negando con la cabeza.
—Y sé que no hay excusa para todas las mierdas que te he dicho los
últimos días, toda la mierda que he hecho, pero créeme que fuiste la mejor
decisión que tomé en mi vida.
—No puedes decirme esas cosas cuando estás a punto de romperme el
alma y el corazón en mil pedazos, Dean —digo y ya no puedo detener las
emociones.
Me duele tanto el corazón.
—No digas eso, cariño —dice, cerrando los ojos y apoyando su frente en
la mía.
Pero yo no puedo dejar de mirarlo, no, necesito grabarme su rostro en la
retina, así como también necesito grabarme en la cabeza que este Dean una
vez fue mío.
—Cariño... —repite y ahora está abrazándome fuerte, sus brazos rodean
mi cuerpo entero.
¿Entienden lo que quiero decir? Él no ama a su prometida, él me ama a
mi, entonces, ¿por qué no cancela toda esta locura?
—¿Por qué no estás luchando por nosotros?
La misma pregunta sale sin mi permiso, en verdad quiero detenerla, pero
supongo que estoy cansada de dar tanto de mi misma y no recibir nada a
cambio. Estoy tan malditamente cansada de dar lo mejor de mi para que las
personas que menos espero me pisoteen como si no valiera nada.
—Yo... —dice él, luciendo contrariado. —No puedo, cariño.
—¿No puedes o no quieres? —Pregunto, porque necesito que me diga la
verdad a la cara de una vez por todas.
—No puedo —dice, esta vez más firme. —Y no quiero —agrega, como
si no me hubiera roto en mil pedazos con sus palabras anteriores y verán,
que yo en ese momento no me di cuenta, o en realidad no quise verlo, pero
había muchas cosas que Dean no me estaba diciendo y que sabríamos con el
tiempo, había mucho más en el presente de él y en mi pasado que nos unían,
pero en el cual él había decidido mantenerme al margen, por protegerme,
por amor, pero sepan algo de Dean, él era esa clase de persona que
quemaría el mundo por los que quería y estaba dispuesto a sacrificar su
futuro por ello, por mi.
¿Por qué? Pues eso lo sabremos con el tiempo también.
Detenemos nuestro baile, por supuesto, apologize sigue sonando en mi
cabeza, a todo volumen y me duele, me duele toda la verdad en esa canción.
—Entonces... —susurro, mirando al suelo, porque de repente toda esa
valentía de hace unos momentos ha desaparecido. —Entonces será mejor
que me vaya, no tengo nada que hacer aquí —agrego.
Y necesito irme, en verdad, porque estoy a nada de largarme a llorar.
De todas maneras cuando quiero deshacerme de su agarre, Dean me
presiona con fuerza.
«Anda Dean, no me lo pongas más difícil por favor»
—Dean —advierto.
—Mírame —murmura, pero no lo hago, no puedo, voy a romperme
frente suyo y no puedo soportarlo, no puedo dejar que todos ellos vean lo
mucho que me duele todo. —Mírame, bebé —insiste.
Sorbo por la nariz, supongo que mi cuerpo me concede no gotear por los
ojos, pero si por la nariz.
—No sabes cuanto lo siento —murmura, pero sigo sin mirarlo, no puedo.
Me duele, me quema, me lastima.
Perdón por lo anterior, tenía que decirlo, je..., ahora si, sigamos llorando.
Sus manos, suaves, acunan mis mejillas para que levante el rostro y
pueda mirarlo a los ojos, esos ojitos color medio verde medios miel que me
desarman.
«Dean, Dean, Dean, de todos los hombres en el mundo, ¿por qué
tenía que enamorarme de ti?»
—Siento mucho todo esto, siento mucho no haber manejado bien las
cosas este último tiempo, pero... —cierra los ojos unos instantes, mirando a
su alrededor y es que si, no es para menos, todo el mundo está mirándolos.
Vamos, que se casa y no conmigo, es obvio que llamamos la atención.
—¿Pero...?
—Pero lo nuestro no puede ser —dice al final.
Niego con la cabeza, comenzando a cabrearme y decepcionarme por
partes iguales.
—¿No puede ser? —Digo, bufando con incredulidad. —Me amas,
demonios —digo, intentando desprenderme de su agarre, pero no me deja.
—Lo hago —dice al final y yo me quedo allí quietita, porque me
sorprende que lo haya admitido. —Te amo.
Mis manos, sin poder evitarlo, se cierran en torno a sus muñecas,
apretando, necesitando saber que todavía está aquí conmigo.
—Entonces... —murmuro y prepárense porque estoy a punto de decir una
de las mías. —Entonces escapémonos de aquí —suelto y debo admitir que
lo dije con un poco más del dramatismo necesario.
Dean frunce el ceño un poco confundido, supongo que también un poco
sorprendido por lo que acabo de largar pero yo, yo de repente estoy
ilusionada, imaginando final feliz de película romántica.
—Larguémonos de aquí, juntos, dejemos todo esto atrás —repito, con
una sonrisa ilusionada. —Por favor Dean, larguémonos de aquí...
Ah joder, que dura es la caída cuando se vuela tan alto, pero les puedo
asegurar que el golpe de realidad duele incluso más.
Porque si, por más que yo quisiera estar en un puto cuento de hadas,
donde el príncipe azul me elije a mi, la realidad era otra y por más que
doliera como el infierno, tenía que aceptarlo.
—No podemos —murmuró él, su voz llena de dolor. —No puedo hacer
eso, cariño, no lo haré.
La sonrisa, por supuesto, se me borró poco a poco y la piel se me heló,
porque de repente me sentí tan expuesta, sentí que me había abierto de par
en par —y no, no me refiero a ese modo del que estás pensando, que
también—. Sentí que había dado todo de mi para que al final..., para que al
final no me eligieran.
¿Y quieren saber qué fue lo que más dolió? Que le pedí que no me
lastimara y si, lo sé, así no es como funcionan las cosas, pero esto se podría
haber evitado, él podría haberse mantenido simplemente como mi amigo,
pero no, tuvo que enamorarme, tuvo que jurarme que yo sería la única, que
desde que yo había llegado, él había vuelto a sonreír.
Mierda, pura mierda.
«Y tú Minerva, tú lo creíste todo, como siempre»
—Entiendo... —digo, asintiendo.
Y ahora si doy un paso hacia atrás y ahora si sus manos por fin me dejan
ir.
¿Qué demonios es este entumecimiento?
Porque déjame decirte que no siento nada, pero nada. Simplemente vacío.
¿Esto es lo que pasa cuando te rompen el corazón muchas veces?
¿Así es como se siente?
Pues déjenme decirles que no quiero más de esto, ¿cuántos desamores se
supone que debo superar? ¿Cuándo se supone que por fin seré feliz?
—Te deseo un lindo compromiso, Dean, en verdad —digo en su
dirección, dando un paso hacia atrás.
Y otro.
Y otro.
—Minerva... —murmura él, sin dejar de mirarme a mi.
Me di cuenta con el tiempo que Dean siempre estaba mirándome.
—Y realmente espero que seas feliz —agrego con completa sinceridad,
con la voz rota y los ojos llenos de lágrimas, porque si, estoy enojada, pero
también duele. —Muy feliz, porque a pesar de todo... —respiro hondo, otro
paso hacia atrás. —A pesar de todo eres una buena persona —y eso no hay
nadie que pueda quitármelo de la cabeza.
Dean es una buena persona.
Tengo una sonrisa tan triste en mi cara, lo sé, puedo sentirla.
Y me duele. Me duele mucho.
Otro paso más Minerva, otro paso más y dejas de mirarlo como una
estúpida.
—Adiós —agrego, solo porque necesito mirarlo unos cuantos segundos
más.
Un paso más y... me giro.
Ya está.
Lo dejo atrás.
Todos están mirándome, ¿es que hasta la puta banda dejó de tocar para
escuchar lo que tenía que decir? Demonios. Métanse en sus propios putos
asuntos.
Estoy prácticamente corriendo ahora, necesito con urgencia salir de aquí.
Si pudiera desaparecer, en verdad lo haría.
Borraría los últimos minutos de la triste y patética historia de Minerva
Wilson.
A pesar de que estamos casi primavera, la noche está fresca y mi cuerpo
comienza a tiritar de frío, o del dolor, vaya uno a saber.
Comienzo a caminar una vez que salgo por una de las puertas laterales,
ya que afuera está lleno de periodistas y comienzo a largar improperios por
lo bajo, doblándome los tobillos con estos tacos del infierno, trabándose con
los baches de la vereda.
—¿Algo más, Jesús? —Pregunto con sarcasmo.
Justo en el momento exacto en el que el tacón se traba y cuando estoy
preparándome mentalmente para el golpe, unos brazos me sostienen fuerte,
evitando la caída.
—Si te caes..., si te caes yo te levanto —susurraron en mi oído.
Isa, bendita seas Isa.
—Larguémonos de aquí cari, que esta gente definitivamente no nos
merece —murmura y cuando nuestros ojos se encuentran, dice: —Lo sé, no
tienes que explicármelo, lo sé.
Y así, tomadas de las manos, caminamos hacia el taxi más cercano y una
vez sentadas, dejó que las dos primeras lágrimas de la noche, caigan.

╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗


BUENAS MIS AMORES
DECIRLES QUE ESTE ES UN REGALO PARA USTEDES
PARA LOS QUE SIEMPRE APOYAN
PARA LOS QUE SIEMPRE VOTAN
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO EL CAPÍTULO
SE VIENEN COSAS INCREIBLES
SIGANME EN MIS REDES:
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SI CONOCEN PAGINAS QUE RECOMIENDEN LIBROS, SI
TIENEN GRUPOS DONDE HABLAN DE LIBROS, O PAGINAS
QUE LO HAGAN, RECOMIENDEN PECADO POR FAVOR
ME AYUDARÍA MUCHO
DESDE YA MUCHAS GRACIAS
POR AQUÍ SIEMPRE
DEBIE LATIN LOVER
CAPÍTULO TREINTA

LAS CHICAS SOLO QUIEREN DIVERTIRSE

Mis ojos se clavan en los de Isabella cuando le dice al taxista la dirección


del departamento de Pierce, es por eso que con el rostro lleno de culpa,
murmura: —Dante me dijo que esta noche no vaya a casa, lo siento.
Asiento, sin decir nada, porque a decir verdad, tampoco encuentro la
fuerza para hacerlo.
El viaje es relativamente corto e Isabella no a soltado mi mano en ningún
momento, no dijo nada ni pregunto nada, solo estuvo sumida en sus propios
pensamientos al igual que yo.
Me quito los zapatos nada más llegar a la entrada del edificio donde vive
Pierce y por ahora, también yo. Harry, quien es el que nos abre la puerta,
nos mira fijamente a Isabella y a mi mientras entramos, supongo que nota el
maquillaje corrido en mi rostro y la mirada preocupada de Isa, de todas
formas no dice nada ya que lo habitual es que me sonría cada que me ve
llegar. Saco la tarjeta de acceso una vez que subimos al ascensor y no dudo
un solo instante en apoyarme en el fondo de éste, cerrando los ojos con
fuerza mientras hacemos nuestro camino al penhouse en silencio.
Se que Isa está esperando que diga algo, pero sinceramente, estoy en una
especie de entumecimiento que me tiene aletargada. Una vez en el
departamento, tomo una botella de agua de la nevera y caminamos hacia la
habitación que supongo que compartiremos, de todas maneras la cama es lo
suficientemente amplia para las dos y esta noche, sinceramente la necesito.
Necesito que me abracen fuerte, porque siento que me estoy rompiendo
en mil pedazos y temo perder alguna parte de mi importante.
Quito el estúpido vestido de mi cabeza, importándome poco que Isabella
me vea desnuda y le tiendo una camiseta de pijama a ella también para que
duerma más cómoda.
Nos cambiamos en silencio, ninguna dice nada, sin embargo estoy a nada
de echarme a llorar, a nada. Por que la resolución de todo lo que pasó esta
noche, de la manera en que mi corazón se rompió..., Dios, siquiera puedo
explicarlo.
¿Tan poco signifique en su vida? ¿Para que me bote de esa manera?
Jesús, por un estúpido momento creí que era importante, que realmente
me quería, que esto no sería algo pasajero.
Mientras termino de ponerme los pantalones las lágrimas ya empezaron a
caer y estoy intentando por todos los medios ahogar los sollozos, porque no
quiero molestar a Isa.
—Anda Mine, ven —dice ella, interrumpiendo el silencio. —Cuéntame
en qué demonios estabas pensando para aparecer así vestida en esa fiesta.
—Ese es el problema —murmuro, sin girarme, sintiendo las lágrimas
caer sin parar mientras niego con la cabeza. —No estaba pensando, Isa —
agregó y cuando me giro, su cara hace una mueca de dolor al verme. —O
si, si estaba pensando —corrijo con un asentimiento—, estaba pensando en
él, en nosotros, en todas las putas promesas que nos habíamos hecho.
Cierro los ojos con fuerza, ahogando un sollozo, de todas maneras las
lágrimas parece que no paran de salir y será de esa forma por un rato.
—Ven aquí —murmura ella en voz baja, palmeando la cama.
—Yo solo... —digo, mi barbilla temblando. —¿Tan malo es estar
conmigo, acaso? —Pregunto, con la voz rota.
—¿Qué dices? —Pregunta ella una vez que me siento, apretando mi
mano.
—¿Por qué nunca me eligen, Isa? —Pregunto, sintiéndome tan estúpida,
tan mal. —¿Es que...? ¿Es que hay algo mal conmigo?
—No cariño, por supuesto que no hay nada de malo contigo.
—Entonces, ¿porque no me eligió? ¿Por qué nunca me eligen? ¿Por qué
nunca soy la primera opción?
Estoy llorando fuerte ahora y Isa está en silencio, simplemente
escuchándome, dejándome romperme.
—Yo solo..., soy una buena persona Isa —digo al final, palmeando mi
pecho. —Soy una buena persona, merezco cosas buenas.
—Lo eres cariño, lo eres... —susurra ella.
—Entonces, ¿por qué no me pasan cosas buenas? Estoy tan malditamente
cansada de luchar, estoy tan malditamente cansada de dar todo de mi y no
recibir nada a cambio —Isa me observa en silencio, supongo que un poco
sorprendida por mis palabras, mientras que yo poco a poco dejo salir toda la
mierda que tengo dentro, todas las inseguridades que me atormentan. —Es
solo que hay veces que simplemente quiero dejar de intentarlo, ¿entiendes?
Solo..., estoy cansada de querer que me amen, porque..., no debería querer
que me amen, ¿verdad? simplemente deberían amarme por lo que soy... —
Tomo aire, porque me está costando un poco respirar con normalidad por el
llanto. —Sé que soy un poco torpe a veces, que digo cosas sin pensar y que
en ocasiones me ilusiono más de lo que debería, pero, ¿es eso malo? Es
decir, ¿está mal lo que quiero?
—Por supuesto que no está mal, Minerva —dice Isa, acercándose un
poco para tomarme de las manos. —Y no hay nada malo contigo,
absolutamente nada.
—Yo solo..., me siento tan estúpida, tan horrible —confieso, con un
susurro ronco. —Siento que hago todo mal, me siento insuficiente,
¿entiendes? Siento que no valgo la maldita pena —las lágrimas caen más
fuerte ahora, al igual que incrementa el nudo en mi pecho. —Y..., sé que
está mal lo que voy a decir justo ahora, pero por momentos me gustaría ser
alguien diferente, alguien a quien eligieran...
Se hace un silencio tenso después de que digo eso y yo automáticamente
me avergüenzo de aquel pensamiento, pero es que si tengo que ser sincera,
es así como me siento ahora.
¿Y te cuento un secreto? A veces está bien sentirnos de esta manera, a
veces está bien simplemente ceder a la mierda que nos pasa por dentro y
dejarlo salir todo, incluso lo que nos avergüenza.
—No será siempre de este modo —susurra ella, sin dejar de mirarme
pero respetando mi llanto. Me gusta que no me pida que no llore,
malditamente necesito llorar. —No dolerá por siempre.
—Me siento tan poca cosa —confieso con un sollozo y cubriendo mi
rostro con las palmas de mis manos. —Me siento tan horrible, tan fea, tan...
—. Niego con la cabeza, mirando el techo. —Estoy en un momento en el
que quiero simplemente desaparecer, quiero borrar las últimas horas de mi
cabeza. Yo solo..., quiero dejar de ser yo por un rato.
Nos quedamos un rato en silencio, Isa me arrastra hasta que mi cabeza
descansa en sus rodillas y acaricia mi cabello, mientras las lágrimas no
dejan de caer y arrastrarse por mis mejillas.
—Se que probablemente mis palabras no signifiquen una mierda ahora,
Mine, pero créeme que entiendo lo que quieres decir —susurra, sin detener
sus caricias y por el rabillo del ojo veo que se limpia una lágrima
rápidamente. —Sé lo que significa sentir que todo a tu alrededor se
derrumba y está bien que te sientas de esta manera, ¿sabes? Esta bien que te
sientas de este modo, es normal, no siempre tienes que ser fuerte, no
siempre tienes que sonreír.
Estoy llorando con fuerza ahora.
—Estoy cansada —susurro con sinceridad.
—Lo sé, Mine —murmura ella. —Ojala pudiera hacer algo o decir algo
para que te sientas mejor, pero creo que debes pasar por esto, creo que
debes sentir este dolor ahora y te prometo que luego estarás bien.
—Pero no quiero hacerlo —confieso como una niña pequeña. —Quiero
dejar de estar triste, yo solo quiero que él regrese ahora.
Me siento bastante estúpida diciendo que quiero que Dean regrese, pero
es lo que malditamente siento ahora.
—Lo sé —susurra ella.
—Soy tan idiota —digo, sentándome para poder mirarla a la cara. —
¿Cuán estúpida me hace querer que él regrese? ¿Me creerías si te dijera que
lo único que podría hacerme sentir mejor es que él me abrazara ahora
mismo?
—Eso no te hace estúpida, Minerva —susurra ella, mirándome con
comprensión. —Eso te hace humana.
—¡Eso me hace una tarada! —casi grito, pero no es contra ella y sé que
ella lo sabe. Es que simplemente me siento tan frustrada ahora. —Me hace
una idiota el seguir queriéndolo ahora después de lo que me hizo, me hace
daño quererlo como lo quiero, Isa, ¿qué demonios me hizo? ¿Qué está mal
conmigo por seguir queriéndolo ahora?
—Nada está mal contigo, cariño —dice ella, manteniendo la calma a
pesar de mi ataque de histeria. —Estoy aquí para que te desahogues, saca
todo lo que tengas dentro y te prometo que te sentirás mejor.
—Es que no quiero sentirme mejor —grito en su dirección, arañándome
el pecho.
Joder.
Joder.
Joder.
—Solo quiero..., solo quiero odiarlo —medio grito, poniéndome de pie,
comenzando a caminar nerviosa de un lado a otro. —¡Quiero odiarlo, joder!
¿¡Porque carajos no puedo odiarlo!?
Isa me observa, sentada en la cama, con las piernas cruzadas debajo de
ella y con una mueca triste en su rostro.
—¿Sabes qué es lo peor? ¿Quieres saber lo que me hace tan jodidamente
ingenua? —Insisto, sintiendo asco de mi misma. —Que siento puta pena
por él, Isa, siento puta pena. Siento pena por que su mirada parecía tan
desolada como la mía, su mirada me decía que a él también le dolía.
La voz se me quiebra con las últimas palabras, mientras las lágrimas no
paran de caer y parece que nunca van a detenerse.
—Prácticamente le suplique que nos fuéramos, ¿entiendes eso? ¿Cómo
se supone que me voy a recuperar luego de hacer eso? ¿Cómo mierda se
supone que me recupere de semejante rechazo?
Me tiembla tanto la barbilla y prácticamente no puedo ver por las
lágrimas que caen, sin embargo no dejo de caminar de un lado a otro,
nerviosa.
Tan malditamente nerviosa.
Necesito malditamente tranquilizarme ahora.
—Tan idiota, Minerva, tan malditamente idiota —me digo a mi misma,
golpeando nuevamente mi pecho. —Siempre es lo mismo —niego con la
cabeza y deteniéndome para mirar a Isa, agrego: —Él prometió que no me
haría lo mismo que me había hecho Pierce, Isa —sollozo en su dirección.
—Él dijo que iba a cuidar de mi.
Ella se levanta para abrazarme y a mi las piernas se me aflojan y siento
que voy a tener un puto ataque de ansiedad en cualquier momento.
—Yo solo... —lloro contra su hombro nuevamente. —Yo solo quiero que
deje de doler, por favor.
Sus pequeños brazos me envuelven y me sostiene con fuerza, mientras
las dos caemos de rodillas al suelo alfombrado.
—Shhh —arrulla.
—Quiero despertarme y no volver a sentir nunca más, no quiero pasar
por esto nunca más Isa, por favor —me encuentro a mi misma suplicando
sin parar, aunque no sepa muy bien que estoy pidiendo. —Por favor, Isa,
has que se detenga.
Me empieza a faltar el aire, siento que mis pulmones se cierran y
comienzo a jadear desesperada.
—Lo quiero ahora, lo quiero a él ahora —jadeo y ella ahora me mira con
preocupación.
—Mine, necesitas calmarte, cariño —dice ella, tomando mis manos con
fuerza. No me había dado cuenta de que me estaba arañando a mi misma.
—No quiero calmarme, joder —digo, poniéndome de pie y mareándome
mucho en el proceso. —Quiero que sea una pesadilla, quiero... —no puedo
hablar.
No puedo respirar.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
—Mine, ven cariño —murmura Isa, pero su voz se siente lejana.
—Quiero... —carraspeo, por que ahora tengo la garganta tan seca y el
aire no quiere pasar. —Quiero...
—Lo sé —dice ella. —Lo entiendo cariño, en verdad lo hago —dice,
tendiéndome un vaso de agua.
Vuelvo a jadear, rechazando el agua, pasando mi mano por mi garganta,
que se siente cerrada.
Por favor, no quiero tener un ataque ahora.
Por favor.
—Por favor —murmuro, comenzando a desesperarme, sin dejar de
caminar por la habitación.
—Cálmate —insiste Isa.
—Por favor... —repito y ahora estoy empezando a asustarme.
—Todo va a estar bien —dice Isa, manteniendo la calma.
Pero a pesar de eso el aire no viene.
A pesar de eso el corazón me sigue doliendo.
Y sigo sintiendo que lo único que me hará sentir mejor es él, porque
Dean siempre había sido la calma, la seguridad.
Y lo quiero a él.
No puedo respirar.
Isa me pide que respire con ella, que trate de exhalar e inhalar aire
cuando ella lo hace, pero...
No puedo respirar.
—Soy Minerva... —intento decir, pero no puedo.
¿Quién soy realmente?
Un fracaso.
No puedo respirar.
—Soy Minerva Wilson... —intento nuevamente.
No puedo respirar.
—Estas sofocándote, Minerva, joder, respira —instruye Isa.
—Soy... —intento.
No puedo respirar.
Me falta el aire.
Intento respirar pero no puedo.
Estoy mareada.
«Eres nada»
Escucho las palabras de Harold en mi cabeza.
«Arruinas todo lo que tocas»
«Nunca nadie va a quererte como yo»
«Nadie podría amarte nunca»
«Sin mi no eres nada»
No puedo respirar.
No puedo respirar.
—Por favor —lloro con fuerza. —No quiero morir —jadeo y Isa ahora
está de pie.
Grita mi nombre, pero yo estoy cayendo ahora.
No puedo respirar.
Harold tenía razón, nadie puede amarme.
Nadie va a amarme nunca.
Tal vez esté mejor muerta.
Tal vez...
Unos brazos sólidos me envuelven y yo lloro más fuerte ahora, por que
se que dije que solo él me haría sentir mejor, pero..., él fue quien me puso
en este lugar.
—Por favor... —lloro.
Porque lo único que quiero ahora es respirar.
—Lo siento tanto, cariño —susurra Dean en mi oído. —Lo siento tanto,
bebé.
Su voz suena tan rota como la mía.
Tan culpable.
Tan triste.
—Por favor... —repito, queriendo deshacerme de su agarre.
Queriendo que nunca me suelte.
Nunca.
—Por favor... —repito.
No puedo respirar.
Una fuerte mano me toma por las mejillas y si bien es un agarre firme,
sigue siendo en cierta manera suave.
—Respira, Minerva —dice Pierce, mirándome con esos ojos
profundamente azules. —Respira —repite.
—No puedo —jadeo y siento mi voz llena de pánico.
Los brazos de Dean se presionan en mi cintura, como si sintiera
impotencia por no poder ayudarme.
—Si puedes —insiste Pierce, presionando mis mejillas entre sí para
forzar una pastilla dentro de mi boca.
—No —intento decir, negando con la cabeza.
—Tranquila —dice él, una vez que la mete en mi boca y me obliga a
tomar un sorbo de agua.
—No puedo respirar —repito en su dirección, porque necesito que lo
entienda.
Necesito que me ayude.
Los sollozos hacen temblar mi cuerpo y tengo frío.
—Todo va a estar bien, douce —susurra él y luce culpable también.
Y ahora mismo agradezco que vuelva a ser el Pierce que conocí, ese que
me miraba como si fuera algo lindo, algo que quería cuidar siempre.
—Nada va a estar bien —lloro mirándolo fijamente a los ojos, sintiendo
que mi ataque se va.
Que lentamente puedo respirar.
—Nada volverá a estar bien nunca —repito, negando con la cabeza.
Dean está dejando besos en mi cabello, mientras repite una y otra lo
mucho que lo siente, lo mucho que me quiere.
¿No entiende que eso me hace peor? ¿Hace que todo duela más?
Pero no le digo que se detenga, no le digo que me suelte, no le digo
tampoco a Pierce que sus caricias en mis mejillas también me rompen, pero
que también me hacen bien. No digo que el beso que deja en mi frente, que
el calor de sus labios entibiece un poco mi piel congelada.
No lo digo, porque ahora, en este momento, quiero ser débil, quiero
rendirme, quiero saber que alguien va a cuidarme y no preocuparme por
ello.
Estoy cansada de siempre tener que valerme por mi misma.
¿Esta mal, acaso, que quiera que alguien me cuide? Supongo que si,
joder, supongo que tendría que valerme por mi misma, pero..., no quiero
hacerlo justo ahora.
Quiero no tener que preocuparme por nada, quiero saber que esta noche
alguien va a abrazarme y que mañana podré enfrentarme a toda la mierda
que tenga que enfrentarme. Pero por ahora..., por ahora simplemente me
dejaré cuidar por los dos hombres que me rompieron el corazón en mil
pedazos.
Y con ese pensamiento, mientras Dean mece mi cuerpo envuelto en sus
brazos, mientras Pierce limpia las lágrimas de mis mejillas que no paran de
caer, me rindo por fin, dando paso por fin a la oscuridad.

• ──── ✾ ──── •

—Bebe —dice Isabella, pasándome un trago de color rojo y que parece a


rebozar de alcohol, aunque debo admitir que el mini paragüitas que tiene
encima es adorable.
—No creo que...
—Bebe —insiste.
Asiento, porque aquí la que sabe es ella, ¿no era Isabella, acaso, quien
había tenido más rupturas que nadie?
Entonces, si Isabella decía que había que beberse un Daiquiri de fresas a
las diez de la mañana, pues que así sea.
Si, leíste bien, son las diez de la mañana y estamos en Miami.
A que no te esperabas esa mierda.
A decir verdad no recuerdo muy bien cómo llegamos, es decir, luego del
ataque de pánico que sufrí, la pastilla que me obligó a tomar Pierce para
poder calmarme, hizo que indudablemente caiga rendida, pero la cosa fue
que eran algo así como las tres de la mañana cuando Isabella me obligo a
levantarme, me dijo que si hacia ruido me haría un amarre para que solo
pueda sentir lívido sexual para con ella y me hizo salir a hurtadillas del
departamento de Pierce. Un auto estaba esperándonos fuera, yo todavía
seguía un poco abombada por el medicamento, sin embargo tengo ciertos
flashes de nosotras llegando al aeropuerto, pasando todos los controles,
luego subiéndonos a un avión y sentándonos en primera clase. Sé que dormí
todo el viaje y arribamos aquí hará cerca de media hora o cuarenta minutos.
Estamos en un hotel de lujo.
¿Qué cómo vamos a pagarnos? No tengo idea, solo sé que espero no
tener que escapar de aquí también. Y si me preguntan cómo supe que
estábamos en Miami, fue por casualidad, ya que vi un cartel que decía
"Bienvenidos a Miami" debido a que mi amiga se había negado a decirme
dónde íbamos, con la excusa de que me pondría insoportable.
Un poco de razón lleva, pero la verdad es que decidí que me daré un par
de horas para relajarme y no preguntar nada.
El teléfono de Isa vuelve a sonar, ella lo mira, frunce el ceño y corta.
Ha estado así desde que bajamos del avión.
No pregunte.
No quiero saberlo.
No tengo idea de en dónde está mi teléfono.
¿Pero saben que? Quiero hacer esto, es decir, voy a disfrutarlo, estoy
debajo de una sombrilla enorme, bebiendo a las diez de la mañana en un
hotel exclusivo que al parecer es un all inclusive, ¿sabes que es eso?
Cuando puedes consumir todo lo que quieras y no lo cobran.
Y pienso malditamente aprovechar eso.
—Entonces... —dice mi amiga, bebiendo un largo trago por el sorbete de
su vaso, porque si, ella también está bebiendo—, ¿como estas? —Pregunta
al final.
—¿Yo? —Digo y ella me mira exasperada. —No lo sé —respondo con
un encogimiento de hombros, observando las olas romper en la orilla del
mar. Es maravilloso. —Supongo que bien.
—¿Cómo que supones? ¿No tienes ganas de llorar o algo así?
Medio que se me sale una risa por la nariz.
Creo que ya estoy ebria.
—No tengo ganas de llorar, Isa —respondo con sinceridad, porque en
verdad no quiero hacerlo, es decir, me siento como rara. —A decir verdad,
no tengo ganas de nada.
—¿Qué demonios significa eso? —Pregunta y por más que suene
exasperada, sé que en realidad está preocupada por mi.
Y la amo, joder.
—Isabella, ¿cómo vamos a pagar todo esto? —Pregunto, por que por más
que ahora me importe todo un carajo, es algo que intenta abrirse paso por
entre mis confusos pensamientos.
—Lo tengo todo bajo control, ¿vale? Solo no te preocupes —dice ella,
poniendo nuevamente sus gafas de sol y mirando también en dirección a la
playa.
—¿Tendremos que robar? —Pregunto. —Es decir, todo esto es ilegal,
¿verdad?
—No, idiota —dice ella, riendo.
—Confío en ti —murmuro de repente, llamando su atención y haciendo
que su sonrisa se borre. —Isa, eres la persona en la que más confío, ¿sabes?
—Agrego, en un ataque de sinceridad.
—Mine... —intenta interrumpirme ella, de todas formas sigo hablando.
—Hay muchas cosas que no sabes de mi —continuo diciendo, sin
mirarla, solo viendo el mar y las pocas personas que pasan, debido a que es
temprano en la mañana. —Hay mucha mierda, Isa —digo en voz baja—,
pero yo... —suspiro, clavando mis ojos en los suyos—, yo quiero contarte,
quiero que lo sepas.
—Está bien —responde ella, asintiendo.
—Y si después de eso quieres alejarte, por mi esta bien, no te juzgaría,
nunca —murmuro con un nudo en la garganta.
—Pero que estupideces dice —responde ella de inmediato. —No habría
nada que podría alejarme de ti, ¿sabes? Nada —sentencia.
—Veremos —murmuro, volviendo a apartar la mirada.
Nos quedamos un rato en silencio, cada una pérdida en sus pensamientos,
hasta que de repente Isa dice: —Mataste a alguien, ¿verdad?
El trago de daiquiri que acababa de tomar sale despedido de mi boca
cuando me atraganto, manchando toda la ropa que traía puesta.
—Joder, Isabella —digo, limpiando con mis manos el desastre que hice.
—¿Qué demonios dices?
—¡Pero yo que se! —Se queja ella, mirándome fijamente. —De repente
te pones toda seria, largando mierda rara de tu pasado, ¿qué pretendes que
piense?
—¡No que soy una asesina! —Me quejo.
—Bueno, lo siento, ¿vale? —Se disculpa, incorporándose en su silla. —
Se me salió.
Somos interrumpidas cuando uno de los camareros se acerca a nosotras,
trayéndonos dos tragos que no pedimos, teniendo en cuenta que tenemos los
primeros por un poco menos de la mitad.
—Nosotras no pedimos... —comienza diciendo mi amiga, sin embargo el
camarero la interrumpe.
—Cortesía del señor Royal —responde él con una sonrisa cómplice.
Mi amiga asiente, un poco incomoda mas no sorprendida.
—Isabella —murmuro lentamente en su dirección cuando el amable
camarero se marcha—, ¿vas a decirme que demonios está pasando?
—Nada, ¿acaso no escuchaste? Cortesía del señor Royal.
—¿Quién coño el señor Royal? —Pregunto.
—¿Por qué te pones tan hostil? —Pregunta ella en su lugar y sé que está
haciendo tiempo para pensar una excusa para decirme.
—Isabella, ¿qué está pasando? ¿Y porque estamos en un hotel que
casualmente se llama Royal?
Me mira sorprendida, como si no contara con el mínimo detalle de que
podría haberme dado cuenta.
—Yo...
—Sin mentiras —digo en su dirección.
—Es alguien que conocí, ¿vale? —Suelta al final.
—Necesitas darme más que eso, estamos en su hotel, Isabella.
—No me llames Isabella.
—Es tu nombre.
—Si, pero si lo dices así, es como si estuvieras enojada.
—Isa —murmuro, con una calma por demás fingida—, cariño, ¿vas a
decirme que demonios está pasando?
—Hagamos una cosa —murmura ella, sentándose de costado para
mirarme a la cara. —Ahora si quieres podemos ir a la habitación, comer
algo, darnos un baño y dormir un poco y en la tarde podemos salir a
recorrer y allí hablaremos, ¿que dices?
Me quedo unos cuantos segundos pensativa, antes de asentir.
—Vale, pero solo porque estoy demasiado cansada y no creo que pueda
con nada más por un rato.
El camarero de antes vuelve unos veinte minutos después a acercarse
para murmurar:—La suite está lista.
—¿La suite? —Preguntamos con Isabella al mismo tiempo.
—Así lo ordenó el señor Royal —murmura el camarero, sonriéndonos.
—Las acompañare, sus valijas ya están ahí.
Asentimos y ambas nos ponemos de pie, el cansancio pesa sobre mis
hombros, de todas maneras eso no evita que la tome por el codo para
detenerla.
—¿Alguien que conociste? —Siseo en su dirección.
—No sabía que se tomaría tan a pecho eso de invitarnos, ¿está bien? —
Se queja ella, que parece igual de sorprendida que yo. —Creí que tal vez
nos haría un descuentito, pero no esto.
—Isabella, dime por favor que no es una especie de sugar daddy.
—¡Pero qué dices! —Se queja ella.
—Isabella —pregunto con calma, siguiendo por el impoluto piso de
mármol blanco a nuestro guía—, ¿cuantos años tiene este hombre?
—No lo se —confiesa en un susurro exasperado.
—¿Como que no lo sabes? —Me quejo.
Sus ojos celestes se clavan en los míos, mirándome con nerviosismo,
pero también con ese deje de adrenalina que te da cuando sabes que estás
haciendo algo que no debes.
—No lo se —dice de nuevo y se ríe.
Y bueno, yo también me río, medio nerviosa, pero me río.
—Vamos a pasarla bien, Mine —dice mi amiga, obligándome a caminar
de nuevo. —Que si la vida te da melones, has melonadas.
—Estoy casi cien por ciento segura de que el dicho no es así —respondo.
—Si, bueno..., me lo acabo de inventar.
Y sin decir una palabra más, caminamos juntas a la habitación de lujo
que nos espera, tanto Isabella como yo preguntándonos en qué demonios se
está metiendo.
La habitación contaba con dos habitaciones, una para cada una y no se la
de Isabella, pero la que me había tocado era preciosa, la cama de dos plazas
tenía un dosel de color blanco y las vistas daban al mar, tenía un baño en
suite, pero también fuera de la habitación, en el balcón, había un jacuzzi,
nos dijo el amable señor que nos acompaño hasta aquí, que teníamos
servicio a la habitación y que todo corría por parte del señor Royal.
No sé ustedes, pero a mi este señor Royal ya me caía de maravillas.
A pesar de tener una habitación para cada una, con Isabella decidimos
cerrar las cortinas de la que era mi habitación y dormir juntas y abrazadas y
también medio ebrias a pesar de que no eran más de las doce del mediodía,
para que negarlo.
La siesta, esa que iba a ser de solo un par de horitas, terminó siendo una
siesta de casi seis horas, por lo que cuando nos levantamos, no sabíamos si
estábamos en Narnia o nos habían abducido los extraterrestres, lo único que
sé, es que Isabella tenía una mancha blanca de baba en la mejilla y me
encargue de burlarme de ella hasta que se fue refunfuñando mientras yo me
metía a bañar.
Cuando volvió, estaba más animada que cuando se fue, pero es que a
Isabella la siesta le hace mal, es por eso que su repentino buen humor, me
hizo dudar.
—¿Qué tienes? —Pregunte, mientras me ponía un vestido suelto ya que
calor afuera era por demás bienvenido.
—Nada, solo que te tengo una sorpresa —murmuro ella.
—Es ese tipo de sorpresa en el que me pedirás que no pregunte nada,
¿verdad?
—Si —dijo ella, muy segura, pero es que nos conocíamos muy bien.
—Esta bien —dije con un suspiro, porque sinceramente ya todo me valía.
¿Y sabes que? Eso estaba genial.
Cuando salimos de la habitación, fuimos directamente al área de
estacionamiento, porque el hotel era tan pijo, que los mismos empleados
estacionaban tu auto, pero yo estaba muy segura que no teníamos auto y
mucho menos el descapotable de color rojo fuego que nos dejaron en frente.
Isabella tragó de manera audible, porque estaba segura como la mierda
de que ella tampoco esperaba este tipo de auto, pero fiel a que le dije que no
preguntaría, tome las llaves que nos tendían y sonreí, porque sinceramente
fingir que era multimillonaria se me daba de pelos.
Golpee a Isa con el codo para que reaccionara y le tendí las llaves,
porque con la suerte que cargaba últimamente, de seguro terminaba con el
auto hundido en la arena en alguna duna.
Mi amiga subió un poco nerviosa, pero es que el auto contaba con un
montón de botones que de seguro no tenía idea de para que funcionaban,
pero el muchacho que nos observaba, muy amablemente, nos dijo que el
auto encendía con un botón.
Que no necesitaba llaves.
Un botón.
Íbamos a morir en Miami.
De todas formas cuando lo encendimos y este ronroneo muy suavemente,
Isabella sonrió y yo..., bueno, yo sonreí todavía más, porque estábamos en
un puto descapotable color rojo, en Miami.
Isabella aceleró y yo medio chille de la emoción, luego de ponernos el
cinturón y meternos en el tráfico de la ciudad.
Cuando frenamos en un semáforo, mientras yo conectaba el teléfono de
mi amiga a la radio —ya que no sabía donde se encontraba el mío—, Isa
marcaba una dirección en el GPS que nos llevaría a quién sabe dónde, ¿pero
saben que? Que lindo se siente dejarse llevar, que lindo se siente la libertad
en ocasiones, el que no nos importe nada.
La brisa que nos golpeaba el rostro era caliente y yo no podía quitar la
sonrisa de mi rostro mientras levantaba los brazos en el aire reía, Isa
imitándome y también riendo.
De repente por los parlantes comenzó a sonar Girls just want to have fun
de Cyndi Lauper y yo no pude evitar poner la canción a todo volumen.
«Llego a casa a la luz de la mañana»
«Mi mamá dice: ¿cuándo vas a vivir tu vida correctamente?»
«¡Oh madre querida!, no somos las afortunadas»
«Y las chicas, ellas quieren divertirse»
Cantamos a todo pulmón, importándonos muy poco como la gente en la
calle nos mira, algunos riendo cuando frenamos en un semáforo y nos
escuchan cantar, de todas maneras ninguna de nosotras presta atención, solo
dejamos que la música nos envuelva, que la brisa de mar golpee nuestras
mejillas y vivimos el momento de estar en un auto como este, en el paraíso
que nos encontramos y olvidarnos del mundo y de todo lo que nos lastima.
«Las chicas solo quieren divertirse»
«Eso es lo que realmente quieren»
«Algo de diversión»
«Cuando termine el día de trabajo»
«¡Oh! Las chicas solo quieren divertirse»
La ruta comienza a volverse solitaria y si no fuera por el GPS, pareciera
que manejamos en cualquier dirección, pero supongo que mi amiga tiene un
plan y yo sinceramente estoy feliz de que sea ella quien se haga cargo, yo
en ese momento solo quiero olvidarme de todo.
Olvidarme de los últimos días.
Olvidarme de todo lo que me lastimo.
Olvidarme de quien soy y de quien fui una vez.
Solo quiero simplemente ser.
Fluir.
Terminamos llegando a una especie de mirador que queda en un
acantilado, estacionamos el auto y bajamos de él, Isabella toma un canasta
del asiento trasero del cual no me percato hasta ahora y tomadas del brazo
caminamos hacia la orilla del mirador, tendiendo una manta y sentándonos
en ella.
El sonido de las olas es por demás relajante y agradezco la privacidad del
lugar, ya que me hace sentir tranquila y en paz. El atardecer se cierne sobre
la playa, el sol se esconde por debajo del mar, llenado el cielo de tonos
naranjas y rosados y creo que nunca en mi vida había disfrutado tanto de
una vista y el placer que hay en esto que hago, el simplemente sentarme
aquí y tomar la botella de cerveza que me tiende mi amiga, comiendo los
quesos y panes que hay también en la canasta, disfrutando de los últimos
rayos de sol que golpean mi piel, calentándola.
No puedo evitar pensar en todo lo que me ha pasado en las últimas
semanas, en cómo en cuestión de nada todo lo que pensé que tenía
simplemente se disolvió a nada, la aparición de Harold, el terminar en la
casa de Pierce, la ruptura con Dean.
Debo admitir que todavía duele, por supuesto que duele, ¿pero sabes
que? Estaré mejor y soy una fiel creyente en el destino, sé que encontraré
mi felicidad, pero tal vez me haya apresurado, tal vez debería simplemente
dejar que las cosas sigan su curso, cuando en realidad lo único que buscaba
era estabilidad, el estar con alguien y sentirme querida y protegida, de todas
maneras también entendí que para que me quieran como quiero que me
quieran, debo amarme mucho yo, debo quererme más que nadie, porque
sólo así lograré que me quieran. ¿Cómo podría ser el mundo entero de
alguien cuando siquiera confió en mi misma? ¿Cuándo todavía no me amo
lo suficiente?
Sin embargo debo admitir que no me arrepiento de nada, no me
arrepiento de haber luchado, de haber peleado por lo que quería.
¿Y te doy un consejo para el futuro? No juzgues nunca a los demás, no
juzgues a la gente por sentir lo que siente, por querer luchar por lo que cree
que merece. Todos tenemos luchas internas, con nosotros mismos, con
nuestro pasado y también con nuestro futuro. Es por eso que no podemos
siquiera imaginar la lucha del otro.
Podrán decir que me humille por alguien que no me quería, pero a decir
verdad, ¿Dean no me quería? La palabra humillarse es demasiado baja, no
creo que lo haya hecho, no me siento mal por lo que hice, luche por amor.
Lo hice, lo hago y siempre voy a hacerlo y como dije alguna vez, siempre
voy a celebrar el amor.
La empatía es algo en lo que siempre deberíamos trabajar a diario, el
ponernos en lugar del otro, en intentar entender, en comprender que no
todos sienten como nosotros, que la forma de actuar de las personas son
distintos según su personalidad y sus vivencias.
Hay gente a la que le es fácil ponerse límites y ponerlos al resto, es fácil
no enviar un mensaje, no enamorarse, controlar sus sentimientos y eso está
bien, porque así es la persona, sin embargo hay otros que son puro
sentimiento, que sienten por momentos demasiado, que no tienen miedo a
abrirse en canal para el otro, confiando plenamente en que no nos harán
daño y si, pensaran que soy una estúpida por eso, pero así soy y me gusta
ser de esta manera.
No voy a cambiar.
No quiero cambiar por nadie. ¿Y te cuento un secreto? Las personas que
nos rodean deben querernos como somos, aceptar todo lo bueno, pero
también todo lo malo. No dejes que te repriman nunca, no dejes que nunca
apaguen todo eso que tienes dentro y si lo hacen, si logran apagarte, no te
preocupes, porque siempre, siempre puedes volver a encontrarte.
La vida no es fácil, es normal que nos pasen cosas malas, es normal
conocer gente que nos da vuelta nuestro mundo pero luego tener que dejarla
ir porque no están hechas para nosotros. Pero así como también nos pasan
cosas malas, también nos pasan cosas buenas y el secreto está en saber
disfrutar de esos momentos, en aprovecharlos y atesorarlos, en no dar nada
por hecho.
Hoy estamos aquí y mañana tal vez no lo estamos.
Pensando en lo que pasó anoche, no puedo evitar sentir que era necesario
todo el dolor que sentí, todos alguna vez en la vida tocamos fondo, todos
alguna vez en la vida necesitamos rompernos en pedazos para luego volver
a levantarnos.
Sé que podría haberme recuperado sola, soy lo suficientemente fuerte
para ello, sin embargo tengo la suerte de tener a una amiga como Isabella,
que por más que ella nunca vaya a admitirlo, movió cielo y tierra para
traerme hasta aquí y Dios, le debo el mundo por ello.
De todas formas nadie puede luchar mis peleas por mi, nadie puede
sacarme de donde sea que me encuentro, tengo que hacerlo yo sola y sé que
lo lograré, saldré más fuerte de lo que era y seré feliz.
Por los mil demonios que lo seré.
Tal vez no haya funcionado con Pierce, tal vez lo de Dean duela mucho
tiempo porque en verdad lo quería y conectábamos muy bien, sin embargo
tal vez lo que necesite es estar un poco sola, tal vez necesite encontrarme
para luego encontrar eso que realmente quiero.
No guardo rencor con nadie, porque soy una fiel creyente de que todo lo
que pasa, pasa por algo, así como también creo que todas las personas con
las que nos cruzamos en la vida, nos dejan una enseñanza y por más que
duela dejarlas ir, a veces solo necesitamos eso para ser feliz, que se fueran
para encontrar a la persona que realmente nos de el mundo entero y no me
refiero a cosas materiales, porque créeme que lo material no lo es todo, no
es lo que nos hace feliz, a veces lo que nos hace feliz es tener a alguien
incondicional, es a alguien que vea todo lo feo que tenemos dentro y nos
diga «te quiero igual» que nos haga sentir únicos y especiales, que no sea
solo un amor, que también sea un amigo o compañero, que extienda tu
mano y te de un ligero apretón cuando sientas que todo se vuelve
demasiado, tal como está haciendo mi amiga ahora mismo, porque si, hoy
estoy aquí en una de las playas más hermosas del mundo, tomando una
cerveza importada y comiendo un queso exquisito, ¿pero sabes que? Podría
estar en una terraza en Nueva York, tomando una cerveza caliente con un
paquete de papas y sería igual de feliz, porque quien está haciendo de este
momento uno único, es Isabella. Quien es incondicional conmigo y se
queda a pesar de todo lo malo y si, a veces no necesitamos de un amor para
salir adelante, a veces necesitamos de alguien que nos genere la confianza
suficiente para mostrar todo lo que tenemos dentro sin miedo a ser
juzgados.
—Voy a contarte una historia —digo en voz baja de repente, observando
el mar a lo lejos, las embarcaciones, las nubes anaranjadas, sintiéndome en
paz después de muchos días de tormenta—. Mi nombre no es Minerva
Wilson, mi nombre es Annalise Bonheur y esta es mi historia...
Y así le cuento a Isabella todo mi pasado y ella me escucha en silencio, le
cuento los momentos más difíciles, le cuento cosas que nunca le conté a
nadie por miedo a ser juzgada, le cuento los miedos que sigo teniendo, las
aspiraciones en la vida que me quedan y ella me escucha y cuando todo se
vuelve demasiado me deja llorar en silencio, me da un ligero apretón en la
mano que me dice que todo va a estar bien.
Llora conmigo.
Me abraza.
Me dice que nunca dejará que Harold vuelva a hacerme daño.
Me dice que me quiere.
Me dice que soy la mujer más fuerte que conoció en su vida.
Me dice que soy valiente y hermosa e increíble.
Me dice que nunca más voy a volver a estar sola.
Me dice que nos tenemos, que a pesar de todo nos tenemos.
Me dice que ella siempre quiere ser mi lugar seguro.
Le afirmo que lo es y le digo que yo siempre seré el suyo.
Me dice que nunca pensó tener una amiga como yo.
Le digo que nunca pensé tener una amiga como ella.
Me dice que si nos seguimos diciendo estas cursilerías ustedes que nos
leen van a pensar que somos lesbianas.
Le digo que un amor como el nuestro, que una amistad que tenemos no
es solo de libros, les digo a ustedes que su Isabella anda por ahí, por algún
lado.
Isabella me da la mano y me dice que siempre seremos amigas.
Me dice que matará monstruos por mi.
Le digo que mataré monstruos por ella.
Y después nos quedamos en silencio otro rato, hasta que Isabella es ahora
quien se rompe y me cuenta todo lo que está pasando en su vida, me cuenta
todo eso que se había guardado, ella dice que por vergüenza a que pensara
mal de ella, pero se que en realidad quien siente eso es ella misma.
La dejo hablar a su tiempo.
Respetando sus silencios.
Dejándola largar todo eso que se había guardado dentro.
Me cuenta también sus miedos y lo que quiere para su vida.
Me dice que es feliz de tener a sus padres y sus hermanos nuevamente en
su vida.
No me dice que extraña a Xander con cada fibra de su ser, pero lo sé, no
hace falta que me lo diga, lo sé.
Pero ella me dice que tal vez esto fue lo mejor, me dice que tenerlo cerca
le hace mal, porque a pesar de todo, ellos nunca iban a ser felices juntos.
Mi amiga me pide que le diga algo, que si estoy enojada.
Mi única respuesta es: «Isa, yo mataré monstruos por ti»
Y ella me sonríe.
Y ninguna vuelve a decir nada.
Sino que juntas nos quedamos hasta que el sol se esconde, y un poco más
después de eso.
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HOLA MIS AMORES
AQUÍ UN NUEVO CAPÍTULO DE PECADO
LES PROMETO QUE AHORA EMPIEZA OTRA ETAPA EN
ESTA HISTORIA
UNA LLENA DE RISAS, AMISTAD Y POR SUPUESTO COSAS
HORNY
¿QUE PIENSAN QUE VA A PASAR EN ESTAS VACACIONES?
NO SE OLVIDEN DE VOTAR, SEGUIMOS CON LA
CONDICIÓN DE LOS 1500 VOTOS
ESTEN ATENTOS MAÑANA PORQUE SEGURAMENTE HAGA
UN VIVO POR INSTAGRAM, ASI CHARLAMOS UN RATO.
GRACIAS POR TODO EL CARIÑO QUE RECIBO A DIARIO
GRACIAS POR SUS MENSAJES
POR SUS EDITS
POR LAS RECOMENDACIONES
CON MUCHO MUCHO AMOR
DESDE AQUI DEL SUR DE AMERICA
LATIN LOVER DEBIE
CAPÍTULO TREINTA Y UNO

ESTO ES PARA QUE SIGA EL FIESTON, ES PARA SEGUIRLE


BORRACHOTE Y LOCOCHON

Cuando me despierto a la mañana siguiente no sé dónde estoy.


Lo primero que hago es tocarme el cuerpo, cerciorándome de estar
vestida y con todas las partes de mi cuerpo juntas.
No estoy al completo vestida, pero llevo la ropa interior puesta.
Un rayo de sol golpea mi rostro y la cruda que llevo no se cura con nada,
pero me aguanto, porque nadie me obligó a beber todo lo que bebí anoche.
Alguien a mi lado ronca y cuando me giro veo que es Isa.
—Isa —digo, estirando mi brazo para golpearle la frente.
Refunfuña, pero no se mueve.
—Isa —insisto de nuevo y golpeo con más fuerza.
Sus ojos se abren, confusos, mirando a su alrededor, luego nuevamente a
mi.
—¿Quién eres? —Pregunta, la muy idiota.
—No seas estúpida —me quejo, sentándome. —¿Qué demonios pasó
anoche?
Mi amiga me imita, tiene tanto los ojos como los labios hinchados, el
cabello todo enredado y parece cualquier cosa con el maquillaje todo
corrido.
Estoy segura de que me veo mucho peor.
—Perdí la memoria luego del quinto mojito.
—Joder, Isa —me quejo, cerrando los ojos.
Aquello solo empeora mi jaqueca, asique los abro, ya que creo que
todavía estoy un poco ebria.
—Recuerdo hasta que te subiste a la barra ha perrear unas mañanitas.
—¡La que hizo eso fuiste tu! —Me quejo.
—No estaba segura de haber sido yo —murmura ella, pero se ríe. —Pero
quien se le lanzó al mariachi, si fuiste tu.
—No lo hice —me vuelvo a quejar. —Esa también fuiste tu.
—Es que me pareció sentir el chocho palpitar —se queja.
—Isabella, que te palpitaba el chocho por las sacudidas del toro
mecánico —digo, exasperada.
—Es verdad —sonríe ella, orgullosa.
Anoche, luego de volver del mirador, Isabella dijo que era demasiada
mierda triste, que teníamos que hacer algo para animar nuestras vacaciones
y yo estuve de acuerdo con ello.
Nos cambiamos y deje que Isabella me maquillara con la excusa de que
yo no sabía hacerlo, lo cual por cierto es verdad y luego caminamos hasta
un mexicano que había cerca.
Nada más entrar nos recibieron con un chupito de tequila que bebimos
gustosas, porque en ese lugar así te daban la bienvenida.
Luego tomamos dos cervezas.
Luego vinieron unos mariachis a cantarnos a la mesa mientras
degustábamos unos tacos exquisitos.
Luego nos incitaron los mismos mariachis a tomar más tequila.
Dijimos que sí, por supuesto, no se le dice que no a un mariachi.
Pero luego ellos se fueron y a nosotras como que nos gusto el tequila.
Pedimos dos chupitos más y ahí ya estábamos por demás animadas.
Hablamos de todo y nada al mismo tiempo.
Reímos mucho.
Muchísimo.
Se noto que éramos la mesa más animada del restaurante, porque los
mariachis volvieron y nos hicieron tomar más tequila.
Y como dije antes, a los mariachis no se les dice que no.
Luego, no se como, porque la verdad es que no lo recuerdo, nos
dirigimos a un toro mecánico que había en el fondo del restaurante.
Pensamos, en nuestro estado de embriaguez, que sería una idea grandiosa
subirnos a él y si no vomitamos a los segundos de haberlo montado, fue
porque Dios nos quiso dar un respiro de las penas que pasamos a diario.
Cuando fue mi turno de subir, el toro mecánico me sacudió de tal manera
que a la primera vuelta me saco directamente del cuadrado acolchado donde
estaba.
Isabella se descostillaba de la risa, mientras a duras penas me ayudaba a
ponerme de pie.
El que manejaba el toro mecánico, claramente no era un mariachi.
Isa fue la siguiente en subirse y para qué mentirles, ya teníamos público.
Les cuento que Isabella es una profesional en eso de montar toros y me
dijo que le secreto era menear las caderas, como si estuvieras follando.
Mis mejillas se incendiaron, de todas maneras cuando me subí intente
hacer lo que me dijo.
Volé un metro más lejos que la primera vez.
Mi amiga me dijo, entre jadeos entrecortados por la risa, que de seguro
no sabía follar, que seguro soy a la que follan, la pasiva en las relaciones.
Un poco de razón lleva, pero eso no impidió que lo vuelva a intentar,
hasta que le agarré el gustito a eso de montar el toro y hasta creo que me di
una idea de como se menean las caderas cuando me toca arriba.
A decir verdad no sé en qué momento fue que todo se desmadro tanto, en
como el restaurante cerró, pero nosotras fuimos las únicas que quedamos
dentro, hablando con los mariachis y las dueñas del mismo, que eran dos
mexicanas majísimas que estaban casadas hacía diez años y llevaban veinte
de relación.
Los mariachis eran también mexicanos y nos cantaron rancheras hasta
que dieron las cuatro de la mañana.
Si, bailamos encima de la barra, pero en nuestra defensa, Guadalupe y
Juana nos incitaron a hacerlo.
Había un pizarrón enorme encima de la barra, donde anotaban el nombre
de la cantidad de tequilas que se habían tomado en una noche.
Isa quedó primera y yo segunda.
Seríamos historia hasta que otras dos descerebradas como nosotras
igualaran nuestra misma cantidad.
Cuando volvimos a la habitación cantando una ranchera en español a
todo pulmón, pedimos servicio a la habitación.
Nada más traernos el carrito lleno de papas fritas y hamburguesas, le
murmuramos al amable camarero que era cortesía del señor Royal.
Él solo nos miró raro.
Le mandamos una selfie al señor Royal, aunque no respondio por que de
seguro dormía.
Después de comer todo lo que había en el carro, porque si, no dejamos
nada, nos acostamos a dormir.
Y henos aquí.
Nos damos una ducha rápida cada una en su habitación, nos ponemos
nuestras bikinis y ambas nos pusimos unos vestidos sueltos, ya que seguro
luego del desayuno vayamos directamente a la playa.
Comemos de todo, intentando quitar un poco el alcohol en sangre, hasta
que no podemos más.
—Un poco de dormir bajo el sol nos hará mejor —murmura Isabella, un
poco malhumorada por la cruda que llevamos.
No le digo que es una mala idea, porque a pesar de habernos acostado tan
tarde, no son más de las diez de la mañana y el sueño intenta llevarme.
Las reposeras del hotel son comodísimas y el lugar es tan pijo, que la
playa que tiene es privada, es por eso que no tardamos mucho tiempo en
dormirnos siendo arrulladas por el sonido de las olas rompiendo en la orilla.
No sé cuánto tiempo pasa, de seguro algunas horas, pero cuando estoy
profundamente dormida, de repente siento algo helado caer por todo mi
cuerpo y si no grito, es porque el cambio de temperatura repentino me ha
quitado el alma del cuerpo.
—¡¡¡PERO QUE CARAJOS...!!! —No es igual con mi amiga, que
parece que la despertaron de la misma manera. —¿¿¿¡¡¡QUE MIERDA
ESTÁ MAL CONTIGO!!!??? —Grita al final.
Abro mis ojos como platos, no pudiendo creer a quien tengo enfrente.
La sonrisa de Dante es puro diente mientras nos sonríe a las dos, de todas
maneras salto y chillo en mi lugar cuando observo quién está detrás de él.
Los brazos de Mika me envuelven cuando me cuelgo en su cuerpo,
enredando mis brazos en su cuello y mis piernas en su cintura.
—Yo también me alegro de verte, pequeña —murmura y puedo sentir la
sonrisa en su voz.
—La idea de venir a sorprenderlas fue mía y quien se lleva todo el
crédito es este —se queja Dante, haciendo que lo mire, mientras él niega
con la cabeza—, así son.
—¿Por qué demonios hiciste eso? —Se queja Isabella, enojada, quitando
los cubitos de hielo de su cuerpo.
Por que si, Dante nos despertó con un balde lleno de agua y hielo.
Así es él.
—Por qué estamos viéndolas dormir hace veinte minutos, creímos que
era la manera más original de despertarlas.
—¿Tatiana? —Pregunta Isa. —¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Me invitaron y no tenía mejor cosa que hacer —responde,
encogiéndose de hombros.
—Es genial que estén aquí —digo, porque es la verdad.
—Lo se, cariño —dice Dante con galantería. —Ahora es cuando
empiezan las vacaciones —agrega.
Su cabeza se gira para buscar al chico de las bebidas y una vez que sus
ojos se encuentran, grita: —¡Un balde de cerveza fría para todos! —Los
ojos de la mayoría de la gente se clavan en nosotros, de todas maneras él
parece ajeno a ser el centro de todas las miradas, es por eso que
observándonos fijamente, con una sonrisa por demás maliciosa, agrega: —
Ahora sí que todo ya valió vergas, ¡¡¡HIJOS DE SU PUTA MADRE!!!
Y la verdad es que si, luego de su llegada, ya todo vale vergas y las
cosas, pues..., las cosas se van a poner interesantes de ahora en más.
• ──── ✾ ──── •
No se cuanta cantidad de cerveza tomamos, pero déjenme decirles que es
muchísima.
Dante es una muy mala influencia.
No se junten con él.
—¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! —Grita, incitándome a que me termine la
cerveza de una sola vez.
¿Ven? Mala influencia, yo nunca haría algo así.
—Joder, que voy a vomitar —murmuro mareada, pero agradeciendo el
frescor de la cerveza en mi garganta, ya que hace muchísimo calor.
Y déjenme decirles que si todavía ninguno de nosotros vómito o cayó
desmayado por el alcohol en sangre, fue porque cada tanto nos damos una
chapuzón en el mar y eso nos despierta.
—Bueno, ¿quién va? —Dice Dante, sentándose en una especie de cama
con dosel que hay con vista al mar.
Para cualquiera sería algo súper romántico, pero la cuestión es que los
cinco nos hemos metido aquí dentro y debo agradecer que las otras camas
no estén cerca, porque la nuestra es un desmadre.
—Creo que deberíamos sortear —dice mi amiga, que ahora se le ha
pasado el enojo y está, al igual que todos, borracha.
La cosa es que el guardavidas está buenísimo, lo hemos estado mirando
desde hace horas.
Tiene la piel morena y unos músculos gigantes y el bañador ajustado de
color rojo le queda de pelos, pero bueno, la cosa es que queremos que
alguno de nosotros se acerque, coquetee con él y tal vez tener una noche
feliz.
—Vale, ¿pero cómo lo hacemos? —Pregunto.
Aquí no importa si eres hombre o mujer, la cuestión es coquetear y
ganarse al guardavidas.
—¿Votación? —Pregunta Mika, que luce algo entusiasmado y no puedo
evitar sonreírle, porque también luce libre, más libre de lo que lo he visto
nunca.
—Todos votaran por mi —me quejo. —Que todos sabemos que la que
más pasa penas soy yo.
—Es verdad —está de acuerdo él.
—Está bien —dice Dante, levantando la mano para llamar la atención del
camarero, que pobre, lo hemos vuelto loco toda la tarde, sin embargo luce
más que nada divertido. —Cariño, podrías prestarme tu libreta y un
anotador, por favor —dice mi amigo, haciéndole ojitos a lo cual el
muchacho se pone todo colorado.
—Seguro —dice una vez que se lo entrega, y cuando amaga a irse, Dante
lo detiene.
—Quédate un segundo, que necesito un favor.
Escribe el nombre de todos en una hoja y luego corta pequeños papelitos,
agarra una bolsa de papel en el cual antes vinieron papas fritas y mete todos
los papelitos dentro, con lo que supongo que son nuestros nombres y una
vez que sacude la bolsa, la tiende al muchacho y murmura: —Sin miedo al
éxito, bebé.
El muchacho medio ríe y le hace ojitos a Dante, luciendo adorable, de
todas maneras se convierte el Lucifer, cuando saca el papelito y con una
sonrisa dice: —Minerva.
—No me jodas —me quejo y todos, por supuesto, ríen a mi costa.
El muchacho se va, no antes de que Dante le diga que esta vez traiga
unos mojitos, que yo los voy a necesitar.
—¿Pero que se supone que haga? —Murmuro, mirando en dirección al
guardavidas.
—Llama su atención —dice Isabella.
—¿Y como lo hago? —Insisto, que no sé como hacer esta mierda.
Que soy mala en esto de la seducción por naturaleza.
—Haciendo algo que nunca haría la Minerva del pasado —responde ella.
—¿Qué mierda significa eso? —Pregunto, exasperada.
—Que llames su atención —dice Mika con calma y una sonrisa. —
Sedúcelo, míralo fijamente, sonríele, puedes hacerlo, pequeña, eres hermosa
y puedes con todo.
Ay, inserte aquí un: «Amamos a Mika»
Pero es que ustedes siquiera lo pueden ver, pero si Mika de por sí es
lindo, no saben como se ve en traje de baño y todos y cada uno de sus
músculos al aire.
Que está para meterle un palo en el trasero y chuparlo como una paleta.
A joder, que algo me poseyó y creo que fue el último mojito.
—Vale, lo tengo —digo, de repente entusiasmada mientras me pongo de
pie.
Tatiana intenta ahogar la risa escondiéndose detrás de su trago y si bien
me pregunto que demonios es lo que hace aquí, me he dado cuenta de que
se ha hecho muy cercana a Dante y a decir verdad, a pesar de que fue una
perra en el pasado, Tatiana es súper maja.
Sacudo la arena pegada en mis piernas y remuevo un poco en mi cabello,
saltando en el lugar cuando Isabella me da una fuerte palmada en el
cachete.
—Lo tienes, nena —dice, riendo.
Asiento, porque si, lo tengo.
Tomo de un solo trago mi mojito y es un error enorme, porque el frío me
ha congelado el pensamiento, de todas maneras Dante me empuja para que
avance en dirección al guardavidas.
Y yo lo hago.
Camino decidida.
Pónganme música de pasarela.
Lo tengo.
Tan tararara, tararara, tarara, tarara.
Lo estoy sintiendo.
La adrenalina del momento.
Soy poderosa.
Soy increíble.
Soy jodidamente sexy.
Mis caderas se menean.
La brisa del mar hace volar mi cabello.
Tengo arena pegada en la piel bronceada que me hace ver más sexy.
Los ojos del guardavidas se clavan en mi.
Sus ojos recorren mi cuerpo.
Mis ojos están fijos en los suyos.
Sonrió un poco.
Me devuelve la sonrisa.
Lo tengo.
Lo tengo.
Es mío.
Escucho el vitoreo de mis amigos desde la reposera en forma de cama,
porque a decir verdad no se como se llama eso.
No solo el guardavidas me mira, muchos hombres en la playa me miran.
Me atrevo a decir que también alguna mujer.
Oh Dios, soy una femme fatale...
Soy...
Me tropiezo con mis propios pies y caigo.
Pasa todo como en cámara lenta.
La caída.
Lo primero que toca la arena son mis rodillas.
Luego mi estómago.
Luego mis pechos.
Mis brazos.
Y por último mi rostro.
Si señoras y señores, comi arena.
Joder.
La carcajada de mis amigos se escucha a lo lejos y no es para menos,
demonios.
—Señorita, ¿se encuentra usted bien? —Dice alguien.
A ver, pónganme música celestial, que es el guardavidas.
—¿Hum...? —Digo como una estúpida, pero sepan entender, que tengo
arena hasta en el apellido.
—¿Se encuentra usted bien? —Pregunta nuevamente, pero a mi ya me
perdieron, que tiene los ojos más lindo que vi en mi vida.
—Me encuentro perdida en tu mirada —suelto, así como si nada, pero es
que..., son los efectos del alcohol en sangre.
El guardavidas ríe, mientras niega con la cabeza y me toma de la mano
para ayudarme a incorporarme.
—Gracias —murmuro, sacudiendo la arena pegada por todo mi cuerpo.
—Un placer —dice él, sin dejar de sonreírme.
¿Acaso me esta coqueteando?
Me giro un poco para ver qué es lo que hacen mis amigos y los cuatro
están expectantes, mirándonos fijamente y sin mover un músculo, tan
quietos que parecen muñecos.
Demonios.
—Supongo que tus amigos te esperan —murmura el guardavidas.
—Ni siquiera los conozco —suelto rápidamente y él me mira
confundido. —Es decir, los conocí recién, es gente rara.
—Está bien —dice, asintiendo—, que tenga una bonita tarde.
—No hace falta que me hables como si fuera una señora —suelto.
—Lo tengo —responde él, comenzando a alejarse.
—¿Si me ahogo me rescatas? —Medio grito, pero es que no quiero que
se vaya.
—Intentemos que no se ahogue, señorita —insiste él en hablarme con
tanta formalidad.
Asiento y le sonrió, de todas formas ya se ha girado y camina
nuevamente a la orilla de la playa.
Hago la caminata de la vergüenza, donde todos mis amigos me esperan
con sonrisas enormes en sus rostros.
—No digan una puta mierda —siseo.
—Lo hiciste bien, pequeña —dice Mika.
—Dudo que puedas recuperarte después de semejante humillación —
murmura Dante al mismo tiempo.
—Seguro hay más hombres en la ciudad —dice Isa con comprensión.
—Si quieres puedes intentar con alguna mujer —larga Tatiana.
Yo me dedico a seguir bebiendo.
╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗
Estoy ebria.
Yo lo se.
Tu lo sabes.
Dejemos de pretender que en algún momento dejaría de beber, ¿quieres?
Y si, antes de que lo digas, estoy en ese tipo de embriaguez
agresivo/pasivo.
Aún más con todo el trago que tengo encima después de que Isabella lo
escupiera encima mío por un chiste de Dante.
Me acerco a la playa, arrodillándome en la orilla e intentando quitarme
los restos azucarados del alcohol pegado a mi piel. Puedo sentir las
carcajadas de Isabella cerca, supongo que caminando hacia donde me
encuentro en un vago intento de disculparse.
Pero debe mantenerse alejada, en este momento, malditamente la odio.
Primero por ser quien incito a que coqueteemos con el guardavidas y la
pena que pase y luego por escupirme encima. Aunque sin poder evitarlo, se
me escapa una carcajada cuando lo recuerdo.
Demonios, es que estoy segura de que cualquiera que nos viera pensará
que tenemos problemas, pero es que, ¿está mal si los tenemos? No lo sé,
solo puedo decir que son las mejores vacaciones que he tenido en..., pues
nunca.
Es en ese momento exacto en el que todavía sigo riendo, recordando las
pendejadas que estamos haciendo, cuando una ola, literalmente, me come.
Por cierto, ¿alguna vez te comió la una ola? No importa si eras solo un
niño o un adulto, si alguna vez fuiste a una playa, pasaste por esa
humillación.
La verdad es que la ola no solo me come, no, por supuesto que no, la ola,
literalmente, me arrastra. Y será el alcohol en sangre que tengo encima,
pero me estoy ahogando.
En serio.
La ola me hace rodar por la orilla y estoy casi segura que tengo una teta
fuera de mi bikini cuando ruedo, boqueando e intentando sentarme para
poder respirar.
El agua me llegaba por las rodillas, Jesucristo santo, ¿cómo demonios
terminó pasándome esto? Estoy tosiendo como una desquiciada, intentando
recuperar un poco de aire, pero es que me muero les digo. Me encuentro
apoyada sobre mis manos y rodillas cuando..., otra ola me come.
Tsunami.
Les juro que este es Poseidón vengándose de mis antepasados.
Una manos me agarran por la cintura, arrastrándome fuera del agua,
gracias a Dios.
—Es... —carcajada—, es que... —carcajada estruendosa. —¿Cómo? —
Carcajada, carcajada.
No puedo hablar, por supuesto, sino ya estaría insultando a Isabella, que
literalmente no puede parar de reír, está llorando y todo y sin poder hablar y
un solo vistazo a las reposeras donde se encuentran todos..., si, todos ríen
como desquiciados.
Genial.
Mejor no miro a mi alrededor.
—¿Cómo...? —Carcajada, mientras se deja caer sobre su culo,
palmeando mi espalda mientras toso.
Si, no soy la única que está ebria.
—Señorita, ¿se encuentra usted bien?
Agrh, tienes que estar jodiendo conmigo, no otra vez.
—No —responde Isabella por mi, intentando aguantar la risa y
fracasando miserablemente en el intento. —Que se muere —agrega,
apretando los labios entre sí, mientras yo me giro para estar sobre mi
espalda mientras intento recuperar el aliento. —Que necesita respiración
boca a boca.
—Por Poseidón —largo yo, porque es lo único que puedo decir y en ese
momento otra ola me alcanza, pero lo único que me hace sentir mejor es
que también arrastró a Isabella conmigo.
Y ahora las dos boqueamos e intentamos salir a rastras del mar.
Que en serio nos ahogamos.
—Será mejor que ustedes dos salgan del agua —dice el guardavidas,
tomándonos de las muñecas para ponernos de pie y cuando levanto la
mirada, me doy cuenta de que la gente se ha arremolinado a su alrededor y,
¿sinceramente? No puedo culparlos, casi me ahogo en la orilla, por Dios.
Una vez en arena seca, cuando tanto Isabella como yo nos hemos colgado
a los brazos del guardavida —que en nuestra defensa luce bastante divertido
—, suspiro con alivio.
—Por si quieren limpiarse un poco —dice, sacudiéndose de nuestro
agarre para mirarnos de arriba abajo—, allí hay unas duchas, lejos de las
olas y de Poseidón.
Idiota.
De aquella manera nos despedimos y empezamos a caminar a las
condenadas duchas de agua dulce, ¿por qué no fui allí en primer lugar? Por
que soy pendeja, por eso.
—No digas nada, demonios —le digo a Isabella, que me mira con los
ojitos de cordero, la cara llena de arena y el pelo hecho un desastre.
No puedo imaginarme siquiera como me veo yo.
—Yo solo... —murmura ella y sin poder aguantarlo, rompe a reír por
supuesto y yo..., bueno yo también, porque fue gracioso como la mierda.
Una vez que nos quitamos el exceso de arena que se nos pegó al cuerpo,
volvemos donde se encuentran los chicos, que están todos mirando algo en
el teléfono de Dante. Cuando con Isabella nos asomamos, por supuesto
descubrimos que es el video de nosotras siendo arrastradas por Poseidón.
Estamos riendo, siendo la quinta vez que repetimos el video, cuando
Tatiana se tensiona a mi lado y murmura un: «Por las tetas arrugadas de mi
abuela» y en ese momento, todos levantamos la mirada y...
Oh.
Por.
Dios.
¿Alguna vez vieron esas películas de playa y que en el momento en el
que llega el protagonista con los amigos comienza a reproducirse como en
cámara lenta? ¿Qué el viento hace volar su cabello y justo en ese momento,
uno de ellos se lo acomoda lejos de sus lentes de aviador? ¿Qué a otro de
ellos se le abre la camisa de par en par, dejando sus cincelados músculos al
aire?
Bueno así.
—¿Qué carajos...? —Murmura Isa, con la cara pálida de repente.
Y supongo que en ese momento no lo entiendo bien, pero es que ya
imaginaron quienes se acercan, ¿no? Si, Pierce y Dean caminan hacia donde
nos encontramos y si tengo que ser sincera, están llamando mucho la
atención, los tres, porque aparte de ellos dos, también se está acercando
Xander, a quien, por cierto, no vemos hace por lo menos cinco meses.
Comienzo a mirar a mi alrededor, preocupada, ¿qué demonios hacen
aquí?
Y debe ser por que estoy nerviosa y ebria también, que digo lo primero
que me viene a la cabeza.
—Mika, tócame una teta —largo.
—¿Qué dices? —Jadean Dante y Mika al mismo tiempo.
—Mika, pon tu mano en mi teta, anda —insisto.
Mika flipa, en serio, pobre, menuda amiga le vino a tocar.
¿Se preguntaran porque demonios le estoy diciendo esto? Pues porque mi
borracho cerebro decidió que quiere que ellos piensen que lo tengo todo
superado, aunque no, pero bueno...
Sin esperar respuesta de Mika, lo tomo de la mano y hago que cubra con
su palma mi teta.
Si, si, lo se, lo se, es una idiotez, pero honestamente no estoy pensando.
Mika detrás mío se queda tieso, pero por suerte no saca su mano de mi
teta. Isa se ha puesto a mirar algo en su teléfono de manera distraída y de
reojo veo que abrió la pestaña de antes, esa que tenía instrumentos sexuales
para uso de dos hombres.
En nuestra defensa la curiosidad nos podía y ni Mika ni Dante aportaban
mucho a la conversación.
Tatiana está como si nada, observando sin reparo a los tres hombres que
se acercan y Dante, pues Dante tiene la mirada clavada allí donde se
encuentra la mano de Mika.
—Actúen normales —murmuro, mirando hacia la playa y hablando casi
sin mover los labios. —Como si no los conocieran.
—¿Actuar normal para ti es tener la mano de Mika en tu bubi? —
Pregunta Dante y siento la sonrisa en su voz, a sabiendas de que todo se irá
al carajo.
Para cuando termina de decir eso, los muchachos han terminado de
acercarse, tanto los ojos de Dean como de Pierce clavados en mi teta
cubierta por la mano de Mika, quien en ese momento, por cierto, decide que
es una buena idea darle un ligero apretón.
Está divertido, lo sé, maldito Mika que no me frena antes de hacer estas
cosas y maldita yo que el noventa por ciento de las veces actúo sin pensar.
—Buenas tardes —dice la voz cantarina de Xander y segura como la
mierda que nadie puede ignorar la forma en la que se estremece mi amiga
con el sonido de su voz.
Nadie dice nada y estamos todos sumidos en un silencio tan, pero tan
incómodo, que lo único que me sale hacer es medio recostarme en Mika,
que no duda un segundo en envolverme en sus brazos posesivamente y
bebo mi mojito, esperando que la mierda se desate.
—¿Qué mierda están haciendo aquí? —Dice Dante, con una sonrisa en
su rostro. —Por que por las caras que tienen, parece que están a punto de
arruinar toda la diversión.
No me pasa por alto la hostilidad con la que habla, creo que a ninguno,
pero estoy segura que el objetivo de toda esa frialdad es Xander.
De todas maneras el bar tender parece ajeno a aquello, porque ahora
tiene solo ojos para mi amiga.
—Princesa —murmura con voz melosa—, ¿cómo has estado? ¿Me
extrañaste? —Pregunta.
Isabella, que parece haber recuperado un poco la compostura, levanta el
rostro y le sonríe dulcemente.
—La verdad es que siquiera te recordaba, he estado bastante ocupada,
¿sabes?
—Puedo imaginarlo —dice él, clavando los ojos en la pantalla del
teléfono, Isabella lo bloquea rápidamente, de todas formas por la sonrisa de
Xander, sé que lo ha visto—, no sabía de esos intereses tuyos.
Las mejillas de Isabella se colorean, que pobre, para que vean que no soy
la única que pasa penas.
Soy sacada de mis pensamientos cuando Mika medio hunde su rostro en
mi cuello, dando un ligero beso en mi piel, antes de susurrar en mi oído: —
Están ambos mirándote fijamente.
—Lo sé, soy preciosa, por si no te diste cuenta —respondo con ironía.
—Lo eres —dice él, riendo.
—¿Por qué no contestas el teléfono? —Dice de repente Pierce y yo muy
lentamente levanto la mirada para encontrarme con la suya.
Lo repaso muy lentamente, primero por que me molesta muchísimo que
estén aquí, son mis vacaciones tratando de superar todas las rupturas
amorosas que tuve en mi vida y ellos vienen aquí como si no fueran los
culpables y segundo porque a pesar de que lo odiamos, el condenado no
deja de estar buenisimo.
—¿Honestamente? —Murmuro, recostándome más en Mika, que pasea
las yemas de sus dedos por la piel de mi brazo—, siquiera se donde lo deje
—respondo con sinceridad, si bien encontré el aparato en mi maleta,
siquiera lo encendí.
—Hola —dice de repente Dean, sin embargo no lo miro, sino que
murmuro un saludo por lo bajo.
No puedo mirarlo.
Sigue doliendo como una perra.
—Tengo que hacer pis —dice de repente Isabella—, Mine, ¿me
acompañas al mar?
Me río, no puedo evitarlo, pero es que tenemos los baños a solo unos
cuantos pasos de distancia, de todas maneras me pongo de pie y la tomo de
la mano para avanzar en dirección a la orilla.
Ninguna de las dos habla hasta que estamos lo suficientemente lejos de
todos.
—Mine...
—Isa... —digo al mismo tiempo.
Vamos tomadas de la mano y nos detenemos cuando el agua toca
nuestros pies.
—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? —Pregunta.
—La experta eres tú —respondo de inmediato.
—No se suponía que vendrían aquí —responde ella y puedo ver que está
por entrar en pánico.
—Está bien —digo con calma, parece que tendré que ser quien mantenga
la compostura—, no te preocupes, podemos manejarlo.
—¿Cómo es que estás tan tranquila? —Pregunta, obligándome a caminar
con ella para meternos más al mar.
—No lo sé —digo, encogiéndome de hombros—, creo que me canse de
estar mal, ¿sabes? Simplemente el que estén aquí me importa un carajo —
agrego.
—Minerva —dice, deteniéndose.
—¿Qué? —Pregunto.
De todas maneras no responde, sino que tiene la mirada perdida en
cualquier lado, mientras que sus dedos están cerrados fuertemente en mi
brazo, casi lastimándome.
—¿Isa...? —Pregunto, hasta qué tarde me percato de lo que está
haciendo. —¿¡ESTAS HACIENDO PIS!?
Mi amiga salta en su lugar cuando grito.
—¿Por qué gritas? —Se queja.
—¡¿CÓMO NO ME AVISAS?! ¡JODER! —Digo, empujándola lejos y
sintiendo asco.
Que su pipi me toco las piernas de seguro, estábamos muy cerca.
—Pero Minerva... —dice ella, de todas maneras vuelvo a empujarla lejos
y esta vez ella cae debajo del agua.
Se me escapa una risotada cuando sale boqueando, con todos los pelos
pegados en el rostro y moviendo las manos como si se hubiera estado
ahogando.
—Te voy a matar —dice, lanzándose encima mío.
Empiezo a correr, pero cuando quiero darme cuenta, sus manos están
sobre mi cabeza, ahogándome.
Salgo tosiendo, ya que trague agua y cuando clavo mis ojos molestos en
ella comienza a correr, riendo histéricamente y yo la sigo y cuando
queremos darnos cuenta, nos olvidamos de los tres adonis que nos miran en
la distancia como jugamos como dos niñas, mientras Mika y Dante se nos
unen.
Salto sobre la espalda de Mika, que no duda en sostenerme, mientras que
Isabella hace lo mismo sobre la espalda de Dante y así comenzamos a
luchar, de todas maneras, como era de esperarse, las cosas se salen de
control.
—¡¡¡DESAJUSTALE LA BIKINI!!! —Grita Dante.
Comienzo a chillar cuando Isabella comienza a perseguirnos, Mika
intenta nadar lejos rápidamente, de todas maneras despues de unos minutos
de huida, Isa logra desajustarla por mi espalda y mis tetas quedan al aire.
Me pego a la espalda de mi amigo, chillando como desquiciada mientras
todos se ríen a mi costa.
—No te preocupes, pequeña, te vengare —dice Mika, nadando en
dirección a Dante conmigo en su espalda.
Dante tira a Isabella de su espalda y comienza a nadar lejos, chillando
como si estuvieran a punto de matarlo, a Isabella se la come una ola por
estar distraída riéndose, yo pierdo la bikini todavía montada en la espalda
de mi amigo, intentando decirle que se detenga, pero no me escucha.
No sé cómo lo logra Mika, pero de repente está corriendo conmigo
cargada en su espalda, con una mano sobre mis piernas para que no me
caiga y en la otra lleva el bañador de Dante, que chilla desde la playa.
Isabella sigue riéndose, diciéndole a Dante que se quede debajo del agua,
que le van a ver la picha, mientras agita la parte de arriba de mi biquini.
Yo a pesar de todo voy riendo, tratando de que no se me vean las tetas,
mientras Mika corre hacia donde están nuestras cosas.
Pierce, Dean y Xander ahora están sentados en unas reposeras un poco
alejadas. Los primeros dos tienen caras medio larga, de todas maneras
Xander tiene una sonrisa enorme, sin dejar de mirar de reojo a Isabella
mientras bebe una cerveza.
—Bájame, por favor —digo con la voz ronca por la risa y la cantidad de
agua salada que trague.
—Pero si te bajo se te va a ver todo —dice mi amigo y tiene razón.
Tatiana nos mira con una sonrisa divertida en el rostro, sin dejar de beber.
—Volvamos a la playa —digo, todavía colgada de Mika como un mono.
—Se van a vengar —dice, mirando en dirección a Isa y Dante, que
cuchichean por lo bajo mirando en nuestra dirección.
—Podemos con ellos —respondo, no muy segura y chillo cuando Mika
comienza a correr.
Volvemos a la playa, salpicando agua sin parar y haciendo gritar a
nuestros amigos.
Me caigo de la espalda de Mika.
Las tetas al aire, por supuesto.
Isabella que ríe y me empuja debajo del agua, la agarro, llevándola
conmigo, porque si yo me hundo ella se hunde conmigo.
Tragamos mucho agua por no poder parar de reír.
Reímos más cuando vemos el culo blanco de Dante persiguiendo a Mika
para recuperar su bañador.
Isabella me ayuda a ponerme de nuevo el bañador y volvemos donde se
encuentra Tatiana cansadas por toda la lucha acuática.
Los colores del mar son anaranjados porque casi sin darnos cuentas, ya
está atardeciendo.
Quiero evitarlo, pero mis ojos casi sin pedir permiso, se dirigen donde se
encuentran ellos, los de Slytherin.
Dean tiene la mirada perdida en el atardecer, los brazos cruzados sobre su
pecho y el semblante triste y cansado.
Me duele un poco el corazón por ello, pero lo ignoro, porque ahora quien
importa soy yo.
Pierce me mira fijamente, sin embargo esta vez no luce cabreado, sino
que tiene una pequeña sonrisa en su rostro, como si se hubiera divertido con
toda nuestra lucha en el agua.
—Aparta la mirada, que pareces estúpida —dice Isabella.
Aparto la mirada de inmediato.
—No estaba mirando —refunfuño.
—No te dejes convencer por una mirada de perro mojado y una sonrisita
calienta bragas —dice ella, firme. —No los necesitas.
—Lo sé —digo en voz baja—, pero igual es difícil.
—Lo sé —dice ella.
Y después clava sus ojos en los míos y pareciera decir: «Mi ex de toda la
vida está aquí, tampoco es fácil para mi»
—Tenemos al señor Royal —murmuro de repente y ella me sonríe.
—Tenemos al señor Royal —asiente, ahora luciendo más confiada, pero
es que juntas todo lo podemos.
Juntamos nuestras cosas y decidimos ir a cambiarnos y salir a comer algo
por ahí. Mika, Dante y Tatiana no están en las mismas habitaciones que
nosotros, están en las normalitas, en otra área y con Isabella nos burlamos,
porque ellos no tienen de amigo al señor Royal.
—Ve a la habitación, tengo que hacer una llamada y allí no tengo
cobertura.
—Vale —digo, despidiéndome mientras ella camina en la dirección
contraria, tecleando rápidamente algo en su teléfono.
Creo que esa llamada tiene que ver con el señor Royal, no se ustedes,
pero yo me muero de intriga.
Corro cuando veo que las puertas del ascensor están casi cerradas, sin
embargo una vez que se abren...
Si saben, ¿no?
Me alejo dos pasos, sin embargo la enorme mano de Pierce se cierra
sobre la puerta, impidiendo que se vuelva a cerrar.
—Anda Minerva, no vayas a esperar al próximo, que aquí entramos los
tres —dice, con una sonrisa maliciosa.
Le devuelvo la sonrisa, porque si piensa que me voy a amedrentar con su
actitud sobradora, pues se equivoca.
A la nueva Minerva, nada le da miedo.
Entro al cubículo, que de repente se siente demasiado pequeño, de todas
maneras me posiciono mirando hacia delante y dándole la espalda a Pierce
y Dean.
Lastima que el ascensor sea todo espejado.
De todas formas no los miro, sino que observo con un poco de horror el
estado en el que se encuentra mi cabello, que parezco recién salida de una
pelea. Tengo las mejillas y la nariz de un color rojo fuego, pero es que me
olvide de reforzar el bloqueador. De todas maneras logro recuperarme
enseguida, enderezando mi espalda e ignorando la sonrisa de Pierce en el
reflejo.
—Entonces... —murmura este en voz baja—, ¿qué habitación tienes? —
Pregunta.
¿Qué se comió que de repente tiene tantas ganas de hablar?
—Una lejos de la tuya —respondo, mordaz.
Eso solo lo hace sonreír más.
—Curioso —murmura él—, ya que vamos al mismo piso.
En ese mismo instante mis ojos se dirigen al panel y si, no me percate
que no marcaron otro número más que el que marque cuando subí.
Me cruzo de brazos en un acto medio infantil, pero no me importa y lo
siento reír detrás mío.
Es exasperante y no entiendo porque demonios está actuando de esta
manera.
Sin poder evitarlo mis ojos miran a su amigo, que se ha mantenido en
silencio y el ambiente de repente parece espesarse, porque Pierce ya no ríe
y mis ojos siguen en Dean.
No me mira, sino que tiene los brazos cruzados sobre su pecho, la
mandíbula presionada y los ojos clavados en el suelo.
Quiero decirle que no tiene derecho a estar enojado, que la que más
lastimada salió de todo esto, como siempre, fui yo.
Quiero decirle que podríamos juntos haber buscado otra manera, de todas
maneras no digo nada, no le digo tampoco a Pierce que no quiero que me
hable, que bromee conmigo, no quiero porque aún llevo la espinilla de su
abandono lastimándome, porque sí, porque no éramos nada, porque no me
debía nada, porque las cosas entre nosotros estaban claras, sin embargo
podría haber enviado un mensaje, podría haberme explicado el porqué se
iba, podría haberme dicho que si bien me apreciaba, amaba a Alyssa,
porque para él, siempre sería Alyssa.
Con toda esa furia saliendo a borbotones de mi, salgo del ascensor nada
más las puertas abrirse, ignorando cuando Pierce dice mi nombre.
Ignorando la mirada clavada de Dean en mi nuca.
Por que estoy cansada, porque a partir de ahora haré lo que me venga en
gana y como la mierda que no volveré a dejar que vuelvan a lastimarme.
Estoy en Miami, con mis mejores amigos y me propuse a mi misma
pasarla bien.
Reírme.
Divertirme.
Y de ninguna manera está en mis planes acercarme ni a Dean ni a Pierce.
No señor.
La Minerva que se ilusionó, la Minerva que se dejó lastimar, que dio todo
y no recibió más que migajas, la deje escondida en una caja de cristal, hasta
que esté lista para volver a amar nuevamente.
La Minerva que está en Miami quiere experimentar, quiere vivir la vida
sin ataduras, quiere dejar que su vida fluya pero por sobre todas las cosas,
quiere protegerse de que no la vuelvan a lastimar.
Y con esa nueva determinación en mente, entro a mi habitación,
dándome un baño por demás relajante y preparándome para una de las
mejores noches de mi vida.

╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗


BUENAS BUENAS
¿VIERON QUE NO MIENTO?
AQUÍ TENEMOS UN NUEVO CAPÍTULO
¿QUÉ LES PARECIÓ? ¿ESPERABAN LA LLEGADA DE DANTE,
MIKA Y TATIANA? ¿LA LLEGADA DE LOS OTROS TRES
ADONIS?
NO SE OLVIDEN DE VOTAR
NO SABEN LOS CAPÍTULOS QUE SE VIENE, QUE TODAVÍA
TENGO QUE CONTAR UN POCO MÁS DE MIAMI
GRACIAS POR TODO EL APOYO, POR LOS MENSAJES,
NUNCA JAMÁS ME VOY A CANSAR DE AGRADECERLES EL
CARIÑO.
ESTE CAPÍTULO VA DEDICADO A ADRIANA, QUE HOY ESTÁ
CUMPLIENDO AÑOS
¡FELIZ CUMPLE BEBE!
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LOS AMO MUCHISIMO
POR SIEMPRE
LA DEBIE DE LAS POESIAS
CAPÍTULO TREINTA Y DOS

MATEMOS ESTE AMOR

Luego de darme un baño por demás relajante, me pongo crema en la piel


reseca por el sol y luego de ponerme la ropa interior, me dirijo a mi valija a
buscar algo para ponerme.
Nada me convence, toda la ropa que tengo parece de señora: todo es
negro o gris y demasiado suelto.
Y hoy quiero sentirme linda y sexy y a ver, que no es que necesite de la
ropa, pero déjame que te cuente un secreto, a veces aquello es lo que nos da
la seguridad que sentimos que nos falta y yo necesito sentirme la mujer más
jodidamente poderosa del puto mundo.
Isabella entra a la habitación mirándome confundida cuando ve su ropa
por toda mi cama, de todas maneras se acerca sin hacer ni una pregunta por
ello y con naturalidad, murmura: —¿Qué te vas a poner?
—Algo que haga que todos los putos hombres del lugar volteen a verme
—digo sin dudar, con la mirada fija en la ropa desperdigada.
Ella sonríe, luciendo orgullosa.
—Me encanta esta nueva tu —dice sin dudar. —Esto va a quedarte bien
—murmura, tendiéndome un top de lentejuelas negro y una pollera de tiro
alto de color blanco. —Alísate el cabello que del maquillaje me encargo yo.
Y después de decir esas palabras, camina en dirección al baño para
ducharse.
No se cuanto tiempo es el que tardamos en terminar de arreglarnos, pero
joder..., me veo como yo misma pero a la vez no, no hay una manera de
explicarlo, sin embargo me refiero al buen modo, me veo bien y sexy y
linda y poderosa, y como que puedo patear el trasero de todos los hombres
que me lastimaron en el mundo, je.
No puedo evitar sentirme un poco nerviosa cuando salimos de la
habitación, de todas maneras agradezco no encontrarme con ellos, aunque
algo me dicen que esta noche si no cenamos juntos, nos terminaremos
encontrando luego.
Dante comienza a silbar como un idiota nada más verme, llamando la
atención de toda la gente en el lobby, haciendo que todos los colores del
mundo se agolpen en mis mejillas y cuello, y nada más tenerlo en frente, le
golpeo con fuerza el brazo, diciéndole que se deje de gilipolleces.
Mika pasa un brazo sobre mis hombros, besando mi cabello y
diciéndome que me veo ardiente, que el aire de mar me sienta de maravilla.
Es que Mika es todo lo que está bien en el mundo.
Tatiana me dice que de seguro esta noche follo.
Le respondo con una sonrisa avergonzada.
Isabella pregunta que porque mierda nadie le dice a ella que se ve bien.
Le digo que si quiere podemos fingir que somos novias.
Tatiana pregunta si ella puede fingir con nosotras.
Creo que Tatiana se tira más a la tribuna femenina que a la masculina.
Hacemos nuestro camino a la salida y a pesar de que con Isabella vamos
con zapatos de tacón, decidimos caminar, ya que la noche está preciosa y
sinceramente nos apetece.
Decidimos que mejor es comer en un bar de esos que luego se hacen
antro y ya quedarnos allí. Nos dirigimos a uno que le recomendó a Dante el
camarero que nos atendió esta tarde y algo me dice que en realidad vamos
allí porque mi amigo quiere verlo.
—La mesita del fondo —murmuro nada más entrar.
Todos asienten, ya que es la más apartada y el box más grande que hay.
El bar tiene un estilo bastante playero, hay un apartado unos cuantos
pasos más lejos, que medio se esconde con unos doseles de color negro.
Las luces brillan en pequeñas lámparas tenues por el techo y la música
movida no deja de sonar, haciendo que me mueva al ritmo de ella mientras
nos sentamos.
La primer ronda de cervezas pasa como un borrón y cuando quiero darme
cuenta, la segunda viene en camino.
Pedimos para comer papas, nachos y mini hamburguesas y si pedimos
para comer es solo porque no queremos que la bebida nos caiga demasiado
pesada y esto es claramente idea de Mika, que es el responsable del grupo.
—Pero a ver... —se queja Dante, apoyando los codos en la mesa para
mirar más de cerca de mi amigo. La conversación viene de que Mika ya
tiene su propio departamento, un trabajo fijo y prácticamente mantiene a su
madre—, ¿tu cuantos años tienes?
Dante lleva la camisa de seda roja abierta sin pudor alguno y si bien no es
un hombre que tenga muchos músculos, tiene más bien el cuerpo fibroso,
señal de que en realidad algo hace, aunque él solo diga que su único
ejercicio es follar.
—No te importa —murmura Mika, cruzándose de brazos con una sonrisa
tranquila en el rostro.
A diferencia de Dante, él lleva puesta una camisa de mangas cortas color
blanca y sí, todos los botones están perfectamente abrochados.
No puedo evitar comparar a estos dos, a decir verdad, Dante y Mika son
como el agua y el aceite, en serio, allí donde Dante es excéntrico y liberal,
Mika es más centrado y reservado y si, antes de que digas nada, yo también
los estoy shippeando, no se crean que no, pero es que simplemente se me
hace muy difícil verlos juntos.
—¿Sabes que creo? —Murmura Dante con una sonrisa retadora en el
rostro.
—Ilumíname —murmura Mika y esperen...
Que se están mirando muy seriamente, pero muy, y hay..., joder, hay
mucha tensión en esa mirada.
A ver, contexto por favor.
—Lo que creo es que deberías relajarte un poco... —murmura Dante en
voz muy baja, ladeando su cuerpo hacia delante, de todas maneras todos lo
hemos escuchado.
Mis ojos se clavan en los de Isa, que al igual que yo, luce un poco
sorprendida.
«¿Qué está pasando aquí?» Le pregunto con la mirada.
«Yo creo que estos dos se traen ganas» parece responder.
—Pero..., si estoy muy relajado, Dante —responde mi amigo en voz
igual de baja, pero sonando más profunda, más oscura.
Y se preguntaran porque puse el «Dante» en cursiva, pero si vieran la
forma en la que lo pronunció, fue como si estuviera en realidad acariciando
su nombre y Dante, por primera vez desde que lo conocí, se sonrojo, porque
él lo sintió, yo lo sentí y tu también lo sentiste.
—Bueno, no se ustedes, pero a mi ya me pusieron cachonda.
Por supuesto quien dice eso es Tatiana y todos rompemos a reír con sus
palabras, pero es que a decir verdad si, las cosas se habían puesto un poco
calurosas y me sorprendí por ello, me sorprendí por que hay veces que no
hace falta siquiera un toque para producirnos ese cosquilleo de la
excitación, sino solo ver la forma en la que estos dos se miraban.
—Joder, que necesito un polvo urgente —se queja Dante, negando con la
cabeza y dando un largo sorbo a su cerveza.
—Yo también —responde Mika y ahora sonríe más que antes y mis ojos
se clavan en los de él, de todas maneras él solo mira a Dante y mi amigo se
remueve, no sé si incomodo en sí, sino que solo eso, se remueve.
Que para mi está cachondo, les digo.
La conversación después de eso fluye, de todas maneras todos somos
bastante conscientes de lo que pasó recién, sin embargo fingimos que no y
cuando queremos darnos cuenta, el tercer balde con cerveza fresca llega a la
mesa.
Estoy dándole un largo sorbo a la mía cuando de repente me siento
observada, es como un leve escalofrío que me recorre el cuerpo entero y sin
poder evitarlo, mis ojos recorren el lugar, hasta que doy con la persona que
me observa fijamente y sin reparo.
Asiento con la cabeza en señal de reconocimiento y alzo el botellín en
señal de brindis a lo cual Pierce responde haciendo lo mismo.
No puedo evitar mirar a la persona que está a su lado, que observa algo
en su teléfono fijamente, sin embargo está demasiado tenso, demasiado
consciente de lo que pasa a su alrededor y me doy cuenta de que no quiere
mirarme, genial, tampoco quería que Dean me mirara.
El que tiene una sonrisa enorme es Xander, que parece que ahora que los
he visto, encontró la excusa perfecta para acercarse aquí donde nos
encontramos.
—Te voy a matar —sisea Isabella a mi lado.
—¿Y yo ahora que hice? —Pregunto.
—Hacer contacto visual, eso hiciste —se queja.
Y la verdad es que me pregunto cómo demonios lo supo ella, porque está
de espalda a la mesa de Slytherin y no tengo idea de cómo se percató de que
yo estaba mirándolos, pero déjenme que les cuente un secretito que les
servirá a futuro, Xander e Isa eran muy conscientes el uno del otro, solían
sentirse incluso cuando no podían verse.
—Buenas noches —dice Xander, llegando a nosotros y agradezco que ni
Pierce ni Dean se hayan acercado con él.
Isabella está dura y con la mirada fija en la mesa y supongo que ese
actuar raro es debido a que Xander ha puesto las manos en sus hombros,
masajeando con el pulgar su piel expuesta.
«Pobre mi amiga» no puedo evitar pensar mientras le doy un trago a mi
cerveza.
—Hola, Xan —respondo, ya que todos se han quedado en silencio.
—Un placer verte como siempre, Mine —dice él.
Y su sonrisa ahora es un poco más sincera y no puedo evitar devolverle
la sonrisa.
Pero es que verán, a mi me cae muy bien el señor Royal y todo, pero
Xander es esa clase de chico que simplemente agrada allí a cualquier lado
que vaya, que a pesar de ser muy alto y con algo de musculatura, a pesar de
todos los tatuajes que lleva por todo el cuerpo, no deja de tener una sonrisa
y una actitud infantil, siempre jugueteando con el aro que lleva en el labio.
—¿Cómo has estado? —Pregunto y ahora sus manos acarician un poco
más de los hombros de Isa.
Y ella cierra los ojos con fuerza y sigue tensa y me siento un poco mal
por darle conversación a Xander, pero es que la pregunta se me salió.
—Muy bien, gracias por preguntar —responde él. —¿Y tu? Me he
enterado que has abierto una cafetería que es un éxito —murmura.
—Si —digo con una sonrisa ilusionada—, puedes pasarte - chinga tu
madre —jadeo con dolor por la patada que recibí en la espinilla.
—¿Chinga mi madre? —Pregunta Xander, pero es que no puedo hablar,
la patada me dejó sin aliento.
—Ella dice que si, que le va de pelos, que es un éxito total —interrumpe
mi amiga—, ¿qué estás haciendo aquí?
—¿Ahora? —Pregunta él, ignorando el tono mordaz de Isa. —Los vi y
pensé en venir a decir hola.
—¿Qué haces aquí? ¿En Miami? —Insiste ella, de todas maneras no se
ha girado para verlo, sino que simplemente habla mirando a la mesa.
Xander ladea su cuerpo hasta que su mejilla roza con la de Isabella y ella,
pobre, que cierra los ojos con fuerza y parece que aguanta un poco la
respiración, como si no quisiera olerlo, ni sentirlo.
—La verdad es que te extrañé muchísimo —suelta, así como si nada,
hablando en voz baja y sus labios cepillando la mejilla de mi amiga al
hablar—, y no podía esperar tres putos días más para verte, asique decidí
venir a buscarte, ahora..., ¿podemos hablar un momento? —Pregunta.
Bueno, esto también fue medio caliente, no voy a negarlo y por la manera
en la que Isabella aprieta las piernas entre sí, creo que el chocho le ha
vuelto a palpitar y con fuerza, como una súper palpitación por todos estos
meses que se mantuvo en cuarentena.
—¿Ahora la extrañaste? —Murmura Dante.
—Vale, hablaré contigo —interrumpe Isabella a su primo, pero es que
algo me dice que si seguían con esa discusión, las cosas se iban a joder un
poco.
Mi amiga se pone de pie y la mirada que le lanza Dante es aterradora, de
todas maneras no dice nada cuando la ve caminar a un apartado.
—Joder, necesito follar —suelto yo en voz baja o eso creo, porque de
repente todos en la mesa ríen.
—Puedo ayudar en eso si quieres —murmura Mika, bromeando.
—Yo también —suelta Tatiana y no lo dice tan en broma.
Isabella vuelve después de unos cinco minutos y parece mucho más
entera de cómo estaba cuando se fue, como más decidida y nos dice que
pidió otra ronda más de cerveza, pero que antes todos debemos beber un
poco de tequila.
Que para que mentirles, nos gusto demasiado la noche anterior.
Los tragos llegan y hasta Mika es obligado a beber.
—Para arriba como quiero que esta noche mi hombre tenga la picha —
medio grita Isa, levantando el vasito en lo alto y todos riendo e imitándola.
—Hasta abajo como espero que hoy alguien se ponga de rodillas —dice
Tatiana, siguiéndole el juego.
—Hasta el fondo y sin atragantarse, que la noche promete —digo y
luego, todos a voz de grito y riendo, terminamos diciendo: —¡Y por la
virgen de Guadalupe, que si no follo, que me la chupen!
Se que nada de lo que dijimos rimo, de todas maneras cumplió su
cometido, porque todos bebimos al mismo tiempo y rápidamente todos
estamos yendo a la pista de baile, empujándonos entre nosotros entre risas,
moviendo las caderas y cuando quiero darme cuenta, tengo el cabello
pegado a la nuca, la garganta seca de tanto cantar y no siento los pies por el
dolor de los tacones y el bailar tanto.
Dante está perreando como si su vida dependiera de ello, poniendo su
culo frente mío, el cual no dudo en palmear.
Mika se ríe mientras bebe un poco de su cerveza, Isabella habla con
Tatiana de algo y yo no puedo más, necesito beber algo, de todas maneras
cuando volvemos a nuestra mesa, un camarero nos está esperando.
—Lo siento, chicas, pero tengo que liberar esta mesa para hacer más
lugar —dice.
—No hay problema —murmuramos al mismo tiempo y cuando Isa con
cara amargada comienza a juntar sus cosas para tenerla encima, la detengo.
—¿Qué demonios haces? —Pregunto.
—Pues tener las cosas encima, que hay que sacarlas de aquí —dice.
—Isabella, los chicos tienen un apartado solo para ellos, vaya a saber
Dios cuánto pagaron por él, no tendré mis malditas cosas encima.
—¿Pero qué dices? —Se queja, un poco sorprendida.
—Que si ellos vinieron aquí, a nuestras vacaciones, a nuestro Miami, no
lo dejaré pasar, no haré como si ellos no estuvieran aquí, porque están aquí,
o vinieron por ti o por mi, no lo se, no me interesa, pero estoy cansada de
que ellos hagan lo que se les venga en gana sin consecuencias y si, tal vez
es una estupidez, pero como la mierda que usaré su apartado para dejar mis
cosas.
Isa tiene los ojos un poco abiertos mientras me observa sin decir nada,
supongo que un poco sorprendida y si, no voy a mentir, que estén aquí me
moviliza un poco, pero como dije antes, estoy cansada, estoy cansada de
que esos sentimientos sean los que siempre me lleven a actuar, no quiero
más, quiero dejar que todo eso que tengo dentro siempre sea lo que me haga
cometer locuras en el nombre del amor, quiero aunque sea una vez en la
vida, ser una jodida perra fuerte, a la que ir a dejarle sus cosas a sus ex no le
moleste en lo más mínimo, no la movilice, no la haga sentir mal.
—Tienes que demostrarle que ya no tiene poder sobre ti, Isa —digo,
tomándola de los hombros, mirándola fijamente. —No le demos ese poder
de lastimarnos, porque a decir verdad, estoy cansada de que me lastimen —
digo con sinceridad.
Mis palabras parecen despertar algo en mi amiga, porque de repente
asiente, como si hubiera entendido algo, o por lo menos como si mis
palabras le hubieran abierto las puertas a algo que ella tenía dentro.
—Andando —dice, tomándome de la mano y avanzando sin siquiera
titubear.
Médio rio de manera nerviosa, porque si, largue mucha mierda recién,
eso de los sentimientos que no me dominen, pero no es fácil, ¿vale?
—Hola —dice Isa, con una sonrisa de oreja a oreja cuando llegamos
frente a Slytherin.
—Hola —responde Xander, con una sonrisa enorme.
—Vamos a dejar nuestras cosas aquí —dice Isabella, tendiéndole sus
cosas a Dean, que medio confundido, las agarra. —Tuvimos que despejar
nuestra mesa —es lo único que dice a modo de explicación.
Yo detrás de ella solo sonrió, supongo que todo lo que tenía que decir, lo
dije antes.
Y lo que hago después —que sepan que es solo para molestar—, es
también dejar mis cosas en los brazos de Dean.
Él clava sus ojos en los míos, pero aparto la mirada, porque todavía me
pasan muchas cosas cuando me mira, así que lo ignoro, de todas maneras
puedo sentir sus ojos recorrerme el cuerpo entero y como por acto un poco
involuntario, medio que meto panza y saco pecho, pero como decía, solo
para molestar.
Así como también siento la mirada de Pierce clavada en mi, pero a él no
me duele mirarlo, ya no, asique le sostengo la mirada y él, como si supiera
lo que estoy haciendo, me sonríe y yo, bueno, yo le devuelvo la sonrisa y de
paso paseo mi lengua para remojar mis labios y él clava la mirada allí y si,
lo hice por que sé que mi boca siempre fue algo que volvió loco a Pierce y,
¿te cuento un secretito? Creo que todavía lo sigue haciendo.
En un acto de valentía, que sinceramente no sé de donde sale —y te
confesaré ahora que estoy con la cabeza en frío, que lo hice porque en
realidad estaba muy borracha—, me ladeo hacia la mesa, mostrando el
pronunciado valle de mis senos tanto a Dean como a Pierce, porque Xander
solo tiene y tendrá ojos para Isabella siempre. Ellos por supuesto miran allí
y yo sonrió, porque joder, me siento tan poderosa, me siento que si quiero
puedo aplastarlos con mi pulgar, aunque nunca haría algo así.
Tomo el trago que esta frente a Dean, el liquido ámbar me dice que es un
trago por demás fuerte, pero me digo que tengo que ser una niña grande y
no hacer una puta mueca.
Le doy un trago largo, porque a decir verdad, de pendeja no pensé que
sería tan fuerte, pero esta mierda parece whiskey puro.
Corrección, es whiskey puro.
Sin embargo, será que he bebido mucho alcohol porque la bebida
simplemente pasa como si nada.
—Delicioso —murmuro en voz baja, incorporándome nuevamente y
alternando mi mirada entre ellos dos.
Dean luce sorprendido y también un poco cachondo.
Pierce tiene una sonrisa enorme en el rostro y niega con la cabeza, pero
apuesto a que también lo cachondee un poco.
Mi mano se cierra en torno a la de Isabella cuando volvemos a llegar a la
pista de baile y la canción que comienza a sonar no hace más que hacer
chillar a Dante, quien no duda un segundo de ponernos en fila a Tatiana,
Isabella y a mi.
Aquí vamos otra vez:

«Después de un dulce hola, siempre hay un adiós amargo»


«Después de cada locura, hay un precio que tienes pagar»
«No hay respuesta para esta prueba, siempre caigo por el si»
«Soy esclava de mis emociones»
«Arruina este amor sin corazón»

Para cuando vamos por esa parte, la coreografía es un desastre, bueno,


nosotras tres somos un desastre, porque no hemos parado de reír mientras
Mika nos filma.
Dante, bueno, Dante es todo un espectáculo.

«¡MATEMOS ESTE AMOR!»

Cantamos a voz de grito, intentando seguirle el paso a Dante, pero no, es


imposible.

«Sentirse como un pecador, es tan ardiente con él»


«Su amor es mi favorito»
«Pero tristemente puedes ser peligroso»
«¿Qué debo hacer? No puedo soportar ser tan débil»
«Mientras me obligo a ocultar mis lagrimas»
«Necesito ponerle un fin a este amor»

Las carcajadas no nos dejan cantar bien, o será que en realidad no


hablamos coreano como las BlackPink y en realidad estamos invocando
demonios del inframundo. A Isabella y a mi se nos metió algo y cuando
queremos darnos cuenta, cantamos a todo pulmón en dirección a los tres
que están allí en el rincón, que lejos de sentirse ofendidos, niegan con la
cabeza y ríen.
No se cuanto tiempo es el que pasamos bailando, pero lo único que sé, es
que no puedo más, que debo recargar fuerzas bebiendo para seguir.
Estoy medio mareada y divertida y cuando Isa me acompaña a la mesa,
me doy cuenta de que no está mejor que yo, ya que se tambalea y le agarra
un ataque de risa.
De todas formas nada más llegar a la mesa, Xander la toma por la cintura
y la lleva lejos a pesar de sus protestas.
Pobre, debe costar un mundo resistirse a él y no lo digo porque Xander
sea lindo, que si lo es, sino por todo lo que siente mi amiga por él.
Ignoro tanto a Pierce como a Dean, que sé que me miran, pero ¡hey! Que
no los ignoro por qué quiero, sino porque en verdad estoy muy borracha.
Tomo la copa de champagne que pidió Mika hace un rato de la hielera y
le doy un largo sorbo.
—Mine, ¿podemos hablar un momento? —Pregunta Dean de repente.
Mis ojos se clavan en los suyos y a falta de uno, veo dos Dean.
Joder.
Sacudo la cabeza, intentando acomodar las ideas.
Ahora son tres Dean.
—¿Decías? —Pregunto.
—Necesitamos hablar —repite él con calma.
—Es que ahora estoy ocupada —murmuro, dándole un trago largo a la
copa.
—Te hará mal beber tanto —dice Pierce.
—¿A si? —Pregunto y sonriendo, me termino la copa de un solo trago.
Je.
—Minerva... —murmura Dean en voz baja.
—¿Qué? —Digo, un poco más mordaz que antes. —¿Qué quieres ahora,
Dean? —Pregunto, enojada. —¿Quieres acaso arruinarme la noche?
¿Cuándo estoy pasándola tan bien con mis amigos? ¿Acaso no te basto con
lo de hace días atrás?
Sé que estoy siendo un poco injusta, pero a decir verdad, estoy enojada, y
el enojo con el alcohol, déjame decirte que no son una buena combinación,
pero en mi defensa, no deberían molestarme en este momento.
No me pasa por alto la cara de dolor que cruza el semblante de Dean, de
todas formas soy distraída cuando la persona que está a su lado habla.
—Deja de comportarte de ese modo —farfulla Pierce.
Mis ojos, por demás molestos, se clavan en los de él, cruzando los brazos
sobre mi pecho antes de murmurar:
—¿De qué modo? —Pregunto con sarcasmo. —¿Cómo una perra?
—No dije eso.
—¿Y qué dijiste entonces? —Pregunto, molesta, pero es que Pierce tiene
la capacidad para tocarme los cojones como nadie.
Y no, no de esa manera que me gusta que el sexo masculino me toque los
cojones femeninos.
—Lo que dije, es que siquiera estás escuchando —se queja y luce
cabreado como la mierda también.
—¿No será que tal vez me canse de tener que escuchar lo que alguno de
ustedes dos tiene para decir?
—No estás razonando —responde él, suspirando con cansancio.
—No, si lo estoy haciendo, porque honestamente estoy cansada de
ustedes dos, estoy cansada de todo lo que tienen para decirme.
—Solo intentamos protegerte —murmura Dean en voz baja y mis ojos se
clavan lanzando llamas en los de él.
—No necesito que malditamente me protejan —me quejo.
—No eres consciente del peligro que te rodea —insiste él.
Y no se porque su voz calma me hace perder un poco los estribos, pero es
que me estoy dando cuenta de que estoy muy enojada.
Con los dos.
—Dean, créeme que soy consciente del peligro que me rodea —digo y lo
veo tragar saliva cuando observa la frialdad con la que le hablo. —No te
olvides que estuve años con Harold —digo en voz baja—, años.
—Y haré lo que sea para que nunca tengas que volver a verlo en tu vida.
—Haz lo que se te venga en gana —me quejo, encogiéndome de
hombros—, en definitiva es lo que has hecho estas últimas semanas.
—Estas siendo injusta —dice en mi dirección.
—No, estoy poniéndome a mi en primer lugar —siseo en su dirección,
mientras golpeo mi pecho con el dedo. —Estoy protegiéndome, por una vez
en mi vida, me estoy protegiendo a mi misma.
—Nunca te lastimaríamos —dice Pierce esta vez.
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que no tiene idea de lo que estoy
tratando de decir.
—No se necesita la fuerza de un puño para lastimar a veces, Pierce —
murmuro en su dirección y tiene la delicadeza de apartar la mirada,
avergonzado. —No quiero que cuiden de mi y si van a pasar por encima de
mis deseos y hacer lo que quieran, traten de no meterme a mi en el medio.
—Leathy está observándote, ¿por qué te cuesta tanto entender eso? —
Dice Dean en mi dirección, frustrado.
—Me he enfrentado por años a ese hombre, Dean —digo con seriedad,
de repente la ebriedad se me ha ido. —Me he enfrentado a él de maneras
que siquiera te imaginas —siseo—, y estoy tan malditamente cansada de
tener que huir de mi pasado, tan cansada —digo, porque esa es la verdad.
—No pase por el infierno que pasé para no poder vivir mi vida como lo
tengo merecido.
—Lo se, cari..., Minerva, lo sé.
—No, no lo sabes —digo, ignorando que casi usa ese mote cariñoso que
lograba hacerme estremecer. Pero eso era antes. —No sabes lo que es pasar
por todo lo que pase y sobrevivir. No voy a esconderme más, Dean, deje esa
mierda atrás.
—Harás que Harold te encuentre —dice, frustrado.
—La última vez que vi a Harold, creí que lo había matado —digo con
voz dura en su dirección. —La última vez que lo vi con vida, tenía una
botella clavada en su pecho y yo tenia un puto cuchillo enterrado en las
entrañas y sobreviví, ¿entiendes eso? Sobreviví y lo hice sola, no te necesito
ni a ti ni a nadie.
—¿Por qué no entiendes que lo único que intentamos es protegerte de
todo eso? —Dice Pierce con un suspiro, frotando su rostro.
—Por que lo que entiendo ahora es que necesito mantenerme alejada de
ustedes dos, porque lo único que saben hacer es lastimarme.
—No digas eso... —pide Dean.
—Primero tu —digo en dirección a Pierce. —Sé que no teníamos nada
serio, pero créeme, no soy estúpida, algo pasaba entre los dos.
—Eso no viene al caso —intenta interrumpirme.
Pero a mi el interruptor del vómito verbal ya se me activo y como la
mierda que les voy a cantar sus verdades en la cara.
—Viene al caso, querido Pierce, porque me dejaste cuando más te
necesitaba.
—Habíamos dejado las cosas claras —se queja.
—Me dijiste que siempre ibas a estar para mi —siseo en su dirección,
acercándome a él hasta que tengo que ladear el rostro hacia atrás para poder
mirarlo a los ojos. —Me dijiste que nunca volvería a estar sola —insisto,
golpeando con un dedo su pecho—, me dijiste eso luego de que te corrieras
dentro mío.
—Minerva... —advierte, pero yo ya no puedo parar.
—¿Lo recuerdas? —Acuso en su dirección. —Por que yo lo recuerdo
perfectamente, por que esa noche me abrazaste, juntando todos los pedazos
que estaban rotos en mi y susurraste: «Me tienes, siempre vas a tenerme» y
lo próximo que supe de ti es que te habías ido, que estabas en la otra punta
del mundo, follando con tu ex, mientras yo juntaba todos mis pedazos rotos.
Sola. De nuevo.
Tengo la respiración agitada y si bien tengo un nudo en la garganta, no
quiero llorar, porque el nudo que siento es más bien de impotencia, de
enojo.
—¿Y sabes que es lo más triste? —Susurro al final.
Pierce no responde, por supuesto, sino que tiene la mandíbula presionada
entre sí y no deja de mirarme fijamente.
—Lo más triste es que si hubieras hablado conmigo, si al menos me
hubieras explicado que nunca podrías amarme como la amas a ella, yo lo
hubiera entendido, porque soy así de estúpida.
Me separo, tragando con dificultad, pero sintiéndome más ligera de lo
que me había sentido en muchísimo tiempo, por que todo eso que tengo
dentro, era algo que me estaba enfermando por no decirlo.
Mis ojos se clavan en los de Dean, que lucen abatidos, las ojeras debajo
de sus ojos no me sorprenden, sin embargo no hay nada que pueda hacer
para ayudar, porque él así lo quiso.
—Y luego llegaste tú —murmuro, negando con la cabeza. —Siempre
preocupado por mi y por primera vez en muchísimo tiempo, me hiciste
sentir que podía ser yo misma, me hiciste sentir que no estaba mal que
sintiera todo lo que sentía por ti, me hiciste sentir que lo que más te gustaba
de mi, era lo autentica que era y despues de años, sentí que volvía a ser un
poco yo misma, como siempre había querido ser.
Dean abre la boca para decir algo, de todas maneras se detiene, como si
en realidad no tuviera nada que decir.
—Y por un momento, por un breve instante lo teníamos todo y me di
cuenta a pesar de que era poco tiempo, podía estar contigo toda mi vida, me
hiciste sentir que podía confiar en ti.
—Puedes confiar en mi —dice él, con algo parecido a la desesperación
en su voz.
—Entonces mi pasado colisionó con mi presente y todo se fue a la
mierda —digo, ignorando sus palabras anteriores. —Y me caí en un pozo
del que no pensé que podría salir y, ¿sabes quien logró sacarme de allí? —
Sus ojos se cierran con dolor, de todas maneras no me detengo, ya no puedo
hacerlo. —Tu lo hiciste y no sabes cuan agradecida estoy por ello, porque a
pesar de todo, lograste sacarme de un momento muy oscuro, Dean, cuando
en otro momento hubiera tomado muchísimo tiempo más hacerlo.
No dice nada y de repente si me siento un poco cansada, pero también
liberada, porque todo esto era algo que necesitaba decir y también sentir.
—¿Sabes qué es lo peor? —Pregunto, de todas formas no espero
respuesta, sino que sigo hablando. —Lo peor es que ellos me quitaron todo
—digo con la voz un poco abatida—, me quitaron todo lo que una vez fui,
me quitaron mi confianza, mi identidad, mi vida —digo con la voz ahora sí
apagada—, y no conforme con ello, me siguen quitando las cosas que amo,
pero ya no voy a permitirlo, ¿escuchaste eso, Dean? No voy a permitir que
me sigan robando mi presente, ni mucho menos mi futuro.
—Ellos podrían matarte, ¿por qué no entiendes? —Pregunta él,
acercándose un paso y sé que se contiene para no tocarme.
—Por que lo intentaron una vez y no lo lograron —respondo con
simpleza—, y porque sencillamente estoy muy cansada de siempre tener
que huir —confieso—, por una vez en mi vida siento que encontré mi lugar
y quiero quedarme, te juro que quiero quedarme y ellos ya me quitaron
demasiado y las personas que están alli —murmuro, señalando a la pista de
baile—, ellos valen la pena, valen mucho la pena y haré lo que sea para no
perderlos, porque ellos si me merecen —digo, alternando la mirada entre
los dos. —No dejaré que me sigan quitando cosas, ya no más —y haciendo
un paso hacia atrás, susurro—, espero que puedan respetar eso.
Y así sin más, me giro, volviendo donde todos mis amigos se encuentran
bailando, riendo y bebiendo.
Mika me toma de las caderas cuando me ve llegar, Dante se me pone
delante y comienza a menear sus caderas, Mika imitándolo detrás de mí y
en cuestión de dos minutos, logran hacerme reír a carcajadas.
Siento las miradas de Dean y Pierce desde el privado observándome y sé
que se dan cuenta de que no voy a renunciar a esto, porque estos amigos,
esta vida que logre conseguir en poco tiempo, lo merezco y como la mierda
que lucharé por esto.
Lucharé por esto y no hay nada ni nadie que pueda detenerme.
╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗
BUENAS BUENAS
PERDON POR DESAPARECER ASI, PERO EN VERDAD ESTOY
TENIENDO DÍAS DE LOCOS.
QUERÍA ACTUALIZAR AYER, PERO CUANDO ME SENTÉ A
HACERLO, LITERALMENTE ME QUEDE DORMIDA.
GRACIAS POR LA PACIENCIA Y TAMBIEN GRACIAS POR
TODAS LAS FELICITACIONES QUE RECIBIÓ PECADO CON SABOR
A CHOCOLATE AYER, POR SU PRIMER ANIVERSARIO.
LES PIDO POR FAVOR Y ENCARECIDAMENTE A LAS
PERSONAS QUE RELEEN (A LAS CUALES AMO POR QUERER
RELEER MI HISTORIA) QUE SE ABSTENGAN DE PONER SPOILERS
EN LOS COMENTARIOS, EN VERDAD, TENGAN EN CUENTA QUE
CADA COSA QUE ESCRIBO CONLLEVA ESFUERZO Y ME
ENCANTA PODER SORPRENDERLOS, SI QUITAMOS ESO, POR AHÍ
LA HISTORIA PIERDE SU MAGIA.
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SIN MUCHO MÁS QUE DECIR, MUCHAS GRACIAS POR EL
APOYO Y PERSONALMENTE SE VIENEN ALGUNAS SEMANAS
COMPLICADAS PARA MI, POR LO QUE NO ESTARÉ MUY ACTIVA,
PERO CADA QUE PUEDA, TRAERÉ CAPÍTULO.
NO SE OLVIDEN DE VOTAR POR FAS
CON MUCHO, MUCHO AMOR
LXS AMO
DEBIE LA DE LAS POESÍAS
CAPÍTULO TREINTA Y DOS (PTE DOS)

SÉ DONDE PERTENEZCO Y ES AQUÍ, MI DULCE CORAZÓN

A la mañana siguiente, cuando me despierto, no recuerdo del todo como


llegue al hotel, pero Isa esta a mi lado, con sus piernas enredadas en las
mías y su brazo rodeando mi cintura.
Asique supongo que nada demasiado fuera de lo común.
—Isa... —murmuro con la voz pastosa y ronca por el sueño.
Ella solo presiona su brazo un poco más a mi alrededor y yo estoy que
me meo encima.
—Isa... —me quejo de nuevo, pero ella vuelve a refunfuñar y murmura
algo entre dormida.
Les voy a confesar algo, no es más bien como uno de mis secretitos, pero
sepan que les servirá en un futuro si es que ya no lo sabían.
Beber de más a veces nos trae unos pedos atómicos.
Isa presiona mi vientre de nuevo y a mi, bueno, a mi se me escapa uno de
los silenciosos, de esos que queman.
Dios, pobre Isa que está detrás mío.
—Pero... —murmur todavía un poco entre dormida y estoy segura como
la mierda que la despertó el olor. —¿Qué es...? ¿Por qué huele a muerto?
La carcajada se me escapa, pero en mi defensa, quién se tira pedos todo
el tiempo es ella, alguna vez me tocaba.
—¡Minerva! —Dice, incorporándose de repente. —Que te estas
pudriendo por dentro, joder, ve a un médico.
—No podía despertarte —bromeo, mientras tomo la toalla para darme un
baño, cerrando la puerta justo a tiempo cuando Isabella me tira una
almohada.
Después de un caótico desayuno, en el que Dante, Mika y Tatiana se
sentaron con nosotros y en el cual estuvimos todo el tiempo hablando de
cochinadas, porque así somos nosotros, todos salimos a caminar por el
centro de la ciudad, comprando recuerdos para llevar y yo, cuando nadie me
estaba mirando, me termine metiendo en una librería a comprar algún libro
puerco. Isabella, adivinando mis intenciones, me siguió y compró otro libro
puerco y en un acuerdo silencioso, decidimos que luego nos lo
compartiríamos. Tatiana se había dirigido a la sección de tarot y brujería,
cuando nos descubrió mirándola, nos sonrió con malicia.
Luego de un almuerzo tardío en el centro, ya que casi son las cuatro de la
tarde, decido que quiero relajarme un rato en la piscina, tomando un poco
de sol.
Isabella dijo que tenía cosas que hacer y los chicos se fueron a no sé qué
excursión.
Yo tengo demasiada cruda para ello.
A pesar de la hora, el sol se siente sencillamente increíble, calentando mi
piel y haciéndome sentir una especie de placer orgásmica con ello, porque
si, verán, a veces las cosas que nos dan placer son casi tan buenas como
tener sexo.
¿Y saben que más me da placer? El libro con muchas escenas para
mayores que pienso empezar a leer.
Estoy a punto de llegar a la escena hot cuando de repente una sombra se
cierne delante mío y eso es algo que me cabrea sobremanera, porque
sinceramente, era la parte más entretenida del libro, que llevo cien páginas
y todavía no se han metido mano, por más que la tensión está ahí, latente.
—Buenas tardes —murmura Pierce con una sonrisa enorme.
—Hola —respondo, viéndolo sentarse en la reposera acolchada que hay
en mi lado izquierdo.
Miró a mi alrededor, buscando la razón por la que se haya sentado a mi
lado, pero me doy cuenta de que está la piscina llena y hay mucha más
gente que cuando llegue, el problema es que estaba tan ensimismada en el
libro que siquiera me di cuenta.
—Hola —dice otra voz de repente y mis ojos se clavan en Dean, que se
sienta en la reposera a mi derecha.
Bueno, ya señor, llévame, que es suficiente castigo.
—¿Qué están haciendo aquí? —Pregunto con la voz sonando
increíblemente indignada y es Pierce quien responde.
—Xander tenía cosas que hacer, nosotros no, queríamos venir a tomar sol
—suelta todo rápidamente y hasta con aburrimiento. —¿Me pones protector
solar en la espalda? Es que no llego —agrega, con una sonrisa descarada.
—Dile a Dean que te ponga protector —murmuro y siento como mis
mejillas, sin saber muy bien porque, se me colorean.
—No voy a decirle a Dean que me ponga protector —se queja él, de
todas maneras no deja de lucir divertido. —Anda, no tienes de qué
avergonzarte.
Estúpido Pierce.
—A ver, dame eso —refunfuño, poniéndome de pie.
Cuando Pierce pone el protector en mis manos, pone una cantidad
abismal.
—Esto es demasiado para solo tu espalda —me quejo, entendiendo tarde
porque lo hizo.
Mis ojos se entrecierran en su dirección y él solo puede ampliar su
sonrisa.
—¿A qué estás jugando? —Digo en voz baja, casi de manera
imperceptible, pero sé que me ha escuchado.
—¿Yo? —Murmura él y luego ladea un poco su rostro para ponerlo
frente al mío. —Pero si yo no he hecho nada.
Y se incorpora, haciendo una señal con la cabeza para que comience con
el protector.
Decido en ese momento que si él quiere jugar, jugaré, solo por que no
quiero darle el gusto de que vea que me afecta.
Por qué no lo hace.
De ninguna manera.
Mis manos se pasean primero por su espalda, que es enorme, paseando el
protector a lo largo de ella, medio teniendo que ponerme de puntas de pie
para llegar a sus hombros, viendo como su piel se eriza al contacto de la
mía.
Cuando veo la cantidad que sobra, lo rodeo, comenzando a pasar el
protector por su pecho.
«No vayas a pensar en cochinadas, Minerva».
«No vayas a pensar en cómo los protagonistas del libro se tocaban por
encima de la ropa, sin besarse, solo respirándose..., sólo...»
Mejor dejo de pensar.
Por la manera en la que el cuerpo de Pierce se tensiona, se que no es
ajeno a mi toque y de repente se me ocurre la idea de que se arrepiente un
poco de haberme pedido esto y a mi, que de repente la idea de la venganza
me encanta, comienzo a pasear mis manos lentamente por su torso y mis
ojos se clavan en los de él y quien entrecierra la mirada ahora es Pierce,
como si se preguntara qué demonios estoy haciendo.
«¿Tu querías jugar? Juguemos»
Mis manos se pasean ahora por su vientre bajo y medio aguanta la
respiración cuando mis pulgares tocan la cima de su bañador y cuando
quiero bajar un poco más, fingiendo que intento desparramar un poco más
el bloqueador, sus manos se cierran en torno a mis muñecas, evitando que
siga.
Oh, mi sonrisa es solo más grande ahora.
—Creo que desde aquí puedo yo, gracias, Minerva —dice Pierce con la
voz un poco tensa.
—Es un placer ayudar, siempre —respondo con ironía y luego clavo mis
ojos en Dean, que me mira expectante. —¿Quieres que te ponga
bloqueador? —Murmuro, levantando mis palmas.
—No gracias —responde rápidamente, tragando con dificultad. —Creo
que mejor me quedo a la sombra.
Me encojo de hombros, de repente de mejor humor y cuando vuelvo a
acostarme en mi reposera, ignorando a los dos adonis que tengo a cada lado,
con un solo vistazo a mi alrededor, me doy cuenta de que somos los
protagonistas de muchas miradas.
Me pido un trago para tomar, porque me puse como objetivo estas
vacaciones estar siempre ebria y mientras, sigo a con mi libro, de todas
maneras no logro concentrarme en lo que leo y decido que a esta parte
quiero prestarle atención, ya que será la primera vez que los protagonistas
follaran.
Un vistazo a mi derecha me deja ver a Pierce tecleando en su teléfono
rápidamente, concentrado y con el ceño fruncido y a Dean leyendo un libro
en su tableta, de seguramente algo súper aburrido.
Medio intento ocultar una sonrisa cuando una idea cruza por mi mente, es
por eso que tomando el trago de un solo sorbo, apoyo la bebida en la mesita
que tengo detrás, para luego lentamente comenzar a desajustar la parte de
arriba de la bikini.
La mirada de los dos rápidamente se clava en mi y en lo que hago.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Pierce y el muy cochino de seguro
piensa que haré topless, y la verdad es que la loca idea se me cruzó por la
cabeza, pero no, no puedo hacer eso, soy demasiado pudorosa.
—Joder —murmura Dean, cerrando los ojos, como si también lo hubiera
pensado.
Me giro y dejo caer la bikini también en la mesita detrás mío, antes de
apoyarme sobre la reposera y murmurar: —¿Alguno podría ponerme
bloqueador en la espalda? Es que no llego.
Los ojos tanto de Dean como de Pierce se clavan en el bloqueador, se
miden unos cuantos segundos y ahogo una carcajada cuando ambos
reaccionan al mismo tiempo intentando llegar antes al bloqueador.
Parecen dos niños.
Quien gana es Pierce, largando una mirada tan siniestra en dirección a
Dean que un poco me arrepiento de haberlo pedido, de todas maneras finjo
que nada malo va a pasar.
—Mierda —siseo cuando la crema toca mi piel, pero es que está helado.
—No te preocupes —murmura Pierce con malicia—, enseguida te
caliento.
Estúpido Pierce.
Medio me tensiono cuando sus manos hacen contacto con mi espalda,
mientras me replanteo si esta fue una buena idea.
No, no lo fue, pero ya no puedo arrepentirme.
Sus manos comienzan a desparramar la crema, primero suavemente,
cubriendo toda mi piel y luego sus pulgares comienzan a presionar y ahí es
cuando todo medio se va a la mierda, porque..., ¿recuerda eso que te dije
antes del placer? Pues eso, me causa mucho placer que me hagan masajes
también.
Mi espalda medio se arquea cuando sus pulgares siguen la línea de mi
columna..., joder, es bueno haciendo masajes. Luego se detiene en mi
espalda baja, moviendo los dedos en círculos y estoy a prácticamente nada
de gemir de placer, mordiendo mis labios tan fuerte para evitarlo que medio
me lastimo, sin embargo los masajes duran demasiado poco, ya que su
teléfono comienza a sonar, interrumpiendo los maravillosos movimientos de
sus manos.
Pierce parece que va a ignorarlo, pero termina agarrando el teléfono y
suspirando, dice: —Lo siento, pero tengo que atender.
Y se va.
Quien llamó era Alyssa, no tengo pruebas, pero tampoco dudas.
¿Ven? Estúpido Pierce.
—Déjame terminar eso —murmura Dean, luego de quedarse unos
cuantos segundos observando a Pierce marcharse al igual que yo.
Sus manos son suaves, más suaves que las de Pierce, pero no menos
placenteras y mientras Pierce intentaba cualquier mierda de insinuación
sexual con lo que hacía, Dean es todo lo contrario.
Termina casi nada más empezar, para luego acostarse en su reposera,
observando el cielo.
Mi cabeza se pone de costado para observarlo y cuando se da cuenta, sus
ojos se clavan en los míos.
—¿Qué leías cuando llegamos? —Pregunta, como para conversar.
—Puercadas —respondo, así como si nada.
—Estoy seguro de que si —dice él, riendo.
—Prefiero eso a lo que tú leías, de seguro muy aburrido —me quejo.
—Era algo de trabajo —se defiende.
—Pero estas de vacaciones —me quejo.
—¿Y que tiene que ver?
—Que uno de vacaciones se relaja, por eso se le llaman vacaciones —
murmuro lo obvio.
—Bueno, pero es que yo no podía tomarme vacaciones —responde él.
—¿Y qué haces aquí entonces? —Pregunto.
Dean me observa unos cuantos segundos, antes de apartar la mirada y
cubrir sus ojos con su antebrazo.
—¿Me crees si te digo que no tenía idea de que tu estarías aquí? —
Murmura en voz baja. —Cuando quise darme cuenta, Pierce me subía a un
avión, encontrándonos allí con Xander y cuando llegamos y me encontré
con ustedes... —niega con la cabeza y sus ojos vuelven a clavarse en los
míos. —No quiero que pienses que estoy intentando molestarte de alguna
manera o queriendo controlarte, no quería invadirte de este modo.
Me quedo unos cuantos segundos pensando, antes de responder: —No te
preocupes, te creo.
—Estuve a punto de marcharme, ¿sabes?
—¿Por qué no lo hiciste? —No puedo evitar preguntar.
—No lo sé —responde con un suspiro.
Nos quedamos unos cuantos segundos en silencio, cada uno perdido en
sus propios pensamientos.
—Mine... —murmura Dean de repente, llamando mi atención. —¿Crees
que podríamos hablar un momento? —Pregunta.
Se ha incorporado en su asiento y ahora tiene los codos apoyados en las
rodillas, las manos fuertemente presionadas entre sí y el semblante
torturado.
No puedo evitarlo, en verdad me duele verlo así, sin embargo como dije
con anterioridad, no hay nada que pueda hacer, no hay nada que logre
sacarlo tanto a él como a mi de la situación en la que nos encontramos,
porque por mi parte, hice todo lo que estuvo en mi alcance.
—Claro —respondo, porque a decir verdad, por más que todo lo que
pasó dolió como una perra, no quiero estar mal y no me malinterpreten, que
no lo hago por él, lo hago más que nada por mi.
No me suma que entre nosotros las cosas estén mal.
No me suma que no pueda aunque sea dejarlo explicarse.
No es algo que me haga bien, la vida es una sola como para perder el
tiempo sintiendo orgullo o rencor, aún más si es alguien al cual quisiste y
quieres muchísimo.
—¿Quieres...? —Dice, un poco dudoso y nervioso al mismo tiempo. —
¿Quieres caminar? ¿Por la playa? Es decir..., si quieres podemos caminar
alrededor de la piscina, pero sería un poco raro, ya sabes...
Su balbuceo me divierte y la risa que se me escapa no puedo disimularla,
es por eso que poniéndome de pie, luego de ajustar nuevamente la parte de
arriba de mi bikini, me pongo el pareo que traje y camino en dirección a la
salida del complejo que da a la playa.
Caminamos un rato en silencio por la orilla del mar, el agua fresca moja
mis pies y es por demás relajante. Sin duda estas son vacaciones que nunca
podré olvidar.
Dean camina a mi lado pensativo, lleva su bañador puesto sin nada
arriba, la piel dorada —aún más dorada debido a los días bajo el sol—, lo
hacen lucir como si de un Dios del olimpo se tratara. Su cabello parece
haberse aclarado aún más de ser posible y sus ojos brillan más bajo la luz
del sol.
Joder, luce increíble y yo me lo follaba.
Aparto la mirada de su perfil cuando el recuerdo de nosotros haciéndolo
como conejos llega a mi cabeza.
Piensa en cosas feas, Minerva.
Piensa en un culo peludo y oloroso...
Piensa en cualquier cosa que no sea él presionando con fuerza tus
muñecas detrás de tu espalda, mientras guía los movimientos debajo de él
para que lo montes...
Piensa...
—Entonces... —dice Dean, sacándome de mis cachondos pensamientos
—, ¿cómo has estado? —Pregunta, de todas maneras no me mira.
Carraspeo, intentando recomponerme un poco de lo que estaba pensando,
culpando al sol por mis mejillas sonrojadas.
—Bien —respondo, porque es la verdad, luego del ataque de hace tres
noches atrás, he estado simplemente bien. —¿Y tu?
Dean niega con la cabeza, sin mirarme, antes de responder:.
—Creo que estaré bien —murmura—, eventualmente.
—Estoy segura de que lo harás —respondo.
Pienso eso y aún más, lo deseo, deseo que sea feliz, le deseo buenas
cosas.
Nos quedamos en silencio un rato después de esas palabras susurradas.
Duele un poco, siento una leve molestia en mi garganta, de todas formas
no voy a llorar.
No quiero llorar.
—Sé que no encuentras mucho sentido a todo lo que pasó estas últimas
semanas —comienza diciendo y cuando voy a protestar, me interrumpe: —
Déjame decir lo que tengo que decir, por favor.
Suspiro, antes de asentir y murmurar un acuerdo.
—Todo lo que hice, todo lo que hago y lo que haré de ahora en adelante,
créeme que es enteramente para protegerte —murmura. —Sé que no lo
parece, sé que parece que no pelee lo suficiente por nosotros, pero hay una
razón para todo esto y espero algún día puedas entenderlo.
—Entonces, ¿seguirás con el compromiso?
Aunque ya se la respuesta, igual tengo que preguntar.
—Si —responde, luego de unos segundos.
Asiento, por más que sabía que lo haría, no deja de ser un poco doloroso.
—Quiero que sepas... —empieza a decir, pero se detiene, así como
también lo hacen sus pasos, antes de tomarme del brazo para que haga lo
mismo y lo enfrente. Mis ojos están prendados en los suyos y en ellos
puedo ver tantas cosas, tantas cosas que quiere decir, pero sé que se las
guarda, porque no quiere decirlas. Por que no puede. —Quiero que sepas
que eres la mujer más increíble que conocí nunca —suelta y a mi se me
corta un poco la respiración al escucharlo decir aquello.
»Nunca jamás dudes de ti misma, que todo lo que ha pasado nada tiene
que ver con que pudiste hacer algo mal, ni con cómo eres, ni por quien
fuiste alguna vez —dice a modo de explicación. —Sino todo lo contrario,
tiene que ver con todo lo que eres ahora, con todo lo que diste a lo largo de
tu vida para que llegues donde estas hoy: siendo una mujer preciosa y buena
e increíble.
—Dean... —digo su nombre porque necesito decirlo, porque lo que está
diciendo duele, pero creo que también era algo que necesitaba escuchar.
—Eres fuerte Minerva, eres la persona más fuerte que conocí en mi vida
—sigue diciendo, ajeno a todo lo que sus palabras me producen. —¿Y
sabes de que estoy seguro? —Agrega, con una sonrisa triste. —Estoy
seguro de que un día encontraras a alguien que te ame como tu te mereces
que te amen, alguien que no te prometa ni la luna ni las estrellas, porque a ti
esas cosas no te importan, un día encontraras a alguien que se despierte en
la mañana y sepa lo afortunado que es por tenerte, que nunca se pierda la
manera en la que sonríes, porque tú sonríes con el alma.
»Mine, el hombre que se gane tu corazón, estoy seguro de que lograra
hacerte feliz, porque alguien como tu solo puede estar con alguien igual de
increíble, estoy seguro de que vivirá para hacerte sonreír, para escucharte
hablar de todo eso que tienes para decir, que es de nada pero lo es todo al
mismo tiempo.
»¿Y sabes de que también estoy seguro? De que todo eso que te
propongas, lo lograras, solo tienes que creerlo, solo tienes que saber que tu
todo lo puedes y no rendirte, sé que has pasado por mucho, pero solo tienes
que aguantar un poco más, solo tienes que tener la suficiente fe de saber que
un día no tendrás que esconderte más, que un día podrás ser por fin libre.
No se que decir, en serio, que me he quedado sin palabras. Tengo los ojos
llenos de lágrimas, una angustia en el pecho que duele un poco, pero
también es una especie de dolor al que le siguen cosas buenas, de esas que
te liberan, de esas que sueltan.
—Dean —digo, luego de sorber por la nariz—, eres el peor ex del
mundo.
Él, por supuesto, ríe después de escucharme decir aquello, pero es que es
la verdad, que no puede decirme esas cosas luego de romper conmigo, no es
de buen ex.
—Espero que eso sea algo bueno —murmura él, negando con la cabeza.
—Lo es —respondo, dando un largo suspiro y apartando la mirada,
clavando mis ojos en el mar, porque para lo que voy a decir a continuación,
no puedo mirarlo. —Espero que tu también seas feliz —murmuro,
agachando la mirada, viendo como mis pies se hunden en la arena húmeda.
—Yo... —agrego, mirándolo de reojo—, solo te deseo cosas buenas y no te
guardo ningún rencor, como dije, no comparto lo que hiciste, pero lo
respeto y te dejé ir, Dean, porque entendí que no podía pelear yo sola, sean
cuales sean tus motivos, no podía seguir peleando sola por los dos,
simplemente —niego, mirando al mar nuevamente—, me iba a perder a mi
misma y no podía dejar que eso pasara, no puedo poner a alguien por
encima de mi, ya no más.
—Lo sé —responde él de inmediato—, y estoy muy orgulloso de ti,
porque por encima de todo, tu eres lo más importante y con el tiempo
lograras superar todo esto —agrega y ahora es él quien aparta la mirada.
Como si le doliera, como si le doliera que tenga que olvidarlo.
Golpeo mi hombro con el suyo, intentando distender un poco el ambiente
espeso y triste que se formó de repente.
—No te quites crédito, que no eres tan fácil de superar.
Él ríe por lo bajo, negando con la cabeza, mirándome de reojo. Me gusta
eso, me gusta que vuelva a reír, se parece un poco más al Dean de siempre,
no al que fue mi novio, sino al que era mi amigo.
—En verdad eres increíble —murmura él.
—Por supuesto que lo soy —bufo, como si fuera inconcebible pensar de
otra manera—, ¿por qué crees que te cuesta tanto dejarme ir? —Digo, un
poco a modo de broma y un poco con verdad. —No me superaras de un día
para el otro, ten eso seguro —finalizo.
—Lo sé, créeme —está de acuerdo.
Volvemos a quedarnos en silencio un rato, retomando el camino por la
playa, esta vez en dirección al complejo.
—Tal vez como que deberíamos abrazarnos para sellar este tratado de
paz —suelto.
Así, como si nada, pero ya me conocen, así que no me voy a retractar y
aparte lo dije porque en verdad lo necesito. Los abrazos de Dean en verdad
curan.
—Pensé que nunca lo pedirías —dice él, tirando de mi brazo y
envolviéndome en un apretado abrazo.
Cierro mis ojos al contacto de nuestras pieles juntas, de la calidez en su
abrazo, de sus manos presionando mi espalda, del olor a sal y verano en su
piel, un poco entremezclado con su perfume dulce.
—Joder, voy a extrañar que me azotes.
Sé que he dicho eso en voz alta cuando su cuerpo se tensiona y me
presiona un poco más fuerte cerca de él.
—Por todos los cielos, no quise decir eso —digo, mortificada.
Asiente, de todas formas no dice nada, sino que se niega a romper el
abrazo y yo un poco no quiero que lo haga tampoco.
—¿Crees que podamos ser amigos nuevamente? —Pregunta, con su
mentón apoyado en la cima de mi cabeza y sé que se niega a dejarme ir para
que no pueda mirarlo a la cara cuando responda.
—Supongo que en algún tiempo podremos —respondo con completa
sinceridad—, por ahora todavía duele un poco tenerte cerca —agrego. —Lo
hará por un tiempo.
—Lo entiendo —responde él con un suspiro, separándose por fin. —Será
mejor que volvamos, Pierce se debe preguntar donde nos metimos.
—Pierce se puede chupar la teta de una gaviota —respondo.
Él ríe, por supuesto. Me pregunto si Rebecca logrará hacerlo reír alguna
vez, espero que si, porque su sonrisa es preciosa.
—Estoy casi seguro de que las gaviotas no tienen tetas —dice él,
sonriendo.
Así, así es como siempre quiero recordarlo.
• ──── ✾ ──── •
Esta es la última noche de Dante, Mika y Tatiana, su vuelo sale cerca de
la medianoche, es por eso que decidimos pasar las últimas horas de ellos a
orillas del mar. Es costumbre aquí hacer enormes fogatas, es por eso que no
nos sorprendemos con todas las que hay a nuestro alrededor, lastima que
ninguno de nosotros sepa prender un pinche fuego.
—A ver tu —dice Dante en dirección a Mika—, tienes toda la pinta de
haber sido boy scout, ¿cómo que no sabes prender un fuego?
—Vivimos en Nueva York —se queja Mika y al ver la cara de pasmo de
Dante, insiste: —¿Dónde coño querías que aprendiera a hacer un fuego? —
Insiste.
—Como sea —murmura Dante, refunfuñado. —Que somos los lusers de
la playa.
—Pero si igual hace calor —se queja Isa—, no es como si necesitáramos
un fuego para calentarnos —agrega.
—Como sea —repite Dante y todos reímos por lo refunfuñado que está.
Estamos hablando del porque ninguno de nosotros fue boy scout cuando
el resto llega y no, no nos molestan, ni siquiera a Dante, por que Dean viene
cargando un montón de leña, Pierce trae una heladerita con bebidas
alcohólicas frescas y Xander una guitarra.
—¿A que nos extrañaron? —Dice Xander, comenzando a acomodar las
maderas con ayuda de Pierce para hacer una fogata.
—¿Acaso fuiste boy scout? —Pregunta Dante, queriendo sonar mordaz,
aunque en realidad destella más la curiosidad que siente.
—Por supuesto —dice, como si fuera una obviedad.
La fogata se hace enorme en cuestión de minutos y todos conversamos
entre todos y reímos.
Tatiana me dice que no quiere volver a trabajar, que estas vacaciones
deberían ser eternas, que el solo hecho de ver a Tronchatoro mañana hace
que tenga ganas de tirarse al mar y convertirse en sirena y cuando Pierce le
lanza una mirada, ella murmura: —No me mires de ese modo, esta noche
eres nadie.
Si, así es Tatiana.
—Puedes venir a trabajar conmigo si quieres —le respondo, bromeando.
—Ni de coña —interrumpe Pierce cuando ella iba a responder.
—¿Y eso? —Pregunto, fingiéndome ofendida.
—Es una de mis mejores mozas, no quiero perderla.
—Disculpa, ¿podrías repetir tus palabras? —Dice Tatiana, con una
sonrisa maliciosa, mientras saca su teléfono. —Anda, repítelo Greco, sin
miedo al éxito.
—Eres una de mis mejores mozas —dice él, casi siseándolo.
—Excelente —dice ella y luego acercando su teléfono a su boca,
murmura: —¿Escuchaste eso, Tronchatoro? Soy la mejor.
Y luego envía el audio.
—De. Ninguna. Jodida. Manera. —Dice Dante, con los ojos abiertos de
par en par.
—No lo hiciste —digo, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, joder, si lo hizo —dice Isabella, riendo con incredulidad.
—Joder —murmura Pierce, frotando su rostro.
—Ella me cae bien —dice Xander.
—Somos compañeros de trabajo hace años, idiota.
—Y recién ahora me caes bien —responde Xander, levantando su botella
de cerveza en un brindis. —Salud.
—Idiota —murmura ella.
Dean y Mika solo ríen.
Comemos de las papas que trajeron los chicos, por que si, ellos fueron
provisorios y después de un rato todos reímos y hablamos de cualquier
cosa, hasta que Xander de repente saca la guitarra de su estuche y Isabella
de repente encuentra muy interesante el mar, del cual no se ve nada, pero si
me entienden.
Las notas comienzan a sonar en su guitarra acústica y déjenme contarles
algo de la música y de mi: siempre voy a admirar cualquier tipo de
expresión de arte, de lo que sea, pero si hay algo que Minerva Wilson
disfruta, es la música, las letras, aún más cuando puedo escucharlo como
ahora.
Xander empieza a tocar canciones al azar, le pregunta a cada quien que
quieren que toque, con la certeza de que cualquier canción que le digamos,
él sabrá tocarla.
—¡Oh Hey! —digo de repente y todos hacen silencio cuando hablo.
—The Lumineers —dice él, haciéndome sonreír.
Los primeros acordes empiezan a sonar firmes en su guitarra, antes de
que su voz se escuche, baja y ronca, pero a la vez hipnotizante.

»He estado intentando hacerlo bien»


»He vivido una vida solitaria»
«He estado durmiendo aquí en vez de allá»
«He estado durmiendo en mi cama»

Mi voz de repente sale sola, acompañando la de Xander y si bien no es ni


de cerca igual de melodiosa que la de él, no deja de ser una especie de coro.

«No sé a donde pertenezco»


«No sé dónde me perdí»

Es en ese momento que la voz de Isabella, melodiosa y aguda, comienza


a cantar con nosotros y bueno, yo medio me callo, porque prefiero
escucharla a ella antes que a mi.
Xander clava sus ojos en los de ella, encantado, como si hubiera estado
esperando que ella cayera ante el encanto de las notas musicales.

«Mi lugar está contigo»


«Tu lugar está conmigo»
«Eres mi dulce corazón»

Está vez cantamos todos el estribillo, así como también la gente de las
fogatas que están a nuestro alrededor, que para que negarlo, la nuestra es la
más animada.
Todos reímos a medida que la canción sigue, obviamente cantando y yo
sinceramente no puedo evitar estar agradecida, estar muy, pero muy
agradecida por los amigos que hice, por las personas que encontré a lo largo
del camino, por todas las que tuve que dejar atrás y por todas aquellas que
vendrán.
Por qué no puedo negarlo, estoy aquí, en una playa paradisiaca, rodeada
de gente que quiero, por que si, los aprecio a todos de una manera distinta y
clavo mi mirada en cada uno de ellos.
Xander pareciera estar en una especie de trance místico, con los ojos
clavados en los de Isa y hay tanto, pero tanto allí. No hay otra manera de
explicarlo, ¿saben? Sino que simplemente cada que los veo a ellos dos
pienso en mucho o tanto, no se si me explico.
Isabella canta, canta concentrada en las notas, en las palabras, en la letra
de la canción, ¿pero saben que? Conozco a mi amiga, la conozco tanto que
a veces me da un poco de miedo, por la conexión que tenemos, por todo lo
que implica nuestra amistad, por todo lo que implica ella en mi vida y como
la conozco, sé que en realidad intenta por todos los medios ahogar la voz de
Xander, ahogar lo que escucharlo cantar le produce, pero déjenme que les
cuente un secretito, ellos dos juntos simplemente hacen la melodía.
Tengo ganas de decirle a mi amiga que de algo así no se escapa, pero
supongo que tendrá que darse cuenta ella sola.
Le sigue Dante, que a pesar de que Xander no le caiga muy bien, canta,
canta a todo pulmón, haciéndome reír cuando lo miro, mientras él envuelve
un brazo alrededor de los hombros de Mika y luce tan raro, porque es
considerablemente más pequeño que mi amigo, de todas maneras no se
detiene, no, incluso intenta meter la mano dentro de la camisa de Mika, que
le pega un manotazo cuando se da cuenta.
Y luego sigue él, Mika, que cuando lo estoy mirando clava sus ojos en
los míos y con un movimiento de labios, me doy cuenta que me dice: «Te
quiero, pequeña» y yo sonrió más, porque yo también le quiero y mucho,
porque Mika, sin siquiera darse cuenta, ha sanado muchas cosas en mi y
estoy segura de que yo también a él.
Le sigue Tatiana, que por más que no cante, tiene una sonrisa suave en su
rostro, disfrutando el momento y le envidio un poco, ¿saben? Le envidio la
manera en la que arquea su espalda y hecha su cabeza hacia atrás,
respirando profundamente, sintiendo la libertad que la rodea y me doy
cuenta ahora que Tatiana es de esas personas que viven todo como si no
hubiera un mañana, que no tiene miedo de decir cualquier cosa que pase por
su cabeza, que es autentica y original y no le teme a nada.
Creo que todos tendríamos que ser un poco como ella.
Me pregunto qué se sentiría ser así.
Le sigue Dean, que mira las llamas que arden en el centro de la fogata, un
poco perdido en sus propios pensamientos, de todas maneras tiene una
pequeñísima sonrisa en su rostro.
Como si sintiera mi mirada, clava sus ojos en los míos y yo medio me
estremezco, porque muchas cosas me pasan cuando me mira, muchas cosas
me pasaron y muchas me seguirán pasando, porque déjame decirte algo, un
pequeño spoiler: Dean no es de esas personas que se superan, nunca, es
imposible.
Él medio asiente cuando me mira, como si algo que pasaba por su cabeza
se estuviera cumpliendo en este momento, me pregunto si eso tiene algo
que ver conmigo.
Aparto la mirada, porque a decir verdad se me estaba cruzando la loca
idea de que todo me importe un carajo e ir a sentarme en su regazo, que me
abrace, que todo bien con la fogata, pero que a mi me a dado un poco de
frío con la brisa marina.
Es en ese momento exacto que una enorme sudadera con un perfume
exquisito es puesta en mi espalda, abrigándome.
Mis ojos se clavan en los de Pierce y joder, tengo que tragar y apartar la
mirada cuando se sienta a mi lado. Cerca. Bastante cerca.
—¿Mejor? —Pregunta.
—Si, gracias —respondo.
Y lo miro.
Y es un error, porque él también me mira y, ¿sinceramente? No se muy
bien qué demonios está pasando con Pierce en este momento, porque él
siempre fue una incógnita, alguien difícil de entender.
Y yo como que no quiero entenderlo, me canse de intentar descifrarlo, de
todas maneras no puedo evitar preguntarme qué demonios está pasando por
su cabeza en este momento.
«¿En que estas pensando, Pierce?»
—Tu sabes en qué estoy pensando —dice él de repente.
Pero estoy segura de que esta vez la pregunta no se me escapó, estoy
segura de que esta vez él supo lo que estaba pasando por mi cabeza, porque
Pierce siempre supo entenderme como nadie me entendió jamás.
Aparto la mirada porque la intensidad de la suya me abruma un poco,
Pierce siempre me abrumo, sin embargo ahora lo siento diferente, siento
que ahora no me afecta.
Clavo mis ojos en las estrellas, intentando apartar todo lo que pasa por mi
cabeza en este momento.
«Mundo, ¿qué tienes preparado para mi?»
«Cosas increíbles, Minerva, cosas que siquiera esperas»
«¿Seré feliz?»
«Las cosas buenas llegan a quien sabe esperar»
«Vete a la chingada, Mundo» no puedo evitar pensar con una sonrisa en
el rostro.
«Tu también, Minerva, tú también»

• ──── ✾ ──── •
PERDÓN POR LA DEMORA BEBIS
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO EL CAPÍTULO
SE VIENEN COSAS BUENAS
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CAPÍTULO TREINTA Y TRES

TU SEXO ME LLEVA AL PARAÍSO

—¿Mine? —Dice la voz de Isa desde el baño.


—¿Si? —Murmuro distraída, poniéndome crema en las piernas mientras
me preparo para ir a dormir.
Es nuestra última noche aquí, Dante, Mika y Tatiana ya partieron en un
uber rumbo al aeropuerto y nosotras decidimos que nos iríamos a dormir
temprano, teniendo en cuenta que nuestro vuelo sale mañana al mediodía y
debemos estar dos horas antes en el aeropuerto.
—Voy a decirte algo, pero de seguro no va a gustarte —murmura y ahora
si que llama mi atención.
—Oh... —es todo lo que sale de mi boca cuando la veo.
Ella está..., bueno, luce arreglada, muy arreglada.
—Creí que nos quedaríamos aquí hoy —digo, pero ya veo que no va a
ser así.
—Cambio de planes —responde ella.
—Yo..., ya tengo mi pijama puesto —es todo lo que digo.
—Podemos solucionarlo en cuestión de minutos.
—¿Por qué estás cambiada así?
—Te dije que no iba a gustarte —refuta ella casi de inmediato.
—Será algo ilegal, ¿verdad? —Pregunto.
—Depende.
—¿Cómo que depende?
—Mientras menos sepas, mejor.
Cuando Isabella sale del baño, lleva su bata puesta, sin mostrar que hay
debajo.
—Isa, quítate la bata —digo.
—No, mientras menos sepas, mejor —repite ella.
—Pero Isa... —intento de nuevo.
—Ven, que hay que arreglarte —murmura ella, haciéndome una señal
con la mano para que me ponga de pie.
—Ay Isa, joder... —murmuro.
—Te recompensaré, lo prometo —murmura ella, pero sus ojos no se
encuentran con los míos y, ¿saben que significa eso? Que la mierda será
enorme.
Luego de llegar al baño, Isabella me mostró lo que quería que usara.
Llevamos discutiendo veinte minutos.
—No puedo ponerme eso —repito como por quinta vez.
—Si puedes, en serio, que cuando lo compré sabía que te entraría,
conozco tu talla, tienes un poco menos de tetas que yo —insiste.
—Isa, no es que no me entre, es que no quiero usar eso, que es...
—¿Qué?
—Muy revelador.
—Nadie te prestara atención.
—Isa, que iré prácticamente desnuda —insisto.
—No pasa nada —responde, evasiva.
—¿Tu llevaras lo mismo? —Pregunto.
—El mío es hasta más revelador.
La miró y ella me devuelve la mirada, los ojos de cordero y esa carita de
que nunca lastimo a nadie en su vida.
Me río, no puedo evitarlo, pero es que Isa es..., joder, siquiera puedo
decir lo que es.
—Isa, ¿dónde coño me llevas? —Pregunto, mientras tomo el corsé que
me tiende con la minúscula ropa interior.
—A un lugar —murmura ella, tan malditamente evasiva.
—Ya sé que a un lugar —respondo, rodando los ojos mientras intento
meterme dentro del corsé, pero es que..., no se como se pone esta mierda.
—A ver, déjame a mi —murmura ella, un poco exasperada, pero en
realidad está más bien nerviosa.
Acomoda el artilugio este y luego se pone a mi espalda, empezando a
ajustar los cordones.
—Isa, que no voy a poder respirar, que más suelto —me quejo.
—No se puede más suelto —dice ella, apretando. —Se usa así.
—Pero es que me aprieta mucho la panza —intento nuevamente—, que
con la cantidad de cerveza que tome los últimos días, los pedos son difíciles
de contener.
La carcajada que larga me hace sonreír, porque la idea principal era esa y
bueno, lo de los pedos no es tan mentira.
—Andando —carraspea, volviendo a la seriedad nuevamente.
—Isa, que no puedo salir así —me quejo.
—Ponte la bata —dice ella.
—¿Pero podemos salir así? —Insisto.
—Si.
—Pero pensaran que las estamos robando —murmuro.
Ella se muerde el labio inferior, como si estuviera sopesando la idea de
que en verdad nos pueden acusar de salir con ellas y que las vamos a robar,
que a ver, que llevamos medias de red debajo y unos zapatos de tacón
altísimos.
—Es que la otra opción no va a gustarte mucho —dice.
—Pero es que ninguna de estas opciones me gusta, yendo al caso.
—¿Qué va con cagarla un poco más no? —Dice, con una sonrisa
nerviosa.
—Sin miedo al éxito —murmuro, rodando los ojos.
Isabella tenía razón, la otra opción no me gusta para nada, en serio, que
sinceramente con todo lo que llevo encima —o lo poco que llevo, en
realidad—, agregar esto..., joder.
—Lo que pasa en Miami, queda en Miami —murmura ella, en un vago
intento de animarme.
La mirada que le largo hace que me sonría incómoda.
—Será una buena anécdota, lo prometo —insiste, una vez que las puertas
del elevador se abren, dejándonos en el lobby.
Como era de esperarse, todas las miradas se clavan en nosotras,
congelándonos en el lugar y para nuestra suerte, un grupo de ancianos
parece que acaba de llegar al hotel.
El lugar está atestado de gente.
Atestado.
—Esto es parte de la anécdota —murmuro, tomándola de la mano para
obligarla a caminar.
Hay un silencio tenso a nuestro alrededor y por más que siento las
mejillas coloradas, me obligo a seguir caminando, con la frente en alto y el
repiqueteo de mis zapatos y los de Isa como música de pasarela.
Cuando la mirada de una pareja nos mira demasiado sorprendida, medio
sonrió y sin pensar, suelto: —Vamos a una despedida de solteros.
Abren los ojos peor y más escandalizados de ser posible.
—¡De solteras! —Intenta arreglarla Isa.
Creo que a la señora le ha bajado la presión y definitivamente tiene un
mini infarto cuando el señor que lo acompaña, pregunta: —¿Hacen servicio
a la habitación?
—Por todos los cielos —digo con el bochorno solo incrementando—,
larguémonos de aquí antes de que muera alguien y vayamos presas en el
extranjero.
Una vez fuera, veo que Isa no se dirige hacia el estacionamiento privado,
sino directamente a la avenida principal.
—Isa, por Dios, dime que no iremos en uber —me quejo.
—Es que esta noche quiero beber —responde ella, avergonzada. —Es
que en realidad vamos a necesitar beber para lo que vamos a hacer —se
corrige.
Muevo mi peso de un pie a otro.
—Isa, ¿dónde demonios estamos yendo? —Pregunto.
—Menos pregunta Dios y más perdona —es todo lo que responde,
evasiva.
—Isabella —digo, más firme.
Sus ojitos, esos de cordero, se vuelven a clavar en los míos.
—Mientras menos sepas, mejor —repite como loro y cuando ve que abro
la boca para protestar, me interrumpe: —Te prometo que te deberé un favor
grande, gigante como Rusia.
—Eso es como un súper favor —farfullo por lo bajo, una vez que un taxi
se detiene frente nuestro, el conductor, pobre, si no hubiera sido porque abrí
la puerta y prácticamente me lancé dentro, de seguro que hubiera arrancado
y conducido lejos.
—Eso, un súper favor —dice mi amiga, un poco más animada una vez
resguardadas dentro del auto. —Yo mataré monstruos por ti, ¿recuerdas?
—Eso es manipulación —siseo en su dirección, golpeándola con el codo
cuando veo al conductor mirándonos por el retrovisor ansioso para que le
demos una dirección. —Anda Isa, dile al amable señor dónde vamos.
—A Solo Piel por favor —murmura mi amiga.
—¿Eso es el club de striptease? —Murmura el hombre, un poco
sorprendido.
—Ese mismo —responde Isa con una sonrisa.
No me jodas.
No.
Me.
Jodas.
Por un breve instante, una vez que la primera impresión pasó, en verdad
pensé que Isa se había expresado mal, o no mal, pero por un breve, muy
pequeño momento, creí que en realidad iríamos a un lugar de striptease
donde bailarían hombres para nosotras, de esos que vimos en Magic Mike,
¿sabes que película? ¿La de Channing Tatum? ¿Aún no la has visto? No
sabes de lo que te pierdes.
La cuestión es que sonreí al chofer, porque ya sabes, dos chicas jóvenes
como nosotras yendo a divertirnos un rato no tiene nada de malo, sin
embargo cualquier burbuja de felicidad que podría haber creado en mi ilusa
mente, se pincho cuando el hombre murmuro: —¿Trabajan ahí?
—¿Disculpe? —Murmure y la voz me sonó un poco temblorosa, no voy
a mentirles.
—Si —dijo Isa al mismo tiempo.
—¿Dónde es que trabajamos? —Dije en dirección a mi amiga,
comenzando a sudar la gota gorda.
—Somos bailarinas —agrego ella, pero no me miraba.
—Yo no soy bailarina —murmure en voz baja.
—Lo serás a partir de hoy.
—Isa...
—Entre menos sepas, mejor —insistió ella.
—Isa... —repetí, porque solo necesitaba decir su nombre.
—Todo va a estar bien...
—Entre menos sepa, mejor, ¿verdad? —Sisee en su dirección.
—Exacto, eso mismo —murmuro ella, jugueteando con las medias red en
sus muslos, sin mirarme.
Esto sería muy malo, en verdad, que..., que Isa se traía una gorda, que me
arrastraría con ella al infierno.
Que caro le saldría devolverme el favor.
Una vez que llegamos medio me negué a mirar en dirección a nuestro
destino, conversando con el conductor del taxi mientras esperaba el cambio,
mientras él medio que se veía nervioso, como si necesitaría que me bajara
del auto de inmediato para que nadie lo viera allí y lo asociara a aquel lugar.
—Minerva, anda, que se nos hace tarde —siseo Isabella, ajustando la fina
bata de seda que cubría su cuerpo.
—¿Para qué, exactamente? —Pregunte con los dientes apretados entre sí.
Ella solo rodo los ojos, mientras me tomo de la muñeca para obligarme a
bajar del auto.
Respire profundo y mire en dirección al club de striptease: no era nada
fuera de lo común, en verdad, parecía como cualquier bar, a diferencia que
este en la entrada tenía un cartel luminoso de una mujer bastante pechugona
que movía las piernas desnudas de arriba abajo.
Medio que me quede en mi lugar, sin caminar, observando las tetas del
cartel, hasta que Isa me pego un codazo que me hizo reaccionar.
En lugar de ir por la entrada principal, Isabella me hizo rodear el lugar,
ignorando a los hombres que nos silbaron al pasar.
—Isa... —dije y esta vez soné más firme, porque había llegado el
momento de que me dijera qué demonios estaba pasando.
—Vale, te lo diré, pero no te pongas como loca —murmuro.
—Tienes que estar jodiendo conmigo —sisee en su dirección, porque a
pesar de que todavía no había dicho nada, ya me imaginaba por donde iba
todo esto.
—Vale, tal vez si tengas permitido ponerte un poco loca —dijo ella, esta
vez con más calma. —Pero te prometo que no es tan grave como parece.
Cerré los ojos con frustración y si no me los frote con la punta de los
dedos, fue porque esta noche Isa se había lucido con el maquillaje que me
había hecho.
—¿Qué es exactamente lo que hacemos aquí? —Pregunte con toda la
calma que fui capaz de reunir.
—Vale, que yo sin querer escuche que tal vez los chicos vendrían aquí
esta noche... —comienza diciendo, pero sepan disculpar, que tengo que
interrumpirla.
—¿Quiénes vienen aquí esta noche? —Pregunte muy lentamente, aunque
no hacía falta que lo dijera, yo ya lo sabía.
—Tu sabes quienes —respondió, confirmando mis sospechas y antes de
que pudiera responder nada, agrego: —Es que hoy es el cumpleaños de
Xander.
—¿Hoy...? —Pregunte.
—Es decir, en un rato —murmuro—, después de las doce.
—Vamos a hacer una locura, ¿verdad? —Pregunte, pero ya sabía la
respuesta a eso también.
—Lo que pasa en Miami queda en Miami —repite ella.
—Ósea que la mierda va a ser grande —traduzco.
—Te juro que será de las mejores anécdotas que podrás contar a tus
nietos.
—Estoy segura que no le contaré a mis nietos como termine en un club
de striptease a medio vestir, Isabella —murmure.
Comencé a caminar a la entrada que había en el lateral sin ver si me
seguía, pero por el rápido repiqueteo de sus zapatos que había detrás mío,
supe que lo hacía.
Cuando abrí la puerta pensé que chocaría de lleno con olor a humo y
alcohol rancio, pero nada más lejos de la realidad: la música era medio baja,
segura de que lo que sonaba era alguna especie de jazz, el olor a
ambientador llenó mis fosas nasales junto con la mezcla de muchos
perfumes caros, mientras que la iluminación tenue iba entre los rojos y
azules.
El lugar en sí era bastante lindo y acogedor.
Si, leíste bien, parecía acogedor, por lo menos hasta que mirabas en
dirección a los escenarios, que estaban llenos de caños donde chicas se
movían haciendo una danza con él, dando giros y saltos y meneos..., me di
media vuelta de repente, queriendo salir de ahí y chocando con Isabella que
miraba todo de la misma manera que yo: sorprendida.
—¿Qué haces? —Pregunto, tocando su nariz ya que nos habíamos
golpeado.
—Huir —dije, decidida, intentando pasarle por al lado para salir
nuevamente.
—No puedes huir —se quejo ella.
—Claro que puedo —respondí.
—Vale, si puedes, pero..., no me dejes sola —soltó.
Perra.
—Isa, que yo no sé bailar —volví a quejarme—, siquiera puedo hacer un
perreito intenso.
Se le escapó una risotada, pero se recompuso rápidamente al ver que yo
no me reía.
—Tu solo haz lo que yo hago —murmuro ella.
—¿Tu si sabes bailar en eso? —Pregunte, pero es que mi amiga era una
caja de sorpresas.
—Más o menos —respondió, pero no me miraba.
¿Y sabes qué significaba aquello? Que era una profesional bailando en el
caño.
Dios, tendría que darme muchas explicaciones.
—¿Mery? —Dijo una voz de repente y mi amiga se dio vuelta, sonriendo
radiante.
De repente toda negocios.
—¿Charly? —Pregunto ella.
—El mismo —respondió el hombre y no me pasó por alto como repaso a
mi amiga con la mirada y cuando quiso hacer lo mismo conmigo, medio me
escondí detrás de Isa inconscientemente. —Esa timidez no va a ayudarte en
el escenario —murmuro, aunque no sonó para nada cabreado—, dijiste que
ambas tenían experiencia —murmuro en dirección de Isa.
—La tenemos —dijo Isa de inmediato.
Demasiado rápido.
Con demasiado entusiasmo.
Joder, que éramos malas en esto.
El hombre, este Charly, nos miró con extrañeza, es por eso que decidí en
ese momento que tenía que decir algo, pero es que mi amiga se me
adelanto.
—La cosa es que como te decía por mensaje, ella es de Rusia y sabes
como son los rusos...
—A decir verdad, no, no lo se —murmuro el hombre y estaba segura de
que cuando miró a su alrededor fue para buscar un guardia que nos saque de
allí.
—Tímidos —dijo Isa.
—Lo siento —dije, intentando imitar un acento Ruso, remarcando las r.
—Mi nombrre es Ekaterrina —dije, estirando mi mano para tomar la suya.
Charly observó mi mano extendida, antes de tomarla suavemente y
llevarla a sus labios para dejar un beso ahí.
Sabía que lo hacía para probarme, para saber si toda esta maraña de
mentiras era en realidad una maraña de mentiras.
«No en mi turno» pensé, acercándome un paso a él y mirándolo fijamente
a los ojos.
No sé qué fue lo que me pasó por la cabeza, supongo que el valor ese que
siempre les digo que da el alcohol, porque si, Isabella me hizo tomar antes
de salir de la habitación dos shots de vodka. No de tequila. De vodka.
Ahí supe que las cosas se pondrían interesantes.
Charly medio que se sorprendió cuando me acerque hasta que nuestros
pechos casi se tocaron y si tengo que confesarles algo, me gustaba esta yo,
atrevida y decidida.
—Mucho gusto, Charrrly —digo y mis ojos se clavan en sus labios.
Y no porque me guste, que a ver, que no es que este Charly esté mal, pero
no es mucho mi tipo, sino porque se que eso es algo que suele intimidar un
poco —según lo que he leído en libros—, y mi acción tiene el efecto
deseado cuando carraspea y se hace un paso atrás, mirando con curiosidad a
su alrededor.
—El gusto es mío —dice y sus ojos me repasan nuevamente, pero ahora
me mira con otros ojos, con una pizca de deseo y también algo parecido a la
admiración—, pueden tomar lo que quieran de la barra, su acto empieza en
media hora.
Y después se va.
Y yo suelto todo el aire que estaba conteniendo.
Y Isa suelta un «asuputamadre».
—Si, lo se, soy genial, vamos a por ese trago —murmuro.
Ambas nos acomodamos en la barra y nos pedimos dos gin tonics para
beber.
El primero es casi de un solo sorbo, para el segundo estamos más
relajadas y cuando nos miramos, sonreímos.
—Isa, ¿en qué coño nos metiste? —Pregunto, divertida.
—No lo se —dice, mirándome mientras bebe. —Siento mucho meterte
en medio de estas cosas —confiesa.
—Está bien —murmuro—, te lo cobraré caro.
—Lo sé —murmura ella con un suspiro.
—Entonces... —murmuro por lo bajo—, el cumpleaños de Xander, he.
—Sip.
—¿Y que? ¿Tu eres su regalo de cumpleaños?
Se le escapa una risa por lo bajo, mientras niega con la cabeza.
—Minerva, si debo confesarte algo, no tengo idea de que demonios estoy
haciendo.
—Bueno... —murmuro, dándole un pequeño trago a mi bebida—, solo
ten cuidado, ¿vale? No dejes que todo se vaya a la mierda, retírate antes.
—Con Xander es imposible retirarse antes —murmura.
—¿Entonces qué hacemos aquí, Isa? —Pregunto y no es con maldad,
sino porque simplemente me gustaría poder entenderla más a ella y la
relación que tiene con Xander.
—Supongo que decir adiós —responde ella con simpleza.
Terminamos nuestro trago y decidimos que es hora de ir a los camerinos.
Ahí la cosa ya se termina por desmadrar.
Todas las chicas nos miran con curiosidad, sin embargo esta noche es de
nuevas presentaciones, es por eso que no somos las únicas novatas y nos
damos cuentas de quienes bailan cada noche aquí a diario por que si bien no
lucen muy intimidantes, si nos observan con curiosidad mientras
cuchichean y sonríen por lo bajo.
—Tu actúa como si hubieras hecho esto toda tu vida —murmura Isa, con
toda esa confianza que irradia casi siempre y que por momentos me resulta
completamente envidiable.
—Segurrrro —respondo.
—Ya no está Charly aquí —dice ella, riendo al escucharme hablar.
—Una vez que me meto en perrrrrsonaje no puedo parrrrar —es todo lo
que digo.
—Estás loca —responde ella, mientras toma asiento en un pequeño
sillón, haciéndome espacio para que me siente a su lado.
Traen una bandeja llena de bebidas, sin embargo con Isa decidimos no
beber ya que no sabemos si pudieron ponerle algo a dichas bebidas.
No hablamos mucho con las chicas que están a nuestro alrededor, de
todas formas comienzo a ponerme un poco nerviosa cuando veo que
comienzan a estirar.
—Isa, que estas chicas son todas prrrrofesionales —medio murmuro con
pánico.
—Qué va —responde ella, restándole importancia—, no debe de ser tan
difícil —agrega, de todas formas me doy cuenta de que comienza a sentirse
un poco nerviosa también.
La primera camada de chicas sale a dar un show, son más o menos cinco
minutos entre cada tanda, de todas maneras sé que una vez que salga, se me
hará interminable.
Tengo el estómago lleno de nudos debido a los nervios y mi pierna no
para de repiquetear.
Salto en mi lugar cuando una mano se posa en ella y mis ojos se clavan
en una hermosa morena que me mira con una sonrisa suave en el rostro.
Es una de las profesionales.
—No tienes que estar tan nerviosa —murmura y su voz es dulce y suave.
—Una vez que salgas solo concéntrate en tu cuerpo, en la música, deja que
sea ella quien te guíe —agrega—, el secreto está en que te sientas que eres
la dueña del mismísimo mundo y si no lo crees, solo ten presente de que
todos esos hombres pagaron para verte bailar.
Después de decir esas palabras, me guiña el ojo y se pone de pie, para
caminar nuevamente a donde está el resto.
—Grrracias —medio balbuceo, de todas formas ya se ha ido.
—¿Qué demonios fue eso? —Murmura mi amiga. —¿Y porque coño a
mi nadie me da charlas motivacionales?
Ignoro a mi amiga, debido a que una muchacha mira en nuestra
dirección, haciéndonos señas para que nos movamos, ya que somos las
próximas.
—Isa, ¿porrr qué culo estamos yendo solo nosotrrras? —Digo, medio con
pánico, mientras me percato de que ella también se acaba de dar cuenta de
lo mismo.
—Deben de estar contentas —dice la chica una vez que llegamos a su
lado—, les toca el solo.
Tanto Isa como yo nos detenemos, nuestros pies se niegan a avanzar y
estoy segura de que si que esto ella no lo planeo.
A la muchacha que nos espera medio que se le borra la sonrisa de
repente.
—¿Están bien? —Pregunta.
«No» tengo ganas de responderle, pero no lo hago, primero porque me he
quedado sin habla y segundo porque allí fuera estarán Dean y Pierce,
mirando el show.
«Ay Dios, en que nos hemos metido»
¿Qué culo van a pensar cuando nos vean allí fuera? Y no es que debería
importarme —que un poco lo hace, no voy a mentir—, pero que vamos, que
no es como si vaya medio desnuda, pero tengo un corsé puesto, en la parte
de abajo no son en sí unas bragas, pero tampoco son un pantalón corto, es
algo que se queda en el medio pero más tirando a lo primero. Unas medias
de red de color negro y unos zapatos de tacón.
El maquillaje es en tonos oscuros y el peinado que me hizo Isabella me
hace ver casi como alguien diferente, atrevida y sexy.
Y de repente las palabras de la muchacha de hace unos minutos vuelven a
mi cabeza y mi actitud cambia: mi sonrisa se vuelve radiante, mi espalda se
endereza y de repente siento que todo lo puedo.
—Andando —digo, cerrando mi mano en torno a la de Isa, obligándola a
avanzar. —Podrrrrian ponerrr por favorrr I see red.
—No querida, las canciones están seleccionadas —dice la organizadora.
—Como que no pongan esa canción, como que nosotrrras no salimos —
me quejo, cruzándome de brazos.
Isabella me pega un codazo en el costado, seguramente preguntándose
qué demonios estoy haciendo, pero estoy segura de que con esta canción me
sentiré mejor.
—No salimos —repito y al ver que no reacciona, agrego: —Si quierrrres
ve a hablarrr con Charrly —digo y mantener la cara seria con mi acento
ruso me está costando más de lo que pensé. —¿Porrr qué me mirrras así? —
Digo al ver que no reacciona. —Anda, ve, ve —insisto.
Ella medio se muerde el labio con nerviosismo, mirando a sus costados,
como si no quisiera ganarse una reprimenda y luego de pensarlo unos
cuantos segundos más, toma el comunicador que tiene y murmura la
canción que pedimos a los chicos del sonido.
Oh, mi sonrisa rusa es tan grande ahora.
—Andando —digo, pasando por al lado de la organizadora para llegar
frente al escenario. —Mejor volvamos —digo, pero ahora es Isa quien me
empuja.
—No, andando, que ya estamos aquí —insiste ella.
—Ay joder, Isa —me quejo cuando la oscuridad del escenario nos
golpea, todavía ocultandonos un poco.
—Si, lo se, pero prometo que será una de las mejores anécdotas de tu
vida —murmura ella, tratando de convencerme y supongo que
convenciendose a ella misma también.
—Lo sé —respondo, porque la verdad es que no puedo negarlo.
—Mine... —me toma del brazo, de repente interrumpiendo nuestra
caminata para la completa exasperacion de la organizadora, que nos mira
como si quisiera que desaparezcamos en otro continente de ser posible. —
Eres la mejor amiga del mundo, en verdad, a veces me siento un poco mal,
porque siento que no te merezco, a veces siento que eres demasiado buena
para todo el mundo —no me pasa por alto que en realidad quiere decir que
soy demasiado buena para ella, de todas maneras no la interrumpo—, a
veces simplemente siento que un dia dejaras de ser mi amiga por arrastrarte
siempre a este tipo de desmadres.
Medio que me entraron un poco de ganas de llorar, no voy a negarlo, sin
embargo le sonrió grande.
—Tu logras hacer de mi vida una aventura —es todo lo que respondo,
cerrando mi mano en torno a la de ella—, y aunque no lo sepas, tu me
salvaste de cosas de las que siquiera eres consciente —agrego. —Andando,
que tenemos un show que dar.
Caminamos siendo guiadas por las luces de led que hay a los costados del
escenario, soy consciente de que todavía no pueden vernos, es por eso que
me voy diciendo a mi misma que puedo hacer esta mierda. La introducción
de la canción parece ser un poco más larga de lo que recordaba, por lo que
imagino que en realidad es algún juego de los de sonido. El escenario tiene
forma de T y en medio de cada esquina, se encuentran los dos caños. Me
separo de Isa, que me da un ligero apretón antes de caminar a su caño.
Por todos los cielos, su caño, ¿que carajo se supone que haga aquí? Mi
mano, un poco tentativa, toca el caño que se encuentra frío a mi tacto:
«¿cuantos chochos se rozaron por aqui, bonito caño?» Aparto el
pensamiento de chochos frotandose aqui prácticamente de imediato, que de
nada va a servirme.
La letra de la canción comienza a sonar y lentamente la luz comienza a
aumentar, ya que hasta ahora solo estaban iluminados levemente nuestros
pies, es por eso que nuestro rostro todavia no sale a la luz.
Joder, no se que hacer.
En verdad, me he quedado en cero, ¿que se supone que haga ahora?
Esta bien, que no cunda el pánico, no puede ser tan difícil, ¿verdad? Es
solo morrearse con el caño un poco, no es como si vaya a ver a alguno de
estos hombres alguna vez en tu vida.
«Si veras a pierce y a Dean» me susurra mi conciencia.
Joder, es verdad.
Bueno, de seguro no están mirando al escenario, de seguro ya
encontraron a alguien para divertirse.
Mierda, la canción sigue a su ritmo y tengo que bailar.
Me paro delante del caño y ahora ya mi cintura está iluminada y no se
porque solo puedo tararear en mi cabeza la canción de la Macarena.
Y dice: «Dale a tu cuerpo alegría Macarena»
«Que tu cuerpo es para darle alegria y cosa buena»
«Dale a tu cuerpo alegría Macarena»
«Que tu cuerpo es pa darle alegria y cosa buena»
«Dale a tu cuerpo alegría Macarena, ¡hey Macarena!»
Y si, aunque no me lo crean, estoy haciendo el baile de la macarena, con
el meneo de las manos y todo y cuando quiero darme cuenta, el foco del
escenario ilumina mi rostro y yo me quedo de repente quieta, con los ojos
abiertos de par en par.
La respiración la tengo hecha un desastre y siento una especie de
vergüenza que nunca antes sentí y si, con los ojos estoy buscándolos a ellos,
porque siento que saben que estoy aquí, siento que...
Los vi.
Por todos los cielos, en verdad estan aqui.
Nopuedezer.
Dean tiene los ojos abiertos de par en par y la boca tambien un poco, no
voy a negarlo y de repente lo veo poniéndose de pie, ignorando los silbidos
que recibe ya que le cortan la vista a los de atrás, porque ellos están en
primera fila.
En la puta primera fila.
Cuando veo que se dispone a venir donde me encuentro, un poderoso
brazo se cierra en torno a su antebrazo, deteniendolo.
Pierce.
Voldemort tiene una mirada enojada en su cara, la mandíbula fuertemente
presionada entre sí y las fosas nasales infladas, como si se estuviera
aguantando también, pero supongo que no quiere armar un escándalo.
¿Adivinen quién está de mejor humor ahora?
Un solo vistazo a xander me dice que también ha visto a Isabella, sin
embargo él tiene una cara de asombro y puedo llegar a jurar que una
erección, porque en su rostro solo se refleja la devoción para con Isa.
Decido mirar también lo que hace mi amiga, solo para saber si está
bailando la macarena como yo.
Imaginen mi sorpresa cuando me encuentro a Isabella colgada del caño y
girando como si fuera una jodida trapesista.
En serio, las piernas abiertas de par en par de cabeza al piso, mientras
una de sus piernas se engancha y sigue girando hasta llegar al piso de una
manera tan sexy que si hubiera sido hombre, de seguro la picha se me
hubiera parado.
Trago saliva con dificultad, diciendome que debo comenzar a moverme
porque sino Charly pateara este trasero ruso al medio de la calle.
Las palabras de la muchacha de hace un rato vuelven a mi cabeza y si
quiero hacer esto, en verdad debo creer que puedo hacerlo. Mis caderas
comienzan a moverse lentamente, de manera tentativa, mientras Vella canta
a todo pulmón que está enojada, que si en verdad pensaba que perdonaría la
infidelidad, era un idiota.
Y yo de repente me siento compenetrada con la canción, mis manos
elevándose para tocar el caño detrás mío, mientras que demasiado
lentamente comienzo a descender, no puedo evitar tener mis ojos clavados
en los dos hombres que me observan un tanto asombrados, mientras que la
canción llega a la cúspide y yo termino por cerrar los ojos, dejandome
llevar por la música, mientras que remojo mis labios con la lengua, me
siento observada y por ello no puedo evitar también sentirme un poco sexy,
no voy a negarlo, una vez que estoy agachada, abro nuevamente los ojos,
muchos ojos están clavados en mi y otros en Isa, sonrió, sin poder evitarlo,
mientras que demasiado lentamente abro las piernas, no es como si se viera
algo de mi intimidad, pero estoy segura de que muchos de los que estan
aqui se estan imaginando lo que harían conmigo, mis rodillas tocan el piso a
medida que ladeo mi cuerpo hacia delante, arqueando todo lo que puedo la
espalda para dar una buena vista de mi trasero. Los ojos tanto de Pierce
como de Dean me queman y eso siento que solo me da más poder, porque
ellos me desean, a pesar de todo lo que paso, me desean.
La canción comienza lentamente a llegar a su fin y yo lentamente vuelvo
a incorporarme y también me animo a enredar una pierna en el caño, donde
me sostengo con una mano y doy un giro agraciado, agradeciendole al santo
de los caños no caerme en el proceso.
Cuando la canción termina las luces se apagan por completo y los
vitoreos comienzan, haciendo que medio jadee por la impresión de lo que
acaba de pasar y antes de que logre recuperarme, una mano se cierra en
torno a la mía, obligandome a avanzar.
—Andando —murmura Isa, mientras que medio corremos en dirección a
los camerinos.
—¿Que, en el infierno, fue toda esa mierda, Isabella White? —Pregunto
nada más entrar.
De todas maneras no logra responder cuando todo mundo prácticamente
se le lanza encima para felicitarla, sin embargo me doy cuenta de que siente
un poco de vergüenza y que no está disfrutando mucho de toda la atención
que hay puesta en ella.
—Gracias —responde a todas las felicitaciones, medio escueta.
Viene un receso de los bailes, es por eso que nos dicen que podemos
tomar algo en el bar sin cargo, sin embargo absolutamente me niego a
volver a hacer la locura de recién. Me niego.
—No volvere a subir —le digo a Isa nada más volver a estar sola
mientras salimos de los vestidores.
—Yo tampoco —responde ella.
—Dijiste que no sabias bailar —acuso en su dirección.
—Yo no dije eso —responde demasiado rápido, ganándose una mirada
asesina de mi parte. —Vale, que tome algunas clases hace unos años.
—¿Algunas? —Preguntó con sarcasmo.
—Vale, tal vez un poco más que algunas —responde ella—, pero es que
si te decía no me ibas a acompañar.
—Isabella, practicamente te follaste a ese caño —acuso.
Ella hace una mueca, de todas maneras sin poder aguantarse, termina
riendo.
—Estas loca —es todo lo que dice.
—Por algo soy tu amiga —respondo, bromeando.
De todas manera somos detenidas cuando llegamos al bar y los chicos
nos esperan con cara de enojo.
Bueno, Dean y Pierce, porque Xander sonríe enorme, antes de acercarse
a mi amiga para tomarla de la cintura y hacerla girar mientras dan vueltas.
¿Por qué a mi siempre me tocan los amargos? De todas maneras pasó por
al lado de ellos, ignorándolos y dirigiéndome derechito a la barra a beber.
—Un gintonic porrrr favorrrr —murmuro, porque sí, todavía sigo en
personaje.
Pierce se sienta a mi derecha y Dean a mi izquierda.
Que castigo, señor, que castigo.
Los ignoro mientras veo a mi amiga acercarse donde me encuentro, sin
dejar de refunfuñar porque Xander la ha despeinado.
—Feliz cumpleaños —murmuro en dirección a Xander una vez que llega
donde nos encontramos.
—Gracias, Minervita —dice él, dándome un beso en cada mejilla—,
escuche por ahí que tu baile levantó más de un muerto.
La risotada, sin poder evitarlo, se me escapa y Isa tiene que apretar los
labios entre sí para no hacer lo mismo, ignorando el mal humor de los otros
dos.
—Siento no poder haberte visto, pero es que mi princesa simplemente me
dejo fuera de juego —dice en dirección a Isa, que rueda los ojos un poco
exasperada y un poco nerviosa, porque Xander siempre logra ponerla
nerviosa—, por cierto, gracias por tremendo regalo de cumpleaños —
agrega.
—¿Qué quieres tomar? —Pregunto en su dirección—. Yo invito.
—¿Ves porque me caes de maravilla? —Murmura, pidiendo lo mismo
que estoy bebiendo yo.
El primer trago nos paso como un borrón y al segundo ya estoy más
alegre que antes.
—A verr, perro rrepite conmigo... —murmuro: —Brrindo, brrindo,
porrque tengo que chocho bonito...
—Pero es que yo no tengo chocho, Minerva —se queja Xander,
mirándome con una mueca que me hace gracia. —De todas formas, ¿por
qué hablas así?
—Por que ella cree que es rusa —dice Isabella, mirándonos con una
mueca divertida en el rostro.
Estamos un poco ebrias las dos, no voy a negarlo.
—¿Me explican como terminaron aquí? —Vuelve a preguntar Xander.
—No quieres saberlo —decimos al mismo tiempo.
Y luego reímos como locas, porque así somos nosotras.
Pierce y Dean siguen refunfuñados y a mi, no se porque, me divierte
muchísimo, de todas maneras quien dice algo al respecto, es Isa: —A ver,
ustedes dos —murmura, llamando su atención—, ¿el culo amargo de quien
chuparon que traen esas caras?
Me rio por lo bajo.
Xander ríe en voz alta.
Xander también va un poco pedo.
—A decirrr verrdad no lo entiendo —murmuro yo en voz baja y un tanto
pensativa—, no cayerron ante el encanto rrruso —digo, fingiendo pena.
Xander e Isa ríen y yo aprieto los dientes entre sí para no hacer lo
mismo.
—Ese chiste ni siquiera fue gracioso —murmura Pierce—, es que ustedes
van pedos —agrega.
—A no pues, no me digas —murmuro con ironía—, que no me habia
dado cuenta.
—Y el acento ruso ni siquiera te sale bien —agrega, intentando
fastidiarme, pero a mi ya me perdió cuando veo que Charly se acerca donde
estamos.
—Charrrrly —digo, mientras me pongo de pie y envuelvo mis brazos
alrededor de su cuello.
—Ekaterina —dice él, poniendo sus manos en mi cintura y dando un
ligero apretón. —Tu te luciste —dice en dirección a mi amiga luego de que
nos separamos, para luego clavar sus ojos en los míos—, pero tu con toda
esa dulzura que tienes, simplemente volvió locos a los hombres, no pueden
esperar a que vuelvas a bailar.
—Ella no se vuelve a subir ahi —sisea Pierce, para sorpresa de todos.
¿Y este que?
—Eso, es algo que voy a decidirrr yo —murmuro, enojada.
Aunque no es como si fuera a volver a bailar, pero si me entienden.
—Esto se va a poner bueno —murmura Xander por lo bajo, porque si
hay algo que puede a Xander, es el chisme.
—No lo harás —interrumpe Dean y cuando voy a decir algo, habla
primero: —Y si tengo que cargarte sobre mi hombro y sacarte a rastras, que
no te quepa la menor duda de que lo haré.
Abro la boca, completamente indignada, mientras me imagino a mi sobre
su hombro y no sé porque, de repente también imagino su mano azotando
mi trasero, tal como hizo Pierce una vez.
Joder, necesito follar.
Carraspeo, clavando mis ojos en los de Charly, antes de murmurar: —
Charrrly, muchas grrracias porrr la oporrtunidad, perrro esto no es parra mi
—digo con una sonrisa.
Él me la devuelve, dando una mirada de reojo a Dean y Pierce y luego se
va.
Mis ojos, intentando lucir molestos, se clavan en Pierce y Dean: —
Ustedes dos deben dejar de mear a mi alrededor.
—¿Y eso porque? —Refuta Pierce.
—Por que sino nadie se me va a acercar —me quejo y el acento Ruso se
me fue por el enojo.
—Pues acostumbrate —sisea él.
—¿Disculpa? —Me quejo.
—Estás disculpada —responde con sarcasmo.
Agarrenme que me voy a madrazos.
La mano de Isa me toma de repente, obligándome a caminar a la pista de
baile.
—Bailemos un rato —murmura.
Tomamos más tragos que trae Xander.
Reímos.
Bailamos.
Xander le roba un beso a Isabella cuando ella está distraída.
Le cantamos el feliz cumpleaños a Xander y éste le pregunta a Isabella si
quiere soplar su vela.
Me río tanto que me ahogo.
Los pierdo de vista.
De repente solo quiero bailar.
Me siento suelta.
Y libre.
Y sexy.
Suena una canción de Bruno Mars que me encanta.
La canto a todo pulmón.
Tropiezo, pero unos brazos fuertes me toman por la cintura, evitando mi
caída.
—Te tengo —susurra una voz ronca.
Y a mi la piel se me eriza.
Y el corazón se me agita.
«Por que tu me haces sentir, si me hubieran cerrado las puertas del
cielo»
«Por mucho tiempo»
Mi mirada se encuentra con la de Pierce cuando ladeo mi rostro un poco
para verlo a los ojos.
Estamos cerca, tanto que mi espalda está en contra de su pecho y soy
consciente de todas las partes de nuestro cuerpo que se tocan.
Me separo, porque estoy ebria y su cercanía me marea, me confunde y
me excita, no voy a negarlo.
En la torpeza de separarme, choco con otro pecho, otros brazos me toman
de los codos para sostenerme.
«Bueno ya señor, que si me vas a lanzar piedras, que sean por lo menos
unas que no me folle»
Dean.
«Haces que me arrodille, me haces testificar»
«Puedes hacer que un pecador cambie su camino»
De repente siento a alguien detras mio y yo me separo un poco de Dean,
no tanto, porque Pierce me aprisiona por detrás y ahora si bien no nos
tocamos ninguno de los tres, si estamos juntos, muy juntos, como cuando...
«Abre tus puertas porque no puedo esperar para ver tu luz»
Sonrío por la sugerencia de la canción y Dean me devuelve la sonrisa y a
mi se me revuelve todo el estómago, pero es que su sonrisa...
«Y justo allí es donde quiero quedarme»
Me giro rápidamente, meneando las caderas, las manos de él no pierden
tiempo y me sujetan por la cintura, no se pega a mi espalda, pero me
sostiene, me sostiene tan malditamente bien.
«Por que tu sexo me lleva al paraíso»
Cantó la canción en voz alta, mis ojos clavados en los de Pierce, que me
mira, me mira como si quisiera robar mis pensamientos, mi alma, mi piel,
todo de mi.
«Me haces sentir, como si me hubiesen cerrado las puertas del cielo, por
mucho tiempo»
«¿Puedo quedarme aquí? ¿Puedo pasar el resto de mis días aquí?»
Las manos de Pierce están ahora en mis mejillas y Dean detrás mío,
joder, joder, joder...
Debo separarme, debo apartarme de estos dos hombres.
Me voy a ir al infierno.
Estoy en el infierno mejor dicho, pero..., ¿te cuento un secretito? Pecar
nunca me supo tan dulce...
• ──── ✾ ──── •
¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO PECADORXS!!!!!
SI, SÉ QUE ME DESAPARECÍ MUCHISIMO TIEMPO, EN
VERDAD LO SIENTO.
COMO CASÍ TODOS SABEN, ESTOY CON MUCHÍSIMO
TRABAJO, PERO QUE NO CUNDA EL PÁNICO, EN CUANTO
ACOMODE HORARIOS, PROMETO RECOMPENSAR.
¿QUE LES PARECIÓ EL CAPÍTULO? ¿TIENEN IDEA DE LO
QUE VIENE?
GRACIAS A TODAS ESAS PERSONITAS QUE ME AYUDAN A
DIARIO A RECOMENDAR MI HISTORIA, QUE HACEN EDITS
EN LAS REDES, QUE MUESTRAN SU APOYO, QUE ME
ETIQUETAN EN PUBLICACIONES DE EDITORIALES, GRACIAS
GRACIAS GRACIAS.
A POR UN 2022 LLENO DE SUEÑOS CUMPLIDOS.
SIGANME EN MIS REDES:
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QUE TENGAN UN LINDO COMIENZO DE AÑO BEBES
CON MUCHO AMOR
DEBIE LA DE LAS POESÍAS
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

DECISIONES QUE HARÁN AL CHOCHO PALPITAR

Estoy teniendo un sueño de lo mejor, en serio, son de esa clase de sueños


en los que si bien sabes que cuando te despiertes no vas a recordar nada, si
son la mamada. Mi brazo sigue siendo sacudido y yo intento por todos los
medios aferrarme a mi sueño, aferrarme a esos labios, a los brazos que me
envuelven, a...
—Minerva, coño, despierta...
Solo un poco más, estoy tan cerca, tan cerca de algo que siquiera sé que
es, pero sé que quiero conseguirlo, y tenerlo, y...
—Minerva, como que no te despiertes, como que me tiro un pedo en tu
rostro...
Eso definitivamente me hace abrir los ojos.
Y duele.
Mi cabeza va a explotar.
Y de paso voy a vomitar.
—Y si vomitas te juro por Dios que te planto droga en tu valija y dejo
que te metan presa en el aeropuerto, para que salgas en ese programa que
siempre te gusta ver.
Me trago el vómito.
—Anda, levántate que no llegamos —insiste Isa.
—Meh... —farfullo por lo bajo, pestañeando varias veces a ver si logro
apaciguar un poco el dolor de cabeza que me atormenta, sin embargo sólo
parece empeorar.
—Minerva, que el vuelo sale en hora y media, que no llegamos.
—¿Qué hora es? —Pregunto.
—Hora de que muevas el culo y te levantes, que me desperté de milagro,
que se nos va el vuelo.
Me siento, todavía con los ojos cerrados, intentando apaciguar el mareo
que me ataca por la cruda nivel Dios que llevo encima.
Isabella mete la ropa toda hecha un bollo así no más en las valijas, señal
de que en verdad no llegamos.
—¿Qué pasó anoche? —Logro preguntar, obligándome a salir de la
cama.
Si solo supieran la cruda que llevo, la descompostura y me atrevo a decir
que todavía sigo ebria.
Clavo mis ojos en los de mi amiga, de todas formas ella no me mira, sino
que sigue guardando todo de manera apresurada.
—Isa... —insisto.
—No lo recuerdo —confiesa y luego de unos segundos, por fin me mira
y repite: —No recuerdo un carajo.
Y no me pasa por alto su cara de preocupación.
—¿Nada de nada? —Pregunto.
En respuesta simplemente niega con la cabeza.
—¿Y tu? ¿Recuerdas algo? —Pregunta ella, mordiéndose los labios con
nerviosismo.
Intento recordar algo, algo mínimo pero..., nada llega.
Joder.
—Nada —respondo con sinceridad.
—¿Te duele el chocho? —Pregunta ella de repente.
—¿Qué tiene que ver eso? —Pregunto, fingiéndome indignada, sin
embargo medio que remuevo mis caderas, para ver si me duele.
Nada tampoco.
Demonios.
—Por que si tu follaste, de seguro yo también —dice ella.
Me quedo unos segundos en silencio antes de confesar.
—No me duele el chocho —y estoy segura de que ella no ignora la
amargura en mi voz, pero es que en verdad, créanme, tengo muchas ganas
de follar.
—A mi tampoco —responde y su voz suena tan abatida como la mía.
Pero es que las dos necesitamos follar, no les voy a mentir.
—Vale —dice de repente, recomponiéndose—, que perdemos el vuelo,
que un auto nos está esperando fuera.
A decir verdad todo el jaleo de la salida del hotel es un borrón, en serio,
que no recuerdo nada y si debo ser completamente sincera con ustedes, creo
que en realidad todavía llevo mucho alcohol en sangre, porque me siento un
poco ebria.
El aire acondicionado del taxi es un bálsamo para mi resaca, porque en
serio, que estoy que vomito, que constantemente tengo que taparme la boca,
que el taxista siento que está a punto de bajarme e Isabella que amenaza por
lo bajo diciéndome que si nos bajan del taxi, perdemos el vuelo.
No se como llegamos al aeropuerto, pero cuando quiero darme cuenta,
Isabella tiene su mano encerrada en mi brazo mientras me obliga a correr
como si mi vida dependiera de ello, pero es que..., faltan diez minutos para
que salga el vuelo.
Y no es que quiera ser repetitiva, pero, es que en serio no llegamos.
Una vez que me siento en la butaca que me toca, por suerte al lado de
Isabella, caigo en un profundo sueño, siquiera llego al despegue o cuando
las asistentes de vuelo nos explican cómo sobrevivir en caso de que el avión
se estrelle, pero en verdad eso de haberme dormido me gusta, porque les
voy a confesar algo, volar siempre me dio muchísimo miedo.
Anoten esto a futuro.
Siquiera logro despertarme para cuando nos dan un sándwich con un
poco de agua para tomar y comer y cuando quiero darme cuenta, Isabella
me zamarrea nuevamente, anunciándome que ya llegamos.
Tiene el cabello hecho un desastre y estoy muy segura de que yo luzco
mucho peor.
Me duele la cabeza aún más de lo que me dolía antes y la sola idea de
comer algo simplemente me marea.
No volveré a beber nunca más en mi vida.
Jamás.
Anoten eso a futuro también.
—¿Cómo vamos a volver a casa? —Logro preguntar, el solo hecho de
tener que pelear por un taxi fuera hace que simplemente quiera morir, aún
más cuando el día luce caluroso y déjenme que les cuente un secretito, los
calores de Nueva York son una mierda.
—No lo sé —dice ella y estoy segura que está a nada de llorar. —Joder,
no lo se —repite.
Es que Isa también tiene mucha cruda y no se porque eso la sensibiliza
tanto.
—Vale, no entremos en pánico, podemos pedir un auto desde aquí dentro,
que nos espere en la puerta —murmuro.
—Mira nada más la fila que hay —dice ella.
Y cuando observo, también quiero morir.
El aeropuerto está tan atestado de gente que para pasar no paran de
empujarnos.
—Vale —murmuro, intentando animarme—, iré a conseguir un auto.
Y justo cuando esas palabras salen de mi boca, alguien toma la valija de
mi mano y cuando estoy a punto de gritar, me doy cuenta de que es Pierce.
—Te llevo a casa —dice.
Y no, no es como si me preguntara, simplemente comienza a avanzar con
mi valija en mano.
Como odio cuando hace estas cosas.
—¿¡Pero qué haces!? —me quejo.
Él sigue caminando.
—Isa, Dean está esperándote en el estacionamiento, segundo piso, fila d.
—Gracias a Dios —responde mi amiga, tomándome del brazo para
darme un beso. —Nos vemos luego, cuando no quiera morir.
—¿Por qué a mi no me lleva Dean? —Pregunto una vez que mi amiga
camina hacia el otro lado.
Y a ver, no es como que me moleste que me lleve él, pero es que
simplemente quiero molestarlo aunque sea un poco, tal como él me fastidia
a mi.
—Por que no quiere tenerte cerca —responde Pierce.
—Eso es mentira —digo de inmediato, porque en el hipotético caso de
que Dean pensara eso, jamás lo diría.
Jamás.
—Entonces no preguntes —responde él, también malhumorado.
—Yo me voy a mi departamento hoy —anuncio.
—Ni siquiera tienes las llaves —dice él, sin dejar de caminar con sus
piernas demasiado largas, sin siquiera esforzarse por dejarme atrás.
Llevándose mi valija.
Estúpido Pierce.
—Pues las busco en tu departamento y me voy —respondo, indignada.
De repente toda la cruda que llevo se me fue al carajo.
—Has lo que quieras, pero camina más rápido.
—Eres tan insoportable —siseo con los dientes apretados.
Sin dejar de malditamente correr.
Puto Pierce.
Puto.
Puto.
Puto.
—Y desde aquí te huelo el olor a alcohol que todavía traes —dice él,
enojado.
De repente unas manos en mi cintura llegan a mi mente, acariciándome,
otras manos tocándome, mis caderas meneándose mientras me arqueo bajo
el toque de esas manos...
Hay diosito, ¿qué mierda hice anoche?
La camioneta de Pierce parece quedar en la otra punta del aeropuerto, de
todas maneras no vuelvo a decir nada, sino que simplemente camino,
intentando recordar aunque sea algo mínimo de lo que paso anoche.
Pierce, para mi total sorpresa, abre la puerta para mi, para luego dejar
nuestras valijas en los asientos de atrás y sepan disculpar, pero mi cuerpito
necesitaba recuperarse de la jarana de anoche, es por eso que nada más el
aire acondicionado prenderse, yo medio que me dormito, por no decir que
me duermo tan profundo que cuando una mano me sacude casi con cariño,
lo primero que hago es limpiarme la baba que cae por entre mis labios entre
abiertos.
—Estoy bien —suelto de repente, todavía medio dormida.
Pierce niega con la cabeza, mientras todavía tiene la puerta abierta para
mi, intentando ocultar su sonrisa.
—Anda, vamos a casa así duermes un poco, ya luego te ayudo con la
mudanza —murmura y todo ese mal humor que parecía llevar antes, parece
haberse esfumado.
Asiento, sin decir nada más, mientras tomo su mano para bajar del auto,
mientras que en lo único que puedo pensar es en la mullida cama en la que
pienso dormir hasta que me encuentren arqueólogos dentro de cien años.
Pierce ríe cuando cierro los ojos en el ascensor y también creo que me
duermo, mientras pone su brazo alrededor de mis hombros para obligarme a
avanzar y yo sin siquiera detenerme a pensar un instante, dejo caer todo mi
peso sobre él, dejando que me guie, pero es que en verdad creo que sigo
peda, mientras intento pensar en que demonios fue lo que bebí anoche y
también en que demonios hice.
Joder.
Pero bueno, como dice el dicho, si no me acuerdo, no pasó, ¿verdad?
¿Verdad?
—Vamos a que bebas algo antes de que te duermas —instruye Pierce, sin
dejarme ir a la habitación, mientras Pimienta me sigue maullando como si
su vida dependiera de ello, corcoveándose entre mis piernas y haciéndome
tropezar.
Sal solo tiene ojos para Pierce.
—Quiero dormir —es todo lo que digo, todavía con los ojos cerrados.
De todas maneras Pierce me guía a la cocina, sin dejarme llegar a mi
objetivo.
—Abre —dice y yo abro, pero es que en verdad estoy muriendo por
sueño.
¿Se puede morir una por tener mucho sueño?
Me hace tragar una pastilla antes de darme una botella de agua y yo no
dejo de refunfuñar como una niña pequeña por ello.
Él no puede evitarlo y terminar riendo, murmurando algo de que soy algo
que nunca antes vio.
No se si eso es bueno o malo, de todas maneras sé que no recordaré
mucho de esta conversación que estamos teniendo.
—Anda, ahora a dormir —dice, tomándome del brazo para bajarme de la
banqueta y obligarme a avanzar.
Estoy caminando en dirección a la habitación, pero cuando veo todas las
escaleras que hay que subir, una fuerza cósmica del universo me arrastra al
sillón, donde me dejo caer y sin dudarlo un segundo, me hago una bolita.
—No, Minerva —dice Pierce al ver que no lo sigo—, a la cama.
—Meh —respondo.
—Anda, que entra mucha luz aquí, no podrás descansar nada —agrega.
—Meh —es todo lo que respondo.
Lo escucho suspirar, antes de que uno de sus brazos me tome por debajo
de las rodillas y otra me la espalda, cargándome.
—Pero ¿qué haces? —Me quejo.
Sin embargo seré sincera con ustedes: No hago absolutamente nada para
removerme de su agarre, sino que me acurruco más cerca, sintiendo su
perfume y el calor de sus brazos.
Pierce sube las escaleras conmigo todavía en brazos y yo ya me dormí,
me perdieron, pero es que había olvidado lo que se sentía estar entre sus
brazos, lo reconfortante que era.
De repente soy dejada en una mullida cama, donde vuelvo a acurrucarme.
Siento a Pimienta acomodarse al lado de mi rostro, porque a él siempre le
ha gustado dormir en ese lugar, es así de cansino, y cuando Sal intenta
acercarse, le pega un manotazo, alejándola y ella termina acurrucándose
entre mis piernas.
Mi cabello es alejado de mi rostro y un dedo recorre mi mejilla,
haciéndome cosquillas, de todas formas no me muevo, sino que
simplemente caigo rendida, durmiéndome más profundamente de lo que lo
he hecho hace mucho tiempo.

• ──── ✾ ──── •

Sentí que era lentamente arrastrada a la conciencia nuevamente, no se si


por el dolor o por una fuerza del universo que me incitaba a no dejarme
morir.
Tenía el asqueroso sabor de la sangre en la lengua y me sentía muy
pesada, como si estuviera drogada, no pudiendo conectar bien mis
pensamientos unos con otros.
Parpadee varias veces hasta que mis ojos se adaptaron un poco a la
tenue luz de la habitación y entonces lo sentí: el enorme cuerpo que estaba
encima mío, su sangre, aún caliente y espesa, cayendo por mi costado.
—Oh Dios —jadee, las lágrimas comenzando a salir a borbones.
Baje la mirada y divise el mango de la cuchilla que aún tenía enterrada
en el estómago, es por eso que estirando el brazo me lo arranque,
sorprendiéndome un poco al casi no sentir dolor, porque a decir verdad, no
estaba sintiendo mucho que digamos, debía ser la adrenalina del momento,
o que tal vez mi cuerpo estaba más allá del dolor.
Mis ojos, de manera inevitable, se clavaron en los de Harold, que
estaban cerrados.
Llore peor, por que estaba muerto.
Yo lo había matado.
A él.
Después de todo, yo...
Intente calmarme un poco, acompasar mi respiración, porque si bien
estaba consciente, no podía dejar de sentirme mal y sabía que había
perdido y seguía perdiendo mucha sangre, por lo tanto no tenía mucho
tiempo.
—Lo siento —susurre, obligándome nuevamente a mirar el rostro que
una vez había sido el dueño de todos mis sueños. —Lo siento mucho,
Harold —repetí.
Luego cerré los ojos, respire profundamente y con todas las fuerzas que
me quedaban, empuje su cuerpo lejos del mío.
No lo logré al primer intento, ni al segundo, pero en el tercero, cuando
creí que simplemente moriría debajo de su cuerpo, logre moverlo.
Los sollozos no me dejaban respirar con normalidad y estaba segura de
que estaba en una especie de shock, sin embargo me obligue a arrastrarme
en dirección a las escaleras, me obligue a no rendirme, me obligue a salir
de ahí.
—Soy Annalise Bonheur y quiero vivir —susurre a la nada.
Al aire.
Al universo.
Quería vivir, quería cumplir mis sueños, quería viajar mucho, quería...,
habían tantas cosas que quería, pensaba en todo aquello que me quedaba
por hacer mientras prácticamente me arrastraba en dirección a las
escaleras.
Los primeros escalones me hicieron querer morir.
Cuando logre pasarlos, medio incorporada y sosteniendo mi cuerpo
contra la barandilla, quise detenerme a recuperar un poco de aire, pero
algo dentro mío me dijo que si me sentaba a descansar ahora, ya no me
levantaría.
Seguí un poco más.
A mitad de camino pensé que sería una buena opción morir en este
horrible sótano, morir como había muerto Harold.
Porque yo lo había matado.
Yo lo había...
Imágenes de nosotros dos cuando éramos chicos comenzaron a llegar
como torrentes y si hubiera tenido la fuerza necesaria, me hubiera puesto a
gritar.
Pero..., él nos había traído hasta aquí, era él o yo, y yo quería vivir.
Yo iba a vivir.
Me atreví a echar un leve vistazo hacia su cuerpo inerte en el suelo y las
lágrimas empañaron nuevamente mi visión.
—Lo siento muchísimo —repetí.
Por que a pesar de todo, me hubiera encantado que las cosas no
terminaran así, me hubiera encantado quedarnos para siempre en esos
momentos en los que fuimos todo, en esos momentos en lo que lo único que
necesitábamos para estar bien éramos el uno para el otro.
Hubiera dado lo que fuera por regresar a cuando todavía éramos
adolescentes.
Volví a respirar hondo y me obligue a seguir, tenía que seguir y a partir
de ahora, tendría que vivir sabiendo que había matado a una persona y no
estaba muy segura de poder perdonarme eso, pero lo hecho, hecho estaba y
no había forma de cambiarlo.
Divise la manija de la puerta y sinceramente quise morir, porque el
terror de que pudiera estar bloqueada me hizo sentir muchísimo terror, no
estaba segura de poder resistir mucho más, de tener que ir a buscar en el
cuerpo inerte de Harold la llave.
Sabía que no lo lograría, no había manera de deshacer el camino ya
hecho.
El alivio que sentí una vez que la cerradura cedió hizo que las lágrimas
cayeran aún con más fuerza, de todas maneras cuando la puerta terminó de
abrirse, una vez que empuje con las últimas fuerzas que me quedaban,
simplemente mi cuerpo no pudo resistir más, mis piernas cedieron y termine
impactando contra el suelo, sin embargo no dolió, era como si mi mente se
hubiera desconectado de todas mis terminales nerviosas, como si..., como si
se hubiera separado de mi.
Logre darme vuelta para observar el techo, que tenía dibujado encima
cientos de ángeles, era una obra de arte impresionante y no se muy bien
como, pero logro relajarme.
Amaba la casa de campo que poseía el padre de Harold, tenía buenos
recuerdos aquí, él nunca me había golpeado en este lugar, era como si
venir aquí también lo relajara a él, aquí teníamos nuestros recuerdos más
felices, aquí él dejaba de ser Harold y yo dejaba de ser Annalise y
simplemente volvíamos a ser Ann y Hardy, me pregunto como se le ocurrió
arruinar lo único bueno que atesoraba dentro mío.
Porque siendo sincera ya no tenía absolutamente un solo recuerdo lindo
en mi cabeza, todo era oscuro y triste y solitario.
El impoluto mármol blanco de repente comenzó a llenarse de un color
carmesí, la sangre salía de mi estómago sin parar mientras yo poco a poco
me dejaba ir y por un momento estuve bien con ello, por un momento
simplemente quería descansar, porque, ¿sabes que? Había dado todo,
había dado incluso más de lo que podía y ya no tenía fuerzas.
Escuché un alarido de repente, seguido de un rostro blanco
observándome con pánico, de todas formas no me ayudo, siquiera se
molesto en fijarse que estuviera viva.
Supongo que en mi estado parecía muerta ya.
Iba de la inconsciencia a la conciencia, queriendo rendirme, pero a la
vez no.
Sentí que algo golpeaba mi hombro y cuando abrí los ojos, me encuentré
con los ojos vacíos del padre de Harold, que me miraba con esa mueca de
asco que siempre usó conmigo, incluso cuando todavía era una niña.
—¿Dónde está él? —Fue todo lo que pregunto y si no lo hubiese
conocido como lo conocía, me hubiera sorprendido la voz plana que había
usado, el desinterés.
Como si en lugar de preguntar por su hijo, en realidad preguntaba por
una mascota.
Mis ojos se dirigieron a la puerta que daba al sótano, para luego volver
a clavarse en los suyos.
El padre de Harold siguió mi mirada para inmediatamente volver a
mirarme, entrecerrando la mirada.
—¿Sigue vivo?
Un solo movimiento de mi cabeza le dio toda la respuesta que podía
darle.
Las lágrimas caían por el costado de mis ojos y ya simplemente vivir o
morir me daba igual.
Solo quería que todo esto terminara.
De repente se escucharon voces y me obligue a abrir los ojos
nuevamente.
—Llama una ambulancia, dile quienes somos, que llegué de inmediato —
decía la voz del padre de Harold.
¿Una ambulancia? ¿Para mi? ¿O para quien? ¿Acaso...? ¿Acaso seguía
con vida?
—Tienes mucha suerte niña —dijo en mi dirección, empujando mi
hombro nuevamente con su pie y luego, dirigiéndose a su mano derecha,
agrego: —Súbela a tu auto, déjala en algún lugar de salud y si quieres
conservar tu mierda, más te vale que sean todos discretos en el asunto, iré
en cuanto pueda. Y si se muere por el camino, simplemente tírala por algún
lugar en el que nadie la encuentre por un tiempo.
Después de eso simplemente me arrastraron por el pasillo lejos de aquel
lugar, de Harold y de lo que una vez había sido mi vida, que si bien no era
perfecta, era mía y tenía muchas cosas buenas a pesar de todo.
Mis ojos lo último que vieron esa noche, fue la mancha carmesí que
parecía seguirme como si de mi sombra se tratara.
Cuando volví a despertar, Annalise había muerto y ahora era Minerva.
Y volví a nacer.
Y tuve una nueva oportunidad que iba a aprovechar.
• ──── ✾ ──── •
Cuando abro los ojos tengo el cuerpo dolorido por tener todos los
músculos en tensión, el cabello húmedo por el sudor y la respiración
agitada.
Habían pasado años desde que había soñado con la noche en al que casi
termina mi vida.
Como por acto reflejo, toque rápidamente mi vientre, respirando
profundamente cuando no hubo dolor ni la sensación caliente de mi sangre
corriendo.
Los escalofríos no me dejaban parar de temblar, es por eso que decido
que mejor me hago un té, ya que sé que no habrá manera en el mundo en
que pueda volver a dormirme.
Pimienta y Sal están acurrucados uno al lado del otro y eso logra sacarme
una pequeña sonrisa, antes de ponerme de pie y caminar en dirección a la
cocina.
—Por la picha de la cucaracha —grito cuando prendo la luz y me choco
de frente con Pierce, que lejos de sorprenderse por mi arrebato,
simplemente me mira. —Lo siento, es que me asuste.
—Puedo ver eso —murmura en voz baja, mirándome fijamente.
Me remuevo un poco incómoda bajo su escudriño, percatándome un poco
tarde que solo llevo puesto una camisola fina.
—¿Mal sueño? —Pregunta.
Largo un suspiro, envolviendo mis brazos alrededor de mi cuerpo y
terminando de entrar a la cocina.
—Algo así —termino respondiendo.
—¿Quieres hablar de ello? —Pregunta, aunque sospecho que sabe la
respuesta.
—No, nunca quiero volver a hablar de ello —es todo lo que respondo, sin
mirarlo a los ojos.
—¿Te? —Pregunta, cambiando de tema.
—Por favor.
Siento que se mueve por la cocina y yo lo observo, poniendo la pava
eléctrica a calentar mientras toma una enorme taza y pone el saquito de té
dentro, vertiendo el agua caliente y acercándomelo.
—Gracias —susurro, tomando con las dos manos la taza ya que me ha
dado frío.
Pierce sale un momento de la cocina antes de volver con una sudadera
suya.
—Ponte esto —instruye, quitándome la taza de las manos—, este
departamento suele ser muy frío por la noche.
—Gracias —vuelvo a responder, tragándome el suspiro cuando su
perfume me golpea las fosas nasales, confundiéndome.
Pierce siempre está confundiéndome.
—¿Seguro que estás bien? —Dice, obligándome a mirarlo cuando me
toma del mentón con su dedo índice y pulgar.
—Lo estaré —respondo, apartando el rostro y volviendo a tomar la
bebida caliente.
De repente mis ojos se clavan en los papeles desperdigados en la mesa y
estiro la mano cuando veo mi nombre en uno de ellos.
Pierce se adelanta y termina apartándolos antes de que pueda ver de qué
se trata.
—¿Qué es eso? —Pregunto, poniéndome de pie, sin embargo él rodea la
barra que nos separa, manteniéndolos lejos. —Pierce —insisto.
—No es nada —responde él, pero no me mira.
—Pierce, que vi mi nombre ahí, muéstrame —respondo, rodeando la
mesa para seguirlo.
—No es nada —repite.
—Pierce, deja de comportarte como un crío —digo, cuando me mareo
por perseguirlo.
—Es una idiotez —responde, esquivo.
—Pero esa idiotez tiene mi nombre —insisto.
—Que no es nada, no te metas —suelta.
—Pierce, dame esos papeles —digo, parándome en la entrada de la
puerta cuando me percato que quiere salir.
—No es nada —vuelve a decir.
Pongo mis manos en mis caderas, intentando lucir intimidante, pero por
su sonrisa se que no lo he logrado.
—Déjame ver —pido, esta vez más amablemente.
—No —responde.
—Pierce.
—Minervita —responde.
—No me llames así —me quejo, porque sé que quiere distraerme. —
Anda, déjame ver, que no podre con la curiosidad, que me pondré
insoportable, que aquello me llevara a buscar por toda la casa, que tendré
que entrar a tu cuarto, revisar tus cajones y terminaré seguramente
encontrando tus juguetes prohibidos...
—¿Qué demonios son mis juguetes prohibidos? —Dice él, con evidente
curiosidad, interrumpiendo, gracias a Dios, todo mi vomito verbal.
—Esos con los que te haces el auto delicioso —respondo y él ríe, aunque
sé que se intentó aguantar.
Sin embargo después de unos cuantos segundos en los que solo nos
retamos con la mirada, Pierce suspira, sin dejar de mirarme fijamente, de
todas formas no me dejo amedrentar y estiro mi mano, haciéndole una seña
para que me de los papeles.
Son solo unos segundos de pensarlo antes de que ruede los ojos y los
entregue, mientras que yo leo tan rápido que siquiera entiendo bien lo que
dice.
Solo puedo releer muchas veces la palabra Madrid, evento culinario,
gran oportunidad, la fecha que es para dentro de una semana y media.
En Madrid.
Con los cocineros más famosos del mundo.
Un evento que dura una semana.
Y mi nombre está ahí.
Espera un momento, ¿por qué mi nombre está ahí?
—¿Qué es eso? —Susurro, intentando entender las palabras escritas.
—Yo... —dice Pierce, pero se detiene.
Mis ojos se clavan en los suyos y me sorprendo un poco al encontrarlo
tan nervioso.
—¿Tu...? —Lo incito a que siga.
—Será uno de los eventos más importantes del año en el arte culinario,
me tomé el atrevimiento de llenar una solicitud a tu nombre, la respuesta
llegó este fin de semana: fuiste aceptada.
Me quedo unos cuantos segundos en silencio y con la boca abierta por la
sorpresa.
—¿Qué tu hiciste que? —Pregunto.
—No tienes que responder ahora —dice casi de inmediato—, solo
piénsalo, ¿vale? Tienes un par de días.
—¿Un par de días? ¿Cómo cuántos?
—Como una semana...
—¿Una...? ¿Una semana? —Pregunto, sin poder creerlo.
Que una semana no es tiempo para pensar.
—Si —dice él, esta vez más tranquilo. —Yo también iré, estaré dando
algunos talleres —agrega a modo de explicación, sin embargo yo me he
quedado sin palabras. —Reserve los vuelos, solo por si acaso —agrega
rápidamente cuando voy a protestar. —Sé que en estas últimas semanas tu
vida ha sido un caos, pero solo quiero que lo pienses detenidamente,
oportunidades como estas no llegan siempre y antes de que tomes una
decisión apresurada, solo piénsalo, ¿esta bien? Piensa en que este es uno de
tus sueños.
—¿Por qué estás haciendo esto? —Es todo lo que puedo preguntar,
mirándolo con una curiosidad que lo hace removerse en su lugar.
—Yo no hice nada, Douce —responde él con una sonrisa suave. —Solo
llene tus datos y envíe la solicitud, fuiste aceptada por tus propios méritos.
Y después de eso, sale de la cocina, dejándome con mil preguntas en la
punta de la lengua y la incógnita de qué demonios voy a hacer con la
propuesta que me acaba de llegar.
• ──── ✾ ──── •
—¿Pues entonces qué hacemos mañana? —Pregunta Isa por tercera vez.
—Isa, me prometí a mi misma nunca más volver a beber alcohol —
respondo.
—Eso es una mentira y lo sabes —dice ella, rodando los ojos.
—Es verdad, no volveré a beber —digo, firme.
—Pero si ayer estabas tomándote una botella de cerveza con Nerea —
acusa.
Y tiene razón.
—Estábamos festejando los tres meses de la cafetería —me defiendo.
—Pero si eso fue la semana pasada.
—Pues nos atrasamos con el brindis —refuto.
—Bueno, de todas maneras no tienes que tomar si no quieres, podemos
salir a mover un poco las pompas y a ver si en una de esas hasta follamos y
todo.
—Yo soy la de la mala suerte, ¿recuerdas? De seguro salgo y me pisa un
camión.
—No digas sandeces —se queja ella, golpeándome con su hombro para
hacerse lugar a mi lado mientras nos tomamos un café, compartiendo un
pastel de fresas en la barra de la cafetería, que por el momento se encuentra
tranquila.
—En verdad, que de seguro el universo me castigará con tres años de
sequía nuevamente, que los astros se empeñan en que no folle.
—Tu no follas porque no te soportas ni tu misma —dice una voz de
repente.
Siquiera levanto la mirada a la mordaz voz que dijo eso, sino que me
dedico a jugar con la espuma del café.
—¿Sabes algo, querido Marcus? A pesar de que te mueres por estar
conmigo, ya no sé de qué manera decírtelo, porque parece que mi gran no
me gustas y mi actitud de te odio, no lograron dar con su cometido —
murmuro, sonriendo con falsedad cuando mis ojos se encuentran con los
suyos.
Él sonríe grande y lejos de verse molesto por lo que acabo de decir, hasta
parece que lo disfruta.
—Muñequita, ¿de qué manera lo entenderás? ¿Qué te apuesto a que si
quisiera follarte, te metería en tu oficina en menos de cinco minutos?
—Si serás gilipollas —digo yo, imitando su voz melosa—, ¿qué parte de
inténtalo, todavía no entendiste? Nunca estaría con un neandertal como tu.
—Ni yo con semejante estirada.
—Perfecto.
—Genial.
—Nada más que hablar.
—Exacto.
—¿Te sirvo lo de siempre?
—Por favor.
—¿Agregamos la tarta tatin? Se que se ha vuelto tu favorita.
—Vale.
—Te lo llevo a tu mesa.
—Siempre tan servicial, muñeca.
—No me provoques o harás que escupa tu café.
Marcus no dice nada más y sale disparado a su mesa, mientras que yo me
propongo comenzar con su desayuno como cada mañana.
Siento los ojos de Isa clavados en mi nuca, es por eso que antes de que
diga nada, suelto: —Escupe lo que tienes atragantado antes de que te
ahogues.
—¿Cómo no te das cuenta todavía?
—¿De que? —Pregunto, confundida, sin dejar de hacer el café.
—Lo que acaba de pasar —dice, exasperada.
—¿Qué acaba de pasar?
—Minerva —se fastidia.
—¿¡Que!?
—La tensión que hay entre ustedes dos, ¿cómo no te das cuenta?
—¿Pero de qué hablas? —Pregunto, riéndome.
—Entre tu y el policía, hay tensión, química, física, ¿no lo sientes?
—No, no siento nada, solo que me cae mal.
—¿Tu chocho no palpito? ¿Ni un poquito?
—Por supuesto que no.
—Minerva, tu no estas escuchando su llamada.
—Ay no, aquí vamos otra vez...
—No te lo tomas en serio —insiste ella, poniéndose frente mío para que
la mire—, el sexo entre ustedes dos sería extraordinario.
Bueno, ahora si que ha llamado mi atención.
—¿Qué quieres decir? —Pregunto, esta vez más interesada.
—Que entre ustedes dos pasa algo.
—A él no le gusto —respondo de inmediato—, no me tomaría en serio.
—¿Pero para qué quieres que te tome en serio? —Pregunta ella,
tomándome de los hombros. —Debes dejar de creer que para follar hay que
estar enamorados, la gente a veces folla por follar y no todo ligue de una
noche tiene que terminar en relación.
Me muerdo los labios, un tanto indecisa, mientras que mis ojos se dirigen
allí donde está Marcus, que tiene la vista fija en su móvil.
—No lo sé, Isa —respondo, dudosa.
—Mine —dice mi amiga—, ¿te has puesto a pensar acaso como sería
follar con él?
—No —respondo, demasiado rápido.
Joder.
—¿Segura? —Pregunta mi amiga, haciendo que me gire para que ahora
pueda ver a Marcus de frente. —¿No te has puesto a pensar en todo ese
odio que dicen tenerse? ¿LO que sería solucionarlo debajo de las sabanas?
¿Follándose hasta con odio?
Mis ojos analizan a Marcus, que sigue con la vista fija en su móvil y
ahora se muerde levemente los labios, concentrado, su ceño un poco
fruncido, sus manos grandes tecleando rápidamente, sus piernas largas
estiradas por debajo de la pequeña mesa, su cabello, apenas crecido en la
cima, desordenado...
Joder, puedo vernos, puedo imaginarnos...
—No, no puedo —digo de repente, girándome para terminar con su
pedido, mientras que con la cabeza busco a Nerea para que sea ella quien le
lleve su café, pero como siempre, la condenada desaparece siempre cuando
la necesito.
—Si puedes —insiste Isa, siendo como ese diablito que me habla al oído
y me incita a pecar. —¿Y sabes qué Mine? —Murmura con esa voz de
misteriosa que sabe que odio por que me puede la curiosidad.
—¿Qué? —Pregunto al final.
—Él se muere por estar contigo también —susurra.
—Mentira.
—Se muere por saber qué se sentiría follar a alguien que lo saca
completamente de sus casillas.
—No puedes saber eso —me quejo, nerviosa.
—Se muere por lograr cerrar tu boca de una vez por todas, no ve la hora
de hacerlo.
—Te estas comportando raro —me quejo, medio gritando y haciendo que
varias miradas se claven en nosotras.
—Oh, ya sabes... —dice ella, con una sonrisa maliciosa—, es que a veces
las historias en mi cabeza simplemente se dejan llevar —agrega, pero no
luce para nada arrepentida. —Ahora anda, ve —insiste con un ademán de
su mano—, no hagas a Marcus esperar.
Trago saliva, clavando mis ojos en Nerea para pedirle que lleve ella el
pedido de Marcus, pero la ceja arqueada de Isabella me hace actuar antes de
pensar, porque se que si pido eso, le estaré dando la razón.
Las palabras de Isabella no dejan de azotar mi mente, imaginando todo
eso que dijo, pensando si tal vez Marcus tiene algún deseo por mi, que a
ver, que se que nos llevamos terrible, pero si, hay cierto..., algo, por decirlo
de alguna manera, es algo medio difícil de explicar, pero está ahí,
susurrando en mi oído.
Carraspeo cuando llego a su mesa, sintiéndome de repente muy acalorada
y mis ojos no pudiendo encontrarse con los de él.
Dejo todo rápidamente cuando su perfume picante me golpea, así como
la crema de afeitar que emana de su piel.
Joder.
Cuando me estoy yendo, sin siquiera decir una palabra, su enorme mano
se cierra en torno a mi muñeca.
—Muñeca, ¿te pasa algo? —Pregunta con evidente curiosidad.
—Nada —medio jadeo al sentir su mano que parece quemar mi piel.
—¿Seguro? ¿Te sientes mal? —Pregunta con el ceño fruncido.
Y entonces lo siento.
Me golpea.
Arrasa conmigo.
Me toma por sorpresa.
Porque de repente el chocho me palpita.
Me palpita en el peor momento posible.
—No, es solo que... —me obligo a decir, mis ojos de repente clavándose
en sus labios y quitándome nuevamente el aliento.
Joder.
Que me cachondee.
Voy a matar a Isabella.
—¿Si? —Dice y ahora se puso de pie.
Eso no ayuda.
Por que ahora está más cerca.
Y ahora...
—Mira que si te desmayas, te dejo caer al suelo.
Estúpido Marcus.
Ruedo los ojos, porque ha logrado romper con la burbuja en la que me
había sumido.
—No me pasa nada —digo, sacudiéndome el inexistente polvo de mi
delantal. —Disfruta tu desayuno.
—De seguro está delicioso —murmura él.
Y la palabra delicioso saliendo de sus labios...
«Basta, Minerva»
Niego con la cabeza, apartando todos los pensamientos pecaminosos de
mi mente, antes de volver nuevamente a la cafetera, ignorando la sonrisa de
Isabella.
—Dices una palabra y te golpeo la chichi —amenazo.
—Pero si yo no dije nada —se defiende ella, tomando la libreta con las
cuentas de la cafetería y yendo a sentarse en la mesa que tengo en frente.
Saco un par de cafés más antes de que Marcus se acerque a pagar a la
barra, a pesar de que le dije que podía tomar su café gratis, insiste en
siempre pagar y si no quiero cobrarle, solo lo deja de propina.
—¿Cómo estaba? —Pregunto, intentando sonar casual.
—Ya sabes la respuesta a eso —responde.
—No te morirás por decirme algo lindo alguna vez, ¿sabes? —Bromeo
en su dirección.
—Ay, muñeca, que si te digo algo lindo de seguro te enamoras —
responde él.
—¿Por qué estás tan seguro? —Pregunto mientras le doy el cambio.
—Por que eres de esas —dice con un encogimiento de hombros.
—¿De esas? —Respondo con una sonrisa irónica. —Marcus, tu no tienes
idea de cómo soy.
—¿A no? ¿No eres esas que esperan un beso de buenas noches? —
Murmura, asomándose por encima de la barra un poco para mantener la
conversación un poco más en privado.
—Depende de donde sea el beso —suelto.
Algo en su mirada cambia después de mis palabras y se le pierde la
sonrisa y sus ojos se clavan en mis labios por unos cuantos segundos.
—Alguien como tu solo puede significar problemas, Minerva —murmura
y no se porque siento que es la primera vez que dice mi nombre.
Trago saliva con dificultad luego de que dice eso y mis ojos también se
clavan en sus labios cuando se los remoja.
—Te limitas demasiado —susurro.
—Puede...
—Deberías dejarte llevar de vez en cuando —suelto y no se de donde
sale todo esto que estoy diciendo.
—Cuando eso pasa, cosas malas suceden, Muñeca.
—¿Qué tan malas? —Pregunto.
—Muy...
—Me muero por saber..., pero ya sabes, la curiosidad mato al gato.
Él se ríe por lo bajo, negando con la cabeza.
—Tu café es excelente y tus pasteles aún más, sigue así de dulce,
muñeca.
Y con eso se da media vuelta y se va.
¿Y saben que fue esa mierda? Él intentando dar su punto.
¿Y saben que también significa? Que quiero hacerle ver que no soy tan
dulce como me ve.
¿Y saben donde me llevara eso? A decisiones de mierda, como siempre.
¿Pero saben que? El que tenga miedo de morir, que no nazca.
Je.

• ──── ✾ ──── •
BUENAS BUENAS
YA SE QUE ME EXTRAÑARON, YO TAMBIEN LO HICE Y
MUCHO
ESPERO SEPAN ENTENDER QUE ESTOY CON MUCHO
TRABAJO, SINO ACTUALIZO, ES POR ESO.
HAGO SIEMPRE LO QUE ESTÁ A MI ALCANCE PARA
TRAERLES CAPÍTULOS.
NO SE OLVIDEN DE VOTAR
EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO HAY SALSEO
¿SE IMAGINAN CON QUIEN?
EL TITULO SERA: SI QUIERES FOLLAR, SOLO APRENDETE
UNA CANCION DE DOJA CAT
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LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

SI QUIERES FOLLAR, APRENDE UNA CANCIÓN DE DOJA CAT

—Yo creo que con esto ya estamos —digo con un suspiro cansado.
—¿No lo sientes como un deja vu? —Responde con una sonrisa suave en
el rostro.
Ruedo los ojos, sin embargo logro devolverle la sonrisa.
—Puede... —murmuro, acomodando las últimas cosas en el mueble. —
Mika, en serio voy a pagarte por todo.
Lo siento chasquear con la lengua, antes de que me empuje con su
hombro para hacerse lugar.
—Y te dije cientos de veces que dejes de fastidiar con ello, que estas
cosas estaban guardadas y sin uso —dice nuevamente, para luego clavar sus
ojos, un tanto molestos, en los míos. —No puedo creer que no me hayas
dicho nada —se queja.
—No quería preocuparte —respondo, apartando la mirada.
—Me preocupa que confíes más en esos dos hombres que en mi —
recrimina.
Tiene un poco de razón, pero él no sabe toda la historia.
—Ellos solo estaban en el momento indicado en el lugar indicado y una
cosa llevó a la otra...
—Minerva...
—Ya me fui, ¿vale? Estoy lejos de los dos y no he sabido nada de ellos
en la última semana, asique no tienes de qué preocuparte, ya que por cierto,
yo no lo estoy haciendo.
Después de eso, ninguno de los dos dice nada más.
La verdad es que mi mente ha ido entre Dean y Pierce, pero a decir
verdad, cada que uno de ellos se me viene a la cabeza, directamente me
obligo a pensar en otra cosa.
Estamos a sábado y se supone que el martes sale el vuelo a Madrid.
Y todavía no he hablado con Pierce.
De hecho no he vuelto a verlo desde la charla que tuvimos esa
madrugada.
Hoy he traído la última de las cosas que me habían quedado en su casa, le
he dejado las llaves a Harry, el conserje del edificio y le envié un mensaje
avisándole, el cual no respondió.
No se si está manteniendo las distancias porque quiere darme mi tiempo
para que decida lo del viaje o si algo más está pasando, de todas maneras
tampoco tengo ganas de averiguarlo.
Con Dean..., bueno, de él si que no quiero saber, por lo menos por el
momento.
Cada que sale una noticia de él en la televisión, cambio el canal, o si en
el periódico aparece en primera plana, simplemente lo cierro, porque no
quiero saber como va su compromiso, no quiero saber la unificación de su
empresa con la del padre de Rebecca, no quiero saber que está logrando
salir adelante sin mi.
Y no es por ser mala, o por que todavía duela —que si lo hace—, pero es
solo que necesito no saber de él por un tiempo largo, esto es lo mejor, pero
como dije una vez, Dean no se supera.
Nunca.
En fin, pasemos a lo interesante...
—¿Y qué pasó al final con el policía? —Pregunta Mika, con evidente
curiosidad.
Gruño por lo bajo, pero es que Marcus es un grano en el culo, que me
hace palpitar el chocho, eso si, pero un grano en el culo al final.
Y no, no es como si hubiera pasado algo, pero desde que había tenido esa
charla con Isabella, mi chocho parecía cantar serenatas para él.
Por el amor de Dios, que podía llegar a ser insoportable y lo peor es que
parecía que Marcus podía olerlo, por que cada vez que me hablaba, sus
palabras sonaban una más sugerente que la otra.
—Nada, no paso nada y dudo que vaya a pasar algo —respondo,
malhumorada, porque Marcus sin hacer nada, logra sacarme de mis casillas.
—¿Pero porque te pones así? —Pregunta mi amigo, riéndose.
—¡Porque tengo ganas de follar! —Respondo con completa sinceridad.
—Pues folla —dice él, encogiéndose de hombros sin dejar de reírse a mi
costa.
—Pero es que me faltan voluntarios.
—¿Cómo que te faltan voluntarios? —Responde él. —Minerva, a ti lo
que menos te faltan es voluntarios.
—A ver, entonces, ¿dónde está la lista de pretendientes? —Me quejo.
—Pequeña, no necesitas una lista de pretendientes para follar, solo
alguien con quien follar y ya.
—No es tan fácil.
—Tu lo estás haciendo difícil.
—No sé si sé como se hace.
—¿Cómo se hace qué, exactamente?
—Eso de follar con un desconocido —confieso.
—¿Nunca tuviste un rollo de una noche? —Pregunta y me molesta que
luzca tan sorprendido.
—Pues no —digo, indignada. —¿Qué tiene eso de malo?
—Nada, pequeña —se apresura a decir. —Es solo que me sorprende que
con tu edad no hayas tenidos rollos esporádicos.
—Pues ya ves que no —respondo, mordaz.
—Pero no te pongas así —dice él, riendo, mientras pasa un brazo por mis
hombros para acercarme a su costado.
En respuesta simplemente me encojo de hombros, todavía refunfuñada.
—Anda, sal con Isabella esta noche —murmura Mika, intentando
animarme. —Pero no vayas con la idea de follar, sino que simplemente sal a
divertirte, ¿porque sabes que? Las mejores anécdotas suceden cuando no
planeas las cosas, de seguro conoces al amor de tu vida y todo.
—¿Y tu como sabes eso?
—Porque te conocí una noche en la que para mi iba a ser una mierda,
¿recuerdas? Y de repente llegaste tu, distraída por mirar a un idiota que no
te hacia caso, luego fingimos que estábamos interesados el uno en el otro y
de paso aprovechaste a toquetearme.
—¡¡¡Yo no hice eso!!! —Le golpeo el brazo, indignada.
—Y desde entonces, no te pude sacar de mi vida, no pude y no quiero,
nunca querré.
Aww.
—Mika, deja de decirme cosas tan lindas —me quejo, mientras saco las
fuentes para comenzar a hacer nuestro almuerzo.
—¿Y eso porque? —Pregunta.
—Por que haces que me pregunte por que carajos eres gay —bromeo.
—Ay pequeña —dice él, suspirando—, que el amor de tu vida debe estar
a la vuelta de la esquina y tú siquiera logras verlo.
Si, claro...
-------- ≪ °✾° ≫ --------
—Esto es para que siga el fiestón, es para seguirle borrachote y locochon
—canturrea Isabella mientras hacemos nuestro camino hacia el antro.
—Oye, ¿y qué pasó con el señor Royal? —Pregunto de repente, sin dejar
de caminar colgada de su brazo.
—Nada, no volví a saber de él —responde, evasiva.
—¿Cómo que no? ¿Qué pasó? —Inquiero, pero es que necesito el
chisme. —¿Ya no tenemos un suggar?
Isabella rueda los ojos, sin embargo casi se le escapa una sonrisa.
—No lo sé, simplemente dejo de escribirme —responde, encogiéndose
de hombros.
—¿Y Xander? —Pregunto, esta vez con un poco más de cuidado.
Por que si saben, ¿no? Con Xander e Isabella siempre hay que ir con
cuidado.
—¿Qué con él? —Murmura, distraída.
—¿No has sabido nada?
—No, lo he estado ignorando.
—¿Y eso?
—Mine, sé que no sabes la historia completa, pero a Xander es mejor
tenerlo lejos —responde.
—Si tu lo dices —murmuro, pero la verdad no se cuanto tiempo le dure
toda esa determinación de Isabella de lograr mantener lejos a Xander, por
que estoy seguro de que él no lo hará.
Los bajos de la música se escuchan por los parlantes una vez que estamos
en la entrada del antro, donde no tenemos que siquiera hacer fila, porque
Isabella conoce al tipo de la entrada.
Contactos, ¿si saben?
La música casi de inmediato logra sacarme una sonrisa, antes de que
Isabella me guíe a la barra, donde nos pedimos las dos primeras cervezas de
la noche.
—Por que esta noche nos metan el pez en la pecera —brinda mi amiga,
haciéndome largar una carcajada.
—Salud —digo, saboreando el sabor amargo de la cerveza en mi paladar.
La fiesta todavía no ha empezado, pero si se encuentra lo suficientemente
animada, Dante nos dijo que si no le gustaba su cita de Tinder, vendría para
aquí. De todas maneras sé que algo me oculta, por que cuando lo contó, lo
dijo casi con desinterés y Dante cualquier otro día no hubiera hecho otra
cosa más que alardear de con quien iba a salir y seguramente follar.
—Oye, mira quienes vienen ahí —llama mi atención Isa, chocándome el
hombro.
—Pero Isa, ¿en serio? —Me quejo, cuando veo a Sam y Marcus
acercarse donde nos encontramos.
El primero me saluda con un beso en la mejilla y a mi amiga la toma por
la cintura y le da un beso en la comisura.
Marcus asiente en nuestra dirección y nada más.
Ni un hola, nada.
No se porque el hecho de tenerlo cerca me está poniendo de los nervios,
será por todos los descubrimientos de mi chocho últimamente, que ahora
que lo tengo al lado se ha puesto como ansioso, queriendo palpitar,
queriendo...
«Chocho, estate quieto» pienso, removiéndome un poco incómoda en la
banqueta.
Marcus me mira con el ceño fruncido y esa cara de haberse chupado un
culo sucio que lleva siempre.
—¿Tienes hormigas en el culo o que?
Siempre tan amable, Dios, que mi chocho tiene una brújula para los
pendejos.
—Es que tengo herpes vaginal —suelto, con una sonrisa irónica.
La mueca de asco de Marcus me hace reír, sin embargo es Isa quien me
borra la sonrisa.
—Así no vas a follar nunca en la vida —me sisea al oído.
—Él empezó —me quejo, también por lo bajo.
—Consiente un poco a tu chocho —dice ella a modo de reprimenda. —
Que se te va a clausurar por falta de uso.
Ruedo los ojos, clavando nuevamente mis ojos en Marcus, que observa la
pista de baile con interés.
—¿Quieres tomar algo? —Pregunto. —Te invito la primera ronda —
agrego.
Él clava sus ojos en los míos, mirándome nuevamente con esa mueca...
—Eres la persona más exasperante que conocí nunca —me quejo antes
de que él abra la boca.
—¡Pero si no he hecho nada! —Se exaspera él.
—¿Por qué me estás mirando siempre de ese modo?
—¿De qué modo?
—¡De ese! —Digo, señalándolo con la palma de mis manos. —¡Como si
fuera una loca demente!
—¡¡Tal vez por que pienso que eres una loca demente!!
Esto no va a funcionar una mierda.
—¿Sabes que? Mejor deja de mirarme —murmuro, cruzándome de
brazos enojada.
—Siquiera estaba mirándote —farfulla él por lo bajo.
—Te invite un puto trago, Marcus —digo—, ¿podrías intentar por una
sola vez fingir ser amable y largar un puto si?
—¿Por qué coño querría ser amable contigo?
—Chicos, parecen un matrimonio que lleva veinte años juntos —dice
Sam de repente, intentando no reír.
—Pero la diferencia con un matrimonio y ustedes dos —agrega Isabella
con maldad—, es que ustedes no van a tener de ese alucinante sexo de
reconciliación —y nada más decir la palabra sexo, me ha guiñado el ojo.
—Yo nunca follaria con esta loca del carajo —se queja él, de repente
muy malhumorado.
—Pues yo tampoco follaria con un idiota como tu —me quejo también.
—Bien —dice él.
—Bien —murmuro yo.
Cruzándome de brazos.
Son un par de segundos los que nos quedamos en silencio, antes de que
Marcus murmure: —Me vas a invitar la jodida cerveza o no.
Que yo lo mato.
Cierro los ojos para intentar apaciguar el enojo que de repente tengo,
pero cuando los cierro, no puedo evitar pensar en nosotros dos follandonos
con odio, con enojo por tener el deseo de estar juntos, por...
Basta.
—No me dijiste que carajo te gusta —respondo, tambien de mala
manera.
Marcus se gira en dirección al barman, que nos mira un tanto sorprendido
y atento a todo el intercambio que tuvimos.
—Una cerveza negra importada, paga ella —es todo lo que dice.
Jodido hijo de...
—El sexo entre ustedes dos sería extraordinario —suelta el joven
muchacho de repente.
—¡¡Quiere todo el mundo dejar de decir eso!! —respondemos los dos al
mismo tiempo.
Y entonces nos miramos.
Sorprendidos por haber soltado lo mismo.
Al mismo tiempo.
Con enojo.
Pero también con frustración.
—Ya quisieras que folle contigo —le suelto.
—Lo mismo para ti —responde él.
Pero no me mira.
Y yo no le miro.
Joder.
Que puta noche de mierda.
Que puto Marcus.
Puto Marcus.
Cuando el barman le tiende su cerveza, la destapa, de todas maneras
antes de darle un trago, me mira, enojado, pero me mira.
—Salud —dice, levantando su botellín.
Lo miro, enojada también, sin embargo termino levantando la mía propia
para brindar con él.
—Salud —respondo.
Y luego bebo la mitad de la botella.
Enojada.
Pero también frustrada.
Muy frustrada.
Coño.
Tengo frustración sexual.
—Anda —dice Marcus, de repente más animado—, no frunzas tanto el
ceño, que si de por sí pareces mayor de lo que eres, enojada aún más.
Se ve que nota algo en mi mirada, por que de repente trata de corregirse.
—No quise decir eso —dice de inmediato—, ósea, de que pareces mayor,
eso sí, pero...
—Te voy a cortar las pelotas —siseo en su dirección y Marcus abre los
ojos grandes, como sorprendido.
—Vale, ¿qué te sucede hoy? Estás más agresiva de lo normal.
—No estoy para gilipolleces, eso me pasa.
—Eso en mi idioma quiere decir que no estás follando.
—No sabes un carajo.
—Pero... —sigue diciendo él, ignorando cualquier cosa que diga yo—,
como buen cliente tuyo que soy, voy a ayudarte.
—¿Cliente? —Murmuro, un tanto sorprendida.
—Si, cliente, no somos amigos.
—Marcus, en verdad eres muy odioso, ¿eres así con todo el mundo?
—No, con las chicas que quiero follar, soy simplemente encantador.
—Pues finge que quieres follarme —me quejo.
—No podrías soportarlo —dice, haciéndose el galán.
—¿Qué no podría soportar?
—Ese lado mío, que no estás lista, que de seguro te enamoras.
—Tienes el ego más grande que conocí nunca —respondo con completa
sinceridad—, y créeme que conocí unos bastante grandes.
—Muñeca —dice él con calma y una sonrisa de lado—, tu nunca
conociste a nadie como yo. Nunca.
Dios, como lo odio.
—¿Sabes que? No me importa —termino diciendo, volviendo a clavar
mis ojos en la pista de baile.
—Anda, no te pongas así —murmura él, acercándose a mi costado y
pegándose a mi lado.
Joder, Marcus, fuchi, fuchi.
—¿Qué haces? —Murmuro, medio nerviosa cuando pasa su brazo por
sobre mi hombro.
—Te ayudaré a encontrar un ligue de una noche.
—No me jodas —digo con frustración.
—A ver, pero tendrás que sonreír un poco más, que así con esa cara agria
no conseguimos nada.
—No necesito que me ayudes.
—Que sí, que lo tengo —responde él, ignorándome. —¿Qué te parece
ese?
—¿Cuál? ¿El que va hasta arriba de drogas? —Pregunto con ironía
cuando veo a quien señala, que no para de dar saltitos descoordinados y
tiene unos lentes de sol puestos.
En un bar.
A las diez de la noche.
—Vale, ese no —murmura con un suspiro—, ¿y ese?
—Marcus, ¡que acaba de proponérsele a la chica que está a su lado!
—¿Cómo te diste cuenta de eso? —Pregunta él.
—¡¡¡Todo el puto bar lo vio!!! —Me quejo, frustrada.
Frustrada porque él quiere que folle con alguien y yo con quien quiero
follar es con él.
—Pensé que no te darías cuenta —bromea.
—Tu lo que quieres es que pase penas —me quejo yo, enojada,
poniéndome de pie para buscar a Isa que baila en la pista de baile.
—Espera, no te vayas —se apresura a decir él riéndose, mientras me
detiene tomándome por el brazo. —Está bien, buscaremos a alguien en
serio.
—Marcus, que no necesito que me consigas a alguien para follar, que si
quisiera follar ya tendría a alguien —miento.
—¿A si? —Responde él. —A ver, ¿con quien te vas esta noche?
—No dije que me fuera a ir con alguien —me quejo, nerviosa. —¿Y tu?
¿Con quién te vas esta noche? —Pregunto, intentando apartar la atención de
mi.
—No lo sé —dice con tranquilidad, encogiéndose de hombros—, todavía
no lo decido.
—Pero..., ¿cómo cuál es tu tipo?
Intento sonar desinteresada, de todas maneras siento las mejillas al rojo
vivo delatándome y lo único que espero es que las luces del bar lo
disimulen.
La mirada de Marcus se entrecierra en mi dirección, de todas maneras no
lo miro.
—Rubias, por supuesto —responde.
—¿Solo rubias? —Pregunto, con la voz un poco más aguda de lo que
pretendía.
—Puedo hacer la excepción con una morena, pero tiene que ser
pechugona.
Sin siquiera poder evitarlo, bajo la mirada a mis chichis, que a ver, que
no son enormes, pero que están bien.
—Muñeca —dice de repente Marcus, con su dedo índice en mi mentón,
obligándome a mirarlo: —¿Qué está pasando contigo?
—Nada —respondo rápidamente.
—Minerva —insiste.
—¿Qué, pesado? —Me quejo.
—¿Tu no estarás pensando...? —Murmura en voz baja, deteniéndose
antes de decir nada.
—¿Qué? —Pregunto, haciéndome la loca.
—Si tu...
—¿Si yo que?
—Eso...
—¿Eso de qué? ¡Habla bien!
—Que entre tu y yo no pasará nada —sentencia.
—Ya lo sé —respondo, enojada.
—Pero es que... —insiste él y yo estoy que lo mato—, no eres mucho mi
tipo.
—Estoy muy segura que todas las mujeres del bar son tu tipo menos yo
—respondo con ironía, poniendo los ojos en blanco.
—Pues un poco de razón llevas —dice y mis ojos casi largan chispas. —
Pero no lo tomes a mal —se apresura a decir.
—¿No eres tu soy yo? —Agrego con sarcasmo.
—Más o menos —responde. —De todas formas, ¿tu quieres que pase
algo?
—No tienes lo necesario —digo, intentando pagarle aunque sea un poco
con la misma moneda.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Intuición femenina —respondo, evasiva.
—Tu no me conoces.
—Y tu a mi tampoco —respondo—, y así y todo decidiste que no me
tocarías ni con un bate de béisbol.
—¿Acaso te enojaste por eso? —Pregunta, pero vuelve a sonreír.
Y a mi medio que me quiere asomar la sonrisa, pero intento controlarla.
—Para que pueda enojarme contigo, deberías importarme aunque sea un
poco y ya vez, que tu no me importas un carajo —suelto con naturalidad.
—Pero así y todo nos imaginaste juntos —dice él y no es pregunta.
—Es que Marcus, tu pareces de esos... —murmuro.
—¿De esos? ¿De esos cuales?
—De esos que no saben usar bien la picha.
—No dijiste esa mierda —murmura.
—Que de seguro eres de esos que solo la meten para terminar y ya, sin
siquiera preocuparse por su compañera de cama...
—No he escuchado a ninguna quejarse —dice rápidamente.
—Por que de seguro también eres de esos que nada más terminar, les
pides que se vayan.
—No siempre...
—Pero lo haces —acuso en su dirección. —Y ni me digas, que de seguro
no repites con ninguna tampoco.
—Depende de si me gusto mucho o no.
—Pero cuando las llamas por teléfono, las llamas en privado, para que
luego no puedan devolverte la llamada.
—Detente —sisea, perdiendo la sonrisa.
—¿Por qué? —Respondo, de repente de mejor humor.
—Por que eso no es del todo la verdad —se queja.
—¿A no? —Pregunto y me pongo de costado para verlo mejor, él
imitando mi posición. —¿Cómo se llamaba la última persona con la que
follaste?
Marcus entrecierra la mirada, enojado y también frustrado, apretando los
dientes entre sí.
—Eso no viene al caso —responde, evasivo.
—¡No me digas que no te acuerdas! —Me carcajeo. —¿Cuándo fue la
última vez?
—No te importa.
Mi carcajada llama un poco la atención y ahora es él quien lucha contra
una sonrisa.
—Marcus.
—¿Qué?
—¿Cuándo? —Insisto.
Sus ojos oscuros me miran, enojados, antes de negar con la cabeza y
rodar los ojos.
—Esta mañana —confiesa.
—¿Con quien?
—No lo se —dice, como si nada.
—¿Cómo no lo sabes? ¿Dónde fue?
—En una cafetería.
—No te creo —digo y cuando me mira con una ceja arqueada, me corrijo
—, en realidad si te creo.
Nos quedamos nuevamente en silencio, Marcus pide otras dos cervezas y
termina tendiéndome una para mi.
—¿Y tu?
—¿Yo que?
—¿Cuándo fue la última vez que follaste?
Ruedo los ojos, suspirando con cansancio.
—Hace un par de semanas, con mi ex —confieso con amargura.
—¿Y después nada de nada?
—Nada de nada.
—¿No dice el dicho que para olvidar a alguien hay que follar con
extraños?
Me río, no puedo evitarlo.
—Estoy segura que el dicho no dice así —murmuro en su dirección.
—Vale, pero, ¿no follas porque todavía estás mal por él?
Me quedo unos cuantos segundos pensando en lo que acaba de decir,
sopesando la respuesta.
—No lo creo —respondo—, es decir, si le extraño, pero no creo que no
esté follando por ello.
—¿Y entonces?
—Que no se —respondo con completa sinceridad—, creo que no me sale
mucho eso del sexo esporádico.
—¿Por qué?
—Creo que no soy de ese modo.
—No me digas que eres de esas que para follar necesitan una conexión.
Mis ojos se clavan en los de él, volviendo a pensar en la respuesta.
—No es que juzgue, pero..., creo que no sé muy bien de qué manera soy,
creo que no sé tener sexo esporádico con alguien, porque nunca lo he
hecho.
—¿Nunca? ¿Nunca has conocido a alguien una noche y te has ido con él,
sin volver a verlo jamás?
—No —respondo, rodando los ojos.
—Pero..., ¿cuántos años tienes?
—La cantidad de veces que me haya acostado con alguien no define
nada.
—Lo sé —murmura, luciendo sorprendido.
—De todas maneras siempre voy a sostener que el mejor sexo es cuando
estas con alguien que conoces.
—¿Y eso?
—Hay más confianza, puedes decir lo que te gusta, lo que no, sé qué le
mejor sexo es el que tienes cuando tienes una pareja, ya sea sexual o
amorosa, pero a la larga es mejor.
—No estoy muy de acuerdo en eso —murmura Marcus.
—El día que tu estés de acuerdo en algo que yo diga, el mundo se acaba.
La sonrisa de Marcus es suave, mientras asiente y justo en el momento en
el que va a decirme algo, una voz lo interrumpe.
Y su semblante cambia.
Y su sonrisa se vuelve superficial.
—Hola Samy —murmura, tomando a la muchacha por la cintura.
—Es Sally —corrige ella, su sonrisa perdiéndose unos segundos, antes de
volver más luminosa que antes.
No puedo evitar analizarla, sépanlo, es algo que las mujeres hacemos y a
ver, no está bien compararnos entre nosotras, pero es algo que en ocasiones
simplemente pasa sin siquiera darnos cuenta.
Sally tiene el cabello rubio platinado, tan lacio que parece que estuvieran
minuciosamente peinados uno al lado del otro. Ni un cabello fuera de lugar,
llegándole por debajo de los hombros. Tiene la cara pequeña, una nariz
respingona y un rostro simétrico. El maquillaje es sutil, pero perfecto y es
pequeña, quedando a la misma altura mía por los enormes tacones que lleva
puestos.
Un vestido ajustado abraza sus curvas y se nota a leguas que no lleva
sostén.
Y les voy a confesar algo: siempre, toda la vida, envidiare a las chicas
que pueden usar ropa sin sostén, por que si lo hago yo, de seguro se me
escapa una teta por el costado.
Samy se percata por fin de mi presencia y tal como yo hice antes, me
repasa con la mirada, pero es que a ver, a decir verdad hoy no me esmere
mucho con la vestimenta, que en realidad no tenía muchas ganas de salir,
sin embargo voy bien. Es decir, llevo un jean ajustado, unos zapatos bajos
de vestir que me prestó Isa, una blusa con un poco de escote y el cabello
suelto, cayendo en ondas y enmarcando mi rostro.
El maquillaje, bueno, digamos que tuve que hacerlo muchas veces, por
que no me salía bien el delineado en los ojos.
En fin.
—¿Tu eres...? —Pregunta de repente y no me pasa por alto que en verdad
quiere saber si será el ligue de la noche de Marcus o no.
—Minerva —me presento, extendiendo mi mano, la cual toma dudosa.
—Que nombre tan..., peculiar —termina largando.
Odio que digan eso de mi nombre.
—A mi me parece bonito —interrumpe Marcus y mis ojos se clavan en
los suyos.
—Gracias —respondo, pero él simplemente asiente y aparta la mirada,
como si se hubiera percatado tarde de lo que dijo.
Samy termina de pegarse a su costado y Marcus no duda un instante en
pasar su enorme brazo por su pequeña cintura, acercándola y eso es todo lo
que necesito para saber que aquí voy de sobra.
—Nos vemos luego —murmuro, tomando mi cerveza, caminando a la
pista de baile sin esperar respuesta.
Isabella me pone cara de perrito mojado, de todas maneras sonrió cuando
llego a su lado.
—Lo siento por eso y siento siempre poner ideas de mierda en tu cabeza
—dice rápidamente.
—No metiste una idea de mierda en mi cabeza —digo—, de todas
maneras sabía que nunca pasaría nada —agrego.
—Pero...
—Y no sigas —advierto.
—Vale, embriaguémonos y que no decaiga, que no es el único nombre en
el planeta —sentencia.
—Ni que lo digas —murmuro.
Sam nos trae más cerveza una vez que terminamos la nuestra y con Isa
no paramos de bailar, el DJ está luciéndose con la música, mientras que las
máquinas de humo y luces ponen la noche más en ambiente.
Mi mirada, sin poder evitarlo, se dirigió un par de veces allí donde se
encuentra Marcus, que ahora está mucho más cerca de Samy o Sally o
como se llame, metiéndose mano disimuladamente.
No puedo negar que un poco me molesta, aunque no sepa por qué, no
somos nada, por todos los cielos, de todas maneras me digo que no me
importa, puedo follar con quien quiera esta noche.
A nuestra ronda se nos unen unos amigos de Sam y supongo que también
de Marcus, son todos geniales y no dudan un segundo en integrarnos.
Una de las muchachas no deja de mirar fijamente allí donde se encuentra
Marcus y Sally, antes de que murmure casi sin pensar: —Maldita
afortunada.
—¿Te gusta? —Pregunta Isabella, guiñándome el ojo como si me
estuviera haciendo un favor.
Está loca, porque aunque sí quería saber, nunca hubiera preguntado,
porque intuyo lo mucho que puede molestarle a Marcus que cotilleen sobre
su vida privada.
—No, que va, Marcus no es de esos que pueden gustarte.
—¿Y eso? —La pregunta sale casi sin mi permiso, pero ya no puedo
volver el tiempo atrás.
—Pues... —murmura la muchacha y por como habla de Marcus, estoy
segura de que ya follaron—, es la persona más fría que conocí en mi vida
—dice con seriedad—, nunca, jamás, le he conocido una novia —agrega.
—Eso es normal —murmuro, en un vago intento de defenderlo, aunque
no sé muy bien de que.
—Puede... —responde ella, con un encogimiento de hombros—, de todas
maneras todas saben que no pueden pretender mucho de él, más que un
simple polvo, que por cierto, son bestiales.
—¿Tu ya estuviste con él? —Pregunta Isa, pero ambas ya sabemos la
respuesta.
—¿Sabes qué es lo mejor de follar con Marcus? —Murmura ella,
intentando dar un aire de confidencialidad, de todas formas todos la han
escuchado. —Que él siempre te folla como si te odiara —dice y a mi la piel
se me pone de gallina. —Es algo difícil de explicar —aclara—, pero Dios,
él simplemente folla como los dioses.
—A Marcus no va a gustarle que estés hablando de él, mucho menos con
su nueva amiga —dice Sam y cuando la palabra amiga sale de sus labios,
sus ojos se clavan en los míos.
—A mi lo que haga él me tiene sin cuidado —me apresuro a decir,
demasiado rápido.
Demonios.
—Lo se —dice Sam con una sonrisa suave en el rostro—, pero no creo
que a él le guste que tu sepas todas esas cosas.
Y después se pone a conversar con uno de sus amigos, pasando de mi.
Y yo me quedo un tanto sorprendida, no voy a negarlo, de todas maneras
decido ignorar aquel intercambio de palabras y charlar nuevamente con Isa.
Chillo cuando de repente comienza a sonar Need to know de mi amada
Doja Cat y Isabella se prepara, por que sabe que tengo una pequeña
obsesión con esta cantante, por lo que me escuchara cantarla a todo pulmón.
Isa se pega a mi espalda y juntas comenzamos a murmurar la canción por
lo bajo, meneando las caderas de manera lenta.

«Quiero saber como es»


«Cariño, muéstrame como es»
«No tengo prototipo de hombre»
«Solo quiero follar toda la noche»

Por el rabillo del ojo veo que Sam se muerde los labios, mirando a mi
amiga con el deseo bailando en todo su semblante.
Cierro los ojos, dejándome llevar, mis manos van a mi cabello,
sacudiéndolo.

«He estado fantaseando»


«Y tenemos mucho tiempo»
«Cariño, ven y follame»

Nada más cantar esa parte, mis ojos se abren y se clavan en los de
Marcus, ¿y adivinen que? Él también estaba mirándome.

«Tengo que saber como es» sus ojos oscuros se clavan en el movimiento
de mis labios.
«Podríamos empezar a las diez y terminar a las cinco»
«Tengo muchos trucos nuevos para ti, cariño»
«Solo digo que soy flexible»

La sonrisa de Marcus es puro diente ahora, mientras que Sally intenta


llamar su atención nuevamente, pero ahora él solo tiene ojos para mi.

«Sabes que mi chico está molestándome»


«Solo me pregunto si tú puedes follarme mejor»

Marcus le dice algo en el oído a Sally y ella de repente desaparece,


mientras que él recuesta sus codos en la barra que tiene detrás, en una pose
relajada.
Sin dejar de mirarme.
Sin dejar de ver como bailo.

«Cariño, ven y follame»


«Tengo que saber como es»

La canción parece estar simplemente escrita para él, por que está
diciéndole todo lo que yo quiero decirle, lo que me moría porque supiera
pero no encontraba las agallas para hacerlo.
Nunca lo haría.
Bendita sea Doja.

«Eres excitante»
«Chico, ven a buscarme»

Cuando canto esa parte, le hago una señal con dos dedos para que se
acerque y..., demonios, él lo hace.

«Tus ojos me dijeron: chica, ven y móntame»

Está a mitad de camino ahora.

«A la mierda, dejemos de resistirnos»


«¿Podrías probarme?»

La mano de Marcus se cierra en mi cintura, acercándome a él. Intenta


besarme, pero corro mi rostro evitando que lo haga y él ríe, negando con la
cabeza.
Voy medio ebria, de eso no hay duda, pero estoy bien con eso, porque sé
que de otra manera no le estaría cantando esta canción a él, de entre todas
las personas del mundo.
Mis manos se elevan, tomándose por detrás de su cuello, intenta besarme
nuevamente, pero vuelvo a ladear el rostro.

«Intenta ver si puedes controlar este culo»


«Probablemente te daría un ataque de pánico»
«Lo siento si te provoque una erección de la nada»
«Probablemente pienses que tengo telequinesis»

La carcajada de Marcus es baja y ronca y también me hace reír, pero yo


no dejo de cantar.
De cantarle a él.

«Oh, espera, ¿te gusta la magia?»


«Poof, aquí tienes un coño como un alakazam»
«Escuche de una amiga de una amiga»
«Que tu polla es un diez de diez»

Sus manos me terminan de acercar, rompiendo la distancia que nos


separaba, mis labios cantando y casi rozando los suyos.
Estamos tan cerca ahora.

«No puedo soportar, ni una sola noche más»


«Brindemos, dame un sorbo»
«Dime cual es tu fetiche, dame tu polla»
«Azótame, abofetéame, ahógame, muérdeme»
«Cariño...»
Y antes de que pueda terminar de cantar la última estrofa, la mano de
Marcus se cierra en torno a mis mejillas, pegando sus labios a los míos en
un beso brutal, cargado de odio y exasperación, pero también de deseo,
mucho deseo.
Su lengua domina la mía, mientras es él quien controla el beso.
—Ay muñeca, no tienes idea de en qué te metiste —murmura, separando
un poco nuestros rostros luego de dejar ir mi labio inferior de entre sus
dientes.
Intento responde algo ingenioso, pero es que su beso me ha dejado un
poco mareada.
—¿Sin palabras? Eso es un milagro —murmura.
—Deja de ser tan odioso —digo, intentando volver a besarlo, pero su
mano va a mi cuello y no me lo permite.
—No puedo dejar de ser odioso contigo, sacas lo peor de mi.
—Tu también —no dudo en responder.
—Te hare tragar todas las veces que dijiste que nunca estaría contigo —
me pincha.
—Te recordaré que caíste a mis encantos por el resto de mi vida —
bromeo también.
—Ya lo veremos —responde él, dejando un casto beso en mis labios—,
ahora, vámonos de aquí.
Y después de eso su mano se cierra en torno a mi muñeca y me obliga a
avanzar en dirección a la salida.
Y yo..., bueno, a mi no me oirás quejarme.

-------- ≪ °✾° ≫ --------


HOLIS
PERDON LA TARDANZA
PROMETO TRAER UN CAPÍTULO SUPER SUPER PRONTO
YA NO TENDRAN QUE ESPERAR TANTO
GRACIAS POR SUS MENSAJES Y POR TODO EL AMOR
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NO SE OLVIDEN DE VOTAR
CON MUCHO AMOR SIEMPRE
LATIN LOVER DEBIE
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO (PTE DOS)

NECESITO ESCUCHAR EL DULCE SONIDO DE TUS GEMIDOS

—Marcus, ¿en serio iremos en esto a tu departamento? —Pregunte con


una sonrisa un tanto tensa.
—Si, ¿por qué? —Pregunto él con un poco de molestia, de todas maneras
tenía una estúpida sonrisa en su rostro, como si me retara a echarme atrás.
Ni de coña.
—Por nada —murmuro—, es solo que hace un poco de frío, nada más —
y esa era la verdad.
—No tienes de qué preocuparte, muñeca —respondió él, sin perder esa
sonrisa que comenzaba a molestarme. —Puedes abrazarte a mi.
Rodé los ojos nada más escucharlo decir aquello, de todas maneras me
quedé un poco de piedra cuando volvió a acercarse a mi con casco en mano.
Trague saliva con dificultad cuando su perfume me golpeo y el calor de
su cuerpo traspaso la ropa que traíamos puesta, mientras que con cuidado
abrocho la hebilla del casco, asegurándolo a mi cabeza.
—¿Lista? —Pregunto, golpeando con sus nudillos el casco, siendo un
maldito molesto.
—Si —respondí, apartando su mano de un manotazo.
—¿Y porque luces tan asustada? —Pregunto.
—No luzco asustada —me defendí con irritación.
De todas maneras la verdad era otra, ya que si bien no estaba asustada, si
sentía los nervios atenazando mi vientre, a la expectativa de que sabía lo
que iba a pasar en su departamento.
—Entonces andando —fue todo lo que respondió, sacándole el pedal de
soporte a la moto para subirse él.
No voy a mentir, medio que me paralice al momento de subirme a la
moto, porque la moto era enorme y hasta me dio la sensación de que
empequeñecía un poco a Marcus, que por cierto era también bastante alto.
—¿Seguro que no quieres ir en taxi? —Pregunte una vez más.
—Sube a la moto —respondió él, encendiéndola y acelerándola, cosa que
me hizo reaccionar.
Pase la pierna por encima de la moto y rápidamente mis brazos se
enredaron alrededor de su cintura y si, no voy a mentir, cerré los ojos como
si me estuviera preparando para mi propia muerte.
Sentí el pecho de Marcus moverse, señal de que se estaba riendo.
—¿Qué demonios haces?
Salte en mi lugar cuando escuche eso en mis oídos, perfecto y claro.
—¿Cómo carajos es que te escucho así? —Pregunte, un tanto
sorprendida.
—Es para poder hablar mientras conduzco —respondió él, moviendo la
moto y entrando en el tránsito de la noche.
—¿Lo usas por lo general para ir calentando a las chicas con las que te
vas? —Pregunte, intentando bromear, pero a decir verdad estaba un poco
nerviosa y no creo haberlo logrado.
—Nunca los enciendo —confesó y por como tensiono su cuerpo, creo
que lo hizo sin querer—, es decir, no me gusta hablar mucho cuando
conduzco.
Las palabras no dichas quedaron flotando en el aire, pero ninguno tuvo
que decir: «aunque no me molesta hablar contigo»
Luego de eso ya ninguno dijo nada y Marcus condujo como si no hubiera
un mañana y yo les juro que iba tiritando de frío, es por eso que en un acto
que les juro quiso ser inocente, mis manos, como por voluntad propia, se
colaron por debajo de su remera y no pude evitar reír cuando lo sentí sisear
por el contraste de su piel caliente con mis manos heladas.
—¿Qué carajos te ocurre? —Se escucho su voz cabreada por el auricular.
—Es que tenia mucho frio —respondí y estaba segura como los mil
infiernos que sintió la sonrisa en mi voz.
—Saca las putas manos —siseo.
—No, hace frío —respondí y apreté un poco su piel, sintiendo sus
músculos duros bajo mi tacto.
—Minerva, no me cabrees —amenazó.
—¿En verdad no te importa que tenga frío? —Pregunte con voz melosa.
—No, saca las manos —respondió como si nada.
—No las voy a sacar, tengo frio —insistí yo, dejando mi lado meloso
porque Marcus era un idiota que no lo merecía. —Aparte ya están casi
calientes, no es como si las sintieras mucho, ¿verdad? —Pregunte con
retintín.
—Vas a pagar por esto, muñeca —amenazó, pero también le sentí la
sonrisa en la voz.
Después de eso ninguno volvió a decir nada y en un acto que fue
inconsciente, mi cabeza se apoyó en su espalda, relajándome y disfrutando
de mi primer viaje en moto.
Por que si, era la primera vez que me subía a una.
Me sentí un poco incómoda cuando sentí nuevamente a Marcus
tensionarse por mi acercamiento, de todas maneras cuando empecé a
separarme, metió su mano por debajo de su propia camiseta y se encerró en
torno a las mías, apretándolas y aunque no hubiera hablado por el auricular,
entendí que quería que me quedara así, que estaba bien para él.
Voy a confesarles algo, me sorprendió mucho en ese momento la
conexión que sentí con él, no voy a negarlo, a pesar de no conocernos
mucho, sentí que en algunas ocasiones no necesitábamos hablar para
entendernos y si tengo que serles completamente sincera, no sé muy bien
como me hizo sentir aquello.
El viaje duró por lo menos veinte minutos y cuando sentí que mis piernas
estaban a punto de acalambrarse, la moto se detuvo en unos bloques de
departamentos no muy lejos de donde yo vivía.
La calle se encontraba completamente vacía por la hora, ya que de por si
esta zona era bastante tranquila a pesar de ser fin de semana.
—Podríamos haber ido a mi departamento —fue lo primero que dije
mientras le tendía el casco.
—Soy alérgico a los gatos —soltó.
Su respuesta me descolocó unos cuantos segundos, porque, ¿cómo carajo
sabia que yo tenía gatos?
Mi cuerpo se endureció cuando susurre la pregunta: —¿Cómo sabes que
tengo gatos? No creo habértelo contado nunca.
Marcus frunció el ceño, como si tampoco supiera bien el porque lo sabía.
—Hay una foto de dos gatos en la barra de la cafetería, di por hecho que
serían tuyos, por que solo alguien tan cursi como tu los pondría ahí.
Rodé los ojos con fastidio y también se me salió un suspiro de alivio, no
se porque imagine por un momento que Marcus podía ser una clase de
espía.
—Es tan típico de ti ser alérgico a los gatos —me queje y de paso el
cuerpo me tirito, porque estaba muerta de frío. —Joder, ¿podemos entrar?
Se me ha congelado hasta el lívido.
Marcus, por supuesto, río al escucharme decir aquello, metió la
motocicleta dentro del edificio y me hizo una señal para que pase,
sorprendiéndome cuando sostuvo la puerta para mi.
—Es el último piso —indico, esperando que suba primero.
Y a mi los nervios me volvieron a atacar peor que antes, antes de asentir
y comenzar a subir las escaleras, ya que Marcus decidió no usar el ascensor.
—¿Por qué tuvimos que subir andando? —Me quejo cuando llegamos al
segundo piso y siento que comienzo a sudar.
—Por que dijiste que tenias frio, así te caliento —se burla él.
—Eres... —digo, enojada mientras clavo mi mirada en la suya.
—¿Soy? —Dice, invitándome a terminar la frase con una sonrisa
descarada en el rostro.
—Imposible —termino diciendo, volviendo la vista en frente para
terminar de subir.
El golpe que me da en el trasero me hace gritar, haciendo que el alarido
haga eco por todo el edificio vacío, mientras clavo mis ojos furiosos en los
suyos, intentando ignorar el escozor en mi piel, por que a pesar de traer
puesto un jean, escoció como los mil demonios.
—¿¡Que carajos está mal contigo!? —Grito en su dirección.
—Baja la voz —dice, riéndose.
—¿Por qué te ríes? —Medio grito en susurros.
—Por que tu enojada eres caliente —dice así como si nada.
Abro la boca, un poco indignada, pero también sorprendida por lo que
dijo, que a ver, que no es que fue muy romántico, pero si me entienden...
—No vuelvas a hacerlo —digo, girándome y volviendo a subir las
escaleras.
Marcus no espera ni dos segundos antes de darme otra palmada, esta vez
en el otro cachete y cuando me giro para mandarlo al carajo, me aprisiona
contra la pared y me besa, y a mi cualquier tipo de queja que estuviera a
punto de largar, se me olvida por completo, porque el sabor de su lengua
mezclado con el humo de cigarrillo que fumo cuando salió del antro,
simplemente me hace delirar.
—¿Qué ibas a decir? —Pregunta, separando un poco nuestros rostros.
Mis labios se ladean un poco para volver a besarlo, sin embargo él logra
alejarse a tiempo antes de que puedan tocarse.
—¿Muñeca?
—Eres la persona más exasperante que conocí nunca —es todo lo que
puedo decir.
Él termina de separarse y me toma de la muñeca para hacerme avanzar
nuevamente, entrando en el tercer piso.
—Creí que dijiste que vivías en el último.
—Mentí —responde él.
Que en serio, que es imposible.
El departamento es el típico departamento de un hombre soltero: nada
demasiado personal, colores sobrios y un perro que parece un león, que
nada más verlo entrar, se pone de pie y comienza a mover la cola
emocionado por ver a su dueño, aunque cuando sus ojos se clavan en mi,
medio se tensa y yo por acto reflejo, me escondo detrás de Marcus.
—Hola, lindo perrito —murmuro clavando mis uñas en los antebrazos de
Marcus cuando el perro se acerca a olerme.
—Él es Homero —dice Marcus y el perro nada más escuchar su nombre
comienza nuevamente a mover la cola. —Homero, nada de comerse a
Minerva, que esta noche quiero follar, ya vemos luego si la devoras o no.
—¡No seas idiota! —Me quejo, golpeando su brazo y Homero ladrando
al verme hacer eso. —Joder, lo siento —digo, escondiéndome nuevamente
detrás de Marcus cuando el perro quiere volver a olerme, esta vez con un
poco más de emoción.
—Suficiente —dice de repente, haciendo que tanto el perro como yo nos
congelemos. —Homero, deja de comportarte de ese modo —dice al perro,
que se sienta y mueve la cola de un lado al otro pero sin moverse.
Yo llego a hablarle a Pimienta de ese modo y seguramente orina mi ropa.
Marcus toma mis manos entre las suyas y medio me sonrojo cuando veo
que lo he lastimado.
—Lo siento —me apresuro a decir.
Él en respuesta simplemente niega con la cabeza, antes de llevar mi mano
a la del perro para que me huela.
—Le cuesta confiar un poco en las personas —dice a modo de
explicación, mientras el perro comienza a lamer mi palma—, pero una vez
que sepa que no vas a lastimarlo, se enamorara de ti.
Mis ojos se clavan en los de él, de todas formas no me mira, sino que está
concentrado en el perro.
—Hola, lindo muchacho —murmuro con una voz que hace a Marcus
rodar los ojos, de todas maneras río cuando el perro se me abalanza,
comenzando a chupar mi rostro.
—Mira que rápido cayo —dice él, sonando divertido.
—Es que nadie puede resistirse a mis encantos —murmuro.
—Ni que lo digas —responde con seriedad.
Me pongo de pie, sacudiendo los pelos de Homero cuando el ambiente de
repente se tensa y a pesar de que ninguno de los dos dice nada, se que las
cosas están a punto de ponerse calientes.
Bueno, vengan esos detalles.
—Homero, ve a tu cama —dice de repente Marcus, el perro medio que se
queja, de todas maneras un murmuro de su nombre, y el canino desaparece
detrás de una puerta, que espero no sea el cuarto de Marcus, porque en
verdad me da cosa que su perro me vea follar, suficiente con Pimienta.
Ay, joder, voy a follar con Marcus.
—Entonces, esta es tu casa —digo de repente, pero es que estoy nerviosa
y me sale decir cualquier cosa.
—Si —responde él, acercándose a mi y yo por instinto retrocediendo.
—Bien... —digo, apoyando mis manos en la mesa detrás mío cuando
choco con ella, los brazos de Marcus aprisionándome ahí.
—Quiero follar —suelta de repente, su mirada cargada de deseo.
—Ni un café ni nada —digo por lo bajo, con la respiración hecha un
desastre.
Mi boca, como por voluntad propia, intenta capturar sus labios, de todas
maneras una de sus manos se cierra en torno a mi cuello, deteniéndome y
ganándose un ceño fruncido de mi parte.
—No me gusta mucho dar besos cuando follo.
—Tan típico de ti —ruedo los ojos, intentando besarlo nuevamente, pero
para mi completa frustración, vuelve a detenerme.
—Tampoco soy de los que dicen cosas lindas, probablemente me
escuches decirte muchas guarradas, ahora dime si eres de esas mojigatas a
las que no les gusta e intentare mantener lo que quiero hacerte para mi
mismo.
—No me molesta, pero yo no soy mucho de hablar, asique no presiones
—respondo, intentando besarlo.
Malditamente quiero besarlo luego de que dijo que no quiere que lo bese.
—La palmada de antes me la puso dura, así que probablemente vuelva a
hacerlo —dice él, con una sonrisa descarada en su rostro.
Mi mirada se entrecierra, porque está planeando algo, aunque no logro
descubrir que es.
—No me asustan un par de nalgadas —suelto, muy segura—, pero tendré
que negociar lo de los besos.
—No hay discusión en ello —sentencia.
—No parecía molestarte en el antro y mucho menos en las escaleras.
—Dije no —vuelve a decir, aunque no luce para nada molesto.
—Es que veras, Marcus —murmuro lentamente, clavando mis ojos en
sus labios y él por su parte hace lo mismo—, mis besos son unos que nunca
antes te dieron.
—¿Y eso? —Pregunta, sonriendo y entrecerrando la mirada cuando
muerdo mis labios.
—Hagamos un trato —digo de repente, medio sonriendo.
Siento mi respiración hecha un desastre, es por eso que disimuladamente
intento apaciguarla, porque siquiera hemos hecho nada y ya estoy a mil.
—Soy todo oídos —murmura en voz baja, casi en un susurro.
—Si logro pararte la polla con un beso, me dejaras besarte mientras
follamos —suelto y en verdad me muero por besarlo ahora mismo y debo
confesarles que en realidad lo deseo tanto porque me dijo que no quería
hacerlo.
Con él es siempre como un tira y afloja, como si necesitáramos el
enfrentamiento para funcionar.
—Dudo que puedas hacerlo —dice él, pero por como se han dilatado sus
pupilas, se que le excita la idea.
—Entonces no tienes nada que perder.
El reto está implícito en mis palabras y sé que él lo sabe, por lo que no
puede decirme que no.
Por que entre nosotros no cedemos.
Nunca.
Su agarre en mi cuello no me abandona, sin embargo si afloja un poco la
presión, señal de que a partir de ahora puedo besarlo.
Decido que quiero jugar un poco con él, jugar y excitarlo.
Es por eso que mis labios se entreabren y los suyos, como por acto
reflejo, me imitan, sin embargo no llego a besarlo, sino que hago que las
pieles suaves de ellos se rocen.
Una sonrisa descarada se forma en mi rostro cuando medio se frustra.
—Deja de jugar —se queja, en un susurro bajo y ronco.
Las palmas de mis manos suben lentamente, sintiendo su piel tensa
debajo de mi tacto, hasta que por fin acaricio su cuello con mis uñas.
—Muñeca —insiste.
Sonrió un poco, solo porque me gusta la sensación de tenerlo de esta
manera, desesperado por mis besos, es por eso que decido que fue
suficiente tortura cuando mis labios se unen a los suyos.
Marcus intenta dominar el beso, hundiendo su lengua dentro mío, ambos
ahogando un gemido, de todas maneras lo freno un poco, haciendo presión
en su pecho para apartarlo.
—Es mi beso, se supone que yo deba excitarte a ti —me quejo.
Él rueda los ojos, pero cuando va a decir algo, vuelvo a besarlo. Primero
pellizcando su labio superior con los míos, mi lengua acariciándolo y
pasando rápidamente al de abajo.
Esta vez muerdo un poco con mis dientes, sintiendo la suavidad de sus
labios y él por fin, por fin, cerrando los ojos y dejándome hacer a mi antojo.
Mi lengua acaricia suavemente, mientras mis manos suben hasta acariciar
un poco su nuca, teniendo que ponerme en puntas de pie ya que es
considerablemente más alto que yo.
Marcus, como si sintiera mis esfuerzos por llegar a su boca, me toma de
la cintura para sentarme en la mesa y así estar casi a la misma altura.
Gimo cuando meto mi lengua y acaricio la suya suavemente, por que a
diferencia de él, a mi me gusta muchísimo besar y hacerlo de manera
tranquila.
Mis caderas medio se contonean, queriendo tener un poco de fricción y
Marcus vuelve a acercarme a él, para que nuestras caderas choquen, aquel
movimiento haciéndonos jadear a los dos.
Mi sonrisa es sumamente descarada y victoriosa.
—No digas una palabra —sisea.
—No he dicho nada —respondo rápidamente entre beso y beso.
Pero es que mi sonrisa dice todo y ver su frustración no hace otra cosa
más que hacerme reír.
—Mueve el culo a la habitación —murmura él de repente, refunfuñado.
—Pero no puedes enojarte —me quejo divertida, mientras lo sigo a la
habitación. —Fue una apuesta, perdiste, admítelo.
—Nunca.
—No hay nada malo en perder alguna vez, ¿sabes?
—Detente.
—Y no es como si yo pudiera entenderte, porque ya sabes, yo no soy de
las que pierden...
—Como que no cierres la boca ahora mismo, te meteré la verga hasta la
garganta para ver si sigues con tantas ganas de burlarte.
«A no bueno pues...»
Marcus clava sus ojos en los míos cuando no me ve rebatir y sin poder
evitarlo, suelta: —Mira que callada te has quedado, muñeca.
Estoy a punto de responder, pero cuando quiero darme cuenta, estoy
dentro de su habitación y cualquier respuesta ingeniosa, se me borra porque
de repente estoy muy nerviosa y consciente de lo que vamos a hacer y,
¿sinceramente? No se muy bien cómo hacer esto, estoy realmente
preocupada de hacer algo mal y que todo se vaya al carajo.
—¿Qué? —Dice Marcus, llamando mi atención. —¿De repente se te
fueron las ganas de bromear?
Creo que el muy estúpido no se da cuenta de que en realidad estoy muy
nerviosa, o puede ser que en realidad quiera que me desenvuelva sola,
porque él sabe que esta es la primera vez que me voy con alguien de un
antro a tener sexo esporádico, pero es que en realidad no es muy esporádico
que digamos, ya que a Marcus lo conozco hace un tiempo.
Decido que debo ser yo quien dé el primer paso, ya que él no atina a
acercarse a mi.
Elimino los cuantos pasos que nos separan, sin dejar de mirarlo a los ojos
y él espera paciente, a la expectativa de lo que voy a hacer.
Tengo que apartar la mirada, porque de repente sus ojos oscuros logran
hacerme estremecer y en verdad no quiero echarme hacia atrás con esto,
pero eso es porque tengo muchas ganas de estar con Marcus, ver que sucede
con toda la tensión que cargamos prácticamente desde que nos conocimos.
Cuando estoy frente a él, mi mano va a los botones de su camisa,
comenzando lentamente a desabrocharlos de abajo hacia arriba, dejando su
piel morena a la vista. Lo primero que veo es la línea de vello que va de su
ombligo hasta perderse dentro de los pantalones de jean que trae puesto,
mis ojos solo están allí donde su piel va siendo descubierta. Medio lo siento
tentarse cuando mis dedos rozan su piel, de todas maneras no me detiene y
agradezco eso. Cuando todos los botones están desajustados, tiro la camisa
por sus brazos, dejando su torso al descubierto.
Su perfume me golpea ahora con más fuerza, mientras que acerco mis
labios allí a su pecho, donde también tiene un poco de vello, cerrando los
ojos cuando sus manos se cierran en mis antebrazos, intentando apartarme,
pero no terminando de hacerlo.
Me separo, porque aunque no lo haya dicho con palabras textuales, sé
que no le gusta mucho el contacto y aunque mi curiosidad me carcoma
intentando saber el porque, no lo pregunto, porque sé que no es el
momento.
—Tu turno —murmura.
Marcus es mucho menos delicado de lo que yo lo fui, sin siquiera
desajustar los botones de mi camisa y la intenta sacar por mi cabeza, casi
ahorcándome en el proceso cuando se atora en mi cabeza.
—¡Pero si serás animal! —Medio chillo cuando lo siento reír. —
¡¡¡Marcus, quítame la camiseta, que me estoy ahogando!!!
—Ya va —responde, riéndose, pero no hace nada para apurarse. —No
sabia que estabas tan desesperada por que te desnude.
Imbécil.
—Voy a matarte —siseo, enojada.
—Espero que sea a orgasmos —se burla, terminando de quitar mi
camiseta por fin y yo inevitablemente respirando con alivio.
Marcus quita los cabellos que me quedaron por todo el rostro, con una
sonrisa suave en la cara, antes de que con su dedo índice comience a
acariciar mi piel ahora expuesta de manera descendente.
Mi piel se vuelve de gallina a su contacto, aguantando la respiración
cuando llega al botón de mi jean tiro alto, que con un movimiento rápido
desajusta, medio tironeando para bajarlo, de todas maneras se detiene
cuando la ve: la cicatriz.
Y voy a confesarles algo, tengo un amor odio por ella, la odio por que es
un pasado con el que cargare siempre, fue todo lo que me quitaron, pero
también fueron todos los sueños que no logre cumplir y la amo porque es
también una marca de supervivencia, de todo lo que soporte, de lo que
intento vencerme y no pudo.
Mis ojos se clavan en los suyos cuando suavemente la delinea con su
dedo y cuando nuestras miradas se entrelazan, susurra: —¿Heridas de
guerra?
—Igual que las tuyas —respondo, porque aunque él crea que no me di
cuenta, el beso que le di en el pecho fue al lado de una cicatriz y no es que
lo sepa muy bien, pero parecía una herida de bala.
Sonríe nuevamente y de una manera inesperadamente calma, toma mis
labios entre los suyos, metiendo su lengua dentro, mientras sus manos
terminan de empujar mi jean lejos.
Sus enormes manos se cierran en la piel de mis glúteos, amasando como
si hubiera esperado mucho tiempo por ello, mis uñas medio lo rasguñan
cuando intentan quitar su jean, él siseando, mas no quejándose, como si le
gustara también mi desesperación.
—Joder, que temo asustarte si te digo las guarradas que quiero hacerte —
medio logra decir entre beso y beso, empujándome hasta llegar al final de
su cama.
—¿Desde cuando te importa asustarme? —Lo pincho y él ríe en
respuesta.
—Ahora voy a follarte, rápido y duro, porque necesito quitarme estas
ganas que traigo encima, ya después veré que hago contigo.
—No te dije yo que de seguro la metías y terminabas —digo
molestándolo.
Marcus no responde a mi pulla, sino que simplemente en un acto
demasiado rápido, me gira y me empuja a la cama y el grito parece resonar
por entre las paredes cuando me da en uno de mis cachetes.
—Deja de ser una maldita listilla —murmura.
—Demonios —me quejo, con la respiración agitada.
De todas maneras esta se me corta cuando sus manos rápidas van al
broche de mi sostén, desajustándolo y quitándolo rápidamente. Sus manos
recorren mi espalda, mientras yo tengo mi pecho contra el suave colchón,
aguantando la respiración por las ganas que tengo de que pase de todo ahora
mismo, pero también queriendo que esto dure mucho tiempo.
Sus manos vuelven a mi culo, amasando, separando y apretando con un
poco más de fuerza, cosa que me hace un poco quejarme.
—Lo siento —se apresura a decir—, pero es que soy un hombre de culos.
La risa, sin poder evitarlo, se me escapa.
—Yo que sabía que no podía haber mucho más en esa cabeza —lo
molesto, pero es que les juro que no puedo evitarlo.
—¿Te confieso algo, muñeca? —Susurra de repente, pegándose por
completo a mi espalda. —No veo la hora de escucharte gemir mi nombre.
—Ya veremos —respondo, aguantándome un jadeo cuando su lengua se
arrastra a lo largo del costado de mi cuello, terminando en mi oído el cual
muerde.
—Será tan malditamente fácil hacerte ceder —susurra y le siento la
sonrisa en los labios.
—No seré yo quien caiga primero —respondo, estirando mi mano para
enredarla apenas en su cabello ya que es demasiado corto, pero es que
quiero que siga besándome la piel como lo hace.
Sus caderas por fin se pegan a las mías y tengo que concentrarme con
todo lo que tengo en no hacer un puto ruido, nada y sé que él lo nota, ya que
ahora vuelve a presionarse, moviendo sus caderas, haciéndome sentir lo
excitado que se encuentra.
—No veo la hora de enterrarte la verga adentro —sisea en mi oído,
mientras que una de sus manos se enreda en mi cabello para ladear más mi
cuello. —No veo la hora de probar eso que tienes que me saca tanto de mis
casillas.
Mis labios están fuertemente presionados, intentando no hacer un sonido.
—Vamos a ver cuanto es que aguantas —murmura con malicia,
tironeando de mis bragas para por fin quitarlas.
Dos de sus dedos van rápidamente a mi vagina, tanteando y Marcus tiene
que morder la piel de mi hombro para aguantarse el gemido cuando
encuentra que estoy completamente mojada y apenas si hemos empezado.
—Joder, sabia que serias receptiva a cualquier cosa que te hiciera —
medio farfulla para sí mismo.
—Mieeerda —medio grito cuando sin previo aviso, mete dos de sus
dedos dentro mío.
—Eso es —apremia—, eso es todo lo que necesito, muñeca.
No se a que carajos se refiere y que es lo que necesita, pero si va a seguir
tocándome así, por mi no hay problema.
Marcus saca sus dedos de repente y me toma de la cintura para girarme.
Sus dedos vuelven rápidamente a mi entrepierna justo en el momento en
que estampa un beso furioso en mi boca y no es que quiera sonar repetitiva,
pero les juro que estoy dando todo de mi para no gemir.
—Vamos a ver cuanto te dura —sisea en mi oído, antes de que bajar un
poco su cuerpo y pasar uno de sus brazos por debajo de mi espalda para
mantenerme quieta.
Su mirada es pura malicia, mientras que con dos de sus dedos abre mis
labios para mirar no se que y yo no puedo evitar removerme un poco
incómoda bajo aquel escudriño, pero si saben, que el chocho es mi parte
más íntima.
Marcus parece notar mi titubeo, por lo que rápidamente comienza
nuevamente a estimularlo con dos de sus dedos, haciendo la presión justa en
círculos lentos.
Va a acabar conmigo.
En serio.
Que lo odio, lo odio por ser tan molesto, lo odio por obligarme a...
El gemido que sale de mi boca es largo y ronco y no hace otra cosa más
que frustrarme por el hecho de que él haya ganado.
—Ahí está, ¿viste que si podías? —Dice, burlón.
—Eres un idiota —me quejo, como por quinta vez.
—No te pongas así —murmura él y de repente siento su aliento cerca de
mi entrepierna y en ese momento lo detengo, pero es que para que me
hagan sexo oral tengo que tener un poco más de confianza y no me siento
lista para dejar que él lo haga.
Mi mano va a su cabello, demasiado corto para mi gusto, haciendo un
poco de presión para que suba donde me encuentro.
—Ya quieres mi verga dentro, ¿verdad?
No respondo, pero es que por más que no me molesten las guarradas, no
se me da muy bien el tampoco decirlas.
Ayudo a Marcus a desajustar sus pantalones, riéndome cuando sin querer
pellizco la piel sensible de su vientre.
—Lo siento —digo rápidamente.
—No lo sientes un carajo —se queja, negando con la cabeza.
Una vez que ambos tironeamos los pantalones para que caigan, mis ojos
se clavan en su miembro, cerrando rápidamente mi mano a su alrededor
para estimularla, aunque no es como si lo necesite mucho que digamos, ya
que se encuentra dura y lista.
Marcus sisea al contacto de mi mano con su entrepierna, ladeando las
caderas y cerrando su mano sobre la mía, obligándome a apretarla con más
fuerza, tanta que temo lastimarlo, pero parece que a él así le gusta.
Yo no puedo evitar deleitarme cuando cierra los ojos y hace su cabeza
hacia atrás, mordiendo tan fuerte su labio inferior que temo que se lastime,
el muy idiota aguantándose las ganas que tiene de gemir.
Sin que siquiera se de cuenta, termino cerrando mis labios en la cima de
su polla, sintiendo el sabor del pre semen en mi lengua y si, se que dije que
no me gustaba el sexo oral en la primera vez, aunque la realidad es que no
me molesta hacerlo pero si que me lo hagan.
El jadeo sorprendido le sale como de repente, abriendo los ojos como
platos cuando clava sus ojos oscuros en los míos viéndome hacer y no es
hasta que chupo con fuerza la cabeza de su polla que su gemido por fin, por
fin sale: bajo y ronco y victorioso.
Mi sonrisa, por supuesto, es enorme mientras paseo mi lengua por su piel
suave.
—Eso fue un golpe bajo y lo sabes —se queja, pero no luce para nada
enojado.
Una de sus manos, con una suavidad que me sorprende, quita un mechón
de cabello lejos de mi rostro, acariciando con su dedo índice la piel de mi
mejilla.
—¿Vas a follarme o no? —Pregunto, pero es que ya quiero pasar a la
acción.
—Como ordenes, muñeca —responde con una sonrisa.
Marcus se acerca a su mesita de noche, rebuscando en los cajones un
condón.
De repente bufa y mis ojos se clavan en los suyos, sorprendida porque se
haya quedado sin condones, teniendo en cuenta la actividad sexual que dice
tener.
—Sabia que eso de que follabas mucho era una mentira —me burlo,
viéndolo prácticamente correr al cuarto de baño con el culo al aire,
volviendo a los pocos segundos con una caja nueva de condones.
—Deja de tocarme los cojones —murmura.
—Pero si recién te encantaba —no puedo evitar responder.
Marcus me toma de los tobillos, haciéndome chillar cuando arrastra mi
cuerpo hasta el final de la cama.
—Vamos a ver si te sigues burlando cuando comience a follarte con las
ganas que te tengo.
—Osea que si me tenias muchas ganas.
—No más de las que tu me tenias a mi.
—Yo no te tenia ganas —miento.
—Muñeca, consejo que te servirá a futuro, tienes que dejar de ser tan
evidente con lo que deseas.
—No soy eviden...
Mis palabras se cortan cuando vuelve a estimularme con dos de sus
dedos, tocando mi clítoris con la presión justa que necesito.
Se detiene un momento para ponerse el condón y aprieto los labios
cuando con su mano guía su polla, patinando por mi entrepierna húmeda.
—Joder —medio sisea, cerrando los ojos, haciendo movimientos
circulares alrededor de mi clítoris.
—Marcus —me quejo, pero es que necesito que me folle ya.
—¿Qué es lo que quieres de mi, muñeca? —Pregunta, apoyando sus
brazos uno a cada lado de mi rostro, su polla posicionada en mi entrada
pero sin penetrarme. —¿Quieres que te folle no? ¿Hace tiempo que vienes
fantaseando con eso? ¿Pensabas en mi en la noche mientras te tocabas?
No respondo, pues porque no puedo y por que también siento que
comienza a hacer presión para penetrarme, pero no entra.
Les voy a contar un detallito solo por que se que son bien morbosos, la
polla de Marcus si bien no es la más larga que tuve dentro mío, es bastante
gorda y pues, mi chocho no quiere dejarlo entrar, ya que no estoy lo
suficientemente lubricada.
Y les voy a contar también un secretito, a veces también a las mujeres
nos cuesta lubricarnos un poco, porque no les voy a mentir, tengo muchas
ganas de estar con Marcus, pero también estoy muy nerviosa y eso no
ayuda mucho que digamos.
Marcus, que nota que no estoy lista para que me penetre, con mucha
naturalidad se lleva dos dedos a la boca, echándoles un poco de saliva y
llevándola a mi entrepierna para facilitarse el acceso.
Sé que nota mis mejillas sonrojadas, de todas maneras no dice nada, sino
que pega su cuerpo al mío y me besa, pero me besa con los ojos abiertos,
mirando mi reacción cuando se mete lentamente dentro mío.
Respiramos un momento, pero es que los dos somos tan orgullosos, que
nos hemos aguantado el gemido para no volver a ceder nuevamente.
Su frente se pega a la mía, supongo que intentando contener su gemido,
yo por suerte me he recuperado rápidamente, intentando relajar el chocho
para que se acostumbre rápido a la nueva invasión.
Mis piernas se enredan en su cintura, empujándolo de ser posible más
adentro mío, mientras que mis brazos se enroscan en su cuello, acercándolo
más a mi para poder besarlo profundamente.
Sonrió dentro del beso cuando gime.
Minerva: 2.
Marcus: 1.
—¿Vas a torturarme todo el puto rato? —Se queja, haciendo su rostro
para atrás para poder mirarme.
—Hasta el día que me muera —suelto.
Su ceño se frunce por cómo ha sonado aquello, pero es que en realidad
no era mi intención que sonara como que vamos a hacer esto toda la vida,
¿si me entienden?
Marcus niega con la cabeza, pero supongo que decide restarle
importancia, ya que se hace un poco hacia atrás, incorporándose, mientras
que con sus manos me toma de las rodillas, estirando mis piernas para
mantenerme más abierta.
Sus caderas comienzan a moverse, marcando un ritmo en principio
pausado, saliendo lentamente para luego penetrarme con fuerza.
Con mucha fuerza.
La primera vez que lo hace, medio chillo, pero porque me sorprendió.
Para la segunda ya estoy preparada, de todas maneras vuelve a
sorprenderme con la fuerza con la que me penetra.
Para el tercer empollón siento que me va a partir en dos.
Después de la cuarta vez comienzo a disfrutar de este sexo violento.
—Mira como estas de abierta —apremia Marcus, mirando allí donde
nuestros cuerpos se unen. —Mira como te entra mi verga, joder, sabía que
sería así de bueno.
Mis manos se hacen puño en las sabanas, intentando sostenerme de algo
cuando mi cuerpo se mueve a su antojo, de todas maneras Marcus no me
deja ir.
—Mírate ahí, muñeca —dice, clavando sus ojos en los míos—, te ves
increíble, sabía que serías así, sabía que tu coño sería igual de asfixiante que
tu.
¿Qué carajos, Marcus?
—No te creas que porque te esté follando me caes bien ahora —
murmura, un poco en broma un poco en serio.
—Tu solo hazme venir —le digo, intentando pincharlo. —Hay algo ahí
que se llama clítoris, ¿sabes? Con eso puedes ayudarme a hacerme llegar.
Grito cuando con su dedo índice y pulgar me pellizca dicho botoncito de
nervios y no voy a negarlo, un poco dolió, pero también me encanto.
Marcus ríe, para luego hacer un movimiento circular que me hace girar
los ojos y también gemir.
Demonios.
Su risa es enorme, pero no me importa, es empate.
Los movimientos circulares comienzan a producir ese cosquilleo en la
columna que me avisa que me voy a venir.
Y lo odio
Por que no quería venirme primero...
Que si Marcus me hace llegar antes que él...
—Te vas a venir, ¿no es cierto? —Dice, haciendo que abra mis ojos y los
clave en los suyos. —No tienes idea de cómo te estás mojando, eso quiere
decir que te vas a venir, será un puto espectáculo cuando te vengas, joder —
sisea.
¿Y saben que? Les cuento que Marcus mientras folla si parece que
estuviera enojado.
Sus penetraciones vuelven a ser fuertes y un tanto descuidadas y si tengo
que ser sincera, no quiero que sea así y no es por nada, pero quiero algo
más tranquilo una vez que llegue, por que les cuento algo que siempre me
pasa: para mi el orgasmo es algo muy personal, al momento que nos
dejamos ir por el placer, nos volvemos personas vulnerables, dejamos ver
todo lo que tenemos dentro, cedemos un poco el control al otro.
—Ven aquí —le ordeno y él de repente detiene un poco sus movimientos
y justo en el momento que va a negarse, vuelvo a hablar: —Ven aquí,
quiero tenerte cerca cuando me hagas llegar.
Algo en su mirada parece cambiar y lentamente, casi con precaución,
deja caer su cuerpo suavemente sobre el mío, sin dejar de mirarme y
viéndose un poco tenso por la nueva cercanía.
Mis piernas vuelven a enredarse en su cintura, mientras que uno de sus
brazos pasa por debajo de mi rodilla y yo gimo por la nueva profundidad de
la posición.
Eso parece animarlo, por que de repente vuelve a follarme con ganas, con
nuestros cuerpos unidos, pero con el mismo ímpetu que antes.
Mis labios capturan los suyos, mientras mi orgasmo vuelve a formarse y
siento que esta vez no podre aguantarlo.
Marcus parece darse cuenta, por que sigue besándome, sin dejar de
mirarme a los ojos, sin dejar de penetrarme con fuerza.
—Dámelo muñeca —murmura con voz baja y ronca. —Anda, presiona
mi verga con ese coño tuyo, déjame ver lo linda que te ves cuando te
vienes...
Son esas últimas palabras las que me hacen acabar.
Siento su gemido en mi oído cuando comienza a penetrarme con fuerza y
rapidez, haciendo que mi orgasmo se alargue aún más de ser posible.
Mis uñas se han clavado en sus hombros y de seguro que le quedara
marca, pero a él no parece importarle, sino que no para de dejar besos en mi
cuello, clavícula, subiendo hasta capturar mis labios en los suyos.
Me sorprende un poco la delicadeza con la que me besa y las palabras de
esa chica de hace un rato vienen a mi mente: cuando dijo que Marcus
parecía que follara como si te odiara.
Pues no lo veo mucho de ese modo, veo que a pesar de que él todavía no
se ha venido, me da un momento para recuperarme del orgasmo.
Mis manos acarician lentamente su nuca, mientras intento recuperar un
poco el aliento, con el cuerpo un tanto adormecido por el placer de hace un
segundo atrás.
—¿Estuvo bien? —Pregunta, separando un poco su rostro.
—Supongo que si sabes satisfacer a una mujer, no eres tan idiota como
pensaba —le respondo, bromeando.
De todas maneras su semblante de repente cambia, como si hubiera dicho
las peores palabras del mundo.
Cuando quiero darme cuenta, Marcus se ha incorporado y de un
movimiento demasiado rápido como para prevenirlo, me toma de la cintura
y me vuelve a poner boca abajo, tomándome de las caderas para elevarme
un poco y así estar en una mejor posición.
—Ahora es mi turno, muñeca —es todo lo que dice.
Pero su voz ya no suena divertida ni bromista como hace un rato atrás.
Cuando vuelve a penetrarme, esta vez si siento que lo hace con enojo,
con frustración y hasta me atrevo a decir con un poco de odio.
Sus manos presionan un poco fuerte mi cintura y si bien no es doloroso
del todo, no deja de resultarme un poco molesto.
—Así es como querías que te folle, ¿verdad? —Sisea.
Mis manos se cierran en torno a la sabana, intentando sostenerme por la
manera en la que me está follando.
—Eres una pequeña puta, ¿no es así? Calentándome hasta que pudiste
tenerme.
Bueno, ahora si que me está haciendo enojar.
No respondo, ni digo nada, pues porque si lo hago lo enviare al demonio.
—Así, voy a follarte como vienes deseando que te folle, Minerva, como
las chicas como tu necesitan —y luego, acercándose a mi oído, murmura:
—Por que tu necesitas tener a muchos detrás de ti persiguiéndote, ¿verdad?
No te basta con uno, sino los quieres a todos, pequeña codiciosa.
Y después se separa, me da una palmada en el cachete y con un gemido
bajo y ronco, se viene.
Mi respiración, al igual que la de él, es un desastre, mientras que sus
manos todavía presionan mi cintura, manteniéndome en el lugar.
Me remuevo un poco para que me suelte y él parece despertar de una
especie de trance porque lo hace rápidamente, saliendo de mi y girándose
para quitarse el condón y desecharlo en una cesto que hay en una esquina,
para luego sentarse en la cama de espaldas a mi, sosteniendo su cabeza
entre sus manos.
De repente Marcus me parece una persona por demás vulnerable y sé que
no me corresponde, en verdad lo sé, pero hay una parte de mi que no puede
evitar querer calmar lo que sea que esté atormentándolo.
Me acerco lentamente a él, sintiendo un pequeño escozor en el chocho
por la jarana de recién que ignoro.
Me doy cuenta en ese momento, justo cuando estoy por tocarle el
hombro, que en su espalda tiene un enorme tatuaje que me cuesta unos
segundos descifrar: son alas.
Dos enormes alas que cubren por completo su espalda, llegando las
plumas dibujadas casi hasta su antebrazo.
Me recupero de la impresión y apoyo mi mano en su hombro para
preguntarle si se encuentra bien y en ese momento él se gira y se pone de
pie a una velocidad sorprendente.
—¡¿Qué coño quieres?! ¡¿Un abrazo o que?!
Verán, la reacción en ese momento es algo que me hizo sentir una
vergüenza tremenda nada más tenerla: Sé que soy Minerva Wilson. Se que
tengo veinticinco años. Se que estoy a salvo y que no debo tener miedo.
Pero así como mi mente sabe todo eso, hay cosas que el cuerpo no se
olvida y ciertas reacciones no dejan de ser casi involuntarias.
Siento que Marcus se tensa cuando se da cuenta de lo que acaba de
provocar. Mi cuerpo se acurruco en una posición defensiva, tapando mi
rostro con los brazos, intentando evitar un golpe que nunca llegaría.
—Mierda —digo, sintiendo un bochorno tremendo cuando me doy
cuenta lo que acabo de hacer. —Joder —susurro, poniéndome rápidamente
de pie para comenzar a buscar mi ropa, sin siquiera atreverme a mirar a
Marcus a la cara.
—Muñeca... —intenta decir él, pero le ignoro, primero porque estoy muy
avergonzada y segundo por que sea lo que sea que haya pasado por su
cabeza, no soy merecedora de ese trato.
—No quise... —intenta nuevamente, pero la situación ya se ha vuelto
incómoda.
—No te preocupes —lo interrumpo, poniéndome mis pantalones
rápidamente y las zapatillas, con el sostén ya puesto y la camisa a medio
abotonar. —Ya voy de salida.
Marcus aprieta su mandíbula, como si quisiera decir algo, de todas
maneras se lo guarda para sí mismo y creo que eso es mejor, por que no se
que es lo que pueda llegar a largar en este momento.
—Te acompaño —intenta decir, pero yo lo que quiero es ahora tenerlo
lejos, aún más luego de la idiotez que acabo de hacer.
—No te preocupes, recuerdo el camino —digo, saliendo de la habitación.
Me choco con Homero de frente y no dudo en acariciar su cabeza: —
Adiós, precioso.
Por que yo animal que veo por ahí, animal que debo hablarle.
Escucho a Marcus llamarme nuevamente, de todas maneras lo ignoro y
sigo a mi camino, haciendo el recorrido a pie a mi departamento ya que no
son muchas cuadras.
En el trayecto hasta mi hogar no puedo evitar rememorar lo que paso y
llego a la conclusión de que Marcus es alguien que está muy dañado,
alguien que tiene tantas corazas encima que sería casi imposible llegar al
fondo de él y estoy segura de que alguien con mucha perseverancia lo
lograría, ¿pero sabes que? Esa persona no puedo ser yo.
Si, la conexión que sentí con Marcus desde el primer momento fue
notoria, pero eso no quiere decir que seamos almas gemelas.
Marcus es alguien que necesita ser salvado y yo sinceramente soy alguien
que ha luchado mucho por las personas y sé que merezco a alguien que
pelee por mi, aunque sea una vez.
Supongo que esto de tener sexo esporádico no es mucho lo mío.
Ya en el resguardo de mi hogar, con mis gatos acurrucados entre mis
piernas, no puedo conseguir conciliar el sueño.
Hay algo que está dando vueltas por mi cabeza sin parar, una y otra vez y
lo único que puedo confesarles, es que al día siguiente, siendo casi las doce
del mediodía, estoy abriendo las puertas de La Trufe de Rouge una vez más,
buscando a Pierce para decirle que me voy con él a Madrid.
Que me voy con él para cumplir uno de mis mayores sueños.
¿Por qué sabes que? Si la vida te da limones, solo haz limonada.

***
BUENAS BEBIS
LO PROMETIDO ES DEUDA
MI INTERNET ES UNA MIERDA, ESTOY HACE MUCHO
INTENTANDO ACTUALIZAR
ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DEL CAPÍTULO
¿LO QUE SE VIENE?
PREPARENSE PARA UN POV POR PIERCE
LOS AMO MIS PECADORES
GRACIAS POR EL AMOR, LA PACIENCIA Y EL APOYO
POR SIEMPRE
DEBIE LA DE LAS POESIAS
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

¿NO LO SIENTES COMO UN DEJA VU...?

Volver a la Trufe de Rouge se siente como un deja vu y déjenme decirles


algo sobre esa sensación, no puedo definir si es buena o mala, si me gusta o
no.
Ni hablar que desde que Olivia Rodrigo saco una canción con ese
nombre, cada vez que pienso en esa palabra, no puedo evitar decirla
cantando.
Bueno, a lo que iba, estoy fuera y no me decido si entrar o no.
La verdad es que este lugar me trae muchísimos recuerdos y no son para
nada malos, aquí conocí gente que quiero que esté en mi vida por lo que
quede de ella. En este lugar volví a enamorarme, así como también aprendí
a confiar en las personas, a querer y a quererme a mi misma.
En este lugar volví a sonreír y fui feliz, muchísimo y no es como si
dejaría todo para volver a trabajar aquí, que no lo haría, pero solo tengo
buenos recuerdos para con este lugar.
Y tengo una sensación extraña cuando cruzo nuevamente la puerta,
cuando el familiar olor a suavizante de los manteles me golpea, cuando los
olores de la cocina llegan, preparando el servicio que está pronto a
comenzar.
El ruido de las copas y platos siendo acomodados, puedo imaginar a
Isabella preparando las reservas, a Dante cantando por lo bajo sin parar
dentro de la cocina, con Tony no haciendo más que quejarse, pidiéndole que
se calle.
No puedo evitar sonreír, observar los colores tenues que hay a mi
alrededor, embeberme de este restaurante cargado de añoranzas, de...
—¿Qué estas haciendo aquí?
La voz de Tronchatoro me hace saltar en mi lugar, sorprendiéndome y
asustándome por partes iguales, como cada que me encontraba un par de
segundos distraída y no tardaba en reprenderme haciéndomelo saber.
—Señora Katherine —murmuro con voz saltarina una vez que me
recupero de la impresión. —Que gusto volver a verla.
—Hujum —murmura ella, mirándome con esa expresión que siempre me
hizo saber que me odiaba. —¿A que se debe el placer de tu visita? —
Pregunta, se ve que intentando por todos los medios mostrar educación.
Sé que esta vez tendré que enfrentarme a ella solita, ya que Isabella hace
un tiempo que no trabaja más aquí y aparentemente es mi nueva contadora,
por lo que poniéndome mis pantalones de niña grande, murmuro yendo
directamente al grano: —He venido a ver a Pier...
—Imposible —me interrumpe, siquiera terminando de decir su nombre
completo. —El señor Greco se encuentra ocupado —sentencia.
—Si, pero...
—Y estará ocupado por un largo rato.
—Lo sé, pero tal vez si le dice que estoy aquí...
—No puedo molestarlo, la reunión es importante.
—Pues lo puedo esperar aquí sentada —respondo, cruzándome de brazos
y comenzando a perder la paciencia, porque no puedo negar que esta mujer
logra exasperarme como nadie.
—De ninguna manera —farfulla Katherine, luciendo por completo
abochornada por mis ultimas palabras, que no les miento, que esta mujer es
la reina del drama.
—¿Por qué no? —Respondo sin amedrentarme y plantándome en mi
lugar. —La reunión no puede durar todo el día.
—Durara muchas horas —responde ella, mirando a su alrededor con algo
parecido al nerviosismo. —Si quieres puedo programar una cita para dentro
de un mes.
—¿¡De un mes!? —Me quejo, abriendo los ojos como platos. —Eso tiene
que ser una broma.
—El señor se encuentra muy ocupado últimamente.
Sé que no quiere, por algún extraño motivo, decirme lo del viaje.
—Quede con él que vendría a verlo estos días —respondo y la mentira
me sale de forma lamentable, pero es que yo no sé mentir, esa es la verdad.
—No lo creo —responde ella, que por supuesto no me creyó.
—Señora Katherine —murmuro, frotándome los ojos con frustración y
remarcando el señora, ya que se que odia que le digan de esa manera—,
esperare a Pierce aquí, en verdad me urge verlo.
—No lo creo —repite ella, plantándose esta vez más cerca mío, como
para sacarme de ser necesario a los empujones del restaurante.
A decir verdad lo más lógico seria que me marchara por la puerta tal y
como vine, tal vez hasta podría esperar a Pierce fuera hasta que termine la
bendita reunión, llamarlo por teléfono seria lo más sencillo, pero hay algo
dentro mío que me incita a pelear con Katherine, a no dejar que me trate
como un trasto viejo como tantas veces hizo en el pasado.
—Está bien, me iré —murmuro por lo bajo y odio, detesto la mirada
triunfante que me larga.
—Te acompaño a la salida —responde con una señal de su mano,
claramente no confía en mi.
Hace bien, je.
Asiento, con una sonrisa forzada antes de clavan mis ojos en el salón
detrás de su espalda.
Empieza la actuación: Mis cejas se fruncen y hago una mueca de
disgusto con la boca.
Katherine intenta por todos los medios no voltearse, porque de seguro
sabe que algo planeo.
—¿Es eso acaso cucharas de postre en donde tendrían que ir las de sopa?
No puede evitarlo, con una exclamación, se termina girando y en esos
cinco segundos de ventaja, prácticamente paso por su lado en dirección a
las escaleras que llevan a la oficina de Pierce.
—¡Señorita Wilson! —Grita en mi dirección, mientras escucho el
repiqueteo de sus zapatos al perseguirme. —¡Philip, llama a seguridad! —
Grita.
Perra.
«Corre, Minerva, corre»
¿Sintieron eso? Fue un deja vu..., je.
Sin siquiera saber como, se me escapa una risotada por la situación
mientras prácticamente estoy a nada de escupir los pulmones por la carrera,
mientras siento el repiqueteo de los zapatos más cerca.
¿Cómo lo hace? Se supone que soy mucho más joven que ella, tendré que
volver a gym.
Sera la adrenalina del momento mezclada con mi torpeza habitual, pero
cuando quiero abrir la puerta de la oficina medio me lanzo y les juro que si
alguien hubiera grabado ese momento en slow motion el video habría sido
viral.
Mis brazos están estirados y mis pies enredados entre si, es por eso que
medio termino despatarrada en la oficina de Pierce nada más abrirla.
—¿Qué carajos...? —Se escucha su voz decir sorprendida.
Mis ojos de cordero se clavan en los suyos que si bien no están enojados,
si me miran esperando por una explicación.
Tengo la respiración hecha un caos y me arden las mejillas por la
vergüenza, pero me las arreglo para murmurar: —Hola, Voldy.
—Señor Greco, le juro que intente detenerla... —se excusa Katherine,
justo por detrás mío.
Pierce cierra el portátil, silenciando la voz de una muchacha que hablaba
del otro lado, para acercarse a mi y estirar su mano para ayudar a
levantarme.
—Ya llame a seguridad —intenta nuevamente.
—¿Estas bien? —Pregunta él, dando un ligero apretón a mi mano una
vez que estoy nuevamente de pie, ignorando por completo a ella.
—Si —respondo, sacudiéndome el polvo de los pantalones—, lo siento
por las formas, pero necesitaba hablar contigo —murmuro, sin mirarlo.
Pero no voy a negarlo, me puede un poco la vergüenza, pero verán, que
una con el tiempo medio se acostumbra.
—Señor Greco... —intenta decir Katherine, sin embargo Pierce la corta
antes de que pueda terminar la oración.
—Ve a encargarte de que el servicio salga bien por favor —dice—, y
encárgate de que nadie me moleste —agrega.
Tronchatoro parece querer discutir, sin embargo una sola mirada de
Pierce y ya se escucha la puerta de la oficina siendo cerrada.
Pierce me mira, poniendo las manos en sus bolsillos y mirándome
fijamente de esa manera que siempre me puso incómoda.
Medio lo odio, por que a pesar de todo este tiempo, un poco me sigue
intimidando.
—Entonces... —medio murmuro para romper el silencio—, ¿cómo has
estado?
—Todavía encuentro pelos de tus gatos por todo mi departamento —
responde y si bien pareciera que es acusación, no sonó como tal.
—Con el tiempo te acostumbras —respondo con una sonrisa.
Sin embargo se me borra de repente cuando veo la seriedad en su rostro,
de todas maneras antes de que suelte cualquier cosa, dice: —¿A que has
venido, Minerva?
—Ya sabes a que —respondo rápidamente.
—Dilo —instruye o más bien ordena.
Pinche Pierce que no cambia.
—Quiero ir contigo —suelto, pues por que ya saben, sin miedo al éxito.
—Quiero ir a la convención, quiero ir a Madrid, quiero hacer todos los
talleres de cocina, quiero conocer a los mejores chefs del mundo, quiero...
—suspiro, tomando un poco de aire por haber largado todo sin respirar—,
quiero cumplir mi sueño, Pierce, entonces..., ¿todavía sigue en pie tu
propuesta?
Pierce me mira fijamente unos interminables segundos, de todas maneras
noto que intenta contener una sonrisa.
—Por supuesto que la propuesta sigue en pie —termina soltando y yo
suelto el aire que sin darme cuenta, aguantaba. —El vuelo sale mañana por
la mañana, ¿crees que llegaras a preparar todo?
—Si, nací lista —respondo.
—El viaje dura dos semanas, lleva ropa de abrigo que allí casi es
invierno.
—Seguro —digo, pero casi no puedo contener la sonrisa que se esta
formando en mi rostro.
—Me alegro que hayas decidido venir —murmura.
—A mi también —respondo y tengo que hacer mis manos puños para
evitar con todas mis fuerzas ponerme a chillar.
—Pasare con un taxi a buscarte por tu casa mañana a las seis.
—¿Cómo que a las seis? —Me quejo.
Es muy temprano.
—Te dije que el vuelo salía a la mañana —responde, rodando los ojos.
—Pero eso no es la mañana, es la madrugada —refunfuño.
—Te aguantas —responde él, encogiéndose de hombros mientras se
acerca a mi. —De ser necesario no duermas, pero no te quedes dormida,
que no podemos perder el vuelo.
—¿Por qué? —Pregunto, porque yo primero cotilla y después persona.
—Por que estaré dando charlas en la convención, tengo una un par de
horas después de llegar —me explica, de todas maneras ya tiene su mano
puesta en mi cintura, empujándome a la salida.
—¿Me estas echando? —No puedo evitar preguntar, un tanto
sorprendida.
—Si, interrumpiste una conversación importante —responde, sin dejar de
ejercer presión en mi espalda, llevándome a la puerta.
—¿Con la chica que hablabas? —Suelto, casi sin pensar. —¿Quién era?
Por que ya saben, si meto la pata, la tengo que meter hasta el fondo.
—Que te importa —dice él, terminando de empujarme fuera de su
oficina. —Te veo mañana, no te quedes dormida.
—Que si, pesado —pero la puerta ya se cerró.
Tomo aire profundamente, mientras que la sonrisa en mi rostro me parte
la cara y es por eso que intentando ser lo menos ruidosa posible, comienzo a
dar saltitos y chillidos por lo bajo, en la soledad del pasillo, o eso creo,
porque cuando quiero darme cuenta, alguien carraspea a mi lado, dándome
un susto de muerte.
—Por la picha de la cucaracha, Dean —medio chillo en un susurro, pero
es que no quiero seguir interrumpiendo a Pierce.
Dean no puede evitar largar una risa, mientras niega con la cabeza y en
voz baja pregunta: —¿Qué demonios estas haciendo?
—Yo solo... —medio murmuro, muerta de vergüenza.
Dean espera a que hable, es por eso que medio saltando de la emoción,
chillo en un susurro: —Voy a ir a una convención gastronómica en Madrid
—digo, llegando a su lado para agarrarlo de las solapas de su traje. —¡¡¡A
Madrid, Dean!!!
Dean me mira un poco sorprendido, primero con una sonrisa en el rostro
y después, cuando cae en cuenta de que me iré con Pierce, porque de seguro
él sabe que Pierce ira, su sonrisa se pierde, de todas maneras son solo
segundos, porque enseguida vuelve a estar su suave sonrisa habitual.
—Con que Madrid —dice, compartiendo mi alegría. —Es uno de tus
sueños —agrega, pero es que alguna vez le había contado que me moría por
conocer esa ciudad.
—Si —digo, sin dejar de saltar. —Iré a Madrid.
Y luego, en un acto medio inconsciente, salto a su cuerpo, pero es que la
alegría me puede.
Dean, por supuesto, me sostiene fuertemente, con sus abrazos
apretujando mi cuerpo en la medida justa, no se si alguna vez lo dije, pero
los abrazos de Dean son esos que parecen juntar todos tus pedazos rotos.
—Estoy muy orgulloso de ti —murmura contra mi cabello y lo siento
aspirar mi perfume. —Te mereces todo lo bueno del mundo, solo cosas
buenas.
Me despego un poco de su agarre y si bien pienso que voy a encontrar en
su rostro un ceño fruncido, en realidad sigue la misma sonrisa dulce de
antes.
—Gracias, en verdad me hace mucha ilusión este viaje —confieso en un
susurro.
—Lo se —dice él, asintiendo.
Y luego se hace un silencio que si bien no es incómodo, si es un poco
raro.
Carraspeo, haciéndome un paso hacia atrás, volviendo a sacudir el
inexistente polvo de mis pantalones.
—¿Tu como has estado? —Pregunto, intentando sonar distraída y
fallando miserablemente.
—Bien —dice él, pero sonríe, a sabiendas de que quiero distraer el tema.
—Pásalo bien, Mine —dice, ahorrándome el tener que ser yo quien termine
con la extraña situación—, cuídate mucho y vive la vida.
—Parece que fuera la ultima vez que nos vamos a ver —me quejo.
—Ni de coña —responde él, haciéndome reír. —No te pienses que te vas
a deshacer de mi tan fácilmente.
—Tu tampoco —respondo, casi sin pensar.
Y es en ese momento que me doy cuenta de que un poco lo extraño,
extraño su compañía, como era como novio y como amante, pero también
extraño mucho cuando era mi amigo, cuando podía contarle cualquier cosa
que pasara por mi cabeza sin siquiera pensar.
Y él me escuchaba, siempre atento a cualquier locura que pasara por mi
cabeza.
—Nos vemos, Dean —murmuro con una sonrisa suave en el rostro,
caminando despacio hacia las escaleras.
—Nos vemos —dice, antes de guiñarme el ojo y girarse para caminar a la
oficina de Pierce.
Termino bajando las escaleras de dos en dos, agradeciendo al santo de las
caídas en escaleras no morir en el proceso, cuando casi me llevo por delante
a Katherine, que parecía estar esperándome en un rincón.
—Señora Katherine —digo con voz cantarina—, fue un real y enorme
placer volver a verla —agrego, con sarcasmo chorreando mi tono.
Y después de eso camino en dirección a la salida, con una sonrisa en el
rostro y a sabiendas de que mañana a esta hora, estaré en un avión de
camino a Madrid.
Si señor.
Lo único que espero es que mi miedo por volar no me pase factura esta
vez, las dos ultimas salió bien, pero, ¿no dicen que la tercera es la vencida?
• ──── ✾ ──── •
PIERCE
El taxi se estaciona fuera de los bloques de departamento de Minerva,
faltan cinco minutos para que den las seis, sin embargo ya le he enviado un
mensaje avisándole que estoy abajo.

Minerva:
Llegas temprano, dijiste a las 6.

Yo:
Mueve tu culo rápido.

Minerva:
No le digas a mi culo que hacer.
Él es libre, hace lo que quiere.

—Veremos —murmuro con una sonrisa en el rostro, mientras espero a


que baje.
Llega exactamente a la hora pactada, para mi completa frustración,
luciendo..., bueno, luciendo como Minerva se las arregla para lucir siempre.
Tiene el cabello un poco desordenado atado en una coleta de cualquier
manera, pero que sin embargo, a mis ojos, le queda precioso.
Lleva puesto un abrigo que es entre un tapado y una manta, todavía no
decido cual, unos pantalones de jean asoman por debajo de esa
monstruosidad con unas botas tejanas bajas.
Alrededor de su cuello lleva una almohadilla rosa chillón con forma de
gato y unos auriculares encima también con dos orejas de gato.
Su valija es pequeña, cosa que me sorprende por la cantidad de días que
estaremos allí, sin embargo lleva una cartera que luce a rebosar de cosas.
El chofer baja para meter sus cosas en el maletero, mientras que ella sube
a mi lado, sentándose con un suspiro un tanto cansado pero con una sonrisa
preciosa, su perfume siendo un bálsamo de tranquilidad cuando entra en
mis fosas nasales.
—Buenos días —dice en mi dirección.
Mis ojos se clavan en los suyos y noto que debajo de ellos hay dos
pronunciadas ojeras, señal de que no durmió por la noche.
—Buenos días, douce —murmuro.
Su ceño se frunce en una mueca que me resulta adorable y no puedo
evitar sonreír cuando dice: —No me llames de ese modo.
—¿De que modo? —Pregunto, pinchándola mientras el taxi por fin se
pone en marcha.
Ella en respuesta simplemente rueda los ojos, mientras que yo me dedico
a responder mails y avisar al hotel nuestra hora de llegada para que envíen
un auto a buscarnos.
Me doy cuenta cuando vamos a mitad de camino, que Minerva no deja de
repiquetear su pierna sin parar y rápidamente, intento ignorarlo, intento no
hacerle caso, pero...
—¿Qué sucede? —Pregunto.
—¿Hum? —Dice ella, clavando sus ojos en los míos.
Me doy cuenta que está nerviosa por algo, pero no parece querer
decírmelo.
—¿Qué que te pasa? ¿Por qué luces tan nerviosa?
—Yo no luzco nerviosa —responde muy rápido.
Miente.
—¿Acaso te arrepientes del viaje? —Pregunto con calma y una leve
molestia en el estómago.
—No, no es eso —dice, esta vez con más sinceridad.
—¿Entonces? —Insisto.
—No me pasa nada, es solo el viaje y que no he dormido bien.
—¿Has dormido?
—No —responde con sinceridad. —¿Y tu?
—Nunca duermo antes de un viaje largo —respondo, encogiéndome de
hombros. —Me ayuda a dormir mejor en el avión.
No me pasa por alto como pasa saliva, antes de asentir y volver su mirada
a la ventanilla.
A pesar del denso trafico, terminamos llegando al aeropuerto más
temprano de lo que supuse.
Observo que Minerva medio comienza a sudar por el tapado que decidió
ponerse, de todas maneras me ahorro los comentarios solo porque luce
bastante nerviosa, aunque no puedo saber porque.
Minerva me sigue como una autómata por el aeropuerto, tardamos un
poco más en los chequea de la aduana, ya que Minerva tuvo que ser
checada dos veces cuando paso por el portal de metales y no paraba de
sonar, teniendo que sacarse, reitero, la monstruosidad que lleva de abrigo.
Nos separamos una vez que llegamos a las tiendas del aeropuerto,
pactando encontrarnos unos minutos antes para subir al avión y aunque no
se lo haya dicho, seremos los primeros en subir ya que viajaremos en
primera clase, pero decidí no decírselo sabiendo que de seguro va a
quejarse.
Me siento en una de las cafeterías a beber un café y responder mails,
mientras me pregunto en qué momento mi vida se resumió a responder
mails cada que tengo un momento libre.
Mis ojos se clavan en el enorme ventanal que tengo en frente, donde
interminables filas de aviones se preparan para el despegue, con las cientos
de personas que viajan a diferentes destinos, los rayos de sol asoman por
detrás de la pista y por unos cuantos segundos me siento en paz, pero
lamentablemente soy distraído por el sonido de mi teléfono al recibir un
mensaje.
Allysa:
Hola, me entere de la convención en Madrid,
mas te vale que pases por Italia a saludar.

Me quedo mirando el mensaje fijamente, sin responder, sopesando qué


debería decirle.
Si, en un momento di por hecho que iría a verla, independientemente de
si Minerva decidía viajar conmigo o no, ahora sin embargo..., ahora sin
embargo la idea de dejarla sola me parece inconcebible. Una locura, algo
que no sé si estoy dispuesto a hacer, pero es que Minerva provoca un
instinto protector para con ella con el que no tuve con nadie.
Estoy redactando un mensaje evasivo para Allysa, cuando un mensaje de
Minerva llega, lo abro sin siquiera terminar de responderle a Ally.

Minerva:
Creo que me he perdido.

Dice el primero, para que a los segundos llegue otro.


Minerva:
Pero es que te juro que recuerdo donde te deje, pero cuando quise volver
simplemente me tope con una librería y una cosa llevó a la otra.

Me río, mientras miro a mi alrededor a ver si esta cerca, pero otro


mensaje suyo me distrae.

Minerva:
Y luego había mucho descuento en las tiendas de ropa y tuve que
comprar, por que ya sabes, una en el aeropuerto tiene que comprar, como
también sabes que esta la regla de que debes comprarte un perfume.

En el mensaje aparece escribiendo, por lo que espero.

Minerva:
Pues me he comprado cinco.
CINCO.
Que me he gastado la mitad de mi dinero en perfumes, coño.

Mis ojos vuelven a levantarse, intentando encontrarla y no es tan difícil,


por todos los cielos, con ese tapado y la cantidad de bolsas que lleva
encima.

Minerva:
En fin, ¿me ayudas?

Como respuesta simplemente le mando una foto de ella, cargada de


bolsas, parada en el medio del aeropuerto.
Luego de ver la foto, su rostro se levanta de inmediato, buscándome y a
decir verdad, no sé muy bien cómo explicar el alivio que se desplaza por
todo su rostro al verme, como si en verdad le aliviara encontrarme, que
estuviera cerca.
Quiero que siempre me mire de ese modo.
Comienza a acercarse y una vez que llega frente mío, deja caer todas las
bolsas a sus costados, que hacen un chirrido al tocar el piso.
—¿Desayunaste? —Pregunta.
—Solo tome un café —murmuro.
—Vale —responde y luego levanta la mano para llamar al camarero, una
vez que llega, dice: —Quiero el mejor desayuno del mundo, quiero todo lo
que tengas en la carta —termina.
—No creo que eso sea buena idea... —medio murmuro en voz baja.
—¿Y si el avión se cae? —Dice ella a modo de explicación. —Si
morimos, ¿qué? ¿Seguro que no quieres comer lo más rico del mundo antes
de morir?
Tanto el camarero como yo la miramos un tanto sorprendidos, de todas
maneras ninguno atina a decir nada cuando ella vuelve a repetir: —Quiero
el mejor desayuno del mundo antes de morir.
—Nadie va a morir —me apresuro a decir y luego, clavando mis ojos en
el camarero, indico: —Tráele un desayuno continental — que sé es lo
suficientemente completo, y cuando Minerva quiere hablar, la corto. —Ella
solo tomara eso y la cuenta por favor.
El camarero, por suerte, se va antes de que ella diga nada más, pero es
que la palabra «morir» antes de un vuelo está terminantemente prohibida.
—¿Qué demonios te pasa? —Pregunto, una vez que estamos solos.
De todas maneras ella no responde, sino que comienza a sacar de una
bolsa todos los libros que compro, porque si, no solo compro perfumes, sino
que se compró el freeshop entero.
—Absolutamente nada —dice, mirando los títulos de los libros. —
¿Sabias que si no tienes recetas para comprar calmantes, en la farmacia no
te los venden? —Pregunta, de manera distraída.
—¿A qué tipo de calmantes te refieres? —Pregunto.
Ella no responde, sino que se queda mirando fijamente el libro más
grueso que compro.
—¿Por qué demonios te compraste el código civil? —Pregunto,
sorprendido, por que es la compra más rara que vi en mi vida.
Ella se sonroja, sin embargo lo guarda rápidamente.
—Todo mundo debe saber lo que dice el código civil —es todo lo que
responde.
Estoy a punto de agregar algo más, sin embargo el primer llamado para
nuestro vuelo se anuncia por los altoparlantes.
Minerva prácticamente engulle el desayuno que le traen, dejando todo
por la mitad, antes de tomarme de la mano para que corramos a la fila de
embarque.
¿Qué porque demonios tenemos que correr cuando estamos
prácticamente al lado de la salida? No tengo idea, pero simplemente me
dejo arrastrar por la suavidad de sus dedos enredados con los míos.
Minerva se detiene en la fila que hace todo el mundo, de todas maneras la
obligo a ir hacia delante. Ella no dice nada, pero las mejillas se le sonrojan
de la vergüenza, aunque no esté haciendo nada malo.
Una vez en el avión y luego de que un asistente de vuelo nos ayudara a
acomodar todas las bolsas de Minerva, tomamos asiento y esperamos a que
el resto de la tripulación suba al avión.
Sigo respondiendo mails y Minerva, para mi completa sorpresa,
comienza a leer el código civil y después de un rato, ya toda la tripulación
está encima del avión.
Durante toda la explicación que dio la ayudante de vuelo antes del
despegue, Minerva no le quito el ojo de encima ni siquiera por un segundo,
hasta me atrevería a decir que siquiera pestañeó. Estaba actuando de manera
extraña, lo había estado haciendo durante toda la mañana, pero ahora
simplemente su estado parecía haber empeorado.
El espacio de los asientos era bastante amplio y si bien Minerva se
encuentra a mi lado, también tienen una buena distancia entre los dos, sin
embargo la tengo cerca, no tanto como me gustaría, pero cerca en fin.
Es por eso que logro darme cuenta el sudor que se ha formado en el arco
de su cuello, en los cabellos pegados a su frente y en sus ojos, que lucen un
tanto maniáticos.
—Minerva... —intento preguntarle qué le pasa nuevamente.
—¿Que? —Pregunta demasiado rápido, demasiado nerviosa, parece una
psicótica.
—¿Qué sucede? —Pregunto con calma.
Ella me mira fijamente, como si recién se percatara de que esta conmigo
y ahora si que ha empezado a preocuparme un poco, sin contar que hemos
empezado a llamar la atención por sus frenéticos movimientos.
—¿Qué sucede con que?
—¿Porque actúas como una loca? —Pregunto sin tapujos.
—No estoy actuando como una loca —Responde con la voz chillona, sin
embargo vuelve a removerse incomoda, a asegurar el cinturón, sacarlo,
volverlo a ajustar, acomodar el asiento, checar que la mesita auxiliar no
tuviera el soporte falseado —lo cual era lógico, ya que no se caía— de
manera disimulada tantea con los pies que el chaleco salvavidas estuviera
debajo de su asiento.
Cuando termino de hacer eso, sus ojos se clavaron en los míos y mis
cejas arqueadas fueron toda la respuesta que obtuvo.
—Es que me parece que este avión se va a caer —soltó así de repente,
como si esas no fueran por norma las palabras prohibidas que jamás deben
decirse en un avión.
—¿Que estas diciendo? —Pregunte en voz baja, de todas maneras no era
una pregunta que exigiera respuesta, sino más bien una pregunta que exigía
que tenía que cerrar la boca en ese mismo instante.
Se escuchó la voz del piloto informando que estábamos por despegar,
pidiendo que tengamos nuestros cinturones puestos y los teléfonos celulares
en modo avión o apagados.
Los ojos castaños de Minerva se abrieron como platos cuando se dio
cuenta de que su teléfono seguía encendido.
—¡Vamos a morir! —Dijo, en voz lo suficientemente clara y fuerte como
para que un par de cabezas se giraran hacia nosotros. —¡Vamos a morir
porque de seguro que no llego a apagar mi teléfono, hará interferencia con
el centro de comandos del piloto y algo saldrá mal, lo se! —Insistió con voz
por demás angustiada.
—Minerva... —intente detenerla, porque estábamos llamando la atención
y aquello no era bueno.
Nadie quiere viajar con una loca que no para de repetir que el avión va a
caer.
Y Minerva estaba actuando exactamente de esa manera.
—¡Que no! ¿Que no viste la película? ¿La del actor de náufrago? ¿Que
luego pierde la pelota llamada Wilson? Yo llore en esa parte, no te atrevas a
decir que tu no lo hiciste —Agrega, señalándome con el dedo.
—¿Pero que carajos dices? —Pregunto, un poco sorprendido por todo lo
que larga.
—El en esta nueva película es piloto y se meten aves en el motor, ¿no es
esta época de aves?
—Minerva... —intento detenerla nuevamente, pero por supuesto me
sigue ignorando.
—Joder, que en la de Wilson también hay un accidente en avión, ¿qué
demonios tiene Tom con los aviones? Ya sabes lo que dicen —de repente
comenta—, si alguna vez te cruzas en un vuelo con Tom, simplemente no te
subas, todo puede salir mal.
Se sintió como el avión comenzó a moverse por la pista, preparándose
para el despegue.
—¡Ay no! —Dijo ella, de repente demasiado pálida para lo que podía ser
sano.
Sus manos se cerraron en torno al reposabrazos, sus nudillos
convirtiéndose en blancos por la presión que ejercía en ellos.
—Padre santo que vives en las nubes, por el rosario santificado sea tu
nombre...
—¿Estas rezando? —Pregunte, sin poder salir de mi asombro.
—Si —respondió, con los ojos cerrados fuertemente entre sí y algo me
dijo que intentaba recordar el rezo, que por cierto, lo estaba recitando mal.
—Has tu voluntad con la gente normal, como con la que no es tan normal.
Se me escapo una carcajada y ella entreabrió uno de sus ojos para
mirarme.
—Lo estás diciendo mal —no pude evitar decir.
—No importa —respondió, volviendo a cerrar los ojos—, lo que vale es
la actitud. —Y después siguió con su extraño rezo. —Danos siempre el pan
para llenar la panza, te perdono si me ofendes...
—¿Como, en el infierno, Dios se iría a disculpar contigo?
—No puedes usar la palabra infierno y Dios en la misma oración —
responde en mi dirección con voz ofendida.
El avión, en ese mismo instante, comienza a tomar velocidad y Minerva
esta vez chilla: —¡¡¡VAMOS A MORIR!!!
—Cierra la boca —siseo, cuando veo que una de las ayudantes de vuelo
comienza a desabrochar su cinturón y estoy seguro como la mierda que son
capaces de bajarnos del avión si Minerva no se calla.
—¡VAMOS A MORIR! ¡VAMOS A MORIR! ¡VAMOS A MORIR! —
Llora sin parar. —¡EL AVION SE VA A ESTRELLAR!
Los murmullos del resto de los pasajeros no tardan en aparecer y veo
como la gente comienza a removerse nerviosa, porque ya sabes, basta con
que una persona entre en pánico para generar pánico a su alrededor.
La ayudante de vuelo ya está de pie y necesito que Minerva se calle
exactamente ahora, es por eso que decido que necesito distraerla.
Mi mano la toma por detrás de su cuello para luego enredarse en sus
cabellos, sosteniéndola con firmeza por la nuca.
Supongo que no entiende muy bien que es lo que sucede, pero cuando
quiere darse cuenta, mis labios están pegados a los suyos en un beso un
tanto furioso.
Las sensaciones que me invaden en ese momento son demasiadas,
demasiado difíciles de explicar, sin embargo se siente como volver a casa
después de mucho tiempo, como la calma que siempre me pudo
proporcionar Minerva, se siente simplemente como lo correcto y adecuado.
Tarda unos cuantos segundos en devolverme el beso, pero cuando la
presión de mi lengua la incita a abrir sus labios, cuando su lengua hace
contacto con la mía..., por todos los cielos, había olvidado lo que era
besarla, lo que era la forma en la que dejaba que la domine con mi boca a
mi antojo, el que me dejara que la poseyera.
Un pequeño, pequeñísimo gemido hizo que mi polla palpitara, sin
embargo también pareció eso lo que fue que la alerto de lo que estábamos
haciendo.
Sus labios, si bien no se cerraron de inmediato, si me permitieron que los
mordisqueara un poco antes de por fin soltarlos con un último roce de ellos.
Cuando abrí mis ojos, ella ya me estaba observando, con las pupilas un
poco dilatadas, con los párpados un poco caídos. Su expresión era de
sorpresa, de asombro, un poco de timidez y allí también había una pizca de
vergüenza por la excitación que le había producido mi beso.
Sus mejillas estaban sonrosadas, su respiración hecha un desastre y sus
labios hinchados.
Tomo todo de mi no volver a besarla, pero la realidad es que lo había
hecho porque quería distraerla del ataque que estaba teniendo, aunque debía
confesar que en realidad había pasado horas enteras fantaseando con sentir
nuevamente el sabor de sus labios, diciéndome a mi mismo que en realidad
no se sentiría igual, que solo era una idea mía, que ya la tenia superada.
Demonios, no tenía un carajo superado.
Un carajo.
—¿Mejor? —No pude evitar preguntar en un susurro ronco.
—¿Si besas mejor? —Preguntó ella con una expresión llena de inocencia,
sin entender a que me refería. —Sigues besando bien, mejoraste un poco tu
técnica.
Reí, por Dios, como había extrañado todos esos pensamientos absurdos
que solían pasar por su cabeza a cada rato.
—Ya estamos en el aire —fue todo lo que respondí y sus mejillas, de ser
posible, se colorearon aún más.
—Si claro, el aire —murmuro ella, distraída, sonriendole a la azafata que
la miro con curiosidad. —No hay tal crisis —le dijo con la voz un poco
aguda, como si estuviera tranquilizándola y tranquilizándose a ella misma
también.
—Eso espero —le respondió la mujer con una sonrisa un tanto tensa.
Minerva carraspeo, de repente nerviosa de nuevo, aunque ahora por un
nuevo motivo.
—¿Algo de tomar? —Preguntaron una vez que el avión llegó a la altura
de vuelo.
—Una medida de whiskey —pidió, así como si nada.
La azafata me miró, como si me preguntara si estaba en condiciones de
beber. Le di un asentimiento con la cabeza, aunque me molesto un poco que
me pidiera permiso, sin embargo no quería armar una escena y Minerva
seguía nerviosa, quería que se relajara y disfrutara todo lo que pudiera de
este viaje.
Se bebió de un solo sorbo la medida de whiskey e inmediatamente pidió
otro.
La mujer volvió a mirarme a mi, sin embargo entrecerré mi mirada y sé
que percibió mi enojo, porque rápidamente le sirvió otra medida.
Esta vez minerva lo tomo con más calma y le hice una señal a la mujer
para que se retirara.
—¿Mejor? —Pregunte.
—Si, pero si le cuentas a alguien la manera en la actué, te hare brujería
para que no se te vuela a parar la polla en tu vida.
Se escuchó un jadeo y los ojos de ambos se clavaron en la pareja de
ansíanos que estaban a nuestra derecha
—Lo siento —se apresuro a decir Minerva, abochornada. —No practico
brujería - dijo rápidamente. —Sería incapaz.
—Creo que lo entendieron, Mine -dije, riéndome e importándome muy
poco la vieja estirada que no nos quitaba los ojos de encima.
—Joder, necesito cerrar la boca —farfullo por lo bajo.
—¿Porque no duermes un poco? —Pregunte.
—No creo que pueda dormir durante el vuelo —confeso, pero por sus
parpados pesados, sentía que en realidad estaba muy cansada.
—Anda, si quieres apóyate en mi hombro, de seguro ayuda —la anime,
pero ella solo negó con la cabeza.
—¿Y si hay una turbulencia? —Pregunta en voz baja.
En ese momento no pude quitarle los ojos de encima y me di cuenta de
repente la ternura que me producía Minerva, la ternura que siempre me
había producido y de nuevo sentí ese instinto protector, que me hizo querer
cuidarla de todo siempre.
Toda la vida.
—No dejaré que nada malo te pase —susurre, y mis palabras eran las
más sinceras que le había dicho nunca. —Cuidaré de ti —repetí.
Ella medio me sonrió, un poco adormilada, antes de medio abrazar su
código civil y acurrucarse en su asiento, sin apoyarse en mi hombro, pero si
ladeada para mi costado.
La observe hasta que por fin se quedó dormida y después de eso, tomé
una de las mantas y la tape, porque tenía la piel un poco fría y después de
ese momento, mientras la observaba dormir, aquello llevándome a mi
propio sueño, me di cuenta que este viaje iba a cambiarlo absolutamente
todo, pero por sobre todas las cosas, me iba a cambiar a mi.

***
HOLA BEBIS
¿COMO ESTÁN? ¿ME EXTRAÑARON?
YO SI, UN MONTON, LES PROMETO QUE FALTA MUUUY
POQUITO PARA QUE LOS CAPÍTULOS VUELVAN A SER TAN
FRECUENTES COMO ANTES.
EN ESTOS DIAS VOY A HACER UN VIVO EXPLICANDOLE EL
PORQUE DE DESAPARECER TANTO, MIENTRAS TANTO,
TENGANME PACIENCIA, ¿SI? QUE UNA VEZ QUE VUELVA A
TENER TIEMPO LIBRE, PECADO VA A TERMINAR ANTES DE
LO QUE ESPERAN.
POR CIERTO, ¿CREEN QUE LLEGUEMOS AL MILLON CON
ESTA SEGUNDA PARTE ANTES DE QUE TERMINE?
GRACIAS A LAS PERSONITAS QUE SE TOMAN EL TIEMPO
PARA HACER UN EDIT, UNA RECOMENDACION, ETC..., YA
QUE ULTIMAMENTE NO TENGO TIEMPO.
OTRA COSITA, ADIVINEN DE QUIEN ES EL CUMPLE
DENTRO DE EXACTAMENTE UNA SEMANITA
JEJE, SI, MIO, ¿Y SABEN QUE? AMO DEMASIADO FESTEJAR
MI CUMPLE, ASIQUE ESPERO AUNQUE SEA COMPARTIR UN
POQUITO CON USTEDES, POR AHI SALE OTRO VIVO DE
SORPRESA.
SIN MUCHO MÁS QUE DECIR, NO SE OLVIDEN DE
SEGUIRME EN MIS REDES:
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QUE ACTIVAR UN POCO, JE)
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
LXS AMO
DEBIE LATIN LOVER
PECADO CON SABOR A TI

SEGUNDA PARTE DE PECADO CON SABOR A CARAMELO

¿SE PENSARON QUE ESTABA TODO DICHO? ¿QUE NO HABÍA


MUCHO MÁS QUE CONTAR?
ESTABAN EQUIVOCADXS, SE VIENE PECADO 2.0
Y POR SI NO ENTENDIERON, ES UN PECADO RECARGADO,
CON ALGO DIFERENTE QUE MINERVA TIENE GANAS DE
CONTAR.
ESTA SEGUNDA PARTE SE VIENE LLENA DE SORPRESAS, DE
ERRORES, DE ODIO, DE REENCUENTROS, PERO POR SOBRE
TODAS LAS COSAS, DE AMOR, MUCHO AMOR.
¿ESTAN LISTXS?
PECADO CON SABOR A CHOCOLATE, PECADO CON SABOR A
CARAMELO, ¿PECAR ALGUNA VEZ LES SUPO TAN DULCE?
PORQUE A MI NO...
JE
(ANTES DE QUE ME FUNEN, EN UNOS MINUTOS SUBO EL
CAPÍTULO 37)
DEBBY
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

BAJO EL CIELO DE MADRID

PIERCE:

Siento como un pinchazo en el brazo, pero de todas maneras no logro


despertarme del todo.
Un pinchazo, esta vez casi en mi muñeca vuelve a molestarme.
—Minerva, ¿qué sucede? —Murmuro con la voz ronca por el sueño.
Me cuesta unos cuantos segundos abrir los ojos, aunque vuelvo a
entrecerrarlos por la luz que entra por la ventanilla. Pestañeo varias veces,
intentando ubicarme hasta que mis ojos se clavan en los de ella, que me
mira fijamente.
—Es que no te despertabas —es todo lo que responde.
—¿Y por eso tenias que arrancarme los vellos del brazo? —Pregunto, un
tanto molesto mientras me froto la zona pellizcada.
Sus mejillas se sonrojan de manera violenta, de todas maneras no lo
niega.
—Es que te sacudí un par de veces y nada, tienes el sueño bastante
pesado, ¿sabías? Ojala yo pudiera dormir de esa manera.
—Qué pena que no puedes —murmuro, acomodándome para dormir de
nuevo.
—Pero no te vayas a dormir de nuevo —se queja.
—¿Por qué no?
—Por que estoy aburrida.
—Lee el código civil.
—Ya lo intenté, pero es demasiado aburrido —confiesa. —Aparte no
puedes dormir tanto, que a Madrid llegamos cuando es la hora de dormir y
el jet lag va a destrozarte.
Suspiro, frotando mi rostro porque no hay manera en el mundo que si ella
no duerme, me deje dormir a mí.
—Pero tampoco me mires así —dice cuando clavo mis ojos en los suyos.
—¿Así como? —Pregunto, aguantándome la risa.
—Así como si estuvieras enojado.
—No estoy enojado, estoy despierto. Ahora, ¿para qué me despertaste?
—Pues... —murmura ella, contrariada. —Pues para que estemos
despierto juntos —termina soltando con voz risueña.
—Eso es aburrido —respondo, pero sin reírme, solo porque disfruto
viéndola nerviosa.
—Juguemos a veo, veo —dice y sin esperar respuesta, agrega: —Veo,
veo...
Sus ojos castaños se clavan en los míos, mientras que yo me pierdo un
poco en el brillo que llevan por el sol del atardecer que entra desde la
pequeña ventanilla, en como convierte su piel de un color dorado, en como
los cabellos sueltos de su coleta enmarcan su bonito rostro.
—Pierce, ¿en que tanto piensas? —Me dice, pasando una mano por
delante de mi rostro. —Anda..., veo, veo...
—¿Qué?
—¿Cómo que, qué?
—¿Qué se supone que debo decir? —Pregunto, rodando los ojos.
—"Qué ves"
—Vale, ¿qué ves?
—No espera, vamos de nuevo: veo, veo...
—¿Qué ves?
—Una cosa... —dice, con una sonrisa preciosa.
—¿Qué cosa?
—Maravillosa —agrega, fingiendo una voz misteriosa.
—¿De que color?
—Senil —responde ella.
La carcajada, sin poder evitarlo se me escapa, mientras también sin poder
evitarlo, mis ojos se clavan en la vieja que no ha parado de largarnos
miradas molestas desde que subimos al avión.
—No te rías tan fuerte —se queja Minerva, que parece que sus mejillas
se van a incendiar.
Antes de que pueda responder nada, se escucha la voz del piloto
anunciando que estamos prontos a aterrizar en Madrid y cualquier rastro de
su sonrojo, se reemplaza rápidamente por un color blanco paliducho.
—¿Cómo te preparas para el aterrizaje? —Murmuro en su dirección,
lanzándole una mirada de reojo.
Sonrío cuando sus mejillas vuelven a tomar un poco de color.
—Lista..., nací lista —responde rápidamente, para luego agregar: —
Siempre lista, nunca inlista.
—Así me gusta —murmuro, justo en el momento en el que el avión
comienza su descenso.
—Ay no —dice Minerva.
Sus nudillos se encuentran blancos mientras los presiona contra el
reposabrazos, es por eso que en un acto casi inconsciente, mi mano —
mucho más grande que la de ella—, se cierra por encima, haciendo que de
un respingo.
—Todo va a estar bien —murmuro con palabras suaves y calmas.
Ella asiente de manera frenética, su respiración volviéndose un desastre
cuando comenzamos el descenso.
—Ay no —vuelve a decir. —Ay no, ay no, ay no —murmura sin parar,
cerrando los ojos con fuerza.
—¿Sabes? —Murmuro, intentando distraerla. —Tengo unos buenos
métodos de distracción.
—¿Ah sí? —Pregunta ella, intentando seguirme la corriente. —¿Como
cuáles?
Me encojo de hombros, disimulando un estremecimiento cuando sus
dedos se enredan con los míos.
—Tengo miedo de que si los digo en voz alta, la señora de al lado, salte
con el avión aún en el cielo.
Ella ríe, lanzando una mirada de reojo a su costado.
—Estoy segura de que pensó que nos metíamos manos luego de ese beso
con lengua hasta la tráquea que me diste —suelta.
Me rio, porque es que..., es Minerva.
—Puede que haga eso en el caso de que te vuelvas loca de nuevo —
respondo con calma.
Su sonrisa se pierde de repente y por una milésima de segundo, sus ojos
se clavan en mis labios.
—¿Qué cosa harías? —Pregunta, pero ella sabe la respuesta, de todas
maneras hace esto para distraerse, aunque me gustaría pensar que lo hace
porque también le gusta un poco este juego de seducción.
—¿Quieres la versión corta o con detalles? —Pregunto, ladeando un
poco el cuerpo para poder mirarla mejor.
Minerva traga saliva antes de remojar sus labios con su lengua.
Los lugares donde me imagino haciendo pasar esa lengua.
—Detalles... —responde ella luego de unos segundos—, me gustan los
detalles.
—Me pregunto por qué —murmuro más para mi mismo que para ella.
Nos quedamos en silencio o por lo menos eso es lo que siento, por que el
resto de los pasajeros sigue con sus conversaciones, aunque expectantes por
el pronto aterrizaje.
Me animo a acercarme un poco más, solo porque quiero que lo que voy a
decir, quede entre nosotros, aparte de para también darnos un poco de
intimidad.
—En el hipotético caso de que tuvieras otro ataque... —comienzo a
hablar y ella no pierde detalle al movimiento de mi boca al moverse—, me
aseguraría primero de que sepas que nada malo va a pasarte, me aseguraría
de que sepas que estoy contigo, probablemente pondría mi mano alrededor
de tu muslo, un poco por encima de la rodilla.
Medio que sonrío cuando mira allí en sus piernas, como si estuviera
imaginando mi toque.
—¿Y luego? —Pregunta y cierra los ojos con fuerza cuando el avión es
sacudido por una corriente de aire, provocando una sacudida.
—Luego subiría un poco mi mano —digo con voz tranquila, intentando
que se concentre en mis palabras y sólo mis palabras—, y tu intentarías
presionar tus piernas entre si, solo porque te daría muchísimo pudor de que
alguien pudiera estar viéndonos.
—Yo... —intenta interrumpirme.
—Y como yo no querría que tú estuvieras nerviosa —continuo, clavando
mis ojos en sus labios, casi sintiendo el roce de ellos, el suave suspiro que
sale por las cosas que le digo—, nos taparía a ambos con una manta,
simulando que queremos dormir, pero no dormiríamos, ¿verdad? No
dormiríamos porque si llegara a dejarte a medias, me cortarías la polla.
Ella ríe, con esa sonrisa preciosa que tiene, sus ojos iluminados aunque
los parpados un poco caídos, imagino que mis palabras sí están causando
efecto.
—Luego... —murmuro, intentando controlar la excitación que me sacude
—, luego —continúo, después de carraspear—, subiría mi mano
lentamente, tan lentamente que nadie notaria el movimiento de mis dedos al
desabrochar tu pantalón y tú, también muy lentamente, ladearías un poco tu
cuerpo y abrirías tus piernas, porque por más que estés nerviosa por lo que
íbamos a hacer, la idea de mi tocándote, llevándote al orgasmo rodeada de
gente, sé que te volvería loca.
—Pierce...
Tengo que cerrar los ojos con fuerza cuando mi nombre sale con un
suspiro por sus carnosos labios, mientras me digo a mi mismo que esto no
es más que un juego, un juego peligroso, sí, pero nada más algunas palabras
para distraernos.
Sí, eso. Un juego.
—Y entonces —murmuro y si tengo que ser sincero, no se si fui yo o ella
la que se acerco, o tal vez los dos lo hicimos en un acto de seguro
involuntario—, te tocaría primero por encima de las bragas, en el clítoris,
presionaría solo un poco y en ese momento tendría que toser, sólo para
disimular el sonido de tu gemido al contacto de mi dedo.
—Creo que deberíamos...
—Y en ese momento exacto, mirarías para tus costados, nerviosa —digo,
viendo cómo clava sus ojos rápidamente en los míos cuando estaba
haciendo exactamente eso—, y dirías: creo que deberíamos parar.
Sonrío cuando ella lo hace, de todas maneras se que ambos somos muy
consientes de la corriente tensa a nuestro alrededor, del aire eléctrico que
nos rodea.
—Y entonces, para demostrar mi punto, uno de mis dedos se colaría
debajo de tus bragas, sólo para encontrar un desastre mojado ahí.
—Mierda —logra jadear ella, cerrando los ojos con fuerza y respirando
hondo, como si intentara tranquilizarse y acompasar su respiración, que al
igual que la mía, es un desastre.
—De más está decir que no me costaría mucho llevarte al orgasmo —
suelto de repente y sus ojos, un poco sorprendidos, un poco molestos, se
clavan en los míos.
—¿Y eso? —Pregunta.
—¿Qué? ¿Crees que no me llevaría poco tiempo hacerte correr?
—Te tienes mucha fe a ti mismo, ¿no te parece?
—¿Sabes qué creo yo? —Pregunto y ella me hace un gesto con la cabeza
para que siga. —Yo creo que sé como te gusta que te toquen, creo que
conozco muy bien cada botón que tienes para volverte loca de placer, creo
que no me costaría volverte loca en minutos, así como tú lo haces conmigo.
—¿Te vuelvo loco? —Pregunta ella de forma abrupta y debo admitir que
de repente se ha puesto seria.
Abro la boca para responderle que sí, que me vuelve loco, que en lo
único que puedo pensar en este momento es en lo mucho que me gustaría
tenerla debajo mío, gimiendo mi nombre, borrar cualquier rastro de todo
hombre que la tocó después de mi, estoy a punto de decirle todo eso cuando
Minerva medio chilla cuando el golpe de las ruedas toca con el asfalto de la
pista de aterrizaje, sacándonos a ambos del estupor en el que nos habíamos
sumido.
—Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto internacional de Madrid,
por favor, permanezcan en sus asientos y con los cinturones de seguridad
abrochados hasta que el avión haya parado completamente sus motores y la
señal luminosa se apague.
Minerva mira a su alrededor un poco confundida, como si no pudiera
creer que en realidad el avión aterrizo y ella no se dio ni cuenta.
—Llegamos —dice, mirándome de reojo.
—Sí —respondo con una sonrisita que la hace removerse incómoda. —
¿Viste que sí podía distraerte?
Ella en respuesta simplemente rueda los ojos, mientras espera
pacientemente a que la señal del cinturón se apague.
El mío lo saque nada más la azafata comenzó a parlotear.
Llegar a Madrid es más fácil que salir de Estados Unidos, es por eso que
cuando terminamos con todo, ambos nos subimos al auto que nos estaba
esperando en la salida.
Afuera hace un frio que pela y Minerva me sonríe al ver que me
estremezco, por supuesto ella con la manta que tiene encima, siquiera siente
el frio, aunque su nariz esté roja.
Subimos todas las cosas al maletero y ambos emprendemos el viaje al
hotel que nos reservaron en la convención.
En realidad Minerva tendría que haberse buscado el suyo propio, sin
embargo un par de llamadas y ella pararía en el mismo hotel en el que
parábamos los cocineros principales de la convención.
—No creo que pueda dormir —murmura ella, luego de teclear algo en su
teléfono, seguramente avisándole a Isabella que ya habíamos llegado. —
Que para mi son las cinco de la tarde, ¿como se supone que vaya a
dormirme ahora? Mañana la convención tiene la primera muestra a las
nueve —y luego clavando sus ojos en los míos, medio grita: —¡A las
nueve! Que yo de seguro logre dormirme a las tres de la mañana, y eso con
suerte, porque he dormido un buen rato en el avión, ¡te dije que no era
buena idea dormir en el avión!
—Yo no te obligué a dormir —me fuerzo a decir y solo lo hago porque
me encanta escucharla parlotear sin parar.
—Pero me dijiste que era buena idea —refunfuña.
—Y luego me picoteaste el brazo hasta que me desperté —la acuso.
—Lo hice por tu bien —se defiende ella, con los ojos bien abiertos como
si se sintiera ofendida por mi acusación.
—Lo que digas —murmuro, de todas maneras ella ya no está
prestándome atención, ahora observa las calles de Madrid, que a pesar de la
hora, siguen con bastante gente.
—¿A que hotel vamos? —Pregunta de repente, de todas maneras no la
miro cuando respondo.
—Al Eurobuilding —respondo.
Aún sin mirarla, siento que se tensa y cuando abro la boca para
preguntarle que sucede, mi teléfono suena.
Es Yoshio, quien dará un par de charlas conmigo en la convención.
—¿Si? —Digo, nada más descolgar, observando a Minerva con el ceño
fruncido y aunque tenga todo su cuerpo encorvado en dirección a la
ventanilla, puedo notar como sus hombros están tensos y hundidos para
dentro.
—Greco, ¿estas en Madrid?
—Si —respondo, escueto, pero es que quiero preguntarle a Minerva que
sucede.
—¿Estas en el Eurobuilding? —Pregunta, aunque ya sabe la respuesta, de
todas maneras me encuentro murmurando un si por lo bajo. —Vale,
perfecto, ¿y vienes con ella? —Suelta y aunque intenta que no se le note,
puedo sentir la ansiedad en su voz.
—¿Quién? —Pregunto, intentando sonar desinteresado y con la
esperanza de que termine con el tema.
—Ya sabes con quien —responde y siento la sonrisa en su voz—, la que
te tirabas, la chica de la fiesta con la que follabas cuando entre en esa
habitación, la noche de...
—Por todos los cielos, Yoshio, ya entendí.
—La secretaria de la señora Bonheur —sigue diciendo, ignorándome
como siempre—, ¿sabes la cantidad de veces que intente concertar una cita
solo para volver a verla y me rechazo?
—Puedo imaginarlo —respondo recordando la actitud de Genevieve,
mientras miro de reojo a Minerva, que sigue tensa.
—Bueno, ¿te la sigues tirando? Porque no respondo de mi si la vuelvo a
ver.
—No te le vas a acercar —digo con voz tensa y Minerva me mira de
reojo, aunque no dice nada.
—¿Y eso? —Pregunta Yoshio curioso, mas no juzgando. —¿Te la sigues
tirando? ¿Tu no habías vuelto con Alyssa?
—Voy a colgar —respondo y sin esperar respuesta, lo hago.
De repente me siento tenso y molesto, nervioso por todas las idioteces
que dijo Yun, por todos los pensamientos que de repente me atacan, la
ansiedad al recordar que no le respondí a Aly, que he besado a Minerva en
el avión, he coqueteado con ella.
Joder, ¿qué demonios estoy haciendo? Se suponía que no iba a
acercarme, se suponía que solo la acompañaría aquí, me aseguraría que todo
estaría bien, que cumpliera su sueño.
Suelto un profundo suspiro cuando bajo del auto que estaciona en la
entrada del hotel, agradeciendo el golpe de aire fresco que entra en mis
pulmones.
Avanzo sin mirar atrás, el chofer se encargara de entregar mi maleta y la
de Minerva, mientras decido que lo único que quiero es un baño, relajarme
en mi habitación y tal vez dormir un poco.
Estoy tan centrado en las mierdas que pasan por mi cabeza, que no me
doy cuenta de que de que Minerva no está a mi lado hasta que ya hice el
chek in por los dos, asegurándome de que su habitación estuviera lejos de la
mía.
Observo a mi alrededor cuando no la veo y me doy cuenta de que
siquiera esta en el lobby, sentada por ahí, aunque conociéndola, de seguro
hubiera venido a mi lado a parlotear sin parar, como viene haciendo desde
que subimos al avión.
Un malestar se me forma en la boca del estómago e ignorando a la
recepcionista que me llama, camino a pasos apresurados hacia la puerta,
pensando en todos los escenarios posibles del por qué no está a mi lado, uno
peor que el otro. Sin embargo me sorprendo encontrándola nada más pasar
las puertas de entrada, sentada en un pequeño banco que da a la calle, tiene
la mirada perdida y las manos hechas puño sobre sus piernas.
—¿Minerva?
Salta cuando escucha mi nombre y rápidamente se pone de pie, sonríe un
poco incómoda, antes de carraspear y decir: —Mhm..., no puedo quedarme
aquí.
Frunzo el ceño, sin dejar de observarla, con su mano ahora alrededor de
la manija de su valija como si estuviera lista para irse.
—Agradezco mucho todo lo que estás haciendo, pero me pagaré otro
hotel, no puedo dejar que sigas pagando con todo, así que muchas gracias y
nos vemos por ahí.
—Yo no estoy pagando nada, lo hace la organización —suelto, mirando
cómo comienza a hacer rodar las ruedas de la valija.
—¿Ah si? —Pregunta un poco sorprendida, pero a la vez también luce
muy nerviosa. —Eso es genial, pues les ahorraré un gasto.
—Minerva...
—No, en serio, que estoy bien —dice, sin dejar de avanzar, es por eso
que por estar distraída mirándome, no ve el bache que tiene delante, que
hace que su valija se trabe, caiga y para su total consternación, se abra, todo
su contenido siendo desparramado por el suelo.
—Por la chucha de la sardina —se queja, poniéndose de rodillas
rápidamente para juntar sus cosas.
Me pongo en cuclillas a su lado para poder ayudarla.
Sus mejillas están sonrojadas, pero por suerte no pasa mucha gente por la
vereda, es por es que cuando encuentro la ropa interior más diminuta —y la
cual jamás le vi puesta—, la engancho en mi dedo índice y la levanto.
—Interesante selección de ropa interior —murmuro, sacudiendo la tanga
de color rojo.
—Pero... —dice, con la boca y los ojos bien abiertos—, ¿qué haces? —
Protesta, con las mejillas encendidas.
De todas maneras no puedo responderle, debido a que observo otro
objeto de muchísimo mayor interés.
—Me muero por verte usar esto —digo, levantando el vibrador.
En mi defensa, las palabras salen casi sin que quiera decirlas, pero
también en mi defensa, no pude evitarlo.
—Por todos los santos —jadea ella y ahora si me da pena el bochorno
que siente cuando toma el vibrador, prácticamente arrancándolo de mis
manos.
Carraspeo, intentando concentrarme en el problema que tenemos ahora y
el por qué Minerva no quiere ingresar al hotel.
Mis ojos se clavan en lo que sus manos intentan hacer, la valija se
rompió, no hay manera en el mundo de que tenga arreglo, es por eso que
con delicadeza la tomo de ambas muñecas para que detenga sus intentos
frustrados en arreglarla.
—Dime que está pasando, douce —murmuro en voz suave—, sino me
dices, no puedo ayudarte.
Ella me mira unos interminables segundos, como si estuviera decidiendo
si confiar o no en mi.
Al final parece ganar lo primero, porque murmura: —Este fue el hotel en
el que estuve cuando vine... —se corta, como si le costara encontrar las
palabras—, al que vine la primera vez —termina diciendo.
Tardo unos cuantos segundos en entender a que se refiere, hasta que
pronto lo entiendo: La vez que vino aquí con Harold, en la que no salió de
la habitación.
La resolución me golpea y una sarta de maldiciones escapan de mi boca y
la culpa me golpea cuando veo el rostro de Minerva contorsionado por la
tristeza.
No es con ella, joder, nunca con ella, pero la sola idea de ella aquí,
encerrada y siendo golpeada por ese hijo de puta...
—Esta bien —murmuro en voz baja—, andando.
—¿Qué...? ¿Dónde?
—A otro hotel.
—Pero...
—Pero nada —la corto, porque se que si la dejo seguir, no me dejará que
vayamos juntos a otro lugar, sino que querrá irse sola y por los mil infiernos
que no voy a dejarla.
—Pierce —intenta nuevamente y yo me detengo, haciendo que su pecho
golpee con el mío.
—¿Qué? —Pregunto en voz baja.
Ella medio que se sorprende por la cercanía, traga saliva con un poco de
dificultad y después murmura: —Que te sigo, eso —dice, a lo que asiento
—, y que me ayudes con la valija, que se me rompió.
Lograr que no se nos caiga todo en el proceso es casi un milagro mientras
subimos a un taxi para buscar otro hotel.
No doy explicaciones en el hotel que dejamos, sino que simplemente
tomo mi maleta y hago mi camino a la salida.
Encontrar otro hotel es casi misión imposible, la mayoría se encuentran
llenos o están demasiado lejos del sitio donde se hará la convención y tener
que tomar todos los días un taxi o uber para poder llegar al lugar..., no es
una idea que ni a mí, ni a Minerva nos agrade mucho que digamos.
Son casi las dos de la mañana cuando estamos saliendo del quinto hotel,
el cual no tiene habitación. En realidad había solo una, pero tenia cama
matrimonial.
Los dos dijimos que no al mismo tiempo.
—Hay un lugar —murmuro, lanzándole una mirada asesina al taxista
cuando nos mira exasperado, como si no fuera malditamente a pagarle por
el jodido recorrido.
—¿Dónde? —Pregunta ella, que, al igual que yo, luce agotada.
—¿Recuerdas que te dije que tenia un departamento aquí en Madrid? —
Murmuro, pero no la miro, aunque siento toda su atención en mi.
Lo piensa unos segundos antes de responder: —Sí, lo recuerdo.
Y seguro como la mierda que también recuerda el momento y lugar en
que se lo conté.
—Podemos ir allí —digo y ahora si la miro—es bastante cerca de la
convención, será cómodo.
Ella entrecierra la mirada, como sospechando algo, de todas maneras
termina asintiendo, es por eso que le paso la nueva dirección al chofer y nos
dirigimos a mi departamento en el centro de la ciudad.
Ha pasado bastante tiempo desde la ultima vez que vine, de todas
maneras el lugar en sí me resulta familiar. Saco las llaves que traje solo por
si acaso y entramos en el edificio de ladrillo, que si bien no es tan moderno
como el de Nueva York si es lo suficientemente cómodo.
Entre los dos llevamos la maleta como podemos para que no se nos caiga
todo, de todas maneras los insultos de Minerva cada que se cae algo, sin
poder evitarlo me hacen reír.
Una vez dentro del departamento, suspiro, ya que...
—Oh —la explanación de Minerva en el umbral de la entrada me hace
clavar mis ojos en los suyos.
—¿Si? —Pregunto al ver que no dice nada.
—Esto... —murmura—, es, digamos, acogedor.
Asiento, porque tiene razón, el departamento es pequeño.
Y tiene una sola habitación.
Con una sola cama de dos plazas.
—¿Las habitaciones? —Pregunta ella.
—Hay solo una —respondo con calma—, tu dormirás en la cama, yo me
tiro en el sofá.
Ella clava sus ojos en el sofá y hace una mueca.
—Tu no entras ahí, Pierce —murmura.
Y tiene razón, no se porque creí que eran más grandes.
Joder.
—No pasa nada —respondo, acercándome mientras me dejo caer en el,
cansado.
—Pierce, que ni yo entro ahí —dice ella, avanzando hacia la habitación y
cuando veo que no sale, me acerco para ver que es lo que está haciendo.
—¿Qué...?
—Vamos a dormir los dos aquí —murmura ella, luciendo bastante
ansiosa.
—No creo que...
—No era una pregunta —me corta, clavando sus ojos en los míos. —Voy
a ir a ponerme algo para dormir, tengo mucho sueño y necesito dormir ya,
porque mañana...
—La convención empieza a las nueve, lo sé —respondo.
Ella asiente, tomando una remera enorme con un pantalón también
enorme y se dirige al cuarto de baño.
Suspiro, mientras me acerco a la cómoda donde siempre dejo ropa por si
acaso.
A decir verdad suelo dormir en bóxer, pero bueno, con Minerva aquí no
puedo.
Decido ponerme unos pantalones cortos sueltos y una remera de algodón
y me acomodo en mi lado de la cama, que por cierto, Minerva dividió con
muchos almohadones en el medio.
Sale del baño después de unos minutos y nada más verme tirado en la
cama, sus mejillas se encienden.
No digo nada, sólo porque no quiero ponerla incomoda. A decir verdad,
creí que los sillones eran mucho más grandes, estaba seguro de que podía
dormir en ellos.
Mañana compraré uno en el caso de que ella quiera seguir quedándose
aquí, si es que no quiere buscar un hotel.
Sus pasos son rápidos hasta que entra en la cama y sube las mantas hasta
casi tapar su rostro.
—Hace frío —murmuro, porque el departamento estaba helado—,
tardará un rato en calentarse.
—Está bien —responde ella en voz baja. —Estoy bien con las mantas.
—¿Quieres que busque más?
—No, no —dice y luego de unos segundos en silencio, habla de nuevo:
—Pierce, no sabes cuánto lo siento.
—No —la corto y cuando clava sus ojos interrogantes en los míos, le
digo: —No se te ocurra disculparte.
—Pero es que...
—No te culpo, no me molestó ni mucho menos, solo sentí culpa.
—¿Por qué?
—Por no preguntar, por no avisarte a qué hotel iríamos para prevenir
esto, por que quería que toda tu experiencia aquí fuera increíble y se ha
arruinado —respondo frustrado. —Pero no es tu culpa, demonios, nunca fue
tu culpa.
Ella se queda en silencio, supongo que un poco sorprendida por todo lo
que acabo de largar.
—Pierce, yo... —dice y cuando se detiene, clavo mis ojos en los suyos—,
esto es un sueño para mí, nada se ha arruinado, en serio, todo es... —suspira
y luego me regala la sonrisa más hermosa que le vi nunca—, todo es un
sueño, en serio, no hay manera de que pueda pagarte todo esto.
—Se me ocurren una manera o dos...
Es broma, pero si ella quiere, no es broma.
—¡Pierce! —Dice, riendo y pegándome con la almohada.
Nos quedamos unos minutos en silencio y tanto a mi como a ella, nos
comienza a ganar el sueño.
—Buenas noches, Pierce —dice ella con un bostezo.
—Buenas noches, douce —murmuro en respuesta.
—No me llames así en público —farfulla entre dormida.
—¿Por qué? —Pregunto con curiosidad.
—Por que es demasiado personal —dice, con los ojos cerrados—,
demasiado tu y yo, demasiado nosotros.
Sonrió, por más que no pueda verme.
—Demasiado nosotros —repito.
Y después me duermo.
*
MINERVA:
Cuando me despierto, tengo la mitad de mis extremidades mezcladas con
las de Pierce y por cierto, no es su culpa para nada.
A mi cuerpo le entró como algo y ahora todo mi torso se encuentra sobre
las almohadas que usé para dividir los lados, mi mano sobre su pecho, mi
rostro casi enterrado en su cuello y una de mis piernas sobre las de él. Por
su parte, Pierce tiene una de sus manos sobre mi brazo, como si se estuviera
asegurando de que no me fuera.
Diosito santo, ¿por qué me pasan estas cosas a mi? ¿Acaso te diviertes de
mis desgracias?
Diosito: A mi no me metas en tus pedos...
Lentamente, demasiado lentamente, saco primero mi pierna, luego ladeo
un poco mi cuerpo para quitar mi rostro y lentamente intentar sacar mi
brazo enganchado en la mano de Pierce.
—Solo tardaste quince minutos después de dormida en prácticamente
tirarte encima mío —dice, todavía con los ojos cerrados y la voz ronca por
el sueño.
Mis mejillas, por supuesto, están coloradas. De todas maneras carraspeo
y termino de arrancar mi brazo del de él, quien no lo suelta de inmediato.
—Es que tenia frio —digo, porque de seguro eso es lo que pasó.
Pierce abre sus ojos azules, clavándolos en los míos y yo me tengo que
tragar el jadeo que casi me sale por lo bien que se ve a primera hora de la
mañana, con los ojos hinchados, la boca en una mueca cansada y el cabello
despeinado.
—¿Cómo dormiste?
—Como un koala —suelto, pero en mi defensa, es verdad, ¿sabían que
los koalas duermen veintidós horas por días?
Son un montón de horas.
—Me alegro —murmura y no sé si se percata de que con su pulgar esta
acariciando casi de manera distraída mi brazos—. ¿Cómo te preparas para
hoy?
—Estoy ansiosa —murmuro ahora con una sonrisa y relajándome en las
almohadas—, muy ansiosa.
—Puedo verlo —responde con una sonrisa suave.
—¿Tu? ¿Darás alguna charla hoy?
—¿Por qué? ¿Si lo hago iras a verme?
—No, trataré de evitarte, ya conozco todas tus técnicas —respondo,
encogiéndome de hombros.
La cara de Pierce me hace reír, aun más cuando agrega: —Todavía tengo
muchas cosas para enseñarte —dice y no se porque se me borra la sonrisa,
porque siento que en realidad habla de otra cosa.
Puercadas Minerva, solo piensas en puercadas.
—¿Ah si? —Suelto con desinterés, un poco haciéndome la loca.
—Si —responde él y si pudieran escuchar su voz ronca y sugerente—,
estoy seguro de que tengo técnicas que te encantaran.
—¿Técnicas? —Pregunto en voz baja.
Estamos jugando con fuego, desde que este viaje empezó, es lo que
hemos estado haciendo.
Jugar con fuego, pero..., me gusta, me gusta este juego, me gusta esta
tensión, lo que se siente como una persecución, aunque no sé muy bien
quién persigue a quién.
—Veremos —respondo, levantándome por fin para pegarme un baño.
Pierce, como si adivinara todo eso que pasa por mi mente, sonríe
mientras pone sus brazos detrás de su cabeza, cosa que hace que la camiseta
que lleva se le suba un poco y se exponga la piel de su vientre, el hilo de
vello que baja hasta...
—Demonios —murmuro y la carcajada que larga después de mis
palabras, me persigue por el resto del día.
Pasa una semana entera en la que casi no veo a Pierce.
Es decir, si nos vemos, cada que tenemos un momento cruzamos
palabras, nos preguntamos como nos fue en el día, pero ambos estamos tan
cansados, que antes de darnos cuenta, caemos rendidos en la cama, que por
cierto ya no compartimos. Cuando llegué la siguiente noche al
departamento de Pierce, había cambiado el sofá y ahora él dormía ahí, por
más en que le pedí muchas veces que me lo dejara a mí, pero alegó que él
tenia que levantarse más temprano, ya que tenía que ir a la convención
antes y que si durmiera yo en el living, me despertaría.
No discutí, solo porque me lanzó una mirada que me dijo que no
cambiaría de opinión.
Así que la primer semana pasó y yo me anoté en todos y cada uno de los
talleres que había, corriendo de un lado al otro en el enorme auditorio
donde se llevaba a cabo la convención.
Aprendí muchísimo y me divertí mucho más, a decir verdad sí era un
sueño hecho realidad.
Me anote en todos los talleres de Yoshio, ¿recuerdan el cocinero que
estaba en esa fiesta que nos invito Pierce a Genevieve y a mi? ¿No?
Capítulo veintidós, pecado con sabor a chocolate.
Vayan a releer.
La cuestión es que debo decir que es uno de los mejores haciendo sushi
en todo el mundo, ¿y les cuento un secreto? A mí me encanta el sushi, pero
nunca había sido buena aprendiendo técnicas.
Yoshio pareció recordarme nada más verme y lejos de importarle que el
resto de las personas nos vieran, se acercó a saludarme como si fuéramos
amigos de toda la vida, recordaba hasta mi nombre.
¡Hasta mi nombre!
La situación fue un poco incómoda, porque si saben, a mi eso de que
todos me miren nunca me gustó y él pareció darse cuenta también de eso,
porque casi de inmediato se alejó y comenzó con el taller.
Después de eso me regalaba alguna que otra sonrisa, o se acercaba un
poco más de la cuenta cuando quería explicarme algo, pero me concentré en
el sushi, en el pescado, en el arroz, o en el nori..., pero no en él, en su
perfume, en sus ojos achinados, en su cabello y ojos negros, en su altura o
en el suave perfume que entraba en mis fosas nasales cuando lo tenía cerca.
Bueno, no les voy a mentir, Yoshio un poco me cachondea, que a ver, que
es un espécimen del sexo masculino que a la vista está bien, es lindo,
pero..., ¿saben de qué me di cuenta en ese momento? Que no se me da muy
bien eso de flirtear, es por eso que no supe bien cómo reaccionar cuando se
me acerco a final del día, luego de que su taller terminara y ya todos nos
fuéramos a casa.
—Hola, Mine —saluda.
—Hola —respondo con una sonrisa, terminando de guardar todo en mi
bolso.
—¿Qué haces esta noche? —Pregunta, así de repente y tomándome con
la guardia baja.
—Dormir —respondo casi sin pensar.
Él me mira como si no entendiera mi respuesta, antes de murmurar: —
Vale —y luego de dos segundos, agrega: —Esta noche iremos a tomar algo
con un grupo de cocineros.
—¿Ah si? Que te diviertas —respondo haciendo mi camino a la salida,
pero en mi defensa me estaba poniendo nerviosa.
Yoshio medio corrió para ponerse a mi lado y caminar conmigo.
—Me preguntaba si te gustaría venir —suelta.
—¿A mi? —Si, es una pregunta idiota, ni que lo digan. —Digo, ¿estas
seguro? No conozco a nadie... —murmuro más como excusa.
—No te preocupes, vendrá Pierce, que a él si lo conoces, ¿verdad?
Asiento, frunciendo el un poco el ceño, porque si, conozco a Pierce, pero
cuando Yoshio lo dijo, me sonó un poco sugerente.
—Si —respondo con una sonrisa incomoda y en ese mismo momento
pienso que estoy en Madrid, y casi no he salido a recorrer la ciudad, que no
he hecho más que ir a los talleres y caer rendida por la noche. —Iré, pásame
la dirección —murmuro, de repente entusiasmada.
La sonrisa de Yoshio es puro dientes y dos adorables hoyuelos se le
forman en las mejillas cuando lo hace.
—Dame tu número, te lo enviare por mensaje —es todo lo que dice.
Me despide con un guiño para luego alejarse, con la promesa de que
cuando sepa el lugar con exactitud, me lo enviará por mensaje.
Así que, al llegar al departamento esa noche, me pego una ducha rápida,
ya que nos dimos cuenta de que una vez que se termina el agua caliente,
tarda una eternidad en volver a calentarse, de todas maneras, rápida como
flash, depilo mis partes intimas, ya que una debe estar preparada en el caso
de que haya acción, ¿si me entienden? Y debo agradecer una eternidad a
Isabella, que me arrastro con ella a hacernos la depilación con laser.
Decido que esta noche usaré un vestido negro de mangas largas, con unas
medias negras y si, voy a atreverme a los zapatos altos, hay que perderle el
miedo, ¿saben? Sin contar que amo lo estilizada que me veo con ellos.
Mi cabello voy a dejarlo con sus ondas naturales y el maquillaje... bueno,
eso como salga, que no soy buena, ni me doy maña, que las veces que seguí
los tutoriales simplemente terminé con la cara como un mapache.
Escucho la puerta de entrada, señal de que Pierce ha llegado, tengo el
maquillaje a medio terminar, es por eso que asomo la cabeza por la entrada
de la habitación para gritar un «Hola».
Pierce me mira con el ceño fruncido, antes de acercarse donde me
encuentro y repasarme con la mirada sin un mínimo de vergüenza.
Lo hace dos veces.
Luego clava sus ojos azules en los míos y pregunta: —¿Vas a algún lado?
Boqueo como un pez fuera del agua, antes de casi con un susurro, decir:
—Creí que tu vendrías con nosotros.
—¿Nosotros?
—Yoshio me invitó a tomar algo, dijo que tú vendrías —es todo lo que
respondo.
—Jodido astuto hijo de perra —murmura él con una sonrisa maliciosa.
—¿De que me perdí? ¿Acaso no te invitó?
—Oh, él lo hizo —responde, asintiendo y volviendo a repasarme con la
mirada. —Me daré un baño, estate lista para cuando salga.
—Okay... —murmuro, confundida, porque sé que me estoy perdiendo de
algo.
Cuando veo que está por cerrar la puerta del baño, lo detengo.
—¿Si? —Pregunta, la cabeza apenas asomada, como si estuviera ansioso.
—¿Esta pasando algo que debas decirme?
—Oh douce, muchas cosas están pasando, sólo espera a que las
descubras.
Y después de eso cierra la puerta, para segundos después, escuchar el
sonido de la ducha.
Bueno, si están pasando cosas, espero que solo sean cosas nuevas.
¿Sí saben lo que quiero decir?

***
MUCHAS GRACIAS POR LA ESPERA BEBIS, PERDON LA
TARDANZA, PERO..., ¿BUENAS NOTICIAS? DEBIE ESTÁ DE
REGRESO Y PARA QUE VEAN, ESTE CAPÍTULO LO EMPECE
EL MARTES.
¡¡¡EL MARTES!!!
YA VOLVI A TENER TIEMPO LIBRE Y TIEMPO
LIBRE=ESCRIBIR MUCHO
TENGO MUCHÍSIMAS COSAS QUE CONTARLES,
MUCHISIMAS, ESTOS MESES ME SIRVIERON PARA PENSAR
EN UNAS HISTORIAS QUE UFF, PERO NO SE PREOCUPEN,
TODAVÍA FALTA MUCHO DE PECADO POR CONTAR Y
MINERVA, PTM, MINERVA VIENE CON EL DESMADRE EN
TODA REGLA, LES DIGO, NO SE LO ESPERAN.
NO SE OLVIDEN DE SEGUIRME EN MIS REDES:
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VAYAN TODXS A SEGUIRME Y HAGANME VIRAL, DELEN
JEJE
LOS AMO UN MONTON
GRACIAS POR EL AMOR
AQUI SU LATIN LOVER
DEBIE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CUANDO TE PICAN LAS GANAS DE FOLLAR

Tomamos un taxi para ir al bar donde se encuentra Yoshio y supongo que


el resto de sus amigos. Pierce ha estado de un sorprendente buen humor
desde que supo que su amigo me había invitado y por más que le pregunté
qué demonios le pasaba, solo alegó que había tenido un buen día, que salir
esta noche era justo lo que necesitaba.
No le creí, por supuesto, era una mentira, lo sabemos.
De todas maneras no dije nada e hicimos el recorrido al bar en silencio,
mientras yo observaba las calles de Madrid, que por cierto, eran preciosas.
El lugar al que terminamos llegando grita lujo por donde lo veas, la
entrada es toda espejada y adornada con luces led de color azul. Una vez
dentro quedo aún más sorprendida, las lámparas de telaraña encendidas
cuelgan casi tan bajo que si me pongo en puntas de pie de seguro llego a
tocar alguna. El piso es de madera al igual que todo el mobiliario y dentro
también está todo iluminado en colores azules, sin embargo lo que me hace
jadear son las formas de los sillones, con enormes espalderos y todos de
distintos colores, me recuerdan mucho a la película de Alicia en el país de
las maravillas, el sillón del sombrero loco.
¿Saben cuál? ¿No? Pues vayan a googlear.
Yoshio sonríe cuando nos ve llegar a Pierce y a mi y algo dentro mío me
decía que en realidad no había invitado a Pierce, pero que de todas maneras
se alegra de que haya venido.
Me pregunto si sabe que vivimos en el mismo departamento.
—¿Sabe que vivimos en el mismo departamento? —Le cuestiono a
Pierce por lo bajo antes de llegar.
—No, no lo sabe —responde él con seriedad, clavando sus ojos unos
cuantos segundos en mis labios, antes de volver a mirarme a los ojos. —
¿Quieres que lo sepa? —Pregunta.
No llego a responder ya que llegamos a la mesa, donde Yoshio se pone de
pie para recibirnos, dándole un amistoso abrazo a Pierce y besando cada
una de mis mejillas.
—Es tan bueno que hayan venido —dice.
Sonrío un poco incómoda, mientras que con un movimiento de la mano
saludo al resto de las personas que se encuentran en la mesa, que si no me
equivoco, son también cocineros importantes que he visto dar charlas aquí
en la convención y en verdad no quiero quedar como una friki, pero si he
ido a casi todas.
Terminamos tomando asiento, mientras todos vuelven a retomar
conversación de algo que no me molesto en entender.
—¿Qué quieres tomar? —Pregunta Pierce, que por suerte se sentó a mi
lado, ya que tener que empezar una conversación desde cero me resulta en
este momento aterradora.
—¿Qué vas a tomar tú? —Pregunto.
—De seguro no algo que te guste —responde, observándome de reojo
mientras leo la carta.
—Pierce, yo de aquí no entiendo nada —murmuro.
—¿No que hablabas español?
—Dije que lo entendía —murmuro—, pero no que sé leerlo —aclaro.
—¿Cómo demonios aprendiste y no sabes leerlo?
—Eso no viene al caso —digo, con un ademán de la mano para restarle
importancia. —Anda, ayúdame a elegir algo que no sea pis de mariposa.
—No se si las mariposas hacen pis —dice él, medio distraído, pero
siguiéndome la corriente.
—No me obligues a googlearlo —murmuro—, de todas maneras, sabes a
lo que me refería.
Ambos leemos por encima de la carta, antes de que el apunte un trago
con el dedo.
—Eso —dice—, eso va a gustarte.
—¿Y que es? —Pregunto, entrecerrando mi mirada en su dirección—, no
creas que me olvide cuando me hiciste comer bolas de mono.
La carcajada que larga hace que llamemos un poco la atención, es por eso
que termina carraspeando para explicar: —Es parecido a un Cosmopolitan.
—Eso me gusta —digo—, entonces, ¿tu que vas a tomar?
—Un whiskey —murmura.
—Pero eso es demasiado fuerte —digo en su dirección—, terminaras
ebrio antes de que puedas darte cuenta.
—Me embriagaría en el caso de que tomara de más, solo pienso tomar
esa medida y ya.
—Ah, cierto, lo había olvidado —digo, distraída e intentando aguantar la
sonrisa.
Pierce me mira fijamente pero antes de que pueda preguntar nada, vienen
a tomar nuestros pedidos.
—¿Comiste? —Pregunta.
—Nope —murmuro.
Pierce pide algún tipo de aperitivo que no entiendo, cosa que agradezco,
porque beber con el estómago vacío no es de Dios, o más bien, terminaría
como una cuba.
—Entonces, ¿a qué te referías con eso que insinuaste antes?
—¿Antes cuando? —Pregunto, haciéndome la loca.
—Minerva —dice él con seriedad y yo de verdad estoy que no me
aguanto la risa.
—Oh, ya sabes —respondo, con un movimiento de mis manos como si
fuera una obviedad—, entiendo que a tu edad haya cosas que ya no puedas
hacer —explico tranquilamente—, es decir, las crudas al otro día deben ser
terribles, es normal que tu cuerpo con el comienzo de la vejez haya cosas
que ya no resista.
Pierce abre la boca para responder, se queda unos cuantos segundos así,
luciendo como un pez que boquea fuera del agua, antes de asentir y
resoplar.
—No puedo creer que hayas dicho esa mierda —dice apretándose los
ojos con los dedos.
—¿Cuál mierda? La verdad no es una mierda —digo, encogiéndome de
hombros. —¿Duele? Si, como una perra, pero así es la vida.
—Minerva —dice Pierce con calma y la mirada seria—, habría tantas
malditas formas de demostrarte el porqué de todo lo que largaste antes es
una gilipollez, que estoy seguro de que con solo nombrártelas, haría que te
remuevas incómoda.
—Pruébame —lo reto.
Y eso que no voy ni un poco achispada.
Antes de que pueda responder nada, que de seguro sería una guarrada,
Yoshio nos interrumpe, preguntándole a Pierce algo de la convención y de
una reunión que habrá mañana al mediodía.
En ese momento también llegan los aperitivos y los tragos y yo no dudo
un segundo en lanzarme a ellos, mientras mantengo conversaciones
distraídas y superficiales aquí y allá. Hablando con los chefs que me
preguntan de dónde vengo y no muy sutilmente, me preguntan de dónde
conozco a Pierce.
—Bueno..., pues... —balbuceo, sin saber muy bien qué responder.
—Ella era una aprendiz —responde Pierce por mí, interrumpiendo su
conversación con Yoshio y algo me dice que estaba más atento a lo que me
preguntaban a mí que a lo que le decía su amigo. —Ella ahora tiene su
propia cafetería, se especializa en pasteles, muy buenos de hecho, deberías
pasar por ahí alguna vez cuando estés por Nueva York, Myriam.
—¿Tu? ¿Pierce Greco con una aprendiz? —Murmura la mujer, con una
sonrisa enorme. —¿Qué clase de brujería fue que le hiciste, muchacha?
—Oh, ya sabes —digo, con un ademán de la mano en un gesto bromista
—, solo tuve una entrevista para trabajar de camarera y me terminé colando
en su cocina por error, sacando todos los postres de una noche sin siquiera
tener experiencia.
Todos a nuestro alrededor ríen, como si en realidad fuera una broma.
—Ni hablemos de cuando me colé en su ducha en el gym, eso fue épico.
Todos vuelven a reír, antes de que la mujer, Myriam, me tome del brazo y
me murmure lo graciosa que soy, los buenos chistes que cuento.
«Ay doña, si usted supiera»
Le sonrío como respuesta, antes de ladear mi cuerpo más cerca del de
Pierce y murmurar: —Y eso que no conté cuando te embadurné de
chocolate, je.
Pierce me mira con una sonrisa en el rostro y niega con la cabeza.
—Ni se te ocurra contar esa mierda.
—O si no, ¿qué? —Lo reto de nuevo.
Demonios, ¿qué es lo que está pasando conmigo?
Por suerte Pierce se limita a sonreír y no decir nada y yo, bueno, yo no sé
qué es lo que me sucede, el porqué de adentrarme en este juego peligroso,
de todas maneras me digo a mi misma que mejor me preocupo por eso
mañana, hoy lo único que quiero es pasarla bien.
A medida que pasa el rato, la mayoría de los que estaban con nosotros
fueron a la pista de baile, con Pierce pusimos la excusa de que en cómo
habíamos llegado tarde, todavía estábamos comiendo —que un poco de
verdad ahí había—, pero si tengo que ser honesta, estábamos bastante
cómodos en los sillones, conversando sobre cómo había sido nuestra
semana en la convención.
De repente tengo la sensación de sentirme observada, es por eso que
mirando a mi alrededor, me doy cuenta de por qué: Yoshio tiene los codos
apoyados en una barra, mientras la gente a su alrededor intenta llamar su
atención, pero no, el condenado sólo tiene ojos para mí, haciendo que el
resto me mire con curiosidad.
Aparto la mirada, creyendo que así tal vez deje de mirarme, luego de
contar hasta diez, vuelvo a observar en su dirección y lo encuentro aun
mirándome.
Carajo.
Carraspeo, me remuevo incómoda, me acomodo el pelo, bebo un largo
sorbo de mi trago, acomodo mi vestido, observo de manera disimulada a
Yoshio y..., sigue mirándome, por todos los cielos.
Aparto la mirada, sintiéndome abochornada y con las mejillas encendidas
por la situación y si tengo que serles sincera, me ha entrado la risa tonta.
—¿Y tú qué? —Le pregunto a Pierce, que tecleaba algo en su teléfono.
—¿Si yo qué de qué? —Pregunta, confundido por mi arrebato.
—¿Que qué haces? ¿Con quién hablas tanto? Conéctate con tu entorno
—digo a voz de reto y haciendo una seña con las manos—. Es por eso por
lo que la sociedad de hoy está perdida.
Pierce está que flipa, les juro.
—Minerva, ¿de qué demonios estás hablando?
—Nada —digo, negando con la cabeza. —Es que estoy aburrida, tú me
ignoras y tu amigo no para de mirarme fijamente, parece un acosador y para
colmo todos los que están con él se dieron cuenta.
Venga ese vómito verbal, ¡bravo!
Pierce me mira con el ceño fruncido, luego mira en dirección a la barra y
supongo que se da cuenta a qué me refiero, porque todo lo que dice, es: —
Yoshio puede ser muy persistente cuando se lo propone.
Nos quedamos en silencio unos cuantos segundos, hasta que de repente
dice:
—¿Recuerdas lo que pasó aquella vez en la fiesta a la que fuimos el
pasado año?
—¿Qué fiesta? —Pregunto, aunque sé a cuál se refiere, porque cuando lo
pregunto, lo pregunto sin dejar de mirar a Yoshio, a quien por cierto conocí
en dicha fiesta.
—La que fuimos con Genevieve —dice, golpeándome con su rodilla en
mi pierna suavemente.
Bebo un largo trago de mi bebida, solo para pensar una respuesta,
mientras que Pierce —maldito Pierce—, luce relajado en el cómodo sillón.
Con su espalda apoyada en el respaldo, uno de sus brazos estirados por
detrás de mi espalda y sus piernas un poco abiertas, una de ellas a
centímetros de la mía.
—Ah, sí, la recuerdo —murmuro, fingiendo que no recuerdo cada
maldito detalle de esa noche. —¿Qué con eso?
Pierce sonríe, esa sonrisa maliciosa que ha tenido toda la noche, antes de
incorporarse para poder mirarme a la cara cuando murmura: —¿Recuerdas
cuando fuimos a la habitación?
—Sí —digo, lo recuerdo muy bien.
—¿Y que estábamos follando cuando de repente alguien entró?
Asiento, solo porque las palabras no me terminan de salir, recordando ese
momento casi a la perfección.
—¿Quieres saber quién era? —Pregunta.
Mis ojos se clavan en lo suyos, imaginando lo que va a decir, pero de
todas maneras queriendo que lo diga.
—¿Quién?
Pierce en respuesta simplemente hace un movimiento con la cabeza,
señalando el lugar donde se encuentra Yoshio hablando con una chica rubia
preciosa. Cuando ve que ambos estamos observándolo, levanta su copa a
modo de brindis, sonriéndonos.
—¿Estás diciéndome...? ¿Estás diciéndome que él...? —Balbuceo, con el
entendimiento golpeándome por fin.
Pierce en respuesta simplemente asiente, con el dedo índice sobre mi
mentón para cerrar mi boca abierta.
—¿Cómo permitiste eso? —Le reclamo, de repente enojada con él. —
Dijiste que no lo habías planeado —acuso.
—Y no lo hice —se apresura a decir él—, jamás le di permiso a Yoshio
para que entrara a follar al lado nuestro, y de hecho, no supe que era él
hasta que me lo dijo unos días después, aunque de todas maneras lo
imaginaba.
—Deberías habérmelo dicho —reclamo de nuevo.
—¿Con qué fin? —Dice él, encogiéndose de hombros. —No es como si
fuera a cambiar algo, yo quería adentrarte en mi mundo, aunque no de esa
manera, no sabía que él lo haría así, no era mi intención.
Asiento, porque es verdad, no es como si fuera a cambiar algo y también
es algo que pasó hace mucho tiempo.
—Y no es novedad de que le gustas a Yoshio —suelta después y yo
vuelvo a mirarlo—, lo está desde que te vio en la fiesta, esa noche no paró
de mandarme mensajes cuando nos fuimos, estaba interesado en
conocerte... —parece pensar las palabras adecuadas, antes de agregar—,
conocerte un poco más a fondo.
Me ahogo con el trago que le acabo de dar a la bebida, mientras Pierce
me da palmaditas en la espalda riéndose, tendiéndome una servilleta para
que me limpie lo que se derramó sobre mi comisura.
—Es lógico —me las agrego para decir, intentando dejar de toser—, soy
muy interesante, la gente nota eso.
Pierce asiente, como si estuviera de acuerdo.
—En eso tienes razón —está de acuerdo él y me sorprendo con la
sinceridad con la que lo dice, cuando yo no hacía más que hablar con
sarcasmo.
—Pues yo no lo noto muy interesado —digo, moviendo mi cabeza en
dirección a Yoshio, ya que siento que las cosas se estaban poniendo raras
entre nosotros dos.
La sonrisa de Pierce vuelve a ser maliciosa, antes de decir:
—Verás, Yoshio tiene algunos intereses un poco peculiares.
—¿Peculiares? —Digo y no sé porque tengo las mejillas tan sonrojadas,
debe ser el alcohol. —¿Cómo...? ¿Cómo que le gusta el paracaidismo, o
algo así?
—Tiene gustos peculiares en el sexo —responde Pierce con simpleza.
—¿Ah sí? —Digo, con la voz un poco chillona. —¿Le gusta disfrazarse?
¿O roles como jefe/mucama? ¿O le va más un poco esa moda de ahora? ¿En
las que las mujeres se ponen orejas de gatos y colas?
Vuelvo a girarme hacia Pierce cuando veo que no responde y lo
encuentro observándome con un brillo depredador en sus ojos y una sonrisa
secreta.
—Dime Minerva —murmura él en voz baja, acercándose un poco para
que pueda escucharlo—, ¿dónde es que viste esas cosas?
—En una pagina porno —suelto, pero es que este trago me ha hecho
soltar la lengua, para mí tiene como un brebaje de la verdad o una mierda
así.
Pierce asiente, apretando los labios entre sí para no reírse y luego de
carraspear, comenta: —No sabía que mirabas porno.
—En las noches de soledad —murmuro, distraída y bebiendo mi trago.
Maldito elixir exquisito. —Cuando la almeja pica, si quieres decirlo de esa
forma— suelto y él ríe, me gusta hacerlo reír—, o cuando las telarañas
comienzan a formarse en la catatumba.
—Por todos los santos —suelta él con una carcajada.
—Me vas a decir que a ti no te pica a veces —le digo con voz acusadora.
—¿Si me pica que? —Pregunta, pero sé que lo hace solo para
escucharme decir las palabras a mi.
Y yo por mi parte, respondo sin problema, claro está, ¿es que acaso no
me conocen?
—Si te pican las ganas de follar —le digo sin tapujos—, de meter el pez
en la pecera, de poner la espada en su vaina, de pelar la banana, de...
—Lo tengo —dice él, cortándome para que no siga mientras se carcajea
—, por todos los cielos, lo entendí.
—Tú preguntaste —respondo con un encogimiento de hombros, sin
embargo no puedo sacar la sonrisa de mi cara.
—¿Y hace cuánto que no lo haces? —Pregunta él y yo lucho con todo lo
que tengo para no removerme en el asiento.
—¿Que no hago qué? —Respondo, solo para darme tiempo a pensar una
respuesta ingeniosa.
—Que no follas —dice, así sin más.
Juego peligroso, demonios, estamos jugando con fuego. De todas
maneras no me detengo, porque ya saben cómo soy, je.
—Antes del viaje —respondo con un encogimiento de hombros como si
fuera un detalle al azar.
Pierce entrecierra su mirada, pensando, pensando si fue con Dean el
último con el que estuve, de todas formas algo en su mirada de repente se
llena de entendimiento y la sonrisa medio se le borra.
—¿Con quién? —Pregunta.
Mi sonrisa, oh demonios, mi sonrisa es enorme ahora.
—¿Con quién qué? —Es todo lo que respondo, haciéndome la loca, sin
embargo nota la respuesta en mi rostro, porque solo asiente, murmurando
algo por lo bajo que no logro entender.
—¿Y tú? —Pregunto, porque yo también quiero saber.
—¿Yo qué? —Dice, pero también está ganando tiempo.
—¿Cuándo fue la última vez que follaste?
—Ha pasado un tiempo —responde, encogiéndose de hombros.
—¿Un tiempo cuánto? ¿Una semana? ¿Tres días?
—Un tiempo —repite.
—No te creo —digo, medio incorporándome para estar más cerca de él.
—Tu eres de esos hombres que transpiran sexo, que van desprendiendo
feromonas por ahí, calentando chochos que no le corresponde hacer
palpitar.
Pierce suspira, sin dejar de observarme y luego niega con la cabeza,
como si yo no tuviera remedio.
—La mitad de las veces no sé de qué demonios estás hablando.
—Bueno, ¿entonces?
Anda Pierce, dinos cuándo fue la última vez que follaste, el pueblo quiere
saber.
—Más del que te imaginas y si tengo que serte completamente sincero, la
cuestión está comenzando a..., ¿cómo es que lo llamaste? —Finge pensar
unos instantes, antes de agregar: —Me está comenzando a picar.
—¿Ah si? —Murmuro, jugueteando con la sombrilla del trago al que casi
no le queda nada. — Bueno, tal vez sea tu noche de suerte —agrego con un
encogimiento de hombros.
Tarde.
Demasiado tarde me doy cuenta de lo sugerente que acaba de sonar lo
que dije.
—Es decir... —me apresuro a corregir, pero la sonrisa de Pierce me dice
que ya se dio cuenta—, estoy segura de que podrías irte con quien quisieras
esta noche.
—¿Con quien yo quiera? —Murmura seriamente, alternando su mirada
entre mis ojos y mis labios.
Estúpido y sensual insinuador Pierce.
—Si, quiero decir...
—Ustedes dos —dice una voz interrumpiéndome, gracias a todos los
cielos, cualquiera sea la mierda que iba a salir de mi boca—, están bastantes
solitarios aquí, ¿por qué no se unen a la fiesta? —Termina de decir Yoshio.
Pierce vuelve a relajarse en el asiento y no me pasa por alto como su
pierna entra en contacto con la mía.
¿Saben como se llama eso? Mear el territorio.
Estúpido y territorial Pierce.
—Creo que tu y yo tenemos una definición bastante diferente de fiesta —
es todo lo que responde Pierce.
Algo en la mirada de Yoshio cambia, para luego clavar sus ojos en los
míos y recorrerme lentamente con la mirada, antes de murmurar con voz
lenta y suave: —No sé de que estas hablando.
Bueno, las cosas se pusieron medio raras de repente.
—Yo creo que necesito otro poco de esto —interrumpo su juego de
miradas, poniéndome de pie con trago en mano y sin esperar respuesta de
ninguno, me abro camino hacia la barra.
Idiotas, los hombres son idiotas, que lo único que tienen que hacer para
tener mi atención, es mantenerme feliz con un trago en mano.
Je.
Eso no es verdad, pero si me entienden.
De más esta decir que ambos me siguen a la barra, sin embargo solo
Pierce llega a mi lado, ya que Yoshio volvió a ser interceptado por la rubia
con la que hablaba antes.
Pierce solo sonríe cuando mis ojos chocan los suyos, sin embargo no dice
nada.
—¿Me pides lo que me pediste antes? —Digo en su dirección con una
sonrisa inocente.
—Si quieres te digo el nombre y tu lo pides.
—Anda Pierce —me quejo—, sé hablar un poco español, ¿vale? Pero
solo las palabras básicas: hola, chau, mucho gusto, la cuenta por favor, me
gustan las pollas.
La carcajada de Pierce llama la atención de todos los que tenemos a
nuestro alrededor, mientras que yo le pego un codazo para que se calme.
—¿Qué demonios te pasa?
—¿Tienes idea de lo que significa lo último que dijiste?
—Claro, que me gustan los tacos —suelto.
—No significa eso, demonios —murmura, secándose las lágrimas de los
ojos.
—¿Y qué carajos significa?
—Que te gusta la polla —suelta. —En realidad la traducción correcta es:
«que te gustan las pollas», lo dijiste en plural.
—Estúpida Isabella —siseo por lo bajo. —Me las pagarás.
Pierce solo niega con la cabeza, mientras que no puede quitarse la sonrisa
del rostro y no sé si serán las luces tenues del bar, el leve sonrojo que tiene
en las mejillas de seguro por el calor o qué, pero debo decir que la sonrisa
que lleva lo hace lucir..., más joven no es la palabra, sino más bien lo hace
ver vivo, como si cierta amargura con la que hubiera cargado por mucho
tiempo, por fin estuviera desapareciendo.
—¿Qué me miras tanto? —Dice de repente, sacándome de mis
pensamientos.
—Nada —me apresuro a decir, haciéndole una seña al barman, que una
vez que se acerca, Pierce le pide dos tragos más.
Esta vez él se pide un Gin-tonic.
—Oh, veo que si te dolieron mis palabras —lo pincho.
—Deja de ser una listilla —murmura él, pellizcando mi costado.
Ambos nos sentamos en unas banquetas altas, mirando hacia la pista de
baile donde la mayoría se encuentra y debo decir que sorprendentemente
esta noche no tengo ganas de bailar.
—Entonces... —murmuro, rompiendo el silencio—, estabas contándome
esos intereses de Yoshio.
—¿Era eso de lo último que estábamos hablando? —Pregunta él, de
todas maneras no me atrevo a mirarlo, sino que simplemente me encojo de
hombros. —Bueno, digamos que es esa clase de hombres a los que le gusta
mirar —dice.
—¿Mirar como? —Pregunto como idiota y la mirada que me lanza
Pierce, pareciera decir lo mismo. —Quiero decir... —me corrijo—, ¿solo
mirar?
—Bueno —murmura él, de repente pareciera estar intentando recordar
algo—, supongo que Yoshio es medio dominante, ya que le gusta instruir lo
que hay que hacerle a la persona a la que elije, sea hombre o sea mujer —
aclara.
Mis labios forman una perfecta O y por todos los cielos, tengo tantas
cosas que preguntar, tantas cosas que quiero saber, porque sí, yo bien
morbosa.
Pierce clava sus ojos en mis labios presionados fuertemente entre sí,
antes de reír y decir: —Anda, pregunta lo que quieras, sé que te mueres por
hacerlo.
—¿Alguna vez estuviste ahí? ¿Fuiste una especie de sumiso? ¿Él que
hace mientras mira? ¿Suele ser más de una persona la que complace al
dominado?
—Jesús Minerva, que tienes la curiosidad de un chico de cinco años.
Me encojo de hombros, porque para qué decir que no, si sí.
Pierce le da un largo trago a su bebida, antes de hablar: —No, nunca he
sido uno de sus dominados, sí, estuve alguna vez con él, mirando y en
alguna que otra ocasión también participando, de todas maneras no soy de
esos a los que le gusta mucho que le digan lo que tiene que hacer, soy capaz
de mandarte al carajo y hacer lo que se me venga en ganas, ¿sabes? —
Asiento, aunque él no parece prestarme atención. —Y Yoshio es una
persona bastante particular —explica—, no suele participar, de hecho,
hemos estado algunas veces compartiendo habitación y ni una sola vez lo vi
tocar a la persona dominada, de todas formas no es que lo hayamos hecho
muchas veces como sé que te estás imaginando.
Tengo la delicadeza de sonrojarme con culpa, no les voy a mentir.
—Por lo general solo dejan que le chupen la polla y ya.
Asiento, pensativa..., joder, es que fue un montón de información, sin
embargo lo próximo que sale de mis labios, siquiera termino de procesarlo
mi cerebro antes de largarlo: —¿Y nunca se casca la banana?
Pierce cierra los ojos, negando con la cabeza y sé que está intentando
aguantarse la risa.
—Es decir... —intento corregirme—, la polla a ustedes les duele, ¿no es
así? Si la llevan mucho parada, no tienen como la ardua necesidad de... —
hago un movimiento con las manos, intentando que entienda mi punto—,
meter la canoa en su funda.
Ahora Pierce solo puede morderse los labios tan fuerte que temo que se
lastime.
—Sí Minerva —termina diciendo con un suspiro—, tenemos la ardua
necesidad de meter la canoa en su funda, pero Yoshio es alguien...,
diferente, por decirlo de alguna manera.
Asiento, mientras mis labios se cierran en torno a la bombilla de metal de
mi trago.
Pierce sigue ese movimiento, sin embargo finjo demencia, je.
—¿Y tu crees que quiere que sea una de esas dominadas?
—Estaba esperando que lo preguntes —dice él y aunque no lo esté
mirando, puedo sentir la sonrisa en su voz. —No es que lo crea, sé que
quiere hacerlo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no ha parado de gritártelo toda la noche con la mirada, como si
no te hubieras dado cuenta —acusa.
En respuesta simplemente le doy una sonrisa picara.
—¿Crees que es casualidad que hayamos venido a este bar? —Agrega, al
ver que no digo nada.
—¿Qué? ¿Qué tiene este bar? Porque en verdad me ha encantado, no me
digas que tiene una puerta al sótano que lleva a otra especie de bar lleno de
depravación.
—No, ninguna puerta secreta lleva a un salón de depravación —
responde, rodando los ojos—, pero... —agrega—, a un par de cuadras hay
un bar swinger al que le encanta ir.
—No me jodas —murmuro, con la voz sorprendida.
—No, no te jodo —dice él y yo trago saliva con dificultad por lo
sugerentes que sonaron esas palabras.
—¿Y tú crees que quiere llevarme ahí?
—Por supuesto que quiere —dice, como si fuera lo obvio—, de hecho,
vendrá en cuestión de nada a invitarnos a ir.
—¿Tú también vendrías?
—Por supuesto que iría —dice, como si la idea de que vaya sola con él
fuera inconcebible.
Asiento, mientras pienso en todo lo que acaba de decir.
Puedo sentir su mirada en mi costado, observándome con curiosidad.
—¿Qué? —Pregunto, volviendo a mirarlo.
—¿Quieres ir? —Pregunta y debo admitir que me sorprendo la seriedad
con la que habla.
Estoy a punto de decir un no rotundo, sin embargo debo admitir que una
parte dentro mío, esa que es bien puerca, se cachondeó un poco con todo lo
que acaba de contarme.
—Yo... —susurro, sin dejar de mirarlo—, no lo sé —respondo con
completa sinceridad.
Pierce abre la boca para decir algo, sin embargo antes de que pueda
hablar, Yoshio llega donde nos encontramos.
—Ahí están —dice y yo clavo mi mirada en la suya—, parece que el
mundo no quiere que cruce siquiera dos palabras con ustedes.
Sonrío, removiéndome un poco incómoda en mi lugar y aquello no hace
otra cosa más que cachondearme más por la fricción.
Oh, Dios mío, adivinen a quién le pica.
«Inserte aquí el emoji de la mujer levantando la mano»
Carraspeo, intentando concentrarme en lo que me está preguntando
Yoshio, ya que tanto él como Pierce me miran fijamente, como si esperaran
que respondiera algo.
Joder.
No, joder no, carajo mejor.
—¿Entonces, Minerva? —Dice Pierce y su sonrisa, maldita sonrisa
maliciosa perfecta. —¿Quieres ir a otro lugar o no?
¿Y me lo pregunta así? ¿Tan descaradamente?
Yoshio observa el intercambio con interés y una sonrisa en los labios,
como si estuviera un poco aliviado de no tener que ser él quien me explique
a dónde vamos.
Mis ojos están clavados en los de Pierce y hay un reto implícito en su
mirada y él debería saber que no tiene que retarme, sin embargo...
—No lo creo —respondo con un suspiro, mirando a Yoshio—, mañana
hay una charla temprano a la cual estoy muy interesada en ir, lo siento.
No me pasa por alto el suspiro de alivio que larga Pierce.
—El de la señora Tiballs, ¿verdad?
—Exacto —respondo con una sonrisa.
—Lo imaginé... bueno, —murmura, encogiéndose de hombros—, en otra
ocasión será, ¿verdad? —Pregunta, mirándome fijamente.
—Puede... —respondo, con una pequeña sonrisa.
Se despide con un apretón en la mano de Pierce y a mí me besa en cada
mejilla, el último beso bastante cerca de mi comisura.
Su perfume dulce se queda acompañándome por unos cuantos segundos
luego de que se va, y si tan solo los hombres supieran lo que hace un buen
perfume en una mujer...
—¿Lista para irte? —Pregunta Pierce, llamando mi atención.
—Seguro —respondo, poniéndome de pie.
Pierce me ayuda a ponerme el abrigo, antes de poner una mano en mi
espalda baja guiando el camino a la salida y una vez que estamos fuera,
vemos la interminable cola que hay para tomar un taxi, sin contar la eterna
espera que tienen los uber.
—¿Cuánto hay hasta el departamento? —Le pregunto, porque sé que él
se ubica mucho mejor que yo.
—No mucho —dice, para luego clavar sus ojos en mis pies—, ¿crees que
puedas llegar?
—Lo intentaré —digo con completa sinceridad, encogiéndome de
hombros.
—Sólo te aviso que no voy a cargarte —dice, comenzando a caminar
mientras lo sigo.
—Sili ti ivisi qui ni viy i cirgirti —me burlo.
—Eres una niña —niega él con la cabeza, riendo.
—Puede —digo, encogiéndome de hombros—, pero soy una niña
caliente, que excita a hombres que quieren dominarla.
—En eso tienes razón —murmura, mirándome de reojo cuando tropiezo
con un bache en la vereda. —Aquí —dice, tendiéndome su codo para que
vaya agarrada a él. —Por un momento creí que dirías que sí.
No hace falta que pregunte a qué se refiere, porque lo sé.
Me encojo de hombros, pensando lo que sea que vaya a decir a
continuación.
—Creo que no estaba lista para una experiencia así —respondo con
honestidad y luego de pensarlo unos instantes, pregunto: —¿Habrías
venido?
—¿Querías que lo hiciera?
—No respondas una pregunta con otra pregunta —me quejo.
—No lo sé —murmura y luego cierra los ojos y sin mirarme, dice: —Sí
podría haber ido, pero no hubiera hecho nada —me mira de reojo y aparta
la mirada rápidamente—, a menos que tu quisieras.
Asiento, tragando con dificultad, con las mejillas sonrojadas por la
conversación que estamos teniendo, imaginándome a él haciéndome todo lo
que Yoshio dijera y...
—Yo..., no sé si... —niego con la cabeza al balbuceo incoherente que
estoy teniendo. Respiro hondo y continuo:—En el hipotético caso de que
quisiera hacerlo, en realidad no podría..., digamos, sola, ¿sabes? Sé que
sonará raro, pero sigo sintiendo que disfruto más en el sexo cuando estoy en
confianza con la otra persona, cuando puedo decir lo que quiero, lo que me
gusta y lo que no. —Respiro hondo luego de todo eso que acabo de largar
de sopetón mientras Pierce me escucha atento. —Sé que nunca harías algo
que me molestara o me hiciera sentir mal, tengo la certeza de que también
me cuidarías, no dejarías que nada malo me pase.
—Es verdad, lo haría —es todo lo que responde él, asintiendo.
Asiento mientras seguimos caminando en silencio, pensando en todo lo
que acabamos de decir, en todo lo que pasó esta noche.
Mi brazo está enredado con el suyo y él me sostiene firmemente, ya que
cada dos por tres tropiezo. Digamos que no fue mi idea más brillante el
querer volver andando.
De todas maneras el paseo en sí es precioso, estoy en Madrid, pero estaba
tan ensimismada con la convención, que siquiera me tomé un momento
para mirar este lugar, para disfrutarlo, para respirar Madrid.
Y es en ese mismo momento, en el que estoy observando las farolas, las
casas, los negocios cerrados, ya que está bien entrada la noche, que no veo
el bache que hay frente mío y mi zapato enganchándose en él, haciendo que
tropiece.
Estoy preparándome para la caída inminente cuando un poderoso brazo
se cierra alrededor de mi cintura, sosteniéndome y pegándome a su cuerpo
fornido, mientras que yo por mi parte me aferro a él como Rose se aferro al
pedazo de tabla y dejó morir a Jack.
Titanic, les acabo de dar tremendo spoiler.
Sorry not sorry.
Cuando abro los ojos me choco con la mirada color zafiro de Pierce, su
rostro lleno de sombras debido a la poca iluminación, de todas maneras
logro distinguir cada rasgo, el vello incipiente en sus mejillas, los labios
carnosos.
Demonios, estamos muy cerca.
Pero muy..., tanto que siento que respiramos el mismo aire, que su aliento
cálido choca con mis labios.
No hay casi parte de nuestros cuerpos que no se toquen, su mano se
cierra fuertemente sobre mi cadera. Tiene su nariz roja por el frío y aquello
lo hace lucir..., joder, qué lindo que es Pierce y yo que me lo follaba.
—¿Estás bien? —Susurra, como si levantar un poco la voz fuera a
romper esta burbuja en la que parece que nos sumimos.
—Sí, me salvaste de una caída terrible —respondo con una sonrisa.
—Te dije que cuidaría de ti —bromea él.
—Si, bueno, no sabía que te tomarías el trabajo tan a pecho —respondo,
también bromeando.
De todas maneras la sonrisa se me borra cuando sus ojos se clavan en mis
labios, cuando en sus ojos parece brillar una especie de deseo que nunca
antes le había visto, como si la sola idea para él de besarme fuera algo que
había imaginado solo en sueños.
Ladeo un poco mi rostro, acercándolo apenas imperceptiblemente a él,
porque la sola idea de que me bese me resulta tentadora, no puedo negarlo,
mucho menos con todo lo que pasó hoy.
Con todas las chanchadas que me contó.
Estoy a nada de cerrar los ojos cuando Pierce de repente se incorpora,
todavía con su brazo rodeando mi cintura para estabilizarme.
—¿Te doblaste la pierna? ¿Puedes caminar? —Pregunta, soltándome
poco a poco.
—No, estoy bien —respondo, carraspeando mientras me estabilizo.
Su mano me toma gentilmente para volver a enredarla de nuevo con su
codo y así sostenerme.
—Andando —murmura, comenzando a caminar nuevamente.
Tengo ganas de protestar, decirle algo así en plan: «Hey tu, ¿no ibas a
besarme?» pero me aguanto, porque sabemos que no puedo soltar eso, pero
por otra parte, suelto otra cosa que está pasando por mi cabeza: —Creo que
miraré porno antes de dormir.
El pobre Pierce comienza a toser, supongo que ahogándose con su saliva.
—Quiero decir... —me apresuro a murmurar, dándole palmadas en la
espalda—, me llamo la atención eso de los bares swingers, quiero ver de
qué se trata, ¿sabes? Es pura y mera curiosidad.
—Lo tengo —me corta, carraspeando. —Mirarás porno antes de dormir.
—Si, bueno —digo, sintiendo mis mejillas rojas, pero les digo que esos
Cosmopolitan tenían un suero de la verdad, como en Divergente—, nada
como una totita y a la cama, ¿verdad?
—Si, seguro —responde él, asintiendo y cuando lo miro de reojo, me
atrevo a decir que tiene sus mejillas un poco sonrojadas—, probablemente
haga lo mismo.
Oh Dios...
—Claro, solo... —digo, tragando con dificultad—, podrías silbar cuando
vayas a hacerlo, ¿sabes?
—¿Cómo?
—Quiero decir, por si tengo que ir al baño y te agarro en pleno acto.
Esta es la conversación más extraña que he tenido nunca.
—Okay —dice él asintiendo—, silbaré cuando empiece a masturbarme.
—Perfecto.
—¿Tu avisarás cuando empieces a hacerlo?
—No lo veo necesario —digo de repente—, estaré en la habitación,
cerraré la puerta.
Pierce asiente y después de un minuto exacto, ambos largamos una
carcajada que parece hacer eco por las calles vacías de Madrid.
Ninguno de los dos vuelve a decir nada después de eso y antes de lo
esperado, estamos en el rellano de la entrada del departamento.
Ambos nos despedimos, arreglando que mañana iremos juntos a la
convención, para encontrarnos luego en el almuerzo al evento que se hará.
Los dos tenemos sonrisas estúpidas en el rostro y siento el eterno sonrojo
en mis mejillas, de todas formas no digo nada, sino que me termino de
quitar el maquillaje para recostarme debajo de las mantas, intentando
combatir el frío.
Minutos.
Son minutos los que tarda Pierce en silbar y yo no dudo ni un segundo en
responderle el silbido.
La carcajada de ambos me acompaña el sueños por el resto de la noche.

***
HOLA BEBIS
COMO PROMETÍ, CAPÍTULOS SEGUIDOS :)
ESTE CAPITULO VA DEDICADO A LA PERSONITA QUE SE
CREO UN PERFIL FALSO PARA DEJARME MENSAJES DE HATE
TANTO EN LA HISTORIA, COMO EN EL TABLERO, ESTO ES
PARA VOS BEBE, ESPERO QUE SIGAS SIENDO TESTIGO DE MI
ÉXITO ;)
Y TAMBIÉN PARA MI PODEROSÍSIMA STEPH (MI NERD),
QUE ME ESTÁ HACIENDO EL GRANDIOSISMO FAVOR DE
CORREGIRME LOS CAPÍTULOS, TE AMO MI REINA
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO
NO SE OLVIDE DE VOTAR Y COMENTAR
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LXS AMO MUCHO AMORES
GRACIAS POR TANTO
DEBIE, LA DE LAS POESÍAS
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

COÑO APRETADO, COÑO LIMPIO, COÑO FRESCO


(lean el apartado al final plis)

—Anda Pierce, que llegamos tarde.


—Pero si la que todavía no termina de arreglarse eres tú —se queja él,
sentado en la banqueta de la cocina sin dejar de mirarme actuando de
manera frenética.
—Yo ya estoy —digo, pero él en respuesta solo observa mis pies.
Por mi parte hago lo mismo, dándome cuenta de que llevo puestas
pantuflas.
—Mierda —siseo, corriendo nuevamente a la habitación.
Puedo escuchar desde aquí la risa de Pierce, es por eso que le largo una
mirada asesina cuando vuelvo al comedor, caminando directamente hacia
donde se encuentra mi abrigo y mi cartera, de todas maneras me detengo
cuando me percato de que Pierce no me está siguiendo.
—¿Qué? —Pregunto, impaciente, pero es que ya vamos tardísimo.
—Dios, voy a arrepentirme de esto toda mi vida —murmura más para sí
mismo que para mí, con las manos en las caderas y la mirada fija en el
techo.
—¿Qué tienes? —Vuelvo a preguntar.
Pierce clava sus ojos nuevamente en los míos, antes de murmurar: —¿No
se te olvida nada?
Frunzo el ceño, pensando, miro mi ropa: todo puesto.
Reviso la cartera: todo perfecto.
—No —respondo, con un encogimiento de hombros. —Vamos que es
tarde —Insisto.
—Minerva —repite él y sus ojos se deslizan lentamente por mi torso,
antes de subirlos casi de inmediato a mi rostro nuevamente—, ¿no sientes
que estás un poco más..., libre? —Entrecierro la mirada en su dirección,
haciéndome una idea. —Es decir, no es como si estuviera en contra de ello,
de hecho debo confesar que la vista se aprecia —niega con la cabeza y se
frota los ojos con la punta de los dedos ante el balbuceo que larga—, pero
no estoy seguro de que en cuanto te percates vaya a no molestarte, de hecho
siento que vas a ponerte como loca y me lo echarás en cara a mí por no
haberte advertido, así que solo hago mi deber, pero como dije, a mi no me
molesta.
—Pierce, ¿no era más fácil decirme que olvide ponerme el sostén y que
se me veían las chichis? —Digo en su dirección, intentando sonar ligera,
pero tengo las mejillas encendidas, mientras corro nuevamente a la
habitación.
—Si, también esa era una buena forma de decirlo —balbucea él, luego de
carraspear.
Maldigo para mis adentros cuando por el reflejo el espejo me doy cuenta
de que con la camisa blanca que llevo puesta, se me transparentaban hasta
los pezones.
«Con razón, pobre Pierce» pienso para mis adentros.
Una vez que vuelvo a salir de la habitación, lo tomo de la manga de su
chaqueta, porque en serio, que es tarde, que es la charla de la señora
Tibbals, que es mi ídola.
—¿En serio vas a presentármela? —Le pregunto a Pierce por tercera vez.
—Que si —responde él, rodando los ojos. —Pero solo te la presento y
me voy, porque siempre quiere estar hablando por horas conmigo.
—Tal vez le gustes.
—Es una de las mejores amigas de mi madre —responde él.
—Como la señora Robinson —digo y al ver su mirada interrogante,
agrego: —La señora que dominaba a Christian.
—¿Qué Christian? —Pregunta Pierce, sin entender.
—Grey..., duh.
—Estás loca —murmura él, manteniendo la puerta abierta para mi.
—Bueno, ¿entonces qué? ¿Si te la follas?
Pierce detiene sus pasos y cuando me giro, me doy cuenta de que me está
mirando.
—¿Qué? —Pregunto.
—¿Cómo voy a follarmela? —Dice él, negando con la cabeza. —Es
amiga de mi madre.
—Todo puede pasar —murmuro—, aparte no vas a decirme que nunca
intimaste con una mayor.
Sus ojos se entrecierran en mi dirección mientras me obliga a caminar.
—¿Por qué no vamos en taxi? —Pregunto.
—Porque solo estamos a dos cuadras del lugar.
—Si, pero tal vez lleguemos más rápido en taxi.
—Tú lo que no quieres es caminar —dice él, negando con la cabeza.
—Bueno, ¿entonces? ¿Sí estuviste con una mayorcita?
—Supongo que alguna vez sí —dice, con un simple encogimiento de
hombros.
—¿Ah sí? ¿Cuánto más grande?
—No se con exactitud —dice él—, algo así como veinte años.
—¿¡VEINTE AÑOS!?
—Baja la voz —dice él de repente, sonriendo incómodo cuando muchas
miradas se clavaron en nosotros.
—Pierce, ¿si te das cuenta de que cuando tu naciste, de seguro esa mujer
ya tenia una vida sexual activa?
—Si, lo sé, Minerva —explica él con paciencia—, de hecho estuve con
ella por esa misma razón, tenía experiencia.
—Y... —carraspeo, intentando sonar desinteresada, aunque por supuesto
no funciona—, ¿cómo fue?
—¿Cómo fue qué? —Pregunta él, pero por el rabillo del ojo me doy
cuenta de que sonríe.
—¿Sí tenía experiencia? —Suelto.
Pierce suspira, como si se debatiera entre decirme o no, hasta que al final
termina haciéndolo: —Pues si tengo que serte sincero, aprendí de ella a
cómo complacer a una mujer, antes de ella siquiera sabía lo que era un
clítoris.
No se si será la naturalidad con la que lo dice o qué, pero antes de que
siquiera pueda aguantarlo, se me escapa una carcajada estruendosa, que
intento por todos los medios acallar.
Pierce no puede borrar la sonrisa de su boca, como si el hecho de que él
logre hacerme reír, le gustase.
—No puedo creer lo que acabas de decirme —suelto, sin poder borrar la
sonrisa de mi boca.
—Bueno, tú preguntaste, yo solo respondí.
—Entonces tendré más cuidado con lo que pregunto.
Él se encoje de hombros, antes de murmurar: —Estoy bastante seguro de
que mientras dices eso, te mueres por hacerme muchas preguntas.
Para que decir que no, sí, sí.
—¿Sientes que eres bueno?
—¿En qué?
—Con las mujeres —respondo, rodando los ojos.
—No lo sé —dice, de todas maneras está hablando con sarcasmo—, ¿lo
soy, Minerva?
Estúpido Pierce.
—Ya sabes la respuesta —respondo, sin mirarlo.
—Sí, la sé —responde el ególatra—, pero solo quiero escucharte decirlo.
—¿Decir qué? —Pregunto, para ganar tiempo.
—Que soy bueno en la cama —dice y en verdad me estremece la forma
en que lo dice, la libertad con la que habla. —Si cuando te acuerdas de las
veces en las que follamos, piensas «en verdad era bueno»
—Me sorprende que pienses que recuerdo las veces en las follamos.
—¿Acaso no lo haces?
Mis ojos se clavan en los suyos, cuando ambos nos hemos detenido en la
entrada del enorme centro donde se lleva a cabo la convención, sin embargo
no llego a decir nada, ya que él se me adelanta.
—¿No recuerdas siquiera alguna de las veces en las que estuvimos
juntos? —Murmura, acercándose un paso.
Parece que cualquier aire juguetón de repente se ha extinguido, porque su
sonrisa se perdió lentamente y ahora está serio, alternando su mirada entre
mis ojos y mi boca.
—¿No recuerdas siquiera el primer beso que nos dimos? ¿La primer
caricia que te di? —Pregunta, sin embargo no espera por la respuesta. —Yo
recuerdo todo, la primera vez en el hotel, cuando te besé en aquel callejón
fuera del departamento de Isa, la ocasión del gimnasio cuando pasabas de
mí —murmura con una sonrisa, su mano de repente sube, quitando un
mechón de cabello de mi rostro—. Recuerdo cuando hice una comida para
ti en mi departamento— susurra de repente y ahora su rostro desciende
lentamente—, recuerdo...
—¿Quieres saber cual es mi recuerdo favorito? —Lo interrumpo, cuando
un mínimo movimiento de cualquiera de los dos, se convertiría en un beso.
—Mi recuerdo favorito es cuando me compartiste con tu mejor amigo —
confieso con una sonrisa.
Pierce de repente se incorpora, sorprendido por las palabras que salieron
de mi boca, sin embargo no luce molesto.
—Y sí Pierce, sé que no hace falta que lo diga, pero eres muy bueno en la
cama.
Y después de eso le guiño el ojo y me doy media vuelta para entrar a la
convención.
Ni de coña me pierdo la charla de la señora Tibbels.
Ni por él, ni por nadie.
Je.
*
El taller es sencillamente increíble, me la paso —las tres horas que dura
—, prestando mi completa atención a las palabras de la señora Tibbels, a su
técnica, a sus consejos, demonios, a todo, que hasta se me acercó y me dijo:
«Buen trabajo»
¿Sabes lo que significa eso para mi? Que si, que Pierce —antes de
conocerlo, claramente—, era mi ídolo, pero todos tenemos un ídolo que le
gana a todos los demás ídolos.
Y esta claro que se lo hago saber a Pierce nada más verlo, una vez que el
taller termino y todos nos juntamos en un espacio en común, degustando
cosas sencillamente exquisitas.
—Estoy intentando por todos los medios no sentirme ofendido —
murmura, rebuscando en la mesa algo para comer.
—Pero es que no lo entiendes —murmuro entusiasmada. —Ella dijo:
«Buen trabajo» ¿entiendes eso? Tú nunca me lo dijiste.
—Estoy seguro de que alguna vez te lo dije —responde él, sin prestarme
mucha atención.
—A ver, ¿qué tienes ahí? —Murmuro, quitándole algo de la mano que se
veía muy apetitoso.
Me larga una mirada asesina, de todas maneras no dice nada y se agarra
otro para él.
De repente mis ojos se clavan en la figura que está detrás de él y...
Por.
Todos.
Los.
Cielos.
Del.
Infierno.
—¿Ese es...? —Chillo medio en susurros. —¿Ese es...? Oh por todos los
cielos, si es él.
Pierce mira confundido detrás de él, preguntándose a quien demonios me
refiero, sin embargo cuando se percata, rueda los ojos y vuelve a la mesa
llena de comida.
—Pierce, preséntamelo —murmuro tironeándole de la chaqueta, sin dejar
de observar a Gordon Ramsay que ríe unos metros lejos nuestro con otros
colegas.
—Ni de coña —dice él, caminando lejos.
—Pero Pierce... —digo, deteniéndolo nuevamente. —Anda,
preséntamelo, estoy segura de que te conoce.
—¿Por qué quieres conocerlo? —Se queja y se me hace a que luce un
poco..., ¿celoso? —No es para nada genial, ni agradable, créeme.
—¿Por qué dices eso?
—No nos llevamos bien —responde, evasivo.
—Pero Pierce... —vuelvo a quejarme, haciéndole morritos con los labios.
—La última vez que lo vi, lo mandé a comer mierda, créeme que no le
agradara que vaya.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque dijo que era mejor cocinero que yo.
—¿Y es eso verdad? —Pregunto con retintín, mientras tomo un Martini
que pasa repartiendo uno de los camareros.
Pierce entrecierra la mirada en mi dirección, antes de murmurar: —¿Por
qué no vas tu? —Pregunta. —Estoy seguro de que le agradara que una
mujer hermosa como tu vaya a decir hola —agrega con esa sonrisita odiosa
que tiene—, de seguro hasta te invita a cenar, o tal vez te cocine y en ese
caso tu decidirás.
—¿Acaso crees que soy hermosa? —Es todo lo que pregunto.
Pierce ladea un poco su cuerpo para poder estar a la altura de mis ojos,
antes de decir: —Sabes que creo que eres hermosa.
Abro la boca para responder algo, pero de repente...
—¿Pierce? —Pregunta una voz femenina detrás nuestro.
Ambos observamos a la muchacha que llega: no es alguien que hubiera
visto antes, pero si me doy cuenta de que es esa gente que nada más decir
dos palabras, cae bien. Su cabello negro le llega por debajo de los hombros
y tiene los ojos color café, mientras que la sonrisa pintada en sus labios
gruesos nos observa a los dos con curiosidad.
—He estado buscándote por todos lados —dice, para que luego sus ojos
clavarse en los míos y en un perfecto español, murmurar: —Tu debes ser
Minerva.
Sé que dijo algo con mi nombre y me cuesta unos segundos entender lo
que quiso decir, sin embargo me encuentro sonriendo y respondiendo en un
español a medio pelo: —Mucho gusto —digo, tendiéndole la mano.
—Yo soy Judith —y luego un hombre alto se para detrás de ella,
envolviendo los brazos alrededor de su cintura. Tiene los ojos celestes más
claros que vi nunca y el cabello rubio, con un rostro simétrico que
acompaña el porte frio que parece rodearlo.
La española sonríe cuando siente sus brazos alrededor, que sin mirarlo
también pasa a presentármelo.
—Y este es mi marido: Eric.
La uva del Martini pasa a mi garganta y me ahogo.
Judith y Eric, ¿en serio, coño?
Judith me mira alarmada, mientras veo como Pierce intenta aguantar la
risa mientras palmea mi espalda.
Intento hablar —para mandarlo a la mierda principalmente—, pero la tos
y las lágrimas que caen de mi rostro no me lo permiten.
—Dios, Pierce, dijiste que sería una buena broma, no que iba a matarla
—se queja la muchacha, tendiéndome un vaso de agua.
Agradezco con una sonrisa incómoda mientras trato de recomponerme,
lanzándole una mirada de odio a Pierce, que simplemente niega con la
cabeza y retrocede un paso.
Bien, porque iba a patearle la polla.
—Lo siento —se disculpa la muchacha, con el rostro contorsionado por
la culpa, mientras me tiende una mano nuevamente para volver a
presentarse: —Soy Catalina y él es marido, que casualmente sí se llama
Eric —y luego le lanza a Pierce una mirada asesina, antes de volver a
mirarme—, de todas maneras no te sientas mal, que yo también leí los
libros, solo que este Eric si alguien que no sea él me pone un dedo encima,
simplemente los asesina.
Asiento, sonriendo en respuesta y luego miro a Pierce.
—No sabía que casi ibas a morirte —se apresura a decir él—, pero
tendrías que haber visto tu rostro cuando te lo dijo —se carcajea en mi cara.
—Idiota —murmuro por lo bajo, de todas maneras me quedo de piedra
cuando su mano medio rodea mi cintura, dándome un ligero apretón,
haciéndome muy consiente de su piel caliente contra la mía.
—Anda, no te enojes —dice él de repente, no percatándose de lo que su
repentina cercanía está causando en mi—, y esta noche si quieres podemos
ir a comer las mejores tortillas del mundo—ahora si lo miro interesada. —
Catalina tiene uno de los mejores restaurantes de España —dice él.
Su amiga rueda los ojos, pero no puede evitar el sonrojo en sus mejillas.
—Todavía no tengo una estrella —responde ella, un poco enojada—, a
pesar de los malditos esfuerzos.
—Las estrellas están sobrevaloradas —responde Pierce, con un ademan
de su mano, restándole importancia, haciendo referencia a las estrellas
Michelin. —Entonces, nos vemos esta noche —murmura.
—¿Dónde vamos? —Pregunta Yoshio llegando donde nos encontramos.
Pierce rueda los ojos a la interrupción, sin embargo es Catalina quien
responde: —No estás invitado —dice, tajante.
—¿Cómo no? —Se finge ofendido. —Donde va Minerva, voy yo —
murmura de repente.
—¿Disculpa? —Jadeo, sorprendida.
—Es que si no, me pierdo en la ciudad —bromea él.
—Mantente alejado de ella —murmura Pierce.
Esto es una conversación de locos.
—No sé ustedes, pero yo, me voy a comer algo —y sin esperar respuesta,
me desprendo del agarre de Pierce para caminar a la mesa.
—¿Ven lo que hicieron? —Se queja de repente Catalina. —Ya la
espantaron.
Sonrío, porque esa chica en verdad me agrada, de todas formas Pierce no
tarda mucho en seguirme.
*
La convención ese día termina temprano, debido a que es domingo y sólo
seria hasta el mediodía, es por eso que volvemos al departamento, Pierce
me avisa que tiene cosas que hacer y yo me tiro un rato a dormir, solo con
la intención de dormir una horita para recuperar el sueño de anoche.
«100 años, 128 días y 23 horas después»
No nieguen que es lo que siempre pasa cuando una se echa una siestita.
—Minerva —insiste la voz nuevamente, sacándome de la bruma del
sueño. —¿Quieres mejor quedarte a descansar?
—Ni de coña —respondo, aunque no tengo idea de quién es el que me
habla.
Escucho a la voz reírse, ¿será acaso Dios?
—Anda, entonces arriba, que ya es tarde, llevas horas durmiendo.
—Jesús, ¿eres tu? —Pregunto, acurrucándome más en las mantas.
—No, soy Pierce —responde él. —Mine, en verdad es tarde, es la tercera
vez que vengo a despertarte.
—Ya estoy, ya me levanto —farfullo.
«Veinte minutos después»
—Minerva —se queja Pierce al ver que sigo durmiendo.
—¿Qué? ¿Quién? Ya estoy —digo, sentándome.
Tengo los ojos hinchados debido a las horas de sueño y cuando observo
la ventana fuera, me percato que es de noche.
—¿Pero que hora es? —Pregunto, saliendo de debajo de las mantas.
—Van a dar las nueve.
—¿¡COMO QUE LAS NUEVE!? —Me quejo en su dirección. —¿Por
qué no me despertaste?
Pierce rueda los ojos, antes de farfullar por lo bajo que estoy loca y que
más me vale estar lista en veinte minutos.
Hago lo que me dice, refunfuñando, pero obedeciéndole al fin, debido a
que en verdad quiero conocer el restaurante de Catalina.
Termino poniéndome un jean con unas botas que me quedan por las
rodillas pero sin tacón, solo con peluche dentro, manteniéndome caliente y
un tapado del mismo color que las botas, con una bufanda que también me
abriga, pero es que les juro que hace mucho frio aquí, no puede ser normal.
Todavía tengo cara de dormida cuando me encuentro con Pierce en la
entrada, que me repasa con la mirada y me hace una señal con la cabeza
para que avance.
—Yoshio está esperando abajo —murmura Pierce con un suspiro—,
¿viajas adelante o atrás?
—Atrás —respondo sin pensarlo y él ríe.
—Estoy seguro de que le encantaría tenerte delante.
—Eso sonó demasiado sugerente, por varios motivos —respondo riendo.
Tal como dijo Pierce, Yoshio nos espera abajo en un auto que creo es un
moderno Audi. Sonríe nada más vernos, sin embargo hace un mohín cuando
ve que me subo atrás.
—Pierce no es tan divertido —dice a modo de saludo.
Si tengo que serles completamente sincera, Yoshio tiene ese no se que,
que te hace saber que es alguien divertido y lo demuestra nada más
comenzar el viaje, haciendo chistes aquí y allá, pero por sobre todo
molestando a Pierce, que es algo que me divierte por demás.
—Deja de alentarlo desde atrás —se queja Pierce, pero no puede evitar
reír por las pullas de su amigo.
—¿Y tú, Minerva? ¿Has recorrido un poco?
—Pues la verdad que no mucho —respondo con sinceridad.
—Pierce, eres terrible —se queja en dirección a su amigo.
—La convención está consumiéndonos —es todo lo que responde Pierce
y es decir, esa es la verdad, porque yo tampoco he tenido tiempo de nada.
—¿Quieres que salgamos mañana? —Dice de repente.
Se hace un silencio en el auto y tarde me doy cuenta que me hablaba a
mi.
—¿Qué? —Pregunto como idiota.
De todas maneras nadie dice nada, debido a que hemos llegado al
restaurante de Catalina.
Una vez que estacionamos, Pierce abre la puerta y me tiende su mano
para ayudarme a bajar y le sonrío a modo de respuesta. Aunque
sorprendiéndome, coloca su mano en mi espalda baja, caminando a mi lado.
Yoshio solo sonríe cuando ve eso.
Sacudo la cabeza, apartando cualquiera sea la tonta pelea que tienen estos
dos, antes de caminar al restaurante.
«Catalina's» es el cartel luminoso que está en la entrada y nada más
cruzar la puerta, me golpea un olor exquisito a comida y especias.
Catalina se levanta de la mesa que hay al final del restaurante nada más
vernos, sonriendo con su pareja detrás de ella.
Me saluda con un beso en cada mejilla, mientras me siento, Pierce lo
hace a mi lado, la pelinegra en la cabecera con Eric y a su lado y Yoshio
frente mío.
Me sonríe grande cuando lo miro y no sé porque aquello me hace reír.
Pierce me lanza una mirada de reojo, sin embargo no dice nada, sino que
hace otra cosa que si logra sorprenderme: antes de siquiera darme cuenta, su
brazo ha pasado por el espaldar de mi asiento, dejando un protector brazo
por detrás de mi hombros, no me toca ni nada, sino que simplemente está
ahí.
Cuando nuestras miradas se encuentran, lo único que hace es guiñarme
un ojo y sonreírme.
Ruedo los ojos, de todas formas no digo nada.
Los platos de Catalina son increíbles y la estética del lugar me encanta,
no es excéntrico, ni tan elegante como «La Troufe Rouge» sin embargo
tiene ese no sé qué, que hace que el lugar parezca en sí familiar.
Los manteles son los típicos decorados con cuadrados rojos y blancos y
todo el lugar es algo parecido a una cabaña, como de pueblo, no sé si logro
explicarme, pero lo que si puedo decirles es que las tortillas de aquí son
exquisiteces de otro mundo.
—¿Quieres más? —Pregunta Pierce cerca de mi oído, produciéndome un
escalofrío.
Asiento, tendiéndole mi copa para que sirva más vino, mientras casi sin
darme cuenta me relajo en mi silla, siendo muy consiente de su brazo que
ahora sí toca mi piel.
—Entonces... —sigue diciendo Catalina, con una sonrisa enorme y las
mejillas sonrojadas, creo que por el vino—, Pierce le dijo «vete a comer
mierda, tu comida es igual de horrible que tu cara» y luego se levantó y se
fue.
—No puede ser —digo, carcajeándome por la anécdota.
—No pasó de ese modo —intenta Pierce defenderse sin que nadie lo
escuche.
—No, en realidad fue mucho peor —interrumpe Yoshio, que también
luce emocionado por la anécdota—, pero con señoritas presentes, no debo
repetir las sucias palabras que usaste para con el célebre Gordon.
No me pasa por alto la ironía que utiliza para referirse a su colega y me
pregunto el porqué, que en verdad era uno de mis ídolos, miraba todos sus
programas.
—¿Desde cuando fuiste un caballero con las mujeres? —Se queja
Catalina en dirección a Yoshio.
Y de repente la sonrisa de este ultimo medio se borra y pasa a tener un
semblante algo más peligroso, sin dejar de mirar a la española.
—Intenté demostrarte muchas veces lo caballero que puedo llegar a ser,
pero no me dejas —las palabras no son más que un murmullo por lo bajo.
—Ten cuidado de cómo le hablas a mi mujer, Yoshio —dice Eric, con el
mismo tono bajo.
«Ahuevo, chismecito»
Sin embargo —para mi completa frustración—, todo termina demasiado
rápido, Catalina se pone de pie y le pide a Eric que la ayude con los postres,
mientras que Yoshio se disculpa para ir al baño.
—¿Qué acaba de pasar? —Pregunto a Pierce, porque si alguien sabe que
pasa aquí, es él.
—Ellos tres tienen historia —dice, sonriéndome y mirándome fijamente
cuando ladeo mi cuerpo para mirarlo a la cara.
—Ay no me digas —agrego con sarcasmo. —¿Pero qué es lo que hay?
Catalina y Yoshio tuvieron algo, ¿verdad?
Pierce suspira y rueda los ojos, antes de murmurar: —No que yo sepa,
pero entre ellos siempre hubo esa tensión rara.
Estoy a punto de responder algo cuando su mano se eleva y casi en un
acto inconsciente, quita el cabello de mi rostro, dejándolo detrás de mi
oreja.
La acción me deja un poco fuera de juego, casi sin reacción, al momento
en el que él, ajeno a todo lo que pasa por mi cabeza en este momento, dice:
—¿Has comido bien?
—De maravilla —me obligo a responder con una sonrisa y creo que las
mejillas incendiadas.
Pero vamos a culpar también al vino.
Catalina vuelve con una bandeja llena de cositas hechas de chocolate que
lucen deliciosas.
Eric trae más vino.
Bienvenido sea, por supuesto.
—Esto simplemente va a encantarles —murmura.
Y «Oh.Por.Dios» vaya que lo hace.
—Esto es exquisito —digo, sin dejar de comer ese pocillo lleno de
felicidad—, Pierce, que esto es mejor que lo que tú haces.
Él rueda los ojos, antes de pellizcar mi costado, haciéndome saltar en el
lugar.
—¿Sabes que sucede contigo? —Dice él, ególatra como siempre.
—¿Qué?
—Que hace mucho no te cocino —murmura—, sólo una comida y caerás
por mi nuevamente.
Catalina y Eric ríen por lo que dice Pierce, sin embargo yo me le he
quedado mirando fijamente y él a mi, como si esas palabras hubieran
significado más.
Su mano se eleva y quita un poco de chocolate de mi comisura y sin
siquiera pestañear, murmura: —Delicioso.
—Sigues siendo el mismo idiota de siempre —respondo, pero la sonrisa
que me parte la cara es inevitable.
—Si, bueno, parte de mis encantos —murmura él, prestándole atención
ahora a algo que le pregunta Eric.
De todas formas las yemas de sus dedos comenzaron a dibujar pequeñas
formas en la piel expuesta de mi hombro y repito, parece hacerlo casi como
un acto inconsciente, no teniendo idea de cómo la piel se me eriza por
aquello.
Joder, ¿qué mierda me pasa?
Mis ojos se levantan para encontrarse con los de Catalina, que me
observa fijamente y con una pequeña sonrisa en el rostro.
Medio que intento devolverle la sonrisa, pero me sale más como una
mueca y sin saber muy bien porque, me pongo un poco nerviosa.
—Lo siento, iré al sanitario —murmuro, poniéndome de pie.
—Es por allí —indica ella, que ahora presta atención a la conversación
de su esposo y Pierce. —Ve al baño privado nuestro —agrega,
mostrándome una puerta que hay detrás de un biombo, a solo unos cuantos
pasos.
Luego de usar el sanitario y remojar un poco mi rostro, voy camino a la
mesa y antes de llagar me detengo al escuchar un nombre.
Alyssa.
—¿Qué con ella? —Pregunta Pierce, intentando lucir desinteresado, pero
sus hombros están tensos.
Estoy escondida detrás de dicho biombo y si, sé que no se debe hacer
esto, pero ya saben: chismecito.
—¿Hace cuanto que no la ves? —Pregunta Catalina.
—No lo sé, un tiempo —responde Pierce, evasivo.
—Ella me llamó —insiste ella—, pregunto por ti, dice que no le
respondes los llamados.
—Catalina —advierte Eric, pero ella lo ignora.
—Ambos son mis amigos, Pierce y los quiero a los dos —dice ella—,
pero creo que deberías aclarar las cosas con ella.
—No tengo nada que aclarar —se defiende Pierce, de repente luciendo
molesto. —Y en todo caso, Catalina, es algo que debemos resolver ella y
yo.
—¿Qué pasa con Minerva? —Pregunta la española, sin dar el brazo a
torcer. —Veo que se llevan bastante bien.
—No metas a Minerva en esto —advierte Pierce.
—No te he visto tratar así a nadie —insiste su amiga—, a nadie que no
sea Ally.
«Por la chucha, que la cosa se puso picante»
Intento asomarme un poco más, pero es que Pierce ha dicho algo, algo
que creo fue que deje el tema de una vez cuando de repente...
—Escuchar conversaciones ajenas es de mala educación.
—¡Por las bolas de la golondrina! —Grito.
Si, leíste bien, grito.
La sonrisa de Yoshio solo es maliciosa, antes de que un minuto después,
Pierce aparezca de repente.
—Minerva, ¿estás bien?
—Ella lo está —responde Yoshio por mi. —Solo que salió del baño y la
sorprendí —murmura y ahora sus ojos negros están clavados en los míos.
—Entonces, ¿mañana a las tres?
—¿Disculpa? —Pregunto, confundida.
Pierce alterna la mirada entre los dos, sin embargo no dice nada.
—Ella acepto pasear mañana conmigo por la ciudad, no te molesta,
¿cierto? —Dice en dirección a Pierce.
Este ultimo me mira fijamente, como si esperara a que yo diga algo y
cuando no lo hago, responde: —Ella puede hacer lo que quiera, Yoshio, no
soy su dueño.
Y después se vuelve a sentar en la mesa, mirando algo en su teléfono.
La sonrisa que me larga éste solo implica cosas malas y sucias y...
—Estas loco —digo en su dirección.
Él solo se ríe, antes de susurrar en mi oído: —¿Sabes que sé? —Y sin
esperar respuesta, murmura:—Que se muere de celos.
Y luego él también se sienta en la mesa, seguido por mi.
Pierce ya no habla como antes, su brazo ya no está alrededor de mis
hombros, no por detrás de la silla.
Ya no me sonríe, ni bromea conmigo, pero ¿saben qué? No me importa,
ya nada que tenga que ver con él puede afectarme, aprendí la lección hace
un tiempo.
—Lo siento por ustedes —murmura Yoshio en nuestra dirección—, pero
esta noche me apetece follar sin parar y por sus caras veo que ya se van a
dormir.
La insinuación e invitación están ahí, pero por suerte nadie se percata de
ello.
—Eres asqueroso —se queja Catalina.
—No sabes cuánto —responde él con un guiño, antes de caminar a su
auto.
Nuestro taxi llega relativamente rápido y luego de despedirnos de los
amigos de Pierce, hacemos nuestro regreso al departamento en silencio.
Suspiro, apoyando mi cabeza en el respaldo del asiento cuando siento a
Pierce acercarse un poco más a mi costado.
—¿Lo has pasado bien?
—Si —respondo, mirándolo y sonriéndole un poquito.
Él me devuelve la sonrisa.
—Eric y Catalina son geniales —me atrevo a decir.
—Son buenos amigos —murmura él, observando como bostezo. —No
puedo creer que tengas sueño luego de la cantidad de horas que dormiste.
—Es que soy una niña en constante crecimiento —murmuro, mis ojos
medio cerrados.
—Ven aquí —dice él y sorprendiéndome, como por quinta vez esta
noche, envuelve su brazo a mi alrededor y me acerca a su costado. —
Duerme, te despierto cuando lleguemos —agrega.
La verdad es que su calor es bienvenido, debido a que el taxista decidió
que viajaríamos con las ventanillas un poco abiertas a pesar del frio.
No van a creerme, pero si medio dormito en el viaje de regreso y cuando
quiero darme cuenta, estamos entrando al departamento.
En silencio, si, pero no un silencio incómodo como el de hace un rato,
sino más bien tranquilo.
—Buenas noches —murmuro en dirección a Pierce.
—Descansa douce —responde él con una pequeña sonrisa en los labios.
*
Suspiro una vez que llego a mi cama e intento dormir.
No puedo dormir.
No voy a poder hacerlo por un rato, ¿ven por qué no hay que dormir la
siesta?
Demonios.
Vuelvo a retorcerme en la cama, incómoda.
Quito las mantas.
Vuelvo a ponerlas porque hace un frío que pela.
Me sacudo nuevamente.
Bufo.
Bufo un poco más fuerte a ver si alguien me escucha.
Si, es alguien es Pierce...
Bufo otra vez: nada.
¿Se habrá dormido?
¿Estará haciendo lo otro...?
¿Por qué demonios no silbó?
Ganas de orinar, vengan a mí que necesito saber.
Por que sí, sé que lo de silbar en realidad había sido medio en broma, es
solo que..., voy a confesarles algo: sí me levante a ver.
Primero me asome, silenciosa como una ninja, no queriendo que me
descubra, luego..., luego salí a hurtadillas de la habitación y miré, miré
esperando encontrarme a Pierce sacudiéndose la banana mientras se
masturbaba.
Pierce dormía plácidamente, con la boca medio entreabierta, ajeno a que
yo estaba espiándolo cual acosadora.
Pero es que a mí en verdad me picaba.
Me seguía picando.
Ahora me picaba..., y después de todas las caricias distraídas de esta
noche, sentía unas ganas casi incontrolables de llevarlas a su fin, de que me
toque, de que me agarre y...
Esto tienen que ser las hormonas, no hay de otra.
Tomo aire y cierro los ojos y les juro que no soy yo en este momento,
cuando me levanto y me asomo, sorprendiéndome de encontrarlo despierto,
tecleando algo en su portátil.
Pierce clava su mirada confundida en la mía cuando me aparezco en el
comedor: —Creí que estabas durmiendo —es todo lo que dice, volviendo a
lo suyo.
¿Así sin más? ¿Nada de mirarme las piernas desnudas? ¿Cubiertas
solamente por una remera que me queda por arriba de las rodillas?
—Es que dormí mucho por la tarde —murmuro, yendo a la nevera. —No
puedo dormir —agrego. —Es por eso que no hay que dormir por la tarde,
arruinan tu psiquis.
Mis ojos se clavan en Pierce al ver que no responde, pero él sigue
demasiado concentrado en su computador.
Refunfuño por lo bajo, clavando mis ojos en la nevera nuevamente.
Necesito chocolate, eso calmará el incendio que siento en el vientre, estas
irremediables ganas de...
—No hay chocolate —medio llorisqueo.
—Te lo comiste todo anoche —murmura Pierce, que parece que si me
estaba prestando un poco de su atención. —Dijiste que te ayudaría con algo,
aunque no especificaste a qué —termina, con un encogimiento de hombros.
—Ah, si —murmuro, recordando.
¿Pero saben lo que es estar ebria y que te pique? Eso sí que no lleva a
nada bueno.
Camino decepcionada a la habitación, para nada más entrar, volver a
salir, de vuelta a la nevera.
—Es que quería agua —murmuro, cuando Pierce me mira extrañado.
Vuelvo a caminar a la habitación.
Llego, me siento en la cama.
Me sigue picando.
Una ducha, una ducha ayudara...
Y pensar en la ducha me lleva a recordar la vez que Pierce se coló en la
mía y que me follo, sin importarle que Isabella estuviera del otro lado...
Antes de siquiera pensarlo, mi mano se encuentra dentro de mis bragas,
tocando mi clítoris, al principio lentamente y luego tomando velocidad,
queriendo llegar, estando tan cerca, tan cerca, tan...
No puedo.
Me detengo, con la respiración hecha un desastre y una fina capa de
sudor en mi frente.
Demonios, la frustración, joder, la frustración no hace bien.
Respiro hondo, intentado serenarme, intentando por todos los medio no
pensar con el chocho, pero...
Ya me encuentro de pie, caminando nuevamente al living, parándome
frente a Pierce, que me mira unos cuantos segundos sorprendido.
Pierce lleva unos lentes para leer que no le había visto nunca y le quedan
malditamente geniales.
La camiseta de algodón fino de color gris claro marca los músculos de
sus brazos, mientras que el pantalón pijama suelto deja ver por debajo de la
mesa ratona de cristal sus pies descalzos. —¿Todo bien? —Pregunta. —¿Te
sucede algo?
—Sí —respondo, demasiado rápido y con la voz un poco chillona—,
yo..., me preguntaba si...
Pierce se quita lentamente los lentes para apoyarlos sobre la mesa,
mientras me observa curioso, esperando que hable, pero a mí, bueno, que se
me acalambró la lengua.
—¿Qué tienes? —Pregunta con calma. —Dime.
—Yo creo que..., creo...
Hago mis manos en puño, cerrando los ojos con fuerza y sintiéndome una
estúpida.
Que a ver, ¿qué pretendía viniendo aquí? ¿Llegar y decirle: «oye Pierce,
me ayudas con la picazón»?
Por todos los cielos, no.
—Nada, que tengas buenas noches —murmuro, comenzando a avanzar
en dirección a la habitación.
De todas maneras no termino de alejarme, cuando la mano de Pierce se
cierra en torno a mi muñeca, deteniéndome.
Cierro los ojos con fuerza, pero es que ese simple contacto me
cachondeó.
Mierda, ¿qué demonios me pasa?
—¿Qué sucede douce?
Respiro hondo y clavo mi mirada en la suya, tragando saliva con
dificultad.
—Es que yo...
—¿Qué tienes? —Me anima a hablar, dándome un ligero jaloncito para
que termine de acercarme, sin soltar mi mano.
Pero..., no puedo soltarle así en la cara que estoy cachonda, ¿verdad? no
quedaría muy bien que digamos.
«Ya estás haciendo el ridículo» me dice mi subconsciente.
Pues es verdad.
—Me preguntaba si tu... —susurro, sin dejar de mirarlo, clavando mis
ojos unos cuantos segundos en sus labios carnosos, antes de volver a
subirlos de manera apresurada.
Pierce entrecierra su mirada, todavía con mi muñeca encerrada en su
mano, antes de recorrerme esta vez sí con la mirada, lentamente.
Tan, tan lentamente.
—¿Hay algo en lo que pueda serte útil? —Pregunta.
Y esas palabras sonaron tan sugerentes, quisieron serlo, demonios, pero
así y todo...
—Puede... —susurro en respuesta.
—Dime para qué soy bueno —susurra esta vez él, con esa sonrisa
calienta chochos que me saca de quicio.
—Estoy teniendo problemas para conciliar el sueño —respondo y me
adelanto medio paso cuando me da un pequeño tironcito hacia él, supongo
que imaginando donde voy con todo esto.
—¿Acaso quieres que te cuente una nana para dormir? —Se burla.
—Supongo que una nana estaría bien —digo y medio jadeo cuando
vuelve a tirar de mi, esta vez dejándome entre sus piernas abiertas.
Los ojos de Pierce me miran con una intensidad que me hace medio
retorcerme, de todas maneras no digo nada, sino que lo dejo observarme
como quiere.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Minerva? —Murmura en voz baja y con
su mano libre pasea su dedo por la piel expuesta de mi pierna. La piel se me
pone de gallina y tengo que cerrar los ojos por la intensidad de lo que está
sucediendo. —Dime —exige.
—Yo solo quiero pasar un buen rato —respondo con sinceridad. —Sin
compromiso, sin complicaciones, solo..., disfrutar.
Pierce asiente, dándome un último tirón hasta que mi rodilla está entre
sus piernas, muy cerca de...
No mires.
No mires.
No mires.
No mires.
Ya valí, miro.
Subo de inmediato la mirada, pero solo les diré que su amigo está
contento por la propuesta.
—¿Estás segura? —Pregunta, su mano soltando mi muñeca para
envolver su brazo en mi cintura. —¿Estás segura de que quieres hacer esto
conmigo? —Pregunta y a mí medio las ideas se me difuminan, porque de
repente tenerlo tan cerca, con su perfume envolviéndome, con su calor que
me golpea.
—Yo... —digo, pero que ahora me quede prendada de sus ojos, su mirada
azulada cargada de deseo—, no quiero complicaciones —repito—, hacemos
esto, pero las cosas no se ponen raras entre nosotros —aclaro—, hacemos
esto pero quiero que todo siga siendo así, que sigamos siendo amigos —
murmuro al final.
Pierce se queda pensativo unos cuantos segundos, es por eso que me
apresuro a decir: —No tienes que hacerlo si no estás seguro —digo
apresuradamente—, si no te sientes cómodo, yo..., joder.
Intento ponerme de pie, sin embargo su agarre férreo no me lo permite.
—¿No vas a sentirte culpable después? —Pregunta y yo frunzo el ceño
con confusión. —¿No me esquivarás la mirada porque luego de terminar
con esto, te vas a arrepentir?
Trago saliva con dificultad, pensando.
No, no creo que vaya a arrepentirme, tengo ganas de esto, tengo ganas
de...
—¿Te sientes mal por él? —Pregunto cuando la idea se me viene a la
cabeza.
No hace falta que diga su nombre, ambos sabemos que me refiero a
Dean.
—No cuando de ti se trata —responde, encogiéndose de hombros—, ¿y
tú?
—Él hizo su elección —respondo con amargura.
Pierce asiente y luego cierra los ojos por un momento, respira hondo y:
—Ponte de pie.
Lo miro confundida, sin entender muy bien a que se refiere.
—De pie, Minerva —repite y yo le hago caso, un poco confundida. —
Quítate la ropa —susurra de repente.
Abro la boca, para decir que, no se, sin embargo hago lo que me dice, me
pongo de pie pero no comienzo a quitarme la ropa.
Pierce se muerde los labios, como si estuviera luchando con todo lo que
tiene para contenerse.
Me pregunto si en realidad esta a nada de saltar sobre mi y arrancarme la
ropa de un tirón.
Medio se remueve incómodo en el sillón, impaciente y es por eso que
decido jugar un poco con él.
Sin quitarle los ojos de encima, comienzo a subir lentamente mi camiseta
y teniendo en cuenta que no llevo más que las bragas debajo.
Medio con mis uñas me acaricio la piel de mis muslos, subiéndola
lentamente, tan lentamente...
Las manos de Pierce se cierran en dos puños, mientras entrecierra su
mirada en mi dirección.
—Estas torturándome y lo sabes —se queja.
Medio se incorpora, sin embargo niego con una sonrisa, deteniéndolo,
antes de un tirón sacar la remera y quedarme con los pechos al aire.
—Por todos los cielos —dice él, cerrando los ojos y apoyando la cabeza
en el respaldo del sillón.
Sin embargo son solo dos segundos los que tarda en volver a abrir los
ojos y clavar su mirada en mis manos, donde los pulgares se han
enganchado en los costados, comenzando a bajar lentamente las bragas.
—Joder, sí —dice, acomodándose con una mano las entrepierna de
seguro dolorida.
Una vez que estoy al completo desnuda, siento los pezones duros debido
al frio y sé que él se da cuenta, porque medio se incorpora y encierra una
mano caliente en mi cintura.
Con uno de sus pies —que coloca entre mis piernas—, medio empuja mi
talón, obligándome a abrirlas más y sin quitar la mano que me mantiene
inmóvil, su dedo índice se pasea por entre mis labios, encontrando allí un
desastre húmedo.
Sus ojos están concentrados en lo que hace, completamente absorto,
sintiendo como mi centro presiona su dedo cuando lo hunde por completo
dentro mío.
Cierra sus ojos unos cuantos segundos, antes de empujarme cerca de él,
apoyando su frente en mi vientre y respirando hondo.
Mis manos se sostienen de sus hombros anchos, mientras sus labios
hacen contacto con mi piel, dejando un cálido beso allí.
—Necesito un segundo —murmura, sin mirarme.
Me rio, no puedo evitarlo.
—¿Dónde está el semental que solías ser?
Sus dedos pellizcan mi costado, haciéndome saltar en mi lugar, antes de
que sus brazos se encierren alrededor de mi cintura y me obliguen a
subirme a horcajadas suyo, sintiendo la prominente erección que acaricia mi
centro, haciéndome gemir.
Nuestras mejillas se rozan, mientras los dos nos tomamos unos cuantos
segundos para recuperarnos de la cercanía que estamos compartiendo
después de tantos meses.
Lo siento aspirar profundamente y yo por mi parte hago lo mismo,
sintiendo su perfume, el calor de su cuerpo.
Medio me incorporo sobre mis piernas cuando él comienza a tironear de
su pantalón para bajarlo, solo lo suficiente para que su polla quede fuera y
una vez que lo hace, sus manos me toman por las caderas, acariciando mi
piel, calentándola.
Cerramos al mismo tiempo los ojos, como si las sensaciones que nos
recorren fueran demasiadas.
Demasiado intensas.
Demasiado anhelo por volver a sentirnos nuevamente.
Mi frente se apoya en la de él, quedándonos unos cuantos segundos en
aquella posición, antes de que sus manos ladeen un poco mi cuerpo hacia
atrás, creando una fricción deliciosa.
El gemido se nos escapa a los dos al mismo tiempo y me obligo a abrir
los ojos, solo para encontrar los suyos de ese color azul oscuro, sus pupilas
dilatadas por el deseo que lo recorre, sus labios entreabiertos, invitándome a
besarlo.
Y estoy por hacerlo en el momento exacto que su glande medio se mete
dentro, abriéndome, siendo ayudado por la humedad.
Mis ojos se abren grandes, debido a la impresión de sentirlo, de su calor,
de la manera exquisita en la que me esta abriendo.
—Pierce... —no reconozco mi propia voz cuando sale, cargada de deseo
y placer y también de algo más oscuro.
—Déjame... —se queja presionando sus manos en mis caderas, evitando
que me empale en él con un solo movimiento, tiene la respiración hecha un
desastre, aunque todavía siquiera hayamos empezado con la diversión. —
Déjame coger un condón —murmura.
Demonios, si, el condón.
Asiento, mientras lentamente lo dejo guiarme hacia arriba, de todas
formas, un mal movimientos de mis piernas y lo tengo más adentro.
—Douce —susurra, pidiéndome con la mirada que por favor me detenga.
Pidiéndome con la mirada que por favor siga adelante.
Y lo quiero, decido en ese momento que lo quiero ahora mismo y no me
importan las consecuencias de mis actos.
Le sonrió y él niega con la cabeza, de todas maneras no hace movimiento
algún para detenerme, para que no comience a follarmelo a pelo.
Abro la boca para besarlo y al mismo tiempo enterrarme en él cuando de
repente:

«Coño apretado»
«Coño limpio»
«Coño fresco»
«Coño lindo»
«Coño lleno de carne»

Mis ojos se abren.


No puede ser.
No puede ser.
No puede ser.

«Cuando nace un bebé es un milagro»


«Mi coño está siendo bendecido»

Tengo la camiseta de dormir pegada a mi cuerpo debido a la


transpiración.
No me jodas.
No me digas que fue un sueño.

«Pon las manos en mis rodillas»


«Cuando él lo embiste, mi coño queda húmedo como un tsunami»

Apago la maldita canción que tengo puesta como alarma, mientras cierro
los ojos con fuerza, sintiendo un bochorno tremendo recorrerme el orgullo.
Así como también una humedad en mis bragas y las intensas ganas de
follar.
No puedo creer que estuve a punto de follarme a Pierce en sueños.
Joder.
Demonios.
Dos golpes se escuchan en mi puerta y me tensiono por completo.
—¿Estas despierta? —Se escucha la voz de Pierce.
Me las arreglo para murmurar un escueto «Si»
—¿Estas desnuda? ¿Puedo pasar?
Cierro los ojos, su voz, joder, su voz hace unos cuantos minutos estaba
susurrando mi nombre de manera jadeante.
—Pasa —digo, cuando siento que me he quedado demasiado tiempo en
silencio.
Pierce abre la puerta y..., joder, me entierro aún más debajo de las
mantas. Tiene todavía puesto su pijama, pero parece que lleva un tiempo
despierto, aunque todavía tiene los ojos un poco hinchados.
—Buen día —murmura, antes de llevarse la taza de café a los labios.
—Buen día —respondo, solo con los ojos fuera de la manta, pero es que
siento un sonrojo eterno en las mejillas y tengo el presentimiento de que si
se percata, va a darse cuenta de las cochinadas que estaba soñando.
—¿Cómo dormiste? —Pregunta y tiene en el rostro una sonrisa secreta,
como si conociera todos y cada uno de mis pensamientos.
—Bien —me obligo a decir, pero es que casi no puedo sostenerle la
mirada. —¿Tú?
Él no responde, solo me mira, recorre mi cuerpo tapado por las mantas
antes de volver a mirarme a los ojos.
—Levántate, hice café —es todo lo que dice, a lo que simplemente
asiento, sin embargo cuando se gira para irse, se detiene, y por sobre su
hombro, murmura: —Así que..., ¿coño apretado, coño limpio, coño fresco?
Esta vez no respondo, sino que me termino de tapar con las mantas,
escuchando como la puerta se cierra detrás de él, junto con el sonido de sus
carcajadas.

***
BUENAS BUENAS
MEJOR TARDE QUE NUNCA, ¿NO?
¿QUÉ LES PARECIÓ EL CAPÍTULO BEBIS?
NO SE OLVIDEN POR FIS DE VOTAR ¿SI?
TARDE EN ACTUALIZAR PORQUE, SI BIEN NO TUVE UN
BLOQUEO, SI ME COSTÓ UN POCO ACOMODAR LAS IDEAS
DEL CAPÍTULO Y DE LO QUE SE VIENE.
COMO YA SABEN, PECADO CON SABOR A CARAMELO
SERÁ DIVIDIDO EN DOS PARTES (LA SEGUNDA PARTE
"PECADO CON SABOR A TI") LA IDEA ES TAL VEZ EN UN
FUTURO SUPER SUPER LEJANO, DEJAR LA HISTORIA
DIVIDIDA EN 3 (OSEA TRES LIBROS) PERO YA SABEN, MUCHO
TRABAJO, #PEREZA.
POR AHÍ ES INSEGURIDAD MIA, PERO NO QUIERO QUE
SIENTAN QUE LA HISTORIA SE VUELVE EXTENSA O SIN
SENTIDO, SINO QUE TOMEN TODO LO QUE VA PASANDO,
COMO PARTE DE LA HISTORIA DE LA TRAMA (LO DIVIDI EN
DOS PARA QUE NO SE HAGA TAN CUESTA ARRIBA)
SE VIENEN COSAS BUENAS, DEMASIADO BUENAS, PERO NO
QUIERO DAR SPOILER
JE
CAPITULO DEDICADO A JOH Y MAFE QUE FUE SU CUMPLE
Y YO BIEN PERRA ME OLVIDE
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RECOMIENDEN LA HISTORIA
LXS AMO MUCHO
GRACIAS POR SU APOYO Y SU AMOR Y TODO ESO QUE
HACEN QUE ME HACE FELIZ
CON AMOR
SIEMPRE CON AMOR
DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA

HAY ALGO QUE QUIERO MOSTRARTE

Me levanto cachonda, así como también sintiendo un bochorno


tremendo, aunque a decir verdad, no pueden culparme, es decir, no controlo
mis malditos sueños.
Decido que por el bien de mi salud mental, antes de enfrentarme a Pierce,
me daré una ducha, más bien tirando a fría, porque sinceramente siento el
cuerpo prendido fuego.
Una vez que salgo me doy cuenta que no estoy lista para enfrentarlo,
pero me digo que no puede ser grave, por más que aún sienta el fantasma de
sus dedos tocándome tan expertamente.
Maldito sueño vivido.
Cuando llego a la cocina y levanto la mirada, Pierce me esta observando.
La aparto de inmediato, mientras siento las mejillas encendidas.
Veo por el rabillo del ojo la confusión de Pierce, sin embargo no hace
ningún comentario al respecto.
Tengo que lamentablemente acercarme a su costado para servirme el café
recién hecho y soy demasiado consciente de su brazo rozando mi hombro
por el reducido espacio.
Veo que me observa por el rabillo del ojo, mientras da vuelta las tortitas
que se cuecen en la hornalla.
Suspiro cuando tomo asiento del otro lado de la barra y siseo cuando
quiero tomar el café y me quemo.
—¿Cómo dormiste? —Pregunta de repente.
Vuelvo a sisear cuando hago un movimiento brusco y se me cae café en
la mano.
—¿Estas bien? —Dice, apresurándose a mi lado.
—Si, si —respondo, quitando la mano cuando quiere tomarla. —Es solo
que aún sigo dormida —agrego, sin mirarlo.
Joder, siento que me arden las mejillas y que tendré un sonrojo eterno.
—Hice tortitas para comer —murmura, tendiéndome un plato.
Le agradezco por lo bajo, pero sin mirarlo. Pierce toma asiento frente
mío, mientras que me tensiono cuando siento sus piernas rozar las mías, que
la barra es alta y sin el divisorio. Acerco mis piernas lo que más puedo a mi,
sintiendo que cualquier roce suyo simplemente me prende fuego el chocho.
Estar así de cachonda no es normal en mi, no sé qué demonios me pasa.
—Luces un poco tensa esta mañana —murmura con aire desinteresado.
—Es que he tenido unos sueños de lo más raros —respondo casi sin
pensar.
Pierce entrecierra la mirada en mi dirección y pregunta lentamente: —
¿Qué clase de sueños?
—Las tortitas están excelentes —murmuro yo, intentando cambiar de
tema.
—Lo sé —responde él y gracias a todos los dioses no pregunta más,
aunque tiene una sonrisa pequeña en los labios.
Terminamos el desayuno en silencio y me percato de la hora que es, en
un rato pasara Yoshio a buscarme y tengo que estar mínimamente
presentable.
Esquivo a Pierce antes de siquiera poder rozarlo y él me detiene
suavemente, tomándome del brazo.
—¿Qué? —Pregunto y no sé porqué estoy tan nerviosa.
Fue un puto sueño, por todos los cielos.
—¿Qué te sucede? —Pregunta con calma y me atrevo a decir que luce un
poco acojonado. —¿Paso algo ayer que te molestara?
No dice el conmigo, pero está ahí, flotando en el aire.
—No, no es eso —murmuro, agachando la mirada.
—¿Entonces? —Pregunta y con su dedo índice levanta mi mentón para
que le mire.
Ese mismo índice que estuvo dentro mío.
En sueños.
Si, en sueños, pero dentro mío en fin.
Me aparto de su agarre, sin dejar de lucir nerviosa, carraspeando.
—Lavare los platos e iré a prepararme —murmuro.
—¿Para que?
—En un rato pasa Yoshio por mí —es todo lo que digo.
—Ah... —murmura por lo bajo y cuando lo observo se da vuelta, no
dejándome ver su reacción.
Ninguno de los dos dice nada luego de eso y luego de lavar todos los
trastos, me preparo para encontrarme con Yoshio.
Pierce está tecleando algo en su computadora y cuando carraspeo porque
estoy por irme, clava sus ojos en los míos, para después recorrerme
lentamente con la mirada.
—Estas preciosa —murmura, más para sí mismo que para mi.
Sonrió en respuesta antes de tomar el bolso y caminar en dirección a la
salida.
—Nos vemos en un rato —respondo.
—Llámame si necesitas algo —dice de repente, poniéndose de pie.
—Dudo que vaya a necesitarte —bromeo.
—Bueno, ya sabes, por si Yoshio agota toda tu paciencia —dice,
acercándose unos pasos.
—Mi paciencia suele ser infinita —respondo. —Y en todo caso, no
necesito un príncipe azul que venga por mi Pierce, aprendí a rescatarme a
mi misma —y luego cierro la puerta, guiñándole un ojo.
—¡Me encanta que me veas como un príncipe azul! —Grita desde el otro
lado.
La sonrisa en mi rostro me acompaña incluso pasado un largo rato.
• ──── ✾ ──── •
A decir verdad no esperaba que Yoshio me llevara a recorrer la ciudad,
sino que una retorcida parte mía creyó que me llevaría a un bar, que
intentaría embriagarme y convencerme de que fuéramos a algún antro de
perdición a follar.

Nada más lejos de la realidad.

—Llegamos —murmura y yo miro a mi alrededor sorprendida.

El viaje en auto lo hicimos relativamente en silencio, no uno incómodo,


sino que simplemente ninguno de los dos tenía nada que decir.

Y yo no podía quitarme el puto sueño de la cabeza.

Dejamos el coche cerca del centro, o lo que al menos consideraba que era
cercano al Casco Antiguo de toda ciudad Europea que se preciara. En pocos
minutos estábamos recorriendo las calles medievales del centro de Madrid,
donde se encontraban los principales monumentos de la Edad Media y
Moderna: una auténtica maravilla visual para cualquier chica que no haya
salido mucho más allá de los rascacielos de Nueva York o las montañas de
Denver.

Yoshio caminaba a mi lado, luciendo casi tan interesado como yo, a pesar
de que llevaba tiempo en la ciudad.

—Has venido alguna vez, ¿verdad?

Él me sonrió pícaro, esa sonrisa que en realidad siempre parecía tener en el


rostro.

—¿Te digo la verdad o te miento?

—La verdad, siempre la verdad.

—La verdad es que nunca me había tomado la molestia de recorrer Madrid


con una hermosa mujer.

—¿Y solo? —inquiero, ignorando el cumplido.

—Tampoco —dice él, riendo al escuchar mi pregunta evasiva—. Sí,


conozco Madrid, puedo moverme con facilidad, pero no me he tomado el
tiempo para recorrerla nunca.

—¿Y por qué ahora?

—Cuantas preguntas, Minerva —murmuro—. Espero que estés dispuesta a


responder las mías también.

Cierro la boca y sigo caminando. Nos dirigimos a la Plaza de la Villa, una


de las más antiguas de la ciudad y hogar de un palacio del siglo XV antes
de pasar por la hermosa Casa de la Villa, que antes era el antiguo
ayuntamiento de Madrid.

Luego, navegamos hasta Armory Square, donde tuvimos la oportunidad de


admirar dos de los monumentos más importantes de Madrid: la Catedral de
la Almudena y su renacimiento gótico y el Palacio Real con su
impresionante fachada. Disfrutamos en silencio de la gran Plaza de Oriente
mientras nos dirigíamos hacia los Jardines de Sabatini y el Teatro Real.

Madrid era un lugar magnífico y espléndido con muchos guiños culturales y


una arquitectura que mis ojos jamás habían podido contemplar. Europa
parecía estar hecha de otra clase de pasta, una enriquecida por varios siglos
de cultura y movimientos artísticos.

Continuamos por la Calle Arenal, una animada calle comercial en la que no


podías evitar quedarte anonadada mirando escaparates y no desear entrar
para comprar cualquier tontería, hasta que finalmente llegamos a la Puerta
del Sol, el verdadero corazón de Madrid.

De vuelta al punto de encuentro y pasamos por el histórico mercado de San


Miguel para tomar un chocolate caliente y churros en la panadería San
Onofre.
Mi parte favorita, para que mentir: la comida española era de otro mundo.

Si tengo que ser sincera, recorrer la ciudad con Yoshio termina siendo
divertido, él es un hombre que puede hacerte reír casi sin esforzarse: hace
bromas y escucha todas mis preguntas. Se interesa por mi vida y responde
cuando le pregunto por la suya. Me cuenta de sus viajes, de cómo llegó a
amar la cocina y como es la vergüenza de su familia por ello —teniendo en
cuenta que todos son importantes comerciantes de tecnología en Japón —,
aunque si tengo que ser sincera, no parece siquiera importarle, a veces
pareciera que en realidad nada es de su entera importancia, como que todo
le da lo mismo, aunque eso sí, es casi tan cotilla como yo.
—Entonces... —murmura de repente Yoshio—, ¿tu y Pierce?
Me tomo mi tiempo para responder, saboreando el chocolate caliente con
el crocante churro que estoy degustando.
—Asique..., ¿tu y Catalina? —Es todo lo que digo en respuesta.
—Lo bastante justo —responde con una sonrisa que hace que se le
marquen dos hoyuelos en sus mejillas. —¿Entonces? —Insiste.
—Eres bastante chismoso, ¿sabias? —Él en respuesta simplemente se
encoge de hombros, sin lucir ni mínimamente ofendido. —Tuvimos algo,
hace un tiempo.
—Dame más —murmura él y ahora sus codos están sobre la pequeña
mesa, mirándome con interés. —Sé que tuvieron algo...
—Y yo me pregunto cómo es que lo sabes —me quejo de manera
acusadora, pero por supuesto, a él le vale. Suspiro, mirando hacia la avenida
transitada y el cielo despejado a pesar del frío. —No tuvimos nada serio —
termino diciendo.
Yoshio asiente, sé que espera a que diga más, de todas maneras no
presiona.
—Pero... —agrego y él vuelve a mirarme—, si había algo más, por más
que ninguno de los dos quisiera reconocerlo.
—¿Ninguno de los dos o solo él? —Pregunta con malicia.
—Creo que ninguno de los dos estaba preparado para que las cosas
siguieran su curso —digo, sincerándome con él y también conmigo misma
—, él se asustó, pero yo también estaba asustada, tengo ese defecto, a veces
pareciera que siento mucho, todo muy intenso, todo muy rápido —suelto y
creo que nunca había sido tan sincera con nadie como lo estoy siendo con
él.
Yoshio asiente, como si comprendiera, de todas maneras no hace
comentarios al respecto.
—¿Qué pasó después? —Es todo lo que pregunta.
—Me enamore de su mejor amigo —suelto sin tapujos.
Ahora si que me mira con atención.
—¿Cuál de los dos? —Pregunta, con nuevo interés. —¿El eterno joven o
el eterno maduro?
Suelto una risotada al escucharlo describir a Xander y Dean.
—El eterno maduro —respondo con una sonrisa pequeña.
—Tan típico —dice, negando con la cabeza. —¿Y que paso?
Ruedo los ojos, porque mi historial amoroso es una mierda.
—No funciono —suspiro cuando Yoshio clava los ojos en mi, esperando
más detalles. —Lo dejamos, ¿si?
—¿Por qué? No me imagino a Pierce enojándose por ello.
—Es que a Pierce siquiera le importo —respondo demasiado rápido.
—No digas eso —responde Yoshio, pero para nada juzga, sino que
simplemente me da otra versión de los hechos. —Mira, conozco a Pierce
hace un tiempo y no, no somos los mejores amigos, pero conozco cómo
funciona.
—¿Y como es eso?
—Es de esos que siempre quiere ver bien a los que quiere, que deja de
lado su propia felicidad para que el resto esté bien, a veces no lo parece,
pero no es la persona fría que piensa todo el mundo que es.
—Yo no creo que Pierce sea frío.
—¿Por qué terminaste las cosas con Ross?
—Por qué no podemos estar juntos.
—¿No pueden o no quieren?
—No podemos —respondo, un poco agitada por la conversación que
estamos teniendo. —En su momento fue difícil de aceptar —digo, en un
vago intento de defender a Dean—, pero entiendo la razón por la que lo
hizo, entiendo el porque alejarse de mi.
—A veces esa es la única solución —murmura Yoshio con comprensión.
En respuesta simplemente asiento, antes de preguntar: —¿Tu y Catalina?
Él vuelve con esa sonrisa que muestra todos sus dientes, arrugando de
por sí sus ojos achinados, haciéndolo lucir encantador.
Y es que no voy a mentirles, él en verdad es un muy lindo y exótico
espécimen del sexo masculino, pero por sobre todas las cosas, porque tiene
como un aura prohibida que lo envuelve alrededor.
—Sufro de desapego emocional, Minerva —murmura de repente.
Frunzo un poco el ceño, porque a decir verdad no se muy bien qué
significa eso y Yoshio al ver mi confusión, se explica: —No tengo la
capacidad de generar sentimientos por las personas y podría decirte todos y
cada uno de los motivos de ello, pero sería una charla sumamente aburrida
y de la cual no tengo ganas de hablar.
Boqueo como un pez fuera del agua, porque no se muy bien qué decir.
—Había cierto algo entre ustedes anoche —es todo lo que puedo largar.
—Si, eso es verdad —responde él—, pero Catalina es una persona que
necesita constante afecto y yo soy alguien incapaz de darlo, entonces eso
complicaba las cosas —explica con calma. —Si, hay mucha tensión entre
nosotros, así como también hay una atracción indudable, pero ambos
sabíamos en su momento que si nos dejábamos llevar, uno de los dos iba a
terminar destruido y esa persona no iba a ser precisamente yo, porque si
tengo que ser sincero contigo, no entiendo los sentimientos, sencillamente
no me importan.
—Eso es demasiado frío.
—¿Lo es? —Pregunta él, pero no de mala manera, sino intentando
hacerme entender su punto. —Sufro de desapego emocional —repite—, y
digo sufrir, como para que puedas entenderlo, pero para mi no es una
dolencia, simplemente es un estado, una condición y estoy bien con ello. No
creo que sea frío lo que hice, sino que fue por Catalina la primer persona
que me preocupó lo suficiente como para no actuar sin que me importe, si
quieres llamarlo de alguna manera, fue la primera persona que me importo
lo suficiente como para no querer lastimarla y eso es algo que ella nunca me
perdonó.
—Has de tener una vida demasiado solitaria —es todo lo que puedo
decir.
—No estoy mal con mi vida, ni tampoco me siento solo —responde con
simpleza.
—Pero... —me quejo nuevamente—, el amor es increíble, los
sentimientos, las acciones que nos llevan a cometer, la pasión, ¿cómo
puedes vivir sin todo eso?
Él me sonríe, sin dejar de mirarme fijamente y con una intensidad que me
hace remover incómoda.
—¿No es algo curioso? —Pregunta de repente. —Y aquí estamos, una
persona que tiene desapego emocional y una que se queja de que siente
demasiado, demasiado rápido.
Ruedo los ojos, pero no puedo evitar reír a su ocurrencia acertada.
—Menudo par —murmuro y luego suelto algo que viene dando vueltas
por mi cabeza. —¿Por qué yo?
—¿Por qué tu qué? —Pregunta.
—¿Por qué me invitaste a salir? ¿Por qué tu repentino interés por mi?
—El primero de mis motivos es porque de más está decir que te
considero atractiva —dice y a mi se me colorean un poco las mejillas—, el
segundo es porque fastidiar a Pierce es algo que me resulta por demás
entretenido, sin contar que siempre se termina quedando con las mujeres
que me resultan interesantes.
—¿Te resulto interesante? —Pregunto con retintín.
—Si lo haces —dice él, sin una pizca de vergüenza y yo me arrepiento de
mi pregunta. —Desde la primera vez que te vi supe que eras una persona
intensa —y al ver mi mueca, ríe y agrega—, no intensa de la manera que
estas pensando, sino intensa con sus sentimientos, a veces eres como un
libro abierto, todo los sentimientos que te recorren se reflejan en esa bonita
cara tuya.
—Eres alguien muy observador —murmuro por lo bajo.
—Lo soy —está de acuerdo él.
Luego de eso nos quedamos en silencio y después de pagar por la
comida, comenzamos el regreso al lugar donde dejamos el auto estacionado
para que me lleve de regreso al departamento.
—¿Qué pasa con Pierce ahora? —Pregunta de repente.
Pienso en que responder, a decir verdad serle sincera a Yoshio es como
que me sale natural, será que es porque no lo conozco y sé que no va a
juzgarme ni mucho menos.
—Lo único que sé es que no quiero volver a pasar por lo que pasamos
antes, ni mucho menos repetir el pasado.
—¿Y porqué habrías de hacerlo?
—La tensión sigue ahí, ¿vale? No soy estúpida, el coqueteo, las ganas,
todo se palpa en el ambiente, es solo que no quiero estropear las cosas.
Yoshio se queda pensativo unos instantes, antes de responder.
—Creo que Pierce es una persona bastante sencilla y tu bastante
complicada.
—¡Hey! —me quejo, golpeando su hombro.
—¿Sabes que creo? Que deberías soltarte un poco.
—No es tan fácil.
—Si lo es —me contradice rápidamente—, solo que estas
constantemente pensando en el resto, lo que sentirán, a quien podrás
lastimar con lo que hagas.
—No es tan así —me quejo, pero mi voz suena insegura.

—Déjate llevar —murmura él de repente. —¿Lo has hecho alguna vez?


—No soy una mojigata —me defiendo.
—Por supuesto que no —responde él, riendo. —Pero la ecuación es fácil,
si tienes ganas de follar con él, folla, si tienes ganas de acercarte, hazlo, a
veces cuando te miro me da la sensación que no has vivido mucho en tu
vida.
No respondo de inmediato, porque tiene razón y no sé muy bien cómo
responder a ello.
—Descúbrete —dice, cuando ve que no voy a responder nada—,
experimenta, nadie sabrá lo que haces, estás en Europa —continúa diciendo
—, a veces las personas no se sueltan por el miedo al qué dirán, por el
miedo a ser juzgados, pero si todo eso que siempre quisiste ser está al
alcance de tu mano y no lo descubres por el miedo y las inseguridades.
—Hablas como si todo fuera tan fácil —me quejo.
—Solo digo la verdad, las personas son raras.
—Y ahora hablas como si no fueras de este mundo.
—Tal vez no lo soy —dice, riendo.
—Tu lo que quieres es convencerme de que haga una fiesta loca contigo
y con Pierce, no pienses que no me he dado cuenta.
La risotada que larga me sorprende y termino contagiándome de ella.
—En verdad eres una mujer interesante —dice él, pasando su brazo por
mis hombros—, si pudiera enamorarme, movería el mundo para
conquistarte.
Ruedo los ojos antes de responder: —Los dos sabemos que soy lo
suficientemente inteligente para darme cuenta de que eso es una mentira
enorme.
Él no responde, sino que me guiña el ojo y abre la puerta de su auto para
mi.
No voy a negarlo, Yoshio me cae bien y me resulta por demás atractivo.
Por demás.
Veamos donde nos llevará eso.
Je.
• ──── ✾ ──── •

Cuando llego nuevamente al departamento, estoy agotada pero feliz y


nada más atravesar la entrada, busco a Pierce, sin embargo me doy cuenta
casi de inmediato que no está.
En la mesada hay una nota que me dejo:
"Vendré a la hora de la cena"
¿Qué porque no me envió un whatsapp? No tengo idea, pregúntenle a él.
De todas formas, luego de toda la conversación que tuve con Yoshio, no
dudo un instante en llevar a cabo mi idea.
Me cuesta un poco dar con todos los ingredientes que necesito en el
mercado que hay en la siguiente esquina del departamento, de todas formas,
con ayuda del traductor de Google, todo se puede.
Tarareo sin parar escuchando la música que tengo descargada en mi
Spotify, mientras pongo la carne ya sellada con distintas verduras en el
horno.
Si hay un buen enemigo para un cocinero, siempre serán los hornos
desconocidos, porque no es hasta que los conoces bien, que no sabes si
quedará la cocción que esperas o no.
Toca no moverse de al lado de él, sin embargo aquello no impide que me
abra un vino y comience a beberlo a medida que ahora me pongo con el
acompañamiento de la comida: un puré de manzanas que me queda de otro
mundo.
Estoy tan perdida en mis pensamientos, que siquiera me percato cuando
Pierce llega hasta que está en la cocina mirándome con atención y hasta un
poco de desconfianza.
—Huele exquisito —es lo primero que dice. —¿Qué estás haciendo?
—Una carne de cerdo con verduras y un puré dulce —murmuro.
—¿Y a qué se debe el placer de que cocines esta noche?
—Quería ver si todas las enseñanzas de la semana habían dado sus frutos
—murmuro, encogiéndome de hombros.
En realidad me siento un poco mal por haber salido de paseo con Yoshio
y no con él, por más que a Pierce no le haya importado.
—Me siento halagado —dice, sonriéndome cuando le tiendo una copa de
vino. —¿Por qué brindamos? —Pregunta.
—Por esta noche —respondo, mordiéndome los labios, porque las
palabras salieron sin querer.
—Y por todas las que quedan —responde él, llevándome al pasado.
Maldito pasado.
De todas maneras no digo nada, sino que me termino la copa de un solo
trago.
—¿Cómo lo pasaste?
—Bien, Yoshio puede ser bastante entretenido.
Pienso en que mis palabras pueden haberse malinterpretado y cuando
observo a Pierce, me doy cuenta por la sonrisa que tiene, que si se percató
de cómo sonó aquello.
—Quiero decir... —me apresuro a corregir—, dando conversación y eso.
—Si —murmura Pierce. —Tiene la lengua bastante larga.
Me atraganto, claro está.
Sus palmadas en la espalda no tardan en llegar.
—¿Estas bien? —Pregunta.
—Eres un guarro —respondo.
—Y tu tienes la mente bastante retorcida —responde él.
Ahí no puedo discutir.
—Debes poner la mesa y luego levantarla y lavar los platos.
—¿Tu secas y guardas? —Pregunta con sarcasmo.
—También hice el postre —murmuro, sonriendo. —Así que te toca todo
lo aburrido.
Rueda los ojos pero no discute y yo no puedo evitar por un mínimo
instante pensar en lo natural que se siente esto, hay veces en las que
pareciera como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si...
Niego con la cabeza, apartando esos pensamientos de mi cabeza, la nueva
Minerva no tiene sentimientos, es una perra fuerte, que se mueve a través de
los hombres, silenciosa como una ninja.
La nueva Minerva no tiene sentimientos por el sexo opuesto, sino que
simplemente los usa, saca lo que necesita de ellos y...
Retiren la palabra sacar, sonó terriblemente guarra.
—¿En qué estás pensando? —Pregunta Pierce de repente, ya que me
había perdido tanto en mis propios pensamientos, que siquiera me di cuenta
de que me observaba hacía unos minutos.
—En que me debes una cena —murmuro. —Vamos a comer.
Nos pasamos toda la cena hablando de las próximas convenciones que
habrá, las charlas más esperadas y la fiesta de cierre de la próxima semana.
Pierce comenta que será el auditor y que se encargará de dar la charla que
dará el cierre.
No paro de burlarme en que seguro ese lugar lo quería Gordon Ramsay y
mientras tanto, entre charlas y charlas, nos terminamos abriendo un
segundo vino.
—Minerva, ese es un reserva del 2000.
—¿Y? —Pregunto sin entender, mientras estoy rompiendo el aluminio
que lo envuelve. —¿Dices que se puso feo? ¿Que ya el alcohol se evaporó?
—No —dice él, riéndose pero en realidad pareciera que no quería reírse.
—Que es un vino carísimo, que ya vas medio ebria y que no podras
disfrutarlo como se debe.
—Pero si voy a disfrutarlo —digo, ladeando los brazos cuando quiere
arrebatármelo.
—Vas medio peda —insiste.
—¿Y desde cuándo ir medio peda no me dejó disfrutar más del alcohol?
—Rebato muy seria. —De hecho es cuando más disfruto de las bebidas.
—Ni siquiera estoy seguro de que te guste el vino.
—¿Y tu de donde sacaste eso?
—Me lo confesaste hace menos de veinte minutos —murmura,
cruzándose de brazos.
—Entendiste mal —farfullo, de todas maneras dejo el vino en la mesada
y me cruzo de brazos. —Si no quieres compartir tu vino conmigo, no te
preocupes, lo entiendo.
Bueno, tal vez si voy un poco peda.
—Anda, no te pongas ñoña —murmura él, sonriendo mientras toma el
vino en sus manos para terminar de abrirlo.
Sonrió como una niña pequeña, antes de murmurar: —Mira, si no
tomamos el vino esta noche, puede que te arrepientas mañana.
—¿Y eso?
—Que por ahí mañana nos agarra un dolor terrible en el hígado por lo
mal que estuvimos comiendo toda la semana —explico con paciencia. —
Tal vez el vino para mañana se pone asqueroso, se pica, ¿acaso no te
arrepentirás de no haberlo tomado? En serio Pierce, que esto lo estoy
haciendo por ti.
—Solo bebe —murmura él, negando con la cabeza.
Me quedo unos cuantos segundos observándolo mientras nos sirve un
poco de vino en cada copa.
Tiene las mejillas un poco sonrojadas, la casa se calentó bastante por
tener las hornallas prendidas y esos ojos azul profundo tienen ese brillo que
siempre proporcionan un par de copas de vino de más. La camiseta blanca
no es ajustada, pero pareciera que los músculos de sus brazos y sus amplios
hombros no pueden evitar marcarse en ella, los tatuajes de los brazos
parecen traslucirse por entre la tela estirada...
—Detente —murmura Pierce de repente, sacándome de mis
pensamientos.
—No estoy haciendo nada —medio susurro.
—Si estás haciéndolo —murmura él. —Deja de follarme con la mirada.
—¡No estaba follandote con la mirada! —Me quejo, aunque en realidad
si lo estaba haciendo.
—Si lo estabas haciendo —dice él, sin dar lugar a la réplica. —¿Qué
hiciste de postre? —Pregunta, zanjando el tema.
—Mousse de chocolate —respondo.
—Genial, me vendrá de maravilla —responde y mi sonrisa es enorme. —
Saca esa sonrisa de tu rostro —advierte.
—Pero si ya sabes lo que dicen... —murmuro divertida.
—¿Qué dicen? —Pregunta él, mientras toma la copa donde prepare el
postre.
—Que el chocolate sirve para la abstinencia sexual, suele ser bastante
placentero cuando no se ha follado por un tiempo.
Pierce se muerde los labios mientras sonríe, sin mirarme, sino que
remueve el postre con la pequeña cuchara que le acabo de entregar.
Asiente, pensando en que responder, de todas maneras parece pensárselo
mejor, porque termina metiendo la cuchara en su boca mientras larga un
pequeño gemido por lo bajo, saboreando el chocolate derritiéndose en su
boca.
—Esto se siente como un puto orgasmo, Minerva —dice—, lo sigues
haciendo de maravilla.
Y después se deja caer en el sillón, mientras enciende la tv y pregunta: —
¿Quieres mirar una peli?
No respondo, sino que tomo mi pequeño postre y me dejo caer a su lado.
Me quito los zapatos y pongo mis pies debajo de mis piernas, suspirando
con algo parecido al alivio cuando me siento relajarme por primera vez en
el día.
—Vale —digo, mientras meto una cucharada de postre en mi boca.
También gimo por el sabor explotando en mi boca. —Pero que sea una de
terror —agrego.
—Vamos a necesitar más vino —responde Pierce, a quien por cierto, le
cuesta unos cuantos segundos quitar la mirada de mi boca.

Poner una película de terror fue la peor idea del mundo, no sé en qué
estaba pensando, pero seguramente no con la cabeza sino con el chocho.
Supuse que una película que me mantuviera todo el tiempo alerta, evitaría
que mi mente viajara a pensamientos inapropiados.
—Si te pasas toda la película tapándote los ojos, no vas a entender nada
—murmura Pierce.
El vino quedo olvidado hace rato en nuestras copas sobre la mesita
ratona, mientras que debido a las bajas temperaturas, decidimos taparnos
con las mantas que usa Pierce para dormir.
Huelen a él y me encantaría decir que aquello logra desconcentrarme,
pero no, la puta película me mantiene bastante ocupada de cualquier otra
cosa.
—Está a punto de pasar algo —murmuro, apenas abriendo los dedos para
ver.
—Llevas diciendo eso desde que empezó la película —murmura—, hace
una hora.
—¿Cómo es que no te da miedo? —me quejo.
—Si me da miedo —responde él y por unos instantes mis ojos se clavan
en los suyos.
—¿Y como es que no pareces asustado ahora?
—Es que estoy tratando de impresionarte —responde él.
Ruedo los ojos, porque no recuerdo el momento exacto en que hemos
empezado a coquetear, pero lo estamos haciendo y no me molesta para
nada.
Justo en el momento que vuelvo a clavar la mirada en la película, es
cuando el asesino sale con una motosierra a cortar extremidades de la gente.
Por todos los cielos.
El chillido que largo hace reír a Pierce, sin embargo me deja pegarme a
su costado, mientras pasa su brazo por mi hombro para darme más
comodidad.
—No se porque elegiste esta película —vuelve a murmurar.
—Por que parecía buena —respondo.
—Podemos cambiarla si quieres, elegir otra.
—No —me apresuro a decir. —Quiero ver quien sobrevive.
—Minerva, eran diez amigos —responde él. —Solo quedan dos y los
asesinos siguen siendo tres.
—Vamos a terminarla —es todo lo que respondo, pegándome más a su
costado.
Pierce no se queja por ello.
No se cuanto tiempo pasa, pero hemos puesto otra película.
En la anterior murieron todos.
Fue la peor película que vi en mi vida.
Esta es de guerra y a mi las pelis de guerra siempre me dan mucho sueño,
sin contar que muere mucha gente —siempre suelen ser los más dulces y
graciosos—, pero me parecía justo que sea Pierce quien elija la película esta
vez.
Es por eso que cuando menos me lo espero, comienzo a dormitarme, los
párpados me pesan y el calor del cuerpo de Pierce, el movimiento de su
respiración lenta, no es más que un arrullo para mis cansados pensamientos.
Medio entre sueños intento acomodarme, Pierce pasa una de sus piernas
por detrás de mi cuerpo, yo me acomodo en su pecho, sus brazos me
aprietan más cerca, mi cuerpo está prácticamente encima del suyo, nuestras
piernas enredadas, nuestras respiraciones lentas y constantes, señal de que
ambos estamos medios dormidos.
La tv en algún momento se apaga sola cuando da el aviso de que hace
tiempo no la usamos.
Supongo que los dos estamos demasiado cansados para hacer algo al
respecto, o por lo menos eso es lo que me digo a mi misma mientras me
permito dormirme en la comodidad de los brazos de Pierce, en su calor y su
perfume.
A la mañana siguiente, siquiera antes de abrir los ojos, sé dónde estoy, sé
quién está abrazándome cerca de su cuerpo, sé de quién es el perfume que
me envuelve. De todas maneras, me permito solo unos minutos antes de
entrar en pánico y solo hago esto por que sé que Pierce sigue dormido.
Sus manos están apretando mi piel, uno de sus brazos estoy usándolo
como almohada, mientras el otro envuelve mi cintura, manteniéndome
cerca. Mi rostro está a la altura de su pecho mientras que nuestras piernas
están enredadas, una de las mías por encima de su cintura. En algún
momento de la noche de seguro ladeo nuestros cuerpos para estar más
cómodos.
Respiro lentamente, embriagándome del perfume —de seguro importado
— que se aferra a su piel. Sea como sea que termine esta situación, será
embarazosa y difícil de sobrellevar, pero culparemos al añejo vino y las
películas de terror por ello.
Abro los ojos lentamente y por la poca luz que entra por las ventanas, me
doy cuenta de que todavía es temprano, por lo que la alarma de Pierce de
seguro suene en unos minutos ya que olvide poner la mía.
Pierce se remueve, apretándome un poco más cerca de él y es en ese
momento que decido que debo levantarme y no saben qué pereza, porque
hace un frío terrible.
—Todavía no —murmura Pierce medio dormido cuando me quiero
deshacer de su agarre, su voz ronca erizando mi piel.
De todas maneras intento nuevamente y él vuelve a presionarme,
quejándose por lo bajo y es en ese momento que pienso que tal vez cree que
soy otra persona.
—Minerva —se queja de nuevo, sacándome de mis dudas.
Entonces si sabe que soy yo.
Je.
—Es tarde —me quejo, de todas maneras no intento levantarme de
nuevo.
—La alarma todavía no suena, vuelve a dormir —ordena, casi no dando
lugar a la réplica.
«Una pequeña cabeceada más no hace daño a nadie» pienso para mis
adentros y en ese momento decido que unos minutos más no me vendrían
mal, por lo que medio me acurruco debajo de las mantas y más cerca de
Pierce, que me recibe gustoso y creo que en un acto inconsciente, su
enorme mano que me sostenía por la cintura, se cuela por debajo de mi
camiseta y tengo que apretar los labios para no hace un solo sonido.
Sus dedos acarician mi piel unos instantes hasta que parece volver a
quedarse dormido.
Yo ahora medio que me cachondee con su toque, pero me obligo a
respirar hondo y tratar de relajarme.
Creo que me debo dormir, por que la próxima vez que entreabro los ojos,
Pierce se está estirando en dirección a la mesa de noche, intentando apagar
el incesante sonido de la alarma y una vez que la apaga, rápidamente vuelve
a abrazarme por la cintura.
—No me quiero levantar —murmuro con la voz pastosa por el sueño.
Siento que su cuerpo medio se sacude por la risa silenciosa, mientras que
siento como su mano acaricia la piel expuesta de mi espalda,
distrayéndome.
—Podemos seguir así unos minutos más —murmura él. —Todavía
tenemos tiempo antes de empezar el día —agrega.
Y no lo dice, pero el «volver a la realidad» nos queda flotando por el
aire.
—Vale, pero no mucho más —murmuro y mi nariz ahora acaricia
suavemente la piel de su cuello.
Joder, sé que no estoy soñando, pero esto se siente mucho mejor que
cualquier sueño vivido que haya tenido antes.
Los dedos de Pierce se crispan sobre mi espalda, antes de ladear el cuello
para darme más acceso y yo sin pensarlo mucho, acerco mi rostro allí,
aspirando casi de manera sonora.
Nuestras piernas siguen enredadas entre sí, pero nos resistimos al
impulso de acercarnos, porque si rompiéramos la distancia que nos separa,
se que no habría retorno, no podríamos detenernos, mantenernos así, con
una mínima distancia, estamos a salvo..., todavía.
Mis labios apenas si rozan la piel y en ese momento la mano de Pierce
sube, levantando mi camiseta en el proceso, para colocar su palma entre mis
omoplatos, aplastándome más cerca de él.
Cierro los ojos por lo que su repentina cercanía me produce, por lo que su
simple tacto está haciendo en mí.
De repente mi respiración no es tan calmada como antes y ahora estoy
con unas desesperadas ganas de más, de sentir más piel, de sentirlo más a
él, más cerca mío.
Más.
Más.
Más.
Saco el rostro de mi escondite y Pierce por su parte hace lo mismo,
clavando sus ojos hinchados y profundamente azules en los míos.
—Hola —susurra.
—Hola —respondo, también con un susurro, sonriéndole apenas.
—¿Cómo dormiste? —Pregunta en voz baja.
—Bien —murmuro, siguiendo con la voz apenas audible, como si esto
fuera algo así como un secreto. —Creo que es la primera vez que no paso
frío —confieso.
—Me alegro de haber podido ayudar —murmura y ahora su rostro está
más cerca del mío, tanto que nuestras narices se rozan.
Tanto que un solo movimiento de mi rostro y nuestros labios estarían
tocándose.
—¿Pierce...?
—¿Si? —Dice, sin embargo sus ojos mirando mis labios, antes de
acercarse un poco más y ahora compartimos aliento.
Demonios, espero no tener aliento a fosa de momia, sin embargo sé que
esas cosas a Pierce no le importan.
—¿Crees que...? —Carraspeo, intentando encontrar las palabras que
decir. —¿Esto esta bien?
—¿Esto? —Pregunta, arqueando una ceja. —Pero si no estamos haciendo
nada —sonríe al final.
Y a mi la sonrisa se me contagia y de repente siento unas enormes ganas
de que me bese.
«Anda Pierce, no seas cobarde y bésame»
Sin embargo, por la mirada que me larga, pareciera que él está
diciéndome lo mismo, como si me retara a ser yo quien rompa con esta
tensión que nos consume.
—Es verdad —susurro y arqueo un poco mi espalda para acercarme a él
un poco más—, no estamos haciendo nada.
—Nada de nada —susurra en respuesta.
Su enorme mano ahora sube hasta acariciar mi cuello, sacándome un
gemido involuntario cuando presiona en los nudos que tengo allí.
—Tan perfecta —murmura.
Y no se quien termina de acercarse, si él o yo, pero cuando quiero darme
cuenta, sus labios están sobre los míos.

• ──── ✾ ──── •
CAPÍTULO DEDICADO A PILAR, QUE COMO DICE SU NOMBRE,
ES EL PILAR DE ESTA HISTORIA, GRACIAS POR AYUDARME
CUANDO MÁS TE NECESITO DESDE MUCHO ANTES DE QUE
ESTA HISTORIA SIQUIERA SALIERA A LA LUZ.
Y DEDICADO TAMBIEN A TODAS MIS LECTORAS ESPAÑOLAS.
ESPERO ALGUN DIA VOLVER A LA HERMOSURA QUE
SIGNIFICA ESPAÑA
GRACIAS POR LA PACIENCIA.
NO SE OLVIDEN DE SEGUIRME EN REDES
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LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

SI NUNCA FUISTE A UN BAR DE INTERCAMBIO, NO


TUVISTE INFANCIA

Hey, hey... ¿como están tanto tiempo? ¿A que me extrañaron un mundo?


Pues yo si lo hice, es por eso que he vuelto..., llamemos esta parte de la
historia, un Minerva recargada 2.0
Quedan muchas más guarradas que contarles todavía, por lo que, ¿donde
estábamos?
Ah, si...
Los labios de Pierce están presionando un poco más, su lengua intenta a
abrirse paso y son segundos los que yo dudo, porque, ¿si saben no? Anoche
bebí y ahora mi aliento de seguro huele a mastodonte extinto, pero...
Mis labios, traidores, se abrieron igual y Pierce no dudo un segundo en
meter su lengua en mi boca.
Al principio estaba un poco incómoda, pero después de unos instantes me
relaje y mi espalda se arqueo y la mano de Pierce bajo a mi culo,
presionando un poco una de las mejillas, porque Pierce, a decir verdad, era
un hombre de culos.
Nos besamos más profundamente y a mi se me escapo un jadeo que se
convirtió en gemido cuando Pierce presiono su polla contra mi centro,
creando una fricción deliciosa y cuando las cosas se iban a ir al infierno,
literalmente hablando, su teléfono comenzó a sonar.
Al principio no le hicimos caso, porque si saben, el fulgor del momento,
pero después...
—Pi-Pierce, apaga eso —murmure, entre beso y beso.
No me hizo ni caso, por supuesto y yo me eche a reír, pero me olvide de
reírme enseguida cuando me metió la lengua de nuevo hasta la garganta.
Y el teléfono repitió nuevamente el sonido que en ese instante se había
convertido inmediatamente en el más odiado del mundo, porque no, no era
alguna cancioncita graciosa como solían ser las mías, sino que era la típica
canción de iPhone.
—Bueno ya —me refunfuñe de repente como una niña pequeña. —
Apaga eso —murmure, frunciendo el entrecejo.
Pierce se ladeo un poco, con una pequeña sonrisa en sus labios carnosos,
antes de estirar el brazo y apagar por fin la canción esa del infierno.
Yo fui a por todas de nuevo, por supuesto, el chocho se había puesto en
modo acción y ahora le necesitaba como el aire para respirar.
De todas maneras, Pierce parecía que tenia otra idea, por que no me
respondió el beso, ósea, si me lo respondió, pero no metía lengua y aquello
me frustro.
—Pero, ¿que pasa? —Me queje, queriendo besarlo de nuevo.
—¿Que pasa con que? —Pregunto, haciendo el idiota, sus manos ahora
estaban en mi cintura y los besos eran sin lengua.
Yo queria lengua.
Ustedes querían lengua.
El chocho quería lengua.
Un ganar-ganar.
—Pues... —dije, sintiendo las mejillas arder, no sabia si por el cachondeo
o por la frustración—, con eso —dije al final, como si fuera una obviedad.
Corrección, era una obviedad.
—Si no me dices las palabras, no lo se —dijo como si nada.
Me enoje.
Por supuesto, porque aquello..., aquello no era de Dios.
Dejarme así a medias y encima ser tan descarado como para reírse a mi
costa.
No señor.
¿Y les cuento un secretito? Una mujer frustradamente cachonda era
peligroso, igualito a como estaba yo ahora.
—Quita —me queje, queriendo ponerme de pie.
—¿Pero porque te enojas? —Dijo él, pero para nada se veía preocupado,
sino que no podía dejar de sonreír.
Una sonrisa enorme, hasta parecía ilusionada y lo hacia ver más joven y
todo.
Estúpido Pierce.
—No me enoje —dije, por fin poniéndome de pie y alisando mi
camiseta.
—¿A no? —Pregunto.
—No —dije, pero si lo estaba y él lo sabia.
—¿Haces café? —Pregunto.
Abrí la boca, una perfecta oh y él clavo sus ojos allí unos cuantos
segundos.
—No, me voy a bañar —dije, rodando los ojos.
—¿Para bajarte el calentón? —Pregunto él con sarcasmo.
Agarre lo primero que encontré en el piso y se lo revolee.
Si, lees bien.
Lo primero que encontré fue una de sus zapatillas.
Cuando vi que le había golpeado y escuche su sonido de uff, abrí los ojos
como platos y luego, bueno..., sin siquiera preguntarle si estaba bien, corrí a
encerrarme al baño, pero en mi defensa, Pierce se lo merecía.
Ustedes saben que si.
Cuando salí del baño un poco más calmada, me acerque a la cocina luego
de cambiarme en la privacidad del cuarto.
Pierce estaba apoyado en la encimera, con un café en la mano y
esperando por mi con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
Bien, no había nada morado.
Seguro ni le pegue.
—Si me pegaste —dijo, como si leyera mis pensamientos.
—No, no lo hice —respondí.
Se levanto la camiseta, yo pensé que volvíamos a la acción, el chocho
palpito, pero lo único que quería mostrarme era una marca roja al costado
de su estomago.
—No es nada —dije de inmediato. Sus cejas se arquearon en una
pregunta silenciosa. —Vale, lo siento —me disculpe rápidamente, pasando
por su estúpido lado para tomarme un estúpido café.
Y si, estaba estúpidamente cabreada.
Podía sentir los ojos de Pierce clavados en mi perfil, observándome
atentamente y no hacia falta que lo mirara para darme cuenta de que
también sonreía.
Y no es por nada, pero creo que le divertía mi cabreo.
¿A él no le dolía la polla?
Ugh.
Lo mire e hicimos esa especie de guerra de miradas, lo mire fijamente, él
entorno un poco los ojos, no parpadeaba, por lo que yo tampoco parpadee.
Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas casi de inmediato, como si
fueran consientes de que era una guerra de miradas y querían hacerme
perder a toda costa.
Pierce tuvo que presionar sus labios entre sí para contener la risa.
A mi me salió una lágrima por la comisura del ojo, porque si me
humillaba, tenia que hacerlo en toda regla.
¿Como hacia Pierce para no parpadear? ¿Sabían que la gente por
promedio parpadea cada cuatro segundos?
Intente resistirlo con toda la fuerza de mi corazón, pero otra lágrima —
esta vez del otro ojo—, escapó, patinando por mi nariz y...
—¡¡¡ACHIIIIZZZZ!!! ¡¡¡AAAAAYYY!!!
Pierce se apresuro a ayudarme cuando se me volcó todo el café caliente
por la mano cuando salte con el estornudo, me pregunto si estaba bien y
abrió rápidamente el agua fría para meter mi mano.
Por la comisura del ojo vi que se contenía con todas sus fuerzas para no
reír.
Se aguantaba, se aguantaba hasta que quien largó una carcajada fui yo,
por que no podía contenerla más.
Él, por supuesto, se unió a la mía.
—Eres un idiota —murmure de inmediato, una vez que pudimos dejar de
reír y el volvió a servirme café.
—No estés enojada —dijo esta vez, empujándome con su hombro.
—No estoy enojada —respondí o medio refunfuñe, pero ya era tarde y
teníamos que ir a la convención.
De todas maneras, después de que enjuague la taza e iba a ir por mi
chaqueta, las manos de Pierce me encerraron por la espalda en dirección a
la encimera.
Su rostro se acerco por detrás, primero a mi nuca y no me pasó por alto
como su rostro se hundió entre los mechones de mi cabello, oliéndome, y sí,
se que suena medio rarito, pero no lo fue, para nada, no lo fue porque de
repente quise girarme y hundir mi rostro en su pecho para también capturar
su esencia, de todas maneras no lo hice, sino que cerré mis ojos y deje que
aquel delicioso estremecimiento me recorriera.
El chocho, pobre, no sabía que demonios estaba pensando, que lo
teníamos de acá para allá.
Sus labios de repente besaron en la parte de abajo de mi oreja y yo ladee
el cuello para darle más acceso, porque la sensación era increíblemente
deliciosa.
—Si no hice nada más esta mañana, fue porque cuando tenga la polla de
nuevo dentro de tu coño, va a estar allí por horas. —A no bueno, pues, no
me oirás quejarme. —Así que ahora quita esa ceño fruncido de tu rostro, no
me obligues a llegar tarde a la charla del carajo que tengo que dar en unos
minutos para darte unos cuantos azotes y dejarte el coño llorando por mi.
Salió un sonido de mis labios, no sé que fue, la verdad, no se si gemido,
jadeo o chillido.
La mano de Pierce me golpeo el cachete, haciéndome reaccionar.
—Ve a tomar tu chaqueta y andando, antes de que mande toda mi
determinación a la mierda y te folle sin que siquiera te llegues a quitar las
bragas.
Como una autómata asentí y fui a por mi chaqueta y mi bolso.
El chocho, al igual que yo, estaba confundido porque no entendíamos
bien qué demonios acababa de pasar.
De camino a la convención ninguno dijo nada tampoco, pero Pierce
caminó con su mano debajo de mi cintura todo el rato y yo no voy a
mentirles, me di cuenta cuando llegamos a la convención, que me dio un
ligero apretón antes de soltarme.
—¿Nos vemos en unas horas? —Pregunto, saludando con la cabeza a
alguien detrás de nosotros.
—Si —respondí en voz baja, pero es que..., necesitaba pensar.
—¿Estas bien? —Pregunto él de inmediato, luego de que escuchara el
tono de mi voz.
—Si —le respondí y me obligue a darle una sonrisa pequeña.
—¿Seguro? —Insistió.
—Si —volví a repetir, pero esta vez rodé los ojos.
Pierce parecía un poco contrariado, de todas maneras y para mi total
sorpresa, se acerco a darme un beso.
En verdad pensé que me lo daría en los labios, pero en cambio me lo dio
en la mejilla, muy cerca de la comisura.
Y después se fue.
Y yo me quede ahí, como... ¿whatthefuck? ¿Si saben?
Me tome unos cuantos minutos para respirar hondo antes de entrar a la
convención. A pesar del frío de la mañana, yo seguía teniendo las mejillas
calientes, entre otras cosas que también estaban calientes..., ejem.
La mañana se me pasó volando y contra todo pronostico, no tuve tiempo
de pensar mucho y cuando quise darme cuenta, fui al comedor general,
donde cada mediodía se exhibían los platos en los que se habían trabajado
durante las primeras charlas.
Me encontré a mi misma buscando a Pierce, cabeceando aquí y allá,
intentando dar con él, pero no estaba por ningún lado.
Sin embargo...
—Ahí estas —dijeron en mi oído, haciéndome saltar en mi lugar.
—Yoshio —dije, llevando una mano a mi pecho porque me había
asustado. —No hagas eso —me queje, luego de que lo tuve en frente.
—¿Como estas? —Pregunto, poniéndose a mi lado y mirando también al
salón.
—Bien, ¿y tu? —Pregunte, pero no lo miré, todavía buscaba a Pierce.
—Bieeeen —murmuro él y cuando me di cuenta de que me miraba, mire
mis pies. Si lo se, lo se, muy disimulado. —Y tu, ¿a quien buscas tanto?
—¿Yo? A nadie, ¿de que vas? —Pregunte rápidamente, señal de que me
había puesto nerviosa.
También sentí que las mejillas se me incendiaban y también un poco la
piel del cuello, ¿porque de repente estaba tan nerviosa?
Y Yoshio, que yendo al caso, era bastante observador, no le paso por alto
todo aquello.
Su sonrisa era ese tipo de sonrisas que prometían solo cosas malas, muy
malas y sucias y llenas de sexo.
En fin, Yoshio.
La cuestión es que de repente se giro para estar frente mío, no
permitiéndome que siga buscando a Pierce.
Estúpido Yoshio.
Y luego tuvo que agacharse para que sus ojos negros puedan chocar los
míos color caca.
¿Saben que? Hubiera preferido tener los ojos negros antes de los míos.
En fin.
—¿Que? —Pregunte, sintiéndome aún más nerviosa por su escrudiño.
Y déjenme que les cuente un secretito, Yoshio era como un pedazo de
hombre bastante grande, exótico era una buena palabra de definirlo, tan alto
como Pierce, pero bueno, sus rasgos orientales le jugaban un montón a su
favor.
Y si, Yoshio era un mujeriego incurable, que cada que pasaba una
muchacha le sonreía o guiñaba el ojo, pero era raro ser el centro de toda su
atención, tal como era yo en este momento.
—¿Qué harás esta noche, Minerva? —Preguntó él de repente.
Y si bien podía ser una pregunta normal, no lo era, por que su tono de
repente había sido bajo, siendo casi un susurro, como si me estuviera
contando un secreto, o como si estuviera simplemente murmurando por lo
bajo todas las guarradas que quería hacerme.
—¿Yo? —Pregunte como estúpida.
Si, yo también era medio idiota cuando me lo proponía.
—Si, tu —murmuro él, sonriéndome, y yo siendo muy consciente de que
me había puesto las manos en los hombros.
Su sonrisa era tan grande que mostraba todos sus dientes.
—No lo se —murmure en voz baja y no sé que se me metió, pero de
repente le mire los labios cuando él me miró los míos. —¿Qué propones?
Y les juro que quien habló fue el chocho, que había quedado alborotado
desde hoy temprano.
—Ahora si estas hablando en mi idioma —dijo, asintiendo.
Me imagino lo que debíamos parecer y no, no es como si disimuláramos
mucho, porque no lo hacíamos, era raro ver a alguien tan alto como Yoshio
todo encorvado para poder hablar mirándonos a los ojos, pero bueno...,
nadie me conocía de todos modos.
—¿Entonces? —Pregunte, en un acto de valentía, pero la realidad era que
me estaba haciendo pis encima.
—Esta noche iba a decirle a Pierce de ir a ese club —soltó, de repente
incorporándose y lo dijo con tal soltura, que me costó unos momentos
entender a qué bar se refería.
De todas maneras, solo para confirmar, no pude evitar preguntar: —¿Ese
bar de la perdición y de cosas muy pecaminosas?
Cuando vi que no respondía, me gire para ver que tanto hacía: pues me
estaba mirando, bastante sorprendido, hasta era un poco gracioso verle.
Sin embargo, después de unos segundos, pareció recomponerse y
murmuró: —Si, exacto, ese bar lleno de cosas bien guarras, ¿quieres venir?
—Has dicho que le ibas a decir a Pierce de ir, por lo que todavía no sabes
si irá.
—Ira —murmuró él, convencido.
Negué con la cabeza, algo me decía que en realidad Pierce no iba a ir.
«¿Y porque crees eso?»
Pues porque hoy casi hicimos...
«¿Que?»
Tu sabes que...
—¿Y si no va? —Insistí, pero no les voy a mentir, porque si Pierce iba...
No es como si me molestara, no éramos nada, dudo que volviéramos a
ser algo alguna vez..., de todas formas...
—¿Es que si él no va tu tampoco? —Pregunto.
Hizo falta que le diera una mirada de reojo para darle toda la respuesta
que él necesitaba: Por supuesto que no iría si no iba Pierce también. He
incluso si Pierce iba y a mi por alguna extraña razón se me metía un
demonio incubo e iba también, no sabría si podría llevarlo muy lejos, de
todas maneras no pude evitar que un estremecimiento me recorriera al
pensar en ir a un lugar así, en el que el sexo solo fuera algo que la gente
hace, puro instinto animal, sin miradas indiscretas o acusadoras.
¿A que a ustedes también les da curiosidad ir?
—Hagamos una cosa —dijo de repente, llamando mi atención de nuevo.
—Tienes mi atención —murmure en voz baja, sin mirarlo, pero es que
Yoshio me intimidaba un poco.
Tenía como cierto aura que parecía simplemente absorber el aire, en
serio, que era medio difícil estar a su alrededor.
—Le diré a Pierce de ir y en el caso de que diga que si, te unirás.
—Yo...
—Minerva —me cortó de repente y lo mire porque me hablo medio serio
esta vez. —En verdad quiero verte —murmuró en voz baja, tan baja, tan
pecaminosa. Todo en él lo era. —Quiero verte en un lugar de esos, no
tenemos que hacer nada que no quieras, en verdad que me parece una
idiotez aclarar eso teniendo en cuenta que salías con Pierce.
Tenía en la punta de la lengua decirle que no habíamos salido, pero me lo
guarde, porque no era algo demasiado relevante. Y también me guarde que
no es como si hubiéramos hecho tanto, a ver, que sí, hicimos un trío dos
veces y después follamos al lado de él, pero si le llegaba a decir eso a
Yoshio, sabría que soy una principiante en esto del mundo de follar como
animales en celo y..., no quería, no sé por qué, tenía esa sensación de como
cuando vas a la primaria y te ahorras decir que todavía duermes con la luz
encendida para encajar.
Lo sé, es una idiotez, pero bueno, nadie es perfecto, ¿no?
—Vale, en el caso de que Pierce acepte, que no lo creo —aclare, justo en
el momento en el que iba a decir algo—, iré, pero iré y haré algo si quiero
hacerlo, sin presiones, ¿vale?
Asintió, sonriendo como un niño pequeño, como si a pesar de que no le
dije que iría, para él ya hubiera ganado.
No lo sé, Yoshio era medio rarito, era como si tuviera una bola de
cristal..., o bueno, yendo al caso, dos, ¿si me entienden?
Me despedí con un ademán de la mano, porque había una de las charlas
que más había esperado que estaba a punto de comenzar. Cuando me iba
seguía sonriendo y pude sentir su mirada clavada en mi nuca.
Y bueno, también en mi trasero, no voy a mentir.
Ese tarde cuando salí de la convención, Pierce me había mandado un
mensaje de que tenía cosas que hacer, me dijo que llegaría para la cena.
Le reste importancia, estaba segura de que si iban a esos antros de la
perdición, en realidad irían de noche, ¿verdad? Y de todas maneras no veía
a Pierce yendo a follar y luego viniendo aquí, ¿verdad?
¿Verdad?
Respondan, coño.
Me pegue un baño y si, me rasure las piernas, aunque ya casi —gracias a
los tratamientos que me obligaba a hacer Isa—no tenia pelos. También
medio que me preparé un lindo vestidito, no les voy a mentir, solo por si
acaso. ¿Si saben?
Ya que estaba también las medias negras y los tacones. También preparé
la ropa interior más sexy que tenia, pero solo por si acaso.
Justo en el momento en el que me decía a mi mismo que todo aquello era
una idiotez y que tenía que dejar de imaginarme cosas, mi teléfono sonó.
Era Pierce.
—¿Si? —Pregunte, nada más responder.
—Hola —se escucho la voz de Pierce del otro lado del auricular.
—Hola —respondí, intentando escuchar el sonido detrás, ¿era música?
—¿Todo bien?
—Si —murmuró él, carraspeando. —Solo quería avisarte que no es
seguro que llegue a comer, me ha salido algo de última hora, unas cosas
que debo hacer con Yoshio...
Hijo de puta.
—¿Que?
Joder, lo había dicho en voz alta.
—Que me golpee el dedo chiquito —mentí. —¿Que me decías? —
Pregunte como si nada.
—Que no creo que llegue a comer —respondió él con la voz sonándole
un poco dudosa. Culpable, incluso. —Pero... —me interrumpió, justo
cuando abrí la boca para mandarlo al carajo, ya que de repente estaba muy
enojada—, pensé que podría comprar un poco de helado y tal vez mirar
alguna película horrible que tu elijas.
La culpa, mira si la culpa no lo estaba golpeando.
De seguro iba a follar como loco y luego vendría como si nada, oliendo a
otros chochos.
—No lo creo —respondí, más bruscamente de lo que pretendía. —Es
decir... —me corregí—, estoy medio cansada, pensé en acostarme
temprano.
—Ah... —respondió él y sonó medio desilusionado. Pero si iba a follar
como loco, desilusionada tenía yo la cuca. —Bueno, otro día será,
entonces...
—Si —farfulle, bajito.
—Bueno, entonces..., que descanses douce.
—Gracias —respondí, seca.
¿Por qué de repente estaba enojada? ¿Tan, pero tan enojada?
—¿Todo bien? —Volvió a preguntar.
—Si, que tengas una linda noche.
Y corte sin darle tiempo a nada.
Y de repente miré el conjunto que había sobre la cama.
¿Se pensó que sería tan fácil? Claro que no, iba a arruinarle la noche, iría
a ese bar de la perdición y haría una orgia.
Si señor, una orgia, enorme, pollas por doquier.
Mi chocho hasta palpito de lo mucho que le gustaba la idea.
Le mande un mensaje a Yoshio preguntándole cómo le iba la noche, él
solo me respondió con la ubicación del lugar.
Directo al grano.
Me tomé un taxi y cuando le pase la dirección, no teniéndole la
delicadeza de decirle que me deje una cuadra antes, me miró raro.
—No voy a ese antro de la perdición en realidad —murmure de
inmediato, hundiéndome más de ser posible.
El hombre, que parecía que tenía ochenta años, simplemente negó con la
cabeza.
El camino se me hizo cortísimo y cuando quise darme cuenta, ya bajaba
del auto, mirando a mi alrededor.
A decir verdad, el bar parecía de por sí bastante normalito, no voy a
mentirles, pero de nuevo, nunca había estado en uno, así que tampoco tenía
idea.
Una vez que entré, me sorprendió que no me cobraran entrada y antes de
adentrarme del todo, respire profundamente, armándome de valor y atravesé
la última puerta.
No sé qué esperaba encontrarme, pero a decir verdad, no esto..., si, estaba
medio decepcionada, no voy a mentirles, pero es que, en verdad pensé que
encontraría a la gente follando como loca.
En todos lados.
Pollas y chochos en guerra.
Pero no, nada más lejos de la realidad. Era hasta un bar..., común.
Si, esa era la palabra.
Medio pequeño incluso.
Miré a mi alrededor, un poco acalorada, pero es que antes de entrar me
había preparado para todo, pero no para esto.
El barman me sonrió desde la barra cuando vio que me quedé allí parada
y me dije que de seguro parecía una loca, por lo que me acerque allí para
pedirme algo de tomar.
—Hola, dulzura —murmuro en un profundo español.
—Solo ingles —dije, con una sonrisa avergonzada.
Y si no fuera por Pierce, de seguro ya le habría dicho que me gustaban
las pollas.
Estúpida Isabella.
—¿Qué quieres beber, dulzura? —Pregunto ahora, con un perfecto
inglés.
—Algo dulce —dije, coqueta.
Bueno, pero ¿quién era esta persona que se hacía pasar por mi y donde
estaba la santurrona de Mine?
—Enseguida —respondió él, guiñándome el ojo.
Una vez que me sirvió el trago, le vi la intención de seguir hablando,
pero lo llamaron de la barra y se fue rápidamente.
Ahí mismo en mi taburete, me giré para mirar a mi alrededor: ¿Había una
hora exacta para ponerse a follar?
¿A que esperaban?
De todas maneras en realidad estaba buscando a Pierce, viendo si estaba
haciendo algo que no sea de Dios.
Sin embargo, mis ojos se chocaron con Yoshio, que ya me sonreía tan
grande, como un niño en navidad.
En serio, que estaba segura de que Yoshio era de esa clase de personas
con las que simplemente no te podías enojar.
Pierce estaba a su lado, mirando algo en una especie de Tablet, con el
ceño fruncido mientras le hablaba sin parar, pero su amigo no lo escuchaba,
para nada, ahora simplemente se había acomodado, con los brazos detrás de
su cabeza y las rodillas un poco abiertas entre sí. Había en la mesa también
una chica a su lado, con el cabello rubio y atado en una coleta alta, sentada
al lado de Yoshio, mirando y asintiendo a lo que sea que le estaba diciendo
Pierce. Parecía, por lo menos desde aquí, que estaban hablando de
cualquier cosa, menos de las folladas y los orgasmos que tendrían en un
rato.
Algo no andaba bien.
De repente, como si sintiera mi mirada, Pierce se tenso. Todo su cuerpo
por completo, me pareció impresionante que fuera capaz de verlo desde
donde me encontraba. Muy lentamente cerró la boca y apartó la mirada de
la Tablet que observaba, mientras miraba a su alrededor, buscando a
alguien, buscándome a mi.
Me encontró, no le costó mucho, la verdad, estaba aquí sentada como una
estúpida mirándolo fijamente.
Hice lo primero que se me ocurrió, me gire rápidamente, tanto que
choque el vaso con el trago con la mesa y todo su contenido salió despedido
hacia el otro lado de la barra, derechito a la cara y la camiseta del pobre
barman, que parecía que tenía la intención de volver a hablar conmigo y
estaba a punto de llamarme.
Abrí la boca, sorprendida por aquello mientras unas disculpas en español
un poco improvisadas y de seguro mal pronunciadas, salían de mis labios.
El muchacho simplemente miraba enojado el desastre que había en su
camisa perfectamente blanca.
Bueno ya, llévame Dios, que ya no quiero ser tu guerrera.
Como para empeorar las cosas, sentí una presencia detrás mío, mientras
cerraba los ojos con mucha fuerza.
—Asique... —murmuró la voz de Pierce, demasiado baja y ronca para mi
gusto—, pensé que estabas demasiado cansada y te irías a dormir.
—Si bueno... —murmure, luego de que el barman se fuera refunfuñando
para el otro lado—, ya sabes lo que dicen.
Todavía no me atrevía a mirarlo, por Dios, creo que siquiera estaba
respirando con normalidad.
—¿Qué es lo que dicen? —Preguntó, con la voz calma, sentí su aliento
en mi clavícula.
Trague saliva con dificultad, mientras que observaba sus manos que
ahora estaban a cada lado de mi cuerpo, encerrándome nuevamente, en
menos de veinticuatro horas. El líquido de mi trago todavía se escurría al
otro lado de la barra, milagrosamente a mi no me había caído una sola gota.
Que dios ahorca, pero no ahoga.
—¿Entonces? —Insistió Pierce, al ver que no respondía.
—Que a mañanas de chochos frustradas, cacerías de pollas a la
madrugada.
Mira, hasta me salió un versito y todo.
No tenía que darme vuelta para saber que Pierce intentaba por todos los
medios no reírse, pero es que había estado bueno, no podía negarlo.
—Ya veo... —termino diciendo al final. —¿Qué estás haciendo aquí? —
Preguntó después. —Si es que se puede saber, claro...
—Bueno yo... —medio chille cuando me tomo de las caderas y dio vuelta
el taburete, ahora estábamos mirando, muy a mi pesar, mis piernas medio se
habían abierto, se me había subido un poco el vestido y mis rodillas
presionaban un poco sus piernas, evitando que rompiera la distancia y a mi
se me vieran las partes íntimas.
Miré a mi alrededor, pero a decir verdad, nadie me prestaba atención.
—¿Tu...?
—Que yo simplemente quise dar una vuelta y termine aquí —dije,
mintiendo mal, pero es que estaba nerviosa y todavía no iba borracha.
Sino si que era una excelente mentirosa.
—¿En la otra parte de la ciudad? —Preguntó, irónico.
—Pues si —dije, de repente medio ofendida. —¿Que tiene de malo?
—¿Cómo llegaste aquí, Minerva?
—Ya no soy "douce" —murmure, hasta medio hice un mohín a ver si
lograba llegar a su lado bueno.
No, no funciono.
—No me mires así —murmure de repente.
—¿Así como?
—Ni tampoco me hables así —insistí, con la voz un poco chillona.
—¿Como? —Pregunto, perdiendo la paciencia.
—Ya bueno, si tanto molesto, me voy.
Suspiro cuando quise ponerme de pie, poniéndome las manos en las
caderas y sentándome nuevamente en el lugar.
Había aprovechado también para meterse un poco más entre mis piernas,
ahora tenía el vestidito un poco —mucho— por sobre los muslos, un
movimiento en falso y tendría el culo al aire.
—¿Como sabias que estaba aquí? —Pregunto.
—¿Como sabes que vine por ti? —Pregunte, enarcando una ceja.
Aquello pareció tomarlo medio por sorpresa, pero yo después cometí el
error de principiante de mirar a Yoshio, que seguía sin dejar de sonreír,
entonces Pierce ahí si que ató cabos, rodó los ojos y se separó.
—No se que te dijo Yoshio, pero te mintió —murmuró.
Me quedé un poco de piedra, cerrando las piernas rápidamente cuando
me abandono.
—¿Qué quieres decir? —Pregunte, confundida.
—Andando —dijo, tomándome de la muñeca para hacerme avanzar.
—Espera Pierce —dije, clavando los talones en el suelo. —No puedo ir
así como así.
—¿Por qué? —Pregunto un poco confundido.
—Pues porque...
—Ahora te aguantas —fue todo lo que respondió, obligándome a avanzar
nuevamente.
Llegamos a la mesa y sonreí un poco incómoda, tanto la mirada de
Yoshio como la de la rubia, se clavaron en mi.
—Pero mira nada más quien esta aquí —dijo Yoshio.
¿Y saben que era lo peor? Que no se molestaba siquiera en intentar
disimular, ni aunque no le saliera, no, es que le daba lo mismo.
No se como pude confiar en él.
—Hola, Yoshio —sisee con los dientes apretados.
Aquello solo lo hizo sonreírme más.
Estúpido Yoshio.
—Tu —dijo Pierce, señalándolo con el dedo—, eres un idiota.
—¿Y yo ahora que hice?
Pero como les dije, seguía sonriendo, como si nada, es que en realidad en
verdad no le importaba.
Pierce tiro de mi muñeca para que me sentara a su lado, muy cerquita de
él y después su mano fue a mi muslo, justo donde se me había levantado un
poco el vestido.
—Hola, soy Grace —dijo la muchacha que estaba ahí sentada con ellos.
—Minerva —respondí, sacudiendo su mano.
Me sonrió amablemente.
Y yo sospeche.
¿Acaso iba a follar con Pierce? ¿Les corte el rollo? ¿Acaso estaban
viendo poses de kamasutra en la Tablet?
Mis ojos, inevitablemente, fueron a dicha Tablet, que todavía estaba
encendida y había lo que parecía..., planos.
Mierda.
—¿Podemos, por favor, dejar el trabajo a un lado y ponernos a beber de
una vez? —Dijo Yoshio.
Y no pude evitarlo, pero me reí un poco a ver la mueca de niño fastidioso
que ponía.
Borre la sonrisa cuando Pierce me miro un poco molesto.
Yoshio tenía solo una sonrisa grande ahora.
Grace tomó la Tablet y rodó los ojos mientras la guardaba en un bolso
que tenía a su lado.
—Entonces..., ¿qué hacían? —Pregunte, un poco inocentemente.
No se si me salió.
—¿Tu que crees? —Pregunto Yoshio, sonriéndome.
—Trabajo —respondió Pierce, ignorando a su amigo. —Tenemos el
proyecto de un hotel y aquí Yoshio me ofrecía que pongamos el restaurante,
su familia hará el hotel.
—¿Donde?
—Dubái —respondió Pierce.
—¿En serio? —Pregunte, con los ojos abiertos de par en par. —Eso es
genial —dije.
Él me sonrió, asintiendo y cuando iba a decir algo más, la camarera llegó.
Pedimos algo para tomar, yo pedí el mismo trago de antes y evite con
todas mis fuerzas mirar en dirección a la barra, solo esperaba que no viniera
con un escupitajo.
Cuando llegaron los tragos, mire a Pierce.
—¿Que? —Pregunto, al ver que tenía mi atención.
—¿Lo pruebas por mi? —Pregunte, tendiéndole mi vaso con líquido
rosa.
—No —dijo de inmediato.
—Anda, no seas así —me queje. —Por fi, por fi...
Sabía que funcionaria, rodó los ojos y bebió un sorbo, no de la pajita,
aunque se lo ofrecí.
—¿Y? —Pregunte.
—¿Que? Es muy dulce.
—¿Nada raro? —Pregunte.
—No, porque... —y después se percató.
Y yo sonreí con inocencia.
Y cuando iba a decir algo, su amigo llamó en mi dirección.
—¿Qué te parece el lugar? —Pregunto.
Pierce se quedó en silencio, atento a mi respuesta.
—¿La verdad? Me decepcione un poco —admití.
Oh no, ¿otro suero de la verdad?
—¿Y eso? —Pregunto, sorprendido.
En ese momento, Grace se disculpó porque estaban llamándola por
teléfono.
—Pues... —mire a mi alrededor, recorriendo el lugar con la mirada—,
pensé que habría orgias por todos lados.
Tanto Pierce como Yoshio se quedaron en completo silencio a mi
respuesta.
Pierce carraspeo, pero fue Yoshio quien habló.
—¿Te gustaría eso?
—¿Que? —Pregunte, haciéndome la tonta.
—Orgias por todos lados.
—No lo se —dije, encogiéndome de hombros. —Nunca he visto una.
—¿Te gustaría verla?
—No lo se —dije y luego observe a Pierce. —Tal vez deberían
convencerme.
Bueeeno...
Pierce, pobre, había abierto la boca, pero no le salía nada.
—¿Sabes? —Dijo Yoshio, hablando él nuevamente. —Esta es solo la
parte delantera del bar —murmuró, mirando a su alrededor. —Digamos a
que es un bar común y corriente, la gente en realidad a veces viene y nunca
se entera de lo que es.
—¿A no? —Pregunté con inocencia, dándole sorbitos al trago.
—No —dijo él, cruzándose de brazos. —La verdadera fiesta está allí —
dijo, haciendo un ademán con la cabeza a una puerta que había en el fondo,
casi oculta. —¿Quieres ir?
—¿Habrá orgias?
La pregunta, por las reacciones tanto de Pierce, como de Yoshio, parece
que salió de mis labios, aunque yo ni cuenta.
Yoshio fue el primero en reír, pero le dejo la respuesta a Pierce.
—En verdad, no sé qué es lo que está imaginando tu cabeza, pero estoy
seguro de que no es para nada así.
De repente Grace volvió y nos sonrió a todos, diciéndole a los chicos que
tenía algo que hacer, que de seguro luego hablaban.
Una vez que volvimos a quedar solos, Yoshio pregunto: —¿Entonces,
Minerva? ¿Quieres ir?
—Yoshio —dijo Pierce de repente y ambos clavamos los ojos en él,
parecía serio. —Vete por ahí que tengo que hablar algo con Minerva.
—Pero, ¿porque no puedo escuchar? —Pregunto, como niño pequeño, no
pude evitar reír.
La mirada que le dedicó Pierce fue respuesta suficiente, por lo que rodó
los ojos y murmuro algo de ir a fumar fuera.
Entonces Pierce clavó sus ojos en los míos y yo medio me removí
incómoda.
—¿Que? —Pregunte.
—Sabes qué —respondió él.
—Solo tenía curiosidad —me queje.
—¿Y porque no me dijiste nada?
—Pues porque... —me quede callada, porque no sabía decir. —Pues
porque...
Pierce me miraba, esperando que terminara de decir algo, aunque ni yo
sabía que era.
Suspiro después de un minuto, negando con la cabeza, apartando la
mirada y murmurando por lo bajo: —¿Quieres hacer esto?
—Pero si te enojas no —respondí de inmediato.
La realidad es que no debería importarme lo que pensara Pierce, pero es
que no sé, no había manera en el mundo de que me metiera a aquel lugar sin
él.
—¿Quieres o no? —Insistió.
—Tal vez tengo un poco de curiosidad —murmure por lo bajo, cosa que
lo hizo sonreír.
—¿Por que eso no me sorprende? —Murmuró. —Está bien, andando —
dijo.
¿Pero que? ¿Así tan fácil?
—Pero Pierce... —dije.
—¿Que?
—¿En serio?
—Si.
—¿Pero no estás enojado?
—¿Debería estarlo?
—Deja de responderme con preguntas.
—Minerva, ¿que estás haciendo aquí?
—Solo... —suspire, porque en realidad no tenía mucha idea. —Solo
quiero ver, ¿vale?
—¿Qué es exactamente lo que quieres ver? —Preguntó él y al ver que
rodaba los ojos, suspiro. —A ver, necesito saber a que estas dispuesta para
que vayamos, ¿si? No quiero que te sientas incómoda, con absolutamente
nada, a la primera me lo dices y nos vamos.
—Esta bien —dije, luego pensé unos instantes, mordisqueándome los
labios. —Tal vez no esté lista para participar en una orgia con pollas y
chochos que no conozco —solté.
Pierce río, por supuesto y luego murmuró un vale.
—Y no sé si tampoco quiero pelar chocho ahí frente a todo mundo, que
todavía estoy pudorosa —agregue. —Y no sé si podré follar con Yoshio,
asique eso lo vamos viendo.
—Como que Yoshio te meta la polla antes que yo, lo mato —soltó él,
medio enojado.
—¿Qué pasa con mi pajarito? —Murmuró Yoshio, llegando a nuestro
lado.
Solté una carcajada, a lo que Pierce solo rodo los ojos y se puso de pie.
Me limpie la mano con la tela del vestido, ya que se había puesto medio
húmeda por los nervios, de todas maneras Pierce lo vio y me sonrió con
dulzura, tomando mi mano y haciéndome avanzar.
Yoshio nos seguía, tan contento como parecía.
Había un hombre de seguridad en la puerta, que casi ni nos miró cuando
pasamos y ahora, bueno, ahora la cosa si parecía un bar de intercambio.
El suelo era alfombrado y de color rojo oscuro, habían luces led del
mismo color rojo y una pequeña cabina con los vidrios tintados, lo que me
hizo suponer que ahí se pagaba la entrada.
Pierce le lanzó una mirada a Yoshio, como diciéndole: «Tú nos trajiste
aquí, tu pagas»
Me reí cuando Yoshio rodó los ojos, no pude evitarlo, de todas maneras
presione con fuerza la mano de Pierce cuando seguimos avanzando.
Atravesamos algo que era una especie de telón y entramos al bar.
Al nuevo bar.
Bueno, no voy a mentirles, que tampoco es como si hubiera aquí muchas
orgías, pero si la gente estaba un poco más... animada. Esa es una buena
forma de decirlo.
Había sillones, muchos sillones por todos lados. La pista de baile también
estaba llena y no me pasó por alto que las luces eran muy tenues, bastante
tenues he de admitir y aquello te daba la libertad para hacer, tu sabes,
cositas.
Me había quedado de piedra en el lugar, observando absolutamente todo
con la mirada asombrada.
Si, había gente metiéndose mano por todos lados, pero nada era
demasiado guarro, por decirlo de alguna manera.
La gente bailaba en la pista de baile, se veía una mano un tanto indiscreta
por debajo de algún vestido, estaba segura de que en uno de los sillones, a
pesar de también estar medios cubiertos por la ropa, una parejita follaba y
los que tenían sentados al lado miraban sin pudor alguno.
El chocho empezó a palpitar, sobre excitado.
—Bueno, ¿entramos? —Dijo Yoshio.
No me pasó por alto que su mano estaba en mi cintura baja, casi en mi
culo.
Y su sonrisa, oh, si pudieran ver su sonrisa, era distinta a todas las que le
había visto antes.
—Andando —dijo Pierce, obligándome a avanzar.
Y yo bueno, yo lo seguí, porque me moría de curiosidad, ¿si saben lo que
quiero decir?
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

COMO EN LAS PELIS PORNO

(CAPÍTULO CON ALTO CONTENIDO ERÓTICO, PONGAN


PLAY Y DISFRUTEN ;)

Caminamos a una de las barras que había en el fondo, porque sí, a lo


largo del lugar habían varias.
Nos sentamos en los taburetes altos mientras yo trataba de divisar —sin
suerte— algún órgano reproductor a la vista, ya sea femenino o masculino.
Je.
Yoshio pidió tragos para todos, tenía una sonrisa maliciosa en el rostro,
mientras él también miraba absolutamente todo con interés, Pierce, sin
embargo...
—¿Estas bien? —Pregunte, llamando su atención.
Sus ojos se clavaron en los míos, analizando mi rostro a detalle, de todas
maneras terminó por negar con la cabeza y sonreírme, pero el destello de
algo, de duda, seguía allí en su mirada.
Iba a decir algo, pero de repente Yoshio llamó nuestra atención.
—Bueno, entonces, ¿qué te parece? —Pregunto.
Me encogí de hombros, a decir verdad no sabía que esperaba, pero
supongo que uno en sus fantasías siempre tiende a exagerar un poco todo.
—Está bien —respondí con sinceridad.
Yoshio le restó importancia a mi respuesta evasiva, sin embargo
murmuro en una voz que pretendía ser secreta: —¿Sabías que siguiendo
aquel pasillo, hay habitaciones privadas? —Seguí con la vista la dirección
que había marcado, de todas maneras no había más que otro gigante de
seguridad, parecía que nadie iba a dichas habitaciones. —En el caso de que
no quieras hacer nada público, las habitaciones te dan un poco de
privacidad —explico. —Sin contar que las camas son mucho más cómodas.
—¿Que caso tiene venir a un club de intercambio si vas a ir a una
habitación privada? —Pregunte.
—Minerva, estos clubes no son solo para dejar tu culo al aire —dijo y
tanto a Pierce, como a mi, se nos escaparon unas risitas. —La gente viene
aquí, se conoce y luego decide si quiere follar o no. No te sientas
presionada a hacer algo que no quieras, hay veces que la gente simplemente
viene, pero se da cuenta de que estos lugares no son para ellos, por lo que
solo se terminan yendo.
—La gente también puede venir a cumplir sus fantasías —lo interrumpe
Pierce. —Parejas que quieren divertirse, tal vez mirar un poco, pero no
compartirse —agrega. —Vienen aquí, coquetean un rato, ven a otros follar,
roces indiscretos y luego terminan en una habitación follando como locos
simplemente ellos solos, no tienen porque estar acompañados.
»Estos lugares son para cumplir fantasías, para disfrutar del sexo sin
inhibiciones.
Asentí, clavando mis ojos en sus labios húmedos luego del trago que le
dio a su bebida.
Me pregunté qué sabor tendría en sus labios...
—Vengo enseguida —murmuró Yoshio, que sin esperar respuesta se
perdió entre la gente en la pista de baile.
—¿Que? —Pregunto Pierce cuando me pesco mirándolo.
—Nada, es solo que... —negué con la cabeza y aparte la mirada,
clavándola en uno de los silloncitos del fondo.
Me costó unos cuantos segundos entender lo que estaba pasando, pero
cuando logré divisar la imagen entre la negrura, aparte la mirada apurada,
aunque no sé muy bien porque.
Era un hombre y una mujer, turnándose para chuparle la polla al que
estaba sentado.
Demonios.
Las mejillas se me incendiaron, de todas maneras Pierce me distrajo,
tomándome de la barbilla para que clavé mis ojos en los suyos.
—¿Que? —Volvió a preguntar.
—Es que no pareciera que tengas muchas ganas de estar aquí —solté.
Pierce apretó la mandíbula, sin embargo negó con la cabeza, pero sin
soltarme.
—No es que no quiera estar aquí... —murmuro, apartando la mirada.
—¿Pero...? —Pregunte, rodeando con mis dedos la muñeca con la que
tomaba mi mejilla.
—No quiero que las cosas cambien entre nosotros —soltó de repente. —
No quiero que después de lo que sea que pase aquí, me trates diferente.
Abrí la boca para responder, de todas maneras nada salió, porque
simplemente su confesión me tomó por sorpresa.
—Las cosas no cambiaran entre nosotros —respondí al final.
—¿No lo harán? —Pregunto él, rodando los ojos. —No es como si antes
te hubiera gustado mucho todo esto —agrego, moviendo su mano a nuestro
alrededor.
Entendí lo que quería decir, en el pasado, cada que hacíamos algo de
esto, yo luego me encerraba en mí misma, pero yo ya no era la del pasado.
Esta era la nueva Minerva.
Minerva 2.0
¿Recuerdan?
Sin sentimientos, moviéndome entre ellos silenciosa como una ninja.
—Antes era diferente —respondí y cuando apartó su mano, me apresure
a tomarla nuevamente. —Prometo que nada va a cambiar —murmure.
—Eso dices ahora —respondió él y me sorprendió un poco lo frustrado
que se veía.
Lo inseguro.
—Pierce... —intente decir, pero me interrumpió.
—Es que para mi esto no tiene mucho valor, ¿sabes? —Dijo y yo me
callé, porque parecía que quería largar todo eso que tenía dentro. —Para mi
follar es casi hasta un acto biológico —luego de decir esas palabras, frunció
el ceño, contrariado. —Bueno, tampoco tan así —se explicó. —Lo que
quiero decir —continuó diciendo—, es que el hacer esto, el compartir, el
follar con otros, no es importante, no cambia quien soy ni lo que quiero
con... —se interrumpió, mordiéndose los labios, seguía luciendo
contrariado. —Solo que no quiero que cambien las cosas a como vienen
ahora, no quiero que te alejes ni que me mires... —clavó sus ojos en los
míos—, diferente a como lo haces ahora.
Le regale una sonrisa pequeña que no fue capaz de devolverme, mientras
que saltaba del taburete y me metía entre sus piernas.
—Las cosas entre nosotros no van a cambiar —murmuré, mis manos
acariciando su pecho por encima de la camisa.
—Eso dices ahora —respondió él, sin mirarme, concentrado en algo que
pasaba detrás mío, de seguro gente follando.
—Pierce —murmure, tomando su rostro entre mis manos, la barba
incipiente pinchando mi piel—, antes no era lo mismo que ahora, antes
quería cosas que ahora ya no quiero —dije con completa sinceridad.
Sus manos se cerraron en torno a mis caderas, terminando de romper la
distancia que nos separaba.
—Eso dices ahora... —volvió a repetir las mismas palabras que las otras
dos veces, pero ahora ya no parecía tan negado.
—Prometo que nada va a cambiar entre nosotros, prometo seguir siendo
igual de patosa contigo que como lo fui todos estos días —dije, sonriendo.
Él intentó no devolverme la sonrisa, pero falló miserablemente.
Rompió la distancia que nos separaba, apoyando su frente con la mía,
antes de cerrar los ojos.
—Joder, que cachondo me pones —soltó con frustración.
Solté una risita por lo bajo, antes de que sus labios me dieran un beso que
me corto un poco la respiración.
Cuando quise darme cuenta, ya se había separado.
Demasiado rápido para mi gusto.
—Las reglas siguen siendo las mismas —murmuro, sin atisbo de sonrisa
en su bonita boca. —Si algo no te gusta, me dices, si no quieres algo, me
dices y si quieres salir de aquí, me dices.
—Que sí —respondí, rodando los ojos.
Me miró fijamente, esperando que dijera algo más, que me negara a
hacer algo en este lugar..., ni de coña.
Mi chocho estaba cantando serenatas.
—Vamos a la pista —dijo al no encontrar nada.
Dejamos los tragos en la barra ya casi vacíos y caminamos de la mano a
dicha pista.
Sonaba una de esas canciones que solo el ritmo está lleno de
insinuaciones sexuales, por lo que caminando detrás de él, medio que
empecé a contonear las caderas a ese ritmo.
No me pasó por alto que Pierce nos alejó de la pista principal, no es
como que fuimos al rincón más oscuro, pero si nos alejamos de donde la
gente estaba más apretujada, donde estábamos ahora, teníamos un margen
con la gente que teníamos alrededor, es decir, no nos frotábamos entre
nosotros, de todas maneras el lugar parecía estar cargado de tensión.
Estaba también muy oscuro, casi que no podía ver a Pierce, de todas
maneras sus manos me mantenían bien sujeta de las caderas, evitando que
me alejara.
Comencé a mover las caderas de nuevo, nuestros cuerpos estaban
completamente pegados, podía sentir en mi cadera la excitación de Pierce
despertando poco a poco.
De repente el alcohol de los tragos comenzó a correr por mi sangre,
llevándose con él las inhibiciones.
Cerré los ojos y me deje llevar un poco, las manos de Pierce bajaron
hasta amasar mi trasero, nada brusco, solo un toque, un poco de presión,
pegando mi cadera a la suya.
Mi espalda se arqueo y el aprovechó aquello para comenzar a dejar besos
por la piel expuesta de mi cuello, los tacones que llevaba puestos ayudaban
a estar un poco más a su altura, sin embargo seguía sacándome media
cabeza.
Mis manos se movieron a su cabello, desordenándolo cuando mordió mi
piel, sacándome un jadeo.
Seguía sin abrir los ojos, tenía miedo de que si lo hacía, me daría un
pudor tremendo, pero luego recordé donde estaba, que la gente a mi
alrededor de seguro estaba haciendo cosas más puercas y sin poder evitarlo,
reí.
Una carcajada que por suerte quedó ahogada por la música, que de
seguro sino parecería una loca, pero supongo que Pierce sintió mi risa,
porque se apartó un poco para mirarme a los ojos, también sonrió.
—Eres preciosa, Minerva —dijo y mi sonrisa se convirtió en una un poco
más avergonzada.
Comenzó a dejar besos por mis mejillas, sin llegar a mis labios y a mi
casi se me escapa un gemido.
Estaba muy cachonda.
Sus manos seguían acariciando mis costados con mimo, pero también
presionando un poco, como si por momentos perdiera un poco ese pequeño
hilo de cordura al que se aferraba para no quitarme las bragas y follarme
aquí mismo.
Me había olvidado cómo se sentía estar con Pierce de esta forma, lo fácil
que era con él simplemente dejarse llevar, olvidarse del mundo y limitarse
simplemente a sentir.
Tenía la respiración hecha un desastre, por más que todavía no
hubiéramos hecho absolutamente nada más que contonear las caderas
lentamente en una danza de apareamiento.
Sí, así como lees.
Mis manos se cerraron en su cabello, queriendo acercarlo a mí, queriendo
que me saque de mi tortura y de una vez por todas, me bese.
—¿Que quieres, Minerva? —Susurro, sus labios cepillando los míos. —
¿Que? —Insistió con una sonrisa, al verme incapaz de formular palabras.
Tire de su cabello con un poco más de fuerza y logré sacarle un beso que
duró unos cuantos segundos.
—Tan impaciente... —murmuro por lo bajo.
Sin embargo no me torturo mucho más, sino que sus manos se
envolvieron fuerte en mi cintura, levantándome un poco y dándome un beso
que me dejó sin aliento.
Su lengua acarició la mía en un beso lleno de promesas sucias, de cosas
que quería hacerme, de cosas que iba a hacerme.
Me encantaron todas y cada una de ellas.
Cuando rompimos el beso para respirar, ambos teníamos la respiración
agitada, sonaba una canción diferente, lenta, muy lenta, tan lenta que los
bajos parecían imitar el movimiento de los cuerpos, el sonido grave parecía
golpear todas y cada una de mis terminaciones nerviosas.
Un escalofrío me recorrió la piel de los brazos..., no, no un escalofrío,
unas manos, otras manos, en la cual la caricia fue como el tacto de una
pluma suave.
No sabía quién era, no quería girarme tampoco para ver quien era.
Y si tengo que serles completamente sincera, creo que tampoco me
importaba, que me siguieran tocando de ese modo, se sentía muy bien.
Pierce se separó un poco, supongo que para darle lugar a la persona que
tenía detrás, no sabía si era un hombre o una mujer.
Seguí bailando, los ojos cerrados, mi cabello acariciando mi espalda, la
humedad pegándolo a mi piel en la nuca.
Tenía calor, mucho calor, pero no me importaba.
Las nuevas manos seguían acariciando mis brazos, solo las yemas de los
dedos, hasta que de repente se cerraron en torno a mis muñecas.
Manos de hombre, entonces, por la facilidad con la que las envolvió, por
lo pequeñas que quedaron en comparación.
Lentamente comenzó a llevarlas hacia arriba...
¿Que estaba pasando?
Mis brazos quedaron extendidos por sobre mi cabeza, tan alto que medio
tuve que ponerme en puntas de pie, sin embargo aquel movimiento me hizo
arquear la espalda, exponiendo por completo mi pecho a Pierce.
La respiración se me atasco en la garganta, de todas maneras todavía no
abría los ojos.
No podía.
No quería.
Lo único que pasaba por mi cabeza en este momento es que quería
limitarme a sentir y nada más.
La persona que tenía detrás mío, sostuvo mis muñecas con una sola
mano, mientras que con la otra quitó lentamente el cabello de mi hombro
para dejar allí la piel expuesta.
Ladee mi cabeza en un acto casi inconsciente y pude sentir la sonrisa en
los labios que besaron allí.
Pierce tenía sus manos ahora en mi vientre, por sobre la tela de mi
vestido, mientras lentamente comenzaba a subir, sus enormes manos
cerrándose en mis costillas, la punta de sus dedos tocando los costados de
mi pecho.
Sus labios volvieron a los míos, sin embargo esta vez eran superficiales,
sin terminar de darlos del todo.
En ese momento me pregunté la clase de espectáculo que estaríamos
dando, yo, de sandwichito entre dos hombres.
Toma eso.
La persona que tenía detrás seguía dándome pequeños besos y ahora
había pegado su cadera a mi trasero, dejándome ver que estaba excitado.
—Estaba seguro de que sabrías así de dulce.
La voz de Yoshio detrás mío me hace estremecer. Abro los ojos,
encontrándome con la mirada azulada de Pierce, que espera cualquier atisbo
de duda, de todas maneras siquiera tengo tiempo para pensar en aquello
antes de que Yoshio vuelva a hablar.
—Minerva, ¿harías algo por mi? —Pregunta.
Mi respiración es un desastre, Pierce me mira casi sin parpadear, tiene las
pupilas dilatadas y llenas de deseo. Por mi. Esta vigilando todas y cada una
de mis reacciones, sin embargo no puede negar que esto le calienta tanto
como a mi.
—¿Que? —Respondo con un jadeo.
—¿Puedes abrir un poco las piernas?
Ah, joder.
Trago saliva con dificultad y sin quitar los ojos de Pierce, lentamente
separo un poco las piernas.
—Un poco más —instruye Yoshio, hablando en mi oído para que sea
capaz de escucharlo. Obedezco nuevamente. —Eso está muy bien, eres muy
buena chica, Minerva, tan buena...
Siento que me falta un poco el aire, así como también siento que nunca
antes había estado tan excitada.
Sé que hay gente a mi alrededor.
Sé que probablemente están atentos a lo que pase aquí, sin embargo yo
no puedo dejar de mirar a Pierce, mientras que ahora mismo me muero
porque me bese.
—Minerva —llama mi atención nuevamente Yoshio. —¿Puede Pierce
tocarte? ¿Por encima de las bragas? ¿Le dejaras hacer eso?
Demasiado.
Simplemente demasiado.
Sabía que Yoshio sería intenso, pero no me imagine que tanto.
Y recién estamos empezando.
Mi cabeza termina cayendo al hombro de Yoshio, solo porque no me
siento capaz de seguir sosteniéndome. Una de sus manos sigue manteniendo
mis brazos en alto, mientras que ahora la otra se ha envuelto a través de mi
cintura, como si me estuviera sosteniendo y demonios, se lo agradezco.
—¿Vas a dejarlo, dulzura? —Pregunta de nuevo.
Asiento, solo porque no me salen las palabras, hablar ahora es algo que
simplemente está fuera de los límites.
Siento a Yoshio asentir en dirección a Pierce y por los ojos entrecerrados
de este, sé que no le gusta mucho que le digan lo que tiene que hacer, pero
las palabras que me dijo hace unas cuantas noches, de que Yoshio es mucho
muy dominante, vuelven a mi cabeza.
La mano de Pierce baja tan lentamente, que siento que una nueva especie
de tortura fue desbloqueada. Cuando sus dedos llegan al borde del vestido
—que debido al baile y las manos en alto se ha subido un poco—, aguanto
la respiración.
Sus ojos no se despegan de los míos, mis dientes se clavan en mi labio
inferior y sus ojos se clavan unos cuantos segundos allí.
Las yemas de sus dedos acarician el interior de mi muslo interno a
medida que sube.
—Mantén las piernas abiertas, dulzura, no las cierres —la voz de Yoshio
me saca de mis cavilaciones, mientras que me doy cuenta que tiene razón,
casi había apresado la mano de Pierce con las piernas.
Sus dedos siguen subiendo hasta que toca uno de los costados de mis
bragas, delineándolo con su dedo índice, sin llegar a colarla por debajo de
esta.
—¿Está mojada? —Pregunta Yoshio y no me pasa por alto la impaciencia
de su voz.
—No lo sé —responde Pierce y la sonrisa, Dios, su sonrisa no debería ser
algo legal. —¿Estas mojada, Douce?
—¿Por qué no lo averiguas? —Lo reto.
—Eso es —murmura Yoshio, asintiendo.
El dedo de Pierce —bendito dedo—, hace a un lado la braga de encaje
que llevo puesta y cierra los ojos cuando siente lo empapada que estoy.
Demonios.
Mi gemido hace que me avergüence un poco, de todas maneras me
obligo a no cerrar los ojos.
El calor que siento parece ahogarme poco a poco, de seguro mis mejillas
están encendidas fuego por la excitación, la vergüenza, todo junto.
—Se siente increíble, como siempre —dice Pierce, paseando su dedo por
mi entrepierna, apenas si está tocándome.
Y yo necesito presión.
Necesito que me toque más...
Contoneo mis caderas un poco, de todas maneras la mano de Yoshio me
mantiene firme, ajustando su agarre.
—Recién estamos empezando, dulzura —susurra en mi oído.
Mi rostro se gira en su dirección, a pesar de la oscuridad del lugar, logró
distinguir sus rasgos orientales, sus cabello medio despeinado, la mirada
cargada de lujuria y la sonrisa calienta lívido.
—Bésame —susurro, clavando mis ojos en sus labios finos.
—Tu no das las órdenes aquí, dulzura —responde él, sin quitar su
sonrisa.
—Bésame, por favor —gimo cuando el dedo de Pierce sondea mi
entrada, sin penetrarme.
Yoshio debe ver la tortura en mi rostro, porque acerca un poco sus labios
y me da un casto beso.
Gimo con frustración, tanto por el dedo que no me folla ni me toca como
quiero, como el beso que me es negado.
—Eres una cosita a la que no se le puede decir que no, ¿verdad? —
Pregunta Yoshio, negando con la cabeza, mientras observa mi rostro en
detalle. —Queriendo que todos estemos a tus pies.
—¿Lo he logrado? —Pregunto, intentando contonear las caderas para
que Pierce me toque como quiero.
Dulce tortura.
—Casi que me convences —se burla Yoshio.
Gimo cuando el dedo de Pierce mueve mi clítoris un poco, solo una
mínima presión.
—Demonios, por favor... —me quejo, frustrada y cachonda.
Cachondamente frustrada.
—¿Por favor, que? —Pregunta Yoshio.
—Deja de torturarla —dice Pierce de repente, su tono bajo y ronco. —
Mira su rostro, es demasiado para ella, ¿verdad, Douce?
No puedo responder, solo cierro los ojos y hago un mohín con los labios,
queriendo llorar de frustración.
—Ya lo creo —dice Yoshio, subiendo la mano que tenía en mi cintura
para tomar mi mandíbula con su mano y girar mi rostro nuevamente hacia
él. —Asique si eres una cosita a la que no se le puede decir que no —niega
con la cabeza, chasqueando la lengua—, ni cinco minutos aquí y ya me
tienes cediendo a tus caprichos.
Cuando abro la boca para responderle algo, aunque ya se me olvido que,
los labios de Yoshio chocan con los míos.
No es un beso suave.
Ni tentativo.
No.
Sus labios, lengua y dientes dominan mi boca, saquean, arrasan con todo
lo que tengo y en un momento dado debo apartar la cara, solo porque no
podía respirar.
Demonios, intenso.
Si, no se llama más Yoshio, ahora su nombre es intenso.
—¿Puedo probar?
La pregunta de Yoshio me saca de mis pensamientos.
—No me vas a chupar el puto dedo, Yoshio —se queja Pierce.
—Tal vez si probaras a mi manera..., una vez... —insiste Yoshio,
moviendo su cabeza de un lado a otro, intentando sonar convincente.
Sin poder evitarlo, termino riendo, a pesar de la situación, a pesar de que
estoy tan caliente que siento que si recibo un solo roce más en mi clítoris
me correré, la carcajada llama la atención de los dos adonis que me apresan
entre ellos.
—¿Te diviertes a nuestra costa, dulzura? —Pregunta Yoshio.
No llego a responder porque es Pierce quien me besa ahora, me quejo un
poco cuando saca su mano de mi entrepierna para tomarme de las mejillas,
pero su beso sin embargo sigue siendo abrumador, Pierce solo necesita
besarme para hacerme derretir.
El beso dura demasiado poco para mi gusto, de todas maneras, una vez
que se separa y bajo la atenta mirada de Yoshio, Pierce acerca el dedo que
tenía bajo mi vestido y lo acerca a mi boca.
—Abre —murmura.
Mis ojos se clavan en los de Yoshio a mi lado, que no me mira a mi, sino
a Pierce, a su dedo, como si quisiera lamerlo él.
Antes de que pueda abrir la boca, Pierce presiona dicho dedo sobre mis
labios, paseando mi excitación por ellos, luego mete el dedo dentro y mi
lengua lo chupa con avidez. Cuando siente que quedó lo suficientemente
limpio, lo saca, para luego tomarme de la barbilla y ladear mi rostro en
dirección a Yoshio.
—Ahora puedes probar su sabor, Yoshio —dice Pierce.
Yoshio no pierde tiempo, sino que antes de que siquiera pueda tomar aire,
su lengua lame mis labios.
Si, los lame.
Como si quisiera grabarse su sabor y luego su lengua está en mi boca,
saqueando nuevamente, les juro que siquiera puedo casi devolverle el beso,
porque es él quien se hace cargo. La mano que sostenía mis muñecas por fin
las libera, de todas maneras estas caen en su cabello, tirando de él,
devolviéndole el beso con todo lo que tengo.
Pierce tiene sus manos en mis caderas y aprovecha mi rostro ladeado en
dirección a Yoshio para lamer la piel expuesta de mi cuello.
Siento que me estoy ahogando, el calor me hace removerme incómoda y
tengo la garganta seca.
—Vamos a una de las habitaciones —murmura Yoshio, sin siquiera
dejarme responder, porque ha dicho aquello mientras me daba besos en los
labios.
—Nunca te vi tan desesperado, Yoshio —murmura Pierce, siento la
sonrisa en su voz.
—Necesito tomar algo —murmuro yo.
—Enseguida podrás chupármela —responde Yoshio.
—Necesito agua —digo, de todas maneras antes se me escapó una risa.
—En la habitación —responde él, la ansiedad reflejada en él mientras
mira a su alrededor.
—Primero pregúntale si quiere ir —murmura Pierce.
—Ella quiere —responde Yoshio.
—¿Quieres? —Pregunta Pierce mirándome.
—No lo sé, ¿quiero? —Bromeo con él.
Rueda los ojos, pero me toma de la mano y me arranca de los brazos de
Yoshio para pasar a ser él quien me envuelve.
Yoshio dice algo de que enseguida vuelve y Pierce acerca a sus labios
para hablarme al oído.
—¿Estas bien? —Pregunta.
—Si, ¿y tu?
—Yo estoy bien si tu lo estas —responde él y agradezco el calor de antes
para cubrir el sonrojo de mis mejillas.
Agacho la mirada, de todas maneras su mano está allí de vuelta,
obligándome a mirarlo.
—Conoces las reglas, ¿verdad?
—¿Estarás ahí conmigo? —Pregunto en su lugar.
—Siempre —responde él, sin siquiera dudarlo un instante. —¿Quieres
que sea Yoshio quien guíe? —Pregunta.
—Quiero que seas tu el que me toque —respondo sin dudar.
Asiente, como si aquello fuera toda la respuesta que necesita.
De repente sus ojos se clavan en algo detrás nuestro y se separa para
obligarme a avanzar. Yoshio nos espera junto a la puerta que va a las
habitaciones privadas y una vez que la cruzamos, un aire frío me golpea la
piel, haciendo que la piel se me ponga de gallina.
La mano de Pierce es firme en la mía mientras seguimos a Yoshio hacia
el final del pasillo.
Una vez que entramos a la habitación, me sorprende un poco el orden.
Pierce me explica que las habitaciones se usan una sola vez en la noche, por
lo que una vez que terminan de usarlas, se limpian en profundidad, que este
es uno de los bares de intercambio más conocidos de Europa, por lo que la
calidad y limpieza es de primera calidad.
Supongo que vio mi cara de asco al imaginar que me encontraría un poco
de semen pegado a la pared.
Pues no, eso no paso ni es tampoco lo que pasa en general en estos
lugares.
La habitación es toda en tonos oscuros, las sábanas de seda en color azul
oscuro brillan detrás de un acolchado negro, las almohadas también están
recubiertas en seda de color negro y azul.
La cama King size tiene en sus esquinas doseles de hierro negro y me
imagino que son para..., bueno..., jugar a los prisioneros, je.
El suelo tiene un alfombrado alrededor de la cama al igual que debajo de
un sillón en color negro que hay contra una pared, frente a la cama.
No hay mesitas de luz, pero supongo que tampoco es como si se
necesitaran mucho, ¿verdad?
Vale, si, estoy divagando.
Hay lo que parece una mesita de refrigerio en una esquina, una
habitación que da a un baño con una ducha —también toda decorada con
tonos oscuros—, y luego hay otro duchador, pero este esta en la esquina de
la habitación, casi tan escondido que solo lo vi porque las luces están todas
encendidas, pero tiene todas sus puertas vidriadas y una luz led de color
azul la ilumina.
Me encanta.
Lo tendré en cuenta para posible decoración en mi departamento.
Yoshio se ha acercado al sillón donde ha servido tres copas de
champagne que luce fresco. Medio me apresuro a tomar uno, pero es que
me muero de sed y de nervios.
Me termino la primera copa de un solo trago.
La segunda también.
A la tercera Yoshio ríe y Pierce me la quita de la mano.
Y se hace un silencio.
Yoshio solo me mira con una sonrisa maliciosa en el rostro, y sin dejar de
observarme, con una tecla que tiene al costado, baja todas las luces de la
habitación, generando un ambiente muchísimo más tenso e íntimo.
Pierce parece que me va a quitar las bragas en cualquier momento y me
va a follar como un loco.
De repente este último está en mi espalda y Yoshio se deja caer en el
sillón que tiene detrás, acomodándose como si esta noche fuera solo un
espectador.
Pierce me toma por las caderas para hacerme retroceder un poco y
posicionarnos al final de la cama, justo delante de Yoshio.
Toma el cierre de mi vestido y comienza a bajarlo lentamente, todo
mientras yo tengo a Yoshio delante, mirándome a mi y solo a mi.
Joder, qué nerviosa me pone, me remuevo un poco incómoda, mis manos
se hacen puños y entrecierro la mirada cuando Pierce besa un costado de mi
cuerpo.
—No estés nerviosa —susurra en mi oído, asiento un poco para hacerle
saber que le he escuchado.
El broche del cierre llega a su final y Pierce parece acariciar las cintas
que mantienen el vestido en su lugar, donde lentamente las comienza a
arrastrar por mis hombros hasta que el sostén se deja ver, el vestido
enganchándose en mis caderas. Los ojos de Yoshio se clavan en mi pecho,
cubierto todavía por una prenda de encaje que se transparenta y no deja
mucho a la imaginación, mientras, bebe de la copa que tiene en la mano,
una pierna cruzada por sobre su rodilla.
Pierce acaricia mis brazos apenas rozándolos, mientras deja besos por mi
cuello.
Mis ojos se cierran y mi cabeza cae hacia atrás, apoyándose en su
hombro.
—Termina de quitarle el vestido, Pierce —murmura Yoshio con la voz
ronca.
Mis ojos se abren de repente y se clavan en él, no hace falta una mirada
muy aguda para descubrir el bulto que crece entre sus piernas, la erección
de Pierce se clavan en mi espalda baja también.
Bueno, todos cachondos.
Pierce, para mi sorpresa, hace caso.
Sus manos tironean de la prenda y cuando quiero darme cuenta, esta cae
a mis pies, quedándome solo con la ropa interior y los zapatos.
Pierce se agacha detrás mío, quitándola y apoyándola en la cama. Sus
manos vuelven a acariciar mis costados lentamente, con mimo y por más
que la habitación sea lo suficientemente cálida, un escalofrío me recorre.
—Los pechos —murmura Yoshio. —Tócale los pechos.
Las manos de Pierce van a mis tetas, donde lentamente comienza a
acariciarlas, con cuidado, ellas desapareciendo debajo de sus palmas cuando
las amasa suavemente, tal y como a mi me gusta.
Se me escapa un gemido cuando su pulgar e índice presionan los tensos
pezones, al mismo tiempo, casi haciéndome saltar en el lugar.
—¿Estas caliente, Dulzura? —Pregunta Yoshio desde su lugar.
Asiento, pero es que no me salen las palabras. —Responde...
—Si, si, si —digo, mientras Pierce sigue con su tortura.
—Quítaselo —instruye Yoshio desde su lugar. —Quiero verle las tetas,
luego quítale las bragas.
—A tus órdenes —se burla Pierce con sarcasmo, de todas maneras
obedece.
El sostén desaparece.
Luego las bragas son deslizadas lentamente por mis piernas, dejándome
completamente desnuda.
—¿Por que soy la única que no lleva ropa? —Me quejo y los dos
hombres se ríen.
—Todo para tu entero placer, douce —murmura Pierce.
Yoshio de repente se pone de pie y yo medio me tensiono, sin embargo
pasa por mi lado para dirigirse a la cama, donde lo veo agarrar varias
almohadas, acomodándolas como quiere.
No llego a preguntarle qué es lo que está haciendo cuando se detiene
frente mío nuevamente, Pierce sigue tocando mis pechos, ignorando por
completo al hombre que tengo en frente.
Yoshio ladea su cuerpo para que nuestros ojos se encuentren, quiero decir
algo, cualquier cosa, pero es como si de repente me hubieran arrancado la
lengua y todo lo que pudiera decir nada más abrir la boca, sería un balbuceo
incoherente.
—A la cama, Pierce —murmura Yoshio y las manos de este me
presionan mis pechos con fuerza, como si quisiera rebatir, pero
sorprendentemente no lo hace. —Acomódala en las almohadas, que su
espalda quede un poco inclinada, así podrá ver todo, así podrá verme
disfrutar de su placer sin siquiera tocarla.
En ningún momento mira a Pierce, sino que todo lo dice con sus ojos
negros clavados en los míos.
Intenso, ¿recuerdan?
Las manos de Pierce me toman por las caderas, haciéndome caminar
hacia atrás hasta que me siento sobre la cama, donde termina por
arrodillarse frente mío, mi rostro quedando solo un poco por encima de él.
Comienza a dejar suaves besos por mis muslos, su lengua haciendo que
se me erice la piel.
—¿Estas bien? —Pregunta.
—Si —murmuro sonriendo.
—Bien —dice, asintiendo. Se quita los botones de la camisa
rápidamente, quedando con el torso al descubierto y a mi se me hace agua
la boca por comérmelo a besos, pero me resisto. Sus manos van a mis
hombros, empujándome hacia atrás. —Recuéstate, Minerva —susurra.
Medio me tensiono, como no queriendo terminar de ceder, pero al final lo
hago y me dejo caer contra las suaves almohadas, con las rodillas pegadas
entre sí fuertemente.
Sus grandes manos acarician mis pies hasta llegar a mis zapatos, donde
los quita, besando mi tobillo cuando lo hace.
—Abre las piernas, Minerva —murmura.
Me esfuerzo por mirarlo, allí, entre mis piernas.
Me niego a mirar a Yoshio, creo que entraré en combustión si lo hago.
—Abre —insiste y lo hago, sus manos suavemente empujando mis
piernas más abiertas.
Sus ojos se clavan allí, en el chocho, mirando con un hambre que me
sorprende.
Comienza a dejar besos por el interior de mis muslos, tan suavemente
que un gemido se me escapa.
—Talones sobre la cama —la voz de Yoshio nos saca a ambos de nuestro
transe.
Me vuelvo a tensionar, pero Pierce cierra sus enormes manos en mis
tobillos y comienza a levantarme las piernas.
Me quiero quejar, pero no puedo, no quiero, no lo hago.
—Ya escuchaste a Yoshio —murmura Pierce con una sonrisa en el rostro,
como si me estuviera retando.
—Bien, bien —murmura Yoshio, como si le encantara el hecho de que le
estemos haciendo caso.
Bien, recapitulemos: estoy completamente desnuda, Pierce está ahora
caminando hacia algún lado de la habitación, tengo las piernas sobre la
cama, los talones sobre la cama, pero las rodillas bien juntitas, que todavía
no se me ve el chocho.
De repente Pierce llega por detrás mío, sonriéndome cuando nuestros
ojos se encuentran.
—Pierce, sepárale las piernas —instruye Yoshio. —Dulzura, deja que te
vea el coño.
Joder.
Joder.
Pierce se arrodilla en la cama, hundiéndola un poco, a la altura de mis
hombros y cuando sus poderosas manos se cierran en mis rodillas, sé que
no hay vuelta atrás.
—Relájate —susurra él y asiento.
Sus manos obligan a mis piernas a abrirse, dejándolas, bueno..., bien
abiertas, ¿si me entienden?
—Eso es... —dice Yoshio.
Mi respiración es un desastre.
La de Pierce también.
—Ábrele el coño, Pierce —dice de repente.
Los dedos índices de Pierce hacen eso mi coño para que Yoshio lo vea.
—Precioso —murmura. —Tócala, ¿está mojada? ¿Estas mojada,
dulzura? ¿Te gusta lo que estamos haciendo?
Uno de los dedos de Pierce comienza a tocarme lentamente, manteniendo
mis labios vaginales abiertos con una de sus manos.
Gimo con fuerza, mientras mis manos se hacen puño por sobre la colcha
en la cual estoy acostada, intentando por todos los medios no retorcerme
como loca.
—Oh, a ella le encanta —responde Pierce por mi. —Ella está tan mojada,
amigo —murmura. —Tan malditamente mojada.
—Métele un dedo dentro, Pierce —murmura Yoshio.
Pierce obedece.
Mis caderas se elevan, mi espalda arqueándose.
—Quieta —murmura Pierce, apoyando su codo para volver a pegarme a
la cama.
—¿Como esta?
—Caliente —responde Pierce. —Apretada.
—Bien, bien —murmura Yoshio. —Métele otro dedo.
—Oh Dios —respondo, mientras Pierce sigue masturbándome con los
dedos.
—Otro más —murmura Yoshio, mientras siento los dedos de Pierce
húmedos por mi excitación.
Pierce obedece.
Me encanta este Pierce tan obediente.
La presión de los dedos de Pierce es un poco abrumadora, pero me
encuentro retorciéndome como loca, queriendo más.
Dios, necesito un orgasmo.
—Bien..., ¿Minerva? —Llama Yoshio. Pierce se detiene. Carajo. —Una
amiga mía entrara a la habitación, ¿estás bien con eso?
Mis ojos se clavan en los de Pierce, con la pregunta implícita en mi
mirada.
—Ella no va a tocarte —dice antes que nada. —Solo a él.
—Bien —me obligo a decir.
Luego la puerta se abre y se cierra rápidamente. Se escucha una
cremallera abajo, una muchacha vestida solo con ropa interior y cintas de
cuero uniendo dicha ropa interior, se arrodilla entre las piernas de Yoshio.
Tiene su cabello atado en una cola alta, desde aquí puedo verle el trasero
perfectamente redondeado mientras ella trabaja con la erección de Yoshio.
—Pierce, usa tu lengua con ella —instruye Yoshio nuevamente, su voz
un poco más jadeante ahora que le están haciendo una mamada.
Pierce vuelve a abrirme los labios del coño mientras y sin siquiera darme
un momento para prepararme, su lengua ataca mi clítoris desde arriba.
Voy a morir.
En serio.
Que tanto placer no puede ser bueno para mi salud, pero creo que lo que
lo hace así de intenso, es el hecho de haber jugado tanto antes, de todo el
trabajo previo tanto de Pierce como de Yoshio.
—Eso es... —escucho la voz de Yoshio decir—, usa tus dedos también.
«No cierres las piernas, dulzura»
«Otro dedo, Pierce»
«Que sean tres»
«No cierres las piernas»
«Perfecto, su coño es perfecto»
«Desde aquí veo tu excitación, dulzura»
«Quiero que te corras, pero lo harás solo cuando yo te diga»
«Déjame ver su coño abierto»
«Muerde su clítoris»
«Perfecto, ¿escuchaste cómo gritó? A ella le encanta»
«¿Te encanta, dulzura?»
«No dejes que se corra, Pierce»
«No me odies, dulzura, no me odies»
Grito en el momento que Pierce vuelve a separarse justo antes de que me
corra.
No es justo, demonios.
Lloriqueo y escucho la risa de Yoshio, seguida por un jadeo, de seguro la
chica que le chupa la polla hizo algo que le gusto.
¿Cuánto tiempo llevamos haciendo esto? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días?
Mi respiración es un desastre, la de Pierce también, lo noto cuando me
mira. Su cabello está despeinado, sus labios húmedos.
—Bésame —suplico, solo porque esta imagen de él simplemente hace
volar mi mente.
Pierce se acerca de inmediato, sin dudarlo, sus labios tienen el sabor de
mi excitación y no podría importarme menos, demonios.
Su lengua saquea mi boca, mis manos se encierran en su cabello, tirando
de él, acercándolo más, queriendo alejarlo para quitarle los pantalones que
lleva puestos y rogarle que me folle de una vez.
Me había olvidado que con Pierce, estar con él hacía que simplemente el
resto desapareciera.
Sus dedos vuelven a tocarme, dos los mete dentro mío, arqueándolos y
llegando a un lugar que...
Oh.
Dios.
Santo.
Que.
Vive.
En.
Las.
Nubes.
—Ahí estás —susurra Pierce, sus labios cepillando los míos. —Esa era la
mirada que estaba buscando —agrega con algo parecido a la devoción en su
rostro.
El orgasmo me golpea de una manera brutal, los espasmos de éste hacen
que mis caderas se arqueen mientras que los gemidos mueren en los besos
de Pierce.
Si, esto era lo que quería, lo que buscaba.
Si.
Si.
No se cuanto tiempo dura el orgasmo, solo sé que los dedos de Pierce
ahora entran y salen más fácilmente, de manera perezosa debido a la
excitación de mi orgasmo, su pulgar ya no acaricia mi clítoris, porque creo
que si lo hiciera podría llorar.
Sus besos se vuelven más suaves, tentativos, cariñosos.
Me olvido del mundo.
De quien soy.
Ya no sé si soy Minerva o Karen.
Solo estoy aquí, permanezco, luego de unos de los mejores orgasmos del
mundo.
Los dedos de Pierce por fin salen de mi, haciéndome sentir vacía,
mientras que siento que podría acurrucarme ahora mismo y quedarme
dormida.
Si, me encanta eso, puedo hacerlo, podría...
De repente siento a alguien frente a la cama donde todavía me encuentro
despatarrada, importándome muy poco mi desnudez post orgásmica.
Yoshio me mira desde su altura cuando nuestras miradas se encuentran,
para luego lentamente acariciar con sus ojos mi cuerpo expuesto.
Los míos, por supuesto, hacen lo mismo, hasta que...
Oh, bueno...
Su polla está allí, alta y dura y muy parada, un poco húmeda por la
mamada de la chica que ahora ni se donde está, pero déjenme decirles algo,
un secretito, si Yoshio me llega a meter eso que tiene por polla, me
arruinara para cualquier hombre, me va a romper la chichi.
¿Vieron las típicas pelis porno? ¿En las que hay unas pollas
sobrehumanas? Bueno así.
No, no va a meterme eso.
De ninguna manera.
Me va a arruinar el chocho.
Esa cosa va a llegar hasta mi estómago.
No hay manera.
No señor.
Pierce debe ver el pánico en mi rostro, porque de repente se incorpora
para mirar a Yoshio a la cara.
—Nos vamos —murmura, tomándome de la mano para incorporarme.
Mala idea.
La polla de Yoshio parece decirme «Hola, Minervita, mucho gusto en
conocerte, ahora voy a partirte a la mitad»
Me vuelvo a acostar.
—Ella no parece querer irse —murmura Yoshio con una sonrisa.
—Tu nunca follas —dice de repente Pierce, con los ojos como rendijas.
—¿Qué te pasa esta noche?
—No lo sé —murmura él, encogiéndose de hombros como si nada. —
Creo que Minerva tiene algo —agrega, mirándome fijamente.
¿Es que no la de un poco de pudor, aunque sea? Que yo ya me remuevo
incómoda, intentando divisar mi ropa interior.
—Yo creo que..., hum..., mejor nos vamos —murmuro, sin poder mirarlo
a la cara. —Ya es tarde..., y bueno, la convención empieza temprano, y
tengo que practicar una receta, mañana es el gran día, el día en que
cocinamos, que ustedes, los profesionales prueban, yo solo..., muchos
orgasmos por hoy —agrego, poniéndome de pie y acomodando mis bragas,
seguido por el sostén, en su lugar. —Será mejor que nos vayamos, ustedes
también tienen que descansar, será mejor que descansemos todos —y luego
mis ojos se abren grandes—, quiero decir, por separado, descansamos, pero
por separado.
La sonrisa de Yoshio es enorme y antes de darme cuenta, sus labios
chocan con los míos, sus manos enormes van a mis nalgas, apretujándolas y
medio levantándome, mientras que yo me sostengo de sus hombros para no
caerme.
Después de lo que parecen minutos, se separa, todavía manteniéndome
entre sus brazos para que nuestros ojos estén a la misma altura, su polla
clavada en la parte baja de mi estómago.
—Prométeme que la próxima vez me dejaras probarte.
—Yo...
—No la presiones, Yoshio —se queja Pierce, abrochando su camisa.
Yoshio solo me sonríe, grande, como un niño pequeño.
—La pase bien esta noche —termina diciendo, con un guiño. —Ahora
entiendo el porqué de la obsesión por ti —murmura, una clara puya para
Pierce que solo rueda los ojos.
Termino de cambiarme, Yoshio le comenta algo a Pierce de el día de
mañana, todo como si nada.
Una vez que estoy lista, Pierce me mira, me recorre con la mirada, su
polla sigue igual de dura y recuerdo que ni él ni Yoshio tuvieron su
liberación.
No se porque aquello me hace apretar las piernas entre sí.
La mano de Pierce se cierra por sobre la mía, dándome un ligero apretón.
—Vamos —murmura, tirando de mi.
—¿Donde? —Pregunto, no se porque.
Sus ojos se clavan en los míos mientras atravesamos el bar.
El resto no existe.
No me importan.
Solo es él.
Pierce.
—Casa.
Es todo lo que responde.
Y yo lo sigo.
Por que si, me gusta la idea de ir a casa.
Solos los dos.
Con él.
Con Pierce.

***
MIS AMORES
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DEBIE :)
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

UNA PROPUESTA INDECENTE

PIERCE:
Minerva va acurrucada a mi lado una vez que nos subimos al taxi para
volver al departamento. Tiene los ojos caídos por el cansancio post
orgasmo, cuando yo todavía cargo con una erección que está a punto de
explotar. De todas maneras no es que este esperando que pase nada una vez
que lleguemos, aunque si ella es quien comienza todo, tampoco me verán
quejarme. Sin embargo lo único que espero es que las cosas no cambien
entre nosotros, quiero permanecer de este modo, bueno, no por siempre, por
supuesto. Si bien todavía no puedo ponerle nombre a lo que me pasa con
ella, estoy muy seguro que es fuerte y como la mierda que esta vez no la
dejaré escapar, de eso estoy completamente seguro.
Minerva se remueve contra mi costado y yo aprieto mi agarre en sus
hombros, manteniéndola cerca, mi piel erizándose cuando pasea su nariz
por mi cuello.
—Tu perfume me encanta —murmura, medio entre dormida.
—Lo sé —respondo con una sonrisa. —Por eso lo uso a diario, eres una
chica de perfumes.
—Lo soy —responde, riendo.
Pago al taxi una vez que estaciona en el rellano del departamento y
espero a que Minerva baje antes de hacerlo yo y una vez fuera, tomo de su
mano para caminar juntos.
No puedo evitar deleitarme con la naturalidad que hacemos estas cosas.
—Estás callado —murmura cuando entramos al ascensor.
Le sonrió, tirando de su brazo para que su espalda esté contra mi pecho y
se acurruque contra mi.
—Igual no me quejo —dice, cuando comienzo a dejar besos por su
clavícula. —Que este Pierce me encanta.
—Siempre soy el mismo —murmuro.
—No siempre... —responde ella en voz baja.
Antes de que pueda responder nada, las puertas del ascensor se abren y
ambos salimos con dirección al departamento en silencio, mientras me
maldigo para mis adentros por haberme cargado el momento, sintiéndome
un imbécil por lo que dije.
Por supuesto que no siempre soy el mismo, espero por lo menos no serlo,
cuando ella más me necesito, la abandone.
Joder.
—Minerva... —digo una vez que cierro la puerta del departamento.
De todas formas no llegó a decir nada cuando se abalanza a mis brazos,
llegando a sostenerla justo a tiempo antes de que me bese como solo ella
sabe hacerlo.
Su lengua incita a mis labios a abrirse para besarnos profundamente y no
puedo —ni quiero— siquiera controlar el gruñido que sale de lo profundo
de mi.
Comienzo a caminar sin siquiera poder ver donde, con sus piernas
enredadas alrededor de mi cintura y mis manos amasando su culo por
debajo del vestido que se ha subido, pellizcando y escuchándola quejarse
por el dolor que seguro provoque.
Mis rodillas chocan con el sofá, por lo que me giro y me dejo caer en él,
arrastrando a Minerva conmigo.
Nos separamos unos instantes para recuperar el aliento y nos miramos
fijamente por unos segundos.
Sus mejillas están sonrojadas nuevamente, sus labios hinchados por los
besos compartidos y su mirada brillosa.
—Minerva, yo...
—¿Recuerdas que recién dije que me gustaba ese tierno tu? —Dice ella,
con una sonrisa maliciosa en el rostro. —Pues ahora necesito al otro Pierce,
al que me folla duro.
Abro la boca para responder, de todas maneras las palabras no me salen,
no puedo emitir un sonido.
—¿Quieres follar? —Pregunto, como un idiota.
—Si, eso dije —murmura ella y ahora se contonea de forma descarada
contra mi erección.
La tomo de las caderas para detenerla, porque con ella haciendo esto no
me deja pensar y en este momento necesito pensar con la cabeza de arriba y
no con la de abajo.
—Pierce... —gimotea con esa voz que casi me hace perder las cabezas.
Si, la de arriba y la de abajo.
—¿Que...? —Intento decir, pero no puedo encontrar las palabras. —¿Que
estas haciendo?
Ella de repente deja de luchar contra el agarre férreo con el que la
sostengo y se le forma un ceño fruncido entre sus cejas.
—Creo que fui bastante explícita con lo que dije —murmura, la muy
listilla. —Aunque si quieres te puedo guiar.
—Minerva... —me quejo.
—¿Que? —Pregunta, con su mejor cara de inocente y vuelve a contonear
las caderas.
—Que esto... —digo, bajando la mirada. Mala idea, puedo ver sus bragas
desde aquí. —Yo no se si...
—¿Acaso no quieres? —Pregunta, todo su aire juguetón perdido. —Lo
siento, yo creí... —hace el amago de levantarse, pero presiono mi agarre
para que no se aleje.
—No es que no quiera, joder —digo, frustrado y confundido. —Es que...,
¿tu quieres esto?
Abre la boca para responder, como si no entendiera mis palabras.
—Creo que lo deje claro en el momento en que me abalance sobre ti —
responde.
—Si pero...
—Mira Pierce —me interrumpe ella—, no quiero complicar las cosas,
¿vale? Lo dije antes, solo quiero follar. Follar sin complicaciones, sin tener
que estar pensando si digo o hago algo que de repente nos haga salir
corriendo —dice y me sorprende un poco la seguridad con la que me dice
las cosas, como si lo tuviera lo suficientemente claro.
Minerva, al ver que no respondo, continua: —De todas maneras, si
sientes que esto podría, no lo sé, cambiar la relación que tenemos hasta
ahora, me levantaré y me iré a la cama, frustrada, vale aclarar, pero mañana
por la mañana seguiré siendo la misma y espero que tu sigas siendo el
mismo.
—Yo...
—De todas maneras, cuando tuviste tu lengua en mi clítoris y tus dedos
metidos casi hasta tocarme el útero, creí que no pondrías tanta traba a follar.
Mi polla salta cuando la escucha decir eso, yo sin embargo...
—Vale, lo tengo claro ahora —murmura, un poco decepcionada, esta vez
se pone de pie cuando siente que mi agarre se afloja.
Comienza a caminar en dirección a su habitación y son solo unos cuantos
segundos los que tardo en ponerme de pie y detenerla, tomándola por el
brazo.
—¿Dónde demonios crees que vas? —Siseo en su oído y siento como la
piel de su brazo se eriza cuando le hablo.
—Yo..., creí que...
—¿Que creíste? —Pregunto, apoyando mi erección en su culo respingón.
—¿Que te irías a dormir así como así? ¿Antes de que te meta la polla en el
coño? Lo llevas claro si pensaste eso —sentencio.
Me río para mis adentros cuando Minerva permanece allí, simplemente
en silencio.
Parece que la deje sin palabras.
La obligo a caminar y ella medio se tropieza con los tacones, por lo que
se los saca de inmediato y camina descalza.
La llevo al brazo del sillón, empujándola suavemente para que se doble
sobre él.
—Pierce..., ¿que...?
Jadea cuando le subo el vestido por encima de las caderas, dejando su
piel cubierta solo por sus bragas.
—Mantente callada —murmuro, enganchando su pequeña braguita con
mi dedo índice, despegándolo de su culo. Minerva hace el amago de
levantarse, por lo que con mi mano libre la detengo poniéndola en medio de
su espalda. —Y quieta también.
Cuando veo que va a obedecer, acaricio su piel hasta enganchar ambos
lados de su ropa interior y bajarla por sus piernas.
Me arrodillo detrás de ella, deleitándome con la vista. El coño de
Minerva siempre será mi vista favorita y si bien esta noche ya la he
probado, me muero por volver a hacerlo.
No pierdo tiempo, aplano mi lengua por todo su centro, metiéndola en su
vagina y luego subiendo para lamerle también el culo.
—Por todos los cielos —la escucho jadear, intentando moverse hacia
adelante, pero mi mano la toma por la cadera para mantenerla en su lugar.
—Pierce... —quiere quejarse, por lo que vuelvo a ir su vagina, chupándola
nuevamente.
Su espalda se arquea, intentando darle una fricción que solo con mi
lengua no va a encontrar, sin embargo me encanta torturarla, por lo que me
concentro en chuparle el clítoris, mover la lengua de un lado al otro, lo
mordisqueo con mis dientes y cuando creo que se va a correr, me separo.
—Mierda, mierda, mierda —murmura en voz baja.
Me pongo de pie, apurándome en quitar la ropa que todavía llevo puesta,
pateando mis pantalones y los bóxer lejos de mi cuerpo.
Minerva hace el amago de incorporarse, pero vuelvo a poner mi mano en
su espalda, deteniéndola.
—No, quédate así.
—Pero es que quiero verte mientras follamos —se queja y por el susurro
de su voz, supongo que en realidad no quería decir aquello en voz alta.
—Yo también, pero quiero follarte primero en esta posición, mirarte el
culo mientras lo hago —respondo, rompiendo el paquete del condón que
tome de mi billetera y desenrollándolo sobre mi polla a punto de explotar.
Bien, me lo tomaré con calma, follarla en esta posición ayudara, porque
si la miro a la cara ni bien me entierro en ella, me voy a venir y eso será
vergonzoso.
Muy vergonzoso.
—¿Tengo que estirarte con los dedos? —Pregunto una vez que la punta
de mi polla acaricia sus pliegues húmedos. —¿O ya estas lista para mi,
douce?
—Pierce... —gimotea ella, contoneando las caderas para que me entierre
en ella.
Esa fricción que necesita.
Que yo también necesito.
Dios, dulce tortura.
—¿Entonces...? —Pregunto, torturándola un poco más, separándome un
poco y reemplazando mi polla por mis dedos.
—No, Pierce —se queja con voz ronca.
—¿No que, preciosa? —Pregunto, jugando con ella, mis dedos patinando
por la humedad de su excitación.
—No necesito... —su gemido ronco casi me hace perder la cabeza. —
Métela, Pierce, por favor, por lo que más quieras...
Antes de que termine de hablar, reemplazo mis dedos por mi polla,
deslizándome dentro suyo con suavidad pero sin detenerme hasta que estoy
enterrado por fin dentro suyo.
Y me quedo allí por unos instantes, sintiéndola, joder, sintiendo lo que
significa volver a estar dentro de ella.
Es el paraíso y de repente lo entiendo, entiendo el porque estaba loco por
ella, entiendo el significado de lo que teníamos y como lo eche todo a
perder.
Mis manos se cierran firmemente sobre su cadera, antes de hacer las mías
hacia atrás y luego volver a enterrarme, tan lentamente que sé que es una
tortura para ella así como también para mi, sin embargo quiero que este
momento dure para siempre, quiero que esta noche no termine nunca.
Repito el movimiento dos veces más, antes de acostarme prácticamente
encima suyo —teniendo cuidado de no recargar todo mi peso en ella— y
comienzo a besar la piel de su hombro, llegando la lugar donde éste se une
con su cuello, mordiendo levemente.
El movimiento de mis caderas es constante, sin dejar de follarla en
ningún momento. Me apresuro a desajustar su sostén, quitándolo para
amasar suavemente sus tetas sensibles.
Minerva gimotea, los ojos fuertemente cerrados, sus manos sosteniendo
su peso contra el sillón. Dejo besos en sus mejillas, hasta llegar a la
comisura de sus labios y ella gira su rostro para que nuestras lenguas
puedan moverse al igual que nuestros cuerpos.
Mis movimientos se detienen, solo porque necesito besarla más.
Tocarla más.
Sentirla más.
Y de repente es como si una especie de desesperación me arrasara,
porque quiero todo de ella, absolutamente todo.
Cuando salgo de adentro suyo, Minerva gimotea, pero no digo nada, solo
porque me dejo caer en el sillón y la tomo de las caderas para que se suba a
horcajadas. En la desesperación por hacerlo más rápido, el pie de Minerva
golpea con la mesa ratona y chilla de dolor.
—Mierda, ¿estas bien? —Pregunto, observando como se frota el dedo
chiquito del pie.
—No —gimotea y yo la tomo nuevamente de las caderas para ponerla
entre mis piernas.
—Déjame ver —murmuro, intentando tomarla del pie.
—No —se apresura a responder. —Quiero seguir follando —agrega.
—Te seguiré follando —respondo, riendo. —Solo quiero ver que no te
hayas lastimado.
—Que no —responde, alejando su pie.
—Minerva...
—Es que si me tocas el pie me darán unas cosquillas horribles y te juro
que no podrás follarme —explica y yo siento que por dentro me rompo un
poco por la ternura que me causan sus palabras. —Yo quiero follar —
asegura.
Sonrío suavemente y ella me devuelve la sonrisa. Sus piernas están a
cada lado de las mías, sin embargo nos tomamos unos cuantos segundos
antes de volver a lo que hacíamos antes. Mis pulgares acarician la piel de
sus caderas, frotando suavemente a lo largo de sus piernas, ganándome un
estremecimiento de su parte.
Una de mis manos sube para tomarla suavemente por su cuello,
rodeándolo con mi palma para atraerla a mi. Ella viene gustosa, besándome
con la suavidad con la que solo ella puede besar. Minerva tiene una forma
de besar que parece que lo hiciera con el alma, un beso suyo es capaz de
devolverte a la vida, es capaz de hacerte replantear todos los besos que diste
antes de los suyos, como si el resto no fueran más que besos vacíos y sin
sentido.
Sus manos se entierran en mi cabello, acercándome un poco más a ella y
sus caderas se elevan, mientras que yo me tomo mi tiempo para pasear la
punta de mi polla por sus pliegues húmedos antes de ponerlo nuevamente
en su entrada. El recuerdo de nosotros follando a pelo se cuela en mi
cabeza, la sensación de su calor envolviendo mi dureza..., aparto aquellos
pensamientos, porque solo harán que me desconcentre del placer de volver
a follarla.
Minerva baja sus caderas suavemente sobre las mías, sin dejar de
besarme, sin dejar de tirar de mi cabello. Mis manos aprietan sus caderas,
mientras ladeo las mismas para encontrarme con sus movimientos,
profundizando la penetración.
—Tan bien, Douce, se siente tan bien —susurro contra sus labios.
Minerva gime cuando me escucha decirle esas palabras y sé que le
calienta que le hable mientras la follo, que le diga todo lo que pasa por mi
cabeza y cuerpo cuando la siento a mi alrededor.
»Sigue así...
»Sigues siendo igual de dulce.
»Eso, gira tus caderas de ese modo, úsame para tu placer.
»¿Sientes lo mojada que estas? ¿Sientes lo dura que me la pones?
»Todo para ti, todo.
»¿Ya quieres correrte? No lo hagas todavía, vamos a venirnos juntos.
La mano que tenía alrededor de su cuello se cierra haciendo un poco de
presión. Los ojos de Minerva, oscurecidos por la lujuria, se clavan en los
míos, mientras comienzo con mi otra mano, a frotar su clítoris la mismo
tiempo que ella aumenta sus movimientos.
—Eso es —digo, asintiendo, ejerciendo más presión en su cuello casi de
manera inconsciente. —Córrete, córrete por toda mi polla, Douce...
Los labios de Minerva se entreabren cuando comienza a venirse, mientras
que yo enredo mi brazo en su cintura y con ayuda de la mano que se cierra
en su garganta, ayudo a los movimientos cuando comienzo a correrme
también, golpeando su centro con fuerza, tanta que los sonidos que hacen
nuestros cuerpos al chocar son como una sinfonía para mis oídos.
El orgasmo que me golpea genera tanto placer, que tengo que cerrar los
ojos por el mareo que me recorre.
Cierro con más fuerza mi brazo alrededor de Minerva, acercándola a mi
pecho y enredado mi mano —esa que rodeaba su cuello— en su cabello,
para que esconda su rostro en mi pecho, necesitando tenerla de ese modo
unos minutos hasta que logre recomponerme de lo que acabamos de hacer.
El sudor me cubre las sienes, mientras tomo respiraciones profundas para
recuperar el aliento, ya que el corazón todavía me late de manera errática.
Cierro los ojos, apretando a Minerva cerca mío, el contacto de sus tetas
en mi pecho hace que la polla me de una sacudida y cuando estoy pensando
la manera en la que voy a follarla, de las formas en la que lo haré, esta vez
en la cama, ella se remueve.
Mi polla sale de adentro suyo y cuando se hace hacia atrás, quito el
condón y lo anudo, tirándolo al suelo de cualquier manera.
Abro la boca para decir algo, cuando Minerva se me adelanta.
—Eso fue una buena forma de limar tensiones —dice de manera jovial.
—Ahora... —agrega, poniéndose de pie y tomando su ropa del suelo—,
tengo que ir a dormir y tu deberías hacer lo mismo, tenemos que
levantarnos temprano.
Frunzo el ceño, sorprendido por su actitud, poniéndome también de pie
cuando comienza a caminar por el pasillo a su habitación.
—¿Donde vas?
Ella se detiene, me mira como si fuera estúpido y luego, de manera
obvia, agrega: —A dormir, a la habitación, la cama...
—Pero... —me corto a mi mismo, porque a decir verdad no sé qué es lo
que iba a decir.
¿Querer dormir juntos? ¿Dejarme que la abrace mientras duerme? Perdí
esos privilegios, lo sé y también sé que Minerva no va a ponérmelo fácil,
por lo que suspirando, me obligo a decir: —Descansa, Minerva.
Ella me sonríe, como si no acabáramos de follar hace menos de cinco
minutos, como si solo hubiera sido eso que dijo antes: «limar tensiones» un
polvo.
Joder, me siento usado.
—Buenas noches, Pierce —dice ella con una sonrisa dulce y se pierde
dentro de la habitación. Me dejo caer en el sillón, suspirando y perdiendo
cualquier placer post orgasmo que había conseguido.
Me digo a mi mismo que no debo sentirme un idiota —tal como me
siento ahora— y darle tiempo. Minerva dijo que no quería las cosas que
quería antes y la entiendo, joder, con todo lo que le ha pasado los últimos
meses, es obvio que no querrá involucrarse con alguien de manera seria.
Aún más teniendo en cuenta como tuvo que terminar las cosas con Dean.
Dean.
Joder, intento que algo de culpa entré a mi sistema, pero eso no pasa, no
pasa porque con lo que respecta a Minerva, no hay tiempo para culpas, aún
más ahora que siento que puedo ponerle nombre a lo que siento.
No voy a decir la palabra amor, porque soy un fiel creyente que el amor
se construye entre dos, pero si sé que quiero verla todas las mañanas, reírme
de su mal humor a primera hora del día, cocinarle mientras tomamos un
vino y ella me parlotea de todo sin parar a mi lado.
No lo se, supongo que quiero las cosas cotidianas con ella, el tenerla a mi
alrededor.
Me dejo caer en el sillón, respirando hondo y sintiendo el perfume de ella
todavía pegado a mi piel. Aquello, sin poder evitarlo, me saca una sonrisa,
mientras pienso como un pervertido en no bañarme para que me quede su
olor impregnado.
Sonrió más imaginando la cara que pondrá Minerva mañana en el
desayuno cuando le diga estas palabras.
Y así, con una sonrisa en el rostro, termino durmiéndome, pensando en
todos los planes que tengo para recuperar a Minerva de una vez por todas.
De todas maneras, siquiera llego a imaginar que por supuesto, las cosas
no van a ser tan fáciles como espero.
Malditamente nunca lo son.
*

MINERVA
Con Pierce, a la mañana siguiente, nos quedamos dormidos, cuando era
el anteúltimo —y uno de los días más importantes— días de la convención.
Por suerte no cundió el pánico, nos cambiamos rápidamente —a él no le
dio tiempo de bañarse— y salimos corriendo del departamento.
Llegamos, gracias a todos los cielos, tres minutos antes de que
comenzara.
Hoy había sido el día de cocinar y los mejores cocineros del mundo,
probarían nuestras comidas.
Me anote —para sorpresa de él—, en el stand de Pierce. Cuando me vio
que estaba allí, se le formo una sonrisa enorme en el rostro y no pude evitar
el rubor que se extendió por todo mi cuerpo por ello, pero la verdad es que
no quería que las cosas se pusieran raras entre nosotros.
Si, habíamos follado.
Si, me había encantado, joder, toda esa química que habíamos tenido
alguna vez, ahora simplemente parecía haber aumentado.
Sé que probablemente me hace una cobarde haber huido de la manera en
la que lo hice, pero sinceramente, no quería que las cosas se pusieran raras
entre nosotros. No quería volver a repetir los patrones que habíamos
atravesado alguna vez, no le quería hacer eso a él, ponerlo en aquella
posición, pero por sobre todas las cosas, no me lo quería hacer a mi misma.
Sé que suelo bromear mucho con esto, pero sinceramente ya no estoy
buscando una relación en el amplio sentido de la palabra. La verdad es que
solo quiero pasarlo bien y por sobre todas las cosas, cuidar mi corazón,
porque después de la ruptura con Dean, bueno, quedó bastante magullado.
Sé que Pierce se sorprendió por mi arrebato, pero prefiero seguir
manteniendo las distancias, si, follamos, si, lo más probable es que
volvamos a hacerlo, pero no quiero las caricias del después. No quiero que
las cosas se confundan.
Pierce, por suerte, pareció comprender mi postura, por que no hizo las
cosas raras, se siguió comportando como siempre y yo por mi parte hice lo
mismo.
Sin cosas raras.
¿Ven que fácil?
De todas maneras, hay algo que me está molestando, si, si, si, no lo
digan, soy una persona complicada, suelo pelear mucho conmigo misma,
pero..., siento culpa.
Te preguntaras porque demonios siento culpa.
Pues por Dean.
Si, lo sé, realmente no tienen que decirlo, pero es que..., se siente como si
lo hubiera superado todo demasiado rápido, aunque quien va a casarse es él,
sé que no es por amor y tampoco me trague mucho todas las excusas que
me dio cuando se las pedí, sé que hay algo más aunque seguramente nunca
vaya a descubrirlo.
A decir verdad, no puedo evitar extrañarle un poco, ¿saben? Dean era esa
clase de persona a la que podías escribirle todo el rato al teléfono, podías
hablar de todo y de nada a la vez y él simplemente escucharía con atención,
como si estuvieras diciendo la cosa más interesante del mundo y la verdad
era que extrañaba muchísimo aquello.
Hubieron algunos momentos en este viaje en los que estaba lo
suficientemente distraída como para abrir su chat y tomar una foto de
cualquier cosa para enviarle.
Cuando me percataba de lo que estaba haciendo, me sentía como una
mierda.
Y cerraba su chat.
Si, yo también siento pena por mi misma a veces, pero no estamos aquí
para juzgar.
Bueno, la cuestión es que una cosa llevó a la otra y aquí estoy, esperando
que conteste el teléfono, porque creí que era una buena idea llamarlo.
Detente, que no estamos aquí para juzgar, he dicho.
—¿Hola? —Pregunta nada más atender el teléfono.
Abro los ojos como platos, se suponía que debía cortar antes que
atendiera.
Si, si, lo sé, es una pendejada que a veces hacemos las pendejas como
yo, pero..., no juzgamos, quedamos en eso, ¿okey?
—¿Minerva...? ¿Eres tu? —Pregunta, supongo que alejando su teléfono
para ver la pantalla y corroborar que indudablemente mi número está en su
pantalla.
—Hola —me obligo a responder, luego de carraspear.
—Hola, cariño —murmura casi de manera inconsciente y yo cierro los
ojos con fuerza, joder, que es demasiado dulce.
Dean carraspea, supongo que dándose cuenta del mote cariñoso que usó
conmigo.
—¿Como estas? —Pregunto, obligándome a sacarnos a los dos del
incómodo momento.
—Bien, ¿y tu? —Pregunta y me atrevo a decir que sentí un suspiro de
alivio por el auricular. —¿Cómo está yendo todo?
—Bien, bien —respondo, alejándome de la entrada que daban a los
balcones para acercarme al barandal, observando los autos debajo. —
Madrid es... —tomo aire profundamente, respirando esta ciudad que me
tiene enamorada—, es sencillamente increíble.
—Si, es una ciudad preciosa —está de acuerdo él.
Y volvemos a quedarnos en un silencio incómodo.
Demonios.
—Entonces... —me obligo a murmurar—, ¿para que llamabas?
Se escucha una risa del otro lado.
—Tu me llamaste, Mine —murmura Dean, divertido, al otro lado del
mundo.
—Oh, si claro —murmuro, sintiéndome una idiota. —Fue sin querer, ya
sabes..., simplemente se marcó el número —me excuso.
—Ya veo... —responde él. —¿Tu estas bien? ¿Pierce te mostró la
ciudad?
—No, fue Yoshio —respondo, porque estoy segura de que Dean lo
conoce.
—Joder Minerva —murmura Dean del otro lado—, no te acerques
mucho a él, ¿si? Es un jodido pervertido.
Se me escapa una carcajada por la manera en la que lo dice, que por
cierto es bastante seria.
—Es un buen chico —lo defiendo.
—A metros de él, cariño —insiste Dean. —Es serio, que querrá hacerte
cosas... —se escucha un sonido ahogado al otro lado que solo me hace reír
más—, sólo tenlo a unos cuantos metros de distancia, ¿si?
«Ay Dean, si supieras»
—Lo tendré en cuenta —murmuro y luego—, ¿Tu...? ¿Como van tus
cosas?
No digo la palabra compromiso porque ya saben, corazón roto y esas
cosas.
—Bien —responde él, luego de carraspear. —Supongo que las cosas van
siguiendo su curso —agrega.
—No suenas muy contento —se me escapa.
—Por qué no lo estoy —se le escapa a él también.
—¿Entonces porqué lo haces? —Se me escapa la pregunta.
—¿Quieres volver a tener esta conversación? —Pregunta él también.
—No, yo... —tomo una respiración profunda, cerrando los ojos con
fuerza cuando comienzan a arderme. —Yo solo quería decirte que..., que no
te guardo rencor ni nada, ¿vale?
—Lo sé Mine, eso solo te hace aún más increíble de lo que ya eres...
—Y Dean, tienes mi bendición.
—¿Tu bendición? —Pregunta, confundido.
—Si, tu sabes, en el caso de que quieras consumar tu compromiso, ya
sabes , puedes hacerlo, es decir —me corrijo, tomando aire profundamente
—, no es como si necesitarás mi permiso para follar, es solo que puedes
hacerlo, sin problema, ¿si? Solo..., solo tal vez piensa en mi, ¿quieres? —Y
luego, pensando en la mierda que acabo de decir, vómito las palabras
nuevamente: —Joder, no, no hagas eso, es asqueroso, no pongas mi rostro
en..., nadie.
La risa de Dean me saca de mis pensamientos, haciéndome al fin reír a
mi también.
—Extrañaba esto de ti —murmura una vez que dejamos de reír y no hace
falta que diga que extrañaba cuando hablaba sin parar.
—Yo solo quiero que seas feliz, ¿okey? —Suelto por fin. —Solo, sigue
adelante... —agrego.
No hace falta ser un genio para darse cuenta que le estoy confirmando
que estoy follando nuevamente.
—Oh... —murmura luego de unos segundos. Carraspea y vuelve a hablar:
—Está bien Mine, yo... —suspira—, yo estoy feliz por ti, por que seas feliz
y estoy muy orgulloso de que estés cumpliendo todos tus sueños, sabes eso,
¿verdad?
—Si, lo sé —me obligo a responder, con un nudo en la garganta.
—Bien.
—Dean, yo... —parpadeo de manera repetida para ahuyentar las lágrimas
—, yo te aprecio, eso no ha cambiado, yo..., no quiero que cambie.
—Yo también te quiero, Mine.
Y después la llamada se corta.
Me quedo unos cuantos segundos allí, mirando la pantalla oscurecida de
mi teléfono, pensando en todas las cosas que quería decirle pero que no
dije, que no encontré las palabras, que simplemente no salieron.
¿Así es como termina todo, entonces? ¿Así es el final de mi historia con
Dean? Es decir, si, él va a comprometerse, pero una parte muy mía creía
que las cosas no iban a suceder de ese modo, porque..., ya saben, una nunca
puede soñar lo suficiente y son estos momentos los que nos hacen darnos
cuenta de que en realidad los cuentos de hada no existen.
¿No tendré, entonces, mi final feliz? ¿Nada de lo que siempre quise va a
pasarme? ¿Nada...?
—¿Minerva?
La voz de Pierce me hace girarme, sorprendida como si me hubiera
encontrado haciendo alguna travesura, con el teléfono firmemente agarrado
entre mis manos.
—Hola —murmuro con una sonrisa un tanto tensa.
Él, por supuesto, se percata de aquello y se apresura a preguntar.
—¿Estas bien?
—Si, si, no es nada —respondo rápidamente.
—Bien.
—¿Necesitabas algo? —Pregunto y me pego a la baranda detrás mío
cuando se acerca unos cuantos pasos.
Y aquello me lleva a pensar en la noche anterior, cuando estuvimos
follando, el contacto de su piel, de la mía, las cosas que hicimos...
—Yo..., Minerva —comienza diciendo Pierce. —Tengo una propuesta
para hacerte —dice. —Una propuesta a la que no podrás decir que no.
La sonrisa —enorme sonrisa— de Pierce, es contagiosa, por lo que
termino devolviéndosela. Esta vez es una sonrisa real y toda la tristeza de
unos minutos atrás termina disipándose.
—Estoy escuchando...

***
HOLA BEBIS, AQUÍ OTRO CAPÍTULO DE PECADO,
DISCULPEN LA DEMORA
SOLO QUERÍA ACLARAR, YA QUE VI MUCHOS
COMENTARIOS DICIENDO QUE LA HISTORIA NO IBA A
NINGUN LADO, QUE RECUERDEN QUE PECADO CON SABOR A
CARAMELO SE DIVIDIO EN DOS PARTES, ¿PORQUE HICE
ESTO? POR EL HECHO DE QUE LA HISTORIA SE HARÍA MUY
LARGA, DE ESTA MANERA, ES COMO SI VOLVIERA A
EMPEZAR, SI QUIEREN VERLO DE UNA MANERA MÁS
SENCILLA, HAGAN COMO SI LA HISTORIA HUBIERA
TERMINADO Y DESDE QUE ANUNCIE ESTA SEGUNDA PARTE,
FUERA UN NUEVO LIBRO. CON UN NUEVO COMIENZO Y UN
NUEVO GIRO DE LA TRAMA, TODAVÍA FALTA EL "DRAMA"
DE ESTA SEGUNDA PARTE.
ALERTA SPOILER? MINERVA VA A HACER EL VIAJE DE SU
VIDA EN LOS PROXIMOS CAPÍTULOS, SE VIENEN COSITAS
MUY BUENAS, PERO COMO SIEMPRE, TIENEN QUE TENERLE
PACIENCIA A LA HISTORIA Y EN EL CASO DE QUE YA NO LES
GUSTE, SIEMPRE SON BIENVENIDXS A NO LEER MÁS.
CAPÍTULO DEDICADO A VICTORIA QUE HOY ESTÁ
CUMPLIENDO AÑITOS :)
GRACIAS A LAS PERSONAS QUE SIGUEN AQUI, GRACIAS
POR EL APOYO, GRACIAS POR LOS EDITS.
MUCHO MUCHO AMOR PARA USTEDES SIEMPRE.
SIGANME EN MIS REDES:
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BESITOS
DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

DEAN Y SUS DECISIONES DE ÚLTIMO MOMENTO

Dean:
Las decisiones que he tenido que tomar las últimas semanas, realmente
van a acabar conmigo.
Tengo ganas de rendirme, de dejar todo esto de lado e ir a lo que
realmente me haría feliz.
La cuestión es que soy un Ross, y los Ross no hacemos lo que nos hace
felices, sino que hacemos lo que es correcto. Sé que esto es necesario, sé
que probablemente después de esto, nunca pueda volver a ser el mismo, sin
embargo sé que tengo que hacerlo, sé que a pesar de todo, tuve mi suspiro
de felicidad. La tuve y por más que hoy sienta que fue un momento fugaz
nunca dejaré de estar agradecido por los momentos que me regalo, por la
felicidad que tuve y que siento que aproveche al máximo.
Haberla tenido, que ella me haya amado es algo que me hace saber que
sea lo que pase después, habrá valido la pena.
Sin embargo, toda esa decisión que tenía se fue al carajo nada más
escuchar su voz.
Joder, ¿como la simple voz de una persona puede provocarnos tantos
sentimientos al mismo tiempo? ¿Cómo es que, a pesar de todo este tiempo,
sigue significando incluso más de lo que significaba cuando aún estábamos
juntos?
No estoy enojado, para nada, solo dolido, frustrado con la vida por no
poder estar con la mujer que quiero, porque dejar todo por ella no es algo
que pueda hacer, no es algo que vaya a hacer.
Sé que ahora es difícil de entender, pero todo tendrá una explicación y así
no vuelva a verla nunca más, no después de lo que haré en un par de
semanas, sé que ella podrá ser por fin feliz.
Espero que lo sea, estoy seguro que nadie más que ella lo merece.
Minerva es esa clase de persona que por más que el mundo la tire mil
veces al piso, ella volverá a levantarse, ella sonreirá como si nada hubiera
pasado, ella seguirá dando todo de si misma porque así es como es ella, no
conoce la vida de otra manera.
Sentado en mi despacho, sonrío ante el pensamiento.
Minerva.
Minerva.
Minerva.
Demonios, como la extraño, es como si la constante presión en mi pecho
no desapareciera nunca, como si el vacío que se plantó en mi desde que
terminé con lo nuestro, nunca podría volver a llenarse.
Carajo, sé que nunca va a volver a llenarse, porque Minerva..., Minerva
es..., joder.
Me froto el rostro, frustrado, la garganta se me cierra y los ojos me
escuecen, pero aparto la angustia, porque en estos momentos no puedo ser
débil, no puedo simplemente rendirme a la pesadumbre que me invade, no
puedo porque me hice una promesa a mi mismo y también a ella, todo
siempre será por ella.
Sin embargo..., miro nuevamente la pestaña abierta en mi buscador...
Pensando.
Pensando.
Pensando.
Si mi vida de todas maneras se irá al carajo, ¿que tal si...? ¿Que tal una
última locura?
¿Qué más puedo perder? Ya lo he perdido casi todo, simplemente no
puedo solo..., ¿no puedo ser aunque sea un poco egoísta y pensar una sola
puta vez en mi? ¿En lo que yo quiero?
¿Qué es lo que quiero? Lo quiero todo.
La quiero a ella.
La necesito a ella.
Una sola locura más.
La última.
La última saboreada a la libertad que podré tener, si todo sale como lo
planee, en mi vida.
El último suspiro de felicidad que me voy permitir y solo hay una
persona que puede brindármelo.
Y como la mierda si no tomaré esta última oportunidad.
***
CAPÍTULO CORTISIMO, LO SÉ, PERO YA ESTOY
TRABAJANDO EN EL SIGUIENTE, ESTO ES SOLO UNA
PEQUEÑÍSIMA MUESTRA DE LO QUE SE VIENE.
SI ME ESTOY TARDANDO TANTO CON LAS
ACTUALIZACIONES, ES PORQUE ESTOY CON
MUCHÍSIMO TRABAJO Y APARTE ALGUNOS
INCONVENIENTES FAMILIARES QUE REQUIEREN MI
COMPLETA ATENCIÓN TODO EL DIA. POR FIS, TENGAN
PACIENCIA.
LOS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

QUÉDATE, QUE LA NOCHE SIN TI DUE-E-E-E-E-LE

MINERVA
—¿De viajes? ¿Solos? ¿Tu y yo?
Repito la pregunta por tercera vez, sin dejar de leer los papeles que hay
sobre la barra del departamento de Pierce.
—Si —responde él, con esa estúpida sonrisa que no ha quitado de su
rostro desde que me saco, literalmente, a rastras del evento.
—¿Te volviste loco?
Pierce rueda los ojos, también por tercera vez, luego de escuchar mi
pregunta.
—No se porque te haces tanto problema, deja de pensar tanto —
murmura, haciendo un ademan con las manos, mientras toma un sorbo de
su copa de vino.
Si, lo obligue a abrir otro de sus caros vinos, asique vamos medio pedos,
pero es que no podía afrontar esta conversación de otra manera.
—Pierce, es un viaje que durara casi tres semanas, ¿como quieres que no
lo piense tanto?
Abre la boca para responder, pero levanto el dedo índice, acallándolo y
dándole a entender que aún no he terminado. Rueda los ojos nuevamente,
bebe de su vino una vez más y se cruza de brazos, apoyando su cadera en la
pared detrás sin dejar de mirarme.
Estúpido y sensual Pierce.
—Sin contar, que de hecho, te harás cargo de todo los gastos del viaje.
—Puedes invitarme a cenar si quieres, no tengo gustos caros —se burla.
Ruedo los ojos, poniendo las manos en mi cintura y mirándolo con
molestia.
—Mira... —dice, acercándose unos pasos a mi antes de que pueda decir
nada—, no tienes que pensarlo tanto, mis padres tienen pequeños
departamentos por casi todo Europa, asique eso no será un gasto, sabes que
los vuelos por aquí tampoco son tan caros —cuando abro la boca para
rebatir nuevamente, me interrumpe—, sé que has estado buscando vuelos.
—¿Como sabes eso? —Pregunto.
—Revise tu computador.
—¡Pierce!
—Fue sin querer, lo juro —dice, intentando apaciguar mi reciente enojo
—, por cierto, cuando mires porno, hazlo en la ventana de incognito, que
sino queda en le buscador.
Siento como mis mejillas se vuelven rojas en cuestión de nada y antes de
que pueda decir nada, vuelve a hablar: —La cosa es que pensé que sería
buena idea.
—Planeaste todo un viaje, por Europa Pierce.
—Si, lo sé —responde, asintiendo y luciendo orgulloso como la mierda.
—Tengo una vida —digo, solo para que quede claro.
Mueve la cabeza de un lado al otro, como si pudiera rebatir aquello.
—¡Pierce! —Me quejo.
—Esta bien, pero estoy seguro que un par de semanas más no le hace
daño a nadie.
—¿Un par de semanas...? —Repito, indignada. —¿Que hay de la
cafetería?
Pierce lo piensa unos instantes, supongo que sopesando mi pregunta.
—En una semana comienzan las vacaciones de verano, sabes que sería en
vano que la cafetería permaneciera abierta, porque habías planeado cerrarla,
¿verdad?
No puedo rebatir a eso, porque tiene razón, iba a cerrar la cafetería por
las vacaciones de verano. No por todas, obviamente, pero si un par de
semanas.
Pierce debe ver la duda pintada en mi rostro, por que de repente rompe la
distancia que nos separa.
—Prometo que lo pasaremos increíble —dice, tomando mi rostro entre
sus manos. —Lo tengo todo planeado.
—¿Cuando comenzaste a planearlo? —Pregunto, la voz me sale rara
porque tiene mis mejillas apretujadas.
—Anoche —responde, sin dejar de sonreír.
—Eso es poco tiempo.
—Suelo ser bastante eficiente cuando me propongo algo que quiero.
Ruedo los ojos, sin embargo no puedo no sonreír.
Joder, que Pierce me ha invitado a recorrer prácticamente toda Europa.
Toda.
Europa.
¿Como diablos se niega una a eso?
—¿Entonces? ¿Tu respuesta es si? —Pregunta en voz baja, sus pulgares
acariciando mis mejillas con suavidad.
—Es una locura, ¿si eres consiente de ello? —Pregunto en su lugar.
—Si, lo sé, pero de todos modos quiero hacerlo.
—¿Seguro? —Pregunto y sé que puede ver la inseguridad en mis ojos. —
¿No tendrás, hum..., problemas?
Pierce me observa unos instantes, creo que sin comprender el trasfondo,
hasta que vuelve a su sonrisa habitual antes de responder.
—No, nunca podría tener problemas por pasar tiempo con una hermosa
mujer.
Ruedo los ojos, queriendo tomar un poco de distancia, que tenerlo tan
cerca me alborota las neuronas y no me deja pensar con claridad, de todas
maneras no me deja ir, sino que en su lugar, arrastra sus labios a los míos,
dándome un beso que me corta un poco el aliento.
—Di que si —murmura, sus labios acariciando los míos cuando habla.
—Yo...
Antes de que pueda responder, vuelve a besarme, esta vez usando su
lengua para acariciar mis labios.
—Di que si —insiste.
Sus ojos, profundamente azules, me miran, expectantes.
—Pierce... —medio niego con la cabeza.
Vuelve a besarme, esta ves un beso de verdad, esos de lo que te tienes
que separar para recuperar el aliento.
—Di que si, Douce —susurra nuevamente, esta vez cerrando sus ojos y
apoyando su frente en la mía. —Por favor, di que sí, Minerva.
Será la suplica que escucho en su voz, el que no pueda mirarme a los ojos
por miedo a que diga que no, a que lo rechace.
Me deleito un poco con el momento, con el silencio expectante, antes de
unir mis labios con los suyos, en un beso que empieza esta vez por mi.
Poniéndome en puntas de pie para poder profundizarlo, enredando mis
manos en el cabello de su nuca.
—Esta bien —respondo y él abre sus ojos para mirarme, sorprendido.
—¿Que dijiste? —Pregunta, aunque creo que si sabe lo que respondí.
—Que si, que hagamos el...
Antes de que pueda terminar la frase, Pierce vuelve a besarme.
Chillo cuando sus brazos se envuelven a mi alrededor, levantándome en
el aire cuando nos hace girar.
—¡Pierce! —Grito, sin poder dejar de reír, mientras camina conmigo
hasta sentarse en el sillón, dejándome a horcajadas en sus piernas.
Sus brazos siguen firmemente enredados en mi cintura, manteniéndome
cerca, mientras que por un momento nos miramos fijamente, en silencio.
Es como si fuéramos los de antes, pero también unos nuevos. Más
maduros. Más rotos, pero también más nosotros mismos.
Y de repente el aire se llena de una tensión que no extrañaba para nada,
que no quiero sentir.
Creo que una parte de mi está negada a sentir nuevamente, porque cada
vez que me permití sentir, simplemente salí lastimada y muy dentro mío,
me niego a pasar por ello de nuevo, mientras me digo a mi misma que
puedo salir bien parada esta vez, que puedo controlar hasta donde quiero
sentir, hasta donde dejo a Pierce entrar esta vez.
Carraspeo, removiéndome en su agarre y él, como si adivinara todo lo
que paso por mi mente en cuestión de nada, me deja ir.
—Entonces... —murmuro, caminando nuevamente a la barra donde
quedo mi copa de vino abandonada—, ¿donde empieza nuestro viaje? —
Pregunto, girándome con una sonrisa enorme después de darle un trago a mi
copa.
Pierce me observa unos instantes pensativo, antes de volver a su sonrisa
maliciosa y su actitud habitual de que el mundo le importa un carajo.
—Por donde todos los viajes por Europa deben empezar —dice y su
sonrisa, por todos los cielos, es una sonrisa que jamás le había visto.
—¿Y donde es eso? —Pregunto y no puedo evitar contagiarme de su
actitud juguetona.
—En Ibiza, claro esta.
Joder.
Jo-der.

**
—Minerva, en verdad fue un placer volver a verte —murmura Yoshio en
mi oído, haciéndome saltar en mi lugar.
—Me asustaste —me quejo en su dirección.
La cosa es que hoy es el último día de convención, en la cual
simplemente estamos aquí, conversando entre todos, haciendo sociales y
rememorando estas ultimas dos semanas. He perdido a Pierce nada más
llegar y después de hablar con algunas de mis compañeras que compartí la
mayoría de las clases, simplemente me acerque a un pequeño rincón con un
ventanal enorme que da a la calle, observando Madrid.
Me encanta Madrid.
—Lo siento, no pretendía asustarte —se disculpa Yoshio, parándose a mi
lado para observar también la transitada avenida fuera.
Nos quedamos en un cómodo silencio por unos cuantos segundos, hasta
que decido romper el silencio.
—¿Que harás ahora? —Pregunto.
Yoshio sonríe de lado, seguro imaginando alguna pervertida travesura en
su cabeza.
Se encoge de hombros y sin mirarme, responde: —No lo sé, tal vez
arruinar algún matrimonio, ¿quien sabe?
Inmediatamente mis ojos se dirigen a Catalina, quien tiene el brazo de su
marido envuelto alrededor de su cintura, quien por casualidad nos estaba
mirando.
Mierda.
Aparto la mirada de inmediato.
La risa de Yoshio me hace mirarlo con enojo, de todas maneras no es
como si él me hubiera dicho que mirara.
—No es la única mujer en mi radar, ¿sabes?
—Pero si la única por la que te preocupaste —rebato.
—Touche... —responde con una sonrisa. —¿Sera ese no se que, que tiene
Madrid? —Pregunta de repente.
—¿Que quieres decir?
—¿No se te hace a que esta ciudad es mágica? Siempre es Las Vegas
quien se lleva todas las alabanzas —se queja, haciéndome reír—, pero no lo
sé, Madrid tiene ese no se que...
Parece que Yoshio en realidad estuviera pensando en voz alta, pero como
es habitual en él, parece importarle demasiado poco compartir esos
pensamientos conmigo.
—Como de nuevas oportunidades —me encuentro respondiendo.
Él me mira unos segundos, antes de asentir en acuerdo.
—Como de nuevas oportunidades —asiente.
—Fue bueno conocerte un poco más esta vez—murmuro en su dirección.
Yoshio sonríe enorme y cuando me percato de lo que acabo de soltar —
teniendo en cuenta lo que compartimos—, mis mejillas se encienden de un
rojo furioso antes de abrir la boca para comenzar a balbucear idioteces.
—Lo mismo —interrumpe Yoshio, sacándome de mi miseria y para mi
total sorpresa, sus brazos me envuelven en un apretado abrazo.
—No sabia que eras de esos que dan abrazos —me rio de manera
nerviosa una vez que nos separamos.
De seguro tengo las mejillas de un color nunca antes visto en la piel
humana.
—No lo soy, pero es que Pierce nos estaba mirando.
—Debí imaginarlo —respondo, rodando los ojos.
—Hey, que igual si me gusto abrazarte, pude sentirte un poco las tetas y
todo.
—Por Dios... —me quejo abochornada, mirando a mi alrededor con
nerviosismo.
Escucho la risa de Yoshio luego de que alguien carraspeara detrás mío.
—¿Estas lista para irnos? —Pregunta Pierce.
—Si —digo, sin siquiera poder mirarlo.
—¿Que le dijiste para avergonzarla? —Pregunta Pierce en dirección a
Yoshio.
—¡Que fue un placer conocerla! —Responde él, sin poder borrar la
sonrisa de su cara. —Por que lo fue, ¿verdad Mine?
—Adiós Yoshio —respondo, rodando los ojos y caminando en dirección
a la salida, con Pierce siguiéndome de cerca.
—¿Estas lista? —Pregunta Pierce una vez que estamos en la calle
esperando el taxi que nos llevara al aeropuerto.
Las valijas las habíamos dejado en una oficina de la convención y
estamos preparados para que comiencen estas vacaciones.
—Una siempre está preparada para ir a Ibiza —respondo con una sonrisa
enorme.
—¿Y para el avión? —Pregunta, mirándome de reojo. —¿Estas lista?
Carraspeo, sintiéndome nerviosa de repente, antes de asentir.
—Si, he comprado unas pastillas para relajarme en caso de que las cosas
se salgan de control —respondo sin mirarlo.
—Igual la mayoría de los viajes los haremos en tren o alquilaremos un
auto, ¿es eso mejor?
—Uno de mis sueños siempre fue hacer un viaje en carretera —se me
escapa casi sin pensar.
—A por los sueños entonces —murmura en respuesta.
A por los sueños entonces.
Tome una pastilla antes de subir al avión, no se si fue eso o que, pero
siquiera me había terminado de acomodar en mi asiento cuando
comenzamos con el descenso.
Pierce solo se rio cuando se lo comente.
El calor de Ibiza me sorprendió, a decir verdad no creo haber estado
preparada para ello, de todas maneras lo agradecí, porque el olorcito de la
brisa marina fue delicioso.
Por un momento debo confesar que me sentí medio fuera de lugar, es
decir, no sabía muy bien como actuar con Pierce a mi alrededor.
No habíamos vuelto a follar.
¿Quería que volvamos a hacerlo? Si respondía con la cabeza te diría que
no, que eso iba a complicar las cosas, que mejor que las cosas quedaran
como estaban, en definitiva nos habíamos rascado la comezón.
Mi chocho y lívido, por supuesto, pensaban de otra manera, de echo
creían que todavía les picaba y mucho.
En fin.
Sin embargo, debo confesar, que fue Pierce quien se encargo de romper
el hielo, porque actuó como si nada hubiera pasado nunca, me trato con la
misma naturalidad de siempre.
El hotel que había reservado era bastante sencillo y, cruzando una
pequeña calle adoquinada, llegabas a la orilla del mar, donde cientos de
botes de todos colores te saludaban, era, a decir verdad, una de las vistas
más hermosas que había visto nunca.
La pastilla todavía corría por mi torrente sanguíneo, es por eso que
quedamos en que dormiríamos una pequeña siesta y luego iríamos a
recorrer.
La siesta, por supuesto, duró como cuatro horas y una vez que nos
volvimos a encontrar en el lobby del lugar, ambos con caras dormidas,
reímos.
—Ya veo que esta noche no dormimos —murmure, saliendo del
complejo.
—Podemos ir a tomar algo, escuche que en uno de los bares cerca
siempre hay fiestas.
—Pierce, es Ibiza, aquí siempre hay fiestas —murmure con obviedad.
Él río, negando con la cabeza, antes de responder: —¿Sabes? Muchas
familias vacacionan en Ibiza, solo para que sepas.
Observo de reojo a Pierce y tengo que admitir que el clima cálido le
queda precioso: lleva puesta una camiseta fina de color blanca y unos
pantalones cortos de color negro que marcan sus largas piernas.
Joder.
Deja de mirar, Minerva, por todos los cielos.
—¿Ah si? —Pregunto, de manera distraída, obligándome a mirar hacia
adelante.
Y de paso me repaso la ropa que llevo puesta. Unos pantalones cortos de
color blanco y una camiseta de tiras de color negra.
Genial, parece que combinamos colores.
Carraspeo, de repente sintiéndome nerviosa, mientras Pierce me dice algo
sobre el clima y el lugar, asiento en respuesta, solo porque no sé que decir,
¿porque de repente estoy tan nerviosa?
Niego con la cabeza.
Sigo caminando.
Miro de reojo a Pierce y me percato de que él también me está mirando.
Mierda.
Vuelvo la vista rápidamente al frente.
Me tropiezo.
Joder.
Las manos de Pierce se envuelven a mi alrededor, sosteniéndome para
que no me caiga.
—¿Por que de repente comienzas a actuar como una psicópata? —
Pregunta y la curiosidad con la que sale la pregunta me molesta.
—No estoy actuando como una psicópata —me quejo, enderezándome y
volviendo a caminar.
—¿Que te puso tan nerviosa de repente? —Pregunta.
Lo miro de reojo, vuelvo a repasarlo con la mirada, niego con la cabeza y
por lo bajo refunfuño: —Parece que nos pusimos de acuerdo con la ropa.
Pierce me mira, extrañado, luego se mira a si mismo, luego a mi y luego
de vuelta a él, y después, se ríe.
Idiota.
—Es verdad —responde.
Seguimos caminando por las pintorescas calles de Ibiza, que esta a
rebosar de gente, por más que no sea temporada alta.
Nos acercamos a la costa cuando el atardecer llega, sentándonos en
silencio en un barcito que todavía está medio vacío, mientras Pierce se pide
una cerveza y yo un trago mientras observamos el paisaje.
Hablamos de cosas aquí y allá, conversamos de la convención, que fue lo
que más nos gusto y que no y cuando queremos darnos cuenta, la noche ha
caído por completo, el bar esta lleno de gente y la música animada suena
por los parlantes, dándole un aire festivo al lugar.
—Esto es un asco —se queja Pierce por tercera vez.
—No es un asco, es solo comida chatarra —respondo, riéndome.
—Por eso, un asco —insiste como un niño pequeño.
—Que es solo una hamburguesa con papas fritas, ¿que demonios
esperas?
—No se, pero estoy seguro que si hiciera esta comida no sabría así —se
queja, volviendo a mirar la comida. —¿Que demonios se supone que es
esto?
—Es huevo Pierce —suelto con una carcajada. —Y eso que agarras con
tanto asco, es tocino.
—Me alegra que te diviertas a mi costa —dice Pierce con ironía, molesto
por mis carcajadas, pero es que en verdad luce frustrado.
Justo en el momento que abro la boca para responder, una pareja de lo
que parecen recién casados, hablan en nuestra dirección.
—Disculpen, ¿sería mucha molestia si compartiéramos mesa? Es que
esta todo lleno y en verdad mi esposa necesita comer algo.
Pierce abre la boca para responder, de seguro una negativa, cuando me
adelanto y con una sonrisa, respondo: —Seguro, no hay problema.
De todas maneras, el hombre, que parece tener algo así como cuarenta
años, mira a Pierce inseguro.
—Igual si es molestia para la pareja...
—Es que no somos pareja —respondo, demasiado rápido y cuando
Pierce mira en mi dirección con el ceño fruncido, suelto lo primero que se
me viene a la mente: —Somos hermanos.
—Oh —responde el señor, tomando asiento.
—¿Hermanos? —Pregunta Pierce, de todas maneras no insiste en el tema
cuando lo golpeo en la espinilla, haciéndolo saltar en el lugar.
La pareja que se sienta a nuestro lado parece tener muchas ganas de
conversar.
Nos que están aquí porque renovaron sus votos luego de veinte años de
casados.
Si, leíste bien, son veinte años de casados.
Por lo que nos cuentan, en un acto de locura, se casaron cuando
cumplieron ambos los dieciocho, ya que sus familias se oponían a su
relación.
Ella estaba embarazada asique no hubo nada que pudieran hacer y ahora,
veinte años después y con dos hijos, siguen juntos.
¿No aman los finales felices? Anda destino, que yo también quiero una
historia así.
En fin.
Yo tengo una cara de soñadora en mi rostro, Pierce luce como si hubiera
comido bolas de mono.
—Entonces, ¿de donde son? —Pregunta Carla, la pareja de Robert.
—Colorado —respondo.
—Francia —dice Pierce al mismo tiempo.
La pareja nos observa extrañados, hasta que con una sonrisa incómoda,
agrego: —Es que a mi me crio mi madre y a él nuestro padre.
—Oh —murmura ella, extrañada. —Que pena que se separaran tan
pronto.
—Pero si están felizmente casados —agrega Pierce, con una sonrisa en
su rostro.
Estúpido y fastidioso Pierce.
—Entonces, ¿los criaron por separado?
—No —dice Pierce.
—Si —respondo al mismo tiempo.
La sonrisa de Voldemort es enorme, mientras que yo suspiro frustrada,
cuando quiero volver a golpearlo en el pie y el corre su pierna,
esquivándome.
—Es que... —piensa rápido, Minerva. —Es que...
—Es que en realidad ella es producto de una aventura de mi madre —
dice Pierce.
Abro los ojos como platos, maldito hijo de...
—Oh —murmuran tanto Carla como Robert al mismo tiempo.
—Si, fue terrible para la familia, ¿saben? —Sigue Pierce con su discurso.
—El engaño de nuestra madre nos devasto a todos, aún más a mi padre.
—¿Ah si? —Pregunto con ironía.
—Si, sin embargo él no dudo en hacerse cargo de ella —dice Pierce,
asintiendo y metido de lleno en el papel. —Él acepto a Minerva como si
fuera de la familia, incluso perdonándola cuando comenzó a robarle.
Se escucha un jadeo general, tanto de la pareja sentada con nosotros
como el mío propio.
—¿Le robabas a quien te crio?
—Bueno... —digo, boqueando como un pez fuera del agua—, solo fue
una pequeña época de rebeldía —intento arreglar.
—¿Recuerdas cuando falsificaste su identidad y te compraste todos esos
muñecos de conexión con los que estabas obsesionada?
Yo lo mato.
—¿Cuales muñecos? —Pregunto con los dientes apretados.
—Esos, los que se parecen a la de la película esa aterradora...
—¿Anabelle? —Pregunta Carla.
—Si esa —dice Pierce, sin borrar la sonrisa de su cara.
—Si —murmuro, asintiendo en acuerdo con él. —Fueron de mis peores
épocas —admito. —No olvidemos por todo lo que pasó debido a ti también
cuando te pusiste celoso por la atención que recibía.
—Era solo un niño —murmura Pierce, con los ojos entrecerrados.
—Si a los diecisiete años le sigues llamando niño —me encojo de
hombros y clavo la mirada en la pareja que nos observa con asombro. —
Pierce, pobre, a esa edad comenzó a obsesionarse con el porno.
Robert carraspea, sus mejillas coloradas.
—Supongo que es normal a esa edad —murmura.
—Si, supongo que es normal hacerse adicto al porno de personas enanas.
—¿Disculpa? —Jadea Carla.
—Si —murmuro, negando con la cabeza y dándole un sorbo a mi
cerveza. —No podía dejar de verlo, se lo pasaba día y noche mirando porno
entre enanos, que no soy de las que juzga, eh —me apresuro a decir—, pero
si que era un poco raro —termino, clavando mis ojos en los de Pierce.
Esta enojado, mientras que yo casi que no puedo contener la carcajada
que tengo en la garganta.
—Bueno... —murmura de repente Robert y no me pasa por alto como
había tomado la cartera de su esposa cuando Pierce soltó aquella estupidez
—, ha sido un placer conocerlos.
—Si, un placer —lo segunda su mujer.
—Pero debemos irnos —insiste él.
—Minerva, no tomaste su cartera, ¿verdad?
Hijo de puta.
—¡Por supuesto que no! —Grito, enojada.
—Yo que ustedes revisaría —dice Pierce en dirección a la pareja. —En
ocasiones no puede controlarlo, viejos hábitos, ¿si saben?
—Eres un idiota —me quejo en su dirección, mientras él presiona sus
labios entre sí para no reírse, entre que Carla revisa tener todas sus
pertenencias.
—Está todo aquí —murmura, con una sonrisa avergonzada.
—Por supuesto —me quejo, enojada.
—Bien Minervita —dice Pierce, cruzándose de brazos. —Estoy muy
orgulloso de ti.
Antes de que pueda responder nada, la pareja termina por despedirse,
alejándose rápidamente de nosotros, mientras que nos llega una nueva
ronda de cervezas.
—¿Cleptómana? ¿¡En serio!? —Medio chillo en su dirección.
—¿Porno de enanos? ¿En serio? —Rebate él.
Tiene razón.
—Tu empezaste —me defiendo.
Pierce rueda los ojos, sin embargo termina preguntando: —¿Por que
dijiste que éramos hermanos?
—Por que no somos pareja.
—Podrías haberles dicho que éramos amigos —murmura, encogiéndose
de hombros.
—¿En un viaje por Ibiza? ¿Juntos? Si, Pierce, eso nos hace muy amigos
—respondo con ironía.
—¿Por que no? ¿No es exactamente lo que estamos haciendo ahora? —
Pregunta, ladeando su cuerpo hacia adelante para estar más cerca mío.
De repente me pongo nerviosa, porque no se porque, le estoy mirando los
labios, con unas ganas locas de besarlo.
—Vamos a bailar —suelto de repente.
—No me gusta bailar —responde él, de todas maneras no se queja
cuando lo tomo de la mano y lo pongo de pie.
—Bueno, pero te empezara a gustar ahora —es todo lo que respondo,
tomando mi cerveza y yendo a la pista de baile.
Comienzo a contonear las caderas a medida que el ritmo de la música se
me pega, es un tema en español del cual no entiendo nada, pero tampoco
me importa. Una de las manos de Pierce, la que no sostiene su cerveza, me
toma de las caderas, moviendo también la cabeza al ritmo de la música.
A medida que pasan las canciones, me dejo llevar, relajándome y debo
también culpar al alcohol por eso, ya que he tomado unas cuantas cervezas
y cuando quiero darme cuenta, mis caderas están pegadas a las de Pierce, su
brazo firmemente cerrado a mi alrededor y su boca rozando mi cuello, con
mi espalda pegada a su pecho.
Tengo una nueva cerveza en la mano y debo confesar que me gustan
estos momentos, en los que simplemente me dejo llevar y no pienso en
nada, mi cabeza queda en blanco.
—Debo confesar que esto es mucho mejor que mirar porno de enanos —
susurra Pierce en mi oído.
Y de nuevo voy a culpar al alcohol, pero me entra una risa de esas que te
hacen sacudir el cuerpo, de esas que terminan en un dolor de panza.
Pierce niega con la cabeza, con una risa un poco más contenida, antes de
tomar mis caderas con las dos manos y mirarme de una manera que hace
que la risa se me corte de repente.
—Eres preciosa cuando estas así —murmura, medio para si mismo que
para mi. —Estas preciosa cuando dejas de pensar en lo que hay a tu
alrededor y solo disfrutas.
La sonrisa se me borra poco a poco, solo porque a veces siento que me
mira de una manera que nunca pensé que él podría mirarme. No se si la
palabra es enamorado, pero puedo decir que me mira como si significara
algo para él.
Cuando estoy a punto de separarme de él, debido a la intensidad y
tensión que se respira en el ambiente, me doy cuenta que hay dos pares de
ojos abiertos de par en par clavados en nosotros.
La pareja de antes.
Joder.
—Aparta —murmuro de repente, con las mejillas de un rojo intenso.
Pierce frunce el ceño, antes de observar a la pareja y volver a mirarme a
mi, con una sonrisa descarada en el rostro.
—Si sabes que no somos hermanos de verdad, ¿no?
Ruedo los ojos a su pregunta irónica.
—Si lo se, pero es que ellos no lo saben, que pueden denunciarnos.
—No lo harían.
—Pierce, que el incesto es ilegal —me quejo y me pego una patada
mental cuando un par de chicas nos observan de reojo por que hable en voz
alta.
—Pero si no somos hermanos —se queja él, de todas maneras sigue
luciendo divertido.
—Que nos pueden denunciar —insisto, porque yo cuando voy peda me
pongo de lo más dramática.
—Si es así, le explicaremos a los policías que no era verdad, solo que tu a
veces dices las cosas antes de pensar.
—¿Nos imaginas? ¿La policía viniendo? Con cámaras y todo el rollo —
digo, de repente agitada. —Pierce, ¡¿que si salimos en presos en el
extranjero?!
—Por Dios... —farfulla él, antes de tomarme de la muñeca y llevarnos
fuera del barcito en el que estábamos.
Sin saber muy bien como, terminamos caminando por la arena de camino
al hotel en que nos alojamos, va, eso creo, supongo que Pierce sabe donde
nos dirigimos por que yo solo lo voy siguiendo.
—La playa siempre me trae mucha paz —murmuro de repente, dándole
un sorbito pequeño a mi cerveza, Pierce se termino la de él hace rato.
—¿Si? —Pregunta a mi lado, dándome pie a que siga hablando.
—Si —respondo, encogiéndome de hombros. —Siempre me pregunte
como seria vivir en un lugar así, con playa a diario, con el sonido del mar.
—¿Cambiarias la ciudad por esto? —Pregunto, curioso.
—Joder, no lo se —respondí luego de pensarlo unos instantes. —¿Pero
no te da curiosidad? ¿El como sería?
—Supongo que cuando compartes las cosas con alguien que realmente
vale la pena, cualquier cosa saldría bien.
—¿Y solo? ¿Lo harías solo?
Pierce se lo piensa unos instantes, antes de responder: —He vivido
mucho tiempo solo, de aquí para allá y te aseguro que la vida es más
sencilla cuando compartes las cosas con la gente que quieres, cuando
cualquier día puedes organizar una cena y así —murmura—, de todas
maneras es mi opinión, hay gente a la que simplemente le gusta la soledad
de una casa en el medio de la playa.
—Puede ser —murmuro, pensativa y medio peda. —¿No crees que se
tienen charlas muy interesantes cuando uno va medio ebrio?
La risa de Pierce hace que una sonrisa comedida se forme en mi rostro.
—Las charlas contigo siempre son de lo más interesantes —responde él y
trago saliva por la mirada que me da, así como también la sinceridad que
escuche en su voz.
—¿Alguna vez haz follado en la playa? —Suelto de repente.
Pierce detiene su caminar y me observa sorprendido.
Si, si, si, sé que a veces largo mierdas raras, aún más cuando estoy un
poco achispada, pero son mi mecanismo de defensa para mantener los
sentimientos a raya. Silenciosa como una ninja, ¿recuerdan?
—Yo...
—¿Si o no? Es que me da curiosidad —presiono.
—¿Acaso quieres que follemos aquí? —Pregunta.
—¿Te sientes afortunado esta noche, Voldy? —Bromeo y él rueda los
ojos al escuchar mote que uso.
—¿Acaso piensas follar con alguien al azar? —Rebate él.
Ruedo los ojos antes de retomar nuevamente la caminata.
—Solo tenia curiosidad, nada más —murmuro.
Nos quedamos en silencio unos instantes, puedo sentir los ojos de Pierce
mirarme cada tanto, abriendo la boca para decir algo y luego cerrándola
nuevamente.
Suspira y al final dice: —Nunca lo he hecho, creo que ahora también
tengo curiosidad.
Sonrío, no puedo evitarlo y él me devuelve la sonrisa, negando con la
cabeza y farfullando por lo bajo que no tengo remedio.
—¿Acaso quieres que te ayude a saciar tu curiosidad?
—Sabes la respuesta a eso —murmura él, observándome de reojo.
—¿Si o no?
—¿Acaso quieres que admita que me muero por follar contigo, Minerva?
—Murmura él. —No sabia que necesitabas que hinche tu ego, te repetiré lo
hermosa que me pareces todas las mañanas si eso te hace feliz.
—No era eso lo que decía —refunfuño por lo bajo, de repente enojada.
—¿Y ahora que dije?
—Nada, no dijiste nada.
¿En que momento me cabree tanto?
Antes de que siquiera lo vea venir, las manos de Pierce se cierran a mi
alrededor, levantándome en el aire antes de que comience a clavar las
puntas de sus dedos en mis costillas.
—No por favor, por favor, por favor —chillo sin parar.
Él, por supuesto, se ríe, mientras que yo inútilmente intento pegarle en
las pelotas, pero fallo miserablemente en el intento.
—Pierce, que me haré pis encima —me quejo.
Estoy gritando como una loca, pero sorprendentemente somos los únicos
en la playa y dudo que alguien venga a mi rescate.
No se cuanto tiempo me tortura de aquella manera, lo siento como horas,
sin embargo de seguro que fueron no más que un par de minutos.
Ambos tenemos la respiración agitada y cuando mis ojos se clavan en los
suyos, profundamente azules, me doy cuenta en la posición en la que
estamos: sus piernas enredadas con las mías, mis brazos por encima de la
cabeza, mientras él me las sostiene con una mano, mientras que con la otra
soporta todo el peso de su cuerpo.
La sonrisa se nos pierde poco a poco a ambos cuando yo me pierdo en
sus ojos y él en mis labios.
—¿Te gustaría saciar esa curiosidad, douce? —Pregunta lentamente, con
la voz ronca y cargada de deseo.
—Yo...
—Si o no —murmura él con esa sonrisa descarada que tanto le odio pero
que a la vez me vuelve loca. —No es una pregunta tan difícil.
Abro la boca para responderle una pulla, pero Pierce decide que es un
buen momento para dejar caer sus caderas contra las mías, mostrándome
cuan dispuesto está para saciar mi curiosidad.
Sus ojos se clavan en mis labios cuando de repente los remojo, sintiendo
la boca seca, sin embargo no me besa, sino que espera una respuesta.
Mis caderas, como por voluntad propia, se elevan, queriendo más de ese
contacto de antes.
Los ojos de Pierce, a pesar de la penumbra, parecen oscurecerse, antes de
que sus caderas se muevan, encontrándose con mis movimientos.
—Tendrá que ser rápido, ¿vale? —Murmura en voz baja.
—Aja —es todo lo que puedo responder.
Es que la verdad que tengo la espalda un poco sudada y me ha entrado
arena por debajo de la camiseta y es incómodo.
El brazo de Pierce, ese con el que sostenía su peso, baja para desajustar
los botones del pantalón corto que llevo puesto, antes de tironear hacia
abajo junto con las bragas.
Esta haciendo lo mismo con su pantalón, sacando su polla ya erecta,
cuando mi culo se apoya en la arena.
—No, no, no, no —digo de repente, removiéndome como una loca, pero
es que siento que de repente miles de bichos me caminan por el cuerpo. —
Tengo arena en el chocho —digo, agitada.
Siento la risa de Pierce, antes de que me deje ponerme de pie. Siquiera lo
pienso mucho cuando hago que se siente y me subo a horcajadas de él.
—Ahora si —murmuro y justo cuando voy a besarlo, hace su rostro a un
lado y me detiene.
—No joder, no puedo —dice, frustrado. —Se me ha metido también
arena en el trasero, así es imposible.
No puedo evitar la carcajada que me sale de la garganta y las lágrimas
que escapan de mis ojos cuando la mirada enojada de Pierce se clava en la
mía.
Soluciona el problema relativamente rápido cuando se quita la camiseta
de un tirón sentándose sobre ella y me toma de las caderas para volver a
ponerme encima suyo.
—Así está mejor —murmura de repente—, tenemos que cumplir esta
fantasía.
—Yo no dije que era una fantasía, dije que solo tenia curiosidad —
murmuro, solo para molestarlo.
—Cuando te vengas sobre mi polla vas a ver como si se convierte en una
fantasía —es todo lo que responde y después, me besa.
No, me corrijo, no me besa, sino que me devora, muerde mis labios con
fuerza sacándome un siseo y cuando sus ojos, desafiantes y llenos de deseo,
se clavan en los míos, le devuelvo el beso con la misma ferocidad que él.
Una de sus manos me aprieta el pecho, pellizca mi pezón y vuelve a
tomarlo entero con su mano, mientras que me elevo por sobre mis rodillas
cuando su otra mano va a mi centro, tanteando estar lista para él.
—Joder —murmura cuando nota que mojada me tiene con un par de
besos. —Joder, joder, joder.
Me río al ver su desesperación por sacar un condón de su cartera, cuando
insinúa que se lo ponga yo, le digo que de seguro le lleno la polla de arena
con mi torpeza.
No lo piensa un segundo más, se enfunda en el preservativo y acomoda la
punta en mi entrada, esperando que sea yo quien me mueva.
Lo meto dentro mío lentamente pero sin detenerme, hasta que nuestras
caderas se tocan entre si y lo siento profundo, por que en esta posición
siempre se siente más adentro, pero lo malo es que nos toca hacer todo el
trabajo a nosotras.
Nos tomamos unos segundos antes de empezar a movernos, a buscar la
liberación. Los dos sabemos que esto será rápido, sin embargo, aunque
ninguno de los dos vaya a admitirlo, nos dejamos disfrutar de la intimidad
que nos envuelve ahora mismo y entonces..., entonces giro mis caderas,
lentamente.
Sus manos se cierran en mis caderas, ayudando a mis movimientos,
empezamos lento.
Un giro de caderas.
Arriba.
Abajo.
Otro giro de caderas.
Sus cuerpo se ladea con fuerza hacia arriba para encontrarse con las mías.
Siento el dolorcito más leve que me encanta cuando me folla con fuerza,
como si me odiara y me doy cuenta que aunque lo más probable es que no
vaya a correrme, me encanta follar medio peda, no sé, es como si sintiera
todo mucho más, así como también las inhibiciones las mando al carajo y
me convierto en una puerca pervertida.
—¿Te gusta? —Pregunto con la respiración agitada. —¿Te gusta como te
follo, Pierce?
—Si, joder si —dice, cerrando los ojos cuando clava unos instantes la
vista allí donde se entierra dentro mío, como si no soportara aquella vista,
como si perdiera el control solo por verse dentro de mi.
—¿Vas a correrte? ¿Ya no te aguantas? —Insisto.
Se muerde los labios con fuerza, tanto que se le ponen blancos por la
presión.
—Contigo, vamos a corrernos juntos —responde él con un siseo.
Roto las caderas nuevamente, antes de empujarlo suavemente por los
hombros para que se recueste.
Pierce me observa con los ojos entrecerrados, antes de soportar mi peso
con los talones y apoyar mis manos en su pecho para mantener el equilibrio
y entonces..., entonces comienzo a follarlo.
El sonido que hacen nuestros cuerpos al chocar es de lo más erótico,
mientras que el arrullo del mar es una melodía de fondo.
Se escucha el bullicio de la gente a lo lejos, por que si, no estamos
demasiado lejos de la calle, sin embargo en este momento no me importa, lo
único que tengo en mente es follarme a Pierce y hacerlo acabar.
—Joder..., para, para —insiste, cerrando los ojos, evitando mirar mis
movimientos, pero seguro como la mierda que no puede evitar sentirlos. —
Joder, Minerva, que voy a... —suelta una maldición por lo bajo—, voy a
correrme, carajo.
No me molesto en decirle que baje la voz, por que la verdad es que no me
importa mucho que digamos, sino que me deleito más bien en observar
como se pierde a sí mismo y les digo que este Pierce deja que lo monte
hasta hacerlo correr por que va medio pedo, por que no hay manera en el
mundo que me deje tomar las riendas así sin correrme.
Pero como dije, cuando voy peda me cuesta correrme.
Los ojos de Pierce se clavan en los míos, medio suplicantes, como
pidiéndome que me detenga, que no se quiere correr tan rápido, sin
embargo también esta esa otra parte suya, esa que va detrás del éxtasis que
te produce un orgasmo. Pierde la batalla cuando sus manos aprietan mis
caderas, guiando mis movimientos y subiendo las suyas propias para
encontrarse con mis golpes.
Verlo correrse a Pierce es igual de bueno que un orgasmo. Sus labios
entreabiertos, la leve capa de sudor en su frente, los ojos caídos por el
placer y el gemido bajo y ronco que larga me hacen perder un poco el norte.
Debo decir que es uno de los orgasmos más largos que le he visto tener,
luego de unos segundos todavía lo siento palpitad adentro mío.
—No te corriste —murmura.
Niego con la cabeza, pero la verdad es que no me molesta no haberlo
hecho, sin embargo Pierce decide que no puede correrse sin que yo lo haga,
por lo que saliendo de adentro mío —sin siquiera molestarse en quitarse el
condón—, me abre las piernas y sus labios se cierran sobre mi clítoris sin
siquiera dejarme preparar psicológicamente para ello.
Mi espalda se arquea y tengo que taparme la boca con una mano porque
el gemido que largo me avergüenza, mientras que con la otra tomo a Pierce
por el cabello, queriendo alejarlo, o acercarlo, quien sabe.
—Minerva, tienes que correrte rápido —murmura él, su aliento cálido
erizándome la piel.
—Es que... —cierro la boca cuando su lengua se aplana sobre mi centro,
recorriéndome desde la hendidura hasta el clítoris, antes de chupar este
último con fuerza.
—¿Si?
—Que no creo que pueda —me las arreglo para decir, sintiendo un placer
enorme.
—¿Como que no? —Pregunta, sonando retador y entonces sus labios se
cierran en mi clítoris, su lengua moviéndose de un lado al otro sin parar y
dos de sus dedos adentro mío.
¿Se acuerdan que dije que yo peda no me podía correr? Bueno, pues
parece que mentí, porque si puedo.
Estoy a punto de correrme cuando lo escucho, el sonido de voces y risas
no muy lejos de aquí y cuando Pierce se percata de lo mismo, acelera sus
movimientos y entonces me corro.
Debo haber largado un gemido particularmente fuerte, porque Pierce
escala sobre mi cuerpo, acallándolo con un beso, sintiendo mi propio sabor
en sus labios.
Mi orgasmo también es largo y siento como mis propias paredes aprietan
los dos dedos de él que todavía tengo dentro.
Entonces la realidad me golpea y las voces están solo a un par de metros
y Pierce se apresura a ponerme las bragas y los pantalones de cualquier
manera, llenándome el chocho de arena mientras que se sube los suyos
propios antes de que el grupo de chicas pase por enfrente nuestro.
A nuestro favor, la noche nos tapa un poco las vergüenzas que debemos
tener en nuestros rostros, pero el grupo de muchachas igual cuchichea y se
ríe por lo bajo, aumentando mi bochorno que bien solita me lo busque y
entonces se pierden en la noche en una playa cualquiera de Ibiza, y
entonces yo miro a Pierce y la carcajada que largo lo hace reír también
conmigo.
—Demonios —susurra él, dejándose caer a mi lado, de seguro todavía
tiene el condón puesto.
—Si, demonios —murmuro, sintiéndome ligera y cansada por partes
iguales.
No se cuanto tiempo nos quedamos allí, tirados en la arena fresca, pero
creo que ya hasta me acostumbre a sentirla por todo el cuerpo y la
incomodidad paso a otro plano.
—Estuvo bien, pero no creo que quiera repetirlo —murmuro de repente.
—Gracias a Dios —responde Pierce con un gruñido.
Y entonces reímos, todavía tumbados en una playa cualquiera de Ibiza.
Todavía mirando las estrellas y escuchando el sonido del mar de fondo.
Todavía con nuestras pieles sudadas por la intimidad que acabamos de
compartir.
Todavía siendo Pierce y Minerva.
Voldy y Douce.
Todavía siendo nosotros mismos.
Pero también siendo un poco más de estos nuevos que siento que ahora
somos.
¿Y les cuento un secretito? Me gusta esto nuevo en lo que me estoy
convirtiendo.

***
BEBIS, SIENTO LA TARDANZA, DISCULPEN SI HUBO
ERRORES, PERO LA VERDAD SUBI EL CAPITULO SIN
CORREGIR PORQUE SIENTO QUE ESPERARON DEMASIADO.
GRACIAS POR LA PACIENCIA, SIGO AQUÍ, SIGO VIVA,
ESCRIBIENDO CUANDO ENCUENTRO ALGUN MOMENTO
(QUE SEAN MÁS DE VEINTE MINUTOS) LIBRE.
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DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

ANNALISE, HACE MUCHOS, MUCHOS AÑOS ATRÁS

Annalise sabía que no debería sorprenderse, pero no importaba cuánto


tiempo pasara, cuantos años hacían que ya no se veían, siempre era lo
mismo.
—Déjalo —repitió Hardy, enojado.
No con ella, nunca era con ella, sino con ellos.
—Déjalo —repitió, esta vez más suavemente, acariciando con una de sus
manos suavemente una de sus mejillas.
Annalise quiso responder, pero las palabras no le salieron y como
siempre, nunca le salían.
—Dilo —murmuro Hardy a su lado y por el rabillo del ojo se dio cuenta
que jugueteaba con el pastizal bajos sus dedos.
Anna sabía por que lo hacia, por que de esa manera ella podía decir lo
que le pasaba por la cabeza, no es como si con Harold no tuviera la
confianza, pero había algo en la manera en la que él la conocía, que
simplemente era difícil expresarse, aunque no por los motivos por los que
acostumbraba a ser difícil para ella expresarse con el resto de la gente, sino
por otros, unos que estaba descubriendo pero a los que aún no podía
ponerles nombre.
—Es solo que... —tuvo que carraspear antes de encontrar su voz—, es su
cumpleaños, se supone que esperas el llamado de la gente que quieres... —
suspiro, confundida y agobiada por la situación—, no se porque no
responde el teléfono.
—Por que es una mierda —farfullo Harold, de nuevo enojado.
Cerró los ojos con fuerza, frotándose los ojos con frustración de seguro
por su arrebato y una vez que logro recomponerse, dijo con más calma: —
Deben de estar locos por el solo hecho de no querer hablar contigo en un
día tan especial —murmuro, mirándolo con esa dulzura que hizo que no
pudiera controlar el sonrojo en sus mejillas—, la persona a la que le brindes
tu cariño, Anny, será la puta persona más afortunada del mundo.
—Cuida tu boca —respondió ella, pero fue lo único que pudo decir para
no largar algo comprometedoramente desafortunado.
—Anda, quita la cara larga —murmuro él luego de unos segundos de un
embarazoso silencio.
—No tengo cara... —pero no pudo responder, porque Harold ya había
atacado sus costillas y las carcajadas casi no le permitían respirar.
Se detuvo luego de varios intentos de Anna pidiendo misericordia, pero
cuando Harold se detuvo, Annalise se dio cuenta de la posición en la que se
encontraban: Harold estaba medio encima de su cuerpo, sus brazos estaban
a cada lado de su cabeza, encerrándola, Annalise tenia sus manos cerradas
alrededor de dichos brazos, sus piernas debajo de las de él, el vestido
veraniego que llevaba puesto un poco por encima de lo que la institutriz de
Harold aprobaría. Genevieve, por el contrario, solo la alentaría.
—Ahí estas —murmuro Hardy, ajeno a todo aquello que estaba pasando
por su cabeza, todas las mariposas que luchaban en su vientre. —Te ves
mejor así, Anny, te ves mejor sonriendo —murmuro.
Y Annalise lo único que quiso hacer siempre, fue sonreír.
Sonreír para él.
Sonreír con él.
Sonreír.
Sonreír.
Y sonreír.
Ella abrió la boca para decir algo, de seguro alguna estupidez, pero justo
en ese momento, el teléfono de Harold comenzó a sonar y por la música que
salía de dicho aparto, ambos sabían quien era y el ambiente se tenso por
completo en ese instante.
—Lo siento —farfullo él, apartándose de ella y cualquier momento que
podría haber comenzado, así como si nada, terminó.
Ambos se quedaron mirando la pantalla del teléfono, que seguía sonando,
pero que Harold no respondía.
La pantalla se apago para segundos después volver a prenderse.
A Annalise le seguía sorprendiendo que tuviera registrado a su padre por
su nombre completo, no como padre o papá..., de todas maneras ella no era
quien para fisgonear, había estado todo el día intentando dar con su madre
que cumplía años, pero que así y todo nunca le había respondido.
Le sorprendía un poco la actitud de Harold, Genevieve siempre decía que
el padre de él era una persona correcta, justa, pero por la actitud de su
amigo cada vez que él llamaba, se daba cuenta de que tal vez no era de esa
forma, que tal vez..., que tal vez había algo que Hardy no le estaba
contando.
Que no le había contado a nadie.
—Sabes... —comenzó diciendo ella, pegada a su lado y en voz baja como
si no quisiera que nadie a su alrededor los escuchara, aunque se encontraban
completamente solos en el parque. —Sabes que puedes contar conmigo,
¿verdad? —Termino por decir apresuradamente, sintiendo el ardor en las
mejillas.
Hardy pareció perder un poco ese semblante de vacío que le había
invadido toda el aura de repente, sonriendo, una sonrisa tan triste que hizo
que el corazón de Annalise un poco se marchitara, pero también con un
cariño, con ese cariño que solo parecía tenerle él y Genevieve.
A veces parecía que Hardy no era ese chico risueño que se dejaba ver
frente a todo mundo, Annalise eso lo sabía, lo sabía porque siempre había
sido una buena observadora y ella en la tranquilidad de su silencio,
observaba como Harold a veces parecía irse muy, muy lejos de su mente,
lejos de todo lo que lo rodeaba, lejos de ella y en ese momento sus ojos
parecían volverse tormentosos, llenos de un dolor que siempre hacia que un
nudo se formara en su garganta.
—Lo se, dulce Anny —respondió él, poniéndose de pie para alejarse.
Él nunca le respondía el teléfono a su padre, pero lo que siempre hacia
era irse, como si aquel llamado fuera una alerta de que era hora de volver a
la realidad, una realidad a la que ella era ajena.
—¿Tienes que irte?
La pregunta salió antes de que pudiera controlar sus labios, sabía que
aquello solo crearía una mueca de dolor de parte de Harold, una más a la
que ya tenía y por supuesto que esta vez no fue la excepción, Harold clavó
sus ojos en los de ellas, tristes, atormentados.
—No hay nada que quiera más que quedarme aquí contigo —respondió,
sorprendiéndola.
—Entonces quédate —soltó ella de repente, poniéndose de pie y
parándose en frente de él. —Quédate —Harold tuvo la delicadeza de pasar
por alto la súplica que había en su voz. —Estoy segura de que a él no le
molestará que te quedes aquí...

Las palabras sonaron falsas en sus labios, pero no le importo, no le importo


por qué sabía que su amigo no quería irse, sea lo que sea que tuviera que
hacer, le molestaba y ella quería quitar esa molestia a como de lugar.
—Ojalá pudiera —murmuró, apenado.
Y la verdad es que Annalise no pudo con esa pena, no pudo con el dolor
en su voz, con lo resquebrajada que parecía su alma y cuando quiso darse
cuenta, sus brazos se enredaban alrededor de la cintura de él, aprisionándolo
en un abrazo que fue como una caricia a su alma.
Al alma de él y a la de ella propia.
Harold tardó unos cuantos segundos en reaccionar, pero cuando quiso
darse cuenta, sus brazos —poderosos brazos para alguien de su edad—, se
envolvían a su alrededor, abrazándola con tanta fuerza que tuvo que ahogar
una mueca de dolor, pero lo haría por él, por su amigo, por quien había
estado siempre con ella, por quien ahora, por primera vez, parecía
necesitarla, como si nunca antes se hubiera permitido eso, apoyarse en
alguien, pero Harold ahora lo hacia con Annalise y ella en ese momento se
prometió que siempre estaría para él, que siempre, no importaba que, estaría
cuando lo necesitara, sería su ancla, su salvavidas.
—Lo único que quiero es ser libre —susurro Harold contra su cabello.
Annalise quiso despegarse de él, para mirarlo a la cara, para así descubrir
si aquello que humedecía su cabello eran lágrimas de él. De todas maneras
Harold no lo permitió, sino que la pego más a su cuerpo y ella se aferro más
a él.
Una promesa.
Se hizo esa promesa a sí misma, que no importaba que, lo sacaría de la
miseria en la que parecía estar hundido.
—Los únicos libres son los pájaros —murmuro, porque aquellas palabras
era unas que había soltado una vez a Harold, distraída, un pensamiento en
voz alta.
Sintió el pecho de Harold vibrar, señal de que se estaba riendo y tuvo que
ahogar un suspiro de alivio.
—Cuando seamos pájaros, entonces...
—Cuando seamos pájaros.
Una promesa.
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

DE NIÑOS PERDIDOS Y PALABRAS SUSURRADAS EN


FRANCÉS

—En verdad necesitas dejar de mirarme de ese modo.


—¿De qué modo?
—De ese... —murmure, rodando los ojos, fastidiada. —Quita la sonrisa.
—¿Pero qué sonrisa? —Respondió Pierce, sonriendo todavía más.
—No le veo lo gracioso.
—Es que es divertido verte enojada —respondió él, así como si nada,
recostándose en la reposera de manera casual, su torso desnudo para que el
sol golpee su piel...
Por todos los cielos.
—Pues voy a patearte las pelotas si me sigues molestando —refunfuñe,
pero es que me había hecho enojar.
—No te molestes de ese modo, anda —dijo, incorporándose mientras me
tendía una botella de cerveza helada.
Lo mire con mala cara, alternando la vista entre su ofrenda de paz y su
rostro, maldito rostro pulido por los ángeles.
—Pero sigo un poco enojada —murmure, arrebatándole la botella.
—Menos enojada —dijo él, recostándose nuevamente en la reposera y
colocando sus gafas de sol en su lugar, sin borrar la sonrisita de su rostro.
Estábamos los dos a un costado de la piscina, era casi el mediodía pero
nuestro próximo vuelo salía casi a medianoche, era por eso que habíamos
decidido aprovechar el día al máximo, a Pierce en realidad le daba un poco
lo mismo, pero yo me había puesto la alarma en el teléfono al amanecer, lo
había despertado y obligado a caminar a la playa para ver los primeros
rayos del sol asomar.
Había sido increíble y la verdad es que ambos habíamos estado en
silencio, observando, uno al lado del otro, todavía con un poco de cruda por
la noche anterior, pero también sintiendo una paz que creo que no había
sentido nunca.
Las palabras no habían hecho falta, fue como si lo del día anterior en
realidad no hubiera pasado, o sí, pero ninguno de los dos quería darle
demasiada importancia a eso, no más de la que en realidad hacía falta.
Una vez que el sol iluminó todo a nuestro alrededor, Pierce no me dejo
volver a dormir como había planeado, sino que me arrastró al comedor del
hotel, me hizo desayunar y luego nos llevo a ambos a la piscina, no sin
antes obligarme a que le pasara bloqueador solar por toda la maldita y
enorme espalda que tiene, cuando quiso que también le pasara por su torso,
lo mande al carajo, caminando agitada y con las mejillas encendidas, lejos
de él, escuchando sus carcajadas a lo lejos.
Estúpido Pierce.
La cosa fue que me metí a la piscina para refrescarme un rato y cuando
estaba nadando, se me acercó un pequeño bodoque de no más de tres años,
con sus mejillas coloradas y la mirada risueña, mientras llevaba dos
flotadores en sus brazos y uno en su cintura que lo mantenían a flote.
Mire a mi alrededor, buscando a quien sea que fueran sus padres, pero
nadie parecía estar prestándole atención.
—Hey tu... —murmure, por que el pequeño seguía nadando en mi
dirección.
Y yo medio retrocedía, no voy a negarlo.
—¿Dónde están tus padres? —Pregunte, sonriendo nerviosa, mientras
con mis manos hacia correr agua para ahuyentarlo, creando pequeñas olitas
que no hicieron más que divertirlo.
El pequeño soltó un pequeño chillido animado y comenzó a salpicar
agua, queriendo jugar y yo..., yo comencé a entrar en pánico.
—Pierce, ayúdame —murmure en su dirección, retrocediendo mientras el
pequeño me seguía.
Me di cuenta en ese momento que él ya me estaba observando, con los
codos apoyados en sus rodillas, sosteniendo su peso mientras sonreía, una
sonrisa enorme, sus ojos ocultos detrás de unas gafas polarizadas de sol.
—¿Ayudarte? —Murmuro, sin siquiera disimular su diversión. —Pero si
pareces llevarlo como una profesional...
—No me... —me detuve antes de decir la grosería—, no juegues
conmigo —dije, un ojo en el pequeño, otro en él. Volví a mirar a mi
alrededor, ya me estaba poniendo nerviosa de que nadie reclamara al bebe,
que seguía con el insistente juego de perseguirme, que cada vez que
braceaba para alejarse, chillaba divertido y ponía más ímpetu en
perseguirme. —¿Dónde están tus padres, pequeño retoño? —Le pregunté al
pequeño, con esa voz rara que hacemos las personas cuando hablamos con
un niño, como si el hablar como tarados ayudara a que de repente nos
entendieran.
—¿Retoño? —Escuche la voz de Pierce de fondo, la cual ignore.
El pequeño hizo un movimiento para perseguirme nuevamente, pero
terminó haciendo de más fuerza con un brazo y el agua salpicó su rostro e
inmediatamente comenzó a retorcerse con molestia.
—Ay no —dije en dirección a Pierce, mientras el pequeño volvía a
retorcerse con molestia. —Pierce, que le paso algo —dije, medio asustada.
Pierce frunció el ceño, antes de acercarme una toalla y tendérmela.
—¿Que pretendes que haga con esto? —Me queje.
—Que le seques la carita —dijo él como si nada, sin dejar de sonreír.
—Hazlo tu —chille, mirando la toalla con horror mientras el pequeño
comenzaba a hacer mohines, sin dejar de fregarse los ojitos.
—No me quiero mojar —respondió, él muy idiota.
Rodé los ojos, fastidiada, pensando en mil maneras de vengarme, como
por ejemplo lo que haría cuando me pidiera que le pusiera bloqueador.
Pintaría una polla, una enorme polla en toda su enorme y estúpida
espalda.
—Dame eso —refunfuñe, arrebatándole la toalla para acercarme al
pequeño.
—Será mejor que lo sientes en el borde —dijo Pierce, su voz cantarina.
Rodé los ojos con más fuerza, pero no respondí, solo porque el pequeño
niño ahora había empezado a llorisquear. Mire alrededor una vez más,
¿donde estaban los padres de esta pobre criatura?
Lo tomé con cuidado de su pequeño cuerpecito y lo senté en el borde de
la piscina.
—A ver, pequeño retoño, déjame limpiar tus ojos —murmure, quitando
sus manos con cuidado.
Tenía sus ojitos claros irritados, señal de que el agua con cloro le había
salpicado. Con cuidado limpie su rostro hasta dejarlo seco, concentrada en
mi tarea y cuando quise darme cuenta, el retoño volvía a sonreír.
—¿Cómo te llamas, pequeño muchachote? —Murmure, otra vez con esa
voz rara, pellizcando su nariz en juego, cosa que lo hizo reír.
—Estoy seguro de que no te entiende... —murmuro Pierce por lo bajo.
—Tu no sabes nada —respondí, enojada, volviendo a concentrarme en el
retoño.
El pequeño volvió a lanzarse al agua, salpicándome a mi en el proceso,
cosa que solo lo hizo reír más y luego empezó a nadar nuevamente,
ayudándose con los flotadores.
Nos quedamos un rato jugando de ese modo, Pierce lanzándome cada
tanto alguna que otra pulla con la que solo respondía rodando los ojos.
Sin embargo después de un rato, el pequeño quiso sentarse nuevamente,
de seguro cansado por todo el juego.
Me paré delante de él, mis dedos estaban arrugados por tanto rato en el
agua, sin embargo no me importaba, hacía muchísimo calor y todavía no era
siquiera el mediodía y aunque me hubiera distraído un buen rato jugando
con él, no me pasó por alto que el pequeño también ahora había comenzado
a buscar a su alrededor, queriendo encontrar a unos padres que supongo que
se habían olvidado de su existencia, teniendo en cuenta que no había nadie
gritando desesperadamente en busca del pequeño, que fue lo primero que se
me pasó por la cabeza a mi, imaginándome en algún momento siendo
madre.
Una mirada intercambiada con Pierce me dijo que él estaba pensando
exactamente lo mismo, segundos antes de sentarse al lado del pequeño,
quien no dudó un segundo en apoyar su pequeña cabecita en su brazo, de
repente cansado.
Las mejillas, no se porque, se me habían incendiado, pero no podía dejar
de pensar en lo tiernos que se veían ambos, más Pierce, que se quedó
prendado unos cuantos segundos con en el pequeño, con la mirada perdida,
como si se hubiera trasladado a otro lugar, a otro tiempo que nunca pudo
ser.
Se me estrujo un poco el corazón, por la mirada un poco melancólica
clavada en el pequeño que había comenzado a dormirse, intentando
acomodarse más encima de él y aún más cuando Pierce de repente pareció
despertarse en el transe que se había sumido, sus ojos, un poco en pánico,
clavados en los míos.
Me apresure a salir del agua, poniendo una toalla entre mis piernas y
apoyando la cabecita del niño en ellas.
Mis ojos se clavaron en los de Pierce, con la pregunta implícita en mi
mirada, sin embargo, antes de que pudiera decir nada, una señora que
pasaba a nuestro lado de la mano de quien supuse que era su marido, se
detuvo a nuestro lado, mirándonos con esas miradas con las que te miran las
señoras mayores cuando algo les da una ternura tremenda.
No puede ser...
—Mira nada más, Albert —dijo en dirección al hombre que se
encontraba a mi lado. —Dime si no te trae buenos recuerdos.
El señor a su lado se limitó a mirar a su mujer y sonreírle con dulzura.
—Que cosa más hermosa —murmuro mirando en mi dirección, hablando
como si en realidad no pudiera escucharla. —¿A que si, Albert? ¿No es
hermosa?
El hombre se limitó nuevamente a asentir, sin prestarme mucha atención
en realidad, yo sonriéndole de manera incómoda a la mujer que decidió
pasar de mi y hablarle directamente a Pierce.
—Tiene una hermosa familia —dijo en su dirección.
La sonrisa de Pierce no tenía precio, solo porque sabía lo mucho que me
incomodaba la situación.
—Muchas gracias —respondió de manera educada, sin siquiera intentar
corregir a la mujer de su error.
—Es un niño muy hermoso —prosiguió la mujer. —Nosotros tenemos
cinco en total —comentó—, tres mujeres y dos varones.
—Han estado ocupados —murmuro Pierce, con esa pizca de picardía que
lo hacia parecer un crio.
La mujer por supuesto se carcajeo y hasta llegó a sonrojarse un poco.
—¿Y ustedes? ¿Planean tener más? —Pregunto la mujer, intentando
cambiar de tema.
Mis ojos se clavaron en los de Pierce, en una vaga amenaza de que
terminara con aquello, de todas maneras me ignoró, como siempre y con
una sonrisa de oreja a oreja, respondió: —No estamos seguros, pero le
puedo asegurar que disfrutamos mucho en la práctica y la mecánica de
hacer bebés.
Hijo de puta.
Tanto el hombre como la mujer se rieron a carcajadas cuando Pierce dijo
aquello, yo solo pude sonrojarme de manera furiosa, mientras refunfuñaba
por lo bajo todos los insultos posibles.
—¿Tienen un hijo? —Se escucho de repente y cuando levanté la vista...
Por Dios, cuando levanté la vista..., ahora hasta Pierce parecía un poco
preocupado, tanto así que se incorporó un poco en la reposera en la que se
había acostado.
La pareja, la puta pareja de la noche anterior estaba allí, mirándome a mí
y a mi hermano con una cara de horror que en otra ocasión me hubiera
parecido de lo más graciosa, pero no, ahora no me parecía para nada
graciosa.
—¿Si saben que es ilegal? —Pregunto la mujer de la cual no podía
recordar el nombre, su marido, a su lado, se persignaba, la pareja de
ancianos nos miraba entre la curiosidad y el desconcierto.
—¡Fransua! —Se escuchó un grito de repente, sacándonos a todos de
nuestro tenso silencio. —¡FRANSUA! —Grito entre un suspiro de llanto y
alivio entremezclado cuando vio al pequeño dormitando en mis piernas.
— Là tu as, mon garçon —dijo, arrodillándose a mi lado y tomando al
pequeño en sus brazos.
La mujer no podía ser mucho mayor de los veintidós años, mientras que
su cabello completamente negro le llegaba por el mentón, sus pestañas,
también negras, estaban húmedas pero no había rastros de lágrimas en sus
mejillas blancas salpicadas de pecas.
El pequeño solo sonrió cuando entreabrió los ojos, antes de acurrucarse
en su pecho y volver a dormirse, mientras la muchacha le llenaba la cara de
besos y repetía algo en lo que creo que era francés, que no pude comprender
del todo.
—Es-tu sa mére? —Pregunto Pierce con un francés perfecto.
Dios.
D
I
O
S
Creo que nunca lo había escuchado a Pierce hablar en francés.
—¿Es que tu no eres la madre? —Preguntó la señora.
Negué levemente con la cabeza, mientras la pareja de anoche sonreía con
incomodidad y comenzaba a alejarse lentamente.
Que puto desastre.
— Non, je ne l'ai pas —respondió la muchacha luego de dejar besos por
la cabeza del pequeño mientras que yo me moría de curiosidad por saber
qué decía. — Je suis sa nourrice, c'était supposé qu'il allait rester à la charge
de sa mare, mais je..., elle...
La chica no parecía encontrar las palabras para explicarse de todo bien y
Pierce le sonrió con calidez, cosa que parece que tranquilizo a la muchacha,
a la señora mayor y también a mi, no voy a negarlo.
— Ne te préoccupe pas —respondió Pierce, sin dejar de sonreírle. —
Nous seulement jouions un peu avec loi jusqu'à ce qu'il soit endormi, ne
l'arrive rien mauvais.
—Merci, merci beaucoup —murmuro la muchacha, poniéndose por fin
de pie. — Merci beaucoup.
Y luego se fue, el pequeño Fransua saludándome con su pequeña manita,
todavía medio entre dormido.
La pareja de ancianos nos miraron interrogantes, sin entender muy bien
qué demonios había pasado aquí.
—Todavía queremos un poco más de la práctica en el concebir bebés
antes de tenerlos —dijo Pierce, así como si nada y la pareja comenzó a reír,
antes de que se despidieran con un leve saludo de su mano.
Y luego de que la pareja se hubiera ido, nos habíamos quedado allí, en
silencio luego de que me tendiera el botellín de cerveza.
Pierce parecía perdido nuevamente dentro de su cabeza, imaginando
quién sabe qué, mientras que se escuchaba alguna música popular por los
parlantes de la piscina, las risas de y el chapoteo de quienes nadaban en la
piscina.
Mis ojos se clavaron nuevamente en Pierce, mirándolo con atención: sus
ojos ocultos detrás de unas gafas que le quedaban de infarto, sus labios
carnosos que ahora se apresaban entre sus dientes. Sus brazos estaban
flexionados, apoyando las palmas detrás de su cabeza, el cabello negro
despeinado debido a las veces que se había metido al agua a refrescarse.
Los tatuajes en el brazo izquierdo parecían brillar en contraste con su piel
que seguía siendo un poco pálida aún con las horas que pasaba debajo del
sol. El reloj de arena detenido a la mitad, unas coordenadas que no tenía
idea de hacia donde llevaban y algo escrito en lo que supuse que era
francés. Mi recorrido siguió por sus costillas, llegando a su abdomen
definido, el fino vello oscuro que comenzaba debajo de su ombligo
siguiendo hasta el comienzo de su bañador y...
—...Minerva...
Salí de mi ensoñación de repente, sintiendo, por supuesto, nuevamente
mis mejillas incendiadas, como si hubiera quedado aunque sea una pizca de
duda de que me lo estaba comiendo con la mirada, esto hubiera sido lo
único que faltaba para confirmarlo.
Mierda.
—¿Qué? —Respondí de manera un poco más ruda de lo que pretendía,
pero es que había veces en las que me ponía tan nerviosa que siquiera era
capaz de controlarme.
Pierce, por supuesto, se percató de mi nerviosismo, por lo que medio se
incorporó.
—¿Y ahora que te pasa?
—Nada.
—Dime.
—No me pasa nada, pesado.
—Anda, algo te pasa, te estas poniendo cada vez más roja.
—Es el calor.
—¿Estas caliente?
—Idiota.
—Anda, dime qué estabas pensando.
—No pensaba en nada, solo que tengo calor.
—Quieres que te tire vientito.
—¿Y como lo harías?
—Con la boca, por supuesto.
—Idiota.
—Eso ya lo dijiste.
—¿Y que?
—¿En qué pensabas? Anda, dime, que siempre piensas cochinadas de lo
más interesantes.
—Yo no pienso en cochinadas.
—Si lo haces.
—No.
—Dime.
—No sabía que hablaras tan bien francés.
Aquel cambio abrupto de la conversación pareció tomarlo desprevenido,
por lo que cambiando su sonrisa a una más interesante —e imposiblemente
más pecaminosa—, respondió: —Por supuesto, si viví la mitad de mi vida
en Francia —murmuro lo obvio.
—Lo se, lo sabía —respondí, con la voz un poco más baja. —Es solo que
creo que nunca te había escuchado hablarlo así, tan... —no pude mirarlo a
los ojos antes de largar lo último—, tan fluido.
— Si tu as aimé —Preguntó él, acercándose un poco a mi reposera.
—¿Como?
— Si tu as adoré.
—¿Que?
— Qu'est que ce, exactement, ce que tu as senti quand m'as écouté parler
en français, Douce?
—Yo..., yo no sé qué me estás diciendo —murmure, un poco nerviosa,
reconociendo sólo el mote con el que él suele llamarme.
— Je t'excite? Peut-être t'excite la forme en que je parle? Tu aimerais que
je te parle comme ça?
—Pierce... —murmure con la voz ronca y sus ojos se clavaron en mis
labios.
— Peut-être tu adorerais o aimerais que quand je t'ai dessous moi,
entendait gémir mon prénom, je te parlerai en françois? Ça te ferais jouir
plus fort, Douce?
Abrí la boca, para responder algo, pero las palabras simplemente no me
salieron, no me salieron porque lo único que podía hacer era mirar sus
labios casi susurrando esas palabras que a mis oídos sonaron de lo más
sugerentes y viniendo de él, de seguro que lo eran.
No pude evitar imaginarnos a los dos así, en una enorme lona en una
playa vacía, con el viento caliente golpeando nuestros cuerpos que poco a
poco íbamos quitándole la poca ropa que nos quedaba puesta, casi sin
besarnos, el suspiro de sus labios y los míos resistiendo a la tentación de
unirse, pero aguantando. El aire caliente que su boca deja en mi oído
cuando me respiraba cerca, susurrándome palabras en francés que sólo él
puede entender, pero que..., por todos los cielos, me ponen a mil. Casi
puedo sentir la caricia fantasma de sus manos tocándome, rozando el
costado de mis pechos, bajando su mano por mi abdomen, acariciando,
acariciándome pero nunca es donde necesito.
Y quiero pedirle más, en verdad necesito más, más de él y de mi y de
nosotros y de eso en lo que nos convertimos cada vez que estamos juntos.
—Minerva... —murmuro con un poco más de fuerza, cosa que hizo que
clavara mis ojos en los suyos—, en verdad necesitas dejar de mirarme de
ese modo.
Asentí, solo por que no supe qué otra cosa hacer, mientras que aparté la
mirada y me abanique un poco con la mano.
—¿Qué fue lo que decías? —Pregunte, sin siquiera atreverme a mirarle a
los ojos.
Por el rabillo del ojo vi que Pierce sonreía, esa sonrisa pecaminosa que
solo él podía esbozar.
—Del clima —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Del clima? —Pregunte, incrédula, porque yo solo había imaginado
puras chanchadas.
—¿Acaso creías que estaba diciendo otra cosa? —Pregunto.
Me encogí de hombros, sin saber muy bien como responder a aquello,
porque para que decir que no, si, si.
—¿Lo creías?
—¿Y que si pensé que si? —Respondí, de repente enojada por que
siempre lograra acorralarme. —Tal vez si estaba pensando en cómo se
sentiría estar follando contigo y que me hablaras de ese modo, ¿contento?
La sonrisa de Pierce estaba llena de cosas chanchas y pensamientos de
nosotros haciendo exactamente eso, no hacía falta que lo dijera con
palabras, le conocía todas y cada una de sus expresiones y Dios..., agradecía
poder conocerlo de ese modo, me encantaba así como me excitaba, esa
especie de conexión que sentía con él a pesar de todo.
No fue mucho lo que duramos, no pasaron un par de segundos antes de
que los dos rompiéramos a carcajadas por lo raro que se había puesto todo y
cuando me refiero a todo, era teniendo un pequeño perdido de Francia
jugando conmigo en el agua.
No se muy bien el cómo, pero de repente Pierce estaba medio recostado
sobre mi reposera y ambos nos quedamos allí mirando el mar, las olas
romper en la orilla, la gente nadando en él.
Me sentí tranquila, tranquila como me venía sintiendo todos estos últimos
días en compañía de Pierce, era como si todas las preocupaciones que tenía
siempre hubieran desaparecido y si, no voy a ser una hipócrita al respecto,
es lógico que debería poder desconectar de mi vida estando en el lugar
paradisiaco en el que me encontraba ahora, pero simplemente tenía la
sensación de que las cosas eran distintas, que también yo era distinta.
No quería analizar mucho al respecto, por que verán, a veces una prefiere
un poco ignorar lo que le pasa, es como cuando nos tapamos los ojos para
no ver la realidad y mi realidad, les cuento ahora en plan secreto, es que
estaba lentamente bajando la guardia con Pierce, bajando la guardia a su
alrededor y dejando que tal vez uno que otro sentimiento se colara por ahí,
como por ejemplo ahora, que había apoyado mi rostro en su hombro, que el
había pasado su brazo por detrás de mi cabeza para más comodidad, que
una de mis piernas se había enredado en la de él y que ahora sus labios
dejaban besos distraídos en mi cabello mientras Pierce me acariciaba la
espalda.
¿Que era lo peor? Que no había nada sexual en aquello, que estábamos
simplemente dándonos cariño y la verdad es que no nos importaba mucho, a
decir verdad, en otro momento de seguro me hubiera alejado, puesto la
excusa de ir a buscar más alcohol o que se yo, ahora simplemente quise
permanecer ahí, pero no fue tanto por mi que quise hacerlo, sino porque una
parte de mi sabia que Pierce había quedado un poco tocado luego de haber
tenido al pequeño Fransua en sus piernas durmiendo, había algo dentro mío
que me incitaba a abrazarlo un poco más, a querer sanar un poco de esas
heridas que sabía que seguía teniendo, por que he ahí el poder de los
sentimientos, el saber cuando el otro está mal, cuando el otro nos necesita y
querer estar ahí, por más que todo dentro nuestro nos grite que no debemos
cometer una y otra vez los mismos errores, que lo más probable es que
tenga el mismo desenlace y de nuevo me encuentro ignorándolos, porque
no quiero —ni puedo— ser ajena a la pena que ahora sacude a Pierce y algo
dentro mío me dice que él haría lo mismo, que anoche, luego de soñar con
Harold de aquel tiempo cuando todavía no éramos más que unos críos,
Pierce sabía que algo me pasaba, que algo dentro mío se había sacudido con
dolor y pesadez y no había dudado un momento en seguirme.
Me pregunté si volveríamos a lo mismo del pasado y no pude evitar
preguntarme también qué pasaría si las cosas ahora fueran distintas, si él
podría dejar ir de una vez su pasado y yo sería capaz de darle otra
oportunidad, si sería capaz de perdonar todo y dejar el rencor y el orgullo de
lado.
—No lo pienses tanto —murmuro de repente su voz, ronca y suave por
sobre mi.
No pude evitar poner mi cuerpo en tensión, era como si en verdad
adivinara todas y cada una de las cosas que me solían pasar por la cabeza,
sin embargo presiono más mi cuerpo, por más que yo siquiera hubiera
intentado levantarme, por más que siquiera quisiera hacerlo.
—No lo piensas demasiado, Douce —repitió. —Deja que ocurra...
No respondí nada, no hacía falta, mi silencio valía más que mil palabras,
era como si le estuviera diciendo que si, dándole el pase libre para algo que
ninguno de los dos sabía que era, pero también con cautela, seguros de que
no volveríamos a cometer los mismos errores que habíamos cometido
alguna vez.
O por lo menos esperaba, por que por más que lo ignorara, los hechos
eran que no éramos los únicos en esta relación, si queríamos seguir adelante
con lo que fuera que era esto, teníamos que tener las cosas claras y el resto
de las personas involucradas también, pero la verdad era que por lo menos
por ahora, ninguno de los dos estaba dispuesto a hacerse esas preguntas
ahora mismo, ninguno estaba dispuesto a enfrentar esas verdades que
podrían llevar al quiebre definitivo de lo que fuera que teníamos ahora
mismo.
Por lo menos no ahora, pero hay algo que voy a aconsejarles, los
problemas, todo aquello que evadimos una y otra vez, tarde o temprano nos
termina alcanzando, por más que queramos dejarlos atrás, por más que
creamos que corremos más rápido que ellos.
El problema con mi chiste de vida, es que los problemas siempre me
terminan alcanzando cuando menos me lo espero, porque si, si las cosas no
pasaran de esa manera, Minerva no seria Minerva, ósea yo.
En fin, decidí, como bien les decía, ignorar por un rato todo aquello que
de solo pensarlo me agobiaba, mientras me relajaba en los brazos de Pierce
y me hundía en un reconfortante sueño reparador.
Mejor.
Mucho, mucho mejor.
***
Las tres Marías
Dante: Entonces, ¿como va todo, Minervita?
Isa: Si eso, ¿porque ya no nos hablas?
Yo: Todo esta bien, perfectamente bien.
Dante: Bueno, ahora escribe eso, pero sin llorar.
Isa: Estás mintiendo y déjame decirte que se te nota a leguas.

Me mordí los labios, de repente nerviosa, aunque no sabía muy bien


porque.

Las tres Marías:


Yo: No sé de qué hablan.
Dante: Ya están follando, Isa, me debes cien dólares.
Isa: Carajo, Minerva, ¿como que ya están follando?
Yo: ¿¡QUE!?
Dante: Que lo haya negado solo lo confirma.
Isa: ¡¡¡MINERVA!!!

—Joder —murmure en voz baja, abochornada y cerrando la conversación


rápidamente.
Deje el teléfono sobre la cama y me apresure a meter todo de cualquier
manera a la valija, ya que en pocos minutos pasaría el uber para llevarnos al
aeropuerto.
—¿Lista? —Se escuchó la voz de Pierce desde la puerta.
Le sonreí, tensa, antes de asentir.
—El auto está afuera, andando.
Lo seguí cual autómata hasta que estuvimos en el auto, en marcha hacia
el aeropuerto.
El teléfono no paraba de sonarme, pero no me atrevía a abrir la
conversación...
La curiosidad me pudo.

Dante ha cambiado el nombre del grupo a: PIERCECONDA IS BACK

—Por todos los santos... —farfulle, ignorando la mirada de Pierce.

Dante: LO SABÍA, LO SABÍA...


Dante: Sabía que tu coño no podría resistirse a esa polla grande y
venosa.
Isa: Desagradable.
Dante: ¿Que? Son solo los hechos, querida.
Isa: Minerva, ¿cuando fue que volvieron a follar?
Dante: ¿Y eso que? Era algo que simplemente tenía que pasar,
¿recuerdas lo que dije de los alfas como Pierce?
Isa: Dante, que dices tantas idioteces que realmente me pierdo.
Dante: Como te decía..., que Pierce largar feromonas, que nadie es capaz
de resistirse.
Dante: NADIE!!!
Isa: Pero Mine, por lo menos probaste de otras cosas?
Dante: Con otras cosas te refieres a pollas?
Isa: Detente, Dante.
Dante: POLLA POLLA POLLA POLLA POLLA POLLA
Isa ha cambiado el nombre del grupo: DANTE SIN CEREBRO
Dante ha cambiado el nombre del grupo: ISABELLA NO FOLLA
Isa ha cambiado el nombre del grupo: DANTE TIENE HERPES
Dante ha cambiado el nombre del grupo: MINEYPIERCE4EVER

—Ya llegamos —murmuro Pierce, sacándome de mis pensamientos. —


¿Estas lista?
—¿Quien no está lista para ir a roma? —Respondí con una sonrisa que
devolvió.
Yo: Idiotas, los dos.
Dante: ;)
Yo: Les escribo cuando llegue a Roma J
Isa: Lis iscribi cindi lligui i rimi
Isa ha cambiado el nombre del grupo: ¿ROMA? ¿AMOR?

GLOSARIO:
Là tu as, mon garçon: Ahí estás, mi niño
Es-tu sa mére? : ¿Eres su madre?
Non, je ne l'ai pas : *No, no lo soy
Je suis sa nourrice, c'était supposé qu'il allait rester à la charge de sa
mare, mais je..., elle... : *Soy su niñera, se suponía que iba a quedar al
cuidado de su madre, pero yo..., ella...
Ne te préoccupe pas: *No te preocupes
Nous seulement jouions un peu avec loi jusqu'à ce qu'il soit endormi,
ne l'arrive rien mauvais: *Solo jugamos con él un poco hasta que se
quedó dormido, no le paso nada malo.
Merci, merci beaucoup : *Muchas, muchas gracias)
Si tu as aimé: *¿Te gusto?
Si tu as adoré: *Si te gusto...
Qu'est que ce, exactement, ce que tu as senti quand m'as écouté
parler en français, Douce?: *¿Que fue exactamente lo que sentiste cuando
me escuchaste hablar en francés, Douce?
Je t'excite? Peut-être t'excite la forme en que je parle? Tu aimerais
que je te parle comme ça?: *¿Te excito? ¿Acaso te excito escucharme
hablar de ese modo? ¿Te gustaría que te hable así?
Peut-être tu adorerais o aimerais que quand je t'ai dessous moi,
entendait gémir mon prénom, je te parlerai en françois? Ça te ferais
jouir plus fort, Douce?: *¿Acaso te gustaría que cuando te tenga debajo
mío, gimiendo mi nombre, te hablara en francés? ¿Eso haría que te corras
más fuerte, Douce?

***
HOLA BEBES, LO PROMETIDO ES DEUDA, NO SABEN LO QUE
CORRÍ PARA PODER TERMINAR ESTÉ CAPÍTULO.
SI BIEN PEQUEÑAS FALLAS DE EDICION/CORRECION, ES
PORQUE SINCERAMENTE IBA A ACTUALIZAR EL VIERNES SI LO
HACIA Y SÉ QUE NO MERECEN ESPERAR TANTO
MUCHAS GRACIAS POR TODA LA PACIENCIA QUE ME TIENEN,
POR EL CARIÑO QUE RECIBO YO Y LA HISTORIA
UN LLAMADO A LA SOLIDARIDAD QUE QUERÍA HACERLES,
ES PEDIRLES QUE RECOMIENDEN LA HISTORIA, EN TIKTOK,
INSTAGRAM, FACEBOOK YA QUE YO NO HE TENIDO TIEMPO
PARA HACERLO (PRONTO TERMINARA EL TRABAJO Y TENDRÉ
MÁS TIEMPO LIBRE)
ESO ME AYUDARÍA MUCHÍSIMO :)
NO SE OLVIDEN DE SEGUIRME EN REDES;
INSTA: DBLASSAL
TWITTER: DEBELASSAL
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TIKTOK: DEBSREADS
RECUERDEN QUE TAMBIEN HAY UN GRUPO DE WASAP, POR SI
QUIEREN METERSE DEBEN ESCRIBIRME POR INSTA
DESDE YA MUCHAS GRACIAS
LXS AMO
DEBIE
CAPITULO CUARENTA Y OCHO

Je t'aime, Douce

La neblina del sueño no me deja despertarme del todo, pero sin embargo
hay algo que esta intentando arrancarme de ella. Siento algo suave pasearse
por mi rostro, el hundimiento de la cama a mi lado.
Me remuevo, por más que mis ojos intentan abrirse, hay una parte
remolona de mí que me lo impide, así que me aferro con todas mis fuerzas
al sueño, a los ojos fuertemente cerrados, sin embargo ese algo que sigue
paseándose por mi rostro, no deja de insistir.
Frunzo el ceño cuando ese algo suave, comienza a presionar por entre
mis labios que intento mantener cerrados.
—Abre —murmura una voz, ronca y baja.
Intento correr el rostro, pero una mano fuerte y grande se presiona por un
lado de mi cabeza, manteniéndome en el lugar.
—Abre la boca, Minerva —insiste la voz.
Mis ojos, inevitablemente, se abren encontrándome de lleno con unos
ojos profundamente azules que me miran de una manera que, si tuviera
poder de reacción, me haría removerme incómoda.
Lo segundo con lo que se encuentran mis ojos, es con la cabeza de la
polla de Pierce, el aro de color plateado atravesándola, mientras éste vuelve
a presionarla contra mis labios, intentando abrirlos con ella.
Frunzo el ceño y cuando abro la boca para decirle que es lo que está
haciendo, aprovecha para callar lo que iba a decir metiéndola hasta el fondo
y produciéndome una arcada.
«Vaya manera de despertar» pienso para mis adentros.
—Lo siento —murmura, de todas maneras la saca un poco para volver a
meterla, esta vez con un poco más de calma.
Y así es como Pierce —vaya una a saber la hora—, comienza a follar mi
boca.
No dice nada y yo por supuesto tampoco puedo hablar mucho, pero si me
concentro en hacer lo que se me encomendó.
Chupar polla, por supuesto.
No tengo idea de que hora es, lo último que recuerdo es haberme,
literalmente, echado en la cama una vez que llegamos al hotel en roma y
dormirme profundamente por el cansancio con el que cargaba, supongo que
Pierce había hecho lo mismo en su propia habitación.
Y supongo que se había despertado un poco cachondo, pero quienes
somos nosotros para juzgar, ¿verdad?
Pierce sigue follando mi boca, su cuerpo se encuentra por encima del
mío, su miembro entrando cada vez más en mi garganta, haciendo que se
acumule un poco de saliva en mi boca y aquello haciendo más fácil poder
chupársela.
Mis ojos se clavan en los de él, que los alterna en cómo la mete en mi
boca y mis ojos, me percato de que él también parece recién despertado, su
cabello está revuelto, sus ojos achinados.
Joder, que Pierce recién despierto es caliente como el infierno.
Sus dientes se clavan en su labio inferior concentrado en follarme la
boca, no le importa cuando la mete con un poco más de fuerza,
provocándome una arcada, tampoco cuando casi me asfixia con ella,
metiéndola tan adentro que tengo que golpearle el vientre con la mano para
que la saque.
Son solo segundos los que se aleja, dejándome recuperar el aliento, para
luego volver a meterla y así seguir follandome, como si aquella fuera su
única tarea en el mundo. Me sorprende decir que es la primera vez que lo
veo concentrado solo en él, Pierce por lo general suele dar placer a su
pareja, como si eso fuera lo que le excitara, pero no hoy, me encantaría
preguntarle qué fue lo que soñó, que demonios fue lo que imagino para
venir a mi habitación y despertarme de la manera en la que lo hizo.
Sus dos piernas pasar por encima de mi cuerpo, quedando una a cada
lado de mi cabeza, aprisionándome.
Me pone un poco nerviosa, no voy a mentirles, porque ahora si tiene un
control total sobre mi boca y me preocupa un poco lo que vaya a hacer.
Pierce parece ver aquella indecisión en mi rostro porque medio sonríe,
pero no es una sonrisa que me calma para nada, sino todo lo contrario, es
una sonrisa maliciosa, como si me dijera »estaba siendo bueno contigo,
ahora dejaré de serlo»
¿Ven lo que quiero decir? Este Pierce no es el normal.
—Toma aire —suspira, pero parece perdido en su propio mundo de
orgasmos, por que casi no espera a que tome dicho aire.
No voy a mentirles, es completamente afrodisiaco ver como se pierde un
instante en él mismo, como echa su cabeza hacia atrás preso del placer
cuando la mete de lleno en mi boca, es completamente placentero el jadeo
ronco que larga y yo, a pesar de las lágrimas que se acumulan en mis ojos,
me esfuerzo para parpadear y no perderme ni un detalle de él, de lo
hermoso que se ve cuando se deja llevar.
Si, dije que Peirce era hermoso, pero es que lo es, no pueden juzgarme,
ver a Pierce recién despierto y caliente como los mil infiernos hace estragos
en las hormonas de una.
Los ojos azules de él me miran, me miran y me sonríe, esta vez con
suavidad, sus pulgares acariciando las lágrimas de mis mejillas, comienza a
mover suavemente sus caderas, no metiéndola del todo, pero si follandome
la boca de una manera tan erótica que me hace perder un poco la cabeza, en
la que puedo solo imaginarlo a él follandome de esta manera.
—Te ves tan malditamente bien ahí —susurra sin dejar de mover sus
caderas con suavidad y yo chupando, pasando mi lengua por ella, moviendo
el aro de la cabeza de un lado al otro cuando ladea sus caderas hacia atrás.
—Eres un puto sueño erótico, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? —murmura,
yo en respuesta solo puedo sonreír. —Por supuesto que lo sabes, metiéndote
en mi cabeza a cada rato, en mis putos sueños, poniéndome la polla
jodidamente dura incluso mientras duermo.
Pierce de repente saca la polla de mi boca, antes de darse la vuelta y
girarnos a ambos, haciéndome chillar por la impresión cuando quedó
encima de él, con las piernas abiertas de par en par justo en su rostro.
—Si, este es el mejor desayuno —murmura mientras yo me quedo ahí,
impresionada, reaccionando recién cuando hace mi braga a un lado y su
lengua aplanada se pasea por...
Por.
Toda.
Mi.
Puta.
Vagina.
—Dios..., ¿qué...? —jadeo, sin siquiera poder articular una palabra
mientras Pierce me chupa como..., demonios, siquiera puedo describirlo.
Intento alejar mi cuerpo de su ataque, pero entonces de un solo tirón
logra romper mis bragas, para luego con sus dos brazos presionar mi cintura
para que no pueda alejarme ni un puto centímetro.
—Pierce, demonios... —me quejo, ho agradezco, creo, no lo sé.
Solo puedo pensar en su lengua que se mueve de un lado a otro en mi
clítoris, solo puedo sentirlo a él y a sus dientes mordisqueando mis labios,
solo puedo sentir cómo hace su rostro un poco hacia atrás y mete la lengua
dentro mío.
Dios.
DIOS.
—Chúpamela —gruñe unos segundos cuando siquiera se donde
demonios estoy. —Chúpame la polla, Minerva.
Y eso hago, por que vamos, hay que devolver el favor.
Debo confesarles que no soy muy fanática de esta posición, créanme, no
es la más cómoda, pero como siempre me pasa con Pierce, él logra hacer
que cualquier puta cosa sea una fantasía erótica y si bien me encanta
correrme con él dentro mío, debo confesarles que Pierce da unos orales que
por momentos no sabes que te gusta más de él, si su lengua o su polla.
—Minerva... —se queja cuando dejo de chuparlo, pero es que..., es que
me distrae y como reprimenda, Pierce comienza a mover sus caderas. —
Solo no cierres la puta boca —instruye y eso es lo que hago, dejo mi boca
abierta para que la folle como quiera y lo hace, la mete tan profundo que me
da una arcada, pero sigue sin detenerse, persiguiendo sus propio placer,
canalizándolo en la manera en la que chupa mi clítoris, cerrando sus labios
tan fuerte que un poco me duele.
Si, duele, pero es ese tipo de dolor que te prepara para un orgasmo
devastador.
Las caderas de Pierce siguen azotando mi garganta, pero no me importa,
no me importa por que siento que estoy a punto de correrme, su lengua está,
literalmente, acribillando mi clítoris y los gemidos que estoy largando,
ahogados por su polla en mi boca, así lo demuestran.
—Eso es... —suspira Pierce y entonces grito cuando clava sus dientes en
él y un segundo después, me estoy corriendo y aquello es lo que le incita a
chuparme más fuerte, tanto, que se me forman pequeños puntos blancos en
la vista.
Pierce sigue chupándomela mientras que, en un movimiento que siquiera
veo venir, nos gira, dejándome ahora debajo de él y es entonces cuando
comienza a follarme la boca de verdad, con ganas, persiguiendo su propio
orgasmo.
Siquiera puedo quejarme, todavía con las réplicas de mi orgasmo, de las
contracciones que siento en mi vagina, de su lengua que parece querer
beber todo de mi.
De todas maneras son solo segundos los que Pierce me la clava en la
garganta y entonces comienza a correrse.
Siento su orgasmo en mi boca, pero siquiera lo paladeo porque por acto
reflejo todo lo que hago es tragar.
—Si, así, joder, traga, Minerva, traga, no te atrevas a dejar caer nada...
Tengo ganas de responderle algo así como: »para servir estamos», pero
debido a que su polla sigue en mi boca, todavía completamente erecta, no
puedo.
Son solo unos cuantos segundos los que nos quedamos en aquella
posición —bendito sesenta y nueve—, hasta que por fin Pierce se levanta y
baja de la cama..., no irá a irse, ¿verdad?
No, solo va al baño por un vaso de agua que me tiende, sin dejar de
mirarme.
Le devuelvo la mirada, agradeciendo el frescor del agua en mi garganta,
antes de rodar los ojos cuando él sonríe.
—¿Qué hora es? —Pregunto, de repente sintiéndome un poco
avergonzada, aunque no se porque.
Es Pierce, por Dios, me conoce hasta el apellido, pero pienso que tal vez
me siento de este modo, por que es él quien comenzó con esto, apareciendo
en mi cuarto, por lo general soy yo quien decide cuando se folla.
—Demasiado temprano —murmura él y para mi sorpresa se mete debajo
de mis frazadas, en mi cama.
—¿Qué...?
—Solo vamos a dormir un poco más —murmura, antes de acurrucarse
detrás mío, abrazándome con fuerza, nuestros cuerpos desnudos.
Quiero decir algo, aunque no sé que, debo confesar que me sorprende un
poco este nuevo acercamiento, pero no voy a quejarme, porque
simplemente se siente... bien.
Correcto.
Pierce suspira con algo parecido al alivio cuando me relajo en sus brazos,
cuando me acomodo más cerca de él, cuando respiro con fuerza su olor, su
perfume, cuando me dejo por fin sentir el calor de su cuerpo, la fuerza de
sus brazos a mi alrededor.
Deja un suave beso en mi cabeza, antes de terminar de acurrucarse y
dormirse prácticamente unos segundos después.
Le sigo de cerca, siquiera replanteándome este repentino acercamiento,
siquiera recriminándome a mi misma que me había prometido no hacer esta
mierda, esto de acurrucarse, se suponía que sería silenciosa como una ninja
entre los sentimientos y eso, pero...
¿Puede salir tan mal bajar la guardia? ¿Aunque sea un poco?
Bueno, no hace falta que respondan a eso, sé la respuesta, es solo que se
siente bien, ¿okey? Simplemente eso, se siente bien.
***
Me despierto un par de horas después y me encuentro con que Pierce no
está en la cama, sino tomando un baño y sin siquiera hacer caso a lo que
pasó un rato antes, ambos nos cambiamos y decidimos comenzar a recorrer
Roma, que solo tenemos dos días en esta ciudad, antes de partir hacia
Londres.
Visitamos, en primer lugar, el valle del Foro Romano que fue centro de
las instituciones de Roma. Luego, subimos hasta la colina del Palatino que
alojó los palacios imperiales, lugar donde había nacido la ciudad de la luz.
Por último, visitamos el Coliseo, uno de los edificios más emblemáticos que
emerge como símbolo de Roma. En su interior caminamos al borde de la
arena no sobre la parte reconstruida en madera, asomándonos para
contemplar los espacios subterráneos que se encontraban debajo de ella. De
esta para contemplar de cerca los entramados que hacían posible los
grandiosos y terribles espectáculos.
Estar en el interior del Coliseo Romano te hace revivir los juegos que
tenían lugar en esta maravilla del mundo antiguo: el Anfiteatro Flavio.
Más tarde, desde la Plaza Venecia Pierce reserva un conductor privado de
donde saldremos hacia el Aventino, una de las siete colinas de Roma y
probablemente una de las más hermosas. En la cima del Aventino se
encuentra el Jardín de los Naranjos, nuestra primera parada: se trata de uno
de los miradores más románticos desde el que asistir a la puesta del sol y al
increíble cambio de colores del cielo romano.
Tras contemplar la vista panorámica desde el Aventino, nos dirigimos al
otro lado del río Tíber donde nos espera la Fontana dell'Acqua Paola,
mundialmente conocida como el Fontanone y por la escena inicial de la
Gran Belleza del director Paolo Sorrentino. El Janículo cuenta con una vista
prácticamente a 180 grados de la Ciudad Eterna.
Vale la pena subir por sus vistas cinematográficas, sobre todo al atardecer
cuando el cielo se tiñe de colores rojizos.
El mismo atardecer desde dos puntos de vista distintos.
Pierce debió escoger estos dos miradores por su innegable belleza y por
permitir una vista del atardecer desde dos puntos de vista opuestos. Desde
la terraza del Jardín de los Naranjos observamos como el Sol se esconde al
horizonte. Por otro lado en el Janículo, el sol que desaparece a nuestras
espaldas ilumina la ciudad con colores totalmente inesperados.
Después, bajamos al barrio de Trastevere, situado bajo la colina del
Janículo. Se trata del barrio más emblemático y conocido de la ciudad: sus
callejuelas y la movida es una de las cosas más fascinantes que he tenido la
oportunidad de ver.
En este escenario perfecto para una cita disfrutamos de una degustación
de vinos y quesos típicos del territorio. Tenemos tantas opciones que
podemos elegir entre diferentes tipos de vino tinto y blanco y acompañarlo
con una tapas de pecorino. Pierce me comenta que se trata de un queso de
oveja típico de Roma y un ingrediente fundamental de platos como la
carbonara. Ya ni hablar de saborearlo con la combinación del pistacho o con
pimienta negra, o aceite balsámico o con romero... ¿Cuántas posibilidades
tendrá de ser degustado?
¡Infinitas!
Al estar ya en Trastevere, disfrutamos de un paseo nocturno por las
callejuelas del barrio.
Durante la época álgida de verano este barrio se anima de alegría y vida
por la noche. Su vitalidad en conjunto con su patrimonio artístico hacen de
este rione una de las metas obligatorias e imperdibles de la ciudad.
—Esto es simplemente asombroso —murmuro mientras paseamos por
las callejuelas.
—Sí —murmura Pierce en un tono monocorde.
—¿Qué sucede? —inquiero a la vez que me detengo, lo que a su vez
provoca que Pierce se pare un par de centímetros por delante de mí.
Pierce no es capaz de mirarme directamente a los ojos, sino que su
mirada permanece perdida entre los caminos que se abren y se cierran a
nuestro alrededor mientras los lugareños pasan por nuestro lado entre risas
y diversión, a la que por desgracia, no me puedo unir.
—Nada —responde tras unos segundos de inquebrantable silencio y para
dar más énfasis a lo que acaba de decir, me mira y sonríe. Sonríe de ese
modo que puede hacer que una chica caiga rendida a sus pies—. Estoy
cansado. ¿Qué te parece si vamos a cenar algo ligero y volvemos al hotel?
Mañana tenemos un largo viaje hasta Pompeya y Herculano.
Está en la punta de mi lengua seguir preguntando cosas, el porque me
miente, que sé que algo le sucede y sin embargo me encuentro incapaz de
adivinar qué es y aquello me frustra más de lo que estoy dispuesta a admitir.
Hay una parte de mi, una parte bastante fuerte, que quiere insistir en el
tema, que quiere preguntarle qué le pasa, hacerle saber que puede confiar en
mi.
Que quiero que confíe en mí.
Pero también está esa otra parte, esa otra que me detiene, qué me dice
que ya hemos cruzado demasiadas líneas, que esto de una manera o otra va
a terminar mal y como siempre, seré yo quien termine peor.
Así que es esa última parte la que gana, es esa última y me digo que esta
bien, que también debo protegerme a mi, que debo dejar de pensar en el
resto antes que en mi, anteponiendo siempre a los demás por encima de mi
felicidad, si Pierce está mal y no quiere confiar en mí para decirlo, no hay
nada que pueda hacer.
Asiento, sin querer decir nada más y sé que Pierce se da cuenta, porque
quiere acercarse a mi, tomarme de la mano para detenerme cuando me
quiero alejar, pero lejos de que sea la verdad, sonrió, sonrío grande cuando
clavo mis ojos en los de él, le comento que bajando por la escalinata que
tenemos a la derecha llegaremos a uno de los jardines más lindos del lugar,
le cuento lo que leí, del porque fue creada la fuente contra la que chocamos
unos cuantos pasos después.
Le cuento que en realidad fue un escándalo, que el duque hizo hacer la
fuente para su amante, que era una chica mucho más joven que él, hija de su
mejor amigo.
Si, le cuento que el chisme está interesante, que habían comenzado la
relación cuando la chica no era más que una adolescente y que si bien se
habían separado por varios años intentando apaciguar la pasión que los
atacaba cada vez que se veían, no podían negar el irremediable amor que
los apresaba a ambos.
Si, fue aún peor, porque él estaba casado, pero ella también.
La cuestión fue que el duque hizo hacer la fuente para ella, todos lo
sabían, era un secreto murmurado a toda voz, pero ya que, los escándalos
existieron siempre.
—Acabas de inventar todo eso —murmura Pierce, que lleva un rato
aguantándose la risa.
Ruedo los ojos, mirando también hacia otro lado, para que no me vea la
sonrisa.
—Por supuesto que no, que fue un escándalo —insisto.
—A ver, ¿y como se llamaba este duque?
—Él era... —carajo, mi tiene. —Él era el duque Drácula, por supuesto.
Pierce ya no se aguanta la carcajada, por supuesto y yo tampoco, no
puedo negarlo, mientras ambos nos sentamos en dicha fuente, nuevamente
en silencio, pero cualquier resquicio de incomodidad olvidado.
Mejor.
Mucho mejor.
¿Ven que fácil es? No hay que hacer drama por cualquier cosa...
Bueno, ahora digan eso, pero sin llorar...
Je.
Para cenar vamos a un pequeño restaurante que está a solo unas cuantas
cuadras del hotel. Las calles están abarrotadas de gente, en su mayoría
parecen ser turistas, que al igual que nosotros buscan un lugar donde comer
y pasar un agradable momento.
Nos sentamos en una mesita que da a la calle, yo me pido una friatta
mediterránea como plato y Pierce unas pastas con una salsa de pesto que
inmediatamente llama mi atención.
De más está decir que le termino sacando su plato y él tiene que comer el
mío por que por supuesto a mi no me gusto lo que pedí.
La conversación se mantiene fácil, nada volvió a ponerse raro como hoy
en la tarde, por lo que todo volvió a ser risas y diversión.
Si, había algo dentro mío que me decía que algo andaba mal, algo había
pasado con Pierce para que se volviera de aquella manera.
No voy a mentirles, muchas cosas pasaron por mi cabeza, las
inseguridades, que la historia se repitiera, que las cosas se pusieran raras y
este viaje, que era un sueño hecho realidad, se arruinara, comenzaron a
hacer que me pique la piel.
Pero disimule, fingí que estaba todo bien, no quería arruinar las cosas, no
quería que Pierce se arrepintiera de haberme invitado a este viaje, no
quería...
—Minerva... —volvió a llamarme Pierce y parecía que no era la primera
vez que lo hacía.
—¿Si? —Pregunte con una sonrisa un tanto incómoda.
Habíamos decidido caminar un rato luego de terminar la cena, las calles
de Roma eran simplemente de cuento de hadas, los adoquines hacían un
poco difícil caminar con zapatos, pero el lugar simplemente parecía calmar
partes de mi que no sabía que estaban revueltas.
La gente se reía a nuestro alrededor, había faroles que le daban una luz
amarillenta a las calles, el cielo comenzando a volverse completamente
negro, la noche despejada dando lugar a los cientos de estrellas que
comenzaban lentamente a divisarse.
—¿Qué está mal? —Pregunto Pierce, tomándome suavemente de la
mano para detener mi andar nervioso.
—Nada, no pasa nada —respondí rápidamente, girándome para observar
el agua que corría por debajo del puente que estábamos atravesando.
—Minerva... —insistió Pierce.
—No hagas esto, Pierce —murmure rápidamente, interrumpiendo lo que
sea que fuera a decir, sin siquiera atreverme a mirarlo, solo observando la
nada.
El vacío.
No quería tener esta conversación, por que todo iba a arruinarse, esto que
teníamos ahora, que era divertido, que era fácil y sencillo, no quería
perderlo, no quería tener que volver a enfrentar lo mismo que hace unos
cuantos meses atrás, no quería volver a equivocarme, a no aprender de mis
errores.
Respire hondo cuando lo sentí situarse detrás de mí, cuando sus manos se
apoyaron a cada lado de las mías, cuando aspiro el olor de mi cabello como
si fuera el aire más puro del mundo.
Dejo un beso en mi cabeza y luego otro.
Y otro.
Y otro.
Y yo me relaje, porque esos besos me dijeron que todo iba a estar bien,
que las cosas no tenían porque irse al carajo tan pronto.
—No quiero hacerte daño, Minerva —murmuro después de unos cuantos
segundos en silencio. —Yo no quiero hacerlo...
—Entonces no lo hagas.
—No se como hacerlo —pareció confesar.
No supe qué responder en ese momento, no supe como reaccionar.
Parecíamos dos críos confesándose secretos a mitad de la noche, solo
haciéndolo por que no podíamos mirarnos a los ojos.
Tal vez la realidad era que éramos dos cobardes, dos cobardes que no se
animaban a enfrentar lo que les estaba pasando, todas las cosas que tenían
que ser dichas pero que ninguno de los dos era capaz de ponerle nombre, de
enfrentarlas.
Y supongo que estábamos bien con aquello, con eso de ser cobardes,
porque tal vez el enfrentar eso que nos pasaba haría que nos separarnos y
esta vez para siempre, tal vez..., tal vez no íbamos a poder manejarlo, tal
vez Pierce seguiría atado a su pasado y yo seguiría presa de mis
inseguridades y supongo que ambos pensábamos lo mismo, ambos
pensábamos en que las cosas saldrían mal sin importar que nosotros
quisiéramos que fueran bien.
Éramos unos cobardes, unos cobardes en toda regla.
—Yo tampoco se como hacerlo —respondí, solo por decir algo, pero es
que en realidad no sabía qué era lo que no sabía hacer.
No sabía si sabía enfrentar lo que me pasaba con él, lo que me había
pasado.
No sabía si podría perdonarle por los errores que había cometido.
No sabía si podría ser suficiente para él, porque había veces en las que ni
siquiera me sentía bien conmigo misma, había veces en las que sentía que
no era suficiente ni para mi misma, ¿cómo podría alguien amarme,
entonces?
Pierce esta vez me abrazo, encerró sus brazos fuertemente a mi alrededor,
no hubo una parte de nuestros cuerpos que no se tocara, que no lo sintiera
con todo mi corazón.
Me abrazó un poco más, esta vez su rostro asomó por mi costado, su
mejilla sobre la mía, dejo un pequeño beso sobre mi piel, uno que me hizo
sonreír un poco a pesar de la situación.
—No se como resolver todo esto que nos pasa —murmuro en voz baja,
nuevamente como un secreto. —Solo sé que no puedo estar sin ti, solo sé
que si no te veo cada mañana, cada día, no podre funcionar.
Me tensione al escuchar sus palabras, la verdad escondida en ellas, el
miedo y la vulnerabilidad que había ahí, sabía que se sentía de ese modo,
porque yo me sentía igual.
—Pierce... —suspire.
Un pedido y una advertencia.
Un pedido de que no me lastime de esta forma ahora, que no me sentía
lista para tomar decisiones.
Y una advertencia, una advertencia a que lo que sea que estaba a punto
de decir, podría cambiarlo todo para siempre.
—No voy a ponerle nombre, no todavía, sólo porque sé que no estas lista
—murmuro, comenzando nuevamente a dejar besos por mi cuello, con una
dulzura que hizo que mi cuerpo prácticamente se apoyara en el de él. —
Pero en algún momento habrá que hacerlo, en algún momento tendremos
que hablar de esto.
Asentí.
—Lo sé.
—Je t'aime, Douce
Abrí la boca para preguntar qué significaban aquellas palabras, pero una
parte cobarde en mi, una que predominaba por encima de todo, me dijo que
no lo hiciera, me dijo que no estaba lista para hacerlo, para saber lo que
significaba.
—Tu también das unos orales de infarto, Pierce —respondí, casi sin
pensar, solo para responder algo.
Su carcajada como respuesta es todo lo que necesite para saber qué sea lo
que sea que pasara a futuro, iba a estar bien.
Yo iba a estar bien.
Y en definitiva, aquello era todo lo que importaba.

***
FELIZ DÍA DE ACTUALIZACIÓN.
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GRACIAS POR LA PACIENCIA
BESOS
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

LONDRES, EL NORIA, EL TREN Y DE PASO, TAMBIÉN DEAN

—No, Pierce: vamos a acabar presos —murmuré intentando quitarme sus


manos de encima sin mucho éxito.
—Aquí no hay nadie —respondió sin dejar de besarme el cuello.
Me lo ponía difícil, eso no podía negarlo.
—Pierce, hacemos paradas cada poco y hay gente subiendo. —
Continuaba a lo suyo, sin hacerme ningún caso—. ¡Pierce!
—¿¡Que!?
—¿Es qué no me estás escuchando?
—No —contestó. Acto seguido me agarró la mano y la puso sobre su
entrepierna—. Mira como estoy, Mine, ¿no te doy ni un poquito de pena?
—No —respondí, alejando la mano.
Las mejillas me ardían no solo porque me preocupaba que alguien nos
viera, sino porque también estaba un poco excitada. Llevábamos quince
minutos en el tren que nos llevaría hasta Londres. Hacía trece minutos que
Pierce había insinuado que sería buena idea echar un polvo..., y hacía al
menos doce minutos que había comenzado a tocarme y besarme como si la
vida me fuera en ello.
—Vamos al baño—pidió de nuevo, ya que lo había sugerido unos
minutos atrás.
—No. Nos tenemos que quedar al menos uno para que no nos roben—
respondí.
—Aquí no roban —replicó Pierce dirigiéndome una mirada escéptica.
—Pierce, para. No vamos a hacer eso aquí.
—¿No vamos a hacer qué? —lanzó, haciéndose el desentendido—. Anda
—insistió y me apretó el pezón con fuerza.
Tuve que morderme los labios con fuerza para no reírme, pero la
situación se me hacía muy extraña. Además, Pierce no dejaba de refunfuñar
y quejarse como un niño pequeño.
—Ya te he dicho que no —zanjé. Me crucé de brazos con resignación y
desvié la mirada hacia el paisaje.
Pierce resopló, se cruzó de brazos y refunfuñó. Esta vez lo hizo de forma
más dramática, como si no me hubiera dado cuenta de que estaba cabreado
porque no había cumplido sus caprichos. Se acomodó en el asiento y chocó
su hombro contra el mío. Al no reaccionar, lo repitió.
Estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural para no desternillarme de risa,
pero al cuarto resoplido de Pierce, estallé a carcajadas.
Pierce intentó aguantarse, pero terminó acompañándome.
—Ven aquí —pedí.
Recostó la cabeza sobre mi regazo sin rechistar antes de meterla debajo
de mi camiseta y dejar un beso en mi vientre que me hizo apretar las piernas
con fuerza.
—Con un poco de ingenio podría chuparte el coño y hacer que te corras.
Puse los ojos en blanco. No se cansaba de insistir.
—No lo pongo en tela de juicio —contesté con ironía.
Guardamos silencio al llegar a la próxima parada, donde se subieron más
pasajeros, y si bien venia prácticamente vacío, ya se podían escuchar de un
lado a otro las conversaciones a nuestro alrededor.
Pierce suspiró, frustrado. Pero cerró los ojos en el momento que comencé
a peinarle el cabello, deslizando suavemente las uñas sobre su cuero
cabelludo. Le gustaba mucho que se lo hiciera y poco a poco fue
relajándose.
Habíamos abandonado Roma en la madrugada, tomamos un vuelo que
nos había dejado en la ciudad de Milán y de allí un tren que nos llevaría
hasta Londres, nuestro próximo destino.
Al igual que Pierce, tenía ganas de dormir, sin embargo había algo en mi
interior que me lo impedía, a decir verdad no quería perderme de nada,
aunque fuera algo tan basto como el paisaje que íbamos dejando atrás.
—¿Qué piensas? —inquirió Pierce, sacándome de mis pensamientos.
Sonreí en el momento que nuestros ojos se encontraron. Si había algo de
Pierce que me volvía loca eran esos ojos azul eléctrico tan intensos y
perspicaces.
—No quiero que esto se termine —confesé en un murmullo.
—Entonces, no lo terminemos —respondió sin dejar de mirarme.
Me miraba como yo también fuera capaz de volverlo loco de la misma
manera que él me lo volvía a mí. Era algo a lo que todavía no me
acostumbrara.
—Tenemos que volver al trabajo —respondí, sonriendo.
—Podríamos hacernos nómadas —sugirió con una sonrisa plena—. Nos
compramos unas tierras en algún lugar perdido de Europa, donde
cosecharemos nuestra propia comida, tú buscarás agua en algún estanque
para bañarme por la noche tras un largo día de trabajo en el campo.
—¿Tendré que bañarte? ¿En serio? —lancé con una risa sarcastica.
—Si no quieres que te folle con olor a sudor y tierra... Aunque
conociéndote, seguro que te pone.
—Eres incorregible —bufé, rodando los ojos.
—¿Te gustaría? —inquirió, pero de todos modos, hizo la maldita
pregunta con seriedad, como si la idea de hacernos hippies le atrajera de
verdad.
—¿Vamos a fumar hierba todos los días? —le pregunté con falsa
inocencia para aligerar el ambiente.
—Si, por supuesto y tu no usaras sostenes, andarás con las tetas al aire
todo el día.
—¿Tampoco podre depilarme? —Pregunte, contrariada.
Pierce lo pensó durante unos segundos, y debía reconocer que estaba
realmente adorable cuando se ponía a pensar.
—Eso solo si quieres. A estas alturas deberías saber que te follaría de
todos modos.
Me reí sin poder evitarlo y la mirada que me dirigió me lo dijo todo. Me
gritó a los cuatro vientos que una de sus cosas favoritas eran hacerme reír.
—Está bien, Pierce. Déjame pensar si estoy lista para dejar la vida tal y
como la conozco para irnos a vivir de hippies por algún recóndito lugar de
Europa.
—¿Ves? Esa es la actitud que quiero —apremió.
Rodé los ojos, pero no respondí. Volví a dirigir la mirada hacia la ventana
mientras Pierce volvió a recostar la cabeza sobre mi regazo mientras me
acariciaba el lateral del muslo de forma lenta y cariñosa.
—¿Cuál será nuestro próximo destino? —le pregunté tras un rato de
silencio.
Pierce se tensó al hacerle la pregunta, pero no abrió los ojos, negándose a
mirarme y supuse que era porque no quería que adivinara lo que fuera que
le pasara por la cabeza.
—Eso dependerá de ti —me respondió.
—Pensaba que eras tú quien llevabas el itinerario —repliqué, queriendo
que me mire, pero no lo hizo.
—Veremos que pasa después de Londres. —Fue todo lo que dijo.
—¿Qué podría salir mal? ¡Es Londres! —lancé con una sonrisa un poco
incómoda.
Entonces, Pierce abrió los ojos y me miró, pero fui incapaz de descifrar
que era lo que se le pasaba por la cabeza, ya que como era más frecuente de
lo normal, se había cerrado en banda.
—Todo se verá.
Ninguno fue capaz de decir nada más durante el resto del viaje.
Nos hospedamos en el Millennium Gloucester Hotel London. Contaba
con 4 estrellas y estaba ubicado en el elegante distrito de Kensington a
pocos minutos de la estación de metro Gloucester Road y menos de unos
minutos a pie del Museo Alberto y Victoria.
Estaba bien comunicado con las zonas londinenses de West End y The
City gracias a la red de transporte. El Museo de Historia Natural, el
auditorio Royal Albert Hall y Hyde Park quedaban a tan solo diez minutos a
pie junto con el moderno distrito de Knightsbridge.
Tras dejar las maletas y picotear algo en el bar del hotel decidimos
callejear hasta que llegue la hora de cenar. Paseamos por el barrio
residencial de Belgravia y nos pasamos casi diez minutos frente al Palacio
de Buckingham. Pierce hablaba sobre la ciudad como un auténtico
cosmopolita que llevaba viviendo en Londres durante toda su vida.
Aunque siendo honesta, le prestaba más atención a la forma tan sexy y
masculina con la que gesticulaba y sus labios carnosos y suaves se movían
de forma lenta y sensual.
¿Por qué tenía que estar tan condenadamente bueno?
Cruzamos el puente de Westminster y envueltos por los transeúntes
llegamos al Ojo de Londres. No podía hacer otra cosa que mirar la Noria
alzando la cabeza hacia la intimidante magnitud. Petrificada, observaba las
luces que comenzaron a relucir sobre el Támesis.
Me arrebujo en el interior de mi abrigo para conservar el calor, ya que a
pesar de que estábamos en verano, parecía que el cielo estaba siempre
estaba húmedo; mi cabello era un claro ejemplo de ello.
Me acerqué, dudosa de si subir o no. Miré a mi alrededor en busca de
Pierce, pero en algún momento del trayecto lo había perdido. Lentamente,
comienza a formarse una descoyuntada fila para subir, porque ver Londres a
pleno día era una fantasía, pero durante la noche significaba una maravilla.
Estaba rebuscando en el desorden de mi bolso el móvil cuando de repente
alguien se detiene a mi lado. Casi sonreí al pensar que se trataba de Pierce,
ya que con frecuencia tendía a molestarme y aparecer de repente como si
fuera lo más gracioso del mundo asustarme.
Vaya sorpresa me llevé en el momento que mis ojos no se encontraron
unos azules... Nada más lejos del azul, señoras y señores. Los ojos color
verde pardo de Dean se clavaron en los míos, mirándome como siempre me
habían mirado: dulzura, confianza, amor...
—¿Qué...? —balbuceé sin saber que decir, petrificada.
La sonrisa de Dean se vuelve más intensa y dulce.
¿Su sonrisa siempre había sido de ese modo? ¿Tan llena de tantas cosas
no dichas?
Siento que me falta el aire, no solo a causa de la sorpresa de tenerlo aquí,
que, por cierto, ¿qué demonios estaba haciendo aquí? ¿Cómo es que estaba
aquí?
—¿Subimos? —ofrece con un cordial gesto, pero no espera respuesta
alguna por mi parte, sino que me coge de la mano, como tantas veces lo
había hecho en el pasado y la seguridad que siempre había tenido sobre
nosotros, y me obliga a caminar.
Me tomó de la mano como cuando era suya, como cuando yo era su todo
y él era el mío.
No me opuse cuando me siguió tironeando del brazo, compro la entrada y
antes de un abrir y cerrar de ojos, estamos en una de las cabinas de la noria.
Estaba en el London Eye, en Londres, con Dean.
Mi Dean: mi niño bonito.
No, no mío: dejo de ser mío hacía mucho tiempo.
Permanecimos en silencio a medida que comenzamos a movernos. En
ningún momento dejamos de mirarnos. Dean estaba a mi lado, con una
pequeña sonrisa en su precioso rostro, como si a pesar de todo..., estuviera
contento de volver a verme.
—¿Por qué estamos... solos? —Es lo primero que fui capaz de decir, o
más bien, tartamudear.
Dean se frotó la nuca y me dedicó una sonrisa torcida.
—He comprado todos los boletos para así poder estar solos —contestó,
encogiéndose de hombros.
—Vale... —murmuré, asintiendo.
Fingía no estar ni un poco sorprendida, aunque, joder, sí que lo estaba.
Sin embargo, serían cosas que pensaría más tarde, cuando estuviera sola,
rememorando este momento.
Dean me miró directamente a los ojos, después recorrió mi cuerpo con
lentitud, como si estuviera observándolo en detalle.
Me removí incómoda bajo su escrutinio. Tragué saliva con dificultad y
aparté la mirada hacia el Támesis donde la Torre de Londres comenzaba a
iluminarse con las luces del puente de Westminster.
—Pareces... diferente —comentó.
Lo miré a los ojos solo dos segundos antes de apartar la mirada.
—Puede que haya aumentado algunos kilos: no he parado de comer de
comer desde que llegue, pero no puedes culparme, la comida de Europa no
es catalogada la mejor del mundo por nada.
Dean soltó una ligera carcajada ante mi balbuceo y mis ojos, por
voluntad propia, se alzaron para mirarlo. No quería perderme lo maravilloso
que era verlo reír y saber que yo era quien le producía aquella felicidad en
su risa.
Mierda, estaba jodida.
Aparté la mirada en cuanto el pensamiento me invadió la cabeza. Por
supuesto, no el que estaba jodida, porque lo estaba, sino el otro.
«Patética.»
Dean al fin parece darse cuenta de que estaba teniendo una batalla
interna, porque de repente se acercó más a mí. Soy incapaz de mirarlo así
que miro hacia el ventanal, la vista es espectacular; la noche iba cayendo en
aquella ciudad mágica, en aquel viaje que era un sueño hecho realidad.
Era como si estuviera soñando, porque, quizás, y solo quizás si estaba
soñando, ¿no? ¿De que otro modo sino Dean estaría aquí?
—Minerva... —Dean me llama por segunda vez, pero le ignoro.
—Mierda —siseo entre dientes.
—¿Qué haces? —inquiere Dean, mirando con extrañeza mi brazo.
—Nada, solo estoy tratando de despertarme —le contesté, mirándolo de
reojo.
—¿Qué tratas de qué? —increpó con expresión incrédula.
—No puedes estar aquí. Seguro que es un sueño y que en unos segundos
sonará el despertador...
Mi verborrea se vio interrumpida en el segundo que la mano de Dean se
cerró entorno a mi mejilla, girando mi rostro para que lo mirara a los ojos.
—Abre los ojos, Minerva —pidió. Podía jurar que estaba sintiendo el
aliento de su boca sobre mis labios.
Me obligué a abrir los ojos, a mirarle, a mirarle de verdad, a...
—De verdad estás aquí —respondí y él en respuesta asintió, sonriéndome
de nuevo.
—Estoy aquí —confirmó, asintiendo.
Le devolví la sonrisa y fue entonces que lo sentí. Junto con el torbellino
de sentimiento, el dolor..., el que este aquí solo significaba que...
—¿Acaso tu no...? ¿Acaso...?
—Ya habrá tiempo para hablar más tarde —replicó, interrumpiéndome
—. Ahora, quiero que mires hacia afuera, que saques fotos y que disfrutes.
Asiento, tragando saliva con dificultad.
Podía sentir sus ojos quemándome la piel, sin embargo, no pronunció
palabra mientras que yo me dedicaba a hacer lo que me había pedido,
mientras me hablaba de lugares que ya había recorrido de camino y otros en
los que se había ofrecido a visitarlos conmigo al día siguiente.
Le dije que sí, porque..., no quiero pensar en todas las cosas que no me
estaba diciendo. No podía siquiera analizar que estuviera aquí y lo que eso
se significaba.
«¿Dónde demonios está Pierce?»
Joder, ¿Qué cojones se suponía que iba a decirle a Pierce? ¿Dean se daría
cuenta de que estábamos follando?
«No vayas por ahí.»
Respiré hondo, apartando esos pensamientos que no me llevarían a
ningún parte. Me dije que pasito a pasito y suave suavecito las cosas se iban
a acomodar por si solas, aunque aquella ideología con la que solía regir mi
vida nunca jamás hubiera funcionado.
No pude contenerme en el momento que su perfume me invadió las fosas
nasales, lo que me obligó a cerrar los ojos con fuerza para esconder los
recuerdos que afloraban en mis pensamientos.
Todos eran recuerdos súper puercos.
Comencé a sentir el calor recorriendo las mejillas y el sudor adhiriéndose
en pequeñas gotitas alrededor de mi frente y en mi nuca, el cabello
pegándose.
Me desabroché algunos botones del abrigo y me abaniqué con la mano,
sonriendo mientras Dean me comentaba algo sobre una cafetería donde el
desayuno era genial y las salchichas me volarían la cabeza.
«No pienses en salchichas y Dean.»
«No pienses en salchichas y Dean.»
Demasiado tarde. Mierda.
—¡Mira! —exclamé de repente cuando por fin, dejamos de girar—. Hay
que bajar e ir a buscar esas salchichas.
«Carajo.»
—¿Qué? —inquirió Dean, que gracias al universo no parecía haberme
escuchado.
—Nada, nada —contesté, cogiéndolo del abrigo para avanzar—. Pierce
debe de estar por aquí.
La gente nos miraba de forma extraña al ver que nos habíamos bajado
solos y si yo fuera ellos, también me miraría de ese modo. Vamos, llevaba
el abrigo desajustado y las mejillas me ardían, así que seguro que estaba
roja como un tomate y ya ni hablar de mi cabello encrespado a causa de la
humedad.
Se mirara por donde se mirase, las cosas podían malinterpretarse.
Aminoro el paso en cuanto vislumbro la figura de Pierce sosteniendo el
peso en el hombro sobre un poste de luz. Llevaba el abrigo abierto y la
postura tan relajada que me daba un poco de envidia.
Permanecía con la mirada fija en el suelo mientras fumaba de hito en hito
del cigarrillo que sostenía entre los dedos de su mano derecha.
Me detuve en seco, haciendo que Dean chocase con mi espalda al
percatarse de a quien estaba mirando, pero lejos de parecer incómodo pasó
por mi lado y se dirigió hacia Pierce, quien levantó la mirada —como si
hubiera estado esperándonos—, y le sonrió a su amigo.
La sonrisa de Pierce fue pequeña, pero sincera a fin de cuentas y se
fundieron en un cálido abrazo.
Mi mirada, acusadora, se clavó en la mirada de Pierce, en una clara señal
de algo así como: «Pierce, ¿qué estás planeando? Te observo, te analizo y
aun no sé si te mereces mi respeto.»
Pero el muy capullo desvió la mirada.
—¿Qué les parece? ¿Cenamos juntos? —propuso Dean en toda su
inocencia. —Conozco un restaurante buenísimo.
—Yo paso..., vayan ustedes...
—¡Por supuesto que iremos! —lo interrumpí. Mi voz se elevó por
encima de la de Pierce para que Dean no se diera cuenta de la indirecta—.
Andando —los apremié con más entusiasmo del que en realidad estaba
sintiendo.
Pierce pensaba que se salvaría de esta, pero no lo dejaría de ninguna
manera. Una parte de mí sabía perfectamente que Dean no estaba en
Londres por casualidad, pero tampoco entendía por qué Pierce quería que
nos encontrásemos después de todo lo ocurrido entre los dos.
No albergaba ningún rencor hacia Dean por lo que había pasado entre
nosotros al igual que no lo tenía hacia Pierce. Los tres habíamos pasado por
muchas cosas, tanto juntos como por separado, pero a los dos los quería
como una parte fundamental de mi vida. Eran la familia que había escogido
y que a pesar de todos los problemas, no me fallarían.
Tomé a uno de cada brazo y en una pequeña cadena humana tomamos
camino hacia el restaurante al que Dean quería llevarnos. Pierce parecía un
poco fastidiado, pero se obligó a sonreír en cuanto le di un puntapié en la
espinilla.
—Y Dean, ¿cuánto tiempo te quedarás en Londres? —le pregunté de
forma casual, intentando fingir que no hacia más de cinco minutos que
estaba buscando la forma de hacer esa pregunta.
—Solo un par de días. Tengo que estar de vuelta en Nueva York para
resolver algunos asuntos.
Era consciente de que esos trámites tenían que ver con su futuro
compromiso. Pero ¿para qué meter el dedo en la llaga? Lo tenía asumido y
dejado en el olvido... Más o menos.
—¿Qué les parece si mañana vamos al Museo Británico? —propuso
Dean.
—Oh, sí, es una idea estupenda —respondió Pierce con una mirada
sarcástica—. Más de la mitad del arte que alberga es robado. ¿Sabían que
los ingleses se aprovecharon de la pobreza económica de Grecia para
llevarse los relieves del Partenón de Atenas? Y no solo con eso, lo
destrozaron para poder llevarse las piezas —agregó con ácido en la voz.
Dean alzó las manos en señal de paz y puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, de acuerdo, nada de arte robado, entonces.
¿Qué demonios le pasaba a este idiota? Por qué se comportaba de ese
modo tan raro con su mejor amigo? Podía poner una mano en el fuego
porque Pierce era el responsable de que Dean estuviera aquí con nosotros y
encima el muy desconsiderado lo trataba mal...
Fruncí el ceño y fingí, al igual que Dean, que no había ocurrido nada.
—Pues a mí sí me apetece verlo, así que cuenta conmigo.
Dean me sonrió con dulzura, sin embargo Pierce soltó un bufido lleno de
resignación. Lo miré con mala cara, pero ante su forma de ignorarme me
consolidé en la idea de que no iba a estropearme mi primer día en Londres.
Llegamos al restaurante casi quince minutos después en el que Dean se
dedicó a hablar para aligerar la tensión del ambiente y Pierce a fumar como
si se tratara de una chimenea andante. Estaba entre Kensington y Chelsea
instalado en el octavo piso de una emblemática fábrica reconvertida que
ofrecía espectaculares vistas más allá del Támesis.
Dean se encargó de hablar con el maître para reservar una mesa. Las
luces del atardecer se reflejaban en las cristaleras como fondo la City. El
espacio estaba abarrotado y los olores que se desprendían eran deliciosos.
La cocina era diáfana y se trataba del lugar donde tomaban forma unos
platos modernos, coloridos y de matices mediterráneos que hacían que
quisieras cometerlos con la vista.
—Si son tan amables de acompañarme, por favor.
El maître nos dirigió hacia la mesa asignada para tres. Por un segundo,
estuve indecisa de donde debería sentarme, pero por suerte el hombre me
acomodó la silla de la cabecera y me nos recogió los abrigos con una
cordial sonrisa.
Vale, me sentía extraña entre Pierce y Dean, pero abogar por sentarme al
lado de uno de los dos haría la situación aún más incomoda de lo que se
había convertido en un principio.
Sin ni siquiera pararse a mirar la carta, Pierce escogió el vino en cuanto
llegó el camarero para tomar nota.
—Un Pinot Grigio, por favor —solicitó.
Dean se lo quedó mirando con una ceja alzada a lo que Pierce respondió
con una sacudida de hombros.
—Los italianos son siempre una buena opción.
Mientras, yo finjo mirar la carta sin enterarme realmente de lo que pone.
La verdad es que se me había quitado el hambre, pero no lo suficiente como
para quedarse sin cenar en un sitio tan bonito y original.
El camarero vino a tomarnos nota y escogí como entrante salmón
ahumado en caliente, remolacha tradicional, crema de rábano picante, puré
de remolacha. De segundo solomillo de ternera madurada, carrillada de
ternera, gel de trufa, setas de cardo y salsa de vino tinto y de postre Mousse
de vainilla, gel de mora, granola de pistacho.
En cuanto terminó, el frío silencio volvió a instalarse en la mesa, solo
interrumpido por el constante tintineo del corcho con el que Pierce jugaba
dándole vueltas entre los dedos. Por el otro lado, Dean se entretenía con el
móvil cuando no me miraba de reojo con los mismos interrogantes que los
míos.
Tenía que pensar en algo para romper esta situación tan rara e incómoda.
«Piensa, Minerva, piensa». Y en aquel preciso momento fue que me vino a
la cabeza lo que mi abuela solía hacer para conseguir que nos riéramos los
unos de los otros cuando teníamos alguna que otra comida familiar.
Tomé un sorbo de vino y carraspeé para llamar su atención.
—Oye, Dean, ¿te acuerdas de aquella historia que me contó Mia? —
Dean se me quedó mirando con extrañeza, pero proseguí de todos modos—.
Sí, sí, cuando las dos familias fueron de vacaciones a Santorini con Isabella.
Dean soltó una leve carcajada y asintió. Pierce también puso la oreja y su
mirada se dirigió hacia Dean con una sonrisa de labios apretados,
conteniéndose.
—Sí, fuimos a la playa y había oleaje terrible, pero Pierce estaba en la
etapa que nos repetía esa frase random...
—«Quien tenga miedo de morir que no nazca» —dijo Pierce desviando
la mirada.
—Sí, llevaba un año terrible, pero en esa ocasión se coronó. Por llevarle
la contraria a Isa se metió en el agua a pesar de las tremendas olas. El muy
chulito se metió tan al fondo que después no podía salir. Bueno, el caso es
que al final el idiota se estaba ahogando, pero claro, no lo creímos ya que
solía tomarnos mucho el pelo con eso...
—Menudos capullos, casi dejaron que me muriera —refunfuñó Pierce
con fingida expresión de disgusto, pero la sonrisa que se extendió por sus
labios fue una de las más sinceras que había visto.
—Fue culpa tuya —replicó Dean señalándolo con el índice—. El mar le
dio tantas vueltas y le hizo tantas lavadoras que cuando Isabella lo sacó del
agua había perdido el bañador. —No pude contener la risa a la que Dean no
puedo evitar unirse mientras que Pierce nos escrutaba con fingida
indignación—. Nunca lo había visto tan rojo en mi vida.
—Jaja, que gracioso —se burló Pierce. Le lanzó el corchó a Dean en
gesto bromista, lo que los hizo reírse a los dos—. Te recuerdo que ese
mismo año tú te caíste encima de una montaña de mierda de vaca mientras
intentábamos escapar de aquel perro que a Mia le pareció divertido putear.
Estuviste oliendo a mierda durante una semana.
Casi escupí el vino de vuelta a la copa al escucharlo. No pude evitar
reírme al mandíbula batiente hasta tal punto que casi me atraganté con mi
propia saliva.
—¿Cómo te habías callado eso, Dean? —lo increpé.
Dean chasqueó la lengua y frunció el ceño.
—Supongo que es más divertido reírse de los demás que de ti mismo. —
contestó.
El ambiente se había relajado y la atmósfera brindaba tranquilidad y
compañerismo. Ahora que el vino había surtido efecto y los dos estaban
más dispuestos a hablar, era el momento de pasar al plan B.
Los cotilleos siempre habían sido mi debilidad.
—Voy un momentito al baño —comenté haciendo señas detrás de mi
espalda.
Ambos asintieron y volvieron a su conversación. Me retiré, aunque en
realidad no tenía pensado ir al baño, sino que increpé a uno de los
camareros y me puse detrás de su espalda.
—Pero, señorita...
—Chis, cállate y sígueme el rollo: te daré una propina —contesté
mientras le quitaba la bandeja.
El pobre chico se me quedó mirando como si se me hubiera ido la
chaveta —que un poco si, para que mentir—, cuando me alejé y di una
vuelta hasta alcanzar una de las mesas lo suficientemente cerca como para
escuchar de que hablaban, pero no para que descubrieran que me trataba de
la camarera.
—¿Qué demonios haces aquí? —inquirió Pierce.
—Tú me dijiste que no había problema con que viniera —le respondió
Dean con actitud tranquila.
«¡Ja! Lo sabía!»
Maldito traidor.
Desde mi posición no podía ver la expresión de Pierce, pero podía
imaginármelo con cara de culo.
—Y, ¿Por qué me haces caso? —refunfuñó Pierce con irritación.
Dean puso los ojos en blanco y se mordió el labio inferior, dudoso.
—Pierce, sabes que amo a Minerva y los dos sabemos lo que ocurrió
entre nosotros cuando te fuiste. Estuvimos muy bien hasta...
—Hasta que la jodiste —terminó Pierce la frase por él.
—Sí, hasta que la jodí. Pensé que podría tenerlo todo, pero eso es
imposible, así que tuve que tomar una decisión. Nunca la recuperaré, lo sé,
pero quiero la oportunidad de poder expresarle cuanto siento lo que tuvo
que sufrir por mi culpa. Al menos, quiero arreglar mi error.
Pierce soltó una risita sarcastica.
—¿Con eso quieres decir que cómo yo me marché sin pedir disculpas,
soy peor persona que tú? —increpó.
Dean negó con la cabeza y le dio un sorbo a la copa.
—No quería decir eso, Pierce. Pero sabes que me pareció fatal la forma
en la que te fuiste. Así que como la quiero, deseo que siga formando parte
de mi vida —confesó.
La postura de Pierce se irguió, desafiante y poderosa, pero al mismo
tiempo en un gesto chulesco y altivo.
—Pues entonces, tenemos un problema, porque yo también la quiero,
Dean.
«Oh, bueno, las cosas siempre se pueden poner mucho más interesantes,
¿si ven?»

***
BUENAS BUENAS
¿ME EXTRAÑARON? YO UN MUNDO
SOLO GRACIAS POR LA PACIENCIA, GRACIAS POR SEGUIR
BANCANDO PECADO A PESAR DE LA TARDANZA, GRACIAS,
GRACIAS, GRACIAS.
LES VOY COMENTANDO QUE NO FALTAN MUCHOS
CAPITULOS PARA TERMINAR LA HISTORIA, LA IDEA ES QUE
PARA DICIEMBRE YA ENTREMOS EN LOS ULTIMOS
CAPÍTULOS
POR AHORA A DISFRUTAR DE TODO LO QUE SE VIENE,
QUE LOS PROX CAP VAN A ESTAR LLENOS DE SORPRESAS.
POR FIS, AQUELLOS QUE PUEDAN, RECOMIENDEN LA
HISTORIA, QUE ESO ME AYUDA MUCHISIMO.
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CON AMOR, SIEMPRE CON AMOR
DEBIE
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE (PTE DOS)

UN LUGAR LLAMADO SEKS

Me quedo de piedra nada más escuchar lo que acaba de decir Pierce,


porque..., ¿acaso dijo lo que creo que dijo?
—Señorita, ¿le digo la bebida?
Miro fijamente al señor que me habla, pero no puedo emitir palabra, sino
que me he quedado completamente de piedra, primero por la impresión de
las palabras de Pierce y Dean y segundo por que no entiendo un pito de lo
que me esta diciendo.
En respuesta, simplemente puedo sonreír, murmurando por lo bajo en
inglés que enseguida vendría alguien y cuando veo que me asiente, supongo
que me ha entendido, lo único que me falta es decirle que me gustan las
pollas en un español pobre.
Con una sonrisa incómoda vuelvo a mis pasos, donde esta el mismo
camarero al que le he robado la bandeja, que me mira nervioso y nada más
verme llegar, murmura que de seguro lo metí en un problema enorme, que
es su primer día y otras cosas más que no logro entender muy bien, de todas
maneras le murmuro que pueden haber primeros días de trabajo peores, que
lo digo por experiencia propia.
Él solo me mira como si fuera a asesinarme si sigo hablando, por lo que
rápidamente vuelvo a mi mesa.
Me digo a mi misma que tengo que recomponerme lo mejor posible antes
de volver donde ellos se encuentran, es por eso por lo que sacando la
entereza de no se donde, con una sonrisa enorme vuelvo a la mesa donde
están Pierce y Dean, que nada más verme llegar de lejos, cortan la
conversación de cuajo.
—Hey... —digo, sonriéndole a Dean cuando se pone de pie para
acomodar mi silla.
No puedo negarlo, es un encanto.
Pierce me mira con los ojos entrecerrados, haciendo que me remueva
incomoda en mi lugar, antes de apoyarse sobre sus codos en la mesa e
inclinarse hacia donde me encuentro.
—Dime, Minerva... —pregunta en esa voz baja y ronca que sabe que me
vuelve loca—, ¿Por qué llevas puesto un delantal de maître? Si puedo
preguntar, claro está —aclara con una sonrisita condescendiente.
Sonrío, pero sonrío con mucho esfuerzo, antes de acomodarme en la silla
y murmurar: —Es que había un chico nuevo que necesitaba ayuda —miento
de manera horrible.
Ninguno de los dos me cree, eso está de más decir, sin embargo, no
insisten en ello.
En realidad Dean que es un sol no insiste, Pierce vuelve a preguntar: —
¿Quiero saber al respecto?
—Si ya sabes la respuesta, ¿para que preguntas? —Le respondo,
fastidiada de que sea tan metido.
No me pasa por alto que tiene que morderse la lengua para no reírse de
mi, de todas formas, prefiero eso a la tensión que había cuando regrese a la
mesa y es en ese mismo momento que los platos comienzan a llegar y me lo
trae nada más ni nada menos que el mismo maître al que le robe el delantal
y la bandeja.
Dean no le presta atención, pero Pierce entrecierra la mirada al percatarse
que le falta el delantal y lo odio por que en estas situaciones nunca se le
escape un puto detalle.
El chico me mira de soslayo, sin embargo debe percibir la testosterona
que hay en la mesa por que no es capaz de decir una sola palabra y medio
frunce el ceño cuando la segunda bandeja la trae una compañera y siguen
dejando platos frente mío.
¿En que puto momento pedí todo esto? Si yo ni hambre tenia.
Le sonrío incomoda al camarero, luego le sonrío a Pierce y después a
Dean, que alternan la mirada entre todos los platos y mi rostro y yo siento
que me duele la cara de tanta sonrisa forzada.
«Anda, Minerva, tu puedes» me animo a mi misma.
Son solo dos minutos los que pasan antes de que la carcajada de Dean se
me cuele por las venas y el organismo, provocando que toda mi piel se
erice.
No puedo evitar reír al ser yo el motivo de su risa, ya que intenta entre
balbuceos, preguntarme en qué estaba pensando cuando pedí todo eso.
Pierce tiene que esconder su sonrisa detrás de la copa de vino, mientras
que le digo a Dean que tiene que dejar de burlarse, que entre ellos van a
tener que ayudarme a terminar toda la comida.
La cena pasa sin muchos contratiempos y la conversación se centra más
que nada en mi. Dean me pregunta como me ha ido en la convención y
aquel es terreno en el que puedo manejarme con facilidad, por lo que le
cuento todo con lujos de detalles, obviando la vez en la que Pierce me
comió el coño frente a Yoshio, porque ya saben, no es algo que le cuentes a
tu ex.
Dios, mi vida es una historia de risa.
Pierce se mantiene al margen, aunque cada vez que no recuerdo un
nombre o un lugar, el no duda un instante en ayudarme y cuando quiero
darme cuenta, los tres degustamos el riquísimo postre que pedí,
teóricamente solo para mi.
Lo bueno de que el restaurante sea tan bueno, es que no fue mucho
esfuerzo comer todo lo queme trajeron, aunque no puedo negar que Pierce y
Dean me ayudaron mucho en ello.
La primer botella de vino se termino cuando no íbamos la mitad de la
comida y de la segunda queda solo la mitad, es por eso que los tres nos
relajamos cuando retiran todo de nuestra mesa y solo quedan nuestras
copas.
—Bueno, ¿y ahora que?
—¿Qué de que? —Pregunto, sintiendo las mejillas calientes, de seguro
producto del alcohol.
—¿Cuál es el próximo destino? —Pregunta Dean y tiene una sonrisa que
me dice que me esta ocultando cosas, cosas por las que me muero descubrir.
—¿Tienes algo en mente? —Pregunto en su lugar.
Los ojos de Dean se clavan en Pierce, hablando solo con la mirada y es
en ese momento, en el que veo la manera en la que tienen de comunicarse,
que me doy cuenta que las palabras están sobrevaloradas.
Cuando vez a dos semejantes hombres comunicarse de esa manera, te das
cuenta que siquiera sabes para que fueron inventadas las palabras.
—Bueno, me siento excluida de la conversación —murmuro, dándole
otro trago a mi copa.
La conexión entre ellos en ese momento se rompe y esta vez es Pierce
quien habla: —¿Tienes algo en mente?
—No realmente —digo con sinceridad—, quiero conocerlo todo, pero
creo que no podría decidir un lugar.
—Entonces supongo que estas en nuestras manos.
La manera que lo dice.
La.
Manera.
En.
Que.
Lo.
Dice.
Puto.
Puto Pierce.
Supo como escoger las palabras para hacerme estremecer, entiendo lo
que esta haciendo, Pierce suele meter el sexo en primer lugar cuando se
siente agobiado o acorralado, pero no va a pasar esta vez, supongo que
todos tenemos que enfrentar lo que sea que este pasando aquí.
—Ámsterdam —murmuro de repente y ambos clavan los ojos en mi,
aunque no entiendo porque lucen tan sorprendidos. —Quiero ir a
Ámsterdam.
Pierce ríe por lo bajo, antes de negar con la cabeza y levantar la copa a
modo de brindis.
—Ámsterdam será, entonces.
Volvemos caminando al hotel ya que no queda a muchas cuadras del
restaurante en el que estábamos.
Dean enredo su brazo con el mío con la excusa de que no quería que me
cayera con las baldosas levantadas de la calle, aunque hasta el momento no
divise ninguna, de todas maneras tampoco me solté de su abrazo. Pierce
caminaba a nuestro lado, con las manos metidas en los bolsillos de su
chaqueta, iba en silencio, pero no parecía enojado, sino que simplemente
estaba pensativo.
Una vez en el hotel, Dean murmuro que iría a buscar un hotel, pero
entonces Pierce tuvo una idea brillantísima: —Puedes quedarte con
nosotros, en nuestra habitación sobra una cama.
Y se hizo un silencio tenso y se que ambos se dieron cuenta de que me
quede paralizada en mi lugar.
—¿Lo hay? —Pregunte yo, clavando mis ojos en los de él, sin entender
que demonios era lo que estaba haciendo.
—Si, andando..., avise en la recepción hace un rato —y sin esperar a
nadie, comenzó a avanzar en dirección a los ascensores.
Dean murmuro que había estacionado el auto de alquiler fuera, que su
valija estaba allí, que fuera a la habitación que enseguida me alcanzaba.
Asentí, con una sonrisa rara, antes de correr al ascensor antes de que las
puertas se cerraran.
Íbamos solos, por supuesto y ninguno de los dos dijo nada. Me cruce de
brazos, enojada, por que no sabia que demonios se traía Pierce entre manos.
Había veces como estas, en las que se cerraba en banda, que no podía
siquiera imaginar lo que le pasaba por la cabeza, nada. Era bueno haciendo
eso, el muy condenado.
—Bueno ya... —me giré, de repente muy enojada y dispuesta a cantarle
todas sus verdades, empezando por el hecho de que sabía que Dean iba a
venir y no me dijo nada.
Abrí la boca para decir precisamente eso entre alguna que otra pulla más,
pero lo único que logre hacer, fue jadear cuando su boca choco con la mía
en un beso que me supo a salvaje y desesperado y enojado y frustrado.
Y le devolví el beso de la misma manera, porque también estaba
frustrada y desesperada y enojada, porque sentía que cada vez que las cosas
comenzaban a encaminarse poco a poco, algo llegaba a desestabilizarme
por completo y me di cuenta en ese momento de lo frágil que era mi
determinación, mis decisiones, mi vida en si.
Era un desastre andante y nadie tenia más culpa que yo.
Gemí cuando sus caderas chocaron con las mías, cuando sus manos me
tomaron por el culo para apretujarme más a su cuerpo, cuando una se quedo
allí y la otra subió para enredarse en mi cabello y manejar mi rostro a su
antojo, cuando de repente, en medio del beso suspiro profundo, como si
intentara calmarse a sí mismo y le estuviera costando y entonces su mano se
aparto de mis nalgas y me tomo por la nuca, masajeándome allí y la que me
había tomado por el cabello de repente estaba acariciando mi rostro con
devoción. Su beso se volvió suave, su lengua me acariciaba y me di cuenta
de que yo seguía insistiendo en que el beso vuelva a ser lo que había sido
antes, desesperado y salvaje, por que me di cuenta de que a ese Pierce podía
manejarlo, pero este, este que era dulce y me miraba como si fuera lo más
hermoso que había visto en su vida me desarmaba la determinación en mil
pedazos.
Por fin se separo cuando llegamos a nuestro piso y dejando un ultimo
beso en mis labios, se alejo hacia nuestra habitación.
Por mi parte hice lo mismo, murmure que me iba a pegar una ducha y me
encerré en la que iba a ser mi habitación, porque si, a pesar de que la
mayoría de las veces con Pierce solíamos dormir juntos, siempre pedíamos
dos habitaciones, solo por si las cosas se ponían intensas, aunque en
realidad ya me había bañado en la mañana, no quería ser yo quien recibiera
a Dean en la habitación, por mi que Pierce se las arreglara ya que él había
sido el de la idea y si tenían que dormir haciendo cuchara en una misma
cama, pues que así sea.
No se porque ese pensamiento me hizo soltar una risotada que intente
callar tapándome la boca con las dos manos.
Luego que termine de bañarme, me puse mi piyama y me apoye en la
puerta para ver si escuchaba algo, de ninguna manera iba a salir, pero solo
fue la curiosidad de saber que hacían.
Sus voces se escuchaban apagadas, pero no había rastro de discusión,
sino que parecían estar hablando de sus cosas en general.
Suspire y me recosté en la cama, que de repente se sintió gigante y fría,
pero no iba a hacer nada al respecto, por Dios, que fuera se encontraba mi
ex, y mi ex antes de mi ex que ahora volvía a ser mi casi algo con derecho a
mucho roce.
De lo único que estaba segura era de que una vez que le contara a
Isabella, no iba a creerlo y no se porque, pero el hecho de pensar en mi
mejor amiga me tranquilizo y por más que habláramos todos los días, me di
cuenta de lo mucho que la extrañaba y con aquel pensamiento, sin siquiera
darme cuenta, me quede dormida.
***
A la mañana siguiente, Dean y yo nos levantamos temprano; Pierce a
dejado en claro que no puede unirse a nosotros, con una vaga excusa de que
tiene que hacer cosas con respecto al trabajo. No insistí ni lo hice
incómodo, solo porque había escuchado la conversación de Pierce anoche
con Dean y sabía que las cosas se me irían al carajo más tarde que pronto.
Sin.
Lugar.
A.
Dudas.
Asique me decidí por hacer lo más inmaduro que me salía y eso era
ignorar las cosas hasta que me explotaran en la cara, y se que doy unos
consejos por demás chingones, pero este, por lo que más quieran, no lo
sigan.
Dean me espera en el comedor sentado en una de las mesas de la entrada.
Casi tengo ganas de babear al verlo recién levantado y que sea tan perfecto
y sensual. Tiene el cabello húmedo y despuntado y va vestido de forma
casual con una camisa blanca, unos vaqueros y unas converses. En
resumen: sexy y triunfal, mientras que yo perdí media hora de mi vida
decidiendo si era estrictamente necesario bañarme o no.
Me acerco a la mesa con mis pintas de haber salido hace cinco minutos
de la cama y le sonrío a modo de agradecimiento cuando me saca la silla y
me siento.
—Te he pedido el menú estándar: huevos, beicon y salchichas con zumo
de naranja.
«Salchichas.»
«No pienses en salchichas, Minerva.»
» Pero, las salchichas están ricas..., sobre todo la de Dean...»
«¡NO! La salchicha de Dean, no.»
Dean se sienta enfrente de mí y me lanza una mirada suspicaz.
—¿En qué estás pensando, Mine? Estás roja como un tomate —comenta
con una sonrisa de medio lado.
—¿Salchichas? —lanzo sin pensar.
—¿Salchichas? —repite Dean, confuso.
—Sí, ¿cómo son las salchichas? —disimulo mientras jugueteo con los
cubiertos.
Vale, seguro que piensa que se me ha ido la chaveta.
Que si, pero no tiene porque saberlo.
Dean disimula una sonrisa y asiente con los labios apretados.
—No sé, ya las probaremos.
Por suerte llega uno de los camareros con nuestro desayuno, y estoy tan
hambrienta que no me preocupo por mantener la conversación, sino que me
preocupo de engullir sin prestarle mucha atención a nada más que a la
comida.
Tengo la misma enfermedad que mi padre: soy una muerta de hambre, je.
Tras el desayuno y como apenas son las nueve, Dean me pone sobre los
hombros su americana negra. Sin querer, inspiro la fragancia que
desprende: familiaridad.
—¿Y por donde empezamos? —lanzo con una sonrisa entusiasta.
—Pues conocerás la ciudad de la mano de un guía especializado en la
historia de Londres. Una ciudad que mantiene a la perfección su esencia
inglesa a pesar de evolucionar a pasos agigantados —elude con expresión
interesante.
Pongo los ojos en blanco y lo escruto con fingida indignación.
—Claro, claro —rezongo—. Muéstrame Londres, señor guía.
Comenzaremos el tour en Trafalgar Square, donde nos detenemos ante el
exterior de la National Gallery. Se trata del principal museo de arte de
Londres, situado en el límite norte de la .
—Fue inaugurado en 1824, tiene una colección de más de dos mil
trescientas pinturas, mayormente europeas, de un amplio periodo histórico
entre 1250 y 1900. Por su contenido es una y no un museo generalista, pues
no exhibe esculturas ni otras artes.
Continuamos la visita pasando junto al Palacio de St. James hasta
alcanzar el imponente Palacio de Buckingham. Dean me cuenta muchos
datos sobre la familia Real, pero vamos, quien no conoce a la polémica
familia real... Además, tenemos la suerte de llegar a la hora del famosísimo
cambio de guardia, donde la guardia real desfila junto al palacio.
Además, recorreremos The Mall una calle situada entre el al oeste y ,
pasado el , al este. Cerca de su extremo este en Whitehall, donde se desvían
y , donde tenían su sede la y el .
Finalmente, llegaremos a la Abadía de Westminster para terminar el
recorrido donde habíamos empezado: Trafalgar Square.
Desde allí cogemos un autobús turístico. La línea azul. Esta ruta recorre
desde el barrio de los museos al sur de Hyde Park hasta la Torre de Londres
en el este. En el camino vemos el famoso Palacio de Buckingham, las Casas
del Parlamento, el Big Ben, el London Eye y la Catedral de St. Paul,
Harrods, el Palacio de Kensington, Notting Hill o Madame Tussauds.
Es todo tan maravillo, antiguo y pintoresco. No he tenido muchas
oportunidades de salir fuera de Estados Unidos, pero debo confesar que
incluso el aire tiene otro olor. De donde yo vengo no hay nada tan antiguo y
emblemático como lo que mis ojos tienen la oportunidad de ver.
Nuestro recorrido por fin va llegando a su fin, mientras que sin poder
evitarlo, las preguntas rondan por mi cabeza sin parar, preguntándome
tantas cosas para las que no se si quiero saber la respuesta.
—¿En que piensas? —Pregunta a Dean, que camina a mi lado.
No ha hecho más que ser un caballero todo el día, siempre manteniendo
las distancias y no se como sentirme al respecto, pero si de algo estoy
segura, es que soy un amajillo de sentimientos encontrados.
—¿Cómo está Mía? —Pregunto y no me pasa por alto el suspiro de alivio
de Dean.
Yo también quiero saber de su compromiso, pero la realidad es que aún
no estoy lista para conocer la respuesta, aunque muy dentro mío ya la sepa.
—Ella está mejor... —responde, con el cuerpo en tensión.
«Mejor no es lo mismo que bien» pienso, pero no lo digo.
—¿Sigue en el internado?
—Si —suspira él. —Supongo que conocía muchas formas de hacerse
daño, más de las que nos imaginábamos —agrega, apartando la mirada, sin
embargo he llegado a divisar el profundo dolor en sus ojos expresivos.
Mis dedos se enredan en los suyos y él rápidamente baja la mirada a
ellos, sorprendido por el contacto repentino, ya que ambos nos hemos
encargado toda la mañana de mantener las distancias.
—Lo siento mucho —murmuro y nos detenemos hasta que estamos
frente a frente. —Pero Mía es fuerte —agrego—, saldrá de esta.
—Lo se —responde con una sonrisa triste.
—¿Cómo estas?
La pregunta sale antes de que pueda evitarlo y me siento una imbécil por
ello, porque de repente su semblante se ensombrece y algo se rompe dentro
suyo, algo que pasa tan rápido que siquiera logro estar segura de haberlo
visto.
—Bien —responde, soltando suavemente mi mano y retomando el
camino nuevamente.
—Dean... —murmuro intentando llamar su atención.
—Mira, ese lugar de ahí tiene las mejores bolas de nieve —intenta
cambiar de tema, caminando en aquella dirección sin mirar atrás. —Estoy
seguro que debes llevarle una a Dante.
Dean se detiene cuando se da cuenta de que no lo sigo y tarda unos
cuantos segundos más en darse cuenta, en clavar la mirada en mi.
Me acerco lentamente, con los brazos cruzados sobre mi pecho.
—¿Qué es lo que quieres que diga, Mine? —Pregunta con el semblante
derrotado.
—¿Valió la pena?
Dean aprieta los dientes y aparta la mirada.
—Sabes la respuesta a eso —es todo lo que dice.
—Si, la se —digo con sinceridad—, pero sigues sosteniéndolo, ¿verdad?
¿No piensas cambiar de opinión?
Por más que sea una pregunta, ambos sabemos que no lo es, porque la
respuesta esta clara.
Suspiro, negando con la cabeza, antes de preguntar: —¿Por qué estas
aquí, Dean?
—Porque necesitaba volver a respirar —responde sin dudarlo un instante.
—Necesitaba por lo menos respirar una ultima vez.
Parpadeo varias veces, en un vago intento de alejar la angustia de mis
ojos. Asiento y ninguno de los dos vuelve a decir nada al respecto.
Una vez que llegamos al hotel, puedo ver que Pierce nota el ambiente
tenso que hay entre su amigo y yo y es por eso que como la cobarde que
soy, me encierro en la habitación con la excusa de que tengo que bañarme.

Las chicas súper poderosas:


Yo: Dean está aquí.
Dante: Como que Dean está aquí? Aquí donde?
Dante: Aquí de allí o aquí de aquí.

Frunzo el ceño, sin entender bien la pregunta.

Yo: Aquí de en Londres.


Dante: Oh...
Yo: ¿Oh?
Dante: Si, Oh

Casi puedo escuchar el sarcasmo en su voz.


Yo: Dante, que mierda significa eso?
Dante: Pues no se que quieres que diga, la verdad.
Yo: ALGO QUE NO SEA UN SIMPLE "OH" AYUDARIA
MUCHISIMO, GRACIAS.
Dante: Oh...

Suspiro, frustrada mientras el vapor del baño empaña la pantalla de mi


teléfono.

Yo: Dónde está Isa que no responde?

Abro la imagen, que muestra el trasero de Dante dentro de unos jeans.

Yo: Que mierda significa esa foto?


Dante: Que en el bolsillo no la tengo...
Dante: JAJAJAJAJA

Suspiro, más refunfuñada que antes y abro la próxima foto que envía, en
ella se encuentra Dante y su mejilla presionada contra la de Mika, que lo
mira con el ceño fruncido.

Dante: Tengo algo aquí entre manos y antes de que preguntes, no, no es
su polla (todavía)
Dante: Asique, deja de molestar, muchas gracias.

Ruedo los ojos por más que nadie pueda verme, antes de abrir el chat
privado con Isa, pero por como tiene el visto hace un par de horas, no creo
que vaya a responderme.
Decido darme una ducha rápida, para una vez que salgo, elegir algo de
ropa para salir y proceder a poner música, mientras me cambio, maquillo y
plancho mi cabello.
No se muy bien que idea tendrán los chicos para hoy, pero decido que los
invitare a tomar algo por ahí, aunque sea para distender un poco el
ambiente.
En ese mismo instante, llega un mensaje de audio de Dante, esta vez en
privado y una vez que lo reproduzco, no puedo evitar la sonrisa que me
parte la cara a la mitad.

—Espérate... —se escucha la voz de Dante. —Dante, que no le digas eso


—murmura Mika, mientras escucho algo parecido a una pelea entre ellos.
—Deja de ser un papá oso, deja que la chica moje la almeja de una vez.

Más pelea que solo hace que mi sonrisa crezca.

—Mine... —forcejeo, forcejeo. —Que no, Dante, que mira si le gusta


demasiado y no quiere volver —refunfuña Mika de fondo. —Que se pierda,
que luego el chisme será bien morboso —grita Dante con una carcajada,
luego de un chillido y el golpe de lo que parece ser un cuerpo chocando
contra algo. —Puta madre —Refunfuña Mika. —¡SEKS! —Grita Dante,
seguido de ruidos que parece ser el corriendo. —¡BUSCA UN LUGAR
LLAMADO SEKS, NO TE VAS A ARREPENTIR!

Y luego el audio se corta y ya no vuelve a responder los mensajes.


Abro rápidamente el buscador y googleo la palabra Seks, no es mucho lo
que aparece, pero las pocas imágenes que me muestra, me hago a una idea
más o menos de lo que va el lugar y el porque de que Mika no quisiera que
fuera.
Elijo el vestido más sugerente que tengo —cortesía de Isa— y,
enfundándome en unos tacones, salgo del baño y es en ese momento de que
me percato que al otro lado de la puerta, Dean y Pierce medio discuten.
—Es que si no me dices que ha pasado, no podre entenderlo —se
escucha la voz de Pierce.
—Nada Pierce, que no pasó nada —responde Dean.
—No parecía nada una vez que ambos entraron a la habitación sin poder
siquiera mirarse.
—Pues no estoy entendiendo cual es el punto de todo esto, Pierce.
—No lo sé, Dean, tu dime cual es el puto punto de todo esto —repite
Pierce, enojado.
La discusión se estaba yendo un poco de las manos y supe que si las
cosas no querían pasar a mayores, tenía que intervenir, por lo que volviendo
al plan inicial, me puse los auriculares y como si nada pasara y salí del
pasillo en el que me encontraba escondida, tarareando una canción.
Ambos se quedaron en silencio cuando me vieron llegar vestida como
estaba y ninguno de los dos se molesto en disimular la manera en la que me
recorrieron con la mirada.
—Hey... —murmure a ninguno de los dos en particular, dirigiéndome al
pequeño refri que había en una esquina, tomando una botella de agua y
dándole un gran sorbo.
Dean abrió la boca para decir algo, pero Pierce se le adelanto: —¿Dónde
estamos yendo?
Sonreí irónica, no me había dirigido la palabra en todo el puto día, pero
ahora parecía invitarse a donde sea que yo quisiera ir.
A decir verdad no lo tenia claro, supongo que quería ir a algún bar, de
todas maneras si las fuentes de Dante eran ciertas, había otro lugar que
había llamado poderosamente mi atención.
—Voy a salir —respondí, sin darle a entender que estaba invitado, que
por cierto, no lo estaba, por lo menos no todavía.
—¿Dónde? —Pregunto, con los ojos entrecerrados.
—Es que si te digo, no me crees —murmure, con una sonrisa que
prometía puras cosas malas.
—Es que de ti ya nada me sorprende —respondió él.
Apoye mi espalda baja en la mesita que tenia detrás, me había puesto un
vestido de lentejuelas negro, lo suficientemente corto como para que un mal
movimiento mostrara mi chocho, es por eso que en un acto arriesgado,
cruce los tobillos, los tacones apoyados firmemente en el suelo para no irme
de bruces.
Los dos me recorrieron con la mirada casi al mismo tiempo, aunque
cuando Dean se dio cuenta que lo observaba, aparto la mirada con las
mejillas incendiadas. A Pierce, por supuesto, le valió madres.
—¿Conocen un lugar llamado Seks? —Pregunte, aunque mis ojos
estaban fijos en los de Dean, de soslayo vi la sonrisa maliciosa de Pierce.
—No me jodas —murmuro Dean, frotando su rostro con lo más parecido
a la frustración.
Se hizo un silencio un tanto tenso, sin embargo, yo no podía quitar la
sonrisa de mi rostro mientras observaba de manera relajada mis uñas, o eso
quería hacer ver, porque en realidad estaba improvisando aquí.
—¿Cómo sabes de ese lugar? —Pregunto Pierce, con los brazos cruzados
sobre su pecho.
—¿Importa? —Pregunte, con una ceja arqueada y una pose relajada.
—¿Sabes siquiera lo que es ese lugar? —Pregunto Dean, que parecía que
estaba por tener un ataque de pánico.
—¿Un lugar donde van amos y sumisas? ¿Dónde va gente a la que le
gustan cierto tipo de fetiches? Por supuesto que se que es.
—No es tan simple... —susurro Dean.
—¿Y tu como sabes? —Pregunte con los ojos entrecerrados. —¿Acaso
fuiste?
No respondió, pero no hizo falta, porque algo me dijo que si sabia de que
estaba hablando y no se porque el pensamiento de Dean azotando otro culo
que no sea el mío, me puso de mal humor.
«Va a casarse, por el amor a Dios, hará más que azotar un culo»
—Bueno, si me disculpan... —murmure, yendo a tomar el bolso que tenia
colgado en el perchero. —Nos vemos en un rato —murmure, de camino a la
salida.
A decir verdad no iba a ir a Seks, lo dije solo para fastidiar, en realidad
iba a ir a un barcito que había visto a una cuadra de aquí, de todas maneras
mis planes se fueron al carajo cuando Dean se puso de pie rápidamente.
—¿Qué haces? —Pregunte.
—Si piensas que vas a ir sola a ese lugar, lo llevas mal —y luego, solo
para confirmarlo, añadió: —Estoy yendo contigo.
—No hace falta —murmure rápidamente, porque como dije, en realidad
no quería ir allí.
—¿Por qué? —pregunto Pierce, que también se había puesto de pie y
caminaba hasta agarrar su cazadora. —¿O es que acaso estabas mintiendo y
no estas yendo a ese lugar?
Estúpido y fastidioso Pierce.
—Sígueme y veras —respondí.
Una brisa fresca me hizo tiritar cuando salimos los tres a la calle, de
todas maneras nos subimos rápidamente al auto, donde Dean se apresuro a
poner el aire caliente.
Por supuesto que no hizo falta que dijera donde quedaba el lugar, porque
Dean simplemente manejo hasta allí sin decir una sola palabra.
Los tres íbamos en un silencio un tanto tenso, lo único que sonaba a
nuestro alrededor era la música baja que salía por los parlantes del auto y
parecía que la tensión podía cortarse con una tijera.
Llegamos a dicho club mucho antes de lo que esperaba y trague saliva
con dificultad cuando el cartel de Seks alumbraba la entrada en tonos de
neón. Había un poco de gente fuera, algunas chicas traían tapados largos,
aunque por debajo se veían unos tacos de infarto y medias de red.
«Anda Minerva, has cometido locuras peores, que es meterse a un club
de amos y sumisos con tu ex y el hombre que te folla, andando, ¿Qué puede
salir mal?»
—¿Acaso te estas arrepintiendo? —Susurró Pierce en mi oído.
—Jamás —respondí firme y él solo sonrió como si supiera algo que yo
no.
Carraspeé cuando Dean me hizo una seña con la cabeza para entrar con él
y de repente me di cuenta de que Pierce no nos seguía.
—¿No vienes? —Pregunte, confundida.
—En un rato los alcanzo —respondió, guiñándome el ojo y
encendiéndose un cigarro.
Me pareció de lo más extraño pero decidí no darle demasiada
importancia.
Entramos en el club luego de que el gorila de la entrada nos diera un
simple asentimiento y fuimos recibidos por un pasillo iluminado con luces
amarillentas, donde una chica nos recibió con una cálida sonrisa.
—Bienvenidos a Seks, ¿son nuevos aquí? —Pregunto.
—Yo he venido antes —respondió Dean. —Conozco al dueño —agrego.
El reconocimiento brillo en los ojos de la chica cuando lo reconoció.
—Por supuesto —dijo. —Ross, ¿verdad?
Dean en respuesta simplemente asintió, antes de señalarme con la cabeza
y murmurar: —Voy a necesitar un collar rojo, por favor —murmuro.
La chica rebusco en un cajón y se lo tendió y Dean se apresuro a
ponérmelo. Me quede callada, solo porque no sabia que hacer, me parecía
de lo más extraño esto de que me pongan una correa como si de un perro
me tratara.
—Rojo es para que sepan que tienes dueño, que nadie puede tocarte —
susurro una vez que se puso delante mío, terminando de acomodar el collar.
—¿Qué otros colores hay? —Pregunte, curiosa.
—Verde, que son para los sumisos que no quieren nada demasiado
complicado, solo enrollarse una noche y ya y el amarillo es para aquellos
que buscan algo más profundo, aunque pueden tener el rollo de una noche.
—¿Con rollo te refieres a que los azoten?
—No todo en el bdsm es azotes, ¿sabes? —Murmuró él, guiándome
dentro del club con su mano en mi espalda baja.
Si bien me había parecido que mi vestido era demasiado corto para la
ocasión, una vez que entramos a Seks se me hizo a que no, porque si bien
me sentía un poco desnuda, había gente mucho más desnuda de lo que yo
estaba.
El lugar podría pasar tranquilamente por una discoteca cualquiera y si
bien la gente va más ligera de ropa aquí, el lugar en si no luce grotesco ni
mucho menos.
—A que te esperabas gente colgando de tiras de cuero... —murmura
Dean, leyéndome la mente.
En respuesta, simplemente sonrío con vergüenza.
—Ven, sentémonos allí —murmura Dean, poniendo su mano en mi
espalda baja y guiando el camino hacia una de las barras circulares del lugar
y dando un vistazo rápido, cuento que hay tres en total.
El lugar tiene luces que parecieran delimitar distintos sectores y la gente
que hay aquí charla animada, mientras que me encuentro concentrándome
más que nada en algunos sumisos, aunque puedes diferenciarlos
rápidamente debido a que tienen collares de distintos colores.
Hay muchos collares verdes.
Bueno, mierda.
Tomamos asiento en la barra y un par de minutos después —mientras yo
observaba todo a mi alrededor con curiosidad—, vi que Pierce se sentaba
dos asientos más lejos de nosotros y me dio la impresión de que esta noche,
por lo menos mientras estuviéramos aquí, fingiríamos que no nos
conocíamos.
Dean pide un trago para cada uno, mientras que observo a mi alrededor,
lo primero que me llama la atención es que las mujeres vayan con el torso
descubierto como si nada y tampoco es como si les molestara, simplemente
es algo normal para ellas y si bien tienen las chichis al descubierto, no
queda para nada grotesco, sino que simplemente va con el lugar.
No es como si me sintiera desubicada, pero tanto las mujeres como los
hombres, llevan puestas ropas acordes al lugar en el que estamos, desde
tiras en sus torsos y piernas, corsés y mucho cuero y encaje y también
puedes darte cuenta quienes son los doms en este lugar. Las edades varían,
hay gente de nuestra edad, más jóvenes y incluso más grandes, pero
volviendo a lo de antes, todo parece acorde al lugar.
—No bebas tan rápido —murmura Dean cuando le estoy por dar otro
trago a mi bebida.
—¿Por? —Pregunto, confundida.
—Por que la regla aquí es servirte solo dos tragos.
—¿Y eso?
Dean mira a su alrededor, luciendo un poco indeciso, como si no supiera
bien como explicarse.
—Para hacer esto tienes que estar en todos tus sentidos, el alcohol nos
nubla el juicio, una persona no puede depositar toda su confianza si no estas
consiente de ello, puede cometerse un error, puedes no estar prestando
atención cuando la otra persona esta llegando a su limite.
—¿Y que es lo peor que puede pasar? —Pregunto y se que puede
escuchar un deje de miedo en mi voz. —Es decir, ¿pueden lastimar al
sumiso? —Murmuro. —¿Matarlo? —Susurro con los ojos abiertos de par
en par.
Dean niega con la cabeza, como buscando paciencia.
—¿Qué demonios crees que hacen aquí? —Pregunta, apretando los
labios para contener la risa. —No es una sala de tortura.
—Lo se —digo, sintiéndome medio idiota por lo que acabo de soltar,
pero no pueden culparme, solo digo lo que la sociedad me enseño a pensar.
—El bdsm se trata pura y exclusivamente de la confianza, Mine —
murmura con calma—, todo se trata de cuanto confías en la persona con la
que vas a estar y si, hay muchas ramas del bdsm, no todas son las mismas,
ni todas se llevan a cabo con una pareja estable.
—¿Qué quieres decir?
—Que no siempre son relaciones de por si formales, es decir, no siempre
las parejas que lo practican tienen una relación formal, es por eso que
existen estos lugares.
—¿Pero cual es la gracia de eso?
—Que aquí nadie juzga —responde con calma. —Aunque obviamente, si
es una relación estable las cosas siempre son mejores.
—¿Y eso?
—Porque confías en tu pareja y la amas y todo siempre es mejor cuando
amas, ¿verdad? —Murmura, más para si mismo que para mi.
Clavo mis ojos en su perfil, en como de repente se encorvo sobre si
mismo, como si las ultimas palabras que me soltó, le hubieran dolido una
barbaridad.
Aparte la mirada, porque de repente se me formo un nudo en la garganta,
solo porque a pesar de que me lo negaba a mi misma, Dean todavía me
seguía doliendo, había algo dentro mío que me decía que siempre iba a
doler.
Comencé a mirar a mi alrededor, cuando de repente en una mesa
redonda, donde había —por lo que supuse— un grupo de doms, algo llamó
mi atención. Había una chica, no mucho mayor que yo, de rodillas al lado
de un hombre, que jugaba con el vaso que tenía en la mano, removiendo el
líquido ámbar en él, mientras pasaba completamente de ella.
No se porque aquello me indignó, y cuando Dean siguió mi mirada,
frunciendo el ceño, preguntó: —¿Qué?
—Como que me hagas eso, como que te corto las pelotas —solté, un
poco más fuerte de lo que pretendía.
El muchacho que estaba detrás de la barra detuvo el movimiento que
hacía al limpiar una copa, mientras que a mi costado se escuchó una
carcajada que rápidamente Pierce disimulo con una tos.
Me había olvidado por completo de él, que si bien fingía estar distraído
observando a su alrededor, estaba muy atento a lo que pasaba aquí.
Dean, con una sonrisa incomoda, murmuro: —Ella esta aprendiendo de
este mundo hace poco —dijo, tocando mi mejilla con sus nudillos, pero sin
apartar la mirada del barman—, es nueva, ¿sabes?
—Hay unas buenas salas de castigos donde puedes corregirla —
murmuro, como si en realidad estuviera hablando del clima. —De hecho,
habrá una muestra en un rato, le hará bien que lo vea, no todas las personas
comprenden este sitio, ¿sabes?
—Gracias —murmuro Dean, educado para luego clavar sus ojos en los
míos.
—No vas a azotarme frente a toda esta gente —fue lo primero que dije,
mientras que él ponía los ojos en blanco, antes de pararse frente mío. —
¿Qué haces? —Pregunte, antes de medio chillar cuando giro el banco en el
que estaba sentada.
—Te vas a quedar callada y vas a observar —ordenó.
Asentí, solo porque cuando ponía esa voz mandona, una parte irracional
y desconocida de mí, me obligaba a obedecer.
Y de paso a decirle: si, señor Ross.
Je.
De soslayo vi como Pierce nos miraba atentos, relamiéndose los labios
como si le pareciera de lo más apetecible.
—¿Qué es lo que ves, Minerva? —Pregunto Dean con esa voz ronca y
baja que hizo que todos los vellos de mi cuerpo se ericen.
—Veo... —murmure y tuve que carraspear para encontrarme la voz. —
Veo a una mujer, de rodillas, al lado de un hombre que siquiera le está
prestando atención.
Dean detrás mío resoplo, parecía molesto con mi respuesta.
—¿Sabes que veo yo? —Murmuró, asomando la cabeza por mi costado,
sus manos casi de manera inconsciente se habían cerrado en torno a mi
cintura. —Veo a un dom y a su sumisa de rodillas —dice, su voz baja, su
aliento acariciando mi piel—, veo a un hombre que cada un par de
segundos, necesita tocarla, asegurarse de que sigue allí —y justo en ese
momento, en un movimiento casi imperceptible, los nudillos del hombre
acarician su hombro. —Veo un hombre que la mira con una devoción que
pocas veces vi —agrega y ahora su rostro se gira para poder mirarme.
No puedo devolverle la mirada, solo porque toda mi atención la tiene la
pareja a unos cuantos metros nuestro.
La nariz de Dean roza mi mejilla y de repente tengo el impulso de
mirarlo a la cara para ver que hace, pero aparto aquel impulso de una patada
y trato de concentrarme en otra cosa, en otra cosa que no sea el perfume de
Dean envolviéndome, que no sean sus manos que de repente acarician mis
costillas con devoción.
—Tu solo ves lo que quieres ver, porque por más que sabes que todo lo
que pasa aquí dentro es consensuado, sigues diciéndote a ti misma que hay
una diferencia de poder.
—¿Y no es así? ¿Él no tiene el poder sobre ella?
—No —responde, seguro. —Él tiene solo el poder que ella decide darle,
por que por más que no puedas verlo, la que tiene el absoluto poder es ella,
ella es quien toma las decisiones, ella es la que pone los límites, no al revés,
Mine.
En ese mismo momento, el hombre murmura algo y se gira, tendiéndole
la mano a la muchacha, que de inmediato la toma y con su ayuda se pone de
pie. Tiene la mirada gacha, sin embargo el hombre levanta su mentón con
un dedo, para luego darle un beso que me hace remover un poco en el lugar,
por que parece tan íntimo, tan de ellos y veo en ese momento tanto amor,
tanta confianza entre ellos, que siento que un poco estoy invadiendo su
privacidad, al mismo tiempo sintiéndome una idiota por lo que solté antes,
por no poder ver todo eso que Dean me tuvo que explicar.
—Hay gente que necesita esto, Mine —dice Dean y ahora si gira mi
rostro para que le mire a los ojos. —Hay gente que necesita dominar y
gente que necesita obedecer —sus ojos se alternan entre los míos y no
puedo hacer otra cosa que sentirme hipnotizada por sus ojos verdes. —Hay
gente que necesita que otros se hagan cargo de ellos, que les gusta ceder por
completo el control en la cama, por es que es lo que les excita, el hecho de
no tener que hacerse cargo de su placer y del de su compañero de cama, es
lo que les hace correrse con más fuerzas, así como también hay gente a la
que simplemente la dependencia de que les digan que ponerse, como
vestirse o qué comer, les gusta y por más que no compartas ese
pensamiento, por más que no llegues a comprenderlo del todo, que ellos lo
elijan no está mal, por que es su elección y cada quien es feliz a su manera,
¿lo entiendes, cariño?
Asiento, mirando sus labios por unos cuantos segundos, antes de volver a
mirar sus ojos: —Lo entiendo —susurro, apartando lo que su cariño le hace
a mi psiquis—, si siguiéramos siendo novios, te dejaría que me hagas
muchas chanchadas de dom y sumisa, Dean.
Su risotada llamó la atención de la gente que teníamos cerca y no pude
evitar reírme cuando enterró su rostro en la piel de mi cuello para
recomponerse, mientras mis manos acariciaban su espalda, relajándome en
su abrazo y dándome cuenta de lo mucho que le había extrañado.
—Eres algo completamente increíble —murmuro él, para luego tomar mi
mano entre la suya y enredar nuestros dedos. —Mira, van a hacer una
escena allí, ¿te gustaría ver?
—Por supuesto, es como porno en vivo y en directo —dije, haciéndolo
reír de nuevo.
Pierce espero unos minutos antes de acercarse donde estábamos. Nos
acomodamos no tan cerca de donde había una pareja.
Un hombre y una mujer.
Ella parecía un tanto indecisa, aunque el hombre terminó dominándola,
por lo que en un momento dado ella se relajo y dejo que él hiciera lo suyo.
De repente si entendí lo que Dean quería explicarme antes, entendí la
confianza de la que me hablaba y también me di cuenta con la devoción que
el hombre la trataba, las cuerdas alrededor de su piel, sus manos tocando
sus pechos, su coño. No podía negar lo erótico de la situación, así como
tampoco me pude negar a mi misma que me estaba cachondeando y que no
pude evitar preguntarme si sería capaz de hacer una escena así, con tanta
gente mirándome.
La respuesta fue un rotundo no de inmediato, aunque luego lo pensé unos
cuantos segundos y me dije que tal vez si podría probar alguna vez, aunque
tanta gente alrededor me seguía resultando demasiado invasivo, después de
todo no estaba segura de si sería una muy buena sumisa.
—¿Te excita ver esto, Douce?
La voz de Pierce me sobresalto unos instantes, de todas maneras no pude
apartar la mirada de la escena.
—¿Sabes que me excita a mi? —Preguntó él, pero algo me decía que no
esperaba mi respuesta. —Me excita pensar que podría tenerte de ese modo,
me excita pensar que podría hacer que te corrieras, aunque no podría
imaginarte tan callada, por que tu no sueles ser callada, ¿no?
Abrí la boca para responderle algo, de todas maneras la cerré cuando vi a
un hombre acercarse con el entrecejo fruncido hacia donde estábamos.
—Disculpe —murmuro en dirección a Pierce y cuando ambos lo
miramos interrogantes, agrego: —No puede tocar a la sumisa.
—¿Y eso? —Pregunto Pierce, a la defensiva.
De todas maneras el hombre no volvió a mirarlo, sino que mirándome
directamente a los ojos, preguntó: —¿Dónde está tu amo, mascota?
—¿Perdón? —Pregunte con un susurro ofendido.
Había algo en este hombre que me hizo recordar a Marcus, de quien no
sabia nada hacía mucho tiempo.
—Tu amo... —repitió, hablándome lentamente.
En ese momento recordé que Dean había ido a por una botella de agua y
justo cuando estaba por decir eso, su brazo se envolvió alrededor de mi
cintura.
—¿Todo bien aquí? —Pregunto, alternando la vista entre todos nosotros.
—Este hombre se acercó a su sumisa, la estaba tocando sin su
consentimiento —murmuro seriamente y la cara mía y de Pierce, no daban
crédito a lo que estábamos escuchando. —Puedo sacarlo si quiere —
finalizó.
Pierce abrió la boca para responder, de seguro nada educado y que haría
que nos terminaran echando del lugar, de todas maneras Dean se le
adelantó.
—No hace falta —respondió y sin mirarnos a ninguno de los dos, agrego:
—Compartimos a veces.
Bueno, mierda, que me parta un rayo.
—Lo entiendo —respondió, como si de verdad lo entendiera y luego
mirando a Pierce, agrego: —Lo siento, pero la sumisa tiene un collar rojo,
significa que nadie puede tocarla sin el consentimiento de su amo.
—Ella me llama daddy a veces —murmuro Pierce, ganándose una
sonrisa casi imperceptible del seguridad y un jadeo de mi parte.
Una vez que volvimos a quedar solos, se hizo un pesado silencio, se
escuchaban solo los gemidos de la muchacha que seguía atada a la camilla.
—Creo que es hora de irnos —murmuro Dean.
—Me sacaste las palabras de la boca —respondí yo.
—No veo la hora de llegar a la habitación y poner en práctica todo lo
aprendido esta noche —murmuro Pierce.
Por todos los cielos.

***
HOLA BEBIS
FELIZ LUNES DE ACTUALIZACION
¿LES GUSTO LA SORPRESA? PARA LXS QUE NO SABEN, EL
LUGAR QUE SE MENCIONA ES SEKS, ESTÁ AMBIENTADO EN
EL LIBRO DE SINESTESIA DE
OBVIAMENTE ANTES DE ESCRIBIR ESTO, LE PEDI
PERMISO A ELLA Y LE MOSTRE LO QUE HABIA ESCRITO, DE
TODAS MANERAS NADA SE ASEMEJA A ESE MUNDO LLENO
DE BDSM QUE SE QUE LES VA A ENCANTAR, POR LO QUE SI
TODAVIA NO LO LEYERON, ¿QUE ESPERAN?
RECUERDEN QUE ESTAMOS ENTRANDO EN LA ETAPA
FINAL DE LA HISTORIA, Y SI, YA NO TENDRÁ
CONTINUACION.
POR FAVOR, NO SE OLVIDEN DE VOTAR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR SEGUIR ACA A PESAR DE MIS TARDANZAS,
PERO EN RECOMPENSA LES TRAJE UN CAP BIEN LARGO
NO SE OLVIDEN DE SEGUIRME EN MIS REDES Y
CONTARME QUE LES PARECIO EL CAPÍTULO
INSTA:DBLASSAL
TWITTER:DEBELASSAL
FACEBOOK:LECTORES DE DEBIE
TIKTOK: DEBSREADS
GRACIAS, COMO SIEMPRE, A
QUE SIEMPRE ME AYUDA CON LOS CAPITULOS
LXS AMO
DEBIEE
CAPÍTULO CINCUENTA

TAL VEZ ESTOY DEMASIADO OCUPADO SIENDO TUYO,


COMO PARA ENAMORARME DE ALGUIEN MÁS

No volvemos a casa, sino que decidimos ir a un bar a beber algo.


No hablamos de Seks, aunque estoy segura de que tanto Pierce como
Dean están recreando algunas escenas en su cabeza y no voy a negarlo, yo
también estoy haciéndolo.
Je.
Nos pedimos unas cervezas para tomar, mientras que miramos a nuestro
alrededor y teniendo en cuenta la hora, la gente está bastante más animada
que nosotros, debido a que casi no hemos bebido.
Prometo arreglar eso pronto.
No hablamos de nada en particular, solo comentamos cosas al azar y del
viaje al que emprenderemos a la tarde siguiente.
Dean explica que tuvo unos días libres en el trabajo y que se sentía
agobiado de la ciudad, que necesitaba respirar aire nuevo aunque sea solo
por unos días, cuando dice aquello lo veo dudoso y hay algo atormentado
en su mirada que hace que un deje de preocupación se asiente en la boca de
mi estómago y por la mirada de soslayo a Pierce, me doy cuenta de que él
también de repente luce un poco preocupado, de todas maneras, antes de
que pueda decir nada, niega con la cabeza y le dice que no hay problema
que nos acompañe en nuestro viaje y cuando los ojos de ambos se clavan en
mi, asiento con gusto, porque si tengo que serles completamente sincera, la
presencia de Dean nunca podría incomodarme.
Dean mira hacia abajo, con algo parecido a la vergüenza, pero también
con un alivio tremendo.
Intercambio una mirada con Pierce y niega con la cabeza, como
diciéndome: «Si, también lo vi, pero ahora no es el momento»
Pido un trago de chupitos para disipar el momento y ambos ríen, de
seguro por que saben que necesito beber cuando estoy nerviosa, lo más
probable es que por lo que queda de este viaje, me mantenga en un estado
de ebriedad constante.
Je.
Esa primera ronda de tragos se termina convirtiendo en una segunda por
parte de Pierce y la tercera por Dean, que a estas alturas luce una sonrisa
medio borracha.
Pierce se mantiene en la barra, pero Dean y yo nos acercamos a la pista y
medio comenzamos a bailar, pero en realidad terminamos riendo de la
manera en la que bailan los jóvenes a nuestro alrededor.
—Podrían ser mis hijos —le murmuro, cosa que lo hace desternillar de la
risa por la exageración.
Decidimos ir a otro antro, en el que esta vez si hay gente más acorde a
nuestra edad. Nos pedimos tragos distintos entre nosotros para así
compartir. No puedo negar que estar entre estos dos hombres me calienta
más que el sol en verano, de todas maneras intento que no se me note, pero
cada vez que me giro en dirección a Pierce está mirándome de esa manera
que me dice que quiere follar y yo no puedo evitar pensar que también
quiero follar, pero esta Dean y no estoy segura de si el también quiere follar.
Nada más ese pensamiento llegar a mi cabeza me abochorno y murmuro
que quiero ir al baño, donde me termino remojando la nuca por el calor que
me invadió de repente.
Una vez que salgo de los baños intento buscar a los chicos y encuentro a
Dean saltando en medio de la pista cuando suena una canción electrónica
que se que le encanta, no puedo evitar reirme cuando nuestras miradas se
encuentran, sin embargo medio chillo cuando una mano se cierra en mi
antebrazo y me arrastra hasta ponerme contra una pared y entonces, Pierce
está besándome.
Y me besa de esa manera que me dice que está desesperado. Sus dientes
golpean mis labios magullándolos, sin embargo no puedo lograr que me
importe lo suficiente como para detenerlo, porque entonces yo lo beso con
las mismas ganas y su lengua —con un leve gustito al trago que estaba
tomando— acaricia la mía de una manera que me dice que quiere
acariciarme otras partes con las mismas ganas.
Sus manos, que hasta hace unos cuantos segundos rodeaban mi cintura,
ahora bajan hasta tocar mis piernas por debajo del vestido y entonces sube
las manos hasta que amasa mi trasero.
Abro los ojos unos segundos, mirando a mi alrededor, porque si bien
estamos medio a oscuras, todavía puede verse claramente lo que hacemos.
Pierce aprovecha la distracción para besar mi cuello, al tiempo que yo lo
empujo para apartarlo un poco.
—Pierce, van a vernos —murmuro, de todas maneras se me escapa un
jadeo cuando muerde mi piel.
—Me importa una mierda —responde.
Y no se porque, pero yo me rio.
—Anda Pierce, que nos van a echar del lugar —intento nuevamente e
intento cerrar las piernas cuando su dedo índice intenta hacer a un lado mis
bragas.
—No, no —me quejo, pero sigo riendo y él también lo hace cuando por
fin aparta las manos.
—Extrañaba una barbaridad besarte —dice.
—Pero si nos hemos besado ayer —respondo.
—Ahora necesito besarte a cada rato —responde. —A cada hora. —Un
beso. —A cada minuto del puto día —beso, beso.
Niego con la cabeza y por unos cuantos segundos nos quedamos ahí,
simplemente mirándonos como dos idiotas y justo cuando abre la boca para
decir algo, con mis manos me empujo de la pared para separarme y Pierce
me deja ir, sin dejar de sonreír de esa manera canalla que me vuelve loca.
Camino medio a los saltos a la pista de baile, donde Dean está..., bueno,
está dándolo todo.
No existe otra manera de decirlo, salta al ritmo de la música electrónica,
tiene el cabello húmedo y la frente llena de sudor, las mejillas sonrojadas y
las pupilas un poco dilatadas.
—Pero, ¿y tu que? —Pregunto con una carcajada.
Dean solo me sonríe enorme, al tiempo que se acerca a mi a los saltos,
me toma de las manos y me obliga a saltar con él.
No voy a negarlo, me siento un poco rara saltando en medio de la pista,
pero con él haciéndolo conmigo, la vergüenza mengua.
De repente se acerca y su mano sube para posarse en mi mejilla,
acariciándome levemente.
—Luces como si recién te hubieran besado —dice.
Quiero responder algo, pero las palabras se me atascan en la garganta
cuando su pulgar presiona mi labio inferior y sus ojos se quedan allí
clavados.
—¿Fue un buen beso, cariño? —Pregunta, pero no me mira a los ojos,
siguen clavados en mis labios, tan fijamente, que parece hipnotizado.
Abro la boca para responder, pero entonces se acerca otro paso y ahora
estamos muy cerca y a mi las palabras se me vuelven a atorar.
—No lo digas —se apresura a decir. —Por que si me dijeras que fue un
buen beso —comienza explicando—, entonces haría lo que sea por intentar
superarlo y no puedo hacer eso, ¿verdad, cariño?
No puedo responder, asique me limito a negar con la cabeza y él en
respuesta vuelve a sonreír, como si supiera algo que yo no y entonces Pierce
está detrás mío, con otros tres chupitos, uno para cada uno. Una vez que los
bebemos, como son vasitos de plástico, Pierce los tira al piso y yo lo miro
reprimiéndolo, entonces se encoge de hombros y empieza a bailar detrás
mío.
Dean no me toca, pero está cerca, en frente mío, mirándome de soslayo,
antes de cerrar los ojos y dejarse perder por la música.
Hago lo mismo, pero no puedo evitar tensarme cuando Pierce cierra sus
manos en mi cintura, por más que era cuestión de tiempo que lo hiciera.
Puedo sentir el calor de su cuerpo en mi espalda, las caricias de las yemas
de sus dedos en mis costados, su aliento en el lado derecho de mi cara.
Será el último chupito que bebí, pero de repente me siento más liviana,
justo en el momento que comienza a sonar un remix de Arctic Monkeys, Do
i wanna know.
La canción parece como si se colara por mis venas, mientras la tarareo en
voz baja, moviendo las caderas, los brazos por encima de mi cabeza. Los
cuerpos parecen apretujarse a mi alrededor y entonces lo siento a Dean
adelante mío, pero no me toca, aunque también se que no iba a hacerlo y
entonces me atrevo a abrir los ojos y me encuentro con su mirada, que ya
estaba clavada en mi.
«¿No sabes que eres mi obsesión?»
«He soñado contigo casi todas las noches esta semana»
«¿Cuántos secretos puedes guardar?»
Dean sonríe después de tararear esa parte de la canción, mientras que
Pierce ahora pasea sus labios por la piel expuesta de mi hombro y supongo
que a ninguno de los tres nos importa demasiado porque estamos lo
suficientemente ebrios como para que no lo haga y no estoy segura de si
embriagarnos los tres al mismo tiempo haya sido una buena idea.
«Bebé, ambos sabemos que las noches fueron hechas principalmente
para decir las cosas que no podemos decir el día de mañana»
«Arrastrándome hacia ti»
«¿Alguna vez pensaste en llamar cuando tuviste algo de tiempo?»
Tengo que cerrar los ojos cuando, luego de que Pierce cantara esa parte
en mi oído, mordiera mi lóbulo.
Entonces ahora alguien atrás de Dean lo empuja y su torso se pega al mío
y yo por acto reflejo me pego más a Pierce.
Carajo.
«Tal vez estoy demasiado ocupado siendo tuyo, como para enamorarme
de alguien más»
Es Dean quien canta esa parte ahora y yo tomo aire de repente, haciendo
que nuestros pechos se toquen aún más y ahora estoy inevitablemente muy
cachonda.
—¿Dean, esto no te recuerda a aquella noche? —Pregunta Pierce y puedo
sentir la puta sonrisa en su voz.
—¿Qué noche, Pierce? —Responde Dean, pero por la sonrisa en su
rostro, sé que recuerda a que noche se refiere Pierce, o por lo menos eso
creo, hasta que Pierce vuelve a hablar.
—La del cumpleaños de Xander...
—¿Qué...? —Atino a decir, pero me detengo al ver la sonrisa de Dean,
que ahora es más grande que antes.
—Oh, si que la recuerdo —responde, mirándome a los ojos.
Me pregunto donde están sus manos, porque las de Pierce siguen en mis
costados, ahora subiendo a la altura de mis costillas lentamente.
Niego con la cabeza sin poder recordar qué demonios fue lo que paso,
porque lo único que recuerdo es que estaba imposiblemente ebria, como
cada vez que salgo con Isa.
—¿Tu lo recuerdas, cariño? —Pregunta Dean, pero sus ojos no pueden
apartarse de mis labios.
—No estoy segura —susurro, porque sinceramente, los flashes que me
quedaron de aquella noche, realmente pensé que habían sido parte de mi
imaginación.
—Tu querías cosas... —murmura Pierce detrás mío.
—¿Cosas? —Pregunto.
—Cosas... —repite Dean, riendo y negando con la cabeza.
—¿Cosas como qué? —Pregunto. —Cosas como..., ¿como bananas?
La carcajada de Dean me distrae, pero no lo suficiente para no escuchar a
Pierce detrás mío.
—Si, podría decirse que se antojaban bananas —responde. —De hecho,
estabas desesperada por un par de bananas —agrega.
Dean entonces sonríe con los labios apretados, para luego subir una de
sus manos y acariciar mi mejilla con mimo.
—Estabas desesperada, cariño —murmura. —Lo repetías una y otra vez:
«Lo necesito, ¿podrían ustedes ayudarme?»
No pienses en cosas chanchas Minerva, no lo pienses, demonios.
—En que..., ¿en que necesitaba ayuda? —Pregunto.
Siento que Pierce se mueve detrás mío, acomodando su erección por
encima de mi trasero.
—Pedias que te rasquemos la picazón —responde Pierce y yo cierro los
ojos mortificada, rezando para mis adentros no recordar esto por la mañana.
—Tus palabras textuales fueron: «Ya lo hicieron una vez, ¿Qué mal puede
hacer dos?»
—Y entonces Pierce te recordó que en realidad habían sido dos veces —
agrega Dean.
—Y entonces tú respondiste: «Es verdad, ¿ven? Por favor, ahora denme
lo que necesito» Y entonces comenzaste a bailar de una forma bastante
sugerente, más que cuando te habías refregado en ese puto caño.
—¿Me lo dieron? —No puedo evitar preguntar. —¿Me dieron lo que les
pedía?
La mano de Dean se cierra en torno a mis mejillas y parece que está a
punto de perder el control y no puedo evitar querer que lo haga.
—No hubiera sido ético, ¿verdad? No hubiera sido ético arrastrarte con
nosotros a una habitación, atarte a la cama y hacerte entender a orgasmos
que no estaba bien subirse a un puto escenario con prácticamente nada de
ropa a mostrar algo que no debías mostrar.
La voz de Dean se ha vuelto imposiblemente ronca y no puedo evitar
apretar mis piernas entre sí, intentando calmar inútilmente el ardor entre
ellas.
—No habría sido ético porque no estabas en todos tus cabales, pero no
pienses que no lo recree una y otra vez en mi jodida cabeza una y otra vez
esa noche —sisea, soltando por fin mis mejillas.
—Oh Dean —murmura Pierce detrás mío—, esa noche fuiste bastante
específico con lo que ibas a hacerle.
—¿Lo fuiste? —Pregunto, porque entonces también quiero recrearlo y
ustedes también, no mientan.
—Lo fue, Douce —responde Pierce por Dean. —Y entonces, llegó mi
turno de decirte que era lo que le haría a tu dulce trasero por ser tan
jodidamente tentador, lo que iba a hacerle por que habías dejado que otros
lo vieran, fui muy especifico Minerva, y a ti te encanto.
Ahora quiero saber y no me digan que ustedes también.
—¿Ah sí? —Pregunte, fingiendo que en realidad no me importaba ni un
poco. —No debió de ser tan impresionante si no puedo recordarlo —
respondo con chulería.
Su risa ronca y baja detrás mío me hace estremecer, teniendo en cuenta lo
cerca que nos encontramos el uno del otro.
Tampoco puedo negar que la cercanía de Dean me está mareando un
poco, tengo mucho jodido calor.
—Oh, lo fue —insiste Pierce, dejando un pequeño beso en mi mejilla,
por lo que ladeo el rostro para poder mirarle a la cara. —Entonces, ¿quieres
saber qué pasó después?
Me encantaría decir que no, pero como dice el dicho, si ya estamos en el
baile, entonces bailemos.
Me encojo de hombros, fingiendo que en realidad no me importa.
—Entonces, nosotros te llevamos a tu habitación, porque estabas
jodidamente enloqueciéndonos, pero las cosas no se pusieron más fáciles,
porque tu nunca puedes hacernos las cosas fáciles, ¿verdad? Tu tienes el
simple puto poder de hacer que un hombre pierda la puta cabeza, como el
jodido canto de una sirena.
—Carajo... —jadeo cuando la mano de Dean baja hasta que su enorme
mano baja hasta mi cuello y busca con su pulgar el latido errático de mi
pulso.
Sonríe cuando siente lo rápido que late mi corazón.
—Entonces, te dejamos en tu habitación —murmura Dean, presionando
apenas su mano en mi cuello—, y justo en el momento que íbamos a irnos,
dijiste que seguirías bebiendo, que ibas a ponerte lo suficientemente loca
como para ponerte a gritar en el pasillo que necesitabas ser follada.
—Yo nunca haría algo como eso —respondo rápidamente.
Entonces Dean me da esa mirada..., la mirada que dice algo así como:
«Minerva, tu sabes que eres capaz de hacer eso y mucho más» y llevaba
razón.
—No podíamos dejar que hicieras eso, ¿verdad Pierce?
—Por supuesto que no —murmura, sus labios cepillando mi piel y mi
cuerpo relajándose en contra del suyo. —Entonces dijiste que serias una
buena niña, si te acostábamos en tu cama, te tapábamos y te contábamos un
cuento, ¿tienes puta idea de cómo sonaban esas palabras saliendo de tus
bonitos labios? Eras un jodido sueño erótico. Lo eres todo el tiempo, a cada
rato.
—Comenzaste a desnudarte y cuando tuvimos la delicadeza de apartar la
mirada, tus palabras textuales fueron: «Miren, de todas formas no hay nada
nuevo, nada que no hayan visto antes, ninguna parte de mi que no hayan
follado, juntos o por separado»
Me quedo un poco hipnotizada por las palabras de Dean, la forma en la
que se mueven sus labios, lo caliente que me ponen los dos, joder.
—Entonces Pierce te comento todas las formas en las que le faltaba
follarte, unas ideas bastante particulares que a ti te encantaron y pediste que
te las explicara.
—Y entonces tu te sacaste la blusa que traías, el sostén le siguió, luego la
falda y entonces estabas en una diminuta ropa interior, con las tetas al aire,
los pezones como dos guijarros Minerva, casi pierdo la puta cabeza y tenía
un dolor en la polla que creo que no había sentido nunca.
—Lo siento —respondo, aunque en realidad no lo siento mucho.
—Pero luego Dean —continua Pierce—, que debo reconocer se giró para
no mirarte las tetas, te arrojó una camiseta para que te taparas y mientras yo
te vestía tu no dejabas de refunfuñar y también me tocaste la polla un par de
veces, aunque te excusaste diciendo que era sin querer, que tu mano de
repente había sido poseída por la que aparece en los locos Adams.
Me río, sin poder evitarlo y ambos se ríen conmigo.
—Y luego dijiste que hasta que no te contáramos un cuento, no te
dormirías y entonces Pierce comenzó a contarte uno —murmura Dean
divertido.
—Siquiera estoy segura de querer saber que me dijo —respondo, las
mejillas me arden.
La piel me arde.
El chocho me arde.
—El contó que una vez, había una princesa en un castillo —aprieta los
labios fuertes porque está intentando aguantarse la risa—, la princesa era
rescatada por dos príncipes que querían meterle la polla mucho, por todos
lados.
—No puedo creer que recuerdes esa mierda —murmura Pierce con una
risa, que se había entretenido besando la piel de mi clavícula.
—Y entonces la princesa pedía más, porque la princesa era una codiciosa
que quería mucha polla y entonces tú preguntaste: «¿La princesa está
inspirada en mi?» Y ya no pudimos responder, porque te dormiste así sin
más.
Los tres nos reímos por lo raro que es la situación de por sí. La pista de
baile se abre un poco y entonces Dean ya no está pegado a mi, su mano
cayendo lentamente de donde me tenia tomada y Pierce, como si de repente
esa tensión entre los tres se hubiera roto, se separa un poco también, aunque
todavía puedo sentirle cerca.
Dean va por tres chupitos y entonces los tres brindamos y bebemos y
cuando ya siento el estomago lo suficientemente revuelto como para saber
que mañana tendré una resaca de muerte, les pido que nos vayamos y por lo
rápido que se apresuran a seguirme fuera, creo que ellos también están
medio pedo.
Nos subimos al taxi que nos lleva de regreso al hotel y me obligo a tener
los ojos abiertos porque la revuelta de estómago pareciera que va a hacerme
vomitar en cualquier momento.
Una vez en la habitación, Dean me entrega una botella de agua fresca y
lo agradezco, entonces los tres nos echamos en el sillón a descansar. Las
manos de Pierce, casi en un acto inconsciente, toman mis pies y desajustan
los tacones que llevo puestos, masajeando el arco de mi pie de una manera
tan placentera que no puedo contener el gemido que se me escapa.
Y entonces Dean detrás mío se acomoda de tal manera para que mi
espalda esté sobre su pecho mientras que observa algo en su teléfono y no
puedo evitar preguntarme cómo demonios hace para siquiera lograr enfocar
la vista en su teléfono.
Los masajes de Pierce terminan relajándome de tal manera que de un
momento a otro me quedo dormida y entonces unos brazos fuertes me alzan
y me acurruco contra el pecho de Dean, que me lleva a mi habitación.
Pierce pasa una camiseta enorme por mis brazos —de seguro suya— y me
incita a que me quite el vestido de tal manera que ellos no puedan ver mi
cuerpo desnudo. Una vez, después de varios intentos, logro quedar solo con
la remera y las bragas, para que luego alguno de los dos —no reconozco si
Pierce o Dean— me ayuden a meterme debajo de las sábanas heladas.
—Mierda, mierda, mierda —jadeo.
—¿Qué pasa? —Pregunta Dean a mi lado.
—Está congelada —murmuro, acurrucándome debajo de las mantas.
—Ya vas a calentarte —murmura él, frotando mi cuerpo por encima de
las mantas.
—Quédate un ratito —susurro en voz baja.
—No creo que sea buena idea... —murmuro.
—Solo hasta que me duerma —suplico. —Un ratito y te vas —intento
convencerlo.
No me sorprende cuando se acuesta a mi lado por encima de las mantas y
me abraza apenas, intentando el menor contacto posible y en ese momento
entra Pierce a la habitación con una botella de agua y una aspirina.
Clava sus ojos en Dean dos segundos, para luego apartar la mirada
rápidamente.
—Toma esto antes de dormir, así la cruda de mañana no será tan terrible,
que mañana salimos temprano para Ámsterdam —dice en voz baja.
—No voy salir de aquí, tengo mucho frio —respondo, acurrucándome
más debajo de las mantas.
—Anda, Minerva, no te duermas —dice él, sacudiéndome suavemente
por el hombro.
—La tomo, pero si me cuentas un cuento para dormir —respondo y les
juro que es la ebriedad quien habla por mi.
Siento que Dean se ríe detrás de mí.
—No, toma la jodida pastilla —responde Pierce, impaciente y lo veo
medio tambalearse, por lo que de seguro este medio pedo también.
—No —respondo y me meto más debajo de las mantas.
—Tu lo que quieres es ponerme los pies helados en las piernas —dice,
pero ahora no luce tan impaciente, sino más bien divertido.
—Jamás te haría eso —respondo, pero abro un poco la manta y palmeo el
lado de la cama. Pierce rueda los ojos, de todas maneras, se termina
metiendo debajo de las mantas a mi lado luego de que trago la pastilla con
un sorbo de agua.
Nos quedamos en silencio los tres y el primero que se duerme es Pierce,
que me ha dejado que ponga mis piernas entre las suyas para calentar mi
cuerpo, mientras que se ha girado en mi dirección y por debajo de las
mantas ha tomado mi mano.
Sé que la posición en la que estamos es de lo más rara, pero m obligo a
mi misma a no pensar en ello, a no preocuparme por algo que, analizándolo
bien, no tiene nada de malo, solo estamos compartiendo la cama.
Comienzo a dormitarme cuando siento que Dean se incorpora con
cuidado de no despertarme, es por eso que casi de manera inconsciente,
tomo su mano y lo obligo a acostarse nuevamente.
—Mine... —susurra.
—Por favor —es todo lo que digo en respuesta y no hace falta que
termine la frase para que sepa lo que en realidad quiero decir:
«Por favor, no te vayas»
«Por favor, quédate conmigo»
Y entonces Dean suspira y se acurruca detrás mío, metiendo su rostro
prácticamente en mi cuello y aspirando mi olor.
Y entonces, me duermo por fin entre los dos hombres que, en su
momento, supieron hacerme feliz y un tiempo después, romperme el
corazón como nadie.
╔═══ ≪ °❈° ≫ ═══╗
Me despierta un molesto rayo de sol y me cuesta varios instantes abrir los
ojos para darme cuenta que quien ha abierto las cortinas de la habitación es
Pierce, que lleva puesto solo unos pantalones deportivos y el torso desnudo.
Esa es una linda manera de despertar, si me preguntan.
—Arriba, ustedes dos —dice, a modo de saludo—, el desayuno está
servido y nos tenemos que ir.
Refunfuño y me acurruco un poco más contra el cálido pecho que tengo
debajo.
—No me obliguen a volver —murmura Pierce, antes de salir de la
habitación.
Me obligo a mi misma a no pensar demasiado en la posición en la que me
encuentro, en que dormí con los dos en la misma cama y por más que tenía
la esperanza de no recordar nada, recuerdo cada cosa que dijimos e hicimos.
Respiro hondo para decir algo y entonces Dean se está moviendo debajo
mío y saliendo de la cama sin mediar palabra y entonces la decepción me
corroe por dentro, por que el solo hecho de que se arrepienta de lo que paso
anoche —que a mi parecer no fue tan grave— y ahora huya de mí, me hace
sentir una idiota.
De todas maneras, cualquier pensamiento racional me abandona, cuando
simplemente cierra las cortinas que Pierce abrió hace un rato y vuelve
prácticamente corriendo a la cama, pero esta vez se acuesta con su cabeza
en mi pecho, acurrucándose como si esto fuera lo más normal que hacer.
—Faltan horas para irnos —dice a modo de explicación, mientras que yo
de manera inevitable acaricio su cabello con suavidad, cerrando los ojos
para apaciguar los tambores de mi cabeza. —Solo dormiremos cinco
minutos más —murmura y no puedo evitar reírme.
Nos quedamos en silencio y entonces se escucha música muy fuerte y
Pierce vuelve a entrar en la habitación y justo cuando va a decir algo, sale
un almohadón que le lanza Dean y que logra atrapar a duras penas.
—Te has vuelto un cascarrabias, joder, que es temprano —se queja, pero
vuelve a acostarse en la misma posición que antes.
—Mueve el puto culo, joder, que pedí el desayuno a la habitación.
—En cinco minutos —responde Dean.
Pierce rueda los ojos y clava sus ojos molestos en los míos.
—No me mires así —respondo, sin poder evitar la sonrisa divertida en mi
rostro—, estoy atrapada aquí, ¿no ves?
—Hagan lo que quieran —dice, evidentemente frustrado.
Suspiro mientras intento obligar a mi cuerpo a moverse, de todas
maneras me quedo de piedra cuando Dean apoya su barbilla en mi pecho y
me mira a los ojos, que los tiene hinchados por el sueño.
—Buen día —dice con esa sonrisa que aun a pesar de todo, me sigue
pudiendo.
—Buen día —respondo, encontrando después de unos cuantos segundos
mi voz.
—¿Cómo dormiste? —Pregunta y levanta la mano para tocar mi rostro,
pero parece arrepentirse y la baja rápidamente.
No puedo evitar sentirme un poco decepcionada por ello.
—Como hacía mucho tiempo no dormía —respondo y eso le saca una
sonrisa más grande que la anterior.
—Yo también —dice y entonces medio se incorpora por encima mío y
aguanto la respiración cuando su boca desciende en mi dirección.
Pienso que va a darme un beso en los labios, pero estos terminan en mi
frente, antes de empujarse sobre sus brazos y ponerse de pie.
—Si no nos levantamos ahora, Pierce va a comerse todo el desayuno
solo, el muy cabrón es capaz de hacerlo solo para molestar.
Y entonces Dean sale de la habitación, así como si nada hubiera pasado y
yo respiro fuera de mi cuerpo toda la tensión que llevo acumulada en mi
cuerpo desde anoche.
Me estiro sobre la cama, brazos y piernas como si fuera una estrella
marina, mientras me pregunto a mi misma qué demonios está pasando
conmigo.
Recordando los toques fantasmas ayer tanto de Dean como de Pierce, la
manera en la que me hablaron, la forma en la que me hicieron sentir.
No puedo evitar reconocerme a mí misma que si bien las cosas con
Pierce iban de maravilla antes de que llegara Dean, este último sigue
produciéndome cosas que no se si podré superar alguna vez.
No es amor ciego, no creo que vaya a sentirme de esa forma jamás, pero
tampoco podría decirme que es solo atracción, porque no lo es. Disfruto
estar con Dean, su compañía, la manera en la que me habla, su complicidad,
así como también disfruto de estar con Pierce, más allá de follar, que lo
hacemos de maravilla, también es la forma en la que me escucha, en la que
parece leerme el pensamiento, el entendernos solo con la mirada.
—Por Dios, Minerva, estas jodida —me digo a mi misma, frotando mis
ojos con frustración. —Jodida y no de la manera en la que nos gusta.
Suspiro cuando me pongo de pie y voy por unos pantalones para ir a
desayunar cuando Pierce me grita por tercera vez que mueva el culo.
Observo mi teléfono, esperando encontrar allí un mensaje de Isa, que me
vendría de diez hablar de esto con ella. Y si bien ha leído mi mensaje, no ha
respondido.
Hago una nota mental de escribirle antes de dejar el hotel para recordarle
que es una pésima amiga y entonces estoy saliendo de la habitación a
desayunar con las dos personas que me follaba, tanto por separados, como
juntos.
Je.
No puedo negar que mi vida es como una montaña rusa, solo espero que
la próxima curva no me envié al carajo.

• ──── ✾ ──── •
HOLA BEBES, TANTO TIEMPO.
POR FAVOR NO SE OLVIDEN DE VOTAR EL CAPÍTULO...
ESPERO QUE ESTEN BIEN, AQUI EL CAPITULO PROMETIDO
HACE TANTO TIEMPO, PIDO PERDON, PERO HABIA ENTRADO EN
UN BLOQUEO TERRIBLE POR LEER ALGUNOS COMENTARIOS EN
EL CAPITULO ANTERIOR.
DESPUES DE MUCHO ESFUERZO, LOGRE LLEGAR A ESTO QUE
TENEMOS, ASI COMO TAMBIEN ME REPITO UNA Y OTRA VEZ,
QUE LA HISTORIA TIENE QUE HACERME FELIZ A MI POR SOBRE
TODAS LAS COSAS.
GRACIAS A TODAS ESAS PERSONITAS QUE SE TOMAN UN
MOMENTO PARA HACERME SENTIR TAN QUERIDA.
PARA QUIENES TODAVIA NO LO HACEN, SIGANME EN MIS
REDES, QUE SIEMPRE ANDO SUBIENDO SPOILERS:
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GRACIAS POR LA PACIENCIA NUEVAMENTE
LLUVIA DE CORAZONES PARA USTEDES
SIEMPRE CON AMOR
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO

AMSTERDAM

El viaje a Ámsterdam lo hacemos en tren y debo decir que es una de las


mejores experiencias que he tenido hasta ahora.
Dean trabaja la mayoría del viaje con su computadora, mientras que yo
voy leyendo un libro con Pierce apoyado prácticamente sobre mi,
durmiendo como si fuera un crío.
Fiel a su carácter, intentó besarme, pero no lo se, luego de lo que había
pasado la noche anterior, no sentía que estuviera bien..., cuando se lo dije,
rodó los ojos y me acomodo a su antojo en mi propio asiento para poder
dormir.
No pude evitar sonreír, aún más cuando me pidió que le tocara el cabello
para que se durmiera más rápido.
En ese momento levanté la mirada, debido a que sentía a Dean
mirándonos fijamente y cuando nuestras miradas se encontraron, sonrío
levemente y volvió a su trabajo.
Después de un rato yo termine también durmiéndome y Dean nos
termino despertando a ambos cuando llegamos a nuestro destino.
Pierce nos dice que pararemos en un departamento de un amigo de él que
queda en un lugar cerca del barrio rojo. No puedo siquiera describir con
palabras lo que siento una vez que llegamos a la ciudad, llena de canales y
puentes y bicicletas y botes y es todo tan colorido que en todo el camino al
lugar donde pararemos no puedo parar de sonreír.
Y es entonces que llegamos al lugar donde vamos a dormir y me quedo
de piedra sin siquiera poder reaccionar.
—¿Qué demonios es esto? —Pregunto, clavada en mi lugar.
—¿Qué crees que es? —Pregunta Pierce, avanzando al pequeño puente.
—¿Esto es...? ¿Esto es real? —Logro pronunciar y todo lo que obtengo
como respuesta es una sonrisa descarada de Pierce, esa que me hace saber
que le ha encantado sorprenderme.
Y entonces chillo y soltando mi valija, corro hacia donde se encuentra,
enredando mis piernas en su cintura y abrazándolo por el cuello, dejando
cientos de besos en sus mejillas que lo hacen reír.
—Recuérdame dejarle un buen vino a mi amigo por prestarme la casa —
murmura una vez que bajo de encima suyo para observar nuevamente el
lugar.
—Alguno entre mis cosas —pido, mientras me adentro en la casa
flotante.
Estoy en una puta casa flotante, en Ámsterdam.
Por Dios.
Por.
Dios.
Es increíble.
La casa es completamente de madera y me maravillo con el ruido que
hacen los pisos cuando camino sobre ellos.
A pesar de que no lo creyera posible, la casa se mantiene perfectamente
quieta, mientras que los botes pasan por enfrente mío y los observo por los
enormes ventanales que hay frente a los sillones del living.
El lugar en si es pequeño, aunque cómodo. Hay plantas en macetas de
todos los colores, mientras que los sillones varían también en tamaños y
formas.
Pierce y Dean entran luego de unos minutos fuera y ambos sonríen
cuando me ven dando vueltas en mi lugar intentando absorber todo aquello
que mis ojos ven.
—¿Te gusta? —Pregunta Pierce.
—Por supuesto que me gusta, no puedo creer estar aquí —murmuro. —
No veo la hora de ir a recorrer la ciudad, sé que se pueden alquilar
bicicletas para recorrerlo, ¿verdad? —Pregunto, ilusionada. —¿Qué dicen?
Podemos ir a dar una vuelta y luego meternos en esos cafés que te venden
marihuana, por que, si sabían que aquí es legal, ¿no? También es el primer
lugar en el que legalizaron el matrimonio entre el mismo sexo, me gusta
este lugar —digo, asintiendo mientras vuelvo a girar en mí mismo lugar—,
definitivamente me encanta.
Camino rápidamente hacia la única habitación que hay —ignorando que
hay una sola cama de plaza y media—, y cambiándome rápidamente de
ropa, poniéndome algo más cómodo para andar en bicicleta.
Una vez que vuelvo al comedor, veo que Dean se ha puesto también ropa
cómoda, aunque Pierce no se ha cambiado aún.
—¿Por qué todavía estás así vestido? —Pregunto.
Pierce aparta la mirada, observando algo en su teléfono.
—Es que no iré con ustedes —responde.
—¿Por qué? —Pregunto, frunciendo el ceño.
—Es que tengo que encontrarme con alguien —responde de manera
escueta.
—Ah... —respondo, asintiendo, aunque no esté mirándome.
Ignoro la punzada que me golpea el pecho cuando de repente preguntas
que no estoy dispuesta a hacer me golpean, pero decido que por mi salud
mental y la de mi corazón, prefiero no saber, sólo porque el nombre que de
repente estoy imaginando hace que quiera llorar.
—¿Tu tienes ganas Dean? Por que si tienes que trabajar puedo ir sola —
murmuro rápidamente.
Puedo sentir que Pierce me mira, de seguro intentando descifrar qué
estoy pensando, de todas maneras, me cierro en banda para que no pueda
siquiera imaginarlo.
—No, adelante el trabajo en el tren —responde, antes de largarle una
mirada rara a Pierce y luego sonreír en mi dirección. —Podemos salir
cuando quieras —agrega.
—Perfecto —murmuro con una sonrisa enorme y extremadamente falsa
—, andando.
Y entonces cuelgo una bandolera cruzada en mi pecho y comienzo a
caminar a la salida.
Y entonces Pierce cierra su mano alrededor de mi brazo, deteniéndome y
cuando lo miro, pregunta: —¿Esta todo bien?
—Seguro —digo, encogiéndome de hombros. —¿Por qué tendría que
algo estar mal?
Y entonces me suelto de su agarre y camino en dirección a la salida,
donde Dean me espera.
—Espero que sepas moverte en este lugar, porque si me dejas de guía, de
seguro nos perdemos —digo nada más posicionarme a su lado.
—Lo tengo bajo control —murmura comenzando a caminar y yo
automáticamente siguiéndolo.
Alquilamos las bicicletas en un lugar no muy alejado de donde estamos y
entonces comenzamos nuestro recorrido.
Dean sabe moverse por el lugar y a medida que recorremos la ciudad, me
comenta cosas al azar.
Paramos a tomar un helado en una terracita con vista a uno de los canales
principales, mientras me comenta que la ultima vez que estuvo aquí, fue
con Mía.
—¿Cómo está ella? —Pregunto.
—Mejor —murmura con un suspiro de alivio. —Aunque me dejo de
hablar después de enterarse lo de Rebeca —agrega.
Me rio, solo porque Mía es la hostia.
—Ya se le pasara —le digo. —Verás que no podrá estar mucho tiempo
sin hablarte, que ella no sabe vivir sin ti.
—Ni yo sin ella —responde Dean con una sonrisa.
Volvemos a tomar las bicicletas y andamos hasta que no me dan más los
pies ni las nalgas, es por eso que le pido a Dean que: por lo que más quiera
nos detengamos que ya no siento el culo.
Se ríe cuando me escucha decir aquello, de todas maneras nos detenemos
y Dean apoya su bicicleta al costado del puente al que llegamos y se asoma
por él a observar hacia abajo y yo por mi parte, le imito, deleitandome con
los turistas, que al igual que nosotros, disfrutan del lugar.
Miro de reojo a Dean, que en los últimos minutos del viaje ha estado en
silencio y con la mirada un poco perdida y no puedo evitar sentir que las
cosas de repente se han puesto un poco tensas entre los dos, porque hasta
hace un rato venia todo bien y por más que me quiero decir a mi misma que
no pasa nada, si pasa y no quiero que las cosas estén raras entre nosotros.
—Dean, ¿vas a decirme que pasa? Estabas lo más bien y de repente
pareciera que no puedes ni mirarme, ¿es por lo de Mía? —Pregunto
cautelosa.
Él no me mira, sino que sus manos presionan con fuerza le borde del
puente en el que se ha apoyado, sus brazos marcan las venas en ellos por la
presión. No lo pienso mucho cuando mi mano se posa en la de él y sus ojos
torturados miran allí donde nuestras pieles entran en contacto.
—Habla conmigo —presiono con voz suave.
Él niega con la cabeza, suspirando mientras clava sus ojos en las
personas que pasean a nuestro alrededor, mirando a todo y nada al mismo
tiempo, evitando por todos los medios que sus ojos se encuentren con los
míos.
—No vine hasta aquí para follarte, Minerva —suelta.
Frunzo un poco el ceño, antes de apartar la mano herida por lo que acaba
de decir, por la manera en que lo dijo, que me supo agrio y hasta
despectivo, no esperándome esas palabras de él.
—Esta bien... —respondo, incómoda y sin saber muy bien qué decir
después de aquello.
—Mierda —dice, suspirando. —No me refería a eso —intenta explicarse.
—Me refería a que te mereces algo más que eso, más que alguien que en un
par de meses va a atarse a otra persona.
—Si tu lo dices... —murmuro con amargura, apartando la mirada
también.
—Mine... —susurra Dean y se pone a mi lado, tomándome suavemente
del mentón para que lo mire. —No vine hasta aquí porque esperaba tener
alguna oportunidad de que pasara algo, pero eso no significa que no lo
desee con todo mi corazón.
Lo miro, esperando que diga algo más, porque simplemente no esperaba
que dijera algo como eso ni que esta se haya convertido en la hora de las
confesiones.
Empiezo a pensar que tal vez el helado que tomamos antes, si llevaba un
poco de marihuana.
—Vine hasta aquí, porque antes de que pasara nada entre nosotros,
éramos amigos y si, te extraño una barbaridad como mi mujer, pero también
extraño casi de la misma manera a la mujer que era mi amiga, que me hacía
reír y me prestaba un oído cuando lo necesitaba.
—Dean... —intento decir algo, pero él sigue sin dejarme terminar.
—Entonces, mi verdadero miedo, es que pienses que por que estoy aquí
voy a aprovecharme de la situación y eso no va a pasar, porque tu te
mereces más, mucho más de lo que puedo darte en este momento, más de lo
que probablemente pueda darte nunca.
—No lo entiendo...
—No tienes que entenderlo —responde, suspirando y volviendo a clavar
sus ojos en el canal que corre debajo nuestro—, de hecho, no hay nada que
entender, solo espero disfrutar de los pocos días que vine aquí, disfrutar de
ti, si me dejas, de la amistad que tuvimos alguna vez.
Lo miro fijamente, preguntándome tantas cosas en mi cabeza, que
siquiera puedo ordenar mis pensamientos.
—Me lo he preguntado miles de veces y sin embargo sigo sin encontrarle
respuesta... —suelto, sin apartar la mirada de su bonito rostro.
—¿El que? —Pregunta, confundido.
—A cómo puedes amarme de la manera en la que lo haces y sin embargo
estar casándote con otra persona —respondo con toda sinceridad.
Dean sonríe con tristeza, negando con la cabeza y apartando la mirada.
—Entonces espero que nunca vayas a descubrirlo...
Y entonces camina en dirección a las bicicletas, para volver a montarse
en ella y emprender el camino de regreso y yo por mi parte le sigo,
preguntándome que demonios quieren decir sus últimas palabras.
Dean pedalea rápido para que no pueda alcanzarle, por lo que doy todo
de mi y no lo digo solo por decir, en realidad estoy dándolo todo para poder
ir a su lado y preguntarle qué demonios quería decir antes.
Se que en realidad no lo alcanzo, sino que tiene la delicadeza de ir más
despacio y me ofendo sobremanera cuando tiene que bajarse de la bicicleta
por el ataque de risa que le da y entonces me enojo con él y decido que
quiero volver a la casita de cuento de hadas del amigo de Pierce y entonces
comienzo a pedalear y pierdo de vista a Dean, pero no me importa, le
murmure que se podía ir al carajo y que ya nos veíamos en la casa.
Y sigo pedaleando.
Pedaleo hasta que siento que me voy a morir y entonces..., me perdí.
Puta madre.
Intento volver por el mismo lugar por el que vine, pero iba distraída y no
lo recuerdo, así que pedaleo un poco para adelante y entonces veo que Dean
me observa con una sonrisa de oreja a oreja y me acerco donde él está solo
porque no se como volver y tengo hambre y el chocho transpirado.
—No estés enojada —me dice Dean, pero no le respondo. —Anda, que
estabas perdida y me necesitabas.
—No estaba perdida.
—¿Y porque pasaste exactamente tres veces por el mismo lugar?
Carajo.
—Por que me gustaba la vista —respondo, mirándome las uñas.
—¿Entonces si sabes como volver a la casita? —Pregunta, la diversión
cubriendo todo su semblante.
—Claro —me encojo de hombros.
—A ver, ¿por donde es? —Pregunta, divertido.
—Por allá —respondo, señalando con el dedo cualquier lugar.
Su mano se cierra entonces en mi muñeca y la mueve en el sentido
contrario y entonces me doy cuenta de que la casita está ahí, frente mío, que
le pasé varias veces por delante y ni cuenta me di.
—Señale para allí, solo para saber si tu si sabias volver —digo
rápidamente.
—Seguro —murmura él. —Déjame llevarte la bici —dice de repente
cuando me desmonto de ella.
—Puedo hacerlo sola —refunfuño.
—Es que vas a necesitar las manos libres —murmura y cuando lo miro
interrogante, señala con el mentón en dirección a la casita.
Y entonces miro hacia ese lugar y al primero que veo es a Pierce, que
arrastra con él una valija de un rosa chillón que no le pega mucho, pero
donde mis ojos se clavan a continuación es en la rubia despampanante que
camina a su lado, con el cabello tan despeinado que me obligo a no tomar
mi teléfono para sacarle una foto y torturarla por el resto de su vida. Lleva
recogida en la cabeza las antiparras para dormir y tiene los ojos hinchados
como si recién se hubiera despertado y entonces los ojos azules de Isa se
clavan en los míos y una sonrisa gigante se le forma en el rostro, a juego
con la mía.
No se cual de las dos corre primero hacia la otra, por supuesto chillando
como locas y llamando la atención de los transeúntes, pero entonces nos
estamos abrazando fuerte, como si no nos hubiéramos visto en años, dando
saltos de aquí para allá, separándonos unos segundos para mirarnos y volver
a chillar más fuerte y volver a abrazarnos y se siente tan surreal que este
aquí que no puedo parar de reír mientras intento preguntarle que demonios
hace aquí.
Pierce en un momento dado comienza a empujarnos dentro de la casita,
con la excusa de que estamos dando vergüenza, pero en realidad quien
siente pena es él por tener que llevar la valija de Isa.
—Pero, ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Pregunto por quinta vez
cuando ya entramos, pero con todas las veces que pregunté, en ninguna
logró darme una respuesta clara.
—Es una historia larga —murmura, evasiva.
Y entonces me da esa mirada, esa que me dice que hay algo que quiere
decirme pero que no lo hace por que están los chicos.
—Te quedas unos días, ¿verdad?
—No, mañana por la tarde saldrá mi otro vuelo, solo hice una parada
aquí porque quería verte.
Aww.
—Entonces tenemos que ponernos al día —digo, tomándola de la mano
para que camine conmigo a la habitación.
Una vez allí nos dejamos caer en la cama, al mismo tiempo que Pierce
me avisa que saldrá a comprar para cocinar en la noche acompañado de
Dean, dándonos así la privacidad que necesitábamos, pero es que el lugar es
pequeño y no tenemos el espacio suficiente para charlar.
—Entonces... —murmuro, sonriendo y ladeando el rostro para poder
mirarla a la cara.
—Entooonces... —responde ella, sonriendo enorme también—, conocí al
señor Royal.
Me incorporo rápidamente después de escuchar esas palabras y pregunto
rápidamente: —¿Qué conociste a quien?
—Al señor Royal —repite. —Si recuerdas quien es, ¿verdad?
—Por supuesto que recuerdo quien es —digo, ansiosa por querer saber
todo del nuevo chisme—, nos prestó un descapotable en Miami, el señor
Royal es mi ídolo desde entonces.
—Bueno... —murmura en voz baja, haciéndose la misteriosa—, pues le
he conocido.
—Tiene más de cincuenta, ¿verdad? —Pregunto y antes de que pueda
responder, agrego: —Sabes que por mi ni problema, mientras nos
mantenga, bienvenido sea.
Isa rueda los ojos, pero se la nota divertida por mis pendejadas y
responde: —No tiene cincuenta años, idiota, de hecho, tiene mi misma edad
y déjame decirte que esta para comérselo.
—No hay manera —respondo, sonriendo y ella sonríe en respuesta.
—Quiero saberlo todo —murmuro—, hasta los detalles más cochinos.
Isa vuelve a rodar los ojos.
—No hay detalles cochinos —murmura, pero no le creo mucho.
—Anda, cuéntame —insisto.
—¿Asique un viaje con Pierce y Dean? ¿Cómo lo llevas?
Perra.
—Esta bien, sino quieres contarme...
—Es solo compartir información, no se vale de un lado sí y del otro no
—responde, mirándose las uñas.
Ahora quien rueda los ojos soy yo, antes de cambiar de tema: —
Entonces, ¿Cómo demonios llegaste aquí?
Isa esta sonriendo mientras me responde: —Pues, el señor Royal
necesitaba que le acompañara a la inauguración de uno de sus hoteles en
Italia.
—¿Y como Italia te trajo aquí?
—Por que quería verte, idiota —responde, aunque eso ya me lo había
dicho antes.
—Pero Isa... —murmuro—, ¿en serio me extrañabas tanto?
—Si, tarada —responde ella, sin mirarme, pero es que a Isa estas
chulerías no le gustan para nada.
Sin siquiera aguantarme un momento más, me lanzo encima de ella,
volteándonos nuevamente en la cama y fundiéndonos en un abrazo que no
recordaba extrañar tanto.
—Quita, pesada —murmura ella, pero en realidad su brazo me apretuja
un poco más de cerca y me doy cuenta en ese momento que tal vez Isa
también me necesitaba un poquito, aunque nunca fuera a admitirlo.
Nos quedamos charlando de todo y de nada a la vez en la cama, tiradas
una al lado de la otra como si el tiempo no hubiera pasado.
Y si, la verdad es que Isa me cuenta un montón de cosas, todo lo que
tiene que ver con el señor Royal y aunque ninguna de las dos lo nombra,
Xander también aparece y la cosa se entristece un poco, no voy a negarlo,
pero entonces ese momento pasa tan rápido como llegó y Isa se incorpora y
me sonríe y me obliga a meterme a bañar porque dice que esta noche se sale
y yo no puedo negarme jamás a aquello y si, también se que se mueren por
que les cuente el chisme de Isa y el señor Royal, pero este es mi libro, ya
Isa tendrá el propio algún día y les contara ella su chisme.
En fin..., ¿en que estábamos?
Ah sí, Pierce y Dean llegan, entonces —una vez que me he bañado y
también Isa—, nos obligan a salir de la habitación para unirnos a ellos
mientras cocinan. Es de lo más gracioso ver a Pierce tener de ayudante a
Dean, que el pobre apenas si sabe hervir un huevo.
—¡Que te dije que cortes la cebolla en Juliana! —Se queja Pierce al ver
como Dean acuchillaba la pobre verdura.
—¿Quién putas es Juliana? —Responde Dean, igual de frustrado que su
amigo.
—Quita, quita —lo empuja este lejos.
—Entonces hazlo solo —responde el rubio.
—No te muevas de aquí, joder.
—¡Pero si lo único que haces es gritarme!
—Por que no puede ser que no sepas cortar una puta cebolla.
—Que no puede ser una ciencia.
—Eso mismo digo yo —responde Pierce, a los gritos.
Y para ese momento con Isa ya estamos desternilladas de la risa, pero
ambas nos quedamos tiesas cuando la mirada molesta de Pierce se clava en
nosotras.
—¿Quieres más vino? —Pregunto con voz pequeña.
Pero para mi sorpresa, Pierce suspira y poniendo su mejor cara de perro
mojado, pregunta: —¿No me quieres ayudar tu?
—No, Minervita no —responde Isa por mi. —Estamos ocupadas.
—¿Haciendo que? —Pregunta Pierce, nuevamente molesto.
—Bebiendo —responde y luego levanta la copa a modo de brindis, pero
por la torpeza del momento se le vuelca por la comisura y chilla cuando el
top que se puso está a punto de marcharse, por lo que se apresura a ir al
baño para quitar la salpicadura, murmurando por lo bajo que no lo hace en
el lavador de la cocina porque es como entrar en un campo minado pero de
verduras siendo explotadas por el mismísimo Dean, que se queja al
escucharla.
—Pues muy equivocada no va —refunfuña Pierce y yo bebo rápidamente
de mi copa para que no vea mi sonrisa.
—¿Me recuerdas por que carajo te estoy ayudando, Pierce?
—Por que tu también comes.
—Podemos pedir comida —responde Dean. —Tengo puto dinero, estoy
de vacaciones, me niego a seguir cocinando.
Y entonces en un acto de protesta de lo más adorable, deja la cuchilla
sobre la mesa y se cruza de brazos, pero no se mueve y Pierce lo único que
hace es mirarlo sin dejar de mover su propia cuchilla cortando las verduras
con una agilidad que me hace estremecer ante la destreza que tiene, aunque
si me preguntan a mi, seguramente no tendría la agilidad para apartar la
mirada tanto tiempo y no quedarme sin el pulgar.
Al final Dean termina suspirando con derrota, volviendo a tomar su
cuchilla y cortar los pimientos milimétricamente en cuadraditos perfectos
como el puto Pierce y su puta manía perfeccionista. Sus palabras, no las
mías.
Pierce, hay que reconocerle, no se mofa de su triunfo y simplemente
rueda los ojos y sigue a lo suyo, no sin antes murmurarme que mueva el
culo huesudo que tengo y abra otro vino, que el primero lo bebimos con Isa
como si fuera un refresco.
Había olvidado lo exigente que era Pierce en la cocina y aquello hizo que
me invadiera una nostalgia que no sentía hacía rato como cuando trabajaba
para él, entonces aparte aquellos pensamientos que, a mi parecer, era como
si hubieran pasado años, cuando todavía no habíamos llegado ni al primero.
Y seria las copas de vino encima, pero no pude evitar largar una
carcajada ante aquel pensamiento, justo cuando Isa aparecía a mi lado y se
reía conmigo, sin siquiera pedirme el contexto, porque Isa no era de las que
necesitaba alguno para reírse por cualquier idiotez.
Los chicos por fin terminaron de hacer la cena, solo restaba esperar a que
terminara de hacerse la cocción en el horno, por lo que pasamos a sentarnos
en los sillones que habían alrededor de una mesa ratona, no podía negar que
me encantaba que los tres que había fueran de distintos colores y modelos,
pero que sin embargo encajaban de esa manera singular en que encajaban
algunas cosas sin sentido.
Hablamos de todo un poco y no pudimos evitar sacar a colación las
manías de Pierce y sus exigencias, con Dean —como en un acto que me
resultó inconsciente— enterró su rostro en mi cuello y gimió diciendo que
por favor nunca lo dejáramos someterse nuevamente a la tortura que había
significado ser el ayudante de Pierce y yo, por más que intente no
reaccionar, no pude evitar la piel de gallina y el estremecimiento que me
recorrió al tenerlo tan cerca, al sentir su aliento caliente que solo duro dos
segundos en piel antes de apartarse como si nada hubiera pasado, pensé que
lo había disimulado bien, pero entonces los ojos de Pierce estaban clavados
en los míos mientras tenía esa mirada depredadora en los ojos que me decía
que se había percatado de mi reacción y no me atreví a admitir que hasta
parecía complacido por ella.
—Conozco de gente a la que le encantan mis manías y mis exigencias —
murmuro, sin apartar la mirada de mis ojos y haciendo que una corriente
algo extraña recorriera el ambiente.
—Puta masculinidad feromonica insoportable —murmuro entonces Isa,
haciendo que todos riamos y distendiendo el ambiente.
—No estoy muy seguro de que la palabra feromonica exista —respondió
Dean y reímos todos nuevamente por el sin sentido.
Nos apresuramos a poner la mesa y sentarnos a comer, intentando
controlar los gemidos que amenazaban con salírsenos cada que metíamos
un bocado a la boca, pero Pierce, el idiota engreído no podía quitar la
sonrisa de su cara, por lo que todos estábamos intentando no subirle más el
ego, pero era Pierce, él no necesitaba que nadie le subiera el ego, ya lo
hacía a diario por si mismo.
Decidimos salir a tomar algún refresco por ahí para terminar la noche.
—Solo uno —había dicho Isa—. Mañana no puedo permitirme una
resaca, ¿entendido? No más de un trago —dijo más para sí misma que para
nosotros.
Dean decidió dejar de insistir cuando ya íbamos por el cuarto, pero para
que conste, le había dicho que yo sí podía tener cruda mañana, que no tenía
porque seguir sus reglas. Me llamo mala amiga y decidió que entonces ella
iba a beber lo que yo, me estaba costando un mundo beber menos, pero
comenzó a importarme menos después del tercero. Ahora íbamos por el
quinto y estábamos bastante achispadas, mientras que yo observaba a Dean
y Pierce de lejos cual acosadora: Dean se había encontrado con un conocido
y entonces este lo había llevado con su grupo de amigos. Había una
muchacha que hablaba animadamente con Pierce y debería ser una chica de
lo más graciosa por que le estaba haciendo reír. Otra de las chicas intentaba
entablar conversación con Dean, pero este simplemente se limitaba a
regalarle una sonrisa pequeña y mantener la conversación con el resto del
grupo.
—... y entonces así fue como tuve mi primera doble penetración, no
puedo decir que haya sido de lo más placentero y tampoco llegué a
correrme...
—¿Acabas de decir doble penetración? —Me obligue a apartar la mirada
de los chicos y mirar a Isa sorprendida, cortando con como sea que
terminara aquella conversación.
—Tu la tuviste —respondió ella, mirándose las uñas y encogiéndose de
hombros. —Aunque si llegaste a correrte —agrega, guiñándome el ojo y
sonriendo con malicia. —Cuéntame tu secreto, Mine, como es que ambos
cupieron dentro tuyo.
—Por el amor a Dios, Isabella —respondí mortificada cuando aquel
recuerdo se me cruzó por la cabeza.
—¿Qué? Es solo mórbida curiosidad.
—Y tres carajos, estás queriendo picarme —respondí.
—Es que no me estas prestando atención —me acusó ella y me quedé en
silencio porque llevaba razón.
Isabella siguió mi línea de visión y yo aparte la vista rápido, queriendo
disimular y fallando miserablemente en el proceso y entonces estudió a
Pierce, que seguía hablando animadamente con la misma chica y no pude
evitar el retorcijón molesto en mi estómago, garganta y culo. Mierda.
Y entonces pasó a Dean, que ahora la muchacha a su lado sí había
logrado llamar su atención y hablaban de algo que tenía a Dean con el ceño
fruncido por la concentración para intentar entenderle a pesar del bullicio a
nuestro alrededor.
Ahora me había puesto de mal humor y odiaba al puto mundo.
—Estas tan jodida —dijo Isa, sorbiendo de su pajita con un ruido
molesto.
—Que te den —respondí, refunfuñada.
—Tal vez mañana, con suerte —respondió, guiñándome el ojo y
haciéndome reír.
No me había dado cuenta hasta este momento lo mucho que había
extrañado a Isa, el que me entendiera solo con observarme y con quien no
hicieran faltas las palabras para saber que pasaba por mi cabeza.
—Laotong, Isa —murmure y ella me miro confundida.
—¿Qué significa? —Pregunto.
—Una mierda que vi en tiktok —respondo, encogiéndome de hombros y
restándole importancia.
—¿Y...? —Insistió.
—Creo que es chino, significa la amistad entre dos mujeres, más
importante que cualquier relación —murmuro por lo bajo y las mejillas
rojas.
La sonrisa de Isa es enorme.
—Laotong, Mine —responde ella y entonces le da otro trago a su bebida.
—¿Ya te los follaste a los dos?
Me ahogo con el trago que acababa de darle a la bebida.
—Puta madre, un poco de tacto —murmuro, limpiando con una servilleta
el desastre que acabo de hacer.
Ella solo se ríe a mi costa.
—Con las cosas chanchas que has hecho Mine, me sorprende que puedas
seguir sonrojándote de esa manera.
Respiro profundo antes de responder: —Solo a Pierce.
—¿Y desde que llegó Dean?
—No hemos hecho nada, solo besarnos, pero nada más.
—¿Y tú qué piensas de todo? No quiero ser cruel, pero Dean va a
casarse, Mine.
—Lo se, pero también sé que hay algo detrás de todo ese circo con
Rebecca que no me está contando.
Al ver que Isa no me pregunta inmediatamente la razón del porqué digo
eso, solo me confirma que también sabe que hay algo raro detrás de todo.
—Creí que solo yo me había dado cuenta, pero si, ha estado actuando
raro desde hace un tiempo.
—¿Y qué crees que sea?
—No lo sé —responde, suspirando y observando a los chicos a la
distancia—, pero si se de algo, te aviso.
Sonreí en respuesta y volví la mirada hacia ellos nuevamente.
Pierce merecía que le ponga pastillas para la diarrea en su café mañana,
Dean miraba para sus costados en busca de ayuda, por lo que con su
desayuno tendría tortitas.
—Vamos a mover un poco el culo, a ver si logras atraer algo.
—No quiero atraer nada.
—No quiero ser repetitiva —murmuro mientras caminábamos a la pista
—, pero si sabes que si vuelves a enredarte con los dos, las cosas pueden
salir mal.
Abrí la boca para decirle que aquello no iba a volver a pasar, pero
entonces puso su dedo a centímetros de mis labios para no mancharse con el
labial y murmuro: —Nunca digas nunca, conociéndote, es posible hasta que
seas abducida por ovnis, asique déjame darte mi consejo en esto por si en
algún momento lo necesitas: No me vas a escuchar decirte que no lo hagas,
por que son dos adonis y sentiste cosas por ambos, por lo que en tu
situación es aun más difícil, sin contar que tu piensas primero con el coño,
le sigue tu culo y por último la cabeza —aquello me ofendió, pero ella solo
sonrió en respuesta—, pero eso no quiere decir que puedan volver a
lastimarte, Dean esta comprometido y Pierce tiene mucha mierda sin
resolver, por lo tanto ten cuidado, folla con ellos, juntos, por separado, no
viene al caso, pero por lo que más quieras, cuida el corazón de pollo que
tienes en el pecho.
Largue una carcajada al escucharla decir aquello, antes de negar con la
cabeza y murmurar: —Eres la hostia dando consejos.
—Dime algo que no sepa —y entonces me tomo de la mano y me
arrastro a la pista de baile.
Isa tenía esa forma de ser que atrayente, la gente quería orbitar a su
alrededor, por que Isa tenia una especie de imán que hacía que la gente
quisiera estar cerca de ella y es por eso que no me sorprendió cuando se
hizo medio un círculo a nuestro alrededor con ella como la protagonista
cuando movía las caderas al ritmo de la música, sin embargo ella parecía
ajena a la atención que recibía, no le importaba en realidad, deduje, porque
tenía sólo ojos para mi y en hacerme reír y en bailar conmigo y me
encantaba ser dueña de su atención y se que estoy sonando un poco gay
ahora mismo, pero me encantaba ser su amiga, esperaba que el destino no
sea tan perro como para separarnos.
De repente su teléfono vibró y al sacarlo, abrió los ojos como platos: —
Es el señor Royal.
Abrí la boca, porque no entendía cuál era el problema.
—¿No sabe que venias a verme? —Pregunte, confundida.
—Si, si sabe, pero quedamos en que me llamaría e iba a atenderle.
—¿Y cual es el problema?
—Que voy medio peda, Mine, que de seguro arrastró todas las palabras.
—No estás arrastrando las palabras —murmure.
—Tu no te das cuenta, porque vas igual de peda que yo —respondió. —
Ahora vengo —añadió y entonces camino en dirección a la salida.
Me quedé tres segundos ahí en medio de la pista, sola como la perdedora
que me sentía, ya que no me atrevía a bailar sola como se que haría Isabella
si los roles se hubieran invertido.
Comencé a hacer mi camino a la barra cuando una mano se cerró en
torno a mi muñeca y tiró un poco de mi.
—Bailemos —murmuro Dean, con una sonrisa en los labios y los ojos
brillantes por las luces del antro.
Asentí, de repente un poco nerviosa cuando comenzó a sonar una canción
de Rihanna que me encantaba.
«Ven aquí, chico rudo»
«¿Puedes darlo todo?»
«Ven aquí, chico rudo»
«¿Eres lo suficientemente grande?»
Oh hombre...
Dean río, negando con la cabeza cuando leyó mis labios mientras
tarareaba la canción, porque por supuesto que Minerva sabia las canciones
más sugerentes que sonaban.
Una caricia fantasma me acarició la piel apenas expuesta de la espalda y
se que tanto Dean como el dueño de aquella mano, se dieron cuenta de mi
estremecimiento.
La mano de Pierce me entrego una bebida, cargando con una cerveza
para él y Dean y cuando nuestros ojos se encontraron, ese brillo en sus ojos
parecía querer decirme todas las cosas perversas que me haría y que se
estaba aguantando, asique aparte la mirada rápidamente y bebí un gran
trago de la copa que me había traído.

«Esta noche te dejaré ser el capitán»


«Esta noche te dejaré que hagas lo tuyo, si»
«Esta noche te dejaré ser el jinete, si»
«Arre, arre, arre bebé»

No pudimos evitar reír luego de esa parte y entonces cualquier rastro de


tensión, así como había llegado, desapareció.
Dean se mantenía delante mío, sin tocarme, pero lo suficientemente cerca
como para que pudiera sentir el calor de su piel, el olor de su perfume.
Pierce, siendo Pierce, tenía su mano cerrada en mi cintura y cada unos
cuantos minutos me daba un ligero apretón, haciéndome saber que le
importara un comino que tanto Dean como Isa pudieran ver esta cercanía, le
importaba un carajo que supieran que habíamos estado follando como
locos.
No estaba mal con eso tampoco, pero sí un tanto confundida.

«Esta noche te dejaré ser el fuego»


«Esta noche te dejaré llevarme más alto»
«Esta noche podemos hacerlo, si»
«Vamos a hacerlo»

Esos amigos de Dean se unieron a nosotros, la chica que había hablado


con Pierce se acercó nuevamente a él, pero Pierce dejó claro su interés nulo
en ella cuando enterró su rostro en mi pelo y dejó un suave beso allí.
Me sonrojé como una quinceañera, pero me reí cuando Dean me miro
con suplica porque nadie podía salvarlo a él y entonces llegó Isa y se
convirtió en el centro de atención, tomo a Dean del mentón y lo alejó de
aquel grupo y yo ame a Isa un poco más por ello.
Fue una buena noche, por supuesto que con Isa íbamos ebrias y hablando
estupideces, riéndonos por cualquier idiotez y entonces me sentí bien. Me
sentí bien conmigo, con mi vida y con como iba transcurriendo todo.
No tenía idea de que demonios iba a pasar, había una tensión latente
alrededor mío y de los chicos que ahora se había disipado con la presencia
de mi amiga, sin embargo, en el camino de regreso, me tome un momento
para levantar la vista al cielo y ver las estrellas salpicadas en el. Me tome un
momento para agradecerle al universo por la oportunidad de reconstruir mi
vida que me había dado, por los amigos que había hecho y por el camino
recorrido y en ese pequeño instante me permití tener esas fantasías,
imaginarlo solo por un instante minúsculo, algo que dentro mío estaba
deseando de una manera que se estaba volviendo difícil de controlar, pero
que era imposible que se cumpliera y estuve bien con eso, porque para eso
eran las fantasías.
Me sentí observada así que aparté la vista de las estrellas, Isa iba
bailando unos pasos por delante, cantando una canción que por la melodía
reconocí que era infantil, pero se las había arreglado para meter la palabra
polla y coño y fornicar en ella y entonces me encontré con la mirada de
Pierce y de Dean.
Me observaban ambos de maneras distintas, supongo que también con
diferentes sentimientos, porque no todos sentimos igual. Le sonreí a ambos
y me paré entre ellos, enredando cada uno de mis brazos con cada uno de
los suyos mientras que le pedía a Dean que por lo que más quiera, sacara su
teléfono y grabara a Isabella.
Me hizo caso y entonces grabé aquel recuerdo en mi retina, sabiendo que,
si alguna vez las cosas se ponían malas, siempre tendría este momento.
Un pequeño lugar en mi memoria, inmortalizado en donde había sido
muy feliz.

***
IM BACK BEBÉS
¿ME EXTRAÑARON? YO UN MUNDO.
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LA DEBIE DE LAS POESIAS
MUACKKKK
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS

CIERRA LA BOCA Y RECÓRREME COMO UN RÍO

—Vamos a fumar hierba —murmuro Isa, mirándome fijamente de una


manera que hacía que tuviera que aguantarme mucho la risa.
Asentí, solo porque en momentos así, a Isa no podías contradecirla.
—Seguro —respondí, aceptando el trago que me tendía Dean.
Hacía un rato habíamos llegado del antro, pero era demasiado temprano
para irse a dormir, sin contar que las vistas desde las ventanas de la casita
del agua eran hermosas.
—Yo compre hierba, Mine —dice entonces ella en voz baja, como si
fuera un secreto, algo así como ilegal.
—Si sabes que aquí es legal, ¿no? —Pregunte también en voz baja.
—Si, pero en América es ilegal —respondió ella, sin dejar de hablar en
voz baja, aunque Pierce y Dean estuvieran sentados a nuestro lado y
pudieran escuchar todo.
Supongo que estaba de más decir cual de las dos iba más peda.
—Okey Isa, fumemos hierba —murmure, asintiendo y dándole un trago a
mi bebida observándola con seriedad, solo porque ella lo hacía.
—No se armar —dijo entonces, mientras rebusca en la cartera una bolsita
que contenía la hierba y los papelillos para armarla.
Lo pone todo sobre la mesa ratona y los cuatros nos quedamos allí,
simplemente observándola.
Creo que todos vamos un poco pedos porque nos quedamos de esa
manera unos cuantos segundos sin reaccionar.
—Busca en YouTube —murmura Isa, codeándome.
Hago lo que me dice, pero entonces Pierce me quita el teléfono y cierra la
aplicación.
—No vamos a armar un puto porro con instrucciones de YouTube.
—Bueno, ¿y entonces? —Pregunto.
—Dean, ármalo tú —dice Pierce.
Dean, el pobre, solo suspira y se pone a armarlo.
Se le cae la mitad del contenido en los primeros cinco segundos.
—A ver, quita... —se refunfuña Pierce, intentando él.
—¿Cómo es que no sepan armar un porro? —Se queja mi amiga.
—Xander es quien siempre arma —responde Pierce y entonces se tensa.
Yo por mi parte hago lo mismo y miro a mi amiga, esperando por una
reacción, pero ella simplemente rueda los ojos y dice: —No es como si no
pudieran nombrarlo nunca más, ¿saben? Ya lo tengo superado.
Nadie dice nada y la tensión flota en el aire, hasta que de repente: —En
el video dice que debes chupar el papelillo para que se pegue —murmura
Dean.
Largo una carcajada, no puedo evitarlo, pero es que sin que nadie se diera
cuenta, se había puesto a mirar un video en el teléfono.
Pierce rueda los ojos, pero le hace caso, antes de que Isa comience a
murmurar por lo bajo una cancioncita que se me hace conocida, y entonces
conecta su teléfono al parlante y la inconfundible voz de Snoop Dogg
comienza a sonar.
«¿Y que si nos emborrachamos?»
«¿Y qué si fumamos hierba?»
«Solo nos estamos divirtiendo»
«No nos importa quien nos vea»

—No voy a fumarme un porro escuchando a Snoop Dogg —se queja


Pierce.
—Si vamos a hacer algo ilegal, tiene que ser escuchando a Snoop Dogg
—responde ella.
—Teóricamente no estamos haciendo nada ilegal —acoto yo.

«¿Y que si salimos?»


«Así es como se supone que debe ser»
«Vivir jóvenes, salvajes y libres»

Y entonces Isa se pone de pie y comienza a cantar la canción y bailarla


y..., mierda, agarra el pitillo del porro y lo enciende y ella entonces está
bailando de esa manera que uno ve solo en la tv de manera exagerada y
sigue cantando.
Nosotros estamos los tres estupefactos viéndola bailar y cuando
queremos darnos cuenta, Isabella se ha fumado todo el porro ella sola.
—¿Me convidas? —Pregunto con ironía.
—Ups —dice ella con una sonrisa culpable y luego se deja caer a mi
lado, con una mueca boba en el rostro. —La vida es bella, ¿no creen?
Y después de decir esas palabras, Isabella apoya su cabeza en mi hombro
y empieza a roncar.
La carcajada de Dean es la que hace que tanto Pierce como yo nos
contagiemos de ella.
—Bueno, ¿Quién va a ayudarme a llevarla a la cama?
Ambos se ponen de pie, sin embargo, es Pierce quien la carga y la deja en
la cama, donde me encargo de quitarle los zapatos.
Luego de que se van de la habitación, me pongo el pijama y entro al baño
y cuando estoy enjuagándome la pasta de dientes, la puerta se abre de par
en par, asustándome.
—Pierce, ¿Qué demo...?
Y entonces él está besándome, sin darme siquiera tiempo a pensar en que
demonios esta pasando, cuando sus manos se cierran en torno a mi cintura y
lo siguiente que sé es que estoy sentada en el lavatorio, con las piernas
enredadas en su cintura.
Pierce está besándome con desespero y pasión, me está besando como si
estuviera muerto de sed y yo fuera un arroyo de agua fresca.
Me obligo a calmar el beso, porque al paso que vamos, terminaremos
follando aquí mismo, teniendo en cuenta que tengo clavada su entrepierna
en la mía.
Una vez que rompemos el beso, Pierce apoya su frente en la mía,
negándose a mirarme e intentando, al igual que yo, acompasar nuevamente
su respiración.
—¿Pierce? —Pregunto con suavidad.
—Está bien —responde, todavía jadeante. —Lo siento, yo...
Cuando nuestros ojos se encuentran nos quedamos simplemente así,
mirándonos por lo que parece una eternidad, cuando solo son un par de
segundos.
—¿Qué sucede? —Susurro, acariciando sus mejillas con cariño y él,
como por acto reflejo, apoya su rostro en mi palma.
—Es que... —suspira y entonces me mira—, es que te necesito.
Abro la boca para responderle algo, pero las palabras no salen y ambos
quedamos sumidos en un incómodo silencio, de todas formas, Pierce solo
sonríe, como si supiera algo que yo no y deja un beso en mi nariz, antes de
salir del baño murmurando unas buenas noches.
A la mañana siguiente, los cuatro salimos a caminar por la ciudad, había
muchas cosas que ver y los chicos nos hicieron de guías turísticos ya que no
era la primera vez que estaban allí.
No se hicieron momentos incómodos ni mucho menos, Pierce actuó
como siempre y Dean tenía una sonrisa relajada en el rostro.
Isabella, por más que intentara no demostrarlo, estaba nerviosa, pero
decidí que lo mejor era intentar distraerla de lo que sea que estuviera
poniéndola de ese modo, ya que, conociéndola, no iba a largar nada por más
que preguntara.
A media tarde volvimos a la casita porque ya era hora de irse, su vuelo
salía en dos horas y tenía que llegar con un poco de antelación. Nos
despedimos con un fuerte abrazo con la promesa de vernos en un par de
semanas nuevamente en Nueva York.
Fue Pierce quien la acompañó nuevamente al aeropuerto, dejándonos a
mi y a Dean solos en la casita y es por eso que, nada más ver lo que tenía
entre manos, comenzó a negar con la cabeza.
Nos había explicado en el almuerzo que cada vez que fumaba porro,
sentía como si las partes del cuerpo se le durmieran y a lo largo de su
juventud, había pasado bastante pena debido a ello. Todos nos reímos de
aquello y Pierce se encargó de agregar algunos detalles escabrosos a su
historia.
—No se si será una buena idea —murmuro Dean, sin embargo, no
apartaba los ojos del porro que acababa de encender, qué me había
encargado de comprar con antelación y por supuesto, ya armado.
Dudosa lo puse entre mis labios y aspire, manteniendo el humo en mis
pulmones por la mayor cantidad de tiempo posible, hasta que lo expulse y
una gran cantidad de humo me cubrió el rostro entero, el olor a marihuana
se hizo más fuerte.
Sentí de inmediato su efecto y estaba segura de que era más potente que
las galletas que habíamos comido con Isabella aquella vez en una fiesta
universitaria, mi garganta ardió unos instantes, mientras que mis ojos no se
despegaban de los de Dean a mi lado, compartiendo el mismo sillón.
—¿Seguro que no quieres? —Pregunte con una sonrisa y agitando el
pitillo entre mis dedos.
Dean rodó los ojos antes de tomar el porro con sus dedos y darle una
buena calada, mucho más larga que la mía y una vez que expulsó el humo,
le dio otra más y otra, para luego volver a pasármelo. Le di una pequeña
calada y lo dejé en el pequeño cenicero artesanal que había sobre la mesita
ratona.
Sentí mi cuerpo lánguido, antes de dejarme caer suavemente hacia atrás y
casi en un acto inconsciente, estiré mis pies descalzos, chocando con las
piernas de Dean y tuve que tragarme un suspiro cuando sus enormes manos
se cerraron en mis tobillos y los acomodó sobre sus piernas, masajeando
levemente los arcos de estos.
Me relajé, por lo menos todo lo relajada que se podía estar después de un
porro y con Dean tocándome y cerré los ojos.
Sentí mis músculos pesados, pero por dentro estaba infinitamente
tranquila, sintiendo que las manos de Dean —que no habían dejado de
acariciar mis pies— ardían. Se sentía como fuego quemándome de la
manera más deliciosa. Abrí los ojos y me encontré con los de él, que ya
estaba mirándome y entonces esas manos que me acariciaban se sintieron
imposiblemente más íntimas y aquello me hizo tragar saliva con dificultad,
debido a que, por culpa de la droga, se me había secado la garganta.
—¿Ya lo sientes? —Pregunte y la voz me salió ronca y susurrante.
Dean sonrió, esa clase de sonrisa pecaminosa que lograba volver loca a
cualquiera, esa sonrisa que escondía pensamientos que harían sonrojar a
cualquiera.
—Estoy sintiendo muchas cosas, cariño, tendrás que ser más específica al
respecto.
No se porque, pero una risa burbujeante estalló de mi garganta.
—Idiota —dije, dándole una pequeña patadita con mi pie. —Tu piel,
¿está hormigueando ya?
Dean lo pensó unos segundos, la sonrisa boba —en conjunto con la mía
— mientras quitaba una de sus manos de mis pies y se tocaba la cara de
manera graciosa que me hizo reír.
Esperé y reí un poco más cuando seguía tocándose la cara como idiota,
hasta que me di cuenta de que yo estaba haciendo lo mismo, pero
sorprendentemente esta vez no sentía la cara dormida.
—¿Y bien? —Volví a preguntar.
—Ha empezado —murmuro con un sonido quejumbroso y luego empezó
a reír y entonces los dos estábamos riendo como tarados.
Y verás, esto es lo que pasa cuando fumas marihuana y es que a veces te
agarran unos ataques de risa que ni siquiera sabes por qué los tienes.
Me incorpore, todavía riéndome mientras observaba como Dean seguía
tocándose la cara, con la punta de los dedos, luego bajando por su torso,
tocándose por encima de la camisa que traía puesta.
—A ver, déjame... —murmure, quitando sus manos y reemplazándolas
por las mías.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunto, su mirada encapuchada sin
apartarse de mi rostro.
—¿Cómo que se siente? —Pregunte, presionando mis pulgares en sus
pómulos y el cerro los ojos ante aquella sensación.
Estaba medio incorporada, sosteniendo mi peso en mis rodillas y un poco
de mi cuerpo sobre el de él, a quien no parecía importarte.
—Se siente... —murmuro con los ojos cerrados, mientras que su cuerpo
parecía hundirse un poco más con el sillón en una pose más relajada—, se
siente como si pequeñas agujas se clavaran en mi piel —susurro al final,
volviendo a abrir los ojos. —Es un hormigueo extraño.
—Suena placentero.
Las palabras me salieron antes de que pudiera contenerlas y entonces
Dean clavó sus ojos en los míos y tragó saliva con dificultad.
—Lo es si eres tú quien está tocándome —respondió y parecía que el
tampoco había podido contenerse a responder aquello.
Peligroso.
Esto se estaba convirtiendo en un juego peligroso y culpe a la marihuana
en mi sistema por hacer que me importe un carajo, aunque en realidad sabía
que no era tan de aquel modo, pero le reste importancia y cuando quise
darme cuenta, Dean había presionado casi de manera imperceptible mi
cintura con la mano que había puesto allí hacía solo unos segundos y
entonces tomé aquello como un incentivo y cuando quise darme cuenta,
cada una de mis piernas estaba a los costados de las suyas, mi trasero
presionado al final de estas, nada demasiado comprometedor.
Ejem.
—Cariño... —susurro y entonces sus dos manos estaban sobre mi cintura
ahora, apretando tan fuerte que un poco dolía, pero no importaba, porque a
pesar de la bruma que estoy segura que nos invadía a ambos, se estaba
resistiendo a hacer cualquier otra cosa y yo..., bueno, yo no tanto.
La punta de mis dedos acariciaron su rostro y entonces lentamente fueron
a su clavícula, mis uñas rasparon un poco allí y lo siguieron haciendo
mientras bajaba por su cuello hasta llegar a la camisa que cubría su cuerpo.
Dean entonces clavó sus ojos en los míos de nuevo, mirándome con esa
intensidad que por más que había intentado olvidar, no lo había conseguido
del todo.
Mis dedos siguieron acariciando su pecho lentamente por encima de la
camisa y un suspiro salió de sus labios y entonces todo fue muy intenso y
calor golpeó mis terminaciones nerviosas y mis dedos picaron por sentir
más de su piel y de él.
Pareció adivinar hacia donde se habían ido mis pensamientos porque
entonces él dijo: —No lo hagas.
Pero yo ya había desabrochado el primer botón de su camisa y él tenía las
suyas propias en mi cintura, el pulgar de su mano derecha por debajo de la
camiseta que se me había subido apenas, acariciando mi piel, mientras se
me volvía de gallina por la sensación.
Mis ojos se apartaron de la intensidad de su mirada y se clavaron en la
piel dorada que apareció cuando desprendí el tercer botón y luego el cuarto
y el quinto y entonces tironee para sacarlo de debajo de su pantalón y deje
su pecho al descubierto.
Su piel ardía, como si en realidad estuviera volando de fiebre, había
sentido aquello cuando mis nudillos habían acariciado su piel mientras
desprendía su camisa y aquella sensación se había incrementado ahora que
tenía las palmas de mis manos sobre su pecho.
—Parece como si tuvieras fiebre —murmure en voz baja.
—Probablemente la temperatura de mi cuerpo haya subido tres o cuatro
grados desde que estas tocándolo —respondió él, sonriéndome apenas y yo
devolviéndole una sonrisa tímida.
Tragó saliva con dificultad cuando mis dedos se movieron apenas por
sobre su piel, los pulgares acariciaron sus pezones que se erizaron ante el
contacto y no me pasó por alto el siseo de Dean y sus manos presionando
más fuerte. Lo mire a los ojos cuando mis manos siguieron explorando
hasta llegar a su estómago y también un poco más abajo. Nuestros ojos
seguían anclados y los suspiros escapaban de nuestros labios, casi
imperceptibles por las sensaciones que intentábamos desesperados contener.
De seguro parecíamos dos adolescentes cachondos, entrando en aquella
edad en la que tienes a tu primero novio y se te da por curiosear. Mis manos
bajaron un poco más, allí donde estaba la prestilla de sus pantalones y
entonces sus manos se cerraron en torno a mis muñecas, deteniéndome a lo
que sea que fuera a hacer.
El sonido de unas llaves golpeando sobre la mesita de entrada hizo que
ambos nos sobresaltáramos, mientras clavábamos la mirada en Pierce, que
nos observaba con una mirada oscura e inquisidora.
Tragué saliva con dificultad, pero no me moví, Dean todavía tenía mis
muñecas apresadas y estaba casi segura de que no estaba respirando.
Ambos seguimos el movimiento de Pierce hasta la mesa ratona, tomando
el porro y el mechero, para luego encenderlo y llevárselo a los labios, para
luego darle una profunda calada, cerrando los ojos con placer en el proceso.
Después de eso se acercó a uno de los sillones individuales a nuestro
costado y se sentó, teniendo una espectacular vista de nosotros y
mirándonos con una sonrisa sobradora.
—No se detengan por mí —murmuro con un ademán de su mano.
—Es que... —murmure, con un ardor en el estómago y las mejillas al rojo
vivo.
—¿Sí? —Respondió él, indicándome que siga hablando.
—Es que quería ver si era verdad que a Dean se le dormía el cuerpo —
me excuse.
La sonrisa de Pierce se hizo más grande después de eso y un escalofrío
entero me recorrió el cuerpo, pero había algo extrañamente excitante en la
posición que nos encontrábamos. Pierce ladeo un poco su rostro y le dio
otra calada al porro sin dejar de mirarnos.
Trague saliva con dificultad y no me anime a mirar a Dean, que cuando
clavé un poco las uñas en la piel de su vientre bajo, aflojo por fin un poco el
agarre férreo en mis muñecas.
—¿Y Dean? —Pregunto Pierce.
—¿Qué? —Respondió este y parecía igual de hipnotizado que yo
observando a Pierce.
Éste solo sonrió en respuesta al percatarse de lo idiotizados que
estábamos los dos.
—No estábamos haciendo nada malo —se apresuró a decir, pero aquello
solo divirtió más a Pierce, porque sabemos que Pierce es así de retorcido.
—Por supuesto que no —respondió por fin, relajándose en el sillón sin
dejar de mirarnos.
Y entonces los ojos azules de Pierce se clavaron en mi e imagine, antes
de que salieran las palabras, lo que estaba a punto de decir.
—Apuesto a que si le besas, lo sentirá le doble.
—Pierce... —advirtió Dean, que se había quedado, literalmente, tieso
debajo mío.
—Apuesto, Minerva, que se sentirá de puta madre lo que esos dulces
labios pueden hacerle —siguió Pierce.
Sorprendentemente mi respiración se encontraba tranquila, por más que
mi interior sea, literalmente, un desastre.
Mis ojos se clavaron en los de Dean, sin embargo, antes de que pudiera
decir u hacer nada, sus manos se afianzaron sobre mis caderas y me dejo en
el sillón con cuidado, antes de que se pusiera de pie y caminara rápidamente
en dirección a la salida sin mirar atrás.
Me quedé unos cuantos segundos allí, sin siquiera moverme, con los ojos
fijos en la puerta de salida y cuando clavé mi mirada en Pierce, me encontré
con sus ojos azules y esa sonrisa pecaminosa que me volvía loca aún
sabiendo que solo traería problemas, pero sin embargo eran esa clase de
problemas que sabían a pecado, chocolate y caramelo.

—¿Crees que volverá? —Pregunte, preocupada.


Pierce se encogió de hombros, sin dejar de mirar la película de acción de
la tele.
—En algún momento le dará hambre —respondió casi con desinterés.
—Pierce... —me queje, pero este solo rodo los ojos y siguió mirando la
película.
No habíamos hablado de lo que había pasado antes y sabía que Pierce no
había tocado el tema porque esperaba que fuera yo quien lo iniciara, pero la
realidad es que no estaba lista para hacerlo.
No quería hacerlo.
Y él respetaba eso, gracias a Dios.
Seguí mirando en dirección a la puerta, mientras mordisqueaba mis
labios con nerviosismo.
—Ya volverá, Douce —dijo Pierce con suavidad y cuando clavé mis ojos
en los de él, el muy idiota, dijo: —Solo debe estar tratando de bajar la
erección monumental que le dejaste.
—Eres un...
Y en ese momento la puerta de entrada se abrió y Dean apareció por ella
y me sonrió suave nada más verme.
—¿Qué te está haciendo Pierce ahora? —Pregunto.
—Solo siendo él mismo y sacándome de mis casillas —respondí y me
puse de pie para acercarme a Dean unos cuantos pasos. —¿Tienes hambre?
—Pregunte, nerviosa. —Te guardamos comida, puedo calentarla si quieres.
—Ya comí algo por ahí —respondió y baje la mirada un poco
decepcionada—, pero gracias, cariño —agregó.
Asentí y me obligué a mirarle a los ojos. —Está bien —respondí.
No sabía por qué de repente me había puesto tan insegura y me sentía tan
desubicada al mismo tiempo.
Sentía que las cosas poco a poco se convertían en un caos y no estaba
segura de si aquello terminaría en catástrofe.
—Creo..., creo que me iré a acostar —murmure, haciendo mi camino a la
habitación.
—Perfecto, porque también estoy cansadísimo —murmuro Pierce, antes
de caminar también en dirección a la habitación.
Lo miré, confundida, antes de preguntar: —¿Qué haces?
—Yendo a acostarme —murmuro él, como si nada.
—Pero hay una sola cama —dije lo obvio.
—Si y una lo suficientemente grande, por cierto.
—Pero Pierce...
—¿Qué? Podemos compartir la cama, es una King, entramos
perfectamente los tres ahí.
—¿Qué estás diciendo? —Insistí con voz aguda.
—Ya compartimos la cama antes, ¿verdad? —Dice él, frenando en la
entrada para poder mirarme a la cara. —Mira, esos sillones no son para
nada cómodos, de hecho, no están hechos para que alguien duerma ahí,
¿sabes?
—Pero... —miré a Dean, que observaba todo igual de perplejo que yo.
—Yo puedo dormir en los sillones —respondió Dean, mirándome.
—Yo...
—Son incómodos, Dean, anoche no dormiste un carajo, te la pasaste
sentado y jugando al Candy crush.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Estaba a tu lado, idiota.
—De todas maneras, si Minerva no quiere, ninguno de los dos dormirá
en la cama con ella.
—Somos mayoría —dijo entonces Pierce. —Que ella duerma en el
sillón, yo no tengo problema en compartir la cama contigo, guapo —y
después de decir esas palabras, el muy idiota le guiña el ojo.
—Mine, no tengo problema en dormir en el sillón...
—Está bien —lo corte. —Vamos a dormir, carajo.
La risa de Pierce me siguió mientras entraba al cuarto, enojada, aunque
sin saber muy bien el porqué.
Entre en el cuarto de baño para ponerme el piyama, era el de siempre,
una remera grande y unos pantalones cortos que en vez de sexys eran más
bien de señora.
Respiré profundo y comencé a lavarme los dientes cuando Pierce abrió la
puerta: seguía con una puta sonrisa de oreja y sabía que algo se traía entre
manos. De todas maneras, le ignore y seguí lavándome los dientes y casi
logra que me atore cuando apoyó, literalmente, todo su cuerpo en mi
espalda para agarrar su cepillo y su pasta.
Casi me atoro cuando trago por el conducto equivocado la pasta con
sabor a menta.
—¿¡Pero qué haces!?
—Lavarme los dientes —responde como si nada, guiñándome el ojo.
Me enjuago la boca y cuando estoy por salir del cuarto de baño, chocó
contra Dean que venia justo entrando.
—Lo siento —murmuro por lo bajo y salgo de la habitación.
Miro la cama como si fuera una trampa mortal, pero entonces comienzo a
preguntarme dónde carajo me pongo.
Elijo el lado de la punta y me quedo allí, debajo de las mantas, dura como
una piedra mientras que me recuerdo a mi misma que es solo dormir,
aunque la otra vez fue mucho más fácil porque estaba medio peda.
Pierce entonces entra a la habitación, sin remera y con unos pantalones
largos de dormir —gracias a Dios— y mira el lugar exacto donde estoy
acostada.
—Yo no puedo dormir en le medio —es lo primero que dice. —Siento
que me ahogo —agrega.
Dean observa mi cara y luego a Pierce.
—Yo puedo... —comienza diciendo, pero Pierce lo interrumpe.
—Mira que no controlo ni las manos ni la polla cuando duermo, que si
me da por hacer cucharita, no vale pegar.
Inevitablemente se me escapa una risotada que hace que el ambiente un
poco se distienda, sin embargo, una vez que la risa se termina, los ojos de
Dean, inseguros, se clavan en los míos.
—Aún así puedo dormir en el medio —murmura.
—Esta bien —murmuro y ocupo el lugar que Pierce quería desde un
principio que ocupe.
Ambos se acuestan, cada uno en su lado y las luces de las mesitas de luz
son las siguientes.
Se escucha un bullicio bastante lejano, pero lo más relajante de todo es el
arrullo del agua fuera, que hace que lentamente el sueño me invada, sin
embargo, abro los ojos como platos cuando la mano de Pierce se cuela por
debajo de mi camiseta y entonces esta se cierra en torno a mi pecho y lo
aprieta antes de acercarme a él, enganchándome a su cuerpo.
—No me has dado un beso de buenas noches —susurra, aunque sé que
Dean puede escucharnos.
—¿Qué dices...? —Susurro, con la voz hecha un desastre.
—Quiero un beso, Minerva, ¿puedes darme un beso de buenas noches?
—Agrega.
Su pulgar e índice en ese momento deciden que es una buena idea apretar
mi pezón y no puedo detener el jadeo que sale de mis labios.
—Mierda...
—Es solo un beso —susurra él, antes de que sus caderas choquen con mi
trasero, haciéndome saber lo excitado que está.
Carajo.
Ladeo un poco mi rostro para poder verle a la cara e intentó por todos los
medios que no se me note la excitación, pero sé que él de todas formas
puede darse cuenta, porque es Pierce de quien hablamos.
Acerco mis labios a su mejilla y dejó un pequeño beso ahí.
—Sé que puedes hacerlo mejor que eso —me reta.
A pesar de la oscuridad que nos rodea, puedo distinguir su rostro, así
como también sentir el calor de su cuerpo envolviéndome.
Respiro hondo antes de acercar mis labios a los de él, sé que Dean puede
escuchar y saber lo que estamos haciendo, teniendo en cuenta el apasionado
beso que me da Pierce.
Por un momento tengo miedo de que quiera que las cosas pasen a
mayores, sin embargo, se separa antes de que pueda detenerlo yo y con su
pulgar limpia mis labios con suavidad, antes de decir: —Dean también se
merece un beso de buenas noches, ¿no crees?
No puede estar hablando en serio.
Dean no dice una palabra y entonces Pierce me da un pequeño
empujoncito y nada más, si quisiera esto terminaría aquí y ya, nadie va a
obligarme ni enojarse por lo que haga o deje de hacer, pero entonces estoy
moviéndome hacia donde se encuentra Dean. Su mano busca la mía por
debajo de las mantas cuando se pone de costado para enfrentarme.
Me detengo lo suficiente cerca como para sentir su cuerpo, pero no lo
suficiente como para tocarlo.
Trago saliva con dificultad cuando acerco mi rostro al suyo, pero
entonces una de sus manos va a mi mejilla y dice: —No tienes que hacerlo
si no quieres.
Asiento, solo porque eso ya lo se y cuando quiero darme cuenta, mis
labios chocan con los de él y entonces..., entonces estoy besando a Dean y
se siente bien.
Demonios, más que bien.
Su lengua acaricia la mía en una danza tranquila y un suspiro empieza en
mis labios para terminar en los de él.
Una de sus manos va a mi cintura y por fin nuestros cuerpos se están
tocando y jadeo y el gime mi nombre al mismo tiempo.
Se siente como si el universo se hubiera detenido y cuando quiero un
poco más de él, es cuando Dean rompe el beso, con la respiración hecha un
desastre y los ojos cerrados con fuerza.
—Buenas noches, cariño —susurra.
Eso es toda la señal que me dice que nada más va a pasar esta noche y
esta bien, está bien porque si hago las cosas de esta manera, apresurada, es
entonces cuando después me arrepiento.
Asiento mientras pongo un poco de distancia entre nosotros, la única
parte que se mantiene unida son nuestras manos y entonces el brazo de
Pierce se enreda en mi cadera y me acerca a él, dejando un beso en mi
cabeza y hundiendo su rostro en mi hombro, con su brazo debajo de la
camiseta y su mano apretándome una teta.
Antes de siquiera darme cuenta, estoy cayendo en uno de los sueños más
reparadores que tuve nunca.

***
HOLA BEBIS, VOLVÍ
ESPERO PODER SUBIRLES CAPITULOS MÁS SEGUIDO
GRACIAS POR LA PACIENCIA Y EL CARIÑO QUE SIGUE
RECIBIENDO PECADO
ESPERO QUE LES ESTE GUSTANDO LA HISTORIA, NO
QUEDA DEMASIADO PARA QUE TERMINE Y SEPAMOS EL
DESENLACE DE MINERVA :(
POR FIS, NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y SIGANME EN REDES:
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LXS AMO MUCHISIMO
LES MANDO MILLONES DE BESOS Y CARIÑOS, HASTA LA
LUNA IDA Y VUELTA
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

QUELQU'UN M'A DIT

—Entonces..., estás yéndote —murmuro mientras le observo hacer su


maleta.
—Sip...
—¿Por qué estás yéndote tan de repente? —No puedo evitar preguntar.
—¿Es por lo de anoche?
Dean sonríe, de esa manera que sabe que me vuelve loca, antes de clavar
sus ojos en los míos y acercarse los pocos pasos que nos separaban.
—No, cariño, no tiene nada que ver con lo que pasó anoche —murmura,
tomando mis mejillas entre sus enormes manos.
—Okey —farfullo por lo bajo, mis labios fruncidos por cómo aprieta mis
mejillas.
Y entonces Dean sigue sonriendo y yo intento devolverle la sonrisa, pero
cuando quiero darme cuenta, sus labios se pegan a los míos y entonces nos
estamos besando. Mis manos se enredan en su cuello, acercándolo más a mí
y él por su parte hace lo mismo, aunque no profundiza el beso, sino que
simplemente es un toque de labios que termina más rápido de lo que
esperaba.
—Fue increíble compartir estos días contigo, Mine, en verdad lo
necesitaba —murmura.
Le sonrío en respuesta, solo porque de repente las palabras se me atascan
en la garganta cuando quiero responderle y las preguntas que tengo alojadas
en el pecho también me las trago, porque si bien sus ojos están llenos de
amor, también albergan una tristeza que siento que me parte por dentro y
por más que vaya a insistir con el tema, se que Dean no va a decirme nada
de lo que este pasándole.
—¡Dean! Carajo, vas a perder el vuelo.
Dean ríe al escuchar a Pierce gritarle aquello desde la cocina, mientras
que yo le sonrío a duras penas.
—¿Qué carajo están haciendo ustedes dos ahí? Andando, muevan el culo.
—¿Dónde iremos nosotros? —Le pregunto por quinta vez a Pierce.
—Te dije que era una sorpresa —vuelve a repetirme como cada vez. —
Andando.
Y entonces está tomando mi valija y llevándola al auto que nos espera
fuera, los tres haciendo nuestro camino al aeropuerto y dejando esta ciudad
de cuentos de hadas atrás.
Apoyo mi cabeza en el hombro de Dean mientras vamos apretujados en
el auto y él por su parte hace lo mismo, respirando el perfume de mi cabello
sin disimulo.
Hacemos los trámites en el aeropuerto rápidamente, y el primer vuelo de
que despega es el de Dean y yo por más que intente ver dónde era que
íbamos a dirigirnos con Pierce, éste no me dejo hacerlo, sino que me chistó
por lo bajo y sonrió de esa manera canalla que me decía que tenga
paciencia.
—Ten un buen viaje, envíame un mensaje cuando llegues —murmura
Pierce a Dean, luego de darle un abrazo varonil.
Dean simplemente asiente y ahora su semblante luce del todo derrotado.
Antes de que siquiera termine de soltar a Pierce, yo ya he saltado a sus
brazos, enterrado mi rostro en su pecho y lo estoy abrazando de una manera
que pareciera que no vaya a verle nunca más.
No sé cuántos minutos pasan en los que simplemente nos quedamos así,
hasta que avisan el último llamado de su vuelo y entonces nos separamos.
—Pásalo bien, ¿vale? No dejes que Pierce te colme toda la paciencia.
—No lo haré —respondo, carraspeando y dando un paso atrás.
Dean nos observa a ambos, clava su mirada en la posesiva mano de
Pierce que se cierra en torno a mi cintura y si bien traga saliva con
dificultad, también nos da a ambos la primera sonrisa sincera en el día.
—Nos vemos pronto —murmuro.
Y Dean no responde, solo sonríe para luego darse media vuelta y
desaparecer por la pasarela que lo lleva a su avión.
—Bueno, andando —dice Pierce, tomándome de la mano y obligándome
a avanzar.
—¿Vas a decirme dónde demonios vamos?
—Seguro —y estoy sonriendo enorme ahora, porque por fin voy a saber
nuestro próximo destino antes de que Pierce lo arruine, por supuesto. —
Ahora iremos a por algo de comer, muero de hambre y los snacks de los
aviones nunca me llenan lo suficiente.
—Eres insufrible —farfullo enojada, cual niña pequeña y él en respuesta
simplemente se ríe.
No se cuanto tiempo pasa exactamente, pero estoy segura de que fueron
un par de horas, en las que almorzamos algo y luego nos pusimos a hablar
de todo y de nada y ambos caminamos por el aeropuerto tomados de la
mano, comprando chucherías que encontramos por ahí y el tiempo se
convirtió en nada y yo hasta me había olvidado que no tenía idea de cual
sería nuestro próximo destino.
Estaba decidiendo si comprarme una edición limitada de un libro que
amaba pero que estaba en italiano, cuando Pierce murmuro de repente: —
Ese es el llamado a nuestro vuelo, andando.
—Demonios, no escuche —me quejo, pero entonces estamos frente a la
puerta de embarque. —Pierce...
—¿Si, Douce?
—Nosotros... —tartamudeo como idiota. —¿Dónde estamos yendo
nosotros exactamente?
Mis ojos se encuentran con los de él y carajo, nunca lo había visto
sonreírme de esa manera, en realidad nunca lo había visto sonreír así a
nadie, sin embargo, lo que me deja de piedra, son las siguientes palabras
que me larga, como si estuviera diciéndome lo más casual del mundo.
—Nosotros, Minerva..., nosotros estamos yendo a Francia —dice,
dándome un pequeño tirón en la mano para que avance por la plataforma de
camino al avión. —Estamos yendo a Francia para que conozcas a mis
padres.
Bueno, mierda.

Hace por lo menos veinte minutos que el avión despegó y yo sigo sin
poder pronunciar palabra, mientras que Pierce tomó el código civil de mi
bolso y está leyéndolo muy entretenido.
No, no me pregunten porque todavía lo conservo, porque siquiera yo
misma lo sé.
—Entonces, tu casa —murmuro, mirando por la ventanilla hacia el cielo
inmenso.
—Aja —responde Pierce, concentrado en el libro.
Por Dios.
—Pierce —murmuro, intentando llamar su atención.
—Dime —responde, pero no me mira.
—¿En serio estamos yendo a casa de tus padres? —Pregunto por primera
vez, muerta de nervios.
—Si —se limita a responder él sin más.
—¡Pierce! —Me quejo, quitándole el libro de las manos y haciéndolo
saltar en el lugar por la sorpresa. —Préstame atención, demonios.
Pierce mira a su alrededor por mi exabrupto que como no, llama la
atención de la gente que nos rodea, sin embargo, termina por clavar sus ojos
en los míos y con una calma que sé que no siente, pregunta: —Tienes mi
entera atención ahora, Douce, dime...
—¿Cómo es que vamos a ir a ver a tus padres?
—¿Qué tiene?
—¿Cómo que qué tiene? Son tus padres Pierce, por amor a Dios.
Se lo piensa unos instantes, para luego asentir y decir: —Si, la última vez
que lo comprobé, eran mis padres.
—No estás tomándome en serio —refunfuño.
—Hey... —murmura él, llamando mi atención. —¿Acaso no quieres
conocerlos? ¿Es eso? —Pregunta y no me pasa por alto la desesperación en
su mirada.
—No, no es eso, pero es que... —me muerdo los labios para luego
obligarme a soltar las siguientes palabras—, ¿en carácter de que vas a
presentarme?
Nada más decir aquellas palabras, me arrepiento.
¿Cómo, en el infierno, se me ocurre largar algo así?
Pierce suspira, como si estuviera juntando paciencia, antes de tomarme
de las mejillas y decir en su lugar: —¿De que manera te sentirías cómoda
tu?
—Yo... —niego con la cabeza—, no lo sé —termino diciendo.
—Mira, solo quiero ver a mis padres, ha pasado un tiempo, ¿sabes? Y
estábamos cerca, iban a cortarme de las pelotas si no pasaba por lo menos
una noche a saludar.
—Está bien —respondo, sintiéndome un poco culpable por acaparar todo
su tiempo con este viaje, cuando de seguro él hubiera venido antes a verlos.
Pero, a decir verdad, siquiera me di cuenta de ello, mi familia se limita a
Genevieve y no es como si tuviera la libertad para verla cada vez que
quisiera.
En ese momento recuerdo que ha pasado una barbaridad de tiempo desde
la última vez que la vi y un nudo se me forma en la garganta.
—Hey... —murmura Pierce, llamando mi atención y tomándome
suavemente del mentón para que le mire—, ellos van a adorarte, Mine, no
hay una parte de ti que no vayan a querer, lo sabes, ¿verdad?
Me trago que de seguro sus padres prefieran a Alyssa, pero la realidad es
que no tengo idea de que relación tenían sus padres con quien fue pareja de
Pierce tantos años.
Demonios, siquiera sé qué relación tienen Pierce y ella todavía, de todas
maneras, me digo a mi misma que todavía no estoy lista para saberlo, para
preguntar, así que me limito a sonreírle con una confianza que no tengo y
dejo que sus labios acaricien los míos suavemente, mientras me repito a mi
misma una y otra vez que todo va a estar bien, solo tengo que dejar que el
universo disponga.
Si, eso, confiaremos en el universo.
Universo, por lo que más quieras, no la cagues esta vez.

Una vez en el aeropuerto de París, buscamos nuestro equipaje y


rápidamente salimos de la zona de embarque, dirigiéndonos directamente
fuera.
Pierce para rápidamente un auto y le da una dirección, todo en un
perfecto francés que a mis oídos es exquisito.
Su mano, casi de manera inconsciente, busca la mía mientras conversa
con el conductor y yo me quedo mirando por unos instantes nuestros dedos
unidos, como su pulgar acaricia de manera distraída mi piel.
No puedo negar que me encuentro bastante nerviosa, sin embargo,
respiro hondo y sonrío cuando Pierce me muestra algo de la ciudad. No
vemos la torre Eiffel, pero me promete que me traerá a conocerla pronto.
Sus padres viven un poco alejados de la ciudad, en un pueblo con casitas
una al lado de la otra y mucho verde alrededor, muy distinto a Nueva York
y no puedo negar el encanto del lugar.
El auto estaciona en una cerca de madera, donde una casa de ladrillos y
tejas color rojas nos da la bienvenida. Se apresura a pagarle al conductor
mientras bajamos del auto y tomamos nuestras maletas. Peleo un poco con
el camino empedrado cuando las rueditas de la valija se me atascan y en ese
momento —mientras el taxi se aleja de manera un poco abrupta levantando
la tierra del camino—, la puerta de la casita se abre y una mujer bajita y con
las mejillas llenas y coloradas, sale de allí.
Me doy cuenta que es la madre de Pierce nada más verle los ojos, que
son iguales a los de su hijo y entonces un hombre casi tan alto como él,
también se asoma por la puerta y sale disparado detrás de su mujer para
saludar a su hijo.
Pierce abraza a su madre —que llega primero—, mientras esta le susurra
cosas en francés que no llego a comprender, su padre los observa un paso
más lejos, hasta que Pierce abre un brazo y lo invita al abrazo familiar.
De más está decir que en el cuadro que tengo en frente, sobro, pero sin
embargo observo con una sonrisa el momento y me remuevo un poco
incómoda.
Me siento como ese amigo que iba a los eventos familiares, pero de otra
familia, que nadie sabía cómo siquiera había llegado allí.
Demonios.
Pierce por fin se separa de los brazos de su madre, dándole un cariñoso
beso en la frente, antes de pasar un brazo por sus hombros y clavar sus ojos
en los míos.
Momento incomodo.
Largo una sonrisa rara y luego tocándome el pecho con la mano, digo
lentamente: —Mi-ner-va.
La madre de Pierce frunce el ceño y el padre simplemente me mira un
poco perplejo.
—Mi-nombre... —digo lentamente, no se que demonios estoy haciendo.
—Mi-ner-va.
Pierce tiene que morderse los labios para aguantarse la risa, sin embargo
—luego de mi mirada asesina— carraspea y dice: —Mamá, papá, ella es
Minerva, Minerva Wilson.
La madre de Pierce se adelanta y deja un beso en cada mejilla,
sonriéndome suavemente, antes de murmurar en un perfecto inglés: —
Mucho gusto, Minerva, mi nombre es Marie y el de mi marido, Gerard.
Gerard, el padre de Pierce, se acerca y da dos besos en mis mejillas,
aunque no dice nada.
Por supuesto que iban a hablar perfectamente inglés, por todos los cielos.
—Mucho gusto —me obligo a decir.
Pierce comienza a caminar por el camino empedrado con su madre
todavía enredado en su madre, mientras responde a lo que sea que su padre
le haya preguntado en francés.
Mientras tanto yo arrastro mi valija, haciendo un desastre con las
piedritas que delimitan el camino de entrada y entonces Pierce, cuando ve
que no lo sigo, se gira, mientras que rápidamente —y de manera bastante
desesperada, cabe destacar—, muevo mi pie de un lado a otro intentando
arreglar el desastre que acabo de hacer en el bonito camino de entrada.
Pierce, nuevamente, se aguanta la risa, sin embargo, suelta a su madre,
que lo observa extrañada, cómo toma su valija con una sola mano para acto
seguido, con su mano libre, tomar la mía.
—Gracias —suspiro por lo bajo, mientras siento que el sudor me cae por
la espalda.
Mierda, esto está siendo un desastre, un desastre monumental y con todas
las letras.
Sonrío incómoda cuando su padre mantiene la puerta abierta para mi.
Sonrisa que, por supuesto, no devuelve y creo que, por la primera impresión
que estoy dando, ya me odia.
La casa por dentro es cálida y los pisos de madera hacen ruido una vez
que estamos dentro. Está exquisitamente decorada, sencilla, pero sin
embargo se nota la mano de un decorador detrás, esos pequeños detalles
que la hacen tan hermosa.
Cuando quiero darme cuenta, toda la familia Greco me observa y
mientras siento que mis mejillas se incendian, me remuevo incómoda en mi
lugar.
—¿Qué? —Pregunto, mirando a Pierce con pánico. —¿Rompí algún tipo
de protocolo al entrar? —Medio susurro, como si los padres de Pierce no
pudieran escucharme, pero obviando aquello, miro a su madre, Marie, y
digo: —Muy-hermosa —y luego, abriendo mis brazos para darme a
entender, agrego: —La-casa-es-her-mo-sa.
No puede nadie decirme que no lo intente, porque hasta gesticulo con los
labios y todo.
—¿Te sientes bien, querida? —Pregunta su madre, nuevamente en un
perfecto inglés.
—Si sabes que mis padres te entienden, ¿no? —Termina largando él sin
poder aguantarse.
Y entonces, justo en el momento en el que voy a decir algo, aunque
siquiera puedo recordar que, una voz a mi costado nos interrumpe: —Es
que Minerva da unas primeras impresiones del carajo, pero les juro que mi
nieta es buena gente.
Mi cabeza se gira como un resorte al escuchar esa voz.
Esa voz...
Genevieve.
Gen.
Ella, ella está justo delante mío, con esa sonrisa tan propia, tan de ella.
Mi abuela.
Mi.
Abuela.
Mi Gen.
Creo que una especie de sollozo me sale de los labios, aunque no se si es
de felicidad o de lamento y me quedo ahí quieta, sin siquiera poder
moverme, sin reaccionar.
Siento las miradas de los Greco en mi, de todas maneras, los ignoro, los
ignoro mientras siento que las lágrimas acarician mis mejillas y los ojos de
Gen, por más dura que sea, también se abrillantan un poco.
—Que tiene que hacer esta pobre mujer, luego de caminar por los pasillos
alfombrados del infierno, para que su nieta le de aunque sea un abrazo.
Y esa es Gen, esa es mi abuela.
Antes de siquiera termine la última frase, mis piernas rápidas avanzan
donde ella se encuentra y entonces la estoy abrazando y mi rostro se
entierra en su cuello y ese olor tan familiar me envuelve. El olor de mi
infancia, de los mejores momentos de mi vida, los momentos rodeados de
conversaciones, de charlas, de confidencias. Siento que por dentro me
desarmo y me vuelvo a armar, no mejor ni peor que antes, sino diferente,
pero más como yo misma, como la Minerva que ustedes conocen, llena de
rarezas.
Muchas veces no dejo esa parte mía a relucir, por que me siento débil,
siento que no luché lo suficiente y entonces es como si esa parte mía se
durmiera, pero cuando sus brazos, más delgados que la última vez que me
abrazaron, todo vuelve como una ola gigante que me arrasa, dándome
cuenta lo mucho que la extraño cada día de mi vida, lo mucho que me
gustaría poder tenerla cerca, conmigo, siempre conmigo.
Y ahora que vuelve a abrazarme , me doy cuenta de lo importante que es
la familia, no la familia de sangre, que esa, en ocasiones, es mejor perderla
que encontrarla, pero si de la familia esa que una a lo largo de la vida se
arma. Si, Genevieve es mi sangre, pero es más que eso, es esa persona que
volvería a elegir toda mi vida y muchas veces me he llegado a preguntar si
en realidad, el que mis padres hubieran estado toda mi vida ausentes, no fue
el precio que tuve que pagar por tenerla a ella.
—Gen...— suspiré contra su cuello, con su olor a canela envolviéndome.
—Hola, dulce capullito mío— murmuro ella, usando aquel mote que me
decía de pequeña.
Me separé un poco, solo por que necesitaba verle a los ojos, cerciorarme
de que ella era real.
—Hey tu —dije, mientras cerraba los ojos cuando ella limpiaba con
amor, tanto amor, mis lágrimas.
—Te extrañe, corazón.
—Te extrañe más, Gen —respondí y me mordí los labios para aguantar el
sollozo que tenía alojado en la garganta.
Nos quedamos unos cuantos instantes así, simplemente disfrutando el
hecho de tenernos la una frente a la otra, el mirarnos, el saber que nos
teníamos en el aquí y ahora.
Sus ojos se perdieron detrás mío y recordé donde estábamos, con quien.
Me apresuré a limpiar mis lágrimas y me percaté de lo que habíamos
demostrado aquí, frente a la familia de Pierce y entonces un resquicio de
miedo me atacó, un calambre que casi me hace doblarme sobre mi misma.
Mis ojos, alarmados, de inmediato se encontraron con Pierce, pero él,
lejos de parecer preocupado, tenía una sonrisa en su rostro y sus ojos no
dejaban de mirarme, sus ojos, llenos, muy llenos de amor, de un amor que
siquiera se molestó en disimular.
Marie, su madre, se apresuró a limpiarse las lágrimas, antes de acercarse
donde estábamos y tomarme de las manos: —Siempre vas a ser bienvenida
en mi casa, Anallise —dijo ella, y el nombre que usó, ese nombre me supo
amargo y no me sentí propietaria de aquel nombre, por que como había
dicho alguna vez, Anallise había muerto en aquel sótano.
—Es Minerva —la corregí, apretando sus manos con delicadeza.
—Bienvenida a mi casa, Minerva —dijo ella entonces y en ese momento
supe, supe dentro de mi corazón, que las cosas por primera vez en mucho
tiempo podían ir bien y por otro momento más, me permití creer que tal
vez, solo tal vez, había una oportunidad más para Pierce y para mi.
Para poder ser felices.

No se que hora es cuando entro en la habitación que me asigno Marie,


pero segura como la mierda es que es casi de madrugada. Teniendo en
cuenta que absolutamente todos los que estábamos en la casa somos
cocineros, a la hora de preparar la cena fue casi una masacre, pero entonces
arrastre a Gen lejos de la cocina y la obligue a sentarse para que hablara
conmigo y eso hicimos.
Hablamos por horas.
De todo y de nada al mismo tiempo, le conté de mi viaje por Europa con
Pierce, de la convención, hablamos de mi cafeteria, de mis amigos y ella me
contó su recuperación, como de repente mi padre parecía querer pasar
tiempo con ella. Genevieve me aseguro que era porque el muy idiota creía
que se moriría pronto y quería quedarse con su fortuna, de todas maneras, a
pesar de ello, pude ver el anhelo en su expresión, como si a pesar de todo,
quisiera creer que su hijo realmente quería pasar tiempo con ella.
Se me rompio un poco el corazón por Gen, pero no podía contradecirla
en la realidad de que mi padre era un idiota.
Habíamos cenado entre anécdotas de su juventud, de como se habían
conocido, de como en realidad Gen estaba interesada en el padre de Pierce,
pero que él nada más ver a Marie, solo había tenido ojos para ella.
Gen bromeo con que intentó separarlos varias veces y que nunca lo logró.
Me digo a mi misma que bromeo, pero tampoco me costaría creer que
realmente lo intento.
Y luego, fiel a su personalidad, comenzó a contar de la vez que fueron a
una playa nudista y la madre de Pierce, pobre, sentí que las mejillas le iban
a explotar. Hasta el padre de Pierce termino sonrojado.
Creo que nunca había escuchado a Pierce reir tanto.
Una vez dentro del resguardo de las mantas, me quede simplemente
mirando el techo, con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa idiota
que no podía quitarme del rostro y entonces la puerta de la habitación hizo
un chirrido cuando se abrió lentamente y la luz del pasillo se coló por ella.
Sabía que era Pierce antes de que entrara a la habitación y tuve que
taparme con las mantas el rostro cuando cerró la puerta más lentamente que
al abrirla, pero así y todo hizo un chirrido, haciéndolo refunfuñar por lo
bajo.
Abrí las mantas para que se acostara a mi lado y él no tardó en
envolverme entre sus brazos, pegandome a su cuerpo caliente.
Me puse de costado, apenas si podía distinguir su rostro en la densa
oscuridad, pero me las arregle para poner mi mano en su mejilla y darle un
beso suave.
—Gracias —le dije, desde lo más profundo de mi corazón. —Gracias por
traerme aquí, gracias por Gen, gracias por el viaje, gracias, gracias,
gracias...
Enterré mi rostro en su pecho cuando las lágrimas y la gratitud me
inundaron.
—Hey, ¿Por qué lloras, Douce? —Pregunto.
—No lo sé —respondí con una risa y un poco de llanto al mismo tiempo.
Pierce me obligo a separarme de su cuerpo y entonces me estaba
besando, acariciandome por encima de la ropa y luego por debajo de ella.
Su lengua danzaba con la mía en una lucha de poder, de todas maneras no
hubo mucho por hacer, lo deje ganar, porque desde que habíamos empezado
este juego, había un solo ganador y ese era él.
Sus manos, tentativas y suaves, comenzaron a subir mi camiseta y
levante los brazos para que me la quitara. Sus dedos acariciaron con
veneración mis pezones, apenas si los pellizcaron y yo tuve que morderme
los labios con fuerza para no gemir por el placer que me produjo aquello.
Habían pasado demasiados días desde que habíamos follado y no podía
negar la necesidad que me corroía por dentro, era como si mi cuerpo
llamara al suyo, como si le necesitara para respirar.
Para vivir.
Mis manos bajaron sus pantalones junto con sus boxer y siseo cuando sin
querer le rasguñe por la bruteza y el apuro.
Reímos entre beso y beso y entonces él estaba bajando mis bragas y su
dedo, ese pecaminoso dedo, acariciaba con pereza mi centro, encontrando
allí la prueba irrefutable de lo mucho que le deseaba.
Lo obligue a ponerse encima mío y abrí las piernas para él y entonces, en
el momento que estaba a punto de penetrarme, se detuvo.
—No traje un condón —murmura.
—Pierce... —me quejo.
—Lo siento —dice, dejando un beso en mi cuello, mientras deja caer su
cuerpo sobre el mío, mostrandome cuán excitado está. —Solo venia a
acurrucarme, lo juro —susurra.
Me río, no puedo evitarlo, porque ninguno de los dos somos de esos que
simplemente se acurrucan, no con esta necesidad que sentimos el uno por el
otro.
Paso mis piernas por su cintura, acercandolo.
—¿Lo has vuelto a hacer sin condon? —Le pregunto al oído.
Y sé que solo puedo preguntar aquello porque la oscuridad de la
habitación y de la noche me cubren.
Pierce se endurece nada más escucharme preguntar aquello.
—Nadie despues de ti —responde él, separando su rostro del mío. —
Nadie en muchísimo tiempo, Douce, no después de conocerte.
No se que es lo que me hace esa confesión, pero entonces estoy elevando
mis caderas para que lo haga, para que nos unamos así, con esta confianza
que sentimos, con esta necesidad que necesito saciar de él aunque no se si
vaya a lograrlo.
—Douce, Douce... —susurra, la cabeza de su pene patinando por entre
mis mojados labios. —No se..., carajo, no voy a durar, ¿vale? No lo hagas
dificil para mi.
—Pierce... —me quejo, pero siento que estoy ardiendo, siento que voy a
quemarme viva si no me hace el amor de una vez por todas.
—¿Sigues tomando tus pastillas?
—Si, mierda —me quejo y rie.
Pero la sonrisa se le muere cuando comienza a penetrarme, cuando lo
siento adentro mío, piel con piel y se siente tan bien, tan caliente. Y estoy
tan llena de él, de mí, de nosotros y entonces Pierce está saliendo y cuando
vuelve a entrar, la cama hace un chirrido en medio de tanto silencio que el
livido se me va al carajo.
—Pierce... —me quejo entre un gemido, pero entonces él vuelve a
penetrarme y la cama parece hacer aún más ruido.
—No puede ser —muurmura él, enterrado dentro mío mientras esconde
su rostro en mi cuello.
—Estamos haciendo mucho ruido —susurro.
—Lo sé, carajo, lo sé —se queja.
—Tus padres van a escucharnos.
—Lo se —dice nuevamente, pero entonces repite el movimiento y la
cama, por Dios, el ruido de la cama es cosa de otro mundo.
Me entra la risa tonta y nerviosa, solo por lo surrealista de la situación y
entonces Pierce está insultando por lo bajo palabras inentendibles en
francés, cuando me toma por la cintura y sale de la cama, toma una de las
mantas de la cama y la pone en el suelo, donde se sienta y me pone encima
de él.
Hicimos mucho ruido porque los pisos de la casa son de madera y él lo
sabe, pero pareciera que ya le importa un carajo todo. No ha salido de
adentro mío y entonces cuando él se sienta, me toma por la cintura y me
obliga a follarlo.
Gimo por la nueva profundidad que alcanzamos ahora y entonces me
muevo suavemente, solo porque aunque estemos en el suelo, también
hacemos un poco de ruido.
Pierce me besa los labios, las mejillas, agarra mis pechos con las dos
manos y los juntas, besandolos con suavidad, farfulla cosas por lo bajo que
no le entiendo, lleva sus manos a su cintura para seguir el movimiento de
mi cadera mientras follamos, murmura en mi oído que soy perfecta, que
nunca se podría cansar de esto, que quiere verme sonreír toda la vida, que
mi risa hace que le den erecciones dolorosas.
Rio cuando le escucho decir aquello y entonces él besa mi sonrisa, como
si pudiera atesorarla dentro suyo siempre.
Ambos queremos acelerar el ritmo para venirnos, pero sabemos que
estamos haciendo el suficiente ruido como para que el resto de la casa se de
cuenta de lo que estamos haciendo, solo espero que sus padres tengan el
sueño pesado, por Dios, rezo a los cielos que esten dormidos.
Asique follamos por tanto tiempo, lentamente, que se me acalambran las
piernas y entonces Pierce esta ayudandome y me avisa que no puede más y
una vez que siento su pene palpitar dentro mío, una vez que siento como él
está llenándome, me vengo con su nombre susurrado en mis labios.
Nos quedamos unos segundos abrazados, recuperandonos, mientras me
acaricia la espalda, las piernas, me acaricia todas las partes que puede y
entonces nos ponemos de pie cuando el sudor se seca en mi piel y me
recorre un escalofrío.
Pierce me ayuda a limpiar su excitación que cae de mi cuerpo y luego de
hacer lo mismo para él, se pone sus boxer y se acuesta detrás mío.
Siquiera me molesto en buscar mi pijama, sino que me puse directamente
las bragas y la camiseta que él traía puesta llena de su perfume.
Sus brazos me envuelven por detrás y es el primero en dormirse de los
dos, mientras que yo le pido al universo una y otra vez, que por favor deje
que esto dure y con ese pensamiento, después de un rato, termino
quedandome también dormida, en el resguardo de los brazos de Pierce, con
el pensamiento de que podría dormirme de esta manera para siempre,
rondando en mi cabeza.

***
HOLA BEBES
PROMETIDO ES DEUDA ¿NO? UN NUEVO CAPITULO
¿ESTÁN PREPARADXS PARA LA RECTA FINAL? SI LOS
CÁLCULOS NO ME FALLAN, QUEDAN MENOS DE DIEZ
CAPÍTULOS PARA EL FINAL Y SOLTAR A MINERVA Y A TODOS
ESOS PERSONAJES QUE SUPIERON LLENARME EL CORAZÓN
ME DA COSITA DECIRLO, PERO DE SEGURO UNA VEZ QUE
TERMINE, DE SEGURO UNA QUE OTRA LAGRIMAS SE ME SALE
NO SE OLVIDEN POR FAVOR DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
RECUERDEN SEGUIRME EN REDES:
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Y OBVIAMENTE ME AYUDARIAN MUCHISIMO SI
COMPARTIERAN LA HISTORIA CON OTROS LECTORES, O ESOS
FAMOSOS QUE HACEN VIDEOS, JEJE
DESDE YA MUCHAS GRACIAS
LXS QUIERO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO

UN MINUTO ENTRELAZADOS

Aún no estoy despierta del todo, sin embargo, puedo sentir como Pierce
intenta despertarme poco a poco, los besos sutiles llueven por mis mejillas,
mis labios, mi cabello y mi clavícula. Sonrío antes de siquiera abrir los ojos
y entonces él esta besando mi sonrisa, su mano acaricia con delicadeza mi
vientre por debajo de la camiseta que use para dormir. Se escucha el cantar
de los pájaros fuera, aunque por la luz que logra colarse por la ventana, me
doy cuenta que no es tan temprano como imagine.
—Buenos días, Douce —murmura Pierce.
Tiene los ojos brillantes, más brillantes de lo que se los he visto nunca y
una sonrisa suave en su rostro, relajada. Una sonrisa que me gustaría verle
para siempre.
—Buenos días, Voldy —murmuro en respuesta.
Pierce rueda los ojos, sin embargo, no borra la sonrisa del rostro.
—Listilla, es hora de levantarse —murmura, poniéndose de pie.
Hago una mueca con el sonido que hace el piso cuando se pone los
pantalones que traía puestos anoche.
—¿Todos duermen todavía? —Pregunto, estirando mis brazos en alto y
aprovechando para quitarme su camiseta.
Río al ver como Pierce se queda mirando mis pechos fijamente, por lo
que me apresuro a taparme con la sábana e insisto: —¡Pierce!
—Todos despiertos, mi padre debe ir por su segundo desayuno.
Cualquier rastro de sonrisa y diversión se borra de mi semblante.
—¿Qué estás diciéndome? ¿Cómo que todos despiertos?
—Si —se encoge de hombros como si nada, pero es que este hombre no
entiende nada.
—¿Genevieve?
—Bajo hace por lo menos una hora.
—¿Desde que horas estas despierto tu?
—Un poco después de que amaneciera.
—¿Y no se te ocurrió, no se, que tal vez no quería dormir hasta tan tarde?
—¿Querías que te despertara? —Pregunta en respuesta.
—Pierce, es mi primera noche en casa de tus padres, por supuesto que
quería que me despertaras, debo de estar dando una horrible impresión
durmiendo hasta tan tarde.
—No son ni las diez —intenta consolarme él.
—¡Pierce! —me quejo, mirando la hora en mi teléfono. —¡Faltan cinco
minutos para las diez! —Me quejo, fastidiada y nerviosa, mientras bajo de
la cama y me apresuro a cambiarme.
—Pareciera como si estuvieras cabreada conmigo —murmura él por lo
bajo.
—Por que estoy enojada contigo.
—¿Y ahora que hice?
—El que no te des cuenta solo me enoja más —agregó y luego comienzo
a empujarlo fuera de mi habitación, ignorando el ruido molesto que hacen
los pisos cuando caminamos. —Ahora, fuera.
—¿Por qué me echas?
—Baja la voz, con un demonio —me quejo en susurros. —Ve primero tu,
yo bajaré en un rato.
—¿Por qué?
Cierro los ojos y suspiro, intentando tener paciencia con él.
—Pierce, no quiero, en el caso de que haya ocurrido algún milagro
anoche, que para tus padres sea más que evidente que estuvimos haciendo
el sin respeto bajo su techo.
Él abre la boca para decir algo, sin embargo, no le salen las palabras y al
final termina murmurando: —Mis padres saben que tengo una vida sexual
activa.
Le cierro la puerta en la cara y suspiro con alivio cuando escucho sus
pasos yendo en dirección a las escaleras.
Bueno, ahora a arreglar el desastre que es mi cabello y lo recién follado
que luzco.
Por todos los cielos.
Cuando me siento con la suficiente confianza para bajar las escaleras, lo
hago, pero no puedo evitar el sonrojo monumental que tengo cuando la
mirada de los padres de Pierce, de él mismo y de Genevieve, se clavan en
mi y es como si pareciera que tuviera un cartel titilante en el que se leyera:
«Folle con su hijo en la noche, bajo su mismo techo, se corrió dentro de mi,
no usamos condón»
—Buenos días, dulce —murmuro Marie, la madre de Pierce.
Sonreí, solo por que tal vez no había escuchado nada y todo estaba en mi
cabeza.
—Buenos días —murmure y antes de sentarme, deje un beso en la
mejilla de Gen y ella me sonrío en respuesta.
La madre de Pierce me sirvió un poco de café y el padre dejo unos
croissants recién horneados.
—Los hice yo mismo —murmuro, con un inglés bastante marcado, como
si no lo usara mucho y estuviera haciendo el esfuerzo por mi.
—Gracias —murmure, sintiendo que tal vez no habían escuchado nada,
que todo estaba bien.
La charla fue más que nada entre los padres de Pierce y Genevieve,
mientras que él, que se había sentado a mi lado, murmuro por lo bajo que, si
me parecía bien, por la tarde podíamos ir a recorrer el pueblo. Había una
feria en la plaza principal y me aseguro que iba a adorarla.
Estaba a punto de responderle que me encantaría, cuando me percate de
la conversación que estaba teniendo Gen con los padres de Pierce.
—¿Están seguros? Por que estoy casi segura que escuche ruidos.
La respiración se me atasco mientras Pierce me observaba sin entender
bien qué estaba pasándome.
—Estoy segura, nunca hemos tenido animales por aquí.
—Mmm, no lo sé, deberías revisarlo, fue un ruido bastante molesto,
cerca de la medianoche, constante, como si una especie de animal estuviera
sacudiendo las maderas sin parar.
¿Les cuento un secretito? No importa cuantos años tengas, siempre
puedes sonrojarte como una adolescente, siempre, incluso cuando eres
viejita y todo.
—No lo se, ¿tu escuchaste algo, Gerard? —Pregunto con inocencia
Marie.
Gerard respondió algo, pero en francés, asique no le entendí y entonces
cuando volví a mirar a Pierce, me di cuenta de que se había percatado de lo
que estaban hablando y estoy segura de que él también se sintió como un
adolescente que había sido atrapado y me di cuenta de que a Pierce también
le preocupaba un poco que sus padres supieran que habíamos follado como
puercos en la habitación de huéspedes y toda esa seguridad que siempre
tenía, de repente se esfumo.
Dios, llévame.
El padre de Pierce simplemente negó con la cabeza y entonces mi abuela,
que estoy segura de que estaba necesitando ayuda psiquiátrica, clavó sus
ojos en nosotros y con una sonrisa que era para nada inocente, pregunto: —
¿Ustedes dos no escucharon nada? —Y al ver mi mirada asesina y también
suplicante, solo para molestar, agrego: —Juro, Minerva, que el sonido
provenía de tu habitación.
Pierce, como un buen cobarde, simplemente se quedó mirando fijamente
el mantel floreado que cubría la mesa, por lo que no me quedó de otra que
responder: —No, Genevieve —dije, la mandíbula tan apretada entre sí, que
un poco me dolía. —Estoy segura que son cosas de tu imaginación, ¿sigues
tomando tus medicamentos tal cual te lo receto el medico?
Sabía lo mucho que ella odiaba que sacara a relucir estas cosas, así como
también sabía que Genevieve era una vieja loca y tomaría represalias.
—¿Pero qué clase de sonidos escuchaste, Gen? —Pregunto Marie con
inocencia y ajena a la batalla de voluntades que estaba teniendo con mi
abuela.
Y entonces yo le estaba ordenando con la mirada que no lo hiciera, pero
como dije, esta vieja del carajo, había venido a este mundo solo a hacer de
mi vida un martirio y entonces, antes de que pudiera decir nada, mi abuela
respondió: —Oh, tu sabes —murmuro haciendo un gesto con la mano. —
Era algo así como ñiqui, ñiqui, ñiqui.
Pierce en ese momento, justo estaba dando un sorbo a su café, café que
salió disparado por todo el mantel cuando se atraganto con el líquido y
empezó a toser como loco.
—¡Pierce! —Medio grito su madre alarmada y entonces estaba corriendo
detrás de él para golpearle la espalda.
Mis ojos se clavaron en los de mi abuela de manera acusadora y ella en
respuesta solo me sonrío, porque Genevieve era así, simplemente le
encantaba incitar al desorden.
Fueron dos días los que compartimos con mi abuela, dos días en que
puedo reconocerme a mí misma, que fueron los mejores de mi vida.
Recorrimos el pueblo juntas, luego lo hice con Pierce y por las noches
salíamos todos a pasear después de comer.
Me toco cocinar un postre un día y sentí que mi vida estaba realizada
cuando los Greco me lo elogiaron. No volvimos a follar con Pierce, pero en
las dos noches que le siguieron a esa, una vez que todos estaban durmiendo,
él se colaba en mi habitación y se acurrucaba conmigo hasta que nos
dormíamos.
En un momento llegué a sospechar que sus padres lo sabían, no me
pasaba por alto la manera en que su padre observaba los pequeños detalles
que tenía Pierce conmigo, el murmurarme en el oído lo bonita que me veía
en la mañana y no era como que lo dijera en voz alta, sino que el sonrojo en
mis mejillas solía delatarme. Así como también solía estar al pendiente de si
necesitaba algo o cada que podía, comentaba lo buena que era en la cocina,
lo rápido que aprendía todo.
No iba a negarlo, estos días con Pierce había sido como estar en una
montaña rusa, aunque esta montaña solo subía y tenía un jodido miedo de
como seria el descenso, tenía miedo de que pasaría después y cuando él se
percataba de aquellos pensamientos que me abrumaban, me arrastraba a un
rincón y me besaba como si la vida se le fuera en ello. Sé porque todavía no
habíamos tenido la charla, pero supongo que él sabía que no estaba lista y lo
respetaba y yo no podía negar que adoraba aquello, adoraba que él fuera
más consciente de mis sentimientos que yo misma.
La madre de Pierce no había sido tan cuidadosa con respecto a nosotros,
sino que simplemente, cada vez que nos veía interactuar, soltaba algo sobre
cómo le encantaría tener nietos. Lo mucho que disfrutaría de ellos. Le
comentaba a Pierce que ya era hora de que sentara cabeza, que más pronto
que tarde ella iba a morir. Le decía por lo bajo —aunque todos podíamos
escucharla— lo linda que era yo, lo buena, lo simpática.
Me preguntaba, cada que podía, si me gustaría tener hijos.
Y si, no es como si tuviera mucho tacto que digamos.
Genevieve, por todos los cielos, a Genevieve todo le importaba un carajo,
no es como si aquello fuera una novedad, de todas maneras, luego de que le
amenazara con internarla en un geriátrico en reiteradas ocasiones, alegando
de que de seguro ella no pasaría los exámenes psicológicos, comenzó a
medirse un poco más con lo que decía, sin embargo, solía sacar temas de lo
más incómodos cuando estábamos todos reunidos.
«Minerva no cree en los anticonceptivos convencionales, no dudo que
pueda quedar embarazada en cualquier momento»
«¿Recuerdas aquella vez, Minerva, cuando eras pequeña, que apareciste
con un tampón en la nariz porque lo habías confundido con algodón?»
«Minerva no cree en la política, ella piensa que todos deberíamos ser
anarquistas»
«¿Les conté aquella vez que Minerva embadurno con chocolate a
Pierce?»
Amaba a mi abuela con todo mi corazón, pero había días en que
simplemente quería matarla.
De todas maneras, aquello no evitó que cuando llegara el momento de
despedirnos, no soltara alguna que otra lágrima. Me despedí de los padres
de Pierce en el aeropuerto, ya que, desde allí, nosotros iríamos a un
departamento que tenía Pierce en París y pasaríamos nuestros últimos dos
días de vacaciones allí antes de volver a Estados Unidos.
Marie me dice que le ha encantado conocerme, que le cuente más sobre
que tipo de anticonceptivos uso y si es verdad que puedo quedar
embarazada pronto. El padre de Pierce me da un beso en cada mejilla y en
un francés que Pierce luego me traduce, me dice que le ha encantado
conocerme, que espera verme pronto.
Genevieve se despide de Pierce murmurándole que lo estará vigilando de
cerca, que «cuide sus malditos pasos a mi alrededor»
Le largo una reprimenda por lo bajo, apartándola de la familia Greco y
entonces antes de que pueda decir nada, estoy abrazándola y ella sin
resistirse mucho, me devuelve el abrazo.
Quiero decirle a Gen lo mucho que la quiero, que me ha encantado
compartir estos días con ella, sin embargo las palabras no me salen y el
nudo en mi garganta me impide expresarme.
—Esta bien —me murmura ella una y otra vez al oído, abrazándome
fuerte.
Mi abuela no es de esas que abrazan mucho, pero lo hace por mi, por que
soy su vida entera.
—Estoy muy orgullosa de ti, Mine —me dice, tomándome por las
mejillas y sonriéndome con los ojos brillantes. —Estoy orgullosa de la
mujer en la que te estas convirtiendo, estoy orgullosa de tus logros, de todo
lo que estás consiguiendo por tu fuerza de voluntad inquebrantable. Sigue
de esta manera, Mine, que estás haciéndolo increíble y yo siempre estaré
ahí para ti, ¿vale? Aunque no estemos cerca la una de la otra, voy a estar
aquí toda la vida —dice al final, poniendo su palma en mi corazón.
Asiento, porque las palabras siguen sin salírseme y entonces una mano se
cierra en mi cintura y soy arrastrada hasta un pecho fuerte y el mentón de
Pierce se apoya en mi cabeza, mientras mi abuela nos da una última sonrisa
y camina en dirección a la zona de embarque.
—¿Estas bien? —Pregunta Pierce, pasando un brazo por mi costado para
acercarme a él. —Odio verte así —agrega en voz baja.
—Estaré bien —murmuro—, es solo que me gustaría poder verla más
seguido —confieso.
Pierce asiente, mientras deja besos distraídos en mi cabello y entonces,
cuando estamos en el taxi y me acurruco contra su pecho, murmura en mi
oído: —Prometo que verás a tu abuela más seguido, Mine.
—¿Cómo?
—No lo se, solo se que voy a encontrarle una solución para ti, para no
tener que ver nunca más esa mirada en tus ojos.
A pesar de la tristeza que sentía, Pierce logró sacarme la primera sonrisa
sincera del día.

Cuando llegamos al departamento de Pierce, que me doy cuenta es en el


centro de París, me quedo simplemente parada en el rellano de la entrada,
sin poder creer la edificación antigua del lugar que me tiene simplemente
enamorada.
—Andando —murmura Pierce, contento ante mi reacción. —Estoy
seguro que la parte de dentro va a gustarte incluso más.
Y Pierce no mentía, tuvimos que subir tres pisos por las escaleras y
terminó confesándome que nunca había confiado mucho en el ascensor
antiguo del edificio. Eran tres departamentos que había en el edificio y él
tenía el último. Cada piso tenía su propio piso, aunque no eran tan grandes
como en un principio imagine.
Me contó, mientras habría la puerta alta de entrada, que fue el primer
departamento que se compró con su propio dinero hacia un poco menos
diez años. Me comentó también que habían intentado comprárselo varias
empresas, para demoler el lugar y construir grandes edificios, pero que se
había negado, había algo en este departamento que le hacía no despegarse
de él.
Le pregunté, un poco abrumada por este pedacito de su vida que me
estaba dando, si había pensado venir a vivir aquí alguna vez.
Pierce me sonrío y dejando un beso en mi comisura, susurro en mi oído:
«Nunca lo había pensado, nunca había querido compartir una vida aquí
con nadie, con nadie hasta ahora, hasta ti»
Y entonces había tomado mi maleta y la suya propia y la había llevado a
la que sería nuestra habitación por los próximos días.
Lo seguí, sin poder quitar la sonrisa de mi rostro, mientras me mostraba
la habitación. Todo en el departamento era antiguo, las puertas eran altas
hasta el techo, así como también los ventanales. No podía negar que tenía
cierto encanto la decoración y por un momento me pregunté si el que había
elegido y comprado cada cosa para este lugar, había sido el mismo, viendo
como observaba su departamento, la sonrisa que tenía en el rostro, me di
cuenta de que en realidad amaba mucho este lugar.
Pierce insistió en que saliéramos a recorrer la ciudad. Me llevo a comer a
un restaurante que quedaba en la cuadra próxima a su departamento, era un
lugar pequeño, pero no recordaba la última vez que una comida me habría
gustado tanto y eso era mucho decir, teniendo en cuenta que el último mes
lo había pasado con un cocinero profesional.
Recorrimos París tomado de la mano y luego, cuando me dolían las
piernas de tanto caminar, Pierce me llevó a tomar un café y me contó de
cómo había amado este lugar, que se pasó un año entero viviendo aquí, que
trabajo en diferentes cocinas, intentando aprender todo lo que podía.
Por más que insistí, Pierce me dijo que no había tiempo para conocer la
torre Eiffel, quería hacer una cena especial para los dos, por lo que fuimos
juntos a comprar lo necesario para hacerlo y a pesar de la época del año que
era, me había entrado un poco de frío, por lo que no hubo mucho que
discutir, asique volvimos al departamento con la promesa de mañana estar
horas debajo de aquel monumento icónico de Paris.
Nada más llegar Pierce me indico que me bañara, pero al final
terminamos haciéndolo juntos, entre risas, porque los grifos eran muy
antiguos y al final el agua nunca terminó por salir ni fría ni caliente.
Una vez que termine de cambiarme, baje a ayudar a Pierce que ya había
comenzado a cocinar, y nada más verme me tomó por las mejillas y me dio
un beso que me dejo sin respiración.
Sonreí entre beso y beso cuando al final se separó y me tendió una copa
de vino.
—Tengo una sorpresa para ti —murmuro entonces.
Yo sonreí, pero no podía negar el nerviosismo que me sacudía en el
estómago.
—Cierra tus ojos, Douce.
Hice lo que me pidió y sentí sus dedos acariciar mi muñeca antes de que
tomara la copa de mi mano y supongo que apoyarla en algún lugar cerca.
Pierce me gira y mi espalda se apoya contra su pecho, mientras que
lentamente me obliga a caminar en dirección a lo que creo son los
ventanales que dan a la calle. No es como si lo supiera bien, porque
tampoco había tenido mucho tiempo para recorrer el departamento.
—Abre —susurro Pierce en mi oído y cuando lo hago, siento que la
respiración se atasca en mi pecho.
—Esto... —murmuro, con los ojos abiertos de par en par. —Esta es...
—Si —responde Pierce, besando mi mejilla mientras ambos observamos
la torre Eiffel desde los ventanales de su departamento.
Esta un poco alejada, serán un par de calles, pero eso no evita que se vea
allí, perfecta y magnifica, con las luces iluminándolas, mientras me siento
una idiota por no haberme dado cuenta antes.
—Es perfecta Pierce —susurro. —Más de lo que creí que sería —
confieso.
—He visto algo más perfecto que ese pedazo de edificio —responde en
voz baja.
Y cuando me giro para decirle que no hay nada más perfecto que ese
edificio, como el lo llamó, me doy cuenta que está mirándome fijamente.
Me mira de esa manera tan desnuda de él, haciéndome saber todo lo que
siente por mi.
Sin miedo, sin nada que perder, ya no más.
Después de eso nos separamos y Pierce me pide que le ayude a encender
unas velas y mientras escuchamos música en un antiguo tocadiscos,
volvemos a hablar de todo y nada a la vez.
Pierce me cuenta las anécdotas que tiene en este lugar, lo mucho que le
costo conseguirlo, ya que tiene una de las mejores vistas a la torre a pesar
de la distancia y cuando queremos darnos cuenta, ambos estamos sentados
en la mesa, bebiendo vino y comiendo la exquisita comida que nos había
preparado.
—La comida está exquisita —murmure como por tercera vez, pero es
que en verdad estaba genial.
—Tu eres exquisita —fue todo lo que respondió Pierce.
Rodé los ojos, sin embargo, no pude evitar el sonrojo en mis mejillas por
el cosquilleo que me producían sus palabras, me sentía como una
adolescente, que estaba apenas conociéndose con un chico.
Era una buena sensación, con Pierce todo lo era.
Observe nuevamente las ventanas, antiguas y altas, mientras la Torre
Eiffel se alzaba por detrás, grandiosa como solo una creación así podía
serlo.
La música sonaba por lo bajo en el antiguo tocadiscos y yo no podía
dejar de pensar lo mucho que me gustaba este lugar, lo mucho que me había
sorprendido que Pierce compartiera conmigo este pedacito de su vida.
Me volvía loca, no podía negarlo, me encantaba, me encantaba este
departamento, me encantaba el candelabro antiguo que sostenía las velas
que ahora nos iluminaba, me encantaba que todo estaba decorado de una
manera exquisitamente antigua, pero también tenia un toque personal de él,
de Pierce.
—Baila conmigo —susurro de repente, tan bajo que por un momento creí
que lo había imaginado. —Baila conmigo —repitió esta vez más fuerte.
Me quede unos cuantos segundos observándolo: Pierce era sencillamente
precioso, ¿pero te cuento un secretito? Las personas pueden parecernos
lindas o no, pueden gustarnos o no. Pierce era alguien que a primera vista
me había llamado muchísimo la atención, sin embargo, fue el paso del
tiempo y el conocer su persona lo que me hizo que me vuelva loca.
Por que si, ahora no había vuelta atrás, volvía a quererlo, pero algo
dentro mío me decía que esta vez no había retorno de lo que sea que
estuviera pasando entre nosotros, no había vuelta atrás de la atracción
desmesurada que nos corroía por dentro, que parecía tirar de ambos como
un cordón invisible y por más que no estuviera lista para decir aquellas
palabras en voz alta, sé que, así como me lo había reconocido a mi misma,
él también lo sabía.
—¿Bailar? —Pregunte, aunque la idea me encantaba. —¿Ahora? —
Agregue como una estúpida.
Pero es que sepan entender, los ojos azules eran dos zafiros ahora con la
poca luz que había, su piel estaba dorada y por debajo de la incipiente
barba, estaba esa sonrisa tranquila que me había regalado contadas veces.
—Ahora —fue todo lo que dijo, poniéndose de pie y tendiéndome la
mano para que haga lo mismo. —Baila conmigo, Douce.
Le regale una sonrisa tímida cuando me puse de pie, cuando su mano
tibia envolvió la mía que estaba un poco húmeda, porque de repente me
encontraba nerviosa, aunque no sabía la razón exacta, pero era como si de
repente todo esto se hubiera convertido en más, de un día para el otro,
nosotros habíamos pasado a ser algo más de lo que por lo menos yo estaba
dispuesta a reconocer.
Pierce pareció percibir que tenía sentimientos encontrados, ya que una
vez que estuve de pie, bajo la cabeza y besó mi frente tan suavemente, que
no pude contener el suspiro que largué.
Una de sus manos fue a mi cintura, la otra envolvió mi propia mano,
mientras que yo ponía una en su hombro y comenzábamos con un lento
vaivén de nuestros cuerpos, nuestros pies acompasados en un baile
tranquilo, lento, romántico.
Me costaba un poco poder mirarlo a la cara, porque a decir verdad me
sentía un poco abrumada por lo que su cercanía me hacía sentir, por todo lo
que estaba sintiendo, sin embargo lo hice, mire esos ojos azules que me
cortaban el aliento, me deje llevar por sus movimientos suaves, le devolví la
sonrisa que me regalo, le dije con la mirada que le quería, porque si, hay
veces en las que no hacen faltas palabras para expresar lo que sentimos, hay
veces en las que..., en las que solo nos tenemos que dejar sentir, porque es
el momento en el que lo sabes, que sabes que las cosas están a punto de
cambiar y que pase lo que pase, este va a ser un momento que vas a
recordar para toda tu vida.
Quería para siempre embeberme de este recuerdo, de este momento en el
que estábamos los dos, en París, en una de las noches más mágicas que
había tenido en mi vida, bailando, si, bailando, haciendo algo tan sencillo
como aquello que de repente se convertía en un todo.
En la totalidad de mis sentimientos, de lo que sentía por él.
De lo que él sentía por mi.
Pasara lo que pasara una vez que volviéramos a Nueva York, iba a
atesorar este momento como único, en uno de esos cajones de recuerdos
que una a lo largo de la vida va juntando.
Momentos, somos momentos.
Y este momento, simplemente quería que fuera eterno, recordarlo, cada
que tuviera un mal día, volvería aquí para volver a sentirme bien, me dije
eso para mis adentros, abrumada por todo lo que estaba sintiendo en tan
poco tiempo.
De repente se escuchó la voz más suave y melódica que nunca había
escuchado, una que hizo que los vellos de mi piel se erizaran al escuchar el
idioma natal de la voz de Pierce, quien, para mi total sorpresa, comenzó a
traducir la canción en mi oído:
«¿Vendrás a descansar en mi hombro?»
«A pesar de todo el daño que hice»
«Yo te propongo, un minuto, entrelazados»
«En la oscuridad, o la luz encendida»
«Tu decidirás»
No había una sola parte de nuestros cuerpos que no estuvieran en
contacto, mientras cada vez nos movíamos más lentamente, sintiéndonos,
solo eso, sintiéndonos el uno al otro, sintiendo este momento como lo que
sería para siempre, único, entrelazados como si fuéramos la misma persona.
«Me vas a contar: ¿Tus horas oscuras?»
«Los hombres que tocaste»
«El miedo a tu sombra»
«Te puedo contar mi navidad sin sabor»
«Y cuando el vacío me llamo»
Luego de esas palabras se separó, para poder mirarme a la cara, para
poder decirme las siguientes palabras de la canción, mirándome a los ojos.
«El deseo loco, de un minuto entrelazados»
«En la oscuridad o la luz encendida»
«Tu decidirás»
«Tu decidirás, tú decidirás»
Cuando susurro esas palabras su nariz tocó la mía en una caricia suave y
yo no sé explicar muy bien el porqué, pero dos lágrimas cayeron por mis
mejillas, que Pierce, lejos de preguntar que me pasaba, las limpió con una
dulzura que hizo que se me escape un sollozo.
No se explicar muy bien qué demonios sucedió en ese momento, sino que
simplemente..., simplemente creo que estaba llorando de felicidad.
Estaba llorando de amor.
Y fue un sentimiento que me embriago el cuerpo, que hizo que la piel me
hormiguee, que hizo...
Los labios de Pierce rozaron los míos y sin darme tiempo a nada, terminó
profundizándolo, como si para él también fuera demasiado.
Demasiado intenso.
Demasiado profundo.
Demasiados sentimientos.
Tenía ganas de decirle que le entendía, entendía lo que le pasaba porque
me pasaba igual, quería decirle que no tenía que tener miedo, que cuidaría
de eso que nos pasaba a los os, que no dejaría nunca que él cayera, que iba a
sostenerlo cuando las inseguridades que sintiera lograran desarmarlo, por
sentir culpa por quererme más a mi, a pesar de que había prometido amar
siempre a alguien más.
«Esta bien, Pierce» tenía ganas de decirle. «Esta bien, Pierce, te tengo»
De todas maneras, no me dio tiempo, porque cuando quise darme cuenta.
él estaba quitándome el vestido ajustado que tenía puesto, mientras mis
manos desesperadas desabrochaban su camisa.
Pierce, al igual que yo, no podía decirme lo que sentía con palabras, era
como si no le saliera, sin embargo, él me decía cada vez lo que sentía por
mi cuando hacíamos el amor, cuando me adoraba con sus dedos, con su
boca, con los besos desesperados que me lastimaban los labios, pero que sin
embargo devuelvo con fervor, porque la desesperación que estaba sintiendo
por él justo en ese momento, me consumía.
Que me demostrara lo que sentía de esa manera, era también una forma
de amor, de expresarme lo que sentía.
«Te tengo, Pierce» traté de decirle con cada beso desesperado, cuando
sentía que se aceleraba, por querer terminar, por querer aún más que esto
nunca termine.
Le tomé entonces de las mejillas, deteniendo ese beso desesperado que
no me iba a molestar para nada devolverle en unos cuantos segundos, pero
necesitaba decirle algo que él necesitaba escuchar:
—Te tengo, Pierce —susurre, mis labios rozando los suyos al hablar. —
Te tengo —repetí.
Me miró unos cuantos segundos, como si estuviera memorizando mi
rostro, cada detalle de mi, de mi piel, de mi cuerpo. Se tomo un segundo
más para sentir aquel lugar que ahora nos unía, nuevamente sin nada de por
medio, un voto de confianza que nos hacíamos el uno al otro.
En respuesta simplemente asintió y cuando volvió a besarme, lo hizo de
manera más calma, con tranquilidad, porque había entendido que no iba a
volver a irme.
Ya no.
***
BUENAS BEBES, AQUI ALERTA DE NUEVO CAPITULO
COMO PROMETI, CAPITULOS MÁS SEGUIDO PARA
USTEDES.
¿ESTAN LISTOS PARA LA RECTA FINAL?
AVISO DE QUE PREPAREN LOS PAÑUELOS, JE
NO SE OLVIDEN DE VOOOOOOTAAAR
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BESITOS ETERNOOOOOS PARA USTEDES
POR SIEMPRE, LA DEBIE DE LAS POESIAS.
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

Hace mucho tiempo atrás...

Annalise hacía mucho últimamente eso de mirar fijamente a Harold, pero


no podía negar que tenía cierto atractivo que simplemente la hacía más
curiosa de lo normal y no porque lo considerara hermoso —que sí lo hacía
—, sino porque había algo en cuanto a su inteligencia que lograba que la
atracción solo aumentara.
No es como si Harold fuera súper inteligente en un tema en específico,
sino que simplemente sabía un poco de muchísimas cosas, siempre tenía un
dato que aportar, algo que contarle, una anécdota o simplemente una
explicación a lo cual él no tenía idea de como lo había aprendido.
En fin, Annalise podía admitirse que estaba completa y profundamente
enamorada de Harold y luego de que se habían apartado de aquellos que
tanto mal les habían hecho, de aquellos que no eran sus verdaderos amigos,
las cosas habían ido más que bien.
Annalise también se había dado cuenta que en todo este tiempo de
relación, ellos no eran como los otros adolescentes de los que se rodeaban,
por ejemplo, ellos no discutían.
Así de sencillo, aquellos dramas que solían acompañar aquellos primeros
noviazgos para la mayoría, ellos no lo tenían. Sería porque Harold siempre
sabía cuando algo le pasaba, entonces con calma y una paciencia infinita, le
preguntaba que le había pasado, que era lo que la molestaba y entre caricias
dulces y besos inocentes, Annalise terminaba confesándole que era y
hablándolo, solucionaban sus problemas.
Pero no era como si solo Harold supiera calmar sus inseguridades, había
veces en las que él simplemente parecía ausentarse de la realidad, era como
si se perdiera dentro de su propia mente y entonces ella se sentaba a su lado,
tomaba su mano, hablaba sin parar de algún libro que estuviera leyendo o
simplemente se quedaba a su lado, compartiendo su silencio, y había veces
en las que Harold simplemente murmuraba un gracias en voz demasiado
baja, como si para ella fuera un esfuerzo estar a su lado.
Eso era algo que a Annalise le rompía el corazón, el hecho de que él
agradeciera que ella permanezca a su lado.
Sabía que no estaba bien murmurar el para siempre, ella sabía que por lo
general sería de mala suerte hacerlo, pero no podía negar que con Harold,
así de fácil, se sentía como un para siempre.
—Entonces... —murmuró él una tarde—, estuve leyendo este libro.
—¿Y...? —Pregunto Annalise, levantando la mirada de su libro de
ciencias.
Dios, cómo odiaba las ciencias, suerte para ella que a su novio se le
daban de maravilla.
A Harold todo se le daba de maravilla.
—Y trataba de la trágica historia de dos amantes... —murmuró él,
mirándola con esos ojos verdes que hoy se veían más pícaros de lo normal.
Ann no pudo contener el sonrojo en sus mejillas cuando él pareció
acariciar la palabra amantes.
Carraspeo y apartó la mirada. Sabía porque hacía esto de que las palabras
sonaran tan seductoras saliendo de sus bonitos labios, más de una vez
Harold le había dicho la fascinación que tenía por el sonrojo de sus mejillas.
—Hum... —fue todo lo que pudo farfullar cuando el recuerdo de lo que
habían hecho entre los estantes de la enorme biblioteca una hora antes, llegó
a su mente.
Parecía como si Harold también hubiera recordado aquello y entonces se
obligó a sí mismo a carraspear, antes de negar con la cabeza para luego
decir: —La historia va de que ellos están destinados a estar juntos, son
como almas gemelas —murmuró y los ojos de Ann se levantaron con
interés para encontrarse con los de él—, pero siempre pasa algo y alguno de
los dos muere, en todas las vidas, alguno de los dos no lo logra.
—Eso es triste —murmuró ella, los ojos de él estaban clavados en el
libro que tenía delante.
—Si, pero la cosa es que siempre, de una forma u otra, terminaban
encontrándose y la historia se repetía, una y otra vez, a lo largo de los
siglos.
Ninguno de los dos dijo nada y entonces Annalise no se aguantó y
preguntó: —¿Y entonces? ¿Tienen su final feliz al final? ¿Consiguen
terminar juntos?
Harold la rio cuando la escucho soltar todo aquello, entonces negó con la
cabeza y respondió: —No lo sé, no he terminado el libro —se quedó en
silencio antes de tomar aire y a Annalise le dio la sensación de que se estaba
preparando para lo que estaba a punto de soltar. —La cuestión es que me
hizo acordar a nosotros.
—¿Cómo? —Preguntó ella lentamente, un nudo en el estómago y el ceño
fruncido.
Harold estiró la mano y tomo la de ella, dándole un ligero apretón en un
intento de calmar todas esas preguntas que comenzaron a rondar por su
cabeza como un torbellino.
—Me hizo sentir que si en esta vida no terminamos juntos —ella abrió la
boca para sacarle aquella idea de la cabeza, pero entonces él siguió
hablando y no le dio lugar a rebatir nada—, te buscaría en la siguiente, y en
la siguiente y en la siguiente, porque así de mucho te amo.
A Annalise todavía le seguía impactando cada vez que él le decía que la
amaba, lo decía de una manera tan cruda, tan sincera que le era medio
imposible creer que alguien pudiera amarla de esa manera...
—A veces siento que no te conozco desde ahora, que tal vez, no lo sé...,
¿no crees en las vidas pasadas? Si, tal vez sea una estupidez, pero entonces
tengo este sentimiento aquí —murmuró, tocándose el pecho a la altura de su
corazón. Harold se veía nervioso, inquieto y sus mejillas estaban
sonrojadas, Annalise entendió entonces el porqué de su fascinación por
aquel sonrojo. —Tengo este sentimiento de que te he conocido desde
siempre, desde antes y sé que tal vez es mucho, sé que tal vez aún somos
críos, pero a veces siento que te buscaría sin importar que, siempre te
buscaría, sabes eso, ¿verdad? No importa cuan lejos estemos, siempre
querré volver a ti, porque así de mucho te amo.
Annalise sonrió, pero entonces tenía ese nudo en la garganta lleno de
emoción y de cosas que quería decir pero que no le salían con palabras.
Ella, a diferencia de Harold, nunca sabia que decir en el momento
adecuado, pero entonces pensó en algo que tal vez no seria mucho, pero que
sintió como la respuesta perfecta:
—Y yo estaría esperándote —soltó. —En cada vida pasada, en cada
tiempo diferente, te estaría esperando, porque sabría que tu siempre
volverías a mi, sabría que tu siempre me encontrarías.
La sonrisa de Harold en respuesta fue lo que le confirmó que
indudablemente, esto que tenían, podría ser para siempre.
***
NO SE OLVIDEN DE VOTAR
LAS AMO MUCHO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS

UNA CANCION DE CUNA

—¿Estas lista? —Pregunto Pierce entrando a la habitación.


—Si —murmure con un suspiro, dándole un último vistazo a la
habitación, antes de seguir a Pierce a la salida.
El viaje había llegado a su fin y si bien estaba emocionada por volver a
casa, también tenía un retorcijón de incertidumbre apretándome el
estómago, el no saber que pasaría una vez que llegáramos a Nueva York.
Me paré en medio del living y le eché una última mirada a todo, al lugar
que sin dudas se había convertido en uno de mis favoritos, mientras
recordaba como una puerca todos los lugares en los que había hecho el
amor con Pierce.
Como si sintiera el rumbo de mis pensamientos, sus manos se
envolvieron por detrás mío y apoyó su mentón en mi cabeza, antes de
murmurar: —Volveremos.
Sonreí, porque aquello me había sonado a promesa y ultimamente me
encantaban todas y cada una de las promesas que me estaba haciendo
Pierce.
De camino al aeropuerto ninguno de los dos dijo nada, sin embargo,
había una tensión pululando entre los dos que me ponía un poco incómoda.
Debía agradecer que Pierce no insistiera con el tema de si me pasaba
algo, ya que lo había preguntado antes y sonriéndole le había dicho que no.
Nos tomamos un café en silencio, observando a las miles de personas que
iban y venían por el aeropuerto, antes de que por fin llamaran a embarcar.
—¿Tienes todo? —Pregunto Pierce y entonces sentí que me empezaba a
sudar el cuerpo.
—Creo que si... —respondí, nerviosa. —Aunque en realidad no lo sé,
¿tienes todo, Minerva? —Me pregunté a mi misma. —Debo de tenerlo, no
lo he sacado para nada y chequeamos todo antes de salir, ¿verdad? —Mis
ojos, preocupados, se clavaron en los de él. —¿O tal vez lo imaginé y en
realidad no chequee nada y todo quedó olvidado en tu departamento?
Pierce tenía el ceño fruncido cuando se me quedó mirando, como no
entendiendo muy bien si de una vez por todas, me había vuelto loca y
entonces muy lentamente, estiró la mano y saco de mi bolso de mano, la
carpeta que sobresalía de ella, la abrió e indudablemente allí estaban todos
mis papeles para viajar.
—Creo que no te olvidaste de nada —murmuro, bajando el rostro para
darme un beso que hizo que mi corazón desbocado se calmara un poco. —
Todo va a estar bien, Douce —susurró con dulzura, sin dejar de mirarme
fijamente. Sin despegar siquiera un centímetro su rostro del mío. —
¿Tomaste tu calmante?
—Si —dije, asintiendo. —Lo tomé con el café, aunque hemos viajado
tanto últimamente que de seguro mi cuerpo ya se acostumbro.
Sonrío enorme, como si supiera algo que yo no y entonces respondió: —
Mejor no tentemos a la suerte.
Los dedos de Pierce se enredan en los míos y comenzamos a avanzar al
avión. Los nervios, a pesar de haber tomado el calmante, se hacen presentes
y después de guardar nuestros bolsos en el portaequipajes, me quedo
mirándole a Pierce fijamente a los ojos.
—¿Qué pasa? —Pregunta, mirándome con el ceño fruncido.
—Nada, pero es que siempre te agarras el lado de la ventanilla.
La boca de Pierce se abre para responderme, pero entonces nada sale
hasta después de unos segundos.
—¿Quieres sentarte en la ventanilla? Di por hecho que no te gustaría
hacerlo por los mareos y eso.
—Bueno, pues podrías haber preguntado —respondo lo obvio.
Los ojos de él se entrecierran y, a decir verdad, yo no sé muy bien qué es
lo que me esta pasando, porque actuo de esta forma tan infantil.
—Minerva, amor —empieza con calma—, ¿quieres sentarte del lado de
la ventanilla? —Pregunta al final y una sonrisa que intenta aguantarse, pero
no le sale.
—Era hora de que preguntaras —le respondo yo, sería. —Muévete.
Pierce se pone de pie y me deja el lugar de la ventanilla, por los altavoces
anuncian que el avión está por despegar y nos ordenan que nos pongamos
los cinturones.
Me acomodo en mi asiento y nada más mirar por la ventanilla, me agarra
un mareo que todo en lo que puedo pensar es en un incendio y en la primera
peli de Destino final.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Pierce, mirándome confundido.
Y no es para menos, mi cuerpo esta completamente de costado,
mirándole a los ojos y dándole por completo la espalda a la ventana.
—No se si fue buena idea, pero me acabo de dar cuenta que no me gusta
el lado de la ventana.
—Pues ahora no podemos cambiarnos porque el avión ya se está
moviendo.
—¿Y si morimos? —Susurro y solo hago aquello porque la pastilla no
me deja entrar en un pánico completo. —Sabes que moriría primero yo,
¿verdad? La gente de la ventanilla siempre muere primero —agrego.
Los ojos llenos de lágrimas, por supuesto.
—Nadie va a morir —responde él con calma, tomándome de las mejillas
para darme un beso suave en los labios. —Vamos a llegar a casa y luego
nos reiremos de esto, ¿vale? Nada más despegue el avión, cambiamos de
lugares.
—Pero dicen que la ventanilla siempre es mejor.
—Solo es mejor si tu la pasas bien.
—Okey —respondo y entonces mi cuerpo se apoya en el de él y estoy
abrazándolo con fuerza.
—Disculpen —murmura una azafata, sonriéndonos de manera un poco
tensa—, deben sentarse bien.
—¿Disculpa? —Pregunto, sacando temperamento de no sé donde.
—Deben sentarse correctamente hasta que el avión despegue —responde
ella.
—¿Y tú de repente que eres? ¿El grinch de los abrazos?}
—¿Disculpe...?
—Enseguida lo haremos —se apresura a responder Pierce, desenredando
mis brazos de su cuerpo y obligándome a acomodarme mirando al frente.
Pónganme Traitor.
Mis brazos se cruzan y miró fijamente a la ventana cerrada, porque me
niego a dejarla abierta y comenzar a gritar.
—Y la ventanilla debe permanecer abierta en el despegue.
La mato.
De todas maneras, no puedo decir nada cuando Pierce se apresura a
abrirla y me toma de las mejillas para que le mire, dándole una clara
despedida a mi enemiga personal.
—¿Qué demonios te está pasando, Minerva? —Pregunta. —¿Por qué
estas actuando así?
—Me estas hablando feo —le digo con voz queda y los ojos con lágrimas
de nuevo.
Demonios, no tengo idea de que esta pasándome, de seguro es un colapso
nervioso, un golpe que me lleva nuevamente a la realidad.
A una realidad de la que no tengo idea de si Pierce querrá formar parte.
—Lo siento —se apresura a decir, suavizando la mirada y acariciando
mis mejillas con los pulgares—, pero es que no entiendo como ayudarte y
eso me frustra.
El avión comienza a moverse y yo cierro los ojos con fuerza.
—Tal vez para que me sienta mejor podrías abrazarme —murmuro sin
abrir los ojos. —Y que me leas el código civil ayudaría una barbaridad a
que me duerma.
—Te estas pasando —responde, abrazándome con más fuerza cuando el
avión despega y entonces acomoda mi rostro en su cuello, dejándome oler
su perfume que me fascina y una calma que no sabía que necesitaba tanto
me inunda.
Y entonces, adivinen quien está leyéndome el código civil.
Me duermo con una sonrisa en el rostro.
***
—Entonces... —murmura Pierce mientras esperamos en la cola para
pedir un taxi—, ¿segura que no quieres venir a dormir a casa?
Habíamos llegado a Nueva York hacía por lo menos una hora, eran casi
las nueve de la noche y estábamos definitivamente más cansados de lo que
ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.
El calor era sencillamente algo de otro mundo, sentía la ropa pegada a la
piel y no veía la hora de llegar a mi departamento y pegarme una ducha de
agua fría luego de morrear a mis gatos.
—Si, tengo que volver a mi casa, Mika y Dante estuvieron cuidando a
Pimienta y Sal y no quiero que pasen la noche solos.
Pierce no responde, sino que simplemente asiente y pone una mano en mi
espalda obligándome a avanzar cuando llega el turno de subir al taxi.
—¿Quieres ir primero? —Pregunto, pero él solo sonríe y niega con la
cabeza, para acto seguido subir nuestras maletas al taxi. —Pierce, vives en
la otra punta de la ciudad —me quejo.
—Andando —responde, no dando lugar a la discusión.
Agradezco una barbaridad el aire fresco del auto, por lo que me relajo y
los ojos lentamente se me empiezan a cerrar los ojos, de todas maneras,
cuando quiero darme cuenta ya hemos llegado a mi bloque de
departamento.
Pierce ayuda a bajar mi valija y me acompaña a la entrada y cuando me
detengo en la puerta de entrada al edificio, él observa la cuadra, dudoso.
—No va a pasarme nada, estaré bien, en serio.
—¿Me escribes cualquier cosa?
—Por supuesto.
Nos quedamos allí un par de segundos en los que no se que demonios
hacer hasta que Pierce toma la decisión por los dos y poniendo su mano en
mi nuca, me acerca hasta plantarme un beso que me corta un poco el
aliento.
No se cuanto tiempo es el que nos besamos, pero en determinado
momento comienzo a sentir pena por el pobre taxista, asique haciendo un
esfuerzo monumental, termino separándome de Pierce.
—Descansa —susurro, dándole un último beso y entrando a mi
departamento.
Abro la puerta lentamente y el característico olor de mi hogar me recibe y
no puedo evitar sonreír al encontrar todo tal cual lo deje y entonces un
movimiento a mi costado me llama la atención y cuando quiero darme
cuenta, estoy gritando cuando algo se me abalanza.
—¡Pimienta! —Chillo. —¡Por todos los cielos! ¿Qué mierda se supone
que te pasa?
Mi gato parece satisfecho con el susto de muerte que acaba de darme,
porque entonces empieza a maullar y a restregar su cuerpecito por mis
piernas, llenándome de pelos.
—También te extrañé —murmuro. —¿Dónde está tu hermanita? —
Pregunto y entonces Sal aparece, más grande y hermosa que la última vez
que la vi. —Hola, cosita hermosa —murmuro, acariciando su cabeza,
siendo considerablemente más cariñosa que Pimienta. —Mira que grande
que estas —agrego, tomándola en brazos.
Pimienta hace un gruñido por lo bajo, pero no se aleja, cosa que me
sorprende, por lo que supongo que está aceptando ya a Sal.
Observo a mi alrededor y me sorprendo que todo está incluso más
ordenado que la última vez y estoy segura de que aquello no es nada más
que obra de Mika y si bien todavía me perturba un poco que antes hayan
entrado aquí a revolver todo, me alegra de volver a casa y a mi espacio. Es
tiempo de volver a la realidad y necesito tomar distancia de todo para
pensar con calma el cómo quiero que las cosas sean de aquí en adelante.
No puedo negar que estos días con Pierce han sido de ensueño, me di
cuenta también que convivir con él había sido extremadamente fácil,
funcionábamos de esa forma que hacia parecer que habíamos convivido
toda la vida y no solo un par de semanas.
Sonreí al recordar los últimos días, no había quedado un solo mueble,
pared o habitación en la que Pierce no me hubiera hecho el amor. Todavía
podía sentir los lugares donde me había tocado, todas aquellas partes de mi
cuerpo que más le gustaba adorar.
El calor había empezado a agobiarme y me dije a mi misma que
necesitaba dejar de pensar en él un poco, el viaje había durado mucho más
de lo esperado, por lo que mañana mismo tenía que abrir la cafetería. Nerea
estaba preparando finales para la universidad, por lo que me pidió unos días
más y no pude decirle que no, más de una vez me había cubierto a mi y su
carrera tenía que ir primero por sobre cualquier cosa.
Con aquello en mente preparé la ropa para el día siguiente, ya que estaba
considerablemente agotada y no iba a darme tiempo en la mañana temprano
y me metí a la ducha, suspirando con alivio cuando el agua helada golpeó
mi piel. El calor estaba comenzando a agobiarme y Mika me había dejado
una nota pegada en el refrigerador, avisándome que había problemas con el
aire acondicionado en todo el edificio.
¿Qué porque Mika me dejaba notas en papel y no enviaba un mensaje al
teléfono celular como las personas normales? No tenía idea, pero
supongamos que mi amigo era más bien chapado a la antigua.
Sonreí cuando imagine cómo sería nuestro encuentro, pensando en todo
lo que tenía que contarle.
En todo lo que él tenía que contarme a mí y preguntar el porqué había
cuidado mi casa cuando Isa se ausentó, en conjunto con Dante, porque si de
algo estaba segura, era de que esos dos se traían algo entre manos.
Bueno, más Dante que Mika.
Una vez que salí de la ducha el fresco del cuerpo duró un par de minutos,
porque nada más meterme en la cama, el calor sofocante me invadió.
—Por todos los cielos —murmure, segura de que no iba a poder dormir
bien esta noche.
Cuando tomé mi teléfono me di cuenta de que allí había un mensaje de
Pierce, es por eso que antes de siquiera abrirlo, ya estaba sonriendo.

Voldy:
¿Es raro que sientas que me faltas? Supongo que me acostumbre a tener
tu cuerpo enredado con el mío cada noche y ahora pareciera que me olvide
cómo conciliar el sueño sin ti, por muy cansado que esté.

Bueno, mierda.
Me quedé en blanco nada más leer aquel mensaje, porque..., carajo, no
me lo esperaba.
No podía siquiera salir del WhatsApp porque ya había dejado en visto a
Pierce y él seguía en línea, por lo que tenía que improvisar y me dije a mi
misma que lo mejor era que fuera sincera, aunque me costara una
barbaridad expresarme, incluso más por mensaje, pero..., allí vamos:

Yo:
😉

Nada más mandar ese emoji, Pierce lo leyó enseguida, me di cuenta por
la doble palomita azul y después de eso se desconecto y me maldije para
mis adentros, porque en realidad no quería mandar aquel emoji tan..., tan
frío.
Comencé a teclear en el teléfono, intentando pensar lentamente las
palabras para no cargarla más.

Yo:
Creo que a mi me pasa igual, mi cama nunca me había parecido tan
grande como lo parece justo ahora que estoy en ella y por más que haga un
calor salido del infierno, siento un poco de frío al no poder deleitarme con
tu culo al aire, que por cierto, ¿nunca duermes con nada, más que tu propia
piel? De todas formas no te preocupes por mi, jamás me escucharas
quejarme.
Pasaron unos cuantos instantes en los que esperé que volviera a
conectarse y lo hizo diez minutos después y se quedó en línea un minuto
entero más, antes de que comenzara a escribir.

Voldy:
Jajaja

Escribiendo nuevamente.
—Anda Pierce, escribe más rápido, con un demonio.

Voldy:
Por lo general duermo con un pijama, pero me pasa que cada que te tengo
durmiendo en la misma cama que yo, siento la necesidad de dormir
desnudo, porque eso me permite meterte la polla en mitad de la noche
cuando estoy cachondo y resulta que teniéndote a mi alrededor, siempre
estoy cachondo, en eso has convertido mi vida, Douce.

No pude evitar largar una carcajada nada más leer el mensaje, porque
solo Pierce podía ser dulce y un mensaje después, la persona más guarra del
mundo.

Yo:
No tienes arreglo.

Pierce no respondió, por lo que supuse que se había dormido y me quedé


mirando el techo, estirando mis piernas y mis brazos lejos de mi cuerpo,
pero es que el calor era imposiblemente inhumano.
Intente soplarme a mi misma, pero no sirvió de nada y mucho menos
cuando Sal vino y se acurruco en el medio de mis piernas, más
precisamente en mi chocho, el lugar que más me transpiraba.
—Si no fueras tan adorable, con un demonio —murmure mirándola
mientras ronroneaba y se quedaba dormida.
Estaba toda fastidiosa por el calor e intentando no moverme demasiado
para no molestar a mi gata cuando me llegó otro mensaje.
Sonreí nada más ver que era de Pierce.
Voldy:
¿Qué tan loco me hace la necesidad imperiosa de agarrar mi auto y
manejar hasta tu casa?

No tuve que pensar demasiado la respuesta.

Yo:
Un loco de remate.

Unos segundos y entonces suena el timbre de mi casa.

Voldy:
¿Me abres, porfi?

—Santa mierda —murmuro, poniéndome rápidamente de pie.


Miro hacia abajo, dándome cuenta de que siquiera sé si la camiseta que
traigo puesta está limpia y las bragas tienen dibujos de Coraje, el perro
cobarde.
Mierda.
Estoy de camino al cajón para cambiarme cuando el timbre vuelve a
sonar con más insistencia.
—¿Pierce? —Pregunto.
—Si —responde rápidamente y entonces abro la puerta y ahí está él,
sosteniendo su peso con sus brazos a cada lado del portal de la puerta.
—Luces como un sueño porno —se me sale y no puede evitar reír
mientras niega con la cabeza y entra a mi departamento. —¿Qué haces
aquí?
Pregunto, en vano, por que cuando quiero darme cuenta sus manos están
en mi culo mientras me levanta y me besa como si no nos hubiéramos visto
en semanas cuando solo pasaron un par de horas.
Pierce se separa unos centímetros de mi, mirando unos instantes para
abajo cuando Sal comienza a morrearse con su pierna y entonces vuelve a
clavar sus ojos en los míos.
—¿Por qué demonios hace un calor del infierno aquí? —Pregunta,
dejándome en el suelo.
—Es que se me rompió el aire acondicionado —murmuro.
—No me digas eso —responde él con un quejido.
Y verán, es que Pierce es de esas personas que siempre tienen mucho
calor, ¿si saben lo que quiero decir? Es de esos que siempre están calentitos,
pero también de esos que puede hacer un frío glacial fuera y él estará con
pantalones cortos.
Piel caliente, distintos al resto de los mortales.
—¿Lo siento...? —Murmuro, con una sonrisa culpable. —Pero en mi
defensa, yo ni siquiera te invite —agrego.
Pierce solo rueda los ojos, antes de avanzar en dirección a mi habitación
como si lo hubiera hecho cientos de veces.
—Si, solo pasa, tu casa es mi casa —bromeo.
Choco con su espalda cuando se detiene de repente, mirando con algo
parecido al dolor en dirección a mi cama de dos plazas, considerablemente
más pequeña a su King Size y entonces, para mi completa consternación,
Pimienta hace acto de presencia, acostándose en la que será la almohada de
Pierce. Sal, por su parte, solo se acurruca allí a mitad de la cama de su lado,
como si estuviera diciéndole algo así como: «Ven, vamos a dormir y a
acurrucarnos»
—Yo... —murmura, mirando el panorama que tenemos enfrente—,
¿segura que no quieres que vayamos mejor a mi casa?
Me río, no puedo evitarlo.
—No, ya estamos aquí, vamos a dormir —respondo, pasando por su lado
y ahuyentando a mis gatos fuera de la cama, aunque estoy segura de que
Pimienta volverá solo para fastidiar, porque él nunca, jamás, duerme en la
cama.
Pierce se acuesta lo más lejos que puede de donde estoy y sé que les
parecerá raro, pero en verdad hace un infierno de calor.
—Esta no era la idea que tenía en mente —murmura él desde su lado de
la cama.
—Lo siento —respondo, avergonzada.
Sus ojos se clavan en los míos y uno de sus dedos está acariciando mi
mejilla.
—Solo tenía la necesidad de abrazarte mucho cuando me acostara en esta
cama contigo, pero siento que si lo hacemos ahora, nos quedaremos como
pegados por el sudor.
La risotada que me sale en contra de mi voluntad hace que él también ría
y entonces agrega: —También podría haber follado. Si quieres, todavía
puedo hacerlo, pero sería muy sucio, como en las pelis pornos que ves de
vez en cuando.
—¡Hey! Yo no miro pelis porno —me quejo.
—Si lo haces —rebate él.
—Bueno, a dormir —murmuro de repente, nerviosa. —Es que mañana
tengo que abrir súper temprano la cafetería.
—Esta bien —medio refunfuña él.
Nos quedamos en silencio unos segundos, se escuchan fuera los ruidos
típicos de la ciudad y de los coches andando por las calles.
—Si quieres nos podemos dar el dedo meñique —susurro.
—¿Y como es eso? —Pregunta, curioso.
Entonces estiro mi mano hasta que toco la de él y enredo su dedo
pequeño con el mío, sonriendo cuando me da un ligero apretón.
—Buenas noches, Douce —murmura.
—¿Pierce? —Murmuro, unos segundos después.
—¿Hum?
—Estoy contenta de que hayas decidido venir a pasar la noche conmigo,
a pesar de todo...
—Yo también, Mine, yo también.
A pesar del calor y de mi cuerpo transpirado, consigo dormirme con una
sonrisa en el rostro.
***
Debo confesar que no fue la mejor noche de mi vida y por más que les
mentí diciendo que me había ido a dormir con una sonrisa, en realidad casi
muero de calor.
A la mañana siguiente, las sábanas estaban húmedas debido al sudor de
toda la noche y Pierce siquiera se quejo cuando el despertador sonó muy
temprano, de hecho, vino de buena gana a darse una ducha conmigo.
Una ducha helada.
Y me dijo, por lo bajo, como si estuviera murmurando algo al azar, que:
«Si tenia su pene así de pequeño, era porque estábamos bañándonos con
agua fría, pero que, si seguía dándole miradas de reojo, me daría vuelta y
me follaria como tenia ganas de hacer desde que nos habíamos despedido
en el aeropuerto»
Deje de darle miradas de reojo al pene, solo porque no podía llegar tarde
al trabajo.
Me despedí de mis gatos y me disculpé con Pierce por no prepararle el
desayuno, pero la realidad era que no tenía nada en casa y por lo general,
solía desayunar en la cafetería.
El tránsito, como era costumbre en Nueva York, era infernal, pero por
suerte el cielo estaba completamente nublado, por lo que el calor había
menguado un poco.
No pude evitar pensar que, aunque el tránsito y la locura de la ciudad
solían ser un incordio, había extrañado mucho esto.
Hicimos el viaje en un cómodo silencio, escuchando la radio por lo bajo,
supongo que los dos lo suficientemente dormidos para llenar el ambiente
con una conversación sin sentido.
Cuando llegamos a la cafetería sonreí al verla todavía cerrada y me di
cuenta de lo mucho que había extrañado este pedacito de mi.
Me giré para despedirme de Pierce, pero él estaba ya mirándome, con esa
sonrisa secreta que me decía que estaba pensando en algo que no iba a
decirme.
—¿Qué? —Pregunte de todas formas.
—Nada —respondió. —¿Nos vemos...?
Dejó la pregunta en el aire, como si en realidad no se animara a decir lo
que tenia en la punta de la lengua.
—Los mediodías suelen ser tranquilos los inicios de semana, ¿te escribo
para ver si puedes almorzar conmigo?
Su sonrisa como respuesta hizo que me hormigueara todo el cuerpo.
—Me encantaría —respondió.
Y entonces hice algo que nos sorprendió a los dos: enredé mis brazos a
su alrededor y le di un beso, un beso cargado de promesas susurradas en la
oscuridad, un beso que le decía muchas cosas, muchas cosas que todavía no
me salían en palabras y cuando me separé, quise decirle todas aquellas
cosas que me pasaban por la mente, pero cuando se dio cuenta de que
todavía no me salían, sonrió y murmuro: —Lo sé, Douce.
Me baje del auto y me despedí con un movimiento de la mano, antes de
abrir la cafetería y sonreír cuando la observe por dentro.
Estaba igual que siempre, pero también mía, muy mía, este espacio era
mío y estaba orgullosa de él.
Me dirigí rápidamente a la cocina, prendiendo los hornos mientras me
ponía a amasar los bollos para comenzar a hacer la producción. Cristal llegó
media hora después, con su cara de culo habitual, de todas maneras, me
regaló una pequeña sonrisa, antes de decir: —Ya hay cola fuera.
Sonreí, por que ni en mis mejores sueños había imaginado el éxito que
teníamos.
Y entonces las puertas de Dulces Pecados volvieron a abrirse al público
y cuando quise darme cuenta, no me daban las manos para terminar de
meter en bolsas los pedidos que eran para llevar, porque a esta hora por lo
general venía gente de las oficinas y llevaban los pedidos para desayunar en
su respectivo lugar de trabajo.
Si bien el aire acondicionado aquí andaba perfecto, tenía la frente perlada
de sudor, pero nadie podía quitarme la sonrisa que tenía en el rostro,
contenta y satisfecha porque a pesar de estas semanas de vacaciones, los
clientes seguían eligiéndonos.
Fue en ese preciso momento, cuando agradecía al universo con que las
cosas con mi trabajo estuvieran yendo tan bien, cuando por fin había pasado
la primera oleada de la mañana, cuando la campanilla de la entrada sonó
mientras la puerta se abría y volvía a cerrarse con la entrada de un cliente,
mientras que yo me encontraba agachada detrás del mostrador, acomodando
las donas de chocolate que acababa de pasarme Cristal de la cocina.
—Un segundo —murmure, la voz jadeante por el esfuerzo. —Ya termino
aquí —agregue.
Pero la persona del otro lado del mostrador no dijo nada y es por eso que
cuando me puse de pie, me quedé de piedra cuando unos ojos negros y una
sonrisa burlona me devolvió la mirada.
—Hola, Muñeca, ¿me extrañaste?
Bueno, mierda.

***
BUENAS BEBES
AQUÍ OTRO CAPÍTULO, NO PUEDEN AMARME MÁS CON
ESTAS ACTUALIZACIONES A CADA RATO
NO SE OLVIDEN POR FAVOR DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
EMPIEZA LA RECTA FINAL
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POR FAS, RECOMIENDEN LA HISTORIA SI PUEDEN
DESDE YA MUCHAS GRACIAS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE

UN REGRESO NO TAN TRANQUILO

—Hola, Muñeca, ¿me extrañaste?


Me quedo unos cuantos segundos de piedra, sin saber que carajo
responder, antes de largar lo primero que se me viene a la cabeza:
—Bienvenido a Dulces Pecados, ¿en que puedo ayudarte?
La sonrisa de Marcus flaquea, no voy a negarlo, así como también un
pequeñísimo tic le hace cerrar el ojo, de todas maneras, vuelve a sonreír
como si nada.
—¿Cómo has estado? —Abro la boca para responder, pero entonces
levanta un dedo y me interrumpe. —No vuelvas a decir la mierda de
presentación, porque he venido en son de paz.
Me cruzo de brazos, por que eso era precisamente lo que estaba a punto
de decir.
—Bien... —murmuro, sin prestarle demasiada atención, acomodando las
medialunas que me acaba de pasar Cristal.
—Intente escribirte, pero...
—Me tienes bloqueada del WhatsApp, lo sé —acuso, levantando una
ceja y cruzándome de brazos.
Las manos de Marcus se apoyan sobre el cristal del mostrador, antes de
ladear un poco más su cuerpo hacia adelante y decir en voz baja: —No
dejabas de mandarme videos de escenas porno, con enanos teniendo mucho
sexo en ellos —dice y me tengo que morder la lengua para no largar una
risotada. —Me veo en la obligación de aclarar que no tengo ningún fetiche
con ese tipo de porno.
—¿Acaso lo tienes con otro? —Pregunto, prendiendo la máquina para
hacerme un café, ya que me ha entrado hambre.
—Intenté escribirte, pero luego de desbloquearte, me di cuenta que tu me
habias bloqueado a mi.
—¿Esperabas menos? —Respondo con ironía.
—No —murmura en voz baja. —No después de lo que pasó...
—¿Te refieres a cuando luego de follar me gritaste como un poseso? —
Acuso y aparta la mirada con vergüenza. —No te preocupes, no esperaba
mucho más de ti.
—Me merezco eso, supongo —suspira.
Miró en dirección a la entrada de la cafetería, viendo a los transeúntes
pasar, ¿por qué carajos no entran clientes cuando más lo necesito?
—No te preocupes, sin rencores —agrego, guiñándole el ojo.
—Minerva...
—¿Ahora soy Minerva? —Pregunto. —¿No incordio? ¿Hija de Satanás?
¿Error del universo? Y oh, mi favorito: ¿Insoportable forúnculo de culo?
—Yo nunca te llame de ese modo —intenta defenderse.
—Si lo hiciste —respondo. —Solo que pensaste que no te había
escuchado.
—¡Habías cambiado el endulzante de mi mesa por sal! Te habías tomado
el jodido trabajo de cambiar los frascos.
Nuevamente tengo que apretar los labios y por más que luzca seria, se
que Marcus puede ver la diversión en mi mirada.
Demonios, respira, Minerva, carajo.
—Una insignificante bromita —le resto importancia, tendiéndole un café
a él, que casi sin pensarlo, lo preparé junto con el mío.
—Cuando te pedí un vaso de agua, me trajiste uno al que lo habías
llenado de azúcar, ¡casi muero!
—Esa fue Cristal —me defiendo. —Dijo que siempre te quejas de su
tarta de chocolate.
—Por que no sabe hacerla como tu —se le escapa.
Oh, mi sonrisa, nunca había sido tan grande.
—Pocas personas saben hacerlo como yo, Marcus —respondo,
guiñándole el ojo y haciendo que él los ruede con fastidio.
—Mira... —comienza diciendo él, pero rápidamente lo interrumpo.
—No Marcus, no quiero una disculpa por lo que pasó, de hecho, no
tendría que haber pasado —respondo rápidamente, pasando detrás de la
barra para ponerme a juntar las tazas vacías de las mesas.
Marcus, por supuesto, me sigue.
—¿No tendría que haber pasado? —Pregunta con ironía. —No creo que
eso sea lo que realmente piensas, muñeca.
—Si, bueno, ahí está la cosa Marcus, que nunca lo sabrás —respondo,
intentando restarle importancia al asunto.
—¿Y qué propones, entonces? —Suspira al final, dándose por vencido.
—No lo sé, ¿qué seamos besties?
—No soy amigo de las mujeres que me follo —responde rápidamente.
—Pero si ahí está la cosa... —respondo, un poco abrumada por esta
nueva cercanía—, nosotros no hacemos eso de copular —frunce el ceño
ante la palabra que usé—, lo hicimos una vez, yo ya lo olvidé, ¿cómo es
que tu no lo olvidaste? —Pregunto, pasando por su lado y manteniéndome
lo más lejos posible para no rozarlo al pasar.
Su mano se cierra en torno a mi codo, deteniéndome cuando iba a
meterme nuevamente detrás de la seguridad de la barra.
—Pues ahí está la cosa, muñeca, que no lo olvide —dice, acercándose
medio paso y mis ojos se abren un poco al ver la cercanía en la que nos
encontramos—, por más que lo haya intentado —esa última palabra me
deja saber que intento follar con otras y no pudo—, por más que me haya
dicho una y otra vez que no fue memorable, que no recordé una y otra vez
lo que pasó, la manera en la que te...
—Tu lo que no quieres es que te vete de la cafetería —murmuro
rápidamente, deteniendo lo que sea que iba a decir.
Marcus aprieta la mandíbula, todavía tiene su mano sobre mi codo,
calentando mi piel.
—No es del todo cierto —murmura al final.
Ruedo los ojos, lo que hacen los hombres por un rico bollo de chocolate.
—Si, lo es, no vengas aquí fingiendo que de repente te importa —agrego
y me suelto de su agarre—, además, que sepas que estoy saliendo con
alguien.
Marcus entrecierra los ojos, de seguro no me cree, el muy idiota.
—¿Tu? ¿Saliendo con alguien? —Se mofa. —A ver, ¿quien fue lo
suficientemente idiota para enredarse con una loca como tu?
Abro la boca, indignada y él solo me sonríe en respuesta y cuando estoy a
punto de contestar, alguien responde detrás de él: —Que sepas que esta loca
es mía —ohporDios—, si me disculpas...
Y entonces Pierce aparece detrás de él, enredando su brazo en mi cintura
y acercándome hasta que me da un beso que me corta el aliento.
—Hola, dulzura —murmura sobre mis labios, ignorando por completo a
Marcus.
Que vamos, de más está decir que a Pierce nunca le cayó muy bien que
digamos.
Por el rabillo del ojo veo que Marcus ha perdido cualquier rastro de
diversión y no puedo negar que me siento un poco mal, no porque tenga
sentimientos encontrados con él, sino porque parecía que de repente,
después de mucho tiempo, alguien le había llamado la atención y ese
alguien era yo.
Abre la boca para decir algo, pero entonces la puerta de la cafetería
vuelve a abrirse y un grupo de oficinistas pasan al fondo para sentarse.
A Marcus le suena el Handy que tiene colgado en el pecho y se va y
Pierce..., demonios, la sonrisa de Pierce no tiene nombre.
Una vez que atiendo a los nuevos clientes y vuelvo para prepararles el
pedido, Pierce está todavía apoyado en la barra, mirándome trabajar y
atender a la gente, tiene una sonrisa suave en el rostro mientras sigue cada
uno de mis movimientos.
—No me mires de ese modo —me quejo, con las mejillas ardiendo.
—¿De qué modo? —Pregunta él, apoyando la mano en el mentón, sin
dejar de mirarme.
«Como si estuvieras enamorado de mi» pienso, pero no lo digo.
—Como si..., como si... —carajo, no se me ocurre nada.
—¿Cómo si fueras lo más hermoso que vi en mi vida? —Dice él.
Por un demonio, con Pierce.
—De todos modos, ¿qué haces aquí? —Cambio de tema rápidamente.
Pierce se incorpora un poco, con una mueca de disculpa en el rostro.
—Es que en realidad no iba a poder tener contigo ese almuerzo al
mediodía, surgió una reunión importante sobre un nuevo restaurante y...
—¿Y no podías mandarme un mensajito? —Pregunto, sonriendo y
derritiéndome de amor porque se haya tomado el trabajo de venir hasta aquí
para decírmelo.
—Es que si te soy sincero... —respondió, acercándose a mi por detrás de
la barra—, estaba comenzando a extrañarte —susurro en mi oído,
tomándome por detrás.
—Pero si nos vimos hace un rato —respondo, riéndome y sacudiéndome
de su agarre, mientras pongo las porciones de torta en la bandeja junto con
las malteadas y voy a servirlas.
Una vez que vuelvo, no puedo evitar murmurar: —No entiendo cómo la
gente puede tomar esas bebidas tan temprano.
Pero entonces Pierce no me responde, sino que se queda simplemente
mirándome de esa manera que me desarma un poco.
—¿Que? —Pregunto, nerviosa por su escudriño.
—Lo lograste —murmura al final y yo simplemente lo miro, confundida.
—Cumpliste tu sueño, Mine, lo estas haciendo todo tu sola —agrega. —Se
que no debería importarte la opinión de nadie, pero... —toma aire antes de
soltar las próximas palabras—, estoy muy orgulloso de ti.
Sonrío, sintiéndome un poco abrumada por lo que sus palabras producen
en mí y entonces, sin decir una palabra, mis brazos se enredan alrededor de
su cintura mientras lo apretujo con fuerza, intentando decir con este abrazo
lo que no me sale con palabras, pero que yo se que estoy sintiendo.
Él sabe que estoy sintiendo.
Nos miramos unos cuantos segundos mientras nos damos un beso sin
cerrar los ojos y entonces la campanilla de la puerta de entrada vuelve a
sonar y maldigo mi suerte, que ahora no quiero que entren más clientes, que
lo que quiero es besarme con Pierce hasta que me duelan los labios.
—¿Podríamos vernos después, tal vez? ¿A la noche? ¿Comer algo? —
Pregunto, dubitativa, pero la verdad es que no se si es demasiado pronto
para decirle que quiero verlo cada noche, a cada rato.
Que dormir entre sus brazos se siente lo más lindo del mundo.
—Hablamos luego, ¿está bien? No se que día me espera y no quiero
prometerte algo que tal vez no pueda cumplir.
Sé que ve la mirada de decepción en mi rostro, porque entonces está
tomando mi rostro con cariño, para mirarme a los ojos antes de decir: —
Pero si quieres, puedes dejarme una llave escondida en la macetita que está
fuera de tu departamento, así una vez que termino puedo ir directo a tu
departamento, meterme debajo de tus sabanas para luego meterte la po...
Le doy un golpe en el pecho, haciéndolo reír, mientras yo me encuentro
con la respiración y el lívido agitados.
—Nos vemos luego —murmura, dándome un beso rápido—, avísame si
dejas las llaves donde te dije —dice al final, con un guiño.
Lo veo marcharse, abanicándome con la mano cuando una de las mesas
me llama para hacerme el pedido.
Concentrarse por el resto del día se vuelve una tarea casi imposible.
***
Es bien entrada la tarde cuando por fin el último cliente sale de la
cafetería. Cristal se fue hace un rato y yo me pregunto cómo deje que Nerea
hiciera esto sola por tantos días, decidiéndome en ese mismo momento que
es hora de aumentarle el sueldo.
Estoy tomando mi abrigo y mi cartera cuando la puerta de la cafetería se
abre y entonces estoy insultando a Dios y los angelitos porque realmente
estoy demasiado cansada para ser amable ahora mismo, pero entonces me
detengo cuando un enorme ramo de rosas aparece frente a la persona que se
oculta detrás.
Ya estoy sonriendo cuando los ojos de Mika aparecen detrás del ramo y
cuando quiero darme cuenta, estoy corriendo en su dirección, saltando a sus
brazos mientras él aparta el ramo y me devuelve el abrazo con fuerza.
—Hola, pequeña —murmura, abrazándome fuerte mientras sostiene mi
peso cuando estoy colgada como si fuera un mono. —Yo también te extrañe
—dice riendo, cuando lo apretujo cerca mío.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Pregunto. —¿Por qué no me avisaste que
vendrías?
—Quería darte una sorpresa —responde, tendiéndome el ramo.
Cuando abro la boca para preguntarle cómo está, otra voz nos
interrumpe: —Queríamos, amor, queríamos.
Y entonces mis ojos se clavan en Dante, que cuando corro a abrazarlo,
levanta un brazo, señalándome con el dedo, antes de murmurar: —A mi no
vas a abrazarme como si no nos hubiésemos visto en quinientos años, que
fueron un par de semanas nada más y déjame confesarte que necesitaba
respirar un poco de ti.
Si no lo conociera bien, esas palabras me hubieran dolido una barbaridad,
pero a su extraña manera, esa es la forma de Dante de decir que te extraño.
El abrazo que nos damos es más medido, sin embargo, el apretujón al
final me dice todo lo que necesito saber y es que él también me quiere.
Los chicos me esperan a que cierro la cafetería y los tres nos
encaminamos a un barcito pintoresco que hay a un par de manzanas.
Si bien a la mañana temprano estaba bastante fresco, ahora corre una
brisita cálida que me obliga a llevar el abrigo en la mano.
Nos sentamos en una mesita que está en el patio del lugar y cada uno se
pide una bebida diferente, mientras los chicos me escuchan hablar con
atención de como fue mi viaje, los lugares que conocí y todo lo que aprendí.
Lo primero que pregunta Dante es si fui al lugar de doms y sumisas que
me recomendó, pero por la salud mental de Mika le digo que no hablo de
mi vida privada, cosa que fastidia a uno, pero hace sonreír al otro.
No me pasa por alto la mueca de Dante cuando cuento que me encontré
con Isabella y decido que, para no arruinar el momento, lo hablaremos
después, cuando estemos a solas.
Ha pasado una hora en la que la única que ha hablado he sido yo y
entonces, sin poder aguantarme otro minuto más, pregunto, sin pelos en la
lengua: —Entonces..., ¿desde hace cuanto están saliendo?
Mika se atraganta con la bebida y rápidamente le tiendo una servilleta
para que limpie el desastre que se hizo en su rostro, Dante, por otro lado,
me mira con una sonrisa de oreja a oreja.
—Me pregunto hace cuanto lo tienes atragantado, déjame decirte que no
esperé que fuera tanto y ha sido bastante sutil, teniendo en cuenta de quien
viene la pregunta —agrega, guiñándome el ojo.
Ignorándolo, clavo mis ojos en Mika, que es el único que no sabe mentir.
—¿Y? —Pregunto, impaciente.
Abre la boca, pero entonces Dante está interrumpiendo lo que sea que
fuera a decir.
—No tienes que responder a eso, chanchito, puedes contarlo cuando
estés listo.
Aprieto los labios con mucha, mucha fuerza, antes de alternar la mirada
entre ambos.
Dante solo mira a Mika fijamente, con una sonrisa en el rostro, mientras
que éste tiene las mejillas tan sonrojadas que me pregunto si no estará
sintiéndose mal.
—¿Chanchito? —No puedo evitar murmurar, mientras le doy un trago a
mi bebida.
Creo que debería dejar de beber si quiero esperar a Pierce despierta esta
noche.
—¿Que estas haciendo? —Dice Mika en dirección a Dante. —No se
suponía que fuera de esta manera —sisea.
Dante chasquea con la lengua, como si estuviera restándole importancia,
antes de agregar: —Lo siento bollito de chocolate, pero Mine se dio cuenta
que me estabas metiendo mano por debajo de la mesa, era innecesario
seguir ocultándolo.
—¡Mika! ¿Estabas metiéndole mano por debajo de la mesa?
Mika cierra los ojos con fuerza, murmurando una plegaria al cielo
mientras que Dante simplemente bebe.
—Anda, Mika, no te enojes, mira, si quieres puedo aclarar las cosas
ahora mismo con Minerva...
—Ni se te ocurra —sisea Mika, pero es tarde, porque Dante ya está
hablando.
—La cosa, querida Mine, es que cuando dos hombres se gustan entre si...
—Dante... —insiste Mika.
—Quieren meter la polla el uno en el otro, es algo así como lo que tu
haces, pero más divertido y veras, que a veces duele un poco y ruego al
cielo que tu no lo sepas, pero Mika tiene una polla gigante...
—Por todos los cielos, Dante —se queja Mika, consternado el pobre.
¿Yo? Yo tengo los ojos abiertos de par en par, mientras me termino la
bebida de un solo trago.
—La cuestión es que usamos bastante lubricante cada vez, cosa que, si
me lo preguntas, es demasiado presupuesto, pero entonces Mika suele ser
un poco bruto, ¿si sabes?
—No, no sé —respondo, por que ya que, el chisme está interesante.
—Deténganse, como ahora mismo —se queja mi amigo.
—Y entonces, él tiene que chuparme...
—Dante, por un demonio, como que no te detengas ya mismo... —
amenaza Mika.
Dante se detiene abruptamente ante el tono, no es como si haya sido
brusco ni mucho menos, solo que parece que con lo que sea que amenace a
Dante con la mirada, funciona, por que entonces se hace un silencio en la
mesa y ninguno de los tres dice nada, hasta que yo, sin poder aguantarme,
pregunto: —¿Él que tiene que chuparte?
La carcajada que lanza Dante me sorprende un poco, ríe tanto que se
dobla un poco sobre sí mismo, mientras se limpia las lágrimas de los ojos.
Mika lo mira por unos cuantos segundos, una mirada cálida, una de la
que tendremos que hablar cuando estemos a solas y entonces también ríe,
suplicando otra plegaria al cielo mientras que yo me termino también
uniendo a ellos.
—Entonces no están saliendo —murmuro al final, luego de que llega otra
ronda de bebidas a la mesa.
Salvo para Mika, que siquiera se ha terminado el primer vaso.
Dante esta vez, no dice nada, sino que mira hacia otro lado, como si
estuviera esperando que quien diga lo que sea que está pasando, sea Mika.
—Si, si estamos saliendo —responde y la cabeza de Dante se vuelve
como un resorte hacia nosotros, sorprendido. —Nos hemos visto por algún
tiempo, pero lo oficializamos hace poco más de un mes.
—¿Lo hicimos? —Pregunta Dante.
—Si, chanchito —responde con sorna Mika.
—Wow —respondo, sorprendida.
—¿Que? —Pregunta Mika, mirándome fijamente. —¿Si no se te cuentan
los detalles de cama no es tan interesante?
Entrecierro mis ojos hacia él, antes de decir: —Solo me sorprende que lo
admitas de esa manera —murmuro. —Aunque un poco me lo imagine.
—¿Lo hiciste? —Pregunta Dante.
Miro entre los dos: la polera blanca de cuello alto de Mika, junto con
unos pantalones de vestir y unos zapatos a juego y luego a Dante, que tiene
una remera que deja ver su ombligo y en ella se lee la frase que dice:
«chupa mi no coño», los pantalones celestes y unas botas de piel.
No, no pegan ni por más que lo intenten, pero..., viendo la manera en la
que se miran justo ahora, me doy cuenta de que ellos podrían hacerlo
funcionar sin esfuerzo.
Por qué se supone que el amor sea así, que el amor sea para valientes.
Les pregunto cómo es que terminaron juntos y Dante, de repente más
entusiasmado de lo que le vi nunca, comienza a contarme la historia,
diciendo que en realidad Mika está enganchado de él desde el primer dia
que lo vio, cosa que Mika niega, pero entonces Dante dice que tuvo que
hacerlo rogar bastante, porque en realidad Mika no era mucho su tipo, este
último en un momento se rinde, porque supongo que le parece en vano
interrumpir a Dante.
Mika tiene que detenerlo cuando comienza a contar esos detallitos que
nos vuelven loca, pero él solo niega con la cabeza e intenta seguir con el
ritmo de la historia.
Le pido que se detenga, cuando me cuenta que lo hicieron en mi sofá.
Mika me jura que eso no pasó, pero por sus mejillas sonrojadas, me
imagino que si fue de ese modo.
—La cosa, Mine, es que... —Mika se detiene, observándome tomar con
una pajita mi trago con mucho entusiasmo, pero es que está riquísimo.
—¿Qué? —Pregunto, nerviosa.
—La cosa es que tenemos que pedirte un favor... —termina Dante por él.
—¿Sí? Lo que sea por ustedes, chicos —murmuro rápidamente.
—Oh, te lo dije, ella hará lo que queramos.
—Menos un trio con ustedes, eso no.
—Tu sabes que lo harías —me apunta Dante con el dedo—, no te atrevas
a negarlo.
Abro la boca, indignada, pero entonces Mika le pide que se concentre en
el problema.
—Bueno, veras, Minervita... —empieza Dante.
—No me llames Minervita —me quejo, tirándole con un maní que lo
golpea en el ojo y lo hace chillar.
A mi me entra la risa boba mientras que Mika lo asiste.
Mierda, extraño a Isa para que se ría conmigo.
Y mierda por dos, ya que creo que me estoy embriagando.
Una vez que Dante deja de quejarse, lanzándome una mirada de odio,
Mika vuelve a hablar: —Pues la cosa es que necesito que me hagas un favor
enorme.
—Un favor de esos que no la puedes cagar como siempre —agrega
Dante.
—Necesito que vengas a cenar con mi madre y mis hermanas, Mine.
En ese momento abro los ojos como platos, dándome cuenta de que...
—¡Por Dios, Mika! ¡¡¡NUESTRO COMPROMISO!!! —Agrego,
poniéndome de pie y llamando la atención de la gente del bar.
—Siéntate y baja la voz, loca del carajo —se queja Dante, sonriendo
incómodo. —Sufre de trastornos de personalidad —le dice a la gente de la
mesa aledaña.
Lo miro molesta, pero entonces vuelvo a clavar mis ojos en Mika: —
¿Que va a pensar tu madre de mi?
—Nada, porque vamos a cenar con ella y vamos a fingir que el
compromiso sigue en pie.
Abro la boca, sin entender del todo lo que acaba de decir.
—¿Que vamos a hacer qué? —Pregunto.
—C-e-n-a-r-c-o-n...
—Ya... —detengo a Dante. —Es que no entiendo, ¿ustedes no están
juntos?
—Si, lo estamos —responde Mika rápidamente.
—Pero a mi sinceramente eso de presentarme a las familias me da un
poco de repelús —murmura Dante, bebiendo su Martini con tranquilidad—,
y mi pollito, bueno, él no está muy listo para salir del armario que digamos,
por ahora lo único que pudo sacar fue la polla.
—Dante, por todos los cielos, no es eso y lo sabes y deja, por lo que más
quieras, de llamarme con nombres de animales.
—¿Por qué? Es tan divertido y te picas tan rápido —sonríe Dante.
—Chicos —me quejo, haciendo que su atención vuelva a mi—, necesito
que me digan que es lo que tendría que hacer, porque realmente no termino
de entender.
—Tienes que hacerte pasar por mi prometida —murmura Mika—, otra
vez.
Lo miro, realmente lo miro, intentando adivinar porque está haciendo
esto, si realmente quiere hacer esto, pero es Dante quien me saca de la duda.
—No es como si vaya a ser para siempre, será solo esta vez, para darnos
más tiempo hasta que queramos sacar todo esto a la luz, tiempo a su madre
y tiempo a nosotros, para prepararnos.
Lo pienso unos instantes. En realidad, no necesitaba pensarlo tanto,
porque cuando Mika me dijo que necesitaba que le hiciera un favor, yo ya
estaba dentro, pero lo hago para ponerle un poco de tensión al asunto.
—Esta bien, no tienes que hacerlo Mine, todo esto es una locura... —
comienza diciendo Mika.
—¿Cuándo? —Es todo lo que pregunto.
Mika me mira unos segundos, como si fuera a preguntarme si en verdad
estaba dispuesta, pero no llegó a decir nada, porque Dante respondió por él:
—Esta noche —y luego miró un reloj imaginario en su muñeca, antes de
agregar: —De hecho, deberíamos ir yendo.
Abro la boca, consternada.
—¿Cómo que ahora? —Pregunto con pánico. —¡Estoy peda, Mika!
—Dante dijo que era más probable que digas que sí, si estabas un poco
alegre.
—Hubiera dicho que si de cualquier forma, Dante dijo eso porque él
necesitaba beber.
Mika dirige sus ojos acusadores a su pareja.
—Ups —dice este, no sintiéndolo un carajo.
Froté mi rostro, frustrada y me mire.
—Voy hecha un desastre —gemí.
—Estas hermosa —dijo Mika.
—La verdad es que si luces un poco mal —agrego Dante al mismo
tiempo.
—Esta bien —dije, tranquilizándome un momento y entonces mi
teléfono suena en la mesa con un mensaje y lo tomo rápidamente.

Piercecito:
Douce, surgió algo y no podre ir hoy a tu departamento, lo siento,
mañana iré a verte temprano. Envíame un mensaje antes de ir a dormir.

No respondí, sino que simplemente miré la pantalla, hasta que sola se


apago e ignore la amargura que me sacudió al leer aquel mensaje.
—Esta bien, vamos a hacerlo —respondí, terminándome el trago de un
solo sorbo.
—¿Seguro? —Pregunto Mika una última vez, mirando el teléfono.
De reojo llegue a ver que era su madre, de seguro preguntándose si
estábamos en camino.
—Si, de todos modos, ¿qué puede salir mal? —Murmure, mientras nos
poníamos de pie y salíamos del bar. Por como se me tambaleaba un poco
todo, me di cuenta que había bebido un poco de más. —¿Dónde es?
Mika me sonrió antes de responder.
—El lugar es increíble, me llevó meses reservar en ese lugar...
Mika siguió hablando, pero entonces me di cuenta, por el lugar que me
nombro, que las cosas, definitivamente, no iban a salir del todo bien esta
noche, pero como decía el dicho... «si la vida te da limones, tu has
melonadas, o alguna mierda así»

***
BUENAS
AQUI UN NUEVO CAPÍTULO
¿COMO SE PREPARAN PARA EL FINAL? YA QUEDA NADA,
DE NADA, DE NADA.
POR FAVOR, NO SE OLVIDEN DE VOTAR :S
SIGANME EN MIS REDES:
INSTA: DBLASSAL
TWIITER: DEBELASSAL
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FACEBOOK: LECTORES DE DEBIE
DESDE YA MUCHAS GRACIAS
LXS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO

Antes de que lean este capítulo, les pido que disfruten de lo que se viene, si
mis calculos no me fallan, faltan menos de 7 capítulos para que termine
esta historia. Si bien no tendría que estar explicando esto, quiero que sepan
que hacía mucho tiempo no me reía escribiendo a Minerva y espero que
ustedes también lo hagan. Les prometo que en los próximos capítulos, todo
va a ir cayendo en su lugar y se irá acomodando y solo para advertirles, no
den nada por hecho.
Las amo, gracias por seguir acompañándome.
Ahora, a disfrutar.

NADA QUE EL SÍNDROME DE TOURETTE NO PUEDA


SALVAR

Observo las ventanas mientras Mika y Dante hablan de lo que va a


acontecer esta noche. Cuando mi amigo me dijo donde íbamos a ir a cenar,
le dije que no lo haría sino me llevaba primero a cambiarme a mi
departamento, porque no había manera en el mundo que fuera después de la
cafetería allí.
No hacía milagros, aquello de más está decir, sin embargo, una vez que
me arregle el maquillaje y cambie mi ropa por un jean de color blanco y una
camisa de seda negra y unos tacones, era otra persona.
Más segura de mi misma, pero también la misma a la que su instinto le
decía que algo esta noche iba a salir mal.
Si tan solo lo escuchara, mi vida sería otra.
Mika me sonríe cuando vuelvo, diciéndome que estoy igual de preciosa
que antes.
Dante me pregunta que me hice para parecer que pase un día de spa, el
muy infeliz.
Una vez que llegamos al restaurante, tal como la última vez, hay fila, sin
embargo, Mika me dice que su madre y sus hermanas ya están dentro, por
lo que no es necesario hacer la cola.
Dentro del ascensor Dante comenta lo pijo que se ve todo y yo ya, sin
aguantarme, no puedo evitar decir: —Hay algo que necesitan saber de la
última vez que estuve aquí.
—Ya valimos —dice Dante, sin tenerme una pizca de fe.
Me ofende, aunque lleva la razón.
—¿Cómo que ya estuviste aquí? —Pregunta Mika. —¿Con quien?
—¿Recuerdas aquella vez que Dean me invitó a comer? ¿Que al final
lograste convencerme de que vaya?
Mika entrecierra los ojos, antes de asentir.
—Bueno, la cosa es que con Dean nos pusimos un poco tontos —
murmuro, nerviosa, viendo con que velocidad sube el ascensor.
—¿Y...? —Pregunta Dante, toda curiosidad ahora.
—Y que me saque las bragas...
Mika abre la boca para preguntar algo, pero es Dante quien se le
adelanta: —Cuando dices que te sacaste las bragas, ¿a que te refieres
exactamente? Por que se me vienen muchas cosas a la cabeza y todas
terminan en una orgía —suelta.
Tomo aire, armándome de paciencia, antes de responder: —Es que la
camarera que nos atendía no dejaba de hacerle ojitos a Dean —respondo,
cruzándome de brazos, nerviosa.
—¿Y eso como termina contigo sin bragas? —Pregunta Mika.
—Y bueno, pues hazte a la idea, comenzamos a tontear con Dean, una
cosa llevó a la otra y entonces me saqué las bragas, no se me vio nada, pero
bueno, estábamos demostrándole un punto a la camarera, sin contar que le
dio en un papel su número a Dean, podría haber hecho que la despidan,
pero no lo hice, ¿saben? —Murmuro, con el vomito verbal a flor de piel. —
En todo caso, de seguro ya ni trabaja aquí, fue hace mil meses atrás, ya ni
recuerdo su rostro.
Y entonces el ascensor se abre y adivinen con quien me choco de frente.
Tenía que abrir la boca, ¿no es así?
La camarera me observa, intentando dar de seguro de dónde me conoce,
hasta que la resolución llega a ella y abre los ojos como platos, para luego
saludarnos con una sonrisa enorme.
—Por favor, dime que no es ella —susurra Dante detrás mío, pero no
hace falta que le responda, porque ya sabe la respuesta.
Por todos los cielos.
Mika se adelanta y le explica a la camarera que su madre —mi suegra—,
nos está esperando.
La chica asiente, todo sonrisas, antes de guiarnos a nuestros respectivos
lugares.
Nini, la madre de Mika, se pone de pie cuando llegamos, mientras me
pregunta cómo he estado, como me fue en mi viaje de negocios por Europa.
—Bueno... —murmuro, sonriéndole—, ya sabe lo que dicen de los viajes
por Europa, siempre son más placenteros que otra cosa.
Y nada más decir esas palabras, todas las cosas guarras que hice estando
allí me llegan a la cabeza y por cómo me he sonrojado, estoy segura de que
Nini también se ha dado cuenta, pero tiene la amabilidad de no decir nada al
respecto. Saludo a las hermanas de Mika, Denise, la que era medio hippie y
Sarah, la que tenía cara de culo —que la sigue teniendo—, y nos sentamos
todos en la mesa.
No es una de las mesas más privilegiadas como la que estuve con Dean
aquella vez, pero el lugar no deja de ser encantador y estar a reventar.
No me pasa por alto que la madre de Mika saluda y charla con Dante
como si lo conociera de antes y por el asentimiento de Mika, me deja saber
que ya se habían visto con anterioridad.
Mis ojos se encuentran solo un segundo con la camarera y aprieto los
dientes cuando observo que habla en voz baja con un compañero y entonces
debe de decirle algo, porque el compañero mira en mi dirección.
Aparto la mirada, nerviosa.
Un desastre, eso es lo que es todo esto y no se porque no me lo vi venir.
—¿Que quieren tomar? —Pregunta la hermana de Mika, Denise.
—Algo con alcohol —suelto sin pensar y la mesa se queda en silencio.
Levanto la cabeza, avergonzada y murmuro con una sonrisa: —Quiero
decir..., ¿un vino estará bien? No creo que en este lugar sirvan cerveza,
aunque me muero por una.
Nadie responde y hasta Dante me mira sorprendido, aunque de seguro
solo para molestar, pero es que acabo de quedar como una alcohólica frente
a la familia de mi prometido.
Y si, si, sé que no es mi prometido en verdad, ¿pero se acuerdan cuando
pasó todo esto? ¿Allí por el capítulo nueve? Les dije que cuando miento,
arrastro la mentira tanto que hasta me lo creo y también les había dicho que
aquella decisión me traería consecuencias, que no siguieran nunca mi
consejo.
Pues aquí estamos, con todo a punto de explotarme en la cara.
Cuando la camarera viene, sin dejar de lanzarme miraditas, Mika le pide
unas gaseosas y —gracias a Dios—, un vino blanco.
Me tomo la primera copa de sopetón y entonces Dante me pega un
codazo que me hace jadear y me doy cuenta de que todos me miran.
—¿Qué les parece si hacemos un brindis? —Propone Mika, fingiendo
demencia.
Que desastre, por Dios.
—¿Y por qué brindamos? —Pregunto, puras sonrisas.
La sonrisa de Mika un poco flaquea, no les voy a mentir y Dante ahora
simplemente mira para otro lado, de seguro pensando en todas las maneras
en las que estoy arruinándole la tapadera de su relación.
—Por nuestro compromiso, cariño —responde él, tenso.
—Por supuesto —respondo, poniéndome de pie también. —¿Quieres
decir unas palabras..., chanchito? —Digo en dirección a Mika, que me mira
sorprendido.
En mi defensa se me escapó.
—Creo que te daré los honores —responde él y creo que sin pensar.
Por qué entonces Dante dice medio en voz baja: —Por todos los cielos,
que nos echan del lugar.
Le lanzo una mirada indignada, pero entonces, como si de un imán se
tratara, mis ojos van de nuevo a la camarera, que nos mira con una sonrisa
en la cara, antes de hacerme una pequeñísima seña con la cabeza,
indicándome que mire a un costado y yo por supuesto que lo hago, pero
entonces...
Me siento cuando todo el aire abandona mis pulmones, mis ojos se
clavan en la escena un par de mesas más alejadas.
—Mine, ¿estás bien? —Pregunta Mika, a mi lado.
Lo miro y le sonrío, asintiendo mientras trago saliva con dificultad.
—Ay, por la teta de mi tía Roberta —dice Dante cuando se percata de
donde se clavaron mis ojos.
Mika nos mira, confundido y gracias a todos los santos, es Dante quien
llama la atención de toda la mesa.
—¿Quieren que les cuente la vez que Minerva...?
—Esta bien, Dante —lo interrumpo rápidamente, porque lo que sea que
va a soltar, de seguro me hunde peor que el Titanic. —No hace falta, en
serio —digo, porque quien sabe qué barbaridad iba a decir.
Retomamos la conversación en la mesa, mientras mis ojos no paran de
lanzar miradas a la mesa que lentamente se acomoda en sus respectivos
asientos.
Dean tiene el rostro tranquilo, sin embargo, a pesar de la distancia,
distingo que luce tenso mientras se esfuerza por sonreír.
Su padre y la esposa de este también están allí, quién era mi suegro
hablando cortésmente con los padres de la prometida de Dean.
Mía observa algo en su teléfono, ajena a lo que sea que se hable en la
mesa y una pizca de tranquilidad me invade al ver que luce mucho mejor
que unos meses atrás y que ya no esta internada, así como también el
orgullo de saber que nadie en esa mesa es lo suficientemente interesante
como para que deje de lado su teléfono y les preste atención.
Mika está diciendo algo a su familia, si mal no escuche, está contando
como nos conocimos, dice que fue algo así de un par de años atrás, pero que
empezamos a salir hace poco menos de un año y entonces, está diciendo
algo lindo de mi y de la amistad que formamos primero antes de...
—¡Hijo de puta! —Me sale sin querer y la mesa, por Dios, la mesa
vuelve a quedarse en un silencio por demás tenso.
Pero es que mis ojos no pueden apartar la mirada de donde Pierce acaba
de llegar, uniéndose a la mesa de la prometida de Dean.
Traicionero hijo de puta.
Perro.
Asqueroso, cobarde.
—¿Disculpa? —Murmura Sarah al ver que no me he corregido.
—Yo... —murmuro, avergonzada, pero es que no lo puedo creer.
—Es que ella tiene Tourette —dice Dante y todos nos quedamos tiesos.
Esto se está convirtiendo en un desastre monumental.
—¿Tu tienes..., que? —Pregunta ahora Nini.
Por Dios, como le explico.
—¿Te refieres a que eres como esa gente que sale en tiktok? —Pregunta
Denise, su rostro es intriga pura. —¿Que dice muchas maldiciones sin
poder parar? ¿En lugares embarazosos?
—Yo...
—Ahora entiendo —agrega Nini, sin dejarme responder—, ¿por eso
maldecías tanto cuando nos conocimos? No podías decir una sola oración
sin decir tres groserías juntas.
Sonrío, incómoda, sin saber como defenderme ante aquello, porque mi
suegra lleva la razón.
¿Será que en verdad tengo Tourette?
—¿Y ahora vas a pasarte todo el rato maldiciendo? —Pregunta Sarah,
luciendo un poco molesta.
—No, suele controlarlo bastante —dice Dante por mi y debo agradecer
que esté interrumpiéndome a cada rato, porque en verdad está salvando la
cena, aunque en realidad creo que salva su propio culo. —Aunque no se
sorprendan si en breve suelta alguna barbaridad, sepan que no puede
controlarlo.
—No te preocupes, cariño —suelta Nini en mi dirección con una sonrisa
suave.
Mika va a volver a hablar, pero entonces la camarera vuelve a aparecer
para tomar los pedidos, le digo a Dante que me pida lo mismo que él y
entonces la mesera, mientras junta las cartas, pregunta: —¿Te conozco de
algún lado?
Miró algo en mi pantalón, fingiendo que intento sacar una mancha
mientras me hago la loca, aunque se que me está preguntando a mi.
Dante me pega en un costado y me obligo a levantar el rostro,
sonriéndole incómoda.
—¿Disculpa?
—Es que estoy segura de que te conozco de algún lado —repite. —
Habías venido por aquí antes, ¿verdad?
—Para nada —suelto rápido. —Me debes estar confundiendo con alguien
más.
Gracias a Dios la chica parece darme tregua y se marcha.
Suspiro, tomando otra copa más de vino.
—Creo que deberías ir pidiendo otro vino —le digo a Mika sin mirarlo,
pero es que sus ojos ahora por fin encontraron la mesa de Dean y Pierce.
De camino aquí, les conté que mi relación con Voldemort iba viento en
popa, que ya no me mentía, que de seguro esta vez llegábamos a buen
puerto.
Me sale una risotada y me tapo la boca rápidamente.
—¿Eso es parte del Tourette? —Pregunta Denise.
Dante rápidamente comienza a distraerla con otro tema al que no presto
atención y Mika en ese momento cierra su mano en mi muslo, dándome un
ligero apretón para llamar mi atención.
—¿Estas bien? —Pregunta, preocupado. —¿Quieres que nos vayamos?
Dios, amo a este hombre.
Sonrío suavemente en su dirección: —No te preocupes, estoy bien —
murmuro.
Solo enojada.
Y defraudada.
Y Pierce, mal nacido, pedo con olor a caca.
—Jesucristo —susurra Dante por lo bajo, frotándose los ojos.
—¿Quién es Pierce? —Pregunta Sarah.
Me salvo de responder cuando la mesera vuelve, trayendo los entrantes y,
gracias a Dios, otro vino.
—Entonces, ¿qué están festejando, familia? —Pregunta, fingiendo ser
simpática.
Se nota que no tiene muchas mesas asignadas, porque cuando trabajaba
en la Trouffe, no tenía tiempo para una mierda.
—El compromiso de mi hijo —responde Nini, contenta.
—¿Con quien? —Pregunta ella.
Hija de puta.
—Tiene Tourette —responde Denise cuando todos los ojos se clavan en
mi.
—Lo siento —digo, con una sonrisa falsa.
—Ellos dos están comprometidos —dice Nini, señalándonos a ambos.
—No me diga —le responde—, ¿hace cuanto tiempo? —Agrega, sin
dejar de mirarme.
—Creo que te llaman por allí... —intento distraerla, pero no cae.
—Bueno, no sé los meses exactos, pero casi un año, ¿verdad cariño? —
Dice Nini en mi dirección.
Solo necesito morir por cinco minutos para juntar todos mis pedazos y no
responder una pendejada.
Cuando le cuente todo esto a Isa se va a caer sobre su culo, de eso
seguro.
—Exacto —le digo a Nini, la sonrisa casi me parte la cara.
—¿Un año? —Responde la mesera de manera exagerada y ahora todos
en la mesa se dan cuenta de que algo raro está pasando. —Eso es un
montón de tiempo para una pareja tan joven —agrega. —Me alegro por
ustedes, pero, ¿estas segura de que no habías venido aquí antes?
—No —respondo, con voz pequeña.
—¿Sera que puedo pedirte unas vieiras al ajillo? —Pregunta Dante y
estoy segura de que le está recordando que tiene que volver al trabajo de
una puta vez.
Gracias al cielo la conversación fluye libremente, quien nos trae la
comida por suerte no es la misma mesera y comenzamos a comer, pero mis
ojos no pueden dejar de observar la mesa de Dean.
Lo observo cual acosadora —que si soy—, y puedo notar como tiene sus
hombros rígidos, como cada vez que su prometida se apoya sobre él se
tensa e intenta apartarse, como solamente sonríe con Mía y me pregunto
dónde demonios quedó el chico que estuvo conmigo en Europa, que me
beso, por todos los cielos.
Voldemort, por supuesto, lanza comentarios aquí y allá, haciendo reír a
todo el mundo, que lo escuchan atentos. Incluso Rebeca, la prometida de
Dean, está obnubilada con él y a pesar de la distancia, segura como la
mierda que lo observa con una pizca de lujuria en sus ojos.
Ojalá se atore con una verga de rinoceronte.
—Por todos los cielos, Minerva —se queja Dante.
—Demonios, lo siento —digo, abochornada. —No se que me pasa hoy.
Nini me sonríe, aunque un poco incómoda, Sara me observa fijamente
como si no soportara mi presencia y Clara solo me da dos pulgares arriba.
Estoy segura de que a estas alturas ya sospechan que no es Tourette.
Estoy también casi segura de que se arrepienten de que me esté casando
con Mika.
«No te estas casando, loca»
Bueno no, pero ya les hablé de las mentiras.
Todos están concentrados en cualquier cosa que no sea yo, por lo que sin
pensarlo me pongo a rebuscar en mis fotos, hasta que encuentro una que me
hice hace unos días, en la que estoy con ropa interior en un espejo en el que
se me ve el cuerpo entero.
El teléfono tapa mi rostro, por lo que sin pensarlo le envió la foto a
Pierce.
Y luego, solo para molestar, le envió la foto también a Dean.
Me quedo mirando fijamente sus reacciones: Pierce es el primero en ver
la foto, que nada más desbloquear la pantalla sonríe enorme, ignorando a
todos a su alrededor, mientras observa la foto sin parar.
La envié para que no pudieran guardarla, pero por como tiene su teléfono
en la mano, estoy segura de que quiere grabarse aquella foto en la retina.
Es ese tipo de fotos en las que sales bien una vez cada veinticinco años y
que pones en destacadas para tenerlas a mano para cualquier situación.
Bueno, he aquí mi situación.
Clavo mis ojos en Dean, que mira su teléfono y frunce el ceño cuando ve
que le llego un mensaje mío.
Observa a su alrededor y cuando se da cuenta de que nadie lo está
mirando, desbloquea la pantalla mientras le da un sorbo a su copa de vino.
Me doy cuenta del momento exacto en el que ve la foto, porque literalmente
se atraganta con el sorbo de vino que acaba de dar y lo que pasa después es
algo demasiado gracioso y les juro que me arrepentiré el resto de mi vida
por no poder lanzar una carcajada en este momento: en un vago intento de
recuperar la compostura, intenta apoyar la copa en la mesa sin dejar de
toser, pero se choca con su propio plato y todo el contenido sale disparado,
literalmente, al rostro de su madrastra, que chilla nada más el líquido
golpear su piel. Dean se pone rápidamente de pie, nervioso, las mejillas
sonrojadas por el desastre que acaba de hacer. Su teléfono se le cae encima
de su plato lleno de comida, lanza un insulto, pero entonces le tiende una
servilleta a la novia de su padre y en la torpeza de querer ayudarla, golpea
la botella de vino, todo el líquido cayendo encima de su suegro.
Ay por dios.
Dean observa hacia todos lados, nervioso, mientras los camareros se
apresuran a correr hacia ellos con servilletas.
No voy a negarlo, me siento un poco mal, pero eso le pasa por ser mi ex.
Y también amigo de el que no debe ser nombrado...
El susodicho observa a su amigo con el ceño fruncido, antes de observar
su teléfono —el cual está lleno de la sopa que estaba tomando Dean, que
intenta limpiarlo de manera nerviosa—, para volver la vista a su rostro y
entonces mira de nuevo su teléfono.
El condenado es jodidamente inteligente, no le voy a negar eso.
Miro mi propio teléfono y veo que comienza a teclear una respuesta.

Riddle:
Estás matándome, nena.

Me aseguro de estar en línea cuando me escribe y una vez que de seguro


le apareció la doble palomita azul, me desconecto.
Toma eso, Voldy.
—¿Con quien estas hablando?
—¿Disculpa? —Pregunto en dirección a Sara.
Mi cuñada me odia, no hay caso.
—¿Que demonios hiciste? —Pregunta Dante en voz baja. —Se van a dar
cuenta que estamos aquí y van a mandar todo al carajo, Minerva.
No respondo, solo porque mi teléfono de repente comienza a vibrar en
mis manos: miro la pantalla, es Voldy.
Corto.
Dos segundos después, vuelve a llamar.
Vuelvo a cortar la llamada.
Me llega un mensaje de texto, cuando estoy por abrirlo, me entra otra
llamada de Voldy.
La cancelo nuevamente.
Abro el mensaje y es Dean.
Mierda.

Señor Ross:
Mine, me llego una foto tuya, ¿la enviaste sin querer?

Ay Dean, como te explico que no.


Voy a responder, pero entonces me llega un mensaje de Voldemort
nuevamente y cuando lanzó una mirada a la mesa de ellos, me doy cuenta
de que han acomodado todo nuevamente.
Abro el mensaje de Voldy.

Riddle:
¿Por qué no me respondes?
No puedes mandar ese tipo de fotos y desaparecer, dulzura.

No respondo, me quedo mirando mi teléfono nuevamente.

Riddle:
¿Estas enojada por algo?

Me quedo pensando unos instantes y me digo a mi misma que debo


serenarme si no quiero que se de cuenta que estoy aquí y echar a perder mi
reciente compromiso, por lo que me debato en solo mandarle un emoji de
regreso.
Es el de la manito haciendo fuckyou...
No fue muy sutil, pero es todo lo que me salió y entonces en ese
momento, cuando mis ojos están clavados en su costado, Voldy se endereza
y como si sintiera el peso de mi mirada, su cabeza demasiado lentamente
para mi gusto, comienza a girarse en mi dirección.
Por la chucha de la gata.
—¿No hay algún medicamento para que deje de decir esas cosas? —Se
queja Sara.
—Minerva, ¿qué demonios? —Pregunta Dante, levantando el mantel
para mirarme en mi escondite.
Mi pánico lo alarma, al mismo tiempo que Mika también descorre su
lado del mantel.
—Perdí un lente de contacto —digo rápidamente.
—Pero si no usas lentes de contacto —dice mi prometido.
—Lo que perdiste es la dignidad —se queja Dante al mismo tiempo. —
Vuelve a sentarte, estas actuando como una desquiciada.
—Me vio —siseo en su dirección.
Dante entiende mis palabras, antes de levantar el rostro y abrir los ojos
como platos a lo que sea que acaba de encontrarse.
Ay no puede ser.
No puede ser.
No.
Puede.
Ser.
Se hace entonces un silencio en la mesa y pareciera que el silencio en
realidad es en todo el restaurante.
Me quedo allí, tiesa, escondida debajo de la mesa.
—¿Tu quien eres? —Pregunta Sarah no de manera muy amigable.
Y entonces, para mi completa consternación, la voz de Voldemort, ronca
y grave, se escucha: —Me pareció ver a mi novia sentada en esta mesa.
¿Por qué no puede tener voz de pito?
—Y ahora, acabo de confirmar mi sospecha —responde.
Lo dije en voz alta, cielos.
—¿Qué quieres decir que tu novia...?
—Mika —dice Voldy. —Dante.
—¿Lo conoces? —Pregunta Denise esta vez.
—¿Estás diciéndome que la prometida de mi hermano es tu novia? —
Sisea Sarah.
Cierro los ojos y quiero desaparecer, observo a mi alrededor, pero no hay
manera de la que pueda escapar aquí, a menos que pase entre las piernas de
mi suegra.
No, gracias.
Respiro hondo antes de tomar valor para salir de debajo de la mesa.
—¿Cómo qué prometida? —Pregunta mi supuesto novio, la voz baja y
un tanto enojada.
Pensándolo bien, mejor me quedo aquí.
—Sal, con un carajo —dice Dante, abriendo el mantel.
Cuando salgo me termino golpeando con la mesa y se me sale una
grosería que, por supuesto, no sorprende a nadie, pero entonces me siento
en la mesa con la frente bien alta, dolorida, pero orgullosa, levanto la
mirada, pero no miro a Voldy, no puedo todavía.
—Las vieiras estaban increíbles —es lo primero que suelto.
Me como una, fingiendo saborearla.
Dios, odio las vieiras.
—A ti no te gustan las vieiras —dice Voldy y cierro los ojos unos
segundos, antes de mirarlo a los ojos.
Le respondería, de seguro una barbaridad, pero todavía tengo la vieira en
la boca y no la puedo tragar.
Las manos de Voldy se apoyan en la mesa, Sara lo mira con el ceño
fruncido, Clara un poco embelesada, mi suegra, para mi sorpresa, parece
entretenida.
—¿Vas a explicarme por qué estás aquí, festejando tu compromiso?
—No me digas que apareció otro —dice la mesera, pero la ignoro.
Siquiera tengo idea de que hace aquí, por todos los cielos.
Trago la vieira y la siento bajar por la tráquea, me sube un vomito, pero
como la chica grande que soy, me trago también el vómito.
Le doy un sorbo a mi vino, intentando quitar el sabor, solo tomándome
unos minutos más, la mesa entera está expectante.
—Lo que escuchaste —suelto y entonces agarro el brazo de Mika, que
está tenso y no dice una sola palabra—, estamos festejando nuestro
compromiso.
—Tu compromiso... —repite él, asintiendo.
Sabe que Mika es gay, por todos los cielos.
—Sip —digo, con una sonrisa tan enorme—, asique, si nos disculpas —
agrego—, tal vez deberías volver a tu mesa, con tus amigos, ¿no crees? —
El sarcasmo chorreando mi voz—. No vaya a ser que te extrañen, en
definitiva, tienes un compromiso esta noche allí, ¿no?
Los ojos de el que nunca jamás en la vida volverá a ser nombrado, se
entrecierran, una sonrisita calienta bragas en su bonita boca.
Se pone nuevamente de pie, despidiendo tanta maldita puta gracia
masculina, como lo odio justo ahora.
—Tu eres mi novia —declara.
¿Perdón?
—No, no lo soy —respondo.
—Si lo eres.
—Con un demonio que lo soy, puta madre —siseo, siento que me van a
explotar las mejillas.
No me atrevo a mirar a nadie.
Dios, que desastre.
—Lo eres —repite, cruzándose de brazos—, por lo menos lo eras anoche,
y la noche anterior a esa, y la anterior y la anterior...
—Se entendió, carajo.
—¿Alguien puede explicarme qué demonios está pasando aquí? —
Pregunta Sara.
Mis ojos siguen clavados en él, porque Dios, no me atrevo a mirar a
nadie más.
—¿Mika? —Dice en dirección a su hermano ahora. —¿Quieres
explicarme qué demonios está pasando justo ahora? No entiendo un carajo.
—Yo..., nosotros...
—Mika, por Dios —dice su madre, exasperada—, saca a toda la mesa de
su miseria y cuéntale a tus hermanas de una vez por todas que eres gay.
—¿Que? —Decimos Dante, Mika y yo al mismo tiempo.
Nini tiene una sonrisa suave en su rostro y no hay nada más que amor en
su mirada cuando observa a su hijo.
—Siempre lo he sabido, Mika —suelta Nini como si nada—, pero no
quería presionarte, estaba segura que en algún momento me lo ibas a contar,
no me imagine que serian tantos años y bueno, toda esta situación con Mine
—dice, mirando en mi dirección—, solo quería ver hasta dónde llegarías
con la mentira, déjame decirte que estoy impresionada, no pensé que lo
llevarías tan lejos.
—Yo..., yo no sé... —balbucea mi prometido, claramente impactado con
todo lo que está pasando justo ahora.
—Está bien, Mika —dice Nini, tomándolo de la mano. —Te amo igual
que siempre, no pasa nada.
Voy a llorar...
Pero entonces recuerdo...
—Disculpa, pero esto es un asunto familiar —digo en dirección a Voldy.
—¿Nos darías un momento, por favor? —Vean, para que después no digan
que no soy educada. —Ambos —agrego, mirando a la mesera también.
—Tenemos que hablar —responde, sin mover un solo músculo de su
bonito y tonificado cuerpo.
—Seguro —digo con sarcasmo—, te enviare un mensaje cuando tenga un
momento.
—Minerva —sisea, perdiendo la paciencia.
—Voldemort —respondo, cruzándome de brazos.
Mika sigue hablando en voz baja con su madre, Denise le pregunta cosas,
Sarah tiene una mirada tensa en el rostro, Dante parece que quiere
desaparecer de aquí.
—Ven conmigo —es todo lo que responde.
—No... —pero entonces Dante me da un codazo, haciéndome una seña
para que vea a Mika hablando con su madre en voz baja y me doy cuenta
que tengo que llevar mi mierda a otro lado.
Me pongo de pie, tapando mi rostro con mi pelo para que la mesa de
Dean no me vea, pero todos están mirando fijamente en mi dirección, por
supuesto.
Caminamos en dirección al pasillo, de camino a los baños y cuando nos
detenemos, un poco más resguardados de todo el mundo, me cruzo de
brazos y lo miro: —¿Qué demonios? —Digo en su dirección, enojada.
—¿Que demonios tu? —Dice, pero como el carajo que no tiene derecho a
estar enojado.
—No tendrías que haber venido a mi mesa —digo.
—No deberías haberle mandado una foto tuya en ropa interior a Dean,
con su prometida al lado, por cierto —responde él.
—Yo no...
—Niégalo, con un carajo, a ver si te atreves —dice, retándome a que lo
haga.
Bueno, lo hice, pero en su momento creí que era una buena idea, solo
quería molestarlos a ambos.
—Asique un compromiso, ¿hum? —Digo, mirándome las uñas en un
gesto indiferente. —Veo que tenías cosas muy importantes para hacer a
pasar la noche conmigo.
Pierde todo el enojo que podía estar intentando sostener, cuando su
mirada se suaviza en mi dirección.
—Douce... —murmura, pero entonces mis ojos se abren enormes cuando
veo quienes se están acercando a nosotros.
Con un demonio, nada más ver la mueca enojada de la prometida de
Dean, lo único en lo que puedo pensar, es que me conviene controlar mi
Tourette sino quiero que las cosas terminen muy mal.
Si, claro, como si eso fuera a pasar.
***
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO.
NO SE OLVIDEN DE VOTAR
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LOS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO (PTE DOS)

Okey, de ahora en más, solo voy a pedirles que confíen en mí, en lo que sea
que pase en la historia, solo disfrutenlo y POR LO QUE MÁS QUIERAN,
ahorrense los comentarios de: "la historia no va a ningún lado" en verdad
se los agradecería.

PERDER LOS MIEDOS Y ABRAZAR ESO QUE QUIERO

Pierce se da cuenta de que estoy mirando a alguien detrás mío y cuando


se gira, suelta por lo bajo un: —Ay no, ahí viene la loca.
Me reiría si no estuviera tan cabreada con él.
Y con Dean, que mira para todos lados, nervioso, pero sin dejar de seguir
a Rebecca.
La odio, carajo.
—Okey Douce, sé que lo haces, pero por favor, no armemos un
espectáculo aquí.
—No te pongas de su puto lado, joder —amenazo.
Pierce levanta las manos y me sonríe: —Siempre de tu lado, más ahora
que hicimos lo nuestro oficial.
—No hicimos nada oficial —me quejo. —Y bajo ningún concepto he
aceptado un carajo.
—No es que tengas que aceptarlo —dice en mi oído—, es algo que
simplemente es.
—No me hagas cabrear más —amenazo.
Y en ese momento llega Dean con su prometida.
Él me mira fijamente, sin decir una sola palabra, no corro la misma suerte
con Rebecca.
—Minerva, ¿verdad? —Pregunta, con una sonrisa de lo más
condescendiente en el rostro.
Aprieto los labios con fuerza, obligándome a mí misma a no decir nada
que me muero por ganas de decir, pero que mandaría todo aún más al
carajo.
Asiento con una mueca que pretende ser una sonrisa, mientras que los
ojos de Rebecca se clavan en la mano de Pierce, que acaba de pasarla por
mi cintura para acercarme a su lado.
—¿Ustedes están juntos? —Agrega.
Sé que Pierce tiene la intención de responder porque lo escucho tomar
aire para hablar, pero me le adelanto.
—Y eso seria de tu incumbencia, ¿por qué...?
Su cuerpo se endurece de repente, recibiendo el golpe que acabo de
mandarle y entonces se endereza y cruzándose de brazos, pregunta: —No lo
se, tal vez porque sigues enviándole mensajes a mi prometido, me
encantaría que te detengas y superes de una vez lo que sea que haya pasado
entre ustedes, pero teniendo en cuenta la clase de persona que eres... —
murmura con una mueca condescendiente, mirando de reojo la mano de
Pierce envuelta a mi alrededor.
Por segunda vez.
Agarrenme que la mato.
—Veras... —respondo y si no pego mi rostro al de ella, es porque la
mano en mi cintura no me lo permite—, hice muchas más cosas que
intercambiar unos inocentes mensajes con tu prometido.
—Puta —sisea ella.
—Rebecca —dice de inmediato Dean, tomándola del brazo para sacarla
de allí.
La mueca de victoria no me la saca nadie cuando veo que él la frenó a
ella y no a mi.
—Mantente alejada de Dean —dice, señalándome con un dedo—, no me
conoces un carajo, no eres más que una arrastrada.
—Arrastrada a la que siempre vuelve —le respondo, sin dejar de
sonreírle y sin embargo siento todo dentro mío revuelto.
Todo en esta noche está siendo un completo desastre.
Antes de que pueda responder nada, Dean la presiona del brazo y la
obliga a alejarse, discutiendo por lo bajo.
El compromiso va viento en popa, por lo que veo.
—Eso fue...
—Ni me hables —le respondo a Pierce, apartándome. —No dejaste de
lanzarle sonrisitas en toda la noche —respondo.
—¿A quien? —Pregunta, el idiota.
—¿I quin? —Me burlo.
—¿Estas celosa?
—Celosa mi culo —respondo, comenzando a caminar a mi mesa.
—Vienes a mi departamento después —medio pregunta medio dice.
—Lo llevas claro si crees eso.
—¿Tengo que volver a la mesa de tu prometido? —Pregunta, pero tiene
una sonrisa en la cara.
—No te atrevas, Pierce, estoy muy cabreada contigo.
—Y prometo sacarte todo ese cabreo a besos —responde, pero al ver mi
rostro enojado, se lo piensa mejor y suspira, diciendo: —Quiero que
hablemos de esto, solo hablar, si después de aclarar las cosas quieres irte, te
llevare a tu departamento, te doy mi palabra.
No le respondo, sino que asiento y camino nuevamente a la mesa de
Mika.
Sarah tiene la cara de culo de toda la noche y Denise le pregunta cosas a
Mika sin parar.
—Lo siento por eso —digo, tomando asiento.
—¿Todo bien? —Pregunta Mika en mi dirección.
—Si cariño, gracias —respondo, olvidándome que ya no había que fingir
más.
—Supongo que si no están comprometidos, deberías dejar de fingir —
dice Sarah en mi dirección.
—No le hagas caso —dice de repente Nini. —Cuéntame Mine, ¿Cómo
fue que se les ocurrió la idea de estar comprometidos?
Mika se muerde los labios para no reír, dejando que sea yo quien cuente
la historia.
Todos se ríen cuando lo hago, que vamos, que ese día casi lo mato e
incluso llego a ver el atisbo de una sonrisa en Sarah.
Me olvido por completo de la mesa de Dean y Pierce y nos fundimos
todos en una charla que ronda alrededor de Mika y como su madre supo que
era gay.
Y entonces, cuando todos estamos terminando el postre, Nini suelta: —
¿Entonces tu y Dante están saliendo?
Se escucha una tos ahogada y no, esta vez no fui yo, sino el propio
Dante, que se está ahogando con las almendras del helado que estaba
comiendo.
Se ha mantenido de lo más callado desde que Nini dijo que sabía que
Mika era gay y supongo que lo hacía para no caer en el radar.
Lástima para él que las madres —por lo que me contaron, porque de la
mía no tengo noticias desde hace más de diez años—, tienen un instinto
para todo.
—¿Qué dices, mamá? —Pregunta Mika, nervioso, sin mirar a nadie a los
ojos.
Ay Dios, es tan malo mintiendo.
—¡Minerva! —Se queja.
Mierda, lo dije en voz alta.
—Lo siento —me apresuro a decir y entonces se me escapa una
carcajada tan estruendosa que llama la atención de las mesas que están
cerca.
Tengo que taparme la boca cuando me agarra un ataque de risa del cual
todos se contagian y entonces mis ojos se encuentran con los de Dean, que
me mira con algo parecido al dolor en el rostro, Pierce ya está en el
ascensor y justo me llega un mensaje que supongo es de él.
Dante no dice una sola palabra ni se atreve a hacer contacto visual con
nadie, el muy cobarde, sin embargo, veinte minutos después, cuando nos
estamos yendo, la madre de Mika le obliga a prometer que irá a comer el fin
de semana a su casa, para la despedida de Sarah, que vuelve a Australia.
Miro el mensaje en mi teléfono, que como sospeche, era de Pierce.
ElQueNoDebeSerNombrado:
Estoy en la camioneta, te espero aquí.

—Istiy in li ciminiti... —me burlo.


—¿Y a ti qué te pasa? —Pregunta Dante.
—Asique...
—No digas una palabra —responde en voz baja, refunfuñado.
Me trago la risa, solo porque ver a Dante en esta situación avergonzada e
incómoda, es graciosa, por lo general se mueve en todas las situaciones
como pez en el agua, ahora parece un renacuajo en agua estancada.
—Agua estancada tienes en la vagina —me sisea en el oído.
Dios, necesito reiniciar este día de mierda.
Pierce está esperándome en la puerta del restaurante. Saludo a cada una
de las hermanas de Mika y me despido de Nini con un abrazo gigante y le
digo que cuando quiera puede pasar por la cafetería, le hago prometer que
me hará un día un almuerzo a mi también, qué puedo fingir ser la prometida
de Mika todo el tiempo que quiera.
Se ríe y me dice que soy una muchacha muy ocurrente, que está contenta
de que Mika tenga una amiga como yo, dispuesta a cubrirle las espaldas
siempre.
No se porque me dan ganas de llorar.
Me despido al final de Mika con un fuerte abrazo, diciéndole que fue una
buena noche, que siento haber arruinado nuestra tapadera.
Él me dice que siente haber sido parte de un plan macabro de su madre.
Me rio y le hago prometer que me vendrá a ver pronto a la cafetería.
Dante ni me mira, je.
Cuando me subo al auto de Pierce, intenta darme un beso, pero cuando ve
la mueca de mi rostro, se lo piensa mejor y arranca el auto. Estamos a solo
cinco minutos de su departamento, por lo que llegamos relativamente
rápido.
Estamos todo el camino en silencio, incluso cuando llegamos al
departamento de Pierce, siquiera puedo mirarlo a la cara, a decir verdad, por
más que haya intentado explicarme la situación del porque estaba en esa
cena, siendo tan malditamente encantador, no puedo entender ni yo misma
porque estoy tan enojada, aunque la respuesta seria en que en realidad me
hubiera gustado que me lo dijera.
¿La falta de comunicación no es el problema principal en las parejas?
¿Ven? Nuestra primera pelea de novios.
Me cruzo de brazos cuando entro en el amplio espacio, deteniéndome en
la barra cuando él me sigue, calibrando mi reacción y de seguro adivinando
que no voy a saltarle al cuello si se me acerca más de la cuenta.
—¿Entonces...? —Pregunto, impaciente, los brazos cruzados en el pecho
y sin mirarlo.
—Douce... —murmura en voz baja y la determinación un poco se me
cae, no voy a negarlo, pero es que está haciendo trampa con esa voz de
cachorrito.
Cometo el primer error, que es mirarlo.
Dios, como odio que ponga esa cara de yo no fui.
El idiota sonríe, como si adivinara mis pensamientos.
—¿Y? —Insisto, pero ya no me sale la voz tan dura como antes.
—Dean llamó —comienza explicando. —Él no me está diciendo todo,
pero parecía preocupado, me pidió que vaya a la cena con él, no pude
decirle que no, Douce, en verdad... —susurra, rompiendo la distancia que
nos separa—, es mi mejor amigo.
—Sé eso... —respondo. —Pero Rebecca no paraba de hacerte ojitos —
murmuro.
Pierce sonríe cuando me escucha decir aquello y yo no puedo evitar
removerme un poco incómoda en mi lugar.
—¿Acaso eso que escucho son celos, nena? —Pregunta, sus nudillos
acariciando el sonrojo de mis mejillas.
Cielos, lo que la palabra nena le hace a mi sistema.
—Puede... —respondo, encogiéndome de hombros.
—¿Puede? —Pregunta y cuando por fin va a besarme, se escucha el
timbre del departamento. —Ese debe ser Dean —murmura, suspirando.
—¿Qué hace él aquí? —Pregunto, pero es que ahora mismo no quiero ni
verlo.
Pierce simplemente se encoge de hombros, antes de caminar a la puerta
de entrada para abrirle.
Me quedo allí, de brazos cruzados esperando el torbellino que vendrá,
porque conociendo a Dean, va a estar cabreado por la escena del
restaurante, pero, ¡aquí la noticia! Yo también estoy tan jodidamente
cabreada.
Se escucha el murmullo de Pierce de seguro diciéndole a Dean que se
calme, lo que no sabe mi reciente novio, es que estoy más que preparada
para una pelea ahora mismo.
Cuando los ojos verde musgo de Dean chocan con los míos, oh Dios, va
a ser una discusión en toda regla.
—¿En qué demonios estabas pensando, Minerva? —Dice en mi dirección
nada más acercarse unos pasos.
Si bien lo dice con la voz calma, escucho la furia en su voz.
Pues ya somos dos.
—Dean... —advierte Pierce, pero levanto la mano, diciéndole que tengo
esto. Él suspira en mi dirección, antes de decir: —De todas maneras,
ustedes necesitan hablar de esto de una vez por todas.
Y acto seguido, entra a la cocina, de seguro a preparar café.
—¿En qué estaba pensando yo, Dean? —Digo, señalándome a mi misma.
La furia y la calma se la debo, en eso somos distintos. —¿Disculpa? ¿En
qué planeta hice algo malo?
Abre los brazos de manera exagerada, antes de sisear: —¿En verdad
tienes que preguntarlo? —Suelta. —Te dije que debías mantenerte alejada,
pero no, ahí estás tú, apareciendo en el mismo restaurante que yo.
—¡¡¡Disculpa!!! —Casi grito, indignada. —Tu apareciste en el
restaurante, yo ya estaba allí.
—Oh, seguro —responde él con sarcasmo. —Déjame dudar de eso,
Minerva —sisea. —¿En qué estabas pensando al enviar esa foto? —
Pregunta.
A decir verdad, es la primera vez que veo a Dean enojado, en realidad si
lo vi enojado, pero nunca había sido el objetivo de su furia y por más que
nunca en la vida vaya a admitirlo, aquello me escuece un poco.
—Fue una broma —respondo, encogiéndome de hombros y mirando
hacia otro lado.
—Una broma —responde él, las manos en las caderas. —Es todo un
juego para ti, ¿verdad? —Pregunta.
—No, Dean, no es todo un puto juego, ¿vale? No sé en qué estaba
pensando, lo siento, ¿okey? No volverá a pasar, ten eso por seguro —digo
en su dirección.
—No, no puede volver a pasar, todo lo que estoy haciendo, joder, ¿crees
que es fácil para mi? —Se señala el pecho. —¿Te piensas que es fácil para
mí estar con esa gente? ¿Pretender que me importa?
—No lo sé —respondo, frustrada. —No lo se, porque no me dices un
carajo, Dean —agrego. —Nunca me dijiste que mierda te estaba pasando
por la cabeza cuando aceptaste comprometerte con ella —escupo. —Nunca
fuiste malditamente capaz de decirme en qué demonios estabas pensando
cuando hiciste aquello.
—¡En ti! —Farfulla en mi dirección y no se como, pero ahora estamos
separados por solo un par de centímetros. —Toda esta mierda, todo, todo —
dice, siseando en mi dirección—, es todo por ti.
—Y un carajo —respondo enfrentándolo, nuestras narices casi
rozándose. —No me pongas de puta excusa para las decisiones de mierda
que tomas.
—Por supuesto que dirías eso —responde, rodando los ojos.
—¿Y qué quieres que diga, carajo? —Digo, empujándolo. —Si no me
dices una mierda —otro empujón. —Tomas decisiones en mi puto nombre
—otro empujón—, pero no me dices nada —empujón—. Eres..., eres...
Sus manos se cierran en mis muñecas, impidiéndome seguir
empujándolo.
—¿Que soy? —Pregunta, nuestras narices ahora si se están tocando. —
Dilo, mierda.
—La peor decisión que tomé en mi vida —suelto.
Por unos cuantos segundos su rostro se transforma, lleno de dolor y la
culpa me carcome por completo, pero entonces se recupera demasiado
rápido.
—¿De verdad crees eso? —Sisea. —Por qué no te creo una mierda.
—No sabes un carajo —respondo, enojada.
—Sé, Minerva, sé más de lo que me gustaría y estas agotando toda mi
puta paciencia, carajo.
—Me importa una mierda —respondo, forcejeando.
—No me provoques, cariño, porque estoy controlándome, joder.
—Una mierda —le digo, intentando inútilmente empujarlo nuevamente
—, eres un cobarde incapaz de enfrentar lo que le pasa, incapaz de jugarse
por las cosas que realmente valen la pena.
—¿Sabes que? —Murmura y sus labios están tan malditamente cerca de
los míos, sus manos aprietan mis muñecas de una manera casi dolorosa. —
Te mereces algunas zurras por todas las idioteces que salen de tu bonita
boca.
Me rio con sarcasmo antes de responder: —Pues ahí está la cuestión,
Dean, perdiste el puto derecho de azotarme el culo cuando...
Y entonces todo pasa muy rápido: Dean me toma con una sola mano las
muñecas juntas, presionándolas contra su pecho, antes de con la mano libre,
tomarme de la mandíbula y chocar sus labios con los míos.
En un primer momento me quedo tiesa, porque vamos..., Dean está
besándome.
Pero entonces, con toda esa furia acumulada dentro, la frustración, los
celos, todo estalla dentro mío y me encuentro devolviéndole el beso con el
mismo fervor.
Y sus dedos clavándose en mis mejillas tan fuerte que un poco duele,
pero que ese dolor se equipara con las ganas que tenía de hacer esto, con las
ganas de...
—Bueno —se escucha la voz de Pierce cerca—, esa también es una
buena manera de solucionar sus problemas.
Dean no deja de besarme inmediatamente, sino que se separa lentamente,
como si quisiera saborear el momento, tener el sabor de mis labios en los
suyos por unos cuantos segundos más.
Nos separamos y me quedo mirando sus labios, brillantes por el beso
brutal que acabamos de darnos, un poco sonrojados también, de seguro
iguales a los míos.
Carraspeo y doy un paso atrás, aunque a Dean le cuesta unos cuantos
segundos dejarme ir por completo y entonces me giro para mirar a Pierce y
él luce..., bueno, luce...
Él tiene una sonrisa en el rostro.
Dean también parece un poco sorprendido cuando sus ojos se encuentran
con los de Pierce, pero ninguno de los tres dice nada, aún cuando Pierce
camina y apoya los café en la mesita ratona frente al sofá.
—Bueno..., están haciendo de esta situación algo muy incómodo —
suelta, alternando la mirada entre los dos. —Mine, ¿vienes a sentarte
conmigo? —Pregunta.
Sigo un poco aturdida por el hecho de que no parezca enojado por
encontrarme besándome con Dean, pero no dudo mucho en sentarme a su
lado y dejarme envolver por su brazo protector.
—Siéntate, Dean —agrega Pierce en voz baja.
Este lo hace, frotándose el rostro con cansancio, mucho cansancio, antes
de tomar el café y darle un largo trago.
—Lo siento —suelta, cuando yo misma estoy agarrando mi café para
tomarlo.
—¿Por qué lo siente exactamente? —Pregunta Pierce, sin dejar de
mirarlo fijamente.
—Sabes porque —responde, devolviéndole la mirada.
—¿Sientes haber besado a mi novia? —Dice Pierce.
Abro la boca para decirle que nunca acepte ser su novia, de hecho, estoy
segura de que tampoco me lo pregunto, pero me lanza una mirada que me
hace cerrar la boca de inmediato.
—No sabía que lo habían formalizado por fin —responde Dean y no me
pasa por alto la tristeza en su voz.
—Yo recién me vengo enterando —respondo y después chillo cuando
Pierce me pellizca las costillas, pero no dice nada. —Entonces, ¿no estás
enojado? —Pregunto en su dirección.
Pierce me mira unos cuantos segundos fijamente, acariciando mi mejilla
con sus nudillos, mirándome con tanta devoción que no puedo evitar
erizarme por aquello.
Es tan raro ver a Pierce comportándose de esta manera, tan abiertamente.
—Dije esto antes y lo voy a repetir por que estoy seguro de que se te
olvido: soy un hombre muy seguro de sí mismo, Minerva y también tengo
bastante claro lo que siento por ti. Verte besarte con Dean solo hizo que se
me pare un poco la polla, pero eso ya lo sabías, y como la última vez que te
follamos los dos, dijiste que no te respetaba y no te tomaba en serio, cosa
que es algo demasiado lejos de la realidad, no te pediría nunca más hacer
algo como aquello, solo porque hoy, el hecho de perderte de nuevo, no es
algo que vaya a permitirme. Respondiendo a tu pregunta, no Minerva, no
estoy enojado contigo ni con Dean, solo quiero que dos de las personas que
más quiero se lleven bien, por que no puedo hacerme a la idea de perder a
alguno de los dos.
Oh, Wow, bueno, demonios.
—Eso es una buena forma de decirlo —suelto al final.
Se escucha una risa ahogada y clavo mis ojos en los de Dean, que sonríe
cuando me mira y no puedo evitar sonreírle en respuesta y después lo miro
a Pierce, que tiene también una sonrisa suave en el rostro. Sin poder
evitarlo, termino abrazándolo y él suspira con algo parecido al alivio
cuando lo hago, antes de acariciar mi espalda con sus dedos.
Después de un minuto me separo y mirando a Dean, suelto: —No puedo
creer que hayas volcado una botella de vino entero en todo el rostro de tu
suegro.
Y entonces, para mi total sorpresa, larga una carcajada estruendosa,
riendo de una manera que no le oía hacía mucho, contagiándonos tanto a mi
como a Pierce.
—No puedo creer la foto que me enviaste —responde él. —Mierda, no
puedo sacármela de la cabeza —agrega con un gemido.
No puedo evitar el sonrojo en mis mejillas, tampoco el estremecimiento
de excitación que me recorre el cuerpo entero y entonces, caemos los tres
en un silencio tan cargado y tenso, que tengo miedo de abrir la boca y decir
cualquier barbaridad.
—Yo... —susurra Dean, sin dejar de mirarme—, será mejor que me vaya
—agrega.
Y los tres nos ponemos de pie torpemente y entonces Pierce murmura
que lo acompañara a la puerta y Dean se acerca para darme un beso en la
mejilla.
Nos miramos unos segundos y mierda..., abro la boca para decir algo,
pero él se me adelanta.
—Siento que, si no hago esto ahora, voy a arrepentirme toda la vida —
murmura.
—¿Hacer que? —Pregunto, aunque ya se la respuesta.
Y entonces antes de decir nada, Dean está besándome de nuevo.
Aprovecha mi jadeo sorprendido para meter su lengua en mi boca y
entonces no puedo frenar el gemido que me nace en la garganta. No puedo
siquiera explicar la manera en la que me hacen sentir sus brazos cuando se
envuelven a mi alrededor, la manera en las que cierro mis manos en puño en
su chaqueta, acercándolo a mi.
No me había dado cuenta de esta atracción que todavía seguía aquí,
latiendo como un órgano vivo dentro mío, pero entonces recuerdo a Pierce
y todo lo que siento por él, por todo lo que está pasando entre nosotros
ahora mismo y no quiero..., no puedo siquiera pensar en perderlo, no ahora
que acabo de recuperarlo.
No después de todo lo que dijo hace menos de diez minutos.
Y entonces me separo, alarmada, buscando a Pierce con los ojos y lo
encuentro mirándome de una manera que no me deja descifrar qué es lo que
le está pasando por la cabeza.
Sé que puede ver el pánico en mi mirada, porque me sonríe y alarga su
mano para acariciar mi costado.
—No estoy enojado, no podría enojarme contigo, aunque quisiera.
—Yo..., yo no sé...
Levanto los ojos y me choco con los de Dean, tiene la mirada torturada y
sé lo que quiere, pero el hecho de quererlo yo también hace que me muera
de miedo por dentro.
—¿Quieres estar con él, Douce? —Pregunta Pierce.
Sé que ve la respuesta en mi mirada, sin embargo, espera a que responda.
—Si —respondo, asintiendo. Y entonces se aleja, pero lo detengo, lo
detengo antes de siquiera saber lo que estoy haciendo. —Pero no sin ti —
suelto, con la respiración agitada.
Pierce me mira fijamente por unos cuantos segundos, antes de empujar
un poco a Dean con el hombro y tomarme de las mejillas para mirarme
fijamente, de seguro queriendo que entienda las palabras que va a largar a
continuación.
—No puedo volver a hacer esto si después me alejas, Douce —suelta. —
No puedo estar alejado de ti, nunca más —agrega. —Si realmente quieres
hacer esto, estoy dentro, solo por ti, porque tu lo quieres, pero prométeme,
prométeme que no vas a alejarme después —susurra al final, su frente
acariciando la mía.
Respiro profundamente, pensando, calibrando todas las posibilidades:
¿Lo quiero? Por mil demonios, si, pero entonces no solo por simple
excitación, que un poco sí, sino porque desde hace un tiempo estamos los
tres rondando alrededor del otro, algo pasa aquí, entre nosotros, algo que de
seguro es más que simple calentura. No se si es el hecho de que he estado
en una casi relación con los dos, el hecho de que realmente los quiera a
ambos, no se si sería capaz de poner esto que me pasa con los dos en
palabras.
Solo tengo algo seguro y es que realmente quiero hacer esto, que por
primera vez no tengo dudas en ello.
Dejo atrás el hecho de que Dean va a casarse.
Dejo de lado el hecho de que no estoy cien por ciento segura de que
Pierce no sienta nada más por Alyssa, sin estar segura de que cuando ella
vuelva, él corra a sus brazos, o cuando las cosas entre nosotros se pongan
demasiado serias, sea él quien corra a los brazos de ella.
Aparto todos esos pensamientos, cierro los ojos y entonces cuando
vuelvo a abrirlos, asiento en dirección a Pierce.
—Dilo —susurra.
—Los quiero —digo, sin dejar de mirarlo a él. —Los quiero a los dos, los
quiero a los dos de nuevo.
—Carajo —suelta Dean.
Pierce solo sonríe, sonríe tan grande y entonces está besándome,
besándome de esa manera que me desarma, de la manera que me ha estado
besando desde que comenzamos lo que sea que sea esto, en el viaje por
Europa.
Dean no pierde el tiempo, ladeando mi cabeza para exponer la piel de mi
cuello y comenzar a besarla. Sus dientes apretando la piel y el gemido
saliendo antes de que pueda detenerlo.
Y entonces Pierce deja de besarme, con sus dedos me toma de la
mandíbula y ladea mi cabeza para que sea Dean quien me bese ahora.
Oh, señor.
Es todo tan intenso.
—A la habitación —murmuro entonces, porque sino estaremos
haciéndolo en el sillón y..., no, no quiero hacerlo aquí.
—¿Estás segura de esto? —Pregunta Pierce y estoy segura de que lo hace
por última vez, porque ya tengo un pie en el escalón, con Dean tomado de
mi mano.
Miró a Dean a los ojos, tiene el pelo revuelto, los labios hinchados y
brillosos y las pupilas un poco dilatadas. Miró a Pierce y luce tranquilo,
como el mismo sueño húmedo de siempre, aunque no puede ocultar la
respiración agitada tampoco.
Yo no debo estar mucho mejor.
—Estoy segura como pocas veces lo estuve en mi vida —admito. —
Quiero hacerlo, en verdad quiero.
Y entonces no hay nada más que discutir, porque asiente y ahora es él
quien lidera el camino a la habitación.
Bueno, mierda, vamos a hacer esto entonces.
Se que ya les dije esto antes, pero demonios, pecar nunca se sintió tan
dulce.

***
EMPIEZA LA CUENTA REGRESIVA, BEBES
DESEENME SUERTE QUE EL DOMINGO TENGO LA CHARLA
EN LA FERIA DEL LIBRO
LAS AMO, GRACIAS POR ESTAR ACA, POR ACOMPAÑARME
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LAS AMO
DEBIE
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

CONTINÚO ENAMORÁNDOME Y DESENAMORANDOME

Subimos las escaleras rápidamente y no puedo evitar los nervios que me


atenazan el vientre, mientras suelto la mano de Pierce, para
disimuladamente limpiar mi mano llena de sudor.
Y entonces, una vez que estamos en la habitación entro en pánico, porque
no recuerdo cuales fueron las bragas que elegí en la mañana después de
darme una ducha rápida. Empiezo a rememorar el día, se suponía que
cuando Pierce llegara en la noche, antes iba a darme un baño, por lo que no
le di importancia.
«Ay Dios, ¿qué mierda me había puesto?»
—¿Minerva...? —Escuche a Dean llamarme, que me miraba preocupado.
—Luces como si fueras a desmayarte en cualquier momento —agrego.
—Es que no recuerdo cuales bragas me puse en la mañana.
Se hace un silencio en la habitación y me doy cuenta, tarde, que he dicho
aquello en voz alta.
Diablos.
—Es decir... —digo, cuando ninguno dice nada y yo no puedo hacer
contacto visual con ninguno.
—De todas maneras, no es como si vayas a tenerlas puestas mucho
tiempo —murmura Pierce.
Cuando lo miro, tiene una sonrisa en el rostro, pero no es burlona, sino
que está cargada de cariño y ternura.
—Supongo que sí —murmuro en respuesta.
Y entonces no se que hacer, me quedo allí parada, preguntándome
cuando va a ser que los dos salten encima mío o que yo salte encima de
ellos.
Dios sabe que estaría bien con cualquiera de las dos.
Dios, no debería nombrar a Dios en momentos como estos.
Mierda.
Nini, mi suegra, estaría muy decepcionada de mi.
No pienses en esa señora tan amable y dulce, por todos los cielos.
—Estás pensando demasiado —dice Dean, conociéndome.
—Si, lo se —respondo, sin mentir—, pero es que no se quien debe saltar
sobre quien primero.
Pierce, que hasta ahora se había limitado a observarme sentado en su
cama, palmea con la mano para que me siente con él y verán, no se que es
lo que me impulsa a hacer lo que hago a continuación, pero no me juzguen,
¿okey? Que aquí somos todas amigas y no hacemos eso.
Pierce jadea cuando, literalmente, me abalanzo contra él, haciéndolo que
caiga sobre su espalda cuando me siento a horcajadas sobre sus piernas.
Medio gime cuando comienzo a besarle la mandíbula, la piel expuesta
del cuello, de todas maneras intenta, en vano, separarme un poco de su
cuerpo.
Escucho una risa ahogada que ignoro, mientras sigo succionándole el
alma de la piel como si la vida se me fuera en ello.
Parezco una loca sexual, pero es que me ha entrado algo en el cuerpo, les
digo.
Pierce entonces me toma de los hombros y con un siseo me despega de la
piel de su cuello, que succionaba como una sanguijuela mientras observo la
enorme mancha roja que le he dejado en la piel.
—Mierda... —murmuro, avergonzada.
Intento levantarme, pero Pierce no me lo permite, sin embargo, hace que
caiga a su lado y me acueste de costado, mirándolo.
—Estás loca del carajo —dice, frotándose el cuello.
—Lo siento —digo, porque no se que otra cosa decir y me muero de
vergüenza.
De todas maneras, me quedo mirando sus labios, que ahora sonríen
mientras me mira, como si yo no tuviera remedio, pero tampoco estuviera
dispuesto a buscar una medicina.
La cama de Pierce se mueve a mi otro costado, mientras Dean también se
acuesta, pero no hace movimiento alguno para nada, sino que simplemente
se queda allí.
—Pensé que íbamos a coger —suelto y Dean lanza una plegaria al cielo.
—No nombres a Dios, por favor, que estamos cometiendo muchos pecados
juntos, Dean, que si el señor se entera, nos vamos todos al infierno.
—¿No se supone que él todo lo ve? —Pregunta él.
—Ya nos fuimos todos al infierno —me quejo.
Y entonces la carcajada de Pierce me hace saltar en el lugar, para después
de unos cuantos segundos, contagiarme de ella, Dean siguiéndonos.
Cuando logramos calmarnos, nos quedamos los tres en silencio y siento
que la cosa se pone incómoda, pero entonces Pierce nos cuenta algo que
sucedió en la Trouffe hoy y nos pide un consejo y con Dean se lo damos y
cuando quiero darme cuenta, pasa un rato largo en el que simplemente
charlamos los tres, como si fuéramos viejos amigos y a mi de repente me
entra un ataque de risa cuando recuerdo la vez que lo embadurne con
chocolate, ambos me preguntan de qué me río y cuando logro contarles, se
ríen conmigo.
Rememoramos muchos momentos, la vez del gimnasio, cuando Dean me
dio clases de boxeo porque la bolsa me envió al demonio cuando quise
pegarle. Las veces en los antros, que fueron más de las que estoy dispuesta
a admitir. Todos los momentos que me hicieron quererlos. Recordamos la
vez que fui con Dean a comprar los decorados de navidad y me admito a mi
misma que en ese momento, ya había empezado a quererle. Recuerdo
también la noche de año nuevo, cuando volví a querer a Pierce después de
la fatídica noche de navidad.
Volvemos a quedarnos en silencio, pero esta vez no es incómodo ni tenso,
sino que es tranquilo, mientras cada uno de nosotros asimila todo el tiempo
que paso, parece una vida, pero en realidad fue año y medio.
Dean está de acuerdo con Pierce cuando este dice que pareciera como si
hubiera estado toda la vida alrededor de ellos, que una vez que llegué al
grupo fue natural y ya me quedé allí, como una constante.
Dean murmura en voz baja que está contento de que aquello haya pasado.
Siento la mano de Dean tomar la mía y enredar nuestros dedos, al mismo
tiempo que Pierce toma mi mejilla y la acaricia con cariño, girando mi
rostro para que nos miremos a los ojos.
Me sonríe cuando nuestros ojos se encuentran y entonces me besa.
Seguimos mirándonos, es como si ninguno de los dos pudiera apartar la
mirada de este momento, mientras su lengua presiona mis labios para que
de acceso, que le doy gustosa y entonces gimo cuando nuestras lenguas se
encuentran.
Dean aprovecha aquel momento para acercarse por el costado y
comenzar a besar mi cuello, nada que ver con como yo bese a Pierce, sino
que él es tranquilo, suave y un escalofrío de excitación me recorre.
Su mano entonces va a mi pecho y lo roza con devoción, sin explorar
mucho, para bajar hasta llegar a mi vientre y subir un poco mi camisa para
poder acariciar mi piel.
Gimo en los labios de Pierce con lo que aquel inocente contacto me hace
sentir y él por su parte, se limita a profundizar el beso, la mano que estaba
en mi mejilla se enreda ahora en mis cabellos, después de soltar la cola que
llevaba puesta.
Dean comienza a desabrochar entonces los botones de mi camisa,
lentamente, acariciando con sus nudillos la piel que va quedando expuesta,
mientras que yo intento ladear lo suficiente mi cuello para que siga
besándome, de todas maneras, es la mano de Pierce quien me controla
ahora, solo limitándose a besarme profundamente.
Vuelvo a gemir, intentando ladear mis caderas hacia alguno de los dos,
pero no me lo permiten, porque Dean pasa su mano por mi cintura,
manteniéndome quieta.
La respiración se me corta cuando Pierce detiene nuestro beso y me mira
fijamente a los ojos, luego los labios y se relame los propios, como si
pudiera todavía sentir mi sabor en ellos, para acto seguido, con la mano que
sostiene mi cabello, ladear mi rostro hacia mi otro costado, lentamente
separa sus dedos de mi cabello, tomándome de la barbilla para que sea a
Dean a quien mire ahora.
Los ojos de éste brillan con excitación, observando todo mi rostro por
completo, como si no creyera del todo que soy real.
Le sonrío, sin embargo, él no me sonríe de vuelta, sino que sin perder el
tiempo me besa. Me besa de esa manera que solo Dean sabe besarme y se
siente esa sensación que parecía haber perdido, que no creía recordar. Se
siente como muchos años sin andar en bicicleta, pero cuando vuelves a
hacerlo, recuerdas cada pedaleo, como si siempre hubiera estado dentro
tuyo.
Besar a Dean se sentía de esa manera, como algo que sabia hacer, pero no
hacía en mucho tiempo y cuando su mano se enredó en mi cintura para
acercarme a él, no me resistí, porque me di cuenta de que quería aquello
con todo mi corazón, porque había querido aquello por mucho tiempo.
Pierce aprovechó aquel momento para quitar de mis mangas la camisa
que llevaba puesta y entonces yo intenté hacer lo mismo con la camisa de
Dean, pero fue en vano porque..., porque no pude resistirme a enredar mis
manos en su cabello y medio subir encima de su cuerpo y besarlo con más
profundidad, no me había dado cuenta lo mucho que le había extrañado, lo
mucho que quería hacer esto.
Sentí que mi sostén se soltaba, antes de que unas manos, gentiles, lo
quitaran también de mis brazos y gemí con la sensación de mis tetas en el
pecho cubierto de Dean, mientras sus manos acariciaban mi espalda.
Otras manos que conocía bien acariciaban mi espalda, bajando por mis
glúteos hasta los zapatos que traía puestos, que desaparecieron en un
segundo y entonces estaba separándome de Dean, porque quería besar a
Pierce. Me recibió gustoso, abrazándome contra su pecho y no tarde en
ahora romper su camisa, solo porque el recuerdo de Rebecca, mirándolo
con lascivia, ese solo pensamiento me hizo entrar en cólera, porque él era
mío, solo mío.
Creo que en ese momento caí en cuenta de lo que sentía por Pierce, por
más que no fuera a decírselo en voz alta. Lo que tenía con él era muy
carnal, no voy a negarlo, pero también era el que me conozca de la manera
que lo hacía y que yo lo conocía a él. Había veces en que me asustaba el
hecho de que me conociera de aquel modo, tan profundamente, que
adivinara mis pensamientos, que entendiera mis miedos, mis frustraciones y
entonces, con la resolución de ese pensamiento, con el gemido que ahogo
en mis labios, lo bese más, porque necesitaba que él entendiera que él era
mío y yo era indudablemente suya y no había nada en el infierno que
pudiera cambiar eso.
Los pantalones fueron los próximos en desaparecer y entonces se
escuchó una risa, porque cuando bajé la mirada, me di cuenta de las bragas
que llevaba: tenían a Pepa Pig en ellas y eran más bien esas bragas de
señora, grandes, que dejan un montón a la imaginación, porque son tan
grandes que no puedes imaginar que hay detrás de ella.
En mi defensa, fueron un regalo del amigo invisible en alguna estúpida
celebración que nos obligó a festejar Isabella.
Las bragas desaparecieron antes de que me diera cuenta y entonces
estaba desnuda frente a los dos hombres que había querido con todo mi
corazón, pero que también, de diferentes maneras, me habían roto el
corazón que les había entregado.
A uno de ellos sin querer, al otro en bandeja de plata.
Me acostaron en la cama, boca arriba y entonces cuatro manos me
recorrían con adoración, uno de ellos chupo su dedo índice y lo introdujo
entre mis labios húmedos, directo a mi clítoris.
La columna se me arqueo y alguno de los dos me tomo de la cintura para
pegar nuevamente mi cuerpo a la cama, mientras que unas manos sostenían
mis piernas abiertas. El dedo —pecaminoso dedo— se paseaba por entre los
labios de mi vagina, de una manera tan lenta, tan sensual, que mi gemido se
ahogó en los labios de Pierce, porque quien estaba tocándome de aquella
manera era Dean y la regla de tres llegó de repente, pero no pude decir una
sola palabra, porque entonces se acomodo entre mis piernas y me devoró...
Los ojos se me pusieron blancos mientras las sensaciones me invadían, la
suavidad de su lengua moviendo mi clítoris de un lado a otro, para unos
segundos después, hundirla en mi entrada y después volver a subir. Sus
manos presionaban mis muslos abiertos, mientras que Pierce ahora me
chupaba las tetas suavemente, aunque raspando un poco los pezones erectos
con los dientes. Sabía que era sensible allí, pero él también sabía cómo
manejarlo, cómo manejar mi cuerpo.
—Oh, por el señor... —no pude evitar decir cuando Pierce se incorporó
un poco y me obligo a mirar como él movía su mano a mi entrepierna, allí
donde Dean estaba lamiéndome.
Y entonces con dos de sus dedos abrió un poco más mis labios vaginales
y Dean aprovechó aquello para chupar mas de mi y el gemido que largue
me hizo doler un poco la garganta.
Las sensaciones me abrumaron y el orgasmo estaba al alcance de mi
mano, quise resistirlo con todo lo que tenía, pero no hubo manera de que
pudiera luchar contra él, con las sensaciones de esas cuatro manos
tocándome, adorándome.
Sentí que mi interior se contraía cuando comencé a correrme y Dean
gimió conmigo cuando metió dos de sus dedos dentro de mi, sintiendo
como me corría y ese gemido que vibro en mi clítoris alargo mi orgasmo
aún más de ser posible.
No supe cuánto duró aquel orgasmo, pero entonces, antes de
recuperarme, algo metálico golpeó mis labios y entonces abrí la boca para
recibir la polla de Pierce entre los labios, que la metió casi entera de un solo
empollón.
No se disculpó cuando me atragante con ella, sino que siguió follandome
la boca como le gustaba, fuerte y profundo.
Nuestros ojos estaban clavados entre ellos y parecía que había tantas
cosas que quería decirme, pero que se guardaba.
Sonreí cuando la metió nuevamente profundo pero esta vez no me
atragante, sino que relaje la garganta y le permití entrar. Pierce, por
supuesto, sonrío en respuesta, cuando el sonido de humedad en mi boca
llenó la habitación.
Dean seguía chupando mi vagina, pequeños besos, como si fuera su
postre favorito, quería decirle que necesitaba un momento porque acababa
de correrme, pero la polla de Pierce en mi boca no me lo permitía.
—Hay condones en la mesita de noche —dijo Pierce entonces, mientras
que con sus dedos alejaba los pelos de mi rostro. —¿Te puedo follar el
culo? ¿Cómo la ultima vez?
Mierda, lo que este hombre le hacía a mi sistema, no tenía nombre.
Quise responderle algo, pero como dije antes, su polla estaba en mi boca,
mientras sus caderas se movían en un lento vaivén, sacándola y metiéndola
lentamente a mi boca. Cuando por fin la saco, no me dio tiempo a
responder, porque estaba besándome nuevamente, como si no pudiera pasar
demasiado tiempo separado de mi. Su cuerpo se puso encima del mío y abrí
las piernas para recibirlo y antes de que me diera tiempo a nada, su polla se
deslizaba dentro mío suavemente. Arqueé la espalda cuando lo sentí dentro
por completo, mientras que Pierce enterraba su rostro en mi cuello,
respirándome la piel. Mis uñas arañaron su espalda cuando el primer
movimiento de sus caderas me hizo casi gritar por la brutalidad con la que
la metió y entonces había seguido aquel ritmo, el de sacarla despacio y el
meterla fuerte, como si necesitara enterrarla lo más profundo posible.
—Que bien te entra, joder, que bien se abre para mi polla, Minerva, sabia
que seria así, joder, sabía que se abriría así para mi, ya no duele como antes,
¿verdad? Por supuesto que no, ahora a este pequeño coño codicioso le
encanta tenerme dentro así, ¿no es cierto? Y le encanta también cuando me
corro dentro de él. Eres tan bellamente codiciosa de mi, me vuelves loco,
joder, ya no voy a estar sin ti, ya no puedo...
Pierce y sus palabras románticas que lograban enamorar a cualquiera.
Y si, estaba siendo un poco irónica.
Seguí disfrutando de sus empollones, de cómo movía las caderas en
movimientos circulares y su pelvis apretaba mi clítoris y mierda, sentía que
aquella sensación me molestaba una barbaridad, pero también parecía que
podía volver a correrme en cualquier momento y después de ahí seguro iba
a desmayarme y no iban a recuperarme por un buen rato.
Pierce empezó a follarme con fuerza, incorporándose sobre sus rodillas y
tomándome con sus manos de la cintura para comenzar a follarme en serio.
Nada más separarse, los labios de Dean chocaron con los míos, como si
hubiera estado esperando el momento justo para volver a estar sobre mi.
No podía siquiera comenzar a describir todo lo que estaba sintiendo en
estos momentos, estar con los dos hombres que conocían mi cuerpo incluso
mejor que yo, estaba haciéndole cosas a mi sistema más allá de lo
imaginable.
La mano de Dean jugaba con mis tetas, apretaba los pezones con dos de
sus dedos, se separaba unos segundos para ir a besarlas, antes de volver
rápidamente a mis labios. Pierce se separó entonces y me pidió que me
girara. Dean se acomodo en el respaldo de la cama, antes de que me pusiera
en cuatro para que Pierce preparara mi culo, mientras yo le chupaba la polla
a Dean.
Sisee cuando algo frío tocó mi piel, quise alejarme, pero Dean había
puesto una de sus manos en mi hombro y la otra la había enredado en mi
cabello, moviendo mi cabeza a su antojo.
El dedo de Pierce que se metió primero ardió un poco, mientras que un
vibrador fue puesto en mi clítoris, haciéndome chillar cuando no lo
esperaba. Dean me sonreía cuando nuestros ojos se encontraron, mientras
que Pierce seguía jugando con mi trasero, sacando y metiendo el dedo y
más allá de la estimulación en mi clítoris, todavía seguía escociendo.
Hacia mucho tiempo que Sauron no era visitado.
Pierce metió un segundo dedo y me obligue a mi misma a intentar
relajarme, pero no lo estaba logrando del todo y antes de darme cuenta,
Pierce se ponía un preservativo y metía la cabeza de su polla en mi trasero.
—Carajo... —sisee, apartando mi boca de la polla que tenia en la boca.
Dean me acariciaba cada parte del cuerpo que podía, cada porción de piel
a la que sus manos llegaban, mientras que Pierce se mantenía quieto.
Lo hizo el tiempo suficiente hasta que contonee las caderas, dándole
permiso para que se moviera.
Sus manos estaban apretadas en mi cadera, tan fuertes que de seguro
marcarían mi piel, cosa que no podía negar, me calentaba muchísimo.
Gemí cuando se metió un poco más, ardía, pero sabía que pronto la
sensación cambiaria, o por lo menos eso esperaba, con un demonio.
Dean tironeo de mi cabello para que volviera a lo mío, o mejor dicho, a
lo suyo.
Pierce empezó a follarme lentamente, sabía que no la había metido toda y
un poco me preocupaba, por que en algún momento los tendría que hacer
caber a los dos, aunque ya lo hubiera hecho antes.
Pierce comenzó a moverse un poco más, sin embargo, se detuvo cuando
sisee por el ardor en el trasero, me pregunto si estaba bien, si quería que la
sacara, le dije que no y me incorpore un poco.
Se me metió más adentro y chille y entonces si la saco.
Le dije que los quería a los dos dentro.
Pierce parecía dudoso, pero le dije que estaba bien.
Dean se puso rápidamente un condón y me apresure a subirme a
horcajadas suyo. Nos miramos fijamente y le sonreí suave, lento y él me
devolvió la sonrisa, mientras me miraba con una devoción que me partió un
poco el corazón.
Perdimos la sonrisa cuando me la empezó a meter, lentamente, para que
sintiera cada instante de él adentro mío de nuevo.
Apoyé mi frente en la suya y me deshice encima de él cuando estuvo
adentro por completo. Fue él quien me tomo de las caderas y me empezó a
mecer lentamente encima de él.
Dios, como lo había extrañado, a todo él...
—Yo también te extrañé, cariño, cada día, cada noche —me respondió y
no fui lo suficientemente valiente como para mirarlo a los ojos.
Llevo mi cuerpo con el suyo un poco hacia abajo, dejando mi trasero
expuesto para Pierce. Una generosa cantidad de lubricante chorreo sobre mi
y entonces Pierce estaba empujando allí nuevamente, despacio y yo cerré
los ojos con fuerza, porque sentía que me iban a partir a la mitad.
Se metía lentamente, pero la cosa fue que no entraba.
Se me había achicado el órgano reproductivo.
Los dos rieron en voz alta cuando se me escapo aquello.
Y cuando se dieron cuenta que no lo estaba pasando bien, que esta vez no
me iban a entrar los dos al mismo tiempo, Pierce salió de adentro mío y
entonces Dean estaba follandome de nuevo.
No se aguanto mucho tiempo debajo, cuando quise darme cuenta, me
ponía en cuatro y comenzaba a follarme desde atrás. Pierce se arrodillo
delante de mí, mientras que Dean enredaba una mano en mi cabello y
llevaba mi boca a la polla de su amigo. Empecé a chuparle la polla mientras
Dean me follaba como un loco, sus golpes eran certeros y estaban tocando
algo dentro mío que me hacia perder un poco la concentración del pene que
tenia en la boca.
—Mierda, mierda, mierda —siseo—, lo siento cariño, pero ya no
aguanto, carajo...
Y entonces sentí que la polla de Dean palpitaba dentro mío, llenando el
condón que se había puesto antes. Siguió dando lentos empujes un poco
más, antes de sacarla lentamente de adentro mío y dejarse caer en la cama
con una exhalación que me resulto adorable.
Pierce entonces no perdió el tiempo y se acomodo en la cama,
poniéndose debajo de mí y metiéndome la polla todavía mojada con la
saliva de mi boca.
Gemí porque cuando estaba arriba, sentía que me la metía incluso más
adentro.
—Eso es, follame Minerva —decía, observando mi rostro, mis tetas que
se movían con el vaivén de mis caderas, sus manos agarrando mi cintura, su
polla desapareciendo dentro mío. —Eres todas mis fantasías en una —
seguía arrullando en mi dirección. —Me vuelves loco.
» Te voy a follar así toda la vida.
» No puedo estar sin ti.
» Estoy enojado con tu culo, me lo voy a follar pronto, una vez por
semana, mínimo.
» Quiero correrme, ¿vas a correrte?
» ¿Te calienta la idea de que me corra dentro de ti? Te encanta la
sensación, ¿verdad? A mi también me encanta, voy a correrme tan
profundo...
Y entonces lo había perdido, por que mi orgasmo me alcanzo sin que
siquiera lo esperara. Esa fue la señal de Pierce para comenzar a follarme
como un loco y entonces, arrastrado por mi orgasmo, alcanzaba el suyo
propio, gimiendo de una manera que me hizo apretar las piernas a su
alrededor, mientras seguía moviéndome sin parar encima de él, presionando
mi clítoris contra su pelvis, exprimiendo mi orgasmo todo lo que pude.
Caí rendida encima de él, con la respiración hecha un desastre, los
mechones de pelo pegados a mi nuca y frente por el sudor.
Pierce me acariciaba la espalda, mientras que cuando mis ojos se
abrieron, se encontraron con los de Dean, que tenia una sonrisa somnolienta
en el rostro.
—Quedaste hecha un desastre —dijo, acariciando mi mejilla con dulzura.
—Es que Pierce me hizo hacer todo el trabajo —respondí, también
adormilada.
Recibí un azote en el trasero después de decir eso y sentí como la polla
de Pierce se ablandaba dentro mío.
Me movió con cuidado y fue al baño y cuando volvió, limpio suavemente
con una toalla húmeda, el exceso de su placer y el mío mezclados.
Después abrió las mantas y me obligo a meterme debajo, diciendo que
luego tendría frio, que lo hiciera antes de que me durmiera.
Dean ya se había quedado dormido, me había tomado de la mano y se
había dormido acariciando mis nudillos, en algún momento se había puesto
su bóxer.
Pierce se acostó detrás mío todavía desnudo y me abrazo.
Quise decirle que no había manera que tuviera frio rodeada de su cuerpo
y el de Dean, pero antes de poder decir nada, ya me había quedado
profundamente dormida.

Me desperté en mitad de la noche y me costó varios segundos entender


dónde estaba, qué había hecho.
En la densa oscuridad, un cuerpo dormía frente mío, los dedos de Dean
todavía se aferraban a los míos, a pesar de que sabia que había dormido un
par de horas.
Pierce tenia una posesiva mano envolviendo mi cintura, nuestras piernas
enredadas, tenia calor, pero no era agobiante, sino más bien ese calorcito
reconfortante en mitad de la noche.
Intenté acomodar un poco la posición en la que me encontraba y fue
entonces cuando lo sentí, mis ojos, a pesar de la oscuridad que me rodeaba,
pudieron distinguir claramente la esposa que rodeaba mi muñeca y se
enganchaba al cabezal de la cama.
—¿Que demonios...? —Susurré, todavía un poco dormida.
Por que esto tenia que ser un sueño, ¿verdad?
Me removí nuevamente y me incorporé un poco más, soltando la mano
de Dean y volviendo a tironear de las esposas y entonces sentí que el
hombre que dormía detrás mío, se reía, de seguro todavía sin estar despierto
del todo.
—¿Que carajos, Pierce? —Me queje, enojada.
La mano de Dean se estiraba por el otro lado, buscando la mía que lo
había soltado.
—Es que tienes la costumbre de huir después de un trio, me pareció
conveniente adelantarme a los hechos por una vez.
—Estas jodido de la cabeza —me queje, en siseos bajos enfurecidos. —
Sácame esta mierda, con un demonio.
—No —respondió y se volvió a acomodar detrás mío, intentando en vano
que me acostara con él.
—Pierce, como que no me saques esto... —advertí, pero él seguía
luciendo de lo más divertido.
—¿Que harás? ¿No correrte conmigo cuando te vuelva a follar en la
mañana? Anda, me muero por ver eso.
—Te voy a matar —sisee.
—Espero que sea a folladas, amor —soltó, como si nada.
—Necesito ir al baño —probé.
—No, necesitas volver a dormirte —fue todo lo que dijo.
—Pierce...
Pero me calle cuando Dean medio se incorporó sobre su codo y nos miró.
Tenía los ojos y labios hinchados mientras nos miraba confundido,
alternando la vista entre los dos.
Me había olvidado de la ternura que me generaba un Dean recién
despierto, porque él cuando dormía lo hacia en serio y no había nada peor
para él que interrumpirle el sueño.
Refunfuño, enojado algo que no le entendimos y que hizo que Pierce
tuviera que esconder la cara en la almohada por la risa y para mi completa
consternación, Dean se acercó a mí, apoyando su cabeza en mi pecho y
enredando su brazo en mi cintura y durmiéndose casi tan rápido como había
despertado.
Miré enojada a Pierce, que tenía una sonrisa preciosa en el rostro y que
me tuve que morder la lengua para no decirlo en voz alta.
Se estiro y presiono algo en la esposa hasta que cedió y mi mano bajo
hasta enredarse en los cabellos sedosos de Dean.
Pierce siguió aquel movimiento.
—No voy a irme, Pierce —susurre en su dirección. —Ya no lo haré si te
quedas también.
Me sonrió de nuevo y se acerco a dejar un pequeño beso en mis labios.
Y su respuesta llegó cuando casi me estaba quedando dormida.
—Bien, porque no sé qué sería de mí si te fueras, Douce.

Había sido consciente —cuando comencé a despertarme lentamente—,


de la mano que acariciaba mi vagina con cuidado. Tenía las piernas abiertas
y estaba vergonzosamente mojada. Pierce había enganchado una de mis
piernas en su rodilla para abrirme para él, mientras me acariciaba y gemía
en mi oído, moviendo sus caderas detrás de las mías. Su mano me tocaba a
su antojo, mientras que metía primero un dedo y después dos juntos,
sorprendiéndome con la facilidad con la que entraban.
No tardo mucho en hundirse en mi, al tiempo que palmeaba a Dean para
que se despertara. Yo todavía no entendía mucho lo que pasaba, pero si
estaba segura de que nunca antes había estado tan excitada, tan húmeda que
sentía que un poco de mi excitación bajaba por mi pierna.
—Inténtalo —le dijo a Dean, que ya estaba con los ojos somnolientos
pero consiente de lo que hacíamos debajo de las sabanas. —Esta tan
mojada, Dean, inténtalo —repitió.
Yo no entendí que era lo que tenía que intentar hasta que sentí que el
pene de Dean intentaba entrar por el mismo lugar en donde estaba el pene
de Pierce.
Me tensione, porque vamos, no había manera en que mi chocho volviera
a su mismo tamaño si me lo estiraban de semejante manera, pero por más
que quise decir aquello, las palabras no me salieron, porque como había
dicho antes, estaba muy excitada, pero entonces, Dean se detuvo.
—El condón, carajo —y nuestros ojos se encontraron, a pesar de que
recién estaba amaneciendo, todavía podía distinguir sus ojitos adormilados
en la penumbra.
—¿Has estado con alguien más?
No se porque pregunte aquello.
—Con nadie después de ti —respondió sin dudar.
—¿Has usado condón cada vez? —Pregunté.
—No he estado con nadie más —repitió. —No he vuelto a acostarme con
nadie después de aquella mañana contigo, cariño —susurro.
No se porque aquellas palabras hicieron que mis ojos se llenaran de
lágrimas, pero antes de dejarlas caer, me acerque a Dean para darle un beso,
mientras bajaba mi mano para intentar meterlo adentro mío.
Costó, no les voy a mentir y también dolió un poco, pero fue un buen
dolor, porque como les dije, estaba muy excitada.
Ambos se quedaron tiesos dentro mío, je, es broma, pero si, se quedaron
sin moverse un solo centímetro por lo que me parecieron unos cuantos
minutos. Teníamos las respiraciones agitadas los tres, yo un poco sudaba
porque estaba estirada más allá de lo imaginable, pero no quería detenerme.
Gemí, fuerte, cuando Pierce se acomodó un poco y el movimiento toco algo
en mi interior que..., mierda, el paraíso, así se debería sentir morirse, les
digo.
Había algo que me resultaba increíblemente erótico el tenerlos a los dos
adentro mío, pero más allá de eso, era que sus penes se tocaran entre sí, no
puedo explicarlo exactamente con palabras, pero sentía que era algo
tremendamente tabú cuando estaba casi segura de que los dos eran hetero y
que estaba segura que nunca habían compartido este tipo de intimidad.
—Dios, necesito moverme —murmuro Pierce con la voz ahogada.
—Si me muevo me corro —respondio Dean, igual de afectado.
A mi solo me toco gemir y murmurar por lo bajo que tuvieran cuidado,
que quería que mi chocho siguiera sirviéndome. Los dos se rieron y
entonces esas risas hicieron que se movieran y Dios..., esta bien, Pierce
entonces comenzó a moverse, al principio lentamente y segura como la
mierda que si yo estaba sintiendo aquel exquisito estiramiento, ellos
también sentían el rose entre sus penes y estoy completamente segura de
que aquello les generaba un placer enorme.
Me pregunte en ese momento si Pierce en realidad permitiera este tipo de
intimidad con alguien más que no fuera Dean, es decir, él ya me había
contado que con Alyssa también hacia esto de compartir y jamás había
afectado su relación. Me pregunte en ese momento, mientras Dean tomaba
mi pierna para abrirme todavía más, si en realidad Pierce seguía dispuesto a
compartirme más allá del morbo que le generaba que nos vieran, como
había pasado con Yoshio.
Creo que yo tampoco hubiera sido capaz de follarme a alguien más que
no fuera Dean, porque si, había descubierto que me generaba morbo ciertas
cosas, pero no se si estaba dispuesta a intercambiar de pareja, a follarme a
alguien más, pero con Dean simplemente había surgido la oportunidad y la
había tomado, porque estaba segura de que a Pierce no iba a molestarle,
pero aquella resolución no se me ocurría si hubiera alguien más en medio
que no fuera su mejor amigo.
Me pregunte que demonios significaba eso, pero entonces Pierce me la
metió tan fuerte que chille y Dean gimió casi con dolor, diciendo que se iba
a correr.
Yo estaba muy excitada, como ya les había dicho, pero entonces Pierce
me estaba acomodando encima de su amigo para ser él quien dirigiera los
movimientos, teniendo en cuenta de que Dean dijo que si lo hacía él iba a
correrse vergonzosamente rápido.
Pierce dejaba besos en mi cuello, me mordía y farfullaba palabras sueltas
parecidas a: apretada, correrse, mojada, perfecta, mía.
Mía.
Mía.
No se quien se corrió primero, creo que fue mi orgasmo el que
desencadeno el de Dean, aunque no estaba muy segura de donde empezaba
yo y donde terminaban ellos.
Pierce dio un par de estocadas más que se sintieron muy profundas y
entonces también se estaba corriendo dentro mío.
Fue Dean quien sacó primero su polla de adentro mío y después, con
cuidado, Pierce.
Creo que quise dormirme, pero entonces Dean me estaba levantando para
llevarme a la ducha para que nos bañáramos juntos.
No hablamos demasiado, pero compartimos sonrisas y le permití que me
enjabonara y por mi parte hice lo mismo con él. Estábamos por salir cuando
Pierce entro al baño y le dijo a Dean que moviera el culo, que era su turno.
Me volvió a bañar y me pidió amablemente que le chupara la polla.
No me pude resistir.
Se corrió en mis tetas y cuando me ayudo a incorporarme, me dijo que
quería hacer esto cada mañana, por el resto de su vida.
Me reí al respecto y le dije que seria bueno que me mantuviera, porque
yo todavía tenia que ir a trabajar a pesar de que fuera sábado.
Dean se despidió aquella mañana y me dijo que hablaríamos en estos
días. Sé que quería decirme algo más, pero al final se aguantó y se marchó
sin decir más.
Pierce me acompaño a mi departamento y mientras esperaba que me
cambiara, se quedo en el sillón con Sal, que se refregaba por su cuerpo
como si quisiera marcarlo como suyo.
Mientras elegía unos pantalones sueltos para ponerme, sentí que me
corría sangre por la pierna, abrí los ojos como platos cuando me vino.
Chille, preocupada y Pierce se acercó a preguntarme que me pasaba.
Le arroje con algo que encontré en la mesita del baño, diciéndole que me
había roto el chocho, que no se lo iba a perdonar nunca. Quiso entrar
nuevamente, preocupado, pero me negué.
En realidad me había bajado la regla, lo confirme cuando sonó la alarma
del teléfono con la aplicación que me avisaba que no me olvidara de coger
toallitas o tampones, que era el día.
Pierce no se movió de al lado del baño, hasta que más calmada le dije
que me había bajado la regla, no estaba del todo convencido, pero entonces
le mostré la aplicación que marcaba la fecha y asintió.
No solía bajarme mucho, pero esa semana mi vagina parecía una
masacre.
Alterne esa semana, entre dormir en el departamento de Pierce y el mío y
debo decir que me consintió una barbaridad, cocinándome cada noche y
preparando unos postres de chocolate que me hacían muy bien al corazón y
a las hormonas alborotadas, que cada dos por tres hacían que me convirtiera
en un mar de lágrimas.
Dean envió cada día de esa semana un ramo de flores a la cafetería y
aunque no venían con tarjeta, sabía que eran suyas, es por eso que en
respuesta siempre le enviaba algún platillo a medio día para que almorzara
a su oficina. Intercambiamos un par de mensajes, me preguntaba como iba
todo, si me sentía bien. Algún que otro día no pudo evitar escribirme que
me extrañaba, que se moría por verme, solo por verme. Que se conformaba
incluso con solo abrazarme por un rato. Cuando le decía que podíamos
vernos, siempre dejaba de responder, por lo que no insistía.
La regla por fin había terminado, Isabella había llegado hacía dos días de
su viaje, pero por una cosa o por otra, no habíamos podido vernos, es por es
que habíamos quedado en un bar cerca de la cafetería y después..., después
me encontraría con Dean y con Pierce en el departamento de este último y
no podía negar que me sentía ansiosa porque aquel momento llegara.
Cristal se había ido hacía cosa de una hora y Nerea acababa de
despedirse, yendo de camino a la facultad.
Había terminado de guardar todas las tortas que habían sobrado en las
heladeras, cuando escuche que la puerta de la cafetería se abría y sonriendo
levanté la mirada de la mesa donde había apoyado mis cosas para también
irme, creyendo ilusamente que seria Nerea, que había vuelto ya una vez
porque se había olvidado la cartera.
Tal fue mi sorpresa cuando no fue mi empleada quien había atravesado
las puertas.
Me quede de piedra ante la imagen que se me presentaba en frente e
irónicamente pensé para mis adentros que en realidad era lógico que algo
como esto sucedería más pronto que tarde, porque no, no estaba preparada
para que pasará, pero era extrañamente esperable que este momento llegara
cuando sentía que por fin estaba estableciéndome nuevamente.
Era lógico que este encuentro con Harold, de una manera u otra, iba a
suceder.
Lástima que imagine que podría disfrutar de mi vida aunque sea un poco
más.
Lastima que no pude despedirme de las personas que más amaba como
era debido...

***
AHORA SI PECADORAS
RECTA FINAL
¿SE ESTÁN PREPARANDO?
EL PROXIMO CAPITULO YA ESTÁ EN EL HORNO
NO SE OLVIDEN DE VOTAR Y COMENTAR MUCHO
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LAS AMO MUCHISIMO
DEBIE
CAPÍTULO SESENTA

ESTOY PERDIDA EN UN ARCOIRIS

Me encantaría decirles que luche, que me puse a gritar como una


desquiciada, que corrí a esconderme y llamar de inmediato a la policía. Pero
no lo hice. Lo siento, me paralicé.
Sinceramente no voy a condenarme por ello. A veces simplemente
nuestro cuerpo recuerda y reacciona de la manera en la que está
acostumbrado y para mí, tener en frente a Harold siempre ha sido
paralizante.
Mis ojos estaban llenos de lágrimas, sin embargo, no fui capaz de
derramar ni una mientras él estaba de rodillas con sus manos envueltas
alrededor de mi cintura y el rostro enterrado en mi vientre mientras
sollozaba. No tenía ni idea de en qué momento había llegado a aquella
situación, cuando se había acercado lo suficiente como para que pudiera
abrazarme.
Espero que puedan entender lo que va a pasar a continuación, quien
narrará este capítulo por primera vez no será Minerva, ni tampoco serán los
recuerdos de Annalise, sino que será sencillamente Annalise, la mujer que
una vez fui:
Tragué saliva con dificultad mientras mi mano ardía por enterrarse entre
sus sedosos cabellos del color del trigo en verano.
Lo sé, no te enojes conmigo: fue un impulso estúpido y logré controlarlo
a tiempo.
«Viejas costumbres», me dije a mí misma.
Era algo que hacíamos a menudo con Harold al principio, antes de que
comenzaran los golpes, nos peleabamos y después él suplicaba por mí
perdón de este modo, de rodillas y abrazándome fuerte... y yo lo perdonaba,
porque lo amaba.
Mierda que si lo amaba...
Ninguno de los dos pronunció palabra, todavía seguía paralizada, con el
abrigo puesto, el bolso en el suelo y las manos hechas un puño mientras lo
observaba y él... él sollozaba como un niño pequeño que había perdido a su
madre, para luego de unos cuantos minutos comenzar a respirar
profundamente, como si tratara de serenarse.
—Joder, lo siento —murmuró sin mirarme.
Yo tenía la mirada pérdida y si todavía no había hablado, había sido por
que tenía un nudo en la garganta a causa del terrible miedo que me
atenazaba el estómago.
Mucho miedo.
¿Acaso habría venido a terminar lo que empezó hace tantos años atrás?
Me encogí un poco en cuanto se puso de pie lentamente, limpiándose las
lágrimas con las mangas de la chaqueta,— cosa que me sorprendió—, ya
que solía ser muy meticuloso con lo que respectaba a sus modales.
—Yo... —dijo. Al ver lo que su simple acción había provocado en mí se
detuvo en seco—. No voy a voy a hacerte daño. Lo prometo —murmuró en
voz lo suficientemente baja, haciéndome saber que realmente estaba
intentando no asustarme.
«No confíes, Ann», me dije para mis adentros
«No le creas nada.»
Tener ese pensamiento me sorprendió, ya que había pensado en mi como
Annalise y no como Minerva. La ultima vez que había pensado en mi como
Annalise estaba en una institución psiquiátrica, intentando recuperarme del
puto trauma que el hombre delante de mí me había provocado.
—Sé que no me crees... —insistió nuevamente al ver mi falta de
respuesta. Creo que había dejado de respirar—. Sé que es difícil creerme,
pero únicamente quería verte, saber que estabas bien y habías podido seguir
adelante —insistió, mostrándome las palmas de las manos.
Seguía sin poder hablar, creo que me encontraba en estado de shock.
Aunque me sorprendí de sentirme lo suficientemente tranquila como para
no tener un ataque de ansiedad o pánico.
Eso sería realmente espantoso.
—¿Crees...? —dijo, mirando a su alrededor—. ¿Es posible que podamos
sentarnos a hablar? —pidió finalmente, señalando una de las mesas de la
cafetería. Miré el entorno al que señalaba, pero no me moví. No podía. No
quería. —Anny... —insistió, y fue aquella última palabra la que me hizo
reaccionar.
El susurro de mi nombre en sus labios.
Siempre había amado la devoción con la que lo decía y la verdad es que
no había cambiado; seguía sonando igual que siempre.
Asentí después de tragar saliva con dificultad, sacando la silla con
cuidado, aunque el sonido que hizo al ser arrastrada pareció resonar en toda
la cafetería vacía. Al mirar fuera, me di cuenta que no había gente por las
calles, ya que esta era una zona de oficinas y dado el horario durante cierta
hora se vaciaba, además, ya estaba oscureciendo.
«Oh, por Dios, Harold va a matarme y nadie lo sabrá, por lo menos
hasta mañana...»
«Voy a morir» pensé, mientras la respiración se me agitaba.
—Ann —dijo Harold, llamando nuevamente mi atención—. No voy a
hacerte nada. Lo prometo —insistió, a lo que nuevamente asentí—. Dios...
—murmuró con un suspiro. Sus ojos verdes recorrieron mi rostro—, no
puedo creer que estés realmente viva —reconoció con los ojos llenándosele
de lágrimas nuevamente—. Lo que daría por escuchar tu voz...
No respondí. No sabía que responder. No quería enfadarlo y que todo se
fuera a la mierda.
—Solo... —comenzó diciendo, negando con la cabeza para bajar la vista
a sus manos, que estaban fuertemente presionadas entre sí—. Solo quería
disculparme.
No debería haberme sorprendido ante esas palabras, pero lo hice; Harold
siempre se había disculpado después de golpearme, después de
maltratarme...
Cada. Maldita. Vez.
No sé por qué pensé que esta vez seria diferente.
Supongo que al ver tan fácilmente los pensamientos que me atravesaban,
—siempre había sabido leerme mejor que nadie—, con una sonrisa triste,
murmuro:
—Sé que no me crees y que palabra debe de ser lo mismo que una mierda
para ti , pero realmente lo siento, por todo —dijo y la voz se le rompió en la
última sílaba—. Yo..., después..., después de todo lo que sucedió... —
farfulló, trabándose con sus propias palabras.
—Después de que casi me mataras —termine la frase por él. Mi voz fue
un susurro ronco pero cargado de desidia, sorprendiéndonos a ambos. Sin
embargo, ahora que había encontrado la voz, simplemente no podía parar
—. Después de que me secuestraras, encadenaras —escupí, apretando mis
dedos entrelazos hasta el punto que se pusieron rojos a causa de la presión,
observando como su rostro se descomponía—. Después de que me violaras
y maltrataras hasta casi la muerte —solté de sopetón.
Harold hizo un mínimo movimiento hacia atrás, como si mis palabras lo
hubieran golpeado, y eso fue todo lo que necesité para encogerme, cerrar
los ojos e intentar cubrirme el rostro para recibir el golpe que nunca llegó.
—Mierda... —susurró con un jadeo pasándose las manos por la cara—.
Jesús, Ann, no voy a golpearte. Nunca más Anny. Nunca más... —prometió,
pero no hizo ningún movimiento para acercarse.
Y lo agradecí.
Tomé una profunda respiración antes de bajar las manos y volver a
enfrentarlo; su cuerpo se había echado hacia atrás, apoyándose en el
respaldo de la silla. El caro abrigo gris plomo caía abierto a sus costados,
revelando bajo este un traje también abierto y una camisa blanca con los
primeros botones desabrochados con la dorada piel asomando debajo, sin
corbata.
Ese pequeño detalle también me sorprendió, ya que Harold siempre
usaba corbata, siempre.
Siempre estaba impecable.
Perfecto.
Eso me había extrañado; al parecer muchas cosas habían cambiado en
estos años.
—Sé..., sé que es difícil creerme —repitió cuando el silencio se prolongó
—. Estoy seguro que probablemente me odias y lo entiendo. Créeme, yo
también lo hago a diario —agregó rápidamente al ver la mirada que le lancé
—. Solo he venido hasta aquí para asegurarme de que estabas bien y
asegurarte que nunca vas a tener que volver a temerme, Anny: jamás
volveré a hacerte daño.
—No volveremos a estar juntos —dije sin pensar.
Mala elección de palabras.
Maldita mala elección.
De nuevo, espere como respuesta el golpe, esperé que su puño se elevara
y me reventara la mejilla, pero sorprendentemente no sucedió, ni siquiera
una mirada de enojo; las pupilas no se le dilataron como solía hacerlo
cuando se enojaba.
No sucedió nada.
—No voy a golpearte —repitió con una sonrisa triste—. Lo prometo —
agregó por enésima vez. Jugueteó con sus dedos un rato antes de volver a
hablar. Mientras, yo no podía apartar la mirada de él, buscando señales del
que había sido alguna vez, esperando el estallido—. Cuando salí del coma
después de aquella noche —comenzó, y agradecí que no mencionara lo que
había sucedido, porque no quería volver a repetir esas imágenes en mi
cabeza—. Al despertarme, mi padre me dijo que habías muerto y...
colapsé...
»Yo... —cerró los ojos un momento y respiró hondo antes de continuar,
todavía sin mirarme—. Apenas hay fragmentos en mi mente de aquella
época, pero recuerdo que destrocé la habitación, me cegué, quise morirme y
te odié, te odié tanto que hubo un pequeño momento de mi locura en el que
me alegré de que estuvieras muerta antes de desear morirme contigo —
agregó. Las mejillas se le tiñeron de rojo a causa de la vergüenza —Irónico,
debido que a quien le habían arrebatado la vida fue a ti... Entonces supe...
—Suspiró, como si se estuviera armando de valor para lo que diría a
continuación—. Supe que no quería continuar viviendo en un mundo en el
que tú no estuvieras.»
Comprendo el gesto cuando inconscientemente se cubre las muñecas con
las mangas del abrigo, intentando ocultar de forma compulsiva el dolor de
su vergüenza y su dolor.
Debería haberme sorprendido de que hubiera intentado suicidarse, pero
en realidad, a su retorcida y enferma manera, sabía que Harold no podía
vivir sin mí porque como bien solía decir, no había Harold sin Annalise y
no había Annalise sin Harold.
—Lo intenté en varias en ocasiones antes de que me internaran en una
institución psiquiátrica —agregó, sin dejar de juguetear con los dedos,
nervioso—. Allí lo intenté dos veces más —comentó con una sonrisa medio
engreída que no correspondí y a él se lo borró al darse cuenta—. Lo siento,
no debería bromear con algo tan serio —murmuró, apartando la mirada
nuevamente.
» Fui diagnosticado con bipolaridad, así como episodios disociativos con
tendencias maniaco-agresivas. Hay muchas cosas que no soy capaz de
recordar después de cada episodio o fase maniaca... Al principio no quise
admitir que estaba enfermo y tampoco que tenía un diagnóstico. Me negaba
a seguir los tratamientos y las terapias..., hasta que me convencí que no
volvería a verte y que tampoco iba morirme, que estaba en una fase
depresiva en la cual no comía, ni dormía..., no podía hacer más que existir...
Si esperaba que lo lamentara, no lo haría. Podía comprender la parte en la
que era un enfermo mental y en la que se le había ido la cabeza por
completo, pero sentir lástima por él, lo siento, no podía sentir lástima por la
persona que había estado a punto de quitarme la vida y que fue incapaz de
sentir una pizca de lástima por mí cuando yo pedí piedad.
No cuando nadie había ido a visitarme a aquel horrendo lugar en el que
fui internada después de los acontecimientos que casi me arrastraron a la
misma locura que a la suya.
Nadie podía saber que seguía viva.
—Con el paso del tiempo, las terapias y los tratamientos comencé
lentamente a mejorar. Pero..., seguí sintiéndome vacío, simplemente... —
agregó, negando con la cabeza—. Simplemente no tenía nada por lo que
continuar luchando. No había ningún tipo de motivación, todo se había
resumido a nada, solo a extrañarte y saber que nunca volvería a verte.
Nos quedamos nuevamente en un espeso silencio, se escuchaba el
interminable tráfico, pero lo único que yo era capaz de escuchar era el
incesante pitido en los oídos y un nudo en estómago que amenazaba con
hacerme vomitar lo poco que me quedaba dentro.
—¿Qué lo cambió? —inquirí.
Ambos nos sorprendimos por el sonido de mi voz. A decir verdad no
quería preguntar, tampoco saber nada relacionado con su vida. No me
interesaba lo que pasara con él y con su entorno vida. No obstante, por más
que pensaba que lo tenía superado, ahora, teniéndolo delante de mí, me di
cuenta de que no era así, sino de que continuaba siendo aquella muchacha
resentida que no había podido ayudarlo y que en el proceso de dejar que él
no se destruyera se terminó destruyendo a sí misma y para colmo de males,
casi muere en el proceso.
—Claire —susurró, y no me miró a los ojos.
Entonces, lo supe, supe la vergüenza que significaba para él haber
logrado salir adelante gracias a una mujer, tampoco pude explicarme a mí
misma el retorcijón que sentí en el pecho casi como si me hubiera
traicionado. Pero a decir verdad, me sentía así, traicionada.
—Me alegro —contesté con una sonrisa que no me llegó a los ojos.
Tenía que cerrar la boca y tenía que cerrarla ya.
—Ann...
—No, de verdad que me alegro por ti —lo corté. Cerré los ojos con
fuerza en un vago intento de apaciguar el dolor ensordecedor en mi cabeza,
que comenzaba palpitarme. Demasiadas emociones juntas durante la última
hora.... —Ella... —No pude evitar preguntarlo—.Tú...
—No —me cortó esta vez de inmediato, entendiendo lo que las palabras
no podían expresar—. Nunca le he tocado un pelo —encontrándose con mi
mirada, agrego—: los medicamentos y la terapia me mantienen estable y sin
episodios.
A decir verdad, no estoy muy orgullosa de los sentimientos que me
embargaron después de escucharlo. Porque fue furia, una furia ciega y
sorda. Me sentí traicionada, pero por encima de todo, sentí unos celos que
rozaban lo enfermizo en el momento que por mi mente comenzaron
sucederse imágenes de Harold siendo feliz con una muchacha, seguramente
refinada, pero con un carácter lo suficientemente fuerte como para no
dejarse doblegar y poder manejarlo.
Me sentí fatal, en serio que lo hice, porque sentí que volvía a ser
lentamente Annalise, la que nunca había sido suficiente para nadie; me sentí
nuevamente pequeña y eso, sinceramente, dolía. ¿Sabes por qué? Porque
sentía que no había sido suficiente, que toda la mierda por la que me había
hecho pasar podría haberse evitado, pero no supe manejarlo como debía.
Yo era débil.
Siempre lo había sido.
Y siempre lo sería.
—Detente —me pidió Harold, firme pero a la vez con suavidad,
sacándome de mis pensamientos—. Saca cualquier tipo de pensamiento
negativo de tu mente, Ann —susurró, y para mi total sorpresa, su cuerpo se
estiró por sobre la mesa y me envolvió las manos entre las suyas—. Nada
de lo que sucedió fue tu culpa, no podrías haberlo evitado ni aunque
hubieras querido con todas tus fuerzas —remarcó.
Y en ese momento lo odié más que nunca, realmente detestaba que fuera
la única persona que pudiera leerme de la manera en la que era capaz de
hacerlo.
Me encantaría decir que su tacto me dio asco, al igual que sus manos eran
duras y estaban frías, pero nada más lejos de la realidad. Sus manos seguían
siendo suaves y tibias y mucho más grandes que las mías, mientras las
presionaba para llamar mi atención.
Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, no supe descifrar lo que
había en ellos, pero de todas maneras y para mi total consternación, logró
tranquilizarme.
—Estaba enfermo —continuó con una determinación que me hizo
estremecer—. Era y soy un enfermo mental y lucharé con ello por el resto
de mi vida. Ojalá hubiera sabido que era lo que me pasaba, ojalá hubiera
sabido que podría tener solución y que podía haberlo controlado primero —
Hablaba de esa manera tan segura tan suya que recordaba, no al último
Harold, sino al anterior, al que había sido mi amigo—. No hay día en el que
no me odie por lo que te hice pasar. No hay un solo día en el que no me
odie por no haberte alejado a tiempo y no existen disculpas suficientes
como para que me perdones en esta vida o en siguiente, pero créeme que
me odio por ello y no hay día en el que no me arrepienta de lo que te he
hecho pasar.
Lentamente, muy lentamente, alejé mis manos de las suyas. No quería
confundirme y no me odies por esto, pero lo estaba haciendo. Soy humana,
estoy hecha de sentimientos y me equivoco, todos lo hacemos, pero
simplemente era algo que no podía evitar...
Siempre me sentía débil a su alrededor, como si tuviera que protegerme.
—¿Cómo me encontraste? —inquirí en un susurro.
Suspiró con abatimiento, mirando sus propias manos que unos minutos
antes habían sostenido las mías.
—No espero que confirmes mis sospechas, pero estaba en la ciudad
reuniéndome con unos socios para unos nuevos proyectos cuando me
pareció verte —comentó, pasándose la mano por el cabello y
alborotándoselo y dejándolo todo en punta, como cuando estaba pensando
demasiado. No respondí, pero sabía que no esperaba que lo hiciera, porque
si me había visto y yo hui de él hasta que Pierce me encontró—. Me había
pasado algunas veces —agregó, lanzándome una mirada de reojo—, eso de
que me parecía verte, pero siempre desaparecías. La última vez algo me
dijo que había sido diferente —agregó, apartando la mirada—. Comencé a
investigar y la verdad no tenía ni idea hasta que lo vi... —dijo, levantando la
mirada.
—¿Qué viste? —le pregunté con voz ronca.
—Sabía que mi padre estaba ocultándome algo. Lo había sospechado por
muchísimo tiempo. Entonces, logré ingresar a una de sus cuentas bancarias
y remonté al año en el que había pasado todo y habían cien mil dólares
transferidos a una cuenta que no tenía idea de quién era —dijo, agachando
la mirada con vergüenza—. No me preguntes cómo, simplemente lo supe,
creo que en realidad lo había sabido desde hace tiempo.
—¿Qué supiste? —inquirí, aunque ya sabía la respuesta.
—No puedo creer que te hiciera eso, Anny —susurro, abatido—. No
puedo creer que te obligara a hacer lo que te hizo a hacer.
—Fui yo la que acepté... —murmuré en un vago intento de justificar al
idiota de su padre.
—Y una mierda —replicó Harold, sorprendiéndome y haciéndome saltar
en mi lugar —. Lo siento —agregó rápidamente. La mirada se le horrorizó
al ver que me había asustado—. Lo siento, no se trata de ti, solo es que él...,
él... —farfulló con la mirada pérdida.
—Lo sé —respondí.
Sabía los sentimientos que provocaba su padre en él.
También los provocaba en mí.
Odiaba que tuviéramos algo en común.
Nos quedamos unos minutos en silencio, hasta que Harold decidió a
volver a hablar.
—Comencé a investigar, porque a pesar de la corazonada, necesitaba
estar seguro —murmuró, perdido en sus propios pensamientos—. Di con la
cuenta destino estaba a nombre de una tal Minerva Wilson y luego vi donde
había ido a parar todo el dinero.
—A un centro psiquiátrico —susurré antes de que él lo dijera.
—Sí —confirmó, con una mirada de lástima, agregó—, ¿durante cuánto
tiempo? ¿Para cuánto tiempo te alcanzó?
—Con la estadía y los medicamentos incluidos no más que unos meses
—confesé—. Genevieve no podía ayudar —agregué, aunque sospeché que
eso ya lo sabía.
—¿Qué hiciste después? —me preguntó.
—Me las arreglé —contesté, sacudiendo los hombros.
—Por supuesto que lo harías —murmuró—. Siempre fuiste la más fuerte
de los dos —agregó con una sonrisa orgullosa.
Alejé los pensamientos que esa sonrisa me produjo.
Nos quedamos en silencio nuevamente, pensando en lo que había pasado
a lo largo aquellos años en el cual ambos habíamos estado encerrados.
—Traté de entregarme —susurró después de unos minutos—, pero mi
padre no lo permitió. Dijo que sería en vano, aunque sé que en realidad no
me dejaría hacerlo por el simple hecho de enfrentar la mierda mediática que
traería: una noticia como aquella arruinaría su maldita carrera —agregó con
furia—. Tendría que haberlo sabido, tendría que haberlo al menos
sospechado, pero ese hijo de puta siempre supo manipularme tan bien... —
murmuró con un suspiro, negando con la cabeza.
—No tenías manera de saberlo —lo interrumpí—. Fue lo que tenía que
ser...
—No —sentenció —. No tenía ningún derecho a hacer lo que hizo,
tendría que haber dejado que las cosas siguieran su curso. Yo tendría que
haber ido a la cárcel y tú no tener que irte a la otra punta del país por mi
culpa.
Sus palabras dejaron un vacío entre los dos que nos hizo pensar y
rememorar aquellos tortuosos días en los que estuve internada, en los que
casi me muero..., hasta que mi vida cambió por completo y me
convencieron de dejarlo todo atrás...
—El pasado es pasado —dije con calma—. He logrado seguir con mi
vida. —Antes de que pudiera decir nada, agregue—. ¿Cómo es ella?
La pregunta pareció tomar a Harold por sorpresa, antes de que sonriera
con cariño y rebuscara algo dentro de la chaqueta. Sacó la billetera de cuero
negro para mostrarme una pequeña foto donde se lo veía a él, una
muchacha de tez morena a su lado y a un niño de no más de tres años que se
parecía mucho a la mujer; lo que más me sorprendió fue la sonrisa genuina
en sus rostros.
—Es muy linda —confesé sin querer.
—Este es Aiden —comentó, señalándome al pequeño—. Su padre lo
abandonó y ella se estaba haciendo cargo sola. Ahora lo cuidamos entre los
dos.
Sus palabras me dejaron por unos cuantos segundos fuera de juego y ese
nudo que se había ido disipando, volvió. Sé dio cuenta y me parecía que
sentía lo mismo.
Esos podríamos haber sido nosotros.
«Joder, detente», me dije para mis adentros.
—¿Y tú? —interrumpió el tenso silencio—. Tu sueño hecho realidad —
agregó con una extraña sonrisa.
Miré a mi alrededor y no pude evitar sonreír ya que tener una cafetería
siempre había sido mi sueño, sin muchas pretensiones, simplemente, lo
sencillo era lo que me llenaba.
—Lo he cumplido —respondí.
Sus ojos brillaron al ver mi sonrisa.
—Sé que te importa una mierda, pero de verdad, estoy muy orgulloso de
ti, Ann.
Carraspee, intentado alejar el nudo en mi garganta.
—Gracias —murmuré, volviendo a mirar a mi alrededor—. Lo mío me
ha costado, pero aquí está. —Sonreí.
—Estoy seguro que lo hiciste —agregó él. Volvimos a quedarnos en
silencio, hasta que después de un momento, preguntó—. Ann, por favor,
dime que no te he arruinado la vida.
Me sorprendí ante sus palabras, primero porque no me las esperaba y
segundo porque no sabía muy bien a qué se refería.
—Quiero decir... —lanzó al ver mi confusión—, solo espero que sepas
que no todos los hombres te harán lo que yo te hice. Espero que sepas que
no todos van a lastimarte.
No podía mirarme a los ojos y asocié ese gesto con la vergüenza que
sentía hacia sí mismo.
—No me arruinaste —le contesté—. Quiero decir...
—Saber que has podido superar lo nuestro, Ann, me haría muy feliz —
comentó con una sonrisa triste—. Saber que no te he arruinado para la vida
que siempre quisiste, me traería un poco de paz.
—No lo hiciste —respondí de inmediato.
Por más que no tuviera idea en qué punto me encontraba en mi vida
amorosa en estos momentos, había podido lograr superar el infierno que me
había hecho pasar.
—Bien —respondió sin pedir detalles.
Supimos que nuestra conversación había llegado a su fin, no había más
que decir. No había nada más que agregar, pero parecía que ninguno de los
dos quería dar el paso. Así que fue él quien reunió la suficiente fuerza de
voluntad como para ponerse de pie con un suspiro que me supo amargo.
Lo imité y también me puse de pie.
—De verdad, espero que seas muy feliz —dijo con voz ronca mientras
clavaba sus ojos verdes en los míos—. Eres una de las personas más buenas
y nobles que he conocido en mi vida —confesó, mirándome fijamente,
como si intentara grabarse mi rostro en la retina. No sé porque me encontré
haciendo lo mismo—, no te mereces otra cosa que no sea lo mejor. Haz que
el hombre que esté contigo lo sepa. Haz que bese el suelo por el que
caminas, porque no te mereces menos: nadie sabe amar de la manera en la
que tú amas.
Para cuando terminó de hablar, la barbilla me temblaba y tenía los ojos
llenos de lágrimas y las uñas clavándoseme en la palma de la mano. Pero no
me moví, simplemente me quede allí, de pie, esperando, no, necesitando
que se fuera.
—Adiós, Anny —susurró en mi dirección, caminando hacia la puerta de
espaldas a ella.
—Adiós, Hardy —susurré en respuesta con la voz ronca por todas las
emociones que me estaban atravesando en ese momento.
Asintió, como si se estuviera diciendo a sí mismo que había cumplido
con lo que había venido a decir antes de girarse hacia la puerta. Sin
embargo, cuando su mano se cerró entorno al pomo de la puerta se detuvo y
lo pensó unos cuanto segundos antes de girar el rostro y clavar sus ojos en
los míos.
Y en ese momento lo supe, supe lo que iba a hacer antes de que lo
hiciera, porque con él siempre había sido de esa manera; habíamos estados
conectados de una manera difícil de explicar.
No me sorprendí en el momento que avanzó hacia mí, me rodeó las
mejillas y me besó. Me besó de una manera que me desarmó, me rompió en
mil pedazos y me hizo preguntarme qué demonios era lo que estaba
haciendo.
Perdí la noción del tiempo que dejó sus labios unidos a los míos, sin
profundizarlo, porque supongo que los dos sabíamos que pasaría si lo hacía.
En el momento que se separó unos cuantos centímetros probó mis
lágrimas y yo..., yo probé las suyas. Su frente estaba unida a la mía y un
sollozo amenazó con desgarrarme la garganta cuando nuestras miradas se
encontraron mientras mantenía mis manos en torno a sus muñecas.
—Te amo —murmuró, lo que terminó de romperme—. Siempre lo hare,
Anny —confesó, limpiándome las lágrimas con pulgares—. Eres el amor de
mi vida, mi alma gemela —continúo con la voz rota—. No importa el
tiempo que pase, las vidas que sigan a esta, siempre voy a pertenecerte y es
por eso que hoy te dejo ir, porque sé que nunca podría hacerte feliz y
porque alguien me espera en casa también.
—Hardy —logré decir, a pesar del llanto.
—Lo sé —susurró, dejándome otro beso en los labios—. Lo sé, no tienes
que decir nada, amor.
—Yo... —insistí y aunque todo en mi interior se retorcía ante la idea,
sabía que intentaba hablar porque quería retenerlo.
—Lo haré por los dos —sentenció, nuevamente adivinando mis
pensamientos. —Ya fuiste lo suficientemente fuerte por los dos. Ahora me
toca a mí, Anny, me toca a mí... —susurró.
Dejó otro beso en mis labios, esta vez presionando con fuerza, antes de
alejarse unos centímetros, besarme la frente y luego aspirar una bocanada
de aire.
—Siempre, Ann —susurró, alejándose por fin.
Lo vi alejarse sin volver a mirar atrás antes de que abrir la puerta y
perderse por la noche de Nueva York. Automáticamente, me acerque a ella
y me apresuré a cerrar con llave para no darle la oportunidad de regresar a
pesar de que sabía que no lo haría.
Los sollozos se habían vuelto fuertes, me desgarraban el alma, el cuerpo,
el corazón. A decir verdad no sabía porqué era que estaba llorando. No
estaba enamorada por él. Lo sabía, pero algo me dolía, porque haber tenido
este encuentro había sido como que me arrancaran una parte del cuerpo.
Cerrar ciclos siempre dolía, siempre, y mi pasado era por demás
doloroso, así que dejar ir a este Harold, el que había sido el amor de mi
infancia, había dolido como una perra.
Estaba de rodillas en el suelo y los sollozos parecían retumbar por toda la
sala. Me encontraba simplemente destruida: había tocado fondo.
A duras penas, logré llegar a mi móvil y sin pensarlo dos veces, llamé a
la única persona que vendría a buscarme sin preguntas.
—¿Sí? —preguntó.
—P-por favor —logré decir. —P-por favor, ven a por mí.
—Estoy en camino. —Fue todo lo que dijo.
Aun así, se quedó al teléfono, susurrándome palabras dulces,
murmurando que todo estaría bien, que siempre, pasara lo que pasara, la
tendría a ella. Y la creí, porque Isabella sería una constante en mi vida para
siempre.
Eso lo tenía claro.
Y mientras esperaba, las lágrimas siguieron saliendo desconsoladas,
dejando ir por fin a esa niña que una vez fui.

***
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INSTA: DBLASSAL
NOS LEEMOS PRONTO
DEBIE
CAPÍTULO SESENTA Y UNO

NO ESTOY MURIENDO, AHORA SOLO SANGRO

La taza de chocolate caliente logra devolverme un poco la temperatura a


mis huesos helados. Por más que estemos en primavera, los hechos de horas
atrás me dejaron simplemente en un estado de entumecimiento del cual me
está costando un poco salir.
Luego de que Isabella llegara a la cafetería, en compañía de Xander, y me
encontrara en el piso hecha un mar de lágrimas, sin poder explicar bien qué
demonios me había pasado, no fue mucho lo que Dean y Pierce tardaron en
llegar, con las miradas enloquecidas los dos, mirando hacia todos lados en
busca del peligro que había significado Harold años atrás.
Isa me había lanzado una mirada de disculpa, haciéndome saber que no
había sido ella quien los había llamado, sino Xander.
Mi amiga me había ayudado a sentarme en una de las sillas, mientras
Xander me buscaba un vaso de agua en el momento que Pierce había
atravesado las puertas de la cafetería. No tuve que decir una sola palabra,
ambos parecían saber qué era lo que había pasado, mientras cada uno se
acercaba a mi lado para preguntarme como estaba, si necesitaba ver a un
médico, los dos se notaban reticentes cuando les dije que Harold no me
había herido.
Balbucee una respuesta vaga cuando me preguntaron cómo estaba y pese
a las quejas de Isabella, Pierce me levantó en sus brazos para llevarme a su
auto, acomodándome en el asiento trasero, donde Dean se subió por la otra
puerta y rápidamente me acomodó entre sus piernas, abrazándome y
murmurándome palabras tranquilizantes, acariciando mi cabello, mis
mejillas, limpiando mis lágrimas con paciencia cuando éstas no dejaban de
caer.
Su perfume poco a poco logró calmarme, Dean siempre había tenido ese
don, el de tranquilizarme cuando más lo necesitaba, mientras que estoy
segura que, al igual que Pierce, se mordía la lengua para no comenzar a
hacerme las mil preguntas que de seguro quería hacerme.
El viaje me resultó de lo más corto, fuera se había largado una ligera
llovizna, mientras mis ojos fueron casi todo el viaje mirando por la ventana
del auto, viendo las pequeñas gotitas chocar con el vidrio.
Dean me ayuda a bajar del auto antes de ser él ahora quien me lleva en
brazos, protesto, pero hace caso omiso a mis quejas, besando mi frente con
dulzura.
Mi rostro está enterrado en su cuello, mientras el ascensor sube hasta el
departamento de Pierce. Cuando llegamos me deja sobre el mullido sofá de
la cama, tapándome con una manta que le da el dueño de casa. Dean se
sienta a mi lado, envolviéndome en un apretado abrazo, mientras Pierce se
dirige a la cocina, volviendo unos cuantos minutos después con una taza de
chocolate caliente para mi y dos vasos con lo que sospecho es Whiskey para
él y Dean, tendiéndoselo a esté último antes de tomar asiento a mi otro lado.
Nos quedamos en silencio, observando las llamas del hogar de Pierce que
prendió con un mando a distancia, mientras pienso para mis adentros que
solo Pierce podría tener un artilugio como ese. En algún momento alguno
de ellos puso a reproducir música, mientras que Dean acaricia mi muslo por
debajo de las mantas y Pierce juega con mi cabello en silencio, cada uno
perdido en sus propios pensamientos.
Es un momento de tanta calma que por más que creí que nunca volvería a
sentirla, estoy en paz y si pudiera, congelaría este momento para siempre.
Me encantaría poder detenerme en el aquí y ahora y no tener que
preocuparme por más nada, simplemente quedarnos de esta manera para
siempre.
Después de un rato, encuentro mi voz y les cuento todo con detalles lo
que pasó cuando Harold llegó a la cafetería, trato de recordar todo, pero
estoy segura de que se me escapan varias cosas. Los dos me escuchan en
silencio, sin interrumpirme y una vez que termino de contarles todo,
murmuro por lo bajo que no quiero hablar de ello, que no creo que Harold
vuelva a aparecer y que estoy bien.
Nos quedamos nuevamente en silencio, pensando, hasta que Dean se
pone de pie y teclea algo en su teléfono, murmura algo frustrado, como si
no pudiera dar con la canción que quiere.
Mi cabeza se apoya en el hombro de Pierce, que no duda en abrazarme
contra él, dejando besos en la cima de mi cabeza con cariño, pareciera
incluso que estuviera respirándome.
Dean sonríe cuando encuentra la canción que quiere y entonces está
mirándome de esa manera que un poco me desarma, solo porque sé que es
lo que quiere.
Tengo ganas de decirle que no, pero cuando estira una de sus manos, no
dudo en tomarla.
—¿Bailarías conmigo, cariño? —Pregunta, mirándome con amor.
—Me encantaría —respondo, una vez que me ayuda a ponerme de pie.
Sus manos me arrastran hasta que estamos en medio del amplio salón. La
música suena lenta, mientras me dejo envolver por su abrazo, sus manos
acariciando mi cintura por debajo de la camiseta que llevo puesta, sus
suaves besos repartidos por mi clavícula y cuello.
Cuando abro mis ojos, se encuentran con los de Pierce, que nos observa
de una manera que me hace estremecer, porque allí hay deseo y lujuria, pero
me sorprende también encontrar ese cariño desbordante. Estoy segura de
que quiere unirse al abrazo, aunque sospecho que también me quiere para sí
mismo, es un poco confuso, pero todo en él lo es, con el tiempo aprendí que
Pierce siente de una manera diferente al resto.
Vive el amor de una manera diferente al resto y aquello no lo hace ni
buena ni mala persona, simplemente lo hace ser él y no hay una sola parte
suya que yo no quiera con todo mi corazón.
Parecía perdido en sus propios pensamientos, es por eso que cuando
nuestras miradas se encuentran, logra sonreírme, aunque es una sonrisa
cargada de tristeza, una que me hace saber que le duele mi dolor, que mi
pasado le pesa incluso como a mí y aquello no hace otra cosa más que
desbordarme de amor por él y los sentimientos en este momento me
abruman un poco, es por eso que me obligo a apartar la mirada, porque por
más que me lo pueda decir a mi misma, hay una parte de mi que está
aterrada por este hecho, por el simple motivo de poder salir nuevamente
lastimada, sin saber si esta vez lograré salir de pie.
Levanto mi rostro, esta vez clavando mis ojos en los de Dean, que besa
mi nariz cuando me observa, sonriéndome.
—Bésame —susurro.
Y él lo hace, une sus labios a los míos tan dulcemente, su lengua se pasea
por mis labios pero sin profundizar el beso, mientras que borra cualquier
rastro de los labios de Harold y agradezco eso, no quiero sentirlo de esa
manera nunca más.
Dean por fin profundiza el beso, su lengua cálida se abrió paso por mis
labios, jugueteando con la mía, manejándola a su antojo.
Las palmas de sus manos bajan a mis glúteos, amasando mi piel como si
quisiera fundirse en mi.
—Dean —gimo, mientras sus labios ahora bajan a mi clavícula, dejando
un rastro de besos hasta que mordisquea mi cuello. —Te quiero —agrego.
Sus besos se detienen así como también su cuerpo entero se pone en
tensión, antes de muy lentamente sacar su rostro de su escondite para
mirarme a los ojos con sorpresa.
—Y porque te quiero —sigo diciendo, pese a que el nudo en mi garganta
se incrementa—, es que necesito saber si tu lo haces.
—Sabes que lo hago, sabes que te quiero —responde él con duda, sin
embargo puedo ver en su mirada que el entendimiento comienza a hacerlo
saber hacia dónde voy con todo esto.
—Pero..., ¿lo haces? —Pregunto y las primeras lágrimas traicioneras se
escapan de mis ojos, aún cuando creí que ya no quedaban más de ellas. —
¿Me quieres lo suficiente?
—Minerva... —dice él, con un suspiro roto.
—¿Me amas lo suficiente? —Insisto. —¿Dejarías todo por mi? ¿Por
nosotros? —Pregunto y no tengo que aclarar que también me refiero a
Pierce.
—Sabes la respuesta a eso —dice él, apartando la mirada.
—Dean —lo llamo nuevamente, porque necesito mirarlo a los ojos
cuando lo haga—, no puedo estar contigo si tu no me quieres de la misma
manera en la que yo te quiero a ti.
—Pero yo sí te quiero —insiste él, con la voz ronca por las emociones
que nos invaden a los dos.
—Pero no lo suficiente para dejarlo todo por mi —digo con pena.
Y por más que me duela esta es la verdad y yo, yo me merezco ser la
única mujer de su vida.
—No quiero perderte —murmura luego de un rato en silencio.
Mi mano, casi por voluntad propia, sube para acariciar su mejilla con
mimo y Dean cierra los ojos al sentir mi tacto.
Dios, como duele.
—No lo harás —respondo con honestidad. —Yo siempre seré tu amiga,
Dean, pero me merezco más de lo que quieres darme...
—Lo sé, linda, lo sé —dice, dejando un beso en mis labios.
Un beso que se prolonga más de lo esperado, de todas maneras, cuando
estoy a punto de profundizarlo, él se aparta.
Le lanza una mirada a Pierce, que está mirando todo desde el sillón sin
acercarse y sin intervenir tampoco, cosa que agradezco y entonces Dean se
aleja, tomando su chaqueta y lo último que escucho es el timbre que hace el
ascensor al cerrar sus puertas.
Me quedo allí parada, sin saber muy bien qué hacer, sintiendo que acabo
de dejar ir a uno de los hombres que más amé en mi vida, qué más voy a
amar y me duele, cuando siento que las cosas no pueden lastimarme más,
llega algo para hacerme saber que siempre el corazón puede romperse un
poco más, incluso cuando siente que ya no te queda nada en el pecho.
Siento a Pierce ponerse a mi espalda y envolverme con un poderoso
abrazo, que parece juntar todos mis pedazos rotos de nuevo.
—Te tengo... —logro escuchar que dice, pese a los sollozos que hacen
temblar mi cuerpo, no tengo idea de en qué momento comencé a llorar así.
—Todo va a estar bien, Douce —susurra en mi oído y yo le creo, porque
hace un tiempo las cosas entre nosotros han cambiado y me hace saber que
pase lo que pase, esta vez no se va a marchar.
Me giro para poder enterrar mi rostro en su pecho, tan cálido mientras
sus manos acarician mi espalda, relajando mis tensos músculos.
—Vamos a dormir —murmura después de un rato, enredando sus dedos
en los míos para, luego de apagar la chimenea y la música, dirigirnos a su
habitación.
Una vez en la habitación, Pierce me desnuda lentamente, antes de
ponerme una de sus camisetas y abrir las mantas para que me acueste
primero, con él siguiéndome de cerca.
Nuestras piernas rápidamente se enredan entre sí, mientras que quedamos
enfrentados, mirándonos a pesar de la oscuridad. Lentamente mis músculos
abarrotados comienzan a relajarse, la piel se calienta de a poco, mientras
sus manos me exploran lentamente, acariciándome con devoción, despacio,
como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
«Por que lo tenemos» me repito para mis adentros.
—Yo siempre voy a estar para ti, Minerva —susurra de repente, ladeando
su cuerpo hacia atrás para poder mirarme a los ojos. —Sabes eso, ¿verdad?
—Lo sé —respondo, ya lo hemos hablado, ya me lo demostró en varias
ocasiones.
—Sé que una vez rompí mi promesa contigo y lo hice todo mal —agrega
—, y espero que me creas cuando te digo que no hay un solo día que no me
arrepienta de ello...
—Supongo que no éramos los que somos ahora —digo y cierra los ojos
cuando mi mano va a su mejilla—, somos mejores ahora, los mismos, pero
mejores.
Pierce asiente, como si me estuviera dando la razón y entonces mis labios
van a los suyos, porque me muero por besarle, pero también necesito
creerme que en verdad estamos aquí el uno con el otro, rezando para mis
adentros que esta vez las promesas que nos estamos haciendo en medio de
la noche, no las rompamos.
Creo que esta vez no tengo dudas de lo que él siente por mi, pero
tampoco yo tengo dudas de lo que siento por él.
Si, todavía hay algo que me impide decirle lo que siento, pero supongo
que es cuestión de tiempo antes de que los dos confesemos lo que sentimos
el uno por el otro.
Profundizamos el beso y me doy cuenta de que Pierce está un poco
reticente a darme lo que quiero, lo que necesito.
Ladea sus caderas hacia atrás cuando las mías solo buscan estrellarse
contra las de él.
—Necesito sentirte —confieso, entre beso y beso. —Necesito saber que
estamos aquí, ahora, necesito..., te necesito.
Pierce no puede más después de aquellas palabras, por lo que sin dudar
un segundo, sus manos acarician la piel expuesta de mis muslos, subiendo
delicadamente, acariciándome de una manera que me dice que necesita
cerciorarse de que estoy aquí, que nada me ha pasado, que no voy a
desaparecer.
Mis manos no pierden el tiempo explorándolo de la misma manera,
subiendo su camiseta hasta lograr quitársela, mientras él hace lo mismo con
la mía, deshaciendo su propio trabajo de minutos antes.
El contacto de su piel contra la mía, logra que por fin, por fin, los huesos
vuelvan a calentarse y me atrevo a creer que es como volver a casa, porque
siento, por primera vez en mi vida, que aquí es donde pertenezco, entre sus
brazos son donde quiero permanecer para siempre.
Mis bragas desaparecen tan rápido como su ropa interior y entonces él se
encuentra dentro mío, mientras que con su lengua explora mi boca como si
fuera la primera vez, sus manos también lo hacen, como si quisiera grabarse
cada poro de mi piel en sus dedos.
Me hace girar sobre mi cuerpo, sin salir de adentro mío, para que esté a
horcajadas suyo, mientras sigo moviéndome, con cuidado, sin prisas,
queriendo que este momento dure para siempre.
Pierce entonces estira su mano, intentando llegar a algo que está en su
mesita de luz, me rio cuando maldice por lo bajo porque se le cae todo,
entonces medio se incorpora y antes de preguntar qué demonios está
haciendo, lo siento, más que lo veo, intentar meter algo por mi culo. Me
quedo quieta mientras me permito sentir, sentirlo a él con todo el cuerpo y
entonces, cuando menos me lo espero, un consolador pequeño entra allí. Me
estremezco por la sensación y cuando me acostumbro a ella, Pierce empieza
a moverlo dentro mío, al mismo tiempo que sus caderas se mueven
lentamente, incitándome a que lo monte.
—Prometo ser suficiente para ti —dice, sorprendiéndome. —Prometo
que nunca haré que te sientas sola, Douce, prometo...
No lo dejo terminar, sino que antes de darme cuenta, estoy besándolo.
Entiendo lo que quiere decir, tiene miedo que esto que tenemos, ahora que
Dean desapareció de la ecuación, se pierda también. Intento decirle con mi
beso que Dean no era lo que me mantenía unida a él, sino que lo era algo
mucho más profundo de lo que podría expresarle con palabras.
Ambos comenzamos a movernos con más firmeza, persiguiendo el tan
ansiado orgasmo y entonces el consolador se pierde por entre la cama, por
que sus manos están en mis caderas, impulsándome a chocar las mías con
más fuerza contra las de él, que se mueven a mi encuentro.
No dejamos de mirarnos nunca a los ojos y pareciera como si nos
estuviéramos susurrando miles de promesas solo con la mirada y es en ese
momento que lo entiendo.
Entiendo que lo amo.
Entiendo que podría pasar la vida mirando los mismos ojos que me miran
ahora, que podría despertarme cada mañana con su abrazo envuelto en mi
cintura, que podría planear mi vida con él, porque entiendo en ese preciso
momento, que quiero hacerlo, quiero construir mi presente, mi futuro con
él, lo quiero a mi lado, porque entiendo que es él todo lo que necesito,
porque sé que ahora todo estará bien y que es hora de dar ese paso, de
reconocerme a mí misma que desde la primera vez que lo vi, cuando me
descubrió mirándole el bulto, que estaba perdida, porque no hay alma que
sobreviva a Pierce Greco, o por lo menos es la mía la que ya no quiere
resistirse.
Están en la punta de la lengua todas las cosas que quiero decirle, pero me
las guardo, por miedo, por miedo a que no sienta lo mismo, por el puto
miedo al rechazo.
—Está bien —dice, como si me leyera el pensamiento. —Esta bien, no
me voy a ningún lado, ya no me voy de tu lado nunca más.
Nunca más suena como lo contrario a para siempre, pero sin embargo en
este momento, significan lo mismo para mi y con la sonrisa que se forma en
mi rostro, intento decirle todo lo que siento, todo lo que no me sale con
palabras y él lo entiende, estoy segura que lo hace por que me sonríe en
respuesta.
Y entonces, con las promesas que no nos animamos a decir en voz alta,
ambos nos venimos al mismo tiempo y por unos cuantos segundos, me
permito creerme a mi misma que todo va a estar bien.

Ha pasado una semana desde que vi a Harold..., y también a Dean. No


supe nada del primero, gracias a Dios, no saber nada del segundo fue lo que
más me lastimó, pero de todas maneras seguí adelante, porque eso era lo
que siempre hacía, seguía adelante por más mierda que me pusieran
enfrente.
Dios se tomaba muy en serio eso de enviarle sus batallas más difíciles a
sus mejores guerreros, aunque yo me sentía vomitada por un dinosaurio,
estaba comenzando a sospechar que en realidad a Dios le gustaba sacarme
de mis casillas, probablemente por reírme de desgracias ajenas.
¿Ven? Así es como funciona el karma, no se rían de sus amigas cuando se
caen en plena calle, porque todo vuelve.
Con Pierce nos habíamos visto cada día, aunque yo me había medio
resguardado en mi misma, como hacía cada vez que necesitaba lamer mis
heridas en soledad. Él lo respetaba, hasta cierto punto, había aceptado que
cada vez que me pedía de dormir juntos —ya sea en su departamento o en
el mío—, le dijera que no, sin embargo había venido cada mañana a la
cafetería, porque si, no pude hacer como la última vez que desaparecí;
Nerea estaba con exámenes importantes y a pesar de que no podía
permitirse perder el trabajo de la cafetería, más de una vez me había pedido
que la cubriera y yo lo había hecho, porque cada vez que la había
necesitado, ella había estado allí, como si la cafetería en realidad fuera suya.
La amaba por ello.
Hubo días en los que Pierce también vino en la tarde, pero estaba con
proyectos nuevos y aquello estaba consumiendo mucho de su tiempo.
No quería creerlo, pero parecía que una brecha se estaba abriendo poco a
poco entre nosotros y no dudaba que aquello era mi culpa, porque cuando
las cosas me colapsaban un poco, tendía a alejar a la gente.
Bueno, no a todos, había despedido a Isabella más veces de las que podía
contar con las manos, pero ella seguía allí, como un pelo encarnado en la
pera.
La amaba también una barbaridad a ella por eso, por su
incondicionalidad para conmigo, estando al alcance de la mano cada vez,
como si estuviera esperando que me rompiera en cualquier momento.
No iba a pasar, pero..., no sabía muy bien cómo me sentía tampoco, o tal
vez si, pero no tenía muchas ganas de analizarlo, porque hacerlo significaría
llamar a mi psiquiatra y, a decir verdad, no quería hacerlo, no todavía.
Estaba cerrando la cafetería cuando Mika pasó a recogerme, esta noche
era su cumpleaños.
Abrió los brazos cuando corrí en su dirección, tampoco le había contado
lo que había pasado hacía una semana, pero no quería preocuparlo, mucho
menos ahora que estaba atravesando un buen momento para él, ahora que
había contado a su familia su verdadera orientación sexual.
—Feliz cumpleaños, Mika —murmure, cerrando los ojos cuando el calor
familiar me envolvió.
—Gracias, pequeña —murmuro en respuesta.
Sonrío cuando abrió el paquete que le tendía, negando con la cabeza al
ver los calzones rosa chillón que había en ellos.
—No tienes arreglo, con un demonio —se quejó, aunque sin dejar de
reírse.
Ambos nos subimos a su auto y mientras me ponía el cinturón, pregunte
donde íbamos a cenar.
—Espero que no te moleste —comenzó diciendo—, pero Dante insistió
que lo hagamos en el restaurante de tu novio —explico. —En realidad hizo
la reserva y me aviso sobre la marcha, íbamos a juntarnos en mi
departamento, pero... —suspiro—, así es Dante.
—No me molesta —me apresure a responder.
A decir verdad había sido una buena noticia, tenía ganas de ver a Pierce,
hoy, como cada mañana, había pasado por la cafetería a darme un beso de
buenos días, nos habíamos tomado un café juntos y habíamos charlado de
cosas triviales. En verdad adoraba que estuviera dándome mi espacio, pero
veía el anhelo en sus ojos, las ganas de compartir más conmigo que solo un
par de minutos al día y a decir verdad, estaba lista para continuar con mi
vida. Demonios, había perdido tantos años, que no podía evitar odiarme a
mi misma por seguir desperdiciando el tiempo. La verdad era que no era
una superheroína, pero era hora de dejar de ahogarme en mi propia miseria,
tenía que seguir adelante, Harold formaba por fin parte de mi pasado y era
hora de comenzar a armar mi vida.
Estaba segura de que no tenía idea del contrato de confidencialidad que
había firmado con su padre, pero sin tener que estar preocupándome
constantemente de que me buscara, era un alivio, tenía que dejar ir todo
aquello de una vez por todas.
—¿Cómo están las cosas con Dante? — Pregunte, mirando por la
ventanilla.
Me giré a mirar a Mika cuando pasaron un par de segundos y no me
respondió.
Estaba apretando el volante, con la mirada un poco preocupada.
—Si tengo que serte sincero, no tengo idea —respondió con un suspiro.
—Ha estado un poco..., distante, desde la cena con mi madre.
No supe qué responder, sólo porque se notaba a leguas que Mika en
verdad sentía cosas por mi amigo.
—Dante es un poco raro —dije y Mika rió, asintiendo. —Quiero decir, su
forma de ser lo es, verás que se le pasa enseguida.
—Es que ese es mi miedo —dijo Mika. —Tengo miedo que lo que pasó
entre nosotros, para él no haya sido más que una aventura, tengo miedo que
haya estado haciendo tiempo para dejarme, apuesto a que lo hace después
de mi cumpleaños.
—Mika, no digas esas cosas —me quejo rápidamente. —Dante puede ser
un poco raro expresando sus sentimientos y a ver, que no es que lo conozco
de toda la vida, pero estoy segura de que nunca lo he visto mirarle a nadie
como te mira a ti y no quiero sonar cruel, pero le he visto contar más
hombres de los que estoy dispuesta a siquiera intentar recordar.
Ante esas palabras, Mika río y yo suspire, un poco aliviada.
—Verás que no es nada, Mika —dije nuevamente, estirando mi mano
para tomar la de él. —Te prometo que todo estará bien.
Mi amigo negó con la cabeza, regalándome una sonrisa de lado.
—No se que haría sin ti, pequeña —dijo.
Bajamos juntos del auto, sus amigos estaban esperándolo en un reservado
y debido a mi horario de salida, se nos había hecho un poco tarde, así que
de seguro éramos los últimos.
Entrar a la Trouffe Rouge siempre me traería nostalgia, y mientras
bromeaba con Mika sobre cuando estrenaría los calzones que le había
regalado, me tome un momento para mirar a mi alrededor: seguía todo igual
que siempre, pero diferente al mismo tiempo.
Los lugares eran como la vida, seguían con su curso.
Divisamos a los amigos de Mika en el reservado y de camino allí, mi
mirada se encontró con esos ojos azules que me cortaban el aliento. Me
detuve, mientras me deleite en esa sonrisa que me regaló en cuanto me vio
y a pesar de todo este tiempo, seguía produciéndome cosquillas en la panza.
Pierce comenzó a caminar en nuestra dirección y Mika me dio un codazo,
como si tuviéramos quince años. Mis mejillas estaban sonrojadas mientras
caminaba más lento, esperando que por fin nos encontremos, pensando en
mi cabeza lo que iba a decirle cuando lo tuviera enfrente.
Me puse a pensar, como si fuera una colegiala, si me saludaría con un
beso en la boca o mantendríamos por un tiempo más las formalidades, sin
embargo, antes de que cualquiera de esas cosas tuviera cualquier tipo de
respuesta, entendí que en realidad Pierce no era a mi a quien estaba
sonriéndome, sino a la chica de cabello corto y negro, que pasó corriendo
por mi lado con una sonrisa deslumbrante, que nada más encontrarse con él,
saltó a sus brazos y le dio un beso en la boca.
Me quede unos cuantos segundos sin respirar, viendo como todos mis
planes y sueños juntos, se hacían añicos una vez más.

***
SOLO CINCO CAPITULOS PARA EL FINAL BEBES
QUE EMPIECE LA CUENTA REGRESIVA
NO SE OLVIDEN, POR FAVOR, DE VOTAR
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DEBIE
CAPÍTULO SESENTA Y DOS

MI CORAZON ES TUYO, ERES TU QUIEN LO SOSTIENE

Los ojos se me llenan de lágrimas, pero como dicen en mi película


favorita, el show debe continuar. Mika me pregunta por lo bajo si estoy bien
y en respuesta simplemente asiento, mientras casi lo arrastro a la mesa
donde se encuentran sus amigos.
Me giro y en ese mismo instante me doy cuenta de que Pierce camina
hacia donde nos encontramos, es por eso que cuando los amigos de Mika
saludan, hago lo primero que se me cruza por la cabeza: enredo mis dedos
con los de él.
—¡Hola! —Saludo a todo el mundo con una sonrisa falsa. —Soy
Minerva, la novia de Mika.
Todos sus amigos lucen emocionados, todos menos el mismo Mika y es
en ese momento en el que veo la mirada de disculpa que le lanza a Dante.
Mierda, iba a presentarlo como su pareja esta noche y acabo de
arruinarlo.
Mierda, mierda, mierda.
—Minerva —dice entonces Pierce y ya no hay tiempo de echarse para
atrás.
Me giro lentamente, apretando fuertemente la mano de Mika que tengo
encerrada en la mía y entonces nuestros ojos se encuentran, para cruzarse
después con los de Alyssa.
Sigue tan hermosa como la última vez que la vi.
—Hola —saluda ella, con una sonrisa amable. —Te recuerdo de la cena
de navidad, ¿verdad? —Pregunta.
Asiento, antes de obligarme a usar palabras.
—Si —respondo, carraspeando y entonces...: —Él es Mika, mi novio —
digo, tragando con dificultad.
—Mucho gusto —responde Alyssa, estirando su mano para primero
tomar la mía y luego la de Mika.
Pierce está mirándome fijamente, la mandíbula apretada, lo se porque lo
siento por el rabillo del ojo, de todas maneras, me niego a devolverle la
mirada, no puedo hacerlo.
—Lo siento, pero nosotros estamos festejando su cumpleaños... —
murmuro, incómoda y en una clara despedida.
—Oh, por supuesto —responde ella—, lo siento.
—Minerva, ¿podemos hablar? —Insiste Pierce.
Y entonces clavo mis ojos en los suyos y siento que el pecho,
literalmente, me sangra. Veo frustración en ellos, enojo, amor..., tantas
cosas, pero, a decir verdad, estoy tan cansada.
Tan cansada...
No se supone que tenga que costar tanto, no se supone que el amor tenga
que doler.
—Yo creo que tienes otras cosas que solucionar primero —respondo en
su lugar. —No hagas a tu invitada esperar, Pierce —finalizo y después de
dos segundos en los que se queda simplemente mirándome, asiente y le pide
a Alyssa que lo acompañe, con la mirada confundida.
Y entonces me dejo caer en una silla al lado de Dante, en el lugar que era
en realidad de Mika.
Sé que estoy arruinandole el cumpleaños de mi amigo, al final siempre
termino arrastrando a la mierda conmigo a la gente que más quiero, a la
gente que realmente me quiere.
Mika sonríe a la gente que se reunió con nosotros, lo felicitan, le tienden
sus regalos, alguno que otro intenta entablar conversación conmigo, la
misteriosa novia de su amigo, pero al ver que siquiera puedo conectar dos
palabras seguidas, dejan de intentarlo.
—¿Estas bien? —Pregunta Dante.
—Yo... —respondo y cuando nuestras miradas se encuentran. —No
merecías esto, ni tu ni Mika, lo siento mucho —susurro en su dirección, con
los ojos llenos de lágrimas.
—Esta bien, Mine —murmura él en respuesta. —Esta bien.
—Mika no va a perdonarme esto —le digo, con un poco de pánico en la
voz.
—Mika te adora —responde él. —Estoy seguro de que te perdonaría
cualquier cosa.
—Está realmente enojado —susurre en su dirección.
Me había dado cuenta de ello, de la mirada que me lanzo, de cómo
rápidamente cuando estuvimos en la mesa, soltó mi mano.
Era su noche y yo la arruine por completo, no sé en qué demonios estaba
pensando, en como siempre tengo que cagarla a cada paso que doy.
—¿Isa? —Le pregunto a Dante.
—Tenía una cena con su familia —responde Dante y no me pasa por alto
que está enojado por ello.
Mika se sienta a mi lado, pero siquiera es capaz de mirarme a los ojos y
se me rompe el corazón un poco por ello, aunque sé que me lo merezco.
A veces siento que merezco toda la mierda que me pasó en la vida, que
me sigue pasando, porque sino, ¿cómo demonios me explico a mi misma
todo esto? Algo tiene que estar mal conmigo, no puede ser que cada vez que
las cosas pareciera que se acomodan, simplemente todo se va al carajo,
quiero decir, ¿será siempre de este modo?
Me levanto y todos en la mesa se quedan en silencio. Intento sonreír, pero
estoy segura de que me sale más bien como una mueca, pero tengo que
largarme de aquí sino quiero romper en llanto frente a todos los amigos de
Mika y terminar de arruinarle todo.
—Yo no me siento del todo bien —murmuro, mis ojos en los de mi
amigo. —Lo siento, en verdad, de todo corazón, Mika —susurro en su
dirección.
Suspira y asiente, perdiendo cualquier rastro de enojo.
—No te vayas —suplica por lo bajo.
Me acerco a dejar un beso en su frente con cariño, todavía siquiera
trajeron las bebidas y yo ya estoy abandonando el lugar.
—Lo siento, por todo —repito—. Pero no puedo quedarme aquí.
Asiente y me da un apretón en la cintura cuando dejo un beso en su
frente, me hace prometerle que le enviaré un mensaje cuando esté en mi
casa. Creo que le respondo que si, al mismo tiempo que salgo del
restaurante como alma que lleva el diablo.
Permito que las lágrimas caigan recién cuando estoy arriba de un taxi,
por suerte el chofer siquiera me mira, mientras que por mi parte me permito
ir desarmándome poco a poco.
Pimienta y Sal me reciben frotándose entre mis piernas cuando llego a
casa, sin embargo, no me detengo hasta llegar a mi habitación para
comenzar a llorar en serio.
Mierda, me siento tan sola, es decir, había pasado todas las noches entre
estas cuatro paredes, solo en compañía de mis gatos, sin embargo, ahora se
siente diferente y siento que poco a poco me estoy perdiendo en mi misma
de nuevo.
Me obligo a ponerme una alarma para llamar a mi psiquiatra temprano,
no puedo con tantas emociones juntas, en tan poco tiempo.
Una vez debajo de las mantas me acurruco sobre mi misma, con esta
sensación de desesperanza invadiéndome el cuerpo entero, nuevamente con
el corazón roto.
Creo que a estas alturas debería estar acostumbrada al sentimiento, pero
fiel a mi carácter, es como si quisiera no creer en el amor y para alguien
como yo, el amor es todo lo que tenemos.
En verdad creí por una vez que todo iría bien, estaba dispuesta a esta
noche confesarle a Pierce que estaba enamorada de él, pero la vida me dio
otro golpe de realidad que no hizo otra cosa más que romperme en mil
pedazos el pecho.
Las lágrimas manchan mis mejillas, mientras que mi teléfono suena sin
parar una y otra vez, creo que después de unas horas, también suena el
timbre de mi casa, pero lo ignoro porque no quiero hablar con nadie, esta
noche simplemente quiero llorar todo el pesar que tengo en el cuerpo,
olvidarme de todo el mundo y dormirme.
Dormirme en lo posible hasta que esta tormenta por fin pase.
Me despierto a la mañana siguiente, ningún tipo de milagro sucedió, por
lo que me pegue una ducha todavía arrastrando mi triste realidad.
Tenía los ojos muy hinchados por el llanto, pero también por que casi no
había dormido en toda la noche, sino que simplemente me había perdido en
mis propios pensamientos.
Había sido como si una televisión vieja me mostrara todos y cada uno de
los años que había vivido. Rememore los días —casi nulos— en los que
vivía con mi madre, en su falta de atención y de interés conmigo. Las pocas
veces que vi a mi padre, casi no tengo recuerdos de aquellas épocas
tampoco. Cuando me fui a vivir con Genevieve y la vida por fin comenzó,
las primeras veces que me dejo que le ayudara a cocinar, la sonrisa en su
rostro al ver que su pasión se convertía en la mía. Su risa, sus chistes, una
adolescencia llena de aventuras. Genevieve fue madre, padre, hermana y
abuela y amiga, todo al mismo tiempo.
Ojalá hubiera más personas como ella en el mundo, creo que todos
merecen a alguien como ella en su vida, soy muy afortunada.
Cuando conocí a Harold, los primeros años de amistad.
Las risas que me sacó, creo que fue la primera persona, después de
Genevieve, que escucho mi risa.
El brillo de sus ojos verdes cuando logró aquello.
Las amistades que perdí con el tiempo.
La primera vez que me golpeo.
La primera vez que lo perdone.
Los años que le siguieron a ese.
El primer departamento que rente con mi propio dinero, esta vez como
una mujer nueva, como Minerva Wilson.
El primer día en la Trouffe, cuando Isabella me metió en la cocina, sin
parar de hablar, no dejando que me explique.
La primera vez que mis ojos chocaron con los de Pierce.
La vez que atendí la mesa de Dean.
Cuando Genevieve se apareció en el restaurante, por Dios, vieja loca.
La noche que Pierce descubrió la verdad.
Las noches de fiesta con Isa y Dante.
Las idioteces que hicimos con ella, por todos los cielos.
Mi primera navidad con amigos, aunque no fue la ideal.
La primera vez que festejamos todos juntos el año nuevo.
Las promesas con mi amiga.
Los nuevos comienzos.
Conocer a Mika y hacerlo parte de mi mundo.
Dulces pecados, mi sueño hecho realidad.
El cara de mono de Marcus.
Dios, que hombre exasperante.
Cuando Dean me prometió el mundo entero.
El día que rompimos.
La fiesta de su compromiso.
El viaje a Miami.
El «yo mataré monstruos por ti» con Isa.
Cuando los chicos llegaron.
Cuando casi me ahogo en la orilla.
Isabella casi ahogándose conmigo.
Dante corriendo sin su bañador a Mika, intentando que este se lo
devuelva.
La noche con Marcus.
La convención de cocina.
Europa con Pierce.
Europa con Pierce y Dean.
Los besos en la noche.
Las promesas.
Nueva York.
Harold.
La despedida con Dean.
Mi corazón roto por Pierce.
Mierda.
Esto es tan deprimente, incluso cuando me doy cuenta que he vivido más
cosas memorables en los últimos dos años que en toda mi vida entera.
Nerea no pregunta que me pasa cuando llego a la cafetería, Cristal
tampoco, sin embargo, se mantienen atentas a mi alrededor, intentando
hacerme sonreír.
No se cuando será que vuelva a sonreír de nuevo.
No tengo ganas, ni fuerzas, la verdad.
No puedo dejar de pensar en Pierce.
Un vistazo a mi teléfono me deja ver que tengo una barbaridad de
mensajes suyos en mi bandeja de entrada, así como de llamadas perdidas.
Suspiro, ignorando nuevamente el teléfono y así el día termina pasando
en un borrón y cuando quiero darme cuenta, Cristal se ha ido hace un rato y
Nerea me pregunta en voz baja, antes de irse, si estaré bien.
Le respondo con una sonrisa y la veo irse.
Agarro nuevamente mi teléfono, mirando los mensajes pendientes de
Pierce. Tengo unas ganas tremendas de abrirlos, pero entonces, como un
mensaje del universo, el teléfono empieza a sonar en mi mano y me quedo
sorprendida viendo el nombre de Dean destellar en él.
Me quedo observándolo, sin mover un solo músculo, simplemente
preguntándome que hubiera sido de mi si no estuviera atada a mi pasado.
Me pregunto si en realidad hubiera estado con Pierce o si la vida
simplemente me hubiera llevado a Dean, porque de no haber tenido que
desaparecer, me hubiera hecho de un nombre a temprana edad, tal vez no
habría hecho falta trabajar de camarera en un restaurante.
Me pregunto si Dean, en el caso de habernos conocido en otras
circunstancias, de todas maneras, hubiera elegido el compromiso con
Rebecca.
Sé la respuesta a aquello, es un rotundo «no»
Me pregunto si en ese caso estaríamos comprometidos a esta altura, de
seguro tendríamos hijos.
Siempre quise ser una madre joven.
No se que es lo que realmente me lleva a todos estos pensamientos sobre
Dean en este momento, será el reciente desamor con su amigo que me lleva
a estos lugares.
Suspiro, ignorando también la llamada de Dean, pero éste vuelve a
insistir y cuando me estoy mordiendo los labios, indecisa, abro en su lugar
el mensaje que acaba de enviarme cuando no respondo y es en ese instante
que la puerta de la cafetería se abre y entonces él está aquí.

PIERCE:
Camino tranquilamente en dirección a la cafetería de Minerva.
Y voy a paso tranquilo para poder tomarme mi tiempo, para ensayar en
mi cabeza las cosas que quiero decirle.
De la manera en las que se las quiero decir.
No quiero que haya malos entendidos.
Esta vez quiero ser claro, lo suficientemente claro para decirle que la amo
con todo mi corazón. Para mirarla a los ojos y decirle que ya no quiero estar
sin ella, que me di cuenta en los últimos días, en los que intentaba darle el
espacio que sabía que necesitaba, que ya no puedo, ni quiero, estar sin ella.
Me di cuenta no solo de que la amo como nunca antes ame a nadie, sino
que la necesito y sé que no está bien necesitar a las personas, pero cuando
conoces a alguien como Minerva, simplemente te das cuenta que los días
sin su presencia se vuelven grises.
Ella es como todos los colores en uno, con sus ocurrencias, sus
comentarios sin sentido en cualquier momento, pero también su dulzura y la
manera incondicional que tiene de ser para la gente a la que ama.
No puedo vivir sin ella.
Espero que ella tampoco pueda vivir sin mi.
La noche anterior cuando la vi entrar al restaurante, fui completamente
consciente de que era la mujer con la que quería pasar la vida entera, no
necesitaba nada más, no tuve dudas en el momento en el que me sonrío y
tan distraído como estaba, acortando la distancia que quedaba entre
nosotros, fue que no vi a Aly corriendo en mi dirección, debo admitir
incluso que hasta que no envolvió sus brazos en mi cuello y me beso,
siquiera me había percatado de ella. Y eso era porque Minerva, desde hacía
ya algún tiempo largo, había acaparado toda mi atención, cuando ella
entraba en una habitación, era todo lo que podía ver, todo lo que podía
sentir y estoy seguro que la noche anterior ella también estaba lista para dar
el siguiente paso en nuestra relación, vi en sus ojos las ganas de terminar
con la estúpida distancia que ella había impuesto para ambos y empezar a
construir nuestra vida juntos desde los cimientos que poco a poco habíamos
levantado, pero como si de un capricho del universo se tratara, todo se había
ido al carajo, como si el destino estuviera empecinado en no dejarnos ser
felices de una vez por todas.
No había querido hablar conmigo, por supuesto y quise darle su tiempo
para que lo pasara con sus amigos, era el cumpleaños de Mika y sabía que
no le gustaría que armáramos una escena ahí.
La conversación con Aly no había sido fácil y me sentí un imbécil por no
haberla llamado por teléfono antes para aclarar las cosas, pero a decir
verdad, siquiera había pensado en ella.
Me sentía un imbécil por aquello, pero los días con Minerva siempre eran
una aventura y entonces no me había detenido a pensar en que tal vez era
hora de aclarar las cosas con la mujer que había sido mi pareja por tantos
años, de una manera tan incondicional.
No entre en muchos detalles cuando tuvimos la conversación en mi
oficina, pero sí le dije que desde hacía mucho tiempo había conocido a una
mujer que había cambiado mi perspectiva de todo. Lo difícil de terminar
con alguien no es solo dejar ir todo aquello que habías planeado con esa
persona, sino que con Aly había mucho cariño, no hubo una discusión de
por medio, sino que pasó algo que no había podido manejar, algo que
sabíamos que nos podía pasar al estar uno en cada continente diferente.
Me permitió abrazarla, porque como dije, nos teníamos muchísimo
cariño, pero por sobre todas las cosas, estaba seguro de que ella jamás me
desearía el mal. Aguante las lágrimas cuando nos despedimos, una vez que
la deje en el hotel en el que pasaría la noche, porque sabía que esta vez la
despedida era para siempre, pero la mujer que amaba estaba de seguro
pasándola mal y no quería estar un segundo más separado de ella.
Por supuesto que no me atendería el teléfono, no esperaba que lo hiciera,
pero si me dolió la hora que estuve fuera de su puerta, llamándola con la
esperanza de que la abriera de una vez por todas, hasta que al final decidí
que de seguro se había ido a dormir a lo de Isabella y era por eso que no
respondía.
Me paré fuera de la cafetería, respirando hondo para armarme de valor.
Era ahora o nunca.
Minerva levantó la mirada de lo que sea que estuviera mirando en la
mesada de detrás de la barra.
No parecía sorprendida de verme allí.
Intente sonreír mientras reparaba su rostro, a pesar del maquillaje, se
notaba el cansancio y las ojeras debajo de sus ojos, el semblante triste.
Quise abrazarla y susurrarle al oído que nunca más la lastimaría, que
había terminado con eso.
—Hola —susurro con voz ronca.
—Hola —respondí de inmediato. —Intenté llamarte, pero no respondiste
el teléfono —dije.
—Lo sé —respondió ella después de unos segundos de pensarlo. —Era
solo que necesitaba pensar.
—Lo entiendo —dije, rompiendo la distancia, solo separados por la barra
de por medio. —Me moría por hablar contigo, con respecto a lo que pasó
anoche...
—Está bien, no tienes que darme explicaciones —se apresuró a decir.
—No —estuve de acuerdo—, pero quiero hacerlo.
Nos miramos unos cuantos segundos, había algo..., distinto en ella, algo
que no me gusto mucho encontrar en su mirada de chocolate.
—Te amo —dije y ella jadeó cuando me escucho decir aquellas palabras,
mas no reaccionó. —Te amo —repetí. —Y quiero que estemos juntos,
Douce, porque yo ya no quiero estar sin ti.
Nada salió de esos bonitos labios que solían quitarme el sueño y por mi
parte esperé..., esperé que dijera algo, pero nada salió y entonces una
molestia se formó en mi estómago, una que me dijo que la había perdido,
aunque no entendía bien el porqué, estaba dispuesto a explicarle todo, a
rogar si fuera necesario.
—Pierce... —murmuro al final, apartando la mirada. —Yo...
—Douce —dije, cortándola y esperando a que volviera a mirarme antes
de continuar. —Te amo —insistí. —No pasó nada con Alyssa, lo juro, no te
haría algo como eso, te lo prometí la semana anterior, no mentía, lo juro, no
mentía, quiero todo contigo, todo...
—No, Pierce, no —dijo, cortándome y me sorprendió un poco la dureza
en sus palabras. —¿Es que no lo entiendes? —Dijo. —¿No entiendes que tu
y yo no estamos hechos para estar juntos?
—¿A qué te refieres con eso?
—A que se supone que el amor no tiene que ser de este modo —
murmuro con los ojos llenos de lágrimas. —No se supone que el amor
duela, que este lleno de miedos, que cada vez que parece que todo va a estar
bien, algo la pase a cagar, Pierce, estoy cansada de eso y ya no lo quiero
más.
—Pero estoy diciéndote que quiero intentarlo —respondí con voz
pequeña.
—Lo sé —responde y pareciera que un dolor físico la recorre antes de
soltar las siguientes palabras. —Es que ya no es suficiente para mí.
—Puedo darte lo que quieras —me apresuro a responder, apoyando mis
manos en el vidrio de la barra que nos separa. —Lo que quieras, pídemelo y
te lo daré.
—No puedes, Pierce, no puedes —responde, frotándose el rostro con las
manos, pasando a limpiar las dos lágrimas que se permitió derramar.
—¿Que quieres? Dilo y lo tienes.
Y entonces dijo las palabras que tanto temía.
Pidió lo único que no podía darle.
—Dean —su voz salió insegura, hasta que sus ojos volvieron a
encontrarse con los míos y repitió: —Quiero a Dean.
Nos quedamos en silencio después de aquellas palabras, simplemente
mirándonos.
Había una nueva determinación en ella, una que me decía que ya la había
cagado demasiado, que no podía perdonarme todo lo que había pasado entre
nosotros.
—Lo siento —dijo, cuando el silencio se prolongó demasiado. —Ojalá
pudiéramos elegir lo que queremos sentir y en verdad me gustaría intentarlo
contigo, me hubiera gustado más que nada en el mundo, pero si tengo que
ser sincera conmigo misma, Pierce, la realidad es que amo a Dean.
Asentí, agachando la mirada, solo porque no quería que viera cuanto me
estaban doliendo las palabras que estaba confesándome.
A decir verdad, no estaba seguro de que mi corazón hubiera dolido tanto
nunca como estaba doliendo justo ahora. Supongo que era lo
suficientemente justo que ella estuviera enamorada de Dean, estaba seguro
de que ella me amaba a mí también, pero amaba más a mi amigo y con
razón, porque Dean siempre había sido el mejor de los dos, el que más la
merecía a ella.
—Esta bien —dije, en voz baja. —Lo entiendo —agregue.
Me permití volver a mirarla nuevamente y en sus ojos, a pesar de esa
determinación de antes, también había dolor, supongo que las despedidas
siempre dolerán una barbaridad, aún más cuando era de la que más amabas
en el mundo.
—Estoy seguro... —carraspee, porque el nudo de la garganta no me
estaba permitiendo hablar con claridad. —Estoy seguro de que Dean no va
a llevar a cabo el casamiento con Rebecca —confesé. —Él nunca la amo —
agrego—, creo que no podría amar a nadie de la manera en la que te ama a
ti.
—Lo sé —medio sollozo ella. —Me lo confesó hace un rato —agrega.
Asiento, tragando el nudo en la garganta, mientras camino en dirección a
la puerta, dejando mi corazón hecho pedazos en los pisos de la cafetería.
Dios, creo que nunca me había sentido tan devastado.
—Adiós Pierce —dice ella, sin dejar de mirarme nunca.
—Adiós, Douce —respondo y me regala una última pequeña sonrisa en
respuesta.
La gente me empuja al pasar una vez que salgo de la cafetería, los rayos
intentan colarse en un cielo colmado de nubes que poco a poco comienza a
oscurecer y las personas están desesperadas por encontrar resguardo cuando
los truenos se escuchan a la distancia.
Repito en mi cabeza, mientras camino sin rumbo alguno, todas las cosas
que me dijo Minerva hace un par de minutos. Todas las cosas que yo le dije.
Me pregunto en todo lo que pasó desde que nos conocimos.
En como desde el primer día que la vi, colándose en mi cocina, hubo algo
en ella que me hizo orbitar a su alrededor. Esa especie de magnetismo que
me atraía como una polilla a la luz.
Cuando se coló en mi ducha.
La primera vez que la folle, siendo tan insegura sobre ella, pero al mismo
tiempo tan perfecta.
Cuando me embadurno de chocolate, unos días después, de seguro en
venganza porque me había comportado como un idiota.
Cuando descubrir quién era realmente.
La segunda vez que follamos.
Cuando quien se coló en la ducha de ella fui yo.
Cuando le dije que sería su mentor y ella entendió que haríamos una
especie de contrato de sexo.
Cómo comenzó a descubrirse a sí misma en el sexo.
La noche en que la trate mal.
Esa misma noche yendo borracho a su departamento.
Dormir con ella.
Volver a cagarla.
La cena.
Navidad.
Su sonrisa a pesar de todo.
La noche que le prometí que estaría siempre con ella.
La primera promesa que rompí.
Volver y encontrarla de novia con Dean.
Ver como lo de ellos se terminaba.
Convivir juntos en mi departamento.
Europa.
Volver a besarla.
Volver a follarla.
Ella.
Ella.
Ella.
Amarla.
Amarla para siempre.
Me detengo, no puedo perderla.
«No voy a perderla»
Retrocedo sobre mis pasos, casi corriendo nuevamente a la cafetería.
No voy a dejarla ir así como así, con un demonio.
Nuestra historia, después de todo, no puede terminar de esta manera.
No voy a dejar que termine de esta manera.
Si tengo que convencerla a folladas, lo hare, mierda.
Haré incluso que me ame más de lo que ama a Dean.
Si él la quiere, tendrá que luchar por ella, no voy a entregarla en bandeja
de plata, haré lo que sea por estar con ella, porque joder, la amo más que a
mi vida.
Más que nada.
Y con esa resolución diviso nuevamente la cafetería y con el cabello
pegado a la piel por la lluvia torrencial, entró nuevamente allí, con la
determinación de decirle a los ojos que no dejaré de pelear por ella pase lo
que pase, incluso si aquello me lleva toda la vida.
Y entonces me detengo, dándome cuenta que en realidad peleare por ella
si logramos salir de esta vivos.
Porque cuando entro nuevamente a la cafetería, Harold tiene a Minerva
tomada del cuello y un arma apuntando a su cabeza.

***
PROCESENLO TRANQUILAS
VOTEN EN CAPÍTULO, POR AMOR A DIOS
NOS LEEMOS LA SEMANA QUE VIENE
LAS AMO, SIEMPRE
GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUÍ.
DEBIE
CAPÍTULO SESENTA Y TRES

NO HAY TIEMPO

Creo que hay diferentes tipos de terror: hay situaciones que nos dejan
simplemente paralizados, existen esos tipos de terror en los que sabes que
nada volverá a ser lo mismo, que nos cambiaran para siempre. Existe esa
clase de terror que hace que quieras vomitar, morirte de miedo.
Pues lo que yo estaba sintiendo en este preciso momento, eran todos esos
tipos de terror juntos.
Yo simplemente no podía creer que había vuelto después de todo lo que
le había soltado para que se largara de aquí.
—Por favor, no —dije y esta vez las lágrimas de tristeza, de dolor, de
impotencia, fue todo junto y no pude evitarlo, simplemente, no pude.
Ya no podía seguir siendo fuerte, no después de lo que me había costado
romperle el corazón, haciendo añicos el mío en el proceso.
—¿Qué haces aquí? —Jadee con la voz ronca, sintiendo el agarre férreo
de Harold en mi cuello.
Pierce me repasó con la mirada, supongo que asegurándose que no
hubiera heridas graves más allá del moratón en mi mejilla.
—Bueno, bueno, bueno —canturreo Harold en mi espalda, una mano en
mi cuello, la otra sosteniendo el arma contra mi clavícula—, más gente se
va uniendo a la fiesta, ¿no Anny? Y tu que creías haber sido lo
suficientemente contundente.
—Suéltala —fue todo lo que dijo Pierce, su mirada azulada llena de odio
e impotencia, sin dejar de mirarme a los ojos, como si estuviera intentando
por todos los medios decirme algo.
—Oh, por supuesto, claro —respondió Harold con ironía—, enseguida la
suelto, ya que quien está a cargo eres tu, ¿no?
—Suéltala —volvió a repetir él, con la voz calma.
Negué con la cabeza sutilmente, pidiéndole que no lo provocara, que era
peor.
Intente expresarle con el terror de mi mirada que se fuera, que corriera y
escapara, que de ser necesario gritara por ayuda, pero que por favor saliera
de aquí, que no me hiciera ver como Harold le hacía daño.
Por que Harold iba a matarlo, de eso no había duda y yo no creía estar
preparada para eso, porque me rompería más allá de lo reparable, porque si
Pierce moría, me aseguraría de morir con él, no quedaría nada por lo que
pelear, nada.
Harold, como si siguiera el rumbo de mis pensamientos, comenzó a
caminar en dirección a la puerta, intenté resistirme, pero me golpeo con la
empuñadura del arma en la cabeza, no tan fuerte como para desmayarme,
pero sí lo suficientemente como para aturdirme.
—Quieto ahí —le dijo Harold y sentí su sonrisa maliciosa en su voz.
Había llegado a la cafetería antes de que pudiera abrir el mensaje que me
había enviado Dean. Supe que no era el Harold que se había presentado la
semana anterior, este era otro completamente diferente, era al que me había
enfrentado los últimos meses juntos, ese que tenía las pupilas tan dilatadas
que eran solo dos pozos negros y vacíos. No hubo mucho que hacer, no me
dio tiempo a nada y cuando quise darme cuenta, ya me estaba apuntando
con el arma, para unos segundos después, ver a Pierce por el ventanal,
dándome el tiempo necesario para convencerlo de que se fuera si quería que
conservara su vida.
Abrí los ojos a duras penas, dejándome arrastrar por Harold que
caminaba sin darle la espalda a Pierce en dirección a la puerta.
Pierce tenía las manos hechas puño a sus costados, las fosas nasales
dilatadas y la respiración comenzando a agitarse.
Comencé a negar nuevamente con la cabeza, ignorando el dolor punzante
que sentía en mi costado. Las lágrimas no paraban de caer y me di cuenta
en ese momento el miedo que sentía, pero no tanto miedo por mi, por él,
por Pierce, si algo llegara a pasarle...
—Harold, por favor..., por favor, detente —solté con un sollozo.
Cerré los ojos con fuerza cuando sentí sus labios presionar mi cabeza,
justo donde me había golpeado, haciéndome estremecer por el dolor.
—Ya Anny, todo va a estar bien —murmuro él con la voz calma, como si
estuviera hablando con un niño. —Solo deja que me ocupe de él, una vez
que no sea un estorbo nos iremos de aquí, solo tu y yo.
—Déjala ir —siseo Pierce de nuevo.
Volví a negar con la cabeza, pero la mano de Harold en mi cuello
presiono su agarre tan fuerte que me cortó la respiración y comencé a jadear
por aire, intentando quitar sus manos de mi cuello.
—Un movimiento más —siseo Harold—, una palabra más que dices y
veras como logro desmayarla con un simple movimiento —amenazó—,
arrebatarle la vida con dos.
Pierce se quedó tan inmóvil que por un momento me pareció que no era
real, sin embargo un solo asentimiento fue lo que se permitió responder,
retrocediendo un solo paso.
Se comenzaron a formar estrellas en mi visión debido a la falta de aire
cuando por fin Harold me soltó, jadee desesperada, intentando llenar mis
pulmones y cuando las piernas me cedieron, envolvió un brazo a mi
alrededor para sostenerme.
—No Anny, no quieres perderte de la fiesta, ¿verdad? Todavía queda
mucho por hacer.
Asentí, solo porque me dolía demasiado la garganta para responder. Si
quería tener aunque sea una sola oportunidad de sacar a Pierce de aquí,
tenía que mantenerme cooperativa, si, eso, haría lo que fuera con tal de que
él saliera con vida de aquí.
Sentí como utilizaba la llave para bloquear la cerradura, el llavero
sonando cuando lo metió en su bolsillo.
Fuera estaba completamente oscuro y la lluvia parecía caer con más
fuerza que antes.
«Nadie va a escucharnos» pensé con amargura. «Nadie va a saber que
estamos aquí»
Los labios me temblaban, sentía todo el cuerpo entumecido y mis ojos
clavados en Pierce.
Tenía ganas de decirle a voz de grito que lo sentía, que sentía mucho que
tuviera que pasar esto, ver lo que haría Harold a continuación, sea lo que
sea que tuviera en mente.
«Te amo» quise decir, gesticular con los labios, pero estaba temblando
tanto, que estaba segura que no había podido distinguir las palabras.
Pierce alternaba la mirada entre el rostro de Harold y el mío, tenía la
mandíbula presionada tan fuerte que de seguro estaba lastimándose y el
semblante lleno de impotencia.
—¿Qué les parece si nos sentamos a conversar como la gente civilizada
que somos? —Murmuro Harold, que sin esperar respuesta, comenzó a
avanzar en dirección a una de las mesas más cercana.
—Tu eres Pierce, ¿verdad? —Pregunto, aunque ya sabía la respuesta.
—Por que de seguro que Dean Ross no eres —agrega—, a él sí que lo
conozco y créeme que tengo cuentas pendientes que saldar con él.
El nombre de Dean saliendo de sus labios me hizo cerrar los ojos con
fuerza, con más pánico aun.
Esto tenía que ser una pesadilla, un error, esto..., esta clase de tortura no
podía estar pasándome nuevamente.
—Siéntate —le ordenó a Pierce, quien obedeció sin decir nada.
Luego él se dejo caer en la silla frente a Pierce, obligándome a mí a
sentarme entre sus piernas.
Su contacto, todo él me daba un asco tremendo, pero me resistí, no me
queje, a pesar de que antes había pensado pelear con uñas y dientes, a pesar
de que me dije que moriría antes de que él volviera a ponerme una mano
encima..., ahora estaba Pierce aquí y yo debía protegerle, iba a hacer lo que
estuviera en mis manos para no dejar que nada le pasase.
Harold apoyó el arma apuntando a Pierce en la mesa, su dedo sobre el
gatillo y su otra mano la envolvió a mi alrededor, acercándome a su pecho.
Hundió el rostro en mi cuello, sintiéndome mi perfume y con sus labios
cepillando mi piel, murmuro: —¿Qué sentiste al coger a mi mujer, Grecco?
«No respondas» intente decirle a Pierce. «No entres en su juego»
—Su coño es una delicia, ¿no crees? —Agrego.
Sentí la sonrisa en su voz cuando lo dijo.
Pierce de repente se relajó en su silla, una mano sobre la mesa con sus
dedos tamborileando sobre la misma y la otra la apoyó sobre su muslo.
—Lo es —respondió con simpleza y un encogimiento de hombros.
Cerré los ojos con dolor cuando lo escuche hablar, con palabras tan
simples como esas, había entrado en el juego de Harold, de todas maneras
algo me decía que fuera como fuera, las cosas no saldrían bien.
Lo supe, lo supe en ese instante, esta noche habría muertes, habría dolor
y yo en lo único que podía pensar, era en que ojalá fuera yo.
Le rece a algún Dios si existía, que por favor no dejará que nada le pasara
a Pierce.
—¿Cuántas veces entraste en ella? —Preguntó con la voz calma Harold,
pero yo lo conocía bien, tan malditamente bien.
Esas preguntas iban a llevarlo a tener un ataque, lo sabía.
—Más de las que puedo recordar —respondió Pierce con una sonrisa
sobradora. —Más de las que te imaginas.
Los dedos de Harold se crisparon sobre mi piel, quitándome una mueca
de dolor que intente disimular, pero por la mirada que me largo Pierce,
sabía que se había dado cuenta.
—Tu, pequeña perra... —siseó en mi oído—, siempre te gustaron mucho
las pollas, ¿verdad?
El pecho me tembló cuando intente ahogar el sollozo, de todas maneras
no respondí, no había nada que pudiera decir que no sacara la furia de
Harold sobre mi y si aquello llegaba a pasar, no tenía idea de cómo
reaccionaria Pierce.
—Puedes estar seguro de que la mía particularmente le encanta —soltó él
de repente, volviendo la atención a él.
La atención de Harold volvió nuevamente a Pierce y me obligue a
acompasar mi respiración, sea lo que sea que estuviera planeando, tenía que
detenerlo, Harold iba a matarlo, joder, iba a matarlo y me obligaría a mirar
todo.
Intente enderezarme un poco, despegarme del cuerpo de Harold, pero él
no lo permitió, sino que presionó aún más su agarre, lastimándome.
—No lo creo —respondió Harold con voz tranquila, demasiado tranquila
para lo que podía ser normal—, o por lo menos no será así hasta que vuelva
donde pertenece.
—Ella no te pertenece —respondió Pierce rápidamente.
—¿A no? —Se burló Harold. —¿Y a quién le pertenece? ¿A ti? Quien no
duda un segundo en volver con la puta de tu ex cada que se aparece —
suelta y cierro los ojos, preguntándome cómo demonios lo sabe, como
mierda sabe todo eso—, por cierto, es preciosa, tan distinta a Minerva que
es en comparación —parece pensarlo unos instantes, antes de decir—,
bastante insulsa.
Los dedos de Pierce se endurecieron por unos segundos, de todas
maneras no dijo nada.
—¿O acaso le pertenece a Ross? Quien no dudó un solo instante en
pactar compromiso con alguien de la alta sociedad —Harold chasquea con
la lengua, dejando un beso en mi mejilla—, nadie más que yo te merece.
—¿Por qué no la dejas ir, si es tan insulsa como dices? —Pregunta Pierce
lentamente.
—Por que ella es mía, siempre será mía —responde Harold con la voz
dura. —Y si no es mía, no será de nadie más.
—Creí que estabas saliendo con alguien —murmuro con la voz ronca—,
Sarah, ¿verdad?
—Ella es solo una distracción para el otro, pero no me interesa, me da
asco, solo lo deje que la tenga para que no molestara, para hacerle creer que
no volveríamos por ti.
Mis ojos se clavaron en Pierce y ambos parecimos entenderlo al mismo
momento, Harold se refería a sí mismo como dos personas diferentes, él
simplemente estaba fuera de sí.
No existía posibilidad de salir de esta, de intentar razonar con él.
Mis hombros parecieron hundirse, en una clara señal de derrota, pero
fueron los ojos de Pierce, que brillaban más que nunca, los que me dijeron
que no lo haga, que todavía teníamos una oportunidad, que no me rindiera.
Asentí, pelearía por mi, demonios que lo haría, pero también pelearía por
él, para decirle mirándolo a los ojos lo mucho que lo amaba, para decirle
que quería pasar la vida con él, construir un futuro.
Juntos.
—¿Dónde está? —Pregunte y Pierce me observo confundido, sin
entender a qué me refería, sin embargo Harold si entendió.
—Durmiendo, cree que estamos de camino a lo que él cree su hogar —
respondió con calma.
—¿Qué pasaría si despierta y descubre lo que estás haciendo?
—Lo pondré a dormir de vuelta —dice y luego sus dedos se clavan en mi
cadera de forma dolorosa—, y deja de hacer tantas putas preguntas, que
estoy enojado contigo, pero ya luego te haré pagar.
Sus palabras me hacen tragar con dificultad por el miedo que me
provocan, mientras observo como su dedo juguetea con el gatillo del arma,
la cual apunta justo al pecho de Pierce.
—En cuanto a ti, me encantaría borrar cualquier rastro que tengas de ella,
nunca debió ser tuya —sisea.
Pierce, para mi completa sorpresa, sonríe, esa sonrisa maliciosa que tanto
llegue a amar, sin embargo ahora me provoca un vacío enorme en el
estómago.
—Nuestra —murmura en voz baja y yo siento que toda la sangre de mi
cuerpo se drena.
—Por favor, no lo hagas —suplico en voz baja, mientras siento que las
lágrimas comienzan a correr por mis mejillas nuevamente.
No me di cuenta el momento exacto en el que habían dejado de caer, para
ser sincera.
—¿Qué quieres decir? —Preguntó Harold, incorporándose un poco en su
silla.
—No lo... —intente de nuevo, pero el agarre de Harold en mi piel me
hizo sisear de dolor.
Pierce pareció no inmutarse, aunque sus ojos se cerraron levemente.
—Quiero decir... —murmuró, él también incorporándose en su silla—,
que no fue solo mía, fue nuestra, de los dos, al mismo tiempo —terminó
diciendo, solo por si no había entendido el punto.
Entendí en ese momento lo que estaba haciendo, Harold estaba
demasiado concentrado en mi y Pierce quería que ya no lo estuviera, quería
que todo ese enojo se trasladara a él.
El cuerpo de Harold se endureció y una calma y silencio letal parecieron
recorrer la cafetería entera.
Me estremecí con un viento helado que pareció recorrerme todas las
extremidades.
La calma antes de la tormenta.
—¿A qué te refieres, exactamente? —Preguntó Harold, pero sé que se
hacía una idea.
—Vamos —lo molesto Pierce, todavía con esa sonrisa—, creí que eras un
poco más inteligente de lo que aparentabas.
Me atreví a observar a Harold y lo que encontré allí no me gusto para
nada, en su mirada seguía esa demencia que le había visto nada más verlo
entrar por la puerta, pero también había una furia ciega y sorda, sin
escrúpulos.
—¿Estás diciéndome...?
—Si, eso exactamente estoy diciéndote —lo interrumpió Pierce—. Estoy
diciéndote que ella estuvo por varios meses saliendo con los dos,
compartiendo cama con los dos, follando con los dos.
—Detente... —siseo Harold, de repente con los ojos cerrados, los
nudillos fuertemente presionados en el arma.
—¿Y quieres que te cuente un secreto? —Dijo, su voz no más que un
susurro. —Ni una sola vez se acordó de ti.
—Cierra. La. Puta. Boca.
Estaba preparada cuando Harold me aparto de un brusco empujón al piso,
mis palmas ardieron cuando chocaron con fuerza el suelo helado.
—¡CORRE! —Grito Pierce, en el momento exacto en el que Harold se
lanzaba sobre él, arma en alto.
Logre ver como Pierce lo detenía justo a tiempo, levantando su mano
para que el arma no le apuntara a él.
Sabía que no había mucho que pensar, por lo que haciendo lo que Pierce
me dijo, corrí.
—Voy a descuartizarte —jadeaba Harold y con muchísimo terror, me di
cuenta de que tenían la misma complexión física, la misma fuerza. —Voy a
cortarte en pedazos, hijo de puta.
No llegue a escuchar que respondía Pierce, porque ya estaba camino a la
cocina, tomando el primer cuchillo grande que encontré y corriendo de
regreso a ellos.
Pierce abrió los ojos con horror cuando me vio correr en dirección a
Harold y aquel pequeño descuido, le costó.
Harold logro asestar un puñetazo en su estómago que lo hizo jadear y
aflojar el agarre con la que sostenía su mano en alto, para luego con la
culata del arma pegarle en la cabeza.
Pierce se sostuvo el lugar golpeado, retrocediendo unos cuantos pasos.
No quise pensar en la mancha roja que se escurría por entre sus dedos, ya
que mi objetivo era Harold y evitar que lo matara. Llegué justo a tiempo
cuando logró apuntar a Pierce en la cabeza, que aún aturdido no se
percataba de lo que pasaba, y cuando estuve a menos de un metro, salte
sobre él para empujarlo y evitar el disparo.
Logre hacerlo caer ya que lo había tomado por sorpresa, sin embargo se
recuperó más rápido de lo que creía, su pie se estampo con mi mano cuando
quise tomar el cuchillo.
Mi grito de dolor alertó a Pierce, que todavía aturdido, intentó llegar a
mi.
—No —jadee, sintiendo que los dedos de mi mano se rompían cuando
Harold presionaba con fuerza.
—Déjala, joder —gritó Pierce.
Una sola vez en mi vida había escuchado un disparo, había sido
muchísimos años atrás, creo que tenía dieciocho años recién cumplidos y
había acompañado a Harold a un acto de su padre.
Hubo un atentado y un disparo salió en dirección al estrado, donde
precisamente su padre estaba hablando.
Recuerdo que el sonido de él me hizo saltar en mi lugar y el pitido en mis
oídos me aturdió muchísimo.
Soñé noches enteras con el sonido del disparo.
Con el eco que parecía resonar en mis oídos todo el tiempo.
—¡¡¡NO!!! —Grité, pero era demasiado tarde.
Pierce tenía los ojos abiertos de par en par, para muy lentamente bajar la
vista a su estómago, allí donde la sangre comenzaba a escurrirse y manchar
su remera de color carmín.
—Por favor, no —llore por la imagen que tenía enfrente, por el dolor que
me causaba, esto tenía que ser una especie de tortura agónica e
interminable.
—Que bien —logré escuchar a Harold decir a pesar de mi llanto
descontrolado, que lentamente había aflojado un poco el apretón en mi
mano. —Y solo para estar seguros...
Otro disparo.
Por Dios.
No, no, no, no.
No.
Mi visión estaba empañada por las lágrimas y el dolor, el dolor que sentía
en el pecho, era algo que no había sentido nunca.
Era el peor dolor del mundo.
Comencé a arrastrarme en dirección a Pierce, que después del segundo
disparo, había caído hacia atrás y el charco de sangre que estaba
formándose...
Era demasiada.
Demasiada.
Demasiada sangre.
Harold me agarró del cabello, dándome una sacudida que me hizo sentir
mareada, pero no me importaba, yo solo..., si él..., sí Pierce...
Yo no podía soportarlo, no iba a sobrevivir, yo solo...
—¿Así que estuviste probando varias pollas al mismo tiempo, pequeña
sucia puta codiciosa?
No le respondí.
Solo quería que terminara esta tortura de una vez.
Quería que ocurriera un milagro y llegar a Pierce, salvarlo, decirle que
todo estaría bien.
Necesitaba decirle que le amaba.
Que le amaba como nunca había amado a nadie.
Como nunca volvería a amar.
El puñetazo que me dio Harold me hizo caer lejos de él por la fuerza del
impulso, seguido por una patada en el estómago que me quito todo el aire
de los pulmones.
Intente ponerme de pie, sosteniéndome con las manos y las rodillas, pero
otra patada me hizo caer más lejos aún.
Sentí el regusto de cobre en la boca, pero lo ignore, solo quería morir,
quería...
Pierce estaba muerto.
Y si él estaba muerto yo...
—Minerva...
Aquel jadeo llamó mi atención, mis ojos se encontraron con los de
Pierce, que a pesar de que le habían disparado dos veces, intentaba llegar a
mi, arrastrándose..., pero él estaba con vida y peleaba para llegar a mi y
yo...
El sollozo me rompió un poco más el alma ya destrozada, sin embargo
intente también llegar a él, intente arrastrarme.
—Me das tanto asco, Annalise.
El siguiente golpe siquiera lo sentí, sin embargo me obligue a abrir los
ojos, parecía que me había desmayado unos cuantos segundos, porque
ahora Harold venía caminando hacia mi con el rostro en una mueca
enojada.
Entendí que ese seria mi fin, lo único que esperaba era que Pierce no lo
viera y que sea como sea, él sobreviviera a esto.
Intente incorporarme nuevamente, preparándome, preparándome para lo
que iba a venir a continuación, estaba lista, estaba...
El mango del cuchillo toco mi dedo índice y estoy segura de que Harold
creyó que era un sollozo de miedo, no distinguió que era en realidad de
alivio.
Volvió a tomarme del cabello para arrastrarme con él.
—Vamos, quiero que veas como termino de matarlo —murmuro, como si
aquello fuera lo más normal del mundo. —Tal vez te obligue a ti a disparar
y todo.
Las lágrimas en mis ojos milagrosamente habían cesado, mientras que mi
mano presionaba el mango del cuchillo con tanta fuerza.
Tanta maldita fuerza.
—No me obligaras una mierda —sisee y luego el cuchillo se clavaba en
su muslo.
Sentí como se le rompía la piel, el alarido de dolor, era un cuchillo
grande, pero no lo suficientemente grande y para mi total dolor, tampoco
sería letal, no cuando casi no podía mantenerme en pie.
—¿Qué hiciste? —Siseo, mirando su pierna, la sangre escurriéndose.
—Púdrete —logre responder, viéndolo retroceder, todavía con el arma en
la mano.
—Vas a pagar tan caro, Annalise —murmuro.
Negué con la cabeza y con esfuerzo me arrastre donde estaba Pierce.
Las lágrimas no tardaron en volver a caer.
Pierce clavó sus ojos en los míos y yo me obligue a no estremecerme
cuando mis manos se mancharon con la sangre que había debajo, cuando mi
propia ropa se llenó de ella.
Tenía los ojos vidriosos, el rostro pálido.
—Lo siento tanto —logre decir con un sollozo. —Lo siento tanto, tanto...
Cerré los ojos cuando con esfuerzo intentó levantar su mano para
tocarme el rostro. Para ayudarlo la tome con la mía propia, llevándola en
dirección a mi rostro.
—Te amo, douce —susurro.
Asentí, intentando sonreírle, porque a pesar de todos, eran las palabras
más lindas que me habían dicho nunca.
—Yo también te amo —respondí, besando su palma y presionándola
cerca mío. —Te amo tanto —insistí.
Quería congelar este momento para siempre, quedarme aquí, a pesar de
todo, quería quedarme aquí, porque sabía que no quería seguir viviendo en
un mundo que él no estuviera, no iba a soportarlo, no quería soportarlo.
Ni mucho menos estaba lista para esta despedida.
—Yo..., quería protegerte, lo siento.
Y después de eso tosió y todo su cuerpo se estremeció con dolor.
—Shhh..., no hables, no te hace bien —murmuré, acercándome para
acariciar su mejilla. —La ayuda vendrá poco —mentí, pero sin embargo
tenía la esperanza de que alguien hubiera escuchado los disparos, que la
ayuda estuviera llegando.
—Dilo de nuevo —murmuro Pierce y sentí como el agarre se aflojaba
levemente de mi mejilla.
Llore con fuerza, porque sabía a qué se refería, aunque fuera tarde,
aunque no hubiera querido reconocerlo antes, aunque no me hubiera
animado a decirlo y ahora era tarde.
—Te amo —susurre y mis labios dejaron un cálido beso sobre los de él,
que estaban de un color grisáceo.
—Que privilegio —dijo, mirando mi rostro al detalle e intentando sonreír
—, qué privilegio ser amado por Minerva Wilson.
—Por favor no me dejes —susurre contra sus labios sin poder dejar de
llorar. —No quiero vivir sin ti...
Dos lágrimas cayeron por las esquinas de sus ojos y cuando abrió la boca
para decir algo, la voz de Harold lo interrumpió.
—Qué cuadro más lindo hacen los dos —dijo, el sarcasmo chorreando su
voz. —Tendré que recordarte, Annalise, que tu solo puedes amarme a mi.
Me negaba a dejarlo ir, me negaba a despegarme de Pierce, a tener que
ver como Harold terminaba con su vida. Me obligaría a mirar, me obligaría
a mirar y eso iba a romperme de una forma irremediable.
—Ven aquí, Annalise —agrego con la voz fría y ya sin paciencia.
Negué levemente con la cabeza, mis lágrimas golpeaban las mejillas de
Pierce y caían. El charco de sangre era cada vez más grande y él estaba
cada vez más pálido.
—Te amo —repetí, porque quería que lo supiera—, siempre voy a
hacerlo, no importa que pase, voy a amarte toda la vida.
—Douce...
Chille cuando Harold me arrastró lejos de Pierce, tomándome del
cabello, mientras yo pataleaba e intentaba rasguñar su mano para que me
suelte.
—Estate quieta, demonios —farfulló cuando de seguro lo rasguñe tan
fuerte que logre sacarle sangre.
Pero..., yo no iba a dejar de pelear, nunca, pelearía con todo lo que tenía,
pelearía hasta que tuviera que matarme.
Me golpeó nuevamente con la culata del arma y aquello volvió a
marearme un poco, mientras que intentaba por todos los medios no
desmayarme, no podía, pelearía por Pierce, pelearía con todo lo que tenia y
si tenía que morir con él, lo haría, ya no me importaba.
—No deberías haberme hecho enojar, Anny —murmuro Harold en mi
oído mientras me obligaba a ponerme de pie.
—Douce —susurro la voz jadeante de Pierce, que a duras penas lograba
incorporarse un poco con la fuerza de sus manos, intentando llegar a mi.
—No lo hagas —murmure, las lágrimas no paraban de caer cuando lo
veía prácticamente arrastrarse en mi dirección intentando ayudarme
inútilmente.
Harold tenía una mano cerrada en torno a mi cintura, manteniéndome
cerca de él y la otra volvía a apuntar a Pierce.
—Ahora vas a ver como muere —murmuro.
Volví a luchar, pero él volvió a golpearme con fuerza, esta vez en la nuca.
El mundo de repente se puso borroso, todo a mi alrededor giraba y sentía
el cabello húmedo, señal de que esta vez había abierto una herida en mi.
Otra más.
Cuando logré recuperarme, estoy segura de que no habían pasado más de
dos minutos, pero la imagen que se me presentó en frente, simplemente
hizo que se me revolviera el estómago.
Pierce estaba apenas incorporado, sosteniéndose con las rodillas, una
mano sobre su abdomen, la otra sobre el suelo para ayudarse, pero el mayor
horror fue que el arma estaba sobre su cabeza y mis manos encerradas sobre
ella, mi dedo sobre el gatillo mientras las manos de Harold me aprisionaban
ahí.
—Por favor, no... —logré decir, sentía la boca hinchada, no podía
respirar bien y..., oh por Dios, no. —Por favor, por favor, por favor...
Pierce levantó la cabeza cuando me escucho suplicar de esa manera y
para mi completa sorpresa, logró sonreírme un poco, sin importarle que
ahora el arma estaba sobre su frente.
—Esta bien —susurro sin dejar de mirarme—, está bien, Douce...
Yo solo quería morir.
Este era el peor tipo de tortura que podía existir y yo..., yo no sabia que
hacer, no sabia..., no sabia como ayudar.
Casi sin pensar, murmure: —Hardy...
El agarre de Harold de repente se endureció, como si aquel sobrenombre
que solía usar con él hubiera despertado algo.
Retrocedimos unos cuantos centímetros, sin embargo mi mano seguía
sobre el arma, el dedo sobre el gatillo haciendo fuerza.
—Por favor, Hardy, detente —intente de nuevo.
—Cierra la puta boca.
—¿Recuerdas...? —Intente decir, respirando hondo para poder hablar con
claridad, estaba funcionando, mierda, estaba funcionando. —¿Recuerdas la
ultima vez que nos vimos? Dijiste que querías que fuera feliz, ¿recuerdas?
—Que te calles, mierda.
—Dijiste que me merecía todo lo bueno, Hardy —insistí un poco más,
sin dejar de mirar a Pierce, sin dejar de intentar expresarle con la mirada lo
mucho que le amaba. —Por favor, no me obligues a hacer esto, Hardy, por
favor, lucha conmigo.
Su agarre se aflojó solo un poco y me atreví a mirar por el rabillo del ojo.
Su mirada parecía despejarse, sus ojos clavándose en los míos con horror,
mirando mi rostro magullado, la sangre.
Había tanta puta sangre por todos lados.
—¿Anny...? —Pregunto con duda. —Joder, no, no otra vez... —se
lamentó.
Justo en el momento que el agarre se aflojaba del arma, justo cuando
parecía que me dejaría ir, los ventanales de la cafetería estallaron y ambos
chillamos con horror.
Por el rabillo del ojo vi que Pierce se dejaba caer ya sin fuerzas, mientras
que decenas de policías vestidos todos de negro y con pasamontañas
cubriendo sus rostros, entraban con las armas en alto, apuntando en nuestra
dirección.
—¡ALTO AHÍ! LAS MANOS EN ALTO —Gritó uno en voz firme y
clara en nuestra dirección.
A decir verdad, debería sentirme aliviada, pero sin embargo en lo único
que podía pensar, era en que quería que ayudaran a Pierce, no importaba si
Harold me llevaba con él, no me importaba lo que pudiera pasarme a mi, yo
solo quería que Pierce estuviera a salvo.
El agarre de Harold volvió a endurecerse, volvía a ser el maniático.
—¡Déjala ir lentamente! —Dijo una voz y logre reconocerla.
Joder.
Joder.
Joder.
El arma estuvo en mi cabeza nuevamente, Harold cubriendo su cuerpo
con el mío.
—Ni de coña —respondió él como si nada—, si quieren matarme, la
matan también a ella —amenazó. —Que de aquí nos vamos juntos o no nos
vamos un carajo.
—Déjala ir —insistió Marcus, el arma apuntando en nuestra dirección.
Me di cuenta que en realidad no era la policía, sino el FBI los que
estaban aquí.
Lo ignore.
Quería que todo esto terminara.
—Por favor —sollocé, muerta de miedo.
Pierce se había desmayado.
Tenía que estar desmayado.
No me anime a comprobar si su pecho se movía.
—Por favor... —volví a repetir.
—Cállate, puta —siseó Harold, apretando mi cuello.
No me importaba.
Pierce, solo Pierce.
Creo que le hablaron por el auricular que debía tener Marcus, porque de
repente su voz clara y firme se encontró diciendo: —Tenemos al señuelo
con el objetivo, esperando órdenes.
Ignore esas palabras también, ignore lo que querían decir.
No me importaba.
—Por favor, ayúdenlo —repetí, intentando mover mi rostro en dirección
a Pierce.
Nadie me hizo caso, ¿por qué nadie me hacía caso?
—¡MATENME, CARAJO! —Grité, de repente frustrada. —
¡MATENME, PERO AYUDENLO A ÉL!
Alguien se adelantó un paso, Harold clavo más el arma en mi costado,
todo el mundo pareció dejar de respirar.
—¿En verdad estas dispuesta a morir por él? —Susurro Harold en mi
oído. —¿Tanto lo amas?
La tristeza que albergaba en mi corazón parecía romperme el alma en
pedazos, los labios me temblaban, las lágrimas mojaban mi piel.
—Más de lo que nunca creí posible amar —respondí con sinceridad,
cerrando los ojos y esperando mi final.
Harold nunca permitiría que siga con vida sabiendo que amaba a otro,
nunca me dejaría ser feliz y si la única manera que tenía de ser libre, era
muriendo, que así sea.
—No puedo dejarte vivir sabiendo eso, Anny —dijo en mi oído y podía
sentir las lágrimas en su voz. —No vamos juntos, ¿entiendes eso?
Él sabía que una vez que me disparara, iban a matarlo.
Él lo sabía y yo también.
—Minerva, no... —dijo una voz con súplica de repente.
Y demonios, no quería que él viera esto, no quería que Dean sea testigo
de cómo su mejor amigo y la mujer que amaba morirían.
Pero esto tenía que terminar, porque de seguro entre más pronto
terminara, más rápido llegaría la ayuda para Pierce y yo podía hacer eso,
podía sacrificarme por él.
Intente buscar a Dean, pero eran solo rostros oscuros, tapados y con
cascos y chalecos antibalas.
Me hubiera encantado mirar esos ojos una última vez.
—Haz que se detenga —susurre de repente.
Quería que terminara, joder, que terminara esta pesadilla de una vez.
Mis ojos buscaron los de Marcus, a esos si podía distinguirlos, porque de
manera imperceptible era el único que había roto el perímetro, estaba un
paso más adelante que los demás, como si la desesperación por llegar a mi,
hubiera ganado.
Tenía los ojos bien abiertos, el arma el alto y me sorprendí que ni un solo
músculo le temblaba.
Sabía que él sentía algo por mí, lo sabía, lo había dejado claro unos
cuantos días atrás, es por eso que apele a su lado humano, ese que tenia bien
adentro y que por alguna extraña razón yo había logrado sacar.
—Por favor —susurre en su dirección, cansada. Estaba tan cansada, me
dolía demasiado el cuerpo, el alma y el corazón —Haz que se termine... —
suplique.
Por favor, Marcus, haz que esto se detenga.
Todo lo que obtuve de su parte fue un pequeño asentimiento y no se
porque, me di cuenta que con Marcus compartíamos una extraña conexión,
como si el uno comprendiera el dolor del otro y viceversa.
—Quédate quieto o te juro que...
Harold no tuvo tiempo de responder, porque se desató el caos.
Un ardor fuerte en mi costado izquierdo, intenso, abrasador, quemaba y
ardía y de repente yo estaba tirada en el suelo, aturdida.
Todos gritaban, alguno comandaba órdenes.
Yo me arrastraba en dirección a Pierce.
—¡TRAIGAN UN PUTO MÉDICO, JODER! —Grito alguien, creo que
Marcus.
Los oídos me pitaban y sentía la sangre escurrirse por mi costado.
—¡MÉDICO!
No me anime a comprobar donde había ido el disparo de Marcus en
dirección a Harold.
Yo solo quería llegar a Pierce.
Solo quería verlo una vez más.
La sangre en el suelo estaba fría, pero logre llegar a su lado.
Sus ojos estaban cerrados.
—Pierce —sé que quien dijo esas palabras fui yo, pero sin embargo no
las escuche.
Los oídos no dejaban de zumbarme, me dolía todo.
Todo el cuerpo.
No había nada que no doliera.
—Pierce...
Esa no fui yo, lentamente el bullicio a mi alrededor comenzó a aturdirme.
El caos, había mucho caos a mi alrededor.
—Por favor, no... —murmuró alguien, la voz rota.
Dean se quitó el casco, el pasamontañas que traía debajo.
Su cabello rubio estaba desordenado, los ojos llenos de lágrimas, sus
rodillas golpearon el suelo cuando vieron a su amigo.
—¿¡DONDE CARAJOS ESTÁN LOS MÉDICOS!? —Grito y la voz se
le rompió en la última palabra.
Los labios me temblaban, no había forma en que pudiera disculparme, en
que le dijera cuánto lo sentía.
Como si sintiera el rumbo de mis pensamientos, sus ojos, llenos de horror
se clavaron en los míos.
—Cariño... —susurro y dos lágrimas cayeron por sus mejillas.
—Lo siento mucho —dije, porque lo único que podía hacer era
disculparme, mientras que mi mano se posaba en la mejilla de Pierce.
Estaba frío.
Muy frío.
Esto era mi culpa, yo había matado a Pierce, yo había causado todo esto.
—Lo siento mucho —repetí, pero de repente unas manos se cerraron
alrededor de mi cintura, apartándome de Pierce.
Yo no quería separarme de él, quería estar a su lado, pasara lo que pasara,
todavía no le había dicho lo mucho que lo amaba, él necesitaba saberlo,
necesitaba...
Patalee y luche y grite y llore por volver a su lado.
—Muñeca, cálmate —dijo Marcus en mi oído. —Los médicos están aquí
—murmuro—, ellos van a tratar, van a tratar de...
No termino las palabras y mi llanto era lo único que se escuchaba en el
lugar.
—Lo siento mucho —susurro, sus manos me sostenían, me abrazaban,
él...
No podía ser, yo tenía que volver con Pierce, tenía que decirle que le
amaba, tenia que decirle..., yo tenía que decirle...
Volví a pelear, arañe las manos de Marcus para que me dejara ir, lo patee,
tenía que volver con Pierce.
—¡Pierce! —Grite en su dirección. —¡TE AMO!
Mi llanto, mi llanto desgarrado lastimaba mis cuerdas vocales. Logré
liberarme de Marcus para llegar al lado de Pierce, médicos lo rodeaban,
habían cortado su camiseta, dos agujeros de los que seguía saliendo
sangre...
—Pierce —llore cuando llegue a su lado, mis lágrimas empañaban mi
visión, comencé a llenarle la cara de besos. —Te amo, te amo, no me dejes,
te amo —repetí sin parar.
Pero volvieron a separarme, esta vez no luche, porque reconocí el
perfume, reconocí sus manos suaves, sus besos en mi cabeza.
—Esta bien, cariño —susurro Dean y supe que, al igual que yo, estaba
llorando—, esta bien, te tengo.
Me deje abrazar por él, deje que susurrara que todo iba a estar bien, me
obligue a creerle, necesitábamos un milagro, pero..., me obligue a creerle.
—Dean... —lloré, mis uñas se clavaron en sus brazos, de seguro
lastimándolo, pero como siempre a él no le importó, sino que me abrazó
más fuerte.
—Lo sé, cariño —dijo y sorbió por la nariz, mientras ambos mirábamos
como comenzaban a reanimar a Pierce. —Oh Dios...
Las náuseas de repente me sacudieron, un temblor me recorrió el cuerpo
y sentí como por fin mi cuerpo sucumbia a los golpes, a las patadas, al
disparo que había atravesado mis costillas para detener a Harold.
—¿Mine? —Murmuro Dean, dejándome en el suelo suavemente. —¿Qué
tienes, cariño? —Pregunto, sus ojos dulces llenos de pánico.
Era tan hermoso.
A él también le quería un mundo, sin embargo no podía, no quería seguir
aquí, quería descansar.
—Te amo —susurré y luego mire el techo de la cafetería.
Como había amado este lugar, como había sido feliz aquí y ahora estaba
lleno de recuerdos de dolor y muerte y...
—¡Médico! —Dijo Dean de repente, sacudiéndome por los hombros,
hasta que de repente se dio cuenta de la sangre que salía por mi costado,
hasta que se dio cuenta de que nadie lo había escuchado. —¡MÉDICO,
POR FAVOR! —Grito, preso del pánico. —Cariño... —murmuró,
tomándome de las mejillas—, no me hagas esto, ¿vale?
Solo podía mirarlo, quería hablar, pero las palabras no salían, yo solo...,
el cansancio me estaba venciendo.
—No, por favor —murmuro, sacudiendo mis mejillas para despertarme
—, no me hagas esto, cariño, por favor.
Un sollozo desgarró su garganta y me obligue a abrir los ojos, no me
gustaba escucharlo así, no me gustaba que Dean...
—Mine, por favor, no me dejes tú también, por favor —suplicó, pero...
Yo estaba cansada y si Pierce..., si él...
No podía hacer esto.
—Cariño, por favor —volvió a decir, besando mis labios, mis mejillas,
sus lágrimas empapaban mi piel y yo estaba cansada, quería luchar, pero
sentía que mis fuerzas menguaban. —¡Alguien que me ayude, por favor! —
Suplico.
De repente sentí manos tocándome, pidiendo una camilla, apenas si logré
abrir los ojos.
La mano de Dean sostenía la mía fuertemente, presionando, como si
quisiera que me mantuviera aquí.
Intente mirar en la dirección donde se encontraba Pierce, pero no logré
verlo.
—Minerva, por Dios —suplicó Dean de nuevo y se me rompió un poco
el corazón al escuchar su desesperación.
—¡Al hospital ahora mismo, joder! —Gritó Marcus, que apareció en
frente mío. —No te vas a morir, ¿entiendes? Ni de coña, muñeca, ni de coña
—repitió.
Yo solo quería descansar, un poco de paz, quería..., quería perderme,
había aguantado demasiado, demasiado dolor, demasiada tristeza, me
merecía este descanso, en verdad lo hacía, así que eso fue lo que hice, cerré
los ojos y lo único que le pedí al universo fue, que si volvía a despertar, que
el dolor de la pérdida no fuera tan grande.

***
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CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO

TE DEJARÉ ALGUNAS PALABRAS DEBAJO DE TU PUERTA

Mis ojos están clavados en la esquina de la habitación impolutamente


blanca.
Después de mirarla por no se cuanto rato, me doy cuenta de que no hay
una sola mancha.
Nada.
Todo en la habitación es de ese color, incluso lo eran las sábanas que
cubren la camilla —que ahora tiene un poco de mi sangre en ellas—, junto
con el olor a antisépticos que me hacen picar la nariz.
No sé en qué momento desperté, solo abrí los ojos y un rostro con una
sonrisa amable me devolvió la mirada.
No pregunte donde estaba, porque lo sabía.
No pregunte si él estaba vivo, porque temía la respuesta.
No pregunte que había pasado con Harold, porque no estaba lista para
saberlo.
Por lo que simplemente me quede allí, de piedra y esperando que
terminaran de hacer lo que tenían que hacer.
Supongo que habían puesto anestesia local, porque no sentía ningún
dolor, de todas maneras, escuche a los doctores hablar, mientras una de las
enfermeras me vendaba el torso con un poco de presión para contener la
herida, que había necesitado solo un par de puntos donde me había rozado
la bala de Marcus, la cual finalmente había impactado en Harold. Una de las
heridas de la cabeza había necesitado puntos también, pero supongo que
todavía estaba desmayada como para saberlo.
Tenía un ojo un poco hinchado y el labio partido, así como un escozor en
una de mis mejillas.
Una de las enfermeras murmuró que lo más probable es que estuviera en
shock, que lo mejor sería sedarme.
—Cuando termine, ¿puedo ir al baño?
Me obligue a preguntarle eso con amabilidad a la enfermera que
terminaba de vendarme. En realidad no quería ir al baño, pero necesitaba
mantenerme despierta, porque por más que no me sintiera lista, tenía que
enfrentar lo que había pasado y por más que me hiciera un hueco en el
alma, necesitaba saber si él, si él...
—¿Puedo? —Insistí al no obtener respuesta.
No necesitaba tener un puto ataque ahora mismo, así como también
necesitaba aunque sea un instante para mi misma y poder pensar, acomodar
mis ideas.
La enfermera miró al doctor, que le dio un breve asentimiento. Me
ayudaron a ponerme de pie y una vez que mis piernas estuvieron estables,
caminé en dirección al baño y cuando quisieron entrar conmigo, les pedí
privacidad.
Apoye mis manos en el lavado y observé sorprendida la sangre debajo de
mis uñas.
Me las quede mirando unos cuantos instantes, antes de abrir el fregadero,
echar jabón en mis manos y comenzar a cepillarlas con fuerza, queriendo
que aquel rastro de violencia desapareciera de mi piel.
No me di cuenta que estaba respirando con tanta dificultad hasta que
tocaron la puerta del lavado y reaccioné.
Preguntaron si todo iba bien y con una entereza que no sentía, murmure
que si, que solo necesitaba refrescarme un poco.
Entonces levanté la vista y mis ojos se encontraron con unos
completamente desprovistos de fuerza en el reflejo.
Mis ojos estaban hinchados, mi cabello era un desastre pegajoso y tenía
un buen moretón en una de las mejillas, intenté recordar, pero no pudo
venirme a la cabeza el momento en el que recibí dicho golpe.
Pestañee intentando reconocer a la persona que me devolvía la mirada,
pero me fue imposible.
Moje un poco mi rostro y cuando me estaba secando las manos, me di
cuenta que todavía tenía sangre en las uñas.
Respire hondo y me obligue a salir de la habitación, solo porque no
quería que me sedaran, no podía, no podía seguir perdiéndome cosas.
Me miraron fijamente y no me pude obligar a decir nada, solo quería un
momento a solas, un momento para que mi mente se quedara en silencio,
porque todavía podía escuchar los gritos, el sonido de los golpes.
El sonido de los disparos.
Abrí la boca para decir algo, aunque no sabía qué y me di cuenta en ese
momento de lo pastosa que la tenía.
No sabía qué hora era, cuánto tiempo había pasado desde que..., desde
que....
La enfermera me alcanzo un vaso de agua, mientras que el médico
comenzó a explicarme que la bala había rozado mis costillas sin dañar
ningún órgano importante y otras cosas que siquiera me interesaban.
Sentía que ya no tenía corazón, que me lo habían arrancado del pecho,
¿qué importaba si el resto de mis órganos seguían funcionando?
Solo quería que me dejaran sola.
Asentí cuando se suponía que tenía que hacerlo y murmuré mi acuerdo
cuando dijeron que tenía que mantenerme tranquila, que ya todo había
terminado y por fin, por fin, salieron de la habitación.
Me senté en la camilla y ni un minuto después, la puerta de la habitación
se abrió con fuerza y entonces los ojos de Isa se encontraron con los míos y
sus ojos —ya de por sí rojos—, se pusieron todavía más rojos cuando estos
volvieron a llenarse de lágrimas, como si hubiera intentado recomponerse
unos instantes antes de entrar, pero hubiera bastado el solo verme para
volver a romperse.
Mis propias lágrimas punzaron en las esquinas de mis ojos cuando ella
corrió a mi encuentro, cuando ignore el dolor punzante en mi costado por la
fuerza de su abrazo y me obligue a no llorar.
Sus lágrimas mojaron la camisola de hospital que tenía puesta y sus
sollozos me rompieron el alma en mil pedazos.
Sentía que no podía recibir otro golpe, porque me iba a destrozar por
completo, aunque no estaba segura de si quedaba algo de mi todavía en pie.
Quería preguntar por él, necesitaba saber qué había pasado, pero las
palabras no me salían, porque de repente tenía un nudo en la garganta que
era casi tan doloroso como el dolor de mi alma.
Isa intentaba decir algo, pero tampoco podía hablar, porque de seguro el
dolor de su pecho también era demasiado.
Mis ojos se clavaron en la figura que estaba en la puerta, supongo que
intentando darnos algo de privacidad.
Los ojos de Dean estaban demasiado rojos también, como si también
hubiera estado llorando y pareció no poder contener esas dos lágrimas que
acariciaron sus mejillas cuando mis ojos se clavaron en los de él.
Intenté sonreírle, pero de seguro que me salió como una mueca y
entonces, solo porque sabía que él también lo necesitaba, extendí una de
mis manos, invitándolo al abrazo.
Se acercó lentamente hasta que su rostro se enterró en ese pedazo de
hombro libre que no ocupaba Isa y también lo envolví a Dean en un abrazo
que necesitaba.
Entonces él también lloró.
Y yo me mantuve ahí, porque si bien sentía que no había nada dentro de
mi cuerpo sino más que un cascarón vacío, de seguro ellos todavía
conservaban algo.
—Esta bien... —susurre, encontrando por fin mi voz. —Esta bien... —
repetí, mientras que mis manos acariciaban la espalda de ambos a un ritmo
lento.
No pude evitar el escalofrío que me recorrió cuando pensé en lo doloroso
que sería el golpe, en la devastación que sería mi vida de ahora en más y en
que no estaba muy segura de poder seguir adelante, porque pasara lo que
pasará, una parte de mi había muerto en aquella cafetería que me había
llenado durante algún tiempo de mucha dicha.
Sabía que esa parte que había perdido era una esencial para mi y me
pregunté cómo haría para seguir con mi vida sin ella.
—Lo siento, Minerva —susurro Dean en mi oído. —Lo siento tanto,
joder, no quería... —su llanto hizo que Isa se apretara más a mi. —No pude
evitarlo, yo quería, pero no pude.
—Está bien —repetí, más para él que para mi. —No es tu culpa, Dean—.
Es mía. —Todo va a estar bien. —No para mi.
Dean de repente respiro hondo y me di cuenta que lo hacía para intentar
calmarse, antes de dejar un beso en la piel expuesta de mi hombro y
separarse.
Se apresuró a limpiar el rastro de lágrimas de sus mejillas e intentar
sonreírme.
Le ame más por eso.
—Isa, dale un poco de espacio, que ella esta herida —murmuro Dean con
la voz ronca.
—Joder, lo siento —murmuró Isa, separándose y mirando mi cuerpo,
como si a pesar de la camisola, pudiera ver la herida.
Quería decirle que había heridas que no podían verse en mi cuerpo, sino
que estaban arraigadas en lo más profundo de mi, pero no dije nada, porque
nadie más que yo tenía que cargar con aquella culpa.
—Estoy bien —murmuré.
No, no lo estaba, nunca volvería a estarlo.
—¿Qué te dijeron los médicos? —Preguntó Dean, mientras Isa se
acomodaba a mi lado y me apretaba la mano, como si necesitara asegurarse
de que no iba a desaparecer.
Le di un apretón, haciéndole saber que no me iría a ningún lado, por lo
menos no todavía.
—Estoy bien —murmuré.
Técnicamente mi cuerpo lo estaba.
El resto de mi, bueno..., solo el tiempo diría.
Nos quedamos en silencio unos instantes y parecía que ninguno de ellos
podía devolverme la mirada.
Sentí que me moría, pero tenía que preguntar, tenía que saber.
—¿Él...? —Las palabras parecieron abandonarme de repente, de todas
maneras, me obligue a decirlo, me obligue a decir su nombre. —¿Pierce?
Nada más su nombre abandonar mis labios, Isabella volvió a llorar y
entonces, me prepare para lo peor.
Dean no podía encontrarse con mi mirada y me puse de pie, medio
tambaleándome, sin siquiera poder imaginar que seria de mi si mis
sospechas eran ciertas, porque si Pierce había muerto, entonces yo me
moriría con él, porque no me sentía capaz de vivir en un mundo en el que él
no estuviera.
—Dean —insistí. —¿Dónde está Pierce?
Dean se me acercó y puso sus manos en mis hombros, acariciando la piel
expuesta con sus pulgares, mirándome con ese amor que le caracterizaba,
con ese amor que sospeche, pasase lo que pasase, siempre iba a mirarme.
—Todo va a estar bien —murmuró, la voz suave y una entereza que sacó
desde lo más profundo de su ser.
—Por favor... —susurre con la voz rota, mirándolo con una suplica en mi
mirada que hizo que sus ojos se cerraran con dolor.
—Necesitas sentarte, cariño —fue todo lo que respondió él.
—Dean, por favor —insistí, sin moverme de mi lugar.
—Está en cirugía —dijo él y tomé aire profundamente.
De todas maneras, al ver su rostro, no me permití aliviarme, porque había
algo que no me estaba diciendo y me daba miedo preguntar.
—Está vivo... —dije con un suspiro, saboreando las palabras en mi boca.
Dean intercambio una mirada con Isabella, antes de volver su atención a
mi.
—Está vivo —repitió.
Las lágrimas ahora sí comenzaron a salir.
—Dime, por favor...
—Los médicos —murmuro Dean, la voz rota nuevamente. —Ellos,
Pierce..., él no tenía...
—¿Qué Dean? ¿Que no tenía Pierce?
Las lágrimas volvieron a caer de su rostro, la tristeza y el dolor en su
semblante.
—Estaba sin pulso cuando entraron a cirugía, ellos no saben, no saben si
va a sobrevivir a la operación.
Asentí y me obligué a tomar aire profundamente.
Esta bien.
Estaba vivo.
Podía estar vivo todavía.
Luchando por su vida.
Él iba a luchar, joder, tenía que hacerlo.
Dean de seguro quería decirme algo, pero las palabras no le salían,
seguramente estaba tan roto como yo.
De repente Isa se levanto a abrazarle, porque sabía que él le necesitaba,
yo no podía moverme, solo podía sentir las lágrimas caer por mis mejillas y
como si no pudiera sentirme peor, me percaté en ese mismo instante de que
ellos podrían perder a su mejor amigo de toda la vida.
Yo había hecho esto, en el momento que llegue aquí, los había puesto a
todos en peligro y ahora era Pierce quien pagaba las consecuencias.
Sé que no podría haberlo evitado, sin embargo, no pude no sentirme
responsable, lo único que quería era volver el tiempo atrás y regresarlo
todo, tal vez, tal vez ellos incluso serían más felices.
La puerta de la habitación suena con dos golpes y luego se abre,
sacándonos a todos del momento en el que nos habíamos sumido.
Marcus está allí, con su traje de policía todavía puesto, el cabello
desordenado y la mirada atormentada.
Siquiera lo pienso cuando me acerco a él y lo empujó con las pocas
fuerzas que tengo.
—¿Desde cuando? — Preguntó con un siseo.
Las lágrimas que caen ahora son de enojo.
—Minerva... —murmura Dean, intentando tomarme del brazo del cual
me zafo casi con violencia.
—¿Desde cuando, Marcus? —Vuelvo a preguntar.
Vuelvo a empujarlo.
Él no se defiende, pero de igual modo sabía que no lo haría.
—Puedo explicarte... —comienza diciendo nuevamente, pero mi
empujón lo corta.
La herida en mi costado palpita y siendo un poco de humedad, de seguro
los puntos se saltaron, pero siquiera soy capaz de sentir dolor.
—Dime. La. Puta. Verdad. —Siseo, parándome frente de él. —¿Lo
supiste todo el tiempo? ¿¡Todo el puto tiempo sabias quien era yo!?
—Si —admite.
—¿Acercarte a mi era parte de tu puto trabajo? ¿Ah? —Insistó,
empujando su cuerpo sólido que no se mueve.
—No fue de ese modo... —murmura. —Deja que te explique...
—¿¡Qué mierdas tienes que explicar!? ¿¡Follarme también fue parte de tu
trabajo!?
Por el rabillo del ojo puedo ver que estamos atrayendo miradas
indiscretas, de seguro llegará algún seguridad para calmarnos.
—¿Sabías que ahí dentro estaba Harold? —Siseo. —Lo supiste incluso
antes de que llegara Pierce, ¿verdad?
—Si —admite.
—¿Sabias...? —Jadeo sin poder respirar del todo bien, el dolor de la
traición escuece demasiado.
Las manos de Dean están en mi cintura y sisea cuando siente la sangre en
mi costado.
—Mine, cariño...
—¿Esperaste la señal de tu superior para entrar, Marcus?
Sus ojos negros alternan entre los míos, la culpa por todo su semblante y
aunque se la respuesta a mi pregunta, espero a que él de todos modos lo
diga.
—Si.
El cachetazo que le propino le da vuelta la cara y casi de inmediato se le
pone de un color rojo por el golpe.
—¡Púdrete, con un demonio! ¡¡¡PUDRETE, MALDITA SEA!!!
En ese momento llegan los médicos, como sabían que lo harían, así como
también su amigo, que me mira con la mirada llena de disculpas.
Dean me obliga a meterme nuevamente dentro de la habitación y hasta
que no cierra la puerta no despego la mirada de Marcus, haciéndole saber lo
mucho que me dolió su puta traición.
—Él intento, cariño, él intentó llegar hasta ti —murmura Dean, en un
vago intento de defenderle.
—Él decidió no hacerlo —es todo lo que respondo. —Él decidió entrar
cuando fue demasiado tarde, cuando yo... —la voz se me rompe y no puedo
continuar.
Un segundo después entra la misma enfermera de antes junto con el
médico, que niega con la cabeza cuando ve la sangre en mi costado.
Me importa un carajo, estoy tan jodidamente enojada ahora mismo.
—Necesito que salgan, por favor —pide, con un poco de fastidio.
—Tendrás que obligarme —fue todo lo que respondió Isa.
Y acto seguido, se sentó a mi lado en la camilla y me tomo de la mano,
mirándome con tanto amor que me dieron ganas de llorar nuevamente.
El médico desajusto el camisón, murmuró algo de no poder poner
nuevamente anestesia y comenzó a trabajar.
Esta vez sí dolió, pero nuevamente no me importo, porque no había nada
que se asemejara al dolor que sentía en mi corazón.
Sin embargo, me concentré en Isa, que no dejaba de mirarme y sonreírme
con tristeza. Apoyo su frente en la mía, sus lágrimas se mezclaron con las
propias, que me acariciaban las piel lastimada al caer.
—Siento no haber podido matar a los monstruos por ti, Mine —dijo con
la voz rota.
Si hubiera quedado algo dentro de mi pecho, estoy segura de que se
hubiera resquebrajado aún más al escuchar sus palabras.
Isa, mi Isa, que cargo con una culpa que siquiera le correspondía.
Dean tampoco había salido de la habitación, sino que miró con ojos
atentos todo lo que el médico hacia, inspeccionándolo de una manera que
en otro momento me hubiera llamado la atención, pero que ahora no
importaba.
Honestamente nada lo hacía.
Siquiera registre el momento en que nos quedamos solos, en donde Isa
me obligo a acostarme y se acomodo en mi espalda, abrazándome, mientras
Dean se acomodo frente mío y su mano tomó la mía con mucha delicadeza,
para luego enredar nuestros dedos juntos.
Creo que me dormí un rato.
Isabella de seguro roncaba un poco detrás mío.
Me dolía un poco mi costado por la posición en la que estaba, pero de
nuevo, no me importaba lo suficiente como para acomodarme mejor.
Dean no dejaba de mirarme fijamente, parecía una posición incómoda en
la que se encontraba, pero tampoco él parecía querer moverse.
Nos miramos no sé por cuánto tiempo, parecía que había muchas cosas
que queríamos decirnos, pero no podíamos, no había palabras para expresar
lo que sentíamos.
El teléfono no paraba de vibrarle en el bolsillo del pantalón, pero no
parecía darle importancia tampoco.
Sé que no había habido noticias de Pierce, sino de seguro nos hubiera
despertado.
—Probablemente deberías contestar —murmure.
Dean no respondió, sino que seguía mirándome fijamente.
—Hice muchas cosas, cariño —dijo él, ignorando mis palabras
anteriores.
—¿Qué quieres decir?
—Hice cosas de las cuales no estoy muy orgulloso, aunque te prometo
que fueron por una buena causa —murmuró él. —De seguro se digan
muchas cosas, pero voy a necesitar que creas en mi, ¿vale?
—¿Dean? —Pregunte, una especie de miedo diferente creciendo en mi
pecho.
—Esta bien... —respondió él, con una sonrisa tan, pero tan triste. —¿No
podría arrepentirme nunca, sabes? Lo volvería a hacer todo una y otra vez
por ti.
—¿Que hiciste, Dean? —Pregunte, incorporándome lentamente,
despertando a Isabella en el proceso.
—Todo va a estar bien —respondió Dean.
Y en ese momento, tocaron la puerta y sin esperar respuesta, entraron a la
habitación varios policías.
El amigo de Marcus estaba con ellos.
—Ross... —murmuró, como si no quisiera decir las palabras.
Dean se incorporó con pesadez, mientras que Isa murmuraba detrás
nuestro un «¿Qué mierda está pasando?»
Se acercó donde estábamos y le dio a Isa un beso en la cabeza: —Cuida
de Mine por mi, ¿esta bien?
Y luego clavó sus ojos en los míos y me miró con ese amor que solo
Dean tenía por mi, porque Dean amaba de una manera tan desinteresada
que era incluso difícil de creer.
—¿Qué hiciste? —Volví a preguntar, mientras él limpiaba suavemente
mis lágrimas.
—Nada de lo que debas preocuparte, solo cuida de mis amigos por mi,
¿esta bien? Volveré antes de que puedas darte cuenta.
Y entonces Dean estaba saliendo de la habitación.
Comencé a llorar, a llorar casi de una manera desconsolada, porque no
entendía qué estaba pasando, porque no sabía qué era lo que había hecho
Dean en concreto, pero estaba segura que sea lo que sea que hubiera hecho,
había sido por mi.
Isa me abrazó con fuerza y me aseguro que todo iba a estar bien.
No le dije que en realidad nada iba a estar bien, porque a Dean se lo
acababa de llevar la policía y Pierce estaba en un quirófano luchando por su
vida, si es que todavía no había muerto.
No le dije que sentía que nada estaría bien nunca, porque el trauma que
tenía dentro era casi imposible de recuperarse.
Llore, llore como nunca antes había llorado e Isa lloro conmigo, como si
a pesar de ser dos personas diferentes, pudiera sentir el mismo dolor que
estaba sintiendo ahora mismo y quisiera cargar con el mismo peso que yo.
Lloré tanto que las lágrimas parecieron secarse de mi cuerpo y por un
estúpido momento, supuse que me había deshidratado de tanto llorar.
Mi mente se había quedado en blanco.
Si, seguía sintiendo mucho dolor dentro, pero simplemente era como si
mi cuerpo estuviera entumecido, como si siquiera pudiera registrar qué
demonios estaba pasando a mi alrededor.
Mis ojos —por demás hinchados—, estaban clavados en la pequeña
ventana a un costado de la habitación, que poco a poco comenzaba a
aclararse con el amanecer llegando.
Isa estaba detrás mío, acurrucada y abrazándome como si tuviera miedo
de que desapareciera. No se había movido un solo instante desde que había
entrado a la habitación.
Algunas veces le habían pedido que se retirara cuando venían a
chequearme, pero ella solo había gruñido en respuesta y supongo que los
médicos se percataron de que sería imposible sacarla de aquí.
La ame tanto, pero tanto por ello, más de lo que alguna vez podría
expresar con palabras.
Me puse lentamente de pie, mientras Isa me observaba con curiosidad.
Camine hacia la esquina de la habitación, donde estaba la ropa que me
habían quitado cuando llegue aquí.
Ignoré mis jeans manchados de sangre y tomé los pantalones que había
dejado una enfermera en el último chequeo, junto con la cazadora de Dean
que había dejado olvidada en una silla a mi costado.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunto Isa.
—Necesito saber —fue todo lo que respondí.
Entendió de inmediato, antes de ponerse de pie y ayudarme a ponerme
las zapatillas por que el dolor en mi costado me dificultaba la tarea y
entonces salimos las dos juntas de la habitación.
Seguimos los carteles del hospital que indicaban el camino hacia terapia
intensiva.
No me sentía yo misma mientras caminaba, solo me dejaba guiar por Isa,
que tenía su brazo alrededor de mis hombros en un apretado abrazo.
Tomamos un ascensor que nos llevó al piso deseado.
La gente me miraba de reojo, la sangre que manchaba mi ropa., mi
cabello de seguro hecho un desastre.
No me importo.
Nada parecía que volviera a importarme nunca.
Cuando llegamos al salon de terapia intensiva, me sorprendió encontrar
allí a tanta gente.
La primera persona que me envolvió en un apretado abrazo y lloro en mi
hombro fue Mía, la hermana de Dean y para mi total sorpresa, quien la
siguió, envolviéndonos a las dos con sus enormes brazos, fue el papá de
Dean.
—Todo va a estar bien ahora —murmuro contra mi cabello.
Parpadee muchas veces para ahuyentar las lágrimas, no quería llorar, no
iba a llorar, pero tampoco podía negar que necesitaba ese abrazo paternal,
como si en realidad fuera un padre que me lo había dado, preocupado por
mi.
Dante se acercó luego, acariciando mis mejillas, pero sin decir una sola
palabra, agradecí al universo por tener un amigo como él, que incluso
cuando no lo sentía, había logrado regalarme una sonrisa.
Mika me apretó luego en un fuerte abrazo el cual duró varios minutos y
después de eso, se negó a soltarme, acercándome a su lado como si pudiera
protegerme de todos los males del universo.
Sin que siquiera tuviera que preguntar, me dijeron que Pierce todavía
estaba en el quirófano.
¿Cuántas horas puede estar una persona en el quirófano?
Me guarde esa pregunta para mi misma.
Mika me pregunto si estaba bien, si no sería mejor que descansara.
Le sonreí en respuesta y apoyé mi cabeza en su hombro, sin decir una
palabra.
Sentí por un momento que las palabras nunca volverían a salirme, aunque
tenía que admitirme a mi misma que sentía que ya no tenía nada para decir.
Todos en la sala de espera intentaron entablar una conversación conmigo,
pero simplemente dejaron de intentarlo cuando siquiera me esforcé por
responder, sino que simplemente clavé la mirada en una pequeña ventana
que había en la cima de la pared.
El cielo estaba despejado y me pareció injusto aquello, teniendo en
cuenta que Pierce estaba ahí dentro, luchando por su vida.
Era todo muy injusto, me pregunté también si todas las personas sentían
aquello por lo menos alguna vez en su vida.
¿Siempre era así de difícil llegar por fin a la felicidad? ¿Todos, al igual
que yo, se les hacía inalcanzable un poco de paz?
El padre de Dean murmuró que los padres de Pierce llegarían al día
siguiente por la noche.
Por lo bajo murmuró que Genevieve estaba también en camino.
No me pasó por alto que había varios policías en cada una de las entradas
que nos rodeaban.
No llegaron a cambiar de canal a tiempo para que vea el revuelo que se
había armado con lo que había pasado en la cafetería.
Pero, de todas maneras, igual siguió sin importarme.
Nada me importaba.
Me pregunté en ese momento si todas las promesas que le había hecho al
universo con tal de que salvaran a Pierce se harían realidad y me imagine
que eso es lo que hace la gente en momentos como estos, ¿verdad?
Simplemente piden al universo cambiar lugares.
Si se me diera la oportunidad, no lo dudaría ni por un segundo.
Pierce no se merecía esto, no se merecía estar allí luchando por su vida
mientras que yo me encontraba aquí, sana y fuera de peligro.
Los ojos se me llenaron de lágrimas ante aquel pensamiento y justo en
ese momento las puertas del quirófano se abrieron y entonces mi pecho
pareció comprimirse.
Todos se pusieron de pie.
Todos menos yo.
No podía, no podía enfrentarme a ello.
No podía, sea cual sea el resultado, no podía hacerle frente.
Mi cuerpo cayó hacia delante, mi pecho encontrándose con mis piernas y
mis manos apretándose a mi alrededor.
No creía en Dios, pero le rece de todos modos, con tal de que las noticias
fueran buenas.
De nuevo le pedí al universo que salvara a Pierce.
A los dioses, a quien sea que rigiera el destino.
«Por favor, no dejes que muera»
Y repetí aquel mantra una y otra vez.
Y otra.
Y otra.
El médico estaba explicando los procedimientos que habían llevado a
cabo.
Tenía su traje lleno de sangre: «eso es sangre de Pierce» pensé.
Difícil.
Delicado.
Paciente.
Esperar.
Tiempo.
Suerte.
Sangre.
Órganos comprometidos.
Transfusiones.
Greco.
Pierce.
Pierce.
Pierce.
Vivo.
Las lágrimas no cayeron de mis ojos, pero si de todas las personas a mi
alrededor.
Xander había llegado en ese momento, los ojos desorbitados, un
seguridad corriendo detrás de él, las lágrimas cayendo de sus ojos cuando
escucho lo ultimo que dijo el medico.
Isa se apresuró a tomarlo del rostro, a intentar calmarlo.
Xander asentía a lo que fuera que ella le dijera.
Las manos de él estaban en su cintura, las de ella seguían acariciando su
rostro y parecía que estuvieran hablando en un idioma que solo ellos
sentían.
Tuve un pequeño impulso de ponerme en pie y decirles que estuvieran
juntos de una buena vez.
«No hay tiempo cuando se trata de la persona que amas» quise decirles.
Por favor, no pierdan el tiempo, por favor.
No pude decir nada, sino que simplemente me quede allí, mirando la
escena, entonces Mika estuvo frente mío y me explico lo que ya había
escuchado.
Asentí, solo para hacerle creer que lo escuchaba, aunque no estuviera
haciéndolo.
No se cuanto tiempo paso, pero entonces Isa estaba de nuevo a mi lado,
sus dedos enredados en los míos mientras que con su mano libre acariciaba
los mechones del cabello de Xander que descansaba el rostro en sus piernas.
Mika estaba a mi otro lado, obligándome cada tanto a tomar algunos
sorbos de agua. Un médico quiso revisarme, pero una sola mirada mía bastó
para que me dejaran en paz.
Entonces, el médico de antes volvió y dijo que Pierce estaba en una
habitación.
Pregunto quien entraría a verlo, —solo un momento— murmuro.
No había un solo familiar directo, entonces todos los ojos se clavaron en
mi.
Me puse de pie, era como si una fuerza que no sabia que tenia me
impulsara, mientras seguía al médico a la habitación.
Y entonces llegué donde estaba y todas esas lágrimas que pensé que ya se
me habían acabado, volvieron.
Y entonces ahí estaba él.
Lleno de tubos.
De máquinas que lo mantenían con vida.
Una venda le cubría todo el torso y parte del estómago.
Su piel estaba de un grisáceo enfermo.
Tenía un tubo de aire conectado que ingresaba por su boca.
Y de uno de sus brazos le hacían una transfusión de sangre.
Y una máquina marcaba sus latidos, demasiado lentos para lo que podía
ser normal.
«Es la pérdida de sangre» murmuró el doctor.
Me acerque tan lentamente, tan pero tan lentamente.
Tu tun, tu tun...
Su corazón latía.
Había un latido.
Sentía que me iba a ahogar con mis propias lágrimas.
Sentí que nunca habría un dolor igual a este, como el ver a la persona que
amas luchando por su vida.
De nuevo quise intercambiar lugares y de repente me pregunté si Pierce
había pedido lo mismo, ser él aquí en lugar de que fuera yo.
Mi mano tomó con delicadeza la de él y de ser posible, sentí que todavía
mi corazón podía morir un poco más.
Morir por mi.
Por él.
Pero por sobre todo por el nosotros que podríamos haber sido.
Mis labios besaron sus nudillos con todo el amor y la devoción que pude
plantar en ese beso.
Susurre una plegaria —otra de tantas— al universo para que no se lo
llevaran y luego le susurre en el oído que por favor no me dejara, que sabía
que no era quien para pedirlo, pero le rogué que luchara un poco más, lo
suficiente para que pudiera decirle mirándolo a la cara lo mucho que le
amaba.
Entonces, acerque una silla al costado de la camilla y me quede allí.
No se cuanto tiempo fue el que pasó, pero simplemente no podía
moverme de ahí.
No quería hacerlo.
Los médicos venían y me hacían salir para hacerle los chequeos y algo
me decía que en realidad no podía estar en la habitación, pero el padre de
Dean era importante, así como también el hospital en el que nos
encontrábamos.
Creo que la noche volvió a llegar y alguien me trajo una bandeja de
comida la cual no pude probar.
Isa entro al cuarto y lloro a mares, pero antes de irse me susurro que todo
iba a estar bien.
Y así ingresaron todas esas personas más cercanas a Pierce, sabía que
tenia que moverme de mi lugar, pero no podía hacerlo, no me salía de la
piel, del alma.
Xander lloro cuando lo vio, cuando su frente se apoyó en la de él y le
murmuró que por favor no le dejara, que no podía pasar por esto de nuevo.
—Sabes lo que dolió la última vez, hermano, por favor, no me hagas esto
de nuevo.
Me pregunté qué era eso que le había pasado a Xander, pero de todas
maneras no pregunte.
Xander se acercó donde estaba y acarició mi cabeza con aire ausente,
para luego murmurar que comiera algo, que podía desmayarme y luego
salió de la habitación.
Creo que había pasado otro día.
Y los padres de Pierce estaban aquí, Genevieve llegaría en un par de
horas
Isabella me obligo a darme un baño en uno de los sanitarios del hospital.
Me había llevado ropa y cuando me negué a despegarme del lado de
Pierce, murmuro que tenía sangre seca en algunos lados.
Sangre seca de Pierce.
Y sus padres podían verlo.
Me apresure a bañarme, pero cuando llego el momento de volver a la
habitación, me detuve, por que de repente la madre de Pierce se había
descompensado y estaban sacándola de la habitación dos enfermeras,
mientras que un doctor corría apurado.
El rostro del padre de Pierce estaba blanco.
Y entonces las palabras me golpearon de una manera que casi hacen que
me doble de dolor: «Yo había hecho esto»
Los ojos del señor Greco entonces me vieron y sin siquiera poder detener
las palabras, murmuré: —Lo siento tanto.
Isa me pasó un brazo por los hombros y me acerco a ella, como si fuera
capaz de defenderme contra el mundo entero.
La creí capaz.
El padre de Pierce simplemente negó con la cabeza y me dio la sonrisa
más triste que jamás vi en mi vida, para luego darse la vuelta y caminar en
dirección al pasillo donde habían llevado a su mujer.
Isa murmuró en mi oído que yo no tenía culpa de nada.
Que todo iba a estar bien.
Por un momento fingí que le creía.
Genevieve llegó y me abrazó fuerte.
No dijo palabras, porque como había dicho alguna vez, ella había sido mi
madre, mi padre, mi amiga, mi abuela.
Me conocía mejor que nadie y supo que no había palabras en el mundo
que hicieran sentir mejor.
Me obligó a comer un poco y me guarde para mi misma que apenas pude
retener nada en el estómago y lo vomite todo en uno de los baños.
Al tercer día, Pierce se descompensó.
Estaba en la habitación con él, mi mano seguía tomando la suya y
entonces las máquinas empezaron a chillar.
Me puse de pie de golpe, sin entender bien qué pasaba, cuando la
habitación se llenó de enfermeros y médicos.
Me hicieron a un lado y me acurruque en un rincón, pero me obligue a no
apartar la mirada.
Las lágrimas caían por mis mejillas como cataratas y me pregunte
cuántas lágrimas podría hacer mi cuerpo antes de deshidratarse, mientras
que susurraba una y otra vez: «Lo siento, lo siento, lo siento»
Me sacaron de la habitación y cuando sentí que me moriría ahí mismo,
unos brazos me envolvieron y entonces el señor Ross me presionaba
fuertemente contra su pecho.
No era Dean, pero su abrazo también logro sentarme casi igual de bien.
Pierce estuvo delicado un par de días más, no puedo recordar cuántos con
exactitud y ya no me dejaron quedarme con él en la habitación, solo podía
verlos por breves periodos de tiempo cuando eran los horarios de visitas.
Me senté en la sala de espera y me quedé allí, sin moverme.
Esperando.
Isabella intentó que fuera a mi departamento, que durmiera y si no
dormía por lo menos que comiera algo.
Quería decirle que no podía, que no iba a hacerlo, porque mientras yo
vivía, Pierce estaba en una habitación luchando por su vida.
Pero las palabras no salieron, porque parecía que de repente también
había perdido esa capacidad y de todas maneras no podía decirle aquello
que pasaba por mi cabeza, porque no iba a entenderlo.
Nadie podía entender lo que me atormentaba a cada minuto del día.
Lo que sentía.
La culpa que me comía viva de dentro para afuera.
Me pregunte si algún día, sea lo que sea que me deparara el futuro,
podría dejar de sentirlo.

***
LIKE ALWAYS, POR FAVOR NO SE OLVIDEN DE VOTAR
MUCHAS GRACIAS POR LA PACIENCIA
LAS AMO
QUEDA POQUITO Y QUIERO LLORAR
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DEBIE
CAPÍTULO SESENTA Y CINCO

LLÉVATE MI PASADO Y LLÉVATE MIS PECADOS

Era el horario de visita y estaba nuevamente en la habitación de Pierce.


Su mano enredada con la mía con suavidad, cada tanto le daba ligeros
apretones con la esperanza de que los devolviera.
Había leído alguna vez que los pacientes en coma hacen eso, pequeños
espasmos que recorren su cuerpo, simulando devolver los apretones.
Quise que aquello pasara, me pregunte si los milagros existían y de ser
así, ¿por qué Pierce todavía no había despertado?
Recosté mi cabeza en la camilla, mi rostro al lado de su mano, su piel
apenas rozando la mía y me permití descansar.
Me permití cerrar los ojos e imaginarme que una vez que los abriera,
Pierce iba a estar mirándome, iba a sonreírme y a susurrarme palabras que
calmaran mi alocado y dolorido corazón.
Eran estos momentos en donde podía casi relajarme por completo y hacer
lo más parecido a dormir.
Porque desde el accidente no había podido dormir más que un par de
horas seguidas y pese a las insistencias de mis amigos y de Genevieve, me
había negado a abandonar el hospital.
Entonces dormite, con mi rostro sobre la camilla, mi mano acariciando
lentamente los nudillos de Pierce.
Y cuando todavía estando un poco perdida entre un sueño profundo y la
vigilia, lo sentí, un leve movimiento, un susurro.
Y debería estar de los más cansada, porque por más que quise abrir los
ojos, había una fuerza mayor —de seguro mi propio cansancio— que no me
dejaba hacerlo.
Pude sentir que mi corazón se aceleraba mientras le ordenaba a mis
músculos que se movieran sin resultado alguno.
Los labios me empezaron a temblar por el pánico a no poder despertarme
nunca, ¿y si de repente Pierce despertaba y yo ya no volvía a abrir los ojos?
¿Podía la vida ser así de injusta en verdad?
Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho por la angustia y
entonces lo volví a sentir, un toque en mi hombro, intentando despertarme y
cuando abrí los ojos, no fueron los ojos de Pierce con lo que choque, sino
los de la persona que menos esperaba encontrarme.
—Alyssa... —susurre con la voz rasposa.
Sentí las mejillas mojadas y me apresure a secarme las lágrimas con la
palma de la mano, dándome cuenta que en realidad Pierce nunca me había
acariciado, sino que había sido todo un puto sueño.
Un puto chiste.
—Hola, Minerva —respondió ella con suavidad, apartando la mirada de
mi sonrojado rostro, para clavar sus ojos en el rostro de Pierce.
De repente me sentí desubicada, como si estuviera invadiendo un
momento de ellos, privado, con toda la historia que cargaban, la de ellos era
bonita, de amor verdadero, cuando la mía con Pierce solo había traído
desgracias.
Alyssa seguía tal como y la recordaba, con una belleza exótica que
incluso cuando se le llenaron los ojos de lágrimas, fue hermosa.
—Voy a dejarlos solos... —susurre, poniéndome de pie.
Pero entonces ella puso su mano en mi hombro y me obligo a sentarme
nuevamente.
—No hace falta —murmuró con una sonrisa triste. —Yo solo pasaba a
despedirme, mi vuelo sale en algunas horas.
Me quede allí, de piedra, sin saber muy bien cómo reaccionar. Quería
decir algo, pero de nuevo las palabras no me salían, era como si siquiera
recordara como hacerlo.
—Está bien —dijo ella y en verdad quise creerle, quería creer por fin
esas palabras de alguien. —Creo que lo supe la primera vez que te vi —
murmura de repente, sin perder esa sonrisa suave en su rostro, todo en ella
lo es. —La forma en la que él te miraba, quiero decir —se explica, al ver
que no entiendo. —Lo supe, Minerva, supe que lo había perdido cuando te
miro de un modo que nunca me había mirado a mi —confesó.
Y la voz se le rompió, pero su rostro, todo en ella parecía en calma, como
si solo fuera un hecho, una realidad con la que ya se había amigado.
—Creo que me aferre a algo que no existía, pero eso está bien —agrega,
como si en realidad estuviera hablándole a Pierce y no a mi. —Esta bien
aferrarse a aquello que te hizo tan feliz, supongo que de eso se trata la vida,
de aprender también a soltar aquello en donde fuimos tan felices, cosas
nuevas llegarán, ¿verdad? —Pregunto, ahora en mi dirección.
No supe qué responder, yo lo único que quería era que Pierce despertara,
que estuviera bien, que pudiera sanar todo lo malo que le había pasado por
mi culpa y debo haber tenido todos esos sentimientos plasmados en el
rostro, por que Alyssa se arrodillo para estar a mi altura y secó las lágrimas
de mis mejillas con un cariño que me sorprendió.
—Él no va a morir —dijo con una firmeza que me dieron ganas de
creerle. —Pierce no va a morir por el simple hecho de que lucho por ti y él
no es de los que se da por vencido, Mine. —Susurro con una sonrisa que me
esforcé por responder. —Es un privilegio ser amado por él, porque esto... —
dijo, señalando a Pierce, todavía luchando por su vida—, eso es solo una
muestra de lo que es capaz de hacer por al gente que quiere, entonces, no va
a malditamente dejarte ir así como así.
Creo que termine de romperme luego de escuchar sus palabras, ella se
apresuró a envolverme en sus brazos para consolarme, de seguro creyendo
que me había angustiado por todo lo lindo que había dicho de Pierce, que si,
pero en realidad me dolía un mundo no sentirme merecedora de todo ese
amor.
No sentía que pudiera perdonarme alguna vez todo lo que había pasado
por mi culpa.
La culpa, era eso lo que me estaba matando lentamente.
Alyssa se fue y yo seguí allí en la misma posición hasta que los médicos
me dijeron que el horario de visita había terminado.
En la sala de espera estaba el padre de Pierce hablando con un medico,
me sonrió, pero pude divisar en su mirada que él también me culpaba y
tenía razón en hacerlo.
Suspiré cuando me deje caer en la silla, Mika había ido a comprarme un
café que de seguro tampoco iba a tomar, porque no había nada que mi
cuerpo tolerara en estos momentos, Genevieve, gracias a Dios, se estaba
encargando de todo el papelerio de la cafetería con ayuda de Isa, ya que los
peritos y la policía científica seguia trabajando en el lugar.
Estaba mirando simplemente a la nada cuando una imagen en la
televisión a mi costado llamó mi atención y entonces lo vi: Los titulares del
noticiero.
Mika llego en ese momento, intentó ponerse en frente, hablando de algo
para distraerme a lo cual no le presté atención, porque ya me había puesto
de pie y había caminado lentamente a la pantalla.
Allí, en primera plana, había una foto de Dean.
Videos de baja calidad de Dean entrando a una especie de galpón en la
noche.
Y los titulares, por todos los cielos, los titulares decían que Dean había
sido encontrado de incógnito en un club clandestino de trata de personas.
Habían pruebas que decían que había comprado mujeres, mujeres y
niños...
Una red de trata de personas había caído con él y cuando vi quien era...
Tuve que sostenerme con lo primero que encontré detrás mío que era
Mika, quien puso sus manos en mis hombros para mantenerme en pie.
El cabecilla de esa red de tratas de personas, tanto mujeres y niños, era el
padre de la prometida de Dean.
Decenas de políticos habían caído involucrados en ese mismo hecho.
El padre de Harold estaba entre los imputados, la gente del noticiero
decía que le darían perpetua.
Pero entonces, entre los acusados también estaba Dean.
Mi Dean.
—¿Qué hiciste? —Me susurre a mi misma.
—No tienes que ver esto —respondió Mika en mi oído y por más que
intento apartarme, me resistí.
No podía hacerlo.
Necesitaba ver..., ver lo que había hecho por mi, porque no había duda
que esto fue por mi.
Toda esta mierda, este mal, todo esto era mi culpa.
También podían darle cadena perpetua a Dean, o por lo menos eso era lo
que decían los periodistas, que seguían el minuto a minuto del caso.
De repente me comenzó a faltar el aire, cuando empezaron a poner
imágenes de Dean abrazando mujeres, niñas que no podían ser mayores de
edad y su sonrisa libidinosa bien plasmada, pero ellos no lo conocían como
yo, no veían el dolor en su mirada.
Ahora todo tenía sentido, cómo de repente había venido con la excusa de
que iba a casarse por el bien de su familia.
Mentiras, putas mentiras que me creí sin cuestionarme, porque en
realidad fue todo una perorata armada por él.
Ahora entendía el porqué había ido a Europa, porque él sabía que tarde o
temprano todo esto explotaría y entonces..., entonces no habría un futuro
para nosotros.
La respiración me salía en jadeos cortos, mientras que Mika corría a por
un vaso de agua.
Me dije a mi misma que tenía que calmarme, que por Dios, no quería
armar una escena, pero Dean..., Dean, ¿Qué mierda hiciste?
—Está bien —murmuro de repente Isa delante de mí, obligándome a
apartar la mirada de la pantalla. —Esta bien, Minerva, todo eso fue armado,
él es inocente.
Quise reírme por lo absurdo que sonaban sus palabras.
Por supuesto que era inocente, el problema era el lío en el que se había
metido.
—Esto es mi culpa —jadee, rindiéndome cuando empujo mis hombros
para que me sentara. —Todo esto es mi culpa.
—No, no lo es...
—Les jodí la vida a todos Isa, ¿cómo mierda se supone que no es mi
culpa? —Grite, aunque el enojo y la frustración no era con ella. —Pierce
está en una puta habitación, conectado a un respirador mientras lucha por
seguir viviendo un día más—dije y la voz la sentí tan ronca, presa de una
emoción que me consumía el pecho. —Y arruine la vida de Dean, maldita
sea...
—No es así... —intento ella nuevamente.
—Dime que Dean no se metió en esa mierda para que el padre de Harold
se pudriera en una cárcel y así nunca tener que preocuparme por él, dime
que no lo hizo por ese motivo, Isa.
—Él tomó sus propias decisiones, Mine, no puedes cargar con la culpa
del mundo.
Negué con la cabeza, porque no entendía, nunca lo podría entender.
—Si yo no hubiera llegado aquí —respondí, sin poder encontrarme con
sus ojos cargados de dolor—, si yo no hubiera llegado a sus vidas, Pierce no
estaría en una puta habitación de hospital y Dean no hubiera arruinado su
carrera y su vida por mi —sentencie y entonces si la mire a los ojos y
agregue: —Y no hay nada que puedas decirme para que cambie de opinión,
porque esa es la verdad, y tu y yo lo sabemos.
Y entonces me aleje de ella, y de todos.
Podía sentir las miradas clavadas en mi espalda, tan directamente que la
piel comenzó a picarme y en un vago intento de escapar de ellas, subí al
último piso del hospital, buscando la terraza que había visto en el pequeño
mapa que había en la sala de espera y que me había hartado de observar
para pasar las horas.
Si bien no estaba del todo nublado, corría una brisa fresca que alborotaba
mi cabello y por primera vez en días, me permití tomar una bocanada
profunda de aire, porque parecía que hubiera estado aguantándome la
respiración desde hacía mucho tiempo.
Me acerque al barandal y observe la ciudad a lo lejos. Este era uno de los
mejores hospitales de la ciudad, por lo que no nos encontrábamos en medio
del caos que significaba Nueva York, de todas maneras cientos de autos
iban y venían por la avenida frente al edificio.
Mire a mi alrededor, había varios pacientes, algunos acompañados por
enfermeros y otros con sus familias.
Algunos se notaban felices, esperanzados.
Otros simplemente existían, esperaban, aguardaban su final.
Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando un pensamiento, uno de esos
que me había tomado tantos años controlar, me embargo.
«Que fácil seria» pensé. «Que fácil sería simplemente saltar y terminar
con todo»
El sollozo hizo que mi pecho doliera por la culpa, la culpa de que la
persona que amaba estuviera peleando por su vida y yo aquí, egoísta,
pensando en terminar con la mía porque me sentía demasiado cansada para
seguir luchando contra este mar embravecido que cada que parecía que las
costas se calmaban, simplemente llegaba otra tormenta a destrozar todo por
lo que había trabajado con tanto ahínco y amor.
Negué con la cabeza y camine a paso apurado nuevamente a la salida del
lugar, alejándome de aquel barandal y los pensamientos demasiado intensos
como para controlarlos por más tiempo.
Volví a la sala de espera y esta vez me senté lejos de todos y gracias a
Dios, parecieron entender que en realidad quería estar sola.
Sabía lo que estaba haciendo, cuando los putos pensamientos como los
de antes empezaban a atormentarme, simplemente me aislaba, me aislaba
para poder silenciar las voces de mi cabeza.
La hora de visitar a Pierce volvió, ya no tenía idea de que día era, cuando
tiempo había pasado del accidente, pero tampoco era como si me importara
demasiado.
Lo único que quería era que Pierce se pusiera bien.
Que despertara.
Ya le habían quitado el respirador, pero seguía estando delicado.
«Hay que esperar» era todo lo que decían los médicos.
La madre de Pierce no había vuelto a venir, por lo que su padre tampoco
estaba mucho por aquí.
El padre de Dean tampoco venía, supongo que por todo el lío en el que se
había metido su hijo.
Mi pulgar acariciaba los nudillos de Pierce, sintiendo su piel suave
debajo de la mía.
La puerta se abrió y cerré los ojos con fuerza, solo por que no quería irme
todavía, las visitas con Pierce cada vez parecían más cortas y necesitaba,
joder, necesitaba con todo mi corazón quedarme un poco más y estaba a
punto de mendigar por ello, por unos instantes más con él cuando mis ojos
no se encontraron con una enfermera, sino con los de Dean.
Me puse de pie sin pensar y me abalance sobre él, recibió gustoso el
primer golpe en su mejilla, y el siguiente, y los golpes sin fuerza a su pecho
mientras que le decía una y otra vez: «¿Qué mierda hiciste, Dean?»
En algún momento debo de haberme quedado sin fuerza, por que sus
brazos se cerraron a mi alrededor para sostenerme contra su pecho.
Seguía teniendo el mismo perfume que siempre, dulce y suave que sin
entender porque, siempre había logrado calmarme.
Los brazos de Dean me apretaron contra su pecho en un vago intento de
calmarme mientras yo sentía que la impotencia de todo esto me desgarraba
por dentro.
—Ya, cariño, ya... —susurro, mientras me llevaba con él en dirección a
un sillón que había al fondo de la habitación, donde se sentó y me llevó con
él, dejándome sobre sus piernas.
No se cuanto tiempo era el que había estado acurrucada en su pecho,
permitiendo que me consuele, mientras la lágrimas parecían nunca dejar de
salir.
Dean no hablaba, era como si supiera que no me hacían falta palabras,
sino el simple hecho de dejarme consolar por alguien.
Por él.
—¿Qué fue lo que hiciste, Dean? —Pregunte, juntando las pocas fuerzas
que me quedaban en el pecho para plantar mis manos en sus hombros y
tomar distancia para poder mirarle a los ojos. —¿Qué está pasando? ¿Qué
significa lo que dicen en los noticieros?
Dean me sonrío de esa manera tan triste que me hacía saber que lo que
fuera que dijera a continuación, me iba a doler una barbaridad.
—Creo que no hay nada que no haría por ti, sabes eso, ¿no?
—¿Por qué te metiste con esa gente, Dean? ¿En que demonios estabas
pensando?
—Ellos ya sabían de ti, cariño —respondió él, limpiando suavemente mis
lágrimas. —Iban a matarte y yo no podía dejar que lo hicieran, el padre de
Harold estaba cansado de esperar, eras un cabo suelto demasiado peligroso
y fue la única manera de hacerlos caer, era la única manera.
—No entiendo...
—No tienes que... —fue todo lo que respondió, sin dejar de acariciar mi
mejilla, acariciando mi pómulo derecho con suavidad. —Siento no haber
llegado a tiempo —dijo al final, clavando sus ojos en Pierce.
Negué con la cabeza, mientras una nueva oleada de lágrimas me atacaba.
—Esto es mi culpa, es todo mi culpa —respondí, tapando mi rostro con
mis dos manos.
—¿Qué dices? —Dijo él, tomándome de las muñecas para separarlas de
mi rostro, de todas maneras no pude encontrarme con su mirada y el amor
en ella. —Minerva, nada de esto es tu culpa, cariño.
—Dean... —respondo, cerrando los ojos cuando pronuncio su nombre. —
Has arruinado tu vida, tu carrera por lo que hiciste —agregue, ahora si
enfrentándolo.
—Nada de eso importa si tu estas bien.
—No podías renunciar a todo por mi, Dean, ¿en que estabas pensando?
—Acuso nuevamente.
—En ti —responde con firmeza. —Y no importa lo que digas, lo que
pienses en este momento, por que tu vales la pena, Minerva, solo que no
quieres creértelo, ¿y sabes otra cosa? Lo volvería a hacer, lo volvería a
hacer una y mil veces, porque una vez que me metí en ese mundo, las cosas
que vi... —la voz se le rompe con la última frase. —Lo haría también por
ellos, por las vidas que pude salvar y por todas esas a las que no y fueron
muchas, cariño, fueron tantas, que yo...
Y entonces lo abrazo porque Dean se quiebra y me parte el alma verlo de
ese modo.
Lo consuelo en silencio, como él también me consuela a mi y nos
quedamos allí, abrazados más tiempo del que dura un horario de visita,
supongo que hablo con alguien importante para que nos estén permitiendo
este rato a solas.
Los tres.
Una nueva oleada de lágrimas me ataca luego de que ese pensamiento me
atraviese y nuevamente siento que puedo morir del dolor que me causa
pensar en todo lo que tendrá que enfrentarse Dean de aquí en más.
Lo estúpida que fui.
Lo egoísta.
Estúpida, Minerva.
—¿Y ahora que? —Susurro, mi aliento chocando con la piel de su cuello.
Sus brazos se aprietan a mi alrededor, manteniéndome cerca.
—Ahora digo adiós —responde con suavidad.
Y ahora soy yo quien niega con la cabeza y lo presiona más cerca de mi.
—Por favor, no... —suplico contra su hombro.
—Está bien —dice él y lentamente me obliga a ponerme de pie, justo en
el momento en que suenan dos golpes en la puerta. —Es hora.
—No puedes irte —digo, la desesperación en mi voz.
—Pero debo hacerlo.
—Te necesito —agrego, deteniendo su andar.
Dean se gira lentamente y entonces viene a mi encuentro y me besa, me
besa como si fuera la última vez que fuera a hacerlo.
Tal vez sea la última vez que lo haga.
—Por favor, no me dejes —suplico de nuevo, pero es que la sola idea de
no verle más, me rompe en mil pedazos.
—Pierce te necesita, cariño —dice, dejando un último beso en mi frente.
—Él te necesita más de lo que yo lo hago —agrega y luego me mira con sus
ojos verdes brillantes, llenos de emoción. —Sana, Minerva —dice. —Todos
necesitamos sanar, pero tu más que nadie, sana y por lo que más quieras, sé
feliz.
—No hables como si no fuéramos a vernos más —digo. —No hagas de
esto una despedida.
Él sonríe, como si supiera algo que yo no.
—Yo nunca podría despedirme de ti, cariño, nunca —murmura con una
sonrisa suave y luego toma una carpeta que había caída en el suelo, de
seguro la soltó nada más me abalance sobre él. —Esto no es ningún tipo de
justificación de nada, pero creo que es parte de tu historia también y
mereces conocerla cuando estés lista.
Observó la carpeta negra que me tiende, antes de que la puerta vuelva a
sonar.
Y entonces cuando se abre, hay varios policías fuera de la habitación,
entre ellos el compañero de Marcus, que me sonríe con una disculpa
plasmada en el rostro que no respondo. Solo observo a Dean, que camina
hacia ellos con una pesadez que me desarma.
Me mira una ultima vez y se que lo hace para que no vea como esposan
sus manos y luego, sin dejar de sonreírme como solo él puede, repite: —
Sana, cariño.
Y entonces Dean se va.
Y yo no puedo preguntarme si esta será la última vez en mi vida que voy
a verlo, porque siquiera puedo enfrentar en este momento, el dolor que
aquel pensamiento me provoca.

POV PIERCE:
El sonido de un pitido molesto hace que la cabeza me palpite con fuerza.
Intento abrir los ojos, estirar un brazo para apagar lo que sea que fuera ese
ruido, pero las extremidades no me responden.
Intento también emitir algún tipo de sonido, pero me doy cuenta lo seca
que está mi boca en ese momento, siento la lengua como si fuera lija.
Siento que un poco de sudor se forma en mi frente, antes de cerrar los
ojos con fuerza intentando descubrir que demonios está pasando y es
entonces que lo recuerdo.
Mierda.
Mierda.
Carajo.
Siento que la máquina pita más fuerte y me imagino que aquello es que
estoy en un hospital.
Vivo.
Sobreviví.
Lo último que recordaba era su rostro, el rostro de ella, Minerva.
Douce.
Y las mejillas empapadas de lágrimas y de dolor...
¿Y si ella...? ¿Y si acaso ella...?
Siquiera podía pensar aquella palabra sin que el dolor de cabeza se
incrementara.
Me obligue a mi mismo a ordenar mi cuerpo, mis músculos.
Me concentré tanto en abrir los ojos que me llevo varios intentos
lograrlos, para nada más abrirlos, volver a cerrarlos por la luz que había en
la habitación, que si bien era tenue, mi vista no estaba acostumbrada.
Parpadee un par de veces antes de poder acostumbrarme a ella. El dolor
solo se hizo más intenso cuando logre enfocar la vista en el techo, era como
si me estuvieran clavando agujas detrás de los ojos.
Respire hondo intentando contener las arcadas que me atacaron de
repente, mientras hacía un repaso mental de que demonios era lo que me
dolía: me dolía todo, con distintos niveles de intensidad.
Una vez que las náuseas pasaron un poco, respire con más calma, el
pitido de la máquina era lo más fastidioso que había escuchado en la vida.
Remoje mis labios con mi lengua, pero apenas si surtió efecto y entonces,
mientras lentamente recuperaba el sentido de mi cuerpo, lo sentí.
La sentí.
No sabía muy bien cómo, pero sentía una mano pequeña tomando la mía,
un aliento caliente chocando contra mi piel.
Sentí un nudo en la garganta y un alivio que se sintió difícil de explicar,
pero era ella, lo sentía en cada poro de mi piel, en cada respiración que
tomaba.
Lentamente lleve mi rostro hacia abajo, casi sin prestarle atención a la vía
que tenía en el brazo donde ella sostenía mi mano, la manta que me llegaba
por el pecho y que descendió un poco cuando apenas me incorporé.
Sisee cuando el dolor en mi abdomen ardió, entonces vi las vendas que
me cubrían todo el vientre.
Ese hijo de puta me había disparado.
Dos jodidas veces.
Si todavía no había muerto, lo mataría con mis propias manos.
De todas formas cualquier pensamiento coherente abandonó mi mente
cuando la vi.
Ella.
Minerva.
Douce.
Una nueva emoción me embargo. Una a la que no pude ponerle nombre
del todo, pero que se sintió como alivio y amor..., mucho amor.
Tenía la mejilla apoyada en el colchón, estaba sentada sobre una silla y la
posición se veía incomoda.
Podía notar sus mejillas más hundidas de lo que podía ser sano, las ojeras
debajo de sus ojos resaltaban en su piel pálida, un moratón de color verde
desapareciendo poco a poco y me pregunte cuánto tiempo había pasado
desde aquella fatídica noche, cuanto tiempo desde que ella estaba aquí
conmigo, porque conociéndola, de seguro no se había movido de aquí.
Como si el peso de mi mirada la hiciera volver a la conciencia, Minerva
comenzó a parpadear lentamente.
Su respiración se cortó de repente y lentamente levantó la mirada con la
mía.
Jadeo y abrió esos ojos color chocolate muy grandes y quiso decir algo,
pero negó con la cabeza como si no pudiera creerlo, hasta que me obligue a
mi mismo mover mi pulgar y acariciar su suave piel y entonces, ella
empezó a llorar.
Apoyó su cabeza en el colchón y lloro como nunca la había visto, con un
dolor que lo sentí en mis huesos, mientras decía una y otra vez la palabra
perdón.
Me sentí impotente por no poder consolarla, por no poder mover el puto
cuerpo para atraerla a mi pecho y calmar aunque sea un poco de esa
angustia.
Intente hablar, pero la garganta seca me hizo toser, obligándome a gemir
con dolor.
—Mierda —murmuro ella de repente, poniéndose de pie—, debo ir a por
los médicos.
La tome de la muñeca para que no se fuera, no podía ni quería tenerla
lejos de mi vista ni un puto segundo más.
Me las arregle para apenas susurrar la palabra agua, que ella entendió y
me acerco un vaso que me ayudó a tomar.
Suspire con alivio, cerrando un momento los ojos cuando la sequedad de
mi garganta se disipó.
Abrí los ojos y la encontré mirándome y en ese momento me di cuenta de
cuánto la amaba y entonces el recuerdo de ella diciéndome que me amaba
me golpeo.
De sus ojos no dejaban de caer amargas lágrimas y cuando abrí la boca
para decirle que se acerque, la puerta de la habitación se abrió y entonces la
enfermera abrió los ojos como platos y salió corriendo.
Minerva se quedó allí, mirándome.
Me preocupe un poco, porque de repente parecía ida, como si no supiera
si estaba soñando o yo realmente había despertado.
Había sobrevivido.
—Douce... —susurre y ella tembló en respuesta, junto con su labio.
No entendía que era lo que le pasaba, porque estaba tan triste, porque
lucía tan devastada.
Y entonces me dije a mi mismo que era un idiota, porque ella había
pasado por un infierno que creyó nunca más vivir y yo casi muero y solo
podía imaginarme la culpa que estaba sintiendo en estos momentos.
Un médico se apresuró a tomarme los signos vitales, observar las
máquinas, ladrar órdenes a una enfermera, me preguntaba cosas que no
estoy muy seguro que haya respondido, porque solo podía mirarla a ella,
ver como poco a poco la alejaban de mi para dejarlos a ellos trabajar.
Me dieron ganas de mandarlos al carajo a todos, lo único que necesitaba
era a ella, ella para volver a respirar, a vivir.
—Retiren a la señorita de aquí —dijo el médico no de muy buena
manera, pero evidentemente harto de que no le prestara atención.
—Ella no sale de la puta habitación —murmure.
Mi voz estaba demasiado rasposa por la falta de uso mientras Minerva
caminaba hacia la puerta, sin embargo se detuvo cuando me escucho hablar.
—Ella no puede estar aquí —respondió el médico, cortante. —
Demasiadas cosas se están dejando pasar por alto...
—Me importa un carajo —respondí y ahora si lo mire. —Si ella sale de
esta habitación, me piro de aquí.
—No puede hacer eso —murmuro.
—Pruébeme —fue todo lo que respondí, cabreado como pocas veces. —
Haga que la señorita salga por esa puerta y me iré a la mierda de su hospital
del carajo.
—Por todos los cielos, Pierce —se escuchó decir a Minerva por lo bajo.
Me hacía una idea de cuál era el hospital y sé que no había ninguno
mejor que este, pero con lo que me cobraban del seguro, como la mierda
que haría valer mis derechos y si querían sacar a Minerva de la habitación,
pues me iría con ella.
El médico debe de haber visto algo en mi mirada, porque entonces
murmuró algo por lo bajo y le dio un breve asentimiento a Minerva para
que se quedara, que tenía las mejillas rojas, aunque no podía negar que
aquello le había dado un poco más de vida a su semblante.
Respondí todo lo que preguntaron, con cada puto detalle, incluso cuando
preguntaban que era lo que había pasado y me hicieron que lo contara con
putos lujos de detalle.
No pude evitar mirarla, pero agacho la mirada y se cruzó de brazos,
mirando a cualquier otra cosa que no sea yo, aunque creo que ya no lloraba.
Habían incorporado la camilla apenas, porque los puntos del abdomen
seguían molestándome.
Entonces, por fin volvimos a quedarnos solos, pero ella no se acercó
donde yo estaba, sino que permaneció en la misma posición y yo no podía
seguir aguantando esta distancia que se estaba formando, esta tensión
palpable que se sentía entre nosotros, incómoda y triste.
—Ven aquí —susurre y no hizo falta que levantara la voz para que me
escuchara.
Ella negó con la cabeza y volvió a llorar y no pude evitar el nudo en la
garganta al verla de aquella forma, quería sacudirla por los hombros, pedirle
que reaccione y que por lo que más quiera, me ame.
Que nunca dejara de amarme.
—Por favor, Douce, ven aquí —rogué nuevamente.
Ella se acercó hasta que pude tomar su mano y darle un leve tirón y
cuando vio mi intención, negó con la cabeza y miró la puerta de la
habitación.
—Anda, sube —dije, corriéndome un poco hacia mi costado para hacerle
lugar.
—No Pierce, que puede venir alguien y cabrearse —respondió, secando
sus lágrimas con las palmas de sus manos.
Tuve el leve impulso de limpiárselas con mis labios.
—Que me chupen la polla —fue todo lo que respondí, dándole otro tirón.
—Anda, no le digas que no a un inválido —insistí.
Pude ver el fantasma de una sonrisa en su rostro y me alivio como pocas
cosas me habían aliviado nunca.
Rodó los ojos, de todas maneras subió a la camilla y se tumbó a mi lado,
teniendo especial cuidado de no engancharse con las vías.
Pase mi brazo por detrás de su cabeza con cuidado y entonces ella apoyó
su rostro en mi pecho y suspiro con algo parecido al alivio.
Y entonces volvió a llorar, pero esta vez en mi pecho y con mis manos
acariciando cada parte que podía tocar de ella.
Lloro por lo que parecieron horas, hasta que creo que sus lágrimas
pudieron secarse, o definitivamente se había quedado sin.
Cada que podía, dejaba un beso en su cabeza y ella medio se estremecía
con aquel contacto.
Por un rato ninguno de los dos decía nada, porque en este momento
sobraban las palabras, parecía que lo único que podía aliviarnos era el
hecho de tocarnos, de saber que habíamos sobrevivido, que contra todo
pronóstico, estábamos aquí, vivos y juntos.
—¿Qué estás pensando? —Murmure.
La noche, por lo que podía ver desde la pequeña ventana que había en
una de las paredes laterales, había caído hace rato y un puñado de estrellas
podían verse por detrás del ventanal.
—En que me gustaría tener un patio —respondió casi sin pensar.
—¿Cómo es eso? —Pregunte, emocionado de que estuviera hablando
conmigo, porque desde que nos habíamos quedado solos, Minerva lucia
ausente.
—En que probablemente lo haría todo yo —dijo—, no compraría ese
pasto ya hecho, sino que trabajaría en la tierra, plantaría las semillas,
tampoco tendría riego automático, compraría esos aparatos que hay que
cambiar de lugar y lo haría todo yo, ¿si sabes cuales?
—Creo que si —murmure distraído, imaginándome aquella vista.
Minerva llena de tierra y frustrada por que su patio de seguro crecería por
pedazos.
Aquel pensamiento me hizo sonreír.
—Y plantaría muchos rosales, y margaritas y flores de colores...
Nos quedamos nuevamente en silencio y entonces entendí lo que quería
decirme con sus palabras y me dolieron tan adentro que no pude evitar que
los ojos se me llenaran de lágrimas.
—Me hubiera encantado estar ahí para ver como plantabas tu jardín —
susurre contra su cabello.
Minerva se estremeció cuando escucho mi voz ronca y entonces volví a
sentir sus lágrimas en mi piel.
—A mi también —respondió ella y beso con ternura mi piel. —Podría
haber pasado la vida entera contigo, Pierce.
—Yo también, Douce —susurre en respuesta, apretando mi brazo a su
alrededor.
Nos volvimos a quedar en silencio por un rato largo, hasta que entonces
sus siguientes palabras me rompieron el corazón más de ser posible.
—Se que es mucho pedir, pero..., ¿podrías quedarte con Pimienta y Sal?
Me tranquilizaría mucho saber que se quedan contigo, que vas a cuidarlos
bien.
Sonreí con tristeza cuando me pidió aquello, sabiendo que sus mascotas
eran su familia para ella.
—Por supuesto —respondí sin dudar.
—Lo siento tanto, Pierce —dijo nuevamente llorando. —Tanto, pero
tanto —agrego y entonces me miro a los ojos y el corazón se me desarmó al
ver la devastación que había en su mirada. —Si pudiera, si quedara algo
aquí —agrego, tocando su pecho. —Sería completamente tuyo, pero no me
queda nada —jadeo con dolor. —No me queda nada, nada para darte, nada
de mi y siento... —negó con la cabeza sin dejar de llorar. —Siento cosas
que no están bien, quiero cosas que no debería querer y temo que ya no
tenga arreglo, temo que nunca vaya a ser la que era, entonces..., sigue con
tu vida, por favor, sigue...
—Shhh... —murmure, intentando que se calmara porque parecía que
tendría un ataque de pánico en cualquier momento.
Volví a apretarla contra mi pecho, intentando calmarla y una vez que sus
hipidos lo hicieron, dije: —No me pidas que siga con mi vida, porque mi
vida eres tu ahora —dije con seguridad. —Y no importa que, voy a estar
esperándote, Minerva, y si tengo que esperarte toda la puta vida hasta que
vuelvas a mi, que así sea.
Volvimos a quedarnos en silencio, pero la verdad es que ya no habían
más palabras para decir.
No se el momento exacto, pero debo de haberme quedado dormido con
ella en mis brazos. Intente con todas mis fuerzas aferrarme a la conciencia,
porque sabía que una vez que me durmiera, una vez que despertara, ella no
estaría allí.
Intente, intente con todo lo que me quedaba, pero de todas maneras el
cansancio me venció, o algún medicamento que pusieron por intravenosa.
El susurro de un beso en mis labios casi me hace abrir los ojos, un te amo
que arraigo raíces dentro de mi alma y se sintió como una suave caricia fue
lo último que supe de ella, o tal vez lo soñé y por más que intente pedirle
que no me dejara, las palabras no me salieron y la negrura volvió a
invadirlo todo, arrastrándome con ella.
Y entonces, cuando me desperté a la mañana siguiente, supe que Minerva
se había ido y se había llevado con ella una parte de mi en el proceso.
Y entonces, esa fue la última vez que la volví a ver.
Esa fue la última vez que supe de Minerva Wilson.

***
YO NO ESTOY LLORANDO, TU ESTAS LLORANDO.
GRACIAS POR TODO ESTE CAMINO RECORRIDO CHIQUIS.
UN CAPÍTULO MÁS Y EL EPÍLOGO Y LE DECIMOS ADIOS A
ESTA HISTORIA
NO SE OLVIDEN DE VOTAR, PLIS.
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LXS AMO
NOS LEEMOS PRONTO
CAPÍTULO SESENTA Y SEIS

MINERVA Y SU FINAL FELIZ

Quería pensar que, a mi manera, había conseguido la felicidad, porque en


definitiva, ¿quien puede definir lo que es la felicidad en sí? Creo que si le
preguntas a diferentes personas, cada una te respondería algo diferente y
estoy segura de que mi respuesta no coincidiría con la de muchos o por lo
menos eso era lo que me decía a mi misma cada mañana, lo que me decía
para obligarme a levantarme de la cama y no caer en viejos hábitos.
No puedo decirles que me quedé con alguno de ellos dos, porque no lo
hice, no tuve ese tipo de final feliz, pero si conseguí de otros y a mi parecer,
fueron los más importantes:
Pierce sobrevivió.
Dean no fue a la cárcel.
Luego de que aquellas dos cosas estuvieran casi resueltas —teniendo en
cuenta que el caso de Dean todavía sigue en manos de la justicia—, me fui
de Nueva York y de eso ya pasaron unos cuantos meses.
Varios meses que con la única persona que tuve contacto fue con Isa y
algún que otro mensaje esporádico con Mika y Dante.
La cafetería cerró, pero por favor, no se sorprendan por ello, que tu y yo
sabíamos que no podía mantenerla luego de los horrores que habían
sucedido allí.
Yo casi muero.
Pierce casi muere.
El recuerdo de aquello no hace otra cosa más que ponerme la piel de
gallina, y si, por más que estuve yendo a terapia, por más que estuve muy
contenida, todavía me despierto con el cuerpo lleno de sudor por las
pesadillas en las que revivo todo lo que sucedió aquella fatídica noche.
Pero estoy mejor, con el tiempo logre superarlo un poco o eso creo.
A decir verdad, no creo que pueda superarlo al cien por ciento jamás en
mi vida, pero si estoy segura de que seguiré adelante, que lograré recordar
aquella noche y no temblar de miedo por todos los y si...
¿Y si Pierce no llegaba? ¿Y si Harold me mataba a mi? ¿Y si Harold
mataba a Pierce? ¿Y si Dean, luego de todo lo que había hecho, terminaba
en la cárcel? ¿Y si...?
Eran demasiados, y era también difícil lograr no pensar constantemente
en ello, pero creo que el universo me había dado una tercera oportunidad
por una razón y sinceramente no quería ahogarme en mi propia miseria,
pero de nuevo, aquello era más fácil decirlo que hacerlo.
¿Pensé siempre de ese modo? Por supuesto que no, hubo días en los que
simplemente siquiera podía con mi existencia, hubo días en los que prefería
haber muerto, pero seguí luchando contra mis demonios y créeme que eran
demasiados, me obligué a mi misma a no desaprovechar el regalo que se me
había dado una vez más, lo hice por mi, pero también por todas esas otras
personas que no lo lograron, ya sean mujeres, hombres o niños.
Tarde dos meses en abrir la carpeta que me había dado Dean aquella
tarde en el hospital, antes de que lo metieran preso por unas cuantas
semanas y fue en ese momento que supe toda la historia completa, porque si
bien había sido un lío en los medios, me había negado a mirar cualquier
noticiero en todo este tiempo.
La verdad sobre lo que había vivido Harold me había enseñado mucho,
me había abierto los ojos a una realidad que siquiera podía imaginar
posible, pero que no por eso, no dejaba de ser real.
La primera vez que Harold fue abusado sexualmente por su padre, él
tenía ocho años. La primera vez que fue violado por este tenía diez y la
primera vez que le hicieron aquello en grupo, fue a los doce.
Entendí que las mafias no eran eso que nos mostraban en los libros que
acostumbramos a leer, entendí que aquello era cosa del pasado, de los años
cincuenta o por ahí.
¿La mafia existía? Por supuesto que lo hacia, pero ahora se encontraba
disfrazada por personas que nos gobernaban. El trafico, las drogas, la trata
de personas, la esclavitud, las peores realidades que puedes imaginar
existían y todas y cada una de ellas, eran abaladas por las personas que se
suponían que debían protegernos, guiarnos.
¿Eran todos aquellos iguales? Demonios, espero que no, no es como si
quisiera perder todo tipo de fe en la humanidad, pero sabía que había más
personas como Dean, como él, demonios, que se había metido en subastas
de personas, mujeres, hombres y niños.
Que había gastado de sus ahorros y los de su familia para comprar gente.
Para después liberarlos.
Para liberar a todos los que pudiera, aún cuando sabía que aquello solo lo
llevaría a la ruina, aún cuando sabía que tarde o temprano los medios se
enterarían de aquello, por más que él solo quisiera salvarlos.
Dean no sólo había arruinado su carrera, sino también la de su padre,
quien en las últimas elecciones casi no había recibido votos.
Todo eso que Dean había hecho, todo eso que hizo por mi, por mi, ¿lo
entienden? ¿Que acto de amor más grande que aquel?
Pero por más que él me amara, sabía que jamás estaríamos juntos, creo
que siempre lo supe, pero a veces el corazón no entiende de razones y creo
que, si tengo que serles completamente sincera, una parte de mi siempre va
a amarlo, siempre estará enamorada de mi niño bonito.
Como dije alguna vez, Dean es alguien que simplemente no superas y
quiero creer que tal vez en otra vida, si cumplimos todos los sueños que no
pudimos en esta, quiero creer que en otra vida tendremos un amor de
película, bonito, sano y sin tantas piedras en el camino, porque ese amor es
también de los mejores.
Y luego..., luego estaba Pierce, creo que él es esa clase de hombre que
tampoco nunca se supera. No puedo decir que terminamos de manera
formal, porque tampoco creo estar segura de que éramos algo, pero él dijo
las palabras, las dijo. En el peor momento posible, se atrevió a decirme que
me amaba y yo..., yo simplemente no pude quedarme a su lado, por más que
sabia que probablemente hubiera superado todo más rápido, sabía que no
era nuestro momento, que tal vez nunca lo sería y tendría que aprender a
vivir con ello.
No vino a buscarme, pero los primeros tres meses llamó cada día. Ahora
sus llamadas se limitan a una vez cada dos semanas.
Nunca respondí y él nunca dejó un mensaje de voz y, ¿saben que? Creo
que él llama para asegurarse de que sigo viva, de que seguimos vivos y yo,
aún siendo una cobarde por no responder, me tranquiliza más de lo que
estoy dispuesta a admitir sus llamados, el saber qué, aunque no estamos
juntos, ambos lo logramos.
Lo logramos, mierda.
Mi teléfono vibra en el bolsillo de mi tapado, sacándome de mis
pensamientos, por lo que termino por sacarlo y reírme al ver el mensaje de
Gen, diciéndome que no me tarde en volver, que hizo bolas de pingüino
para el almuerzo.
Si, la cosa fue que volví a Denver a vivir nuevamente, los primeros
meses viví con Gen y ahora he rentado un pequeño piso cerca del centro,
por lo que me es fácil moverme de aquí para allá, aunque no tenga muchas
responsabilidades que digamos.
Y yendo al caso, tampoco es como que tenga muchas cosas que hacer,
más que tomarme un café de vez en cuando con mi padre, con quien poco a
poco vamos retomando la relación.
El viento azota mi cabello de un lado a otro, mientras miró por ultima vez
la inscripción de la tumba que tengo en frente.

Harold Leathy
1997-2023
Amigo y padre amado.
Te recordaré por siempre, a ti y a tu sonrisa.

Si, esa mierda fue algo que también pasó. Harold fue condenado a cadena
perpetua una vez que salió del hospital, en un juicio oral y público, con los
medios de todo el mundo cubriéndolo y con más de una persona importante
intentando detener la vorágine mediática que se armó luego de todos los
videos publicados por él mismo, en la que no solo su padre quedó imputado
por tráfico de menores, violación y asesinato, sino que muchos más de su
rango e incluso más importantes, también cayeron con él.
Eran demasiadas las pruebas.
Demasiadas de una vida llena de tormentos.
Llena de maldad.
Demasiado para alguien, incluso si ese alguien era Harold.
Una vez trasladado a una penitenciaria de alta seguridad, solo tardó dos
meses en meterse en una pelea y terminar acuchillado, muriendo
desangrado antes de que siquiera lo encontraran. O por lo menos eso es lo
que los medios se encargaron de decir, la noticia oficial. Yo creo que solo
fue otra voz silenciada, una de tantas.
No puedo decirles que me alegre con la noticia, sinceramente siquiera sé
como me hizo sentir al respecto, lo único que sé, lo único que quiero para
mi, es creer que me despedí de Harold aquella primera vez que me
encontró, cuando se disculpo conmigo, cuando me deseo que fuera feliz,
creo que ese Harold en realidad si existía, existía incluso cuando tenia que
pelear con todos sus demonios internos para salir a la luz, para encontrarme,
para asegurarse de que había sobrevivido. Me gustaría pensar que encontró
por fin la paz, no es que justifique sus actos ni mucho menos, es solo que no
puedo evitar pensar en donde hubiera terminado él si no lo hubieran hecho
pasar por toda la mierda que pasó cuando no era más que un chico. No creo
que Harold hubiera sido un demente, solo que su realidad lo obligo a
convertirse en un monstruo, en un monstruo para combatir a quienes lo
obligaron a convertirse en uno, aunque me haya arrastrado con él en el
proceso.
—Te perdono —susurro en voz baja a su tumba. —Te perdono por el
niño que una vez fuiste, por el niño que conocí —agrego—, espero que
donde sea que estés, hayas encontrado la paz y el descanso, yo por mi parte
planeo cumplir todos mis sueños, Hardy.
Asiento, más para mi misma que para nadie, que vamos, que estoy sola
en un cementerio, ¿existe algo más raro que eso?
—Voy a cumplir todos mis sueños —vuelvo a decir, murmurando
nuevamente a la nada.
Al universo.
A mi.
De repente la risa de un niño pequeño y el grito de una madre llamándolo
llama mi atención. Al principio no logro reconocerlos, pero luego si y antes
de que siquiera pueda reaccionar, el pequeño de no más de cuatro años, ha
llegado donde me encuentro, sin siquiera dedicarme una mirada, antes de
poner una flor de girasol en la tumba de Harold.
No se porque los ojos se me llenan de lágrimas, supongo que no puedo
evitarlo, no puedo evitarlo por que la madre del pequeño llega y nada más
reconocerme, se queda de piedra y entonces, cuando escucha lo que dice su
hijo, rompe a llorar.
—Hola, papi...
Sin siquiera poder evitarlo las lágrimas caen, pesadas, amargas, con un
regusto a injusticia que me rompe el poco corazón que sigue latiendo en mi
pecho.
No se que decir y supongo que ella tampoco sabe.
Es Claire y el pequeño que ahora se ha sentado en la tumba de Harold
debe ser su hijo, Aiden.
Ambas nos quedamos en silencio, en un principio nos observamos con
curiosidad, para luego clavar los ojos en el pequeño que ahora habla a la
tumba como si Harold en realidad estuviera ahí, parlotea sin parar, de lo que
hace en el kínder, de sus amigos, de que todavía escucha a su mamá
dormirse llorando, pero que sabe que pronto dejara de hacerlo, porque ahora
es él quien la cuida.
Él dice que todo va a estar bien y no se porque, pero le creo.
—Yo... —murmuro, al mismo tiempo que ella abre la boca para hablar,
es por eso que con una sonrisa de lo más incomoda, murmuro: —Tu
primero...
Ella se aleja unos pasos, antes de negar con la cabeza e intentar secarse
las lágrimas de las mejillas, aunque sea en vano, debido a que no dejan de
caer.
—Lo siento tanto... —es lo primero que dice y pareciera que no es capaz
de mirarme a la cara. —Yo..., te juro que él estaba bien —murmura. —Juro
que se hacia los estudios todas las semanas, él estaba bien... —insiste,
negando con la cabeza.
Asiento, solo porque no se que otra cosa decir. Ella pareciera estar
diciéndoselo a sí misma, pareciera que se culpa por lo que hizo Harold y no
me cabe duda que lo hace, ellos se conocieron cuando ella era su psiquiatra,
se supone que estas preparado para estas cosas, que tienes que ser capaz de
prevenirlo.
—Esta bien —es todo lo que atino a decir, solo porque no se de que
manera comportarme.
—Él nunca dijo una sola cosa mala de ti —murmura, con una sonrisa un
tanto triste en el rostro. —Él siempre contaba lo increíble que eras, antes de
que estuviéramos juntos, cuando todavía hacia terapia conmigo. —Sorbe
por la nariz, mientras que no puedo dejar de imaginar a Harold hablándole
de mi, me pregunto si cuando se enamoro, sintió lo mismo que yo cuando
me entere de ellos.
—Él hablo de ustedes —murmuro de repente, encontrando mi voz.
Sus ojos negros se levantan como un resorte, sorprendidos.
—¿Lo hizo?
—Si —asiento, alternando los ojos entre ella y el pequeño que ahora
corretea por el cementerio, su inocencia logra hacerme esbozar una sonrisa.
—Creo que ustedes fueron lo mejor que pudo pasarle, su felicidad y su
sueño de una familia real y feliz —agrego con una entereza que hacia
mucho no sentía. —Pero no puedes culparte —agrego—, porque había algo
roto en él, algo que otros se encargaron de destruir y no había nada ni nadie
que pudiera curarlo, arreglarlo.
Ella asiente en acuerdo, retorciendo sus dedos con nerviosismo.
—Aunque estoy segura de que nunca fue tan feliz como lo fue con
ustedes —digo y ella levanta los ojos enrojecidos hacia los míos. —Estoy
segura de que por un momento tuvo la esperanza de dejar todo eso atrás,
pero Harold estaba atrapado por su pasado, atrapado por una venganza que
lo termino llevando a su final —murmuro.
Mis manos se han cerrado en torno a las de Claire, evitando que siga
retorciéndolas por su nerviosismo.
—No es que sea la mejor persona dando consejos —digo, dándole un
ligero apretón que devuelve—, pero solo puedo decirte que se vayan lejos,
por que todavía hay muchos allí que buscaran cobrarse lo que Harold
provoco, la guerra que se desato por su causa —digo con más firmeza y
luego insisto: —Debes tomar a tu hijo y salir de aquí, lo más lejos que
puedan.
Ella sonríe antes de volver a llorar y suspirando hondo, murmura: —
Había una parte de él que lo sabía —dice, mirando a su hijo que ahora nos
observa con curiosidad. —Él nos dejo una carta cuando se fue, con
indicaciones, lo tenia todo planeado —suspira, mirando al cielo, como si
pudiera verlo allí. —Nos dejo una barbaridad de dinero e indicaciones para
irnos —y mirándome nuevamente, agrega: —Viajamos a Australia en un
par de horas —murmura. —Él lo sabia —dice, más convincente ahora. —Él
sabia que tarde o temprano el pasado lo alcanzaría, aunque creo que ambos
esperábamos tener un poco más de tiempo.
Me despido de Claire y su hijo, deseándole una buena vida, antes de
alejarme de la tumba de Harold, a la que deseo no volver nunca a visitar y
lanzando una plegaria al universo, deseando que en el caso de que exista
algo después de la muerte, que él por fin pueda descansar.
Y así mi tarde paso y no se porque, me sentí más ligera y supongo que
eso se debe a que aquel es el sentimiento que nos embarga cuando vamos
cerrando etapas de nuestra vida.
Siempre fui una optimista empedernida, me gusta ser de esa manera, es
por eso que esa tarde me fui diciendo a mi misma una y otra vez: «Todo va
a estar bien, todo va a estar bien»
«Lo bueno esta a punto de empezar»
Y en verdad creí en esas palabras, creí en mi misma y creí en esta vida,
que a pesar de todo, así como me había quitado mucho, me había dado
también otro tantísimo.
Y de nuevo me dije que tenia mucho por lo que vivir, por más que había
tenido que dejar muchos sueños atrás, todavía tenia otros que cumplir,
todavía tenia metas, aspiraciones.
Todavía seguía siendo Minerva y nadie iba a quitarme eso.
El almuerzo con Gen había salido bien, no le había contado que había ido
al cementerio, solo por que sabia que aquello la disgustaría, pero si
hablamos de otras cosas, hablamos de mi padre, de que lo veía mejor,
hablamos de ella y su novio, que seguía siendo su chofer y ella decía que ya
iba siendo hora de cambiarlo, aunque no podía negar el brillo pícaro en sus
ojos, ese que te da a entender que a pesar de no querer, comienzas a sentir
algo.
No hablamos de mi, intentaba no hacerlo, cuando había preguntas
demasiado personales, cambiaba de tema.
Si, para algunas cosas me seguía costando no evadir la realidad, pero
supongo que un paso a la vez.
Un paso a la vez, Minerva.
Decidí caminar hasta mi departamento, si bien eran bastantes manzanas
hasta llegar, teniendo en cuenta que Gen vivía en uno de los barrios más
alejados, caminar era algo que había comenzado a hacer hacía ya algunos
meses. Me hacía bien, me dejaba pensar en mi, en el resto, en el mundo y
respirar el aire fresco hacía maravillas con mi psiquis, así como el ejercicio
hace maravillas con mi trasero.
Iba tarareando una canción de Rihanna cuando divise a lo lejos la
escalinata de mi departamento y supongo que en un principio no quise darle
importancia, me dije a mi misma que era alguien más, aunque una vez que
estuve a unos cuantos pasos, me detuve al reconocerlo.
Creo que, en ese momento, algo cambio en el aire que respirábamos. O
tal vez fuimos nosotros, no puedo saberlo con exactitud, pero se sintió
como si algo dentro mío se detuviera y luego comenzara a latir con mucha
velocidad, me encantaría decir que ese fue mi corazón, que si lo fue, pero
también fueron mis pulmones y mi estomago y mis riñones y el hígado,
todos latiendo a un ritmo desenfrenado cuando nuestros ojos volvieron a
reencontrarse después de tanto tiempo.
Si, fueron muchos meses, pero también parecieron muchos años.
Seguía siendo el mismo, tal y como lo recordaba.
Se puso de pie lentamente, como si tuviera miedo de hacer algún
movimiento brusco que pudiera espantarme, aún cuando no había podido
dar un solo paso más.
Tenía puesto un pantalón ajustado al cuerpo, unas botas y un saco largo
que le quedaba pintado.
Estaba hermoso.
Estaba igual de hermoso que siempre.
El viento le alborotaba el cabello un poco más crecido que la última vez,
la barba también estaba un poco más larga, aunque prolija.
No me aguante más cuando mi nombre salió con un suspiro de sus labios,
como si fuera una plegaria.
Mis pies se despegaron del suelo y corrieron a su encuentro y sus brazos
me esperaron abiertos para recibirme, encerrándome en un abrazo que no
sabía que necesitaba.
—Minerva, Minerva, Minerva... —susurraba sin parar con su rostro
escondido en mi cuello.
Por mi parte enterré mis manos en su cabello, tironeando de él,
asegurándome que era real.
Era real.
Y estaba aquí.
Y me abrazaba como si tuviera miedo de que desapareciera, me abrazaba
como abrazas a alguien que extrañaste más de lo que siquiera puedes decir
con palabras.
Me abrazaba como si todavía me amara.
No se cuanto tiempo estuvimos abrazados, solo se que no quería
despegarme, era algo más bien físico el que no pudiera hacerlo, era como si
mi piel necesitara impregnarse de él.
Alejo su rostro del escondite de mi cuello, luego de dejar un beso que me
erizó hasta el alma.
—Hey tu... —susurro, sus ojos mirándome, mirándome con tanto amor.
Mirándome como si fuera lo más hermoso que había visto en su vida.
Tenía una sonrisa bonita en el rostro, los ojos brillantes, iguales que
siempre, pero más.
Todo parecía más.
—Hola —respondí y no pude evitar el sollozo que me corto la voz.
Negué con la cabeza y me permití llorar, me permití a mi misma dejar
que todo el dolor saliera de una vez, me permití sentirlo, así como también
me permití a mi misma admitir lo mucho que lo había extrañado.
—Está bien —susurro, acariciando mi espalda con mimo. —Esta bien,
Douce..., estoy aquí ahora.
Medio reí en medio del llanto, pero es que lo había extrañado tanto, tanto
pero tanto.
Me separe, solo porque necesitaba verle los ojitos azules, necesitaba
asegurarme de que estaba aquí otra vez.
Mis manos fueron a sus mejillas y mis labios por voluntad propia se
pegaron a los suyos y entonces nos estábamos besando, y si, éramos
nosotros, los que habíamos sido hace ya casi tres años desde que habíamos
entrelazados nuestros caminos, pero también éramos unos nuevos, más
maduros, más confiados, también un poco más rotos pero que habían sabido
salir adelante a pesar de todo.
—Te amo —susurre entre beso y beso, las lágrimas mojándonos la piel.
—Te amo tanto —repetí, solo porque necesitaba que lo supiera.
A Pierce le brillaron un poco más los ojos y me di cuenta que estaba
aguantándose las lágrimas.
Asintió, pero las palabras parecían no salirle y entonces me besó de
nuevo y tuve que suspirar en el beso, porque no era tranquilo como el
primero que le había dado yo.
Este beso tenía nombre y apellido y era Pierce Greco.
Era un beso cargado de te amo.
Era un beso que intentaba explicarme lo mucho que me había extrañado,
lo mucho que me necesito cada día al abrir los ojos y darse cuenta que no
estaba a su lado, cada noche antes de lograr dormirse, con el recuerdo de mi
brazo enredado en su cintura.
Era un beso lleno de promesas, de ilusiones.
Era un beso lleno de sueños que quería cumplir conmigo y solo conmigo.
Era un beso que pedía una única oportunidad, la oportunidad de estar
conmigo para siempre, pase lo que pase.
—Te quiero de regreso —murmuro luego de un rato de besarnos.
Sus ojos me miraban suplicantes, cargados de miedo.
—Se que tal vez necesites tiempo, lo se —dijo, asintiendo y tomando aire
antes de seguir. —Solo en el caso de que todavía no estés lista, quiero que
sepas que no importa el tiempo que necesites, yo te voy a esperar Minerva,
semanas, meses, años, no importa, voy a esperarte, porque joder, quiero
pasar la puta vida contigo.
—Pierce... —susurre con la voz rota.
—No, escucha —dijo y luego sacó algo de su bolsillo.
En un principio no entendí que era, pero luego si y mis ojos se abrieron
como platos al ver esa cajita de tela suave de un color azul oscuro.
—Esto para mi no significa nada —dijo, abriendo la cajita y
mostrándome el anillo con una perla delicada en medio—, pero se que para
ti si puede significarlo, entonces esta será mi promesa —murmuro,
mirándome de una manera que me hizo saber que habría un antes y un
después luego de que hablara:— Esta va a ser la promesa que voy a hacerte,
de esperarte, de estar para ti cuando me necesites, de quererte incluso
cuando sientas que ni tu misma te quieres, será mi promesa de que cada
puto día intentaré hacerte sonreír, por que Dios... —murmuro, negando con
la cabeza—, me di cuenta que mis días no valen la pena si no te veo sonreír
y han sido muchos jodidos meses, Douce —agrega, haciéndome reír.
Sus ojos se enganchan en ese momento de la curva de mis labios,
haciéndome sonreír todavía más.
—Prometo ser todo lo que necesites, prometo no apartarte de mi lado y
follarte cada noche, cada día.
—Pierce... —digo, riendo mientras lo golpeo juguetonamente en el pecho
y sintiendo las mejillas arder.
—¿Estás lista, Douce? ¿O es que todavía sigues necesitando tiempo? —
Pregunta.
Me quedo en silencio, no porque no sepa la respuesta, sino porque creo
que nunca había sentido tanto amor en el pecho, en el alma.
Nunca me había sentido así y es un sentimiento maravilloso.
Pierce medio se impacienta cuando no le respondo y como queriendo
convencerme, murmura: —Llevo muchos meses sin follar, Minerva, por
Dios, ten compasión de mi y de mi polla.
Y la suplica que escucho en su voz, no por lo de follar, porque luego de
todo lo que confesó, sé que me esperaría por años, sino porque puedo ver el
miedo a mi rechazo, el que le diga que ya no quiero estar con él, que ya no
podremos seguir con lo nuestro.
—Por supuesto que estoy lista para ir a casa contigo, Pierce —respondo,
acariciando sus mejillas con mimo.
—Gracias a Dios —murmura él con alivio y abrazándome con tanta
fuerza que un poco me corta la respiración.
—¿Le dijo que no? —Se escucha una voz de repente.
—Creo que le dijo que no —habla otra que reconozco muy bien. —Me
parece que Pierce está llorando.
—¿Y que hacemos? No se suponía que dijera que no.
—Bajen la voz que van a escucharnos —. La voz de la razón, por
supuesto.
—Ya valimos —murmura la segunda voz que habló con exceso de
dramatismo. —Se fue todo al carajo, esto es un desastre.
—Dante —se queja Isa. —Que tal vez cuando nos vea, recapacita.
—Están sacando conclusiones apresuradas —dice Mika. —Tal vez dijo
que si.
—Conociéndolo a Pierce, si le hubiera dicho que si, ya le estuviera
arrancando la ropa. —Murmura Dante. —Nunca estuvo tanto tiempo sin
follar, doy fe de eso, que esto es un desastre, se de lo que hablo.
—No puedo creer que haya dicho que no —murmura Isa. —¿Y ahora
que hacemos?
—No se —murmura Mika. —Esto va a ser incómodo —agrega con voz
quejosa.
—Ese par de estúpidos —murmura Pierce, enojado.
No puedo evitarlo y rompo a reír, antes de ponerme de pie y salir
corriendo al rellano del edificio. Isa no puede aguantarse y sale de detrás de
la puerta donde se escondían para envolverme en un abrazo que siento que
hace que algo en mi alma se cure, se siente algo que tenía perdido volver a
su lugar.
Siento unos brazos que nos envuelven por detrás: Dante.
Y luego otros brazos más poderosos, que nos encierran a todos: Mika.
Y con mis amigos rodeándome, con la persona que amo mirándonos con
una sonrisa en una pose casual desde la entrada, sé que todo va a estar bien,
que mi vida empieza ahora.
—Gracias —le susurro a Pierce con los labios.
Él me sonríe, esa sonrisa que logra volverme loca.
Y espero que entienda mi gracias...
Gracias por darme una oportunidad de trabajar contigo después de aquel
primer día en la Troufe de Rouge.
Gracias por enseñarme a superar mis miedos.
Gracias por ayudarme a amar mi cuerpo.
Gracias por aprender de tus errores.
Gracias por el viaje a Europa.
Gracias por esperarme.
Gracias por traer a mis amigos a verme.
Gracias por volver por mi aquel día en la cafetería.
Gracias por sobrevivir pese a que casi no había esperanzas.
Gracias por amarme.
Gracias Pierce, gracias.
Nos ponemos todos al día, ellos dicen que van a ir a un hotel aquí cerca a
dormir, pero Isabella ya esta tirando unos colchones y mantas en mi
comedor. Mika observa dudoso, teniendo que dormir al lado de Dante, ellos
lo terminaron unos días después del cumpleaños de Mika y decidieron
quedar como amigos, aunque todavía se aman, eso se nota a leguas. Dante
amenaza con que es sonámbulo, que puede meter mano en cualquier
momento, haciendo que Isabella se desternille de risa.
Observo todo desde donde estoy, en la entrada a la pequeña cocina,
engullendo el sonido de sus voces, la vibración de sus carcajadas.
Pierce los observa desde un sillón con molestia, porque estoy segura de
que esto no estaba en sus planes, pasar nuestra primera noche todos en un
espacio de por sí reducido.
Sus ojos se clavan en los míos, antes de ponerse de pie y sonreírme con
cariño. Se para detrás mío, haciendo que apoye mi espalda en su cuerpo,
relajándome con la comodidad de esta nueva pose, con sus brazos
envolviéndome de atrás, sus pulgares debajo de mi camiseta acariciando
suavemente mi piel.
—Él quiso venir también —susurra en mi oído, asiento, agachando la
mirada.
Estuve toda la tarde preguntándome porque Dean no estaba aquí, con el
grupo, porque él también es parte del grupo.
Siempre va a ser de las personas que más quiera en mi vida.
—No pudo, él en verdad lo intento, pero no puede salir...
—Lo entiendo.
Debe tener alguna especie de restricción que no le permite moverse de
Nueva York. Espero que sea eso, espero por todos los cielos que sea eso y
no que está preso.
—Todo va a estar bien —susurra Pierce en mi oído.
Sonrío, antes de asentir.
—Ahora lo estará —le respondo.
Y en respuesta, sus brazos me aprietan más a su pecho.
Esa noche dormimos todos en mi pequeño departamento, por suerte
tenemos una habitación solo para nosotros dos, pero sin almohadas, Dante
se las llevo diciendo que sino se contracturaba.
Me reí, porque no necesitaba almohadas, tenía a Pierce, que era mucho
mejor que cualquier cosa.
Esa noche no follamos, ni tampoco hicimos el amor, sino que nos
miramos, nos miramos como si quisiéramos memorizarnos por completo.
Hubieron algunas caricias, asegurándonos de que seguíamos ahí.
A mitad de la noche nos encontrábamos si nos habíamos separado un
poco y nos abrazábamos, enredábamos nuestras extremidades y volvíamos
a dormir.
Volví a memorizar el olor de su piel, su perfume, su calor.
Volví a casa y me di cuenta que nunca más quería volver a irme de ahí.
Isabella, Dante y Mika, viajaron al otro día a la mañana. Con Pierce lo
hicimos unos cuantos días después, ya que tenia que hacer una mudanza,
aunque no fueran muchas mis pertenencias.
No quería pensar mal de Genevieve, pero parecía aliviada de que me
fuera.
—Necesito follar tranquila —murmuro en el aeropuerto. —Contigo
llamándome cada dos horas era imposible.
Si.
Así era Gen.
Llegamos a Nueva York, pero nadie nos estaba esperando y cuando
tomamos un taxi, Pierce no dio la dirección de su departamento, ni tampoco
del mío, sino que dio la dirección de un barrio residencial a las afueras de la
ciudad.
Paramos fuera de una casa estilo victoriana, era preciosa, pero necesitaba
arreglos. Me baje del taxi y me quede a unos cuantos metros mirándola, sin
siquiera saber que pensar al respecto.
Pierce pago el taxi y bajo nuestras cosas, para pararse a mi lado y
observar la casa.
Lo primero que dijo fue: —Compre esto para nosotros, no para empezar
de cero, sino para continuar, continuar y construir todo desde donde lo
dejamos y mejorarlo, mejorar nosotros y empezar la vida, ¿quieres empezar
la vida conmigo, Douce? —Pero fue lo segundo que dijo lo que me hizo
romper en llanto. —Tiene un patio trasero y mucho césped que puedes
regar y plantar lo que quieras y...
No siguió porque vio que me había puesto a llorar. No pregunto nada,
sino que me abrazo y entendió, porque Pierce siempre me había entendido
sin necesidad de usar palabras.
Entramos y la casa se veía desordenada, pero entonces alguien salió de la
cocina y rompí a llorar de nuevo.
No me pude mover, pero sentí que sus brazos me envolvían y me decía
que todo estaba bien, y entonces abracé a Dean y le dije que gracias, porque
sin él tampoco lo habría logrado.
Y entonces Dean dijo que tenía una noticia para darnos, que no sabía si
era buena o mala, era solo una noticia.
Entonces nos llevó a una pequeña trastera vacía y allí estaban: Sal y
Pimienta.
Juntos, en un pequeño nidito que se habían hecho para ellos dos y ahí,
entre sus cuerpos dormidos, habían cinco gatitos que eran una mezcla de los
dos.
Volví a llorar, porque ahora era abuela.
Pierce le empezó a decir a Dean que como había dejado que aquello
pasara, que solo se los dejo a cargo por unos cuantos días.
Dean le dijo que no sea idiota, que como él no se había dado cuenta de
que la gata estaba en celo.
Y empezaron a pelear, pero le reste importancia, porque Pimienta abrió
sus ojos y me miró.
Y el reconocimiento brillo en sus ojos oscuros, antes de ponerse de pie y
venir a mi encuentro. No fui efusiva ni nada porque sabemos como es
Pimienta, pero entonces vino y se me subió a upa y empezó a ronronear y
me dejo que lo acaricie.
Le dije que como había hecho semejante barbaridad, que esto era
prácticamente incesto, pero el solo ronroneo más fuerte y luego se bajó y
comenzó a lamer a Sal, como diciéndole que se despierte. Ella fue un poco
más efusiva cuando me reconoció y después me presentaron a sus gatitos
que no tenían más de dos días.
Dean me dijo que ninguno de los dos lo habían dejado acercarse a más de
dos metros, los arañazos cada vez que les dejaba comida eran prueba de
ello.
Los dejamos solos y entonces Dean murmuro que tenia que irse porque
en realidad no podía estar aquí, se había escapado con ayuda de su padre y
Mía, que ya había salido de rehabilitación.
La despedida la murmure con la promesa de visitarlo pronto.
Y entonces nos quedamos solos en nuestra nueva casa.
Era enorme y hermosa y necesitaba arreglos, empecé a planear cómo
quería que quedara.
Pierce me llevó fuera y me mostró el patio.
El césped era inexistente, mañana mismo me pondría a ello.
Y entonces Pierce cocino algo rápido y nos fuimos a dormir, muertos de
sueño.
Y entonces llego Pimienta y se acurruco a los pies y luego llego Sal, que
tuvo que hacer varios viajes porque trajo con ella a todas sus crías.
Pierce no estaba muy contento que digamos, murmuró que solo por esta
noche.
De más está decir que siguió pasando hasta que regalamos a las crías.
Y entonces así empezó el comienzo de una nueva etapa, la etapa
definitiva.
Y quiero contarles que soy muy feliz.
Que por fin fui feliz y la vida se mantuvo estable.
Que amo mucho a la persona con la que comparto la vida, que es Pierce.
No hicimos fiesta de compromiso, porque esas cosas no nos importaban,
pero nos decimos que nos amamos cada noche.
Me río todos los días de mi vida a carcajadas.
Soy feliz.
Me amo, me amo como nunca pensé que lo haría.
Tengo mis bajones, pero es normal, logro salir de ellos rodeada de la
gente que me quiere. ¡Ah! La que se va a casar es Isabella, pero no con
Xander, aunque eso es chimento para otro día.
Y así va llegando la hora de que me despida, pero antes de hacerlo,
quiero agradecerte a ti, querido lector.
A ti, siempre a ti, que me acompañaste en este camino.
Que reímos muchísimo a lo largo del camino.
Qué lloramos juntos.
Que nos contuvimos entre nosotros.
Que me ayudaron a salir adelante.
Que los ayude a salir adelante.
Gracias por estos casi dos años de aventuras.
A los que llegaron cuando comencé a contarles mi historia, aquel primer
día llegando tarde a La Troufe...
Con los que me encontré a mitad de camino y por aquellos que llegaron
cuando ya habíamos llegado al final.
Estaré eternamente agradecida con ustedes por el cariño que me dieron
todo este tiempo, por la aceptación.
Para todas esas Minervas en el mundo, pero también para todas esas
Annalise que siguen luchando, y también para los Harold que caen en un
sistema lleno de injusticia.
Esta historia va dedicada a todos ustedes.
A todos ellos.
Yo, por siempre, esa de las fantasías, Minerva.

FIN
EPÍLOGO

DEAN

Observo todavía sentado en el auto la casa de Pierce y Minerva. Hay


varios autos estacionados fuera, sin embargo, no logro encontrar el valor
para bajar e ir a la cena que vamos a celebrar juntos después de mucho
tiempo, aprovechando que todos estábamos en Nueva York.
«Es una cena por que sí» había dicho Minerva en un audio. «No puedes
faltar, ¿no vas a faltar, verdad? Sería de muy mal gusto»
El cinto alrededor de mi tobillo pica, pero intento por todos los medios
ignorarlo, porque la gente me mira con pena cada vez que lo ve y estoy
cansado de esas miradas.
Erasto espera pacientemente a que me baje del auto, es una presencia
calma y sé que incluso si le dijera que de la vuelta y me devuelva a mi casa,
lo haría sin dudarlo un instante.
Hay un auto a unos cuantos metros más atrás estacionado, son policías
que vigilan que no me escape, por más que aseguren que en realidad están
allí por mi seguridad, no les creo del todo, aunque las amenazas de muerte
hacia mi persona y mi familia son algo constante a lo que lamentablemente
ninguno se puede acostumbrar.
Mía, gracias a Dios, aceptó ir a terminar sus estudios a Francia, mientras
mi padre intenta limpiar nuestro apellido, aunque sea en vano.
Los Ross nunca volveremos a ser lo que fuimos alguna vez y aunque
estoy seguro de que él lo sabe, no puedo evitar admirar la fuerza de
voluntad que pone a cada campaña.
Fueron varias veces las que le rogué por su perdón, pero él solo
respondió que no había nada que perdonar, que en mi lugar hubiera hecho
lo mismo, que estaba orgulloso de mi y por más que varias veces dudé de
sus palabras, nunca, en este último caótico tiempo, me había mirado de otra
manera que no fuera con amor y orgullo.
Suspire nuevamente, hacía casi una hora que había llegado y no había
juntado el valor de bajarme y tocar el timbre, pero la realidad era que hacía
muchísimo tiempo que no los veía y los extrañaba una barbaridad y si me
había alejado era porque por fin las personas que más amaba en el mundo
estaban consiguiendo su tan ansiada felicidad y no quería que se vieran
envueltos en toda la mierda que me rodeaba, si los medios se enteraban de
mi amistad con ellos, no dudarían en hacer guardia fuera de su puerta para
atosigarlos.
Me negaba a arruinar esta parte de mi vida.
Los ojos de mi fiel chofer me observaron con una sonrisa pequeña en el
rostro, dándome ánimos.
—Puedes venir si quieres —murmure, como para ganar tiempo.
—Tengo que recoger a su padre en una hora —fue todo lo que respondió.
—Está bien —respondí, tomando aire profundamente y abriendo la
puerta. —Nos vemos después.
—Señor Ross... —me llamó. Sabía que era inútil decirle que me llamara
por mi nombre, lo había intentado los primeros diez años, ahora
simplemente me había resignado. —Le hará bien ver a sus amigos —dijo.
—Hay cosas a las que simplemente no podemos enfrentarnos solos.
Asentí, pero no fui capaz de responder, no podía.
Una brisa fresca acarició mis mejillas cuando mis pies tocaron el
cemento debajo y camine a paso tranquilo hasta la verja de entrada,
destrabando el pasador y entrando.
Me detuve, observando lo que tenía enfrente y se me salió una risotada
ante la vista. Dios, Pierce debería estar volviéndose locos con Minerva
encargándose del jardín, era la cosa más horrible que había visto nunca.
Había parches de tierra por todos lados, en algunos crecían flores
mezcladas entre sí y reí cuando vi que, en el medio del camino de entrada,
había comenzado a crecer un rosal que dificultaba bastante el paso, pero por
lo que me había contado Pierce, una tarde a Minerva se le había caído un
paquete entero de semillas y si bien había juntado algunas, hubo otras que
simplemente echaron raíces y ella se negó a cortarlas de raíz.
Podía incluso imaginar la discusión de esos dos, Minerva defendiendo
con uña y dientes su rosal y Pierce cediendo, como siempre, porque no
había nada que no hiciera por su esposa.
Me detuve en la puerta de entrada y entonces me quede allí, no estoy
seguro de cuanto tiempo, solo sé que mire la puerta de entrada, la alfombra
de bienvenida que decía: «Bienvenidos, Muggels», de seguro idea de
Minerva.
Levante el brazo, pero antes de tocar el timbre volví a bajarla y justo en
ese momento, alguien detrás de mí dijo: —Eres un cobarde de mierda,
Ross.
Salte sobre mi mismo, haciendo que Isabella se riera mientras me
envolvía en un apretado abrazo.
—Casi me matas del susto —murmuré, disfrutando de su cercanía, hacía
mucho tiempo que no coincidíamos.
—¿Cómo estás? —Pregunto, su voz sonando ahogada en mi pecho.
—Bien —respondí, despegando nuestros cuerpos e intentando sonar
ligero.
Isabella retrocedió para mirarme con esos ojos imposiblemente celestes,
molestos por mi respuesta evasiva.
—Si sabes que estoy al tanto de todo lo que pasa con tu caso, ¿no?
Claro que lo sabía, su padre estaba en el grupo de abogados que llevaban
mi caso, aunque era yo quien principalmente lo manejaba.
—Estoy bien, en serio —respondí.
—¿Y por eso estas aquí parado hace una hora? —Dijo. —Te vi en cuanto
llegaste, salí por la puerta de atrás para sorprenderte.
Mire hacia otro lado y antes de tener que hacer la pregunta, ella agrego:
—Nadie más que yo se dio cuenta.
Suspire, frustrado y enojado conmigo mismo, aunque no entendiera bien
las razones.
—¿Cuándo es el juicio? —Preguntó.
—En un par de semanas —respondí, todavía sin mirarle.
—¿Y como ves las cosas? —Insistió, aunque estaba seguro de que ella en
realidad lo sabía.
—Confío en que todo salga bien, Isa —murmuro. —Soy inocente.
—Por supuesto que lo eres —responde ella, rodando los ojos con
molestia. —Pero es gente jodida con la que te metiste, Dean, estoy
preocupada por ti.
—No lo estés —digo en voz baja, pellizcando su mejilla hasta que me
aparta la mano de un manotazo.
—Serás idiota —se queja, haciéndome reír. —Me arruinas el maquillaje.
Miro nuevamente a la puerta, antes de que Isabella vuelva a llamar mi
atención.
—Cuando dejes de ser patético, estaremos esperándote adentro.
Y entonces desaparece por el mismo lugar por el que llego.
Espere cinco minutos antes de tocar el timbre, desde fuera se escuchaba
la música por lo bajo y las voces elevadas.
La puerta se abrió un par de segundos después y la sonrisa más hermosa
que vería nunca me cortó un poco la respiración.
Seguía estando igual de hermosa que siempre y joder, la amaba, la seguía
amando una barbaridad.
Reaccioné cuando sus brazos se envolvieron a mi alrededor y con
cuidado envolví los míos por detrás de su espalda, mientras cerraba los ojos
unos segundos, permitiéndome disfrutar de este momento, permitiéndome
respirarla.
Se me hizo un nudo en la garganta por lo mucho que la extrañaba, por lo
mucho que había necesitado su abrazo, su olor en mi.
Fui yo quien se separó, lo suficiente para dejar un beso en su frente que
duró unos segundos más de lo que debería y luego me dejé caer sobre una
rodilla, antes de darle un beso a su estómago hinchado por el embarazo y
dejar también un beso allí sobre la camiseta que se estiraba a su alrededor.
—Hola, dulce niño —murmuré, acariciando su panza con cuidado. —Me
dijeron que has estado bastante molesto últimamente, ¿ansioso por conocer
a tu mami?
—Él se divierte pateando mi vejiga, Dean, en verdad es bastante molesto
—respondió Minerva, una sonrisa cargada de ternura al verme hablarle a su
hijo en la panza.
—Ese es mi chico —murmure.
Y entonces, sorprendentemente, allí donde tenía mi mano, tuve la
sensación más hermosa que había sentido nunca, porque el hijo de la mujer
que más había amado en mi vida, pateo.
Los dos reímos, mientras yo observaba fascinado la sensación de mi
mano, como si realmente pudiera sentirme.
—Creo que alguien está diciendo hola —dijo ella, las mejillas sonrojadas
por el momento compartido.
El momento terminó cuando Pierce se asomo por el costado, el ceño
fruncido al ver la posición en la que nos encontrábamos.
—Deja de coquetear con mi esposa —fue lo que dijo a modo de saludo.
Me salió una risa, no pude evitarlo, antes de que me agarrara por el
antebrazo y me abrazara como si no nos hubiéramos visto en cien años.
—Deja de desaparecer de este modo —murmuro en mi oído antes de
separarse, lo suficientemente bajo como para que Minerva no escuchara.
Entramos a la casa e inmediatamente me sentí relajado cuando el suave
aroma a lavandas me envolvió, junto con el olor a comida cocinándose.
Xander me vio y me dijo que era un cabrón hijo de puta, para luego
abrazarme y darme unos fuertes golpes en la espalda, para un segundo
después comenzar a molesta a Isabella que solo rodaba los ojos en su
dirección.
Mika me dio un asentimiento con la cabeza y Dante me dijo, no muy
sutilmente, que esto de ser un prófugo de la justicia me sentaba de
maravilla.
Isabella le chillo que no dijera esas cosas, lo cual él ignoró de manera
deliberada.
Le sonreí en respuesta, porque no había maldad en el comentario, solo
una sutil manera de bromear con algo que nadie se atrevía siquiera a
mencionar. Por más que no hablara del tema, todos estaban al tanto de que
el caso no iba mucho a mi favor, es decir, lo más probable era que me
condenaran a cadena perpetua en el juicio, porque no había pruebas que me
quitaran la culpabilidad de encima.
Aparte esos pensamientos, tendiéndole a Pierce el vino que había traído
para compartir con todos, mientras me dejaba caer en el sillón, relajándome.
Pimienta casi de inmediato se sentó en mis piernas, no es como si se
hubiera acurrucado, porque Pimienta no era un gato que se acurrucara, sino
que simplemente se sentó allí, quieto, mirando a todos como si no fueran
más que una molestia.
Bendito gato.
Minerva trajo una bandeja con algo que no tenía idea de cómo se
llamaba, pero se veía buenísimo y aún más si lo había preparado ella.
Sabía que le había dolido como pocas cosas cerrar la cafetería, había sido
su sueño más preciado, un sueño que se vio manchado de sangre y dolor y
pérdida. Sin embargo, ahora era feliz cocinando desde casa, había armado
un catering de postres y le iba bastante bien y si bien no necesitaba trabajar,
todo lo que ella ganaba era donado a una fundación que ella misma había
empezado, junto con Genevieve, para mujeres que habían sufrido violencia
de género y querían reconstruir su vida después de aquel trauma.
Era admirable, ella, tan desinteresada siempre, que incluso se tomaba el
tiempo para pasarse por el refugio cada que podía, compartiendo con
aquellas mujeres sus vivencias propias.
La admiraba una barbaridad por ello, capaz de compartir su pasado para
hacerle saber a esas mujeres que no estaban solas y que había alguien, ella,
que las entendía y que les decía una y otra vez que se podía ser feliz, que se
podía tener esa vida que siempre habían soñado.
—Deja de mirar a mi mujer como si estuvieras enamorado de ella, joder
—se quejó Pierce, tendiéndome una cerveza mientras se dejaba caer a mi
lado.
Reí, solo porque no tenía idea de cuánta verdad había en lo que acababa
de decir.
—No la estoy mirando como si estuviera enamorado —mentí y él se dio
cuenta, pero no dijo nada al respecto, solo observó a Minerva, al igual que
yo, mientras reía de algo que Dante le decía, su mano se posaba en su
vientre hinchado de manera distraída.
Tenía las mejillas más llenas, aunque por lo que me había contado Pierce,
había vomitado una barbaridad durante los primeros meses.
—Te dije que dejaras de mirarla, joder —volvió a quejarse Pierce,
cuando me vio seguirla con la mirada.
Igual que como había hecho él.
Éramos dos idiotas enamorados, de eso no había duda.
—¿Qué está pasando contigo? —Pregunte, solo porque lucía un poco
tenso.
—Es que no estoy follando —respondió, dando un largo trago a la
cerveza que tenía en la mano.
Apreté los labios, intentando contener la risotada que amenazaba con
salir. No me preocupe que nos escucharan, cada uno estaba enfrascado en
su propia conversación.
—Cuéntanos, Pierce, porque estas sin follar —dijo entonces Xander,
dejándose caer en el reposabrazos del sillón.
Tenía un trago en su mano y miraba sin pudor alguno a Isabella, que lo
ignoraba de manera deliberada, por su puesto.
Pierce se lo pensó unos instantes, antes de responder.
—Es que me da miedo que mi hijo me vea la polla.
Xander abrió la boca y por primera vez, desde que lo conocía, sin
palabras. Por mi parte respire hondo, intentando calmar la risa burbujeante
que amenazaba con explotarme desde la panza.
No quería reírme, no porque no creyera que era un tema serio y no es que
tuviera experiencia con padres primerizos, pero Pierce se veía realmente
preocupado por ello y no quería hacerlo sentir peor de lo que estaba seguro
ya se sentía.
—Sabes que eso no es humanamente posible, ¿verdad? —Pregunté, solo
porque vi que Xander abría la boca y de seguro iba a largar una barbaridad.
—Es lo que dijo el médico —respondió Pierce, suspirando—, pero es que
me sigue dando impresión, tengo miedo de lastimarla, no se..., mira si de
repente estamos follando y le pincho la bolsa.
—Con una polla flácida —se quejo Xander por lo bajo, tapándose la
cara.
Yo estaba sin palabras, no iba a negarlo.
—Pierce, ¿cómo carajo puedes pensar algo así mientras estás mojando el
rabo?
—No puedo controlarlo, ¿vale?
—¿Cómo lo tomó Minerva? —Pregunto en su lugar, porque no me cabe
duda de que le está haciendo la vida un infierno.
—¿Cómo crees? Me odia —respondió, cruzándose de brazos y el ceño
fruncido.
—Debe ser que esta confundida —murmuro, intentando hacerlo sentir
mejor. —No creo que realmente te odie.
—No lo sé, Dean —dice, frotándose la cara con frustración. —Es que la
verdad es que estoy cagado de miedo —confesó y no podía negar que me
sorprendía este Pierce que tenía en frente, él nunca había sido inseguro con
respecto a nada. —Tengo miedo de ser un padre de mierda, tengo miedo de
hacerlo mal y que ella me deje, no lo se, tengo miedo de todo.
—Es normal —respondí, dándole una varonil palmada en la espalda. —
Nadie puede saberlo todo, es tu primer hijo.
—Lo sé —dice—, pero es que ella parece tan segura de todo.
—De seguro ella esta igual de aterrada que tu —dijo esta vez Xander. —
Aunque no creo que te perdone que no la folles, ¿no se les descontrolan las
hormonas a las mujeres cuando están embarazadas?
—Pues eso —dijo Pierce, dejándose caer nuevamente contra el respaldar
del sillón, siseando cuando Pimienta comenzó a golpearlo con su pequeña
pata al invadir lo que el gato consideraba su espacio personal. —Gato del
puto demonio —se quejo y luego, mirándonos a nosotros, explicó: —Es que
lo castramos hace unos meses, todavía no me lo perdona.
Reímos y comenzamos a hablar de cualquier cosa que no tuviera nada
que ver con el embarazo de Mine ni su gato recientemente castrado. Estar
allí con ellos me recordó a la época de universidad, cuando no estábamos
todo el día estudiando para los exámenes finales y teníamos un momento
para simplemente sentarnos con una cerveza en mano y hablar de nada y de
todo al mismo tiempo, sin siquiera imaginar dónde nos llevaría la vida a
cada uno de nosotros, pero así y todo lograríamos mantenernos juntos.
Fue mi turno de buscar cervezas para todos y cuando llegué a la cocina,
me encontré a Minerva allí. Me daba la espalda, sin embargo, me di cuenta
de inmediato que estaba llorando, por lo que no dude en acercarme
rápidamente a ella, mi mano en su espalda.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Hay algo que te moleste? ¿El bebé está bien?
Minerva solo lloró más cuando le dije eso y un sudor frío me recorrió la
espalda mientras la tomaba por las mejillas, limpiando sus lágrimas
suavemente.
—Dime, cariño, por Dios, ¿llamó a Pierce? —Pregunte, desesperado.
—No, no —dijo ella, intentando sonreír mientras tomaba un pañuelo para
sonarse la nariz, mientras intentaba sonreírme. —Estoy bien, en serio.
La observe unos cuantos segundos, había ganado un poco de peso con el
embarazo, pero seguía teniendo esos ojos brillantes de color chocolate que
incluso después de todo este tiempo me seguía cortando el aliento, sus
labios llenos y la nariz un poco colorada por el llanto.
—Dime que sucede, cariño —susurré, limpiando una lagrima que escapó
de su ojo. —Me vuelve loco verte de este modo.
Sus mejillas se sonrojaron de un adorable color carmín, sin embargo, me
quise morir cuando sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente y con la
voz cargada de angustia, dijo: —Es que Pierce me está engañando.
Sus palabras quedaron flotando en el aire y yo boquee un par de veces,
sin saber muy bien cómo responder a aquello.
—¿De donde sacaste eso? —Pregunte con cuidado.
A decir verdad, no creía que Pierce pudiera engañar a Minerva, siquiera
veía posible aquello, él la amaba como nunca había amado a nadie, se
notaba en cada respiro que daba a su alrededor, Minerva era como el aire
para Pierce y después de todo lo que habían pasado para por fin estar juntos,
no entendía de donde Minerva podía sacar aquello.
—Lo sé —respondió ella con un sollozo entrecortado. —Lo he notado, el
otro día tenia olor a perfume de mujer en la ropa —confesó.
Lo pensé unos instantes hasta que recordé: —¿No me habías contado que
sus perfumes habían comenzado a darte nauseas?
Ella apartó la mirada, nerviosa y mordiéndose el labio, confeso en un
susurro: —Si.
—Y no me habías contado, también, que solo le dejabas usar tus
perfumes.
Esta vez no respondió, sino que miró hacia otro lado.
Sonreí, no pude evitarlo, pero es que Minerva seguía siendo cosa de otro
mundo.
—Minerva... —murmure, pero no se atrevió a devolverme la mirada. —
Cariño, ¿acaso el perfume de mujer que le sentiste a Pierce es uno de los
tuyos?
Ella en respuesta simplemente se encogió de hombros.
—Hey... —dije, tomándola del mentón para que me mirara—, ¿qué te
sucede?
Ella me miró fijamente, los labios temblando con un mohín triste que me
aceleró el corazón que creía muerto en mi pecho.
—Es que estoy gorda —dijo con dramatismo. —¡Estoy gordísima! —
Agrego. —¡No me llego a atar los cordones de las zapatillas! —Largo, con
los brazos al aire. —Me tiene que ayudar a levantarme de la cama, porque
no puedo con mi propio peso, Dean —lloró. —¿Cómo no me va a engañar?
—Se quejo lastimosamente, lanzándose a mis brazos. —Si estoy feísima y
él sigue estando igual de buenorro que siempre.
Me permití unos segundos para disfrutar de su abrazo, el sentir sus brazos
enredados a mi cintura, un poco lejos de mi cuerpo por el tamaño de su
panza. El olor de su cabello, seguía usando el mismo acondicionador de
siempre, sin embargo, también había otro olor, no era de un perfume, sino
uno suyo, característico de su piel, tan de ella.
—Cariño, no creo por nada del mundo que Pierce te este engañando —
dice contra su cabello. —Él te ama y eres su razón de vivir, sé que no tienes
dudas de eso.
Se quedo unos cuantos segundos en silencio, hasta que confeso.
—Pero sigo estando gorda —murmuro.
Me separe un poco de ella, solo para poder mirarle a la cara cuando dijera
las siguientes palabras: —Siempre fuiste una mujer hermosa —murmuro—,
pero ahora simplemente estas avasallante. Eres la mujer más hermosa que
vi nunca, cariño y déjame decirte que el embarazo solo resalto incluso más
tu belleza.
—Dean... —comenzó diciendo ella, pero entonces una voz desde la
entrada de la cocina no interrumpió.
—Ross, con un demonio, quita las manos de mi mujer —se quejo Pierce.
—Él no quita nada —respondió Minerva. —¡Adultero! —Le soltó.
Yo simplemente me separé un poco y me preparé para la pelea que se iba
a armar.
—Te dije que dejaras esa idiotez —se queja Pierce, aunque le habla con
ese amor que solo guarda para ella.
—¡Me dijiste gorda! —Le suelta, señalándole con el dedo.
—Pierce, ¿hiciste eso? —Pregunto, fingiendo asombro y él solo me lanza
una mirada fulminante.
—¿Cuándo, con un demonio, te dije eso? —Pregunta él, ignorándome,
mientras a pesar de sus palabras, habla con suavidad.
—No me dejaste comer un mínimo pedacito de torta de chocolate —dice
ella y luego, mirándome a mi, agrega: —Era así, Dean —dice, su pulgar e
índice muy juntos. —¡Así!
—Douce, que te habías comido medio pastel —dice él, intentando ser
suave con las palabras. —El obstetra dijo...
—¿Lo ves? —Dice, sin mirar a Pierce. —Me está llamando gorda.
—No lo hago —se queja él, frustrado. —Minerva, el obstetra dijo que no
debías aumentar más de peso... —se detiene cuando se le vuelven a llenar
los ojos de lágrimas. —¿Por qué lloras?
—Me vas a dejar —repite ella las palabras que antes me había dicho a
mi.
—¿Que demonios te llevo a pensar eso?
—Que me dijiste Minerva —dice y yo me tengo que tapar la boca para
que no se me vea la sonrisa. —Tu nunca me dices Minerva, solo me dices
Minerva cuando me estas por dejar.
Pierce se queda de piedra, mirando a su mujer sin saber que demonios
hacer, cosa que solo empeora el llanto de ella.
—Yo... —Pierce, el muy idiota, simplemente se queda allí, por lo que me
obligo a intervenir.
—Él no va a dejarte, cariño...
—No le digas cariño.
—Solo está preocupado por ti —digo, ignorándole—, ¿quieres contarme
que fue lo que dijo el obstetra?
Ella mira hacia otro lado, cualquier rastro de lágrimas desapareció de sus
ojos, sin embargo, el sonrojo de sus mejillas permanece.
Farfulla algo por lo bajo que no logro comprenderle.
—¿Que dijiste?
Vuelve a hacer eso mismo de farfullar por lo bajo y lo único que distingo
es la palabra obesa.
—Douce... —se queja Pierce.
—Es que tal vez el obstetra dijo que estoy con un poco de sobrepeso —
confiesa al final.
—¿Y cuantas porciones de torta te comiste? —Pregunto.
—Un poco menos de la mitad.
—Douce.
—Un poco más de la mitad, ¡pero es que el bebe tenía hambre!
—No tengo dudas de que al bebe le gusta mucho el chocolate...
—Y el caramelo también —dice.
—Y el caramelo también —asiento en su dirección—, pero estoy seguro
de que, si el obstetra dijo eso, es por su bien, cariño y sé que debe costarte
muchísimo, pero tienes que hacerle caso.
Ella se lo piensa unos instantes, antes de asentir y regalarme la sonrisa
más hermosa que tiene.
—Esta bien.
—¿¡Está bien!? —Se queja Pierce. —¿Por qué no me lo pones fácil a mi,
pero si a él?
—Me estas hablando feo —dice Minerva, sus manos en sus caderas. —
Al bebe y a mi no nos gusta. —Y cuando Pierce abre la boca para
responder, la sonrisa enorme de Minerva lo corta. —¡Mira! Esta dando
patadas dándome la razón.
Cualquier cosa que hubiera querido decir Pierce se corta cuando clava
sus ojos en su barriga y estira la mano para sentir a su hijo.
Siento que en este momento sobro, pero cuando me estoy impulsando
para irme, la mano de Minerva se cierra en mi muñeca y atrae mi mano a su
barriga.
La sensación de su bebe pateándome la mano es en un principio extraña,
pero también maravillosa e impresionante y única y...
—Wow... —es todo lo que puedo decir y Pierce me sonríe, como si
entendiera a lo que me refiero.
—¡Me hago pis! —Grita Minerva, corriendo como puede en dirección al
baño.
Pierce se ríe por lo bajo mientras la ve marcharse y entonces nos
quedamos allí, mirando por el lugar por el que acaba de desaparecer su
mujer.
Pierce suspira, antes de decir: —Gracias —y cuando lo miro, un tanto
confundido, aclara—, por lo que acabas de decirle —dice. —Pero también
por todo, Dean, porque sé que si no hubieras hecho toda la mierda que
tuviste que hacer, tal vez no tendríamos esta vida que tenemos ahora —y
mirándome a los ojos, agrega: —Los dos sabemos que las pruebas de
Harold no eran suficientes, no sin la información que tu brindaste, Dean y
yo...
Antes de que termine de decir nada, está envolviendo sus brazos a mi
alrededor, dándome un abrazo que no sabía que necesitaba tanto.
—Gracias, por todo —agrega y entonces otro par de brazos se cierran a
nuestro alrededor.
—No sé porque estamos haciendo esta maricada, pero, ¿por qué mierda
se tardan tanto en traerme una cerveza?
El día lo terminamos juntos, riéndonos, entre anécdotas y chistes que nos
hacen reír a carcajadas. Minerva se queja porque reír tanto la hace ir al baño
seguido y está cansada, pero al final del día tiene una sonrisa preciosa en el
rostro, relajada y tranquila.
Estamos todos sentados en el patio trasero, donde el pasto, de ser posible,
es incluso más horrible que el delantero, pero por el inmenso amor que cada
uno le tenemos a Minerva, nadie es capaz de decir nada, o por lo menos eso
creo.
—Minerva, este es el patio más horrible que vi en la vida —comienza
diciendo Isa. —¿Llamaste al parquista que te recomendé?
—No necesitamos un parquista —responde ella. —Lo que necesitamos
es un espantapájaros.
—No los invitan mucho a las reuniones vecinales, ¿verdad? —Pregunta
ella.
—No desde que Minerva insulto a la presidenta.
—¿Cómo? —Pregunta Dante.
—Dijo que mis masas estaban secas —responde ella con desinterés, antes
de agregar: —Y aparte le traía ganas a Pierce.
—No me traía ganas —se queja él, dejando un beso en su cabeza.
—Si lo hacia, no dejaba de mirarte el bulto.
—¿Cómo lo mirabas tu la primera vez que me viste?
—Creído —se queja ella riéndose.
Nos quedamos nuevamente en silencio, a pesar de que el verano está casi
terminando corre una brisa cálida que nos acaricia la piel mientras nos
sentamos en el patio trasero, en distintas reposeras que hay repartidas por el
patio.
Supongo que a todos en realidad dejo de importarnos por que estamos lo
suficientemente ebrios, pero hasta hace un rato la tierra que corría por el
terreno desierto se nos pegaba a los dientes.
—Este patio en verdad es horrible.
Todos nos quedamos en silencio cuando escuchamos a Minerva decir
aquello, después de casi un año, admitirlo al fin.
—Les juro que en verdad intente, pero no es lo mío.
Silencio y entonces...
—Gracias a Dios, carajo...
Todos reímos cuando Pierce suelta aquellas palabras que parecía tener
atragantadas en la garganta desde hace tiempo.
—Pero el rosal de la entrada se queda —advierte.
Una vez que el sol se oculta, todos se van despidiendo poco a poco. Isa
me abraza unos instantes más de lo normal, avisándome que ella y su
prometido pasaran a verme esta semana.
Xander la aparta, refunfuñado y se despide de mi también con un abrazo
largo.
Mika me saluda formal, como siempre y Dante me toca un cachete del
culo de manera amistosa, antes de decirle a su ex que si lo tira hasta su casa,
él se la puede tirar a él.
La carcajada de Minerva vale la pena al sonrojo de Mika.
Y luego, llega mi momento de despedirme. En verdad no quiero hacerlo,
porque la realidad es que no se cuando volveré a verlos, no se incluso si
podré verlos a ellos..., incluso si podré conocer a su hijo.
Aquel pensamiento es el que me lleva a ponerme de pie cuando Minerva
me pregunta si me quedo a cenar.
—No cariño... —respondo, sonriéndole con ternura, luego de que Erasto
me dijera que estaba en camino.
—Dean... —empieza a decir ella, los ojitos llenos de lágrimas de tristeza,
una tristeza que quiero borrarle del semblante—, sé que no estás
diciéndonos todo, sé...
—Nada, cariño —la corto. —Nada de lo que debas preocuparte —aclaro
—, todo va a estar bien.
Y sin poder resistirlo, la envuelvo en un apretado abrazo, uno en el que
ella suspira en mis brazos y me permito este momento, por ultima vez, me
permito este momento de sentirla, de saborear el calor de su abrazo, la
calidez de su cuerpo, el perfume de su pelo, de su piel...
—Todo va a estar bien —repito y me obligo a separarme, para luego
tomarla de las mejillas y repetirle, esta vez mirándola a los ojos. —Todo va
a estar bien y te quiero —digo. —Te quiero una barbaridad, a ambos —
agrego, mirando a Pierce.
Me separo mientras observo como mi mejor amigo, mi hermano, pasa un
brazo por sus hombros, dándole consuelo.
Me digo a mi mismo que toda esa mierda que pase, que vi, que tuve que
hacer..., volvería a hacerlo mil veces con tal de llegar a este momento, en
que las personas que más ame en mi vida sean felices.
Pierce siempre será mi mejor amigo, pase lo que pase, nos conocemos
desde que tenemos memoria y Minerva, bueno, supongo que ella es alguien
a la que simplemente, pase lo que pase, no dejas de amar nunca.
No puedes dejar de amar nunca.
Ella es esa clase de persona que deja huella, que basta con cruzar un par
de palabras con ella, para saber que simplemente quieres mantenerte a su
lado.
Ella es luz.
Es vida.
Es perseverancia.
Esperanza.
Es esa clase de mujer que te enseña de los valores más importantes de la
vida.
Es esa clase de persona que te saca una sonrisa incluso cuando no
encuentras motivos para sonreír.
Es amor.
Amistad.
Ella es Minerva, simplemente Minerva, alguien a la que supongo nunca
superas.
Ella es el estándar más alto.
Ella es la que ama como nadie más ama.
Y mierda, la amo.
Ya siquiera sé si es esa clase de amor romántico, sino es una especie de
amor incondicional, que incluso si no vuelvo a verla en la vida, estará allí,
como una parte de mi.
Cuando me subo al auto que me espera fuera de su casa, voy pensando en
todas aquellas cosas, en ella, en mis amigos y en mi y no puedo evitar
decirme a mi mismo una y otra vez: Todo va a estar bien, porque mis
amigos están bien, porque mi familia esta bien.
Me digo eso una y otra vez.
Lo digo tantas veces, que al final de cuentas, el universo me termina
escuchando.
Y al final, todo está bien.
No me caben dudas de eso.
AGRADECIMIENTOS

Primero que nada, gracias por tomarte el tiempo de llegar hasta aca, más
allá de la historia, para mi es super importante agradecer, pero también yo,
Debie, despedirme.
Pecado fue un viaje larguísimo y del que todavía queda mucho por
recorrer y sin lugar a dudas, espero que nuestros caminos sigan
entrelazandose a travez de la lectura.
Escribir a Minerva para mi fue un placer y creo que nunca podría volver
a escribir a alguien con su inocencia. A veces la palabra inocencia hace
referencia a que la persona es ingenua y para mi no hay nada más lejos de la
realidad, la inocencia de Minerva significa que a pesar de que la gente
puede ser mala, a pesar de que te pueden golpear una mejilla, ella va a ser
quien ponga la otra, ella siempre va a ver el lado bueno de las cosas, de la
gente.
En eso nos parecemos una barbaridad.
No la quiero hacer larga, pero tampoco me quiero despedir sin decirles
eternamente gracias, como dijo Mine en el último capítulo, gracias a esos
que llegaron cuando el primer libro se actualizaba, gracias a esos que
llegaron después, durante y gracias al lector que está leyendo ahora y el
resto estamos caminando por otros lados.
Gracias por tenerme paciencia cuando pedí que me la tengan, cuando a
pesar de todo, les pedí que confiaran en mi y lo hicieron y como dije, no
defraude.
Espero haber estado a la altura de la historia que intente contar, de seguro
en muchas cosas me equivoque, pero también estoy segura de que en
muchas otras no y el haber logrado sacarles una sonrisa a través de lo que
yo considero mi arte, es algo que me llena el corazon y el pecho de alegría.
Gracias, gracias por todo este tiempo.
Espero seguir leyéndonos con el paso del tiempo, todavía me quedan
muchas cosas por contar.
Lxs amo
Yo, por siempre, esa Debie de las poesias...
EXTRA N° 1

EL DÍA QUE DESCUBRÍ QUE ESTABA EMBARAZADA Y CASI


MUERO EN EL PROCESO

Yo sabía cómo se hacían los bebés, digamos que conocía muy bien la
dinámica de por lo menos como hacerlo y no, no se preocupen, no voy a
entrar en detalles de cómo se haceN. Bueno, a ver, si se que ustedes quieren
que les cuente todas esas chanchadas, pero paso a paso, ¿okey?
Había hablado con Pierce con respecto a ello, por recomendación de mi
ginecóloga, había decidido darme un descanso con las pastillas
anticonceptivas y la cuestión fue que, cada vez que quería hacer el sin
respeto con Pierce, por lo general, teniendo en cuenta lo cachondo que era
mi futuro marido, se le ocurría hacerlo en los lugares más extraños, como
por ejemplo el pasillo de la antesala que había ni bien llegábamos a nuestro
departamento.
Pierce se había acostumbrado a dejar preservativos por toda la casa,
porque, ya saben, uno nunca puede estar lo suficientemente prevenido y
entonces había preservativos por toda la maldita casa, incluso si habrías
algún cajón de la cocina, podrías encontrar alguno. Supongo que en realidad
Pierce lo hacía un poco para molestarme, porque cada vez que descubría
alguno de esos escondites secretos, se regodeaba con mi sonrojo y entonces
me besaba como si fuera la última vez y después, tomando uno de esos
condones, me hacía el amor.
Si, hacíamos mucho eso de hacer el amor, éramos buenos en ello, no les
voy a mentir, pero tampoco les iba a negar que las cosas entre nosotros iban
muy bien, parecía que amarnos sin barreras, sin miedo y sin medida nos
hacía esto, libres de estar juntos cuando quisiéramos, sin miedo a que
alguno de los dos pudiera salir corriendo cuando menos lo esperábamos.
A pesar de que había pasado un tiempo, ambos seguíamos poco a poco
superando los traumas del pasado, Pierce todavía se desesperaba si no
llegaba a responderle un mensaje dentro del rango de tiempo estimado y
había noches en las que yo me despertaba con el cuerpo lleno de sudor, con
el sonido de los disparos en mis oídos, mientras sentía bajo mis dedos la
espesa sangre que salía de sus heridas y él siempre estaba ahí, me abrazaba
por la espalda y me susurraba al oído una y otra vez que todo iba a estar
bien, y cuando los frenéticos latidos de mi corazón se calmaban y podía
tomar nuevamente aire, me abrazaba un poco más, solo por el placer de
hacerlo y después nos poníamos frente a frente y nos mirábamos,
asegurándonos de que estábamos allí y que seguíamos vivos.
Si, viendo esa mierda escrita ahora, me doy cuenta de que es rara del
carajo, pero entonces en ese momento no lo es, les prometo que es dulce.
Y fue cuando una noche, mientras estábamos en ese pasillito que les dije
antes —y no tan sorprendentemente— a Pierce se le habían agotado las
reservas de preservativos que tenía escondidas por toda la casa.
—No puede ser —gemí, cachonda.
Pero es que habíamos tenido una cena con nuestros amigos y después de
ello, habíamos ido a tomar algo a un bar y entonces hicimos eso que hacen
las parejas a veces: fingimos que no nos conocíamos.
Fue divertido del carajo, porque entonces yo le dije a Pierce que era una
monja que se había dado cuenta que no había nacido para monja por que
siempre estaba cachonda.
Pierce había tenido que morderse los labios con fuerza para no soltar una
carcajada que rompería con la escena del momento, porque como saben,
había que seguir con el papel.
Miro al cielo, tomo aire unos cuantos segundos, dio un par de sorbos a su
trago y un poco más recompuesto, soltó: —Yo soy un actor porno —
murmuro.
—Bastante obvio —respondí, también teniendo que morderme los labios
para no reírme también.
Y entonces la noche siguió con sus juegos.
En algún momento perdimos a nuestros amigos de vista, pero no nos
importó, solo porque estábamos demasiado ocupados rozando nuestras
manos como si en verdad no fuéramos dos personas que tenían planeado en
algún momento casarse. Se sintió bien el coqueteo, el que me persiguiera
con la mirada cuando me acercaba a decirle algo a Isa, que no pudiera
quitarme los ojos de encima, por más que conociera mi cuerpo de memoria,
como si no se hubiera encargado de memorizar cada parte de él.
Se sintió bien también que cuando él avisó, no de manera tan sutil, que
iría al baño, seguirlo. Intentando esconderme para que no me viera, aunque
siquiera me importó disimular, sino que en todo caso sonreí coqueta cuando
manos que no eran las que quería intentaron retenerme ajustándose a mi
cintura, el brillo posesivo en sus ojos cuando se percató de aquello parecía
que dijera: —Si, toquen todo lo que quieran, pero al final de la noche ella
sigue siendo mía.
Mía.
Mía.
Igual chillé cuando de repente lo perdí de vista de camino a los sanitarios
y una mano que conocía bien, se enredó en mi cadera y me atrajo a un
amplio pecho, mi espalda pegada a él, su erección presionada encima de mi
culo por la diferencia de altura.
Gemí en su boca cuando nuestros labios se encontraron en un beso
cargado de deseo, pero también de alivio, porque habíamos estado toda la
noche jugando entre nosotros, llenos de ganas de romper la distancia que
nos auto habíamos impuesto, pero que resulto en esto, en este choque de
dientes y lengua y gemidos.
Sus manos me tomaron para girarme entre sus brazos, pero entonces mi
espalda choco con la pared y su boca volvió al ataque, parecía que ninguno
de los dos podía tener suficiente del otro y mis manos estaban tirando de su
cabello con ganas de acercarlo más a mi y sus manos presionaban la piel
expuesta de mis muslos con fuerza y sabía que probablemente dejaría
marcas, marcas que después se encargaría de adorar con besos suaves más
tarde.
—Parece que la monjita si está cachonda —soltó con voz ronca en mi
oído cuando decidimos que, si no queríamos ir presos por desorden público,
debíamos parar.
—Y tu para actor porno dejas bastante que desear —solté, solo porque mi
cerebro estaba todavía alborotado por sus besos.
Se separo entonces para poder mirarme a los ojos y creo que cuando
nuestras miradas se encontraron, me enamoré un poco más de él, de ser
posible, viendo de la manera en la que me observaba, lleno de lujuria y
deseo, pero también allí había amor, mucho amor, y cariño y ternura y
muchas cosas cursis.
—Es que veras, Douce, lo mío se aprecia más con mi polla dentro tuyo,
ese es mi campo...
—Oh... —solté.
—Si, oh, así es como deberás tener los labios para que te meta la verg...
Puse mis manos sobre su boca, cortándolo y sentí su sonrisa crecer detrás
de mis palmas.
—¿Que dices si vamos a algún lugar a probar eso que dices? —Pregunte.
—Guía el camino —murmuro.
Y entonces nos despedimos de nuestros amigos, aunque manteniendo las
distancias, estábamos los dos bastante achispados como para pensar que
alguno de ellos podía darse cuenta, pero entonces no nos importaba, porque
mi sonrisa era tan grande por lo que estaba por venir que pensé que tal vez
no nos estábamos despidiendo lo suficientemente rápido.
Nos subimos a un taxi sin hablar, sentía que mi respiración estaba un
poco agitada porque estaba un poco excitada, Pierce, sin embargo, se
mantenía impasible, pero aquello no impidió que mientras le decía la
dirección al chofer, su mano se posara sobre mi pierna y comenzara a
acariciarla lentamente y por más que su mano subía y bajaba —a veces
subía un poco más de lo que era éticamente correcto para dos personas que
supuestamente acababan de conocerse—, mientras conversaba con el chofer
de algo que siquiera me moleste en intentar escuchar, porque solo podía
pensar en esa mano y en nosotros y en lo que haríamos una vez que
llegáramos a casa.
Sorprendentemente, logramos mantener las formas en la entrada del
departamento que compartíamos —ya que la casa que Pierce había
comprado para nosotros todavía no era posible habitar por las reparaciones
que estábamos haciéndole—, así también en el ascensor, sin embargo
comenzamos a arrancarnos la ropa cuando llegamos al pasillo de entrada,
sus manos bajaron el tirante de mi vestido para besar la piel expuesta y
después de eso tiraron un poco más y entonces sus labios estaban sobre mi
teta y creo que gemí demasiado fuerte, por que su mano estaba sobre mi
boca y entonces, sin soltarme, nos metía dentro del departamento.
—¿Que hacemos ahora? —Pregunte, un poco incómoda por sentarme en
la banqueta de la cocina sin bragas y con las piernas expuestas.
Pierce, pobre, caminaba con el pantalón caído entre las piernas y me
obligue con todas mis fuerzas a no reírme en su cara, solamente por el dolor
y la desesperación en su semblante al verse sin condones para follar.
Le sonreí, dulce y murmure: —Ven aquí.
Él lo hizo, sin poder quitar el seño fruncido de su mirada incluso cuando
apreté sus caderas entre mis piernas abiertas y lo abracé.
—Podemos hacer otras cosas, ¿sabes? —Susurre en sus labios.
Pierce me miro, todavía refunfuñado y se encogió de hombros.
Sonríe de nuevo, solo porque parecía un niño pequeño al que le habían
quitado un dulce.
Y entonces, de nuevo, estábamos besándonos, al principio lento, como
hacíamos a veces, tomándonos todo el tiempo del mundo, por que la
realidad era que ahora lo teníamos, teníamos toda la vida para besarnos
como estábamos haciéndolo en este momento, pero como también siempre
nos pasaba, las cosas subieron de nivel y escalaron y escalaron hasta que de
repente me encontraba desnuda y su pene empujaba contra mi entrada.
—Mierda, mierda, mierda —gimió y retrocedió, pero no lo deje,
aprisionándolo entre mis piernas y volvió a avanzar hasta que tuve la mitad
dentro y...
Oh, el estiramiento se sintió tan, pero tan bien y la fricción y su piel
tocando mi piel...
¿Hacia cuanto tiempo que no follabamos sin condón? No lo recordaba,
parecía una eternidad, parecía que era la primera vez que lo hacíamos y se
sentía tan bien y quería, Dios, yo realmente quería que el acabara dentro y...
—Minerva, carajo, Minerva... —se quejo, mirando allí donde nuestros
cuerpos se unían. —No podre, no voy a poder..., tenemos que parar...
—Es que no quiero parar —respondí, clavando mis uñas en sus brazos.
—Es que no voy a salir, no cuando estas tan putamente mojada, mierda...
—No lo hagas —respondí.
Siquiera tuve que pensarlo.
Entonces Pierce detuvo sus movimientos.
Y yo me quede allí, al principio intentando que siga moviéndose y
después entendiendo lo que acababa de decir y...
Levanté la mirada y nuestros ojos se encontraron y había tantas preguntas
en los ojos de Pierce, tanta incertidumbre, pero también tanto amor y
también miedo y duda y...
—Podrías quedar embarazada —dijo lo obvio.
Ya lo sabía, entendía la mecánica de hacer bebes.
—Lo sé —respondí.
La realidad es que había tenido el pensamiento dándome vueltas por la
cabeza, siempre había querido ser madre, pero no había sabido como
enfrentar el tema con él.
—¿Y tu quieres? —Preguntó, dudoso.
—Solo si tu quieres —respondí la verdad.
—Yo quiero todo contigo.
—¿Pero quieres esto? ¿Justo ahora? ¿No te molestaría?
Abrió la boca, pero parecía que las palabras no le salían, por lo que
respondió terminando de hundirse nuevamente en mi, esta vez con otro tipo
de desenfreno, con un afán que me respondió sin palabras lo mucho que
quería hacer bebes conmigo.
Esa noche me hizo correr dos veces antes de hacerlo él..., adentro mío.
Una vez que termino, me miro con esos ojos azules más brillantes de lo
que los había visto nunca y una sonrisa tan dulce que me emociono.
—Te amo —dijo, mientras dejaban un beso en mis labios magullados. —
Te amo tanto que a veces siento que no me entra tanto amor en el pecho, te
amo tanto que a veces siento que todavía no se inventaron las palabras que
puedan expresar lo que siento por ti.
Y entonces, sin salir de adentro mío, nos levanto y nos llevo a nuestra
cama, donde nos acostamos y nos dormimos abrazados.
De esa noche habían pasado tres semanas y media.
No habíamos vuelto a hablar del tema.
Nada.
Como si no hubiera pasado.
Y aunque había veces que Pierce usaba preservativos cuando hacíamos el
amor, había otras veces, la mayoría, en las que no lo usaba y entonces esas
veces, me follaba como un loco, para después decirme de diferentes formas
que me amaba.
Y entonces, estos días se suponía que tenia que venirme la regla, pero
como estaba tan alocado mi ciclo con esto de no tomar pastillas, se me
había pasado y una tarde, un poco con la duda de si ya debería haberme
venido la regla o no, decidí parar en una farmacia y compre una prueba de
embarazo.
Las mejillas se me incendiaron cuando la empleada me tendió la bolsa,
me sentí como cuando era la primera vez que le tocaba a una ir a comprar
sus toallitas femeninas, nunca entendí porque aquello nos daba tanto pudor
y no estaba, de una manera u otra, más normalizado.
En fin, había llegado al departamento y, fingiendo que no estaba de lo
más nerviosa, me había tomado dos litros de agua y esperado a que me
dieran ganas de hacer pis.
Tarde menos de cinco minutos y entonces saque la prueba de embarazo,
apretando las piernas entre si porque me meaba encima. Leí las
instrucciones, no debía ser tan difícil, pero una no podía estar lo
suficientemente preparada y entonces me senté en el retrete y el chorro de
pis que me salió me salpico la mano y chille, porque pues, que asco, pero
además, parecía que había abierto una canilla en mi vagina y no podía parar
de mear.
Nerviosa y temiendo que no hubiera el suficiente pis, metí la varillita
nuevamente para que le pegara el pis y me termine salpicando con más pis
la mano, pero cerré los ojos y conté hasta diez...
El pis seguía saliendo.
Saque la prueba de embarazo, porque la cantidad de orina alcanzaba para
otras diez pruebas más y una vez que me lave las manos hasta que sentí que
ningún germen me tocaba, mire de reojo la prueba.
Los ojos se me llenaron de lágrimas rápidamente, no se por que, la
realidad era que no esperaba estar embarazada, entonces, ¿porque me
sorprendía cuando la prueba había dado negativo?
No pasaba nada, incluso Pierce no había vuelto a hablar del tema, talvez
la realidad era que no estaba tan entusiasmado por esto de tener hijos, de
todas maneras, no importaba, no era como si la gente quedara embarazada
enseguida, había gente que tardaba años, eso, años porque...
Con los ojos llenos de lágrimas, volví a mirar la prueba y entonces los
ojos se me abrieron enormes y las lágrimas se me congelaron en el lugar.
—Carajo, eso es positivo, no negativo —murmure para mi misma,
mirando detenidamente la prueba.
Una nueva especie de pánico me contrajo el estómago, porque, ¿no se
suponía que las personas tardaban mucho tiempo en quedar embarazadas?
Es decir, no había pasado ni un mes desde aquella vez que le dije a Pierce
que abramos la fábrica de bebes.
¿Y si en realidad se molestaba? No era como si hubiéramos hablado
mucho del tema que digamos, pero supongo que, si había veces en las que
no se molestaba en ponerse el condón, teniendo en cuenta de que yo no me
cuidaba, no debería importarle, ¿o sí?
Respire hondo y me dije a mi misma que debía calmarme, por un instante
me replantee llamarle a Isa para contarle, pero entonces me dije a mi misma
que la primera persona que quería que lo supiera, era Pierce.
No me di cuenta que un par de lágrimas me caían por las mejillas hasta
que salí del baño y las limpié con el dorso de la mano, mientras caminaba
mirando la prueba de embarazo positiva en dirección a la cocina a sentarme
y pensar por unos instantes que demonios se suponía que iba a hacer |ahora.
Tenía una pequeña cosita viviendo dentro mío y no sabía muy bien que
hacer a continuación, por lo que recordé esas mujeres embarazadas que
solía ver, tomándose de la cintura y cambiando con las piernas medio
abiertas cuando la panza pensaba lo suficiente y entonces me encontré
haciendo lo mismo. Comencé a largar aire por la boca como si en realidad
estuviera agitada, mientras que pensaba que en realidad todavía lo que tenía
dentro siquiera pesaba, de todas maneras...
—¿Douce? —Preguntó Pierce de repente detrás mío. —¿Qué estás
haciendo? ¿Te sientes mal?
Me gire rápidamente, enderezándome mientras que escondía la prueba de
embarazo en mi espalda.
—¿Por? —Pregunte demasiado rápido, con una voz veinticinco tonos
más aguda que la normal.
Pierce me repasó con la mirada, de seguro checando que no me haya
vuelto loca del todo, antes de clavar nuevamente sus ojos en los míos.
—¿Segura que estas bien?
—Perfecta.
—¿Qué me estas ocultando? —Insistió, acercándose un paso.
Por inercia, me aleje uno también.
—Nada.
—Minerva.
—No me digas Minerva.
—Es tu nombre.
—Suena horrible cuando me lo dices.
—Nada que tenga que ver contigo puede ser ni remotamente horrible.
Mientras teníamos esta absurda conversación, Pierce avanzaba y yo
retrocedía.
—No pensabas lo mismo la noche de los jalapeños.
Entorno sus ojos sin dejar de mirarme.
—Vomitaste todo mi auto —acusó.
—Solo un poco.
—Y después, mientras te ayudaba a bajar del auto, me vomitaste a mi.
Apreté los labios entre sí, porque si, esa noche no había salido del todo
bien.
—¿Que tienes en la espalda que me escondes? —Insistió nuevamente.
—Nada —respondí, mirando a mi alrededor e intentando buscar una vía
de escape.
—Douce... —advirtió.
Pero yo ya había empezado a correr como loca, chillando cuando él sin
dudarlo me siguió, pero entonces recordé, una vez que Pierce me tomo de la
cintura envolviendo su brazo alrededor de mi estómago, que ahora cargaba
con un bebe, nuestro bebe, en el vientre y que debía tener cuidado.
Aparte su brazo de mi alrededor casi con violencia y entonces él me miró
extrañado y cuando bajó la mirada, se quedó mirando fijamente mi mano y
entonces...
—Mierda —dije, porque estaba viendo la prueba de embarazo y si sumo
dos más dos...
—Eso es una prueba de embarazo —señaló, sin dejar de mirar mi mano.
—Lo es —murmure.
Y entonces sus ojos se clavaron en los míos.
Abrió la boca, pero las palabras no le salieron y cuando pasó un minuto
en los que ninguno de los dos dijo nada, murmure: —Positiva.
Pierce asintió, estupefacto y luego se pasó la mano por su cabello. Estaba
igual de hermoso que siempre, tenía la camisa medio abierta y fuera de su
pantalón ajustado de vestir, si mal no recordaba, había tenido una reunión
en la mañana y su perfume varonil, incluso a pesar de la poca distancia que
nos separaba, se sentía como si estuviera oliéndola de su propio cuello.
Me dio la espalda y se alejó unos cuantos pasos, volvió a girar y me miró,
miró mi estómago, negó con la cabeza y se volvió a girar y entonces yo me
preocupe, porque de todos los escenarios que había creado en mi cabeza,
bueno, este no era el que esperaba.
—¿Es...? ¿Cómo sabes que es positiva? —Pregunto, todavía sin mirarme.
Me acerque unos pasos, pero sin tocarlo.
—Por que es lo que salió, fueron dos rayitas y en la cajita decía que eso
era positivo —dije en voz baja.
—Está bien —respondió.
Bueno, estaba comenzando a cabrearme.
—Pierce... —llame.
—¿Sí? —Contestó, pero todavía no me miraba.
—¿Qué sucede? —Pregunté, demasiado nerviosa como para enfrentarlo
cara a cara. —Sé que no habíamos hablado formalmente de esto, pero creí
que tal vez, no lo sé, sino lo hubieras querido, hubieras usado condón y
eso..., yo... —negué con la cabeza, no sabía muy bien que decir—, ¿estas
enojado?
Pierce entonces se giró y me encontré con su rostro y los ojos llenos de
lágrimas, una sonrisa de felicidad le partió la cara de repente y contagio la
mía propia.
—Estamos embarazados —murmuro y una de sus lágrimas acaricio su
mejilla y siquiera se molestó en limpiarla.
Asentí, sonriendo y de repente también llorando.
—Estamos embarazados —respondí y entonces se acercó y me rodeo con
sus poderosos brazos y me hizo girar mientras me llenaba de besos por toda
la cara, repitiéndome una y otra vez lo mucho que me amaba mientras yo
reía.
Cuando dejo de girarme, todavía sosteniéndome, nos llevó a los dos al
sillón y me hizo sentarme a horcajadas suyo.
—Estas embarazada —dijo, su sonrisa era preciosa.
Asentí, solo por que de repente la emoción no me dejo hablar.
Levantó lentamente la camiseta que traía puesta y dejo mi vientre plano
expuesto, acarició con ternura allí donde me adornaba la cicatriz y luego,
con voz calma, le habló al bebé: —Hola, renacuajo.
Reí, acariciando su cabello y disfrutando de su caricia, de todas maneras
de repente su cuerpo se endureció y apartó la mano rápidamente, al mismo
tiempo que con la otra bajaba su camisa y entonces dejo caer su cabeza en
el respaldo del sofá y cerró los ojos, frotándoselos con la punta de los
dedos.
—¿Qué sucede? —Pregunté, insegura.
—No deberíamos emocionarnos tanto, tan pronto —murmuro, cabizbajo.
—¿Por qué?
—Podríamos perderlo —agregó, tragando saliva con dificultad.
Entendía que él había intentado ser padre alguna vez y que aquello no
había salido bien, perdiendo múltiples embarazos y me rompió un poco el
corazón el dolor en su voz.
Tome delicadamente sus mejillas y lo obligue a mirarme.
—Nada malo va a pasar, Pierce —susurré. —Vamos a tener este bebe —
dije. —Será el primero que tengamos juntos y va a ser increíble, tu vas a ser
increíble y nada ni nadie va a separarnos —agregue. —No importa que pase
de ahora en adelante, esta es nuestra familia, nuestra pequeña familia de tres
—y como si el gato del demonio entendiera, Pimienta se subió al respaldo
del sofá y golpeó con su cola a Pierce, haciéndome reír a mi y refunfuñar a
él. —Está bien, nuestra familia de cuatro...
—Y pronto cinco —agregó él, acariciando de manera distraída a Sal.
—Y pronto cinco —respondí en acuerdo.
Pierce suspiro, se mordió los labios y luego volvió a bajar sus ojos a mi
vientre, entonces repitió la acción de antes y levantó mi camiseta.
—Te amo, renacuajo —susurro.
Y yo lo ame, de ser posible, un poco más a él.
—Que ya estés embarazada no significa que no podemos intentar eso de
tener más bebés, ¿no?
Si, definitivamente amaba a este idiota un poco más cada día.
No respondí con palabras, sino con acciones.

***
HOLA MIS BEBES PRECIOSXS!!!!!
¿ME EXTRAÑARON?
YO SI, UNA BARBARIDAD, PERO MÁS A MINERVA Y SUS
LOCURAS.
¿LES GUSTARÍA OTRO EXTRA DE ELLA PERO CUANDO
ESTÁ POR TENER AL BEBÉ?
SERÍA EPICO, NO CREEN?
LXS AMO
DEBIE, ESA LA DE LAS POESÍAS

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