Matilde Landa, Arqueología de La Dignidad
Matilde Landa, Arqueología de La Dignidad
Matilde Landa, Arqueología de La Dignidad
“El pasado respira, se mueve hacia nosotros”, escribe Miguel Ángel Hernández en El dolor de
los demás, una de sus inquietantes novelas. En la última década una variada galería de
personajes y acontecimientos se han escapado del sótano del olvido en el que estaban
encerrados. Las Trece Rosas, Marcos Ana, Luisa Carnés, las Sinsombrero, la Desbandá de
Málaga o las ocupaciones campesinas del 25 de Marzo en Extremadura son sólo algunos
ejemplos de la hornada de omitidos que han visto una nueva luz. Matilde Landa es uno de esos
potentes emblemas que han emergido con fuerza, rompiendo la amnesia decretada primero
por el franquismo y después por la transición. El rescate de estas figuras y hechos históricos, y
en particular la recuperación de una personalidad tan sobresaliente como la de esta dirigente
revolucionaria, están sin duda en relación estrecha con la consolidación del movimiento de la
Memoria Histórica y con el renovado brío que ha adquirido el movimiento feminista en los
últimos años.
El 26 de septiembre de 1942 Matilde Landa se arrojaba al vacío en la cárcel de Palma para
evitar su bautismo forzoso. Este es quizás el hecho más conocido de su biografía, una tragedia
sobre la que han dado cuenta grandes autores como Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo
Galeano o Almudena Grandes y que ha contribuido a popularizar de forma extraordinaria el
músico Enrique Villareal, más conocido como El Drogas. “La vida entera de un individuo cabe
en una de sus obras, en uno de sus hechos; en esa vida cabe toda una época, y en una época
cabe el conjunto de la historia humana”, escribió Walter Benjamin. Este suicidio es una astilla
que retrata la historia reciente de España, la brutalidad del régimen de terror que se impondría
tras la guerra civil y la dignidad de los vencidos, el non serviam de los derrotados.
Pero nuestro personaje es mucho más que ese último gesto de coraje y de indomabilidad.
“Cuando se escriba sobre la guerra civil española, la mejor página será dedicada a dos
personas: Antonio Machado y Matilde Landa”. El autor de esta solemne afirmación fue
Vittorio Vidali, el famoso comandante Carlos, uno de los fundadores del Quinto Regimiento.
Matilde Landa tiene la estatura de Simone Weil, la misma determinación de acompañar el
sufrimiento de los más humildes; la coherencia de Ernesto Guevara, su misma convicción de
que la mejor forma de decir es hacer; el arrojo de su compañera y amiga, la fotógrafa Tina
Modotti, su misma disposición a romper las amarras con las prebendas y halagos del mundo
cultural; pero, sobre todo, Matilde condensa la grandeza de Tomasa Cuevas, de Juana Doña,
de Soledad Real, de Paz Azzati, de Antonia García, de Rosario Dinamitera, de Manolita del Arco
y de tantas otras presas republicanas anónimas con quienes aprendió y compartió en las
cárceles el arte de la resistencia.
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Matilde Landa Vaz nació el 24 de junio de 1904 en Badajoz, en el seno de una familia de la
burguesía ilustrada, marcada por el compromiso cultural y político. El parentesco con la poeta
del romanticismo Carolina Coronado -su tía abuela- o la comparecencia del reputado médico y
político republicano Narciso Vázquez Lemus como testigo en el acto de inscripción ante el
registro civil, simbolizan muy bien el arraigo y los contornos de la familia.
Su padre, Rubén Landa Coronado, era un abogado con prestigio que durante toda su vida
participaría activamente en las pugnas sociales y políticas del país. Había sido educado en los
valores del krausismo y desde su juventud mantendrá una estrecha relación con Giner de los
Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, los principales referentes de la Institución Libre de Enseñanza
(ILE), así como con Nicolás Salmerón, un veterano político que llegará a ser presidente de la
Primera República en 1873. La ascendencia política de Rubén Landa Coronado se pondrá de
manifiesto especialmente en la insurrección republicana de Badajoz en agosto de 1883; en la
revuelta constituirá el elemento civil más sobresaliente y tras el fracaso de ella tendrá que
exiliarse. Será precisamente durante el destierro en Portugal donde conocerá a Matilde Jacinta
Toscano Vaz, una joven de sólo 16 años, de origen brahmánico. Ambos contraerán matrimonio
civil en 1886, fecha en la que retornan a Badajoz, al amparo de un indulto decretado por el
gobierno de Sagasta. Matilde será la menor de los cuatro hijos que tenga la pareja.
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Ciencias Naturales, en Madrid. Allí se alojará en la Residencia de Señoritas, una institución
emparentada con la Residencia de Estudiantes, vinculada también a la ILE. Es el primer centro
en España cuyo fin explícito es fomentar la incorporación de las mujeres a la Universidad . Por
la Residencia de Señoritas pasará una parte sustancial de la vanguardia artística y científica.
Entre las más conocidas, cabe señalar figuras como la profesora María Goyri, la filósofa María
Zambrano, las escritoras Victoria Ocampo, María de la O Lejárraga y Concha Méndez, las
abogadas Victoria Kent y Matilde Huici, la pintora Maruja Mallo o la física Felisa Martín Bravo.
La mala salud de Matilde Landa frustrará en gran medida sus estudios universitarios. En el
otoño de 1923 le es detectado un principio de tuberculosis, lo que le fuerza a desplazarse a
Salamanca, al cuidado de su hermano Rubén. Entre 1923 y 1927 alternará su estudio en
Ciencias Naturales entre la Universidad Central de Madrid y la de Salamanca.
Una familia de la burguesía ilustrada, la ILE como vivero ideológico y la España caciquil de la
restauración, son los tres componentes fundamentales que marcarán la formación de Matilde
Landa. Los años siguientes constituirán un período de grandes cambios, un tiempo de
maduración en la vida privada y de convulsiones en el campo social y político. El primero de
los cambios es la formación de una nueva familia, su matrimonio con Paco Ganivet y el
nacimiento de sus dos hijas, Carmen en 1931 y Jacinta, en 1933, que moriría a los pocos
meses. Durante unos años se dedicará sobre todo al cuidado de su hija. En 1935 comienza a
trabajar en el laboratorio del Instituto Cajal, donde ya realizara las prácticas como estudiante
universitaria. Pero, al tiempo, se implica de forma creciente en la lucha social y política. No
puedes ser neutral en un tren en marcha, como le gustaba decir al historiador Howard Zinn. La
República, definitivamente, lo cambiará todo. La burguesía culta e ilustrada tendrá que optar.
El pueblo o sus verdugos. Los obreros y campesinos o los dueños de las fábricas y de la tierra.
La democracia o el fascismo en ascenso.
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campo en junio ha sido brutal. El gobierno la ha declarado ilegal, solamente en Extremadura
han detenido a 12.000 campesinos y a 600 de ellos los ha llevado a cárceles fuera de la región,
a Ocaña y Burgos. En octubre estalla la insurrección obrera en Asturias, la primera revolución
socialista en España. Para Matilde ese período supondrá un salto en su compromiso político.
Su participación se plasmará en principio en dos grandes movimientos que están emergiendo,
el del feminismo antifascista y el de la solidaridad internacionalista. El Comité Nacional de
Mujeres contra la Guerra y el Fascismo -el antecedente orgánico de la Agrupación de Mujeres
Antifascistas- será una organización llamada a jugar un extraordinario papel de movilización en
los próximos años. En julio se celebra en Madrid el primer congreso y a él asistirán “mujeres de
distintas tendencias políticas, comunistas principalmente, pero también republicanas y algunas
socialistas, llegadas desde diferentes puntos de España. Obreras, campesinas, estudiantes,
intelectuales” que “llenas de entusiasmo y decisión, discutieron y crearon una organización
para liberar a la mujer española del lastre de la ignorancia y los prejuicios seculares,
incitándola a asumir su papel en la sociedad”, escribió Irene Falcón. Matilde Landa participará
en la convocatoria fundacional de este movimiento.
La Constitución republicana ha representado un avance importante en la igualdad de derechos
de las mujeres y ha abierto la expectativa de una transformación más profunda. El Partido
Comunista de España (PCE) será una de las formaciones que pelee por impulsar un
movimiento amplio de mujeres. En palabras de Dolores Ibárruri, el objetivo es conseguir “que
las mujeres pasen de ser “reserva de la reacción y la contrarrevolución” a “elemento activísimo
de la revolución”. El partido “tiene un programa muy avanzado en cuestiones de género.
Recoge medidas como la igualdad salarial, los permisos de embarazo y maternidad, la creación
de guarderías, el derecho al aborto libre y gratuito, y la amnistía para las mujeres encarceladas
por haber abortado clandestinamente. La paradoja del Partido es el contraste entre lo
feminista de su programa y la realidad de una organización en la que la presencia femenina
sigue siendo muy escasa”. Pasionaria, por esas fechas, lo sintetiza con determinación: “Esto
hay que cortarlo de raíz: no podemos llamarnos vanguardia del proletariado si abandonamos a
la mujer a las fuerzas de la reacción”.
Como señala Mercedes Yusta, entre 1934 y 1936 se va a constituir un auténtico “Frente
Popular” de las Mujeres. Aunque la iniciativa parte del PCE y la presidencia efectiva es
desempeñada por Dolores Ibárruri, sin embargo en el movimiento participarán desde su inicio
mujeres de otras corrientes políticas, como María Lejárraga, Victoria Kent o Rosa Chacel. Tras
la revolución de Asturias el Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo también será
ilegalizado. Dolores Ibárruri y Veneranda Manzano, en aquel momento diputada por Asturias,
serán encarceladas y Margarita Nelken, diputada por Badajoz, conseguirá burlar la persecución
y exiliarse. Las líderes del movimiento, con la ayuda del Socorro Rojo Internacional, crean el
Comité Pro Infancia Obrera, que al tiempo que garantiza el auxilio a los huérfanos, mantiene la
llama viva del movimiento de mujeres e impulsa la solidaridad internacional con las víctimas
de la represión. Será ahí precisamente, en el duro telar de las alianzas, donde nos
encontraremos a Matilde Landa, entregada ya de lleno a la lucha revolucionaria.
El Socorro Rojo Internacional (SRI) será el gran movimiento en el que desarrolle su
compromiso militante. Es una organización de solidaridad que la Internacional Comunista ha
creado en 1922. En España, desde la revolución minera de Asturias en 1934, se convertirá en
un poderoso movimiento cada vez más amplio y plural. La campaña por la amnistía se
articulará sobre todo alrededor de los locales y la iniciativa del SRI. El apoyo a los presos y a sus
familias, su defensa jurídica, la constitución de cajas de resistencia, la extensión de la
solidaridad tanto en España como en el extranjero, todo ello irá conformando al Socorro Rojo
como una extraordinaria herramienta, influyente tanto en el terreno asistencial como en el del
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proselitismo político. Como señala la historiadora Laura Branciforte, su ductilidad, su
capacidad para adaptarse a las circunstancias más diversas la convertirán en una de las
organizaciones con mayor número de afiliados en España, pasando de 33.000 afiliados en 1932
a casi un millón al terminar la guerra.
Desde el año 1935 hasta 1938, Matilde Landa será de facto una de las principales dirigentes del
Socorro Rojo Internacional en España y por ello una de las personas con un vínculo más
intenso con los delegados de la Internacional Comunista, muy especialmente con dos
legendarios dirigentes revolucionarios, Vittorio Vidali y Tina Modotti. Tina y Matilde serán
compañeras y amigas inseparables. Compartirán militancia en los primeros días del Quinto
Regimiento; estarán juntas en el Hospital Obrero de Cuatro Caminos; en la desbandá y
evacuación de Málaga y Almería; en el Congreso de Intelectuales Antifascistas; en Córdoba,
donde convivirán, durante alguna de las misiones; o en Barcelona, donde resistirán, junto a
Vidali, hasta un día antes de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad.
El 16 de febrero de 1936 se producirá la victoria del Frente Popular. El triunfo se debe en gran
medida al extraordinario movimiento de unidad por la base que se ha gestado en los dos
últimos años y al que se ha entregado Matilde Landa en cuerpo y alma. Un auténtico
movimiento popular al que han tenido que responder las propuestas y estrategias de todas las
formaciones y corrientes políticas, ya sean republicanas, socialistas, comunistas o anarquistas.
Parece que al fin se van a acometer las grandes transformaciones prometidas, pero desde la
misma noche del triunfo del Frente Popular comienza la conspiración para impedir que se
consolide el cambio político. El 18 de julio se produce el golpe militar contra la II República,
pero la resistencia tenaz de las clases populares lo aborta en gran parte del país. Como
escribiera Miguel Hernández, “la guerra eriza su lomo de bestia desesperada”.
Como explica Mercedes Yusta, “los años de la guerra significaron una amplia socialización de
las mujeres en el antifascismo y, para muchas que nunca habían salido de su hogar y del
cuidado de sus hijos, una experiencia que las sacó del espacio privado y les hizo sentir que
participaban en un esfuerzo colectivo de lucha en el cual sus tareas, aunque diferentes de las de
los hombres, eran tan dignas y necesarias como las de estos”. Miles de ellas ingresarían en los
partidos, sindicatos y organizaciones femeninas. Sólo la Agrupación de Mujeres Antifascistas,
según Mary Nash, contará ya en el verano de 1936 con más de 50.000 afiliadas y en los tres
años siguientes constituirá 255 agrupaciones locales.
Pero el desborde inicial, que cuestionaba los roles de género, fue paulatinamente reconducido
o resignificado. Pese a que “en el mismo verano de 1936, la figura de la miliciana dentro del
ejército popular se convirtió en el símbolo internacional de la movilización del pueblo contra el
fascismo”, Largo Caballero decretaría su retirada del frente. Desaparecía el icono de la
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miliciana y en su lugar se las presentaría como las heroínas de la retaguardia. Pese a todo, esta
imagen de la madre combativa, de baluarte de la retaguardia, llegará a ser “un factor
importante en las estrategias para movilizar a las mujeres hacia las causas antifascista y
revolucionaria”. Así, el discurso que combinaba pacifismo y maternalismo se convertiría en una
extraordinaria herramienta de conciencia.
La maquinaria del Socorro Rojo se pondrá en marcha al día siguiente de iniciarse la sublevación
militar. La respuesta será inmediata y masiva: cinco mil mujeres se ofrecen como enfermeras y
donantes de sangre. La primera tarea, en la que se implicará totalmente Matilde, será
convertir el antiguo asilo privado para tuberculosos conocido como Hospital Obrero de Cuatro
Caminos, en Sanatorio de Milicias Populares, en hospital de sangre. El hospital será incautado
por el Socorro Rojo el día 23 de julio y al día siguiente comenzará a funcionar con personal
nuevo. La activista extremeña asumirá la responsabilidad de coordinar al personal. “Nunca
levantaba la voz, que era suave y melodiosa y jamás se alteraba. Matilde y Planelles fueron el
sostén y respaldo político del Socorro Rojo Internacional. Me dijeron que Matilde tenía marido,
pero nunca lo vi. Indudablemente era idealista y poseía esa cualidad única de poder conseguir
todo lo que se proponía sin ruidos ni alardes”, escribirá Mary Bingham, una enfermera
australiana a la que la guerra ha sorprendido en Madrid y se ha incorporado como voluntaria.
Ahí, en la brega que construye desde abajo y con denuedo los nodos de resistencia, crecerá el
aura que envuelve a Matilde Landa, la leyenda de Monja Laica.
A finales de 1936 se traslada a Valencia y comienza a asumir otras tareas en el Socorro Rojo.
Como señala David Ginard, durante la guerra, la organización, además de poner en pie una red
sanitaria decente, se responsabilizará de otros muchos cometidos como “la ayuda a los
refugiados procedentes de la zona franquista, la asistencia a los soldados heridos y mutilados y
a las familias de los caídos en combate, la creación de hogares infantiles, y la educación y
alfabetización de los combatientes. Fueron también esenciales sus labores de propaganda,
para las que dispuso de una emisora de radio y de una extensa red de publicaciones entre las
que descollaba su órgano central, Ayuda. Intelectuales de la talla de Antonio Machado, Miguel
Hernández, Rafael Alberti, María Teresa León, Ramón J. Sender, León Felipe y Emilio Prados
colaboraron en estos periódicos”.
Matilde Landa y Tina Modotti junto a Isidoro Acevedo y Luis Zapiraín constituirán la dirección
efectiva del Socorro Rojo. Landa representará a la organización en el Segundo Congreso
Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura y en la Conferencia Sanitaria de Ayuda
a España, celebrada en París. Ambos encuentros tienen lugar en 1937. El Congreso de
Escritores Antifascistas, como se le conocerá, tiene lugar en Valencia y congregará a un buen
número de intelectuales que apoyan a la República Española. Matilde participará como
ponente compartiendo tribuna con Antonio Machado, Pablo Neruda, Juan Marinello y
Fernando de los Ríos. En la Conferencia Sanitaria de Ayuda a España, resaltará en ella la
“necesidad de desarrollar el sentimiento de solidaridad internacional para intensificar la ayuda
a España”. La atención hospitalaria a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, la
evacuación de 200 mujeres embarazadas desde Madrid a la Casa de Maternidad en Valencia, ,
los trabajos de inspección de las colonias y comedores infantiles, fueron algunas de las tareas
en las que se implicó de lleno. Pero, sin duda, el hecho más trascendente en el que
intervendrá, por su enorme gravedad, es en la evacuación de la masacre en la carretera
Málaga-Almeria, más conocida popularmente como la Desbandá. Se calcula que alrededor de
cinco mil personas perdieron la vida a consecuencia del ataque por mar y aire. Tras la caída de
Málaga, a principios de febrero de 1937, huyeron de la ciudad más de 150.000 personas,
población indefensa que sufriría los bombardeos y ataques del ejército fascista, apoyado por
aviación italiana y alemana. El valor físico y la serenidad de Matilde Landa en ese trance trágico
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será recordado por testigos de aquella experiencia de barbarie, como Vidali o José Morante,
secretario del SRI en Almeria.
Pero aquel comité provincial clandestino del PCE en Madrid, del que Matilde es la máxima
responsable, no llegará a cuajar. Su primera misión, la de liberar a Domingo Girón, Eugenio
Mesón y Guillermo Ascanio, dirigentes detenidos en las últimas semanas, fracasa. Matilde es
detenida el 4 de abril. Hasta finales de septiembre permanecerá en la sede de la Dirección
General de Seguridad, en los tristemente célebres calabozos de la Puerta del Sol, la mayor
parte del tiempo incomunicada en los sótanos y sin ver la luz.
A la derrota política hay que añadirle la tragedia familiar. La guerra ha desgarrado a la familia
Landa, como a tantas otras. Durante los últimos tres años todos los hermanos han estado
vinculados a la retaguardia educativa de la República. Rubén y Jacinta acabarán recalando en
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el exilio mexicano. Aida, será la única que permanezca en España y quién librará una batalla
constante para salvar a Matilde del fusilamiento. Pero, con todo, será su hija, Carmen López
Landa, quien pague el precio más alto. En julio de 1938, de acuerdo con Paco Ganivet, de quien
se ha separado de forma amistosa, ha decidido trasladar a Carmen a la Unión Soviética.
“Durante dos años, cuando tenía entre cinco y siete, estuve sometida a un continuo trasiego,
como un paquete de correos, de aquí para allá. Ni siquiera con ayuda de la familia he podido
atar todos los cabos. En 1938 me envían a la URSS. No sé cómo ni por qué se tomó la decisión.
Supongo que sería porque las cosas se ponían feas y porque allí tenía ya familia”. La separación
de su hija será la mayor herida para Matilde que, a pesar de la distancia, nunca renunciará a
participar en su educación. La treintena de cartas que se conservan dirigidas a su hija son una
buena muestra de ello y también de la altura ética, política y literaria del personaje. En ellas,
con un lenguaje contenido va destilando observaciones y consejos, al tiempo que informa de
su situación penitenciaria, valiéndose de ardides y bellas metáforas. A pesar del tiempo que
ha transcurrido sin verla y de los censores al acecho (“el tiburón”, en el lenguaje cifrado que
emplea Matilde), las cartas rebosan afán de cercanía, ternura y serenidad.
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Las Menores, que se quedaron las instancias encima de su mesa del despacho”, le espetará
Matilde cuando está saliendo del despacho. El reproche, medido pero completamente veraz,
sería mano de santo, la cuña oportuna que se coló en los escasos resquicios de conciencia que
le quedaban a la directora de la prisión. Y entonces, avergonzada o sencillamente
desconcertada, le autorizaría a organizarlo.
La oficina de penadas se monta en la propia celda de Matilde, con cajas de madera, alguna silla
y una mesa para redactar los escritos. “Ahora, aunque estoy en el sanatorio, trabajo. Cuido a
las enfermas más graves, me ocupo de su plan y voy consiguiendo que algunas, que después
de operadas estaban desahuciadas por los médicos, mejoren”, cuenta Landa a su hija en una
carta, escrita en el lenguaje cifrado para eludir la censura postal. Frente a la arbitrariedad y la
humillación sistemática de la cárcel, hay que tejer la solidaridad más elemental. Cada presa le
cuenta su caso con detalle a Matilde y a las compañeras que la apoyan. Y ellas se encargan de
redactar la instancia de indulto o petición que corresponda. La oficina desarrollará una intensa
actividad aunque cuente con medios tan paupérrimos.
Después de que Matilde sea trasladada a Palma la dirección de la cárcel cerrará la oficina de
penadas, pero la huella del camino, la lección es ya imborrable. A pesar de todo, siempre se
puede y se debe luchar, por duras que sean las condiciones, por pequeños que sean los
márgenes de maniobra. Frente a la represión sólo cabe la organización, la autodisciplina. En las
décadas siguientes los presos y presas antifascistas convertirán las cárceles en comunas donde
se comparten todos los bienes, en escuelas y universidades donde se accede a los saberes
negados.
El juicio contra Matilde tendrá lugar el 7 de diciembre de 1939. La sentencia considera a la
procesada autora de un delito de adhesión a la rebelión y la condena a la pena de muerte. El
día 19 de diciembre la auditoría aprueba la sentencia, decretando la suspensión hasta que se
reciba el “enterado” del Jefe del Estado. El caso tiene una enorme relevancia política para el
régimen. Así se deduce del escrito que su hermana Aida le hace llegar, dando cuenta detallada
de las gestiones que ha realizado ante las autoridades franquistas Manuel García Morente, un
influyente filósofo y sacerdote ligado a la ILE durante algun tiempo, al que ha recurrido la
familia para que interceda ante las autoridades. “Este sumario ha sido estudiado y revisado yo
creo que por todo el cuerpo jurídico y por todas las autoridades en estos asuntos (...) Se cree
que de las personas que han quedado en España Matilde es la que tiene mayor influencia
política. Con todo esto y a pesar del deseo que había por hacerla desaparecer, yo comprendí
que no había nadie que se atreviese a firmar esa sentencia de muerte”. Al final el gobierno
accede al indulto de la pena de muerte y a su conmutación por la de treinta años, pero
establece que la presa debe abandonar la península. El día que sale de la cárcel de Ventas
ocurrirá algo insólito. Lo cuenta Tomasa Cuevas: “El día que Matilde se marchó fue sensacional.
Las once mil mujeres que había allí en Ventas se pusieron en plan de despedida. Toda la cárcel
estaba en pie; las galerías las cerraron, nos encerraron a todas, pero encaramadas detrás de
las rejas despedimos a Matilde cantando, gritando y escandalizando. Nos incomunicaron
durante quince días por todo lo que habíamos hecho; pero Matilde salió de allí en medio de
una gran aclamación”.
El 2 de agosto de 1940 es trasladada al penal Can Sales en Palma de Mallorca, una prisión
custodiada por las Hermanas de la Caridad. El nuevo destino presenta para ella luces y
sombras. Por un lado el traslado a Baleares la aísla más y dificulta la relación con Aida, que está
desempeñando un papel tan activo en su cuidado. Pero por otro lado la familia dispone en la
isla de un contacto relevante que puede ayudar a la presa, el del escritor Miquel Ferrà, amigo
de su hermano, que la visitará con asiduidad en especial desde finales de 1941. Pero hay un
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factor importante, que estará en la base de su creciente inestabilidad, el papel de marcaje y
cerco que establecerá el fuerte aparato religioso que controla la prisión. Matilde es un objetivo
a rendir tanto por sus evidentes dotes de liderazgo como por el relevante papel político que ha
jugado y juega aún estando presa, y además porque no está bautizada. Las autoridades
penitenciarias y las catequistas de Acción Católica, entre cuyas tareas está el apostolado para
convertir a las presas republicanas, le prestarán una especial atención. La presa extremeña se
convertirá en el primer objetivo de la cruzada evangelizadora bajo la atenta vigilancia del señor
Obispo, José Miralles Sbert, una figura muy relevante por su complicidad con la represión
política en la isla. Buscarán conseguir el bautismo de Matilde Landa, del mismo modo que han
logrado ya otras sorprendentes “conversiones a la fe”, como es el caso de Regina García,
antigua dirigente socialista, una retractación de la que el régimen ha hecho un gran alarde
propagandístico.
Unas semanas después la familia, a través del fraile franciscano Pedro Cerdá, conocerá un dato
esclarecedor que se les había ocultado. Durante los tres cuartos de hora de agonía previos a la
muerte, Matilde Landa había sido bautizada in artículo mortis. El 19 de octubre, Aida Landa le
envía a Miquel Ferrá una carta expresando su dolor e indignación: “La inesperada y terrible
desgracia de mi hermana me tiene deshecha y destrozada el alma. Y por si era poco el dolor de
haberla perdido también he sabido con la crueldad que la trataron en sus últimos momentos.
Aprovechando aquellos tres cuartos de hora de su agonía hicieron lo que no habían logrado
hiciese mientras vivió. La bautizaron y administraron los sacramentos católicos que ella había
rechazado a pesar del asedio constante durante su estancia en las cárceles. Matilde era
incapaz de una farsa y con su delicadeza exquisita les hizo ver siempre a los encargados de
catequizarla la firmeza de sus ideas. Solamente por esta firmeza en sus ideas merecía el mayor
respeto”.
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La memoria: la prospección cuidadosa del viejo topo
Levantar las grandes construcciones con los elementos constructivos más pequeños,
confeccionados con un perfil neto y cortante. Descubrir entonces en el análisis del pequeño
momento singular, el cristal del acontecer total.
Como dice Benjamin en el texto referido, hace falta “ensayar épica y rapsódicamente” nuevas
prospecciones de tanteo de la memoria “en lugares siempre nuevos, indagando en los
antiguos mediante capas cada vez más profundas”. Apuntemos cuatro reflexiones que puedan
acompañar esa necesaria exploración sobre la memoria de Matilde Landa y de tantos otros
omitidos de la historia reciente de nuestro país.
La primera: Matilde Landa no es una excepcion individual, sino la expresión individual de una
excepción colectiva, de un periodo histórico extraordinario en el que las clases populares
desafiaron al poder y se plantearon la construcción de una sociedad alternativa, de “un mundo
nuevo”, como diría Durruti. Su estatura está íntimamente relacionada con la extraordinaria
capacidad y creatividad colectiva del pueblo, con la creación de espacios y herramientas tan
fértiles como la Institución Libre de Enseñanza (ILE), la Unión de Hermanos Proletarios (UHP),
la Agrupación de Mujeres Antifascistas, el Socorro Rojo, el Frente Popular, el Quinto
Regimiento o la Oficina de Penadas. Matilde es el pico más alto de un denso sistema
montañoso construido de forma paciente y colectiva durante décadas. No apliquemos la lógica
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de las películas americanas, su relato hegemónico basado en el héroe individual, ni la rancia
historiografía de los grandes hombres, en la elaboración de un discurso crítico sobre el pasado.
La segunda: la fuerza mítica de Matilde Landa arraiga en sus rupturas, no en sus continuidades.
Los poderosos, incluidos los que detentan la propiedad de las Academias, claman contra los
mitos. Contra los mitos de las clases populares, claro. El mito Pasionaria, el mito Che Guevara,
el mito Durruti, el mito Matilde Landa. Ellos, los fabricantes oficiales de mitos, con mando y
diploma en plaza, dicen que hay que “desmitificar la historia”. O, en todo caso, que l os de
abajo lleven sus mitos al museo, que los conviertan en momias.
Los mitos remiten a las historias sagradas, “al tiempo primordial cuando todo era noche”
(Bernardo Atxaga), a los momentos de ruptura con lo instituido y a la fundación de algo nuevo.
El mito nos habla de acontecimientos prodigiosos, de verdades elementales, de dignidad
irreductible. Se necesitan mitos populares, mitos-abreojos, emblemas que hablen de otros
horizontes y otras vidas posibles.
El aura mítica de Matilde Landa reside sobre todo en sus tres rupturas: con su clase, con la
concepción dominante de la política y, en cierto modo, con la familia. De nuevo Walter
Benjamin viene en nuestro auxilio: “El homenaje o la apología procuran encubrir los
momentos revolucionarios del curso de la historia. Lo que de verdad les importa es establecer
una continuidad (...) Se les escapan aquellos momentos donde la tradición se interrumpe, y con
ello sus peñas y acantilados, que ofrecen un asidero a quien quisiera ir más allá de ella ”.
Matilde se desclasa hacia abajo, romperá con la burguesía ilustrada de la que procede. El
relato que pretende establecer una continuidad entre la burguesía liberal y el movimiento
obrero revolucionario es una construcción ideológica con una endeble base histórica. Rompe –
y es la fractura que le será más dolorosa- con la familia. Primero con el rol de género que
quiere convertirla en una señorita de provincias; pero, además anteponiendo la revolución a la
familia. Hoy nos es difícil entenderlo porque ha desaparecido el horizonte de la revolución,
pero durante las décadas más intempestivas del siglo XX miles, millones de personas
arriesgaron su vida para conseguir una sociedad libre e igualitaria. Y por último, desdeña una
cultura política dominante que disocia dirección y base, que escinde la ética de la política.
Matilde es feminista avant la lettre. Lo es desde el hacer, desde el ejemplo de quien se revela
contra el destino de género que ha previsto su padre, que le dice “vas a ir a casa de las de
Rubio a aprender a cortar, y déjate de bachillerato ni de monerías”. El ejemplo de quien abre
caminos en la Universidad, en la Asociación de Mujeres Antifascistas o en la militancia y
dirección del Socorro Rojo y el PCE. El feminismo que representan las más de 30.000 mujeres
presas después de terminar la guerra civil, las “hijas de Caín”, las “individuas de dudosa
moral”, como las denominarán los próceres del franquismo. El feminismo de las maestras e
intelectuales republicanas, sí, pero también el de las lavanderas, las mozas de servir, las
costureras, las obreras y campesinas, invisibilizadas detrás de las siglas S.L. en los documentos
oficiales.
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La cuarta reflexión: para rescatar el pasado de los personajes y luchas emancipatorias hay que
construir constelaciones con el presente, encontrar y señalar las citas secretas que unen a las
generaciones oprimidas de ayer y de hoy. En el olvido de Matilde Landa, en su relegación,
además de la “reglamentaria” amnesia consustancial a la transición, han influido otras razones
de peso. La invisibilidad general de las mujeres en la historia dominante, la presentación
convencional del suicidio como una turbiedad personal y, además, las ampollas que podía
levantar el gesto último de Matilde, que apuntaba a otro tabú, el del lazo íntimo que había
unido al régimen de Franco y a la jerarquía de la Iglesia Católica.
En mi opinión se necesita una memoria que no se convierta en una expresión de nostalgia
inoperante y menos aún en una burda herramienta al servicio de la recuperación o la
conservación del poder. Una memoria y un memorialismo que no se acomoden a las
necesidades de ninguna de las facciones del poder realmente existente. Una historia y una
memoria que, por decirlo con las palabras de Traverso, restablezcan una perspectiva de
transformación, que conecten el pasado como campo de experiencia y el futuro como
horizonte de espera, los dos polos de la dialéctica histórica. Los valores de dignidad y
solidaridad que representa Matilde Landa constituyen una levadura ideal para construir ese
imprescindible horizonte utópico.
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