Caso 3
Caso 3
Caso 3
“Ella no está para nada tan mal como Iván”. El Sr. Oblamov hablaba acerca de sus dos
hijos mayores.
A los 30 años de edad, Iván tenía esquizofrenia desorganizada tan intensa (como se
conocía entonces) que, no obstante la aplicación de neurolépticos y un ensayo con
terapia electroconvulsiva, era incapaz de poner 10 palabras juntas de modo que
tuvieran sentido. Ahora Natasha, tres años menor que su hermano, había sido llevada
a la clínica por problemas similares.
Natasha era artista. Se especializaba en hacer copias al óleo de las fotografías que
tomaba en el campo cerca de su hogar. Aunque había tenido una exhibición personal
en una galería de arte local dos años antes, nunca había ganado un solo dólar por su
trabajo artístico. Tenía una habitación en el departamento de su padre, donde los dos
vivían de su pensión de retiro. Su hermano vivía en una sala para pacientes mentales
con mal pronóstico en un hospital estatal.
“Supongo que esto ha estado ocurriendo desde hace tiempo”, dijo el Sr. Oblamov.
“Debí haber hecho algo antes, pero no quería creer que le estaba pasando a ella
también”.
Los signos habían aparecido por primera vez hace alrededor de 10 meses, cuando
Natasha dejó de acudir a su clase en el instituto de arte y dejó de atender a sus dos o
tres estudiantes de dibujo. La mayor parte del tiempo permanecía en su habitación,
incluso a la hora de las comidas; pasaba gran parte de su tiempo haciendo esbozos.
Finalmente, su padre llevó a Natasha para ser evaluada debido a que insistía en abrir
la puerta. Cerca de seis semanas antes había comenzado a salir de su habitación
varias veces todas las tardes, se quedaba parada con incertidumbre en el pasillo un
momento y luego abría la puerta principal. Después de asomarse de un lado a otro del
pasillo, regresaba a su habitación. En la última semana, había realizado este ritual una
docena de veces cada tarde. Una o dos veces su padre creyó haberla escuchado
murmurar algo sobre “Jason”. Cuando le preguntó quién era Jason, ella sólo lo vio
inexpresiva, se dio la vuelta y se fue.
Natasha era una mujer delgada con cara redonda y ojos azul agua que parecían
nunca enfocarse.
Si bien casi no aportó información por sí misma, respondió cada pregunta con claridad
y lógica, aunque con brevedad. Se encontraba del todo orientada y no tenía ideas
suicidas u otros problemas para el control de los impulsos. Su afecto estaba tan
aplanado como uno de sus lienzos.
Habría descrito sus experiencias más atemorizantes sin más emoción que la que le
habría generado hacer una cama.
Jason era instructor en el instituto de arte. Meses antes, una tarde en que su padre
estaba fuera, había ido al departamento para ayudarla con “algunas técnicas de
retoque especiales”, según ella lo indicó (refiriéndose a su pincel). Aunque habían
terminado juntos y desnudos en el piso de la cocina, ella había pasado la mayor parte
de ese tiempo explicando por qué pensaba que debía ponerse de nuevo la ropa. Él se
fue sin ser correspondido y ella nunca volvió al instituto de arte.
No mucho tiempo después, Natasha “se dio cuenta” de que Jason andaba por ahí,
tratando de verla de nuevo. Sentía su presencia justo afuera de su puerta, pero cada
vez que la abría, él se había desvanecido. Esto la intrigaba, pero no podía decir que se
sintiera deprimida, enojada o ansiosa. En el transcurso de algunas semanas, comenzó
a escuchar una voz que se parecía un poco a la de Jason, que parecía hablarle desde
un amplificador fotográfico que había instalado en el diminuto segundo baño.
“Por lo general, sólo decía la ‘palabra con C’”, explicó en respuesta a una pregunta.
“¿La ‘palabra con C’?”
“Ya sabe, el sitio del cuerpo de la mujer en el que hace la ‘palabra F’”. Sin parpadear y
en calma, Natasha se mantenía sentada con las manos juntas sobre su regazo.
En las últimas semanas, Jason se había deslizado varias veces por su ventana
durante la noche y se había metido en su cama mientras ella dormía. Ella despertaba
al sentir la presión de su cuerpo sobre ella; era en particular intensa en la ingle.
Cuando despertaba por completo, él se había ido. La semana anterior, cuando entró al
baño para utilizarlo, la cabeza de una anguila, o quizá de una víbora larga, salió de la
taza del baño y se lanzó contra ella. Ella bajó la tapa del baño sobre el cuello del
animal y éste desapareció. Desde entonces, sólo había utilizado el baño principal.