Francisco de Asis y La Virgen Maria

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Francisco de Asís y la Virgen María

Su devoción y afecto por la Madre de Cristo

El afecto y la devoción por María en S. Francisco


La Orden franciscana siempre ha tenido unos lazos muy
especiales con la bienaventurada Virgen María, hasta el punto
de ser contado entre las órdenes marianas surgidas en la Edad
Media.

Origen de estos lazos profundos es la experiencia espiritual de


Francisco, el cual "rodeaba de amor indecible a la Madre de
Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la
majestad.
En su honor cantaba alabanzas especiales, le dirigía oraciones y
le ofrecía afectos tantos y tales que ninguna lengua humana
puede expresar. Mas, lo que más nos llena de gozo, es que la
constituyó Abogada de la Orden y puso bajo sus alas a los hijos
que estaba para dejar, para que encontrasen en ella calor y
protección, hasta el final" (2Cel., 198).

La profunda devoción y piedad mariana del Santo de Asís es


evidente desde la época de su conversión: Bernardo de
Quintavalle, que lo hospedó algunas veces en su casa,
observando su comportamiento, "lo veía pasar las noches en
oración, durmiendo poquísimo y alabando al Señor y a la
gloriosa Virgen su Madre, y pensaba, lleno de admiración:
'Realmente, este hombre es un hombre de Dios" (2Cel., 24).
Su amor especial por la Madre del Señor se manifiesta también
en la elección de residir en la Porciúncula, "una iglesita dedicada
a la santísima Virgen: una construcción antigua, pero entonces
del todo descuidada y abandonada. Cuando el hombre de Dios
la vio tan abandonada, empujado por su fervorosa devoción por
la Reina del mundo, puso allí su morada, con intención de
repararla.

Allí gozaba a menudo de la visita de los Ángeles, como parecía


indicar el nombre de la iglesia misma, llamada desde antiguo
Santa María de los Ángeles. Por eso la eligió como residencia,
por su veneración por los ángeles y su especial amor por la
Madre de Cristo" (L.Mayor, II,8).

Francisco amaba de manera particular aquel lugar, lo amaba


"más que todos los demás lugares del mundo. Aquí, en efecto,
conoció la humildad de los comienzos, aquí progresó en las
virtudes, aquí alcanzó felizmente la meta. En el momento de la
muerte recomendó este lugar a los frailes, como el más querido
de la Virgen" (Ibid.), "porque quería que la Orden de los
Menores creciera y se desarrollara, bajo la protección de la
Madre de Dios, allí donde, por méritos de ella, había tenido su
origen" (L.Mayor, III,5).

El autor de la vida de S. Clara añade: "Este es aquel lugar


famoso donde dió comienzo el nuevo ejército de los pobres,
guiado por Francisco, de modo que apareció claramente que
fue la Madre de la Misericordia la que dió a luz en su morada a
una y otra Orden" (L. S.Clara, 8).
San Buenaventura resalta la confianza filial de Francisco para
con la Virgen:"Después de Cristo, ponía en ella su confianza, y
por eso la hizo abogada suya y de los suyos" (L.Mayor, IX,3).

Una característica de María que llena de gozo a Francisco y lo


hace especialmente devoto de ella es su maternal misericordia;
es ella, "la Madre de la misericordia", la que obtiene para
Francisco la gracia de su vocación; a ella, "Reina de
misericordia", invita el Santo a dirigirle oraciones en las
dificultades (cf. 3Cel. 106). Pero, sobre todo, la misericordia de
María se manifiesta con ocasión de la concesión del "Perdón de
Asís", episodio que marca el triunfo de la misericordia de Dios y
de la atenta intercesión de la Madre.

También en las oraciones de Francisco encontramos


importantes referencias a María; en particular se hace cantor
enamorado de la Virgen componiendo dos plegarias dedicadas
a la que le ha llenado el corazón de infinita dulzura. La primera
es una Antífona mariana que exalta a María por la especialísima
relación con la Trinidad e invoca su intercesión:

"Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna


semejante a ti, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, Padre celestial, madre
de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por
nosotros, con san Miguel arcángel y con todas las virtudes del cielo y con todos
los santos, ante su santísimo Hijo amado, Señor y Maestro".

La antífona tiene raíces bíblicas, patrísticas y litúrgicas, pero


también refleja las características originales de la personalidad
del Santo.
El afecto y la veneración de Francisco por María se manifiestan
también en el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, himno
de alabanza que exalta la divina maternidad, obra de Dios, Trino
y Uno:

"¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,


María virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
y ¡salve, todas vosotras, santas virtudes,
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos de infieles, fieles a Dios!"
Francisco contempla con estupor a María, porque ha realizado
lo que él mismo desea apasionadamente: llevar siempre consigo
a Jesús, convertirse en su digna morada, adorar con
reconocimiento el misterio del Verbo que se hace hombre,
engendrarlo en la propia vida y ofrecerlo a los hermanos.
Escribiendo sus últimas voluntades a Clara, afirma con sencillez
y convicción: "Yo, fray Francisco pequeñuelo, quiero seguir la
vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su
Santísima Madre, y perseverar en ella hasta el final".

Por eso, para Francisco, María Santísima no es solamente una


obra maestra de la gracia para contemplar, sino, sobre todo, un
modelo de fe y un estilo de vida para imitar; aunque para sus
seguidores, los Franciscanos de todos los tiempos, Jesús y María
se convierten en la imagen de la humanidad nueva a la que los
hombres tienen que conformarse para realizar su propia
existencia según el proyecto de Dios, es decir, la voluntad de
extender su amor a todas las criaturas.

La plenitud de este amor, que sale de Dios y a él regresa, se


realiza perfectamente en Jesús, Verbo Encarnado, summum
opus Dei; por ese motivo, Dios creó al hombre a imagen de su
Hijo y pensó en la mujer como "morada" en la que su Hijo se iba
a hacer hombre.

Francisco saluda a María como "virgen hecha Iglesia", porque


ella es la mujer "pensada" desde toda la eternidad para ser la
Madre del Verbo encarnado, el comienzo y la imagen de la
Iglesia, nuevo Israel. Esta mujer resplandece de gracia y belleza,
es la "Señora Santa", consagrada por el Padre con el Hijo y el
Espíritu Santo, porque en su seno tenía que bajar el Verbo de
Dios; de la "santa y gloriosa Virgen María" el Verbo del Padre
"recibió la carne de nuestra frágil humanidad. Él, siendo más
rico que nadie, quiso, sin embargo, elegir co su madre santísima
la pobreza".

Francisco, igual que sus frailes, está convencido de que la carne


de Cristo es la carne de María, una carne santa, pura, sin
mancha de pecado.

La reflexión sobre la Encarnación del Verbo conduce, pues, al


Santo de Asís y a los teólogos hijos suyos a reconocer el lugar
singular de María en la Historia de la salvación. Ella es la
"bendita entre las mujeres", a la que ha venido a habitar aquel
que ni los cielos pueden contener", como afirma Clara en una
de sus cartas a Inés de Praga.
La Virgen María, modelo para los jóvenes de hoy

✓ María, la joven de Nazaret María fue una muchacha de su tiempo. Llevó, sin
duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una familia creyente,
según los usos y costumbres de su época. Creció con las ilusiones lógicas de su
edad y compartió la esperanza de su pueblo en las promesas de Dios. María era
todavía una jovencita cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre
del Salvador. Dios, de esta manera, irrumpe en la vida de María cuando ella es
joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno
de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes. Y María se entrega
generosamente al plan de Dios. Le dice «Sí». Firma en blanco para el Dios
sorprendente que le va a llevar por caminos insospechados y nuevos. María con
su respuesta pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de
entrega y disponibilidad. Pero también muestra su ESPIRITU JOVEN por aceptar
el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande.
✓ Las actitudes fundamentales de María

- Contemplación
María aparece en los evangelios como una mujer que medita y profundiza los
acontecimientos para descubrir en ellos la luz de la Palabra de Dios. María
guarda en su corazón palabras, gestos y actitudes, intuyendo que se encuentra
ante el hecho misterioso de la salvación de Dios. Hoy el mundo necesita
personas contemplativas que, a la luz de la fe, mediten la presencia de Dios en
nuestra historia.

- Disponibilidad absoluta a Dios


El «Sí» de María en la Anunciación es un «Sí» generoso y total que no sabe de
tacañerías, limitaciones y condiciones... María estuvo siempre de parte de Dios,
al servicio de su acción en el mundo. Ella es modelo de disponibilidad absoluta
al amor de Dios y a lo que Él nos pide para la construcción del Reino en nuestra
sociedad.

- Servicio dedicado a los demás


La vida de María fue una vida de servicio. La ayuda que prestó a su prima Isabel,
a los novios de Caná y a los temerosos discípulos reunidos en el Cenáculo, son
un botón de muestra. Con esta actitud de servicio, María nos enseña que a Dios
lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda.

- Comprometida en la tarea de la liberación


María tiene la experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la
intervención salvadora de Dios. Ella es la primera entre los humildes y olvidados
de la tierra. Ella es la primera liberada por Dios. María, en el canto del
«Magnificat» (Lc 1, 46—55), proclama que Dios ayuda a los humildes y cambia
la situación de injusticia, de opresión y de privilegio que tratan de mantener los
poderosos para su propio provecho. María es signo de liberación para todos
nosotros. Como ella, podemos aspirar a nuestra propia y total liberación del
mal, del pecado y de las esclavitudes o situaciones injustas, contando con la
ayuda de Dios.

- Fidelidad en el sufrimiento
María, unida en todo a su hijo Jesús, conoce bien pronto el alcance de las
palabras que le dijo el anciano Simeón: «una espada te atravesará el corazón»
(Lc 2, 35). María siente esa espada de dolor a lo largo de toda su vida en forma
de destierro, angustia, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo,
soledad... El dolor de María alcanza su punto culminante en el Calvario. Ahí, de
pie junto a la cruz, ve morir a su Hijo. Tiene la experiencia más amarga de la
injusticia y de su propia impotencia. María con su fortaleza nos descubre el
sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo
nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.

- La joven
María: un modelo para los jóvenes María comprende a los jóvenes. Ella fue una
mujer que vivió plenamente la etapa de su juventud, compartió las ilusiones de
los jóvenes de su tiempo y acompañó atentamente la adolescencia y juventud
de su Hijo, Jesucristo.

En María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo


tiempo: generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad,
apertura a lo nuevo... Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el
mundo actual.

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