+acha, O. - Poder Popular y Socialismo Desde Abajo
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Introducción
La noción de poder popular es teórica y políticamente interesante porque la exigencia de
pensarla surge tras una historia concreta: la de las limitaciones del socialismo obrerista y del
populismo peronista.
Nuestro primer punto de partida es la crisis de la convicción de que una se-la condición
asalariada de la clase obrera-situación social transfigura necesariamente en una política obrera. Se
equivocan quienes cuestionan a la forma partidaria leninista por considerarla la culpable de la
derrota del socialismo; en realidad el partido leninista era la expresión rusa del verdadero problema,
a saber: la creencia de que la evolución de la conciencia de clase proletaria se hacía una sola cosa
con la historia. En otras palabras, el inconveniente consistía en creer que la política se derivaba “con
o sin mediaciones”; de una posición en la sociedad. Georg Lukács escribió un libro estupendo y
quimérico intentando fundamentar la idea.
El segundo punto de partida es el agotamiento de la construcción populista de la voluntad
popular. El populismo fue una forma democrática de integración social de las clases populares y de
refiguración de la relación entre economía y Estado después de la crisis capitalista de 1929. Para
lograrlo los líderes populistas apelaron al nacionalismo y a cierto igualitarismo, que para algunas
vertientes de izquierda constituían como “segunda independencia”; el inicio de un camino que, más
adelante y superando al propio populismo, realizaría sus promesas plebeyas para transformarse en
socialismo. Las condiciones históricas de esa política ya no existen. Baste pensar en qué fue de la
promesa de “construir una burguesía nacional” que hizo el presidente Kirchner apenas asumió su
mandato.
Hoy sabemos que ninguna praxis revolucionaria realista puede ser articulada sin una puesta en
práctica de alguna forma de poder popular. Éste es un término dialéctico, es decir, transita
conflictivamente entre la diversidad de los arraigos sociales (se es maestra de escuela, vendedor en
los colectivos, desocupado, ama de casa, poeta, cartonero, obrero industrial) y la unidad ambigua de
una designación que se dirige hacia lo cultural y lo político colectivo. Lo que esa indicación sumaria
no dice es si esos arraigos “producen” lo colectivo. Tampoco establece si al tornarse política la
conflictividad social se transforma en algo absolutamente diferente.
El poder popular no se presenta desnudo; nunca está allí. Eso es lo que lo distingue de la noción
de soberanía popular, que es la voluntad latente de una mayoría de la población que se impone
como poder constituyente. En cambio, el poder popular no es la expresión ideal de una mayoría. Es
más exactamente la manifestación efectiva, real, de una voluntad colectiva. Por el contrario, la
soberanía popular se funda en la opción de una serie de individuos; es una de las formas del
contrato.
El gran problema del poder popular es cómo se constituye y qué sentido y qué efectos tiene
sobre la diversidad social, qué formas de vida democrática propugna. Un análisis superficial diría que
el poder popular es lo que “el pueblo” produce políticamente.
El “pueblo”, sin embargo, no puede ser reducido a una mera condición dada (un lugar social
aparentemente con capacidad de agrupar: por ejemplo, “los pobres” o “los oprimidos”). Por eso la
visión ingenua del pueblo, que lo da por supuesto, es peligrosa. Oculta un proceso que no está en la
superficie.
En este texto quiero distinguir entre una perspectiva populista del poder popular y una
perspectiva socialista. La primera adopta como incuestionable que el pueblo es una entidad
discernible, materializada en su identificación política (varguismo, peronismo, nasserismo, etc.). La
segunda cruza la soberanía efectiva del pueblo con la diversidad de sus anclajes sociales. Sin
embargo, y ése es el nudo teórico que es preciso deshacer con cuidado, una dicotomía
tranquilizadora es inviable. No es posible decir que hay un concepto de poder popular deseable y
otro indeseable, como si nuestras simples afirmaciones constituyeran una elaboración adecuada. No
existe un abismo entre la apología populista que esencializa el pueblo para imponer una hegemonía
y la crítica revolucionaria no populista que parte de una “ciencia” de la sociedad. La mala noticia es
que las nociones de pueblo y poder popular conservan, incluso en su opción socialista, un lazo con el
populismo. Estamos, desde el vamos, en un terreno contaminado. Es así que separar radicalmente
poder popular y populismo es la forma menos útil de enfrentar la cuestión. El escaso valor de la
discusión que aquí se emprende se medirá por el éxito o el fracaso en la propuesta de una noción de
poder popular que evada al mismo tiempo el reduccionismo social del marxismo clásico y el
reduccionismo politicista de la teoría populista.
Pueblo e historia
El contenido mínimo de la noción de poder popular remite a una potencia-del-pueblo, es decir, a
la capacidad de un pueblo para operar sobre algo. Ese algo es relativamente indeterminado, porque
es una instancia cuya condición de objeto puede ser el propio cuerpo del pueblo (el poder popular
como práctica de autovaloración o autotransformación), una vez que ha superado el ser partes
yuxtapuestas.
Este hacerse es lo decisivo, porque sin eso el pueblo (que no es una cosa) se desmigaja. El
contenido de poder popular sólo es comprensible en las condiciones históricas en que se produce,
en el contexto de las relaciones de fuerza en que interviene, en el horizonte de las perspectivas
políticas que se plantea. En términos más formales: da cuenta de una historia (como pasado
asumido o sufrido), un presente (una situación política, económica y cultural) y un futuro
(observable en una expectativa estratégica).
Así las cosas, debemos ir en busca de las formas concretas de construcción de un pueblo; en
otros términos: debemos observar de qué manera emerge en una situación histórica. A partir de una
identificación real se abrirá el espacio para seguir su drama. No ha existido una única versión de
pueblo.
Todo pueblo es producto y transformación de una historia. Es el producto de las tendencias del
pasado y es la coagulación de una nueva identificación que resignifica ese pasado, reescribiendo la
historia. La constitución del pueblo se liga con cambios sociales de larga duración y con eventos de
subjetivación inéditos. Para acceder a esa dinámica puesto que todo pueblo-creativa es inevitable
recurrir a la historia y a las prácticas actuales-sólo surge encuadrado en una vida histórica de
existencia social. Es esencial su evolución demográfica, la persistencia y declinación de sus
mitologías, las perspectivas de la movilidad social, etc.
No obstante, la experiencia no se agota en la historia. Por el contrario, la historia sólo actúa
eficazmente a través de sus representaciones actuales, que son reescrituras del pasado. La memoria
alude al pasado, pero es siempre de hoy. Las identificaciones de un pueblo, esto es, las imágenes y
símbolos en que fundamenta su unidad, dependen del modo en que sea contada la historia de su
pasado.
Así por ejemplo: si se impone una historia popular de larga duración ligada a las luchas
anticoloniales o antiimperialistas, tendremos una identificación diferente que la iniciada en 1945; y
de ésta se distingue también si la comenzamos en el Cordobazo de 1969 o en la rebelión de 2001.
Cada una de estas historias propone un tipo de alianza popular y de objetivos diferentes. En el
primer caso, el pueblo es el propio del nacionalismo, el segundo, del peronismo, el tercero, de una
izquierda mezclada de marxismo y peronismo, y el último, del rechazo a los regímenes político-
económicos de las últimas décadas. Para definir las formas actuales del poder popular, en
consecuencia, debemos elaborar un relato histórico que pueda ser compartido por las mayorías
oprimidas. ¿De qué historia se tratará? Aún no lo sabemos. Sí es claro que mientras no elaboremos
esa historia nuestras reflexiones sobre el poder popular concreto (justamente porque es una
construcción retroactiva, porque es la coagulación producida por un relato) permanecerán en la
bruma de la indefinición.
Conclusiones
La elaboración de una noción políticamente útil de poder popular debe ser distinguida de la
teoría populista. Ésta no puede ir más allá de una definición teórica del populismo en general. Ése es
el límite de la obra de Ernesto Laclau, que nos presenta desde el terreno propiamente discursivo una
hábil crítica del imaginario marxista de la construcción de las identidades colectivas. El esquema del
populismo así articulado se desliga de los anclajes sociales de los diversos sujetos que ingresan al
sistema de las “equivalencias”, derivando en una alianza populista, o en otras palabras, en “el
pueblo”. Por eso el enfoque estructural de Laclau no nos provee de referencias políticas adecuadas
para pensar una construcción de poder popular desde abajo, ni para discriminar un populismo de
derecha de otro de izquierda. En definitiva, no nos sirve más que para prevenirnos de los
esencialismos que quieren hacer de un núcleo social (por ejemplo, la clase obrera industrial) la
fuerza estratégica privilegiada de la práctica revolucionaria. Ese servicio es importante, pero hay que
decir que elude el esfuerzo teórico crucial, que consiste en construir una diagonal entre la teoría
socialista y la práctica concreta de formación de una alianza popular.
En otras palabras, el desafío verdadero consiste en saber si podemos pensar una teoría del poder
popular desde abajo que se alimente de las formas actuales, reales, de la vida de las clases
subalternas. No para pues es ya evidente que de lo social no-deducir de esa vida al pueblo sino para
establecer para un-se transita directamente a lo político período histórico y un contexto económico-
político determinado (América Latina a principios del siglo XXI) un entendimiento de las condiciones
y posibilidades de una alianza popular desde abajo.
En Argentina, la discusión de la izquierda sobre el poder popular tiene un capítulo inevitable. Es
totalmente superficial mentar lo popular sin hacer un balance de la experiencia peronista. Aquí sólo
podré ofrecer una indicación sumaria al respecto, pero sin ella mi argumentación sería incompleta
(ya señalé que la crítica de las experiencias del socialismo es igualmente imprescindible).
¿Estamos hoy, en los diversos planos de la experiencia política y social, en el mismo entramado
real que el prevaleciente en el siglo XX? En otros términos: ¿la historia de lo popular seguida a través
del drama del “pueblo peronista” perdura como matriz de inteligibilidad del pueblo? De ninguna
manera: el peronismo ya no es el norte cultural de una (posible) alianza popular en Argentina. Las
proyecciones históricas de nuestro pasado, por lo tanto, necesitan ser elaboradas y superadas en
nuevas fórmulas, en otros recipientes. No tanto para negar el pasado sino para abrir el espacio
simbólico de nuevas y operativas identificaciones. La discusión sobre el peronismo, es decir, sobre lo
que hizo pueblo en la Argentina del siglo XX, es quizás el tema decisivo de ese relato histórico que
nos debemos. Pero no creamos que la historia nos proveerá de lecciones irrefutables sobre qué
hacer en estos años y décadas de nuestra militancia por venir.
Hagamos de una vez el duelo del socialismo y el populismo tal como existieron en el siglo XX.
Simbolicemos sus fracasos para recuperar sus promesas plebeyas. Lo importante para la política no
es la defensa de una identidad (eso es el dogmatismo), sino la práctica de la revolución popular y
desde abajo. El olvido es saludable cuando integra lo olvidado en una actitud constructiva, plena de
amor por la vida. Pasemos de nuestras identificaciones imaginarias y cristalizadas a una conversación
política que las movilice y negocie, y arriesguemos una subjetividad nueva. Quizás así podamos
retomar críticamente la lucha de nuestros antepasados y redimir el recuerdo de sus entusiasmos
derrotados en una acción que sea nuestra.