Manuel Gonzalez Zeledon - La Propia

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novelas costarricenses

32 La propia

Manuel González
Zeledón
dueño del beneficio, el cafetal, del potrero, de la montaña, de
todo, hasta de las voluntades ajenas: Ñor Julián Oconitrillo.

Se separa el viejo propietario de su hacendosa media naranja,


Ña Micaela. Quien vivir, sin recato alguno, con la flor del barrio.
y la ambiciosa Celestina se ve transformada, por arte de
brujería, sin duda alguna, en una Mariturnes de la más baja
especie.

María Engracia no es moza que se conforma con serio de un


solo hombre. Menos aún si ese ha ido perdiendo las fuerzas a
lo largo de muchos años de fáciles y variadas conquistas.

Ñor Julián se ve, de un momento a otro, abandonado. EI sabe


quién es el ladrón de su tesoro. A buscarlos se encamina.
Los encuentra, cuando apenas ha podido satisfacer las
recíprocas ansias de posesión. Los celos, como siempre,
malos consejeros, dirigen la mano al homicida del viejo
hacendado. El joven conquistador cae. La ninfa, como ninfa
que es huye por en medio de los cafetales que no logran cubrir
sus desnudeces admirables.

La cárcel, ya la puerta de ella una viejecita enlutada y llorosa.


Trae un poco de cariño al hombre que quiso a abandonarla
por otra, más joven es cierto, pero nunca más buena. Es Ña
Micaela, la propia esposa porque la otra, siempre fue la ajena,
la intrusa.

Hemos hecho el viaje alrededor de una deliciosa visión de


nuestro pueblo. Lástima que no nos hubiera detenido el
autor, siempre complaciente, para describirnos las faenas
del trapiche en el que trabajaban Ñor Julián, María Engracia
y la madre, tercer en la enumeración y amiga de tercerías
inconfesables. Para hacernos vivir un sábado de mercado
entre las ventas de maíz y las de dulce, cerca de las tiendas
ambulantes que ostenta, como si fuesen gonfalones,
inmensos pañuelos de colores brillantes y de curiosos
arabescos.
He aquí un corto relato que posee todos los elementos para
formar una valiosa novela de costumbres. No quiso Magón
ampliar ciertos aspectos del paisaje, ciertos detalles del medio
ambiente que habría dado a La propia las características de
una novela perfecta. Es natural que, así como la dejó, se trata
de una pequeña obra maestra de descripción, de análisis de
caracteres, de estilo y de desarrollo.

Alguien hizo un viaje alrededor de su cuarto. ¿Por qué no


emprender una excursión por las páginas bellas de este
libro? Es como si recorriéramos, con la imaginación, algunas
regiones de nuestra Costa Rica bien amada. Es como si nos
detuviéramos, aquí y allá, a observar a nuestros buenos ticos,
sin que ellos se dieran cuenta de que estamos mirando cuánto
hacen, cuánto dicen y cuánto piensan.

Acá, a lo largo de las paredes de un corredor, en una limpia


casa de campo, se nos presentan las bellas y las feas, las
jóvenes y las viejas, las cogedoras de café, dedicadas a su
labor de separar los granos limpios y parejos de los negros y
quebrados. Al mismo tiempo, que mueven los brazos con ritmo
no aprendido, cantan las unas, la última copla oída. Refieren,
las otras las viejas, con seguridad, cuentos de espantos y de
brujas. Voluptuosamente, unas se dedican a fumar cigarrillos
de mal aliento tabaco criollo. Aquellas, las más, murmuran,
murmuran Sin cesar, enlazando reputaciones con reputaciones
a fin de que todas queden igualmente marcadas.

Acá, María Engracia, la guaria de Escazú. Moza galana que no


tiene otro defecto que el de ser hija de una bruja. Pero aún de
una celestina a quien nada importa vender, al mejor postor,
los encantos íntimos de su bella hija. Y quien más ofrece es el

Fuente: Garnier, José Fabio. (2017). Cien novelas


costarricenses. Compilación, prólogo y notas de Mario Oliva
Medina. 1a. ed. Heredia, Costa Rica : EUNA.

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