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La dimensión socio-ambiental de los territorios a partir de las geo-culturas

latinoamericanas y la geografía crítica


The Socio-Environmental Dimension of the Territories from Latin American
Geo-Cultures and Critique Geography
Claudio Luis Tomás

Claudio Luis Tomás es doctorando en Ciencia Política


en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
E-mail: [email protected]

resumen summary
El trabajo que desarrollamos tiene como propó- The work we carry out has as purpose to
sito realizar una reflexión mediante la articula- make a reflection articulating some concepts
ción de algunos conceptos y autores que, desde and authors that, from Latin American geo-
la geo-cultura latinoamericana y la geografía cultures and critique geography, can contribute
crítica, pueden contribuir a la comprensión, to the enriched and complex understanding of
enriquecida y compleja, de los conflictos socio- socio-environmental conflicts; as well when
ambientales. A su vez, al problematizar, nos problematizing we orient ourselves to contrast
orientamos a contrastar concepciones desde el conceptions from situated thinking and apply
pensamiento situado y aplicarlas al análisis de them to their analysis, including assumptions,
estos conflictos, lo cual incluye supuestos, va- values and practices that, from the development
lores y prácticas que, a partir del desarrollo de la of industrial agriculture they were generating
agricultura industrial, fueron generando más in- more unresolved concerns than assertive
quietudes sin resolver que definiciones asertivas. definitions.
temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173

palabras clave keywords


conflictos socio-ambientales / agricultura industrial socio-environmental conflicts / industrial
/ geo-culturas latinoamericanas / geografía crítica / agriculture / Latin American geo-cultures /
pensamiento situado critique geography / situated thinking 161
Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para
nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga.
Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de los
agujeros y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la
sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí,
¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron una
costra de tepetate para que la sembrásemos.
Juan Rulfo, El llano en llamas

Solo basta con abrir un periódico local o regional, navegar las redes sociales y,
más aún, recorrer los pueblos y pequeñas ciudades de la pampa gringa para perca-
tarse del cambio de geografías, escenarios y relaciones sociales que muestra desde
la última década del siglo anterior.
La metamorfosis de la vieja chacra, genuina productora de alimentos, portadora
de una cultura propia, mixturada de elementos europeos con criollos, ha devenido
en fábricas de cultivos industriales con fuerte tendencia al monocultivo que mo-
difican el perfil y la funcionalidad de las unidades productivas. Concretamente, la
introducción de la soja transgénica hacia 1996 se constituyó en el ariete final para
la reconversión socio-productiva y para decirle adiós a una praxis, hoy cada vez
más reivindicada desde otros enfoques, como la soberanía alimentaria.
García y Rofman señalan que:
Los actores de la región pampeana asistieron a una importante transfor-
mación en los últimos decenios del siglo XX, y más aún en el de 1990. En
síntesis, las grandes y medianas explotaciones accedieron a innovaciones
de tecnología y de proceso con las que pudieron integrarse exitosamente a
la transnacionalización agroindustrial de la época. En aquella década, los
pequeños productores –muchos endeudados– encontraron serias dificulta-
des para reproducirse en un contexto de precios bajos y fueron a la quiebra
(2009: s/p).

En efecto, la situación problemática generada a partir de la inserción argentina


en la globalización neoliberal desde los años noventa derivó en la emergencia
de conflictos socio-ambientales que, en la pampa húmeda (Carrasco, Sánchez y
Tamagno, 2012; Pengue, 2008 y Merlinksy, 2013) y, en especial, en el sur santafe-
sino, aún proliferan proporcionalmente al paso del tiempo y las investigaciones y
evidencias empíricas. La salud es el caso más crítico.
Por ello, el trabajo que se desarrolla a continuación tiene como propósito reali-
zar una reflexión que mediante la articulación de conceptos y autores que, desde la
geo-cultura latinoamericana y la geografía crítica especialmente, pueda contribuir
a la comprensión enriquecida y compleja de los conflictos socio-ambientales pro-
vocados por la implementación a escala de la agricultura industrial.
La secuencia del trabajo está configurada del siguiente modo: en primer lugar,
se procede a la definición de cuestiones conceptuales, como los conflictos socio-
ambientales, el territorio y la agricultura industrial. Luego, se propone una puesta
en diálogo a partir de autores que nos permitirán continuar el abordaje de los con-
ceptos y la profundización del análisis. Como marco teórico, la ecología política
latinoamericana será la referencia para su abordaje específico. Por último, y en
sintonía con la dinámica del diálogo mencionado, se presentarán algunas reflexio-
nes respecto de cómo de-constuir los conflictos socio-ambientales en la zona pam-
peana, a partir de las premisas de la geo-cultura latinoamericana.

Conceptualización
Ahora bien, ¿hablamos de conflicto ambiental o socio-ambiental? Walter nos
ilustra del siguiente modo:
¿En qué consiste la dimensión ambiental de los conflictos? Algunos auto-
res plantean una distinción entre conflicto ambiental y conflicto socio-am-
biental. En el primer caso, se trataría de conflictos relacionados con el daño
a los recursos naturales, donde la oposición proviene principalmente de ac-
tores exógenos, por lo común activistas de organizaciones ambientalistas.
Esta lectura toma en cuenta las organizaciones que defienden el ambiente
y los recursos naturales. En el segundo caso, los conflictos también involu-
cran a las comunidades directamente afectadas por los impactos derivados
de un determinado proyecto. Esta distinción ha sido sin embargo discutida
pues no existe “conflicto ambiental” sin dimensión social (2009: 2).

Por tanto, los conflictos son socio-ambientales.


Sin embargo, estos conflictos socio-ambientales se desarrollan en el territorio,
como construcción social y política donde pujan proyectos que se excluyen mutua-
mente, como el caso de las prácticas de la agricultura industrial y la agroecología.
En ese sentido, podemos concebir el territorio, “a partir de la imbricación de
múltiples relaciones de poder, del poder más material de las relaciones econó-
mico-políticas al poder simbólico de las relaciones de orden más estrictamente
cultural” (Haesbaert, 2019: 134). Como aclara el geógrafo brasileño, “no nos re-
ferimos aquí a un poder como un poder como ‘objeto’ o ‘cosa’, sino en su sentido temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173
relacional, geográficamente aprehendido a partir de las formas con que es ejercido
y que él produce y/o a través de las cuales es producido” (Haesbaert, 2019: 134).
A los fines de enriquecer la idea de territorio, donde se materializa la puja por
los proyectos antagónicos, como la agricultura industrial y la agroecología, por
ejemplo, Massey (2007) aporta su concepción de espacio social entendido como:
1) producto social, por consiguiente, abierto a la política (si lo producimos, igual-
mente podemos transformarlo); 2) como producto social, el espacio está, en su
misma constitución, lleno de, empapado de, poder social; 3) el poder, como sabe-
mos, tiene múltiples formas (económica, política, cultural; dominación, igualdad,
potencia) y se realiza “en relación”, entre una cosa (persona, nación, región, lu-
gar); y 4) por eso, a su vez, el poder tiene una geografía.
Ahora bien, contextualizados históricamente en la pampa gringa, estos territo-
rios productores de commodities nos dicen que son objeto de un ordenador territo-
rial socio-productivo externo, en relación con la estructura económica nacional: es 163
el mercado mundial capitalista. Más aún, se configuraron inicialmente a partir del
rol asignado por las potencias europeas en el siglo XIX, como proveedores de ma-
terias primas. A su vez, es ese poder exterior que, en el marco de la globalización
neoliberal, se ubica siempre, se relocaliza y continúa diseñando y estructurando
los territorios como geografías fragmentadas.
Desde el positivismo de la Generación del 80 se podría argumentar que, a través
del tiempo, esos territorios fueron tributarios de una división internacional del
trabajo decimonónica, pero también podríamos decir que esos territorios fueron
producidos, diseñados y, con el correr de la historia, produjeron las geografías
de desigualdad, como diría Wallerstein (1995), tanto hacia su interior como en su
configuración global. Lo que ordena desde afuera, en el sentido de marcar cuál
debe ser la producción dominante, y promueve patrones socio-productivos es lo
que, simultáneamente, excluye. Concretamente, la hegemonía de la soja transgéni-
ca deja espacios marginales para la agroecología y demás agro-culturas naturales.
Nos preguntamos, en una paráfrasis de Massey (2007): ¿no se estaría, desde
esta mirada, negando el espacio social? Claramente, ya que el objetivo es impo-
ner una sola voz, la producción de cultivos industriales, cual telos capitalista de
la acumulación y rentabilidad, al tiempo que, y de modo deliberado, soslaya sus
consecuentes desafíos éticos y políticos.
Es el espacio lo que plantea la cuestión política más fundamental: “¿cómo
vamos a vivir juntos; a convivir, co-existir?”. El espacio nos ofrece el de-
safío (y el placer y la responsabilidad) de la existencia de “otros”. Pero en
muchos discursos políticos, y en los discursos dentro de las ciencias socia-
les, no se pone en obra (Massey, 2007: 8).

Claramente, la lógica del capitalismo trasciende largamente la idea de un “silen-


ciamiento” de voces. O mejor dicho, la negación del espacio al acceso de alterna-
tivas implicaría la más clara expresión de la hegemonía de la agricultura industrial,
cuyos valores, prácticas y relaciones sociales resultan antagónicas con las de la
agroecología y demás agro-culturales naturales.

En diálogo
Entonces, este proceso de ordenamiento socio-productivo territorial encuentra
en el neoliberalismo su anclaje teórico y político mientras, paradójicamente, des-
ancla a los territorios de lo que Kusch (2012a) denomina los operadores semina-
les, en este caso, la naturaleza.
¿Por qué decimos esto? Porque ya no se siguen los ciclos, climas, condiciones
edáficas como sí lo hicieron los colonos que escribieron la historia económica de
la pampa. A pesar de que gran parte de la población se dice creyente en Dios, no es
guiada ni ordenada por ese otro operador seminal, provocando su ira manifestada
a través de las cada vez más extrema variabilidad climática.
Ahora bien, ¿qué produjo ese paulatino desanclaje territorial, que promovió la
gradual escisión de la tierra, la naturaleza y su cultura? Precisamente, al no seguir
con los ciclos de la naturaleza en lo que respecta a suelos y climas, las agro-
culturas de la pampa húmedas mutaron en agriculturas sin agricultores. Culminó,
de este modo, el ciclo de producción de alimentos para autoconsumo huertero y
aves de corral.
La tecnificación de punta, como la siembra directa, reemplazó la mano de obra
y las migraciones hacia las ciudades cercanas en busca de nuevos mercados de
trabajo, que devinieron en hechos de supervivencia.
Precisamente, desde mediados de la última década del siglo XX en Argentina,
señala Teubal que:
En efecto, a partir de este desarrollo, la Argentina se transforma en uno
de los principales países del tercer mundo en el que se impulsan los culti-
vos transgénicos. Todo ello de la mano de la siembra directa, la semilla RR
resistente al glifosato y las empresas transnacionales, sus principales favo-
recidas. Nos hallamos –afirman los defensores del modelo– en una frontera
tecnológica de enormes proporciones. “Quien no esté a favor de los trans-
génicos, está en contra del progreso.” “No matemos la gallina que pone
los huevos de oro”, se nos dice. Se trata del boom de la soja transgénica
que, dicho sea de paso, coyunturalmente permite la expansión de grandes
superávits fiscales y de la balanza comercial, esenciales para el pago de los
servicios de la deuda externa. Cabría preguntarse si esto también significa
indefectiblemente mayor bienestar para todos nosotros. Ahora y en el largo
plazo (2006: 71).

Probablemente, la introducción de la naturaleza como operador seminal consti-


tuya el punto de partida para repensar la cuestión socio-ambiental, ya que su con-
dición ordenadora nos permitiría partir de ella como marco que guíe las relaciones
socio-productivas y, al incorporarla, las consecuencias serían claramente otras. La
naturaleza ya no aparece como aquello externo, cual factor de producción, sino
como aquello que en sentido performativo da origen a otros mundos sociales.

Aquí nos detendremos a analizar y a contrastar tres ideas-fuerza de Kusch (2012a temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173
y 2012b): progreso/desarrollo, bienestar/nosotros y, de una manera subyacente, la
fagocitación. Se trata de nociones que entendemos como corpus explicativo de los
conflictos socio-ambientales a partir de la mutación de los valores que orientaron
la agricultura pampeana previa a la introducción de la soja transgénica hacia 1996.
El desarrollo rostoviano, traccionado por el progreso y el crecimiento econó-
mico a secas, es contrastado desde Kusch (2012a) por dos conceptos centrales: la
eticidad del desarrollo que resultare beneficiada del mismo: los valores comparti-
dos (que en el pasado de colonos supieron compartir con la comunidad fundante y
precisamente, el mencionado proceso de sojización comenzó a escindir la historia
común) el suelo como semilla y cultivo, el arraigo como domicilio existencial al
cobijo de un nosotros que jamás permitiría quedarse, a la intemperie.
A su vez, observamos cuán lejos de todo eso se encuentra el proceso dominante
de estas concepciones. El progreso material nada referencia a la idea del ampa-
ro comunitario que genera un desarrollo con eticidad, en el cual, y como señala 165
Kusch (2012b), el tránsito de la indigencia hacia la divinidad se encuentra en las
antípodas del progreso material. Se encuentra, en cambio, en la satisfacción de
las necesidades básicas tanto materiales como espirituales ordenadas por los ope-
radores seminales. La idea del suelo, como cultura, semilla, cultivo, arraigo son
resultantes antagónicas de la visión dominante que permite señalar dos procesos
socio-demográficos: uno de ellos, la taperización o abandono de las casas y sus
vidas y proyectos en el campo como consecuencia de la escasez de trabajo; el otro,
las migraciones de los trabajadores hacia la ciudad en busca de una inserción labo-
ral perdida de la mano de la mecanización y la digitalización de la actividad. Toda
cultura es geo-cultura, aun las que ostentan un carácter expulsivo.
Como señalan Brailovsky y Foguelman, “el ambiente es la resultante de la in-
teracciones de sistemas ecológicos y socio-económicos susceptibles de provocar
efectos sobre los seres vivientes y las actividades humanas” (1993: 17). Por ello,
resultaría enriquecedor pensar e implementar un modo de desarrollo basado en la
eticidad entendida no exclusivamente en términos materiales sino como la satis-
facción de las necesidades de alimentación de la comunidad y espirituales, como
el cuidado colectivo, de trascendencia y determinación de un domicilio existencial
a partir del suelo como arraigo, desde el ser pero, fundamentalmente, desde el
estar siendo kuschiano. La resultante ambiental será claramente diferente a lo que
venimos describiendo.
Otras de las ideas del párrafo más arriba citado la constituyen el bienestar y el
nosotros: he aquí la verdadera hondura ontológica kuschiana. El bienestar nunca
será motivado por lo económico en primera instancia y, además, será la comu-
nidad, como decíamos con anterioridad, la tributaria de un proyecto ético. Por
lo tanto, el nosotros contrastaría de modo radicalmente diferente: en el modelo
dominante, el nosotros es generado por una clase de propietarios (cada vez me-
nos) pequeños y (más) medianos y tendientes a la concentración, que, a partir del
producido, “derramarían” su rentabilidad a los pueblos y pequeñas ciudades que
giran, en términos económicos, en torno de esta lógica. El nosotros se encuentra
jerarquizado ya que, simbólicamente, son más importantes los que generan rique-
za económica antes que los que esperan de ello, incluido el Estado, que ejerce su
función recaudadora desde allí. Más que un nosotros como pertenencia colectiva,
resultaría de una sumatoria de yoes productores individuales que lo conformarían,
sin más proyectos que los proyectos de cada uno, para ser “derramados” a la socie-
dad. No se trata de un nosotros colectivo, aunque, no obstante, pueden encontrarse
rasgos desde otra perspectiva, como, por ejemplo, las rivalidades con localidades
vecinas. Huelga aclarar que ese nosotros colectivo es el que fue extinguiéndose
junto con la desaparición de la identidad rural de los colonos previa a la soja trans-
génica: la ruralidad como proyecto colectivo estaba signada por la comunidad de
escuelas, almacenes, ritos y valores, como el del trabajo de la tierra y la produc-
ción de sus propios alimentos, incluso con prácticas de intercambio del excedente
del consumo familiar con los vecinos de aquella comunidad rural.
Es la idea de común-idad con desarrollo ético, tal vez, lo que mayormente nos
interpela en el actual tiempo histórico, donde la producción de subjetividades indi-
viduales a partir del neoliberalismo nos impida pensar y sentir un bienestar colec-
tivo con una naturaleza que nos subjetive y nos revincule como especie.
Por último, una de las ideas más álgidas para el análisis de los conflictos so-
cio-ambientales en la región pampeana resulta la de la fagocitación, entendida
como la asimilación sin destruir, es decir, la resignificación de cuestiones traídas
de otras culturas. Más que nada, esta idea nos permite preguntarnos si el proceso
de sojización es secuencia del proceso de fagocitación pero de connotación posi-
tiva. Creemos que no, claramente. La fagocitación como práctica de deglución y
asimilación, efectivamente y por estos territorios, destruye. Destruye y expulsa,
desde los Gases de Efecto Invernadero, los trabajadores rurales que desaparecen,
hasta las comunidades campesino-indígenas en distintas regiones del país. Sassen
(2015), en términos de la economía global, describe estas lógicas de dimensiones
múltiples, aunque integradas bajo el común denominador de las expulsiones. En
este caso, las consecuencias más ostensibles son los conflictos socio-ambientales
que proliferan paulatinamente.
La asunción y práctica cultural de la idea de progreso indefinido a partir de
recursos naturales infinitos está finalizando, como lo demuestran los periódicos
Informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático. De acuerdo con lo
que se analiza actualmente, la sojización como práctica de fagocitación induce a
la intemperie kuschiana. La incorporación de los conceptos trabajados nos permi-
tirían repensar el hecho de que los abordajes propuestos complejizarían el debate
sobre las consecuencias socio-ambientales de la agricultura industrial y del mode-
lo de acumulación vigente global, a partir de un pensar situado.

La ecología política
Dice Leff que “a la Ecología Política le conciernen no sólo los conflictos de
distribución ecológica, sino el explorar con nueva luz las relaciones de poder que
se entretejen entre los mundos de vida de las personas y el mundo globalizado”
(2006: 22). A continuación, señala que:
La ecología política no solamente explora y actúa en el campo del poder temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173
que se establece dentro del conflicto de intereses por la apropiación de la
naturaleza; a su vez, hace necesario repensar la política desde una nueva
visión de las relaciones de la naturaleza, la cultura y la tecnología (Leff,
2006: 36-37).

Estos conflictos socio-ambientales permiten mirar el rol del suelo, entendido


desde el enfoque dominante como recurso natural, es decir, aquello a lo que se
recurre y se encuentra en la naturaleza, cual expresión indicativa. No obstante, el
suelo, según Astrada (1948) en El mito gaucho, es la fuente nutricia del ser nacio-
nal, que a la vez es nutrido por las corrientes migratorias: el suelo como amalgama
de sangres donde resulta más importante que ella. El principio de ius solis es el que
ordena, cual operador seminal kuschiano.
Como sostiene el autor, la territorialidad pampeana constituye el espacio desde
donde dialogar con lo universal. Lo telúrico, tanto en su acepción física como 167
espiritual, aunque sin escencializarlo, es el que materializa, el que sinergiza la
sangre, a través de los ritos y los mitos. Es aquello que permite pensar desde un
punto exacto de identidad.
Por ello, definir los conflictos generados a partir de la sojización como conflictos
de distribución de los bienes y servicios eco-sistémicos es comprender que el sue-
lo se convierte, además, en todo aquello que le confiere identidad al habitante de la
Pampa, desde el olor a tierra mojada antes de la lluvia, los paraísos que ponen en
escena la soledad inconmensurable pero también, el mate, el asado como el modo
de vincularse al mundo. Parimos al mundo con la impronta de ser los proveedores
de granos y luego de alimentos y aún hoy continuamos con discursos como clichés
repetidos hasta el hartazgo, sin detenemos a reflexionar que lo que producimos
para ocho Argentinas no son, en su mayoría, sino insumos para los cerdos del país
chino, y eso no son alimentos sino mercancías.
Esta concepción del suelo, identificada con la etapa anterior a la agricultura
industrial, revistaba ritos, mitos e identidades telúricas que cada vez se alejan más
y más del origen dado por la amalgama de sangres. Precisamente, y como se decía
con anterioridad, la escisión es un fenómeno de las últimas décadas. Entonces,
desde el suelo de Astrada, ¿en qué acabo por devenir el colono? ¿Cuánto dista de
los empresarios financieros que aguardan con impaciencia la apertura de la Bolsa
de Valores, en este caso, la de Chicago?
Por ello, cuando Leff plantea que a la ecología política le confiere “explorar
con nueva luz las relaciones de poder que se entretejen entre los mundos de vida
de las personas y el mundo globalizado” (2006: 22), interpela el modo en que
nos vinculamos con nuestro suelo, en primera instancia, pero también el modo en
que nos vinculamos con la globalización neoliberal. Entonces, en una paráfrasis
de Casalla (2003), lo universal no es sustancia concluida sino ámbito al cual se
accede a partir de la propia identidad, donde la situación es lo dado, un proyecto,
aquello por alcanzar. En ese sentido, nos preguntamos: ¿cuáles son los rasgos de
la identidad en evolución que dejó atrás la socio-psicología del colono? ¿Cuál
es ese “por alcanzar” si, a este tranco (y en clave campera), el suelo va camino
a convertirse en inertes soledades exhaustas? El conflicto socio-ambiental toma
como base al suelo como concepción cultural, ya que la economía solo busca el
resultado y el rendimiento, que genera la hegemonía de una sola voz. De acuerdo
con Massey (2007), el espacio social se niega.
Para complementar el análisis, es Auat (2011) quien interpela al otro sujeto agra-
rio, hoy administrador rural, con dos conceptos, tributarios de la praxis concreta
que nos da cuenta de la evolución y de su metamorfosis: el locus y el situs. Nos
seguimos preguntando: ¿cuál es el legado ético, mítico y simbólico que dejan para
su descendencia? ¿Cómo empalman, por ejemplo, el relato del abuelo labriego y
abnegado de sol a sol con las visitas de regencias para acordar con el prestatario
de servicios? ¿Hasta cuándo la yerra, a sabiendas del avance de la sojización, la
carneada y la producción de facturas de modo comunitario, como una minga, don-
de la comunidad rural reflejaba el amparo del nosotros y donde la indigencia era
mitigada por el proyecto colectivo?
El situs, como decisión consciente del compromiso de estar siendo ahí y cual
locus, es movilizado por un ethos de trascendencia: en tiempos de presente urgente
de la matriz civilizatoria, nos preguntamos, ¿qué es la trascendencia? ¿Qué se lega
a la descendencia?
En esa línea de análisis, cuando Scannone (2010) analiza la tríada ser/estar/
acontecer, plantea que el abordaje en la pregunta por el ser debe ser precedido
por el reconocimiento del arraigo y el cuestionamiento ético-histórico al lugar y
tiempo, desde dónde y cuándo se analiza la pregunta por el ser. Desde América
Latina, el tiempo es colonial y el territorio es de exclusión. Por ello, claramente el
arraigo es un tema central pero no en los términos en que los plantea el autor, ya
que precisamente no se da el arraigo como práctica afirmativa sino como resultado
de los procesos expulsivos, en términos demográficos, como señalábamos más
arriba. Los sectores jóvenes emigran en busca de la formación en la educación
superior su norte que les permita desarraigarse porque el imaginario positivista
así lo determina, ya que el progreso es urbano. Por otro lado, la disminución de
las fuentes laborales en virtud de la mencionada mecanización de la actividad
rural conmina a los trabajadores a emigrar coactivamente, sea al pueblo o ciudad
pequeña y cuándo no a la gran ciudad, donde –y aún en condiciones de creciente
precarización– encuentran sustento a su existencia. Vemos en esta dinámica la co-
rroboración de los procesos de exclusión a partir de las mencionadas expulsiones.
Por último, en estos territorios a rentabilizar –donde, como dice el poeta Pablo
Milanés, “la vida no vale nada si no es para perecer, porque otros puedan tener lo
que uno disfruta y ama”–, emerge una cuestión tanto teórica como operativa: ¿es
posible planificar estos territorios a fin de evitar los conflictos socio-ambientales?
En una paráfrasis de Matus, quien señalaba “o sabemos planificar o estamos
obligados a la improvisación” –aunque a partir de la fortaleza de algunos actores
como los tipos de relaciones–, podríamos complementar diciendo que lo que no
regula el Estado lo regula el mercado. En ese sentido, habida cuenta del tipo de
actividad económica (producción de materias primas para el mercado mundial en
clave de la división internacional del trabajo), la densidad y capacidad de acción temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173
e influencia de los actores y la necesidad presupuestaria del Estado en todos sus
niveles resulta una invitación a Gramsci básico, a señalar el optimismo de la vo-
luntad dentro del pesimismo de la razón.
Nuevamente, ¿es posible pensar en planificar estos territorios a fin de evitar los
conflictos socio-ambientales? Repreguntamos: ¿a quiénes les interesa realmente
evitarlos? ¿Realmente se cree que estos conflictos socio-ambientales constituyen
un problema? ¿Cuáles son los límites para que así sea? Las organizaciones so-
ciales vienen bregando por una Ley Provincial que dé marco a las fumigaciones,
al ampliar las distancias terrestres e intentar prohibir las aéreas. Luego de varios
intentos termina sin tratarse en el Senado. De todos modos, la insistencia desde
la sociedad civil para el logro de las políticas públicas socio-ambientales, en este
caso, es el camino.
Muy probablemente, el cambio para poder pensar en esa sintonía no deba pro-
venir de la sanción pecuniaria, aunque sí de la evolución cultural hacia formas de 169
pensamiento donde se vuelva a poner en el centro de la escena la postura vitalista
que otrora ostentaban orgullosamente los colonos que vinieron a poblar nuestra
pampa.
Otra vez, ¿es posible evitar los procesos que culminan con las inundaciones
causadas, además del aumento de la intensidad de las precipitaciones, por la pér-
dida de absorción del suelo como consecuencia del uso in crescendo de los agro-
tóxicos? ¿Es posible detener la construcción de canales clandestinos y realizar
una canalización planificada y sin consecuencias para la población? ¿Es posible
pensar en producir alimentos, no mercancías, en el contexto de la hegemonía de la
soja, sea para producir alimentos saludables como para evitar la insólita secuencia
de buscar las frutas y verduras a los Mercados de Concentración de las grandes
ciudades? De modo general, la manera de agrietar el modelo de la agricultura
industrial es generar las políticas públicas socio-ambientales capaces de estimular
al productor a producir de otro modo, como hacen los europeos en el marco de la
Política Agrícola Común y su Programa Farm to Fork1, por ejemplo.
Sin caer en la ucronía, ¿resulta posible regresar al ejercicio de la soberanía ali-
mentaria, cual valor y práctica ínsita en la producción agro-ganadera previa al
ingreso de nuestro país en la fase actual de la globalización neoliberal a mediados
de los años setenta? No solo es posible, sino urgente en virtud de los beneficios
que generaría el regreso a aquellas prácticas, claro está, aggiornadas con las tec-
nologías actuales de producción.
¿Y el Estado como articulador de la planificación?
“El Estado es una red compleja de relaciones, no un actor homogéneo. En él
también hay una lucha por hacer prevalecer el punto de vista de los intereses ge-
nerales por sobre los privilegios” (Auat, 2013: 5-6).
¿Es posible lograr que en su accionar prevalezcan los intereses generales por
sobre los de las minorías que traccionan económicamente los pueblos y pequeñas
ciudades? ¿Cómo superar su situación de dependencia respecto de los tributos ru-
rales? ¿Cuáles son los límites para inclinar la balanza? ¿La salud de la población,
acaso? ¿Qué se espera, un impacto masivo en el uso de los agrotóxicos?

Conclusiones líquidas
Machado Aráoz analiza los conflictos socio-ambientales en un contexto de crisis
ecológica. Describe un orden colonial donde la expoliación de los recursos de-
viene en la profundización de los recursos naturales. Las relaciones Norte-Sur en
clave de dominación surgen de este enfoque, y se sustentan en la mirada política
de los conflictos socio-ambientales. Machado Araoz señala que:
En las dos últimas décadas, la lucha por la disposición de los territorios
se ha tornado en un eje fundamental de los procesos políticos en curso.
Considerando que el análisis y la interpretación de estos conflictos –sus
contenidos, alcances, implicaciones y los sentidos políticos de las disputas
en proceso– constituye un campo de investigación clave y un desafío es-
tratégico tanto para las ciencias sociales de raíz crítica como para los mo-
vimientos sociales con vocación emancipatoria en la región y en el mun-
do, en las líneas que siguen nos proponemos desarrollar una hermenéutica
crítica de tales procesos políticos, con la intención de colaborar con dicha
tarea y desafíos (2013: 118).

Territorios producidos, recursos naturales antes que bienes comunes, conflic-


tos socio-ambientales ineluctablemente derivados y un orden civilizatorio, bajo la
forma de neoliberalismo financiarizado, como gran marco. A todo esto se suma un
enorme convite a las ciencias sociales: abordar la comprensión de la complejidad
de estos procesos para contribuir con el situs de la hora, esto es, la decisión ética
de pensar y actuar desde el pensamiento situado a partir del pasado y por el futuro.
Ahí se encuentra el ethos del situs, donde la trascendencia sea configurada por nin-
gún patio de los objetos kuschiano sino por la decisión ética de cuidar, preservar y
proyectar aquel locus recibido de los colonos, en el que la impronta de la economía
del amparo era ostensible en su filosofía cotidiana.
A su vez, la antinomia pulcritud/hedor, pensada antes por la civilización y la
barbarie, constituye el núcleo que explica la anulación del espacio, al imponer una
sola voz: lo que no soy yo (hablo del yo y no del nosotros) huele mal. El hedor es
entendido como una serie de procesos deliberados de inferiorización y, por tan-
to, de discriminación, donde no hay producción de una sociología de la ceguera,
como diría De Souza Santos (2009), sino negación de los mundos sociales que
configuran una cultura que solo puede articularse con lo universal abstracto a par-
tir del particular situado. De lo contrario, la errancia existencial será la marca en
el orillo de esta parte del mundo, como indeleble a través de la historia: el miedo
como disciplinador de los mundos sociales no solo es efectivo, sino que también
se huele, se siente, se percibe y se naturaliza.
Por todo lo expuesto, entendemos que el aporte del pensamiento de la geo-
cultura latinoamericana resulta fundamental para comprender, hoy, los conflictos
socio-ambientales y especialmente los derivados de la agricultura industrial. Esto
se debe a que, de recuperar las premisas que configuraron la identidad colona, aun
bajo el sistema capitalista, se evitarían los conflictos socio-ambientales, o bien temas y debates 44 / año 26 / julio-diciembre 2022 / pp. 161-173
tomarían otros canales de resolución. Si el suelo fuese lo que alimenta y abriga, y
no exclusivamente un factor de producción, las pujas por el producido del suelo
derivarían en situaciones de beneficio para la comunidad rural y no solo para los
productores individuales, por ejemplo.
Si volvemos a Kusch (2012a y 2012b), cuando el logro del pan para toda la co-
munidad se convierta en desafío ético existencial y la economía del amparo y del
cuidado del nosotros, los conflictos socio-ambientales se reconfigurarán, dado el
cambio de premisas, en un esquema en el que la rentabilidad y el productivismo
ya no sean las variables excluyentes.
Desde estas concepciones re-ligadoras de culturas y saberes ancestrales, los do-
micilios de existencia volverían a construirse a partir de territorios como arraigo,
a partir de los cuales el sentido de pertenencia a la comunidad y la cooperación
serán siempre más decisivos que la competencia que derive en conflictos socio-
ambientales. 171
Entendemos que, a partir de estos pensamientos, si se les suman genuinas po-
líticas públicas socio-ambientales, se atenuarían los conflictos analizados, ya que
lo que orientaría la producción agrícola ya no sería la acumulación sino la perte-
nencia a una comunidad donde el suelo sea parte constitutiva de ella. Porque toda
cultura es geo-cultura.
A esta altura de la historia, resulta insostenible desanclar el suelo de la cultura
y la naturaleza. Esa es la reversión que debemos darle como civilización a la con-
cepción del ambiente. El ambiente es lo que el humano hace de él, y los conflictos
socio-ambientales son sus consecuencias.

Referencias
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Recibido: 09/06/21. Aceptado: 30/12/21.

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Claudio Luis Tomás, “La dimensión socio-ambiental de los territorios a partir de las geo-culturas
latinoamericanas y la geografía crítica”. Revista Temas y Debates. ISSN 1666-0714, año 26, número 44,
julio-diciembre 2022, pp. 161-173.
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