Amado Nervo
Amado Nervo
Amado Nervo
Todos los estudiosos parecen estar de acuerdo en afirmar que adoptó los
principios y la filosofía del Parnaso, grupo de creadores franceses que
intentaba reaccionar contra la poesía utilitaria y declamatoria tan en boga
por aquel entonces, rechazando también un romanticismo lírico en el que
los sentimientos, las encendidas pasiones y las convicciones íntimas de los
autores, interfiriendo en su producción literaria, impedían, a su entender, el
florecimiento de la belleza artística pura.
con su hija
Ana Cecilia
Luisa Dailliez
En París conoció a la que iba a ser la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa
Dailliez, con la que compartió su vida más de diez años, entre 1901 y 1912, y
cuyo prematuro fallecimiento fue el doloroso manantial del que emanan los
versos de La amada inmóvil, que no vio la luz pública hasta después de la
muerte del poeta, prueba de que éste consideraba su obra como parte
imprescindible de su más dolorosa intimidad. Su Ofertorio supone, sin
ningún género de duda, uno de los momentos líricos de mayor emoción,
una de las joyas líricas más importantes de toda su producción poética.
Amado Nervo Cuando regresó a México, tras aquellos años decisivos
para su vida y su formación literaria y artística, ejerció
como profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, hasta
que fue nombrado inspector de enseñanza de la literatura.
En 1906, por fin, ingresó en el servicio diplomático
mexicano y se le confiaron distintas tareas en Argentina y
Uruguay, para ser finalmente designado secretario
segundo de la Legación de México en España.
En 1918 recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Argentina
y Uruguay, el que iba a ser su último cargo, pues, un año después, en 1919,
Amado Nervo moría en Montevideo, la capital uruguaya, donde había
conocido a Zorrilla de San Martín, notable orador y ensayista con el que
trabó estrecha amistad y que, a decir de los estudiosos, influyó
decisivamente en el acercamiento a la Iglesia Católica que realizó el poeta
en sus últimos momentos, un acercamiento que tiene todos los visos de una
verdadera reconciliación.
con su hija
Zorrilla de
San Martin
La obra de Amado Nervo
Poeta y prosista, el valor de su prosa desmerece, sin
embargo, si se la compara con sus producciones en verso.
Nervo es, efectivamente, un auténtico poeta modernista, Ruben Dario
verdadero hijo literario de Rubén Darío, plenamente
mexicano; las intuiciones religiosas de su juventud le
inspiraron las páginas de sus Perlas Negras y sus Místicas
(1898), en las que puede encontrarse su célebre A Kempis,
cuyo encendido lirismo no podría ya superar el poeta.
Amado Nervo Más tarde, su mexicanidad se atempera por su estancia y
sus contactos en París; la influencia francesa y, sobre todo,
la española y la latinoamericana, concretada en el
indiscutible maestrazgo de Rubén Darío y Leopoldo
Lugones, confieren al espíritu, el sentimiento y la obra de
Amado Nervo una dirección menos mística, unas
preocupaciones menos religiosas, aunque impregnadas de
un panteísmo que le da mayor universalidad, un pálpito
más liberal y humano.
Es la etapa en la que escribe sus Poemas (1901), seguidos en 1902 por El
Éxodo y las flores del camino, Hermana agua y Lira heroica. El ciclo se
cerrará en 1905 con la aparición de Los jardines interiores. Todas sus
producciones muestran un exquisito refinamiento, una indiscutible
preocupación por la perfección de la forma y el absoluto protagonismo de la
estrofa dentro de la escritura.
En 1909 publica En voz baja, obra que supone el inicio de su andadura hacia
la paz espiritual que, a raíz de la muerte de su amada, dará paso a la
profunda transformación que vivirá el poeta y que, en consecuencia,
impregnará toda su obra; no puede olvidarse que los conmovidos versos de
La amada inmóvil fueron escritos en 1912, aunque sólo aparecieran
póstumamente, en 1920. A la misma época pertenece también Serenidad
(1914).
Luego, el lírico evoluciona cada vez más hacia una renunciación que
pretende llevar hasta el terreno literario; hay en él una curiosa influencia de
las doctrinas orientales, y su primitivo sentido más o menos místico se
convierte ahora en una especie de aspiración al Nirvana. "La muerte es la
libertad absoluta", nos dice en la prosa de Plenitud; este espíritu lo sostiene
en el verso de Elevación, El arquero divino (de publicación póstuma) y El
estanque de los lotos (1917).
Sor Juana Inès
de la Cruz
Alfonso
Reyes