Comentario de Texto Platón
Comentario de Texto Platón
Comentario de Texto Platón
1. Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la
vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino
del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy
esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo
caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con
dificultad, es la idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de
todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor
de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la
inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo
privado como en lo público (Platón, La República, Libro VII, 517a-d, en PLATÓN,
Diálogos IV. La República, trad. De Conrado Eggers, Madrid, Gredos, 1986, p. 342).
Platón es un filósofo ateniense del s.IV a.C. El punto central sobre el que gira su
filosofía, es la teoría de la Ideas, que nos presenta una solución al problema de la
apariencia/realidad, y al problema del cambio.
Si queremos una repuesta rápida podemos empezar diciendo que no; las cosas han
cambiado mucho desde Platón, y la pregunta es ¿para mejor? En algunos aspectos sin
duda que sí, ciertos derechos, libertades, igualdad, se han logrado con el tiempo, pero
¿qué sucede en la actualidad con el propio concepto “virtud”? Parece anacrónico,
sacado del “baúl de los recuerdos”, porque hoy en día la moral, el bien, no se asimilan
a conocimiento; no se considera sabio ni al más bueno ni al más justo, aunque en
ocasiones puedan ir de la mano. ¿Para qué comportarse bien y dejarnos guiar, como
diría Platón, por el alma racional, si el que triunfa es aquel que tiene cierta dosis de
malicia? ¿Por qué frenar nuestros apetitos y deseos, si con ello conseguimos el tan
ansiado placer, al que tenemos derecho después de haber sido explotados en el
trabajo? No premiamos al bueno, premiamos al astuto, y con ello, degradamos cada
vez un poco más la sociedad, y alimentamos el egoísmo que nos invade. Yo y mi
conveniencia lo primero y después yo también; de lo que me afecta me intereso, de lo
que no paso; ¿qué pretendemos, que el espíritu de la madres Teresa de Calcuta o de
Vicente Ferrer invadan nuestra sociedad tecnificada, competitiva e individualista? Es
una utopía, pero al menos, deberíamos dejarnos invadir por el saber de los clásicos
que ponían la virtud moral por encima de todo lo demás, la “areté”, la excelencia en el
ámbito de la sabiduría práctica.