Introducción Al S XIX

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I. Introducción a la filosofía del siglo XIX.

La modernidad supone un pensamiento caracterizado por la pluralidad, las


diferencias y los contrates. Es un período en el que viven grandes filósofos y se
caracteriza por un gran debate intelectual entre posturas filosóficas, que suelen
polarizarse en la diferencia empirismo/racionalismo. La denominación de esta etapa
alude a la idea de novedad o de comienzo nuevo.
La palabra moderno empieza a ser utilizada en su versión latina a finales del siglo V
d. C. y tiene siempre un significado relativo: lo opuesto a lo antiguo. Durante la Edad
Media su uso se extiende, pero tiene únicamente una connotación cronológica. Es en las
lenguas romances, con Dante y Petrarca, cuando su uso adquiere un significado
ideológico o valorativo que implica una cierta descalificación o desprecio de lo antiguo.
La modernidad, que se aparta de lo antiguo, se ve como un valor y no solo como una
sucesión temporal. Este carácter positivo se asienta especialmente con la división en tres
de las edades históricas que se generaliza desde finales del siglo XVII. La Edad Media
es vista como algo carente de valor y la moderna, contrapuesta a la media, pretende
rivalizar con la Edad Antigua, a la que imita y admira, para convertirse en un modelo
para los tiempos venideros. Es decir, la Edad Moderna al querer perpetuar la novedad en
al que consiste desea convertirse en clásica.
De ahí se sigue la autorreferencialidad: conciencia de su propia singularidad y del
lugar que ha de ocupar en la historia. A ello se une un desprecio por lo anterior,
especialmente la Edad Media y, por ello, la falta de un sentido histórico, que es
compatible con el nacimiento de la conciencia histórica, debida a la sobreestimación del
tiempo propio, que lleva a juzgar la historia previa desde el presente. Al juzgar las
épocas anteriores desde categorías que no son las suyas, se generan anacronismos y
prejuicios. Lo moderno se convierte así en algo cultural, dotado de una aguda
conciencia de la propia superioridad, que sirve como punto de comparación para juzgar
lo anterior.
En lo referente al inicio de la Edad Moderna, como en todos los casos de
periodización histórica, hay que mantener una flexibilidad que no lesione la verdadera
realidad del curso histórico. A este respecto se han señalado tres fechas: la caída de
Constantinopla (1453), el descubrimiento de América (1492) y el comienzo de la
Reforma protestante (1521). Sin embargo, se puede señalar la presencia de elementos
típicamente modernos en fechas anteriores, así como la pervivencia de características
propiamente medievales hasta muy entrada la Edad Moderna. En filosofía, el debate se
centra en si el pensamiento renacentista ha de incluirse o no en el moderno: diversidad
de planteamientos y dificultad de dar con una línea común que unifique de algún modo
la producción filosófica de los siglos XV y XVI. A veces es vista como un puente que
permite ver mejor la transición entre dos épocas.
El rasgo más distintivo de los filósofos modernos, Descartes y F. Bacon, frente a los
renacentistas es la aguda conciencia de la novedad, de constituir un comienzo ex novo,
junto a su afán de totalidad sistemática y un talante optimista y decidido.
El principal problema que se plantea es la propia definición de la modernidad: ¿qué
es?, ¿Cuándo comienza? Y ¿cuándo acaba?
La Modernidad es uno de los períodos en los que los historiadores, incluidos los
historiadores de la filosofía, han dividido la historia. Independientemente de las fechas
que se puedan indicar como inicio y fin, se entiende que son sólo aproximaciones, ya
que no hay rupturas tajantes, sino un proceso gradual, en el que a partir de un punto
(una fecha señalada o relevante: publicación de una obra, nacimiento o muerte de un
autor, etc.) se considera que es clara la diferencia con el período anterior.
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Respecto al inicio de la modernidad hay discrepancias. El uso del término “moderno”


implica que hay una ruptura, o al menos una diferencia clara, entre la filosofía medieval
y la postmedieval, y que cada una posee características importantes que la otra no posee.
Los hombres del s. XVII tenían conciencia de que había una tajante distinción entre las
viejas tradiciones filosóficas y lo que ellos trataban de hacer. F. Bacon y Descartes
estaban convencidos de que iniciaban algo nuevo. Sin embargo, los estudios actuales de
filosofía medieval y renacentista han puesto de relieve que existe una continuidad entre
el pensamiento medieval y el postmedieval: el nominalismo del s. XIV preludió en
muchos aspectos el empirismo posterior y N. De Cusa presenta grandes semejanzas con
Leibniz. A pesar de todo, sigue habiendo diferencias considerables entre ambas
filosofías. Realmente hubo cambios de gran importancia en la forma de pensar. Como
ya se ha señalado, la fecha de inicio de la modernidad se sitúa en Descartes y se
considera que la Edad Media termina con Ockham (s. XIV); a los siglos XV y XVI se
les suele considerar Renacimiento y en ellos están las raíces más directas de la
Modernidad, pero no son la Modernidad.
¿Cuánto dura este período? ¿Ha acabado ya? En sentido estricto, este término sólo se
aplica a la filosofía que se desarrolla en los siglos XVII y XVIII. Al siglo XIX se le
suele denominar “filosofía contemporánea” y a la del XX “filosofía actual”. Sin
embargo, en sentido amplio, puesto que las divisiones históricas en filosofía nunca son
ajustadas ni precisas –los influjos, los precedentes, los outsiders, los ‘visionarios’, la
pervivencia de ideas y la repetición de sistemas anteriores; ponen de relieve lo artificial
de tales divisiones– se puede englobar bajo tal etiqueta los cuatro siglos de filosofía que
siguen a Descartes. Esto es posible porque las líneas directrices que marcan la ruptura
del pensamiento de este filósofo francés con la ‘filosofía clásica’ perviven, en gran
medida, hasta hoy.
No todos los rasgos se mantienen ni se les otorga el mismo valor ni sentido, pero se
puede decir que los principios del pensamiento permanecen, tras una primera ruptura en
el siglo XIX, hasta bien entrado el siglo XX: en los años 60 se produce una ruptura
clarísima y un enfrentamiento a tal “forma de pensar” que desembocará en la llamada
“postmodernidad”. Ahora bien, para entender nuestra época hay que entender qué
significa lo que está detrás del ‘post’, es decir: la modernidad, cuyo rasgo más
característico es que se trata de un pensamiento dialéctico, que incluye la afirmación y
la negación. Desde este punto de vista, el romanticismo se presenta unido a la
Ilustración y el irracionalismo al racionalismo: son las dos caras de la misma moneda.
Por ello se puede considerar que una de las vertientes de la modernidad (racionalismo-
idealismo) se agota en el s. XIX, pero la otra (la negación en sus múltiples posibilidades
de esa forma de pensar denominada moderna) perdura hasta nuestros días.

1.1. Los principios de la modernidad:

1. El giro antropológico: con el inicio de la modernidad el centro de atención se


traslada desde Dios hacia la naturaleza y el ser humano. Este cambio de interés es
debido al influjo del humanismo renacentista y sobre todo a la influencia del
movimiento científico, revolución copernicana, que con su visión mecanicista del
mundo favoreció que la filosofía se preocupase más por la naturaleza sin referencia
inmediata a Dios. Así se plantean dos opciones: establecer que el hombre es distinto de
la naturaleza porque posee un alma espiritual o reducirlo a procesos materiales. Lo más
propio de la modernidad (a excepción de los materialistas) es la insistencia en la
originalidad del hombre: el ser humano es distinto a todo lo que le rodea. Pero, para
salvar esta diferencia se establece un dualismo en el hombre. El yo se transforma en
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pensamiento y su única relación con la naturaleza, vista como un ámbito ajeno y


mecánico, es la percepción del propio poder sobre ella, que es entendida como un objeto
de manipulación ilimitada. Se llega a oponer conciencia y mundo (p. e. Descartes) y, al
otorgar todo el poder a la conciencia, a veces se produce un claro despotismo. Nietzsche
lo llamó ‘voluntad de poder’. Todo esto se quiebra en el XX con el nacimiento de la
conciencia ecológica primero en filosofía (la Kulturkrisis) y luego con los movimientos
ecologistas, y con el nacimiento del personalismo y la Declaración de los derechos
humanos en 1948. En el siglo XX, no se acepta el dominio ilimitado del hombre sobre
la naturaleza y se intenta recuperar la naturaleza del hombre.
2. Importancia clave al método como garantía de conocimiento. Hay que dominar
todo el proceso desde el inicio hasta el final: constructivismo. Se establece la pretensión
de un saber sistemático perfecto, en el que cada pieza se deduzca de la anterior y lo que
no puede ser explicado ha de ser desechado o dejado de lado. Hegel pretende construir
un sistema absoluto que lo explique todo. Ésta es una de las convicciones que
desaparece con Hegel, pero permanece como una tentación. La realidad es una gran
máquina cuyos engranajes devoran lo que encuentran. La crítica supone un pensamiento
no sistemático: Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard...
3. Se sustituye la verdad por la certeza: lo más importante es el convencimiento
subjetivo de la perfección del conocimiento. Mientras la verdad es objetiva e incluye
una referencia a la realidad (la adecuación de la inteligencia y la realidad), la certeza es
subjetiva, pues es el grado máximo de fuerza o determinación con el que la inteligencia
afirma un juicio y puede ser errónea. La certeza se produce ante la evidencia o presencia
de un objeto ante la inteligencia. Todo esto surge de la necesidad de seguridad que está
vinculada a la duda cartesiana, pero conduce al subjetivismo (mi verdad), al relativismo
(las verdades) y finalmente al escepticismo: no hay verdad. Es decir, se produce el
efecto psicológico contrario al que se deseaba.
4. Reducción de la razón teórica: todo el saber verdadero se reduce a razón científica
y los demás modos de conocimiento son relegados a un segundo plano: son subjetivos.
El romanticismo es una profunda respuesta a esta pretensión científica que, por ser una
exaltación, da razón de la dualidad: el conocimiento se vincula a científico y a objetivo,
y el sentimiento a irracional y subjetivo. Ante tal situación la filosofía ha de elegir: ser
un saber y adoptar un patrón científico (Descartes elige la matemática, Kant la física,
Comte la sociología) o ser expresión subjetiva. En ambos casos, se ha producido una
reducción de la razón teórica y se ha aceptado una definición de razón que es moderna,
pues se entiende el conocimiento por contraposición al sentimiento.
Como resultado del desarrollo de la ciencia empírica, se consideró que la filosofía
debía emplearse en el descubrimiento de nuevas verdades acerca del mundo. El talante
de la época es de confianza optimista en el poder de la mente científica. Todo esto
conduce a la era o civilización tecnológica.
5. La razón práctica, la que se adquiere a través y en orden a la experiencia y la
acción, sufre un profundo cambio. La producción técnica y la acción ético-política se
separan. A partir de Maquiavelo, también se separan la política y la ética. Al principio,
se produce una tendencia a la bifurcación, pues los científicos se especializan para ser
buenos científicos. Este proceso conduce a su radical separación y tras una primera fase
en la que la ética y la política conservan cierta primacía, al final se produce una
soberanía del saber técnico-productivo sobre el ético-político (s. XIX y XX) que da
lugar a la civilización tecnológica. Hoy en día se está tratando de controlar la técnica
mediante el recurso a la ética, como en el caso de los problemas relacionados con los
temas de la bioética.
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6. Se introduce el mito del progreso: lo posterior siempre es mejor que lo anterior. Al


final, se logrará una vida racional, justa y feliz. La Ilustración establece que este proceso
consiste en una liberación. Esta idea entra en crisis: por una parte, se considera que esa
teoría es un cuento europeo y etnocentrista y que como tal es un cuento más entre los
muchos cuentos posibles, que tienen igual valor: relativismo; por otra, se está
produciendo una vuelta a lo primitivo, a lo exótico y a los mitos, que miran hacia atrás y
no hacia el futuro. Esta idea de progreso ya ha recibido varias críticas filosóficas y
literarias: Tomás Moro, Utopía (s. XVI); J. Swift, Los viajes de Gulliver (1726). Crítica
de Herder y de Tempestad y asalto (Sturm und Drang).
7. La pretensión de construir un paraíso en la tierra se implanta como un mesianismo
que marca muchas ideologías políticas modernas. Se quiere cambiar el mundo y
mejorarlo: rehacerlo eliminando el mal. Esto da lugar a todo tipo de revoluciones y está
unido al nacimiento de la filosofía de la historia: ¿tiene un sentido y una meta la
historia? ¿Cuál?
8. Ruptura de las relaciones entre la razón y la fe: la razón se aísla de la Revelación y
acaba por considerarse autosuficiente y omnipotente. La razón es autónoma, no está
subordinada a la fe. El saber se base en la razón y la experiencia, no en la autoridad. Sin
embargo, los grandes idealistas son todos estudiantes de teología y su máxima
preocupación fue teológica. Lo mismo le sucede a Nietzsche: su gran preocupación es la
muerte de Dios.
9. El triunfo de la razón autónoma: la filosofía se concibe como fruto de la razón y
sólo de la razón. Se trata de una inteligencia no contaminada o libre de prejuicios. Sin
ninguna vinculación al cuerpo ni a la naturaleza. Se exalta la libertad y se busca la
ruptura de las cadenas por la educación. La mayoría de edad se identifica con la
secularización. A esto Kant lo llama la edad de la crítica: rechazo y destrucción, pero
también construcción desde la razón, lo que da lugar a un uso público y privado de la
razón. Cuando se percibe que no es posible que la razón sea omnipotente, se cae en
posturas escépticas.
10. Concepción histórica de la filosofía: un conjunto de ideas que se inicia con cada
pensador y se cierra con él. Se establecen las sucesiones y los parentescos y se escriben
los primeros manuales de historia de la filosofía. Influencia del historicismo.
11. Paulatina separación de las ciencias respecto de la filosofía y de ellas entre sí
mismas: especialización e institucionalización. Todo esto sufre un cambio profundo en
el siglo XX con la sociedad de la información.

En el siglo XIX hay dos tendencias. El idealismo pretende cumplir o llevar a término
la Ilustración, absolutizando sus rasgos y principios. La otra tendencia pretende
desenmascarar la Ilustración. En el fondo de la realidad, hay fuerzas más profundas y
superiores a la razón y son las que guían e imponen las leyes. Hay que buscar cuál es
ese principio determinante. Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Kierkegaard, Comte.
El idealismo engloba a tres pensadores alemanes: Fichte, Schelling y Hegel. El
pensador idealista más importante es Hegel, quien formula un idealismo dialéctico o
absoluto que explica la realidad desde la conciencia.
Tras la caída del pensamiento hegeliano, aparecen en escena una serie de pensadores
independientes, muy críticos con la filosofía precedente, centrados principalmente en
cuestiones antropológicas y cuyas filosofías pasan más bien desapercibidas: su
recepción se producirá en el siglo XX. Su falta de notoriedad social se debe, por una
parte, a su carácter: son filósofos retraídos y solitarios, y, por otra, al gran triunfo de las
ciencias, que relegan la filosofía.
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La filosofía contemporánea es muy crítica con la razón moderna: no es tan razonable


ser racional, no es tan deseable definir al hombre como sujeto que funda lo existente. En
este sentido, el idealismo es, a la vez, el último movimiento moderno y el primero
contemporáneo. Dentro de esta misma postura se pone en duda que la razón pueda
englobar la vida: Schelling.
Surgen dos opciones, que ya estaban en Kant:
1. La razón no accede a la cosa en sí, solo al fenómeno: fenomenismo.
2. Hay que abrir una vida diferente a la razón para acceder a lo que ésta no llega:
vitalismo, historicismo, existencialismo. Se renuncia al sistema: bien por la forma bien
por el contenido la realidad escapa a la razón.
Caen los pilares básicos de la filosofía moderna:
1. El yo como sujeto autónomo, racional y soberano
2. La comprensión política de la relación sociedad civil y Estado.
3. La visión de la naturaleza. Cambios rápidos en las ciencias.

1.2. La Revolución Industrial y el avance de las ciencias.

Históricamente el siglo XIX es el momento en el que se da la Revolución industrial,


fruto de la revolución en las ciencias o copernicana, que tuvo lugar en el siglo XVI. Esto
supuso una profunda transformación en la relación entre la filosofía y las ciencias
particulares, que llevó a un cierto ‘complejo de inferioridad’ por parte de los filósofos y
a una confianza total en las ciencias.
La Edad Moderna se caracteriza por la fractura del saber humano. Cada
conocimiento reclama para sí mismo el título de ciencia. El primer paso lo dieron las
ciencias de la naturaleza, impulsadas por el gran desarrollo de las llamadas ‘artes
serviles’ en el Renacimiento y por el cambio en la filosofía con la noción de filosofía
basada en la experiencia. Estos saberes considerados inferiores buscan una autonomía y
se consideran superiores.
Cada ciencia desarrolla conocimientos especializados. Se pierde la unidad y se
genera una gran proliferación de saberes parciales. La filosofía o es dejada de lado o es
considerada una síntesis de conocimientos parciales. Se ha restringido el sentido, pero
sigue aplicándose a ciencias como la psicología y la ética (saberes humanos).
Las ciencias quieren constituirse de manera autónoma: independencia respecto a las
otras ciencias y sobre todo respecto a la metafísica. Las ciencias son a-filosóficas,
incluso se presentan en oposición a la filosofía (como sucede en el siglo XIX). Esto
hace que se disuelva la noción clásica de ciencia, dotada de tres rasgos: carácter
ontológico (determinan un modo de ser, pero no se olvidan nunca del carácter óntico o
real de sus objetos), certeza por conocimiento de causas y sentido de la totalidad de la
realidad. Las ciencias modernas se ocupan de fenómenos y no de la realidad, establecen
hipótesis y explican los fenómenos por referencia a otros fenómenos, no por causas; no
pretenden hacer juicios metafísicos o filosóficos: son particulares y autónomas.
A partir de Galileo se considera que la verdadera ciencia es la que enuncia sus
resultados en términos matemáticos, en leyes universales, necesarias, absolutas e
irreversibles. El científico, al conocer la ley, ofrece la comprensión definitiva de la
naturaleza.
Esto pone de relieve que existe una clara diferencia entre la filosofía y la ciencia:
1. La filosofía es un camino interminable: nunca da una respuesta definitiva a su
pregunta. La ciencia alcanza su fin y lo hacen con éxito y perfección.
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2. Para la filosofía la perfección del conocimiento reside en el objeto conocido. Lo


decisivo no es el cómo, la exactitud, sino lo que se conoce: “el más insignificante
conocimiento que uno puede lograr sobre las cosas más elevadas y sublimes es más
digno de ser deseado que el saber más cierto de las cosas inferiores”, Santo Tomás de
Aquino.
Para la ciencia la perfección reside en el carácter formal del conocimiento: claridad y
precisión, lograr aprehender con claridad de conceptos y formular con precisión un
complejo real.
3. Las ciencias investigan la realidad para descubrir algo nuevo. La filosofía
profundiza en lo ya conocido: un mayor esclarecimiento de algo ya conocido
oscuramente. Por eso las ciencias progresan, pero la filosofía no.
Esto provoca el triunfo de la ciencia y el desprestigio de la filosofía: las ciencias
mejoran la vida: progreso. En cambio, la filosofía trata siempre de los mismos
problemas, el progreso es personal. Ante esta situación, la filosofía reacciona de
diferentes maneras. La primera reacción es de fascinación: introducir en la filosofía el
método de alguna de las ciencias particulares. Descartes: la matemática. Kant: la física
de Newton. Kant eleva la ciencia a la categoría de metafísica: la ley científica es posible
y definitiva porque la razón humana garantiza su validez universal y necesaria. El
entendimiento es el verdadero legislador de la naturaleza. Se acusa a Aristóteles de no
haber desarrollado la filosofía científica: propuso que el método de la filosofía era
científico, la demostración por silogismo, pero luego no lo aplicó, sino que usó otro u
otros: experiencia, conceptualización, análisis racional (principio); síntesis de los
principios a las concreciones.
La segunda reacción es el idealismo alemán, sobre todo Hegel: la filosofía es saber
absoluto. Finales del siglo XVIII y principios del XIX. Hegel intenta la reaparición de la
filosofía como saber absoluto, como razón suprema o divina. Desvirtúa la filosofía 1ª.
Esto desencadenó una gran aporía: si el saber absoluto se ha alcanzado, la historia ha
terminado. El tiempo posterior es un sin sentido. Reaparece agravada la aporía del
tiempo.
A partir de Hegel se establece que la racionalidad científica es la que determina cuál
es el sentido del tiempo y de la realidad (teoría del progreso). Lo único que queda es la
racionalidad científica. Positivismo de Comte. Ocaso de la filosofía: desprestigio. Crisis
de identidad. Probar su derecho a existir. Nacimiento de las ciencias humanas o ciencias
del espíritu. Con el positivismo se impone que el sentido del tiempo es la interpretación
de la historia como progreso indefinido.

1.2.1. La transformación en la noción de ciencia:

El siglo XIX, desde el punto de vista de las ciencias se considera una época de
expansión, que se ha convertido propiamente en una etapa de transición: es en el siglo
XX cuando ha tenido lugar la aplicación a gran escala de lo descubierto en el siglo
anterior.
Junto a la fase de “decadencia” de la filosofía se produce un auge en las ciencias, que
sufrieron un cambio en su función social y en su estructura. El siglo XIX es el siglo de la
ciencia: se abandona la ecuación ciencia-filosofía y se produce una absolutización de la
ciencia, vista como la solución a todos los problemas (Renan). La ciencia se entiende
como opuesta a la filosofía: la filosofía deja de ser el modelo de la ciencia. La práctica
científica es afilosófica: son los propios científicos los que definen qué es la ciencia. La
ciencia es autosuficiente: los científicos pensaron que por fin habían alcanzado el nivel
científico de su época gracias a un proceso de liberalización de la filosofía idealista y de
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su monopolio sobre la ciencia. Los filósofos perdieron el monopolio de la ciencia y se


vieron obligados a cuestionarse la validez de su propio trabajo. Frente a la concepción
de la ciencia como investigación con base empírica, los filósofos prefirieron seguir
considerando la ciencia como un sistema. En este momento se produce el nacimiento de
las ciencias del espíritu y la visión histórica de la cultura.
El cambio en la función social de la ciencia fue fruto de la Revolución Industrial, que
produjo un rápido y violento cambio en la sociedad, que provocó que la ciencia
alcanzara una importancia social que nunca antes había tenido. Antes de la Revolución
Industrial la ciencia era patrimonio de unos pocos y no afectaba a la vida cotidiana.
Ejemplo de Alemania: pasa de ser una sociedad agraria y feudal a ser una de las
potencias industriales más importantes de Europa. A lo que hay que unir que las
conmociones políticas de finales del XVIII y principios del XIX cambiaron el panorama
europeo: obligaron a buscar nuevas rutas para el comercio y fomentaron el progreso de
las industrias, pues casi todas las naciones se vieron obligadas a fabricar lo que antes
importaban del extranjero. Cada nación forzó su industria a producir más y mejor de lo
que antes fabricaba.
El invento más importante de esta época es la máquina de vapor; no en vano el siglo
XIX ha sido llamado ‘el siglo del vapor’. El descubrimiento se hizo gradualmente,
marmita de Papin, hasta que se logró aplicarla para producir fuerza motriz: James Watt.
La máquina funcionaba perfectamente, pero al principio sólo se usaba en las minas de
carbón. Las primeras industrias que usaron tal máquina fueron las de hilados y tejidos.
Así comenzó el industrialismo: las fábricas pudieron ser trasladadas a las ciudades, pues
la máquina de vapor hacía innecesaria la presencia de los ríos para generar fuerza
motriz. La introducción de las máquinas, “la mula automática”, hizo más barato el
trabajo, mejoró las exportaciones y permitió emplear a más trabajadores. En 1750 la
metalurgia en toda Europa se hallaba en un estado tan primitivo como en la Edad
Media. Las mejoras se introdujeron gracias a los inventos mecánicos.
La transformación de la industria, convertida de oficio manual y doméstico en
trabajo a gran escala con máquinas de vapor, exigía la correspondiente expansión en el
comercio. Hacían faltas vías de comunicación: construcción de canales, afirmado de
carreteras, el alumbrado de gas, los barcos de vapor y los ferrocarriles (1814:
Stephenson). Todo esto transformó el conjunto de las realidades económicas, las líneas
tradicionales de la vida social y de la cultura. La concentración de las fábricas en las
ciudades produjo un aumento de la población urbana. La ciudad se convierte en eje y
centro de las nuevas realidades económicas, sociales, culturales y políticas: civilización
(cives) frente a villano (villa). Todo esto alcanzó su punto álgido cuando se logró un
nuevo orden político-jurídico que otorgaba a los capitalistas emprendedores plena
libertad de iniciativa y gestión: las revoluciones burguesas. La necesidad de grandes
inversiones para la compra de máquinas obligó a los pequeños artesanos a cerrar sus
talleres y convertirse en asalariados y la utilización de las máquinas y la competencia
produjo el empeoramiento de la vida de muchos hombres. Esto impulsó el
imperialismo: nuevos mercados, y el proteccionismo estatal. Triunfa un gran
optimismo: “se ha conseguido la liberación del hombre a través del éxito de la técnica y
la máquina”.
Después de este evento histórico la ciencia deja de ser vocacional y el científico se
convierte en un profesional que desarrolla su trabajo según el criterio de la objetividad
(la personalidad es sustituida por la objetividad). La ciencia tiene un valor en sí misma,
es un conocimiento profesionalizado, y no debe responder a cuestiones morales. Su
criterio es el progreso, entendido como racionalización del mundo. Además, tiene una
aplicación tecnológica: es una fuerza productiva. Todo esto transformó por completo la
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cultura, la vida social y el mundo: la ciencia destruyó las tradiciones de la sociedad


preindustrial y suscitó grandes expectativas de cambios en la organización social. Esto
conduce a una fe ciega en la capacidad y fuerza normativa de la ciencia (“la naturaleza y
las leyes naturales estaban escondidas en la noche. Dios dijo: ¡que sea Newton! Y se
hizo la luz”).
Cambio en la estructura: la ciencia se especializa (continua creación de
especialidades) y se basa en la división del trabajo, se institucionaliza (grandes institutos
que superan a las universidades) y se concibe a sí misma como evolutiva: la necesidad
de innovar la técnica y la industria ejerce una fuerte presión sobre la estructura
científica. Con el nacimiento de la Escuela politécnica se produce una fuerte conexión
entre la industria y el saber científico, muy clara en los siguientes ámbitos: la
microbiología o intento de acabar con las enfermedades infecciosas, la aplicación
práctica de los conocimientos acerca de la electricidad (el teléfono eléctrico), el
electromagnetismo de Faraday que conduce a la dinamo y la industria de las grandes
máquinas eléctricas y las ecuaciones electromagnéticas de Maxwell que conducen al
teléfono sin hilo, a la radio y el radar. Sólo se admite como fuente de legitimidad la
propia ciencia. La profesionalización de la ciencia es indispensable para que sea
productiva. Se produce una mecanización y despersonalización de la ciencia. La ciencia
se identifica por su método, pero no por su contenido, pues éste es variable y está
condenado a ser superado. Esto requiere el anonimato: la ciencia es el producto de un
colectivo singular denominado ‘investigación’. La ciencia tiene un valor independiente
del sujeto y se legitima por su universalidad, por ello el éxito de la ciencia será mayor
en la medida en la que el científico no imprima su personalidad y mantenga la
objetividad.
Este cambio en la estructura de la ciencia ha recibido el nombre de ‘dinamización’ de
la ciencia. Tiene dos elementos importantes: se empirifica (la experiencia es el criterio),
se diversifica y especializa cada vez más y se temporaliza (se concibe como un saber en
progreso). Empirización: proceso que hizo del empirismo una característica definitoria
de la ciencia real. Ciencia es ciencia empírica, excepto las formales. Lo esencial del
procedimiento empírico es la investigación, cuyo criterio es la experiencia. Ciencia
inductiva de Stuart Mill: las leyes científicas son el resultado de una generalización
empírica o inducción. Esta forma de concebir la ciencia implica la eliminación de todo
elemento metafísico y de todo conocimiento sintético no dependiente de la experiencia.
La ciencia se limita a lo dado y lo dado son los fenómenos naturales susceptibles de
descripción. Se eliminan los conceptos de ‘sustancia’, ‘esencia’ y ‘fuerza’ y se
sustituyen por conceptos que expresan conexiones funcionales en el ámbito de lo dado.
La ciencia es una descripción, lo más precisa posible, de los fenómenos observables y
las leyes de lo natural sólo tienen la función de facilitar la economía en la descripción.
El progreso del conocimiento lo garantiza la experiencia: a su luz se revisan o
abandonan las teorías. La ciencia es progreso e innovación y no sistema.
Temporalización: la ciencia se presenta como conocimiento abierto al futuro, en
constante cambio y movimiento. Hasta el s. XVIII la verdad era lo permanente y la
innovación no era bien vista. Ahora, la ciencia es un constante esfuerzo. Progreso
científico: gran proceso inductivo por el que nos vamos acercando gradualmente a la
verdad. La ciencia se define como un sistema de acciones o interacciones que tiene una
función definida para la vida de la especie humana y su único criterio valorativo es la
satisfacción de tales demandas. Se produce un interés de los medios industriales por la
ciencia, una popularización de la ciencia, una adopción por los distintos gobiernos de
una política científica, se creó un plan de enseñanza científica, se inició el equipamiento
científico de los países con la fundación de escuelas, laboratorios, sociedades y
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publicaciones científicas y se amplió notablemente la investigación, pues apareció la


posibilidad de dedicarse exclusivamente a ello (el estado actuó como mecenas).
Todo esto produjo una crisis en la idea unitaria de cosmos y del hombre. El siglo
XIX fue una época de especialización que no logró la unificación de las distintas
ciencias.

1.2.2. La ciencia en el siglo XIX:

En el siglo XIX, las matemáticas se someten a un proceso de aumento del rigor y de


la reducción, que se plasma en el descubrimiento de las antinomias y de las geometrías
no euclideanas, se acaba con la idea de que los axiomas de la geometría euclideana son
verdades evidentes. Algunas verdades consideradas eternas son sólo convenciones. Por
otra parte, la física lleva a su apogeo la imagen mecanicista del universo. La biología se
desarrolla ampliamente y plantea problemas a la antropología y a la religión. Se produce
un amplio desarrollo de la química (Cannizzaro, Berzelius), la embriología (Von Baer),
la fisiología (Magendre), la bacteriología y la inmunología (Pasteur: el microbio, la
vacuna contra el cólera y contra la rabia. Koch: el microbio del tifus y el vacilo de la
tuberculosis. Todo esto produjo grandes mejoras en la higiene de las personas y
municipios), la anatomía patológica y la geología, entre otras ciencias. Nace la genética
con Mendel.
Las matemáticas: se produce una aritmetización de las matemáticas: el número
natural es el elemento fundamental de la matemática. A esto se oponen Frege, Cantor y
Russell: proponen una reducción de la matemática a la lógica y una reducción de la
aritmética a la teoría de conjuntos. Este segundo intento fracasa por problemas internos.
Se produce un gran avance del álgebra con Boole (transforma el álgebra en álgebra de
proposiciones y la lógica en lógica simbólica). Nacen las geometrías no euclideanas.
Con esto se destruye el poder de la intuición. Los axiomas de la matemática son puntos
de partida convencionalmente elegidos y admitidos. La verdad reside en la no
contradicción de la teoría o sistema que se sigue por deducción de los axiomas.
La aparición de estas geometrías está vinculada a la discusión del quinto postulado o
postulado de las paralelas (“si una recta, al encontrarse con otras dos rectas, produce dos
ángulos interiores colocados del mismo lado, inferiores a dos ángulos rectos, dichas
rectas, si se prolongan hasta el infinito, se encontrarán del mismo lado en que están los
ángulos inferiores a dos rectos”). Se trataba de un modelo de saber deductivo, pero
desde la antigüedad el quinto postulado no había resultado demasiado convincente. En
el s. XIX se afirma que esta proposición no es evidente y en otros modelos puede ser
falsa: es más un teorema que un postulado.
En el s. XVIII Saccheri se propuso demostrar este postulado negándolo para sacar
todas las consecuencias lógicas de esta negación que, según él, debía dar lugar a una
contradicción. Él creyó haber encontrado una contradicción y haber logrado lo que
buscaba, pero en realidad había construido la primera geometría no euclideana. En el s.
XIX Gaus vio con claridad la no demostrabilidad del 5º postulado y la posibilidad de
construir sistemas geométricos diferentes, pero no publicó sus escritos. Los padres de
las geometrías no euclideanas son Bolyai y Lobachevski. Este último inventó la
geometría hiperbólica, que se obtiene sustituyendo el postulado de las paralelas por su
negación (la suma de los ángulos internos es inferior a 180º). Construyó un sistema
coherente. Riemann construyó la geometría elíptica (la suma de los ángulos interiores es
superior a 180º). De la transformación del significado de axioma nació la diferencia
entre geometría matemática y geometría física: la primera no tiene en cuenta la relación
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con los objetos del mundo, la segunda es una rama de la física. Surgen los problemas de
coherencia y completud de los sistemas y el de la independencia de los axiomas entre sí.
La física: el siglo XIX comienza con dos grandes descubrimientos: la pila (Volta) y
la interferencia entre rayos luminosos (Young). Se produce un gran desarrollo de la
electrología y de la óptica, junto a la mecánica, la acústica y la termología. La mecánica
clásica llega a su más alto grado gracias a una aplicación cada vez más profunda de la
matemática, así nace la física matemática. El resultado más importante de la mecánica
fue el descubrimiento del principio de la conservación de la energía. El mecanicismo
condujo a una visión determinista del mundo: Laplace. Todos los fenómenos se
explican a través de las leyes de la mecánica clásica. Se proponen construir un sistema
mecánico total, comenzando por la acústica pasando por la termología; pero Fourier
plantea un serio problema: el calor siempre se propaga en una dirección preponderante
(del cuerpo caliente al de más baja temperatura) buscando un equilibrio. Pero según la
mecánica clásica no hay direcciones privilegiadas y no hay tendencia al equilibrio. Joule
plantea una segunda objeción: la energía mecánica puede transformarse íntegramente en
calor (el primer principio de la termodinámica) y Clasius añade que nunca se puede
transformar íntegramente una cantidad determinada de energía térmica en energía
mecánica, pues una parte de aquélla se transfiere siempre al exterior (segundo principio
de la termodinámica). De aquí se sigue que en toda transformación en la que está
implicado el calor se pierde una parte de la energía, con lo que aumenta el desorden del
universo. Kelvin elaboró la primera síntesis teórica de la termodinámica, introduciendo
el concepto de entropía, que es una magnitud que expresa el desorden que en un sistema
cerrado crece con cada transformación de un modo irreversible.
Por su parte la óptica se convierte en un campo de aplicación de los nuevos
principios. La experiencia de Young corroboró la teoría de que la luz es una onda que
atraviesa una substancia particular, el éter. Sin embargo, otra experiencia sobre la
refracción y la doble refracción confirmó la teoría opuesta: los rayos luminosos son
haces de corpúsculos. Sólo con Maxwell (primera definición de la luz en sentido
ondulatorio) se separa la óptica de la mecánica. Sin embargo, el obstáculo más serio que
se encuentra la mecánica surge en el estudio de la electricidad. La construcción de la
pila ofreció la posibilidad de estudiar las corrientes eléctricas y así surge la
electrodinámica. Ohm formuló las dos leyes de la corriente eléctrica en los conductores
sólidos. Las experiencias de Ampère y Faraday sobre el electromagnetismo (inducción
electromagnética) acabaron con el mecanicismo. Todos estos descubrimientos
obtuvieron una amplia aplicación técnica, pero a la vez estos científicos realizaron una
gran labor teórica. Maxwell expuso la teoría clásica del campo electromagnético, que
lleva su nombre, y se compendia en cuatro fórmulas vectoriales (las ecuaciones de
Maxwell). Se trata de la primera gran síntesis teórica de la física después de Newton.
Hertz realizó las pruebas necesarias para poner de relieve la validez de las teorías de
Maxwell: la luz sólo es un caso particular de onda electromagnética. Así surgieron los
primeros choques con la teoría de Newton. Las diferentes experiencias que se realizaron
fueron mermando la base a la teoría de Newton. Ernt Mach realiza una crítica radical a
los principios de la mecánica clásica, poniendo de relieve sus contradicciones más
graves. Sin embargo, la mecánica se mantuvo, por falta de alternativa, hasta que llegó
Einstein.

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