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Universidad de Flores

Materia: Filosofía del Derecho

Profesor: Juan Bautista Libano

Clase 8

Género y filosofía

Resumen: En el siguiente trabajo se ofrecen una serie de reflexiones en torno a los


conceptos de exclusión, género, diversidad, discriminación y violencia, a partir de una
serie de postulaciones sobre el cuerpo que realiza Judith Butler en sus obras “El
genero en disputa” y “Cuerpos aliados y lucha política”, cruzándolos con los aportes
descolonial y feminista de Rita Segato, para demostrar que el feminismo se constituye
como una pedagogía elemental de otros modos de subordinación y poder. El propósito
de este recorrido es dar cuenta de cómo el derecho invisibiliza ciertos grupos, y
demostrar que, como advierte Butler, si bien el enfoque de género no puede funcionar
como un paradigma de todas las formas de existencia, puede ser un punto de partida
para pensar el acceso de ciertos grupos a la esfera de aparición, hacer visibles sus
reclamos, lograr su reconocimiento, y permitirles llevar una vida vivible.

Introducción.
“...el poder es tolerable sólo, con la condición de
enmascarar una parte importante de sí mismo. Su
éxito está en proporción directa con lo que logra
esconder de sus mecanismos... Para el poder, el
secreto no pertenece al orden del abuso; es
indispensable para su funcionamiento”
Michel Foucault

Desde las ideas formuladas por Platón, y luego retomadas por el liberalismo
clásico, el pensamiento se concibe desde un dualismo sexualizado, un polo se

atribuye a los hombres y otro a las mujeres, formando una jerarquía donde lo

masculino es considerado mejor y superior. En términos socio-políticos e históricos,

las instituciones de los Estados junto con las constituciones políticas y declaraciones

de derechos han sido llevadas a cabo enteramente por los hombres, invisibilizando al

colectivo de mujeres.

El derecho no es la excepción, aunque por lo general se presenta como un

espacio neutral y objetivo. En su aplicación concreta, produce un impacto desigual o

diferencial para con las mujeres, dado que fue elaborado desde una perspectiva

masculina, y no toma encubre la relación de poder. En este sentido el derecho es

masculino porque la mayoría de los espacios de toma de decisión son ocupados por

hombres y su aplicación se realiza de forma indistinta. A su vez, (re)produce las

diferencias y los valores culturales de varones y mujeres, produce identidad, así

como crea modelos o arquetipos de mujeres, por ejemplo las buenas y malas esposas

o las buenas y malas víctimas.

Un repaso por la historia deja ver rápidamente cómo las mujeres estuvieron

desplazadas de los espacios de poder. No fue hasta el 18 de diciembre de 1979, que

se aprobó en el marco de una asamblea de las Naciones Unidas, uno de los

instrumentos más importantes que hace al reconocimiento de los derechos de las

mujeres: la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación

contra la Mujer (CEDAW), que tiene su antecedente directo en la Declaración sobre

la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de 1967 y, posteriormente, la

Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra

la Mujer (Convención Belem Do Pará). Sin embargo, los avances que se han logrado

a nivel internacional y nacional colisionan con la forma en la que los órganos

jurisdiccionales de los Estados interpretan y aplican el derecho.

En un recorrido por la historia con perspectiva de género se puede observar

la dificultad que atravesaron las mujeres para lograr que se les reconozcan sus

derechos políticos, y luego al divorcio vincular. En este sentido, sin ir más lejos, se

puede ver lo que significó la lucha de las mujeres en Argentina, en un contexto

donde no existía un reconocimiento a sus derechos civiles, políticos, laborales,


económicos, etc. Por su parte, en el resto del mundo, se fue dando el mismo proceso,

siendo que muchas mujeres pasaron a ejercer un rol de revolucionarias, y fueron

pioneras del activismo feminista.


1. La persecución penal de la mujer

La manifestación libre y espontánea de la mujer por fuera de los roles asignados generó resistencia

por parte de quienes detentaban el poder patriarcal, y el derecho penal sirvió como instrumento de

persecución de las mujeres.

El "Malleus Maleficarum" o "Martillo de las Brujas" es un ejemplo de ello. Fue un tratado escrito

en el siglo XV por los monjes dominicos Heinrich Kramer y James Sprenger, que tuvo un gran impacto en la

caza de brujas durante la Edad Media. El tratado describe cómo identificar, perseguir y juzgar a las brujas, y

se utilizó como una guía para las autoridades eclesiásticas y seculares en la persecución de las supuestas

brujas. El "Martillo de las Brujas" sostiene que la brujería es una herejía y un crimen contra la Iglesia y el

Estado, y proporciona detalles sobre los supuestos poderes sobrenaturales de las brujas y los medios para

obtener una confesión. El tratado es considerado por muchos como una obra cruel y supersticiosa que llevó a

la tortura y muerte de miles de personas acusadas de brujería.

En el libro "Brujas, caza de brujas y mujeres" de Silvia Federici se realiza un análisis histórico y

feminista de la caza de brujas en Europa y América del Norte durante los siglos XVI y XVII. Federici

sostiene que la caza de brujas fue un episodio clave en la historia de la opresión de las mujeres, y que las

acusaciones de brujería fueron una forma de control social y político sobre las mujeres que se atrevían a

desafiar las normas patriarcales de la sociedad.

La autora examina cómo la caza de brujas se relaciona con la creación del capitalismo y la

consolidación del Estado moderno, y cómo la violencia contra las mujeres se utilizó para establecer una

disciplina social y económica. Federici también destaca la conexión entre la caza de brujas y la colonización

de América, argumentando que las brujas fueron perseguidas en las colonias para controlar a las mujeres

indígenas y esclavizadas.

Además, el libro analiza cómo las mujeres han resistido la opresión a lo largo de la historia, y cómo

la lucha contra la caza de brujas ha sido un momento importante en la historia de la lucha feminista. Federici

argumenta que la lucha contra la caza de brujas y la opresión patriarcal continúa hoy en día, y que es

importante reconocer la historia de la opresión de las mujeres para poder luchar contra ella de manera

efectiva.
Pero la persecución penal de las mujeres no fue una acción exclusiva de la inquisición. En el texto

“La Mujer delincuente” de Lombroso, por ejemplo, se puede observar la continuidad de la mentalidad

misógina inquisitoria, que produjo el asesinato masivo más grande del mundo contra las mujeres. Asimismo,

se puede asimilar la imagen de la prostituta con la de la bruja, que usan su belleza y sus encantos para

cometer crímenes contra los hombres. Lo más indignante es que muchos de esos estereotipos se mantienen,

cuando las mujeres quieren disputar el espacio político o disponer libremente de su cuerpo.

La construcción política del sujeto.

Judith Butler en “el género en disputa” sostiene que el problema del “sujeto” es fundamental para la

política feminista, en tanto los sujetos jurídicos siempre se construyen mediante ciertas prácticas excluyentes

que, una vez determinada la estructura jurídica de la política, “no se perciben”. En definitiva, afirma, la

construcción política del sujeto se realiza con algunos objetivos legitimadores y excluyentes, y estas

operaciones políticas se esconden y naturalizan mediante un análisis político en el que se basan las

estructuras jurídicas. El poder jurídico “produce” irremediablemente lo que afirma sólo representar, y por

eso la política debe ocuparse de esa doble función del poder: la jurídica y la productiva.1

De hecho, agrega Butler, la ley produce y posteriormente esconde la noción de “un sujeto anterior a

la ley” para apelar a esa formación discursiva como una premisa fundacional naturalizada que

posteriormente legitima la hegemonía reguladora de la misma ley. Por ello, la crítica feminista debería

1 Butler, J. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós. Bs. As. 2018. Pág. 48.
comprender que las mismas estructuras de poder mediante las cuales se pretende la emancipación crean y

limitan la categoría de “las mujeres”, como sujeto del feminismo.2

En definitiva, refiere Butler, examinar los procedimientos políticos que originan y esconden lo que

conforma las condiciones al sujeto jurídico del feminismo es exactamente la labor de “una genealogía

feminista” de la categoría de las mujeres. A la largo de este intento de poner en duda a las “mujeres” como

el sujeto del feminismo, la aplicación no problemática de esa categoría puede tener como consecuencia que

se “descarte” la opción de que el feminismo sea considerado una política de representación.3

De esta manera, para Butler tiene sentido ampliar la representación hacia sujetos que se construyen

a través de la exclusión de quienes no cumplen las exigencias normativas tácitas del sujeto.

Siguiendo estas ideas, en “Cuerpos aliados y lucha política”, Butler sostiene que los actos

discursivos relacionados con el reconocimiento o falta de reconocimiento de algunas personas no siempre

están explícitos, y desarrolla la forma en que se establecen relaciones dinámicas entre las personas, en las

que puede observarse cómo se activa el apoyo, la disputa, la ruptura, la alegría y la solidaridad. A fin de

entender esta dinámica investiga dos ámbitos teóricos condensados en los términos “performatividad” y

“precariedad” para plantear después cómo podríamos considerar el derecho a la aparición como un marco

para la coalición, de manera que las minorías sexuales y de género puedan aliarse con poblaciones

consideradas precarias.

Respecto de la “performatividad”, siguiendo a Austin, Butler hace referencia a los enunciados

lingüísticos que, en el momento que son pronunciados, crean una realidad o hacen que exista algo por el

simple hecho de haberlo expresado. De esta manera, en el caso del género debemos tener en cuenta que

generalmente alguien externo declara que el recién nacido es un varón o una mujer, ya sea el médico, los

padres, el estado, etc. Esas primeras inscripciones e interpelaciones van acompañadas de las expectativas y

fantasías de los demás, que nos afectan en aspectos que escapan a nuestro control.4

De este modo el género viene inicialmente a nosotros bajo la forma de una norma ajena, mora en

nuestro interior como una fantasía que ha sido a la vez formada por otros, pero que también es parte de

nuestra información. El género es algo que recibimos todos, pero que no está inscripto en nuestros cuerpos

como si fuéramos una pizarra pasiva obligada a llevar una marca. Sin embargo, es un principio nos vemos

forzados a representar el género que se nos ha asignado, y esto implica que, aunque no seamos conscientes

2 Ibid. Pág. 48.

3 Ibid. Pág. 53.

4 Butler, J. Cuerpos aliados y lucha política. Paidós. Bs. As. 2017. Pág. 35.
de ello, estamos siendo conformados por unas fantasías ajenas que se nos trasmiten por medio de

interpelaciones de todo tipo.5

Por tanto, decir que el género es performativo es decir que el género sería una clase de determinada

de práctica, y que la aparición del género se da, sale a la luz, a raíz de normas obligatorias que nos exigen

convertirnos en un género o en el otro (generalmente en un marco estrictamente binario). La reproducción

del género conlleva siempre una negociación con el poder.6

Por otro lado, la “precariedad” designa una condición impuesta políticamente merced a la cual

ciertos grupos de la población sufren la quiebra de las redes sociales y económicas de apoyo mucho más que

otros, y en consecuencia están más expuestos a los daños, la violencia y la muerte. Los grupos más

expuestos a la precariedad son los que más riesgo tienen de caer en la pobreza y el hambre, de sufrir

enfermedades, desplazamientos y violencias, por cuanto no cuentan con formas adecuadas de protección y

restitución. La precariedad se caracteriza asimismo porque esa condición impuesta políticamente maximiza

la vulnerabilidad y la exposición de las poblaciones, de manera que quedan expuestas a la violencia estatal, a

la violencia callejera o doméstica, así como a otras formas de violencia aprobadas por los Estados pero

frente a las cuales sus instrumentos judiciales no ofrecen una suficiente protección o restitución.7

La palabra “precariedad” está relacionada con las normas de género, posiblemente de un modo

manifiesto, pues quienes no viven su género de maneras comprensibles para los demás sufren un elevado

riesgo de maltrato, de patologización, de discriminación, de exclusión y de violencia.8

En este sentido Butler se pregunta qué personas serán criminalizadas, qué personas van a ser

tratadas como delincuentes y presentadas como tales, quiénes van a quedar desprotegidos ante la ley o

privados de protección policial, o quiénes serán objeto de la violencia policial.

El reconocimiento desempeña un papel importante, porque si decimos que todos los seres humanos

merecemos el mismo reconocimiento, asumimos que a todos se los puede reconocer en la misma medida.

Pero en el campo de la aparición público no se admiten a todas las personas por igual, y se imponen zonas

en las que muchos están excluidos, o directamente vedados. Es decir, hay cuerpos que importan más que

otros.

5 Ibid. Pág. 37.

6 Ibid. Pág. 39.

7 Ibid. Pág. 40.

8 Ibid. Pág. 41.


1. Cuerpos que (no) importan.

El ideal clásico de “Hombre”, identificado por Protágoras como “la medida de todas las cosas”,

elevado por el renacimiento italiano a nivel de modelo universal, y representado por Leonardo Da Vinci en

el “Hombre Vitruviano”, implica un ideal de perfección que tiñe los valores espirituales, discursivos e

intelectuales de la sociedad patriarcal. Asimismo, esa falsa imagen de la doctrina del humanismo potencia el

ideal de progreso infinito, causante de los mayores daños ecológicos que ponen en peligro la vida sobre la

tierra, hegemonizando un modo de vida compatible exclusivamente con una economía de mercado

capitalista.

Este modelo fija estándares no solo de individuos sino de sociedades, y sus culturas. El humanismo

se ha desarrollado históricamente como un modelo de civilización que ha plasmado el ideal del hombre

blanco europeo como propietario de la razón autorreflexiva universalizante. Este paradigma eurocéntrico

implica la dialéctica entre el ego y el otro, además de la lógica binaria de la identidad y de la alteridad. En

este sentido, la diferencia, lo “otro”, se asume como inferior, y en sentido peyorativo se estigmatiza, se

discrimina, se persigue, se criminaliza, se expulsa, o se intenta eliminar.

Por ello, como sostiene Javiera Cubillos Almendra en “La importancia de la interseccionalidad para

la investigación feminista”, el feminismo ha evidenciado cómo la política de la identidad impuesta por el

ideario moderno posiciona un sujeto particular que se asume como representativo de la humanidad, un

sujeto supuestamente universal (masculino, occidental/blanco, heterosexual, adulto y burgués) que es

constituido como el referente de la vida social y política en Occidente, en relación al cual todo lo demás (“lo

otro”) es subalternizado y excluido, en función de su diferencia.9

Sobre este punto me permito traer un texto de la Dra. Alicia Ruiz, que me parece pertinente porque

analiza la primera gran comedia romántica de Shakespeare “El mercader de Venecia” con el objeto de

hablar acerca de “los cuerpos” como un modo de construcción social y cultural que define espacios de

inclusión y exclusión. Se trata de la obra “Cuerpo/

9 Cubillos Almendra, J. “La importancia de la interseccionalidad para la investigación feminista”, en OXÍMORA


REVISTA INTERNACIONAL DE ÉTICA Y POLÍTICA NÚM. 7. OTOÑO 2015. ISSN 2014-7708. PP. 119-13
Cuerpos”10, donde Alicia Ruiz desenmascara la construcción en la cual el discurso del derecho tiene

reservado un papel fundamental de legitimación.11

Alicia Ruiz, en dicho marco, detecta en la obra de Shakespeare una paradoja que se evidencia a raíz

de un análisis de la noción de “cuerpo”. En efecto, mientras la modernidad ha instituido política y

jurídicamente la inviolabilidad del cuerpo humano como un límite infranqueable y universal, por otro lado

están “los cuerpos” de poblaciones enteras de cuyo genocidio ni siquiera hay registro. Muchos cuerpos no

son reconocidos como humanos y así quedan al margen de toda protección.

En el análisis de la obra de Shakespeare, Alicia Ruiz destaca cómo el autor refleja el hecho de que

los judíos de la Venecia del siglo XVI son mirados y tratados como animales (en efecto, eran considerados

como tales). Los cuerpos de los judíos estaban asociados a las impurezas, a las excrecencias y la suciedad.

Se les atribuía poca afición al baño. Los cristianos temían tocar a los judíos, convencidos de que sus cuerpos

eran portadores de enfermedades y de que tenían poderes contaminantes. El temor de tocar a y ser tocado

por los judíos, sostiene Alicia Ruiz, expresa el límite de la posibilidad de concebir un cuerpo común.

Ahora bien, la piedra angular de la obra de Shakespeare, y sobre la cual gira el análisis de Alicia

Ruiz, está constituida por el odio entre Shylock y Antonio. Hay una diferencia abismal entre estos dos

personajes. Antonio es un jugador patológico que se avoca a socavar las reglas y a romper los compromisos.

Shylock, por su parte, es fiel a los contratos, pero asume todos los estereotipos del judío deshonrado: cruel,

avaro, diabólico (repetidamente será tratado de demonio, y ni una sola vez rechaza la acusación, como si

fuese en vano discutirla). Antonio parece dispuesto a pactar con el diablo (con el objeto de apostar a fondo y

llevar la ley al límite) arriesgando su vida, por odio atávico.

En dicho marco, aparece entonces el contrato, que es, en tanto que instrumento jurídico de las

voluntades privadas, el instrumento por excelencia de las estrategias de perversión. Antonio se ha

comprometido con Shylock a satisfacer la deuda pagando con su carne, ya que el cuerpo de Antonio fue

dado en garantía.

Pero aquí Alicia Ruiz advierte que la privación de una libra de carne de Antonio atenta contra un

cuerpo que no es cualquier cuerpo. Es el cuerpo de un ciudadano de Venecia rico, noble, reconocido, que

goza de respeto, de prestigio y de impunidad; como queda exhibido a lo largo de toda la obra, es el cuerpo

10 Alicia E. C. Ruiz, Jorge E. Douglas Price, Carlos María Cárcova. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura.
Autor: Editorial: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, octubre de 2014. ISBN: 978-987-3720-10-9. Id SAIJ:
LB000072

11 La obra de Shakespeare refleja la envergadura de las fuerzas económicas nacidas en algunas sociedades medievales;
muestra una nueva forma del poder económico y la fuerza vinculante de un contrato que se impone a las partes que lo han
celebrado. Pero hay algo más, Shakespeare se ocupa de alguna de las cuestiones jurídicas más fundamentales, como por ejemplo
la relación entre el espíritu y la letra de ley, entre equidad y formalismo jurídico, entre venganza y perdón, entre lo verdadera, lo
falso y lo verosímil, y la verdad legal, etc.
de un hombre que insulta, escupe, ejerce violencia sobre el cuerpo de otro hombre, sin que su conducta

produzca escándalo y solo porque ese otro hombre es un judío. El cuerpo de Antonio (no cualquier cuerpo:

el de Shylock, por caso) es inviolable al punto que, pese a que fue ofrecido voluntariamente a su acreedor, la

exigencia de Shylock no podrá cumplirse. La idea de que se cumpla lo pactado espanta a los venecianos y

coloca al Dux en la incómoda situación de tener que obedecer la ley debido a circunstancias directamente

vinculadas con las utilidades que los extranjeros aportan a las arcas públicas.

Este es el punto en el que Alicia Ruiz señala la paradoja mayúscula, cuando es evidente que

Antonio no puede cumplir la obligación contraída, se puede distinguir la diferencia en el trato del cuerpo de

Antonio respecto de otros cuerpos, como el cuerpo de Shylock, por ejemplo, que en tanto que es judío,

padece el odio de los venecianos. El odio borra de su cuerpo los signos visibles de humanidad que otorgan a

un individuo su condición universalmente consagrada de persona, de sujeto. Por ello, la ficción de la

modernidad “todos somos iguales” deja de ser ficción para tornarse “infame mentira”. Y, con ella, se

desmorona la estructura del discurso jurídico en su totalidad, dice Ruiz. Solo algunos cuerpos no marcados,

como el de Antonio, son humanos, reconocidos en su paradójica y aterradora universalidad, que no es tal.

Ellos, los Antonio, para vivir su vida como una “buena vida”, para existir, necesitan de los otros, de los

“abyectos”. Shylock, despreciado, ofendido, agredido da sentido al mercader, sacraliza su cuerpo que la

sociedad y el poder se empeñan en preservar.

En el análisis de Alicia Ruiz queda en evidencia aquello que Butler expone, que ninguna vida,

ningún cuerpo, nada de lo que selectivamente es denominado humano es tal porque pertenece a un orden

natural o universal, se trata de órdenes que son discursivamente construidos. Los discursos son una

modalidad específica del poder, un conjunto de cadenas convergentes y complejas cuyos efectos son

vectores de poder. El reconocimiento del que solo algunos cuerpos disfrutan está sostenido en las múltiples

exclusiones que constituyen el lado oscuro de la humanidad, dice Ruiz.

Ese “otro”, en el relato de Shakespeare analizado por Ruiz, es el judío. El área donde transcurren

los hechos es el gueto judío de Venecia (es Venecia la que inventa el término “gueto” que es una

deformación de “getto” que significa función, en honor al barrio donde se concentraban los judíos que había

sido construido sobre los terrenos de una antigua fundición). Los judíos debían ir debidamente identificados,

y se le imponían todo tipo de humillaciones.

2. El Derecho como reproductor de desigualdades y la disputa de reivindicaciones en el espacio

político.
A lo largo de la historia distintos sujetos y colectivos minoritarios han sufrido discriminación,

exclusión y violencias. Son muchos los cuerpos que no fueron y no son reconocidos como humanos y

quedan al margen de toda protección. El derecho muchas veces invisibiliza estas injusticias.

Ana María Fernández señala en este sentido que si se toman como referencia las democracias

occidentales modernas y la Declaración de los Derechos del Hombre, puede observarse que, por primera vez

en la historia de Occidente, se instituyó la igualdad de derechos formales de las personas inaugurando un

nuevo modo de ciudadanía, pero que, al mismo tiempo, se dio un proceso simultáneo por el cual el avance

en las igualdades formales fue acompañado por el perfeccionamiento de diversos dispositivos de

desigualación (discriminación, marginalización, exclusión, represión, exterminio, etc.). Dicho

perfeccionamiento hizo que tales dispositivos de desigualación fueran cada vez más específicos y eficaces.12

Como explica Fernández, para que los dispositivos de desigualación económicos y políticos (yo

agregaría jurídico) sean tan eficaces, necesitan implicar también una dimensión subjetiva, es decir,

conformar un bagaje subjetivo para quienes integran los aparatos de poder y para los propios grupos sociales

estigmatizados. En este sentido, los aparatos que discriminan, marginalizan, excluyen, reprimen y

exterminan establecen fuertes sistemas argumentales, que forman parte —durante largos periodos históricos

— del bagaje cultural social.

Se produce así un particular entramado de diversas formas de desigualdad distributiva de bienes y

posicionamientos económicos, simbólicos, subjetivos, eróticos, que se sostienen desde una particular

ecuación simbólica, que asimila al diferente con el inferior, peligroso o enfermo. Fernández explica que por

eso desigualdad y discriminación conforman un particular circuito de realimentación mutua donde los

poderes, para sostener su eficacia, necesitan la producción social de diversos tipos de discursos que

legitiman tanto la desigualdad como las prácticas y mentalidades discriminatorias.13

Ahora bien, pensando en los grupos sociales afectados por dichos dispositivos de poder, los

universos de significaciones, inscriptos tanto en sus subjetividades como en sus prácticas sociales, y la

tensión entre la propia percepción de inferioridad —por lo que obedecen y/o acatan las injusticias de

referencia— y los diferentes grados de resistencia frente a tal estado de cosas, podemos volver a Butler,

quien en su obra “Cuerpos Aliados y lucha política” se pregunta:


“¿Quiénes van a quedar desprotegidos ante la ley o, más concretamente, privados de la protección
policial, cuando estén en la calle, en el trabajo e incluso en sus hogares?, ¿Quiénes quedarán abandonados por
las instituciones religiosas, olvidados por las leyes? ¿Quiénes serán objeto de violencia policial? ¿Quiénes
verán rechazadas sus demandas por lesiones personales?, ¿Quiénes serán estigmatizados y privado de derechos
al mismo tiempo que son atraídos y satisfechos como consumidores? ¿Qué personas van a disfrutar de las

12 Fernández, A.M. “Las lógicas sexuales: amor, política y violencias” Nueva Visión. Bs. As. Pág. 36.

13 Ibid. Pág. 36.


prestaciones sanitarias reconocidas por la ley? ¿Quiénes verán reconocidas legalmente sus relaciones
personales e íntimas, y quiénes se encontrarán con que a solo treinta kilómetros de distancia puede cambiar su
condición legal, para bien o para mal?. El reconocimiento desempeña aquí un papel importante, pues si
decimos que todos los seres humanos merecen el mismo reconocimiento,asumimos que a todos se los puede
reconocer en la misma medida. Pero ¿qué sucede cuando en el campo de la aparición pública, muy regulado, no
se admite a todas las personas y se imponen zonas de las que muchos están excluidos o directamente vetados
desde el punto de vista legal? ¿Por qué se regula a esta área de manera que solamente ciertas clases de
individuos pueden aparecer en escena como sujetos reconocidos?... A partir de este punto podríamos
preguntarnos, cómo hacen los movimientos que defienden los derechos de los animales, porqué solo se reconoce
a los seres humanos y no a las criaturas biológicas que no son humanas... Esta cuestión está ligada e imbricada
en otra similar: ¿a qué seres humanos se considera humanos? ¿Cuáles son reconocidos en la esfera de la
14
aparición y cuáles no?”

Butler, piensa en la importancia del reconocimiento de los sujetos y colectivos minoritarios que han

sufrido discriminación, exclusión y violencias, y denuncia que solamente ciertas clases de individuos pueden

aparecer en escena como sujetos reconocidos. Se pregunta también cómo hacen los movimientos que

defienden los derechos de los animales, ya que solamente se reconoce a los seres humanos, y no a criaturas

biológicas que no son humanas15. Inmediatamente después se pregunta a qué seres humanos se considera

humanos y a cuales no. Resulta fácil ver a partir de estos interrogantes que las normas de lo humano están

formadas por modalidades de poder que tratan de normalizar unas versiones de lo humano por encima de

otras, bien sea estableciendo distinciones entre los humanos o ampliando el campo de lo no humano a la

voluntad.

Quienes han quedado eliminados o degradados por la norma que en teoría deberían encarnar

tendrán que luchar por ser reconocidos, y esa será una lucha corporeizada en la esfera pública, donde

tendrán que defender su existencia y su significación.

La evolución del feminismo ha permitido la inclusión de nuevas categorías de análisis que

visibilizan ciertos colectivos afectados por la exclusión, como el concepto de raza, territorialidad,

indigencia, etc. Como sugiere Butler, tenemos que ser capaces de forjar vínculos y alianzas para disputar

reivindicaciones en el espacio político.

3. Colonialidad, feminismo y violencias.

14Op. Cit. Butler, J. Cuerpos aliados… Pág. 41.

15 Como sostiene Butler, la vida humana nunca constituye la totalidad de la vida, nunca puede designar todos los procesos
vitales de los que esta depende, y nunca puede ser lo que define a lo humano desde el punto de vista singular. Tal vez “humano”
sea el nombre que damos a ese proceso que surge en el momento en que somos criaturas vivas rodeadas de otras criaturas, pero
insertas en formas de lo vivo mucho más amplias. En este sentido, como esas otras vidas son una condición de quienes somos, por
cuanto son parte de la existencia que nos excede, estar vivos es estar conectados con la vida en sí misma, no solo con aquella vida
que nos excede, sino con la que va más allá de la condición humana; y nadie puede vivir sin esa conexión con la vida biológica
que excede el ámbito de lo animal humano. Solo en el contexto de ese mundo de vida emerge el humano como agente, como una
criatura biológica cuya capacidad para la acción procede de su misma dependencia respecto de los demás seres y de los procesos
de la vida en general. Tenemos que ser capaces de forjar vínculos y alianzas, de conectar la interdependencia con el principio de
igualdad, de una forma que resulte perturbadora para los propios poderes que distribuyen el reconocimiento de manera
diferenciada o que altere su propia intervención.
Javiera Cubillos Almendra en “La importancia de la interseccionalidad para la investigación
feminista” indaga en la importancia de integrar la interseccionalidad al desarrollo de las investigaciones
feministas. Desde esta perspectiva, sostiene, no es suficiente visibilizar sólo las relaciones de dominación en
función del género, olvidando cómo este sistema de poder se articula y se co-construye con otros (dados por
la raza, la clase social, la sexualidad, entre otros), pues esto implica reforzar lógicas de opresión y exclusión
que el mismo feminismo critica. De esta manera, el autor aborda particularmente el concepto de colonialidad
de género, propuesto por el feminismo decolonial, que enriquece el modo en que solemos concebir los
estudios feministas.
En efecto, como señala Cubillos los discursos hegemónicos y las prácticas sociales legitimadas en
occidente están configuradas para (y por) un sujeto masculino, perteneciente a la etnia, la clase, la cultura y
la lógica epistémica dominante. Esta concepción de sujeto resulta problemática para el feminismo –como
para las teorías postcoloniales y decoloniales—, en tanto niega y construye como subalternas las
subjetividades que escapan al canon. El feminismo, desde diversas vertientes, ha cuestionado esta político de
la identidad que posiciona la “identidad masculina” como céntrica y universal, mientras representa la
“identidad femenina” como periférica y particular.
En este sentido, la teoría feminista de la interseccionalidad16 ha proporcionado interesantes
contribuciones para desestabilizar al sujeto moderno y repensar el cómo interpretamos la realidad social y
los procesos de generación de conocimiento.17 Por ejemplo, la antropóloga Rita Laura Segato, una de las
referentes en lo que a estudios de interseccionalidad, señala que en América Latina el solapamiento de
género, raza y clase están atravesados por la colinealidad. Sus estudios sobre descolonialidad y el análisis
crítico sobre las políticas de identidades globalizadas -a lo que ha dedicado varios escritos-, la ubican en

16 Este término fue acuñado en 1989 por la abogada afroestadounidense Kimberlé Crenshaw, abriendo un nuevo campo dentro de
los estudios de género. Tomando la definición de interseccionalidad que aporta Mara Viveros Vigoya (2016), podemos decir que
la misma refiere a relaciones sociales –género, raza y clase- que son cosubstanciales -es decir experiencias que no pueden
dividirse- y coextensibles –se coproducen mutuamente-. Esta definición permite la conceptualización de las identidades como
fluidas, múltiples e históricas, visibilizándolas como construcciones simultáneas aunque de diferente orden y de modo situado.
Para la genealogía del concepto ver el texto de Viveros Vigoya.

17
Los orígenes de la interseccionalidad se remontan a la década de los 70 en Estados Unidos, cuando el feminismo negro y
chicano hace visibles los efectos simultáneos de discriminación que pueden generarse en torno a la raza, el género y la clase
social. El análisis feminista de la interseccionalidad se caracteriza por ser un descentramiento del sujeto del feminismo, al

denunciar la perspectiva sesgada del feminismo hegemónico (o “blanco”) que, promoviendo la idea de una identidad común,
invisibilizó a las mujeres de color y que no pertenecían a la clase social dominante. Con esto –como también lo hizo el feminismo
materialista francés y el postestructuralista—, la crítica feminista al sujeto moderno se lleva a la categoría “mujer”, la que fue
construida sobre las mismas lógicas jerárquicas y patriarcales que el feminismo atacaba. El feminismo negro demostró́ cómo a
partir de criterios de universalidad, se reivindicaron los intereses de un grupo (mujeres “blancas”, occidentalizadas, heterosexuales
y de clase media), lo que marginó las demandas y necesidades de mujeres pobres, inmigrantes y afrodescendientes. Esta misma
crítica el movimiento feminista negro la llevó al movimiento antirracistas, donde los intereses de las mujeres fueron excluidas ante
la universalización de las reivindicaciones de los hombres afrodescendientes. De esta manera, el movimiento de mujeres negras
alerta sobre un “no-lugar” para sus reivindicaciones políticas; una experiencia que es invisibilizada tanto por quienes demandan
igualdad en razón de su género y aquellos que exigen igual reconocimiento en función de su raza.
discusión con grandes teóricos del tema como Quijano, Mariátegui, Dussel, Mignolo, Lugones, Rivera
Cusicanqui, De Souza Santos, entre otros.
El paradigma descolonial y feminista cimenta no solo sus cuestionamientos sobre las identidades
fetichizadas, sino también sobre la formación de alteridades nacionales, de la ciudadanía como modelo
retórico que reproduce estructuras coloniales, la crítica a los proyectos políticos modernos, y
fundamentalmente sus estudios sobre el patriarcado como modelo sobre el que se funda en nuestro
continente el tránsito a la colonial modernidad. Este derrotero analítico y práctico la encamina a una
propuesta política que decanta en la defensa de la pluralidad cultural y la renovación y reconstrucción de
lazos comunales.
Rita Segato, siguiendo esta línea intenta desandar el imaginario social construido a partir del
proyecto colonial moderno18 que, entre otros efectos –aunque fundamental-, encapsula “el problema de la
mujer” en el espacio de lo íntimo, de lo privado, de una domesticidad despolitizada. De este modo, busca
restituir a lo público y general, una problemática del campo del poder y la dominación, que ha sido y
continúa siendo minorizada.19
Es en este sentido, rescatamos el argumento principal de la autora, de que la violencia de género es
la violencia primaria sobre la cual se estructuran el resto de las formas de violencia por ser del orden
motivacional de la dominación, siendo la formación del Estado el gen de la masculinidad como proceso
histórico. Por eso, la necesidad de distinguir a la violencia de género como un accionar social y de índole
comunicativo. Para Segato la salida debe ser política, y el proceso de cambio social debería apuntar a las
deconstrucciones de estructuras arraigadas.
Ahora bien, uno de los aspectos más singulares de la teoría de Rita Segato, es que no encapsula el
origen del sistema patriarcal en el mundo moderno occidental sino en etapas anteriores20. La autora, realiza
una distinción entre patriarcados de baja y alta intensidad, donde, con el avance de la modernidad colonial

18 Segato distingue el avance de la modernidad en América Latina del proyecto moderno acontecido en Europa. De este modo,
acuña los términos provenientes de la tradición de estudios poscoloniales y decoloniales como frente colonial y frente colonial
estatal, entre otros, para distinguir etapas de un proceso que en nuestro continente se ha impuesto de modos diversos y en tiempos
diferentes.

19 Su propuesta parte del feminismo como epistemología, como modo de conocer la totalidad de la realidad basándose en análisis
de tiempo largo, donde la demostración de una pluralidad de proyectos históricos hace caer el culturalismo –que utiliza las
costumbres como recurso fundamentalista- propio de muchos estudios sobre desigualdad que se entremezclan en discursos de
igualdad y ciudadanía, de los cuales la autora es sumamente critica. Son sus estudios antropológicos sobre el denominado mundo-
aldea en oposición al mundo moderno occidental, los que le permiten trazar una línea argumentativa que echa luz sobre la relación
entre la estructura patriarcal y la colonialidad.

20
María Lugones, a diferencia de Segato, plantea al género como un sistema que se ve afianzado con el avance de los proyectos
modernos coloniales provenientes de Europa, constituyéndose como una herramienta de dominación que opone dos categorías
binarias y las jerarquiza. En efecto, la autora diciente con Segato en el tiempo largo que esta última asigna al género. Ver:
Lugones, M. (2008) “Colonialidad y Género”. Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.9: 73-101
y luego con la criollización –o la administración del Estado por parte de las élites criollas21-, y en desmedro
de la vida comunal en América Latina, se ha ido incrementando la distancia entre las esferas públicas y
privadas al punto de quedar una subsumida una a la otra, emergiendo lo público como universal y lo
universal como propio de la posición masculina.22
Es en este mundo binario que la masculinidad blanca se torna posición hegemónica del modo de ser,
dejando a la posición femenina relegada al sitio de lo marginal, a la función de alter. En palabras de Segato:

Este papel de Otro (femenino, no-blanco, colonial, marginal, subdesarrollado, deficitario) como han
demostrado Edward Said y una generación entera de teóricos postcoloniales, pasa a constituirse en la
condición de posibilidad para la existencia del Uno (sujeto universal, humano generalizable, con H). Su
tributación, su dádiva de ser que de él se extrae, fluye hacia el centro, plataforma del sujeto humano universal,
lo construye y lo alimenta.23

Así, lo doméstico es despojado de toda politicidad, sumiendo a la mujer en este lugar meramente
íntimo, de tutela24, esfera privada totalmente desarraigada de la esfera pública que emerge de esta forma
como espacio de dominio masculino. En otras palabras, secuestro de la experiencia de lo público por parte
de la posición masculina que lo convierte en el lugar por excelencia de la política y por lo tanto de la acción
y del discurso provisto de fuerza movilizadora.25 De este modo, se hace observable cuán entramada se
encuentra la historia de la esfera pública con la historia patriarcal y del género. La minorización26 de todo lo

21Inclusive la autora destaca la actual expansión del frente estatal-empresarial-mediático-cristiano como profundizador de esta
brecha que a su vez produce una fuerte intervención en el mundo-aldea generando una integración masiva de sus miembros a la
“ciudadanía” nacional, produciendo importantes marcas en la forma de organización de las relaciones de género en sociedades con
impronta todavía comunitaria.

22 Siguiendola historia de la estructura patriarcal, Segato logra rastrear los profundos cambios sociales que la modernidad
imprimió en nuestro continente. De este modo, distingue a la sociedad pre-intervención colonial de la sociedad moderna. La
primera constituye un mundo dual guiado por la reciprocidad de las relaciones, donde las posiciones son conmutables y
ontológicamente plenas cada una de ellas y en la cual la existencia social -o comunal- se da en espacios que, aunque diferenciados
funcionalmente, no quedan subordinados unos a los otros. Por el contrario, la sociedad moderna representa un mundo binario que
ha reacomodado y agravado las jerarquizaciones sociales preexistentes.

23 Op. Cit. Segato, R. “La guerra contra las mujeres”. Pág. 102.

24La idea de cuerpos tutelados (mujeres, niños, ancianos) es indicada por Segato (2018) como pilar sobre el cual los actos de
violencia cobran espectacularidad al dirigirse hacia ellos, motivo por el cual tienen eficacia.

25
Podemos señalar algunos aportes destacables en lo que refiere a la subordinación de la posición femenina y sus consecuencias
en Argentina, por ejemplo en lo que respecta al sistema socio sanitario y a la trayectoria laboral. Marcela Nari en su texto
Politicas de maternalidad y maternalismo político realiza grandes aportes al tema destacando la importancia que revistió la
maternalización de las mujeres (es decir la construcción de la idea de mujer-madre, en otras palabras la idea de mujer como
poseedora de un instinto maternal) en la construcción del Estado Nación argentino, como un proceso paralelo que se sirvió del
sistema socio- sanitario para sus fines. Catalina Wainerman, a su vez, señala el modo en el cual el mercado laboral femenino ha
tenido variaciones (en forma de U partiendo del periodo previo a la formación nacional hasta el comienzo de los 2000) según los
diversos momentos asociados a la despolitización de la posición femenina y la consecuente reclusión al espacio doméstico, las
crisis económicas y sociales y las conquistas de derechos por parte de las mujeres.

La minorización implica, por una parte, el relegamiento de todas las problemáticas que a la mujer refieren al “rincón residual de
la gran política, de la gran justicia y de la seguridad, es decir, pensado como marginal con relación a todo aquello que se clasifica
como cuestión de Estado por ser de interés general y valor universal”. Esta clasificación de cuño histórico, tiene que ver con la
constitución de Estados republicanos patrimonialistas administrados por las elites de poder, que han producido adaptaciones de las
26
instituciones, masculinizándolas, separando las esferas de la vida . Pero esta minorización o privatización propia del tránsito a un
patriarcado de alta intensidad, lleva también a un gran equívoco de los feminismos que, según la autora, solo buscan
justificaciones de los temas y “problemas de las mujeres”.
que a la mujer refiere dentro del pensamiento social, es una de las consecuencias de la transición entre estos
modos de vida.27
Por todo ello, en los “géneros”, indica Segato, se trasluce la estructura de otras formas de opresión
distinguidas por el prestigio y el poder, de forma que se van destejiendo así las tramas de un imaginario
profundamente enraizado que interpreta al género como esencia congénita. En este sentido, entendemos al
género como una abstracción que proporciona un tipo de construcción de un ordenamiento de las relaciones
y prácticas sociales y sus reproducciones, que se basa en el establecimiento de significados para las
diferencias corporales. Con el avance de la modernidad, estas diferencias se ven transformadas en sinónimo
de binarismo y desigualdad.
Así, en este modo de existencia del capitalismo, la femeneidad se constituye como una pedagogía
elemental de otros modos de subordinación y poder, que se reproduce por medio la violencia, ya que “la
articulación violenta es paradigmática de la economía simbólica de todos los regímenes de estatus”28. Por lo
tanto, el género, indica la autora, debe ser tomado como categoría central para el análisis de todas las
transformaciones aplicadas a partir del tránsito al orden colonial moderno, “como un termómetro, un campo
que permite leer y ser leído a la luz de un contexto amplio, constituido por la trama del capital, la política y
las practicas societarias en general”. 29

Conclusiones
“No soy hombre, mujer, heterosexual, homosexual. Soy un disidente del sistema
sexo-género. ¡Lo que soy, qué más da, lo importante es cómo puedo ser libre!”.
Paul B. Preciado

Llegado a este punto podemos concluir que el patriarcado es una estructura de poder persistente y de
carácter fundante, propia de un proyecto histórico que es cognoscible por medio de algunas de sus
expresiones y efectos de regularidad destacable. Siendo una relación que se basa en la desigualdad –relación

27
Maria Lugones señala que en el proceso el proceso colonial, quien se encuentra victimizada es la mujer, mientras que el hombre
–sumido en un ámbito de dominación colonial- se constituye como colaborador en el proceso de inferiorización cognitiva,
política, ideológica, económica y social de la mujer, dando por resultado histórico una indiferencia de estos a las diversas luchas
de las mujeres en contra de la violencia.En: Lugones, M. “Colonialidad y Género”. Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.9:
73-101

28 En concordancia con los estudios de Carole Paterman,la autora contraría a Freud, Levi-Strauss y Lacan al afirmar que el
asesinato del padre no es el acto violento que funda la sociedad y por lo tanto la primera Ley, sino que esta es fundada por la
violación como acto de apropiación no consentido por parte del patriarca de las mujeres de la horda, siendo por lo tanto la ley de
genero la primera ley de estatus. De este modo el contrato entre hombres que se deriva del asesinato al padre no puede sino ser
posterior a la regulación por estatus.

29Segato, R. (2016). Patriarcado: del borde al centro. Disciplinamiento, territorialidad y crueldad en la fase apocalíptica del capital
(p.91-107) en “La guerra contra las mujeres”. Madrid: Traficantes de sueños.
de género-, el patriarcado “es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad” que “moldea
la relación entre posiciones en toda la configuración diferencial de prestigio y de poder”.30
En efecto, este sistema de organización social es entendido como parte del estrato simbólico que
estructura y organiza las subjetividades de los agentes, produciendo y reproduciendo posiciones jerárquicas.
Los significantes que lo conforman no son estáticos, inmutables ni ahistóricos, por el contrario, poseen
variabilidad y deben ser distinguidos del nivel de las prácticas para fines analíticos, permitiendo vislumbrar
la pluralidad de vivencias de género que se hallan en las interacciones sociales en los diferentes momentos
socio-históricos. No obstante, esta estructura tiene un aspecto constrictivo dado que “el discurso cultural
sobre el género restringe, limita, encuadra las de modo tal que organiza los modos de
prácticas”31 familiaridad y posiciones relativas entre

sujetos32.

Por eso Butler, piensa en la importancia del reconocimiento de los sujetos y colectivos minoritarios
que han sufrido discriminación, exclusión y violencias, y denuncia que solamente ciertas clases de
individuos pueden aparecer en escena como sujetos reconocidos. Por eso también se pregunta a qué seres
humanos se considera humanos y a cuáles no.
Por todo ello, y para concluir, como advierte Butler, si bien el género no puede funcionar como un

paradigma de todas las formas de existencia que luchan contra la construcción normativa de lo humano,

pueden ser un punto de partida para pensar el poder y la resistencia. El acceso de ciertos grupos a la esfera

de aparición puede estar haciendo visibles ciertos reclamos sobre el derecho a ser reconocidos y a poder

llevar una vida vivible. Es también una forma de plantear reivindicaciones en la esfera pública.

Bibliografía

● Butler, J. Cuerpos aliados y lucha política. Paidós. Bs. As. 2017.


● Butler, J. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós. Bs. As. 2018.
● Cubillos Almendra, J. “La importancia de la interseccionalidad para la investigación feminista”, en OXÍMORA
REVISTA INTERNACIONAL DE ÉTICA Y POLÍTICA NÚM. 7. OTOÑO 2015. ISSN 2014-7708. PP. 119-137
● Fernández, A.M. “Las lógicas sexuales: amor, política y violencias” Nueva Visión. Bs. As. Pág. 36.
● Lugones, M. “Colonialidad y Género”. Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, 2008. No.9: 73-101
● Ruiz A., Jorge E. Douglas Price, Carlos María Cárcova. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura. Autor:
Editorial: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, octubre de 2014. ISBN: 978-987-3720-10-9. Id
SAIJ: LB000072
● Segato, R. “La guerra contra las mujeres”. Traficantes de sueños. 2016. Madrid:

30 Segato,
R. (2016). Patriarcado: del borde al centro. Disciplinamiento, territorialidad y crueldad en la fase apocalíptica del capital
(p.91-107) en “La guerra contra las mujeres”. Madrid: Traficantes de sueños.

31 Ibid.
32 Estas posiciones relativas son la femenina y la masculina. En consecuencia, cuando la autora habla de hombre y mujer se refiere
a los significantes de estas posiciones.

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