García Lorca Federico - Poeta
García Lorca Federico - Poeta
García Lorca Federico - Poeta
F. G. L.
LUIS CERNUDA.
VUELTA DE PASEO
1910
(INTERMEDIO)
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo,
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
Lorenzo,
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
Fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.
Uno
y uno
y uno,
Tres
y dos
y uno,
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.
TU INFANCIA EN MENTON
II
LOS NEGROS
Para Ángel del Río.
EL REY DE HARLEM
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
IGLESIA ABANDONADA
(BALADA DE LA GRAN GUERRA)
III
CALLES Y SUEÑOS
A Rafael R. Rapún.
Un pájaro de papel en el pecho
dice que el tiempo de los besos no ha
llegado.
VICENTE ALEIXANDRE.
DANZA DE LA MUERTE
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados or el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
ni importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El cameo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los trasatlánticos!
Fachadas de crin, de humo; anémonas, guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
ASESINATO
(DOS VOCES DE MADRUGADA EN RIVER SIDE DRIVE)
¿Cómo fue?
-Una grieta en la mejilla.
¡Eso es todo!
Una uña que aprieta el tallo.
Un alfilez que bucea
hasta encontrar las raicillas del grito.
Y el mar deja de moverse.
-¿Cómo, cómo fue?
-Así.
-¡Déjame! ¿De esa manera?
-Sí.
El corazón salió solo.
-¡Ay, ay de mí!
NAVIDAD EN EL HUDSON
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención deí puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
NACIMIENTO DE CRISTO
LA AURORA
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de. cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
IV
CIELO VIVO
Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.
Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos
no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.
Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba;
pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.
EL NIÑO STANTON
Do you like me?
-Yes, and you?
-Yes, yes.
VACA
A Luis Lacasa.
Su hocico de abejas
bajo el bigote lento de la baba.
Un alarido blanco puso en pie la mañana.
Arriba palidecen
luces y yugulares.
Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.
Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
Que no desemboca.
E1 pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡De prisa! Y croaban las estrellas tiernas
. ...que no desemboca.
VI
INTRODUCCION A LA MUERTE
POEMAS DE LA SOLEDAD EN VERMONT
Para Rafael Sánchez Ventura.
MUERTE
¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo,
crines de ceniza. Plaza pura y doblada.
Yo.
Mi hueco traspasado con las axilas rotas.
Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.
Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo. Rodeado
de espectadores que tienen hormigas en las palabras.
Yo.
Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.
Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.
Yo.
No hay siglo nuevo ni luz reciente.
Sólo un caballo azul y una madrugada.
Amigo,
levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
Las tres ninfas del cáncer han estado bailando,
hijo mío.
Trajeron unas montañas de lacre rojo
y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido.
El caballo tenía un ojo en el cuello
y la luna estaba en un cielo tan frío
que tuvo que desgarrarse su monte de Venus
y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos.
Amigo.
despierta, que los montes todavía no respiran
y las hierbas de mi corazón están en otro sitio.
No importa que estés lleno de agua de mar.
Yo amé mucho tiempo a un niño
que tenía una plumilla en la lengua
y vivimos cien años dentro de un cuchillo.
Despierta. Calla. Escucha. Incorpórate un poco.
El aullido es ima larga lengua morada que deja
hormigas de espanto y licor da lirios.
Ya viene hacia la roca. ¡No alargues tus raíces!
Se acerca. Gime. No solloces en sueños, amigo.
¡Amigo!
Levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
RUINA
Sin cncontrarse,
viajero por su propio torso blanco,
¡así iba al aire!
Detrás de la ventana
con látigos y luces se sentía
la lucha de la arena con el agua.
Tú sólo y yo quedamos.
Prepara tu esqueleto para el aire.
Yo sólo y tú quedamos.
Prepara tu esqueleto.
Hay que buscar de prisa, amor, de prisa,
nuestro perfil sin sueño.
¡La luna!
Pero no la luna.
La raposa de las tabernas,
el gallo japonés que se comió los ojos,
las hierbas masticadas.
Es necesario caminar, ¡de prisa!, por las ondas, por las ramas,
por las calles deshabitadas de la edad media que bajan al río,
por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida
por las escalas, ¡sin miedo!, por las escalas.
Hay un hombre descolorido que se está bañando en el mar;
es tan tierno que los reflectores le comieron jugando el corazón.
Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche y día
hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas.
VII
VUELTA A LA CIUDAD
Para Antonio Hernández Soriano.
NEW YORK
OFICINA Y DENUNCIA
CEMENTERIO JUDÍO
Las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos y el judío empujó la verja con el
pudor helado del interior de la lechuga.
VIII
DOS ODAS
IX
Y yo también
porque cayó una hoja
y dos
y tres.
Y una cabeza de cristal
y un violín de papel
y la nieve podría con el mundo
una a una
dos a dos
y tres a tres.
¡Oh, duro marfil de carnes invisibles!
¡Oh, golfo sin hormigas del amanecer!
Con el numen de las ramas,
con el ay de las damas,
con el cro de las ranas,
y el geo amarillo de la miel.
Llegará un torso de sombra
coronado de laurel.
Será el cielo para el viento
duro como una pared
y las ramas desgajadas
se irán bailando con él.
Una a una
alrededor de la luna,
dos a dos
alrededor del sol.
y tres a tres
para que los marfiles se duerman bien.
CRUCIFIXION
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar cl camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
la luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobrela nieve.
FIN DE
«POETA EN NUEVA YORK»