¿Estado Social o Estado de Bienestar en América Latina?: July 2012
¿Estado Social o Estado de Bienestar en América Latina?: July 2012
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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura, 2012, Vol. XVIII, No. 1 (ene-jun), pp. 11-40
recibido: 22-06-2012 / arbitrado: 04-07-2012
Hay distintos ángulos desde los que puede pensarse sobre ese asunto. En
nuestro caso, nos interesa especialmente orientarnos por el papel conceptual
que se le pueda atribuir a la idea de Estado de bienestar para el análisis de las
políticas y programas sociales; partiendo de ese enfoque también adquiere una
particular significación la relación y el uso diferenciado que se le pueda brindar a
las ideas de Estado social y de Estado de bienestar.
∗
Este trabajo forma parte de los desarrollos conceptuales del proyecto del Observatorio
Venezolano de la Salud, que cuenta con el apoyo financiero del CDCH-UCV (PSU-26-
7829-2009/2).
1
[email protected]
12 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
conceptual sobre este tipo de Estado. Debemos subrayar que realizaremos aquí
un repaso selectivo acerca de esta problemática, puesto que el limitado espacio
de este artículo no es propio para revisiones exhaustivas, y enfatizaremos en lo
que implican las alternativas conceptuales del Estado social y del Estado de
bienestar para ser asociadas –de manera más o menos adecuada– con países
como los latinoamericanos.
Se afirma con creciente frecuencia que el estudio sobre los Estados de bie-
nestar debe integrarse en un marco reflexivo mayor, como el de los diferentes
tipos de regímenes de bienestar, entendidos como los regímenes de prevención
de riesgos de los países desarrollados, de acuerdo con los aportes de Esping-
Andersen (1993, en especial). Pero esa es solamente una alternativa analítica
que no niega la pertinencia de explorar autónomamente los distintos componen-
tes (mercado, familia, Estado y –añaden muchos– comunidad o “tercer sector”)
que se articulan en esos regímenes, como parte del proceso conceptual que
puede contribuir a mejorar ese tipo de conjunto interpretativo.
Por su lado, se estima que la idea de Estado social puede ser muy útil para
el análisis de realidades como la latinoamericana y también para el estudio de
los países desarrollados en las etapas históricas en las que no han alcanzado o
en las que han dejado de tener –según algunos– un Estado de bienestar. Pero,
sobre todo, el concepto de Estado social nos parece muy valioso para identificar
las situaciones y etapas en las que la política social cobra una presencia desta-
cada en la gestión del Estado sin que, por ello, pueda o tenga que decirse que
se está ante un Estado de bienestar.
Mills (1981: 52) recomendaba que se evitara –en lo posible– que las diferencias
sobre las alternativas de definición se consumieran en una esfera puramen-
te terminológica:
“(…) cuando definimos una palabra no hacemos sino invitar a los demás a usarla
como querríamos que se la usase; (…) la finalidad de la definición es enfocar la ar-
gumentación sobre el hecho; y (…) el resultado propio de la buena definición es
transformar la argumentación sobre palabras en desacuerdos sobre el hecho, de-
jando así abierta la argumentación para investigaciones posteriores”.
En la elaboración conceptual se trata de combinar la pertinencia etimológica y
la trayectoria del uso –no siempre afortunada– que ha tenido una palabra en su
aplicación a un objeto más o menos delimitado, revisando la correspondencia que
existe entre ese término y el referente empírico (histórico) que pretende interpre-
tar y representar satisfactoriamente (véase al respecto el siempre inspirador
abordaje de Sartori, 2006: 65 y ss). Ahora, lo que esbozaremos en este escrito es
un tipo de uso que nos resulta útil acerca de los conceptos involucrados, sin aspi-
rar a que sea la mejor utilización posible, en una vana pretensión de validez uni-
versal. A lo sumo esperamos que este tipo de uso despierte algún interés en
otros, aunque sea para que se sostenga una perspectiva contraria a la nuestra.
Esa definición nos permite asociar la idea de Estado social con una gran di-
versidad de casos y de épocas (desde fines del siglo XIX en lo básico) en diver-
sas regiones del mundo entre las que nos interesa destacar como referente,
para fines de este texto, a América Latina.
Esta forma de usar la idea de Estado social en un sentido estricto, que po-
demos considerar como de bajo nivel de abstracción y de poca complejidad con-
ceptual, frecuentemente no es explicitada en su significado, posiblemente
porque la sencillez de esta connotación puede generar la errada suposición de
que no se provocarán equívocos interpretativos.
Bajo esa definición extensa del Estado social, Sotelo busca articular una
gran variedad de políticas sociales (sean ellas residuales, laboralistas o univer-
salistas e incluyendo las que se estructuran en la dimensión social de los Esta-
16 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
dos de bienestar –véase el punto 3) con una gran diversidad de políticas eco-
nómicas (variados liberalismos y proteccionismos) y laborales, siempre y cuando
ellas no coincidan con el keynesianismo clásico y el pleno empleo, que para este
autor serían los atributos fundamentales del Estado de bienestar, que es con el
que pretende diferenciar –principalmente– al Estado social.
2
Hay varios problemas en esa definición pero el más relevante es, como
puede inferirse de lo antes expuesto, que se le brinda una misma adjetivación, la
de social, a esa multiplicidad de combinaciones entre la intervención económica
y social del Estado, siempre y cuando esta intervención social sea significativa y
se diferencie del Estado de bienestar.
Ahora, no se entiende por qué se adjetiva simplemente como social a tal di-
versidad de experiencias históricas, que incluyen a los variados pre-
keynesianismos y post-keynesianismos; por ello, tal designación resulta suma-
mente imprecisa. Esto parece evidenciar la inconveniencia de convertir la idea de
Estado social en un concepto “integral” de Estado, que involucre a la vez lo eco-
nómico y lo social, puesto que agrupa bajo un mismo concepto a orientaciones de
política demasiado distintas. Sin embargo esta conceptualización no parece re-
sultar muy útil ni para pensar en los países latinoamericanos ni para pensar en
los países europeos, con los que principalmente se vincula la reflexión de Sotelo.
2
Sotelo (2010) presenta unas reflexiones filosófico-ideológicas e ideológico-políticas con
las que intenta apoyar la diferenciación entre Estado social y Estado de bienestar y sobre
las que no podremos abundar. Pero es conveniente puntualizar que las referencias filosó-
fico-ideológicas son sobre todo pertinentes en asociación con los orígenes conservadores
y bismarckianos del Estado social alemán. Por su lado, varias de las incursiones ideológi-
co-políticas de Sotelo tienden a producir una confusión complementaria sobre los signifi-
cados de aquellos conceptos: el Estado de Bienestar se pretende enlazar –con
parpadeos, al recordar su vínculo con Keynes y Beveridge– con un proyecto anti-
capitalista (y ni siquiera neo-capitalista, como sugería García-Pelayo, 1994); en contraste
el Estado social buscaría la integración (“conservadora” sugiere a veces Sotelo) de los
sectores populares y obreros a un “inequívoco” marco capitalista, marco que el autor no
define claramente pero que pareciera ser un tipo de capitalismo “puro” distinto a muchos
de los realmente existentes.
3
A los Estados sociales de derecho se les tiende a atribuir una presencia histórica menos
prolongada que la que se asigna a la idea extensa e “integral” de Estado social de hecho
de Sotelo. Esta última tiene en las políticas de seguridad social de Bismarck, hacia fines
17
Estado social o Estado de bienestar…
Las dos razones básicas por las que el Estado social de derecho se puede di-
ferenciar del Estado social en sentido estricto son: 1) que el primero es un Estado
de Derecho y el segundo un Estado de hecho; y 2) que el primero tiene un carác-
ter “integral” y el segundo uno “sectorial”. Las carencias de una definición “inte-
gral” sobre el Estado social ya fueron destacadas al tratar sobre la visión extensa
del Estado social de Sotelo. Pero además el estudio de los Estados sociales de
hecho no puede confundirse con el de los de derecho: Estados sociales empíri-
camente muy distintos pueden tener Estados sociales de derecho muy parecidos.
Hay que distinguir entonces entre esos distintos planos de análisis.
Más allá del valor de esas reflexiones estimamos que terminológica y con-
ceptualmente, la adjetivación de “bienestar social” podría estar de más en ese
caso, ya que ella genera confusiones con los tipos de Estado de bienestar que
-tradicionalmente– se han identificado con otros contextos históricos más acota-
dos, básicamente los de una parte de los países desarrollados, asunto que
abordaremos después con mayor detenimiento. Ahora, el desacuerdo con ese
uso extenso, que amplía sustancialmente tanto el espacio como la época a la
que tiende a aludir la idea de Estado de bienestar, no es una desavenencia que
responda a un simple reflejo tradicionalista o a un apego afectivo a las costum-
del siglo XIX, su referencia inicial más relevante; en contraste el Estado social de derecho
se vincula –sobre todo, en sus orígenes– con la explicitación de los derechos sociales en
la Constitución alemana (de Weimar) de 1919 y en la Constitución mexicana (de Queréta-
ro) de 1917.
4
Una expresión de esta frecuencia de uso es la referencia a los Estados de bienestar
emergentes en la designación de uno de los paneles del mismo Congreso de IPSA en el
que se presentó una versión inicial de este artículo.
18 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
En “El Estado social” Sotelo (2010) le atribuye al Estado de bienestar las si-
guientes características básicas:
5
Draibe y Riesco no extienden solamente la idea de Estado de bienestar a los países
latinoamericanos que viven proceso de intervención estatal económica y social significati-
va a partir de los años 30, sino que también la aplican a países asiáticos “emergentes”
(como Corea del Sur) a pesar de que en ellos la intervención social del Estado, en parti-
cular, ha sido reducida. Ampliaremos esto en el punto 4.
19
Estado social o Estado de bienestar…
6
Existe un amplio debate acerca de la delimitación de los comienzos del Estado de Bie-
nestar y acerca de si el New Deal de Franklin Roosevelt y, sobre todo, la experiencia
socialdemócrata sueca –iniciada en 1932– pueden considerarse como modelos de ese
tipo de Estado o, más bien, como antecedentes relevantes. Hay también quienes incluyen
a los intervencionismos estatales del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania como
posibles ejemplos de un Estado de Bienestar “autoritario”. Otros (como Therborn: 1989)
tienden a excluir casos como los mencionados porque consideran que el Estado de Bie-
nestar (que a veces adjetivan como moderno) maduró principalmente en los años sesenta
en algunos países europeos, por lo que los procesos previos son de gradual avance ha-
cia la plena conformación de estos Estados, procesos que –en todo caso– se habrían
cumplido básicamente durante la llamada “edad de oro” del capitalismo, como designaba
Hobsbawn al período 1945-1973. A los fines de este trabajo la definición genérica de la
periodización del Estado de bienestar planteada en la característica 3 resulta suficiente.
7
Al respecto dicen Esping-Andersen y Palier (2010: 9) que: “[…] todos los Estados de
bienestar desarrollados comparten las funciones de apoyo a la demanda y de indemniza-
ción de los riesgos sociales […aunque…] no todos los países occidentales han puesto en
marcha los mismos dispositivos de protección social”.
21
Estado social o Estado de bienestar…
Ahora, es importante resaltar que las principales diferencias entre las defini-
ciones “restringida” e “intermedia” –que hemos expuesto– se centran en el tra-
tamiento y en el peso que se le brinda a la dimensión económica y al cambio de
8
En muchas reflexiones sobre los regímenes de bienestar (incluyendo a Esping-
Andersen, 1993 especialmente) parece tender a suponerse que en todos ellos tiene que
haber un Estado de bienestar. Pero hay buenas razones para preguntarse si un Estado
social efectivamente residual (aunque algunos de los así clasificados han cambiado con
los años) puede identificarse propiamente como un sub-tipo de Estado de bienestar. Al
plantear esto no hay que olvidar –sin embargo– que aquel Estado residual podría combi-
narse con una intervención económica activa (sea o no keynesiana) del Estado, que po-
dría asociarse con la dimensión económica del Estado de bienestar. Hay en cualquier
caso que advertir sobre los debates que produce la inclusión de países como Estados
Unidos, Australia y Japón como Estados de bienestar plenos (sobre todo hace unas dé-
cadas cuando la intervención social de esos Estados era mucho más reducida que la de
años recientes) así como las discusiones que produce la inclusión de los Estados de
bienestar “mediterráneos” y/o de formación tardía (como España, Portugal y Grecia, en
especial) sobre todo en razón de la extensión que en estos alcanza el empleo informal.
Apenas podremos hacer algunos pocos señalamientos más sobre estos asuntos en lo
adelante, pero no podíamos dejar de mencionar esta importante problematización sobre
los alcances del concepto de Estado de bienestar.
22 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
9
Además, desde el punto de vista “normativo” es importante revisar lo relativo a esta
crisis porque podría ocurrir que países como los latinoamericanos aspiren conformar un
tipo de Estado –como el de bienestar– que podría estar en trance de desaparecer y al
que, más allá de eso, podría no valer la pena que pretendiesen llegar.
23
Estado social o Estado de bienestar…
10
- Las transferencias sociales como % del PIB crecen ininterrumpidamente
entre los distintos años registrados para la casi totalidad de los 21 países de
11
la OCDE considerados, desde 1880 hasta 1995 .
- Luego, entre 1995 y 2007 tiende a producirse una estabilización de las trans-
ferencias sociales como % del PIB lo que se evidencia en el promedio sim-
ple de esos 21 países: el 21,6% de esas transferencias de 1995 se
mantiene casi inalterado para 2007, cuando registra 21,8%.
- Vale la pena hacer unas breves consideraciones adicionales sobre algunos
lapsos más particulares.
- Puede verse claramente en el cuadro 1 que hasta 1930 las transferencias
sociales son bastante limitadas, promediando 1,6% del PIB en los países
considerados y llegando a representar –a lo sumo– un 5% del PIB en Ale-
mania. Ese registro es una útil referencia acerca de que difícilmente pueda
calificarse al Estado alemán y a los otros Estados considerados para 1930
como Estados de bienestar, ni en razón del nivel de las transferencias socia-
les ni por el tipo de gestión económica (aún pre-keynesiana) ni por los resul-
tados socioeconómicos que obtenían. La diferencia entre estos Estados de
1930 y los que se han fortalecido (para 1960) y expandido (para 1980-1995)
es una diferencia notable en esos distintos planos; por esto es que podría
sostenerse, retomando nuestra definición estricta de Estado social, que en
varios casos para 1930 es bastante claro que ya se habían formado unos
Estados sociales, pero no unos Estados de bienestar.
- En contraste con lo anterior, para 1960 se han ido consolidando varios Es-
tados de bienestar (en especial desde la 2da postguerra mundial) y una
buena evidencia de esto es que el promedio de las transferencias sociales
de esos países alcanza 10,4% del PIB, en comparación con el 1,6% de
1930. Para 1980 ese porcentaje del PIB destinado a las transferencias so-
10
Las transferencias sociales, según señala Lindert (2011: 28) incluyen hasta 1930,en la
medida en que se van creando en los países: pensiones, seguro de desempleo, salud,
subsidios para vivienda y “bienestar social”. Por lo menos desde 1980, además de los
anteriores, se registran unos rubros identificados como políticas activas de trabajo y apo-
yo a la familia y ya no se habla de bienestar social sino de “otras transferencias” (véase
OCDE: 2012). Para fines prácticos estas diferencias no son muy relevantes puesto que
las principales erogaciones están destinadas a las transferencias “tradicionales”.
11
Ello ocurre con 18 de los 21 países y solamente se registra la parcial excepción de
Grecia que tendría un % del PIB muy levemente mayor en 1960 que en 1980 (aunque
esto puede deberse a un cambio de series estadísticas de la OCDE que registra Lindert);
pero, en ese mismo país, el porcentaje del 2007 es más del doble que el de 1960. Los
otros dos casos son Irlanda y Holanda que bajan muy levemente (en 1%) sus transferen-
cias sociales, como porcentaje del PIB, entre 1980 y 1995.
26 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
Merece destacarse que las transferencias sociales reales por habitante pue-
den considerarse como un tipo de indicador más relevante y concluyente que el
cálculo como % del PIB: aquel compara la evolución y cambio en el tiempo de
los aportes reales en determinada materia por persona, en tanto que el segundo
establece una relación con la evolución macroeconómica (el PIB) que, aunque
importante, resulta en una referencia indirecta, dependiente del comportamiento
de esa otra variable. Las transferencias sociales reales por habitante en los paí-
ses de la OCDE muestran, en todo caso, un notable aumento desde 1980 hasta
el 2007.
Todos los países del cuadro 2 sin excepción tienen transferencias mayores
en 1995 que en 1980 y en 2007 que en 1995. Aunque el incremento es variable,
según los casos, puede resaltarse que el promedio simple de las transferencias
sociales reales por habitante en los países de la OCDE sobre los que se obtuvo
información fue de 3114$ (de 2000) en 1980 y alcanzó a 4368$ en 1995, siendo
este un monto 40,3% mayor que el primero; y, en 2007 ese promedio fue de
5763$ que es un 31,9% más que el de 1995 y, globalmente, un 85% más que el
de 1980. Esto es aún más claro si consideramos solamente los 21 países de la
OCDE que revisamos en el cuadro 1 ya que en este caso las transferencias
reales por habitante para el 2007 son 99% mayores que las de 1980. Es decir
12
Giddens (2001: 435-36) destaca esto y, aludiendo en especial a las investigaciones de
Pierson, resalta que los Estados de bienestar salieron de la era conservadora relativa-
mente intactos, aludiendo en especial a las gestiones de Thatcher y Major en Inglaterra
(1980-1997) y de Reagan y George Busch –padre– en USA (1981-1993), durante las
cuales se produjo la más insistente promoción de las ideas neoliberales “extremas”.
27
Estado social o Estado de bienestar…
que en las tres décadas del supuesto declive del Estado de bienestar las transfe-
rencias sociales reales por habitante se duplican.
Hay que ratificar, al concluir esta sección, que es bastante evidente que el
Estado social de bienestar goza de una muy alta valoración por parte de la po-
blación de los países en los que se ha implantado y que ese aprecio se erige -en
el futuro próximo– como un importante obstáculo sociopolítico ante los pronósti-
cos o ante las amenazas de desmantelamiento de esa dimensión del Estado
de bienestar.
30 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
Esta reflexión viene a corroborar las críticas que –desde hace muchos años–
han planteado numerosos investigadores latinoamericanos (desde Cardoso,
1980, pasando por Isuani, 2002; Barba, 2004 y 2005, hasta Filgueira, 2007) al
uso de la idea de Estado de bienestar para el análisis de la América Latina que
hasta ahora ha existido. Ellos han señalado, con variada insistencia, que es in-
conveniente trasladar a esta región la conceptualización del Estado de bienestar
que se ha asociado –por muy válidas razones– con la historia de una parte de
los países desarrollados después de la 2da postguerra mundial. Esa asociación,
como hemos visto en los puntos 2 y 3, se basa en una connotación totalmente
pertinente que enlaza el término de bienestar (socioeconómico y material, es
bueno puntualizarlo) con unos muy altos niveles de desarrollo y que vincula al
Estado de bienestar –más particularmente– con los casos (social-keynesianos,
social-postkeynesianos y, hasta social-neo/liberales “moderados”) en los que el
Estado tiene una contribución activa en la constitución de esa realidad de bie-
nestar “económico y “social”.
13
dos como los de América Latina . La tensión conceptual que crea esa extensión
se hace más grave cuando y si se pretende relacionar la idea de Estado de bie-
nestar con países latinoamericanos de desarrollo más precario, como por ejem-
plo, Bolivia, Nicaragua o Haití, casos en los que hablar de Estado de bienestar o
de Estado benefactor puede resultar particularmente disonante.
Apuntábamos también que ese concepto extenso se volvía más difuso por-
que, en algunos de sus giros, tendía a solaparse y a confundirse con la idea de
14
régimen de bienestar de la que es solamente un componente . La absorción
conceptual del régimen de prevención de riesgos por parte del tipo de Estado no
es explicada satisfactoriamente por Draibe y Riesco (2006; 2006b) y una de las
más acentuadas muestras de la confusión que parece presentar esta definición
extensa de Estado de bienestar se produce cuando intentan relacionarla también
con algunas experiencias asiáticas.
13
Las sociedades latinoamericanas distan aún bastante de alcanzar la prosperidad y el
nivel socioeconómico de vida que se ha relacionado con el bienestar material en gran
parte de la reflexión científico social de los últimos setenta años.
14
Recordemos nuevamente aquí que la idea de régimen de bienestar fue propuesta por
Esping-Andersen (1993, en especial) para caracterizar al régimen de prevención de ries-
gos en países desarrollados. Ahora, por razones similares a las que hemos establecido
antes para que se relacione al Estado de bienestar con los países desarrollados y con los
logros socioeconómicos que se les atribuyen, consideramos que no es pertinente hablar
de régimen de bienestar para todos los modelos de prevención de riesgos, sino solamen-
te para aquellos que produzcan lo que tiende a entenderse por bienestar. Sin embargo,
pareciera que todavía en el caso de la idea de régimen de bienestar se hace un uso ge-
neralizado de ese término, a diferencia de lo que ocurre con el Estado de bienestar. En
ese sentido, Barba (2004: 14 y ss, especialmente) presenta unas fundamentadas críticas
al uso indiscriminado de la idea de regímenes de bienestar lo que –sin embargo– no lo
lleva a abandonar definitivamente la utilización de ese término en sus análisis sobre Amé-
rica Latina. Algo parecido pasa también con Filgueira (2007: 14-15) quien expresa su
renuencia a la asociación de la idea de régimen de bienestar –entendido estrictamente–
con las realidades latinoamericanas; pero, a pesar de eso, sigue utilizando ese término
-se entiende que de manera laxa– en sus análisis, por razones que probablemente se
relacionen con la tradición que ha privado en ese uso hasta ahora.
33
Estado social o Estado de bienestar…
Pero, ¿por qué aceptan hablar en este segundo caso de Estado de bienes-
tar? Pareciera que un argumento básico reside en que en los países asiáticos
orientales hay un papel muy activo de la familia, las empresas y las organizacio-
nes filantrópicas en la generación de previsión social (véase Draibe y Riesco:
2006b, 25). Sin embargo hay que insistir en que –en el concepto de Esping-
Andersen que es el que refieren estos autores– familia, mercado y tercer sector
no son componentes del Estado, sino que son componentes del régimen de
prevención de riesgos que, en algunos casos, se puede calificar plenamente
como régimen de bienestar. Se completa entonces una cadena de posibles
equívocos: el Estado de bienestar se confunde con el régimen de bienestar y
este pareciera poder no producir bienestar para la población; pero, además, en
el Estado de bienestar –así tratado– el papel social del Estado puede ser muy
activo o, por el contrario, puede ser relativamente accesorio.
15
A pesar de esa falta de sistematización, Filgueira presenta varias puntualizaciones
interesantes –aunque dispersas– sobre su visión del Estado social en distintos escritos,
especialmente, en el de 2006.
34 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
16
Las asociaciones entre estas tipologías han sido exploradas con más detenimiento del
que podremos brindarle aquí en Valencia (2010) y en Uribe (2011).
17
Una de las complementaciones que requeriría esta periodización de los Estados socia-
les es la revisión del proceso de expansión de la educación pública que tuvo un inicio
temprano en países como Argentina, Chile y Cuba, como se registra en el caso de la
cobertura de la educación primaria para 1930, en Lindert (2011). Pero, en el marco de
este trabajo no podemos abundar a ese respecto.
18
La clasificación de Estados sociales propuesta por Filgueira (2007) admite reagrupa-
mientos y subdivisiones que permitirían probablemente diferenciar el subgrupo de Esta-
dos sociales excluyentes en dos categorías: una de ellas tal vez podría calificarse como
la de Estados sociales precarios y la otra –propiamente– como la de Estados sociales
excluyentes; posiblemente en el caso de los precarios pudiera incluirse al Perú, aunque
es un Estado Social que viene avanzando en los últimos años hacia el grupo de los Esta-
dos sociales duales.
35
Estado social o Estado de bienestar…
19
En sus esfuerzos clasificatorios iniciales Mesa-Lago situaba a Costa Rica y a Paraguay
entre los países intermedios (véase Mesa-Lago en Fleury, 1997: 213-215); es posible que
su reclasificación como pionero y como tardío, respectivamente, se deba a los avances
investigativos del autor sobre esa periodización.
36 Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura
Son estos los países en los también que se detecta una mayor posibilidad
de encaminarse en un futuro próximo hacia un tipo de Estado de bienestar o, al
menos, hacia un Estado social de bienestar. Pero ya explicamos, en todo caso,
que no tendría sentido referirse a ellos como Estados de bienestar “inmaduros” o
“incompletos” puesto que hay alternativas conceptuales más precisas, como las
que ofrece Filgueira para caracterizar a los Estados sociales de estos países;
tampoco tendría mucho sentido hablar de Estados de bienestar “emergentes”
cuando su conformación como tales es un asunto de probabilidades y no de
tendencias inexorables.
20
Las modificaciones que parece haber tenido en años recientes el cálculo del IDH costa-
rricense, podrían incidir en una reclasificación de este país en algunas de las tipologías
en las que se le ha situado entre el grupo de países socialmente más avanzados de Amé-
rica Latina. El moderado desempeño económico y unos logros educativos limitados son
factores que inciden en esa revisión.
37
Estado social o Estado de bienestar…
allá del optimismo o del pesimismo, el asunto está en que no parece existir nin-
gún motivo en la actualidad para hablar de Estados de bienestar o de Estados
sociales de bienestar latinoamericanos, hasta que estos se concreten.
Por otro lado, es muy importante considerar que las trayectorias económicas
de esos países es muy variada y esto apunta a un criterio relevante: un tipo de
Estado social no está asociado necesariamente con un mismo modelo económi-
co. Por eso la construcción de tipologías de Estado “integral” tiende
a complejizarse.
Sonia Fleury (1997: 133 y 177) sostenía –hace unos quince años– que la
teoría del Welfare era aún incipiente y que no era posible hablar de una teoría
sólida sobre el Estado en América Latina. Esa opinión parece conservar su vi-
gencia, a pesar de las importantes propuestas conceptuales y tipológicas que se
han avanzado desde entonces.
CONSIDERACIONES FINALES
Hay varios tipos de relaciones que pueden plantearse entre Estado de bie-
nestar y Estado social. Algunos la conciben como una relación igualdad por lo
que ambos términos tendrían el mismo significado. Otros los conciben como
diferentes tipos de Estado “integral” y el Estado social habría precedido y podría
ahora estar reemplazando al Estado de bienestar, en los países en los que ha
estado o se encuentra actualmente en crisis. Por otro lado, hay una visión del
Estado social como una dimensión parcial del Estado, lo que explica que pueda
haber (y generalmente haya) un Estado social que precede al Estado de bienes-
tar, pero también que haya un Estado social de bienestar que acompaña al Es-
tado de bienestar “integral” y que puede sucederle, cuando su dimensión
económica sufre cambios drásticos que impidan seguir concibiendo a determi-
nado Estado como uno de bienestar desde una perspectiva “integral”.
Se hizo así un recorrido selectivo por distintos usos de las ideas de Estado
social y de Estado de bienestar. Independientemente de si en este último caso
se asume el concepto más restrictivo (de Sotelo) o el intermedio (que hemos
vinculado con Esping-Andersen, Giddens, Lindert y Picó) ese concepto no apli-
caría a los países latinoamericanos puesto que no son países desarrollados ni
en los que se ha creado –aún– una base perdurable para un disfrute del bienes-
tar socioeconómico por parte de la generalidad de su población. Los países ac-
tualmente más avanzados en materia social y socioeconómica como Chile,
Uruguay y Argentina son –sin embargo– muy vulnerables frente a cambios en
sus economías externas y en especial ante posibles fluctuaciones en el mercado
de “commodities” (materias primas y productos semi-elaborados) que siguen
siendo una parte significativa de sus exportaciones.
Hemos vinculado también esa idea de Estado social en sentido estricto con
algunas tipologías sobre la intervención social del Estado latinoamericano que
son una fuente importante para construir una visión fructífera sobre la historia y
perspectivas de la política social en América Latina.
cen su clasificación a unos pocos rótulos como los de Estado liberal, Estado de
bienestar y Estado neoliberal. El uso limitativo y mecánico de ese tipo de clasifi-
caciones podría estar simplificando y deformando la interpretación de una reali-
dad que es mucho más rica y variada que esos restrictivos conceptos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Adrenacci, Luciano y Fabián Repetto (2006), “Un camino para reducir la desigualdad y
construir ciudadanía”, Carlos Gerardo Molina (Editor), Universalismo Básico: una nue-
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