U3 - Baudelot y Establet
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La escuela se presenta espontáneamente bajo la figura de la unidad. Se habla de la Escuela, del sistema escolar
o de enseñanza, como de una realidad homogénea y coherente. Esta representación se organiza alrededor de
dos temas principales: la unidad de la escuela y la escuela unificadora. Los dos temas, el de la unidad de la
escuela y el de la escuela unificadora, aunque no son pura y simplemente idénticos, están estrechamente
ligados.
1. La unidad de la escuela.
Unidad de la escuela significa: a pesar de la diversidad y desigualdad de sus órganos la escuela está organizada
de acuerdo con un plan de conjunto único. Todas sus piezas concurren a un objetivo único (objetivo que se
denomina a sí mismo: “formar”, “educar”, “instruir”, etc.) en consecuencia significa, además, que a pesar de la
diversidad y la desigualdad de las formaciones que la escuela imparte en lugares y a individuos diferentes,
dichas formaciones constituyen un todo.
Se considerará como una evidencia que todas las formaciones escolares se encuentran reunidas por una
profunda continuidad. Es a través de un movimiento continuo como se pasa de una clase a la otra, de un
“grado” de enseñanza l otro. Cuando se les compara con las que les siguen, las enseñanzas tienen una función
preparatoria; cuando se les compara con las que les preceden, tienen como función desarrollar, explotar,
completar, la formación anterior.
Esta representación de la escuela es un ideal, es por lo que tiene necesidad de encarnarse, de proyectarse en
una serie de imágenes que son tanto más eficaces cuando más simples. Las dos principales son las de la línea
en grados y la de la pirámide escolar.
¿Qué implica la imagen de la línea graduada sucesivamente? Sin duda existen, necesariamente, diferencias
entre los grados. Esas diferencias son perfectamente inteligibles. No comprometen la unidad del sistema. Por
el contrario, la refuerzan, le dan una base natural indiscutible. Porque esas diferencias se refieren,
aparentemente, sólo a los grados mismos de la edad y del saber. Esas diferencias se derivan del tiempo
necesario para adquirir los conocimientos, un tiempo que coincide naturalmente con el del “crecimiento”, de
la “maduración” del niño. Por último, esas diferencias provienen de la naturaleza del saber mismo que implica
grados ordenados de dificultad y complejidad. El sistema de los grados sucesivos de enseñanza depende de la
complejidad creciente de las materias enseñadas y de su creciente diversificación. De esta manera aparece,
reunido todo en una sola imagen, que la escuela está unificada, construida de acuerdo con un orden continuo.
De acuerdo con la lógica de esta imagen, la formación completa, realización de la finalidad de la escuela, sería
aquella que subiría todos los escalones.
Si se quiere abarcar cada vez más esta realidad del funcionamiento de la escuela se encuentra otra imagen,
que sin embargo, sigue destinada a ilustrar el ideal de la unidad de la escuela: la imagen de la pirámide escolar:
en la base, constituida esencialmente por la enseñanza primaria, se encuentra necesariamente la totalidad
indiferencia de los niños escolarizables; enseguida, sobre esta base, se elevan pisos cada vez menos poblados,
hasta llegar a la punta afinada de la élite que alcanza el final de los estudios superiores y las grandes escuelas.
La base es homogénea y soporta todos los pisos superiores. Sigue habiendo una continuidad, fundada en la
doble condición de los grados de la edad y los grados de la adquisión del saber. La pirámide nos muestra
simplemente que se realiza una selección: hay niños que abandonan en el trascurso del camino o que son
“eliminados”. Pero, si se representa la escuela como una unidad, esos abandonos son de inmediato explicados,
si no es que justificados. Dependen de la desigualdad de las aptitudes individuales por una parte, y de la
desigualdad de los recursos de las familias por lo otra; es decir, en ambos casos, a pesar de la diferencia entre
ellos, los abandonos dependen de causas exteriores a la escuela, causas que no tienen nada que ver con sus
principios de funcionamiento, que por lo tanto no empañan la unidad de la escuela.
2. La escuela unificadora.
Todos van a la escuela porque la escuela es unificadora, en consecuencia, porque realiza un ideal de progreso
humano y social, porque todos aspiran al progreso y terminan por imponerlo, etc. La escuela representa el
lugar privilegiado en el que, ante la objetividad del saber y de la cultura, las diferencias debidas al origen
familiar, profesional, es decir, al origen de clase, desaparecen o deberían desaparecer. Para la escuela, para
“maestro”, en funciones, todos los niños son necesariamente semejantes escolares, alumnos, estudiantes,
tienen un derecho igual a recibir su enseñanza y a aprovecharla; al dirigir a todos a un mismo discurso que
reciben en común, se lo trasmite necesariamente de la misma manera.
La escuela unifica lo que la política divide, o al menos se establece al margen y por encima de las divisiones
políticas. En la representación burguesa de la política, ésta se presenta siempre como lucha de partidos y de
ideologías partidarias: la escuela los ignora y debe ignorarlos.
La enseñanza primaria y profesional es un mundo cerrado, que tiene sus propias leyes, contenidos y métodos
propios. La escuela primaria es todo lo contario de una institución “unificadora”, tiene una función esencial de
división. Ella es la encargada de dividir cotidianamente a la masa escolarizada en dos partes distintas y
opuestas. En su realidad, la escuela primaria no es la misma para todo el mundo, como puede uno darse
cuenta sobre todo al estudiar la forma en la que el contenido de la enseñanza primaria produce, y tiene como
función producir, la discriminación.
1. La escuela primaria está regida por normas y estas normas son normas de clase en tanto que impone a
todos, como un ideal a realizar, los resultados medios de los niños de la burguesía. Es decir, la escuela primaria
se caracteriza por poner en evidencia una multitud de normas. Siempre se trata en la escuela primaria de lo
que es NORMAL y de lo que no es normal. (Hay una edad normal para entrar a la escuela, hay un tiempo
normal para transitar los diferentes cursos, en cada etapa hay resultados que el alumno normalmente cumple,
etc.)
Se puede hablar de pedagogía normativa. Para calificar a ese núcleo de ideas bajo el término marxista de
ideología, hay que dar algunos pasos más: mostrar que ese núcleo de ideas está socialmente determinado, que
es histórico, transitorio, característico de una formación social y expresión de un único punto de vista de clase.
La pedagogía normativa se ubica en el pleno sentido de la palabra IDEOLOGÍA. Lo que importa en una
ideología no es solamente lo que dice, sino también la relación entre lo que dice y lo que no dice, lo que
rechaza, enmascara y oculta. Lo que importa en la transmisión, la inculcación de una ideología, no es
solamente lo que hace decir y pensar, es también la relación entre lo que hace decir y pensar y lo que prohíbe
decir y pensar. La pregunta es entonces: ¿qué calla, rechaza, enmascara y oculta una pedagogía normativa? Lo
que enmascaran las normas escolares, es lo que esencial son simplemente excepciones. En resumen, todo lo
que sea “excepcional”, es rechazo por la institución escolar y constituye en realidad los casos más frecuentes:
si la ideología de las normas se llevase hasta sus últimas consecuencias, llegaría o bien a su propia negación o
bien a la consideración de que lo patológico es la regla.
Todo ayuda negativamente a presentar a la familia obrera como escolarmente anormal. El universo escolar,
que repite, refuerza, prolonga y valoriza las condiciones de existencia de la clase obrera, aparezca extraño a los
niños obreros. A fin de cuentas, al imponer a todos los cursos escolares el universo social, el lenguaje, la
historia de algunos y al rechazar todos los elementos que podrían permitir a los otros comprender su situación
efectiva de clase, la escuela produce no solamente sus buenos alumnos, sino también, y sobre todo, sus
cretinos.
Así es como la escuela primaria aparece como es: el lugar principal de la división. Las normas escolares son uno
de los instrumentos: imponiendo a todos lo que no es prácticamente realizable – y realizado – más que pro la
minoría de niños de la burguesía, identificando escolaridad normal y escolaridad de los niños de la burguesía,
se conduce a la anormalidad y a la patología a la inmensa mayoría de los niños de las clases populares.
El aprendizaje de la lectura es indisociable del instrumento material sobre el cual se efectúa: los textos
propuestos a los alumnos y los métodos puestos en marcha para llegar a él.
Basta con abrir un manual de lectura de la escuela primaria, para constatar que los textos que lo componen
están escritos en una “lengua” artificial, convencional, donde le vocabulario y la sintaxis están regidos por las
normas de cierta “lengua” escrita que no tiene nada que ver con las de la “lengua” realmente hablada por las
clases explotadas. Sin embargo, al escoger un cierto discurso como soporte material del aprendizaje de la
lectura, se está aplicando necesariamente, como condición de posibilidad, la reducción al silencio de la
expresión hablada, identificada con el ruido y la falta. Se puede decir que es en torno a esta represión que se
organizan todas las prácticas pedagógicas de la escuela primaria: aquí, la disciplina y el aprendizaje forman un
todo. Únicamente se puede aprender a leer y a escribir en silencio, callándose.
Aprender a leer y a escribir implica cortar sistemáticamente la palabra a quien quiere tomarla sin conformarse
con las leyes del texto escrito; los únicos autorizados para hablar son los que hablan como los libros.
Por otro lado, no basta con decir que las “lenguas” habladas en las diferentes clases sociales mantiene
diferentes distancias de la norma lingüística impuesta por la escuela; hay que ver, por el contrario, que existe
una verdadera oposición entre el discurso hablado en la clase obrera y el francés impuesto por la escuela, que
es un subproducto construido para las necesidades de la clase burguesa: este último puede imponerse
únicamente reduciendo al silencio al otro.
La lengua no es, en efecto, un simple instrumento técnico: es indisociable de los contenidos que trasmite, de
los que excluye y de los significados que designa. Los niños de las clases populares no se tropiezan con el
discurso escolar porque éste sea solamente más complejo, más refinado que el de su clase, ellos tropiezan
ante este discurso porque no les dice nada. No tiene sentido para ellos.
Esta lengua “extranjera” que se les impone, no se les presenta como una lengua extranjera sino como su
propia lengua, el francés que deberían hablar ellos. Si no lo hablan, si lo hablan mal, si comenten fallas, es su
culpa o de su familia (“¿qué les enseñan en su casas?”).