Historia e Identidad Manabita

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Historia e Identidad Manabita

Autoría: Mayra Nohelia Ferrín Vélez

Podría empezar esta disertación diciendo que Manabí tiene 198 años de
historia, que Portoviejo es su ciudad más antigua, o que su nombre proviene de una
tribu aborigen del mismo nombre. Pero, Manabí encuentra su identidad en algo
invaluable: su gente.

Somos una de las veinticuatro provincias que conforman al Ecuador, y la


ciencia arqueológica nos ha denominado ‘una zona privilegiada’. Es en territorio
manabita que se han efectuado descubrimientos determinantes en la existencia de
culturas antiguas, como la Valdivia y la manteña-huancavilca. Culturas de agricultores
y navegantes, que a pesar de su antaño, nos permiten discernir que en el corazón de
Manabí confluyen -bajo el cobijo de la bandera verde, roja y blanca- los pueblos cholo
y montuvio.

Para romper el estereotipo de simple campesino y darle una connotación más


importante, es el escritor José de la Cuadra quien hace uso primero del vocablo
montuvio, el cual significa hombre del monte; su principal instrumento de trabajo es
el machete y disfruta del amorfino, aquella creación popular, de romance humorístico
que nunca deja de construir su identidad; es alegre, jovial, de vestimenta ligera,
dedicado a las labores relacionadas con el agro y, sobre todo, orgulloso de ser quien es.

Si hablamos del pueblo cholo, hablamos del mar, del navegante, el artesano de
la paja toquilla y comerciante popular; entregado al arte de la pesca artesanal y al
trabajo de la tagua; se lo vincula a un patrimonio ancestral por ser descendiente de los
pueblos que ocuparon nuestra costa antes de la llegada de los incas y españoles.
Dedican sus faenas a las técnicas de navegación, viven recreando su cultura y no dejan
de ejercer su heredad en el agua.
A Manabí le corresponde ser enaltecida por la distinción afectiva de sus
habitantes, virtud reconocida por propios y extraños; así como también por sus viejas
costumbres, pudiendo distinguir entre ellas a la cosecha del café, época del año en la
que los cafetales se visten de intenso verde y escarlata; y destacando también las
festividades coloridas y jocundas, donde son infaltables Las Bandas de Músicos, que
iluminan cualquier celebración al ritmo de las cumbias y el folclor manabita.

Y datos hay muchos. Puedo decirles que somos un millón quinientos ochenta y
cinco mil, trescientos setenta y dos manabitas; o que contamos con trescientos veinte
kilómetros de playa. Pero no somos números ni longitud, somos esencia, espíritu y
fortaleza, esplendores de frondas y llanuras, bahías que deslumbran, hermosas
riberas, elevadas montañas y atardeceres que sosiegan.

Hablar de Manabí es hablar de belleza. Y nos configuramos como cultura chola


y montuvia porque estas dos palabras comprenden formas de vida de toda una
sociedad. Si nuestros padres vienen de las zonas rurales dedicadas al cultivo de la
tierra, no podemos negar nuestra identidad montuvia; y si nuestros padres
encuentran su hogar en un núcleo de sal y agua, ¿por qué no reconocernos como
auténticos cholos?

Somos un pueblo, una provincia, pero más que eso, somos corazón, la franja
dotada de un sol abrasador. Nuestra historia está tintada de heroísmo y cultura, nos
constituimos como provincia un 25 de junio, de 1824. Éramos tres: Portoviejo, Jipijapa
y Montecristi. Hoy somos 22 cantones, por los cuales haremos un breve recorrido:

Portoviejo a la cabeza con 487 años, es la ciudad de los Reales Tamarindos,


comercial, artesanal e industrial.
Jipijapa le sigue y es el principal productor de café y cestería en mimbre.
Montecristi, el alma de fabricación de sombreros de paja toquilla.

Rocafuerte, el Granero de Manabí, con los mejores dulces y cultivos de arroz.


Sucre, de producción camaronera y bahías cautivantes.
Santa Ana, considerada por muchos como la cuna de la cultura manabita.
Chone, dinámico, acogedor, con potencial en el turismo rural y paisajístico.
Bolívar, un territorio montañoso, supersticioso, diestro en la confección.
Manta, el primer Puerto de la provincia en importancia, precedido por su
identidad pesquera y marítima.

24 de mayo, cuya actividad se basa en la yuca, sus derivados, y sus bailes a los
santos. Paján, agrícola y ganadero, con cuevas, cascadas y plantaciones
maravillosas. Junín, el productor de la caña de azúcar y del conocido
Currincho.
El Carmen, la puerta de Oro, produce el único y exportado plátano
barraganete. Flavio Alfaro, un suelo montañoso que ofrece paseos a caballos y
chigualos.

Jama, rincón de encantadoras costas entre grandes acantilados.


Jaramijó, la Caleta de Pescadores donde las fiestas de San Pedro y San Pablo
son en sí mismas un atractivo.
Olmedo, guardián de tradiciones, tales como los excelentes jinetes y
amansadores.

Pedernales, el paraíso de extensas playas adornadas de palmeras y aguas


serenas. Pichincha, caudaloso y gastronómico, lugar del récord Guinness por
elaborar el bollo más grande del mundo.
Puerto López, dotado de 135 sitios turísticos, desde bosques tropicales hasta
arrecifes e islas.

Tosagua, con las planicies productivas más grandes de la región.


Y, por último, pero no menos importante,
San Vicente, el cantón más joven, que se levanta con fuerza, garra y Fe.

Habiendo dicho esto, les pregunto lo siguiente: ¿sabemos lo que somos? El


proceso cultural de Manabí es tan rico, que tan sólo al hablar de una chiva, un
machete, una canoa o un gallo, podemos sentir los pilares de nuestras raíces
removiéndose de emoción. Hemos sido el centro de desarrollo de culturas
trascendentales, y en nuestra flora, cantos, leyendas y sonrisas, somos capaces de
descifrar que lo único verdadero es nuestro pasado común. El rescate de la memoria
colectiva manabita, es vital si deseamos sentirnos honrados de serlo, y para elevar esta
consgina, los invito a sentir estos versos aludidos:

“Tierra bella cual ninguna,

Cual ninguna hospitalaria,

Para el alma solitaria,

Para el yermo corazón:

Vivir lejos ya no puedo

De tus mágicas riberas,

Manabí de mis quimeras,

Manabí de mi ilusión.”

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