Educación para La Paz, Inclusión y Vulnerabilidad
Educación para La Paz, Inclusión y Vulnerabilidad
Educación para La Paz, Inclusión y Vulnerabilidad
RESUMEN ABSTRACT
Este trabajo examina las propuestas de edu- This work examines proposals for inclusive
cación inclusiva y la noción de vulnerabilidad education and the notion of vulnerability
desde una perspectiva de paz positiva, argu- from a perspective of positive peace, argu-
mentando que la construcción de una cultu- ing that building a culture of peace begins in
ra de paz comienza en el ámbito educativo, the educational sphere, specifically through
en específico a través de la educación inclu- inclusive education. The latter is grounded in
siva. Esta última se fundamenta en principios principles of social justice and human rights;
de justicia social y derechos humanos, sin however, its full implementation is hindered
embargo, su implementación plena es obs- by the exclusion of certain individuals whose
taculizada por la exclusión de ciertos indivi- full participation is not deemed legitimate.
duos cuya participación plena no es conside- This is because their social position and as-
rada legítima. Esto se debe a que su posición signed status marginalize them from full par-
social y el estatus asignado los marginan de ticipation in social life. In the school context,
la participación plena en la vida social. En el some identities are relegated to positions of
contexto escolar, algunas identidades son re- inferiority due to categories such as special
legadas a posiciones de inferioridad debido educational needs or learning difficulties,
a categorías como necesidades educativas reinforcing their ontological and political
especiales o problemas de aprendizaje, lo exclusion. This production of ignorance per-
que refuerza su exclusión ontológica y polí- petuates inequality and hinders recognition
tica. Esta producción de ignorancia perpetúa and social justice. Thus, there is a need to
la desigualdad y dificulta el reconocimiento overcome these barriers to advance towards
y la justicia social. Así, se plantea la necesidad genuine inclusive education that promotes
de superar estas barreras para avanzar hacia peace and equality.
una educación inclusiva genuina que pro-
mueva la paz y la igualdad.
Palabras clave: educación inclusiva, educa- Keywords: inclusive education, peace educa-
ción para la paz, justicia social, vulnerabilidad tion, social justice, vulnerability
todos los espacios educativos, pues aún hay sujetos cuya legitimidad
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para participar plenamente no se considera, pues la posición y el
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estatus que se les asigna los aleja del tipo ideal que puede dialogar y
tomar decisiones en la vida social.
Este trabajo se emplaza a partir de las siguientes cuestiones:
¿cómo traducir la diversidad que en la escuela ha sido colocada
como una diferencia negativa (Braidotti, 2002) y no como parte
positiva de lo humano? ¿Qué posición epistémica (Broncano, 2020)
ocupan los estudiantes que están colocados como mera negatividad
en los espacios escolares, como sujetos ausentes de agencia episté-
mica (Fricker, 2021) o como necesitados y carentes, negando así su
estatus de sujeto de conocimiento?
En este marco, abordando temáticas como la educación inclusi-
va, la justicia social y algunas perspectivas teóricas sobre estudios de
paz se reconoce que, en los procesos de escolarización, algunas sub-
jetividades, gracias a categorías como necesidades educativas espe-
ciales, problemas de aprendizaje y otras formas de patologización, se
ubican en una posición epistémica que da cuenta de la negatividad
de la identidad, lo cual facilita su colocación en un plano de infe-
rioridad en el estatus ontopolítico, pues gracias a la producción de
ignorancia, por la vía de la reducción ontológica y la posición epis-
témica negativa, el sujeto queda en un estatus de inferior, un lugar
que no permite el establecimiento desde lógicas igualitarias y mucho
menos un ejercicio de reconocimiento y, por tanto, de justicia social.
Este trabajo se justifica desde varios niveles, uno de ellos polí-
tico, pues pretende ayudar a visibilizar las complejas relaciones que
se tejen en los espacios escolares y, con ello, coadyuvar a repensar el
papel político que desempeña la escuela, sus lógicas y racionalida-
des. Por otra parte, se justifica en lo social, pues el tema no es una
preocupación que se da, en lo social, en la escuela y desde la escuela.
Fuera de las instituciones coexisten otras formas de exclusión y de
desigualdad que se traslapan y articulan y, al hacerlo, dificultan ubi-
car sus márgenes. Por otra parte, este trabajo tiene una justificación
educativa, pues sirve para realizar una autocrítica a las intervencio-
nes que se realizan desde el marco escolar, que muchas veces no son
conscientes de las producciones subjetivantes que se instalan a partir
de la impronta y deseabilidad sobre ciertas maneras de ser y estar en
el mundo.
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El texto también aporta elementos al estado del arte, pues no
se encuentran investigaciones que aborden el tema de la posición
epistémica como categoría que puede explicar las formas y lógicas
desde las cuales se emplazan trabajos relacionados con una educa-
ción para la paz y la diversidad-vulnerabilidad al interior de las ins-
tituciones educativas.
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tanto, frente a las diversidades existentes en los espacios escolares, el
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reto no sólo queda a nivel didáctico, metodológico o incluso nor-
mativo; se transforma en una cuestión epistémica que debe ser aten-
dida. Éste es el reto de justicia social y educativa que toda política
de educación inclusiva debería cumplir. También que toda cultura
para la paz debería premiar. Si una forma de abordar el problema
de la exclusión es por medio de una propuesta inclusiva, esto pone
en clave positiva la diferencia y diversidad. Y si la exclusión es una
forma de violencia cultural y estructural que niega la existencia, valía
y reconocimiento de determinadas subjetividades, un camino hacia
una cultura de paz es por la vía de la colocación de lo que por años se
ha entendido sólo como déficit, en una posición epistémica positiva.
En otras palabras, para lograr una cultura de paz es necesario un
ejercicio que posibilite a cualquier sujeto una posición epistémica
positiva; que se reconozca como ser de conocimiento, con igual va-
lidez para la toma de decisiones y la participación en lo social. Esto
implica atender los conflictos de orden epistemológico desde una
perspectiva de paz positiva, que sea inclusiva, y cuyo efecto permita
el deslizamiento epistémico que va de la negatividad a la positividad
de las existencias humanas.
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generado visiones tanto descriptivas como prescriptivas de la paz, lo
que afecta no sólo su definición conceptual, sino también las formas
en que se aborda desde la investigación social (Harto de Vera, 2016).
En Occidente se pueden observar diferencias en sus significados,
lo que permite comprender las relaciones entre la paz y la idea de
guerra (Mouly, 2022).
La guerra y la paz pueden concebirse conceptualmente de
dos maneras: por un lado, como formas opuestas y mutuamente
excluyentes. Por otro, representan un continuo, y se diferencian
en el grado de conflictividad, organización y concentración de
violencia en una sociedad dada. En esta visión, la paz se concibe
como la forma de resolver conflictos, mientras que la guerra se re-
fiere a la presencia de un conflicto crónico no resuelto, que está
organizado y unificado (Harto de Vera, 2016). Por lo tanto, la paz
y la guerra no difieren por completo en sus objetivos, sino en los
enfoques metodológicos utilizados para alcanzarlos. En este sentido,
la complejidad de la guerra hace que no exista una línea clara que
divida la paz de aquélla, ya que la distinción es difícil de establecer
de manera definitiva.
En este marco, el concepto de poder adquiere relevancia, ya que
está estrechamente relacionado con la política y permite compren-
der un continuo de estados en los que la división entre tiempos de
paz y guerra no es clara, marcada más bien por una tensión constan-
te entre ambas. Esto implica la interrelación de la política y la guerra
como estrategias que involucran cuestiones de poder.
La definición de guerra incluye aspectos que van desde lo legal
y formal hasta cuestiones sociopolíticas, que abarcan los conflictos
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lado, la “paz negativa” se entiende como la ausencia de guerra y de
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violencia directa, sin considerar la justicia social, centrándose en la
eliminación de la violencia organizada y sostenida.
Sin embargo, aunque la paz negativa podría pensarse como del
todo inadecuada, mientras que la positiva debería llevar a estados de
paz perpetua, se reconoce que no es posible alcanzar una paz per-
fecta, es decir, libre de conflictos. En lugar de eso, se piensa en un
concepto de “paz imperfecta”, que tiene en cuenta la paz negativa
y destaca el papel de los conflictos como una forma de moviliza-
ción social que puede tender hacia cierta estabilidad en el tiempo,
aunque nunca será concluyente (Mouly, 2022). La “paz imperfecta”
representa una comprensión de la paz como un proceso continuo
y en constante evolución, que busca la resolución no violenta de
conflictos y la satisfacción de las necesidades humanas (Harto de
Vera, 2016).
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para construir una cultura de paz debía ser la comprensión de la
propia cultura violenta y las formas en que se hace presente en los
espacios sociales (Fisas, 1998; Galtung, 2016). No obstante, todavía
quedaba la sospecha sobre la falta de una comprensión a profundi-
dad del contenido de la paz, lo cual no se podía reducir a la reflexión
sobre la violencia (Cornelio, 2019).
Lo anterior marcaba la necesidad de pensar en el conocimiento
que debía estar presente cuando de paz se hablara. Para algunos,
dichos elementos tenían que estar centrados en pensar en los prin-
cipios de justicia social que debían ser priorizados, así como en los
valores que tenían que estar articulados a los mismos, posibilitando
la conducción de las personas desde una perspectiva de solidaridad
y tolerancia (Fisas, 1998). Sin embargo, esta perspectiva adolece de
una visión en la que las relaciones pudieran ser simétricas y, con
ello, darse una convivencia respetuosa entre las personas. Así, la paz
pasó a ser habitada por discursos de justicia basados en la equidad, la
igualdad, el respeto, sobre todo, a los derechos humanos (Cornelio,
2019).
Por otra parte, no sólo estaba la preocupación por lo que la paz
debía representar en materia de elementos constitutivos. En la dis-
cusión, la cuestión de cómo hacer que dicha cultura de paz pudiera
llegar a todas las personas era otro de los puntos centrales. Para ello,
una de las propuestas fue colocar a la educación como plataforma
que articulara los discursos de paz y formulara una serie de prin-
cipios formativos que atravesaran los currículos escolares (Mayor,
2003).
Es así como la cultura de paz tenía forzosamente que recupe-
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un tema que han tocado no sólo las políticas sociales de los últimos
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años, sino las lógicas y fundamentos desde los cuales se pueden ma-
terializar en espacios educativos como las escuelas. Justicia social y
educativa parecen hacer presencia no sólo como temáticas curricu-
lares, sino como elementos transdisciplinarios y transversales que
tendrían que sostener las relaciones entre profesores y estudiantes
(Castañeda, 2022).
Por otra parte, una cultura y educación para la paz, a través de
ciertos principios de justicia y desde una perspectiva de derechos
humanos, tendría que hacer frente a las formas de injusticia que
no permiten el reconocimiento, la igualdad y el goce de todos los
derechos humanos a cierta parte de la población que está colocada
en una zona de vulnerabilidad (Castel, 2000). En otras palabras, una
cultura de paz tendría que, por principio, establecer una serie de ac-
ciones que llevaran a formar ciudadanía por la vía del acto educativo
y hacer frente a las desigualdades sociales, las cuales representan, en mu-
chos casos, estados de sufrimiento humano, violencia, segregación,
etcétera, y, de esta forma, hacer frente a las formas y mecanismos
que permiten una producción de vulnerabilidad social en las vidas
de una parte de la población. Así, el principio de justicia tendría que
responder, primero, a cómo se va a entender dicho acto. Aquí las
discusiones no se han hecho esperar.
Por un lado, están las ideas en las que la justicia es un suceso
de distribución donde prima la cuestión económica (Rawls, 2022),
aunque no se circunscribe a ello. Por otro lado, también, es necesaria
una justicia que reconozca las identidades y realidades de las perso-
nas (Fraser y Honneth, 2018). En otras palabras, que visibilice la
posición que ciertos sujetos ocupan en el campo social.
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en la ausencia de propuestas políticas que permitan la igualdad de
oportunidades a través de dotar a las personas de recursos suficientes
para que puedan salir del estado vulnerable (Ruiz, 2012). No obs-
tante, hay quienes ven la cuestión desde una mirada dialéctica, es
decir, en el encuentro de una identidad y un contexto que es adver-
so, donde la problemática no se ubica ni en el plano individual, ni
en el contextual, sino en su articulación (González, 2009).
Una perspectiva que recupera cierta complejidad de un fenóme-
no puede ser más certera en la medida que no adolece de reduccio-
nismos, basados en determinismos o esencialismos, como los que
pueden ser visibles en la idea de que un conjunto de personas, en su
esencia, portan las causas de la vulnerabilidad o que es un contexto
adverso el que, al azar, gracias a la lotería de nacimiento, produce
dicho fenómeno. Por ello se infiere una determinación social que
hace que sea casi inevitable salir del problema, pues su nacimiento es
destino. Todavía queda la duda sobre los elementos que intervienen
en dicho proceso dialéctico. Sobre todo, en el resultado de la síntesis
que hace que algo quede al margen, que sea excluido y sólo alguno
de los aspectos salga vencedor en el encuentro.
En el caso de la vulnerabilidad, ¿cuál es el elemento del ejercicio
dialéctico que sobresale y triunfa al final?, ¿acaso la salida de la zona
de vulnerabilidad se va a dar por la conjunción de una serie de atri-
butos que la educación pueda dotar y que la persona debe adquirir
para que, por medio de una acción resiliente pueda tener un escape
exitoso? ¿O, más bien, el peso debe recaer en las lógicas y sistemas de
razón que hacen que ciertas subjetividades (Foucault, 1987), identi-
dades y rasgos humanos sean mayormente valorados, lo cual deja en
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ciertas personas y colectivos con base en determinadas lógicas de do-
minación y poder (Foucault, 1979), que premian más que la trans-
formación del status quo, la asimilación con ciertas subjetividades o
identidades que se consideran deseables y normales. La cuestión está
en pensar si es la posición la que debe moverse en el espacio social
junto con las personas ubicadas en zonas de vulnerabilidad, o es la
propia estructura la que debe igualar las posiciones, como un acto
de justicia social (Dubet, 2010).
En este marco, sin duda, una propuesta de paz y una acción
contra la presencia de vulnerabilidad social debe llevar aparejado un
cambio en la posición social de las personas. Es decir, la transforma-
ción no se puede dar al margen de un ejercicio de reconocimiento de
la valía de cualquier sujeto, sin importar capacidad, características
personales, creencias, etcétera. En el caso de los grupos vulnerables,
esto es todavía más urgente. En otras palabras, el objetivo está en
recolocar la posición de las personas para que puedan tener una vida
de acuerdo con su dignidad. Sin embargo, ¿qué implica pensar la
posición de una persona colocada en una zona de vulnerabilidad?, y
¿cómo esto puede emplazarse en una educación para la paz al inte-
rior de los espacios educativos?
Si una forma de hacer operable una cultura de paz está en un
tipo de educación que, además de brindar saberes y conocimientos,
haga frente a la vulnerabilidad educativa que se hace presente en los
espacios sociales marcados por la desigualdad social, ¿cómo deben
ser las relaciones educativas que permitan la convivencia y parti-
cipación democrática de la diversidad de estudiantes, sin importar
condición social, capacidad, género, etcétera?
Para lo anterior, es necesario analizar la posición de los estudian-
tes que son considerados en situación de vulnerabilidad en las rela-
ciones escolares. Y, sobre todo, cómo estas interacciones permiten
la convivencia y la participación de una diversidad por la vía de un
ejercicio de justicia educativa que reconoce la valía de la diferencia y
la singularidad de cada estudiante, así como su inherente dignidad.
Para Bourdieu (2009), la posición social posibilita no sólo un
determinado reconocimiento del sujeto frente a los demás; también
permite los movimientos, alcances e incluso estatus que puedan
tener. En este sentido, en la escuela, si bien la posición puede ser
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visible bajo algunas características que tienen que ver con el capital
cultural y las condiciones geográficas donde se ubica la institución,
la posición de la persona se juega desde otras matrices ontológicas,
epistémicas y teóricas. Siendo un lugar donde se socializa y apren-
de conocimiento científico, las jerarquías no se establecen de forma
idéntica que en lo social, aunque no se pueden negar ciertos correla-
tos. Las formas de organización escolar también están estructuradas
en relación con las lógicas legítimas de conocimientos y las disposi-
ciones ideales que hacen a cualquier persona internalizar los códigos
culturales, establecer un habitus.
Si una de las propuestas para hacer frente a la vulnerabilidad está
en la distribución de bienes simbólicos, ¿cómo se distribuye el cono-
cimiento considerado verdadero a través de la conformación de un
habitus escolar que responde a un ideal de sujeto moderno educado?
¿Qué pasa con la respuesta educativa escolar frente a la diversidad
que ha sido catalogada como vulnerabilidad cuando dichos códigos
se antojan arbitrarios culturales? ¿Cómo emplazar una educación
para la paz que forme una cultura de paz cuando la diversidad y la
diferencia está también atravesada con la desigualdad social y educa-
tiva? ¿Qué papel juega el conocimiento en este proceso? ¿Cuáles son
las injusticias que se producen en el camino a la educación para la
cultura de paz? Al parecer el problema es una cuestión de posición.
Si la finalidad está en poder modificar, ya sea por igualación
de posiciones o por su movilización, la pregunta en este punto está
en ¿qué elementos juegan, además de los mencionados, por las
propuestas de justicia social y educativa, desde una perspectiva de
paz, para dicho acto? ¿Qué papel representa lo epistémico, es decir,
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propios sistemas económicos. Así, la justicia puede entenderse como
un ejercicio de equidad (Rawls, 2022) en el que lo que debe primar
es la reasignación de determinados bienes que se antojan mal dis-
tribuidos. En concreto esto puede aplicarse a lo económico, donde
muchas personas poseen recursos limitados, lo cual no les permite el
acceso a una vida digna. Por tanto, un acto de justicia debe facilitar
ejercicios redistributivos en los que lo que ha sido asignado de for-
ma injusta, pueda situarse en más manos y, con ello, beneficiar a un
amplio grueso de la población.
Para otros autores, la distribución sólo es uno de los elementos
que deben ser tomados en cuenta cuando se habla de justicia. Fra-
ser y Honneth (2018) han propuesto una “perspectiva dualista” que
toma en cuenta no sólo la dimensión de la distribución que se limita
a las cuestiones materiales y económicas, además agrega una idea de
reconocimiento como forma de justicia que no se circunscribe a un
ejercicio material, sino a elementos de índole cultural que también
deben ser valorados y apreciados.
Para Fraser y Honneth (2018) el reconocimiento no es una di-
mensión que deba ser separada de la distribución. Más bien, al aten-
der las cuestiones de reconocimiento, las cuales implican las formas
subjetivas de injusticia percibida por las personas, que se manifiestan
en sufrimientos y experiencias de precariedad, la cuestión redistri-
butiva estará también atendida, ya que su propuesta señala que no
están tan alejadas una de otra. La distribución está implicada en una
idea de justicia por reconocimiento que defiende la validez de los
sujetos en el plano social, que acepta la riqueza de toda experiencia
ontológica diversa.
Si bien los autores antes mencionados no están de acuerdo en
todo, pues, aunque conciben la necesidad de una justicia social que
sea sensible a los problemas políticos, normativos y vividos por los
sujetos, no concuerdan en las formas y caminos para llegar a dicha
representación de vivencia justa. Sin embargo, hay ciertos elementos
que, aunque aparecen de forma reiterada en sus disertaciones, esca-
samente se han problematizado desde las mismas propuestas.
Con lo anterior se señalan las cuestiones de posición y estatus
que juegan en el campo para el logro de ciertas formas de justicia
social. Esto es visible en la propuesta de Francois Dubet, quien rea-
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liza una fuerte crítica a una idea de justicia basada en la igualdad de
oportunidades. La cual, según el autor, se fundamenta en una mi-
rada meritocrática en la que, si bien existen posibilidades de acceso
a los recursos, la desigualdad permite que sólo algunos lleguen a los
mismos, los cuales, por lo regular, son los que ya se encontraban con
una mayor ventaja (Dubet, 2010).
La igualdad de oportunidades debería ser ocupada por una ac-
ción centrada en la igualdad de posiciones. Cambiar la posición e
igualarla implica un acto de mayor justicia pues, por un lado, dis-
minuye las brechas de desigualdad económica y, por otro, atiende
también el reconocimiento de la diversidad de trabajos que no se
distingan por la diferencia entre lo intelectual y lo manual.
Para el caso de Rawls (2022), la idea de posición refiere que parte
del problema está también en los lugares simbólicos que ocupan los
sujetos, lo cual permite que las injusticias puedan ser tanto vividas
de forma más intensa, como reproducidas a partir de la construc-
ción injusta de un ejercicio que no sea capaz de hacer una diferencia
ahí donde determinada posición debe cambiar. Por eso refiere la idea
de la posición original para dar cuenta del lugar del sujeto en la
construcción de normas de justicia.
Por su parte, para Fraser y Honneth (2018), la dimensión de
reconocimiento representa un problema de estatus, el cual define
como la ausencia de cierto valor encarnado por determinados su-
jetos de acuerdo con su filiación cultural, creencias o características
particulares. Aquí, la situación de la justicia es atender, en parte,
el estatus que tienen los sujetos, intentando igualarlo a las subjeti-
vidades o identidades que lo poseen en un determinado espacio y
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ciología, ni de un autor particular, puede identificarse a partir de los
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trabajos de Pierre Bourdieu y su propuesta de una sociología relacio-
nal. Para este autor, si bien las clasificaciones sociales y la estructura
que damos a lo social, por vía de la designación de categorías, no es
más que una construcción, pues no es posible observar en estado
objetivo lo que a nivel simbólico se ha establecido bajo cierto orden,
categorización y estructuración. La situación es que dichas disposi-
ciones operan de tal suerte que podría parecer que tienen existencia
en lo real (Bourdieu, 1998). En otras palabras, las clasificaciones
y formas en que se estructura y da determinado orden a lo social
no sólo personifican una abstracción que se queda lejos de lo que
intenta representar. Implica una forma concreta en la que se puede
acceder al espacio social, al mundo material.
En ese espacio estructurado, los sujetos poseen una determinada
posición, la cual está establecida a partir de las características de esa
realidad social. Si se imagina lo social como un espacio, es posible
también pensar que los sujetos ocupan un lugar en éste. A gran-
des rasgos, esto es lo que se ha denominado posición social. Para
Bourdieu (1998), dicha posición permite o posibilita no sólo de-
terminada relación del sujeto frente a los demás, también los movi-
mientos, alcances e incluso el estatus que pueden tener.
Si el diseño de reglas de justicia, según Rawls (2022), debe ba-
sarse en la ignorancia de la posición, ya que, sin duda, ésta juega en
las lógicas y sistemas de razón desde las cuales es posible el estable-
cimiento de normas básicas que puedan caracterizarse como justas
y que permitan el acceso a la igualdad, pensar la posición social es
central para constituir el mapa de la injusticia.
La posición en el trabajo de Dubet (2010) también tiene lugar
en la discusión, pues si bien no está de acuerdo en las formas de
materializar la justicia con John Rawls, reafirma que el problema
también es de posición y, por ende, de estatus, pues la desigualdad
de las posiciones plantea retos y tensiones entre inferioridad y su-
perioridad. Por tanto, la igualación de las posiciones no implica el
cambio de posición de los sujetos en una estructura que ya ha jerar-
quizado lo valioso, deseable e importante de lo que posiblemente lo
es menos. Más bien, invita a la reestructuración del todo que per-
mita una reordenación en la jerarquización que dé como resultado
la reducción de las distancias sociales, junto con sus valoraciones.
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En este marco, la idea es muy cercana a la de Nancy Fraser, la
cual aborda el problema de justicia como una cuestión necesaria de
cambio de estatus por la vía de un ejercicio que no sólo sea afirma-
tivo, es decir, que no deje intacta las estructuras básicas sociales que
permiten el aumento de la desigualdad; más bien, la transformación
de dichas estructuras para que, por vía de reconocimiento y un ejer-
cicio distributivo, se logre la tan anhelada justicia social. A grandes
rasgos, la cuestión radica en el cambio de la posición y el estatus que
en un ejercicio de justicia sea posible de producir.
Es aquí donde Broncano (2020) puede aportar más allá de la idea
de posición social, que, si bien implica cuestiones que tienen que ver
con construcciones y disposiciones culturales y de atributos de los
sujetos, no logra captar tampoco su parte epistémica. Por ejemplo,
queda claro que, por diversas vías y bajo diferentes fundamentos
morales y políticos, las propuestas de justicia toman en cuenta la
posición y el estatus y, sobre todo, la capacidad de movilización de
éstos como forma de cumplir mínimos elementos de justicia. Así,
ya sea por la distribución o el reconocimiento, lo que se busca es la
movilización de la posición y del estatus del sujeto.
En este marco, habría que pensar en el papel que ha jugado el
conocimiento sobre las relaciones y la vida de determinados sujetos.
Lo anterior ha pasado con el abordaje de los procesos de inclusión
en la escuela. La mirada que ha sido hegemónica para conducir di-
chos procesos puede reconocerse como mayoritariamente biomédica
(Brogna, 2021), pues coloca bajo el foco a las personas como si fue-
ran meros organismos y no desde marcos más amplios y compren-
sivos que permitan captarlos en su complejidad (Boggino, 2011).
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del contexto, ha posibilitado la fijación profesional en una cuali-
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dad y característica de los sujetos, olvidando la totalidad y comple-
jidad que los envuelve (identidad diagnóstica). En otras palabras,
el problema radica en cierta división del todo de la persona y en la
reducción a un problema específico que se olvida que siempre está
situado y que implica una relación con un contexto. Por ejemplo,
en México, aunque ya se ha intentado cambiar la idea de que los
estudiantes no aprenden porque tienen una discapacidad asociada
a una necesidad educativa especial, todavía es una constante en los
trabajos que se emplazan bajo el objetivo de propiciar ciertas prácti-
cas de inclusión educativa (Cruz e Iturbide, 2019).
El problema, por un lado, es que ciertas categorías que son em-
plazadas para fines científicos con la finalidad de comprender la si-
tuación, sin un uso reflexivo y desde una mirada compleja, pueden
terminar instituyendo reducciones ontológicas, lo que muchas ve-
ces lleva a reducciones de índole pedagógica, pues el cuerpo y los
sentidos del sujeto, de la persona, se restringen a una mirada a su
organicidad y, por ende, a los fallos, retrasos, imperfecciones que su
cuerpo-mente presenta a la hora de hacer el ejercicio de aprendizaje.
Lo anterior es visible en la propia Declaración de Salamanca
(UNESCO, 1994), donde aparece el término necesidad educativa es-
pecial, el cual se asocia con las capacidades y los problemas de apren-
dizaje. De esta forma, el concepto señalado en un documento de
política, también tiene un uso científico que permite una doble legi-
timación, por un lado, a partir de una serie de leyes y ordenamien-
tos que responden supuestamente a las necesidades y demandas de
un determinado contexto frente a un problema específico. El saber
producido por medio del ejercicio clasificatorio posibilita pensar en
su estatus de verdadero, debido a la coherencia que es visible en sus
líneas y enunciados. Por otro, está el uso que se da a las categorías en
la producción científica, en los emplazamientos investigativos, colo-
cando de nuevo en una posición hegemónica determinados cono-
cimientos, los cuales se llevan a cabo al interior de las instituciones
educativas mediante las prácticas que realizan los profesores, afirman-
do la cualidad de carencia de la diversidad, es decir, su negatividad,
a partir de la asignación de una etiqueta que restringe la integralidad
de la persona a su dificultad, síndrome o discapacidad.
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El resultado de este tipo de prácticas facilita ciertos reduccio-
nismos y sesgos y, con ello, la producción de ignorancia sobre las
personas. Dicha producción de ignorancia (Broncano, 2020) no es
sólo un ejercicio que permite señalar a los que saben de los que no,
es decir, colocar en una posición epistémica inferior a determinados
sujetos debido a la sospecha sobre su estatus. También está en la
existencia de cierto conocimiento que, sin quererlo, coloca el saber
de ciertas subjetividades bajo una sola cara, invisibilizando todas las
partes que constituyen su totalidad.
En el plano de los procesos de inclusión de estudiantes consi-
derados en situación de vulnerabilidad, esto puede ser visible con
la reducción ontológica del mismo a un organismo (Laing, 1975;
Boggino, 2011), donde sólo cabe la lógica del error, la ausencia y
falta, negando que hay otros canales desde los cuales se pueden es-
tablecer relaciones que posibiliten el reconocimiento de la persona
como sujeto de conocimiento, con una identidad epistémica que le
permita relacionarse con legitimidad.
Lo anterior facilita no sólo una posición epistémica determinada
por la vía de la producción de ignorancia; también permite la co-
locación de cierto estatus a determinados sujetos y colectivos, rasgo
que juega de forma central en lo que puede o no realizarse en el
espacio social. De cierta forma, el estatus no sólo implica una jerar-
quización que puede explicarse como inferioridad, además plantea
una incertidumbre ontológica al sujeto, lo cual resta posibilidad de
maniobra en el plano social. Este estatus, desde esta cualidad, puede
denominarse ontopolítico, pues es el que permite la participación
determinada en un campo o espacio social. Por ejemplo, las per-
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RODOLFO CRUZ VADILLO /EDUCACIÓN PARA LA PAZ, INCLUSIÓN Y VULNERABILIDAD: UN PROBLEMA DE POSICIÓN EPISTÉMICA
Política y conocimiento no sólo representan dos espacios separados como
entidades discretas que deben ser atendidos y comprendidos cada
cual a partir de las lógicas y principios que las explican, sino como
parte de un problema que se intersecta de forma importante, y cuya
separación arbitraria representa límites a la propia producción de lo
social. Sin embargo, vistos de forma separada, en su materialización
y puesta en acto, la política que pretende la afirmación de una vida
digna por la vía de un ejercicio educativo que produzca determinada
subjetividad se antoja contradictoria, cuando se pasa por una idea de
inclusión y educación para la paz que, aunque es pertinente desde
un plano político, no lo es desde una cuestión epistémica en la que,
la garantía del pacto social por la vía de la producción de subjetivi-
dad y de conocimiento, se ve cuestionada a partir de la ampliación
de los beneficios, donde la diversidad implica también pluralidad y,
por ende, diferencia en el plano político y epistémico sobre lo que
puede significar una vida buena.
Esta tensión es la que enfrenta de forma continua el encargado
de llevar a cabo los procesos de inclusión en educación desde una
perspectiva de paz positiva. Por un lado, el imperativo de la seguri-
dad que puede dar el hecho de que en los espacios institucionaliza-
dos se forme el ciudadano del mañana y, por otro, el contenido de
esa formación, que no sólo implica la posesión objetual de un corpus
de saberes, sino las disposiciones para aplicarlo, aprehenderlo y prac-
ticarlo (acto político). Lo anterior frente a un sujeto que, en muchos
casos, no se asemeja ontológicamente a los planos ideales impuestos
tanto en las propias políticas como en las propuestas curriculares,
lo que lleva a sospechar la existencia de ciertas contradicciones que
permiten al final la producción de exclusiones legítimas y justas.
En palabras de Broncano (2020), el problema, entonces, po-
dría identificarse como una cuestión de epistemología política, ya
que el conocimiento y la política deben permitir la construcción de
determinados posicionamientos y reconocimientos que posibiliten
la existencia de la diferencia y la diversidad, sin que algunas vidas
puedan ver mermada su identidad por la propia acción escolar y cu-
rricular que dicta formas de ser, pensar y existir deseables en relación
con un contexto que valora el logro por medio de la capacidad indi-
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vidual. En específico, para lograr una cultura de paz, a través de una
educación inclusiva es necesario el cambio epistémico que coloca,
de entrada, a ciertos sujetos como carentes, negando la participación
dialógica que puede dar contenido a los discursos de justicia social y
educativa que una paz positiva debe procurar frente a ideas como la
vulnerabilidad y la diversidad.
En concreto, es importante realizar un ejercicio dialéctico en
el que la vulnerabilidad no se encuentre del lado del sujeto o sólo
de la parte del contexto, sino que haga visible su articulación. Este
encuentro no está libre de relaciones de dominación y poder; por
tanto, es necesario revisarlo, sobre todo en su parte epistémica, pues
es ésta la que da cuenta de la posición de los sujetos y, con ello, del
estatus ontopolítico que puede permitirles ser considerados sujetos
de conocimiento, capaces de autonomía.
En el caso de la idea de diversidad, en específico de las personas
con discapacidad, la educación para la paz va ser posible mediante
un ejercicio transformativo de inclusión que deslice las posiciones
que los perciben como meros organismos, reducidos a sus síndro-
mes, trastornos y déficits y que, al hacerlo, niegan su posibilidad de
agencia y autonomía.
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