3) I Manuscrito K - Las Neurosis de Defensa
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placer. Es ta tendencia, que se en trama con las constelaciones
más fundamentales del mecanismo psíquico (ley de la cons-
tancia), no puede ser vuelta contra percepciones, pues estas
saben conquistarse atención (atestiguada por conciencia);
sólo cuenta contra recuerdo y representaciones de pensar.
Es inocua toda vez que se trate de representaciones que en
su tiempo estuvieron enlazadas con displacer, pero son in-
capaces de cobrar un displacer actual (diverso del recor-
dado); y en este caso, por otra parte, puede ser superada
por un interés psíquico.
En cambio, la inclinación de defensa se vuelve nociva
cuando se dirige contra representaciones que pueden des-
prender un displacer nuevo también siendo recuerdos/ 1 co-
mo es el caso de las representaciones sexuales. Es que aquí
se realiza la única posibilidad de que, con efecto retardado
{l1achtriiglich} , un recuerdo produzca un desprendimiento
más intenso que a su turno la vivencia correspondiente.R~
Para ello sólo hace falta una cosa: que entre la vivencia y
su repetición en el recuerdo se interpole la pubertad, que
tanto acrecienta el efecto del despertar {de aquella}. El
mecanismo psíquico no parece preparado para esta excep-
ción, y por eso, si se ha de quedar exento de las neurosis
de defensa, es condición que antes de la puhertad no se
produzca ninguna irritación sexual importante, aunque es
cierto que el efecto de esta tiene que ser acrecentado hasta
una magnitud patológica por una predisposición hereditaria.
(En este punto se ramifica un problema colateral. ¿A
qué se debe que bajo condiciones análogas se genere pen-er-
sidad o, simplemente, inmoralidad en lugar de neurosis?) sa
Debemos sumirnos hasta lo profundo del enigma psicoló-
gico si pretendemos inquirir de dónde proviene el displacer
que una estimulación sexual prematura está destinada a des-
prender, y sin el cual no se explicaría una represión {es-
fuerzo de desalojo}. La respuesta más inmediata invocará
que vergüenza y moralidad son las fuerzas represoras, y
que la vecindad natural de los órganos sexuales infaltable-
mente despertará también asco a raíz de la vivencia sexuaPl
Donde no existe vergüenza alguna (como en el individuo
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masculino), donde no se gesta ninguna moral (como en
las clases inferiores del pueblo), donde el asco es embotado
por las condiciones de vida (como en el campo), no hay
ninguna represión, y ninguna neurosis será la consecuencia
de la estimulación sexual infantil. Me temo, sin embargo,
que esta explicación no saldría airosa de un examen más
profundo. No creo que el desprendimiento de displacer a
rilíz de vivencias sexuales subsiga a la inierencia casual de
ciertos factores de displacer. La experiencia cotidiana en-
seña que con un nivel de libido suficientemente alto, no se
siente asco y la moral es superada, y yo creo que la génesis
de vergüenza se enlaza con la vivencia sexual mediante un
nexo más profundo. Mi opinión es que dentro de la vida
sexual tiene que existir una fuente independiente de des-
prendimiento de di"placer; presente ella, puede dar vida a
las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral, cte. Me
atengo al modelo de la neurosis de angustia del adul to, don-
dc, de igual modo, una cantidad proveniente de la vida
sexual causa una perturbación dentro de lo psíquico, canti-
dad que en otro caso habría hallado diverso empleo dentro
del proceso sexual. Mientras no exista una teoría correcta
del proceso sexual, permanecerá ¡rresuelta la pregunta por la
génesis del displacer eficaz en la represión. [Cf. pág. 313,
17. 213.]
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Las diferencias principales entre las diversas neurosis se
muestran en el modo en que las representaciones reprimidas
retornan; otras se muestran en el modo de la formación de
síntoma v del decurso. El carácter específico de las diversas
neurosis reside, empero, en cómo es llevada a cabo la
represión.
El proceso más trasparente es para mí el de la neurosis
obsesiva, porque he tomado mejor noticia de él.
Neurosis ohsesiva
26-1
casos, el estadio de la enfermedad es ocupado por la lucha
defensiva del yo contra la representación obsesiva, lucha que
crea incluso síntomas nuevos, los de la defensa secundaria.
Como cualquier otra representación, la obsesiva [ZzuanJd
es combatida en el orden 16gico, aunque su compulsión
{Zwang} no se puede solucionar; acrecentamiento de la es-
crupulosidad de la conciencia moral, compulsión de exami-
nar y de guardar, son los síntomas secundarios. Otros sínto-
mas secundarios se generan cuando la compulsión se trasfiere
sobre impulsos motores contra la representación obsesiva,
por ejemplo sobre el cavilar, el beber (dipsomanía), algún
ceremonial protector, etc. (folie du doule). Así se llega aquÍ
a la formación de tres clases ele síntomas:
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el yo, la masa de representaciones 88 reprimidas sigue traba-
jando de manera autónoma, pero en las oscilaciones de su
espesor cuantitativo permanece siempre depenaiente del
monto de la tensión libidinosa en cada caso; una tensión
sexual que no tiene tiempo para devenir displacer porque es
satisfecha permanece inocua. Los neuróticos obsesivos son
personas que están en peligro de que toda la tensión sexual
cotidianamente producida se les mude en reproche o en los
síntomas que son sus consecuencias, aunque en el presente
no presten nuevo reconocimiento a aquel reproche primario.
La curación de la neurosis obsesiva se obtiene deshacien-
do las sustituciones v las mudanzas de afecto halladas, hasta
que el reproche pri~1ario y su vivencia queden despejados
y puedan serIes presentados al yo a fin de que los aprecie
ele nuevo. Para ello es preciso reelaborar {durcharbeitcn}
paso a paso un número increíble de representaciones inter-
medias o ele compromiso, que fugazmente devienen repre-
sentaciones obsesivas. Uno cobra así el más vivo convenci-
miento de que para el yo es imposible aplicar a lo reprimido
aquella parte de la energía psíquica con la cual está enlazado
el pensar conciente. Las representaciones reprimidas, es pre-
ciso creerlo, subsisten y entran desinhibida mente en las más
correctas conexiones de pensamiento; pero el recuerdo en
sí es despertado también por meras asonancias. La conje-
tura de que la «moral» como poder represor era sólo un
pretexto se corrobora por la experiencia de que en el tra-
bajo terapéutico la resistencia se vale de todos los motivos
de defensa posibles.
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