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PLATÓN

Exposición de Platón, tanto en el ámbito


epistemológico o gnoseológico, ontológico, como en
su ética y política. Mundo de las Ideas y el Estado
Ideal.

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO I


2023/2024
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CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIAL, CULTURAL Y FILOSÓFICO DE PLATÓN


1. CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIAL Y CULTURAL:
A comienzos del siglo V a. C., las ansias expansionistas de los persas suponían una seria amenaza
para las polis griegas del Asia Menor, en primer lugar, y más tarde también para la Grecia
continental. Por ello, las ciudades griegas, encabezadas por Atenas, hicieron frente común
frente a los persas en lo que conocemos como las Guerras Médicas. En el 479 a. C, los griegos
vencen definitivamente a los persas, ganando Atenas la hegemonía política y cultural de la
Hélade (al liderar la Liga de Delos). Comienza la “Edad de Oro” de esta ciudad, que durante la
democracia de Pericles (450-430 a. C), vivirá un período de paz, prosperidad y esplendor artístico
y cultural irrepetibles. En la Atenas del siglo V a. C. convivirán Sócrates, Esquilo, Sófocles,
Aristófanes, Fidias.

Pero con el florecimiento económico y naval de Atenas crecieron también sus aspiraciones
imperialistas sobre el resto de las polis, lo que le llevó a una rivalidad inevitable con otras
ciudades-estado, y en especial con Esparta. Comienza así la Guerra del Peloponeso (431-404 a.
C.) entre Atenas y Esparta, que representa el conflicto entre dos modelos políticos, la
democracia y la oligarquía. En su transcurso nace y crece Platón.

Platón nace en los años 428 o 427 a C., en el seno de una distinguida familia de la aristocracia
ateniense. La juventud de Platón coincide con los años desastrosos de la Guerra del Peloponeso.
En el 404 a C. los atenienses son derrotados y la hegemonía de Atenas es sustituida por la de
Esparta que instaura en Atenas el régimen de los Treinta Tiranos. Un año más tarde, en el 403
a. C., la democracia es restaurada, pero ya no se logró una paz duradera en las polis; los
continuos conflictos internos llevaron al debilitamiento de las instituciones, al empobrecimiento
del démos y al desarrollo de tendencias individualistas.

En un principio, las ambiciones de Platón fueron políticas y es así como apoyó a la dictadura de
los Treinta Tiranos, de la cual formaban parte algunos parientes suyos, hasta que descubrió
cuáles eran sus intenciones políticas, entre las que se hallaba la de implicar a Sócrates (su
maestro, desde los 21 años) en una ejecución ilegal. Este suceso le hizo confiar en los
demócratas, a los que apoyó hasta que finalmente fueron éstos los que consiguieron llevar a
Sócrates a un juicio que acabaría con su condena a muerte en el 399 a C., lo que hizo que Platón
se separara de ellos y terminara renunciando definitivamente a colaborar con ambos grupos
políticos.

Tras la muerte de Sócrates, Platón es perseguido y se abre en su vida un largo período de viajes
(Megara, Egipto, la Magna Grecia, Siracusa), que explica algunos de los referentes intelectuales
de su filosofía (en Megara conoce a Euclides, quien le enseña las doctrinas parmenídeas; en Italia
entra en contacto con la filosofía pitagórica, de quien tomará la idea de la transmigración de las
almas). A la decepción sufrida por la condena de Sócrates se suman otras lamentables
experiencias políticas vividas en Siracusa, donde, en dos ocasiones y sin éxito, trataría de
disuadir, mediante sus enseñanzas filosóficas y políticas, a Dionisio I y posteriormente a su hijo
Dionisio II, para que pusieran fin a sus respectivas tiranías

Todos estos acontecimientos conducen a Platón al abandono de la política activa y explican su


consagración a la reflexión sobre los problemas prácticos y, en modo muy fundamental, sobre
las cuestiones políticas. La República (subtitulada, por la tradición, De la Justicia) ha de ser
ubicada en los diálogos de madurez del autor (entre los cuales destacan, además, el Banquete,
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el Fedón y el Fedro) y fue escrita entre el 389 y el 368 a. C. El diálogo gira en torno al tema de
la justicia, y en él encontramos una propuesta política: la de construir una sociedad perfecta,
un Estado ideal, basado en la racionalidad, es decir, en el conocimiento de la justicia y del bien.
Para el autor de la Carta VII, el mal gobierno y la injusticia eran un fenómeno generalizado de
la época, y sólo desaparecerían cuando los filósofos llegasen al poder (o los gobernantes
fueran filósofos), pues ellos son los que han alcanzado el conocimiento de la justicia en sí y del
bien en sí. Todas las esperanzas de Platón de ver realizada la justicia se cifran, pues, en la
consecución de un Estado fundado en el saber, en la Verdad. La República contiene la
propuesta de suplantar unos hechos por unos ideales.

Anexo:
Este itinerario biográfico e intelectual de Platón se encuentra claramente expresado en uno de
los documentos platónicos más reveladores del que fue el interés último y prioritario de toda su
obra, a saber, la Carta VII:

“Al ver esto y al ver a los hombres que llevaban la política, cuanto más consideraba yo las leyes
y las costumbres, y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo administrar
bien los asuntos del Estado (...) La legislación y la moralidad estaban corrompidas hasta el punto
que yo, lleno de ardor al principio para trabajar por el bien público, considerando esta situación,
y de qué manera iba todo a la deriva, acabé por quedar aturdido (...) Finalmente llegue a
comprender que todos los Estados estaban mal gobernados, pues su legislación es
prácticamente incurable (...) Entonces, me vi forzado a reconocer que, para elogio de la
verdadera filosofía, de ella depende el conseguir una visión de la justicia, tanto en la vida pública
como en la vida privada. Por tanto, no acabarán los males para el género humano hasta que el
linaje de los que son verdaderamente filósofos llegue al poder, o hasta que los jefes de las
ciudades, por una especial gracia divina, lleguen a filosofar de verdad.”

2. Contexto filosófico
Por lo que respecta al contexto filosófico, hay que decir que la obra de Platón (427-347 a. C.) se
gesta teniendo como trasfondo dos grandes tradiciones, una de corte físico y natural, y la otra
de carácter antropológico:

• La primera viene representada por la filosofía de la naturaleza, inaugurada en el siglo


VI a. Por los físicos jónicos (Tales, Anaximandro y Anaxímenes) y en la Magna Grecia
por Pitágoras, y preocupada por el conocimiento de la physis y por la cuestión del
“arjé” (primer principio de la realidad, origen, causa y componente último de lo que
existe). Esta problemática fue continuada por Heráclito y Parménides, y, posteriormente
por los filósofos de la naturaleza del siglo V a. C., los pluralistas Empédocles, Anaxágoras
y Demócrito.

• La segunda tradición, inaugurada en el siglo V a. C. de la mano de Sócrates (el que


fuera maestro de Platón) y de los sofistas, representa un giro antropológico en la
marcha de la filosofía, caracterizado por la preocupación por todos los temas
relacionados con el hombre (política, derecho, moral, religión, economía, educación).
Es lo que se conoce con el problema del Logos (discurso, ciencia) y Nomos (normas).
Si la filosofía de la naturaleza se preocupó por encontrar las causas últimas del Universo,
la filosofía del hombre dirigió su reflexión hacia cuestiones tales como el origen y la
naturaleza de las normas, del poder, de la justicia, de la religión, etc. Analizaremos
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cuáles fueron las cuestiones y problemas filosóficos que quedaron abiertos en una y otra
tradición. Veamos con detalle una y otra tradición:

En el terreno de la reflexión sobre la naturaleza, la filosofía, tras haber iniciado la


búsqueda del arjé (primero en un elemento y después en varios), había desembocado
en una concepción mecanicista y materialista del Universo (como era el atomismo de
Demócrito), que presentaba el curso de la Naturaleza como algo imprevisible y
difícilmente cognoscible por la Razón, ya que todo se reducía en última instancia a
infinitos átomos materiales chocando azarosamente en el vacío. Además, la filosofía de
la naturaleza había dejado un gran problema (una disyuntiva) sin resolver: si
sostenemos que la realidad es una e inmutable (como decía Parménides), nos vemos
condenados a negar como ilusorio (irreales) e irracional lo que nuestros sentidos nos
muestran (el mundo sensible del cambio en el que nos desenvolvemos); y si, siguiendo
a Heráclito, afirmamos que lo único real y permanente es el constante cambio y el
eterno fluir de las cosas, entonces nos vemos abocados a no poder explicar
racionalmente la realidad, es decir, a no poder conocerla e incluso nombrarla. Ya
veremos cómo la solución de Platón pasará por admitir que, si bien es cierto que el
mundo sensible está en constante movimiento, éste no puede ser el objeto del
verdadero conocimiento. Por ello habrá que postular la existencia de un mundo de
realidades inmutables e inmateriales, cognoscibles por la Razón, pues según Platón, sólo
puede haber conocimiento de lo inmutable, y sólo la Razón (y en ello estará de acuerdo
con Parménides) puede constituir el instrumento de acceso al verdadero conocimiento.
La verdadera realidad ha de tener para Platón las características que Parménides había
atribuido al Ser (inmutable, inengendrable e incorruptible y eterna). Como veremos, esa
realidad será el mundo de las Ideas.

La otra gran tradición, la inaugurada por la filosofía sobre el hombre, viene


protagonizada por el enfrentamiento filosófico entre Sócrates y los sofistas. Si bien es
cierto que todos ellos llevan a cabo una crítica racional de la cultura, difieren en su
respuesta a las cuestiones más importantes. Mientras que Sócrates defendía la
universalidad de los valores morales (idea que influirá claramente en la doctrina
platónica), los sofistas sostenían una concepción convencionalista y relativista de los
valores, según la cual los valores morales (el bien, la justicia y el resto de las virtudes
éticas) no eran algo universal e inmutable que tuviera su fundamento en una Ley
divina o natural, sino que eran el resultado del pacto o la convención entre los
hombres y de las tradiciones culturales de cada comunidad. Asimismo, las diferencias
entre Sócrates y los sofistas también se hacían patentes en lo relativo a la educación.
Los sofistas, con inclinaciones pragmáticas (utilitaristas), enseñaban, a cambio de un
precio, para que sus alumnos triunfaran en la sociedad y consiguieran el éxito político.
Frente a esto, Sócrates (que acusaría a los sofistas de ser unos “mercaderes del saber”)
creía que la educación tenía como objetivo el descubrimiento de la verdad (su método
mayéutico –que tanto influirá en Platón- estaba encaminado, precisamente, a que sus
alumnos extrajeran de su interior lo que indudablemente tenían). Y es que, Sócrates
estaba convencido de que el bien y la verdad eran únicos y capaces de ser descubiertos
por la razón mediante la introspección. De este modo, el conocimiento se convertía
para Sócrates en la condición de la perfección moral del hombre (intelectualismo
moral) y, con ello, de la felicidad. Su visión optimista de la naturaleza humana estaba
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basada en la profunda convicción de que visto el bien no podemos dejar de hacerlo


(“nadie obra mal a sabiendas”).

Como vemos, en el terreno de la reflexión sobre el hombre, la filosofía se debatía entre el


relativismo y subjetivismo moral defendido por los sofistas (y que en cierto modo conducía al
escepticismo y al individualismo), y el universalismo ético de Sócrates. Platón se situará, como
veremos, frente al relativismo y el convencionalismo de los sofistas, para defender, al lado de
Sócrates, el universalismo ético, el intelectualismo moral y la educación como condición de la
perfección moral. Ésta será la apuesta de Platón en La República. La propuesta de un Estado
ideal, basado en el conocimiento de la Justicia en sí y del Bien en sí, un Estado gobernado por
los filósofos.

Como vemos, la original solución de Platón a todos los problemas que habían dejado abiertas
las dos tradiciones filosóficas será la postulación de un mundo diferente y más real que el
sensible: el mundo de las Ideas, la verdadera realidad.

INTRODUCCIÓN Y EXPOSICIÓN DE LA FILOSOFÍA PLATÓNICA

1. Introducción. Rechazo del relativismo.


La filosofía de Platón representa una síntesis y una respuesta a todos los problemas que con
anterioridad a él habían ocupado a la filosofía. La Filosofía de la Naturaleza había dejado abierta
la cuestión de si es posible llegar a conocer las cosas; y la Filosofía sobre el hombre se debatía
entre el relativismo moral de los sofistas (que acababa en escepticismo) y las esperanzas
socráticas de encontrar un contenido universal para los valores morales. Pues bien, siguiendo a
su maestro Sócrates, Paltón se opone a las teorías relativistas y escépticas defendidas por los
sofistas por considerarlas falsas y peligrosas, y lo hace no sólo en el terreno de la moral, sino
también en el del conocimiento. Platón acepta que las virtudes y los bienes morales no son
susceptibles de apreciaciones subjetivas y relativas, sino que han de tener una realidad
objetiva e inmutable y ser universales. Platón parte de la convicción de que existe una realidad
verdadera que es independiente de nuestro punto de vista, una verdad última más allá de
nuestras opiniones, creencias y apariencias, y accesible sólo a la razón. Y la tarea de la Filosofía
consiste, precisamente, en ayudarnos a encontrar ese camino en busca de la verdad. La
aspiración de Sócrates, primero, y la de Platón, después, fue la de encontrar a través de la
dialéctica (del más alto conocimiento) un saber no efímero, un suelo firme donde asentar el
modo de vida ático, lejos de la tiranía del déspota y del demagogo. Y ese suelo firme para Platón
va a ser el Mundo de las Ideas o Formas (Eidos), independiente del que vivimos, que tiene
autonomía y existencia propia y que es causa del nuestro, constituyéndose como la verdadera
realidad y como el objeto del verdadero conocimiento. Esta propuesta platónica es lo que se
conoce como su Teoría de las Ideas, teoría que resulta ser la clave de bóveda de todo el edificio
platónico, pues el interés de Platón no sólo va a incluir la moral, sino también la naturaleza, el
conocimiento y el ser humano.

Influencias recibidas por Platón:


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Platón pertenece a la fase cosmológica en la búsqueda de un Fundamento para el


conocimiento. El núcleo central de su propuesta es que hay dos mundos. Uno anterior y
superior (el Mundo de las Ideas) y otro inferior y posterior (el Mundo Sensible).

Sus Diálogos pueden dividirse en cuatro etapas:

a) Diálogos de Juventud o Socráticos (Apología, Protágoras, Gorgias, Menón, etc.)


b) Diálogos de madurez (Crátilo, Fedón, Banquete, República, Fedro)
c) Diálogos críticos (Parménides, Teeteto, Sofista)
d) Diálogos de vejez (Político, Timeo…)

El principal interés de Platón es el diálogo racional, argumentativo. Ese es su centro.

2. Teoría de las Ideas


Platón, a través de su Teoría de las Ideas, afirma la existencia de un mundo objetivo (no
subjetivo), inmutable (no sujeto a cambio) y eterno (exento de generación y de corrupción), del
cual deriva todo lo sensible, y en el cual podemos descubrir la Verdad, pues él es el principio de
la realidad y de la inteligibilidad (comprensión) de todo lo que existe, y, por tanto, también, el
fundamento de la moral y de la política. Y lo denomina “mundo inteligible” (mundo de las Ideas),
frente al mundo en el que estamos inmersos y vivimos, que es un mundo de cosas materiales,
cambiante, sujeto al nacimiento, a la extinción y a la destrucción (“mundo sensible”).

Esto viene a raíz de la exposición de los diálogos en su etapa de madurez, donde empieza a darse
cuenta de los problemas gnoseológicos y ontológicos que genera su teoría: si todo cambia, nada
puede conocerse con seguridad. Y por ello comienza a diferenciar el territorio donde están las
cosas sensibles y cambiantes, y el territorio donde están las Ideas permanentes. Es decir, las
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Ideas se consideran trascendentes y con características semejantes a las del alma: inmutables,
divinas, eternas, intangibles, inalterables

Por tanto, las dos razones fundamentales por las que Platón decide afirmar la existencia del
Mundo de las Ideas o Formas son las siguientes:

I. Es que, si el mundo sensible es un mundo en constante devenir y los sentidos no son


fiables, no es posible llegar conocerlo. Sin embargo, es un hecho que el conocimiento
existe, a pesar de vivir en un mundo gobernado por los sentidos y sometido a un
constante flujo y devenir. Pero podemos reconocer que tenemos conocimiento puesto
que por un lado podemos reconocer los objetos como siendo ellos mismos y les damos
los mismos nombres, y, por otro lado, porque somos capaces de reconocer dos cosas
distintas, como siendo lo mismo. Por ello, el verdadero conocimiento versa sobre lo
universal y permanente, lo que no está sujeto a cambio por ser inmutable.

II. Una vez reconocido que existe un conocimiento universal, permanente, inmutable y
estable, Platón decide situar ese conocimiento universal en el Mundo de las Ideas,
otorgándoles la función de la esencia, es decir, aquello que algo hace que sea lo que
es. Estas Ideas, se encuentran separadas del mundo sensible, de lo mundano, de lo
empírico. Por ello ya existe una distinción entre dos mundos: el mundo de lo visible
(sensible, cosmos joratós), mundo de lo inteligible (Ideas o Formas, cosmos noetós).
Las Ideas poseen entidad objetiva, poseen existencia real e independiente, además son
eternas, inmateriales, inmutables, necesarias, universales, absolutas e inteligibles.
Siendo este Mundo de las Ideas, el ser verdadero, la auténtica realidad, la causa de todo
lo que existe y por tanto el verdadero conocimiento. Las Ideas se encuentras ordenadas
de forma jerárquica. La Idea superior es la Idea de Bien y las demás se derivan de ella (la
Idea suprema, fuente última del ser y del conocimiento (el Sol en el mito de la caverna);
en un grado inferior se encuentran las Ideas éticas y estéticas (Bondad, Justicia, Belleza);
más abajo las Ideas matemáticas; y en último lugar, en la base, las Ideas de las cosas
particulares).

Es, sobre todo, en el diálogo Parménides, cuando Platón se plantea los problemas por los que
antes no se había interrogado: ¿Hay una Idea de cada cosa?; ¿Incluso de las cosas imperfectas
(suciedad, barro, basura…) ?; Las cosas participan de las Ideas ¿De toda la Idea, o sólo de una
parte?; Si la Idea es lo que tienen de común varias cosas y, además, existe separada, también
existirá una nueva Idea que agrupe lo que de común tienen las cosas y esa idea separada y eso
dará origen a una nueva Idea, y así hasta el infinito. Además, si las Ideas son eternas ¿cómo
pueden derivarse de la Idea de Bien?

Como vemos, la teoría de las Ideas plantea numerosos interrogantes. Platón no siempre
respondió a ellos. Al final, su preocupación fue cómo participan las Ideas entre sí, unas de otras,
y llegó a considerar las tres interrelaciones más importantes entre las Ideas: Ente/No Ente;
Movimiento/Reposo; Identidad/Diferencia.

- Relación entre los dos mundos: la teoría de la participación:

Si se postula la existencia de otro mundo ¿cómo Platón explica la relación entre ambos?

Para Platón, el mundo sensible no constituye la auténtica realidad, sino que sólo es un pálido
reflejo, una imitación del mundo inteligible. Los términos que Platón utiliza para expresar la
relación entre las Ideas y las cosas particulares sensibles son “participación” (méthesis”) e
“imitación” (“mímesis”). También “presencia” de las Ideas en los particulares. O se dice que
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las Ideas son “causa formal” de las cosas”, modelos o paradigmas de ellas. Las cosas sensibles
son lo que son por virtud de que “participan” de las Ideas o las “imitan. En este sentido, el
mundo sensible, el mundo material, sólo es una imitación, una reproducción, una copia
imperfecta, un pálido reflejo del mundo inteligible.

Una vez expuesto este dualismo Platón decide ponerlos en relación en consonancia con la
antropología y educación, epistemología, ética y política. Se verá cada uno por separado.

A) Antropología

Para poder empezar a entender es necesario partir de la doctrina platónica acerca del alma y la
naturaleza humana.

En el Mito del auriga (Fedro), se nos relata la condición y naturaleza del hombre. El ser
humano, que en este Mito es consecuencia de la “caída del alma a la tierra”, es un compuesto
de cuerpo (materia y sentidos) y alma (racionalidad e intelecto) –dualismo antropológico-. El
alma humana, que es inmortal, tiene sucesivos períodos de vivir alojada en el cuerpo que, al
morir, la libera regresando al mundo de los muertos para recibir su premio o castigo y esperar
un nuevo destino terrestre (transmigración de las almas o “metempsicosis”). En los períodos
de existencia terrenal, el alma debe buscar la felicidad y la justicia, hasta que llegue a la
contemplación de las Ideas y pueda, así, alcanzar su liberación definitiva del cuerpo. De ahí que
la educación sea imprescindible para superar las limitaciones e inclinaciones del cuerpo.

Por tanto, si el lugar propio del alma es el mundo de las Ideas y si su actividad más propia es el
conocimiento de éstas, el alma aparece concebida en Platón como principio del conocimiento
racional. Mientras el alma permanece unida al cuerpo (su cárcel o prisión), su tarea
fundamental es la de “purificarse”, la de liberarse de su encadenamiento al cuerpo (prepararse
para la contemplación de las Ideas). Estas impurezas del alma provienen para Platón de las
necesidades y exigencias del cuerpo (que para Platón es principio de la sensibilidad y del
error). Por ello, eso explica que el alma, además de ser principio del conocimiento racional,
tenga como función la de ejercer un control sobre el cuerpo, sobre sus pasiones e impulsos.

Y es que, además de la razón, el hombre posee otras tendencias o facultades. Todo hombre
nace con tres facultades, si bien en cada uno predomina una de ellas. Platón distingue en el
alma tres partes o facultades: la parte racional (que, ligada al intelecto, posibilita el
conocimiento de las Ideas y controla y dirige el resto de las facultades), la irascible (que
corresponde a los impulsos y afectos) y la concupiscible (identificada con las necesidades e
inclinaciones más elementales). La perfección de cada una de ellas consiste en desempeñar la
función que le es propia de manera armónica, de tal modo que así alcance la virtud. Cuando así
ocurre, el alma racional consigue alcanzar su virtud, que es la sabiduría; el alma irascible
consigue alcanzar la suya, que es la fortaleza; y el alma concupiscible consigue alcanzar la
templanza.

De tal modo que, la Justicia a nivel individual, esto es, la perfección moral del hombre, consiste
en que cada una de sus partes llegue a alcanzar la virtud (areté) que le es propia. La justicia
consiste, pues, en la armonía o equilibrio entre estas tres facultades (o almas), es decir, en que
cada una desarrolle de manera virtuosa la función que le es propia. Sólo entonces podemos
decir que el hombre es un ser justo, moral y, por ende, feliz.

B) EDUCACIÓN
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La perfección del hombre según Platón consiste en hallar un equilibrio armónico entre todas sus
facultades, es decir, depende de que el alma racional venza las tendencias corporales y consiga
liberarse de las ataduras del mundo sensible y del error de los sentidos, llevando una vida
conforme a la virtud. Pero, ¿cómo conseguir esto? En opinión de Platón, la clave radica en la
educación (paideia), un proceso lento que, como el mismo autor nos dice, se traduce en una
ardua tarea de “poda y extirpación de aquellos placeres y apetitos que mantienen vuelta hacia
abajo la visión del alma” (Rep., VII, 202-209). La educación tiene entre sus fines el conseguir el
uso ventajoso y noble de esa facultad humana que es el conocimiento racional (167-209): hay
que subordinar férreamente los sentidos a la razón y desprenderse de los errores del
conocimiento sensible, para acceder de este modo a la visión de la verdadera realidad (el mundo
de la Ideas) y a la realización de una vida conforme a la virtud. Y a esta visión de las Ideas como
consecuencia de la educación es a lo que Platón denomina “Dialéctica” en su último tramo.

Platón diseña un programa educativo concreto y específico (secuencia de asignaturas, tiempos


y edades), y que es aquel que deberán seguir los llamados a ser gobernantes (este programa
está descrito en las secciones VI y XIII del Libro VII de la República). Veamos en qué consiste:

• El Estado se encargará de educar a los niños desde su nacimiento, sin distinción de


sexo; éstos serán separados de sus padres y puestos bajo la tutela de educadores del
Estado. Sometidos a multitud de pruebas, aquellos que las superen por no dejarse
llevar por los apetitos materiales y por el miedo, serán seleccionados para ser
guerreros, los cuales serán instruidos en la gimnástica y en la música (esta educación
general llega hasta los veinte años) (Rep., VII, 324-325).

• Entre éstos, aquellos que superen todas las pruebas y se les encuentre especialmente
predispuestos para las ciencias, serán seleccionados para ser instruidos en la
aritmética y geometría plana y espacial (matemáticas) y en la astronomía y la armonía
(esta educación llega hasta los treinta años, y es la educación a que deben ser sometidos
los aspirantes a gobernantes) (Rep., VII, 342-370).

• Realizadas estas pruebas, aquellos que muestren una especial aptitud para “captar la
unidad en la multiplicidad”, para el conocimiento abstracto y generalizador y para
remontarse hasta la contemplación pura de las Ideas, serán adoctrinados en la
“verdadera Dialéctica” (que es, en su último tramo, el método que nos conduce desde
el mundo de lo sensible hasta el mundo inteligible y la Idea de Bien, 438-468).Aquí
terminaría la vida de estudio, pero no la misión de los que han sido preparados, pues a
partir de ese momento deben regresar al mundo (ocuparse de los asuntos humanos –
“descenso al mundo de la caverna”) y de puestos de gobierno cada vez más importantes.
A la edad de cincuenta años ya están preparados para gobernar (nunca antes), y entre
las misiones del gobernante está la de elegir a nuevos estudiantes para prepararlos en
futuras misiones de gobierno.

La realización de una sociedad justa se dará lugar una vez ocurre dos procesos (dialéctica
ascendente) (dialéctica descendente):

Dialéctica ascendente: hace referencia al proceso mismo de “ascender” (educación) de la


ignorancia al conocimiento, es decir, al proceso de ascenso en el que el conocimiento camina
desde la visión de los objetos materiales y sensibles hasta la contemplación de las Ideas (salida
del interior al exterior de la caverna). Y esta “dialéctica ascendente”, ha de ser completada con
el concepto de “dialéctica descendente”.
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Dialéctica descendente: una vez que han llegado (los filósofos) a la contemplación de las
Ideas, están obligados a ocuparse de los asuntos humanos, a descender al interior de la
caverna, a aplicarse a gobernar y a realizar las Ideas en la práctica. De ahí que la dialéctica, en
sentido general, sea concebida por Platón como un camino con dos direcciones: un camino
ascendente, dialéctica ascendente (salida del interior de la caverna al exterior, de la ignorancia
al conocimiento) y un camino de descenso, la dialéctica descendente, que recorre el camino
inverso, es decir, el camino que va desde la Idea Suprema hasta el resto de las Ideas y,
finalmente a su realización en la práctica.

C) EPISTEMOLOGÍA
El desarrollo de la mente humana, a lo largo de su camino desde la ignorancia al conocimiento,
atraviesa dos momentos o estados principales: el de la doxa (opinión) y el de la episteme
(ciencia). Mientras que el primero versa sobre el mundo sensible (es decir, sobre las copias
imperfectas de las Ideas), el segundo lo hace sobre el mundo inteligible, sobre las Ideas
mismas.

Platón establece una gradación en dos clases de saber (Libro VI de República). Hay un saber
inferior, opinión (doxa) y otro saber superior, conocimiento (episteme). Grados de menor a
mayor.

• Saber inferior:

• El grado más bajo de la opinión es el de la eikasía, que tiene por objeto las imágenes,
reflejos o sombras (eikones) de los objetos materiales y particulares que pueblan el
mundo sensible (en el mito de la caverna vendría ejemplificado por las sombras de los
objetos proyectadas en la pared de la gruta). Se trata de un estado mental de absoluta
ignorancia, que equivale a la “conjetura”.

• El siguiente grado de la doxa es el representado por la pistis (opinión propiamente


dicha, también se puede traducir “creencia”), que versa sobre los objetos físicos,
materiales y particulares que pueblan el mundo sensible (en el mito de la caverna
equivaldría a los objetos que los hombres portan y que se dejan ver por encima del
muro). Éste es el estado mental en que se encuentra el hombre ordinario, el hombre
que apegado a los sentidos desconoce que los objetos sensibles sólo son meras copias
de las Ideas, y toma por real sólo lo que sus sentidos le ofrecen.

• Saber superior:

• El objeto de la dianoía (razonamiento lógico y crítico) son las Ideas Matemáticas. En


esta fase, el alma se siente impulsada a investigar las Ideas Matemáticas, con ayuda
de las imágenes de los objetos sensibles del segmento de la línea perteneciente a la
pistis pero sabiendo que son sólo imágenes, es decir, copias imperfectas de las Ideas
matemáticas Se trata de un estado intermedio entre la doxa y la episteme. En la dianoía
se parte de hipótesis y axiomas cuya validez se presupone –ya que no es asunto suyo
demostrar su verdad- y se va avanzando hacia la conclusión que de ella se deriva.

• Pero existe un tipo más elevado de conocimiento, la noesis (intelección e intuición),


que es puramente abstracto, ya que no utiliza imágenes concretas, sino que procede
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desde las Ideas mismas. Los objetos sobre los que versa este grado de conocimiento
son los principios últimos de todo: las Ideas y la Idea Suprema. Este proceso es el que
equivale a la “verdadera dialéctica”, es decir, a la dialéctica en su tramo último: en esta
fase, el intelecto descubre las Ideas como el verdadero principio del conocimiento y del
ser.

La dialéctica es concebida por Platón como un proceso discursivo e intuitivo, puramente


abstracto, en virtud del cual el intelecto, dejando de lado las sensaciones y todos los elementos
sensibles, capta las Ideas puras, el lugar que ocupa cada una y las conexiones o relaciones entre
ellas, elevándose de Idea en Idea hasta la contemplación de la Idea Suprema (Idea de Bien). La
Diálectica es la única que ciencia que conduce al conocimiento de ese principio anhipotético,
incondicionado, que es la Idea de Bien. Por ello es la ciencia en la que ha de ser instruido el
futuro gobernante.

En el Menón (pasaje del esclavo), nos dice el autor que la causa del conocimiento es el
recuerdo (anámnesis o reminiscencia): conocer es recordar; únicamente descubrimos lo que
ya sabemos. Todos los hombres, todas las almas, tienen el germen de todas las ideas
(innatismo), pues las almas, recordémoslo, preexisten al cuerpo y vieron en una existencia
anterior las esencias o Ideas. El hombre, al nacer en el mundo material, ya viene con una carga
de conocimiento a causa de su existencia anterior; lo único que debe hacer es extraer de sí
mismo (con ayuda de la educación) la verdad que posee sustancialmente y desde siempre. El
contacto con las cosas sensibles es el punto de comienzo del recuerdo (las cosas sensibles
particulares, por ser copia o imitación de las Ideas, sirven como estímulo, pues son capaces de
sugerirnos las Ideas). Sin embargo, los sentidos son insuficientes para alcanzar las Ideas, ya que
están limitados a lo que sienten, sin ser capaces de trascender su inmediatez. Por eso, el
descubrimiento de las Ideas precisa de la acción de la educación, para que haga mirar al alma
hacia la región inteligible.

Sin embargo, enseguida surgen los problemas: Si las cosas particulares “participan” de las Ideas,
es que tienen alguna porción suya, ¿Cómo decimos que la Idea es unitaria, si tiene partes en las
cosas particulares? Y si decimos que las cosas “imitan” a las Ideas, las cuales son sus modelos,
¿Cómo puede distinguirse un buen modelo de un mero simulacro? La cuestión de la
participación nos lleva a una tercera crítica, esta de carácter un poco más técnico, conocida
como el «argumento del tercer hombre». Así,́ decimos que los caballos a, b, c, d... son caballos
porque se asemejan entre sí y «participan», y comparten una serie de características esenciales
con la Idea del Caballo C. Ahora bien, si a, b, c, d... se asemejan a C, debería haber una nueva
Idea superior (que llamaremos Supercaballo, SC), de la que participen tanto los caballos
particulares como el Caballo Ideal. Pero si a, b, c, d... y C y SC se asemejan debería haber otra
Idea... Así ́ hasta el infinito.
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D) ÉTICA Y POLÍTICA
La teoría política de Platón se halla en íntima conexión con su ética. Para Platón, el Estado, la
ciudad (además de una institución natural), es la condición necesaria para que el hombre
alcance la felicidad y la perfección moral, es decir, para que pueda llevar una vida buena,
conforme a la virtud. Pero, en clara oposición al convencionalismo y al relativismo de los
sofistas, para Platón el Estado no es el árbitro de lo justo y de lo injusto, no es la fuente de su
propio código moral, sino que por encima de él existe un código moral objetivo, universal y
absoluto que todo Estado debe contemplar si quiere ser verdaderamente justo. Existe algo que
denominamos “Justicia” (la justicia en sí) y algo que denominamos “Bien” (el Bien en sí), que
han de ser conocidos si queremos actuar bien y alcanzar la perfección, tanto en nuestra vida
pública (como ciudadanos), como en nuestra vida privada (como individuos).

Por tanto, tanto en su teoría ética como política, Platón parte de la íntima convicción de que
sólo quien conoce el bien puede hacerlo, siguiendo en este punto el intelectualismo moral
socrático que identifica la virtud con el conocimiento, tanto en el plano ético, como en el
político. Por eso, si la felicidad del individuo se identificaba con la virtud y ésta sólo era
alcanzable en el seno del Estado, la dirección del Estado debía ser una “ciencia”, la política
debe estar fundada en el saber. Ello explica por qué Platón, en su Carta VII deposita todas sus
esperanzas de ver realizado un Estado justo en que los filósofos lleguen a gobernar la “nave
del Estado”, pues ellos son quienes han llegado al conocimiento de la Verdad, de la Justicia y
del Bien. Platón quiere que se instaure una política fundada en el saber, y la realización de este
programa pasa porque los mejores sean educados para llegar al conocimiento de la Idea de Bien
y, posteriormente persuadidos para gobernar. Es responsabilidad de aquellos que conocen el
Bien, gobernar, es decir, realizar el Bien y la Justicia en el Estado.
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En la organización de este Estado y en la división de sus clases sociales, Platón proyecta la misma
estructura tripartita del alma, como si la ciudad fuera un “macrocosmos”. Así, los grupos
sociales, en paralelismo con las tres partes del alma –racional, irascible y concupiscible- son
tres: los productores, los guardianes y los gobernantes.

I. En la base de esta jerarquía se encuentran los productores: esta clase social está
constituida por aquellos hombres en los que domina la parte concupiscible del alma,
que es la más elemental. Esta clase social se debe ocupar de proveer de los bienes
necesarios para el consumo (que no deben ser ni demasiados ni escasos): son los
comerciantes, artesanos, agricultores y ganaderos. Su misión es trabajar y producir.

II. La segunda clase es la de los guardianes, que son aquellos hombres en los que
predomina la parte irascible del alma. Su misión es la de defensa y ataque; es decir, son
los encargados de defender el Estado tanto de los peligros externos como internos;
deben cuidar de que la clase elemental no tenga ni demasiada riqueza (lo cual
engendraría ocio y lujo) ni escasez (que engendraría lo opuesto).

III. Finalmente, en la cúspide de la jerarquía social se hallan los gobernantes, guiados por
el alma racional, y cuya misión es gobernar y velar por el bien de la ciudad (ello, según
Platón, saben amar la ciudad más que los demás).

Y del mismo modo que, a nivel individual, la justicia era entendida como la armonía y equilibrio
entre las partes del alma (es decir, en que cada una desarrollara la función que le es propia), en
el ámbito colectivo o social la justicia u orden se realizará cuando exista armonía entre las
diferentes clases sociales, esto es, cuando cada clase social realice la función que le corresponde
y le es propia, sin inmiscuirse en la de los demás. Hay justicia en el Estado cuando hay justicia
en cada uno de los miembros que lo componen.

En este diseño platónico de Estado se advierte como exigencia de la justicia y del buen gobierno
la subordinación de las partes al todo y la de las clases sociales y sus miembros al bien común
de la ciudad. Las exigencias de la colectividad deben prevalecer sobre los intereses
particulares. Platón sostiene que las clases trabajadoras sólo deben producir lo elemental y
suficiente para su propio mantenimiento y el de los guardianes y gobernantes. Además,
propone la supresión de la propiedad privada (y por tanto la instauración de la comunidad de
todos los bienes) y la supresión de la familia (comunidad de maridos y mujeres y de los hijos) en
los dos estamentos superiores (guardianes y gobernantes), con el fin de evitar que dichas clases
corrompan su alma por el apego a los bienes materiales (el comunismo de Platón es un
comunismo de inspiración ética y política). No deben existir lujos ni riquezas, ni nada que sea
superfluo; las artes son también desterradas (pues ellas se basan en la ilusión, sólo son
imágenes, falsos ecos de la verdad). En suma, se trata de una sociedad totalmente hermética,
espartana, rígidamente jerarquizada, tendente a la supresión de todas las inclinaciones
sensitivas.

Las demás formas posibles de gobierno sólo son corrupciones, degeneraciones, de la forma
ideal, ya que en ellas no se realiza la Justicia, el equilibrio. Es en el Libro VIII de la República
donde Platón recoge estas formas de gobierno que él considera corruptas: en la siguiente
imagen se ve expuesto
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ANEXO: MITO DE DEMIURGO


En uno de sus diálogos, el Timeo, Platón expone su COSMOLOGÍA, es decir, su explicación de la
génesis del Universo, en la que podemos ver la explicación metafórica de la teoría de la
participación y la función de modelo o arquetipo que las Ideas tienen. Frente a la concepción
mecanicista del Universo de la filosofía presocrática, Platón dibuja una concepción
teleológica(finalista) del Universo: el Universo, nos dice Platón, es el resultado de un plan, de
una inteligencia ordenadora a la que denomina Demiurgo (“artesano” en griego). El Demiurgo
actúa sobre una materia (“jora”) eterna, caótica y dotada de movimientos irregulares, y sobre
el cuál plasma las Ideas lo más perfectamente posible (esta plasmación nunca puede ser
perfecta, pues la materia está transida de movimiento; por eso, las cosas sensibles sólo son
copias imperfectas de las Ideas). El trabajo del Demiurgo, consistió, pues, en ordenar la materia
en el espacio de acuerdo con el Modelo eterno (la Ideas). Platón recurre, pues, a tres principios
o causas: una causa agente (el Demiurgo o inteligencia ordenadora); un principio material (la
materia, el material al partir del cual están las cosas constituidas); y una causa formal, las Ideas,
que son el paradigma, modelo o ejemplo a partir del cual el demiurgo conforma y estructura la
materia para dar lugar a las cosas sensibles. Así, pues, lo que las cosas verdaderamente son, es
decir, su esencia, es la idea que “imitan” y de la que “participan.

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