Nietzsche, F.
Nietzsche, F.
Nietzsche, F.
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Salomé, de la que se enamoró y, aunque no fue correspondido, siguió manteniendo con ella una larga relación de
amistad. Entre 1883 y 1885 publicó su monumental obra: Así habló Zaratustra; en 1886, Más allá del bien y del
mal y al año siguiente, La genealogía de la moral. Entre tanto su hermana Elisabeth se casó con un notorio
antisemita y racista llamado Förster. En 1888 Nietzsche publicó El caso Wagner, Nietzsche contra Wagner y
Ditirambos de Dionisos, y en 1889, El crepúsculo de los ídolos. En este año sufrió un ataque en Turín, del que
ya no se repondría. Trasladado a un hospital se le diagnosticó “reblandecimiento cerebral”. Permaneció un tiempo
ingresado en Basilea, después le trasladaron, primero a Jena junto con su madre y después de la muerte de esta
en 1897, a Naumburgo y Weimar donde estuvo cuidado por su hermana. Hasta su muerte, acaecida el 25 de
agosto de 1900, permaneció completamente mudo y prácticamente inactivo, limitándose a la redacción de unas
pocas cartas, escritas en los primeros días después de su ataque, que mostraban signos de una grave
enfermedad mental. Nietzsche había dejado algunas obras listas para publicar: El Anticristo: maldición al
cristianismo; Ecce Homo -texto autobiográfico- y un conjunto de apuntes manuscritos, todavía sin preparar ni
revisar para ser publicados, cuyo título genérico era La Voluntad de poder. La publicación de estos escritos
estuvo mediatizada por su hermana, quien los falsificó suprimiendo partes enteras que desvirtuaban su
significado, destacando aquellos aspectos que luego serían reivindicados por la barbarie nazi. De hecho, en 1934
se celebró un solemne acto de conmemoración del noventa aniversario del nacimiento de Nietzsche en el que
estuvo presente el mismo Hitler, lo que muestra hasta qué punto varias de las tesis nietzscheanas -falsificadas por
su hermana- estuvieron apoyadas por el nazismo. Por el contrario, en algunas de sus obras rechaza
explícitamente el nacionalismo germánico. Dice en La gaya ciencia, de 1882:
Nosotros no amamos a la humanidad, pero también estamos muy lejos de ser lo bastante alemanes (en el
sentido en que hoy se emplea la palabra) para convertirnos en voceros del nacionalismo y de los odios de razas,
para regocijamos con las aversiones y el modo de hacerse mala sangre los pueblos, a que se debe que en
Europa se atrincheren unos contra otros cual si quisieran separarse con cuarentenas. (...) Nosotros, los sin patria,
somos demasiado variados, demasiado mezclados de razas y de origen para ser hombres modernos, y por
consiguiente, nos sentimos muy poco inclinados a participar en esa mentida admiración de sí mismas que hoy
practican las razas y en ese descaro con que hoy se ostenta en Alemania, a modo de escarapela, el fanatismo
germánico...
Después de la Segunda Guerra Mundial y de la división de Alemania en dos, el archivo Nietzsche
(ubicado en Weimar) pasó a depender de la República Democrática Alemana, y solamente pudo empezar a ser
consultado a partir de 1954. En base a estos archivos, Karl Schlecta, que examinó la obra completa de Nietzsche,
demostró en 1956 las falsificaciones y manipulaciones del pensamiento nietzscheano. A partir de 1964 empezó la
edición crítica de sus obras a cargo de los filósofos G. Colli y M. Montinari, que solamente han empezado a ser
conocidas íntegramente a partir de 1967.
La filosofía de Nietzsche
cultura occidental basada en una metafísica, una religión y una moral que han suplantado e invertido los valores
vitales; por otra parte, es un intento de superación de esta cultura a la que califica como producto del
resentimiento contra la vida.
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Por ello debe verse en Nietzsche, no solo un perspicaz crítico, sino que su pensamiento también intenta una
superación de la decadencia y del resentimiento de la cultura que critica.
En este sentido, abordamos en el curso de filosofía los siguientes aspectos de su obra: por un lado, la
crítica que realiza el autor a la metafísica, tanto a la metafísica clásica representada en la figura de Platón, como
a la metafísica posterior encarnada por el cristianismo; así como al tipo de individuo que construye estas formas
de pensamiento. Por otro lado, y en una segunda instancia, las consecuencias éticas que se desprenden de ese
rechazo a una ontología negadora de la vida y, con ello, la propuesta nietzscheana de un tipo de humano nuevo:
el superhombre.
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Platón, al enfrentarse a un clásico problema griego, como es el del devenir constante en la naturaleza, da
una solución cobarde: si no puedo conocer la realidad porque es continuamente cambiante, entonces no debe ser
la “verdadera realidad”, este mundo y mi vínculo con él (los sentidos) deben ser, por tanto, una apariencia, un
engaño, respecto a otra realidad que es la verdadera. De este modo la propuesta ontológica de Platón distingue
dos realidades ya conocidas por nosotros: mundo sensible y mundo inteligible. Siendo la sensible la del cambio
permanente, la realidad de lo que nunca es y la inteligible, la verdadera, la de los entes (ideas) que siempre son
pues sus propiedades son, entre otras, la inmutabilidad y la eternidad. Recuérdese la frase del Timeo “¿Qué es lo
que es siempre y no deviene y qué, lo que deviene continuamente, pero nunca es? Uno puede ser comprendido
por la inteligencia mediante el razonamiento, el ser siempre inmutable; el otro es opinable, por medio de la opinión
unida a la percepción sensible no racional, nace y fenece, pero nunca es realmente.”
Platón inaugura así, a juicio de Nietzsche, una tradición filosófica decadente: donde lo único que tiene
valor es el concepto muerto, momificado, fuera del tiempo y de la realidad. La Idea platónica se coloca por sobre
el mundo sensible transformándose este último en un engaño y una ilusión que hay que sacar de en medio. Se
propone valorar la muerte, lo estático, lo inexistente, por sobre la vida y su dinamismo.
Para ellos, la muerte, el cambio, la vejez, al igual que la fecundación y el desarrollo constituyen
objeciones, e incluso refutaciones.
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Tercera tesis. No tiene sentido inventar fábulas respecto a «otro» mundo distinto a este,
siempre y cuando no estemos movidos por un impulso instintivo a calumniar, a empequeñecer, a
recelar de la vida. En este caso nos vengamos de la vida imaginando con la fantasía «otra» vida
distinta y «mejor» que esta.
El único motor que puede llevarnos a negar la naturaleza, inventando, creando una fábula respecto a otro
mundo es, dice el autor, la intención de negar y maldecir contra la vida misma y lo que ella supone. No tolerar la
vida y la existencia e intentar un punto de fuga mediante la invención de una realidad mejor y superior.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en «verdadero» y «aparente» (…) no es más que un índice de
vida descendente. (…) Habida cuenta de que en este caso «la apariencia» equivale aquí también a la
realidad, solo que seleccionada, reforzada, corregida.
Por todo lo dicho, quienes creen en un dualismo ontológico simplemente no son personas fuertes para
tolerar la vida, son individuos decadentes que necesitan hallar un punto de fuga. Ese mundo aparente que ellos
llaman verdadero, toma propiedades del sensible, las modifica y perfecciona. Si lo sensible es múltiple y mutable,
toman estas características y las engrandecen dando al ente metafísico las propiedades de inmutabilidad y
unidad.
Nace así, en la antigua Grecia y gracias a la obra de Platón, “la historia de un error”, la gran equivocación
del pensamiento occidental: crear una realidad metafísica superior a la nuestra, que adquirirá luego el nombre de
Dios –para el filósofo el cristianismo no será más que “platonismo popular”.
Platón, dirá Nietzsche, inventa un mundo que luego resulta ser solo accesible y contrastable por unos
pocos (si no únicamente por él mismo). Su creación es sinónimo de “yo, Platón soy la verdad”. Basta simplemente
recordar la distinción entre los pocos que poseen episteme y la gran masa de los sujetos, el vulgo que
simplemente se maneja mediante la mera Doxa. El filósofo es el único individuo que sale de la caverna,
abandonando la ignorancia de un mundo conocido en base a los sentidos y accediendo al verdadero fundamento
que es el eidos, la idea.
Ahora, lo cierto es que si no lo hemos podido como Platón alcanzar ni conocer, es para nosotros algo
desconocido y si es desconocido no es representante de absolutamente nada en nuestra existencia. Por tanto,
nada nos encadena al mundo inteligible, ninguna obligación de conocerlo tenemos ni significa para nosotros
alguna redención. Dado que la Idea no es vinculante ni es de utilidad sino que es simplemente una ficción, nos
exhorta el filósofo a eliminarla. Con la eliminación del mundo verdadero cae el mundo aparente ya que algo es
copia o apariencia solo en la medida en que hay algo que es el modelo, si destruimos el modelo solo queda una
realidad tal y como es en sí misma, la única sin ser modelo ni apariencia.
Crítica al cristianismo
En varias de las obras nietzscheanas podemos leer su crítica al cristianismo. Hemos nosotros de
centrarnos en algunos pasajes de El anticristo. A trazos generales podemos afirmar que la negación del filósofo
tiene que ver sobre todo
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con la propuesta antropológica, con el concepto de ser humano y el tipo de moral cristiana, aunque se engarza
también con la ya vista crítica general a la metafísica tradicional.
Esta religión heredera del mundo griego clásico propone una moral de esclavos. Los sujetos son
premiados por negar la vida, valores como la compasión, la caridad y la culpa son exaltados cuando en verdad, a
juicio de nuestro autor, construyen a un individuo débil que no puede hundir sus raíces en la tierra, en los sentidos
y su corporeidad. Con estos valores se perpetúa la existencia de aquellos fracasados que no tienen fuerzas si
quiera para soportar su propia vida.
La compasión (….) conserva lo que está pronto a perecer; combate a favor de los desheredados
y de los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad de fracasados de todo linaje.
Los valores del cuerpo, de la transformación, de la pertenencia a uno mismo son rechazados en pro de un
sujeto-esclavo. La persona cristiana no puede vivir por sí misma, en nombre de un “más allá” deberá actuar
conforme a lo que se le dicta siendo castigada si osa salir de dicha norma, el cristianismo incrusta en el humano
la sensación de culpabilidad y de mala conciencia.
En palabras del propio autor se ha hecho del ser humano un animal doméstico, un sujeto enfermo al que
es necesario destruir, hacerle la guerra y aniquilarlo para dar paso al individuo nuevo.
El espíritu libre –el superhombre- es aquél que es capaz de perderle el respeto, capaz de asumir que
“Dios ha muerto”, es decir, capaz de asumir que se debe acabar con el “mundo verdadero” (lo que también
significa acabar con la dicotomía entre mundo verdadero y mundo de las apariencias), acabar con la metafísica y
aceptar que nada debe ponerse en su lugar (de nada serviría sustituir la idea de Dios por las de Humanidad,
Ciencia, Racionalidad, Técnica u otros sustitutos), la cuestión no es destruir un ídolo, para erigir otro. Como dice
Ortega: “de nada vale matar al príncipe para entronizar en su lugar al principio.”
La muerte de Dios como reconocimiento de ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir la
presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí por ningún sentido trascendente. Esta nueva
perspectiva, que es la del superhombre, es la que se expresa como voluntad de poder o esencia de la vida. El
impulso vital es expresión de la voluntad de poder, que siempre aspira a más. La vida, entonces, es un caso
particular de este vasto impulso que es la voluntad de poder, concebido por Nietzsche, a la vez, como biológico,
orgánico y -en la medida en que la cultura no sea ya reacción contra la vida- expresión de la consumación y
superación del nihilismo. Toda fuerza impulsora es voluntad de poder que, en este sentido, es la esencia misma
del ser, y que, como principio afirmador, está situado más allá del bien y del mal. Esta noción, pues, carece de
cualquier clase de connotación política. No se trata de un deseo de poder político, o de un afán de dominio social,
sino que expresa solamente el dinamismo del cual la vida es su manifestación, no sometido a ningún poderío
exterior, a ningún dios, ni a ningún valor superior al de la propia vida. La voluntad de poder no consiste en ningún
anhelo ni en ningún afán de apoderarse de nada ni de dominar a nadie, sino que es creación; es el impulso que
conduce a hallar la forma superior de todo lo que existe.
Zaratustra y el superhombre. La muerte de Dios
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El Zaratustra toma este nombre del mítico moralista persa, que en esta obra aparece como el alter ego del
mismo Nietzsche que predica el inmoralismo, entendido como la patentización de la inversión de los valores y
manifestación de la necesidad de su transmutación. A su vez, todo el libro está escrito como una parodia de los
escritos religiosos, especialmente de los evangelios, apareciendo Zaratustra como la figura opuesta a Cristo.
La frase “Dios ha muerto”, representa para Nietzsche la negación de todos los trasmundos inventados por
la religión, gran mentira que convierte la vida en una mera sombra. La idea de Dios, entendida como el
fundamento del mundo verdadero, es la gran enemiga. Como ya hemos dicho, hay que perderle el respeto a Dios,
ser capaz de asumir que “Dios ha muerto” y terminar con la falsa dicotomía verdad/apariencia. acabar con la
metafísica y aceptar que nada debe ponerse en su lugar (de nada serviría sustituir la idea de Dios por las de
humanidad, ciencia, racionalidad, técnica u otros sustitutos.).
Entonces, la muerte de Dios viene a significar la negación de todo transmundo y afirmación de este
mundo, paso que es necesario para lograr la creación de nuevos valores. Si Dios es el fundamento de los valores
cristianos, éstos no pueden sobrevivir al proceso de laicización, de secularización. Hay una diferencia entre
afirmar que “Dios ha muerto” y afirmar que “Dios no existe”, es decir, Dios ha sido creado por los seres humanos,
y éstos deben ahora asumir su muerte, y obrar en consecuencia (quien actúa en consecuencia es el
superhombre). En el prólogo vemos el diálogo entre el anciano y Zaratustra se refleja esta necesidad, pues el
anciano ha puesto su vida en función de Dios, siendo un referente de lo que Nietzsche llama el “hombre
decadente”.
Pero en la época de la muerte de Dios, el sujeto todavía se degrada más, y engendra lo que Nietzsche
llama el “último hombre”, producto más acabado del proceso nihilista de la decadencia de la cultura. Ahora bien,
el nihilismo surgido de la muerte de Dios permite también “la superación del hombre” y el surgimiento del
superhombre, quien engendrará sus propios valores.
El ser humano superior, el “noble”, en el auténtico sentido moral de este término, es quien se ríe de los
supuestos valores del mundo suprasensible; es el detentador de una moral que propugna los valores activos y
afirmativos de la vida; es quien defiende la moral que dice sí a la vida. Es “quien concibe el concepto fundamental
'bueno' de un modo previo y espontáneo, es decir, lo concibe a base de sí mismo, y solo a partir de él se forma el
concepto 'malo'”. Tal es el superhombre. En cambio, el esclavo, el débil, el impotente, es aquél que, resentido
contra la vida, le dice no y en su lugar defiende valores reactivos: la compasión, la humildad, la resignación, la
obediencia, la renuncia.”
Asumir la muerte de Dios implica saber que se está sin brújula, sin valores. Esto es el nihilismo que, en su
aspecto negativo, es el movimiento histórico propio de la cultura occidental en cuanto cumplimiento de la esencia
de la metafísica, que había puesto lo verdaderamente ente como un más allá y, por tanto, conduce a una
aniquilación de los valores vitales. Pero, por otra parte, en la medida en que se muestra que no hay realmente
valores fundados fuera de la vida, el nihilismo es positivo, pues solo en ausencia de todo valor se hace patente la
necesidad de distanciarse de los antiguos valores y acometer su transvaloración, la creación de los valores
propios. El reconocimiento pleno de la ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir un sentido, para
que pueda surgir la presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí. Esta es la base que permite la
aparición del superhombre. El superhombre es el que asume con todas sus consecuencias la muerte de Dios y no
lo sustituye por otros valores (la ciencia, el Estado, la comunidad, la técnica, etc.),
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sino que asume plenamente la vida. En este sentido, es propiamente el más fuerte, el más noble, el señor, el
legislador, el auténtico filósofo, en cuanto que no precisa de unos falsos valores; es el que supera la prueba del
eterno retorno. Es el creador de “otro sentido”, no meramente el inversor del sentido de lo decadente, sino
creador de nuevos valores, razón por la que aparece como un demente para los “últimos hombres”. El
superhombre es el capaz de superar y transvalorar los valores reactivos y contrarios a la vida que han
caracterizado la historia de la cultura de occidente. No se trata, pues, de un individuo biológica o racialmente
superior, sino que el superhombre, que es “el sentido de la tierra”, es el más real de los sujetos, el que se opone
al “último hombre”, es decir, el que se opone al humano caracterizado por el resentimiento contra la vida.
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ser superhombre). Sin embargo el león al decir "yo quiero" ya no obedece más a los valores que han perdido su
fuerza operante y por tanto proporciona la libertad necesaria para el nacimiento del niño. Al enfrentarse a ese
“gran dragón”, al oponer un sagrado no al deber, deja espacio para la tercera transformación.
(...) el niño es inocencia y olvido, un empezar de nuevo, una primavera, un juego, una rueda que
gira, un primer movimiento, una santa afirmación
El niño no encierra ninguna negación en su espíritu, él ha perdido por completo el mundo y le dice sí a
todo. Este se asume por completo y llega de este modo a la más plena afirmación de sí mismo. Estando más allá
de los valores que sostenían la situación anterior surge la nueva creación de valores: el que se retiró del mundo
conquista ahora ‘su’ mundo. La dirección del proceso de las transformaciones del espíritu llega así a la
autoafirmación más completa y por lo tanto al crear.
El niño representa la creatividad espontánea, el jugar creando las propias reglas. Ese es el último estado
del espíritu. Luego de haber sido camello y cargar con todos los falsos valores, luego de haber sido león y
enfrentarse a ello, a Dios, a la Razón y a todos los “dragones” que cargaban al espíritu, luego de imponerles el
sagrado no, el espíritu se transforma en niño para imponer el santo sí, la propia creación de valores, desde el
propio individuo, desde la vida verdadera, sin apelar a ningún otro mundo ni autoridades más que a los principios
vitales de la vida, del individuo. Ese es el estado del espíritu del superhombre que predica Zaratustra, el que
asume con todas sus consecuencias que “Dios ha muerto”, y conquista su mundo, con su voluntad.
Selección de textos fuente
de “La voluntad de poder”
La calumnia platónica de los sentidos, la preparación del terreno para el cristianismo.
Las grandes concepciones «bueno» y «justo», están separadas de las primeras condiciones de que
forman parte (...) Detrás de ellas se oculta una verdad, se las considera como entidades o como signos de
entidades; se inventa un mundo en el que están como en su casa, un mundo del que proceden.
En resumen: el escándalo ha alcanzado su colmo en Platón. Era necesario desde entonces inventar
también el hombre abstracto y completo: el hombre bueno, justo, sabio, el dialéctico: en una palabra, el espantajo
de la filosofía antigua; una planta separada del suelo; una humanidad sin ningún instinto determinado y regulador;
una virtud que se «demuestra» por razones. Este es por excelencia «el individuo» perfectamente absurdo. El más
alto grado de la contra-naturaleza… (...)
Para Platón, como hombre de excesiva sensibilidad y de fantasía, el encanto del concepto fue tan grande
que divinizó y reverenció involuntariamente el concepto como forma ideal. Pretender que éstos -nuestras
interpretaciones y valores humanos- sean valores universales y tal vez constitutivos es una locura hereditaria de
la soberbia humana
¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, de antropomorfismos: en resumidas
cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido potenciadas, que han sido desplazadas y embellecidas y
que tras un largo empleo resultan sólidas, canónicas.
[El hombre metafísico] parte de un error inicial, o sea, creer que tiene ante sí cosas, como si fueran
objetos puros. Olvida así que las metáforas originarias de la intuición siempre siguen siendo metáforas y las toma
por las cosas mismas.
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El “mundo verdadero” – una idea que ya no sirve para nada, ni siquiera sigue siendo vinculante-, una idea
que se ha vuelto inútil y superflua, por lo tanto una idea refutada: ¡Eliminémosla! (...) Platón rojo de vergüenza.
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El problema que presento aquí (…) es el de tipo de hombre que se debe educar, que se debe querer
como el de mayor valor, como más digno de vivir, como más seguro del porvenir. Este tipo altamente apreciable
ha existido ya muy a menudo; pero como un caso afortunado, como una emoción, no fue nunca querido. Quizás,
por el contrario, fue querido, cultivado, obtenido, el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, aquel
animal enfermo que se llama hombre: el cristiano... (…)
No se debe adornar y acicalar el cristianismo: hizo una guerra mortal a cierto tipo superior de hombre;
desterró todos los instintos fundamentales de este tipo, de estos instintos extrajo y destiló el mal, el hombre malo;
consideró al hombre fuerte como lo típicamente reprobable, como el réprobo. El cristianismo tomó partido por
todo lo que es débil, humilde, fracasado, hizo un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la
vida fuerte; estropeó la razón misma de los temperamentos espiritualmente más fuertes, enseñó a considerar
pecaminosos, extraviados, tentadores, los supremos valores de la intelectualidad. (…)
Yo (y esto se adivina) entiendo la perversión en el sentido de decadencia; sostengo que todos los valores
en que hoy la humanidad que sintetiza sus más altos deseos son valores de decadencia. Considero pervertido a
un animal, a una especie, a un individuo, cuando pierde sus instintos, cuando escoge y prefiere lo nocivo. (...).
Para mí, la misma vida es instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta
la voluntad de poderío, hay decadencia. Sostengo que a todos los supremos valores de la humanidad les falta
esta voluntad; que los valores de decadencia, los valores nihilistas, dominan bajo los nombres más sagrados. (...)
Mientras el sacerdote sea considerado como una especie superior de hombre, el sacerdote, que es el
negador, el calumniador, el envenenador de la vida por profesión, no dará respuesta a la pregunta: ¿qué es la
verdad? Ya se ha invertido la verdad cuando el consciente abogado de la nada y de la negación es considerado
como el representante de la verdad...
Yo declaro la guerra a este instinto de teólogos: donde quiera encontramos sus huellas. El que en su
cuerpo tiene sangre de teólogo, tiene a priori una posición oblicua y deshonesta frente a las cosas. El pathos que
de aquél se desarrolla se llama fe: que es un cerrar los ojos ante sí de una vez y para siempre, para no padecer el
aspecto de una insanable falsedad. (...) Donde llega la influencia de los teólogos, el juicio de valor queda
invertido; verdadero y falso son necesariamente trocados; lo más nocivo a la vida, aquí es llamado "verdadero"; lo
que la eleva, la aumenta, la afirma, la justifica y la hace triunfar, se llama falso... (…)
Yo quiero escribir sobre todas las paredes esta eterna acusación contra el cristianismo, allí donde haya
paredes; yo poseo una escritura que hace ver aun a los ciegos... Yo llamo al cristianismo la única gran maldición,
la única gran corrupción interior, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante
venenoso, oculto, subterráneo, pequeño; yo la llamo la única inmortal vergüenza de la humanidad.
¡Y se computa el tiempo partiendo del día nefasto con que comenzó esta fatalidad, desde el primer día del
cristianismo! ¿Y por qué no mejor desde su último día? ¡Desde hoy! ¡Transmutación de todos los valores!...
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Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas.
Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se
transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
“¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente2te habrías
hartado de tu luz y de este camino. Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu
sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido
demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan. Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios
entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando
luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico! Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como
dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una
felicidad demasiado grande! ¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro
llevando a todas partes el resplandor de tus delicias! ¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra
quiere volver a hacerse hombre.”
- Así comenzó el ocaso de Zaratustra .
Zaratustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques surgió de
pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar raíces en el bosque. Y el anciano
habló así a Zaratustra: - No me es desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se
llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los
valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?
Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna. ¿No viene hacia acá
como un bailarín? Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un
despierto: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?
En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. ¡Ay!, ¿quieres bajar a tierra? ¡Ay!, ¿quieres volver
a arrastrar tú mismo tu cuerpo?
- Zaratustra respondió: “Yo amo a los hombres.”
-¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba
demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa
demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.
- Zaratustra respondió: “¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.”
- No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto con
ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti! ¡Y si quieres darles algo, no les des
más que una limosna, y deja que además la mendiguen!
- “No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.”
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Los dos animales de Zaratustra representan, respectivamente, su voluntad y su inteligencia. Le harán
compañía en numerosas ocasiones y actuarán incluso como interlocutores suyos.
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- El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los
ermitaños y no creen que vayamos para hacer regalos. Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus
callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol
salga, se preguntan: ¿adónde irá el ladrón?
¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué
no quieres ser tú, como yo, - un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?
- “¿Y qué hace el santo en el bosque?”, preguntó Zaratustra.
El santo respondió:
- Hago canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios. Cantando, llorando, riendo
y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo:
- “¡Qué podría yo daros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!”
Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos. Mas cuando Zaratustra
estuvo solo, habló así a su corazón: “¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído aún que Dios ha
muerto!” (...)
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¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando Señor ni Dios? Ese gran dragón no
es otro que el «Tú Debes». Frente al mismo, el espíritu del león dice «Yo Quiero».
El «Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus
escamas brilla con letras doradas el « ¡Tú debes! ».
Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: «todos
los valores de las cosas -brillan en mí. Todos los valores han sido ya creados. Y yo soy todos los valores creados.
Por ello, ¡ no debe seguir habiendo ningún 'Yo quiero!'». Así habla el dragón.
Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya en el espíritu un león así? ¿Por qué no basta la bestia de
carga, que renuncia a todo y es respetuosa?
Crear valores nuevos no es cosa que esté tampoco al alcance del león: Pero sí lo está el propinarse
libertad para creaciones nuevas; eso si es capaz de hacerlo el poder del león.
Para crearse libertad y oponer un sagrado «no» al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.
Crearse el derecho de nuevos valores -ése es el tomar más horrible para un espíritu sufrido y respetuoso. En
verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña.
En otro tiempo el espíritu amó el «tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y
capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por
qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un
primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego divino del crear se necesita un santo decir
«sí»: el espíritu lucha ahora por su voluntad, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo.
Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el
camello en león, y el león, por fin, en niño.
Así habló Zaratustra. Y entonces residía en la ciudad llamada La Vaca Multicolor.
Nota: Ficha realizada por el profesor Nicolás Olesker
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