Reflexiones Sobre La Novela Historica
Reflexiones Sobre La Novela Historica
Reflexiones Sobre La Novela Historica
NOVELA HISTÓRICA
José Jurado Morales (ed.)
Universidad
UCA de Cádiz
F U N D A C I Ó N
Servicio de Publicaciones
FERNANDO QUIÑONES
JOSÉ JURADO MORALES (ED.)
Historia y Literatura,
p o r JOSÉ M A R Í A M E R I N O 31
La novela histórica,
p o r JESÚS M A E S O 81
I I . L A MIRADA AJENA
Desde aquel inicio los altos y bajos sufridos por el género han culminado
en un estado de bienaventuranza que encuentra su origen más inmediato en el
año clave de 1975 -una vez más- con el fin de la dictadura. En tal coyuntura
se desata un afán por escribir del pasado inmediato - d e la posguerra franquis-
ta y de la guerra civil- como necesidad vital para comprender la experiencia
personal de los autores y el devenir colectivo de los españoles y como necesi-
dad literaria para contar de una vez por todas sin las trabas impuestas por la
censura. Se trata de una narrativa sustentada más en la memoria que en la docu-
mentación ya que muchos de los escritores habían sufrido la guerra como niños
o jóvenes y todos habían soportado los funestos efectos de la interminable dic-
tadura. La guerra civil y los vaivenes entre la ficción y la historia se converti-
rán en todo este tiempo en el eje de gran parte de los argumentos de la narrati-
va española actual con éxitos cercanos tan notables como Soldados de
Salamina (2001) de Javier Cercas. Esta reconstrucción del pasado inmediato se
ensancha muy pronto y alcanza un arco temporal que iría incluso más allá de
la época grecolatina y que encuentra quizás en los siglos medievales -como
ocurría con los románticos- su mayor fuente de inspiración. Aunque el núme-
ro de casos sería extenso, con citar algunas novelas renombradas podremos
hacernos una idea de su cultivo en los últimos treinta años: desde Urraca
(1979) de Lourdes Ortiz, El rapto del Santo Grial (1984) de Paloma Díaz-Mas,
No digas que fue un sueño (1986) de Terenci Moix, En busca del unicornio
(1987) de Juan Eslava Galán, y otras que pusieron de moda el género en los
años iniciales de la democracia, hasta novelas que han servido para la renova-
ción y enésima confirmación de autores consagrados -El manuscrito carmesí
(1990) de Antonio Gala, Olvidado rey Gudú (1996) de Ana María Matute, El
hereje (1998) de Miguel Delibes, La cuadratura del círculo (1999) de Álvaro
Pombo o Historia del rey transparente (2005) de Rosa Montero- o para la
revelación de nuevos nombres -El último Catón (2001) de Matilde Asensi,
Isabel, la Reina (2001) de Ángeles de Irisarri, María de Molina (2004) de
Almudena de Arteaga o La hermandad de la sábana santa (2004) de Julia
Navarro, entre los varios títulos de estas escritoras.
De la síntesis que acabo de trazar -de los orígenes, situación actual, tenden-
cias, épocas recreadas, escritores, obras, mercado editorial, posiciones de la crí-
tica y líneas de investigación- se da cuenta a lo largo de estas Reflexiones sobre
la novela histórica que publican conjuntamente la Fundación Fernando
Quiñones y la Universidad de Cádiz impulsadas por el deseo de atender a un
género por el que Fernando Quiñones siempre sintió atracción, como dio mues-
tras solventes en La canción del pirata. Vida y embarques del bribón Cantueso
(1983), novela finalista del Premio Planeta en la que reconstruye episodios de la
vida de un picaro en la España del siglo XVII, o en La visita (1998), donde narra
un encuentro de Marcel Proust con Leopoldo Alas, Clarín, a finales del siglo
XIX en Oviedo; e incluso en el ciclo poético de Las crónicas (1968-1998) des-
pliega su gusto por reconstruir tiempos remotos y espacios distanciados.
Me ha parecido pertinente como editor de este volumen colectivo distri-
buir los contenidos que siguen en dos bloques con el objetivo de ofrecer una
doble perspectiva, complementaria la una de la otra, sobre la creación y la difu-
sión de la novela histórica. El primero, titulado Reflexiones ante el espejo, cons-
ta de las consideraciones realizadas por los propios escritores. Me interesaba en
este sentido conocer cómo un autor se enfrenta a la escritura de una novela his-
tórica, cómo concibe la idea, cómo la desarrolla y cómo la analiza una vez publi-
cada. El segundo. La mirada ajena, recoge la labor crítica e investigadora lleva-
da a cabo por especialistas en el género y centrada en diferentes aspectos que en
breve resumiré. Se trataba en este caso de presentar un recuento interpretativo
de la historia del modelo en España con una particular y más extendida atención
al presente literario. El resultado global consiste en una suma de dieciocho capí-
tulos, amén de esta presentación, que desde luego no persiguen agotar el estu-
dio del género ni mucho menos servir de catecismo teórico, sino todo lo contra-
rio; buscan antes que nada plantear lecturas e interpretaciones remozadas de tex-
tos clásicos y actuales, infundir curiosidad al lector por los entresijos de lo que
se llama el taller del escritor, proponer ideas metodológicas y analíticas que
enriquezcan las ya existentes, procurar una información abundante pero asimi-
lada y contextualizada, cuestionar el bien o el mal que al presente literario le
hace una narrativa que tiende al estereotipo, y, en fin, sugerir nuevos caminos
para los investigadores y, quién sabe, para los mismos narradores.
Sin duda creo que en su conjunto las Reflexiones ante el espejo pueden
resultar sugerentes y funcionar como poética del género, pues en su diversidad
aunan apreciaciones que van desde las nacidas del sentido común - y que por
tanto no sorprenderán pero sí confirmarán lo sospechado por cualquiera- hasta
las surgidas del ingenio y la experiencia de los años - y que maravillarán. En sus
páginas estos escritores desentrañan la concepción de las novelas históricas, asu-
men la dificultad para definirlas y sistematizar sus requisitos e incluso dudan de
su singularidad más allá del marco histórico, ponen los límites a tanta publica-
ción que se presenta como tal, meditan sobre las fronteras entre la ficción y la his-
toria y entre el escritor y el historiador, recapacitan sobre la pertinencia de los
membretes (novela histórica, historia novelada, etc.) y de las parcelaciones gené-
ricas y subgenéricas (novela histórica, policiaca, erótica, etc.), exponen cuál
puede ser la finalidad de los relatos históricos (¿entretener?, ¿entender el pasa-
do?, ¿entender el presente?, ¿ostentar erudición?, ¿dar una versión veraz de lo
ocurrido?), y, ya en el terreno personal, explican el proceso que siguen en su ere-
ación, valoran lo dicho de sus obras por la crítica, o confiesan cuánto hay de
invención y cuanto de documentación en estas. A tal ramillete de interrogantes y
dilemas que acabo de desplegar y a algunos más se enfrentan desde sus posicio-
nes de escritores curtidos y lectores avezados Lourdes Ortiz, José María Merino,
Paloma Díaz-Mas, Antonio Gómez Rufo, Juan Miñana y Jesús Maeso, que hil-
vanan juicios generales con matizaciones aplicadas a sus respectivas novelas.
Abren La mirada ajena dos capítulos que fijan los orígenes del género y sus
primeros pasos en la España decimonónica. Margarita Almela (UNED, Madrid),
con un sintético a la par que completo y argumentado recorrido por "La novela
histórica española durante el siglo XIX", examina desde las influencias de
Walter Scott y Chateaubriand en las primeras narraciones históricas españolas
en pleno periodo romántico hasta las novelas arqueológicas de Juan Valera. Por
su parte, María-Paz Yánez (Universidad de Zürich) contribuye con "Algunas
consideraciones sobre Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, de
Espronceda", estudio de una novela esencial para comprender el nacimiento del
género en España con un análisis de la asimilación y manipulación de la deuda
scottiana, de la función de la historia, y del alcance de un cuento inacabado que
narra un bandolero en un punto determinado de la trama.
Lourdes Ortiz
(Escritora)
Como pueden observar ustedes los límites parecen muy pequeños e impre-
cisos entre uno y otro tipo de texto. Y esos límites se difuminan todavía más
cuando los editores organizan colecciones para la venta al gran público que inclu-
yen textos de muy diversa índole bajo el título genérico de novela histórica.
Pero no sólo los dramaturgos o los poetas épicos han utilizado personajes his-
tóricos o legendarios, desdibujados por el tiempo y la memoria para plantear el
drama humano y volver a contarlo desde su personal visión del mundo. También
los novelistas han hurgado en el pasado y han elegido el hecho histórico o el
monarca o la reina para construir su relato. Desde la novela bizantina, desde los
orígenes mismos de la novela, donde la figura de Alejandro, un Alejandro mítico
se convierte en protagonista de hazañas y relatos fantásticos. El novelista juega
con el pasado y el presente o con un futuro probable o imaginario y lo convierte
en materia novelesca. Desde perspectivas muy distintas según el autor y según la
época. Cada uno desde su propia voz, desde su estilo inconfundible. ¿Es novela
histórica, como querría el crítico perezoso que todo lo incluye en algo híbrido a lo
que llama subgénero, La educación sentimental de Gustave Flaubert o es simple-
mente una gran novela, a pesar de lo que allí se cuenta sean las jornadas revolu-
cionarias de 1830 y la decepción de esos jóvenes burgueses que lucharon en las
barricadas? ¿O son sólo novelas históricas las que escribieran Walter Scott y
Alejandro Dumas, simplemente porque son novelas de acción, más o menos
divulgativas y se dirigen al gran público, reconstruyendo un pasado medieval y
heroico? ¿Incluiríamos ahí a Los Episodios Nacionales de Galdós? ¿Y qué haría-
mos entonces con Guerra y Paz de Tolstoy? ¿Es menos novela que Ana Kareninal
¿Le ponemos el adjetivo histórico al lado para entendernos o la situamos simple-
mente entre las grandes, magistrales novelas que Tolstoy escribió? Habían pasado
casi ochenta años desde los hechos que narra. ¿Definimos como novela histórica
a La Cartuja de Parma con el joven Fabrizio del Dongo paseándose por las gue-
rras napoleónicas o las grandes novelas de Faulkner que reconstruyen ese mundo
ya mítico en su tiempo del Sur confederado y la guerra civil? Y sin irnos tan lejos
¿es simplemente otra gran novela de Vargas Llosa La muerte del chivo, que
reconstruye casi documentalmente la época negra de la dictadura de Trujillo, o es
que hay que considerarla dentro del subgénero -tan querido últimamente por los
críticos ventrílocuos- de novela histórica?
¿Por qué esa mirada sobre la historia? ¿Por qué esa elección del personaje
histórico, tan cargado ya de referencias y de connotaciones? ¿Por qué la vuelta
al pasado como pretexto? Se cuenta desde el hoy (por eso son tan insoportables
esas pretendidas novelas "históricas" que hacen arqueología y quieren recons-
truir el lenguaje del XVII o esas obras de teatro -en diversos Jurados he tenido
que tragarme varias de esas obras- que pretenden emular el lenguaje de Tirso o
de Lope y hacen un popurrí mal traído de términos o locuciones de época para
contar las tropelías de la Inquisición o los amores de Felipe II).
Si uno quiere hablar del poder, de sus desmanes, o simplemente de las para-
dojas de su ejercicio, esos personajes vuelven a servirnos como materia nove-
lesca o dramática. El gobernante es máscara cambiante que va siendo montada
o desmontada por las sucesivas generaciones. Las pasiones son intemporales: la
envidia, la avaricia, el miedo, los celos, la ambición, el amor. Si hablamos de
Felipe II o del príncipe Carlos volvemos a hablar de nosotros mismos. Carlos,
ese príncipe desdichado que tan querido fue de los románticos, como símbolo
de la opresión o de la rebeldía. Para muchos hoy, un enfermo, un tarado, un his-
térico. Depende. Y ahí está la capacidad del novelista para construir su Carlos.
Respetando, si se quiere, los datos históricos -que siempre serán pocos y oscu-
ros, manipulados desde el comienzo- pero penetrando en esa curiosa y tortura-
da personalidad, eligiendo el punto de vista. Carlos romántico para los románti-
cos, niño terrible para los modernos o simplemente un pobre idiota. O la de
Eboli, o Escobedo. Asuntos de poder, pero también de pasiones cruzadas, que
podemos volver a mirar y a contar con lo que ahora sabemos, para hablar de nos-
otros y no de ellos. Y muchas veces la novela, las buenas novelas y no la torpe
historia novelada, penetra mucho más allá y nos da una visión más rica y más
verdadera de lo que la historia nos cuenta, sobre una época y unos personajes.
La novela es así una indagación sobre el corazón humano y los mismos hechos
pueden volver a ser desmontados y analizados desde otro ángulo.
Las buenas novelas - y también las malas, desde luego- pueden jugar con
la historia, adueñársela, convertida ya en elemento de ficción. Pero, como he
afirmado antes, puede al mismo tiempo alumbrar sentidos nuevos sobre la his-
toria, descubrir facetas inéditas de una realidad ya contada. La novela es un
terreno de libertad. La historia, la crónica, suele estar al servicio de ideologías o
de poderes, o si no está limitada por el dato - y cuanto más objetiva se pretenda,
menos podrá improvisar a partir de esos datos que son siempre fríos, despoja-
dos de sentido o de sentidos y sobre todo de intenciones. La novela permite
transpirar, intuir, abrir fisuras y preguntas, introduce la reflexión y el sueño y
como no está sometida al síndrome de la "Verdad" con mayúscula, sino sólo a
la verdad de la ficción puede adentrarse en terrenos y sugerencias que la histo-
riografía ha desterrado o despreciado, abriendo nuevas luces sobre la historia
oficial y sobre todo introduciendo la desconfianza sobre el dato. Dato que con
su peso parece negar cualquier versión diferente. Hoy sabemos que el dato-dato
es precisamente lo que más puede construirse, inventarse e imponerse como
obvio.
Pero acaso no tenga interés revisar una dicotomía tan antigua, sino intentar
descubrir los aspectos en que Literatura e Historia pueden encontrar elementos
susceptibles de armonizar el antiguo enfrentamiento, en unos tiempos en que se
manifiesta una recuperación del interés por el género literario de la ficción his-
tórica.
No obstante, tal vez es ahora cuando por primera vez se puede hacer una
visión de Literatura e Historia en que pueda armonizarse, en algunos puntos, lo
que antes parecía irreconciliable. Ya he señalado en otra ocasión que la mirada
del historiador escoge, entre el confuso y caótico cúmulo de los sucesos de la
realidad, los que le parecen más relevantes para ordenar su narración de los
hechos y conducirla en un sentido. Y al seleccionar unos aspectos sobre otros,
al dar mayor o menor énfasis a determinadas actuaciones, selecciona para su
narración los aspectos que considera más significativos.
Es difícil que haya novela - y cuento- sin que exista movimiento, tensión
dramática, que no solo está en la intriga, sino en la capacidad de generar en el
lector un interés decidido por continuar leyendo. Pero también es difícil que
haya Historia sin que el historiador haya ordenado los sucesos y presentado las
acciones desde una perspectiva que conduzca al lector por cierto camino, no
solamente lógico, de interés. En la pura descripción debe haber también cierta
tensión, porque acaso la tensión sea una de las características innegables en ese
devenir ciego y caótico de los acontecimientos sociales. Quizá la diferencia fun-
damental entre las dos es que la Literatura, la novela, solo puede existir si, del
modo que sea, resulta de su artificio una recreación de vida, mientras que en los
panoramas que la Historia presenta no se pretende que se muevan seres vivos y
palpitantes, sino formas espectrales y quietas.
Si la narratividad es el territorio natural de Literatura y de Historia, acaso
la novela histórica, más allá de la falsificación de lo histórico y de la desvirtua-
ción de lo novelesco que denunciaba Ortega, sea capaz de construir una especie
de espacio simbólico donde ambos géneros, a través de la hibridación, puedan
conseguir una peculiar armonía. El dilema del autor estaría en cómo administrar
lo real -acciones, hechos, cifras, datos- y cómo mezclarlo con lo ficticio, elabo-
rado desde lo imaginario, que debe gravitar principalmente en la reconstrucción
de conductas y atmósferas. Hay que recordar que la ficción es una categoría
diferente de la verdad y de la mentira, un tercer género establecido a través de
una ya antigua convención que, en el caso de la novela, tiene mucho que ver con
la secularización de la vida social y el nacimiento del libre pensamiento. Ese
equilibrio entre datos reales y recreación ficticia incidirá sin duda en el buen
resultado final.
Pero no se puede olvidar tampoco que las novelas, históricas o no, son prin-
cipalmente obras literarias, productos de la creación artística, y que una novela
puede ser una obra maestra de la invención literaria aunque resulte totalmente
caprichosa desde el respeto a las pretendidas referencias históricas que incluye,
del mismo modo que una fidelísima reconstrucción novelesca de un suceso his-
tórico puede resultar una pésima pieza literaria.
Paloma Díaz-Mas
(Escritora. CSIC)
Las preguntas suelen apuntar a diversos aspectos: desde los más generales
o inconcretos (cuál suele ser el motivo que nos impulsa a escribir, si es acerta-
do o no el concepto de inspiración), hasta los más técnicos (cómo se crea el
argumento, cómo es el proceso por el que se conciben los personajes, cómo y
por dónde se empieza a escribir, cómo y por qué se elige un estilo u otro, una
voz narradora, un punto de vista) o materiales (a qué ritmo se escribe, en qué
momentos y durante cuánto tiempo, utilizando qué instrumentos); también me
suelen preguntar acerca del papel de lo cultural o lo autobiográfico en mi pro-
pia escritura (qué hay en lo que escribo de imitado, de cita irónica y hasta de
pastiche; hasta qué punto se reflejan las vivencias personales en todo lo que se
escribe, etc). Y, desde luego, sobre los objetivos de mi propia labor como escri-
tora: para quién y para qué se escribe.
Por eso muchas veces el escritor descubre en el diálogo con los lectores
facetas en las que no había reparado, detalles que introdujo en la obra casi sin
darse cuenta y que el lector sagaz descubre y pone de relieve para sorpresa del
propio autor que, confundido, no tiene más remedio que balbucear: "es verdad,
es cierto, eso está en mi novela, pero... no me había dado cuenta".
Uno pensaría que, tratándose de novela histórica, resulta obvio que el impul-
so inicial es la reflexión sobre una época determinada, y que es el deseo de recre-
ar, comprender o reflexionar sobre esa época lo que induce a escribir. Lamento des-
ilusionarles: en mi caso, no es así. Lo que me suscita el deseo de escribir ficción
histórica (y en ella incluyo no sólo mis novelas, sino varios cuentos míos ambien-
tados en épocas pasadas) no suele ser el pensar en una época, sino el contacto con
algo material: un lugar o un objeto. Objetos del pasado han inspirado algunos de
mis cuentos; pero como ahora quiero centrarme en las novelas, no puedo dejar de
señalar que las dos que he mencionado tienen un mismo punto de partida: el deseo
de explicar a la luz de la historia un lugar en el que yo he estado2.
Aunque menos evidente, algo parecido pasó con La tierra fértil. El capí-
tulo inicial o prólogo de que les he hablado, en que un personaje actual recorre
un paisaje y reflexiona sobre su pasado, podría entenderse como un mero artifi-
Cuando se pregunta esto, se suele pensar, desde luego, que cada escritor
tiene su forma de trabajar y la pregunta lleva implícito ¿cómo es en su caso?
Pero pocas veces se contempla que un mismo escritor puede tener, en distintos
momentos, distintas formas de abordar la escritura, distintos métodos para dis-
tintos trabajos.
4. Los personajes
Una de las preguntas más reiteradas es qué nace antes, si los personajes o
el argumento. Es decir, si el argumento es el desarrollo de las peripecias de unos
personajes previamente concebidos (como si el autor fuera una especie de dios
creador que echa al mundo a sus criaturas y espera verlas vivir) o, al contrario,
la creación de personajes está supeditada a un argumento previamente concebi-
do (como si los personajes fuesen fichas de un juego a cuyas reglas predetermi-
nadas deben someterse).
Dudo mucho que un escritor sea capaz de escribir una narración por el pro-
cedimiento de crear unos personajes y esperar a que éstos actúen: no actuarán si
el escritor no les da cuerda y los guía hacia un fin; pero tampoco creo que pueda
crearse un personaje convincente (un caracter, utilizando un anglicismo) si el
autor no concibe al personaje como una persona, sino como una ficha de ajedrez
sin carne, sólo supeditada al mecanismo de la trama. Así que nuestros persona-
jes son al mismo tiempo personas y autómatas y en la búsqueda del equilibrio
entre lo que tienen de perfiles humanos y lo que tienen de máscaras está una de
las dificultades de la novela.
A veces, el autor tiene muy claro que quiere crear un personaje con unas
determinadas características y ese personaje se le insubordina, por así decirlo,
empieza a funcionar de una manera distinta a la inicialmente prevista: es que la
trama y la coherencia del conjunto narrativo se han impuesto sobre las caracte-
rísticas con que inicialmente concebimos el personaje. Otras veces un persona-
je surge precisamente del conjunto de la novela, como si saliera de la espesura
de un bosque en el que ha estado escondido.
3. Una cuestión que no tengo tiempo de tratar aquí es cómo elegimos nombres para nuestros
personajes, y qué función tiene la antroponimia como recurso literario. Véase al respecto
mi artículo "Los nombres de mis personajes", en El oficio de narrar, ed. Marina Mayoral,
Madrid, Cátedra, 1989, págs. 107-120.
Cuando llegué al momento en que un criado tiene que traicionar a la casa
de Bonastre y sembrar en ella la ruina, reapareció Mataset como si saliese él
solito por su pie de las caballerizas del castillo, en las que hasta entonces había
estado trabajando: su resentimiento por la humillación sufrida, su no curado
odio por el señor, su sentimiento de agravio con respecto a los hijos del señor a
los que sirve, lo hacían candidato ideal para convertirse en el traidor de la his-
toria; su traición adquiría así una justificación social y moral, la del criado humi-
llado y el campesino oprimido que se rebela. La de quien ha estado sufriendo
humillaciones durante años y encuentra el momento de su venganza.
Pero el personaje más importante de una novela es la voz del narrador (no
confundir, por favor, con la voz del autor). Y ello por una razón: la novela es un
acto de lengua y es la voz del narrador (y no la del autor ni la de los personajes)
quien determina el lenguaje elegido. Una novela en la que se note discrepancia
entre el narrador que se supone y la lengua que se utiliza, directamente no fun-
ciona, porque no resulta creíble.
Algo más sencillo fue procurar que se notase que la voz del narrador hablaba
de y desde Cataluña, porque se trataba sólo de jugar un poco con las palabras: a lo
largo de toda la narración, hay sutilmente infliltrados una serie de catalanismos.
Unos son catalanismos crudos, introducidos en mitad del discurso castellano
(balma, carderola 'jilguero', rupit 'petirrojo', etc); otras son elecciones léxicas en
que vienen a confluir el catalán y el castellano {pasadizo, por 'pasillo') o el catalán
y el castellano antiguo (escaque 'ajedrez') o que son catalanismos en castellano
0esparver 'halcón', que puede ser provenzal o catalán). En todo caso, no se preo-
cupen, porque ya me he ocupado yo de que el discurso se entienda sin que lo estor-
be la presencia de esas palabras catalanas. Pero me parecía que en una novela que
se desarrolla en Cataluña no podía dejar de estar presente la lengua catalana.
Naturalmente, una pregunta que no puede faltar es ¿para qué y para quién
se escribe? A lo segundo, mi respuesta será muy simple: para ustedes, claro.
Entendiendo por ustedes ustedes mismos o cualquier otro usted, a ser posible
desconocido. Creo que sólo los autores muy comerciales tienen presente el tipo
de lector al que se dirigen: más que en un lector están pensando en un posible
cliente, a cuyo perfil acomodan las características de su escritura.
La respuesta la encontré una vez en un libro del poeta Antonio Colinas que
se titula Tratado de armonía:
Para ese lector es para el que escribimos los escritores que amamos la lite-
ratura (que, por sorprendente que parezca, creo que no somos todos los escrito-
res).
lizado lo opuesto -la deuda de la novela histórica con el ensayo y la erudición- en "Del
ensayo histórico a la novela histórica", Boletín Hispánico Helvético 6 (otoño 2005), págs.
111-124.
LA NOVELA HISTÓRICA COMO PRETEXTO
Y COMO COMPROMISO
Antonio Gómez Rufo
(Escritor)
Esta situación cinematográfica, tan brillante desde el punto de vista del len-
guaje del cine, y sin embargo tan diferente del lenguaje narrativo, me sirve como
excusa para volver a pensar en la dificultad que entraña para mí (no sé si para
todo el mundo) delimitar los géneros literarios por sí mismos, cuando tal vez
deberían establecerse por la finalidad que cumplen. O, en todo caso, me obliga
a plantearme una y otra vez qué ha de considerarse género literario y en dónde
situar cada obra. ¿Por qué estamos seguros de que una novela es de aventuras,
de amor, histórica, de misterio, de ciencia-ficción, erótica, intimista, costumbris-
ta, infantil, juvenil o de cualquier clase de género o subgénero de los que se han
establecido en el pasado o aún hoy se siguen estableciendo? ¿Dónde están los
límites, las fronteras, entre los géneros literarios? Es más, y estas preguntas
nunca he sabido contestarlas ni nadie me ha convencido con sus respuestas:
¿Quién decidió que Alicia en el país de las maravillas es un cuento infantil? ¿Y
que El principito también lo es? ¿O que Orwell escribía o no ciencia-ficción
cuando trabajaba sobre 19841 ¿Por qué sí? ¿Y por qué no?
Empezaré señalando algo que parece obvio en esta época, y ello es que el
interés por el género, aun no siendo nuevo, sufrió un desbordamiento popular
con la publicación en España de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, hace
ahora veinte años. El nombre de la rosa: una novela medieval, y sobre todo
medievalista, de lectura difícil y trama policíaca que supuso un acontecimiento.
Confieso que cuando la leí, a mí no me pareció una novela histórica; al menos
no era, para mí, lo que siempre había entendido por novela histórica. Pero el
hecho de que recrease un periodo histórico concreto, que los personajes forma-
sen parte de un modo de ser determinado históricamente y que el juego de tra-
mas y paisajes definiese con verosimilitud una época, se aliaban para que el
resultado pudiese ser considerado prototípico. Así lo decidió todo el mundo,
pero yo aún conservo mis dudas. El nombre de la rosa fue, así, una novela his-
tórica, o la novela histórica por excelencia (hasta entonces se había dado tal con-
sideración y mérito a Yo, Claudio, de Graves) y la aparición del texto de Eco
supuso un importante auge del género no sólo en Europa, sino también en los
Estados Unidos y en toda América Latina.
Pero, ¿era, o es ciertamente una novela histórica? ¿No es una novela poli-
cíaca, sobre todo? Y si aceptamos que lo es, ¿en qué consiste entonces el géne-
ro histórico, narrativamente hablando?
Tal vez debamos intentar fijar esta cuestión antes de seguir adelante porque,
si tenemos que abordar los fines instrumentales de la novela histórica, tal y
como nos proponemos, parece lógico definir previamente qué consideramos por
novela histórica y qué características reúne el género así denominado. Aunque,
por muchas vueltas que le demos, a mí me parece que, al igual que en Derecho
se apela en última instancia a la voluntad del legislador a la hora de interpretar
una ley sobre la que no hay forma de ponerse de acuerdo, en literatura habrá, en
ocasiones, que intentar descubrir la voluntad del escritor para establecer con
meridiana claridad si la novela que estudiamos es, o no es, una novela de tal o
cual género.
Vayamos por partes. Desde hace muchos años se viene debatiendo sobre el
género literario sin que los estudiosos se pongan de acuerdo nada más que en
una cosa: en que la novela actual propende a ser intergenérica. Puede que Pérez
Reverte pretenda escribir novelas históricas y que Miguel Delibes, con El here-
je, quisiese escribir una novela de aventuras. Quién sabe si Robert Graves con-
sideró escrupulosamente su Claudio, el dios y su esposa Mesalina como una
novela histórica, o Margarita Yourcenar decidió hacerla con sus Memorias de
Adriano. Pero, ¿acaso ellos pretendían escribir una novela histórica y sólo his-
tórica? ¿Acaso lo pretendió así Chateaubriand al escribir Los mártires del
Cristianismo, o Sienkiewicz con Quo Vadis?, o Filóstrato al componer la Vida
de Apolonio o Plutarco con sus Vidas paralelas? ¿No es más correcto pensar que
tanto Filóstrato como Plutarco pretendieron escribir biografías sin considerar
que los elementos de ficción que introducían en los textos convertían sus obras
en novelas históricas? En fin, ¿querían todos ellos que sus libros fuesen novelas
históricas y sólo eso? No lo sé, pero desde luego no es mi caso cuando escribí
La leyenda del falso traidor, por mucho que se tratase de unas memorias de
Bruto en la época determinada del siglo I antes de Cristo y con una recreación
pretendidamente impecable de la Roma de Julio César.
Por otra parte me gustaría partir de una afirmación que puede parecer evi-
dente pero no por ello carece de cierto contenido paradójico: que Historia y
Novela son conceptos antitéticos, pues mientras la Novela es una ficción, la
Historia es la exposición imparcial y objetiva de una verdad. O al menos eso
deberían ser una cosa y otra. Partiendo de esa realidad, ¿no estamos ante una
paradoja?; ¿cómo es posible la existencia de eso que llamamos "novela históri-
ca"?
Dice Carlos García Gual que en general llamamos novela histórica a la fic-
ción implantada en un marco histórico que recrea una atmósfera mucho más
atractiva, entretenida y sugestiva que la que se contienen en las meras descrip-
ciones que realizan los historiadores en sus cátedras y en sus tratados. Y añade
que "si el protagonista es de verdad un gran héroe, la novela nos ofrece una
visión más próxima, más íntima, más sentimental que la que se cuenta en las
crónicas. En definitiva, la peripecia dramática viene presentada en un contexto
histórico que determina, en cierto modo variable, el destino de esos personajes".
Por otra parte, además de las tres condiciones imprescindibles que se inclu-
yen en la definición del profesor Salvador (ficción, ambientación y verosimili-
tud), creo que existe un cuarto componente imprescindible para que una novela
se pueda considerar histórica. He leído en algún sitio, expresado de una manera
un poco críptica, que el deber de la novela histórica es evocar un tiempo lejano
y procurar conmover al lector, para que en el proceso de la lectura sienta que
comparte las inquietudes de los personajes, se crea involucrado en la peripecia
o pueda comparar situaciones y responder preguntas que él mismo se hace en el
momento social en que vive. Creo que puede expresarse con mayor claridad: me
parece que una novela histórica debe ser una excusa o pretexto para abordar
hechos o situaciones con las que el lector de hoy sienta una especie de identifi-
cación. Es a lo que llamo pretexto, cuando utilizo este término en relación con
la novela histórica. También me gusta la definición que hace Paloma Díaz-Mas
cuando, hablando del proceso de creación de una novela histórica, dice que "el
motor creativo es algo que tiene que ver con las huellas que ha dejado el pasa-
do en la actualidad". Coincidimos, y por eso en este concretísimo aspecto es
donde se enmarcan estas palabras sobre "La novela histórica como pretexto y
como compromiso".
La leyenda del falso traidor contiene, creo yo, todos los elementos para ser
considerada una novela histórica. Y no sólo porque me obligara a compilar una
exhaustiva documentación sobre la Roma del siglo I a.C. Aún puedo acordarme
del estado de mi cuarto de escribir durante aquellos años: las paredes estaban
cubiertas de mapas, cuadros, gráficos y árboles genealógicos; por el suelo, des-
plegado a modo de una maqueta bidimensional, se extendía una reproducción
exacta de la ciudad de Roma en aquella época. Sobre la mesa de trabajo, fichas
y libros señalados por separadores me informaban en cada momento de los
hechos, las fechas, los personajes y los aconteceres que daban continuación a las
memorias de Marco Junio Bruto, desde la vida de sus antepasados hasta su
muerte, pasando por sus años de docencia, sus cargos públicos, su matrimonio
y el asesinato de Julio César. Una novela (por tanto ficción), con una ambienta-
ción que intenté lo más esmerada posible, con unos personajes reales en su
mayoría y una verosimilitud total, desde mi punto de vista; aunque bien es cier-
to que la libertad que da la fabulación me permitió jugar con esa manipulación
interesada que me brindaba la posibilidad de demostrar que Bruto no mató a
Julio César, que era hijo suyo y que su acción era un acto épico para lograr la
libertad de Roma. En definitiva una novela histórica desde el punto de vista for-
mal, como exigía la definición del profesor Salvador Miguel.
Pero, al margen de la anécdota, que carece de interés puesto que la obra está
ya publicada y por lo tanto se ha dado a conocer, insisto en el género histórico
a que pertenece por razones que, si les parece, resumiré brevemente.
Sería mucho decir que El alma de los peces trata de todo ello; y además
sería falso. Porque de lo que trata es del origen de todo aquello y, aún más con-
cretamente, de un personaje que pudo ser el Adán que nos expulsó a todos de un
paraíso al que cien años después aún no sabemos si nos gustaría volver. En todo
caso, jamás volveremos.
Por ello es una novela histórica: porque es verosímil. Y porque el autor, per-
donen la insistencia, lo decidió así al escribirla.
Dos inmensas paradojas, lo sé; pero dos metáforas sublimes, también, para
que quienes nos esforzamos en crear, y los que nos deleitamos leyendo, no per-
damos nunca la perspectiva final, aquella que nos indica cuál es el camino por-
que sabemos de dónde venimos, quiénes somos y, finalmente, adonde queremos
ir. Las grandes y eternas preguntas que hacen del ser humano un manojo de
dudas, como yo lo soy, y de la humanidad entera algo más que una especie culta:
una sociedad intelectual.
LAS TRAMPAS DE LA PARODIA
EN LA NOVELA HISTÓRICA
Juan Miñana
(Escritor)
1. Presentación
3. Motivos personales
Cómo no, las lecturas de cabecera, la gratitud como lector a nombres como
Walter Scott o Thorton Wilder, Mika Valtari o Laszlo Passuth, Anatole France,
Flaubert, Sthendal, Alejo Carpentier o Mújica Lainez, o los españoles Galdós, Valle
o Ramón J. Sender, que abordaron el relato histórico desde su peculiar punto de
vista literario. Cada uno de ellos constituye una aproximación distinta al género.
También -lo apuntaba al principio- debo reconocer la labor de historiadores con el
don de la sugestión, y por citar sólo unos pocos, al margen de los grandes historia-
dores clásicos con extraordinarias dotes narrativas, como Herodoto o Tito Livio,
que siempre están ahí para ser revisados, recuerdo más recientemente lecturas de
Jaques Le Goff o Georges Duby, que nos hicieron soñar con la edad media; de
Carcopino, que escribió una introducción a la vida cotidiana en la vida de la Roma
imperial, con el fin de estimular a sus alumnos, y cuyas descripciones nos dejan tan
prendados como la mejor literatura. Y ningún escritor que se haya aventurado por
la España de los Austrias, o esté a punto de hacerlo, puede evitar el placer de des-
cubrir la capacidad de fascinar de historiadores como Deleito y Piñuela.
En La playa de Pekín, publicada en 1996, para hablar sobre cómo los sue-
ños incumplidos pueden dejarse en herencia, dibujaba a un inadaptado, un mar-
ginal, que sobrevivía con esos sueños heredados, que no eran más que recrea-
ciones idealizadas del pasado plasmadas en un cuadro de Nonell, su única pose-
sión de valor en una casa vacía. Es la historia como refugio.
Pero si debo elegir una novela mía de corte más genuinamente histórico, en
la que coinciden más elementos de la narrativa histórica, me quedo con El
Jaquemart, publicada en 1991 y reeditada en 1992 y en 2000. El Jaquemart es
la novela que pone más difícil mi empeño de no considerarme un escritor de
novela histórica. Como si hubiese tenido cerca un hipotético manual del géne-
ro, en ella recreo la vida de un relojero de corte de los Austrias, etapa preferida
por nuestros novelistas para viajar al pasado. Describo situaciones intemporales
para recalcar la vigencia de ciertos temores colectivos -la muerte, la decaden-
cia, el paso del tiempo-, la vigencia de ciertos ilusorios remedios colectivos -en
este caso un autómata que hoy podría sustituirse por la alta tecnología. Y sobre
todo uso el idioma como elemento principal de la puesta en escena, todo ello a
la luz de una parodia en el sentido más estilizado del término, es decir, siendo
fiel a la etimología griega, en el sentido de "canto con arreglo a", y sin renun-
ciar a algunos elementos, más comunes, de recreación humorística. Sólo que esa
luz de la parodia, como se verá, iluminó algunos hechos inesperados.
4. Items paródicos
Viajar al Siglo de Oro, para un escritor joven, supone una mezcla de osa-
día y de inconsciencia. Puedes armarte del espíritu más burlón, de la escatolo-
gia más gruesa o de la más fina ironía. Jamás vas a poder rivalizar con el inmen-
so, trágico sentido del humor de los clásicos. El descubrimiento del humor
surge, literariamente, al mismo tiempo que la tragedia moderna. El humanismo
había reivindicado la intemporalidad del humor greco-latino. Se redescubrió
que Homero había tenido sus parodiadores, menos solemnes y algo menos cor-
tesanos. Aristófanes fue un aguijón continuo para la tragedia griega. Lo mejor
de Juvenal, fueron sus sátiras de la incesante crónica autocomplaciente que
Roma se dedicaba a sí misma desde Virgilio. Nada nuevo bajo el sol, pues.
Coges recado de escribir, te presentas en el siglo XVII, y lo primero que descu-
bres es que es terriblemente difícil parodiar la parodia, lo que en mi caso deri-
vó, como apuntaba antes, en un replanteamiento del tono humorístico, sutilizán-
dolo, e incurriendo algunas veces en el humor negro. El humor caritativo de
Cervantes o el humor misántropo de Quevedo están bien como están. No nece-
sitan palimpsestos ni remedos torpes.
El joven autor, que acaba de sentar sus reales en el Siglo de Oro, tiene que
reconocer que hace falta un sentido del humor muy grande para sobrevivir allí.
No en vano Cervantes, en la cima de su intención paródica sobre los libros de
caballerías, de lo que finalmente se burla, con su mezcla inigualable de morda-
cidad y caridad, es de la falta de humor del héroe clásico. Había que tener cui-
dado, pues, con la ambición literaria propia en ese terreno en el que aún respi-
ran los más geniales parodiadores de las ansias humanas de grandeza.
Parodiadores que cuando rebajaban su humor, rebajaban también su genialidad:
es el Cervantes que caía en la retórica renacentista tantas veces parodiada, o el
Quevedo capaz de parodiar a Ariosto, a sí mismo como hombre de su tiempo, a
sus rivales políticos y literarios, como Góngora, y que a veces, como el alguacil
alguacilado, caía en un tipo de poesía más canónica y pretenciosa.
4.3. Trampa para escenógrafos exigentes: la ciudad vista con otros ojos
Y sucedió que la ciudad me brindó una curiosa sorpresa, casi una humora-
da. El mejor lugar para reconstruir documentalmente aquella época era el anti-
guo hospital donde transcurre la trama de El Jaquemart, convertido desde hace
100 años en una impresionante biblioteca de salas góticas. Naturalmente, me
había equivocado: no todas las crónicas son sumariales. Algunas, como los
libros de registro del hospital, te sumergían con todo lujo de detalles y sugestio-
nes en la época austríaca. Las horas de biblioteca - o de hospital- se prolonga-
ron, y acabé siendo la parodia de un 'paciente del siglo XVII' antes que un lec-
tor esperando más carretillas con libros solicitados. Después salías a la calle y
se obraba la maravilla: la ciudad podía ser medieval, renacentista, barroca o
engañosamente contemporánea. Todo estaba sobrepuesto esperando miradas
desde uno u otro ángulo. El problema era que la autosugestión resultaba tan
agradable que no siempre apetecía salir del perímetro urbano de la imaginación
y la historia recreada. La verdad es que resultaba un placer perderse adrede en
ese callejero fabuloso sin ninguna prisa por encontrar las calles que devolvían a
la realidad del presente.
Un corsé de erudición, por prestigioso que sea, puede llegar a ahogar el arte.
En el mejor de los casos, confiere una obvia rigidez a los personajes que preten-
de avalar y dar verosimilitud con toda clase de documentos históricos. Por lo
mismo, si concebimos el lenguaje como parte de la puesta en escena, podemos
disfrazarlo con acierto o asfixiarlo por los terciopelos de teatro. El equilibrio
entre rigor y fantasía es la clave, y si el novelista tiene bastantes ganas de jugar,
no hay nada más divertido que el acertijo continuo, planteado subliminalmente al
lector, de si cierto pasaje insólito refleja un episodio histórico bien documentado
o una fantasía bien encajada en la coyuntura histórica de la novela.
¿Han oído hablar del club de los insensibles? La historia está llena de ejem-
plos de escritores que fueron acusados de refugiarse en la novela histórica para
esquivar un compromiso social o político. Alguna de esas "espantás" han resul-
tado una bendición para la literatura pasado el tiempo, aunque supusieron el des-
prestigio social para sus autores. Tomemos el ejemplo de Merezhkovski, el céle-
bre novelista histórico ruso, una de cuyas obras más conocidas, El Romance de
Leonardo, tuve la suerte de prologar para la última edición española. Dimitri
Merezkhovski fue acusado de negar la realidad social rusa, lo que con el tiem-
po derivaría en una denuncia formal de postura anti-revolucionaria que le llevó
al exilio. Visto desde nuestra época, su obra aparece como un intento de impe-
dir la abolición de la magia y los mitos, abonados por su gran conocimiento de
la cultura clásica. Los regímenes se han sucedido en Rusia, pero, curiosamente,
su obra se ha revalorizado. Su propuesta de sugestiones ha sobrevivido como
obra de arte pura.
Al parodiar a un escritor de novela histórica -digámoslo ya de una vez- me
molestó entrar, siquiera por la puerta falsa, en ese club imaginario de escritores
acusados de escapistas, de torremarfilistas. En ciertas épocas puede justificarse
que el recurso principal de la novela histórica - y aquí podría hablar un abogado
defensor del género- denuncia situaciones equivalentes a las de la actualidad,
sobre todo cuando es peligroso arremeter contra el poder contemporáneo del
autor. La antorcha de la parodia chisporroteaba como si estuviera a punto de
apagarse. ¿Era un buen momento para recurrir a la historia, incluso con la pre-
misa paródica, en un momento concreto de consolidación de libertades recobra-
das? Y mi conclusión no fue social ni política, sino de nuevo estética. Una nove-
la es el resultado de multitud de pequeñas decisiones, la mayor parte de las cua-
les obedecen, antes que a estrategias intelectuales, a consideraciones de orden
artístico. No estaba en el barroco huyendo de nada, en realidad, sino porque me
parecía bellísima y divertida la estampa de un hombre reflexionando sobre el
paso del tiempo dentro de la maquinaria de un reloj. Decidí que mi viaje mere-
cía la pena sólo por llevar a lo posible la vanidad de un creador que sueña con
la eternidad y concibe una máquina para rozar esa posteridad con los dedos.
Supongo que eso es intemporal y que podríamos encontrarle muchas vigencias,
pero el personaje barroco era más extremo y apasionante por su falta de subter-
fugios, por su ingenuidad y claridad de intenciones.
5. Conclusiones
Miren, creo que la literatura es arte, y el arte es, ante todo, uno de los sis-
temas más valiosos de comunicación que hemos concebido. Visto desde ese
ángulo, la novela histórica no se diferenciaría casi nada de la novela futurista o
de anticipación. Nuestra intención es la misma: vivimos en la era de la informa-
ción, pero no hay nada más antiguo que un e-mail de hace unas horas. En cam-
bio, no hay nada más actual y por cierto perdurable que la esencia del humanis-
mo. Una vigencia puesta a prueba una y otra vez por los narradores, aunque sólo
sea para seguir asombrándonos de cómo viaja en el tiempo lo mejor y lo peor de
nosotros mismos.
Se trata en definitiva de captar a quien acune entre sus manos una novela
histórica con un escenario vivo e insólito y ubicar en él a los figurantes históri-
cos e imaginarios en una exposición lateralizada, intentando que se sobrepongan
a la Historia y se transformen en literarios, toda vez que en la novela histórica
son tratados subjetivamente por el autor. El narrador acometerá la ardua labor
de que se delineen con precisión sus pasiones y se describan escenas donde los
signos del espíritu de unos y otros adquieren una importancia excepcional.
Bien es cierto también que los que creamos novelas de corte histórico sole-
mos reinventar nuestra realidad fundándonos en la urgencia de algunos lectores
a los que les complace filtrarse a hurtadillas en la vida secreta y en la privanza
de las grandes figuras de la historia, y en ese viaje retrospectivo deslizarse
subrepticiamente en las aulas de los castillos, en las alcobas de los palacios, en
las ágoras de las vetustas plazas de Atenas, Roma, Aviñón, Menfis, Londres,
París, Toledo o Cartago, o en los yermos páramos donde se dirimieron batallas
que cambiaron el curso de la Historia.
Pero quien decide crear un relato con un soporte de escenarios antiguos, ha
de asumir la posición del testigo de la Historia y convertirse en un crítico impar-
cial. Ha de transmutarse en un observador omnisciente y en un testigo de excep-
ción y sobre todo en un espectador sagaz con libertad para dirigir el coro de
vocas que componen los hechos narrados.
Por eso los protagonistas de las novelas históricas han de convertirse en fru-
tos de esa relación intrínseca entre literatura, historia y ficción, que aun asentan-
do sus normas a su realidad temporal, escapen de su existencia pretérita en una
ambigüedad tal que puedan transmutarse en espejos donde reflejarse el lector.
Sostenía Voltaire que la historia jamás se repite, pero quien sí reitera sus
comportamientos constantemente es el hombre, que ha actuado siempre con los
mismos signos de mezquindad o grandeza a lo largo de su paso por la tierra. Y
ningún género como el de la novela histórica como para confirmar esta ineluc-
table aseveración.
Por otra parte, este tipo de narrativa se ha convertido en los últimos tiem-
pos en el vehículo de difusión por excelencia de la Historia, pues pasan los pue-
blos, se esparcen las piedras y quedan las historias escritas por el hombre, como
consejeras, maestras y amigas de nuestras ilusiones.
Ningún arte literario tan sugestivo como la novela histórica como para que
el lector se identifique con el personaje principal, las más de las veces colocado
en situaciones heroicas, y que consiga una calidez y una comprensión absoluta
de sus actos y del pensar del hombre en la época en la que le tocó vivir. En este
tipo de narraciones el ritmo no ha de carecer de equilibrio, ejercitando las alter-
nancias de momentos dramáticos, los respiros sosegadores y los movimientos
fluctuantes, con los que el lector se sienta complacido.
Robert Bruce, el rey leproso de Escocia, había sostenido una áspera lucha
contra Inglaterra y, desahuciado por los médicos al contraer la lepra, sus hom-
bres se comprometieron con la salvación de su alma llevando su corazón allá
donde se luchaba contra los enemigos de la fe.
En este díptico medieval se presenta la idea, muy empleada por los clási-
cos, de desplazar a sus héroes en el tiempo y en el espacio para cumplir una
misión sublime, en su doble acepción espiritual y material. En esta novela se
plantea la generosidad que representa una gesta heroica y desinteresada, cuyo
único propósito fue el de el servicio de unos hombres a su rey y amigo, donde
triunfan la amistad sobre la ambición y el desinterés sobre el egoísmo, en medio
de acciones audaces que se libran en Inglaterra, Flandes, Francia y Castilla.
En el siglo XIV, época donde está ambientada esta novela, la humanidad
sufre espantosas experiencias. El hombre de aquel mundo vivía otras perspecti-
vas diferentes a las de hoy. La violencia, la peste negra, el tormento del hambre
y la inseguridad, el sufrimiento y la guerra, son las dolorosas pautas de su vida.
El pecado, lo sobrenatural, el juicio final o los Juicios de Dios están presentes
en sus existencias, y la Iglesia, siempre presente y coactiva, confiere un talante
de inconsistencia a los seres humanos de aquellos años.
También desvela el drama sobre el destino de los pueblos que está escrito
en el reloj de arena del tiempo, ignorándose si una catástrofe moral, histórica o
social lo extinguirá antes o después, borrando su memoria del recuerdo de los
hombres y de la Historia.
Margarita Almela
( UNED, Madrid)
Cantad como nosotros. Cantad vuestras Troyas, vuestras Romas, vuestros héroes
y vuestros dioses. [...]
4. Es cierto que los autores de novelas, como cualquier autor literario no estrictamente lírico,
se han visto tentados a lo largo de la historia del género por el "pasado" y sus enseñanzas,
pero no porque se sitúe en un tiempo más o menos lejano la acción de un relato éste es his-
tórico, ni le confiere carácter de género el hecho de insertar personajes de probada histori-
cidad en la trama. Es la peculiar disposición del novelista ante la historia, la utilización fun-
cional y estructural de ésta en el relato lo que caracteriza a la novela histórica. Ciñéndonos
a ejemplos de la literatura española vemos cómo El abencerraje y la hermosa Jarifa, a
pesar de situar la historia en un tiempo ya pasado, es una novela sentimental, y no históri-
ca, que se propone ofrecer unos modelos de cortesanía, hidalguía, valor y honor. Rodrigo
o Eudoxia, de Pedro Montengón son unas novelas didácticas que se insertan dentro de la
corriente de estas obras imperante en el siglo XVIII, y en cuanto a Inés de Castro de
Cándido María Tigueros, vemos cómo la actitud de hombre ilustrado de su autor la aleja de
la concepción de novela histórica que aquí tratamos, aunque esta obra pueda considerarse
como un "antecedente" del género. En todas las novelas anteriores al romanticismo se
observa un tratamiento del tiempo histórico muy diferente del que le otorgan los románti-
cos: es un tiempo abstracto, y sus personajes históricos no son "históricos", sino atempo-
rales, eternos, abstracciones de una idea, de un modo de comportamiento ante un hecho
prototípico, paradigmas de pensamiento o de acción. No importa en ellos ni su historicidad
ni su individualidad. En el romanticismo, sin embargo, lo importante es el tiempo históri-
co, que se intenta revitalizar, y el personaje es hijo de su tiempo y fruto de sus circunstan-
cias.
Las obras de Herder aportaron la convicción de que cada civilización, cada
pueblo, cada época, tienen un valor en sí, constituyen una unidad que se modi-
fica según su propio carácter, llevan consigo la armonía de su perfección, y, por
tanto, no son comparables a ninguna otra civilización, pueblo o época.
Según lo que llevamos dicho es fácil comprender que para los románticos
la sociedades modernas, es decir, las nacionalidades europeas, poseían unas
marcas diferenciadoras del mundo grecolatino ensalzado como modelo por los
neoclásicos: al menos desde Chateaubriand el cristianismo era visto como el ele-
mento fundamental de esa diferenciación, como barrera que distanciaba moral e
ideológicamente a las sociedades modernas de las "antiguas". Por el contrario,
el medioevo, tan peyorativamente considerado por los neoclásicos, se aparecía
desde esta perspectiva con una nueva luz: era el tiempo del triunfo del cristia-
nismo, el crisol en que se habían formado y consolidado los valores morales e
ideológicos de las sociedades occidentales en lucha contra los valores antiguos
o las creencias enemigas -piénsese en la lucha contra el empuje del Islam en la
Península ibérica, por ejemplo.
5. Véase I. Henares, Romanticismo y teoría del arte en España, Madrid, Cátedra, 1982.
Especialmente el capítulo "El historicismo romántico", págs. 30-48.
les de la cultura clásica, como el alejandrinismo o lo dionisíaco frente a lo apo-
líneo.
Cuando Walter Scott publica su primera novela, Waverley, en 1814, tal vez
no fuera consciente ni de lo que ésta suponía, ni de la trascendencia que iba a
tener, ni de la teoría en que se sustentaba, pues sólo más tarde manifestará en los
prólogos de sus obras una teoría y una intención consciente de género. Pero esta-
ba creando un nuevo género al proponer una lección de historia fácilmente asi-
milable: presentaba como modelo colectivo de comportamiento para Escocia e
Inglaterra la conciliación entre enemigos, el buen sentido, el punto medio, a tra-
vés de un ejemplo histórico. Y esto es, precisamente, lo que hará Galdós en
España cincuenta años más tarde tanto en los Episodios Nacionales como en La
Fontana de Oro.
Con estos elementos6 Walter Scott creó un subgénero novelístico que inun-
dó Europa, y América en parte, durante la primera mitad del siglo XIX, y que
había de derivar en la segunda mitad del siglo hacia un nuevo tipo de novela que
ha llegado hasta nuestros días, sin olvidar tampoco que Balzac, el padre de la
novela realista, comienza a escribir novelas con una actitud dialéctica hacia el
escocés, según manifiesta él mismo en el prólogo de su primera novela.
Tampoco podemos olvidar que cinco años antes de que Scott publicase
Waverley Chateaubriand había publicado en 1809 Los mártires, cuyo éxito no había
sido menor que el de la primera novela de Scott. Ambas obras han de constituir,
pues, el punto de partida de cualquier análisis que se haga sobre la novela históri-
ca del siglo XIX. Lo que ocurre es que, simplificando al máximo la cuestión, pare-
cen existir dos líneas que parten respectivamente de Scott y de Chateaubriand en el
desarrollo de la novela histórica moderna, cuyas diferencias radican, en principio,
en la elección del tiempo histórico: la historia de las naciones modernas, de los pue-
blos que se configuran a lo largo de la Edad Media, y la historia del mundo antiguo
(grecorromano o anterior), que se desintegra con la aparición del cristianismo.
6. Y con una estructura novelesca tomada de las novelas góticas y el propósito de hacer por
Escocia lo que Mary Edgeworth había hecho por Irlanda con El absentista y El castillo de
Rackrent.
Esta elección, pues, no es arbitraria, sino que responde a concepciones dife-
rentes de la historia y de la novela, o más bien, a la actitud del novelista ante la
historia como materia novelesca, a su intención al utilizar la historia, a lo que
pretende mostrar por medio del proceso histórico.
7. La primera mención del novelista escocés parece ser la de José Joaquín de Mora el 6 de
octubre de 1818 en Crónica Científica y Literaria. En 1822 se inserta en El Censor un artí-
culo favorable a Scott y en 1823 Aribau escribe un artículo para El Europeo en el que alaba
Las noticias y alabanzas de Scott en la prensa española comienzan a ser fre-
cuentes desde 1823, y en 1826 ya hay una edición española de El talismán, en
1828 se traduce La novia de Lamermoor en Madrid, y desde esta fecha se mul-
tiplicarán las traducciones y ediciones en Madrid, Barcelona y Valencia.
Delimitación cronológica
al escocés por ser el creador de un género nuevo. Sin embargo aún no ha sido traducido al
español. Es Blanco White quien ese mismo año de 1823 publica en Las Variedades o El
Mensajero de Londres (I) unos "Retazos de la novela inglesa intitulada Ivanhoe". En 1825,
en el número 14 de los Ocios de españoles emigrados, Mendíbil se lamentaba de que no
hubiese habido aún quien tradujese al español sus novelas, ya que parecía impensable un
genio capaz de imitarle en español. Pocos meses después será José Joaquín de Mora quien
traducirá para Ackerman, de Londres, Ivanhoe y El talismán. El año siguiente de 1826 ven
la luz, esta vez en Perpiñán, traducciones de El enano misterioso, Ivanhoe y Los puritanos
de Escocia. Véase V. Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en
Inglaterra (1823-1834), Madrid, Castalia, 3a ed. 1979.
Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco, considerada como la última de las nove-
las históricas puramente romántica.
Pero mientras que Húmara se deshace en alabanzas del estilo del autor fran-
cés -aunque ni lo imita ni sigue su línea-, el escocés, en su opinión, "ofrece
poco interés" por "minucioso y repetidor", aunque reconoce que es "admirable
por la verdad de la descripción, la unidad de la intriga y la sencillez de los epi-
sodios"8.
Se ha dicho que Ramiro, conde de Lucena es una novela en la que las refe-
rencias mitológicas grecolatinas denuncian la filiación neoclásica del autor,
impidiéndole entrar de lleno en el romanticismo, y, evidentemente, éstas llaman
la atención del lector en una novela ambientada en la conquista de Sevilla en el
siglo XIII. Pero creo que es precisamente el rechazo explícito que hace Húmara
de Walter Scott y de lord Byron, dos de los modelos fundamentales del roman-
ticismo español, lo que le ha impedido formar parte de nuestra nómina román-
tica y lo que, hasta cierto punto, puede explicar que su obra, aun con lo que tiene
de común con las posteriores -como es la elección del tiempo histórico, la
ambientación orientalizante, etc.- permanezca sin continuidad próxima, y que la
verdadera novela histórica romántica española surja sin tenerla en cuenta, liga-
da a la imitación de Walter Scott9.
8. Apud Llorens, "Sobre una novela histórica: Ramiro, conde de Lucena", Revista Hispánica
Moderna, XXI, 1-4, 1965, pág. 289.
9. En el prólogo de Húmara puede leerse lo siguiente: "Walter Scott es admirable por la ver-
dad de la descripción, la unidad de la intriga y la sencillez de los episodios, pero minucio-
so y repetidor, ofrece poco interés. [...] Chateaubriand ha creado un nuevo estilo adaptado
a las sublimes concepciones de su genio. Como Ossian, presta voz a las rocas, expresión a
En 1828, 1829 y 1830 se publican en Londres, y en inglés, tres obras de un
autor español, Telesforo de Trueba y Cossío. Puesto que no son estrictamente
literatura española -por la lengua que emplean-, ni incidieron en la publicación
de las primeras novelas españolas -al ser traducida Gómez Arias en 1831, un
año después de que aparecieran Los bandos de Castilla de Ramón López Soler-,
sólo podemos tener en cuenta su existencia en cuanto a curiosidades, y en rela-
ción con la influencia de Scott en nuestros novelistas románticos exiliados.
los silbos del viento, y lenguaje a las flores de la colina, une con majestuosa sencillez las
verdades del cristianismo a la poesía de la fábula y a los sueños queridos de las sombras y
los encantos. [...] Lord Byron tiene los defectos brillantes de sus dos antagonistas galos
(D'Arlincourt y Bernardin de Saint-Pierre), y con más erudición, no posee sin embargo el
secreto de interesar y de aterrar al mismo tiempo. [...] Al bello sexo estaba reservada la glo-
ria de restituirnos esta interesante parte de la literatura. Lady Morgan, Madame Cottin,
Staél, Genlis y Montolieu, adornando con el verdor del honor, de la generosidad y de la vir-
tud el árbol corrompido de las ficciones, nos devolvieron sus óptimos frutos."
10. En este prólogo dice López Soler: "La novela de Los bandos de Castilla tiene dos objetos:
dar a conocer el estilo de Walter Scott y manifestar que la Historia de España ofrece pasa-
jes tan bellos y propios para despertar la atención de los lectores como las de Escocia e
Inglaterra. A fin de conseguir uno y otro intento hemos traducido al novelista escocés en
algunos pasajes e imitándole en otros muchos, procurando dar a su narración y a su diálo-
go aquella vehemencia de la que comúnmente carece, por acomodarse al carácter grave y
flemático de los pueblos para quienes escribe."
lio; la copia casi literal de la carta del escudero; el disfraz del conde de Urgel
tras una armadura negra que lo convierte en trasunto de Ricardo Corazón de
León; etc.
No obstante López Soler consiguió con su novela otro de los objetivos mar-
cados en el prólogo: mostrar que la historia de España, con sus luchas entre
nobles y reinos durante la Edad Media, era tan apta como la inglesa para con-
vertirse en materia novelesca. Porque López Soler, con su adaptación de
Ivanhoe a la historia de España consigue establecer por primera vez un parale-
lo histórico. Los ejemplos empleados por Scott para ilustrar y explicar la histo-
ria presente de su país, ofrecidos como modelo para afrontar el presente, podí-
an encontrarse en la Historia de España con el mismo objetivo y el mismo resul-
tado".
11. No olvidemos que sobre la escritura de todas las novelas históricas románticas españolas
planea siempre el problema de la guerra carlista.
héroe homérico semiportentoso y caballero galante y tierno padre de familia que
parecía pretender12.
Después de estas dos novelas -la de López Soler y la de Vayo-, que coin-
ciden con los años de mayor popularidad de Walter Scott en España, a juzgar por
el número de traducciones14, habremos de esperar a 1833-1834 para encontrar
producciones importantes, pues El conde de Candespina, de Patricio de la
Escosura, aparecida en 183215, es una novelita cuyo mayor acierto es el de dar
con un tema que habrá de gozar de popularidad en años posteriores y servir de
argumento a otros novelistas tanto en el siglo XIX como en el XX: el de Doña
Urraca de Castilla, hija de Alfonso VI.
12. Vayo declara en el prólogo de su obra: "Inútil fuera buscar en las historias de las naciones
más cultas un adalid que reúna el indómito arrojo y las virtudes del tierno esposo de
Jimena. [...] Parece que este espíritu emprendedor, este guerrero tan entusiasta debía eclip-
sar sus brillantes cualidades con grandes pasiones, que son comúnmente los lunares que
afean las vidas de los héroes. [...] Pero el Cid no solamente fue superior a ellas, sino que,
por el contrario, resplandecieron en su carácter todas las virtudes domésticas y sociales que
muy rara vez campean en los conquistadores."
13. Como demostré en mi artículo "Acerca de la originalidad de la novela de Estanislao de
Cosca Vayo: La conquista de Valencia por el Cid (1831)", en J. A. Hernández Guerrero
(ed.), Teoría, Crítica e Historia Literaria, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1992, págs. 243-
254.
14. Cfr. Peers, A. y Churchman, P. H., "A survey of the influence of Sir Walter Scott in Spain",
RH, 55, 1922, pág. 227 y ss.
15. Madrid, septiembre, 1832, Imp. Calle del Amor de Dios, 15.
gobierno absolutista había dificultado la expansión de las ideas románticas en
España, el editor Manuel Delgado lanzará en Madrid un folleto manifiesto que
constituye, al tiempo que una profesión de fe, el primer intento español de lan-
zamiento editorial. Este folleto presentaba el proyecto de una "Colección de
novelas históricas originales españolas", que habría de ver la luz en la Imprenta
de Repullés, de Madrid, a partir de este año de 1833.
16. En el Boletín del Comercio apareció una reseña crítica de El primogénito de Alburquerque,
de López Soler, el 11-III-1834, y el editorial de ese mismo día comenta que los escritores
españoles han estado "aplastados por la censura hasta el presente" y no se han atrevido a
abordar los temas históricos hasta ahora. En el Eco del Comercio apareció la crítica de El
doncel de Larra el 15-V-1834 y un artículo comentando la colección el 2-III-1835; en la
Revista mensajero la crítica de El golpe en vago de García de Villalta el 30-V-1835. Para
estos datos cfr. A. Dérozier, "A propos des origines du roman historique en Espagne à la
mort de Ferdinand VII", Recherches sur le roman historique en Europe. XVIIIe-XIXe siè-
cles, I, París, Les Belles Lettres, Annales Littéraires de l'Université de Besançon, 1977,
págs. 83-107.
Hasta el propio Lista se hizo eco de dicho proyecto, comprendiendo, tal vez
mejor que nadie, la intención de Delgado: unir a los autores de una generación
en un proyecto histórico-literario nacional17.
Esta empresa no tuvo, sin embargo, el éxito esperado. A pesar de que El Eco
del Comercio alabase el 2 de marzo de 1835 la iniciativa y el interés "de algunos
de nuestros jóvenes literatos de publicar una colección en que, por medio de una
serie de novelas, se presentase un cuadro de cada una de las épocas más notables
de nuestra historia", ni parece que se vendieron muchos ejemplares, ni la mayo-
ría de los autores que habían colaborado en la colección continuaron dedicados
al género, ni hemos podido constatar ninguna segunda edición de estas novelas
hasta la de El doncel de don Enrique el Doliente, de Larra, en 1838.
17. Cfr. el artículo de Lista "Colección de novelas relativas a sucesos y reinados de la Historia
de España", aparecido en La Estrella el 3 de diciembre de 1833. En él Lista afirma que "las
personas de pluma más ejercitada e imaginación más fecunda" son las que han sido llama-
das por Delgado para escribir las novelas de su colección con el fin de ilustrar todas las épo-
cas de la historia de España.
18. Vid. su artículo "A propos des origines du roman historique en Espagne à la mort de
Ferdinand VII", en Recherches sur le roman historique en Europe. XVIIIe-XIXe siècles, I,
París, Les Belles Lettres, 1977, págs. 83-107.
Así pues, la novela histórica española del romanticismo merece estudiarse,
en principio, como fenómeno propio del movimiento en que se inserta. En
segundo lugar porque el gran número de obras originales y de traducciones indi-
can que el género interesaba tanto a los autores como a los editores y al públi-
co, y, en tercer lugar porque, desterrada ya la idea de que en España se produjo
un vacío novelesco desde finales del siglo XVII hasta el inicio del realismo del
siglo XIX, la gran novela realista española se emparenta directamente con la
novela histórica romántica, por cuanto es, o pretende ser, una novela de historia
contemporánea o una novela histórica-didáctica, al proponerse ofrecer una inter-
pretación persuasiva de los elementos históricos tratados y hacer explícita una
tesis a partir de una opción ideológica, o, en otras palabras, al pedirle cuentas a
la historia y al proponer soluciones.
19. Adams, N. B., "A note on Larra's El donceF, Hispànic Review, IX, 1941, págs. 218-221.
20. Prólogo a Los bandos de Castilla, vid nota 10.
21. Recuérdese que Lukács definió al protagonista de las novelas de Scott como héroe mediocre.
novelas éstos que se reputan como defectos, y encontrarán en la pasión amoro-
sa un elemento fundamental. Tal vez resida en esto principalmente la originali-
dad de las novelas históricas románticas españolas frente a las de cualquier otra
nación: la expresión de un amor frustrado, trágico y destructor, es decir, amor
romántico. En este sentido son paradigmáticas las novelas de Larra y
Espronceda antes mencionadas.
Veámoslos rápidamente.
Pero este tiempo histórico está habitado también por héroes, ofrecidos
como modelo, que intentan acabar con esa situación.
22. Baste como ejemplo lo que dice Espronceda en el capítulo IV de Sancho Saldaña acerca
de la situación del reino de Castilla a la muerte de Alfonso X, que puede entenderse como
un correlato de la situación actual:
Quedó España, como es de suponer al cabo de esta discordia, tan trastornada y revuel-
ta, que al principio del gobierno de Sancho puede decirse reinaban en su lugar más que
sus órdenes los furores de la anarquía. Los odios más inveterados renacieron en el tras-
torno de la revolución, renováronse las pretensiones de la ambición, y los robos, los
desórdenes y todos los crímenes juntos hallaron ancho campo en que desplegarse,
habiendo encendido la antorcha de la discordia desde el palacio del soberano hasta el
pacífico hogar del labrador. Bastaba que una familia se declarase por un partido para
que la otra se decidiese por el contrario; así que la guerra seguía aún después de la
muerte de don Alfonso, y cada castillo, cada pueblo, era un campo de batalla donde a
sombra del interés público combatían el rencor, la codicia y la ambición de algunos
particulares. Las hordas de ladrones, que infestaban los caminos descaradamente,
estaban protegidas de oculto por los señores, que se valían de ellos para las acciones
que un resto de vergüenza les impedía cometer a las claras, haciendo instrumentos de
su amor o de su venganza a la escoria de la sociedad.
guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, con un aparato de notas a pie
de página cuyo volumen iguala, si no supera, el del texto de la novela23.
23. Como caso curioso quiero recordar aquí el caso del capítulo V del libro IV de Ni Rey ni
Roque, donde Patricio de la Escosura, al relatar el apresamiento del pastelero de Madrigal,
supuesto rey don Sebastián de Portugal, inserta en el discurso un documento histórico sin
marca de distinción, aunque aclarando en nota que es "Copia literal del inventario forma-
do en el mismo acto de la prisión de Gabriel de Espinosa por don Rodrigo Santillana, a
fines de septiembre de 1595."
2. El golpe en vago de García de Villalta comienza así:
"Érase que se era..., que en el medio de uno de los más calurosos días del
verano de mil setecientos y pico,..., se apareció por las sierras de Andalucía,
caballero en una mula coja, un personaje como hasta de cincuenta años de
edad."
"Serían las tres de la tarde de un día del mes de agosto, cuando un mozo de
apariencia pobre..., después de haber atravesado el arenoso pinar de
Olmedo, se sentó a las frescas orillas del río Adaja..."
"Como a las ocho de la mañana de uno de los primeros días del mes de julio
del año de 1595, se apeó en Madrigal, a la puerta de una pastelería, un caba-
llero joven, galán y bien portado."
"A fines del siglo XIV estaba la hoy coronada y heroica villa de Madrid
muy lejos de pretender el lugar preeminente que en la actualidad ocupa..."
Así pues, del teatro barroco tomarán la figura del "gracioso", asociada al
personaje del criado, para configurar a los criados y escuderos de las novelas
históricas.
Pero cuando se trata de transcribir este tipo de diálogos es muy difícil sus-
traerse al tono teatral declamatorio, vehemente y artificioso, como ocurre en El
doncel de don Enrique el Doliente de Larra, novela en la que, además, se sien-
te el peso del drama Macias, que, con el mismo asunto y tema, acababa de escri-
bir cuando comenzó la novela.
En este ejemplo, además del tono teatral, marcado por la presencia de ele-
mentos retóricos característicos del teatro en el discurso de los personajes, como
son las interrogaciones, exclamaciones y suspensiones, es de destacar cómo el
discurso del narrador que interrumpe la voz de los personajes funciona a modo
de acotaciones teatrales en frases como "levantándose y llamando con voz ape-
nas inteligible", "exclamó Macias mirando a la puerta", o "abalanzándose hacia
atrás para poner todo el espacio posible entre ella y el doncel."
¡Santo Dios! ¡Ella es! ¡Ella es! ¿Quién sino ella pudiera tener este anillo? Es el
mismo, le conozco, es el mismo.
Tal vez para los lectores de los artículos de Larra que no conozcan bien la
novela histórica romántica pueda resultar sorprendente encontrar algo así en un
maestro de la prosa como era Fígaro, pero así son las cosas. Para Ermitas Penas25,
Muchos otros aspectos podríamos haber tratado para explicar la novela his-
tórica de la primera mitad del XIX, es decir, la novela romántica de raigambre
scottiana, pero he preferido ofrecer un panorama general con el simple fin de
hacer comprender lo que estaba pasando en la época. Ahora trataremos de ver lo
que ocurre en la segunda mitad del siglo.
La novela histórica tras el Romanticismo
Cuando Emilia Pardo Bazán dice en La cuestión palpitante que la novela histó-
rica ya no está de moda, ya no se escribe, ni se lee, ni es posible, Valera le replica en
Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas que Salambó de Flaubert desmiente
este aserto: "La novela histórica no puede pasar de moda", dice Valera, lo que impi-
de que se escriban más es, en su opinión, que en esos momentos la novela histórica
exige mucha preparación y estudios previos, y gran precisión arqueológica.
Hasta 1848 puede decirse que las novelas históricas centran su acción en la
Edad Media y el Renacimiento, pero a partir de aquí va a comenzar a imponer-
se una nueva tendencia, aunque no la única, como veremos, que utiliza la histo-
ria contemporánea como tema o como fondo de las novelas: será la novela his-
tórica de tema contemporáneo, en la que se insertará Galdós.
27. La doctrina de la evolución favoreció un nuevo clima ideológico que propició el nacimien-
to de la "nueva geología" y de la antropología, dando lugar a la aceptación del sistema de
las "Tres Edades", y, como consecuencia de todo ello, en la década de 1860 tiene lugar el
nacimiento de la arqueología como nueva disciplina científica. Sus padres son, sin duda,
Morlot, Lubbock y Montelius.
tórica28, y admitiésemos que arqueología es simplemente el estudio de un esta-
do social y cultural en todas sus vertientes de espacio y tiempo, comprobaría-
mos rápidamente que esto es totalmente ajeno a los autores románticos, a quie-
nes sólo les interesaban los hechos históricos, las acciones de los héroes y sus
sentimientos amorosos o las causas y razones de sus odios o rencillas, pero
nunca el marco en el que el héroe se desenvuelve y actúa, condicionador, como
luego se supo, de muchos de sus actos y hazañas o aventuras.
Veamos pues algunos de los rasgos que conforman esta nueva tendencia de
novela arqueológica.
28. A. Alonso, Ensayo sobre la novela histórica. El modernismo en "La gloria de don
Ramiro", Buenos Aires, Inst. de Filología, 1942.
29. Tengamos en cuenta que para Schlegel, uno de los teóricos fundamentales del romanticis-
mo, literatura romántica se identifica con literatura cristiana.
30. Esta novela fue traducida por primera vez al español por Isaac Núñez Arenas en 1847-48,
pero lo hace desde una versión francesa. La primera traducción completa desde el inglés es
la de Celestino Barallat y Felguera, Barcelona, Imprenta de C. Verdaguer, 1883, con graba-
dos de Apeles Mestres, notas del traductor, que amplían las del autor, y prólogo en el que
Se observa ahora que conforme van perdiendo fuerza las ideas del roman-
ticismo que sustentaban el historicismo de la literatura, van adquiriendo mayor
presencia en las novelas históricas elementos objetivos, tanto sociales como
científicos, entre los que hemos de destacar para el caso los aportados por los
nuevos descubrimientos de las excavaciones arqueológicas31 que comienzan a
estar presididos por un afán investigador y científico, o al menos no ya sólo por
un afán coleccionista de objetos de arte32.
Por otra parte, técnicas realistas y naturalistas servirán ahora para estudiar,
encuadrar y analizar ambientes no cristianos en los que los personajes se move-
rán más libremente, por impulsos más naturales que los personajes propiamen-
te románticos.
Barallat dice que la novela "es un estímulo para los arqueólogos y puede servir de intro-
ducción a mayores y más completas investigaciones para quien mediante su lectura llegue
a interesarse en el conocimiento del mundo antiguo".
31. Puede observarse una relación entre la tendencia de esta nueva novela al detalle, a la
"ambientación científica" y la concepción que los nuevos arqueólogos tienen de su disci-
plina. Véase, si no, lo que en una conferencia de 1870, titulada "The Ashmolean Museum,
its History, Present State, and Prospect", decía J. H. Parker ante la Oxford Architectural and
Historical Society: "¿Qué es la arqueología? Es la historia en detalle, y los detalles resul-
tan diez veces más interesantes que los secos huesos llamados textos históricos. Los deta-
lles dan vida e interés a cualquier tema. La arqueología es también historia en la que los
ojos actúan como maestros, mostrándonos una serie de objetos tangibles [...]". Apud Glyn
Daniel, Historia de la arqueología. De los anticuarios a V. Gordon Childe, Madrid,
Castalia, 1974, págs. 139-40.
32. Vid. Glyn Daniel, Historia de la arqueología. De los anticuarios a V. Gordon Childe,
Madrid, Castalia, 1974.
Hemos de tener en cuenta también que el Oriente, cercano o lejano, ejerce una
atracción especial sobre el hombre del siglo XIX y que en este interés por las cul-
turas antiguas del Oriente se conjugan y encadenan diversos componentes: el sueño
oriental es, en principio, fruto natural del anhelo de lejanía romántico. Pero este
anhelo de lejanía está impulsado por la fascinación que siente el romántico por el
tema de los orígenes (orígenes de su nación, su religión, su cultura, etc.). Y de sus
indagaciones surge la idea de que el origen de todo está en Oriente. Los recién inau-
gurados estudios comparatistas ponen en evidencia para los ojos europeos decimo-
nónicos la existencia de religiones desconocidas que despiertan una curiosidad sub-
yugante. La cuna de la raza europea se sitúa entonces en el Pamir, y la India se apa-
rece como el último reducto de ese pasado común de la raza indoeuropea.
Por otra parte, la invasión napoleónica de Egipto, en cuyo séquito iban his-
toriadores o arqueólogos, como Champollion, promovió una oleada de noticias
sobre la antigua civilización faraónica, y, a partir de este momento, todas las
artes de Europa se resienten de la influencia egipcia.
33. Recuérdese que Heinrich Schliemann (1822-1890), el descubridor de Troya, pero también
excavador en Micenas, Tirinto y Orcomenos, actuó impulsado por la firme creencia en que
los textos literarios de Homero hacían referencia a una realidad histórica, y consiguió
demostrarlo y ofrecer al mundo pruebas de la existencia de los primitivos troyanos y micé-
nicos. Y lo mismo puede decirse de Arthur Evans, descubridor de los palacios de Cnosos y
de la escritura lineal de Creta.
34. Los arqueólogos no son ya anticuarios y coleccionistas de obras de arte, sino estudiosos que
descifran la vida del hombre antiguo a través del estudio de los objetos antes rechazados
por no ser artísticos, como la cerámica común, las puntas de flecha, los arpones, las fíbu-
las, los objetos de tocador, los sellos de arcilla, etc., y tales objetos son ahora recogidos (y
no despreciados, como antes) cuidadosamente y llevados a los museos por su valor docu-
mental.
podía ser de otro modo porque no disponía de más datos que las fuentes escritas
que no suelen ocuparse precisamente de este aspecto. Ahora, en los nuevos tiem-
pos modernos del realismo, a las técnicas objetivas y positivistas se sumará la
existencia de nueva y rica información, y, por tanto, la reconstrucción ambiental
histórica será en la nueva novela arqueológica objetiva, real y "científica".
35. Este crítico publicó tres artículos sobre Salambó en el Constitutonnel durante tres semanas
seguidas. En la misma columna semanal se publicó a continuación la respuesta de Flaubert.
Vid. Maurice Nadeau, Gustave Flaubert, escritor, Barcelona, Lumen, 1981, págs. 207-209.
36. El subrayado es de Flaubert.
37. Traducción mía sobre la cita tomada de Henri Thomas, Preface de Salammbó, París,
Gallimard, 1970, pág. 13. Véase también F. A. Blossom, La Composition de Salammbó
d'après la correspondance de Flaubert (1857-1862), París, 1914.
de sus novelas, instintivamente buscamos en cada objeto un carácter, una acción
y un lenguaje"38. O lo que es lo mismo, el nuevo lector de novelas busca en la
construcción de ambientes, remotos o cotidianos, y en la descripción de objetos,
información consciente o inconsciente acerca del carácter, situación social, afi-
ciones, gustos, profesión, etc. de sus dueños. El anacronismo, a partir de ahora,
si existe, queda más al descubierto. Y la reconstrucción de los modos de vida
será tan importante en la novela arqueológica como en la novela realista o natu-
ralista contemporánea. Y, lo que es más importante, las crónicas y obras de his-
toria clásicas serán sólo una más de las fuentes, a las que se sumarán los nuevos
descubrimientos de yacimientos arqueológicos, los papiros egipcios, los
bajorrelieves de Nínive, los objetos expuestos en las vitrinas de los museos o los
grabados de los libros de arqueología.
En primer lugar quiero comentar que los pocos autores que se han ocupado
del tema consideran que la primera novela arqueológica española es Sortilegio en
Karnak, de José Ramón Mélida, conservador primero del Museo Arqueológico
Nacional y posteriormente su director por muchos años40. Esta novela de Mélida
apareció en 1880 y, efectivamente, es la primera que lleva como subtítulo "Novela
arqueológica". Posteriormente, en 1884 Mélida publicaría una nueva novela titu-
lada Salomón, rey de Israel, también subtitulada como "novela arqueológica"4'.
Esta obra del escritor naturalista es una novela histórica arqueológica de corte
"nacionalista", que novela lo que el autor llama "el episodio más heroico de la his-
toria de Valencia"42, es decir, el cerco de Sagunto por Aníbal y el final trágico de
40. Sobre Mélida cfr. A. Almela, "La aportación de José Ramón Mélida a la consolidación de
la arqueología científica en España", en J. Arce y R. Olmos (coords.), Historiografía de la
Arqueología y de la Historia Antigua en España, (siglos XVIII-XX), Madrid, CSIC, 1991,
págs. 131-134.
41. En 1887 publicaría también el cuento Una noche en Pompeya, incluido en el volumen de
narraciones A orillas del Guadarza, Barcelona, 1887.
42. Prólogo de Blasco Ibáñez escrito en 1923 para la reedición de la obra. Vid. Obras
Completas de V. Blasco Ibáñez, Madrid, Aguilar, 1966, vol. I, pág. 667.
la ciudad y sus habitantes que prefirieron inmolarse antes que caer en manos del
sitiador cartaginés. Contiene la novela, además del espíritu de exaltación naciona-
lista, otros elementos heredados del romanticismo, como la psicología colectiva
de los pueblos, lo que los románticos alemanes llamaron el volkergeist43, pero que
entronca también con la entonces incipiente antropología arqueológica, presente
en las novelas de Rider Haggard, el popular autor de Las minas del rey Salomón.
43. Cfr. Ricardo Olmos, "La arqueología soñada: Sónnica la cortesana, una tardía novela
arqueológica de ambientación local", I y II, Revista de Arqueología, núm. 158, junio de
1994, págs. 50-57 y núm. 159, julio de 1994, págs. 50-59.
44. En el mencionado prólogo Blasco Ibáñez confiesa haber seguido las Púnica de Silio Itálico,
obra que utilizó para la descripción del cerco de Sagunto, ya que este episodio ocupa desde
el verso 271 del libro hasta el final y todo el libro II de la obra de Silio Itálico. De este autor
hubo de tomar, sin duda, al personaje de Asbite, la reina africana de las Amazonas, virgen
guerrera, pero a la que el novelista valenciano convierte en amante de Aníbal, así como al
gigante Terón, sacerdote de Hércules o al arquero cretense Mospo. No es tan seguro que
hubiese leído directamente a Tito Livio y a Polibio, pero sí las versiones que de este hecho
histórico narrado por tales historiadores latinos se recogen en los manuales de historia del
siglo XIX. Cfr. R. Olmos, artículo citado.
45. De esta novela de Flaubert tomará Blasco Ibáñez también elementos arguméntales y temá-
ticos. Recuérdese, por ejemplo, que tanto Sónnica como Salambó se entregarán por su ciu-
dad. Pero sobre todo sigue a Flaubert en la descripción de las gentes diversas que compo-
nen los ejércitos, en la composición del personaje protagonista y en la descripción de los
ritos de la religión púnica.
46. La similitud entre la descripción de la casa de Sónnica en el capítulo III y las descripcio-
nes de las villas pompeyanas de la novela de Bulwer Lytton es más que evidente, cfr. sobre
todo la casa de Glauco en el capítulo III del libro I de la novela inglesa con ésta del valen-
ciano. No obstante es preciso recordar que Blasco Ibáñez había visitado Pompeya en 1896
y había plasmado sus impresiones en su libro En el país del arte, pero parece que le resul-
tó más fácil y productivo recurrir a la novela de Lytton para encontrar lo que buscaba.
Y finalmente me detendré en el caso de Juan Valera, el novelista español
que ofrece la primera y más significativa muestra de narraciones que podemos
encuadrar dentro de lo que he tratado de definir como novela arqueológica,
pues, si bien sólo nos dejó una novela histórica completa, Morsamor, de 1899,
ya desde su primer cuento, titulado Parsondes, de 1859, encontramos una loca-
lización temporal y espacial propia de esta tendencia, pues se sitúa en la antigua
Babilonia. Lo mismo ocurre con el cuento El bermejino prehistórico, de 1879,
cuya acción transcurre entre la Egabrón del reino de los túrdulos, la Málaga feni-
cia y la Jerusalén de Salomón. También nos dejó incompletas tres novelas ver-
daderamente arqueológicas. De dos de ellas: Lulú, princesa de Zabulistán
(1870) y Zarina (1880), que estaban concebidas para formar parte de una colec-
ción de Leyendas del antiguo Oriente, aparecieron los primeros capítulos y la
extensa y erudita Introducción en la Revista de España. Y de la tercera, Elisa la
Malagueña, que empezó a publicar en Blanco y Negro en 1903, aunque nunca
la terminó, nos dejó manuscritos los esquemas de los capítulos que no llegó a
escribir, por lo que conocemos mejor el proyecto de esta novela ambientada en
la Alejandría del siglo III y la Persia del imperio Sasánida.
47. Véase M a R. Lida de Malkiel, "El Parsondes de Juan Valera y la Historia Universal de
Nicolao de Damasco", RVH, IV, 1942, págs. 274-281 y M. Almela, "Nicolás de Damasco
y don Juan Valera. Una fuente griega de dos relatos de Valera", Epos, III, 1987, págs. 23-
44.
48. Austin Henry Layard, Discoveries in the Ruins of Niniveh and Babylon; with travels in
Armenia, Kurdistan and the Desert, Londres, 1853. Obra que es fruto de sus campañas en
Mesopotamia de 1849 a 1851. Este autor había publicado antes otras obras también cono-
cidas y utilizadas por Valera: Niniveh and its Remains, Londres, 1848-1849, y A popular
Account of the Discoveries at Niniveh, Londres, 1851. Este último libro gozó de una gran
Salí de Susa en un magnífico carro tirado por cuatro caballos árabes. Un hábil
cochero iba dirigiéndolo, y dos esclavos etíopes me acompañaban también en el
carro, haciendo aire el uno con un abanico de plumas de avestruz, y sosteniendo
el otro, sobre rico varal de marfil, prolijamente labrado, el ancho parasol de seda 49 .
Llevaba el rey una tiara [...], ajorcas y brazaletes [...]. Su cabellera le caía en
bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artís-
tica y simétricamente ordenados 51 .
Pero es que Valera sorprende siempre y por todos lados, pues cuando en
Italia, con 22 años estudia historia antigua y visita los museos, ya posee una
mirada más cercana al arqueólogo que al curioso admirador de obras de arte. En
una carta a Alonso Mesía Coello, fechada el 17 de junio de 1847, leemos:
Vemos, pues, con sorpresa, que el joven diplomático observa estos objetos
arqueológicos, no como obras de arte, que era lo habitual en la época, sino como
popularidad, sobre todo en Inglaterra, donde llegó a venderse incluso en las librerías de los
ferrocarriles británicos. Cfr. Ricardo Olmos, "La arqueología soñada: La visión de la
arqueología en la obra de Juan Valera (II). La evocación de Oriente", Revista de
Arqueología, 242, junio, 2001, págs. 50-57.
49. Juan Valera, Obras Completas, I, edición de Margarita Almela, Madrid, Fundación Castro-
Turner, 1995, págs. 7-8.
50. Ibid., pág. 8.
51. Ibid., pág. 9.
52. Juan Valera, Obras Completas, vol. III, Madrid, Aguilar.
fuentes de información, es decir, como instrumentos útiles para reconstruir las
formas de vida de los hombres que los crearon.
53. Véase mi artículo "Influencia de la arqueología en la literatura realista española del siglo
XIX: algunos cuentos de don Juan Valera", en J. Arce y R. Olmos (coords.), Historiografía
de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (Siglos XVIII-XX), Madrid,
Ministerio de Cultura, 1991, págs. 65-68. Cuando rastreé para mi tesis doctoral cuantas
revistas y periódicos de la época es posible encontrar en las hemerotecas españolas, no
pude hallar la palabra "prehistoria" hasta la mencionada fecha de 1867 en la Revista de
Bellas Artes de Sevilla, y creo recordar que Juan de Dios de la Rada y Delgado se hacía eco
de este hecho unos años más tarde.
54. Este libro podía verse hasta hace poco expuesto en una vitrina del Museo Arqueológico
Nacional junto a los restos arqueológicos procedentes de la Cueva de los Murciélagos.
55. Sólo aparecieron la extensa introducción y los siete primeros capítulos de Lulú, princesa
de Zabulistán en 1870, en los números XV, XVI y XVII de la Revista de España y los cua-
tro primeros de Zarina en 1880, en el número XXIV de Ilustración Española y Americana.
En la primera recrea un episodio de la epopeya persa de Firdusi titulada
Sha-Nameh que trata del héroe mítico Feridum, de hacia el 2284 antes de
Cristo56. Además del Sha-Nameh utiliza Valera como fuentes las obras de Layard
antes citadas y las de Rawlinson57, así como las teorías de Max Müller. Y ya
desde la Introducción, verdadero ensayo de divulgación científica, observamos
que Valera no se ha propuesto escribir como los románticos "una historia de los
tiempos de...", sino que ha tratado de crear para sus personajes una historia y
una memoria cultural. No procede, como se ha hecho en España hasta el
momento, a situar en tiempos pasados unos personajes "actuales", sino que
intenta reconstruir aquellas épocas y culturas a través de unos personajes que
sean hijos de su tiempo y cultura. Y así nos dice:
[En] un espacio histórico de cerca de dos mil doscientos años, desde Niño hasta el
primer Darío [...], se nos ha ocurrido ir escribiendo y colocando una serie de
leyendas o novelas, en donde la imaginación o la inspiración [...] complete o acla-
re la historia, la cual, a pesar de los trabajos de Rawlinson y de otros muchos auto-
res que ya hemos citado, nos deja [...] a media miel sobre los más famosos perso-
najes y los más estrepitosos acontecimientos. No despreciaremos tampoco todo lo
que se cuenta de edades anteriores a Niño, y aprovecharemos las tradiciones con-
fusas, las epopeyas y las relaciones de los libros sagrados, para que los casos de
esas edades [...] sean como el fundamento y el antecedente de nuestras leyendas,
y, al mismo tiempo, lo que crean y afirmen los héroes™.
56. Para lo referente a esta obra véase mi artículo "Una narración inacabada de Juan Valera",
en J. Romera, A. Lorente y A. Ma Freire (eds.), Ex libris. Homenaje al profesor José
Fradejas Lebrero, Madrid, UNED, 1993, págs. 505-516.
57. Henry Creswicke Rawlinson (1810-1895) descifró la escritura persa y babilónica de la roca
de Beehistum en la década de 1840, base para el desciframiento de la escritura cuneiforme.
Es autor, entre otras obras, de Memoie on the babylonian and assyrian inscriptions,
Londres, 1851, On the birs Nimrud or the great temple ofBorsippa, Londres, 1860, Notes
on the Early History of Babylonia, Londres, 1854, Outlines of assyrian history, from the
inscriptions of Niniveh, Londres, 1852, y A commentary on the cuneiform inscriptions of
Babylonia and Assyria, Londres, 1850. Su hermano Canon George Rawlinson es autor de
una popular traducción de Herodoto, que alcanzó cuatro ediciones y fue muy utilizada y
consultada, y de The five great monarchies on the ancient eastern world, Londres, 1862-
1867, obra consultada y utilizada por Valera en numerosas ocasiones. Aunque en muchos
lugares Valera cita a los Rawlinson en plural, en la mayoría de las citas hemos de entender
que al Rawlinson a que se refiere es a Canon George, y, especialmente a esta última obra,
manual de consulta obligada para él en cuantas referencias hace al oriente antiguo.
58. J. Valera, Obras Completas, I, ed. de M. Almela, Madrid, Fundación Castro-Turner, 1995,
pág. 400. El subrayado es mío.
Cuando en la primera leyenda describe una ciudad desde una perspectiva
global y lejana, con la torre del templo destacando sobre las construcciones,
Valera no hace más que describir un grabado de The five great Monarchies on
the Ancient Eastern World de Canon Rawlinson59, pero cuando describe el traje
guerrero del rey Tihur, cualquier conocedor del tema puede reconocer a los gue-
rreros tallados en piedra en los muros de Persépolis o en los marfiles de Nínive,
recién descubiertos:
59. "La ciudad de Vesilah-Tefeh estaba en las orillas del Sir. Un puente de piedra unía ambas
orillas del río. Los muros que cercaban la ciudad eran altos y gruesos, hasta el punto de que
pudiese correr un carro por cima de ellos. Cuatro anchas puertas, revestidas de bronce,
daban entrada a este recinto. Dentro de él estaban las casas de los más nobles y principales
señores, un templo en lo alto del cerro, y no muy distante, el alcázar del rey Tihur. No había
calles. [...] En el templo había una torre, de forma cúbica, que terminaba en una pirámide
cuadrangular, muy aguda. Entre el extremo del cubo y la base de la pirámide quedaba un
espacio hueco, sostenido por cuatro poderosos machones. Del techo de este mirador colga-
ba, asida a una cuerda, una enorme plancha circular de cierta amalgama metálica, en extre-
mo sonora..." (pág. 423 de mi edición de Obras Completas). En mi tesis doctoral, La cul-
tura como principio organizador del realismo de la narrativa de don Juan Valera, Madrid,
UNED, 1986, reproduje el grabado de Rawlinson que sirve de modelo a esta descripción.
60. O.C., I, págs. 445-446 de mi edición de 1995.
autor de La hija del rey de Egipto61, o novelistas como Bulwer Lytton, a quien
conoció por medio de su tío Antonio Alcalá Galiano y el Duque de Rivas, en la
temprana fecha de 1847.
Fruto de este interés es, sin duda, su visita al Museo Austríaco de Artes e
Industrias en 1894 para ver la exposición de manuscritos del Archiduque
Rainiero, entre los que se cuenta el célebre Papiro de El-Fayum, descubierto por
Teodoro Graff, que le motiva inmediatamente a comenzar a escribir la que será
su última novela63, que quedó también inacabada64. Se trata de Elisa la malague-
ña, cuya historia supone el narrador haber encontrado en uno de los rollos de
papiro egipcios pertenecientes a esta colección del archiduque Rainiero. Aunque
tal supuesto es evidentemente falso, y el modelo de esta cortesana lo buscó y
construyó a partir de las Epístolas de Alcifrón y de la Teletusa de que habla
Marcial, sí utilizó uno de estos testimonios egipcios para un episodio de la nove-
la. Se trata concretamente del papiro que lleva el número 272, que data del siglo
III, época en la que transcurre la historia novelesca, y que da cuenta de la suble-
vación de la ciudad de Hermópolis Magna a causa del fraude del trigo llevado a
cabo por unos funcionarios corruptos, hecho que Valera traslada a Alejandría en
su novela y del que se sirve para la reconstrucción de la sublevación de esta ciu-
dad contra el tribuno Epagato en el capítulo II.
61. Cfr. Carta a Menéndez Pelayo del 27 de agosto de 1879, en Epistolario de Valera y
Menéndez Pelayo, Madrid, Espasa Calpe, 1946, págs. 56-59.
62. El bermejino prehistórico, pág. 40 del vol. 1 de mi edición de Obras Completas.
63. Antes que la novela Valera publicó en La España Moderna, en 1894, un extenso artículo
dando cuenta de dicha exposición y de los diversos manuscritos que contiene. Así mismo
envió a la Academia de la Historia de Madrid un ejemplar del Catálogo-guía de la exposi-
ción, libro de más de trescientas páginas y con más de un centenar de facsímiles. Los auto-
res de esta guía son J. Krall (para la parte de los papiros egipcios), K. Wessely (manuscri-
tos grecolatinos) y J. Karabacek (documentos árabes).
64. El primer capítulo apareció en Blanco y Negro, XIII, núm. 635, 1903, el resto de lo que
conocemos no fue publicado hasta la primera edición de Obras Completas de Valera, a
cargo de su hija Carmen, Madrid, 1905-1935, vol. XIII, Imprenta Alemana, 1908.
Para esta obra Valera se documentó además en otras fuentes, como La
Magie et l'Astrologie dans l'Antiquité et au Moyen Age, o Etudes sur les supers-
titions païennes qui se sont perpetués jusqu 'a nous jours, de Alfred Maury, que
utilizó para describir las prácticas mágicas en la Alejandría del siglo III, la
Historia de los orígenes del cristianismo (1863-1883), de Ernest Renán, que le
sirvió para trazar la iniciación de Dióscoro en los misterios de Isis y Osiris y sus
lances y aventuras en el seno de otras sectas65 hasta entrar por último, en el capí-
tulo VII, en la comunidad cristiana66, o la History of the Decline and Fall of the
Roman Empire (1776-1788, 6 vols.), de Edwuard Gibbon, obra que Valera cono-
cía muy bien y había utilizado en otras ocasiones, que le sirvió de guía para la
expedición militar de Alejandro Severo contra los persas del capítulo VIII67.
Finalmente, para el capítulo XII en que se narra el concilio de los magos persas,
Valera ha seguido punto por punto el relato que del mismo hizo Cesare Cantú en
su Historia Universal68.
admirado de todos por su virtud, por su saber y por su inteligencia soberana. Este archima-
go se llamaba Arda-Viraf. Después de haber hecho purificantes abluciones y después de
haberse sometido a severos ayunos, Arda Viraf tomó una poción mágica de extraño y mis-
terioso poder, y cubierto con una blanca tela de lino, cayó en un sueño profundo que duró
siete días y siete noches. [...] Cuando Arda-Viraf despertó expuso con lucidez y orden toda
la doctrina metafísica y moral de Ahura Mazda, la cual fue escrita y conservada a la poste-
ridad por varios secretarios o amanuenses, que iban escribiendo con cuidado y fidelidad
cuanto Arda-Viraf dictaba.
Fundado el nuevo reino de Persia sobre la religión restaurada, el primer archimago, Arda-
Viraf, tuvo un poder casi igual al del rey.
Todas las religiones que no eran la de Zoroastro fueron entonces perseguidas, y muy parti-
cularmente la de los judíos y la de los cristianos." (págs. 517-518 del vol. I de mi edición
de Obras Completas de Valera).
histórico en el que no pueda ser censurado como lo había sido su personaje de
Rafaela en la novela Genio y Figura.
Como para Valera el hombre y la mujer son siempre los mismos y son las
circunstancias externas las que pueden permitirles o no actuar de la forma que
les es propia, estos hombres y mujeres parecen sentirse más cómodos, cuando
se trata de ciertos asuntos, en épocas y países remotos donde la libertad de las
costumbres es mayor, al menos literariamente, y donde la presión social no actúa
sobre la naturaleza del individuo de una manera coercitiva.
Así vemos que Elisa, al no sentir que hace daño a nadie con su vida, no se
siente culpable ante los hombres, y cuando analiza su vida y se siente en des-
acuerdo con ella es por causas personales que nada tienen que ver con la moral
social. No es cristiana y no le abruma la culpa del pecado, y, si éste existe a los
ojos del lector del momento, no habrá caído en él por razones sofisticadas o por
frustración. En su entrega hay siempre alegría y libertad personal.
69. Ya en 1860 inserta un fragmento de esta obra en un artículo de su habitual "Revista de teatros".
70. La Tais de El eunuco de Terencio deriva, a su vez, del personaje de la Crísida de Menandro.
71. También Besarión o Serapión el Dindonita, según las versiones.
convierte por amor a Dióscoro. Anatole France construyó sobre esta tradición su
Tais, bailarina y actriz de Alejandría, como Elisa, pero que muere como una
santa, mientras que Pafnuncio, su iniciador en el cristianismo, se condena. Por
el contrario, la obra de Valera, tal y como nos ha llegado, plantea una historia
muy diferente. La vida de Elisa no es "edificante" y el fragmento acaba con la
caída al Tigris, y tal vez muerte de Elisa abrazada al sacerdote cristiano, su anti-
guo amante Dióscoro. De ser este el final nos encontraríamos ante un desenlace
trágico, el único final verdaderamente desdichado de Valera, pero tenemos a lo
largo de su dilatada obra narrativa ejemplos suficientes para suponer que una
vez más, en la lucha entre amor humano y amor divino, entre la carne y el espí-
ritu, o el primero había de salir triunfante o el narrador encontraría una fórmula
para hacerlos compatibles, sobre todo en un tiempo y un espacio en los que no
imperaba el puritanismo ni la doble moral hipócrita del siglo XIX.
María-Paz Yáñez
(Universidad de Ziirich)
1. Kurt Spang, "Apuntes para una definición de la novela histórica", La novela histórica.
Teoría y comentarios, edición de Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata, Pamplona,
Ediciones de la Universidad de Navarra S.A., 1995, págs. 51-87.
2. Hay quien opina lo contrario, como Domingo Ynduráin, que afirma que "si no fuera obra
del autor del Canto a Teresa, la crítica apenas se hubiera ocupado de ella". (Domingo
Ynduráin, "Espronceda novelista: Sancho Saldaña", Entre pueblo y corona. Larra,
Espronceda y la novela histórica del romanticismo, edición de Georges Güntert y José Luis
Varela, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1986, pág. 111).
3. Especialmente duro se muestra Joaquín Casalduero: "Espronceda no maneja la acción ni
con gracia ni con levedad; ni con la densidad de un Victor Hugo, ni con la artificiosa natu-
ralidad de Dumas, ni con el continuado superficial interés de Scott. Igual le acontece con
el trazado de personajes. No ya los buenos de un lado y los malos de otro, sino que siguien-
parte, como ha ocurrido a la mayoría de sus contemporáneos, el interés desper-
tado por la biografía del poeta ha perjudicado enormemente el estudio de su
obra, en la que se han buscado con demasiada insistencia las huellas de sus
vivencias. De esta perspectiva biografista no se ha librado tampoco Sancho
Saldaña, en la que se han detectado rasgos del hombre Espronceda en los dos
principales personajes masculinos -el propio Saldaña y el joven Usdróbal-, per-
sonajes antitéticos por excelencia4. Algo más detenidamente se ha ocupado de la
novela Diego Martínez Torrón en una monografía reciente, donde analiza algu-
nos aspectos de la obra, como el marginalismo o la presencia de la magia5.
Otro tanto puede decirse de los estudios dedicados a la novela histórica del
Romanticismo. Los primeros, además de atribuirle los mismos lugares comunes
que aplicaban a sus contemporáneas -influencia scottiana, exceso de volumen,
falta de profundidad en los personajes, etc.-, la trataban con dureza superior a
la de otros títulos, cuando no reducían su comentario a algunas líneas o, simple-
mente, la ignoraban. Y no ha cambiado mucho la visión de los pocos estudiosos
actuales del género que la mencionan, que, todo lo más, han añadido el resumen
de las opiniones biográficas de los esproncedistas6. La única excepción es el
conjunto de artículos dedicados a nuestra novela en el volumen titulado Entre
pueblo y corona, donde se analizan detalladamente aspectos importantes, como
el paisaje, el amor, la imaginación o las peculiaridades lingüísticas7.
do un manierismo de su época, que dura hasta muy entrado el siglo XIX, transforma el atri-
buto épico en un estribillo caracterizador. [...] Parece como si los autores que siguen este
procedimiento pensaran que caracterizar consiste en repetir hasta la saciedad el mismo
rasgo, y Espronceda lo hace con especial pesadez." Y concluye: "No creo que valga la pena
de leer Sancho Saldaña como novela." (Joaquín Casalduero, Espronceda, Madrid, Taurus,
1983, págs. 212-213).
4. Además del ya citado Casalduero, insisten en el tema biográfico, entre otros, Robert
Marrast (José de Espronceda y su tiempo. Literatura, sociedad y política en tiempos del
romanticismo, traducción de Laura Roca, Barcelona, Editorial Crítica, 1989. Versión origi-
nal: José de Espronceda et son temps. Littérature, société, politique au temps du roman-
tisme, Paris, Éditions Klincksieck, 1974) y Ricardo Landeira (Joséde Espronceda, Lincoln,
Nebraska, Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1985, págs. 132-136).
5. Diego Martínez Torrón, La sombra de Espronceda, Mérida (Badajoz), Junta de
Extremadura, 1999, págs. 34-50.
6. Tal es el caso, por ejemplo, de Juan Ignacio Ferreras {El triunfo del liberalismo y de la
novela histórica 1830-1870, Madrid, Taurus, 1976, págs. 121-123).
7. Op. cit. En este volumen se le dedican cuatro artículos: además del ya citado de Domingo
Ynduráin, Jürg Koch, "Paisaje y caminante - hacia una nueva lectura de Sancho Saldaña"
No cabe duda de que queda mucho por decir de esta novela, dado que ha
comenzado a defenderse cuando se ha estudiado con detalle, como es el caso de
la monografía esproncediana de Martínez Torrón o de los artículos específicos
de Entre pueblo y corona. Los límites de esta contribución no permiten un estu-
dio exhaustivo del texto, por lo que voy a centrarme en tres puntos que me pare-
cen esenciales. En primer lugar, en el tan traído y llevado tema de la influencia
scottiana. En segundo lugar, en lo que considero el elemento más importante en
una novela de este género, la función de la historia, aspecto que hasta el momen-
to parece no haber interesado a quienes se han acercado a nuestra novela. Y, en
tercer lugar, en cierto pasaje, en el que uno de los bandidos intenta, sin conse-
guirlo, contar una historia. El tema de la historia que pretende contar guarda
relación con la anécdota de la trama principal, y, a mi modo de ver, también la
guarda la situación en que se desarrolla el pasaje con los procesos narrativos que
articulan el texto.
(págs. 129-141); Christine Gorlero y José Ignacio de Miguel y Val, "El amor y la política
en Sancho Saldaña" (págs. 143-153); y Martin Gysi, "Saber e imaginación en Sancho
Saldaña" (págs. 155-163). Además, se incluye un estudio lingüístico de las novelas de
Larra y Espronceda: María Antonia Martín Zorraquino, "Aspectos lingüísticos de la novela
histórica española. (Larra y Espronceda.)" (págs. 179-210).
8. Cfr. Jean-Louis Picoche, "Ramón López Soler, plagiaire et précurseur", en Bulletin
Hispanique, 82, 1-2, 1980, págs. 81-93.
9. M. B. Travis, The Influence of Walter Scott on Espronceda's "Sancho Saldaña ", University
of Chicago, 1922.
10. E. Allison Peers, "Studies in the influence of Sir Walter Scott in Spain", Revue Hispanique,
18, 1926, págs. 1-160.
correspondencias existentes con Ivanhoe y niega una relación estrecha con las
restantes novelas mencionadas, llegando a la conclusión de que, aunque induda-
blemente Espronceda había leído al autor escocés, los parecidos son fruto, o
bien de recuerdos casuales, o bien del aprovechamiento de elementos acordes
con la trama de su historia. Desde entonces, se han aludido estas corresponden-
cias, bien para desacreditar la novela, bien para defenderla, alegando un trato
diferente de los elementos comunes.
11. Disponemos de abundantes estudios sobre Intertextualidad. Por nombrar sólo los más des-
tacados, cfr. Julia Kristeva, Semiotiké. Recherches pour une semanalyse, Paris, Éditions du
Seuil, 1969; Michael Rifaterre, "La syllepse intertextuelle", Poétique 40, noviembre de
1979, págs. 496-501; Gérard Genette, Palimpsestes. La littérature au second dégré, Paris,
Éditions du Seuil, 1982.
12. Empleo el término discurso en el sentido greimasiano de totalidad provista de sentido. Cfr.
Algirdas Julien Greimas, Sémantique structurale. Recherche de méthode, Paris, Presses
Universitaires de France, 1986 (Primera edición: Paris, Larousse, 1966).
rencia se observa en el que pudiéramos llamar su lugarteniente -Tuck en la nove-
la inglesa, Zacarías en la española-, ambos sí, dotados de signos religiosos y pro-
pensos a latinismos, unos y otros falsos, pero valorados en franca oposición por
sus respectivos textos. Tuck es un falso ermitaño, que se emborracha, se atraca de
comer, caza en vedado y canta a las bellas mozas, pero todos estos son rasgos que
infieren comicidad al personaje, sin disminuir, o más bien, aumentando la simpa-
tía que despierta en el lector. Muy al contrario, Zacarías es el "malo" oficial de la
novela esproncediana, hipócrita y sanguinario. Si Tuck se hace pasar por ermita-
ño para poder vigilar de cerca el campo de acción de los bandidos, cuando hace
uso de su idiolecto religioso es para esconderse o por broma. No así Zacarías, que
no pierde ocasión de sermonear en medio de las peleas y mata rezando el rosario:
- N o te dejes llevar por la ira de Satanás. ¿Qué quieres de mí, hijo mío?
- M i dinero o tu corazón - r e p l i c ó el morisco, furioso de la cachaza de Zacarías.
- V a y a - r e p u s o éste sin mudar de t o n o - , ¿te has e m p e ñ a d o ? Pues toma.
Un grito del morisco, que cayó en tierra nadando en sangre, f u e el primer aviso
que tuvieron los bandidos que estaban viendo la escaramuza de la especie de rega-
lo que le había hecho el justo, viendo después en la derecha m a n o de éste relucir
el cuchillo, de que había echado m a n o sin que ninguno le apercibiese. El morisco
quedó tendido sin decir palabra, y los que se acercaron a reconocerle vieron que
estaba muerto.
[...]
- B i e n puede mi maestro - d i j o U s d r ó b a l - enseñar a dar puñaladas cara a cara sin
que le vean, que no parece sino que las da por la espalda. Vaya, y qué bien sabe
aplacar la cólera de cualquiera. ¿Pero dónde está? ¿Se ha ido?
En esto, al volver la cabeza, le vio que se paseaba allí a un lado con el m i s m o aire
compungido y devoto que de costumbre, con su rosario en la m a n o y rezando con
mucha tranquilidad, c o m o si acabase de oír misa. (pág. 345a-b)' 3
13. Las citas remiten las Obras Completas de Don José de Espronceda, edición, prólogo y
notas de Jorge Campos, Biblioteca de Autores Españoles, vol. LXXII, Madrid, Atlas, 1954.
La noche había cerrado ya enteramente, y la oscuridad más profunda reinaba en
aquellas temerosas galerías. Los pasos resonaron más cerca, y Saldaña apenas
osaba moverse, cuando abrió los ojos de pronto y vio o imaginó que veía una luz
pálida y moribunda a corta distancia, semejante a los fuegos fatuos que suelen
encenderse en los cementerios. Figurósele que temblaba asimismo el suelo bajo
sus pies, como si se abrieran las losas del pavimento, y que una figura cadavérica,
una mujer, en su imaginación colosal, la imagen, en fin, de Zoraida, sólo que des-
figurada ya con la muerte y de extraordinaria estatura, con el mismo puñal en la
mano con que le amenazaba el día que la asesinó, se alzaba fantásticamente a su
vista, y se encaminaba hacia él. (pág. 546a)
14. Remito a la terminología temporal de Gérard Genette, Figures UI, Paris, Éditions du Seuil,
1972.
15. El énfasis es mío.
cir a Rowena y casarse con ella, emparentando así con la nobleza antigua. Al
primer desprecio de la altiva dama, desiste de su empeño. Muy diferente es el
caso en nuestra novela, donde Saldaña organiza el rapto de Leonor, aunque tam-
bién con fines matrimoniales, sin que intervengan otros intereses y en solitario.
Por otra parte, no existen aquí diferencias sociales sino enemistad familiar. Y,
sobre todo, el secuestrador no persigue fríamente un matrimonio de convenien-
cia, sino que actúa impelido por una incontrolada pasión, de modo que no desis-
tirá hasta alcanzar su meta en el último capítulo de la novela. Cabe añadir que
si en Ivanhoe, las pretensiones de Bracy son secundarias y apenas funcionales
para la historia narrada, en Sancho Saldaña son punto de partida de los aconte-
cimientos y forman el hilo por el que se desarrolla la trama.
16. Georg Lukács, La novela histórica, traducción de Jasmin Reuter, México D.F., Ediciones
Era, 1966, pág. 36. Versión original: Der historische Roman, Berlín, Aufbau-Verlag, 1955.
17. Ibíd., pág. 31.
po, sería armado caballero por el rey Sancho IV, no basta para asegurar que se
efectúe un cambio en los valores de clase. En primer lugar, nuestro joven no es
un "héroe medio" como Ivanhoe, quien, aunque inferior a Rowena, que descien-
de de reyes, no es tampoco un plebeyo. Usdróbal pertenece al último peldaño de
la sociedad: es un marginado, que aparece en el primer capítulo, presentado, no
por casualidad, según el esquema de la novela picaresca18. Por amor - y en cier-
to modo también por arribismo-, va convirtiéndose en caballero a través de sus
actos. Pero no por ello conseguirá el amor de Leonor, ni siquiera su aprecio. La
dama le humillará ofreciéndole dinero por su ayuda. Se realiza, pues, sólo en
parte en su programa de ascensión. Además, como veremos en el siguiente apar-
tado, no es él el héroe principal de la historia narrada, como bien indica el títu-
lo.
Un último detalle que cabe comentar es el final de ambas novelas. Si, como
hemos visto, en el texto scottiano todos los extremos acaban conciliándose, no
así en el esproncediano, donde tanto la historia ficticia como la referencial que-
dan abiertas. De las consecuencias del incierto final del marco histórico, habla-
ré en el capítulo siguiente. Baste aquí señalar que si Scott dejaba atados todos
los cabos de la trama ficcional, garantizando la verdad de su historia con la vero-
similitud de los hechos, Espronceda deja abierta una incógnita, que dota a la
novela de un elemento fantástico, privilegiando el componente novelesco al his-
tórico19. En el capítulo XXXIX, Saldaña ha matado a Zoraida y sus escuderos
sacan su cadáver al campo, donde "como no era cristiana, quedó para festín de
las carnívoras aves sin enterrar" (pág. 530a). En capítulos posteriores, una espe-
cie de espectro de Zoraida, puñal en mano, se aparece a Saldaña - y sólo a él-,
llenándole de terror, como hemos visto en un pasaje arriba citado. Al final, el
mismo espectro "se levantó de una tumba" (pág. 568a) y, después de matar a
Leonor, "tomó el camino que había traído y volvió a hundirse en la tumba" (pág.
568b). En este "espectro", a quien el narrador llama también "fantasma", reco-
nocen los presentes a Zoraida. Algunos críticos, que tratan de pasada la novela,
incluyen a la mora-judía entre los personajes muertos, sin tener en cuenta la
18. Cfr. Russell P. Sebold, "Lágrimas y héroes en Sancho Saldaña", Hispànic Review, 64,
1996, págs. 507-526.
19. Sobre la importancia en el género del sustantivo "novela" sobre el adjetivo "histórica",
véase el primer capítulo de mi estudio La historia: inagotable temática novelesca. Esbozo
de un estudio sobre la novela histórica española hasta 1834 y análisis de la aportación de
Larra al género, Bern, Frankfurt/M, New York, Paris, Peter Lang, 1991, págs. 9-33.
breve conclusión que pone punto final a la historia, donde leemos que "parece
ser no murió de la puñalada que le clavó su desconocido amante" (págs. 568b-
569a)20 y vivía escondida en el castillo esperando la hora de su venganza. La
mencionada lectura de parte de la crítica, que puede parecer errónea, se debe sin
duda al hecho de que el narrador, tan preciso en las informaciones sobre el futu-
ro de otros personajes, además de aventurar ese incierto "parece ser", deje abier-
ta una segunda incógnita a propósito del suyo:
Ivanhoe fue la novela más leída en España en la primera mitad del siglo
XIX. La adopción de elementos, perfectamente reconocibles por el lector aficio-
nado al género -sin duda el lector virtual de la novela- garantizaban la marca
del género. El cambio de valorización de algunos de sus elementos construía, sin
embargo, un nuevo discurso, que entraba en dialéctica con el discurso burgués
scottiano. Se trata, pues, de un premeditado diálogo intertextual y no de falta de
imaginación como suele atribuírsele al autor, preocupado por los plazos de
entrega al editor.
Llevaba mal el rey don Alonso verse a causa de su vejez poco estimado de muchos:
dábale pena el deseo que sentía en sus vasallos de cosas nuevas. [...] Ninguna cosa
mas le aquejaba que la falta del dinero, cosa que desbarata los grandes intentos de
22. El narrador habla de "Crónicas" y, por lo general, suele mencionarse como fuente princi-
pal Las crónicas de los Reyes de Castilla, del siglo XIV, recopilación de datos sobre los
diferentes reinados castellanos, y fuente, a su vez, de la obra de Mariana. Personalmente,
creo que Espronceda se limitó a tomar los datos directamente de éste último, interpretán-
dolos y falseando algunos de los temporales y espaciales por economía textual. Las cróni-
cas mencionadas son de carácter ficcional, porque se suele aludir a ellas para remitir a
hechos de la trama novelesca.
los príncipes. Trataba de hallar algún medio para recogello. Parecióle que el cami-
no mas fácil sería batir un nuevo género de moneda, así de cobre c o m o de plata, de
menor peso que lo ordinario y mas bajo de ley, y que tuviese el mismo valor que la
de antes; mal arbitrio, y que no se sufre hacer sino en tiempos muy apretados y en
necesidad muy extrema. Resultó pues desta traza un nuevo daño, es á saber, que se
encendió mas el odio que públicamente los pueblos tenían concebido contra el rey,
mayormente que se decía por cosa cierta que en las causas civiles y criminales y en
castigar los delitos no tenía tanta cuenta con la justicia, como con las riquezas que
las partes tenían; y que á muchos despojaba de sus haciendas por cargos y acusa-
ciones fingidas que les imponían: cosa que no se puede escusar con ningún genero
de necesidad: y con ninguna cosa se ganan mas las voluntades de los vasallos para
con su príncipe, que con una entereza y igualdad en hacer á todos justicia. 23
Por la muerte del rey don Alonso, si bien el derecho de su hijo don Sancho era
dudoso, sin contradicción sucedió en el reino y estados de su padre. [...] Tomó el
nombre de rey, de que hasta entonces se había abstenido por respeto y reverencia
de su padre. El sobrenombre de Fuerte que le dieron, le ganó por la grandeza de
su ánimo y sus hazañas hasta entonces mas dichosas que honrosas [...] Era sin
duda osado, diestro, astuto, y de industria singular en cualquier cosa á que se apli-
case. Reinó por espacio de once años y algunos días. Su memoria quedó amanci-
llada por la manera c o m o trató a su padre: cuanto a lo demás, se puede contar en
el número de los buenos príncipes. 24
Tacháronle de avaro, siendo así que nunca ha habido rey más espléndido, y le
motejaron de injusto, cuando f u e el primero en España que fijó el m o d o de admi-
nistrar justicia, (pág. 323b)
23. Cito de una edición de la segunda mitad del siglo XIX: P Juan de Mariana, Historia
General de España, Barcelona, Imprenta de Luis de Tasso, s.f., Libro Décimocuarto, cap.
V, pág. 285b.
24. Ibíd., cap. VIII, pág. 289 a-b.
Por otra parte, los personajes valorados positivamente por el narrador (la
familia de Iscar, el Velludo) son defensores del testamento de Alfonso, que nom-
bró herederos a sus nietos, los Infantes de La Cerda. Sólo Sancho Saldaña -com-
pendio de maldades- se ha pasado al campo del hijo. Pero llama la atención que
sean precisamente los partidarios del rey Sabio quienes denotan menor nivel
cultural. Dejando a un lado al Velludo, que pertenece a una capa social no cul-
turizada, la oposición entre Hernando de Iscar y el castellano de Cuéllar resulta
llamativa. Sorprendemos a Saldaña en su biblioteca, tratando de consolarse con
la lectura. Buscando entre sus libros, descarta "un tratado de astrologia de Don
Alfonso el Sabio" y acaba decidiéndose por "La Sagrada Escritura", después de
considerar una segunda posibilidad:
25. Esta misma oposición entre letrados y analfabetos de clase elevada sirve de estrategia iró-
nica a Larra en El doncel de don Enrique el Doliente. Véase, por ejemplo, la descripción
del personaje que obtendrá el título de Mestre de Calatrava: "Todos sus conocimientos esta-
ban reducidos a los de un caballero de aquellos tiempos: habíanle enseñado en verdad a leer
y escribir; pero cuando no tenía olvidado él mismo que poseía tan peregrinas habilidades,
que era la mayor parte del tiempo, no comprendía por qué se habían empeñado sus padres
en hacerle perder algunos años en aquellos profundísimos estudios, que no le podían ayu-
dar, decía, a rescatar una espuela ni el guante de su dama en un paso honroso." (Cito de
Mariano José de Larra, El doncel de don Enrique el Doliente, edición de María-Paz Yáñez,
Madrid, Espasa-Calpe, 1995, pág. 205). Cfr. a este respecto mi artículo "Particularidades
del marco histórico en El doncel de don Enrique el Doliente", La narrativa romántica. Atti
del IV Congresso sul Romanticismo Spagnolo e Ispanoamericano, Genova, Biblioteca di
Letterature, 1988, págs. 137-144.
toria narrada, el judío Abraham, quien, al darle a leer un documento de los reyes
de Francia y Aragón, recibe por respuesta:
Por otra parte, si nos fijamos en Usdróbal, el único personaje que, por sus
propios méritos, recorre el camino desde la marginalidad hasta la plena integra-
ción en la sociedad caballeresca, es de notar que sólo ayuda a los partidarios de
La Cerda cuando se trata de salvar a Leonor. Una vez muerta la dama de sus
pensamientos, se alista en las filas de Sancho IV, y será el propio rey quien va a
ordenarle caballero por sus hazañas. De forma que también en el plano históri-
co topamos con una ambigüedad que vale la pena analizar.
26. Ibíd., Libro Décimotercero, cap. XX, pág. 278b. El énfasis es mío.
El único pasaje en toda la novela donde se pone en escena un hecho histó-
rico documentado es el situado en las Cortes de Valladolid, en el transcurso de
las cuales el rey mata a Lope de Haro (cap. XXIV). El hipotexto de este pasaje
es también la Historia de Juan de Mariana, y, aunque se producen anacronismos
e inexactitudes espaciales (el acontecimiento tuvo lugar en Alfaro y no en
Valladolid, y en fechas posteriores a las explicitadas en la novela), personajes y
hechos concuerdan con mayor o menor exactitud con la fuente. En este capítu-
lo, don Juan de Lara, antes enemigo, aparece ya reconciliado con el rey e inves-
tido de poderes en la Corte. Por el contrario, don Lope de Haro, antes amigo,
acude inadvertido al llamado de Sancho IV, y es humillado, degradado y despo-
seído de sus bienes, en presencia de los cortesanos. En un acceso de furia, don
Lope intenta cometer un magnicidio y encuentra la muerte a manos del propio
monarca. Se producen, pues, en este pasaje traslados de un bando político a otro,
humillaciones y traiciones. En el capítulo siguiente, Saldaña, a fin de conseguir
su mano, ofrece a Leonor el abandono de la causa de Sancho IV, para pasarse a
las huestes enemigas, a las que pertenece el hermano de la dama. Esta actitud es
juzgada por la humillada Leonor, cuyas convicciones políticas son inamovibles,
como una despreciable traición. Cambios de partido, humillación y traición son,
pues, los motivos centrales de los dos capítulos consecutivos, cuya figura prin-
cipal es uno u otro Sancho.
Fuéronse pues acercando en buen orden, y cuando las tropas de Saldaña se halla-
ban cerca de las que venían, pararon aquellas, y un guerrero, cuyo melancólico
rostro formaba un singular contraste con su lujosa armadura y buen aderezo, de
majestuoso continente y gigantesca estatura, a galope de un alazán de fuego, se
adelantó de sus tropas y salió a recibir a Sancho el Bravo, que, armado todo menos
el casco, venía, rodeado de sus principales caballeros, montado en un tordo árabe,
cuya soberbia lozanía sujetaba con indecible agilidad y destreza.
Llevaba el rey en la cabeza un bonete de terciopelo color carmesí, de donde le
volaban infinitas plumas de varios y bien casados colores; vestía una aljuba sobre
la coraza, bordada toda de oro, y a su lado detrás de él llevaba un escudero su
lanza, su escudo y el yelmo, que, rodeado de puntas de hierro, y sólo adornado de
algunas plumas blancas, mostraba que no lo traía para un torneo, sino para usarlo
en la guerra. [...]
Llegó éste [Saldaña] al rey con aquella indiferencia y tristeza propia de él, y ya iba
a echar pie a tierra, cuando el rey, alargándole la mano se lo estorbó, apretándole
la suya amistosamente, (págs. 477a-478b)
Yo le vi, yo le veo aún sordo a la voz de mi padre moribundo, que le llamaba para
darle su última bendición, negándose a recibirla, embriagado en los deleites de su
manceba, y maldiciendo al siervo que le interrumpía en sus placeres para llamar-
le. Yo le vi cuando, furioso, hirviendo en toda la cólera del infierno, alzó el puñal,
guiado por los demonios, y lo hincó en el corazón del sacerdote que piadosamen-
te le reprendía. Yo le vi después, cubierto aún de sangre, reposarse en brazos de su
Zoraida y oí su risa y sus carcajadas emborrachándose en el festín. El infierno se
estremeció de júbilo y los demonios alargaron sus manos para agarrar su presa; yo
los oí que reían, y me horroricé, (pág. 382a-b) 27
Y este rasgo común aclara la elección del marco histórico y los paralelis-
mos establecidos entre los dos héroes, el referencial y el ficcional. Porque en
Saldaña puede detectarse el germen del héroe modélico esproncediano, Don
Félix de Montemar. Aunque son varios los estudiosos que han observado algu-
nos rasgos comunes a los dos héroes esproncedianos28, ninguno ha mencionado
el motivo de la rebelión filial, porque efectivamente, no aparece explícita en El
estudiante de Salamanca. Pero si tenemos en cuenta que Montemar, "Segundo
Don Juan Tenorio" (verso 100), es una figura donjuanesca, probablemente la
más donjuanesca de la literatura española, hay que admitir que el rasgo va implí-
cito en el personaje. Porque la rebelión contra el padre en don Juan, ya sea el
propio o el de las damas ultrajadas (el Comendador), no es otra cosa que el pri-
mer paso en su rebelión contra la autoridad, que desembocará en el enfrenta-
miento contra una instancia del universo transcendente. El pecado de soberbia
de Luzbel es el rasgo principal del estudiante salmantino, aunque no abunden las
alusiones directas, si excluimos el antológico verso 1253, donde aparece como
"Segundo Lucifer"29.
27. Este pasaje se ha relacionado también con otro similar en Ivanhoe, la muerte del padre de
Front-de-Boeuf. Pero en la novela que nos ocupa tiene otra función, como veremos en
seguida.
28. En especial, Domingo Ynduráin, "Espronceda novelista: Sancho Saldaña", art. cit.
29. He tratado este tema en diferentes estudios sobre textos donjuanescos. Por nombrar sólo los
más relacionados con nuestro texto, remito a "El cambio de valorización del satanismo en
la cosmovisión romántica: El estudiante de Salamanca de Espronceda", Salina, 10, 1996,
págs. 116-126; y "Figuras donjuanescas en el Romanticismo: España-Francia, ida y vuel-
ta", Interkultureller Austausch in der Romania im Zeichen der Romantik. Akten der Sektion
14 des Deutschen Romanistentages 2003 in Kiel, editadas por Michaela Peters y Christoph
Strosetzki, Bonn, Romanistischer Verlag, 2004, págs. 31-39.
volver a los fuegos de que había salido" (pág. 325b); "yo creo que es el mismo
diablo en persona", dice el Velludo (pág. 347b); "¿no soy yo el infierno?", se
pregunta él mismo (pág. 348a); y un largo etcétera. Y, sin embargo, dista mucho
todavía del héroe satánico por excelencia que es Montemar. Si el estudiante pasa
sin vacilar por la vida y la muerte, hace burla de la contemplación de su propio
entierro y desafía a Dios abiertamente, son muchas las debilidades que caracte-
rizan a nuestro castellano. En numerosas ocasiones, se le acusa de supersticio-
so, y, por ello, en lugar de bailar, como hace Montemar, con el espectro de
Elvira, lanza gritos de terror ante lo que cree el espectro de Zoraida.
Por otra parte, son muchos los pasajes en los que se ponen de relieve sus
propósitos de arrepentimiento, actitud impensable en el satánico estudiante. El
arrepentimiento parece ser el móvil que pone en marcha la acción de la historia
narrada en la novela, porque Saldaña ve en Leonor al "ángel" que ha de salvar-
le (pág. 348). En lugar de acabar integrándose en el universo infernal, fin del
libertino don Félix, el castellano de Cuéllar acabará sus días "en la Trapa, ves-
tido de estameña y llorando sus pasadas culpas" (pág. 569a). Pero, a pesar de la
distancia que todavía lo separa del héroe ideal romántico, Sancho Saldaña es el
esbozo de lo que será la grandiosa figura de Montemar, encarnación del indivi-
duo aislado de la sociedad, que no reconoce autoridad, ni humana ni divina. De
ahí la ambigüedad de nuestro héroe, que se corresponde con la ambigüedad de
los valores del marco histórico. Porque, a pesar de sus crímenes, Saldaña es el
personaje más atrayente de la novela. Y casi no hace falta mencionar el impac-
to que, a pesar de los suyos, produce la "grandiosa satánica figura" (verso 1245)
de don Félix de Montemar.
30. Russell R Sebold, "Lágrimas y héroes en Sancho Saldaña", art. cit., pág. 508.
31. Gérard Genette, Seuils, Paris, Éditions du Seuil, 1987, pág. 78.
Y es de tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, el doble título de las
novelas históricas sirve para informar por separado sobre el hecho central y
sobre su héroe. Baste recordar Los bandos de castilla o El caballero del Cisne,
de Ramón López Soler, Amaya o Los vascos en el Siglo VIII, de Francisco
Navarro Villoslada o Gómez Arias o Los moros de las Alpujarras, de Telesforo
de Trueba y Cossío, por no dar más que algunos ejemplos.
3. Un cuento inacabado
- É r a s e que se era un señor de Castilla, que era dueño del castillo de Rocafría y de
otros muchos castillos, lugares y tierras, y capitán de más de trescientas lanzas.
Tenía este hombre muy mala vida, y no creía en Dios ni en el diablo, y juraba que
desearía verse a solas con Lucifer... ¡Jesús me valga! - i n t e r r u m p i ó con voz más
32. Para la oposición /plano de la expresión/ versus /plano del contenido/, cfr. Louis Hjelmslev,
"La stratification du langage", Word, 10, 1954, págs. 163-188. Reproducido en Essais lin-
güístiques, Paris, Éditions de Minuit, 1971, págs. 45-77.
fuerte el historiador, y todos se estremecieron.
En este tiempo el mastín se había levantado de donde estaba, y con más muestras
de miedo que de arrogancia, se acercó a la boca del subterráneo, y en dando dos o
tres ladridos volvió atrás todo trémulo, rabo entre piernas, y despidiendo aullidos
tan prolongados y lúgubres que podían cuando menos entristecer el ánimo más
esforzado.
-Silencio, Sagaz -le gritó su amo-: ¿qué diablos tienes que estás temblando?
El perro calló a la voz del Velludo, y se volvió a echar a sus pies todo azorado,
como si viese delante de él sueños o sombras de aparecidos, que era lo que se creía
entonces cuando los animales, sin motivo aparente, se agitaban y entristecían.
-Me parece que oigo un ruido como de muchas cadenas -dijo uno de los ladrones.
-Es el viento, que grita con la voz de cien condenados -replicó el morisco.
-Pues como iba diciendo -continuó el veterano-, tenía este caballero amores con
una dama, y no la podía alcanzar, porque era muy honesta y hermosa, que me pare-
ce que la estoy viendo. Sucedió, pues, que yendo días y viniendo días, el caballe-
ro se desesperó, salió al campo, y compró una cuerda para ahorcarse muy retorci-
da, e iba maldiciendo el día que nació, y la hora en que vio a la dama, y maldijo
luego su alma, y llamó al demonio, ¡Jesús me valga! -interrumpió de nuevo, per-
signándose como tenía de costumbre.
-Y como digo -continuó- que iba desesperado, se levantó de repente una tempes-
tad tan negra que no se veía a sí mismo, y el viento era tan recio que tuvo que
echarse al suelo más de una vez para que no se lo llevase como una paja; un relám-
pago...
En este momento la luz que penetró en la cueva fue tan viva, que deslumhrándo-
los y asustándolos interrumpió el cuento tercera vez. (pág. 321a-b)
33. Para la historia y significados del término mise en abyme, cfr. Lucien Dallenbach, Le récit
spéculaire. Essai sur la mise en abyme, Paris, Editions du Seuil, 1977.
mientos, y que, si bien concluye la historia que pretende contar, deja, intencio-
nadamente, algunos cabos sueltos. Ya hemos visto el concerniente a la muerte
de Zoraya. Pero hay otro que afecta al marco histórico, porque todo lo que añade
sobre el monarca es: "y en cuanto a Don Sancho, rey de Castilla, es harto cono-
cida su historia para que tengamos que dar cuenta de sus sucesos" (pág. 569b).
La aclaración resulta demasiado brusca, habida cuenta, además, que la mayoría
de las novelas del género suelen informar sobre el desarrollo posterior de los
hechos históricos. Por otra parte, el bandolero es designado con el título de his-
toriador -"interrumpió con voz más fuerte el historiador"-, y la voz que relata
la historia principal dice respetar las crónicas que le han servido de fuente. Y, sin
embargo, el bandido interrumpe su historia con exclamaciones de espanto, ante
lo que cree fenómeno sobrenatural; y el narrador principal deja sin aclarar situa-
ciones que escapan al dominio de lo natural.
De forma que, dadas las características del héroe del cuento interrumpido
del bandido y de las equivalencias entre su narrador y el de la historia principal,
diríase que el capítulo que sigue a la interrupción, en el que se presenta por pri-
mera vez a Saldaña, es la continuación de ese a modo de prólogo narrado por el
bandolero. Podrían, pues, considerarse los capítulos anteriores como marco de
una posible versión de la historia, lo que realzaría su carácter legendario, que ya
he comentado a propósito de la duda sobre el destino de Zoraida. Estas dudas,
que recuerdan el famoso "como me lo contaron, te lo cuento", que pone fin a El
estudiante de Salamanca, se repiten en varios pasajes. Por ejemplo, cuando se
descubre la verdadera identidad de Zoraida, que resulta no ser mora, sino judía,
lo que resulta un tanto confuso, el narrador asume lo insólito de la aclaración,
añadiendo:
*H=*
Pero, sin duda, hay un género en que las interferencias entre historia y
novela cristalizan de manera explícita y ofrecen la posibilidad de indagar en su
enorme complejidad: me refiero a la novela histórica, que se configura como tal
en el Romanticismo y que ha ejercido desde entonces, con pocos altibajos, una
sostenida atracción para escritores y lectores hasta llegar a ocupar un lugar de
privilegio en el sistema literario contemporáneo.
1. Utilizo este concepto de acuerdo con la acepción propuesta por Umberto Eco (1976: 184-
193), que opone la teoría de la competencia ideal de un hablante ideal de Katz y Fodor,
basada en el modelo semántico del diccionario, a la teoría de la competencia histórica,
basada en el modelo semántico de la enciclopedia, que toma en consideración las creencias
y opiniones corrientes en contextos socio-históricos concretos.
ral y pragmática, a veces incluso estilística de este género. La novela histórica
supone no tanto una reconstrucción cuanto una reescritura de la Historia desde
la ficción literaria. Y es una reescritura en la medida en que se elabora a partir
de documentos y de relatos ya establecidos sobre la época, el personaje, o los
episodios que va a recrear imaginariamente; de ahí su dimensión hipertextual
(G. Genette, 1982).
2. Algunas de las opiniones críticas más interesantes sobre los problemas que se derivan de la
mezcla de elementos históricos y elementos ficticios se encuentran en el tratado de
Alessandro Manzoni "Del Romanzo storico e, in genere, de'componimenti misti di storia
e d'invenzione" publicado en 1850, en Ideas sobre la novela (1925) de Ortega y Gasset, o
en Ensayo sobre la novela histórica. El modernismo en La gloria de don Ramiro (1942) de
Amado Alonso.
3. Téngase en cuenta que la novela histórica se construye orientada hacia unos lectores a los
que supone dotados de un determinado saber sobre el asunto elegido. El discurso se estruc-
tura desde y sobre esa competencia supuestamente compartida: bien para confirmarla,
ampliarla o matizarla; bien para cuestionarla o subvertirla. Sobre estas cuestiones me he
ocupado ampliamente en mi libro de 1998 (segunda edición, 2003).
4. Es el caso de lo que se ha llamado la novela histórica arqueológica o la historia novelada.
en la guerra civil española o en la caída del muro de Berlín) funcionan, tal
como argumentó Umberto Eco (1976:162), como una unidad cultural de mane-
ra que quedan asociados a una serie de marcas semánticas que los lectores
actualizan cuando los encuentran en un texto. Y lo mismo puede valer con res-
pecto a las épocas. Dado que la historia constituye materia de enseñanza en los
programas de los sistemas educativos básicos, la aparición de estos nombres5
activa redes connotativas que forman parte de la enciclopedia de los lectores,
y genera unas expectativas en relación a ellos6. Sin duda, un novelista puede
hacer que Felipe II cuente entre sus victorias la expedición de la Armada inven-
cible o que Napoleón muera en Sevilla, pero tal ruptura de lo establecido empu-
ja el relato hacia los territorios de la sátira y la parodia. Valerse de una historia
ya contada y conocida tiene sus ventajas (parte del camino andado, el atractivo
que ciertos individuos históricos despiertan), pero también sus servidumbres,
especialmente si esos elementos históricos adquieren el protagonismo en la
novela.
Por eso muchas novelas históricas sitúan los sucesos y las figuras históri-
camente conocidos en el fondo del relato, como personajes secundarios, y con-
ceden el protagonismo a personajes inventados o a personajes históricos de
segunda fila, cuyos avatares biográficos apenas están registrados, lo cual ofrece
un margen mucho más amplio para la imaginación del novelista. Así lo hicieron
los pioneros del género como Walter Scott (Ivanhoe, Rob Roy) y tantos otros
escritores de novela histórica romántica: pensemos por ejemplo en Víctor Hugo
y su novela Notre Dame de París (la gitana Esmeralda, el contrahecho
Quasimodo), o en Mariano José de Larra con El doncel de Don Enrique el
Doliente, cuyo protagonista es el trovador gallego Macias O Namorado, cuya
leyenda de amador con final trágico corre en la tradición popular y en la litera-
tura del siglo XV en adelante.
Recorred todas las tropas inmediatamente después de una batalla, aún al segundo
o tercer día (hasta que se hayan escrito los informes), y preguntad a todos los sol-
dados y oficiales, desde el más alto al más bajo, cómo se ha desarrollado la acción.
Esos hombres os contarán lo que han experimentado y visto, y en vuestra mente
surgirá una impresión majestuosa, complicada, multiforme hasta el infinito, peno-
sa y confusa; pero de ninguno de ellos, ni siquiera del general en jefe, podréis
saber cómo se ha desarrollado la batalla (1988: 1467).
Sin embargo, a pesar de los riesgos, las figuras históricas de primer plano
han logrado atraer y despertar la imaginación de muchos novelistas que, en
general, apenas alteran los datos consignados en sus biografías oficiales, referi-
dos sobre todo a sus actividades públicas, y se centran en representar aspectos
de su vida privada e íntima. Esta representación puede consolidar la imagen
canónica, incluso mítica, que la Historia nos ha legado o puede atentar contra
ella, rebajándola y satirizándola si es positiva, justificándola y reivindicándola
si es negativa.
Para ilustrar la segunda posibilidad podemos citar algunas novelas que des-
montan la figura mítica de Cristóbal Colón8: desde El arpa y la sombra (1979)
de Alejo Carpentier hasta Vigilia del almirante (1992) de Augusto Roa Bastos.
8. Sobre la nueva novela histórica en América Latina puede verse el documentado y valioso
trabajo de Seymour Mentón (1993).
Así pues, atendiendo al uso de los materiales históricos, podemos dibujar
tres grandes líneas en la tradición de la novela histórica9:
En tanto que allá llega y se junta la hueste del rey don Fernando IV, forzoso será
que d e m o s a nuestros lectores alguna idea de las nuevas turbulencias que en diver-
sos sentidos llamaban a los pueblos y a los ricos hombres a las armas. La familia
de los Laras, poderosísima en Castilla, tenía vinculados en su casa la turbulencia
y el desasosiego, no menos que la nobleza y la opulencia. El j e f e actual de este
linaje, don Juan Núñez de Lara, había estado largo tiempo desnaturalizado de
Castilla, y entrado en ella a m a n o armada cuando la gloriosa reina Doña María
tenía las riendas del gobierno; pero desbaratado su escuadrón por Don Juan de
Haro, cayó, en poder de la reina, prisionero... (166-167)
9. Las tres se siguen cultivando en la narrativa histórica contemporánea. Lo que aquí señala-
mos es su correspondencia con el desarrollo del género desde el XIX.
proporcionase a los lectores los datos necesarios para situar la trama en su con-
texto histórico y para entender los conflictos de los protagonistas. En Ivanhoe
esta tarea la desempeñan el bufón Wamba y el porquero Gurth, criados de
Cedric el Sajón, y en El doncel de Don Enrique el Doliente, el juglar Ferrus y
el escudero Fernán Pérez de Vadillo.
La segunda línea se abre con la novela histórica moderna de finales del XIX
y principios del XX (pienso en Unamuno, Baroja, Valle-Inclán; en Virginia
10. El problema es distinto cuando la novela se fija en hechos ocurridos en un pasado próximo
al presente de los lectores. En este caso, se supone que éstos ya poseen una información
suficiente sobre los personajes o sucesos novelados, y por lo tanto no es necesario ofrecer-
la en el texto. Además los acontecimientos se muestran haciéndose, recreando imaginaria-
mente el momento en que se reciben las noticias, se disparan los rumores, se temen las con-
secuencias. La información, por tanto, no queda limitada al narrador sino que se incorpora
en la trama mediante recursos como las tertulias, los diálogos entre los personajes, las car-
tas, las noticias en la prensa etc. Así lo encontramos en los Episodios Nacionales de Galdós
o en el ciclo del Ruedo ibérico de Valle Inclán (Fernández Prieto, 1997 y 1998).
Comentario aparte, en el que ahora no podemos detenernos, merecerían novelas como
Galíndez de Vázquez Montalbán o Soldados de Salamina de Javier Cercas, que problema-
tizan la escritura de la historia, y podrían incluirse en lo que Linda Hutcheon (1988) deno-
mina metaficción historiogràfica.
Wolf, Thomas Mann, etc.), que mantiene el respeto hacia los datos históricos
básicos, pero la perspectiva con que los maneja resulta muy distante de la tradi-
cional. La verosimilitud y el didactismo pierden peso. No interesa reconstruir el
pasado en sus aspectos exteriores o materiales sino transmitirlo desde la interio-
ridad de los personajes o desde el filtro moral e ideológico del narrador. Por eso
el rasgo más destacado de esta línea es la subjetivización de la historia, lo que,
entre otros efectos, provoca la disolución de las fronteras temporales entre el
pasado de la historia y el presente enunciativo. Por subjetivización" de la histo-
ria entendemos el abandono de la perspectiva de omnisciencia autorial dominan-
te en la narrativa romántica y realista en favor de visiones parciales, subjetivas,
expresadas mediante opciones modalizadoras en primera persona o con focali-
zación selectiva en uno o varios personajes.
11. Véase el capítulo IV del libro de Elisabeth Wesseling (1991: 67-92) en el que ofrece un
interesante análisis sobre las innovaciones de la novela histórica en el contexto del moder-
nismo, dentro de la tradición literaria anglosajona: Henry James, The Sense of the Past
(1917); Virginia Wolf, Orlando (1928); William Faulkner, Absalom, Absaloml (1936),
entre otros.
sonas, ruidos, silencios, se tiñe de una inquietante amenaza. Las máscaras que
llenan las plazas oscuras y encharcadas con sus aullidos y obscenidades, los
borrachos que bailotean con panderos y trompetas, y se pelean con navajas, las
prostitutas pintarrajeadas y desafiantes, reflejan la España que Larra odiaba y
que acaba venciéndole, la España que Goya intuye en sus pinturas negras.
12. El último capítulo se traslada a los años de la primera guerra mundial, y evoca al escritor
Felipe Trigo en su chalet de las afueras de Madrid, leyendo un libro de artículos de Larra
y luego lo sigue en su paseo hasta la casa donde éste se suicidó, en la calle Santa Clara;
aquí observa la placa conmemorativa, igual a una lápida de cementerio, en la que se reco-
nocía la cara del escritor en un suave relieve. A Trigo le pareció que desde allí "le transmi-
tía su insatisfacción dolorosa". Extrañas analogías entre los dos escritores, igualmente insa-
tisfechos con su vida y con su obra, les conducen al mismo final trágico.
que le permite presentar al dictador no sólo desde fuera, como un ser despiada-
do y perverso, sino desde dentro, de modo que su figura se perfila de manera
más compleja, perturbadora e inquietante. La abundancia de diálogos y de dis-
cursos interiores incorpora voces y perspectivas múltiples, y los juegos con el
tiempo mezclan sin solución de continuidad el pasado con el presente y provo-
can el efecto de que ese pasado gravita imperiosamente sobre el presente de la
sociedad y de los individuos particulares. La novela se desliza hacia la trascen-
dencia mítica y sobrepasa el caso concreto de la dictadura de Leónidas Trujillo
para adquirir una dimensión universal: la corrupción que las dictaduras extien-
den en la sociedad a la que convierten en cómplice de las mayores indignidades.
Estos casos mencionados nos dirigen hacia la segunda cuestión que deseo
desarrollar aquí. El uso de la Historia por la novela histórica planteó desde el
primer momento no sólo los problemas derivados del respeto o la distorsión de
los datos, sino además la necesidad de validar las fuentes del relato, al modo del
historiador que se ve obligado a justificar la fiabilidad de la fuente que le sumi-
nistra la información sobre los sucesos del pasado. La novela histórica clásica
se sirvió con mayor o menor seriedad del artificio del manuscrito encontrado,
bien integrándolo funcionalmente en la novela como coartada de verosimilitud,
bien como mera reiteración de un tópico sin la menor función (El Señor de
Bembibre de Gil y Carrasco), o bien con cierto tono paródico y cervantino (Los
novios de Manzoni). Pero en ningún caso hallamos aquí un cuestionamiento
epistemológico de la Historia, esto es, la duda sobre la capacidad de los histo-
riadores para conocer el pasado tal como ocurrió, ni un cuestionamiento ontoló-
gico sobre los hechos mismos, sobre la realidad efectiva de lo que la historio-
grafía afirma que ocurrió.
Esta sospecha se inicia en las últimas décadas del siglo XIX como queda
puesto de manifiesto en el ensayo de Nietzsche titulado "De la utilidad y los
inconvenientes de la historia para la vida", incluido en el libro Consideraciones
intempestivas de 1874. Nietzsche niega la supuesta objetividad del historiador,
a la que califica de una ilusión. Por otra parte, las visiones pesimistas de la exis-
tencia humana que destilan pensadores como Joseph de Maistre o
Schopenhauer, y que tanto influyen en la visión de la historia que nos ofrece
Tolstoi en Guerra y paz, descreen del progreso, y conciben el devenir histórico
como producto de fuerzas irracionales, atávicas e incontrolables. No es ajena a
estas concepciones la defensa de la intrahistoria que llevan a cabo algunos
noventayochistas, y que cuaja en una novela histórica muy renovadora, centra-
da en el pasado reciente (Paz en la guerra de Unamuno, El Ruedo ibérico de
Valle-Inclán).
13. Otro de los debates fundamentales acerca de la capacidad de la Historia para ofrecer una
representación verdadera del pasado se centró en la narración. No puedo ahora detenerme
en ello. Baste indicar que la narración no es una forma neutra y transparente, un contene-
se trata de determinar no sólo lo que ocurrió sino el significado de ese aconte-
cer para el pasado y para el presente. La historia es, pues, un medio de produc-
ción de significado. Los historiadores constituyen el pasado como un tema para
una narrativización y esta actividad constitutiva requiere tanto de la imaginación
como del conocimiento (2003: 52). Dicho de otra manera: los hechos históricos
no vienen dados ni se consignan como hechos en el registro documental; se
constituyen - s e inventan- como tales para servir como base de la descripción de
un fenómeno histórico complejo, que puede a su vez servir como un objeto de
explicación e interpretación.
dor aséptico de contenidos, sino una operación mental y discursiva que no copia sino que
crea sus referentes. Su contenido es su forma. (cfr: Paul Ricoeur, 1983, 1984 y 1985; H.
White, 1987, 2003).
14. "El discurso literario puede diferir del discurso histórico en virtud de sus referentes prima-
rios, que son considerados acontecimientos imaginarios más que reales, pero los tipos de
discurso son semejantes y no diferentes, ya que en ambos se maneja el lenguaje de tal modo
que cualquier distinción clara entre forma discursiva y contenido interpretativo resulta
imposible" (H. White, 2003: 151).
15. Una discusión sobre estos planteamientos puede verse en Keith Windschuttle, The killing
ofhistory (1996), cuyo subtítulo resulta muy significativo de su posición crítica: "How lite-
rary crítics and social theorists are murdering our past". También pueden leerse las consi-
deraciones de Carmen Iglesias (2002).
fundamental es que neutralizan la oposición entre representación histórica y repre-
sentación ficcional y no sólo cuestionan la capacidad del discurso histórico para
ofrecer una versión fidedigna de lo que ocurrió en el pasado, en la medida en que
los hechos narrados son inseparables de quien los narra (en una versión más radi-
cal: las narraciones históricas funcionan como discursos de legitimación de pode-
res políticos o religiosos), sino incluso la ontologia de los propios hechos. Es decir,
exhiben una intensa autoconciencia acerca de la naturaleza discursiva e intertextual
del pasado, pues esos hechos son construidos como hechos históricos por la misma
narración16. El pasado siempre nos aparece semiotizado, codificado e interpretado.
16. Como explica Linda Hutcheon (1988: 93), "la metaficción historiogràfica refuta los méto-
dos naturales o de sentido común para diferenciar hecho histórico y ficción. Se opone al
argumento de que sólo la historia pueda reivindicar la verdad, cuestionando las bases de tal
pretensión en la historiografía y afirmando que historia y ficción son discursos, construc-
tos humanos, sistemas de significación, y desde esa identidad ambos pueden alcanzar la
verdad". La traducción es mía.
17. Evita muere el 26 de julio de 1952; tres años después se produce el golpe de estado contra
Perón. El nuevo gobierno, deseando borrar toda huella de Evita, ordena el secuestro de su
cadáver embalsamado y su enterramiento secreto en un lugar desconocido y lejano. Se pier-
de el rastro del cuerpo hasta que entre 1972 y 1973 fue rescatado de una tumba anónima en
Milán y devuelto a su viudo en Madrid. En 1974 fue trasladado al cementerio de La
Recoleta en Buenos Aires donde actualmente reposa. Estos son los referentes históricos en
que se apoya la novela, que avanza en busca de los espacios inexplorados e inexplicados
de esos hechos: quién era Eva antes de ser Evita, qué ocurrió con su cadáver durante los
más de quince años en que anduvo perdido.
truye el secuestro y los incesantes traslados de su momia. Estas acciones nos lle-
gan a través de las entrevistas que el narrador realiza a diversos personajes de
los que se aportan todos los datos necesarios para hacerlos parecer reales18: la
madre de Eva, su peluquero Julio Alcaraz, su mayordomo Atilio Renzi, el
embalsamador doctor Pedro Ara, el coronel Koening y su ayudante, Aldo
Cifuentes, etc. A ellos hay que añadir la intensa intertextualidad de la novela,
plagada de referencias a otros libros, notas a pie de página, reproducción literal
de los discursos de Eva Perón, fragmentos de cartas, etc.
Referencias bibliográficas
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TRADUCCIONES Y REESCRITURAS DE LA HISTORIA:
EL EJEMPLO DE LA NOVELA POSMODERNA*
2. Gayle Greene, "Feminist Fiction and the Uses of Memory", Signs, 16, 2, pág. 304.
Barthelme con su Blancanieves, las distintas Cenicientas en versiones mucho
más políticamente correctas o Kathy Acker y su Quijote ("al repetir el pasado lo
transformo -dice la novelista. Intento destruir toda ley, toda limitación") o su
Toulouse Lautrec. En todos estos casos, la historia lineal, entendida como un
todo coherente, se ha evaporado, y las historias que nos quedan se sitúan en los
márgenes del significado, de la sintaxis, allí donde se siente más de cerca el vér-
tigo de la representación de lo que no se puede representar porque carece de
referente. La historia que plantean novelas como las de Acker cuestiona la con-
vención, la originalidad, la idea misma de autor desde dentro mismo del siste-
ma, porque la posmodernidad es, por definición, paradójica: critica y es cómpli-
ce de cuanto la precede. Su relación con el pasado es irónica, pero al mismo
tiempo está íntimamente ligada a lo que desea minar. Cada texto son muchos
textos; cada palabra, parafraseando a Julia Kristeva, intersección de palabras; y
cada discurso, absorción y transformación. "Los personajes deberían poderse
intercambiar entre un libro y otro -leemos en At-Swim-Two-Birds. Todo el cor-
pus de la literatura existente debería entenderse como un limbo del cual los auto-
res pudiesen sacar sus personajes, creándolos solamente en aquellos casos en los
que no encontrasen una marioneta adecuada".
Tal vez por eso Derrida asegura que toda la crítica tan necesaria que
Althusser ha propuesto del concepto hegeliano de historia y de la noción de la
totalidad expresiva está encaminada a demostrar que no hay una sola historia, una
historia general, sino historias diferentes diseminadas. Y es que en este contexto
la historia no se concibe como un desarrollo lineal con un comienzo y un fin defi-
nidos sino como un concepto que remite a otros tan característicos de lo posmo-
derno como los de copia, fragmentación o antiteleología. Hay que usar la histo-
ria, y no ser usado por ella. No se trata tanto de la negación de la historia cuanto
de una aceptación desjerarquizada y crítica de todas sus etapas: por eso las histo-
rias posmodernas están irremediablemente ligadas al pastiche, a la construcción
de obras con trozos de la historia, con citas y guiños a los grandes maestros que
se integran tranquilamente junto a otras aparentemente irrelevantes (y si no recor-
demos las fotografías de Sherrie Levine que son a su vez fotografías de fotogra-
fías de Walter Evans o Joan Miró -el aura original genuino sustituido aquí, según
anunciara Benjamín, por la reproducción mecánica de los fragmentos de la his-
toria-, los cuadros de David Salle -que mezcla citas de comics con otras de
Magritte- o el descubrimiento de Umberto Eco cuando asegura que "los escrito-
res han sabido siempre que los libros siempre hablan de otros libros, y que cada
historia cuenta una historia que ya se ha contado"). Por eso Levine advierte en
"Five Comments" que un cuadro no es más que un espacio en el que hay una
serie de imágenes, ninguna de ellas original, que chocan entre sí. Un cuadro,
sigue diciendo a lo Roland Barthes, es un tejido de citas sacadas de innumerables
centros de la cultura. Cada gesto imita otro anterior, nunca original. Los textos,
los cuadros, son membranas permeables por ambos lados que permiten que haya
un flujo entre pasado y futuro, entre una historia y otra. De esta forma, el concep-
to de historia se une en la posmodernidad a los de copia, reescritura, traducción,
interpretación, y se aleja de otros como los de sujeto, progreso y originalidad. La
concepción posmoderna de la historia configura así una ética, una manera pecu-
liar de apresar el mundo y, sobre todo, de reflejarlo.
3. Julián Barnes, Historia del mundo en diez capítulos y medio (Anagrama, 1990. Trad.
Maribel de Juan), págs. 280-281.
MUJER E IDENTIDAD EN LA NARRATIVA
HISTÓRICA FEMENINA
0. Introducción
1. Para el problema del género novela histórica véase: Georg Lukács, La Novela histórica,
Barcelona, Grijalbo, 1976 (I a ed. Le roman historique, Paris, Playot, 1955); Giorgio
Bàrberi Squarotti, "11 problema del romanzo storico", en Rinnovamento del códice narra-
tivo in Italia dal 1945 al 1992. Vol. I I tempi del rinnovamento, Roma, Bulzoni
Editore/Leuven University Press, 1995, págs. 19-47; Ibidem Ermanno Paccagnini, "La for-
tuna del romanzo storico", págs 79-133; Gigliola De Donato, Gli archivi del silenzio: la
tradizione del romanzo storico italiano, Fasano, Schena, 1995; Celia Fernández Prieto,
Historia y novela: poética de la novela histórica, Pamplona, EUNSA, 1998; José
Dominguez Caparros, "La novela histórica: rasgos genéricos", en María Teresa Navarro
(ed.), Novela histórica europea, Madrid, UNED Ediciones, 2000, págs. 15-35; Dominique
Peyrache Leborgne et Daniel Couégnas, Le roman historique: récit et histoire, Nantes,
Pleins Feux, 2000; Bertrand Solet, Le roman historique: invention ou verité? Paris,
Editions du Sorbier, 2003.
Las nuevas perspectivas que confluyen en la conjunción de este cambio de
siglo han propiciado otras formas de expresión en la novela histórica, que abar-
can nuevas tendencias, entre las que ha se afianza el punto de vista femenino,
opaco e invisible a lo largo de la historia. En la narrativa histórica escrita por
mujeres, como sucede con otras vertientes de la creación literaria femenina, se
da un condicionamiento previo al proceso de creación: la superación de la des-
igualdad que la mujer tiene todavía que afrontar en múltiples campos de la vida
en sociedad. Y es por el deseo de mostrar su especial punto de vista por lo que
"las autoras buscan un estilo original que ponga en evidencia el 'yo' femenino
en su complejidad" 2 , un estilo que les permita concebir y construir personajes
femeninos autónomos.
Durante las últimas décadas tanto en Italia como en España son numerosos
los escritores que han elegido la historia como base de sus narraciones, demos-
trando con el éxito de sus obras la vitalidad de que goza el género. Simultá-
neamente y de acuerdo con el renacimiento de una novela que se basa en la
relectura de la historia, fluye una corriente de novela historiogràfica femenina 3 ,
de la que se tratará en este trabajo, cuyo principal objetivo está en recuperar la
imagen histórica de las mujeres.
4. Edgarda Ferri, L'ebrea errante, Milano, Mondadori, Le Scie, 2000. En Francia el persona-
je de mujer poderosa que se mueve inteligentemente en los ambientes de cualquier corte
está descrito en la obra de Juliette Benzoni, La florentine, Plon, 2000 (Volumen único que
agrupa: Fiora et le Magnifique (1998), Fiara et le Téméraire (1998), Fiora et le pape
(1989), Fiora et le roi de France (1990)).
5. Patrizia Carrano, llluminata, Milano, Mondadori, 2000.
6. Daniela Pizzagalli, La signora di Milano, Milano, Rizzoli, 2000. La vida de mujeres gober-
nantes tiene antecedentes en el tratamiento que de la figura de Isabel de Este habían hecho
Maria Bellonci, op. cit., o Jacqueline Park, The Secret Book ofGrazia dei Rossi, 1997. [El
libro secreto de Grazia dei Rossi, Barcelona, Salamandra, 2001].
7. Maria Orsini Natale, Francesca e Nunziata, Napoli, Avagliano Editore. I Tornesi, 1996.
8. Véase: María del Carmen Bobes Naves "Novela histórica femenina" en La Novela históri-
ca a final del siglo XX, José Romera Castillo, Francisco Gutiérrez Carbajo y Mario García
Page (eds.), Madrid, Visor Libros, 1996, págs. 39-54; María Isabel de Castro "La novela
contemporánea de mujer (1975-2000). De la ficción autobiográfica, la autobiografía y la
novela-crónica" en Las mujeres escritoras en la historia de la Literatura española, Lucía
Montejo y Nieves Baranda (Coordinadoras), Madrid, UNED Ediciones, 2002, págs. 167-
188.
9. En la que abundan reinas y santas, tipos de mujeres no siempre considerados referentes de
prestigio hoy en día, como ha visto María Milagros Rivera, "La historia de las mujeres y la
conciencia feminista en Europa" en Lola Luna, Mujeres y sociedad. Nuevos enfoques teóri-
cos y metodológicos, Barcelona, Universitat de Barcelona, 1991, pág. 131. A título ilustrati-
vo se citan algunos ejemplos: Ángeles de Irisarri, El viaje de la reina (Toda Aznar, reina de
Navarra en el s. X), 1991; Josefina Molina, En el umbral de la hoguera (Teresa de Jesús),
1999; María Teresa Álvarez, La pasión última de Carlos V, 1999, Isabel II. Melodía de un
recuerdo, 2001; Almudena de Arteaga, La vida privada del emperador, 1999, Eugenia de
Montijo, 2000, La princesa de Eboli, 2001, Catalina de Aragón. Reina de Inglaterra, 2002,
Juana la Beltraneja: el pecado oculto de Isabel la Católica, 2001, María de Molina, 2004;
Alicia Gaspar de Alba, El segundo sueño (Sor Juana Inés de la Cruz) (traducción del inglés),
2001; María Pilar Quiralt del Hierro, Los espejos de Fernando VII (sus cuatro mujeres),
2001, Inés de Castro, 2003; Carmen Güell, La duquesa de Alba, 2002; Toti Martínez de
Lecea, La Abadesa, 2002, La comunera. María Pacheco, una mujer rebelde, 2003.
soberanas, la reina Urraca, ha sido novelada por tres autoras distintas'0. Sin
entrar a valorar el mérito literario e histórico indudable de estas novelas, nues-
tro interés se centra en obras de narrativa histórica que tienen como protagonis-
tas a mujeres con un determinado perfil 'profesional' que, moviéndose con dili-
gencia y acierto en ambientes secularmente reservados a los hombres, muestran
su capacidad para culminar con éxito el objetivo que se han propuesto. Son per-
sonajes redivivos, elegidos de acuerdo con el criterio de visibilidad.
Si hay dos palabras que han viajado juntas a lo lago de la historia estas son,
sin duda, mujer y silencio. Precisamente por eso, al rendirse el viejo siglo, las
mujeres, habiendo adquirido conciencia de su individualidad, emprenden nuevas
relecturas de la historia. Se remontan a épocas en las que la mujer vivía silencia-
da, para concederle una autonomía capaz de rescatarla de la continuada margina-
ción. Y si en gran parte la transformación tiene que ver con el trabajo llevado a
cabo para "deconstruir los paradigmas que un conocimiento supuestamente cien-
tífico había impuesto y proponer otro conocimiento que no distorsione a las
mujeres, las reduzca a estereotipos o las rinda invisibles"11, no es menos cierto
que el cambio de actitud está íntimamente ligado al movimiento'2 feminista.
10. Lourdes Ortiz, Urraca, 1982; Julia Ibarra, Sasia la viuda, 1988; Ángeles de Irisarri, La
reina Urraca, 2000.
11. Marysa Navarro Aranguren, "Mirada nueva, problemas viejos", en Lola Luna, op. cit., pág.
101.
12. Entendido, por supuesto, como movimiento inteligente e integrador.
13. Editadas respectivamente por Taurus (Trad. de Storia delle donne, 2000), Planeta, 2000, y
Crítica, 3a ed. 2000.
de estas obras comprende 250 biografías de mujeres conocidas en el campo de
la política o la sociedad, elegidas siguiendo el criterio ya aludido de visibilidad
y no de celebridad.
14. Lawrence Stone, The Revival of Narrative in Past and Present, 1979, (según Bel, pág. 12).
15. Existía un precedente: G. Terni de' Gregori, Bianca María Visconti duchessa di Milano,
Bergamo, 1940.
de personajes femeninos. Después de siglos de androcentrismo dominante, ante
renovadas actitudes de la mujer en la sociedad, se han abierto nuevas líneas de
análisis sobre las condiciones de la mujer en la historia, marginada porque ésta,
como afirma Maria Antonia Bel, se ocupaba sobre todo de los grupos sociales o
de sus relaciones con las instituciones y el poder y la actividad de la mujer
entonces sólo hubiera podido ser tomada en cuenta desde la perspectiva de la
vida cotidiana. Pero la vida cotidiana no es algo marginal, no está "fuera" de la
Historia, sino en el centro del acaecer histórico: es la verdadera esencia de la
sustancia social (Bel, 1998:96-7). Por lo tanto, al volver a releer la historia, se
integra la búsqueda de acontecimientos que tengan que ver con la mujer y su
evolución histórica. Surge entonces, como consecuencia, la elaboración de
novelas inspiradas en el pasado, con mujeres como protagonistas, que entrela-
zan en el relato la afinidad entre historia y quehacer cotidiano, dando vida a tan-
tas microhistorias.
16. Cristhine De Pizan, Le livre de la Cité des Dames. Thérèse Moreau et Éric Hicks (eds.),
Paris, Editions Stock/Moyen Age, (1405), 2004.
17. En el caso de Grazia Nasi, protagonista de L'ebrea errante, su pericia en el manejo de los
asuntos económicos la aproxima al hombre, en opinión de sus contrincantes en los nego-
cios: "È una donna con la corazza di un maschio. Inarca le reni e arma il suo braccio come
un uomo". Diceva di Grazia Nasi il poeta Saadia Lungo capo della comunità ebraica di
Salonico" (pág. 201). "Donna pericolosisima" l'aveva definita un ambasciatore francese.
"Direbbe la stessa cosa se io fosse un uomo?" aveva commentato amara Beatrice di Luna
(pág. 118). En la historia se encuentran ejemplos de mujeres obligadas por supervivencia a
disfrazarse de hombres como la pobre Francisca que, acusada de ello, declara ante el juez:
"Fimmina intra e masculu fora. E per tanto fazzo questa cosa che di donna adivento huomo.
Lo fazzo per travagliari, per moscarmi un tozzo di pane. [...] Ijo per questa cosa a chui
fazzo danno, a chiu dugnu fastidio, mi Patrone?", Maria Attanasio, op. cit., pág. 89.
das, al reencontrase con mujeres como ellas mismas, ha querido poner fin a su
propio aislamiento y prestar voz a las vivencias de otras mujeres del pasado.
Así pues, parece que hoy las mujeres escriben sobre mujeres para destacar
las lagunas de la historia, partiendo de un enfoque individual que trace el cami-
no hacia una nueva lectura histórica, en la que la mujer se convierta en referen-
te y comparezca con el estatus de sujeto autónomo. Tendencia de la nueva his-
toria es tratar de individuos y no de categorías, haciendo de la individualidad el
punto de referencia y, por lo que respecta a nuestras narradoras, hablar de mujer
en singular más que de mujeres en general (Bel, 1998:17-8). Es una tendencia
que empuja a determinadas escritoras a construir ahora la "historia de las muje-
res" en la investigación18 y reinterpretación de documentos, en la que se enmar-
can las narraciones históricas femeninas que prestan voz a otras mujeres.
Con la llegada del cambio de milenio la mujer expresa una fuerte voluntad
de presencia, aspira a encontrar y sentir su propria visibilidad, y especialmente
a ser visible para los demás. Todo ello porque durante un larguísimo periodo ha
18. "Solo di recente, negli ultimi venti anni, sotto la spinta dei fermenti culturali legati alia
composita area del movimento femminista, questa storia priva di storia è stata messa in di-
scussione [...] In questo senso si può ormai ritenere consolidato un indirizzo di ricerca, defi-
nito "storia delle donne", .... Carmela Covato, "Educata a non istruirsi: un'introduzione al
problema", en AA.VV., E l'uomo educó la donna, Introducción de Mario Alighiero
Manacorda, Roma, Editori Riuniti, 1989, págs. 29-30.
19. Librería delle Donne di Milano, Non credere di avere dei diritti, Torino, Rosenberg &
Sellier, 1987, pág. 32.
20. Victoria Camps, El siglo de las mujeres, Madrid, Ediciones Cátedra, Universitat de
Valencia, 1998, págs. 84-85.
vivido privada de su identidad, sin posibilidades de elección ni de autonomía, y
se propone ahora abrir las verjas que le han impedido acceder a determinados
dominios e identidades, identidad y autonomía que se proyectan dentro de cam-
pos reservados por tradición al hombre. El ámbito de la política, como centro de
toma de decisiones, del que la mujer ha permanecido siempre alejada; el mundo
del trabajo, que ofrece la posibilidad de modificar las estructuras que confinan
a la mujer al estado de mano de obra no cualificada, cuando tiene plena capaci-
dad para manifestarse como empresaria; la instrucción, la formación intelectual,
el universo de las ideas y del estudio y la investigación, en el que la mujer no ha
estado nunca convenientemente21 representada.
No es casualidad que en las obras narrativas de las que tratamos estén pre-
sentes, y obtengan notable éxito, mujeres que han logrado una amplia autono-
mía en su recorrido hacia la búsqueda de una identidad, que se desarrolla en ter-
renos poco propicios a la fertilidad del ejercicio femenino. Así vemos como
Bianca Maria Visconti, Duquesa de Milán, experta en política y diplomacia, es
capaz de desenvolverse positivamente en el complejísimo mundo político de
Italia en el Quattrocento y "Non si è mai sentita rimpicciolita nel dover stare alia
pari con un uomo, [Francesco Sforza], che fu fautore dell'equilibrio della poli-
tica italiana 'il vero ago della bilancia della política italiana'" (Pizagalli,
2000:243). O encontramos, también, a la dama Grazia Nasi, la judía errante, que
a mediados del Cinquecento, asediada por el emperador, por la regente de los
Países Bajos y por la República de Venecià, no sólo es capaz de mantener "il pri-
mate del commercio portoghese delle spezie in tutta l'Europa" (Ferri, 2000:21-
22) heredado de su marido, sino que es capaz de proteger a muchos judíos en
fuga y acaba creando un campo de acogida para ellos en la región de Tiberiades
(¿precursor del actual estado de Israel?). Mujeres de negocios, emprendedoras,
aunque se trate de niveles más modestos, son Francesca e Nunziata que, a
mediados del siglo XIX y principios del XX consiguen transformar una peque-
ña empresa familiar de fabricación de pasta, situada en las faldas del Vesubio,
en una floreciente y moderna sociedad industrial. Por último, Elena Lucrezia
Cornaro, Il/uminata, es una patricia veneciana capaz de mantener una disputa-
ño filosófica sobre la República de Platón y de desafiar a la Serenísima recor-
dando que había muchas leyes "che ignoravano le donne o addirittura le puni-
vano per la loro femminea natura..." (Carrano, 2000:198). Esta joven estudiosa,
21. Ni lo está todavía; véase Marisa García de Cortázar, Las académicas, Madrid, Instituto de
la Mujer, 2001.
que vivió en la segunda mitad de siglo XVII, fue capaz de conseguir que le
abrieran las puertas del Studium de Padua para recibir el Doctorado en
Filosofía22 (no en Teología como hubiera deseado ella), y convertirse, según
parece, en la primera mujer Licenciada del mundo
22. Pero otras mujeres sabias ya habían ocupado precedentemente algunas cátedras: Christine
de Pizan, op. cit. (Livre II, XXXVI, pág. 179): "...Giovanni Andrea, le célèbre légiste qui
enseignait à Bologne il y a à peu près soixante ans, ne croyait pas que c'était un mal que
d'éduquer les femmes. On le vit avec sa filie chérie, la belle et excellente Novella, à qui il
fit apprendre les lettres et le droit canon. Ainsi, quand d'autres devoirs l'empéchait de mon-
ter en chair devant ses étudiants, il pouvait envoyer sa filie faire le cours magistral à sa
place. [...] C'est ainsi que la filie pouvait suppléer son père et alléger ses charges". También
Thérèse Oettel, "Una catedrática en el siglo de Isabel la Católica: Luisa (Lucía) de
Medrano", Boletín de la Academia de la Historia, CVII, 1935, págs. 289-368. Lafemme
italienne à l'époque de la Renaissance habla de Dorotea Bucca (1400-1436) que ocupó una
cátedra de medicina en Bolonia.
23. Su trágica epopeya ha sido descrita en dos novelas: Enzo Striano, II resto di niente, Cava
de' Tirreni, Avagliano Editore, 1997 (antes, Loffredo, 1986), y Maria Antonietta
Macciocchi, L'amante della rivoluzione, op. cit.
24. Modesta Del Pozzo (Moderata Fonte), 11 mérito delle donne, Venezia, Editrice Eidos, ed. al
cuidado de Adriana Chemello, 1988, pág. X.
La idea de que la nobleza literaria es comparable a la de la cuna supone un
adelanto en la posición que, hasta entonces, la mujer intelectual ha ocupado en
la sociedad. Dos siglos más tarde las circunstancias han cambiado, afortunada-
mente, y "desde finales del siglo XVIII las mujeres escribieron para fomentar el
cambio social a través de la acción, no sólo para cambiar la mentalidad de la
gente" (Rivera, 1991:132).
4. Figuras de mujer
Así, Bianca Maria Visconti, que ejerce el papel de regente del ducado en
tres ocasiones se convierte en un modelo simbólicamente revitalizado:
evidentemente Francesco nei sette mesi del loro matrimonio aveva avuto modo di
apprezzare le risorse d'intraprendenza, di equilibrio, e di sensibilità della moglie,
se affidava il governo a lei piuttosto che a un fratello (pág. 70),
Donna del suo tempo ma anche figura política dai vasti orizzonti, Bianca Maria
Visconti fu un'attiva coautrice di quella strategia che nell'angusto scenario dei
molti piccoli Stati regionali mirava alia creazione di un equilibrio italiano ed euro-
peo, che i suoi figli non seppero coltivare (pág. 329).
È giunto il tempo che gli ebrei sparsi in ogni parte del mondo dimostrino di esse-
re solidali fra loro. II duca di Urbino ha accolto i marrani, è giusto premiarlo.
D'ora in avanti, tutti i mercanti ebrei che controllano il commercio dell'impero
turco eviteranno qualsiasi contatto con il porto di Ancona. Era un progetto terribi-
le. Ancona deve diventare il monumento alia ferocia del papa aveva mandato a
diré a tutti i saggi e i rabbini dell'impero, chiedendo il loro appoggio (pág. 185).
En otro ámbito a Elena Patrizia Cornaro hay que asignarle una vez más el
estatus de modelo, ejemplo singular dentro de la "secolare controversia sugli
studi femminili, sul rapporto della donna con la lettura, la scrittura, la cultura, il
sapere e, in definitiva, la parola". Como las protagonistas que ya hemos citado
anteriormente, tuvo la fuerza de imponer su voluntad y seguir un camino poco
recorrido hasta entonces por las mujeres: renunció a la vida de familia para dedi-
carse por entero a la ciencia y se enfrentó a la tendencia "presente nella storia
della mentalità collettiva, a considerare eversiva la figura della donna colta,
tollerata solo se rinchiusa nell'ambiguo recinto delle donne celebri" (Covato,
1989:34-5). Problema al que todavía hoy se enfrentan muchas escritoras que tie-
nen que superar el conflicto entre vida familiar y escritura, como denunció en su
día Natalia Ginzburg. No obstante, en la Venecià de Illuminata existían prece-
dentes de mujeres doctas: (Christine de Pizan), Gaspara Stampa, Verónica
Franco y Modesta Pozzo.
Però io... a parte ti voglio fare un regalo personale... perché tu mi hai sempre aiu-
tata, piü dei figli miei, hai lavorato assai e ti voglio ricompensare... Dimmi tu che
vuoi... Un ruotolo d'oro... Una parure di diamanti... I bracciali di zia Luigina...
Che vuoi?
E Nunziata si era fatta coraggio e aveva alzato gli occhi nel risponderle... Per un
attimo gli sguardi si erano incontrati:
Voglio due 'ngegni per fare i maccheroni (pág. 274).
Anche in una societá dove tutte le misure di valore sono maschili e dove le ric-
chezze di origine femminile circolano sotto un segno neutro, le donne fra di loro,
pur mancando di misure, non mancano di sentire che ció che desideravano per sé
è tanto piü desiderabile e conveniente a sé quando lo vedono realizzato da una
donna. (Librería: 134)
El éxito de mujeres reales como éstas, a las que sus autoras han aplicado
una relectura fictiva, se convierte a pesar del tiempo transcurrido en el éxito de
todas las mujeres y justifica y explica, a la vez, la profusión de novelas de carác-
ter histórico y autobiográfico que se han publicado en estos últimos años, en los
que la mujer sobrepasa ampliamente en porcentaje de lectura al hombre.
5. Tipología narrativa
Desde el punto de vista tipológico las cuatro obras a las que hemos hecho
referencia contienen elementos como para ser catalogadas dentro del género o
subgénero de novela histórica. Siguiendo la clásica definición propuesta por
Lucáks son novelas históricas Francesca e Nunziata e L'ebrea errante. En las
dos novelas está presente el rasgo formal fundamental que define la novela his-
tórica: la confrontación entre historia y ficción, formulación que aclara Manzoni
en sus escritos teóricos27, pero, en ciertos aspectos, también podría serlo
llluminata.
27. Del romanzo storico e, in genere, dei componimenti misti di storia e invenzione (1850) y
Dell'invenzione (1850).
Francesca e Nunziata es una novela saga con eficaces golpes de escena que
no sólo plantea la relectura de la línea de una anterior novela histórica que une
I viceré a II gattopardo28, sino que vuelve a proponer un elemento constante en
la novela italiana, incluida la no histórica, como es el de la presencia del micro-
cosmos, entendido como metáfora de la existencia29. Se trata de una novela his-
tórica de estructura tradicional que vuelve sobre la memoria personal.
También L'ebrea errante es una narración histórica pero con rasgos no tra-
dicionales, como son el hecho de verse ampliada por dos páginas de bibliogra-
fía y un índice onomástico, elementos más conformes a la escritura de una ensa-
yo crítico que a la redacción de una novela. Para la autora es importante dejar
constancia de las pruebas historiográficas que pueden validar acontecimientos
realmente sucedidos: la diàspora, la vida de los judíos en distintos países de
Europa, los autos de fe, las noticias sobre Grazia Nasi y su familia, que se entre-
mezclan con los elementos fictivos.
28. "Questo è un romanzo storico come se ne facevano una volta, bello polposo, con i colpi di
scena, le orfanelle, le scalate sociali, le gelosie tra parenti, lo sfondo d'epoca dettagliato:
trattandosi di una saga familiare ambientata a Napoli tra l'Ottocento e il periodo fascista,
si colloca nella linea che va da 1 viceré al Gattopardo, con un occhio anche a Mastro don
Gesualdo". C. Covito, Donna.
29. Stefano Tani, II romanzo di ritorno, Milano, Mursia, 1990, pág. 18.
¿Por qué el género biográfico ocupa un mayor espacio en el conjunto de las
narraciones? Quizá, porque "El sentido y la finalidad de la vida son el gran asun-
to de la Historia" (Bel, 1998:15). De hecho, ya desde sus orígenes el género bio-
gráfico aparece relacionado con la historia30, la literatura y la filosofía y la bio-
grafía será de uno u otro tipo según los intereses y objetivos que persiga el autor.
Furio Diaz31 considera que la biografía, (y en eso no se diferencia de la novela)
es un género, a la vez, en crisis y expansión. Por una parte se da un revival, que
en Italia aparece después de una época bastante oscura por lo que respecta a la
producción biográfica32, por otra se aprecia una crisis esclava de la "nueva" his-
toria propugnada por Braudel, Bloch y Febvre que anula el hecho individual en
el devenir histórico.
30. El interés por lo íntimo y subjetivo que tienen en común novela histórica y autobiografía
queda reflejado en la obra de Enrichetta Caracciolo Misteri del chiostro napoletano que fue
publicada por su amiga la baronesa d'Estraignes en Florencia en 1864 y reeditada en 1998
(Florencia Giunti Gruppo Editoriale) para recordar la vida de la joven novicia. Obligada a
profesar contra su voluntad supo sobreponerse a su tragedia personal y desde el convento
estuvo en contacto con los cenáculos de patriotas napolitanos para luchar por su libertad y
la de tantas mujeres del sur de Italia. Su rebelión personal contra la clausura no voluntaria
la sitúa con pleno derecho entre las mujeres pioneras de reconocida valentía.
31. Furio Diaz, en AA. VV„ Biografia e storiografia, Alceo Riosa (ed.), Milano, Franco Angeli,
1983, págs. 24-25.
32. Para la relación entre historia y biografía véase María Teresa Navarro, "Entre genealogía y
vida: dos historias para Leonardo Sciascia", en José Romera y Francisco Gutiérrez Carbajo
(eds.). Biografías literarias (1975-1997), Madrid, Visor Libros, 1998, págs. 557-569.
33. Brunello Vigezzi en AA.VV., Biografia e storiografia, cit. pág. 32.
34. Rosario Romeo, Ibídem , págs. 38-39.
35. Cabe recordar como precursora la novela histórica Artemisia (1944-47) de Anna Banti en
de a analizar la realidad como elemento interpretable a través de un proceso
interior, en el que intervienen los sentimientos y la forma subjetiva de expresión.
6. Documentación
Tanto la vida como el prolongado viaje de Grazia Nasi hacia la Tierra pro-
metida aparecen fuertemente documentados38 en L'ebrea errante de Edgarda
Ferri: textos sobre la Inquisición española y portuguesa, la historia de los judí-
os de Venecià, las colonias de mecaderes de Amberes, los judíos y la dinastía de
Este, la relación entre judíos y musulmanes, las citas de libros sagrados judíos
que Grazia Nasi mandó editar:
Dopo aver preso contatto con gli stampatori ferraresi, innanzitutto aveva finanzia-
to il Lybro de oracyones de todo el año, il primo testo di preghiere ebraiche in
spagnolo proposto dal rabbino Yom Tob per i marrani che ancora non conosceva-
no la lingua dei loro padri. (pág. 143)
37. En el primer caso la decisión tomada por Bianca está confirmada por el novelista Sabatino
Arienti; en el segundo el título procede de una carta enviada por Bianca María a su mari-
do.
38. Es una pena que se haya deslizado algún error de documentación: "frate Tomás de
Torquemada, il livido francescano" (pág. 26) que nunca fue franciscano, sino dominico, y
el Menorah aparece siempre como "il candelabro a sei bracci" cuando en realidad son siete
los que tiene.
la obra: "Alcuni dati sulla sua vita sono conservad nella biblioteca dell'Abbazia
benedettina di S. Vincent, a Latrobe, in Pennsylvania" (pág. 249). La autora afir-
ma que "Un libro del genere nasce dal lavoro di molti" (pág. 252). Y es cierto
que la escritora ha utilizado muchos recursos documentales para recrear y des-
cribir la interesante ciudad que fue Venecià en esa época, documentando la vida
científica y literaria del momento, los contactos entre Venecià y Bizancio y la
influencia ejercida por Oriente en la vestimenta y la decoración de las casas
venecianas (pág. 39) las reglas de modestia impuestas a las jóvenes venecianas
según las cuales "le figliole non dovevano affacciarsi alie finestre che davano
sul Canal Grande, se non in occasioni ufficiali e in compagnia dei genitori..."
(pág. 41), la riqueza de las bibliotecas privadas de una ciudad en la que "si stam-
pavano piú libri che a Parigi e a Firenze" (pág. 55), la medicina popular realiza-
da a base de tisanas y decocciones de hierbas traídas directamente del famoso
jardín de plantas medicinales de la universidad de Padua (pág. 63), la decaden-
cia del Mediterráneo (pág. 83), la primera temporada de ópera en Venecià (pág.
104), la organización política (pág. 106), los sistemas de bibliotecas y de cata-
logación de libros (pág. 125), las ordenanzas para la construcción de las góndo-
las en el arsenal que tenían que constar obligatoriamente de 280 piezas para
seguir la "piena osservanza delle rególe" (pág. 172), las leyes universitarias
(pág. 209) y muchos otros elementos que formaban parte de la vida de las muje-
res en la Venezia del Seicento. La inclusión de determinados registros y voces
dialectales venecianas aporta a la narración un colorido lingüístico39 notable y
precisa determinados referentes, propios exclusivamente de la cultura veneta.
39. Codega (una especie de guía de la ciudad avant la lettre) o la muda (convoy de escolta para
proteger a las naves de los ataques corsarios).
guaje que utilizan las mujeres de la fábrica de pasta y el que usa Francesca, a
pesar de su estatus adquirido de nobleza.
7. Motivaciones individuales
Prescindiendo del hecho de que, como en toda obra de creación literaria, exis-
ten motivaciones individuales, vinculadas a las circunstancias vitales y, quizá, a la
investigación personal de cada una de las escritoras, en estas obras subyace una
intención común a todas ellas: la búsqueda de la identidad femenina.
40. "poco dopo il suo arrivo a Ferrara Beatrice di Luna si era fatta ebrea insieme alia figlia
Brianda" (pág. 140).
41. "Voleva essere diversa. Diversa da com'era stata la sorella maggiore, Caterina, diversa da
sua madre Zanetta, l'una fragile e vanesia, l'altra concreta e consapevole" (pág. 80).
Bianca Maria Visconti se convierte en metáfora de la mujer que demuestra
la capacidad para gestionar asuntos de estado. Se hace visible en el mundo de la
política en el que la mujer, por tradición, ha tenido siempre tan poco peso y rei-
vindica el reconocimiento, por parte de la sociedad, de una serie de capacidades
femeninas, secularmente ignoradas, como su habilidad42 en el gobierno de
Milán, tomando prudentes e inteligentes decisiones.
Grazia Nasi, la judía errante, es una mujer que brilla en el intrincado mundo
de las finanzas. Se mueve con extrema facilidad por las cortes europeas, prestando
dinero a los poderosos, para obtener algo que considera más importante que el dine-
ro y el poder. Bajo el talante de agresiva economista, para la que los negocios no
serán nunca un fin, sino un medio, oculta un ansiado anhelo: el de mantener viva
la memoria del martirio43 de su gente. Con esta novela Edgarda Ferri pone ante los
ojos del lector no sólo la viva memoria del holocausto: "noi potremo sopravvivere
anche al piü atroce destino sol tanto se vivrà la memoria di ció che noi fummo"
(pág. 45), sino el atroz sufrimiento de tantas mujeres judías: "II nostro destino è
comprare a caro prezzo ogni istante della nostra sopravvivenza" (pág. 80).
42. "Se i contemporanei lessero la vita di Bianca Maria Visconti come una parabola determi-
nata da tre uomini: il padre che scelse il suo destino, il marito che le conquistó un trono e
il figlio che glielo tolse, oggi si deve valutare diversamente la dimensione storica e umana
di questa donna fedele alie proprie scelte durante Tintero arco della sua vita." (pág. 328)
43. "Adesso che era al sicuro, Grazia Nasi poteva finalmente occuparsi di quanto aveva piú
caro al mondo oltre sua figlia Regina, perché le pareva che la pace non sarebbe mai giun-
ta se non avesse lavorato per garantiré la trascrizione della cultura ebraica e la memoria del-
l'ininterrotto martirio della sua gente." (pág. 143)
[Dice 'Umar] ...io appartengo a un paese senza confini, che non finirò mai di attra-
versare e che ogni giorno mi ricorda la mia pocchezza.
Elena era rimasta in silenzio: aveva capito che Umar alludeva al mondo del sape-
re, quello stesso mondo che lei voleva traversare con pieno diritto, nonostante la
sua natura di donna (pág. 154).
44. "lo ho l'arte... a me basta l'acqua, la farina e il solé... e i piemontesi il mestiere non me lo
possono rubare perché hanno l'acqua, la farina, ma non tengono il solé e l'arte...
E invece quegli ingegni, dopo l'essiccamento meccanico, erano ancora un passo avanti per-
ché tutti potessero fare la pasta e la pasta si potesse fare dappertutto" (pág. 338).
45. "11 nome " affidamento" è bello, ha in sé la radice di parole come fede, fedeltà, fídarsi, con-
fidare. Però non è piaciuto ad alcune perché richiama un rapporto sociale che il nostro dirit-
to prevede fra adulto e bambino. L'affidarsi di una donna alia sua simile può in effetti sta-
bilirsi tra una bambina e una adulta ma questa è una sua derivazione possibile. Noi lo abbia-
mo pensato, primariamente, come forma di rapporto fra donne adulte. Che una delle due
venga cosí assimilata ad una bambina, ad alcune è parso urtante". (Librería, pág. 13).
46. "Tenevo un regno, tenevo danari, terre e palazzi ma la perdita del mulino e del pastifício è
stata una cosa troppo grossa.... lo non ne parlo piü con nessuno... e ne sto parlando adesso a
te, Nunzià, perché tu la fatica mia la sai e il dolore mió puré lo puoi capiré. E un'altra cosa ti
9. Dos ejemplos españoles
Figuras de mujer. Las dos mujeres protagonistas son visibles en sus respec-
tivos ámbitos de trabajo y se miden con éxito a personajes masculinos que for-
man parte de una élite profesional. La Dra. Ottavia Salina (El último Catón) es
una monja paleógrafa de reconocido prestigio, ganadora dos veces del premio
Getty de investigación paleogràfica, directora del archivo secreto del Vaticano y
experta en reconstrucción de antiguos manuscritos. Sin su aportación paleogrà-
fica, su erudición y sus conocimientos sobre lenguas antiguas no se hubiera
podido desentrañar el misterio principal del relato: descubrir el paraíso terrenal
en el que viven los staurofilakes, o secta de los adoradores de la Cruz.
Por su parte Sofía Galloni (La hermandad de la sábana santa) con destino en el
Departamento de Arte de la policía italiana es licenciada en Historia del Arte, Lenguas
muertas y Filología Italiana y su preparación será determinante para descubrir el enig-
devo diré. Tu sei stata la colonna e il buon augurio della mia casa... Quando te ne sei andata
ti sei portata con te la fortuna, la salute, l'abbondanza e la mia casa si è seccata" (pág. 300).
47. Barcelona, Plaza y Janés, 2001. Matilde Asensi nació en Alicante. Cursó estudios de
Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha trabajado en el equipo de infor-
mativos de Radio Alicante-SER y en RNE como responsable de los informativos locales y
provinciales. Ha sido corresponsal de la agencia EFE, y colaboradora de los diarios provin-
ciales La verdad e Información. Finalista de los premios literarios Ciudad de San Sebastián
(1995) y Gabriel Miró (1996) y ganadora del primer premio de cuentos en el XV Certamen
Literario Juan Ortiz del Barco (1996), de Cádiz, y la XVI edición del Premio de Novela
Corta Felipe Trigo (1997), de Badajoz. Ha publicado la novela El Salón de Ámbar (Plaza
& Janés, 1999), Iacobus (Plaza & Janés, 2000), Peregrinado (Planeta, 2004).
48. Barcelona, Plaza & Janés, 2004. Julia Navarro es periodista y ha trabajado en la Cadena
SER, Televisión Española y Telecinco. Es analista política de la agencia OTR/Europa Press
y tertuliana en el programa La Tarde de la Cadena COPE, en La Mirilla de Canal Sur Radio
y en El Observatorio de Canal Sur Televisión. En su obra Señora Presidenta (Plaza &
Janés, 1999) había tratado temas sobre la mujer desde la I República a nuestros días.
ma de la lucha por la posesión de la Síndone, por la que pelean una antigua secta, la
Comunidad de la Sábana Santa, y un grupo organizado de modernos templarios.
49. Trotula De Ruggiero enseñó a finales del s. XI obstetricia y cirugía en la famosa escuela de
medicina de Salerno. Redactó varias obras médicas: Passionibus mulierum curandarum,
primer tratado de ginecología escrito por una mujer, y un tratado de cosmética: De ornatu,
en el que estudia algunas enfermedades de la piel. En colaboración con su marido y sus
hijos escribió una enciclopedia médica: Pratica Brevis. Hildegarda von Bingen, monja
benedictina y erudita alemana, durante el siglo XII mantuvo correspondencia con intelec-
tuales religiosos y laicos y fundó algunos conventos.
50. En una entrevista (30-X-2003) en Bañeres (Alicante) realizada por José Ferrándiz Lozano, colum-
nista de Información, Matilde Asensi reconoce que escribe novelas de aventuras: "Las críticas que
el género de aventura despierta siempre son las mismas. Y eso también es tópico. A mí que me
vengan y me digan: mire, usted escribe muy mal. Ah, vale, pues estupendo. Pero que no me digan:
sus personajes son planos, sólo se fija en el argumento. Yo escribo género de aventura."
51. Julia Navarro dice textualmente que su novela "Es una novela de aventuras, de intriga con
una única pretensión que es entretener" y añade "que a la gente le interesa el pasado, pero
sólo, o especialmente quizás, si se le narra de forma amena". Europa Press 4 de mayo de
2004 y en http://www.ociocritico.com/oc/actual/servicios/entrevistas/navarro.jsp
que escriben novelas de aventuras en las que tratan de combinar entretenimien-
to y calidad. Y, aunque Julia Navarro se lamente en la misma entrevista de la
falta de modelos, hay uno, ya lejano en el tiempo pero que marcó en Italia la
vuelta al género histórico, que es El nombre de la Rosa, novela en la que se hace
referencia a sectas contemporáneas a la de los Fedeli d'amore o Fidel d'amore
grupo que tiene asignado un papel importante en el desarrollo de El último
Catón. En una época de reconocido escepticismo en las creencias los dos rela-
tos tienen como base de la trama acciones de carácter religioso, con puntos de
partida en el Vaticano y en la catedral de Turín.
52. De la que han sido cultivadores Leonardo Sciascia y Andrea Camilleri en Italia y Vázquez
Montalbán en España.
za), Constantinopla (avaricia), Alejandría (gula) y Antioquia (lujuria), son parte
del teatro en el que se representa el drama que conduce al descubrimiento del
paraíso terrenal.
53. En la citada entrevista explica cómo empezó a escribir la novela: "Leyendo una noticia en
un periódico. Hablaba de la muerte de un científico, Walter Me Crone, microanalista foren-
se que había estudiado la Sábana Santa, llegando a la conclusión de que era falsa. Junto a
la noticia de la muerte de este científico, había una pequeña historia sobre la Sábana y la
controversia, aún ahora, entre la comunidad científica sobre su autenticidad, y ahí me saltó
la chispa y empecé a imaginar..."
54. Cita la Legenda aurea de Santiago de la Vorágine (pág. 62), las Vidas paralelas de Plutarco
(pág. 96), a Séneca y Valerio Máximo (pág. 98), el Itinerarium de la monja Egeria (pág.
100), etc., y suele dar una explicación en nota para cada autor. Además el ms. fundamental
para la resolución del caso procede del Monasterio ortodoxo de Santa Catalina del Sinaí
(pág. 58) que por su riqueza de manuscritos está considerada la segunda biblioteca del
mundo, después de la Vaticana.
55. Son los números: I-IX-X-XI-XII-XIII-XV-XVI-XVII-XVIII-XIX-XX-XXV-XXVI y
XXVII. En la mayoría de los casos se ha optado por la traducción en español, mejorable,
con pérdida de la rima de los tercetos encadenados.
56. "O voi ch'avete gl'intelleti sani,/ mirate la dotrina che s'asconde/ sotto il veíame de li versi
strani" (pág. 119).
Fedeli d'amore, de la que se cree formó parte el escritor medieval. Tomando
como referencia la interpretación de la Comedia en clave esotérica y alquímica57
y reinterpretando el código secreto desplegado por Dante en su obra (simbolis-
mo numérico, lenguaje críptico58), los protagonistas llegan a descubrir en la
actual Etiopía el paraíso terrenal.
Los templarios, sobre los que se incluye una gran documentación59, se con-
vierten en el nexo de unión entre ambas novelas, ya que la secta de los Fedeli
d'amore. (s. XIII) es un grupo medieval de tipo iniciático, de origen templario,
igual que las Massenie que surgieron en Francia, fundadas por personas instrui-
das de la aristocracia o la alta burguesía como los personajes de las dos nove-
las. Se cree que la primera corriente de la secta se manifiesta en La escuela poé-
tica siciliana y posteriormente en el Dolce stil novo, movimiento poético tos-
cano del que formó parte Dante y cuyas poesías de carácter iniciático son men-
sajes encriptados para los adeptos y para no incurrir en castigo de la
Inquisición.
57. Según la vía de la alquimia que trata de transformar al hombre carnal en hombre espiritual,
transformar al hombre inferior en superior física, mental y espiritualmente y así lo transmi-
te Dante en la D.C. y también se transmite en los Cantares de Gesta, y a través de los
Trovadores que eran en realidad iniciados. Véase a propósito: René Guenon, L'esoterismo
di Dante, Milán, Adelphi Ed., 2001.
58. Estudiado por Luigi Valli, 11 linguaggio segreto di Dante e dei Fedeli d'Amore, Milán, Luni
Ed., 1994.
59. En consonancia con nuevas tendencias de revitalización del Temple: en 1973 fue refunda-
da en Tourney una Massenie templaría que databa del siglo XIV. En 1980 nacía La Loge
Intérieure et Universelle du Temple que en 1994 se convirtió en AURORA (Academie
Universelle de Recherches sur les Ordres et Religions Anagogiques).
60. El príncipe de Salina es el protagonista del Gatopardo, la conocida novela de Lampedusa,
y a la familia contrincante en la dirección de la mafia les da el apellido de Sciarra, presen-
te en otra novela histórica que transcurre en Sicilia: Los Virreyes de Federico De Roberto.
La gran cantidad de información histórica y documental obliga a incluir un
número considerable de notas explicativas y la localización geográfica algunos
términos locales61 para dar color lingüístico.
Conclusión
Cabría concluir que las obras italianas estudiadas hablan de la "historia par-
ticular" de todo lo privado que hubiéramos querido conocer por su interés, pero
que no ha llegado hasta nosotros porque la "historia general" no lo ha conside-
rado suficientemente importante como para transmitirlo (Bel, 1998:14). Tratan,
en su conjunto, de la necesidad de que la mujer reciba una educación cualitati-
va y no discriminatoria, de situar a la mujer en los centros de poder, donde se
toman decisiones, de los que, desgraciadamente, siempre ha vivido alejada.
61. En El último Catón frente a la nota 10 que explica el término técnico ductus y la 23 que
ilustra una transcripción fonética del griego, otras parecen menos justificadas como la 25
en la que se traduce el apellido italiano Bonuomo. Algunas adaptaciones léxicas presentan
ciertos desajustes de número: "Acaba de salir de la giudiziarie" (pág. 44), un campieri (pág.
346). También son visibles algunos desaciertos en La hermandad de la sábana santa: la
Banca Nacional (Banco Nacional), el Departamento del arte (Departamento de arte o
"dell'arte") (pág. 47), "piazza del Castelo" (Castelló) (pág. 82).
62. "una "política de la presencia" como estrategia feminista debe significar algo más que la
presencia material de más mujeres en el poder, incluso en el alto poder en los cargos de
responsabilidad." (pág. 107)
haga más compatibles la vida privada y la pública a la vez que impregne a la
vida pública de los valores de la vida privada. Es a lo que llamo 'la otra gramá-
tica del poder'".
Para terminar no estaría de más recordar que, a pesar de los siglos transcu-
rridos, los objetivos perseguidos enlazan íntimamente con el pensamiento de
Christine de Pizan que ya valoraba "la disposition naturelle" de las mujeres para
la política, los negocios y la ciencia63 y se convierten en herramientas útiles para
conectar directamente a las mujeres con el mundo, sin necesidad de intermedia-
rios.
63. Referente a la política "Et pour te montrer que les femmes sont capables d'un tel discerne-
ment, méme dans les taches les plus hautes, je vais te citer l'exemple de plusieurs femmes
politiques" (Livre I, XLVI, pág. 119 e ss.) y cita los nombres de Dido y Lavinia. Por lo que
se refiere a la ciencia en el diálogo entre Cristina y la Razón, ésta responde: "Je te le redis,
et n'aie plus peur du contraire; si c'était la coutume d'envoyer les petites filles à l'école et
de leur enseigner méthodiquement les sciences, comme on le fait pour les garçons, elles
apprendrainet et comprendrainet les difficultés de tous les arts et de toutes les sciences tout
aussi bien qu'eux" (Livre I, XXVII, págs. 91-92).
NOVELA HISTÓRICA ESPAÑOLA (1975-2000):
CATÁLOGO COMENTADO
1. "Contribución al estudio del género histórico en la novela actual", Anejo 18, año LXI, 2000.
con los naturales efectos arrasadores. Lo son, en verdad, la pura conversión de
un modo creativo de explorar la existencia en una práctica rutinaria en la cual
- y salvando legítimos empeños- caen autores y editores en busca de una renta-
bilidad inmediata. La moda ha convertido la novela histórica en puro objeto de
consumo y le ha venido a dar, ya a estas alturas, un valor de algo fungible pro-
pio de los productos subliterarios. Sólo que bajo un barniz de objeto cultural de
muy peligrosas consecuencias: el lector común cree frecuentar Literatura cuan-
do no hace otra cosa que pasar el rato entre invenciones absurdas y gratuitas.
Libros entontecedores y dañinos para la República, como los que quebraron a
don Quijote, y falta haría un quijote de la novela histórica (más adelante se cita
uno, pero sin gran fortuna y sin el menor efecto) que acabara con tanto manie-
rismo y con todos los oportunistas que crecen a su sombra.
A más ha ido, y a las pruebas me remito. Hoy es normal que los espacios
libreros grandes tengan su generosa sección dedicada en exclusiva a este tipo de
novelas. Alguna editorial se mantiene prácticamente de fabricar este producto y
todas le hacen un buen hueco con la intención de sanear la cuenta de resultados.
El modesto premio específico para este género que luego se anota ha sido rele-
vado no por otro sino por varios galardones, de cierto fuste y con ayudas oficia-
les. El primero y de mayor resonancia de estos concursos es el Premio Nacional
de Novela Histórica Alfonso X el Sabio, nacido el año 2001, patrocinado por la
Caja Castilla La Mancha, con apetecible dotación (ronda los 10.000.000 de
pesetas), y promovido por un sello, Ediciones Martínez Roca, integrado en el
poderoso holding editorial Planeta. Tiene la finalidad, según los convocantes,
"de promover la creación y divulgación de novelas con calidad literaria que ayu-
den al lector a profundizar en el conocimiento de la historia". Vistos, sin embár-
go, los autores y obras elegidos (entre ellos algunos de los stajanovistas del
género) esas buenas intenciones nada más son una coartada para aprovechar una
tendencia del mercado. Más que profundizar en el conocimiento de la historia,
con Juana de Arco. El corazón del verdugo (2003) se daba una plataforma a la
cubana exilada María Cruz Varela para difundir un propagandístico alegato anti-
castrista. He aquí la descripción de la novela ganadora de la X convocatoria, El
anillo, de Jorge Molist, que hace Esther L. Calderón en elmundolibro.com
(3/TV/2004):
Un catálogo orientativo
Por otra parte, y al margen del modelo galdosiano, constituye uno de los
rasgos caracterizadores de la novela exilada su frecuentación del relato históri-
co. Conocida es la afición de Ramón J. Sender a este tipo de fábula, tanto en su
variedad imaginativa como documental o memorialística, que cultiva, respecti-
vamente, en Bizancio o La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, y en la
dilatada Crónica del alba. También frecuentó esta modalidad Max Aub. Y
empeño monumental fue el de Salvador de Madariaga al atravesar la historia
española desde las postrimerías medievales hasta la Ilustración con sus
"Esquíveles y Manriques". En fin, por no prolongar la lista, agavillando un con-
junto de relatos históricos, Los usurpadores, reanudaba Francisco Ayala su acti-
vidad como prosista tras el hiato de la contienda, la traumatizante experiencia
que da desde entonces el característico timbre moral de su escritura.
3. Entre los colegas interesados por el fenómeno se encuentra Tomás Yerro Villanueva, quien
preparaba una relación de novelas históricas en paralelo a este catálogo. Conocedor de mi
censo, me ha proporcionado una copia del suyo, gentileza que le agradezco. Las siglas (TY)
al final de unas cuantas fichas de mi catálogo indican que la noticia procede de ese trabajo
inédito.
4. En algunos artículos anteriores a éste se encuentran noticias diversas acerca de fabulacio-
nes de nuestro subgénero, que califico así, por cierto, sin ningún ánimo peyorativo.
Interesan en especial para nuestro catálogo los de Fernando Valls ("Historia y novela espa-
ñola actual", Historialó, núm. 163, noviembre, 1989) y Femando Gómez Redondo ("Edad
Media y narrativa contemporánea. La eclosión de lo medieval en la literatura", Atlántida,
núm. 3, 1990). Francisco Javier Diez de Revenga parte de un corpus selecto de obras cas-
tellanas y extranjeras en "La Edad Media y la novela actual" (Medievalismo, año 3, núm.
3, 1993). El mismo criterio de conjugar textos españoles y foráneos siguen Enrique
Montero y M a Cruz Herrero en De Virgilio a Umberto Eco. La novela histórica latina con-
temporánea, Madrid y Huelva, Ediciones del Orto y Univ. de Huelva, 1994. El análisis de
Víctor M. Fernández Martínez ("La arqueología de la imaginación: notas sobre Literatura
y Prehistoria", Arqriteca, núm. 2, 1991) revela una de las lagunas de la ficción española, la
del escenario anterior a la escritura, presente en El tesoro, de Miguel Delibes, pero sólo
como trasfondo de otras preocupaciones. El asunto de la narrativa histórica actual ha inte-
resado también a María Dolores de Asís y a Pilar Palomo y le han dedicado sendos artícu-
los.
REPERTORIO EN ORDEN ALFABÉTICO
Un puñado de apostillas
5. Ya en pruebas la primera salida de este catálogo, pude añadir una nota para dejar constan-
cia de un libro colectivo coordinado por J. Romera Castillo, F. Gutiérrez Carbajo y M.
García-Page, La novela histórica a finales del siglo XX (Madrid, Visor, 1996), donde
Alfredo Caunedo Álvarez aporta un sintomático banco de datos sobre el tema: "Novela his-
tórica en España y recepción crítica en El País y ABC (1980-1991). Una bibliografía".
Aunque con limitaciones inevitables por la restrictiva fuente de información utilizada,
amplía nuestro repertorio en lo relativo a narraciones históricas de autores hispanoameri-
canos y a obras traducidas, y da idea de la acogida crítica en la prensa.
Una operación aritmética elemental con las cifras anteriores nos dice lo
siguiente: si se suprime el periodo de inactividad editorial -julio y agosto-, cada
mes del año 1999 nuestras prensas echaron al mundo algo más de cuatro nove-
las históricas. Datos semejantes valen para 2000. ¿No está el género al límite de
la saturación? ¿Hay lectores suficientes para esta avalancha en un país con índi-
ces de lectura muy pobres?
* * *
Son no pocas las ideas que tanto creadores como teóricos han expuesto
desde antaño para explicar la utilidad o el sentido de la historia y de la fabula-
ción histórica. A propósito de ésta, a veces se ha advertido su utilitario entrete-
nimiento y, a veces, su capacidad de revelar transformaciones colectivas (según
la manera de entenderla, por ejemplo, de un Lukács); para algunos ha tenido un
carácter aleccionador (así concebía su magna empresa Pérez Galdós) mientras
que para otros resultaba un agradecido soporte de puras invenciones. Ello ha
determinado un tratamiento particular del contenido, pues quienes persiguen
unos y otros fines requieren documentación, exactitud de los datos o imagina-
ción en muy distinta medida.
Sin haber hecho una constatación título por título de cada uno de los enume-
rados que conozco, un buen número de ellos podría acogerse a la creencia de rai-
gambre clásica según la cual la historia vale como magister vitae. La reconstruc-
ción del pasado tiene como sentido prioritario servir de espejo a unos tiempos
actuales, a problemas y a amenazas más o menos veladas del presente. Esta acti-
tud se halla, sobre todo, en autores vinculables con una concepción comprometi-
da de la literatura. Es el caso de José Esteban, cuya obra inicial, El himno de
Riego, constituye una proclama de la libertad y un aviso de caminantes sobre las
asechanzas que puedan acabar con ella. El sentido utilitario se obtiene por una
coincidencia general percibida por el lector entre los tiempos descritos y las acti-
tudes recientes. Ocurre alguna vez que el autor, entregado a la propaganda, pare-
ce desconfiar de la nitidez de su mensaje y por ello incorpora el sentido aleccio-
nador, la moraleja, al propio texto, según hace Andrés Sorel en Babilonia, la
puerta del cielo. En otros casos, su utilitarismo no se centra en lo colectivo, social
o político, sino en lo individual y busca iluminar las perplejidades intemporales
de los seres humanos. Ésa parece ser la desiderata de En busca del unicornio, de
Juan Eslava Galán, o de Los amores secretos, de Javier García Sánchez, que
merodean los misterios de la vida, en particular las pasiones.
Las precedentes parcelaciones implican algún tipo de rigidez que por for-
tuna los textos desmienten con frecuencia. Las fronteras formales no suelen
resultar del todo nítidas, y más de un título asienta un pie en uno de esos supues-
tos modelos, pero el otro descansa sobre el contrario. La mencionada y valiosa
serie de Raúl Ruiz, desgraciadamente interrumpida por la prematura muerte del
escritor, ofrece un magnífico ejemplo de convivencia de estímulos múltiples.
Parte de una recreación culturalista, revela un acendrado gusto por contar y se
vincula sin empacho con los relatos de aventuras; semejante esquema mestizo
no excluye anotaciones bastante explícitas sobre asuntos contemporáneos, los
cuales se infiltran de manera parabólica o alegórica, pero transparente, entre
peripecias palatinas y sutilezas vaticanas.
Este libro ha sido posible gracias a la obra del profesor Alberto Gil Novales,
"Rafael del Riego. La revolución de 1820, día a día", origen y fin de mi novela. Y
quiero asimismo hacer constar que los acontecimientos anecdóticos han sido
tomados de "Riego, héroe de España" de G. Revsin, y que se han apropiado de
ideas, y hasta frases, de Quintana, Argüelles, Evaristo San Miguel y otros escrito-
res del XIX (pág. 225)
Los títulos señalados no dejan de representar, con todas sus variantes, ejem-
plos de prácticas conocidas dentro de la tradición de la novela histórica, pero con-
tamos con uno muy interesante en sí mismo y como punto de partida para una
meditación acerca de los movedizos límites entre historia y novela, que en esta
ocasión llegan a desvanecerse por completo. Me refiero a La epopeya de los locos,
de José Manuel Fajardo. ¿Qué es este libro, una novela o un trabajo de historia?
No hay, en principio, signo formal o de contenido que nos permita declararlo.
Alguna vez se ha dicho, con boutade nada despreciable, que una novela es una
obra en cuya cubierta se pone el término novela. También podríamos defender que
un libro pertenece al género histórico cuando figura en una serie de monografías
históricas. Ni siquiera ese factor externo nos ayuda en este caso, porque el volu-
men se editó en una colección no marcada en ningún sentido, pues tiene un carác-
ter misceláneo, aunque en ella predomina la ficción. La incertidumbre sobre la
cualidad del texto no es exclusivamente nuestra; igual desorientación muestran los
primeros reseñistas de la obra, quienes utilizan la indefinición genérica para res-
tar o negar valor a su contribución histórica, por decirlo de algún modo.
En el otro extremo del arco se hallan, como decía, los textos despreocupa-
dos por la veracidad histórica. Para ellos el escenario temporal no tiene más
valor que el de una sugerente e imprecisa evocación de usos aproximados de la
época en la cual se emplaza la acción. Están regidos por el principio de la estam-
pa colorista, dibujada según criterios de folklorismo anecdótico o de pintores-
quismo neorromántico. Incluso es posible que la reconstrucción no proceda de
fuentes historiográficas, sino de otras secundarias como las literarias o cinema-
tográficas. En aquéllas asienta Fernando Fernán-Gómez El mal amor. ¿Ha tra-
bajado el popular cómico sobre datos fehacientes de la vida castellana de la baja
edad media? Creo que no, que toca de oído y en mi socorro podría aducir algu-
na severa reseña que apuntaba en esta dirección, así la de Nicasio Salvador
(Diario 16, 14/IX/1987), quien, tras señalar la cronología indefinida y confusa
de la obra, censuraba al autor el haber "perpetrado una mascarada". Pero no han
de tomarse las deficiencias informativas, me parece, como reserva fundamental
hacia el libro. Este no va más allá de una insinuadora evocación medieval con
el propósito de hablar, a raíz de la difusión por Castilla de las teorías del amor
cortés provenzal, de algo que también podría haber emplazado en otros momen-
tos: una crisis generalizada con motivo de la irrupción de una rupturista concep-
ción de los usos amorosos. En vano buscaríamos su soporte en los documentos,
porque donde está es en el ambiente descrito - y leído por Fernán-Gómez bien a
su aire- en el Libro de buen amor. Entre las inspiraciones cinematográficas hay
que destacar los fantaseamientos de Terenci Moix, según él mismo ha explica-
do con reveladora expresión: el mundo romano de alguna ficción suya no ha
tenido lugar en la realidad porque lo ha tomado de "el cine de los sábados".
¿Qué importancia tiene, pues, el rigor del dato? Tenemos un caso curioso y
muy interesante. Eduardo Mendoza comete en La ciudad de los prodigios algún
error de tanto bulto y tan detectable como confundir la fecha de la muerte de
Alfonso XIII. ¿Puede reprochársele ignorancia o descuido? En principio, sería
temeridad hacerlo sin más, sin buscar otra explicación. Puesto que en La ciudad...
conviven con toda comodidad historia e imaginación y puesto que también existe
una vena irónica y sarcàstica, podríamos arriesgar que se trata de un juego delibe-
rado que sirve a relativizar la solemnidad de la materia narrada. Esta razonable pos-
tura la ha confirmado en parte el autor, quien ha declarado fallos intencionados con
el propósito de crear un clima de confusión entre lo verídico y lo imaginado. Pero
sólo en parte, porque en unas "Confesiones de autor" ha explicado que se deben a
que "muchas veces no suelo verificar las fuentes, o cojo notas a mano que luego al
transcribir confundo". Y respecto del error señalado, ha reconocido que fue "tan
grande que decidimos", dice refiriéndose conjuntamente a él mismo y al editor, "no
cambiarlo en las posteriores ediciones por formar parte ya de la novela".
* * *
No merece la pena gastar mucha tinta en censar las épocas y los espacios
reflejados en nuestro catálogo porque acabamos en corto diciendo que casi toda
la peripecia de la humanidad, en mil ámbitos y momentos, aun los más insólitos
o insospechados, se puede revisitar. En la imposibilidad de acometer esa cicló-
pea tarea, me limitaré a subrayar un par de síntomas. Por un lado, hasta una
decena de títulos versan, en su totalidad o en parte, sobre la guerra de la
Independencia y el reinado de Fernando VII, época que parecería menos estimu-
lante al contar ya con la magistral exposición galdosiana. Quizás se vuelva a ella
porque aquellos ajetreados tiempos provocan inquietantes analogías con un
incierto presente. Por otro lado, la guerra civil del 36 ha tenido un curioso pro-
ceso. La narrativa del medio siglo rompió con la recreación de este tema, aban-
donó su tratamiento directo y lo sustituyó por la visión, el recuerdo o vivencias
infantiles de aquella lucha cainita. Luego, cuando parecía que esta materia había
quedado superada por reiteración o falta de interés tanto de lectores como de
autores, se produce un resurgimiento protagonizado, salvo excepciones nota-
bles, como las de Delibes o Benet, por narradores jóvenes. Además, hay un
fenómeno singular, el cambio producido en su tratamiento, un vaivén curioso:
la novela de la guerra en esta etapa más reciente en un primer momento se dis-
tancia del enjuiciamiento político o social y la considera como experiencia que
se trasciende a un ámbito mítico o universalizador, según he subrayado en otras
ocasiones; avanzados ya los 90, se vuelve a la concreta dimensión ideológica de
aquella contienda cainita y al alcanzar el nuevo siglo se convierte en un modo
de reivindicar una memoria histórica suspendida por el pacto colectivo que dio
lugar a la transición política hacia la democracia.
* * *
En principio, una novela histórica no tiene por qué ser distinta de otra sin
apellido. A falta de rasgos formales específicos, sí se dan dentro del catálogo
precedente algunas curiosas coincidencias. Una posee, a mi parecer, mucha
importancia: con bastante frecuencia la narración histórica reciente adopta el
relato en primera persona, la cual suele adoptar la forma de la autobiografía.
Este hecho requeriría un análisis en profundidad, que no echara en saco roto la
irrupción del yo confesional en las letras peninsulares recientes con una pujan-
za desconocida, pero de manera muy provisional podemos achacarlo a una
doble causa. Por un lado, se fomenta la impresión de verosimilitud, pues lo así
relatado tiene un grado mayor de certeza al ser referido por quien se dice testi-
go o protagonista de los hechos. Por otra, se relativiza todo, la propia narración
y su sentido, al depender de una mirada personal y subjetiva. En todo caso, sí
merece subrayarse el hecho de que muchas de estas obras históricas se concen-
tren en el ámbito de lo privado, abandonando una antigua intencionalidad de
reflexión colectiva. Muchas se sitúan sin reservas en el terreno de los problemas
emocionales, sentimentales, de comunicación, de aspiraciones frustradas, de
creencias religiosas. Por tanto, se aborda la dimensión individual o existencial
de la persona a través de una fabulación histórica.
* * *
Sería más bien un lingüista quien tendría que detallar lo que sucede en el
campo de una de las exigencias más costosas de la narración histórica, la del
estado diacrónico de la lengua utilizada. Con su habitual perspicacia ha resumi-
do el problema Umberto Eco a propósito de La isla del día de antes: "Yo no
sabía cómo escribir un libro que se desarrolla en el barroco. ¿En mi lenguaje de
hoy? Se perdería el sentido histórico. ¿En la lengua del barroco? Hubiera sido
insoportable". De todo hay entre los usos de nuestro catálogo y no falta ni
siquiera el voluntario remedo de la prosa renacentista, por ejemplo. Por haber
hay hasta un contrafacta de la picaresca, incluso en la condición anónima del
relato, Vida de Iñigo de Esgueva, picaro de estos tiempos. En general, la lengua
arcaizante, quizás por la dificultad que ofrece a autor y lector, no goza de mucho
predicamento, y se suele preferir la prosa actual, con algún rasgo léxico o sin-
táctico que evoque un aroma de época, y hasta sin ninguna marca del pasado.
* * *
Tras estas observaciones nos queda todavía por decir unas palabras acerca
de la cuestión más dificultosa: exponer una razón o, al menos, una conjetura
sobre el porqué de este florecimiento bastante repentino de nuestra novela his-
tórica en un periodo de tiempo tan corto. Sin duda, como en todas las manifes-
taciones culturales de cierta complejidad, existe una enmarañada suma de cau-
sas, que acaso ahora mismo no somos capaces de distinguir con precisión ni niti-
dez, y no un único motivo. Conviene destacar que no estamos ante un fenóme-
no aislado, ni ante un rasgo propio de una literatura nacional, pues bien se sabe
su éxito en todo el mundo. Coincide con una época en la que la revisión de tiem-
pos pretéritos ha despertado un gran interés. Distintos e importantes programas
de notables empresas editoriales lo confirman. Algunos se centran en la ficción.
La "Biblioteca de Novela histórica", iniciada por Ediciones Orgaz en 1988, se
difunde por canales populares. La editorial Edhasa tiene en su catálogo la colec-
ción "Narrativas históricas", con presentación cuidadosa y alto precio y cuyos
títulos vienen obteniendo acogida de best seller. También en el fondo selecto,
minoritario y un punto caprichoso de la editorial Siruela (sello que tiene algo de
emblema de un sector de la sociedad lectora - o compradora- de nuestra época)
se encuentra una serie donde se incluyen títulos antiguos, unos cuantos vincula-
dos con las fabulaciones del ciclo artúrico, patrimonio lógico hasta ahora de
especialistas, y que sorprendente y significativamente logran buenos niveles de
difusión. Un carácter distinto tiene la colección "Memorias de la historia", de la
editorial Planeta, también editada con éxito comercial a partir de 1988. Sus títu-
los suelen originarse en encargos editoriales y no obedecen a estímulos creati-
vos o comunicativos de los autores; las obras frecuentan una perspectiva curio-
sa o costumbrista de episodios o personajes del ayer; tiene un carácter de divul-
gación y un tono muy narrativo y literario. En ella se incluye, además, la men-
cionada serie de presuntas autobiografías. Al mismo tiempo, la editorial Salvat
comercializa en quiosco la colección "Novela Histórica".
Sospechamos que los anteriores argumentos no agotan los que explican las
nutridas filas de nuestro catálogo. También las propias tendencias de nuestra
narrativa reciente avalan ese auge: la recuperación de lo fantástico y de lo inven-
tivo, en general, alientan ese desarrollo y todo ello no deja de formar parte de
una reacción contra usos anquilosados. Asimismo, razones de dinámica social
profunda tendrían también que considerarse. La sociedad española no ha queri-
do hurgar en el pasado inmediato ni cuestionar el presente debido al peculiar
proceso de la transición política y el decenio de los ochenta se abre bajo sospe-
cha. Se extiende un sentimiento de "desencanto" que lleva a desentenderse del
hoy y, en consecuencia, a volver la vista al ayer. Esto se hace con una doble ópti-
ca que explica las dos orientaciones más generales de nuestra novela histórica
próxima. Por una parte, quienes rehuyen enfrentarse a la actualidad se abisman
en una ficción que tiene propiedades evasivas. Quienes, al contrario, perciben
que vivimos tiempos de crisis y de mudanza, pero desconfían del sentido de los
hechos del día, se lanzan al pasado en busca de modelos que permitan conocer
mejor la actualidad sin sentirse complicados en ella. Cuando el presente no tiene
un sentido claro, el pretérito puede ayudar a entenderlo y proporcionar una pers-
pectiva iluminadora de lo cotidiano. Que a lo mejor no consiste en otra cosa que
en ver con claridad entre el caos de la existencia. De esa creencia parte
Francisco Nieva en El viaje a Pantaélica. Según el narrador, "todo eso que pare-
ce delirio" - s e refiere a la historia como leyenda rebajada y a los datos fabulo-
sos que ésta añade- "es en el fondo la verdad del mundo, cuando a éste se le
mira a distancia".
Con todo sería parcial atribuir a la novela histórica reciente el papel exclu-
sivo de literatura evasiva, comercial y fungible que cabe deducir de algunas insi-
nuaciones vertidas en estas páginas. Muchas obras obedecen a intereses espu-
rios de autores y editores, pero también algunas contribuyen al conocimiento de
la naturaleza humana proyectando su ejemplaridad moral hacia el presente y el
futuro. A este propósito responde un sorprendente y múltiple rescate de un epi-
sodio ominoso de nuestra historia que yacía en la ignorancia de las jóvenes
generaciones españolas, y que ayuda tanto a entender un pasado nacional como
a visualizar la suma de egoísmos que dirige el curso de la historia. Me refiero a
la recuperación de los terribles sucesos del Rif en los años 20. El nuevo milenio
continúa con la recreación de tales episodios acometida a finales de la anterior
en las obras de Severiano Gil Ruiz, Fernando Marías, Ignacio Martínez de Pisón
o Eduardo Valero en otros varios títulos, firmados, además, no por narradores de
una edad madura, sino por autores de las recientes promociones como Lorenzo
Silva (El nombre de los nuestros, 2001, además de un reportaje en busca de las
raíces familiares, Del Rif al Yebala. Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos,
2001), Fernando Marías (El vengador del Rif 2001) y José Luis de Juan
(Kaleidoscopio, 2002). Es notable que la aventura colonial marroquí produzca
desde 1990 casi una decena de relatos históricos. Algo semejante ocurre en el
papel de vehículo para la recuperación de la memoria histórica de la guerra y de
la represión franquista de otros títulos. Aquí la lista sería más larga y menciona-
ré para confirmar esa intencionalidad sólo uno, pero de singular fuerza conmo-
vedora, Las trece rosas (2003), de Jesús Ferrero.
Apunta después el punto nuclear de este auge, el comercial: "lo que ahora
tenemos, además de un género, es una industria de la novela histórica". Y saca,
al fin, unas conclusiones poco objetables:
Nos tememos, sin embargo, que ni siquiera sarcasmos tan merecidos y bien
fundados sirvan para contener una tendencia hoy por hoy imparable, y que nos
quedan templarios y otras especies parecidas, y aun más exóticas, para rato.
LA NOVELA HISTÓRICA
DE TEMA GRECORROMANO
Con la novela histórica acaece una situación paradójica, cuanto más es ata-
cada por los críticos más parece ser apreciada por el gran público. Nada más hay
que ojear los escaparates de las librerías, los catálogos destinados al gran públi-
co, las colecciones de este tipo de relatos que se ofrecen a través de los medios
de comunicación y la existencia de editoriales especializadas en este tipo de lite-
ratura. La verdad es que, como es sabido, el crítico y el gran público no suelen
coincidir y, en este caso concreto de la novela histórica, no sólo intervienen
mostrando su opinión sobre una obra determinada el crítico literario sino tam-
bién el historiador y el filólogo, en el caso de la novela de tema grecorromano
el filólogo clásico. Y la verdad es que cuando un filólogo clásico, y lo digo por
propia experiencia, lee una novela de este tipo con espíritu crítico puro, atenién-
dose al marco histórico en el que la novela discurre, lo usual es que sufra. Cada
uno encontrará "errores" o "fallos" en la recreación del ambiente histórico y de
los personajes de época. Mas creo que esta perspectiva es equivocada. Nunca
debemos olvidar que lo que tenemos en la mano es una novela, por muy "histó-
rica" que pretenda ser, y que por muy documentado que esté un escritor, sea
incluso Marguerite Yourcenar, Robert Graves o Mary Renault, si los buscamos,
encontraremos anacronismos, errores, omisiones o falsas interpretaciones, desde
nuestro punto de vista. Desde el Espartaco de Koestler (1938) al Yo, Claudio de
Robert Graves (1934), pasando por las magníficas Memorias de Adriano de
Marguerite Yourcenar (1934) o No digas que fue un sueño de Terenci Moix
(1986).
Y es que la novela histórica es un género híbrido, participa de la novela y
de la historia, participa de la ficción y de la "realidad". Es un hiato, como decía
G. Kebbel (1992), entre ficción e historia. La historia siempre ha sido un filón
para la literatura. Recordemos desde los poemas homéricos al Cantar del Mío
Cid e incluso nos ha llegado una tragedia griega de tema histórico como Los
Persas de Esquilo. Mas, en el fondo, el novelista "histórico" intenta armonizar
las dos tareas originariamente separadas de las que nos hablaba Aristóteles en su
Poética. En efecto, decía Aristóteles (Poética 1451 a 36-1452 a l l ) que el his-
toriador y el poeta no se diferencian por decir las cosas uno en verso y otro en
prosa, pues podríamos versificar la obra de Heródoto y no por ello dejaría de ser
historia. La diferencia, desde su punto de vista, estriba en que el historiador dice
lo que ha sucedido, y el poeta lo que podría suceder; "esto es, lo posible según
la verosimilitud o la necesidad"; por ello, añadía el discípulo de Platón, es más
filosófica y elevada la poesía que la historia, pues la poesía dice más bien lo
general y la historia lo particular, en el sentido de que la poesía se refiere a un
tipo de hombres y la historia a hombres particulares, a individuos concretos. Los
nombres propios pertenecen a los individuos, pertenecen a la historia. La poesía
en sí no los necesita, viene a decir Aristóteles; puede haber, y los hay, poemas
sin ningún nombre propio; hay géneros poéticos, como la comedia, donde los
nombres propios son, casi siempre, ficticios y ligados a tipos a los que para
mayor realismo se les da un nombre cualquiera; y si la tragedia se atiene gene-
ralmente, por su material mítico, a nombres existentes a ese nivel, lo hace bus-
cando para los acontecimientos trágicos, que no suelen ser los cotidianos, mayor
credibilidad, algo así como un refuerzo de verosimilitud. El héroe como mode-
lo humano.
Ahora bien, lo usual es que la historia sea ancilla de lo novelesco. Pero, aún
así, el buen novelista histórico es el que se documenta bien, aunque luego no
refleje todo lo que ha aprendido, para evitar el tedio al lector, a lo largo de la
obra. Pero ello le permite recrear con verosimilitud el ambiente histórico. Si el
personaje es histórico, una fuerte personalidad histórica, la historia e incluso, en
ocasiones, su interpretación se convierten en documentalmente importantes. En
caso contrario, si los personajes son inventados, las novelas que mejor nivel
manifiestan son aquellas en que los personajes se enfrentan a problemas eternos
como el amor, la muerte, la desventura, la envidia o la ambición, por poner unos
ejemplos, y en este caso la época histórica actúa como telón de fondo con más
o menos exactitud según la capacidad de los distintos autores.
El siglo XIX fue un siglo clave para la novela histórica y surgieron muchas
que marcaron generaciones de lectores incluso en nuestro siglo. El siglo XIX,
además, fue un siglo de grandes polémicas que se reflejan en las grandes nove-
las históricas de la época. En efecto, como dice Gilbert Highet (1978, II, 241-
258) la novela histórica se utiliza, por ejemplo, en la pugna entre detractores y
defensores del cristianismo. En el siglo XIX muchos escritores aborrecían el
mundo en que vivían, le dieron la espalda y se volvieron a Grecia y Roma, por-
que era un mundo hermoso, caso del movimiento parnasiano, que debe su nom-
bre al Parnaso, montaña en que habitan las Musas y cuyo nombre sirvió además
para una revista fundada por poetas franceses, en la que éstos entre 1866 y 1876
publicaron sus obras y que defendía los ideales estéticos griegos y latinos. En el
movimiento parnasiano encontramos autores como Charles-Marie-René
Leconte de Lisie, Giosuè Carducci, Tennyson o José María Heredia (1842-
1905). Eran grandes amantes de los clásicos y, llevados por su admiración, des-
preciaban el cristianismo. En esto le habían llevado la delantera los poetas revo-
lucionarios como Shelley, Hòlderlin y otros, pero sus sucesores del XIX fueron
mucho más decididos y rencorosos. Amaban el paganismo en tanto no era cris-
tiano y aborrecían al cristianismo en tanto no era grecorromano. Eran tres los
argumentos que se desplegaban tras las obras de los anticristianos:
En este siglo XIX la novela histórica se utilizó también con fines naciona-
listas. No es cuestión de hablar del propio Walter Scott, pero sí recordar que se
escribieron novelas como Ein Kampf um Rom (1876) de Félix Dahn (1834-
1912) que enaltecía el alma germana y alcanzó numerosas ediciones en
Alemania. En el caso español de todos es conocido cómo el nacionalismo vasco
busca en novelas presuntamente históricas de aquella época, como Amaya, el
refrendo de sus ideas. En nuestro país, aunque surgen imitadores de la novela
histórica marcada por Walter Scott, como son Gertrudis Gómez de Avellaneda
(<Guatemotzin, último emperador de Méjico, 1846), Larra (El doncel de don
Enrique el Doliente, 1834), Gil y Carrasco (El señor de Bembibre, 1844) o
Navarro Villoslada (Doña Blanca de Navarra, 1846, Amaya o los vascos en el
siglo VIII, 1877), entre otros, no tiene lugar la aparición de obras de tema gre-
corromano de cierto éxito y reconocimiento. Sólo, creo, tendríamos que aludir
al Nerón (1866) de D. Emilio Castelar, autor asimismo del famoso Fra Filipo
Lippi, centrada en la vida florentina del siglo XV (cf. A. Alonso, 1984, 36-41;
C. Mata, 1995, 24).
Dejamos a un lado los denominados dramas de toga, esto es, versiones tea-
trales de temas grecorromanos (Claudian, 1883, de W. G. Wills y H. Hermán,
The Sing of the Cross, 1896, de W. Barret y Ben-Hur de W. Young, 1899), que
insisten en la decadencia y maldad pagana frente a la bondad y renovación cris-
tiana (cf C. García Gual 1995, 201-207) y el cine de tema grecorromano (cf A.
Duplá & A. Iriarte, 1994; F. Lillo, 1994, 1997; R. de España, 1997; J. Solomon
1979; M. M. Winkler 1991) ya que escapan a nuestro propósito en el momento
actual.
Centrándonos ya en la novela histórica del siglo XX, conocida es la posi-
ción de Amado Alonso (1984, 41) en el sentido de que "la novela histórica está
en crisis casi desde su nacimiento" y en la época en que Amado Alonso escribió
su Ensayo sobre la novela histórica (1942) consideraba (1984, 80) que el géne-
ro estaba "prácticamente abandonado. Cierto es que todavía en el siglo actual
Mereshkovski lo cultiva hermosamente con temas de la antigua Roma o del
Renacimiento italiano o de la antigua Creta; pero si bien en todos los países hay
algunos escritores secundarios que no la dejan morir del todo, en general desde
Salammbó la novela histórica no tiene ya más que apariciones esporádicas en la
obra de unos pocos autores de importancia: Anatole France escribió Thaïs y Los
dioses tienen sed\ Pierre Louys, Aphrodite; Mereshkovski, La muerte de los dio-
ses, La resurrección de los dioses, Tutankhamón en Creta, etc.; entre los nues-
tros Blasco Ibáñez, Sónnica la cortesana (no histórica y seudoarqueológica), y
Enrique Larreta La gloria de don Ramiro."
Pero también el propio C. García Gual (1996, 55) nos dice que básicamen-
te podemos distinguir en las novelas históricas "dos esquemas básicos y distin-
tos, repetidos con frecuencia: las de tramas que podemos llamar romántica, en
los que los protagonistas son una joven pareja, y otras que están centradas sobre
la figura de una personalidad de gran relieve histórico. El primer tipo es bien
conocido por ser el más frecuente en el período romántico, tanto en las obras de
W. Scott, como en Los novios de Manzoni o en Quo vadis? de Sienkiewicz, por
ejemplo. El segundo tipo podemos ejemplificarlo en novelas como las de
Merezhkovski, Juliano el Apóstata o la de H. Kesten, Felipe II (traducida con el
título de Yo, la muerte, Edhasa, 1994) o los dos tomos de Enrique IV de Heinrich
Mann".
Por su parte Kurt Spang (1995, 83-94) distingue tan sólo dos tipos de nove-
las históricas, la novela histórica ilusionista y la novela histórica antiilusionista.
La primera caracterizada por el afán de los autores de crear la ilusión de auten-
ticidad y de veracidad de lo narrado, por tratar de infundir en el lector la sensa-
ción de que está asistiendo a la reproducción auténtica del devenir histórico, cre-
ándose la apariencia de que historia y ficción coinciden, y el autor suele afirmar,
incluso con pruebas documentales, que lo que narra es verdadero. En ella todo
resulta lógico y coherente. Generalmente enaltece al individuo. Es el tipo de
novela que, según Spang (1995, 94), se adapta más a la novela histórica deci-
monónica y anterior. La novela antiilusionista para Spang es aquella que corres-
ponde en grandes rasgos a la novela histórica que se cultiva preferentemente a
fines del XIX y el siglo XX, que asume el hiato entre historia y ficción, que no
trata de crear "ilusión" de autenticidad en el receptor, que si existen incongruen-
cias éstas se presentan como tales, y donde juegan un papel mucho más impor-
tante los grupos sociales e ideológicos, donde entrarían, según Spang (1995, 91),
por ejemplo, Los negocios del Sr. Julio César de B. Brecht o Los idus de marzo
de Thornton Wilder.
2) La novela analística, esto es, los hechos son presentados año a año al modo
de la analística antigua, está representada por la saga republicana de las
novelas de C. McCullough, El primer hombre de Roma y La corona de
hierba (Barcelona, 1990 y 1991 respectivamente).
6) La novela de orientación cristiana bien a favor bien en contra, que tuvo una
larga tradición en el siglo XIX, como hemos visto, y que estaría represen-
tada por Dios ha nacido en el exilio de Vintila Horia (Madrid, 1968),
Nerópolis. Novela sobre los tiempos de Nerón de Hubert Monteilhet
(Barcelona, 1985), Elena, la madre del emperador Constantino, de Evelyn
Waugh (Barcelona, 1990), Médico de cuerpos y almas, sobre la vida de S.
Lucas, de Taylor Caldwell (Barcelona, 1991), Los conversos, que describe
el periplo intelectual de S. Agustín, de Rex Wagner (Barcelona, 1986),
entre otras. Desde la perspectiva anticristiana destacan Un gusto a almen-
dras amargas de Helia S. Haase (Barcelona, 1991) o Amantía de M a Xosé
Qeizán (Vigo, 1984).
7) La novela pedagógica, escrita por profesores para formación y deleite de
sus alumnos, donde entraría, por ejemplo, Laureles de ceniza de Norbert
Rouland (Barcelona, 1990).
Fanny Rubio
(Universidad Complutense de Madrid)
La narradora ha cuidado todos los detalles. Desde que era casi adolescente
sentía que entrar en la literatura era un acto casi sagrado, pleno de responsabili-
dad, y aquí lo demuestra dando vida al personaje de Adriano, el gran reforma-
dor. Pero su interés como novelista radica en no caer en la excesiva adoración,
sino acercar a través de la autorreflexión que nos informa de una concepción del
mundo visto por la mirada de un hombre que estuvo más cerca de los dioses que
de los hombres. Yourcenar evita caer en la hagiografía desde que en 1936 recu-
pera el manuscrito que ella creía extraviado y comprendió que nada le importa-
ba más que continuar esa historia.
Cuando la autora redacta los "Carnets de notas" que aparecían como apos-
tilla sólo en las ediciones más cuidadas, enumera y discute como una historia-
dora los tramos por los que hubo de pasar antes de volcarse en la escritura de la
novela, una vez se siente capacitada para poder abarcar "por completo" esa vida
que ya estaba fijada por la historia y de contar con el punto de vista del relato.
También contribuye a reestructurar su memoria y su propia vida como paso obli-
gado para acercarse al personaje principal: volver a pasear por Villa Adriana,
volver a contemplar las estatuas clásicas del Louvre, recorrer Asia Menor o las
colinas de Atenas. Simultáneamente, el estudio con millares de fichas en las que
la autora toma nota de los trabajos eruditos sobre la época y los personajes. En
los rastreos museísticos acrecienta la necesidad de leerlo todo, leyéndose a la
vez a sí misma, interrogando a los expertos a los que tiene acceso hasta hacer
que coincidiesen los dos planos, el real-histórico y el real-imaginario de una
época reformadora conocida con la Pax romana. Los modelos que tiene a mano
son Lawrence, Tolstoi, Proust, Flaubert, Camus. De cada uno toma ideas y
marca diferencias. Lo mejor, el tiempo recobrado de Proust.
Persigue datos de la mano del historiador griego Dion Casio, autor de una
Historia Romana que dedica un capítulo a Adriano cuarenta años después de su
muerte, y del latino Esparciano, autor de una Vita Hadriani basadas ambas en
unas Memorias adrianísticas hoy inexistentes. Pero además rebusca en la corres-
pondencia del emperador, la iconografía de este reinado, las crónicas, los infor-
mes de la época. Y ante la duda, confirma sus sospechas en los textos de los poe-
tas eróticos, las biografías, inscripciones, jeroglíficos, tratados arquitectónicos,
religiosos, etcétera. La historia de Roma ha pasado de la mano de un reducido
grupo de historiadores romanos y alguno griego a los compendios del conoci-
miento, siendo estos historiadores de Roma los culpables de los esquemas que
retratan a sus emperadores; y pone el ejemplo de Tiberio que figura siempre por
culpa de Tácito como "prototipo del tirano misántropo y Nerón como el del
artista fracasado". También se apoya en la Historia Augusta, trabajo de seis his-
toriógrafos que componen veinticinco retratos de emperadores, comenzando
con Adriano y sus sucesores Antonio y Marco Aurelio, aquel período de apogeo
al borde de un final, desde mediados del siglo segundo a finales del cuarto. Ante
la falta de documentos alusivos a las reformas económicas y administrativas de
Adriano, debe completar las menciones de un historiador como Espartiano con
todo tipo de rastreos. Yourcenar reinicia una tarea que logra sobrepasar la histo-
ria para "tratar de reintegrar a esos rostros de piedra su movilidad, su flexibili-
dad viviente". Para ello no encuentra tarea tan apasionante como la de confron-
tar los textos, desde el poema que Adriano consagra al amor y a la Venus
Uraniana en las colinas del Helicón, junto a la fuente de Narciso confrontado
con un pasaje de Plutarco, a la discusión acerca de la hermosura de los retratos
de Antínoo que abundan aún en los bajorrelieves italianos. Todo es exponente
de la dura tarea de entregarse a esta obra, incluido el hecho de vivir en los pai-
sajes del relato, hasta "la ruta fúnebre frecuentada por Chabrias, Celer y
Diótimo", los últimos amigos del emperador en la corte de Tíbur.
Las palabras escritas por alguien que reflexiona y dialoga consigo mismo,
ya en la cima de la edad y en la posada de la enfermedad, lo encaminan a la con-
clusión de su existencia sin rebelarse. Si la enfermedad lo lleva a escribir esa
larga carta a Marco Aurelio, pues la enfermedad obliga a las últimas confiden-
cias, no menos cierto es que estas palabras yacentes propician la confesión bajo
el impacto de la cercanía de la muerte. Y es en ese trance cuando Yourcenar nos
representa el símil de la naturaleza a través del árbol, la luz, el ave, que, como
antes el amor, representan el doble que ha de permanecer, la idea de pureza cícli-
ca. De ahí que en estas páginas asistamos a la confirmación de que la historia se
libra siempre en el individuo, y esa idea asciende a lección narrativa. El indivi-
duo depende de su condición frágil que, en ocasiones, es también cínica. De la
misma manera que Adriano duda de que "toda la filosofía de este mundo consi-
ga suprimir la esclavitud, porque, a lo sumo, la cambiarán de nombre",
Yourcenar espera poco del mundo. Pero aun esperando lo justo de los seres
humanos, ni Yourcenar ni Adriano se rinden en manos del nihilismo, es más, los
momentos de celebración de la escasa felicidad que viven los personajes se
valora ampliamente. A veces es la esperanza de la felicidad, como la que le hace
recurrir -comentan los historiadores- el uno de enero a la adivinación para saber
lo que le va a suceder cada uno de los días del nuevo año. Otras, es la certeza de
haber sido señalado favorablemente por el destino, como cuando tiene a bien
esparcir imágenes de Antínoo por el imperio a pesar de la resistencia de quienes
no están dispuestos a admitir su ideal pasional. El ideal político, el ideal huma-
nista y el ideal amoroso de Adriano producen en él los más importantes cambios
de su vida. Lo mismo ocurre con el tema religioso: el estadista se congratulaba
asimismo de que las religiones asociaran a los hombres a los más antiguos sue-
ños, "pero sin vedarnos una explicación laica de los hechos, una visión racional
de la conducta humana". Posición dialéctica que lo define. Como cuando lee-
mos que el pasado es lo suficientemente abierto como para que ningún modelo
nos aplaste. En el fondo, existe aún en aquel tiempo una perspectiva ilustrada
que observamos en la aceptación del desarrollo que facilita la higiene en la ciu-
dad sin tener que sacrificar luego a los hombres cargándolos con inutilidades; y
una perspectiva romántica de largo alcance, como la que los lleva a suscribir que
el placer es una obra maestra. Ambas dependen de la idea de pureza inicial: Es
la naturaleza la que guarda las razones del bien y las razones del mal, y ambos
son imprevisibles, itinerantes y rotativos y el hombre ha de ser consecuente con
ello.
DIVULGACIÓN Y FALSIFICACIÓN
EN LA NOVELA HISTÓRICA: EL CASO "ÁRABE"
Serafín Fanjul
(Universidad Autónoma de Madrid)
mientras los españoles no se resignen a aceptar el hecho de haber sido como han
sido, a percibir el latir de su pasado en su presente, y a rectificar heroica y serena-
mente lo nocivo de su pasado, las discusiones acerca de su futuro se basarán en
vocablos y exclamaciones. La secular y falsa imagen del pasado...2
* * *
1- En el terreno lingüístico
6. J. Greus, Ziryab. La prodigiosa historia del sultán andaluz y el cantor de Bagdad, Madrid,
1987.
7. En La judía de Toledo, v.g., encontramos "romanza" por "romance" (pág. 177), "alfaquí"
a) Uso de topónimos en forma actual coexistiendo con formas árabes o ara-
bizadas según un criterio por completo arbitrario y asistemático, lo cual puede
producir en lectores poco avezados confusiones graves8.
(?) del rey de Castilla (pág. 26); transcripciones árabes a través del alemán mal vertidas
(ichatib por jatib, pág. 39); nombres como Rodrigue, infinitas veces, por Rodrigo, etc.
8. En Ziryab, Qashtala (pág. 77) / Castilla (en la época, Bardulia); Chilikiyah (pág. 65) /
Galicia; Zaracosta (pág. 63) / Zaragoza; Balansiya (pág. 63) / Valencia; Qurtuba (pág. 35)
/ Córdoba; Isbilia / Sevilla; Chesirat al-Jadra (pág. 33) / Isla Verde (en realidad, Algeciras),
siendo estas transcripciones del ár. poco o nada sistemáticas, por añadidura.
Soslayamos abundar en errores en español que, a veces, resultan cómicos: "juramos y per-
juramos por el mismísimo Profeta" (al-Gazal, pág. 16), dice el protagonista, enormidad
inadmisible para un muslim, si es que el autor sabe qué significa "perjurar" en nuestro idio-
ma. También en esta novela "zarcillos" por "ajorcas".
9. J. Maeso de la Torre, Al-Gazal, el viajero de los dos Orientes, Barcelona, Edhasa, 2000.
10. Moharrache por bufón (Ziryab, pág. 117); alborgas par alpargatas (Ziryab, pág. 117); alben-
gala (Ziryab, pág. 67), viéndose obligado a explicar de seguida el significado para que le
entiendan: "tela larga de turbante".
A veces el autor inventa arabismos inexistentes en los diccionarios: azonaicas (Ziryab,
págs. 62 y 98; y al-Gazal, pág. 27); y alburma (al-Gazal, pág. 78) "donde cocía el agua".
todo a un tiempo. Y aparecen: I o ) Errores en transcripciones que denotan haber
tomado los vocablos de textos en inglés o francés"; 2 o ) Errores en arabismos,
como "azud"12 en vez de "noria" (en realidad "azud" significa "presa"), o "ali-
fafe"13 en vez de "almalafa" (en realidad "alifafe" es una enfermedad del gana-
do); 3 o ) Empleo inadecuado de plurales ár. con sentido, en el contexto, de
sing.14; 4 o ) Errores diversos imputables a la ignorancia del autor15, de los cuales
aquí sólo destacaremos dotar de artículo determinado al topónimo Qurtuba, que
nunca lo tuvo, escribiendo al-Qurtuba (al-Gazal, pág. 571) e introducir una
divertida barbaridad en la jaculatoria la galiba illa Allah que aparece (al-Gazal,
pág. 38) en la forma le galib ibn-Allah y traducida como "Sólo Él es el vence-
dor": lo peor no es que trabuque las palabras (le por la e ibn por illa) -tal vez
por escribir de memoria-, sino que introduce un patinazo conceptual que no
hará felices a los musulmanes que lo vean al hablar del "hijo de Dios" (ibn
Allah).
2 - En el terreno temático-conceptual
11. Az-zulaj (sic) por "azulejo", en ár. zullay, zilliy (al-Gazal, pág. 101). Mahgrib (sic) (al-
Gazal., págs. 34 y 119): el autor lo reproduce de memoria a partir del francés maghrib al
ignorar la innecesidad de la /h/, que coloca mal, en el paso al castellano. Ja 'far (al-Gazal,
pág. 89), transcribiendo la yim por jota española. En realidad: Ya'far.
12. Al-Gazal, pág. 176.
13. Id. ibid., pág. 187.
14. "La esclava qiyan (al-Gazal, págs. 14, 87, 125, etc.); o saqaliba (id. ibid., pág. 59), con el
mismo uso equivocado que en el lenguaje periodístico se dice "el paparazzi" o "el feday-
yin", etc.
15. Un personaje se llama Benu (sic) Hudair (al-Gazal, pág. 79); Dejenet (sic) por paraíso (id.
ibid., págs. 87, 544); Qars (sic) por palacio (id. ibid., págs. 95, 549); bagdalí(id. ibid., pág.
268); Qasin (sic) (id. ibid., págs. 11, 23, etc.), suponemos que por Qasim; yumada al-Qula
(sic) (id. ibid., pág. 11); "mes de mudarán" (?) (id. ibid., pág. 15); "el noble beniatar" (id.
ibid., pág. 18), ininteligible lo que quiere decir: ¿"beniatar" pretende ser un patronímico o
un sustantivo? "Oración de al-mugrib" (al-Gazal, pág. 18) por magrib (puesta de sol), pues
mugrib significa "extraño, sorprendente".
correcto" de cada momento que, desde luego, cambian. Así pues, si difícilmen-
te un escritor habría osado -caso de ocurrírsele- en el siglo XVII defender, en
serio, a los piratas moriscos o norteafricanos porque chocaría de plano con la
sociedad circundante, en la actualidad es poco imaginable que alguien corra el
riesgo de presentar a la sociedad andalusí sin embellecer la ambientación (es
decir, en términos más realistas y razonables que lo habitual), pues el pensa-
miento único dominante exige abundar una y otra vez en los carriles canoniza-
dos por editoriales, medios de comunicación y verdades indiscutibles admiti-
das por la sociedad. Es obvio que esas verdades oficiales varían con el tiempo
en función de nuevas situaciones políticas, socioeconómicas y culturales, pero
tales modificaciones no afectan a los hechos del pasado en sí, sino a la manera
de abordarlos, comprenderlos y utilizarlos. Y si en las centurias XVI-XVII
nadie se atrevería a romper una lanza a favor de los moros, en nuestra contem-
poraneidad es inusual que alguien se atreva a lo contrario. No ya porque la
sociedad española se haya vuelto filoárabe, sino porque en los últimos treinta
años se ha generado una imagen por entero edulcorada y victimista que ocupa
toda la escena y por tanto raramente se discute en público, so pena -abrumado-
ra en nuestros días- de ser acusado el infractor de racismo, intolerancia, xeno-
fobia, etc.: ahí es nada. Y tenga o no tenga el acusado tales componentes ideo-
lógicos.
a) Tópicos.- En el caso que nos ocupa los tópicos sobre los árabes son con-
tinuos y nada benefician a éstos al insistir en las ideas que circulan sobre ellos,
incluidas las positivas16 o ambiguas. Por supuesto, las ambientaciones estereoti-
padas de "oriental" se comen la acción y la difuminan hasta convertirla en una
sucesión de estampas pintorescas17, cuando no rechinan por inexactitudes o fala-
cias.
16. "En el más puro estilo árabe, con zalemas y palabrerías respetuosas, no exentas de doble-
ces" (Ziryab, pág. 61); "los sensuales andalusíes" (Ziryab, pág. 60); "hijo de Omeyas y, por
tanto, un adicto a la sensualidad y a los placeres" (Ziryab, pág. 61).
17. La novela Ziryab comienza (pág. 21): "A través de la ventana, por encima de las azoteas
vecinas, entreveía uno de tantos canales de Bagdad, la tarde caía con un celaje de púrpuras
sobre las cúpulas y los alminares de las mezquitas. De lejos llegaba el canto melancólico
de un almuédano llamando a la oración del sol poniente. Era un lamento largo y arrastra-
do, que recordaba a los hombres la infinita grandeza de Alah".
En la novelística "andalusf' (o sobre la España medieval) proliferan los este-
reotipos hispanos, a partir de la pretensión (mamada en Sánchez-Albornoz y A.
Castro) de que aquellos habitantes de la Península eran "españoles" y, por descon-
tado, iguales a nosotros en sentimientos, conductas, expectativas, ya por la conti-
nuidad vital desde Altamira hasta nuestros días (tal vez diría Sánchez-Albornoz),
ya por la "impregnación" ideológica "semítica", en versión Castro18. Es decir, se
adjudican a los habitantes de al-Andalus las virtudes y defectos convertidos mucho
después en paradigma imaginario del "carácter español"19, con el añadido de la con-
dición única y exclusiva en la historia islámica y humana de la sociedad andalusP.
18. "...acogió al músico con hispana generosidad" (Ziryab, pág. 188); "los inquietos españo-
les" (Ziryab, pág. 111), considerando tales a los del Arrabal emigrados a Alejandría; "la
dinastía española" (Ziryab, pág. 105).
19. "Acababan siempre por discutir, con esa pasión por hablar y discrepar a cualquier hora y
de cualquier cosa que caracterizaba a los andalusíes" (Ziryab, pág. 62).
20. "También la cultura, la lengua y el carácter españoles influyeron en los inmigrantes musul-
manes contribuyendo a la formación de ese fenómeno único dentro de la nación islámica
que era al-Andalus, donde las mujeres gozaban de una libertad inusitada..." (Ziryab, pág
70).
21. La judía de Toledo, pág. 22.
22. Id. ibid., pág. 50.
23. Baer, Frank, El puente de Alcántara, pág. 706. Barcelona, Edhasa, 1991.
to social y refuerzo de la intolerancia religiosa en España corrieron parejas con
la pérdida de peso y poder de las órdenes militares y que, por tanto, difícilmen-
te éstas pudieron llegar a influir hasta el militarismo africanista del siglo XX (en
el que, desde luego, está pensando), o incluso recordarle que la intransigencia
de fe y culto en la España medieval y moderna fue bien acompañada por movi-
mientos similares en Europa. Y no digamos en el norte de Africa.
1. A pesar de esta paradoja planteada por Carlos García Gual: "La novela histórica ha estado
"permanentemente devaluada", como anota Harold Bloom. Como un género popular, pese
a ese descrédito, ha gozado de éxito desde el Romanticismo hasta hoy. Se ha repuesto del
eclipse que pronosticaron G. Lukács y otros críticos hacia mediados de nuestro siglo",
"Apología de la novela histórica" [1999], en Apología de la novela histórica y otros ensa-
yos, Barcelona, Península, 2002, págs. 11-29, pág. 26.
2. Indica Celia Fernández que "desde el punto de vista literario, este tipo de novela, al menos
la que corresponde a la primera etapa de su desarrollo (1830-1850), cumple un destacado
papel en el sistema cultural y literario del Romanticismo español si se entiende como res-
puesta a un haz de demandas literarias y culturales", ver su Historia y novela: poética de
la novela histórica, Pamplona, Eunsa, 1998, pág. 99.
3. De ahí, el arco cronológico que traza Madeleine de Gogorza Fletcher en su The Spanish
Historial Novel. 1870-1970, Londres, Tamesis Books, 1974, más el análisis de Rebeca
Sanmartín Bastida que demuestra la pervivencia de lo medieval en el núcleo central del rea-
lismo decimonónico: Imágenes de la Edad Media: la mirada del realismo, Madrid, CSIC,
núen siendo válidos 3 . En el arranque de este milenio, las novelas históricas
que se escriben, traducen y publican se cuentan por centenares; este extraor-
dinario florecimiento del género ha llamado la atención de la crítica y de
estudiosos de diversa procedencia; se han organizado seminarios o cursos
centrados en esta materia 4 , se han publicado suplementos culturales de perió-
dicos para analizarla 5 y monografías valiosas, dedicadas a alguna de sus
manifestaciones temáticas, como ocurre con la "novela histórica latina o clá-
sica" 6 , o al conjunto de algún proceso creativo 7 , como sucede con el de la
2002, con pról. de Ángel Gómez Moreno, quien había sostenido similar empeño en
"Modernismo y Edad Media", La transformación de los lenguajes literarios. I: Edad
Media, ed. T. Albaladejo, J. Blasco y R. de la Fuente, Valladolid, Universidad, 1990, págs.
81-91.
4. Así, el pionero Edad Media y literatura contemporánea, celebrado en la Univ. Menéndez
Pelayo en agosto de 1984, con conferencias luego publicadas en Madrid, Trieste, 1985; en
el mismo marco, del 14 al 18 de julio de 1986, se disertó sobre "La novela histórica: excur-
siones por el mundo antiguo", bajo la coordinación de Carlos García Gual; más tarde en La
Coruña, del 20 al 24 de julio de 1992, se realiza el Seminario sobre La novela histórica con-
temporánea-, con todo, el más importante ha sido el quinto seminario internacional del
Instituto de Semiótica Literaria y Teatral de la UNED, reunido en julio de 1995, aparecido
luego como La novela histórica a finales del siglo XX, ed. de José Romera Castillo,
Francisco Gutiérrez Carbajo y Mario García-Page, Madrid, Visor, 1996; cabe añadir el
Seminario "Novela histórica europea", organizado en Madrid en abril de 1998, y que cuaja
en Novela histórica europea, ed. de María Teresa Navarro Salazar, Madrid, UNED, 2000.
El 10 de diciembre de 2002 se celebró, por último, en la Univ. de Navarra un encuentro
centrado en "La Edad Media vista por la novela histórica".
5. El Babelia de El país deHO de agosto de 1996, o el Cultural de ABC del 15 de noviembre
de 2003, con una importante presentación de Peter Burke; las reseñas dedicadas a esta pro-
ducción han sido valoradas por Alfredo Caunedo Álvarez, "Novela histórica en España y
recepción crítica en El País y ABC (1980-1991). Una bibliografía", en La novela histórica
a finales del siglo XX, págs. 411-426.
6. Y resulta fundamental, a este respecto, Enrique Montero Cartelle y M a Cruz Herrero
Ingelmo, De Virgilio a Umberto Eco. La novela histórica latina contemporánea, pról. de
Darío Villanueva, Madrid, Ediciones del Orto-Univ. de Huelva, 1994, o las dos pesquisas
practicadas por Carlos García Gual: La antigüedad novelada: las novelas históricas sobre
el mundo griego y romano, Barcelona, Anagrama, 1995 y su citada Apología de la novela
histórica y otros ensayos.
7. Cuando no al de su totalidad, arrancando del mismo siglo XV como ha planteado María
Paz Yáñez, La historia: inagotable temática novelesca, Berna, Peter Lang, 1991.
8. Y resultan de gran interés las aportaciones de Seymour Mentón, La nueva novela histórica
de la América Latina (1979-1992), México, F.C.E., 1993, de Amalia Pulgarín, Metaficción
historiogràfica: la novela histórica en la narrativa hispánica posmodernista, Madrid,
novelística hispanoamericana 8 , italiana9 o inglesa10, o al caso particular de un
solo autor". Falta, sin embargo, un estudio que se ocupe sistemáticamente de
las novelas sobre la Edad Media; en 1990 ofrecía una primera aproximación
a este ámbito genérico12, abriendo una línea de investigación que retomo,
ahora, con este trabajo que pretende sentar las bases para una valoración pos-
terior de todos los problemas y aspectos que presenta esta tendencia de la
novelística actual.
0. Presentación
Debe repararse en que una vez identificado lo que puede llamarse "grupo
genérico", por los principios formales y temáticos compartidos14, las posibilida-
des de estudio son múltiples; desde una concepción pragmática, interesaría eva-
luar las perspectivas de la autoría que se ponen en juego cuando se construye
una obra de estas características, ya que siempre existe un desafío intelectual
para el creador, al margen de las otras dificultades inherentes al propio proceso
13. Sobre los rasgos y características de estas corrientes remito a mi ensayo global La crítica
literaria del siglo XX. Métodos y orientaciones [1996], Madrid, Edaf, 1999, 2a ed. amplia-
da y revisada.
14. Sigue siendo imprescindible el estudio de G. Lukács, Le roman historique [1965], París,
Payot, 1977.
narrativo15; en el dominio de la recepción se reiteran parecidas circunstancias -el
deseo de una erudición asequible, la búsqueda de conocimientos históricos- que
sirven, además, para fijar los "horizontes de expectativas" que regulan la
demanda de este tipo de obras. La indagación, también, sobre la naturaleza del
concepto mismo de la ficción puede ofrecer resultados sorprendentes si se apli-
ca a esta narrativa en la que, por lo común, se generan varios niveles de ficcio-
nalidad16 o se determinan complejos mecanismos metaficticios, con autores que
descienden al interior del libro que están escribiendo o con personajes que se
mueven en distintos órdenes de realidad17.
Las tres instancias del lenguaje narrativo ofrecen sugerentes pautas de exa-
men18: el autor debe ajustar el proceso de la narración -el de la escritura o com-
posición del texto- al mundo que se esfuerza en evocar, con las correspondien-
tes reconstrucciones estilísticas o conceptuales que le permitan transmitir un
grado de verosimilitud aceptable por el receptor; el narrador tiene que construir
un relato - e s decir, la estructura o el sistema de pensamiento- que torne en ase-
quible ese dominio referencial y que posibilite que cualquier lector pueda asu-
mirlo; el personaje, por último, debe prestar al ámbito de la historia -al de las
relaciones arguméntales, al "mundo posible" que ha sido creado a su costa- los
contornos más precisos para que, con su mirada y su voz, esa realidad pueda ser
habitada por los destinatarios del texto. Lo mismo sucede con las categorías del
15. Lo indica Joan Oleza: "Desde mi punto de vista es en esta concepción pragmatizada de la
Ficción, cuyo origen radica en la intención de ficcionalizar del autor, que es definida como
literatura por el uso social que los lectores hacen de ella, que vehicula macroactos de habla
eficaces sobre un entramado de actos de habla simulados y verídicos, donde podemos
encontrar una clave de comprensión para los experimentos novelescos de la hibridez, que
desafían toda delimitación estricta entre las naturalezas de lo literario y de lo histórico, o
de lo verídico y lo ficticio", "Una nueva alianza entre historia y novela. Historia y ficción
en el pensamiento literario del fin de siglo", La novela histórica a finales del siglo XX,
págs. 82-107, pág. 92.
16. Resumo: "la ficcionalidad permite describir el modo en que el autor transforma todos los
conocimientos que posee en planos constituyentes de la materia textual", ver mi El lengua-
je literario. Teoría y práctica, Madrid, Edaf, 1994, pág. 131.
17. Indica Celia Fernández que "la nueva novela histórica se centra precisamente en el cues-
tionamiento de la historiografía y esto determina la estructura, la semántica y la pragmáti-
ca de los textos que se presentan como novelas de metaficción historiogràfica", Historia y
novela, pág. 159.
18. Estoy aplicando el modelo de análisis del discurso narrativo que he formulado en el estu-
dio citado de El lenguaje literario, ver págs. 125-246.
tiempo y del espacio, dada la pretensión del autor y del narrador por arrancar a
los lectores de su presente para arrastrarlos hacia un pasado -cronológico y
ambiental- en el que acabarán descubriendo circunstancias muy similares a las
que responde su vivir19.
Toda pesquisa del pasado se practica para iluminar con ella el presente; no
se ponen en pie estos "mundos posibles" por simple ejercicio de arqueología
19. Indica José Domínguez Caparros, en uno de los mejores intentos de definir este género: "La
novela histórica es un acercamiento literario al pasado en el que importa la revitalización rea-
lista -lo literario para Lukács es fundamentalmente realista- de los aspectos humanos y sen-
timentales. La autenticidad histórica está en llegar a la calidad de la vida interior", "La nove-
la histórica: rasgos genéricos", en Novela histórica europea, págs. 15-35, pág. 17. Recogido
en sus Estudios de teoría literaria, Valencia, Tirant lo Blanch, 2001, págs. 251-282.
literaria, sino porque se considera que el espejo textual que conforma esa ficción
puede reflejar - o satisfacer- de un modo más claro los deseos y los anhelos de
receptores a quienes no sólo desasosiega vivir en la prisión de un único destino,
como diría M. Vargas Llosa, sino también en los límites de un solo tiempo o de
una sola época histórica20.
Habría que incluir en este grupo, de modo preferente, las que la crítica
denomina ya como "novelas de medievalistas", es decir las de aquellos autores
que, siendo conocedores profesionales de la Edad Media por su investigación
filológica o histórica, aplican ese saber para reconstruir los modelos genéricos
de aquellos textos -obras literarias, documentos históricos- con los que están
acostumbrados a trabajar; sería el caso de Paloma Díaz-Mas o de Angeles de
Irisarri por citar a dos representantes de cada uno de los dos dominios apunta-
dos.
20. Retomando otros trabajos, lo señalaba en el discurso de recepción del Premio Cervantes en
1994: "Una ficción es un entretenimiento sólo en segunda o tercera instancia, aunque, por
supuesto, si también no lo es, ella no es nada. Una ficción es, primero, un acto de rebeldía
contra la vida real y, en segundo, un desagravio a quienes desasosiega el vivir en la prisión
de un único destino", Alcalá, C.E.C., 2001, pág. 198.
No obstante, cualquier creador posee - o consigue- una memoria de lectu-
ras lo suficientemente dúctil como para poder indagar en otros registros temáti-
cos o dominios formales, a fin de asentar en ellos el orden de su creación. Como
se ha advertido, además, la imitación de los modelos narrativos medievales ase-
gura la verosimilitud que debe otorgarse a un texto que pretende, siempre, trans-
mitir el conocimiento de unos hechos que deben ser percibidos como reales,
generando a la par un primer nivel de distorsión que le permita al lector alejar-
se del ámbito temporal en que se encuentra para dejarse absorber por el que el
texto logra definir.
2.1. Biografías
Este es uno de los esquemas preferidos por autores que seleccionan figuras
históricas de fuerte complejidad o relevancia para reconstruir la trama de sus
vidas, desde una perspectiva que suscite la curiosidad o la atracción necesarias
como para captar el interés del lector.
Cosas como que en Aragón "antes hubo leyes que reyes", cosas como que los
nobles aragoneses en alguna ocasión dijeron a sus reyes: "cada uno igual que vos,
22. Ver su María de Molina. Tres coronas medievales, Madrid, Martínez Roca, 2004; ha sido
la ganadora del premio de novela histórica "Alfonso X el Sabio".
23. Matizan, a este respecto, E. Montero y Ma Cruz Herrero: "El novelista, además, tiene un
terreno que le pertenece por derecho de propiedad en la misma medida que al historiador,
arqueólogo o filólogo: cuando los datos no llegan adonde se quiere llegar, el historiador, el
filólogo o el arqueólogo teorizan sobre estos aspectos desconocidos a partir de los conoci-
dos. El novelista, por su parte, hace lo propio con la libertad poética que le da su condición,
mientras mantenga la verosimilitud", De Virgilio a Umberto Eco, págs. 23-24.
24. Indica Celia Fernández: "El nombre del personaje histórico incorporado al mundo ficcio-
nal genera unas expectativas en el lector diferentes a las que puede generar un personaje
imaginario, cuya existencia comienza en el instante en que es nombrado en el texto por el
narrador o por otro personaje. El nombre propio pulsa resortes de la memoria, activa redes
connotativas que integran la competencia cultural de los lectores, y plantea determinadas
restricciones al escritor", Historia y novela: poética de la novela histórica, pág. 183.
25. Al calor del quinto centenario de la muerte de Isabel la Católica (2004), se ha producido
una eclosión de biografías noveladas en las que se reconstruyen las vidas de los personajes
más destacados de este momento histórico, empezando por la rival al trono de la reina, a
quien Almudena de Arteaga dedica La Beltraneja. El pecado oculto de Isabel la Católica,
Madrid, La Esfera de los libros, 2001; la misma autora recrea la trayectoria de Catalina de
Aragón. Reina de Inglaterra, Madrid, La Esfera de los libros, 2002, a quien se acerca tam-
bién Luis Ulargui, Catalina de Aragón, Barcelona, Plaza & Janés, 2004; a la propia reina
se acerca Ángeles de Irisarri con Isabel, la Reina, Barcelona, Grijalbo, 2001.
todos juntos más que vos". También me dijo en cierta ocasión, que el último y ver-
dadero Rey de Aragón fue Martín el Humano, muerto sin haber hijos a principios
de este mismo siglo y como vio que no me escandalizaba añadió una cosa tremen-
da:
-La casa de Trastámara nació de una bastardía y un fratricidio. Habrá que
derramar mucha sangre para lavar aquellos pecados nefandos.
Y ahora voy yo, Diego de Sada, a servir al que será el siguiente Trastámara
de Aragón (12)26.
Quería la reina Toda, Alteza, y ansí lo dejó escrito que doña Lambra de Sisamón,
mujer sabia y dada a la trova, escribiera una memoria della y de su esposo Sancho
Garcés I, glorioso rey deste reino, para conocimiento de las generaciones poste-
riores y gloria dellos. Y ansí lo dejó dicho en testamento (333)27.
No pudo llevar a cabo aquel encargo, pero "las cartas y anotaciones" reu-
nidas para aquel empeño se guardaban "en un arca grande y sellada" para que
esta descendiente de doña Alhambra -doña Gaudelia Téllez de Sisamón- las
pusiera en orden, demostrara la antigüedad de su linaje y sostuviera su deman-
da ante el rey Católico:
Algunas figuras literarias han sido también biografiadas. Así sucede con
don íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana por el que se ha intere-
sado Alfredo Villaverde Gil en su Don íñigo: crónica y ficción del Marqués de
Santillana1*, o con don Enrique de Aragón, el marqués de Villena, que cuenta
con la aportación de Felipe Ximénez de Sandoval, Don Enrique de Villena29. De
trazar la vida de Jorge Manrique se ocupa su paje, Pericón el Corto, tal y como
lo refiere Pedro L. Ñuño de la Rosa y Amores en El enano (1995), bajo cuya
cobertura novelesca se alberga la Crónica de Pericón el Corto y su señor don
Jorge Manrique30; su trama de hechos, asentada en la poesía manriqueña, se
apoya en este juego de voces narrativas:
En su oscura soledad, fray Aimerico recordaba tiempos pasados. Tal día como hoy
(a dos días saliente el mes de mayo), don Hugo, el abad de San Ponce de
Thomières le encomendó viajar a San Juan para sanar al abad Paterno que estaba
muy enfermo, y ya no volvió... (10)31.
2.2. Memorias
Una rey necesita un cronista, un escriba capaz de transmitir sus hazañas, sus amo-
res y sus desventuras, y yo, aquí, encerrada en este monasterio, en este año de
1123, voy a convertirme en ese cronista para exponer las razones de cada uno de
mis pasos, para dejar constancia -si es que fuera la muerte lo que me espera- de
que mi voluntad se vio frustrada por la traición y tozudez de un obispo ambicioso
y unos nobles incapaces de comprender la magnitud de mi empresa.
Ellos escribirán la historia a su modo; hablarán de mi locura y mentirán para
justificar mi despojamiento y mi encierro.
Pero Urraca tiene ahora la palabra y va a narrar para que los juglares recojan
la verdad y la transmitan de aldea en aldea y de reino en reino (10)33.
32. Barcelona, Planeta, 1990. Como apunta Ma Carmen Aldeguer Beltrá: "El carácter ficticio
de El manuscrito carmesí ya se manifiesta en la etiquetación léxica del mismo título. Lo
importante no es la faceta pública del personaje histórico elegido, la cual nos es dada a
conocer a través de los textos históricos, sino su vida privada, que se presta más a la recre-
ación imaginaria del autor", "Técnicas de reconocimiento en una novela histórica de
memorias: El manuscrito carmesí, de Antonio Gala", en La novela histórica a finales del
siglo XX, págs. 119-126, pág. 120.
33. Madrid, Debate, 1991. Con razón señala Amalia Pulgarín: "En Urraca se cuestiona tanto
la escritura histórica en sí como la complejidad del sujeto femenino; ambos problemas que-
Una trama de confesiones, articulada de esta manera, resulta incontestable,
aunque sólo sea porque estos personajes, vencidos por la historia, no escriben
para su presente, sino para el futuro en que se encuentran instalados sus recrea-
dores -los novelistas- y los lectores, obligados a encontrar en sus confesiones
una suerte de proyección de sus propias vidas34.
Es posible que uno de los personajes a los que más se ha requerido para
construir estos registros memorísticos haya sido la reina Juana de Castilla; des-
taca la recreación de Carmen Barberà, Juana la Loca (1992), por el modo en que
la memoria se convoca desde una primera anécdota de la niñez, hasta vincular-
la ya a los contradictorios hechos que acaban cercando a esta mujer en la prisión
de Tordesillas:
dan unidos y equiparados en el mismo texto. De ahí la duda acerca de qué materiales ele-
gir para ser incluidos en su crónica, o de qué estilo o género poner en práctica para contar
su historia", "La necesidad de contar por sí misma: Urraca de Lourdes Ortiz", en
Metaficción historiogràfica, págs. 153-201, págs. 166-167.
34. Anjouli Janzon estudia el modo en que "la narración de Urraca subvierte el discurso ofi-
cial, la crónica, al parodiarla y yuxtaponerla a otros géneros como la confesión, el diario,
el cuento, incluso la novela rosa y la tradición oral, siempre cuestionando el mismo acto de
narrar", "Urraca: un ejemplo de metaficción historiogràfica", La novela histórica a finales
del siglo XX, págs. 265-273, pág. 266.
35. Barcelona, Planeta, 1992.
36. Madrid, Ediciones Apostrofe, 1994.
Lejos de las cortes regias, nobles y prelados confían a sus memorias verda-
deras, sólo por ellos conocidas y necesarias para comprender las posturas que se
han visto obligados a adoptar ante unos determinados hechos; el Yo, don Juan
Manuel (1993) de Reinaldo Ayerbe-Chaux -uno de sus mejores estudiosos- no
persigue otro fin, como lo declara el subtítulo de la obra: Apología de una vida-,
el noble escritor, cerrado el Libro de las tres razones, decide seguir aprovechan-
do el hilo de unos recuerdos con el solo propósito de preservar su discutida y
contradictoria imagen:
Terminado ese librito, es como si mil detalles de mi vida hubieran salido del
ensueño y de ese pasado nebuloso; como si pidieran a gritos ser de nuevo actuali-
zados y analizados, quizá para bien de mi conciencia. La confesión de mi primo,
el rey don Sancho, que allí puse en su substancia, me llama para que también narre
yo mi vida y explique mis acciones.
Me han tachado abiertamente el que haya escrito libros y tratados por ser ésta ocu-
pación de clérigos con letradura y no de caballeros a quienes sólo está encomen-
dado el ejercicio de las armas. Mi vida que ahora aquí escribo será mayor escán-
dalo. Por eso no la dicto. La escribo yo mismo en la soledad de Peñafiel y al ter-
minarla, no sé a quién la deje encomendada (7)37.
Y ahora que la Santa Madre Iglesia tiene un nuevo Pontífice y que yo, el llamado
Pere, o Pedro de Urrea, estoy sentado ante una ventana, cabe las murallas de mi
vieja ciudad, bajo el tibio sol de setiembre, recuerdo. ¡Ya lo creo que recuerdo!
Tanto y tan intensamente que me duelen todos los sentidos y no creo que exista un
físico que pueda aliviarme (15).
Más allá de la circunstancia personal, toda una época puede ser explicada
desde la visión autobiográfica, no de uno, sino de varios personajes, como ocu-
rre en la novela de Regocijo en el hombre (1984) de Salvador García Aguilar:
un obispo, un rey y un príncipe reconstruyen su circunstancia, dotado cada uno
de ellos de un dominio de relato propio, con la intención de reflejar las incerti-
dumbres que en el mundo anglosajón causaba la amenaza de las invasiones
vikingas; la raíz de la paradoja se refleja en las titulaciones de cada una de las
tres partes -las "confesiones de un obispo inconfesado" (7), las "aventuras de un
caballero desventurado" (125), las "ilusiones de un príncipe desilusionado"
(229)- que parecen confluir en un final común para los tres:
Por detrás del mar, más allá del resplandor de la hoguera, quedaba la interrogante
brumosa del finisterre, que también estábamos dispuestos a iluminar. Pues la espe-
ranza moraba ahora entre nosotros (336).
Las mejores memorias son las que escriben los propios personajes configu-
rados en la Edad Media, sin necesidad de que tengan que ser reales; Manuel
Mújica Laínez recoge en El unicornio (1965) la voz de una de los principales
mitos de los siglos medios:
Una de ellas consiste en creer en las hadas, que tal es la sustancia que anima
la vida de esta narradora, tal y como ella advierte:
Porque muchas veces el pasado no tiene otro objetivo que el de retrucar las
circunstancias del presente40.
2.3. Crónicas
Sin embargo, como dice el señor Salustio, los griegos no lucharon mejor que nos-
otros, pero tuvieron grandes cronistas. Y ¿qué queda de una batalla si la memoria
muere con el vencedor o con el vencido? Por esta tercera y mejor razón he queri-
do poner por escrito los hechos y palabras de mi rey, no fueran a desaparecer con
el último crujido de mis huesos, cuando la tierra los devuelva al lodazal en el que
se formaron (12)41.
40. "El pasado se considera interesante para el presente en algún aspecto. Y esto no tiene más
remedio que ser así si seguimos pensando que la reconstrucción del pasado es un acto simi-
lar al de toda interpretación, y que el problema hermenéutico integra como uno de los
momentos esenciales el de la aplicación del texto que se quiere comprender a la situación
actual del intérprete", subraya J. Domínguez Caparros en "La novela histórica: rasgos
genéricos", pág. 20.
41. Barcelona, Anagrama, 1993.
El presente texto, titulado "El testimonio de Yarfoz", relato biográfico escrito por
un oscuro hidráulico, Yarfoz, sobre su querido y admirado amigo el príncipe
Nébride, fue introducido por el que la crítica moderna reconoce hoy como primer
y principal autor de la magna obra historiogràfica (La) Historia de las guerras bar-
cialeas, Ogai el Viejo, como apéndice al libro II, por el interés que, en la breve
introducción, él mismo declara haber hallado en el manuscrito (ll)42.
-Bueno, ¡ahí estaba! -se dijo. Primorosamente caligrafiado con letra diminuta, en
una extraña mezcla de latín, francés y castellano que le hizo sonreír en más de una
ocasión, por fin había encontrado el famoso Informe del maestro Raoul de
Hinault. Conforme fueron pasando los capítulos ante los asombrados ojos de don
Çag, se iban restableciendo los acontecimientos (ll)43.
En el nombre de Dios Todopoderoso, yo, Juan de Olid, empiezo este libro el día
de Navidad de 1498, y porque de toda obra son comienzo y fundamento Dios y la
Fe Católica, como dice la primera Decretal de las Clementinas, que comienza
Fidei Catholicae fundamento, así yo comencé mi libro en nombre de Dios y en
sus manos, que han de juzgarnos estrechamente, deposito cuanto en él se dice y
cuenta y a Dios y a Santa María pongo por testigos de la verdad que aquí se con-
tiene y encierra, cuanto más que las maravillas aquí expuestas vistas fueron de
estos mis ojos, oídas de estos mis oídos, sentidas de este mi corazón, y si en algo
mintiera o me apartase de la verdad, páguelo luego con el estipendio de la eterna
condenación de mi alma (7)47.
Muchas veces me han preguntado luego diversas gentes cómo era el Rey y si se
parecía a su retrato que traemos en las monedas y yo a todos he dado pelos y seña-
les y he dado a entender que tuve con él más familiaridad y trato del que en ver-
Las semblanzas del monarca fijadas por Pulgar, Valera o Enríquez del
Castillo - n o por Palència- coinciden con esta imagen que conserva en su memo-
ria este Juan de Olid y que enmarca el azaroso itinerario en que se va a embar-
car y que permite que la novela inscriba en su interior un libro de viajes, con
todo el repertorio de los mirabilia imaginable, no porque se vean monstruos o
se describan razas sobrenaturales, sino por el continuo descubrimiento de un
mundo desconocido.
48. Y aunque se trate de un ensayo, puede incluirse aquí el análisis que Felipe Mellizo realiza
de Arturo, rey (Una especie de vida), Madrid, Novelas y Cuentos, 1976, porque se intere-
sa por la proyección del mito de Arturo a lo largo de la historia, en sus distintas manifesta-
ciones políticas y sociales, además de literarias; éste es uno de los sugerentes objetivos que
persigue: "He escrito este libro, o lo que sea [...] porque creo que conocer con cierta pro-
fundidad el sentido y el alcance de los relatos arturianos y del mito artúrico, puede servir-
nos a los españoles para interpretar algunos de los aspectos más oscuros del espíritu britá-
nico, si es que existe ese espíritu", pág. 17.
la que a mí me tocaba nada menos que un artículo diario -firmado J.B.- por el que
se informase a la gente, ignorante u olvidadiza, de lo que La Tabla Redonda había
sido y hecho, y de lo que podía en el futuro ser y hacer (64)49.
A las pasiones del rey Arturo dedica X. L. Méndez Ferrin su Amor de Artur
(1990), un complejo análisis del dolor que el mítico rey siente al conocer la rela-
ción entre Lanzarote y Ginebra:
El señor Merlín, según se sabe por las historias, era hijo de soltera y de ajena
nación, y vino heredado para Miranda por una tía segunda por parte de madre [...]
Por don Merlín no pasaban años, y de esto se quejaba como de un maleficio, pero
pocas veces, que el ser de él era aparentar muy franco y abierto, contento del
mundo y hablador, y sonreía muy fácil (17)56.
Los caballeros fingieron gran alborozo: desde aquellos tiempos lejanos en que
eran jóvenes y no tenían el pelo cano y hasta eran capaces de subir a la montura
de un salto, sin necesidad de encaramarse penosamente a un escabel, no habían
luchado más que porque llegase el ansiado momento de recuperar el Grial (11)58.
Y es en este punto cuando voy a comenzar mi romance de las Compañías Blancas, que
son, ciertamente, las mismas Grandes Compañías de las que os hablé. Y esto sucedió
hace cincuenta años, cuando reinaba en Aragón En Pere Quart, en Castilla don Pedro el
Primero, al que disputó el trono su hermano Enrique de Trastamara, padre de Juan
Primero, padre a su vez de don Enrique Tercero el Doliente, progenitor a su vez de nues-
tro soberano Juan Segundo, cuya mayoría de edad y entrega del regimiento y goberna-
ción de Castilla se ha acordado en las cortes de Madrid, y cuyo fasto celebramos (14).
57. "Tengo cien años. Un siglo de vida es una eternidad y, una vez que se ha vivido, un pensa-
miento fugitivo donde todo -los comienzos, la conciencia, la invención y el fracaso- se
condensa en una experiencia al margen del tiempo. Llevo luto por un mundo y por todos
quienes lo poblaron", Madrid, Debate, 1994, pág. 7.
58. Barcelona, Anagrama, 1984.
Como recreación de estructuras narrativas deben acogerse, en este grupo,
las obras en las que se pretende evocar el ambiente literario del que surgen tex-
tos emblemáticos y canónicos de la producción medieval; el Libro de buen amor
y su autor, Juan Ruiz, son recreados por Fernando Fernán-Gómez en El mal
amor (1987), que dedica al de Hita una presentación inequívocamente goliárdi-
Ágil, muy suelta de caderas, y también de tetas, Inés, la moza de la taberna, corría
de un lado a otro sobre el suelo cubierto de paja, llenando jarras y vasos.
Acompañado al salterio por Antón, el de Lobera, como tantas otras veces, canta-
ba yo entre jaleos y risas de los demás: "Mis ojos no verán luz, / pues me he que-
dado sin Cruz" (13)59.
Todos la llamaban Princesita de Francia. Todos, aunque el rey que escribió su his-
toria, Alfonso el Sabio, no lo dijo todo, porque quizá, y a pesar de ser rey y sabio,
no lo sabía. Y es que Francias hay muchas, tantas que algunas no vienen en los
mapas, y francos eran todos los que venían de otras tierras. Tampoco nos dijo el
nombre de la niña, que a todos nos gustaría saberlo. Dijo, eso sí, que era una dama,
pero también una niña puede ser una dama, si lo es su madre y su padre es caba-
llero (5)60.
Similar interés persigue Juan Carlos Arce en Melibea no quiere ser mujer
(1991), reconstrucción de la vida del bachiller Fernando de Rojas desde el
momento mismo en que cae en sus manos el manuscrito con el arranque de la
comedia que él decide continuar, a pesar de las persecuciones que contra él des-
ata el inquisidor fray Pedro de Mahora; en esta libre recreación del mundo de La
Celestina, consiente Arce en que Rojas conozca al iniciador de la obra, ponde-
rada por el bachiller con los mismos elogios que aparecen en el prólogo; antes
había tenido que localizar la casa de la alcahueta, tratar con ella y enamorarse
de una de sus pupilas, de apodo la Lisona, que resulta ser la responsable de la
autoría del primer acto; por ello, Fernando de Rojas no continúa él solo con ese
proyecto literario:
Para acabar con aquella extraña situación en la que ambos se sentían, sin embar-
go, complacidos, Fernando extrajo el manuscrito de una pila de papeles deposita-
da en un rincón. Añadió a esto unas hojas de papel escritas de su puño y se sentó
al lado de la Lisona, comprobando con sorpresa que en esta ocasión el autor admi-
tía no mantener distancias.
-Sería de mucha utilidad continuar el acierto de esta obra escribiendo desde
aquí hasta su final, cosa que según me decís no habéis hecho.
-Ni intentado siquiera. Cumplí con mi propósito al completar ese acto. Quise
sólo hacer lo que hice. Pero desde anoche, cuando vos hablasteis de ese texto,
tengo interés en ver qué otras situaciones pueden añadirse a los personajes que en
él hablan (106)61.
62. Doña Juana La Loca (Seis Novelas Superhistóricas), Buenos Aires, Clydoc, 1944.
63. A ella dedica Juan Benet su participación en el encuentro de Edad Media y literatura con-
temporánea, formulada desde estos presupuestos: "Por cuanto en cualquier trabajo, sea de
investigación o de creación, se siguen utilizando los términos medieval y moderno, debo
inferir que siguen plenamente vigentes, aun cuando hayan venido a complementarse con
otros de más reciente cuño, de menor ámbito y mayor precisión [...] y que completan aque-
llos con tantas subdivisiones cuantas necesita el técnico para calificar y adjetivar la crono-
logía", págs. 89-106, pág. 89.
produce una discordancia o mezcla de líneas temporales, como se ha visto en los
casos de Erec y Enide, Libro de caballerías o La saga/'fuga de J.B.\ sin embar-
go, se trataba de novelas en las que prevalecía la recreación de las materias
narrativas de la Edad Media; lejos de esa pretensión, José María Latorre cons-
truye una delirante exploración literaria en Osario (1987), arrastrando a su pro-
tagonista -un gacetillero llamado Sergio Begana- a la lectura de unos sorpren-
dentes folios que lo alejan de su presente y le obligan a retroceder hacia un
punto en el que encuentra a un anciano condenado a escribir eternamente:
Sin que se mencione la Edad Media, una de las mejores recreaciones de ese
espíritu se condensa en Las catedrales (1965) de Jesús Fernández Santos, una
suma narrativa dedicada a la reconstrucción de la vida intemporal que anima
entre los muros de cuatro templos, por los que atraviesan presencias, miradas,
sueños e, incluso, algún documento que sirve para datar la construcción de edi-
ficios65, que imponen su realidad sobre la misma historia de la que emergieron:
De pronto, la torre, la catedral entera es como una cárcel mayor, enorme y dora-
da, rodeada de pináculos, ceñida por el rumor de los tambores. De repente es tan
cárcel como esa de la calle mayor, casi maciza, con su puerta claveteada, enorme
Durante horas fui desplegando sobre la mesa los manuscritos para repasar los por-
menores del viaje. No quise leerlos. A pesar de ello, permanecí largo tiempo, tal
vez horas, frente a las hojas de papel, meditando sobre los meses pasados. Ahora,
entre los anillos de humo del tiempo, me esfuerzo por recobrar esos instantes. No
es fácil. Es más sencillo olvidar... (401)67.
66. La editorial Edhasa llegó a crear una colección llamada "Detectives medievales".
67. Se trata de "novelas fenoménicas", como recuerda Celia Fernández cuando señala que "en
la novela histórica esta función de autentifícación de los personajes y hechos narrados no
basta; al modo del historiador, el narrador tiene que justificar su saber acerca de esos suce-
sos que han tenido lugar en el pasado", Historia y novela: poética de la novela histórica,
págs. 203-204.
68. Traducción: Barcelona, Umbriel, 2003.
69. Traducción: Barcelona, Seix-Barral, 2004.
del desciframiento, por una monja paleógrafa que trabaja en el Archivo Secreto
del Vaticano, de unos signos tatuados en el cuerpo de un etíope, portador de
unos restos de madera que podían corresponder a la Cruz de Cristo; son siete
letras griegas y siete cruces, rematadas de esta manera:
Justo debajo de la letra alfa y por encima de la rho, en la zona de los pulmones y
el estómago, se veía un gran Crismón, el conocido monograma, tan habitual en los
tímpanos y altares de las iglesias medievales, formado por las dos primeras letras
griegas del nombre de Cristo, XP -ji y rho-, superpuestas (39)70.
Cada uno de esos signos se relacionará con los siete pecados capitales,
requiriéndose, para la resolución del misterio, una vasta y prolija indagación de
los textos básicos - d e donde la referencia a Catón- del saber medieval.
El presente del lector queda trascendido por esta infinita fuga de perspecti-
vas temporales -el futuro y el pasado- arrastradas por la poesía.
En fin, que le manuscribí el libro con alguna enmienda que me pareció, porque él
me pedía que opusiera a su juglaría algo de mi clerecía y, con esto, se me olvida-
ron las torturas de preparar comidas, llenar y traer encargos, limpiar sótanos, obe-
Juan acudió a casa de su antiguo amo para comunicarle sus deseos de abra-
zar la fe del profeta Mahoma [...]
En un libro había leído que la llegada del profeta Mahoma había sido anun-
ciada por el propio Jesús en el Evangelio de san Juan, aunque bien sabía que aqué-
lla era una tergiversación de la realidad, pues allí se comunicaba la próxima veni-
da del Espíritu Santo y no la de un nuevo profeta. Era consciente de que todas las
religiones necesitan de un sustento profético (308)76.
Los dos lanzan sus caballos al galope por un camino rocoso que sube hacia el sur
entre abedules y alisos negros. Se van dispersando los grupos. Ellos ascenderán
hasta la Peña de las Cabezadas y desde allí, siempre evitando los valles, irán cru-
zando las sierras hasta las fuentes del río Uriés, junto a la Peña del Cuervo (135-
136)78.
77. El período ha sido también recreado por Pablo Vega, Pelayo, rey, Madrid, Imágica
Editores, 2004.
78. Madrid, Alfaguara, 1996.
-La auténtica belleza, como un agudo dolor, quiere ser contemplada. En el
caso de Bettina, la belleza y el dolor son auténticos, debidos a esta extraña fatali-
dad, a la que Bettina cedió, incapaz de resistirse.
Sandro Botticelli continuó tristemente, con voz de suave melancolía:
-No la vi durante un tiempo, pero no podía olvidarla (134)79.
Desde el fondo mismo del cuadro, la intriga se anuda para devolver, a los
personajes que crearon y requirieron esa pintura, la vida de la que surgió80.
adiós, Madrastra inmunda, país de siervos y señores : adiós, tricornios de charol, y tú,
pueblo que los soportas : tal vez el mar del Estrecho me libre de tus guardianes : de
tus ojos que todo lo ven, de sus malsines que todo lo saben : comprobando una vez
más, con resignación quieta, que la invectiva no te desahoga : que la Madrastra sigue
allí, agazapada, inmóvil: que la devastadora invasión no se ha producido (88)8'.
...es evidente que ha acabado de tomar una decisión, y que fue mala, con mano
firme sujeta el bolígrafo y añade una palabra a la página, una palabra que el his-
toriador no escribió, que en nombre de la verdad histórica no podía haber escrito
nunca, la palabra No, ahora lo que el libro ha pasado a decir es que los cruzados
No auxiliarán a los portugueses a conquistar Lisboa, así está escrito y, en conse-
cuencia, ha pasado a ser verdad (44)82.
De manera contraria procede Luis Mateo Diez con su Apócrifo del clavel y
la espina (1988), trazando dos líneas cronísticas que arrancan del ámbito de lo
medieval, de los símbolos sugeridos en el título, para seguir la historia de un lina-
je, el de los Alcidia, vinculado a una región, Valbarca, en la que es dable recono-
cer la geografía leonesa de su autor; así presenta la saga narrativa de esta familia:
El linaje de los Alcidia tiene los símbolos del clavel y la espina sobre campo mora-
do, una franja gualda tachonada de estrellas que conmemoran las batallas libradas
al moro, y la leyenda: "Alí Cidia fue vencido y éste será tu apellido", referencia al
Caudillo almohade derrotado en los bastiones del Castro Seribe por don Rodrigo
Sobrado de Polvazares, cuña del futuro linaje que tomó el apellido de la concesión
real (18)83.
"Ésta es la más bella noche", pensaba Gudulina; y el mismo Gudú se decía: "Es
particularmente hermosa, esta noche". Y lo era: pues el aire cálido, la hierba y las
flores llevaban su perfume a todos los rincones de Olar [...] Cuerpo desnudo sobre
su cuerpo desnudo, despojados de todo ornamento superfluo, Gudulina supo que
jamás, aderezada con los más ricos ropajes, ni ciñendo corona alguna [...] sintió a
Gudú como Rey, entre todos los reyes de la tierra (624)85.
El amor al que se enfrentará el odio, la paz que será destruida por la gue-
rra, con el fondo de las incertidumbres del destino humano, son los principios
básicos de este magno retablo de fabulación épica.
Veinticinco años llevaba Ana María Matute sin publicar una novela, y la ante-
rior, La torre vigía, de 1971, aun siendo más breve, coincide en bastantes aspec-
tos con la de 1996, porque no se trata tanto de contar una historia -en este caso,
atenida a la formación caballeresca del menor de los hijos de un tosco y anciano
caballero- como de atrapar en su esencia el espíritu de la Edad Media: la pasión
del amor, la violencia de la guerra, las torvas persecuciones religiosas, los altos
ideales caballerescos, a través de secuencias que parecen, en muchas ocasiones,
carecer de relación entre sí; el texto se presenta en forma de memorias, escritas
desde un presente desdibujado86, desde el que se van recordando situaciones vivi-
das o ensoñadas -tal es el valor que adquiere el vigía que desde la torre custodia
los caminos- en el entorno del castillo del Barón Mohl, señor feudal, ogro tam-
bién por sus costumbres devoradoras, a cuyo destino iba a unir el suyo el joven
narrador hasta llegar a alcanzar la condición de caballero y, con ello, la propia
muerte, como se señala inequívocamente en el curso de esa ceremonia:
Entonces, los pálidos Señores de la Guerra me ofrecieron las prendas que simbo-
lizaban lo más esencial e imperioso de su encomienda: camisa blanca y nueva de
Estas naves arribaron al puerto de Acre, que es una ciudad que fortificaron los
caballeros del Temple en Tierra Santa y tiene un buen puerto y murallas muy fuer-
tes sobre la tierra y el mar. Allí fondearon las naves, desembarcaron los cruzados
y se quedaron unos cuantos meses, al cabo de los cuales se tornaron a su tierra,
porque no quiso Dios que pasasen más adelante ni se adentrasen en tierras de
infieles (31).
Desde dentro de la misma Edad Media se relatan los hechos, con las locu-
ciones y los giros que pueden encontrarse en los textos narrativos medievales. Y
no se trata de imitar con mayor o mejor fortuna unos modos estilísticos, sino de
lograr reconstruir la forma de pensar con que esas obras eran concebidas para
adueñarse - y orientarla- de la conciencia de los receptores a los que se destina-
ba una producción tan variada como la que va formando los registros temáticos
de La tierra fértil.
4. Conclusiones
Marcelo Militello
(Escritor, crítico)
1. Artículo traducido del italiano al español por Nadia Consolani, viuda del escritor Fernando
Quiñones.
una forma que no usará en el inventario de "Lugares", como si hubiese de con-
solidar, y más bien acreditar la impronta de la verosimilitud. Los lugares inven-
tados, por otra parte, procuran tapizar el relato, la leyenda, el misterio, la saga,
etc., más que lo que cuenta. Precisamente un lugar real, realísimo, España, que
quedaba allí a los pies de Francia, cerrado, huraño; no obstante, la continuada y
discreta presencia de exploradores franceses: Merimée, Courier, Dumas padre,
etc., llamará la atención del joven Proust; un país por el que, ironía de la suerte,
no sentía ningún interés, que sentía "remoto", "transoceánico", "africano", afli-
gido por la desolación y por la miseria de las personas y de las cosas, mal comu-
nicado o bárbaramente alejado, fuertemente atrasado respecto al "Nord" rico y
adelantado. Dicha anotación es la génesis de una corrosiva poesía de Fernando,
de un nord del cual Francia representaba una ejemplar evolución social y tecno-
lógica. Brevemente antes de conocer a Clarín, el futuro autor de la Recherche
será obligado a conocer la tierra de Clarín, las múltiples incomodidades y, en par-
ticular, la fatigosa incomodidad de sus trenes, desdentadas carreteras ferroviarias,
humo, sacudidas y sobresaltos, se sentirá obligado pues a darse cuenta en prime-
ra persona de lo "viejo" que era "el viejo País". Ningún lector, en este punto,
puede renunciar al derecho de preguntarse las "verdaderas razones" de este ator-
mentado y tormentoso viaje por parte de un viajero con un sello biológico resu-
mido en la tranquila y reveladora declaración "ma santé délicate" (Du cote de
chez Swann), que no quería oír razones frente a las sensatas y reales razones de
su médico; el calor, muchos kilómetros, malas comunicaciones, ni se había pre-
ocupado de sacar ventajas de la experiencia militar del padre en Orleans donde
se había enterado de las desdichas y calamidades que ocurrían en España.
Precisamente España, sin embargo, con sus asperezas, con la determinación cas-
tigada, la Contrarreforma con su pintura (sobre todo Goya), sus rituales, sus mis-
ticismos y toda la oscura y fanática religiosidad, será meta de este singular viaje-
ro francés frágil y enfermo, sus prejuicios y compuesto gozador de amores eter-
nos y aún más de amores homo, sereno portador de estigmas masoquistas y artis-
ta no insensible a los tormentos y turbaciones de origen decadente.
No son del todo claras o del todo secretas, por lo menos a ojo de buen cube-
ro, las razones que han empujado al joven parisino, tan acostumbrado al lujo y
al confort, al bienestar y a los miramientos, a enfrentarse a un viaje que le obli-
gará a echarse encima un calvario de trenes, antes de llegar a ver al hombre, a
ese escritor de Oviedo del que el joven Marcel no se considerará discípulo, ni
deudor de temas, de formas y técnicas de estilo narrativo.
De pronto, el endemoniado Fernando Quiñones, que entra en escena, el
brujo que toma el capirucho, empieza a batallar entre trucos y sorpresas y se
cumple el milagro. Una marcha atrás de corrección, una marcha atrás integrado-
ra. El tren ya no es molesto, no irrita, no atormenta sino consuela, serena, vol-
viendo al valioso pasajero a sus primeras primaveras, a los años de una adoles-
cencia despreocupada y sin asma.
Nos estimula más la conjetura de dar por hecho una vigente afirmación y
una también no afirmación, en la cual se realizan las experiencias de la transfor-
mación o mutación de la evolución, de la emancipación y la autocrítica.
Un macrosignificado sostiene bajo cuerda el entramado que gravita alrede-
dor de lo virtual, de lo no ocurrido y de lo que pueda ocurrir en el encuentro
Clarín-Proust. Coincide con la intención del autor de La Visita que parece dis-
puesto, con sus intenciones ocultas para su inenarrable historia, a la invasión de
la hispanidad en el país con el que confina, incluyendo en esta operación tam-
bién la transformación de las formas de antihispanismo en manifestaciones de
filohispanismo.
II
En fin, los dos ilustres escritores vienen tratados por Quiñones casi casi
como dos ilustres desconocidos. Sólo más adelante Clarín decidirá en la intimi-
dad de una conversación entre los dos, llamar a Proust Marcel: "¿Y su vida en
París, Marcel?" (pág. 47).
En la cena entra también el mismo Proust del cual Clarín conoce cada
minucia de su vida y las andanzas eróticas y literarias, y no solamente sino tam-
bién la técnica narrativa y la construcción organizativa de la Recherche, "esa
manera de escribir...", que transformaba la pluma en un bisturí y en un micros-
copio, también pedía una dinámica distinta del espacio y del tiempo, quince,
veinte líneas para tratar de meses, de años y, por el contrario, páginas y páginas
para la intensidad de unos instantes (pág. 53), "Me importa... el mundo para
expresar el tiempo en distintos pasajes de la novela" (pág. 64). Fernando no
tiene interés, evidentemente, en la "verdad realista".
IV
Sin embargo, este realista desayuno de Fernando tiene una fuerte medida de
ontonegación, no es, ni quiere que sea un desayuno como tal, sino un pretexto
para el momento de un encuentro-combate de ideas y sentimientos, de formas
de ver y concepciones, de convencimientos y predilecciones, de escoger o
rechazar, de contestaciones y aceptaciones, de noticias e informaciones, entre
los dos enzarzados protagonistas, con la tácita complicidad de Fernando y bajo
su dirección con falta de perjuicios. Es sintomático, no se sabe exactamente si
casual o con propósito, que el desayuno tenga lugar a las quince páginas des-
pués de empezar el capítulo y quince páginas antes del final del mismo: "Las
nueve y siete cuando se sentaron a desayunar" (pág. 123).
Hay un dato fundamental que hermana a Clarín con Proust y a Proust con
Clarín: es una pasión común por la Literatura, una afinidad insospechada pero
importante, puesto que borra la diferencia de edad, de mentalidad, de sentimien-
to, de dirección narrativa y más aún.
Otra vez Fernando nos ha llevado lejos del argumento del capítulo, que con
él se vuelve presumible y volátil, para llevarnos por itinerarios extra-gastronó-
micos. Todas las desviaciones, las derivas, las diásporas, son de tal intensidad
cultural, de un multiforme tejido en la escala de valores artísticos-literarios, para
poner a pensar a un ensayista que se compare con la novela y a un novelista que
se compare con el ensayo. La Visita se alimenta de los conocimientos y de la
savia de los dos, convirtiéndose en un híbrido que se transforma en un género
distinto, no catalogable, no acoplable a los filones, a las corrientes, a escuelas de
las categorías. Haciendo lo que no hacen o no han hecho los demás, entramos
en la originalidad. Por esto Fernando Quiñones merecería a título pleno un sitio
en las colecciones internacionales de "Les écrivain de toujours".
VI
Fernando Quiñones hubiera podido muy bien cambiar "La mañana" (El día
siguiente) con una "Visita a Oviedo". Pero en vez de la tendencia turística, pre-
fiere una genérica sugerencia temporal para jugar mejor al juego extemporáneo
de las regresiones, de las improvisaciones, del cual es maestro, e ir juntos a una
mayor libertad en las profundizaciones históricas y sociológicas de la ciudad,
una ciudad vivida en primera persona, desde lo profundo, material y espiritual-
mente como una estrecha ligazón de sangre como la que une el hijo a la madre,
además evitando caer en las sequías de la sosa y estereotipada anécdota en la
cual se inspiran las inciertas demostraciones de las guías turísticas para los ino-
centes y estúpidos turistas.
En ningún lugar del relato como en este capítulo se nota su instinto, ese ins-
tinto que es la revelación más genial de las involuntarias lagunas. Fernando se
vuelve a asomar a la luminosa recomendación de Goethe: "Wer einen Dichter
will verstehen in Dichters Land muB gehen" (El que quiere conocer a un poeta
tiene que ir a la tierra del poeta), que de alguna forma se parece a una aguda
reflexión precisamente de Proust en Du cote de chez Swann (pág. 104): "Si mes
parents m'avaient permis, quand je lisais un livre, d'aller visiter la región qu'il
décrivait, j'aurais cru faire un pas inestimable dans la conquete de la vérité" (Si
mis padres me hubiesen permitido, cuando leía un libro, ir a ver la región des-
crita, me hubiese parecido un paso inestimable en la conquista de la verdad).
Proust ha hecho justamente como sugiere Goethe. Ha salido de París hacia
Oviedo para entender mejor al escritor asturiano y a su ciudad, que por otra parte
es un fragmento, una pequeña parte de la variada y multiforme civilización
española. Para conocer Oviedo, Proust no podía escoger un mejor guía que un
ovetense tan competente, omnisciente, eufórico. Son verdaderas lecciones de
historia y de sociología que Clarín ofrece cuando encara el tema de las estratifi-
caciones y de los seguimientos sociales en su ciudad, ciudad atípica en la cual
presenta una mezcla heterogénea, conviven en continua rivalidad iglesia y pro-
letariado, ejército y campesinado, capitalismo y burguesía, además con una mul-
titud de vagabundos, de gente sin metas, desempleados, de los que no hacen
nada, etc.
Sobre las revueltas de los obreros y luchas sociales, Proust, como buen
representante de la alta y rica burguesía, no duda un momento en tomar las dis-
tancias: ""No estoy en esas cosas" [...] su distanciamiento de las luchas socia-
les, un penoso revoltijo para él de partidos, forcejeos y miserias" (pág. 146).
VII
VIII
Para decirlo rápido, se trata de un imprevisto duelo con pistola entre Proust
y Samaing, descrito con la sensibilidad y el cuidado de un director de cine que
está haciendo tomas de un exterior, construyendo una escena cinematográfica,
además de un lenguaje colorista atento para recoger las difíciles e inseguras
coloraciones difuminadas de la escenografía natural en determinadas horas. Es
el primer añadido dramático enfrentado en la construcción narrativa con el
opuesto de los pasos relajantes de la abuela Adele a lo largo de las playas de
Dieppe, Trouville o Cabourg. Tensión y distensión son los términos dialécticos
de esta primera parte del capítulo.
IX
Fernando no deja escapar nada, ningún argumento, con tal de entablar una
discusión con los defensores de sus pensamientos distintos y contrastantes. La
conversación por lo tanto se convierte en un debate, mesa redonda y las razones
o motivaciones de unos y otros sirven para socavar, y desenroscar, para proble-
matizar, para tomar conciencia de la gravedad y de la complejidad de los temas
inaccesibles y sin solución. Los hechos del enredo resultan, si no anulados, dis-
minuidos y apagados por las demandas de invasiones culturales. Las conversa-
ciones en boca de los personajes son más bien de tipo cognitivo que de eventua-
lidades. Estas consideraciones sirven para definir mejor, compatibilizar lo
inadecuado y las insuficiencias expresivas del lenguaje crítico, el perfil atípico
de esta indefinible novela.
Este es sin duda el capítulo más intenso y más construido del relato. Se
plantea en él si no de todo, sí de mucho. Teniendo en cuenta que hasta ahora
hemos obviado señalar los efectos graciosos, divertidos de la parte irónica de
Fernando, una vena que atraviesa toda la novela, divirtiendo y haciendo reír.
Mírese, por ejemplo, cómo un sombrerito llevado con mucho valor por Regina
se transforma en un "plato de ciruelas machacada" (pág. 234) o cómo Fernando
retrata al pintor Boldini: "una bola de carne con manos y ojos" (pág. 209) o
cómo se ríe de Hermes: "aquel Hermes entre infantil y fálico" (pág. 206) o la
excitación masculina "el falo en pie de guerra" (pág. 206) y más "cuya voz...
que Reynaldo comparó a la de un cuervo hervido en mayonesa" (pág. 20) y oír
con qué ojo burlón Clarín por primera vez ve a Proust: como "un biscult de
bigotillo" (pág. 28), y así burlándose en un inventario apretado de hallazgos más
o menos apocadamente arañantes.
Con un gran salto "idealista" Clarín pasó desde sus primeras obras: "Flores
a María, poesías morales y religiosas" a "La Regenta", "autor de un agresivo y
burlón ideario contra de la Iglesia" (pág. 248). También en lo político Clarín se
revela metido en un enredo de contradicciones, de reniegos: "en cuanto a
España un firme, convincente federalista y luego un firme, convincente anti-
federalista" (pág. 248). De la misma manera son inconstantes y contradictorios
sus juicios literarios: rigurosos, racionales, lógicos y además llenos de fantasía,
de flexibilidad, de libertad.
Un capítulo apretado y trabajado aún más que los otros, donde los argumen-
tos y las argumentaciones se suceden los unos a los otros sin tregua, mantenien-
do al lector en continua carga y tensión. Un aplauso merece el que consiga tra-
ducir en breve síntesis toda la carga cultural que Fernando Quiñones vuelca a
manos llenas en su anómala narración, desvinculado de toda atadura y con la
ebriedad gratificante de una total libertad intelectual.
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