Compendio de Lecturas para PC1, PC2, PC3 2024-I

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TEXTOS PARA LA PC1

1. CUENTO: El sueño del pongo (José María Arguedas)


2. TEXTO ACADÉMICO: Estereotipos, prejuicios y exclusión social en un país
multiétnico: el caso peruano

El sueño del pongo


(José María Arguedas)

Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo


iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de
cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas, viejas.

El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el


hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia.

—¿Eres gente u otra cosa? —le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que
estaban de servicio.

Humillándose, el pongo no contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se


quedó de pie.

—¡A ver! —dijo el patrón—, por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la
escoba, con esas manos que parece que no son nada. ¡Llévate esta inmundicia! —
ordenó al mandón de la hacienda.

Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al


mandón hasta la cocina.

El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las
de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco
de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían.
“Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón
pura tristeza”, había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.

El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo


cuanto le ordenaban, cumplía. “Sí, papacito; sí, mamacita”, era cuanto solía decir.

Quizás a causa de tener una cierta expresión de espanto, por su ropa tan
haraposa y acaso, también, porque no quería hablar, el patrón sintió un especial
desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el
avemaría, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre
al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.
Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya
estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.

—Creo que eres perro. ¡Ladra! —le decía.

El hombrecito no podía ladrar.

—Ponte en cuatro patas —le ordenaba entonces.

El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

—Trota de costado, como perro —seguía ordenándole el hacendado.

El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna.

El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía el cuerpo.

—¡Regresa! —le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran
corredor.

El pongo volvía, de costadito. Llegaba fatigado.

Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el avemaría,


despacio, como viento interior en el corazón.

—¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! —mandaba el señor al cansado
hombrecito—. Siéntate en dos patas; empalma las manos.

Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de


alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos,
cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las
orejas.

Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito


sobre el piso de ladrillo del corredor.

—Recemos el padrenuestro —decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.

El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que


le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío


de la hacienda.

—¡Vete, pancita! —solía ordenar, después, el patrón al pongo.


Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la
servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los
colonos.

Pero…, una tarde, a la hora del avemaría, cuando el corredor estaba colmado de
toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos
ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía como un poco
espantado.

—Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte —dijo.

El patrón no oyó lo que oía.

—¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? —preguntó.

—Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte —repitió el pongo.

—Habla… si puedes —contestó el hacendado.

—Padre mío, señor mío, corazón mío —empezó a hablar el hombrecito—. Soñé anoche
que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto.

—¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio —le dijo el gran patrón.

—Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos, los dos juntos;
desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco.

—¿Y después? ¡Habla! —ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.

—Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó
con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos
examinaba, pesando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos.
Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.

—¿Y tú?

—No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.

—Bueno. Sigue contando.

—Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: “De todos los ángeles, el más
hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea
también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro
llena de miel de chancaca más transparente”.

—¿Y entonces? —preguntó el patrón.


Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.

—Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel,
brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando
despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el
resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.

—¿Y entonces? —repitió el patrón.

—“Ángel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus
manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre”, diciendo, ordenó
nuestro gran Padre. Y así el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu
cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el
resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro,
transparente.

—Así tenía que ser —dijo el patrón, y luego preguntó—: ¿Y a ti?

—Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro gran Padre San Francisco volvió a ordenar:
“Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese
ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano”.

—¿Y entonces?

—Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas
para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con
las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. “Oye, viejo —ordenó
nuestro gran Padre a ese pobre ángel—, embadurna el cuerpo de este hombrecito con
el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera;
cúbrelo como puedas. ¡Rápido!”. Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo,
sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro
en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo,
apestando…

—Así mismo tenía que ser —afirmó el patrón—. ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?

—No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos
vimos juntos, los dos, ante nuestro gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos,
también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no
sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la
memoria. Y luego dijo: “Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está
hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo”. El viejo ángel
rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza.
Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.
TEXTOS PARA LA PC2

1. CUENTO: Queremos tanto a Glenda (Julio Cortázar)


2. TEXTO ACADÉMICO: ¿Cómo se fabrica un fanático? Mecanismos psíquicos en
la construcción de una mentalidad fanática

Queremos tanto a Glenda


(Julio Cortázar)

En aquel entonces era difícil saberlo. Uno va al cine o al teatro y vive su noche sin
pensar en los que ya han cumplido la misma ceremonia, eligiendo el lugar y la hora,
vistiéndose y telefoneando y fila once o cinco, la sombra y la música, la tierra de nadie y
de todos allí donde todos son nadie, el hombre o la mujer en su butaca, acaso una
palabra para excusarse por llegar tarde, un comentario a media voz que alguien recoge
o ignora, casi siempre el silencio, las miradas vertiéndose en la escena o la pantalla,
huyendo de lo contiguo, de lo de este lado. Realmente era difícil saber, por encima de
la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos
los que queríamos a Glenda.

Llevó tres o cuatro años y sería aventurado afirmar que el núcleo se formó a
partir de Irazusta o de Diana Rivero, ellos mismos ignoraban cómo en algún momento,
en las copas con los amigos después del cine, se dijeron o se callaron cosas que
bruscamente habrían de crear la alianza, lo que después todos llamamos el núcleo y los
más jóvenes el club. De club no tenía nada, simplemente queríamos a Glenda Garson y
eso bastaba para recortarnos de los que solamente la admiraban. Al igual que ellos
también nosotros admirábamos a Glenda y además a Anouk, a Marilina, a Annie, a
Silvana y por qué no a Marcello, a Yves, a Vittorio y a Dirk, pero solamente nosotros
queríamos tanto a Glenda, y el núcleo se definió por eso y desde eso, era algo que solo
nosotros sabíamos y confiábamos a aquellos que a lo largo de las charlas habían ido
mostrando poco a poco que también querían a Glenda.

A partir de Diana o Irazusta el núcleo se fue dilatando lentamente: el año de El


fuego de la nieve debíamos ser apenas seis o siete, cuando estrenaron El uso de la
elegancia el núcleo se amplió y sentimos que crecía casi insoportablemente y que
estábamos amenazados de imitación snob o de sentimentalismo estacional. Los
primeros, Irazusta y Diana y dos o tres más, decidimos cerrar filas, no admitir sin
pruebas, sin el examen disimulado por los whiskys y los alardes de erudición (tan de
Buenos Aires, tan de Londres y de México esos exámenes de medianoche). A la hora del
estreno de Los frágiles retornos nos fue preciso admitir, melancólicamente triunfantes,
que éramos muchos los que queríamos a Glenda. Los reencuentros en los cines, las
miradas a la salida, ese aire como perdido de las mujeres y el dolido silencio de los
hombres nos mostraban mejor que una insignia o un santo y seña. Mecánicas no
investigables nos llevaron a un mismo café del centro, las mesas aisladas empezaron a
acercarse, hubo la grácil costumbre de pedir el mismo coctel para dejar de lado toda
escaramuza inútil y mirarnos por fin en los ojos, allí donde todavía alentaba la última
imagen de Glenda en la última escena de la última película.

Veinte, acaso treinta, nunca supimos cuántos llegamos a ser porque a veces
Glenda duraba meses en una sala o estaba al mismo tiempo en dos o cuatro, y hubo
además ese momento excepcional en que apareció en escena para representar a la
joven asesina de Los delirantes y su éxito rompió los diques y creó entusiasmos
momentáneos que jamás aceptamos. Ya para entonces nos conocíamos, muchos nos
visitábamos para hablar de Glenda. Desde un principio Irazusta parecía ejercer un
mandato tácito que nunca había reclamado, y Diana Rivero jugaba su lento ajedrez de
confirmaciones y rechazos que nos aseguraba una autenticidad total sin riesgos de
infiltrados o de tilingos. Lo que había empezado como asociación libre alcanzaba ahora
una estructura de clan, y a las livianas interrogaciones del principio se sucedían las
preguntas concretas, la secuencia del tropezón en El uso de la elegancia, la réplica final
de El fuego de la nieve, la segunda escena erótica de Los frágiles retornos. Queríamos
tanto a Glenda que no podíamos tolerar a los advenedizos, a las tumultuosas lesbianas,
a los eruditos de la estética. Incluso (nunca sabremos cómo) se dio por sentado que
iríamos al café los viernes cuando en el centro pasaran una película de Glenda, y que en
los reestrenos en cines de barrio dejaríamos correr una semana antes de reunimos, para
darles a todos el tiempo necesario; como en un reglamento riguroso, las obligaciones se
definían sin equívoco, no acatarlas hubiera sido provocar la sonrisa despectiva de
Irazusta o esa mirada amablemente horrible con que Diana Rivero denunciaba la traición
y el castigo. En ese entonces las reuniones eran solamente Glenda, su deslumbrante
ubicuidad en cada uno de nosotros, y no sabíamos de discrepancias o reparos. Solo poco
a poco, al principio con un sentimiento de culpa, algunos se atrevieron a deslizar críticas
parciales, el desconcierto o la decepción frente a una secuencia menos feliz, las caídas
en lo convencional o lo previsible. Sabíamos que Glenda no era responsable de los
desfallecimientos que enturbiaban por momentos la espléndida cristalería de El látigo o
el final de Nunca se sabe por qué. Conocíamos otros trabajos de sus directores, el origen
de las tramas y los guiones; con ellos éramos implacables porque empezábamos a sentir
que nuestro cariño por Glenda iba más allá del mero territorio artístico y que solo ella
se salvaba de lo que imperfectamente hacían los demás. Diana fue la primera en hablar
de misión, lo hizo con su manera tangencial de no afirmar lo que de veras contaba para
ella, y le vimos una alegría de whisky doble, de sonrisa saciada, cuando admitimos
llanamente que era cierto, que no podíamos quedarnos solamente en eso, el cine y el
café y quererla tanto a Glenda.

Tampoco entonces se dijeron palabras claras, no nos eran necesarias. Solo


contaba la felicidad de Glenda en cada uno de nosotros, y esa felicidad solo podía venir
de la perfección. De golpe los errores, las carencias se nos volvieron insoportables; no
podíamos aceptar que Nunca se sabe por qué terminara así, o que El fuego de la nieve
incluyera la infame secuencia de la partida de póker (en la que Glenda no actuaba pero
que de alguna manera la manchaba como un vómito, ese gesto de Nancy Phillips y la
llegada inadmisible del hijo arrepentido). Como casi siempre, a Irazusta le tocó definir
por lo claro la misión que nos esperaba, y esa noche volvimos a nuestras casas como
aplastados por la responsabilidad que acabábamos de reconocer y asumir, y a la vez
entreviendo la felicidad de un futuro sin tacha, de Glenda sin torpezas ni traiciones.
Instintivamente el núcleo cerró filas, la tarea no admitía una pluralidad borrosa. Irazusta
habló del laboratorio cuando ya estaba instalado en una quinta de Recife de Lobos.
Dividimos ecuánimemente las tareas entre los que deberían procurarse la totalidad de
las copias de Los frágiles retornos, elegida por su relativamente escasa imperfección. A
nadie se le hubiera ocurrido plantearse problemas de dinero, Irazusta había sido socio
de Howard Hughes en el negocio de las minas de estaño de Pichincha, un mecanismo
extremadamente simple nos ponía en las manos el poder necesario, los jets y las alianzas
y las coimas. Ni siquiera tuvimos una oficina, la computadora de Hagar Loss programó
las tareas y las etapas. Dos meses después de la frase de Diana Rivero el laboratorio
estuvo en condiciones de sustituir en Los frágiles retornos la secuencia ineficaz de los
pájaros por otra que devolvía a Glenda el ritmo perfecto y el exacto sentido de su acción
dramática. La película tenía ya algunos años y su reposición en los circuitos
internacionales no provocó la menor sorpresa: la memoria juega con sus depositarios y
les hace aceptar sus propias permutaciones y variantes, quizá la misma Glenda no
hubiera percibido el cambio y sí, porque eso lo percibimos todos, la maravilla de una
perfecta coincidencia con un recuerdo lavado de escorias, exactamente idéntico al
deseo.

La misión se cumplía sin sosiego, apenas asegurada la eficacia del laboratorio


completamos el rescate de El fuego de la nieve y El prisma; las otras películas entraron
en proceso con el ritmo exactamente previsto por el personal de Hagar Loss y del
laboratorio. Tuvimos problemas con El uso de la elegancia, porque gente de los emiratos
petroleros guardaba copias para su goce personal y fueron necesarias maniobras y
concursos excepcionales para robarlas (no tenemos por qué usar otra palabra) y
sustituirlas sin que los usuarios lo advirtieran. El laboratorio trabajaba en un nivel de
perfección que en un comienzo nos había parecido inalcanzable aunque no nos
atreviéramos a decírselo a Irazusta; curiosamente la más dubitativa había sido Diana,
pero cuando Irazusta nos mostró Nunca se sabe por qué y vimos el verdadero final,
vimos a Glenda que en lugar de volver a la casa de Romano enfilaba su auto hacia el
farallón y nos destrozaba con su espléndida, necesaria caída en el torrente, supimos que
la perfección podía ser de este mundo y que ahora era de Glenda para siempre, de
Glenda para nosotros para siempre.

Lo más difícil estaba desde luego en decidir los cambios, los cortes, las
modificaciones de montaje y de ritmo; nuestras distintas maneras de sentir a Glenda
provocaban duros enfrentamientos que solo se aplacaban después de largos análisis y
en algunos casos por imposición de una mayoría en el núcleo. Pero aunque algunos,
derrotados, asistiéramos a la nueva versión con la amargura de que no se adecuara del
todo a nuestros sueños, creo que a nadie le decepcionó el trabajo realizado; queríamos
tanto a Glenda que los resultados eran siempre justificables, muchas veces más allá de
lo previsto. Incluso hubo pocas alarmas: la carta de un lector del infaltable Times
asombrándose de que tres secuencias de El fuego de la nieve se dieran en un orden que
creía recordar diferente, y también un artículo del crítico de La Opinión que protestaba
por un supuesto corte en El prisma, imaginándose razones de mojigatería burocrática.
En todos los casos se tomaron rápidas disposiciones para evitar posibles secuelas; no
costó mucho, la gente es frívola y olvida o acepta o está a la caza de lo nuevo, el mundo
del cine es fugitivo como la actualidad histórica, salvo para los que queremos tanto a
Glenda.

Más peligrosas en el fondo eran las polémicas en el núcleo, el riesgo de un cisma


o de una diáspora. Aunque nos sentíamos más que nunca unidos por la misión, hubo
alguna noche en que se alzaron voces analíticas contagiadas de filosofía política, que en
pleno trabajo se planteaban problemas morales, se preguntaban si no estaríamos
entregándonos a una galería de espejos onanistas, a esculpir insensatamente una locura
barroca en un colmillo de marfil o en un grano de arroz. No era fácil darles la espalda
porque el núcleo solo había podido cumplir la obra como un corazón o un avión cumplen
la suya, ritmando una coherencia perfecta. No era fácil escuchar una crítica que nos
acusaba de escapismo, que sospechaba un derroche de fuerzas desviadas de una
realidad más apremiante, más necesitada de concurso en los tiempos que vivíamos. Y
sin embargo no fue necesario aplastar secamente una herejía apenas esbozada, incluso
sus protagonistas se limitaban a un reparo parcial, ellos y nosotros queríamos tanto a
Glenda que por encima y más allá de las discrepancias éticas o históricas imperaba el
sentimiento que siempre nos uniría, la certidumbre de que el perfeccionamiento de
Glenda nos perfeccionaba y perfeccionaba el mundo. Tuvimos incluso la espléndida
recompensa de que uno de los filósofos restableciera el equilibrio después de superar
ese periodo de escrúpulos inanes; de su boca escuchamos que toda obra parcial es
también historia, que algo tan inmenso como la invención de la imprenta había nacido
del más individual y parcelado de los deseos, el de repetir y perpetuar un nombre de
mujer.

Llegamos así al día en que tuvimos las pruebas de que la imagen de Glenda se
proyectaba ahora sin la más leve flaqueza; las pantallas del mundo la vertían tal como
ella misma —estábamos seguros— hubiera querido ser vertida, y quizá por eso no nos
asombró demasiado enterarnos por la prensa de que acababa de anunciar su retiro del
cine y del teatro. La involuntaria, maravillosa contribución de Glenda a nuestra obra no
podía ser coincidencia ni milagro, simplemente algo en ella había acatado sin saberlo
nuestro anónimo cariño, del fondo de su ser venía la única respuesta que podía darnos,
el acto de amor que nos abarcaba en una entrega última, esa que los profanos solo
entenderían como ausencia. Vivimos la felicidad del séptimo día, del descanso después
de la creación; ahora podíamos ver cada obra de Glenda sin la agazapada amenaza de
un mañana nuevamente plagado de errores y torpezas; ahora nos reuníamos con una
liviandad de ángeles o de pájaros, en un presente absoluto que acaso se parecía a la
eternidad.

Sí, pero un poeta había dicho bajo los mismos cielos de Glenda que la eternidad
está enamorada de las obras del tiempo, y le tocó a Diana saberlo y darnos la noticia un
año más tarde. Usual y humano: Glenda anunciaba su retorno a la pantalla, las razones
de siempre, la frustración del profesional con las manos vacías, un personaje a la
medida, un rodaje inminente. Nadie olvidaría esa noche en el café, justamente después
de haber visto El uso de la elegancia que volvía a las salas del centro. Casi no fue
necesario que Irazusta dijera lo que todos vivíamos como una amarga saliva de injusticia
y rebeldía. Queríamos tanto a Glenda que nuestro desánimo no la alcanzaba; qué culpa
tenía ella de ser actriz y de ser Glenda; el horror estaba en la máquina rota, en la realidad
de cifras y prestigios y Oscars entrando como una fisura solapada en la esfera de nuestro
cielo tan duramente ganado. Cuando Diana apoyó la mano en el brazo de Irazusta y dijo:
«Sí, es lo único que queda por hacer», hablaba por todos sin necesidad de consultarnos.
Nunca el núcleo tuvo una fuerza tan terrible, nunca necesitó menos palabras para
ponerla en marcha. Nos separamos deshechos, viviendo ya lo que habría de ocurrir en
una fecha que solo uno de nosotros conocería por adelantado. Estábamos seguros de
no volver a encontrarnos en el café, de que cada uno escondería desde ahora la solitaria
perfección de nuestro reino. Sabíamos que Irazusta iba a hacer lo necesario, nada más
simple para alguien como él. Ni siquiera nos despedimos como de costumbre, con la
liviana seguridad de volver a encontrarnos después del cine, alguna noche de Los frágiles
retornos o de El látigo. Fue más bien un darse la espalda, pretextar que era tarde, que
había que irse; salimos separados, cada uno llevándose su deseo de olvidar hasta que
todo estuviera consumado, y sabiendo que no sería así, que aún nos faltaría abrir alguna
mañana el diario y leer la noticia, las estúpidas frases de la consternación profesional.
Nunca hablaríamos de eso con nadie, nos evitaríamos cortésmente en las salas y en la
calle; sería la única manera de que el núcleo conservara su fidelidad, que guardara en el
silencio la obra cumplida. Queríamos tanto a Glenda que le ofreceríamos una última
perfección inviolable. En la altura intangible donde la habíamos exaltado, la
preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola sin mengua; no se baja
vivo de una cruz.
¿CÓMO SE FABRICA UN FANÁTICO?
MECANISMOS PSÍQUICOS EN LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA
MENTALIDAD FANÁTICA
Teresa Sánchez Sánchez

RESUMEN: El fanatismo se presenta como la plaga del siglo


XXI, una enfermedad social que se aprecia en multitud de ámbitos y
situaciones de la política, la vida científica, artística, deportiva y reli-
giosa. La ‘nostalgia de absoluto’ está detrás de la rebelión total y des-
tructiva y de la consagración acrítica que requiere la militancia faná-
tica. El germen fanático brota en un caldo de cultivo que reúne ciertos
rasgos comunes: pobreza, miseria, exclusión o desposesión; depaupe-
ración intelectual; conflictos identitarios como pueblo, grupo, etnia,
etc; rabia social, etc. El artículo prosigue diseccionando los dinamis-
mos y procesos psíquicos más comunes en la reacción fanática: idea-
lización, escisión, proyección, racionalización, etc. Finaliza con el
perfil psicológico estándar de una personalidad fanática.

1. EL FANATISMO COMO ENFERMEDAD DE LA CIVILIZACIÓN

Emulo deliberadamente con este epígrafe otro cuyo autor fue el insigne Dr. López
Ibor y que se tituló ¿Cómo se fabrica una bruja? (1976). Pretendo, de esta forma,
advertir al lector sobre la materia de este trabajo que se ceñirá a analizar las disposi-
ciones psicológicas y sociales cuya combinación, en un caldo de cultivo específico,
originarán muy probablemente una identidad fanática. Todo ello teniendo en cuenta
que nada está predeterminado y que la lógica aquí presentada nunca es axiomática

111
¿Cómo se fabrica un fanático?

como las matemáticas, ni infalible, y que cae dentro de las conjeturas probables en las
que se desenvuelven las Ciencias Sociales y Humanas. Se omitirá en este artículo el
análisis de otros factores económicos, geopolíticos, religiosos, culturales, etc, que casi
siempre confluyen en los brotes de fanatismo.
El tema del fanatismo suscita un gran interés en nuestro tiempo, ante todo porque
lo que se sitúa como supuesto deber ser del intelecto y de la voluntad, como pauta
socialmente correcta, es la abierta pluralidad, la tolerancia, la moderación crítica, la
ecuanimidad y la equidistancia ante los planteamientos controvertidos o enfrentados.
Sin embargo, no conviene olvidar, llevados por un análisis fatalista del presente, que
el fanatismo ha sido la norma cultural y social preponderante durante largos siglos,
incluso en nuestra civilización, aunque haya sido disfrazado de revelación, dogma de
fe o verdad incuestionable, o haya tenido apoyos mayoritarios e incluso llegado a
ostentar el cetro del poder. La Ilustración cambió transitoriamente este orden de cosas
donde, igual como la música de los planetas sospechada por Pitágoras no era audible
al estar omnipresente, el fanatismo no era observado ni criticado por encontrarse ins-
talado monolíticamente como verdad oficial en la cultura. Siendo así, los disidentes
de este pensamiento único histórico eran los herejes, apóstatas o sospechosos de cual-
quier índole. Comúnmente silenciados o perseguidos, obligados a retractarse o a abdi-
car de sus posiciones discrepantes, fueran de fe o de razón, el entorno recuperaba nue-
vamente su tranquilizadora homogeneidad. Vaya, pues, por delante que el fanatismo
no es siempre algo minoritario o excepcional, sino que puede anegar a naciones ente-
ras, propagarse y ejecutarse a través de los cauces oficiales del poder.
El triunfo de la idea del yo, del individualismo y del pensamiento crítico fue una
conquista reciente en la cultura occidental, aunque como bien dice E. Wiesel (1958),
la Ilustración terminó en 1914, al comienzo de la primera Gran Guerra Mundial, y
derivó en una sucesión de apoteosis fanáticas e irracionales a lo largo del siglo XX.
Es, sin embargo, el siglo XXI el que se augura como la época en que el fanatismo va
a diseminarse e instalarse en todas las áreas de la vida política y social, religiosa y
científica, artística y deportiva, como metástasis letales que atrofiarán el modo de vida,
las conquistas civiles y los derechos humanos fundamentales. Y evidencias de ello
tenemos por doquier. Francisco Umbral (2001) presagiaba que el fanatismo iba a ser
“la plaga tardía del siglo XXI”, antes de los atentados del 11 de septiembre, que
terminaron de abrir los ojos a todos aquellos que seguían pensando vivir en la moder-
nidad del conocimiento y el optimismo ilustrado (F. Savater, 1994).
La proliferación de fanatismo en multitud de ámbitos y situaciones puede inter-
pretarse como síntoma de inestabilidad, zozobra social, desesperanza, incertidumbre,

112
Teresa Sánchez Sánchez

o falta de puntos de apoyo o diques de contención que controlen la pérdida de puntos


de referencia psicológicos, religiosos, éticos o políticos. La gente está ávida de mesías
seculares y deposita su necesidad de creer en ídolos del deporte, la música, la ciencia
o el cine, llevados por la ‘nostalgia de absoluto’ de un mundo masivamente seculari-
zado (G. Steiner, 1974). Lo que distingue al fanático del simple partidario o segui- dor
de algo o alguien no es la causa, razón de ser o naturaleza del impulso, sino la dimisión
de la capacidad crítica, la incondicionalidad, ceguera y abnegación que deposita en la
idea, la cual termina por enajenarle y despersonalizarle. F. Alonso Fernández (1995)
considera que el fanatismo marca un punto de inflexión en la regre- sión involutiva a
una especie que denomina como homo sapiens brutalis. Losfana- tismos emergen en
un efecto resaca o rebote tras etapas de pluralismo e indolencia excesivos, pues sumen
a las culturas, grupos o individuos más vacilantes
o inmadu- ros en un gran desconcierto, angustia y desorientación. Ello desemboca en
la fuerte necesidad de aferramiento a pilares sólidos, simples y securizantes, aunque
sean reductores o sesgados, pero que otorgan una cierta estabilidad a la brújula
existencial
o cultural y un punto de anclaje que disipa la angustia. El fanático se sitúa en las
antí- podas de la ciencia, ya que elige seguir una creencia global e incuestionable allí
donde el científico expone a la refutación convicciones que debe contrastar empírica
o dialécticamente (J. Bergeret, 2001),
Ciertamente, todos los ámbitos son susceptibles de derivaciones fanáticas, si bien
suele asociarse más dicho concepto a las creencias o a las ideas políticas. Tengamos
presente que cualquier idea o búsqueda intelectual puede ser objeto de una obsesión
fanática, cual ha ocurrido siempre con los dogmatismos científicos, teológicos y filo-
sóficos, cual se impone ahora con la modalidad bendecida unánimemente del pensa-
miento único. A este respecto, A. Maalouf nos recuerda que:

“El siglo XX nos habrá enseñado que ninguna doctrina es por sí misma necesariamen-
te liberadora: todas pueden caer en desviaciones, todas pueden pervertirse, todas tienen las
manos manchadas de sangre: el comunismo, el liberalismo, el nacionalismo, todas las gran-
des religiones, y hasta el laicismo. Nadie tiene el monopolio del fanatismo, y, a la inversa,
nadie tiene tampoco el nomopolio de lo humano” ( A. Maalouf, 1998, p. 58).

También los cánones estéticos impuestos por las modas, que no son sino la con-
sagración mayoritaria de unas preferencias o atribuciones que se asocian temporal-
mente al buen gusto o a la belleza, al éxito social o al prestigio. Las modas son cris-
talizaciones transitorias de cierto tipo de asignaciones que pueden establecerse como
tiranías o dictaduras altamente impositivas y subyugantes, pues atenazan dentro de
sus cauces o baremos estéticos no sólo aspectos periféricos (ropa, colores, útiles

113
¿Cómo se fabrica un fanático?

externos, casas o complementos), sino incluso naturales (medidas corporales, volu-


men, color de piel, etc). De hecho, en este sentido la anorexia puede contemplarse
como la expresión de un fanatismo estético que doblega la naturaleza corporal y la
somete a exigencias o interpretaciones de la belleza temporalmente consagradas.
Algo similar cabría decir de la frecuencia histórica con que otros aspectos como
los rasgos genéticos se han convertido en la piedra de toque de todo tipo de fanatis-
mos. Algo que, pese a los recientes descubrimientos sobre el mapa genómico huma-
no donde se comprueba la escasísima minucia genética que diferencia a unas razas
humanas de otras, ha originado oleadas millonarias de víctimas en holocaustos, exter-
minios raciales, guerras de supremacía, etc, y que está no muy lejos de suceder nue-
vamente a juzgar por la crecida de gérmenes racistas que está acarreando el trasiego
de inmigrantes del mundo pobre al mundo rico, la interculturalidad, el mestizaje, etc.
De hecho, esto se ha convertido en un problema de primera magnitud, pues hasta F.
Savater subraya que, antes de propiciar el progreso o pensar en un crecimiento en el
dominio del conocimiento científico o técnico, es preciso “evitar el regreso a oscu-
rantismos de la sangre, de la raza o de lanación”. Los descubrimientos científicos han
tirado por tierra cualquier falacia sobre la superioridad o el privilegio natural de cier-
tas razas o genes, y como apuntaba C. Nombela apenas descifrado el Genoma
Humano:

“Es un disparate invocar una base genética diferencial para reclamar supuestos dere-
chos de colectividades humanas que les separen de otras y mucho menos para proponer que
las hagan acreedoras de una consideración de superioridad” (ABC, 12-2-2001).

No faltan tampoco innumerables muestras de fanatismo deportivo o musical,


manifestaciones a las que se aplica, aunque en sentido edulcorado e incluso positivo
el término “fans”, sinónimo de seguidor eufórico, exaltado e incondicional, que
expe- rimenta respecto al objeto de su culto una actitud idealizante y hasta fervorosa,
iden- tificativa y confusional que le ciega para contemplar o admirar otros objetos
alterna- tivos y le predispone a una actitud, a veces hostil, hacia todo opositor o rival
a su ídolo. Podemos encontrar fundamentalismos de club que increpan y enardecen a
sus socios y simpatizantes a actitudes belicosas que sacan a flote sus pasiones más pri-
mitivas. Algunos de sus más prosaicos miembros se definen, en una auténtica forma-
ción reactiva, no tanto como pro-algo, cuanto como anti-madridista, anti-sevillista,
etc. Lo cual nos habla de que es la hostilidad de signo paranoide contra el otro, agui-
joneada a menudo desde los órganos directivos, lo que actúa como eje de su compor-
tamiento.

114
Teresa Sánchez Sánchez

Por ello, pese al tono eufemístico y hasta divertido que suele otorgarse al término
“fans”, no hemos de perder de vista que esta adoración idolátrica contiene todos los
ingredientes del fanatismo y es tan potencialmente peligrosa como cualquier otra
variedad de fanatismo, aunque usualmente ni su meta ni sus medios sean beligeran-
tes. Eventualmente nos topamos con episodios aislados de consecuencias mortales
aparejados a las hinchadas deportivas o a los espectáculos musicales. A menudo avis-
tamos episodios de violencia organizada en espectáculos de masas donde el encuen-
tro dialogante o la conciliación entre partidarios diversos se hace difícil y se elige el
obtuso camino del terror. El hacinamiento en los campos, los tumultos en los aero-
puertos, las concentraciones eufóricas en los lugares símbolo del club son exponen-
tes notorios de fanatismo, con el agravante de estar secundados por los medios de
comunicación y gozar de una propaganda gratuita que aumenta la excitación de la
horda.
Hasta las ideas más nobles y altruistas pueden degenerar en brotes de fanatismo:
la pureza, la virtud pueden conducir al martirio, al sacrificio extremo, a la inmolación;
el gusto por los alimentos no manipulados y los cultivos originarios, puede desem-
bocar en diversas formas de ortorexia, vegetarianismo y dietas macrobióticas cierta-
mente demenciales y peligrosas; el culto al cuerpo provoca fanatismos extenuantes de
gimnasio y consumo de drogas estimulantes o anabolizantes hasta deformar mons-
tuosamente el cuerpo. Para no caer en un análisis excesivamente prolijo, menciona-
remos que también los pacifismos, ecologismos, feminismos, y en general todos los
-ismos, son susceptibles de fanatización que, paradójicamente, encubre una violencia
y un daño indirecto mayores del que pretenden evitar. Porque:

“El núcleo del fanatismo puede entenderse como la actitud de entrega absoluta a unos
ideales, con una intolerancia sistemática para los juicios y los comportamientos discrepan-
tes” (F. Alonso, 1995, p. 191).

Partiendo, por tanto, de que todos nosotros albergamos componentes fanáticos más
o menos desarrollados y que estamos a la espera de un caldo de cultivo propicio o de
un objeto idealizado del que colgar esa idealización, no está de más adentrarnosen el
análisis pormenorizado de algunos de sus rasgos y mecanismos esenciales. Voltaire,
un ilustrado que en la vangaurdia del racionalismo crítico moderno y un tanto avant
la lettre del pensamiento contemporáneo en defensa de la tolerancia, exhortó en su
Tratado contra la intolerancia de 1767 de la forma que sigue:

“Temamos siempre el exceso a donde conduce el fanatismo. Déjese a ese monstruo en


libertad, no se corten sus garras ni se arranquen sus dientes, cállese la razón, tan a menudo

115
¿Cómo se fabrica un fanático?

perseguida, y se verán los mismos horrores que en los pasados siglos: el germen subsiste;
si no lo ahogáis cubrirá la tierra” (Voltaire, 1767, p. 78)

2. CALDO DE CULTIVO

Entre los numerosos factores que ayudan a germinar y a brotar la semilla del fana-
tismo encontramos los que enunciamos a continuación:
a) Pobreza y miseria, exclusión o desposesión absolutas: esta circunstancia
alien- ta o bien una actitud de pasiva conformidad, resignación o asunción de lo
irremedia- ble e irreversible —características de la indefensión y de la percepción de
incontro- labilidad, como señalara Seligman (1981)—, o bien una actitud de
desesperada reivindicación de justicia e igualdad. El sentimiento de fracaso vital, de
amargura y desgracia irremediable, es un polvorín que aguijonea el propio thanatos
(pulsión de muerte): si nada hay que perder, y la vida está tan devaluada y degradada,
es fácil arriesgar lo único que se tiene, el cuerpo, para denunciar la injusticia, llamar
la aten- ción del mundo o modificar el escenario en favor de una quimérica posibilidad
de mejora. Perdida la esperanza, la libertad se evapora, fácil es entonces esclavizarse
a cualquier promesa que contenga, aunque sea vagamente, una posibilidad de restaurar
la ilusión; a ese empeño se encadena; ¿qué hay de raro, pues, en la temeridad fanáti-
ca, si aunque comportara la muerte, no entraña una verdadera disyuntiva a la vida sin
objetivos ni dignidad suficientes? Asegura Trapiello que “Lo primero que desapare-
ce con la esperanza es la libertad, y un desesperado es sobre todo alguien ciego y fatí-
dico” (2002, p. 72).

b) Depauperación intelectual: si no se posee una amplitud y pluralidad de


infor- maciones, elementos dialécticos para el debate intelectual interno, y no se ha
cultiva- do el pensamiento crítico, la consecuencia probable será el empobrecimiento
mental, la unilateralidad, el seguidismo gregario del pensamiento colectivo. El
analfabetismo es una fuente de fanatismo, porque al carecer de medios propios para
acceder a for- mas alternativas de pensamiento, a través de periódicos, libros, etc, se
es propenso a aceptar el pensamiento inducido por los líderes de opinión, los
gobernantes o los refe- rentes grupales que actúan como cabecillas de las turbas
anónimas e iletradas.
Los analfabetos son carne de cañón, fácilmente manipulable. No serán fanáticos
primarios, sino inducidos mediante la deformación tendenciosa y parcial que se les
inculca en sus escasos y precarios centros de referencia (educativos y de culto, fun-
damentalmente). Cuando no existe un sistema público de instrucción o ésta carece de

116
Teresa Sánchez Sánchez

la libertad y la diversidad necesarias, el resultado es el pensamiento uniforme que


conocemos como pensamiento doctrinario y la rigidez homogénea de los conoci-
mientos. Todo ello desvirtúa la inteligencia, la priva de la lucidez y el fogonazo crí-
tico, robotiza al sujeto, convirtiéndolo en un artefacto programable para recibir y eje-
cutar consignas elaboradas por otros. Sólo hay un paso desde el temor a lo
desconocido e ignorado y el miedo a lo diferente y medio paso desde estas posturas a
la demonización del extraño y la predisposición a considerarlo un enemigo a com-
batir. A fin de cuentas, como inteligentemente señalara Freud (1921), muchos fana-
tismos de masas se asientan sobre un narcisismo de las pequeñas diferencias.

c) Conflictos identitarios: Los humanistas consideran que una necesidad básica


de carácter secundario (es decir, no fisiológica), pero extremadamente importante, es
la necesidad de pertenencia: sentirse parte de algo es casi tan importante como sen-
tirse alguien. Pertenecer a una familia, a un colectivo, suelo o nación, es algo que
enraiza al sujeto y le dota de perspectiva. Nacer en un lugar puede ser algo fortuito,
pero pertenecer a un lugar es una conquista que tiene que ver con el afecto, el apego,
la memoria, los vínculos interpersonales establecidos, etc. La relación de pertenencia
se adosa al yo como una seña de identidad de alta significación para los sujetos.
Observemos que cuando la gente se presenta suele decir: “Me llamo Juan, soy anda-
luz y veterinario”. La pertenencia es una de las posesiones más cercanas al núcleo de
la identidad. Tanto la acentuación como la disminución patológicas del sentimiento
de pertenencia desembocan de forma directa o indirecta en actitudes fanatizadas.
Frecuentemente produce un intento desesperado de defender la identidad amenazada
cuando se aprecia riesgo de ataque o se tiene miedo de que tal identidad sea arreba-
tada, invadida o suplantada por otra. La sangrienta paradoja del fin de siglo es que,
mientras todos hablan de globalización y mundialización, el mundo se desgrana en
multitud de guerras y focos conflictivos, aguijoneados por enconados nacionalismos
que tratan de defender sus identidades locales y regionales (T. Sánchez, 2001).
Muchos pueblos se fanatizan cuando sus fronteras se ven asaltadas por otras iden-
tidades culturales u otras referencias localistas y existe riesgo de cambio de adscrip-
ción administrativa, de nombre o de identidad nacional, regional o local. Esto pasa a
gran escala, y podemos comprobarlo con la repugnancia minoritaria pero fanática de
ciertos pueblos o grupos al colonialismo cultural y económico norteamericano, como
en otro nivel podemos observar las luchas encarnizadas en defensa de su convicción
de ser vascos y sólo vascos de ciertos colectivos radicalizados. Rozando la caricatu-
ra, estos mismos conflictos identitarios de pertenencia se aprecian entre barrios den-

117
¿Cómo se fabrica un fanático?

tro de la misma ciudad, o entre comarcas limítrofes de una misma provincia, e inclu-
so entre territorios demarcados por distintas pandillas dentro de un mismo suburbio.
Llégase a considerar un ultraje y una ofensa el ser identificado erróneamente como
español en vez de como catalán, como madrileño en vez de como vallecano, o como
rocker en ver de como punk. Muy a propósito Borges parodiaba esto en su obra “Los
conjurados”:

“El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de
queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mito-
logía peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa
división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras” (J.L. Borges, 1985).

El conflicto se acentúa ahora más que nunca cuando hemos de conciliar en cada
uno de nosotros una doble exigencia: la de universalizarnos, integrarnos en un colec-
tivo humano cada vez más exento de fronteras, aduanas, aranceles y discriminaciones
diferenciadoras en función del país de origen, del color, de la cultura o del culto reli-
gioso, y la de radicarnos y enraizarnos. J.A. Marina (2000a) señala con agudo senti-
do del humor que todos pasamos de la aldea global a la aldea a secas. Somos cosmo-
politas, por un lado, y de Villagordo del Cabriel, por otro. En forma más culta podemos
representar esta disonancia como la tensión entre las fuerzas aglutinantes o de fusión
(todos somos miembros de la humanidad sin más rasgos secesionistas), y las fuerzas
centrífugas o de fisión (donde buscamos el reconocimiento a nuestra sin- gularidad
subrayando las señas identitarias que más cercanamente nos recuerden nuestra
procedencia, nuestras raíces y nuestra memoria individual visceral e inme- diata). Este
asunto de las pertenencias deviene un factor fundamental donde se cue- cen infinidad
de actitudes fanáticas, la mayoría sin reverberación, pero algunas de sangrientas
consecuencias. Acaso el conflicto paradójico aquí aludido sea la mani- festación de la
lucha entre el instinto territorial que nos arraiga a la nacencia propia y el instinto
epistemofílico que nos impulsa a la curiosidad, a la expansión y a la afi- liación fuera
del propio territorio. Tal vez los etólogos debieran interesarse por esta hipótesis.

d) Rabia social: El sentimiento de derrota, desposesión, vejación o agravio expe-


rimentados por un grupo, etnia o pueblo, tanto más cuanto más prolongado en el tiem-
po sea, moviliza en los sujetos una rebelión tendente a suturar la herida narcisista que
como colectivo sufren. Para ello no es necesario que la ofensa sea objetiva y cierta;
basta con que así se la interprete, entrando a menudo en juego las mitologías y fabu-
laciones que componen una visión mistificada del mundo, en la que unos se sienten

118
Teresa Sánchez Sánchez

ultrajados y convencidos de su derecho a resarcirse, en tanto que los otros son toma-
dos como los fuertes, prepotentes y avasalladores ofensores. En casi todos los radi-
calismos se constata la existencia de una mitología victimista, dominada por el resen-
timiento y la envidia no reconocida hacia el otro, disfrazada de rechazo o miedo a lo
diferente. Podríamos hablar incluso de un discurso manifiesto que es el de la queja, la
reivindicación y la querulante reclamación de justicia, y de un discurso latente que es
el del resentimiento envidioso y la ira frente a todo aquello que representa lo que no
pudiendo tenerse se prefiere tomar como una usurpación injusta del derecho.
La rabia social se asienta comúnmente sobre uno o varios hechos históricos (vale
decir, narrativamente sesgados en la dirección que interesa al grupo) que la comuni-
dad ha vivido como traumáticos. Ello puede deberse al carácter sangriento, a la humi-
llación política, a la desposesión o a la ridiculización pública, a la prohibición de la
lengua o de las expresiones culturales idiosincrásicas, entre otras causas, ligados a
dichos acontecimientos. El sentimiento colectivo de victimización y persecución son
permanentemente recordados para estimular el odio y el anhelo revanchista entre los
miembros de la comunidad, por parte de portavoces o agitadores sociales. La ira unida
a la indignación y a la burla narcisista experimentada por el colectivo pueden estar
dormidas, en letargo aparente, esperando una oportunidad idónea o un detonan- te
que opere como provocación externa inmediata para aflorar. Los fanáticos agita- dores
están, por ello, imbuidos de una historificación adulterada, poco rigurosa, a menudo
fraudulentamente manipulada: bien sea ocultando datos o circunstancias contrarias a
los intereses, bienexagerando la naturaleza o gravedad de ciertos hechos concordantes
con la particular exégesis que resulte conveniente. Dicha tergiversación crea unas
actitudes prejuiciadas, cautelosas y desconfiadas prontas a encontrar corro- boración
en nuevos acontencimientos que se viven como repetición de los viejos agravios. Muy
sagaz, el siguiente comentario nos da la clave:

“Estamos ante el pistoletazo de salida de una carrera en la que casi todos disputan por
hacerse acreedores a la ventajosa condición de agraviado, actual o pasado. Los agravios no
prescriben, aunque transcurran siglos y generaciones. En realidad, lo importante, por
supuesto, no es ser agraviado sino parecerlo y, con ello, estimular el sentimiento de culpa
de los demás. Quien gana la batalla del agravio, obtiene la recompensa del privilegio” (I.
Sánchez Cámara, ABC, 1-9-2001).

El trasfondo psíquico de la rabia social es el miedo a la reproducción de las cir-


cunstancias traumáticas legendariamente exaltadas por los líderes grupales, o la anti-
cipación de una eventual derrota traumática que se produciría si se permitiera avan-
zar al enemigo o se abrieran las puertas a las ideas foráneas que desequilibraran el

119
¿Cómo se fabrica un fanático?

statu quo. El elemento propagandístico que se enarbola es de tipo pasional, primario,


irracional y estimula persecutoriamente el afán autoprotector: el “¡ojo!, que nos ata-
can!” legitima ora el contraataque o, lo más frecuente, el ataque anticipatorio que,
por lo general, acaba desencadenando a posteriori el ataque que se temía. La reciente
e inmoral propuesta ‘justificativa’ de Bush de una guerra preventiva contra Irak, sería
un ejemplo de fanatismo gubernamental.
Vemos que la acción en la que se vierte el impulso fanático está antecedida, en pri-
mera instancia, por una campaña proselitista hacia los candidatos más proclives y pre-
dispuestos; en segundo grado, por una campaña educativa y doctrinaria que inunda la
comunidad tendente a seducir y sugestionar a los más tibios, ambiguos y fronterizos;
en tercer grado, por el desdén despreciativo y paranoide hacia los fríos, críticos o cla-
ros oponentes a la mitología grupal mayoritaria. Respecto a éstos se juega a la pros-
cripción, la exclusión o el ninguneo. Silenciar a los descreídos o heréticos de la doc-
trina oficial es parte del pundonor colectivo. La libertad de expresión es incompatible
con el fanatismo. Donde rigen sus leyes sólo cabe el acatamiento sumiso, el silencio
—connivente, por aquello de que “quien calla otorga”, o intimidatorio, no sea que
“por la boca muera el pez”—, o la huida, so pena de ser tratado como traidor a la
comunidad o insensible a sus ‘justas reclamaciones’, o comprado espía al servicio
del enemigo. Vemos que muchas más situaciones, coyunturas y escenarios sociales,
cul- turales y políticos de los que pensábamos se pueden ver reflejados en esta
‘triyunti- va’.
Nuevamente Maalouf pronostica:

“...toda comunidad humana, a poco que su existencia se sienta humillada o amenaza-


da, tiende a producir personas que matarán, que cometerán las peores atrocidades conven-
cidas de que están en su derecho, de que así se ganan el Cielo y la admiración de los
suyos. Hay un Mr. Hyde en cada uno de nosotros; lo importante es impedir que se den las
condi- ciones que ese monstruo necesita para salir a la superficie” (A. Maalouf, 1998, p.
36).

3. DINAMISMOS PSÍQUICOS DEL FANÁTICO

Cualquier fanatismo sólo puede germinar en individuos prefanáticos, esto es, en


ciertos sujetos cuya estructura psíquica esté predispuesta cognitiva, emocional y com-
portamentalmente. La sugestionabilidad, la docilidad ante el líder y la impulsividad
antisocial son ingredientes que no pueden faltar en un fanático. Detengámonos ahora
en los mecanismos psicológicos que encontramos infiltrados en el comportamiento
y que son, como poco, factores coadyuvantes de su conducta y actitudes.

120
Teresa Sánchez Sánchez

a) Proyección: W. Bion aseguraba, y su exegeta D. Sor (1993) también, que el


fanatismo se aloja en la zona beta del cerebro. Llama así a la estructura funcional
donde se contienen todos los ‘elementos basura’ del psiquismo, es decir: los afectos,
fantasías, deseos, impulsos, etc, que no admitimos, que nos destruyen y que, por ello,
quedan escindidos, disociados de la personalidad. Al igual que ocurre con todo lo que
no podemos asimilar, pasa a ser disociado, escindido, no reconocido como propio y
atribuido a un elemento o persona externa. Es lo que se conoce en psicología cogni-
tiva como atribución externa y en psicoanálisis como proyección. Sin embargo, aún
‘atribuyendo a los otros lo que no admitimos en nosotros’, esos componentes defe-
nestrados, esas ‘partes malas’ o locas forman parte de nuestra personalidad, si bien
pueden funcionar disociadas de su núcleo identificativo principal, vivirlas como una
excentricidad, un rapto emocional, un arrebato o manía, o incluso como una ‘doble
personalidad’ cuando los elementos disociados cobran una intensidad inusitada e
incontrolada que lleva al sujeto a perder el dominio de sí mismo y actuar de forma
enajenada.

b) Disociación: Lo antes expuesto arrastra este mecanismo o lo lleva implícito;


gracias a él se atiende selectivamente a lo que es congruente con nuestra expectativa
previa, despreciando los estímulos, informaciones o creencias que la contradicen,
actuando como si ni siquiera existieran. El punto de vista del otro queda apartado, ais-
lado de los circuitos cognitivos y emocionales. La capacidad de ponerse en el lugar
del otro está completamente mermada. Vemos que la disociación está en la raíz de la
intolerancia. Eso permite a un fanático no experimentar sentimientos de humana
compasión, piedad o empatía respecto al que es distinto, relegándole a la condición de
extraño subhumano. Hablando del racista y del xenófobo como expresiones de
fanatismo biológico o cultural, Junquera aduce:

“Sabemos que reacciones de prejuicio, desconfianza, desprecio, beligerancia u odio


colocan tanto al racista como al xenófobo frente a una definición del otro que es prójimo
pero que no deja de ser considerado como extraño pues se le degrada y se le niega” (C.
Junquera, 1985, p. 49).

c) Escisión: En virtud de la escisión (división intrapsíquica), todo lo absoluta-


mente bueno, noble, justo, legítimo y necesario está de nuestra parte, en tanto que todo
lo malo, injusto, cruel o maligno, está de parte del otro, quien pasa así a erigir- se en
enemigo, adversario o amenaza a la que hay que abatir o de la que debemos ale- jarnos.
En esto consiste el maniqueísmo: la artificial y obtusa división del mundo en buenos
y malos, válidos e inválidos, santos o demonios. Aquí radican las polariza-

121
¿Cómo se fabrica un fanático?

ciones y el frentismo, puesto que además se teme lo diferente en la medida que puede
suponer la amenaza de contagio de su maldad o el arrebato de mi bondad. La escisión
se complementa y culmina en la expulsión violenta de aquello o aquellos que encar-
na(n) proyectivamente esas partes malas no admitidas de uno mismo. A continuación
vienen el extrañamiento intolerante y el encierro defensivo y hermético en el propio
grupo o comunidad donde se retroalimenta la sospecha ante lo exterior, lo diferente o
lo novedoso, y se preserva lo propio, acentuando obsesivamente las señas de identi-
dad distintivas y exclusivas del grupo de pertenencia.

d) Racionalización: Visto lo anterior y puesto que el mecanismo esquizoparanoi-


de es primitivo e irracional, fuertemente visceral, para acreditar su legitimidad y dere-
cho, necesita apoyarse en una trama de argumentos racionales que avalen intelec-
tualmente al sujeto, que le doten de elementos de convicción y propaganda, ante todo
que le convenzan a sí mismo de que su acción o ideología están sólidamente funda-
dos y sostenidos sobre un sinfín de motivos históricos. En esto estriba el mecanismo
de racionalización. Todos los fanatismos apelan siempre a lo que J.A. Marina (2000b)
llama una “razón transcendental”. Merced a este mecanismo se procura embellecer y
ennoblecer las actitudes de segregación e intolerancia, presentándolas como única
salida o último recurso, habida cuenta de la acumulación de perjuicios arrastrados a lo
largo del tiempo, o la obviedad de las aspiraciones y las luchas legi- timadoras.
Aclaremos esto: la esencia de cualquier fanatismo es profundamente irra- cional, pero
su revestimiento externo puede estar contundentemente trabado en una armazón
filosófica, histórica o ética que puede resultar incluso altamente convincen- te. El
fanatismo se sustenta sobre convicciones, cuya etimología cum-vincere señala el afán
de vencer sobre el otro, sobre la alternativa que señala el cum-vivere de vivir con el
otro. Para sentirse en el derecho y hasta en el deber de derrotar al otro es nece- sario
fabricar un armazón racional. J. Bergeret (2001) recuerda que cualquier convic- ción
es susceptible de fanatizarse en la medida en que se absolutice o dogmatice. En este
caso la convicción deja de ser una idea que me gusta y pasa a ser una creencia que
actúa como divisoria entre los que la comparten y los que la niegan:
“...toda convicción ideológica, política, filosófica o religiosa puede verse infiltrada, de
forma más o menos insidiosa, por creencias consideradas excesivamente rápido como pos-
tulados ineludibles” (J. Bergeret, 2001, p. 32).

La racionalización se aprecia, por ejemplo, en el uso de eufemismos que modifi-


can el significado de sus acciones, a la par que modifican el encuadre. Así, la des-
tructividad es presentada como estrategia de lucha, los atentados como guerra no

122
Teresa Sánchez Sánchez

declarada contra un enemigo más poderoso, las muertes como daños colaterales, etc.
El uso de eufemismos, amén de edulcorar actividades o manifestaciones que, por su
crudeza, podrían volverse contra ellos mismos y provocar fisuras y discrepancias
internas entre sus adeptos, pretende ennoblecer y dotar de un amparo trascendental lo
que de no ser así pasaría por pura locura o psicopatía. Dedúzcase de aquí que la onda
expansiva y el efecto propagandístico de una acción racionalizada es mayor que si
se ofrece como mera expresión caótica de la furia.
Subrayaré este punto como denominador común a todos los fanáticos: se sienten
investidos por el derecho y acuciados por el deber de salvar a los demás o de juzgar-
les y condenarles, de imponerles o hacerles obedecer sus propias creencias, sea
mediante coacciones físicas, emocionales, educativas o policiales, estas dos últimas
modalidades cuando los movimientos fanáticos detentan el poder en regímenes cali-
ficados de totalitarios. E. Wiesel, premio Nobel de la Paz y superviviente de los cam-
pos de exterminio nazi, alertaba:
“El terror (fanático) no aspira a convencer, sino a dominar, a subyugar, a aplastar. El
fanático se erige a sí mismo en legislador, intérprete de la ley, fiscal, juez y verdugo” (E.
Wiesel, 2001).

e) Regresión: En la fabricación de un fanático influye igualmente el mecanismo


de regresión, en función del cual el sujeto o grupo se retrotrae a etapas o posiciones
de mayor pasividad, heteronomía e infantilismo. El fanático suele manifestar actitu-
des de sumisión, obediencia ciega y pensamiento acrítico ante sus superiores o líde-
res carismáticos, jefes de grupo, etc, cual si de un niño conducido por su padre se tra-
tara. Ello exige que deposite sobre figuras externas (mecanismo de desplazamiento)
sus propios componentes intelectuales y críticos , renuncie a su libertad de pensa-
miento, abrazando las ideas o conclusiones de las figuras de autoridad. Ferenczi
(1912) lo expuso con claridad al hablar de la sugestión como mecanismo que subya-
ce a la hipnosis.
El fanático adopta una posición de obediente procesador de consignas, dictadas
por los líderes o figuras carismáticas, abdicando del pensamiento y deviniendo un
autómata que reproduce ideas estereotipadas o cumple tareas encomendadas de forma
ciega y compulsiva. De ello habló extensamente W. Reich en La psicología delas
masas del fascismo , o E. Fromm en El miedo a la libertad , así como N. Bilbeny en
El idiota moral (1995).
La sugestibilidad correlaciona con la intolerancia a la incertidumbre. Vivir en la
duda, la carencia de seguridades absolutas, en las verdades sólo probables y no apo-

123
¿Cómo se fabrica un fanático?

dícticas, es una fuente de angustia que ciertas personas no pueden sufrir sin desequi-
librio. La forma de huir de esta angustia a lo incierto o desconocido es abrazar reduc-
tiva y simplistamente la doctrina que se les ofrece, magnificada como manantial de
vida, verdad y sosiego. El remedio a la incertidumbre es la fe incontestable, el segui-
miento y la entrega ciega a aquellos investidos de la doctrina o del don de la sabidu-
ría. Ellos resolverán las dudas, aquietarán los ánimos soliviantados y disiparán la
ansiedad exponiendo como asideros intelectuales monolíticos, discursos simples,
dado que los “discursos creativos rompen la ortodoxia” (M. Navarro, 1997, p. 177).

f) Fantasía: El fanático ha establecido una relación astigmática con la realidad,


con el entorno social, con la historia. Esto es: contempla sólo a través de cierto ángu-
lo de visión los hechos, mantiene en la ignorancia o desprecia como falsedad o irrea-
lidad todo lo que no concuerda con el prejuicio previo. Sólo ve lo que quiere ver, lo
que espera ver en función de la congruencia esperada con su filtro doctrinario. La
consecuencia inmediata es que acaba instalándose en una realidad sensitivamente
deformada, una fantasía interna distorsionada y con escasos puntos de contacto con
la realidad objetiva y social. Su realidad reemplaza la realidad y es tomada como la
única realidad. Se ha operado una metonimia psíquica en la que una parte de la ver-
dad es extrapolada y absolutizada, convertida en toda la verdad, lo que conduce
inexorablemente a una convicción delirante o deliroide que funciona como una bur-
buja-refugio y que aísla al sujeto del entorno. Dentro de la burbuja permanece inmu-
ne a la controversia y sus certidumbres se mantienen ajenas a la refutación, revisión
o análisis. Frecuentemente llega a considerarse contaminante todo elemento externo,
por lo que evitarán el contacto para eludir el contagio con los ‘herejes’, los ‘no ini-
ciados’ o los ciegos a la verdad. (R. Bassols, 1999).
La nueva verdad totalizada puede ser investida de un halo de espiritualidad apó-
crifa, de misterio, de iluminación. El sujeto recibe la nueva verdad a modo de una
conversión religiosa, una experiencia cumbre, que le transforma y redime por dentro,
y en referencia a la cual la vida cobra un nuevo sentido. La conversión puede experi-
mentarse de forma súbita o gradual, por adoctrinamiento, pero una vez culminada,
adquiere tal intensidad y plenitud que el individuo marca un jalón entre el antes y el
después de ese momento, entre el hombre nuevo y el hombre viejo. El conflicto de
identidad que sobreviene puede ser dramático en la mayoría de casos, ya que se con-
sidera imposible adoptar la nueva verdad o el nuevo ámbito de creencias en conti-
nuidad con el yo anterior. Se impone la ruptura. La forma de amortiguar el impacto
dramático de la escansión (corte en el sentido biográfico lineal del yo) es negando el

124
Teresa Sánchez Sánchez

valor de todo lo previo a la revelación, abominando de todo lo vinculado a la memo-


ria personal. Todo lo aquí expuesto produce en muchos casos concretos el escalofrío
de la psicosis. Se entabla una lucha entre el ‘hombre viejo’ y el ‘hombre nuevo’, en la
que suele triunfar este último.

g) Idealización. Este mecanismo es el aire que impulsa las velas del fanatismo.
Gracias a él se produce una actitud de embelesamiento, fascinación y adoración,
característicos de cualquier proceso de enamoramiento,conversión o entusiasmo. La
idealización predispone a engrandecer y mitificar a la persona, objeto, entidad, cre-
encia, etc, que encarne o sea depositaria de las grandezas. De este modo, se atribuye
a la persona, objeto, creencia, etc, la omnipotencia, la fuerza salvadora, la magnifi-
cencia de los dones, la capacidad de gratificar o recompensar. Por consiguiente,
podríamos decir que el objeto idealizado se convierte en fetiche o talismán de la buena
suerte, solución de los problemas, con que se garantiza la adhesión incondi- cional del
fanático, pues así se mantiene próximo y al alcance del poder de irradia- ción del ideal
y participa vicariamente de su fuerza y su omnipotencia. (R. Armengol, 1999). Lo
malo de todas estas mitificaciones basadas en idealizaciones fuertemente patológicas
(Chasseguet-Smirguel hablaba de “enfermedad de la idealidad”) es que el trastorno es
presentado como solución y el problema como fuente de gratificación. Precisamente
tienen esto en común con las adicciones a sustancias tóxicas, donde la droga es vivida
como remedio satisfactorio a los conflictos.
Por otra parte, la idealización excluye la elaboración personal de los conceptos,
razones o motivos para la adhesión. Su fundamento es emocional o mágico-religioso,
se nutre de la necesidad de creer y encuentra su eco en el carisma o el magnetismo
del líder o la persuasión del mensaje. Porque éste es otro punto a considerar: ciertos
procesos de fanatización tienen que ver con el halo del mensajero, investido de un tono
mesiánico y salvífico de iluminado o elegido, y otros procesos derivan más bien del
mensaje. El mensaje debe tener un gran poder evocador, para lo cual debe susci- tar la
mayor reacción emocional posible con el menor número de recursos. He aquí que,
para ello, acude a la simbolización o al uso de signos, emblemas, banderas, señales
identificativas que aglutinen por sí mismos a los adeptos. Frecuentemente también el
mensaje utiliza la condensación de contenidos, dando lugar a la compo- sición de
discursos crípticos, mistéricos, opacos al desciframiento. A menudo son acatados y
reproducidos como sincretismos sin ser comprendidos por sus propios
correligionarios. Se invierten, incluso, esfuerzos y tiempo en impartir lecciones de
exégesis para la correcta interpretación de los textos o mensajes herméticos.

125
¿Cómo se fabrica un fanático?

Nuevamente el saber o no saber se convierte en un elemento divisorio más que


aumenta la sima separadora entre los iniciados y los no iniciados. Por añadidura el “tú
no entiendes” o el “tú no has sido llamado a la verdad” deviene latiguillo para la
exclusión de todos aquellos que tratan de entablar algún debate o confrontación dia-
léctica con el grupo o persona fanatizada.
La nula elaboración personal del mensaje se vale también del factor reverberante
del grupo de adeptos, ya que cualquier fisura, duda o cuestionamiento particulares
tropiezan con la solidez compacta de la uniformidad de pensamiento y de tranquilo
convencimiento que se ve respirar en los adeptos ya plenamente fusionados con la
doctrina. (P. Guillem Nacher, 1996). El ambiguo o tibio, el que trata de vivir la nueva
verdad de forma personal acaba culpando de su propio desasosiego a la tibieza de sus
convicciones, emprendiendo un riguroso camino de disciplina, oración y lealtad con
las que pretende probar la fuerza de su fe. Por eso, el ardor de losneófitos suele ser
una formación reactiva contra las propias dudas, vacilaciones y escepticismos. Un
exceso de lealtad es el disfraz de un traidor en potencia. Es considerado como un signo
externo de adhesión incondicional la participación anónima y humilde en las
consignas grupales, la mansedumbre ante el lider y la comunión acrítica con la doc-
trina monolítica. Este talante será reforzado con la camaradería, el apoyo y la valora-
ción de los compañeros y con las muestras de predilección de los líderes, imbuyendo
al neófito de la ilusionante creencia de ser un hijo predilecto, en vez de un hijo pró-
digo.

h) Identificación: La tendencia gregaria con el grupo de comulgantes o simpati-


zantes con los que se comparte credo es otro rasgo significativo que nos advierte de la
entrada en acción del mecanismo de identificación, más aún de la identificación
confusional con el grupo. Para ello es preciso desgranar tanto identificaciones pro-
yectivas, poniéndose al servicio de quienes sean los máximos exponentes de la idea
o creencia sobrevalorada, como identificaciones introyectivas, emulando y reprodu-
ciendo miméticamente las actitudes o conductas de los líderes o miembros carismáti-
cos del grupo. Veamos: puesto que la idea sobrevalorada anida en el grupo y es encar-
nada por sus miembros y, en medida mayor, por su líder, cuanta más fusión se logre
con el grupo, y más se internalicen o introyecten sus consignas, lemas, normas, cre-
encias, etc, tanto más completo y perfecto habrá sido el indoctrinamiento. Pasar a ser
“uno de los nuestros”, ganarse el carnet, el derecho de ser un militante activo, un sol-
dado, es un honor y un privilegio que no está al alcance de cualquier simpatizante.
Dicho de otro modo: se establece en el grupo un sistema de categorías jerárquicas que

126
Teresa Sánchez Sánchez

se van escalando a medida que se demuestra mayor fidelidad, identificación y aptitu-


des para el apostolado y el proselitismo. El culmen consistirá en ser un jefe, maestro
o director de las nuevas hornadas de simpatizantes.
Naturalmente, la cohesión intragrupo se abastece de numerosas identificaciones
horizontales con los adeptos que están en similar posición, y de un común rechazo
que se autorrefuerza en espejo respecto a todo lo que queda fuera de las fronteras del
grupo de referencia. Esta división entre lo de dentro y lo de fuera favorece el frentis-
mo, por una parte, y la disgregación de los grupos de origen (familia, pandillas, cole-
gios, amigos previos), que pasan a ser demonizados. Encontramos, pues, una fuerte
disparidad entre los comportamientos y talantes intragrupo y extragrupo, que viene
dada por el fortalecimiento masivo de las identificaciones y por la ruptura drástica de
los vínculos identificativos, respectivamente. Es correcto hablar de
contraidentifica- ciones para referirse a los casos en que el fanatismo se estructura
más por lo que tie- nen sus miembros de diferente y contrario a otros, que por lo que
tienen de genuino. Dentro del grupo, el fanático muestra sumisión, dependencia,
obediencia y aglu- tinación (“todos para uno y uno para todos”), humildad,
reverencia y empatía hacia los otros compañeros, cortesía, solidaridad y compasión
para los iguales. Fuera del grupo, por el contrario, el fanático exhibe actitudes y
conductas de rebeldía hacia padres, maestros y otros referentes de autoridad
pertenecientes a su pasado; incomu- nicación, mutismo y aislamiento ante ellos,
alegando no ser comprendido y no hablar el mismo lenguaje, lo que incrementará su
desconexión progresiva con la realidad, dado que toda la comunicación que reciba
va a proceder tamizada del grupo de corre- ligionarios. Hacia fuera del grupo, el
fanático utilizará una afirmación oposicionista de su personalidad, hará gala de
negativismo, conductas desafiantes, secretismo y desconfianza recelosa, lo que le
empujará a estrategias de disimulo, mentira o enga- ño que camuflen sus actividades
y eviten la alarma social o la intervención de los
‘enemigos’ correctores o rehabilitadores: padres, profesores, instituciones. etc.

i) Transformación en lo contrario: Éste consiste en modificar en dirección


opuesta el signo de la tendencia o valoración que se hace sobre algo: el amor en
odio, la agresión en expresión de afecto, la brutalidad sádica en manifestación de
pasión sublime, etc. En el fanatismo se observan muchas paradojas de este tipo,
algunas de las cuales ya han sido analizadas por nosotros en otro trabajo (T. Sánchez,
2003), por lo que nos limitamos aquí a enunciarlas: 1) el fanático se siente actor,
pero no agen- te de su acción, esto es, instrumento para una misión, soldado pero no
individuo imputable, en las acciones orientadas a una meta; 2) se vive a sí mismo
como vícti-

127
¿Cómo se fabrica un fanático?

ma, aunque actúe como verdugo, lo que le permite eludir la culpa por los daños que
pueda ocasionar, interpretándolos como justa revancha o resarcimiento por el agravio
previo; 3) se siente más plenamente sí-mismo cuanto más alienado está, cuanto más
nuclear sea en su identidad la creencia fanática, desalojando a las partes más genui-
nas del yo biográfico; 4) la disposición a morir e inmolarse en aras de una utopía es
valorada como la apoteosis del sentido de su vida, tiene la percepción de estar “ungi-
do por” la gracia para llevar a cabo una misión; 5) el nihilismo no es la antítesis sino
la exageración de su enfermizo vitalismo: al arriesgar la propia vida, ésta se afirma y
se exalta, en cierto modo se logra sublimar el sufrimiento o la frustración, encontran-
do su lugar como eslabón en una cadena trascendente que sobrepasa la mezquina
individualidad al consagrarse a una noble utopía que persigue la perfección. Todo ello
explica, al menos en parte, que un acto de locura como el autosuicidio pueda ser eva-
luado como heroicidad y que un asesino pueda ser homenajeado como un mártir.
En los manifiestos terroristas hallamos innumerables pruebas de la presencia de
este mecanismo: en vez de sentirse culpables, se sienten orgullosos por su hazaña
liberadora, en vez de calificar de extorsión el fruto monetario de sus secuestros, se
tilda de impuesto revolucionario, de financiación romántica para mantener viva la
lucha; en vez de reconocer su ceguera, sesgos, distorsiones cognitivas, tachan de mio-
pes sociales, cobardes o aniquiladores a los demás, reservando para sí la lucidez y la
justicia.

4. RETRATO ROBOT DE UN FANÁTICO

Comprender las mentalidades fanáticas se ha convertido en un imperativo urgen-


te de nuestra época. Cual si de una disección anatomopatológica se tratara, desentra-
ñar tanto la estructuración social como el funcionamiento psíquico de los sujetos
fanáticos es el camino para prevenir y para contrarrestar los gérmenes de violencia
fanática que proliferan en la actualidad en todos los ámbitos de la vida. Resumiendo,
éste ha sido el objetivo principal de este artículo: mostrar al lector los factores de ries-
go social y educativo, por un lado, y desvelar algunos de los dinamismos psicológi-
cos que fraguan gradual o súbitamente la personalidad de un fanático. No podemos
terminar sin esbozar, pues, algunas conclusiones que nos ayuden a detectar o a pene-
trar dentro de la umbría coraza de un radical. Pallares lo retrata con los siguientes epí-
tetos:

128
Teresa Sánchez Sánchez

“El fanático puede ser supersticioso, pero es siempre algo más: suele ser irracional,
desmesurado, violento, engreído, dogmático, inflexible, autoritario, exaltado... tiene algo
de misticismo y profetismo...” (J.L. Pallares, 1996, p. 35).

La época más proclive para el desarrollo y la proliferación metastásica de la men-


talidad fanática es la tardía adolescencia y la primera juventud (A. Viqueira, 1982),
pues es cuando el individuo atraviesa de forma natural etapas de despersonalización,
crisis de identidad, cuestionamiento de los valores y referencias heredados o apren-
didos en la infancia, así como un proceso de desconfiguración de la mentalidad infan-
til para reconfigurar las líneas maestras que regirán su mundo adulto de forma más
personalizada y autónoma. Pero siendo un proceso tan difícil, que entraña tantos due-
los de separación del mundo conocido y tantas ansiedades ante el mundo desconoci-
do, el adolescente o joven es enormemente vulnerable a cualquier oferta tentadora que
presuntamente le allane el camino, le resuelva o minimice las dificultades o le brinde
una cosmovisión confortable, tranquilizadora o grandiosa en la que invertir su vida.
Si la oferta proviene de una figura de la que emana autoridad, prestigio o seduccción,
el proceso de sustitución por desplazamiento de la figura paterna se rea- liza sin
demasiadas resistencias, sirviendo además para oponerse y/o desprenderse de las
figuras originarias de poder o control, lo que otorgará subsidiaramente una viven- cia
de falsa autonomía, pseudomadurez y pseudolibertad que autorrefuerzan mucho al
joven durante esta transición. Si, finalmente, se cae en un grupo, éste arropará, gra-
tificará e insuflará en el neófito un sentimiento de pertenencia a una nueva familia,
mejor que la suya propia, alimentará su megalomanía al hacerle vivirse como alguien
importante, un elegido llamado a grandes empresas.
El fanático de cualquier signo pierde su condición de sujeto, pasa a ser acólito,
soldado o prosélito de un dogma absolutizado, mercenario de una creencia sin fisu-
ras, que permanece estática, inmune al cambio o a las influencias externas, al dolor
ocasionado a los demás, al pesar de los familiares y amigos, a la petición de clemen-
cia de sus víctimas. Es una persona consagrada que ha apostatado de su biografía
per- sonal, renunciado a propiedades, incluso a un nombre, rebautizándose a menudo
con un ‘alias’, en tanto que ha acentuado el valor de las pertenencias conceptuales o
sim- bólicas que ha adoptado en su adscripción de militante de la nueva Causa. El
fanáti- co se incorpora a un ejército invisible dentro de cuyas filas cumple dócilmente
la misión encomendada para la que se siente destinado o elegido, misión diseñada por
jerarquías superiores o líderes magnificados a los que se asigna el don de la infalibi-
lidad y la omnisciencia. Abrazado a la retórica de la violencia, está predispuesto a una
conducta sacrificial dramática y grandilocuente, candidato voluntarista a una tragedia

129
¿Cómo se fabrica un fanático?

que exalte y sublime su anonimato o su insignificancia personal. La muerte, el ries-


go, no tienen el mismo significado que para otra persona cualquiera, sino que es un
banderín de heroísmo en el campo de batalla, y por ello casi anhelado y sacralizado
como exponente de la gloria personal y de la contribución a la Causa común.
Desde el alias (nombre de guerra), como expresión del renacimiento a una nueva
identidad, el fanático se desembaraza de la responsabilidad, la culpa o la compasión,
ya que no es el yo particular sino el militante el artífice de la acción, y ésta se entron-
ca en una meta racionalizada como noble y justa. Desde la perspectiva del fanático,
que a los demás nos parece cínica, el culpable verdadero es la víctima, por existir, por
pensar como piensa o por oponerse a sus propósitos. Un ejemplo de este tipo de argu-
mentación es el siguiente: “si la Guardia Civil no existiera, no podría morir la hija de
un guardia civil; es la existencia de este Cuerpo la culpable de dicha muerte, dado que
sin su existencia nuestras legítimas aspiraciones encontrarían el camino más abierto a
su consecución y no nos sentiríamos oprimidos o amenazados. De ser así, no ten-
dríamos que atacar para defendernos y no habría víctimas inocentes. Por ende, nadie
que pertenezca directa o indirectamente al Cuerpo es realmente inocente, por lo que la
muerte fortuita de un civil en apariencia ajeno a la lucha no es más que una fala- cia,
así es que se trata de una baja no deseada pero no lamentada”. Pensamientos así
encontramos en todos los ejemplos de fanatismo violento que analicemos, sean de
signo religioso o político. En cuanto soldados se limitan a ser meros catalizadores de
un destino que les envuelve y trasciende y del que sólo son su instrumento material y
eficiente. Encontrar una misión, un enemigo a combatir o un motivo por el que valga
la pena matar o morir, tiene el mágico efecto de disipar la angustia, eliminar la frus-
tración y darle sentido al sufrimiento indefinido que se experimentaba. Esto es: cana-
liza teleológicamente la angustia como tensión psíquica orientada hacia una meta
objetivable.
Nunca faltarán, por otra parte, razones transcendentales y mitificadas, históricas o
legendarias, enormemente sesgadas y tendenciosamente adulteradas, para aderezar o
darle un manto ideológico a sus actitudes y comportamientos. Los movimientos
faná- ticos se engarzan sobre una tarea y siguen un vector que marca la dirección final
a seguir, así como sus estaciones intermedias, frecuentemente utópicas y lejos de toda
probabilidad real, así como repugnantes a la sensatez y a la cordura. A dicha misión o
tarea encauzan tanto su esfuerzo intelectual, formación y posibles lecturas, como su
entrenamiento físico, en una diabólica determinación de perseverar voluntaristamen-
te hasta el fin de la lucha, dado que, además y en una infantil catalogación de las cosas,
sólo cabe en ella la victoria absoluta o la derrota total.

130
Teresa Sánchez Sánchez

Los ingredientes de la identidad de una persona fanática sufren un reordenamien-


to complejo, originando una alteración cognitiva, emocional, judicativa, atributiva,
moral y comportamental. Generalmente, las señas religiosas o ideológicas basadas
en creencias sustituyen a las convicciones científicas acreditadas, al raciocinio y a la
información objetiva y contrastada. Los juicios racionales son reemplazados por jui-
cios de valor polarizados (idealización - denigración), los análisis concienzudos son
apartados en favor de letanías estereotipadas, lemas y consignas que se repiten a modo
de mantras autohipnóticos. La búsqueda cautelosa y paciente de la verdad es sustituida
por el hallazgo mágico de La Verdad Suprema. En suma, lo Irracional triun- fa sobre
la razón, ésta abdica en un pseudopensamiento robotizado y sugestivo, sim- plificado
y empobrecido. Nietzsche proclamaba que “el fanatismo es la única fuerza de que son
capaces los débiles” y Voltaire afirmaba:

“Todas las sectas se enardecen con tanto más furor, cuanto menos razonables son los
objetos de su arrebato” (Ibid, p. 168).

La debilidad y rigidez del pensamiento le hacen girar cortocircuitado en derredor


de una idea fija, sobrevalorada, obsesivamente engramada en el centro de la concien-
cia, lo que concuerda plenamente con la definición del fanático suscrita por la
R.A.E. (1992) y que reza así: “el que defiende con tenacidad desmedida y
apasionamiento, creencias u opiniones sobre todo religiosas o políticas. [o el]
preocupado o entusias- mado ciegamente por una cosa”.
Plantear eventuales soluciones terapéuticas o educativas, sociales o religiosas, a
un problema tan arduo y poliédrico como éste, es algo que excede el espacio de este
trabajo y mi propia competencia en este momento. Digamos, no obstante, sintetizan-
do que el mejor antídoto contra el fanatismo es mantener alerta e incólume la liber-
tad de pensamiento, estando siempre en la frontera de las ideas, de los grupos, de las
costumbres, de las etnias, de las clases, de las naciones, de los partidos, de laspatrias,
de las ideologías, de las creencias. Mantener un prudente escepticismo ante cualquier
imposición que merme la inteligencia creadora y una apertura curiosa y tolerante res-
pecto a lo desconocido o novedoso, evitar el arraigo conformista, la inercia, el gre-
garismo pasivo, no dejarse convertir en un instrumento o autómata de ninguna volun-
tad superior a la propia y no renunciar jamás a la búsqueda personal ni siquiera ante
lo que se ofrezca como hallazgos maravillosos de otros. Éstas son algunas medidas
higiénicas y saludables que ahuyentarán o minimizarán el riesgo de caer en las garras
de cualquier movimiento fanático. Y, a juicio de A. Vázquez (1996), el fanatismo
soterrado es el primer obstáculo a remover en el camino de la tolerancia.

131
¿Cómo se fabrica un fanático?

Pero, siendo coherentes con lo que acabamos de expresar, que el lector entienda
que lo que acaba de leer son sugerencias, nunca pautas dogmáticas.
Por si acaso.

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133
TEXTOS PARA LA PC3

1.CUENTO: Apúrense, por favor. (Pilar Dughi)


2.TEXTO ACADÉMICO: Intentos de suicidio y trastornos mentales

Eran casi las siete de la noche cuando Milton Peña bajó la cortina de la sala y encendió el
decimocuarto cigarrillo del día. Levantó el auricular del teléfono y vaciló unos segundos
antes de volver a colgarlo. Se levantó inquieto y comenzó a pasear por el recinto.
-Papá, ¿Por qué está todo oscuro?- preguntó su hija de siete años.
Milton echó una larga bocanada de humo.
-Vete a tu cuarto- dijo secamente.
-Tengo miedo. Todo está oscuro- repitió la niña.
Milton prendió una de las velas que estaban encima del aparador y se la entregó a la niña.
-Ahora ya no tendrás miedo- le dijo. Le acarició la cabeza y la empujó hacia el pasillo-.
Anda, espérame en tu cuarto.
La niña cogió la vela y titubeó.
-¿Vendrás?
-Claro, espérame allá-contestó él.
Su hija caminó lentamente por el pasillo e ingresó a una habitación del fondo. Milton cerró
la puerta de la sala que comunicaba con los dormitorios y se dirigió de nuevo al teléfono.
Marcó un número.
-¿Aló?- dijo en voz baja.
-¿Sí?
-Mamá, soy yo, ya terminé de cerrar las puertas.
-¿Terminaste qué? Hijo, no te entiendo, debe ser el teléfono, nunca te escucho bien.
-Todos vamos a estar tranquilos.
-Habla más alto. No sé por qué te empeñas en vivir en Cienaguilla. Todas las líneas
telefónicas están pésimas.
-¿Recuerdas lo que te dije ayer?
-Estoy preocupada, hijo, no me gusta que estés allá, tan lejos y tan solo.
-Nadie nos va a molestar en el futuro.
-Hijo, ¿Por qué no te vienes? ¿Dónde está Enriqueta?
-En su dormitorio.
-¿Y la empleada?
-Se fue, mamá.
-Pero, ¿Por qué no me has avisado? ¿Estás solo con Enriqueta?
-Sí mamá, ya te dije.
-Vente inmediatamente.
-No mamá, estoy donde debo estar y nadie me va a sacar de aquí.
-Yo no digo eso hijo, es que debes venir a vivir aquí conmigo.
-Estás equivocada.
-Pero si ya te han cortado la luz y el agua, es peligroso que estés allá. Hijo, por favor,
escúchame, obedéceme. Tienes que venir.
-Adiós mamá, quería despedirme de ti.
-Hijo, ¿aló?
La mujer escuchó el clic del teléfono, su hijo había colgado. Entonces ella marcó otro
número.
-¿Aló? ¿Marina?
-Si, ¿quién habla?
-Soy Edelmira- exclamó la mujer-. Estoy preocupada, no sé qué hacer. Milton ha
despedido a la empleada y se ha quedado en la casa con Enriqueta.
-Bueno, pero ¿qué tiene de malo?
-Después del episodio de los cuadros me parece que no está bien. ¿Cómo va a vivir a
oscuras, solo con una niña de siete años?. Además se ha comido todas las uñas de las
manos.
-¿Quién?
-Milton.
-Ah. ¿Tienes el teléfono del médico que lo ve?
-Sí. Tengo miedo. Marina, ¿se estará volviendo loco?
-¿Sabes si lleva el arma?
-Claro, nunca la abandona.
-Llama al doctor y cuéntale. Él te puede decir qué hacer. Me llamas después.
-¿No puedes ir tú en el carro?
-¿Ahora? ¿A Cienaguilla?
-Sí, por favor, Marina, puede pasar una desgracia.
-Pero me va a echar de ahí. ¿Con qué pretexto me aparezco?
-Dile que yo te mandé.
-Mejor primero llama al médico. Tal vez te estés precipitando.
La mujer comenzó a buscar en su agenda el número de teléfono del médico. Recordaba
haberlo anotado en un papel suelto.
-No encuentro el teléfono- dijo.
-Cálmate- contestó la otra-, ahora cuelgo. Busca el teléfono, llámalo e inmediatamente me
vuelves a llamar.
Colgaron. La mujer no encontraba el papel. Estaba sentada en una silla de ruedas porque
sufría de artritis desde hacía más de quince años. Sus piernas, inutilizadas, estaban
adelgazadas y encogidas. Hizo rodar la silla diestramente hacia un anaquel en el centro de
la sala y revisó algunos cuadernos donde también solía anotar teléfonos. Encontró el
número y regresó al teléfono.
-¿Aló? ¿El doctor Ruiz?
-Un momento, por favor.
Esperó unos segundos y rogó que el doctor se encontrara en su consultorio. Sabía que
atendía hasta tarde porque una vez su hijo había tenido una cita a las nueve de la noche.
-¿Aló?- una voz masculina le contestó.
-Doctor Ruiz, soy la madre de su paciente, Milton Peña. Doctor, disculpe que lo llame para
molestarlo, pero creo que mi hijo está mal. Se ha comido todas las uñas de las manos.
Ahora se ha quedado solo en su casa de Cienaguilla con mi nieta y están a oscuras.
Después de lo que hizo la semana pasada tengo miedo de que se esté volviendo loco.
-¿Qué hizo la semana pasada?
-Lo de los cuadros, doctor.
-Ah, eso. Sí, claro. No, no es conveniente que esté solo.
-¿Qué hago entonces doctor?
-¿Lo ha llamado por teléfono?
-Sí, me dice que todo va a estar bien. Pero me parece raro que me llame para eso.
-¿Qué más le dijo?
-Que quería despedirse de mí.
-Bueno, a ver, déjeme pensar. ¿Cuándo lo ha visto usted por última vez?
-Hace una semana, doctor, estoy desesperada, ¿llamo a la policía?
-Espere, yo lo voy a llamar por teléfono.
-¿Se puede volver loco, doctor? Él tiene un arma, doctor.
-Hablaré con él y después la llamo, señora.
La mujer colgó. Empezó a dar vueltas alrededor de la sala con la silla de ruedas. Miró su
reloj. Eran las siete y veinte de la noche. Había pasado ya demasiado tiempo. La campana
del teléfono repicó. Se dirigió velozmente hacia él y levantó el auricular.
-Soy el doctor Ruiz, señora. Acabo de hablar con su hijo. Dígame, ¿tiene usted algún
pariente que pueda ir a verlo?
-¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
-Nada, nada. Pero es mejor que no esté solo allá. No lo digo por hoy sino que en realidad
me parece que no debe vivir en esa soledad por el momento. Y menos si está armado.
-¿Está loco? Por Dios, dígamelo.
-Señora, ¿Usted tiene algún pariente con el que podamos contar?
-Una amiga va a ir. Pero ¿no sería mejor llamar a la policía?
-Su amiga, ¿no puede ir acompañada?
-Voy a llamar a la policía.
-Yo acompañaré a su amiga. Deme el teléfono de ella.
La mujer se lo dio.
-Usted espere. Yo iré con ella dentro de media hora.
-Pero va a ser demasiado tarde.
-Lo haré lo antes posible.
Colgó. El teléfono volvió a repicar.
-¿Edelmira?
-Marina, cuelga, por favor. Acabo de hablar con el doctor. Yo creo que Milton está loco.
Cuelga porque el doctor te va a hablar enseguida.
-Ya. Pero Milton está armado. Nos va a disparar.
-Marina, cuelga. Anda con el doctor allá.
-Creo que hay que llamar a la policía.
-¡Marina son casi las ocho!
-Edelmira, llama primero a radio patrulla. Después a Milton, entretenlo. Convérsale. Dile
cualquier cosa para hacer tiempo.
-Está bien.
Edelmira colgó el teléfono y volvió a marcar el número de Milton. Nadie contestaba. Quizás
me he equivocado de número, pensó. Volvió a marcar.
-¿Aló?
-Enriqueta, hijita ¿estás bien?, ¿dónde está tu papá?
-En mi cuarto.
-¿Qué está haciendo?
-Nada.
-¿Cómo que no hace nada? ¿Cómo está?
-Sentado, me lee un cuento.
-Enriqueta, llámalo rápido.
La mujer esperó. Estuvo así un buen rato pero luego escuchó el clic del teléfono. Se ha
cortado la línea o él ha colgado, se dijo. Malditas líneas, siempre pasa lo mismo, se corta
la comunicación, pensó. Volvió a llamar pero sonaba ocupado. Colgó. El timbre del
teléfono volvió a sonar.
-¿Aló?
-Edelmira, el doctor no me ha llamado todavía. Dame su teléfono, yo lo llamo.
-Espérate un segundo, aquí está. Por favor, vayan inmediatamente.
-¿Has llamado a la policía?
-Voy a llamar en este instante. Aunque tengo miedo, ¿y si se pone mal si ve a los policías?
-¿Y si nos dispara a nosotros?
-No creo. Acabo de hablar con Enriqueta. Dice que su papá le está leyendo un cuento. Voy
a volver a llamarlo.
-Edelmira, llama a la policía por favor.
-Pero creo que es mejor que ustedes lleguen primero.
-Cienaguilla está muy lejos y ni siquiera sé cuánto tiempo se va a demorar el doctor en
venir. ¿Por qué no va él solo?
-Es que él no sabe cómo llegar a la casa. Tú, en cambio, conoces.
-Bueno, voy a llamar al doctor.
Marina colgó. Edelmira volvió a marcar el teléfono. Seguía sonando ocupado. ¿Lo ha
dejado descolgado?, pensó. Insistió y volvió a escuchar el irritante sonido. Abrió la guía
telefónica y buscó. Patrulla de Emergencias.
-¿Aló? Por favor, se trata de una urgencia, es urgente.
-¿Sí? Dígame que pasa.
-Mi hijo está loco, señorita. Está encerrado en una casa a oscuras con una niña y está
armado. Por favor, tienen que ir inmediatamente. Puede ocurrir una desgracia.
-Espérese señora. ¿Cómo se llama usted?
-Edelmira Quintana.
-¿Dónde vive?
-Señorita, mi hijo vive en Cienaguilla, por favor no se demoren. Es de vida o muerte.
-Señora, tiene que llamar a la comisaría de Cienaguilla. Ellos pueden ir más rápido.
-¿Cuál es el teléfono?
-Espérese un ratito.
Edelmira miró el reloj. Ocho y cuarto. Qué estúpidos, siempre es lo mismo, dijo furiosa.
-Tome nota, señora.
La mujer le dio dos teléfonos. Edelmira colgó y llamó inmediatamente. Estaban ocupados.
¿Y ahora qué hago? Marina debe haber hablado con el doctor. Ya estarán en camino. Por
lo menos tardarán media hora en llegar hasta allá pensó. Volvió a insistir con la línea
telefónica.
-¿Aló?
-¿Sí?
-Señor, llamo por una emergencia. Mi hijo está loco, está armado y va a matar a su hija, mi
nieta.
-¿Quién es usted?
-Su madre, estúpido.
-Oiga señora, no me insulte.
-Escúcheme, si no van inmediatamente va a ocurrir una tragedia.
-Pero no le entiendo señora. ¿Me puede explicar de qué se trata?
La mujer dio un largo suspiro.
-¿Señora?
-Mi hijo vive en La Floresta, segunda cuadra, número trescientos quince. Vayan allá, por
favor.
-¿Pero por qué?
-Porque está encerrado con un arma.
-Está bien, señora. Pero explíqueme, ¿por qué dice que está loco?
-Porque me lo ha dicho su médico. Y además está armado y yo acabo de hablar con él y
me ha dicho que va a matar a su hija y él se va a matar también.
-Repita la dirección.
Edelmira volvió a darle las indicaciones.
-¿Van a ir ahorita?
-No tenemos ninguna patrulla en este momento, pero nos comunicaremos con radio y en
pocos minutos estaremos ahí.
-Ya, gracias.
Colgó. El reloj daba las ocho y media de la noche. Volvió a llamar por el teléfono. Esta vez
escuchó el timbre habitual.
-¿Aló?
-Enriqueta, hijita, ¿Dónde está tu papá?
-Se ha quedado dormido abuelita.
-¿Estás segura?
-Está roncando.
-Qué raro- la mujer quedó pensativa.
-Hijita, escucha, es muy importante lo que te voy a decir.
-Sí, abuelita.
-No tengas miedo. Pero vas a hacer exactamente lo que yo te digo, ¿Ya?
-Bueno.
-Tu papá tiene una pistola, ¿no?
-Sí.
-¿Dónde la tiene?
-Ya no la tiene, abuelita.
-¿Cómo?
-Sí, la semana pasada me dijo que la iba a vender porque ya no tenía plata. La sacó de la
caja y la vendió al señor Martínez, el que vive al lado.
-¿Tú viste que se la entregó?
-Sí, yo fui con él.
-Ah, ya.
-¿Por qué abuelita?
-Por nada, hijita, por nada. Escucha, van a ir a visitar a tú papá. Así que cuando lleguen les
abres la puerta, ¿Ya?
-Ya.
-Chau hijita.
La niña colgó. Se dirigió a su dormitorio. Su papá estaba sentado sobre un sofá. Ya no
roncaba. Tenía la boca abierta. Al lado de él, sobre la cómoda, había dejado un vaso de
gaseosa para ella. La niña terminó de tomar el líquido mientras contemplaba el frasco
vacío de pastillas que su padre había echado en los vasos. La niña se echó en la cama.
Su papá le había dicho que se acostara después de tomar la gaseosa. Iba a tener mucho
sueño.
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Revista Habanera AÑO 2021


20(4) JULIO - AGOSTO
de Ciencias Médicas ISSN 1729-519X

CIENCIAS SOCIALES ARTÍCULO DE REVISIÓN

Intentos de suicidio y trastornos mentales


Suicide attempts and mental disorders
Albis Yomaira Pabon1*
1Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.

*Autor para la correspondencia: [email protected]

Recibido: 10/02/2021. Aprobado: 25/03/2021


Cómo citar este artículo
Yomaira Pabon A. Intentos de suicidio y trastornos mentales. Rev haban cienc méd [Internet]. 2021 [citado ];
20(4):e3967. Disponible en: http://www.revhabanera.sld.cu/index.php/rhab/article/view/3967

RESUMEN ABSTRACT
Introducción: el suicidio es un grave problema de salud Introduction: Suicide is a serious global public health problem.
pública mundial, más de 800,000 personas se suicidan cada More than 800,000 people commit suicide every year and between
año y entre 10 y 20 millones lo intentan cada año. Ha sido 10 and 20 million people attempt suicide annually. Suicide has been
considerado como una conducta prevenible y el intento es considered a preventable behavior and suicide attempt is a clinically
un predictor clínicamente relevante que está presente en relevant predictor which is present in one-third of consummated
un tercio de los suicidios consumados, así como padecer suicides. Besides, having a mental disorder is another risk factor for
un trastorno mental es otro factor de riesgo para el suicido. suicide.
Objetivo: determinar la relación entre los intentos de Objective: To determine the relationship between suicide
suicidio y los trastornos mentales. attempts and mental disorders such as depressive and anxiety
Material y Métodos: se realizó una búsqueda en las disorders, bipolar disorder, substance-related disorders,
bases de datos; Dialnet, Redalyc, Scielo, Biblioteca Virtual en schizophrenia and other psychotic disorders, personality disorders,
Salud (BVS), PubMed, Science Direct y Google Académico, and eating disorders.
en español e inglés y limitada a las publicaciones entre 01 Material and Methods: A search was performed in Dialnet,
de enero 2010 y 31 de diciembre de 2020. Redalyc, Scielo, Virtual Health Library (VHL), PubMed, Science Direct,
Desarrollo: la prevalencia de vida del intento de suicidio and Google Scholar databases in Spanish and English. It was limited
en pacientes con Trastorno Bipolar es del 33,9 %, en to publications between January 1, 2010 and December 31, 2020.
pacientes con Trastorno Depresivo Mayor es del 31 %, y en Development: The lifetime prevalence of suicide attempt is 31%
pacientes con Esquizofrenia es del 26,8 %. in patients with Bipolar Disorder; 33,9 % in patients with Major
Conclusiones: los pacientes con trastorno bipolar y Depressive Disorder and 26.8% in patients with Schizophrenia.
trastorno depresivo mayor, presentan mayor porcentaje de Conclusions: Patients with bipolar disorder and major depressive
intentos de suicidio. Aunado a una comorbilidad psiquiátrica disorder have higher rates of suicide attempts. Coupled with
(consumo de alcohol, consumo de tabaco y trastorno de psychiatric comorbidity (alcohol consumption, smoking, borderline
la personalidad límite), más intentos de suicidio previos, personality disorder), more previous suicide attempts increase the
aumenta el riesgo del comportamiento suicida. risk of suicidal behavior.
Palabras Claves: Keywords:
intento de suicidio, suicidio, trastorno mental. suicide attempts, suicide, mental disorder.

INTRODUCCIÓN
E l suicidio es una conducta universal y específica del hombre que ha estado presente a lo largo de toda la
historia de la humanidad,(1) con frecuencia es prevenible.(2) Es un grave problema de salud pública mundial,(2,3)
es la segunda causa de muerte en personas con edades entre 15-29 años y más de 800 000 personas se
suicidan cada año(3,4) y entre 10 y 20 millones lo intentan en igual periodo.(5)
El suicidio es un fenómeno que inicia con la ideación y la intención suicida hasta llegar a la consumación.
El intento de suicidio es el conjunto de comportamientos iniciados por el propio sujeto, quien al llevarlos a
cabo, tiene al menos cierta intención de morir, aunque estos pueden causar o no lesiones médicas.(6) Tanto el
intento suicida como el suicidio son las dos formas más representativas de la conducta suicida. (7)
Las cifras de suicidio en el mundo presentan un sub-registro que alcanza el 50 %, esto hace que la mayoría
de los países no muestren la magnitud real de este problema. Se ha podido estimar que por cada suicidio se
registran entre 10 a 25 intentos y de estos entre el 10 y el 15 % terminan consumándose.(8) La prevalencia del
intento de suicidio es difícil de establecer, debido a que este evento no se vigila de la misma forma en todos los
países y en muchos de ellos no se dispone de información confiable. Se ha estimado una prevalencia mundial
del 3-5 % en los mayores de 15 años.(9)

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Entre los años de 1995 y 2012, la tasa de suicidio por cada 100,000 habitantes en Venezuela presenta un
promedio anual de 4,02 y en las 24 entidades de Venezuela, el estado Mérida ocupa el primer lugar, durante
el mismo lapso (1995 a 2012) con una tasa promedio anual de 10,57 suicidios por 100,000 habitantes.(10) Sin
embargo para el año 2012, la tasa de muertes violentas por suicidio en Venezuela es cuatro veces menor a la
tasa promedio del continente.(11)
La ideación y el intento suicida son predictivos de muerte por suicidio; además, los intentos de suicidio
pueden tener consecuencias negativas como lesiones, hospitalización y pérdida de libertad, (9) en ocasiones
requieren de atención médica especializada para mitigar los daños producidos, así como un abordaje
psiquiátrico oportuno para evaluar y manejar el trastorno mental subyacente. (8)
El 92 % de los individuos que intentan suicidarse tienen un trastorno psiquiátrico(12) y más del 90 % de las
personas que mueren por esta causa tienen un trastorno mental (9,13,14,15) en los países de ingreso alto, pero
esta asociación es menor, entre un 30 y 80 %, en países de ingresos bajos y medianos. (12)
Aunque el comportamiento suicida está fuertemente asociado con trastornos mentales, no existe ninguna
relación lineal;(5) la gran mayoría de las personas con trastornos mentales no tienen esta conducta.(5,13)
En general, los trastornos mentales incrementan de manera significativa la posibilidad de un evento
autolesivo. El riesgo de suicidio en presencia de un trastorno mental puede multiplicar de 4 a 25 veces el que
se observa en la población sin trastorno mental, con excepción del trastorno del desarrollo de la capacidad
intelectual y el deterioro cognitivo mayor.(14) No obstante, hay evidencia de que más del 98 % de las personas
con trastornos mentales no mueren por suicidio.(9,15)
Los trastornos mentales son un factor precipitante para la conducta suicida independientemente del sexo,
identificarlos en el servicio de urgencias contribuiría a la disminución de la repetición de esta conducta.(16) La
coincidencia de múltiples intentos y letalidad severa en un mismo paciente parece relacionarse con el grupo de
edad de 35-65 años, sexo masculino, uso de métodos violentos, trastornos mentales y la inactividad laboral.(17)
el suicidio ha sido considerado como una conducta prevenible, (2,18) el intento de suicidio es un predictor
clínicamente relevante que está presente en un tercio de los actos consumados, además el padecimiento de
un trastorno mental es otro factor de riesgo;(19) por ello, aparece el interés por identificar la relación entre los
intentos de suicidio y los trastornos mentales, para mejorar la atención especializada y diseñar e implementar
estrategias específicas para prevenir el suicidio.
Por lo tanto, el objetivo de esta revisión es determinar la relación entre los intentos de suicidio y los
trastornos mentales.

MATERIAL Y MÉTODOS
Se realizó un artículo de revisión a través de una búsqueda de la literatura indexada en las bases de datos;
Dialnet, Redalyc, Scielo, Biblioteca Virtual en Salud (BVS), PubMed, Science Direct, Google académico, tanto
en español como en inglés.
La búsqueda se limitó desde el 1 de enero de 2010 hasta el 31 de diciembre de 2020, y se realizó con
las palabras claves; “suicide attempts”, “suicide”, “mental disorder”, “suicide attempts and depressive”,
“suicide and anxiety disorders”, “suicide attempts and bipolar disorder”, “suicide attempts and substance-
related disorders”, “suicide attempts and schizophrenia”, “suicide attempts and psychotic disorders”, “suicide
attempts and personality disorders”, “suicide attempts and eating disorders”. También se realizó la búsqueda
en español con iguales palabras claves.
En una búsqueda inicial, se consultaron 98 artículos de acuerdo con el título. Luego se revisaron los
resúmenes y se incluyeron 63 artículos. En una tercera revisión, de los 63, se excluyeron 19 y se seleccionaron
44 de acuerdo con los siguientes criterios: acceso libre a texto completo, que la muestra del estudio fuese
en sujetos con intentos de suicidio, y que el tipo de investigación corresponda a observacional, descriptiva,
longitudinal, caso-control, revisiones sistemáticas y meta-análisis. La búsqueda de los artículos se efectuó
durante los meses octubre-diciembre 2020 hasta el 15 de enero 2021.

DESARROLLO
Intentos de suicidio y trastornos depresivos y de ansiedad
En la tabla, se presentan las características metodológicas de los diferentes estudios clínicos revisados. La
mayoría corresponden a estudios observacionales. La investigación de Aparicio Y, et al., (9) con una muestra
representativa, encontró que casi el 50 % de la población estudiada, refirió antecedente de alguna enfermedad
mental, el cual se asoció con más de un intento de suicidio.
Además, en los otros estudios clínicos (Tabla) realizados en sujetos con intentos de suicidio, el porcentaje
de antecedente de trastorno mental, varía entre el 28 y el 92 %. La diferencia del porcentaje, podría explicarse
por el tamaño de la muestra estudiada. Sin embargo, porcentajes menores encontraron Knipe D., et al., (12)
en meta-análisis, donde señalan que las estimaciones de psiquiátricos oscilan entre el 3 y el 86 % en los
individuos con comportamiento suicida no fatal, en los países de ingresos bajos y medianos.
Se resalta que los estudios revisados (Tabla) en la mayoría, corresponden a países de ingresos bajos y
medianos, excepto España. Por lo tanto, los resultados encontrados pueden aplicarse a Venezuela, país de
ingresos bajos. (8,9,17,18,20,21,22,23,24,25)

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Tabla - Características metodológicas de los estudios clínicos en pacientes con Intentos de Suicidio.(8,9,17,18,20,21,22,23,24,25)
Autores (País) Tipo de Investigación Descripción de la muestra Resultados
(tiempo)

Beitia-Cardona P, et al.(8) Observacional, 210 casos con intento suicida Depresión, presente en 43,33 %
(Colombia) transversal

Aparicio Y, et al.(9) Descriptivo (1 año) 18.763 reportes de Intentos El 48,5 % refirió antecedente de
(Colombia) de suicidio (IS) enfermedad mental. La prevalencia de
depresión fue 35,6 % y la de trastorno
afectivo bipolar, 2,8 %

Irigoyen-Otiñano M, Retrospectivo, 711 pacientes con IS 77,2 % referían antecedentes


et al.(17) (España) observacional (5 años) psiquiátricos. El 29,8 % con clínica
afectiva. Episodios depresivos (95%)

Vigoya-Rubiano A, et al.(18) Descriptivo (5 años) 701 notificaciones de IS 37 % presentaban al menos un


(Colombia) trastorno psiquiátrico

Sánchez L, et al.(20) (México) Retrospectivo, 2584 individuos con IS En un 56,28 % alteraciones en el estado
observacional, descriptivo de ánimo
(5 años)

Aguilar I, Perera L.(21) (Cuba) Descriptiva, transversal 220 individuos con IS 57,72 % presentó depresión mayor
(5 años)
López L.(22) (Argentina) Descriptivo transversal 481 individuos con IS 28,07 % tenía diagnóstico de trastorno
(2 años) mental; especialmente depresivos

Espandian A, et al.(23) Observacional, 319 pacientes con IS trastorno adaptativo-reacción


(España) retrospectivo (3 años) depresiva prolongada es el más
prevalente en 57,1 %

Castro E, Castillo A.(24) Observacional de corte 126 personas con IS 90 % presentó antecedentes de
(Colombia) transversal diagnóstico de enfermedad mental; el
43,33 % trastorno depresivo mayor

Coronado-Molina O.(25) serie de casos (2 años) 100 pacientes con IS 92 % presentó algún trastorno mental,
(Perú) según los criterios del DSM-IVTR.
El 50 % presentó depresión mayor

Otro aspecto relevante, en los estudios clínicos (Tabla) es que el trastorno depresivo mayor es el diagnóstico
más frecuente encontrado en la evaluación clínica o reportada como antecedente psiquiátrico. En un meta-
análisis incluyeron 65 estudios con un total de 27 340 individuos con trastorno depresivo mayor, encontraron
que la prevalencia de vida del intento de suicidio fue del 31 %.(26) Es decir, de cada 100 pacientes con trastorno
depresivo mayor, 31 pacientes a lo largo de su vida realizaron intento suicida.
En un estudio longitudinal en pacientes con diagnóstico de trastorno depresivo mayor, sin antecedentes
de intentos de suicidio, una primera valoración, cuando buscaron atención ambulatoria y de nuevo a los
3 años, reportaron una incidencia acumulada de intentos de suicidio del 10,1 %. Los pacientes jóvenes de
hasta 29 años, con baja escolarización, que sufrieron abusos físicos durante la infancia, eran más propensos
a intentar suicidarse;(27) lo cual demuestra que es probable que existan factores individuales en los pacientes
con trastorno depresivo mayor que los predisponen a realizar intento de suicidio.
Por su parte, entre las personas con trastorno depresivo mayor recurrente, el trastorno de estrés
postraumático (TEPT) parece ser un marcador de vulnerabilidad de respuestas mal adaptativas a eventos
traumáticos y un factor de riesgo independiente para el intento de suicidio.(28)
Es importante considerar, la comorbilidad depresión-ansiedad, la cual es un factor de riesgo para la
conducta suicida más importante que estas condiciones por separado u otros diagnósticos.(29) Sin embargo,
un meta-análisis reportó que la ansiedad y sus trastornos son predictores estadísticamente significativos de
la ideación del suicidio y de los intentos de suicidio, pero no de las muertes por esta causa. (30)
Por lo expuesto anteriormente, no se establece una relación lineal entre los intentos de suicidio y trastornos
depresivos y de ansiedad. Según la prevalencia, existe un porcentaje importante de pacientes con trastorno
depresivo mayor, que realizaron intentos de suicidio; pero hay factores individuales que los predisponen a
llevar a cabo el acto o intento de suicidio. De allí, la importancia del abordaje del paciente con esta conducta
siguiendo un modelo individual-biopsicosocial.
Intentos de suicidio y trastorno bipolar
La Sociedad Internacional de trastorno bipolar reportó que los estudios epidemiológicos informan que
entre el 23 y 26 % de las personas con trastorno bipolar intentan suicidarse, con tasas más altas en muestras
clínicas;(31) lo cual se observó, en una revisión sistemática y meta-análisis de estudios observacionales, que

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incluyeron 79 estudios con 33719 sujetos con trastorno bipolar. La prevalencia de vida del intento de suicidio
fue del 33,9 % y se asoció positivamente con el género femenino, trastorno bipolar I, trastorno bipolar no
especificado y subtipos de trastorno bipolar de ciclo rápido, nivel de ingresos y región geográfica. (32)
Sin embargo, otro meta-análisis reportó otras variables significativamente asociadas con los intentos
de suicidio en pacientes con trastorno bipolar: sexo femenino, edad más joven al inicio de la enfermedad,
polaridad depresiva del primer episodio de la enfermedad, polaridad depresiva del episodio actual o más
reciente, comorbilidad con trastorno de ansiedad, trastorno por consumo de sustancias ilícitas, trastorno
por consumo de alcohol, trastorno de personalidad grupo B/borde, y antecedentes familiares de suicidio en
primer grado.(33)
Al comparar la prevalencia de los intentos de suicidio en el trastorno bipolar II y el trastorno bipolar I no fue
significativamente diferente. La prevalencia del intento de suicidio en el trastorno bipolar II fue del 32,4 % y el
trastorno bipolar I fue 36,3 %.(34)
En lo citado se aprecia que, de cada 100 pacientes con trastorno bipolar, 34 intentaron suicidarse.
Prevalencia ligeramente mayor comparada con la de intentos de suicidio en pacientes con trastorno depresivo
mayor. Un aspecto relevante es que existen factores tanto del paciente como del trastorno bipolar que lo
predisponen a un intento de suicidio.
Algunos autores concluyen que las diferencias en el riesgo acumulado de intentos de suicidio entre los
pacientes con trastorno depresivo mayor y trastorno bipolar son probablemente diferencias en el curso
de la enfermedad en lugar del diagnóstico.(35) La polaridad predominante depresiva en el trastorno bipolar,
se relaciona con mayor riesgo suicida.(36) Algunos síntomas afectivos/cognitivos de la depresión pueden
permanecer elevados hasta 90 días después del intento de suicidio en personas con trastorno bipolar.(37)
Otros investigadores proponen que los factores de riesgo para el comportamiento suicida en trastornos
depresivos y bipolares son principalmente semejantes. A excepción que presenta un trastorno del estado
de ánimo más severo, consumo de alcohol y autocontrol deteriorado.(38) Además, de los factores de la
enfermedad, la dificultad para controlar las respuestas impulsivas y agresivas, más predisponentes a
exposiciones tempranas y situaciones de la vida, dan lugar a un proceso de pensamiento, planificación y
actos suicidas en estos pacientes.(39)
La prevalencia del riesgo de suicidio en pacientes bipolares es mayor si está presente el trastorno por uso
de sustancias (alcohol, cocaína y cannabis a lo largo de la vida), mayor comorbilidad del eje I y trastornos de
la personalidad.(40)
Otros autores refieren que los pacientes con comorbilidad trastorno bipolar y trastorno de la personalidad tipo
B presentan mayor severidad en síntomas, intentos de suicidio, hospitalizaciones y autolesiones.(41) Asimismo, el
uso de cannabis es un factor importante que puede desencadenar el inicio temprano del trastorno bipolar y, por
sí mismo, se asocia con tasas más altas de comportamiento suicida. Pero, no está claro si el efecto del cannabis
en la edad de inicio y los intentos de suicidio es independiente entre sí o no.(42)
Por lo tanto y según los artículos revisados, existen similitudes entre los pacientes con trastorno depresivo
mayor y trastorno bipolar con intento suicida. Sin embargo, los pacientes con trastorno bipolar que tienen
comorbilidad en el eje I, especialmente consumo de sustancias legales, más trastorno de la personalidad del
grupo B, ameritan una atención especializada e integral para identificar tanto los factores individuales como
los factores del diagnóstico psiquiátrico que lo predisponen a realizar intento suicida. En relación con el tipo
de trastorno bipolar (Tipo I y Tipo II), no se aprecian diferencias significativas en la prevalencia de vida de
intentos de suicidio, quizás un porcentaje mayor en pacientes con trastorno bipolar I, pero no es significativo.
Intentos de suicidio y trastornos relacionados con sustancias
Un meta-análisis que incluyó 31 estudios (9 estudios de cohorte, 10 caso control y 12 transversal) con
420 732 participantes, reveló que el trastorno por consumo de alcohol, se asoció significativamente con
mayor riesgo de ideación suicida, intento de suicidio y suicidio consumado.(43) Igualmente, otro meta-análisis
que incluyó 7 estudios concluyó que el consumo agudo de alcohol se asocia con una mayor probabilidad de
intento de suicidio, particularmente a dosis altas.(44) Ambas investigaciones fueron realizadas con estudios
publicados solo en idioma inglés, no fueron estudios realizados en población hispanoamericana.
En un estudio en el que se analizó 272 individuos con intentos de suicidio en 17 países (6 países de Centro-
América y 3 de América del sur) obtuvieron que cada bebida aumentó el riesgo de un intento de suicidio en
un 30 %; incluso una o dos bebidas se asociaron con un aumento considerable en el riesgo de un intento de
suicidio grave y se encontró una dosis-respuesta para la relación entre beber 6 horas antes y el riesgo de un
intento de suicidio de hasta 20 bebidas. Además, el consumo agudo de alcohol fue responsable del 35 % de
riesgo atribuible a la población de todos los intentos de suicidio. (45)
En 63 estudios con 8063634 participantes, concluyeron que hay suficiente evidencia basada en los estudios
epidemiológicos de que fumar está significativamente asociado con un mayor riesgo de comportamientos
suicidas (ideación, plan, intentos y muertes).(46)
En una muestra de 467 sujetos 231 consumidores primarios de pasta base de cocaína PBC (grupo 1) y 236
consumidores primarios de clorhidrato de cocaína CC (grupo 2), en ambos grupos predominó el policonsumo,
la combinación más frecuente fue el tipo de cocaína que define el grupo (PBC o CC) asociada con alcohol y
marihuana. A los 12 meses de seguimiento, el grupo 1 mostró 2,7 veces mayor riesgo de intentar el suicidio y
dos veces mayor riesgo de auto-inferirse heridas que el grupo 2.(47)

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En 603 pacientes asiáticos con dependencia a la heroína, en tratamiento con metadona, encontraron que las
tasas de prevalencia de un mes y de vida del intento de suicidio fueron del 9,5 % y el 34,2 %, respectivamente.
El intento de suicidio de por vida se asoció significativamente con síntomas depresivos, síntomas de ansiedad
y trastorno de la personalidad antisocial.(48)
En tal sentido, existe evidencia científica (dos meta-análisis) de la relación entre los intentos de suicidio
y el consumo de alcohol, específicamente en la población no hispanoamericana. Por lo tanto, otro tema de
revisión, será la prevalencia de por vida de intentos de suicidio en pacientes con trastorno por consumo de
alcohol en la población hispanoamericana. Aunque los resultados del estudio transversal realizado en 17
países, de los cuales 9 corresponden a América del Sur y Centro América, proyecta un porcentaje a considerar
al momento de entrevistar los individuos con intentos de suicidio.
Sería relevante explorar el abuso y dependencia de alcohol y a los pacientes con trastorno relacionado con
el consumo de alcohol, interrogar antecedentes de intentos de suicidio. Ya que según el estudio, el consumo
agudo de alcohol fue responsable del 35 % de riesgo atribuible a la población de todos los intentos de suicidio.
Otro aspecto que debe ser considerado en la evaluación de los individuos con comportamiento suicida es el
consumo de tabaco.
Con respecto a la relación entre intentos de suicidio y trastornos relacionados con sustancias ilegales,
en la literatura revisada no se encontraron estudios de prevalencia que engloben la mayoría de las drogas
ilegales. Se citó un único estudio realizado en pacientes asiáticos con dependencia a la heroína que reporta
una prevalencia de vida de intentos de suicidio alta en comparación con la prevalencia de vida de intentos de
suicidio en trastorno bipolar y trastorno depresivo mayor.
Intentos de suicidio y Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
En un meta-análisis con 35 estudios observacionales y 16747 individuos con esquizofrenia, la prevalencia
de vida de los intentos de suicidio fue del 26,8 %, mientras que la prevalencia de 1 año, la de 1 mes y la de
intentos de suicidio al inicio de la enfermedad fueron del 3,0 %, 2,7 % y el 45,9 %, respectivamente. La edad
de inicio más temprana de la enfermedad en países de ingresos altos: América del Norte, Europa y Asia
Central, se asoció significativamente con una mayor prevalencia de intentos de suicidio. (49)
Otro meta-análisis de 96 estudios con 80 488 participantes con esquizofrenia las variables más asociadas
con los intentos de suicidio fueron antecedentes de consumo de alcohol, tabaco y drogas ilegales,
antecedentes familiares de enfermedades psiquiátricas, comorbilidad física, historia de antecedentes de
depresión, antecedentes familiares de suicidio, ser blanco y síntomas depresivos. (50) Ambas investigaciones
fueron con publicaciones en inglés.
En una revisión sistemática y meta-análisis de 10 estudios de cohortes en la población general con 84 285
individuos, las experiencias psicóticas se asociaron con probabilidades significativamente mayores de ideación
suicida posterior, intentos de suicidio (un aumento de 3 veces más de probabilidad) y muerte por suicidio.
El aumento del riesgo fue superior al explicado por la psicopatología concomitante.(51) En otra investigación,
aproximadamente el 4 % de la muestra total (n= 323) reportó experiencias psicóticas. Estos individuos tenían
un aumento significativo de la probabilidad de intentos de suicidio. Este riesgo estaba por encima y más allá
del asociado con tener un trastorno mental o un trastorno límite de la personalidad. (52)
En relación con la prevalencia de vida de intentos de suicidio en pacientes con esquizofrenia, según lo
citado es del 26,8 %, porcentaje menor en relación con el trastorno bipolar y el trastorno depresivo mayor. El
antecedente de consumo de alcohol y tabaco, son variables asociadas con intentos de suicidio en pacientes
con esquizofrenia, lo cual se evidencia en este artículo, tanto el consumo de alcohol como el de tabaco
aumentan la probabilidad de realizar intentos de suicidio.
Es importante señalar el porcentaje de prevalencia de intentos de suicidio al inicio de la esquizofrenia
(45,9 %), el cual duplica el porcentaje de prevalencia de vida de intentos de suicidio. Por consiguiente, a los
pacientes con Esquizofrenia de reciente diagnóstico es necesario aplicarles instrumentos o cuestionarios para
comportamiento suicida. También, es conveniente una evaluación detallada de esta conducta en pacientes
con experiencias psicóticas.
Intentos de suicidio y trastornos de la personalidad
En una muestra de 200 pacientes con trastornos psiquiátricos; 65 con trastorno de la personalidad
limítrofe, 72 con depresión y 63 con esquizofrenia, se concluyó que los pacientes con diagnóstico de trastorno
de la personalidad limítrofe presentaron una mayor proporción de intentos suicida (83,1 %), seguidos de
aquellos con diagnóstico de depresión mayor (43,1 %), y esquizofrenia (20,6 %). Además, un 21,4 % de los que
presentaron trastorno de personalidad limítrofe intentaron suicidarse entre 4 y 10 veces, lo que representa
un número mayor de intentos suicidas en comparación con los que presentó el grupo con esquizofrenia
donde solo un 4,8 % intentó suicidarse como máximo 4 veces.(53)
Un estudio de seguimiento, 10 años, en 431 sujetos con trastornos de la personalidad encontró que solo el
trastorno de la personalidad límite siguió siendo un predictor significativo de cualquier intento de suicidio en
presencia de todos los trastornos de la personalidad, mientras que el trastorno de la personalidad narcisista
siguió siendo el único predictor significativo de múltiples intentos de suicidio. (54)
Entre los factores relacionados con el riesgo de suicidio en el trastorno límite de la personalidad (TLP)
están afección psiquiátrica del eje I asociada, especialmente a sintomatología depresiva y trastorno depresivo
mayor, trastorno bipolar, trastorno por uso de sustancias, uso de sustancias previamente al intento de suicidio
y trastorno por estrés postraumático. Los pacientes con TLP y trastorno bipolar tienen 3 veces más riesgo de

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suicidio, que los pacientes con trastorno bipolar y 7,6 veces más riesgo, que los que padecen trastorno bipolar
y otros trastornos de personalidad, especialmente por la impulsividad y la agresividad. (55)
Otra investigación en 120 pacientes con trastorno bipolar tipo I, evaluados durante la eutimia, con y sin
antecedentes de intentos de suicidio, encontraron que los trastornos de la personalidad del grupo B, se
asociaron significativamente con los intentos de suicidio en pacientes con trastorno bipolar tipo I. (56)
En la revisión no se encontraron investigaciones relacionadas con la prevalencia de vida de los intentos de
suicidio en pacientes con trastorno de la personalidad. Sin embargo, los estudios demuestran la asociación
entre trastornos de personalidad, principalmente trastorno límite, con intentos de suicidio. El riesgo de
suicidio aumenta si hay comorbilidad con trastorno bipolar, lo cual se evidencia en esta revisión.
Intentos de suicidio y trastornos de la conducta alimentaria
En 908 pacientes con el diagnóstico de trastornos del comportamiento alimentario, el 13 % reportó intentos
de suicidio en algún momento de su vida y el 26 %, comportamientos de autolesión no suicida. Las variables
asociadas con intentos de suicidio fueron: trastorno bipolar, personalidad limítrofe, subtipo purgativo del
trastorno del comportamiento alimentario y autolesiones.(57)
Se compararon dos grupos, con síntomas alimentarios de atracones y sin síntomas alimentarios de atracones
en 817 participantes con trastorno depresivo mayor (TDM). Encontraron que los síntomas alimentarios
de atracones se asociaron con intentos de suicidio en sujetos con TDM. El grupo de pacientes con TDM y
síntomas alimentarios de atracones tenían condiciones de comorbilidades psiquiátricas y antecedentes de
trauma sexual con más frecuencia en comparación con los pacientes con TDM sin síntomas alimentarios de
atracones.(58)
En 6899 mujeres, se evaluó las contribuciones genéticas y ambientales independientes y superpuestas a
la anorexia nerviosa, el trastorno depresivo mayor y los intentos de suicidio. Los resultados demuestran que
la comorbilidad de anorexia nerviosa e intento de suicidio, requieren atención clínica y en gran medida se
debe a factores genéticos.(59) Por lo citado, se aprecia que la comorbilidad en los trastornos alimentarios está
asociada con intentos de suicidio y en este grupo de pacientes es más frecuente la autolesión no suicida,
según un estudio.
De acuerdo con los artículos revisados, la prevalencia de vida del intento de suicidio en pacientes con
trastorno bipolar, trastorno depresivo mayor, y esquizofrenia, es del 33,9 %, 31 % y 26,8 % respectivamente.
Porcentajes mayores que la prevalencia de vida del intento de suicidio en la población general a nivel mundial,
la cual aproximadamente es del 2,7 %.(15) Es evidente entonces, que el intento de suicidio es más prevalente
en los pacientes con trastornos mentales comparados con la población general.
En tal sentido, a los pacientes con intento suicida, es necesario realizarles una entrevista psiquiátrica
para descartar o diagnosticar patología psiquiátrica con el objetivo de brindarles un tratamiento óptimo y
oportuno para disminuir el riesgo y prevenir la conducta suicida.
Sin embargo, no siempre el manejo del trastorno psiquiátrico implica la plena resolución del espectro
suicida (desde la ideación a la muerte), el que podría seguir un curso paralelo e independiente a los síntomas
de la patología primaria.(60)
Es oportuno señalar que la literatura científica hace referencia que en el intento suicida intervienen
varios factores individuales (sociales, biológicos, psicológicos) que desencadenan o predisponen al
individuo a realizar el intento suicida. De ahí la importancia de un abordaje biopsicosocial a los pacientes
con intento suicida.
Adicionalmente, la asociación de un trastorno psiquiátrico e ideación o antecedentes de conducta suicida
siempre debe ser un criterio de derivación a salud mental.(61)
Asimismo, los pacientes que ingresan a una sala de emergencia psiquiátrica, durante los primeros 6 meses
de seguimiento tienen mayor incidencia de intentos de suicidio, mientras los suicidios consumados ocurren
entre 18 y 24 meses. Esto pone de relieve la necesidad de que los médicos estén capacitados en la evaluación
del riesgo de suicidio, particularmente en la sala de emergencias.(62)
Por último, se sabe que el periodo inmediatamente posterior a la atención en urgencias es de alto riesgo y
el seguimiento y la adherencia al sistema sanitario de quienes han sido atendidos por un intento de suicidio
se asocia con una disminución del riesgo de repetición de esta conducta.
Todos los esfuerzos para mejorar la intervención y seguimiento clínico después de un intento de suicidio
están justificados para tratar de disminuir el sufrimiento que conlleva la conducta suicida para la persona
y su entorno social, racionalizar el gasto sanitario, además de tratar de reducir las posibles discapacidades
generadas o la pérdida derivada de la muerte por suicidio. (63) Tener presente que la conducta suicida es
altamente prevenible y el intento suicida es una oportunidad idónea para que el equipo de salud realice una
intervención eficaz ante flagelo tan importante para la salud pública.
Una limitación de esta investigación es que en las bases de datos consultadas no se encuentran
investigaciones relacionadas con la prevalencia de vida del intento de suicidio en pacientes con trastornos
relacionados con sustancias y trastornos de la personalidad.
Otra limitación es la cantidad reducida de investigaciones tanto en la población hispanoamericana,
como en Venezuela. Al momento de la revisión, no hay publicaciones vinculadas con intentos de suicidio
y trastornos mentales; por consiguiente, a los individuos con intentos de suicidio, que ingresen a los
hospitales para atención médica, es imperioso brindarles una atención integral con la valoración por la
especialidad de Psiquiatría. Es decir, en el protocolo de atención a pacientes con intentos de suicidio,

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incluir la valoración por Psiquiatría y fomentar la investigación en esta población con el objetivo de diseñar
e implementar estrategias de prevención.
Este protocolo también se propone para la atención ambulatoria o consulta externa, a fin de ofrecerles
seguimiento a los pacientes con trastornos mentales, pues es necesario evaluar la conducta suicida.

CONCLUSIONES
Según los hallazgos, los pacientes con trastorno bipolar y trastorno depresivo mayor presentan alto
porcentaje de realizar intentos de suicidio. Aunado a una comorbilidad psiquiátrica (consumo de alcohol,
consumo de tabaco y trastorno de la personalidad límite), más intentos de suicidio previos, aumenta el
riesgo de este comportamiento. Es conveniente realizar estudios longitudinales, preferiblemente locales
y nacionales, con una muestra representativa, que permitan aproximarse a la compresión del intento de
suicidio en pacientes con trastorno bipolar y trastorno depresivo mayor.

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Conflictos de intereses
La autora declara no tener conflictos de intereses en relación con la investigación presentada.

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