Hempel

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Podemos decir, que una hipótesis es un enunciado acerca de relaciones (p.e.

causales) en el
mundo real. La verdad o falsedad de este enunciado se muestra aplicando las deducciones de
tal hipótesis al mundo para ver si pasan las cosas predichas por la hipótesis. La hipótesis sirve
para mejorar las condiciones en el mundo porque permite cambiar la conducta de manera
provechosa en base de un conocimiento más amplio del mundo. Es importante formular
hipótesis y reconocer lo que son, porque su verdad depende inmediatamente de los
acontecimientos empíricos (no como dogmas o especulaciones) y pueden ser verificadas o
falsificadas por experimentación y observación. También pueden ser ampliadas o modificadas
cuando se gana más conocimiento.

método indirecto de contrastación.


La contrastación está basada en un razonamiento que consiste en decir que si la hipótesis
considerada, llamémosle H, es verdadera, entonces se producirán, en circunstancias
especificadas, ciertos sucesos observables en pocas palabras, si P es verdadera, entonces
también lo es Q, donde Q es un enunciado que describe los hechos observables que se espera
se produzcan. Convengamos en decir que Q se infiere de, o está implicado por, P; y llamemos a
I una implicación contrastadora de la hipótesis P. (Más adelante daremos una descripción más
cuidadosa de la relación entre Q y P.)

Si H es verdadera, entonces también lo es J.

Pero (como se muestra empíricamente) / no es verdadera.

H no es verdadera

Toda inferencia de esta forma, llamada en lógica modus tollens es deductivamente válida; es
decir, que si sus premisas (los enunciados escritos encima de la línea horizontal) son
verdaderas, entonces su conclusión (el enunciado que figura debajo de la línea) es
indefectiblemente verdadera también. Por tanto, si las premisas de están adecuadamente
establecidas, la hipótesis H que estamos sometiendo a contrastación debe ser rechazada.

Pero este resultado favorable no prueba de un modo concluyente que la hipótesis sea
verdadera, porque el razonamiento en que nos hemos basado tendría la forma siguiente:

Si H es verdadera, entonces también lo es J.

2b] (Como se muestra empíricamente) I es verdadera.

H es verdadera.

Y este modo de razonar, conocido con el nombre de falacia de afirmación de consecuente, no


es deductivamente válido, es decir, que su conclusión puede ser falsa, aunque sus premisas
sean verdaderas.

Así, pues, el resultado favorable de una contrastación, es decir,

el hecho de que una implicación contrastadora inferida de una hipótesis resulte ser verdadera,
no prueba que la hipótesis lo sea también. Incluso en el caso de que hayan sido confirmadas
mediante contrastación cuidadosa diversas implicaciones de una hipótesis, incluso en ese caso,
puede la hipótesis ser falsa. El siguiente razonamiento incurre también en la falacia de
afirmación de consecuente:

Si H es verdadera, entonces lo son también I1 I2, ..., Ln.

(Como se muestra empíricamente), L1, L2, L3, Ln, son todas verdaderas.

H es verdadera.

Pero la advertencia de que un resultado favorable en todas cuantas contrastaciones hagamos


no proporciona una prueba concluyente de una hipótesis no debe inducirnos a pensar que
después de haber sometido una hipótesis a una serie de contrastaciones, siempre con
resultado favorable, no estamos en una situación más satisfactoria que si no la hubiéramos
contrastado en absoluto. Porque cada una de esas contrastaciones podía muy bien haber dado
un resultado desfavorable y podía habernos llevado al rechazo de la hipótesis. Una serie de
resultados favorables obtenidos contrastando distintas implicaciones contrastadoras, L1, L2,
Ln, de una hipótesis, muestra que, en lo concerniente a esas implicaciones concretas, la
hipótesis ha sido confirmada; y si bien este resultado no supone una prueba completa de la
hipótesis, al menos le confiere algún apoyo, una cierta corroboración o confirmación parcial de
ella. El grado de esta confirmación dependerá de diversos aspectos de la hipótesis y de los
datos de la contrastación.

Hemos examinado algunas investigaciones científicas en las cuales, ante un problema dado, se
proponían respuestas en forma de hipótesis que luego se contrastaban, derivando de ellas las
apropiadas implicaciones contrastadoras, y comprobando éstas mediante la observación y la
experimentación. Pero, ¿cómo se llega en un principio a las hipótesis adecuadas?

Se ha mantenido a veces que esas hipótesis se infieren de datos recogidos con anterioridad
por medio de un procedimiento llamado inferencia inductiva, en contraposición a la
inferencia deductiva, de la que difiere en importantes aspectos. En una argumentación
deductivamente válida, la conclusión está relacionada de tal modo con las premisas que si las
premisas son verdaderas entonces la conclusión no puede dejar de serlo. Esta exigencia la
satisface, por ejemplo, una argumentación de la siguiente forma general:

Si p, entonces q.

No es el caso que q.

No es el caso que p.

No es necesaria una larga reflexión para ver que, independientemente de cuáles sean los
enunciados concretos con que sustituyamos las letras p y q, la conclusión será, con seguridad,
verdadera si las premisas lo son. De hecho, nuestro esquema representa la forma de inferencia
llamada modus tollens, a la que ya nos hemos referido.

El ejemplo siguiente es una muestra de otro tipo de inferencia deductivamente válido:


Toda sal de sodio, expuesta a la llama de un mechero Bunsen, hace tomar a la llama un color
amarillo.

Este trozo de mineral es una sal de sodio.

Este trozo de mineral, cuando se le aplique la llama de un mechero Bunsen, hará tomar a la
llama un color amarillo.

De las argumentaciones de este último tipo se dice a menudo que van de lo general a lo
particular. Se dice a veces que, por el contrario, las inferencias inductivas parten de premisas
que se refieren a casos particulares y llevan a una conclusión cuyo carácter es el de una ley o
principio general.

La concepción inductivista estrecha de la investigación científica es insostenible por varias


razones. Un breve repaso de éstas puede servirnos para ampliar y suplementar nuestras
observaciones anteriores sobre el modo de proceder científico.

En primer lugar, una investigación científica, tal como ahí nos la presentan, es impracticable. Ni
siquiera podemos dar el primer paso, porque para poder reunir todos los hechos tendríamos
que esperar, por decirlo así, hasta el fin del mundo; y tampoco podemos reunir todos los
hechos dados hasta ahora, puesto que éstos son infinitos tanto en número como en variedad.
¿Hemos de examinar, por ejemplo, todos los granos de arena de todos los desiertos y de todas
las playas, y hemos de tomar nota de su forma, de su peso, de su composición química, de las
distancias entre uno y otro, de su temperatura constantemente cambiante y de su igualmente
cambiante distancia al centro de la Luna? Después de todo, todas estas cosas, y otras muchas,
están entre «los hechos que se han dado hasta ahora. Pero cabe la posibilidad de que lo que se
nos exija en esa primera fase de la investigación científica sea reunir todos los hechos
relevantes. Pero ¿relevantes con respecto a qué? Aunque el autor no hace mención de este
punto, supongamos que la investigación se refiere a un problema específico. ¿Es que no
empezaríamos, en ese caso, haciendo acopio de todos los hechos —o, mejor, de todos los
datos disponibles— que sean relevantes para ese problema? Esta noción no está todavía clara.

Los hechos o hallazgos empíricos, por tanto, sólo se pueden cualificar como lógicamente
relevantes o irrelevantes por referencia a una hipótesis dada, y no por referencia a un
problema dado. Supongamos ahora que se ha propuesto una hipótesis H como intento de
respuesta a un problema planteado en una investigación: ¿qué tipo de datos serían relevantes
con respecto a H? Los ejemplos que hemos puesto al principio sugieren una respuesta: Un
dato que hayamos encontrado es relevante con respecto a H si el que se dé o no se dé se
puede inferir de H.

En resumen: la máxima según la cual la obtención de datos debería realizarse sin la existencia
de hipótesis antecedentes que sirvieran para orientarnos acerca de las conexiones entre los
hechos que se están estudiando es una máxima que se autorrefuta, y a la que la investigación
científica no se atiene. Al contrario: las hipótesis, en cuanto intentos de respuesta, son
necesarias para servir de guía a la investigación científica. Esas hipótesis determinan, entre
otras cosas, cuál es el tipo de datos que se han de reunir en un momento dado de una
investigación científica. Un conjunto de «hechos» empíricos se puede analizar y clasificar de
muy diversos modos, la mayoría de los cuales no serían de ninguna utilidad para una
determinada investigación. Así, pues, para que un modo determinado de analizar y
clasificarlos hechos pueda conducir a una explicación de los fenómenos en cuestión debe estar
basado en hipótesis acerca de cómo están conectados esos fenómenos; sin esas hipótesis, el
análisis y la clasificación son ciegos.

La inducción se concibe a veces como un método que, por medio de reglas aplicables
mecánicamente, nos conduce desde los hechos observados a los correspondientes principios
generales. En este caso, las reglas de la inferencia inductiva proporcionarían cánones efectivos
del descubrimiento científico; la inducción sería un procedimiento mecánico análogo al
familiar procedimiento para la multiplicación de enteros, que lleva, en un número finito de
pasos predeterminados y realizables mecánicamente, al producto correspondiente. De hecho,
sin embargo, en este momento no disponemos de ese procedimiento general y mecánico de
inducción; en caso contrario, difícilmente estaría hoy sin resolver el muy estudiado problema
del origen del cáncer. Tampoco podemos esperar que ese procedimiento se descubra algún
día. Porque —para dar sólo una de las razones— las hipótesis y teorías científicas están
usualmente formuladas en términos que no aparecen en absoluto en la descripción de los
datos empíricos en que ellas se apoyan y a cuya explicación sirven. Las reglas de inducción, tal
como se conciben en el texto citado, tendrían, por tanto, que proporcionar un procedimiento
mecánico para construir, sobre la base de los datos con que se cuenta, una hipótesis o teoría
expresada en términos de algunos conceptos completamente nuevos, que hasta ahora nunca
se habían utilizado en la descripción de los datos mismos.

No hay, por tanto, «reglas de inducción» generalmente aplicables por medio de las cuales se
puedan derivar o inferir mecánicamente hipótesis o teorías a partir de los datos empíricos. La
transición de los datos a la teoría requiere imaginación creativa. Las hipótesis y teorías
científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se inventan para dar cuenta de
ellos. Son conjeturas relativas a las conexiones que se pueden establecer entre los fenómenos
que se están estudiando, a las uniformidades y regularidades que subyacen a estos. Las
«conjeturas felices» 6 de este tipo requieren gran inventiva, especialmente si suponen una
desviación radical de los modos corrientes del pensamiento científico, como era el caso de la
teoría de la relatividad o de la teoría cuántica. En su intento de encontrar una solución a su
problema, el científico debe dar rienda suelta a su imaginación, y el curso de su pensamiento
creativo puede estar influido incluso por nociones científicamente discutibles. Sin embargo, la
objetividad científica queda salvaguardada por el principio de que, en la ciencia, si bien las
hipótesis y teorías pueden ser libremente inventadas y propuestas, sólo pueden ser aceptadas
e incorporadas al corpas del conocimiento científico si resisten la revisión crítica, que
comprende, en particular, la comprobación, mediante cuidadosa observación y
experimentación, de las apropiadas implicaciones contrastadoras.

Los intereses de la objetividad científica están salvaguardados por la 'exigencia de una


validación objetiva de esas conjeturas. En matemáticas esto quiere decir prueba por derivación
deductiva a partir de los axiomas. Y cuando se ha propuesto como conjetura una proposición
matemática, su prueba o refutación requiere todavía inventiva y habilidad, muchas veces de
gran altura; porque las reglas de la inferencia deductiva no proporcionan tampoco un
procedimiento mecánico general para construir pruebas o refutaciones. Su papel sistemático
es más modesto: servir como criterios de corrección de las argumentaciones que se ofrecen
como pruebas; una argumentación constituirá una prueba matemática válida si llega desde los
axiomas hasta el teorema propuesto mediante una serie de pasos, todos los cuales son válidos
de acuerdo con alguna de las reglas de la inferencia deductiva. ,Y comprobar si un argumento
dado es una prueba válida en este sentido sí que es una tarea puramente mecánica.
Así, pues, como hemos visto, al conocimiento científico no se llega aplicando un procedimiento
inductivo de inferencia a datos recogidos con anterioridad, sino más bien mediante el llamado
«método de las hipótesis», es decir, inventando hipótesis a título de intentos de respuesta a
un problema en estudio, y sometiendo luego éstas a la contrastación empírica. Una parte de
esa contrastación la constituirá el ver si la hipótesis está confirmada por cuantos datos
relevantes hayan podido ser obtenidos antes de la formulación de aquélla; una hipótesis
aceptable tendrá que acomodarse a los datos relevantes con que ya se contaba. Otra parte de
la contrastación consistirá en derivar nuevas implicaciones contrastadoras a partir de la
hipótesis, y comprobarlas mediante las oportunas observaciones o experiencias. Como antes
hemos señalado, una contrastación con resultados favorables, por amplia que sea, no
establece una hipótesis de modo concluyente, sino que se limita a proporcionarle un grado
mayor o menor de apoyo. Por tanto, aunque la investigación científica no es inductiva en el
sentido estrecho que hemos examinado con algún detalle, se puede decir que es inductiva en
un sentido más amplio, en la medida en que supone la aceptación de hipótesis sobre la base
de datos que no las hacen deductivamente concluyentes, sino que sólo les proporcionan un
«apoyo inductivo» más o menos fuerte, un mayor o menor grado de confirmación. Y las
«reglas de inducción» han de je r concebidas, en cualquier caso, por analogía con las reglas, de
deducción, como cánones de validación, más bien que de descubrimiento. Lejos de generar
una hipótesis que da cuenta de los resultados empíricos dados, esas reglas presuponen que
están dados, por una parte,, los datos empíricos que forman las «premisas» de la «inferencia
inductiva» y, por otra parte, una hipótesis de tanteo que constituye su «conclusión». Lo que
harían las reglas de inducción sería, entonces, formular criterios de corrección de la inferencia.
Según algunas teorías de la inducción, las reglas determinarían la fuerza del apoyo que los
datos prestan a la hipótesis, y pueden expresar ese apoyo en términos de probabilidades. En
los Capítulos 3 y 4 estudiaremos varios factores que influyen en el apoyo inductivo y en la
aceptabilidad de las hipótesis científicas.

Contrastaciones experimentales versus contrastaciones no experimentales

Vamos a examinar ahora más de cerca el razonamiento en que se basan las contrastaciones
científicas y las conclusiones que se pueden extraer de sus resultados. Como hemos hecho
antes, emplearemos la palabra «hipótesis» para referirnos a cualquier enunciado que esté
sometido a contrastación, con independencia de si se propone describir algún hecho o evento
concreto o expresar una ley general o alguna otra proposición más compleja.

Empecemos haciendo una observación muy simple, a la cual tendremos que referirnos con
frecuencia en lo que sigue: las implicaciones contrastadoras de una hipótesis son normalmente
de carácter condicional; nos dicen que bajo condiciones de contrastación especificadas se
producirá un resultado de un determinado tipo. Los enunciados de este tipo se pueden poner
en forma explícitamente condicional del siguiente modo:

Si se dan las condiciones de tipo C, entonces se producirá un acontecimiento de tipo E.

Por ejemplo, una de las hipótesis consideradas por Semmelweis daba lugar a la implicación
contrastadora

Si las pacientes de la División Primera se tienden de lado, entonces decrecerá la mortalidad por
fiebre puerperal.

Estas implicaciones contrastadoras son, entonces, implicaciones en un doble sentido: son


implicaciones de las hipótesis de las que se derivan, y tienen la forma de enunciados
compuestos con «si...entonces», que en lógica se llaman condicionales o implicaciones
materiales. En cada uno de los tres ejemplos citados, las condiciones especificadas de
contrastación, C, son tecnológicamente reproducibles y se pueden, por tanto, provocar a
voluntad; y la reproducción de estas condiciones supone un cierto control de un factor
(posición durante el parto; ausencia o presencia de materia infecciosa; presión de la
atmósfera) que, de acuerdo con la hipótesis en cuestión, tiene una influencia sobre el
fenómeno en estudio (es decir, incidencia de la fiebre puerperal, en los dos primeros casos;
longitud de la (columna de mercurio, en el tercero). Las implicaciones contrastadoras de este
tipo proporcionan la base para una contrastación experimental, que equivale a crear las
condiciones C y comprobar luego si E se produce tal y como la hipótesis implica.

Muchas hipótesis científicas se formulan en términos cuantitativos. En el caso más simple


representarán, por tanto, el valor de una variable cuantitativa como función matemática de
otras determinadas variables. Así, la ley clásica de los gases, V = c-T/P, representa el volumen
de una masa de gas como función de su temperatura y de su presión (c es un factor
constante). Un enunciado de este tipo da lugar a infinitas implicaciones contrastadoras
cuantitativas. En nuestro ejemplo, éstas tendrán la forma siguiente: si la temperatura de una
masa de gas es Ti y su presión es Pi, entonces su volumen es c-T\/Pi. Y una contrastación
experimental consiste, entonces, en variar los valores de las variables «independientes» y
comprobar sí la variable «dependiente» asume los valores implicados por la hipótesis.

Cuando el control experimental es imposible, cuando las condiciones C mencionadas en la


implicación contrastadora no pueden ser provocadas o variadas por medios tecnológicos
disponibles, entonces habrá que contrastar la hipótesis de un modo no experimental,
buscando o esperando que se produzcan casos en que esas condiciones especificadas se den
espontáneamente, y comprobando luego si E se produce también.

La experimentación, sin embargo, se utiliza en la ciencia no sólo como un método de


contrastación, sino también como un método de descubrimiento; y en este segundo contexto,
como veremos, tiene sentido la exigencia de que ciertos factores se mantengan constantes. En
otros casos, en los que todavía no se ha propuesto ninguna hipótesis específica, el científico
puede partir de una conjetura aproximativa, y puede utilizar la experimentación para que le
conduzca a una hipótesis más definida. Así, pues, en casos de este tipo, en los que la
experimentación juega un papel heurístico, un papel de guía en el descubrimiento de
hipótesis, tiene sentido el principio de que se han de mantener constantes todos los «factores
relevantes», excepto uno. Pero, por supuesto, lo más que se puede hacer es mantener
constantes todos menos uno de los factores que se presumen «relevantes», en el sentido de
que afectan al fenómeno que estamos estudiando: queda siempre la posibilidad de que se
hayan pasado por alto algunos otros factores importantes.

Una de las características notables y una de las grandes ventajas de la ciencia natural es que
muchas de sus hipótesis admiten una contrastación experimental. Pero no se puede decir que
la contrastación experimental de hipótesis sea un rasgo distintivo de todas, y sólo, las ciencias
naturales. Ella no establece una línea divisoria entre la ciencia natural y la ciencia social,
porque los procedimientos de contrastación experimental se utilizan también en psicología y,
aunque en menor medida, en sociología. Por otra parte, el alcance de la contrastación
experimental aumenta constantemente a medida que se van poniendo a punto los recursos
tecnológicos necesarios. Además, no todas las hipótesis de las ciencias naturales son
susceptibles de contrastación experimental.
El papel de las hipótesis auxiliares

Hemos dicho antes que las implicaciones contrastadoras «se derivan» o «se infieren» de la
hipótesis que se ha de contrastar. Esta afirmación, sin embargo, describe de una manera muy
rudimentaria la relación entre una hipótesis y los enunciados que constituyen sus
implicaciones contrastadoras. En algunos casos, ciertamente, es posible inferir
deductivamente a partir de una hipótesis ciertos enunciados condicionales que puedan servirle
de enunciados contrastadores. Pero ocurre con frecuencia que la «derivación» de una
implicación contrastadora es menos simple y concluyente.

Esta premisa, que en la argumentación se da implícitamente por establecida, juega el papel de


lo que llamaremos supuesto auxiliar o hipótesis auxiliar en la derivación del enunciado
contrastador a partir de la hipótesis de Semmelweis. Por tanto, no estamos autorizados a
afirmar aquí que, si la hipótesis H es verdadera, entonces debe serlo también la implicación
contrastadora I, sino sólo que, si H y la hipótesis auxiliar son ambas verdaderas, entonces
también lo será I. La confianza en las hipótesis auxiliares, como veremos, es la regla, más bien
que la excepción, en la contrastación de hipótesis científicas; y de ella se sigue una
consecuencia importante para la cuestión de si se puede sostener que un resultado
desfavorable de la contrastación, es decir, un resultado que muestra que I es falsa, refuta la
hipótesis sometida a investigación.

Si H sola implica I y si los resultados empíricos muestran que I es falsa, entonces H debe ser
también calificada de falsa: esto lo concluimos siguiendo la argumentación llamada modus
tollens, Pero cuando / se deriva de H y de una o más hipótesis auxiliares A, entonces el
esquema (2a) debe ser sustituido por el siguiente:

Si H y A son ambas verdaderas, entonces también lo es I.

Pero (como se muestra empíricamente) I no es verdadera.

H y A no son ambas verdaderas.

Así, pues, si la contrastación muestra que I es falsa, sólo podemos inferir que o bien la
hipótesis o bien uno de los supuestos auxiliares

incluidos en A debe ser falso; por tanto, la contrastación no proporciona una base concluyente
para rechazar H. Por ejemplo, aunque la medida antiséptica tomada por Semmelweis no
hubiera ido seguida de un descenso en la mortalidad, su hipótesis podía haber seguido siendo
verdadera; el resultado negativo de la contrastación podía haber sido debido a la ineficacia
antiséptica del cloruro de la solución de cal.

La importancia de las hipótesis auxiliares en la contrastación llega todavía más lejos.


Supongamos que se contrasta una hipótesis H poniendo a prueba una implicación
contrastadora, «Si C, entonces E», derivada a partir de H y de un conjunto A de hipótesis
auxiliares. La contrastación, entonces, viene a consistir, en último término, en comprobar si E
ocurre o no en una situación contrastadora en la que —cuando menos por lo que el
investigador sabe se dan las condiciones C. Si de hecho esto no es el caso —si, por ejemplo, el
material de la prueba es defectuoso, o no suficientemente fino—, entonces puede ocurrir que
no se dé E, aunque H y A sean verdaderas. Por esta razón, se puede decir que el conjunto
completo de supuestos auxiliares presupuestos por la contrastación incluye la suposición de
que la organización de la prueba satisface las condiciones especificadas H.

Este punto es particularmente importante cuando la hipótesis que se está sometiendo a


examen ha resistido bien otras contrastaciones a las que ha sido sometida anteriormente y
constituye una parte esencial de un sistema más amplio de hipótesis interconectadas apoyado
por otros testimonios empíricos distintos. En ese caso, se hará, verosímilmente, un esfuerzo
por explicar el hecho de que no se haya producido E mostrando que algunas de las condiciones
C no estaban satisfechas en la prueba.

Contrataciones cruciales

Las observaciones anteriores tienen importancia también para la idea de una contrastación
crucial, que se puede describir brevemente del siguiente modo: supongamos que H\ y Hi son
dos hipótesis rivales relativas al mismo asunto que hasta el momento han superado con el
mismo éxito las contrastaciones empíricas, de modo que los testimonios disponibles no
favorecen a una de ellas más que a la otra. Entonces es posible encontrar un modo de decidir
entre las dos si se puede determinar alguna contrastación con respecto a la cual H¡ y Hi
predigan resultados que están en conflicto; es decir, si, dado un cierto tipo de condición de
contrastación, C, la primera hipótesis da lugar a la implicación contrastadora «Si C, entonces
Ei», y la segunda a «Si C, entonces Ei», donde E\ y Ei son resultados que se excluyen
mutuamente. La ejecución de esa contrastación refutará presumiblemente una de las hipótesis
y prestará su apoyo a la otra.

Las hipótesis «ad hoc»

Si un modo concreto de contrastar una hipótesis H presupone unos supuestos auxiliares A1,
A2, ..., An —es decir, si éstos se usan como premisas adicionales para derivar de H la
implicación contrastadora relevante I—, entonces, como vimos antes, un resultado negativo
de la contrastación que muestre que i" es falso, se limita a decirnos que o bien H o bien alguna
de las hipótesis auxiliares debe ser falsa, y que se debe introducir una modificación en este
conjunto de enunciados si se quiere reajustar el resultado de la contrastación. Ese ajuste se
puede realizar modificando o abandonando completamente H, o introduciendo cambios en el
sistema de hipótesis auxiliares. En principio, siempre sería posible retener H, incluso si la
contrastación diera resultados adversos importantes, siempre que estemos dispuestos a hacer
revisiones suficientemente radicales y quizá laboriosas en nuestras hipótesis auxiliares. Pero la
ciencia no tiene interés en proteger sus hipótesis o teorías a toda costa, y ello por buenas
razones.

Contrastabilidad-en-principio y alcance empírico

Como muestra lo que acabamos de decir, ningún enunciado o conjunto de enunciados T


puede-ser propuesto significativamente como una hipótesis o teoría científica a menos que
pueda ser sometido a contrastación empírica objetiva, al menos «en principio». Es decir: que
debe ser posible derivar de T, en el sentido ^amplio que hemos indicado, ciertas implicaciones
contrastadoras de la forma «si se dan las condiciones de contrastación C, entonces se
producirá el resultado E»; pero no es necesario que las condiciones de contrastación estén
dadas o sean tecnológicamente producibles en el momento en que T es propuesto o
examinado. Pero si un enunciado o conjunto de enunciados no es contrastable al menos en
principio, o, en otras palabras, si no tiene en absoluto implicaciones contrastadoras, entonces
no puede ser propuesto significativamente o mantenido como una hipótesis o teoría científica,
porque no se concibe ningún dato empírico que pueda estar de acuerdo o ser incompatible
con él. En este caso, no tiene conexión ninguna con fenómenos empíricos, o, como también
diremos, carece de alcance- empírico. Hay que tener presente, sin embargo, que una hipótesis
científica normalmente sólo da lugar a implicaciones contrastadoras cuando se combina con
supuestos auxiliares apropiados. Además, es frecuente que una idea científica se introduzca
inicialmente de una forma que ofrezca posibilidades limitadas y poco precisas de
contrastación; y sobre la base de estas contrastaciones iniciales se le irá dando gradualmente
una forma más definida, precisa y variadamente contrastable. Por estas razones, y por otras
más que nos llevarían demasiado lejos7, es imposible trazar una frontera neta entre hipótesis
y teorías que son contrastables en principio e hipótesis y teorías que no lo son. Pero, aunque
algo vaga, la distinción a la que nos referimos es importante y esclarecedora para valorar la
significación y la eficacia explicativa potencial de hipótesis y teorías propuestas.

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