05 - Falcon Izquierdas 1890 - 1912

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En la primera década del siglo XX, el régimen inaugurado en 1880 comenzaba a evidenciar

algunos síntomas profundos de desequilibrio. El estallido de lo que en la época se


denominaba la «cuestión social», se vislumbraban como crecientes factores
desestabilizantes.

Fue a partir de la huelga general de 1902, que hizo su plena irrupción en la escena nacional
la cuestión social convirtiéndose desde entonces en un problema político de primer
orden. Entre ese año y 1910 tuvo lugar el período de mayor –por extensión y por
intensidad– agitación social de la historia argentina contemporánea.

Entre ambas cuestiones –la crisis del régimen político y la oleada de agitación social–
aparecía un tercer tema problemático, que en realidad se relacionaba estrechamente
con las dos: la situación de los inmigrantes: esos trabajadores extranjeros eran en los
centros urbanos los principales protagonistas de los movimientos huelguísticos.

En la discusión a la salida de la crisis participaba la élite gobernante, la oposición radical y


las izquierdas. Globalmente consideradas, estas izquierdas habían ido adquiriendo un peso
político-sindical creciente en los principales centros urbanos compuestos mayoritariamente
por extranjeros.

Empleamos el término «izquierdas» para denominar a un conjunto de movimientos


políticos expositores de ideologías que globalmente podríamos denominar de
«contestación social», o si se quiere «anticapitalistas».

Al utilizarlo en plural, se pretende subrayar –a pesar de los elementos comunes– la


presencia de movimientos autónomos que presentan entre ellos importantes aspectos
diferenciadores.

Dentro de este espectro son fundamentalmente tres las tendencias que merecen, en ese
período, el centro del análisis: el Anarquismo, el Socialismo y el Sindicalismo
Revolucionario. Sin embargo, desde el punto de vista ideológico es necesario ir al interior
de esos movimientos para detectar tendencias internas y etapas que permiten señalar
variantes que requieren una consideración en particular.

Los socialistas

En la primera década del nuevo siglo la política de los socialistas ya había adquirido un
perfil definido: se trataba de la construcción de un partido basado en una doble estrategia
hacia el socialismo. Por un lado se presentaba como un instrumento apto en la
consecución de mejoras económicas y sociales para los trabajadores y por otro, como un
partido de reformas democráticas, republicanas, «profundas».

Hubo grupos actuantes en la década del ochenta: grupo de alemanes escapados de las
persecuciones bismarckianas que desempeñarán un papel importante en las luchas obreras
del período y en la constitución del Comité Obrero Internacional, que organizará la
celebración del 1° de Mayo y en la posterior aparición del periódico El Obrero y en la
creación de una Federación Obrera impulsada por los núcleos socialistas.
Los socialistas argentinos enfatizaron una orientación que vinculaba estrechamente
lo político con lo sindical.

Por otro lado, a partir de 1894, se incorporará al socialismo una serie de intelectuales,
argentinos por nacimiento o naturalización, que configuraban lo que hemos denominado el
«proto-intelectual de izquierda» en Argentina y que rápidamente ocuparán los principales
espacios dirigentes.

Juan B. Justo, Leopoldo Lugones, Enrique Dickmann, José Ingenieros, Ángel Giménez,
Nicolás Repetto, Roberto Payró, Nicanor Sarmiento, son algunos de esos intelectuales que
desempeñarían papeles principales en las filas socialistas.

Eran médicos, periodistas, estudiantes. Desde el punto de vista político también presentan
ciertos, rasgos comunes. Muchos de ellos provienen de la frustrada experiencia de
renovación democrática que habían parecido representar los levantamientos de 1890 e
incluso el de 1893. Desencantados de esa experiencia, veían, ahora, en los crecientes
movimientos sociales urbanos, un nuevo espacio político.

Proceso de «argentinización» del socialismo. Ejes fundamentales: la acción


parlamentaria futura como instrumento fundamental para la conquista de reformas
democráticas generales y económico-sociales de los trabajadores.

La «argentinización» se combinaba con la «acción política» en un punto fundamental:


la necesidad de la naturalización de los extranjeros para que estos pudieran ejercer
los derechos electorales.

Las cabezas visibles de la oposición a Juan B. Justo, serán José Ingenieros y Leopoldo
Lugones, que por lo menos en dos puntos centrales, lograrán imponer enmiendas al
proyecto original de declaración constitutiva. Una de ellas, corrigió la propuesta que preveía
la posibilidad de alianzas electorales con otros partidos. La segunda era de mayor
envergadura y afectaba al corazón de la estrategia partidaria: la proposición de Juan B.
Justo consideraba que una vez conquistado el poder político por los socialistas, el empleo
de «otros medios» –eufemismo que ocultaba, apenas, hechos revolucionarios con apelación
eventual a la violencia– era solamente una posibilidad; en cambio sus opositores
consideraban inevitable la utilización de esos «otros medios» y lo eventual era sólo
el momento de su empleo.

El congreso aprobaría las dos enmiendas y así en sus orígenes el partido socialista
no excluía el recurso a una acción revolucionaria para la conquista del socialismo,
aunque ésta debía ser precedida de la «acción política».

En realidad, las experiencias electorales que los socialistas hicieron en los últimos
años del siglo XIX, no ayudaban en mucho a la estrategia preconizada por Juan
B. Justo. Los magros resultados, se explican por un lado, por las características
aleatorias y fraudulentas del sistema electoral, pero también por el hecho que
muchos de los potenciales electores del socialismo eran extranjeros.
Encontrarían, ahora, rivales que les disputarían palmo a palmo esa incipiente inserción.
Hacia fines del siglo, los anarquistas «organizadores» comenzaban a conquistar
posiciones significativas en el seno del movimiento obrero, al mismo tiempo que iban
extendiendo su influencia hacia otros sectores.

Hacia 1901, los socialistas podían jactarse –aunque no por mucho tiempo– que algunos
aspectos de su prédica estaban dando frutos. En efecto, en ese año, por primera vez los
anarquistas se mostraron dispuestos, luego de varios intentos fallidos en la década
precedente, a confluir con los socialistas en una federación obrera unitaria. Así
nacería, la FOA –más tarde FORA– y que estaría llamada a ser durante varios años un
punto de referencia privilegiado para el movimiento obrero.

No obstante, pronto surgirían fuertes tensiones entre ambas corrientes que, a corto plazo,
llevarían a una ruptura. Divergencias estratégicas que se expresarían particularmente
en el debate en torno a la huelga general. Para los socialistas, la huelga general era un
instrumento que sólo resultaba idóneo en determinadas circunstancias –generalmente
defensivas– mientras privilegiaban las huelgas parciales por reivindicaciones económico-
sociales.

Otra fuente de roces, era la tentativa socialista de vincular acción sindical y acción
política, lo que necesariamente chocaba con el fuerte antipoliticismo de los anarquistas.

En minoría dentro de la Federación, los socialistas terminarían escindiéndose


y constituyendo otra, la Unión General de Trabajadores (UGT), que aunque
inferior en fuerza respecto a la FORA anarquista, lograría, no obstante, alguna
representatividad en el terreno de la acción sindical.

Otro hecho importante para los socialistas, fue la elección de su primer representante
legislativo a nivel nacional, con el triunfo de Alfredo Palacios como diputado, en 1904.
Además, ahora, la élite gobernante parecía valorarlos de alguna manera, en la medida que
comenzaba a considerarlos como «oposición reconocida»

Crisis interna en el socialismo: Nacía así, la tendencia Sindicalista Revolucionaria, primero


como fracción interna y luego como corriente autónoma, El socialismo, sufría así una nueva
sangría, probablemente la más importante que había tenido hasta entonces.

Los anarquistas
Para los anarquistas, en cambio, la situación entre 1902 y 1910, se presentaba
bastante más favorable. La FORA tenía en ciertas situaciones de conflicto social un
evidente poder de convocatoria; el más importante de sus periódicos, La Protesta
se editaba diariamente; su actividad propagandística se extendía más allá del plano
sindical: centros feministas, antimilitaristas: escuelas racionalistas; configuraban lo
que es posible denominar como los núcleos radiales de una «cultura anarquista».

De los grupos pioneros de la década del ochenta surgirán dos grandes tendencias: los
anarquistas «organizadores» y los «anti-organizadores». Entre 1890 y 1894 serían los «anti-
organizadores» quienes llevarían la delantera. Un fuerte tono antipoliticista, antiestatista,
una cerrada oposición al establecimiento de vínculos entre los propios anarquistas que
fueran más allá de la libre formación de «grupos por afinidad», un rechazo a los principios
de «lucha de clases» y consecuentemente a la participación en las organizaciones obreras
y a las huelgas parciales y un constante reclamo de la «propaganda por los hechos», eran
los rasgos principales de la tendencia.

También como en el caso de los socialistas, los anarquistas adoptarán el principio de la


organización de grupos sobre la base de criterios de origen étnico o comunidad lingüística.

Los «organizadores» irán adquiriendo cada vez más un perfil «anarco-sindicalista», que ya
visible en los últimos años del siglo XIX adquirirá rasgos definitivos en la década siguiente,
particularmente por su acción en la FORA. Compartiendo con la otra tendencia su
antipoliticismo y su anti-estatismo, se diferenciaban sin embargo, en la admisión de formas
organizativas federativas para el movimiento anarquista y aceptaban la importancia de la
organización sindical y de la lucha por demandas parciales aunque siempre en el camino de
la huelga general insurreccional.

Con el mismo criterio se opondrán a la legislación laboral sancionada después


del fracaso del proyecto de código de trabajo, a la constitución del Departamento
Nacional del Trabajo y a toda forma de arbitraje o regulación estatal de los conflictos
entre trabajo y capital. Su antipoliticismo los inhibirá para cualquier propuesta de
reforma del régimen político. La cuestión se resolvería con la abolición del Estado.

Una buena cuota de los sectores que el anarquismo llegaba a influenciar, eran
trabajadores manuales del sector servicios –puerto, transporte, etc.– y de las
incipientes industrias, en los centros urbanos con población mayoritariamente
de origen inmigratorio, especialmente en Buenos Aires y Rosario.

Entre 1902 y 1910, los anarquistas llegaron a constituir en Argentina una fuerza
política importante y que contaba –más allá de su antipoliticismo– en el juego político
nacional. Esta fuerza provenía principalmente de su capacidad de convocatoria
en el plano sindical, aunque éste no era –como dijimos– su único apoyo fuerte.

La condena del autoritarismo estatal y el énfasis puesto en las demandas del


movimiento social fueron los ejes centrales de la actividad anarquista en ese período.

En 1910 las tensiones llegarán al máximo en ocasión del Centenario y la derrota


de la huelga general de ese año marcará el fin de una etapa. Los dos años siguientes
serán de transición, pero inmediatamente después de la ley Sáenz Peña, comenzará
a hacerse visible un declinio relativo del anarquismo, que aunque registre una breve
resurrección entre 1919 y 1922, no volverá nunca a los niveles que había alcanzado
entre 1895 y 1910.

Dos hipótesis centrales pueden intentar explicar este declinio: la ampliación del
régimen político y la instauración de un marco democrático con la llegada del Radicalismo al
poder y el establecimiento de un nuevo tipo de relaciones entre el Estado y los sindicatos.
En segundo lugar, las modificaciones que se van produciendo en la estructura productiva
del país, plantearán para numerosos sectores de trabajadores la necesidad de una relación
más fluida con el Estado. En este sentido, los sindicalistas revolucionarios, que irán
modificando en parte, sus rígidas posturas antiestatistas de los primeros años, estarán
en mejores condiciones de adaptarse a la nueva situación que los anarquistas.

Los Sindicalistas Revolucionarios


Como ya lo hemos señalado al referirnos a los socialistas, el sindicalismo
revolucionario, nació como un producto de la fusión entre la crisis interna del
Partido Socialista y la llegada a nuestras playas de los principios del sindicalismo
revolucionario europeo, particularmente por vía francesa e italiana.

Los sindicalistas revolucionarios compartirán el antipoliticismo y el antiestatismo de los


anarquistas. Sin embargo, pronto se harán visibles, notorias diferencias entre ambas
corrientes.

Para los sindicalistas, el rechazo a la «acción política» no será sustituido por la preparación
de la vía insurreccional, sino que el sindicato aparecerá como el eje presente y futuro de
toda la vida social y política. «auto-educación» obrera

La «construcción de la clase obrera» pasará a ser uno de los planteos, centrales de


la ideología Sindicalista Revolucionaria.

En lo que al Estado y al régimen político concernía, los Sindicalistas Revolucionarios


tendrán –bien que con fundamentaciones diferentes– posturas similares a las de los
anarquistas. Rechazarán, en consecuencia, cualquier tentativa de reforma política y
cualquier intento de «integración» de los trabajadores.

¿Por qué el anarquismo?

Tres temas que definimos como nuestra preocupación central: el régimen político, la
cuestión de la asimilación de los inmigrantes y la llamada «cuestión social».

¿por qué el anarquismo argentino logró prevalecer sobre los socialistas? ¿Por qué los
socialistas encontraron dificultades mucho mayores en la aplicación de su estrategia y por
qué surge de sus filas una corriente como el sindicalismo revolucionario, llamada
posteriormente a ser hegemónica durante largo trecho en el movimiento social argentino?

El caso del anarquismo argentino es también singular. El grado de desarrollo de


esta corriente en ciudades como Rosario o Buenos Aires, es uno de los más altos del
mundo –probablemente sólo comparable con el anarquismo barcelonés– dentro
del espectro de los movimientos anarquistas urbanos de ese período.

Dos han sido las tradicionales explicaciones frente a este fenómeno. La primera,
atribuye la fuerza del anarquismo argentino a la presencia de un alto porcentaje de
inmigrantes de origen italiano o español, países considerados como de tradición
anarquista. La segunda, hace descansar este éxito, en la persistencia en la Argentina
urbana de rasgos pre-capitalistas. De esta manera, el anarquismo se correspondería con la
presencia mayoritaria de una capa de trabajadores de características semi-artesanales,
mientras que el marxismo sería la ideología más propia de los períodos industrializados.

La primera de las dos hipótesis nos parece la más insuficiente. Recientes investigaciones,
tienden a demostrar que muchos de los militantes y seguidores del anarquismo adoptaron
esas ideas en suelo argentino.

Nosotros pensamos que los motivos fundamentales del predominio del anarquismo
sobre las otras corrientes de la izquierda, deben buscarse en sus posturas en torno a
las tres cuestiones que hemos apuntado como decisivas en la época: las alternativas
frente al régimen político, la cuestión étnica y la cuestión social.

Los socialistas por el contrario, centraban su prédica política en los inmigrantes y en sus
descendientes, pero eran víctimas no sólo del fraude, sino también del hecho que los
extranjeros se encontraban marginados de la política.En síntesis, gran parte de la población
estaba marginada del régimen político y lavida parlamentaria reflejaba mucho más el juego
entre los distintos sectores de la élite, que el conjunto de las opciones políticas existentes
en la sociedad.

Los extranjeros se encontraban suficientemente protegidos como para que se preocuparan


por una naturalización que poco les ofrecía. Que los migrantes internacionales se
mantuvieran marginados del régimen político, no significa que en el fondo tuvieran una
actitud apolítica, ni antipolítica. Significa que encontraban otras formas de participación
política, formas «no institucionales»

Hay represión estatal pero se inaugura casi paralelamente una segunda


política destinada a lograr una «integración del movimiento obrero». Por un lado
hay una tentativa, aunque parcial, de integrar limitadamente el movimiento obrero
al régimen político, a partir de la reforma electoral que daría lugar a la elección de
Alfredo Palacios.

Los sindicalistas revolucionarios, por su parte, y al menos en los períodos iniciales de su


existencia como corriente autónoma, manifestaron un antipoliticismo y un antiestatismo en
muchos aspectos similar al de los anarquistas.

El segundo gran problema, en torno al cual los anarquistas tenían una postura
que recibía una mejor acogida entre los sectores populares, era el de los inmigrantes. Nos
parece necesario reseñar brevemente a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de
«cuestión étnica». El porcentaje de extranjeros oscilaba en alrededor del 50%.

Pocos incentivos existían como para que los inmigrantes abandonaran voluntariamente sus
principales rasgos culturales y se integraran a esa «nueva cultura nacional en formación».

Desde el punto de vista del discurso socialista o Sindicalista Revolucionario las


tendencias a mantener los particularismos étnicos o nacionales que reflejaba gran
parte de los trabajadores inmigrantes, significaban obstáculos en la «construcción
de la clase obrera».

Por el contrario, los anarquistas inspirados por sus concepciones profundamente


antipatrióticas e internacionalistas, sumadas a su repudio al régimen político, no
evidenciarían ningún interés particular por ahogar las tendencias al agrupamiento
sobrebases étnicas, que mostrarían ciertas capas de trabajadores.

Para la élite era necesario un nacionalismo forzado de los trabajadores establecido


particularmente en el plano de lo simbólico, se expresará a través del culto a los símbolos
patrios, la acción «nacionalizadora» atribuida al nuevo régimen militar después de la ley del
Servicio Militar Obligatorio, la acción a través de la educación pública.

Los anarquistas rechazaban este nacionalismo forzado. Los socialistas, en cambio,


participarán de alguna manera de ese proceso de «argentinización», aun cuando su óptica
fuera parcialmente diferente a la de la élite.

El último de los tres grandes problemas que enfrentaban las izquierdas del cambio
de siglo, es la llamada «cuestión social».

El relativamente alto grado de movilidad social que existía para los migrantes
internacionales en la Argentina urbana de la época, actuaba como «un colchón» impidiendo,
que salvo excepciones, las situaciones conflictivas conllevaran formas agudas de violencia
social.

En los últimos diez años del siglo pasado y en los primeros del actual, la tendencia
dominante entre los trabajadores urbanos comienza a cambiar.

La jornada de ocho horas, los movimientos por la abolición del trabajo a destajo, los
reclamos de aumentos salariales y de un amplio conjunto de reivindicaciones laborales y
sociales, comienzan a ser tomadas por los sindicatos y otros movimientos sociales.

Los anarquistas promoverán estas formas de lucha sin restricción alguna. Frente
a la intransigencia y la represión estatal y patronal impulsarán la acción directa y
la huelga general como instrumento de lucha fundamental.

También en este terreno la situación de los socialistas era más compleja. La


estrategia insurreccional estaba claramente descartada para los socialistas. Las
huelgas parciales tenían objetivos concretos y precisos; mejorar las condiciones en el
ámbito de la producción. La huelga general sólo era aceptable con fines defensivos en
determinadas circunstancias. Una perspectiva insurreccional hubiera sido totalmente
incompatible con la estrategia socialista, que descansaba en un tránsito evolutivo hacia el
socialismo y en una concepción de las luchas sociales como una lucha de clases no
antagónica.

En una sociedad con las características que hemos descripto, la tentativa socialista de
articular la acción sindical y la acción política se presentaba como una tarea difícil.
En realidad, en la Argentina de la primera mitad del siglo XX, en lo que concierne a
«la integración de los trabajadores», lo político y lo corporativo parecían excluirse
mutuamente. Y así lo expresan, de alguna manera, los «éxitos» de la acción anarquista, en
una primera época y del sindicalismo revolucionario, «corporativista» y antipoliticista –
aunque no antiestatista– posteriormente.

De todas maneras, la aparición como corriente autónoma se dio casi hacia final del período
del régimen oligárquico y en consecuencia no hubo un tiempo suficiente como para medir
los resultados de la confrontación. Cuando esta se dé en las nuevas circunstancias creadas
después de la ley Sáenz Peña, los sindicalistas revolucionarios, resultarán triunfantes.

En síntesis: el auge del anarquismo en el período que estudiamos aparece avalado


por sus posturas frente al Estado y al régimen político ante los cuales preconizaban
el rechazo simple y llano; frente a la integración de los migrantes internacionales,
ante la cual respetaban la tendencia a la persistencia de la identidad étnica; y
finalmente por su insistencia en las reivindicaciones económicas y sociales, que
terminaban por ser en su accionar las cuestiones fundamentales.

Las izquierdas y la crisis del régimen político


La importancia de la influencia alcanzada por el anarquismo entre los sectores populares
urbanos y también el crecimiento del sindicalismo revolucionario hacia el fin del período,
revertían a su turno sobre la crisis del régimen político y no dejaban de incidir, en alguna
medida, sobre las iniciativas de autorreforma.

Clima de agitación social casi constante. El empleo de la represión fuerte y sistemática


no otorgaba mayor credibilidad a la élite gobernante.

Además, la oposición anarquista y las tensiones que ésta había generado en las filas
socialistas, había sido uno de los factores dominantes en el fracaso del proyecto de Código
de Trabajo. Posteriormente, los anarquistas y los sindicalistas revolucionarios, continuaron
su posición antiestatista, boicoteando y hostigando la tarea del Departamento Nacional de
Trabajo.

Los socialistas habían logrado una presencia política indudable, por lo menos en el
ámbito de la Capital Federal. Pero, recién darán «el salto» con la ampliación del régimen
político. Pero entonces enfrentarán un nuevo rival: el Radicalismo abandona la
abstención y se lanza de lleno al juego político disputando exitosamente a los socialistas
una
franja importante de las emergentes clases medias y de los sectores populares.

En el caso de los anarquistas y también en el de los sindicalistas revolucionarios,


su poder de convocatoria también presentaría límites. Los trabajadores los siguieron en los
primeros momentos de la huelga, pero luego los militantes quedaron librados a su suerte
frente a la represión más dura que habían debido soportar hasta entonces.

La huelga general de 1910 terminó en una profunda derrota para el movimiento


obrero. Lo que estaba evidenciando eran los límites que tenía la táctica de la huelga
general en la situación de la época.
Esa derrota marca el momento de la iniciación del declinio de los anarquistas –aunque los
síntomas más claros se harán visibles tiempo después– y el comienzo del viraje de
posiciones de los sindicalistas revolucionarios. Y creó también, ciertas condiciones que
facilitaron el proceso de tránsito que significó la sanción de la Ley Sáenz Peña.

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