Predicando Con Pasión (Alex Montoya)
Predicando Con Pasión (Alex Montoya)
Predicando Con Pasión (Alex Montoya)
Prólogo
Introducción
Conclusión
Bibliografía
Prólogo
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académicas; los logros educativos por sí mismos no pueden hacer que
una persona llene los requisitos para predicar. La mera lógica sin el
fuego de la pasión está lejos del ideal bíblico de la predicación.
En efecto, estoy convencido de que aun hoy día en las más sonadas
y sólidas iglesias bíblicas, mucho de lo que está etiquetado como
predicación realmente no lo es. Apaguen el retroproyector, eliminen
las presentaciones con programas de computadoras, dejen de darle a
las personas las notas con el bosquejo, y permitan que el hombre de
Dios proclame la verdad auténtica, con corazón fervoroso, con energía
dada por la unción del Espíritu Santo. Eso es predicación.
Esto no es un argumento en contra de prepararse o de capacitarse.
La buena predicación ocurre cuando la mente bien preparada, llena
de conocimiento, habilitada para explicar, motivada por el amor, por
la verdad, y con energía dada por el E sp íritu San to, habla
poderosamente. El verdadero predicador no se contenta con informar
a su audiencia un poco sobre materias académicas. El quiere saturarlos
con la exposición clara y poderosa de la Palabra de tal manera que
sientan el efecto de la verdad de Dios en el nivel más fundamental.
Tal vez nadie esté mejor equipado para escribir sobre la predicación
apasionada que Alex Montoya. El predica con su ejemplo, con una
ardiente pasión por la verdad. Alex ha sido un buen amigo mío y
colaborador por muchos años. Todos los que lo conocen están de
acuerdo en que su pasión es contagiosa. Espero que este libro inicie
una "epidemia" sobre el particular.
John M ac A rthur
Introducción
Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha
de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino:
Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende,
exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando
no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos,
acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán
sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos. Pero tú, sé sobrio en todas las
cosas, sufre penalidades, haz el trabajo de un evangelista, cumple tu
ministerio.
—2 Timoteo 4:1–5
¡La tarea de un predicador es predicar la Palabra! Esta es su descripción de
trabajo.1 El predicador debe ser un fiel proclamador de la Palabra de Dios. Pablo
le hace ver a Timoteo esta suprema responsabilidad en 2 Timoteo 4:1–5:
Encargo solemne: En la presencia de Dios.
Encargo sencillo: Predicar la palabra.
Encargo incesante: Predicar a tiempo y fuera de tiempo.
Encargo serio: Instruye, exhorta, reprende.
Encargo sobrio: Sé sobrio en todas las cosas.
En nuestra lucha por ser eficaces, los predicadores contemporáneos, somos
tentados a evitar el encargo en ciertos aspectos de esta responsabilidad. Lo
atrayente de las multitudes y la popularidad pueden tentarnos a comprometer
nuestro llamado a “predicar la Palabra”. También, fácilmente podemos
comercializar el mensaje divino y “venderlo” muy barato a las multitudes
inconstantes. En lo general, en las iglesias no escasean los oidores que procuran
a los vendedores de la Palabra que se contentarán solamente con agradar al oído
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1. Por motivos de simplicidad, a través de esta obra usaré el género masculino en referencia al predicador.
en lugar de cambiar el corazón. En realidad, predicamos en tiempos difíciles y
todos los predicadores lo sabemos.
Las multitudes inconstantes necesitan un predicador fiel que entienda el
encargo que Pablo le delegó a Timoteo. Pero la multitud no solamente es
inconstante, también es apática, insensible, sin vida, impregnada con el “rocío”
materialista de hoy día. Tales personas necesitan predicaciones que tengan
sentido para ellos, predicaciones que puedan despertarlos de su adormecimiento
espiritual. Estas personas necesitan una predicación apasionada.
La mayoría de nosotros, dicen ellos, entregamos lo mejor. Predicamos la
Palabra fielmente. Nos sujetamos al texto, nuestras predicaciones suenan a
mensajes expositivos. Pero nuestras iglesias siguen pasivas e indiferentes. Para
muchos de nosotros la iglesia disminuye cada año que pasa.
El problema no está en el contenido del sermón, ni en nuestra metodología;
más bien el problema está en la forma como damos a conocer el sermón. El
problema no es qué decimos sino cómo lo decimos. Nuestros sermones carecen
de pasión.
La necesidad de pasión
En realidad muchos de nosotros simplemente predicamos sermones, no la
Palabra de Dios. Predicamos la exégesis y no el oráculo divino. Predicamos (a
veces leemos) manuscritos muy elaborados, con uso de acrósticos en lugar de
la palabra viva. Somos bíblicos, pero la Palabra está moribunda debido a una
entrega sin vida o un estilo que estorba.
Nuestros sermones necesitan estar avivados. Debemos hablar tanto con el
corazón como con el intelecto. Nuestros sermones deben vibrar a través de
nuestro ser y contagiar a nuestros oyentes.
Predicar apasionadamente es predicar con el corazón. Jerry Vines dice:
“Necesitamos regresar a la predicación que sale del corazón. Tal vez algunos
podrían usar otra terminología. Tal vez prefieran el término sinceridad. O a lo
mejor les guste seriedad. Cualquier término que escojas lo necesitamos
desesperadamente”.2
Las iglesias vacías se deben no tanto a una falta de habilidad o a una ausencia
de deseo de oír la verdad, sino más bien a un absoluto aburrimiento provocado
por una predicación carente de pasión. Nuestra gente nos está gritando
silenciosamente desde las bancas vacías.
Predicar sermones largos solo prolonga la agonía. Enseño Homilética en el
Master’s Seminary a estudiantes que están obteniendo una maestría. Como
parte de la clase el estudiante debe predicar diez sermones de treinta minutos.
Después de un sermón excepcionalmente aburrido, mientras comentaba al
respecto, el estudiante dijo: –Habría estado mejor si hubiera tenido más tiempo
para predicar.
–No, –respondí. –Eso solo hubiera prolongado la agonía.
Un sermón corto no es un signo de poca profundidad (consideren el Sermón
del Monte), ni un sermón largo es una señal de mucha profundidad.
Necesitamos pasión en nuestra predicación. Los predicadores conservadores
y bíblicos, deben ser más conscientes del balance entre una exposición sólida y
la pasión con que se hace la exposición. Cómo comunicamos el sermón es tan
importante como lo que damos en el mismo. Las personas a las que servimos
necesitan la palabra del Señor. La Palabra viva debe mostrarse mediante una
predicación viva a una alma necesitada de vida. Consideremos cuidadosamente
este elemento al predicar.
3. D. Martyn Lloyd‐Jones, Preaching and Preachers (Grand Rapids: Zondervan, 1971), 93.
4. Geoffry Thomas, “Powerful Preaching”, in The Preacher and Preaching, ed. Samuel Logan (Phillipsburg, N.J.:
Presbyterian and Reformed, 1986), 369.
pasión el sermón se convierte en una conferencia, una charla o un tópico moral.
Si no hay pasión no hay predicación. W. A. Criswell, el famoso predicador
bautista, declara:
El sermón no es un ensayo para ser leído para una opinión personal, para que
las personas lo consideren casualmente. Es una confrontación con el Dios
Todopoderoso. Es para ser comunicado con una pasión ardiente, en la
autoridad del Espíritu Santo.5
Escuchemos a Criswell una vez más:
No se puede leer el Nuevo Testamento sin tener la sensación de que los
predicadores estaban “electrificados” por el poder del evangelio y afectados
por la maravilla de la gran revelación que les había sido confiada. Hay algo
erróneo si al hombre a quien se le han encargado las más grandes noticias
del mundo es insensible, rígido y aburrido. ¿Quién va a creer que las buenas
nuevas anunciadas por el predicador significan literalmente más que
cualquier otra cosa en la tierra, si no es presentada con seguridad, o fuego, o
agresividad, y si él mismo es apático, falto de inspiración, afligido con coma
espiritual, diciendo con sus hechos lo contrario a lo que dicen sus palabras?6
La predicación es apasionante porque tiene que ver con la naturaleza misma
de Dios y la expresión de su amor por la humanidad. La actitud en el estudio y
la actitud en el púlpito, aunque similares, son diferentes. El estudio es el
descubrimiento de la verdad y el púlpito el lugar desde donde se imparte esa
verdad. Lo que se cocina a fuego lento durante la semana, termina de sazonarse
en el púlpito el domingo. ¿Cómo puedo predicar tan magníficas verdades como
si fueran alguna cosa común y corriente? De ahí que:
¿Qué significa predicar? ¡Lógica en llamas! ¡Razón elocuente! ¿Son estas
contradicciones? Por supuesto que no. La razón concerniente a esta verdad
debe ser poderosamente elocuente como vemos en el caso el apóstol Pablo y
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5. W. A. Criswell, Criswell’s Guidebook for Pastors (Nashville: Broadman & Holman, 1980), 58.
6. Ibíd., 54
otros. Es teología en fuego. Y una teología que no tiene fuego, yo sostengo,
es teología defectuosa; o cuando menos el entendimiento del hombre sobre
ella es defectuoso. La predicación es teología que procede a través de un
hombre que está encendido. Un verdadero entendimiento y experiencia de la
verdad debe dirigirnos a esto. Otra vez digo que un hombre que puede hablar
de estas cosas sin apasionarse no tiene derecho, sin importar quién sea, a usar
el púlpito y no se le debería permitir usarlo.7
Cada predicador debería prestar atención a tal advertencia. Se evitará, a sí
mismo y a sus allegados, mucho dolor.
Un predicador miró de reojo a su audiencia y notó a un caballero de edad
avanzada dormitando durante su exposición. Le dijo a un muchacho que estaba
sentado junto al santo dormilón: “Amiguito, ¿podrías despertar al abuelito?” El
joven respondió: “¿Por qué no lo hace usted? Después de todo usted fue quien
lo durmió”. Bien dicho. Si nosotros los dormimos, nosotros debemos también
despertarlos. A través de los años, mi más grande temor ha sido ser un
predicador que enfada y aburrido. ¿Cómo podemos ser nosotros tan negligentes
en nuestros púlpitos que nuestra audiencia se queda dormida?
En nuestros púlpitos tenemos demasiados predicadores que enfadan, que
aburren. Algunos de ellos son hombres de Dios, y sin embargo son aburridos.
La piedad es un requisito para todos los líderes, pero predicar apasionadamente
es un requisito extra para todos los predicadores. Me gusta lo que Charles
Spurgeon dice:
Debemos considerar a las personas como la madera y el sacrificio; bien
mojados, una segunda y tercera vez, mediante el cuidado durante la semana,
sobre lo cual, como el profeta, debemos traer en oración el fuego del cielo.
Un ministro que enfada crea una audiencia aburrida. No puedes esperar que
tu personal de oficina y miembros de la iglesia viajen en una nave, si su
propio pastor todavía viaja en una carreta vieja.8
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7. Lloyd‐Jones, Preaching and Preachers, 97.
8. Charles H. Spurgeon, Lectures to My Students (Grand Rapids: Zondervan, 1954), 307.
Y hablando de pastores aburridos considere esta acusación:
Yo diría que un “predicador que aburre” es una contradicción de términos,
si es aburrido no es predicador. Puede pararse en un púlpito y hablar, pero
ciertamente no es un predicador. Con el gran tema y mensaje de la Biblia, el
aburrimiento no es posible. Esto es lo más interesante, lo más emocionante,
el aspecto más absorbente en el universo; y la idea de que puede ser
presentado en una forma aburrida me hace dudar seriamente si los hombres
que son culpables de ese aburrimiento han entendido realmente la doctrina
que ellos confiesan creer y por la que abogan. Muy a menudo nos
traicionamos a nosotros mismos por medio de nuestro comportamiento.9
No permita Dios que declaremos su palabra en una manera “muerta e
insensible”.
Contritos de alma
Predicar en el púlpito moderno puede ser vanaglorioso, una acción para
autocomplacerse. Solo los músicos y actores nos pueden superar en esto. Pero
los predicadores están muy cerca, en tercer lugar, o quizás a la par con ellos. Si
no me cree, recuerde cómo reaccionó al último “round” de crítica con respecto
a su predicación. Nuestros egos nos pueden llevar a cierta autodependencia y
engaño.
El poder espiritual viene cuando nos damos cuenta de lo indigno que somos
para predicar y de la necesidad de depender totalmente de Dios. Dios desprecia
un corazón orgulloso y se opone al de ojos altivos. En cambio, Él escoge honrar
los que lo honran (1 S. 2:30). Nosotros pasamos por las experiencias de los
valles más secos y más profundos, cuando dependemos de nuestras propias
fuerzas.
Tal como el profeta Isaías, debemos buscar una visión similar del Dios
exaltado y santo. Isaías vio:
Al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba
el templo. Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con
dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno
al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los
ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Y se estremecieron los
cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de
humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de
labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque
han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos. Entonces voló hacia mí
uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que había tomado
del altar con las tenazas; y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha
tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado (Is. 6:1–
7).
Aquí está un cuadro de un predicador quebrantado, un hombre que entendió
su total pecaminosidad y falta de dignidad para subir al “escritorio sagrado”. El
no hablará, no se atreve a hablar, hasta que Dios haya tocado sus labios con el
carbón del altar celestial.
Se cuenta la historia de un joven predicador que subió orgullosamente a
predicar, y muy pronto cometió barbaridades al entregar su mensaje. Bajó de la
plataforma profundamente humillado. Un venerable santo le dijo: “Si usted
hubiera subido como descendió, Dios lo habría ayudado a predicar con éxito”
Debemos cuidarnos de cómo subimos al púlpito, si deseamos el poder de
Dios en nuestra predicación. Así como el Lugar Santísimo no estaba disponible
para todos, a menos que llenaran los requisitos y entraran en pureza y
reverencia, lo mismo debería ser con el púlpito. No nos atrevamos a asumir tal
responsabilidad y tratarlo en forma profana, y esperar que Dios nos bendiga.
¡No lo hará! El salmista en el Salmo 24:3–6 da las cualidades necesarias para
subir al monte santo del Señor:
manos limpias;
un corazón puro;
un alma verdadera; y
una lengua recta.
El Salmo 15 establece los mismos requisitos. Aquí el salmista dice quien
cumple con los requisitos para “habitar en la tienda Dios” y quien puede “morar
en su monte santo”, el que:
camina con integridad y obra justicia,
habla verdad en su corazón,
no calumnia con su lengua,
no hace mal a su prójimo,
no toma reproche contra su amigo,
en cuyos ojos el perverso es menospreciado,
honra a los que temen al Señor.
¿Somos nosotros así? ¿Anhelamos ser el tipo de hombre que Dios describe
en 1 Timoteo 6:11, que huye del pecado y sigue “la justicia, la piedad, la fe, el
amor, la perseverancia, y la amabilidad?” La manera como afrontamos la tarea
de predicar debería ser con un corazón contrito, con humildad y quebrantados.
El reformador, Martín Lutero, oró así:
Oh Señor Dios, querido Padre celestial, en verdad soy indigno del oficio y
ministerio que debo hacer para tu gloria y para nutrir y servir a esta
congregación. Pero ya que Tú me has designado para ser un pastor y maestro,
y tu gente está necesitada de enseñanza e instrucción, oh, sé Tú mi ayudador
y permite que tus santos ángeles me ayuden. Luego, si te agrada en que se
logre cualquier cosa a través de mí, a Ti sea la gloria y no para mí o para la
alabanza de los hombres; concédeme por Tu gracia pura y Tu misericordia,
un entendimiento correcto de Tu Palabra, la cual yo también diligentemente
pueda llevarla a cabo. Oh Señor Jesucristo, hijo del Dios Viviente, Tú, Pastor
y Obispo de nuestras almas, manda tu Espíritu Santo para que trabaje
conmigo, sí, que obre en mí para desear y hacerlo a través de tu divina fuerza
de acuerdo a tu buena voluntad. Amén.1
He aquí un hombre cuya alma era humilde.
Confesión de pecado
El pecado nos alejará del poder de Dios. Sin embargo, siempre oímos hablar
de los Bakkers y los Swaggarts de los púlpitos modernos, luminarias en su
oratoria, pero caídos a causa de su pecado. Ellos son advertencias a todos
nosotros. No se atreva a confiar en los medios y métodos y tolerar el pecado en
su alma. ¡No se atreva a predicar como un Serafín y vivir como Satanás!
El secreto del poder espiritual es mantener cuentas claras con relación al
pecado con Dios. Debemos estar a menudo en nuestras recámaras de confesión,
expiando nuestros propios pecados por medio de nuestro Salvador personal,
Jesucristo. Dios no favorece a un predicador sucio. El apóstol Pedro escribe:
“Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus
oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal (1Ped 3:12).
Un poco antes, Pedro amonesta a los esposos a mantener un estilo de vida santo
con sus esposas para que sus oraciones “no sean estorbadas” (1Ped 3:7).
_________________________
1. David L. Larsen, The Company of Preachers (Grand Rapids: Kregel, 1998), 159.
El púlpito puede ser una magnífica ayuda para guardarnos del pecado
habitual si reconocemos su santidad y la necesidad de santidad personal como
un requisito para subir a él y declarar la Palabra de Dios. Si nos comprometemos
a no predicar excepto cuando “podemos levantar manos santas”, tenemos
garantizada la ayuda de Dios en nuestro ministerio. Al principio de mi
ministerio hice la promesa de que nunca predicaría si mi esposa y yo
estuviéramos peleados. He mantenido ese voto por la gracia de Dios (aunque
han habido una o dos veces que esto casi no se me aplica).
Los hombres de Dios pecan, pero los hombres de Dios deben confesar sus
pecados. Considere la oración de Nehemías (Neh. 1:4-1l). Él fue un hombre de
Dios que supo la importancia de confesar el pecado. Lo mismo se podría decir
del profeta Daniel en el capítulo 9 del libro de Daniel. ¿Y qué predicador puede
olvidar la oración penitente de ese consiervo caído, David, cuando derramó su
alma ante su Dios en el Salmo 51? El hizo de su confesión y purificación una
condición para restaurar su ministerio: “Entonces enseñaré a los transgresores
tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (Sal 51:13).
Permítame agregar que el púlpito no es lugar para la confesión de nuestros
pecados personales a Dios. Debemos hacerlo en nuestro estudio o en nuestros
lugares de oración personal. Tal muestra de hipocresía, el usar el escritorio
sagrado para aparentar humildad y santidad, debe ser triste y repugnante para
Dios. Personalmente debemos estar bien informados con la cruz de Cristo, la
fuente de purificación es para nosotros primero. Alexander Maclaren ha escrito
correctamente: “se requiere un hombre crucificado para predicar un salvador
crucificado”.2
Un sobrio recordatorio
Concluyo este capítulo con el recordatorio de Pablo de que un caminar
cercano a Dios es la clave para ser de utilidad:
Ahora bien, en una casa grande no solamente hay vasos de oro y de plata,
sino también de madera y de barro, y unos para honra y otros para
deshonra. Por tanto, si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para
honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra.
—2 Timoteo 2:20–21
¡Decídase a ser un vaso santificado!
2
_________________________
2. Funk and Wagnalls Standard Desk Dictionary (Nueva York: Funk & Wagnalls, 1969), 140.
La convicción de Josué: “Escoged hoy a quién habéis de servir: si a los
dioses que sirvieron vuestros padres, que estaban al otro lado del río, o
a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa,
serviremos al Señor” (Jos. 24:15).
La convicción de Sansón restaurado: “Y dijo Sansón: ¡Muera yo con
los filisteos!” (Jue. 16:30).
La convicción de Rut: “Así haga el Señor conmigo, y aún peor, si algo,
excepto la muerte, nos separa” (Rt. 1:17).
La convicción de Samuel: “Y Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto
en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor?
Por cuanto has desechado la palabra del Señor, Él también te ha
desechado para que no seas rey” (1 S. 15:22–23).
La convicción de Natán el profeta: “Entonces Natán dijo a David: Tú
eres aquel hombre” (2 S. 12:7).
La convicción de Elías: “¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones?
Si el Señor es Dios, seguidle; y si Baal, seguidle a él” (1 R. 18:21).
La convicción de Ester: “y si perezco, perezco” (Est. 4:16).
La convicción de Job: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos
el mal?” (Job 2:10).
La convicción de Daniel: “Se propuso Daniel en su corazón no
contaminarse” (Dn. 1:8).
La convicción de Sadrac, Mesac y Abed-nego: “Pero si no lo hace, has
de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la
estatua de oro que has levantado” (Dn. 3:18).
La convicción de Juan el Bautista: “Camada de víboras, ¿quién os
enseñó a huir de la ira que vendrá?” (Mt. 3:7) y “porque Juan le decía:
No te es lícito tenerla” (Mt. 14:4).
La convicción de los apóstoles: “Vosotros mismos juzgad si es justo
delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque nosotros
no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. (Hch. 4:19–20)
y “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (5:29).
La convicción de Esteban: “Vosotros, que sois duros de cerviz e
incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo;
como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros” (Hch.
7:51).
La convicción de Pablo: “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es
ganancia” (Fil. 1:21).
La convicción de Juan: “Yo, Juan…me encontraba en la isla llamada
Patmos, a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Ap.
1:9).
La convicción de nuestro Señor y Salvador: “El Hijo del Hombre debe
padecer mucho, y ser rechazado por los ancianos, los principales
sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Lc.
9:22).
La lista de los santos de Dios que vivieron y predicaron con convicción
podría continuar indefinidamente, desde el reformador Martín Lutero, quien
declaró su histórica posición en Worms, hasta Eric Lidell, el atleta escocés
quien se distinguió al rehusar correr en el día del Señor durante las olimpiadas.
Los hombres que tienen convicciones y las viven, predicarán con convicción.
Pero, existe una separación en algunos predicadores entre predicar la Palabra
de Dios y predicar apasionadamente. Predicamos su Palabra, pero no
apasionadamente. Predicamos la verdad, pero no con energía o fuego ardiente
en nuestro ser. Mucho tiene que ver con lo que predicamos, pero no tanto con
lo que verdaderamente creemos. Como predicadores convencidos de la Biblia
como la Palabra de Dios y comprometidos a predicar esa Palabra, nunca debería
faltarnos pasión. La Palabra de Dios, sola, es una fuente de inspiración (Sal.
19:7–13 y 119:11–16); es poderosa (He. 4:12–13), útil (2 Ti. 3:16–17) y es
divinamente eficaz (Is. 55:11).
Predicar con convicción descansa en estas simples premisas:
Medite en el Texto
Para poder predicar con convicción, debemos permitir que la verdad del texto
arda en nuestros corazones hasta que sintamos lo que sintió Jeremías, que la
Palabra llega a ser como un fuego ardiente encerrado en nuestros huesos (Jer.
20:9), o como los apóstoles que dijeron: “no podemos dejar de hablar de lo que
hemos visto y oído” (Hch. 4:20).
Pasos a tomar para crear fogosidad dentro de nosotros.
1. Procurar un entendimiento exegético del texto: ¿Qué significa?
2. Procurar un entendimiento experimental del texto: ¿Qué significa para
mí?
3. Procurar un entendimiento homilético del texto: ¿Qué verdad necesita oír
mi gente de este texto? ¿Cómo puedo servírselo a ellos?
Estos tres pasos proveen los ingredientes del combustible para crear un gran
fuego en nuestra alma. Una verdad descubierta calienta la mente; y la necesidad
_________________________
3. W. E. Sangster, Power in Preaching (Nueva York: Abingdon, 1958), 31.
de impartir la misma verdad a otros enciende llamas en el púlpito.
La predicación apasionada no puede pasar por alto ninguno de estos pasos.
No tienen rodeo. El Dr. John MacArthur ha destacado la naturaleza de la
predicación como “un trabajo duro”. Él dijo: “Debemos estar en nuestros
asientos hasta que el trabajo termine”.4 Tenemos mucha prisa en predicar, me
temo, y cuando predicamos es solamente un ejercicio del deber y no una
ardiente convicción.
La convicción de algunas verdades bíblicas empieza con nuestra exégesis,
con nuestra tediosa tarea preliminar de procurar entender qué es lo que el pasaje
de la Biblia significa, qué es lo que quiere decir. El texto a predicarse debe ser
completamente analizado para que podamos responder cualquier pregunta
relacionada con él. Debemos sentir que hemos entendido exactamente qué es lo
que el escritor quiso decir. Cada ‘jota y cada tilde’ debe ser disecada, cada
ramificación debe ser explorada, cada pensamiento debe ser ‘exhumado’ hasta
que no haya nada más que descubrir. Entonces estamos listos a proceder al
siguiente paso. Pero es en este primer paso que muchos predicadores fallan. La
flojera domina a unos de nosotros; la distracción, a otros. La falta de buenas
herramientas exegéticas a otros más. Y aun otros, tienen que empezar muy tarde
en la semana, por eso terminamos con “Especiales del sábado por la noche”. El
predicador es sobre todo un exégeta. Debemos vivir a la plenitud de esa
descripción de trabajo.
La verdad descubierta, a la vez, debe ser aplicada personalmente. Al igual
que la proverbial res, una vez ingerido el alimento en el “estómago del cráneo”,
debe ser transferido al “estómago experimental”, donde es digerido para
hacernos un bien personal y espiritual. Un texto que no nos ha beneficiado en
alguna forma no será comunicado con ningún sentido de emoción o de urgencia.
El texto debe de alimentarnos a nosotros primero, si es que ha de alimentar a
otros después. Obviamente, la aplicación experimental requiere tiempo y
disponibilidad espiritual. Nosotros también podemos llegar a ser “duros de cer-
_________________________
4. John F. MacArthur Jr., “About the Master’s Seminary”, http:// www.mastersem.edu/tmsad.htm; INTERNET.
viz e incircuncisos de corazón y de oído”, como para resistir la bondad del
ministerio del Espíritu Santo. Recuerde, un corazón frío forma un predicador
frío.
El paso final es procurar entender homiléticamente el texto, buscar formas
para aplicar la verdad a los corazones de nuestros oyentes. Un pastor conoce
sus ovejas, conoce bien la condición de su rebaño, y sabe qué verdades
necesitan en su momento actual. Él también conoce el humor y hábitos
particulares de tal modo que procurará la mejor manera de comunicarles la
verdad para que les haga bien, de la mejor manera posible. Nuestra meditación
sobre el texto debe extenderse aun a la forma de entregarlo que usemos al
comunicar la Palabra de Dios. No solamente estaremos convencidos de la
verdad sino de la forma en que la verdad es servida.
La Convicción es Contagiosa
Predicar con convicción es predicar con pasión. Me he esforzado en ayudarle
a tener convicción acerca de lo que usted predica, para ayudarle a sentir muy en
su interior qué es lo que va a decirle a su gente. Permítame concluir este capítulo
con dos citas que hablaron a mi corazón.
Al predicador que tiene interés en su tema, siempre se le escuchará. sus
oidores tal vez no creerán su doctrina; tal vez serán cautelosos, críticos,
fastidiados; pero ellos lo escucharán. El no tendrá un auditorio inatento; esto
es imposible. Pocos ojos estarán distraídos, pocas mentes estarán insensibles,
pocos corazones estarán indiferentes. Aquellos a quienes él les predica
podrán quejarse; podrán oír y odiar; pero lo escucharán. No hay predicador
que mantenga la atención de la gente a menos que él sienta su tema; tampoco
puede mantenerla, a menos que lo sienta muy profundo. Si va a hacer que
otros sean solemnes, él mismo debe ser solemne; debe “tener comunión” con
la verdad que expresa.5
_________________________
5. Gardiner Spring, The Power in the Pulpit (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1986), 132.
Permitan que un hombre sea “absorbido” por ciertas verdades, dejen que las
vea como hechos y no como sentimientos, que las vea en el corazón mismo
de la realidad y con inmenso significado, no solo para sí mismo sino para
toda la raza y ellas producirán en él un sentido de urgencia, un calor, y le
darán una convicción a su proclamación la cual será muy transformadora.
Predicador, ¡predique con convicción!
3
Por eso, las palabras que Cristo habló procedían de una vida profundamente
afectada por aquellos a quienes Él ministraba. Él se identificó con nosotros,
sufrió con nosotros y al final murió por nosotros.
¿Somos nosotros como Cristo? ¿O estamos alejados del diario quehacer de
la vida humana? ¿Despreciamos al afligido, detestamos al impío, nos alejamos
del necesitado, evadimos a los inválidos, tememos ser contaminados por el
perverso o cerramos nuestro corazón al que tiene dolor y no nos identificamos
con el dolor de otros? ¿Cómo nos atrevemos entonces a usar el púlpito para
pronunciar palabras de consuelo y estímulo cuando no hay sentimiento en
nuestras palabras? ¡Cuán miserables consoladores somos! Baxter dice:
Hermanos, ¿Pueden mirar con confianza a las personas que están en miseria
y no percibir que les están pidiendo ayuda? No hay algún pecador de cuya
situación no debieras compadecerte, como para no estar dispuesto a aliviarle
con más frecuencia que con la que ellos vienen a ti. ¿Puedes verles como al
hombre golpeado en el camino e irte de ahí sin misericordia?4
Obteniendo Compasión
La pregunta que nos ocupa en este último segmento es, “¿Cómo puede uno
tener compasión por las personas?” La compasión no es algo natural ni
universal. Algunas personas son más compasivas que otras. Los temperamentos
naturales afectan la compasión de uno como también lo hace nuestro medio
ambiente. Si estuviéramos en alguna otra ocupación, podríamos apoyarnos en
esos dos soportes para excusar nuestra insensibilidad. Pero la miseria de los que
nos rodean y la carga de asistirlos nos reta a todos a obtener una gran medida
de compasión. A continuación se dan unos medios prácticos para que nuestro
corazón cubra a otros.
Un Chequeo Realista
Han habido ocasiones en mi ministerio en que mi corazón se ha vuelto frío,
cuando mi alma ya no llora, cuando mis sermones ya no comunican, y cuando
el acto de predicar se vuelve una tarea penosa. Sé que he perdido la compasión.
Entonces me voy a un pequeño puesto de comidas en la calle de un populoso
barrio de la ciudad, a un lugar donde vive gente de distintos niveles
emocionales. Ordeno una taza de café y me siento con mi espalda recargada
contra la pared. Entonces miro, observo, leo, y escucho intensamente el llanto
del corazón.
Un grupo de adolescentes y jóvenes entran y piden algo ligero, uno de cada
cuatro de ellos morirá antes de los dieciocho años de edad; otros dos terminarán
en prisión. Todos están envueltos en una vida difícil. Una joven madre entra
con su prole de niñitos. Es obvio que son pobres. Comparten la bebida. Viven
en pobreza; algunos nunca verán un bosque o la nieve. Un viejo borracho
aparece rogando por comida. Rápidamente es echado fuera. Él fue el “niñito”
de alguien. En una ocasión una madre acarició a ese hombre y lo amamantó.
Ese pobre ser humano tiene hijos. Su esposa está en algún lugar allá afuera.
Hace mucho tiempo que lo “desheredaron”, pero ellos no lo han olvidado. El
sigue siendo el “papi” de alguien. De acuerdo con las circunstancias, él podría
haber sido el mío propio.
Veo y escucho, hasta que oigo sus llantos, hasta que sus almas me gritan:
“Por favor ayúdeme, estoy pereciendo”; hasta que las lágrimas se derraman de
mi desecho corazón. Me he enamorado de la raza humana una vez más. Ahora
estoy listo para subir al púlpito, a llorar con los que lloran, a reír con los que
ríen, y a traer la Palabra viva: Cristo, a personas necesitadas. Ahora puedo
predicar con pasión, porque ahora tengo compasión.
4
El más grande sermón jamás predicado, el Sermón del Monte, dejó atónita a la
audiencia. Las Escrituras declaran que las multitudes “se admiraban de su
enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus
escribas” (Mt. 7:28–29). Lucas dice que ellos “se admiraban de su enseñanza
porque su mensaje era con autoridad”. (Lc. 4:32). El Señor Jesús dejó a la
audiencia en un prolongado asombro, por lo que decía y por cómo lo decía.
William Hendriksen atribuye el efecto de las enseñanzas del Señor a estos
principios:
1. Jesús hablaba la verdad (Jn. 14:6; 18:37), mientras los escribas solo tenían
razonamientos maliciosos y evasivos (Mt. 5:21).
2. Jesús presentaba asuntos de la vida, la muerte y la eternidad, mientras los
escribas hablaban sobre trivialidades (Mt. 23:23; Lc. 11:23).
3. Las enseñanzas de Jesús tenían un sistema, mientras que los escribas solo
decían palabras sin sentido.
4. Jesús provocaba curiosidad por medio de un abundante uso de
ilustraciones (Mt. 5:13–16; 6:26–30; 7:24–27) y ejemplos concretos (Mt.
5:21–6:24), contrario a los sermones de los escribas que eran secos y
aburridos.
5. Jesús hablaba como uno que ama a la gente, y les mostraba el amor del
Padre por ellos (Mt. 5:44–48), en tanto que los escribas enseñaban con
falta de amor (Mt. 23:4, 13–15).
6. Jesús hablaba con autoridad porque su mensaje provenía del Padre (Jn.
8:26), de lo más interior de su ser, y de las Escrituras mismas (Mt. 5:17;
7:12; comp. 4:4, 7, 10), mientras que los escribas usaban fuentes sin
fundamento, de ellos mismos.1
El Señor habló con “poder y autoridad”.2 Pero tal enseñanza con autoridad
no fue cosa de solo una vez, sino que fue su estilo personal de enseñar y predicar
durante toda su vida. ¡Qué contraste con la enseñanza de los escribas en sus
días!
La enseñanza de los escribas era unas veces erudita y necia, otras
despreciable y mala; nunca tolerando salirse en lo más mínimo de los límites
de los comentarios y precedentes cuidadosamente vigilados; llena de una
balanceada inferencia, de dudosa ortodoxia y literalmente imposible; con un
dificultoso sistema de insignificancias y laberintos legales; elevando la mera
memoria por sobre el genio, las repeticiones sobre la originalidad; con interés
solamente en los sacerdotes y Fariseos, en el Templo y en las sinagogas, o
escuelas, o el Sanedrín, pero sobre todo ocupados con cosas infinitamente
pequeñas. No estaba, por cierto, totalmente vacía de significado moral, ni es
imposible encontrar aquí y allá entre sus escombros, un pensamiento noble;
_________________________
1. William Hendriksen, Exposition of the Gospel According to Matthew, in New Testament Commentary (Grand
Rapids: Baker, 1973), 382–83.
2. R. C. H. Lenski, The Interpretation of St. Matthew’s Gospel (Minneapolis: Augsburg, 19431, 314.
pero estaba ocupada mil veces más con las minucias levíticas acerca de la
menta, el anís y el comino, y la longitud de los flecos y la anchura de las
filacterias, y del lavamiento de los vasos y los platos y del particular cuarto
menguante lunar cuando comenzaban las lunas nuevas y el sábado.3
Tales cosas también describen a algunos predicadores de la actualidad.
Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Es mi predicación similar a la de los
escribas, llenas de cosas fuera de lugar y llena de trivialidades, o es como la del
Señor, enfocada en las cosas de mayor peso, en las verdades eternas? La
pregunta es vital para nuestro predicar con pasión. “Procurar cosas triviales” al
predicar conduce a una predicación anémica, no importa cuánto nos
emocionemos nosotros mismos.
Enseñar con autoridad se aprende de Cristo, no de los escribas. Aun hoy día
“escribas cristianos” influyen mucha de nuestra predicación. Acudimos a la
psicología, a la historia, a los sucesos actuales y a los comentarios para verificar
nuestro mensaje. No es de sorprender que carecen de autoridad. Me gusta lo
que John Broadus dice en su comentario sobre Mateo 7:28:
Esto es parte de la sabiduría, como también de modestia, el no dar poco valor
a las opiniones de hombres cuyas habilidades, aprendizaje y piedad han
hecho de ellos personas ilustres; pero si un hombre no está acostumbrado a
investigar por sí mismo en la Biblia y formar sus propios juicios de su
significado, de sus enseñanzas, cualquier otra cosa que posea tendrá muy
poco poder vital para convencer a los demás.4
_________________________
3. F. W. Farrar, quoted in Lenski, Matthew, 315.
4. John Broadus, Commentary on Matthew (Grand Rapids: Kregel, 1990), 172.
Necesitamos predicar la Palabra, no lo que la gente diga acerca de la Palabra.
La autoridad se fundamenta en la Palabra de Dios, no en las enseñanzas de
hombres de reconocimiento.
Au-to-ri-dad s. el poder para determinar, adjudicar o resolver
asuntos; un poder o derecho delegado o dado; autorización.5
Autoridad no autoritarismo
Predicar con autoridad no es inmediatamente comprendido por todos.
Algunos confunden la palabra autoridad con autoritarismo. Ellos la entienden
como control, poder e influencia total. Algunos predicadores se convierten en
“pequeños pontífices”, dictadores espirituales que hacen del púlpito un trono,
de la iglesia su reino y de la Biblia una herramienta de manipulación.
Ciertamente, algunas de nuestras iglesias casi son como las de los grupos
sectarios, siguiendo los pasos de esos grupos fanáticos en que tratan de controlar
la iglesia por medio del púlpito.
El Señor Jesús en una manera muy hábil y clara describió lo que no es
enseñar y predicar con autoridad. Todo tiene que ver en cómo nosotros miramos
a la gente y el tipo de relación que tenemos con ellos. El Salvador le dijo a sus
discípulos cuando confundieron sus papeles:
Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los
grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor y
el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; así como el
Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por muchos.
—Mateo 20:25–28
El Apóstol Pedro también amonesta a los predicadores que el predicar con
autoridad no debe confundirse con tener “señorío sobre” la gente (1 P. 5:1–4).
_________________________
5. Webster’s Universal College Dictionary (Nueva York: Gramercy Books, 1997), 53.
El púlpito es un lugar extremadamente peligroso. Sobre todo, los neófitos
pueden volverse engreídos (1 Ti. 3:6). Algunos pastores pueden usar su
predicación como látigo para mantener controlada a las personas, para reprimir
a la oposición. Es realmente trágico y triste cuando un predicador se vuelve
“abusivo” en el púlpito.
Características de un embajador
Enviado como mensajero.
Enviado en lugar de alguien; representante.
Enviado con la autoridad del que lo comisionó.
Enviado para hablar y actuar con autoridad.
_________________________
6. D. Martyn Lloyd‐Jones, Preaching and Preachers (Grand Rapids: Zondervan, 1971), 83.
3. Hable como un santo. La autoridad del predicador aumenta con los años
y es que su vida se asemeja más y más a la de Cristo. Yo me maravillo del poder
y autoridad de los pastores ya mayores de edad. He notado que dos hombres
pueden predicar sermones idénticos, el joven podrá recibir los aplausos, pero el
de edad avanzada captará la atención. ¿A qué se debe la diferencia? Es que la
vida de Cristo se ha formado más ampliamente en la vida del predicador de
mayor edad.
El error que cometen muchos jóvenes predicadores, es que imitan el estilo
de los grandes predicadores y de mayor edad; pero no imitan el ejemplo de sus
vidas. Y esto es lo que a ellos les da su poder. Primero santificamos al hombre,
y éste a su vez santifica el estilo. Si nosotros conociéramos a Cristo más
íntimamente, lo predicaríamos con más poder. La autoridad se da cuando la
gloria de Cristo rodea nuestras vidas, tal como en el caso de Moisés cuando
descendió del Monte Sinaí (cp. Éxodo 34:28–35). El consejo de Pablo al joven
Timoteo fue que se esforzara en vivir lo que predicaba sabiendo que mientras
más tenga el hombre de la Palabra en su vida, más vida habrá en la palabra que
habla. Considere sus palabras teniendo “la santidad” en mente:
Esto manda y enseña. No permitas que nadie menosprecie tu juventud; antes,
sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza.
Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento
sea evidente a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera
en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti
mismo como para los que te escuchan.
—1 Timoteo 4:11–12; 15–16
Y:
Huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
perseverancia y la amabilidad.
—1 Timoteo 6:11
Y otra vez,
Ahora bien, en una casa grande no solamente hay vasos de oro y de plata,
sino también de madera y de barro, y unos para honra y otros para
deshonra. Por tanto, si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para
honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra.
Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la
paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro.
—2 Timoteo 2:20–22
La autoridad del predicador debería aumentar a lo largo de su ministerio, tan
solo porque ha aprendido a poner en práctica lo que predica. Este es el aspecto
del predicador a lo que John Maxwell llama “personalidad”: Una persona que
lleva encarnado el mensaje.7
_________________________
7. John Maxwell, Developing the Leader Within You (Nashville, Tenn.: Nelson, 1993), 12.
8. Ibíd.
permitir que nuestras pruebas purguen nuestras imperfecciones;
evitar los errores juveniles;
evitar las tonterías de nuestros años de edad madura;
planear un largo ministerio en el mismo lugar; y
permitir que la autoridad crezca con los años.
4. Hable como un erudito. Si uno es experto en su ramo, entonces es
considerado como una autoridad. Los comerciales de la televisión han captado
esta realidad. Usted notará como los profesionales de la medicina promueven
lo que alivia el dolor. Inclusive los superestrellas son presentados como
promotores de todo: desde hamburguesas hasta artículos de limpieza para el
hogar. ¡Escuchamos a las autoridades!
Lo mismo sucede con la predicación, si el predicador conoce bien su tema,
si lo domina, si ha llegado a ser autoridad en ello, entonces hablará con
confianza acerca del mismo, inclusive apasionadamente. Pero si no está seguro
de su tema o de su área, hablará vacilantemente, tal vez con indecisión y
definitivamente, sin autoridad. Van a haber ocasiones en que aparentaremos que
sabemos cierto tema, pero tarde o temprano se darán cuenta de que simplemente
somos unos charlatanes, sin sustancia verdadera.
El ministerio del gran orador y predicador, Apolos, fue más poderoso
después de una cuidadosa instrucción que Priscila y Aquila le dieron (Hch.
18:24–28). Apolos ya era un predicador apasionado (Hch. 18:25), pero le
faltaba algo de sustancia. Después que fue instruido su predicación llegó a ser
más poderosa (v. 28). James Cox dice: “La gente respeta a un predicador que
está bien informado”.9
Un predicador es un hombre de un libro, la Biblia, del cual debe ser una
autoridad. Él debe conocer la Biblia al derecho y al revés. Debe conocer su
contenido y ser capaz de declarar y defender sus verdades. El predicador es un
hombre de una profesión, es el supervisor del pueblo de Dios. Debe saber cómo
_________________________
9. James Cox, Preaching (San Francisco: Harper & Row, 1988), 21.
pastorear el rebaño del Señor. Aunque también es bueno para el predicador
saber de otras disciplinas, ser versado en los campos de la literatura y aun es
importante para su ministerio estar al tanto de la época en que vive, sin
embargo, no es necesario que sea una autoridad en esas materias. Pero cuando
se trata de la Biblia, de teología y del ministerio, nadie de la congregación debe
comparársele en esas áreas. Esta es su especialidad. Aquí él es una autoridad y
su erudición fortalece su predicación.
Permítame añadir que muchos de nuestros sermones son predicados con muy
poca pasión y poca autoridad porque no estamos familiarizados con el texto que
estamos exponiendo. Se decía de George Whitefield que siempre se podía saber
cuándo él predicaba un sermón nuevo porque le hacía falta el poder autoritativo
en su entrega. Pero cuando él dominaba ese mismo sermón, muy pronto podía
mover a la audiencia a la que le predicaba.
A estas alturas, algunas preguntas son oportunas. ¿Estudiamos con el fin de
entender y dominar el texto bíblico? ¿Construimos el sermón apropiadamente
de tal forma que garantice que será bien aceptado? ¿Hemos leído extensamente
acerca del tema que vamos a predicar? ¿Estamos familiarizados con el
contenido y la forma de nuestro sermón que en caso de que perdiéramos las
notas o el bosquejo, podríamos predicarlo extemporáneamente y con gran
efecto?
5. Hable como un hábil artista. La predicación es un arte, no tan solo una
acción. Hace mucho que las congregaciones han superado el orden de predicar
una simple conferencia desde el púlpito sobre la Biblia y de “participar de unas
cuantas pepitas” de la Palabra. Todos los aspectos del cristianismo han
avanzado a la siguiente etapa de desarrollo. La música, la escuela dominical, el
edificio, el sistema de sonido, las luces y la oficina de la iglesia. Todo esto ha
progresado a un nivel muy por encima de la mediocridad.
Una expectación similar existe para el predicador. La gente se ha reunido
para adorar donde el pianista es hábil, donde el solista ha perfeccionado su voz,
donde el coro o el grupo musical ha practicado sus himnos y cantos y donde el
arquitecto ha vaciado el fruto de su profesión. Ahora viene el predicador, ¡y no
ha repasado el contenido de su predicación! Que titubea durante la introducción
mal preparada, que depende de la lectura de sus notas y termina abruptamente
un sermón incomprensible porque “se le terminó el tiempo”. ¿Espera usted que
la gente responda a este contraste?
Puesto que nuestro compromiso es para con Dios y con nuestra gente,
debemos ser competentes en la predicación, desde su exégesis hasta su
exposición. Timothy Turner en su libro Predicando a gente programada
(Preaching to Programmed People) advierte a los predicadores que estamos en
una marcada competencia con un mundo preparado en el arte de la
comunicación y con personas acostumbradas a hábiles comunicadores. Él
declara: “La televisión compite con la predicación en el negocio de la
comunicación. De hecho, cualquier predicador que no esté en el negocio de la
comunicación, se queda fuera”. Un predicador hoy día no debe ser menos
eficiente en el arte de la predicación que sus competidores que están en el arte
de comunicar.
Proverbios 22:29 dice: “¿Has visto un hombre diestro en su trabajo? Estará
delante de los reyes; no estará delante de hombres sin importancia”. Dios honra
al predicador preparado. ¡Él le concede hablar con autoridad sin que se empañe
la gloria de Dios! Desarrollar nuestra habilidad para predicar no invalida el
poder de Dios así como tampoco el arreglo apropiado de las velas de un yate
anula el poder del viento. Al contrario, hace que se aumente. Predicador,
¿quieres predicar apasionadamente? ¡Entonces prepárate!
El reto
Hemos visto aquí que la predicación apasionada es la que se predica con
autoridad. Un predicador autoritario no merece ocupar el púlpito; pero tampoco
lo merece el hombre que carece de autoridad, un hombre que no ha sido enviado
por Dios. Por lo tanto, mi amado hermano, predique con autoridad por medio
de lo siguiente:
hablando como un verdadero creyente en lo que predica,
hablando como un enviado de Dios,
hablando como un venerable santo que conoce a Dios,
hablando como una autoridad en la materia, y
hablando como uno preparado para persuadir y convencer.
Sea usted como Aod, quien dijo: “¡Tengo un mensaje de Dios para ti!” (Jue.
3:20).
5
Le quitamos la urgencia a la
predicación cuando le quitamos
al infierno su severidad.
Cada sermón debería ser predicado como si fuera el último que vamos a
predicar. Podemos caer en la complacencia al predicar una serie de mensajes o
lanzándonos en la exposición de un libro y esperar hasta el final para predicar
por los resultados deseados. La verdad es que muy pocos de nuestros oyentes
continúan con nosotros hasta el final. Por lo tanto, aun en una serie de sermones
o en la exposición de un libro, cada sermón debería tener su lugar apropiado
(como los vagones de un tren) y deberíamos predicar cada uno como si fuera el
último sermón que vamos a predicar. De hecho, ese sermón muy bien puede ser
nuestra última predicación. “Yo predico”, dijo Baxter, “como nunca estando
seguro de que volveré a hacerlo, como un hombre en proceso de morir
predicándole a otros que están en el mismo proceso”.10 Cada sermón es nuestro
último testamento, acompañado de toda la seriedad y solemnidad que amerita.
Deberíamos predicar nuestro sermón como si fuera el último que nuestros
oyentes fueran a oír antes de pasar a la eternidad. La explicación de las palabras
_________________________
10. David L. Larsen, The Company of Preachers (Grand Rapids: Kregel, 1998), 282.
de D. L. Moody a su audiencia a causa del gran incendio de Chicago, es
legendaria. Él invitó a su audiencia el domingo anterior al incendio a pensar en
su sermón y regresar la próxima semana. Muchos de ellos no regresaron,
murieron en el incendio. Eso afectó la predicación de Moody. Después de esto
predicó a la audiencia como si ya no fueran a oír otro sermón de parte de él.
Debemos hacer lo mismo.
Hay muchas almas que han pasado a la eternidad sin Cristo porque pensé que
tenía más tiempo. No consideré lo crítico de su estado inconverso como para
asegurarme de hacer todo lo que estuviera de mi parte. Murieron antes que
pudiera hablarles de Cristo. A los que se descarriaron no se les amonestó, los
matrimonios no fueron fortalecidos y los jóvenes no fueron advertidos; todo
porque pensé que regresarían la próxima semana para oír la conclusión del
sermón. Nunca regresaron, fue el último sermón que escucharon de mí.
Habla a tu gente como a personas que algún día van a despertar, sea aquí o
en el infierno. No hables con frialdad o descuido sobre este asunto tan
importante como es el cielo o el infierno. Cualquier cosa que hagas, permite
que la gente vea que estás en forma seria. Los hombres no dejarán sus caros
placeres por la somnolienta petición de uno que parece no tener congruencia
al hablar o de no estar al pendiente de sí su petición es concedida o no.11
—Richard Baxter
He tratado, no siempre con éxito, de predicar cada sermón como si fuera mi
último mensaje o el último para la grey. El sermón debiera ser construido de tal
manera que contenga todo lo que quiero decir sobre algún asunto en particular
para guiar a una persona a una decisión consciente y de corazón; y luego
entregarlo pensando que es mi último mensaje. Este ejercicio es difícil cuando
se tiene que predicar una y otra vez durante la semana; sin embargo, hay que
hacerlo. No tengo otra opción. Tal vez no habrá una próxima oportunidad ni
para ellos ni para mí.
_________________________
11. Baxter, Reformed Pastor, 148–49.
Predique bajo la soberanía divina
Predicar puede producir culpabilidad. La urgencia de rescatar al perdido
junto con nuestras debilidades y limitaciones humanas puede afectarnos
profundamente. Estamos hechos para vivir como el Atlas mitológico, con el
peso del mundo sobre nuestra espalda. El destino del hombre está en nuestras
manos. Ellos se salvarán o perecerán, dependiendo de nuestro celo o descuido.
¡Qué cruz que cargar!
Nuestro dominio propio y salvación se deben a la preciosa doctrina de la
soberanía de Dios, que Dios está en control de todas las cosas y es en última
instancia, el responsable de todo. No solamente del descanso de los creyentes
sino del consuelo del predicador. El predicador trabaja con toda su energía, pero
descansa completamente en el maravilloso poder y voluntad perfecta de Dios.
La soberanía divina es nuestro divino socorro.
Aun la soberanía divina mal entendida puede acarrearnos resultados
desafortunados. Al predicador puede guiarlo a la ansiedad o a la apatía. La
ansiedad le viene al “arminiano” que toma todo el mérito y responsabilidad de
los resultados de su labor. He aquí el predicador que no descansa en cuerpo y
alma porque verdaderamente siente que el destino final del hombre depende
enteramente de lo que él haga. “Ay de mí si no predico el evangelio” (1 Co.
9:16) es llevado a límites ilógicos y fuera de contexto.
Ciertos predicadores “calvinistas” rayan en la apatía. La lógica es la
siguiente: Si todo es de Dios y Dios obra soberana e independientemente del
hombre, entonces no importa si me esfuerzo o no para ganar a otros. En efecto,
podríamos estar intentando frustrar la soberanía de Dios por medio de nuestro
celo. Por lo tanto, la urgencia en la predicación es una falta de verdadera fe y
confianza en el poder de Dios.
Obviamente, el asunto de la soberanía de Dios y el esfuerzo del hombre se
juntan en algún lugar a lo largo del camino; son amigos, como dijo Spurgeon.
La elección, la predestinación y la soberanía divina no nos excusan de la
urgencia de predicar. En efecto, estas cosas deberían impulsarnos para predicar
con mayor celo, pues la labor tiene promesa de recompensa segura. Trabajamos
en esperanza y por eso trabajamos con mayor intensidad. Vemos esto en el caso
de Pablo en Corinto cuando el mensaje fue rechazado por los judíos. Dios lo
estimuló mediante una visión nocturna: “No temas, sigue hablando y no calles;
porque yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte daño, porque yo tengo
mucho pueblo en esta ciudad (Hch. 18:9–10). El resultado fue que hubo más
celo de parte de Pablo y nació la iglesia de Corinto (Hch. 18:11).
La elección, la predestinación y la
soberanía divina no nos excusan
de la urgencia de predicar.
_________________________
12. Larsen, Company of Preachers, 374.
13. Baxter, Reformed Pastor, 149.
6
La grey del Señor ha sido muy dañada y maltratada. Joseph Parker dijo: “Si
usted le predica a corazones dolientes, nunca dejará de tener una congregación;
hay uno de esos en cada banca.2 “Lo único que necesita tener es un corazón
quebrantado y así tener la capacidad para predicar a corazones quebrantados.
Vines correctamente afirma:
Cuando nuestro corazón está quebrantado, entonces aprendemos a predicar
a otros cuyos corazones también lo están. La predicación es para alcanzar
corazones duros y sanar corazones quebrantados. Y eso se logra cuando el
predicador también ha atravesado por su propio valle de aflicción.3
El quebrantamiento es un requisito para ser fuerte y vigoroso y así llegar a
ser un predicador apasionado. Una lágrima en los ojos y un corazón dolido le
proveen una rara elocuencia a la predicación.
A pesar de que yo creo que el entrenamiento del seminario es un elemento
indispensable en la preparación de un hombre de Dios para ocupar el púlpito
sagrado, también estoy de acuerdo en que esa preparación no es suficiente para
un ministerio efectivo. Los seminarios no están preparados para bautizar el púl-
_________________________
2. Roy B. Zuck, The Speaker’s Quote Book (Grand Rapids: Kregel, 1997), 305.
3. Jerry Vines, A Guide to Effective Sermon Delivery (Chicago: Moody, 1986), 155.
pito en las aguas de la aflicción, ni pueden hacer que el estudiante beba del vaso
del sufrimiento (Mr. 10:38–39). Hay una materia más que es enseñada por el
Maestro mismo, donde el Señor guía al hombre de Dios a través del valle de
aflicciones hasta que emerge quebrantado como un siervo rendido a Dios. Los
seminaristas piensan que un poco de hebreo mezclado con algo de griego,
sazonado con teología y la Biblia, y servidos en el plato de la homilética,
constituyen la predicación y contiene los elementos de la misma. Eso es un
error. El seminario entrena la mente, pero el sufrimiento capacita el alma.
La Biblia habla directa y positivamente acerca de las tribulaciones en la vida
del creyente, y aun mucho más en la vida del predicador:
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género
de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos,
porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron
a los profetas que fueron antes que vosotros.
—Mateo 5:11–12
Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que
hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre.
—Hechos 5:41
Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo
que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el
carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu
Santo que nos fue dado.
—Romanos 5:3–5
Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en
El, sino también sufrir por El, sufriendo el mismo conflicto que visteis en mí,
y que ahora oís que está en mí.
—Filipenses 1:29–30
Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.
Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después
fruto apacible de justicia.
—Hebreos 12:6, 11
Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia
ha de tener su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin
que os falte nada. Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba,
porque una vez que ha sido aprobado, recibirá la corona de la vida que el
Señor ha prometido a los que le aman.
—Santiago 1:2–4, 12
En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo
si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de
vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego,
sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de
Jesucristo.
—1 Pedro 1:6–7
En resumen, las tribulaciones son el refinamiento del fuego del Señor, para
así purificar al siervo para un servicio eficaz.
Cuando le concedió el permiso, Pablo, de pie sobre las gradas, hizo señal al
pueblo con su mano, y cuando hubo gran silencio, les habló en el idioma
hebreo.
—Hechos 21:40
_________________________
7. Haddon Robinson, Biblical Preaching (Grand Rapids: Baker, 1980), 201.
8. Vines, Effective Sermon Delivery, 139.
9. Olford, Anointed Expository Preaching, 205.
Si el contacto visual es la parte más vital del cuerpo, la expresión facial es la
acción física más descuidada. El rostro tiene un tremendo potencial para
expresar los cambios y el significado del sermón. Pero muchos nunca
permiten que el rostro exprese los sentimientos internos, adecuadamente.10
Recuerde que mientras más grande la audiencia, más se deben enfatizar los
ademanes. Agrande los ejemplos de tal modo que los más alejados de usted
puedan leer ambos sermones. Además, tal vez no sea necesario practicar
nuestros ademanes si nos damos la libertad de hablar según nos sintamos. Sin
embargo, vernos a nosotros mismos en un vídeo pudiera alertarnos a usar
ademanes o no. Entonces, a veces tendremos que pensar en hacer ademanes al
predicar. Me agrada lo que dice Broadus:
En general, uno nunca debiera dejar de hacer un movimiento que desea hacer
por temor a que no se vea bien. Después de todo, vida y fuerza son mucho
más importantes que lo elegante; y, de hecho la timidez de no hacer cierto
movimiento, destruye a la elegancia en sí.18
Sea libre
He presentado la evidencia a favor de usar el cuerpo al predicar. Este es el
modo normal al conversar entre nosotros. ¿No deberíamos hacer lo mismo al
conversar con nuestra gente acerca de las cosas espirituales? En mi súplica a
usted de que predique con pasión, permítame reiterarle que si suelta los canales
que inhiben la libre expresión del pensamiento a través de sus miembros
corporales, usted llegará a ser un predicador más expresivo. Usted comunicará
con pasión.
8
Por tanto, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica,
será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca.
—Mateo 7:24
1. Palabras de poder. Las palabras son los bloques que construyen las ideas
y en última instancia los sermones. Cada predicador es un artífice de la palabra.
Él trata con ellas. Las palabras son vehículos del pensamiento, y qué palabras
escogemos para usar determinarán el efecto que nuestros sermones tendrán
sobre la audiencia. Respecto al uso de las palabras, tenemos alternativas, y
deberíamos darle importancia al escoger palabras que apelan a nuestros
sentidos. “Palabras que apelan a los cinco sentidos, vista, tacto, olfato, gusto y
oído, ayudarán a la gente a sentir lo que usted está diciendo, a que lo entiendan
mejor y recordarlo por mucho tiempo”.11 De ahí que usted debe escoger
palabras que describan y reflejen exactamente cómo usted ve el cuadro, lo siente
y lo oye. No solo trate de aproximarse. Busque exactamente la palabra correcta,
y asegúrese que ésa es la palabra que su audiencia tiene en mente.
Escoja sustantivos y verbos en preferencia a adjetivos y adverbios. Robinson
dice: “Lo vívido se desarrolla cuando dejamos que los sustantivos y los verbos
contengan significado. Los adjetivos y los adverbios confunden el discurso y
son compañeros de las palabras débiles. Los sustantivos y los verbos se definen
por sí mismos”.12 Tenga en mente que la palabra hablada y la palabra escrita
son diferentes. La palabra hablada apela tanto al oído como al ojo.
2. Figuras de lenguaje. Predicaciones poderosas buscan caminos poderosos
para presentar la verdad. La predicación poderosa es la que llama la atención
del que escucha, que lo aleja de cualquier distracción, y cuando el predicador
termina con él, le deja una marca indeleble en su alma. Por eso, buscamos todos
los métodos que nos ayudan a complementarla. El discurso humano ha creado
_________________________
11. Bruce Mawhinney, Preaching with Freshness (Eugene, Ore.: Harvest House, 1991), 178.
12. Haddon Robinson, Biblical Preaching (Grand Rapids: Baker, 1980), 186.
una gran variedad de significados para expresar ideas. Esto es lo que llamamos
figuras de lenguaje. Broadus declara acerca del uso de las figuras de lenguaje:
Tal vez el elemento principal de la energía en el estilo es el uso de las figuras
de lenguaje. Sentimientos apasionados, ya sean coraje, temor, amor, o la
emoción de lo sublime, se expresan solas de una manera natural por medio
de imágenes con fuerza…. Las figuras de lenguaje por lo general contribuyen
a la elegancia del estilo, y algunas de ellas, sobre todo la comparación, a
expresar con claridad; pero su más considerable contribución es en el asunto
de la energía.13
Si vamos a ser apasionados y serios en nuestra predicación, debemos hacer
un uso deliberado y estudiado de las figuras de lenguaje en nuestra predicación.
Examinemos algunas de ellas.
La metáfora es la figura de lenguaje en la que en lugar de comparar una cosa
con la otra, se identifican las dos tomando el nombre o asumiendo los atributos
de la una por la otra.14 Nuestro Señor hizo amplio uso de metáforas:
“Ustedes son la sal de la tierra” (Mt. 5:13).
“No temas, rebaño pequeño” (Lc. 12:32).
“Yo soy la puerta” (Jn. 10:9).
En las metáforas, sustituimos una palabra o figura que nos lleva a una verdad
familiar por medio de la cual podemos comparar una nueva idea, a la vez que
lo hacemos con un gran ahorro de palabras. Una metáfora bien usada revelará,
no ocultará ni distraerá de la comparación. Metáforas demasiado usadas, o peor
aún, metáforas mixtas, enfadarán o confundirán, respectivamente.
La sinécdoque es la figura de lenguaje en la que una parte de una cosa es
tomada por el todo para así poder ser más expresiva:
“Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas” (Is.
2:4).
_________________________
13. John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons (Nueva York: Harper & Row, 1944), 263.
14. Ibíd.
“…pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:19).
“…para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una
tierra que mana leche y miel” (Éx. 3:8).
“Porque yo no confiaré en mi arco, ni me salvará mi espada” (Sal.
44:6).
La hipérbole es decir más de lo que se quiere expresar. Esto también
se llama “exageración” y puede ser usada con gran efecto cuando el
predicador muestra fuertes sentimientos hacia algo o alguien.
Considere estos ejemplos:
“Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti;
porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo
tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mt. 5:29).
“¿O cómo puedes decir a tu hermano, ‘déjame sacarte la paja del ojo’,
cuando la viga está en tu ojo?” (Mt. 7:4).
“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que
un rico entre en el reino de Dios” (Mt. 19:24).
La personificación atribuye cualidades personales, acciones y discurso a
cosas inanimadas.15 Salomón personificó a la sabiduría en el libro de
Proverbios, y Pablo hizo lo mismo con el amor en 1 Corintios13. Otros ejemplos
son:
“¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!” (Sal. 24:7).
“Oíd, cielos, y escucha tierra; porque el Señor habla” (Is. 1:2).
El apóstrofe es el recurso de volverse de la audiencia para hablarle a una
persona o cosa. Jesús “se volvió” a Jerusalén y emocionado exclamó: “Oh
Jerusalén, Jerusalén…”. Podemos ver cómo las emociones podrían usar esta
figura de lenguaje, pues ellas a menudo interrumpen nuestros patrones más
regulares de oratoria. Vea Jeremías 2:12–13 para notar este efecto.
_________________________
15. White, A Guide to Preaching, 215.
La exclamación es el resultado totalmente natural de una emoción fuerte.
“¡Ni lo mande Dios”, “Ay”, o “Ay de mí!”, son usos apropiados de
exclamación.
La interrogación es el acto de hacer una pregunta ya sea a una tercera
persona, a un supuesto antagonista, o a la audiencia misma. Este es un recurso
que incrementa la atención y con toda seguridad puede despertar las emociones.
El libro de Malaquías y Gálatas 3:1–5 contienen excelentes ejemplos de esta
figura de lenguaje.
El dramatismo fue usado con mucha eficacia por los profetas para dar a
entender su mensaje (Jer. 4:19). Nosotros podemos actuar la parte que
predicamos. Cuando esto es bien hecho, produce un buen efecto.
Naturalmente, el estudiante de las predicaciones deseará ir más profundo en
el uso y variedades de las figuras de lenguaje. Estudiar la retórica le
recompensará abundantemente.
Las figuras de lenguaje también pueden añadir belleza a un sermón cuando
se usa con gran cuidado e imaginación. Consideren esto:
La imaginación se regocija en las metáforas y figuras de lenguaje. Marca la
apelación ornamental alrededor del mero sustantivo así como el jardinero
pone la hiedra alrededor del pilar. A la imaginación le agrada aclarar sus
pensamientos por medio del clímax y de la antítesis. Cultiva el símil y la
metáfora para revelar nueva luz sobre verdades antiguas, comparando las
cosas espirituales con las naturales y las naturales con las espirituales. No
contenta con esto, va de la metáfora a la alegoría, expandiendo la figura
escogida en un más íntimo y amoroso detalle (compare el canto de la viña en
Isaías 5 o el Buen Pastor en Juan 10). O usa apóstrofes y personifica,
inspirando vida en lo inanimado y alma personal dentro de lo inorgánico
(compare la personificación de la Sabiduría en Proverbios). La imaginación
se sienta y elabora una parábola para ilustrar verdades morales o religiosas
por medio de los acontecimientos de cada día; porque es enemiga implacable
de lo abstracto y debe presentar todo en forma de concreta realidad. Desea
que el ojo y el oído del oyente le presten atención; el uno debe asistir al otro,
de modo que el discurso está doblemente seguro de lograr su meta. De este
modo las palabras habladas se vuelven en su mano, por así decirlo, un pincel
de pintor con el cual imparte trazos y colores a los más profundos
pensamientos y sentimientos del corazón.16
Por lo tanto, no tenga miedo de usar figuras de lenguaje. Como un escritor
ha notado: “aunque las figuras pueden ser usadas de más, usadas mal, o usadas
en forma mecánica, parece ser que la mayoría de los predicadores fallan en
alcanzar su potencial. Las figuras de lenguaje sirven para un buen propósito.17
3. Ilustraciones. La predicación apasionada debe tener luz y calor. El
predicador debe explicar y también aplicar. De ahí que, existe la necesidad de
ilustrar, de añadir luz al tema. Las ilustraciones son las ventanas del discurso,
le dan luz al tema que está siendo discutido. Michael Green, en el prefacio de
su libro, Illustrations for Biblical Preaching (Ilustraciones para predicaciones
bíblicas), declara:
Las ilustraciones del sermón son como el color de un carro. Aunque no son
sustitutos de una exposición y estudio cuidadoso del texto, hacen más
interesante la presentación. Además, como una luz roja intermitente en un
espejo retrovisor, pueden atraer atención. Y pueden encender una reacción
tan rápidamente como un relámpago sobre un terreno en tiempo de sequía.18
Las ilustraciones tienen muchos propósitos. Richard Mayhue ofrece los
siguientes por qué de las ilustraciones. Sirven para:
1. interesar la mente y asegurar la continua atención de la audiencia;
2. hacer las predicaciones tridimensionales y animadas;
3. explicar la doctrina y deberes cristianos en forma clara y comprensible;
_________________________
16. M. Reu, Homiletics (Grand Rapids: Baker, 1967), 193–94.
17. William H. Koolenga, Elements of Style for Preaching (Grand Rapids: Zondervan, 1989), 93.
18. Michael P. Green, Illustrations for Biblical Preaching (Grand Rapids: Baker, 1989), 9.
4. comunicar convincentemente a los que reaccionan mejor a los cuadros
que a las historias;
5. asegurarse que el mensaje no se olvide;
6. involucrar los sentidos humanos en el proceso de la comunicación; y
7. atraer la atención del desinteresado.19
Spurgeon declara que las ilustraciones ayudan a animar a una audiencia y a
despertar su atención.20 Un uso apropiado de las ilustraciones puede ayudar
mucho a que el sermón motive a una audiencia a actuar. Spurgeon añade lo
siguiente a esto:
Los que están acostumbrados al sermoneo adormecedor de ciertos
“dignatarios divinos” se maravillarían grandemente si ellos pudieran ver el
entusiasmo y delicia viva con la cual unas congregaciones escuchan el
discurso por medio del cual fluye una tranquila corriente de ilustraciones
naturales y felices.21
R. O. White asiente:
Es verdad que cierta clase de vanidad intelectual afecta al quitarle valor a la
ilustración, según lo necesitan solamente mentalidades inexpertas. Un cierto
tipo de autojustificados espirituales, también, algunas veces pretenden que
un mensaje bíblico, lleno de doctrina sana, no necesita ser adornado con
historias atractivas. Por lo general, los que sostienen esto hablan más de lo
que escuchan: oidores frecuentes nunca hablarían tal tontería.22
¿Cómo hubiera sido el ministerio de Cristo sin el arte de la ilustración?
Marcos hace notar que El “no les hablaba sin parábolas” (Mar. 4:34). El poder
de la ilustración está vívidamente enmarcado en la parábola del Buen
Samaritano (Lc. 10:30–37) y en la del Hijo Pródigo (Lc. 15:11–32). Si usted
_________________________
19. Richard Mayhue, “Introductions, Illustrations, and Conclusions”, in Rediscovering Expository Preaching, 246.
20. Charles H. Spurgeon, Lectures to My Students (Grand Rapids: Zondervan, 1954), 351.
21. Ibíd.
22. White, A Guide to Preaching, 171.
desea ser un predicador poderoso, entonces haga uso de ilustraciones poderosas.
Úselas seguido, pero úselas sabiamente.
Cada predicador debería tener un método para encontrar y organizar
ilustraciones. Debemos ser como el escriba que “saca de su tesoro cosas nuevas
y cosas viejas” (Mateo 13:52). Mis “tesoros” personales para las ilustraciones
son la Biblia y la vida. Yo leo la Biblia con el propósito expreso de encontrar
ilustraciones que me ayudarán a comunicar el texto (1 Co. 10:11). Cada día de
la vida también contiene innumerables ilustraciones de experiencias personales,
así como sucesos de actualidad, libros, artículos de revistas, el periódico, y aun
la televisión.
Yo guardo ilustraciones en tres archivos. Un archivo contiene ilustraciones
arregladas de acuerdo a tópicos o temas específicos. Un segundo archivo
contiene ilustraciones agrupadas de acuerdo a los libros de la Biblia, cada uno
etiquetado a su pasaje específico. El tercer archivo es un expediente abierto en
el cual guardo las ilustraciones más actualizadas. Tener acceso a una
fotocopiadora es una gran ayuda no solo para conservar una ilustración sino
también para hacer múltiples copias en caso de que uno quiera guardarlos en
los tres archivos. Pero en última instancia, la clave está en que usted desarrolle
un sistema que le sea práctico.
4. Historias. Una historia es una “ilustración extendida”. La pongo aparte de
“ilustración” porque una historia es un “minisermón” de un solo golpe. Una
historia es una anécdota personal acerca de una persona o personas que le
ayudarán a ilustrar y a aplicar la verdad. Calvin Miller dice que “un sermón sin
historias es tan frío como el filamento incandescente de los bulbos del
proyector”.23 Él añade:
Las mejores historias son las que hablan de verdades de la vida, verdades
que están tan llenas con la verdad universal que hasta pueden hablarle a las
pequeñas verdades particulares de nuestro corazón. Nuestros miembros vie-
_________________________
23. Miller, Spirit, Word, and Story, 148.
nen a nuestras iglesias con corazones rotos; sus vidas no están funcionando
bien. Estas nos ayudan porque filtran nuestros sermones por medio de sus
graves necesidades. ¿Nos atreveríamos a curar tal dolor con historias? Para
la persona que da a luz un hijo fuera del matrimonio o para el abusador de
niños o para la víctima de cáncer, nuestros sermones deben decir historias
profundamente serias que se relacionen con ellos, que los cubran y los
salven.24
Aun el gran Spurgeon usaba mucho las historias. Oigámoslo otra vez:
Yo nunca debo olvidar que el gran Dios mismo, cuando instruía a los
hombres, empleaba historias y biografías. Nuestra Biblia contiene doctrinas,
promesas y preceptos; pero éstas no son “meras cosas teóricas”, todo el Libro
está avivado e ilustrado por maravillosos registros de cosas dichas y hechas
por Dios y por los hombres. A quien se le ha enseñado de Dios valora las
sagradas historias, y sabe que en ellas hay plenitud de instrucción especial y
vigorosa. Lo mejor que los maestros de las Escrituras pueden hacer es
instruir a sus compañeros según la manera de las Escrituras.25
Por eso, compañeros predicadores, cuenten historias, historias bíblicas,
historias personales, historias biográficas y aun historias hipotéticas.
Cuéntenlas con poder, y serán una ayuda en su predicación apasionada y
persuasiva. Recuerde, Natán convirtió a David con una historia, y Jesús mismo
movió a su audiencia y condenó a sus enemigos con historias.
Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber
realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.
—Isaías 55:11
_________________________
1. Charles H. Spurgeon, Lectures to My Students (Grand Rapids: Zondervan, 1954), 320.
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